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Dejáos guiar por el Espíritu Carta circular a los Hermanos de la Orden Fr. PASCUAL PILES FERRANDO Superior General DEJAOS GUIAR POR EL ESPÍRITU (Gal 5, 16) Carta Circular a los Hermanos de la Orden

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Dejáos guiar por el Espíritu

Carta circular a los Hermanos de la Orden Fr. PASCUAL PILES FERRANDO

Superior General

DEJAOS GUIAR POR EL ESPÍRITU

(Gal 5, 16)

Carta Circular a los Hermanos de la Orden

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Roma, 24 de octubre de 1996

Orden Hospitalaria de San Juan de Dios

Curia General

DEJAOS GUIAR POR EL ESPÍRITU (Gal. 5, 16)

1. INTRODUCCIÓN

1.1. JUSTIFICACIÓN

Mis queridos Hermanos:

Estamos a dos años de nuestro último Capítulo General. Desde entonces me he

dirigido muchas veces a la Orden. Lo he hecho de palabra y por escrito. Lo he hecho

intentando hacerme presente en muchas de vuestras realidades. He visitado 34 países.

He estado de forma más o menos profunda, dependiendo de las posibilidades que he

tenido, en unos 148 Centros. He ido sólo o acompañado por miembros del Consejo

General.

Considerándome un instrumento del Señor, he intentado con mi paso hacer visible a

San Juan de Dios. He tenido numerosas oportunidades: Capítulos Provinciales,

Visitas Canónicas, momentos de reflexión, acontecimientos de los Centros o

personales de algunos Hermanos.

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Durante el V Centenario del nacimiento de San Juan de Dios me ha sido posible

participar en muchas celebraciones: las tres organizadas a nivel de Orden y las

promovidas por las Provincias o por los Centros. Han sido para todos de gran

enriquecimiento. Pretendíamos que dicha celebración fuese un año jubilar, de

crecimiento en la espiritualidad, para Hermanos y Colaboradores. Decir que ha sido

así sería afirmar demasiado, pero he constatado experiencias en Hermanos,

Colaboradores y enfermos, que me han confirmado que en muchos ha existido ese

crecimiento espiritual.

Además, como colofón, antes de iniciar el verano hemos tenido el gozo de la

canonización de nuestro Beato Juan Grande, que nos ha ayudado a conocerlo mejor

y a valorar la actualidad de su testimonio en una sociedad que necesita ser cada vez

más solidaria con las necesidades del prójimo.

1.2. PARA MIS HERMANOS

Con esta carta quiero dirigirme a vosotros, los Hermanos. Pretendo hacer una

exhortación sobre el ideal de vida que estamos llamados a alcanzar. Hemos sido

convocados de diversas partes del mundo, a vivir juntos la vocación de Hermanos de

San Juan de Dios.

Quiero comunicaros muchas cosas que he rumiado durante estos dos años, y considero

bueno que las compartamos para que nos ayuden a vivir. No me olvido ni de los

enfermos y necesitados, ni de los Colaboradores y amigos de la Orden. De hecho, a

ellos haré alusión en algunos momentos de esta carta. Sin embargo, quiero ahora

dirigirme a vosotros, pensar en vosotros y compartir con vosotros el gozo de nuestra

vocación.

1.3. EL TONO CON QUE OS ESCRIBO

Os escribo con un tono positivo, consciente de que nuestra realidad es limitada, que la

limitación aparece tantas veces en nuestros comportamientos, pero presentándoos lo

bonito y lo bello del ideal que estamos llamados a vivir.

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Al tomar este tono me inspiro en la exhortación apostólica postsinodal “Vida

Consagrada”, que nos ha dirigido el Santo Padre, en la que tiene en cuenta los

problemas que existen hoy la Vida Consagrada con un tratamiento positivo,

esperanzador. En varios momentos habla de la belleza de la vida religiosa. Soy

consciente de que nosotros tenemos que hacer mucho, pero el verdadero protagonista

de la historia de la salvación, y por tanto de la historia de la hospitalidad, es Dios. En

mi encuentro con vosotros he constatado dificultades pero, he encontrado mucha

vida.

Juan Pablo II ha presentado la vida religiosa como la forma de vida que asumieron

Jesús y la Virgen en la tierra. Quiero brindaros una reflexión sobre nuestra vida

religiosa, que nos sirva de lectura y meditación, que nos ayude a repensar nuestra

identidad, a confrontarla con las aportaciones del Magisterio, a las que en muchas

ocasiones haré alusión.

Hemos asumido la forma de vida de Juan de Dios, que se nos ha trasmitido por tantos

Hermanos nuestros: los primeros compañeros, Pedro Soriano, Juan Grande, Gabriel

Ferrara, Francisco Camacho, Paul de Magallon, Benito Menni, Ricardo Pampuri,

Eustaquio Kugler, etc. Estamos llamados a hacer lo mismo. Si ellos han podido ser

fieles, ser santos, no veo por qué no podemos serlo nosotros también.

1.4. LLAMADA A HACER REALIDAD EL IDEAL

De aquí la llamada fuerte que me hacía y que os hacía a todos en la Clausura del V

Centenario del nacimiento de nuestro fundador:

"Señor, como tocaste a Juan de Dios, tócanos también a nosotros,

transfórmanos, para que seamos hoy otros juanes de Dios, que vivan en

contacto contigo, que sepan darse a los demás".

Señor, que creamos en la grandeza de nuestra vida, que gocemos de la

grandeza de nuestra vida. No necesitamos tanto que nos lo digan, que nos

exhorten a ello. Ya está bien. Lo que necesitamos es vivirlo, experimentarlo.

Tócanos, para que todo lo que hagamos sea motivado por la ilusión, por la

esperanza, por el deseo de construir un mundo mejor. Que no quedemos

atrapados por la realidad del cada día, la concreta, la que condiciona e

impide vivir. Que seamos conscientes de que hemos sido transfigurados

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contigo y que actualmente somos en el mundo iconos tuyos, iconos de Juan

de Dios.

2. NUESTRA IDENTIDAD

No sé si en alguna época de la historia la persona se ha cuestionado tanto sobre su

identidad. Quiénes somos, quién soy yo, cómo estoy llamado a vivir.

La vida religiosa ha tenido un fuerte período de renovación, querido y estimulado por

la Iglesia, a través del Decreto del Concilio Vaticano II “Perfectae Caritatis”,

subtitulado para la adecuada renovación de la vida religiosa. Nos hemos preguntado

sobre nosotros mismos, cómo vivíamos y cómo estábamos llamados a vivir.

Tres fueron las coordenadas que se nos dieron y por las que teníamos que avanzar en

nuestra identidad: Evangelio; Fuentes fundacionales: Fundador y Tradición; y la

adaptación a nuestros tiempos. Hemos intentado seguirlas. No en todo hemos

acertado, pero estoy seguro de que en ninguno ha existido mala voluntad. Quiero, a la

luz de estas tres coordenadas, hacer una reflexión sobre algunos aspectos de nuestra

identidad.

2.1. EL TESTIMONIO DE VIDA

Los Evangelios son los relatos del Testigo por excelencia: Jesús de Nazaret. También

de sus seguidores. La Iglesia ha tenido muchos testigos. Juan de Dios es, ante todo, un

verdadero testimonio de vida. Lo es la vida de sus primeros compañeros y lo es

también la Tradición de la Orden, que deja de ser verdadera tradición en la medida

que no testifica una vida. “Nuestro mundo está necesitado de testigos más que de

maestros y si acepta a los maestros es porque son testigos. " (Pablo VI, Evangelii

Nuntiandi, 41).

Es claro que, tanto el proyecto de Jesús de Nazaret, como el de Juan de Dios, y las

exigencias de nuestro mundo, nos hacen una llamada a ser testigos. Testigos de vida:

evangélica, juandediana, actualizada.

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Por nuestra limitación es fácil la incoherencia: pretender unas cosas a las cuales no

llegamos y justificar otras muchas, que en el fondo sabemos que son injustificables,

pero de las que nos cuesta alejarnos.

Nuestro testimonio de vida evangélica exige radicalidad: Jesús llama a su seguimiento

con fuerza, con radicalidad, pero es comprensivo con nuestra naturaleza. Lo fue con

las caídas de sus discípulos, con su vulnerabilidad, aunque a El lo podemos definir

como el invulnerable. De hecho, al invitarnos a su seguimiento, Jesús afirma que su

yugo es suave y su carga ligera (Cfr. Mt 11, 28-30): su radicalidad está abierta a la

misericordia, a la reconciliación. El conoce nuestra naturaleza y no exige que seamos

lo que no podemos ser. Pero nos pide que seamos sus iconos, que nos transfiguremos,

que le manifestemos con nuestra vida, que continuemos su presencia viva en la

historia con nuestro testimonio de vida, que debe ser eminentemente juandediano

(Cfr. Const. 2 c; 3 a).

He recordado a Hermanos nuestros que, junto con Juan de Dios, han sido

transmisores del carisma a lo largo de la historia. Hace ahora unos 32 años que soy

hermano y siempre he vivido con gozo el esfuerzo de la Orden por descubrir su

pasado viviente en los Hermanos que nos han precedido, en nuestra tradición, en

Juan de Dios. Lo he vivido con mucha intensidad estos dos últimos años. Aprecio

todos los esfuerzos que se realizan para centrar la figura de Juan de Dios. Realmente

se nos presenta como una figura armónica: Juan de Dios y de los hombres.

Deberíamos sentirnos arrebatados por su ser.

Estoy, además, estimulado por el testimonio de tantos Hermanos que encuentro en mi

paso por las comunidades y ante los que me siento pequeño. En mi apreciación

personal valoro lo que ha sido su vida, que no puedo menos que confesar

eminentemente juandediana.

Juan de Dios, como testigo, es una llamada a ser testigos de una vida que, como

sabemos, vale la pena.

Hemos de ser testigos: en nuestro mundo, que necesita de testigos; en nuestra Iglesia,

que también necesita de testigos. Vivimos en sociedades muy diferentes, con más o

menos desarrollo. A todas llega el consumismo, el materialismo, el hedonismo, con

propuestas que nos atrapan. Todas estas sociedades las queremos enriquecer con la

luz de nuestro carisma.

Estamos llamados a ser hospitalidad, encarnación de la nueva hospitalidad,

cambiando de modelo y de formas de actuación. Algo de lo que no todos estamos

convencidos y que nos hace sufrir no poco. Responder hoy a las exigencias de ser

testigos, lleva consigo el saber discernir el estilo de servir mejor a nuestra sociedad

como lo hizo Juan de Dios en su tiempo: "Jesucristo me traiga a tiempo y me dé

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gracia para que yo tenga un hospital, donde pueda recoger los pobres desamparados

y faltos de juicio, y servirles como yo deseo"[1].

2.2. LA DIMENSIÓN PROFÉTICA DE NUESTRA VIDA

Toda vida religiosa se define como profética. Asume las características del ser del

verdadero profeta de la Sagrada Escritura.

La fuerza de la profecía se basa en la veracidad de lo que el profeta dice. Presenta el

oráculo del Señor, cuyo contenido manifiesta su palabra. El profeta es figura de vida

auténtica, es figura que irradia trascendencia, es figura que actúa como instancia

ética, es figura que tiene contacto vital con las necesidades humanas, es figura que

vive solidariamente con los demás, con sencillez, con alegría y con esperanza.

Una de las reflexiones del Hno. Brian O'Donnell presentó a Juan de Dios como siervo

y como profeta[2], dos aspectos que se complementan, que llevan consigo la

dimensión del anonadamiento, -Kénosis- y la del servicio, -Diakonía-[3].

Tanto desde la exigencia profética de la vida religiosa como desde el ser profeta de

Juan de Dios, nuestra vida está llamada a ser profética.

Juan de Dios, como profeta, nos ha presentado con su vida la Palabra de Dios sobre la

hospitalidad, nuestra forma de ser hospitalidad. Lo hizo de modo auténtico,

coherente: su figura irradiaba trascendencia; por eso lo bautizaron como “Juan de

Dios”. Tuvo pleno contacto con las necesidades humanas y se hizo solidario con ellas,

viviendo con sencillez, con alegría, con esperanza; se despojó de sí mismo para dar

cabida en su ser a los demás, para darse a los demás, para servirlos, para promover

la vida de los otros.

Como él, estamos llamados a ser profetas en un mundo difícil, pero el nuestro, en el

que hemos de ser palabra de Dios, vida coherente, testigos de trascendencia, de vida

sencilla, de alegría, de esperanza.

¿Es posible hoy esto? Desde mi experiencia y mi conocimiento de las diversas

realidades de la Orden, no puedo menos que decir que sí. Somos profetas y estamos

llamados a acrecentar el profetismo de nuestra vida. No sé si soy demasiado

optimista. Puede ser que haya algunos que penséis que, tal como estamos

actualmente, esto se hace cada vez menos evidente.

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Confío en la acción de Dios, confío en la presencia del Espíritu, que nos guiará en las

respuestas que como Institución estamos dando y estamos llamados a dar, aunque no

sean a gusto de todos, aunque en algunas ocasiones nos equivoquemos.

2.3. CON UNA ESPIRITUALIDAD PROPIA

Juan de Dios nos ha dejado un legado espiritual. Su vida fue eminentemente

carismática. Impactó y atrajo a muchas personas a colaborar con él y algunas

quisieron vivir como él; de ahí el grupo de los primeros compañeros. Juan de Dios fue

para ellas icono de Cristo. Su gran integridad personal fue la que convenció.

Los primeros datos escritos de lo que aconteció en aquellos momentos son de las

décadas posteriores, 1570-1580. Juan de Dios al morir dejó una comunidad

carismática, con una vida propia que se fue irradiando. Diversas personas se fueron

anexionando al grupo, alguna cuando ya estaba dedicada al servicio de la

hospitalidad, y, como hermanos del bendito Juan de Dios, siguieron su proyecto de

servicio a la humanidad doliente y marginada.

