De la técnica a la relación: Ética y Cuidado en las Ciencias de la Salud

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De la Técnica a la Relación: Ética y Cuidado en las Ciencias de la Salud Felipe Saraiva Nunes de PINHO Psicólogo, Máster en Lingüística (UFC) Doctorando en Filosofía – Programa de Doctorado Ética, Política y Racionalidad en la Sociedad Global. Universidad de Barcelona – España. [email protected] Resumen El modelo técnico/científico, adoptado por las ciencias de la salud, ha contribuido para el establecimiento de una relación apática y estrictamente técnica y racional entre profesional sanitario y enfermo. Apoyándonos en autores como Lévinas (2008), Buber (1994), Boff (2002), entre otros, buscaremos defender, en este trabajo, la adopción de otro modelo científico que rescate la dimensión humana de esta relación, fundamentado en la ética y en el cuidado. Comprendemos que cuidar es mucho más que intervenir técnicamente, es responsabilizarse por el otro y actuar de manera a mantener su condición de sujeto. Así, la relación, desde la perspectiva que sostenemos, se presenta como un factor importante e indispensable para el proceso de cuidar y para el desarrollo de una ciencia más humana y holística. Esperamos, de esta manera, que nuestro trabajo contribuya para una reflexión crítica y ética respecto al actuar de los profesionales de salud. Palabras-claves: ética, relación, cuidado. Resumen En este artículo buscamos discutir la necesidad del rescate de la relación humana, entre profesional sanitario y enfermo, fundamentada en una ética del cuidado. Cuidar es mucho más que intervenir técnicamente, es responsabilizarse por el otro y actuar de manera a mantener su humanidad. La preocupación con el cuidado tiene como principal objetivo compensar la fuerte tendencia a la tecnificación, que

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De la Técnica a la Relación:Ética y Cuidado en las Ciencias de la Salud

Felipe Saraiva Nunes de PINHOPsicólogo, Máster en Lingüística (UFC)

Doctorando en Filosofía – Programa de Doctorado Ética, Política y Racionalidad en la Sociedad Global.

Universidad de Barcelona – Españ[email protected]

Resumen

El modelo técnico/científico, adoptado por las ciencias de la salud, ha contribuido para el establecimiento de una relación apática y estrictamente técnica y racional entre profesional sanitario y enfermo. Apoyándonos en autores como Lévinas (2008), Buber (1994), Boff (2002), entre otros, buscaremos defender, en este trabajo, la adopción de otro modelo científico que rescate la dimensión humana de esta relación, fundamentado en la ética y en el cuidado. Comprendemos que cuidar es mucho más que intervenir técnicamente, es responsabilizarse por el otro y actuar de manera a mantener su condición de sujeto. Así, la relación, desde la perspectiva que sostenemos, se presenta como un factor importante e indispensable para el proceso de cuidar y para el desarrollo de una ciencia más humana y holística. Esperamos, de esta manera, que nuestro trabajo contribuya para una reflexión crítica y ética respecto al actuar de los profesionales de salud.

Palabras-claves: ética, relación, cuidado.

Resumen

En este artículo buscamos discutir la necesidad del rescate de la relación humana, entre profesional sanitario y enfermo, fundamentada en una ética del cuidado. Cuidar es mucho más que intervenir técnicamente, es responsabilizarse por el otro y actuar de manera a mantener su humanidad. La preocupación con el cuidado tiene como principal objetivo compensar la fuerte tendencia a la tecnificación, que transforma el sujeto en cosa, en objeto de intervenciones técnicas, y que domina el pensamiento y el desarrollo de las ciencias de la salud. Consideramos que la relación es un factor importante e indispensable para el proceso del cuidado y para el desarrollo de una ciencia más humana y holística. El rescate de esa relación, fundamentada en la ética y en el cuidado, es el mismo rescate de la humanidad del enfermo, de su autonomía y de su dignidad.

Palabras-claves: ética, relación, cuidado.

1. Técnica y cuidado: el malestar en las ciencias de la salud

Sentimos hoy un considerable malestar con el rumbo trazado por las ciencias modernas, principalmente por las ciencias responsables por el estudio del hombre y de su salud. La

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racionalización1, símbolo del progreso y de la superación del pensamiento mítico/religioso pre-moderno, nos ha hecho pagar un precio demasiado alto: nos hemos olvidado de la dimensión esencialmente humana del cuidado2.

