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DE NUEVO SOBRE LA RESPONSABILIDAD POR INMISIONES ELECTROMAGNETICAS: EL «ESTADO DE LA CIENCIA» COMO SOLUCION JURIDICA Ricardo de Angel Yágüez Catedrático de Derecho Civil de la Universidad de Deusto Sumario: 0. Propósito de este trabajo y resumen de sus conclusiones. I. El estado de la cuestión: A) Aspectos socioló- gicos. B) Acciones legales y administrativas. C) Expresiones judiciales. D) Los datos físicos y biológicos. E) El punto de vista técnico jurídico. Perspectivas del problema: la doctrina de las «inmisiones» y la teoría de la responsabilidad civil. Pregun- tas sobre la carga de la prueba. II. Una proposición, a modo de «tesis». III. Argumentación. El «estado de la ciencia». Preci- siones sobre el llamado «principio de precaución». La repre- sentativa sentencia de 8 de febrero de 2002 del Juzgado de Pri- mera Instancia número 2 de Murcia: delimitación del problema e ilustración al órgano judicial sobre el «estado de la ciencia». 0. Propósito de este trabajo y resumen de sus conclusiones 1. Como cualquier ciudadano, estoy al tanto del «clamor» que se ha levantado en ciertos ambientes en relación con los posibles efectos no- civos, para la salud humana, de los campos electromagnéticos. Sobre todo en los últimos tiempos, a causa de las inquietudes que han provo- cado las antenas y los receptores de telefonía móvil. Antes de esta «actualidad», la cuestión me había inspirado curiosi- dad. Sobre todo cuando, por mi interés por el mundo de la responsabili- dad civil, tuve conocimiento de una cierta «moda» que hubo en Estados Unidos hace ya tiempo, manifestada en las reclamaciones entabladas contra empresas eléctricas por los daños que los demandantes decían haber sufrido al vivir cerca de un tendido eléctrico de alta tensión 1 . 1 Dicho sea de paso, no está de más advertir que, frente a sentencias iniciales condena- torias, acaso derivadas de un no muy correcto planteamiento de la cuestión por parte de las empresas demandadas, la línea jurisprudencial posterior ha sido de desestimación de las re- clamaciones. Con independencia de lo que resulta de mi propia información, en el exce- lente trabajo Electric and Magnetic Fields and Cancer: Case Study, de KHEIFETS y otros, «American Journal of Epidemiology», de la Universidad Johns Hopkins, 2001, volu- men 154, número 12, suplemento, que es una especie de revisión histórica del problema, se dice: «La mayoría de las decisiones de los tribunales en los casos de responsabilidad civil de Estados Unidos no han aceptado que hubiese quedado demostrada una relación causa- efecto entre exposición a campos electromagnéticos y enfermedad».

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DE NUEVO SOBRE LA RESPONSABILIDAD POR INMISIONES ELECTROMAGNETICAS: EL «ESTADO

DE LA CIENCIA» COMO SOLUCION JURIDICA

Ricardo de Angel YágüezCatedrático de Derecho Civil de la Universidad de Deusto

Sumario: 0. Propósito de este trabajo y resumen de susconclusiones. I. El estado de la cuestión: A) Aspectos socioló-gicos. B) Acciones legales y administrativas. C) Expresionesjudiciales. D) Los datos físicos y biológicos. E) El punto devista técnico jurídico. Perspectivas del problema: la doctrina delas «inmisiones» y la teoría de la responsabilidad civil. Pregun-tas sobre la carga de la prueba. II. Una proposición, a modo de«tesis». III. Argumentación. El «estado de la ciencia». Preci-siones sobre el llamado «principio de precaución». La repre-sentativa sentencia de 8 de febrero de 2002 del Juzgado de Pri-mera Instancia número 2 de Murcia: delimitación del problemae ilustración al órgano judicial sobre el «estado de la ciencia».

0. Propósito de este trabajo y resumen de sus conclusiones

1. Como cualquier ciudadano, estoy al tanto del «clamor» que se halevantado en ciertos ambientes en relación con los posibles efectos no-civos, para la salud humana, de los campos electromagnéticos. Sobretodo en los últimos tiempos, a causa de las inquietudes que han provo-cado las antenas y los receptores de telefonía móvil.

Antes de esta «actualidad», la cuestión me había inspirado curiosi-dad. Sobre todo cuando, por mi interés por el mundo de la responsabili-dad civil, tuve conocimiento de una cierta «moda» que hubo en EstadosUnidos hace ya tiempo, manifestada en las reclamaciones entabladascontra empresas eléctricas por los daños que los demandantes decíanhaber sufrido al vivir cerca de un tendido eléctrico de alta tensión1.

1 Dicho sea de paso, no está de más advertir que, frente a sentencias iniciales condena-torias, acaso derivadas de un no muy correcto planteamiento de la cuestión por parte de lasempresas demandadas, la línea jurisprudencial posterior ha sido de desestimación de las re-clamaciones. Con independencia de lo que resulta de mi propia información, en el exce-lente trabajo Electric and Magnetic Fields and Cancer: Case Study, de KHEIFETS yotros, «American Journal of Epidemiology», de la Universidad Johns Hopkins, 2001, volu-men 154, número 12, suplemento, que es una especie de revisión histórica del problema, sedice: «La mayoría de las decisiones de los tribunales en los casos de responsabilidad civilde Estados Unidos no han aceptado que hubiese quedado demostrada una relación causa-efecto entre exposición a campos electromagnéticos y enfermedad».

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2. Pero mi curiosidad pasó a ser marcado interés académico cuandotuve conocimiento de la sentencia dictada por un Juzgado de PrimeraInstancia de Murcia, en la demanda entablada contra una compañíaeléctrica por un matrimonio que alegaba sufrir en su vivienda (un pri-mer piso situado justamente encima de un centro de transformación)unas «intensidades» de campos electromagnéticos superiores a lo tole-rable2.

Los actores solicitaban que se condenase a la sociedad demandadaa establecer en su centro transformador las correcciones necesarias paraevitar las inmisiones electromagnéticas y, caso de no ser posible llevar-las a cabo, se condenara a la demandada a indemnizarles en una canti-dad equivalente al precio de una vivienda similar, contra la transmisióna la propia demandada de la propiedad del piso en que habitaban losactores. Se reclamaba además una indemnización por los daños que es-tos últimos decían haber sufrido hasta que decidieron trasladarse a undomicilio distinto.

Solicité a la sociedad demandada, que me la entregó, la documenta-ción necesaria para conocer el contenido del pleito y poder así for-marme una opinión.

Más tarde tuve conocimiento de la sentencia que la AudienciaProvincial de Murcia dictó como consecuencia del recurso de apela-ción planteado por la sociedad demandada. Es de 13 de febrero de2001.

3. Incurrí luego en el atrevimiento de tratar de comprender, cosa nofácil para un no muy ilustrado en ciencias de la naturaleza, el signifi-cado de los conceptos, criterios, principios científicos y fórmulas quese han emitido por los organismos científicos más solventes.

Fruto de todo ello fue un trabajo que publiqué no hace muchotiempo. Se trata del titulado Una nueva forma de inmisión: los cam-pos electromagnéticos. Lo tolerable y lo que no lo es, incluido (pági-nas 1.731-1.762) en la obra colectiva Derecho privado (libro home-naje al Profesor Alberto J. Bueres), Hammurabi, Buenos Aires, 2001;y luego publicado también en la revista española Actualidad Civil,número 40 de 2001 (semana 29 octubre-4 noviembre), páginas 1.397-1.424.

4. En el presente artículo me propongo, en primer término y comopunto de arranque, resumir mis aportaciones de aquel trabajo. Pero so-

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2 El transformador es un elemento necesario para el suministro de electricidad a las vi-viendas de la casa de los demandantes y de las de otras colindantes. Las sentencias dicta-das en aquel pleito reconocieron que se trataba de una actividad «perfectamente reglada yautorizada».

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bre todo me mueve la intención de añadir algunos relevantes datoscientíficos producidos con posterioridad, así como profundizar en cier-tos aspectos jurídicos que entonces sólo había apuntado3.

Más aún. Así como en mi anterior aportación hice una aproxima-ción al problema, insinuando una respuesta al mismo, ahora me de-cido a tomar una franca postura al respecto, alentado por lo que mepermiten interpretar los datos científicos de que disponemos en la ac-tualidad.

Para ello, adopto un método expositivo ajustado al esquema «aca-démico» de, en primer lugar, representar lo que podría llamarse «el es-tado de la cuestión»; en segundo término, formular una proposición, amodo de «tesis»; y en tercer lugar, en fin, invocar los argumentos quecreo que avalan mi propuesta.

5. Procede hacer una acotación. Consiste en advertir que mi análi-sis último se limita al caso de los campos electromagnéticos produci-dos por conducciones eléctricas, expresión en la que incluyo los tendi-dos y centros de transformación propios del transporte y delsuministro de energía eléctrica. No obstante, es evidente que este«deslinde» no impide que en la mayor parte del trabajo haya que alu-dir a los campos electromagnéticos en general, con independencia desu «fuente».

6. A modo de resumen anticipado de mis conclusiones, formulo elsiguiente: el estado de la ciencia del momento actual ofrece al juristaelementos de juicio suficientes para saber cuándo la inmisión consti-tuida por un campo electromagnético supera los límites de «lo tolera-ble» e incurre en «lo injusto». Es decir, sostengo que contamos con da-tos bastantes para excluir la duda razonable en ciertas «intensidades»de exposición electromagnética.

I. El estado de la cuestión

Como corresponde al título de este apartado, me coloco ahora en unplano de observación de «fenómenos», entendida esta palabra en suacepción más rigurosamente filosófica; es decir, examinando «lo quees» o «lo que pasa».

Me refiero, en concreto, a los aspectos sociológico, legal, judicial,científico y técnico-jurídico del problema.

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3 Por ejemplo, desarrollo el significado que en esta materia tiene el «estado de la cien-cia», profundizo en el problema de la carga de la prueba y me cuido de analizar el posiblealcance del llamado «principio de precaución».

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A) Aspectos sociológicos

1. No son necesarios demasiados encarecimientos para dar cuentade la inquietud que en algunos ámbitos se ha creado en los últimostiempos acerca de los posibles efectos dañinos de los campos electro-magnéticos derivados de instalaciones eléctricas o radioeléctricas.

El caso de estas últimas, sobre todo, ha adquirido particular noto-riedad como consecuencia de lo que el hombre de la calle oye o lee entorno a los peligros que pueden derivar de vivir cerca de una antena detelefonía móvil. O, simplemente, de una antena: todos recordamos elconflicto que se suscitó entre el Vaticano y las autoridades italianascomo consecuencia de las acciones de ciudadanos que denunciaban losriesgos de residir cerca de las potentes antenas de radio y televisión dela Ciudad del Vaticano pero radicantes en suelo de Italia.

Los medios de comunicación nos tienen inundados de reportajes alrespecto, noticias de denuncias, movimientos ciudadanos, divulgaciones ydebates científicos e incluso iniciativas o propuestas de partidos políticos.

Por extensión, de la «alarma» por la telefonía móvil (como es sa-bido, se habla también de los riesgos de los propios receptores, esto es,de los teléfonos propiamente dichos) se ha pasado a la denuncia de lospeligros que pueden crear las líneas e instalaciones de distribución ysuministro de energía eléctrica; se habla, por ejemplo, de la necesidadde soterrar las líneas de «alta tensión» (que con frecuencia no merecenen absoluto esta calificación), para —se dice— evitar así daños a quie-nes viven en sus proximidades.

2. A nadie se le oculta que nos movemos en un campo muy propi-cio a las «aprensiones», es decir, a los recelos sobre posibles riesgos nobien definidos. Algo que, ciertamente, no es de ahora: la historia de lahumanidad está plagada de épocas en las que de forma más o menosextensa e intensa se han manifestado temores hacia «lo nuevo»4.

La ciencia, desde luego, no se ha despreocupado del problema.En sendos pasajes del informe de la Real Academia de Ciencias

Exactas, Físicas y Naturales a que luego aludiré, se lee:

«La preocupación por los posibles efectos sobre la salud de la exposi-ción a campos electromagnéticos surgió, inicialmente, en personal militarexpuesto a campos relativamente fuertes producidos por sistemas radar

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4 Estas aprensiones son muy dadas a convertir en realidad lo meramente temido. Seoye a los vecinos de una casa, por ejemplo, que la proximidad de una antena de telefonía«podría producir efectos nocivos». El «podría producir» se convierte pronto en la convic-ción —a veces categórica afirmación— de que, en efecto, esas consecuencias nocivas seproducen.

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de alta frecuencia durante la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces,se han reivindicado efectos adversos para la salud posiblemente asocia-dos con fuentes de alta frecuencia como las unidades radar usadas por lapolicía, los sistemas de utilización militar, los hornos microondas y otrosaparatos. Más recientemente, la atención se enfoca, con insistencia, en lospotenciales efectos adversos para la salud de las fuentes de baja frecuen-cia, especialmente las líneas de transporte y de distribución eléctrica, ysus aplicaciones como afeitadoras, secadores de pelo o mantas eléctricas.

...Las preguntas sobre posibles efectos adversos para la salud humana

secundarios a la exposición de campos eléctricos y magnéticos inducidospor las líneas de alta tensión de 50-60 Hz fueron formuladas, por vez pri-mera, por Wertheimer y Leeper (1979), quienes publicaron datos epide-miológicos sugerentes de una asociación entre la configuración de las lí-neas de distribución cercanas a los hogares y la incidencia de leucemia yotros tipos de cáncer infantil. Estudios similares se publicaron en años su-cesivos en EEUU y en otros países. Los resultados de esos estudios po-tenciaron el rastreo de la posible asociación entre campos electromagnéti-cos en los hogares como sitio de exposición, y la incidencia de cáncercomo el efecto adverso para la salud más preocupante. La mayor parte dela investigación experimental inicial sobre los efectos biológicos de loscampos eléctricos y magnéticos de baja frecuencia se enfocó en el estudiode los campos eléctricos; sin embargo, los resultados epidemiológicos yotros estudios provocaron un desplazamiento gradual del interés inicialhacia los campos magnéticos como la posible causa de enfermedades».

Y ese interés científico persiste hoy. Buena prueba es el formidableaparato bibliográfico que acompaña al propio informe de la Academiade Ciencias5.

3. Ocurre, sin embargo, que la contienda se plantea entre dos acti-tudes bien distintas y conceptualmente incompatibles.

De un lado, la que se mueve inspirada por los sentimientos, por lasemociones. Y a veces, por qué no decirlo, por el activismo de quienesenarbolan una causa (de buena fe o sin ella, a estos efectos da lomismo), simplemente, porque es popular; tanto más si se puede decirque enfrente está el interés económico de grandes empresas.

De otra parte se halla la opinión científica; esto es, lo que podría-mos llamar —como contraste— la racionalidad. Se supone que los ex-pertos tienen que saber qué es nocivo y qué no lo es; y además, quepueden demostrarlo.

Y quien como observador neutral quiere colocarse entre esos dosfrentes, no pocas veces se siente abatido por la incertidumbre. Sabe que

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5 La OMS sitúa en 25.000 los artículos científicos publicados sobre la materia.

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la vida no puede detenerse a causa de meras aprensiones, pero por otrolado le llenan de zozobra pensamientos como el podría ser que sí o elno puede descartarse. Sobre todo, cuando ve que lo que la ciencia de-clara se parapeta —como por otra parte tiene que ser— en el «hastadonde hoy se conoce».

Esto último es, además, lo que suele hacer que quienes dicen verseafectados no se muestren muy proclives a aceptar el dictamen de lasautoridades científicas. Parece como si su honrado reconocimiento dela relatividad de sus saberes fuese motivo para reivindicar (aquéllos) lasolidez de las aprensiones, no pocas veces incardinables en lo que elDiccionario entiende como «histeria colectiva» (comportamiento irra-cional de un grupo o multitud, producto de una excitación).

Hablando como antes lo hacía del episodio de las antenas de RadioVaticano, es más que probable que subsistan actitudes de recelo, a pe-sar de que los datos analizados por los científicos no mostraron una re-lación entre las emisiones de aquellas instalaciones y la incidencia ytasa de mortalidad por leucemia infantil. O que esa incidencia y esastasas en un área de 10 kilómetros alrededor de los transmisores no fue-ran diferentes a los valores observados en la zona de Roma6.

Por tomar un ejemplo más próximo, cuando se escriben estas lí-neas, enero de 2002, acapara las primeras planas de los medios de in-formación lo que acontece alrededor de un colegio público de Vallado-lid, próximo a unas antenas de telefonía (por cierto, no móvil sino fija,para cuyo funcionamiento se requiere una potencia de emisión muy in-ferior a la de la primera). Un estudio técnico dado a conocer en no-viembre de 2001 rechazó la capacidad de las emisiones para deteriorarel ADN, alterar complejos enzimáticos o inducir la formación de sus-tancias extrañas, que son los mecanismos de producción de los proce-sos cancerígenos. Pero no parece que este dictamen haya sido sufi-cientemente persuasivo en ciertos ambientes7.

4. También se mueven aquí los «intereses creados». En un recienteartículo periodístico, el profesor Represa, Catedrático de Medicina einvestigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, coe-ditor de un notable trabajo de investigación a que luego me referiré8,

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6 El informe completo puede encontrarse en «www.iss.it/pubblicazioni», entrando en«rapporti ISTISA» luego en «pubblicazioni online», «2002» y finalmente en «01/25».

7 Tampoco parece haber hecho mella un argumento que por sí solo resulta revelador in-cluso para un profano: uno de los casos de cáncer se diagnosticó al mes de instalarse la pri-mera de las antenas del conflicto, y un segundo caso apareció a los tres meses de produ-cirse tal instalación.

8 Los intereses creados, en «Los domingos de ABC», de 13 de enero de 2002.

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pone de relieve cómo en el estudio epidemiológico más amplio sobretelefonía y cáncer, publicado el 11 de enero de 2001 en la revista TheNew England Journal of Medicine, investigadores del Instituto Na-cional del Cáncer en Bethesda (Maryland, Estados Unidos) concluyenque no existe relación entre la telefonía móvil y el aumento de tumores.El profesor Represa añade que, hoy por hoy, el riesgo más terrible queentraña esta nueva tecnología es sin duda hablar por el móvil mientrasconducimos. Y alude a los «intereses ajenos a la salud como algunasorganizaciones en busca de causa, bufetes a la caza de clientes y lucra-tivos negocios en torno a las mediciones».

También es fácil deducir que el fenómeno de las inmisiones es terrenoabonado para las simulaciones, para las reclamaciones sólo movidas porel afán de lucro o por lo que los psiquiatras suelen llamar querulancia9.

Y, cómo no, las inmisiones son también campo propicio para la mani-festación de un fenómeno muy de nuestros días y del que la Psicología so-cial tiene mucho que decir. Me refiero a la inclinación a tratar de encontraren otro la causa de todo lo que nos aflige o simplemente nos contraría10.

Pero, ciertamente, sería interpretar las cosas de forma sesgada y noneutral el dejar de advertir que también pueden existir intereses crea-dos por parte de empresas productoras o suministradoras. En este caso,como en tantos otros que en los últimos tiempos hemos conocido: fa-bricantes de ciertos bienes de consumo (es paradigmático el del ta-baco), determinados medicamentos, elementos imprescindibles para al-gunas técnicas médicas (recuérdense los casos de los dispositivosintrauterinos, de los implantes mamarios, etc.).

Mas circunscribirlo todo al ámbito de una colisión de intereses enpresencia de un concreto producto o de un concreto servicio sería tam-bién una concesión a lo anecdótico. Lo que en verdad importa, comoverdadero «telón de fondo», es señalar que una vez más nos hallamosante el eterno dilema de la humanidad (auténtica «tensión») entre la se-guridad, de un lado, y de otro el avance, el progreso, el desarrollo ocomo quiera llamársele11.

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9 «Querulante» es la persona que propende a judicializar todo conflicto en el que se en-cuentra o toda pretensión que tiene —o cree tener— contra otro. Constituye la inclinacióna reivindicar —preferentemente a través de un pleito— todo lo que considera que es su de-recho.

10 Alguien tiene que ser el culpable de que el niño tenga malos rendimientos académi-cos: el niño no estudia, no se concentra —dice alguien—, porque cerca de su casa discurreun tendido eléctrico. Esto no es suposición: lo he oído en televisión, y con variantes, en va-rias ocasiones.

11 Este dilema ha irrumpido en la reflexión jurídica no hace mucho tiempo. Ha sidoprecisamente en el mundo de lo que llamamos responsabilidad por productos.

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5. Tampoco cabe ignorar que la cuestión que me ocupa es asímismo muy apta para el juego de los «tópicos», entendido este vocabloen su acepción de expresión trivial. Por ejemplo, no es raro oír la «rei-vindicación» de que las conducciones eléctricas aéreas sean enterradas,porque así —se afirma— los riesgos desaparecen.

Pintoresca pretensión (aunque podría entenderse en un ciudadanomedio), porque los cables de alta tensión enterrados conducen a una lo-calización del campo magnético en la proximidad de los mismos, peroa la vez a una exposición más intensa, porque se está más cerca del ca-ble subterráneo (dado que éste no se hallará a mucho más de un metrode profundidad). Los cables aéreos, en cambio, conducen a un campomás extendido y más alejado de las personas. En definitiva, la idea esla de que el campo magnético es más alto en las líneas de alta tensiónsubterráneas, simplemente porque se está más cerca de ellas12.

