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A mis padres, quienes cultivaron en mi hermana y en mí el amor por la música y el ballet clásicos.A Clara, y a la memoria de nuestro querido Roberto.

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Obediente a las reglas, pero creativa, Viengsay es un ave que atraviesa el paisaje con la fuerza de una ráfaga. Ella encarna lo más elevado de la naturaleza femenina, su alimento corporal más decantado, la exaltación del movimiento perpetuo como metáfora de la divinidad. A veces nos preguntamos por quién doblan las campanas y no tenemos respuesta. Esta vez, sabemos que doblan por Viengsay Valdés.

Miguel Barnet

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6 De acero y de nube

Índice9 Agradecimientos

11 A los lectores

15 A propósito de este libro

Primera parte Los cimientos22 En el principio

22 Un nombre, una predicción: Viengsay-Victoria Retrospectiva al matrimonio Valdés-Herrera

24 Primera etapa de la infancia Laos y Seychelles

31 Retorno a Cuba. Cambio de vida

33 En busca de unas alas

33 La gimnasia rítmica

39 El ballet Una elección de rigor

44 En el camino

44 Escuela Elemental de Ballet Alejo Carpentier Un revés, una convicción

53 Escuela Nacional de Arte (ENA) Trabajo de Repertorio. Primer pas de deux Otras piezas del mundo de Viengsay

69 El éxito de la constancia

72 En imágenes. Los cimientos

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7 Biografía de Viengsay Valdés

Segunda parte El alma de raíz84 Itinerario de un sueño

84 Las puntas del reto

92 Planear sobre la lava Coyuntura Las categorías Primera bailarina del público cubano Una coraza para salvar el sueño

103 El cuerpo físico. Una puerta se cierra Decisión insólita

110 El cuerpo físico. Una puerta se abre El fisioterapeuta Miguel Capote Rodríguez

119 Cumpliendo el sueño

124 El renacer

124 Confirmación

133 Una misión que cumplir

136 Los forjadores

136 «Esa es la Maestra». De la discípula a la maestra Alicia Alonso

139 «A los pies del creador» . De la discípula

al maestro Fernando Alonso

144 Apuntes sobre Alberto Alonso

144 El legado de otras grandes maestras de la escuela cubana de ballet

146 Alicia Alonso. De la maestra a su discípula

147 Fernando Alonso. Del maestro a su discípula

149 Otras grandes maestras de la escuela cubana de ballet sobre su discípula De Loipa Araújo De Ramona de Sáa De Mirtha Hermida

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8 De acero y de nube

De Svetlana Ballester

157 En imágenes. El alma de raíz

Tercera parte Con luz propia

180 Los pasadizos de la creación

180 La asunción consciente del arte

182 Los personajes Giselle Carmen Kitri Odette-Odile

190 Un estilo propio

194 El partenaire cubano

202 Momentos trascendentes

202 Mover el mundo …Y consiguió mover el mundo

219 Pruebas de fuego Bailar con la vida

222 Una marca indeleble

225 Otra joya del ballet cubano

225 Reseña de los contrastes

230 «La primera de Cuba»

236 En imágenes. Con luz propia

261 Repertorio (1994-2013)

261 Ballet y Personajes interpretados

269 Repertorio de estrenos

276 Premios y distinciones

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9 Biografía de Viengsay Valdés

AGRADECIMIENTOSComo en todos mis libros, soy deudor de

muchas personas. Viengsay Valdés en primer lugar, su colaboración fue crucial para este propósito; Roberto Valdés, padre de Viengsay y los entrañables maestros Fernando Alonso y Mirtha Hermida, quienes ya no están entre nosotros. Clara Herrera, madre de Viengsay, su experiencia y su poder de organización constituyeron una ayuda en co-tejar las informaciones que obtenía. Otros familiares de la primera bailarina: Amparo Rivero (abuela materna), Robertico Valdés (hermano), Nancy y Hortensia Herrera (tías maternas); y su compañero y esposo, Carlos Herrero Franco, compartieron sus vivencias y recuerdos en un ámbito de amor y franca hospitalidad.

No puedo dejar de mencionar a Miguel Capote Rodríguez, excelente profesional y ser humano, que con su sabia y paciente colaboración arrojó claridad sobre momentos que marcaron la vida de Viengsay. Luisa Feitó, Ocilia Pedrera, José Edilio Rodríguez y Alberto Acosta; Deisy del Toro y Pablo Llanes Morales; Ana Yolanda Correa Cruz; Mirtha Muñiz, Enrique Ávila y Rogelio Riverón también aportaron a la investigación que realicé.

Las entrevistas concedidas por las maestras Ramona de Sáa, Loipa Araújo y Svetlana Ballester, así como los textos enviados al autor por la maestra Valentina Fernández y la prima ballerina assoluta, directora del BNC, Alicia Alonso, constituyen preciados puntales de esta obra.

Los diálogos sostenidos con Miguel Cabrera, Pedro Simón, Ismael Albelo, Ahmed Piñeiro y José Ramón Neyra, me permitieron confrontar puntos de vista y arribar a la comprensión de aspectos esenciales.

Fundamental fue la colaboración de los bailarines Carlos Acosta, Joel Carreño, José Manuel Carreño, Carlos Gilí, Bethina Ojeda, Javier Torres, José Martín, Moisés Martín Fincas, Begoña Cao, Pedro Lapetra, Tamara Rojo y Tatiana Piché, quienes me aporta-ron diversos puntos de vista sobre la personalidad de Viengsay y el mundo del ballet.

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10 De acero y de nube

Mi esposa y compañera Laura Pujol, mis hijos Johanna y Abel, y mi yerno Eugenio Martínez (Pochi), leyeron el primer manuscrito que decidí someter a la opinión de terceras personas, y me realizaron valiosas críticas y recomendaciones a lo largo de la elaboración del libro. Mi hijita María Laura leyó los primeros capítulos y con los nueve años que tenía en aquel momento, me dio la certeza de que los estudiantes de ballet de nuestras escuelas y de otros países, podrían leerlo con soltura e interés.

Mi libro hubiera sido otro sin la labor de mi editora Bárbara Rodríguez Rivero, su cul-tura y sensibilidad coadyuvaron a una permanente relación de intercambio y discusión de cada idea, a ella va mi agradecimiento más profundo. A Liliette Mompelier, Martha Sánchez —por su ayuda en la etapa final en la selección de las fotografías y en preci-sar algunas fechas y datos—; Denise Ocampo, Lilia Díaz, Guadalupe Pérez (Lupe), Marianela González, Enrique García, Caridad Rodríguez, todos ellos colaboradores de RUTH. Enrique (Keke), realizó un sinnúmero de tareas diversas, sin las cuales tampoco el libro hubiera llegado a buen puerto. A todos, muchas gracias.

Salvador de Bahía, 03 de febrero 2014.

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11 Biografía de Viengsay Valdés

A los lectoresLa solidez de la presencia femenina ha sido

uno de los rasgos característicos del ballet cubano desde sus tiempos iniciales. La ex-cepcionalidad de una figura como Alicia Alonso, su indiscutible misión fundadora y las legendarias cualidades artísticas y técnicas que marcaron su carrera, la convirtieron en una suerte de musa para las diferentes generaciones de bailarinas cubanas surgidas en estos sesenta y cinco años de gloriosa brega. Pero, como ciertamente afirmara en 1988 la inminente crítico norteamericana Olga Maynard en su ensayo «El legado de Alicia Alonso»: «debemos maravillarnos de que, de esa Alonso fuerte y omnipotente, hayan surgido primeras bailarinas de individualidad única». Una década antes de aparecer ese texto, el entonces decano de la crítica mundial de ballet, el inglés Arnold Haskell, había definido también el fenómeno, al proclamar, sin duda alguna que «en el ballet cubano no hay Alicias de imitación. Ella respeta y desarrolla la personalidad de cada una de sus bailarinas».

En las décadas que mediaron entre 1960 y el año 2000 ello se hizo evidente, de mane-ra muy especial, en las llamadas Cuatro Joyas (Loipa Araújo, Aurora Bosch, Mirta Plá y Josefina Méndez), en el dueto integrado por María Elena Llorente y Marta García; en las denominadas Tres Gracias (Amparo Brito, Ofelia González y Rosario Suárez) y en toda una ilustre generación posterior, que llega hasta nuestros días, aclamada tanto nacional como internacionalmente por los públicos más exigentes y la crítica especializada.

Las Escuelas Elementales y de nivel medio, florecidas a lo largo y ancho de la nación, han sido las encargadas de descubrir y formar ese talento femenino que durante mu-chos años han entregado a las compañías profesionales para que alcanzaran allí las más

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altas cotas de profesionalismo y pulimento artístico. Durante una larga etapa esa labor pareció ajustarse a los patrones de los «talleres gineceos» de la antigua Grecia, para mostrar principalmente los dones femeninos del ballet cubano, hasta que, posterior-mente, se lograra el justo y necesario equilibrio con las huestes masculinas.

En 1994, llegó al Ballet Nacional de Cuba uno de esos jóvenes talentos al que aguar-daba un futuro luminoso y un destacado sitial en la historia del ballet cubano. Era Viengsay Valdés, una chica de exótico nombre y honroso pedigree, pues venía graduada con Título de Oro y poseedora de altos galardones, obtenidos en eventos competitivos de alto fuste en Cuba e Italia. A partir de entonces su innato talento y sus promisorias facultades enrumbaron hacia el alto vuelo al que estaba destinada. Un disciplinado quehacer, bajo la guía de la Alonso y los más prestigiosos maîtres y profesores de la compañía, la enfrentó a incesantes y crecientes retos. Tuve el privilegio de ser testigo cercano de esa forja, con una total entrega para domeñar los grandes retos estilísticos exigidos por el legado romántico-clásico del siglo xix y las creaciones más audaces de la contemporaneidad.

De esa batalla emergió, desde 2001, una primera bailarina de acerada técnica y amplio diapasón estilístico, cuya solidez ha sido ampliamente reconocida en las numerosas giras, que ha realizado como primera figura del Ballet Nacional de Cuba por los cinco continentes, y durante sus actuaciones como estrella invitada de las más prestigio-sas compañías de ballet del mundo, entre ellas el Ballet del Teatro Mariinsky de San Petersburgo, el Ballet Bolshoi de Moscú, el Real Ballet Danés y el Real Ballet de Londres, así como en galas y festivales en un periplo que abarca desde Beijing, Japón y Laos, hasta Nueva York y México, pasando por Turquía y Buenos Aires. En ella se han revalidado, para los amantes del ballet de nuestro tiempo, las virtudes que en el pasa-do sentaron el prestigio de las grandes bailarinas cubanas. ¿Y qué significado tiene ese logro en la historia actual del ballet cubano? Desentrañarlo exige un minucioso análisis de las peculiaridades que ha tenido la evolución artística de Viengsay, no solamente en el período en que emergió del conjunto, sino también en esta última docena de años en que ha tenido que ratificar, en cada aparición escénica, su categoría de primera fi-gura. Esa es la única clave para entender por qué ella es hoy lo que es y el por qué del sitio particular que ocupa.

Su sólida formación académica, su disciplinado quehacer cotidiano y ese carisma de que es poseedora, le impidieron ser una más en las casi siempre anónimas filas del estatus, internacionalmente conocido como, «corps de ballet». Se supo de inmedia-to que ella no estaba destinada a los compartimentos estancos, ni al lugar común, y pronto pudo comprobarse que habitaba en ella una «solista» destinada a ascender y

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a iluminar con luz propia. Siete años después, luego de haber transitado exitosamen-te los diferentes estadíos jerárquicos del elenco, llegó lo impostergable: su ascenso al máximo peldaño artístico, el de Primera Bailarina. Pero, ¿qué sucedió entonces? Debió compartir un cetro pentárquico con otras valiosísimas bailarinas, también de fuertes personalidades y sólido dominio técnico-estilístico, cada una capaz de aportar sus dones peculiares y de enfrentar el reto de continuar una tradición generacional lamentablemente truncada a destiempo. En ese momento el público, la crítica y el resto de los especialistas que observaban ese crucial momento de nuestra escuela ba-lletística, tuvieron ante sí el dilema de la sumatoria para establecer una verdadera definición de cada una de ellas, que incluía valorar la hermosa línea de una, los bellos pies y brazos de la otra, el poderío técnico y la capacidad del resto para la ductilidad estilística y también ese «extra», imposible de medir con patrones numéricos y que universalmente es conocido como «ángel escénico».

Viengsay sopesó todas esas exigencias y se dio a la tarea de conquistarlas, sin enquis-tarse o acomodarse en sus virtudes intrínsecas, ni esgrimirlas como armas de combate contra sus colegas. Logros suyos de esa etapa consolidatoria fueron el mejoramiento de su en dehors clásico, el pulimento de su arsenal técnico (los saltos, las baterías, las sutilezas y los encadenamientos en los dúos y adagios, la dinámica y el ataque en los allegros de las variaciones y las codas, el trabajo con las extensiones de sus piernas, la versatilidad interpretativa) y, muy especialmente, dos aspectos en que ha brillado de manera particular, la verticalidad de los giros, sin desplazamientos, tanto en los lentos como en los rápidos; y el rescate de los balances o equilibrios, detalles considerados, desde décadas atrás, como rasgos definitorios de la escuela cubana de ballet, bastante debilitados por entonces. Fue una altísima meta y Viengsay la conquistó.

Por disímiles razones, durante un largo período ella fue quedando como la estrella solitaria de su generación, al abandonar la compañía la mayoría de sus iguales en jerar-quía, pero no se volvió fatua ni egocéntrica, sino que contrariamente a lo que podía esperarse, compartió experiencias con las nuevas co-estrellas, y muy especialmente, con una pléyade de jóvenes partenaires a los que con modestia y altura humana, no vaciló en colocar en la ruta de sus éxitos. Quizás el hecho de ser la bailarina cubana con mayor presencia individual en galas y festivales en las cuatro esquinas del mundo, sin apartarse de su Alma Mater, el Ballet Nacional de Cuba, haya hecho el resto. Sin privilegios divulgativos, Viengsay Valdés ha logrado, solo a base de talento y trabajo, conquistar algo muy difícil: ser famosa y ser popular, que por cierto no son categorías idénticas. En el ámbito internacional su singularidad es altamente reconocida y en su

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patio insular no hay nadie, iniciado o ignaro, que desconozca su nombre o no lo asocie a esa escasa categoría llamada excelencia.

Y habría que añadir, con supremo orgullo, que todo esto lo ha hecho subrayando su cubanía, su pertenencia a la tierra que la vio nacer, aunque su órbita ya sea totalmente cosmopolita. Enaltece comprobar que ella sabe, y así lo demuestra, que el Arte no tiene Patria, pero los artistas sí.

Ahora, para regocijo de todos, el Doctor Carlos Tablada nos hace el regalo de este valioso libro, en el que nos entrega un vívido retrato de esta excepcional mujer, tanto en su condición de artista como de ser humano. En estas páginas, pulcras y exactas, no se limita a trazar una órbita estelar, sino que nos muestra, con aguda pupila, cuánto hay de esfuerzo, de entrega sostenida y de sacrificio para lograr la altura del vuelo que la Valdés ha alcanzado. El autor, gracias a su fina sensibilidad, probada eticidad y sólida cultura filosófica, sociológica y artística, no nos agobia —peligro tan frecuente— con vocablos y adjetivaciones rebuscadas o hiperbólicas, con frases doctas sobre pasos y poses balletísticas, que solo servirían para alejarnos de la verdad perseguida, o simple-mente para complacer a una limitada legión de balletómanos superficiales. Enjundioso trabajo de investigación, de rigurosos cotejos documentales, de asimilación testimo-nial de especialistas y testigos cercanos de la trayectoria artística de Viengsay Valdés, hacen de este imprescindible libro un tesoro, útil para todos aquellos que sienten y aman el arte y se enorgullecen de la mundialmente reconocida escuela cubana de ballet.

Dr. Miguel CaBrera HistoriaDor Del Ballet naCional De CuBa

la HaBana, 2013.

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15 Biografía de Viengsay Valdés

A propósito de este libroEste libro nace de mi admiración por la

primera bailarina Viengsay Valdés, en quien reconocí, mucho antes de alcanzar el sitial que hoy merecidamente ocupa, la fibra del verdadero artista, la excepcionalidad que solo irradia un gran talento. Lo que hay de mí en este libro, mis puntos de vista, mis interrogaciones, mis reflexiones, sin duda están marcados por esa percepción.

Cada línea de estas páginas ha sido escrita con la mayor fidelidad y son resultado de un trabajo intenso de varios años con una vasta y diversa información, no solo de fuentes documentales y audiovisuales, sino también de testimonios obtenidos en largas sesio-nes de entrevistas realizadas personalmente a Viengsay y a un considerable número de personas. Entre ellas están nombres insignes de la escuela cubana de ballet —maestros que han tenido una participación invaluable en su formación profesional—, críticos de arte, periodistas, funcionarios, bailarines, trabajadores del Ballet Nacional de Cuba, médicos, y familiares de la primera bailarina. Todos, de cierta manera son coautores de esta obra que va dirigida no solo a los especialistas del ballet sino a todos aquellas personas que se interesan por este arte y por Viengsay; pero también, y sobre todo, va para aquellos que aún en el contexto actual —proclive a la dispersión de la inteligen-cia y del talento— no han renunciado a su sueño. La vida de Viengsay es eso: una ex-presión suprema de amor, de fe, de entrega total a la vocación y una lección ejemplar del poder de la voluntad humana.

Desde niño, yo tuve la suerte de que mis padres me llevaran asiduamente a las pre-sentaciones de la Sinfónica, la orquesta de música clásica cubana, y al ballet; íbamos a las funciones de Fernando Alonso, de Alicia Alonso —hablo de los años cincuenta del siglo xx. Desde entonces hasta la fecha he asistido regularmente al ballet. Mi padre siempre me hacía hincapié en la cuestión humana, por eso sentía especial admiración por Liszt. Yo me preguntaba, ¿por qué? Están: Chopin, Tchaikovsky, Mozart, Bach,

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Beethoven, otros, ¿por qué él? Mi padre me contaba que mucha de la música clásica se salvó por Liszt, que sacrificó mucho tiempo de su vida para transcribir y salvar partitu-ras de otros músicos, lo cual le restó tiempo para escribir su propia música. Mi padre le otorgaba un valor muy especial por su altruismo, por su sensibilidad. En ese sentido nuestra familia se ha educado. Tal vez por eso les temo a las personas muy profesiona-les pero espiritualmente muy frías, muy vacías. En el ballet eso se percibe enseguida.

Vi bailar por primera vez a Viengsay en los años noventa del pasado siglo y me impactó su gran capacidad técnica, su dominio de la escuela clásica y el hecho de que su baile tenía sello propio, tenía personalidad. Al día siguiente, veía en ese mismo ballet a otra bailarina, su ejecución era irreprochable, pero yo sentía le faltaba algo. La danza de Viengsay tiene ángel, tiene alma.

No es solo mi vivencia, con una visión y una concepción estéticas creadas a partir de una formación cultural, de un desarrollo intelectual. Mi hija María, de nueve años de edad hoy, es capaz de percibirlo. Desde pequeñita la llevamos al ballet y cuando tenía solo dos años se sintió tocada, se levantaba de mis piernas para seguir cada paso de Viengsay hasta su punto culminante. Viengsay logra eso.

He visto ballets en teatros europeos y videos de famosas bailarinas que han alcanzado la gloria, en La Scala de Milán, en el Bolshoi; pero no consiguen en mí esa comunica-ción mágica de la que Viengsay es capaz. Esa espiritualidad es la clave, el hilo conduc-tor que la ha mantenido, y una de sus esencias. Esa espiritualidad, me lanzó en el 2001 a proponerle a Viengsay escribir un libro sobre su vida.