Las biografías de San Juan de Dios y las diversas Constituciones de la Orden, han sido

expresión de la espiritualidad del Fundador y del enriquecimiento que tuvo esta

espiritualidad a lo largo de la historia. No podemos decir que sean tratados

específicos, pues no tenían esta finalidad. Tampoco podemos afirmar que siempre

hayan sido aportación de la verdadera experiencia espiritual, pero en ellas se ha

plasmado gran parte de nuestra espiritualidad peculiar. La verdad es que sin la

espiritualidad, nuestra vida hubiera dejado de ser vida.

Nuestro mundo de contrastes, viviendo fuertemente el fenómeno de la secularización,

tiene también una gran ansia de espiritualidad. Así lo hemos afirmado en el Cap. IV

del documento del último Capítulo General "La Nueva Evangelización y la

Hospitalidad en los umbrales del Tercer Milenio". Esto mismo constatamos nosotros.

Desde años se habla, sobre todo por parte de los formadores, de llegar a plasmar por

escrito nuestra espiritualidad. Teníamos un texto del P. Gabriel Russotto de 1958.

Actualmente el itinerario presentado en la tesis doctoral del P. José Sánchez ha

enriquecido la fundamentación de nuestra espiritualidad y ha centrado la figura de

Juan de Dios.

Siguiendo el deseo del LXIII Capítulo General, se está trabajando para llegar a poner

por escrito la Espiritualidad de la Orden, como expresión de que hemos constatado

su necesidad para ser fieles a Juan de Dios, y de que, en el fondo, esta espiritualidad

existe encarnada en nosotros.

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Mi deseo es afianzar en cada uno de vosotros la necesidad de ser hombres espirituales,

de serlo al estilo de Juan de Dios, de que hagamos un esfuerzo por profundizar los

presupuestos de donde él partió. Sus Cartas están llenas de expresiones que brotan de

su corazón y que son afirmación de su peculiar espiritualidad.

Se puede tener miedo a que nos centremos demasiado en cosas del pasado y de que nos

alejemos de nuestra realidad actual. No deberíamos tener este peligro. Os hablo de

vivir nuestra espiritualidad peculiar en el mundo del que formamos parte, amado y

querido por Dios, creado por él: espiritualidad para nuestras estructuras sanitarias y

sociales, para el mundo de la enfermedad y de la marginación, espiritualidad para

compartir la misión con los Colaboradores, espiritualidad para la humanización y

evangelización, espiritualidad que ilumina los problemas éticos, espiritualidad que es

continuidad del ser de Juan de Dios hoy, espiritualidad para una nueva hospitalidad.

2.4. OPCIÓN PREFERENCIAL POR EL HOMBRE QUE SUFRE

El Magisterio de la Iglesia y la vida religiosa actual han hablado mucho de la opción

preferencial por los pobres. Me adhiero a esta afirmación, aunque sabemos que el

concepto de pobreza es relativo y que no siempre nuestra vida es un testimonio de

pobreza.

Juan de Dios estuvo al lado del pobre, siempre con el pobre. Quisiera que me

entendierais bien. Veo que él hizo una opción integrando en el concepto de pobre al

enfermo, considerando la enfermedad manifestación de la pobreza del hombre.

También hoy hablamos del que sufre como pobre. Así lo expresa la exhortación

Apostólica Vida Consagrada (VC 82). Es verdad que entre los enfermos hay quienes

disponen de más recursos para poder aliviar su sufrimiento, pero no por eso lo

consiguen siempre. Sin querer eliminar la radicalidad de la opción preferencial por el

pobre, pienso que, como Juan de Dios, debemos integrar en la pobreza a todas las

personas que sufren.

Revalido todos las conclusiones de nuestros últimos Capítulos, sean Provinciales o

Generales, en las que hemos optado por abrirnos a los que más lo necesitan de entre

los que sufren, viviéndolo con la universalidad que caracterizó a Juan de Dios y que le

llevó a hacer el bien siempre, ante cualquier necesidad, con gran apertura, con

capacidad de relacionarse con todos, desde la opción por el "que sufre", que es un

verdadero pobre.

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Esta opción nos debe llevar a lo profundo de ser hospitalidad siempre abiertos a los

pobres, a los enfermos, a los necesitados, con actitud universal. Un hermano de San

Juan de Dios no puede dejar nunca de ser hospitalidad. A pesar de que el paso de la

vida nos lo vaya dificultando, tenemos espacios y formas de continuar siendo y

practicando hospitalidad.

La hospitalidad es inherente a nuestro ser, por el carisma con el que hemos sido

enriquecidos, por la consagración, por la opción fundamental que hemos hecho. Es

necesario, por tanto, reafirmar esta opción, no alejarse del mundo del dolor. Es

necesario estar en él y aportar la experiencia sanadora y reconciliadora que tuvo

Juan de Dios, que no es otra que la experiencia salvadora de Jesucristo.

Nuestras Constituciones son claras cuando hablan de que los recursos están en función

de la misión, no como forma de poder sino de servicio (Const. 13b). Ello, y no otras

realidades, debe calificar siempre nuestra opción.

El haber disminuido en número en tantas Provincias, nos ha llevado a resituar la

misión. Es una necesidad expresada por el Santo Padre a los religiosos de ciertas

regiones (VC 54, 55, 56 y 63). Pero esto no debe alejarnos de lo que consideramos

nuestra opción fundamental: la sensibilidad por el dolor de los demás como la tuvo

Juan de Dios, el contacto vital con la realidad de tantas personas que sufren y que

surgen a nuestro paso constantemente.

Un camino diferente me parece que nos aleja de lo que es nuestra identidad. Nuestra

responsabilidad actual, la que la Orden nos ha dado, puede ser que nos lleve a

preocuparnos de otros menesteres, pero eso no impide el que seamos cercanos a la

realidad concreta de las personas que sufren, que están en nuestras estructuras y a

las que sin duda Juan de Dios haría presente su sensibilidad.

2.5. COMO RELIGIOSOS

Desde nuestro bautismo hemos sido llamados a vivir como religiosos en la Iglesia.

Nuestra identidad se diferencia de la de los laicos y de la de los presbíteros (VC 4).

Pertenecemos a nuestra amada Orden Hospitalaria, fundada por Juan de Dios y

aprobada por San Pío V el 1 de enero de 1572 (Const. 1).

Con el estilo de vida propio de los religiosos debemos continuar siendo hospitalidad.

En un mundo secularizado pero que necesita del testimonio de los creyentes, de los

religiosos, hemos de ser manifestación de la presencia del Dios misericordia, del Dios

hospitalidad.

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El carisma de la hospitalidad es don de Dios a la Iglesia; con él fue enriquecido Juan

de Dios y nosotros, sus Hermanos, lo hemos heredado de él. Lo que no quiere decir

que otras personas no puedan ser enriquecidas por el mismo don, para vivir el

servicio a los enfermos y necesitados con otro estilo de vida.

De aquí la exigencia apostólica de trabajar nosotros como religiosos, para que nuestros

Colaboradores participen lo más posible, desde la fe o desde los valores humanos, del

carisma de la hospitalidad[4].

El que tengamos que estar en constante contacto con el mundo secular no elimina

nada a nuestra identidad de personas consagradas, que viven en comunidad, que se

relacionan con Dios a través de la oración, que han optado por un determinado estilo

de vida, que saben estar en la misión desde su consagración. Las exigencias de

nuestro tiempo nos ha llevado a adaptarnos, pero no a perder nuestro ser. Nuestra

presencia en la Iglesia lleva consigo la condición de consagrados, y en cualquier parte

donde nos encontremos debemos manifestarnos como tales.

El Santo Padre en VC 25 habla de hacer presente nuestra consagración con un signo

visible, y habla del uso del hábito como signo de consagración. También habla de

traje sencillo con un distintivo que sea testimonio de nuestra consagración. Hemos de

hacer un esfuerzo en el uso de estos signos externos, sin ser invadentes ni exagerados,

siguiendo las costumbres de los distintos países, sabiendo conciliar la realidad secular

en la que nos encontramos con el testimonio religioso que queremos dar.

Esforcémonos, sobre todo, por la integridad de nuestra vida, expresión auténtica de

nuestra consagración.

2.6. RELIGIOSOS HERMANOS

Somos miembros de una Orden de Hermanos, aunque algunos puedan ser promovidos

al sacerdocio a título de hospitalidad, pero sin dejar nunca de ser Hermanos.

Vida Consagrada ha definido claramente los tres estados existentes en la Iglesia: laicos,

presbíteros y religiosos. Se ha detenido también en el ser de las Instituciones de

religiosos laicales denominándolas, para evitar equívocos, Institutos Religiosos de

Hermanos (VC. 60). Quiere que así sean llamados en el futuro.

Al adoptar esta terminología se fundamenta en que el término hermano encierra una

rica espiritualidad: hermanos de Cristo, primogénito entre muchos hermanos;

hermanos entre nosotros, por el amor mutuo y la cooperación al servicio del bien de

la Iglesia; hermanos de todo hombre, por el testimonio de la caridad de Cristo hacia

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todos, especialmente los más pequeños. Hermanos para que reine mayor fraternidad

en la Iglesia, hermanos que hermanan la sociedad.

Hermanos que hermanan debería ser uno de los principios fundamentales de nuestra

vida. En un mundo dividido, en una sociedad eficacista y utilitarista, en una Iglesia

que se define Comunión, nuestro ser hermanador, nuestro aportar fraternidad,

comienza por no crear entre nosotros distinciones que separan, creando, más bien,

actitudes que unen.

No digo que no haya fracasado muchas veces en mis relaciones fraternas, pero siempre

me he sentido muy hermano de mis Hermanos y quiero seguir siéndolo. Creo poder

decir, por experiencia propia y por muchas comunicaciones que he recibido de

vosotros, que en el fondo todos sufrimos cuando tenemos dificultades de relación con

el hermano.

3. SENTIDO DE NUESTRA CONSAGRACIÓN

Al hablar de nuestra identidad y tratar el punto de que somos religiosos, consagrados,

ya he hecho alusión, en cierto modo, al sentido de nuestra consagración. Hemos leído

la literatura abundante del postconcilio, reflexiones teológicas y aportaciones del

Magisterio, todas ellas iluminadoras de nuestra vida, con el fin de que nuestros votos

sean vividos con presupuestos personalizados y personalizadores.

No me gustaría que consideraseis que trato temas del pasado que ya no nos atañen,

porque somos adultos y tienen poca incidencia en nuestra vida. Precisamente porque

considero que ciertos aspectos no se viven bien, es por lo que os invito positivamente a

una reflexión adecuada, para vivir el verdadero sentido de nuestra consagración.

3.1. VIRGINIDAD POR EL REINO DE LOS CIELOS

Con la consagración en virginidad expresamos toda nuestra capacidad de amar y la

orientamos en un sentido concreto.

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Por una parte, lleva consigo una ascética, la orientación de nuestros impulsos, la

integración armónica de nuestro ser. Lleva inherente la moderación en comida, en

bebida, en literatura inadecuada, en películas hoy muy abundantes, que, sin darnos

cuenta, impiden vivir serenamente la castidad.

No quiero llenaros de escrúpulos; más bien os estoy hablando con libertad. Me siento

bastante liberal, incluso diría que, en algunos aspectos, demasiado. Pero considero

que nuestro mundo es muy provocativo en este sentido, y creo que es necesario

valorar el tema, para superar ciertas dificultades, para conseguir una adecuada

orientación de nuestra forma de vida. La oración es un gran recurso que, al mismo

tiempo que fomenta la amistad con Dios, centra nuestra vida.

La virginidad es un don. Dios nos hace la llamada para que vivamos como

consagrados. Nos capacita para responder a la llamada, pero exige una calidad de

respuesta, una respuesta libre, expresión del clima de amistad entre El y nosotros.

Tanto una concepción inadecuada de la virginidad, como una forma de vivirla sin

serenidad, tratando de acallar nuestros impulsos sin darles el contenido que

necesitan, hace que aparezcan los problemas y, a veces, hasta que nos obsesionen,

eliminando la experiencia gozosa de la virginidad.

La virginidad bien vivida nos da la capacidad de amar universalmente. No elegimos

una persona para amarla en exclusividad; la virginidad libera nuestro corazón para

amar sin ataduras, aquí y allá, a éste y a aquél.

No sé si es una expresión demasiado dura la afirmación de que un corazón que no es

universal no es virgen. Ciertas ataduras deben llevarnos a examinar nuestra

virginidad. Posiblemente no pequemos contra lo que hemos considerado el contenido

del voto, pero pienso que ciertos apegos eliminan la universalidad que exige nuestra

consagración.

Por otra parte, el ser vírgenes no quiere decir que seamos estériles. Nuestra vida está

llamada a tener una fecundidad apostólica (Const. 10). La libertad que otorga la

consagración no es para centrarnos en nosotros mismos, sería egoísmo, sino para

darnos a los demás. Ahí está nuestra fecundidad. Hemos de ser generadores de un

tipo de vida, distinta de la fisiológica, pero que es siempre vida. De ahí la importancia

de creer en una cultura de la vida y en una civilización del amor, y trabajar para

hacerlas posible.

Es necesario que demos importancia a cosas que antes hemos tenido menos en

consideración. Hemos de cuidar nuestra afectividad, que esté bien orientada, que nos

lleve a una cercanía adecuada con los Hermanos, con los Colaboradores, con los

enfermos y familiares, con los amigos. El Hermano sin afectividad, sin ternura, sin

sensibilidad no sé si puede asumir todo lo que exige ser hermano. Sin caer en el

ridículo, se ha hablado de una dimensión femenina de la hospitalidad.