La abstracción lógico-matemática – modelo de investigación de las ciencias naturales adoptado por las demás ciencias y requisito imprescindible para que se obtenga el status de ciencia moderna – ha supuesto la pérdida de la sensibilidad, de la afectividad y de la intuición, a la hora de construir nuestro saber respecto a la realidad y al hombre. El hombre se ha convertido en su propio objeto, igual a todos los demás objetos de estudio, un objeto descontextualizado de su historia y de su subjetividad.

La crítica que se hace hoy al pensamiento científico moderno nos presenta no solamente una crítica a un modo de hacer ciencia – fragmentada, a-histórica y utilitarista -, sino también denuncia el propio mito científico, idealizado por el positivismo3. Tal mito procuraba ocultar, por detrás de un discurso técnico, objetivo, puro y supuestamente neutro y universal, los intereses económicos y políticos de una clase, reflejados en una ideología de dominación, de controle y de sujeción del hombre por el hombre4.

La ciencia moderna nasce dentro de un proyecto más amplio y profundo (que atinge todos los ámbitos de la sociedad y de la cultura) de cambio de las ideologías y legitimaciones sociales, marcado por la permuta de poder promovido por la ascensión burguesa. Ese cambio que atinge una “totalidad histórica, de un mundo de la vida”5, no es solo un cambio burocrático en las instituciones o en la secularización de la legitimación del poder, es el cambio de la sociedad misma. La razón surge, en este contexto, como el gran juez, que todo somete a su cribo, y el método científico, basado en la física, pasa a ser el método por excelencia de la nueva manera de investigar y explicar los fenómenos naturales y humanos.

Según Habermas (2002, p. 54),

La progresiva “racionalización” de la sociedad depende de la institucionalización del progreso científico y técnico. En la medida en que la ciencia y la técnica penetran en los ámbitos institucionales de la sociedad, transformando de este modo a las instituciones mismas, empiezan a desmoronarse las viejas legitimaciones. La secularización y el “desencantamiento” de las cosmovisiones, con la pérdida que ello implica de su capacidad de orientar la acción, y de la tradición cultural en su conjunto, son la otra cara de la creciente “racionalidad” de la acción social.

1 Consideramos la racionalización como el proceso descrito por Max Weber de desencantamiento de las cosmovisiones y de las viejas legitimaciones de las sociedades pre-modernas. La racionalización es un proceso que alcanza todos los ámbitos de la sociedad y de la cultura, y que tiene en el progreso científico y técnico, como ha defendido Marcuse (1968), su principal fuente de apoyo y legitimación ideológica. (HABERMAS, 2002). 2 Leonardo Boff, 2002.3 La ideología positivista, de acuerdo con Marcuse (1968, p.199), tiene tres máximas principales: “la ratificación del pensamiento cognoscitivo mediante la experiencia de los hechos”, la orientación de este pensamiento hacia las “ciencias físicas como modelo de certidumbre y exactitud”, y la fe de que “el progreso del conocimiento depende de esta orientación.”4 Marcuse, 1968; Habermas, 2002.5 Habermas, 2002, p. 65

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Así, esa “ideología” racional tiene por objetivo hacer de la ciencia la única legitimadora del saber acerca del mundo y del hombre, o sea, el único discurso válido a ser considerado para legitimar la verdad y, por supuesto, la cohesión social. El pensamiento técnico-científico se transforma en un fetiche - dominado por expertos - capaz de conocer, explicar y dominarlo todo.

De acuerdo con Marilena Chaui (2007),

(…) a peculiaridade da ideologia contemporânea está no seu modo de aparecer sob a forma anônima e impessoal do discurso do conhecimento, e sua eficácia social, política e cultural funda-se na crença na racionalidade técnico-científica. Em outras palavras, o discurso ideológico pode aparecer como discurso do social porque o social aparece constituído e regulado por essa racionalidade.

