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Esta publicación ha sido posible gracias al apoyode la Dirección General De aDuanas

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Archivo General de la Nación Volumen LXXXVII

Guido Despradel Batista

Historia de la Concepción de La Vega

Santo Domingo2010

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Archivo General de la Nación, volumen LXXXVIITítulo original: Historia de la Concepción de La Vega Autor: Guido Despradel Batista

Primera edición, 1938Segunda edición, 1978

Cuidado de edición: Luis Alfonso Escolano GiménezDiagramación: Esteban Rimoli L. y Juan Francisco DomínguezDiseño de cubierta: Esteban Rimoli L.Ilustración de portada: Grabado original de Samuel Hazard (1872)

De esta edición© Archivo General de la Nación, 2010Departamento de Investigación y DivulgaciónÁrea de PublicacionesCalle Modesto Díaz No. 2, Zona Universitaria,Santo Domingo, Distrito NacionalTel. 809-362-1111, fax 809-362-1110www.agn.gov.do

ISBN: 978-9945-020-96-0

Impresión: Editora Búho, C. por A.

Impreso en República Dominicana / Printed in Dominican Republic

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Presentación de la 3ra edición

El Archivo General de la Nación (AGN) ha participado en el merecido homenaje al historiador vegano Guido Despradel Batista mediante la publicación de su obra –que hasta enton-ces había estado dispersa– en dos volúmenes compilados por Alfredo Rafael Hernández. El pueblo dominicano tendrá así la oportunidad de aquilatar en su conjunto la labor periodística e historiográfica del doctor Despradel Batista.

Además, para completar el conocimiento de su obra, el AGN ha dispuesto publicar, de manera independiente, la Historia de la Concepción de La Vega, originalmente publicada en 1938, y de la que se hizo una reedición en 1978. Este texto, aunque solo llega hasta la Restauración, era parte de un proyecto mayor que se truncó con la muerte prematura de su autor. Los manuscritos de la segunda parte de esa Historia no han podido ser localizados hasta la fecha.

En este libro, Despradel Batista realizó un estudio pormeno-rizado de la apropiación social del espacio que ocupa La Vega. Es un trabajo muy sistemático, único en su clase, porque Despradel no se conformó con lo que le contaron, ni con lo que estaba escrito, sino que trató de llegar a las últimas causas. Por eso se observa en dicha Historia un marcado interés en la consulta y en el escudriñamiento de los documentos depositados en los archi-vos locales, tanto notariales como parroquiales. Esto le permitió

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reconstruir la dinámica urbana y suburbana de la población. Pero ese dinamismo del desarrollo físico, si bien fue importante, queda supeditado a la objetividad con que enfocó los hechos. Despradel trató de encontrar explicaciones para todo cuanto ocurrió en La Vega durante el período estudiado; ya sea basado en documentos, o en la historia oral, de la que fue uno de los precursores.

Con esta edición se llena un vacío, pues a pesar del tiempo y de las nuevas publicaciones realizadas la obra de Despradel constituye una fuente que todo investigador sobre La Vega debe consultar.

El autor investigó a fondo la genealogía, especialmente de las familias de los héroes que dieron honor a esta ciudad durante los diversos episodios que registra la historia nacional.

El presente texto ha sido ligeramente actualizado para hacer posible una lectura más fluida del mismo. Se cambió el uso de la i latina en las conjunciones por la y. Asimismo, el sistema de notas que constituía el soporte documental de la obra fue susti-tuido por notas a pie de página.

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Palabras liminares

Al escribir este libro nuestra intención no ha sido presen-tar en él un lírico recuento de brillantes gestas y de heroísmos deslumbrantes. Muy lejos de nuestros propósitos está esta forma inactual, por intrascendente e inútil, de escribir la historia.

En este libro, fruto de la inquietud y del esfuerzo, hemos querido hacer desfilar, apoyados en los datos más exactos y verídicos que la organización de nuestro medio y nuestras dili-gencias nos han podido suministrar, toda la vida de una ciudad que ha sido un factor principal y decisivo en el desarticulado desenvolvimiento de este medio social dominicano.

Ante los vigorosos impulsos de amplia y racional reforma que hoy animan el proceso cultural del mundo, todas las ramas de es-tudios científicos, y muy especialmente las que se ocupan de los complicados problemas económicos y sociales, se han procurado nuevos procesos de investigación y han adoptado nuevos sistemas más en consonancia con la impositiva realidad cósmica y biológica. En nuestro país los estudios históricos han comenzado a trillar estas nuevas sendas de racional humanización por la cual dirigen sus pa-sos los que consideran la historia, no como una pintoresca relación de fechas y de acciones pasadas, sino como un todo orgánico en el cual están contenidos la esencia y el sentido de la nacionalidad.

Esta Historia de la Concepción de La Vega, nuestra ciudad de ori-gen, que hoy presentamos al público como la expresión sincera del acendrado cariño que profesamos a esta hospitalaria hija del

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Camú y de la honda fe que guardamos de que ella, aun en contra de las inmerecidas desventuras que en más de una ocasión le han causado pesar y desaliento, realizará con amplitud la trascendencia de su destino, es nuestro humilde y primer aporte en esta nueva ruta de rectificación constructiva que han tomado los estudios his-tóricos en nuestra Patria quisqueyana. Para escribirla no nos han faltado fieles y numerosos cooperadores, y por ello sería una injus-ticia de nuestra parte poner punto final a estas «Palabras limina-res» sin expresar nuestras gracias repetidas al licenciado Francisco José Álvarez, en cuyo archivo notarial hemos encontrado los más preciosos documentos que nos han servido de sólida base en nues-tras investigaciones, a nuestro venerado y respetado historiador licenciado don Manuel Ubaldo Gómez Moya, al presbítero Felipe E. Sanabia, a los directores de nuestro Oficialato Civil, y muy espe-cialmente a don San Julián Despradel y Carlos, noble anciano que tiene la suprema felicidad de recordar las incontables horas que ha vivido en esta culta ciudad que, enclavada en el mismo corazón de la República, coopera con responsabilidad y con denuedo por la cabal integración de la nacionalidad.

A los editores, la expresión de nuestro más vivo reconocimiento.

el autor

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Primera y segunda fundación

La vista della es tal, tan fresca, tan verde, tan descombrada, tan pintada, toda tan llena de hermosura, que ansí como la vieron les pareció que habían llegado a alguna región del Paraíso, bañados y regalados todos en entrañable y no comparable alegría, y el Almirante, que todas las cosas más profundamente consideraba, dio muchas gracias a Dios, y púsole nombre la Vega Real.1

I

Cuando apenas contaba trece lustros de existencia, y después de haber pasado, con apresuramiento de fantasía, del esplendor magnificente al abandono de la decadencia, un furioso movi-miento sísmico convirtió en informe montón de tristes ruinas a la blasonada Concepción de La Vega Real, joyel enclavado por la pujanza castellana en el mismo corazón del cacicato de Maguá.

Jalón primerizo del empuje brioso de la conquista en estas promisoras vastedades de América, la ciudad cantarina que hicie-ra extenderse al través del océano el vigor y la gracia de Sevilla, después de un fugaz apogeo, y como nueva Pompeya, rodó de bruces al antro oscuro de la desolación y de la muerte.

1 Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, tomo ii, capítulo Xc, p. 29. Se ha optado por poner a pie de página todas las notas que en la edición

original aparecían dentro del texto. (Nota del editor).

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Ya el valle prodigioso que con tanto celo la guardaba no oiría el repiquetear sonoro de sus campanas ni el ajetrear ruidoso de sus fundiciones: aunque para siempre conservaría, en el seno esmeraldino de sus bosques exuberantes, el gracioso recuerdo de sus galantes torneos y de sus zambras lujosas e inimitables.

Su hermosa catedral, su casa de fundición, su extenso mo-nasterio de San Francisco, su imponente fortaleza, sus ricas casas señoriales: todo rodó al suelo... Pero ya ella era un pedazo del alma bizarra de España curtido en la fecundidad del seno joven de América, y su espíritu, inmortal, buscaría nuevo refugio para seguir realizando su perturbado destino.

II

Fundado por el mismo Almirante por los años próximos a 1495 el fuerte de la Concepción, se fue formando poco después bajo el resguardo de esta avanzada que ayudaría a afianzar el em-puje de la conquista hispana en estas vírgenes tierras quisquyanas, la villa de la Concepción.2

2 No ha sido aclarado suficientemente por nuestros historiadores el año exacto de la fundación por el almirante don Cristóbal Colón de la fortaleza de la Concepción. Don Manuel Ubaldo Gómez, en su Resumen de historia de Santo Domingo, tomo i, p. 13, dice: «El 29 de septiembre [de 1494] regresó Colón de su viaje [a Costa Firme] e inmediatamente fue y levantó el sitio, obteniendo además la sumisión de Guarionex y fundar en La Vega Real la fortaleza de la Concepción».

Este mismo ilustre historiador vegano, al comentar en una nota la ase-veración del padre Pablo de Amézquita, quien dice en su relación de la fundación de la ciudad de La Vega: «Ignoro quién fue su fundador y el año de su fundación» (carta al gobernador general Placide Le Brun, 30 de abril de 1822), afirma que «la fundación de La Vega se inició con la construcción del fuerte de la Concepción en 1494 y su fundador fue el descubridor del Nuevo Mundo, don Cristóbal Colón».

Don José Gabriel García afirma que Colón salió de La Isabela, en su viaje a Costa Firme, el día 24 de abril de 1494, que regresó a la misma Isabela el 29 de septiembre de 1494, y que inmediatamente se dirigió al Cibao y «libertó a Ojeda del riesgo que corría en Santo Tomás; y volvió a La Isabela el 24 de febrero de 1495, con la gloria de haber obtenido la sumisión de Guarionex y otros caciques importantes, y la de haber fundado una tercera

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El padre Las Casas, al referirse a la insurrección del quisqui-lloso Roldán, dice:

«Desque lo supo Roldán, vínose al Guaricano, que así se llamaba el asiento donde se puso primero y estaba entonces la villa de los cristianos, que llamaron espe-cialmente la Vega, puesto que todo esto era en la Vega, y era pueblo aquello del rey Guarionex; distaba de la Concepción o fortaleza, media legua de muy llana tie-rra, que es alegría verlo, y parecíase lo uno a lo otro».3

fortaleza en La Vega Real con el nombre [de] la Concepción». (José G. García, Compendio de la historia de Santo Domingo, tomo i, p. 40).

Ante estos historiadores mencionados, quienes señalan como fecha de fundación del fuerte de la Concepción para fines del año 1494 o co-mienzos del 1495, don Antonio del Monte y Tejada asevera que: «En el mes de mayo de 1495 acababa de establecer el Almirante el fuerte de la Concepción». (Antonio del Monte y Tejada, Historia de Santo Domingo, tomo i, capítulo X, p. 196).

Según Las Casas, el Almirante regresó a La Isabela el 29 de septiembre de 1494, y agrega que «llegado a La Isabela de la manera dicha, estuvo cinco meses malo, y al cabo dellos, diole Nuestro Señor salud». Restablecido de su salud el Almirante salió para La Vega Real, pues «la tierra toda estaba alborotada, espantada y puesta en horror y odio, y en armas contra los cristianos, por las violencias y vejaciones y robos que habían dellos recibi-do, después de haberse partido el Almirante para este descubrimiento de Cuba y de Jamaica». (Bartolomé de las Casas, ob. cit., tomo ii, capítulo C, p. 72).

Cuando Colón regresó de su viaje a Costa Firme, encontró en La Isabela a su hermano don Bartolomé Colón, quien llegó de España por el mes de abril de 1494. Y como dice Las Casas: «El Almirante, como cada día sentía toda la tierra ponerse en armas», preparó una expedición, llevó consigo a don Bartolomé y al rey Guacanagarix, y salió de La Isabela el 24 del mes de marzo del 1495. En esta nueva incursión hacia el interior de la isla fue cuando el Almirante fundó las fortalezas de la Magdalena, en la provincia de Macorix; la Santa Catherina, cerca del río Yaqui; la Esperanza, en el mismo Yaqui; y la Concepción «en la provincia y reino de Guarionex, 15 leguas, o algunas más, en la misma Vega, más al oriente de la otra, donde se pobló después la ciudad que se dijo y dice de la Concepción». (Ibídem, capítulo CX, p. 120).

3 Ibídem, capítulo cXViii, pp. 156-157.

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Siguiendo esa cadena de fortalezas que servían de puntales a la recia penetración de las huestes de aguerridos aventureros que iban como modernos y osados cartagineses tras el oro, la fortaleza de la Concepción distaba quince leguas de La Isabela, primer jalón estable, pero efímero, levantado por el impulso dominador que daría a los pendones de Castilla y Aragón la su-misión de todo un mundo nuevo.

Fue su primer alcaide Juan de Ayala, y más tarde el hidalgo, natural de Tarragona, don Miguel de Ballester. Y como lo ex-presó el abnegado obispo de Chiapas en su justiciera historia: «Después de aquella fortaleza de La Isabela (que era de piedra o cantería) fue la mejor la de la Concepción de La Vega, que era de tapia y con sus almenas y buena hechura, la cual duró muchos años, hasta el año de 1512, si bien me acuerdo».4

Enclavada en las próvidas tierras del cacicato de Maguá, y a diez o doce leguas de las minas del Cibao, «que fueron tenidas por las más ricas de toda esta tierra; y así, dieron mucho más oro y más fino que las de Sant Cristóbal y todas las otras»,5 rápido fue el adelanto de la villa de la Concepción de La Vega, y a los pocos años de su próspero establecimiento, por real orden despachada el seis de diciembre de 1505, fue adornada con títulos y privile-gios de ciudad, llegando a ser durante los primeros cincuenta años de la colonización, por su población, su actividad, y sus riquezas, la principal de la isla.

«Su escudo se componía de un castillo de plata y encima de él un sobrescudo azul con una cruz de la Virgen María y dos estrellas de oro en campos de gules».6

4 Ibídem, capítulo cX, p. 121.5 Ibídem, tomo III, capítulo Vii, p. 40. 6 Antonio del Monte y Tejada, ob. cit., tomo II, capítulo III, p. 47. En esta

real orden se concedía a la ciudad de Santo Domingo el primer lugar en primacía de orden, «porque ella había sustituido a la primera Isabela y en ella habían residido siempre todas las autoridades», y el segundo lugar a la Concepción de La Vega, «por la importancia de su situación, por la de los sucesos históricos de que fue teatro, y porque allí se fundían las ricas minas de Cibao y otras». (Ibídem). Pero desde un punto de vista social, econó-mico e histórico, la primacía correspondía, en esa época, a la graciosa y

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El día 26 de septiembre de 1512 se efectuó el acto de erec-ción de la catedral de la Concepción de La Vega en el palacio arzobispal de Sevilla, y según lo disponían las letras apostólicas, autentificadas por el obispo de Burgos «en el año de la natividad del Señor de mil quinientos y doce» [el día doce de mayo], esta iglesia catedral dependería directamente de la metropolitana de Sevilla.7

ajetreante ciudad que absorbió en su seno las riquezas inagotables del gran valle de La Vega Real.

Nota bis: El joven académico Rodríguez Demorizi, en su trabajo intitu-lado «Nombres de La Vega», publicado en Renovación, 15 de agosto de 1937, dice que la erección de la villa de la Concepción de La Vega en ciudad fue por un privilegio real despachado en Sevilla el 7 de diciembre de 1508. En este privilegio real su escudo se describía así: «A la villa de la Concepción un escudo de sangre, con un castillo de plata, e encima del un sobrescudo azul con una corona de Nuestro Señor con dos estrellas de oro». (Copia fotográfica de un impreso de la época).

7 Contra los que afirman que en la primitiva ciudad de la Concepción de La Vega no hubo catedral, baste leer el juicioso artículo de fray Cipriano de Utrera, publicado en sus Dilucidaciones históricas. En este artículo el ilustre capuchino, después de presentar el testimonio dado al rey por el deán de la iglesia de Santo Domingo en carta de fecha 5 de junio de 1533, y de mencionar el de Echagoian, tomado de su interesante relación al monarca, afirma categóricamente que: «Hubo, pues, catedral en La Vega, después de 1525 de cantería hasta el año 1562; de madera en adelante, hasta que dejó de ser catedral aquella iglesia, sin dejar de ser iglesia». (Cipriano de Utrera, Santo Domingo. Dilucidaciones históricas, tomo I, p. 72).

Además, hemos admitido como fecha de la erección de la catedral de la Concepción de La Vega la del 26 de septiembre de 1512, abundando en las razones expuestas al respecto por don Carlos Nouel en su Historia ecle-siástica, quien dice:

«Es de suponerse que la erección de la iglesia de La Vega, dada la identidad de condiciones y circunstancias entre ella y las catedrales de Santo Domingo y Puerto Rico, las cuales no discrepan en un solo punto en su constitución y organismo, fuera en todo y por todo, igual a la de estas dos iglesias. Y en verdad, creadas las tres en un mismo día, por una misma bula pontificia, y con un mismo fin que era la conversión de los infieles de estas tierras, presentados en la misma fecha los tres sacerdotes que debían servirlas, elegidos en el mismo consistorio, dependientes de un mismo metropolitano, acep-tando los tres en un mismo acto las condiciones y estipulaciones de la concordia celebrada con los Reyes Católicos, e interviniendo por

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Así, y al decir de Las Casas:

«Al obispado de la Concepción, subjetó y dio por término de diócesis, la villa de Santiago, la de Puerto Plata, la de Puerto Real, la de Lares de Guahaba, la de Salvatierra de la Sabana, y de Santa Cruz; olvida-ron la villa del Bonao, que no era la menos que otras principal».8

Don Pedro Suárez Deza fue su único obispo residente, y des-pués de su muerte, el prelado de la iglesia de Santo Domingo fue su obispo con residencia en la ciudad de Santo Domingo. Man-tuvo su dignidad de obispado hasta después del año de 1606.9

Los yacimientos de oro definían a España los meridianos a los cuales debía ajustarse en su desconcertada aventura de conquista y de colonización. Mientras las minas del Cibao ofrecían a manos llenas oro y más oro a las arcas insaciables de los reyes de Castilla, la Concepción de La Vega, centro de fundición de tanto metal precio-so, alcanzó prosperidad y renombre. Así, y rodeado de aristocrático cortejo, el virrey don Diego, acompañado de la distinguida doña Ma-ría de Toledo, le giraba una pomposa visita y apadrinaba la primera misa del clérigo ilustre fray Bartolomé de las Casas. Fue asiento del

todos el señor Padilla en los trasuntos o copias de las bulas y siendo el mismo señor Deza testigo de la erección de la iglesia de Puerto Rico, bien puede asegurarse que la de La Vega debía también ser en todo semejante a las otras dos, sin diferencia alguna en su forma, su redacción, sus disposiciones e instituciones, y que el acto debió así mismo efectuarse en la misma fecha del 26 de septiembre de 1512.Fue el señor Deza el primer obispo que pasó a estas Indias, y por lo tanto debe considerársele como el primero de toda América. Esta supremacía se la da, no solo el hecho de haber sido el primero que vino, sino el título de arzobispo metropolitano ayguacense con que le honró el monarca, y confirmó el pontífice». (Carlos Nouel, Historia eclesiástica de Santo Domingo, tomo I, capítulo II, p. 42).

8 Bartolomé de las Casas, ob. cit., tomo iii, capítulo i, p. 353.9 Véase Cipriano de Utrera, «El obispado de la Concepción de La Vega», ob.

cit., tomo I, p. 95.

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segundo alcalde mayor de la colonia; centro de los primeros repar-timientos de indios, puerta por donde entrara a América el cultivo de la caña de azúcar; y foco de vida humana en donde comenzara la vieja Europa a imponer en estas tierras sus inmisericordes sistemas de comercio y del libre cambio.10

El hallazgo casual de la india de Bernal Díaz crea un nuevo centro de explotación aurífera: ya no eran solas las minas del Cibao, estaban las de Jaina. Y el castellano, turbado de ambición y carente en absoluto de ese principio previsor que exige, en las campañas de colonización, la creación de posiciones ordenadas y estables, se lanza a Jaina y no se preocupa de establecer en las primeras posiciones conquistadas un sistema de explotación que asegure un rendimiento útil y duradero. Abandona a La Isabe-la, y por medio de masacres tamerlánicas, diezma al indio, que era el brazo que, al ser bien dirigido, podía hacer ampliamente fructífero el laboreo de las minas y el cultivo de las tierras. Pero en Jaina el castellano no cambió de sistema; muy al contrario, intensificó sus crueles procedimientos de extorsión y de aniqui-lamiento.

Y para completar su obra nefanda, surge en él la obsesión de Costa Firme. Y la pobre Hispaniola se convierte, para los galeo-nes de España, en «tierra de paso», y para los hidalgos aventure-ros, en rica despensa en donde abastecerse de tocino, casabe y azúcar, vituallas indispensables para lanzarse a la conquista de las extensas tierras del continente.

10 De seguro que en La Vega fuera donde por primera vez se establecieran mercaderes de Europa en tierra del Nuevo Mundo.

Revisando los protocolos de Sevilla, documentos del 1505, vemos cómo Rodrigo Mexía y Bartolomé Núñez, vecinos de La Vega, ejercían en ella el comercio para dicho año de 1505. (Datos suministrados por Rodríguez Demorizi).

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III

Cerca de 1525 comenzó a decaer la ciudad de la Concepción de La Vega. En su graciosa descripción del valle de La Vega Real, escrita hacia el año de 1527, Las Casas, con su estilo fluido reple-to de frases de admiración, de justicia y de contento, dice:

«Aquí está asentada la ciudad de la Concebición, que también llaman la ciudad de la Vega, cabeza de obispa-do, y que fue la cabeza de toda la isla los primeros años, pero después de muertos los indios fuese despoblando de españoles, y por el trato y frecuencia de navíos al puerto de Santo Domingo prevaleció la población de aquella ciudad y así se hizo cabeza de la isla, quedando la de la Concebición con hasta diez o doce vecinos, aunque con su iglesia catedral».11

Fue tan mezquino el número a que se redujo la población de la Concepción de La Vega, y en un tiempo tan relativamente cor-to, que a veces pensamos que esta ciudad, aun en el clímax de su apogeo, tuvo siempre una población escasa. Y si tuvo esta ciudad un número considerable de vecinos, obligatorio es afirmar que por la ambición y la impericia de los hombres que vinieron de España, la Concepción de La Vega fue abandonada.

Era tan falto de sentido, y tan perjudicial para la Corona, el abandono de la Concepción de La Vega, que el rey «publi-có una ordenanza excitando a residir en la isla, con preferen-cia en La Vega, halagando con dar pasaje gratis y permitir a cada blanco tener seis esclavos negros, en lugar de uno como anteriormente».12

Pero ya nada podía detener la ruina y el desamparo de esta hermosa ciudad. Sin agricultura, pues los conquistadores no se

11 Bartolomé de las Casas, Apologética histórica, capítulo Vii. En esta y en otras notas, Despradel no indica la página de la que extrae la

cita, ni los datos de edición de las obras. (N. E.).12 Manuel Ubaldo Gómez, Lecciones de historia patria.

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preocuparon en fomentarla; con el comercio muerto en ciernes por el exclusivismo y la falta de aspiraciones estables, y disminui-das hasta lo mezquino la producción del laboreo de las minas, de esas minas prodigiosas del Cibao que daban a las arcas de las católicas majestades más de 300,000 ducados al año, la ciudad predilecta del Almirante, en donde según disposición testamen-taria debían reposar sus restos mortales, decayó miserablemente cuando apenas contaba treinta años de existencia. Desiertas sus calles y envueltas en un sudario de doloroso silencio, ella, que era cascabelera y que ponía a vibrar de contento el Valle Real con el ruidoso ajetreo de sus ferias abigarradas, fue víctima de esa codi-cia e imprevisión que la echaron en brazos de prematura muerte. Y como lo expresa don Carlos Nouel en su Historia eclesiástica:

«A tal extremo llegó el desaliento de todos, que el convento de frailes franciscanos, el primero y más principal de todos los de la isla, y que en otros tiempos había tenido poblados sus claustros con no pocos ilus-tres hijos del seráfico patrón, veía entonces desiertas y solitarias sus celdas, y aquel silencioso monasterio lo habitaban tan solo uno o dos monjes que no lo habían abandonado, sin duda porque allí los sujetaban las leyes de la obediencia y de la sumisión a los mandatos del superior».

No vamos a negar la capacidad colonizadora de España en los otros países de Indoamérica. Ninguna otra nación de Euro-pa, en sus invasiones de injusticia y de usurpación, ha realizado una labor de más honda trascendencia cósmica y humana que España en México y en el Perú. Pero es necesario admitir con Carlos Pereira, «que el conquistador es un hombre de España formado en América, y que con las expediciones procedentes de Sevilla, salen de la península los alumnos que van a graduarse en las escuelas del Nuevo Mundo».13 Y estos alumnos de allende

13 Carlos Pereira, Las huellas de los conquistadores.

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el Atlántico, que habían venido del Viejo Mundo de pelear con moros y de perseguir infieles, tuvieron en esta isla quisqueyana, poseedora de la primogenitura en las proezas de sus desmedi-dos esfuerzos, el kindergarten de la iniciación en sus estudios de heroica imposición sobre masas de indios indefensos y sobre el prodigio de una naturaleza maravillosa y salvaje. Y por ello, es-tuvo preñada de dolorosos desaciertos e imperdonables errores la labor colonizadora de España en esta isla. Como hemos dicho ya otras veces, España no sabía lo que venía a hacer a América, y después de tristes años de lucha cruelmente exterminadora, el hombre venido de ella tras una loca aventura y empujado por la ambición más torpe, comenzó a darse cuenta de lo que debía hacerse en estos territorios recién descubiertos.14 Y nuestra isla recibió de golpe todo el peso de tan funesta ignorancia.

La decadencia de la ciudad de Concepción de La Vega no era más que el primer paso en el inevitable derrumbamiento del falso andamiaje colonial instaurado por los aventureros de Es-paña en esta isla antillana de Indoamérica. Merecimos tan poco aprecio de la monarquía que explotara las riquezas naturales de nuestras tierras sin tener la menor intención de fundar en ellas una colonia estable y efectiva, que apenas transcurridos cien años del glorioso descubrimiento colombino, ya cuando México era una posición colonial próspera y brillante, nosotros aprobá-bamos el manjar oprobioso de la desmembración y de la ruina.

Después que hartamos de oro los caudales de las regias y católicas majestades, de México debía venirnos una limosna para pagar el tren administrativo de tan despreciada y miserable colonia. España, apenas en un siglo, nos hundió en la miseria y echó sobre nuestras espaldas el más miserable destino.

He aquí el cuadro de la colonia cuando apenas contaba ochenta y cinco años de vida. Dice un documento del 1577:

«Anda la gente como loca de ver su hacienda menos-cabada sin pérdida de tormenta por la mar ni huracán

14 Guido Despradel Batista, Un ensayo: Las raíces de nuestro espíritu.

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por la tierra, y la grande necesidad y hambre en que está puesta por causa de esta mudanza, que en toda la tierra no se halla qué comer, y lo que hay es muy poco y tan caro que no se puede comprar y al fin no lo hay, porque todo lo han alzado por causa de esta moneda que tan asentada estaba ya para todas las cosas, y aho-ra, al que deben treinta, le pagan con diez y se quedan con dos tercias partes menos y por el consiguiente, el que vende pide dos tercios más porque ha de igualar con el oro y plata para su ganancia, como andaba antes; todos andaban turbados que no acababan de entender».15

Y por si esto fuera poco para pintar nuestra miseria, óigase la exclamación desesperada de fray Nicolás Ramos, quien dice a Felipe ii en 1592: «Yo quedo aquí peleando con tigres y leones, cargado de deudas en tierra la más pobre y asolada que debe haber en el mundo».16 Pobre y asolada… ¡Oh, madre España!17

15 Archivo General de Indias, Sevilla (en adelante, AGI), 4,1,10, carta del deán don Pedro Duque de Rivera, su fecha en Santo Domingo 30 de junio de 1577. Publicada por fray Cipriano de Utrera en su Historia de las Univer-sidades de Santiago de la Paz y de Santo Tomás de Aquino, p. 60.

16 AGI, carta del franciscano fray Nicolás Ramos a Felipe ii, dirigida desde Santo Domingo en 1592. Citada por fray Cipriano de Utrera.

17 Esta prioridad de nuestra isla en el desarrollo de la conquista y de la colo-nización nos fue sumamente fatal. En el borrascoso devenir de la historia de América nos corresponde la gloria de ser los primados, pero esto no nos ha valido más que como un brillante galardón en la fijación de las cronologías… Nada más.

Don Rafael Altamira afirma lo siguiente:

«Se caracterizó, en suma, el régimen de las incipientes colonias como un régimen de Estado; y pronto se pudo advertir, tanto en el orden administrativo como en el económico, social, de cultura, etc. que los centros directores de España poseían una clara idea y una percepción amplísima de los problemas que planteaban las nuevas y extrañas tierras y pueblos entrados en los dominios reales y por consecuencia, en la esfera de acción del pueblo español». (Historia de la civilización española, tomo i, p. 196).

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IV

En la noche del dos de diciembre del año de 1562 un terrible movimiento sísmico destruyó la ya decaída ciudad de la Concep-ción de La Vega.18

No dudamos de la veracidad de este aserto, pero es lo exacto que esta «clara idea y percepción amplísima» no existieron para los problemas de la pobre y olvidada Hispaniola. Nuestra primogenitura fue nuestra mayor y principal desgracia. No obstante las humanas disposiciones de la Reina Católica, nuestros indios fueron cruelmente exterminados y la vida admi-nistrativa, social y económica de la colonia no mereció las atenciones de ese espíritu de orden y de progreso que animaba en esa época grandiosa de su historia a los soberanos de España.

La inmensidad virgen y prometedora de Costa Firme causó nuestra deso-lación, nuestra ruina y nuestro atraso. Pobres e indefensos fuimos aban-donados al acaso, e isla despoblada y atravesada en las rutas de piratas y corsarios, Quisqueya, inmerecidamente, recogió parte de la herencia funesta de la España absorbente de Carlos i y de Felipe ii.

18 La mayoría de nuestros historiadores ha admitido como fecha en la cual ocurriera el terremoto que convirtió en ruinas la Concepción de La Vega la del 2 de noviembre de 1564. Así, Sánchez Valverde, en su Idea del valor de la Isla Española [o sea Santo Domingo], p. 57, dice: «La Vega se trasladó a dos leguas de distancia después del terremoto del 1564».

Don José Gabriel García se expresa de este modo al respecto: «Y para que este cuadro de miseria y desolación fuera más tétrico, quiso el cielo que en la mañana del sábado 20 de abril, según unos, o del 2 de noviembre de 1564, según otros, tuviera lugar el terrible terremoto». (García, ob. cit., tomo i, p. 136).

Esta fecha del 2 de noviembre de 1564 la menciona también don Manuel Ubaldo Gómez, pero la corrige con una nota concebida en estos términos: «Según documentos que no dejan duda publicados por fray Cipriano de Utrera en el Listín Diario del domingo 14 de febrero de 1926, el terremoto que destruyó La Vega y Santiago y cuanto había de mampostería en Puerto Plata ocurrió entre ocho y nueve de la noche del 2 de diciembre de 1562». (Lecciones …, tomo i, lección XVI, pp. 45-46).

Hemos admitido como fecha más probable del terremoto en referencia la presentada por el acucioso fray Cipriano de Utrera en su artículo in-titulado «Terremotos» de sus interesantísimas Dilucidaciones históricas. El ilustrado capuchino acepta la fecha del 2 de diciembre de 1562 que apa-rece en el Cathalogue chronologique des tremblements de terre ressentis dans l’île d’Haïti de 1551 à 1900, trabajo publicado en el número de julio-diciembre de 1913 del Bulletin semestriel de l’observatoire météorologique du séminaire-college St. Martial, Port au Prince, trabajo que él califica de inapreciable valor.

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Seguramente que en aquel tétrico y doloroso momento solamente pudo haber habido pérdidas de bienes materiales: difícilmente pudo haberse lamentado entonces la desaparición de una vida humana, ya que la antes activa y tal vez populosa ciudad que remedaba en la naciente colonia la gracia de Sevilla, estaba abandonada al ocurrir el inolvidable terremoto del 1562. Aunque no hasta llegar al extremo de contar solamente con diez o doce vecinos como han querido aseverar varios historiadores, entre ellos fray Bartolomé de las Casas.

Dejemos consignado aquí, para mejor dirección histórica, que cuando acaeció el terremoto que convirtió en ruinas a la Concepción de La Vega era presidente de la Audiencia de Santo Domingo Alonso Arias de Herrera, quien, conjuntamente con el doctor Cáceres y el licenciado Echagoian, oidores de dicha Audiencia para 1562, dio la infausta nueva al rey Felipe ii.19

V

La fecha exacta de la fundación de la nueva Concepción de La Vega la ignoramos. Los historiadores refieren que después del terremoto, los vecinos, despavoridos, resolvieron fundar la nue-va población a distancia de dos leguas, en la ribera meridional del río Camú. Si la verdad de los hechos es así, la fundación de la

19 Si admitimos que la célebre Relación del ex oidor y licenciado Echa-goian al rey sobre el estado de la isla fue escrita en España a fines del primer semestre del año 1568, vemos cómo la ciudad de Concepción de La Vega, la cual en el efímero apogeo de su progreso tuvo según Fernández Navarrete 17,000 habitantes, aunque sumamente despo-blada para la época en la cual fue abatida por el terremoto, tenía mucho más de los diez o doce habitantes que le atribuye Las Casas. Como dice en su mencionada Relación el licenciado Echagoian, la ciudad de Santo Domingo lo más que tenía ya eran 500 vecinos; la de Santiago al pie de 30; la de Concepción de La Vega, algunos más. La despoblación era general en la colonia y los vecinos que huyeron despavoridos ante las furias del horroroso cataclismo para ir a fundar su abatida ciudad dos leguas más al sur, no podían ser menos de cin-cuenta o sesenta.

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nueva Concepción de La Vega, heredera legítima de los blasones, privilegios y glorias de la vieja, tuvo lugar por los años de 1562 o 1563.

Como lo expresa el licenciado don Manuel Ubaldo Gómez Moya, la ciudad de Concepción de La Vega fue restablecida don-de está actualmente «en la margen meridional del río Camú, donde había una ermita dedicada a San Sebastián cuya imagen se conserva en el colegio que lleva su nombre».20

Por boca de la tradición sabemos que los terrenos donde se fundó la nueva ciudad fueron donados por una viuda rica, «para los que quisieran vivir y fundar a título de posesión».21

20 Manuel U. Gómez Moya, Lecciones …, tomo i, capítulo XVi, pp. 45-46.21 Tarea imposible y embrollada es la de definir el ejido de la actual ciudad

de La Vega. En los escasos archivos que aún existen en esta localidad no hemos visto un documento que nos dé luz al respecto. Sabemos que en épocas pasadas se suscitaron discusiones alrededor de este punto de vital trascendencia municipal. Pero todo ha permanecido a oscuras.

Según la tradición, los terrenos en donde comenzó a fundarse la nueva población de La Vega fueron donados o cedidos por una rica viuda cuyo nombre no ha podido conservarse, y más tarde, cuando la nueva Vega crecía en extensión, doña Mercedes Bocanegra, según unos, o la señora Bernardina Núñez, al decir de otros, ambas también viudas y poseedoras, la una de terrenos en El Guabal y El Coco, y la otra en La Sigua, donó una extensión de terrenos donde fue establecida la parte de la ciudad que llevó en otros tiempos el nombre del barrio de Los Cafeses. Sin embargo, nos hemos encontrado con muchos documentos, de más de ciento cincuenta años atrás, en los cuales se hacen constar las ventas de casas o solares en esta ciudad y en todos la tierra es propiedad de particulares, pues la co-mún parece que nunca ha poseído terrenos propios.

Un viejo nos relataba la forma peculiarmente cómoda de obtener nuestros antepasados solares en el pueblo. Bastaba colocar en cuadro cuatro pilo-tillos de ladrillos que demarcaran una extensión de terrenos: esto era un título más que suficiente de propiedad.

Con sobradísima razón ha dicho don Manuel Ubaldo Gómez que en los terrenos que ocupa esta ciudad se han hecho muchas «enajenaciones in-debidas».

Para comprender lo embrollada que ha estado la cuestión de la definición del ejido de la ciudad de La Vega, baste recordar que don Pancho Mariano de la Mota proclamaba que una gran parte de la ciudad había sido levanta-da en sus terrenos, y por ello se encontraba con legítimo derecho de que sus cerdos y reses pastaran libremente en las calles del pueblo.

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Desde la fecha imprecisa de su fundación, la nueva Concep-ción de La Vega ha ido realizando su progreso de acuerdo con el conturbado desenvolvimiento del resto del país.

Para el 14 de noviembre del año de 1598, y por solicitud que hiciera a la Audiencia el rey Felipe ii, el capitán Juan Melgarejo, alguacil mayor; Antonio Melgarejo, teniente del alguacil mayor; Sebastián de Sampayo; Pedro Bautista Laque, vecino de Santiago de los Caballeros; Domingo Badillo, vecino de Montecristi, y Juan Carrillo Barrionuevo, testigos requeridos al efecto, declararon:

«Que la ciudad de La Vega era ciudad de solo nombre con no más de dieciséis casas de paja (bohíos); que no tenía calles ni plaza, sino que los vecinos andaban de una casa en otra por trillos que sus pasos abrieron por entre guayabales y brucales; que los más de los vecinos vivían en el campo; que lloviendo no había quien fuese a la catedral, por haber grandes lodazales aun dentro del pueblo; que los canónigos, que eran entonces solo dos, para poder vivir, fomentaban al-gunos conucos; que los diezmos eran escasísimos por haberse perdido mucho ganado entre los dientes de infinitos perros cimarrones, y con los huracanes haberse perdido los ingenios que antes había […], y que sería muy del servicio de Dios que suprimiese el obispado, y los canónigos se pasaran a igual puesto en Santo Domingo».22

Esta triste relación del estado de la nueva Concepción de La Vega, aldea miserable de dieciséis bohíos, una catedral, sin

Hace ya muchos años uno de nuestros Ayuntamientos quiso aclarar en algo este asunto, y solicitó un informe a don José Concepción Tabera y a otras personas prominentes de esta localidad. Hemos visto citado este informe en un documento notarial que reposa en el valioso archivo a cargo del licenciado Francisco José Álvarez, pero por más que hemos indagado, no hemos podido encontrarlo.

22 Cipriano de Utrera, «El obispado de la Concepción de La Vega», ob. cit., pp. 98-99.

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calles ni plaza, corresponde a los treinta y seis años del terrorí-fico terremoto que destruyera la primitiva. Pero es necesario no olvidar que estábamos en el gobierno de don Antonio Osorio, a quien le tocó atravesar, según lo expresara don José Gabriel García, «el período de más penuria y de mayor decadencia» de la colonia23.

Durante todo el siglo XVii y hasta mediados del XViii la His-paniola, colonia sacrificada por la ambición imprevisora de los hombres venidos de España, llevó una vida de miseria, de incer-tidumbre y de abandono.

A partir del 1550, cuando los franceses saquean la villa de Puerto Plata, comienza a sufrir la isla los constantes ataques de piratas y corsarios a las órdenes de naciones europeas; y para el 1660 y 1665, según lo ha expuesto Charlevoix, estos ensañados fustigadores de las posesiones coloniales de España en América, establecen una base permanente en la Tortuga y cambian su carrera de furtivos piratas por la de bucaneros conquistadores. Y establecidos así en la parte oriental de la isla los obstinados súbditos de monsieur D’Ogeron, mantienen en eterna zozobra a los españoles de la parte occidental, ora con su penetración lenta y taimada y sus robos de reses, o por sus invasiones en forma como la de Delisle en 1660 o la de Cussy en 1689.

Ateniéndonos a los datos de algunos historiadores, para el año 1676 apenas contaba la isla con una población de 14,000 almas, y en lucha constante estos escasos y desamparados habi-tantes con los bucaneros que se adueñaban de la abandonada región occidental, la colonia no era más que un purgatorio en donde se consumían los hombres en el dolor de la guerra y de la miseria.

Para esta época luctuosa, fray Domingo Fernández de Nava-rrete en su «Relación de las ciudades, villas y lugares de la isla de Sancto Domingo y Española», fechada el 21 de abril de 1679, dice de la ciudad de la Concepción de La Vega, lo siguiente:

23 José G. García, ob. cit., tomo i, p. 139.

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«La Ziudad de la Concepción de la Vega que antigua-mente llegó a tener diez y siete mil vecinos, como en ella me informaron todos, viejos y mozos, tiene oy treinta y cinco boxíos, entre grandes y chicos, malos y buenos. Las personas de confesión son cuatrocientas y treinta y cuatro. Los cuarenta y ocho españoles varones, y treinta y cinco hembras, cincuenta y ocho esclabos. Los demás pardos y mulatos libres. Un hospital por el suelo, la iglesia a medio hacer y cubierta de palma y sin puertas. Hase probeído algo de ornamentos en estos tiempos. Tiene un solo cura: tócale de diezmos 18,256 maravedís; a la Yglesia 6,846 maravedís. [A] una legua de distancia está el convento del Sancto Cerro, de nuestra Señora de la Merced: sustenta un religioso».24

24 Publicado en Clío, No. 9, mayo-junio, 1934, p. 93. Como se puede ver por la relación enviada al rey en 1598 y la presente de fray Domingo Fernández de Navarrete, fechada en el 1679, la ciudad de Concepción de La Vega en ese término de ochenta y un años tuvo un progreso bastante precario. Lo que nos viene a poner de manifiesto, que después del terremoto del 1562, los escasos y asustados vecinos que vinieron a fundar la nueva ciudad, no hicieron más que agruparse, en algunos bohíos, alrededor de una pajiza ermita que algunos fieles hateros habían levantado a San Sebastián, hoy su patrón menor. Esa catedral de que se habla en 1598 una iglesia de aspecto precarísimo debió ser, pues en 1679 aún la iglesia, de mampostería es cierto, estaba techada de palmas y sin puertas.

La nueva Concepción de La Vega, en sus primeros cien años de exis-tencia, no fue más que una pobre aldea, aunque el estado de ruina y de desconcierto en que vivía la colonia no era para menos.

Después del terremoto del 1562, y de su nueva fundación en la misma margen meridional del Camú, la Concepción de La Vega siempre conser-vó el tercer lugar entre todas las demás ciudades de la colonia. Aunque en la «Relación» de Domingo Fernández de Navarrete, en la cual ocupa Santiago el segundo lugar con 1,313 personas de confesión y 22 casas bajas cubiertas de tejas y 120 bohíos, la villa de Compostela de Azua sobrepasa a La Vega, pues contaba 582 personas de confesión y 80 bohíos. Pero esta supremacía fue bastante pasajera.

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VI

El licenciado Antonio Sánchez Valverde, en su utilísima obra intitulada Idea del valor de la Isla Española, expresa, al referirse a la población de la colonia, que «en el padrón con que acompañó la Audiencia un informe en 1737, no pasaba la población de seis mil almas». Y agrega más adelante el referido autor: «En efecto, de los pueblos antiguos o no había algunos o apenas contaban de uno a quinientos (sic) centenares de almas. Tales eran Cotuí, Vega y Santiago».25

Dos años más tarde, en 1739, en el gobierno del brigadier don Pedro Zorrilla y de San Martín, el estado de la colonia «era triste y desconsolador», y para esta fecha el arzobispo don Domingo Pantaleón Álvarez, en su «Compendiosa noticia de la isla de Santo Domingo en el mar occéano», enviada a su majestad, da la siguiente descripción de la ciudad de Concep-ción de La Vega:

«Dista esta ciudad siete leguas de la de Santiago; inme-diato a ella pasa el río llamado Camú; tiene una iglesia algo maltratada, se ha dado providencia para sus repa-ros, cura y sachristán maior sacerdotes, tres cofradías muy pobres; a dos leguas de distancia del pueblo ay una hermita dedicada a santa Ana falta de todo lo necesario y solo se dice misa el día de la patrona; ay un theniente de cura, la situación del lugar es muy contraria a la salud por sus humedades, la que llaman plaza es una laguna y para administrar los sacramentos en ella es menester ir a cavallo, 3,000 personas la ha-bitan tan pobres como Job, de estas son 450 hombres de armas».26

25 Antonio Sánchez Valverde, ob. cit., p. 53.26 Clío, No. 9, mayo-junio, 1934, p. 99. A juzgar por esta descripción del arzo-

bispo Pantaleón Álvarez la población de la isla para el 1739 era mayor de 6,000 almas. En ella Santiago tenía «mil trecientos vezinos y tantos hombres de armas», y al referirse a la villa de Azua, que en la «Relación» de fray

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Pero una reacción favorable se realizó en la colonia en los años siguientes, y la ciudad de Concepción de La Vega recibió los beneficios de esta nueva era de adelanto y de rectificación.