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Acepto, apruebo y comprendo el carácter de cada uno. Mi primera actitud hacia él es

el respeto. Pero la virginidad, para nosotros que somos hospitalidad, lleva consigo

componentes afectivos, que no están reñidos con nuestro ser castos, ni con nuestro ser

hombres. Implica un talante. Ahí encuentro la riqueza de la auténtica virginidad.

3.2. POBREZA EVANGÉLICA

El concepto de pobreza es relativo. Hay muchos tipos de pobreza. Aún viviendo con

estrechez, según el ambiente donde estemos, quienes nos rodean, nos juzgan por las

muchas cosas que poseemos. Nos ven con muchos más medios, como ricos.

Nos hemos consagrado en pobreza. Tenemos claro que Juan de Dios dedicó su vida a

los pobres y necesitados, asumiendo su misma condición.

La mayoría de nosotros vivimos en una situación media alta. En los últimos estudios

sobre San Juan de Dios, se nos invita a alejarnos del Juan de Dios barroco que hemos

creado y a recuperar el verdadero Juan de Dios, puro, libre de ataduras.

Creo que al afirmarlo va inherente el deseo de que no sólo debe ser una recuperación

del verdadero Juan de Dios en sentido histórico-literario, sino que se nos está

haciendo una llamada a asumirlo en nuestra propia realidad.

Como en el caso de la virginidad, no vamos a rasgarnos las vestiduras. Hay cosas que

han llegado a formar parte de nuestro patrimonio: arte, cultura, expresiones de la fe,

que debemos respetar y cultivar. Por otra parte, está todo lo relacionado con la

misión, en la que tenemos que poner cuantos recursos podamos para atender bien a

enfermos y necesitados.

Nuestra preocupación debe ir más en la línea de nuestro modo de vivir, de las

actitudes que tenemos, de ver hasta qué punto nos arrolla el consumismo existente en

nuestra sociedad, en ver si asumimos al pobre, al humilde, al sencillo y lo hacemos

nuestra causa. Nuestro trabajo personal debe ir orientado a una verdadera

liberación, compartiendo cuanto somos y tenemos con los demás. La teología de la

vida religiosa nos habla de una pobreza personal y de una pobreza comunitaria, que

hemos de hacer que sean reales.

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Pienso que la tesis kénosis-diakonía nos lleva a esto, al desprendimiento de los bienes

materiales, haciéndonos más disponibles y solidarios con las necesidades de los

demás; nos lleva a ser siempre voz de los sin voz, a trabajar en la promoción humana

y defensa de los necesitados.

Siento el temor interior de estar haciendo literatura, de no estar lo suficiente

comprometido con las realidades de pobreza que nos rodean, de justificar muchos de

los comportamientos que tengo en razón de mi responsabilidad. No obstante, os

manifiesto mi deseo de ser con los pobres y necesitados como Juan de Dios. Pido para

mí, porque lo necesito, y para todos, conversión y valentía para expresar nuestra

consagración también en la pobreza.

3.3. OBEDIENCIA EN LA LIBERTAD DE LOS HIJOS DE DIOS

Mis palabras en orden a la obediencia, las valoro en cuanto necesidad de estar abiertos

a la voluntad de Dios. Estábamos acostumbrados a una obediencia cuyo contenido se

hacía presente por las normas; las prescripciones, los mandatos de nuestros

Superiores, nos llevaban a vivir en la uniformidad.

Nuestra cultura ha dado un gran espacio al elemento personal, a la libertad. No

obstante, no sé si con mucho fundamento, a veces, alguno de nosotros afirma que en

este campo estamos peor que antes.

Teóricamente, hoy el acto de obediencia se entiende como un acto personal, facilitador

de nuestra madurez, de nuestra libertad. Se debería usar el diálogo como

instrumento, se debería de favorecer la corresponsabilidad, porque la obediencia

incluye en sí el hecho de ser activa y responsable. Debería de ayudarnos al

crecimiento personal y comunitario.

El racionalismo existente en nuestra cultura; el no buen uso de la libertad; el sentirnos

autosuficientes; el haber resituado la misión, que ha hecho que el trabajo tome otro

cariz, antes muy ligado a la obediencia, todo hace que el espacio que hemos dejado a

nuestra consagración en obediencia, sea limitado.

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Hablamos de las mediaciones. A nivel universal, la Palabra de Dios, el Magisterio, la

Tradición, el Derecho propio. A nivel más concreto, nuestros Superiores. La verdad

es que nos cuesta integrar a los Superiores como mediación en la obediencia.

El Santo Padre, en la exhortación Vida Consagrada, no nos ha dado ninguna norma;

ha usado el tono exhortativo. Tampoco yo deseo darlas. Hemos de caminar por

convicciones; hemos de hacer nuestro lo que son exigencias del ideal, para no hacer

las cosas porque están mandadas, sino como respuesta personal, interior, adulta.

Como decía antes, lo importante es estar abierto a la voluntad de Dios sobre nuestra

vida. El Superior debe saber que su función es la del servicio. Todos debemos saber

que tenemos que trabajar por construir la fraternidad, por poner por encima de los

bienes particulares el bien común. No quiero espiritualizar, pero creo que nos falta

conectar la dimensión de fe con nuestra vida. No podemos justificar cualquier cosa en

aras de la libertad. No podemos tampoco abusar de los demás, ni oprimir en aras de

la obediencia. A veces según donde estamos situados, nos es difícil ser animador de

una comunidad, o los Hermanos pensamos que no somos debidamente considerados.

Creo que a todos se nos pide conversión.

El documento Vida Fraterna en Común nos hacía una gran llamada a vivir bien la

vocación en todo lo que significa de comunión; esto requiere madurez, santidad.

Hemos de vivir la obediencia con categorías actuales, pero con verdadero espíritu de

consagración. Necesitamos estar abiertos y aceptar la voluntad de Dios sobre nuestra

vida a través de las mediaciones. En la praxis, creo que hemos vaciado bastante de

contenido el sentido de la obediencia.

3.4. HOSPITALIDAD SEGÚN EL ESPÍRITU

AUTÉNTICO DE NUESTRO FUNDADOR

Si necesitamos clarificar el contenido de la consagración en pobreza y en obediencia,

tanto en la virginidad como en la hospitalidad el contenido está muy claro. La

Virginidad es una característica evidente del consagrado. A nosotros lo que nos

define es la Hospitalidad. Somos hospitalidad, hemos afirmado en más de una

ocasión, y tenemos que serlo según el espíritu de nuestro fundador.

La hospitalidad tiene un enraizamiento teologal. ¡Se han aplicado tantos atributos a

Dios! Aunque no aparezca en los libros de teología, afirmo que Dios es Hospitalidad.

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El carisma es don de Dios, con el que nos hace partícipes de su mismo ser hospitalidad;

hospitalidad que tiene su fundamentación en la realidad teologal de la caridad;

hospitalidad que tiene también un fundamento humano, que lleva a entrar en el

espacio del otro y a dejar espacio al otro en nuestro ser.

Juan de Dios fue hospitalidad: él acogió, respetó, asistió, sanó, reconcilió, compartió,

sirvió, ayudó, comprendió. Si queremos vivir la hospitalidad al estilo de Juan de Dios,

estamos llamados a hacer lo mismo. A esto estamos denominando nueva hospitalidad.

"Queremos ser como él, tócanos como a él”. Así se lo hemos pedido al Señor.

Como en todas las Instituciones que tienen una historia, en nuestra Orden se han

realizado adaptaciones. Hemos ido cambiando según los criterios existentes en las

distintas épocas, según el sentir de las personas que se han ido sucediendo.

Nuestra generación, posiblemente más que otras, ha vivido grandes transformaciones

en el modo de orientar el ejercicio de la hospitalidad, debido a la reestructuración de

los Centros, al cambio de orientación de algunos, a la presencia de la Orden en

nuevas realidades sanitarias o sociales, a las distintas necesidades del ser humano en

el enfermar.

Nos define la Hospitalidad: nuestra consagración la hacemos a Dios a través de los

cuatro votos, pero las actitudes inherentes a los otros tres nos capacitan para ser

hospitalidad (Cfr. Const. 24). Pienso que una respuesta no armónica en los tres votos,

nos impide ser lo que nos define: hospitalidad.

Con la aprobación de las actuales Constituciones, recuperamos el sentido completo

del voto de hospitalidad, integrando en él todo lo referente a la dimensión teológico-

espiritual, aunque sea menos medible como contenido del voto.

Hago una llamada a todos a vivir esta dimensión fundante de nuestra vida. Sin querer

minimizar, la hospitalidad no tiene nada que ver con la posibilidad de poder trabajar

o no donde lo hemos hecho siempre; no tiene nada que ver con el estar directamente

con el enfermo o el realizar tareas que solamente indirectamente llegan a él.

El sentido de nuestra hospitalidad es mucho más profundo; se tiene que materializar

en actos, pero siempre podemos ser hospitalidad, como lo fue Juan de Dios: en su

hospital y en la calle; en la casa de la duquesa, en la del obispo o en la del príncipe;

acompañando mozas a Toledo o buscándoles casa en Granada; creando escuela con

los primeros compañeros, dejándose ayudar por trabajadores y voluntarios o

confiando el trabajo a San Rafael; proyectando un hospital, dirigiéndolo o dejándolo

en las manos de otros; siendo muy activo o pasando por la experiencia de la

enfermedad. Como él tenemos que ser siempre hospitalidad.

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4. PRESENCIA DE DIOS EN NUESTRA VIDA

En estos momentos, tendría que dejar hablar a cada uno de vosotros. Todos hemos

experimentado la presencia de Dios en nuestras vidas: por la fe recibida en el

bautismo, vivida en nuestra familia, celebrada en la Iglesia local a la que

pertenecíamos antes de ser religiosos. En nuestra Iglesia local tuvimos la gran

manifestación de Dios, sintiéndonos llamados a vivir como consagrados.

No tuvimos una caída del caballo como Pablo, ni una experiencia tan fuerte como la

que se dio en la vida de Juan de Dios. No obstante, hemos experimentado la acción de

Dios, que nos ha movido a seguirle y a tratar de imitar al Cristo misericordioso y a

Juan de Dios misericordia.

La presencia de Dios en la vida del pueblo de Israel, en la Iglesia, en la historia, es real:

Dios salvador se ha hecho hombre, para comunicar esta fuerza salvadora a todos. Es

el Dios cercano, que espera una respuesta adecuada, pero que comprende, perdona,

reconcilia siempre.

La teología postconciliar no excluye otras definiciones, pero ve a Dios muy cercano a

nosotros, mucho más Emmanuel que juez. Lo ve mucho más como el Dios que en el

momento de la muerte sale a nuestro encuentro para acogernos, que como quien

decide el futuro eterno de nuestra existencia de forma condenatoria.

Dios es siempre el mismo Dios. Hemos sido nosotros quienes hemos subrayado más

una vertiente que otra, con el peligro de tergiversar su propio ser.

Este Dios nos ha enriquecido con el don de la gracia, clima en el cual se desenvuelve

nuestra relación con El: "Donde existió el pecado sobreabundó la gracia" (Rom 5,

20). Son cosas que olvidamos. Son cosas que, tenidas en consideración, nos hacen

sentirnos queridos, amados, acompañados por Dios en nuestros avatares. La gracia

como fuente y pozo de vida. De una vida que El nos ha trasmitido y que continua en

nosotros, sobreabundantemente, hasta la vida eterna.

Se trata de elementos simples, estudiados en el catecismo infantil, profundizados al

crecer nuestra fe, mucho mejor fundamentados en nuestro Noviciado y en nuestro

estudio y lectura de libros de teología, pero que debemos hacer experiencia.

Precisamente, la experiencia de Dios ha hecho posible el cultivo de la espiritualidad

que tenemos que hacer crecer cada día.

En este clima de gracia escuchamos la llamada, la seguimos y nos encontramos

tratando de responder. Escuchamos a Dios de forma muy personal. Nada nos pudo

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parar. Nos movió a dejar casa, familia, trabajo, y nos lanzó a la aventura de ser

Hermanos de Juan de Dios.

¡Cuántos momentos buenos vividos! ¡Cuántos momentos que recordamos, añoramos,

deseamos, fundamentados en la experiencia evidente del Dios-Amor!

El hecho de sentirnos llamados a vivir como Cristo nos ha llenado y nos llena de

satisfacción. Nos ha fascinado y nos sigue fascinando. La vida pasa. Cambia nuestra

fuerza vital, pero continúa viva la presencia misteriosa de Dios. El nos ha probado,

soltándonos como una pelotita. Puede ser que nos haya probado a través de nuestros

mismos Hermanos, pero sigue con nosotros. Cada día tenemos la posibilidad de

reafirmarle nuestra adhesión.

4.1. ENRIQUECIMIENTO DE ESTA PRESENCIA A TRAVÉS DE LA ORACIÓN

No voy a definir la oración. Tenemos muchos tratados que la definen, a partir de la

experiencia que tuvieron los grandes santos. También nuestro fundador tuvo su

experiencia de oración, con la que fomentó su relación amistosa con Dios.

A mi paso por las comunidades, me siento estimulado por vuestra oración, tanto

personal como comunitaria. Lo que no quiere decir que algunas comunidades no

debieran mejorar su estilo y forma de oración comunitaria, y que algunos Hermanos

no debiéramos salir de la rutina personal y mediocridad en la que, sin darnos cuenta,

a veces nos encontramos. Veo que se reza, pero sería bueno orar más.

Es necesario fomentar, a través de la oración, nuestra relación con Dios. Es necesario

crear este clima de confianza entre Dios y nosotros, en el que a veces nos cuesta

entrar, porque pertenece al mundo del misterio.

No sé si hago bien en decíroslo, pero desde hace años tengo la experiencia de la

presencia de Dios en mi vida; una experiencia liberadora, sanadora, sentida,

cultivada. He tenido momentos débiles en mi historia personal. Momentos en que

cuestionaba a Dios con mis porqués, desde mis dudas, desde mis incomprensiones de

la realidad. Actualmente siento a Dios de forma muy personal, cerca de mí, dentro de

mí, aunque continúa siempre en el misterio. Me siento también muy acompañado por

Juan de Dios.

