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1 LA IMPUTACIÓN IMPRUDENTE DEL RESULTADO EN LOS DELITOS CONTRA LOS DERECHOS DE LOS TRABAJADORES: SUPUESTOS DE IMPRUDENCIA MENOS GRAVE. Ángel Javier Muñoz Marín Fiscal Adscrito al Fiscal de Sala Coordinador de Siniestralidad Laboral

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LA IMPUTACIÓN IMPRUDENTE DEL RESULTADO EN LOS DELITOS

CONTRA LOS DERECHOS DE LOS TRABAJADORES: SUPUESTOS DE

IMPRUDENCIA MENOS GRAVE.

Ángel Javier Muñoz Marín

Fiscal Adscrito al Fiscal de Sala Coordinador de Siniestralidad Laboral

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ÍNDICE

1. CUESTIONES PREVIAS.

1.1 EL PROYECTO DE REFORMA DEL CÓDIGO PENAL DE 2015.

1.2 EXPOSICIÓN DE MOTIVOS DE LA LO 1/2015.

2. LA INCIDENCIA DE LA IMPRUDENCIA EN LA SINIESTRALIDAD

LABORAL.

3. LA IMPRUDENCIA: ESTRUCTURA DEL DELITO IMPRUDENTE.

4. LA IMPUTACIÓN OBJETIVA DEL DELITO IMPRUDENTE.

5. LA GRAVEDAD DE LA IMPRUDENCIA.

6. CONCURRENCIA DE CONDUCTAS.

6.1 LA CONCURRENCIA DE LA CONDUCTA DE LA VÍCTIMA EN LA

PRODUCCIÓN DEL RESULTADO.

6.2 LA CONCURRENCIA DE TERCEROS QUE NO SEAN VÍCTIMAS.

7. PRONUNCIAMIENTOS JUDICIALES RELATIVOS A LA GRAVEDAD DE

LA IMPRUDENCIA.

8. PRONUNCIAMIENTOS JUDICIALES EN QUE SE APRECIA LA

IMPRUDENCIA MENOS GRAVE.

SUMARIO

La reforma operada en el Código Penal por LO 1/2015 ha introducido

importantes cambios en los tipos legales en él contenidos y quizás, una de las

modificaciones más significativas haya sido la desaparición de las faltas contenidas en

el derogado Título III, lo que a su vez ha supuesto la erradicación de la denominada

imprudencia leve, existente entre nuestro derecho penal, con tal denominación, desde la

entrada en vigor del Código Penal de 1995 y la aparición de la imprudencia menos

grave, mientras que continua la vigencia de la imprudencia grave. La cuestión que

surge a raíz de esta modificación legislativa es la de delimitar cual va a ser el

contenido de la imprudencia menos grave y, en función de ello, si la conceptuación de

la imprudencia grave va a mantenerse inalterable.

El principal problema que vamos a encontrar, como expondremos a

continuación, no es otro que el de interpretar y canalizar una reforma que se ha

diseñado pensando en exclusiva en el tráfico viario, a otras actividades cuyos criterios

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punitivos distan muchos de los postulados que rigen los accidentes de tráfico. Nos

estamos refiriendo en este caso a los accidentes laborales.

Las siguientes líneas tienen como único fin recoger una serie de criterios

doctrinales y jurisprudenciales sobre la concepción de la imprudencia y las

peculiaridades que la misma puede presentar en el marco de la siniestralidad laboral.

Con ello se tratará de desbrozar un camino en el que ubicar la reforma aludida y su

incidencia en la siniestralidad laboral.

1. CUESTIONES PREVIAS.

En este primer apartado general se trata de elaborar unas breves consideraciones

a la reforma de la imprudencia operada por la LO 1/2015 y para ello se ha optado por

efectuar una subdivisión relativa, en primer lugar, a los trabajos preparatorios del

Proyecto de Reforma del Código Penal y, en segundo lugar respecto al contenido de la

exposición de motivos. No se está haciendo algo distinto que acudir a criterios

interpretativos históricos –enmienda 819- o a criterios que pudiéramos entender como

auténticos –la exposición de motivos de la LO 1/2015-.

1.1. EL PROYECTO DE REFORMA DEL CÓDIGO PENAL.

Indica la enmienda 8191, relativa a la justificación de la reforma del artículo 152

del Código Penal, al referirse a las lesiones encuadrables en el artículo 147.2 CP

causadas por imprudencia grave –art. 621.1 CP “…porque una imprudencia que causa

lesiones leves tiende a valorarse como leve”. Esta afirmación que podría tener

virtualidad en el ámbito de la seguridad vial, cocha frontalmente con la realidad del

accidente de trabajo. El accidente laboral, como expondremos a continuación, se

encuentra en la mayoría de los casos anudado al previo delito de riesgo –art. 316 y 317

CP- que se manifiesta en su forma dolosa –dolo eventual- y en su forma imprudente –

imprudencia grave-; por lo que aun cuando la entidad de las lesiones, que en muchos

casos va a depender del factor suerte fueran de carácter leve (pensemos en un trabajador

sobre el que se desploma una carga de 400 kg que pende de una grúa, la cual impacta

contra el suelo a escasa distancia del lugar donde se encuentra situado, ocasionando que

salga despedido hacia el trabajador un trozo de ladrillo que le impacta en una mano y le

ocasiona unas lesiones del derogado art. 621.1 CP), en ningún caso concluiríamos, ab

initio, con que tal imprudencia sería de carácter leve ( si el origen, el motor, la causa de

que se haya producido el accidente deriva de un delito de riesgo doloso o por

imprudencia grave -para sujetar la carga se han utilizado unas eslingas inadecuadas

aptas sólo para cargas de hasta 200 kilos). Por tanto, esta primera consideración en

modo alguno sería aplicable al accidente laboral.

Se justifica la modificación del precepto, refiriéndose exclusivamente al ámbito

de los accidentes de tráfico con la siguiente justificación: “se produce una degradación

de las imprudencias, que de forma habitual se califican como falta”. De nuevo esta

afirmación en modo alguno puede ser aplicable a la siniestralidad laboral, dado que los

procedimientos que se tramitan, o mejor dicho, se tramitaban como falta eran

prácticamente inexistentes, sobre todo, insistimos, porque el delito de riesgo del que

1 Boletín Oficial de las Cortes Generales, Congreso de los Diputados d 10 de diciembre de 2014.

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derivaran exige una profunda y concienzuda investigación que sólo puede realizarse en

el marco de unas diligencias previas, ya que resulta imprescindible el informe elaborado

por la Inspección de Trabajo o por los Técnicos de los Institutos Autonómicos, que

habitualmente pueden tardas varios meses.

La solución al problema que planteaban los colectivos de las víctimas (temor a que

se produzca una descriminalización de todas las imprudencias), lo encauza la enmienda

con lo que denomina “combinación de los siguientes elementos”; siendo el primero de

ellos el siguiente “Sustituyendo la anterior dicotomía grave/leve por la de imprudencia

grave/menos grave. De este modo el lenguaje –especialmente en contraste con la

regulación vigente- evidencia que existe un espacio de conductas leves (los meros

despistes que, si bien son responsabilidad de un conductor, no deben permitir calificar

al responsable del hecho como un delincuente)”. Entiendo que la anterior afirmación

tiene una especial significación ya que en un primer momento parece sustentar la

modificación grave/leve a grave/menos grave en una mera cuestión de índole

gramatical, lo que podría llevar erróneamente a concluir que el sistema dualista no sufre

modificación alguna en su contenido aunque si en su “nomen”. Sin embargo, la

siguiente aseveración es ciertamente clarificadora en el sentido de que existe un espacio

de conductas leves que no deben permitir catalogar a su autor como delincuente, o lo

que es lo mismo, que existe un espacio de conductas leves, esto es, imprudencias leves

que serían atípicas. ¿Supone ello que lo que realmente ha pretendido el legislador es

dentro de las imprudencias leves hacer una subdivisión entre aquellas imprudencias

leves que hay que considerar atípicas de aquellas otras que no los son y que, por tanto,

con la nueva denominación pasan a ser imprudencias menos graves?

Parece que la interpretación más plausible es considerar que la imprudencia leve se

desgajaría en conductas atípicas e imprudencias menos graves. A ello abundaría la

interpretación que surgiría del segundo de los elementos combinados cuando se afirma

que aquella conductas que causan lesiones de extraordinaria gravedad ( mutilación, la

pérdida de funcionalidad de un miembro, secuelas graves irreversibles), o bien tiene

gravedad suficiente y merece una pena de cierta entidad; o bien constituye un accidente

que no debe conllevar un reproche penal que se zanja con una sanción inferior a la de

aparcar indebidamente en una zona con horario restringido.

1.2. EXPOSICIÓN DE MOTIVOS DE LA LO 1/2015

Recoge la Exposición de Motivos de la LO 1/2015, “En cuanto al homicidio y

lesiones imprudentes, se estima oportuno reconducir las actuales faltas de homicidio y

lesiones por imprudencia leve hacía la vía jurisdiccional civil, de modo que sólo serán

constitutivos de delito el homicidio y las lesiones graves por imprudencia grave

(apartado 1 del artículo 142 y apartado 1 del artículo 152), así como el delito de

homicidio y lesiones graves por imprudencia menos grave, que entrarán a formar parte

del catálogo de delitos leves (apartado 2 del artículo 142 y apartado 2 del artículo 152

del Código Penal)”

La primera afirmación “se estima oportuno reconducir las actuales faltas de

homicidio y lesiones por imprudencia leve hacia la vía jurisdiccional civil”, parece

indicar que todas aquellas conductas que venían siendo catalogadas bajo el paraguas de

la imprudencia leve se tornarían atípicas. Lo cual a su vez supondría que la imprudencia

menos grave no podría comprender conductas que hasta ese momento eran consideradas

como leves, por no ser el mandato del legislador y ello, a su vez supondría que la

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imprudencia menos grave estaría constituida por una parcela desgajada de la

imprudencia grave. Sin embargo, esta apreciación es errónea ya que a renglón seguido

la propia Exposición de Motivos, matiza, o mejor dicho, corrige esta primera

aseveración al decir, “Se recoge así una modulación de la imprudencia delictiva entre

grave y menos grave, lo que dará lugar a una mejor graduación de la responsabilidad

penal en función de la conducta merecedora de reproche, pero al mismo tiempo

permitiría reconocer supuestos de imprudencia leve que deben quedar fuera del Código

Penal”. La interpretación de la idea expuesta tampoco deja mucho margen a la duda,

sobre todo el final de la aseveración, ya que la idea del legislador parece incidir en

dejar supuestos que hasta ese momento eran considerados como de imprudencia leve al

margen del Código Penal; lo que a su vez conlleva que otra parte de los mismos

continuarían teniendo cabido en el mismo como delitos leves. Luego la imprudencia

menos grave vendría conformada por una parte de la “imprudencia leve”.

Se podría argumentar que lo lógico sería que esa imprudencia menos grave, en

cuanto figura intermedia entre la grave y la leve, debería conformarse con parte de una y

parte de la otra. Este argumento un tanto apresurado y poco elaborado choca

frontalmente con una realidad, que no es otra que en el Código Penal coexisten, como

“numerus clausus” una serie de delitos que pueden ser cometidos por imprudencia

grave ¿significa esto que parte de aquellas conductas que se tornaban delictivas cuando

fueran realizadas por imprudencia grave se han vuelto atípicas al deber de ser

consideradas como menos graves? Sin duda, este en modo alguno ha sido el propósito

del legislador, ya que basta con leer las enmiendas a que antes nos hemos referido, para

percibir que sólo se estaba valorando la cuestión dentro de los accidentes de tráfico.

Sería por ello contrario a la voluntad del legislador entender que la imprudencia menos

grave se alimentaría de la grave.

Algunas voces inciden, para defender que la imprudencia menos grave se

nutriría únicamente de una parcela de la leve en una consideración meramente procesal.

Así, sostienen que el derogado artículo 621CP en su ordinal sexto exigía para la

persecución de dichas infracciones la previa denuncia de la persona agraviada o de su

representante legal, requisito que se exige también en el último inciso de los artículos

141.2 CP y 151.2 CP en el caso de las imprudencia menos graves, por lo que estaríamos

ante una trasposición de parte de las anteriores faltas a la consideración de delito leve.

Sin embargo, considero este argumento como bastante discutible.

2. LA INCIDENCIA DE LA IMPRUDENCIA EN LA SINIESTRALIDAD

LABORAL.

Cuando acaece un accidente de trabajo, en un porcentaje altísimo, por no decir

en la práctica totalidad de los mismos (salvo en los casos en que el sujeto activo no

tenga la consideración de "legalmente obligado"), confluyen dos infracciones penales.

De una parte se advierte la existencia de un delito de riesgo contemplado en los

artículos 316 o 317 CP, al que acompaña el subsiguiente delito de resultado

imprudente, ya sea un homicidio -art. 142 CP-, ya sean alguna de las lesiones

imprudentes a que se refiere el art. 152 CP. Esta conexión jurídica entre ambos delitos;

un delito de riesgo –art. 316 o317 CP- el cual se lleva a cabo por dolo eventual en el

primer caso y por imprudencia grave en el segundo, y un delito de resultado imprudente

–art. 142 o 152 CP- conlleva necesariamente consecuencias en la imputación. Queremos

con ello decir que no se puede prescindir del dolo eventual que embebe el delito del art.

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316 CP o la imprudencia grave del delito de imprudencia grave –art. 317 CP- a la hora

de la imputación imprudente del resultado.

El delito de riesgo –art. 316 y 317 CP- se configura como un delito de peligro

concreto, en el cual para su consumación no se exige la existencia de resultado material

alguno, basta con que se coloque al trabajador en una situación de peligro concreto y

grave. Por ello, el dolo del art. 316 CP -dolo eventual- viene referido no al resultado,

sino a la situación de riesgo; ello quiere decir que el dolo del sujeto activo del delito no

viene referido al resultado –muerte o lesiones de un trabajador-, sino a la creación de la

situación de riesgo. Imaginemos el supuesto en que un empresario permite que sus

trabajadores utilicen una máquina que carece de las mínimas medidas de seguridad, en

donde las zonas en que se pueden producir atrapamientos de miembros carecen de

sistemas de protección, máquina que a su vez funciona de forma defectuosa y que no ha

sido objeto de las necesarias revisiones. Todo ello indica un panorama en el que se

muestra tan clara la situación de riesgo grave para los trabajadores que no sería

plausible entender que el empresario no haya sido consciente de la misma. Si como

consecuencia de esa situación de peligro grave se produce el resultado lesivo para la

vida o la integridad del trabajador, modificar ese dolo eventual o imprudencia grave a

imprudencia leve supondría la entrada en el dibujo del accidente de terceras

circunstancias que posteriormente expondremos.

La jurisprudencia entiende que el delito de riesgo del art. 316 CP requiere dos

elementos fundamentales, por una parte la conciencia de la infracción de una norma

reglamentaria y, en segundo lugar, la percepción de que dicho incumplimiento supone la

existencia de una situación de grave peligro para los trabajadores (SAP Málaga -2ª- nº

526/2014, de 10 de noviembre, SAP Baleares -2ª- nº 223/2014, de 10 de septiembre).

Para la SAP Valencia (2ª) nº 220/2014, de 19 de febrero, el dolo exige por una parte la

conciencia de la infracción de una norma de prevención, el conocimiento de la ausencia

o no facilitación de los medios necesarios para la seguridad de los trabajadores y,

finalmente, la existencia de una grave situación de peligro que se deriva de las dos

primeras circunstancias. Para la SAP Huelva (1ª) nº 445/2014, de 17 de diciembre, el

dolo exige, la conciencia de la infracción de la norma de prevención, el conocimiento de

que no se han facilitado elementos de seguridad y, finalmente, el conocimiento de la

existencia de una grave situación de riesgo que se deriva de las dos primeras omisiones.

La muy reciente SAP Almería (2ª) nº 71/2016, de 23 de febrero defiende que el dolo del

tipo está integrado por un elemento cognoscitivo, que viene a ser la conciencia por parte

del agente de que existe un deber de facilitar los medios necesarios para que los

trabajadores desempeñen su actividad con las medidas de seguridad higiene adecuadas

y, por un elemento volitivo que comprende, no la intención o ánimo de que se produzca

un resultado lesivo, sino en que pese a saber que debe facilitar esos medios y conocer

que al no hacerlo está creando una situación de riesgo para el trabajador, no actúa, omite

o demora voluntariamente la adopción de esas medidas de seguridad e higiene que la

Ley le impone.

En el supuesto del delito imprudente –art. 317 CP- lo que el tipo exige es que la

infracción de la norma de seguridad no se realice de forma consciente sino inconsciente.

La praxis judicial aborda la cuestión desde diversas ópticas, así, hay quien entiende que

el elemento subjetivo recae sobre la posibilidad de prevenir y evitar el resultado

(situación de riesgo grave para el trabajador) a partir del conocimiento de los factores de

riesgo y que administrativamente dicha ausencia de medidas esté sancionada con el

carácter de grave o muy grave; sin embargo, se exige algo más, y ese algo más es la

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consideración de que mediante un análisis “ex ante” se permita deducir que la ausencia

de medidas va a comportar una probabilidad real de la producción de un accedente

(SAP Baleares 2ª nº 324/2013, de 17 de diciembre). Para otros supone un

desconocimiento negligente de las circunstancias que manifiestan su deber de actuar y

tal desconocimiento no se hubiera producido si el sujeto hubiera actuado conforme al

deber de cuidado que le era requerido; el elemento subjetivo se conforma por el

desconocimiento evitable del peligro concreto que ha creado su conducta omisiva –SAP

Pontevedra 4ª nº 50/2014, de 24 de julio-. Por su parte, la SAP Barcelona (8ª) de 10 de

julio de 2014 entiende que la aplicación del art. 317 CP se reserva para aquellos casos

en que un sujeto controla el riesgo o bien adopta medidas necesarias para que el

trabajador sea el que se proteja frente a ese riesgo, pero ese dominio que el sujeto

ostenta sobre el peligro le hace valorar erróneamente que tal situación de peligro no se

va a producir. Para la SAP Valencia (2ª) nº 220/2014, de 19 de febrero el delito del art.

317 CP será de aplicación cuando exista una falta de previsión, cuando el sujeto

obligado no llegó a representarse –cuando tenía obligación de ello por su posición de

garante en aras a la evitación del riesgo- el grado de peligro que su omisión produjo, ni

la aceptó.

La SAP de Vizcaya (6ª) de 10 de octubre de 2013 describe de forma muy gráfica

el supuesto del delito imprudente –art. 317 CP- en el caso de un accidente que sufre un

trabajador al operar con una máquina. Dicho trabajador había sido informado por otro

compañero de trabajo del sistema de trabajo, de las condiciones de la máquina y, de la

prohibición de utilizar la máquina de la forma en que posteriormente lo hizo. Sin

embargo, al trabajador no se le dio formación adecuada para la utilización y manejo de

la máquina, una formación que tiene un “ritmo distinto” al de la información. Sobre esta

premisa, a juicio de la Sala es difícil sustentar la existencia de dolo eventual –art. 316

CP-, pues si bien es cierto que se infringió el deber objetivo de cuidado, que venía

sustentado en unas determinadas obligaciones reglamentarias –dar formación al

trabajador- el encargado confió en que la información suministrada sería suficiente. Por

ello no existiría una representación consciente del riesgo. En definitiva, lo que la

Audiencia apunta es a una insuficiencia o inadecuación de las medidas de seguridad

facilitadas.

Finalmente, desde la comparación entre ambos preceptos, diversos

pronunciamientos de las Audiencias Provinciales han abordado la cuestión. Así, la SAP

Burgos 1ª nº 514/2014, de 15 de diciembre, sostiene que concurre el delito imprudente

del art. 317 CP y no el doloso del art. 316 CP cuando se ha provisto a los trabajadores

de determinadas medidas de seguridad, si bien las mismas se han revelado insuficientes

o defectuosas, lo que a su vez significa que el autor no ha previsto lo que racionalmente

era previsible, que no era otra cosa que la falta o deficiencia de alguna de las medidas

necesarias produciría una situación de riesgo grave para la vida o salud de los

trabajadores. En la misma línea se manifiesta la SAP Barcelona (8ª) de 10 de julio de

2014, que sobre la base de la STS nº 1355/2000, de 26 de julio, pone el acento en la

insuficiencia o defectuosidad.