Al establecerse en la colonia el libre comercio, sabia y nece-saria medida que trajo como consecuencia la creación de Monte-cristi como puerto neutral y el restablecimiento de la población de Puerto Plata, nueva vida cobró la hasta entonces amortecida ciudad de orillas del Camú. A este respecto leemos en Sánchez Valverde que:

«Con aquella franqueza –habérseles dado comercio li-bre por diez años a los puertos de Monte Cristi y Puer-to Plata– no solo se mantuvieron, se enriquecieron y crecieron sus pobladores, sino que Santiago tomó el incremento que hoy tiene, y La Vega se adelantó mucho, llevando los vecinos de una y otra sus ganados y sus frutos a aquellos puertos».27

152,640 almas tenía la colonia para el 1785, y la ciudad de Concepción de La Vega, un promedio de 8,000 habitantes. Desde entonces, una nueva era de bienestar y de progreso comenzaba para la nueva ciudad que con legitimidad indiscutible heredara los privilegios, las gracias y las glorias de la primitiva; y esta era de felicidad seguiría en carrera brillante hasta cuando nuevas des-gracias, como expresión inmisericorde de un sino fatal, trajeran sobre la ciudad hospitalaria y laboriosa nuevas horas de dolor y de ruina.

A partir del año de 1800 la ciudad de Concepción de La Vega gozaba ampliamente de las prerrogativas del progreso. Con sus calles bien alineadas, con una población bastante

Domingo Fernández de Navarrete tenía más vecinos que La Vega, dice: «Vezindario de 500 personas de ínfima calidad, 140 hombres de armas, tiene una iglesia muy mal dispuesta fabricada de ojas de palma porque la buena se arruinó con un temblor. El templo de este pueblo es el peor que se ha encontrado en este país».

27 Antonio Sánchez Valverde, ob. cit., p. 58.

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apreciable, enriquecido su ornato con varias construcciones de mampostería y con un número de vecinos representativos en las actividades, ya constructivas, de la colonia, ante ella se extendía, como un himno luminoso de bienaventuranza, un porvenir próspero y glorioso.

Dorvo Soulastre, en su relación del viaje que realizara por tierra desde Santo Domingo hasta Cabo Francés en compañía del general de división Hédouville, al referirse a la ciudad de La Vega, aunque decía que su iglesia, para esta época de mam-postería y cubierta de tejas, era muy mezquina, hablaba de sus otras varias casas, aparentes y del mismo material, y se deshacía en elogios de la buena acogida que se le dispensara en ella, muy particularmente por los hermanos Del Orbe*, veganos distin-guidos de aquel tiempo, sobre todo don José Ramón, alcalde ordinario cuando realizara su relatado viaje de propaganda y de inspección.

Así se expresó, al referirse a esta ciudad, en la relación de su viaje, el ex comisario francés:

«Llegamos a La Vega, que, vista de este lado, parece menos grande de lo que es, a causa de su situación en un plano inclinado hacia la montaña, la cual se ve muy cerca del otro lado, y de la cual está separada no más que por una pequeña sabana y por el río de Camú. Esta villa es más extensa y más importante que la del Cotuí, pero su forma es la misma: plaza cuadrada, ca-lles alineadas, verdura como adorno».28

* Despradel escribe «Del Orve», pero se ha preferido actualizar la grafía de este apellido. (N. E.).

28 Dorvo Soulastre, Voyage par terre de Santo Domingo, capitale de la partie espa-gnole de Saint-Domingue, au Cap Français, capitale de la partie française de la même isle, Paris, 1809.

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El incendio del 1805

I

A penas transcurrido un año de haberse constituido en un Estado independiente los negros que como esclavos importara Francia a la parte occidental de la isla, dieron rienda suelta a sus incontenibles ansias de dominio, y se lanzaron en invasión armada a subyugar la parte oriental española, entonces colonia francesa bajo el gobierno del pundonoroso y previsor general Ferrand.

Dividido en dos cuerpos, el ejército haitiano se lanza, ávido de matanza y de destrucción, sobre esta parte española a fines del mes de febrero del 1805. Por el norte venía el años más tarde empe-rador* Enrique Cristóbal, y por el sur, el presidente Jean Jacques Dessalines, severo y sanguinario cabecilla que en nombre de un feroz odio de razas esparció por todo el territorio insular la muerte, la desolación y la ruina.

Vencida por las huestes numerosas de Cristóbal la brava re-sistencia de Serapio Reinoso en La Emboscada1 se adueña de los pueblos del Cibao y prosigue su ruta de dolor, de pillaje y de matanza para ir a reunirse, ante las murallas de Santo Domingo, con su jefe superior Dessalines.

* En realidad, Henri Christophe (o Enrique Cristóbal, como lo llama Des-pradel) se proclamó rey, no emperador. (N. E.).

1 Serapio Reinoso era hijo de La Vega. Su padre fue don José Ramón del Orbe. De este héroe olvidado nos ocupamos en esta misma obra al relatar la vida de los Del Orbe.

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Después de transcurridos veintiún días de asedio a la ciudad de Santo Domingo, se presentó en el Placer de los Estudios una escuadra francesa, acto que hizo temer al jefe haitiano que el occidente fuera otra vez invadido por las fuerzas de su antigua metrópoli. Y entonces, precipitadamente y como un nuevo Atila enfurecido ante el fracaso, el día 29 de marzo de 1805 levanta el sitio, y desocupa, tomando el camino del Cibao, el territorio antes español, dejando tras de sí una negra estela de horror, de desolación y de sangre.

Crueles fueron los padecimientos de la Concepción de La Vega en esta época pesarosa de la historia nacional, y varios son los documentos que hemos encontrado en los archivos que po-nen de manifiesto lo insaciable e implacable que fue el negro Dessalines para con esa ciudad que ya para esa época comenzaba a resarcirse de sus muchos quebrantos.

Dessalines, en sus ansias de destrucción, incendió la ciudad de La Vega, así como a varias otras del Cibao.

Probemos documentalmente la veracidad y horror de este incendio.

El escribano público y de Cabildo don José Cotes, en un do-cumento del 1815, dice: «Y porque en la pasada de la armada indígena del negro Dessalines a poner sitio a la Plaza de Santo Domingo, incendiaron no solo los campos, sino también los pue-blos, y por consiguiente los archivos».2

Don Dionisio de la Rocha, escribano en esta ciudad para el 1805, al expresar en un documento ser el apoderado de los bienes de don Miguel Fernández Polanco, hace constar lo que sigue:

«En el año 1805, cuando los haitianos invadieron todos [se] fugaron para librarse de la muerte e incen-dios. Don Miguel y su esposa, doña Juana del Orbe, huyeron, dejando en poder de su apoderado sus bienes y documentos. Pero este también huyó, y dejó

2 Archivo notarial del licenciado Francisco José Álvarez, La Vega, documentos del escribano Cotes, 1815.

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los documentos en una cajita con la criada de don Miguel, llamada Mae María Suriel; la criada tuvo que huir a los montes. Cuando invadieron los haitianos esta ciudad fue víctima (la cajita con los documentos) del incendio y de este modo se perdieron los títulos de propiedad tanto de Blas Martín, como de casi todas estas provincias».3

Cuando en 1839 se hacía una investigación judicial ante Casimiro Cordero, juez de paz, para probar que Juan de Dios de Lara era legítimo poseedor de unos terrenos en La Sigua, a requerimientos de su hijo Silverio de Dios, fueron interrogadas varias personas que estaban vivas cuando el terrible incendio del 1805.

Así, don Francisco Mariano de la Mota, quien tenía para ese año de 1839 la edad de cuarenta y cinco años, declaró: «Pre-guntado si tiene conocimiento del incendio que sufrió en 1805 este dicho lugar, respondió que le consta por haber sufrido el declarante bastante perjuicio en el referido incendio». Tomás Lucario, de oficio carnicero y quien contaba sesenta y seis años para esa época, dijo «que Juan de Dios compró terreno en La Si-gua a Francisca Durán y a la Mejía; que vivió allí hasta el tiempo en que este pueblo fue incendiado por la armada del general Dessalina (sic), y que dicho Juan de Dios con todos sus familiares fue prisionero de dicha armada».4

Don Manuel González vendió unos terrenos en Salamanca a Pablo del Rosario, casado con Juana Álvarez para el 1792. En fecha 29 de noviembre de 1813 la Álvarez se presentó ante don Juan Ramón Villa, alcalde primero constitucional, para probar la posesión de estos terrenos, y pidió que don Vicente Paz, yerno del difunto don Manuel González, testificara esto, pues según ella misma declarara: «En el año de 1805 cuando

3 Archivo notarial del licenciado Álvarez. Este documento de De la Rocha lo presentó en 1858 el capitán de Guardias Nacionales don Miguel Fernán-dez Polanco, heredero de los bienes de don Miguel.

4 Ibídem, declaraciones ante Casimiro Cordero, 29 de noviembre de 1839.

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la invasión de Dessalina (sic) fue incendiado el archivo y toda la ciudad».5

Y si estos testimonios no fueran suficientes, óigase lo que declaró Gervasia Ventura, mujer riquísima de nuestras épocas pasadas y quien contaba noventa años de edad para el año de 1862, sobre el incendio del 1805. Dice la Gervasia:

«En el año cinco, cuando los haitianos invadieron esta parte de la isla que al pasar por los pueblos fue (sic) incendiando, pillando, destruyendo y matando cuanto a su paso encontraban, una de sus víctimas fue mi marido Juan de la Cruz que murió asesinado por los dichos haitianos, pudiendo escapar yo y mis hijos milagrosamente. Cuando todo pasó volví a mi casa de Sabaneta y no encontré sino ruinas y cenizas».6

Además, y para más abundante justificación de este hecho vandálico, al revisar el archivo de nuestra iglesia parroquial vi-mos cómo en el libro XIV de asiento de bautismos, comenzado el día primero de enero de 1805, hay una nota que reza así:

«Don Agustín Tabares presbítero, sochantre de la sta. iglesia catedral encontró este libro de bautismos; en Sto. Domingo en la capital; en manos de un cualquiera, con el motivo del incendio que hicieran los indígenas, en las ciudades, pueblos y villas de esta isla, el año de 4 de este siglo de 800; por esta causa no se siguió el orden en este, y fue preciso poner las partidas en otro:

5 Archivo notarial del licenciado Álvarez, 1813. Ante esta reclamación de Juana Álvarez, el alcalde Villa, y ante el notario don José Vicente Cotes por él requerido, interrogó a varios testigos, los cuales declararon: Lucas Mexías, de cincuenta años: «Que sí era cierto el incendio»; Silverio de Dios, de cuarenta y cinco años: «Que era cierto y constante el incendio»; don Antonio Núñez, de cuarenta y tres años: «Afirmó ser cierto el incen-dio»; don Vicente Antonio Paz, de cincuenta y cinco años: «Aseveró el incendio».

6 Ibídem, 1862.

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donde principió a la vuelta de este otro año: siguiendo el número y que comienza el de octubre». 7

II

La furia y la indignación del inhumano Dessalines se cebaron en la ya renacida ciudad del Camú e hicieron de ella nuevamente un doloroso teatro de desolación y de ruina.

De todo aquel pueblo que bajo el arrullo de pinares esbeltos entonaba hosannas al progreso, solamente quedaron en pie la iglesia y dos casas; y sus vecinos fueron víctimas del asesinato, del pillaje y de los atropellos más bárbaros y bochornosos.

En el informe que presentara el presbítero Francisco Pablo (sic) de Amézquita al celoso y progresista gobernador haitiano de La Vega, general Placide Le Brun, en fecha treinta de abril de 1822, este ilustre levita, al referirse al destructor incendio del 1805, dice:

«A principios de abril del año pasado de 1805, esto es, a los doscientos cuarentiuno más o menos de haberse restablecido la ciudad de La Vega en esta misma área en donde está, fue arruinada enteramente por el fuego que mandó darle el general Juan Santiago Dessalines a su regreso de la de Santo Domingo que invadió y no pudo tomar. Todos los edificios, que eran de madera excepto la iglesia y dos casas de pared sólida, fueron reducidos a cenizas. Talados los campos inmediatos, sa-queadas las haciendas de crianzas: y de los vecinos parte

7 Entonces comienzan las partidas en 1810. Como lo hace constar fray Ci-priano de Utrera en su artículo que él llama de re-historia, intitulado el «Degüello de Moca», publicado en la revista Panfilia, No. 10, 30 de noviem-bre de 1923, el cura de La Vega cuando el incendio de Dessalines era el mercedario fray Agustín Hernández, quien dejó la ciudad el 26 de febrero, «con la nueva de haber llegado los haitianos a Santiago un día antes; lo que sabemos por haberse interrumpido desde dicha fecha la inscripción de las partidas de bautismo».

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prisioneros y conducidos al Guarico, hoy Cabo Haitia-no: parte emigrados a las islas vecinas: y parte retirados a pasar dentro de la espesura de los bosques una vida salvaje; habiendo experimentado algunos en todo su rigor los estragos de un ejército que traía licencia para hacer todo el mal que se pueda a los vencidos».8

Varias fueron las personas de importancia de este pueblo que recibieron unas la muerte, y otras, duros atropellos, de las hordas bárbaras de occidente en este triste momento de nuestra historia. Además del capitán Juan de la Cruz y de Juan de Dios de Lara, otros muchos sufrieron las vejaciones de aquellos ne-gros enfurecidos, como nos lo ha dado a conocer el padre Juan de Jesús Fabián Ayala y García, vegano ilustre fundador de San Cristóbal, en su relato aún inédito que se intitula «Desgracias de Santo Domingo».

Documentado en la interesante relación de este levita, el licenciado Alcides García, en su trabajo que lleva como epígrafe «Concepción de La Vega», nos hace conocer que:

«Juan de Jesús Fabián Ayala y García, después piado-sísimo sacerdote vegano, uno de los dominicanos cé-lebres de José Gabriel García en sus Rasgos biográficos*,

8 El padre Amézquita fija como fecha del incendio principios de abril de 1805. Se puede asegurar que este acto cruel ocurrió del 2 al 3 de abril, pues Dessalines levantó el asedio de Santo Domingo el 29 de marzo, y se dirigió hacia el Cibao a marcha forzada y el 3 de abril estaba ya en Moca, en donde realizó actos de crueldad inauditos. La fecha del 3 de abril fijada como día en el cual las huestes haitianas realizaron el llamado degüello de Moca, acto que fray Cipriano de Utrera considera en su trabajo de re-historia antes mencionado, como «simplemente un hecho criminal efectuado contra varias personas, y no una miseria o desgracia general de la población de Moca», es una fecha admitida como exacta por todos nuestros historiadores, y muy especialmente, por don Antonio del Monte y Tejada, contemporáneo de este acontecimiento.

* El título completo de esta obra de J. Gabriel García es Rasgos biográficos de dominicanos célebres, cuya primera edición apareció en Santo Domingo, en 1875. (N. E.).

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fue de los cautivos. Lo que sufrieron él y sus infortuna-dos compañeros lo cuenta nuestro levita en su relato «Desgracias de Santo Domingo», cuyo original, toda-vía no publicado in extenso, está en nuestro poder. En esta crónica el recuento abismador de que María de la Sierra, pobre demente, fue ahogada en las aguas del río Camú, porque los soldados de la escolta que la conducían no querían seguir bregando con ella; Juan Maguiol, anciano muy versado en matemáticas, fue asesinado por no saberse sujetar de un caballo en pelo, en el cual había sido montado porque sus achaques no le dejaban caminar; que otro anciano de apellido Martínez, quien iba en una litera, cargado por cuatro haitianos, los cuales habían recibido dinero de un hijo de Martínez, fue muerto al llegar a Guaco por los que lo llevaban, para librarse de carga tan pesada; que Mónica de la Cruz García, abuela del mismo padre Juan, a causa de un empellón que le dieron sobre unas raíces de campeche, murió a los tres días del suceso. Y al llegar a Esperanza y hacer alto allí para descansar y organizar el paso del río en canoas, ¡cómo se empeña-ron nuestros inexorables sacrificadores en que hasta el blando nombre de este lugar resultara punzante ironía para los pechos lacerados de los hombres, y si-nónimo de excidio para los congojosos de las vírgenes que allí dejaron de serlo!

¡Con cuánta razón se ha dicho de esta época “que es la más luctuosa de la historia quisqueyana”!».9

9 Alcides García, «Concepción de La Vega», revista La Opinión, Santo Do-mingo, 1924.

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– 39 –

La tercera fundación

I

Solamente la iglesia y dos casas más de mampostería se libra-ron de la furia destructora del incendio a que sometiera a esta, y en aquel entonces risueña villa de Concepción de La Vega, el analfabeto Jean Jacques Dessalines. Y fue tal el terror que se apoderó de sus vecinos ante la irascible y brutal acometida de las huestes negras en derrota, que huyeron despavoridos a la montaña y a la espesura de los bosques, procurándose un seguro refugio del cual solamente los hizo salir, para volver a fundar vivienda sobre las cenizas de sus hogares destruidos, la palabra inquieta y amorosa de un animoso religioso de la orden de San Agustín, expresamente enviado para realizar tan útil y necesaria labor de confianza y de acercamiento.1

Cinco años de vida oscura y miserable llevó entonces esta ciudad por segunda vez totalmente destruida. Y después de ellos, el día 13 de marzo del año de 1810, y por orden del brigadier don Juan Sánchez Ramírez, gobernador y capitán general de la colonia que volvía a ser española, se restableció en todas sus pre-rrogativas y derechos a la ciudad de La Vega, adolorida sultana que a orillas del Camú y acariciada por un cantar polifónico de pinos enhiestos, ansiaba fuertemente sobrevivir a sus inmerecidas desgracias para granjearse un sitial de eternidad en la historia.

1 El licenciado Alcides García, en su artículo ya citado sobre La Vega, dice que este religioso de San Agustín tal vez fuera el padre Vives.

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Pero este nuevo renacer fue lánguido y pobre. Aunque así debía corresponder al desastroso estado de la colonia en aquellos años de la Reconquista: pues vencido Ferrand, quien fue indiscu-tiblemente un gobernante liberal, progresista y altivo, volvimos a caer en las manos torpes y amordazantes de la metrópoli, la cual sufría de nuevo bajo la férrea bota del absolutismo, encarnado esta vez en la inepta persona de Fernando VII, quien al volver a España abolió radicalmente toda la obra de ennoblecedor libe-ralismo de las Cortes de Cádiz al proclamar que los años transcu-rridos del 1808 al 1813 debían darse como no existentes.

El padre Amézquita describe de este modo lo que hemos llamado, por mandato de la continuidad histórica, la tercera fun-dación de la ciudad de Concepción de La Vega:

«Un religioso del orden de San Agustín legítimamente despachado fue atrayendo después poco a poco con su predicación a las gentes que vivían en los montes; y de aquí resultó segunda vez otra población tumultua-ria en esta misma área: pues muchos interesados en la administración de sacramentos, y en oír la palabra de Dios que predicaba el padre, fueron fabricando suce-sivamente en ella varias chozas con el fin de abrigarse cuando venían sanos o enfermos a recibir el pasto espiritual. Así es que cuando se restableció segunda vez en forma esta ciudad, no hubo otro arbitrio que dexar en el mismo lugar las fábricas materiales que tenía, a pesar de ser de muy poca importancia en realidad, porque las circunstancias del tiempo y la miseria las hacían valer mucho en el concepto de sus respectivos propietarios. Dicho restablecimiento fue el día 13 de marzo del año 1810, en que de orden del brigadier don Juan Sánchez Ramírez, gobernador y capitán general que fue de la parte española de la isla, se crió nuevamente un cabildo compuesto según la ley de la monarquía española de dos alcaldes ordina-rios, un alférez real, alguacil mayor, cuatro regidores,

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un síndico y un secretario. Desde entonces comenzó La Vega a pensar otra vez en población y arreglo. El año de 1813 se proveyó el curato en propiedad, se abrieron y delinearon calles, cuya rectitud no pudo observarse puntualmente a causa del impedimento que ofrecían las chozas dispersas que se procuraron conservar; y de aquí resultaron algunas calles curvas como están a la vista.

La iglesia que estaba arruinada se ha ido reedifi-cando poco a poco. Se edificó cárcel pública: una pie-za para los acuerdos del cabildo, y un cuarto capaz: se restableció la escuela de niños que pagaba el cabildo de los fondos de propios, y que duró hasta el día últi-mo de diciembre del año próximo pasado. La crianza de animales se adelantó bastante: y la agricultura iba subiendo a un grado de energía tal, que además del producto dexaba una bien fundada esperanza de pro-greso a sus respectivos propietarios».2

2 Informe presentado por el presbítero Pablo de Amézquita al general Placide Le Brun, en 30 de abril de 1822. Cuando se realizó este restable-cimiento de la ciudad de La Vega, atendiendo a la orden dictada por el brigadier don Juan Sánchez Ramírez en marzo del 1810, ocupó el cargo de alcalde ordinario de primera elección don Francisco Suriel, capitán de Urbanos, quien sustituyó a don Luis de Velasco, quien ocupaba este cargo anteriormente. (Archivo notarial del licenciado Álvarez).

Además, en octubre de 1811 vino como cura y vicario foráneo don Agustín Tavárez, sochantre de la santa iglesia catedral, quien fue sustituido en el mismo cargo en fecha 31 de enero de 1812 por el padre Isidoro Ximinián de Peña. (Archivo de la iglesia parroquial).

Apéndice: según se desprende de esta relación del padre Amézquita, que-daron en pie, después del incendio, la iglesia, en mal estado, dos casas de mampostería y algunas chozas; y que al restablecerse la nueva ciudad, algunas calles resultaron torcidas por no destruir las casas que quedaron en pie. Actualmente las calles de La Vega, con excepción de la antigua In-dependencia, son rectas, y con respecto a la irregularidad de dirección de esta calle Independencia, algunos viejos de este pueblo nos han relatado que según se lo habían dicho sus padres esta calle es torcida por haber sido ella la continuación del camino real que venía de Santo Domingo para ir a Santiago y que, por lo tanto, se construyeron en ella las casas siguiendo las irregularidades del camino que se prolongaba en ella.

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II

Pastoral y humilde fue el tercer renacer de Concepción de La Vega. Con el espíritu tal vez oscurecido por una honda me-lancolía y comprendiendo que ante las acometidas violentas del destino nada puede aspirar a perdurar eternamente, sus vecinos comenzaron a levantar la nueva ciudad sin contar para nada con la argamasa y el ladrillo.

Y así, cabe a la calle amplia asfaltada de fresca gramínea, era la vivienda del vecino más acomodado, del que tenía tierras, onzas, vacas y cerdos, el bohío de tablas de palma entinglado, cobijado de yaguas y con su piso a veces de ladrillo y muchas otras de apisonada tierra.

Por las calles pastaban libremente vacas y cerdos, y en medio de una quietud arrobadora que con dulzura eglógica turbaban las campanas en la hora de queda, aquel pueblo, de hondas raí-ces en el devenir de nuestra historia de tormentos y de glorias, iba de brazo echado con los dolores del presente en busca de la atormentadora esfinge del futuro.

Con sus llanuras feracísimas rebosantes de café, de cacao y de todas las variedades de frutos, y en la esfera de las actividades del espíritu, tal vez más alta, nunca más baja que las demás ciu-dades de esta parte oriental de la isla, la Concepción de La Vega,

Como una fiel constancia de la existencia en esta ciudad de una escuela pública para niños desde antes de la desgracia del 1805 y su restableci-miento cinco años después, permítasenos citar el testimonio de Rosa López, propietaria en Los Callejones y esposa, primero de Melitón Hol-guín, y después, de Gabriel Patiño, quien en su testamento, hecho el 23 de noviembre de 1825, decía:

«Declaro que mi difunta madre Feliciana Bautista estaba a cargo de un tributo de valor de cincuenta pesos pertenecientes a la escuela pública de esta ciudad, a cuyo tributo había hipotecado su casa que era entablada, y veinticinco pesos de tierra en el pa-raje de […]; que después del fallecimiento de mi madre quedé yo al cargo del referido tributo, y mi cuñado Juan García, que es el que lo posee últimamente, lo que declaro para que conste». (Documentos del archivo notarial del licenciado Álvarez).

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lejos de ser una ciudad muerta en vías de desintegración, estaba firmemente agarrada a la vida y no rehuía seguir fielmente las trayectorias que le demarcaba su destino.

De 1810 a la época triste de la ocupación haitiana, su progre-so fue lento y escaso en la obtención de beneficios materiales. Pero un gobernante extraño, hombre de espíritu altruista y de sentimientos nobles y liberales, la impulsó hacia el bienestar y el progreso dotándola de varias obras de importancia.

Placide Le Brun, el progresista y activo gobernador haitiano, fue un benefactor para este pueblo que sirviera de tumba a su corazón magnánimo.

El gobernador Le Brun fue quien echó las bases de la urba-nización de nuestro pueblo. Hizo construir el llamado palacio de Sangre 3; levantó sobre la profunda zanja de la vieja calle Colón, en el cruce con la calle Independencia, un sólido puente de pie-dra, obra de inestimable importancia ya que en los tiempos de lluvia era tal la cantidad de agua que corría por este verdadero río que se hacía imposible la comunicación entre el pueblo arriba y el pueblo abajo;4 construyó, obedeciendo a la consigna de los

3 Se le llamó así porque el gobernador haitiano hacía, según refiere la tradi-ción, que los presos trajeran, desde las lomas vecinas, las grandes piedras de que fue construido, obligándolos a realizar labor tan dura a latigazos. Hecho que vamos a poner en duda dada la indiscutible bondad de que estaba adornada el alma de Le Brun.

A este palacio se le veía como un símbolo de dominación y de fuerza, y según se ha podido ver por los cimientos de él que han sido en nuestros días encontrados, ocupaba casi todo lo largo de una manzana. Compren-día las antiguas calles Padre Billini e Independencia. Servía de cuartel a las fuerzas de ocupación haitiana y de cárcel. No hemos podido formarnos una idea de cómo era esta construcción, al parecer de proporciones algo colosales. Fue destruido este palacio cuando el violento terremoto del 1842, y en nuestros días, detrás del teatro La Progresista colindando con nuestra casa natal, se conserva en pie un trozo de sus gruesos y pesados paredones. Ojalá pudiera conservarse…

4 Por esta zanja, que ocupaba todo el ancho de la calle, desaguaba en sus frecuentes crecientes la extensa laguna del sureste de la población al Pozo Verde o Madre Vieja. Era tal la altura del sólido puente construido por Le Brun que un hombre podía libremente caminar por debajo de él, hasta el extremo que cuando los presos se fugaban de la cárcel encontraban en

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ambiciosos usurpadores de occidente, y en medio de la Plaza de Armas, el altar de la Patria, esos blanqueados cuadriláteros de mampostería, que como dijera Angulo Guridi, no eran más que «ridículos estorbos»;5 hizo más fácil y más cómodo el tránsito por las calles principales, cosa que era casi imposible cuando se des-encadenaban esas fuertes y en aquel entonces frecuentes lluvias, dotándolas de un sólido empedrado.6 En fin, fue tal el interés y el amor que se tomó el general Le Brun por embellecer y organizar

él un cómodo escondite. Duró muchos años y fue destruido cuando bajo la dirección de unos ingenieros cubanos, venidos aquí en tiempos de la revolución libertadora de la Antilla hermana, se procedió al arreglo de la llamada calle de la Zanja.

5 Don Manuel Ubaldo Gómez, en las memorias por él intituladas «Cosas del tiempo viejo», nos dice, al referirse a dicha construcción, lo siguiente:

«Donde está la glorieta había un cuadrilátero de mampostería con enverjado de madera. Se subía por una escalinata y desde allí habla-ban las autoridades cuando había revistas o reuniones.En la parte este estaba la escalera, al sur había una palma real y al norte una mata de coco, sembrada por los haitianos. El coco no tenía más que la caña, pues las pencas se habían secado. La palma que era muy bonita la tumbaron en mayo de 1886.El altar de la Patria fue destruido para edificar la glorieta por los años de 1895 en adelante (1896)». [En estas memorias se refiere nuestro historiador para el año de 1867].

6 En las memorias citadas don Ubaldo Gómez nos relata lo siguiente sobre el empedrado que realizara en nuestras calles el diligente gobernador haitiano:

«Cuando yo tuve uso de razón, allá por el año de 1867, la ciudad te-nía una parte de sus calles empedradas, formando al centro un canal para desagüe. He dicho que una parte de las calles de la ciudad es-taba empedrada, esta parte era: partiendo de la calle Duarte esquina Colón, siguiendo al oeste hasta la calle Sánchez, esta al sur hasta la Independencia, esta al oeste hasta el Fuerte. La calle Restauración des-de la Presidente Vásquez hasta la Mella, esta al este hasta la Colón, esta al norte hasta la Padre Adolfo en su acera norte, siguiendo al este hasta la calle Duvergé, esta toda la acera oeste hasta la calle Independencia, toda esta hasta la calle Colón, siguiendo esta al norte hasta la Presidente Vásquez».

Como se ve este empedrado comprendía lo que llamamos hoy el centro de la ciudad.

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nuestra ciudad en los años de su beneficiosa gobernación que, subsanando un imperdonable descuido de las dejadizas autori-dades de la antigua colonia, se dio a la plausible tarea de dotar con significativos nombres a las calles en ella existentes en aquel entonces.7

7 Por los innumerables documentos que hemos visto con el fin de escribir este estudio, nos hemos dado cuenta de lo desordenados y despreocupa-dos que fueron nuestros escribanos al hacer mención en sus testimonios de nuestras calles. Pues, para designarlas, ponían el primer nombre que les venía a la memoria de algo notorio o de importancia que hubiera en ellas. Así, para referirse a la antigua calle Independencia, decían unas veces la «calle del Puente», otras la «del Fuerte», o si no, de la «Plaza de Armas». La calle Colón la llamaban unas veces la de «la Zanja», otras la «del Caño» y otras la «del Canal». Y nombres corrientes de calles eran la «del Marzé» (Duvergé), la de «la Javilla» (Capotillo), la «del Toronjo» (Sánchez), la de «los Barritos», la «del Cementerio», la «del Tejar», la de «la Iglesia», la «del Pozo Verde», etc. Muchas veces la denominación era aún más caprichosa e indecisa, como cuando en un documento un escribano situaba el alam-bique de don José Velasco «en la calle que baja al río Camú paso de las Sierras».

Los mismos vecinos hacían corrientemente caso omiso de la designación propia de las calles, y las nombraban por el nombre de la persona de más importancia social, comercial o política que residiera en ellas. Así decían, la calle de don Cristóbal Moya, la calle de monsieur Estin, la calle de don Pepe Tabera, etc. Gracioso es, a este respecto, el mando que daba a sus tropas el comandante Juan de la Cruz, quien al ponerlas en marcha, decía: «Cojan por la calle del Fuerte, doblen por la de mi comadre doña Juana Portes, y paren al llegar a la calle del Cementerio».

Esta costumbre de designar de manera tan aldeana nuestras calles se prolongó hasta hace apenas cuarenta años; pero en los documentos redactados durante la ocupación haitiana hemos notado cómo en casi todos, al hacer referencia a una calle, es esta designada con un nombre fijo y constante.

A partir del 1822 los nombres de las calles de la ciudad de Concepción de La Vega, fueron los siguientes: Igualdad, Filantropía, Sinceridad, Mi-sericordia, Independencia, Buena Esperanza, Petion, Reunión, Caridad, Libertad, Patria, República, y más tarde, El Sol y San Carlos.

Nos ha sido imposible fijar exactamente la dirección de estas calles y su equivalente con las actuales, pero ayudados de la feliz memoria de don San Julián Despradel y Carlos, anciano venerable que ya coquetea con el siglo, nos permitimos presentar aquí este cuadro de equivalencias: calle Igual-dad, de N a S, hoy Sánchez; calle Misericordia, de E a O, antigua Progreso; calle Buena Esperanza, de N a S, hoy Estrelleta; calle Reunión, de N a S, antigua Padre Billini; calle Caridad, de E a O, hoy Duarte (¿Comercio?);

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III

El autocratismo de Boyer imperaba en toda la isla convir-tiendo en palpable realidad la ambiciosa pretensión de los cabecillas indómitos de occidente, quienes no conformes con destruir el poder de los que se habían adueñado de Haití, querían arrebatarles a los descendientes legítimos de la nación conquistadora el territorio que con más derecho les pertenecía, para hacer de la isla «una e indivisible».

Durante los 22 años de la ocupación haitiana, muy espe-cialmente del 1825 hasta mediados del 1842, la ciudad de Con-cepción de La Vega gozó de las primicias del progreso, aunque aquellos fueran años de opresión y de ignominia.

Restablecida de la dolorosa catástrofe de 1805, y protegida por el espíritu amplio y altruista de un hombre que parecía haber sido enviado por la Providencia para subsanar la maldad negra de uno de los conductores de su Patria, la ciudad crecía y mejoraba cada vez más en sus construcciones materiales.

Como todas las ciudades surgidas bajo el espíritu que anima-ra a la colonia, en su centro estaba la Plaza de Armas: sabaneta cuadrada cubierta de fresca grama, y en aquel entonces tur-bada su llana extensión por el mamposteado cuadrilátero que llamaran los negros dominadores con el rimbombante nombre de altar de la Patria. Hacia el oriente de esta plaza estaba el pa-lacio del Gobierno, vetusta construcción de pesadas piedras y

calle Libertad, de N a S, antigua Colón (hay un documento que dice que en esta calle estaba el alambique que fue primeramente del general Le Brun y después de Juana Enrique, y entonces esta calle resulta ser la Duvergé, antigua Telégrafo); calle de la Patria, de N a S, hoy Restauración; calle de la República, de E a O, antigua Comercio; calle San Carlos, de E a O, hoy Mella (esta calle la llamaban de las Tres Cruces); calle El Sol, de E a O, antigua Comercio (después de la ocupación haitiana).

La calle Independencia ha tenido este nombre desde 1825, exceptuando el tiempo cuando se llamó 27 de Febrero (1888).

En documentos del 1825 y del 1826 aparecen las calles Filantropía y Sin-ceridad, pero no hemos podido localizarlas; así como a la llamada calle Petion (1828).

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argamasas que levantara el haitiano dominador para afianzar su ilógico predominio; hacia el lado occidental de ella, la casa de mampostería del poderoso don Francisco Mariano de la Mota, única en su género, a cuya izquierda estaba la casa de familia y el comercio del comandante Ramón Suárez (siempre en la acera occidental) y a su derecha, la residencia de don Pepe Bernar, ambas construcciones de tablas de palma y techadas de yaguas, materiales usados, con raras excepciones, en todas las viviendas del pueblo.

Al sur de la plaza estaba la iglesia, de mampostería y techada de tejas, construida por los españoles después del terremoto del 1562 y sin ningún mérito arquitectónico; al lado norte, humil-des bohíos, sencillos y risueños como el espíritu amplio, culto y hospitalario de los hacendosos vecinos que habitaban en aquel entonces esta ciudad que arrulla eternamente el fiel Camú.

Y cuando el adelanto le sonreía de tan bella manera, un nuevo cataclismo la hace presa de sus furias ciegas y desmedi-das: el terremoto del 7 de mayo de 1842.8

El palacio de Gobierno y la iglesia fueron destruidos, y la ciudad, de nuevo víctima ante la fatalidad de su destino, tomó el triste aspecto que conservó por muchos años.

Alrededor de la Plaza de Armas, donde antes existían dos sólidos y aparentes edificios, se construyeron sendos bohíos, grandes y amplios, que hicieron, uno, el papel de iglesia, y el otro, el de cuartel de Milicias y de cárcel.

El resto de la ciudad era también de aspecto bastante pobre. Pasado el fuerte Puente de Piedra, pueblo arriba, había otra sabaneta cuadrada, donde hoy se ha construido el mercado. En ella se levantaban algunas ranchetas para la venta de carnes,9 y

8 «7, 8, 9, 10 y 21 de mayo de 1842. Catástrofe en toda la isla; ras de marea; daños considerables en todas partes; los habitantes de las ciudades acam-paron en despoblado; la tierra abierta, al cerrarse luego, tragó mucha gente; de 5 a 6,000 murieron en Haití; destrucción de muchos edificios; daños considerables en las iglesias de Santo Domingo». Cipriano de Utre-ra, «Terremotos», liii, Dilucidaciones históricas, .

9 Este era un negocio en aquel entonces muy poco productivo, pues casi todos los vecinos, para proveerse de carne, mataban sus animales en sus

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en los días primero de cada año se reunían los cívicos para que las autoridades celebraran revista.

De bohíos estaba bordeada esta plaza del pueblo arriba: al norte de ella estaban, como principales, el de los Magoyos y el de don Manuel Gómez; al sur, el del célebre Rufino de la Rosa y el del sargento mayor, Miguel Minaya; al este, el de don Pedro Viloria, detrás del cual se extendía un tupido javillal que habi-taban enormes culebras, y hacia el oeste, el de la vieja Petronila Morel, el de José Maria Regino, el de Baldomera, la mujer de un tal Sanó y el de Cornelio de Peña.

Peculiarísima era la conformación de la ciudad para la época que nos ocupa. Con un área mucho menor que la de la tercera parte de la actual, estaba rodeada en tres de sus puntos por lagunas. La mayor de ellas hacia el sureste, abundantísima en peces y en cacería y lugar de solaz para la muchachería ale-gre; hacia el norte la laguna llamada del Pozo Verde y al oeste la laguna de Las Tunas.10

casas. Se cuenta que don Pancho Mariano, quien tenía tantas reses que muchas de ellas aparecieron por San Juan de la Maguana, y años más tarde a esta descripción, venía de su residencia de Pontón a comprar una libra de carne. Todo por el prurito de que lo murmuraran.

10 Como dijimos, la laguna del Ranchito desaguaba, en tiempos de lluvia, por medio de la calle de la Zanja, a la del Pozo Verde. Las viviendas que ocupa-ban la acera sur de la plaza del Mercado estaban ya frente a ella, como nos da constancia un documento que expresa que Cornelio de Peña tenía una casa «que se halla en la esquina de la plaza del Mercado con frente al sur, que queda frente a la laguna». Así también el capitán Tomás Villanuera compró una casa a Francisco del Rosario, «situada en este pueblo frente a la laguna, con su frente al sur». (Archivo notarial del licenciado Álvarez, 1852).

Parece que esta laguna del sureste llegaba hasta la esquina que forman hoy las antiguas calles Progreso y Colón, pues como lo dice una escritura del 1870, Francisco Chestaro (alias Malakoff) compró un bohío situado en «la calle de la Zanja, lindando por el norte con bohío que llaman de las Beles y al sur con la laguna con su frente a la casa del ciudadano Estin Despradel». Sabemos que monsieur Estin vivía en el cruce de la Colón con la Progreso.

La laguna del Pozo Verde comenzaba en la esquina formada por las calles Sánchez y Duarte, y se extendía hacia el norte. Frente a ella, hacia la parte abajo, estaba el cementerio. Cuando el Camú crecía se juntaba con ella y la surtía de peces de todas clases. En esta laguna terminaba el pueblo por el

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Por el lado del sur se extendía una hermosa sabana, en donde el incansable levita Dionisio Valerio de Moya, con la cooperación técnica del ingeniero americano Arthur Lancaster, estableciera en nuestro país el primer aserradero.11

El pueblo no se extendía mucho por este lado del sur, pues las Tres Cruces, que fijaban por este lado sus límites, estaban donde hoy se cruzan en esquina las calles Mella y antigua Colón.12

Hacia el norte, después de la casa de don Silvestre Guzmán, se extendían Los Tocones, trozo de monte en donde había dis-persas varias chocitas de tablas paradas y unidas con bejuco pega palos y con sus puertas de yaguas.13

Y esta era La Vega de entonces: risueña, humilde, ha-cendosa y hospitalaria. Pueblo siempre alerta a las urgentes llamadas de la Patria y guardador celoso de su historia y de sus tradiciones, jamás dejó de celebrar por ocho días segui-dos su rumbosa fiesta de la Virgen de Antigua, en medio del repiquetear de sus campanas y del retumbar enervante de sus sonoros atabales.

norte, siendo las dos últimas casas la de don Félix Morilla y la de Perico el sepulturero.

La laguna de Las Tunas se extendía en el espacio donde está hoy la plazoleta del cementerio que llamamos viejo. Debió su nombre por haber a su alrede-dor un tunal muy extenso.

11 Merece recordarse con gratitud el nombre de este ciudadano americano, no solamente por haber contribuido al progreso industrial de la Repúbli-ca, sino también por haber luchado en la guerra de Restauración por la causa noble de la libertad de la Patria.

Arthur Lancaster, cuando el célebre sitio de Santiago, llevó de aquí una pieza de artillería, la cual montada por él en Nibaje, causó muchos estra-gos a los españoles.

12 Un poco más abajo la última casa era la del viejo Vicente, la cual quedaba más o menos por donde está hoy la logia de Oddfellows. Pero de Amor al Estudio a la casa del viejo Vicente no había viviendas, y más allá del viejo Vicente tenía su casa don Raimundo Gómez, la cual estaba solitaria.

Alrededor de las Tres Cruces había unos ranchitos adonde mandaban a vivir a los atacados de tuberculosis.

13 En una de estas miserables chocitas vivía siña Alejandrina, quien hacía lon-ganizas y las colgaba en las puertas día y noche, sin que nadie se atreviera a tocarlas.

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Alegre y ufana, era un idilio de bienaventuranza en donde flore-cía constantemente el espíritu. Era capaz de todo lo bueno y recinto fuertemente cerrado a la maldad y a la inquina... Esta era La Vega de entonces: la de la vida sencilla, la del trabajo digno y provechoso, la del coraje, la de la fe, la de la noble hospitalidad, la del ansia constante de aprender y de ayudar; esa, que tan dulcemente alaba-ra nuestro García Godoy en su inmortal Rufinito y la que encarnara en Juana Saltitopa la virtud heroica de la virgen de Orleans y en Marcos Trinidad, la austeridad señera de un Cincinato...*

IV

Samuel Hazard, en su valioso libro que lleva como título Santo Domingo, past and present; with a glance at Hayti, editado en Londres para el año de 1873, escribe lo siguiente al referirse a la ciudad de Concepción de La Vega:

«El pueblo actual de La Vega está situado sobre el río Camú, uno de los tributarios del Yuna, y a una corta distancia solamente de su orilla derecha.

Descansa en el centro de una bella sabana, de forma casi circular, y casi completamente rodeada de montañas; estando el pueblo al norte del valle del Cibao, el cual domina.

Debe su fundación a la destrucción por un terre-moto de la vieja ciudad famosa, fundada por Colón, de Concepción de La Vega, de la cual dista unas seis millas al noreste.

Está conformado de regular manera, las calles cruzándose unas con otras en ángulo recto; en el

* Despradel se refiere a santa Juana de Arco, figura histórica de la Francia del siglo XV, y a Lucio Quincio Cincinato, gobernante y militar romano que vivió entre los siglos Vi y V a. C. (N. E.).

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centro del pueblo está la usual plaza, cerca de la cual está el único edificio de alguna importancia en la villa, la iglesia. Las casas principalmente construidas de madera, aunque de mejor clase que aquellas de la mayoría de los pueblos, algunas de las cuales llegan a ser casi respetables frame house. Los restos de ruinas de casas de piedra se ven todavía, demostrando esto que en tiempos anteriores el lugar mereció el nombre de una ciudad sustancial;14 pero extendido en un llano como está, y visto de las afueras, no tiene más que una imponente apariencia, aunque su localización natural es hermosa y perfectamente saludable.

Al recorrer el pueblo encontramos que había al-gunas escuelas primarias en el lugar, y bien atendidas: pero la altura de los negocios existentes nos pareció bastante limitada».15

Ya para el año de 1870 el área de la ciudad había aumentado considerablemente, principalmente hacia el sur, en donde se de-sarrolló la barriada llamada de Los Cafés.16 Enriquecido su ornato

14 Hazard se refiere aquí seguramente a las ruinas del palacio de Sangre. 15 Traducción del inglés. En esta descripción, Hazard, al referirse a los vecinos

de La Vega, dice que los principales hombres de ella eran blancos y «tan lim-pios e inteligentes como se pudieran encontrar en cualquiera otra parte». Ex-presa que el cura de ella en aquel entonces era «nativo de Córcega y educado en Francia». Este cura debió ser el padre Juan F. Cristinace, quien ejercía aquí el curato para el 1873.

16 Se llamó así este barrio por haberse formado en un terreno donde había un cafetal. Don Manuel Ubaldo Gómez, en sus memorias ya citadas, nos relata a este respecto lo siguiente:

«El perímetro que forman las calles Mella, al norte; Talanquera, al sur; Colón, al este y Sánchez al oeste fue fundado en un cafetal, pues todos los patios de las casas de esas cuadras los conocí sembrados de café y esa parte de la ciudad se nombraba Los Cafés».

Como nos hace saber nuestro ilustre historiador, según las referencias que habían recogido de los antiguos moradores don Manuel Portolatín y don Manuel Nicasio Mella, esa parte de terreno vino a ser propiedad de la

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con nuevas y sólidas construcciones; muy adelantados los trabajos de su iglesia, la cual se construía de mampostería gracias a los es-fuerzos del vegano altruista presbítero Dionisio Valerio de Moya y Portes y del entusiasmo desmedido de los fieles; mejoradas sus ca-lles y enriquecido y activo su comercio, la Concepción de La Vega entró desde entonces en una amplia vida de cultura y de progreso hasta alcanzar, en el campo del espíritu, un sólido renombre, y en el sector de las mejoras materiales, un puesto distinguido entre las demás ciudades de la República.

Al correr de los años fue cambiando su pobre aspecto de una aldea en grande, por el de una ciudad ordenada y laboriosa, que se ataviaba febrilmente con los modernos atributos de confort y de elegancia que imponía como cosas inaplazables el nuevo siglo de civilización que comenzaba a enseñorearse del mundo.