En las ciencias de la salud, donde se ha adoptado el mismo modelo científico de las investigaciones naturales, esa idea de que la ciencia y la técnica puede explicar y dominarlo todo se refuerza todos los días gracias a los extraordinarios avances tecnológicos presentados como la última esperanza para la cura de todos los males. Medicinas que prometen la felicidad, exámenes y maquinarias con tecnología espacial, terapia genética, que defiende una terapia más avanzada y preventiva para las enfermedades consideradas “defectos” genéticos, etc., prometen cuidar al hombre, librándolo de su dolor y sufrimiento psíquico y somático. Las dimensiones del hombre - social, espiritual, psíquica, biológica - pasan a ser consideradas solamente a partir de una óptica micromolecular, en que el dominio de las intervenciones químicas, dentro de una perspectiva utilitarista y consumista, promete cambiar incluso el espíritu humano. Es la “tecnociencia”, según nos explica Andorno (1997), una ciencia que “se ha puesto al servicio de finalidades puramente operativas. Los objetivos utilitarios inmediatos han ahogado, de algún modo, la reflexión de los propios científicos sobre el sentido último de sus investigaciones.” (p. 19).

Se defiende, así, que todo el conocimiento respecto al sufrimiento humano se encuentra en los diversos libros técnicos y de diagnóstico, bastando al profesional de salud con adecuar correctamente los síntomas presentados por el enfermo a las descripciones de las enfermedades y al pronóstico aconsejado. Así, no es la ciencia la que se adecua al hombre, es el hombre que necesita adecuarse al conocimiento científico. El enfermo necesita sentir el sufrimiento y el dolor como los describe el DSM IV, no puede sentir ni más ni menos, de lo contrario podríamos pasar la página y cambiar el diagnóstico de un trastorno de humor leve a una depresión grave. Esta es la paradoja del cuidado en nuestra contemporaneidad: hay un extraordinario avance del conocimiento científico y de la técnica al mismo tiempo en que hay una apatía generalizada ante el sufrimiento del sujeto de carne y hueso. El cuidado ahora se resume a un juego de equiparación, que consiste en comparar lo que siente el enfermo con el diagnóstico descrito en el libro.

José Eduardo de Siqueira, profesor de Clínica Médica y Bioética de La Universidad Estadual de Londrina, describe bien esa paradoja en su artículo intitulado A arte perdida do cuidar:

Persegue-se a idéia de que todo mal que aflige o paciente pode ser identificado pela tecnologia. Avançamos de maneira extraordinária no conhecimento das doenças, mas esquecemos do ser humano enfermo e, equivocadamente, passamos a tratar doenças de pessoas e não de pessoas que circunstancialmente estão doentes. Os jovens estudantes

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são educados a operar equipamentos e proceder a leituras de incontáveis variáveis biológicas, mas não são orientados a reconhecer o ser humano como unidade biopsicossocial e espiritual.

Ante tal escenario, la relación del profesional de salud con el enfermo se deteriora, pierde la característica de una relación sujeto-sujeto, o como diría Buber, de una relación yo-tu6, y pasa a ser una relación entre la aplicación de una técnica, de dominio de un experto, y un objeto pasivo, o sea, una relación yo-ello. Por lo tanto, el sujeto enfermo, en cuanto objeto, pierde sus características singulares, individuales y se transforma en algo universal, igual y artificial, una vez que no es más un sujeto real, sino una enfermedad. Es lo que se denuncia como cosificación del sujeto, un acto de violencia que lo descontextualiza, privándolo de su autonomía y de su historia. El sujeto puede incluso ser visto como un adversario, un obstáculo para la actuación del profesional. El enfermo, con sus creencias, sus voluntades, sus cuestionamientos, su agresividad, puede dificultar la actuación técnica del médico. Cuando eso ocurre, cuando el profesional establece una relación yo-ello con el sujeto enfermo, también pierde su condición de sujeto, pasa a ser solamente el aplicador de una técnica, de un saber, que también lo domina y lo cosifica.

Según Pedro Laín (1985, p.240),

El hombre es por esencia persona. Ser persona existente es la esencia del hombre. Objetivando al otro, relacionándome con él con una intención pura y exclusivamente objetivadora, le mutilo y degrado, aunque esa intención mía parezca ser amorosa. Si yo quiero, por tanto, tratar a otro hombre conforme a lo que él en sí mismo es, habré de entablar con él una relación interpersonal.