Vi, como la nombran sus amigos, es una artista en el amplio sentido del término. Ella puede transmitir un arte muy refinado, muy puro. La escuela clásica de ballet —y en especial la escuela cubana de ballet—, la dota de ese arte; pero su alta calidad histrió-nica —histrionismo que usa de pilastra para entregarse en toda su dimensión—, lo completa. Cuando la ves bailar ya no eres el mismo. No es solo su dominio y proeza técnica, son también sus cualidades interpretativas. Cuando Viengsay danza no está ejecutando una coreografía, no está interpretando un personaje; ella pone a danzar al personaje, y consigue que uno sienta eso, padezca su tristeza, su debilidad o sus deli-rios, se contamine de su alegría, de su fuerza, o se espante de sus miedos. Infundirle vida a lo ficticio en cualquier manifestación artística es difícil, pero en el ballet lo es más, porque es un arte que prescinde de importantes recursos del discurso narrativo; el bailarín debe suplir con movimientos corporales la fuerza de la palabra, las tonali-dades expresivas de la voz, los efectos de un primer plano en la pantalla… Viengsay lo logra con maestría, naturalidad y espontaneidad.

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17 Biografía de Viengsay Valdés

Pero no es solo eso, no es esa fusión de destreza técnica y calidad interpretativa —lo cual sería suficiente para calificar de magnífica la actuación de una bailarina— hay algo más, algo indefinible tal vez, que parte de esa conjunción y la trasciende. Me refiero a su capacidad de sugerir, de evocar, de inspirar, a través de la re-creación de un gesto, de la re-creación de un paso, de una secuencia de gestos, de una secuencia de movimientos que en el trayecto de esa historia contada con el cuerpo y con el sentimiento van dejando una estela de imágenes perdurables, una impresión sublime en nuestra memoria, en nuestro espíritu. Es la belleza que solo consigue el ingenio de un gran artista, es la impronta de un creador.

Un personaje me marcó en la adolescencia: Brindis de Salas. Cuando leí la historia del violinista cubano me impactó su grandeza. Ese hombre humilde de esta islita perdida en el mapa del mundo, llegó a brillar en las cortes europeas sin dejar de ser él, sin afectar su personalidad y sin perder su identidad. Viengsay es otro ejemplo de que la sencillez, la cubanía, no están reñidas con la profundidad y con la riqueza de espíritu. Es la expresión genuina de que un artista puede elevarse a los niveles más altos de la creación humana y arribar a lo divino, sin menoscabo de sus raíces ni de sus orígenes.

Ella se ha desarrollado en un medio muy difícil, se ha formado en un ámbito muy competitivo, desde pequeña incluso, estando lejos de sus padres. A lo largo de su rea-lización como bailarina se distingue por esa fortaleza de carácter, una voluntad a toda prueba y una férrea disciplina de trabajo. Cuando arriba a la adultez, ya en su con-dición de bailarina profesional empieza a destacarse por una técnica muy fuerte, una personalidad avasalladora; aspectos que se hacen muy notables en el escenario, y sobre los cuales la crítica en general siempre ha enfatizado. Toda esta fortaleza no impide ver la delicadeza espiritual de quien, es digno señalarlo, no ha sacrificado en el altar del triunfo y de la competencia, su humanidad, sus afectos, su sensibilidad femenina, su espiritualidad, ni sus valores. Todo eso se trasluce en su arte.

Viengsay es resultado de la Escuela Alejo Carpentier, de la Escuela Nacional de Arte, del Ballet Nacional de Cuba, en suma, de la gran escuela cubana de ballet. No se puede pensar en un buen profesional sin pensar en sus preceptores. No se puede hablar de una escuela de ballet sin hablar de sus maestros, son los pilares. Viengsay reconoce siem-pre el papel fundamental de ellos en el éxito de su carrera, no lo olvida, constante-mente expresa su gratitud y el privilegio que significa para su generación haber podido recibir las enseñanzas de maestros de la talla de Josefina Méndez, Loipa Araújo, Marta García, María Elena Llorente, Jorge Vega, Orlando Salgado y Rolando Candia. De to-dos aprendió ella, se nutrió de esa experiencia, de esa sabiduría que vino a completar

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la obra de otros grandes de la danza que también jugaron un papel imponderable en su formación académica, como Ramona de Sáa, Adria Velázquez, Mirtha Hermida, María Elena de Frade, Valentina Fernández y Pablo Moré, entre otros.

La discípula aún buscó más. Buscó a los maestros de maestros, Alicia Alonso y Fernando Alonso. Ella tuvo la lucidez de no desechar la oportunidad de aprender con esos maes-tros fundadores, sabía que era un privilegio para su generación coincidir en el tiempo con esos artistas extraordinarios, signos y paradigmas de la escuela cubana de ballet y de nuestra cultura.

Y como era de esperarse, ellos fueron cardinales en la formación de la joven bailarina. Con la Prima Ballerina Assoluta aprendió sutilezas de la interpretación dramatúrgica y cómo llegar a la esencia de los personajes, experiencia que alcanzó su significación más alta cuando la gran maestra le desmenuzó hebra por hebra «la locura de Giselle» —¡la propia Giselle descorriendo cortinas a su mundo interior!—; nunca podrían las palabras ilustrar en su justa magnitud esta vivencia.

A Fernando Alonso, ella tuvo la osadía, y la inteligencia, de buscarlo, con humildad, y decirle: «Maestro, yo quiero aprender con usted». Y aprendió mucho de él. Viengsay ha sido y es consciente de que ella le debe mucho no solamente en el arte del ballet, en su técnica, sino en su ética personal, en su ser, a ese hombre maravilloso que es Fernando Alonso.

Pero como uno de los principales méritos de Viengsay ha sido no conformarse nunca, no dejar pasar las oportunidades que puedan aportarle a su crecimiento personal, pro-fesional, ella persiguió cada coyuntura, toda coincidencia para trabajar con otras figuras que también marcaron épocas de esplendor del ballet clásico en nuestro país, aunque ya no formaban parte del Ballet Nacional de Cuba, como Aurora Bosch, Mirta Plá y Ofelia González. Con ellas logró tomar ensayos y perfilar detalles en momentos importantes de su carrera.

Viengsay no solo se limitó a asimilar conocimientos de los grandes maestros y ponerlos en práctica. De los fundadores aprehendió algo fundamental: la necesidad de buscar en sí misma; porque ellos nunca fueron «copias» de sus predecesores, ellos han sido autén-ticos artistas, que tomaron de todas las escuelas pero escribieron su libro propio, crearon la escuela propia; tomaron clases de maestros eminentes y llegaron a diferenciarse de todos ellos con un arte, que los llevaba en su sangre, pero tenía una identidad nueva, distinta.

Desde esa certitud Viengsay fue creciendo como artista. Creó su método de trabajo y buscó sus propias experiencias donde poder darle cauce a sus emociones, a sus visiones,

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y llegar a ser ella, lograr su sello personal sin romper con los cánones del ballet clásico y de esa escuela cubana de ballet. El resultado es esa luz propia que la distingue. Ahí no sola-mente está lo que aprendió, lo que bebió de sus profesores, ahí está su experimentación, su preparación intelectual, su espiritualidad, sus valores éticos y su concepción estética, ahí está el trabajo creativo de un artista.

Transmitir el itinerario de ese sueño, develar las interioridades de esa búsqueda, es uno de los fines de este libro.

A mi juicio, la biografía de una personalidad debe ser escrita para reforzar el mito, nunca para disminuirlo; todos somos imperfectos. No me agradan las biografías en que el autor quiere tomar distancia del biografiado, se recrea en insubstanciales por-menores cotidianos, e incluso, en hurgar llagas para demostrar su imparcialidad.

Creo que el espectador, el lector, espera que el autor le muestre al artista, que lo aproxime a su personalidad, que le permita asomarse a esos matices que a veces pasan inadvertidos, especialmente cuando se trata de una profesional de este difícil y fasci-nante arte. Y puedo asegurarles que en esa dirección he orientado mi trabajo, arduo y no exento de riesgos, pero especialmente vivificante.

En el caso de Viengsay, es tan transparente que no es necesario desechar material; no hay pasaje de su vida del que ella reniegue, no hay tramo del camino al que ella rehúse volver sobre sus pasos, reencontrarse; Viengsay es capaz de re-vivir con tal pureza cada momento de su vida, y no digo simplemente rememorar, hablo de una visitación má-gica a los recónditos parajes del corazón de la Viengsay niña, hija, adolescente, mujer, bailarina…; hablo de colocarse en ese tiempo y espacio pasados y desde allí disponer el alma para volver a vivirlos intensamente, con su carga de aciertos y errores, con su carga de impresiones: ríe donde alegrías hubo, llora donde grandes emociones, sin echar velos, sin artificio. Así aconteció en los sucesivos encuentros que sostuviéramos a propósito de este libro, y en los cuales se produjo desde el primer momento una empatía, una comunión que hizo posible dialogar con su vida pasada y reciente, plena de matices, sin pre-juicios de una parte ni la otra y sin necesidad de recurrir a métodos preconcebidos. De esa confluencia espiritual, emotiva, estuvo impregnado nuestro intercambio, desde nuestros respectivos roles, pudimos abordar las distintas etapas de su vida con absoluta franqueza, aún las referentes a temas muy sensibles y polémicos.

Hoy la primera bailarina cuenta con un merecido reconocimiento mundial, y no creo fortuito que los mayores críticos la ubiquen entre las mejores bailarinas del mundo. Al referirse a ello el maestro Fernando Alonso ha expresado: «Estoy de acuerdo, estoy de acuerdo totalmente, es una de las grandes bailarinas hoy en día; que sabe decirle al

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pueblo cubano, decirle al pueblo vietnamita, decirle al pueblo parisino, al inglés, a cual-quier pueblo; lo que ella dice es para todos, porque es un mundo de arte, un mundo de sensaciones, de profundas sensaciones».

En ese sentido, me atrevería a asegurar que se está cumpliendo el vaticinio de una de las Cuatro Joyas del ballet cubano, Loipa Araújo, cuando en 2004 afirmó en entrevista publicada en Balletin Dance de Argentina: «Viengsay va a durar los suficientes años como para crear un punto de referencia como tuvimos todas nosotras».

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Primera parte Los cimientos

… las cualidades esenciales del carácter, lo original y enérgico de cada hombre, se deja ver desde la infancia en un acto, en una idea, en una mirada.

José Martí

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En el principioUn nombre, una predicción: Viengsay-VictoriaEl 10 de noviembre de 1976, en el hospital

Ramón González Coro, en el céntrico barrio habanero del Vedado, tuvo lugar el naci-miento de una hermosa niña a quien sus padres llamaron Viengsay,1 por sugerencia del dirigente de la República de Laos, Phoumi Vongvichit, como símbolo de amistad entre nuestros pueblos y un modo de perpetuar el nombre de la primera zona liberada en aquel país.2

La recién nacida asombró a todos por su talla, era una «muchacha» muy grande; en especial, sus manos de dedos largos y finos provocaban admiración: «¡tiene manos de pianista!» —auguraban—.

Al calor de su madre y rodeada del amor filial, transcurrieron en Cuba los primeros tres meses de su existencia.

Retrospectiva al matrimonio Valdés-HerreraViengsay venía a completar la dicha del

matrimonio Valdés-Herrera consumado legalmente el 9 de mayo de 1975 en la capital cubana con la unión de Clara Herrera Rivero, entonces de 30 años de edad, natural de La Habana, y René Roberto Valdés Muñoz, de 40 años, natural de Remedios, Las

1 En una entrevista concedida en 2006 a la agencia Associated Press (AP), Viengsay refiere que su nombre «es poco común, muy original y me gusta porque significa “Victoria” en laosiano».2 Entrevista concedida al autor por Clara Herrera Rivero, madre de Viengsay, el 5 de febrero de 2011 en La Habana.

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

Villas,3 ambos de nacionalidad cubana, titulados en Ciencias Políticas y diplomáticos de profesión.

La joven pareja había decidido contraer nupcias antes de partir a la misión que se les había encomendado y la boda se celebró en la sede del Comité de Solidaridad con Vietnam, Laos y Camboya, al cual pertenecían. Se hizo una gran fiesta con todos los miembros de la asociación. «Fue muy lindo, ellos eran los primeros compañeros de Solidaridad que se casaban en el Comité».4

Salieron de Cuba rumbo a Vietnam, allí permanecieron unos días y después partieron hacia Vientiane, la capital laosiana, donde el Sr. Valdés había sido nombrado embajador de Cuba; y Clara, encargada de asuntos culturales. Era la primera representación de la nación antillana en el país asiático. Valdés se despedía de sus padres Roberto y Felicia, quienes por esa fecha ya residían en La Habana, pero también de un hijo nacido de su primer matrimonio con Dulce Pérez. Por su parte, Clara dejaba atrás a su madre, Amparo, a Antonio, su padre, y a sus cinco hermanos (cuatro hembras y un varón).

Los diplomáticos tenían una agenda de trabajo amplia y prometedora en el entonces estado monárquico constitucional de Laos. Debían profundizar en el conocimiento de aquel país, de su pueblo, ya que «en Cuba se sabía mucho de Vietnam pero de Laos se sabía muy poco. En este sentido, el trabajo que Roberto y Clara hicieron allí fue muy hermoso. Ellos lograron a través de su labor que crecieran los puntos de contacto y lazos de amistad entre cubanos y laosianos»,5 a pesar del contexto histórico, marca-do por un clima de profundas tensiones políticas en la región. En Laos, una larga y devastadora contienda civil contra el orden monárquico y sus fuerzas aliadas habían provocado la destrucción de prácticamente todas las ciudades. Los diplomáticos de la nación caribeña fueron testigos de los momentos cúspides de aquella conflagración en que finalmente las fuerzas progresistas dieron al traste con la monarquía; y parti-ciparon de la Fiesta de la Victoria el 2 de diciembre de 1975, fecha que marcaría el nacimiento de la República Democrática Popular de Laos.

Pocos meses después de aquel suceso, la pareja de funcionarios cubanos tenía un nuevo motivo de celebración, esta vez de índole personal: Clara estaba embarazada,

3 Provincia del centro de Cuba que pasó a llamarse Villa Clara, nombre que conserva en la actualidad, a partir de la división político administrativa puesta en vigor en julio de 1976. 4 Entrevista concedida al autor por la diplomática cubana Mirtha Muñiz, el 15 de junio de 2011 en La Habana. En 1975 la Sra. Muñiz se encontraba al frente del Comité de Solidaridad con Vietnam, Laos y Camboya, del cual ocupaba el cargo de vicepresidenta cuando tuvo lugar la entrevista citada. 5 Mirtha Muñiz en entrevista citada.

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Los cimientos

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esperaban el primer hijo de su matrimonio. Al cumplir los seis meses de embarazo decidieron que ella viajara a La Habana para terminar el periodo de gestación y dar a luz en Cuba, junto a su familia —lo cual explica el nacimiento de Viengsay en la isla caribeña y no en Laos—.6 Mientras tanto, Roberto continuaba su trabajo al frente de la embajada.

Primera etapa de la infanciaEn la casa materna, ubicada en el reparto

Pastorita, en La Habana del Este, la recién nacida recibió los cuidados de sus seres queridos, hasta que a principios de 1977, Clara viaja de retorno a Laos para reincor-porarse a sus funciones; esta vez, con su bebita en brazos y acompañada de su madre, quien durante los ocho meses subsiguientes asumirá la guarda y cuidado de la nieta en una actitud de apoyo incondicional a la pareja.

A su arribo a Vientiane junto a dirigentes laosianos y miembros del cuerpo diplomáti-co de Cuba las esperaba Roberto, ansioso por abrazar a su esposa y conocer a su hija.

Laos y Seychelles7

En el paisaje asiático experimentó Viengsay su despertar al mundo; en el confort de una mansión diplomática, con las atenciones de sus padres, su abuela Amparo, y el personal empleado —laosiano primero y seychellense después—. En Laos pronunció sus primeras palabras y dio sus primeros pasos. Pero más tarde, a mediados de 1979, su padre fue destinado como embajador a la República de las islas Seychelles, y allí, en la ciudad capitalina de Victoria, ubicada en la isla Mahé, la niña cumplió los cinco años de edad.

De ese ámbito también formaron parte amigos de la familia, lugareños de los res-pectivos países sedes de la representación diplomática, otros funcionarios cubanos y

6 El hecho de que sus padres fueran los representantes de Cuba en Laos en el momento de su nacimiento, así como el haber sido inscrita con un nombre laosiano y haber vivido en aquel país parte de su primera infancia, ha provocado una gran confusión sobre la nacionalidad de Viengsay Valdés. En múltiples ocasiones a lo largo de su carrera ella se ha visto precisada a aclarar: «Yo nací en La Habana y a los tres meses de nacida mis padres me llevaron a Laos. Hay una gran confusión porque siempre piensan que soy laosiana, y no, yo soy cubana, nacida en Cuba».7 La República de las Seychelles está conformada por un archipiélago en el océano Índico, al noreste de Madagascar, compuesto por más de ciento cincuenta islas, de las cuales solo 33 están habitadas.

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

extranjeros, y todo un universo de relaciones vinculado al desempeño del embaja-dor de Cuba en las referidas naciones.

Esa etapa quedó vívida en la memoria de Viengsay adulta. Al evocarla rememora: «En Laos viví hasta los tres años y medio. Compartía mi infancia con los niños de la aldea y por supuesto, como hija de los embajadores me relacionaba con los hijos de los otros cubanos que trabajaban en ese país, de las delegaciones cubanas, de los médicos. Me hacían los cumpleaños allí, me los organizaban con ellos».8

De Seychelles recuerda, entre otras vivencias, a «un señor encargado de cuidar la casa, nativo de allí»; con él aprendió algo de creole, incluso los números, y su mamá se quedaba asombrada, le preguntaba: «¿pero cómo es que lo has aprendido?». Es que Viengsay le hablaba en español al hombre seychellense, él se lo decía en creole y ella lo memorizaba.

Fue en el microcosmos de esos hogares con visos provisorios pero de bases sólidas, en el ambiente acogedor de la intimidad, entre los brazos amorosos de sus padres y su abuela, y con la atención del personal empleado, donde comenzó a desarrollarse la personalidad de Viengsay.

Llegados a este punto, intentemos un esbozo caracterológico de las personas respon-sables de su educación que nos permita observar, al menos en sus líneas más signifi-cativas, el rol que desempeñaron en el contexto de esta primera etapa de su infancia.

Roberto y Clara provienen de típicas familias cubanas, de modestos recursos econó-micos y firmes preceptos éticos, donde primaba el respeto al orden establecido en el hogar y donde el trabajo duro, la austeridad, la necesidad de forjarse sobre la base del esfuerzo individual, fueron principios bases en la formación de los hijos.

En particular, Roberto, desciende de una familia de pueblo, muy humilde, Viengsay no conoció a su abuelo paterno porque murió recién nacida ella, pero con su abuela Felicia —Yeya le llamaban todos— llegó incluso a convivir; sobre ella ha expresado: «era una mujer muy tímida, sumisa, de esas señoras hechas para el hogar, para el hom-bre, de tener todo listo para cuando el hombre regresa a casa» y «tenía un concepto muy estricto de la educación, del recato».

8 Entrevistas concedidas al autor por la primera bailarina del Ballet Nacional de Cuba, Viengsay Valdés Herrera, desde el verano de 2011 y a lo largo de los años 2012 y 2013, en La Habana. En lo adelante, las citas a Viengsay solo serán referidas en nota al pie cuando se considere exclusivamente necesario. [N. del E.]

