De la metafísica a la semiopraxis

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750 RBSE – Revista Brasileira de Sociologia da Emoção, v. 11, n. 33, dez. 2012 - Dossiê Corpo e Emoções GROSSO, José Luis. “Teoría: de La metafísica a la semiopraxis. La justicia poscolonial de otras maneras de conocer en los piegues de la formación hegemónica estético-epistémica del ver-decir lógico-eidético” RBSE – Revista Brasileira de Sociologia da Emoção, v. 11, n. 33, pp. 750-768, Dezembro de 2012. ISSN 1676-8965 DOSSIÊ http://www.cchla.ufpb.br/rbse/Index.html Teoría: de la metafísica a la s s e e m m i i o o p p r r a a x x i i s s La justicia poscolonial de otras maneras de conocer en los pliegues de la formación hegemónica estético-epistémica del ver-decir lógico-eidético José Luis Grosso A Gladys Loys: su amor por la justicia. Resumo: Partindo das alteridades territoriais e solidariedades emotivas engendradas na acidentada topografia sócio-política-epistêmica das nossas relações populares-interculturais pós-coloniais, que nos seus agenciamentos semiopráticos colocam em jogo várias configurações do mundo, formações teóricas e matrizes epistêmico-práticas de criação sedimentadas nas suas maneiras de conhecer, estabeleço a arena de lutas simbólicas e antagonismos em torno da "teoria". A metafísica aparece assim como um compromisso da formação teórica lógico-eidética dominante e da sua teoria da ação numa relação de dominação enraizada e desconhecida no epistêmico. A seguir (para chamá-lo de alguma forma), tentando dar conta daquelas lutas simbólicas que estão abrindo passagem, volto à apropriação heideggeriana do Nietzsche e aos nietzschianos excessos que estouram essa apropriação como um lócus de discussão, mas também enfatizo, finalmente, isso que, numa fase pós-colonial, marcada pela radical não coincidência e desajuste entre as tarefas hegemônicas e as semiopraxis populares-interculturais corre os maiores riscos teóricos e joga o maior volume, disruptivo e anacrônico, de revolução. Palavras-chave: relações populares-interculturais-poscoloniais, semiopraxis, metafísica, teoria * Podría decirse que este texto hace el desplazamiento de una deconstrucción semiológica, que se empeña en los deslizamientos sobre el idealizado “sistema diferencial”, a una deconstrucción semiopráctica que opera más acá de la genealogía crítica de la “deconstrucción” y su circunscripción al protocolo “académico” (platónico), en el abrupto agenciamiento popular- intercultural del sentido. El “malquerido” Derrida podría decirse que (a riesgo de correr con el reclamo de ser injusto con él, siendo que aquí tratamos de “justicia”, pero abriendo un suspenso en el énfasis de mi (im)propia lectura, o re-a-propiación de lectura, y sin pretender zanjar jamás el entredicho con una corrección hermenéutica) podría decirse, (y lo) digo, que Derrida deambula espectralmente habilitando ambas orientaciones. Ese desplazamiento no podría hacerse sino a saltos y bailando, entre martilleos de la risa. Por eso separo así los pasos: <§§§> Marcos Pastrana, dirigente diaguita calchaquí, decía en 2011:

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La justicia poscolonial de otras maneras de conocer en los pliegues de la formación hegemónica estético-epistémica del ver-decir lógico-eidético

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    GROSSO, Jos Luis. Teora: de La metafsica a la semiopraxis. La justicia poscolonial de otras maneras de conocer en los piegues de la formacin hegemnica esttico-epistmica del ver-decir lgico-eidtico RBSE Revista Brasileira de Sociologia da Emoo, v. 11, n. 33, pp. 750-768, Dezembro de 2012. ISSN 1676-8965

    DOSSI

    http://www.cchla.ufpb.br/rbse/Index.html

    TTeeoorraa:: ddee llaa mmeettaaffssiiccaa aa llaa sseemmiioopprraaxxiiss LLaa jjuusstt iicciiaa ppoossccoolloonniiaall ddee oottrraass mmaanneerraass ddee ccoonnoocceerr

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    Jos Luis Grosso

    A Gladys Loys: su amor por la justicia.

    Resumo: Partindo das alteridades territoriais e solidariedades emotivas engendradas na acidentada topografia scio-poltica-epistmica das nossas relaes populares-interculturais ps-coloniais, que nos seus agenciamentos semioprticos colocam em jogo vrias configuraes do mundo, formaes tericas e matrizes epistmico-prticas de criao sedimentadas nas suas maneiras de conhecer, estabeleo a arena de lutas simblicas e antagonismos em torno da "teoria". A metafsica aparece assim como um compromisso da formao terica lgico-eidtica dominante e da sua teoria da ao numa relao de dominao enraizada e desconhecida no epistmico. A seguir (para cham-lo de alguma forma), tentando dar conta daquelas lutas simblicas que esto abrindo passagem, volto apropriao heideggeriana do Nietzsche e aos nietzschianos excessos que estouram essa apropriao como um lcus de discusso, mas tambm enfatizo, finalmente, isso que, numa fase ps-colonial, marcada pela radical no coincidncia e desajuste entre as tarefas hegemnicas e as semiopraxis populares-interculturais corre os maiores riscos tericos e joga o maior volume, disruptivo e anacrnico, de revoluo. Palavras-chave: relaes populares-interculturais-poscoloniais, semiopraxis, metafsica, teoria

    *

    Podra decirse que este texto hace el desplazamiento de una deconstruccin semiolgica, que se empea en los deslizamientos sobre el idealizado sistema diferencial, a una deconstruccin semioprctica que opera ms ac de la genealoga crtica de la deconstruccin y su circunscripcin al protocolo acadmico (platnico), en el abrupto agenciamiento popular-intercultural del sentido. El malquerido Derrida podra decirse que (a riesgo de correr con el reclamo de ser injusto con l, siendo que aqu tratamos de justicia, pero abriendo un suspenso en el nfasis de mi (im)propia lectura, o re-a-propiacin de lectura, y sin pretender zanjar jams el entredicho con una correccin hermenutica) podra decirse, (y lo) digo, que Derrida deambula espectralmente habilitando ambas orientaciones. Ese desplazamiento no podra hacerse sino a saltos y bailando, entre martilleos de la risa. Por eso separo as los pasos:

    Marcos Pastrana, dirigente diaguita calchaqu, deca en 2011:

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    Somos territorio. Yo mismo en estos momentos soy un pedazo de tierra que est hablando. El territorio es nuestro idioma, nuestro pensamiento y nuestro sentimiento (Machado, 2012: Epgrafe inicial).

