Demasi - Aparicio Saravia

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Revista «La Gaceta» Agosto, 2004 1 Visto en la perspectiva de un siglo, la figu- ra de Aparicio Saravia parece dominar el escena- rio no solamente desde el partido en que militó sino en toda la dimensión de la política nacional. Sin embargo, es interesante observar que la me- moria de Saravia ha tenido altibajos, momentos de caída y otros en los que su figura adquiere mayor presencia en la memoria. TambiØn apare- cen modificaciones en la descripción del perso- naje: su personalidad presenta características nuevas con la incorporación de aspectos que no eran mencionados antes, y que no aparecen apoyados en ningœn documento verificable. En este artículo se intenta repasar las líneas genera- les de ese recorrido, y comentar los abordajes pro- piamente historiogrÆficos de su figura, tomando por base aquellos libros que incluyen toda la ac- tuación de Aparicio Saravia o que abarcan en su conjunto a las revoluciones uruguayas que lo tu- vieron por jefe. a) La construcción de una biografía. Aparicio Saravia se hizo visible por pri- mera vez en la historia uruguaya a fines del aæo 1896, cuando realizó un frustrado intento revolu- cionario que no logró reunir a la mayoría de los nacionalistas de la oposición, y terminó internÆn- dose en Brasil al cabo de pocos días de iniciadas las operaciones. Pero pocos meses despuØs, la re- volución de 1897 marcó el comienzo del firme as- censo de su figura dentro del Partido Nacional; en el lapso de pocos meses pasó de ser (en mar- zo) un colaborador espontÆneo del movimiento y jefe de una fuerza casi auxiliar, a transformarse en la primera figura al encabezar (en agosto) un golpe contra la Junta de Guerra circunstancial- mente presidida por Duvimioso Terra. Esta trans- formación, que marginó a muchos dirigentes del partido, no dejó de despertar resquemores contra un caudillo que aparecía como un reciØn llegado que cosechaba los laureles a costa del esfuerzo ajeno. Pero, en un proceso de rÆpida construc- ción de la memoria, los acontecimientos de 1897 tambiØn permitieron recomponer la experiencia de 1896 mostrÆndola no como un intento frustra- do, sino como el preÆmbulo del gran movimien- to del aæo siguiente. Uno de los primeros relatos de aquel episodio fue el que publicó Joaquín UN REPASO A LA BIBLIOGRAFÍA DE APARICIO SARAVIA CARLOS DEMASI Muæoz Miranda con el título La Revolución de los Comicios en la revista La Alborada, que Constancio C. Vigil editaba en Montevideo des- de marzo de 1898. Esta serie comenzó a aparecer el 24 de abril de ese aæo y se prolongó con inte- rrupciones por varios meses, hasta febrero del aæo siguiente; sugestivamente, a partir de cierto mo- mento la serie fue acompaæada de otra, Colazos de la Revolución de los Comicios donde el au- tor replicaba a corresponsales que cuestionaban su versión de los acontecimientos. Finalmente dejó de aparecer la serie y sus Colazos. Es interesante ver que en este relato todavía la figu- ra relevante es Eduardo Acevedo Díaz, (nues- tro segundo Bernardo Berro) mientras que Aparicio Saravia es introducido sin mayor preÆm- bulo: El seæor Sergio Muæoz [fue a] saludar y visitar tanto a Chiquito como al general Aparicio, que pocos meses antes llegara de la contienda riograndense. Segœn este relato, Sergio Muæoz habría sido quien inició los contactos nacionalis- tas con Aparicio: luego de escuchar los relatos de Øste sobre la campaæa de Río Grande, Muæoz le habría comentado la situación política de nues- tro país y la necesidad de derrocar al funesto go- bierno del analfabeto [sic] Juan Idiarte Borda. A ese avance, Aparicio habría contestado: por ahora no quiero inmiscuirme en nada [] porque no quiero despertar sospechas en el gobierno. Esta reunión habría ocurrido el 25 de mayo de 1896. Poco tiempo despuØs, el 9 de agosto, se habría producido otra reunión, donde finalmente Muæoz habría logrado vencer la reti- cencia de Aparicio, que permaneció siempre ne- gÆndose a dar su nombre, hasta que Muæoz con- siguió demostrarle acabadamente lo que espera- ba y lo que deseaba de Øl nuestra gloriosa colecti- vidad política. [] Las frases de Muæoz, consi- guieron, no encuadrar precisamente en la corrien- te revolucionaria al general Aparicio, puesto que Øste era mÆs revolucionario que nadie, sino el abierto concurso del jefe nacionalista. [La Albo- rada, N” 6, pÆgs. 3 y 4] Esta temprana imagen del caudillo es su- gestivamente lacónica; el autor no se preocupa por los antecedentes sino que lo presenta como un centro de poder, vÆlido por sí mismo. Por otra parte, la actitud de un Aparicio reacio a dar su concurso al movimiento revolucionario es poco

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Revista «La Gaceta» Agosto, 2004 1����������������������������

Visto en la perspectiva de un siglo, la figu-ra de Aparicio Saravia parece dominar el escena-rio no solamente desde el partido en que militósino en toda la dimensión de la política nacional.Sin embargo, es interesante observar que la me-moria de Saravia ha tenido altibajos, momentosde caída y otros en los que su figura adquieremayor presencia en la memoria. También apare-cen modificaciones en la descripción del perso-naje: su personalidad presenta características�nuevas� con la incorporación de aspectos queno eran mencionados antes, y que no aparecenapoyados en ningún documento verificable. Eneste artículo se intenta repasar las líneas genera-les de ese recorrido, y comentar los abordajes pro-piamente historiográficos de su figura, tomandopor base aquellos libros que incluyen toda la ac-tuación de Aparicio Saravia o que abarcan en suconjunto a las revoluciones uruguayas que lo tu-vieron por jefe.

a) La construcción de una biografía.

Aparicio Saravia se hizo visible por pri-mera vez en la historia uruguaya a fines del año1896, cuando realizó un frustrado intento revolu-cionario que no logró reunir a la mayoría de losnacionalistas de la oposición, y terminó internán-dose en Brasil al cabo de pocos días de iniciadaslas operaciones. Pero pocos meses después, la re-volución de 1897 marcó el comienzo del firme as-censo de su figura dentro del Partido Nacional;en el lapso de pocos meses pasó de ser (en mar-zo) un colaborador espontáneo del movimientoy jefe de una fuerza casi auxiliar, a transformarseen la primera figura al encabezar (en agosto) ungolpe contra la Junta de Guerra circunstancial-mente presidida por Duvimioso Terra. Esta trans-formación, que marginó a muchos dirigentes delpartido, no dejó de despertar resquemores contraun caudillo que aparecía como un recién llegadoque cosechaba los laureles a costa del esfuerzoajeno.