Sin embargo, algunos pronunciamientos, parecen no ajustarse completamente a

esta tesis, así, la SAP Málaga 9ª nº 263/2014, de 30 de mayo confirma el fallo

absolutorio de la instancia argumentando que el juzgador había excluido la aplicación

del art. 317 CP porque no se está ante un supuesto de omisión de facilitación de medios,

sino ante una defectuosa o insuficiente facilitación de los mismos. A ello une el hecho

de que el lesionado tenía asignadas funciones específicas en materia de seguridad y

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debía velar porque el trabajo se desarrollara en condiciones de seguridad. Aquí la

sentencia parece mezclar dos cuestiones, cuando menos, contradictorias; así, con el

primer razonamiento –defectuosa o insuficiente facilitación de las medidas de

seguridad- está describiendo el tipo imprudente del art. 317 CP y ello no puede, por

tanto, fundamentar la inexistencia del mismo. En la segunda lo que parece estar

describiendo es un supuesto en que el propio lesionado era un sujeto con facultades y

obligaciones en materia de seguridad, ello podría dar lugar a que en el delito de

resultado imprudente –sus propias lesiones- tuvieran incidencia sus omisiones; pero lo

cierto es que junto a él había otros dos trabajadores que habían subido a la cubierta y

que, por tanto, se encontraban en situación de riesgo. No olvidemos que se dice en los

hechos probados lo siguiente: Los trabajadores habían recibido formación sobre

riesgos de su trabajo y tenían a su disposición cinturones de seguridad para trabajar en

altura, si bien en el lugar donde tiene lugar el accidente, no existían puntos de anclaje

firmes en el tejado y era conocido que para desmontar la tubería debían de trabajar

subidos en la cubierta. El acusado no dispuso lo necesario para que lo hicieran dotados

de un equipo de trabajo adecuado a las condiciones del lugar, tal como plataforma

elevadora o similar, favoreciendo con ello que aquéllos tuvieran que improvisar el

medio y la forma de hacerlo en inseguras condiciones”. Con estos hechos probados lo

más lógico hubiera sido considerar la existencia, cuando menos, de un delito del art.

317. El acusado era el Gerente de la Cooperativa.

De cualquier forma, lo dicho hasta ahora no supone que sólo se pueda entender

que se está en presencia de un delito contra la seguridad de los trabajadores del art. 316

CP cuando exista una ausencia total y absoluta de medidas de seguridad. En tal sentido

de manifiesta la SAP de Alicante (10ª) nº 551/2014, de 10 de noviembre al afirmar que

“Por otra parte, lo que fundamenta la condena es la omisión de determinados medios

cuya falta no es excusable por la presencia de otros, como pretende la parte apelante,

pues de asumir dicha tesis sólo sería punible la omisión absoluta de medidas de

seguridad, lo que no es aceptado ni por la doctrina ni por la jurisprudencia y

desvirtuaría el contenido del precepto hasta circunstancias extravagantes.”

Una vez dibujado el panorama existente con el primero de los términos que se

presenta en la ecuación de un accidente laboral, esto es, el delito de riesgo, estaremos en

condiciones de analizar el segundo de dichos términos, el delito de resultado.

Obviamente, como ya adelantábamos, no se puede prescindir de la naturaleza del

primero de los términos para determinar la naturaleza del segundo. Si el primer delito ha

tenido que cometerse necesariamente por dolo eventual o por imprudencia grave ¿cómo

cabría justificar que el resultado delictivo que se produce por la concreción de ese

peligro grave para la vida o la salud de los trabajadores se causará por una conducta

imprudente que no tenga la consideración de grave?

La SAP Guipúzcoa (1ª) nº 210/2014, de 22 de julio afirma que el delito contra la

seguridad de los trabajadores y el delito de resultado imprudente –homicidio o lesiones-

se encuentran en relación de complementariedad, de tal forma que si se subsume una

determinada conducta en el delito de peligro, ello comportará, de probarse la relación

de causalidad entre el delito de peligro y el de resultado, que se impute la muerte o las

lesiones a título de imprudencia.

En consonancia con esta tesis, la SAP Murcia (5ª) nº 9/2008, de 26 de febrero

entiende que la dificultad de adoptar medidas de seguridad durante la realización del

forjado, supone que la imprudencia por el resultado haya de ser calificada como leve y,

por tanto, ello determina la inexistencia de los delitos del artículos 316 y 317 CP. La

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sentencia resuelve de forma conjunta la imprudencia aplicable al delito de riesgo y al de

resultado, al considerar que la misma hay que catalogarla como leve, absuelve del delito

del art. 317 CP y revoca la condena por el delito del art. 152.1 CP condenando por una

falta del art. 621.1 CP. La conclusión de la sentencia es la siguiente: “De los

razonamientos anteriores se ha de concluir que no puede imputarse a los acusados la

omisión de un delito por imprudencia grave, pero tampoco puede sostenerse que no

incurrieron en negligencia alguna, porque, ante las apuntadas dificultades o ante lo

complicado de implantar medidas de seguridad eficaces, optaron por no adoptar

ninguna medida de seguridad, confiándolo todo a la experiencia y habilidad del

trabajador o a que, si llegara a caer como cayó, lo hiciera en buena postura y a lo

sumo sufriera una lesión menor. Existe, por tanto, una imprudencia leve constitutiva de

una falta del artículo 621.1 del Código Penal”. De cualquier forma, el argumento final

para considerar la imprudencia como leve, es cuando menos llamativo, a la par que tal

vez hubiera sido más clarificador deslindar en el razonamiento final el análisis de la

imprudencia respecto del delito de riesgo y la del resultado.

Lo que es indudable, y hay que ubicarlo como punto de partida es el hecho de

que el delitos de riesgo de los artículos 316 y 317 CP, protegen la vida y la integridad de

la clase trabajadora –bienes jurídicos que gozan de la máxima protección jurídica al

tener la consideración de derecho fundamental en el artículo 15 CE- y, el delito de

resultado imprudente que deriva del mismo sanciona los ataques concretos a la vida y a

la integridad física de los trabajadores, por lo que la infracción de la regla cuidado

cometida por el sujeto activo puede, sin duda, tener relevancia penal. En el delito de

peligro uno de los elementos constitutivos del tipo es la infracción de una norma de

seguridad –los que con infracción de las normas de prevención de riesgos laborales-;

mientras que en el delito imprudente esto no es siempre así, ya que la norma de cuidado

tiene un alcance mucho más general.

Dos son las hipótesis que, a mi juicio, podrían sustentar que ante un delito de

riesgo cometido a título de dolo eventual o imprudencia grave el resultado pudiera

entenderse cometido por imprudencia menos grave o por imprudencia leve y, por tanto,

en este último caso estaríamos ante una conducta atípica. La primera se produciría en

aquellos casos en que existiendo varios responsables, la cercanía o lejanía del foco de

riesgo de los mismos fuera diferente; aquel que estuviera más cercano al detonante del

riesgo asumiría una mayor gravedad en su conducta que el segundo. En definitiva,

estaríamos apuntando al supuesto en que han concurrido varias conductas de posibles

autores al suceso y unas pueden de alguna manera interferir en la de los otros. La

segunda, más clara, se produciría en el caso en que la conducta que el mismo

perjudicado ha llevado a cabo ha coadyuvado de alguna manera al resultado. A ello

cabría añadir una tercera posibilidad que serían los supuestos en que el autor del delito

de resultado imprudente no es uno de los sujetos “legalmente obligados” y, por ende,

sin capacidad para ser autor del delito de riesgo –art. 316 y 317 CP- y sí, únicamente del

de resultado. Al no provenir su conducta de un previo delito de riesgo causado por dolo

eventual o imprudencia grave, sí podría valorarse la existencia de una imprudencia

menos grave.

Respecto del primero de los supuestos, la prudencia es la norma que debe regir

en su apreciación, ya que la distancia con el foco de riesgo no tiene que interpretarse o

entenderse como un criterio estrictamente espacial. En este sentido la SAP A Coruña

(2ª) de 30 de junio de 2014 afirma que la distancia geográfica del empresario respecto

del lugar del siniestro es irrelevante, ya que lo realmente decisivo es el efectivo dominio

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de la actividad social por parte del sujeto, de tal forma que no puede asumirse el

desconocimiento basado en una lejanía geográfica, cuando de hecho existe un control

sobre la empresa.

3. LA IMPRUDENCIA: ESTRUCTURA DEL DELITO IMPRUDENTE

La primera gran pregunta que surge al abordar el espinoso tema de la

imprudencia y, por ello, del delito imprudente es ¿qué se entiende por imprudencia? El

Tribunal Supremo en su sentencia de 21-12-2010 indica que "habrá imprudencia cuando

el autor, por descuido, desconozca el peligro (culpa inconsciente) o cuando conozca el

peligro abstracto -no concreto- que genera la acción (culpa consciente).

Son múltiples, tanto las resoluciones judiciales, como las opiniones doctrinales,

que han abordado la cuestión de la estructura del delito imprudente. Siguiendo los

postulados de la reciente STS nº 598/2013, de 28 de junio, se puede concluir que la

estructura del delito imprudente presenta el siguiente dibujo:

Infracción de un deber de cuidado interno, que en definitiva obliga al sujeto

advertir la presencia de un peligro que es cognoscible, así como la gravedad o

intensidad de dicho riesgo. En el campo de la siniestralidad laboral debemos de

tener en cuenta que nos encontramos ante sujetos con una determinada

cualificación técnica lo que les debe de facilitar la percepción tanto del peligro

como de su gravedad. Lo que, sin duda, debe de valorarse para determinar si se

ha producido dicha infracción.

Vulneración de un deber de cuidado externo –deber objetivo de cuidado-, por el

cual el sujeto está obligado a comportarse de forma que su actividad o

inactividad no genere riesgos no permitidos, así como a actuar para neutralizar

los riesgos que pueda generar terceros o factores externos, cuando sobre el

sujeto recaiga una obligación de neutralizarlos o controlarlos. En las relaciones

laborales los sujetos “legalmente obligados” tienen precisamente el cometido de

neutralizar los focos de riesgo que rodeen a la actividad de los trabajadores;

deben pues mantener una actitud activa y no omisiva o desatendida.

En los supuestos de comportamientos activos, tiene que existir un nexo causal

entre la acción imprudente y el resultado; la imputación objetiva del resultado a

la conducta imprudente. En la dinámica de un accidente laboral es habitual que

el resultado se produzca por la concurrencia de varias acciones u omisiones

imprudentes (el administrador de la empresa no proporciona medidas de

seguridad –conducta omisiva-, el coordinador de seguridad aprueba un Plan de

Seguridad deficiente –conducta activa-, y omite cualquier visita a la obra o

incluso la paralización de la obra cuando detecta un peligro grave e inminente

para la vida o salud de los trabajadores –conducta omisiva-; el encargado de

obra da la orden a los trabajadores de comenzar la actividad –conducta activa-,

sabiendo que no existen medidas de seguridad).

En el caso de comportamientos omisivos, hay que manejar el criterio hipotético

de la imputación, mediante el cual se habrá de determinar si la conducta que el

sujeto ha omitido habría evitado con una probabilidad rayana en la certeza que la

lesión al bien jurídico no se hubiera producido. Estaríamos en el supuesto en que

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11

una determinada medida de seguridad que ha sido omitida hubiera evitado la

producción del accidente –la existencia de barandillas perimetrales hubieran

evitado la caída del trabajador-.

Imaginemos que el trabajador A se encuentra realizando su actividad con una

máquina que carece de protecciones que eviten el acceso a los elementos peligrosos

(cuchillas, rodamientos, punzones…etc.), dicho operario carece de la formación

necesaria para actuar con tal equipo de trabajo, a la par que no se le ha suministrado la

información necesaria. De todas estas incorrecciones tiene conocimiento B, que es el

Jefe del Taller. Como consecuencia de las infracciones señaladas, A sufre el

atrapamiento de su mano que le causan la pérdida de la misma. Si aplicamos los

parámetros antes indicados observaremos como B infringió por una parte el deber de

cuidado interno, ya que estaba obligado a advertir la presencia de un peligro, el cual era

fácilmente representable, así como la realidad y la gravedad del mismo. En cuando al

deber de cuidado externo, B con su inactividad al permitir que el trabajador A realizara

su actividad en tales condiciones de inseguridad, no neutralizó el riesgo existente,

recayendo sobre él tal obligación (adquiere por ello una inusitada importancia describir

en la conclusión primera de la calificación las obligaciones que los acusados ostentan en

materia de seguridad). En último lugar, al tratarse de un comportamiento omisivo y,

sobre la base del criterio hipotético de la imputación, no se puede sino afirmar que una

actividad de B dirigida a impedir que A trabajara en tales condiciones de inseguridad,

hubiera evitado con toda probabilidad la lesión del bien jurídico protegido; debería

haber velado porque la máquina tuviera correctamente instalados sus elementos de

protección y que el trabajador hubiera recibido la formación e información necesaria.

Ahondando en el análisis de qué debe entenderse como “norma de cuidado”

conviene detenerse en el estudio que al respecto realiza la doctrina2. En primer lugar,

cuál sea el deber de cuidado que tenga que aplicar el sujeto, debe venir referido a una

valoración ex ante del mismo; el sujeto obligado tiene que representarse antes de su

acción u omisión que las mismas pueden generar un riesgo no permitido. Esta

valoración ex ante requiere que el autor acuda a todas las reglas generales de cuidado

que está obligado a manejar; así:

Debe prever que su propia conducta, ya sea activa o pasiva, está generando

un riesgo no permitido. En el ejemplo que hemos descrito, B debe ser

consciente de que permitir el trabajo en tales condiciones está generando un

riesgo grave para la vida o la integridad del trabajador.

Debe prever aquellas condiciones externas que pueden influir (crear,

agravar) el peligro que él está obligado a controlar o neutralizar. Imaginemos

que en una obra en construcción, en la que se está trabajando con elementos

metálicos (ferralla, puntales…etc.) se inicia una tormenta con abundante

aparato eléctrico; los responsables de la obra están obligados a prever el

incremento notable del riesgo que produce dicha situación producida por

factores externos, por ello, deberían de paralizar inmediatamente los

trabajos. Lo mismos ocurriría en el caso de rachas de viento fuertes que

pudieran desestabilizar las cargas que transportan las grúas. El Anexo V,

Parte C, ordinal 4, del RD 1627/1997 se refiere a los factores atmosféricos

2 Corcoy Bidasolo El delito imprudente. Criterios de imputación del resultado. Editorial B de F. páginas

123-127

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que incidan sobre la seguridad de los trabajadores y el deber de proteger a

éstos contra los mismos. El Plan de Seguridad también tendría que

contemplar este riesgo.

Debe prever el riesgo que puede generar la actuación de terceras personas o,

incluso, de la propia víctima. Tal sería el caso en que un almacén interactúan

tanto trabajadores como vehículos pesados; el sujeto encargado de controlar

la fuente de riesgo debe de prever que la actitud imprudente –despistes- (más

tarde abordaremos la cuestión de la imprudencia del trabajador) del propio

trabajador o del conductor de, por ejemplo, una carretilla elevadora, puede

generar un riesgo y, por ello, debe esmerarse en evitar que tales conductas,

creen o incrementen un peligro ya existente.

Seguidamente, sigue apuntando la citada doctrina, para concretar la medida de

cuidado, se ha de acudir a los principios de experiencia que indican qué medidas se han

adoptar ex ante para controlar o neutralizar un determinado riesgo, que estarían

conformados por la reglas técnicas que existen en diversas actividades. En el marco de

la seguridad de los trabajadores, estas pautas vendrán determinadas por la normativa

preventivo-laboral. Así, en el caso de los riesgos de trabajo en altura en construcción

habrá de acudirse a lo establecido en la Ley de Prevención de Riesgos Laborales y el

RD 1627/1997 y, en su caso a lo establecido en el Plan de Seguridad. No hay que

olvidar la importancia del Plan de Prevención de Riesgos Laborales en una empresa,

cuya finalidad no es otra que la identificar riesgos, valorar la intensidad de los mismos y

proponer las medidas de seguridad que eliminen o, en su caso, minimicen los riesgos.

Esto no quiere decir que el deber de cuidado sólo se pueda fundamentar respecto de las

normas preventivo laborales, lo que ocurre es que esta normativa es muy extensa y

detallada, por lo que será complicado encontrar situaciones de riesgo que no se

encuentren bajo la cobertura de estas normas.

El siguiente escalón lo constituiría el análisis del deber de cuidado aplicable a

cada supuesto; el cual se desgajaría en dos vectores, el primero se identificaría con la

busca de las reglas generales de cuidado y que, como ya hemos dicho lo constituirían

las normas técnicas aplicables. El segundo vector lo conformaría el determinar cuál es la

conducta que debería desplegar el sujeto en el supuesto concreto, atendiendo a su

capacidad y a las circunstancias exteriores concurrentes. Por ello, no se podría exigir la

misma diligencia a un trabajador que comete un acto imprudente al desarrollar una

actividad para la que se encuentra adecuadamente formado que a un trabajador que

carece de la formación precisa para llevarla a cabo (supongamos que a un trabajador que

se le encomienda por su jefe conducir un toro para trasladar una determinada carga, la

situación no sería idéntica si ese trabajador tuviera o no formación para pilotar dicha

máquina). Ya hemos señalado que en el marco de las relaciones laborales se exige una

determinada cualificación para el desarrollo de determinados cargos de responsabilidad

que hacen presuponer una preparación en los mismos que ayuden a desplegar las

conductas necesarias para controlar la fuente de peligro.

Finalmente, en cuanto a la naturaleza de las diversas reglas de cuidado a aplicar por

el sujeto, la doctrina a la que nos estamos refiriendo afirma que cuando lo que se

infringe es una norma técnica recogida en un “reglamento”, la praxis judicial tiende a

darle relevancia penal sin más consideraciones, cosa que no ocurre cuando la norma de

cuidado deriva de usos sociales, en el cual sí se realiza por los Tribunales una

valoración de conformidad con los principios del derecho penal. Sin embargo, esta tesis

no es aplicable a los postulados de la siniestralidad laboral. Ya hemos dicho que el

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delito imprudente, viene en la mayoría de los casos (salvo cuando el autor no sea una

persona legalmente obligada) anudado a un previo delito de riesgo, en el que uno de sus

pilares es la infracción, precisamente de dichas normas técnicas recogidas en normativa

preventivo-laboral. Y, precisamente por ello, la praxis judicial tiene perfectamente

determinado que no toda infracción de dicha normativa tiene relevancia penal. Así, la

STS nº 1233/2002, de 29 de julio, refiriéndose a su vez a la STS nº 1360/98, de 12 de

noviembre, afirma que “no bastaría cualquier infracción administrativa para dar vida

al tipo penal, porque ésta exige en adecuado nexo de causalidad que la norma de

seguridad infringida debe poner en peligro grave su vida, salud o integridad física lo

que nos envía a infracciones graves de la normativa laboral que lleven consigo tal

creación de grave riesgo. Otra concepción en la línea de bastar para la integración del

tipo penal cualquier infracción de normas de seguridad extendería indebidamente la

respuesta penal en niveles incompatibles con el principio de mínima intervención y de

seguridad jurídica. En definitiva podemos concluir que la integración del tipo penal

con la normativa de la prevención de riesgos laborales, sólo debe ser en relación con la

infracción de los más graves preceptos cuya omisión es capaz de generar aquel grave

peligro. Se está en consecuencia ante una infracción de una norma de seguridad que se

ha reconvertido en tipo penal por la mayor lesividad que aquella infracción conlleva

para el bien jurídico de la vida, salud o integridad del colectivo de trabajadores.”. Esta

postura es seguida mayoritariamente por la doctrina de las Audiencias Provinciales –

SAP Alicante (10ª) nº 233/2014, de 6 de mayo, SAP Valladolid (2ª) nº 158/2014, de 12

de mayo, SAP Madrid (23ª) nº 451/2015, de 30 de mayo).