    En el Seminario Bicentenario de la Independencia y Movimientos Emancipatorios Poscoloniales que dictara en Mayo de 2010 en la Universidad Nacional de Santiago del Estero junto con agentes sociales de comunidades y movimientos sociales y gestores culturales, Deolinda Carrizo, del Movimiento Campesino de Santiago del Estero Va Campesina (MOCASE-VC), cont, tras mi intervencin sobre la fuerza-de-negacin de lo indio, lo negro y lo cholo en lo santiagueo, con voz fuerte, frases ariscas y corazn conmovido, la siguiente historia:

    Cuando era nia, recuerdo que a la oracin mi abuelo se iba al fondo del patio y cantaba unas vidalas en la quichua. Yo andaba por ah, jugando, travesiando, y una vez le pregunt qu eran esas canciones y l me dijo que eran rezos indios. Cuando el ao pasado (2009) yo estaba parada con mi hijo en brazos entre la topadora y el rancho, resistiendo a los que iban a voltearnos las casas por orden de los que quieren desalojarnos y quitarnos la tierra, escuchaba a mi abuelo al fondo del patio, cantando aquellos rezos indios, y sa era la fortaleza que yo tena, esa fuerza que me vena de adentro y me sostena ah.

    Estas dos alteridades territoriales que irrumpen en el espacio-tiempo vaco y homogneo del Estado-Nacin (Benjamin, 2010; Chatterjee, 2008) y su estado-de-ser naturalizado como pretendidamente nico y definitivo nos ponen ante la discusin terica que aqu planteo. El e(E)stado-de-ser (state-of-beeing, Comaroff and Comaroff, 1991) es el sustrato epistmico-ontolgico del universalismo fenomenolgico en la era del Estado-Nacin, que se reconoce y desconoce a s mismo a la vez en cuanto tal: se reconoce como suelo cultural, se desconoce en su universalismo kantiano. Todos parecemos vivir en el Estado-Nacin, Modernidad mediante: cada pueblo en el suyo como celdilla del panal planetario. La reduccin que realiza el Estado a un nico sentido de realidad polarizado hacia las figuras de Razn que retrotraen su Historia hasta/desde las monstruosidades del caudillismo como gnesis metabolizada, dos caras de una misma moneda nacional, logra ocultar, en su solemnidad funeraria y monumental, las rasposas fibrosidades y agitadas devociones que adhieren tanto a la Razn como a las lealtades caudillescas, en las que opera una solidaridad emotiva en los bordes y desbordes. Solaridaridad y antagonismo que abren la poltica siempre ms ac del e(E)stado-de-ser y constituyen lo popular antes del llamado, con nfasis gramsciano (es decir, ya tocado por la ideologa estatista, Guha, 2002), populismo por Laclau (Laclau, 2006).

    Porque populismo denota ya las sensibilidades burguesas liberales de una ciudadana que se extraa distinguidamente, se horroriza y se sobrepone a su pnico y su fobia en un sentimiento de subestimacin mal disimulado e impotente ante las primarias solidaridades emotivas. Populismo es ya pretensin de forma, de puesta-bajo-control, de construccin de un (nico) pueblo (nacional). En palabras de (Gramsci-)Laclau: al ser la construccin del pueblo el acto poltico par excellence como oposicin a la administracin pura dentro de un marco institucional estable, los requerimientos sine qua non de lo poltico son la constitucin de fronteras antagnicas dentro de lo social y la convocatoria a nuevos sujetos de cambio social (Laclau, 2006: 195). Lo popular, sus solidaridades emotivas, son, antes bien, constitutivas de lo poltico (no construidas por lo poltico), y ste no precede cualquier modelacin-de-forma de lo popular con requerimientos que definen fronteras y antagonismos desde una posicin estratgica (siempre llamada a sustancializarse como Estado, pero que ya es programa, movimiento orgnico o partido) que habilita, convoca

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    e instrumentaliza los sujetos propios de su cambio social. Si bien Laclau destaca en lo popular la emotividad del vnculo, el afecto, el lazo libidinal en la constitucin social (85-88), y si bien distingue diferencia en el sentido sistmico-semiolgico saussuriano (que instaura internamente una cartografa lgica) y diferencia en el sentido deconstructivo derridaniano (en cuanto acto pasional, heterogneo e intraducible del otro, que abre, rompe, desfonda), pareciera rendirse (y rendirle as todas las armas) a la necesidad de la unificacin que expropia de las fuerzas que slo el nmero desvelado e inconcluso, polvoriento y alzado (Grosso, 2012d), en un barroquismo carnavalesco y sacrificial (Grosso, 2011; 2012i), puede contar, el trabajo necesario para la organizacin, la movilizacin disciplinada y la homogeneizacin en bloque, alterna y estratgicamente pacificado y promovido. Este movimiento revolucionario ma non troppo, debidamente gestionado y gerenciado, es radicalmente desbordado por la gesta revolucionaria que tiene las aristas populares-interculturales no pulidas por el domo de la teora dominante.

    Porque estas solidaridades emotivas operan como violentacin simblica (Grosso, 2012a; 2012b) en la violencia simblica dominante, mimetizando en sta su fuerza-material-corporal-de-sentido, abrupta y disonante, percibidas como brbaras, in-civilizadas, y que exceden las contenciones reeditadas del Derecho, de la ortodoxia teolgico-pastoral cristiana y del disciplinamiento regular de lo militar en el paso de la dominacin colonial a la hegemona nacional. As, torsiones simblicas en la torsin simblica, violentaciones populares en la violencia estatal, estas solidaridades se extienden rizomticamente en las relaciones interculturales modelando aprendizajes silvestres, constituyendo (antes que cualquier Constitucin) matrices epistmico-prcticas de creacin nunca enunciables en la normativa lgica que escinde el lenguaje como esfera propia de sentido. Oscuras tenebrosidades semioprcticas que hacen sufrir indefinidamente, tironeando hacia atrs y hacindolas jirones, las carnes del concepto (como reconociera apenas de paso Hegel y desechara en su arrolladora lgica dialctica; Hegel, 1977), y que gozan ese sufrimiento como resistencia y trama de relaciones y de pertenencia constitutivas. Es el territorio narrativo del mito como torsin simblica y solidaridad emotiva no enunciable en la lgica (mucho ms ac de la literaturizacin del mito y de su tratamiento formalista en el fetiche lingstico), plstica colectiva que mantiene viva, tensa y enhiesta la fuerza-de-justicia (Grosso y Lpez, 2011).

    Las masas levantadas en tramas solidarias, en montonera, salen a morir al encuentro del otro. Su hospitalidad no se ahorra el vrtigo del alarido, el tumulto y los derrames. La negacin popular-intercultural amalgama lo militar y el sacrificio. Ms ac de la histrica asepsia burguesa que impregna la ciudadana ilustrada, militar proviene del latn militarius, de miles (genitivo militis), soldado; de ah milia, miles, y mille, un mil, un millar. Es la presin del nmero fusionado y consolidado, una gran cantidad indefinida de masa, una arcaica solidaridad csmica beligerante; son los muchos alzados y en combate, antes que el ejrcito regular organizado, ordenado y disciplinado en escuadra. La lucha agita en lo militar un fragor sacrificial riguroso que excede el disciplinamiento lgico de lo militar; esa lgica militar que erradica de la pertenencia a la comunidad local de seres dispuesta a la celebracin de la vida y al delirio metamrfico de la muerte, y que separa en una esfera identitaria y tecnolgica la consagracin profesional armada junto al e(E)stado-de-ser pacificado, bajo tutela permanente y represin a la mano por las dudas. Aquel arcaico militar-sacrificial aflora en las ciudades modernas en la gesta de las hinchadas de ftbol y en las socialidades rurales que desbordan la cancha (Grosso, 2012c).