Así, el modelo técnico de intervención profesional-enfermo adoptado por las ciencias de la salud no es suficiente, no suple la complexa demanda de atención y cuidado que necesita el ser humano, aún más cuando está debilitado y enfermo.

Necesitamos cambiar esa visión mecanicista y simplificadora del relacionamiento predominantemente técnico y demonstrar que la actuación del médico o de cualquier otro profesional de salud es mucho más que una simple intervención, es el establecimiento de un relacionamiento humano que necesita estar fundamentado en la ética y en el cuidado. Como intentaremos demostrar en este artículo, esta relación profesional-enfermo es la base de toda la actuación del profesional, es lo que fundamenta la propia posibilidad de su actuación.

2. El modelo relacional: la ética y el cuidado

2.1 Ética y relación

La ética es lo que permite guiar nuestras acciones teniendo como base los principios morales y la justicia. Como el hombre no actúa solo, no es un ser aislado, su actuación se materializa en una relación, sea con otros hombres, sea con la naturaleza. Así, la ética se refleja en esa relación, en esa manera de tratar y actuar con el otro y con la naturaleza.

6 Martin Buber, 1994.

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Con relación a los códigos de ética, que tienen como objetivo establecer normas para la actuación y la relación profesional-enfermo, se percibe una tendencia a centrar la reflexión en el momento del actuar práctico, de la adecuación de la acción a una norma, o más precisamente, en el momento de la aplicación de la ley. La norma dicta la forma de actuar del profesional, pero no contribuye a la reflexión crítica de ese actuar. “No causar daño”, o “mantener el sigilo”, no dicen mucho sobre cómo cuidar al enfermo, o sobre la visión que tengo de hombre. Puedo actuar de acuerdo con la norma y aún así causar mucho daño al otro.

La ética, comprendida como una reflexión crítica del actuar, presente en el relacionamiento profesional-enfermo, no puede resumirse a unos principios normativos o a unos reglamentos que necesitan ser seguidos. La ética es por excelencia el fundamento de la relación, y está basada en la sensibilidad y en el compromiso para con el otro y su sufrimiento; actuar éticamente es predisponerse a estar abierto a la experiencia del otro. Así, relacionarse éticamente es asumir una responsabilidad con el ser del otro.

Para Lévinas (2008), la ética es la filosofía primera, es anterior a la propia ontología, y tiene como su principal fundamento nuestra responsabilidad infinita para con el otro, para con su vida. Para él, el otro es anterior al yo, es la alteridad absoluta – el totalmente otro –, es la transcendencia7, o sea, mi relación con el otro no se “asemeja a la relación intencional que nos liga, en el conocimiento, al objeto – no importa de qué objeto se trate, aunque sea un objeto humano -.” (p.80-81). Experimentamos, con la filosofía de Lévinas, el pasaje del yo, que en la tradición cartesiana es el yo absoluto, hasta el otro absoluto.

Considerar al otro como otro absoluto revela la imposibilidad ética de subyugarlo, de imponerle una decisión o un tratamiento. Esa idea está contemplada en el principio bioético de la autonomía, que defiende el derecho inalienable del enfermo de elegir, actuar y decidir sobre su tratamiento, siempre que esté en condiciones físicas y psicológicas para eso, o que no perjudique a sí mismo ni a los demás8.

El derecho del otro, de ser, sólo se realiza cuando mantenemos con él una relación ética que no le priva de su individualidad, que no lo cosifica, que lo respeta en cuanto sujeto, respeta su dignidad, su historia y sus creencias.

Ese rescate del otro, dentro de la perspectiva de una relación ética, implica considerar al otro como un sujeto autónomo dotado de una historia particular, de una subjetividad. No puedo considerar al otro, que tengo delante de mí, a quien le miro a los ojos y al rostro, como una abstracción, un concepto generalizado, un sistema biológico de órganos amontonados. El otro es siempre un sujeto singular, particular y total. Así, establecer una relación ética entre profesional y enfermo implica siempre responsabilizarse por mantener la condición de sujeto del enfermo, su dignidad en cuanto ser.