Con carácter específico, podemos llamar la atención sobre la SAP Alicante (3ª) nº

69/2005, de 11 de febrero que afirma, antes las alegaciones de la parte recurrente en el

sentido de que no existe norma administrativa alguna que obligue a establecer una

determinada medida de protección colectiva en la forma descrita por la sentencia de

instancia, que “…no podemos olvidar la norma social de conducta que obliga a que

cualquier persona que situado en una plataforma desde el suelo elevado sea protegido

de las caídas que le puedan .acontecer con medidas extraordinarias de seguridad, ya

que las medidas ordinarias –caso barandilla-han dejado de tener eficacia”. No sólo la

norma técnica es la que puede determinar la infracción del deber de cuidado, sino que

también la “norma social” que procede de los usos sociales puede servir para su

valoración. Esta tesis es también apuntalada por la STS de 16-06-1992, que ante la

magnitud de los incumplimientos que en materia de seguridad laboral concurrían en la

obra, concluye que no devienen necesarias ni resultan esenciales la referencias a normas

reglamentarias (aunque si sería conveniente citar), puesto que "este tipo de diligencia

está más allá de las infracciones de Reglamentos". Por lo tanto, el Tribunal Supremo

está refiriendo un doble parámetro que aplicar al deber de cuidado, uno constituidos por

las normas reglamentarias y, otro, sin duda, constituido por otro tipo de normas por las

que se rige la sociedad y que serían detectables por cualquier persona con una capacidad

media o normal. La SAP Cádiz (1ª) nº 168/2012, de 28 de mayo afirma que el

cumplimiento o incumplimiento de la normativa laboral es irrelevante, ya que no

constituye un elemento de la falta de imprudencia, debido a que la infracción de la

norma objetiva de cuidado va más allá del mero incumplimiento de una norma

reglamentaria,

La doctrina también apoya esta tesis afirmando que si bien en los delitos de peligro

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14

de los artículos 316 y 317 CP es un elemento esencial del mismo la infracción de

específicas reglas de seguridad, en los delitos imprudentes, la norma de cuidado tiene un

alcance mucho más amplio y no siempre positivado.3

De cualquier forma, hay sentencias que parecen discrepar de este criterio, así, la SAP

Jaén (2ª) nº 183/2000, de 3 de noviembre expone que “Como señala de antiguo la

jurisprudencia (S. T.S. 13-Marzo-1.974, 6-Junio-1.977, 21-Marzo-1.980, 10-Diciembre-

1.981 o 7-Junio-1.988, entre otras), bien por la creación del riesgo inherente a la

actividad laboral, bien por la situación dominante del empresario o incluso por su

posición y deber de garante de las condiciones de seguridad plasmadas en una

normativa reglamentaria específica la doctrina legal viene proclamando que la

vulneración del deber objetivo de cuidado que constituye la base de acción imprudente

o típica encuentra mayor rigor y exigibilidad en el ámbito laboral hasta traducirse, la

simple omisión abstracta del preceptos reglamentarios acompañados de un resultado

lesivo, en fuente de responsabilidad penal, sin necesidad de aportar la demostración de

la virtualidad específica de la omisión o infracción concreta en el desarrollo causal,

pues, tan determinante o más que su propio resultado que cualifica la acción

imprudente, es el riesgo creado o asumido, para generar el reproche penal o la

incriminación de conducta que, sin embargo, no puede establecerse con abstracción del

factor psicológico y culposo del agente que es propio de nuestro Derecho Penal.”.

4. LA IMPUTACIÓN OBJETIVA EN EL DELITO IMPRUDENTE

El delito imprudente contiene algunas peculiaridades en el ámbito de la

imputación objetiva. Así, en primer lugar, hay que partir de un dato esencial cuál es que

gran parte de las acciones que de forma usual se desarrollan en el tráfico ordinario que

en algún momento podrían dar lugar a conductas imprudentes, se encuentran reguladas

por normas administrativas o profesionales que vienen a establecer la frontera del riesgo

permitido4. En el caso de la siniestralidad laboral, estas normas, como ya hemos

repetido, vendrían a ser toda la normativa preventivo-laboral. En estos supuestos en que

existen normas de carácter administrativo que marcan la actuación del sujeto, el

resultado sólo podrá ser objetivamente imputado al mismo, si sobrepasa los límites que

establecen las mismas. En el caso de conductas que no están sujetas a dichas reglas, la

pauta para determinar el riesgo permitido será la del hombre medio.

En segundo lugar, en el marco de las conductas imprudentes adquiere especial

relevancia el denominado principio de confianza, con arreglo al cual cuando varios

sujetos intervienen en una actividad peligrosa, lo razonable es pensar que cada una de

ellas se comportará de acuerdo con el deber de cuidado que le es exigible, en cuyo caso,

al autor que actúa en el entendimiento de que la otra persona se comportará con arreglo

3 Terradillos Basoco. Siniestralidad Laboral y derecho penal; Cuadernos de Derecho Judicial XV de 2005,

Consejo General del poder Judicial

4 Maqueda y Laurenzo. El Derecho Penal en casos prácticos. Editorial Tirant lo Blanch; páginas 84-85

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15

a dicho criterio, no le es objetivamente imputable el resultado.

Finalmente, faltará la imputación objetiva si el resultado hubiera sido el mismo

en al caso de que el autor hubiera actuado de conformidad con la prudencia que le era

requerida.

Para la doctrina la constatación de un riesgo típicamente relevante en la

conducta del sujeto constituye el presupuesto de la imputación. Para la determinación de

este riesgo típicamente relevante, acude a diversos principios5.

Principio de la adecuación social. Este principio, junto con el concepto de riesgo

permitido y del deber objetivo de cuidado son los que van a delimitar cuál sea el tipo

objetivo del delito imprudente. En virtud de este principio carecen de relevancia penal

aquellas actuaciones que tienen la consideración de “socialmente adecuadas”, sobre la

base de que en la vida social se llevan a cabo determinadas operaciones de indudable

peligrosidad que no tienen la consideración de ilícitas. Este criterio ha venido siendo

aplicado por la doctrina fundamentalmente en el ámbito de los deportes y, en concreto

respecto de las lesiones que se produzcan dentro de dicha actividad. Estas actividades

deportivas se rigen por una “reglas de juego” reglamentos y, mientras la actividad del

deportista de enmarque dentro de dichas normas, se entenderá que su conducta es

socialmente adecuada. Aun incluso cuando el deportista actúa fuera de dicha

reglamentación, si ese exceso es socialmente considerado como “habitual”, la conducta

se entenderá igualmente como socialmente adecuada y su sanción quedara dentro del

marco deportivo.

Hay determinadas actividades que por sí mismas, por sus especiales

connotaciones generan riesgos (pensemos en la circulación viaria, en determinadas

actividades laborales); en aquellas de estas actividades que se encuentren reguladas por

sus propias normas, éstas vienen a marcar los límites del riesgo permitido, al menos con

un carácter genérico, sin perjuicio del posterior análisis que se efectúe caso por caso.

Estas normas vienen a señalar cuando un comportamiento se considera socialmente

adecuado. Para determinar el deber objetivo de cuidado que es exigible al autor,

deberemos de acudir a dichas normas.

En aquellos sectores que carecen de estas normas autorreguladoras, para

delimitar el riesgo permitido, habrá que acudir a otros criterios, en concreto a la

adecuación social.

Riesgo permitido, que se concibe como un criterio útil para poder restringir el tipo

imprudente. Para su análisis, viene a diferenciarlo según el contexto en que se analice:

5 Corcoy Bidasolo. El delito imprudente. Criterios de imputación del resultado. Editorial B de F (páginas

279 ss).

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16

Riesgo permitido en acciones de prevalente utilidad social.

Riesgo permitido en supuesto de causalidad imprevisible.

Riesgo permitido en acciones de salvación arriesgadas sin seguridad de lograr el

éxito.

Riesgo permitido por consentimiento en el peligro y en la acción.

Riesgo permitido por insignificancia.

En el ámbito de la siniestralidad laboral, podemos acudir a los criterios ubicados en

primer y cuarto lugar. Respecto del riesgo permitido en acciones de prevalente utilidad

social, es una principio que ha sido admitido tradicionalmente por la jurisprudencia y,

así, basta referir la STS 12/1995, de 18 de enero, “…La conciencia social y el disfrute

de las comodidades inherentes al desarrollo de los pueblos exige el que hayan de

tolerarse actividades que inevitablemente conllevan determinados riesgos; pero como

contrapeso ineludible de tal tolerancia en cada una de esas actividades hay una serie

de normas, escritas o no que garantizan el que puedan desarrollarse dentro de unos

límites tolerables. El riesgo socialmente permitido ha de estar controlado por la

adopción de una serie de medidas que lo enmarcan para que no exceda de la

imprescindible…”. Como observamos, determinadas actividades laborales conllevan

un riesgo que es tolerado socialmente siempre y cuando la intensidad del mismo se

mantenga dentro del límite que establecen las normas que las regulan. Son las normas

de prevención de riesgos laborales las que van a servir de guía para determinar las

fronteras entre el riesgo permitido y el no permitido. Sin embargo, la doctrina

puntualiza esta última afirmación, ya que para ella al identificar el deber objetivo de

cuidado, no puede asimilarse el mismo a las “reglas técnicas”, ya que en determinadas

situaciones aunque se hayan infringido las normas técnicas, la infracción estará dentro

del riesgo permitido. Esta afirmación es recogida por la praxis judicial en el ámbito de

los accidentes de trabajo, en tal sentido se manifiesta la STS nº 1233/2002, de 29 de

julio “…de suerte que es la infracción de la normativa laboral la que completa el

tipo, bien entendido que no bastaría cualquier infracción administrativa para dar vida

al tipo penal, porque esta exige en adecuado nexo de causalidad que la norma de

seguridad infringida debe poner en "peligro grave su vida, salud o integridad física" la

que nos envía a infracciones graves de la normativa laboral que lleven consigo tal

creación de grave riesgo”. En idéntico sentido se manifiestan la SAP Jaén (2ª) nº

199/2014, de 30 de septiembre y la SAP Valladolid (2ª) nº 158/2014, de 12 de mayo,

entre muchas otras.

La doctrina mantiene que la diferencia básica entre los tipos de los artículos 316 y

317 CP –normas penales en blanco- y los tipos imprudentes de resultado hay que

establecerla en que mientras en los primeros la vulneración o incumplimiento de las

normas preventivo-laborales es un elemento necesario del tipo, en los segundos tan sólo

es un indicio sobre el que sustenta la infracción del deber objetivo de cuidado6

6 Protección penal de la seguridad en el trabajo. Editorial Atelier. Juan Carlos Hortal Ibarra. Página 152.

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17

La diferencia entre el deber objetivo de cuidado y el riesgo permitido la sustenta la

citada autora en que mientras que el deber objetivo de cuidado tiene como finalidad

evitar aquellos riesgos que son previsibles y, por ello, penalmente relevantes; el riesgo

permitido, que se fundamenta en el principio de utilidad social, justifica aquellos riesgos

que no son previsibles.7

Cualquiera que sea la interpretación que se aplique a la cuestión, lo cierto es que la

sociedad ha evolucionado respecto al grado de seguridad que debe de regir la actividad

laboral de los trabajadores y, si bien es aceptado socialmente que hay actividades que

por sí, entrañan un riesgo, también es cierto que para equilibrar la balanza, se imponen

al empresario una serie de obligaciones en materia de seguridad (arts. 15, 16, 17, 18 de

la Ley de Prevención de Riesgos Laborales).

En cuanto al riesgo permitido por consentimiento en el riesgo y en la acción,

haremos referencia a él al discernir sobre la concurrencia de conductas y la autopuesta

en peligro del trabajador.

No podemos, por último, sino hacer una breve referencia al principio de

insignificancia aplicado a la siniestralidad laboral. La SAP Madrid (3ª) nº 388/2013, de

5 de septiembre, afirma que dicho principio es aplicable a los supuestos de un accidente

laboral para los casos en que aun cuando se haya incurrido en una infracción de las

normas preventivo-laborales, dicha vulneración carece de entidad suficiente para

provocar el resultado. Este principio, señala el Tribunal, sirve de criterio modulador

para aquellos tipos que pueden presentar una diferente intensidad de su injusto –grave,

leve o levísimo, estos últimos atípicos-; aplicándolo la Sala al entender que la

imprudencia del empresario hay que catalogarla de levísima y, por tanto, atípica.

Principio de confianza. El principio de confianza viene a ser una construcción

jurisprudencial y de aplicación preferente al tráfico vial. En base al mismo se entendía

que cualquier conductor podía confiar en que el resto de las personas que participan de

alguna manera en el tráfico viario se comportaría de forma correcta, siempre y cuando

por las condiciones concurrentes al supuesto concreto, no le hicieren pensar lo contrario.

Posteriormente dicho principio ha ido cobrando carta de naturaleza para todas aquellas

actividades en que la actuación imprudente de un sujeto puede desencadenar un

resultado lesivo. El principio de confianza pues afecta directamente al riesgo permitido,

ya que va a delimitar en qué situaciones los riesgos creados por terceros ajenos al autor

van a influir en la responsabilidad de éste respecto del resultado producido. Ello indica

que el principio de confianza presupone que un sujeto actúa en la seguridad o esperanza

de que los demás sujetos vayan a ceñir su actuación de conformidad con la norma de

cuidado que les sería exigible. A mayor abundamiento, el principio de confianza hay

que examinarlo desde una perspectiva recíproca:

7 El delito imprudente. Criterios de imputación del resultado. Editorial B de F. Página 312

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18

El autor confía en que un tercero actúa dentro de los límites marcados por las

normas.

El tercero actúa confiando en que el autor va a obrar en consonancia con las

obligaciones que le corresponden.

En el campo de la siniestralidad laboral el principio de confianza se invierte y el

autor debe prever que el "tercero-trabajador” puede comportarse de forma imprudente.

En palabras de Arroyo Zapatero8, el principio de confianza sufre una inversión radical

en el ámbito de seguridad del empresario, hasta el punto en que debe aplicar una

diligencia que le permita reconocer y evitar los peligros que los trabajadores puedan

crear contra sí mimos. Este criterios es asumido sin fisuras por la praxis judicial. La

SAP de Madrid (17ª) nº 619/2015, de 16 de septiembre afirma que “Las normas que

regulan la relación laboral y tratan de garantizar la seguridad en el trabajo, limitan la

aplicabilidad de la doctrina de la imputación del lado de la víctima, modificando los

términos del riesgo permitido y del funcionamiento del principio de confianza”. La

citada sentencia relaciona dicha afirmación con lo manifestado por la STS 24-11-1989

que a su vez defendía que en el ámbito de las relaciones laborales la responsabilidad del

sujeto activo por omisión del deber de cuidado en el caso de riesgos extraordinarios, no

quedaría excluida por el tácito desplazamiento de dicha responsabilidad a los

trabajadores, ya que ello equivaldría a liberar al empresario de cualquier deber de

cuidado. Con más claridad si cabe, se pronuncia la SAP de Lugo (2ª) nº 62/2013, de 25

de marzo cuando afirma que la norma de cuidado en el ámbito laboral no se rige por el

principio de confianza, sino que se sustenta en el principio contrario, esto es, en el de

desconfianza, según el cual, el empresario al ostentar el poder de dirección y control

debe de prever las omisiones de los trabajadores. Ello se sustenta, a su vez, en el marco

legal que dibuja el art. 15.4 de la LPRL “La efectividad de las medidas preventivas

deberá prever las distracciones o imprudencias no temerarias que pudiera cometer el

trabajador”. En idéntico sentido se manifiesta la SAP Madrid (15) de 26 de abril de

2004, "Desde tal perspectiva, se ha considerado por la doctrina que en las actividades

laborales vinculadas con factores importantes del riesgo se invierte en cierto modo el

principio de confianza aplicable en otros ámbitos sociales (tráfico rodado),

sustituyéndose más bien por el principio de la desconfianza. De forma que, siendo

evidente que la rutina, el automatismo y la monotonía en el trabajo acaban imponiendo

la desconsideración del riesgo por parte del trabajador, ha de incrementase el deber

objetivo del cuidado del empresario, los delegados y encargados para prever y

neutralizar esas situaciones. Con lo cual, éstos, en lugar de confiar en un

comportamiento cuidadoso y diligente del operario, debe más bien "desconfiar" de tal

posibilidad y acentuar las medidas de seguridad y de vigilancia, con el fin de controlar

los riesgos derivados de los descuidos de los trabajadores, a quienes deben imponer de

forma concluyente e inapelable el cumplimiento de la normativa de seguridad en la

labor diaria". La SAP Lérida (1ª) nº 251/2014, de 20 de junio “Con lo cual éstos, en

lugar de confiar en un comportamiento cuidadoso y diligente del operario, deben más

bien “desconfiar” de tal posibilidad y acentuar las medidas de seguridad y vigilancia,

con el fin de controlar los riesgos derivados de los descuidos de los trabajadores, a

8 Arroyo Zapatero. La protección penal de la seguridad en el trabajo. Ministerio de Trabajo. Madrid

1981. Página 180.

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19

quienes deben imponer de forma concluyente e inapelable el cumplimiento de la

normativa de seguridad en la labor diaria.”. La SAP Madrid (16ª) nº 512/2014, de 7 de

julio “No nos encontramos, por tanto, ante una situación en la que opere el principio de

confianza antes citado, sino en una que responde a las premisas del principio de

desconfianza según el cual el empresario, que ostenta el poder jurídico de dirección y

control, debe prever las omisiones ordinarias de los trabajadores a su servicio.”

Para la doctrina el principio de confianza rige en el comportamiento cuidadoso

de terceros que intervienen en el proceso productivo; sin embargo, el mismo está

sometido a diversas restricciones según se aplique respecto de técnicos y directivos o

simples trabajadores9. A ello se añade que el presupuesto sobre el que se fundamenta

este principio sólo actúa respecto de quien actúa conforme al cuidado debido y, en el

ámbito de las relaciones laborales, el empresario debe de haber encargado la realización

de la actividad a una persona que tenga la cualificación necesaria para realizarla. Por

ello, el principio de confianza encuentra sus límites y, por ende, se torna en un principio

de desconfianza en aquellos casos en que las circunstancias del caso hace que sea

previsible la probabilidad de que se produzca una conducta descuidada del trabajador o,

bien, donde el Derecho o las normas reguladoras de la actividad imponen precisamente

la existencia de un principio de desconfianza10

.

Conviene pues matizar las dos direcciones que adopta el principio de confianza

en el ámbito de las relaciones laborales. En relación a los trabajadores ya ha quedado

meridianamente claro que este principio queda absolutamente desdibujado y en su lugar

toma carta de naturaleza el principio de desconfianza. Sin embargo, en relación con la

posibles tareas de delegación que el empresario pueda realizar en técnicos o en mandos

intermedios, sí que se mantendría vigente el principio de confianza, pero en el

entendimiento que esa delegación de funciones, necesaria por otra parte según recoge la

STS 26-3-1994 “Por lo demás, no es humanamente posible que quienes deben de

ejercer una posición de garante que requiere, por su naturaleza, una distribución de

funciones, puedan realizar personalmente todas las acciones necesarias para el

cumplimiento del deber. Por ello el ordenamiento reconoce el valor exonerante de la

responsabilidad en la delegación de la posición de garante, cuando tal delegación se

efectúa en personas capacitadas y que disponen de los medios necesarios para la

ejecución de los cometidos que corresponden al deber de actuar”, no supone una

dejación de supervisión por parte del delegante, sino que su obligación de vigilancia se

mantiene. Imaginemos que un empresario designa a un jefe de obra, si éste, que tiene la

capacidad necesaria para la asunción de tal función tomara un decisión errónea o bien

omitiera de forma puntual (sin que llegara a conocimiento del empresario) sus

obligaciones en materia de seguridad, no podría achacarse al empresario en base al

principio de desconfianza, ya que en este caso regiría el de confianza.

