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John L. O´Sullivan [no exactamente], “La Anexión de Texas”, The United States Magazine and Democratic Review, XVII, jul-ago 1845, p. 5-10, en Builders of American Institutions. Readings in United States History. (Seventeenth Century Through Reconstruction), Editado por Frank Freidel, Norman Pollack y Robert Crunden, 2 v. Chicago: Rand McNally & Company, 1963, I, pp. 251-57. 251. Es hora de que toda oposición a la Anexión de Texas cese, toda agitación adicional de las aguas de la amargura y el desasosiego, al menos en relación con este asunto,--por más que tal pudiera ser considerada como una expresión fundamental de la libertad de nuestras instituciones, tal condición implicaría que ese estado de agitación perenne debería permanecer como un motivo de división partidista o algo similar. Pero con respecto a Texas se ha concedido suficiente a los partidos. Es hora que el deber común del Patriotismo hacia el País prevalezca, o si esta visión no se admite, es cuando menos hora de que se acepte con una buena voluntad decente lo inevitable y lo irrevocable. Texas ya es nuestra. Incluso, antes que estas palabras se escriban, su Convención ha ratificado indudablemente la respuesta favorable de su Congreso a nuestra invitación para incorporarse a la Unión; y [también ha] hecho los ajustes necesarios en su Constitución Republicana para adaptarla a sus futuras relaciones con la federación. [Puesto que ya forma parte de la Unión, toda oposición debe cesar] todo lo que ha tendido a maldecir su posible incorporación a la Unión: [reconoce que]… desafortunadamente [su anexión] se convirtió en uno de esos temas principales de la división partidista, de la campaña presidencial… [Es hora de recibir a sus representantes [252] de la mejor manera para que compartan sus escaños con los de las Viejas Trece [colonias originales]. Que su bienvenida a la “familia” sea franca, amable y entusiasta, como lo requiere la ocasión, como corresponde no menos a nuestro propio auto- respeto como a un deber patriótico hacia ellos. Mal suceso son aquellos pájaros extraviados que disfrutan de deshacer su propio nido y perturban al oído con su perpetuo graznido desafinado de mal agüero. ¿Por qué, se hace necesario traer a la palestra este asunto de la recepción de Texas en la Unión, sacándolo de las regiones bajas de las divisiones partidistas pasadas, al nivel superior que le corresponde de una alta y amplia nacionalidad[?]. [E]s seguro que se encuentre y se encuentre abundantemente, la manera en que otras naciones se han propuesto entrometerse en [este asunto], entre nosotros y las partes que corresponden en el caso, con un espíritu de interferencia hostil en contra nuestra, con el declarado objeto de obstaculizar nuestra política y restringir nuestro poder, limitando nuestra grandeza e impidiendo el cumplimiento de nuestro destino manifiesto para poblar el Continente asignado por la Providencia para el desarrollo libre de nuestros millones [de conciudadanos] que se multiplican cada año. Hemos visto esto hecho por Inglaterra, nuestra vieja rival y enemiga, y por

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John L. O´Sullivan [no exactamente], “La Anexión de Texas”, The United States Magazine and Democratic Review, XVII, jul-ago 1845, p. 5-10, en Builders of American Institutions. Readings in United States History. (Seventeenth Century Through Reconstruction), Editado por Frank Freidel, Norman Pollack y Robert Crunden, 2 v. Chicago: Rand McNally & Company, 1963, I, pp. 251-57.

251.Es hora de que toda oposición a la Anexión de Texas cese, toda agitación

adicional de las aguas de la amargura y el desasosiego, al menos en relación con este asunto,--por más que tal pudiera ser considerada como una expresión fundamental de la libertad de nuestras instituciones, tal condición implicaría que ese estado de agitación perenne debería permanecer como un motivo de división partidista o algo similar. Pero con respecto a Texas se ha concedido suficiente a los partidos. Es hora que el deber común del Patriotismo hacia el País prevalezca, o si esta visión no se admite, es cuando menos hora de que se acepte con una buena voluntad decente lo inevitable y lo irrevocable.