Necesitamos también tener en cuenta que la relación que el profesional establece con este otro sujeto, con ese tú, es siempre recíproca, es siempre dialéctica. Su ser profesional, su rol, no está aislado ni está pre-construido, se construye en esa relación.

7 Lopez, Jose Maria,1992.8 Gracia, Diego, 1989.

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En esta perspectiva, en la relación que él establece con el otro, de mutua construcción, el profesional de salud se descubre a sí mismo como otro9.

Para Buber (1994) el yo verdadero, total, sólo existe en una relación con el tú, que tiene su ápice en el encuentro. El yo, de la relación yo-tú, no posee el tú (o como diría Lévinas no tiene intencionalidad), sólo se entrega al encuentro íntimo con el otro. Según el autor, eso es diferente de lo que ocurre con el yo de la relación yo-ello, que está aislado y que experimenta el mundo y al otro como uso y posesión.

El modelo adoptado por las ciencias de la salud, como vimos, se basa en la relación yo-ello, una vez que considera al enfermo como un objeto abstracto y descontextualizado, pasivo de intervenciones. En ese modelo la técnica es absoluta, o sea, tanto el profesional cuanto el paciente son objetos ante ella, necesitando adecuarse a ella. Los síntomas no son sufrimientos particulares de un sujeto, son estadísticas, son variables cuantificables para efecto de un diagnóstico. El sujeto enfermo es fragmentado, su cuerpo es dividido en partes independientes, cada una propiedad de un experto y de una disciplina.

Dentro de esta misma perspectiva, Siqueira denuncia la práctica de un modelo perverso de medicina, ciega y sorda; “cega, porque limitando-se a compreender a doença apenas como pobres variáveis anatômicas e/ou bioquímicas não enxerga o ser humano como ele verdadeiramente o é. Surda, porque o paciente não sendo acolhido como sujeito é impedido de manifestar-se como pessoa.”

Así, se hace necesario cambiar ese modelo de intervención técnica y rescatar la dimensión humana del enfermo, su totalidad en cuanto persona, a partir de un modelo que tiene la relación como su fundamento, basado en la ética y en el cuidado.

2.2 Relación y cuidado

Para Leonardo Boff (2002), el cuidado es la esencia humana, es propio de nuestra naturaleza. El cuidado es lo que nos pone en relación con el otro, sacándonos de nuestra indiferencia. Para el autor, “cuidar es más que un acto; es una actitud. Por lo tanto, abarca más que un momento de atención, de celo y de desvelo. Representa una actitud de ocupación, de preocupación, de responsabilización y de compromiso con el otro”. (p. 29).

Para ilustrar la actitud de cuidado, Boff diferencia dos modos de ser: el modo de ser trabajo y el modo de ser cuidado. El primero, modo en que predomina la técnica, la razón y la dominación, posee un carácter masculino y marca nuestra relación egoísta con un mundo objetivado y mudo. Ya el segundo, el modo de ser cuidado, posee un carácter femenino y está marcado por la relación sujeto-sujeto, donde el sentimiento, el pathos, religa los sujetos unos a otros, formando un todo orgánico único.

El modo de ser trabajo es el estigma de nuestro tiempo, de nuestra sociedad del conocimiento; el modo de ser cuidado es nuestra esencia perdida, que necesita ser rescatada. Boff, para comentar ese panorama actual, hace referencia al comentario realizado por Rollo May10:

9 Ricoeur, 1996.10 May, R., Amor y voluntad, Gedisa, Barcelona, 1985.

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Nuestra situación es la siguiente: en la actual confusión de episódicos racionalistas y técnicos perdemos de vista y nos despreocupamos del ser humano; hay que volver ahora humildemente al simple cuidado…; es el mito del cuidado – y muchas veces creo que solamente él – lo que nos permite resistir al cinismo y a la apatía, que son las enfermedades psicológicas de nuestro tiempo.

Para Boff, el cuidado es una actitud de “desvelo, de solicitud y de atención hacia el otro” (2002, p. 74). A través del cuidado nos sentimos vinculados afectivamente al otro. El cuidado revela el sentimiento de responsabilidad y de amor imprescindible para el estabelecimiento de una relación con el otro. Ese sentimiento de responsabilidad, presente en el cuidado, se materializa en el relacionamiento ético.