9 Arroyo Zapatero. La protección penal de la seguridad en el trabajo. Ministerio de Trabajo. Madrid

1981. página 177

10 Id. pag. 179

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20

El juicio de atribución viene a recaer sobre la conducta del autor y es u juicio ex

ante que realiza el juez valorando las circunstancias que han concurrido en el hecho así

como la capacidad del autor.11

La STS 537/2005, de 25 de abril, que resuelve el recurso de apelación

interpuesto contra la SAP de Alicante en un procedimiento de siniestralidad laboral –

enfermedad profesional- marca las pautas interpretativas del Tribunal Supremo respecto

a la imprudencia en el ámbito de la seguridad laboral.

En relación a la existencia de error en aquellas acciones imprudentes en que la

ilicitud sea evidente, entiende que la infracción imprudente, aunque sea temeraria,

radica en no prever o prevenir lo previsible, careciendo la actuación del sujeto de toda

dinámica intencional. Existe, por tanto, un error o ignorancia sobre las consecuencias a

que lleva su conducta, ya que si no hubiera existido un error sobre la producción de una

situación de riesgo para la vida de sus trabajadores, y por ello, se hubiera representado y

sabido que estaba produciendo una situación de riesgo, estaríamos ante un caso de dolo

eventual. Por ello, en modo alguno puede alegarse una situación de error invencible

sobre el tipo.

En relación a la gravedad de la imprudencia, señala el Tribunal Supremo que la

gravedad se encuentra presente cuando se han infringido los deberes elementales que se

deben exigir al menos diligente de los sujetos. Esta consideración alcanza una especial

importancia en el caso de que la situación de riesgo creada por el sujeto afecte a bienes

de primer interés como la vida de las personas y, cuando el peligro creado es elevado,

sin que se hayan adoptado las pertinentes medidas de cuidado y control.

Respecto de los elementos que caracterizan la conducta imprudente en el caso

de delitos de comisión por omisión, se exigen los siguientes:

Una situación típica.

Ausencia de la acción determinada que le era exigida.

Capacidad de realizar la acción.

Ejemplo: un trabajador se precipita desde una tercera planta al suelo, falleciendo,

ante la inexistencia de medidas de seguridad -situación típica-; el jefe de obra tendría

que haber procurado la existencia de dichas medidas y, en su caso, haberle impedido

realizar la actividad en tales circunstancias -ausencia de la acción determinada que le

era exigida-; el jefe de obra tenía la capacidad, el conocimiento y la preparación técnica

para haber llevado a cabo dicho cometido -capacidad de realizar la acción-.

A ello habría que añadir otros tres elementos necesarios para afirmar la

11

Corcoy Bidasolo. El delito imprudente. Editorial B de F. página 331.

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21

existencia de la imputación objetiva:

Posición de garante.

Producción del resultado.

Posibilidad de evitar la producción del resultado.

Ejemplo: en el caso anterior, el jefe de obra ostentaba, sin duda, una posición de

garante; se ha producido un resultado (fallecimiento del trabajador); el resultado podría

haberse evitado si el jefe de obra hubiera obrado conforme le marcaban las

competencias que tenía atribuidas.

Varios son pues, los criterios en base a los cuales puede afirmarse la imputación

objetiva del resultado: la teoría del incremento del riesgo, la teoría del ámbito de

protección de la norma y la teoría de la evitabilidad. En relación a los accidentes

laborales, la no adopción de las necesarias medidas de seguridad tiene como efecto que

se incremente el riesgo para la vida y salud de los trabajadores. En el caso de la

doctrina de la protección de la norma, no existiría imputación del resultado al autor

cuando éste no sea uno de los que la norma trata de evitar –en el caso de la

siniestralidad laboral, las normas preventivo-laborales tratan de proteger la vida y la

salud de los trabajadores- (imaginemos que en una obra en construcción, carente de las

medidas de seguridad colectivas -vallas perimetrales-, se inicia una discusión entre dos

trabajadores en el curso de la cual un trabajador tropieza al recibir del otro un empujón

y cae por el borde del forjado: la norma preventivo laboral no tiene como finalidad

proteger al trabajador de las agresiones o discusiones con otros trabajadores; por tanto el

delito de riesgo sí existiría, pero no arreglo a la doctrina del ámbito de protección de la

norma, el empresario no sería responsable del resultado). Y, por último, en relación a la

evitabilidad del resultado, éste no se hubiere producido si se hubiere actuado conforme a

las directrices que marca la normativa de seguridad.

En cuanto al tipo subjetivo, viene conformado por el desconocimiento negligente

de las circunstancias que fundamentan su deber de actuar y, este desconocimiento de

hubiera evitado si el sujeto actuara conforme a la diligencia que le es exigible. Ahora

bien, el desconocimiento nunca puede sustentarse en el desinterés mostrado por el autor

(un coordinador de seguridad, aun cuando no exista una norma que le obligue a una

permanencia habitual en la obra o a realizar un determinado número de visitas a la

misma, no podrá excusar su responsabilidad en un desconocimiento del foco de riesgo

existente cuando este hubiera sido detectado necesariamente con haber realizado un

adecuado ejercicio de su cargo).

La STS 1611/2000, de 19 de octubre, aborda la cuestión de la autopuesta en

peligro del trabajador, y que ubicamos en este apartado, en lugar del correspondiente al

de la concurrencia de culpas, ya que alude a que estamos en presencia de una cuestión

que afecta al tipo objetivo, en concreto a la imputación objetiva del resultado. El recurso

planteado hacía alusión a la culpa exclusiva del trabajador, ya que el riesgo existente

para el trabajador al utilizar unas varas metálicas en las proximidades de unos cables de

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22

alta tensión era tan tangible que el resultado sólo podría ser achacado a su actuar

imprudente.

Afirma el Tribunal Supremo que una vez verificada la causalidad natural, la

imputación del resultado al autor requiere una doble comprobación; por una parte habrá

de confirmar si la acción del sujeto activo ha creado un riesgo jurídicamente

desaprobado para la producción del resultado y, en segundo lugar, si el resultado

producido es la concreción del riesgo creado por la acción del autor.

En cuanto a la creación del riesgo o peligro jurídicamente desaprobado, se

romperá la imputación objetiva en los siguientes supuestos: en el caso de riesgos

permitidos (excluyen la tipicidad); en los casos de disminución del riesgo (el autor

aunque causalmente es autor del riesgo, con su actuar evita la producción de otro más

grave); en aplicación del principio de confianza (no se imputan objetivamente los

resultados producidos por quien ha obrado en la creencia de que los demás sujetos que

interactúan se mantendrán dentro de los límites del riesgo permitido), no hay que

olvidar, como ya hemos señalado que en el ámbito de la siniestralidad laboral ese

principio se encuentra muy difuminado; el principio de la prohibición del regreso y que

viene referido a aquellas condiciones previas a las que realmente sean causales y que

son debidas a aquel que no ostenta una posición de garante para la evitación del

resultado. Imaginemos en el caso que se ofrece a la resolución del Tribunal Supremo, no

podría argüirse que parte de la responsabilidad radicaría en aquella empresa que

previamente había instalado años atrás la línea de alta tensión en el lugar donde

posteriormente se quiere levantar un edificio.

La segunda comprobación hará referencia a la presencia de otros riesgos junto al

riesgo creado por el autor, y en la que habrá de determinarse cuál de ellos es el que ha

dado lugar a la producción del resultado. También en éste apartado habrá de analizarse

la propia actuación de la víctima, y que se analizará en el apartado correspondiente.

En base a dichas consideraciones concluye el Tribunal Supremo que no es el

trabajador quien se introduce voluntariamente en una situación de riesgo, ya que es el

acusado –director de obra- el que da la orden de trabajar en las proximidades de unos

cables de alta tensión. La sentencia pone en comparación las circunstancias personales

del acusado y del trabajador; el primero era una profesional de la construcción con una

dilatada experiencia, mientras que el trabajador era un joven de 18 años sin experiencia

en trabajo alguno y sin que hubiera sido informado de los riesgos existentes al trabajar

en dichas condiciones. Sobre estas premisas en modo alguno puede contemplarse la

autopuesta en peligro del trabajador. Lo que realmente ocurrió es que el director de la

obra crea con su acción (da órdenes para realizar un trabajo en condiciones inseguras) y

omisión (no proporciona al trabajador formación, información y medios apropiados) un

peligro que era previsible y que se encuentra fuera del riesgo permitido; riesgo que se ha

concretado en el fallecimiento del trabajador –electrocución- y que le es jurídicamente

imputable.

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23

5. GRAVEDAD DE LA IMPRUDENCIA

Para determinar la gravedad de la imprudencia vamos a acudir, en primer lugar a

la ya citada STS nº 598/2013, de 28 de junio, que explicita que la gravedad de la misma

debe de analizarse desde la perspectiva objetiva y desde la perspectiva subjetiva.

Desde la perspectiva objetiva hay, en primer lugar, que valorar la magnitud de la

infracción del deber objetivo de cuidado, el cual se encuentra directamente vinculado al

grado de riesgo no permitido que ha generado el autor o, en su caso, al riesgo no

controlado cuando dicho control le corresponde al autor en el caso de conductas

llevadas a cabo por terceras personas o por circunstancias casuales. Y, finalmente, el

grado de admisión del riesgo existente se encuentra relacionado con el grado de utilidad

social de la actividad desplegada por el sujeto. A ello, se añade la importancia del bien

jurídico agredido, cuanto mayor protección, cuanto mayor valor tenga el bien jurídico,

mayor será la exigencia de cuidado. En el caso de la siniestralidad laboral este último

requisito no plantea discusión alguna ya que el bien jurídico violentado es la vida o la

integridad física del trabajador. En cuanto a la intensidad de la infracción del deber

objetivo de cuidado, directamente relacionado con la importancia del riesgo no

permitido, habrá que concluir que no tendrá la misma intensidad una posible caída de un

trabajador desde un altura de 1, 5 metros a la que se produce desde una altura de 17

metros. Sin embargo, no olvidemos que nos encontramos en un ámbito rodeado de

normativa preventivo- laboral y la propia regulación legal como la jurisprudencia han

dado las pautas para determinar cuando existe una situación de grave peligro para el

trabajador. Hay, en este punto, que insistir nuevamente en que el delito de resultado

imprudente viene anudado al delito de riesgo, el cual exige para su comisión la

existencia de un riesgo grave para el trabajador. En este sentido la SAP Madrid (6ª) nº

262/2009, de 5 de junio , ante las alegaciones de la parte recurrente, manifiesta que

existía una norma de seguridad que exigía que la máquina troqueladora estuviera dotada

de un “salvamanos”, norma que no podría tener otra finalidad que eliminar el riesgo de

que cualquier persona o trabajador pudiera introducir la mano de forma accidental, por

lo que no resulta defendible que se pueda alegar que el riesgo no era previsible; riesgo

creado por el empresario por no haber dotado al equipo de trabajo de los mecanismos de

protección necesarios. Por ello confirma la gravedad de la imprudencia. La Audiencia

Provincial relaciona la gravedad de la imprudencia con la existencia de una norma de

seguridad que no podía desconocer el acusado.

El art. 4.2 LPRL define como” riesgo laboral grave” la posibilidad de que

un trabajador sufra un determinado daño derivado del trabajo”. A continuación señala

que para calificar un riesgo de grave “se valorarán de forma conjunta la probabilidad

de que se produzca el daño y la severidad del mismo.”. La jurisprudencia, por su parte,

en una consolidada doctrina entiende que para apreciar la gravedad de riesgo habrá que

valorar de forma conjunta la probabilidad de que el evento dañoso acaezca y la entidad

del resultado lesivo que se pueda producir en caso de materializarse el riesgo. La SAP

de Pontevedra (4ª) nº 50/2014, de 24 de julio asevera que “La gravedad del peligro se

determina desde un doble punto de vista: Por el grado de probabilidad del resultado y

por la entidad misma del resultado probable”; en semejantes términos de pronuncia la

SAP Barcelona (8ª) nº 200/2011, de 10 de marzo, “La Juez "a quo" afirma que el

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24

peligro a que se refiere el art. 316 CP no es grave. Sin embargo, este Tribunal

partiendo de los criterios establecidos en el artículo 4.2 de la LPRL, que son por un

lado el de la probabilidad de que se produzca el daño y, por otro lado, la severidad del

mismo, entiende, al igual que el Fiscal, que sí existió grave peligro para la vida, salud

o integridad física del trabajador accidentado, hasta el punto que dicho peligro derivó

en lesión, siendo previsible ex ante, es decir en el momento de comenzar la acción,

dada la inexperiencia del trabajador lesionado y la falta de formación e información

suficientes y adecuadas sobre el riesgo eléctrico, extremos conocidos por el acusado.”

Desde la perspectiva subjetiva, la gravedad de la imprudencia vendrá

determinada por el grado de previsibilidad o de cognoscibilidad de la situación de riesgo

atendiendo para ello a las circunstancias del caso concreto. Así, dice el Tribunal

Supremo que cuanto mayor sea el grado de previsibilidad o cognoscibilidad del peligro,

mayor será el nivel de exigencia y más grave será la vulneración. Por tanto, la óptica

subjetiva de la gravedad de la imprudencia guarda una estrecha relación con el grado de

preparación que tenga el autor para prever la situación de riesgo. Por ello, en el caso de

los técnicos o profesionales el grado de exigencia será más intenso y, en el caso de los

trabajadores, el grado de exigencia guardará relación con el grado de formación e

instrucción que posea y que, por ende, le permita detectar la situación de riesgo. A ello

se une, como señalaba la anterior sentencia -SAP Madrid (6ª) nº 262/2009, de 5 de

junio- que la previsibilidad también podrá valorarse en función de la existencia de una

norma de seguridad.

La STS nº 26/2010, de 25 de enero, con remisión a otras resoluciones

dictadas por él mismo, recoge los diferentes criterios que se han utilizado para

determinar la gravedad de la imprudencia:

En atención a la entidad del bien jurídico protegido puesto en peligro por

la conducta. En definitiva, cuando la acción del sujeto genera un riesgo

para un bien jurídico importante, en condiciones que la posibilidad de

que se produzca el resultado sean considerables, la imprudencia debe de

ser considerada como grave. (STS nº 211/2007).

En atención a la entidad de la infracción del deber de cuidado (STS nº

1111/2004, nº 186/2009)

Afirma el Tribunal Supremo que la culpa grave comprende tanto la culpa

consciente como la inconsciente, ya que no es necesaria una representación mental de la

infracción por parte del autor.

Retomando la argumentación de la STS nº 537/2005, de 25 de abril, pero esta

vez en relación a la gravedad de la imprudencia, parece conjugar tres criterios:

la mayor o menor intensidad o importancia del deber de cuidado

infringido.

la relación jerárquica de los bienes jurídicos que se ponen en peligro.

la posibilidad concreta de producción del resultado.

Todo ello puesto en relación con la omisión de los deberes profesionales que

ostenta el sujeto.

El Tribunal Supremo considera en la meritada sentencia la imprudencia como

leve, y ello en función de una triple consideración:

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25

Las infracciones de las medidas de seguridad no parecían ser tan

palpables, aunque sí pudiera sospecharse.

El resultado producido no guarda proporción con la conducta omisiva

del autor, por lo que procede es degradar la gravedad de la imprudencia.

Concurren otras conductas imprudentes, toda vez que esa concurrencia

determina una menor responsabilidad, una menor evitabilidad y una más

escasa perspectiva de la peligrosidad.

La doctrina12

,realiza las siguientes consideraciones en cuanto a la gravedad de la

imprudencia en el marco de la siniestralidad laboral:

1. La constatación de la imprudencia no exige la vulneración de normas laborales,

aunque estadísticamente, dicha violación acompañara a todo comportamiento

imprudente, ello debido a la gran cantidad de normativa preventivo-laboral

existente.

2. La gravedad del peligro opera al margen de la gravedad de la infracción

normativa.

3. No sería apropiado defender que la imprudencia grave sólo existe cuando se

infringen todas las previsiones exigibles al sujeto garante de la seguridad. Una

cosa es que cuando se omiten todas las cautelas la imprudencia deba catalogarse

como grave y otra es que sólo sea grave la imprudencia en que se omiten todas

las precauciones.

4. Tampoco es plausible defender la tesis de que sólo existiría imprudencia grave

en los casos de ausencia total de los medios de seguridad y leve cuando esos

medios existen, pero son defectuosos, inadecuados o inservibles.

La Circular 4/2011 FGE afirma que “No es fácil trazar una línea divisoria entre la

imprudencia grave y la imprudencia leve, ya que los conceptos de gravedad y levedad

son un tanto difusos, sin fronteras claras y nítidas, interviniendo en algunos casos en el

curso causal conductas de terceros que pueden desplazar la línea divisoria que delimita

ambas categorías”. Como se observa, la Fiscalía General incide en que una de las

circunstancias que pueden servir de criterio delimitador entre la imprudencia grave y la

leve puede ser la intervención de la conducta de terceros en el curso causal, lo cual nos

da pie para entrar en el siguiente apartado, la “concurrencia de conductas”.

6. CONCURRENCIA DE CONDUCTAS

El planteamiento de la cuestión puede ser el siguiente ¿Qué trascendencia puede

tener la intervención del trabajador en un proceso causal que previamente ha puesto en

funcionamiento el empresario, al no dar cumplimiento a las obligaciones de las que en

materia de seguridad laboral es deudor? Es indudable que si la actuación del trabajador

no ha contribuido a la producción del resultado, la relevancia jurídico penal será

inexistente, pero ¿y si hay contribuido? Las mismas cuestiones pueden plantearse en el

caso de que ese tercero no fuere un trabajador.

12

Terradillos Basoco. Siniestralidad laboral y derecho penal. Cuadernos de Derecho Judicial XV-2005.

páginas 426-427

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26

6.1 La concurrencia de la conducta de la víctima en la producción del resultado.

Como punto de arranque hay que acudir a la doctrina establecida en la

jurisdicción social sobre qué se debe de entender por imprudencia temeraria e

imprudencia profesional referida al trabajador. La propia jurisdicción social admite que

la conducta del trabajador puede tener incidencia en la responsabilidad del empresario –

STS IV de 22/07/2010-, no sólo para graduarla, sino incluso para exonerarle. A mayor

abundamiento, la praxis judicial social –STS IV 13/03/2008- ha venido a reconocer que

aunque los conceptos de dolo e imprudencia utilizados en el ámbito penal pueden ser

utilizados como normas interpretativas (que consideran más rígidos, severos e

inflexibles), los mismos no son enteramente extrapolables al ámbito configurador del

accidente de trabajo en la Seguridad Social. Así, el Real Decreto Legislativo 8/2015, 30

de octubre, por el que se aprueba el Texto Refundido de la Ley General de la Seguridad

Social (LGSS) en su art. 156.5 a) establece que no impedirán la calificación de un

accidente como de trabajo la imprudencia profesional que sea consecuencia del ejercicio

habitual de un trabajo y se derive de la confianza que este inspira. Para una mejor

comprensión de lo expuesto, traemos a colación las siguientes consideraciones que

hicimos en su día13

.

El concepto que en el campo penal se maneja por los Tribunales sobre la

imprudencia profesional, no corresponde con el que se articula en la jurisdiccional

social, porque en este campo, la imprudencia profesional se relaciona con la

imprudencia del trabajador; en tal sentido, la STSJ de Madrid (sección 3ª) nº 875/2003,

de 23 de junio (EDJ 2003/140442), recuerda que el Tribunal Supremo ha distinguido

entre la imprudencia temeraria y la imprudencia profesional, indicando que debe de

considerarse como temeraria cuando “el trabajador consciente y voluntariamente

contraría las órdenes recibidas por el patrono o las más elementales normas de

precaución, prudencia y cautela exigibles a toda persona normal”. Por el contrario, se

entiende como imprudencia profesional aquella en la que el trabajador ante la

inminencia del riesgo que acompaña a su actuación, se cree capaz de superarlo por la

propia capacidad y habilidad profesional, o no le ha prestado la debida atención, por

hallarse atenuada su voluntad, y en su caso sus movimientos reflejos, por la repetición

del mismo acto, la facilidad que en otras ocasiones lo ha superado felizmente, o porque

confiaba en su suerte que le permitiría superarlo sin daño personal.