En términos más sencillos: si una determinada línea eléctrica gene-rase un campo magnético susceptible de dañar a la salud de las perso-nas (a modo de hipótesis), el soterramiento de esa línea no reduciría elriesgo de nocividad.

6. A pesar de todo lo anterior (o, mejor dicho, contando con ello)creo que no es infundado decir que cuando quien ocupa el puesto deobservador neutral es un juez, éste —aunque pueda ser «sensible» alas aprensiones, sobre todo cuando el clima de «excitación» es muypatente— tiene que resolver en términos de racionalidad, esto es, pres-cindiendo de lo que sean recelos infundados. El problema para él,como es obvio, consistirá en contar con una suficiente convicción deesa falta de fundamento. Y esto sólo puede saberlo a la luz del «estadode la ciencia».

B) Acciones legales y administrativas

El «dato social», como no podía menos de ser, ha traído consigo yaalgunas iniciativas y decisiones legales y administrativas.

Algunos ayuntamientos han suspendido la concesión de licenciasde instalación de antenas de telefonía, otros han acordado la paraliza-

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12 Si se observa la figura 23 de la página 81 de libro Campos eléctricos y magnéticosde 50 Hz, Sevilla, 2001, comprobamos que en una línea aérea de 400.000 voltios (a 2.000amperios), la densidad de campo magnético medida a un metro del suelo es de 20 micro-teslas debajo mismo de la línea, descendiendo suavemente esa densidad con la distancia.Si la línea es subterránea, el campo magnético en el lugar situado justamente «encima» dela línea se eleva a 100 microteslas, reduciéndose luego muy sensiblemente a partir de eselugar.

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ción y precintado de esas antenas, algunos han decretado el cese del su-ministro de energía eléctrica a las mismas, y no faltan los que hananunciado el establecimiento de un régimen normativo especial al res-pecto. Y, según parece, alguna Comunidad Autónoma estudia regla-mentaciones dentro de su ámbito.

De otro lado, instancias nacionales e incluso supranacionales handictado normas sobre la materia.

Entre las reglamentaciones extranjeras se encuentra, por ejemplo, laLey italiana de 22 de febrero de 2001, sobre protección contra exposi-ciones a campos eléctricos, magnéticos y electromagnéticos. Tambiénprocede la cita de la Ley Federal alemana sobre control de emisiones,de 199613. Otros países europeos, y algunos de fuera de nuestro conti-nente, tienen en preparación las correspondientes normativas.

En España, el Real Decreto 1.066/2001, de 28 de setiembre, aprobóel Reglamento que establece condiciones de protección del dominiopúblico radioeléctrico, restricciones a las emisiones radioeléctricas ymedidas de protección sanitaria frente a ellas.

Y en el ámbito supranacional merece destacada mención la Reco-mendación del Consejo de Ministros de la Unión Europea, de 12 de ju-lio de 1999, relativa a la exposición del público en general a camposelectromagnéticos (0 Hz a 300 GHz).

Más adelante volveré sobre estas dos últimas disposiciones, porotra parte estrechamente vinculadas entre sí: procede anticipar que lareglamentación española se ajusta al «estado de la ciencia» que, sinduda, recoge la Recomendación comunitaria.

C) Expresiones judiciales

Las reclamaciones han llegado también a los Tribunales.1. En el pleito de Murcia a que antes me he referido, el Juzgado

dictó sentencia por la que, estimándose la demanda, se condenaba a laempresa demandada a la adopción de las medidas precisas a fin de quelos campos electromagnéticos generados por el transformador no inva-dan el domicilio propiedad de los actores, de forma que, en cualquiercaso, no se supere la medida de 0,3 microteslas; debiendo determinarseen ejecución de sentencia las medidas correctoras a aplicar.

Para el caso de que lo anterior no fuera posible, deberá la demandadaindemnizar a los actores con el importe del valor de una vivienda

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13 Puede encontrarse una amplia referencia de medidas legales y reglamentarias extran-jeras en KHEIFETS y otros, Electric and Magnetic Fields..., cit., página 3.

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de las mismas características que la propiedad de estos últimos, ha-ciendo abstracción de la existencia de los campos electromagnéticos, acuyo fin se dejaba para ejecución de sentencia la determinación de di-cho importe.

En todo caso, concluía el fallo del Juzgado, la demandada deberáindemnizar a los actores en la cantidad de 600.000 pesetas por los per-juicios causados.

La Audiencia, en apelación, confirmó en casi su integridad la sen-tencia del Juzgado14.

La Audiencia declara que no puede utilizarse como límite mínimode corrección del campo electromagnético el de 0,3 microteslas, únicoextremo en el que, en realidad, se corrige la sentencia recurrida. Yluego la Sala razona sobre la fijación del nuevo límite que había de in-cluirse en el fallo de su propia sentencia. Para ello, dice: «A esos efec-tos, se acordará que la cesación de la intromisión sea total, esto es,que de la propiedad de la demandada y hacia el domicilio del deman-dante no se produzca ninguna intromisión de campo electromagnéticoalterno alguno y ello por dos motivos: el primero, porque como se haderivado de la prueba pericial incluso por debajo de 1 microtesla noqueda acreditada la inocuidad, siendo tal que en un ambiente domici-liario normal, poniéndose como ejemplo el del propio perito judicial,las mediciones fueron de entre 0,02 y 0,04 microteslas, lo que son valo-res muy bajos y producidos por la actividad de los propios aparatoselectrodomésticos. El segundo, porque los campos electromagnéticosalternos se reducen hasta diluirse y desaparecer con la distancia. Enese sentido, no acreditada su inocuidad pero sí su desaparición con ladistancia, el demandante no tendría por qué soportar campos electro-magnéticos generados por actividades en dominios ajenos que no pue-dan acreditarse como inocuos y, por tanto, la cesación de la intromi-sión ha de ser absoluta».

Si se sintetiza al máximo el total razonamiento de la sentencia, esfácil llegar a la conclusión de que su estimación de la demanda sefundó en que la empresa demandada no había probado la inocuidad dela denominada «invasión electromagnética».

Y lo que planea sobre la resolución en su conjunto es la expresiónde una duda, esto es, la incertidumbre de la Sala en torno a la nocivi-dad o inocuidad del campo electromagnético apreciado en la viviendade los actores.

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14 La resolución de la Audiencia aparece en Actualidad Civil, número 19, 7-13 demayo de 2001, marginal 423.

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Por ejemplo, se encuentran en la resolución los siguientes pasajes:

«Así pues, el resultado de la prueba practicada en relación al dañoque pueden producir en el ser humano los campos electromagnéticospor encima de cierta intensidad, es que nada concluyente puede afir-marse ni en el sentido de concluir su nocividad o inocuidad».

«... los resultados de los diferentes informes que obran en autos noson definitivos para que pueda ni afirmarse ni negarse la completa ino-cuidad de las emisiones, ni que éstas causen o puedan causar determi-nadas patologías o que en concreto hayan causado o coadyuvado a cau-sar cualquiera de las enfermedades en los miembros de la familiadurante su estancia en el domicilio».

«La posible falta de acreditación de los mecanismos causales entrecierta intensidad y prolongada exposición a un campo electromagnéticoy una determinada patología no puede llevar a afirmar categóricamenteni la inocuidad ni la nocividad, sino simplemente dudas basadas en es-tadísticas y probabilidades».

2. Otra sentencia que ha tenido mucha notoriedad ha sido la delJuzgado de Primera Instancia número 2 de Bilbao, de 9 de junio de2001. En ella se trataba de la demanda interpuesta por el propietario deuna vivienda contra un acuerdo de la comunidad de propietarios queamparaba la instalación de una antena emisora de telefonía móvil en laazotea del edificio correspondiente15. El demandante alegaba que suhija estaba diagnosticada de síndrome de trastorno por déficit de aten-ción con hiperactividad.

El Juzgado declaró la nulidad del acuerdo comunitario, sobre labase de una argumentación fundada en la «duda razonable».

En un primer pasaje, la sentencia dice:«Los campos electromagnéti-cos en general, y las radiaciones no ionizantes, de baja potencia y altafrecuencia, de la telefonía móvil en particular, resultan razonablementesospechosos de no ser anodinos con relación a la salud de los seres hu-manos que se expongan permanentemente a los mismos, hallándose elcampo menos dudoso de probabilidad patológica en la afectación del sis-tema nervioso, y el riesgo más evidente, de confirmarse la sospecha, paralos niños, cuyos órganos evolucionan en crecimiento y conformación.»

Más adelante, la sentencia advierte que en el proceso no se había pro-bado la nocividad de los campos magnéticos en cuestión. Dice al respecto:

«Tiene que precisarse que en este proceso no se declara probadoque los campos magnéticos sean perjudiciales para la salud, ni mucho

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15 Parcialmente publicada en Actualidad Jurídica Aranzadi, año XI, número 498, 6 desetiembre de 2001.

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menos se determina cuál es el umbral máximo de radiación que debetolerarse como no perjudicial, así como que no se discute que exista ili-citud de ningún tipo en la instalación misma de la emisora de la cu-bierta de la comunidad demandada, con base en el actual sistema decontrol administrativo local o del Estado.

Declarar tal cosa sería conceder una virtualidad de convicción aunas opiniones que carecen del apoyo de datos críticos objetivables,desconociéndose todo el material probatorio acompañado por la comu-nidad demandada y la sociedad interviniente de Airtel Móvil. Ni seconvence al juzgador, ni semejante arbitrismo, secundando la aprensivi-dad social sin base objetiva, puede ser la consecuencia de valoraciónfáctica que se ampare por la jurisdicción».

Ahora bien —añade la sentencia—, cosa distinta es que, efectiva-mente, la sospecha razonable esté probada y esté redoblada en su serie-dad en el supuesto de la familia del demandante. No está probado —con-tinúa diciendo la resolución— que la radiación de telefonía móvilafectara nocivamente a la salud de los moradores de la vivienda del ac-tor, pero sí lo está que preocupara seriamente la probabilidad cierta deque lo haga, y particularmente a la menor A. «De suyo —advierte la sen-tencia— hay informes que invocan las partes encontradas en su apoyo,que no afirman la lesividad ni la inocuidad absoluta, sino la dudafundada, como el informe de los expertos británicos realizado por elIEGMP, coordinado por el Dr..., que ha conocido gran publicidad».

Se observará que, de nuevo, el criterio judicial se inspira en la dudasobre la nocividad o inocuidad del campo electromagnético motivo dellitigio.

Pero, a la vez, se ve la forma de manifestarse la inquietud del ob-servador neutral a que antes me he referido: un modo de razonar ba-sado en que no puede descartarse nada.

Bien es verdad que el juzgador no considera probada la nocividad delos campos electromagnéticos del caso, y no es menos cierto que —conloable rigor (incluso en el lenguaje)— el propio juez excluye el «arbi-trismo» como respuesta a la aprensividad social, pero a pesar de todo setiene la sensación de que el no está claro fue la ratio de la decisión16.

22 RICARDO DE ANGEL YAGÜEZ 12

16 No deja de ser significativo que la sentencia, después de advertir que la nocividad nose había acreditado, declare —como cosa distinta— que lo que sí estaba probado era lasospecha razonable. Siendo el concepto de sospecha, según creo, un acto o producto de laimaginación (entendida esta palabra como facultad del ser humano), me parece al menosdudoso que pueda hablarse de «prueba de una sospecha». El objeto de una sospecha (ensuma, lo que se sospecha) puede en ocasiones ser objeto de demostración. Pero cosa dife-rente es probar la sospecha como tal. Me inclino a pensar que lo que el juzgador quiso de-cir en este caso fue que «admitía» la sospecha de los padres; esto es, que la daba por real,

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D) Los datos físicos y biológicos

Procede abordar ahora lo que, sin duda, constituye el «dato» másdifícil para el jurista.

Me refiero al fenómeno técnico, esto es, a lo que las ciencias de lanaturaleza dicen al Derecho.

Un primer paso para el profano, obligado a someterse a la divulgación,es acudir a lo que nuestro Diccionario manifiesta sobre el vocablo «elec-tromagnético». Se dice de él que es «todo fenómeno en que intervienen lasacciones magnéticas debidas a las corrientes eléctricas, o las acciones eléc-tricas ocasionadas por los campos magnéticos». El mismo Diccionario, enesa palabra, remite a la locución «onda electromagnética».

El propio Diccionario define este último término, onda electromagné-tica, como «forma de propagarse a través del espacio los campos eléctricosy magnéticos producidos por las cargas eléctricas en movimiento». Y acontinuación, a modo de descripción, en el mismo lema de «ondas electro-magnéticas» se lee: «Para las ondas comprendidas entre diferentes interva-los de frecuencia se emplean denominaciones especiales, como ondas ra-dioeléctricas, microondas, ondas luminosas, rayos X, rayos gamma, etc.»

Pero a partir de este momento es necesario acudir a mayores preci-siones. Y yo —como profano— tengo que expresarlas como tomadas apréstamo de lo que me instruyen colegas universitarios de diversoscampos científicos.

Un campo eléctrico en un punto del espacio se produce por una ovarias cargas eléctricas y se define en términos de la fuerza que experi-menta una unidad de carga estacionaria situada en dicho punto. Elcampo eléctrico se expresa en voltios por metro (V/m). Existe uncampo eléctrico natural, creado por las cargas eléctricas presentes en laionosfera, que varía desde 100-400 V/m en condiciones de buen tiempohasta 20.000 V/m en condiciones de fuerte tormenta.

El campo magnético es un concepto introducido en la teoría electro-magnética para explicar las fuerzas que aparecen entre corrientes eléc-tricas. Los campos magnéticos son producidos por cargas en movi-miento; es decir, por corrientes eléctricas (también se pueden producircampos magnéticos con imanes permanentes). El campo magnético dis-minuye rápidamente cuando aumenta la distancia respecto de la fuente.

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no fingida. Pero esto, creo, no es en rigor objeto de una prueba. Y si se interpreta de otramanera el pasaje de la sentencia que ahora me ocupa (es decir, el de la «prueba de la sos-pecha razonable»), lo que el juez viene a decir es que en la duda debe resolverse como sihubiera certeza. Lo que nos lleva una vez más a preguntarnos (el último objetivo de estetrabajo) si de verdad el estado de la ciencia permite hablar de dudas.

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Una buena imagen para ilustrar sobre los dos conceptos a que acabode referirme es la siguiente: una lámpara enchufada pero apagada pro-duce sólo campo eléctrico; la misma lámpara, encendida, crea un campoeléctrico y magnético. Así, se genera campo electromagnético, porejemplo, con los electrodomésticos en funcionamiento, las luces de lacasa encendidas, la lámpara de alumbrado municipal que está frente a laventana de nuestra casa, el paso de un tren movido por energía eléctrica,etc. Con la intención de dar una idea aproximada de los valores, cito da-tos sobre medidas en microteslas correspondientes al funcionamiento dedeterminados utensilios, a un metro de distancia: cocina eléctrica, 0,03,teléfono portátil, 0,02, televisor, 0,09, aspiradora, 0,31, lavadora, 2,38,horno microondas, 0,61, montacargas, 0,50, máquina de soldar, 78,40.

La unidad de medida del campo magnético (o de densidad del flujomagnético) es el tesla (T) o sus fracciones; en particular, el microtesla,que es una millonésima del tesla17.

Como he dicho más arriba, el espectro electromagnético18 cubretoda la gama de frecuencias, desde el transporte de energía eléctricahasta los rayos gamma. A frecuencias altas, como consecuencia de la in-teracción de la radiación de elevada energía con la materia, se despren-den electrones y los átomos quedan cargados positivamente (ionizados).En este rango de frecuencias (trillones de hercios) se encuentran los ra-yos X, los rayos gamma, etc. Estas radiaciones son las que pueden pro-ducir alteraciones genéticas y determinadas enfermedades; por ejemplo,el cáncer. Los campos situados en rangos menores (el caso de los gene-rados por los hornos microondas) tienen suficiente energía como paragenerar calor, pero no producen ionización en la materia.

Dentro de este espectro, nos interesa ahora el rango de 0 Hz-300GHz19, y en concreto en la frecuencia industrial en la que se transporta laelectricidad en España, que es de 50 hercios. Esta frecuencia obedece alpropósito de minimizar las pérdidas en forma de ondas, porque cuantomás alta es la frecuencia, más corta es la distancia entre una onda y la si-guiente, y mayor la cantidad de energía que transmite. En el lenguaje téc-nico se dice que esta frecuencia es «extremadamente baja»; a esto res-ponden las siglas ELF, que de ordinario se utilizan, tomadas del inglés.

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17 Se expresa con la letra griega «m» (mi), ante la «T» de tesla y la cifra correspon-diente. Mil microteslas son un militesla; valor éste que se expresa con una letra «m» engrafía española (o latina). Una microtesla es, a su vez, mil nanoteslas (nT).

18 En siglas españolas, CEM; en las inglesas, EMF.19 Las abreviaturas equivalen respectivamente a hercios y gigahercios. El hercio es la

unidad que mide la frecuencia de la corriente eléctrica. El gigahercio es mil millones dehercios.

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Los campos electromagnéticos derivados del transporte de energíaeléctrica son radiaciones no ionizantes20.

Cabe acudir a una descripción más gráfica de lo que vengo di-ciendo y señalar que, por ejemplo, una línea de alta tensión (más de400 kilovoltios, es decir, 400.000 voltios) genera campos eléctricos ymagnéticos.

El campo eléctrico que produce una línea de ese tipo depende delvoltaje y de la carga. Los valores típicos del campo electromagnéticobajo una línea de alta tensión de 400 kilovoltios, a nivel del suelo, sonde 5-10 kilovoltios/metro, en lo que se refiere al campo eléctrico. Porlo que respecta al campo magnético, depende de la intensidad, y no di-rectamente del voltaje, por lo que fluctúa con el consumo y varía gene-ralmente al nivel del suelo, debajo mismo de la línea, entre 1 y 20 mi-croteslas. Ambos campos, eléctrico y magnético, disminuyen a medidaque aumenta la distancia respecto a la línea.

E) El punto de vista técnico-jurídico

El último epígrafe de este apartado de «datos» tiene que ser —pa-rece obvio— el constituido por los aspectos dogmáticos o doctrinalesdel problema.

En primer lugar, me ocupo de las perspectivas desde las que puedeexaminarse jurídicamente la cuestión.

1. El problema de las ondas electromagnéticas puede plantearse enun doble aspecto: como caso de «inmisión» y como fenómeno determi-nante de responsabilidad civil.

a) La inmisión tiene su sede legal en el artículo 590 del Código ci-vil, que, incluido dentro de la reglamentación «de las distancias y obrasintermedias para ciertas construcciones y plantaciones» (y esto, a su

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20 Por radiación se entiende cualquier forma de energía propagada en el espacio. Lamás conocida, la que en seguida viene a la mente del profano, es la de los rayos X. Las ra-diaciones ionizantes pueden producir efectos nocivos sobre los tejidos. Las no ionizantes(todos los fotones u ondas electromagnéticas con frecuencias comprendidas entre cero her-cios y un billón de hercios) no tienen energía suficiente para romper moléculas; por ello,decimos que son incapaces de generar directamente mutaciones genéticas mediante la rup-tura del ADN. En el informe de la Real Academia de Ciencias, que he citado antes y sobreel que luego volveré, se dice: «Por otro lado, la radiación ELF no es ionizante, no poseela suficiente energía (fotones) cuántica para provocar ionización de la manera que lo hacela radiación VHF, siendo muy inferior a la requerida para romper enlaces molecularescomo los del DNA, y el mecanismo de interacción, si es que la hay, de la radiación ELFcon moléculas y sistemas biológicos es, hoy, especulativo. La mayoría del equipo utilizadoen la generación, transporte y distribución de electricidad en los países industrializadosgenera campos electromagnéticos ELF (50-60 Hz)».

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vez, formando parte de las llamadas «servidumbres legales»), disponeque nadie podrá construir cerca de un predio ajeno ningún tipo de ins-talación que por sí misma o por sus productos sea peligrosa o nociva,sin guardar las distancias prescritas por los reglamentos y usos del lu-gar y sin ejecutar las obras de resguardo necesarias, con sujeción a lascondiciones que los mismos reglamentos prescriban.

Esto, en el párrafo primero. En el segundo se puntualiza que a faltade reglamento se tomarán las precauciones que se juzguen necesarias,previo dictamen pericial, a fin de evitar todo daño a las heredades oedificios vecinos.

Sobre la base de este precepto se ha elaborado la doctrina jurídicade la «inmisión», concepto que refleja la idea de una injerencia en laesfera jurídica ajena como consecuencia de la propagación de sustan-cias nocivas o perturbadoras. O injerencia sobre el predio vecino, pro-ducida por la actividad del propietario en el ejercicio de sus facultadesdominicales, con el resultado de producirse la intromisión —en esepredio vecino— de sustancias corpóreas o inmateriales.

La experiencia, y por tanto la casuística judicial, nos advierte de in-misiones tan «clásicas» como las de olores, ruidos o vibraciones; o tan«modernas» como la de «luminosidad». Y dentro de las últimas, desdeluego, la «inmisión electromagnética».

La inmisión, por tanto, que no requiere la introducción en el prediovecino de sustancias corpóreas (piénsese en el ruido), es una injerenciaque, en primer lugar, puede ser «medida» con instrumentos o aparatoscientíficos; y, en segundo término, es preciso que la injerencia supere loslímites de la «normal tolerabilidad», concepto éste que, como he dicho,deriva de lo que disponen al respecto los reglamentos existentes y, en sudefecto, de lo que un dictamen pericial califique como «no tolerable».