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Los cimientos

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Roberto es el resultado de esa educación en el hogar materno, en el entorno de un pueblo del interior donde los cánones tradicionales por los que se rige la inserción del individuo en la sociedad adquieren mayor connotación. Aunque su infancia tuvo lugar en un contexto difícil donde a muy temprana edad debió asumir responsabilidades que contribuyeran a la economía familiar, «era un niño muy aplicado y que venía con las mejores notas a la casa, de tanto que estudió, que se esforzó, llegó a aprobar sus exámenes, logró ser alguien en la vida, entró a Relaciones Exteriores, fue embajador, y tenía ahí (Viengsay) el ejemplo, tenía ahí el ejemplo vivo».9 Quienes llegaron a co-nocer a Roberto lo describen como «un hombre con una ética impecable, un hombre cabal»,10 respetuoso, sereno, cándido, que se distinguía por su modestia, bondad y austeridad.

A diferencia de él, Clara nació en La Habana, un escenario citadino, más agitado, de mayores oportunidades, menos prejuiciado, donde predomina una concepción más libre y moderna de las relaciones interpersonales y sociales. Ello influyó de alguna manera en que Clara fuera de espíritu más liberal, de carácter extrovertido, tempera-mental, de juicios menos apegados a las ideas convencionales. Pero aunque ese modo de vida en que tuvo lugar su formación dista de aquel en que se educó su esposo, la ética familiar era semejante; y unidos en la vida, las particularidades debieron cohabi-tar en una retroalimentación constante, complementándose, con armonía.

A la educación de ambos en el seno familiar habría que añadir la propia naturaleza de la profesión que eligieron, requerida de un juicio estricto de la responsabilidad, de un espíritu de trabajo, de abnegación, y que les exigía además una capacidad de discer-nimiento, paciencia, sentido de la oportunidad y justeza. Por otra parte, el ejercicio de sus funciones diplomáticas les permitió moverse en un campo de amplias posibili-dades, manifiestas no solo en la perspectiva de mejores condiciones materiales, sino también, y sobre todo, en la accesibilidad a un espacio más extenso y diverso del co-nocimiento que atañe tanto a las concepciones éticas como a las estéticas.

La educación de Viengsay tuvo la impronta de ese conocimiento y visión abarcadores que concernían a la vida práctica y espiritual. En su condición de padres, Roberto y Clara actuaron con carácter recio pero justo, activo pero paciente, exigente pero flexible.

9 Viengsay Valdés. Entrevista concedida al autor.10 Entrevista concedida al autor por la periodista Martha Sánchez, el 2 de septiembre de 2011 en La Habana.

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

Varias décadas después, al repasar su infancia, Viengsay afirma: «no fui nunca con-sentida, no fui de esas niñas malcriadas que se ponen a patalear: “¡yo quiero…!”. No. Cuando yo quería algo, mis padres lo condicionaban, o sea, trataron de ser consecuen-tes, de que fuera una niña que tuviera esa paciencia que es tan necesaria en la vida». Y al referirse al padre, señala:

Fue un hombre que pasó mucho trabajo para lograr ser la persona que era, para llegar a ser un profesional. Mi padre vino a La Habana para estudiar en la universi-dad y aquí pasó hambre para poder costearse los estudios, incluso, tenía que viajar en tren cuando sus escasos recursos le permitían ir a Villa Clara, pero nunca se dejó vencer por las circunstancias, porque él tenía una fuerza interior tremenda. Me hacía anécdotas de su pasado, de lo que él estudiaba, de cómo siempre fue muy aplicado en los estudios, esas conversaciones que ya van formándote la percepción de cómo tú debes comportarte, era una educación que me fue dando, que yo luego solo tuve que seguirlo, algo que me sirvió muchísimo en todos los aspectos. Y fue un padre excelente. Era muy recto pero nunca me pegó por algo que considerara mal hecho; podía suceder que se enojara conmigo, eso sí. Recuerdo que un día corrí por toda la casa, me escondí en la terraza para que no me vieran porque había hecho algo malo, muy malo, y mi padre entró en cólera, pero aún en esa ocasión su reacción no fue levantarme la mano para pegarme; alzó la voz, me regañó fuerte pero controlado. Esa fue la única vez en mi vida que vi a mi padre fuera de sus casillas, porque a él era muy difícil sacarlo de sus cabales, no te lo podías imaginar en esa situación.

Aunque los padres estaban inmersos en el trabajo, al que debían dedicarle un tiempo inestimable de sus vidas, ello no les impidió estar presentes en momentos irrepetibles, cuando la hija consiguió articular las primeras sílabas o dar el primer paso sola. Desde ese momento y para siempre estuvieron entregados a su formación, y es perceptible su huella en la personalidad de Viengsay, en esa educación que solo es posible lograr cuando la instrucción comienza en la cuna. Signos distintivos en la mujer que es hoy aquella niña, desde su forma de expresarse hasta el modo de conducirse por la vida, de afrontar las situaciones, incluso sus preferencias, nos sugieren la influencia que ejercieron los padres en su formación. Ellos constituyeron el «ejemplo vivo».

En el mismo escenario, entregada a la crianza de la pequeña tenemos a la abuela ma-terna, con la sabiduría de quien ha tenido la responsabilidad de preparar para la vida a seis hijos y contribuir a la de varios nietos; una señora carismática, de espíritu alegre y optimista, que a sus 57 años gozaba de perfecta salud y fortaleza física, en buena

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medida heredadas de su ascendencia, mezcla de cubanos e isleños,11 con la destreza suficiente para organizar las tareas cotidianas del hogar, garantizar el orden, y hacerse cargo del cuidado de la nieta.

Ella fue siempre el motor impulsor de la familia, la que encontraba solución a los problemas sin dejarse abrumar,12 sin decaer; los brazos que estuvieron ahí para soste-ner a Viengsay, para controlar su llanto, velar por los hábitos de higiene, las horas del sustento y las del sueño, guiarla en sus progresos, infundirle seguridad.

Y esa complicidad que mana de la convivencia íntima le permitió conocer a la niña en los detalles mínimos: qué le placía o le desagradaba, qué señales, aún las menos per-ceptibles, indicaban malestar y cuáles satisfacción.

Los relatos de la abuela sobre su nieta nos hablan de esa confabulación, ella cuenta: «De niña Viengsayita comía bien, tuvo buen apetito siempre. Y la leche que yo le hacía, ¡la madre que no se la hiciera porque no se la tomaba! (¡malcriados que son!), pero es que la madre no le echaba sal a la leche y yo tenía ese secretico, echarle un tin de sal para que le diera sabor, así era como a ella le gustaba».13

Amparo, quien en julio de 2013 cumplió 94 años y es capaz de afirmar con lucidez sorprendente que la risa de los labios suyos no se va, transmitió a Viengsay su gusto por la vida, y la enseñó a «defenderse sin lastimar a nadie» porque «la vida todos los días es una cosa distinta y hay que ser muy inteligente, y tener la chispa encendida».14

Al parecer, la máxima de la abuela tenía donde calar hondo pues desde que despuntó la niña demostró con creces la fuerza, inteligencia y «chispa» de su naturaleza.

Los juegos convencionales no le llamaban la atención. Tenía una muñeca grande que casi duplicaba su tamaño, pero no era su entretenimiento darle al juguete el papel de «bebé», asumir ella el de «mamá», no era niña de jugar a «las casitas» como suele hacer el común de las infantas. Su entretenimiento consistía en arrastrar a la muñeca por do-quier, o armada de creyones y plumas, pintarle el rostro a su antojo hasta dejarla des-provista de su estática belleza; y para entonces, ya era hora de inventarse otro juego.

11 El padre de Amparo Rivero era natural de las Islas Canarias.12 «Mi madre emana energía positiva, muchas veces, en momentos difíciles que hemos vivido, nos ha transmitido esa energía y mucho optimismo porque ella siempre tiene unas soluciones increíbles para los problemas». [Palabras de Clara Herrera, madre de Viengsay en entrevista al autor].13 Amparo Rivero, abuela de Viengsay, en entrevista concedida al autor el 5 de febrero de 2011 en La Habana.14 Ídem.

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

Sigilosamente entraba a la habitación de la madre, abría una gaveta de la cómoda, se abastecía de artículos cosméticos, se «maquillaba» y ¡a bailar!

Bailar era lo que más disfrutaba. Su madre nos ha revelado que «siempre tuvo buen oído para la música, le gustaba escuchar y bailaba al compás del ritmo, ella se movía con cualquier cosa y le gustaba que tocaran para ella».15 De hecho, a los tres años, en Laos, sucedió su «primera actuación para el público». En una actividad de homenaje a José Martí, que celebraba la embajada de Cuba en Vientiane, se subió a una tarima a bailar lambón, baile tradicional laosiano, «una danza que se ejecuta en círculos con diseños, muy pausada, con una música típica asiática, y en el que se estila sobre todo el movimiento de las manos».16 De pronto la niña se escabulló entre los adultos, se subió al escenario, e incorporándose a la coreografía comenzó a bailar entre los danzantes para los espectadores.

La pequeña vivaz e ingeniosa tenía una sensibilidad que no pasaba inadvertida. En ocasión de una visita a Laos del Comité Cubano de Solidaridad, la diplomática Mirtha Muñiz, amiga de la familia Valdés-Herrera, convivió unos días con ellos, y de su estan-cia recuerda esta anécdota:

Viengsay estaba solita jugando en el patio, de pronto apareció una serpiente —de las que llaman «Tres pasos», por el breve tiempo que concede a su víctima el vene-no que secreta—y ella se quedó detenida frente al reptil; por suerte, un sirviente laosiano que había allí, sacó un machete y la mató, entonces sucedió que Viengsay comenzó a llorar por el animalito, ¡no lo veía como un bicho que podía lastimarla, sino como un animalito al que le habían hecho daño!17

Ya en Seychelles —a donde pasaron a residir después de unas breves vacaciones en La Habana—, la casa tenía un patio inmenso y los padres pensaron que una forma sana y segura de mantenerla ocupada era encomendarle la crianza de un animalito. Así que pusieron en sus manos un pollito dándole la tarea de cuidarlo, y a tal menester se en-tregó la niña con absoluta dedicación: nombró a la avecilla «Poulet» (el término delata la inocencia de su edad pues significa «pollo» en francés) y todo el tiempo cargaba con él; logró domesticarlo, lo crió, lo vio crecer, y fue tal el apego, que cuando el ave

15 Clara Herrera Rivero, madre de Viengsay, en entrevista concedida al autor el 5 de febrero de 2011 en La Habana. 16 Viengsay Valdés. Entrevista concedida al autor.17 Las valoraciones vertidas en este libro tienen como base las entrevistas realizadas por el autor. En lo adelante, para todos los casos, solo se aclarará en la primera ocasión, salvo que se refiera a otra fuente o no sea clara la autoría de las declaraciones. [N. del E.]

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Los cimientos

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arribó a la adultez puso el primer huevo en su cama y el segundo en la cama de sus padres. Todavía hoy el recuerdo de Poulet permanece intacto en su memoria y es capaz de emocionarla al revivirlo.

Pero Poulet no fue su único entretenimiento; también se escapaba de su casa para jugar con unos jimaguas que vivían al lado. A diario, como un rito, cuando todos la creían en su cama durmiendo la siesta, se escabullía silenciosamente hasta la casona de sus vecinos, y luego volvía antes de que notaran su ausencia. Lo simpático era que a su edad le era imposible guardar las apariencias pues regresaba a la casa con las piernas llenas de tierra por el recorrido de ida y vuelta, que era todo una aventura. Para llegar a la residencia de los amiguitos se dejaba caer por las ramas que colgaban de unos arbustos, finalmente quebradas por lo recurrente de la práctica, de modo que muchas veces tuvo que deslizarse por la tierra hasta alcanzar la meta. Allí se divertía a sus anchas con los anfitriones que tenían velocípedos, piscina; pero en medio de la distracción se mantenía pendiente del tiempo —más o menos tenía una noción— y en un determinado momento se decía «ya tengo que regresar», y se marchaba. Otras veces no lo conseguía, se le iba el tiempo y sus padres se preocupaban, no sabían dónde estaba, hasta que se presentaban en la casa del vecino y allí encontraban a la traviesa.

Ya cuando cumplió los cuatro años las escapadas se hicieron menos frecuentes porque fue inscrita en un centro insertado al sistema de educación nacional seychellense. Sus padres, tomando en cuenta que pronto arribaría a la edad escolar y no tendrían la op-ción de una escuela internacional —esta solo cubría la etapa preescolar—, prefirieron adaptarla al ambiente desprovisto de privilegios de una escuela pública. Ello le permi-tió a Viengsay vincularse al mundo cotidiano de los niños seychellenses, aprender de su cultura, sus costumbres. Todavía ella recuerda las tostadas con mantequilla de las meriendas escolares, los juegos que aprendió con sus compañeritos de grupo, e inclu-so algunos elementos básicos de la lengua creole de aquel país que fue adquiriendo en su relación con ellos.

Por entonces también conoció las bellas playas de Seychelles y el mar se convirtió en una de sus grandes aficiones, una atracción cuyo influjo ha perdurado a lo largo de su vida.

En aquel entorno vivió Viengsay hasta mediados del año 1981, cuando sus padres to-maron una de las decisiones más duras de sus vidas: separarse de ella. Estaban conven-cidos de que era el momento justo para iniciarla en el proceso de adaptación a su país y asegurar su formación en el sistema educacional cubano.

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

Retorno a Cuba Cambio de vidaUna vez en la isla antillana, Viengsay se des-

pide de sus padres por un largo tiempo y Amparo queda totalmente responsable de la niña. Mientras, aquellos reanudan las funciones propias de su cargo en la República de las Seychelles.

La abuela vivía en La Habana del Este, en un edificio próximo a la costa, desde donde se podía ver el mar. Convivían en el apartamento de tres habitaciones, Amparo; su hijo varón, Antonio, al que todos le decían «Papito», quien era el más joven de la prole, soltero; sus hijas Hortensia y Regla, con sus respectivos descendientes: Ivey y Marjori —esta última, la más pequeña de los nietos, aún no había cumplido los tres años—.

El retorno al suelo natal iniciaba una nueva etapa en la vida de Viengsay, un cambio que implicaba la ausencia de sus padres, la adaptación a otro hogar y el despunte de síntomas alérgicos provocados por la humedad del clima caribeño que progresivamen-te dieron lugar a una afección respiratoria de mayor envergadura. Este último asunto —de entre los mencionados factores, cada uno con su fajo de probables efectos nega-tivos— fue algo que desde el principio preocupó mucho a la familia, porque Roberto era asmático, al igual que su padre, y se temía la probabilidad de que la niña hubiera heredado ese padecimiento, temor que no era infundado, pues todavía dolía en la me-moria familiar la muerte del abuelo paterno a causa de una crisis de asma.

Sin embargo, nada de ello le impidió a Viengsay tener una infancia plena. Estaba con su abuela Amparo, ese ser maravilloso a quien amaba, y a cuyo abrigo había permane-cido en diferentes períodos de sus primeros años, tanto en Laos como en Seychelles; y también tenía a sus tíos que la llenaban de atenciones, y a sus primos para compartir juegos y travesuras. A pesar del cambio y de la distancia que la separaba de sus padres todo favorecía su inserción en la órbita de esta familia grande, unida y laboriosa donde el hogar cobraba calidez, y proporcionaba a los niños esa sensación de amor y seguri-dad, vital para su sano desarrollo.

Algunos pormenores de esa época Viengsay no los olvidó nunca. Su abuelita le hacía «un café con leche maravilloso, unos buñuelos y unas torrejas memorables»; cuando le lavaba la cabeza, le dividía la espesa cabellera a la mitad para desenredársela, y aun-que ese era un momento terrible para ella porque tenía el pelo muy rizado, Amparo tenía una paciencia infinita para desenmarañarle suavemente aquella madeja y des-pués hacerle un peinado. «Me llenaba la cabeza de bucles —rememora Viengsay— y

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Los cimientos

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entonces, ya bien peinada, con el pelo todavía húmedo, bajaba a jugar con mi primo y los niños del vecindario».

Ivey y ella formaban un equipo fabuloso. «Éramos niños muy alegres que jugábamos en el barrio siempre. Con él aprendí a montar chivichana,18 él mismo las fabricaba. Nos tirábamos por las lomas y nos divertíamos mucho». Ya cuando era más grandecita y vivía con sus padres en la calle Serrano, municipio Diez de Octubre, intentó lanzarse en una chivichana ella sola, pero —nos relata sin poder contener la risa— la acera es-taba en tan mal estado que se quedaba varada a unos pocos metros del punto de arran-que, «¡en el primer hueco la chivichana se trababa, no podía correr, no lo lograba!».

Por aquel tiempo estuvo también muy cerca de la niña su hermano por parte de padre, Robertico, 14 años mayor que ella —tendría por entonces 20 años de edad—, quien le dedicaba una buena parte de su tiempo libre los fines de semana a la hermanita, con la que no había tenido oportunidad de intimar antes. Los domingos, iba a buscarla para llevarla «a dar una vuelta», a pesar de la distancia, porque él vivía muy lejos de ella, en la Víbora, y tenía que trasladarse hasta el paradero de Cojímar en un ómnibus cuyo recorrido era tortuoso. Pero «“Tico” asumía prácticamente como una obligación de hermano mayor» el ir a verla y llevarla a pasear. Ella esperaba con ansias el día de su visita. Con él llegó a conocer varios sitios de la ciudad; con él comió camarones por primera vez en su vida, en el restaurante Sofía, en La Rampa, un lugar que llegaron a frecuentar durante sus paseos; y con él conoció los carnavales de La Habana. Esas salidas fueron estrechando el lazo entre Viengsay y su hermano, creando una relación entrañable:

Prácticamente teníamos una relación de padre e hija, porque mi hermana nació cuando yo tenía alrededor de quince años, y desde que ella era chiquita estuvimos muy cerca. Yo la trataba como si fuera una hija mía. Me encargaba de buscarla al Círculo infantil, y también de llevarla a pasear porque nuestro padre y Clara no estaban aquí. Para salir el fin de semana nos poníamos de acuerdo; por ejemplo si yo tenía libres sábado y domingo, le daba a escoger a ella uno de los dos días para estar juntos, y entonces poder contar con un tiempo para mí, para compartir con mis amistades, porque la diferencia de edad no me permitía llevarla a los lugares que yo podía frecuentar. Entonces yo siempre buscaba la forma de poder compla-cerla, llevarla a los lugares que le gustaban, como al zoológico, o a comer lo que le

18 Chivichana: Vehículo rústico compuesto de una tabla de madera a la que se insertan cuatro rodamientos de bolas de automotor y un mecanismo de dirección. La diversión consiste en emplazar la tabla rodante en una parte alta de la acera, sentarse sobre ella con las piernas dobladas y dejarse caer por la pendiente. Era una práctica común entre los chicos de cualquier barrio de La Habana.

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

gustaba; recuerdo por ejemplo que la llevé varias veces al Pío-Pío porque a ella le encantaba el pollo, y la llevaba a los restaurantes, y a los sitios propios de su edad. Conmigo ella siempre fue bastante comunicativa, y cuando fue creciendo también fue más grande su confianza en mí, me contaba todo, a veces incluso, lo que no le contaba a nadie más.19

En ese período los vínculos afectivos tenían un peso mayor que de ordinario en la estabilidad emocional de una niña que sufría la falta de sus padres. Y es evidente que todos en el círculo familiar habían tomado conciencia de esa realidad. Eran escasas las veces que Viengsay podía conversar con sus padres, escuchar sus voces, porque entre otros inconvenientes la casa de Amparo no contaba con instalación telefónica. Clara y Roberto sabían de su hija la mayoría de las veces a través de los funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores que se mantenían al corriente de su estado de salud y de su desarrollo escolar.