De un somero análisis de lo dicho queda claro que la diferencia básica entre

ambos conceptos radica en el mayor (temeraria) o menor (profesional) grado de

imprudencia que concurra en la acción del sujeto. Si bien es cierto que dichos conceptos

se barajan en relación a la conducta desplegada exclusivamente, como se ha dicho, por

el trabajador que sufre el accidente; mientras que el concepto de imprudencia temeraria

y profesional tiene para el derecho penal unos parámetros diferentes.

Llegados a éste punto cobra una especial importancia las consideraciones que el

artículo 15.4 de la Ley 31/1995 (LPRL), realiza sobre los principios de la acción

preventiva en relación a la conducta desplegada por el trabajador. Señala dicho precepto

que “La efectividad de las medidas preventivas deberá prever las distracciones o

imprudencias no temerarias que pudiera cometer el trabajador.” Por tanto, es

obligación del empresario en el campo de la acción preventiva tener en cuenta cualquier

13

La calificación jurídica de las lesiones en el marco de la siniestralidad laboral. Centro de Estudios

Jurídicos 2010. Página 16-17

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27

conducta imprudente del trabajador que no alcance el grado de temeraria, y que de

conformidad con lo criterios jurisprudenciales que maneja la jurisdicción social, sería

aquella en que:

El trabajador de forma consciente y voluntaria actúa de forma contraria a

las órdenes recibidas por el empresario o por quien le represente en cada

momento.

El trabajador actúa al margen de las más elementales normas de

precaución, prudencia y cautela.

En conclusión, la imprudencia profesional será aquella que el empresario o

cualquier persona en quien éste delegue ha debido prever, mientras que la imprudencia

temeraria es aquella que es imprevisible para cualquiera de aquellos, ya que el

trabajador actúa al margen de toda praxis laboral y de la diligencia más elemental de la

que se le considera poseedor (por ello, insistimos, cobra especial importancia la

formación de la que sea acreedor el trabajador, ya que la diligencia exigible a un

trabajador con formación no es la misma que podrá serle exigible a uno que carezca de

ella). Ello lleva a afirmar que la imprudencia profesional no excluirá, en principio la

responsabilidad del deudor de las medidas de seguridad, mientras que, en principio, la

temeraria sí que la excluirá.

Esta distinción también ha sido acogida por la jurisprudencia penal, así, la SAP

Cádiz (1ª) nº 417/2009, de 11 de noviembre afirma que es conocida la distinción que

realiza el Tribunal Supremo entre la imprudencia profesional y la imprudencia

temeraria; consistiendo la primera en las distracciones o descuidos del trabajador que se

producen debido a su familiarización o habituación al riesgo en trabajos peligrosos,

siendo imprevisibles para el propio trabajador. Por su parte, la temeraria consiste en la

falta de la diligencia más elemental por parte del trabajador y que resulta imprevisible

para el empresario y encargado. La aplicación de esta distinción hace concluir a la

Audiencia Provincial que habría que excluir la responsabilidad del empresario y del

encargado cuando la imprudencia del trabajador es la causa eficiente del resultado –

imprudencia temeraria-, ya que rompe el nexo causal y sólo la actuación del trabajador

se considera causa del resultado, lo que no ocurriría en el caso de la imprudencia

profesional.

Un supuesto de imprudencia profesional ocurriría en el caso de que los huecos

de un edificio en construcción no estén cubiertos, en contra de lo establecido en el Plan

de Seguridad y de la normativa legal. El trabajador, puesto que los ha visto, conoce el

lugar donde esos huecos existen, pero al estar concentrado en la labor que está

realizando da unos pasos hacia atrás y cae por el mismo (es el empresario o encargado

quien con su conducta omisiva genera una situación de grave peligro, inicia un curso

causal en la que posteriormente entra el trabajador por un descuido o despiste). Distinto

es el supuesto en que un trabajador salta las vallas perimetrales que protegen el borde

del forjado con el objeto de recepcionar la carga que va a depositar una grúa, conducta

que realiza contraviniendo las órdenes del jefe de obra y de los dispuesto en el Plan de

Seguridad, que exige que para recibir la carga antes de desmontar por un lugar concreto

las vallas, el trabajador proceda a utilizar las medidas de seguridad individuales de las

que el empresario le ha dotado. La conducta del trabajador habría que calificarla como

temeraria.

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28

Para la doctrina14

lo que hay que examinar es la relevancia de la intervención de

la víctima en un proceso de riesgo previamente puesto en marcha por el empresario

debido a la falta al deber de cuidado que le era exigible. Y, en base a ello, distingue tres

hipótesis:

La acción imprudente del trabajador es consecuencia de la orden directa del

empresario o del encargado.

La acción llevada a cabo por el trabajador es consecuencia de su habituación al

riesgo, y esta conducta es favorecida por el empresario con su pasividad

(omisión), lo que supone una creación o un incremento del riesgo que ya por sí

entraña la actividad.

La acción llevada a cabo por el trabajador es consecuencia de la propia decisión

del trabajador que actúa en contra de las órdenes del empresario o eludiendo su

vigilancia.

Los efectos serán diferentes, ya que en las dos primeras va a existir responsabilidad

del empresario o encargado. Mientras en la primera la conducta del trabajador será

inocua, en la segunda no va a impedir la responsabilidad de aquellos si será tenida en

consideración para graduar la culpabilidad de aquél, pudiendo tener incidencia tanto en

la responsabilidad penal como en la civil. Por su parte, en el tercer supuesto habrá de

negarse la imputación.

La doctrina15

entiende que el Tribunal Supremo aborda la cuestión desde el punto de

vista de la relación causal –causa eficiente- afirmando que “la intervención imprudente

del trabajador constituye uno de los temas básicos de la interrupción del nexo causal”,

mientras que lo lógico sería hacerlo desde la óptica de la imputación objetiva. Para esta

doctrina, el problema se resuelve de conformidad con el fin de protección de la norma y,

así, en el caso de la imprudencia temeraria del trabajador, se rompe la imputación

objetiva del empresario, porque el fin de protección de la norma preventivo-laboral, no

es impedir la imprudencia temeraria del trabajador, sino la imprudencia profesional. En

concreto, la STS de 19/10/2000, ante las alegaciones del recurrente de la inexistencia de

nexo causal entre la imprudencia del acusado y el resultado producido (muerte del

trabajador a sus órdenes) debido a la autopuesta en peligro del trabajador, afirma que

nos encontramos ante un problema de imputación objetiva. De cualquier forma, la

propia sentencia afirma que la cuestión ha sido resuelta tradicionalmente a través de la

denominada “compensación de culpas”, remitiéndose inmediatamente a lo establecido

en la STS 5/11/1990 que entiende que para evaluar la relevancia de las conductas

intervinientes habrá de determinarse si uno de los factores intervinientes se muestra

como “causa eficiente” y decisiva del resultado, en cuyo caso, la intervención de los

demás sujetos debería de conceptuarse como accidental o fortuita.

La línea argumental del Tribunal Supremo la encontramos expuesta en la STS

30/12/1987, que afirma que en el campo penal no puede hablarse de compensación de

14

Arroyo Zapatero. La protección penal de la seguridad en el trabajo. Ministerio de Trabajo. Madrid

1981. página 201-202

15 Id nota 14, página 202

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29

culpas, sí puede abordarse la cuestión desde la concurrencia de conductas, lo que hace

que el problema se desplace al campo de la causalidad, y ello supone proceder a la

valoración de todos los comportamientos que han influido en el resultado, tanto los del

autor como los de la víctima. Entiende el Tribunal Supremo que hay que proceder a un

análisis individualizado de cada una de las conductas concurrentes y proceder a su

graduación, una vez hecho lo cual hay que proceder a un estudio comparativo de todas

ellas para determinar cuál o cuáles han tenido una eficacia preeminente. La importancia

de las concausas supone apreciar como prevalentes aquellas que tengan la consideración

de originarias y principales, siendo accesorias, las meramente favorecedoras.

A continuación describe el Tribunal Supremo el efecto que puede producir la

inferencia de la conducta de la víctima en el resultado y que se esquematiza con la

siguiente fórmula:

Degrada el grado de culpa en que haya podido incurrir el agente,

especificando que tal disminución puede producirse en uno o dos grados;

esto es, podría pasar de la imprudencia temeraria a la simple

antirreglamentaria o a la simple imprudencia. Hoy día esto supondría el

degradar la imprudencia grave en menos grave o en leve, en este último caso

la conducta sería atípica.

Afectando a la cuantía de la responsabilidad civil, que será disminuida en

función de la influencia que la conducta de la víctima haya tenido en el

resultado. La praxis judicial utiliza aquí porcentajes de disminución que

abarcan desde el 10% hasta un 90%16

.

En aquellos casos excepcionales en que la conducta de la víctima sea de tal

intensidad que exima de responsabilidad al agente.

Ambas tesis expuestas, aunque parten y se sustentan en fundamentos diversos, lo

que sí hacen es tener en cuenta la conducta desplegada por la víctima y su incidencia en

el curso causal, lo cual puede influir en la intensidad de la responsabilidad del autor.

En el marco de la siniestralidad laboral, la imprudencia del trabajador tiene unas

connotaciones especiales que la praxis judicial se ha encargado de poner de manifiesto.

La SAP Pontevedra (4ª) nº 50/2014, de 24 de julio afirma que el hecho de que la víctima

haya contribuido de alguna manera con su conducta arriesgada en imprudente al

resultado no sirve por sí sólo para negar la imputación objetiva. Entiende la sentencia

que en al ámbito de las imprudencias laborales los criterios de imputación objetiva

llevan aparejado que el deber objetivo de cuidado del empresario o en quien éste

delegue ha de englobar la previsión y neutralización de los riesgos derivados de las

imprudencias en que pudieran incurrir los trabajadores por su propensión el riesgo que

su actividad genera. La SAP Vizcaya (2ª) nº 15/2014, de 17 de enero, confirma la

sentencia dictada en la instancia en la que se condenaba al administrador de la empresa

por un delito del art. 317 CP y una falta del art. 621.3 CP. La degradación del delito de

lesiones imprudentes a la falta se produce en función de la actuación de la víctima en la

producción del accidente, sin embargo, el razonamiento de la AP para confirmar la

condena por la falta parece contradecir lo dicho. Así, la AP ante la alegación del

16

Manuel Javato Martín. Imprudencia del trabajador e incumplimiento de sus obligaciones de

seguridad: consecuencias y efectos en el ámbito penal. Jornadas de especialistas de siniestralidad

laboral 2012. Centro de Estudios Jurídicos, página 53.

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30

condenado al solicitar la absolución por la falta, afirma que la actuación del trabajador

no puede considerarse como “extravagante o abiertamente contraria a las directrices de

la dirección, sino que se adecua a su habitual desarrollo” y que, la pretensión de la

absolución sólo podría producirse en el caso de que la actuación del trabajador fuera

“singularmente temeraria”. Por tanto, en el marco de la imputación objetiva el

incremento del riesgo para el bien jurídico protegido –la vida o la integridad del

trabajador- es imputable en exclusiva al empleador. Seguidamente afirma la Audiencia

que en este sector del derecho penal se entiende que por encima de la conducta

imprudente de la víctima se encuentra la obligación del empresario de cumplir y hacer

cumplir las medidas de seguridad, incluyendo la posibilidad de que el trabajador las

incumpla como consecuencia de su habituación al riesgo. Por lo tanto, si la actuación

del trabajador no puede catalogarse de imprudencia temeraria, sino que ha sido debida a

su habituación al riesgo y el empresario tenía la obligación de prever este tipo de

distracciones y, si ha sido exclusivamente la acción o inacción del empresario la que ha

dado lugar al incremento del riesgo, es difícil entender el motivo de que la imprudencia

del empresario se rebaje de grave a leve. A mayor abundamiento entiende la sentencia

que la desobediencia del trabajador a las órdenes de seguridad, aunque sí sirvan para

degradar la responsabilidad penal, no afectan a la responsabilidad civil. La SAP Lérida

(1ª) nº 251/2014, de 20 de junio desestima las alegaciones del recurrente que centra la

causa del accidente en la culpa exclusiva del trabajador y sí entiende que ha existido una

concurrencia de culpas, la cual tiene exclusivamente incidencia en la responsabilidad

civil y que valora en un 10%. La SAP Madrid (16) nº 512/2014, de 7 de julio entiende

que la conducta del trabajador ha contribuido al resultado por lo que procede a degradar

la imprudencia de grave a leve así como a una disminución del quantum indemnizatorio.

La sentencia realiza unas consideraciones ciertamente interesantes ya que parte del

hecho de que tanto la doctrina como la jurisprudencia entienden que en la relación

laboral una de las dos partes de la ecuación laboral –el empresario- está en una relación

de superioridad respecto de la otra- el trabajador- y, por ello, es quien tiene la capacidad

para adoptar las medidas de seguridad, quien tiene la capacidad para seleccionar a los

trabajadores más capacitados para llevar a cabo una determinada actividad, por lo que

sólo puede excluirse la responsabilidad del empresario cuando el trabajador tiene

formación suficiente y tenga a su disposición las medidas de seguridad necesarias.

Entiende la AP que la conducta del trabajador fallecido sino determinante, si es causal

en el resultado producido (el trabajador tenía formación y había recibido instrucciones

de no estar en ese lugar mientras se procedía a desencofrar y la grúa procedía a la

retirada de los paneles). Se mantiene la condena por una falta del art. 621.2 CP. El

Juzgado de lo Penal había absuelto del delito contra los derechos de los trabajadores. La

SAP Valencia (3ª) nº 388/2014, de 9 de junio entiende que aunque el trabajador

conociera que el equipo que utilizaba era peligroso e inadecuado para el trabajo que le

habían encargado, al tratarse de una práctica consentida por el acusado excluye

cualquier compensación de culpas en al campo civil. La sentencia del Juzgado de lo

Penal condenaba al administrador de la empresa por sendos delitos contra los derechos

de los trabajadores del art. 316 CP y de lesiones imprudentes del art. 152.1.3º CP. La

SAP Tarragona (2ª) nº 490/2013, de 11 de noviembre, entiende que si bien el trabajador

vulneró su obligación de utilizar los medios de protección individuales que tenía a su

alcance, nadie le exigió ni comprobó que los utilizara, ni nadie le advirtió que no debía

de hacer dicho trabajo por su falta de capacitación y formación, a ello se une que nadie

le proporcionó instrucciones necesarias para realizar la actividad sin riesgo, sino que por

el contrario de le ordenó hacerlo y sin que nadie le supervisara. Por ello concluye que su

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falta de diligencia no puede considerarse de tal entidad como para interrumpir el nexo

causal con el resultado producido, y por ende, no procede una degradación en la

responsabilidad penal, sino únicamente a una moderación en la responsabilidad civil,

que se estima en un 20%. Con carácter general, la Audiencia Provincial al referirse a la

contribución de la víctima al resultado plantea dos escenarios distintos; si el deber de

cuidado transgredido por el trabajador es consecuencia de la orden recibida por el

empresario o encargado, no tiene ninguna relevancia en la responsabilidad de estos; por

el contrario, si el deber de cuidado infringido por el trabajador deriva de su habituación

al riesgo (la denominada culpa profesional), no cabría hablar de compensación de

culpas, pero sí valorar las conductas de los distintos intervinientes, por lo que la

cuestión se desplaza del marco de la culpabilidad al de la causalidad, lo que puede

repercutir en el grado de culpabilidad, afectando incluso a la cuantía de la

indemnización.

6.2 Concurrencia de terceros que no sean víctimas

En el marco de una actividad laboral más o menos compleja rige el denominado

principio de la división del trabajo, en virtud del cual varias personas coadyuvan con su

actividad al logro de un determinado fin. Este principio tiene su reflejo no sólo en el

segmento de la actividad de los trabajadores propiamente dicha, sino que también tiene

su incidencia en la esfera de las personas que ostentan la posición de garante respecto de

los trabajadores (ya sean sujetos legalmente obligados y, por tanto, potenciales sujetos

activos del delito de riesgo, ya sean trabajadores que por su especial cualificación o por

su posición en la cadena de mando tengan una posición preeminente respecto del resto

de trabajadores). Por ello, no es inhabitual que cuando se produce un accidente laboral,

hayan confluido, de una u otra forma, al resultado, la actuación de varios sujetos

(excluimos ahora la actuación de la víctima que ya ha sido tratada anteriormente).

Estamos, obviamente, ante la actuación de varios sujetos que por su intervención

imprudente facilitan o contribuyen a la producción de un resultado lesivo, sin que exista

un acuerdo previo.

Precisamente en aras de esa división del trabajo, existe una cadena de mando, ya

que el empresario (en función del volumen de la empresa) necesita delegar o mejor

dicho, distribuir parte de su poder de dirección en otras personas, que denominamos

genéricamente encargados. Esta distribución de funciones puede suponer en algunos

casos que dichos encargados gocen de unas competencias en materia de seguridad

laboral que les haga directamente responsables del resultado producido, lo cual no

implica que aquel que esté situado en la escala jerárquica por encima de él esté exento

de responsabilidad. El empresario, por tanto, no se exime de responsabilidad por el

hecho de distribuir parte de su poder de dirección entre sus encargados, siempre y

cuando la decisión final o el control de la actividad de dichos subordinados le

correspondan. Esta afirmación en modo alguno supone una especie de responsabilidad

objetiva del empresario, ya que pueden existir supuestos en que la actuación del

encargado se realiza en contra de las directrices del empresario sin que éste llegue a

tener conocimiento de ello (acciones u omisiones puntuales), o bien por ser decisiones

de índole técnica que por su especialización sea necesaria una cualificación que sí tiene

el técnico, pero no el empresario (imaginemos un supuesto en que se viene abajo una

planta de un edificio en construcción porque la mezcla de hormigón utilizado no era la

adecuada). En otras ocasiones, cuando existen varias personas con responsabilidad

puede ocurrir que mientras más alejado se esté del foco de riesgo pueda existir una

menor responsabilidad. La SAP Madrid (6ª) nº 247/2014, de 24 de abril en el caso de un

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administrador de una empresa que contaba en el momento de los hechos con un número

significativo de obras y en las que el jefe de obra y el encargado eran quienes se

ocupaban de todas la incidencias que pudieran surgir, así como de que los trabajadores

gozaran de las adecuadas medidas de seguridad, concluye que “no puede erigirse al

administrador de la empresa contratista en responsable del cumplimiento de las

condiciones de seguridad hasta un límite que va más allá de su propia capacidad de

acción, evidentemente limitada por la necesaria división del trabajo y distribución de

funciones.” La SAP Valencia (2ª) nº 890/2014, de 6 de octubre entiende que no existe

responsabilidad del promotor, contratista y subcontratista desde el momento en que

existían en la obra personas con preparación técnica –director facultativo-. La SAP

Coruña (2ª) nº 20/2013, de 14 de enero que afirma que los deberes del coordinador de

seguridad no se relajan por el hecho de que se haya designado un servicio de prevención

propio por parte de la empresa. La SAP Jaén (2ª) nº 54/2013, de 10 de abril afirma que

la responsabilidad del empresario no exime al jefe de obra. La SAP Tarragona (2ª) nº

490/2013, de 11 de noviembre afirma que cuando en la producción de un accidente

hayan concurrido varias conductas, nada impide que cada una de ellas tenga un diverso

grado de gravedad. La sentencia, con cita de la STS nº 860/2001, de 17 de mayo afirma

que la concurrencia de plurales imprudencias no supone que todas ellas tengan la

consideración de leves, ya que unas pueden ser graves, menos graves o leves, en

función de la entidad del descuido, de expectativas socialmente exigibles y del deber

objetivo de cuidado omitido. La SAP de Málaga (9ª) nº 427/2012, de 30 de julio,

considera que el jefe de obra no es responsable penalmente, ya que existía en la obra un

coordinador de seguridad por lo que recaían en éste y no en aquél la observancia de las

medidas de seguridad. La, SAP Córdoba (2ª) nº 121/20098 de mayo concluye que el

coordinador de seguridad y el jefe de obra son responsables por omisión, al no visitar

durante una semana las obras. La SAP Madrid (30) nº 73/2012, de 21 de febrero,

considera que el arquitecto técnico no es responsable pues los responsables en materia

de seguridad son los empresarios y los encargados que se encuentran a pie de obra. La

SAP Palma de Mallorca (1ª) nº 33/2012, de 2 de febrero, afirma que la existencia de un

encargado de obra y un recurso preventivo no eximen de responsabilidad al coordinador

de seguridad. La SAP Madrid (17ª) nº 473/2009, de 7 de mayo, entiende que el

arquitecto superior no es responsable del delito de homicidio por imprudencia ya que no

estaba obligado a identificar las fuentes de riesgo al no ser coordinador de seguridad, ni

estaba obligado a neutralizar los riesgos creados. La SAP Burgos (1ª) nº 28172009, de

15 de diciembre, en el supuesto en que el contratista y el subcontratista habían sido

absueltos en la instancia y condenado únicamente el coordinador de seguridad, procede

a degradar la responsabilidad penal de este último, ya que por parte de los absueltos

también existieron omisiones y ello supondría un agravio comparativo. Por ello,

procede a la absolución del coordinador de seguridad de los delitos del art. 316 y 152

CP.