    Lo que en la genealoga de la lengua del imperio deconstruye el orden en su aparente fatalidad bajo el rigor lgico, en las lenguas semioprcticas de nuestras relaciones interculturales

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    poscoloniales abren no slo otras figuras del mundo sino otras configuraciones operacionales, otras maneras de hacer. Y sobre las racionalidades urbanas o en la superficie desnuda de la cotidianidad rural, est en plena accin rediviva una gestualidad ritual (Kusch, 1976; 1978) que parece atravesar todas las tradiciones y mestizajes. Las fuerzas solidarias no procuran conquistar por apartamiento y expropiacin, sino que agencian la relacin como lucha de poderes que se enfrentan sin eliminarse unos a otros. As es como aquellas matrices arcaicas de creacin operan como un saber an en las condiciones ms desfavorables, en las relaciones de fuerza ms desiguales y en la ms opresiva y aniquilante subalternacin (pos)colonial. La negacin, mezcla de desaparicin, borramiento, silenciamiento, olvido y hueco de ausencia, no es slo mazazo del opresor, sino que en ella encenta la tctica relacional que opera en los esquemas de accin populares-interculturales. La negacin se vuelve accin alzada sin reservas. Es el vaco sacrificial que tracciona y se toma su tiempo. Su beligerancia no es ciertamente la del desarrollo, siempre hacia adelante y tomando posesin de territorios.

    La solidaridad emotiva es arrojo, rompe a presin de rituales ventrlocuos y trances shamnicos todas las empresas de linealidad espacio-temporal que imponen all y de ese modo su dominio. La fuerza-de-negacin en nuestras barrocas topografas interculturales est ligada al sacrificio como gestualidad ritual de donacin y hospitalidad: se juega y transforma las relaciones poniendo todo de s hasta la muerte para agenciar la vigencia y el olvido en todos sus pliegues. En una versin india y negra, mestiza y chola, popular-intercultural, de lo mesinico en Benjamin (Benjamin, 2010), nuestras solidaridades emotivas acrecientan en muertos vencidos un poder-de-ausencia, un espectral ejrcito indmito en montonera de alarido y polvareda, y una anacrnica fuerza-de-justicia. As estas solidaridades en masa de soldados-vecinos piensan en colectivo, en comunidades csmicas, celebran la noche como esperanza de reunin, hacen fiesta y sacrificio, derraman la bebida y la sangre, se arman y desarman en ciclos irregulares, friccionan contra la lgica y la teora dominante sus humores intempestivos, su dolor rasgado, sus desvos disonantes, sus cadencias amasadoras y sus sentidos abruptos. Por eso tienden en la msica su trama ms sentida, que teje en el aire y abre paso. Exceden con mucho el verticalismo de los generales, que se vuelve inoportuno cuando pretende instrumentalizar la violencia (Bataille, 1998).

    No estn lejos las solidaridades emotivas populares-interculturales como lmite abierto y agenciamiento negativo del repulgue que corona la teora en la formacin esttico-epistmica dominante: no estn lejos ni de su repliegue represivo, ni de su reborde duplicando enfticamente el cierre. Ms bien lo tocan, lo invierten, lo mastican1, lo fagocitan (Kusch, 1986).

    Teora: Pensar radical que toca los bordes configuracionales del mundo en cada cosa (frase, concepto, relacin, sentimiento, obra, instrumento) Por eso teora no es lo abstracto en cuanto elevado, areo, etreo, separado de lo emprico, de lo material, de las prcticas. Pero este pensar radical, adems del borde de las cosas, implica tambin en su pensar a la conformacin misma de lo terico, y, en este caso, en que llamo con la voz eurocntrica y hegemnica de teora a este pensar radical, est implicada en su misma lengua la conformacin greco-europeo-occidental lgico-eidtica, formacin epistmica especfica (sed etiam colonial-planetaria) de un ver-

    1 Ese roer del acuchicu las hojas de coca, o ese ritornello omnipresente de las msicas, o esa rumia

    paciente ante la inmensidad del cielo, de las montaas, o en medio de la trajinada urbe como demora resabiada, machacan los cimientos de la civilizacin dominante del progreso y el desarrollo.

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    decir, entre y en relacin con otras conformaciones heterodoxas de lo terico (las implicadas en cada caso) interculturales poscoloniales, sacha-teoras 2 que son conformaciones otras de lo terico en otras maneras de conocer.

    La zeora3 (2,) greco-europeo-occidental se constituye en la esttica y la episteme de una manera del ver-decir: lgico-eidtico, amalgama de idos (,) y lgos (8(), que se ha vuelto hegemnica va colonizacin-occidentalizacin del mundo; an activa y en curso en la universalizacin de la educacin, la estandarizacin internacional de los indicadores acadmicos de procesos de formacin e investigacin, las polticas culturales de los canales televisivos de ciencia, costumbres y entretenimiento, las puestas-en-valor del turismo, la determinacin de Patrimonio Cultural Material e Intangible de la Humanidad, el formateo de estereotipos hiperreales y la vigilancia sobre los contenidos y consumos en la red electrnica mundial en el momento en que la conceptualidad fundamental salida de la aventura greco-europea est en curso de apoderarse (va NTICs) de la humanidad entera (Derrida, 1989: 111).

    Esta constitucin terica occidental originaria puede relatarse del siguiente modo:

    En la Grecia pre-filosfica, a travs del emplazamiento de la tragedia y su expropiacin de los rituales dionisacos que fueron desplazados de los campos a la plis y a la fiesta oficial, los ciudadanos libres (varones propietarios) se reunan en ese espacio de representacin dramtica diseado por la arquitectnica urbana como anfiteatro (Grosso, 2003). All, en ese semicrculo con graderas en torno del escenario, dispuesto all abajo, al medio y destacado sobre el foso de la orjestra en que cantaba, danzaba y deca sus extensos parlamentos el coro cercando la escena, se representaban las historias mticas de dioses, hroes y mortales. As como los dioses observaban desde siglos anteriores, tal como contaban los relatos, desde el monte Olimpo, el ms alto de la pennsula arcdica, la vida de los mortales como un espectculo, trgico y cmico, e intervenan en ella, ahora los ciudadanos, unos junto a otros, en el mundo de la plis, tomaban en el anfiteatro aquella distancia y aquella altura que les ganaba la vista de los dioses, la zeora (2,; 2, - ,

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    Pierre Bourdieu en El sentido prctico, el objetivismo en ciencias sociales debe ser sometido a crtica, porque

    tiende a trasladar al objeto los principios de su relacin con el objeto; (alteracin que) siendo constitutiva (para Bourdieu) de la operacin de conocimiento, est destinada a pasar desapercibida, dando por supuesto que este punto de vista soberano nunca se toma ms fcilmente como desde las posiciones elevadas del espacio social, desde donde el mundo social se ofrece como un espectculo contemplado desde lejos y desde la altura [y se recrea aqu la experiencia mtico-dramtica griega de la teora, el zeorin, 2,,

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    de la demora idealizante. La dialctica fue un fantasma literariamente conjurado por la violenta preeminencia del lgos (Grosso, 2003: 39, 10).