Texas ya es nuestra. Incluso, antes que estas palabras se escriban, su Convención ha ratificado indudablemente la respuesta favorable de su Congreso a nuestra invitación para incorporarse a la Unión; y [también ha] hecho los ajustes necesarios en su Constitución Republicana para adaptarla a sus futuras relaciones con la federación. [Puesto que ya forma parte de la Unión, toda oposición debe cesar] todo lo que ha tendido a maldecir su posible incorporación a la Unión: [reconoce que]… desafortunadamente [su anexión] se convirtió en uno de esos temas principales de la división partidista, de la campaña presidencial… [Es hora de recibir a sus representantes [252] de la mejor manera para que compartan sus escaños con los de las Viejas Trece [colonias originales]. Que su bienvenida a la “familia” sea franca, amable y entusiasta, como lo requiere la ocasión, como corresponde no menos a nuestro propio auto-respeto como a un deber patriótico hacia ellos. Mal suceso son aquellos pájaros extraviados que disfrutan de deshacer su propio nido y perturban al oído con su perpetuo graznido desafinado de mal agüero.

¿Por qué, se hace necesario traer a la palestra este asunto de la recepción de Texas en la Unión, sacándolo de las regiones bajas de las divisiones partidistas pasadas, al nivel superior que le corresponde de una alta y amplia nacionalidad[?]. [E]s seguro que se encuentre y se encuentre abundantemente, la manera en que otras naciones se han propuesto entrometerse en [este asunto], entre nosotros y las partes que corresponden en el caso, con un espíritu de interferencia hostil en contra nuestra, con el declarado objeto de obstaculizar nuestra política y restringir nuestro poder, limitando nuestra grandeza e impidiendo el cumplimiento de nuestro destino manifiesto para poblar el Continente asignado por la Providencia para el desarrollo libre de nuestros millones [de conciudadanos] que se multiplican cada año. Hemos visto esto hecho por Inglaterra, nuestra vieja rival y enemiga, y por

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Francia, unida extrañamente a ella en nuestra contra, bajo la influencia del anglicismo, tiñendo fuertemente la política del ministro actual, Guizot. (Tal intromisión ha causado un espíritu de unidad en Estados Unidos, que hasta el Sr. [Henry] Clay lo ha señalado. Sólo nos sorprende que indignación contra tal intromisión, indebida, insolente y hostil, no haya sido más generalizada… [pues está claro que hasta Clay protestaría contra tales medidas].

*** Es absolutamente falsa e injusta para nosotros, la pretensión de que la Anexión ha sido una medida de expoliación, indebida e injusta de conquista militar, bajo las formalidades de la paz y la ley—de expansión territorial a costillas de la justicia, y la justicia debida por un doble deber hacia el débil. Esta visión del problema está totalmente infundada, y ha sido ampliamente refutada en las páginas de esta publicación, así como de otras mil maneras, por lo que no vamos a insistir en ello. La independencia de Texas fue completa y absoluta. Fue una independencia no sólo de hecho, sino de derecho[…] Si Texas fue poblada con colonos estadounidenses, no fue por una invención de nuestro gobierno, sino por la invitación expresa del de México; acompañada con las garantías de un estado independiente [??], y el mantenimiento de un sistema federal similar al nuestro, [253] Texas fue liberada, con todo derecho y de manera absoluta, de toda obligación de lealtad a México, o compromiso hacia el organismo político de México, por culpa de él mismo, y sólo por él. Nunca ha habido una situación más clara. No fue una revolución. Fue la resistencia a una revolución… ¿Qué puede ser más absurdo que todo este clamor de México y su interés, en contra de la anexión, como una violación a sus derechos y contra nuestros [supuestos] deberes?