Con ambos trato de dialogar a menudo, me gustaría hacerlo siempre, pero no me

siento preocupado de no haber alcanzado este nivel. Me da la impresión de que mi

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futuro va a continuar así. No obstante, me encuentro abierto a la voluntad del Señor,

si aparecieran situaciones de mayor sequedad.

En nuestra oración entra, como todos conocéis, la dimensión litúrgica, con la

celebración de los sacramentos y la de la Liturgia de las Horas. Entra también otro

tipo de oraciones que realizamos en común. Para todo ello es fundamental el

substrato de la actitud personal[5].

Es necesaria la fuerza de la gracia, pero es también necesaria la respuesta personal:

desde la meditación; desde la búsqueda de paz, de serenidad, de armonía en el ser;

desde el silencio y el desierto; desde los elementos tradicionales de la misma oración:

petición, agradecimiento, alabanza.

El clima de oración facilita la apertura a la voluntad de Dios. El es quien nos va

llevando, moldeando, guiando en cada uno de nuestros pasos.

Os digo todo esto para que valoréis la importancia de la oración en nuestra vida, para

que valoréis la oración que hacéis. Valorar la oración es deciros y decirme que la

oración es un instrumento clave para vivir centrados en nuestra vocación. La oración

nos ayuda en todos los momentos de la vida, en el gozo y en el sufrimiento, en la

juventud y en la ancianidad.

Lo he dicho en varias ocasiones: tenemos que avanzar en llegar a realizar una lectura

en fe de la vida. Juan de Dios lo logró. Y la suya no era una realidad fácil, puesto que

estuvo en contacto siempre con la parte triste de la vida: enfermos, pobres,

abandonados, gente no querida, desorientados. En todo momento tuvo temple, para

todos fue consuelo, en todo veía la mano de Dios.

No es mi intención recordar nuestra forma de rezar. Lo tenemos claro en las

Constituciones. Podemos añadir o recortar. Según qué tiempos podemos sentirnos

más apremiados por la actividad, pero lo que no podemos hacer es vivir sin oración,

sin una oración profunda. El mismo ejemplo recibido de muchos de vosotros es el que

me mueve a hacer una exhortación general a todos. Nosotros vamos a ser los

primeros beneficiados de una oración bien hecha.

La Constitución Sacrosanctum Concilium del Concilio Vaticano II, purificó la vida

devocional de la Iglesia, centrándola en el misterio de Cristo. En los últimos treinta

años, todos hemos sido educados de esta forma. Los santos y la Virgen tienen su

misión dentro de la historia de salvación de la Iglesia y de la sociedad. Confiemos en

María, en nuestros tres santos, en el Bto. Benito Menni, en los Btos. Mártires. La

oración nos facilitará la comunicación con ellos y, a través de ellos, con Dios.

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4.2. EL SUFRIMIENTO, REALIDAD DIFÍCIL DE ENTENDER DESDE EL DIOS

BUENO

El por qué de la presencia del mal, del sufrimiento y de la muerte, ha sido una realidad

que ha preocupado a todos los sistemas filosóficos y al pensamiento teológico.

Algunos lo han tratado con planteamientos más benévolos con respecto al ser y al

actuar de Dios; otros, desde una experiencia más angustiosa, han sido más críticos

con la existencia del mal en la humanidad. A pesar de todo, permanece en el ámbito

de los misterios indescifrables[6].

La Sagrada Escritura ha tratado de dar su explicación tanto en el Antiguo como en el

Nuevo Testamento. También la Iglesia ha tratado de aclarar la acción salvífica de

Dios, a pesar de la existencia del mal, del sufrimiento y de la muerte. El dogma del

pecado original es una explicación; sin llegar a cuestionar el dogma, hoy se presenta

de otra forma, usando otros lenguajes.

Lo cierto es que, por experiencia propia y, sobre todo, por la misión pastoral que

estamos llamados a realizar, nos encontramos a menudo con el sufrimiento, la

angustia, la ansiedad, la muerte. No siempre, pero casi siempre, es difícil ayudar a

asumirlos a quienes lo padecen.

Hemos de llevar a estas realidades, para iluminarlas, la presencia salvadora de Dios de

la que he hablado antes. Hemos de estar abiertos a esta presencia primero nosotros,

que a veces, aún estando llamados a ser agentes de pastoral en el mundo de la salud,

nos salimos por la tangente, para poder invitar después a las personas que, sin saber

por qué, les ha tocado sufrir más, a integrar una realidad que les marca para

siempre.

Nuestras Obras son lugares donde se hacen muchas preguntas a Dios, esperando una

respuesta favorable que no siempre llega. Son lugares en los que se tienen vivencias

de frustración, de agresividad, de rechazo en relación con este Dios al que definimos

libertador y bondad.

En nuestro apostolado debemos presentar al Dios que, aún en la experiencia del

dolor, sigue siendo misericordia, al Dios que no se evade y da a nuestra vida una

dimensión trascendente, al Dios que es liberación y ayuda a integrar el sufrimiento

como camino de madurez.

No obstante, no es fácil integrar el sufrimiento, ni sencillo ayudar a asumirlo. Con

frecuencia, hemos de presentar al Dios misericordia con el acompañamiento

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silencioso. En otras ocasiones, podremos ayudar a aceptar como presencia salvadora

de Dios, una experiencia que se vive como negativa.

Que el Señor, que es gracia, nos ayude en estas situaciones y actúe en todo nuestro

apostolado.

5. LLAMADOS A VIVIR EN COMUNIÓN

Hemos sido convocados por Dios para vivir en comunidad. Además de formar parte

de la comunidad de la Iglesia, somos miembros de la Orden Hospitalaria y formamos

parte de una comunidad local.

La comunidad local es una realidad teológica para nosotros. Es lugar en el que Dios

está presente, porque "donde dos o tres estén reunidos en mi nombre estoy yo en

medio de ellos" (Mt 18, 20). Con los demás miembros de la comunidad debemos vivir

la comunión, la fraternidad, en la apertura, el respeto, la aceptación, el amor al

hermano, vivimos el don de la fraternidad.

Además de ser realidad teológica, la comunidad es una realidad humana, formada de

personas, cada una con su individualidad, cada una dotada de valores y limitaciones.

Hemos de estar en un constante esfuerzo, para manifestar a nuestro mundo dividido,

a través de la comunión, que es posible la convivencia humana y la realización en

común de los valores del Reino (Const. 26 b.)

Somos Hermanos y hemos de esforzarnos en hermanar la sociedad, pero sólo lo

podremos hacer en la medida que hermanemos nuestras comunidades. Hemos de ser

testigos de comunión, "expertos en comunión"[7].El amor es la esencia de la vida

cristiana; nuestro carisma nos enriquece de tal forma que nos capacita para ser

siempre hospitalidad. Si nuestras vidas deben manifestar siempre el amor, deben

intentar hacerlo en el seno de nuestras comunidades, llamadas a ser “escuelas de

hospitalidad”[8].

5.1. NECESIDAD DEL CRECIMIENTO PERSONAL

El ideal de vida al que hemos sido llamados lleva consigo la exigencia personal de

crecer siempre, para adecuar nuestra vida a Cristo, para vivir con las exigencias de

Juan de Dios. Desde ambas figuras se da una llamada fuerte a la santidad. Santidad

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que, sabemos de sobra, no se alcanza si nuestro ser humano no se va adecuando a los

valores, a las actitudes que ellos tuvieron y que nos han testificado con su vida.

Las ciencias humanas hoy nos aportan mucha luz para comprendernos y para

trabajarnos a nosotros mismos, para ayudarnos a identificarnos con el ser de Cristo y

de Juan de Dios. La construcción del yo es tarea a realizar, iluminados por la razón,

asumiendo el mundo de los sentimientos, para lograr la armonía y el equilibrio

necesario, expresión de la santidad.

Cada uno estamos codificados de una forma, con un carácter, con un temperamento,

con diversas cualidades humanas. Hay elementos que son moldeables y tenemos que

pulir para que nuestra actuación sea realmente armónica. Hay potencialidades que

tenemos que explicitar, que tenemos que hacer crecer, que tenemos que trabajar para

que se hagan evidentes.

El ideal que estamos llamados a vivir y hacer presente, nos lo indican Cristo, que

convocó a unos discípulos, y Juan de Dios, que formó una comunidad de Hermanos.

Nuestra comunidad es convocación de Hermanos, que tiene entre otros fines el vivir la

fraternidad. No obstante tener esta finalidad común, somos diferentes. Por mucho

que nos parezcamos, no somos ninguno igual, somos irrepetibles. Ello nos enriquece,

pero tenemos que poner esta diversidad al servicio del ideal común, del bien común.

De lo contrario, aparecemos demasiadas veces como individualidades, difíciles de

cohesionar en aras del ideal común de la fraternidad.

Conozco bastante la realidad de las comunidades. En mi paso entre vosotros, sobre

todo en las visitas canónicas, os he exhortado a que con nuestra diversidad creemos

comunión. Hay quienes viven desde hace sesenta años o más como Hermanos y otros

están iniciando su vida religiosa; en ciertas regiones las comunidades se caracterizan

por estar formadas por personas de bastante edad y la integración de los jóvenes es

costosa; hay partes en donde la Orden está creciendo numéricamente y otras donde

estamos disminuyendo.

A todos os invito a crecer personalmente. Tenemos que crear en nosotros la

satisfacción personal de nuestra propia vida, la seguridad para poder afrontarla. No

podemos claudicar en este cometido. A pesar de que lo hayamos intentado muchas

veces y nos demos cuenta de que no hemos avanzado cuanto deseábamos. El

documento "La Vida Fraterna en Comunidad" nos invita a ello. Es un nuevo apostar

por la posibilidad del crecimiento personal y comunitario, es una frescura de doctrina

que ofrece un respiro en nuestras posibilidades.

Sé que en muchas comunidades habéis estudiado este documento y otras muchas aún

seguís haciéndolo. De ello hablamos en el LXIII Capítulo General, lo pusimos en el

programa del sexenio y aparece en los objetivos en muchas de las conclusiones de los

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Capítulos Provinciales. El Señor nos ayudará a caminar en este ideal de comunión al

que estamos llamados.

Creo que, para crecer como personas, una tarea imprescindible es la de aceptarnos

como somos, como paso necesario para avanzar en la construcción personal.

Tener la capacidad de perdonarnos en nuestras debilidades, estar siempre abiertos a

la misericordia de Dios que nos comprende, dar cabida a una correcta autoestima, sin

que ello suponga egoísmo o valoración exagerada de nuestro yo.

5.2. LA LIBERTAD PERSONAL Y LA COMUNIDAD

La libertad es un elemento de la realización personal. También de la salvación.

Siempre ha estado presente en las discusiones teológicas la participación de la

persona en una salvación que es gratuita, se ha discutido hasta qué punto la fuerza de

la gracia deja espacio a la libertad, y siempre se ha defendido la libertad como

expresión de la autonomía del ser personal.

Concepciones inadecuadas han pensado que nuestra libertad se veía condicionada

por la obediencia. En cambio, nuestras Constituciones definen la obediencia como un

acto personal que nos ayuda a conseguir la libertad de los hijos de Dios y favorece

nuestra madurez integral (Const. 17).

La teología de la vida religiosa está haciendo un canto a la libertad como ámbito de

realización humana del religioso. Viviendo en comunidad, cada uno hemos de ser

nosotros mismos y responder a la exigencia personal que el Señor nos propone, lo

cual no está reñido con una búsqueda auténtica del bien común. Con el respeto al

espacio personal que cada uno requiere, estamos llamados a construir fraternidad en

y desde la libertad.

Hoy, nuestras formas externas son menos uniformes que antaño. Asumimos el sentir

de la exhortación apostólica Vida Consagrada, que nos dice: "La comunión en la

Iglesia no es pues uniformidad, sino don del Espíritu que pasa a través de la variedad

de los carismas." (VC 4).

No obstante, hemos de tener en cuenta que el hacer un canto a la libertad niegue que a

veces no nos pasemos y que dificultemos, con la afirmación de nuestro yo, la

posibilidad de la comunión desde la identidad de cada uno.

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Precisamente con la defensa de la autonomía personal, nuestra sociedad ha caído en

un excesivo culto al yo, en un abuso del uso de la libertad y ha aparecido del

individualismo como una característica de nuestra cultura. El documento "La Vida

Fraterna en Comunidad" hace alusión a la dificultad que supone el individualismo en

las comunidades y la existencia de la crítica en las mismas, pese al crecimiento

personal que se ha dado (Cfr. VFC 39). Hemos ganado en libertad, pero apelo a la

responsabilidad de cada uno para saber conciliar lo que es exigencia de respeto a la

individualidad y lo que es exigencia de respeto a la comunión.

Una de las constantes que aparece a menudo es la de pensar que es imposible hacer o

lograr nada nuevo. Hay desconfianza, desilusión, negativismo con respecto a los

temas de los que estoy hablando. Si se valora el pasado, algunos piensan que todo lo

anterior fue mejor. Otros, por el uso abusivo de la libertad, nos ponemos en posturas

difíciles de conciliar con el camino de la fraternidad. No quiero angustiar ni

denunciar a nadie. Sería interesante, en el tema de la Comunidad, dedicar un espacio

a la reflexión de la Regla de San Agustín.

He dicho al inicio que quería hacer una reflexión de hermano, exhortativa, con sentido

positivo, y pretendo mantener este tono. Quisiera que creyéramos en el crecimiento

de nuestra comunidad y de nuestras comunidades en la fraternidad. Si nos

etiquetamos, si nos rechazamos, si no nos aceptamos, si nos excluimos, es difícil hacer

un camino común. Nos podemos ayudar en la santificación, pero nos provocamos

bastante sufrimiento y lo deberíamos evitar, para conseguir, al mismo tiempo, dar un

testimonio de comunión.