Pero la situación se tornaba cada día más desesperante para los padres que no confor-mes con el hecho de solo poder hablarle a su pequeña muy esporádicamente, pasaban horas haciéndole grabaciones a dos voces para enviárselas vía valija diplomática. Ese mecanismo, de algún modo los acercaba a su hija y les permitía actuar en su forma-ción, haciéndole llegar sus cariños, inspirándole confianza de que a pesar de la distan-cia ellos estaban incondicionalmente con ella.

Y en verdad cumplieron su cometido. Cuando llegaban los casetes era un día de fiesta para Viengsay; emocionada se sentaba frente a la grabadora y por unos instantes sentía que sus padres estaban allí, junto a ella, hablándole: Hija, pórtate bien, hazle caso a tu abuelita, esfuérzate, sé buena niña…, pronto estaremos juntos de nuevo, te extrañamos mucho... Por años, aquellas grabaciones de Roberto y Clara consiguieron burlar la distancia y ocupar un espacio que hubiera sido imposible suplir en el corazón de su hija.

En busca de unas alasLa gimnasia rítmicaTranscurría el verano de 1981 y ya estaba

próxima la fecha en que Viengsay iniciaría su vida escolar en Cuba. Durante los meses

19 Roberto Valdés (hijo). Entrevista concedida al autor el 18 de junio de 2013 en La Habana.

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transcurridos desde su llegada a La Habana, la tía Hortensia había apreciado en ella además de su carácter intranquilo y desenvuelto, una especial inclinación por la músi-ca y el baile: «tenía un carisma y audición de ritmo extraordinarios con relación a sus primitas».20

Tales consideraciones no eran meros halagos mediados por el amor que Hortensia sentía por su sobrina, era el punto de vista de una entrenadora de gimnasia rítmica, avalado por su experiencia en esa profesión. Por entonces, trabajaba en la pre-EIDE (Escuela de Iniciación Deportiva) Alfredo Sosa en el municipio del Cerro, e intuyó que este deporte podía ser el cauce propicio para el talento que mostraba la pequeña Viengsay, ya que «en la preparatoria, la enseñanza de la gimnasia rítmica estaba estre-chamente vinculada con la danza, el ballet, la acrobacia, y la música, que en sus inicios era a piano pero que muy pronto, por aprobación internacional, incluyó el uso de diversos instrumentos musicales».21

Tomando en cuenta esos elementos, expuso a la familia su idea de matricular a Viengsay en la escuela de deportes, en la especialidad de gimnasia rítmica. Pero antes, probó las aptitudes de la pequeña: «Le hice unas pruebas sencillas de flexibilidad, y quedé sorprendida con su flexibilidad de espalda, continué con el resto de sus extremidades y, con relación a su edad, sus condiciones eran perfectas para entrar a la preparatoria de gimnasia».

Los argumentos utilizados por Hortensia resultaron convincentes y, con la aprobación de los padres, en septiembre de ese año Viengsay ingresa a la referida escuela de pre-paración deportiva en el grupo de gimnasia rítmica, luego de haber pasado satisfacto-riamente las pruebas de idoneidad.

A partir de este momento la niña se iniciará en un modo de vida radicalmente diferen-te, no solo por las particularidades de la enseñanza, sino también por los inconvenien-tes que deberá afrontar y la rigurosa disciplina a la que tendrá que someterse para dar cumplimiento a sus tareas cotidianas.

La escuela, ubicada en el municipio capitalino del Cerro comenzaba sus actividades a las 7:00 AM. Para poder trasladarse desde La Habana del Este hasta el centro estudian-til era necesario tomar dos autobuses, el segundo de ellos en su recorrido completo.

La puntualidad constituía un sacrificio para la pequeña porque tenía que levantarse a las cinco de la mañana. Cuenta Viengsay que al principio, cuando su tía la despertaba al

20 Testimonio escrito por Hortensia Herrera Rivero, tía materna de Viengsay.21 Ídem.

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

amanecer ella «pensaba “¡No puede ser! ¡No puede ser!”, era algo insoportable», pero se levantaba. No podía perder tiempo; la ceremonia del aseo y el arreglo personales debió adquirir paso maratónico; la parte más difícil era el peinado, ese momento era una prueba de resistencia, porque Hortensia, a diferencia de su abuela, le halaba mu-cho el cabello, al punto que Viengsay cree es ahí donde está el origen de las entradas tan amplias que la caracterizaron y la alopecia que padeció más tarde. Sin embargo, el recuerdo de tales episodios no le impide reconocer con profundo sentimiento de amor y gratitud que la «tía Hoty» fue determinante en su educación:

Era ella la que tomaba dos autobuses para llevarme a la escuela cada día, y la que me halaba los pelos; y en la gimnasia me trataba como a una alumna más, sin in-dulgencia, al contrario, me hacía los estiramientos más duros que a las demás, ¡al punto de las lágrimas!…Suena como una madrastra mala, pero gracias a ella supe lo que significaba la palabra «voluntad».

Ajustado el último lazo del peinado salían de la casa a enfrentar una especie de odisea: tomar a tiempo el primer autobús que les cruzaba el túnel de La Habana, para una vez allí poder acceder al segundo, este último hasta el paradero de Palatino, a unas cuadras del centro donde estudiaba. Viengsay recuerda que muchas veces viajaba dormida en el ómnibus:

Iba babeándome encima de mi primo [se refiere a Ivey, el hijo de Hortensia, ma-yor que ella, quien también estudiaba en el Cerro]. El levantarme de esa camita al amanecer y tener que tomar dos autobuses para ir a la escuela era un esfuerzo tremendo, me venía a reanimar cuando cambiaba de un autobús para el otro, y en ese último generalmente no alcanzaba asiento, debía viajar de pie todavía muerta de sueño. Pero ya después el esfuerzo se fue convirtiendo en un rito y el cuerpo se levantaba, y el cuerpo trabajaba.

Vencida la etapa preescolar, y con ella el nivel inicial de gimnasia rítmica, Viengsay comienza el primer grado de la enseñanza primaria. Un mes después de inaugurado el curso escolar, el 6 de octubre de 1982 recibe la pañoleta azul, entrando a formar parte de la Organización de Pioneros Moncadistas, hecho que implica un compromiso mayor por el cúmulo de actividades que ello añade a las propias de la docencia. El esfuerzo deberá multiplicarse, pues además de continuar la práctica de la gimnasia en una fase de complejidad superior, tendrá que aprender a leer y a escribir en un lapso relativamente breve, como establece el programa nacional de enseñanza.

En consecuencia, este nuevo régimen fue transformando aún más el universo de Viengsay. Compartir con los niños del vecindario se hizo cada vez menos frecuente

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porque ellos asistían a la escuela más próxima de la localidad, por tanto, los horarios de salida para la escuela y de regreso al final de la jornada no eran coincidentes con los de ella que salía cuando todos dormían y regresaba a la casa muy tarde cuando los demás niños ya se habían recogido en sus hogares. A esa hora, Viengsay debía afrontar el cansancio del día, ponerse a estudiar y realizar sus tareas escolares. Muchas veces se quedaba dormida sobre el libro pero, a pesar de su corta edad, tenía tal sentido escrupuloso del orden —cualidad que ya se había hecho notable en el ámbito del ho-gar— que no le era difícil en su condición de estudiante organizar el tiempo y estar a la altura de las nuevas exigencias.

De forma progresiva fue logrando realizar sus metas con resultados satisfactorios, no solo en la parte académica, donde obtuvo magníficos promedios, sino también en su preparación deportiva.

«En la EIDE se destacó bastante», recuerda su tía Hortensia. Como gimnasta, in-tervino en eventos deportivos correspondientes a su categoría en diferentes niveles, incluidas competencias nacionales:

Viengsay tenía un don de ritmo excelente, lo cual aprovechaba. Y cuando la ponía a trabajar en equipo con los implementos deportivos que requería esta disciplina, su manejo y control en el trabajo de grupo eran espectaculares. Incluso, hubo una ocasión en que la llevaron a competir y resultó una de las más destacadas tanto por su desempeño individual como por su trabajo en el equipo.22

La gimnasia rítmica es una modalidad singular, porque si bien es cierto que el alto rendimiento, la fortaleza y destreza físicas son temas preponderantes en su campo —como en prácticamente todo tipo de deportes—; su técnica combina el uso de los diversos implementos que le son inherentes —cuerda, aro, pelota, mazas y cintas— con elementos de música, acrobacia, danza; lo cual requiere sentido del ritmo, musi-calidad, y una capacidad creadora.

Intuitivamente, la gimnasia había adquirido para Viengsay una connotación más amplia y estimulante. Su talento natural había encontrado en la práctica de este deporte un canal de realización: la posibilidad de bailar, asumir roles, crear; que eran en suma, el hacer que más le complacía.

Desde su inicio en la primaria y en el trayecto de esta formación vocacional, partici-pó en numerosas actividades extraescolares representando lo mismo a su centro de

22 Testimonio escrito por Hortensia Herrera Rivero, tía materna de Viengsay.

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

enseñanza que a la Casa de Cultura del Cerro y fue premiada en el concurso «Que siempre brille el sol», de la Televisión Cubana. De dichas presentaciones, ella recuerda «una coreografía con la canción Sandunguera, de la orquesta los Van Van, un baile popu-lar, salsa, con movimientos de rumba, que bailábamos con unas guaracheras grandes»; y otra que bailaron en los carnavales de La Habana: «simbolizábamos cañitas de azúcar, las mismas madres nos confeccionaron el vestuario; pero además participábamos en concursos, vestidas con los típicos trajecitos de gimnasia, las sayitas rumberas con los colores de la bandera cubana y las clavas; y con esos atuendos hacíamos las “Tablas”, una especie de coreografías particularmente rítmicas».

También había tenido oportunidad de asumir roles en coreografías infantiles que pre-sentaban en un pequeño teatro emplazado en la calle Infanta. En una de esas funciones ella representaba al Sol. Para la ocasión su tía le «confeccionó una careta con confetis dorados, tiñó de amarillo un pedazo de mosquitero, y le colgó más lentejuelas ahí». Viengsay «estaba absolutamente convencida de que era el Sol». Desde ese momento probablemente estuviera ejecutando pasos de ballet aún sin tener conocimientos de esa disciplina, porque a ella la música la incitaba a realizar pasos, gestos, sin saber aún que hay un nombre para cada uno.

Esto, unido a las competiciones deportivas le dio a la pequeña gimnasta mucha vida, mucha diversidad. Para un espíritu de energía e imaginación desbordantes como el suyo, con una aptitud y sensibilidad artísticas que la gimnasia rítmica no solo presupo-ne sino que contribuye a desarrollar, la práctica de este deporte constituía una fuente de inspiración. Ello le permitió mantenerse firme donde otras niñas se mostraron vacilantes, y asumir con reciedumbre los embates que después sobrevinieron.

Durante el tercer y cuarto años ya no daba clases de gimnasia con su tía Hortensia, con ella había trabajado hasta un nivel pero ahora entraba en uno superior, que implicaba cambio de instructores y un nuevo centro de entrenamiento.

A los ocho años de edad, debía viajar sola desde la escuela «Alfredo Sosa», en el Cerro, hasta el Paseo del Prado, en La Habana Vieja, donde estaba emplazada la Escuela de Gimnasia y Esgrima, que —dato curioso— más tarde se convirtió en la sede de la Escuela Nacional de Ballet. Diariamente, al concluir las clases de escolaridad, tomaba un ómnibus para ir a la escuela de gimnasia. Pero no se trataba solo de un nuevo en-torno físico, sino también de un salto considerable en el nivel de exigencia.

Los profesores —entre quienes se destacaba por su carácter severo la maestra Gisolina, «¡le llamábamos “gasolina” por su carácter explosivo!», confiesa Viengsay al recordar-la— llevaban a cabo la preparación de sus pequeños discípulos con puño de hierro,

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lograr de los atletas un alto rendimiento era el propósito. Y muy pronto tuvo Viengsay su primera experiencia demostrativa de que la condescendencia ante el error no esta-ba contemplada en los planes de sus instructores.

Ese día trabajaban con el balón, aprendían cómo realizar una espiral. Durante el de-sarrollo de los ejercicios la gimnasta no debía perder el contacto con el implemen-to. Una vez que el entrenador dio las indicaciones técnicas necesarias para lograrlo, llegó el momento de proceder a su ejecución. El sinuoso movimiento en que debía mantenerse rodando la pelota sobre el cuerpo de la gimnasta exigía concentración y pericia porque un gesto inexacto podía comprometer el equilibrio del balón y, como era la primera vez que realizaban el ejercicio, cabía por supuesto esa probabilidad. La perfección vendría con el tiempo y mucha práctica —pensaban las alumnas—. Pero estaban totalmente equivocadas al respecto. Lo supieron cuando una leve imprecisión de Viengsay en un movimiento de mano provocó la caída de su pelota y ello trajo como consecuencia la aplicación de medidas drásticas: «¡Arriba!, ¡Diez escaleras!» —tronó en el recinto la voz del entrenador—. El error le había costado caro, tendría que subir y bajar una decena de veces los 94 escalones del interior del inmueble. ¡Y qué escalones!

Aunque sorprendida por la severidad del «castigo», Viengsay no se amilanó. Ella era incapaz de quejarse, de rendirse, decir «no, no lo voy a hacer» era algo incongruente con su naturaleza, consideraba esa actitud una malcriadez y ella nunca se condujo de ese modo. Impertérrita, subió y bajó diez veces la monumental escalera. Cuando ter-minó, ya todas las chicas se iban a descansar, había concluido para ellas el entrenamien-to que tenía lugar al final de cada clase técnica. Pero para Viengsay estaba por iniciarse el suyo con sus respectivas tandas de abdominales y ejercicios de fuerza de cuádriceps, de brazos, entre otros no menos exigentes.

Al recrear la experiencia de aquel día, Viengsay nos relata: «Me dijeron: “¡Arriba!, ¡Diez escaleras!”, y de la manera en que lo decían era como una orden, decididamente eso era una orden, y yo la acataba, o sea, no me ponía a protestar; lo daba por un he-cho, porque pensaba: “eso es para que yo sea mejor”. Así que hacía mis diez escaleras, después me empataba con el entrenamiento y al día siguiente me esforzaba más para que esa pelota no se cayera; aprendía del error para no repetirlo».

Con la práctica llegó el perfeccionamiento, y el grupo de gimnasia estuvo listo para participar junto al equipo nacional de Cuba en una gira a Camagüey. Allí se alzó con la Copa de Oro en la modalidad por equipos, e individualmente Viengsay ganaría lo que ella califica como una «medallita», pero que es la evidencia de que «el esfuerzo no

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

fue en vano», de que tuvo sus logros en la gimnasia. «Los profesores fueron implaca-bles» —afirma— «pero eso me formó a mí de acero. Les debo a ellos ese temple, me hicieron fortalecerme».

Tras esa apreciación subyace el significado más profundo de la formación de Viengsay en la gimnasia. Lo importante no fueron sus resultados concretos en esa disciplina sino la parte de esta en la fragua de su personalidad, su aporte al proceso de transmutación que requiere el ser como entidad para poder revelarse en su esencia. La gimnasia le dio la fuerza física, le moldeó el carácter, y simultáneamente le abrió una compuerta a través de la cual podía romper los diques interpuestos por lo terrenal mundano a las necesidades expresivas de su mundo interior: un sitio recóndito e intangible, perma-nentemente agitado por la necesidad de crecer y ávido de alas con las que emprender el vuelo.

El balletEl momento reclamaba la decisión de un

nuevo paso, valorar qué sería lo próximo. Por una parte, la gimnasia rítmica exige un máximo de rendimiento para un período de realización profesional muy corto; por otra, Viengsay parecía haber bebido de aquella fuente no para echar raíces, sino lo ne-cesario para continuar camino.

Quienes la conocieron en esa época convienen en el criterio de que era una niña de es-píritu muy dinámico y que el baile era su mayor atracción. Disfrutaba bailar, quería ha-cerlo todo el tiempo y bailaba en cualquier coyuntura. Los adultos recuerdan que por entonces era de admirar la gracia con que imitaba los pasos coreográficos de Michael Jackson o los del llamado break dance. Su abuela Amparo quien habla de Viengsay con mucha propiedad porque como ella misma afirma con orgullo es hija de Clara pero de ella también, al rememorar aquellos tiempos exclama con una sonrisa pícara:

¡Esa «Viengsayita»... tenía una sangre en el cuerpo tremenda! Era una niña, para empezar, muy inteligente, inteligentísima…, en la escuela era muy aplicada, traía muy buenas notas siempre, estudiaba, era muy puntual, muy seria en sus estudios. Pero también era muy traviesa, muy intranquila, despierta. Le gustaba la televi-sión, la radio, todo, y ¡principalmente el baile!... ¡el baile! 23

23 Amparo Rivero. Entrevista concedida al autor.

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Cuando eventualmente los padres tenían que llevar a la niña a sus reuniones, ella se convertía en el centro de atención: «De pronto se ponía a bailar ella sola, entonces las personas presentes le hacían un círculo y se ponían a celebrarla, “ah, pero la niña baila de todo” —exclamaban— y la incitaban: “¡ahora guaguancó!” y bailaba guaguancó, se lucía, lo mismo bailaba break dance, que guaguancó, salsa, todo. Lo de ella era mover-se».24 Ya en la etapa preescolar los maestros «montaban pequeñas coreografías con los niños, y ella bailaba Empinando el papalote, hay una foto de ella ejecutando ese baile junto a su amiguito Pacheco. Desde esa edad les iban creando el oído musical, ense-ñándoles las formas de baile, y eso a ella le encantaba».25 Causaba sensación su forma de moverse, su salero, y su ingenio para crear pasos y componer movimientos siem-pre al compás de la música. Sin embargo, su inclinación por el baile fue algo natural, personal, donde no hubo una influencia externa. Al respecto, ella nos ha comentado:

Todo lo que era música me llamaba la atención, pero en mi familia no tuve a nadie que me guiara en ese sentido y me dijera: «mira niña, se hace así»…, mi papá era patón,26 mi mamá nada de nada, mi hermano tampoco, o sea, nadie me enseñó.

Si en algún programa televisivo pasaban un ballet, Viengsay se quedaba extasiada mi-rándolo. Luego, revolvía la casa en busca de trapos, pulseras, pañuelos, cualquier tipo de accesorios para disfrazarse, y con una de sus amiguitas ella misma montaba una especie de coreografía con el primer tema que se le ocurriera e iba mostrándole a la otra chica cómo hacerlo: «tú te pones aquí y haces esto»…, y entonces se ponían a improvisar, todo en función de la danza y la imaginación.

Así, surgió el ballet como una opción en la que podría explotar lo que había aprendido en la gimnasia, cultivar su gusto por el baile y desarrollar sus cualidades artísticas. De modo que el tema se impuso en la conversación familiar y nuevamente Hortensia fue clave, llevó la iniciativa. «Analizando su potencia» ella llegó a la conclusión de que Viengsay «podía llegar a ser una buena bailarina»,27 le gustaba la música, le encan-taba bailar y tenía condiciones físicas, ya las tenía formadas. Entonces, propuso que la llevaran a realizar las pruebas de ballet, y Amparo, tomándole la palabra, dijo con resolución: «Bueno, pues yo la llevo».

24 Clara Herrera. Entrevista concedida al autor.25 Ídem. 26 Patón (a): En el argot popular cubano se usa en referencia a una persona que no sabe bailar y al intentarlo se mueve fuera de ritmo y con torpeza. 27 Testimonio escrito por Hortensia Herrera Rivero, tía materna de Viengsay.

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

Había llegado el momento de demostrar si reunía las condiciones idóneas para ini-ciarse en el aprendizaje de ese difícil arte. Subrayamos que aunque en el lenguaje co-rriente suele estrecharse el término aptitud a las condiciones exclusivamente físicas, o exclusivamente intelectuales, en dependencia del tema al que se haga referencia, en el caso del ballet, no solo cuentan las características físicas innatas y la capacidad de control corporal, sino también la de poder dominar mentalmente el espacio físico, las habilidades musicales, las respuestas emocionales y la personalidad.