    Estamos entonces ante los bordes tericos del concepto y la manera de la teora, precisamente en cuanto tal zeora: en su conformacin greco-europeo-occidental y su configuracin de mundo.

    Puedo hacer ahora una primera enunciacin de algunas lneas programticas en las que he venido caminando en la investigacin de los ltimos aos, y lo hago de este modo, en cuatro vertientes que cruzan y surcan por trechos una en otra, entre otros recorridos posibles:

    1.

    El problema no es idealismo/materialismo; es la metafsica que se interpone a las fricciones entre semiopraxis de formaciones tericas inconmensurables. No hay teora-en-el-aire, idealismo: sa ha sido la equivocacin que ha permitido la reproduccin metafsica, tanto en cuanto la reproduccin de la metafsica ha permitido enquistar esa equivocacin, como que esta equivocacin ha permitido a su vez que la metafsica se reproduzca imperceptiblemente. La apariencia del carcter areo del conocimiento y del sentido es correlativa a un empirismo y positivismo aplanadores y desconocidos en s mismos en cuanto tales, efectos de un epistemologismo naturalizante que concibe al conocer como actividad en s, desencajada y retirada de todo hacer, cuando fue ms bien siempre fractura performativa de una pretendidamente nica y apenas esencial manera de conocer que hace del velo de la apariencia una pantalla de sombras cuya luz siempre viene de ms all (epkeina ts usas).

    Ms que idealismo, hay ms bien all, (su)puesta en su mismo acto, esta teora-siempre-posterior/anterior (atrs, detrs, profunda, a priori, en todo caso siempre separada y distante, y en ese caso siempre metafsica). Idealismo y materialismo como disyuntivas crticas se mueven al interior de una misma concepcin de teora, en ambos casos metafsicas; ambas dejan intacta la presuncin de la verdad ltima posterior. Como pasa an con la ineluctablemente requerida mediacin eidtica como distanciamiento que vuelve espectculo la vida irrefleja en Merleau-Ponty (Merleau Ponty, 1997). E incluso sigue reproducindose esa estructura terico-metafsica en la teora de las prcticas de Bourdieu (ya en Bourdieu, 1991), que distingue la relacin prctica con las prcticas, propia de la impregnada/embebida mayora, y la relacin terica con las prcticas, propia del distante auriga-socilogo-socioanalista, que ve ms all de aquella opaca corporalidad-materialidad de la accin y establece una separacin entre praxis y lgos. As, la crtica de la violencia simblica requiere necesariamente la intervencin de profesionales de la labor de explicitacin (Bourdieu, 1999: 247) que operan

    esa especie de salto ontolgico que supone el paso de la praxis al logos, del sentido prctico al discurso, de la visin prctica a la representacin, es decir, el acceso al orden de la opinin propiamente poltica (Bourdieu, 1999: 244),

    la cual en definitiva coincide con el afn lgico-lingstico-racional de los sectores escolsticos, reflexivamente duplicado. El Socioanlisis, para Bourdieu, trata de

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    mantener unidos, para integrarlos, tanto el punto de vista de los agentes implicados en el objeto como el punto de vista sobre ese punto de vista que la labor de anlisis permite alcanzar (absolutamente inaccesible en la prctica, ruptura social necesaria para una relacin terica) al relacionar las tomas de posicin con las posiciones desde donde se han tomado (Bourdieu, 1999: 248, nfasis en cursiva en el original).

    Esta es la doble verdad de lo social que mantiene unidos el aserto de la objetivacin y el aserto, igual de objetivo, de la experiencia primera, que, por definicin, excluye la (su propia) objetivacin (Bourdieu, 1999: 250), y que en definitiva, por habitus terico, Bourdieu concibe, modernamente, como primera objetivacin que (an) no se sabe.

    Me he detenido un momento en Bourdieu porque su crtica de la visin escolstica puede hacernos creer que realmente se distancia de la metafsica implicada en la comprensin (terica) de la comprensin prctica de las prcticas, cuando en verdad la refuerza con una nueva vuelta de tuerca reflexiva.

    De una teora-siempre-posterior/anterior a la teora-en-las-prcticas hay no slo pertenencia irreductible a la accin, sino desplazamiento y alteracin, mudanza, algo ms que del orden epistemo-lgico (Grosso, 2012d; 2012e): un estar-en-relacin, un estar en una teora local de la relacin (Haber, 2010; 2011) en la que nos pasan cosas y nos afectan otras maneras de conocer, una semiopraxis en el curso heterodiscursivo de la accin (Grosso, 2012f; 2012g). La teora-en-las-prcticas niega la rigidez histrica y performativa de un conocimiento-en-s. All lo terico no es metafsico, sino refraccin (Bajtin, 1999) en la relacin popular-intercultural.

    2.

    El problema es la reproduccin del hieratismo lgico-eidtico y de la hexis filosfica que se conciben como irrenunciables para quien ha sido tomado y colonizado en medio de los trnsitos de su pensar. El desplazamiento y dislocacin de la teora hacia las relaciones prcticas locales desde y en las que se piensa en tanto se acta encuentra un locus de experiencia en la escritura nietzscheana: Nietzsche deriva el pensar de la seriedad vertical del platonismo filosfico, sereno y que ha puesto bajo el dominio de la gimnasia lgica las emociones, hacia la inestable dialogicidad de la risa y de la danza; conmovido y apasionado, piensa-riendo y piensa-bailando, imbrica el pensar en el martilleo demoledor y carpintero de la risa, que universaliza (quasi-kantianamente, si no fuera por el juicio y la razn; Kant, 1999; 1998) por contagio, y en el deambular tanteando ritmos de la danza por rodeos e insinuaciones (Grosso, 2012h; Duvignaud, 1997). Y as se deja llevar por Zaratustra, quien pasa a su lado y lo pone en la categora del otro, encontrndose-fuera con este personaje que desborda los cercos de lo literario cobrando vida propia (Bajtin, 1999).