El remedio característico de la inmisión es la orden judicial de eli-minación o retirada de los objetos o instrumentos en que tuviere su ori-gen la injerencia comprobada. Y esto, a través de la denominada acciónnegatoria (de servidumbre).

b) La otra perspectiva es, como decía antes, la que encuentra suasiento en lo que conocemos por «responsabilidad civil»; esto es, laobligación —a cargo de quien lo produce— de reparar el daño causadopor cualquier conducta humana que, cuando menos, merezca ser califi-cada de culposa o negligente (artículo 1.902 del Código civil).

Aquí (al menos como objetivo directo) no se trata de prevenir, sinode dar respuesta al daño ya producido. Comprobada su existencia, suautor debe repararlo.

Desde este segundo punto de vista, el criterio determinante de laobligación de reparar es la «injusticia» del daño ocasionado.

26 RICARDO DE ANGEL YAGÜEZ 16

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Por tanto, así como en la primera perspectiva de las adoptadas (lade las inmisiones) hablamos de un mecanismo jurídico preventivo, eneste segundo caso nos referimos a remedios jurídicos de «indemniza-ción» del daño ya producido.

Dentro del infinito elenco de conductas dañosas, el artículo 1.908del Código civil contempla daños específicos como los derivados deexplosiones de máquinas, inflamación de sustancias explosivas, emi-sión de humos excesivos (que sean nocivos a las personas o a las pro-piedades, puntualiza el texto) y emanación de depósitos de materias in-fectantes21. Esto es, también casos de inmisiones.

2. No obstante, ocurre que esta visión «compartimentalizada» delos dos tipos de instrumentos jurídicos, aunque aceptable en términosacadémicos, no se ajusta a la realidad de las «soluciones prácticas».

En primer lugar, por lo que respecta a las inmisiones (me refierodesde luego a las que tienen su sede en artículo 590 del Código civil),la orden judicial de remoción de los objetos o elementos causantes dela injerencia «no soportable» tiene un evidente significado de «indem-nización» en el sentido más riguroso de esta palabra, esto es, el de de-jar indemne a la víctima de la inmisión.

Y en segundo término, en lo que se refiere al régimen de la respon-sabilidad civil (ahora, como es obvio, hablo del que tiene su base en elartículo 1.902), no es posible desconocer que la forma más pura y ge-nuina de» reparación» es la de poner fin a la situación causante deldaño.

En definitiva, la eliminación o remoción del fenómeno dañosoviene a ser —al menos como posibilidad— el remedio de los dos meca-nismos jurídicos a que me refiero.

Así lo dejó sentado la excelente sentencia de la Sala Primera delTribunal Supremo de 12 de diciembre de 1980, al decir:

«... y por lo que toca a la cuestión de si el perjudicado puede reaccionarcontra la causación del deterioro, instando la cesación de la actividadlesiva mediante el uso de los remedios que detengan su desarrollo, esclara la respuesta afirmativa a fin de evitar la prosecución del menos-cabo patrimonial, pues la necesidad de poner término a la produccióndañosa ha de ser calificada como efecto jurídico del agravio, y en talsentido, si ya añejas resoluciones de este Tribunal —28 de junio 1913 y24 febrero 1928— han dado viabilidad a la acción de condena a laadopción de las medidas necesarias para evitar la continuación de lasinmisiones ilícitas, otras posteriores, decidiendo asimismo sobre los daños

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21 Por cierto, ha sido sobre la base de este artículo 1.908 sobre la que se ha construidoel concepto o categoría de los llamados daños medioambientales.

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causados por establecimientos fabriles, declaran que la protección delos derechos, como sin duda lo es el del dominio, no se contrae exclusi-vamente a la reparación de los perjuicios ya originados, sino que tam-bién ha de extenderse a las medidas de prevención que razonablementeimpidan ulteriores lesiones patrimoniales —SS de 23 diciembre 1952, 5abril 1960 y 14 mayo 1963—».22

Por otro lado, creo que también viene a ser la misma la «razón ob-jetiva» (valga por ahora este modo de hablar) en que se fundan los dosinstrumentos jurídicos que me vienen ocupando, esto es, el «preven-tivo» constituido por el régimen de las inmisiones y el «de reparación»consistente en el instituto de la responsabilidad civil.

Pero razones sistemáticas justifican que deje ese extremo para el si-guiente apartado II.

3. Otro extremo a tener en cuenta (en realidad, el más importante)es el relativo a la prueba. Es decir: ¿qué debe probarse en casos de in-misión? ¿Quién debe hacerlo?

Parece que un buen sistema para abordar esta cuestión, de la que lasentencia de la Audiencia de Murcia es un excelente banco de pruebas,consiste en distinguir entre las dos vías jurídicas a que me acabo de referir.

Desde luego, el punto de partida es el constituido por las reglas le-gales y criterios jurisprudenciales en torno al onus probandi.

En cuanto a los primeros, los criterios legales, ha de estarse a loque establece el artículo 117 de la Ley de Enjuiciamiento civil, en elque se recoge no sólo el principio en su día consagrado por el hoy de-rogado artículo 1.214 del Código civil, sino también los desarrollos ju-risprudenciales de aquella norma.

De acuerdo con el apartado 2 del artículo 217 de la Ley de Enjui-ciamiento civil, corresponde al actor la carga de probar la certeza delos hechos de los que ordinariamente se desprenda, según las normasjurídicas a ellos aplicables, el efecto jurídico correspondiente a las pre-tensiones de la demanda.

Y al demandado incumbe, según el apartado 3, la carga de probar loshechos que, conforme a las normas que les sean aplicables, impidan, ex-tingan o enerven la eficacia jurídica de los hechos alegados por el actor.

Por otro lado, el artículo 281.1 de la misma Ley determina que «laprueba tendrá como objeto los hechos que guarden relación con la tu-tela judicial que se pretenda obtener en el proceso».

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22 Muchas otras sentencias posteriores se refieren a este «doble mecanismo» que acabode mencionar. Una de las más recientes es la de 2 de febrero de 2001, recaída en un casoen el que los actores aducían «inmisiones» de polvo, ruidos, vibraciones y humos. La sen-tencia habla de «un deterioro ambiental continuado».

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4. A partir de esos principios, creo que proceden las siguientes re-flexiones:

a) Si el remedio a que acude el demandante es la acción de respon-sabilidad civil, es a él a quien corresponde la prueba del daño quefunda su reclamación. Es decir, sería el actor quien tendría que acredi-tar que la inmisión denunciada le ha supuesto un daño efectivo, sin quepudiera acogerse la demanda por la sola alegación de un temor; en estecaso, de una mera posibilidad de daño a la salud.

La doctrina jurisprudencial actual en materia de responsabilidad ci-vil, como es sabido, opera sobre la base de una inversión de la carga dela prueba en lo que respecta a la culpa del demandado, supuesto res-ponsable. En suma, su culpa se presume. Pero la propia jurisprudencia,como no podía menos de ser, no ha extendido esa presunción a losotros dos elementos de la responsabilidad civil: el daño y la relación decausalidad23.

La sentencia de la Audiencia de Murcia es consciente de que la ac-ción de responsabilidad del artículo 1.902 no puede verse favorecidapor una presunción del daño.

A este respecto, en un primer lugar dice: «Esto es, la teoría juris-prudencial sólo permite la inversión de la carga de la prueba en rela-ción a la culpa, pero no al resto de elementos (así, STS de 30 de juniode 2000 o las de esta Audiencia Provincial de 23 de marzo de 1999 o 9de febrero de 1998, ambas de la Sección Cuarta, o de 17 de mayo de1999, 24 de febrero y 15 de octubre de 1997, todas de la Sección Pri-mera)».

Y poco más adelante reitera la misma idea: «Por tanto, y es necesa-rio insistir en ello para evitar la confusión a la que podría dar lugaruna lectura precipitada de los argumentos de la sentencia de instancia,no se puede perder de vista que como se deriva de todo el tenor delcaso y del propio proceso de argumentación de la sentencia de instan-cia, ésta no está realizando una aplicación directa del artículo 1.902 alproblema concreto de las inmisiones, sino una aplicación derivada.Como fácilmente puede deducirse del solicito de la demanda, la acciónprincipal que están ejerciendo los demandantes es una acción nega-toria frente a la invasión de campos electromagnéticos permanentesy de una alta intensidad en su domicilio, provenientes de una activi-

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23 Es suficientemente revelador que en materia de responsabilidad civil por daños cau-sados por productos defectuosos, la Ley española, siguiendo el mandato de la correspon-diente Directiva comunitaria, disponga que es el demandante quien debe probar, ademásdel defecto del producto, el daño y la relación de causalidad.

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dad perfectamente reglada y autorizada como es la del transforma-dor de Iberdrola, con el fin de que cese la misma, por lo que la apli-cación del artículo 1.902 sólo lo es en relación a los daños que sehan causado por la inmisión, sin tener por qué focalizarlos única-mente en el peligro para la salud de los demandantes y ni siquiera enlos morales. De hecho, en la sentencia de instancia la responsabili-dad civil a la que se da lugar es únicamente a los gastos derivadosdel abandono del domicilio por sus moradores, lo que demuestra quela acción del artículo 1.902 no es ni mínimamente la principal. Eneste sentido, la cuestión de la inversión de la carga de la prueba quese produce en la sentencia de instancia para que sea el demandadoel que acredite la inocuidad de los campos electromagnéticos no traesu causa en una acción de exigencia de responsabilidad extra-contractual, sino en una acción negatoria para conseguir la cesaciónde una inmisión».

Todos estos razonamientos obedecen a que, según la Audiencia, laempresa recurrente no había interpretado de forma correcta lo soste-nido por el Juzgado en punto a carga probatoria. De ahí el esfuerzo dela Sala en advertir que la acción verdaderamente ejercitada por los ac-tores era la negatoria, no la de responsabilidad civil.

Pero, sea lo que fuere lo que el Juzgado había querido decir, el ex-tremo que realmente interesa es el relativo a la carga de la pruebacuando la ejercitada es una acción negatoria.

b) Esta última acción, forzoso es repetirlo, se encamina a obtener lacesación de cualquier acto de perturbación del dominio (pero, en defi-nitiva, perturbación de personas), cuando dicha perturbación no seainocua o no exista razón jurídica por la que deba ser soportada. Y esto,como decía antes, tomando como criterio de referencia el del uso nor-mal y el de la razonable tolerabilidad, a la luz de la ratio el artículo 590del Código civil24.

Y es aquí cuando la pregunta vuelve a plantearse: ¿es el deman-dante quien debe probar la inmisión y su carácter de no tolerable? O,por el contrario, probada la inmisión, ¿incumbe al demandado acreditarque no excede los límites de lo que se debe soportar?

A mi juicio, y sin perjuicio de la reserva que luego diré, los princi-pios legales en materia de carga probatoria conducen a que correspondaal actor la prueba de que la inmisión supera los límites de lo tolerable.De hecho, los casos que suministra la jurisprudencia permiten deducir

30 RICARDO DE ANGEL YAGÜEZ 20

24 Sin perjuicio, además, de los criterios dimanantes del artículo 7.2 del Código civil, alque también acude la jurisprudencia en materia de inmisiones y así mismo citado por lasentencia de Murcia.

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que en ellos es el actor el que prueba (de ordinario, mediante la peri-cial) que los ruidos, las vibraciones, el polvo en suspensión, etc., sonsuperiores a los máximos admitidos por los reglamentos o, en su caso,por la opinión de expertos25.

Creo que debe afirmarse que el éxito de una acción negatoria «porinmisiones» no requiere la prueba de un daño, siendo bastante la de-mostración de que la inmisión excede de lo normalmente tolerable.Pero que no haya que probar ningún daño no quiere decir que éste noexista. Significa, simplemente, que el daño no se puede separar del fe-nómeno intolerable. El acontecimiento que no se puede tolerar deter-mina necesariamente, para quien lo padece, el «daño» mismo de tenerque resistirlo.

Desde este punto de vista, me parece que no existe ninguna inmi-sión ilegítima que no sea perjudicial. Cosa distinta es que la finalidadnatural de la acción negatoria sea la de eliminar o impedir el efecto da-ñoso, no otra.

La tolerabilidad (a efectos jurídicos, desde luego) es el resultadode una apreciación que, por principio, tiene que sobreponerse a lo quealega el demandante. Cuando un juez declara que una situación es tole-rable, en realidad no está desautorizando a quien, padeciendo esa situa-ción, declara que para él no lo es, sino que está haciendo uso de un ca-non o modelo que sólo es una referencia jurídica.

Dicho de otro modo, la organización armónica de la convivencia noadmite otra forma de determinar lo tolerable que no sea sobre bases ocriterios objetivos. En algunos casos, aunque quizá los menos, será laciencia la que determine los límites (la Medicina, por ejemplo, nos diráel grado normal de resistencia a los ruidos o a la presencia de ciertassustancias en la atmósfera). Pero en otros, no podrá formularse ningúnjuicio si no es tomando como referencia al individuo medio: ni el másaguerrido ni el más pusilánime, ni el más transigente ni el más atrabi-liario.

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25 Los abundantes casos que ofrecen la jurisprudencia civil y contencioso-administra-tiva no suelen afrontar el problema de prueba que ahora me ocupa. La razón parece clara:cuando se estima la demanda es porque se ha probado lo intolerable o lo nocivo de la inmi-sión, según se trate de una acción «preventiva» o de una de «indemnización». Y aunque esevidente que el juzgador debe resolver de acuerdo con lo probado, con independencia decuál de las partes lo haya hecho, no es menos claro que la prueba la lleva a cabo (valga laexpresión) el demandante. De nuevo acudo al ejemplo del ruido y a lo probado en tantassentencias como al respecto existen. Me remito, como referencia, a las resoluciones citadaspor ALVAREZ-CIENFUEGOS SUAREZ en La intimidad y el domicilio ante la contami-nación acústica: nuevas perspectivas de los derechos fundamentales, La Ley, número 5437de 2001 (11 de diciembre).

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Todos sabemos que hay personas más sensibles, más aprensivas o,simplemente, más miedosas. Un determinado nivel de ruido, por ejem-plo, es soportado fácilmente por ciertos individuos, siendo insufriblepara otros26. Y es porque no se pueden «medir» la sensibilidad, lasaprensiones o el temor, por lo que el Derecho se ve abocado a acudir aesos criterios objetivos de que hablaba: niveles de referencia, límites deexposición; en suma, estándares.

Y me parece evidente que la prueba de la superación de esos están-dares incumbe al demandante.

No obstante, la sentencia de la Audiencia de Murcia adopta un cri-terio distinto. Insiste reiteradamente en que correspondía a la sociedaddemandada la prueba de la inocuidad de las concretas inmisiones elec-tromagnéticas (quiere decirse «de su intensidad») experimentadas en eldomicilio de los demandantes.

Dice la sentencia en un primer lugar que sería absurdo «permitiruna situación en que se invade una propiedad y domicilio ajeno, sinque se acredite la inocuidad de dicha invasión desde la perspectiva dela posibilidad de la inversión de la carga de la prueba en las accionesnegatorias».

Más adelante, invocando el principio de que la propiedad se pre-sume libre, la Sala afirma que «si frente a cualquier tercero se demues-tra, como es el caso, una perturbación, deberá ser este tercero el queacredite la legitimidad de su ejercicio e intromisión y/o la inocuidad dela misma».

Poco después añade: «... la aplicada inversión de la carga de laprueba no resulta contraria al fundamento de la acción negatoria, sinoque es perfectamente compatible con ella. Allí donde quede acreditadala existencia de una injerencia en una propiedad ajena, máxime siconstituye domicilio y se desarrollan ámbitos de intimidad personal y/ofamiliar, como derecho constitucional reconocido en el artículo 18 CE,es dable que al autor de la injerencia se derive la carga probatoria so-bre la inocuidad de dicha injerencia, en tanto que es a este injerente aquien corresponde afirmar la legitimidad de su intromisión».

Todo lo anterior se dice en el fundamento jurídico cuarto de la sen-tencia. En él se expresa luego lo que, a mi entender, constituye la verda-dera ratio decidendi del fallo, extremo al que más adelante me referiré.

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26 Los casos que llegan a los Tribunales suelen referirse, en su mayoría, a situacionesextremas, a un estado de cosas que superaría la paciencia del Santo Job: es cuando ya nose puede aguantar más. No faltan, sin embargo, sentencias en las que se ve desde lejos alintolerante, al que no se resigna a aceptar que la vida es como es o, simplemente, al ma-niático.

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Pero lo cierto es que la resolución sigue luego insistiendo en sumisma apreciación en torno a la carga probatoria. Así sucede por ejem-plo en el fundamento jurídico quinto, al afirmarse que los actores «noestán obligados a tener que soportar una intromisión en su propiedad yen su intimidad e incluso en su propio material biológico sin que quedeacreditada su inocuidad».

En el fundamento jurídico sexto, al examinarse el motivo del re-curso de la empresa demandada que se basaba en la Recomendación dela Unión Europea, la sentencia lo rechaza por entender que su eficaciacomo causa de apelación «sólo se produciría si fuera capaz de demos-trar (se entiende que la parte apelante) o bien la inocuidad o bien la le-gitimidad de la invasión electromagnética».

Y aún más, en el fundamento jurídico octavo se vuelve sobre lamisma tesis: «... el demandante no tendría por qué soportar camposelectromagnéticos generados por actividades en dominios ajenos queno puedan acreditarse como inocuos...»

c) La lectura de estos pasajes causa una cierta perplejidad porque,como antes decía, no parecen ajustarse a lo que, a mi entender, resultade los principios comúnmente admitidos en materia de onus probandi.

Aceptar esas manifestaciones, aisladas del principal extremo fác-tico de la resolución (sobre el que, como he dicho, en seguida tra-taré), sería tanto como entender que en una acción negatoria por rui-dos, pongamos por caso, es el demandado quien tiene que probar quela intensidad acústica no supera los niveles tolerables. Siendo asíque, según creo, es al actor al que incumbe la demostración de lo con-trario.

d) Tan reiteradas manifestaciones de la sentencia, como las que he-mos visto, sólo pueden admitirse en función de un dato que la resolu-ción menciona de forma un tanto «escondida» en su fundamento jurí-dico cuarto y sobre el que vuelve en el octavo.

Quiero decir que en la sentencia el verdadero hecho relevante es elde que el campo electromagnético comprobado en el domicilio de losactores era «muy superior al que se ven expuestos en cualquier otro do-micilio con el uso cotidiano de los aparatos electrodomésticos». Estoes lo que se sienta en el fundamento jurídico cuarto.

Vistas estas palabras, las reiteradas declaraciones de la sentencia enpunto a la prueba podrían ser interpretadas, a mi juicio, de la siguientemanera: aunque no se ha acreditado ni la nocividad ni la inocuidad delos campos electromagnéticos verificados en el domicilio de los acto-res, la inmisión debe cesar, sólo por el hecho de que la «intensidad»de esos campos excede de la propia de cualquier otra vivienda deledificio.

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En definitiva, de ser cierta esta interpretación (y no se me alcanzaotra) se estaría predicando la ilegitimidad de la «intromisión» sobre labase de un razonamiento puramente comparativo.

Pero este modo de razonar, a mi entender, no tiene serio funda-mento. Su fragilidad puede advertirse si acudimos como ejemplo alcaso de las inmisiones acústicas. La demanda planteada por el quealega una «contaminación acústica» intolerable debe prosperar en tantoen cuanto se pruebe que la intensidad en decibelios supera los límiteslegalmente fijados o pericialmente considerados como inaceptables. Noes cuestión de que la «exposición al ruido» por parte del actor sea ma-yor que la de otros individuos residentes en las proximidades, sino deque la del demandante, sin elemento de comparación de ningún género,es superior a lo que se debe tolerar.

e) Y es probablemente por lo que se acaba de decir (en definitiva,por la debilidad del argumento comparativo) por lo que la sentencia, yaal final, en su fundamento jurídico octavo, viene a exponer la proposi-ción que, según creo, es en realidad la verdadera ratio decidendi del fa-llo.

Me refiero al lugar en que la resolución, al recapitular sobre el por-qué de su orden de cesación de la intromisión, invoca dos motivos, queen realidad es uno27. La Sala, por fin, se decide a advertir que, «comose ha derivado de la prueba pericial, incluso por debajo de un micro-tesla no queda acreditada la inocuidad»28.

No hay que hacer ningún esfuerzo de imaginación para concluirque lo que en verdad movió a la Audiencia fue un triple razonamiento:

En primer lugar, la prueba pericial no ha probado la inocuidad devalores inferiores a un microtesla29.

En segundo término, no probada la inocuidad, el Tribunal debe re-solver como si la nocividad estuviese demostrada.

En tercer lugar, y por lo anterior, debe cesar toda intromisión decampo electromagnético derivada del transformador de la empresa de-mandada, sea cual sea su valor.

34 RICARDO DE ANGEL YAGÜEZ 24

27 Si digo que es uno, es porque el segundo consiste en una aseveración tan obvia, eirrelevante jurídicamente, como la de que los campos electromagnéticos alternos se redu-cen hasta diluirse y desaparecer con la distancia.

28 Recuérdese que la resolución de la Audiencia acepta como hecho probado que la ac-tividad del transformador provocaba un campo electromagnético que invadía el domiciliode los demandantes con valores permanentes de noche y de día superiores a un microteslay superaba incluso los cuatro microteslas varias horas al día.