En otras ocasiones si hablamos propiamente de delegación de funciones, sí

podría existir una exoneración de responsabilidad en el empresario. En estos casos la

responsabilidad del empresario no se focalizaría en un control personal sobre la fuente

de peligro, sino sobre aquella persona a la que se ha encargado el control de dicha

fuente de peligro. La praxis judicial sigue al respecto una línea doctrinal sólida,

exigiendo, para que exista una delegación de funciones que exima de responsabilidad al

empresario un triple requisito: delegación en persona con capacidad para controlar la

fuente de peligro; otorgándole los medios necesarios para que pueda llevar a cabo con

total autonomía el control de las fuentes de riesgo y, finalmente, controlando que la

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delegación se desenvuelve dentro de las líneas rectoras para las cual se otorgó. La SAP

Barcelona (9ª) de 1 de enero de 2015 estima que la delegación del empresario en el jefe

de fábrica se hizo correctamente, atribuyéndole competencias en materia de seguridad.

La SAP Jaén (2ª) nº 199/2014, de 30 de septiembre niega la existencia de una

delegación exonerante de la responsabilidad del empresario en el encargado general de

la explotación de la finca, ya que el empresario conservaba el poder de dirección dando

órdenes sobre cómo realizar el trabajo. La SAP Córdoba (3ª) nº 376/2012 concluye que

la delegación de funciones realizada por el empresario no le exime de responsabilidad,

ya que éste no ejerció una labor de supervisión sobre el cumplimiento de las funciones

delegadas al delegado.

7. PRONUNCIAMIENTOS JUDICIALES RELATIVOS A LA GRAVEDAD DE

LA IMPRUDENCIA.

En este apartado vamos a realizar un muestreo de sentencias dictadas por las

Audiencias Provinciales que refieren a la intensidad de la imprudencia –grave o leve- y

que tiene como finalidad poner de manifiesto los diferentes criterios utilizados para

delimitar la misma dentro de la esfera de los accidentes de trabajo.

La SAP de Tarragona (2ª) nº 490/2013, de 11 de noviembre defiende la tesis de

que cuando en la producción de un accidente hayan concurrido varias conductas

imprudentes, nada impide que cada uno de ellas tenga atribuido un nivel de gravedad

diferente; ello referido a la posible culpa del trabajador. Para ello desarrolla el siguiente

argumento “Debe recordarse que no se han llegado a concretar criterios claros en la

determinación de los grados de la imprudencia y suele atenderse a la inobservancia,

mayor o menor, de deberes elementales de cuidado que deben ser exigidos al hombre

menos diligente (STS 2011/2000, de 20 de diciembre). Por ello se ha declarado que es

grave cuando se ha actuado con un olvido total y absoluto de las más elementales

normas de previsión y cuidado. En todo caso, como indica la STS núm. 860/2001, de 17

de mayo: «... nada obsta para que, cuando en la causación de un resultado hayan

concurrido varias conductas culposas de distintos agentes, la gravedad de cada una de

ellas pueda ser de distinto grado y gravedad. Por lo tanto la concurrencia de plurales

imprudencias no puede determinar automáticamente la degradación de todas para

tener que calificarlas de leves sino que, sin perjuicio de la concurrencia de varias para

el resultado, unas pueden ser graves y otras menos graves o leves, según la entidad del

descuido de expectativas socialmente exigibles y la del deber objetivo de cuidado

omitidos».

Los hechos declarados probados por el Juzgado de lo Penal y confirmados por la

Audiencia Provincial, ponen de manifiesto que se estaba llevando a cabo una

construcción en la que la promotora-contratista A había subcontratado con la empresa B

los trabajos de albañilería. Al comenzar los trabajos de desmontaje de un andamio

tubular de fachada y estando ubicado uno de los trabajadores de la subcontratista a 12

metros de altura, en un momento dado perdió el equilibrio y cayó al vacío, falleciendo.

Por el Juzgado de lo Penal se condena al encargado de obra y a la par representante

legal de la promotora-contratista . así como al representante legal de la subcontratista

por sendos delitos del art. 316 CP y del art. 142.1 CP.

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Las causas del accidente son las siguientes: no se disponía de barandilla de

seguridad; el trabajador no utilizó el arnés que tenía a su disposición; el encargado no se

encontraba presente en el momento del desmontaje del andamio y, finalmente, el

trabajador carecía de la formación necesaria.

Se plantea la posible contribución de la víctima a la producción del accidente,

para lo cual la Audiencia Provincial parte de un hecho no controvertido –el trabajador

vulneró su obligación de utilizar los medios de protección individuales que tenía a su

alcance-; sin embargo, en el otro extremo de la balanza se sitúan la siguientes

realidades: nadie comprobó que los utilizara; nadie la advirtió que no realizara el trabajo

por su falta de capacitación y formación; nadie la dio instrucciones para realizar el

desmontaje del andamio sin peligro para su integridad física, sino todo lo contrario, se

le ordenó que lo hiciera sin supervisión alguna. Ello conduce a concluir que la falta de

diligencia del trabajador no tiene la entidad para interrumpir el nexo causal, ya que la

caída se produce por causas ajenas a su voluntad, y su contribución debe considerarse

secundaria. Como observamos, la Audiencia Provincial ha desplazado la resolución de

la cuestión planteada del ámbito de la culpabilidad al de la causalidad.

La SAP A Coruña (2ª) nº 373/2013, de 12 de junio, en cuanto a la gravedad de la

imprudencia, afirma que el hecho de permitir realizar trabajos en altura en una obra,

empleando medios rudimentarios y peligrosos para trabajar en el hueco de un ascensor,

mediante la colocación de plataformas de nula solidez, con un grosor el tablón de 2,5

cm., y sobre el que se permitía realizar sus actividades a los trabajadores, supone una

elevada relajación en la observancia de las normas de seguridad para la integridad de los

trabajadores. Desestima el recurso de apelación y confirma la condena por un delito

contra los derechos de los trabajadores por imprudencia grave –art. 317 CP- y un delito

de lesiones por imprudencia grave del art. 152.1.2º CP.

La SAP A Coruña (2ª) nº 450/2013, de 28 de junio, entiende que la imprudencia

no puede ser considerada como grave. Lo interesante de la citada resolución son los

argumentos que esgrime para sustentar dicha apreciación. En esencia hay que partir de

que el informe de la Inspección de Trabajo entendía que existía una infracción grave de

la normativa de prevención de riesgos laborales, habiéndose producido el accidente

como consecuencia de la mala colocación de un tablón. En primer lugar, la Audiencia

Provincial en consonancia con una consolidada doctrina de que no toda infracción de la

normativa de seguridad laboral lleva aparejada una responsabilidad penal, sino sólo las

más graves e intensas, afirma que, “sobre la base de la propia situación del tablón, a la

altura de 1,5 metros, no estimamos que quepa apreciar una situación de grave

negligencia que afecte a la seguridad colectiva de los trabajadores”. Obviamente se

está refiriendo a la imprudencia grave del art. 317 CP, ya que hace alusión a la

seguridad colectiva de los trabajadores, que es el bien jurídico protegido por el delito de

riesgo; si bien el argumento de que el tablón se encontrara tan sólo a 1, 5 m del suelo es

razonamiento igualmente aplicable a la imprudencia exigible en el delito de resultado.

Sin embargo, lo que sí resulta sorprendente es la segunda inferencia que expone la

sentencia y que textualmente es la siguiente, “Por otra parte, la propia conducta del

perjudicado, renunciando a las acciones que le pudieran haber correspondido, por

haber sido indemnizado, viene a estimar que el propio perjudicado asume una menor

entidad de la negligencia desencadenante del accidente sufrido”. Apuntalar la mayor o

menor gravedad de una conducta imprudente en la renuncia a las acciones que

corresponden al perjudicado como consecuencia de una previa indemnización, no puede

tildarse de fundamento sólido.

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En otras ocasiones la praxis judicial utiliza argumentos estrictamente procesales

para decantarse por la mayor o mejor gravedad de una conducta imprudente. Así, la

SAP Barcelona (6ª) de 14 de marzo de 2013, incardina la conducta del recurrente dentro

del tipo del art. 621.3 CP y no dentro del art. 152 CP porque de la lectura de la sentencia

no se desprende cuáles han sido los motivos que han llevado a la juzgadora a considerar

que la imprudencia tenía la suficiente entidad como para considerarla incardinada en el

art. 152 CP.

La SAP Sevilla (7ª) nº 254/2013, de 28 de junio revoca la sentencia de instancia

en la que se condenaba por una falta de homicidio por imprudencia leve y una falta de

lesiones por imprudencia leve, y condena por un delito de homicidio por imprudencia

grave y otro de lesiones por imprudencia grave. Los hechos probados describen como

uno de los empleados de la empresa, con cinco años de antigüedad, se encontraba

realizando labores de reponedor de mercancía con una carretilla elevadora y, al colocar

sobre una estantería un palet con un peso de unos 789 Kg., para lo cual elevó la carga

unos 1,98 metros, la cerretilla se desestabilizó y volcó, lo que a su vez originó que la

mercancía cayera sobre dos de los clientes del supermercado.

La Audiencia Provincial afirma que la distinción entre la imprudencia grave y la

leve radica en el grado de intensidad de la falta de cuidado –la cual aun cuando no está

escrita, indica que el giro a la izquierda con la carga elevada creaba una palmaria

situación de riesgo para las víctimas-; considerándose en este caso la alta intensidad de

la falta de cuidado en los siguientes parámetros: el acusado había recibido formación

sobre la utilización de la carretilla y, en segundo no se percató de la existencia de

terceras personas en el área de acción de la carretilla, a pesar de que los había

sobrepasado instantes antes.

La SAP Murcia (3ª) nº 391/2013, de 22 de julio, recoge otro supuesto en que

considera la conducta desarrollada por el acusado como de grave imprudencia. Los

hechos describen la situación en que se produce un accidente con un camión debido al

mal estado de los neumáticos. La gravedad de la imprudencia la hace gravitar el órgano

“ad quem” en la absoluta desatención a las medidas de seguridad que el mismo debía de

adoptar, en el caso de una actividad que entrañaba alto riesgo debido al mal estado de

los neumáticos. El acusado debía necesariamente conocer, en función de su actividad

empresarial, el alto índice de riesgo de que pudiera producirse un accidente, que suponía

circular con un camión con los neumáticos en mal estado, cargado de chatarra y por una

autovía. Aunque en este caso la sentencia incide como un pilar básico para decretar la

gravedad de la imprudencia el hecho de que el acusado realizaba un actividad

empresarial, lo cual parece que le otorga un plus de preparación para detectar las

situaciones de riesgo, lo cierto es que cualquier persona con un mínimo nivel de

atención conoce el peligro que supone circular con un vehículo con los neumáticos en

mal estado por una autovía.

La SAP Barcelona (5ª) nº 891/2009, de 26 de noviembre condena por

imprudencia grave a un facultativo por el derrumbe del forjado de la tercera planta de

un edificio. El Tribunal nuevamente se acoge a la tesis de que la gravedad del peligro se

condiciona por el grado de probabilidad del resultado, así como la entidad de dicho

resultado. Seguidamente señala que la imprudencia leve “la constituye una conducta

ligera y de imprevisión venial, por falta de atención bastante, referida a un deber que

cumplir, originándose el mal sobrevenido por el negligente descuido del agente en su

quehacer lícito, situándose la diferenciación entre distintas clases de imprudencias

punibles en un terreno de circunstancialidad y relativismo ante el caso concreto

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debatido”. Pues bien, en función de los parámetros de probabilidad y entidad del

resultado concluye la Audiencia Provincial que aunque el riesgo de derrumbe no era

inminente, sí que era probable y a ello hay que añadir la gravedad del resultado

probable, que si bien en este caso no fue mortal, bien pudo serlo. Conviene destacar dos

aseveraciones importantes, por una parte que probabilidad no es sinónimo de

inminencia y, en segundo lugar que la gravedad del resultado no se valora en función

del resultado efectivo que se produzca, sino con arreglo a una valoración ex ante que

debe realizarse en atención a las circunstancias que concurren en el supuesto específico.

La SAP Sevilla (1ª) nº 227/2009, de 23 de marzo entiende como grave la

imprudencia del arquitecto que no adoptó las medidas necesarias para evitar el riesgo de

electrocución, ya que era conocedor de la necesidad de dichas medidas y de que no se

habían adoptado. Los hechos declarados probados dibujan la siguiente dinámica de

hechos: el encargado de la subcontratista, siguiendo las instrucciones del representante

legal de la misma ordena a los trabajador de la empresa a trasladar un andamio de tres

cuerpos superpuestos desde una de las viviendas en construcción a otra; el

desplazamiento se debía de hacer sin desmontarlo, por lo ataron una cuerda a su parte

superior y lo izaron con una grúa, sujetando cada trabajador el andamio por un lado para

evitar el balanceo; al introducirse de esta guisa por una calle de la urbanización, que no

tenía ninguna señal de prohibición o advertencia, y que era atravesada por un cable de

alta tensión a una altura de unos ocho metros, se produjo un arco eléctrico que alcanzó a

los dos trabajadores. El Estudio de Seguridad elaborado por el arquitecto contemplaba

la existencia de la línea de alta tensión que atravesaba el solar, estando previsto el

soterramiento de la misma y, mientras esto se hacía y, para evitar el riesgo, se preveía la

instalación de un pórtico de seguridad que nunca se instaló. La Audiencia Provincial

entiende que el arquitecto era conocer, al haber realizado el Estudio de Seguridad del

riesgo existente y asimismo era conocedor que las medidas diseñadas por el mismo para

evitar el riesgo no se realizaron y, las que de forma alternativa propuso resultaron del

todo ineficaces. Por todo ello existe una infracción del deber de cuidado, y el resultado

producido –muerte y lesiones- se derivan directamente de la omisión negligente del

recurrente.

De todo lo dicho observamos que junto al arquitecto resultan condenado otros

(representante legal de la contratista, representante legal de la empresa subcontratista,

encargado de la subcontratista, entre otros), en esta caso la situación de riesgo latente la

crea el arquitecto que no lleva a cabo la realización de las medidas de seguridad que el

mismo esbozó y aunque la orden dada a los trabajadores para realizar el traslado del

andamio no la dio él, lo cierto es que era consciente del alto riesgo de que se produjera

el accidente.

La SAP Murcia (2ª) nº 17/2009, de 19 de enero entiende como imprudencia

grave el supuesto en que la máquina era peligrosa, antigua y carente de medidas de

seguridad, a lo que se añade la inexistencia de Plan de Prevención de Riesgos Laborales

y la falta de formación de la empleada sobre los riesgos de la máquina. Se condena al

propietario de la empresa. La gravedad de la imprudencia la fundamenta en la omisión

de las prevenciones esenciales (todos los defectos en materia de seguridad) que eran

perfectamente previsibles por el empresario.

La SAP Burgos (1ª) nº 51/2010, de 20 de julio, identifica como una infracción

del elemental deber de cuidado la omisión de proporcionar las medidas de seguridad

adecuadas (falta de medidas colectivas y de cinturón de seguridad), ya que el trabajador

se encontraba trabajado en altura. Ni se le dotó de los medios necesarios ni se vigiló que

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los trabajos se realizaran con los medios de protección adecuados. La sentencia condena

al administrador de la empresa, al coordinador de seguridad, al jefe de obra y al

encargado.

La SAP La Rioja (1ª) nº 306/2010, de 22 de noviembre, considera como un caso

de imprudencia grave la conducta del conductor de un camión grúa que maneja ésta a la

par que se encuentra hablando por teléfono y origina un accidente al apretar un botón

del mando equivocado.

La SAP Madrid (17) nº 808/2010, de 20 de julio, entiende como grave la

imprudencia del jefe de obra, ya que el andamio no reunía los requisitos legales, estando

él mimos obligado a supervisar el montaje.

La SAP Cantabria nº 196/2010, de 23 de junio degrada la imprudencia por el

delito de resultado (se mantiene la condena por el delito del art. 317 CP) del director

facultativo, de grave a leve sobre la base de que el inicio de la acción causante del

resultado (puesta en marcha de la máquina) se debe a la intervención de un tercero no

identificado, por lo que aparece una concausa en el curso causal que degrada la

imprudencia grave el leve. La orden de desatascar la máquina la da el director

facultativo a un trabajador de la subcontratista, que no desempeñaba habitualmente tal

tarea y carecía de formación para realizarla.

La SAP Zaragoza nº 279/2010, de 21 de diciembre degrada la imprudencia del

coordinador de seguridad de grave a leve, señalando que no debe de ponerse a la misma

altura la responsabilidad del coordinador de seguridad y del contratista, a aquel se le

achaca únicamente un incumplimiento (falta de adopción de medidas a fin de mantener

la distancia con el tendido eléctrico, confiando en que la grúa estaría inutilizada,

confiando en que el jefe de obra no facilitaría, aunque fuera por omisión, la utilización

de la misma a trabajadores sin ninguna cualificación), mientras que a éste de le

atribuyen tres. Concluye la sentencia afirmando que vistas las condiciones del culpable,

se estima más adecuada la consideración de su imprudencia como leve –art. 621.2 CP-.

La SAP Murcia (3ª) nº 162/2010, de 23 de junio, degrada la imprudencia de

grave a leve al entender que de las tres concausas que dieron lugar al accidente, que no

guardando relación entre sí, sólo una era atribuible al condenado: 1. la falta de distancia

de seguridad entre la obra y el transformador eléctrico; 2. no se procede al corte del

suministro eléctrico y, 3. la utilización de un perfil metálico por el oficial de primera

con experiencia. Para la Audiencia Provincial estas tres causas implican distintas

responsabilidades: el no cortar la electricidad era responsabilidad de la compañía

eléctrica, que era quien podía proceder al mismo; la falta de distancia de seguridad

tampoco era imputable al recurrente –encargado de obra-, sino a los técnicos,

promotores y propietarios de la obra; el uso del perfil metálico cerca de un

transformador eléctrico con los cables pelados, si es responsabilidad del encargado de

obra. A este tercio de responsabilidad habría, según el Tribunal, otros dos factores:

primero, que junto al acusado existiera otro encargado de obra y, en segundo lugar el de

la cualificación del propio trabajador fallecido.

No se puede compartir el argumento dado por la Audiencia Provincial. En

primer lugar porque las tres concausas sí guardan relación entre sí, ya que todas vienen

relacionadas con el elevadísimo riesgo eléctrico generado y cada una ella de ellas no

hace sino incrementarlo; en segundo lugar, aunque el corte del suministro eléctrico no

dependía del encargado, éste sí debía haberse asegurado de que el mismo se había

realizado dejando sin electricidad la línea; en tercer lugar, la falta de distancia de

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seguridad debería el mismo haberla previsto al dejar de realizar los trabajos en la zona

de riesgo, máxime cuando previamente no se había comprobado que se había cortado el

suministro eléctrico y, en último lugar, el permitir utilizar un perfil metálico cerca de un

transformador eléctrico con los cables pelados tiene la gravedad suficiente para que,

aunque las demás concausas no guardasen relación entre sí y no fueran responsabilidad

del encargado, para estimar la imprudencia de grave.