Así, para cuidar al sujeto enfermo, no es suficiente la técnica, es imprescindible la relación. El modelo científico, basado en las ciencias de la naturaleza, adoptado hace siglos como juez y legitimador de lo que es ciencia y de lo que no lo es, no vale como modelo absoluto para abordar lo humano. Necesitamos humanizar nuestra ciencia, y desarrollar un modelo basado en la relación ética y en el cuidado con el otro.

3. De la técnica a la relación: por una modelo de ciencia más allá de la técnica.

A partir de lo expuesto, procuramos defender a lo largo de nuestra discusión, el cambio de un modelo estrictamente técnico y racional hasta un modelo basado en la relación, sujeto-sujeto, que tiene en la ética y en el cuidado su fundamentación.

Consideramos que la intervención técnica es un conocimiento parcial, unilateral, que caracteriza las relaciones de posesión y que pone el sujeto del conocimiento en un profundo estado de soledad.

Como nos explica Lévinas (2008, p.55),

El conocimiento siempre ha sido interpretado como asimilación. Incluso los descubrimientos más sorprendentes acaban por ser absorbidos, comprendidos, con todo lo que hay de “prender” en el “comprender”. El conocimiento más audaz y lejano no nos pone en comunión con lo verdaderamente otro; no reemplaza a la sociedad; es todavía y siempre una soledad.

Entendemos, así, que las ciencias da la salud necesitan adoptar el modelo de la comunión, del conocimiento compartido, el modelo de estar junto con el otro. De este modo, este cambio de paradigma, de la técnica a la relación, procura defender un cambio profundo en nuestra concepción de ciencia en lo concerniente al humano. El objeto de nuestro conocimiento, en las ciencias de la salud y en las ciencias humanas, no nos pertenece, está vivo, es único, y tiene una historia. En el modelo que defendemos en este artículo, el acto de conocer nos es una simple asimilación del otro. El conocimiento es un compartir, es un estar con, es un intercambio entre subjetividades, es una relación entre sujetos.

Para Pedro Laín Entralgo (1983), la relación médico-enfermo es como una “cooperación itinerante”, una vez que “cada uno aporta lo suyo, así en el orden de la acción como en el orden del sentimiento” (p.28). Es un encuentro entre dos personas que buscan

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cooperar al máximo entre sí. Un encuentro que tiene varios momentos, entre los cuales se destaca el momento afectivo. Dar la mano al enfermo, oírlo, estar próximo, son consejos esenciales dados por Laín.

Para el autor, la relación que el médico establece con el enfermo es “casi diádica”. Esta idea nace en la contraposición entre la vinculación “dual” y la “diádica”. La vinculación dual es meramente operativa, es un negocio. Ya la diádica es una vinculación íntima, es una vinculación entre algo que está en él (enfermo) y algo que está en mí (médico).

De esta manera, en este “encuentro” entre médico y enfermo hay mucho más que simplemente un negocio, una consulta técnica a un especialista, una sesión de asesoramiento o una prescripción de medicinas y tratamiento. Es de vida que estamos hablando, es de esperanza, de miedo, de dudas, de angustias, de sufrimiento, o sea, de humanidad.

¿Cómo dar un diagnóstico de cáncer? ¿Cómo hablar de muerte? ¿Cómo hablar de esperanza? No es algo que se pueda medir, nos es algo que se pueda presentar en gráficos, no es algo de se vea en un rayo - X. Es algo que solamente el médico puede comunicar, es algo que él debe transmitir, a partir de una relación humana.

No somos seres aislados, necesitamos del otro para sobrevivir. Sólo a partir de la mirada del otro, de su palabra y de su tacto me constituyo como sujeto. Soy sujeto porque los otros me reconocen como tal y respectan mi derecho a ser y a vivir. Así, somos todos responsables por la vida y por el ser de los demás.