29 Evidentemente, no de todos los valores inferiores, sino de algunos. La Sala pareceaceptar como admisibles los de 0,02 y 0,04 microteslas, que habían sido los medidos en eldomicilio del propio perito judicial.

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En definitiva, y por mucho que la sentencia haya dicho lo contrarioen varios pasajes anteriores, venimos a llegar a la conclusión de que laSala dicta su fallo sobre la base de una presumible nocividad.

Así las cosas, no cabe sino terminar diciendo que la sentencia re-solvió por lo que, a su juicio, se había probado.

Y no es menos claro que la Sala no atribuyó significado probatorioalguno al «estado de la ciencia» expresado por la Recomendación de laUnión Europea. Esto es lo que verdaderamente me interesa destacar enel presente trabajo.

5. Pero es menester insistir en el terreno en el que el problema de laprueba reviste más dificultad. Me refiero al ámbito de la responsabili-dad civil.

Sentada la idea de que en realidad el concepto de «daño» no tienerelevancia en la doctrina de las inmisiones en sentido estricto (es decir,cuando sólo se ejercita una acción negatoria, exclusivamente encami-nada al cese de la injerencia), no ocurre lo mismo cuando nos referi-mos a la acción de reparación que es característica del Derecho de laresponsabilidad civil. En ella, el daño es, valga la expresión, el «prota-gonista»: basta la lectura del artículo 1.902; y no deja de ser significa-tivo que un equivalente terminológico a responsabilidad civil (porcierto, cada día más arraigado entre nosotros) es el de Derecho de da-ños30.

Pues bien, ahora es cuando procede que haga una advertencia —acaso ociosa para el lector avisado—, sin la cual podría interpretarsemal la continua alusión que he hecho, y seguiré haciendo, al conceptode «daño».

Se trata de una advertencia, por otra parte, que casi siempre esinexcusable en la doctrina de la responsabilidad civil.

Me refiero al hecho de que hablar de «daño», sin más, puede no te-ner sentido si no se toma en consideración que el daño que obliga a re-parar no ha de ser sólo el que alega el demandante, supuesta víctima,sino el que, además, puede atribuirse causalmente (esto es, en relaciónde causa a efecto) al supuesto responsable.

Por expresarlo de otro modo, en casos como el que nos ocupa es detodo punto imprescindible, al referirse al daño, dejar bien sentado queha de tratarse de un daño precisamente atribuible a la acción del de-mandado.

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30 Tuve oportunidad de manifestarme sobre este extremo en DE ANGEL YAGÜEZ,Algunas previsiones sobre el futuro de la responsabilidad civil (con especial atención a lareparación del daño), Madrid, 1995. Y Derecho de daños es el título de la excelente mo-nografía de DIEZ-PICAZO Y PONCE DE LEON (Madrid, 1999), que tanto nos enseña.

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Si digo esto es porque una de las características de las acciones «deresponsabilidad civil» en la materia que me ocupa es la de que el de-mandante alega una circunstancia objetivamente verificable (en esesentido objetivo, desde luego, un «daño»), pero sin establecer, como aél corresponde hacerlo, un nexo de causalidad que vincule la realidaddel daño a la conducta del supuesto responsable.

Por decirlo en términos más gráficos: en demandas de responsabili-dad civil que pudieran plantearse sobre la base de un supuesto efectonocivo de los campos electromagnéticos derivados de conduccioneseléctricas (en España, por ahora, sólo parece una posibilidad, pero exis-ten abundantes precedentes en otros países), el actor invoca un dañoconcreto como fundamento de su pretensión: cáncer, infertilidad, tras-tornos del sueño, dolores de cabeza, etc.

Sin ir más lejos, en los casos de Murcia y de Bilbao que vengo ci-tando, los demandantes alegaban, en el primero de ellos, que notabanque los niños (los hijos de los actores) «enfermaban con una frecuenciainusual (cada quince días uno u otro o los dos niños enfermaban conbronquitis, neumonía, otitis, trastornos respiratorios, etc.), que la tele-visión jamás se veía con total nitidez, pues presentaba frecuentes inter-ferencias, que el teléfono inalámbrico tampoco se oía bien y que, no sa-bían por qué, el descanso en la vivienda era de escasa calidad...»(palabras textuales de la demanda). Y en el pleito de Bilbao, como he-mos visto antes, los demandantes aducían el diagnóstico, hecho a suhija, de síndrome de déficit de atención con hiperactividad.

Verdad es que en ninguno de esos dos casos se ejercitaba una ac-ción de responsabilidad civil (al menos en la interpretación de los res-pectivos órganos judiciales), pero esto no afecta a los propósitos dia-lécticos que ahora me mueven. Lo que importa es dejar sentado que enambos pleitos los demandantes alegaban «daños» como soporte de susrespectivas pretensiones31. Y que, con un pequeño esfuerzo de imagi-nación, bien puede suponerse la hipótesis de que los actores hubieranplanteado una genuina acción de indemnización.

Si esto último hubiese ocurrido (y no quiero ser agorero al vaticinarque ocurrirá), adquiere de nuevo sentido la pregunta que me ocupa enestos pasajes. Esto es, quién tiene que probar que el daño alegado porlos demandantes es causalmente atribuible al demandado. Lo que signi-fica que, en realidad (aunque por aligerar la exposición lo he venido

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31 Circunstancia curiosa y jurídicamente muy significativa, a mi juicio, al menos en elcaso de Murcia, porque, de ser cierto que la inmisión electromagnética derivada del trans-formador superaba los límites de lo tolerable, los demandantes no se encontraban en la ne-cesidad de alegar daño alguno.

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simplificando hasta ahora), la pregunta es acerca de la prueba de la re-lación de causalidad32.

Y de nuevo parece inevitable la conclusión: es al actor a quien in-cumbe la carga de la prueba sobre la relación de causalidad. Creo queperder de vista este principio significaría pervertir la discusión jurí-dica33.

6. Desde luego, cabe otra reflexión en torno a la prueba.Me refiero al principio de la «facilidad probatoria», acuñado por la

jurisprudencia de la Sala Primera de los últimos años y ahora recogidoen el apartado 6 del artículo 217 de la Ley de Enjuiciamiento civil. Sedice en esta norma que, «para la aplicación de lo dispuesto en losapartados anteriores de este artículo, el tribunal deberá tener presentela disponibilidad y facilidad probatoria que corresponde a cada una delas partes del litigio».

No me parece infundado decir que cuando la controversia es entreun «particular» y una empresa suministradora de energía eléctrica, do-tada como se halla esta última de cuadros técnicos y de informacióncientífica que normalmente no están al alcance del primero, ese princi-pio legal pueda llevar al órgano judicial a admitir el principio de dudainvocado por el demandante, si el demandado no lo desautoriza con losmedios de prueba de que razonablemente puede disponer.

Es posible que se inspire en esta idea lo que en punto a la carga dela prueba se manifiesta en la Comunicación de la Comisión de la UniónEuropea sobre el recurso al principio de precaución. Es un documentoaprobado el 12 de febrero de 2000 e identificado con el nombre de«COM (2000) 1». Me ocuparé de él con detalle en el apartado III delpresente trabajo.

7. Pero, con todo, aunque se admitiese como hipótesis la imposi-ción a la parte demandada de la carga de la prueba de la inocuidad deun campo electromagnético determinado, esa prueba habría de estar so-metida a la inevitable «servidumbre» del método científico de demos-tración.

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32 Del mismo modo que, por ejemplo, en las demandas contra empresas tabacaleras lacuestión no es tanto la de probar si el actor padece o no cáncer de pulmón (circunstanciaque normalmente no se discutirá), sino la de si esa dolencia es jurídicamente imputable alconsumo de tabaco, o a la no advertencia sobre la adicción al mismo, etc.

33 Y esto, sin perjuicio de que, como ya he escrito en otro lugar (DE ANGELYAGÜEZ, Responsabilidad por productos defectuosos. Reflexiones en torno a la carga dela prueba, Estudios de Deusto, volumen 44-1, enero-junio 1996, páginas 9 y siguientes,sobre todo 44-53), el onus probandi pueda quedar aliviado por virtud de ciertos criteriosjurisprudenciales; por ejemplo, por vía de la reducción del problema de la causalidad a unmodelo estadístico (la teoría anglosajona del more probable than not).

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Afirmar que la demandada tiene que probar la inocuidad es tantocomo entender que la ciencia tiene respuesta para todo. Y esto no esasí. Lo único que hace la ciencia es aportar un método para responderadecuadamente a una pregunta. El método científico es una técnica porla que se puede minimizar o controlar la influencia de ciertas variableso sesgos —o simplemente los prejuicios del investigador— cuando secomprueba una hipótesis o teoría34.

El método científico no permite establecer la ausencia de un efecto.El que no veamos algo, o el que no podamos establecer con seguridadlas consecuencias de un fenómeno (por ejemplo, físico), no significaotra cosa sino que puede haber aspectos que no hayamos controlado oaplicado bien en el experimento.

Dicho de otro modo, en la ciencia no se puede probar la ausencia deun efecto. Lo único que se puede hacer es intentar encontrar el efecto, si-guiendo el método científico (mediante la experimentación), para, si alfinal no se encuentra ese efecto, concluir que probablemente no existe.

De acuerdo con lo que enseña la reflexión filosófica más elemental,se puede negar la presencia de algo por los medios adecuados a su na-turaleza. Pero, sin embargo, la no presencia de alguna realidad no sepuede descartar de un modo absoluto, en su sentido pleno, porque seríapretender demostrar la no existencia, el no ser de algo, lo que implicauna contradicción. Esto es: filosóficamente no cabe la prueba de la noexistencia, principio que es soporte de lo que he dicho en torno a las li-mitaciones del método científico.

Es precisamente sobre la base de estas consideraciones como se haedificado la doctrina filosófica conocida como «falibilismo». Esta doc-trina, relativa a la ciencia natural, sostiene que nuestras pretensiones deconocimiento científico son siempre vulnerables y puede resultar quesean falsas. Al sintetizarse este pensamiento en la Enciclopedia Oxfordde Filosofía35, se señala que, «según esta concepción, no se puede afir-mar que las teorías científicas sean categóricamente verdaderas, sinoque lo único que cabe sostener es que tienen cierta probabilidad de serverdaderas».

A renglón seguido, el autor de la voz «falibilismo», dice: «Deacuerdo con esta doctrina, Peirce y, más tarde, Karl Popper han insis-

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34 Como ya señalé en mi trabajo antes citado, en virtud de este principio, y a modo deejemplo, no se puede afirmar que los marcianos no existen, simplemente por el hecho deque no haya sido capturado ninguno.

35 Enciclopedia Oxford de Filosofía (editor T. HONDERICH), 1.ª edición española,reimpresión, Madrid, octubre 2001 (traducción de C. GARCIA TREVIJANO), páginas368-369.

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tido en que hemos de reconocer la imposibilidad de conquistar la ver-dad última y definitiva en cuanto atañe a las teorías de la ciencia natu-ral, en particular en el nivel de la física teórica. La ciencia de hoy nopuede abrigar, con plausibilidad, la pretensión de ofrecer una imagendefinitiva de la realidad física con independencia de la situación delmomento»36.

No parece dudosa la relación que existe entre lo que acabo de de-cir y la doctrina procesal en torno a la prueba de los «hechos negati-vos».

Volveré sobre este extremo en el apartado III, al referirme al lla-mado «principio de precaución». No obstante, considero oportuno an-ticipar ya aquí la idea básica: la lógica más elemental rechaza quepueda imponerse a nadie la carga de probar lo que no se puede pro-bar.

Dejando por ahora de lado el objeto de este trabajo, el de los cam-pos electromagnéticos, y refiriéndonos a un caso de inmisión más «fa-miliar», el del ruido, pedir que se demuestre la inocuidad de un deter-minado rango de decibelios es científicamente frágil. La ciencia puededecir —y lo ha hecho, por cierto con abundante aplicación a los con-flictos jurídicos— que un cierto nivel de decibelios causa al que lo su-fre determinadas dolencias físicas o síquicas. Pero no se puede pedirque el conocimiento científico, en un momento dado, declare con segu-ridad que un volumen de decibelios inferior no es nocivo para quien losoporta37.

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36 A continuación, el autor del lema que nos ocupa «falibilismo», señala: «Nos gusta-ría pensar que nuestras teorías científicas son como ‘dinero en el banco’ —algo seguro,sólido y fiable—, pero la misma Historia de la ciencia milita decisivamente en contra deesta confortable concepción de nuestro teorizar científico. Deberíamos admitir el hecho deque —en todo caso, en el nivel científico de generalidad y precisión— de cada una denuestras creencias aceptadas puede resultar que sea falsa, y de muchas de ellas incluso re-sultará que son falsas». Y poco después añade: «Desde la perspectiva del falibilismo, notenemos ninguna seguridad de que nuestros sistemas o teorías científicas sean definitiva-mente verdaderos; son simplemente lo mejor que podemos hacer aquí y ahora para resol-ver nuestras preguntas acerca del modus operandi de la naturaleza».

37 Creo que nadie negará que el avance de la Acústica y de la Otología, sin citar otrasramas científicas, puede llevar al conocimiento de patologías «por ruido» hoy no identifi-cadas. Quizá por eso, el documento europeo COM (2000) 1, que acabo de citar, dice que«la reducción del riesgo hasta el nivel cero raramente es posible» (número 6 del «resu-men»). Por otro lado, la doctrina sobre la responsabilidad civil por productos defectuososadvierte —como es obvio— que la «peligrosidad cero» de cualquier objeto es impensable.De ahí que el artículo 3 de la Ley española sobre la materia (de 6 de julio de 1994, si-guiendo la máxima de la Directiva comunitaria de 25 de julio de 1985) diga que un pro-ducto es defectuoso cuando no ofrezca la seguridad que cabría legítimamente esperar. Na-turalmente, no se alude a una absoluta falta de defectos.

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Al lector no se le oculta que unas palabras que acabo de escribir(«el conocimiento científico, en un momento dado») no son sino unaforma de expresar lo que desde el punto de vista jurídico (pero en elfondo recogiendo conceptos filosóficos) conocemos como «el estadode la ciencia»38.

8. No parece razonable terminar este apartado sin traer a colaciónun extremo que ya apunté en mi anterior trabajo sobre la materia y enel que parece oportuno insistir.

Me refiero al interesante problema jurídico de si cabría hablar deresponsabilidad de la Administración si el empresario titular de una ex-plotación fuese condenado por el desarrollo de una actividad que sedespliega con sujeción a los términos de la autorización administrativacorrespondiente y a las prescripciones reglamentarias en materia deprevención de riesgos (en nuestro caso, como es obvio, las relativas a«límites de exposición»).

En aquel trabajo de entonces ilustraba este punto sobre la base de lasentencia de la Audiencia de Murcia que también aquí he venido ci-tando.

La sentencia reconoció que la invasión de campos electromagnéti-cos que decían sufrir los demandantes procedía «de una actividad per-fectamente reglada y autorizada, como es la del transformador de X».

Es decir: sin entrar en detalles acerca de la legalidad rectora del es-tablecimiento y funcionamiento del centro de transformación del caso(extremo que la resolución ni siquiera cita), lo que hay que dar porbueno es que la Sala no encontró irregularidad alguna en la compañíademandada.

Es también incontestable que el centro de transformación era unaexigencia de la distribución eléctrica; por lo que dice la sentencia, eraun elemento necesario para el suministro de luz eléctrica a las vivien-das de la casa de los actores y a las de otras colindantes.

Si esa necesidad técnica se daba (lo digo como hipótesis), y si lainstalación del caso no infringía la reglamentación aplicable, se hace

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38 Desde el punto de vista de la Filosofía de la ciencia, es un postulado básico el de queen ella (en la ciencia), «tanto la necesidad de entender como su satisfacción varían con elestado del conocimiento». Vid. A. CORDERO, La inteligibilidad racional y las ciencias,dentro de la obra colectiva Racionalidad epistémica, edición de L. OLIVE, Revista Iberoa-mericana de Filosofía, Barcelona, 1995, páginas 123 y siguientes. Dentro de este volumenes de mucho interés el trabajo de S. ALVAREZ sobre Racionalidad y método científico,con sugerentes observaciones del filósofo en torno a los conceptos jurídicos de presuncióny carga de la prueba. Resulta particularmente ilustrativa para el jurista la idea filosófica deque la carga de la prueba recae sobre quien inicia el debate con una propuesta que perma-nece constante a lo largo de todo el debate.

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difícil entender, como antes apuntaba, que los tribunales pudieran esti-mar una acción negatoria sobre la base de una presunción iuris tantumde nocividad de los campos electromagnéticos generados por el centrotransformador.

Es decir: no resulta fácil comprender que se considerara inmisiónintolerable (en definitiva, esto es lo que vino a resolver la Sala) elefecto de una actividad en la que el inmitente se ajustaba a las reglaslegales.

Y creo que a la misma conclusión se tiene que llegar si el problemase plantea en el plano de la responsabilidad civil, esto es, el de la repa-ración del daño.

Es cierto que una nutrida jurisprudencia de la Sala Primera vienedeclarando reiteradamente que la justificación de haber aplicado lasmedidas reglamentarias gobernantes de una determinada actividad noexcluye la responsabilidad, porque el deber de diligencia va más allá(llega hasta la contemplación de todos los daños que podrían haberseprevisto). Pero es que este mismo criterio jurisprudencial queda en en-tredicho (al menos, a efectos de entenderlo con los adecuados matices)en casos como el que me viene ocupando.

Procede que descompongamos los datos:

Uno. La empresa es condenada a reparar en forma específica; porejemplo, a eliminar un transformador o a desviar un tendido.

Dos. La instalación respetaba las prescripciones reglamentarias enmateria de límites de exposición a los campos electromagnéticos. Estaafirmación constituye, en términos dialécticos, una premisa.

Tres. El demandante no ha podido probar más que su temor por laposibilidad de un daño. También esto es una premisa, puesto que, desdeluego, ninguna duda se suscitaría si el actor hubiera podido llegar a pro-bar un daño causalmente relacionado con la instalación eléctrica.

Cuatro. La condena habría significado una de dos cosas: o que eljuzgador hubiera desoído las alegaciones de la demandada en torno alestado de la ciencia, o que —en aplicación de la doctrina jurispruden-cial antes citada— el órgano judicial hubiera considerado que recaíasobre la demandada una diligencia imposible.39

Cinco. Para colmo de la paradoja, la empresa condenada no podríasostener eficazmente, en un hipotético juicio ulterior contra la Admi-

39 Uso esta expresión porque me parece la única adecuada cuando, como he razonadomás arriba, de lo que se trata es de demostrar aquello que precisamente el estado de laciencia considera no demostrable aquí y ahora; esto es, que límites de exposición inferio-res a los reglamentarios no son nocivos para el ser humano.

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nistración, la responsabilidad de esta última al establecer como lohizo los límites de exposición propios del caso. Se daría la singularcircunstancia de que el argumento del estado de la ciencia serviríapara eximir de responsabilidad a la Administración (me remito a loque diré en el número 2 del siguiente apartado II), siendo así que esemismo argumento no sirvió antes para absolver al dueño de la instala-ción.

II. Una proposición, a modo de «tesis»

1. Dicho lo anterior, procede ya formular la aseveración que, amodo de propuesta dialéctica, constituye el objetivo del presente tra-bajo.

Esa proposición («tesis») podría formularse de la siguiente manera:

El estado de la ciencia del momento actual permite al jurista contarcon criterios técnicos suficientes para considerar cuándo la inmisiónconstituida por un campo electromagnético rebasa los límites de lo tole-rable y de lo injusto (según se adopte, respectivamente, la perspectivade las acciones preventivas o de las de responsabilidad).

Lo que, dicho de otro modo, podría formularse así: el estado actualde la ciencia hace posible, ante determinados «niveles» de emisiónelectromagnética, pronunciarse sobre su inocuidad o sobre su nocivi-dad para la salud humana.

De ser esto así, quedaría excluida la duda o la incertidumbre, quees lo que desde el punto de vista jurídico puede conducir a soluciones«conservadoras» (en concreto, la construida sobre el razonamiento deque, no siendo clara la cuestión, procede adoptar la premisa de que elcampo electromagnético enjuiciado puede ser perjudicial para la saludhumana); opción, por cierto, que fue la seguida en los pleitos de Bilbaoy de Murcia a que antes me he referido.

2. Para desarrollar la proposición que antecede, se hace necesariosituar los problemas en sus correspondientes sedes jurídicas.

Como he dicho antes, el criterio objetivo rector del sistema de lasinmisiones es el de «lo no tolerable». En lo que respecta a la responsa-bilidad civil, el fundamento del reproche es la injusticia o ilicitud deldaño (como decimos en Derecho, la antijuridicidad).

Pero me parece que, en lo que al segundo concepto se refiere, estoes, el de la responsabilidad civil, no cabe encontrar la ilicitud más queen un dato: la superación del límite constituido por lo que el perjudi-cado (o supuesto perjudicado) tiene la necesidad de soportar.

42 RICARDO DE ANGEL YAGÜEZ 32

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Estas últimas palabras me mueven a formular una breve observa-ción sobre lo que con frecuencia se suele decir al hablarse de las cir-cunstancias que excluyen la antijuridicidad de un daño.

No es infrecuente afirmar que un daño no entraña responsabilidadpara quien lo produce, cuando quien lo padece se encuentra en una si-tuación en la que se justifica que tenga que soportarlo.