El día señalado, a la hora dispuesta se presentó Viengsay acompañada de su abuela ma-terna en la escuela Alejo Carpentier ubicada en L y 19, Vedado, lugar donde radicaba la Escuela Elemental de Ballet, para realizar las pruebas de aptitud. Su sorpresa al constatar la numerosa cantidad de aspirantes la desconcertó por unos minutos, pero pronto Amparo se ocupó de recordarle sus cualidades e insuflarle aliento, logrando que la confianza deviniera armadura.

Las pruebas comprendían una serie de ejercicios donde se sometían a consideración las condiciones físicas —características del empeine en particular y las zonas muscula-res en general, la elasticidad, la postura y la capacidad de coordinación de movimien-tos—, ejecución a ritmo, con palmadas, y la capacidad creativa. Viengsay contaba con una destreza física extraordinaria adquirida en la práctica de la gimnasia. No obstante, el nivel de competencia era muy fuerte, tanto por el número de candidatas como por el calibre de estas, quienes presentaban, en su mayoría, características físicas ideales.

Las demostraciones requeridas fueron creciendo en complejidad. Ejecutadas las pri-meras instrucciones se les pidió a las chicas reunirse en el salón 1 de la escuela y una vez allí se les indicó: «Ahora vayan hacia el centro y cuando escuchen la música del piano interpreten lo que sientan con esa música». Comenzó la ejecutante a tocar la pieza y la melodía invadió el recinto repleto de niñas —eran tantas que debían cui-darse de no chocar unas con otras—. Pero demostrar su talento en esta prueba no sería difícil para Viengsay; aquel ejercicio no le resultaba totalmente ajeno. En breve, iniciaría su danza y con ella iría perdiendo de vista a los presentes —competidores y miembros del jurado—; únicamente ella sobre el mármol gris que de a poco también se iría extinguiendo para dejarla discurrir libre, plena, total, sobre la infinitud de otros espacios que hasta entonces ella solo había entrevisto: «este es mi mundo», reconoció al instante mientras ejecutaba los movimientos que le sugería la música, con tal emo-ción, con tanto brillo, que los miembros del jurado no solo la escogieron, sino que le otorgaron la mejor calificación.

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Pero este resultado no se supo hasta más adelante, cuando ya la comisión de profesores que integraban el jurado había tenido el tiempo suficiente para deliberar e intercam-biar opiniones sobre el desempeño de cada uno de los niños.

Ese día, de nuevo Amparo llevó a su nieta hasta la escuela de Ballet para conocer las evaluaciones. Estaban muy nerviosas, Viengsay no la dejaba tranquila: «Ay abuelita, a ver si aprobamos, a ver si aprobamos…». Y cuando llegaron, al momento de leer las listas de los seleccionados, ocurrió algo muy simpático: como las relaciones de nom-bres ocupaban varias bandas de papel y Viengsay empezó a leer por la lista del medio, no encontraba su nombre; seguía para arriba, a otra lista, tampoco, y exclamaba: «¡Yo no me veo, ay, no me veo!», hasta que finalmente llegó a la primera lista, y al primer nombre de esa: Viengsay Valdés Herrera. Entonces su abuelita y ella se rieron a carca-jadas, y salieron de allí felices a celebrarlo tomando helado en «Coppélia».28

Al regreso, hablaron por teléfono con los padres de Viengsay para darles la noticia. Desde el recinto diplomático en Seychelles, Clara y Roberto compartieron emocio-nados la dicha de su pequeña hija y prometieron apoyarla en su elección a pesar de las reservas que tenían por la complejidad de esa carrera.

Una elección de rigorEl ballet es una elección de rigor como lo

son también, en mayor o menor medida, otras carreras vocacionales que deben iniciarse a muy temprana edad; entre otras cosas porque exige al niño renunciar a una buena parte de las diversiones, y predilecciones propias de la infancia, así como duplicar esfuerzos para vencer paralelamente sus grados de escolaridad correspondientes a la enseñanza ge-neral y avanzar en la especializada, cuyo aprendizaje incluye, además de la técnica, otras materias de carácter teórico.

Desde el inicio en el nivel elemental, a la edad de ocho o nueve años, los niños deberán adaptarse a un régimen de entrenamiento físico diario que presupone una vocación a toda prueba porque quien aspira a ser un profesional del ballet no puede dejar de ejerci-tarse un solo día. Ello precisa de resistencia, dedicación, concentración, y paciencia para no dar espacio al tedio que pudiera provocar a esas edades la repetición cotidiana de una misma secuencia de actividades.

28 Heladería emblemática ubicada en la calle 23 esquina a L en el reparto habanero del Vedado, cuyo nombre «Coppélia» —ballet homónimo del compositor francés Léo Delibes—, fue sugerido por Alicia Alonso a Fidel Castro en respuesta a la consulta que este le hiciera a propósito de su inauguración en 1963.

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

El rito que tiene lugar durante cada sesión comienza en la barra con ejercicios de posición y ejercicios ligeros de calentamiento desde los pies hasta las caderas, a los que siguen movimientos complejos de flexibilidad, coordinación muscular y ritmo. Después, viene el centro que se divide en adagio y allegro: en el primero, los movi-mientos son lentos y vienen de la estructura de la barra, y en el final se ejecutan los grandes saltos, los giros y los desplazamientos.29

En este día a día de los estudiantes de ballet, la actitud de los padres es fundamental, ellos no solo deberán ajustar sus vidas al estricto cronograma de sus hijos que además de las clases incluirá con frecuencia ensayos, presentaciones en horarios nocturnos y fuera de la escuela, sino que también deberán garantizar el cumplimiento riguroso de la dieta, todo ello en medio de una situación económica que afecta la estabilidad del transporte urbano e incide en la carestía de los alimentos.

Se pacta con una entrega total en aras de un aprendizaje que puede rendir los frutos deseados o no, porque después sucede que muchos de esos niños no logran el pase de nivel y terminan su carrera al concluir los cinco años de nivel elemental:

No vamos a decir que en esos casos, la abnegación de esos niños y de sus padres re-sulta en vano, porque en esa etapa pudieron adquirir conocimientos maravillosos; y el conocimiento, aún cuando no se pueda materializar en una profesión, todavía podemos disfrutarlo, nunca es inútil lo aprendido. Pero si al final no resulta en la realización profesional a que aspiramos, puede ser frustrante, es frustrante. Y en los casos en que llegan, que logran su pase de nivel, que se encaminan, tienen que vencer tres años más para completar los ocho que dura la formación de un bailarín profesional. Tres años también de muchísimo sacrificio, de un ritmo aún mayor de actividades, para ver si logran llegar a formar parte de la compañía, que en apa-riencia es el sueño, la meta, pero si tienen éxito y lo consiguen, entonces empieza una etapa que requiere de mucho esfuerzo para llegar a imponerse, a destacarse como profesional.30

En suma, el ballet es una carrera difícil, en la cual los grados de exigencia no merman con los niveles vencidos, ni las categorías alcanzadas, y que por las edades tempranas que marcan su arranque, involucra a los padres de manera directa y constante en la actividad de los hijos. Elegirla significa elegir toda una vida de dedicación y entrega ab-solutas; pero evidentemente —abundan los ejemplos— a ello están dispuestos niñas

29 Ismael Albelo. Entrevista concedida al autor.30 Consideraciones de la esposa del maestro Fernando Alonso, en entrevistas concedidas al autor durante el mes de agosto de 2011.

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y niños que cuentan con el talento, la vocación, y el soporte de la familia en el camino a la realización personal.

En el caminoEscuela Elemental de Ballet Alejo CarpentierEn septiembre de 1986, a los 9 años de

edad, ingresó Viengsay a la Escuela Elemental de Ballet Alejo Carpentier ubicada en L y 19, en el Vedado, donde estudiaría hasta 1991; o sea, el lustro correspondiente a la enseñanza elemental de ballet, que en los niveles de escolaridad abarca desde el quinto grado de la educación primaria hasta el noveno grado de la Secundaria Básica.

Para entonces ya vivía con sus padres en su casa de la calle Serrano, en Santos Suárez, pues ellos habían concluido su misión en las Seychelles. Y sí, fue una tarea ardua cum-plir con los rigores de la escuela. Tenía que levantarse muy temprano y varias veces no pudo evitar llegar tarde. Con la ayuda de sus padres tuvo que buscar combinaciones de rutas para ir al Vedado. La ruta 14 doblaba justo a una esquina de su casa y más adelante podía tomar la 37, o la 15, pero esos ruteros aplicaban en aquella época el mecanismo de que subía la misma cantidad de personas que bajaba en la parada, y en muchas ocasiones solo bajaba un pasajero, así que solo uno tenía la oportunidad de subirse al ómnibus.

Del regreso, por lo general, se encargaban los padres cuando terminaban la jornada laboral, pero ellos tenían mucho contenido de trabajo y frecuentemente termina-ban muy tarde sus actividades, por lo que Viengsay debía esperar durante horas a que pasaran a recogerla. Incluso, hubo días que debió irse a casa de Anissa Curbelo, una amiguita del aula que vivía cerca del centro de estudios, cuyos padres —también di-plomáticos de profesión— eran muy amigos de los suyos, y permanecer allí hasta que fueran a buscarla.

Algunas veces se quedaba dormida esperándolos, pero otras hacía de las suyas; los días que llovía, se escapaba a darse un baño de aguacero en la azotea del edificio, y después tenía que borrar las huellas del «delito» porque su madre se lo tenía prohibido, pues

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

ya Viengsay había comenzado a padecer de bronquitis asmática. Muchas veces Clara tendría que correr con ella al hospital por causa de la alergia y fiebres altas asociadas a una crisis asmática. Un reconocido médico del Hospital Infantil William Soler, el doc-tor Rodríguez Gavaldá, le había explicado desde la primera vez que atendió a Viengsay que la causa principal de su padecimiento podía ser el alto grado de humedad del clima nuestro.

Sin embargo, ni los problemas del transporte, ni las crisis de asma, ni los inconvenien-tes de la ocupación de los padres hicieron que Viengsay cejara en su empeño. Había encontrado su lugar. Había encontrado sus alas.

Sus padres la apoyaron todo el tiempo, en su agenda del día estaba cuándo Viengsay tenía un ensayo, la hora de recogerla en la escuela, la hora de una clase determinada, y en esa tarea también contaban con la ayuda de Robertico, el hermano paterno de la niña. Ellos estuvieron a su lado, incondicionales, siempre que podían la iban a bus-car los padres, los dos juntos, pero si no, uno de ellos estaba allí sin falta, o estaba el hermano, que se mantenía pendiente de ella, atento si necesitaban de él, a veces ter-minaba su trabajo e iba él a buscarla a la escuela, «me daban las 8 y las 9 de la noche esperándola».31

En L y 19 recibían clases de Educación Musical, Repertorio, Composición —que era a lo que llamaban «improvisación» en el argot interno—, Preparación Física, Danzas de carácter, de Folklore internacional, Lengua francesa, y la técnica del ballet clásico propiamente. Justo en el curso en que entró Viengsay eliminaron del plan docente las clases de piano, hecho que ella lamenta hasta el día de hoy, porque el piano es de los instrumentos que adora, además del violín. A ella le decían que tenía manos de pia-nista porque heredó las manos grandes de su padre, la gente comentaba que podía haber tocado un piano maravilloso. Y sí, aprender piano le hubiera encantado, pero no fue posible porque el aprendizaje de este instrumento se impartía solo en los niveles siguientes, correspondientes a las generaciones que desde el principio lo habían reci-bido y tenían que completarlo.

Viengsay empezó muy bien en el ballet; venía con excelentes condiciones físicas de la gimnasia, donde había desarrollado una gran elasticidad y fortaleza de músculos. Sin embargo, pronto se hizo evidente que su fisionomía no respondía exactamente a ese ideal de cuerpo filiforme, en especial, las piernas largas y finas de altas extensiones predominantes en la concepción de una bailarina clásica. Así, tuvo que aprender a

31 Roberto Valdés (hijo). Entrevista concedida al autor.

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trabajar duramente en las posiciones de ballet, sobre todo en la posición de los pies en dehors (hacia afuera), que por sus características corporales le resultaba más difícil buscar esa forma, esa abertura.

Con este factor en contra era crucial para Viengsay recibir una atención personalizada, pero en esa etapa los profesores se alternaban constantemente los grupos y esos cam-bios frecuentes dificultaban que tuviera un seguimiento de acuerdo con sus particula-ridades, porque cuando un maestro tenía formado un criterio sobre ella, sobre cómo explotar sus cualidades físicas y trabajar sus puntos débiles, sucedía que venía otro que lo pasaba por alto y no la atendía en sus defectos o no le dedicaba el tiempo y la atención que requerían. Esa falta de constancia, que sin duda influye en el ritmo de aprendizaje del alumno, más aún en este arte que requiere estar encima de los defectos, repetir y repetir las correcciones para que el niño las incorpore, afectó directamente a Viengsay quien llegó a sentirse preterida por no ser de las niñas que poseían esas condiciones físicas innatas que propician la enseñanza del ballet, y fue perdiendo el incentivo.

No pasaría mucho tiempo para que esta situación diera al traste con la calidad de su preparación, pues a la par que mermaban sus ánimos iba disminuyendo tam-bién su esfuerzo en el entrenamiento individual y, en consecuencia, aquella elas-ticidad maravillosa que tenía y la fortaleza muscular desarrollada en la gimnasia. La evidencia más palpable de esa cadena de efectos negativos fue el resultado de Viengsay en la prueba de Ballet a finales del segundo año.

Un revés, una convicciónEl día antes del examen Viengsay pretendió

salvar las desventajas con un esfuerzo colosal. En su casa había un espejo al fondo del comedor que llegaba hasta el piso, y para su entrenamiento le venía perfecto, frente a él se agarraba de una silla y se ponía sola a practicar, a trabajar en las posiciones. Y ese día realizó los ejercicios hasta el agotamiento, se esforzó como no lo había hecho en todo un curso.

Pero como no era posible lograr en solitario superar limitaciones que demandaban la atención personalizada y sistemática de un maestro, y como tampoco es posible en un día de trabajo por intenso que este sea conseguir lo que requiere tiempo y una disciplina inquebrantable por parte del alumno, la consecuencia fue que obtuvo una calificación de 83 puntos sobre cien, una nota mediocre para una estudiante con su talento. De quince niñas que había en su grupo esa nota la situaba entre el octavo y el décimo lugar, o sea entre las cinco o siete últimas.

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

De regreso a su casa iban en el Lada azul de su padre, él, al volante, Clara al lado suyo, y ella en la parte trasera, llorando. Durante una buena parte del trayecto los padres permanecieron callados dejando que la niña desahogara su desconcierto, pero ya subiendo por la calle donde vivían, su mamá se volteó en el asiento y le pregun-tó: «Viengsay, ¿de verdad te gusta esta carrera?» y ella, sin parar de sollozar le res-pondió: «Sí, mami, a mí me gusta, a mí me gusta esto, sí, a mí me gusta…» Entonces, Clara, comprensiva pero enérgica, le dijo: «Bueno, mi vida, tienes que esforzarte, tienes que esforzarte porque esta es una carrera muy sacrificada, si de verdad tú quieres llegar, por favor, esfuérzate para ser una de las mejores; no te conformes con ser una más». Esas palabras de la madre sacudieron a Viengsay, al extremo de que cambiaron su vida totalmente. En ese momento reaccionó, y se dijo: Ya. Está bien; y enjugó sus lágrimas. «Fue como un despertar».32

El próximo curso empezó su tercer año del nivel elemental con un empuje, una fuerza y una dedicación impresionantes. Desde el principio algo en ella había llamado la atención de sus maestros. «No era una niña con mucho en dehors, pero tenía lo necesario como para avanzar, ponía tanto empeño en hacer las cosas, en bailar bien, con mucha concentración desde esa edad tan pequeña», que a pesar de esta deficiencia ya había dentro del profesorado quienes afirmaban «no tie-ne tantas extensiones, pero va a bailar porque le gusta, tiene corazón y es muy inteligente».33

Y trabajaba sin descanso, sacaba fuerzas precisamente de la voluntad, de la constancia, de esa disciplina que le creó a ella la gimnasia, y que también formaba parte de los valores de conducta que le inculcaron sus padres.

Ya por entonces cursaba la Secundaria Básica. Las clases de Ballet eran por la mañana en L y 19 y las clases de escolaridad por la tarde en la escuela Raúl Gómez García en 23 y C —donde estudiaban también los alumnos de Artes Plásticas y Música—; se trasladaban de una escuela a otra caminando (unas 11 cuadras) pero llegaban todavía frescos, vitales como la generalidad de los chicos a esa edad y si les quedaba un tiempo libre antes de entrar, entonces compartían, se ponían a jugar disco en el parque Mariana Grajales, un gran parque ubicado frente a la escuela, allí se dispersaban por toda el área, abrían una

32 Viengsay Valdés. Entrevista concedida al autor.33 Dra. Ramona de Sáa Bello, ex primera bailarina y profesora, fundadora de la Escuela Nacional de Ballet y a cargo de su dirección desde 1967, en entrevista concedida al autor el 20 de junio de 2011 en La Habana.

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especie de círculo bien grande y se lanzaban el disco de un lado a otro, llegaban al aula agitados, transpirando, y así empezaban las clases.

El programa académico escolar comprendía, entre otras asignaturas: Química, Matemática, Lengua española, Literatura, Historia, Física, incluyendo Idioma inglés que se impartió durante un año.

Viengsay era una estudiante aplicada. Aparte de sus progresos en el ballet, en la escola-ridad sus notas eran de cien puntos. Cumplía con todas las tareas que le correspondían, y en ambas modalidades de enseñanza mostraba ser una adolescente responsable. En cuanto a sus amistades, que en esta etapa de la vida adquieren una importancia mayor que en ninguna otra, sus padres no tenían motivo de preocupación, ella demostraba ser muy selectiva con el tipo de personas con que intimaba. Su mejor amiga era Janet Pomares, una magnífica estudiante y excelente persona. La afinidad de caracteres e intereses que las conectó siendo prácticamente niñas llegó a crear un lazo de amistad que ha perdurado hasta el día de hoy; ella sigue a Viengsay, y siempre que sus obliga-ciones profesionales se lo permiten acude a verla bailar.34

La relación entre las adolescentes era de tal complicidad que llegaron al punto de inventar un abecedario de códigos secretos para que nadie pudiera inmiscuirse en sus asuntos, y «sus cosas» fueran del dominio de ellas dos exclusivamente: la A era un palito con una rayita; la B se correspondía con otros trazos caligráficos… y lo mismo hicieron con todas las letras. Janet era de la misma ralea que Viengsay, dedicada al estu-dio y cuidadosa de sus responsabilidades; las dos se sentaban en la parte delantera del aula para estar cerca de la maestra y concentrarse en las lecciones. Cuando terminaban las clases, si les quedaba tiempo se ponían a hacer la tarea del día siguiente y entonces se iban para la casa, despejadas, con menos deberes pendientes. «Janet era más perfec-cionista, era capaz de revalorizar una asignatura para superar una nota de 98 puntos, aunque ello implicara un mes más de estudio».35 Viengsay no, un 98 para ella estaba bien, tampoco era tan exagerada, pero sí obtenía buenas notas y su promedio general era muy bueno.

Tanto a Viengsay como a su amiga era difícil persuadirlas para actuar en contra de las reglas. Si el resto del grupo decidía aprovecharse de una coyuntura para irse antes de tiempo, faltar a un turno de clases, «escaparse», tenían que empezar por ver cómo

34 Janet Pomares continuó sus estudios en el Instituto Preuniversitario Vocacional Vladimir Ilich Lenin. Es graduada de Ingeniería Automática y Máster en Sistemas Digitales. Actualmente se desempeña como investigadora. 35 Viengsay Valdés. Entrevista concedida al autor.