Su rústica Plaza de Armas, sabaneta de esmeralda donde el padre Ximinián de Peña con placer y solaz en la hora me-lancólica del Ángelus viera pastar sus ovejas, se convirtió en un moderno y hermoso parque de recreo; y frente a él, los largos y destartalados caserones que sirvieran de cárcel y de cuartel de Milicias fueron sustituidos por dos bonitas y amplias construc-ciones en donde se instalaron, en la una, un cómodo teatro, y un moderno hotel en la otra. En su acera norte, antes solamente ocupada por la tristeza desolada de un innoble bohío, se han construido valiosas viviendas particulares y la casa consistorial; y en las restantes aceras que rodean este parque, además de la iglesia, todas las construcciones están de acuerdo con su moder-nidad y su belleza.

A partir de los últimos veinticinco años del pasado siglo la ciudad se fue transformando como por encanto. Donde antes reinaban de manera absoluta la primitiva yagua y la tosca tabla de palma, se impusieron al conjuro del mandato irresistible del

común por donación de doña Mercedes Bocanegra o de la señora Bernar-dina Núñez, ambas viudas. Se cree que la donación fue hecha a la Virgen del Rosario, y como nos lo dice don Ubaldo, él recuerda que siendo niño la imagen de esta Virgen estaba al cuidado de la familia Susana en una de las casas situadas en el antiguo barrio de Los Cafés.

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progreso, el zinc resguardador y la mampostería firme y dura-dera. El área de la ciudad aumentaba rápidamente, y en donde antes era insalubre laguna, tupido monte o amplia sabana, se levantaban ordenadas barriadas que eran como la expresión firme de un pueblo que caminaba confiado hacia el bienestar y el adelanto.

De esa Vega de entonces, eglógico remanso donde bajo el dulce amparo de la sencillez y de la bondad florecían las más nobles virtudes, a esta Vega de hoy, aprisionada en las redes torturantes del desquiciamiento que ha hecho presa de lo que va de este siglo, es muy larga la distancia recorrida. En cuanto al progreso material, las páginas de este libro dan una idea de lo largo y ventajoso del camino andado: en cuanto a lo que concierne a las esferas del espíritu, aplacemos el juicio, y sin decir que los tiempos pasados fueran mejores, exclamemos, en el éxtasis del recuerdo, como el divino Cervantes: «Dulces y felices tiempos aquellos…».17

Apéndice

De las memorias de don Manuel Ubaldo Gómez, y de las cosas que nos han contado varios viejos de esta ciudad que han pasado toda su larga vida en ella sin abandonarla jamás, hemos deducido que para el año 1870 el aspecto del centro de La Vega era el siguiente:

En el ángulo sudeste de la Plaza de Armas estaban las ruinas del palacio de Sangre; en el ángulo nordeste se encontraba la Comandancia de Armas, largo caserón de tablas de palma techa-

17 Al correr de los últimos cincuenta años, una de las ciudades de la Repú-blica que ha realizado un progreso más efectivo ha sido la Concepción de La Vega. En nuestro recorrido por todos los pueblos y ciudades del país, nos hemos convencido del amplio porvenir que espera a esta ciudad y de lo hondo que ella llegará a afincarse en el tiempo y en el espacio. Las ciudades, cuando han sabido realizar su «sentido ecuménico», poseen una personalidad eterna y trascendente; y entre todos los pueblos de la Repú-blica, La Vega es uno de los que más han adelantado en este sentido.

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do de yaguas, y entre estas y las ruinas del palacio de Sangre, se levantaba el llamado cuartel de Milicias y detrás de él la cárcel pública, ambos también construidos de tablas de palma y yaguas. En la acera norte solamente había una casa en el ángulo nor-deste, y en la sur estaba la iglesia a medio construir. En la acera norte, en el ángulo noroeste, donde está la residencia de doña Carolina Almánzar, comenzó a edificar una casa de dos pisos el general Juan Álvarez Cartagena, la cual no terminó. La acera oeste estaba edificada, pero en ruinas la casa de pared que fuera de don Pancho Mariano de la Mota.

En sus «Cosas del tiempo viejo», el historiador Gómez Moya nos relata lo que sigue:

«Donde está el palacio municipal se principió a edificar un teatro por una sociedad de aficionados, por el año de 1875; pero los acontecimientos políticos ocurridos desde el año siguiente hasta el 1878 desorganizaron la sociedad y lo que se hizo desapareció. Por el 1880, el licenciado Pedro A. Bobea Castro fabricó una casa en el mismo lugar que luego vendió al gobierno y este la cedió al Ayuntamiento para fabricar la actual casa mu-nicipal».

El actual parque de recreo no había sido aún construido

para el 1875. Para esta fecha, y siendo don Casimiro de Moya y Portes presidente del Ayuntamiento, se construyeron unas ala-medas alrededor de la antigua Plaza de Armas y en cada esquina se sembró un almendro.

Años más tarde, para 1880, fue sembrado ante la casa donde estaba la Gobernación, que era donde está el palacio municipal, un frondoso samán. Según dice la tradición la semilla de este samán, la trajo de Venezuela doña Octavia Viscarrondo viuda Córdova, maes-tra distinguida de varias generaciones, y afirmaba tan respetable dama que esta semilla procedía del samán histórico cerca del cual acampó el Libertador con su ejército. En este año de 1880 era don Casimiro de Moya y Portes gobernador de esta provincia.

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El altar de la Patria fue destruido para el 1896, fecha en la cual se edificó en su lugar la glorieta. Se ha tenido como un hecho verdadero que el corazón del progresista gobernador haitiano general Placide Le Brun fue enterrado, en cumplimiento de su última voluntad, debajo del altar de la Patria que se levantaba en medio de nuestra Plaza de Armas. Varias personas ancianas y venerables de esta ciudad nos han asegurado que cuando se cavaban los cimientos de la glorieta se encontró la cajita que contenía el corazón del general Placide y que entonces esta fue enterrada en el mismo sitio y a mayor profundidad.

El parque de recreo fue construido en el año 1897, cuando el padre Alejandro Adolfo Nouel y Bobadilla era presidente del Ayuntamiento de esta común. En sus comienzos el parque estuvo rodeado de un bonito enverjado de hierro, el cual fue regalado por el presidente Ulises Heureaux y construido en los talleres del gobierno en Santo Domingo. Los primeros bancos que se usaron en el parque fueron regalados por el mismo presidente y por el vice don Casimiro Nemesio de Moya.

En las memorias referidas expresa don Ubaldo, quien con tanto amor y acuciosidad se ha ocupado de la historia de nues-tro pueblo, que:

«Donde está el teatro había una casa baja de mam-postería construida en suelo que donó el general Casimiro N. de Moya a la sociedad La Progresista, la cual consiguió los fondos de una pequeña lotería que jugaba todos los domingos. Don Casimiro de Moya y Portes la ayudó mucho en la construcción. En 1886 estaba terminada e instalada la biblioteca; pero esa construcción se principió por los años de 1882 a 1883, en la primera administración del general Heureaux».

El teatro fue construido por la sociedad La Progresista por el año de 1909. La obra la dirigió el ingeniero vegano Zoilo Hermó-genes García (Mogito).

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Ya dijimos que el primer cementerio se hallaba hacia el lado norte de la ciudad, cerca de la laguna llamada del Pozo Verde. Después fue trasladado un poco más hacia el oeste, en la misma sabana llamada del Cementerio. Era de construcción rústica. Más tarde el presbítero Dionisio Valerio de Moya, vegano ilustre que no desmayó por darle adelanto a su pueblo de origen, se com-prometió con el Ayuntamiento a construir un nuevo cementerio rodeado todo de mampostería. He aquí el contrato celebrado para llevar a cabo esta construcción:

«En la ciudad de la Concepción de La Vega hoy día veinte y seis del mes de enero de mil ochocientos cin-cuenta y cuatro años y décimo de la Patria siendo las nueve horas de la mañana.

Los miembros del Ayuntamiento de esta ciudad abajo firmados, y presente el presbítero y cura de esta parroquia señor Dionisio Valerio de Moya, han con-tratado del modo siguiente; el señor cura se obliga a hacer el cementerio en el lugar que ya se ha indicado, de cincuenta varas de largo con treinta de ancho. Cuya altura será de vara y tres cuartos en la suma de dos mil pesos fuertes quedando todo a costa del fabri-cante, obligándose el Ayuntamiento a darle a cuatro jóvenes para el trabajo; dando mientras dure el traba-jo quinientos pesos fuertes o su equivalente en papel moneda, y resto en cancelando el dicho cementerio, que es de paredes todo. Con lo cual se […] el presente contrato según ley de la materia. Dada lectura […].

Fdos. B. Ramos (alcalde), Patricio Mieses, José María Morilla, Clemente Saviñón, B. Ventura Gómez (regidores), Dionisio V. de Moya».18

Este cementerio construido por el padre Moya es el que hoy llamamos Cementerio Viejo, el cual fue terminado por el padre Adolfo.

18 Archivo notarial del licenciado Álvarez.

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En nuestro pueblo, en tiempos anteriores, se desconocía el negocio de las ferias. En la plaza del Pueblo Arriba, más tarde llamada plaza del Mercado, solamente existían las ranchetas uti-lizadas para la venta de carnes, las cuales gozaban de un estado sanitario tan envidiable, que cuando se resolvió tumbarlas una multitud de cucarachas que se guarecían en ellas inundó todo el vecindario.

Quien primero inició el negocio de feria en este pueblo, es-tableciéndose fijamente en la plaza del Mercado con una venta de café colado, pan y queso, fue José Ramón Rojas, según nos dijo don San Julián Despradel y Carlos. El mercado público fue construido en el año de 1909.

Curioso era el sistema para abastecer de carne al pueblo en aquellos tiempos. No había matadero, sino que en medio de la sabana había un palo clavado donde atrincaban al animal para matarlo y en la sabana misma lo descuartizaban, y de allí llevaban en hombros la carne a las ranchetas de la plaza del Mercado. El primer matadero rústico de que se tenga memoria estaba en la sabana del Cementerio. Allí mataban Juan Lucario, Pedro Gil y Cándido de la Rosa. Después correspondió el turno a Masú Pan-tanga y a Andrés Corcino, quienes mataban por la Gina Mocha. A varios otros sitios se trasladó el lugar de matanzas, como, entre otros, en el camino de Pontón por donde llamaban los mangos de Papaía (José Isaías Sánchez), hasta llegar a construirse un matadero algo decente detrás del fuerte, por donde llaman Zafa-rraya. Hoy cuenta la ciudad con un matadero moderno situado en el sitio del Jobo.

Desde tiempo casi inmemorial, donde se halla la actual fortaleza había una construcción, no sabemos de qué material en sus principios, que hacía el papel de fuerte. En documentos del 1840 se menciona el fuerte en este sitio, y del 1852 hay una escritura que dice que «María Antonia López vendió a Anastasia del Carmen un bohío de esquina cerca del fuerte en la calle de la República». En 1857, el notario José Vicente Garrido expresa en un documento que su residencia estaba en la calle del Fuerte. Y el padre Moya, en un documento del 1857, dice que las Villas

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(sic) tenían una propiedad «así al oeste de esta ciudad, cerca del fuerte».19

Según nos ha dicho don San Julián, en ese sitio, que an-tes era una especie de cerro, había un caserón de tablas de palma y techado de yaguas, que llamaban el fuerte, el cual servía de depósito para guardar las armas, principalmente los cañones. Muchos años más tarde, y en ese mismo sitio, la sociedad La Progresista comenzó a edificar un hospital de mampostería, y cuando ya estaban las cuatro paredes le-vantadas con sus arcos, el gobernador de esta ciudad don Casimiro Moya le cambió a la sociedad este sitio por otro frente al parque, donde está hoy el teatro, para el gobierno construir allí la fortaleza.

Para estos tiempos pasados que historiamos, la cárcel pú-blica estaba frente a la Plaza de Armas, y el 25 de julio de 1888 los señores don Zoilo García y don Uladislao Fernández, por contrato que celebraran en esta ciudad en febrero del mismo año con el presidente Heureaux, terminaron en este mismo sitio un edificio para la cárcel pública.20

Años más tarde, para el 1902, fue cuando se construyó en el sitio del fuerte la actual fortaleza; obra que se debió princi-palmente a los esfuerzos desarrollados por el padre Adolfo Ale-jandro Nouel y Bobadilla, quien consideraba inadecuado que la cárcel pública estuviera en el mismo corazón de la ciudad.

Parece ser que hasta la llegada de los españoles en 1861 no hubiera hospital en esta ciudad. No hemos visto ningún docu-mento que haga mención de su existencia.

En tiempos de la Anexión, los españoles instalaron un hos-pital para la atención médica de sus soldados, en la esquina que forman las calles Restauración e Independencia (casa donde te-nía su botica don Emiliano Espaillat). Como nos ha contado don Pancho de la Mota, cuando moría en este hospital un español, como las puertas de él eran de panturrias, las quitaban y llevaban

19 Ibídem.20 Ibídem.

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al muerto, rodeado con sogas, y encima de ellas, a enterrar. Des-pués volvían y las montaban.

Fuera de este hospital militar, la primera casa de benefi-cencia que aquí existiera fue fundada por Mogeno García y la servicial Mamá Calín. Estuvo en el cruce de las calles Restau-ración y Federico García Godoy, donde hoy está la logia de Oddfellows Fraternidad 8,398. Todos los médicos de aquel en-tonces prestaban sus servicios gratuitamente en este hospital llamado la Casa de la Caridad, pero los que con más asiduidad trabajaron en él fueron don Emiliano Espaillat, filántropo que hemos olvidado, y los doctores Douglas y Biondy.

Más tarde se fundó la sociedad La Humanitaria, y gracias a sus esfuerzos se edificó el actual hospital.

Para terminar este apéndice señalamos que según el informe presentado por el ministro de Hacienda y Comercio, general Eugenio Generoso de Marchena, en fecha 31 de diciembre de 1883, el gobierno poseía en la ciudad de La Vega para esa fecha como edificios propios:

1º Una casa techada de zinc, ocupada por la Gobernación, Co-

mandancia de Armas, cuartel y arsenal.2º Una casa de madera, techada de hojalata, con dos divisiones

para cárcel.3º Una casa construida de madera, techo de yaguas, dedicada a

cárcel.4º Una casa construida de madera, techo de yaguas, ocupada por

la Administración de Hacienda.21

21 Extractado de la obra de José Ramón Abad intitulada La República Dominicana.

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– 61 –

La iglesia parroquial

I

Hay edificios que son como los índices que van marcando los momentos alegres de adelanto o las horas negras de vicisitud que viven las villas y ciudades a través del tiempo. Entre nosotros, la iglesia parroquial, refugio de la fe de una comunidad cristiana hasta el extremo de la superstición y de la intolerancia, ha sido un índice fijo que ha seguido paso a paso la historia de este pueblo, reflejando en sí misma, al igual que las ondas murmurantes de su río, su bienestar y su dolor, sus anhelos y sus desesperanzas.

La vetusta catedral que en la ciudad antigua y de existencia efímera albergara en sus naves a obispos, a santos y a virreyes, fue sustituida, después de la catástrofe que la sumiera en ruinas, por una iglesia construida de mampostería, y que vino a ser el refugio de aquellas almas conturbadas que en medio del dolor se dieron a la tarea de fundar un nuevo pueblo.

De la lejanía de los tiempos nos viene una idea no muy preci-sa del estado y de la conformación de nuestra iglesia parroquial en la época de la Colonia y etapas subsiguientes. De 1562 a 1679 nada exacto sabemos de ella, y según las relaciones que de ella hemos tenido en los años siguientes, parece ser que los hidalgos que se dieron a la tarea de fundar la nueva Concepción de La Vega, comenzaron a levantar en la nueva ciudad una iglesia de mampostería que nunca llegó a terminarse.

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En su «Relación de las ciudades, villas y lugares de la isla de Sancto Domingo y Española», escrita por el año de 1679, fray Do-mingo Fernández de Navarrete describe así la iglesia parroquial de nuestro pueblo:

«La iglesia a medio hacer y cubierta de palmas y sin puertas. Hase proveído algo de ornamentos en estos tiempos. Tiene un solo cura: tócale de diezmos 18,256 maravedís; a la Iglesia 6,846 maravedís. [A] una legua de distancia está el convento del Sancto Cerro, de Nuestra Señora de la Merced: sustenta un religioso».1

Es decir, que transcurrido más de un siglo de comenzada la fundación de la nueva Concepción de La Vega su iglesia estaba aún a medio hacer y sin puertas. Lo que nos viene a poner de manifiesto lo desalentados y escasos de fondos que se encontra-ban sus pobladores, cosa que no es extraña dado el estado de despoblación y de pobreza en que se encontraba para aquella época la colonia.

Años más tarde, para el 1739, el arzobispo don Domingo Pantaleón Álvarez de Abreu, en el informe que presentara a su majestad después de realizar su pastoral general visita comen-zada el 18 de octubre de 1739, dice, al referirse al estado de la ciudad de La Vega:

«Tiene una iglesia algo maltratada, se han dado pro-videncias para sus reparos, cura y sachristán maior sacerdotes, tres cofradías muy pobres; a dos leguas de distancia del pueblo hay una ermita dedicada a Santa Ana falta de todo lo necesario y solo se dice missa el día de la patrona; ay un theniente de cura».2

1 Extractado de Clío, No. 9, mayo-junio, 1934, p. 93.2 Ibídem, p. 99. En este informe a su majestad, el arzobispo Álvarez de Abreu

relata de este modo el estado del convento del Santo Cerro para el año de 1739:

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Se deduce del informe del arzobispo Álvarez de Abreu que para el año de 1739 la iglesia parroquial de la Concepción de La Vega, aunque maltratada, estaba ya en un estado un poco más decente y acabado que cuando la visitara, sesenta años atrás, fray Domingo Fernández de Navarrete. Algunas mejoras fueron introducidas en ella, pero por la impresión que causó a los dife-rentes viajeros que han dejado escrito algo sobre ella, está claro que nunca llegó a ser un templo terminado, ni, mucho menos de aspecto hermoso ni imponente. Así para los años de 1798 a 1800, Dorvo Soulastre, en su relación del viaje que hiciera por tierra de Santo Domingo a Cabo Francés bajo las órdenes del general de división HédouvilIe, dice de ella lo siguiente:

«La iglesia es muy mezquina, y que llame la atención solamente tiene un altar bajo con una alegoría que no representa ninguna idea religiosa: un hilo que sale de una nube está casi al ser cortado por una mano arma-da de un par de tijeras; abajo una clepsidra, entre una

«A distancia de legua y media se haya el sitio llamado del Santo Cerro, en donde se encontró en el principio de la conquista de la isla la adorable reliquia de la Santa Cruz de la Vega en cuyo lugar existe un convento de religiosos mercedarios con tres frayles muy decente y en él se conserva parte de la santa reliquia para eterna memoria de innumerables prodigios que en aquellos tiempos y en estos obró; y está obrando; no llegan sus rentas a 300 pesos y a no ser [por] la vigilancia de su provincial fray Diego Rendón se hubiera ce-rrado y quedaría inhabitable; es sitio este que por su soledad muebe a devoción, en una capilla de la iglesia ay un hoyo, en donde estubo plantado el santo árbol de la Cruz, y aunque todos sacan tierra para remedios de todas enfermedades, nunca pasa de un estado».

Este convento del Santo Cerro existía ya para el 1561, como da prueba de ello una Real Cédula de fecha 22 de abril de dicho año y por medio de la cual se concedía a dicho convento «ocho mil hanegadas de tierra para el mantenimiento de los religiosos [mercedarios] por haber sido los primeros que pasaron a aquel reino». Creemos que este convento fue destruido por el terrible terremoto del 1562, y vuelto a reedificar más tarde; ignoramos la fecha de su nueva desaparición, tal vez fuera cuando el cataclismo del 1842.Más adelante nos ocuparemos de la suerte que corrieron los bienes de este antiguo y venerado convento.

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guadaña y una bandera. Esta iglesia y algunas casas más aparentes, pero de un solo techo, son de mampostería y cubiertas de tejas planas o acanaladas».3

Cuando el feroz incendio del 1805, la iglesia se salvó de las llamas, pero su tesoro y los libros de su archivo sufrieron consi-derablemente.4

Y a partir de esta fecha luctuosa, cuando la refundación de la ciudad incendiada, la iglesia parroquial, que para el 1813, según lo expresara el padre Francisco Amézquita en su carta al general Placide Le Brun (fecha en la cual «se proveyó el curato en propie-dad»), estaba arruinada, se fue reedificando poco a poco.5

3 Dorvo Soulastre, Voyage par terre de Santo Domingo, capitale de la partie espa-gnole de Saint-Domingue, au Cap Français, capitale de la partie française de la même isle, París, 1809.

4 Ya hemos visto cómo el libro XiV de bautismo fue encontrado rodando en la ciudad de Santo Domingo. Los libros restantes de dicho archivo parroquial, que seguramente eran trece, pues el encontrado era el décimo cuarto y en él había asentadas partidas correspondientes al año 1805, fueron víctimas de la ceguera destructora que animaba a las hordas de occidente.

5 Aun cuando la iglesia de esta ciudad fuera para esta época de aspecto bastante deplorable, mereció de parte de las supremas autoridades ecle-siásticas distinción y dignidades. Así:

«En el sínodo diocesano aprobado por su majestad católica en 14 de noviembre de 1688, destinó en señal de honor al cura de La Vega asiento fijo en el coro de la catedral, que es el que seguía inmedia-tamente al capellán mayor del hospital; habiéndose dispuesto que los curas de los demás pueblos interiores se sentaran en él por su respectiva autoridad». (Carta del padre Amézquita al gobernador Le Brun, 30 de abril de 1822).

Apéndice: cinco eran las capillas principales que tenía nuestra iglesia en aquel entonces, y ellas eran: la capilla mayor, la de Nuestra Señora del Rosario, la de San Juan Bautista, la de las ánimas y la de Nuestra Señora de los Dolores. Hemos tenido noticias de estas capillas por documentos que hacen mención de enterramientos de varios personajes importantes de aquella época en el interior de la iglesia.

Hilario González, casado con Felipa Sosa, pidió en su testamento, hecho en 1782, «ser enterrado en la iglesia parroquial de La Vega en la capilla de Nuestra Señora del Rosario». (Archivo notarial del licenciado Álvarez, acto

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En esta labor de reedificación, que más bien podemos llamar de edificación, uno de los personajes que rindió una labor más amplia y efectiva fue el cura y vicario Isidoro Ximinián de Peña, quien en su testamento levantado en el año de 1829 decía, entre otras cosas, que «desde mi ingreso al servicio de esta iglesia que hace el tiempo de quince años, he suplido de mi bolsillo a la fábrica más de dos mil pesos. Sin incluir las donaciones y gracias que le tengo hechas, así personales como reales: materiales de mi tejar como ladrillos y tejas de canal, y tejitas que he franqueado sin interés alguno».6

Es indudable que para los años de 1825 a 1840 la iglesia parro-quial de La Vega era un edificio casi ya acabado que presentaba un aspecto de solidez y de alguna hermosura. Pero el destino no quiso que esta ciudad, de raíces clavadas tan hondamente en la historia, luciera como atrayente y valioso trofeo, la austeridad sugerente de una construcción del tiempo mismo de la Colonia. Y en el día dolorosamente recordado del 7 de mayo de 1842, un nuevo terremoto destruye por completo, y juntamente con otros edificios de valor e importancia, nuestro templo parroquial.

ante don Dionisio de Moya Guillén, en funciones de alcalde por ausencia del titular don Joseph Ximénez, 1782).

Del mismo modo Germán de Santiago, vecino de esta ciudad para el 1776 y esposo de Manuela de Peralta, en su testamento pidió «ser enterrado en la iglesia parroquial de esta ciudad y en la capilla del glorioso san Juan Bautista». Según su testamento ante el escribano don Dionisio de la Ro-cha, de fecha 24 de abril de 1782, don Pedro Maís pidió «ser enterrado en la iglesia delante del altar de Nuestra Señora de los Dolores, en el mismo lado donde fue sepultada su mujer Francisca Hernández». (Archivo nota-rial del licenciado Álvarez). En esta misma capilla fue enterrado, el 27 de septiembre de 1838, el padre Isidoro Ximinián de Peña. Y en el acta de defunción del presbítero licenciado Tomás Ximénez, quien murió en esta ciudad el día 18 de septiembre de 1828, a la edad de 58 años, se expresa que fue enterrado tan ilustre levita en la capilla mayor de la iglesia. (Archi-vo parroquial, libro de defunciones).

6 Archivo notarial del licenciado Álvarez, testamento del padre Ximinián de Peña.

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II

Del lado sur de la Plaza de Armas, allá por el año de 1843 en adelante, se levantaba pobremente un extenso bohío de ta-blas de palma y cobijado de yaguas, en donde se celebraban los oficios divinos. Y a esa construcción rústica digna de un pobre villorrio campesino y que tenía del lado de atrás un cementerio, se le llamó por muchos años iglesia parroquial de La Vega».7

Si vamos a prestar entera fe a la tradición, quien puso la pri-mera piedra en la construcción de la nueva iglesia parroquial de esta ciudad fue el doctor Elías Rodríguez, cura y vicario y juez eclesiástico de esta parroquia para el año de 1845.8

7 Dónde estuviera el cementerio de esta ciudad en tiempos de la ocupación haitiana, no hemos podido con precisión averiguarlo. Dudamos que estu-viera detrás de la iglesia, como lo estuvo a partir del 1843, pues cuando en 1824 se realizó el entierro del cura de Moca en aquel entonces, fray Juan Antonio Hernández, el acta de enterramiento se expresaba como sigue:

«En la ciudad de la Concepción de La Vega a ocho de noviembre de mil ochocientos veinte y cuatro, año veintiuno de la Independencia. Yo el infrascripto cura rector y vicario foráneo de esta iglesia di se-pultura eclesiástica dentro de la ermita del cementerio de esta di-cha ciudad al cadáver del padre fray Juan Antonio Hernández del seráfico orden de nuestro padre san Francisco, cura que fue de la iglesia parroquial de la común de Moca en donde falleció a los tres días de enfermedad cuyo cadáver se condujo a esta parroquia para solemnizar su funeral con la asistencia de ocho ministros cantores celebrándola con vigilia, misa y procesión al cementerio». (Archivo parroquial, libro primero de defunciones, partida 87, p. 88).

Este levita, natural de Caracas, murió a la edad de 48 años. Como se ve por esta acta de enterramiento había una ermita en el cemen-

terio para el año de 1824, y es de suponer que este quedara algo retirado de la iglesia, pues no iban a estar iglesia y ermita a un paso una de otra. Para justificar esto nótese cómo en el acta anteriormente copiada se espe-cifica que se fue en procesión de la iglesia a la ermita.

8 En los libros de nuestro archivo parroquial figura ejerciendo las funciones de cura y vicario foráneo de esta ciudad el doctor Elías Rodríguez, y en un documento que hemos encontrado en el archivo notarial a cargo del licenciado Francisco J. Álvarez, se expresa que el doctor Rodríguez com-pró en este año de 1845 dos casas a José Arpé, domiciliado en San José de

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Pero si nos atenemos al testimonio de los documentos notariales que hemos encontrado al respecto, pertenece la ini-ciativa de tan necesaria e importante obra al vegano dinámico e ilustre Dionisio Valerio de Moya y Portes, quien desempe-ñando las funciones de cura y vicario foráneo de esta iglesia parroquial y animado de un alto espíritu de constructivo y noble veganismo, puso la primera piedra del edificio el día 20 de octubre del año 1853, según él mismo lo ha declarado en el siguiente documento que nos permitimos, por su interés, copiar completo.

El jueves 25 de Junio de 1857, el presbítero Dionisio Valerio de Moya y Portes, al ser sustituido en sus funciones de cura y vicario foráneo de esta parroquia de La Vega por el presbítero don Manuel Palet, declaró ante el notario José Vicente Garrido lo que a continuación copiamos:

«En octubre del año mil ochocientos cincuenta y tres plantó la primera piedra emprendiendo la grande obra de fabricar iglesia a los veganos, para esto, hasta ese día contó solo con sus débiles recursos, sin gravar al pueblo en otra cosa que en que cooperasen personal-mente para el acopio de materiales como arena, barro, agua y demás, siendo el primero en dar el ejemplo; hizo venir albañiles con quienes contrató y a quienes ha pagado de su peculio, hasta haber hecho lo que apa-rece trabajado de mampostería; personalmente dirigió el corte de maderas, trabajando en ello y pagando [a] los oficiales, como también lo hizo para el acierro (sic) y labrado, según aparecen trescientas sesenta y cuatro vigas que dejó en las enramadas labradas a cuatro caras,

las Matas, y situadas «en la plaza de esta ciudad en la esquina que mira al occidente de la propiedad del vendedor».

El doctor Elías Rodríguez, obispo auxiliar (título de Flaviópolis) en 16 de marzo de 1856; consagrado el 14 de junio siguiente, murió el 29 de no-viembre de 1856. Como ha dicho fray Cipriano de Utrera, era Rodríguez y Ortiz, no Rodríguez Valverde como lo llama don José Gabriel García.

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todo a su costa; interpuso con las señoritas Villas (sic), o suplicó a ellas le concediesen establecer un tejar en propiedad que tienen así al oeste de esta ciudad, cerca del fuerte, y conseguido que [fue] de la bondad de esas señoras, hizo a su costa fabricar el dicho tejar; esto es horno, enramadas, gran cercado, y demás utensilios necesarios que ha proveído. Como para moldes, azadas, dos carretas y todos sus accesorios y por consiguiente reputa de su propiedad tanto lo que tiene la iglesia fabricado, cuanto el tejar con todos sus utensilios y también las maderas que se encuentran en la enramada en que se celebra el oficio divino y las que están en la otra enramada que está al medio de la plaza lo que está dispuesto a probar en todo tiempo, y le ha sido extraño saber de ciencia cierta, por datos que conserva, que el señor presbítero don Manuel Palet, que se dice cura y vicario de esta parroquia, le haya impedido primero, sacar el que relata sus maderas de donde están lo que iba a hacer solo con el fin de evitarlas del fraude y la corrupción que muy posible se sucedan ambas cosas en el lugar público donde están; y segundo impedir en fin a sus operarios que continuasen sus trabajos en el tejar con diez y seis mil ladrillos quemados y sin quemar que contiene incluso un gran número de tejitas, pues impe-dir que mezclase y dar órdenes en un establecimiento en el cual no tiene ninguna jurisdicción mientras que el exponente sufragaba los costos, y lo que es peor la orden prohibitiva de que no se dispusiese, ni se sacara de allí ni un ladrillo. Oposición que encuentra arbitraria, pues si se supone al pueblo o a alguien partícipe en todo lo dicho o gravado en algo, debe primero justificársele y en seguida abonársele lo que tenga el señor exponente gastado en toda la empresa y mientras esto no suceda, ninguna persona tiene derecho, con autoridad o sin ella, para expropiarlo, pues es violar el principio consa-grado por el artículo 545 del Código Civil de que “nadie

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puede ser privado de su propiedad sino por causa de utilidad pública previa indemnización” y si se considera la obra de utilidad pública, sabrán primero que es pro-piedad del que relata y segundo que para usar de ella es forzoso indemnizarlo de lo que tenga gastado en todo, mientras tanto; sea el padre don Manuel Palet que de su autoridad lo haga; sea como órgano de cualquiera de quien haya recibido orden han estado perjudicando al que relata gravemente en sus intereses, pues el tejar abandonado se pierde a más y mejor todo lo que con-tiene, y en fin sus ladrillos, tejitas, utensilios, carretas, maderas y lo que está trabajado en la iglesia, con el transcurso del tiempo, unas cosas se perderán comple-tamente y otras sufrirán un muy notable deterioro, no pudiendo mantener un guardián por razón de que no pudiendo sacar ningún beneficio desde la abstinencia en que lo han puesto de sus intereses, tampoco puede perjudicarse más en gasto semejante.

Así pues, por los motivos expuestos protesta, una, dos, tres y cuantas veces haya lugar en derecho y que necesarias fueren, contra el presbítero don Manuel Palet cura y vicario que se dice de esta parroquia o contra cualquiera otra persona que tenga parte en la orden prohibitiva dada contra los intereses del que expone y los perjuicios graves que ella le reporta, re-servando contra el mismo padre Palet o cualquier otro sus acciones y derechos que reclamaría en tiempo y lugar por ante quien de derecho fuere. Jueves, 25 de junio de 1857. Testigos: Joaquín Robiou, alambiquero; Cirilo Grateró, platero».9

Esta airada protesta del padre Moya basta para darnos a co-nocer cómo fueron iniciados los trabajos para la construcción del nuevo templo parroquial allá para el año 1853. Aunque

9 Archivo notarial del licenciado Álvarez.

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desmedidas nos parecen las pretensiones del infatigable y luchador sacerdote, pues aun cuando fuera cierto que sacrifi-cara algo de sus propios bienes al comenzar la obra, también para llevarla a cabo se utilizaban los fondos de la propia Iglesia más los provenientes de las numerosas y espontáneas contri-buciones de los feligreses, como vamos a dejar demostrado en seguida.

Como lo dejara expresado el mismo padre Moya en un docu-mento levantado ante Garrido, al ser él nombrado cura interino de esta parroquia en el año de 1853, se le ordenó fabricar un templo al Señor en esta ciudad «por razón de haber sido derri-bado el que había por el terremoto del año 1842», y al referirse a las instrucciones que recibiera para realizar tan útil propósito, declaró que «para ese fin recibió del ilustrísimo señor arzobispo don Tomás de Portes sus instrucciones y facultades y entre las concesiones que le hizo fue la de permitirle por carta oficio del año mil ochocientos cincuenta y cuatro, de cuanto perteneciera a la Iglesia disponer de ello en favor de la fábrica, en particular de terrenos, tributos y demás».10

Apoyado en esta autorización de su superior jerárquico, el activo padre Moya vendió varios terrenos pertenecientes a la Iglesia con el fin de arbitrar fondos para la construcción del nue-vo templo, entre otros, los que estaban en el lugar de Río Piedra, sección de Las Guamas, los que vendió a Miguel Espino, a Pedro Restituyo y a Manuel Rumualdo (sic).11

10 Ibídem.11 El mismo padre Moya encontró el documento que justificaba la posesión

por la Iglesia de estos terrenos, el cual decía así:

«Libertad – Igualdad: Conste por este, cómo yo Bernardino Alberto he vendido mi propiedad en el lugar de Río Piedras, doscientos pe-sos de tierra al ciudadano José Mártir, como igualmente un tributo a que estaba hecho cargo, lo he pasado a dicho comprador, y el dicho tributo es de doscientos pesos fuertes, lo que está fuera de mi cargo; y por tanto hago este en La Vega el primero de mayo de mil ocho-cientos treinta y dos; y por no saber firmar el vendedor lo hago yo a ruego. J. Cordero». (Archivo notarial del licenciado Álvarez).

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Además, una comunidad tan fervorosa como la nuestra se desviviría por ayudar lo más posible a levantar un templo al Señor digno de su grandeza. Las limosnas de seguro eran abundantes y cotidianas, y como tenemos noticias fidedignas de ello, muchas personas pudientes en sus testamentos legaron sumas apreciables para la entonces comenzada fábrica de la iglesia.12

Pero dejando a un lado estas consideraciones alrededor de las ilimitadas reclamaciones del padre Moya, quien de seguro asumió esta actitud al verse despojado de la dirección de una obra que con tanto amor, interés y entusiasmo había emprendi-do, lo cierto es que a él se debe en su mayor parte la realización de una obra que con tanta urgencia necesitaba el prestigio ya legítimamente obtenido por esta ciudad de Concepción de La Vega.

Nada hizo don Manuel Palet durante su vicaría en la obra del nuevo templo y vuelto de nuevo al gobierno de la parroquia el padre Moya, reinicia con nuevos bríos su labor comenzada, y a golpe de sacrificios, de laboriosidad y de coraje lleva casi hasta el fin la hermosa fábrica que debía sustituir a la rústica enramada que levantaba su desgarrada pobreza frente a la antigua Plaza de Armas.13

Así mismo vendió el padre Moya, en 1857, a Antonio Santana, unos terre-nos en Rancho Viejo pertenecientes a la Iglesia. (Ibídem).

12 Ramón Suárez, en su testamento fechado en 1856, legó cincuenta pesos fuertes para la construcción de la iglesia.

13 Aunque el padre Moya no pudo terminar la fábrica del nuevo templo, la puso en condiciones de poder decir misas en ella. En él, y siendo él cura y vicario, fue enterrado el general Gaspar Polanco, el día 28 de noviembre de 1867, al subir las gradas del presbiterio, en la mitad de la iglesia. Como lo ha dejado expresado don Ubaldo Gómez: «Los restos de Polanco deben quedar ahora debajo de las dos primeras gradas, pues cuando las reformas que se hicieron, dirigidas por el padre Adolfo, al finalizar el siglo pasado, se aumentaron dos gradas». (Ubaldo Gómez, «Veganos ilustres. El padre Moya», Renovación, 15 de mayo de 1937).

El edificio tenía una imponente arquería y las paredes correspondientes a los lados norte y sur fueron construidas de tapia, conservándose estas pa-redes todavía. Como nos lo ha relatado don San Julián Despradel y Carlos, cuando las guerras con Haití, después de consumada la Independencia, una goleta haitiana naufragó por las costas de Puerto Plata y sus tripulantes

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Con algunas ligeras interrupciones el padre Dionisio Valerio de Moya y Portes estuvo frente al curato de La Vega hasta comienzos del año de 1868, cuando, por divergencias políticas, se vio precisado a embarcarse para el extranjero en doloroso exilio que culminó en la más penosa muerte el día 5 de febrero del mismo año mientras realizaba la travesía a bordo de Las Dos Hermanas.

Hasta dónde llevara la obra de la construcción del nuevo templo el infatigable padre Moya, nos lo hace saber al acucio-so historiador vegano Gómez Moya en el presente párrafo de un estudio que dedicara a la memoria de uno de los veganos más ilustres y quien, entre los personajes que ocupan lugar pre-eminente en la historia dominicana, poseyó una personalidad original y compleja, digna de un análisis psicológico detenido y profundo.

Dice el historiador Gómez Moya:

«El 30 de octubre de 1853 puso el padre Moya la pri-mera piedra de la iglesia de La Vega, a la cual le faltaba muy poco para darse por terminada ya para fines de 1867, pues para entonces estaba techada de tablitas, sin que el trabajo de esa iglesia, de 210 pies de largo y 75 de ancho, se interrumpiera».14

Muy pocos años después del 1868, Samuel Hazard, en la obra que escribiera sobre nuestro país y publicada en Londres para el 1873, describe la iglesia parroquial de La Vega de aquel entonces en los términos siguientes:

«A juzgar por la iglesia, era evidente que más se había anticipado a La Vega que lo que ella había podido

fueron hechos prisioneros y conducidos a La Vega. Entre ellos venía un tal coronel Fontaine, y este, y los demás haitianos prisioneros, fueron los que levantaron los dos muros de tapia del norte y el sur de nuestra iglesia.

14 Ibídem. En el mismo trabajo a que hacemos referencia el autor también dice que «en los últimos meses del 1867 la nave central estaba enteramen-te solada con ladrillos fabricados en las inmediaciones de esta ciudad».

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realizar, una inmensa iglesia o catedral se había co-menzado con proporciones demasiado grandes para lo pequeño del lugar, pero no había podido ser termi-nada debido a la falta de fondos.

Siendo en proyecto una estructura muy imponen-te con arcos sostenidos por columnas y sólidas paredes de piedras, había sido desagradablemente techada, faltando las vigas y con una parte de las paredes incon-clusas y despañetadas. Con todo, allí había la cantidad usual de cirios y flores, aunque el limitado número de candeleros estaba perdido en un lugar tan grande».15

Los desmedidos esfuerzos del padre Moya no tuvieron eco en el ánimo de los diversos sacerdotes que ejercieron después de él la vicaría de esta parroquia de la Concepción de La Vega. Y el nuevo templo católico iniciado en el 1853, y ya casi terminado para el 1868, en vez de recibir nuevos impulsos fue decayendo cada día más, hasta el extremo de que para el 1890 parecía ya una vieja igle-sia en ruinas. Al abandono y al descuido parece que fue entregada la importante obra en que cifrara sus más caras esperanzas ese recio campeón de nuestro progreso que echara sobre sí la ingente labor de realizarla; y como única reforma que recibiera, después de quedar fuera del celoso cuidado de las manos que la iniciaran, fue, en el gobierno de Ignacio María González, la idea de cambiar el techo rústico que la cobijaba por uno moderno de zinc.16

Pero un nuevo ser de excepción vendría a restaurar y a darle dignidad y hermosura a la entonces abandonada casa del Señor. Y en el mes de marzo de 1891 vino a desempeñar las funciones de cura y vicario foráneo de esta parroquia un nuevo iluminado del progreso y del entusiasmo, quien había bebido civilización y sabiduría en las fuentes inagotables de la Roma inmortal y cristiana:

15 Samuel Hazard, Santo Domingo, past and present; with a glance at Hayti.16 Para el año de 1874 fue cuando se vino a comenzar a usar el zinc en La

Vega, y cuando la iglesia fue techada con este hasta entonces desconocido material, los campesinos, admirados, exclamaban: «¡Qué gobierno tan rico, está cobijando de plata…!».

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doctor Adolfo Alejandro Nouel y Bobadilla, quien venía a sustituir en el curato de esta ciudad de La Vega al sabio y enérgico presbítero don José Martínez Cárceles.

Y como llama prolífica que hace reverberar el ambiente en ímpetus de acción y de esperanza, el amado padre Adolfo, desdoblando su personalidad en mil direcciones distintas, em-prende la tarea de hacer del templo católico de esta ciudad, en aquel entonces arruinado, un edificio que estuviera a la altura del progreso de la época y de la grandeza del culto que tuviera en él sus sagrados altares.

Desde aquel entonces, todo el pueblo era una laboriosa peo-nada que trabajaba infatigable bajo la inspiración de su joven e instruido pastor. Bajo el trinar de las risas se sucedían los corbeles, y en medio del más cálido entusiasmo se hacía la recolección de fondos, ora por medio de una lotería organizada al efecto o de espontáneas contribuciones recogidas en el dispuesto ve-cindario y en los campos. Y no tardó en llegar la hora de la feliz culminación de tan sanos y altruistas propósitos, y el 15 de agosto de 1900, día venerado de la patrona Virgen de la Antigua, el arzobispo Fernando Arturo de Meriño bendijo solemnemente la iglesia.

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Cofradías, tributos y bienes

Poseedoras de tributos propios y contando con innume-rables feligreses existieron en nuestro pueblo, desde años bastante remotos, varias cofradías religiosas. Don Domingo Pantaleón Álvarez, en su informe a su majestad fechado en 1739, al referirse en él a la ciudad de La Vega, expresa que ella tiene «tres cofradías muy pobres». Cuáles fueran no podemos precisarlo. Pero para 1779, según se desprende de los documentos que hemos visto, existían en esta ciudad las siguientes: cofradías de la Purísima Concepción, su mayordo-mo don Melchor Suriel; cofradía del Santísimo Sacramento, su mayordomo don Juan Núñez; cofradía de Nuestra Señora de la Antigua, su mayordomo don Josef de Amézquita; cofra-día de Nuestra Señora del Rosario, su mayordomo don José Tapia; cofradía de las Benditas Ánimas, su mayordomo don Manuel Villa, y cofradía del Santísimo, su mayordomo don Dionisio de Moya y Guillén.

Con pompa y veneración celebraban sus días estas socieda-des religiosas, y aún son recordadas con calor de ensueños las suntuosas fiestas de la Virgen de la Antigua, cuando el vecin-dario de La Vega –jubiloso y sencillo–, al retumbar de atabales y en vértigo ruidoso de sazonadas fiestas, remozaba su corazón fervoroso al recuerdo cálido de sus bellas tradiciones.

La organización especial de la Iglesia en aquella época hacía gozar de cierta autonomía a estas cofradías. Poseían gobierno

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propio, recibían limosnas y eran dueñas de tributos que les pro-porcionaban rentas fijas y apreciables.1

Como las cofradías antedichas, la iglesia poseía varios tributos. Ya hemos visto cómo para la construcción del templo el padre Moya vendió algunos de ellos a particulares, y anterior a la época de la dominación haitiana muchos otros más poseía, como el que tenía a su cargo don Luis de Velasco desde el 1817, los cuales les fueron usurpados por el gobierno del autócrata Jean Pierre Boyer apoyado en la drástica ley del 8 de julio de 1824.

Esta expropiación a la Iglesia de sus tributos, primero por las fuerzas dominadoras de occidente, y después por el primer go-bierno de la República, es un aspecto de nuestra aún no trillada historia social y económica que merece una dilucidación amplia y juiciosa, para ver qué principios e intenciones guiaron a sus ejecutores al realizar semejantes actos, y cuál fue la actitud de los directores de la Iglesia dominicana de aquel entonces ante semejante expropiación. Que sepamos, solamente el presbítero doctor José María Bobadilla publicó un folleto en defensa de los bienes de la Iglesia y de los particulares, de los cuales habían sido despojados por el gobierno haitiano, documento que causó serios disgustos al autor y su retirada del país para siempre.