En nuestra vida hay infinitas situaciones en las que algo nos pro-duce un daño, entendida esta palabra en su acepción más amplia de ma-lestar, contrariedad o molestia. Vivir en un primer piso, bajo el cual hayuna cafetería, significa sufrir unas molestias que probablemente no ex-perimenta el que habita en la segunda o en la tercera plantas. Pero deci-mos que el ocupante del piso primero no sufre un daño injusto cuandoel ruido que procede de la cafetería no excede de los niveles razonablesde tolerancia.

Lo que ocurre es que, a veces, al delimitar el concepto de antijuri-dicidad o ilicitud de un daño, solemos excluir la hipótesis en la que el«perjudicado» tiene el deber jurídico de soportarlo.

Es ejemplo muy revelador de esto último el constituido por lo quedeclaran los artículos 139 y 141 de la Ley de régimen jurídico de lasAdministraciones Públicas y del procedimiento administrativo común,en su redacción resultante de la Ley de 13 de enero de 1999.

Del primero de los preceptos citados resulta la responsabilidad dela Administración por los daños que los particulares sufran en cual-quiera de sus bienes o derechos, salvo en los casos de fuerza mayor,siempre que la lesión sea consecuencia del funcionamiento normal oanormal de los servicios públicos.

El artículo 141, apartado 1, en su redacción originaria de 1992,declaraba que sólo serán indemnizables las lesiones producidas alparticular provinientes de daños que éste no tenga el deber jurídico desoportar de acuerdo con la Ley. Ese texto se mantiene en la redacciónde 1999, pero añadiéndose las siguientes palabras: «No serán indem-nizables los daños que se deriven de hechos o circunstancias que nose hubiesen podido prever o evitar según el estado de los conocimien-tos de la ciencia o de la técnica existentes en el momento de produc-ción de aquéllos...»

El inciso primero del apartado 1 del artículo 141 expresa, con todorigor a mi juicio, un «límite» a la antijuridicidad del daño: el consti-tuido por el hecho de que quien lo sufre tenga que soportarlo.

Lo que no me parece tan correcto, sin embargo, es que se use la ex-presión de «deber jurídico de soportar», porque creo que no se trata enrealidad de un problema de deberes jurídicos. A mi entender, volviendoal ejemplo antes propuesto (el de quien vive en el primer piso, justo en-

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cima de una cafetería), no se trata precisamente de que esa personatenga el deber jurídico de soportar el ruido que de ella procede, sinoque —simplemente— se encuentra en situación que no le permite ale-gar que el ruido es insoportable. Dicho de otro modo, me parece queno es una cuestión de deberes sino de necesidades : la convivencia nossomete a la de tener que admitir («aguantar», en términos coloquiales)un fenómeno, el ruido, que como tal puede ser una molestia o inconve-niente.

Pero he aquí que, tanto se hable de «deber jurídico» de soportar undaño, como de «necesidad» de hacerlo, en el fondo estamos volviendo almismo criterio que el propio de las inmisiones: el de lo que es tolerable.

Cuando, regresando al artículo 141 de la Ley de régimen jurídico delas Administraciones Públicas, se habla de «deber jurídico de soportarun daño de acuerdo con la Ley», no se trata tanto de remisión a leyesque contemplen específicamente, y uno por uno, todos los daños que al-guien tiene que soportar, sino que lo que verdaderamente se hace en esanorma es remitir —más que a «la Ley»— a los criterios legales de losque resulta el límite entre lo que se debe y lo que no se debe soportar.

En definitiva, el texto entraña un envío al significado legal de lotolerable; con lo que viene a resultar, como decía, que estamos ante unconcepto similar al que rige en la doctrina de las inmisiones. Al igualque ocurría allí (recuérdese lo antes dicho sobre el artículo 590 del Có-digo civil), acabamos encontrándonos abocados a lo que a juicio de pe-ritos o expertos deba considerarse como tolerable o intolerable.

3. Ese juicio de peritos, según creo, no puede ser otro que el consti-tuido por el denominado «estado de la ciencia»; esto es, lo que los co-nocimientos de la ciencia o de la técnica, en un momento dado, consi-deren que es posible (o no es posible, según se mire) prever o evitar.Esta última formulación es, precisamente, la que se extrae del segundoinciso del apartado 1 del artículo 141 de la Ley de régimen jurídico delas Administraciones Públicas, procedente de la reforma de 13 de enerode 1999.

La misma idea es la que subyace en la causa de exoneración de res-ponsabilidad (del fabricante o del importador) contemplada en el ar-tículo 6.1.e) de la Ley sobre responsabilidad civil por los daños causa-dos por productos defectuosos, de 6 de julio de 1994. El fabricante o elimportador no serán responsables si prueban «que el estado de los co-nocimientos científicos y técnicos existentes en el momento de lapuesta en circulación (del producto) no permitía apreciar la existenciadel defecto».

Tanto en un caso como en otro, a mi entender, el «estado de la cien-cia» es un elemento de exclusión de la antijuridicidad: el comporta-

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miento del agente no es ilícito porque el estado de los conocimientoscientíficos y técnicos existente al producirse el daño (o, en su caso, alcrearse el riesgo de que se produzca) no le permitían preverlo ni evitarlo.

III. Argumentación. El «estado de la ciencia» precisiones sobre elllamado «principio de precaución»

De acuerdo con el esquema propuesto, procede acudir a lo que elestado de la ciencia nos hace saber hoy en torno a la peligrosidad o ino-cuidad de los campos electromagnéticos, que es tanto como hablar dellímite entre ambas.

Para ello, el jurista tiene que indagar en los datos y documentos deque se dispone, pero con buen cuidado en distinguir entre lo que es laverdadera ciencia, esto es, lo que sostiene la genuina «comunidad cien-tífica»40, y lo que parecen postular algunos practicantes de la pseu-dociencia, impostores o intrusos (es decir, los que, en vez de ciencia,ejercen la charlatanería y la superchería41).

Lo que acabo de señalar, esto es, el riesgo de confundir al verda-dero científico con el «falso especialista», ha sido vehementemente de-nunciado en el documento que, titulado «Scientific Comment on Indivi-dual Statements of Concern About Health Hazards of Weak EMF»,dirigieron al Parlamento Europeo, el 30 de noviembre de 2001, los Pro-fesores Bernhardt, Vicepresidente de ICNIRP (Comisión Internacionalpara la Protección frente a Radiaciones no Ionizantes), Vecchia, físicodel Instituto Nacional Italiano de la Salud y Presidente de la Aso-ciación Europea de Bioelectromagnetismo, y Leitgeb, Presidente de laentidad COST, acrónimo de European Cooperation in the Field ofScientific and Technical Research42.

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40 Entrecomillo esta expresión porque es un verdadero «nombre propio»: un conceptoclave en el mundo académico, no la simple yuxtaposición de un sustantivo y de un adjetivo.

41 Esta última palabra, superchería, se utiliza en el sentido más riguroso de fraude o en-gaño. Porque a todos se nos alcanza que una cuestión como la que me ocupa es campo decultivo abonado para la irrupción de los amateurs, de los «aprendices de brujo»; esto es, dequienes, sin la más mínima solvencia científica, se toman el atrevimiento de pontificar so-bre «peligros» cuyo posible origen desconocen totalmente.

42 El programa COST 281, concretamente, tiene por título el de «Possible Health Im-plications from Mobile Communication Systems». Fue establecido en setiembre de 2001,para obtener un mejor conocimiento de los posibles impactos sobre la salud debidos a cam-pos electromagnéticos emitidos por las tecnologías emergentes. Hasta ahora, 18 países eu-ropeos han acordado participar activamente en esa «acción 281»: Austria, Bélgica, Bulga-ria, Croacia, Dinamarca, Finlandia, Francia, Alemania, Grecia, Hungría, Irlanda, Italia,Lituania, Noruega, Polonia, España, Suecia y Reino Unido.

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La carta responde al hecho de que un supuesto experto en materiade campos electromagnéticos, el Doctor Hyland, había dirigido algrupo denominado STOA del Parlamento Europeo43, en marzo de2001, un documento en el que expresaba sus puntos de vista sobre losefectos fisiológicos y ambientales de las radiaciones no ionizantes.

El documento remitido al Parlamento Europeo44 por los profesoresBernhardt, Vecchia y Leitgeb constituye una vigorosa denuncia de lafragilidad de las alarmantes afirmaciones del Doctor Hyland, asevera-ciones que se califican de engañosas, faltas de fundamento, inconsis-tentes y desequilibradas. En definitiva, basadas en incorrectas interpre-taciones de la literatura científica y en «postulados arbitrarios» noapoyados en pruebas experimentales.

En la carta de remisión de su documento científico, los Profesoresautores del mismo advierten que la opinión del Doctor Hyland no eraun «consejo experto»45, puntualizando que las revistas científicas hanconcluido que no hay prueba convincente de efectos adversos para lasalud en niveles de exposición que estén por debajo de los recomenda-dos en las directrices internacionales y europeas.

Por lo que se refiere al documento científico como tal, aprobadopor el Comité de Dirección de COST Action 281 en noviembre de2001, en sendos apartados se desarrollan los argumentos encaminadosa demostrar que la opinión del Doctor Hyland adolece de los siguientesreparos: 1. Contener postulados arbitrarios, basados más en la creenciapersonal que en pruebas científicas. 2. Inconsistencias en la argumenta-ción. 3. Hechos (datos) equivocados. 4. Una selección desequilibrada ycaprichosa de concretos documentos científicos, que parecen habersido elegidos para fundamentar una opinión preconcebida. 5. Incorrectacomprensión y/o incorrecta interpretación de la documentación cientí-fica.

Es claro, en definitiva, que me estoy refiriendo a un problema dealcance muy superior al que en concreto se plantea —al hilo del objetode este trabajo— al tener que valorar en términos jurídicos las opinio-nes científicas sobre los efectos de los campos electromagnéticos. Perono es impropio que me ocupe de él brevemente.

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43 STOA son las siglas, en inglés, de «Evaluación de opciones científicas y tecnológi-cas».

44 Puede encontrarse en Internet: «http://www.cost281.org».45 Como curiosidad, hay que hacer notar que en el documento científico propiamente

dicho se pone de relieve que el Doctor Hyland «no es un experto en el terreno de la inves-tigación ni en la valoración de los efectos biológicos de los campos electromagnéticos,aunque su trabajo está mantenido financieramente por una empresa que comercializaaparatos de protección contra los campos electromagnéticos».

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Se trata de caer en la cuenta de que, en cualquier problema jurídicoen el que un «saber científico» reviste especial relevancia, sobre todo sies objeto de una «alta especialización», el mundo de los juristas tieneque estar bien advertido acerca de quiénes son verdaderos científicos yquiénes, por el contrario, «falsos profetas».

Es éste un problema acaso insuficientemente estudiado entre noso-tros, pero que, a mi juicio con toda razón, inquieta sobremanera en elmundo jurídico anglosajón46.

En un luminoso artículo, y en una de las revistas médicas de másprestigio del mundo, dos juristas norteamericanos, BRYANT y REI-NERT47, han puesto de relieve recientemente, mediante el análisis decasos concretos, cómo algunos tribunales de su país están utilizandoequivocadamente estudios epidemiológicos. No hacen sino describir la«incomunicación» que existe entre los científicos y los juristas, deter-minante de que estos últimos, muchas veces, no sepan realmente cuáles el verdadero «saber científico» sobre un determinado extremo48.

Entre nosotros, no hace mucho, y en un plano de divulgación, unprestigioso científico49 —tratando precisamente sobre la «alarma so-cial» que se ha creado en torno a los campos electromagnéticos—, ad-vertía del riesgo de que la sociedad en general, y el mundo de los juris-tas en concreto, puedan no saber quiénes constituyen la auténtica

46 Salvadas las distancias, puesto que el autor se refiere al proceso penal, no al civil, haescrito recientemente sobre la materia CORDOBA RODA : El juez y el perito en la deter-minación de la norma de cuidado en los delitos de imprudencia en el ejercicio de la activi-dad médica, La Ley, año XXIII, número 5456 de 9 de enero de 2002, páginas 1-4. Aunqueel objetivo principal del artículo es si la averiguación del contenido y alcance de las caute-las que el médico debe emplear corresponde al perito médico o es función indelegable deljuez, en el trabajo se está planteando de forma implícita el problema de la «comprensión»por parte del juez de lo que el perito médico dictamina.

47 A.H. BRYANT y A. REINERT, Epidemiology in the Legal Arena and the Searchfor Truth, American Journal of Epidemiology, de la Universidad Johns Hopkins, 2001, vo-lumen 154, número 12, suplemento.

48 Los autores proponen caminos para poner fin a esta situación. En primer lugar, quelas «comunidades» científica y legal hagan más para educar a los jueces en torno a la cien-cia. En segundo lugar, deben revisarse los procedimientos mediante los cuales los juecesdesignan a los peritos del tribunal, para asegurar que el juez, y en algunos casos el jurado,entienden los principios científicos relevantes en el asunto enjuiciado. En tercer lugar, lacomunidad científica necesita suministrar información a la comunidad legal en general, y alos jueces en particular, sobre si la ciencia está siendo usada correctamente por ellos. Aefectos de esto último, los autores del trabajo consideran como más efectiva la fórmula de-nominada amicus curiae, según la cual el experto —«amigo del tribunal»— informa aljuez sobre la adecuada utilización de los principios científicos.

49 A. HERNANDO, Qué científicos deben responder a las preguntas de la sociedad,El País, 4 de enero de 2002, página 14. El profesor Hernando es Catedrático y Académicode la Real de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.

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«comunidad científica» y consideren que forman parte de ella quienes,creando sin fundamento esa misma alarma, recurren a «la informaciónde venta fácil y a la simpatía de los grupos de mayor sensibilidad so-cial». El autor del artículo describe los criterios en que se basa el reco-nocimiento científico y, refiriéndose al falso científico, dice: «Si algúncientífico dice que existen pruebas de que los campos generados porlas líneas de alta tensión producen cáncer o cualquier otra enferme-dad, aconsejo mirar con detenimiento el historial o currículo de talcientífico. Es casi seguro que no está en el circuito, por emplear el len-guaje del tenis profesional al que estamos todos más acostumbrados.De hecho, ese científico se sale y excluye de la comunidad cuando, alno aportar evidencias convincentes y novedosas para el resto de los es-pecialistas, niega o contradice su estado actual de conocimiento. Apro-vecha la característica más hermosa de la ciencia, como es su cautelay criticismo permanente, para utilizarla como resquicio donde haceremerger su opinión»50.

1. Procede ahora, por tanto, examinar qué nos dice el real «estadode la ciencia».

a) Por su autoridad, por su ámbito y porque es un documento «dereferencia» en otros posteriores, atribuyo el primer lugar a la Recomen-dación del Consejo de la Unión Europea de 12 de julio de 1999, relativaa la exposición del público en general a campos electromagnéticos51.

a.1) En el preámbulo se dice que «es absolutamente necesaria laprotección de los ciudadanos de la Comunidad contra los efectos noci-vos para la salud que se sabe pueden resultar de la exposición a camposelectromagnéticos». Y un poco más adelante, en el mismo preámbulo:«Es necesario establecer un marco comunitario para la exposición a loscampos electromagnéticos con objeto de proteger a los ciudadanos pormedio de recomendaciones dirigidas a los Estados miembros».

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50 El Profesor Hernando añade una afirmación que parece incontestable: «Las opinio-nes particulares, de investigadores, no probadas y contrarias al conocimiento bien esta-blecido de su campo de especialidad, no merecen más respeto que el de cualquier conje-tura de cualquier ciudadano». Y no está de más la cita que el autor hace de un artículo derevisión de la acreditadísima revista de Medicina New England Journal of Medicine (3 dejulio de 1997, volumen 337), en el que se concluye que no existe prueba alguna que rela-cione cualquier enfermedad grave con las líneas de alta tensión. El artículo acaba con estaincisiva aseveración: «Tras 18 años de investigación, se ha generado una considerable pa-ranoia, pero no se ha adelantado nada en conocimiento. Es momento de parar el derrochede nuestras fuentes de investigación y de reconducirlas a la investigación de las verdade-ras causas de la leucemia infantil».

51 Diario Oficial de las Comunidades Europeas, 30 de julio de 1999.

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La Recomendación pone de manifiesto que ya en 1994 el Parla-mento Europeo invitó a la Comisión a proponer medidas legislativaspara limitar la exposición de los trabajadores y del público en general ala exposición electromagnética no ionizante52.

El texto comunitario, como no podía menos de ser, especifica lasautoridades científicas en que se basa. El apartado 10 del preámbulomanifiesta al respecto: «El marco comunitario para hacer uso de laamplia recopilación de documentación científica ya existente debe ba-sarse en los mejores datos y asesoramiento científicos disponibles en elmomento actual en este ámbito y que debería incluir restricciones bási-cas y niveles de referencia en relación con la exposición a camposelectromagnéticos, recordando que únicamente se han utilizado efectoscomprobados como base para la limitación recomendada de las expo-siciones: la Comisión internacional de protección contra las radiacio-nes no ionizantes (ICNIRP) ha prestado asesoramiento a este respecto,asesoramiento que ha sido respaldado por el Comité Científico Direc-tor de la Comisión»53.

La Recomendación, por otro lado, se cuida de puntualizar que tienecomo objetivo proteger la salud de los ciudadanos y que, por lo tanto,se aplica en especial a las zonas en las que los ciudadanos pasan unlapso de tiempo significativo en relación con los efectos cubiertos porla propia Recomendación. Observación que merece la pena resaltar,porque las «restricciones básicas para campos eléctricos, magnéticos yelectromagnéticos» a que luego me referiré están pensadas para exposi-ciones «normales», entendiendo por tales las del ciudadano medio ensu vida cotidiana.

Cumple señalar que, previamente a la Recomendación que nosocupa, el Comité Científico Director de la Comisión Europea (que secalifica a sí mismo como «un organismo científico neutral e indepen-diente») fue requerido por la propia Comisión para que manifestase suopinión sobre los posibles efectos en la salud derivados de la exposi-ción a campos electromagnéticos en frecuencias de 0 Hz-300 GHz).

La primera cuestión planteada al Comité fue la consistente en «unaopinión en torno a los efectos sobre la salud, no térmicos (a largo

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52 Preámbulo, apartado 2.53 Como corresponde a un documento solvente, se hace expresa reserva de lo que el

avance de los conocimientos científicos puede determinar en el futuro. Por eso, al final deese mismo apartado 10 del preámbulo se advierte: «El marco debería ser revisado y eva-luado periódicamente a la luz de los nuevos conocimientos y las novedades de la tecnolo-gía y de las aplicaciones de las fuentes y prácticas que dan lugar a exposición a camposelectromagnéticos».

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plazo), de la exposición a campos electromagnéticos, en particular conreferencia a las pruebas epidemiológicas y también a las pruebas biofí-sicas y biológicas, en relación con los efectos genéticos y relativos alcáncer, efectos sobre el sistema inmunológico y efectos sobre el sis-tema nervioso».

El Comité Científico Director, en su sesión de 25-26 de junio de1998, dijo a este respecto: «En relación con la exposición no térmica acampos electromagnéticos, la literatura disponible no proporcionapruebas suficientes para concluir que se produzcan efectos a largoplazo como consecuencia de esa exposición».

La intervención del Comité Científico Director estaba justificadaporque el Consejo de la Unión Europea venía manejando los informesdel ICNIRP (Comisión internacional para la protección frente a las ra-diaciones no ionizantes), en los que sólo se habla de efectos a cortoplazo y comprobados; para ellos establece un nivel de protección de100 microteslas, mientras que en la opinión pública se había introdu-cido la idea de que estudios epidemiológicos relacionan la leucemia in-fantil con campos de 0,2 ó 0,4 microteslas.

De ahí que el Comité manifestara que no hay estudios suficiente-mente sólidos como para establecer la existencia de una relación causaefecto entre esas pequeñas magnitudes de microteslas y una mayorincidencia de efectos no térmicos54. Y de ahí, también, que su conclu-sión fuera la de que sólo se puede legislar sobre lo que se conoce bien,que son los efectos agudos y a corto plazo, tal y como había dicho laICNIRP.

a.2) Dicho esto, corresponde examinar cuál es el nivel de protec-ción de la salud, según la Recomendación comunitaria, contra la expo-sición a los campos electromagnéticos, tanto en lo que se refiere a losefectos agudos o a corto plazo como a los efectos a largo plazo.

La Recomendación se articula técnicamente sobre dos criterios oconceptos fundamentales. Son las «restricciones básicas» y los «nivelesde referencia». Las primeras representan las restricciones de la exposi-ción a los campos eléctricos, magnéticos y electromagnéticos detiempo variable, basadas directamente en los efectos sobre la salud co-nocidos y en consideraciones biológicas. Los niveles de referencia seofrecen a efectos prácticos de evaluación de la exposición, para deter-minar la probabilidad de que se sobrepasen las restricciones básicas; al-gunos niveles de referencia se derivan de las restricciones básicas per-tinentes, utilizando mediciones o técnicas computerizadas, y algunos se

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54 Más arriba, en el documento del Comité se dice que los efectos no térmicos son losgenéticos y los relacionados con el cáncer.

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refieren a la percepción y a los efectos adversos indirectos de la expo-sición a los campos electromagnéticos55.

La restricción básica en densidad de corriente se expresa en mi-liamperios por metro cuadrado (en concreto, 2 mA/m2, cuadro 1 delAnexo II, cuarta línea de la tabla). El uso de diversos modelos matemá-ticos y la introducción de ciertos factores de seguridad permiten calcu-lar (y eso es lo que hace la Recomendación) el nivel de referencia,cuyo cumplimiento asegura que se cumpla también la restricción bá-sica; y además, con un amplio margen de confianza o seguridad.