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

convencerlas a ellas, porque tenían la conciencia, esa voz interior que les advertía: «¡No!». Sentían vergüenza de que pudieran llamarles la atención. En el último año, por ejemplo, habían programados turnos en el horario vespertino y a veces la profe-sora tardaba en llegar o no se presentaba; y a las tres y media ya todo el mundo estaba inquieto; «realmente se hacía muy pesado quedarse hasta las cinco y treinta, se tornaba una necesidad el hacer algo, el irse de allí y poner fin a la espera». Pero a Janet y a ella les costaba tomar esa decisión, se quedaban hasta el final en el aula. Sus compañeros de grupo se quejaban de esa actitud: «¡Ay, qué conscientes son ustedes!» les decían.

Cuando todo el grupo planeaba: «Vámonos para el bosque de La Habana», constituía un problema contar con la aprobación de ellas. No obstante, algunas veces insistieron y lograron que también las dos amigas corrieran el riesgo; salían de la escuela a hurta-dillas, iban para el Bosque de La Habana, y allí, echados sobre la hierba, conversaban, reían, compartían las horas que restaban. Luego, Viengsay llegaba a su casa con ramitas adheridas a las medias y tenía que salvar el escrutinio de su madre que, sorprendida por su aspecto, la interrogaba: «¿Qué tú estuviste haciendo hoy?» Es que no era común este tipo de comportamiento en ella; pero claro, anécdotas como esta formaron parte también de sus vivencias durante la etapa estudiantil.

Lo que más ansiaba Viengsay era el día y la hora que empezaba la clase de Ballet, y especialmente la clase de Repertorio que era algo ya más profesional, donde los ins-tructores les montaban un ballet a media punta y ellas ejecutaban la coreografía.

En Composición siempre obtenía notas de cien porque tenía una imaginación tre-menda. Si les proponían, por ejemplo, ser un pañuelo en el piso, inmediatamente ella se transmutaba en pañuelo y representaba las formas que tal sensación le sugería: si abierto completamente sobre la superficie, se tiraba en el piso con los brazos extendi-dos. Entonces, a partir de ahí, como podían improvisar, su imaginación se recreaba en levantar una esquinita de la pieza, otra esquinita, otra, ir subiendo por el centro… el pañuelo empezaba a moverse, a elevarse, a volar… Ella tenía ese ingenio.

Y así había sido desde antes en aquellas asignaturas que requerían de vuelo creativo, como en el caso de Lengua española. Si se le orientaba redactar un texto de tres pá-rrafos, de acuerdo con la forma narrativa tradicional de «introducción, nudo y des-enlace», ella no escribía tres párrafos, sino cinco, y más, comenzaba a fabular y no paraba, escribía copiosamente con una imaginación desbordante. Por eso le gustaban esas asignaturas, y Composición era una de sus favoritas. Ello le dio otra visión, otra forma de ver el mundo.

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Luego, la dedicación, el esfuerzo diario, sin consentimientos al ocio ni a la pereza, comenzó a rendir los primeros frutos y cuando empezaron las clases de puntas, supe-raba a aquellas estudiantes que se habían destacado en los cursos precedentes. Ahora, donde ellas obtenían 95 puntos ya Viengsay lograba una calificación de 98; en puntas era mejor que en las clases de media punta. Incluso, cuando la directora de la escuela, Silvia Rodríguez, una profesora que ocupó ese cargo durante muchos años en L y 19, hacía inspecciones por los grupos para evaluar la calidad de las clases, la ponía a ella de ejemplo ante las demás muchachitas. En cierta ocasión la directora llegó al salón, se sentó, con esa forma y esa mirada peculiares que suelen adoptar los profesores, y de pronto dijo: «Pero a ver, ¿ustedes se fijan cómo lo está haciendo Viengsay?, ¿su manera a la hora de girar? Ella no mueve el brazo para atrás para coger impulso, ella se impulsa sola; así lo tienen que hacer todas porque de esa otra forma no es estético, no es la técnica».

Y de acuerdo con esas consideraciones, Viengsay argumenta: «Es que el ballet empieza así, de modo que parezca que desde la nada, sin esfuerzo alguno, se produce un paso, un giro, un salto, y “vuelas”».

El hecho de que la pusieran a ella de ejemplo ya le iba dando un poco más de autoesti-ma, de orgullo; empezó a pensar «lo estoy haciendo bien». Y no paró, no paró; se decía «sí, esto es lo que quiero».

Tener un sueño es siempre posible, y hasta simple. Creer en él es más complejo. Defenderlo es lo difícil, pero es la única expresión real de que efectivamente el sueño se corresponde con la vocación. Es el momento en que el sueño deja de ser materia volátil para transformarse en propósito consciente, y más que en propósito, causa de nuestra existencia. A los doce años de edad Viengsay tuvo de verdad esa convicción «y fue una convicción total, estaba segura de lo que quería».36

Por esa fecha se celebraban concursos de ballet en la escuela y, a propósito de uno de ellos, ella tuvo su primera incursión en la coreografía. La competencia era a nivel de plantel y estaba dividida en dos categorías: una que agrupaba a los más pequeños, o sea, lo alumnos de entre 10 y 12 años que cursaban los tres primeros años de ense-ñanza; y una segunda categoría donde concursaban los más grandes —13 y 14 años de edad—, que eran estudiantes de cuarto y quinto año. A los niños que tuvieran la incli-nación por hacer una coreografía, se les daba la oportunidad y se les asignaba un pro-fesor para que les ensayara la composición elaborada, puliera los detalles y garantizara

36 Viengsay Valdés. Entrevista concedida al autor.

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

la disciplina en el salón, de manera que los concursantes pudieran llegar a realizar la idea concebida. Viengsay fue, entre los estudiantes de la primera categoría, una de las que logró una creación propia.

Llamó a su ballet La estatua. Lo diseñó con ocho parejas de cuerpo de baile y dos solis-tas. Ella era la protagonista, o sea, la estatua, y el chico solista, el personaje de quien se fijaba realmente en ella lo interpretaba Amílcar Moré, hijo de la primera bailarina Ofelia González y del bailarín principal Pablo Moré, ambos del Ballet Nacional de Cuba; él estaba en su curso y sí tenía formación de bailarin.

La historia se desarrollaba en un pueblo muy alegre, sus habitantes se desenvolvían muy bien durante el día, pero al caer la noche ya todos se iban alejando hacia sus propias casas, sus villas, entonces se quedaba sola la plaza donde había una estatua en su pedestal. En aquel momento, un muchacho que deambulaba por allí se quedaba dormido a los pies de la efigie y soñaba que bailaba con ella. En la representación coreográfica del sueño, la estatua cobraba vida en la noche, danzaba con el muchacho hasta el alba y después volvía nuevamente a ocupar su sitio.

La música para la coreografía la grabó Viengsay de Radio Enciclopedia un día que es-tando sola en su dormitorio había sintonizado esa emisora como de costumbre porque ella amaba la música clásica. Cuando escuchó la pieza la primera vez solo alcanzó a grabar un fragmento pero con paciencia consiguió grabarla después completa y esa fue la melodía que utilizó para bailar la historia que había imaginado.

La creación del ballet La estatua y el montaje de la coreografía fue una experiencia realmente gratificante que asumió con rigor, se sintió muy responsable a pesar de su corta edad, y con ese trabajo ganó el segundo lugar de entre los niños de 10 a 12 años en el concurso; aún conserva el diploma que le entregaran en reconocimiento a su labor creativa.

En lo adelante tomó parte en otros ballets en la escuela, en Sueño de marinos, por ejemplo, y en Alicia en el país de las maravillas, donde interpretaba las carticas. No tuvo un rol principal en ese ballet, pero sí en La muñeca negra donde le asignaron el papel protagónico. Ella recuerda que para interpretar el personaje de la muñeca se tenía que pintar la cara «con un maquillaje de pasta muy difícil de quitar, horrible, pero nada importaba comparado con la satisfacción de interpretar el personaje».

Ya para entonces Viengsay sobresalía entre las estudiantes de su grupo. Maestros que le impartieron clases en esa época así nos lo han confirmado. De sus apreciaciones, las

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que hiciera Valentina Fernández, su profesora de Danzas de carácter durante el 4to. y 5to. años de enseñanza elemental, resultan especialmente reveladoras:

La clase de Carácter es difícil por los cambios de ritmos, de estilos y requiere mu-cha concentración y cualidades físicas excepcionales. En este grupo lógicamente destacaba Viengsay, que desde pequeña fue muy versátil, cada estilo lo abordaba y lograba dominar las exigencias de cada uno de ellos. En el «Ruso Lento»: delica-deza, en el «Rápido»: fuerza y precisión en el taconeo. Elegancia en la «Czarda». Rapidez en la «Napolitana» y así en todos los estilos estudiados en cuarto y quinto años de la carrera de Ballet. Como profesora puedo decir que Viengsay además de condiciones físicas, tiene otras características que por suerte desde niña las tuvo y son: su capacidad de trabajo, sus ganas de aprender y su disposición de inter-pretar diferentes personajes. Hoy es una bailarina que en escena puede dominar cualquier estilo, que trasmite seguridad técnica e interpretativa, y lo ha logrado gracias a una disciplina de trabajo, a su constancia y su fuerza.37

La vocación, en su significación real no convive con la duda. Las consideraciones refe-ridas nos dan la medida de la vocación de Viengsay; fue la fuerza de esa convicción lo que le permitió disponer el alma a franquear los límites. Y logró traspasarlos, con una voluntad de acero y una disciplina sin auto-concesiones. En menos de tres años, y en los albores de la adolescencia, había conseguido dar una lección de vida que requiere años de experiencia con su carga de yerros y fracasos. «Viengsay es un ejemplo de que se puede cuando se quiere, e incluso que muchas veces no se tiene necesariamente que nacer con las condiciones plenas para algo»,38 si se tienen el talento y la voluntad, por supuesto. «Los resultados de Viengsay son la prueba de esto, y tienen más mérito todavía».39

No obstante, cuando ya estaba en la recta final del nivel elemental, sus padres la previnieron de la necesidad de trazar un plan B dado el caso que no lograra entrar a la Escuela Nacional de Arte (ENA); querían que si por alguna razón no era seleccionada estuviera preparada para empezar en una buena escuela. Fue así que optó por el Preuniversitario de Ciencias Exactas Vladimir Ilich Lenin e hizo las pruebas por Biología, aunque se preparó también para Química.

37 Texto de la maestra Valentina Fernández enviado al autor con fecha 17 de septiembre de 2011.38 Palabras del primer bailarín Carlos Acosta, en entrevista concedida al autor el 14 de septiembre de 2011, en La Habana.39 Ídem.

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

Pero la opción de la Lenin quedó atrás porque al término de los cinco años de nivel elemental, Viengsay «hizo un buen examen para pasar a la escuela media profesio-nal».40 De su grupo en la Carpentier integrado por 15 estudiantes lograron el pase a la Escuela Nacional de Arte solo seis o siete muchachas, entre las cuales se econtraban Anissa Curbelo, Keila Fernández, Darelia Fernández, Marbelis Zamora y una chica matancera —el alumnado procedía de diferentes provincias del país—; las demás fue-ron eliminadas.

Así, en 1991, con 14 años de edad, se gradúa Viengsay del nivel elemental y en esas vacaciones viaja a la provincia de Matanzas junto a su amiga Darelia41 para participar en el programa de Cuballet, un curso práctico de carácter internacional que se efectúa dos veces al año (enero y agosto), a cargo del Centro Pro Danza que dirige la maî-tre Laura Alonso. En su contexto se imparten clases prácticas y paralelamente se va montando un gran ballet con todos los participantes, cuya puesta en escena culmina el curso.

Escuela Nacional de Arte (ENA)Ya después de esas vacaciones, recién gra-

duada de la Escuela Elemental Alejo Carpentier y vencido el noveno grado con notas excelentes, Viengsay se incorpora a la Escuela Nacional de Arte.

Sus inicios en este nivel se correspondieron con el llamado Período Especial, una etapa de profunda crisis económica que sobrevino súbitamente en Cuba a raíz del derrumbe del campo socialista en la geografía europea, y la consiguiente intensificación del blo-queo económico impuesto por Estados Unidos a la Mayor de las Antillas. Los recursos para las instituciones culturales del país disminuyeron sensiblemente, ya que proble-mas como el alimentario y la carencia de combustible, con sus graves derivaciones, constituían asuntos de primer orden. Si la vida cultural no sufrió un colapso total y absoluto fue por fuerza y virtud del potencial humano con que cuenta la nación cubana en todos los niveles, consecuente con la firme decisión gubernamental de preservar la enseñanza e instrucción cultural a toda costa, con menos recursos, pero sin renunciar a formar y desarrollar talentos de las artes cubanas.

40 Ramona de Sáa. Entrevista concedida al autor.41 Darelia Fernández actualmente vive en Alemania.

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Los cimientos

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La Escuela Nacional de Arte no contaba con una sede, las clases se impartían en sa-lones improvisados al efecto en el Gran Teatro de La Habana, y la escolaridad en un aula emergente, y hasta en escaleras y pasillos. El inmueble estaba en condiciones calamitosas, los salones no tenían linóleo que es fundamental para la protección de las zapatillas de puntas y las piernas de los bailarines, los pisos eran de planchas de plywood y estaban carcomidos por los efectos del comején y por el uso, pues desde entonces tenía su sede allí el Ballet Español de Cuba. Todo era muy precario, muy elemental, no había pianos suficientes, ni pianistas, y surgieron muchas dificultades con los materiales, especialmente con las zapatillas de puntas. Sin embargo, Viengsay, al referirse a ello, con profundo sentido de pertenencia ha afirmado: «pero fueron mis salones, fueron los salones en los que me preparé. A mí no me importaban las dificultades que tuviera que afrontar, se trataba de mi crecimiento personal, de mi realización, y era muy consciente de eso». La insuficiencia alimentaria adquirió dimensiones alarmantes. En el caso de los bai-larines, la dieta rica en nutrientes y baja en calorías con que debían mantener las con-diciones físicas requeridas era imposible. De hecho, Viengsay, que por esos tiempos se había impuesto una dieta extrema, sufrió una intoxicación alimentaria por comer demasiado huevo y por supuesto, su mamá se alarmó: «Tienes que comer variado» le decía, pero sabía que eso era una quimera en aquel contexto.

Simultáneamente, se agravó el problema del transporte por la falta de combustible. Este factor actuaba como enemigo número uno de los estudiantes que residían en municipios de la capital distantes de la institución; cumplir con el riguroso horario del programa académico ya no dependía de su voluntad ni del grado de interés que ellos pusieran en lograrlo. Por esa razón, muchos, entre ellos Viengsay, tuvieron que internarse en la Casona de 7ma. y 22, en Miramar, la beca de la ENA, porque allí te-nían garantizado el transporte: un pequeño autobús los trasladaba hasta el teatro, en el Paseo del Prado en La Habana Vieja, y al concluir las clases los regresaba a la residencia estudiantil. Se trataba de una casa adaptada para tal propósito donde las habitaciones estaban dispuestas con literas para los dormitorios de los estudiantes: «Había un co-medorcito, la comida era pésima pero estaba asegurada, un televisor, y un reglamento interno, por supuesto, se regía por un horario, a determinada hora todo el mundo te-nía que ir a la cama, como en cualquier otro centro de este tipo».42 Allí estuvo Viengsay durante seis meses —de enero a julio de 1991—.

42 Viengsay Valdés. Entrevista concedida al autor.

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

Los que se forjaron en esa época sin amilanarse, sin deponer sus aspiraciones, saben lo que significa el poder de la voluntad en circunstancias realmente adversas. Viengsay es un ejemplo. Nunca dejó de bailar en puntas a pesar de la insuficiencia de zapatillas. En el almacén no había su medida, no tenían la de su pie, solo contaban con el número tres que era la medida más común entre las niñas, ya las del número cinco se habían agotado; ese fue uno de los problemas que tuvo que afrontar cuando llegó a la escuela. Pero este inconveniente no iba a impedir que ella bailara en puntas. Para resolverlo, pedía un par de zapatillas del número tres, les cortaba la parte final de los talones y las empataba a los talones de otras zapatillas previamente cortadas para este fin, las cosía ella misma hasta hacerlas a su medida, o sea, las extendía hasta lograr un número cinco pero con la punta de un tres. Claro, esta innovación estaba lejos de ser perfecta, suce-día que la suela no llegaba hasta el final, siempre salía con una costra sucia en el medio del talón porque era la parte del pie que le quedaba expuesta. Pero ya tenía zapatillas de puntas, ensayaba con ellas y bailaba con ellas.

Ese motivo la llevó a frecuentar los recintos del Ballet Nacional de Cuba (BNC) para procurar alguna zapatilla que sobrara. Y en ese ir y venir en busca de ayuda la fue-ron conociendo los trabajadores de la institución y entabló relaciones con ellos, en particular con los del taller de zapatillas, algunos de los cuales todavía laboran allí.43

Tal resolución la hizo popular en la escuela. Todavía hoy la reconocida catedrática Ramona de Sáa, fundadora y directora de la Escuela Nacional de Ballet, la pone de ejemplo a sus estudiantes.44

La fama se debió al ahínco, la demostración de que a ella no la iba a detener el hecho de que no hubiera zapatillas para su pie, ella se iba a parar en lo que fuera, en un cajón si era preciso, pero se iba a parar en unas puntas, si no podían dárselas se las fabricaba con tal de no perder un ensayo, ni una clase, ni una función. Para sostenerlo tendría que ingeniárselas porque el entrenamiento a base de unas zapatillas producidas de este modo rudimentario la obligaba a reponerlas en un período relativamente corto y el

43 Sobre el panorama del taller de zapatillas del BNC durante el Período Especial abundó el Licenciado José Edilio Rodríguez Delgado, uno de sus trabajadores, en entrevista concedida al autor el 28 de junio de 2012 en La Habana: «Ya las zapatillas que provenían del extranjero, marcas como la Capezio, la Freed, incluso, las Chacott plásticas se estaban agotando y se decidió fabricarlas aquí sustituyendo la dextrina (almidón de la papa) que es el engrudo que se utiliza en otros países de temperatura fría, por un preparado a base de poliespuma [nombre con que se conoce en Cuba el poliestireno expandido], gasolina y disolvente, y así se hizo el famoso Dispotol. Aplicando este pegamento a tres triángulos de lienzo —o saco o lona— hicimos los famosos casquillos de las zapatillas cubanas». 44 Ver en el acápite «Los forjadores» de la Segunda parte de este libro, una ampliación de este criterio.

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Los cimientos

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próximo par no iba a aparecer por arte de magia, tendría que volver a «fabricarlo», y mientras, tenía que ir buscando otras vías para mejorar su situación.

En la ENA, además de Ballet, se impartían otras materias como Danzas históricas, Danza española, Historia de la danza, Maquillaje, Idioma francés y, simultáneamente, los estudiantes cursaban el preuniversitario.

Su primera maestra de Ballet en este nivel fue Marina Villanueva, que en ese tiempo era bailarina del Ballet Nacional de Cuba. Viengsay se esforzó diariamente en demostrar que tenía calidad. Era de las muchachas más trabajadoras, y eso no pasaba inadvertido.

Aunque en este nivel también se evidenciaba la preferencia de algunos profesores por trabajar con aquellas alumnas en las que apreciaban el físico ideal de la bailarina clá-sica, lo cual no colocaba a Viengsay entre las favorecidas, esta vez hubo maestras que desde el principio confiaron en su talento y en que ella podía ser mejor bailarina si se le daba atención. Ellas fueron Adria Velázquez, quien impartía Danzas de carácter y la profesora de Ballet Mirtha Hermida, dos profesionales de altos quilates, que a partir de entonces jugaron un papel fundamental en su formación.