1 De todas estas cofradías parecía ser la más rica la de Nuestra Señora del Rosario. Entre otros, poseía un tributo de terrenos en el lugar denominado El Quemado o San Jorge, situado en las cercanías de esta ciudad hacia el lado oeste, el cual tributo, después de consumada la Independencia de la República, fue comprado por el comandante Juan Francisco Guillermo al fisco. Además, toda la parte sur de esta ciudad, donde se levantó la barriada llamada de Los Cafeses, eran terrenos de esta cofradía por donación que le hiciera Bernardina Núñez o doña Mercedes Bocanegra, ricas viudas de aquellos tiempos.

Para dar una idea de la cuantía y beneficios de estos tributos pertene-cientes a las cofradías, permítasenos señalar que en 1828, el ciudadano Pedro Monpoint, preposé de la administración de esta ciudad, recibió, en cumplimiento de la ley del 8 de julio de 1824, de manos de la ciudadana Catarina Monasterio, domiciliada en esta común, «la cantidad de treinta y tres pesos, treinta y tres centavos y un tercio, por saldo del capital de cien pesos de tributos que dicha Monasterio tenía a su cargo, y pertenecientes a la cofradía de Nuestra Señora de la Concepción, que celebra en esta ciudad como patrona». (Archivo notarial del licenciado Álvarez).

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Las autoridades haitianas, según la antedicha ley del 8 de julio de 1824, tomaron posesión de todas las propiedades de la Iglesia y las hicieron figurar en un catastro inscribiéndolas como bienes nacionales. Más tarde, y según lo expresaba una carta que hemos visto dirigida desde Santo Domingo el 26 de noviembre de 1827 a Bernardo Martínez Valdez, quien poseía un tributo en Los Corozos perteneciente a la iglesia del Santo Cerro, la ley del 12 de mayo de 1826, artículo primero, adicional a la del 8 de julio de 1824, «exonera a todo propietario rural del pago del tri-buto, así de los réditos como de los capitales». Esta misma carta expresa en uno de sus párrafos, lo siguiente: «Los tributos que recayeron al Estado fueron los de los conventos, iglesias, cofra-días, ermitas, los de la catedral, capillas, beneficencias, los de la mitra arzobispal, escuelas y demás ramos públicos».2

Libres por fin de la larga y dolorosa opresión haitiana, el primer Congreso de la República votó la ley sobre bienes na-cionales, la cual vino a ser en cuanto a los bienes de la Iglesia se refiere, la continuación de la del 8 de julio de 1824, pues estos bienes pasaron a ser propiedad del fisco y vendidos o arrendados a particulares.3

2 Ibídem.3 En donde se puede ver mejor la confusión y el perjuicio que produjo esta

expropiación de los tributos de la Iglesia por el Estado, es en el caso de los terrenos que poseía el convento de las Mercedes, del Santo Cerro, en el sitio de Piralejo.

Las autoridades haitianas arrendaron a los Suárez la parte norte de estos terrenos y a Damián Medina la del sur. Después un tal Crepin, quien era el propuesto (sic) de administración de la común de La Vega, vendió de un modo fraudulento estos terrenos a los anteriores arrendatarios. Pero al realizarse la Independencia y venir la ley sobre bienes nacionales tuvieron entonces los Suárez y el señor Medina que comprarle de nuevo al fisco estos terrenos. (Los documentos de estas operaciones están en el Archivo notarial del licenciado Álvarez).

Extensísimas eran las propiedades pertenecientes al antiguo convento de las Mercedes del Santo Cerro. Por real cédula del 22 de abril de 1561 se le concedieron a este convento 8,000 hanegadas de tierra» para el mantenimiento de los religiosos por haber sido los primeros que pasaron a aquel reino». En 1891, el presbítero Rafael María Vallejo, capellán del santuario del Santo Cerro, requirió al notario para averiguar cuáles eran

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Para terminar este capítulo nos vamos a permitir copiar aquí, tal como lo hemos encontrado en el archivo notarial en que re-posa, el inventario de los bienes pertenecientes a nuestra iglesia parroquial, practicado en el mes de agosto del año 1862. Este inventario, el cual se ejecutó en cumplimiento de una real orden fechada el 20 de abril de 1862, fue hecho el día 26 de agosto de dicho año en presencia del señor administrador de Reales Ren-tas don Rafael María Leyba; del señor Dionisio Valerio de Moya, cura párroco y vicario foráneo de nuestra iglesia parroquial; del señor don Francisco de Luna, mayordomo de dicha iglesia; del señor don José de Velasco, alcalde ordinario de esta ciudad de La Vega, y del señor don Patricio Mieses, miembro del muy ilustre Ayuntamiento, quien estaba por ausencia del síndico propietario licenciado don José Concepción Tabera. Y en él actuaron como peritos para valorar los diferentes bienes don Eustaquio Pérez y don Cirilo Grateró, plateros de oficio, y don Mauricio Larpier, carpintero, y fue su ejecutor don Pantaleón González del Olmo, escribano público y del Juzgado de esta ciudad.

las propiedades del antiguo convento de las Mercedes. Por declaración prestada por los vecinos Félix Rodríguez y Damián Medina se supo que por la expropiación y ventas realizadas por las autoridades haitianas, y por las hechas más tarde por el gobierno de la República estos terrenos quedaron sumamente reducidos, restando para este año de 1891 como propiedad del santuario los comprendidos en los límites siguientes:

«Nacen o principian estos terrenos en el camino llamado de los Peregrinos en donde atraviesa la quebrada nombrada Juan Gabriel, y siguiendo este camino hacia el santuario llega hasta un árbol de cañafístola cimarrona: de aquí sigue la línea por un callejón que lo forman dos conucos hasta la cabezada de la cañada de los mata-puercos: esta cañada abajo hasta entrar en el arroyo San Francisco; arroyo abajo hasta llegar al frente de un árbol de amapola, de este punto sigue línea recta al sur franco a una amojonadura que exis-tía de mampostería: de aquí sigue la línea en la misma dirección hasta un árbol de mamey que está sobre la quebrada Juan Gabriel: sigue la quebrada arriba al punto en donde principió y en el cual se pondrá una amojonadura de mampostería». (Ibídem, docu-mento ante Juan Isidro Vásquez, 4 de marzo de 1891).

En nuestros días estos terrenos están aún más reducidos.

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He aquí el inventario:

«Primero se ha reconocido una ermita prove (sic) de madera y techo de yagua su largo treinta y cinco varas y media castellanas; y nueve de ancho, con su coro de tabla, dos altares de madera, pila bautismal de mam-postería todo provisional y construido por el referido señor cura y piedad de los fieles, observándose en un estado regular y adornado con decencia, todo lo cual justiprecian los inteligentes en cuatrocientos duros.

Imágenes

- Segundo. La imagen de Nuestra Señora de la Concepción patrona de esta ciudad de bulto y en muy buen estado valuada en cien duros.- Otra imagen de san Sebastián, de bulto en buen estado, cien duros.- Otra imagen de santo Domingo de Guzmán, cien duros.- Imagen de san José, cien duros.- Imagen de san Francisco de Asís, cien duros.- Imagen de san Antonio de Padua, pequeño (sic), cincuenta duros.- Dos grandes crucifijos también de bulto tasados en trescientos duros.- Otro crucifijo para el paso del Viernes Santo, re-gular, cien duros.- Dos pequeños crucifijos para los altares en veinte duros.- Un Niño Jesús con su correspondiente urna de madera en buen uso, tasado todo en cincuenta duros.- La imagen de Nuestra Señora de la Antigua al óleo y en su cuadro de seis pies de largo y tres de ancho en ochenta duros.Vasos sagrados y alhajas de plata

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- Un cáliz dorado con su patena y cucharita, un peso quince onzas, tasado en 60 duros.- Tres cálices con dos patenas doradas y sus corres-pondientes cucharitas de peso todo treinta onzas, en buen estado, 90 duros.- Una custodia de plata, dorada, peso 48 onzas, en buen estado, trescientos duros.- Un relicario con su casa todo de oro para sumi-nistrar el viático guarnecido con catorce piedras finas con un rótulo a la espalda del mismo que dice: “Vega”. Peso onza y media, 300 duros.- Una cadena de oro del mismo relicario, engarzada sobre cuentas negras, 50 duros.- Dos copones de plata, con los brazos dorados, 43 onzas de peso, 100 duros.- Una cajita de plata para el relicario, 12 duros.- Una santa reliquia, su cruz de oro, y la peana de plata dorada, cien duros.- Ocho campanillas, una de ellas pequeña de oro fino, sesenta duros.- Tres ánforas de plata para guardar los óleos.- Una llave del sagrario, de oro, su peso una onza, menos un castellano, veinte duros.- Un vaso con su cruz de los santos óleos para los enfermos, con dos ánforas, todo de plata, para el bau-tismo, cien duros.

Alhajas correspondientes a la Virgen

- Un aderezo con su cruz de oro engarzado en es-meralda de filigrana con un lazo, peso de todo una onza y dos castellanos, cuarenta duros.- Dos baulitos de ámbar de dos pulgadas de largo y una de ancho, uno deteriorado y otro en buen estado, guarnecidos de oro con dos cadenitas de ídem de dos pulgadas de largo, 16 duros.

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- Un medallón de oro con seis piedras de color, una onza y dos castellanos, 32 duros.- Un collar de oro, con una cornelina, 16 duros.- Un par de aretes de nácar engarzados en oro, diez duros.- Otro par de aretes de oro, 30 duros.- Un arete solo, guarnecido en perlas, 4 duros.- Una faja del Niño Jesús con treinta y dos piezas de oro entre anillos y anillitos, 32 duros.- Dos manecitas de marfil con su casquito de oro, y un escudito o sea corazón de oro, 6 duros.- Un par de escapularios con sus dos escudos de oro, ocho duros.- Una lámpara del Santísimo Sacramento con ocho cadenas y su vaso todo de plata, en buen estado, pesa ciento sesenta onzas, 400 duros.- Otra lámpara de Nuestra Señora del Rosario pequeña, con seis cadenas y vaso de plata, treinta y cuatro onzas de peso, 200 duros.- Otra lámpara, igual y del mismo metal que la an-terior, treinta y seis onzas de peso, perteneciente a san José, 200 duros.- Otras dos lámparas de plata con sus coronas y unos pedazos de cadenas que pesan ciento veintiocho onzas que son tasadas en 250 duros.- Diez candeleros de plata de ciento treinta y seis onzas de peso, en mal estado, 136 duros.- Cuatro blandones de plata de quince pulgadas de alto, ciento veinte onzas de peso, valorados en 120 duros.- Un par de vinajeras con su platillo, campanilla, cien duros.- Una vinajera en mal estado, 20 duros.- Una caldereta con su hisopo roto y de plata, vein-tiocho onzas de peso, 50 duros.

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- Un incensario de plata en buen estado, treinta y ocho onzas de peso, cien duros.- Un vaso de plata para bautizar, 8 duros.- Una cruz parroquial con ocho canutos de plata, se-senta onzas de peso, con su crucifijo y una imagen de la patrona, 120 duros.- Una cruz de catorce pulgadas de largo, 40 duros.- Otra de diez pulgadas, para conducir los angelitos, 16 duros.- Otra pequeña con su crucifijo para los enfermos, dos duros.- Una corona de plata de Nuestra Señora, de siete onzas de peso, 25 duros.- Un guión con su cruz, doce canutos de plata, no-venta y seis onzas de peso, 200 duros.- Una media luna de Nuestra Señora, de plata, pe-sada en cuatro onzas, cinco duros.- Una cajeta de plata, en mal estado, para guardar las formas, 10 duros.- Una campanilla rota de plata para tocar el Santísi-mo, 16 duros.- Un baldaquín de madera, forrado de plata labra-da hasta su tercera parte con su concha de plata, seis querubines del mismo metal labrados, dos puntas de plata formando pirámide, cincuenta onzas de peso, valorado en cien duros.- Un armario, caoba, mal estado; una mesa de po-ner difuntos; otra mesa para sacristía; una escala para jueves santo.- Una caja de caoba para guardar las alhajas; tres cru-ces grandes de caoba.- Una urna de madera guarnecida de plata, cincela-da, con dos querubines de pie y medio de altura para reservar el Sacramento el jueves santo, fabricada en el año de mil setecientos cuarenta y seis, 300 pesos fuertes.

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- Un palio compuesto de cuatro varas y veinte y sie-te canutos de plata, ochenta y seis onzas de peso, 150 duros.- Un paraguas de Damasco usado y en buen estado para sacar S. M., 34 duros.- Un sagrario de madera guarnecido de plata labra-da, con tres pies y medio de altura y cuatro de ancho, y un frontal de madera, guarnecido de plata también labrada, de diez pies de largo y cuatro de alto, com-puesto este último con algunas tapitas de lata por ha-berse roto en el terremoto del año de mil ochocientos cuarenta y dos, mil duros.- Cuatro llaves de plata, dos de la urna y dos del sagrario, tres con cadena y una sin ella, que pesa ocho onzas, 50 duros.- Una palomita de plata para la fiesta del Espíritu Santo, 32 duros.- Un cuadro de plata para dar la paz con un cruci-fijo, ocho duros.- Un vaso de plata de purificar, 8 duros.- Una varita de san José de plata, sus canutos y flo-res, veinte duros.

Valor general: 7,104 duros.En el anterior inventario, no se expresan los censos e imposiciones a favor de la fábrica de dicha iglesia parroquial por carecer de ellos, según expuso el señor cura párroco, mayordomo y demás personas presentes y que encabezan este inventario».4

4 Archivo notarial del licenciado Álvarez, tomo 25 de Documentos notaria-les. En este documento también se presenta el inventario de los bienes de la ermita del Santo Cerro, el cual es como sigue:

«Una iglesia de madera cobijada de tablitas, con su correspondiente sacristía, y una capilla en donde se halla el santo hoyo de la Santa Cruz de la Sierra de La Vega; con un altar de madera empapelada y enladrillada de veinte y una varas de largo y siete y media de ancho,

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Años más tarde, al hacer entrega el Ayuntamiento de esta ciudad de las imágenes, alhajas y demás utensilios de nuestra iglesia parroquial al reverendo señor don Gabriel B. Moreno del Christo, quien vino como cura y vicario foráneo, en el inventario que se hizo al verificar tal entrega, los bienes de nuestra iglesia en vez de haber sido aumentados y mejorados estaban aprecia-blemente disminuidos. Faltan en este nuevo inventario, del cual conservamos una copia en nuestro poder, crucifijos, lámparas,

con su confesionario, dos banquitos también de madera tasado todo en mil duros.Una casita de madera próxima a la iglesia con una división destinada para el señor cura, fabricada el año pasado, tasada en 200 duros.Otra casa perteneciente a la iglesia valorada en 60 duros. Imágenes.Una Nuestra Señora de la Merced patrona del lugar del Cerro, de medio cuerpo para arriba, de bulto, 100 duros.Un san Pedro de Nolasco de bulto de la mitad para arriba, 100 duros.Un cuadro de cinco pies de largo y dos de ancho representado la aparición del milagro de Nuestra Señora a favor de las armas de Colón al óleo, que por el mérito de su antigüedad no nos atrevemos a tasarle.Una corona de plata dorada, su peso dieciocho onzas muy bien tra-bajadas, cien duros.Censos.En un solar perteneciente a la iglesia del Cerro se encuentran cons-truidos treinta bohíos que pagan anualmente a dicha iglesia un peso fuerte, treinta duros». (Ibídem).

Dorvo Soulastre describe de este modo el cuadro antiguo a que hace refe-rencia este inventario:

«A la derecha, se ve la descripción de una gran batalla librada por los españoles contra los indios. Cristóbal Colón y sus oficiales ocu-pan el primer puesto del cuadro. En frente se ve este gran hombre, haciendo construir un fuerte y rindiendo acción de gracias a Dios. En el fondo está representado el milagro de las flechas, devueltas por la Virgen sobre los indios que las lanzaban». (Dorvo Soulastre,

Voyage par terre de Santo Domingo, capitale de la partie espagnole de Saint-

Domingue, au Cap Français, capitale de la partie française de la même isle,

París, 1809.

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el cáliz dorado con su cucharilla y otras cosas más de aprecia-ble valor. La suerte que corrieran estos objetos desaparecidos la ignoramos. Y es de notar que lo único que figura en este nuevo inventario que no está en el practicado en el 1862 es una «araña de hierro».5

Apéndice: curas y vicarios foráneos de la parroquia de Concepción de La Vega

1697 Bachiller don Francisco de Ledesma. Hijo de Antonio de Ledesma y de Isabel de Escoto; bautizado el 7 de septiem-bre de 1661.6

1753 Juan Jiménez de Lora. Licenciado.7 1774 Presbítero don Antonio Hurtado. Poseía un tributo de

cien pesos en Palmar, el cual redimió Rosa Reinoso.8 1776 Joseph Damián de Velasco, vicario foráneo de esta ciudad

de La Vega y su partido.9 1777 D. D. Antonio Ortiz, cura rector de esta parroquia.10

5 Hemos tenido noticias de varios robos que se perpetraron, en épocas pasadas, en nuestra iglesia parroquial. Así, un hijo de un prócer vegano se robó una de las lámparas de plata, y un individuo de buena familia la corona de la Virgen de la Concepción la cual fundió, pudiéndose recu-perar algo de ella.

Además, por diligencias del padre Moya y por contribución del pueblo vegano –don Pancho Mariano de la Mota dio para ello mucho bronce y las mujeres, para la amalgama, sus prendas de oro– se mandaron a fundir al extranjero unas campanas. Y al llegar estas a Puerto Plata alguien las vendió allí. El Ayuntamiento de La Vega de aquella época practicó varias diligencias para recuperarlas, pero todo fue en vano, pues la situación política de entonces hizo imposible que se recuperasen. Estas campanas llevaban grabado el nombre de «La Vega».

6 Cipriano de Utrera, Universidades de Santiago de la Paz y de Santo Tomás de Aquino y Seminario Conciliar de la ciudad de Santo Domingo de la Isla Española, Santo Domingo, 1932.

7 Ibídem.8 Archivo notarial del licenciado Álvarez.9 Ibídem.10 Ibídem.

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1788 Fray Juan Antonio Sanfranco.11

1805 Fray Agustín Hernández, cura rector interino del orden de la Merced.12

1811 Don Agustín Tabárez, sochantre de la santa iglesia catedral. Vino a La Vega como cura en octubre del 1811 y terminó en 1812.

1812 Isidoro Ximinián de Peña. Comenzó sus funciones de cura y vicario foráneo el 31 de enero de 1812.

1837 José Eugenio Espinosa, cura y vicario foráneo hasta el 1844. Comenzó sus funciones el día 18 de julio de 1837.

1839 Presbítero Pablo Francisco de Amézquita.1844 José Santiago Díaz de Peña. Entró como cura el 3 de julio

de 1844.1844 Pedro Carrasco y Capellán, encargado de la parroquia en

agosto de 1844.1845 Doctor Elías Rodríguez, cura y vicario y juez eclesiástico de

esta parroquia. Comenzó sus funciones en noviembre del 1844.

1848 Presbítero Gaspar Hernández, cura y vicario en septiem-bre del 1848.

1849 Domingo de la Mota, cura y vicario interino.1849 Antonio Siguier, cura y vicario interino.1850 Manuel María Valencia, cura y vicario desde el 23 de mar-

zo de 1850.1853 Dionisio Valerio de Moya. Comenzó como cura rector

interino el 4 de septiembre de 1853. Estuvo al frente de la parroquia, con una ligera interrupción, hasta enero del 1868.

1857 Manuel Palet, cura y vicario desde el 2 de mayo de 1857. Duró solamente algunos meses.

1869 Teodosio Ramírez, cura y vicario.1873 Presbítero Juan F. Cristinace, cura y vicario. Tomó pose-

sión el 1ro de mayo de 1873.

11 Ibídem.12 Archivo parroquial.

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1874 Presbítero don Guillermo Ferrer, teniente cura.1877 Presbíteros Betancourt y Bernardo Pichardo.1882 Benito López Gil, cura y vicario foráneo.1888 Presbítero don José Martínez Cárceles, cura y vicario forá-

neo.1891 Doctor Adolfo Alejandro Nouel y Bobadilla, cura y vicario

foráneo.

El reverendo Gabriel B. Moreno del Christo fue cura y vica-rio foráneo de esta parroquia, pero no hemos podido precisar la fecha exacta de su curato. El inventario de los bienes de la iglesia que se hizo al comenzar sus funciones no tiene fecha.

El licenciado don Tomás Jiménez, quien residía en La Vega para 1812, figura en varias actas de bautizo, pero siempre actua-ba con venia del cura y vicario de aquel entonces, Ximinián de Peña. El presbítero licenciado Jiménez murió en esta ciudad de La Vega, a la edad de 58 años, el día 18 de septiembre de 1828, y su enterramiento se realizó en la capilla mayor de nuestra iglesia.13

13 Ibídem. Esta nómina puede ser incompleta, pues no hemos encontrado más datos a este respecto en nuestro archivo parroquial ni en los docu-mentos notariales que hemos revisado.

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Cercanías y alrededores

Cuando en verdad vivimos con el alma abierta de par en par y en comunión intensa con la naturaleza, amamos nuestra ciudad como a una novia idolatrada; y embriagados por una suave ter-nura que nos impulsa, sin alejarnos, a salir de ella, nos dirigimos a sus cercanos alrededores, para desde allí, fuera de su ajetrear anonadante y escandaloso, contemplar sus bellezas, meditar sus historia y abrirle en el porvenir amplios horizontes de vida y de esperanza.

Cada edad de la vida tiene su encanto, y es el de la niñez corretear libremente por los agrestes alrededores de su pueblo en pos de la fruta y del nido escondidos, para después, como alegres gorriones, zambullirse en el río de charcos hondos y de chorreras cantarinas. Y a estos cercanos alrededores –girón de campo que invita a la ciudad a crecer más y más– dedicaremos ahora este capítulo; no solamente para devolverles en algo las horas únicas de pura felicidad que nos brindaron, sino como una ofrenda espiritual a los que como nosotros cien o más años atrás encontraron en esos cercanos alrededores fresco y tran-quilo refugio, y llevados en alas del ensueño vieron en ellos, po-pulosa y activa, extenderse la ciudad a impulsos del progreso.

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La Sigua

Es la llanura que se extiende hacia el lado sur de la ciudad y en parte de la cual ha prosperado la barriada de Guarionex. Parece ser que su nombre obedece a haber existido en ella, en abundancia, esas avecillas que llamamos ciguas, conjetura que toma más fuerza de realidad si se tiene en cuenta que por esa llanura corría una cañada nombrada cañada de Las Ciguas, la cual nacía en una tina llamada La Paila.

En un documento levantado en el 1829, en el cual se hacía mención de unos terrenos que había donado Bernardina Núñez a María de los Dolores de Dios, se daban como límites del sitio de La Sigua los copiados a continuación:

«Lindero de dicho sitio de La Sigua, que es tronco y fue el fundo principal son: desde las palmas y naranjos de china que se hallan detrás del conuco de la difunta Bernardina Núñez cortando por derecho así a una cañada quebrada, donde se hallan dos árboles grandes de caimito, ahí fue antiguamente el fundo de María de los Ángeles según se manifiesta por otros árboles frutales que hay allí. Desde la cañada dicha abajo, hasta entrar en la quebrada o cañada del Guabal; de esta abajo hasta las márgenes de Pontón; de este río de Pontón cortando por derecho en dirección de Joya Cativa hasta una quebrada que se halla entre Pontón y Joya Cativa que entra en el río Pontón; de dicha quebrada cortando por derecho a buscar el ca-mino del Bonao (hoy Jumunucú) hasta llegar al pueblo; a la entrada del pueblo, buscando toda la orilla de los guayabos, hasta llegar a los naranjos y palma del antiguo puesto que se halla detrás del referido conuco de Ber-nardina Núñez, en donde se comenzó; con entradas y salidas en los terrenos circunvecinos siguientes: Guabal, Coco, Cabras y hasta esta ciudad».14

14 Archivo notarial del licenciado Álvarez.

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El poseedor principal de los terrenos de La Sigua fue Juan de Dios de Lara, esposo de Bernardina Núñez, quien los heredó a la muerte de este, ocurrida en 1805 cuando las huestes negras de Dessalines llenaron de muerte y devastación estas pacíficas regiones.1

En los terrenos de Juan de Dios tuvo don José de Améz-quita, y más tarde su hijo el ilustre presbítero don Pablo Francisco de Amézquita, una numerosa crianza de cerdos. Y cuando se quiso comprar a la viuda Bernardina Núñez los grandes palmares que allí había para sacar madera, esta no quiso realizar la venta por necesitarlos para el sustento de los cerdos; y para justificar que dichos cerdos pertenecían a los Amézquitas, dijo:

«Que sin embargo de ser mi difunto marido dueño de una parte del sitio de La Sigua, siempre reconoció por dueño de la crianza de cerdos al señor don José de Amézquita, con cuya licencia los criaba hasta que se murió, y que asimismo que el actual crianza que yo mantengo y mis hijos es por licencia que me ha dado

1 Cuando en noviembre del 1839 y por haberse perdido los documentos en el incendio del 1805, Silverio de Dios, hijo de Juan de Dios de Lara, quiso justificar su posesión de los terrenos de La Sigua, y obtuvo declaraciones al respecto ante el juez de paz Casimiro Cordero de parte de don Francisco Mariano de la Mota, de Florencio Vélez y de Tomás Lucario.

Don Pancho Mariano, a la sazón de 45 años, declaró que «desde cuando era pequeño conoció a Juan de Dios de Lara viviendo en los terrenos de La Cigua (sic), donde tenía una gran habitación».

Florencio Vélez, de 66 años, declaró que «conoció viviendo a Juan de Dios en La Sigua, que él compró cuarenta pesos de terrenos allí a Francisca Durán (ya difunta) y veinticinco pesos a la ciudadana María Luca Mejía, quien se los compró al maestro de carpintería Juan José Crisóstomo y este a la Durán».

Tomás Lucario, de 69 años, declaró que «Juan de Dios compró terrenos en La Sigua a Francisca Durán y a la Mejía, que vivió allí hasta el tiempo en que este pueblo fue incendiado por la armada del general Desalina (sic), y que dicho Juan de Dios con todas sus familias fue prisionero de dicha ar-mada». (Ibídem, declaraciones ante Casimiro Cordero, 29 de noviembre de 1839).

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el presbítero don Pablo Francisco de Amézquita, here-dero del mencionado don José de Amézquita».2

Bernardina Núñez, quien había ya fallecido para el 1829, hizo donación de una gran parte de los terrenos de La Sigua a su sobrina María de los Dolores de Dios, quien los vendió más tarde al presbítero Isidoro Ximinián de Peña. El padre Ximinián de Peña, cura y vicario de esta parroquia para aquellos lejanos años, acondicionó mejor que sus antiguos poseedores estos terrenos, y tuvo en ellos un extenso apiario y sostuvo una hermosa crianza de ovejas, las cuales hacía venir, al acercarse la hora del Ángelus, a pastar a la antigua Plaza de Armas, para solazarse contemplán-dolas desde la calzada de la iglesia.3

Estos terrenos del padre Ximinián de Peña los heredó más tarde doña Marta García, su sobrina y esposa de don Raimundo Gómez, y a la muerte de don Raimundo Gómez, quien murió después de su esposa doña Marta, sus hijos vendieron estos te-rrenos a don Ramón Suárez. Y estos terrenos que comprara el comandante Ramón Suárez los vendió su viuda Dolores Gómez para el 1863 a Manuel Nicasio Mella, quien fabricó allí su resi-dencia, sembró unos cañaverales y puso un alambique, el cual para el 1876, fecha en la cual tuvo que traspasarlo por deudas a José Galán, estaba en «una casa nueva, sostenida por pilares de mampostería techada de lo mismo a manera de azotea».4

Manuel Nicasio Mella en 1882 vendió al padre Benito López Gil trescientos pesos fuertes de sus terrenos en La Sigua y el resto, en

2 Archivo notarial del licenciado Álvarez, declaración del 1821.3 El padre Ximinián de Peña compró a Francisco Contreras y a su esposa

María de los Dolores de Dios treinta pesos de terrenos en La Sigua. (Ar-chivo notarial del licenciado Álvarez).

4 Ibídem, documento ante Morilla, 1876. Dice un documento fechado en el 1861, que Manuel Nicasio Mella, miem-

bro del Ayuntamiento de esta común, residía «en el lugar nombrado La Sigua, inmediaciones de esta ciudad», y que allí tenía «una estancia o ha-cienda de cañas, con batería, ingenio, tres enramadas y la casa de familia». (Archivo notarial del licenciado Álvarez). Mella también compró terrenos en La Sigua para el 1855 a don José del Rosario Bernal.

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una fecha posterior, a don Jesús Martínez, quien para el 1893 sostu-vo una litis con los De la Mota al alegar estos que dichos terrenos les pertenecían por haberlos heredado de su madre doña Inés.

Cuando en el 1909, en la inolvidable tormenta de San Severo, las fuertes crecientes del Camú destruyeron el barrio de Zafarra-ya, el Ayuntamiento de esta común dispuso trasladar esta pobre y amenazada barriada al sitio de La Sigua, y desde entonces se ha ido levantando allí un extenso ensanche que aunque hoy de aspecto no muy halagüeño, cuenta con construcciones de impor-tancia como el hospital, el asilo San Joaquín y Santa Ana, el stand de deportes, el nuevo cementerio, y es barrio de vida original que en medio de su ambiente típico encierra dulces remembranzas.5

El Guabal y El Coco

La llanura de La Sigua se extiende hacia el suroeste y forma los plácidos y pintorescos sitios de El Guabal y El Coco. Don Dionisio de Moya Guillén, antiguo propietario de una parte de los terrenos de El Guabal, dio una de sus guardarrayas desde Cuba en carta fechada en 1815, diciendo que era «la quebrada que divide las tierras de La Sigua, por donde un tal Aguilar tenía un fundo».6

El padre Ximinián de Peña, tal como lo expresara en su tes-tamento, tenía tierras en El Coco y un hato llamado El Guabal, pero el dueño principal de las tierras de El Guabal fue don Ig-nacio de Cáceres, vecino importante de esta ciudad para el año de 1750, y de quien los hubo Gregorio Esquea, y más tarde por herencia sus hijos Pedro, Mercedes e Irene.

Los terrenos que fueron en El Guabal del señor Moya Gui-llén pertenecieron más tarde a don Raimundo Gómez. Y para

5 Además de los mencionados, hubo otros poseedores de los terrenos del sitio de La Sigua. Así, entre otros, en 1853 Gregoria de Dios donó terrenos allí a su sobrino Simeón Amézquita alias De Dios y a su sobrina Raimunda de Dios, esposa de Carlos Durán, quienes los vendieron a don Pedro Vilo-ria. (Ibídem).

6 Ibídem.

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el año de 1863 el padre Dionisio Valerio de Moya los compró a Catarina, Buenaventura, María Dolores y Merced, herederos legítimos de don Raimundo. Así mismo, los terrenos que en El Coco poseyó el padre Ximinián los heredó en parte su sobrina Antonia García y de esta, sus hijos Miguel, Isaías y Casimiro Fer-nández, quienes los vendieron a Manuel de Luna y este, para el 1863, al padre Moya.7

La otra parte de estos terrenos de El Coco que fueron del padre Ximinián le tocó a su sobrina doña Marta García, esposa de don Raimundo Gómez, quien la vendió para el 1848 al general de di-visión don Felipe Vásquez, soldado meritorio de nuestras gloriosas guerras de Independencia y primer gobernador de esta provincia de La Vega después de consumada nuestra emancipación política.

Muchos vecinos laboriosos habitaban en los sitios de El Guabal y El Coco, y se comunicaban fácilmente con el pueblo por medio de un amplio camino existente desde tiempo remotísimo. Para el 1863 el padre Moya, cura párroco de esta ciudad, y don Francisco Antonio de Luna, interventor de la Administración de Reales Ren-tas terrestres de esta ciudad, dieron amplio poder al procurador de número de este partido judicial, don José Ramón Rojas, para que «se entienda amigablemente con don Manuel Nicasio Mella, propietario, mayor de edad, residente y domiciliado en La Sigua, inmediaciones de esta ciudad, para que deje franco el tránsito que está cerrando, que es común a los vecinos del Guabal y que desde tiempo inmemorial existe».8

Hoy esta parte de El Coco y El Guabal ha sido embelleci-da con una pintoresca carretera que va a terminar al pie de la Loma de los Pinos, y cuando la prosperidad de la ciudad sea más efectiva es indudable que hermosas mansiones de veraneo harán

7 Ibídem. Doña Antonia García también heredó parte de los terrenos de El Guabal pertenecientes al padre Ximinián de Peña, su tío, y en el 1852 su hijo Isaías Fernández vendió estos terrenos a José Román.

8 Ibídem. Más allá de El Guabal estaba el sitio de Los Egenardos, el cual colindaba por una parte con Las Cabras, por otra con la falda de la Loma, por otra con El Guabal, y por otra con El Coco. Este sitio perteneció a las hermanas De los Santos, y en 1871 Manuel Concepción se lo compró.

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de estas frescas y saludables cercanías uno de los faubourgs más bellos de la República.

Joya Cativa, Los Cupeyes y El Quemado

Joya Cativa es la prolongación de la llanura hacia el sureste y en ella tenía su tan dulcemente alabado «retiro» el general Pedro Florentino, gobernador de La Vega en épocas pasadas y azote de las regiones del sur de la República en tiempos de nues-tras guerras restauradoras.

En un documento que levantara José Vicente Garrido el 28 de octubre de 1857, se daban como límites de Joya Cativa los que siguen:

«Desde el lugar nombrado La Piedra, del camino real de Pontón, al paso de la calle; de ahí, agua arriba de Camú, hasta la cañada de la Teja; cañada arriba, hasta el caño de Mata Puerco; caño abajo, hasta la (sic) agua de Pontón; arroyo de Pontón abajo, hasta el caño de Joya Cativa; caño arriba, hasta los manantiales vivos y de ahí [hasta] donde se comenzó».9

El general Manuel Mejía, soldado que prestó a la Patria sus ser-vicios en los dos momentos más angustiosos de su historia, poseía, para el 1838, terrenos en Joya Cativa, los cuales vendió en 1840 a José Ramón Rojas, en ese entonces le comichargé de la Signature du Receveur, y a Dionisio Díaz, alférez de gendarme de esta plaza.

Ambos compradores vendieron a Juana Enrique, a quien más tarde compró Ramón Cordero y a este don Pedro Viloria, quien vendió a Manuel Romualdo del Rosario y a Ramón Celestino. En 1863 don Pancho Mariano de la Mota compró los terrenos de Joya Cativa a Del Rosario y a Celestino.10

9 Ibídem.10 Ibídem. En 1902 don Juan Ramón Sánchez compró estos terrenos a Fran-

cisca de la Mota, quien los heredó de su padre, don Pancho Mariano.

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Hacia la parte oriental de la ciudad estaban Los Cupeyes, re-gión llana y fértil que perteneció a Petronila del Rosario, madre de Rufino de la Rosa y de Juan Ramón Torres, y a quien llamaban sus contemporáneos la Copeyera.

Como reza un documento del 1869, Benedicta Hinojosa tenía una hacienda y un ingenio «en las cercanías de esta ciudad, a la parte oriental, entre los dos caminos reales de Pontón y Ranchito que van para Santo Domingo, nombrada Los Cupeyes. Sembrada toda de cañas de azúcar, con un platanalito, un ingenio nuevo, con su enramada cubierta de cogollos de caña». Don Pedro Vi-loria, para el 1868, vendió a la Hinojosa un terreno que lindaba al este con terrenos de Isidro Fernández, al oeste con los de José María Regino, al norte con los de José Ramón Rojas y que compró también a la Hinojosa, y al sur con el camino real de Santo Domin-go o de Pontón. Estos terrenos los hubo Viloria del general Tomás Villanueva, este de Nicolás Gómez, ya muerto para este año del 1868, y este de Juan Ramón Torres, quien los heredó de su madre Petronila del Rosario, alias la Copeyera.11

Después de Los Cupeyes, estaba el sitio de San Jorge o El Que-mado, y como lo expresa una escritura que hemos visto:

«En tiempo de la dominación haitiana existía una cofradía de Nuestra Señora del Rosario, la cual tenía un tributo de terrenos en lugar del Quemado o San Jorge, cercanías de esta ciudad. A la parte este del ca-mino de Santo Domingo. Este tributo lo compró Juan Francisco Guillermo al fisco y lo vendió a Clemente de la Cruz, y este en 1874 a Antonio Pérez, mercader y hacendado».12

11 Ibídem. En Los Cupeyes, que es donde se extiende hoy la barriada de Villa Carolina, tenía Pedro Viloria «una enramada de ingenio, un bohío de pal-mas con galería exterior, dos palmas de coco y algunos árboles frutales».

12 Ibídem. Juan Francisco Guillermo, teniente ayudante de esta Plaza en 1838 y teniente coronel de addecan (sic) de la República Dominicana en 1849, siendo de nacionalidad haitiana peleó por la independencia de nuestra patria, lo mismo que el otro haitiano Phillipeau, quien prestó como arti-llero grandes servicios a la República. Juan Francisco Guillermo, vivo aún

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El Jobo

Es el sitio que ocupa toda la parte que se extiende hacia el norte de la ciudad. Sus límites, dados en 1873, eran:

«Empezando por el río Camú todo el camino que llaman del Pinito hasta salir a la sabana frente al alam-bique del señor Casimiro Moya; de aquí para abajo por la orilla de la sabana hasta el camino real que va para Moca y Santiago; de la esquina de la sabana al norte, hasta el río; río abajo hasta tocar en donde se empezó».13

En 1786, Francisca Bernarda Jolguín viuda de Josef del Casti-llo, vendió a José Jolguín cien pesos de tierra «en el sitio del Jobo, contiguo a esta ciudad». Y en 1794, Bonifacio Jolguín vendió a María Barquei, viuda de Manuel Álvarez, veinticinco pesos de tierra en el mismo sitio. Bonifacio Jolguín hubo estos terrenos de don Juan de Teneri. Para el 1823, era el principal propietario de los terrenos de El Jobo el subteniente don José de la Paz y Núñez, quien los hubo por compras que hizo a los vecinos Juan Susayo, Esteban Guillermo y Severino de la Rosa. Años más tarde, el 30 de octubre de 1844, Valentín Piantini, yerno del subteniente don José de la Paz, vendió al coronel comandante de esta Plaza, don Manuel Mejía, estos terrenos de El Jobo; y como lo expresa el documento de venta, hecho ante el juez de paz suplente, don Francisco Ramírez, asistido de su greffier Valentín Ramos, se in-cluían en la venta de estos terrenos «dos bohíos y una labranza de plátanos y caña, un ingenio y una paila de hierro grande con su correspondiente cercado todo de mayas».14

en el 1868 y ya muerto para 1874, llegó a ostentar el título de coronel y tuvo un hijo llamado del mismo modo que él, que fue célebre en nuestro pueblo por lo bien que cantaba.

13 Ibídem, documento ante Morilla. Estos límites no comprendían todos los terrenos de El Jobo, pues el sitio era más extenso.

14 Archivo notarial del licenciado Álvarez. Piantini, de nacionalidad italiana y

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El general Mejía, quien tenía su residencia en dicho sitio de El Jobo en el lugar denominado Samaná, que era donde se encuentra actualmente la iglesia de San Antonio, vendió estos terrenos a Antonio de Lora y este a Josefino Medrano, quien en el 1873 los vendió a José Samper, mercader y alfarero de profesión.

Pierre Jean, en 1838 sargento mayor de la Gendarmería de la común de La Vega, también poseyó terrenos en El Jobo, los cua-les hubo por compra que hiciera al ciudadano Etienne Santos, quien los vendió a Carlos Dandonis.15

Innumerables fueron después los propietarios en este sitio de El Jobo; así, la sucesión de Antonio de Lora vendió una parte al general Pedro Sánchez, alias el Cano, y un solar al doctor Fran-cisco Fantino, santo varón que para el año de 1904 levantó allí una iglesia y un colegio, aumentando sus terrenos con un cuadro de veinte varas castellanas que donaron a dicha iglesia la familia Lora García en memoria de su padre don Marcos de Lora.

Y cuando se inició la construcción del ferrocarril que debía unir a esta ciudad con el puerto de Sánchez, la compañía esco-cesa encargada de su construcción compró varias extensiones de terrenos en este sitio a diversos propietarios.16

padre de la esposa de don San Julián Despradel y Carlos, quien era de ape-llido Piantini y de la Paz, actuó en esta venta también en representación de la menor Antonia de la Paz, a quien tocaba la mitad del valor de ella.

15 Ibídem. En 1835 don José de la Paz, a la sazón teniente retirado del 33o re-gimiento, demandó a Pierre Jean, sargento de Artillería, «para impedirle que hiciera un cercado que le perjudicaba en su propiedad». Decía en la demanda don José de la Paz que Jean tenía veinticinco pesos de terrenos divididos en dos fundos, separados uno de otro por una vara castellana.

16 Ibídem. «En 1889 Guillermo Heir, socio de la empresa del ferrocarril, autorizó al señor administrador general de la empresa, mister Thas. M. Llelland, para obtener la transmisión de la propiedad que posee el señor Silvanus H. Lusher en las cercanías de esta ciudad, adquirida del ciudada-no general Pedro Sánchez, alias el Cano».

El italiano Malakoff compró terrenos en El Jobo a Rafaela Florentino y los vendió más tarde a mister Charles E. Drapper, y este a mister Thomas Beal Warden, quien los vendió a la compañía del ferrocarril, junto con otra par-te que había comprado a Justo Álvarez. Mister Warden también vendió a la compañía «ocho casas, cinco techadas de zinc, y una máquina de hacer ladrillos, en terrenos que hubo de Estanislao García». (Ibídem). Malakoff

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Alcaldes ordinarios y constitucionales de La Vega

1680 Juan de Espadas: alcalde ordinario.1708 Francisco de Luna: alcalde ordinario.17

1731-1738 Manuel Joseph: alcalde ordinario.1742 Antonio Estévez de Aybar: alcalde ordinario.1742 Senón de Aybar: alcalde ordinario.1752 Manuel Joseph de Torres Montaño: alcalde ordi-

nario.1752 Domingo Muñoz: alcalde ordinario.1770 Capitán Alonso Fernández de Contreras: alcalde

ordinario.1772 Francisco de Luna: alcalde ordinario.1773 Miguel García Colón: alcalde ordinario.1775 José Antonio de los Santos: alcalde ordinario.1777 Josef Gómez: alcalde ordinario.1778 Josef Alvarado: alcalde ordinario.1779 Josef del Orbe: alcalde ordinario.1780 Antonio Adames de Castro: alcalde ordinario.1781-1787 Baltasar Núñez de Lozada: alcalde ordinario.1782 Joseph Ximénez: alcalde de 2da elección.1786-1798 Dionisio de Moya Guillén: alcalde ordinario.1790 Joseph Rodríguez Cid: alcalde ordinario.1791 Joseph Núñez: alcalde ordinario.1797 Joseph Ximénez: alcalde ordinario.1810 Luis de Velasco: alcalde ordinario.1810 Francisco Suriel: alcalde ordinario.1811 Ignacio Alvarado: alcalde ordinario.1811-1813 Juan Ramón Villa: alcalde ordinario.1812 Andrés García: alcalde ordinario.1826 Calixto Antonio de Mena: juez de paz.

también vendió terrenos en El Jobo a don Rosendo Grullón, alrededor de la estación, y este los vendió a la compañía. José Lino Medrano vendió diez pesos de terrenos en dicho sitio a Manuel Estrella, y este los vendió a Francisco Antonio Gómez Moya y a Arturo de Moya.

17 Citado por Valverde.

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1836-1839 Casimiro Cordero: juez de paz.1843 Juan Tomás Medrano: juez de paz.1844-1845 Raimundo Gómez: juez de paz.1844-1845 Francisco Ramírez: juez de paz.1844-1845 Juan Reynoso: juez de paz.1845 Valentín Ramos: juez de paz.1846-1847 Félix del Villar: juez de paz.1846 Casimiro Cordero: juez de paz. 1846 Toribio Ramírez: juez de paz.1848 José Dolores Fuente: juez de paz.1848 Antonio Valverde: juez de paz.1849 José de Velasco: juez de paz.1849-1850 José del Rosario Bernal: juez de paz.1850 Félix Candelario: juez de paz.1852 José Concepción Tabera: juez de paz.1853 Félix Candelario: juez de paz.1853 Casimiro Cordero: juez de paz.1854 Valentín Ramos: juez de paz.1862 José de Velasco: juez de paz.186_ Cristóbal José de Moya: alcalde mayor.186_ Carlos Nouel: alcalde mayor.1866 José Rafael Gómez: alcalde constitucional.1867 Ventura Gómez: alcalde constitucional.1872 Francisco de León: alcalde constitucional.1874 Vicente Tabares: juez de paz.1887 Casiano Robles: juez de paz.

Escribanos y notarios de La Vega

1742-1776 Dionisio de la Rocha: escribano público y de Cabildo.

1746-1750 Juan Antonio Ortiz Bocanegra: escribano públi-co y de Cabildo.

1754 Antonio Dionisio de Torres: escribano público y de Cabildo.

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1763-1776 Juan Antonio Ramírez de Arellano: escribano público y de Cabildo.

1770-1778 Joseph Clemente Montaño Lozano: escribano público y de Cabildo.

1779 Antonio Sánchez Valverde: escribano público y de Cabildo.

1787-1791 José Rodríguez Cid: escribano público y de Ca-bildo.