Ese nivel de referencia resulta de aplicar la fórmula 5/f, del cuadro2 del Anexo III, donde f es la frecuencia expresada en kilohercios. Ha-bida cuenta de que 50 hercios son 0,05 kilohercios, el resultado de ladivisión de la fórmula es el citado de 100 microteslas56.

Esta magnitud, pues, constituye —para el caso que nos ocupa— elcriterio definido por la Comunidad Europea, que es tanto como decir lamás alta autoridad científica a la que se podría acudir.

La Recomendación, consciente de la preocupación ciudadana sobrelos posibles efectos a largo plazo, incluye una «nota» en su Anexo I(apartado de «restricciones básicas y niveles de referencia»), en la quese dice: «Estas restricciones básicas y niveles de referencia para limi-tar la exposición han sido desarrollados a partir de un minucioso estu-dio de toda la bibliografía científica publicada. Los criterios aplicadosen este estudio fueron fijados para evaluar la credibilidad de las diver-sas conclusiones alcanzadas; únicamente se utilizaron como base paralas restricciones de exposición propuestas efectos comprobados. No seconsidera comprobado que el cáncer sea uno de los efectos de la expo-sición a largo plazo a los CEM. Sin embargo, puesto que existen cercade 50 factores de seguridad entre los valores límite en relación con losefectos agudos y las restricciones básicas, esta Recomendación abarcaimplícitamente los posibles efectos a largo plazo en toda la gama defrecuencia».

Con todo, procede poner de relieve que una exposición a un campoelectromagnético de 100 microteslas no es una situación «normal», nimucho menos, para un ciudadano medio. O, por usar palabras del preám-bulo de la propia Recomendación, no es un valor natural para lugares enlos que el ciudadano «pasa un lapso de tiempo significativo».

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55 Estas descripciones se encuentran en la nota del Anexo I de la Recomendación.56 Confío en haber reproducido fielmente la ilustración que colegas universitarios me

han brindado en torno al significado, no ya de los cuadros que he citado, sino de su inter-pretación. Una interpretación que sin el auxilio del científico es algo misterioso para el ju-rista.

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A estos efectos, téngase presente, por ejemplo, que el valor en mi-croteslas, justamente debajo de una línea de alta tensión de 500 kilo-voltios, es de alrededor de 8; a 20 metros de esa línea, el valor es de entorno a 3; y a 91 metros es entre 1 y 1,557. Si tomo estas referencias es,naturalmente, porque incluso para el «hombre de la calle» la línea dealta tensión representa —digámoslo en términos coloquiales— el ma-yor riesgo de la energía eléctrica.

b) La no peligrosidad para la salud humana de los campos electro-magnéticos derivados de las conducciones eléctricas se había manifes-tado ya en el extenso informe de febrero de 1998, elaborado por elCentro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológi-cas (CIEMAT), dependiente del Gobierno58.

En la página 16 del informe, como «conclusiones», se dice: «Este in-forme presenta la revisión de la información científica y técnica más signi-ficativa, actualmente disponible a nivel internacional, sobre efectos de loscampos electromagnéticos de frecuencia extremadamente baja (50-60 Hz).Dicha información no proporciona evidencias de que la exposición a cam-pos electromagnéticos generados por las líneas eléctricas de alta tensiónsuponga un riesgo para la salud de las personas o el medio ambiente.

Los estudios epidemiológicos y experimentales no demuestran queestos campos produzcan cáncer, efectos sobre la reproducción y el de-sarrollo de alteraciones mentales y del comportamiento. Desde elpunto de vista físico y biológico, no se han podido identificar mecanis-mos que expliquen cómo estos campos podrían producir efectos adver-sos en el organismo».

c) A conclusión similar se llega en la obra Cinco años de investiga-ción sobre los efectos biológicos de los campos electromagnéticos defrecuencia industrial en los seres vivos59, trabajo que recoge los resul-tados de la colaboración científica entre la Universidad de Valladolid,el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, UNESA y RedEléctrica de España.

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57 Dato tomado de LEE (autor principal), Electrical and Biological Effects of Trans-mission Lines: A Review, Portland (Oregón), 1996, pp. 1-16 y 1-17. Similares densidadesde campo magnético se hallan en la figura 11, página 21, de la publicación Campos eléctri-cos y magnéticos de 50 Hz, Sevilla (s.a.), 2001.

58 Su objetivo fue el de dar cumplimiento a la Proposición no de Ley de 27 de febrerode 1997, del Congreso de los Diputados, en la que se instaba al Gobierno para que en elseno del CIEMAT se constituyera un grupo de trabajo interdisciplinar con el propósito, en-tre otros, de informar a los parlamentarios sobre los posibles efectos que, sobre la salud delas personas y el medio ambiente, pueden tener los campos electromagnéticos asociados alas líneas eléctricas de alta tensión.

59 Editores, REPRESA DE LA GUERRA y LLANOS LECUMBERRI, Madrid, 2001.

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En su página 21 se dice: «Por lo tanto, con la información disponi-ble actualmente y los datos aportados por esta investigación podemosafirmar que la relación entre campos electromagnéticos de frecuenciaindustrial y enfermedades como cáncer o malformaciones congénitasresulta altamente improbable a los niveles que se encuentran en la cer-canía de las instalaciones eléctricas de alta tensión».

d) El Gobierno español ha hecho un explícito reconocimiento deque la Recomendación comunitaria recoge el estado de la ciencia en laactualidad. Así se desprende del informe del Ministerio de Sanidad yConsumo titulado Campos electromagnéticos y salud pública (Resumeninformativo elaborado por el Ministerio de Sanidad y Consumo a par-tir del informe técnico realizado por el Comité de Expertos Indepen-dientes), Madrid, 11 de mayo de 2001.

En este documento se dice: «Tras la investigación llevada a cabo,el Comité de Expertos constituido a instancias del Ministerio de Sani-dad y Consumo para analizar la incidencia de los campos electromag-néticos (CEM) en la salud concluye que, a la luz de los conocimientoscientíficos actuales, se puede afirmar que: La exposición a camposelectromagnéticos no ocasiona efectos adversos para la salud, dentrode los límites establecidos en la Recomendación del Consejo de Minis-tros de Sanidad de la Unión Europea (1999/519/CE), relativa a la ex-posición del público a campos electromagnéticos de 0 Hz a 300 GHz.El cumplimiento de la citada Recomendación es suficiente para garan-tizar la protección sanitaria de los ciudadanos».

De otro lado, en las mismas «conclusiones finales» se lee: «En ex-perimentos de laboratorio, se han detectado respuestas biológicas que,sin embargo, no son indicativas de efectos nocivos para la salud; no seha identificado, hasta el momento, ningún mecanismo biológico quemuestre una posible relación causal entre la exposición a CEM y elriesgo de padecer alguna enfermedad; a los valores de potencia deemisión actuales, a las distancias calculadas en función de los crite-rios de la Recomendación, y sobre las bases de la evidencia científicadisponible, las antenas de telefonía y los terminales móviles no repre-sentan un peligro para la salud pública»60.

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60 Con estos criterios no se hace sino dar cumplimiento a lo que el Gobierno había res-pondido a la pregunta planteada en el Congreso de los Diputados por el Grupo Socialista.Versando esa pregunta sobre la repercusión de los campos electromagnéticos en la saludde las personas, el Gobierno, después de describir el contenido de la (entonces proyectada)Recomendación de la Unión Europea, hizo saber que el Ministerio de Sanidad y Consumo,una vez que se aprobase la Recomendación, adoptaría las medidas necesarias para su apli-cación en nuestro país. Es decir, se aceptaba su contenido como «estado de la ciencia».

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e) Pero donde los criterios técnicos contenidos en la Recomenda-ción de la Unión Europea han encontrado explícito soporte normativoes en el Real Decreto de 28 de setiembre de 2001 (BOE del 29), por elque se aprueba el Reglamento que establece condiciones de proteccióndel dominio público radioeléctrico, restricciones a las emisiones radio-eléctricas y medidas de protección sanitaria frente a ellas.

En su preámbulo se encuentra: 1. La mención del hecho de que losciudadanos se ven sometidos inevitablemente a la exposición de cam-pos electromagnéticos. 2. La circunstancia de que la diversidad en laoferta de servicios de telecomunicaciones requiere la existencia de unelevado número de instalaciones radioeléctricas. 3. La observación deque la Ley General de Telecomunicaciones prevé un desarrollo regla-mentario en el que se incluya la «determinación de los niveles de emi-sión radioeléctrica tolerables y que no supongan un peligro para la sa-lud pública». 4. La cita de la Recomendación del Consejo de la UniónEuropea de 12 de julio de 1999, cuyos objetivos se resumen.

Mas lo verdaderamente significativo, ya en el propio Reglamento,es que su artículo 6, al definir los límites de exposición para la protec-ción sanitaria y evaluación de riesgos por emisiones radioeléctricas, es-tablece como tales los que figuran en el anexo II de la propia disposi-ción. Y allí se reproducen textualmente los correspondientes criterios,reglas y cuadros de la Recomendación europea.

Esta circunstancia me mueve a proponer la afirmación de que aun-que el ámbito de aplicación del Reglamento (artículo 2) sea sólo el deemisiones de energía en forma de ondas electromagnéticas, que se pro-pagan por el espacio sin guía artificial, y que sean producidas por esta-ciones radioelétricas de radiocomunicaciones o recibidas por estacionesdel servicio de radioastronomía, la normativa examinada es tambiénjurídicamente eficaz (en el sentido de «aplicable») para el caso decampos electromagnéticos derivados de las conducciones eléctricas;esto es, para lo que constituye el objeto del presente trabajo.

Los niveles de emisión radioeléctrica tolerables y que no suponenun peligro para la salud pública, esto es, los referidos en el Reglamentoque ahora me ocupa, se han establecido por el Gobierno como conse-cuencia de la previsión del artículo 62 de la Ley General de Telecomu-nicaciones de 24 de abril de 1998. Es decir, el Reglamento desarrolla elmandato legal de establecimiento de niveles de garantía; en este caso,en el ámbito de las telecomunicaciones.

Esto es lo que se manifiesta en el preámbulo del Real Decreto enque nos encontramos. En el mismo lugar se advierte cómo el Regla-mento por él aprobado asume los criterios de protección sanitaria frentea campos electromagnéticos establecidos en la Recomendación del

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Consejo de Ministros de la Unión Europea de 12 de julio de 1999, quetantas veces vengo citando.

Pues bien, la misma autoridad científica es la que permite afirmarque la mentada Recomendación constituye el soporte técnico de lasexigencias de seguridad y calidad que proclaman los artículos 2 y 51 dela Ley del Sector Eléctrico de 27 de noviembre de 1997. Preceptos queimponen, para esa actividad, la protección de las personas y del medioambiente.

Dicho de otro modo: las mismas razones que justifican la aplica-ción de los criterios o límites de la Recomendación europea al ámbitode las telecomunicaciones son las que permiten extender esos criteriosy límites al terreno de las emisiones electromagnéticas en materia desuministro de energía eléctrica.

Y esto, porque la Recomendación de la Unión Europea no distingueentre «fuentes» o «procedencias» de los campos electromagnéticos,sino que establece «límites de exposición» a dichos campos, cualquieraque sea su origen.

f) En el recurso de Murcia, la empresa demandada había alegado in-fracción, por inaplicación, de la Recomendación de la Unión Europea.

La recurrente argumentaba que en esa Recomendación, y para lamisma frecuencia que la del caso de autos, el campo determinante dellímite de exposición es de 100 microteslas, cantidad notablemente su-perior (en 25 veces, en el peor de los casos) a la resultante de las medi-ciones efectuadas en el domicilio de los demandantes.

La Audiencia desestimó este motivo de recurso, diciendo: «Pararechazar este motivo ha de tenerse en cuenta que su eficacia como mo-tivo de apelación sólo se produciría si fuera capaz de demostrar o bienla inocuidad o bien la legitimidad de la invasión electromagnética. Encuanto a esta última no ha lugar, toda vez que este instrumento euro-peo es una norma cuyos destinatarios son los Estados con el fin de es-tablecer limitaciones a las exposiciones del público a los campos elec-tromagnéticos, pero nada afirma sobre la legitimidad de que unaactividad privada invada con intensidades o densidades inferiores pro-piedades ajenas. Respecto de la inocuidad, lo mismo podría decirse, yaque el establecimiento de determinados límites mínimos lo único quedemuestra es la intención de reducir los posibles riesgos de los camposelectromagnéticos pero sin dejar acreditado el hecho de su inocuidadque, como ya ha sido visto con la práctica de la prueba, sigue siendoobjeto de viva discusión científica».

Este razonamiento no me parece convincente. Creo que la cuestiónno era tanto la de si la Recomendación es o no una «norma jurídica» dedirecta aplicación a un pleito nacional, sino la de si tal disposición co-

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munitaria constituye una expresión (y de serlo, lo sería de forma parti-cularmente autorizada) de lo que en este momento es el estado de laciencia en materia de límites tolerables de exposición a campos elec-tromagnéticos.

Ahora, cuando los parámetros técnicos de la Recomendación euro-pea han sido aceptados o recibidos «en bloque» por una disposición le-gal española, el Reglamento a que me refiero, me parece incontestableque todas las formulaciones del mismo constituyen «estado de la cien-cia», a efectos de lo que ese concepto significa en la materia que nosocupa; esto es, tanto en cuanto a la determinación de lo que es tolera-ble, en punto a inmisiones, como en lo que atañe a la definición de undaño no ilícito si hablamos de responsabilidad civil61.

g) Por fin, cuando se escriben estas líneas nos es posible contar conotro documento científico de especial relevancia.

Me refiero al informe emitido por la Real Academia de CienciasExactas, Físicas y Naturales, de octubre de 2001, sobre «posibles efectosde los campos electromagnéticos residenciales sobre la salud humana».

De este informe cabe destacar:

En primer lugar, su objeto. Al respecto se dice: «El presente in-forme se refiere a fuentes de campos electromagnéticos de baja fre-cuencia asociados a la distribución de electricidad; fuentes que inclu-yen, específicamente, líneas de transporte, subestaciones y líneas dedistribución. Aunque los diferentes electrodomésticos son fuente decampos magnéticos, no se contemplan en él.

En segundo término, su formidable soporte bibliográfico, en el que—como no podía menos de ser— se recogen las más autorizadas y re-cientes publicaciones científicas.

Por fin, sus conclusiones. En lo que ahora interesa, destaco la contun-dencia del párrafo final del apartado así titulado. Se dice allí: «Por todoello, la observancia de las restricciones básicas que recoge la Recomen-dación referida (es la del Consejo de la Unión Europea de 12 de julio de1999) garantiza, hasta donde hoy se conoce, la protección de la salud»62.

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61 Innecesario parece insistir en la circunstancia de que el Reglamento, a pesar de la de-finición de su «ámbito de aplicación», acoge en su integridad las «restricciones básicas» ylos «niveles de referencia». Son reglas o cánones que, por eso, son expresión del «estadode la ciencia» —también— en lo que atañe a las conducciones eléctricas.

62 Con estas palabras se insiste en lo anticipado en el «resumen» que abre el informe:«En los últimos años, varias comisiones de expertos (Committee of the National ResearchCouncil, USA; Oak Ridge Ass Universities Panel, USA; United Kingdom Childhood Can-cer Study; y, en nuestro medio, los del Centro de Investigaciones Energéticas, Medioam-bientales y Tecnológicas —CIEMAT— y del Ministerio de Sanidad y Consumo) han seña-

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2. Al concluir el análisis de los documentos científicos precedentes,no parece ni gratuito ni temerario defender que se ha probado la propo-sición que constituye el centro de gravedad del presente trabajo.

Esto es, que en el momento actual contamos con argumentos parasostener que emisiones electromagnéticas de valores inferiores a 100microteslas —en lo que es la vida normal de cualquier ciudadano, o di-cho de otro modo, en los lugares en que éste pasa un lapso de tiemposignificativo— no constituyen riesgo para su salud.

3. No puede considerarse agotada la cuestión sin aludir al signifi-cado del llamado «principio de precaución».

a) Al igual que ha ocurrido en relación con otros fenómenos su-puestamente creadores de riesgos para la salud humana, los camposelectromagnéticos han puesto sobre el tapete este principio, no habitualen el discurso jurídico (al menos, en el jurídico-privado).

Por «principio de precaución» se conoce la regla de cautela reco-gida en el artículo 174 de la versión consolidada del Tratado de laUnión Europea, y que ha sido objeto de alguna jurisprudencia comuni-taria. Según este principio, la inexistencia de certeza científica plenasobre los posibles efectos nocivos que puede producir un determinadofenómeno no exime de la adopción de las precauciones que la pruden-cia recomienda63.

A efectos de ilustrar sobre este principio, conviene tomar en consi-deración el documento denominado Comunicación de la Comisión so-bre el recurso al principio de precaución, fechado en Bruselas el 2 defebrero de 2000 e identificado como «COM (2000) 1»64.

En este documento comunitario se dice: «El principio de precau-ción no está definido en el Tratado, que sólo lo menciona una vez,para la protección del medio ambiente, pero, en la práctica, su ám-bito de aplicación es mucho más vasto, y especialmente cuando laevaluación científica preliminar objetiva indica que hay motivos razo-

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lado que no hay evidencia convincente de que las líneas eléctricas de alta tensión repre-senten un peligro para la salud humana. La observancia de las restricciones básicas querecoge la Recomendación del Consejo de la Comunidad Europea relativa a la exposicióndel público en general a campos electromagnéticos —O Hz a 300 GHz— garantiza, hastadonde hoy se conoce, la protección de la salud».

63 El citado artículo 174, en su apartado 2, reza: «La política de la Comunidad en elámbito del medio ambiente tendrá como objetivo alcanzar un nivel de protección elevado,teniendo presente la diversidad de situaciones existentes en las distintas regiones de laComunidad. Se basará en los principios de precaución y de acción preventiva, en el prin-cipio de corrección de los atentados al medio ambiente, preferentemente en la fuentemisma, y en el principio de quien contamina paga».

64 Mi fuente es Derecho de los Negocios, julio-agosto 2001, páginas 97-112.

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nables para temer que los efectos potencialmente peligrosos para el me-dio ambiente y la salud humana, animal o vegetal puedan ser incompa-tibles con el alto nivel de protección elegido para la Comunidad»65.

En la Recomendación de la Unión Europea sobre los campos elec-tromagnéticos (apartado 19 del preámbulo) se hace una velada alusiónal principio que nos ocupa, cuando se dice: «Los Estados miembros de-ben estar al tanto del progreso de la tecnología y de los conocimientoscientíficos con respecto a la protección contra la radiación no ioni-zante, teniendo en cuenta el aspecto de precaución, y deben disponerexámenes y revisiones periódicos, con la realización periódica de eva-luaciones a la luz de la orientación que ofrezcan las organizaciones in-ternacionales pertinentes, como la Comisión internacional de protec-ción contra las radiaciones no ionizantes».

Tampoco falta una alusión a este principio en el documento cientí-fico de los Profesores Bernhardt, Vecchia y Leitgeb a que me he refe-rido antes. Como se recordará, se trata del titulado Scientific Commenton Individual Statements of Concern About Health Hazards of WeakEMF y dirigido al Parlamento Europeo en noviembre de 2001. En sucarta de remisión, concretamente, los autores consideran que quienestienen que tomar decisiones «podrían considerar apropiado poner enpráctica una política de precaución, como ha sido formulada en el do-cumento de la Comisión llamado COM (2000) 1»66.

El principio se recoge también expresamente en las conclusionesdel Resumen informativo del Ministerio de Sanidad y Consumo a queantes me he referido. Se dice allí que, «en cumplimiento del principiode precaución, y a pesar de la ausencia de indicios de efectos nocivospara la salud, conviene fomentar el control sanitario y la vigilanciaepidemiológica, con el fin de hacer un seguimiento a medio y largoplazo de las exposiciones a campos electromagnéticos».

Por otro lado, la misma idea se encuentra en la sentencia del Juz-gado de Primera Instancia número 2 de Bilbao, que también he citadomás arriba. Al final de la resolución se dice: «En una cuestión como la

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65 El propio documento, en su anexo I, concretamente en sus apartados de jurispruden-cia y orientaciones políticas, recoge sentencias y declaraciones que invocan el principio deprecaución, sobre todo en materia de alimentos.

66 Los profesores autores, reconociendo posibles razones políticas que puedan reco-mendar la aplicación del principio, advierten sin embargo que «tendría que basarse en ra-zonables opiniones científicas y no debería introducir límites arbitrarios de exposición ba-sados en pruebas científicas fragmentarias o en opiniones, científicamente norepresentativas, de unos pocos individuos». Y añaden categóricamente que una adecuadatoma en consideración de los riesgos no puede ser sustituida por el establecimiento de lí-mites arbitrarios.

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presente es difícil que vaya a llegarse por conducto rápido a probar em-píricamente que el electromagnetismo no radiactivo origina daño a la sa-lud, y lo que se impondrá es fijar qué cuota mensurable origina unaprohibición de distancias, dado que las radiaciones no pueden eliminarsede raíz en el mundo moderno, y con fundamento en el principio de pre-caución, que se viene demandando en los documentos internacionales».

b) Teniendo en cuenta lo anterior, y a la luz del tan citado documentoCOM (2000) 1, parece oportuno formular algunas consideraciones.

b.1) En primer lugar, el «principio de precaución» constituye unaguía o criterio de actuación dirigido a los responsables políticos, comose manifiesta reiteradamente en el mentado documento de la Comisión.Esos responsables políticos —dice la Comunicación— se enfrentanconstantemente al dilema de encontrar un equilibrio entre la libertad ylos derechos de los individuos, de la industria y de las empresas, y lanecesidad de reducir el riesgo de efectos adversos para el medio am-biente y la salud humana, animal o vegetal.