No se debiera pensar que nosotros estamos satisfechos completamente con la rapidez o pertinencia de la forma en que la medida, correcta y justa en sí misma, se ha llevado a cabo. Su historia ha sido un triste papel de diplomacia errática. Cuánto mejor se hubiera manejado--¡cuánto más suave, satisfactoria y exitosamente!—en vez de nuestras actuales relaciones con México—en vez de los serios riesgos que se han corrido y esas probabilidades de infamia que tenemos que combatir, no sin gran dificultad, sin un éxito completo—en vez de las dificultades que ahora se acumulan en el camino hacia una solución satisfactoria de todas nuestras cuestiones pendientes con México—Texas estaría, con una diplomacia más sabia y conciliatoria, asegurada en nuestra Unión como lo está ahora—sus fronteras definidas—California probablemente [sería] nuestra y México y nosotros unidos por lazos más estrechos que nunca; nuestra mutua amistad y apoyo recíproco para resistir la intromision europea en las repúblicas americanas. Todo esto podía haberse, lo dudamos muy poco, asegurado, si consejos menos violentos, menos groseros, menos unilaterales, menos ansiosos de precipitarse en los motivos ampliamente extraños a la cuestion nacional, hubieran presidido las etapas tempranas del desarrollo de esta cuestión; y especialmente el ignorar los procedimientos con los que hubiera sido tan fácil de resolver las pretensiones irracionales[,] [y] el orgullo exaltado y la pasión de México. El resultado singular que se ha producido, es que mientras

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nuestro vecino no tiene, de verdad, ningún derecho para acusar o quejarse—cuando toda la culpa le corresponde, y cuando ha habido de nuestra parte un grado de dilación y paciencia, en deferencia a sus pretensiones, que sólo es comparable a muy pocos casos en la historia de otras naciones—nos hemos expuesto a un grado excesivo de denuncias, difícil de responder e imposible de callar; y todo lo que la historia registrará como un hecho, es que México nos habría declarado la guerra, y la hubiera realizado intensamente, si no se lo hubiera impedido esa misma debilidad que debería haber constituido su mejor defensa.

[Reconoce como única responsabilidad, el que hubiera ese mal manejo en las fases tempranas del conflicto, y sólo por eso, y no por la sustancia misma de la causa; se reconoce ese mínimo de responsabilidad ante su propia conciencia y las de los demás países. Pero, sí aclara, que todo eso fue antes [254] de la llegada de John C. Calhoun al Departamento de Estado].

Tampoco hay ningún fundamento justificado para la acusación de que la Anexión es una gran medida a favor de la esclavitud—calculada para aumentar y perpetuar esa institución. La esclavitud no tiene nada que ver con ella. Las opiniones estaban y están muy divididas, tanto en el Norte como en el Sur, sobre la influencia que ella [la anexión] tendrá sobre la esclavitud y los estados esclavistas. Que servirá par facilitar y acelerar la extinción de la esclavitud en cualquier franja de territorio al norte de los estados esclavistas actuales, no puede admitir seguramente, ninguna duda seria. La mayor redituabilidad en Texas del trabajo esclavo ocupado ahora en esos estados, producirá pronto el efecto de atraer ese trabajo hacia el sur, por la misma ley invariable que hace descender los chorros de agua en las pendientes que la invitan. Cada nuevo estado esclavista en Texas, producirá cuando menos un estado libre de esos en los que actualmente existe esa institución—para no decir nada de esas partes de Texas en las que la esclavitud no puede brotar y desarrollarse—y no mencionar a los nuevos estados cada vez más pujantes en el oeste libre o en el noroeste, al estar sujetas esas regiones a la creciente inmigración de Europa, así como de los estados norteños y orientales de la Unión, como sucede. Por otra parte, no se puede negar que mucho se gana para la causa de la final abolición voluntaria de la esclavitud, que debería ser dirigida hacia la única salida que pareciera brindar una gran probabilidad de eliminar la raza negra de nuestras fronteras. Las poblaciones española-india-americana de México, Centro y Sudamérica, proporcionan el único receptáculo capaz de absorver esa raza cuando nosotros estemos preparados para desecharla—liberándola de la esclavitud y, necesariamente de manera simultánea trasladarla fuera de nuestro suelo. Ellas son razas mezcladas y confundidas, y libres de los “prejuicios” que entre nosotros imposibilitan insuperablemente el algamamiento que sólo puede sacar a la raza Negra [sic] virtualmente de una degradación servil, a pesar de ser legalmente libre, las regiones ocupadas por esas poblaciones deberán atraer fuertemente a la raza negra en esa dirección; y tan pronto como la hora

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destinada de emancipación llegue, se resolverá una de sus peores dificultades, si no la absolutamente fundamental.