    Es notable cmo, en contra de este movimiento de estilo y relacional, Heidegger, en La metafsica de Nietzsche (Heidegger, 2000), se propone reiterar y rectificar el lugar del pensamiento en la tradicin platnica del pensar-hablando-y-oyndose, sereno y monolgico, retrotrayendo el discurso nuevamente ms all de los desvariados decursos de estilo, desodos y disciplinados, sometidos, como la metfora en Ricoeur, a una correccin de desviacin (Ricoeur, 1980). El Nietzsche de Heidegger recoge a Nietzsche a filosofa, lo llama a silencio, lo aquieta, lo fija en la cmara lgico-eidtica; pero a su vez no puede impedir que, en los riesgos del camino, no haya dejado pasar algo por donde el mismo Heidegger escapa de s hacia el otro. Tal vez esto es lo que enuncia ese epteto heideggeriano con el que se trata de atrapar al ltimo de los metafsicos en la historia de la metafsica occidental en cuanto poca del ser como representacin. Y es lo que, en su ambigedad, merodeado por su espectro nietzscheano, cuida

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    Heidegger, dando un lugar no-lgico al salto genealgico y transvalorativo nietzscheano, su intempestividad anacrnica:

    Esta inquietud esencial de su pensamiento testimonia que Nietzsche resiste al mayor peligro que amenaza a un pensador: abandonar el lugar de destino inicialmente asignado a su posicin fundamental y hacerse comprensible desde algo extrao e incluso pasado (Heidegger, 2000: 266).

    As, entre dos apariencias, Heidegger abre una nueva economa por donde se filtra el exceso de un pensar que ya no es lgico-eidtico en la orientacin platnica, sino que deambula en una esttica alterada y conmovida. Las dos apariencias:

    1. La verdad es un error (apariencia) necesario para la voluntad de poder, que opera tortuosamente a travs de ella; donde la verdad es adaequatio de la representacin a lo real (sea en la primera representacin cognitivista substantia-ens; sea en la moderna representacin aseguradora volitiva subjectum-objectum). 2. El arte vale ms que la verdad: transfigura, acrecienta, miente; es la otra apariencia que dramatiza el sentido en el amplio espectro de la smica corporal-material; en la que la verdad como 82,4 (alzeia), segn no obstante el an ms profundamente enquistado platonismo lgico-eidtico de Heidegger (invertido pero no desbordado: un lgos y un idos inversos; Heidegger, 19804), reivindica sin saberlo el abrir y llevar-a-lo-abierto el desocultar como determinacin conductora (Heidegger, 2000: 256-257).

    Y nuevamente la domesticacin a la silenciosa tradicin dominante: el arte en Nietzsche tiene volumen de danza, en cambio en Heidegger es lugar de acontencimiento de la verdad que puede ser acogido en el sereno y estatuario pensamiento filosfico (Heidegger, 1982). Para Heidegger ha habido slo ocultamiento en la inversin especular de la misma Teora y de la misma Historia, all donde Nietzsche seala una restriccin esttico-emotiva y una nueva composicin cultural de las maneras de conocer, cuya crtica moviliza un necesario desbarrancamiento valorativo, smico, econmico y pensante. Seala en este sentido Heidegger:

    La metafsica no atenta en ningn momento contra la esencia de la verdad imperante desde entonces como apertura adecuante del ente por medio del representar, pero deja sin embargo que el carcter de apertura y desocultacin, incuestionado, se hunda en el olvido. Mas este olvido, tal como corresponde a su esencia, se olvida completamente a s mismo desde el instante histrico en que el representar se transforma en el autoasegurante remitir de todo lo representable, o sea, en certeza en la conciencia. Cualquier otra cosa en la que el representar pudiera an fundarse como tal queda negada. Pero la negacin es lo contrario de la superacin. Por eso, la esencia de la verdad en el sentido de desocultamiento tampoco puede nunca volver a introducirse en el pensamiento

    4 Segn la interpretacin de Heidegger, de la 4 a la (apariencia) se produce una

    inversin (como decisin) ya en la interpretacin griega: la (paradigma, representacin ideal) sustituye al aparecer de la 4, al ser del ente, y sta se devala en mera copia, bajo un criterio de adecuacin (ya no de desocultacin) aplicado por el 8( entendido como enunciacin (y ya no como acorde reunido), como lugar de la verdad: la verdad se hace conquista del juicio y el 8( se vuelve decir algo acerca de algo (Heidegger, 1980: 215-221). Hay dos inversiones conjuntas: de la y del 8(.

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    moderno, porque efectivamente ya siempre y an est imperando, aunque transformada, trastocada, desfigurada y, por lo tanto, no reconocida (Heidegger, 2000: 257, nfasis en cursiva en el original).

    El olvido de la inversin en una misma lnea y estructura configuracional calza incluso, en desmedro de la dislocacin nietzscheana, en la anmnesis platnica: en la precedencia olvidada de las ideas, que se reactiva al encuentro de sus copias, cuya distancia diferencial es recorrida por el lgos del lenguaje. As, la posibilidad (que se abre y acrecienta en el arte) ha quedado en verdad atrs, olvidada, en la misma historia, que, si bien incorpora el salto inversor que va de la representacin a la desocultacin, rompiendo todo hegelianismo lgico, reproduce no obstante la continuidad de un pensar que se sigue situando en la tradicin del ver-decir filosfico. Y por ello este salto, esta decisin, este desplazamiento prctico, es an metafsica en Heidegger: la metafsica originaria de la manifestacin del Ser; es lo oculto verdadero tras la apariencia (del ente y de su verdad como representacin) en el mismo discurso monolgico: es el ser tras el ente. Zaratustra no ha pasado por all; Nietzsche ha quedado atrapado en la mezquina autora de sus libros: Nietzsche ha sido reducido a Nietzsche, el ltimo de los metafsicos de la historia de la metafsica occidental.

    Pero, adems, falta aqu, deinde Zaratustrae vestigis, tanto en la relacin Heidegger-Nietzsche, como en la relacin Nietzsche-Zaratustra, el volumen heterodiscursivo de lo intercultural como ruptura espacio-temporal, desproporcin y desajuste en la comunidad local de seres y dislocacin en la estructura regional del sentir. En la metamorfosis del nihilismo nietzscheano, la crtica ha devenido, por hiperbolismo y saturacin (un nihilismo activo, creativo, Vattimo, 2002), de una voluntad de saber y verdad que se quiere incondicionada, de la crtica racional exacerbada llevada a los extremos, de una teora-del-conocer, a una teora-del-creer, afirmando en el salto una nueva fe. Se puede volver as del Nietzsche (traducido, momificado) de Heidegger al Nietzsche (citado, espectral) de Heidegger: permitirle que, como Zaratustra, cobre vida propia y nos implique en la alteracin que produce su paso. Entonces, el nihilismo social (hiper-racional) termina, no en el conocimiento, sino en la interaccin discursiva no-social de una discursividad csmica ampliada, extensa (Grosso, 2012e; dignidad ampliada, dice Mario Vilca a partir de la expresin de Pico della Mirandola, Vilca, 2007; 2010a; 2010b), que vuelve a fabular en la intimidad familiar y domstica del cosmos, acribillando en su praxis misma la esfera defensiva de lo social, de lo humano y de la area semiologa del lgos que demarca vanamente el contorno racional del sentido. Esto es Zaratustra y las relaciones interculturales poscoloniales.