Pero, en un proceso de rápida construc-ción de la memoria, los acontecimientos de 1897también permitieron recomponer la experienciade 1896 mostrándola no como un intento frustra-do, sino como el preámbulo del gran movimien-to del año siguiente. Uno de los primeros relatosde aquel episodio fue el que publicó Joaquín

UN REPASO A LA BIBLIOGRAFÍA DEAPARICIO SARAVIA

CARLOS DEMASI

Muñoz Miranda con el título �La Revolución delos Comicios� en la revista �La Alborada�, queConstancio C. Vigil editaba en Montevideo des-de marzo de 1898. Esta serie comenzó a aparecerel 24 de abril de ese año y se prolongó con inte-rrupciones por varios meses, hasta febrero del añosiguiente; sugestivamente, a partir de cierto mo-mento la serie fue acompañada de otra, �Colazosde la Revolución de los Comicios� donde el au-tor replicaba a corresponsales que cuestionabansu versión de los acontecimientos. Finalmentedejó de aparecer la serie y sus �Colazos��. Esinteresante ver que en este relato todavía la figu-ra relevante es Eduardo Acevedo Díaz, (��nues-tro segundo Bernardo Berro�) mientras queAparicio Saravia es introducido sin mayor preám-bulo: �El señor Sergio Muñoz� [fue a] saludar yvisitar tanto a Chiquito como al general Aparicio,que pocos meses antes llegara de la contiendariograndense.� Según este relato, Sergio Muñozhabría sido quien inició los contactos nacionalis-tas con Aparicio: luego de escuchar los relatos deéste sobre la campaña de Río Grande, Muñoz lehabría comentado �la situación política de nues-tro país y la necesidad de derrocar al funesto go-bierno del analfabeto [sic] Juan Idiarte Borda�. Aese avance, Aparicio habría contestado:

��por ahora no quiero inmiscuirme ennada [�] porque no quiero despertar sospechasen el gobierno�. Esta reunión habría ocurrido el25 de mayo de 1896. Poco tiempo después, el 9 deagosto, se habría producido otra reunión, dondefinalmente Muñoz habría logrado vencer la reti-cencia de Aparicio, que permaneció �siempre ne-gándose a dar su nombre, hasta que Muñoz con-siguió demostrarle acabadamente lo que espera-ba y lo que deseaba de él nuestra gloriosa colecti-vidad política. [�] Las frases de Muñoz, consi-guieron, no encuadrar precisamente en la corrien-te revolucionaria al general Aparicio, puesto queéste era más revolucionario que nadie, sino elabierto concurso del jefe nacionalista. [�La Albo-rada�, Nº 6, págs. 3 y 4]

Esta temprana imagen del caudillo es su-gestivamente lacónica; el autor no se preocupapor los antecedentes sino que lo presenta comoun centro de poder, válido por sí mismo. Por otraparte, la actitud de un Aparicio reacio a dar suconcurso al movimiento revolucionario es poco

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frecuente en la bibliografía posterior, que ha pre-ferido mostrarlo como empeñoso organizador dela revolución. Luis A. de Herrera, en �Por la pa-tria�1 lo presenta así, animoso por reanudar elcombate:

Hecha la paz de manera honrosa [se refierea la revolución riograndense], Saravia huyendo delos agasajos de la popularidad, vuelve a su estan-cia para dedicarse al cuidado de sus interesesabandonados; pero dominado por el insigne idealque fascina su inteligencia, ofrece antes al Direc-torio del Partido, el concurso de su persona. Él,está siempre pronto a cumplir con su deber.[Herrera: I, 75]

En este primer momento, las actitudes ycomportamientos de Aparicio todavía son objetode críticas, desde las más sutiles como las que dejacaer E. Acevedo Díaz, hasta la artillería pesadaque le descarga Florencio Sánchez en sus célebres�Cartas de un flojo�. Herrera se siente obligado aaclarar que ha repasado los antecedentes deAparicio para aclarar que �el general Saravia noera un aventurero, ni un advenedizo, ni un cabe-cilla de disensiones vulgares, cuando entró a ac-tuar entre los suyos� [Herrera: I, 76]

Debe entenderse que la imagen de Aparicioes aún la de uno de los jefes más destacados den-tro del Partido, pero no alcanza la preeminenciaque se le concederá luego de 1903, y sus antece-dentes en la política partidista no aparecen muyclaros a pesar del entusiasmo de Muñoz Miranday de Herrera. En cambio, ya en 1903 y 1904 lafigura de Saravia es la que se destaca nítidamen-te dentro de su partido: Roberto J. Payró, envia-do desde Buenos Aires para cubrir el movimien-to de 1903, lo señala como el jefe principal delPartido2 , una realidad que se imponía a sus ojosya que hablaba de un caudillo que a su sola con-vocatoria había logrado concentrar varios milesde partidarios en Nico Pérez. Este episodio podíainterpretarse como una revancha personal delepisodio de 1896, y también como la consagra-ción definitiva de su liderazgo: luego de las pro-fundas convulsiones vividas por el Partido Na-cional desde 1897, de las cuales la más recienteera el episodio sin precedentes de la expulsión deE. Acevedo Díaz, la reunión de Nico Pérez signi-ficaba un voto de confianza de todos los partida-rios. Por otra parte, también para muchos de és-tos la convocatoria representaba la oportunidadde rehabilitar los pergaminos partidarios luegode la caída del colectivismo y la virtual desapari-ción del grupo de los �asequibles�.

Javier de Viana, en �Con Divisa Blanca�3

(publicado cuando todavía se desarrollaba la lu-cha en el Uruguay), continúa la línea de exalta-ción personal del caudillo que sigue Luis A. deHerrera (más justificable en el caso de Viana si sepiensa que está haciendo propaganda revolucio-naria), pero no se extiende en la descripción delos antecedentes. Aquí se lo presenta como el jefeindiscutido del partido y de la revolución, ya uni-ficados en un solo conjunto: ha desaparecido laposibilidad de ser blanco y no ser saravista.

Sin embargo, este liderazgo debe superarpruebas difíciles: Saravia no es un talento mili-tar4 , y algunos episodios de la revolución de 1904muestran sus dificultades para aceptar que debemodificar sus decisiones en circunstancias impre-vistas, tal como ocurre en la batalla de Paso delParque. Javier de Viana todavía se encontraba in-tegrando las huestes revolucionarias (aquejado deproblemas de salud, se fue a Buenos Aires a finesde marzo) y relata la batalla con detalles: en estasituación la imprevisión de Saravia es notoria,pero el cronista prefiere subrayar su arrojo y suentereza en el combate y la retirada, y de esa ma-nera ahorrarse las explicaciones de las causas dela derrota:

Las carretas del parque, los carros y carrua-jes con heridos, hacían más formidable el atasca-miento, hasta llegar un momento en que era im-posible avanzar, en que la confusión estaba cer-cana al pánico. En ese momento apareció allí elgeneral Saravia. Su sombrero blanco no tenía yaforma ni color; su poncho blanco estaba maculadopor el lodo y la pólvora; sus ojos buenos teníanuna dura expresión imperativa; sus labios tem-blaban, su pequeña mano morena tenía nerviosi-dades amenazantes. Cuando apareció por allí, fuecomo si hubiese aparecido el sol en un día nubla-do. Fue un grito formidable:

��¡Viva el general Saravia! ¡Viva el Parti-do Nacional!�

El caudillo, sin hacer caso a los vítores,espoleó su caballo, se lanzó al vado y exclamócon acritud:

��¿No tienen vergüenza de disparar así,como si estuviésemos derrotados? Afuera todo elmundo y que nadie pase mientras no haya pasa-do el parque. [�]

Aquella voz produjo un efecto mágico [�]¡El general estaba allí! [Viana: 162-163]

El infortunado final de la revolución de1904 provocó una larga pausa en la bibliografíasobre Aparicio Saravia. Por varios años dejan deaparecer libros sobre su figura o sobre sus haza-ñas; las evocaciones se limitaban a los aniversa-

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rios, y aún entonces resultaba difícil encontrarpalabras para delinear su figura. Recién en 1920se escribe la primera biografía de AparicioSaravia, y su autor será un periodista y militarcolorado, José Virginio Díaz5 . Aunque las preten-siones científicas muy al tono de la época puedendeteriorar un poco la calidad del relato, la infor-mación que aporta Díaz es de primera mano ytiene mucho valor testimonial: el autor se encar-ga de señalar que ha sido el único periodista querecorrió varias veces el territorio de los Saraviaentre 1897 y 1904 y que compartió con el caudillomuchas confidencias y conversaciones �mano amano�. El valor de su testimonio aparece subra-yado por la inclusión, por primera vez en libro,de las cartas que intercambiaron Aparicio yBasilisio durante la campaña de 1897 y que Díazhabía publicado en la prensa en 1903.

Este curioso aporte de un colorado (quemilitó en contra de Aparicio en las revolucionesy que anota varias puntas críticas en su relato) nofue respondido por ninguna biografía de origennacionalista, a pesar de que los tiempos parecíanpropicios: en enero de 1921 fueron repatriados losrestos de Aparicio Saravia e inhumados en Mon-tevideo; y además de la publicación del libro deDíaz, al año siguiente apareció la �Crónica deMuniz� de Justino Zavala Muniz. Aparentemen-te la única publicación que se realizó en esa opor-tunidad fue la reedición de la crónica de Javier deViana6 . Hay que esperar hasta 1942 para que apa-rezca la primera biografía de Saravia escrita porun integrante de su propio partido, la �Vida deAparicio Saravia� de José Monegal7 .

En su relato Monegal continúa esa formade hagiografía laica iniciada por Herrera, dondeAparicio ocupa el centro del escenario y es el queconcede sentido a los acontecimientos: de su ladoestá �lo bueno� y �lo justo�, por lo que la discre-pancia con el caudillo coloca a cualquiera en elpolo negativo del relato. Aparentemente esMonegal quien construye la historia de la partici-pación de Aparicio en la revolución de 18708 , vin-culándola con el relato de su huida del colegio deMontero Vidaurreta en Montevideo (este relatose encuentra en el libro de J. V. Díaz, pero no ha-bía allí ninguna referencia a la incorporación deAparicio a la revolución)9 . Importa señalar la os-cura reseña de la conjuración que realizaron al-gunos caudillos blancos para matar a Aparicio,que califica de �proceso de pensamientos y de ac-ciones, silencioso, subterráneo, siniestro�.Monegal declara haberlo extraído de los archivosde Saravia pero que resume en líneas generalessin aportar nombres, argumentando:

Nombres y apellidos de magnífica reso-nancia aquellos, antes y después del caso, ¿paraqué ponerlos aquí? La tristeza que nos daría alescribirlos sería muy grande. Esos nombres y ape-llidos tienen propios fulgores en la ancha corrientede las revoluciones de Aparicio. Quizás por eso,por ese noble y amplio agradecimiento que el cau-dillo guardaba como una de sus más preciadasprendas, él no quiso desdorarlos llevándolos a laconciencia pública. Menos, pues, podemos hacer-lo nosotros. [�]

Todos saben de él. Sin embargo, no apare-ce en las crónicas que hablan del caudillo. Se hacallado por delicadeza, por afecto, por discreción,hasta por temor quizá. El mismo Saravia trató deque cayera en el olvido. [Monegal: 441]

Corresponde decir que pocas veces apare-ce explicitado con tanta sinceridad el ocultamientode información (que también implica distorsiones:muy probablemente Monegal en su libro dispen-se elogios por su lealtad a esos mismos nombres).

La biografía de Monegal coincide en la fe-cha con la que Manuel Gálvez publica en BuenosAires10 ; pero luego transcurren casi 15 años desilencio biográfico, solo interrumpidos por el li-bro de González11 . El impulso editorial se recu-pera en 1956 cuando aparecen dos nuevos libros,el de Nepomuceno Saravia García12 y el de LuisPonce de León13 ; ambientado sólo en parte por lainauguración del monumento a Saravia en Mon-tevideo (recuérdese que la repatriación de los res-tos en 1921 no activó ningún reflejo editorial en-tre los nacionalistas). Nepomuceno Saravia utili-za buena parte del material del archivo de su pa-dre, y aunque presenta a su libro como las �Me-morias��, estrictamente puede leerse como unaautobiografía por el carácter testimonial de casitodo el relato, y por su prolongación en un capí-tulo (�Relatos posteriores a 1904�) donde hablade sus opciones políticas y donde también criticafuertemente a Luis A. de Herrera por sus actitu-des posteriores a 1930.

Por su parte, Ponce de León es el primeroque pone la preocupación por �la libertad de su-fragio� en el centro de la acción bélica de Saravia:téngase presente que tal aspecto no había sidoreivindicado anteriormente: un comentarista tanbenévolo como Herrera, apenas lo señala cuandoenumera las ganancias de la Paz de 1897:

Puso cimiento sólido a la felicidad de to-dos los orientales imponiendo el gobierno de co-participación.

Preparó la regeneración, tan indispensable,

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de la clase militar al poner en ridículo a los mássoberbios representantes del sistema cuartelero.

Ha decretado la efectividad del sufragiolibre.

Demostró el poder incontrastable de laopinión.

Salvó el honor de una soberanía a puntode naufragar.

Ha determinado, al palidecer la verdad delos asertos constitucionalistas [�] la robustez delas causas adversarias, que promete intervencióneficaz en la política nacional a los ciudadanoshonestos.

(Siguen) [Herrera: II, 386].

José Monegal parece ser el primero quedestaca ese aspecto, repasando la corresponden-cia de Saravia:

Desde las notas dirigidas al general Saraviaen la ruta guerrera; desde sus proclamas hasta lostextos de todas las tratativas de paz y del pactodefinitivo, es interesante destacar la �terquedad�[sic] constante de algo fundamental que movió ala revolución: �Reforma de la ley electoral en vi-gencia actualmente� [�] Si cierta y alguna liber-tad tenemos hoy, esa libertad comenzó en el 96.[Monegal: 290-291]

Pero a pesar de sus palabras, no aparecenreferencias al reclamo de reforma de la ley electo-ral (ni en las proclamas, ni en la correspondenciade Saravia) anteriores a la negociación que em-prendiera José P. Ramírez en agosto; y en este casocorresponde al negociador la primera referenciaa las garantías del sufragio que vemos reaparecerluego, transcripta textualmente en la respuesta delos jefes revolucionarios. Aún NepomucenoSaravia señalaba a la concesión de Jefaturas comoel mayor logro del acuerdo de 189714 .