Son muchas las llamadas que son un desafío para nosotros: el evangelio, Juan de Dios,

el Magisterio, la teología de la vida religiosa, las ciencias humanas, la realidad del

entorno.

La caridad es la base de la fraternidad. Juan de Dios no nos ha dejado una doctrina

sobre su forma de vivir la comunidad con los primeros compañeros. Hasta hoy, al

menos, no la conocemos. Eran personas convertidas, tocadas por Dios, con unos

grandes deseos de hacer el bien, iluminadas por el testimonio de vida del santo. Creo

que vale la pena repensar ciertos aspectos fundamentales que nos ayuden a retomar

con serenidad el sentido de nuestra comunidad.

5.3. LA ANIMACIÓN COMUNITARIA

Hablamos a menudo del tema de la animación comunitaria. Hemos asumido este

término distanciándonos un tanto de las palabras gobierno, autoridad. No es que

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quien es elegido para ejercer una responsabilidad, en este caso me refiero a los

superiores, no tengan que asumir las obligaciones que conlleva, pero la vida religiosa

ha querido distanciarse de actitudes que parezcan más un ejercicio de poder que una

preocupación por potenciar la vida de los otros.

La autoridad es un servicio, decimos, acogiendo el principio de Jesús "He venido a

servir y no a ser servido." (Mt 20, 28). Con la temática de la animación se trata en la

teología de la vida religiosa el papel de los superiores, su ser animadores de las

comunidades, animadores del apostolado en los centros.

La animación de la vida comunitaria y de la Obra apostólica ha estado siempre unida.

Hemos nacido con esta experiencia. Actualmente hemos visto la necesidad, en muchos

lugares, de compartir o de delegar la animación de ciertas Obras apostólicas en los

Colaboradores. Además, es claro que un hermano que está cogido totalmente por las

tareas administrativas y gestionales de un centro, dedica poco espacio a la animación

de la comunidad.

Si queremos comunidades en las que se dé el crecimiento a nivel personal y

comunitario, es necesaria la tarea de un animador. Muchas de nuestras comunidades

hoy son pequeñas en número. Esto hay que tenerlo en cuenta, aunque cada uno

solemos valorar las comunidades desde la experiencia de la vida de comunidad que

hemos tenido. Pero si en ellas se ve menos necesaria la figura del animador como tal,

porque se puede conjugar con la dirección del centro, es imprescindible que se

dediquen espacios a la animación de la vida de la comunidad.

Una primera cosa a considerar es la figura del animador. No se hace este servicio de

cualquier forma. Algunos pueden pensar que no tienen cualidades. Puede que haya

casos; pero, sin quitarle importancia, de lo que se trata es de tener en cuenta una

serie de principios de vida y de poner toda nuestra buena voluntad.

El animador debe ser un testigo. Está llamado a ser coherente, a ser persona

preocupada por la vida espiritual, a vivir identificado con la figura del Fundador y de

la tradición de la Orden, a cultivarse en lo que hoy exige nuestra Vida Consagrada, a

preocuparse de cómo puede realizar mejor su tarea dentro de la vida de su

comunidad, con talante servicial, acogedor, abierto; diría, si me aceptáis la expresión,

democrático. Como Jesús en medio de los discípulos: los evangeliza, los exhorta,

cuenta con ellos, los conoce, los comprende, los respeta, los perdona, los ama.

La animación debe preocuparse del ser personal de cada hermano. Un animador debe

hablar con los Hermanos. Que no sean sólo los lugares públicos donde hablamos con

el hermano. Que no sean sólo temas superficiales los que tratemos. Pienso que entre

muchos de nosotros abordamos temas profundos pero, a veces, con otros solamente

tocamos superficialidades. En el fondo, porque los consideramos superficiales, o

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porque nos es más fácil tomar la actitud de superficialidad como posibilidad de

relación y de esta forma no entramos en otras profundidades. Soy consciente de que

necesitamos los encuentros personales, para escucharnos, para conocernos, para

ayudarnos, para hacer comunidad.

La animación, necesariamente, debe tratar el tema de la vida espiritual, la vida de

oración, la conexión entre oración y vida. No se trata de acallar nuestras conciencias

con un barniz espiritual. Nuestra vida es vida espiritual o es nada.

Hoy necesitamos una verdadera animación espiritual. Lo he dicho en casi todos los

últimos Capítulos, a la hora de elegir a los Superiores Provinciales, Consejeros

Provinciales y Superiores locales. Traté de presentar un perfil de animador, ideal,

por supuesto, pero decía que, a lo largo del trienio nos debíamos mirar en él como en

un espejo, para que nos recordase lo que estábamos llamados a realizar. Necesitamos

líderes que sean líderes religiosos.

La animación debe asumir el tema de la fraternidad, de la comunión. Los documentos

de la Iglesia nos han hablado de recursos que tenemos a nuestro alcance para hacer

crecer la fraternidad en cualquiera de nuestros grupos: el diálogo, las reuniones de

comunidad, el proyecto de vida, la formación permanente. Realmente no son

los únicos, pero son recursos; y cuando se nos insiste desde tantas partes que los

usemos, por algo será. Puede ser que hayamos empezado a usarlos con ilusión y

comprobado que no dieron los beneficios que habíamos pensado. No obstante, todos

estos medios necesitan la actitud básica, fundamental, en cada uno de nosotros, de

querer caminar con las exigencias de lo que es en sí construir una comunidad.

Creo que hay que tener en cuenta ciertos bloqueos psicológicos, con frecuencia

inconscientes, que se pueden dar, como son ciertas posturas tomadas de unos con

respecto a los otros que nos parecen insalvables, y que una buena guía y la confianza

en Dios nos pueden llevar a superar.

Tengo la satisfacción de haber encontrado en mi paso por las comunidades tantos

Hermanos, superiores o no, centrados, viviendo con mucha autenticidad la respuesta

al Señor, lo cual es de gran edificación para mí. Pero he encontrado también ciertos

distanciamientos de unos con respecto a los otros, que habría que eliminar. Me siento

llamado, sin querer culpar a nadie, a exhortar a que se intente cambiar.

Por último, la animación comunitaria debe llevar inherente el tema de la misión. En

los casos en que el Superior no sea el Gerente del hospital, no es de su responsabilidad

la dirección del mismo. Pero sí lo es el preocuparse por cómo viven sus Hermanos la

misión, cómo se sienten, ayudarles en todo y afrontar directa o indirectamente las

dificultades que puedan aparecer.

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Juntamente con la comunidad, el Superior está llamado a ser presencia carismática

juandediana, tratando de trasmitirla, siendo animador del proyecto de hospitalidad

al estilo de Juan de Dios, en contacto permanente con las directrices de la Curia

Provincial.

He dicho en varios centros por donde he pasado que hemos de hacer crecer la

presencia carismática de Juan de Dios a través de los diversos grupos existentes en los

Centros y, si fuera posible, a través de todas las personas que forman parte de las

comunidades terapéuticas. Pero somos los Hermanos el grupo carismático que vive

como Juan de Dios y los primeros compañeros, por lo que tenemos que asumir la

responsabilidad de sentirnos en misión, enviados a hacer presente la misericordia de

Dios en el mundo del dolor y de la marginación.

No quiero asustar a nadie, quiero valorar la vida que estáis haciendo y quiero

ayudaros en la misión. Muchas de las cosas que os estoy diciendo ahora a vosotros

solos, como mis Hermanos, son pensamientos que ya han aparecido en mis

reflexiones dirigidas a toda la Orden: Hermanos, Colaboradores, Enfermos y

Necesitados, sobre todo con motivo de los Mensajes del V Centenario del nacimiento

de nuestro Padre; además, se trata de ideas que, como podéis comprobar, están de

acuerdo con las aportaciones de los anteriores Superiores Generales.

6. EXIGENCIAS FORMATIVAS DE NUESTRA VOCACION

El proceso formativo lleva consigo una serie de exigencias. Los nuevos candidatos

deben conocer la realidad de la Orden, para valorar si es éste su lugar de realización

de la llamada de Dios. La Orden a través de los Formadores y de las Comunidades,

debe ayudar a realizar este proceso formativo.

Tenemos el contraste de que en algunos lugares se dan abundantes vocaciones, con

muchos formandos: Africa, alguna parte de América y de Asia, mientras hay otros en

los que los candidatos son bastante escasos.

Con el fin de ofrecer una formación adecuada a los nuevos candidatos, la Orden ha

promovido Centros de Formación Interprovinciales y Comunidades Formativas, con

un uso mejor de los recursos que tiene. Facilita así a los formandos una experiencia

más enriquecedora, aunque en algunos momentos, se pueda constatar la pérdida de

identidad con respecto a la Provincia de referencia.

Hasta el momento, creemos que son más los puntos positivos de dichos Centros

Formativos que los negativos. La intención es responder a la necesidad de vida de

nuestra Orden que se preocupa por la continuidad del carisma en el tiempo. Como he

dicho en otras ocasiones: "Malo es no tener vocaciones, pero mucho peor es tenerlas y

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no saberlas formar". Pensamos que de esta manera los formandos encuentran el

ambiente que necesitan.

El proceso formativo lleva consigo una serie de aspectos que voy a intentar iluminar.

6.1. PASTORAL JUVENIL Y PASTORAL VOCACIONAL

En muchos lugares históricos de presencia de la Orden en la sociedad Occidental, hoy

tenemos que hacer grandes esfuerzos por suscitar personas que continúen el carisma

en el tiempo, como Hermanos de San Juan de Dios. Hemos de situarnos sin angustia

porque no tenemos los resultados que nos gustaría, convencidos de que los

protagonistas de la continuidad o no de la Orden son Dios y Juan de Dios, pero sin

olvidar que nosotros también debemos colaborar.

Tenemos que hacer todo lo posible por favorecer los contactos con jóvenes y no tan

jóvenes, a los que les trasmitamos la experiencia de Dios que Juan de Dios tuvo y de

la que nosotros participamos, con el servicio a los pobres y enfermos que esta

experiencia lleva inherente.

No podemos permanecer pasivos: en muchos lugares, las vocaciones no van a venir

por sí mismas. Es necesario seguir en contacto con el mundo de hoy, sabiendo la

distancia que existe entre nuestro lenguaje y el de muchas personas de nuestra

sociedad.

No quiero decir con ello que no existen personas tan buenas como en otros tiempos,

pero se sienten llamados a vivir su cristianismo con otra forma de expresión.

Una de las cosas que ha hecho la exhortación “Vida Consagrada” es poner nuevamente

en evidencia la Vida Religiosa como valor, como forma de vida cristiana, distinta de

otras que existen en la Iglesia, insistiendo en la necesidad de vivir con mucho

entusiasmo la posibilidad de ser consagrados como religiosos. En nuestro caso,

debemos de esforzarnos para trasmitir el carisma juandediano a nuevas personas.

Tengo siempre muy presentes a los Hermanos que en las distintas Provincias se

dedican a la Pastoral Juvenil y Vocacional. Ser hoy instrumento de la llamada de

Dios no es fácil. Además, esta llamada lleva consigo una serie de exigencias en la

posible respuesta, que no siempre los candidatos tienen la capacidad de afrontar.

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La tarea de quienes se dedican a la Pastoral Juvenil y Vocacional, realizando una

animación adecuada en el contacto con los posibles candidatos, debe siempre ser

apoyada por la oración personal de los Hermanos y la de las comunidades; debe ser

apoyada con un clima de acogida que permita a los candidatos conocernos y valorar

la calidad de nuestra vida; debe ser apoyada por la colaboración en cuantas

actividades se organicen para hacer factible la transmisión del carisma.

La indiferencia, o la crítica a causa de los pocos resultados, no es lo justo. Dios,

creador del mundo, continúa amando a sus criaturas a pesar de las dificultades que

pueda tener nuestra cultura. Es en ella donde tenemos que tratar de aportar nuestra

luz.

La crisis vocacional a la vida religiosa, en la sociedad occidental, es real. Hoy son

muchos menos los que se adhieren en estos países, con lo que se da una pérdida

cuantitativa de la presencia carismática de los Hermanos en el apostolado. Tenemos

que estar agradecidos a Dios por la integración de tantos y tan buenos Colaboradores

identificados con el espíritu de Juan de Dios, que enriquecen la misión del dinamismo

y la creatividad apostólica que necesita. No obstante, hemos de trabajar para que el

Señor continúe llamando personas a ser Hermanos de Juan de Dios.

Cuando en las Instituciones existen personas carismáticas, que viven con gozo su

vocación, que presentan un estilo de vida que vale la pena, atraen y se ven los frutos,

a pesar de las dificultades. El P. Benito Menni fue a España a restaurar la Orden y en

diecisiete años tenía una Provincia con unos cien Hermanos.

He hablado pensando principalmente en los países en donde son escasas las

vocaciones, pero pienso asimismo en la importancia de ir trabajando el tema de la

Pastoral Juvenil y Vocacional en los lugares donde la llamada del Señor se hace más

evidente.

En el primer contacto con los candidatos es muy importante, con los datos que

tenemos a nuestro alcance, hacer un discernimiento acerca de su vocación, para no

hacerles perder tiempo y no crear expectativas infundadas que después frustran

tanto a los interesados como a quienes esperan de ellos más de lo que pueden dar.

6.2. IMPORTANCIA DE LA FORMACIÓN INICIAL

Llamamos formación inicial a todo el proceso de integración de un candidato en la

Orden. Es el período que dura hasta la profesión solemne del nuevo hermano.

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He hablado de hacer un discernimiento vocacional previo al ingreso en el

Postulantado. Pero realmente donde se debe hacer el verdadero discernimiento

vocacional es en este período de formación inicial, con la estrategia de que aquello

que se ve ya claro en el Postulantado no se debe dejar para el Noviciado, y lo que se

ve claro en este Centro no es necesario dejarlo para el Escolasticado, aunque siempre

pueden aparecer situaciones nuevas.