No—el Sr. Clay tenía razón cuando declaró que la Anexión era un asunto con el que la esclavitud no tenía nada que ver. El territorio que era el objeto de la Anexión en este caso, por su ubicación geográfica y sus relaciones, casualmente [!!] es—o más bién la parte actualmente habitada, casualmente es—un territorio esclavista. Pero un proceso similar pudo haber tenido lugar en la proximidad de una sección distinta de nuestra Unión y ciertamente hay mucho de Anexión que debe verificarse, durante la vida de la presente generación, sobre toda la línea de nuestra frontera norte. Texas ha sido absorvida a la Unión en el cumplimiento inevitable de la ley general que está lanzando a nuestra población hacia el oeste; la conexión de con cuál proporción de crecimiento que está destinada a aumentar nuestras cifras hasta la enorme de doscientos cincuenta millones (si no es que más), es demasiado obvia para dejarnos en duda sobre el designio manifiesto de la Providencia, en relación con este continente. Se desmembró de México en el curso natural de los hechos, por un proceso perfectamente legítimo de su parte, sin nada de qué se nos acuse a nosotros; [255] y en el que todas las censuras, debidas a los errores, perfidia y tontería, le corresponden exclusivamente a México. Y poseída[,] como estaba [Texas] por una población que en realidad no era sino un desprendimiento colonial de nosotros mismos, y que estaba todavía atada por millares de lazos del corazón a sus antiguos parientes, privados y políticos, su incorporación a la Unión no sólo era inevitable, sino la cosa más natural, correcta y adecuada en el mundo—y sólo es sorprendente que hubiera entre nosotros alguien que le dijera no. [Por cierto que la cuestión no era tan sencilla… como pronto se vería]

Con respecto a la institución de la esclavitud [misma], nosotros no nos hemos propuesto, en lo que se ha dicho arriba, expresar ningún juicio sobre sus ventajas o desventajas, a favor o en contra. Nacional, en su carácter y propósitos, esta Revista se abstiene de discutir un tema preñado de complicaciones y peligros—intricado y de doble sentido—que emociona y enoja—y [que resulta] necesariamente exluído de un trabajo que circula tanto en el Norte como en el Sur. Es sin duda uno de los problemas sociales más difíciles que en la actualidad agitan profundamente el pensamiento del mundo civilizado. ¿Es o no la raza negra de capacidades y atributos iguales a la nuestra? ¿pueden ellos, a gran escala, coexistir conjuntamente, en el mismo territorio sobre las mismas bases de igualdad civil y social con la raza blanca? En una libre competencia de trabajo con la última, caerán o no a una degradación y miseria peor que la esclavitud? Cuando vemos las condiciones de las masas trabajadoras de la población en Inglaterra, y otros países europeos, y palpamos todas las dificultades del gran problema, de la distribución de los frutos de la producción entre el capital, la capacitación y el trabajo ¿puede nuestra consciencia estar convencida que en la presente condición de la sociedad, el conferirle una libertad inmediata a nuestra raza negra será un beneficio que se agradezca? ¿Resulta claro que salarios competitivos son mucho mejores, para