Con la única excepción de un breve traba-jo de Reyes Abadie15 , casi veinte años pasaronantes de que aparecieran dos nuevas biografíasde Aparicio Saravia: la que publicó Alfredo Cas-tellanos en 1975, y la de Mena Segarra, de 197716 ,y éstas pueden considerarse las últimas �biogra-fías de autor� hasta el momento. En su libro, don-de desde la primera página proclama su �fervorsaravista�, Castellanos17 compila fragmentos deobras anteriores con testimonios de época (gene-ralmente artículos periodísticos); arma un relatomuy concentrado que se prolonga hasta la repa-triación de los restos del caudillo, donde Saraviaocupa permanentemente el centro de la escena:poco lugar queda allí para la descripción de �sutiempo�. Mena Segarra18 por su parte, construye

un relato más general donde dedica más espacioa los acontecimientos de la época y que incluyeuna muy interesante descripción de los aspectosde la montonera19 . También en este caso, sin em-bargo, Aparicio Saravia es el centro de toda laexplicación y el eje de sentido del relato: oponer-se o discrepar con Saravia es ponerse �del ladoequivocado�, pero si se trata de Acevedo Díaz,entonces siempre es criticable aunque esté deacuerdo con el caudillo. Repasando la crisis in-terna de 1901, dice Mena:

Las relaciones entre la autoridad civil y lamilitar dentro del Partido Nacional llegaron así asu punto más bajo. El caudillo, que se consideróengañado, interpretaba auténticamente la desilu-sión de las masas partidarias [sic]. ¿Tanto pelearpor la libertad del sufragio para después no atre-verse a ejercerla? Muchos de sus correligionariosopinaban que no valía la pena inscribirse, si des-pués los resultados electorales se habrían de de-cidir entre bastidores. El partido se desfibraba aojos vistas, con los sucesivos Directorios cada vezmás aislados y la propaganda de Acevedo Díazfomentando las discrepancias y dando base consu personalismo a las acusaciones de que preten-día erigirse en dictador del nacionalismo. [Mena:128]

Téngase presente que en aquella crisis,Acevedo Díaz opinaba, como Saravia, que el Di-rectorio debía ponerse en una posición más fir-me frente al gobierno y no aceptar una transac-ción que limitaba sus posibilidades electorales.Correlativamente, la conspiración de los jefessaravistas para asesinar al caudillo, que Monegalcalificaba como una conjura de �pensamientos yde acciones, silencioso, subterráneo, siniestro�,aparece muy amortiguada tal vez por la visiónfilocaudillista que la historiografía uruguaya hadesarrollado desde la aparición de la �Historiade los partidos políticos�:

En esas circunstancias [1902] se esbozó unavaga conspiración �que, según parece, tomaríamás cuerpo en 1903�, orientada por algunos ele-mentos blancos de Cerro Largo y tendiente a lan-zarse a la revolución aún sin el consentimientodel General. Este la habría disipado a puro cora-je, actuando directamente sobre los descontentos,quienes, por otra parte, lo acompañaron en 1904.[Mena: 128]

Por otra parte, Mena es el único biógrafode Saravia que percibe la contradicción entre elreclamo de �sufragio libre� y la concesión de Je-faturas Políticas a los revolucionarios. Téngase encuenta que éstas concesiones implicaban el triun-fo electoral del nacionalismo en esos Departamen-tos, y que fueron concedidas aparentemente por

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razones estratégicas y sin consultar la opinión delos ciudadanos involucrados.20 Mena resuelve asíesta contradicción:

Importa en este comentario destacar el sig-nificado instrumental, de medio y no de fin, quedebe atribuirse a esta conquista. [�] Las jefatu-ras concedidas en la paz del 72 (cuatro en trecedepartamentos) servían para que el Partido Blan-co alcanzara representación en el Parlamento,pero ahí agotaban sus posibilidades. Las del 97(seis en diecinueve, la misma proporción) cum-plían el rol de �posiciones de fuerza� desde lascuales el partido y su caudillo vigilarían, arma albrazo, el cumplimiento de las condiciones que lepermitirían aspirar al poder por la vía electoral.[�] Cuando fuera una verdad el igualitario acce-so a las urnas de todas las colectividades cívicas;cuando la evolución de la conciencia democráti-ca hiciera admitir la rotación de los partidos en elpoder, habrían perdido su razón de ser las jefatu-ras blancas [Mena: 76 y 77]

Es interesante señalar que Mena siempreusa el plural para referirse a �los partidos de opo-sición�, y en algún caso habla de �la masa ciuda-dana, que por medio de los partidos existentes opor fundarse tendría desde entonces la posibilidadde ver representadas sus diversas tendencias enlos organismos electivos� [Mena: 74. Énfasis mío],sin reparar que el artículo 2º del Pacto de la Cruzestablece preceptivamente �el sistema de voto in-completo� como mecanismo de representación,lo que abre espacio solamente a la minoría mayory excluye al resto. Aun cuando se refiere a la leyelectoral de 1898, Mena señala que otorgaba �dostercios a la mayoría y un tercio a la minoría�, peroigualmente considera el �enorme progreso demo-crático� de esta ley que suministra �representa-ción regular a las minorías� [Mena: 119 y 120. Én-fasis mío]

b) El momento de la historiografía.

No es habitual el tratamientohistoriográfico de la figura de Saravia; general-mente se lo pasa rápidamente como un agentemás de las convulsiones que le tocó protagoni-zar, ya sea con mirada crítica como la de Eduar-do Acevedo (desde la perspectiva de la antino-mia civilización-barbarie, Saravia se instala cómo-damente en el segundo de los polos), o con unapostura más tolerante como la de Pivel Devoto,que considera a los caudillos como los auténticosexponentes del sentir de las masas populares.

Para hacer un análisis historiográfico de

la figura del caudillo blanco que lo aparte de ladimensión partidaria, es necesario incluirlo en unmarco conceptual diferente que permita explicarsu peripecia sin caer en apoteosis heroizantes nien visiones cerradamente negativas. En este sen-tido pueden señalarse dos intentos importantesde incorporar a la figura de Saravia y las revolu-ciones que los tuvieron como protagonista: elTomo IV de la �Historia rural del Uruguay mo-derno� de José P. Barrán y Benjamín Nahum, y elmás reciente de John Ch. Chasteen.

El libro de Barrán y Nahum21 significó parala historiografía el primer intento de explicaciónde las revoluciones desde una perspectiva estruc-tural (el ensayística había fatigado el tema en lasprimeras décadas del siglo XX), presentándolocomo la última expresión política de las profun-das transformaciones sufridas por el medio ruraldurante medio siglo. Desde esta perspectiva, lamodernización (concebida en general como unproceso de racionalización de la actividad econó-mica, de las relaciones sociales y de las ideas pre-dominantes) habría impactado de manera des-igual en la realidad rural uruguaya donde si bienincrementaba la rentabilidad de la ganadería,marginaba a núcleos importantes de poblaciónrural. Barrán y Nahum establecen así la vincula-ción:

Fue la vida política la que permitió la ma-nifestación de la crisis en la sociedad rural, crisislatente desde el cercamiento, pero que no habíaestallado por falta del adecuado encuadramientopolítico a nivel nacional (en los partidos tradicio-nales). Y fue un hecho de la vida económica �elcercamiento�, la levadura que produjo a los des-ocupados, y a su vez determinó que los aconteci-mientos políticos alcanzaran la resonancia que lo-graron.