La enfermedad nos recuerda la dimensión finita de nuestro ser, nuestra condición esencialmente frágil y mortal. Cuando estamos enfermos, necesitamos aún más del otro, de su atención, de su cuidado. Sin embargo, es en la enfermedad que nos deparamos con un sistema impersonal y apático, que refuerza - a partir de las rutinas hospitalarias que priva al sujeto de su intimidad, de un ambiente físico/arquitectónico gélido, y de los procedimientos invasivos y dolorosos de un tratamiento estrictamente técnico y fragmentado -, el sentimiento de despersonalización vivenciado por el sujeto.

Se suma así, al dolor físico, el dolor psíquico, sentido como impotencia y como privación de ser.

Todo eso es consecuencia de la adopción de un modelo científico que no condice con la necesidad esencialmente humana de ser cuidado, de ser acogido, de sentirse respectado y considerado en cuanto persona, en cuanto ser.

Por lo tanto, se hace necesario una crítica profunda a los principios que nortean nuestra idea de lo que son las ciencias de la salud, de cuáles son sus perspectivas teleológicas.

Es necesario humanizar la visión estrictamente técnica, racional y fragmentada y comprender que el ser humano es siempre un ser en relación, es un ser con y para los otros, o sea, la relación es lo que fundamenta nuestro ser, es la perspectiva ética que debe inspirar el nuevo paradigma científico.

Este cambio debe empezar en la formación de los profesionales, en las facultades y en los cursos de formación complementaria.

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Victoria Camps, en su libro El Malestar de la vida Pública, en el capítulo 3, Educar para la libertad, problematiza el modelo de educación vigente en las sociedades democráticas contemporáneas, de carácter puramente tecnicista. Para la autora, “la instauración de la democracia significó, además de la extensión de la educación a todos los niños – paso absolutamente necesario -, la tecnificación o instrumentalización de la educación.” (p. 102).

Aún según la autora “el sistema educativo español, como cualquier otro, hace tiempo que contempla impotente la desaparición de las asignaturas humanísticas a favor del crecimiento de las científicas y técnicas.” (p. 103).

Lo que Camps defiende es que esta educación fragmentaria y técnica viene desde la escuela. O sea, los alumnos nunca han tenido una enseñanza interdisciplinaria, humanística y, principalmente, crítica. Solamente han tenido una educación para la reproducción de un saber que no es suyo. Como nos explica la autora,

Por lo que oigo y leo, el declive de las humanidades es tan general como lo es la sensación de que está faltando en la educación algo esencial. El sistema educativo ha ido adaptándose a una sociedad donde la economía y técnica son soberanas. La eficacia, la productividad y la rentabilidad económica son valores que han sustituido a la trilogía republicana: libertad, igualdad, fraternidad. ¿Queremos realmente una sociedad que remplace sin remedio aquéllos valores ilustrados por los valores económicos? Parece como si todos hubiéramos tirado la toalla frente a un sistema económico omnipotente e imprescindible a todos los efectos. (p. 104)

Si queremos un cambio en la actuación del médico y de los otros profesionales sanitarios debemos pensar seriamente en la posibilidad de cambiar las asignaturas de los cursos y sus contenidos. Se debe implantar unas cuantas disciplinas obligatorias que traten de la ética y del cuidado, que enseñen a estos profesionales a relacionarse con los enfermos.

Delante del asombroso dominio de las asignaturas técnicas, ¿qué puede pensar un médico respecto al enfermo, si no ha sido enseñado a verlo como un sujeto humano, solamente como un organismo biogeneticomolecular? ¿Cómo va a escuchar al enfermo si solamente fue educado a enjergar los síntomas? ¿No estamos pidiendo mucho a los médicos, una vez que no estudiaron ni fueran sensibilizados a la humanización en más de seis años académicos?

Por esta razón debemos sensibilizar las facultades de salud a que incorporen en sus programas asignaturas de piscología, sociología, filosofía, bioética, que posibiliten a estos profesionales una visión más amplia y humana de los sujetos que están a sus cuidados. Que también, y no menos importante, desarrolle y estimulen la actuación interdisciplinaria, para que se pueda compartir informaciones y experiencias con los otros profesionales, posibilitando una visión más holística y humanizada de los sujetos enfermos. Así, tendremos más oportunidad de una actuación realmente basada en la relación, en el cuidado y en la ética. Es la ciencia, más allá de la técnica.

Referencias Bibliográficas

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