El propósito de la Comunicación queda bien claro en su apartado 2(«objetivos de la presente Comunicación»), al manifestarse que tal propó-sito es «informar a todas las partes interesadas, en particular al Parla-mento Europeo, al Consejo y a los Estados miembros, sobre el modo enque la Comisión aplica o pretende aplicar el principio de precaucióncuando se ve obligada a tomar decisiones relativas al control del riesgo».

Por otro lado, son constantes los pasajes del documento comunita-rio en que se identifica a los «responsables políticos» como destinata-rios del mismo67. Y las «medidas» que se derivan del recurso al princi-pio de precaución son de carácter legal o administrativo (esto es,medidas legales en sentido amplio)68.

En resumen, la expresión principio de precaución es propia del len-guaje político, no del jurídico.

Tampoco se concilia este principio con los métodos de la investiga-ción científica. Esta opera sobre datos, no sobre suposiciones. Por eso, sepuede afirmar que, a pesar del nombre de «principio» que se le atribuye,el concepto que nos ocupa no es, en absoluto, un principio científico.69

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67 Por ejemplo, en los apartados 5.2.1, 6.1, 6.2, etc.68 Así se desprende de la lectura del apartado 5.2.69 En efecto, no es un principio, como podría ser el de la gravitación universal, y no es

de «precaución» en el sentido en que los científicos usan este término (por ejemplo, en lasestimaciones de riesgo toxicológico). El principio de precaución no se usa en las evalua-ciones de riesgo; se usan factores de seguridad. Este principio tiene sentido en cuestionesen que la experimentación no es posible (por la magnitud o duración que tendría el experi-mento), o cuando no se conocen todos los factores a incluir en la experimentación, ni lasposibles interacciones entre los mismos.

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Estas dos afirmaciones que acabo de hacer parecen encontrar explí-cito reflejo en el pasaje de la Comunicación del Consejo en que sedice: «No debe confundirse el principio de precaución, utilizado esen-cialmente por los responsables políticos para la gestión del riesgo, conel elemento de precaución que los científicos aplican en su evaluaciónde los datos científicos» («resumen», número 4).

b.2) En segundo lugar, y cuando se trata de productos o actividadesregladas (esto es, para los que ya existen límites legalmente estableci-dos), el principio de precaución no es sino inevitable concesión a unaidea a la que antes me he referido, esto es, la de la «relatividad» de losconocimientos científicos, sujetos como están a una constante revisión.

De ahí que sean tan abundantes las normas comunitarias en que seinsta a los Estados a un permanente esfuerzo de investigación en elterreno de que en cada caso se trata70.

Pero esto no impide dejar bien sentado que la Comunicación nomodifica ni afecta a las disposiciones del Tratado de la Unión Europeani al Derecho derivado comunitario71. Lo que significa, en la cuestiónque nos ocupa, que queda intacto el contenido de la Recomendacióneuropea sobre campos electromagnéticos, de 12 de julio de 1999.

El «principio de precaución» constituye, pues (procede repetirlo),una de las medidas «políticas» que pueden adoptarse en la valoraciónde los riesgos.

Desde luego, esa «política cautelar»72 no es la única que se ha pro-puesto.

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70 Esto se advierte precisamente en la Recomendación europea sobre campos electro-magnéticos, cuyos artículos VI y VII dicen: «VI. Con el fin de mejorar los conocimientosque se tienen acerca de los efectos sobre la salud de los campos electromagnéticos, los Es-tados miembros deberían promover y revisar la investigación pertinente sobre camposelectromagnéticos y salud humana en el contexto de sus programas de investigación na-cionales, teniendo en cuenta las recomendaciones comunitarias e internacionales en mate-ria de investigación y los esfuerzos realizados en este ámbito basándose en el mayor nú-mero posible de fuentes. VII. Para contribuir al establecimiento de un sistema coherentede protección contra los riesgos de la exposición a campos electromagnéticos, los Estadosmiembros deberían elaborar informes sobre las experiencias obtenidas con las medidasque adopten en el ámbito de la presente Recomendación e informar a la Comisión trans-curridos tres años de la aprobación de la misma, indicando el modo en que la han incor-porado a dichas medidas». En cuanto a esto último, y en lo que al caso de España se re-fiere, puede decirse que nuestro ordenamiento jurídico ha incorporado fielmente losparámetros de la Recomendación, haciéndolo —como hemos visto antes— por medio delReglamento sobre emisiones radioeléctricas de 28 de setiembre de 2001.

71 Apartado 2 del documento.72 Utilizo, para traducir la palabra inglesa «policy», la primera acepción española («po-

lítica»). Pero parece que la idea que se quiere representar en inglés es más bien la de«pauta», «estrategia», «práctica», «sistema», etc.

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En Estados Unidos ha tenido cierto éxito la política conocida comoprudent avoidance («evitación prudente»). En lo que se refiere a nues-tra materia, la prudent avoidance significa la adopción de medidas quesean «sencillas», «fácilmente realizables» y «de bajo costo» para redu-cir la exposición a campos electromagnéticos, aun en ausencia de unriesgo demostrable73.

Por ejemplo, esta evitación prudente sería aplicable a las nuevasconducciones eléctricas, en las que pequeñas modificaciones de diseñopodrían reducir los niveles de exposición a campos electromagnéticos;pero no justificaría la modificación de las conducciones ya existentes,medida que resultaría muy cara74.

Otro criterio de «política cautelar» es el que se conoce comoALARA (acrónimo de las palabras inglesas As Low As ReasonablyAchievable). Con esta expresión se identifica una estrategia útil para si-tuaciones en las que no se sabe si existe un riesgo «cero», incluso convalores de exposición muy bajos; por ejemplo, las radiaciones ionizan-tes. En estos casos, los valores recomendados se fijan en función del«riesgo aceptable» definido previamente, aunque se procura manteneruna exposición «tan baja como sea posible» para minimizar ese riesgo,

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73 Puede consultarse un resumen de las «estrategias cautelares» en ElectromagneticFields and Public Health Cautionary Policies, «Backgrounder», Organización Mundial dela Salud, marzo de 2000. Disponible en: «http://www.who.int/peh-emf/publications/facts_press/EMF-Precaution.htm». Por cierto, este documento de la Organización Mundialde la Salud avala los criterios de la Comisión para la protección contra radiaciones no io-nizantes (ICNIRP), que, como hemos visto antes, fue la entidad científica que inspiró laRecomendación europea de 12 de julio de 1999. Al referirse a las propuestas de ICNIRP,el documento de la OMS dice que «están diseñadas para evitar todos los peligros conoci-dos, para exposiciones a corto y largo plazo, con un gran margen de seguridad incluido enlos valores-límite». Y se añade que los reales niveles de exposición están casi siempre muypor debajo de los límites recomendados por el propio ICNIRP.

También pueden hallarse referencias a las «políticas» de cautela, en relación con loscampos electromagnéticos, en SAHL y DOLAN, An Evaluation of Precaution-based Ap-proaches As EMF Policy Tools in Community Environments, disponible en «http://ehp-net1.niehs.nih.gov/docs/1996/104(9)/sahl.html».

74 Este criterio de la evitación prudente ha sido objeto de crítica desde el punto de vistacientífico. EKFELDT, «Prudent Avoidance»: The Abandonment of Science, «Health Phy-sics Society Newsletter», octubre 1991, dijo que tal principio constituye el rechazo de unmoderno concepto de política de seguridad, racional y científicamente fundada, siendo unavuelta al concepto medieval de actuación por miedo a lo desconocido. Habló incluso de un«triunfo de la superstición sobre la razón». Los posibles riesgos por campos eléctricos ymagnéticos de frecuencias de 60 Hz —añadía el autor— sólo pueden ser resueltos por me-dio de la investigación científica. En defensa de la tesis de prudent avoidance, MORGAN,en un trabajo con ese título, «Public Utilities Fortnightly», 15 de marzo 1992, manifestóque tal principio representa «una estrategia de sentido común en relación con algunos difí-ciles dilemas sociales y científicos».

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teniendo en cuenta el coste, la tecnología disponible, los beneficiospara la salud y la seguridad del público y otros aspectos sociales y eco-nómicos.

b.3) En tercer lugar, hay que hacer notar los siguientes postuladosdel documento COM (2000) 1:

El principio de precaución se justifica«cuando la evaluación cien-tífica preliminar objetiva indica que hay motivos razonables para te-mer efectos potencialmente peligrosos» que puedan ser incompatiblescon el nivel de protección elegido por la propia Comunidad europea.Esto se dice en el número 3 del «resumen» con que se abre el docu-mento.

Además, en el número 4 del mismo «resumen» se lee: «El recursoal principio de precaución presupone que se han identificado los efec-tos potencialmente peligrosos derivados de un fenómeno, un productoo un proceso, y que la evaluación científica no permite determinar elriesgo con la certeza suficiente».75

La hipótesis de «incertidumbre científica», como presupuesto de lapuesta en práctica del principio de precaución, se cita también en el nú-mero 5 del «resumen» del documento comunitario que nos ocupa.

Más adelante, ya en el texto propiamente dicho (apartado 5.1, «losfactores que desencadenan el recurso al principio de precaución»), laComunicación dice que ese recurso presupone:

«— La identificación de efectos potencialmente peligrosos que se deri-van de un fenómeno, de un producto o de un proceso;

«— Una evaluación científica de los riesgos que, debido a la insu-ficiencia de los datos, a su carácter no concluyente o a su impreci-sión, no permite determinar con una certeza suficiente el riesgo encuestión».

Trasladando todo ello al caso de los campos electromagnéticos deri-vados de lo que es objeto de mi estudio, es decir, las conducciones eléctri-cas, considero que ninguno de los presupuestos planteados por la Comu-nicación comunitaria justifican la aplicación del principio de precaución.

Y esto, por varias razones:

En la materia objeto del presente trabajo, el estado actual de laciencia descarta efectos peligrosos por debajo de unos determinadosvalores de campos electromagnéticos.

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75 En el trabajo de SAHL y DOLAN, antes citado, los autores dicen que los criterios«basados en la precaución» no sustituyen a las opciones basadas en una política científicay sólo deberían usarse cuando las orientaciones científicas disponibles no fuesen aplica-bles.

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Por otro lado, tampoco concurre aquí la circunstancia de que laevaluación científica no haya podido determinar el riesgo con la cer-teza suficiente.

Esto es, no se da la «incertidumbre científica» que está en la basedel principio de precaución.

Por lo demás, los valores adoptados por la Recomendación europeasobre los campos electromagnéticos ya están dotados de la correspon-diente cautela, puesto que reduce en 50 (es decir, divide por 50) los va-lores límite en relación con los efectos agudos. Precisamente por esto,la Recomendación abarca no sólo los efectos a corto y medio plazos,sino también los a largo plazo (en toda la gama de frecuencia).

Así se advierte en la nota del apartado B («restricciones básicas yniveles de referencia»), del Anexo I de la propia Recomendación. Noobstante, he de advertir que el texto en español no es, a mi juicio, muyafortunado. La «división por 50» a que me refiero queda más clara enla versión inglesa de la Recomendación. En el pasaje correspondiente,la redacción en inglés dice: «However, since there are safety factors ofabout 50 between the threshold values for acute effects and the basicrestrictions, this recommendation implicitly covers possible long-termeffects in the whole frequency range».

Así se explica que en el cuadro 1 del Anexo de la Recomendación(lo mismo ocurre en el correspondiente cuadro del Real Decreto de 28de setiembre de 2001) se adopte como límite de «densidad de corrienteinducida» —para la frecuencia de 50 Hz— el de 2 miliamperios pormetro cuadrado, siendo así que el umbral de riesgo detectado por ICNIRP, para esa frecuencia, se situaba en 100 miliamperios por metrocuadrado. Es patente, así, la «división por 50» a que me vengo refi-riendo; esto es, la adopción de una severa reducción de las cifras, pre-cisamente para garantizar una mayor seguridad. Esto es, por cautela76.

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76 Los datos que acabo de reproducir han sido tomados por mí del informe de ICNIRP ti-tulado Guidelines for limiting exposure to time-varying electric, magnetic and electromagne-tic fields (up to 300 GHz), edición preparada para su publicación en Health Physics, abril de1998, volumen 74, número 4. El razonamiento que explica el significado de la aplicación delfactor de seguridad a que me acabo de referir es el que expreso a continuación. En su página16, el informe de ICNIRP dice que, en el rango de frecuencias que nos interesa, es a partir deuna densidad de corriente de 100 mA/m2 cuando se superan los umbrales para efectos agu-dos, tales como una reversión de los potenciales evocados visuales. Luego dice: «A la vistade las consideraciones de seguridad expuestas anteriormente (efectos de los campos bajocondiciones medioambientales extremas, la posible mayor sensibilidad de ciertos grupos depoblación como ancianos, niños o enfermos, así como diferencias en absorción de energíapor individuos de diferentes tamaños), la exposición laboral en el rango de 4 Hz a 1 kHzdebe limitarse a campos que induzcan densidades de corriente inferiores a 10 mA/m2, para

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c) No está de más dedicar unas palabras a lo que sobre la carga dela prueba se dice en el documento COM (2000) 1, que me viene ocu-pando.

c.1) A la carga de la prueba se refieren los últimos párrafos delapartado 6 del «resumen» con que comienza la Comunicación. Y luegose desarrolla este extremo en el apartado 6.4.

El documento advierte que cuando se trata de «productos» en losque la normativa comunitaria o nacional aplican el principio de autori-zación previa (es decir, autorización para la comercialización del «pro-ducto»), esta fórmula supone ya una manera de aplicar el principio deprecaución, en el sentido de que el legislador invierte la carga de laprueba al partir de la base de que esos «productos» son consideradospeligrosos mientras no se demuestre lo contrario. Hasta que el nivel deriesgo no pueda ser evaluado con la certeza suficiente —a cuyo efectoson las empresas las que han de realizar las investigaciones necesa-rias—, el legislador no cuenta con un fundamento jurídico bastantepara autorizar la utilización del «producto».

Cuando no existe un procedimiento de autorización previa, tendríanque ser los usuarios, las asociaciones de consumidores o la autoridadpública quienes tuviesen que demostrar la naturaleza de un peligro y elnivel de riesgo del «producto». No obstante, el documento añade que elprincipio de precaución puede implicar en algunos casos que reviertasobre el fabricante la carga de la prueba.

Me parece, aunque el documento no lo dice de forma expresa, quese está aludiendo al principio jurídico-procesal de la «facilidad proba-toria», a que más arriba me he referido. La idea, en mi interpretación,es la de que al empresario se le supone dotado de mejores medios (téc-nicos y económicos) para probar la inocuidad del «producto» que losque el consumidor posee para demostrar su nocividad.

Con todo, el documento de la Comisión advierte que esa eventualinversión de la carga de la prueba «no puede preverse sistemáticamentecomo principio general»77.

c.2) Pero aunque de esa forma excepcional se acudiera al instru-mento procesal de inversión de la carga de la prueba —fórmula además

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usar un factor de seguridad de 10. Para el público en general se aplica un factor de seguri-dad adicional de 5, lo que da una restricción básica de exposición de 2 mA/m2». La aplica-ción conjunta de estos dos factores en la población general confiere un factor de seguridad de50, que es lo que dice la Recomendación europea.

77 Esta posibilidad, añade el documento, debería examinarse en cada caso, porque,cuando se adopta una medida en virtud de la precaución y a la espera de los datos científi-cos suplementarios, las empresas deben estar en condiciones de financiar las investigacio-nes científicas necesarias, de forma voluntaria.

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difícil de imaginar en una actividad tan minuciosamente reglada comoes la de distribución y transporte de electricidad78—, sería necesario te-ner presente un extremo que más arriba me ha ocupado.

Me refiero al hecho de que la certeza científica no existe mientrasquepa la posibilidad de que una nueva observación o un nuevo experi-mento encuentren un efecto inicialmente no hallado.

Como he señalado antes, el método científico no permite establecerla ausencia de un efecto. Por tanto, sería un despropósito la pretensiónde que, a pesar de todo, se probara.

Por acudir a un ejemplo imaginario, la ciencia podría probar que elcafé tiene efectos cancerígenos. Pero nunca podrá probar que no lostiene.

Como inevitable parangón, cualquier razonamiento basado en laposible nocividad del campo electromagnético objeto del presente tra-bajo (existiendo como existen argumentos científicos —los verdadera-mente solventes— que excluyen riesgos para la salud humana por de-bajo de ciertos límites), sería tan frágil e indefendible como el que sebasara en la posible nocividad del café.

¡Ah!: por cierto, el ejemplo del café no es tan imaginario comodecía, puesto que en la clasificación de la Agencia Internacional parala Investigación del Cáncer, de Lyon (IARC), se incluye el café,junto con otros productos (por ejemplo sacarina o gasolina) o algu-nos trabajos (en carpinterías, tintorerías e industrias textiles), dentrodel llamado «Grupo 2B», que se refiere a agentes posiblemente can-cerígenos.

Hago notar que la citada Agencia emitió el 26 de junio de 2001 uncomunicado en el que se clasifican los campos magnéticos de frecuen-cia industrial dentro del citado «Grupo 2B». Es decir, a estos efectos seequiparan, por seguir con nuestro ejemplo, el café y los campos magné-ticos.

Y también procederá aclarar, para tranquilidad de todos, que en laterminología del IARC, dentro de la expresión «posiblemente cancerí-geno», el adverbio posiblemente no tiene el mismo significado que elque nos dice la Gramática. En esa terminología, que un agente es un«posible cancerígeno» significa que con la información actual no pode-mos clasificarlo en un sentido o en otro. Es decir, refiriéndonos ahora alos campos magnéticos, se usa esa categoría («Grupo 2B») cuando laevidencia disponible no es lo suficientemente convincente como para

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78 Es claro que me refiero a la delimitación que al respecto hace la Comunicación euro-pea.

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concluir que la exposición a esos campos represente un peligro para lasalud, pero tampoco se puede concluir que sea totalmente segura79.

Lo que ocurre —y ésta es la cuestión— es que el estado actual dela ciencia conduce inequívocamente a la conclusión de que los límitesestablecidos por la Recomendación de la Unión Europea cubren losposibles efectos a largo plazo (genéticos y cancerígenos) en toda lagama de frecuencias.

b.4) También procede poner el énfasis en un extremo que juzgo decapital importancia en esta materia: es la afirmación de que el «princi-pio de precaución» no constituye un criterio que tenga por destinata-rios a los órganos judiciales.

El documento comunitario COM (2000) 1 sólo formula tal principio—según hemos visto— a modo de orientación para la toma de decisiones«normativas». En la amplia bibliografía norteamericana sobre este «prin-cipio» es constante el uso de la palabra «approach», porque, efectiva-mente, se trata de un enfoque dirigido a quienes tienen que tomar «deci-siones», entendida esta palabra como «disposiciones» o «regulaciones»80.

Podría ocurrir incluso que, por disposición legal, el «principio deprecaución» constituyese no ya sólo un criterio de orientación paraquien debe regular, es decir, una especie de objetivo, sino un auténticoimperativo que la Administración está obligada a observar. De hecho,y a modo de ejemplo, los Gobiernos de algunos Estados de EstadosUnidos han dado un significado normativo al «principio de precau-ción», entre otras cosas a efectos de la planificación y establecimientode instalaciones creadoras de exposición a campos electromagné-ticos81.

Pero, como señalaba más arriba, el «principio» que nos ocupa notiene las características de una regla de Derecho en la que pueda fun-darse una sentencia judicial82.

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79 La descripción de la clasificación del IARC puede encontrarse en «www.iarc.fr». Enla clasificación de la Agencia, el Grupo 1 es de «cancerígenos para el hombre»; el Grupo 2se divide en dos categorías: el 2A corresponde a agente probablemente cancerígeno para elhombre, mientras que el 2B alude a agente posiblemente cancerígeno; el Grupo 3 com-prende los agentes que no se pueden clasificar en cuanto a su poder cancerígeno; y elGrupo 4 incluye los agentes probablemente no cancerígenos para las personas.

80 Por ejemplo, en GRAHAM, J.D., Making Sense of the Precautionary Principle, en«Risk in Perspective», de Harvard Center of Risk Analysis, setiembre de 1999, volumen 7,entrega 6. En esa misma bibliografía se habla habitualmente de los «policy-makers», pala-bras que identifican a quienes tienen como función la toma (o contribuir a ella) de «regla-mentaciones». También suele usarse la expresión de «decision-makers».

81 SAHL y DOLAN, op. cit., páginas 4 y 5.82 Parece que éste es también el criterio de MORGAN, loc. cit., aun tratándose de uno

de los más fervientes defensores del «principio de precaución».

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Esta afirmación no debe confundirse, desde luego, con la circunstan-cia (que el propio documento COM (2000) 1 advierte) de que correspondaal Tribunal de Justicia de la Unión Europea el control de la legalidad decualquier disposición adoptada por las instituciones comunitarias83.