Afirmar que el �pobrerío� fue el protago-nista de las revoluciones del novecientos, no sig-nifica decir que las revoluciones tuvieran objeti-vos sociales. [Barrán-Nahum: 8]

La inclusión de los episodios saravistasen el marco de las estructuras económicas y so-ciales representó toda una novedad que fue difí-cil de asimilar. Curiosamente el libro aparece de-dicado �Al profesor Juan E. Pivel Devoto��, pre-cisamente uno de los autores que menos podíasentirse atraído por la interpretación propuesta;pero la reacción más fuerte provino desde otrolado y generó un persistente malentendido sobrela tesis central del libro. El prof. WashingtonLockhart, en uno de los primeros comentarios allibro22 señaló una observación que desde enton-ces ha hecho fortuna:

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Creemos que los autores, si bien sacan aluz con exacta visión las condicionantes econó-micas, no reconocen en toda su relevancia propialos sentimientos que se les derivaran. Si los alu-den es como pidiendo disculpas, cuando lo quecorresponde es reconocer francamente ese dobleo triple fondo en donde cada una de esas zonaspsicológicas adquiere relativa autonomía, recono-cer que del hambre al hecho hay no desdeñabletrecho, condensaciones intermedias que impul-san o frenan, deforman o desvían los motivos quenacen de las necesidades primordiales. [Lockhart:31]

La observación resulta bastante llamativaporque a la lectura surge claramente la preocu-pación de los autores por señalar los aspectos queLockhart observa como ausentes, y no una sinovarias veces Barrán y Nahum se preocupan porseñalar la importancia de la adhesión partidariaen los movimientos saravistas. En un párrafo queparece una respuesta anticipada a las críticas queformularía Lockhart, dicen los autores:

En relación a este fenómeno histórico �laadhesión a la divisa� nos parece que se corren dosriesgos en nuestra historiografía. El primero, esel de afirmar que su sola existencia es la que de-termina la extensión y profundidad de las revo-luciones blancas. Se ignoran así todas lascondicionantes socio-económicas que le permitie-ron surgir, afianzarse y encontrar su basamentonatural en el pobrerío. El segundo peligro es sos-tener que tal adhesión sentimental fue desdeña-ble en el estallido de las guerras civiles, ya queéstas sólo se debieron a causas económicas y so-ciales. Esta posición deja de lado que son talescausas las progenitoras de una mentalidad espe-cial, proclive al predominio del sentimiento so-bre la razón, de la relación personal sobre lainstitucionalizada. Nos parece más coherente sos-tener que ambos elementos conjugados �el socio-económico y el psicológico� desempeñaron supapel en el escenario histórico. [Barrán-Nahum:64]

A pesar de que la crítica de Lockhart pue-de parecer descaminada, lo que sí resulta claro esque en esta perspectiva estructural las personali-dades de los protagonistas quedan especialmen-te desdibujadas. Saravia y sus lugartenientes, asícomo sus adversarios, son como figuras que re-corren un escenario extraño, donde nada es comoparece: los reclamos de los revolucionarios y lasprotestas de los gubernistas parecen haber sufri-do �como en una película�, un �doblaje� que leshace decir cosas diferentes de las que creen decir.

Los estancieros-caudillos estaban más alláo más acá de su tiempo. Todo induce a suponer

que no fueron adelantados, sino anacrónicos. Unaactitud post-burguesa hubiera implicado también,juzgar y programar la destrucción de la burgue-sía. Saravia y sus émulos simplemente la despre-ciaban por su utilitarismo, como los hidalgos es-pañoles. Tuvo la sensibilidad del hombre carita-tivo, no la de un revolucionario auténtico. Fuecapaz de acaudillar al pobrerío, pero no de con-ducirlo en el sentido histórico del término. Nopudo ser �aún habiéndolo deseado� nuestroEmiliano Zapata porque lo que vio fue ungauchaje miserable y disperso en los inmensosfundos, que no reclamaban tierras, como los in-dios mejicanos, sino carne y �aire libre�. A él y aellos los envolvió la misma emoción partidista,la misma adhesión a la divisa, y si uno tenía obje-tivos políticos, los otros no tenían �no podían te-ner� objetivos sociales. Esa carencia hizo que lasrevoluciones fueran sólo una lucha por el Gobier-no, pero realzada, embellecida, por el calor de ladivisa y el sacrificio común de jefes y tropa.[Barrán-Nahum: 83-84]

La costumbre ha transformado al Tomo IVen una diatriba contra la adhesión a las divisas,sacrificadas en aras del condicionamiento socio-económico; la crítica no parece justificada habidacuenta de los ejemplos que hemos mencionado,pero en cambio sí podría señalarse alguna incon-secuencia con respecto a las propias tesis de losautores: por ejemplo, la ausencia de referencias ala clase media rural �uno de los resultados másinteresantes de la modernización23 y cuya vitali-dad se consigna en el Tomo III24 � pero que vir-tualmente desaparece en el esquema explicativodel Tomo IV. La estructura explicativa plantea unaantinomia: clases conservadoras-pobrerío ruralque tiene el peso de la dialéctica hegeliana donde�quien no está con una, está con la otra�: si seestá en contra de la guerra, entonces se está res-pondiendo a los intereses de las clases altas. En laexplicación no parece haber espacio para aque-llos que simplemente rechazan la posibilidad desalir a masacrar o ser masacrados por sus seme-jantes, o para las decenas de miles que prefirie-ron emigrar del país (en 1904 el Directorio blancolos calculaba en más de 30.000) antes que poneren riesgo su vida: en último término, es menos loque perdía un rico estanciero (a quien difícilmen-te la revolución sorprendiera en su estancia) quelo que perdían sus peones, arreados por algunode los ejércitos para terminar muriendo, olvida-dos, en alguna cuchilla. Y parece que al identifi-car al integrante de las �clases cultas� que sirvede portavoz del reclamo no podemos confundir-lo como que está sirviendo de exponente exclusi-vo de su clase social, de la misma manera que no

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se confunden los reclamos de los caudillos conlas aspiraciones particulares de la clase social a laque pertenece.

En otra perspectiva, John CharlesChasteen25 plantea un abordaje de las figuras delos hermanos Saravia (Gumersindo y Aparicio)en el marco de un análisis del fenómeno delcaudillismo. La idea de Chasteen es analizar elcaudillismo desde una perspectiva menos restrin-gida a los aspectos sociales y económicas (un en-foque que vincula con Sarmiento y sus continua-dores), y más apoyada en las características delfenómeno en sí mismo.