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una raza, en la condición en que se hallan ellos, que una manutención y protección garantizadas? Hasta que un problema aún más profundo que el de la esclavitud sea resuelto, el de la esclavitud de una raza inferior [que sirve] a una superior—una relación recíproca en ciertos deberes y obligaciones—es claro que la causa de la verdadera sabiduría y filantropía no [es otra], por ahora, que mejorar esa institución como existe, a pervenir sus abusos, a mitigar sus males, a modificarla cuando contravenga los principios sagrados y los derechos de la humanidad, prohibiendo la separación de las familias, severidades excesivas, restringir las licencias que se puedan tomar los amos, etc. Tan graves como puedan ser estos males, ¿es claro que no vamos a hundir a la infeliz raza ilota que nos ha sido encomendada, en otros peores, si entregamos su destino a las manos ásperas de esos entusiastas fanáticos de una sola idea [la emancipación], quienes pretenden ser sus amigos especiales y sus campeones? Muchos de los reformadores sociales más ardientes voltean hacia la idea de Industria Asociada como portadora del germen de tal regeneración de la sociedad que alivie a las masas del peso odioso del mal que ahora las deprime y degrada[,] a una condición que esos reformadores describen con frecuencia como ninguna mejoría sobre la de una esclavitud legal—¿es cierto, entonces, que la institución en cuestión, como una forma social, como una de relación entre las dos razas, y entre el capital y el trabajo,--no contiene algún germen oculto no desarrollado de ese mismo principio de reforma al que se ha aspirado, del cual procede alguna compensación cuando menos para sus otros males, imponiendo [como] deber del verdadero reformador procurar y desarrollar el bien, y eliminar los males?

[256] A todas estas, y las cuestiones similares que saltan de cualquier reflexión inteligente sobre la materia, no intentamos una respuesta. Tan fuertes como son nuestras simpatías en defensa de la libertad, la libertad universal, en todas las aplicaciones del principio no prohibidas por grandes y explícitos males, nos confesamos no preparados para una solución satisfactoria del gran problema del cual estas cuestiones presentan diversos aspectos. Profundamente agobiados enmedio de los elementos contrapuestos que entran en la cuestión, una profunda y ansiosa reflexión sobre ella nos conduce a la conclusión del deber de una tolerancia liberal de las diferencias sinceras de ambas partes; aunado [a la par] de la certeza de que cualquier bien que se haga lo será sólo con la adopción de métodos muy distintos, promovidos por un espíritu muy diferente de los que hasta ahora han caracterizado los trabajos entre nosotros de esos que reclaman el título peculiar de “amigos del esclavo” y “campeones de los derechos del hombre”. Sin amistad por la esclavitud, aunque no predispuestos a excomulgar a una maldición eterna, con campana, libro y vela a aquellos que sí la tienen, nosotros no vemos nada en el procedimiento seguido para la anexión de Texas en relación con esa institución, que despierte una [sola] duda, sobre la sabiduría de esa medida, o que incite al menor arrepentimiento por nuestra humilde contribución para que ella se consumara.

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California probablemente se va a desprender de la endeble atadura que, con un país como México, mantiene una provincia remota un tipo confuso de dependencia de la metrópoli. Imbécil y distraído México nunca puede ejercer ninguna autoridad gubernamental sobre tal territorio. La impotencia de una y la distancia de la otra, debe hacer de la relación una de independencia virtual; a menos que, impidiéndole a la provincia todo su crecimiento natural, y prohibiendo esa inmigración que por sí sola puede desarrollar sus capacidades y cumplir los propósitos de su creación, la tiranía retenga un dominio militar, lo cual no es ningún gobierno en el sentido legítimo del término. En el caso de California eso es imposible ahora. El pie anglosajón ya está en sus fronteras. La avanzada del ejército irresistible de la inmigración anglosajona ha empezado a derramarse sobre ella, armada con el arado y el rifle, y marcando su recorrido con escuelas y universidades, tribunales y cuerpos representativos, molinos y salas para asambleas. Una población estará pronto en una ocupación física de California, sobre la cual será inútil para México soñar con su dominio. Ellos necesariamente promulgarán su independencia. Todo esto [sucederá] sin una [sola] gestión de nuestro gobierno, sin [una] responsabilidad de nuestro pueblo—en el flujo natural de los hechos, el funcionamiento espontáneo de los principios y la adaptación de las tendencias y necesidades de la raza humana a las circunstancias elementales enmedio de las cuales se encuentran situados. Y ellos tendrán un derecho a la independencia—al autogobierno—a la posesión de hogares conquistados a la naturaleza con sus propios esfuerzos y peligros, sufrimientos y sacrificios—un derecho mejor y más verdadero que el título artificial de soberanía de México, distante a mil millas, que heredó de España, un título sólo bueno para aquellos que no tienen otro mejor. Su derecho a la independencia será el derecho natural de autogobierno que partenece a cualquier comunidad con la suficiente fuerza para hacerlo valer—distinta en posición, origen y carácter, y libre de cualquiera obligaciones recíprocas de los miembros de [257] un organismo político común, que la ataran a otras por el deber a la lealtad y al acuerdo de un compromiso público. Ese será su título de independencia, y por ese título no puede haber duda que la población que se está derramando ahora sobre California declarará y, sostendrá esa independencia. Si ellos de adherirán a nuestra Unión o no, no es posible predecirlo con certeza. A menos que el proyectado ferrocarril a través del continente hacia el Pacífico sea llevado a cabo, entonces [aun así] tal vez ellos no aceptaran; pero, aún en ese caso, no está distante el día en que los Imperios del Atlántico y el Pacífico vuelvan a unirse en uno solo, tan pronto como sus fronteras internas-[tierra adentro] se acerquen una a otra. Pero esa gran obra, tan colosal como aparece en el plan en su primer bosquejo, no puede permanecer sin construirse por mucho tiempo. Su necesidad para el propósito mismo de integrar y mantener unido en su cinto de acero nuestra rápida zona de asentamiento en el Pacífico con la del Valle del Mississippi—la vía natural del recorrido—la facilidad con la que cualquier cantidad de mano de obra [requerida] para la construcción puede conseguirse en las sobrepobladas regiones de Europa, con el pago de las tierras que aumentarán su valor por el progreso de la obra misma—y su inmensa utilidad para el comercio del mundo con toda las