1803-1805 Dionisio de la Rocha: escribano público y de Cabildo.

1810-1813 José Vicente Cotes: escribano público y de Cabil-do.

1825-1829 José Ramón del Orbe: notario público. 1830-1838 Narciso Román: notario público. Para el 1837 se

llamaba notario público decano de la común de La Vega.

1851-1861 José Vicente Garrido: escribano público nombra-do y juramentado para las provincias del Cibao con residencia en la ciudad de La Vega.

1870 Félix María Morilla: escribano público de los de número.

189_ Juan Isidro Vásquez: notario público.189_ Felipe Cartagena Hinojosa: notario público.

Es necesario tener en cuenta que en muchos documentos hacían las funciones de escribanos los alcaldes ordinarios y más tarde los constitucionales.

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Por la Patria

1844

Cristalizado en hechos positivos el grito que en Praslin lan-zaran el 27 de enero de 1843 los que se propusieron por medio de un amplio movimiento de reforma destruir el oprobioso autocratismo de Boyer, los patriotas dominicanos que habían cooperado en este movimiento con el altísimo propósito de obtener la absoluta liberación de la parte oriental de la isla, al ver frustradas sus legítimas esperanzas ante el obstinado afán de predominio que alentaba las acciones del elemento haitiano, se vieron precisados a proseguir con mayor ímpetu y disposición constante al sacrificio la ingente labor separatista que iniciaran, bajo la inspiración apostólica de Juan Pablo Duarte, el domingo 16 de julio de 1838.

Todos los pueblos de la República, claro está que adaptándo-se a sus posibilidades y a las tendencias que definen su carácter, cooperaron de manera ferviente y activa en la feliz realización del movimiento emancipador de febrero. Y al aporte que prestara, con fe valiente y responsabilidad arriesgada, la ciudad de Con-cepción de La Vega a esta causa de dignidad e independencia patrias, nos vamos a referir en el presente capítulo de este libro.

Por obra de una indiscreción mal intencionada, el delega-do Auguste Brouat tuvo noticias de los puntos resueltos en la

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reunión celebrada por los separatistas en casa de don José Díez, tío materno del ilustre patricio Juan Pablo Duarte. Acto segui-do, el delegado haitiano Brouat avisó, por intermedio de Joseph Tatin, al general Charles Hérard Aîné, a la sazón en Santiago en-viaje de inspección, los propósitos de los patriotas dominicanos; y al concidir estas noticias con las denuncias que había recibido en el Cibao el comisionado del gobierno provisional en contra de varios dominicanos tildados de conspiradores, procedió este funcionario con rapidez y con mano fuerte, y además de tomar varias medidas de seguridad, hizo prisioneros a Francisco Anto-nio Salcedo, a Ramón Mella y a Rafael Servando Rodríguez.

Según lo refieren algunos documentos de la época, Rafael Servando Rodríguez, inspirado en nobles ideales de libertad, preparaba un movimiento para destruir en nuestro suelo la ominosa opresión haitiana, y en sus campañas de liberación, ya próximo a cristalizar el golpe y en uno de sus viajes de propagan-da, fue denunciado de haberse desmontado en La Vega en casa del padre José Eugenio Espinosa, y en el Cotuí donde el padre Juan Puigvert, quien fue hecho prisionero y enviado a Puerto Príncipe.1

1 El presbítero José Eugenio Espinosa, cura y vicario foráneo de La Vega de julio del 1837 a noviembre del 1844, fue un patriota íntegro y un ardiente febrerista. No hay que dudar que este ilustre sacerdote y buen dominicano estuviera en conexión con Rafael Servando Rodríguez, ya que en ningún momento dejó de cooperar en la labor redentorista emprendida por los trinitarios, labor que tenía como su delegado y propagandista en esta ciu-dad de La Vega al patricio Juan Evangelista Jiménez.

Para el 1848 el padre Espinosa era el cura de almas del poblado de San José de las Matas, como lo expresa en unas memorias que conservamos inéditas, y al referirse a la muerte del bravo militar tavereño coronel Fran-cisco Caba, el soldado de la Independencia y de la Restauración Esteban de los Ángeles Aybar, natural de San Cristóbal.

El padre Juan Puigvert, natural de Palafolls, España y cura de almas de la Mejorada Villa del Cotuí, fue el inspirador del movimiento separatista en la misma.

Según unas notas que nos ha envíado el aprovechado joven historiador Vetilio Alfau Durán, el padre Puigvert llegó a Santo Domingo en junio de 1836 y poco después de su llegada fue designado cura del Cotuí, «cargo que desempeñó con loable celo, como hubo de manifestarlo en carta de 6

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Se acusaba a Rafael Servando Rodríguez, quien iba acompa-ñado en su recorrido de Rubecindo Betances, de llevar banderas, charreteras y catorce pares de lanzas de Cuba. Y en cuanto a las medidas tomadas en La Vega por el representante del gobierno provisional de Haití y jefe del ejército expedicionario del norte, general Charles Hérard Aîné ante este movimiento anunciador del golpe de febrero, están expresadas en el informe que él rindie-ra al respecto, en el cual dice:

«En La Vega, he suspendido de sus funciones al te-niente coronel Machado, comandante de la Plaza, por no haber querido obedecer al arresto del 15 de marzo. Después de haber organizado la Guardia Nacional y la Gendarmería, he confirmado al general de brigada Vásquez en el mando del distrito. La Vega reclama una escuela nacional y los servicios de una serrería mecá-nica: estos dos puntos fijarán, no lo dudo, la atención del gobierno».2

de julio de 1878 el Ilmo. Sr. delegado apostólico Roque Cocchía». En 1882 la superior curia, en vista de la avanzada edad de tan meritorio servidor de la Iglesia y de la Patria, designó al presbítero Carlos Piñeiro cura auxiliar del Cotuí. Fallecido este sacerdote en aquella villa el 21 de febrero de 1885, «el octogenario y débil padre Puigvert se hizo fuerte para acompa-ñar al hermano en el sacerdocio en sus últimos momentos». (Carta del presbítero Benito López Gil, vicario de La Vega, a monseñor De Meriño, Boletín Eclesiástico, 1 de marzo de 1885).

El día 23 de febrero de 1886 falleció en su parroquia el reverendo padre Puigvert, después de haber ejercido su sagrado ministerio en nuestro país durante cincuenta años. Su cadáver fue sepultado en la iglesia del Cotuí en el presbiterio, del lado de la epístola.

Parece cierto que el luchador cura del Cotuí estuviera de acuerdo con el patriota Rafael Servando Rodríguez, pues en unas memorias que escribie-ra este valiente sacerdote sobre la iglesia de la Mejorada Villa, de las cuales nos hemos enterado al revisar sus archivos, dijo que los libros más antiguos de ella, los cuales encontró en una caja que servía de archivo, «desapa-recieron cuando él se encontraba en Puerto Príncipe como prisionero por acusársele como conspirador contra Haití». (Archivo parroquial del Cotuí).

2 «Informe del general Hérard Aîné, 1843», extractado de Emiliano Tejera, Memoria que la legación de la Republica Dominicana en Roma presenta

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Como muy bien lo ha dicho García, en La Vega el general Hérard Aîné no hizo prisioneros, «sin duda por falta de denun-ciadores».

Encendida en el Baluarte, al golpe mitológico de la impul-sividad de Mella, la aurora resplandeciente de Febrero, la Junta Provisional Gubernativa envió delegados a los otros puntos del país para hacer uno y general por todo el territorio el grito de ¡viva la República Dominicana! A Concepción de La Vega fue enviado Pedro Ramón de Mena.

Don José Gabriel García relata de este modo el pronuncia-miento de la ciudad del Camú:

«El 4 de marzo, al llegar Pedro Ramón de Mena a La Vega, lo encontró todo preparado, y hasta la bandera hecha por las señoritas Villas (sic),3 se reunieron en la Municipalidad todas las notabilidades de la común, incluso el gobernador, general Felipe Vásquez, y el comandante de Armas, coronel Manuel Machado, quienes enterados de la comisión que llevaba, mani-festaron que como autoridades haitianas salvaban su voto, aunque protestando no hacer oposición, con cuyo motivo quiso saber Cristóbal José de Moya, según refiere la tradición, con qué contaban los iniciadores del movimiento para sostener su obra y quién respon-dería de la suerte de las familias, a lo que replicó el

a Su Santidad León XIII, 1896, p. XXXiii. (León XIII era juez árbitro en el desacuerdo existente entre la República Dominicana y la de Haití).

3 Como dice en un brillante artículo el licenciado Alcides García:

«Cuando La Trinitaria de Santo Domingo envió para el Cibao a Juan Evangelista Jiménez con el manifiesto revolucionario, La Vega abra-zó al punto la santa causa. Y la familia Villa escondió a Jiménez, al ser descubierto y perseguido; en una fiesta del Santo Cerro, a donde acudió el diligente propagandista en cumplimiento de su misión, Manuel María Frómeta ofreció que “sus hijos servirían de cartuchos”». (Alcides García, «Concepción de La Vega», revista La Opinión, Santo Domingo, octubre de 1924).

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coronel Toribio Ramírez que él y las Guardias Naciona-les que tenía la honra de mandar servirían de muralla para contener el furor de los haitianos, manifestación patriótica que arrancó al presbítero José Eugenio Es-pinosa y a Juan Evangelista Jiménez un fervoroso viva a la República Dominicana que fue calurosamente contestado por José Tabera, Bernardino Pérez, Juan Álvarez Cartagena, José Portes, José Gómez, y otros más».4

Es decir, que el día 4 de marzo del año 1844 nuestra ciudad de La Vega, palpitando siempre al unísono con los hondos cla-mores que han impulsado a la nacionalidad hacia su salvación en las ya repetidas ocasiones en que se ha visto en peligro in-minente de muerte, secundó, de manera responsable y efectiva, el grito libertador del Baluarte. Y como ha dicho el historiador Gómez Moya, a esta ciudad le ha tocado la gloria «de haber sido la primera población del Cibao que vio flotar el pabellón dominicano».5

Iniciadas nuestras gloriosas guerras independentistas, La Vega aportó de su seno una fuerte falange de soldados que supieron congraciarse con la victoria y gallardamente enfrentarse con la rudeza inmisericorde del sacrificio. En las páginas brillantes de nuestra historia, puesto preeminente ocupan los generales Felipe Vásquez, Marcos Trinidad, Manuel Mejía, y los coroneles Toribio Ramírez, José Durán y Juan de la Cruz; y soldados que se ungie-ron con el obligado reconocimiento de la posteridad agradecida

4 José G. García, Compendio de la historia de Santo Domingo, tomo II, p. 237.5 M. Ubaldo Gómez Moya, La provincia de La Vega. Breves datos históricos,

Santiago, 1927. En este trabajo el ilustre historiador vegano afirma que el pabellón dominicano flotó en La Vega el 4 de marzo de 1844: «En el mismo sitio donde está hoy el Casino Central, por lo cual se dio a la calle el nombre de Independencia». Como habrá podido ver el lector este nom-bre de Independencia que llevó esta calle a la cual se refiere el historiador Gómez Moya, parece no obedecer a las razones por él apuntadas, pues ya desde el 1823 figura en varios documentos esta calle con el mismo nombre de Independencia.

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fueron el general Pablo Germosén, de la sección de Sabaneta; el coronel Marmolejos y el capitán Peralta, de Guaco; el capitán Sebastián Suárez, de Río Verde; el capitán Tito Santos, de Jima. Y para que este aporte fuera más completo y brillante, ahí está la figura bizarra de Juana Saltitopa, la jamera brava y aguerrida que mereció, por sus ejecutorias indiscutibles en el memorable 30 de Marzo, ser sobreapellidada con el sugestivo título de la Coronela; y además, en la acción portentosa de Sabana Larga, el arrojo sin igual del presbítero Dionisio Valerio de Moya, el capellán esforza-do «que alienta el refuerzo de 500 hombres con que José Antonio Salcedo nos da el triunfo».6

La Vega, inspirada siempre en la amplitud y en la cultura de su espíritu, aceptó, en su inmensa mayoría, el sentido que habían forjado para la nueva nacionalidad los febreristas bajo la dirección apostólica y visionaria del inmaculado Juan Pablo Duarte. Así, cuando el padre de la Patria le dispensó su visita, se vistió de regias galas y le demostró, de mil ma-neras, la admiración y respeto que le tenía y la fe que ella abrigaba de que bajo su liberal, cívica e ilustrada dirección, la recién nacida nacionalidad caminaría por risueñas sendas de dignidad, de civismo y de progreso. Porque le amaba y porque en él creía, le hizo permanecer en su seno cinco días, brindándole a su noble persona como albergue el virtuoso hogar de las señoritas Villas (sic) y del Orbe, puras sacerdo-tistas del patriotismo.

Cuando el perínclito Ramón Mella proclama en el Cibao a Duarte como presidente de la República, La Vega, con fervor inusitado, acoge esta justa iniciativa del bravo paladín que en la Puerta del Conde sintetizara en sí mismo la voluntad de ser libre de todo un pueblo oprimido. Los elementos más con-notados de la sociedad vegana de aquel entonces apoyaban

6 Como ha dicho don José Gabriel García, la adhesión de La Vega a la causa de Febrero fue tan espontánea y general, «que hasta los oficiales de origen y nacimiento haitiano Phillipeau y Juan Francisco Guillermo se adhirieron de buena fe, como lo probaron después en diferentes combates». (José G. García, ob. cit.).

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la causa duartista, pero el santanismo, más avenido con los instintos anárquicos que hacían predominar el espíritu estre-cho de la colonia en la naciente República, se impuso, y el alto idealismo del apóstol iluminado y civilista fue estrujado y vilipendiado por las botas empantanadas del mayoral y del hatero.

Tocó al general Manuel Mejía pronunciar a La Vega en favor del general Pedro Santana.7

Parece que ninguna actitud material y efectiva se opuso a la realización de los planes del general Mejía a favor del santanismo, aunque la historia de la desaparición misteriosa de Rufinito, recor-dada tan sugerentemente por nuestro García Godoy, nos dejara entrever hasta dónde parecían dispuestos a llegar en su campaña

7 Sobre esta conexión del general Mejía con el santanismo nos permitimos transcribir el siguiente documento. Dice así:

«Vistas varias notas oficiales de las autoridades de la ciudad de La Vega y otros pueblos del Cibao, que atestan: que el general Mella con abuso del poder que se había confiado, levantó tropas en aquellos departamentos a pretexto de una mal forjada conspiración en favor del gobierno haitiano: que los comandantes Gregorio del Valle, J. E. Jiménez y el capitán J. J. Illas, secretario del general Mella, estuvie-ron en las comunes de La Vega y Macorís, excitando a la revolución y a que los pueblos se reuniesen para proclamar la presidencia del general Duarte, cuyas proposiciones no hicieron titubear la fideli-dad de aquellos habitantes que no alteraron sus principios ni su fe política. Visto el despacho que en 23 de julio concedió el general Duarte al teniente coronel Manuel Mejía, comandante de la Plaza de La Vega, para por este medio halagarlo y atraerlo a su partido, como lo dice el mismo comandante, titulándose Duarte presidente de la República Dominicana; todo lo cual prueba que existía entre los generales Duarte, Mella, Francisco Sánchez, los comandantes Pedro Pina, Gregorio del Valle, Juan Jiménez, el capitán Juan José Illas y el señor Juan I. Pérez, un plan formado de destruir el gobier-no, de erigir con el orden, los principios y la voluntad del pueblo, presidente al general Duarte». («Resolución de la Junta Central Gubernativa declarando traidores a la Patria a los generales Juan Pablo Duarte, Ramón Mella, Francisco Sánchez y otros», en Colección de leyes, decretos, resoluciones y reglamentos emanados de los poderes legislati-vo y ejecutivo de la República, tomo I, p. 40).

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de sincero duartismo el grupo de prominentes de La Vega que abrigaron en su seno los principios de Febrero.8

8 Según refiere la tradición los Dones, grupo de las personas más conno-tadas de la sociedad vegana del año 44, ante la amenaza de ver delatados a Santana sus planes a favor de Duarte dieron muerte a Rufinito, sobre quien recayeron serias sospechas de ser un espía.

Rufinito, cuyo nombre era José Rufino Torres, era un hombre del pueblo, parece que no muy dado al trabajo, y quien andaba cotidianamente hus-meando por las pulperías y corrillos del pueblo. El carácter de su tipo aún es muy corriente en nuestro ambiente: zalamero e interesado, es incapaz de sentir siquiera remotamente lo necesario y ennoblecedor que es para el destino de las colectividades la existencia de un grupo de hombres que sustenten y practiquen la virtud del civismo y la dignidad de la cultura. Ser siempre dispuesto a adular al que manda, guarda rencor y desprecio hacia el hombre superior que desea ver encauzada la sociedad por amplias vías de justicia, de igualdad y de progreso.

Como iba en bocas del habla popular:

«Sábado por cierto fue,

domingo al amanecer,

se perdió José Rufino

y no ha vuelto a parecer (sic)».

Poco después de la misteriosa desaparición de Rufinito la vieja Macota dijo que un tal Manuel Franco había echado su cadáver en la letrina de Cornelio de Peña. (De Peña vivía donde tiene hoy su establecimiento don Pito Berrido). Las autoridades de aquel entonces hicieron que la Macota buscara ella misma el cadáver en dicho sitio, pero parece que no lo encontró. Pero poco tiempo después el rancho de la Macota misteriosamente se incendió y la vieja delatora murió en él carbonizada. La Macota era vecina de José María Estrella, y vivía frente a la plaza del mercado.

Muchos años más tarde, cuando se hacían reparaciones en un bohío si-tuado en la antigua calle Independencia, y muy cercano de la Plaza de Armas, fue encontrada una calavera de un ser humano y corrió la voz por el pueblo que esa era la del infortunado Rufinito.

Don Manuel Ubaldo Gómez, en una nota publicada en El Progreso, edición del 4 de noviembre de 1936, al referirse a la muerte de Rufinito, declara lo siguiente:

«Según unas notas que en 1910 me envió a Santiago de los Caballeros, para su publicación, el finado don Juan Isidro Vásquez, notario público que fue de esta común, Rufinito, o sea, José Rufino Torres, el desaparecido, no fue muerto por los Dones de La Vega,

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1863

En la prima noche del 26 de agosto de 1863, y bajo la advo-cación heroica de Basilio Gil, La Vega fue el primer pueblo de la República que secundó el grito restaurador de Capotillo.

A partir de los sucesos de febrero, Luperón había perma-necido oculto en La Jagua, jurisdicción de La Vega, en la mo-rada del general Miguel Custodio Abreu, hijo benemérito de la Patria y gobernador de esta provincia para el año de 1867. E infatigable en sus luchas de reivindicación y de dignidad pa-

como se decía, sino por su vecino de fundo Juan Antonio Zarzuela, esposo de una tal María Anselma, naturales, estos dos, de Las Matas de Farfán. Su muerte fue por celos de Zarzuela.Según las mismas notas, Zarzuela, en cama de muerte, lo reveló así al padre Moya, autorizándole a decirlo, como lo hizo una vez entre un grupo de individuos en San Antonio del Bonao, en los días de la Restauración, muchos años después de la muerte de Rufinito, ocurri-da a principios de la Independencia.José Rufino tenía un hijastro nombrado Rufinito de la Rosa, quien murió paralítico después de la Restauración. Aclaro esto, porque mu-chos han confundido al uno con el otro.En 1910, cuando recibí las notas, no creí oportuno publicarlas, pero prometí a don Isidro, quien tenía interés en que se levantara de aquellas honorables personas tan injusta acusación, hacerlo tan pronto lo creyera oportuno, lo que cumplo ahora para satisfacer la promesa que hice a mi recordado amigo.Las notas en referencia están adheridas a uno de mis libros de ano-taciones históricas, donde puedo enseñarlas a quien desee cono-cerlas».

En nuestras investigaciones en los archivos, no hemos encontrado nada que nos dé luz sobre la historia del desaparecido Rufinito.

Sobre su hijastro Rufinito de la Rosa, hemos podido encontrar dos docu-mentos: uno en el cual figura con el oficio de carnicero para el 1849 y otro donde declara ser poseedor, en 1854, de terrenos en Los Cupeyes, los cuales heredara de su madre Petronila del Rosario. (Archivo notarial del licenciado Álvarez).

En el archivo de nuestra iglesia parroquial está el acta de defunción de Petronila del Rosario, quien murió a la edad de 60 años, el día 6 de octu-bre de 1848. Esta acta de defunción dice, además, «viuda que fue de José Rufino».

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trias, este bravo paladín realizaba, astutamente disfrazado de un pobre vendedor de melao, algunas visitas a este pueblo, para ponerse en contacto con los fieles servidores de la nacionali-dad subyugada y alentarlos, con los impulsos maravillosos de su privilegiado espíritu de arrogante y fuerte caudillo, a quitar del pecho lacerado de Quisqueya la inmerecida ignominia que en brazos de la ambición le impusiera el santanismo.

En la casa de don Manuel de Lora, bajo el amparo de una gallera, se reunían los revolucionarios. Y allí, bajo la dirección del general Manuel Mejía, de Basilio Gil, de Pedro Blanco y del jamero Abad, cuñado de don Nicolás Amézquita, un grupo de hombres se preparaba para a golpes de sacrificios destruir las cadenas que esclavizaban la Patria.

Y en una memorable prima noche, la del 26 de agosto de 1863,9 un grupo de más o menos cuarenta valientes atacó el cuar-tel de los españoles, situado frente a la Plaza de Armas, y quienes contaban unos doscientos hombres en tropas de las tres armas.

Pero algo inexplicable sucedió en aquella prima noche de arrojo y heroísmo: Basilio Gil,10 osado e integérrimo, se lanza como un iluminado luchador de la leyenda sobre una de las pie-zas del contrario, y ya sobre ella, y gritando: «¡Avancen, que ya la pieza es mía!», se ve defendido por muy pocos y es acribillado por las bayonetas españolas. Al lado de él es herido en una mano el oficial Magdaleno Sánchez, quien quiso echar manos a las bridas del caballo que montaba el jefe de la caballería española; pero

9 Don Ubaldo dice que el golpe fue entre diez y once de la noche. Don San Julián Despradel, quien participó activamente en él hasta el extremo de librar de la muerte al general Mejía, nos ha dicho que fue de siete a ocho de la noche. Esto mismo nos ha expresado, en su lecho de enfermedad, el viejo Magoyo, quien nos aseveró que desde su casa, situada en el paraje de Soto, oyó los tiros «por la prima noche».

10 Basilio Gil fue héroe y progenitor de héroes. Fue su esposa Ramona Mauricia de la Rosa Abreu. Procreó con ella diez hijos: Ercilia, más tarde de Viloria, Cecilia, Manuela, más tarde de Morel, María del Pilar, Teles-fora, Cristino Apolinar, Matilde, Juana Claudina, Quiterio y Dionisio Gil. Dionisio Gil, héroe libertador en la hermana República de Cuba, muerto trágicamente en la ciudad de Cienfuegos.

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muchos de los otros, parece que bajo la acción de algún poder interesado y oculto, abandonaron el campo y no fueron a cubrir con sus pechos su acción de heroísmo legendario. El cuerpo del héroe yació en la Plaza de Armas durante toda la noche, y al otro día, tal vez las mismas manos que lo sacrificaron, cavaron para él una tumba ignorada.

Al otro día del golpe frustrado no faltaron delatores que se-ñalaran a las fuerzas usurpadoras los nombres de varios patriotas. El general Manuel Mejía fue hecho prisionero en su retiro de Samaná, muy cerca de esta ciudad, y amarrado tan salvajemente que le quedó un brazo lisiado; don Manuel de Lora fue hecho prisionero y enviado a Ceuta, y a Pedro Blanco también lo pren-dieron, y después de amarrado, recibió atropellos y torturas.11

Los españoles quedaron amedrentados después del golpe del 26 de agosto, hasta el extremo de que el Ayuntamiento de esta común, adicto al régimen de su majestad, se reunió el día 27 e hizo un llamamiento a los campesinos para que hicieran los servicios de correo con los pueblos vecinos y practicaran deter-minados servicios de inspección y de orden.

Y no era para menos, pues todos los campos vecinos esta-ban en poder de los patriotas, y en ellos Miguel Custodio y José Abreu, Marcos Trinidad, Dionisio Troncoso y otros bravos, al frente de exaltadas guerrillas, proclamaban la emancipación de la Patria.12

11 A Enrique Romero lo envió prisionero a esta ciudad desde San Francisco de Macorís el gobernador Ariza y según unos fue muerto a bayonetazos por los españoles la noche del golpe, y según otros, fue muerto al otro día en la noche. Como nos ha contado don Ricardo Thevenin, hijo de don Manuel de Lora, su padre estaba amarrado junto con Enrique Romero y no murió a bayonetazos por ser de noche y haberse fingido muerto.

12 Llegó a tal extremo la concentración de las fuerzas españolas en su cuartel de esta ciudad, que los campesinos dominicanos reclutados por el Ayun-tamiento tenían hasta que ir a buscar la hoja para los caballos de los dra-gones. Estos mismos campesinos salieron a perseguir al otro día a ciertos individuos acusados de tomar parte en el movimiento. El viejo Magoyo nos confesó que él fue mandado a Jima donde el general León Santos a buscar a un individuo llamado Secundino Disla, acusado de revolucionario.

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El general José Esteban Roca, gobernador de su majestad en La Vega, ante el completo levantamiento de la Línea Noroeste y el pronunciamiento de Moca, y ante la amenaza de las fuerzas restauradoras que en estas comarcas dirigían Trinidad y Abreu, abandonó el 31 de agosto la población y se fue con sus fuerzas para Santo Domingo.13

Abandonada la ciudad por las fuerzas españolas, los restau-radores la ocupan bajo la dirección de los generales Marcos Trinidad, Miguel Custodio, José Abreu y Manuel Mejía. Lupe-rón, abandonando su escondite de La Jagua, permaneció en ella algunos días para dirigirse después a Santiago. Y para esta época, y en medio de la antigua Plaza de Armas, es fusilado por los restauradores el español Gardiano, hombre bueno, viejo y sordo que había sido en La Vega contralor de Hacienda, y quien, según unos afirman, después de abandonar los españo-les la Plaza, regresó solo al pueblo montado en un hermoso caballo rucio de raza árabe.14

Además de los mencionados, muchos otros hijos de La Vega

13 El mismo día en que los españoles abandonaron la población se regó la voz de que volvían a atacarla y que estaban reorganizándose en el cercano paraje de Pontón. Los moradores, alarmados, abandonaron el pueblo y se fueron a los campos. Y de las pocas familias que quedaron en el pueblo se citan la de monsieur Estin (Juan Luis Despradel); la de José María Morillo y la de Domingo Vélez. La vieja Olaya, tostadora de café, tampoco quiso irse. Poco después, al ser infundada la noticia, todos regresaron a sus hogares.

14 Manuel Ubaldo Gómez, en sus Lecciones de historia de Santo Domingo, al refe-rirse a la muerte de Gardiano dice lo siguiente:

«En los mismos días fue capturado por los coroneles Basilio Gavilán y Esteban Adames, jefes de las gentes del Cotuí, el teniente coronel Manuel Gardiano que se había extraviado de una columna española que iba en dirección de Yamasá. Remitido a La Vega fue fusilado en los mismos días, después de un consejo de guerra sumarísimo que lo condenó. Gardiano era muy querido en La Vega, donde había desem-peñado las funciones de contralor de Hacienda».

Dos ancianos de esta ciudad, restauradores y quienes presenciaron el fusi-lamiento de Gardiano, nos han dicho que Gardiano regresó solo al pueblo en su caballo, animal que por su hermosura era deseado por muchos. Y que fusilado el anciano en la Plaza de Armas, el caballo quedó en poder del

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se distinguieron en nuestras guerras restauradoras, y como un acto de reconocimiento, perdonándonos los que pudieran ser olvidados, permítasenos recordar aquí, entre los muertos, a Juaniquito Gómez, José Antonio Persia, Jacinto Díaz, Esteban Viloria, Miguel del Rosario, alias Baqueche, y entre los vivos, a don Chicho Trinidad y a don San Julián Despradel.15

Apéndice I

No se puede negar que nuestras guerras de Independencia y de Restauración están llenas de actos de heroísmo, de sacrificio y de valor. Pero como todas las cosas humanas, y muy especialmente, como realizaciones de estos medios aún amorfos de Indo-América, presentan hechos y situaciones carentes de consistencia y faltos en absoluto del sentido de responsabilidad y de seriedad.

En nuestras búsquedas y en nuestras charlas con los pocos ancianos que aún viven y que tomaron parte activa en nuestra guerra de Restauración, nos hemos visto frente a frente a una historia desnuda, despojada de fantasías y de retoricismos, y brin-dándosenos como el producto legítimo que puede dar nuestra

general Mejía, quien lo vendió más tarde al general Juan Álvarez Cartagena, gobernador político de La Vega en servicio de España para junio del 1861.

15 En una nota, don Ubaldo Gómez, al hacer referencias a algunos veganos soldados de nuestras guerras restauradoras, dice lo que sigue:

«En la batalla de la sabana de San Pedro, librada el 23 de enero de 1864, ganada por los españoles, pelearon Salvador del Rosario, Calixto Meléndez, Melchor Mejías y Manuel Reyes, de las tropas de La Vega, que fueron de los prisioneros y que sufrieron duro cautive-rio en Ceuta, hasta que se les trasladó a Cádiz, donde quedaron en libertad hasta el canje de prisioneros».

Miguel del Rosario, alias Baqueche, sirvió también en nuestras luchas de Independencia. Por caminar mucho a pie realizaba servicios de correo. Fue abanderado en las luchas de la Restauración y se distinguió de manera brillante en ellas. Un monumento ha sido levantado en nuestro cementerio viejo a su memoria.

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alma dominicana, desequilibrada y apartada de sus trayectorias de integración.

Una gran parte de nuestra historia, y muy especialmente en cuanto se refiere a nuestras luchas por el mantenimiento de una nacionalidad libre y sin protectorados, ha sido escrita a base de cuentos. Y por ello, urge desapasionar nuestra historia, y echándonos en brazos de una crítica consciente, responsable y constructiva, sacar a la clara luz meridiana el exacto sentido de nuestra vida pasada, y tomándolo como recio puntal, levantar otros nuevos y fundamentar en ellos las trayectorias de nuestra vida como pueblo del mundo y de la historia.

Realizada la Anexión, el pueblo dominicano quedó dividido en dos grupos: el de los que seguían a Santana, y por lo tanto el de los que no tenían fe en los destinos de la Patria, y el grupo de los febreristas, hijos del espíritu puro de Duarte y sustentadores de un nacionalismo amplio y digno. Iniciadas las guerras de Restauración, unos dominicanos peleaban por España y otros, los puros patriotas, por la libertad del terruño ofrecido para ser esclavizado. Pero en medio de estas dos facciones en pugna, la de los que sobreponían su pasión a la suerte de la Patria y la de los que lograron sentir y comprender la hondura del «juramento trinitario», había una masa informe, tal vez de puros sentimientos dominicanistas, pero incapaz de definir con justeza su actitud ante el momento histórico que violentamente se desarrollaba. No negaban sus servicios a las autoridades españolas, pero admiraban la causa de los patriotas y estaban solícitos a ayudarlos. En algunos, esta doble situación era, puede ser, maquiavelismo, pero en los más era una adaptación, de defensa naturalmente, al estado confuso que se enseñoreaba en el medio.

Cuando la Anexión, las autoridades españolas crearon bata-llones de voluntarios, los cuales gozaban de sueldos, y las milicias cívicas, que no tenían sueldos. Estos voluntarios y cívicos estaban, legalmente hablando, al servicio de las fuerzas de ocupación de su majestad. Pero es el caso que estas fuerzas, sobre todo los milicia-nos, estaban jugando un doble papel. Como nos ha dicho un an-ciano respetable, quien formó parte con el grado de sargento en el

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batallón de los cívicos, estos voluntarios y milicianos durante el día estaban al servicio de los españoles, pero por la noche realizaban labor revolucionaria. Varios de ellos, plateros de oficio, pasaban parte de la noche fundiendo balas para los restauradores.

El joven académico licenciado Emilio Rodríguez Demorizi nos ha enviado, galantemente, una nota de varios voluntarios que se distinguieron en la defensa de La Vega, en contra de los restauradores como él expresa, en la noche del golpe del 26 de agosto. Nos cita a los sargentos José Contín y Rafael Portes; a los cabos Carlos Monción Rodríguez, Remigio Ramírez, Juan Pla y Villares y Joaquín Moya, y a los soldados Sinfor Estin, José Ramón Rojas, José Ramírez y Felipe Paxot hijo.

Según hemos podido averiguar ni los voluntarios ni los mi-licianos tomaron parte en el golpe del 26 de agosto, pudieron estar acuartelados hasta esa prima noche, pero al comenzar la pelea parece que se escabulleron.

Apéndice II

En La Vega, uno de los pronunciamientos más importantes y de más trágicas consecuencias fue el del 28 de agosto de 1858.

El 7 de julio de 1857 las provincias del Cibao desconocieron el gobierno de Buenaventura Báez y constituyeron un gobierno provisional bajo la presidencia de José Desiderio Valverde.

Capitulada la ciudad capital de Santo Domingo, el general Santana y sus partidarios trataron de destruir el orden de cosas existente. El 27 de julio un grupo de capitaleños protestó de la Constitución promulgada en Moca y dio plenos poderes al general Santana para que restableciera el orden y llegara a un entendido con el presidente Valverde.

El general Valverde, indignado ante la traición de Santana, marchó personalmente con sus fuerzas sobre Santo Domingo, pero la deserción y el desaliento que cundía en sus filas le obli-garon a devolverse de Piedra Blanca hacia Santiago, y el día 28

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depuso el mando y se embarcó para el extranjero por Montecristi el 1ro de septiembre.

En esta ocasión, las tropas de La Vega salieron por el camino del Bonao al mando del comandante Juan Francisco Guillermo y derrotaron en Piedra Blanca las que al mando del coronel José María Martínez marcharon del Maniel sobre el Cibao; pero sedu-cidas después por el mismo jefe, se rebelaron contra el gobierno y contramarcharon sobre La Vega.

En La Vega un grupo de militares y de partidarios de Santa-na preparaban un pronunciamiento contra el general Valverde. Don Federico Peralta, a la sazón gobernador de la provincia, se mantuvo fiel al gobierno; pero en cambio Tomás Villanueva, en ese tiempo comandante de Armas, y José María Estrella, capitán de Artillería, junto con otros militares se rebelaron en contra de él. Dice García que este pronunciamiento fue dirigido por el coronel Toribio Ramírez, pero nosotros creemos que si alguna parte tomó en él este militar no fue muy a la clara, pues ya estaba retirado del servicio activo.

Como dice en su historia don Ubaldo Gómez Moya:

«El mismo día que Valverde deponía el mando, y que el Congreso nombraba a los generales Fernando Va-lerio y Juan Evangelista Gil, jefes supremos, para que conservaran el orden mientras llegaban las fuerzas re-volucionarias, estaban en La Vega las tropas que regre-saban de Cotuí, dispuestas a continuar para Santiago, cuando algunos impacientes, en su mayoría baecistas, por despecho con los hombres del 7 de julio, unidos a los amigos incondicionales de Santana, los atacaron, resultando de esta innecesaria e injustificable opera-ción algunos muertos, entre ellos los oficiales José Ma-ría Estrella, Ramón Dionisio Castillo y Manuel Estévez, de los militares de La Vega».

Y aunque las cosas en sí hubieran resultado de esta mane-ra, la tradición popular atribuyó el desenlace de esta tragedia a

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una ocurrencia de Juan Antonio Alix. Este original y chispeante decimero andaba entre las tropas de Valverde, cuyos oficiales dejaron sus caballos, al llegar a La Vega, en la estancia del tuerto José Esquea, situada en El Coco. Los caballos de estos oficiales, que eran de los renombrados de Gurabo, tenían unas hermosas colas y crines vistosas. Y Juan Antonio Alix, llevado de su espíritu travieso y ocurrente, les cortó estos encantos a las cabalgaduras. Los oficiales, ya predispuestos con los de La Vega por la deserción de las fuerzas del comandante Juan Francisco Guillermo, se en-furecieron y comenzaron a discutir y a provocar a los de aquí en medio de la Plaza de Armas. Y al agarrar uno de Santiago a Carlos Monción por el cuello y Bernardino García, de los de la tropa de Santiago, tirar con su revólver, se encendió el pleito.16

General Manuel Mejía

En nuestro ambiente vegano, lucido en justas del talento y propicio a gustar de las finas exquisiteces del espíritu, son escasas las figuras marciales y heroicas. Cada ciudad tiene un carácter; y entre las del Cibao, así como Santiago, en tropel ruidoso de glo-rias y heroísmos, es crisol resplandeciente en donde a empujes de bravura se ha dado más de mil veces honor y libertad a la Pa-tria, la Concepción de La Vega, gentil y estudiosa, ha sido, antes que nada, amplio y acogedor templo de Minerva a cuyo amparo, y en floración magnífica de alma e inteligencia, se han brindado al espíritu forcejeante de la nacionalidad nuevos derroteros de luz y más recios puntales en que afianzar su destino.

16 En nuestro archivo parroquial figura el acta de defunción de José María Estrella, la cual dice: «José María Abreu, alias Estrella, capitán de Artille-ría, falleció hoy mismo en el pronunciamiento de esta ciudad». (Acta de defunción No. 250, 28 de agosto de 1858. Palet, cura y vicario foráneo).

Así como también el acta de defunción de Manuel Estévez, alférez de Artillería, y la de Juan Ramón Castillo (no Dionisio), también alférez de Artillería, quienes murieron tres días más tarde, el 31 de agosto. (Actas de defunción Nos. 251 y 252).

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Pero un pueblo amante de la libertad y del decoro ciuda-danos, y que en ningún momento ha prestado oídos sordos a las desgracias de la Patria, ha debido obligatoriamente también tener sus héroes en los campos de batalla.

Y entre ellos, el general Manuel Mejía es el militar de más experiencia y de más largo servicio activo. «Alférez de Morenos» en 1811,17 para el 1836 ostentaba el grado de capitán ayudante mayor de Guardia Nacional».18 Dos años más tarde era capitán de la sección de Las Guamas, y en octubre del 1844, realizado ya el golpe liberador de Febrero, desempeñaba las funciones de coronel comandante de esta Plaza de La Vega.19

Por sus méritos, y por el amplio prestigio de que gozaba, llegó a alcanzar para el 1852 el grado de general de brigada, desempeñando para esta misma fecha el cargo de comandante de Armas de esta Plaza. Prosiguió su carrera en servicio activo hasta el año de 1873, cuando es retirado del servicio ostentando el alto grado de general de división.20

Parece ser que dos veces contrajera matrimonio el general Manuel Mejía, la primera con Luisa de los Santos, quien murió en plena juventud para el año de 1818,21 y la segunda con María

17 Con este título figura al hacer de padrino en un bautismo en el 1811. (Archivo parroquial).

18 El 8 de julio de 1836 Manuel Mejía firmó como testigo en el testamento de Alejo de los Santos, capitán de la compañía de Gendarmes de esta Plaza. En este documento, levantado ante Casimiro Cordero, figura con el título de capitán ayudante mayor. (Archivo notarial del licenciado Álvarez).

19 El 30 de octubre de 1844, el coronel Mejía le compró terrenos en El Jobo a Valentín Piantini por valor de 75 pesos «incluyendo en dichos terrenos dos bohíos y una labranza de plátanos y caña, un ingenio y una paila de hierro grande con su correspondiente cercado todo de mayas». Ibídem, documento ante Francisco Ramírez, juez de paz suplente).

20 En este año de 1873 vendió a Antonio de Lora sus terrenos de El Jobo. El general Mejía también tenía terrenos en Joya Cativa, los cuales vendió a José Ramón Rojas y a Dionisio Díaz. Y en 1878 vendió a Isaac un terreno «que estaba en las afueras de la ciudad, saliendo por el camino real de Santo Domingo, a la parte este a mano izquierda». (Archivo notarial del licenciado Álvarez).

21 En el archivo parroquial hay un acta de defunción levantada en el 1818 que dice: «Murió Luisa de los Santos, legítima mujer de Manuel Mejía».

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Cordero, hija de don José Cordero y hermana de Casimiro, Ja-cinto y Domingo Cordero.22

Como único hijo legítimo del general Mejía conocemos a Fernando Mejía, quien hacía en esta ciudad como abogado, y esposo de María Altagracia Espínola, hija de don Ramón Es-pínola y de Manuela Sánchez, y quien murió en 1847 cuando apenas contaba 18 años de edad. El hijo parece que no respon-dió a las rutas de bien, provecho y moralidad trazadas por el padre.23

Allá hacia la parte oriental de la ciudad, tenía su residencia el general Mejía: en El Jobo, y en un paraje llamado por él Samaná.24

Ciego, pobre y abandonado, y teniendo como única com-pañera a su esposa siña María, también privada del sentido de la vista, murió en el Santo Cerro, no sabemos en qué fecha, el militar y patriota que llevó por hombre Manuel Mejía; y hasta ahora, y como única recompensa a sus sacrificios en favor de la libertad y de la dignidad de la Patria, solamente ha merecido de parte de sus comprovincianos el premio amargo y desesperante del desconocimiento y del olvido.

22 En su testamento hecho en el mes de diciembre del 1857, María Salomé Dicour, alias Sona, oriunda de Dajabón y esposa para el 1806 de don José Cordero, con quien no tuvo hijos, dejó a María Cordero, esposa del ge-neral Mejía, su bohío. Este bohío de la Dicour estaba, según lo expresa el documento en referencia, «en la esquina de la Plaza de Armas frente de una parte a la fábrica de la iglesia y al oeste y de la otra frente a las ruinas o solar en donde existía la casa del Estado y al norte».

La Dicour, quien había ya enviudado para el 1834, volvió a contraer ma-trimonio, por el 1842, con Juan Sánchez, con quien tampoco tuvo hijos. (Archivo notarial del licenciado Álvarez).

23 Otro hijo, pero natural, hemos conocido del general Mejía, José Canela, viviente en el paraje de Soto para el 1871. Por un documento que hemos visto, José Canela vendió a Félix Guzmán unos terrenos en Guaco; estos terrenos se los había donado a Canela «su padre el general Manuel Mejía». (Ibídem).

24 En este sitio se encuentra hoy la iglesia de San Antonio. Allí vivía también Taita Ramón y a su entrada existía una frondosa mata de corozo.

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General Marcos Trinidad y López

Sus contemporáneos se descubrían respetuosamente al pronunciar su nombre. Era adusto, franco, sencillo y enérgico; y cual Cincinato, después de servir a la República, regresaba a a sus faenas agrícolas satisfecho ante el deber cumplido y sin turbar su pecho generoso ambiciones bastardas.

Hijo legítimo de Manuel Trinidad y de María López, nació este fiel servidor de la Patria en la sección de Jamo, jurisdicción de La Vega, allá por el año de 1802.25

Celebró matrimonio con María Acosta y fruto de esta unión fue Juan Antonio Trinidad, quien para el 1876 se unió en matri-monio con Bonifacia Flores. Si más hijos tuvo el general Trini-dad, lo ignoramos.26

En nuestras reñidas y victoriosas guerras de Independencia, heroica y valiosa fue la labor rendida por el general Marcos Trinidad y López al frente de su aguerrido regimiento vegano. En la batalla de Beller este regimiento, con Trinidad a la cabe-za, formó parte del centro del ejército dominicano; en Talan-quera, brioso y denodado fue el empuje de los veganos bajo la dirección de nuestro general por antonomasia,27 y en el épico y definitivo 30 de Marzo, en el grupo de preclaros paladines que recibieron la bendición ferviente de la Patria agradecida, figura el nombre ilustre de Marcos Trinidad y López. Así, el

25 En un documento notarial que hemos visto, el general Trinidad declaró en el 1879 ser «natural de Jamo y de profesión agricultor». (Archivo notarial del licenciado Álvarez).

26 Archivo del Oficialato Civil, acta de matrimonio de Juan Antonio Trinidad y Bonifacia Flores, 1876. Juan Antonio Trinidad murió en el 1902, y fue su hijo Pedro Nolasco Trinidad, residente en Colón, camino de Macorís, para ese año de 1902. (Archivo notarial del licenciado Álvarez).

27 Al contar de la tradición, en medio del fragor de la acción de Talanquera, un traidor botó el mechón que se utilizaba para encender el cañón y uno de los soldados del general Trinidad, con una serenidad estoica, lo prendió con su aderezo. En esta misma acción era el abanderado del Regimiento Vegano un jamero llamado Chago Roque, quien al avanzar demasiado le destrozaron la mano derecha y sosteniendo la bandera con la otra mano siguió avanzando hasta caer fulminado por los proyectiles del haitiano.

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doctor Alejandro Llenas en la página que escribiera sobre la memorable batalla del 30 de Marzo, dice: «En el Libertad se encontraban Ramón Martínez, el capitán Fernando Valerio con las tropas de Sabana Iglesia y el capitán Marcos Trinidad con algunos veganos».28

Y como si este aporte de arrojo y sacrificio fuera poco, tam-bién brindó a la causa sacrosanta de la Patria este soldado fiel y valiente sangre de las mujeres de su raza: Juana Saltitopa, la jamera brava y arriesgada que asombró a las huestes en derrota del fracasado Pierrot, era su prima hermana.29

Una personalidad engalanada con envidiables y dominantes atributos era la del general Marcos Trinidad y López. Cumplidor celoso de sus obligaciones y amante de la justicia y del orden, ocupó por diferentes ocasiones el cargo de comandante de Ar-mas de La Vega, y era tal la garantía que ofrecía a la comunidad la presencia de este héroe prestante al frente de funciones tan delicadas, que cuantas veces ocurría un movimiento revolucio-nario, él era casi siempre el escogido para sobreguardar los inte-reses y la vida ciudadanos.