Todos estos historiadores [�] presentan losintereses económicos como la fuerza rectora delcaudillismo hispanoamericano y poco dicen res-pecto de los líderes como héroes, como atractivasfiguras que en algunos casos incitaban, a quieneslo seguían, a la emulación idealista o a la obe-diencia pragmática. Es este último punto �el cau-dillo como héroe cultural� el que será enfatizadoen este enfoque. [�] Si se parte de la premisa deque el liderazgo debe ser analizado, no tanto entérminos de cualidades personales del líder, sinomás bien como relación entre líder y seguidores,mi argumento es que [�] el carisma de los her-manos Saravia dependía de cómo se le mirara.Era intensamente personal, pero también se ori-ginaba en la valoración colectiva. Los líderes queejercen una atracción inusual deben encarnar algode trascendental significación para aquellos queresponden a ellos carismáticamente. [Chasteen:21]

Para concretar este proyecto, Chasteen ar-ticula capítulos estrictamente biográficos con aná-lisis estructurales que enmarcan y sirven de ex-plicación a la peripecia biográfica, que de estaforma siempre está presente en el relato. Aunqueen alguno de los capítulos (por ejemplo, en �Tiem-pos difíciles�) se aproxima mucho al enfoque deBarrán y Nahum, en otros se interna en análisis ydescripciones poco frecuentes en nuestrahistoriografía (por ejemplo, �Estados y naciones�,�La voluntad de creer� o �El mito de laspatriadas�) donde la mirada se aleja de la clásicahistoria de matriz política o económica y se inter-na en abordajes de carácter más antropológico.Todo esto contribuye a la construcción de un re-trato creíble (y sostenible) de las figuras que ledan pretexto.

Importa señalar que, si bien la revoluciónfederalista riograndense y la figura de su caudi-llo ocupan el mayor espacio del análisis, todo eltramo final está dedicado a las revoluciones

saravistas y a la descripción de su líder; y si bienel tratamiento puede parecer marginal, el libroaporta datos importantes sobre Aparicio Saravia.El autor se disculpa de la utilización de algunosmateriales en los capítulos dedicados a la biogra-fía, (�Estos capítulos, necesariamente se hacen ecode relatos previos sobre las campañas de losSaravia, recogidos por la tradición oral, por dia-rios, folletos, y por una serie de biografías parti-darias�, pág. 22), es del caso señalar que lo hacecon enorme cautela, como por ejemplo en estareferencia donde aparece un ejemplo de lo que elmismo autor llama, en otro lugar del libro [pág.141], �prefiguraciones� de hechos ya consuma-dos:

En otra historia, un Aparicio de diecisieteaños responde al descarado desafío de un vaga-bundo belicoso, pero éste, luego de echar un vis-tazo al muchacho, se monta en su caballo y se va.[Chasteen, 117]

Sin embargo, la búsqueda de Chasteen noes vana y arroja interesantísimos resultados; sibien no toma en cuenta la mayoría de los datosque aportan (sin mayores pruebas) las biografíasde Saravia, se dedica a hacer una búsqueda enfuentes no precisamente ignotas (archivos judi-ciales y policiales, la colección del periódico �Eldeber cívico� de Melo, los padrones locales�) yallí redescubre el rápido ascenso de Saravia alliderazgo de su partido. En el cuadro que surgede la investigación de Chasteen, Saravia era unvecino poco destacado en Cerro Largo donde sushermanos Gumersindo y Chiquito aparecíancomo las figuras más relevantes en una familiaparticularmente opaca (�El deber cívico�, en ju-lio de 1896 se siente en el caso de informar que lafamilia del jefe de la revolución federalista vivíaen Cerro Largo desde hacía cuarenta años). Tam-bién de las crónicas del mismo periódico el autorrescata un testimonio fidedigno de la actuaciónpolítica de Aparicio antes de 1896, aunque estano es demasiado destacada y probablemente des-entonaría en cualquiera de sus biografías (verpágs. 154-155). Pero en el repaso de esta docu-mentación surge un paralelismo interesante en-tre los comportamientos de los Saravia (particu-larmente de Chiquito) y el de su odiado rivalJustino Muniz, que Chasteen se encarga de seña-lar:

En 1890, unos pocos Saravia agregaron sunombre a la lista de 1450 opositores de Muniz enCerro Largo, pero Aparicio y Chiquito aparente-mente tuvieron sus dudas. Chiquito prefirió nooponerse a Muniz, dado que estaba por asumir elcargo en de comisario en el vecindario de losSaravia e iba a tener que trabajar dentro de la es-

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fera de influencia de Muniz. Por eso, la adecua-ción de los Saravia al gobierno municista de Ce-rro Largo les permitió continuar controlando sucomisaría a mediados de los años 1890, pasándo-la eventualmente de Chiquito a BenitoViramontes, un cuñado. [Y concluye Chasteen:] Entanto pudieran ejercer el poder oficial directamen-te en su propio vecindario, los Saravia estabandispuestos a llevarse bien con Muniz, del mismomodo que Muniz, por su parte, estaba dispuestoa suministrar votos al gobierno nacional (abier-tamente colorado desde 1887) a cambio de contarcon el apoyo del gobierno colorado al gobiernomunicista de Cerro Largo. [Chasteen: 154]

Este conjunto de datos permite plantear elproblema del liderazgo de Aparicio Saravia enotros términos: en 1893 se trataba de un �desco-nocido�, y no había ninguna predestinación alliderazgo, ninguna aureola �ya perceptible en1870 cuando se habría escapado de Montevideopara �participar� y conquistar sus primeros gra-dos militares en la revolución de las lanzas� quefuera visible para los buscapleitos rurales cuan-do Aparicio apenas tenía diecisiete años. Tambiénpierde base la construcción que imagina a unAparicio indignado por los �atropellos� cometi-dos por los municistas, y ansioso por ponerlesfin. Por el contrario lo que parece ocurrir es unfeliz encuentro entre una masa pronta para mo-vilizarse pero que no encuentra un jefe de sufi-ciente estatura para ponerlo a su frente, y un ve-cino que conquistó sus laureles militares en unarevolución que acababa de terminar en un paísvecino. Chasteen no ahorra oportunidad para se-ñalar esta ausencia de antecedentes: califica elascenso de Aparicio de �meteórico�, �instantá-neo�, �sorpresivo�, �repentino�; y tal vez lo másenriquecedor del libro se encuentre en esa reno-vación de la mirada, que en realidad es un �vol-ver atrás� a los tiempos de la crónica de MuñozMiranda. Por esa razón Chasteen saltea toda laconstrucción posterior y vuelve a instalarse en losrelatos originales.