Lo que quiero decir es que no parece posible encontrar (y muchomenos en un sistema jurídico como el nuestro, de «Derecho escrito»)una norma jurídica por cuya virtud un juez pueda condenar, ni por «in-misión» ni por responsabilidad civil, al propietario de una instalacióneléctrica84 que acredite la observancia por su parte de las normas le-gales o reglamentarias comprensivas de los «límites de exposición» alposible efecto de los campos electromagnéticos.

Por expresarlo con otras palabras, me parece evidente que ningúnórgano judicial puede resolver sobre la base del «principio de precau-ción» cuando la demanda se basa en una «inmisión» (en el sentido es-tricto de instrumento procesal preventivo) y la injerencia se encuentradentro de los límites de lo tolerable; y tampoco cuando, en el marco dela responsabilidad civil, la reclamación se funda en un «daño» que eldemandante no prueba.

Por eso, estoy totalmente de acuerdo con lo manifestado por Unionof the Electricity Industry en su alegato ante la Unión Europea en tornoa la Comunicación de la Comisión sobre el principio de precaución,esto es, acerca del documento COM (2000) 185.

En la carta de remisión de tal alegato, EURELECTRIC, muy sensa-tamente, reconoce que los documentos emitidos por el Parlamento y elConsejo europeos constituyen una necesidad a efectos de un principiode precaución que permita a la Unión Europea y a los Estados miem-bros adoptar acciones de cautela en determinadas circunstancias, sin te-ner que esperar evidencias científicas definitivas.

No obstante, en el alegato propiamente dicho se sostiene —creoque con todo fundamento— que los llamados a adoptar decisiones86,al aplicar el principio de precaución, no deberían modificar sustan-cialmente y/o comprometer la aplicación de las reglas generales de la

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83 Esto último se puntualiza en el apartado 5.2.2 de la Comunicación.84 Hago esta delimitación para centrarme en lo que es objeto del presente trabajo. Pero

lo mismo podría decirse del fabricante de un producto cualquiera o del prestador de un ser-vicio distinto del de suministro de energía eléctrica.

85 Union of the Electricity Industry (en acrónimo EURELECTRIC) es una asociaciónque representa los intereses comunes de la industria europea de electricidad. El alegato aque me refiero, que es de abril de 2001, lleva por título el de Union of the Electricity In-dustry -EURELECTRIC Position Paper on the European Commission’s Communicationon the Precautionary Principle. Brussels, 02.02.2000, COM (2000) 1.

86 Traduzco de esta manera la expresión inglesa «decision-makers».

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legislación existente, sobre todo la relativa a seguridad y responsabi-lidad.

Concretamente, el alegato advierte de la necesidad de mantener elprincipio general de que nadie es responsable hasta que se haya demos-trado el «motivo de su responsabilidad»87 en aplicación de una medidaobligatoria adecuadamente adoptada por la Unión Europea y los Esta-dos miembros.

Yendo más lejos, y a mi juicio también con toda razón, el alegatode EURELECTRIC considera que el principio de precaución no puededar lugar a un «alivio» de la carga de la prueba, ni a una inversión de lamisma, porque de otro modo se estaría contraviniendo el principio ge-neral de derecho de defensa y el del derecho a un juicio justo.

En efecto, no alcanzo a comprender con qué fundamento podría sercondenado —ni a eliminar sus instalaciones, ni a responder por el he-cho de su sola existencia— el empresario titular de una conduccióneléctrica cuyos establecimiento y funcionamiento se ajustasen a loprescrito por la normativa existente al respecto (hablo, claro está, denormativa referente a límites de exposición a campos electromagnéti-cos).

4. Cuando este trabajo estaba ya en imprenta, se ha dictado por elJuzgado de Primera Instancia número 2 de Murcia una sentencia queconsidero concluyente a efectos de lo que he venido diciendo en las an-teriores páginas.

Se trata de la dictada el 8 de febrero de 2002, en la demanda formu-lada por la comunidad de propietarios de un céntrico edificio de la ciu-dad de Murcia, siendo demandada una compañía eléctrica. La demandareclamaba el cese o reducción de la exposición a los campos electro-magnéticos procedentes del transformador ubicado en la planta baja deledificio y propiedad de la sociedad demandada. Se solicitaba así mismouna indemnización por la depreciación de las viviendas de los miem-bros de la comunidad actora.

La sentencia desestima la demanda y es ya firme.La argumentación de los demandantes giraba sobre todo en torno a

los pronunciamientos de la sentencia de la Audiencia Provincial deMurcia de 13 de febrero de 2001, que he tenido oportunidad de men-cionar con detalle más arriba.

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87 Me veo obligado a traducir de esta forma la palabra inglesa liability, para evitar laredundancia a que de otro modo conduciría el texto en inglés. En este idioma, el pasaje aque me refiero dice: «The general principle should be maintained that a person is not lia-ble until evidence of his/her liability has been demostrated in accordance with a legallyenforceable measure properly adopted by the EU and Member States».

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La sentencia del Juzgado de Murcia que ahora me ocupa es, que yosepa, la primera en España que ha tenido la oportunidad de analizar unacompleta información científica actual en torno a los campos electro-magnéticos procedentes de conducciones o instalaciones eléctricas.

En su fundamento jurídico tercero se plantea con toda corrección laalternativa jurídica a que está sometida, en abstracto, una cuestióncomo la planteada por los demandantes. Es decir, la de contemplarlacomo acción de responsabilidad civil, dirigida a la obtención de una in-demnización, o como acción negatoria, encaminada a la condena alcese de una inmisión eventualmente nociva.

La juzgadora de Murcia descarta en este caso la primera de esasdos perspectivas, al advertir que las «alteraciones» invocadas por losdemandantes son «síntomas físicos subjetivos que sólo tienen reflejo enla afirmación de los testigos, sin aportación de prueba que lo corro-bore»88.

Descartada, pues, la existencia de un daño, la resolución judicial,con todo acierto, dedica el resto de su análisis a lo que verdaderamentees el núcleo de toda controversia basada en una inmisión: la de si éstaalcanza o no, o supera, los límites de lo tolerable.

Más aun, la sentencia entra de lleno en la médula de la cuestión, queno es otra sino la de determinar si los conocimientos científicos actualesconducen a una conclusión de duda, como sostuvieron insistentementelos demandantes en el acto del juicio (cuya grabación me ha sido pro-porcionada, a instancias mías, por la compañía demandada), o si, por elcontrario, el actual estado de la ciencia permite aseverar que hasta cier-tos límites de exposición no puede sostenerse que la duda exista.

La importancia de este planteamiento dialéctico queda suficiente-mente puesta de relieve con la sola lectura de la sentencia de la Au-diencia de Murcia de 13 de febrero de 2001, así como con la del Juz-gado de Bilbao que me han ocupado más arriba. Se recordará que enlas dos resoluciones se revelaba la perplejidad de ambos órganos judi-ciales, coincidentes en la premisa de que no está demostrada la nocivi-dad de los campos electromagnéticos derivados de centros de transfor-mación, pero tampoco su inocuidad.

En la sentencia del Juzgado 2 de Murcia, la que ahora comento,subyace una cuestión nada baladí (de la que antes me he ocupado), cual

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88 En un pasaje posterior de la resolución, y recogiéndose lo expuesto en un informepericial, se alude a lo que yo he llamado antes el «mundo de las aprensiones». En concreto,se cita la patología que en Psiquiatría se denomina «percepción distorsionada del riesgo»,que se incluye dentro de las fobias y se define como la percepción de un riesgo como ame-nazante para la vida, sin que efectivamente lo sea.

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es la de sobre cuál de las partes pesa la carga de la prueba. No obs-tante, el problema no se plantea en ella de forma directa y expresa.Más bien, parece que el Juzgado da por sentado que correspondía a lacompañía demandada demostrar la inocuidad. Pero, en cualquiercaso, lo evidente es que la demanda actuó (era lógico que así fuera)como si estuviese claro que era sobre ella sobre quien recaía el onusprobandi.

Sentado así el debate, el esfuerzo probatorio de la empresa de-mandada no podía sino ir dirigido a la disipación de cualquier vaci-lación que sobre el órgano judicial pudiera gravitar. Duda admisible, enprincipio, si como es notorio no faltan «voces» que proclaman ve-hementemente el no está claro.

Por eso, la reflexión de la juzgadora centra su interés en la com-prensión de lo que hoy permiten afirmar los conocimientos científicos.Lo que entrañaba, a su vez, la tarea de determinar qué no es el estadode la ciencia.

Y en este punto la sentencia hace una fina discriminación entre elsaber científico autorizado y las opiniones no fundadas en investigacio-nes contrastadas ni debidamente sujetas a un debate científico propia-mente dicho.

La resolución examina los argumentos científicos que están enjuego (fundamentalmente, los que por mi parte he descrito en estemismo capítulo III del presente trabajo), llegando a la conclusión deque la exposición a campos electromagnéticos en límites inferioresa 100 microteslas no provoca efectos adversos para la salud de laspersonas; por lo que la «inmisión» del caso se califica como no no-civa.

En concreto, la sentencia confirma que la Recomendación de laUnión Europea de 12 de julio de 1999, que me ha ocupado largamenteen este trabajo, es reflejo del estado actual de la ciencia en casos de su-ministro de energía eléctrica en frecuencia de 50 hercios y en el ámbitodoméstico89.

La resolución judicial en suma, viene a dejar sentado, ante la cre-ciente alarma social generada, que el estado actual de la ciencia con-firma que no existe daño ni riesgo alguno para la salud dentro del lí-mite de 100 microteslas (o su equivalente en fracción, de 100.000nanoteslas). Este criterio fue ratificado en el juicio, con presencia per-

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89 La Recomendación, debe añadirse, fue ratificada el 25 de enero de 2002 en sesióncelebrada en Madrid por el Comité Científico de la Unión Europea. El Comité, en la fun-ción revisora que le incumbe y que la lógica impone, aprobó el mantenimiento de los nive-les de protección de la Recomendación de 1999.

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sonal, por los Catedráticos D. Antonio Hernando Grande90 y D. JuanRepresa de la Guerra91.

La sentencia, amén de otros documentos y autoridades, mencionalos siguientes como expresivos del estado de la ciencia: Comisión deExpertos del Ministerio de Sanidad y Consumo español, Recomenda-ción del Consejo de la Unión Europea, Asociación Internacional para laProtección Radiológica (IRPA), Instituto de Ingenieros Eléctricos yElectrónicos de Estados Unidos, Instituto Nacional de Normativas deEstados Unidos (American National Standards Institute), Comisión In-ternacional para la Protección contra Radiaciones no ionizantes (ICNIRP),Consejo Nacional de Protección Radiológica del Reino Unido (Natio-nal Radiological Protection Board), Consejo Nacional de ProtecciónRadiológica y Medidas de Estados Unidos, Comisión Federal de Co-municaciones de Estados Unidos (U.S. Federal Communications Com-mision) y Comité Europeo de Normalización Electrónica (CENELEC).

La lectura de esta resolución judicial me mueve a pensar que, comopor cierto ocurrió en Estados Unidos en otro tiempo, según decía alprincipio, el quid de la cuestión reside en que se deje constancia ine-quívoca ante el juzgador (cosa que probablemente no ocurrió en elpleito que dio lugar a la sentencia de la Audiencia Provincial de Murciade 13 de febrero de 2001) de cuál es la opinión verdaderamente repre-sentativa del «estado de la ciencia», al ser éste un terreno muy propicioa la emisión —incluso con cierta «presencia social»— de afirmacionestan alarmistas como carentes de soporte científico92.

En la sentencia del Juzgado de Murcia que ahora comento, el ór-gano judicial ha tenido la oportunidad (fruto de una prueba cabalmentearticulada) de llevar a cabo la tarea discriminatoria que las circunstan-cias imponen. Al aludir a ciertos «documentos» aportados por los de-mandantes, la resolución advierte que constituyen juicios de valor, nodivulgados ni sostenidos en el ámbito científico, y que generan alarma

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90 Se le identifica en la sentencia como Catedrático de Magnetismo de la UniversidadComplutense de Madrid y miembro de la Comisión de Expertos en materia de Electromag-netismo de la Unión Europea, con referencia a su brillante curriculum científico.

91 La resolución deja constancia de su calidad de Catedrático de la Facultad de Medi-cina de la Universidad de Valladolid, Director de Investigación en Biomedicina y BiologíaMolecular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, miembro del Comité deExpertos en Ondas Electromagnéticas y Salud del Ministerio de Sanidad y Consumo espa-ñol y miembro de la Comisión de Expertos en Radioacciones electromagnéticas de laUnión Europea; con alusión, también, a su cualificada bibliografía sobre la materia.

92 La propia sentencia justifica su decisión, distinta de la adoptada en la de la Audien-cia de Murcia. Se advierte que aunque en aquel otro pleito se enjuiciaba un supuesto esen-cialmente igual al que es objeto de este último litigio, en aquél no se contó con la docu-mentación reveladora del estado de la ciencia.

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social en las personas que no tienen por qué entender de Física o Me-dicina93.

El desenmascaramiento de la superchería o del fraude me trae a lamente algunos pasajes del recomendable libro del científico norteame-ricano Robert L. PARK. Me refiero a la obra Ciencia o vudú (De la in-genuidad al fraude científico)94.

En su capítulo 7 (Corrientes de temor —o cómo las líneas eléctricasson sospechosas de producir cáncer—)95, PARK denuncia, como sueledecirse con nombre y apellidos, la trama que en su día se creó en EstadosUnidos para dar lugar a un ambiente social de pánico hacia la exposicióna campos electromagnéticos. Refiere la creación de «una atmósfera ame-nazadora de silenciosos e invisibles campos invadiendo hogares y escue-las, mientras se urdían conspiraciones para ocultar la verdad a la gente».

PARK aporta un dato sobrecogedor. La Oficina Científica de laCasa Blanca ha calculado que, hasta ahora, el coste total del pánico alas líneas eléctricas en Estados Unidos, incluyendo los gastos derivadosde cambiar la ubicación de las líneas y las pérdidas en el valor de laspropiedades como consecuencia de su proximidad, es superior a los25.000 millones de dólares. Sin embargo, añade el autor, los tribunalesno han estimado ninguna demanda basada en los efectos de los camposelectromagnéticos sobre la salud humana96.

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93 La cuestión llega a límites próximos a lo hilarante cuando en la sentencia se recoge la de-claración de una persona, autora de un «informe» aportado por los demandantes y con notablepresencia en los medios de comunicación en los últimos tiempos. Declaró en el juicio que «noes físico, ni médico, ni biólogo, habiendo realizado estudios universitarios a nivel de filosofía».

94 Edición original de Oxford University Press, Nueva York, 1999. Y edición españolade Grijalbo Mondadori, Barcelona, 2001.

95 Páginas 205-235.96 PARK se refiere al fracaso de la «ciencia basura», que ciertos grupos o ciertos me-

dios han intentado hacer pasar por verdadera ciencia. Y no me resisto a reproducir lo queescribe en las páginas 249-250: «... la ciencia basura plantea una cuestión más preocu-pante para la comunidad científica. La ciencia patológica que hemos examinado en losanteriores capítulos era consecuencia de científicos que se engañaban a sí mismos. Laseudociencia, en cambio, suele implicar la tendencia a llenar las lagunas de incertidum-bre científica con puntos de vista basados en convicciones políticas o religiosas. En amboscasos es posible que los científicos estén equivocados o, incluso, que sean necios; pero sepuede afirmar que, al menos inicialmente, creían que sus postulados eran ciertos.

La ciencia se basa en el presupuesto de que no hay una intención deliberada de enga-ñar. Pero en la ciencia basura nos enfrentamos a científicos —muchos de ellos con impre-sionantes credenciales— que elaboran razonamientos deliberadamente destinados a enga-ñar o a confundir. Y, sin embargo, en general no llegan a alcanzar el nivel del fraude.Lejos de ello, se suele tratar de enrevesadas teorías acerca de que podría ser así, con po-cas evidencias científicas —o ninguna en absoluto— que las respalden. Dado que normal-mente tales teorías no se publican en la prensa científica al alcance de todo el mundo, nise presentan en los congresos científicos, la ciencia basura puede existir íntegramente al

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Es innegable, pues, el mérito de la sentencia que me ocupa, al lle-var a cabo el discernimiento contundente a la identificación del ge-nuino estado de la ciencia.

Lo que, como no puede menos de ser, ha ocurrido y viene ocurrien-do en casos similares que nos suministra la jurisprudencia extranjera.

A modo de ejemplo, me viene a la memoria el caso Covalt contraSan Diego Gas & Electric Company, resuelto el 22 de agosto de 1996por el Tribunal Supremo de California.

Covalt demandó en diciembre de 1993 a la compañía de Gas yElectricidad, alegando la pérdida de valor de su propiedad por la pre-sencia o proximidad de líneas eléctricas. Se trataba de líneas de distri-bución, similares a las que existen en todo el país.

La demanda fue inicialmente rechazada por los Tribunales, porconsiderar que no era cuestión de su competencia.

Apelada por Covalt la primera decisión judicial, el Tribunal deApelación de California resolvió, en febrero de 1995, que el órganocompetente sobre instalaciones de transporte y distribución de energíaeléctrica y, por lo tanto, sobre campos electromagnéticos, es la Comi-sión de Empresas de servicios públicos de California, y no los Tribuna-les de Justicia, por ser dicha Comisión la que dispone de los expertoscientíficos adecuados para juzgar sobre estas materias.

Recurrida por el actor la resolución de apelación ante el TribunalSupremo de Califormia, éste, en la sentencia antes citada, desestimó elrecurso.

En aquel caso emitieron informe, como amici curiae97, catorceprestigiosos físicos, químicos y médicos de Estados Unidos, seis deellos Premios Nobel y en muchos casos directores de departamentosuniversitarios y de primera fila. También se tuvo en cuenta el dicta-mente de la Asociación Médica Americana98.

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margen del ámbito del discursos científico, inmune a los mecanismos de autocorrección dela verdadera ciencia.

La ciencia basura constituye un ejemplo de ciencia vudú que sobrevive gracias a queevita totalmente el escrutinio de la comunidad científica».

97 Ya he señalado antes lo que significa procesalmente en Estados Unidos la figura delamicus curiae.

98 En sus conclusiones, páginas 28 y 29, los expertos amici curiae, cuyo informe es de22 de setiembre de 1995, manifiestan que «la mayoría de los científicos en la materia con-cluyen que no se ha establecido ningún peligro serio para la salud a causa de la exposicióna intensidades normales de campos electromagnéticos de baja frecuencia». Y, citándose elllamado «ORAU Report (Oak Ridge Associated Universities, Health Effects of Low Fre-quency Electric and Magnetic Fields)», se advierte cómo tras haberse revisado más de1.000 artículos publicados desde 1977 hasta 1992, no se ha encontrado «ninguna pruebaconvincente en la literatura publicada que apoye la tesis de que las exposiciones a campos

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Y, volviendo de nuevo a la sentencia del Juzgado 2 de Murcia, noparece inoportuno señalar que en ella se tuvo presente el llamado«principio de precaución», también insistentemente invocado por losdemandantes.

Haciéndose eco la juzgadora de lo que los documentos científicospuntualizan al respecto, la sentencia se cuida de decir que el límite deexposición de 100 microteslas colma las exigencias de una razonable«precaución». Es un límite con el que «se está seguro de que (se) pro-tege la salud de manera holgada y suficiente, pues se ha establecidocon amplísimos márgenes de seguridad, a largo plazo, y respetando enmás de 50 y 100 veces el nivel recomendado, atendiendo al principiode precaución».

En el acto del juicio, el Profesor Represa ilustró muy gráficamentelo que, en materia de inmisiones electromagnéticas (en concreto las queen este caso se enjuiciaban), constituye observancia del «principio deprecaución».

No se respetaría ese principio (de cuyos borrosos perfiles, por otraparte, he tratado antes) si los límites de exposición «normativos» coin-cidiesen con el umbral en el que la ciencia detecta efectos negativossobre la salud humana. Por decirlo gráficamente, no se respetaría siesos efectos hubiesen sido comprobados a partir de 100 microteslas.

Pero no es éste el caso: los valores en que la ciencia actual ha obser-vado efectos indeseables sobre las personas son formidablemente supe-riores al de 100 microteslas que la Recomendación Europea —y ya lalegalidad española— han adoptado. Por eso, la sentencia acepta el crite-rio pericial de que el principio de precaución no puede tomarse en estecaso como sinónimo de incertidumbre en las evidencias científicas99.

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eléctricos y magnéticos de frecuencia extremadamente baja —generados por fuentes comoelectrodomésticos, aparatos de video y conducciones eléctricas— constituyan riesgos de-mostrables para la salud». Los amici curiae terminan su informe confirmando la decisiónde la Administración competente (la Califormia Public Utility Commission), en la opiniónde que los riesgos derivados de los campos electromagnéticos, si hubiese alguno, son de-masiado indemostrados y demasiado especulativos para justificar cualquier tipo de me-dida correctiva o preventiva.

99 Creo que merece destacarse, ya que me refiero de nuevo al principio de precaución,que en la ilustrativa publicación Late lessons from early warnings: the precautionary prin-ciple 1896-2000. Environmental issue report No 22, de la Agencia Europea del MedioAmbiente, Luxemburgo, Oficina para las Publicaciones Oficiales de las Comunidades Eu-ropeas, 2001, 210 páginas, no se recoge ninguna relación entre el principio de precaución ylos campos elesctromagnéticos, a diferencia de lo que ocurre con otros muchos productos yservicios que allí se examinan (desde el amianto hasta las «vacas locas», pasando por eldióxido de sulfuro, el medicanto llamado DES, las hormonas para el crecimiento o los ma-teriales radiactivos).