Proverbial era la franqueza con que procedía en sus rela-ciones con sus semejantes el general Trinidad. Despreciaba la hipocresía, y con una actitud clara y responsable resolvía todos los problemas que se le presentaran tanto en su vida particular como en el desempeño de las funciones públicas a él encomen-dadas.30

28 Citado por el licenciado Alcides García.29 Ya hemos hablado del papel que jugó el general Trinidad en nuestras gue-

rras de Restauración: valiente y pundonoroso, él fue uno de nuestros más destacados prohombres en aquel momento decisivo en el cual se definía una vez más la suerte de nuestra existencia como nación libre y soberana.

Se recuerdan como los oficiales que acompañaban al general Trinidad en sus cruzadas libertadoras a Pablo Germosén, de Sabaneta; a Machago, de Cabullas; al capitán Peralta y al coronel Marmolejos, de Guaco; y al capitán Sebastián Suárez, de Río Verde.

30 Se cuenta que al general Trinidad le habían dicho que el delegado Valentín Baéz, hermano del presidente Buenaventura Báez, era un hombre muy feo, y así, cuando lo vio por primera vez aquí en La Vega, y al serle presentado, le dijo: «General, me habían dicho que usted era muy feo, y ahora lo veo».

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Este patriota ejemplar, hombre amante de la rectitud, que vivió para la libertad y sin albergar en su alma de patricio roma-no ni ruines propósitos ni ambiciones bastardas, murió, en su campo de Jamo, el día 23 de enero de 1882, cuando contaba ya 80 años de vida útil, noble y ejemplarizadora. La libertad guarda celosamente su memoria como la de uno de sus hijos predilectos, pero sus compueblanos, en deuda obligaba con la gratitud y el reconocimiento, no han sabido corresponder, ni con la sencillez corriente del oportuno recuerdo, a la altura noble y digna de sus esfuerzos.31

Coronel Toribio Ramírez

Soldado glorioso de la Independencia, fue además un ele-mento prestante de la sociedad vegana de otros tiempos. Pundo-noroso, arrojado y severo, creyó con fe firme en los altos destinos de la Patria y se dio todo entero a la causa suprema de la libertad y de la República.

Fue de los principales organizadores del golpe separatista del 4 de marzo de 1844 en esta ciudad de La Vega, y con el grado de coronel y al frente de la Guardia Nacional vegana se distinguió visiblemente en la batalla del 30 de Marzo.

Miembro del Consejo de Notables en 1838 y 1841, para el año de 1846 desempeñaba las delicadas funciones de alcalde constitucional de segunda elección en esta ciudad, cargo que desempeñó idóneamente hasta el 1848.32

31 En 1852 Marcos Trinidad, residente en Las Maras, era coronel del regi-miento de Infantería de La Vega. El general Trinidad se distinguió siempre por su honradez y su desinterés. Sus bienes fueron escasos. Que sepamos, además de sus terrenos en Las Maras, poseía un bohío en esta ciudad «en la calle de la Iglesia», y muy cerca de el del general Mejía. (Archivo nota-rial del licenciado Álvarez).

32 Ibídem. En varios documentos en los cuales figura como testigo se hace referencia a estos cargos desempeñados por el coronel Ramírez.

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En 1852 aún figura con el grado de coronel, y para el 1857, con el mismo grado, es designado comisario ordenador de La Vega, y más tarde, en el mes de junio del 1858 es nombrado comandante de Armas interino de esta común. Pero para sep-tiembre del mismo año luce el grado de general.33

Según consta en nuestro archivo parroquial, para el 1821 era la esposa de don Toribio Ramírez doña María Durán, pero no hemos podido averiguar si de este matrimonio, o de otro poste-rior, tuviera algún hijo.

Querido, admirado y respetado de todos, este patriota ilustre y soldado de brillantes ejecutorias rindió su alma al Creador en esta ciudad de La Vega el día 21 de septiembre de 1858, cuando contaba ya 60 años de existencia. Dónde reposan sus restos, lo ignoramos, pues como los de todos nuestros héroes auténticos, carecen de tumba en la tierra y no poseen ni la más humilde cruz del recuerdo en la memoria ingrata de sus compueblanos.34

33 Al referirnos al pronunciamiento de esta ciudad el 28 de agosto de 1858 dijimos, comentando la afirmación del historiador García de que el co-ronel Toribio Ramírez fue quien dirigió este movimiento, que el papel de este militar en esta ocasión no fue muy activo. Aunque él era en junio del 1858 comandante de Armas interino, ya en agosto desempeñaba este cargo el general Villanueva. Ramírez estaba ya para esta época enfermo y entrado en años, y prueba de esto es la ocurrencia de su muerte antes de transcurrido un mes de realizado el golpe de agosto.

El coronel Toribio Ramírez no fue el director principal del pronunciamien-to en contra de Valverde; lo que sí parece cierto es que dados sus conoci-mientos militares, su prestigio y su santanismo ardiente y reconocido, fuera el consejero de los verdaderos directores del trágico pronunciamiento. Él estaba para esta fecha retirado del servicio militar activo, y sin embargo, apenas triunfa Santana, es promovido al grado de general, alto galardón que solamente pudo lucir por el efímero tiempo de veintiún días.

34 Como lo expresa un documento notarial, Remigio Ramírez, hijo de don Francisco Ramírez y de doña Ana Joaquina Bermúdez, naturales de Santiago, contrajo matrimonio con Carmen Domitila Morilla, hija de don Félix Morilla y de Beatriz Fernández. Don Francisco Ramírez era hermano del coronel Toribio Ramírez, y por ello no es inexacto afirmar que nuestro ilustre soldado de la Independencia fuera oriundo de la altiva Ciudad de los Treinta Caballeros.

Don Remigio Ramírez, sobrino del coronel Toribio Ramírez, fue un elemento prestante y distinguido en la sociedad vegana de su tiempo.

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Juana Saltitopa

La existencia de Juana Saltitopa no es hija de la fantasía vaporosa de la leyenda, sino un hecho real que ha admitido nuestra historia ante el testimonio franco y exacto de personas honradas y verídicas que comprendieron en toda su magnitud su hazaña portentosa y única en los fastos de nuestras gloriosas guerras de Independencia.

Don José Gabriel García en sus Partes oficiales sobre la guerra de Independencia, al referirse a la batalla del 30 de Marzo, dice en una nota: «También se distinguió notablemente Juana Saltitopa, natural de uno de los campos de La Vega, por lo cual la llamaron la Coronela».

En boca de sus contemporáneos, muchos de los cuales la sobrevivieron por muchos años, se oía el recuento de su ha-zaña heroica y señera en la memorable batalla de Santiago. El general Marcos Trinidad, su primo hermano, y con cuyas fuerzas fue a asombrar con su arrojo al haitiano, la distinguió siempre por reconocer en ella a una fiel servidora del honor de la República.

Nuestro consagrado historiador el licenciado don Ubaldo Gómez Moya, admirador ferviente de la arrojada y valiente jamera, en carta que nos dirigiera en mayo del 1937, nos jus-tifica de este modo la existencia de nuestra heroína indiscu-tible. Nos dice, entre otras cosas, el historiador Gómez Moya, lo siguiente:

Cigarrero de oficio, ejerció el comercio y fue por varias ocasiones alcalde constitucional de esta común. Como el mismo don Remigio lo declarara:

«Su abuela materna era Cecilia Basques, casada primero con Pedro de Brea, natural de Hincha (sur), y después con el señor Bermúdez; de cuyo segundo matrimonio nació Ana Joaquina, su madre. Pedro de Brea era hijo de Nicolás de Brea y este de Petra de los Santos, quien poseía muchos terrenos en Bánica, Las Matas y San Juan de la Maguana. Petra de los Santos era hija de Inés Heredia Figueredo». (Archivo notarial del licenciado Álvarez).

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«Siendo yo niñó oí a mi segunda madre Magdalena Sánchez de Espínola motejar con el calificativo de Sal-titopa a las muchachas vivarachas. Sabrás que en aque-llos tiempos una mujer en una tropa se consideraba de no buena reputación. Brígida Minaya, alias Mamá Billa, Nazaria Santos viuda Meléndez, Chicho Trinidad y Miguel Fernández la conocieron personalmente y me expresaron que ella era natural de Jamo de esta común, de color indio y de regular estatura. Otras personas de reconocida seriedad, como don Juan An-tonio Gil y don San Julián Despradel me dijeron que no conocieron a Juana, pero sí a Mercedes Saltitopa, hermana de Juana, la cual fue sirvienta de la casa de monsieur Estin (Juan Luis Despradel).

Además, en ocasión del escrito a que he hecho referencia, me dijo mi respetado amigo don Miguel A. Román, de Santiago, muy conocedor de las cosas de La Vega, que Juana Saltitopa, a quien conoció perso-nalmente, era de Jamo.

Mi compadre Miguel Fernández, de quien he hablado anteriormente, me refirió un incidente ocurrido entre la Saltitopa y don José Contín, quien, aunque no nació en La Vega, se consideró siempre como un vegano, por haber desarrollado aquí sus ac-tividades. Siendo yo procurador general de la Corte de Santiago, y el coronel Contín empleado en la mis-ma, le pregunté si era cierto un incidente ocurrido en La Vega en la casa del Lego, persona muy conoci-da en aquellos tiempos, con la Saltitopa, a lo cual me contestó que sí. Fernández me informó también que Juana Saltitopa andaba casi siempre aquí, como en Santiago, con dos mujeres nombradas Juana Colón, santiaguera, y Petronila Suárez, vegana, a quien yo conocí ya anciana».35

35 Carta publicada en El Progreso, No. 3,630, La Vega, 22 de mayo de 1937.

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El testimonio de la anciana Brígida Minaya, alias Mamá Billa, lo reprodujo el doctor Jovino A. Espínola en un artículo que publicara en El Progreso. Expresó Mamá Billa:

«Sí; Juana en ese tiempo era una mujer más valiente que muchos hombres; te contaré que en una fiesta que dieron en la Gina Mocha, yo presencié que Juana ten-dió de una bofetada largo a largo en el suelo a Bartolo Pérez, porque este trató de abusar con ella echándole el brazo por el hombro y halándole una trenza. Debo decirte también que en Santiago ella peleó mucho contra los franceses prietos (haitianos); en esas peleas Juana echaba para adelante a los hombres que se aco-bardaban, atendía a los heridos, les pasaba agua a los combatientes para que calmaran su sed y refrescar los cañones, les llevaba pólvora en su delantal o en su pa-ñuelo a los artilleros y les cantaba coplas a los soldados para que siempre estuvieran contentos y valerosos.

Yo recuerdo haberle visto un sablecito derecho, lo usaba terciado (señalándome del hombro derecho al costado izquierdo). Oye, me dijo, Juana era de Jamo, se mantenía aquí en el pueblo y podía ser mi mamá, yo entonces era muy jovencita, ella tendría como treinta años y no se quitaba de la cabeza su buen pañuelo de Madrás».

El único documento inédito que hemos encontrado en el cual se haga referencia a la heroína Juana Saltitopa, son las me-morias que escribiera el soldado de la Independencia y de la Restauración Esteban de los Ángeles Aybar y Aybar, cuyo original conservamos en nuestro archivo.

Por expresarse en estas memorias de una manera bastante dura sobre nuestra brava jamera el señor Aybar y Aybar, oriundo de San Cristóbal, cualquiera, por no lastimar la memoria de una valiente mujer que sirviera tan brillantemente a la causa de la libertad de la Patria, se vería inclinado a no publicar lo que en

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ellas se expresa sobre la que fue émula de Juana de Arco en la batalla memorable y definitiva del 30 de Marzo.

Pero como los juicios históricos pueden estar viciados por la pasión del rencor, de la envidia o del desconocimiento, no vamos a dejar de presentar aquí la opinión que sobre la Saltitopa nos dejara uno de los soldados de nuestras libertades, Esteban de los Ángeles Aybar y Aybar. Pues ella, además de darnos fe de la bizarría y del arrojo de la heroína vegana, nos hace saber algo de su vida después del triunfo esplendoroso del 30 de Marzo.

Dice Esteban de los Ángeles Aybar y Aybar en sus memorias:

«Solo a los ocho días del 30 de Marzo el tronido de los cañonazos que tiraban en Santiago, que fue sábado, y el domingo mandó mi padre a buscar a la familia, por haber recibido parte del triunfo de la batalla sin pérdi-da de un hombre, y de parte del enemigo 700 o más, lo mismo, del parlamento del general Pierrot haitiano a nuestros generales Imbert y Salcedo; la muerte que le dio una mujer de la vida, a un coronel haitiano, la cual se nombraba Merced y por mal apodo (a) Md. Sartaito-pa, a esta la conocí anteriormente en Santiago por ser de allí, y el año 1852 la vi en Santo Domingo, ganando un sueldo de coronela, por el gobierno, pero más tarde Santana por su relajo, le privó del sueldo y empleo y la despachó otra vuelta para el Cibao, de lo que doy fe».

Juzgar la vida privada de una mujer es tarea bastante deli-cada. Juana Saltitopa, no Merced como la llama Aybar en sus memorias, fue una mujer del pueblo, y como tal, su moralidad no podía estar revestida de la austeridad de la de una Lucrecia. Lo que sí podemos afirmar es que no fue una mujer depravada: los testimonios de muchos de sus contemporáneos dan entera fe de ello. Con respecto a nuestra heroína, lo que dio lugar a que algunos de sus contemporáneos la juzgaran mal, fue su actitud, por cierto contraria al espíritu dominante en la época que abri-llantó con su gesto de noble espartana.

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Una mujer en medio de una tropa, codeándose de igual a igual con los soldados, era una cosa inaudita y chocante para los tiempos en que se realizaran nuestras guerras de Independencia. Nuestra historia no presenta otro hecho similar: solamente el de ella, ser de excepción, predestinado a revivir en nuestras tierras de Quisqueya la épica epopeya de la inmortal Salavarrieta.

Cuando se lanzó la idea de glorificar por medio de la expre-sión muda del mármol a nuestra heroína, muchos de nuestros compueblanos se mostraron hostiles a la realización de este acto de reconocimiento y de justicia, influenciados, de seguro, por esa equivocada versión que quiere hacer aparecer a Juana Saltitopa como una mujer de vida deshonesta.

Es necesario ahondar con amplio discernimiento en el alma de nuestras mujeres campesinas para poder interpretar su acti-tud en la sociedad y el modo particular de ellas comportarse ante las exigencias del amor y de la vida. Su moral es propia, e hija de su escasa, o ninguna, instrucción y del maremágnum turba-dor de un conjunto de instintos disímiles y desbocados. Querer juzgarlas con los códigos morales de los filósofos teorizantes es, además de un desacierto, una injusticia imperdonable.

Y si a esto agregamos que ochenta o cien años atrás estos caracteres anímicos de nuestras mujeres campesinas eran más fuertes y más sencillos, no es de extrañar que muchos juzgaran mal a nuestra heroína, ya que ella unía a este substractum bioló-gico de energías briosas e impulsivas, un ardor épico y un ansia irrefrenable de arrojo y de heroísmo.

Aureolada de un marcial prestigio y reconocidos sus méritos al ser investida con el título de Coronela, era natural que en desboque inevitable de entusiasmo recorriera trillos prohibidos para esas mujeres que tuvieran como única prenda su honestidad siempre presta al rubor y a la protesta; pero no para ella, ser de excepción que sintetizó en un recio momento de inmensa gloria todo el valor y la bizarría de las mujeres de su raza.

Glorifiquemos a Juana Saltitopa, porque exaltar y perpetuar su memoria es rendirle un justo homenaje de hondo recono-

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cimiento a ese número incontable de heroínas desconocidas, que como fieles émulas de las recias mujeres de la Esparta legen-daria, se abrazaron con leal valentía, en la negra y larga noche de nuestra oprobiosa esclavitud, al duro sacrificio que exige la sangrienta conquista de los propios derechos conculcados.

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Origen, evolución y usurpación de los apellidos

I

América es un crisol en el cual se han fundido, para formar una fuerte y definida amalgama, todas las razas del universo. Desde el noble europeo, que abandonara para mejores tiempos las exigencias de su escudo blasonado, hasta el negro del Sene-gal y de Guinea, último espécimen que toca a los codos al brutal antropoide, todos han concurrido a estas tierras de promisión; y en el ardor de la ambición y de la lucha, se han fundido para dar nacimiento a un nuevo tipo étnico, que según la genial con-cepción del maestro Vasconcelos tiene el intenso polimorfismo de lo cósmico.

Este medio social indoamericano, con una biología tan com-pleta que viene a ser el específico coeficiente que define e impulsa su carácter, es una realización única y admirable en la historia tor-tuosa de la evolución de las colectividades humanas. Frente a él todos los cartabones se han roto por haberse despersonalizado las medidas: nuevas clasificaciones de los tipos tendrán que hacer los etnólogos y en el mar borrascoso de las cópulas más heterogéneas han naufragado todas las genealogías.

La historia del apellido se ha roto al pasar a tierras de Indo-América. Continente de fusiones magníficas, el cual, después de

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la vida que se dio a sí mismo, recibió, como salvadora transfusión, la esencia y la sangre de cien mundos distintos, Indo-América ha dado al apellido nuevos rumbos y le ha hecho perder la fuerza de su continuidad al desvirtuar la legitimidad de su herencia. Pue-blos de la vieja Europa conquistaron en estas tierras dominios y riquezas, pero ellas les han quitado los nombres y la eternidad del espíritu.

Es hora ya de que se escriba la verdadera historia que ne-cesita Indo-América. Historia biológica, social y económica, no historia de fechas memorables ni de heroicidades fascinantes que no tienen entronque con la vitalidad específica de la pro-pia tierra.

Parte de esa historia nos proponemos hacer, a pesar de la hostilidad y de la pereza del medio, que tiene como norma huir de todo lo sustancialmente propio para echarse en brazos de lo ajeno y del prejuicio ridículo.

Dediquemos hoy nuestra atención al origen, evolución y usurpación de los apellidos en nuestro medio.

Su fuente principal de origen viene de España a partir, por supuesto, de la conquista. Así podemos decir que en nuestro medio surgen primero apellidos de legítima raigambre hispana, abundando, en los diferentes puntos del territorio, los Fernández, Ramírez, Velásquez, García, Ojeda, Núñez y otros de existencia común en la península y de uso corriente en esta isla descubier-ta y conquistada por ella. Más tarde, teniendo como punto de partida la obstinada incursión de bucaneros y filibusteros en la parte occidental de la isla, incursión que culminó en una estable conquista de parte de su territorio, resta predominio al apellido hispano aquel de origen galo. Aquí, en lo que a esta Concepción de La Vega se refiere, aparecen, para el siglo del 1700, los Mais, los Deschamps, los Arnaud, los De la Motte.

Fundamentemos esta aparición en la documentación histórica.Para el 1782, y ante el escribano público y de Cabildo De la

Rocha, testó don Pedro Mais, viudo de Francisca Hernández y quien declaró ser «natural de la ciudad de París en el reino de

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Francia y viviente en esta ciudad».1 Don Pedro fue padre de An-tonia, Josef y Francisco Mais; y que sepamos, descendientes suyos no existen hoy en esta ciudad de La Vega, pero en las regiones de San Francisco de Macorís, en donde él poseía extensas pro-piedades de terrenos, existe el apellido transfigurado en Mayí.

Ante Del Orbe, para el 1830, testó don Pierre Deschamps, y según propia confesión nació «en la común de Essard cantón de Aubierre, arrondissement de Barbezieux, royaume de France».2 Este apellido existe aún en nuestro medio, principalmente en las regiones de Barranca, y según hemos podido averiguar, de este francés vecino de La Vega por el año del 1800 descienden los padres del ilustre e íntegro tribuno Eugenio Deschamps.

De ilustre prosapia francesa es el apellido De la Motte, hoy convertido en De la Mota; el genial autor del Telémaco lo llevó por su parte materna y como un dato curioso que justifica en algo su origen galo sépase que Pablo Francisco de la Mota, quien desempeñaba durante los años de la ocupación haitiana aquí en La Vega el cargo de comis de deuxième classe en el ramo de Hacien-da, firmaba en muchas ocasiones al pie de los actos Paul François de la Motte. Seguramente que al hacerlo obedecía a recia ley atávica, pues antes y después firmaba su nombre en castellano.3

La influencia de Francia en la formación de nuestros ape-llidos sigue manifestándose más tarde por acción de vecindad. De la nueva colonia occidental de la isla, con vida legitimada a partir de Aranjuez, el apellido francés establecido en ella se pasa a esta parte domínico-española bajo la acción de circunstancias diversas. Pero ya aquí la influencia de Francia es indirecta, y de-bemos hablar de apellidos de origen haitiano, no francés; pues todo lo de Francia al venir a establecerse en la agitada colonia de la parte occidental de la isla, aunque conservando el carácter de

1 Archivo notarial del licenciado Álvarez.2 Ibídem.3 Los que se han dedicado al estudio de los caracteres anatómicos de los hom-

bres pertenecientes a la nobleza han señalado, entre otros, una forma espe-cial de orejas propias a ellos; y es bueno señalar que don Pancho Mariano de la Mota tenía un par de orejas que entraban exactamente en este tipo.

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su esencia, deja de ser francés para convertirse en haitiano. Igual sucedió con lo de España al trasladarse a nuestro medio: dejó de ser español para ser dominicano.

Por intermedio de dos etapas pasó el apellido galo-haitiano a establecerse en nuestro medio. Primero, cuando las brillantes guerras de los negros esclavos contra los blancos nobles y en aquel tiempo luctuoso de las feroces persecuciones de Dessali-nes y Cristóbal contra blancos y mulatos. Y en segunda etapa, como una consecuencia natural de los veintidós años de férrea dominación a que nos sometiera la oligarquía boyerista.

En la primera etapa, y limitando nuestro estudio a esta Con-cepción de La Vega, surgen los Montion, hoy Monción, nuestro apellido Des Pradel, hoy Despradel, y otros. Este apellido Des Pradel, oriundo de Gonaïves y existente hoy en la vecina Repú-blica hermana con la forma francesa original de Pradel, bajo las persecuciones del feroz obcecado de Sans-Souci se estableció primero por los predios noroestanos de Dajabón para pasarse, en el último lustro de la dominación haitiana, a esta ciudad hos-pitalaria del Camú.

En cuanto al primero de estos dos apellidos se refiere, en 1822 Françoise Montion declaraba ser habitante de la sección Despins, en el departamento del norte, y que «al huir de la proscripción del tirano Cristóbal se vio forzada a abandonar sus propiedades de Marmoulet, Savanne au Lait».4 Para este año de 1822 hacía diez años que residía en La Vega.

II

Querer afirmar que el pueblo dominicano se mantuvo ab-solutamente alejado de las huestes dominadoras haitianas, y que, por lo tanto, durante los veintidós años de su cautiverio su sangre no se mezcló con la de los dominadores occidentales, es estar muy lejos de la realidad biológica, social e histórica de

4 Archivo notarial del licenciado Álvarez.

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nuestro ambiente. Nuestro pueblo, aún en activo proceso de formación, es, como todas las colectividades que tienen como piedra fundamental de su contextura el hibridismo, abierto y solícito a la mezcla de sangre y propicio para el florecimiento de las costumbres más heterogéneas.

El haitiano se mezcló con nosotros, y podemos afirmar que desde el golpe separador del 44, y muy especialmente en nuestras regiones rurales, al lado de los apellidos de legítima contextura castellana, lucen, ya como cosa completamente asimilada por lo nuestro, apellidos, aunque en su ortografía adaptados al propio carácter de los que los habían asimilado, de descendencia afro-franco-haitiana. Así, los Cefí, Peñaló, Pontier, Comá, Bagallán, Fri-cá, Alix, Ungrí y otros que aún existen por las regiones de Jamo, Bacuí, Barranca, Bonagua y otras más de esta jurisdicción.5

Las que hemos apuntado podemos decir que son las fuen-tes primitivas de nuestros apellidos; pero por un proceso social e histórico curioso, propio de medios de formación reciente que van realizando su organización por puro azar histórico, los apellidos se disgregan, y perdiendo los nexos íntimos con su substractum biológico, cobijan con su sonora arquitectura nuevas generaciones de seres que son extraños a la fuerza dominante de su carácter.

Es indudable que todo apellido, en sus relaciones cósmicas, es una entidad definida bio-sociológica. Pero en nuestro medio, en donde alcurnias y blasones han tenido que ser olvidados, un proceso paradójico de usurpación le ha hecho perder al apellido gran parte de esta cósmica naturaleza. Veámoslo.

En esta parte domínico-española jamás han existido luchas de clases. O mejor dicho, la estructura especial de nuestro medio social, y nuestro sistema de vida económica de organización casi primitiva, no han permitido una división del conglomerado en clases opuestas y distintas. La vida amplia y cómoda del hato, así como la eglógica del pobre trapiche y del surtido conuco, no ha

5 Estos apellidos figuran en los libros de nuestro Oficialato Civil y en nuestro archivo parroquial.

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dado lugar a que se estableciera una opresión bárbara y tiránica de una clase rica y poderosa sobre otra pobre y explotada.

El dueño y el mayoral han convivido liberalmente con la peonada. Tuvimos esclavitud, es cierto, pero una esclavitud sui géneris. Y así, antes de que las Cortes españolas proclamaran su abolición en estos dominios, ya ella estaba abolida de hecho.

Este trato sencillo y humanitario que diera el amo a su negro esclavo dio lugar a que el apellido perdiera su carácter de propiedad exclusiva de un conglomerado de seres unidos por el eslabón poderoso de la sangre, y pasara a cobijar a un nuevo núcleo de individuos que no tenían puntos de contacto biológicos, aparte de los permanentes que les daba el hecho de pertenecer a una misma especie zoológica, con los legíti-mos y originales poseedores de estos apellidos.

Por eso hemos dicho que la historia del apellido se ha roto al pasar a tierras de Indo-América.

Si pudiéramos juntar al hidalgo español y al noble francés, tipos de raza ariana, con el negro y el criollo que hoy llevan con orgullo el apellido que a fuer de cuños y blasones heredaron sus antiguos dueños europeos, admirados tendríamos que pro-clamar que en esta América nuestra el orgullo de nobleza de Europa vino a postrarse de hinojos ante la sencillez majestuosa de estas vastas selvas que no creen en el boato humano.

Nuestro proceso de formación es curioso y originalísimo: un negro de Guinea se echa en sus hombros rústicos la pesada carga de mil años de historia.

Los ejemplos abundan. Consultando los escasos libros de nuestro archivo parroquial vemos cómo, para el 1805, don Miguel García, persona rica y prestante, tenía una esclava llamada Juana García, la cual tuvo una hija llamada Cecilia y al ser bautizada llevó el apellido García.6 Así también, Bárbara Suriel, esclava del capitán don Francisco Suriel, al bautizar a su hijo León para el 1812 fue con el apellido de Suriel.7

6 Archivo parroquial, libro XV de bautismos.7 Archivo parroquial.

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Aún hay casos de usurpación de apellidos más curiosos toda-vía. Por ejemplo, en un acto de bautismo levantado en el 1813, se hace constar el nacimiento de Cipriano, hijo legítimo de Manuel, esclavo de la sucesión del capitán don José del Orbe, y de Juana, esclava de Rosa y María López. Y este hijo legítimo de esclavos llevó los apellidos de los dueños de su padre y de su madre: fue Del Orbe y López. Doble usurpación.8

Muchos son los casos de esta usurpación de apellidos por el negro esclavo a su dueño blanco español que tenemos en carte-ra y que hemos extractado de nuestro archivo parroquial.9 Por ellos nos damos cuenta de que no solamente el esclavo tomaba el apellido de su dueño, sino que en ciertos casos se hacía derivar el nombre del esclavo de él del amo. Así, por el 1814 Baltasar Báez tenía una esclava llamada Baltasara Báez, madre de una niña lla-mada Ramona y apellidada Báez.

En otros casos, el esclavo conservaba el apellido de su primer dueño cuando pasaba a manos de amos diferentes. Véase así cómo María de la Concepción, esclava de Antonio de Islas, tuvo una hija llamada Ambrosia y apellidada Concepción, y cómo Juana Gómez era esclava de Josefa García, y Gabriela Núñez, de Rosa del Rosa-rio, y sus hijos respectivos venían a ser Gómez y Núñez.10

Pero hay otras maneras particulares para la formación de nuestros apellidos, hijas de la rutina más caprichosa. En 1814, según hemos visto en un acta bautismal, María de la Antigua, es-clava de don Sebastián Sánchez, bautizó un niño con el nombre de Juan de la Cruz, el cual fue apellidado Lantigua. Es decir, que de un nombre dado en honor de la patrona de este pueblo nace, por mero capricho, un nuevo apellido.

En otras ocasiones al capricho se unía el agradecimiento del liberto para con el amo que le cedía su libertad. Para 1793 María

8 Ibídem.9 Entre otros: Estebanía, madre de Brígida Clisante, esclava de Antonio

Clisante, 1813. Mónica, esclava de Jacinto Fernández, tuvo un hijo en 1814 llamado Miguel y apellidado Fernández. María, esclava de Martín Suárez, en 1814 tuvo un hijo llamado Esteban y apellidado Suárez, etc.

10 Archivo parroquial, bautismos del 1814.

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Josef de la Cruz, vecina del Cotuí y viuda de Julián Francisco, en su testamento «le hacía gracia de su libertad, con pie y cabeza», a su esclavo Pedro Francisco. Este, quien como se ve llevaba el apellido de su antiguo amo ya muerto, parece que queriendo sig-nificar su más honda gratitud a la viuda de su amo por la gracia inapreciable que le hacía, cambió su primer nombre por el de Josef Cruz. El liberto le usurpó a su antigua ama su nombre y su apellido.11

Existe un caso aún más curioso, en el cual el apellido desaparece y pasa a hacer sus veces el nombre propio. Germán de Santiago, rico vecino de esta ciudad allá por los años de 1776, y quien en su testamento mandaba que se fundara «una capellanía de cien pesos por su alma y la de sus padres y demás de su familia», y nombrada cura párroco y capellán de ella a don Pablo Francisco de Amézquita, «clérigo de mayor» para aquella época de 1776, tuvo con su esposa Manuela de Peralta varios hijos, los cuales en vez de apellidarse Santiago se apellidaron Germán.12

III

En nuestras búsquedas del origen, evolución y usurpación de nuestros apellidos hay otros datos que nos han llamado podero-samente la atención.

En dos actas de bautismo correspondientes al 1812 hemos observado cómo un hijo de Marcelo Brito y de Baltasara Narciso lleva el nombre de Tomás Villanueva, así como otro de Tomás Hidalgo y de Petrona Texada lleva el mismo nombre antes cita-do.13 El mismo hecho, pero con otro nombre, se repite en 1869.

11 Este liberto sabía escribir y hemos visto cómo en un documento, en el cual hacía constar la legitimidad de su libertad, firmaba Josef Cruz. (Archivo notarial del licenciado Álvarez).

12 Hemos visto un acto de repartición de bienes en el cual firman ellos Ger-mán en vez de Santiago. (Ibídem).

13 Archivo parroquial, 1812.

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Así, un niño nacido en el Santo Cerro, hijo natural de Petronila Ventura, es bautizado con el nombre de Juan Portolatín, y otro hijo natural de Manuela de Jesús Valerio, vecina de Las Maras, lleva también el antes citado nombre.14

En nuestra época presente esto mismo ha sucedido por admi-ración a ciertos personajes sobresalientes o con miras ulteriores de no muy diáfano significado. Pero en los dos casos apuntados, y dentro de la naturaleza de este ensayo, la cuestión es diferente y se presta a interesantes conjeturas.

El general Tomás Villanueva, elemento influyente en la polí-tica de nuestro pueblo en épocas pasadas, era oriundo de Santia-go y para el 1870 tenía la edad de 45 años, como se puede ver en el acta levantada al contraer él matrimonio con Fabriciana Suá-rez.15 Es decir, que no pudo haber sido por admiración a él que les llamaran con su nombre y apellido a los dos primeros niños anteriormente mencionados, pues para el año de 1812, cuando ellos fueron bautizados, no había aún venido a este mundo.

Ahora, para ese año de 1812 sí aparece un Tomás Villanueva entre los vecinos de este pueblo, quien figura como padrino en un acta de bautismo.16 No sabemos si fue personaje influyente en la sociedad de aquel tiempo o cuáles nexos existían entre él y los padres de los niños que llevaron igual nombre que él. En cuanto a los dos niños bautizados con el nombre de Juan Porto-latín en 1869, sí puede haber sido por respeto, agradecimiento, admiración o cariño al distinguido militar que tanto sobresalió en la vida pública y guerrera de esta ciudad.

Pero estas son digresiones sin importancia para la naturale-za de este ensayo; pues lo que nos interesa hacer notar es cómo después estos individuos que recibieron en la pila bautismal los

14 Archivo del Oficialato Civil, 1869.15 Ibídem, 1870.16 Archivo parroquial. Nos ha dicho don San Julián Despradel que Pay Tomás

se llamaba Tomás Villanueva. Pay Tomás, quien era un buen tamborero, tomó parte en nuestras luchas de Independencia, y después del 30 de Mar-zo se apareció aquí en La Vega con una mulita la cual dijo haber quitado a los haitianos en Talanquera.

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nombres de Tomás Villanueva y de Juan Portolatín, hicieron caso omiso de sus apellidos paternos y maternos para apode-rarse del apellido Villanueva y Portolatín, respectivamente, y transmitirlos a su descendencia. Son estos casos legítimos de usurpación.

Se considera como un principio elemental de gramática que los nombres propios no tienen ortografía, y según hemos podido notar al correr de nuestras investigaciones históricas, los escribanos y notarios han sido los que más se han aprove-chado de este acomodaticio salvoconducto. Todo idioma es una estructura de vida amplia y activa, y como tal, es un fecundo desparramamiento de fuerzas que corren tras la magnificente armonía de la perfección. La evolución de lo bio-cósmico es integral, y al ser el lenguaje un factor cósmico y una función directa de biología, es absurdo concebir un idioma que no esté en perenne proceso de transformación creadora. Pero de esta evolución lógica y natural del lenguaje a los desafueros que a diario se cometen en detrimento de su contextura esencial, y en nombre de una irrazonable y antinatural ansia de reforma, existe una enorme distancia.

El nombre y la persona por él representada constituyen una unidad orgánica. Siempre hemos considerado que todo ser vi-bra, sustancialmente, en su nombre; y como ya hemos dicho que todo apellido es una entidad bio-sociológica, encontramos injus-to sostener que los nombres propios no tienen ortografía, pues al alterar su forma material de expresión, estamos lastimando las vibrantes intimidades de su propia esencia…

Sería hasta peregrino afirmar que la legión de escribanos que inundaron estas promisorias vastedades de América, para sustentar con la pluma del despojo que hiciera para sus regias majestades el bravo castellano con el filo de su espada, fueran duchos en el manejo de la gramática. No alcanzaba a tanto el grado de cultura de la España de la conquista y de la coloniza-ción. Pero muchos de ellos sí tuvieron una instrucción bastante apreciable, y sean suficientes como ejemplo los Sánchez Valverde y los Ramírez de Arellano.

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Observando los documentos antiguos que aún por suerte se conservan en nuestros archivos, hemos visto cómo varios apelli-dos, y al correr de los años, han sufrido ciertas modificaciones en su ortografía. Juzgamos interesante señalar algunos de estos casos.

En un acta de bautismo, con fecha del año 1804, se ve cómo en dicho año fue bautizado Eusebio, «hijo legítimo de Thomás Esqueda, casado con Josefa Adames».17 Este apellido Esqueda así aparece escrito en el siglo anterior del 1700 y hasta después del 1850, fecha desde la cual pierde su d terminal y se convierte en Esquea, que es como existe actualmente.18

A partir del 1800 ejerce en esta ciudad las delicadas funciones de escribano público y de Cabildo don José Cotes. Cotes firmaba en los innumerables actos levantados por él y que hemos visto, y del mismo modo lo escribían sus contemporáneos. Baste como ejemplo el acta de bautismo de su hijo Andrés Corsino, bautiza-do en el 1813, y donde se expresa que Andrés era hijo legítimo «del escribano don José Cotes y doña Rosalía Abreu».19 Hoy en día este apellido ha pasado a ser Coste.

Para 1805 figura en los libros parroquiales un tal José Iciano, esposo de Anica Menendre. En los mismos libros y para el 1813, nos encontramos con Pablo Melendre, casado con Josefa Peña. Como se puede observar en menos de dos lustros varía la ortogra-fía de este apellido hasta llegar a la forma actual de Meléndez.

Hay muchos ejemplos más de cambios de esta naturaleza en la forma de escribir nuestros apellidos. Espínola fue Espíndola, Castaño fue Cataño, Vélez fue Belles. Y si a esto agregamos aque-llos apellidos que han sufrido modificaciones que obedecen a una evolución natural de la gramática, como Holguín por Jol-guín, Jáquez por Xáquez, Suárez por Soares, comprenderemos que es casi por medio de un proceso inconsciente como las ge-neraciones, a impulso de las costumbres, principios y tendencias

17 Ibídem, libro XV de bautismos.18 En las actas del Oficialato Civil y a partir del 1865, es donde comienza a

escribirse Esquea. 19 Archivo parroquial, 1817.

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de cada época, van introduciendo hondas modificaciones a su acervo moral, cultural y biológico; acervo del cual el apellido vie-ne a ser como una síntesis armonizada que a su sola enunciación recuerda, de manera radiante, sus caracteres fundamentales…

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Biografías

Los Sánchez Valverde

Un acto notarial levantado en La Vega y con fecha 26 de abril del año 1779, comienza en el tenor siguiente: «Yo, el infrascrito notario público de esta ciudad de La Vega, certifico que habien-do registrado el libro becerra en que se asientan los inquilinos sensuatarios (sic) de las capellanías pertenecientes al curato, sa-cristía mayor y maestría de escuela de esta ciudad […]». Lo firma como notario Antonio Sánchez Valverde y reposa en el archivo notarial del licenciado Francisco J. Álvarez.

Es decir, que por este viejo documento, cuyo original se conserva y el cual ha pasado por nuestra vista, el menciona-dísimo autor de esa valiosa obra que lleva como título Idea del valor de la Isla Española o sea Santo Domingo, publicada por el año de 1785 cuando gobernaba la colonia don Isidoro Peralta y Rojas,1 residió, no sabemos por cuánto tiempo, en esta ciudad de la Concepción de La Vega, allá por el año de 1779, época en la cual ejercía en ella las funciones de escribano público y de Cabildo.

En otro documento, cuyo original hemos leído, levantado en la ciudad de Santiago el día 16 de noviembre del año de 1775, y por medio del cual Clemente Rodríguez, vecino de dicha Ciudad de los Treinta Caballeros, vendía a don Baltasar

1 José Gabriel García, Compendio de la historia de Santo Domingo, Santo Domin-go, 1893, tomo I, p. 229.

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Núñez, alférez real y más tarde alcalde ordinario de esta ciu-dad, el sitio de Sabana del Puerto, también figura rindiendo funciones de escribano público y de Cabildo, el antedicho don Antonio Sánchez Valverde. Y así, no es de dudarse, que de aquella villa de Santiago viniera a fijar su residencia a esta de La Vega, aquel enjundioso escritor, orador y abogado, natural de nuestra isla, racionero primeramente de la catedral de San-to Domingo, y después de la de Guadalajara de México. Este ilustre e ilustrado dominicano, quien como él lo expresa en su obra antes citada, fue «licenciado en Sagrada Teología y ambos Derechos, natural de la propia isla, racionero de su santa iglesia catedral, socio de número de la Sociedad Matritense de Amigos del País, nació en Santo Domingo de Guzmán en 1729 y murió en 1790. Era hijo legítimo de don Juan Sánchez Valverde y de doña Clara de Ocaña.2

Al leer con detenimiento la interesante obra de don Antonio Sánchez Valverde, nos tropezamos con un dato que viene a ser a manera de propia confesión y el cual confirma, como una verdad indiscutible, la permanencia, como vecino, de tan ilustre varón, en esta ciudad de la Concepción de La Vega. Al referirse el autor, en su minuciosa descripción geográfica del interior de la isla, al rico y prodigioso valle de Constanza, dice, entre otras cosas, que este valle, que «estuvo desconocido muchos años, es tan fresco, que en la estación más calurosa del año se conserva la carne cuatro y cinco días, de que estoy informado por muchas personas fidedignas, y por su propio poseedor actual don Melchor Suriel, sujeto veracísimo».3 Para hacer una afirmación tan categórica sobre el carácter de una persona, es necesario conocerla por cierto tiempo y personalmente. Esto nos hace afirmar que Sánchez Valverde conociera a don Mel-chor Suriel residiendo ambos en este mismo pueblo.

Don Melchor Suriel, persona respetada y de brillante situa-ción en aquella época, era un vecino de este pueblo cuando el

2 Cipriano de Utrera, Universidades de Santiago de la Paz y de Santo Tomás de Aquino y Seminario Conciliar de la ciudad de Santo Domingo de la Isla Española, Santo Domin-go, 1932.

3 Antonio Sánchez Valverde, Idea del valor de la Isla Española o Santo Domingo.

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licenciado Sánchez Valverde, llamado más corrientemente el padre Valverde, ejercía funciones de escribano en estos hermo-sos predios de La Vega Real. Su nombre aparece en varios actos notariales, firmando como testigo, realizados en esta ciudad por los años de 1781, 1782 y 1783.4

De seguro que no fue el licenciado Sánchez Valverde el pri-mer miembro de este apellido ilustre que fijara residencia en estas próvidas regiones cibaeñas. Su padre, don Juan Sánchez Valverde, vivió por un largo tiempo en tierras del Cotuí. Como el mismo padre Valverde lo expresa en su mencionada obra, «en el 47 comenzó don Gregorio Álvarez Travieso con una compañía de seis sujetos a trabajar las minas de cobre de Maimón, y que en más de tres años que continuó mi padre aquella compañía, de los cuales pasó él uno sobre los sitios […]». En este tiempo que permaneciera don Juan Sánchez Valverde en el Cotuí no sabemos si procreó allí familia, o si vino a convivir con él algún hermano, hijo u otro pariente que llegara a procrearla. Lo que sí es cierto [es] que [en] un acta levantada por el Cabildo de Cotuí, cuyo original hemos leído, por el escribano don Lorenzo Soriano, y en fecha 3 de marzo de 1813, y en la cual se reseña el modo de pagar la «hasignación (sic) de esa parroquia fijada por la Junta Preparatoria», figura como asistente al acto el señor don Manuel Sánchez Valverde, vecino en aquel entonces de aquella Mejorada Villa.5

El padre Valverde en su obra ya citada nos habla de su tío, el alférez de Artillería don Manuel Sánchez Valverde, quien levantó un interesante mapa de la isla. Tal vez fuera él el que residiera en el Cotuí hacia el año 1813, ya que no pudo haber sido el Manuel María Sánchez Valverde que nos cita fray Cipriano de Utrera en su documentadísima historia de nuestras universidades, pues este último nació el 25 de diciembre de 1797, y fue hijo legítimo del abogado don José Sánchez Valverde y de doña María de los

4 Archivo notarial del licenciado Álvarez.5 Archivo del licenciado. Manuel Ubaldo Gómez, actas del Cabildo del Co-

tuí correspondientes al 1813.

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Dolores Fernández, y quien, además, era estudiante de Medicina en la Universidad de Santo Tomás de Aquino de 1815 a 1818.

Ahora, de lo que no cabe duda es de que en las regiones del Cotuí quedaron varios descendientes directos de los Sánchez Valverde. En un padrón general de los feligreses de la parroquia de esta villa del Cotuí, el cual hemos examinado en el destar-talado archivo de dicha iglesia, hecho en el año 1863, figura: «José Valverde, hijo de Manuela Sánchez, viuda, y esposo de Guadalupe Adames». En este mismo archivo parroquial, y en un acta de bautismo de un esclavo, aparece Manuela Sánchez, rica propietaria, como vecina del Cotuí allá por el año 1814. En esta acta bautismal anteriormente citada no se hace referencia del nombre del esposo de Manuela Sánchez, privándonos así del precioso dato que nos permitiera averiguar la exacta genealogía paterna de José Valverde.

Este José Valverde, quien llegó a alcanzar el grado de gene-ral, fue quien pronunció al Cotuí en favor del general Santana, cuando este, en 1858, se insubordinó en contra del presidente José Desiderio Valverde. Fue, además, jefe superior político de esta común de La Vega en 1854.6

Por el año de 1885 figura León Valverde, ya un anciano de 70 años, como alcalde de Cevicos. Anteriormente vivía en el Cotuí, de este lado del Yuna, en un paraje situado cerca de Las Canas. José y León eran familia –alguien nos ha dicho que eran hermanos– y ambos aseguraban que eran descendientes de los Sánchez Valverde. Así como también se decía por muchos con-vecinos de esta ciudad y la de Santiago, que el presidente José Desiderio Valverde descendía de tan ilustre familia.