Aparicio no se definía por una miradahipnotizante y no irradiaba un magnetismo per-sonal inusual. En el curso de la investigación, unono se encuentra con anécdotas sobre ocasionalestranseúntes que se volviesen súbitamente hechi-zados por haberse cruzado con él accidentalmen-te. La respuesta a su carisma tampoco parece serimportante en la preparación de la insurrecciónde 1896 [�] De igual modo, en la Crónica de lainsurrección: sus orígenes, sus comienzos, su marchay su derrota, un folleto de 1896, señala precisamen-te que el prestigio de Aparicio estaba, en esa épo-

ca, significativamente «fortalecido por el de sufinado hermano, mas poderoso y merecido queel suyo propio». La serie de folletos titulada Eleco de la guerra: episodios de la presente campaña conilustraciones de los principales jefes que actúan en esta:biografías, episodios, anécdotas, sacrificios, rasgos deheroísmo, etc., que apareciera durante la insurrec-ción de 1897, hace un retrato de Aparicio como sise tratara de uno más de una galería de líderes,no como la figura arrolladoramente central en quehabría de convertirse en las descripciones retros-pectivas de la guerra. Aparentemente Apariciohabría captado a sus primeros seguidores sobretodo porque era el único general experimentadodisponible, y solo se iría convirtiendo en héroetrascendente de forma gradual, en el transcursomismo de la guerra, y después de esta, como re-sultado de la victoria. [Chasteen: 179-180]

Probablemente los capítulos �El vecinoalzado en armas� y �De marzo de 1897 a setiem-bre de 1904� (págs. 179-204) sea la más completarevisión de los relatos que circulan sobre las vir-tudes de Aparicio Saravia como militar y comopolítico, y un ejemplo de reconstrucción críticade realidades históricas, como es el caso del aná-lisis de la correspondencia intercambiada entreBasilisio y Aparicio en 1897. En su descripción,Chasteen estampa una frase que es imposible queaparezca en ninguna de las biografías de Aparicio,a pesar de que sus fundamentos están a la vistaen todas ellas: �Como el segundo líder políticode mayor influencia en Uruguay, Aparicio era unperfecto ejemplo de indecisión� [pág. 202]

Final de este repaso.

En este recorrido he tratado de compararla bibliografía sobre Aparicio Saravia que apare-ce disponible en bibliotecas públicas y privadasy que son la fuente de donde los docentes pue-den echar mano a la hora de buscar informacióno documentos para sus clases. El conjunto apare-ce fuertemente desequilibrado, con solamente dosenfoques claramente historiográficos y muchosrelatos biográficos.

El repaso de las biografías dedicadas aAparicio Saravia permite poner a la vista elpartidarismo que es característico de estos enfo-ques, lo que establece condiciones �que son aje-nas a la crítica histórica pero que resultan absolu-tamente infranqueables� para la incorporación ola eliminación de datos. Por ejemplo, para unpartido de corte tradicionalista importan mucholos �antecedentes� de sus prohombres, y esto ha

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hecho que el pasado del caudillo se vaya exten-diendo progresivamente en el tiempo desde lo queera una reciente y notoria experiencia revolucio-naria en Río Grande (tan conocida que ni siquie-ra merecía ser mencionada; recuérdese la crónicade J. Muñoz Miranda) hasta la contradictoriamen-te postulada participación en las revolucionesanteriores, especialmente en la de 1870 donde deun relato a otro va ascendiendo hasta el grado de�cabo�, y aún en la de 1875 donde la piedad filialde Nepomuceno Saravia propone que habría sidoascendido a �alférez� [Saravia: 19]. Igual procesode expansión muestra la importancia de AparicioSaravia en el proceso de conquista de la libertadde sufragio y de la representación de las mino-rías: sugestivamente su nombre no apareció men-cionado cuando se aprobaron las garantías elec-torales en la Constituyente de 1916 (aunque en-tonces se señaló la conquista como un logro lar-gamente anhelado por el Partido Nacional), peroprogresivamente se ha ido transformando en�sentido común social� y el mismo Mena en elprólogo a la edición del libro de Chasteen le haceel �reproche� de que no mencione que AparicioSaravia es �a su modo y dentro del campo de suacción, uno de los progenitores de la democraciauruguaya� [Chasteen: 13].

Esta construcción de �memoria saravista�también supone olvidos importantes. SolamenteNepomuceno Saravia se extiende en describir lalucha por la propiedad del capital simbólico querepresentaba la figura del caudillo, que se desa-rrolló en el Partido Nacional a partir de 1930 ytuvo a Herrera como uno de sus principales pro-tagonistas y, en último término, principal benefi-ciario. Pero quizás el olvido más señalable inclu-ya a las referencias a la conspiración contra la vidade Saravia. Como vimos, quien le dedica más es-pacio es Monegal, pero éste se limita a referirlaen líneas generales por no ofender la memoria de�nombres y apellidos de magnífica resonancia�.La cautela que exhibe Monegal para poner enpalabras un hecho que parece estar en la memo-ria de todos, su autoinhibición para citar a losinvolucrados en un intento de asesinato, deja cla-ramente a la vista las barreras que se hanautoimpuesto los autores de las biografías deAparicio Saravia que militan en el que fuera supartido: la tarea de redacción de una biografía delcaudillo no se emprende con la intención de pro-fundizar el conocimiento del personaje, sino parareposicionarlo en el presente del autor y en bene-ficio de lo que se entiende son los intereses delPartido. Si se observa de esta manera, adquierensentido las discontinuidades de la preocupaciónde sus biógrafos ya que tanto la aparición como

la des-aparición de las biografías se correspon-den con momentos críticos en la vida del PartidoNacional.

Durante las décadas posteriores a la revo-lución de 1904, primero los conflictos internos delPartido y luego la recientemente conquistada co-participación electoral volvían particularmenteincómoda toda referencia al caudillo: recuérdeseque por mucho tiempo el uso político del adjeti-vo �saravista� invocaba el desorden y la subver-sión permanente. Los episodios de 1942 (el �gol-pe bueno�, la pérdida del tratamiento privilegia-do que tenía el herrerismo en la Constitución de1934 y la separación del �Partido Nacional Inde-pendiente�) pueden explicar la preocupación deMonegal por mostrar un pasado dominado porun caudillo infinitamente bueno y justo, capaz deperdonar las mayores ofensas en atención al inte-rés del Partido: en su relato se refleja el cuidadopor no afectar la memoria de ninguno de los ac-tores históricos, y donde incluso tiene palabrascomprensivas para Justino Muniz y para AcevedoDíaz. Más adelante, los homenajes de 1956 pare-cieron una buena oportunidad para poner al díaalgunos debates del pasado y fue entonces cuan-do Ponce de León encontró un dispositivo con-ceptual para elevar a Aparicio Saravia por enci-ma del nivel de un héroe partidario y proyectarlocomo una figura cuya dimensión trascendía loslímites del su colectividad política. Pero luegotranscurrieron los años de gobierno nacionalistadonde podía resultar impolítica la invocación dela figura de un guerrero que se levantó contra losgobiernos constituidos.

Recién cuando la dictadura impuso la pro-hibición de la actividad política y los partidosquedaron privados de sus mecanismos habitua-les de acción pública, reaparecieron las biogra-fías de Aparicio Saravia; pero en este caso, a dife-rencia de lo que había ocurrido anteriormente,importaba marcar la línea del �auténtico� Parti-do Nacional y separarlo de los colaboradores dela dictadura: no olvidemos que la etapa �cívico-militar� mostró otra lucha por el dominio de lafigura de Saravia cuando el gobierno de AparicioMéndez (nacido en 1904 y llamado así en honoral caudillo blanco) inauguró el Museo en SantaClara de Olimar, el 10 de setiembre de 1978. Enese contexto de prohibiciones y lucha por las iden-tidades políticas, se explica la preocupación im-pulsada por el �fervor saravista� de Castellanosal compilar �lo mejor del pasado�; y también seencuentra, en la firmeza de Mena para señalar lasconductas erráticas del pasado, el deseo de mar-car a los inconsecuentes de aquel presente. Peroen todo este itinerario, el conocimiento de la tra-

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yectoria de Aparicio Saravia queda sumergido enla percepción que cada autor tiene de las necesi-dades coyunturales del Partido Nacional.