    Los cinco planes y proyectos de la metafsica de Nietzsche que recorre Heidegger: la frase voluntad de poder, el nihilismo, el eterno retorno de lo mismo, el superhombre y la justicia, confluyen en esta ltima en cuanto mximo esplendor, gloria, de las cuatro expresiones anteriores (Heidegger, 2000). Pero en todo ello siento que se esquiva positivamente, en la positividad en que se contina el discurso, la fuerza-de-olvido sealada en pgina 257: porque la justicia es la fuerza-de-olvido que presiona en la representacin hacia su manifestacin imposible, es eso oculto en esa luz, que se oculta al iluminarse (enfatizo las acciones, la voluntad, en los verbos: presiona, se oculta, al iluminarse), viene de ms all (o ms ac) y va hacia ms all (o ms ac), abriendo lo metafsico-monolgico a la heteroglosia potica, danzante, riente de los sufrientes y vencidos que no cejan de querer y de creer en sus viejos-nuevos dioses del cielo, la tierra y los infiernos. Pero el fotologismo heideggeriano (Lvins, 1993; Derrida, 1989) interpreta este gesto fundamental desfundamentador polarizndolo en el supremo resplandor de la voluntad de poder como representante de la

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    vida. As Heidegger incluye a Nietzsche en su crtica esencial (del Ser) y moviliza su heideggerianismo del Ser como presencia que ilumina y se oculta, se dona y se recede.

    Pero la justicia viene de los otros que no dominan, cuyo poder desprecia el orden de las positividades, desplazndose hacia la formacin epistmica de otro saber que irrumpe en la Historia. Porque la justicia es la abrupta discontinuidad de otras historias.

    3.

    El problema de la negacin y el olvido es su subsuncin en la misma y nica lgica de la Historia, que domestica la justicia, trayndola de aquella oblicuidad irreductible a la rectitud. Del monologismo metafsico de lo negado y lo olvidado en la ltima verdad del tiempo que se despliega y repliega sin abandonar jams el reversible constructo lgico-eidtico (sensu Heidegger; Derrida en el lmite, mise-en-abme) a las relaciones interculturales que irrumpen olvido y negacin poscolonial hay una teora-de-la-diferensia, una teora-de-los-otros-ke-escriven-ac: reapropiaciones diferensiales que toman la escritura desde el solapamiento (silencio sobre silencio) de su olvido y negacin, bajo el peso de toda (total, hegemnica) la condescendencia histrica que se horroriza ante el escndalo ortogrfico y gramatical, y operan tambin a la vez (dislocacin del silencio en otros estratos prcticos) otras escrituras. Del pensar rememorante a la irrupcin abrupta y anacrnica de los otros hay una relacin desde ms ac, oblicuo, al costado, de la rectitud de la justicia que presencia al ser, en que se presencia el ser como desocultamiento traspasando todas las subjetivaciones de la representacin al brillar el supremo resplandor de la voluntad de poder como representante de la vida, pensamiento metafsico a travs del cual Heidegger interpreta a Nietzsche (Heidegger, 2000). En cambio, a contrario, antagnicamente, oblicuamente, por refraccin, la justicia viene de los otros que no dominan: el silencio del olvido y la negacin es el medium de trabajo y la comunidad intercultural de la semiopraxis. No es la Misma Historia, ni al derecho ni al revs.

    4.

    El problema es la resistencia de una pastoral de traduccin inconmovible encerrada en su bastin terico, que se reserva a toda mudanza de escritura. No basta la crtica ideolgica en el mismo plano discursivo de enunciacin. Hay variaciones de estilo, de maneras-de-escribir, de regmenes discursivos, de matrices textuales que dislocan, desplazan (bailan, ren, sensu Nietzsche), entran en otras teoras de la relacin maneras de conocer semiopraxis crticas, y derivan en ellas; es decir, no vuelven a la teora-del-conocer tras la operacin etnolgica (De Certeau, 2000: Captulo IV. Foucault y Bourdieu) disponiendo a la comunidad local de seres en el lugar del objeto. Una semiopraxis crtica popular-intercultural poscolonial irrumpe / altera / desva la escritura cientfica. Lo terico no es solamente (ni en primer lugar, a pesar de que ya lo desconocemos) un plano del pensamiento, sino un campo de disputa: lo terico es-est puesto en cuestin en las luchas simblicas entre maneras de conocer, tanto en cuanto a su conformacin y economa, como en cuanto a su implicacin en la praxis crtica.

    Ahora, al fin, aunque brevemente, y antes de que sea demasiado tarde y haya terminado este texto, voy a entrar en cuestin, aunque con la brevedad del silencio y la irrupcin cataclsmica que la cuestin implica:

    1.

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    La crtica occidental rebusca por detrs de su monologismo la verdad terica de sus concepciones y prcticas, y a eso llama metafsica (incluso an la crtica misma de la metafsica: metafsica de la metafsica).

    Lo que es metafsica para el monologismo occidental le impide poder (no ciertamente tocar, sino) crear desembozadamente sus supuestos y ponerlos en calidad de creencia: creer en lo creado como nihilismo activo (Nietzsche), neces(ar/i/e)dad del error y de la mentira de la apariencia. Y funda, a contrario del temblor de la creencia, aunque como pantalla de sombras, un empirismo radical y un subsiguiente positivismo irreconocibles para s mismos como tal, enceguecidos por aquel total y caso don de la Luz que todo lo cubre; incluso el empirismo radical y el positivismo primario de un otro-dado-ante-s, envolvindolo (todava an en el mismo discurso monolgico, reflexivamente) en la escena del develamiento desideologizante que enuncia el discurso protagnico de una verdad ltima: de lo real, de la razn, del lenguaje, del otro, por detrs y ms all de todo.

    Sin embargo, dicha (nunca mejor dicha) metafsica acontece (y siempre fue as en terreno heterodiscursivo, por debajo del sentido de realidad impuesto y borrado como tal imposicin) en cambio, en verdad, desde fuera, como diferensia en las relaciones populares-interculturales. La metafsica es en verdad tambin y en primer lugar desajuste oblicuo heterodiscursivo por alteracin, refraccin desconocida, desoda (Bajtin, 1999), expropiada, acumulada en un capitalismo epistmico radicalmente colonial. Lo que parece ser el fondo ltimo de lo real aparece como apenas el borde de la interaccin. La metafsica es la teora desconocida de la tradicin esttico-epistmica lgico-eidtica; que an se olvida ms a s misma cuando funda la relacin colonial y se hace presa del celo de su propia verdad.

    Pero esta teora-metafsica es an as contestada en las relaciones (pos)coloniales por semiopraxis de alteracin terica. Rompen el monologismo de la teora desde otras maneras de conocer. Jean Baudrillard sealaba en El intercambio simblico y la muerte:

    la nica estrategia es catastrfica, y en absoluto dialctica. Hay que llevar las cosas al lmite, donde naturalmente se invierten y se derrumban. tal es la nica violencia simblica equivalente y triunfante de la violencia estructural del cdigo (Baudrillard, 1993: 9, nfasis en cursiva en el original).

    Y concluye:

    No nos queda ms que la violencia terica. La especulacin a muerte, cuyo nico mtodo es la radicalizacin de todas las hiptesis (10, mi subrayado).