El discernimiento lleva consigo el conocimiento de la realidad, la apertura al Espíritu,

el contraste con el parecer de los formadores, las aportaciones de las comunidades, la

experimentación en la misión, la valoración de hasta qué punto este es el lugar en el

que llama el Señor al formando para su realización personal: "Dios sabe qué es lo

mejor y dónde está la verdad. Dios que lo sabe todo nos ilumine." (San Juan de

Dios, Carta a Luis Bautista 6 y 8).

Se debe iniciar este proceso con una clarificación no sólo de conceptos sino existencial;

en el Noviciado se debe realizar una verdadera experiencia de Dios, en la que se

vislumbre claramente que la consagración en hospitalidad, según el estilo de San

Juan de Dios, es el proyecto con el que el candidato se identifica.

Se ha de llegar, después del compromiso a través de la profesión temporal, a vivir en el

Escolasticado la experiencia del carisma y de la comunidad, la preparación para la

misión y para el compromiso definitivo. Es difícil estratificar totalmente, pero trato

de subrayar lo que es más importante en cada Centro de Formación.

Es fácil el plantear esto así, pero todos conocemos lo que significa este proceso, y el

esfuerzo que es necesario realizar. Hemos de acompañarlo con nuestra oración.

Cada vocación es un misterio: el que Dios continúe llamando, el que se le escuche, el

que tengamos la capacidad de superar las dificultades de la inserción en la Orden.

Donde son escasas las vocaciones, la inserción debe de hacerse en grupos constituidos

con Hermanos de ya muchos años de vida religiosa; donde las vocaciones son

abundantes, a lo mejor se les pide muy pronto responsabilidades, sin haber tenido

suficiente acompañamiento en todo el proceso de integración. No tengamos miedo. El

Señor nos ha guiado a todos en nuestra vida y nos ha ido ayudando en cada momento

en el que pensábamos que no estamos suficientemente preparados para afrontar

ciertas situaciones.

El período del Escolasticado suele ser el más crítico dentro del proceso formativo. Hay

que conciliar las obligaciones de nuestra vida de fe, con las exigencias de la

comunidad, con la experiencia del carisma en la misión, con los estudios

profesionales. Todo se realiza en un clima de más libertad y autonomía del hermano

escolástico. Muchas veces nos sentimos mal, no comprendidos e incluso

criticados, puesto que no podemos responder al mismo tiempo a todas las cosas.

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Tanto por parte de los formadores como de los formandos se exige, en este período,

mucha sensatez. Creo que al intentar llevar a cabo todas las exigencias,

temporalmente alguna tiene que perder fuerza y espacio. Eso no quiere decir que

claudiquemos en el valor de ninguna de ellas, ni que nos acostumbremos a vivir de

esta forma para el futuro. En la medida que somos coherentes, se dará la fidelidad y

la capacidad de respuesta a lo que el Señor nos pide. Tengamos presente que en

ningún momento nos pide algo que supere nuestras posibilidades.

Durante el Escolasticado tenemos que realizar nuestra formación profesional que, a

veces, debe continuar posteriormente. No quiero desengañar a nadie. Sois conscientes

de que, y en este caso pienso en los más jóvenes, muchas veces nos preparamos

profesionalmente para una determinada especialidad y después nuestra vida va

tomando caminos distintos de los que inicialmente habíamos pensado.

Os recuerdo una vez más lo que en estos dos años he repetido tantas veces: nos

sentimos llamados a promover un proyecto de hospitalidad según el espíritu de San

Juan de Dios y hemos de hacer que sea así. Los estudios que realicemos serán una

base, un puente que nos lanza a asumir las responsabilidades que se nos pedirán.

Hemos de prepararnos para el desarrollo de la misión, que debe ser actualizada

siempre. De otro modo, nos quedamos estáticos y tenemos el peligro de marchitarnos

o de morir.

Los formadores tienen la responsabilidad de favorecer la síntesis de vida que exige este

período. Ellos mismos necesitan cultivar constantemente la propia formación, a ser

posible promovida y organizada interprovincialmente, para poder responder a las

expectativas de los formandos y a la misión que les ha confiado la Orden.

6.3. LA FORMACIÓN PERMANENTE

La renovación de la vida religiosa, se nos decía en el Perfectae Caritatis, depende sobre

todo de la formación de sus miembros (PC 18). Una formación que debe abarcar los

distintos niveles que constituyen el ser del religioso. Una formación que no debe

quedar sólo en conceptos, sino que tiene una repercusión en nuestra vida.

En este sentido se han organizado muchos cursos e intentado responder a esta

exigencia de nuestra vocación hoy. Por nuestro cultivo humano, espiritual,

carismático, necesitamos de un constante estar al día. Tenemos que prepararnos

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personal y comunitariamente, utilizando cuantas estructuras están a nuestro

alcance: de las diócesis, civiles o de la misma Orden.

El último Capítulo General nos pedía que hiciéramos una formación permanente

conjuntamente con los Colaboradores. No se puede realizar una nueva hospitalidad si

no damos a la docencia la importancia que merece. El documento “Vida

Consagrada” nos habla de que la formación permanente es una exigencia intrínseca

de la consagración religiosa (VC 69).

No quiero insistir solamente por sacar a flote un tema que no interesa a nadie.

Precisamente porque lo considero importantísimo lo saco a colación. Si fuerte es la

afirmación del Decreto Perfectae Caritatis, mayor es la de la exhortación

postsinodal Vida Consagrada, por lo que me siento llamado a promover la formación

permanente.

La Formación permanente es el instrumento que tenemos para prepararnos

humanamente, para actualizarnos en la misión, pero sobre todo para la

profundización de nuestra identidad como consagrados y enriquecer nuestra vida

espiritual de la experiencia que han tenido otros anteriormente a nosotros y, en

especial, para descubrir el ser de Juan de Dios.

La historia debe iluminar nuestra realidad, pero tenemos que asumir los

conocimientos que hoy nos dan la posibilidad de realizar una aportación cualificada a

la hospitalidad, de realizar una adecuada pastoral en la misión, afrontar los retos

éticos de la asistencia, integrar una adecuada dimensión social en nuestra relación

con los Colaboradores según la doctrina social de la Iglesia, ofrecer nuestra cultura

de la hospitalidad. En este aspecto, somos enriquecidos por los valores y las

experiencias de los Colaboradores y les enriquecemos con los nuestros.

El proceso formativo de cada uno de nosotros termina canónicamente con la profesión

solemne, pero todos tenemos conciencia de que debe continuar para poder responder

a las exigencias de hoy. Todo en la vida tiene una incidencia en nuestra respuesta, y

todo nos debe ayudar a la integración y a la armonía de nuestro ser.

La formación nos debe ayudar a entrar en el clima sereno y amistoso de comunicación

con Dios y con los hombres, en la verdadera realización de nuestra vocación, en la

que encontramos cada uno la felicidad. A pesar de las dificultades que podamos

encontrar, el ser felices es consecuencia de entender la vida, y pienso que la formación

es un instrumento que nos lo facilita.

6.4. FORMACIÓN PARA LA EXPRESIÓN DEL CARISMA

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Podemos afirmar que en la Orden existe una larga tradición de preparación de

profesionales. En el pasado hubo Hermanos que se distinguieron por la praxis de la

cirugía, de la enfermería, de la medicina natural, por el conocimiento de las

propiedades de las hierbas; hubo farmacéuticos insignes que promovieron productos

propios. En su época y en los lugares donde se encontraban crearon escuela. Algunos

alcanzaron fama que transcendió los límites de los países donde se encontraban.

Hoy, la Orden está intentando responder a la exigencia de la nueva hospitalidad con

diferentes escuelas o cursos para el ejercicio de la medicina, de la enfermería, para el

cultivo de los valores de la hospitalidad, para la formación ética y pastoral de

Hermanos y Colaboradores.

En este sentido, es grande la aportación de las Escuelas de Enfermería y de Pedagogía

especial en los distintos niveles, que en los cinco continentes tiene la Orden, y son de

gran ayuda tanto para la formación de los Hermanos como para la de los

profesionales de la enfermería, a quienes hemos de enriquecer, además de los

conocimientos necesarios para el ejercicio de su profesión, con el espíritu de San Juan

de Dios.

7. CONTINUANDO LA OBRA DE JUAN DE DIOS: LA MISIÓN

Nos ha tocado la suerte de ser los continuadores de la Obra de Juan de Dios. En

nuestra historia ha habido muchos Hermanos que la han hecho llegar hasta hoy.

Tenemos un gran patrimonio espiritual enriquecido por su vida. De muchos

conocemos tantas cosas; otros han quedado en el anonimato. Todos, no obstante,

tienen un valor espiritual y sostienen la vida de la Orden desde la sala del cielo, que

cada vez es más grande, donde están con Juan de Dios, con los enfermos y

necesitados, con los Colaboradores y con los muchos fieles cercanos a Juan de Dios.

La tarea de ser continuadores de su Obra, nos lleva a tener en cuenta el pasado.

Tenemos casi cinco siglos de historia. Nosotros debemos vivir el presente, abiertos al

futuro.

Nos hemos formulado muchas veces esta pregunta: “¿Qué haría hoy San Juan de

Dios?”. “¿Cómo debemos construir el futuro de la Orden?”. El hecho de que no sea

la primera vez que nos la planteamos quiere decir que hemos intentado darle

respuesta. Una respuesta siempre insegura, pero así les ocurrió también a nuestros

antecesores, por lo que hemos de mirar al futuro con esperanza.

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7.1. ENCARNAR EL IDEAL DE VIDA DE SAN JUAN DE DIOS

Cada vez es más claro para nosotros el ideal de vida de Juan de Dios. Tenemos

personas singulares, ricas carismáticamente. Sin quitarle ningún valor a nuestro

discernimiento personal, podemos ser guiados por estos carismáticos. Tenemos que

hacerlo en comunión con la Iglesia y en comunión con los Hermanos con los que

hemos sido convocados. Las Comunidades, nuestras reuniones en niveles locales,

provinciales y generales, según sus respectivas competencias, son para nosotros

expresión y guía de cómo debemos encarnar el ideal de Juan de Dios.

Una gran parte de nuestro esfuerzo debe ir orientado a profundizar en como vivió

Juan de Dios: su conversión, su seguimiento de Cristo, su dejarse orientar por su

director espiritual, su entrega, su ascesis, sus criterios fundamentales, sus

experiencias, su forma de relacionarse con los demás, su dedicación a los pobres y

enfermos, su fundación del hospital, su forma de presentar a las personas el reino de

Cristo, su opción preferencial, su sentido de Iglesia, su consagración, su oración, su

primera comunidad.

Cada uno de estos temas es motivo de análisis. ¿Estamos respondiendo hoy a lo que él

desearía? A veces, hablando del espíritu que debe de existir en nuestras Obras, se me

ha ocurrido afirmar: "tenemos que hacer de forma que si San Juan de Dios bajase

del cielo se quedase en cada uno de nuestros Centros, porque se encontraba en ellos

como si estuviera en el que él creó en Granada."

7.2. ENCARNAR EL IDEAL DE VIDA DE SAN JUAN DE DIOS EN LA MISIÓN

Todo el capítulo tercero del documento del LXIII Capítulo General está orientado a

explicitar diversos elementos tenidos en cuenta por la Orden para responder a las

exigencias del Vaticano II con respecto a nuestra vida. Además, el capítulo quinto nos

dio pistas para el futuro. Creo que el capítulo III, lo que la Orden ha realizado ya, nos

preparó para el V, que se propone iluminar el futuro. No vamos a repetir cuanto en él

se nos dice. Solamente quiero hacer alusión a algunos puntos.

* Estamos llamados a mantener siempre el sentido de la misión: tenemos

que aceptar el paso de los años, que nos impide trabajar como lo

hemos hecho anteriormente; tenemos que aceptar las dificultades

sociales que se encuentran; debemos tener claro que para ejercer la

hospitalidad hoy se requiere una preparación profesional. Con

nuestro carisma, el Señor nos ha enriquecido con tres, con dos o con

un talento y tenemos que hacerlo fructificar siempre, en cada

momento de una forma, para ser fieles a las expectativas que Dios

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tiene de nosotros. Se puede ser Hospitalidad de muchas formas y nada

nos va a impedir serlo siempre.

* Repito lo expresado varias veces: siguiendo el deseo del Santo Padre que

habla de nueva evangelización, orientamos nuestro futuro hablando

de una nueva hospitalidad, la que vivieron Juan de Dios y nuestros

antecesores, con los métodos de hoy, pero con el ardor que ellos

tuvieron. Estamos llamados a cambiar. Podríamos decir que somos

bastante menos ardorosos que lo que fueron ellos. ¡Tenemos tantos

testimonios de Hermanos nuestros, fieles en el ardor de la

hospitalidad como Juan de Dios! La nueva hospitalidad es llamada a

imitarles.

* La nueva hospitalidad lleva inherente una opción fundamental por el

que sufre, por el enfermo, el marginado, el pobre. Así lo hizo Juan de

Dios, con el movimiento apostólico que inició en Granada y que

transcendió los límites de su hospital. Era hospitalidad sanando y

acogiendo; era hospitalidad hablando de Dios a los hombres y de los

hombres a Dios, era hospitalidad dando acogida siempre en su

corazón al otro, a pesar de que no pudiera darle la solución que

deseaba.

* La nueva hospitalidad lleva inherente una acción evangelizadora. Hemos

experimentado la salvación de Cristo y no podemos menos que

comunicarla a nuestros semejantes. ¿Cómo? Primero, viviéndola

nosotros realmente como salvación; después, trasmitiéndola a los

demás.