El espacio para la historiografía ha sidomucho más estrecho: solamente dos ejemplos enmás de treinta años, parece mostrar que los his-toriadores han abandonado el espacio a sus cole-gas más comprometidos con el partido blanco.Evidentemente, no aparece fácil encontrar unabordaje historiográfico al tema del saravismo; ycuando alguno de esos abordajes alcanzan a serpublicados, puede ocurrir que sean comprendi-dos a medias, como es el caso del Tomo IV.

Sin embargo, el ejemplo del libro deChasteen muestra que el abordaje historiográficopuede dar mucho provecho. Más que demostrarla equivocación del oficial que le dijo que �hastaque no pudiera montar a caballo, beber mate, fu-mar un cigarrillo de chala y jugar a las cartas comoun gaucho, no sería capaz de escribir una biogra-fía creíble de los Saravia� [209-210], el trabajo deChasteen pone a la vista las falencias de los �es-tudios históricos� que circulan sobre Aparicioodavía, y la necesidad de enfocar la temática des-de nuevas perspectivas. No cabe duda que, en lamedida que las exigencias políticas del momentolo reclamen, los militantes de su partido se lanza-rán a colacionar los viejos relatos para componer�nuevas� biografías del caudillo, pero odavía que-da mucho territorio para el trabajo de los histo-riadores que, de hecho, recién han comenzado esatarea.

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NOTAS:

1 de Herrera, Luis Alberto, �Por la patria�, Montevideo, Cáma-ra de Representantes, 1990 (1ª edición: 1898).2 Payró, Roberto J., �Crónica de la revolución oriental de 1903�,

Montevideo: EBO, 1967.3 Las citas corresponden a de Viana, Javier, �Con divisa blan-

ca�, Montevideo: ARCA, 1967 (1ª edición, Buenos Aires, 1904).4 Es curioso observar en las biografías dedicadas a los

lugartenientes de Saravia, si bien todos tejen elogios sobre lasvirtudes de Aparicio como militar y estratega siempre hay pá-rrafos en los que ante alguna circunstancia crítica, el biografiadole aconseja precisamente aquella estrategia que hubiera salvadoal ejército de la derrota, pero que es desoído por Saravia. VerOrique, o Ardao-Castro.5 Díaz, José Virginio, �Vida de Saravia. Contribución al estudio

del caudillaje en América.�, Montevideo: Talleres Gráficos A.Barreiro y Ramos, 1920.6 �Con divisa blanca�, Vicente Matera, Buenos Aires; Antonio

de Angeli, Montevideo, s/f.7 Monegal, José , �Vida de Aparicio Saravia�, Montevideo: A.

Monteverde y Cía., 1942.8 La experiencia revolucionaria de Aparicio antes de 1893 apa-

rece mencionada en Herrera: �Cuando estalla la revolución del

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70, sigue a su hermano Gumersindo, que con todo de ser muyjoven se alista en el movimiento.� (Herrera: I, 71). Esta versiónes claramente incompatible con la de Monegal.9 Conviene aclarar que el propio José Monegal, en la suerte de

introducción a su libro que denomina �Paréntesis�, aclara quesu relato �no se encuentra libre de errores� especialmente por-que �están en plena florescencia las pasiones que aquella vidaadmirable hizo nacer� [Monegal: 10].10 Gálvez, Manuel: �Vida de Aparicio Saravia�, Buenos Aires:

Imprenta López, 1942.11 González, Ramón P., �Aparicio Saravia en la revolución de

1904�, Montevideo: Florensa y Lafón, 1949.12 Saravia García, Nepomuceno, �Memorias de Aparicio

Saravia�, Montevideo, Editorial Medina, 1956.13 Ponce de León, Luis, �Aparicio Saravia. Héroe de la libertad

de sufragio�, Montevideo: Barreiro y Ramos S.A., 1956.14 Véase el comentario que hace del articulado: �en la letra y

en el fondo se �ve� la razón y la justicia que prestigiaban nuestrolevantamiento armado. No se cumplió la parte final del artículo1º [referida a la entrega de las armas], y no se especificaba ni losdepartamentos ni el número de los mismos que iban a ser ungi-dos con Jefes Políticos blancos; eso fue motivo de arreglo confi-dencial o no [sic]; lo cierto es que con el Pacto de la Cruz, elPartido Nacional consiguió conquistas importantes�� [Saravia:135]15 Reyes Abadie, Washington, �Aparicio Saravia y el proceso

político-social del Uruguay�, Montevideo: Ediciones el Río dela Plata, 1963.16 Mena Segarra, C. Enrique, �Aparicio Saravia, las últimas

patriadas�, Montevideo: EBO, 1977. Colección �Los hombres�Nº 12.17 Castellanos, Alfredo, �Aparicio Saravia. El caudillo y su tiem-

po�, Montevideo: ARCA, 1975.18 En 1989, W. Reyes Abadie recopiló muchos de los relatos

que circulan en la biografías de Saravia y las publicó con el títu-lo de �Crónica de Aparicio Saravia� (Ver Bibliografía).19 Particularmente la parte 2. �Los elementos militares� del

Capítulo V: �Como fueron las revoluciones�.20 En la biografía del caudillo nacionalista Juan José Muñoz,

que fuera designado Jefe Político de Maldonado luego de la re-volución de 1897, dice Bernardino Orique: �Maldonado políti-camente era �y sigue siendo todavía� uno de los más fuertesbaluartes colorados. [�] La Jefatura nacionalista implicaba,pues, para muchos, un doble despojo�� [�Apuntes Históricosdel General Nacionalista don Juan José Muñoz. Con una bio-grafía, por el señor Bernardino Orique�, Montevideo: Barreiro yRamos S.A., 1952, 17].21 Barrán, José P. y Benjamín Nahum: �Historia social de las

revoluciones de 1897 y 1904� (�Historia rural del Uruguay mo-derno�, T. IV), Montevideo: EBO, 1972.22 Lockhart, Washington, �Base social de las revoluciones de

Saravia�, Marcha, Nº 1626 (5/I/1973), 31.23 Ver �Historia rural��, Montevideo: EBO, 1967, Tomo I págs.

171-173.24 �Resumiendo: la clase media rural demostró su carácter di-

námico incrementando la producción lanar; se fortificó el ovinoy pareció ligar su suerte a esa especie. [�] Desde el punto devista de su influencia económica, social y política, en consecuen-cia, su peso fue minoritario� (Barrán-Nahum: �Recuperación ydependencia�; �Historia rural del Uruguay moderno�, Tomo III,Montevideo: EBO, 1973, pág. 222).25 Chasteen, John Charles: �Héroes a caballo. Los hermanos

Saravia y su frontera insurgente.� Montevideo: Aguilar�Funda-ción Bank Boston, 2002.