    En esa violencia terica (que, ante la violencia (simblica) terica de la tradicin lgico-eidtica (pos)colonial, prefiero llamar violentacin simblica terica de las semiopraxis populares-interculturales desde otras maneras de conocer) no opera ni el mesianismo epistmico ilustrado ni su populismo meramente descriptivo. La praxis crtica poscolonial no est en la accin de un sujeto que agencia monolgicamente la verdad metafsica liberadora, sino en la interrelacin, en la que las ciencias y los intelectuales tambin participan, que convoca las fuerzas y seres csmicos localmente implicados en una teora de la relacin (Haber, 2010). En nuestras relaciones populares-interculturales la semiopraxis crtica teje incluyendo an a los que ejercen la violencia simblica terica dominante en una trama relacional en la que se juega la suerte en la incertidumbre lo fasto y lo nefasto; y por eso el esquema-de-sentido es ritual (Kusch, 1975; 1976; 1978). La catstrofe de la teora es su alteracin epistmica intercultural (alteracin epistemolgica, deca Rodolfo Kusch, Kusch, 1978: 62), donde lo terico no se escinde de las relaciones que

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    acogen, proponen y agencian. Hay una condicin discursiva constitutiva en el conocimiento, que mantiene en vilo las maneras de conocer y que consiste en las relaciones interculturales poscoloniales en que hacen-sentido esas maneras de conocer. Esto es tambin una condicin (oculta) de la teora y del conocimiento cientfico; algo a lo cual la fenomenologa apunta, pero sin llegar a conmover y no slo cuestionarse acerca de el espacio-tiempo constitutivo de su ser-en-el-mundo, es decir: el estar-en-espacio-tiempos-diferenciales-unos-con-otros.

    La alteracin terica, la violentacin simblica terica de la semiopraxis popular-intercultural poscolonial de otras maneras de conocer opera y afecta en cuanto:

    1. ruptura semioprctica en las creencias territoriales de espacio-tiempos otros (Grosso, 2012a): anacronismo, intempestividad, inactualidad, extemporaneidad;

    2. desproporcin y desajuste en la comunidad local de seres: discursividad csmica ampliada, o extensa (Grosso, 2012e) (que en su locacin santiaguea convoca: vivos, muertos, rbol, ro, cauce seco, diablo-supay-mandinga, santos, bombos, indios muertos, alumbrada, cueva, salamanca, ichas, hacerse-pisar, chacareras, vidalas, coyuyos, tierra, aoranza Grosso, 2008);

    3. y dislocacin en la economa epistmico-emotiva de las estructuras locales del sentir (acabo de nombrar el dolor-de-estar de la aoranza en la locacin relacional santiaguea, Grosso, 2012j).

    Rupturas, desproporcin, desajustes, dislocaciones que constituyen los ms grandes riesgos tericos, sin dar tiempo a aquella ruptura-desproporcin-desajuste-dislocacin-en-la-relacin a retrotraerse-recomponerse al/en el monologismo metafsico de una deconstruccin semiolgica que renueva el sistema en el discurso y devuelve la heteroglosia al sistema diferencial de signos, circunscribindose a la frontera interior de la crtica lgica, racional, que ha domesticado / comprendido / traducido / incluido / capturado sus otros a fuerza de:

    I. la naturalizacin del estado-de-ser: el consenso hegemnico de un nico sentido-de-realidad;

    II. la unificacin cosmolgica espacio-temporal: la universalizacin de un nico presente en una misma fundacin-posesin;

    III. y la reduccin a un sociologismo hermenutico: la traduccin antropo-lgica antropocntrica, antrpica a un nico plano diferencial de signos lingistizados, exclusiva y estrictamente social.

    Obra de homogeneizacin discursiva que eleva y aplana contra el cielo del sentido, domo empreo, el logos o el tiempo de la lgica dominada por el principio de no-contradiccin, fundamento de toda la metafsica de la presencia (Derrida, 1989, La escritura y la diferencia, 7. Freud y la escena de la escritura: 298).

    Las rupturas espacio-temporales, frente a la unicidad impuesta y naturalizada de los supuestos del orden lgico del mundo (el Nietzsche de Vattimo tambin desmarcndose del Nietzsche de Heidegger; Vattimo, 1989), abre lo dialgico en dimensin y volumen popular-intercultural. En Nietzsche, como deca arriba, esa alteridad es Zaratustra: que deriva sin solucin de continuidad entre t/l en la conversacin con los lectores, en los anuncios profticos y en las invocaciones a la comunidad local de seres, que habla en la lengua de los pastores por haber estado tantos aos en las montaas con los ros, los rboles y los animales (Nietzsche, 1985). Un (nuevo/viejo) modo (no-occidental) de filosofar que no cabe

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    en la contraposicin eternidad/historicismo, sino ms bien fuera del (nico) tiempo, universal, separado, judeo-cristiano, moderno; fuera de ser-y-tiempo como eterno retorno de lo mismo, devenir anacrnico, irrupcin reiterada de otro.

    Aquella ruptura-desproporcin-desajuste-dislocacin-en-la-relacin chirria su desquicio, an hace-ruido. Y as, lo terico se arriesga ms all del cognitivismo lgico del ver-decir monolgico. Su movimiento no es circular-reflexivo, vuelto-sobre-s, sino extemporneo, oblicuo, algeno, es el encontrarse-fuera refractivo de Bajtin (Bajtin, 1999; 2000), hacia/en una semiopraxis crtica que opera desde matrices de creacin relacionales, csmicas, mtico-rituales populares-interculturales-poscoloniales. Un trueno terico que llega de fuera, que hace caer el velo al arrebatar de un tirn el contorno del sentido de realidad, con su golpe tangente roza-desgasta-hiere-hace-pensar-otra-vez-en-dioses-que-luchan-entornos-de-vida-y-espectros-epistmico-emotivos.

    2. Dice Walter Benjamin en los textos que constituyen otras tesis sobre la historia y que

    integran los Manuscritos del Archivo de Berln:

    El sujeto que escribe la historia es por derecho propio aquella parte de la humanidad cuya solidaridad abarca a todos los oprimidos. Aquella parte que puede correr el ms grande de los riesgos tericos porque en la prctica es la que menos tiene que perder. (Benjamin, 2010: 45, Nuevas Tesis, H, Manuscritos del Archivo de Berln 484)

    En nuestras relaciones populares-interculturales-poscoloniales, el ms grande de los riesgos tericos es el borde del pensar en una gestin (gestacin, gesta) colectiva del conocimiento que introduce la ms radical de las innovaciones, el ms certero estoque contra el conocimiento hegemnico y sus agentes y la praxis crtica en su antagonismo ms revolucionario (Grosso, 2012k). En esa gestin / gestacin / gesta se insinan, no obstante el estereotipado modernismo que impera en las presunciones burguesas de innovacin y revolucin, las ms arcaicas artes de hacer, la ms grande legin de espectros y las ms locamente sentidas esperanzas; y con ello, la ms inaparente de las transformacionesla ms inaparente de las transformacionesla ms inaparente de las transformacionesla ms inaparente de las transformaciones, como dice Walter Benjamin con su rara escritura en la Tesis IV sobre la historia (Benjamin, 2010: IV, 21).