Trabajo de Repertorio. Primer pas de deuxEsa tenacidad que fue distinguiendo a

Viengsay, coadyuvada por una educación que desde muy pequeña le había creado el sentido de la responsabilidad, de la disciplina y facilitada por un temperamento audaz, propenso a la actividad constante, la situó en el lugar y momento propicios de lo que sería una gran oportunidad para demostrar su valía.

Estaban ensayando el pas de deux La Llama de París con una estudiante de segundo año de la ENA y Viengsay para no estar ociosa, a lo mejor sentada en una esquina, se iba para el salón durante los ensayos y se situaba en la parte de atrás, sola, a practicar un poquito lo que la otra bailarina estaba haciendo en la coreografía, observaba los pasos, pensaba «¡ay, mira!, ¡me lo quiero aprender!», y lo hacía. Sucedió entonces que uno de esos días el ensayo había tenido que interrumpirse varias veces porque la chica asig-nada para el pas de deux se quejaba de que no le salía bien, que tenía un problema con la punta, etc.; hasta que de pronto la situación pareció llegar a un punto límite, y la maestra, Adria Velázquez —muy fuerte de carácter— decidió no continuar el ensayo con la chica y probar a Viengsay; le dijo: «A ver tú, ¿te lo sabes?...Hazlo». Entonces Viengsay empezó a hacer lo que podía, más o menos, pero fue suficiente. La maestra

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

continuó el ensayo con ella, porque había visto que tenía posibilidades, que tenía po-tencial, y decidió explotarlo un poco, darle la oportunidad.

En ese contexto la conoció la maestra Mirtha Hermida,45 mientras ensayaba el ballet con Adria; y cuando se puso a observarla comentó: «Qué bien, qué gusto por bailar, cómo se mueve». Le llamó la atención que «siendo tan jovencita ya se apreciaba en ella cierta madurez, cierto gusto».46

En la disciplina específica de Ballet, Hermida no era maestra de muchachas, sino de varones, pero cada cierto tiempo, cuando empezaban alumnos nuevos se lo asignaban a un maestro en el trabajo de Repertorio que abarca pas de deux o variaciones, tan-to femeninas como masculinas. Así que teniendo en cuenta sus observaciones sobre Viengsay, le dijeron: «Tómala», para que ella la entrenara.

Fue por esta vía que la maestra Mirtha Hermida empezó a preparar a «Vansey», como le llamaba, pues según confiesa, desde hace muchos años les cambia los nombres a sus alumnos; inmersa en sus personalidades y sus formas de bailar, no consigue fi-jar algunos nombres. De su experiencia con Viengsay en el trabajo de Repertorio ha expresado:

Siempre hubo muy buena relación entre las dos. Viengsay es una muchacha muy interesada; no era una muchacha superdotada físicamente, o sea, no contaba con grandes extensiones ni con un pie excelente, sin embargo, sí tenía mucho afán de hacer, y hacer bien. Además, desde el punto de vista artístico se proyectaba con mucho gusto, con muchas formas de moverse muy de ella, muy específicas de ella, y eso es algo que no siempre se siente cuando un alumno entra; general-mente hay que decirles: «la pestaña aquí», «el brazo allá», «mira», «gira»; y en el caso de Viengsay, ella ya tenía eso, a pesar de su corta edad.

El hecho de que la experimentada maestra reconociera en la adolescente ese deste-llo especial que irradia el talento artístico, confiara en sus capacidades, y trabajara pertinazmente con ella, fue lo que permitió a Viengsay dar el salto, porque «es el entrenamiento, la constancia, lo que realmente hace al bailarín. Es la repetición de un movimiento lo que obliga al cerebro a incorporarlo, de modo que tenga ya ese

45 La extraordinaria pedagoga Mirtha Hermida falleció en julio de 2012, cuando este libro se encontraba en proceso de edición. 46 Entrevista concedida al autor por la profesora de Ballet Mirtha Hermida el 20 de junio de 2011.

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movimiento condicionado, que el reflejo ya esté completamente incorporado y pue-das memorizarlo, hacerlo la próxima vez mejor».47

Luego del intensivo con Mirtha Hermida hizo su primer pas de deux, a los 15 años de edad, en La Llama de París junto a Joan Boada, un año de edad mayor que ella. Lo bai-ló en la pequeña sala Alejo Carpentier del Gran Teatro de La Habana, en uno de los concursos nacionales de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) que en aquel tiempo abarcaba presentaciones de danza, ballet, folklore, y variedades, o sea, eran cuatro ramas las que concursaban, y en la categoría de ballet estaban Viengsay y Joan —actualmente primer bailarín del San Francisco Ballet, EE.UU.—, su primer partenaire. Fue la primera de muchas otras veces que participó en este certamen. En esa ocasión le otorgaron una mención, pero su actuación llamó la atención de los espe-cialistas. De aquel suceso, el crítico de arte y profesor Ahmed Piñeiro, nos ha referido su vivencia:

Recuerdo perfectamente la primera vez que vi a Viengsay Valdés. En una calurosa sala Alejo Carpentier del Gran Teatro de La Habana donde tenía lugar un con-curso nacional para estudiantes de Ballet, anuncian el nombre, un nombre raro que anoté en una libreta y debo haberlo hecho con faltas de ortografía porque nunca antes había oído ese nombre. Después supe que Viengsay es un nombre de origen laosiano que significa Victoria. Así, cuando la presenté en La danza eterna, en entrevista que yo le hiciera en ese programa en el 2005 me atreví a decir que sus padres habían sido proféticos al ponerle ese nombre, porque realmente ella ha sido una victoria en su carrera, y una victoria del Ballet cubano. Pero volvamos a principios de los años 90 en la sala Carpentier con un calor muy fuerte, anuncian a una muchacha de un nombre raro en el ballet de La Llama de París. Era una mu-chacha de apenas quince años, era una estudiante todavía, y a mí me sorprendió la osadía, la fuerza, el ímpetu con que aquella muchachita salió a defender el ballet de La Llama…48

Por su parte, la maestra Ramona de Sáa evoca aquella interpretación de Viengsay en los siguientes términos:

47 Viengsay Valdés. Entrevista concedida al autor.48 Palabras del profesor y crítico de arte Ahmed Piñeiro, especialista del Ballet Nacional de Cuba (BNC) y redactor de la revista Cuba en el Ballet, quien es, además, guionista, conductor, y realizador del programa televisivo La Danza eterna, e investigador del Museo Nacional de la Danza; en entrevista concedida al autor el 17 de junio de 2011.

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

Recuerdo La Llama de París que hizo Viengsay en el primer año de nivel medio, cuando aún no había cumplido los 15 años. Hizo un papel extraordinario, en pun-tas todo el tiempo de La Llama…, con aquella caracterización que hasta el maestro Fernando Alonso se quedó sorprendido. Viengsay no tuvo nunca miedo a la esce-na, eso es algo que considero fundamental para un artista; y para un estudiante es donde va ganando esa seguridad tan necesaria.

Ya luego de verla en el escenario, de constatar que había dado un resultado haciendo un pas de deux en el que había probado sus condiciones empezaron a prepararla para El corsario, junto al bailarín Jaime Roque. Y a partir de ahí, le asignaron más roles.

Se presentó de nuevo al concurso de la UNEAC, en el pas de deux El corsario, en otro ballet moderno, y en Don Quijote, un clásico que le gustaba mucho y que soñaba llegar a interpretar algún día con Carlos Acosta, quien por entonces cursaba el último año en la escuela y ya era un modelo de buen bailarín para los estudiantes. Esta fue la primera vez que interpretó el pas de deux de la referida obra, a la edad de 16 años, y fue en el concurso como acompañante de Reyneris Reyes.

El jurado reparó en que ya estaba haciendo otras cosas, la vio en El corsario, en Don Quijote, la había visto antes en La Llama de París y la distinguió con el primer lugar.

Su actuación causó admiración entre los entendidos en la materia: «A esta muchachita hay que seguirla porque va a llegar, y va a triunfar» —le comentó el profesor Ahmed Piñeiro a un colega durante la presentación de Viengsay—. «Sencillamente había que seguirla, porque siendo todavía una estudiante ella tenía un dominio de su cuerpo, sobre todo en lo que se refiere a giros y equilibrios en puntas, lo que vulgarmente denominamos balance, que llamaba poderosamente la atención».49

Pero no todos los especialistas demostraron el mismo entusiasmo. El Dr. Miguel Cabrera, Historiador del Ballet Nacional de Cuba, cuya fructífera existencia le ha dado el privilegio de testificar la historia de esa institución desde sus bases iniciadoras e interactuar con generaciones enteras de bailarines, y que además no tiene reparos en afirmar: «Para mí hablar de Viengsay además de un placer es un honor, porque ella es una de las bailarinas cubanas que más yo respeto y que más admiro»,50 recuerda que él no puso mucho interés cuando en esa época escuchaba hablar de su virtuosismo:

49 Ahmed Piñeiro. Entrevista concedida al autor.50 Miguel Cabrera: Doctor en Ciencias sobre el Arte. Desde 1970 Historiador y Jefe del Centro de Documentación e Investigaciones Históricas del BNC. Entrevista concedida al autor el 8 de agosto de 2012 en La Habana.

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Yo empecé a oír de Viengsay cuando comenzó ya la etapa final de su formación en la Escuela Nacional, pues todo el mundo me hablaba sobre una muchachita que era muy disciplinada, muy trabajadora, y que era una bailarina virtuosa en los giros, y era ella. Por supuesto, la primera curiosidad vino por el nombre, como somos el país de los inventos de nombres extraños, me preguntaba: «y ¿el nombre de esta niña de dónde vino?», y primero me decían que ella no era cubana, unos afirmaban que había nacido en Viet Nam, otros que en Laos… hasta que después se aclaró que ella fue concebida en Laos y que su nombre es Victoria en laosiano. La empecé a ver ahí —era pequeñita, me parece que la estoy mirando ahora— y sí, era una bailarina que tenía ese virtuosismo para el giro, tenía esa facultad. Los amantes del ballet siempre han visto en nuestra escuela el virtuosismo de los giros; los giros —tanto las mujeres primero, como los hombres después— y los balances o equilibrios son dos de las muchas peculiaridades que conforman nuestra escuela, y son de las atracciones máximas que tienen los amantes del ballet, las que más gravitan y más impactan en el público. Pero a mí, con tantos años dentro de la compañía, no es el giro, la cantidad de vueltas lo que me impresiona en una bai-larina. Ya había visto —y he seguido viendo—, a muchas bailarinas dar vueltas y no llegar a nada.

Sus dudas tuvo también el maestro Ismael Albelo, especialista durante más de veinte años del departamento de Danza en el Ministerio de Cultura, además de maestro, investigador y crítico de este arte, labores que le han permitido seguir de cerca la carrera de todas las grandes figuras del BNC: «Viengsay, en un principio, como todos los bailarines jóvenes se preocupaba mucho por la parte técnica» —afirma—, y en su opinión «el aspecto interpretativo quedaba en un segundo plano». Pero más adelante, señala:

Con el paso del tiempo, muy rápidamente, ella se dio cuenta de que tenía que lle-var las dos cosas porque en la escuela cubana de ballet la que es dramática tiene que hacer papeles cómicos y la que es cómica tiene que hacer papeles líricos y la que es lírica tiene que hacer papeles de bravura, o sea, que tienen que bailarlo todo, esa es una propiedad de la escuela cubana de ballet. En el mundo hay bailarinas que se hacen con dos ballets o tres ballets, pero en Cuba tienen que bailarlo todo.51

Mucho se ha hablado en los últimos tiempos sobre la tendencia de los jóvenes bailari-nes a darle prioridad al aspecto técnico y que en la búsqueda de la proeza técnica con frecuencia descuidan algo tan medular como la parte interpretativa, o aún más, llegan

51 Ismael Santiago Albelo Oti: Investigador, profesor, editor, crítico de ballet, y gestor cultural. Entrevista concedida al autor los días 4 y 21 de agosto de 2012.

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Primera parte

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a convertir el virtuosismo técnico en la meta de su realización, despojándolo así de su condición de herramienta, de medio para la creación artística; y no son infundadas tales preocupaciones, en esa dirección muchos talentos se malogran.

En el caso de Viengsay, por supuesto que influía su juventud y la preocupación de que la aprobaran por su técnica, pero un análisis a fondo nos permite constatar que en ese tramo del camino se halla el brasero de un estilo y una personalidad auténticos. Esos giros y equilibrios asombrosos no son producto exclusivo de los bríos de la edad ni del pláceme que obtiene del público, antes bien, ambos factores son parte de un trabajo seriamente interiorizado porque lo realmente sorprendente es que ya en esa etapa de su formación —plena adolescencia— había una búsqueda por encontrarse, por defi-nirse y realizarse en un arte que, no podemos obviarlo, se rige por un concepto ideal del físico que no era el suyo precisamente.

No solo eso: Viengsay se encargó de confirmar con su talento y la solidez de su trabajo que no era de aquellas bailarinas que se había visto «dar vueltas y no llegar a nada» y que era capaz no solo de «bailarlo todo», sino de bailarlo con calidad interpretativa, desde dentro, y con espíritu creador.

Hay algo que a veces se pierde en la mirada de los expertos a la hora de valorar a Viengsay: es de dentro y no de fuera de donde le viene el aliento al artista. Como todo artista Viengsay vive y actúa movida por una fuerza interior y una sensibilidad que no se atienen a limitación alguna y que van a buscar siempre su modo de expresión más elevado. Es el talento que busca expresarse a toda costa —y no el cálculo y la astucia— lo que la lleva a extraer de sus fuentes, en este caso de su cuerpo que es la materia fundamental con que cuenta para expresarse en su arte, todo su potencial y lograr de él la posibilidad más grande.

Luego, a tal razonamiento, sumemos el carácter tozudo y el temperamento proclive siempre a la audacia que desde muy pequeña la caracterizó. La Viengsay que conoce-mos, la que hemos seguido desde su nacimiento hasta aquí nos anuncia que ella va a desafiarse a sí y va a desafiar los límites, perennemente, es su naturaleza. Entonces, no es difícil comprender que a la bailarina, ni menos extensiones, ni empeines menos fuertes podrían limitarla en el dominio de su arte, ni podrían impedirle buscar el vir-tuosismo técnico que, como se ha dicho, es una de las características distintivas de la escuela cubana de ballet, en cuyo lienzo buscaban enhebrarse ese talento y ese espíritu audaz.

Sus cualidades para el balance y para el giro lógicamente no las iba a desaprovechar, pero el propósito no era simple, su aspiración era lograr el equilibrio perfecto y con

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ese fin comenzó a investigar sus entresijos: la combinación entre la exacta colocación de la espalda en simetría con las caderas, la proporción hacia el suelo por la gravedad, cómo lograr esa sensación de verticalidad, el eje, el dominio muscular de cómo apre-tar los músculos, los cuádriceps, los gemelos, los aductores, o sea, cómo lograr esa combinación perfecta que al conjugarla con el espíritu de una música es lo que hace posible llegar a ese clímax que es el balance.52

En ese sentido se iba imponiendo pequeñas metas, pero paralelamente trabajaba mu-chísimo en aras de la meta más grande, que era realizarse como artista. Sus caracte-rísticas físicas y su temperamento encontraron un cauce ideal en el poder expresivo de la técnica, y ello, unido a una sensibilidad que le demanda las formas de expresión más bellas la condujo a la búsqueda incesante del virtuosismo técnico, y en ese aspec-to comenzó a destacarse, y en consecuencia a destacar en la interpretación de per-sonajes fuertes, personajes de carácter. Esto demuestra lo que ya es capaz de hacer, a dónde ha llegado. No podemos cerrar los ojos al hecho de que en esta etapa Viengsay es una estudiante de nivel medio. Es una artista en ciernes, en el principio de un largo camino que recién comienza a explorar.

En la ENA empezó como cuerpo de baile y no había tenido oportunidad de desta-carse hasta su primer pas de deux, pero después participó en los concursos con buenos resultados, se aprendió todo el repertorio que había de la escuela, coreografías nue-vas, modernas, contemporáneas, todo lo clásico que les enseñaban. Mirtha Hermida, que nunca había dudado de sus aptitudes, continuaba los ensayos con ella, cada vez con mayor intensidad. Y cuando algunas personas en la escuela le decían que Viengsay no iba a poder hacer Coppélia por sus extensiones, ella les respondía que sí iba a hacer Coppélia, y lo hacía: «las piernas le subían sin problemas —afirma la maestra— por-que ella de verdad era una persona muy inteligente y muy dedicada, con una gran pasión, un gran amor a su trabajo».

El repertorio se iba ampliando. Bailaba Coppélia, bailaba El corsario, bailaba un ballet que le encantaba: Baile de graduados, donde asumía el rol de Trencitas al que ella le daba un toque especial —tal vez porque fue un papel con el que se identificó, le en-contraba puntos de contacto con su personalidad—. Anissa Curbelo hacía su contra-parte en el papel de la amiguita de escuela, una chica romántica, enamorada, tímida,

52 Tomado de: Entrevista concedida por Viengsay Valdés a la periodista Martha Sánchez, de la Agencia de Información Prensa Latina en el Gran Teatro de La Habana el 6 de diciembre de 2009, transmitida a los clientes de Prensa Latina Televisión, y además por el Canal Habana. [Transcrito del material audiovisual por la editora].

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

a diferencia de Trencitas que era pícara y mucho más atrevida. Viengsay le insufló mucho de sí a ese personaje y también por esa interpretación se hizo conocida en la escuela.

Cuando en 1994 se celebró de nuevo el encuentro de la UNEAC ella cursaba ya el último año de la ENA, y volvió a bailar pas de deux Don Quijote, pero esta vez, además, bailó el rol de Esmeralda.

De las cinco modalidades concursantes en el evento seleccionaban a dos artistas: el Grand Prix femenino y el Grand Prix masculino; este último lo mereció un chico de Danza contemporánea, cuya pareja en su presentación era Pacheco, aquel compañe-rito de baile de Viengsay en las actividades del Círculo Infantil. Y el Grand Prix feme-nino lo ganó Viengsay con una actuación de lujo que sedujo a la crítica especializada y le dio motivo de orgullo a los maestros que intervinieron en su preparación, espe-cialmente a Mirtha Hermida, quien al referirse a sus condiciones histriónicas nos ha expresado: «Viengsay superaba siempre mis expectativas cuando se paraba en escena. Cuando ella se paraba en escena se transformaba, no era la niña, era ya la casi adulta que salía y se retaba, se retaba en su baile, se retaba en sus asignaciones técnicas y se retaba a hacer más y mejor».

Al volver la vista sobre esa etapa de su formación y los resultados alcanzados en plena adolescencia, Viengsay afirma con gratitud que si logró ser mejor fue gracias a que la maestra Mirtha Hermida confió en su capacidad desde el principio, confió en que podía ser mejor bailarina de lo que era, mucho mejor, y le dedicó tiempo y energía a su entrenamiento:

Porque al bailarín que no se le da un fogueo, como le llamamos nosotros, por mucho que trabaje conscientemente es un bailarín que se queda limitado pues le falta el ojo observador, el ojo crítico. El ballet es de dos, como dice el maestro Fernando Alonso, el que ejecuta los pasos y el que le mira: el profesor. Gracias a que ese profesor corrige las posiciones es que el bailarín logra perfeccionarlas. Evidentemente requiere de la participación de los dos porque aún cuando el bai-larín pueda verse en una grabación, analizar en detalle lo que está haciendo, no es lo mismo que la presencia física en tiempo real de un guía que le haga el seña-lamiento oportuno, le corrija, lo aleccione.