La enfermedad, la marginación, la pobreza, van a ser ocasión para

plantearse muchas preguntas acerca del sentido de la vida y de la

presencia salvífica de Dios. Según las ocasiones, hemos de saber

responder con el silencio, con el acercamiento humano, con el respeto,

con el testimonio directo de vida y de palabra.

A algunos puede parecerles que esto es ser poco apostólicos, que San

Juan de Dios era más incisivo. Tengo que confesar que sí. Pero pienso

que hoy nos movemos con otra cultura teológica y espiritual, que

confía en la misericordia de Dios y que se fundamenta más en un Dios

que sale al encuentro del hombre. Quienes estáis dedicados a la

Pastoral sabéis mejor que yo los principios desde los que os tenéis que

mover, y me siento satisfecho de vuestro trabajo.

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* La nueva hospitalidad lleva inherente un proyecto ético de asistencia.

Estamos trabajando en ello. Veo lagunas, precisamente por nuestra

falta de formación y por las exigencias nuevas que aparecen. Es uno

de los elementos a profundizar. Tanto por nosotros los Hermanos,

cuanto por los Colaboradores. Me siento satisfecho cuando recibo

información de las iniciativas que se están realizando en las distintas

Provincias. Me gustaría que todos tuviéramos los conocimientos

necesarios para hacer la ética aplicada que necesita la asistencia.

Apelo, particularmente, a la responsabilidad de quienes tienen que

orientarlo.

* La nueva hospitalidad lleva inherente asumir las exigencias del progreso

y de la técnica de nuestro tiempo. Estamos para el mundo sencillo,

pero también estamos para tener un puesto específico en el mundo de

la cultura, y para dar, como Juan de Dios, una respuesta adecuada a

nuestros tiempos. Aún en los lugares menos desarrollados,

trabajamos con las técnicas del presente, usamos de la informática y

orientamos nuestra hospitalidad con los recursos que tenemos para

responder a lo que el hombre de hoy pide. Miramos al futuro y lo

hacemos fundamentados en el progreso y con un movimiento que

siempre va hacia adelante. Nuestra responsabilidad es orientarlo al

servicio de la persona.

* La nueva hospitalidad lleva inherente hacer una presencia diversificada

según el tipo de enfermos a los que orientamos las Obras. Hemos

estudiado las opciones que quisiéramos llevar adelante y hemos de

hacer esfuerzos por seguirlas. A veces consideramos que ciertas

formas de respuesta no son hoy para nosotros.. Toda estructura lleva

su condicionamiento, como lo implica la relación que establezcamos

con Instituciones públicas o privadas

Lo que tenemos que hacer es, como intuyo hizo Juan de Dios, que esos

condicionamientos interfieran lo menos posible y que la asistencia sea

realizada desde los valores con que nosotros intuimos que debe ser

hecha: "Jesucristo me traiga a tiempo y me dé gracia para que yo

tenga un hospital, donde pueda recoger los pobres desamparados y

faltos de juicio, y servirles como yo deseo" [9].

* La nueva hospitalidad lleva consigo el ser animadores de un proyecto de

hospitalidad según el estilo de San Juan de Dios. Todo cuanto

estamos diciendo en este apartado, define las coordenadas de nuestro

proyecto de hospitalidad realizado conjuntamente con los

Colaboradores.

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Esto implica una resituación de nuestro ser comunidades en misión. Es

algo que estamos intentando llevar a efecto desde hace tiempo. Está

en nuestros Estatutos Generales (EEGG162 y 164), viene en muchos

de los documentos Capitulares, sean Provinciales o Generales, está

propuesto en el documento "La hospitalidad de los Hermanos de San

Juan de Dios hacia el año 2000" (Cap. IV), está explicitado en La Vida

Fraterna en Comunidad(VFC 67 y 70), y lo subraya el Santo Padre

en Vida Consagrada.

Es verdad que no en todos los intentos acertamos. Pero también lo es

que, llenos de buena voluntad y de luces, hemos querido dar una

respuesta a las exigencias de la hospitalidad y hemos sido sagaces en

ello.

* La nueva hospitalidad lleva inherente el actuar con una espiritualidad

del trabajo, basada en los principios de la Doctrina Social de la

Iglesia, que tiene a la persona como valor y no tiende a la

acumulación del capital.

Tenemos que contar con los recursos disponibles, hacer una equitativa

distribución, pero también necesitamos crecer en conciencia social, a

pesar de que a veces ciertas luchas dentro de nuestros Centros

Asistenciales nos puedan doler.

Tenemos que avanzar por llegar a clarificar esto. En ello estamos

comprometidos. No podemos hablar de un movimiento de

Colaboradores si no tenemos clarificados y encarnados los principios

sociales. Nuestro reto es el de saber conciliar los derechos de los

trabajadores con los de los enfermos, que en sí no tienen por qué ser

irreconciliables.

Muchas empresas se preocupan de potenciar los valores de los

trabajadores y su grado de satisfacción para obtener una

rentabilidad económica. Nuestro mutuo interés, el de atender a los

enfermos y necesitados, es mucho más fuerte y por esta causa hemos

de trabajar.

* La nueva hospitalidad nos lleva a responder a las nuevas necesidades.

No hago más que repetir lo afirmado ya en otras partes. Hoy el

hombre sufre de distinta forma las enfermedades de siempre y hay

que atenderle en necesidades que nuestro mundo ha creado. Hoy el

hombre se encuentra con nuevas enfermedades que han aparecido,

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para las que la ciencia no tiene una respuesta de curación, o la tiene

parcial, y hemos de optar por acompañar a estas personas.

Si queremos estar en la frontera, como lo estuvo Juan de Dios, tenemos

que hacer esta opción. Distanciarse de los presupuestos con que se

mueve nuestra sociedad, que no entiende de marginación, que alarga

la vida, pero que no se preocupa suficientemente de la calidad de vida

que ofrece a los ancianos, sería traicionar a nuestra razón de ser.

* Por último, la nueva hospitalidad lleva consigo el seguir optando por una

presencia en países en vías de desarrollo, para realizar asistencia

primaria y promover la salud desde nuestras instituciones sanitarias.

Tenemos la mirada puesta en los muchos Hermanos jóvenes que,

siguiendo la llamada del Señor, se van integrando a nuestra Orden.

Pensamos en tantos Hermanos misioneros que han entregado su vida

con generosidad por estar al servicio de la salud y de la promoción

humana de los pueblos en vías de desarrollo, aún con peligro evidente

de su propia vida.

Quiero hacer un reconocimiento a los Hermanos misioneros, a las

religiosas y a los Colaboradores que, en los últimos tiempos, han

optado por estar al lado de los pueblos que sufren y por atender a los

enfermos y necesitados, realizando el servicio en situaciones de

guerra.

Puesto que las fuerzas de las Provincias Religiosas que han tenido la

iniciativa de hacer presente la Orden en estos países son cada vez

menores y las de las vocaciones nativas, gracias a Dios, cada vez

mayores en casi todos los lugares, hemos de realizar un trabajo de

preparación de los Hermanos nativos para que vayan asumiendo

responsabilidades en las Obras, por el bien de los enfermos. Lo cual

no quiere decir que no podamos continuar compartiendo con ellos la

misión.

8. FUTURO COMPARTIDO CON LOS COLABORADORES

Desde siempre, la Orden ha realizado el apostolado con gran participación del pueblo.

Lo tenemos claro en San Juan de Dios. El tuvo muchos bienhechores, amigos y

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algunos trabajadores asalariados. No vamos a citar las intervenciones de los

Colaboradores de nuestra primera historia, pero sabemos sus nombres y las acciones

que realizaron.

Esto ha continuado así a lo largo de los cuatro siglos y medio de nuestra Institución.

La revolución industrial dio un estatuto propio a los trabajadores e hizo que se

desarrollase un Derecho hasta entonces desconocido.

Se ha dado un descenso de vocaciones en muchos de los lugares de gran tradición de

incardinación de la Orden, pero al mismo tiempo ha emergido la conciencia del

protagonismo de los Colaboradores y una proliferación del voluntariado asociado.

Con las nuevas exigencias asistenciales hemos orientado nuestras Obras Sanitarias y

Sociales, donde hemos tratado de tener en cuenta nuestros objetivos propios y el

derecho laboral de los distintos países. Nos hemos organizado como empresas, a

veces, con cierta confusión en los conceptos.

La falta de clarificación ha dificultado el proceso de apertura y ha hecho aparecer en

nosotros ciertas resistencias. Hemos pasado momentos difíciles, sea en Centros

concretos o en Provincias enteras. Tengo la sensación de que actualmente existe

mayor serenidad y de que vamos creciendo en clarificación.

8.1. HERMANOS Y TRABAJADORES UNIDOS PARA SERVIR Y PROMOVER LA

VIDA

Parto prácticamente con el mismo título del documento en el que hemos abordado el

tema de los Colaboradores. Quiero detenerme en lo que lleva consigo el compartir la

misión. Hemos hecho un desarrollo de nuestro Derecho para actuar mejor; hemos

elaborado Manuales o Reglamentos de funcionamiento en Provincias o Centros, para

la clarificación de cómo vivir unidos en la misión; lo hemos orientado sobre todo a los

trabajadores, pero en este proceso hemos dado cabida también a los Voluntarios. El

comprender todo esto nos cuesta, a unos más que otros. Hay diversidad de

concepciones, que no es fácil conciliar. Además, en el quehacer cotidiano aparecen

dificultades que justifican el que algunos de nosotros tengamos poca confianza en

ello.

A Juan de Dios no le tocó vivir con esta organización laboral. Intuyo que la hubiera

asumido y hubiera sido fiel a todas sus exigencias, a pesar de las dificultades que

pudiera encontrar. Creo que no se hubiera echado atrás. Le intuyo en esta materia

con unas actitudes, las suyas, de responsabilidad, de diálogo, sin luchas, con la

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comprensión que le caracterizó siempre. En él veo una gran confianza en Dios y en

los hombres.

La capacidad de sobreponerse en su viaje con las prostitutas a Toledo y la confianza

en sí mismo y en Dios, la veo como clave en la que busca la solución a cualquier

problema. Pienso que sería la que iluminaría también su modo de llevar adelante el

hospital actual.

No sé si en este punto soy demasiado blando. Sé que la relación sindical dentro de

nuestros Centros, en ocasiones, se hace difícil. También nos cuesta integrar el

concepto de empresa que hoy la sociedad requiere. Lo que debemos hacer es tener la

calidad de responder, nosotros, o las personas que hemos elegido como nuestros

estrechos colaboradores, con un talante juandediano. Las actitudes de las que he

hablado las tenemos que tener siempre, pero sobre todo, aunque nos cueste, en los

momentos más difíciles. Creo que estamos llamados a avanzar en este campo, para

que en nuestros centros exista un verdadero clima juandediano. El compartir la

misión lleva consigo confiar en quienes otorgamos responsabilidades, exigir

respuestas, delegar funciones, trabajar en equipo. Pero todos, en los momentos más

críticos, tenemos que preguntarnos cómo se comportaría ahora Juan de Dios y hacer

lo que intuimos que haría él.

8.2. HERMANOS Y BIENHECHORES UNIDOS PARA SERVIR Y PROMOVER LA

VIDA

Los bienhechores han estado siempre presentes en nuestra Obra. Han tenido, en

ciertos momentos, gran protagonismo. Han sostenido casi la totalidad de la acción

social que la Orden ha realizado en favor de los pobres, los enfermos, los necesitados.

De las seis Cartas que tenemos de Juan de Dios, cinco están escritas a ellos.

Con ellos hemos realizado un gran apostolado. Dependiendo de las costumbres de las

Provincias, eran visitados frecuentemente por los Hermanos que se dedicaban a la

cuestación. Aunque aún quedan algunos Hermanos con esta orientación, hemos

cambiado de sistemas y nuestra relación con ellos se lleva de forma más modernizada

pero también más impersonal. No obstante, existen aún ciertas relaciones personales

y hay que decir que recibimos un gran apoyo de nuestros bienhechores.

Con ellos mantenemos contactos a través de correspondencia, con la propaganda y las

revistas que para este fin hemos creado. Considero necesario el que esto se continúe

realizando. ¡Son tantos los que permanecen en el anonimato! Precisamente por ello

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debemos de fomentar los lazos que los hacen miembros de nuestra Institución.

Primero, porque hacemos que compartan de lo mucho o de lo poco que tienen con los

necesitados, siendo instrumentos de solidaridad. Después, porque con sus ayudas

llegamos a sostener una asistencia a personas que, de otra forma, quedarían sin el

apoyo que necesitan para vivir.

Aplaudo y apoyo todas las iniciativas que se están realizando. En nuestras relaciones

con ellos debemos fomentar la devoción a nuestros santos y beatos, especialmente a

San Juan de Dios. Tenemos que facilitarles el conocimiento de nuestra Institución y

tenemos que usar un lenguaje que nos aparte de cualquier concepción comercial y les

lleve a sentirse miembros de nuestra familia, participes en nuestro apostolado.

Además del limosnero de Granada, tenemos en el P. Francisco Camacho, en Lima, un

gran apóstol de la limosna.

8.3. HERMANOS Y VOLUNTARIOS UNIDOS PARA SERVIR Y PROMOVER LA

VIDA

El voluntariado asociado es un fenómeno de nuestro tiempo, pero el voluntariado

como tal ha existido desde siempre. También ha sido así en nuestra Orden. Sin hacer

un trabajo exhaustivo he realizado una reflexión sobre el voluntariado con motivo de

las celebraciones del V Centenario del nacimiento de San Juan de Dios. Hemos

denominado a Juan de Dios "pionero del voluntariado". Integró a muchas personas

en su hospital, creó un movimiento de solidaridad, ya no sólo por las aportaciones

económicas que le podían hacer, sino porque muchos le ayudaban voluntariamente

en los servicios a los enfermos y necesitados. Considero que la Orden, como Juan de

Dios, está siendo pionera en este campo, ha promovido un buen voluntariado y hasta

ha creado una Universidad del Voluntariado.