    El mayor de los riesgos tericos es la crtica en trminos de justicia: una praxis crtica que irrumpe abruptamente, fuerza-de-sentido de los otros seres, de otras comunidades. La justicia viene-de-los-otros que no dominan. La semiopraxis crtica opera en medio / a travs de esa justicia, est-siendo esa justicia: tocando, haciendo, fagocitando desde matrices de creacin otras, disonantes, indmitas, arcaicas (Kusch, 1986; 1975; 1976; 1978; Grosso, 2012l; 2012f; 2008). Las rupturas de espacio-tiempos otros, la desproporcin y desajustes de la comunidad local de seres, la dislocacin de las estructuras locales del sentir, junto con la formacin epistmica de otras maneras de conocer y la entrada y permanencia en otra teora de la relacin constituyen una alteracin terica de volumen y densidad intraducibles que muda a otras tramas de inscripcin. Es una alteracin crtica, liberadora, emancipatoria, no dialectizable en ninguna sntesis superadora en la (radical y desproporcionada) medida que hace imposible la configuracin nica y la verdad ltima del mundo, metafsica, y la reproduccin de la formacin terica lgico-eidtica. Una (siempre singular, nunca nica; siempre relacional, nunca definitiva) semiopraxis csmica se avecina, se insina, asoma en el borde de la experiencia poscolonial, abrupta, cataclsmicamente (como no podra ser de otro modo) y el sentido de realidad nico y su mera fragmentacin nihilista (posmoderna) en mil pedazos

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    del espejo es lo que (defensivamente) nos impide entrar en las teoras locales de la relacin que nos modifican, nos transforman, nos hacen-otros.

    Semiopraxis crtica intercultural poscolonial que conmociona el orden del mundo y, por hospitalidad excesiva (Grosso, 2012m) y multiverso agenciamiento de poderes, viene haciendo revolucin: por resabio erosivo y escamoteo contumaz, por cario belicoso capaz de los mayores sacrificios, no por ejercicio reflexivo de lgica ilustrada. Estos son los inditos e incontenibles alcances de la dimensin revolucionaria entre la realidad y lo posible (Santucho, 1956), su volumen, su destruccin gensica por la que se abre camino el desajuste. Ms que el derecho enarbola la justicia. La alteracin terica abre la dimensin revolucionaria porque no se la percibe sino dejndose tocar por ella y tocando el borde de la formacin terica hegemnica entre hospitalidad y sacrificio; no busca ser comprendida ni explicada, sino sentida y participada; no se procura intelectuales, sino compaeros. La semiopraxis crtica en su alteracin terica popular-intercultural-poscolonial cuestiona y problematiza as la tan mentada necesidad de una minora polticamente esclarecida que conduzca el proceso superando la demanda estrictamente local y econmica de las bases, y un concepto de revolucin que se adecua y disuelve en la universalidad colonialista del desarrollo y sus nihilistas-monolgicas resignaciones extractivistas.

    Lo que se reserva ms ac de la epistmicamente defensiva ruptura epistemolgica y su metafsica del ver-decir lgico-eidtico es la tarea neta y poscolonialmente intelectual de historiadores-estancieros, historiadores-patrones, historiadores-vencedores, historiadores-estatistas (sensu Guha, 2002). Porque

    quienes dominan en cada caso (es decir, quienes dan continuidad al orden violento vigente) son los herederos de todos aquellos que vencieron alguna vez (Benjamin, 2010: VII, 23).

    Historiadores no nombra aqu slo ciertamente a la hereditaria disciplina de la Historia, sino el saber dominante de las ciencias, su Teora del Tiempo y su formacin terica, su legado y sus deudos, que an, y de este modo, son agentes epistmico-polticos que operan como la fraccin dominada de la clase dominante (Bourdieu, 1983).

    Y as, las preguntas de mayor desestabilizacin crtica y volumen terico resuenan contra las campanas que nos llaman a recogimiento y silencio, contra nuestra educativamente incorporada y restricta economa epistmico-emotiva, contra nuestras rutinarias piernas metodolgicas, contra nuestra piel-sin-ms:

    Dnde estamos? En qu relacin? Habitamos dedicada o cnicamente la teora hegemnica de la relacin, o estamos rasgados y desbordados por las pugnas tcticas e innovaciones matriciales de las teoras locales de la relacin? Dnde est nuestra investigacin: en qu seguridad y autoridad, o en qu lucha y riesgo tericos?, en qu acumulacin, o en qu sacrificio?

    San Fernando del Valle de Catamarca, Septiembre de 2012

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    _______________. 2010b Uma nayraw uchukiskitu Un ojo de agua me est mirando Universidad Nacional de Jujuy, San Salvador de Jujuy.

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    Resumen: A partir de alteridades territoriales y solidaridades emotivas gestadas en la accidentada topografa socio-poltico-epistmica de nuestras relaciones populares-interculturales poscoloniales, que en sus agenciamientos semioprcticos ponen en juego configuraciones de mundo diversas y formaciones tericas y matrices epistmico-prcticas de creacin sedimentadas en sus maneras de conocer, establezco la arena de luchas simblicas y los antagonismos en torno de la teora. La metafsica aparece as como compromiso de la formacin terica lgico-eidtica dominante y de su teora de la accin en una relacin de dominacin enquistada y desconocida en lo epistmico. A continuacin (por llamarlo de alguna manera), procurando dar cuenta de aquellas luchas simblicas que se vienen abriendo paso, vuelvo a la apropiacin heideggeriana de Nietzsche y a los excesos nietzscheanos que desbordan dicha apropiacin como locus de discusin, pero asimismo enfatizo, finalmente, lo que, en un escenario poscolonial, marcado por la radical incoincidencia y desajuste entre las tareas hegemnicas y las semiopraxis populares-interculturales, corre los mayores riesgos tericos y arroja el mayor volumen, disruptivo y anacrnico, de revolucin. Palabras-clave: relaciones populares-interculturales-poscoloniales, semiopraxis, metafsica, teoria

    Abstract: Taking as starting point territorial otherness and emotive solidarity engendered in the rugged social-political-epistemic topography of our popular-intercultural postcolonial relations, that in which semiopractical agency come into play various scenarios of world, theoretical formations and epistemic-practical matrices of creation collected in their ways of knowing, I set the arena of symbolic struggles and antagonisms about "theory". Metaphysics appears as well as a commitment of the dominant logic-eidetic theoretical formation and his theory of the action in a relationship of domination entrenched and unknown in epistemic ground. In the following step (to call it somehow), trying to give an account of those symbolic struggles that are opening passage, I bring back to Nietzsches Heideggerian appropriation and to the Nietzschean excesses that overflow that appropriation as a locus of discussion, but also I emphasize, finally, that which, in a post-colonial situation, marked by the radical mismatch and out of adjustment between hegemonic tasks and popular-intercultural semiopraxis, runs the greatest theoretical risks and pushes the largest, anachronistic, and disruptive volume of revolution. Keywords: popular-intercultural-postcolonial relations, semiopraxis, metaphysics, theory

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