La desorganización y pobreza de nuestros archivos –que ha-blando con justeza podemos decir que no existen– no nos han permitido realizar un estudio más completo sobre asunto tan im-portante. Pero podemos adelantar que en el Cibao han existido, y de seguro aún existen, numerosos descendientes de los muy famosos Sánchez Valverde, sobre todo en Santiago y en La Vega.

6 Archivo notarial del licenciado Álvarez.

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Además de los escasos documentos hallados al respecto, mu-chos viejos del siglo pasado así lo aseveraban, y muy especialmente el octogenario cotuisano Eladio Gerez (sic), quien por su amplio conocimiento de personas y cosas pasadas, y su muy feliz memoria para recordarlas, mereció de sus coetáneos el ocurrente sobre-nombre de el Amparo Real.

Don Baltasar Núñez de Lozada

De todos los hidalgos influyentes que sentaron plaza en esta blasonada Concepción de La Vega en los tiempos de la Colonia, parece ser que el más poderoso, tanto por su prestigio como por su experiencia y sus riquezas, fuera don Baltasar Núñez de Lozada.

Poseedor de hatos diversos e inmensísimos, en los cuales las re-ses eran tan numerosas que era empresa imposible el contarlas, don Baltasar Núñez de Lozada era elemento muy distinguido por las autoridades superiores de la colonia, y no es peregrino afirmar que en aquellos tiempos fuera uno de sus personajes más prominentes.

Fiel servidor del monarca y admirador ferviente de las glo-rias sintetizadas en los pendones castellanos, era tal su desvelo por que el poder de España no se esfumara en esta isla antilla-na, que en una de aquellas épocas de miseria y de despoblación por que atravesara la olvidada Hispaniola; cuando, al decir de fray Cipriano de Utrera, «los ricos escondieron sus cuartos buenos, y hubieron de comer y de vestir como quienes no te-nían un dinero que apenas asomaran a la luz perdía más de la mitad de su valor, y el arzobispo aseveraba que no tenía dinero para mandar a la carnicería».7 En una de esas épocas de triste decadencia, ofreció el entonces alférez real Núñez de Lozada mantener de ganados las desprovistas y escasas fuerzas españolas que en esta isla, y a duras penas, sostenían el ya languideciente poder de España en estas tierras ultramarinas de América.

7 Cipriano de Utrera, ob. cit., p. 42.

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Alcalde ordinario de La Vega para el 1769, figura en el desempeño de esta misma dignidad de 1781 a 1787.8 Por un documento hecho por Dionisio de la Rocha en 1793, y por medio del cual Petrona Núñez, viuda del capitán de Urbanos don Vicente de Torres y hermana de don Baltasar, le vendía a este cien pesos de tierra en el sitio de Jumunucú, parece ser que la primera esposa del capitán don Baltasar Núñez de Lozada llevaba por nombre doña Juana, quien figura en este mismo documento como su apoderada general. En esta venta, a más de los cien pesos de tierra, Petrona Núñez le vende a don Baltasar en la cantidad de ciento cincuenta pesos, y según ella misma declara, «una negra mi esclava nombrada Anastasia, como de edad de veinte y dos años, nacida en mi poder sin tacha conocida, y con la lección de padecer dolor de ijada y fluxión de muelas».9

Segundas nupcias celebró Núñez de Lozada con doña Ana Fernández, y únicos hijos de esta unión fueron Silvestre, quien abrazó después la carrera eclesiástica, e Ignes, esposa más tarde de don Francisco Mariano de la Mota.

Doña Ana Fernández sobrevivió a su esposo y contrajo después matrimonio con don Manuel Fernández Polanco, con quien cele-bró «matrimonio en comunidad de bienes». Veremos, al ocuparnos de la vida de don Francisco Mariano de la Mota, las interminables discusiones que se suscitaron entre este y don Manuel Fernández Polanco, al intentar la repartición de los cuantiosos bienes que de-jara a su esposa doña Ana don Baltasar Núñez de Lozada.

Por propia declaración de don Manuel Fernández Polanco,10 doña Ana solamente procreó con don Baltasar a Silvestre y a Ignes. Pero es el caso que según documento fechado en 1787 al alférez real Núñez de Lozada compró al alférez don Silvestre Núñez el hato de Jumunucú y «a su muerte lo heredó su hija legítima doña Mariana Núñez y por muerte de esta lo heredó su hijo don José Ramón Hernández y por muerte de este su viuda

8 Archivo notarial del licenciado Álvarez, documentos.9 Ibídem, documentos de De la Rocha, 1793.10 Ibídem, declaración notarial hecha en 1853 ante Garrido.

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María del Carmen Álvarez». Luis Hernández fue el esposo de doña Mariana Núñez, y aún vivía en Jumunucú para el 1859.11

No cabe duda de que esta doña Mariana fuera hija del primer matrimonio del capitán Núñez de Lozada con doña Juana.

El primer terrateniente de estas regiones del valle de La Vega Real en tiempos de la Colonia fue don Baltasar Núñez de Lozada, alférez real por los años de 1787 y capitán de Milicias de Urbanos en los años de 1795 y siguientes. Su hato principal estaba en el sitio de Jumunucú, en donde construyó una casa de mampostería que le servía de cómoda residencia. Parte de esta tierras, «el puerto que nombran el Paso de la Seiba», la compró, por intermedio de su apoderado Carlos Rodríguez, a Juan Marcos de Ayala, casado con María Luciano; y la otra parte la obtuvo por compras al alférez don Silvestre Núñez y a su hermana Petrona Núñez.12

A Clemente Rodríguez, vecino de Santiago y residente en La Vega por el 1775, compró grandes extensiones de terreno en Sabana del Puerto;13 y terrenos poseía además don Baltasar en Blas Martín, en Las Brujas, en Las Emajaguas, en El Hospital, en El Potrero, en La Peñuela y en el partido de Santiago. Y como reza un documento practicado por Dionisio de la Rocha el 8 de julio de 1796:

«En el lugar nombrado Mala-Partida, en Jima Abajo, sección de Las Guamas, existió un hato perteneciente a la religiosa del ex convento de Regina Angelorum sor María de Jesús y Luna; por fallecimiento de esta recayó el hato en herencia a las señoras Margarita, Eufemia y María Ortega, esta última esposa de don Juan Tati, quien, según los términos de uso y derecho de aquellos tiempos, representando voz y canción de rato-grato, por los herederos de su tía doña Margarita, su madre doña

11 Archivo notarial del licenciado Álvarez.12 Ibídem, documentos ante De la Rocha, 1787-1796.13 Ibídem, escritura ante el escribano Antonio Sánchez Valverde, 16 de no-

viembre de 1775.

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Eufemia Ortega y don Domingo Guillén, por parte de su esposa doña María Ortega, vendió las tres partes de herencia al capitán don Baltasar Núñez».14

Innumerables eran los esclavos que poseía don Baltasar Núñez de Lozada. Y como cuenta la tradición, conservada por sus numerosos descendientes, este rico y poderoso terrateniente, en su hato de Jumunucú, para hacer mantequilla ponía dos ba-rriles muy bien tapados, y llenos hasta la mitad de leche, a mulos trotones, y subía en ellos a negros esclavos para que los hicieran trotar por la inmensa sabana durante todo un día. Después, y por medio de una operación muy cuidadosa, extraía de los barriles la mantequilla… Curioso procedimiento, por demás fatigoso para los pobres esclavos…

Por propia declaración notarial de su esposa doña Ana Fernández don Baltasar Núñez de Lozada murió en el 1807. Hermano de don Baltasar fue don José de la Paz Núñez, padre de Mariana Núñez, quien al casarse con el italiano Piantini tuvo una hija, Josefa, quien vino a ser la esposa de don San Julián Des-pradel y Carlos. Con este apellido de Núñez de Lozada fueron vecinos de esta ciudad de La Vega, para el 1680, Domingo Núñez de Lozada, esposo de Anna Grimalda, quien era viuda del vecino del Cotuí Salvador Solís; y para el 1758, el capitán Pedro Núñez de Lozada.15

No hemos podido averiguar el grado de parentesco existente entre estos personajes y el prestante acaudalado don Baltasar, tronco de familias distinguidas de esta ciudad, y representante genuino del español rico que afianzando en estas tierras su des-tino, hiciera de ellas su legítima patria.

14 Archivo notarial del licenciado Álvarez, 1796. Estos mismos terrenos los compró don Felipe Paxot en 1859. (Ibídem, Morilla, 1859).

15 Archivo notarial del licenciado Álvarez.

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Presbítero Pablo Francisco de Amézquita y de Lara

Fue un varón de prendas relevantes, que unió a la virtud de su sacerdocio, un amplio espíritu emprendedor y progresista y una inteligencia curtida en las nobles honduras de la sabiduría.

Descendiente de familias distinguidas, se esmeró por cono-cer los más remotos datos sobre la vida de su ciudad de origen. Y prueba fiel y notoria de lo mucho que llegó a conocer en este sentido fue la importante y comedida carta que dirigiera en 30 de abril de 1822 al general Placide Le Brun, entonces gober-nador de las fuerzas de ocupación haitianas destacadas en esta ciudad de la Concepción de La Vega, y la memoria que escribiera sobre la cruz plantada por el Almirante en la altura venerada del Santo Cerro, y de la cual nos diera noticias Tejera en su Literatura dominicana.

Hijo legítimo de don Josef de Amézquita y Fajardo, sargento mayor para el 1776 y mayordomo de la cofradía de Nuestra Se-ñora de la Antigua, y de doña Mariana José de Lara,16 de familia respetada y acaudalada, era tío de don Francisco Mariano de la Mota por ser su hermana doña Beatriz de Amézquita la madre del que más tarde sería el rico más poderoso de estas comarcas.

No sabemos para qué año naciera en esta ciudad el ilustre sacerdote don Pablo Francisco de Amézquita y de Lara, sola-mente podemos decir en estas notas que para el 1776 lucía el título de «clérigo de mayor», como da testimonio de ello Germán de Santiago en su testamento hecho en esta ciudad

16 En nuestro archivo parroquial figura el acta de defunción de Mónica de Amézquita, quien era hija de don Josef de Amézquita y de doña Mariana de Lara, y quien murió en el 1823 a la avanzada edad de 75 años. Esta Mónica era hermana del padre Amézquita. Para el mismo año de 1823 murió Pedro Pablo de Amézquita, esposo de Rosa Magdalena, a la edad de 90 años, quien en el 1731 era teniente de «caballos y coraza». (Archivo notarial del licenciado Álvarez). No sabemos si este don Pedro Pablo era el padre de don Josef, y por ende el abuelo del padre Amézquita. Parece que así lo fuera ya que nuestro biografiado lleva entre sus nombres el de este personaje. (Ibídem).

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en dicho año de 1776, y donde dice: «Manda se funde una capellanía de cien pesos por su alma y la de sus padres y de-más familiares y nombra cura párroco y capellán a don Pablo Francisco de Amézquita, clérigo de mayor y caso que este fallezca quede el nombramiento de párroco y capellán en el cura que sirviere este curato y que esto se ejecute después de su fallecimiento».Para el 1782 era el padre Amézquita sacristán mayor de nuestra iglesia y de este mismo año, con fecha 23 de marzo, existe un documento del escribano Dionisio de la Rocha que dice:

«Sépase cómo yo el teniente Josef Féliz de Ayala vecino de esta ciudad de La Vega digo que habrá el término de tres años que le vendí a Apolinar Guzmán de este mismo vecindario un derecho de tierra en el sitio del Hospital de esta jurisdicción de valor de cincuenta y ocho pesos por el de ciento, con tal que se obligara […] esta cantidad por ser ramo de la capellanía que fundé a favor del presbítero sacristán mayor don Pablo Francisco de Amézquita de esta parroquial».17

Por compras que hiciera a diversas personas, el padre Amézquita llegó a poseer en estas regiones grandes extensio-nes de terrenos, y por muerte de su padre don Josef heredó una prolífica crianza de cerdos que estaba en el sitio de La Sigua, en los terrenos que fueron de Juan de Dios de Lara y después de su viuda Bernardina Núñez. A este respecto, la Núñez declaró en 1839 ante el juez de paz Casimiro Cordero lo siguiente:

«Que sin embargo de ser mi difunto marido dueño de una parte del sitio de La Sigua, siempre reco-noció por dueño de la crianza de cerdos al señor don José de Amézquita, con cuya licencia los cria-

17 Ibídem.

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ban hasta que se murió, y así mismo que la actual crianza que yo mantengo y mis hijos, es por licencia que me ha dado el presbítero don Pablo Francisco de Amézquita, heredero del mencionado don José de Amézquita, y ni yo ni mis hijos permitimos la destrucción de la palma real por ser esto opuesto a esta crianza».18

A Esteban Ortega compró, en enero del 1826, ciento setenta y cinco pesos de tierra en el sitio de Pontón, y en este mismo sitio, y para la misma fecha, Juan Núñez, hijo de Antonio Núñez, quien se fue a Costa Firme en 1804, le cedió por deudas al padre Amézquita ciento cincuenta pesos de tierra, y otro derecho de terrenos en el lugar denominado Los Maguelles.19

Por causas que ignoramos, para el año 1829, el padre Améz-quita dio, «en perfecta donación inter-vivos», al señor Francisco Núñez un terreno «situado en la estancia Vera de Camú, que compró a don [¿José?] Núñez López en 1802»; y en este mismo año de 1829 también dio, «como prueba de amistad», a José Gavilán un terreno en Matanzas, «que lo hubo de José Núñez López, por contrato ante el notario de esta común Dionisio de la Rocha el 15 de mayo de 1802».20

En las memorias del venezolano José Cruz Limardo, escritas en Venezuela en 1841, y publicadas en parte en Analectas [24 de marzo de 1934] por Emilio Rodríguez Demorizi, hay referencias a diversos personajes dominicanos durante la época de 1815 a 1822, que él pasó en Santo Domingo, como de Núñez de Cáceres, de Andrés López de Medrano, del presbítero Pablo Amézquita, «que había residido en Valencia de Venezuela de 1810 a 1815,

18 Ibídem, declaración ante Cordero, 29 de noviembre de 1839.19 Estos terrenos de Pontón los heredó don Pancho Mariano de la Mota,

hijo único de doña Beatriz de Amézquita, hermana del padre Amézquita. (Archivo notarial del licenciado Álvarez).

20 Ibídem. Estos Núñez López, vecinos de La Vega para el 1800, se fueron a Costa Firme en 1804. Antonio Núñez López ya había muerto allí para el 1826, como se desprende de una declaración prestada por su hijo Juan Núñez.

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después fue cura del Santo Cerro cerca de La Vega, y escribió una memoria sobre la cruz plantada allí por Colón».21

No hemos podido precisar si el presbítero Pablo Francisco de Amézquita llegó a ser cura y vicario foráneo de esta parro-quia en alguna época. Por los documentos que hemos visto, nos parece que no. Como hemos dicho, para el 1782 era presbítero y sacristán mayor de esta iglesia parroquial, y si de este año al de 1800 no llegó a desempeñar la vicaría, no lo fue después, pues desde este año de 1800 hasta el de 1837 fue cura y vicario foráneo de ella el padre Isidoro Ximinián de Peña.22

Dónde muriera y cuándo, nos ha sido hasta ahora imposi-ble averiguarlo; pero de todos modos murió en la santa paz del Señor, él, varón ilustre, bondadoso y sabio, y uno de los benefac-tores más conspicuos que ha tenido esta ciudad de Concepción de La Vega.

Los Del Orbe

Es este apellido uno de los más antiguos e ilustres de esta Concepción de La Vega. De ascendencia noble contó entre sus miembros patricios de ejecutorias diáfanas y altruistas, y matronas que ligaron su sangre privilegiada con la de adustos varones que honraron las páginas maravillosas de la historia patria.

Como consta en una cita notarial, por el 1796 falleció en esta ciudad don Josef del Orbe, padre, en legítimo matrimonio, de Raimundo, José y Rosa, y de relaciones bastardas, legitimadas más tarde, de María de la Antigua, José Ramón y Josefa. Don

21 Apolinar Tejera, Literatura dominicana: comentarios crítico-históricos, pp. 58-59. Citado por Pedro Henríquez Ureña, La cultura y las letras coloniales, p. 137. (Datos suministrados por Máximo Coiscou Henríquez).

22 Véase la protesta del padre Ximinián de Peña ante Narciso Román contra su destitución como cura y vicario foráneo de esta parroquia por el hai-tiano general de brigada Pedro Alejandro Charrier. (Archivo notarial del licenciado Álvarez).

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Josef del Orbe fue capitán de su majestad, y por el 1779 ocupó la alta dignidad de alcalde ordinario de esta blasonada Concepción de La Vega.23 Por la mención que hace en su curiosa obra Dor-vo Soulastre, obra en la cual relata de modo pintoresco su viaje por tierra desde Santo Domingo hasta Cabo Francés, realizado por orden del general de división Hedouville, sabemos que el alcalde Del Orbe era hombre hospitalario y galante, y que tenía un hermano, cuyo nombre hasta ahora ignoramos. A no ser que fuera don Juan del Orbe, esposo de doña María López, y padre de Valentín, quien nació en 1813.24

Don Josef del Orbe fue un rico y poderoso hacendado y de sus hijos, dos alcanzaron lugar sobresaliente en nuestras gestas emancipadoras: José Ramón del Orbe en el palenque apostólico del civismo y José Serapio Reynoso, en la heroica y recia cruzada de los campos de batalla.

Subteniente en 1812, a partir del 1826 José Ramón del Orbe ejerció en esta ciudad las funciones de notario público;25 en 1837 era sustituto del comisario de gobierno del Tribunal Civil del Norte, y cuando desde la vetustez centenaria del Baluarte sonó para Quisqueya la hora gloriosa de su ansiada redención, se abrazó fielmente a la causa de la Patria irredenta, y así fue, conjuntamente con José Tomás Medrano, representante de las provincias del Cibao ante la Junta Central Gubernativa que presidiera don Tomás Bobadilla, y más tarde, cuando la ambición y la incomprensión hundían la sagrada virtualidad de la República duartista, delegado por la Junta Central, en compañía del general Pedro Ramón de Mena y del ciudadano Domingo de la Rocha, para aplacar los llamados disturbios del Cibao. Como dice García, a esta delegación, «por los informes alarmantes de Mella», se le retiraron sus poderes y fue susti-tuida por Duarte.26

23 Ibídem, documento ante Dionisio de la Rocha.24 Archivo parroquial, libro XIV de bautismos.25 Muchos de sus actos se conservan en el archivo notarial del licenciado

Álvarez.26 José G. García, ob. cit., tomo II, p. 263.

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José Ramón del Orbe fue de los firmantes del decreto del 19 de abril, por medio del cual, en su artículo primero, se de-claraba guerra abierta, por mar y tierra, a la nación haitiana; y fue de los llamados por Santana para reorganizar la Junta Central Gubernativa, junto con Manuel Jiménez, Francisco Sánchez, Félix Mercenario, Carlos Moreno y Tomás Bobadi-lla.27 Para suerte y gloria de él no llegó Del Orbe a formar parte de ella, pues para el 1846 había muerto.28

Celebró matrimonio don José Ramón del Orbe con doña Ana Uriarte Uribe y Guerrero, natural, según su acta de defun-ción que se conserva en el archivo de nuestra iglesia parroquial, de la villa de Compostela de Azua y vecina, para el año 1807 y siguientes, de la ciudad de Santo Domingo. A la temprana edad de treinta años murió en esta ciudad de La Vega doña Ana por el 1817,29 y como hijo de su matrimonio con don José Ramón solamente hemos tenido noticias hasta ahora de Raimundo del Orbe, estudiante de latinidad en Santo Tomás de Aquino en 1807 en la histórica ciudad de los Colones.30

Segundas nupcias celebró don José Ramón del Orbe con Ma-ría García, quien murió a la avanzada edad de sesenta y cinco años por el año de 1838. Era hija de Lorenzo García y Mariana Valerio, y que sepamos, no hubo hijos en este segundo matrimonio.31

Cuando, hacia el 1805, el sanguinario Enrique Cristóbal realizó su terrífica invasión sobre esta parte española de la isla, José Serapio Reynoso, con su resistencia denodada y heroica en La Emboscada (o Herradura), pasó, aureolado de inmarcesible gloria, a los predios luminosos de la más justa inmortalidad his-tórica. Nació aquí en La Vega y fue hijo «natural y pardo» de don Josef del Orbe; pero como ha dicho don Gaspar de Arredondo y Pichardo en el «Historial de su salida de la isla de Santo Domin-

27 Ibídem, p. 168.28 Archivo notarial del licenciado Álvarez, declaración notarial de su herma-

na María de la Antigua del Orbe. 29 Archivo parroquial, actas de defunción del 1805 al 1853. 30 Cipriano de Utrera, ob. cit.31 Archivo parroquial, acta de defunción.

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go el 25 de abril de 1805», fue educado por su padre «al parejo de sus hijos legítimos».32

Militar valiente y adiestrado, después de la noche dolorosa del 16 de octubre de 1804 sustituyó al general francés Devaux, comandante general del departamento del norte español, como jefe del departamento del Cibao.

En 1847, y a la edad respetable de 90 años, murió en esta ciudad María Carreño, viuda del valiente Serapio Reinoso.33

De los demás hijos de don Josef del Orbe, José dejó una hija, Rosa del Orbe, y la tercera hija legítima, Rosa, fijó residencia en Santo Domingo y celebró matrimonio con Agustín Franco, de cuyo matrimonio fueron hijos Manuel y Josefa Franco, residentes en San Francisco de Macorís.34

María de la Antigua del Orbe fue la esposa del comandante don Juan Ramón Villa y madre de las ilustres señoritas Villas (sic), de quienes nos ocuparemos en capítulo aparte. Josefa del Orbe fue esposa, por el 1816, de José Leandro Frómeta.35 De Raimundo no hemos podido encontrar datos.

Probablemente hija de don Juan del Orbe, tal vez hermano del galante alcalde don Josef, fue doña Juana del Orbe, esposa de don Miguel Fernández y madre de Pablo, Manuel, Ana, Isidora, María, José y José Martín Fernández. Don Miguel y doña Juana, quienes fueron los ricos propietarios de los terrenos de Blas Mar-tín, habían ya fallecido para el 1811; y de todos sus hijos ninguno existía ya para el año 1888.36 Y debió, además, haber sido hija de don Juan doña Catarina del Orbe, esposa legítima de don Pablo Abreu, y quien murió a la edad de 40 años por el año de 1818.37 Su esposo y ella fueron personas principalísimas en la sociedad vegana de aquel tiempo.

32 Citado por Alcides García, «La Concepción de La Vega», en La Opinión, Santo Domingo, 18 de octubre de 1924.

33 Archivo parroquial.34 Archivo notarial del licenciado Álvarez.35 Archivo parroquial.36 Archivo notarial del licenciado Álvarez.37 Archivo parroquial.

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Del Orve, o Del Orvi algunas veces, no Del Orbe, es como apa-rece escrito en todos los documentos de la época este apellido de prosapia noble e ilustre, y por ello hemos mantenido su ortografía original, por parecernos la exacta y legítima.*

Las Villas** y Del Orbe

Después de María Trinidad Sánchez, espíritu iluminado en la santa inspiración del sacrificio, ningún corazón de mujer dominicana ha comprendido con más fervoroso amor la honda emoción del patriotismo, como las nobles y veneradas señoritas Villas y Del Orbe.

Flores de virtud y fuentes fecundísimas de abnegación y desinterés, oficiaron con sana unción mística ante ese altar resplandeciente, que cual Tabor inviolado guardaba, en los días dolorosos de amarga esclavitud, las sacratísimas imágenes de la libertad y del derecho.

En la práctica consciente y laboriosa del patriotismo fue-ron puras sacerdotisas, que en perenne vigilia, no cesaron de atizar el fuego de ese culto, que al impulsar a la más recia lucha a multitud de seres valientes y esforzados, volvería la felicidad y el sosiego al alma conturbada de un pueblo salva-jemente oprimido.

De Lucrecia la romana aprendieron a ser dignas y orgullosas, y de las madres espartanas fueron fidelísimas émulas en la reali-zación recta y constante del sacrificio… Y en el augusto templo de la Patria redimida su memoria debe merecer eternamente la dulce bendición de todo un pueblo agradecido.

Don Juan Ramón Villa, regidor, alférez real y alcalde ordina-rio de esta ciudad de La Vega por el año de 1811,38 contrajo ma-trimonio con doña María de la Antigua del Orbe, hija del alcalde

* Véase a este respecto nuestra nota de la página 32. (N. E.).** Se ha mantenido la forma plural del apellido Villa, tal como la emplea el

autor. (N. E.).38 Archivo notarial del licenciado Álvarez.

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don Josef del Orbe. Y fueron hijos legítimos de este matrimonio Manuela, Carmen, Angustia y Manuel Francisco, quien, al pa-recer el único varón de este respetable matrimonio, nació en esta ciudad el 25 de diciembre de 1811, siendo apadrinado en su regio bautizo por el presbítero licenciado don Tomás Ximénez, culto e ilustre prelado vegano de aquellos tiempos.39

Alcalde y comandante de las Armas de esta ciudad en 1810 y siguientes, oficial del Estado Civil por los años de 1837, 1841 y 1842 y coronel de Guardias Nacionales en el 1843,40 don Juan Ramón Villa era hijo legítimo de Manuel Francisco Villa y de María del Carmen Jáquez.41 Fue elemento prestantísimo en la sociedad vegana de aquellos lejanos tiempos, y como se puede ver en los diferentes documentos de la época en que figura, pues nunca se escribe su nombre sin anteponerse el título de comandante y de don, gozó de amplia consideración y siempre estuvo rodeado de la más firme aureola de sincero amor y de profundo respeto.

Como se puede ver en un documento levantado en 1777 por el escribano Juan Antonio Ramírez de Arellano, de apellido ilus-tre en nuestra historia colonial, su padre, don Manuel Francisco Villa, fue un vecino de importancia y de buena situación econó-mica y quien, cristiano fervoroso, ejerció por muchos años como mayordomo de las Benditas Ánimas,42 cargo que en el mundo de los fieles era entonces prestigioso y de delicada importancia.

El día 13 de noviembre de 1843 dejó de existir, a la edad de 62 años, y en medio del amor de los suyos y del reconocimiento de sus conciudadanos, don Juan Ramón Villa y Jáquez, padre de las señoritas Villas y Del Orbe.43

39 Archivo parroquial. El licenciado Ximénez debió haber sido pariente de las señoritas Villas, pues en una donación que hiciera a ellas Juana Paula Ximénez, resulta ser esta prima de don Juan Ramón Villa y tía de las seño-ritas Villas. No sé qué grado de parentesco existía entre Juana Paula y el presbítero licenciado Ximénez.

40 Archivo notarial del licenciado Álvarez.41 Archivo parroquial.42 Archivo notarial del licenciado Álvarez.43 Archivo parroquial.

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Las hermanas Villas, María del Carmen, María Francisca An-gustia y Manuela, constituyeron, en la historia social dominica-na, un vivo ejemplo de los altos frutos que puede dar a la Patria la mujer cuando, encerrada en la pura santidad de su hogar, se echa confiadamente en brazos del decoro y la laboriosidad y lucha, inspirada en un noble ideal de bien colectivo, con fe, con vergüenza, con amor y con entusiasmo.

Dedicadas al arte delicado del bordado y de la costura, regen-teaban una tabaquería, y sin necesidad de hacerse representar en sus actuaciones por hombres, fomentaban admirablemente sus negocios sin caer en duros extremos que lastimaran la fragante esencia de su maravillosa feminidad. De sus padres heredaron te-rrenos en el Tengue, los cuales vendieron, por el 1872, al general Santiago Núñez, oriundo del Hatico.44

Su hogar, acogedor y respetado, fue un templo en el cual se oraba siempre por la libertad de su pueblo oprimido. Ellas fueron en él incansables sacerdotisas, que habiendo renunciado con es-pontaneidad admirable al goce de los placeres terrenales, hicieron voto de castidad ante el ara augusta de la Patria irredenta.

Como dice Alcides García en su valioso trabajo histórico intitu-lado «Concepción de La Vega», publicado en la revista La Opinión en octubre del 1924:

«Cuando La Trinitaria de Santo Domingo envió para el Cibao a Juan Evangelista Jiménez con el manifiesto revolucionario, La Vega abrazó al punto la santa causa. Y la familia Villa escondió a Jiménez, al ser descubierto y perseguido; y en una fiesta del Santo Cerro, a donde acudió el diligente propagandista en cumplimiento de su misión, Manuel María Frómeta ofreció que “sus hijos servirían de cartuchos”».45

44 Archivo notarial del licenciado Álvarez.45 Los Frómetas fueron una familia importante y distinguida que prestó

valiosos servicios a la causa de la Patria. José María era hermano de José Leandro, quien al estar casado con Josefa del Orbe, hermana de María de la Antigua del Orbe, era pariente de las señoritas Villas.

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Y para hacer resaltar mucho más los méritos de estas patri-cias, sépase que como lo expresa don José Gabriel García: «Al llegar Pedro Ramón de Mena a La Vega, el día 4 de marzo de 1844, lo encontró todo preparado, y hasta la bandera hecha por las señoritas Villa».46 Dichosas e iluminadas manos aque-llas…

Aquí cabe una ligera digresión en honor de la exactitud histórica. El laborioso Pedro L. Vergés Vidal, en su novedoso e interesante estudio sobre la batalla del 30 de Marzo asegu-ra, en párrafo brillante, que en Santiago, «la hidalga capital del Cibao fue donde tremoló por primera vez la bandera dominicana a las cuatro de la tarde del 6 de marzo, en el fuerte San Luis».47

De seguro que el acucioso periodista señala el hecho en cuan-to a las regiones cibaeñas se refiere; pues es de todos sabido que donde primero tremoló la bandera nacional fue en el Baluarte. Pero aun cuando fuera refiriéndose al Cibao, la cita no es exacta.

Don Manuel Ubaldo Gómez, en breve y sustancioso estudio dice:

«La Vega tiene la gloria de haber sido la primera que secundó el grito restaurador, iniciado en la Línea Noroeste, y la de haber sido la primera población del Cibao que vio flotar el pabellón dominicano, el 4 de marzo de 1844, en el mismo sitio donde está hoy el Casino Central por lo cual se dio a la calle el nombre de Independencia».48

Y esa bandera cruzada, de la cual recibiera por primera vez un jubiloso saludo de gloria y de triunfo el claro cielo de estas viriles regiones cibaeñas, fue la obra inspirada de tres corazo-nes que vibraban al unísono y que habían entregado todos los

46 José G. García, ob. cit., tomo II, p. 237.47 Pedro L. Vergés Vidal, Batalla del 30 de Marzo, Ciudad Trujillo, Editorial Cari-

bes, 1937, p. 19. 48 Manuel Ubaldo Gómez, «La provincia de La Vega, breves datos sobre su

importancia histórica», en La Información, Santiago, 1927.

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impulsos de su fe generosa al alma doliente de la Patria: María del Carmen, María Francisca Angustia y Manuela Villa.

A la avanzada edad de 84 años murió Angustia Villa por el año de 1898.49

No sabemos si ella sería la última en morir de las tres herma-nas, pues no hemos podido encontrar las actas de defunción de María del Carmen y de Manuela.

Las tres estaban vivas hacia el 1872 y desde cuando aban-donaron este mundo de materialidades y de dolores, entraron triunfalmente en los campos de la inmortalidad como dignas y sublimes heroínas de su pueblo.

Presbítero Isidoro Ximinián de Peña y Espinal

El día 18 del mes de julio de 1837 se presentó ante Narciso Ro-mán, notario público de la común de La Vega, el presbítero Isidoro Ximinián de Peña y Espinal, en aquel entonces cura rector y vicario foráneo de esta parroquia, e hizo levantar el siguiente documento de protesta:

«Ante nos Narciso Román, notario público de la común de La Vega y del Tribunal Civil de Santiago; y en pre-sencia de los testigos que nominarán abajo firmados, fue presente el presbítero cura rector y vicario foráneo de esta iglesia parroquial ciudadano Isidoro Ximinián de Peña y dijo: que hoy día dieciocho de los corrien-tes se ha leído una orden en la sacristía de su iglesia comunicada al general de brigada comandante de las arrondismanes de Santiago y La Vega, ciudadano Pedro Alejandro Charrier, de S. E. el presidente de Haití; con el fin de que entregue todas las hojas de oro y de plata que en dicha iglesia se encuentran al presbítero cura Eugenio Espinosa lo que obedeció ciegamente en obse-

49 Archivo del Oficialato Civil.

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quio del respeto que en todos tiempos ha manifestado al jefe del Estado y a sus órganos. En esta virtud como quiera que le ha sido sumamente extraña la suspensión del ministerio que hace el espacio de treinta y siete años que ejerce por oposición canónica, con justos títulos, nos declaró que tenía que representar a S. E. el presidente de Haití en tiempo oportuno, porque real-mente los informes siniestros de algunas manos ocultas habrán dado ocasión a que S. E. los haya tomado en consideración; y por esta causa suspendídolo. En con-secuencia siéndole sumamente gravoso y perjudicial el grito público, y la recolección de sus derechos, protesta desde ahora y para siempre jamás, una, dos, tres veces y las demás en derecho necesario contra los autores que han ocasionado semejante suspensión para que le repongan en su honor y hacienda los al mismo tiempo responsables; a todos los costos, daños y perjuicios y menoscabos que se resultaren, y de que así lo protesta lo pide por testimonio de que se da acta. Que es hecho y pasado en la común de La Vega hoy día dieciocho del mes de julio de mil ochocientos treinta y siete, año treinta y cuatro de la Independencia, previa lectura que se le ha dado así al otorgante como a los testigos, que lo fueron presentes y vecinos mayores de edad los ciudadanos Carlos Díaz y Senón Lendor, el primero de profesión tubanero y el segundo de profesión sas-tre, que firmaron por ante mí de que certifico. Fdo. Román».50

El presbítero Isidoro Ximinián de Peña y Espinal, consagrado, querido y respetado ministro del Señor y quien fue hijo legítimo de don José Ximinián y de doña Teresa Espinal, ejerció las funciones de cura rector y vicario foráneo de esta parroquia de Concepción de La Vega a partir del día 31 de enero de 1812 hasta el día 18 de

50 Archivo notarial del licenciado Álvarez.

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julio de 1837.51 Diligente, progresista y bondadoso, no solamente fue un instruido pastor que condujera su numeroso rebaño por la senda moralizadora que traza al hombre la palabra profunda del Cristo, sino también un ciudadano ejemplar y un fiel y cumplido vegano que laboró intensamente por el bienestar y el ornato de su pueblo.

En su testamento, de su puño y letra y fechado el 6 de septiembre de 1829, deja como herederos de sus bienes, que no eran pocos, a su hermana María Ximinián y a sus sobrinas María García, viuda de Francisco Fernández y a Juliana, «la más menor de edad».52 En este testamento expresaba el padre Xi-minián que poseía una casa de piedra en Santo Domingo, «en la calle del Arquillo, inmediata a la catedral», y además decía que:

«Desde mi ingreso al servicio de esta iglesia que hace el tiempo de 15 años, he suplido de mi bolsillo a la fábrica más de dos mil pesos. Sin incluir las dona-ciones y gracias que le tengo hechas, así personales como reales: materiales de mi tejar como ladrillos y tejas de canal, y tejitas que he franqueado sin interés alguno».53

En la lista de sus bienes figura una porción de terrenos en La Sigua54 y en El Coco, un hato llamado El Guabal, un órgano, un

51 Archivo parroquial, libro XIV de bautismos, acta de defunción del presbíte-ro Ximinián de Peña.

52 Archivo notarial del licenciado Álvarez. María Ximinián era la madre de doña Marta García, esposa de don Raimundo Gómez. María Ximinián tuvo otra hija, Antonia García, madre de Isaías Fernández.

53 Ibídem, tomo 10, documentos. El padre Ximinián nombró como su alba-cea testamentario a don Raimundo Gómez, suplente de juez de paz para este año de 1829, y esposo de doña Marta García, sobrina del menciona-do levita.

54 El padre Ximinián compró los terrenos de La Sigua a Francisco Contreras y a su esposa María de los Dolores de Dios, quienes los obtuvieron por donación que hiciera Bernardina Núñez a María de los Dolores.

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chiquero con ciento ochenta ovejas y la obra de Feijoo. Y como lo refiere la tradición, en la hora solemne del Ángelus, el padre Ximinián hacía traer sus ovejas de su estancia de La Sigua a la antigua Plaza de Armas para contemplarlas pastando desde la calzada de la iglesia.

Para el 1865 Manuel Nicasio Mella vendió a Ramón Guzmán, comerciante de Moca y para este año del 65 avecindado en La Vega, una casa:

«Sita en esta ciudad en la calle de la Iglesia, de madera y de yagua, en solar de la común; topaba en su fondo con el de las señoritas Villas y señora Andrea Avelina Bernal, linda al este con propiedad del padre Moya y al oeste con otra de don Manuel Joaquín Gómez: tiene su frente al sur, dos almacenes y caballeriza. Esta pro-piedad es la misma que pertenecía al presbítero don Isidoro Jiminián de Peña, antiguo cura párroco que fue de esta, y por su fallecimiento recayó en herencia en favor de sus sobrinas señoras María y Juliana Jimi-nián, las que vendieron al ciudadano Patricio Mieses; este construyó de nuevo la misma casa, y la vendió a su partida para Santo Domingo al señor Mella».55

Esta era la casa del padre Ximinián de Peña.Destituido de su ministerio después de más de 25 años de

fructíferos servicios, por orden del presidente Boyer, parece que obedeciendo, como él mismo ha dicho, «a informes siniestros de algunas manos ocultas», el padre Isidoro Ximinián de Peña y Espinal falleció en esta ciudad, a la edad de 76 años, el día 27 de septiembre de 1838. Su cuerpo recibió cristianísima sepultura en

la capilla de los Dolores de nuestra iglesia parroquial.56

55 Archivo notarial del licenciado Álvarez.56 Como se ve, el nombre exacto del ilustre sacerdote que hoy ha ocupado

nuestra atención es el de Isidoro Ximinián y Espinal. El De Peña es un apellido superpuesto.

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Los De Velasco

Seguir un apellido a través de la historia es tarea, a más de entretenida, de hondo significado social y que reporta sabias líneas de conducta a las humanas generaciones. No hay familia, por humilde que ella sea, que al seguir con amor y con ahínco el desenvolvimiento de su existencia en el escenario social, no nos brinde un número de rasgos solo a ella característicos, que vienen a ser factores positivos en esa compleja ecuación que siempre nos plantean los diversos momentos históricos que se suceden sin interrupción en la vida de los pueblos.

En cada una de nuestras ciudades de la República, al correr de los azares de la lucha de conquista y de colonización, senta-ron plaza con carácter de definitiva permanencia, apellidos de prosapia ilustre. De España, y de otras muchas naciones de Eu-ropa, se trasladaron a estas tierras de América diversas familias que contaban ya muchos siglos de brillante historia. Y es para nosotros, a quienes muchos consideran hombres sin profundas raíces en las lejanías infinitas del tiempo, labor de un humanis-mo trascendental hurgar en la vida íntima de esos apellidos que consideramos como cosa propia, pero que ya tienen conquistada carta legítima de permanencia en los siglos de la historia.

A principios del siglo pasado, entre los personajes represen-tativos en la vida social, económica y política de nuestra ciudad de La Vega, figuraba don Luis de Velasco. Poseía cuantiosos bienes y muchos esclavos, y ocupó, de 1810 a 1814, el honroso e importante cargo de alcalde ordinario de esta villa.57

En tiempos de la dominación haitiana se avino con los conquistadores de occidente, y fueron al parecer tan útiles sus servicios prestados al negro conquistador, que, según lo expresa un documento del año 1824, «obtuvo y aceptó del presidente de la República haitiana, señor Juan Pedro Boyer, en virtud de la ley dada por la Cámara de Representantes de fecha treinta del

57 Archivo notarial del licenciado Álvarez. Luis de Velasco figura en varios documentos como tal.

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mes de junio del año mil ochocientos veinte y cuatro, y aprobada por el Senado el 6 de julio y publicada el 8 de julio de 1824», una gran extensión de terrenos en Matanzas, cercanías de esta ciudad de La Vega.58

Fue esposo, en primeras nupcias, de Lucía Abreu, natural de Santiago, con quien tuvo un hijo, José de Velasco. Muerta su prime-ra esposa contrajo de nuevo matrimonio con Gregoria Abreu, her-mana de su primera esposa, con quien no procreó descendencia.

Murió don Luis de Velasco hacia el año 1839, y su viuda Gre-goria Abreu vivía aún en el año de 1853 en sección de Las Maras de esta común.59

Don Luis de Velasco, en un acto notarial levantado en 1839, declaró que era oriundo de la isla de Margarita.

Su hijo don José de Velasco heredó sus cuantiosos bienes y su prestancia. En 1837 y 1841 fue director del Consejo de Notables; en 1849 alcalde constitucional de primera elección; en 1853 fis-cal y en 1859 presidente del Tribunal de Primera Instancia.

Don José de Velasco se dedicaba a la crianza, y contiguo a su morada, situada en la esquina que formaban la calle Igualdad (hoy Sánchez) y la de San Carlos (hoy Julia Molina), tenía un muy bien montado alambique. Este alambique estaba hacia la calle San Carlos, como lo testifica el acto de venta de una casa que hacía José Canela a don Félix Morilla, el cual dice: «Cuyo bohío está situado en esta misma ciudad en la calle que baja al río Camú paso de las Sierras contiguo a la casa de alambique del señor José Velasco».60

Holgadísima era la situación económica de don José de Velasco. A más de sus extensos terrenos en Matanzas, y de su rico hato de La Ceibita, tenía un apreciable capital en oro y en piedras preciosas, el cual, según se decía, estaba escondido en las vigas de un bohío que tenía frente a su morada y enterrado cerca de una laguna que existía en sus terrenos de Matanzas.

58 Ibídem.59 Ibídem. Un documento notarial así lo expresa.60 Ibídem. El paso de las Sierras es el actual paso de Jarabacoa. El acto no-

tarial de que hacemos mención fue levantado ante Félix Candelario en 1851.

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No sabemos con quién contrajo matrimonio don José de Ve-lasco; solamente podemos decir que hacia 1874 había ya muerto y que su hijo don Luis de Velasco fue el único heredero de sus cuantiosos bienes.

Pero este hijo parece que no heredó la prestancia social que tuvieron en sus épocas respectivas su abuelo y su padre. Malgastó su heredada fortuna, hasta el extremo de que Juan Reinoso, hijo de Félix Reinoso y de Petrona Hernández, en su testamento he-cho en agosto de 1877, decía: «Declaro que Luis Velasco me debe tres pesos y medio que le presté para la caja de su padre».61

Ya para el año de 1869 estaba don Luis casado con Ana Jose-fa Sánchez.62 Su hija Ana María Magdalena nació en este año.63 Vivía aún, don Luis, en Los Rincones, Guaco, hacia el 1890, y no hemos podido precisar cuáles fueron, además de Ana María Magdalena, sus demás hijos.

Hacia el 1869 residían en Burende, sección de esta común, Francisco Velasco y Ana Velasco, casada esta última con Juan Bautista Jiménez y madre de Domingo Antonio;64 y en 1881 Gre-gorio de Velasco, casado con María Castillo, vivía en el cercano paraje de Sabaneta.65

Dando una mirada hacia atrás, allá por el año de 1776 figura, en un documento levantado por el notario Dionisio de la Rocha, Joseph Damián de Velasco como «vicario foráneo de esta ciudad de La Vega y su partido».66 Y años más tarde, en dos partidas de defunción, se ve que en 1824 «murió Manuel de José, viudo de

61 Ibídem. Juan Reinoso, casado con Norberta Beles (sic) padre de Juan, Félix y Jorge Reinoso. Testó en 1877 a los 80 años.

62 Domingo Sánchez, natural de Santiago, estaba residiendo en La Vega a fines del 1790. Fue su esposa Luisa Estévez, de Moca. Padre de Gregorio Sánchez. Residía en Guaco.

Gregorio Sánchez, casado con Ana Pérez. Fueron sus hijos: María de las Nieves, Filomena, Ana Josefa (esposa de don Luis) y Petronila. (Archivo notarial del licenciado Álvarez, 1859).

63 Archivo del Oficialato Civil.64 Ibídem.65 Ibídem, declaración de la muerte de su hijo Florencio, 1869. 66 Archivo notarial del licenciado Álvarez.

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Úrsula Velasco», y en 1825 «murió José del Monte, esposo de Catarina Velasco».67

Aquí en nuestra isla Nicolás Velasco Altamirano, en 1646, fue capitán general en sustitución de don Juan Bitrián de Viamonte; y como nos lo dice fray Cipriano de Utrera en su estudio sobre nuestras universidades, en 1627, Diego de Velazco (sic) Tejado, quien vino de los reinos de Castilla, residía en la ciudad capital de la en aquel entonces colonia española.

Gervasia Ventura

En nuestra investigaciones en los archivos de esta ciudad, las vidas de dos mujeres han llamado vivamente nuestra atención: la Gervasia Ventura y la de Juana Enrique. En la vida sosegada y sincera, de esencia genuinamente pastoral, que como suave y fresca linfa de arroyo se deslizaba en estos predios de naturaleza encantadora del valle de La Vega Real, la actitud de estas dos mujeres, resultantes definidas de esa compleja amalgama reali-zada por múltiples cruzamientos de razas diversas en el candente crisol de esta isla predestinada del Caribe, es brillante jalón que pone ampliamente de manifiesto hasta qué altura de efectividad y de éxito puede llegar, a impulsos del propio esfuerzo y corres-pondiendo activamente a las enérgicas posibilidades de la raza, la mujer de este medio indo-americano.