La SAP Coruña (2ª) nº 81/2010, de 29 de marzo, entiende que la existencia de

ciertas, pero rudimentarias medidas de seguridad en el hueco, la retirada puntual de las

mismas cuando se produjo el suceso, determina que el grado de imprudencia sea leve.

La sentencia de instancia (juicio de faltas) había absuelto del delito al Arquitecto

Técnico sobre la base de que el estado avanzado de las obras había llevado a una

relajación en la obra, por lo menos en lo concerniente a la continua existencia de

barreras en el hueco del ascensor para evitar caídas verticales, y este mismo criterio es

el que aplica la Audiencia Provincial para absolver al empresario de la falta por la que

había sido condenado. Los hechos probados de la sentencia de instancia señalaban la

ausencia de vallas de protección en el hueco del ascensor y la escasa iluminación.

La SAP Córdoba (3ª) nº 379/2015, de 4 de septiembre, que revocando la

sentencia dictada por el Juzgado de lo Penal, absuelve al administrador de la empresa

contratista del delito de riesgo del art. 316 CP e igualmente degrada la imprudencia de

grave a leve, absolviendo del delito de homicidio por imprudencia del art. 142 CP y

condenado por una falta del art, 621.2 CP, que con la reforma del Código Penal

realizada por LO 1/2015 ha quedado despenalizada. Respecto de esta sentencia haremos

un resumen de sus hechos probados y fundamentos jurídicos, a fin de, posteriormente,

valorar la certeza de sus argumentos.

Los hechos que la Audiencia Provincial da por probados, modificando los

recogidos en la sentencia de instancia pueden sintetizarse de la siguiente forma: la

empresa A, de la cual era el administrador y responsable el acusado M era la

propietaria, promotora y contratista de tres naves industriales. Las construcciones ya se

encontraban prácticamente concluidas, aunque era preciso realizar algunas

modificaciones en el tejado, tarea ésta que le fue encomendada a la subcontratista B. El

día del accidente, el trabajador Z, perteneciente a la contratista A, que estaba contratado

como peón de enfoscado y carecía de formación para trabajar en altura, subió al tejado

de la nave, tras el aviso por parte de trabajadores de B de que iban a quitar la escalera de

acceso, ya que habían terminado sus labores, por lo que debían de retirarse cascotes para

evitar el futuro atranque de los canalones.

El Sr. Z subió al tejado por la citada escalera y al desplazarse por el tejado pisó

la segunda hilada de placas de material traslúcido, colocadas en el techo de la nave, la

cual cedió ante su peso, cayendo desde 7 metros de altura, lo cual produjo su

fallecimiento inmediato.

Los empleados de la subcontratista B, estaban trabajando en el tejado sin

andamios, arnés de seguridad u otros elementos o instalaciones de protección frente a

eventuales caídas.

No consta que el acusado –administrador de la contratista- diera orden al Sr. Z

de subir al tejado de la nave para retirar los referidos cascotes. No obstante sí conocía

que por parte de los trabajadores de la subcontratista B y en concreto por R, se había

solicitado que algún trabajador de su empresa A, debía subir para retirar los cascotes.

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39

La empresa contratista A tenía elaborado el correspondiente Plan de Prevención

de Riesgos Laborales. Así mismo consta que el trabajador fallecido había recibido un

arnés de seguridad, un casco homologado, guantes y botas igualmente homologadas.

También consta que recibió formación acorde a su cualificación profesional.

A continuación, la Sala realiza la siguiente argumentación:

“El tipo penal imputado (art. 142.1 CP) exige que la muerte se haya causado

por imprudencia grave. La gravedad de la infracción de la norma de cuidado es el

elemento normativo a que atiende la clasificación legal, debiendo tenerse en cuenta,

como afirma la referida STS, tanto a la peligrosidad de la conducta como la valoración

social del riesgo. En este sentido, la Sala considera que no existe una falta de diligencia

o cuidado de tal magnitud o gravedad que pueda incardinarse en el delito del art. 142

CP. Y ello porque, como ya se ha indicado, no consta que el acusado diese orden al

trabajador de subir al tejado y ni siquiera estaba prevista la realización de dicho

trabajo, el cual surge cuando tras la realización por parte de los empleados de B... de

sus labores relacionadas con las estructuras metálicas, se advierte en el canalón de

desagüe que evacua las aguas de la vertiente del tejado, se encontraba con numerosos

cascotes que podían obturar el paso del agua. Si correspondía o no a los trabajadores

del acusado retirar dichos cascotes, o, por contra, era la propia B...la obligada a ello,

pues se trataba de residuos procedentes de su actuación, es una cuestión que también

tiene incidencia en la previsibilidad del resultado, puesto que si no correspondía a A...,

el acusado podía no ser conscientes de que debían realizarse tales trabajos, y, por

ende, de que uno de sus trabajadores debía realizar ese trabajo en altura.

Tales argumentos, en unión de los ya expuestos en los fundamentos jurídicos

anteriores, lleva a esta Sala a considerar que no se ha acreditado -al menos con la

certeza en el ámbito penal- que se haya producido una grave omisión de los deberes

objetivos de previsión y cuidado en términos tales que pueda subsumirse en el delito de

homicidio por imprudencia grave por el que también ha sido condenado el referido

acusado.

No obstante lo anterior, si cabe apreciar en la conducta del Sr. M cierta

inobservancia de deberes objetivos de previsión y cuidado que revisten menor entidad y

que tenían su adecuado encaje en el art. 621.2 CP, conducta esta -homicidio por

imprudencia leve- que hoy día ha quedado extramuros del Derecho Penal, pues, como

expone el Legislador, en el Preámbulo de la LO 1/2015, se ha estimado oportuno

reconducir la actuales faltas de homicidio y lesiones por imprudencia leve hacia la vía

jurisdiccional civil, de modo que sólo serán constitutivos de delito el homicidio y las

lesiones graves por imprudencia grave (apartado primero del art. 142 y apartado 1 del

art. 152), así como el delito de homicidio y lesiones graves por imprudencia menos

grave, que entrarán a formar parte del catálogo de delitos leves (apartado 2 del art.

142 y apartado 2 del art. 152 del Código Penal). Porque, como bien se dice, no toda

actuación culposa de la que se deriva un resultado dañoso debe dar lugar a

responsabilidad penal, sino que el principio de intervención mínima y la consideración

del sistema punitivo como última ratio, determinan que en la esfera penal deba

incardinarse exclusivamente los supuestos graves de imprudencia, reconduciendo a

otro tipo de conductas culposas a la vía civil, en su modalidad de responsabilidad

extracontractual o aquiliana de los artículos 1902 y siguientes del Código Civil, a la

que habrá de acudir quien pretenda exigir responsabilidad por culpa de tal entidad.

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La falta de atención, cuidado y diligencia que puede reprocharse al acusado

habría consistido en adoptar medidas que impidiesen que alguno de los trabajadores

subiera al tejado de la nave, puesto que era conocedor de la ausencia de medidas de

seguridad y de que el único acceso debía realizarse a través de la escalera de B. Y ello

porque el propio acusado reconoció en el acto del juicio, aunque era su hermano el

encargado de la obra que se hacía en el interior de la nave, fue a aquél a quien Rafael

se dirigió solicitándole que "mandase a alguien para arriba", en clara referencia a que

enviase a uno de sus trabajadores al tejado para realizar un trabajo allí. Y también

admitió dicho acusado que estaba hablando por el teléfono móvil y que no hizo caso a

Rafael, así como que supone que el fallecido subió por la escalera, de todo lo cual se

colige que era consciente de que alguno de sus trabajadores podía exponerse al riesgo

de trabajar en altura, y pese a ello omitió su deber de impedir que uno de sus

trabajadores realizase dicho trabajo sin las necesarias medidas de seguridad, siento

también consciente de que éstas no existían, de acuerdo con lo razonado en

fundamentos anteriores.

En el orden a la distinción entre la imprudencia grave y leve, hay que manejar

los conceptos básicos delimitadores, como la intensidad de la falta de diligencia del

autor atendidas las circunstancias concurrentes, la mayor o menor previsibilidad del

resultado y el mayor o menor grado de infracción del deber de cuidado según las

normas socio-culturales vigentes. Y en el presente caso esa omisión no puede

calificarse de grave, dado que no era el encargado de la obra, aunque si el

administrador de la empresa, que no había previsión de trabajos en altura, aunque le

fue comunicado que debía subir algún trabajador al tejado, que no dio la orden de

subir -o no consta acreditado que la diera-, así como que se encontraba en el lugar de

modo casual y temporal, según se expuso con anterioridad, todo los cual nos lleva a

concluir en el sentido de que la negligencia reprochable al Sr. MM es de carácter leve y

tenía encaje en el art. 621.2 mencionado.”

Si se analiza el contenido de los dos últimos párrafos debe concluirse que la

Audiencia entiende que el acusado era el administrador de la empresa contratista (por lo

tanto máximo responsable de las medidas de seguridad de la obra), que uno de los

operarios de la subcontratista se dirigió a él solicitándole que uno de sus trabajadores

subiera al tejado a quitar los escombros, que al estar hablando por el teléfono móvil no

le hizo caso; ello indica a juicio de la Sala que el acusado era consciente de que alguno

de sus trabajadores podía exponerse al riesgo de trabajar en altura (riesgo grave) y pese

a este conocimiento omitió su deber de impedir que su trabajador subiera al tejado,

siendo consciente de que no existían medidas de seguridad. Sobre estas afirmaciones

que, a nuestro entender, están describiendo una palmaria imprudencia grave, ya que el

administrador de la contratista era consciente del riesgo de su trabajador y de la falta de

medidas de seguridad. Se opone como contrapeso para degradar la intensidad de la

imprudencia los siguientes argumentos:

No era el encargado de la obra sino el administrador (con mayor motivo al ser un

administrador tiene un plus de antijuridicidad su conducta, al ser el máximo

responsable de las medidas de seguridad).

Que no había previsión de trabajos en altura, aunque le fue comunicado que

debía subir un trabajador (lo cierto es que el administrador tuvo cabal

conocimiento de que uno de sus trabajadores tenía que realzar una actividad de

riesgo sin medidas de seguridad).

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Que no le dio la orden de subir (hecho que es intrascendente al conocer y

permitir que su trabajador hiciera la actividad en las condiciones descritas).

Que se encontraba en el lugar de modo casual y temporal (parece a todas luces

un argumento muy endeble, por no decir inocuo, el que se encontrare de forma

casual en la obra, porque lo importante es que estaba allí y fue consciente del

riesgo que se estaba generando).

La SAP Madrid (23) nº 453/2015, de 20 de junio, entiende, vistos los datos que

concurren, que la infracción del deber de cuidado queda probada, máxime cuando este

deber de cuidado aparece plasmado en una norma, y que cualquier observador objetivo

hubiera podido prever el resultado.

Los hechos probados se pueden sintetizarse de la siguiente forma: se estaba

llevando a cabo la construcción de una vivienda unifamiliar; para la realización de los

trabajos se venía utilizando una grúa autoportante que no reunía las condiciones de

seguridad exigidas, sin haber revisado su estado. Así, la grúa carecía de proyecto de

instalación y puesta en servicio sin haber pasado las necesarias inspecciones técnicas.

Cuando la grúa se encontraba subiendo unos cubiletes con hormigón se partió el cable

que sujetaba el cubilete y éste cayó sobre un trabajador, lo que a su vez provocó la caída

de éste desde una altura de tres metros, a consecuencia de lo cual falleció.

Las causas del accidente, además de los defectos en la grúa, eran la falta de

formación de quien lo manejaba lo que supuso que elevara la carga por encima del

trabajador. A ello se añade que la empresa no había adoptado ninguna modalidad en la

organización de los recursos para las actividades preventivas.

Razona la sentencia, “En modo alguno podemos tampoco estar ante una mera falta.

Y desde luego no se trata de hacer depender la calificación de la imprudencia como

grave exclusivamente de la gravedad del resultado, aparte de que, en alguna resolución

de la Sala Segunda Tribunal Supremo el resultado es tomado en consideración aunque

indirectamente al referirse al bien jurídico lesionado. (Así, en la STS de 30 de

Noviembre de 2.001 se dice " La gravedad de la imprudencia está directamente en

relación con la jerarquía de los bienes jurídicos que se ponen en peligro y con la

posibilidad concreta de la producción del resultado lesivo. En otros términos: cuando

la acción del autor genera un peligro para un bien jurídico importante en condiciones

en las que la posibilidad de producción del resultado son considerables, la imprudencia

debe ser calificada de grave. "). Si hay comportamiento inadecuado y hay resultado

lesivo, el legislador, en los términos que regula flexiblemente el Código Penal, ha

decidido que es pertinente la vía penal.

_La jurisprudencia mayoritaria hace depender la determinación de la gravedad de

la imprudencia de distintos parámetros: 1º) la mayor o menor falta de diligencia

mostrada en la acción u omisión constituyente de la conducta delictiva. 2º) la mayor o

menor previsibilidad del evento que sea el resultado. 3º) el mayor o menor grado de

infracción por el agente del deber de cuidado que según las normas socio culturales

vigentes de él se esperaba (así SSTS de 18 de marzo de 1999 y 1 de diciembre de 2000,

con cita de otras anteriores).

_En el grado de infracción del deber de cuidado tiene una importancia capital la

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consideración de la concreta actividad en el marco de la cual se dan los hechos, como

pone de manifiesto una constante jurisprudencia ( Sentencia de 26 de Septiembre de

1.997) y " el dato objetivo de la mayor o menor peligrosidad de la acción que se

emprende o realiza, de tal manera que el binomio cuidado-peligro constituye una

relación directamente proporcional, a mayor peligro potencial, mayor exigencia de

precaución y, en definitiva, mayor prudencia". La concurrencia de los factores antes

apuntados y que recoge pormenorizadamente el informe obrante a folios 127 y ss no

permite la calificación del injusto como de mera falta. El trinomio falta de protección

colectiva-grúa en mal estado y sin revisar y elevación de cargas suspendidas sobre los

trabajadores, suponen una desviación relevante de la norma de cuidado (por lo demás

perfectamente normativizada) y que para un observador objetivo no presentaba una

previsibilidad remota o marginal.”

La SAP Burgos (1ª) nº 354/2015, de 1 de octubre, resuelve el recurso planteado

contra la sentencia del Juzgado de lo Penal que había absuelto por el delito de riesgo y

condenaba por el delito de lesiones por imprudencia grave. Afirma la Audiencia

Provincial: “Todo lo cual, lleva a determinar que el concreto proceder del recurrente,

no se considera por esta Sala constitutivo de una imprudencia grave, respecto de la que

la jurisprudencia del Tribunal Supremo en sentencia, entre otras, de 13 de octubre de

1.993, indica "La imprudencia grave supone la eliminación de la atención más

absoluta, la falta de adopción de los cuidados más elementales o rudimentarios

exigidos, suficientes para impedir o contener el desencadenamiento de resultados

dañosos previsibles, infringiéndose deberes fundamentales que atañen a la convivencia

y a principios transidos de alteridad".

En aplicación de ello al presente caso que nos ocupa, entendida la imprudencia

grave, en el ámbito penal en que nos encontramos, como infracción del deber de

cuidado por ausencia de todas las previsiones exigibles al garante de la seguridad y

salud de los trabajadores, y que se hubiese producido de haber tenido lugar una

insuficiencia o defectuosidad en la omisión de las medidas necesarias y adecuadas

exigidas conforme a la legislación laboral, (cuando ya en primera instancia quedó

excluido contra los derechos de los trabajadores).”.

Lo llamativo de la sentencia, además de las posteriores consideraciones que

realiza sobre la diferencia entre la culpa penal y la culpa civil, es la posible

contradicción entre las dos afirmaciones que realiza en el segundo párrafo transcrito;

así, en el primero dice que la imprudencia grave en el ámbito penal supone la

“infracción del deber cuidado por ausencia de todas las previsiones exigibles al garante

de seguridad y salud de los trabajadores” y posteriormente afirma que ello se hubiera

producido en el caso de “una insuficiencia o defectuosidad en la omisión de las medidas

de seguridad”. Sin embargo, entiendo que tal contradicción no existe, ya que lo que

viene a realizar la Sala es aplicar el criterio de la imprudencia grave del art. 317 CP, al

delito de resultado imprudente. Hemos venido insistiendo sobre la estrecha interrelación

entre ambos delitos –riesgo y resultado- y lo que hace la Audiencia Provincial es

entender que en este tipo de delitos y, precisamente, por esa conexión existente, la

ausencia de todas las previsiones exigibles se produce en el caso de la existencia de una

insuficiencia o defectuosidad en las medidas de seguridad.

La SAP Valladolid (4ª) nº 153/2014, de 2 de abril contiene la siguiente

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aseveración"...no se adoptaron en el caso enjuiciado las medidas de seguridad previstas

en el Plan de Seguridad, y concretamente no ordenó la suspensión del trabajo a pesar

de que no se cumplían las citadas medidas y que las condiciones climatológicas de

niebla que favorece la conducción, indicaban que se debería haber paralizado el

trabajo, y ello a pesar de que se trataba de unos trabajos peligrosos por utilizarse una

bomba y existir en el lugar unos cables de alta tensión, existiendo evidente peligro de

que se produjera el riesgo de electrocución, a pesar de lo cual el acusado se ausentó

del lugar cuando debía estar allí al ser el recurso preventivo y haber prevenido el

peligro cierto que había, todo los cual constituye una omisión de la diligencias de la

mayor gravedad, provocando que el trabajador realizara la labor en aquellas

condiciones, en las que nunca debió seguir su trabajo, y que dieron lugar al lamentable

siniestro". Contiene la sentencia un elemento interesante y al que ya hemos hecho

referencia, esto es, la incidencia de determinados factores externos –condiciones

atmosféricas- como uno de los elementos a valorar por el sujeto a fin de concretar el

deber de cuidado que debe de aplicar para identificar o representarse un riesgo, que

viene incrementado por un condicionante externo.

STS nº 1490/1992, de 16 de junio.

La sentencia dictada por la Audiencia Provincial había condenado por una falta

de imprudencia simple con infracción de reglamentos al administrador único de la

promotora y contratista, al encargado de ésta así como al primer subcontratista. En el

apartado de hechos probados se afirmaba que ninguno de los acusados había cumplido,

en la respectiva esfera de sus deberes, con la legal obligación de adoptar las medidas

procedentes en la seguridad del trabajo, pues todo ellos, con negligencia absoluta de sus

respectivas funciones, dejaron de ordenar, adoptar y controlar el cumplimiento de las

medidas de seguridad laboral, pese a las advertencias de la Inspección de Trabajo. La

actividad que realizaba los trabajadores consistía en el cerramiento de una fachada de un

edificio en construcción, en el que el promotor-contratista era el encargado de poner el

material, un material que en modo alguno cumplía las medidas de seguridad. En

concreto, el día del accidente los trabajadores se encontraban a una altura de unos 17

metros subidos a un andamio con deficientes medidas (anclajes y perrillos mal

colocados, cable deshilachado) cediendo el cable lo que dio lugar a que se desplomara

parte del andamio. Los dos trabajadores, que eran hermanos, y uno contaba con 17 años

de edad, no llegaron nunca a utilizar cinturones de seguridad, no reclamaron los mismos

durante los meses que trabajaron en la empresa, encontraron deficiencias en el andamio

donde trabajaron que quedó el viernes anterior a la altura del séptimo piso y, no se

dirigieron a nadie, a sabiendas que, con anterioridad, otros obreros habían descubierto

deficiencias en una tracolas que se sustituyeron inmediatamente.

La Audiencia Provincial estimó que la imprudencia de los acusados sería

temeraria si no fuera porque también en el resultado mortal concurrió culpa de la

víctima. Ante esta afirmación el Tribunal Supremo afirma que "es conocido el principio

de que, en materia penal, no cabe la compensación de culpas, aunque sí cabe

considerar la incidencia de varios comportamientos a un mismo resultado. lo que, en

función de la adecuada ponderación, puede significar que la intensidad de la culpa del

imputado no sea tan grave y fuerte como aparentemente se ofrece porque, al final, el

evento fue obra de varios comportamientos de los cuales, suprimido uno de ellos,

precisamente el de la víctima o perjudicado, lo que queda, respecto al volumen de

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imprudencia, por así decirlo, aparezca muy disminuido, lo que permite degradas, por

una parte, la intensidad de la culpa y moderar, por otra, el quantum indemnizatorio".