A la acertada reflexión de Viengsay, es justo añadir que el alcance del trabajo de un maestro con su alumno depende en gran medida del interés, la disposición y la cons-tancia de este último. Si no se cumple esa premisa el esfuerzo del profesor resulta inútil. Se trata de un proceso de retroalimentación constante, solo posible si el alumno

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es consciente de su responsabilidad, de la convergencia de intereses que demanda esa relación; es «el trabajo de dos» que miran en una misma dirección y actúan en consecuencia.

De ahí que la labor de esa excelente maestra con Viengsay durante los tres años del ni-vel medio haya tenido como corolario la cosecha de unos frutos admirables. La mano experta labró en terreno fecundo: fue realizable la obra.

Otras piezas del mundo de ViengsayViengsay vivía con sus padres. Constituían

una pequeña familia muy unida, una familia feliz en todo su esplendor. Roberto tra-bajaba en varios proyectos de investigación histórica en ese momento, pero estaba siempre pendiente de su hija, preocupado por buscarla al ballet a la hora que termina-ran los ensayos, que no llegara tarde a sus compromisos, recogerla si era preciso el día que Viengsay salía con unas amigas, constantemente al tanto de su bienestar, de que estuviera bien protegida.

Sus padres siempre la influyeron, conversaban mucho con ella, y enfatizaban la impor-tancia de que fuera estudiosa, que fuera aplicada; y Viengsay sabía que ellos constituían un modelo de lo que predicaban, ella conocía la historia de sus vidas. Cuando se re-unían a cenar, o simplemente a compartir los días que coincidían en su tiempo libre, los padres aprovechaban aquellas horas para intercambiar impresiones con su hija, y entonces le hablaban de su pasado, de su juventud. Él le contaba de Remedios, su ciudad natal, de su aspiración infantil de convertirse en pelotero; o de cuando estaba en la Universidad de La Habana, las revueltas estudiantiles en que estuvo involucrado, y los trabajos que él pasaba en la capital porque para conseguir alojamiento tenía que ejercer un oficio ayudando a la persona que se lo proporcionaba. Y por su parte, Clara le relataba anécdotas de cuando ella y una de sus hermanas, prácticamente niñas, se fueron a alfabetizar a las familias campesinas, y de lo hermoso de aquella labor a pesar de lo arriesgada; o le contaba de aquellos tiempos cuando estaba becada en el Instituto Pablo Lafargue estudiando alemán, o de su participación en las recogidas de café, y de sus tareas junto al Che en el Ministerio de Industria.

También con frecuencia aquellos encuentros familiares giraban en torno a la historia o la literatura universales, porque tanto Roberto como Clara tenían una vasta for-mación cultural y leían mucho. Historia de Cuba era la materia predilecta del padre, mientras la madre se inclinaba por obras literarias de temática diversa, comentaba el

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

libro recién leído e incitaba a su hija a la experiencia. Estimulada por ella leyó Viengsay varios libros que fueron ampliando su universo, desarrollando una avidez intelectual que ya no cesaría nunca; de esas lecturas derivó su pasión por las artes plásticas y es-pecialmente por el arte cinematográfico.

En esa etapa leyó obras que marcaron su adolescencia. El señor de los anillos, por ejem-plo, con todos esos personajes que ella «disfrutaba de una manera intensa» y que más tarde, cuando vio el filme constituyeron una revelación: «me impresionó muchísimo —nos ha dicho con un brillo de fascinación en los ojos— fue muy lindo ver después físicamente a Gollum, a los hobbits, los elfos, a todos aquellos personajes ficticios tal como habían tomado forma antes en mi imaginación, en mi mundo de fantasía».

A los 16 años ya se había convertido en una lectora voraz. Había leído Fausto y todas las obras contenidas en el programa de Literatura de la escuela, pero le escamoteaba más horas al descanso para leer todo cuanto podía:

La casa de los espíritus, de Isabel Allende, me encantó, y la versión cinematográfica con Meryl Streep me aportó muchísimo. Con la obra Como agua para chocolate de Laura Esquivel me sucedió algo similar, la leí y luego cuando vi la película me que-dé asombrada, fue una delicia de película, superó mis expectativas con respecto al libro. El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez, una historia singular, inolvidable; Sinhué el egipcio, una bellísima novela histórica de Mika Waltari; y hay uno en especial: El corazón de piedra verde, un libraco sobre la conquista del Nuevo Mundo que mi mamá me recomendó, donde su autor, Salvador de Madariaga, de-sarrolla el tema de los antiguos aztecas; es un libro muy hermoso que caló hondo en mí, las descripciones eran tan detalladas que dejaban mi imaginación volar. Todos los libros que leía me transmitían algo, un sentimiento, una manera de re-accionar, porque los personajes de ficción también te inducen a reflexionar sobre ti, a interrogarte sobre cómo tú te sentirías en su misma situación, cómo tú actua-rías. Y todos me enseñaron, todos me aportaron algo valioso, me fueron guiando, despertando pasiones.

En toda dimensión las tertulias familiares le fueron dando pautas a Viengsay de cómo conducirse por la vida, admiraba a sus padres, por su forma de ser, su sencillez, por su fortaleza, y en su interior crecía el anhelo de ser como ellos y no defraudarlos nunca. Los padres a su vez se sentían orgullosos de su hija y no dejaban de expresarle su satis-facción. Razones tenían.

En esa época no solo le gustaba leer, su mayor afición era escribir, escribía un Diario, redactaba composiciones, decía que iba a hacer un libro, y abría puertas a la fantasía.

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Escribía sobre cualquier tema, cosas que se le ocurrían; ideaba historias, las llevaba al papel y a medida que escribía se figuraba nuevos personajes, cambiaba el relato, construía varios finales, se se abandonaba al placer de la creación. Fue muy linda la experiencia, desplegaba su imaginación, lo disfrutaba.

Como es característico en la adolescencia le complacía mucho el ámbito privado de su habitación, la intimidad de su pequeño mundo. Tenía su propio dormitorio con unos pocos muñecos —no era niña de tener muchos peluches ni cosas por el estilo—, tenía un espejo, una cómoda, sus pertenencias, todo muy organizado, su habitación siempre estaba impecable. Pero también hacía lugar para compartir con sus padres, o jugar con su mascota.

Su gusto por los animales no mermó con el tiempo. Después de Poulet, su singular mascota de la primera infancia, tuvo una perrita a la que llamó Kathy pero era muy pequeñita y durante un mal tiempo no resistió el frío de la terraza de su casa, la llevaron de inmediato al veterinario pero no hubo solución. Viengsay lloró mucho su pérdida, hasta que entonces le trajeron otra a la que dio el mismo nombre para perpetuar la memoria de aquella primera. Kathy 2, que «era toda negrita con una corbata blanca», duró mucho tiempo con la familia y Viengsay disfrutaba muchísimo la compañía de aquella perrita juguetona de la que conserva varias fotografías. A la muerte de esta, se abstuvo de tener perros por un tiempo, porque además era difícil, vivían en una casa en altos y había que bajarlos. Hasta que mucho más tarde, llegó Brandy al seno familiar, este ya vino a formar parte de aquel mundo en una época de realización profesional, de celebración por los triunfos de la artista.

Durante las vacaciones destinaba unas semanas, a veces un tiempo más, para pasarla con su abuela materna, que ahora vivía en Alamar. Allí jugaba con sus primas, espe-cialmente con Marjori que era solo dos años menor que ella, y como Viengsay no era niña de entretenerse con los juegos clásicos, compartían otros pasatiempos: veían juntas la programación infantil, iban caminando hasta la playa de Bacuranao donde además de bañarse en el mar, también practicaban bádminton —un deporte que a Viengsay le gustaba muchísimo—.

Su abuela Amparo afirma que «sí, le gustaba mucho el mar, ir a la playa, pero lo que más le encantaba eran las mariposas. No la flor Mariposa —aclara— sino las que vo-laban, eso era el encanto de ella, cazar mariposas era su entretenimiento preferido». Buscaba algo que pudiera servirle para tal propósito, probaba con el viejo colador de

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

café carretero,53 pero le quedaba muy corto; entonces recurría a la abuela, y esta, al pedal de una antiquísima máquina Singer improvisaba el jamo insertando un poco de malla al aro, «¡es ideal, abuelita!», le agradecía la nieta, y se entregaba a la gran aventura.

Entre edificio y edificio había unos céspedes donde revoloteaban los fascinantes in-sectos diurnos. Viengsay se extasiaba recolectándolos:

Yo le dedicaba mucho tiempo a las mariposas, era como una ilusión. Y no era fá-cil, para cazarlas tenía que poner todo el jamo aplastando las hierbas, introducir la mano de abajo para arriba porque si no ellas se escabullían entre las plantas; entonces tenía que tomarlas con mucho cuidado para depositarlas en el pomo; llevaba tiempo, tardaba horas. Las que más me atraían eran las amarillitas con ojitos plateados que eran las más comunes en esa área de allí, a veces encontraba una grandotota, todavía conservo una —ya disecada por el tiempo— pero esas no me gustaban mucho. Tampoco disecarlas era mi diversión, yo disfrutaba re-colectarlas, mirarlas revoloteando en el recipiente, y luego soltarlas, nunca las dejaba morir, no era ese mi entretenimiento. A veces lograba atrapar alguna con los dedos, era tan cautelosa que la tomaba con las puntas de los dedos, y entonces sentía el polvillo que desprendía, eso constituía para mí lo más emocionante: conseguir asirla en el momento justo en que la mariposa cerraba las alitas y que ella se moviera dejando una estela de polvillo en mis dedos era algo que me pro-ducía fascinación.54

Al cabo de las horas, regresaba con un pomo lleno de mariposas y su abuela se asom-braba: «¡Cazar mariposas es lo único que has hecho en todo el día!». Así era, las ma-riposas le provocaban tal estado de éxtasis, que el bullicio del mundo se apagaba a su alrededor y perdía la noción del tiempo.

Cierta vez, fue con sus padres a Varadero acompañados de unos amigos italianos. «¿Qué quiere la niña?», preguntaron ellos. «Vamos a comprarle algo aquí»; y entra-ron a una tienda en busca de un obsequio para ella. Poco después ya habían decidido regalarle una muñeca, pero Viengsay, que mientras tanto se había puesto a explorar, de pronto descubrió un cuadro de mariposas superpuestas y quedó hechizada. «El

53 Se le llama café carretero a una forma de elaboración elemental que consiste en poner al fuego un recipiente con el polvo de café, agua y azúcar hasta que comience a bullir para entonces pasarlo por un colador de tela.54 Viengsay Valdés. Entrevista concedida al autor.

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cuadro valía 44 dólares ¡en aquella época significaba mucho dinero!»,55 pero los ami-gos se lo regalaron.

Ya después, la afición de Viengsay por las mariposas se fue convirtiendo en tema re-currente, siempre que se hablaba de ella se hacía la referencia como dato curioso, era algo que a todos les resultaba interesante y a lo cual intentaban dar un significado. Esto lo fue alimentando especialmente el hecho de que la niña que cazaba mariposas se hizo mujer, se hizo profesional con una vida pública, cuestión que hace notables los detalles que en otros pasan inadvertidos. Así, aquel cuadro con mariposas que le re-galaron de niña fue el inicio de muchos otros obsequios de ese tipo que han llegado a conformar una colección. «No se trata de una intención personal»,56 han sido perso-nas amigas o admiradores que le han colaborado. Le han regalado de Brasil; de Costa Rica tiene muchas; entre lo más preciado tiene tres mariposas de Swarovski, una que es un prendedor rosa, inmenso, se lo regaló Milena, una amiga suya en Estados Unidos, y los otros dos los recibió durante unas galas en Praga cuyos obsequios fue-ron precisamente maripositas de Swarovski.

Llegó incluso a ser invitada al programa Coleccionando que emitía la televisión cubana, para que hablara de sus mariposas, de lo que tenía en su «pequeña y humilde colec-ción»: prendedores de nácar, uno de plata, muy antiguo, con un trabajo de enrejillado maravilloso, y muchas otras bellezas.

Pero la bailarina rechaza la idea de que este tema se convierta en punto de referencia a su personalidad y que todo el que conozca de esta afición de la infancia considere regalarle mariposas, «no ha sido nunca mi intención» —afirma—. Ella siente que «todo eso» la envuelve en un «halo infantil, angelical».

En realidad, creo que el gusto de Viengsay por las mariposas tiene esa connotación infantil, angelical, pero no a partir de una interpretación de la superficie, que nos llevaría a establecer una relación simplista. Por otra parte debemos cuidarnos de una visión fragmentaria porque su personalidad se ha forjado al fuego vivo, y en un medio verdaderamente complejo, donde invariablemente ha probado su intrepidez, ese carácter voluntarioso y esa regia autodisciplina que la caracterizan, y ello también puede hacernos caer en una falsa percepción, proponernos una imagen de fortaleza que impida ver su delicadeza espiritual. Es necesario retirar la corteza, mirar en lo profundo de su ser, porque Viengsay es un alma de gran sensibilidad —es de acero

55 Ídem 56 Ibídem.

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

pero también de nube—, un ser muy delicado que tiene, sin duda, mucha semejanza con la mariposa. El acto de irse a cazar mariposas, atraparlas y soltarlas después, es reflejo de su bellísima espiritualidad. Y es eso precisamente lo que le ha permitido sostenerse: no haber dejado por el camino la niña que siempre fue, no haber sacrifica-do en los fragores de la competencia ni en el esplendor del éxito a esa niña delicada, su delicadeza femenina. Lo admirable es que ha habido un balance que ella ha logrado mantener en cada etapa de su vida, un balance en el cual siempre su espiritualidad ha estado presente y ha dado a su personalidad el equilibrio necesario, exactamente como el puntico de sal que daba su abuela al café con leche, como ese ingrediente que en la medida justa trocaba la sustancia en delicia.

El éxito de la constanciaEl curso 1993-1994 marcaba su último

año en el nivel medio. Unos meses antes de la graduación, participa en las funciones del Joven Ballet de Francia, y también por esa época baila en el evento «La Huella de España», que bajo la dirección artística de Hugo Oslé se celebra en el teatro haba-nero El sótano, y cumple con su programa en las funciones matinales que realizaba la ENA en la sala Alejo Carpentier del Gran Teatro de La Habana donde bastaba que apareciera su nombre en la programación para que se llenara el recinto. Reconocidas eran ya por esos tiempos sus interpretaciones en obras como Majísimo, Don Quijote y El corsario.

El punto culminante de este periodo lo constituye su graduación del nivel medio en julio de 1994 con una actuación inolvidable en el pas de deux Esmeralda. De su inter-pretación ese día y las que le sucedieron recién graduada, reflexiona el especialista José Ramón Neyra:

Desde su graduación en el año 1994, en la que bailó el pas de deux Esmeralda fue absolutamente brillante, me impresionó mucho, muchísimo. Después, todavía recién graduada, hubo un concurso de estudiantes acá en el Ballet, y tanto en el Ballet como en el salón de la segunda planta, todo el mundo estaba ya pendiente a lo que hacía Viengsay. Es una bailarina que tiene una gran personalidad. Eso es muy importante en el ballet, porque se puede atrapar al espectador con el desem-peño a lo largo de toda una presentación pero, independientemente de lo que se haga en escena, la salida al escenario es fundamental, ahí se atrapa al espectador o no; y ella es de las artistas que cuando sale está diciendo: «Aquí estoy yo, tienen

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Los cimientos

70 De acero y de nube

que atenderme, todo lo que yo haga va a ser importante, y se lo voy a dar a uste-des». Viengsay tiene una gran proyección escénica.57

Graduada con Título de Oro como «Bailarín de Ballet-Profesor» en la Educación Técnica Profesional, Viengsay asegura su entrada al Ballet Nacional de Cuba (BNC).

Durante la ceremonia de despedida de la Escuela Nacional de Ballet, su maestra Mirtha Hermida le dio una tarjeta en cuya dedicatoria podía leerse: «El éxito consiste en la constancia de los propósitos». La estudiante lo había demostrado con creces, pero deberá tenerlo muy presente al incorporarse a la vida profesional. Los ocho años de tránsito por los niveles preparatorios no son más que cimientos para crecer.

Ese mismo verano, los recién graduados viajaron a la ciudad de Mazatlán (estado de Sinaloa, México), por un convenio entre las academias cubana y mazatleca. Mirtha Hermida se encontraba allá desde el mes de marzo haciendo una asesoría técnica, y con su gestión eficaz había logrado que el grupo de egresados, entre ellos, Viengsay, fueran a hacer el curso de verano y la fiesta de fin de curso en aquella localidad considerada una de las «perlas del Pacífico». Sus alumnos fueron, participaron en el Festival de la Escuela Municipal de Ballet de Mazatlán, y bailaron muy bien.

La maestra aún conserva recortes de periódicos, tiene un álbum con información abundante sobre los cursos de verano en Mazatlán, que en lo adelante comenzarían a realizarse de forma periódica. Al evocar aquella primera experiencia con la gradua-ción de 1994, señala:

Viengsay era la estrella, la prensa escrita así lo reflejó, el público se paraba, era admirable su cachondez a la hora de hacer Esmeralda. Fue un triunfo aquel grupo que fue esa primera vez a Mazatlán. Era un grupo que se llevaba muy bien, ahí había otras muchachas también muy talentosas, estaba Anissa Curbelo, por ejem-plo. Entre todos se llevaban bien, tenían una relación muy positiva, de ayuda, de querer hacer siempre.58

Fueron meses intensos. Después de Mazatlán, en agosto de ese mismo año participó en el concurso «Vignale Danza», en Italia, donde obtuvo Medalla de Oro.La generación de bailarines a la que Viengsay pertenece había sido formada al igual que sus antecesoras en los preceptos de la misma institución, en los mismos postulados

57 José Ramón Neyra, Jefe de redacción de la revista Cuba en el Ballet, en entrevista concedida al autor el 17 de junio de 2011 en La Habana.58 Ver otras valoraciones de Mirtha Hermida sobre Viengsay en el acápite «Los forjadores» de la Segunda parte de este libro.

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Primera parte

Biografía de Viengsay Valdés

de una escuela —célebre por formar profesionales de un alto nivel técnico y artís-tico—, bajo la directriz de un claustro de maestros experimentados, e incluso, de varios pedagogos fundadores. Sin embargo, no perdamos de vista algo peculiar que diferencia a esta generación de las que la precedieron: el temple, la resistencia y la robustez de espíritu adquiridos a fuerza de sobreponerse a la profunda crisis econó-mica que les tocó vivir, donde cada día la vocación debió imponerse.

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Viengsay al Mes De naCiDa.

Viengsay Con 1 año De eDaD.

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Viengsay y sus priMas BertHiCa, MarJori y yanet.

entre su aMaDa perrita KatHy y su elefantiCa fany.

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grupo De giMnasia artístiCa. aCtiViDaD Cultural efeCtuaDa en el anfiteatro De la HaBana en 1986.

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Viengsay elige la Danza CoMo MeDio De expresión.

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Viengsay interpreta a una Mariposa en aCtiViDaD Cultural De la esCuela eleMental De Ballet.

aCtuaCión en festiVal De Ballet proVinCial, en la oBra La estatua, Coreografía De Viengsay. 6 De Mayo De 1989.

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Viengsay toMa Clase en la esCuela naCional De Ballet.

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Junto a su grupo De ViaJe en Mazatlán, MéxiCo, DirigiDos por la profesora Mirta HerMiDa,

segunDa De DereCHa a izquierDa.

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Junto a sus paDres en septieMBre De 2005.Foto: Martha Sánchez.

Con su aBuelita aMparo.

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En imágenes Los cimientos

los años fortaleCieron la aDMiraCión entre la aluMna y su Maestra De la esCuela MirtHa HerMiDa.

Foto: Maiuly Sánchez.

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En imágenes Los cimientos

Con aMigas De la etapa De la esCuela De niVel eleMental CeleBran reenCuentro en 2009.