Es imposible hacer alusión a los grupos existentes en las diversas Provincias y en

Centros concretos. Sólo quiero poner de relieve el valor que su presencia aporta a la

nueva hospitalidad, a la hospitalidad de Juan de Dios. El voluntario viene a nuestra

Institución porque se siente identificado con su espíritu, realiza una serie de gestos

con gratuidad, voluntariamente, manifestando con ello su solidaridad con el enfermo

o el necesitado, y completa la acción que realizan los profesionales, ayudando a dar

vida a nuestro proyecto de hospitalidad.

Considero que hemos de trabajar el voluntariado para que se afiance y hemos de ser

nosotros, los Hermanos, los primeros en cuidarlo y hacerlo crecer, para que, desde su

propia identidad, cada uno viva la riqueza del espíritu de Juan de Dios.

8.4. CRECER EN LA ESPIRITUALIDAD JUANDEDIANA

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He hablado en cada uno de los apartados dedicado a los trabajadores, bienhechores o

voluntarios del espíritu de Juan de Dios. Hemos de hacer un esfuerzo para vivirlo y

trasmitirlo a los Colaboradores.

En nuestra Orden, en distintos lugares del mundo, van apareciendo grupos asociados,

que se esfuerzan por vivir su cristianismo según el testimonio de nuestros santos o

beatos, especialmente, hasta ahora, desde San Juan de Dios y San Ricardo Pampuri.

Estos grupos están formados por una gran diversidad de personas, entre ellas

muchos de nuestros Colaboradores. Creo que esto es una bendición y como

Hermanos hemos de fomentarlo.

El LXIII Capítulo General estudió la posibilidad de crear una Asociación confesional

para todo la Orden, como ya se había hablado en otras ocasiones, e incluso se tenían

preparadas las bases jurídicas para su constitución. Se pensó que aún no era el

momento oportuno pero, no obstante ello, considero que en las Provincias o en los

Centros debemos de seguir adelante con estos grupos de oración, de compromiso en

la línea del carisma, iluminados por la figura de San Juan de Dios o de alguno de

nuestros santos. Ello nos hará gozar a todos de los bienes espirituales.

8.5. LA DIVERSIDAD DE IDENTIDADES DEBE ENRIQUECER EL MISMO FIN

Somos distintos. Los Colaboradores y nosotros tenemos distinta identidad no sólo en la

Iglesia sino también en la sociedad. Pero, en clave juandediana, ello nos debe

enriquecer. Los Colaboradores que participaron en el LXIII Capítulo General, en su

mensaje nos dijeron que "consideran su integración en la misión de la Orden

importante, necesaria, imprescindible" (Introducción). Nuestra fuerza en el Hospital,

o en el Centro Asistencial nos la da la llamada que nos ha hecho el Señor a

consagrarnos, como Juan de Dios, como promotores de un proyecto de hospitalidad.

Pero hay muchas formas de vivirla.

En una charla que di, con motivo del V Centenario del nacimiento de San Juan de

Dios, titulada "Caridad y justicia en la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios hoy"

afirmé en la conclusión:

"En la Orden tenemos planteado un movimiento con todos los Colaboradores,

respetando la identidad de cada uno, que pretende promover el espíritu de

San Juan de Dios, en la colaboración mutua, por el bien del servicio que

tenemos que realizar a los enfermos y necesitados.

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No es un movimiento sólo para los amigos de los Hermanos; no es un

movimiento para acallar la voz de quienes pueden ser considerados más

críticos; no es un movimiento para que quien se integre en él pueda sacar

mayor provecho; no es un movimiento para quedarnos sólo en lo que pueden

considerarse aspectos píos de nuestra vocación.

Es un movimiento serio, que desea el crecimiento personal y espiritual de cada

uno de los que componemos la Orden, porque hemos sido enrolados en ella,

aunque desde distintas situaciones.

Es un movimiento que no debe quedarse en aspectos accidentales de nuestro

ser, sino que debe abordar todos los elementos de la Cultura de la

Hospitalidad de la Orden, con sus implicaciones en la asistencia. Deseo que,

por el bien de todos, enfermos y necesitados, Colaboradores y Hermanos, este

movimiento crezca."

Me gustaría que me comprendierais bien. No es que estemos más por los

Colaboradores que por los Hermanos. Para mí no tiene ningún sentido un

planteamiento de este género.

Vosotros y yo, por exigencias de la misión, por ser fieles a San Juan de Dios, por ser

fieles a las exigencias de nuestro tiempo, por mejor vivir el servicio a los enfermos y

necesitados, tenemos que avanzar en lo que significa el movimiento de los

Colaboradores: vivir unidos la misión, ayudarles a conocer lo que pretendemos,

conseguir de ellos una mayor identificación con los principios de la Orden, promover

el espíritu del carisma en las personas, en los grupos de profesionales de nuestros

Centros, en los Comités que hemos creado, para que el espíritu de San Juan de Dios

esté siempre presente.

Sé que lo que estamos realizando como Orden no es absoluto. Nos podemos equivocar,

se puede mejorar, pero yo quiero estar con vosotros en esta reflexión, en esta

búsqueda, para responder a nuestros tiempos; quiero que, respetando el criterio de

cada uno de nosotros, seamos una piña y creemos comunión en lo que respecta a este

movimiento.

9. EL GOZO DE SER LLAMADOS

Tenía ilusión de escribiros esta carta. Han pasado dos años del Capítulo General. Se

me dio la responsabilidad de ser en estos momentos el continuador de Juan de Dios al

frente de su Obra, de ser el animador de la Orden. Empecé con confianza este

ministerio, la sostengo y siento la cercanía de Dios y de Juan de Dios.

He tenido muchas oportunidades de estar con vosotros. Hay centros a los que aún no

he podido ir. Sois también bastantes a los que aún no he podido saludar. Me siento

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también limitado con los idiomas, aunque uno se esfuerce. Son muchas cosas a las que

hay que atender al mismo tiempo. Pero una carta escrita con afecto y leída también

con afecto, nos da la posibilidad de encontrarnos.

Cuando os he estado escribiendo me acordaba de muchas situaciones que he

compartido con vosotros, y trataba de analizarlas con cariño. Imagino que a vosotros

os sucederá lo mismo al leer la carta. He querido haceros un mensaje realista. No me

interesa llenar páginas elucubrando sobre lo irreal. Me interesa vuestra vida, la de la

Orden, la respuesta que estamos dando y cómo lo podemos hacer mejor.

He hecho esta reflexión consciente de mi responsabilidad, pero con el deseo de ser

ayudado por cada uno de vosotros. Puede ser que disintáis en algunas de las cosas

que he dicho. Es difícil dirigirse a todos con una misma palabra. Por otra parte, tener

diversos criterios sobre la realidad nos enriquece. Pero os puedo decir que cuanto os

he escrito lo he pensado muchas veces y en momentos concretos de estos dos años

pasados.

Mi deseo es que viváis la vocación con gozo, que os sintáis bien. Me duele cuando no

encuentro comunión, cuando encuentro sinsabor en alguno de los Hermanos. Porque

no nos entendemos a nosotros mismos, no entendemos a los demás o pensamos que no

nos entienden.

Al comienzo he hablado de la necesidad de tener caridad con nosotros mismos. Así lo

recomendaba San Juan de Dios (1 DS 13; 3 DS 9). El mejor amigo que tenemos, se

nos dice en las reflexiones de la autoestima, somos nosotros mismos. No debe ser ello

expresión de egoísmo sino de valoración equilibrada, de crecimiento en el ser, de

serenidad, de centramiento, de armonía, de haber encontrado la felicidad en la

respuesta a la llamada del Señor. No tenemos que soportar injusticias, pero somos

nosotros los máximos agentes de que nuestra vida sea fácil, bonita, feliz. El Señor y

Juan de Dios nos ayudan. De ello estoy seguro.

9.1. EL FUTURO, POSIBILIDAD PARA LA FELICIDAD

Miremos todos al futuro con esperanza. La real y la teologal. Dejemos de lado el

pesimismo. Irrevocablemente estamos lanzados al futuro. He dicho en alguna

ocasión: el futuro es la posibilidad que tenemos de hacer lo que no hemos hecho hasta

ahora, o de hacer mejor, si podemos, lo que ya estamos haciendo.

Me niego a pensar que no tengamos razones reales para la esperanza. Las nuevas

vocaciones son una razón de esperanza. Me diréis que en algunos lugares son pocas;

es cierto, pero es razón para la esperanza. El apostolado que realizamos es razón para

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la esperanza. La integridad de vida de muchos de vosotros es razón para la

esperanza. La valoración que tantas personas hacen de nuestras vidas es razón para

la esperanza.

Si a alguno no le dan confianza estos elementos humanos, tenemos la dimensión

teologal de la virtud de la esperanza. Porque, de lo contrario, es vana nuestra fe. Dios

nos llama a ser agentes de su misericordia en función de los pobres y necesitados.

Tenemos que ser testigos de esperanza. Juan de Dios, Juan Grande, Ricardo Pampuri,

Benito Menni, los Hnos. Mártires: todos son para nosotros testigos de esperanza. De

la real, incluso en situaciones muy difíciles, y de la teologal.

En la historia de cada uno de nosotros es básico el vivir la vida con sentido. Encontrar

el sentido de la existencia. En el misterio pascual de Jesucristo encontramos la

explicación a realidades inexplicables (Gaudium et Spes 22). Desde Jesucristo

encontramos sentido al misterio pascual de nuestra existencia.

Es muy importante ser feliz, saber hacer una lectura en fe de la realidad, no para

evadirnos o buscar falsas soluciones, sino, precisamente, para centrarnos, para ser

felices desde Cristo.

9.2. EL AÑO 2000: JUBILEO ECLESIAL

La Iglesia está viviendo su preparación al año 2000 como Año Jubilar. Año en el que

celebraremos el aniversario de la venida histórica de Jesucristo para traernos la

plenitud de la salvación. Salvación que se hace gozo interior para nosotros, para

todos. También para los enfermos y necesitados.

En la Carta Apostólica "Tertio millennio adveniente" el Santo Padre define el año 1997

como año de Jesucristo, el año 1998 como año del Espíritu Santo y el año 1999 como

año del Padre.

Nosotros presentamos un programa para el sexenio en la Carta Circular, con una serie

de actividades para cada uno de los años, que estamos tratando de llevar a la

práctica. 1997 es el año del primer centenario del nacimiento de San Ricardo

Pampuri. Os invito a tenerlo en cuenta en vuestras celebraciones. Hemos decidido

celebrar un Capítulo General extraordinario para la aprobación de los Estatutos

Generales y deseamos realizarlo cerca de su tierra natal.

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En estos momentos quiero recordaros la necesidad de unirnos a la Iglesia y que

hagamos que estos tres próximos años sean para nosotros profundización de la

dimensión trinitaria de nuestra vida, haciendo hincapié en cada uno de los años en el

sentido cristológico, neumatológico y teologal de nuestra existencia, uniéndonos así al

deseo de Juan Pablo II y a toda la Iglesia.

De este modo, entraremos en el nuevo milenio con el verdadero espíritu de la nueva

hospitalidad y siguiendo las huellas trazadas por Juan de Dios.

9.3. LLAMADOS A HACER QUE JUAN DE DIOS SIGA VIVO

Juan de Dios no es nuestro. Es de la sociedad, de la Iglesia. Tampoco somos los únicos

responsables de que permanezca vivo a lo largo de la historia. Pero, con la ayuda de

Dios, hemos de hacer que su Orden y él continúen en el tiempo.

Todas estas reflexiones las hecho pensando en cómo podemos nosotros mantener vivo

el signo de Juan de Dios en favor de los enfermos y necesitados: no podemos perder la

riqueza de Juan de Dios, de los inicios de nuestra Obra.

Estamos en 46 países del mundo y somos oriundos de 54 naciones. Considero que

tenemos que hacer que la Orden continúe presente desde la diversidad, pues esto

también enriquece. Hemos de preocuparnos por la continuidad, por la fidelidad, pero

una fidelidad que sea creativa, que no tenga miedo de las exigencias de hoy, que

afronte con normalidad los desafíos de nuestra historia de la hospitalidad y que trate

de responder a estos desafíos.

He titulado la carta con una expresión de Pablo: "Dejaos guiar por el Espíritu". No he

hecho ninguna alusión a ella en el contenido de la carta, pero ha estado presente en

cada una de las cosas que os he comunicado. Solo quiero que seamos valientes y que

miremos al futuro dejándonos llevar por el Espíritu.

Que María, nuestros santos y beatos, especialmente San Juan de Dios, nos acompañen

en nuestro caminar.

Roma, 24 de octubre de 1996.

Fiesta de San Rafael Arcángel.

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Fra Pascual Piles, OH.

Superior General

Fr. Valentín A. Riesco, OH.

Secretario General

[1] CASTRO, Francisco, Historia de la Vida y Santas Obras de Juan de Dios, y de la

institución de su Orden y principio de su hospital. Granada 1685, Cap. IX.

[2] Cfr. O’DONNELL B., Siervo y Profeta, Granada 1989.

[3] Cfr. SANCHEZ J., Kénosis y Diaconía en el itinerario espiritual de San Juan de

Dios, Madrid 1995.

[4] Hermanos y Colaboradores unidos para servir y promover la vida, nums. 114-124.

[5] Cfr. LXIII CAPITULO GENERAL, La Nueva Evangelización y la Hospitalidad en

los umbrales del Tercer Milenio.Bogotà 1994, 5.4.2.

[6] Cfr. Ibidem., 5.4.3.

[7] Cfr. SCRIS, Religiosos y promoción humana. Roma 1980, 24.

[8] Cfr. LXIII CAPITOLO GENERALE, Linee di azione, 6.

[9] CASTRO, F., o.c., Cap. IX.