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costa este de Asia, por sí solo casi suficiente para el sustento de ese camino—estas consideraciones confirman que el día no puede estar muy distante en que se presencie la confluencia de los representantes de Oregon y California en Washington con menos tiempo del que hace apenas unos años llevaba hacer un viaje similar de los correspondientes a Ohio [en el caso de California, ciertamente ese fue el caso: aunque no exactamente por las razones que ella expuso]; mientras que el telégrafo magnético les permitirá a los editores del San Francisco Union, el Astoria Evening Post o el Nootka Morning News, transcribir en (tipos)-máquina la primera mitad del Discurso Inaugural del presidente antes que los ecos de la segunda mitad se hayan desvanecido bajo la bóveda del Capitolio, según salgan de sus labios.

Abajo, entonces con toda esa falsa palabrería francesa de los equilibrios de poder en el continente americano ¡No hay [ningún] crecimiento en la América española! Cualquier aumento de la población que haya en la Canadá británica, es sólo para la propia división temprana de su actual relación colonial con la pequeña isla a tres mil millas de distancia del otro lado del Atlántico; a la que pronto seguriá su Anexión, y destinada a engrosar el todavía duradero impulso de nuestro progreso. Y quienesquiera que sostengan el equilibrio, aunque respondan en una escala que corresponda [a] todas las bayonetas y cañones, no sólo de Francia e Inglaterra, sino de toda Europa, ¡cómo podrán enfrentar el sencillo y simple peso de los doscientos cincuenta, tal vez trescientos, millones—y millones estadounidenses—destinados a reunirse bajo el ondear de las barras y las estrellas, en el súbito y propicio año de Nuestro Señor de 1845!

[Al ver todas estas ideas aquí integradas, de repente el juicio de Pletcher sobre qué ingredientes eran más importantes en el destino manifiesto --si eran más ideológicos o de interés empresarial--cobra un interés inusitado; francamente, creo que bastante más que lo que él mismo se hubiera imaginado

Por otra parte, veo que tal vez tuviera razón sobre la incapacidad de México para reaccionar frente a la ocupación de California; pues, más allá de la lejanía y la escasez de recursos, el hecho es que el propio Paredes, no estuvo dispuesto a lanzarse a la guerra, hasta que el ejército estadounidense no avanzó sobre México]

[Sobre el juicio del editorial sobre que se había ya dicho suficiente sobre Texas, habrá que responder que no, como Wilmot demostró muy rápido ya iniciada la guerra…]

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