Lo que realiza a continuación el Tribunal Supremo es una comparación de las

circunstancias que han concurrido al resultado producido, y, parte del hecho de que un

trabajador de diecisiete años, por prohibición legal, no podía realizar trabajos a más de

cuatro metros de altura, lo cual se le ordenó hacer, a la par que no se le proporcionaban

cinturones de seguridad. Rechaza la existencia de una imprudencia del trabajador. Las

gravísimas deficiencias del andamio no podían pasar desapercibidas a todo aquel que

observara un mínimo de diligencia.

Finalmente, el Alto Tribunal realiza una afirmación sumamente interesante,

"...se trata de un olvido tan absoluto de las normas de prudencia y de las que

correspondan a elementales deberes de cuidado, para nada valen, como tampoco son

esenciales, las referencias reglamentarias que ni siquiera sería necesario citar -aunque

su referencia tampoco sobre- puesto que este tipo de diligencias está más allá de las

infracciones de Reglamentos".

8. PRONUNCIAMIENTOS JUDICIALES EN QUE SE APRECIA LA

IMPRUDENCIA MENOS GRAVE

SAP SORIA (1ª) Nº 59/2015, DE 15 DE JULIO. REC: 29/2015. PTE: SÁNCHEZ

SISCART, JOSÉ MANUEL.

La sentencia dictada por el Juzgado de lo Penal condenaba al capataz de la

empresa subcontratista y al técnico de prevención de la misma por sendos delitos contra

la seguridad de los trabajadores –art. 317 CP- en concurso ideal –art. 77 CP- con un

delito de homicidio imprudente –art. 142 .1 CP-; absolviendo al conductor de la

máquina compactadora por el delito de homicidio imprudente del art. 142.1 CP. La

Audiencia Provincial absuelve al técnico de prevención de los dos delitos, mientras que

al capataz le absuelve del delito de riesgo del art. 317 CP y le condena por un delito de

imprudencia menos grave del art. 141.2 CP.

Los hechos declarados como probados pueden ser resumidos del siguiente tenor: el

trabajador fallecido prestaba sus servicios para una de las empresas subcontratistas,

realizando labores de grapado de cintas de fleje en la estacas que servían de cota de

nivel para la maquinaria de extendido de tierras. Dichas labores le habían sido

encomendadas a través del capataz de su empresa, por el encargado de obra y capataz de

la empresa contratista. En una zona próxima, la cual se encontraba acotada en todo su

perímetro con una valla de balizamiento plástica, se encontraba otro trabajador

perteneciente a otra subcontrata, utilizando un rodillo compactador, sin que nadie le

hubiera advertido de que en la zona había otros trabajadores realizando otras labores.

Cuando el conductor de la máquina compactadora terminó su trabajo, procedió a salir

marcha atrás de la zona balizada, utilizando para ello el acceso previsto para la salida

del vehículo. Justo en ese momento, el trabajador que posteriormente resultó fallecido,

que vestía chaleco y pantalón reflectante, se acercó a una de las estacas con la finalidad

de grapar el fleje, colocándose para ello agachado, rodilla en tierra y de espaldas a la

zona de compactación, momento en que resultó arrollado por la compactadora, al no

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percibirse de su presencia, aunque si se dio cuenta de la presencia de los tres

trabajadores del equipo topográfico. La maniobra de salida marcha atrás era la necesaria

para evitar remover o alterar el terreno que se acababa de compactar. Al conductor del

rodillo compactador no se le facilitó la ayuda de una persona auxiliar o señalista, que le

ayudara a realizar la maniobra sin peligro propio ni de otros trabajadores. Dicho auxilio

no estaba previsto en el Plan de Prevención de Riesgos Laborales.

Como causas del accidente recoge la sentencia de instancia las siguientes:

Realizar una maniobra marcha atrás con el rodillo compactador en condiciones

inadecuadas de visibilidad, sin personal de apoyo que guiará al conductor para

proporcionarle las indicaciones adecuadas para realizar las maniobras sin

peligro, avisando a los trabajadores que pudieran encontrarse dentro del radio de

acción de la máquina.

No se previó la presencia de otros trabajadores realizando trabajos

simultáneamente en la zona de acceso y salida de la maquinaria pesada

No se advirtió al conductor del rodillo compactador de la existencia de dichos

trabajadores.

No se previó y señalizó una zona de seguridad para la salida de maquinaria

pesada, a fin de evitar que la zona fuera invadida por otros trabajadores.

En cuando a la responsabilidad de los condenados, entiende el Juzgado de lo Penal

que la falta de coordinación en la organización de los tajos encomendados a las distintas

subcontratas era del encargado de obra y capataz de la contratista, ya que fue quien

encomendó la realización de dichos trabajos a las distintas empresas subcontratadas. En

cuanto el técnico de prevención, se afirma que no se preveían medidas de protección

adecuadas a la realización de trabajos simultáneos en el mismo tajo, siendo éste el

encargado de la coordinación y adopción de medidas de seguridad (esta última

apreciación es posteriormente eliminada de los hechos probados por la Audiencia

Provincial). A ello añade que en el momento de los hechos ninguno de los dos

condenados se encontraba en el lugar donde se realizaban los trabajos.

La Audiencia Provincial al analizar el recurso de los dos condenados entiende que

en la dinámica del accidente intervienen dos causas principales, provocadas por la

infracción de sendos deberes de cuidado que corrieron de forma paralela:

Por una parte afirma que en el Manual del operador y mantenimiento de la

máquina compactadora, se recoge que antes de realizar una maniobra de marcha

atrás, el operador debe de cerciorarse de que no representa un riesgo para el

propio equipo ni para las personas o cosas existentes a su alrededor, a la par que

al circular marcha atrás debe de extremar las precauciones.

El Plan de Seguridad prohibía trabajar o permanecer dentro del radio de acción

de la maquinaria de movimiento de tierras para evitar riesgos de atropello.

A continuación, respecto de la primera de las causas, afirma el Tribunal “ad quem”

que, obviamente, la máquina compactadora constituye un mecanismo peligroso, el cual

debe encontrarse en todo momento bajo el control de su conductor, y que la

compactadora estuvo siendo conducida marcha atrás durante más de veinte metros, sin

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asegurarse plena visibilidad. Por ello, a su juicio, la maniobra la realiza el conductor sin

cerciorarse de la ausencia de peligro para terceras personas, por lo que el conductor no

extremó las precauciones que se indicaban en el Manual.

En cuanto a la segunda de las causas, se afirma por la Audiencia Provincial, que si

bien en un primer momento se cumple lo estipulado en el Plan de Seguridad (mientras

la máquina opera dentro de la zona balizada), no ocurre lo mismo al salir de la misma.

Ello supone un déficit coordinativo, pero que en el caso concreto, ha sido de menor

intensidad que el hecho de haber efectuado una maniobra marcha atrás, con la

visibilidad disminuida, con clara desatención de las específicas normas de conducción

que pesan sobre el conductor. Lo que lleva a la Sala a expresar el hecho de que no

puede modificar in peius la absolución en instancia del conductor porque no ha sido

recurrida su absolución.

Finalmente, respecto del delito de imprudencia con resultado de muerte –art. 142.1

CP- entiende que la falta de coordinación que incumbía al encargado de obra-capataz de

la contratista, la considere de menor gravedad, ya que referida a una maniobra puntual

marcha atrás que efectuó el conductor de la máquina para salir de la zona acotada, en las

condiciones expuestas, determina la degradación de su responsabilidad conforme a lo

establecido en el art. 142.2 CP, introducido en la LO 1 /1015.

En cuanto al delito de riesgo del art. 316 CP, tampoco estima que concurra porque

existía un detallado Plan de Seguridad en el que aparece resuelto el riesgo de atropello y

los trabajadores iban previstos de todos los equipos de seguridad. Las máquinas

tampoco presentaban defectos en cuando a la señalización acústica y óptica; la zona de

trabajo estaba acotada y, finalmente los trabajadores habían recibido formación. En

vista de ello, afirma la Sala que por más que se haya incurrido en infracciones de la

legislación laboral, no se aprecia lesión al bien jurídico al encontrarnos con una

infracción puntual de los deberes de cuidado y no ante una falta de suministro de los

medios necesarios para que los trabajadores desempeñen su actividad con las medidas

de seguridad e higiene adecuadas.

La prolija amalgama de datos que se han extractado de la sentencia tiene su

justificación en el hecho de que los mismos resultan imprescindibles para vertebrar un

estudio y, por ende, una respuesta adecuada a la utilización por la Audiencia Provincial,

de la imprudencia menos grave del art. 142.2 CP. Para dar una escasa importancia la

Audiencia Provincial a la coordinación de las diversas actividades que se realizan de

forma conjunta en una obra y la intensidad del riesgo cuando se trabaja con maquinaria

pesada en zonas en que pueden interactuar otros trabajadores. Lo que la Audiencia

entiende como un hecho puntual entiendo que puede tener dicha consideración; el no

haber establecido la necesidad de dotar de un señalista a la máquina, máxime cuando la

salida de la zona de trabajo debía de hacerse necesariamente marcha atrás, es una

infracción importante y que, produce un resultado -peligro concreto-, pero no es

puntual, sino permanente en el tiempo. Cuando se afirma que se está en presencia de

una infracción puntual de los deberes de cuidado y no ante una falta de suministro de

los medios necesarios para que los trabajadores desempeñen su actividad con las

medidas de seguridad e higiene adecuadas, cabe preguntarse si en el supuesto en que a

los trabajadores de una obra en construcción se les proporciona de forma habitual los

arneses de seguridad para trabajar en altura y cada mañana al iniciar el tajo se les

reparten, pero un día el jefe de obra o el encargado , que eran los responsables de

distribuir los mismos, no lo hacen porque se ha extraviado la llave de la caseta donde se

guardan y aun así deciden que los trabajadores inicien su actividad en altura en una zona

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de alto riesgo de caída en altura y uno de ellos cae y fallece, se haría la misma

afirmación de que al ser un hecho puntual no significa una falta de suministro de

medidas de seguridad.

En síntesis, el motivo que lleva a la Audiencia Provincial a la aplicación de la

imprudencia menos grave en detrimento de la grave es el hecho de que a su juicio ha

habido dos conductas que han contribuido al resultado, por una parte la acción

imprudente del conductor de la máquina compactadora y, en segundo lugar un

incumplimiento del Plan de Seguridad, lo que a su vez conlleva un defecto de

coordinación. Se estima que la segunda acción es de menor gravedad que la primera. Es

un criterio valorativo que contradice el criterio del Juzgado de lo Penal.

La Audiencia Provincial aplica, como resulta lógico, al resultar más beneficiosa para

el acusado, la nueva legislación a unos hechos que ocurrieron en el año 2011. Al existir

una acusación particular, el requisito de perseguibilidad que ahora exige la legislación

penal no ha planteado cuestión alguna.

SAP ZAMORA Nº 32/2015, DE 14 DE ABRIL. PTE: GONZÁLEZ GONZÁLEZ,

ESTHER

Los hechos probados de la sentencia describen los siguientes extremos: la

empresa promotora A, de la que era propietario el acusado AA, contrata a la empresa

B, de la que es propietario y representante legal BB, a fin de que proceda al cambio de

las placas de uralita del tejado de una nave de su propiedad en construcción. El

trabajador de la empresa B, Secundino, con categoría de peón, se encontraba en

compañía de otro trabajador de la misma empresa sobre el tejado de la citada nave

cuando se precipitó al vacío desde una altura de seis metros al fracturarse una de las

placas ya montadas sobre la que el trabajador pisó directamente, falleciendo como

consecuencia de la caída.

La nave carecía de medidas de protección colectiva que permitieran trabajar y

desplazarse sobre el tejado. No se emplearon medidas de protección individual -el arnés

anticaídas no estaba asegurado convenientemente-. No se designó recurso preventivo.

No existía Plan de Seguridad. Los trabajadores carecían de formación e información

completa. Todas estas carencias crearon un riesgo grave para la integridad física de los

trabajadores.

En cuanto a la existencia o inexistencia del delito de homicidio imprudente, la

Audiencia Provincial se remite al criterio expuesto por la Sentencia de la Audiencia

Provincial de Sevilla de fecha 3 de abril de 2014 (Sentencia 160/2014, Recurso

3149/2013, Ponente: JOSÉ MANUEL DE PAUL VELASCO) que señala que:

“Las mismas consideraciones expuestas hasta ahora bastan para desestimar la

pretensión subsidiaria de que la imprudencia del acusado se considere como simple

constitutiva así de falta del artículo 621.2 del Código Penal, de anunciada

despenalización en la reforma ya en tramitación parlamentaria. Cuando el deber de

cuidado infringido incluye preceptos básicos de la Ley de Prevención de Riesgos

Laborales y disposiciones elementales de la normativa sectorial en materia de

seguridad en el trabajo (véase la interminable relación contenida en el informe de la

inspectora de trabajo), la imprudencia sólo puede calificarse de grave, y por ende

constitutiva de delito. Olvida, además, la parte recurrente que de aceptarse su

calificación alternativa la relación de consunción o alternatividad entre ambas

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infracciones se invertiría, de modo que sería entonces el delito del artículo 316 que

absorbería la infracción imprudente, subsistiendo en todo caso la condena por el delito.

El motivo, por todo ello, debe ser desestimado”.

Seguidamente, la Audiencia Provincial realiza el siguiente razonamiento:

“En este caso, de la infracción de preceptos de la Ley de Prevención de Riesgos

Laborales, no ofrece la menor duda en atención al informe y exposición en juicio de la

Inspectora de Trabajo y en casos como éste en el que la imprudencia del trabajador

entra dentro de los que el empresario debe controlar, la conducta imprudente del

trabajador formará parte de la infracción de su deber de cuidado, no pudiendo

imputarse al trabajador (Sección 1ª de la Audiencia Provincial de Las Palmas,

sentencia de fecha 17 de septiembre de 2008). Este es el caso en el que nos

encontramos, puesto que además de que podría aplicarse la doctrina de la equivalencia

de las condiciones y la categoría independiente de la imputación objetiva de las que

derivaría la responsabilidad del resultado de la muerte del trabajador, porque si se

hubieran adoptado las medidas de protección de carácter colectivo el resultado podría

haberse evitado, y el uso de la única medida individual por parte del trabajador

entraría en el ámbito de competencia del empresario.”

Aunque en esta sentencia se juega con las categorías de imprudencia grave y

leve, la hemos incluido en este apartado, en función de la afirmación que realiza en la

remisión que hace a la SAP Sevilla nº 160/2014, de 3 de abril, de indudable interés en el

marco de la siniestralidad laboral. Se afirma que cuando el deber que infringe el autor

viene modulado en normas preventivo-laborales esenciales, la imprudencia nunca puede

ser catalogada de leve y sí de grave (hay que llamar la atención respecto a que ya se

plantea la futura despenalización de las faltas). El, criterio de la Audiencia Provincial es

correcto ya que para estimar la gravedad de la imprudencia, no se refiere a la mera

infracción de normas de seguridad, sino a las que cataloga básicas y cuyo

incumplimiento no puede sino deberse a una grave infracción del deber de cuidado.

SAP ZAMORA Nº 64/2015, DE 21 DE JULIO. PTE: GONZÁLEZ GONZÁLEZ

ESTHER.

Los hechos probados sobre los que se sustenta la condena en primera instancia

son los siguientes: La empresa A inició la construcción de una vivienda unifamiliar,

para ello mediante una retroexcavadora se realiza una zanja de unos 40 cm de

profundidad y cinco metros de longitud que corría paralela a un muro de adobe de una

finca colindante. Como consecuencia de la falta de medidas de seguridad se produjo una

descalce en la cimentación del muro lo cual supuso que el mismo se desplomara sobre

uno de los trabajadores que en ese momento procedía a medir la cota de elevación del

terreno.

El jefe de obra dio comienzo a la misma sin haber evaluado el riesgo, sin haber

garantizado la estabilidad del muro colindante y sin haber realizado la excavación y

hormigonado de la zanja por bataches de pequeña longitud en cimentaciones de linderos

y, por tanto, sin adoptar las medidas de seguridad necesarias, con ello permitió que los

trabajadores realizasen su actividad a pie de taludes inestables, incumpliendo lo

establecido en el Plan de Seguridad y en el RD 1627/1997.

En cuanto al delito previsto en el artículo 152.1.2º del Código Penal, y ante las

alegaciones de la parte recurrente de la inexistencia de gravedad en la imprudencia, la

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Sala asume nuevamente el criterio que ha había mantenido en la sentencia de 13-2-

2015, que a su vez recogía la tesis de la SAP Sevilla nº 160/2014, de 13 de febrero con

el siguiente contenido:

“Las mismas consideraciones expuestas hasta ahora bastan para desestimar la

pretensión subsidiaria de que la imprudencia del acusado se considere como simple,

constitutiva así de falta del artículo 621.2 del Código Penal, de anunciada

despenalización en la reforma ya en tramitación parlamentaria. Cuando el deber de

cuidado infringido incluye preceptos básicos de la Ley de prevención de riesgos

laborales y disposiciones elementales de la normativa sectorial en materia de seguridad

del trabajo, la imprudencia sólo puede calificarse como grave, y por ende constitutiva

de delito”.

Nuevamente la Audiencia Provincial de Zamora insiste en que cuando existe

infracción de preceptos básicos de la normativa de seguridad, la imprudencia debe de

catalogarse como grave.

A continuación traemos a colación una sentencia del año 2008 que contempla un

supuesto en que, a efectos meramente dialécticos podría, con la modificación legal

contenida en la LO 1/2015 tener la consideración de menos grave; en ella se tiene en

cuenta para determinar la levedad de la imprudencia el hecho de que la tarea que realiza

el lesionado no era una de las habituales que venía realizando. Es la SAP Álava (2ª) nº

14/2008, de 15 de enero.

El hecho consiste en la caída de un trabajador al romperse la cubierta de la

nave a la que había subido para retirar la arena que existía en la misma y que había

provocado la existencia de goteras. Aunque no consta existiera orden expresa, consta

que el administrador de la empresa, tras conocer que el trabajador había limpiado el

canalón, le dijo que persistía el riesgo de goteras, al existir arena en la cubierta que

podía volver a obstruir el canalón.

La Audiencia revoca la condena del Juzgado de lo penal por imprudencia

grave y condena por falta en base a las siguientes consideraciones: “ … hemos de

calificar de leve la imprudencia estudiada, lo que determina que la infracción cometida

no sea delito, sino falta (artículo 621.3 CP). En efecto, no cabe ignorar que, si bien era

previsible que Elsa. M.S. subiera a la cubierta, no era alta la posibilidad de que lo

hiciera, pues no consta que estuviera entre sus tareas habituales, había accedido allí de

manera muy ocasional y no le correspondían a él las reparaciones del tejado, lo que

rebaja el grado del poder de previsión y determina que la infracción del deber de

cuidado no aparezca como manifestación de una ausencia de las elementales medidas

de seguridad. En definitiva, es menor el reproche punitivo que merecen los acusados.”

Tal vez esta posibilidad, no próxima ni rayana en la certeza de que el

trabajador volviera a subir a la cubierta para realizar la retirada de la arena, pudiera

integrar esa porción de la imprudencia leve, que como ya apuntamos al inicio de esta

ponencia, quedaría ubicada en la, ahora, denominada imprudencia menos grave. De

cualquier forma, desde mi punto de vista, también podría haberse argüido para defender

la aplicación de la imprudencia grave, el hecho de que al ya haber subido en una

ocasión el trabajador a realizar dicha actividad –aunque no fuera de las que realizaba de

forma habitual-, junto al hecho de que el riesgo de goteras se mantenía y, no constando

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una advertencia o prohibición por parte del responsable de que no volviera a repetir

dicha actividad, éste debería de haberse representado esa posibilidad.