Que en estas notas de historia ocupe la Gervasia primera-mente nuestra atención, ya que el orden cronológico a ello le da legítimo derecho.

Por propia declaración que se conserva en un acto notarial levantado ante José Vicente Garrido, Gervasia Ventura contaba en el año 1862 la avanzada edad de 90 años.68 Ignoramos la fe-cha exacta de su nacimiento así también como la de su muerte. Y sobre sus ascendientes solo podemos decir que su padre se

67 Archivo parroquial, libro No. 1 de defunciones.68 Archivo notarial del licenciado Álvarez.

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llamaba el capitán Ventura. Era rica en tierras y en reses y fue una incansable sacerdotisa del culto dignificador del trabajo. De su posesión era casi toda la vasta extensión de los fértiles terrenos de Sabaneta; y cuenta la tradición que por haber ella hecho talar y quemar los tupidos montes que cubrían esos te-rrenos, fue bautizado este hermoso paraje con el significativo nombre de Sabaneta Quemada.

San Julián Despradel y Carlos la conoció, y dice de ella, que por estar fielmente concretada al mejoramiento y aumento de sus bienes, no venía casi al pueblo; y que ella era de color claro, de facciones algo finas, con cabellos buenos, y de estatura regu-lar y bastante gruesa.

Contrajo matrimonio primeramente con Juan de la Cruz, y según ella misma lo declarara en 1862:

«En el año cinco, cuando los haitianos invadieron esta parte de la isla que al pasar por los pueblos fue incen-diando, pillando, destruyendo y matando cuanto a su paso encontraban, una de sus víctimas fue mi marido Juan de la Cruz que murió asesinado por los dichos haitianos, pudiendo escapar yo y mis hijos milagrosa-mente. Cuando todo pasó volví a mi casa de Sabaneta y no encontré sino ruinas y cenizas».69

De este matrimonio con Juan de la Cruz nacieron dos hijos: Micaela y Evaristo de la Cruz, padre este último de Teodoro de la Cruz, quien murió va ya para varios años en medio del respeto, la devoción y el cariño de los obedientes y hospitalarios moradores de Sabaneta. Micaela aún vivía hacia el 1882, y fue la madre de Ezequiel de la Cruz.70

Este apellido De la Cruz es muy antiguo en este vecindario de la Concepción de La Vega. En 1731 era uno de sus prestantes vecinos don Manuel de la Cruz y Luna, y en 1782 figura como

69 Ibídem, documento ante J. V. Garrido.70 Archivo notarial del licenciado Álvarez.

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testigo de un acto notarial Vicente de la Cruz, viviente en este vecindario. María Joseph de la Cruz, vecina de La Vega allá por el 1793, y viuda de Julián Francisco, vecino del Cotuí, en su testamento, hecho en esta ciudad en ese año últimamente mencionado, le daba la libertad, «con pie y cabeza», a su esclavo Pedro Francisco.71 Nótese cómo el liberto se apropia del apellido de su antiguo amo.

No duró largo tiempo la viudez de Gervasia Ventura, pues ya en 1811 fue bautizado un fruto, tal vez el primero, de su matri-monio con don Francisco Núñez: su hija María Altagracia Diego, quien fue llevada a la pila bautismal por el alférez de Milicias don José Ramón Núñez.72

Si la Gervasia, como la llamaban sus coetáneos, sobrevivió a su segundo marido, no hemos podido averiguarlo; solamen-te podemos decir aquí que para el 1842 ambos estaban vivos y disfrutando de una santa paz matrimonial. Como hijos de este segundo matrimonio, además de María Altagracia Diego, pro-bablemente la primogénita, a nuestro conocimiento nada más ha llegado Rita Núñez, casada con Juan José Botier, fallecido a la edad de 67 años en el año de 1882 y quien era hijo de Juan Bautista Botier y de Dorotea Castillo.73 Rita sobrevivió a su espo-so Juan José y como costurera se sostenía en este pueblo por el año de 1885.74

Una litis ruidosa, que tuvo gran repercusión más allá de los linderos de esta provincia por ser protagonistas de ella dos de los tres personajes más ricos de ella en aquel tiempo,75 mermó en apreciable cantidad los bienes de Gervasia Ventura. Poseedora la Gervasia de la mayor parte de los terrenos de Matanzas, por el lado de los de Pontón colindaba con las vastas propiedades del poderoso y muchas veces irascible don Francisco Mariano de la Mota. Por una diferencia en la demarcación de los límites

71 Ibídem, documento ante Dionisio de la Rocha.72 Archivo parroquial, libro XIV de bautismos.73 Archivo del Oficialato Civil.74 Archivo notarial del licenciado Álvarez.75 El otro era el rico criador y terrateniente de Sabana Guaco don José Galán.

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de sus respectivas propiedades, los dos terratenientes y ricos criadores chocaron. Para la Gervasia el paso del Jobo, que era una de las guardarrayas de sus terrenos, estaba en el río Pontón, por el camino de Santo Domingo; y para don Pancho Mariano este paso del Jobo estaba sobre el río Camú, hacia el lado de los terrenos de San Jorge o El Quemado, por el camino, que ya no existe, que partiendo de la Gina Mocha y El Manguito conducía al paraje del Higüero. Al Tribunal fueron a ventilar cuestión tan larga y acaloradamente discutida. Presidíalo en aquel entonces don Raimundo Gómez, y Juan Reynoso, uno de sus cinco jueces, fue designado en comisión para trasladarse al lugar y estudiar las razones presentadas por ambos conten-dientes.

La tradición refiere, apartándose bastante de la verdad his-tórica y echándose en brazos de lo picaresco, que la Gervasia presentaba como límites de sus terrenos un tal arroyo, el cual, como corresponde a su naturaleza, jamás había tenido orillas pedregosas. Don Pancho Mariano sostenía que ese tal arroyo antes era un río y que como tal había tenido orillas pedregosas; y para darle patente confirmación a su argumento, una noche, en complicidad con la luna y ayudado de sus peones, cubrió de escogidas piedras ambos lados de un buen trecho del dicho arro-yo, simulando así una orilla natural. Esto le dio el triunfo…

Volviendo a la exacta verdad de nuestro relato, lo cierto es que después de mucho discutir y de gastar ambas partes bastante dinero, el Tribunal falló a favor de don Francisco Mariano de la Mota; y este, poderoso señor que no perdonaba yerros ni con-tradicciones, obligó a la Gervasia a sacar sus numerosas reses de la gran extensión de terrenos que desde entonces judicialmente le pertenecía. Esta fuerte medida, como es de suponer, le costó la vida a una gran cantidad del ganado de la vencida propietaria de Sabaneta Quemada. Aunque no podía acarrearle su completa ruina, como muchos han aseverado.76

76 Estos datos sobre la litis de la Gervasia contra don Pancho Mariano, con excepción de la tradición del arroyo y las piedras, nos han sido gusto-

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Este caso de la Gervasia con don Pancho Mariano resultó transcurridos pocos años de haberse constituido la República, allá por los años de 1846 a 1848.77

Numerosos han sido los descendientes de Gervasia Ventura: muchas familias distinguidas por su seriedad y por su laboriosidad en la cercana sección de Sabaneta reconocen en ella a su legíti-mo y principal tronco de origen. Así, uno de sus descendientes directos, Ana de la Cruz, hija de Evaristo de la Cruz, al contraer matrimonio con Norberto Eduardo, procreó a Bernardina Eduar-do (alias Niní), quien se casó con Apolinar Mella, y su hija Juana Mella con don Juan José Cosme, padres estos dos últimos del joven y prestante abogado licenciado Ramón S. Cosme y Mella.78

De edad muy avanzada y querida y venerada por todos cuantos la conocían, murió la Gervasia, espíritu abierto a la caridad y al bien, y fiel exponente de todo cuanto puede un alma fuerte de mujer cuando, sin necesidad de traicionar el «eterno femenino», obedece rectamente a hondos y humanos impulsos de fecunda creación y de efectiva permanencia en la historia y en el tiempo.79

samente suministrados por don Manuel Ubaldo Gómez, quien leyó los documentos relativos a ella. Su padre, don Manuel Joaquín Gómez, era cuando eso secretario del Tribunal, aunque quien actuó en el caso como tal fue Valentín Ramos.

77 Raimundo Gómez, presidente del Tribunal de Justicia Mayor en 1848. (Archi-vo notarial del licenciado Álvarez).

78 Esta genealogía la ha reconstruido el licenciado Cosme, y nosotros hemos podido confirmar su exactitud en gran parte por medio de algunos docu-mentos y por versiones suministradas por algunas personas autorizadas.

79 Al publicarse este trabajo en Renovación, la señora María Ramona Aquino (Monga) aclaró desde el diario La Palabra que Bernardina Eduardo (Niní) contrajo dos veces matrimonio. Y fue la segunda con Victoriano Aquino, padre de María Ramona Aquino, alias Monga.

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Juana Enrique

Es esta otra mujer maravillosa. Al observar con fruición y con cuidado el curso fuerte y agitado de su fecunda vida, nos parece una mujer surgida de la capa humilde del pueblo, de esa capa de donde vienen la mayoría de las veces las más hondas raí-ces de la conciencia nacional, impulsada por potentes alientos de éxito y dotada de una bien arraigada conciencia del propio valer. Nos la imaginamos recia, inquieta y libre. Sus actuaciones en medio de los rudos vaivenes de la existencia no estaban diri-gidas por los férreos principios de la conveniencia social, sino que era un fácil y sazonado fruto de esa vibración interna que hacía de ella una personalidad señera digna de uno de los finos trazos de La Bruyère.

Amó con amplitud y sin jamás caer en la deshonra del liber-tinaje. Constituyó, en nuestro medio, el prototipo de esa mujer más digna que el hombre que cree burlarla y más fuerte que la sociedad, que al señalarla, comete obra de injusticia y de incom-prensión. Formó un hogar, crió a sus hijos y los dotó, a ellos y a su descendencia, de una fortuna que les permitió vivir holgada y placenteramente. Se bastó a sí misma, y pudo decir que sirvió de escudo al hombre, no el hombre a ella.

Juana Enrique no era oriunda de estas comarcas de La Vega. Hasta donde hemos podido llevar nuestras investigaciones, ella fue la primera de ese apellido que fijara residencia en estos pródigos dominios del Camú. Parece que era nativa de la Línea Noroeste o de Santiago. Para robustecer esta suposición nótese cómo su legítimo esposo Bernardo Olivo, en el 1830, residía en Juana Méndez;80 y cómo en un documento por medio del cual la Enrique le traspasaba a un tal Montaño una casa situada en la calle de la Igualdad y otra en la de Petion, ambas en esta ciudad, ella hacía constar que tenía casas en Santiago, una de ellas en la calle

80 Archivo notarial del licenciado Álvarez, declaración notarial de la misma Enrique.

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de los Portales.81 Nos inclinamos a creer que esta mujer tan atra-yente era liniera: sus caracteres psicológicos dan muestra de ello, ya que es propio de las regiones áridas ese ser de espíritu fuerte, libre e inquieto, diestro para la lucha e incansable en el acecho, pues tiene que ser intranquila y ardiente el alma que surge de esa tierra cálida donde si la mano se tira descuidadamente se hiere en la verticalidad ruda y tajante de una espina…

A juzgar por los documentos de la época que hemos visto, Juana Enrique, allá por los años de 1820 a 1840, era uno de los negociantes más poderosos del comercio de La Vega de aquel en-tonces. Frecuentemente hacía operaciones de compra, de venta o de arrendamiento por sumas de dinero bastante crecidas. Así, en 1828 vendió el sitio de La Torre a don Cristóbal Moya por la suma de mil quinientos pesos moneda nacional. Y según el acto de ven-ta, «había en él un ingenio de caña con su batería de dos fondos, treinta tareas de caña, un alambique pequeño, con ocho piezas de fermentación, dos yuntas de bueyes y una casa entablada».82 En 1837, cuando se le adjudicaba en los documentos la profesión de «mercadera», compró al ciudadano Pedro Juan, sargento mayor de la compañía de Gendarmes de esta Plaza (téngase en cuenta que estábamos en plena intervención haitiana), la tercia parte del alambique que perteneció al general Placide Le Brun «en el precio y suma de doscientos veinte y cinco pesos en moneda nacional»;83 y años más tarde compró terrenos en Joya Cativa a José Ramón Rojas, a Dionisio Díaz y a Marcela Monclús, parte de los cuales vendió des-pués a Ramón Cordero. Y como un dato más que viene a confirmar la extensión de sus negocios, sépase cómo en abril de 1841 le dio en contrato por dos años a Benito Antonio Tavárez «una casa de comercio situada en la calle La Igualdad No. 81, con un capital de tres mil quinientos treinta y ocho pesos con dos reales». Las indi-cadas son las operaciones de más importancia, no las únicas, pues la Enrique hizo diversos negocios de casas en este pueblo, como

81 Ibídem, documento ante Narciso Román.82 Ibídem, documento ante Del Orbe.83 Ibídem, documento ante el juez de paz Casimiro Cordero.

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el ya citado traspaso de dos casas que hizo a Montaño y la compra que hiciera a Ramón Miranda, de Santiago, en 1839 de «una casa entinglada en este pueblo sita en la calle esquina de la Plaza de Armas».84 Nótese lo lejos que andaban nuestros escribanos de aquel tiempo de la exacta situación de las cosas en el espacio…

Como dijimos, Juana Enrique era en 1830 la esposa legítima de Bernardo Olivo, pero ya en 1841 figura en acto notarial como la «viuda del difunto Pedro Reyes». Con Olivo parece que no procreó ningún hijo, y con su segundo esposo legítimo Pedro Reyes tuvo a Ramona Reyes, quien fue también como su madre comerciante y quien explotó el negocio de gallera. La Enrique tuvo otra hija, Franca Enrique, esposa de Pedro Viloria, de quien se separó en 1859.85 Esteban y Ana Rita Viloria fueron hijos de este matrimonio. Desconocemos quién fuera el padre de Franca.

De otros dos nietos de Juana Enrique hemos tenido noti-cias, de Teresa Gordillo y de Eustaquio Reyes; ambos hijos de Ramona Reyes. Teresa Gordillo contrajo matrimonio con Se-bastián Paredes, alférez de Artillería de esta Plaza por el 1841, y la Enrique le donó al esposo de su nieta «una casa entinglada situada en la Plaza de Armas, en 1841».86 Después de la muerte de Paredes la Gordillo se fue a la Línea Noroeste, y allá, del otro lado del Yaque y muy cerca de Dajabón, por donde la vio en uno de sus viajes don San Julián Despradel y Carlos, rindió la jornada de su vida.

En 1841, ante Casimiro Cordero, hizo Juana Enrique el re-parto de una parte de sus bienes. Una casa y un alambique le dio a Ramona Reyes; a Franca Enrique «una casa entiglada situada frente al puente»,87 y a Sebastián Paredes, esposo de su nieta la Gordillo, la casa antes mencionada.

84 Archivo notarial del licenciado Álvarez.85 Ibídem. Viloria le dejó su casa de frente al mercado a Franca Enrique y

se mudó a otra que poseía en las afueras de la ciudad por el camino de Pontón.

86 Archivo parroquial. Sebastián Paredes nació el 20 de enero de 1813, hijo de Isabel Paredes, natural de esta ciudad.

87 Se trata del puente de piedra que construyeron los haitianos sobre la Zan-ja, en la calle Independencia esquina Colón.

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La fecha exacta de cuándo muriera Juana Enrique nos es imposible hacerla constar aquí. Sí podemos afirmar que, como se desprende del testamento de María Felícita Monción, la Enrique había ya muerto para el año de 1854.88 La edad que tuviera a la hora de su muerte, la ignoramos: parece que era ya una sexagenaria, pues cuando San Julián Despradel y Carlos la conoció, él era un niño y ella, según él mismo nos lo ha confesado, «una mujer ya mayor, delgada, de color indio claro y de estatura regular».89

Así, como fue su vida, fuerte estatua tallada en dura piedra a golpes rudos de buril, describimos la vida singular de esta mujer admirable. Aunque careció de instrucción, pues ni siquiera sabía firmar su nombre, fue un carácter ejemplar y un fiel prototipo de esa mujer de la raza, que a impulso de genial intuición, se-ñala rumbos y define actitudes en el vasto devenir de la historia americana.

León Santos

Los jimeros tenían la fama de ser hombres escandalosos y bellacos. Dados al alcohol y al juego, les gustaba armar bronca y echar grandes fiaos en las pulperías. Para sus correrías se organi-zaban en banda, y al correr de sus caballos escogidos sembraban el espanto en la quietud de los vecindarios y en la paz de los cami-nos. Siempre había «cascarones vacíos» en sus lustrosos revólveres, pues toda explosión de júbilo debía ir acompañada con el recio estampido del tiro al aire secundado del ajo sonoro y viril.90

88 Archivo notarial del licenciado Álvarez.89 San Julián la conoció cuando ella en persona vigilaba diariamente la cons-

trucción de una casa situada en las calles hoy denominadas Manuel Ubaldo Gómez y Zoilo García respectivamente.

90 Con su lazo continuamente terciado iban los jimenos por los caminos y era signo inequívoco de que habían escanciado licor, cuando, por puro gusto, fueteaban con saña y con escándalo al desvalido campesino que encontraran en ellos.

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El matrimonio estaba a sus anchas: el ron corría, y al son retumbante del bongó las parejas bailaban e impregnaban de un olor penetrante de sudor el estrecho ambiente del bohío. Cuando una voz estridente rompe la inquietud clamorosa de la fiesta… «¡Ahí vienen los jimeros!» –gritan–, y antes de que el no-vio y los invitados pudieran salvaguardar en apartado escondrijo a la novia, hombres briosos y hediondos a aguardiente, haciendo relucir sus revólveres, cargan con ella. Y en la quietud violada de un monte, al filo de la media noche, manos torpes le roban al desesperado recién desposado lo que debió ser exclusivo patri-monio de él…91

Procaz vocinglería conturba el vecindario de la plaza del mercado. Dos hombres, por cierto hermanos, hacen piruetas jugando al sable. Era domingo de revista y ya habían salido de misa mayor. Ambos habían comulgado y en la pulpería de monsieur Estin, con una onza que ya iba siendo incambiable, la bebida llevó a su espíritu valiente y revoltoso la ilusión de la lucha noble y caballerosa.

Los diestros contendientes eran Francisco, apodado Tito, y León Santos, ambos vivientes en San Bartolomé, paraje fértil del sitio de Jima, sección de Las Guamas. Tito era el mayor y más diestro y arrojado que su hermano. Luchó en la guerra de Inde-pendencia y prestó valiosísimos servicios a la causa de la Restau-ración. Era de los bravos jinetes que acompañaron en su cruzaba libertadora al epónimo Marcos Trinidad, y llegó a alcanzar el grado de general de Caballería Nacional.92

León Santos nació en esta ciudad de Concepción de La Vega el día 20 de febrero de 1814.93 Fue hijo legítimo de Alexo de los Santos y de Estebanía Sánchez. Su padre, capitán de la compañía de Lanceros Montados de este vecindario por el 1815 y capitán re-tirado de la compañía de Gendarmería de esta Plaza por el 1836,

91 Era costumbre, para ellos muy graciosa, de los jimeros, llevarse a las novias el día de la boda y violarlas.

92 Con tal título figura en varios documentos. (Archivo notarial del licencia-do Álvarez).

93 Archivo parroquial.

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era hijo de Manuel de los Santos y testó en este mismo año del 36 ante Casimiro Cordero, declarando como sus hijos a María, Francisco, León, Clara, Justa, María del Rosario y Marcelino. De-claró además que «por devoción antigua de sus padres y abuela tenía a su cargo la fiesta de san Antonio de Padua, y encomendaba a Manuel Concepción Tabera el encargo de celebrarla, a fin de que continúen como hasta aquí ferbolisando (sic) las fiestas del glorioso san Antonio».94

De inteligencia clara y conocedor a fondo de las mañas y tendencias del campesino de sus regiones, León Santos figura en nuestra historia como el sujeto hábil, fruto especialísimo de nuestro medio de eternos subterfugios y de esquiveces irrespon-sables, que siendo político, no tiene compromisos directos con nadie y rinde sus servicios de acuerdo con su propia convenien-cia personal. Así, que sepamos, no pone su machete adiestrado, como lo hiciera su hermano, al servicio de la causa separatista, ni mucho menos hace causa común y efectiva con los hombres de la aurora inmortal de Capotillo.

Recibe escasa instrucción en las escuelas que abrieran aquí las autoridades haitianas, pero ayudado por su clara inteligencia y por su espíritu fuerte de dominio y de mando llega a desempe-ñar cargos de alguna importancia hasta llegar a ser comandante inspector de Agricultura por las regiones de Bonao allá por el año de 1857.95 Era criador y labrador y parece que sus medios de fortuna no fueron muy estrechos.

Por esas transformaciones maravillosas que con tanta pro-digalidad nos brinda nuestro medio, León Santos, a partir del 1857, figura en todos los documentos con el pomposo título de general. Sus méritos para alcanzar tal grado son por nosotros enteramente desconocidos…

Como dijimos, servía cuando veía probabilidades de ser servido. Así, en 1862, pocos meses antes del golpe emancipador

94 Archivo notarial del licenciado Álvarez, documento ante Casimiro Cordero, 8 de julio de 1836.

95 Archivo notarial del licenciado Álvarez. Con este título figura en varios docu-mentos de la época.

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de agosto, había prestado un hermoso caballo muleño al general Esteban Roca, gobernador de su majestad aquí en La Vega por aquella época. Y según reza un documento levantado al respec-to, «cuando los españoles se fueron de esta ciudad, por el mes de agosto del 1862 (sic), Roca se fue en el caballo y no lo devolvió a Santos». Pero no era posible que aquel gobernador en derrota se quedara con su caballo muleño, comprado al general Juan Álvarez Cartagena y nacido en la sección de Rancho Viejo; y León Santos no cesó de practicar diligencias por recuperarlo, hasta el extre-mo de que seis años más tarde, en 1868, autorizó a Saturnino Cosme de Botier, agricultor de Sabaneta, para que reclamara en El Seibo el caballo a la sucesión de Julián Santana.96 No sabemos si el interesado León Santos llegó a recuperar el caballo que de seguro prestó a su jefe por halagarlo.

Este prestante jimero se casó primeramente con Loreta Sánchez, y fueron los hijos de este primer matrimonio Pedro, Paulino, Evaristo y Juana, más tarde viuda Mejía. Y para 1886, y en lecho de muerte, contrajo matrimonio con María Petronila Vincent, oriunda del Cotuí, con quien procreó a Juana, Andrea y Dionisia, quien nació treinta días después de su muerte, acaecida en noviembre del antedicho año de 1886.97

Como una ligera contribución al estudio de la psicología del alma nacional hemos presentado estos rasgos biográficos del comandante León Santos. De ese hombre curioso e interesante, fiel espécimen de nuestro complejo tipo racial, quien siendo autoridad en uno de los sitios más revoltosos de estas comarcas, en donde eran casi cotidianas las riñas a mano armada y fre-cuentes los raptos, muy pocas veces se encaminaba al pueblo a poner en manos de las autoridades superiores y competentes a tan numerosos y terribles perturbadores de la moral y de la ley. Encomendándose a «la india vieja de Higüey», según él mismo lo decía, dominaba forajidos y murió quietamente en su mullido lecho a la avanzada edad de setenta y dos años.

96 Ibídem, declaración del mismo León Santos.97 Ibídem, documento ante Juan Isidro Vásquez.

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Los Cordero

En su trabajo histórico intitulado «Concepción de La Vega» el licenciado Alcides García, al referirse a la guerra de Recon-quista que tan brillantemente realizara el brigadier don Juan Sánchez Ramírez, y a los veganos que acompañaron al bizarro cotuisano en su campaña de retorno a la corona ya para aquel entonces decadente de España, dice: «Y al lado de este caudillo figuraron muchos otros distinguidos ciudadanos o comprovin-cianos suyos: el teniente José Cordero, antiguo oficial de las milicias de color, en aquel entonces comandante de Armas de La Vega».98

Don José Eugenio Cordero, teniente en las guerras de Re-conquista, era ya «capitán de Morenos» a partir del año de 1810 y siguientes. De él eran los terrenos de Buena Vista, los cuales vendió al capitán José Félix, padre de Josefa Pérez, quien se casó con Vicente de los Santos.99

Con María Gavilán contrajo matrimonio don José Eugenio Cordero, y de ella ya había enviudado para el año de 1805.100 Si no estamos sujetos a error, hijos de este matrimonio fueron Casimiro, Jacinto, Domingo y María. Para el año de 1806 con-trajo matrimonio con María Salomé Dicour, alias Sona, oriunda de Dabajón y con quien no procreó ningún hijo. Según propia declaración de la Dicour, hecha en el año de 1857, don José Eu-genio Cordero murió por el año de 1834. Casimiro era el mayor de los hijos de don José, pues como él mismo declarara en el 1862 contaba para esa época la edad de 80 años, mientras que Domingo solamente tenía entonces 71.101

98 Publicado en la revista La Opinión, Santo Domingo, octubre, 1924.99 Archivo notarial del licenciado Álvarez. Vicente de los Santos poseía, por

herencia de su esposa Josefa Pérez, los terrenos de Buena Vista para el año de 1876; terrenos que dejó en herencia a sus hijos de crianza Francisco Roble, Saturnino y Raimundo Islas.

100 Consta en los archivos de nuestra iglesia parroquial que para el 1818 José Cordero era viudo de María Gavilán.

101 Archivo notarial del licenciado Álvarez.

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Don Casimiro Cordero, dotado de clara inteligencia y de notable cordura, fue uno de los elementos más prominentes de la sociedad vegana de pasadas épocas. Armero de oficio, fue juez de paz de esta común de 1836 a 1837, alcalde constitucional de primera elección en 1844, en 1846 y en 1853, y cuando consuma-da la Independencia se convocó el Congreso de San Cristóbal, él, junto con don Juan Reinoso, fue el escogido para represen-tar la provincia de La Vega en aquella primera Asamblea que sintetizara la expresión de la nacionalidad recién nacida.102 Con Isabel Holguín contrajo matrimonio don Casimiro, y de esta unión conocemos como hijos a Micaela, quien nació en 1814,103 a Petronila, viuda de Eustaquio Pérez para el 1889 y quien murió a la edad de 66 años en 1894, a María Josefa, a Antigua, a Felipe Neri y a José Ramón.104

Felipe Neri Cordero, inquieto y vehemente, fue militar y muy dado a las cuestiones de justicia. Procurador público de los tribu-nales de esta ciudad en 1862, para el 1871 ejercía las funciones de «coronel presidente del Consejo de Guerra permanente de esta ciudad».105 Casado en 1850 con María de la Antigua Rodríguez, para el 1872, cuando contaba cuarenta años de edad, celebró matrimonio con Ramona Sánchez.106

José Ramón Cordero celebró nupcias con Gabriela Bidó, y fueron estos el tronco respetable de la familia Cordero y Bidó, la cual hoy ocupa un puesto distinguido en nuestro medio social.

De los otros hijos de don José Cordero, Domingo se distinguió en la carrera de las armas. En 1827 era «capitán de granaderos del regimiento número 33» y en 1862, cuando contaba setenta

102 En el archivo notarial del licenciado Álvarez, y en varios documentos, constan todas estas funciones desempeñadas por don Casimiro Cordero. De don José Gabriel García hemos obtenido la noticia de su elección como diputado por La Vega.

103 Archivo parroquial.104 Archivo notarial del licenciado Álvarez.105 Ibídem. En 1862, cuando Neri Cordero era procurador público, sostuvo

una litis con el general Tomás Villanueva, la cual culminó entre ambos a puños en la antigua Plaza de Armas.

106 Archivo del Oficialato Civil.

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y un años, era «comandante de la reserva de esta provincia».107 Fue su esposa María José Santos, con quien estaba ya unido para el 1812, y quien sobreviviéndole murió a la edad de noventa años en 1884.108

De los otros hijos de don José Cordero, tronco venerable de ese apellido, de Jacinto no hemos tenido noticias y María fue la esposa del general Manuel Mejía, héroe de nuestras luchas libertadoras.109

De otros individuos que llevaron el apellido Cordero hemos recogido algunos datos, pero nos ha sido imposible hasta ahora determinar los nexos de familiaridad existentes entre ellos y los personajes ya mencionados en estas notas.

Así tenemos a Manuel Cordero, sargento primero de Milicias en 1811 y para el 1828 «alcaide de la Casa de arresto de esta común».110

En el libro de defunciones de nuestro archivo parroquial consta que en el 1825 murió Antonia Cordero, a la edad de 50 años, hija legítima de Basilio Cordero y de Ana Hernández. En este mismo archivo existe la constancia del matrimonio, para el 1846, de Eduardo Viloria con Andrea Cordero.

Los Espínola y Sánchez

El día 12 de diciembre del año de 1842 don Ramón Espínola, al formular su testamento ante el juez de paz de esta común de La Vega, don Casimiro Cordero, asistido de su greffier Félix Can-delario, declaró ser hijo legítimo de Antonio Rodríguez Espínola, natural de Santa Cruz de Tenerife y a quien todos llamaban el Isleño, y de Felipa Jiménez, oriunda de la ciudad de Santiago de

107 Archivo notarial del licenciado Álvarez.108 Archivo del Oficialato Civil.109 María Salomé Dicour, esposa de don José Cordero, dejó a María Cordero,

esposa del general Mejía, su casa situada frente a la Plaza de Armas. (Ar-chivo notarial del licenciado Álvarez).

110 Ibídem.

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los Caballeros y quien murió en esta ciudad en el año de 1821.111 Su esposo don Antonio murió antes que ella.

Don Ramón Espínola era «casado y velado en esta parroquia» con doña Manuela Sánchez, y fueron sus hijos: Antonio, Juan, Manuel, José Antonio, Raimundo, María Ramona, María Rosa y María Altagracia.112

Para el año de 1843, y a la edad de 58 años, murió en esta ciudad don Ramón Espínola, como nos da constancia de ello el acta de defunción que reposa en los libros de nuestro archivo parroquial.

De los hijos de don Ramón Espínola, quien en el 1838 era capitán de la sección de Barranca, solamente hemos podido en-contrar el acta de nacimiento de Juan, quien nació el día 30 de junio de 1812 y de Manuel de Jesús, quien nació en agosto del 1814.113

Como otras noticias particulares sobre los hijos de don Ramón, sépase que Juan para el 1874 era el esposo de María Olegaria Jorguín;114 María Rosa, residente en Cenoví para el 1869, estaba casada en esta época con Patricio Cáceres; María Altagracia, quien murió en 1847 a la edad de 18 años, fue esposa de Fernando Mejía;115 María Ramona en 1805 era la esposa de Cipriano Holguín y Antonio, quien enviudó de Raimunda Esqueda, murió en el año de 1845 a la edad de 30 años.116

Raimundo, a quien sus conocidos llamaban Mundo, vivió largos años y no tuvo hijos.

José Antonio Espínola y Sánchez (Pepe), el otro hijo del isleño don Ramón Espínola y de doña Manuela Sánchez, celebró matri-monio con doña Magdalena de Jesús Sánchez, quien por su virtud y su carácter se perfiló como una de las matronas de la sociedad vegana del siglo pasado. Fueron los hijos de José Antonio y de

111 Archivo parroquial.112 Archivo notarial del licenciado Álvarez.113 Archivo parroquial.114 Archivo del Oficialato Civil.115 Archivo notarial del licenciado Álvarez.116 Archivo parroquial.

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Magdalena de Jesús: Petronila (Niña), quien murió hace pocos años, Juana Altagracia, fallecida en temprana edad, Ramón Eusta-cio, Eudoxia, quien aún vive, y José Antonio.

A Ramón Eustacio Espínola y Sánchez, a quien en nuestra infancia con cariño y respeto llamábamos Papá Mon, lo cono-cimos. En su hogar, y bajo el amparo de su bondad acogedora y complaciente, se deslizaron muchas horas de nuestra niñez traviesa y placentera; murió hace ya algunos años, y en cuanto a su esposa, quien aún vive, y a sus hijos, nada tenemos que decir, pues están unidos a nuestro corazón por la amistad y el cariño.

José Antonio Espínola y Sánchez es el padre de Juan, nues-tro más fecundo, autóctono e inspirado compositor en el arte sublime de Bach y de Beethoven; de Máximo, inteligencia finamente cultivada tronchada a destiempo; de Pío, inquieto escultor de altos vuelos, y del doctor Jovino A. Espínola, quien con sus originales invenciones pone en alto el nombre de nues-tro pueblo.

No sabemos en qué fecha murió José Antonio Espínola y Sánchez (Pepe), solamente podemos decir que según lo expresa un documento notarial, para el año de 1879 doña Magdalena de Jesús Sánchez era ya viuda de Espínola.

Doña Manuela Sánchez, esposa del viejo don Ramón Espí-nola y Jiménez, nos parece que era natural de esta ciudad de La Vega, aunque algunos creen que era oriunda de Baní. Como ella lo declarara allá por el año del 1808, su madre era Rosa Orguín, y sus hermanos León y Juan Sánchez.117 Lástima que en esta de-claración no haga referencia al nombre de su padre.

No sabemos si el Juan Sánchez hermano de doña Manuela era el Juan Sánchez casado para el 1842 con María Salomé Dicour, viuda de don José Eugenio Cordero, o el Juan Sánchez esposo de Andrea del Rosario, ya muerto para el 1840, y padre de María Sán-chez, viuda de Francisco Molina para este año mencionado.118

117 Archivo notarial del licenciado Álvarez.118 El apellido Sánchez existe desde muy antiguo en nuestro pueblo de La

Vega. Para el 1809 era vecino de La Vega Ildefonso Sánchez; para el 1813 don Antonio Sánchez era un elemento prestante de esta sociedad, y en

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En 1846 murió Francisco Ramón Espínola, a la edad de 22 años, hijo de Vicente Espínola y de Ramona Núñez,119 y para el 1869 Gerónimo Espínola estaba casado con Ana Evangelista Ma-garín. Hija reconocida de Gerónimo Espínola y de Simona Res-tituyo fue María de Jesús Espínola, quien contrajo matrimonio con Juan Ungría, natural de El Seibo, y residente en la sección de El Pino para el año de 1875.120 No sabemos qué grado de parentesco existió entre estos y los Espínolas y Sánchez mencio-nados anteriormente.

Don José Concepción Tabera y del Hierro

Abogado de altos vuelos y de experiencia sólida y variada, fue un patriota íntegro que sirvió noble y activamente a la libertad y a la dignidad de la República.

Vegano, no solamente por su origen, sino por lo fiel, útil y abnegadamente que en todo momento sirvió a los intereses, prin-cipios y aspiraciones de la comunidad en la cual desarrolló tan brillantemente sus actividades, don José Concepción Tabera y del Hierro es justamente considerado en la historia de nuestro pueblo como uno de nuestros prominentes e ilustres comprovincianos.

De extensa y meritoria labor forense, desempeñó importan-tes cargos en la vida pública de nuestro pueblo y fue, además de querido y respetado, una fuente inagotable de experiencia, de

1814 don Sebastián Sánchez era un rico hacendado de esta localidad. Ade-más, para el 1812 Manuel Sánchez estaba casado con Manuela Espínola. (Archivo parroquial).

De la Mejorada Villa del Cotuí vinieron a establecerse aquí algunos miem-bros de la familia de los Sánchez Ramírez, y como ya hemos visto que para el 1749 don Antonio Sánchez Valverde residía en esta ciudad ejerciendo las funciones de escribano público y de Cabildo, sería interesante aclarar si este señor dejó aquí alguna descendencia o si de la cercana villa del Cotuí, en donde algunos Sánchez Valverde fijaron residencia, pasó algún miembro de esta ilustre familia a esta ciudad y cuáles han sido en ella sus descendientes.

119 Archivo parroquial.120 Archivo del Oficialato Civil.

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cordura y de conocimientos a la cual acudían, en busca de sanos y oportunos consejos, los que de ellos estaban necesitados.

Don José Concepción Tabera y del Hierro ejerció las funcio-nes de procurador fiscal de este distrito judicial para el 1848. En 1850 fue electo miembro de la Diputación Provincial; para el 1852 era primer alcalde constitucional de esta común,121 y para el año de 1870 desempeñaba el cargo de juez del Juzgado de este distrito de La Vega.122

Justo, competente y recto, sirvió a entera satisfacción de sus com-pueblanos estas diversas y delicadas funciones a él encomendadas.

Fue la esposa de este vegano sobresaliente doña Ana Del-monte, natural de la antigua Santo Domingo de Guzmán, y quien le sobrevivió. Al parecer no hubo descendencia en este matrimonio ejemplar y honorable.

Llevados, para desgracia nuestra, a feliz término los mal-hadados planes del santanismo, fueron enviados a esta ciudad de La Vega con el indigno propósito de enarbolar en ella el pabellón de España, hecho que venía a ser la dolorosa objeti-vización del éxito de los nefandos planes de los recalcitrantes anexionistas, Miguel Lavastida y un individuo de apellido Fe-brillet. Convocado el pueblo en la antigua Plaza de Armas para presenciar aquella artera puñalada que al corazón compungido de la Patria asestaba un grupo de sus propios hijos, cuando se arrió la gloriosa bandera tricolor del baluarte para colocar en su sitio, en esta vez sin honra, el pabellón de España, don José Concepción Tabera y del Hierro, quien estaba presente en el acto, con los ojos anegados en sinceras y expresivas lágrimas, dijo: «Dos veces he llorado en mi vida, cuando murió mi madre y ahora, cuando perdemos de nuevo la libertad».*

121 Archivo notarial del licenciado Álvarez.122 Archivo del Oficialato Civil.* Sin embargo, según el propio Despradel, las palabras de Tabera y del Hie-

rro a la comisión estadounidense que visitó la República Dominicana en 1871 fueron las siguientes: «En mi vida, no había llorado ni cuando murío mi madre. Lloré por vez primera cuando se arrió la bandera dominicana para poner la española». Véase Guido Despradel Batista, Obras 1, Santo Domingo, Archivo General de la Nación, 2009, p. 53. (N. E.).

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Un hecho aleccionador y singular acaeció en aquel día de desesperanza y de dolor para el pecho de los buenos patriotas. El comisionado santanista Febrillet, poco después de enarbolado el pabellón que a los resplandores épicos de Capotillo caería ven-cido ante el alma indómita de Quisqueya, fue a tomar un baño a las frescas, y en aquel entonces abundantes aguas del Camú; y al lanzarse a las profundidades, esta vez justicieras, del Charco de Lucía, perdió la vida.

Según consta en los libros de nuestro Oficialato Civil, el día 4 de agosto de 1876, a los setenta y tres años de edad, murió en esta ciudad don José Concepción Tabera y del Hierro, hijo legítimo de Manuel Tabera y de María Ignacia del Hierro.

Hermana de nuestro ilustre biografiado fue doña Lucrecia Concepción Tabera, viuda Medrano para el año de 1894, época en la cual residía en el Santo Cerro.123

De los dos apellidos de don Pepe Tabera, que era como gene-ralmente le llamaban sus conocidos, el materno es de historia más antigua en esta ciudad de La Vega que el paterno. Así, en nuestros archivos figuran Andrés del Hierro, vecino de La Vega para el 1772; el capitán Miguel Francisco del Hierro, residente aquí en 1773;124 don Lucas Ortega del Hierro, capitán de Urbanos en esta ciudad en el año de 1798, esposo de doña Rita de Moya y quien murió, a la edad de 80 años, en 1820.125 No hemos podido averiguar de cuál de estos Del Hierro fuera hija María Ignacia, madre de don Pepe.

En lo que respecta al apellido Tabera, solamente hemos po-dido encontrar en los archivos a Juan Tabera, esposo de María Salazar para el año de 1812. Félix de Valois, hijo de este matri-monio, nació en esta ciudad en este año anteriormente citado de 1812.126 Creemos que este apellido Tabera no se estableció desde muy antiguo en esta ciudad.

Es bueno advertir aquí que legítimamente don Pepe Tabera debió llamarse José Concepción y del Hierro. Pero ya hemos

123 Archivo notarial del licenciado Álvarez.124 Ibídem.125 Archivo parroquial.126 Ibídem.

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visto lo usual que ha sido entre nosotros que muchos hijos se hayan apoderado de los apellidos paternos y maternos de su padre para hacer de ellos uno solo.

En los numerosos documentos que hemos revisado para la preparación de estos estudios, solamente a partir del año de 1800 se hace mención del apellido Concepción en nuestro pueblo. Para este comienzo del siglo era vecino de La Vega Gregorio de la Concepción, esposo de María de la O Casimiro. Como consta en nuestro archivo parroquial, Gregorio de la Concepción falle-ció en esta ciudad en 1817.

Don Cristóbal José de Moya y Padrón

Fue un vegano ejemplarmente ilustre que sirvió de tronco venerable a una de esas familias que en nuestro medio social heredan y sostienen la legítima aristocracia del bien, de la virtud y del trabajo.

En su residencia de La Torre, y con fecha 8 de agosto del año 1871, ciego, casi sordo y ya de edad bastante avanzada, hizo su testamento don Cristóbal José de Moya y Padrón. En él declaraba ser natural de la ciudad de La Vega e hijo legítimo de don Dionisio Valerio de Moya y de doña Rosalía Padrón, y estar casado in facie ecclesiae con doña Juana Carlota de Portes, hija legítima de don Francisco Portes y de doña Luisa de Moya. En él declaraba, además, que en su matrimonio había tenido nueve hijos, «de los cuales en esa fecha del 71 existían cinco: Martín, Casimiro, Cristóbal, Joaquín y Trinidad, los varones au-sentes en el extranjero y la hembra casada con Joaquín Robiou, residentes en Santiago de los Caballeros».

Pidió ser enterrado en La Torre y fueron sus albaceas testa-mentarios Manuel Pérez y Valentín Pérez, ambos domiciliados en El Caimito.

Como bienes dejaba don Cristóbal dos casas en esta ciudad, «situadas en la calle de la Libertad» y terrenos en La Torre, en Peladeros, en Ortega, en El Caimito, en Yabanal, en el Hato de

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doña Antonia (Guayubín), en Angelina, en Sierra Prieta y en Bonao Arriba.127

A sus hijos naturales Merced Monción, Josefa Correa, Juana Bautista, Toribio Tapia, Sinforiana de la Antigua y Juana de los Santos, dejó don Cristóbal en su testamento la quinta parte de todos sus bienes.128

En 1847 don Cristóbal José de Moya y Padrón declaró, ante el juez de paz don Toribio Ramírez y cuando otorgaba un patrimonio a su hijo Dionisio Valerio de Moya y Portes para que pudiera cursar sus estudios eclesiásticos, ser «procurador fiscal cerca del Tribunal de Justicia Mayor de la provincia de Santiago», y años más tarde, en 1867, decía ser «de profesión abogado y médico reconocido», y que durante la dominación española era alcalde mayor de esta común de La Vega, funcio-nes en las cuales fue sustituido, al presentar renuncia, por don Carlos Nouel.129

127 Archivo notarial del licenciado Álvarez. Parte los terrenos de La Torre los compró don Cristóbal al capitán Manuel Olivo. Otra parte de dichos terre-nos la compró en 1828 Ramón Montaño a Alejandro Bartolomé, vecino de Santiago. Montaño le quedó debiendo a Bartolomé una parte de la suma convenida para la venta, y este traspasó la deuda a don Cristóbal. Montaño, al no poder pagar, traspasó la compra a Juana Enrique, quien se compro-metió a pagarle a don Cristóbal. En el mismo año de 1828 don Cristóbal compró a la Enrique dichos terrenos en 1,500 pesos moneda nacional. Había en ellos «un ingenio de caña con su batería, de dos fundos, treinta tareas de caña, un alambique pequeño, con ocho piezas de fermentación, dos yuntas de bueyes y una casa entablada». En 1827, y por ante Del Orbe, don Cristóbal compró a Francisco Sardá Carbonell, mercader, «una casa situada en la calle Independencia de norte a sur, y de este a oeste en la de la Libertad».

128 Ibídem. Juana de los Santos Monclús, hija de don Cristóbal, se casó con Juan Franco, natural de San Carlos, Santo Domingo, y fueron hijos de este matrimonio: María Dolores, Miguel de los Santos, Baldemira, José, Ercilia, y otro de pecho en 1869.

129 Ibídem, acto ante el alcalde Buenaventura Gómez. Con respecto a la for-ma de ejercer su profesión de médico don Cristóbal, hemos encontrado en un documento notarial una nota bastante curiosa, la cual dice así:

«El señor Moya, cuando se hace cargo de enfermos, tiene por cos-tumbre hacer que una tal señora Juliana de los Santos le haga de

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En la Real y Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aqui-no cursó sus estudios de Derecho Civil y Canónico don Cristóbal José de Moya y Padrón, y como lo hace constar fray Cipriano de Utrera en su documentadísima historia de las Universidades de Santiago de la Paz y de Santo Tomás de Aquino recibió su título de licenciado en ambas disciplinas en el año de 1798.130

Sobre los hijos de don Cristóbal José de Moya y Padrón, de los cuales, según él mismo expresaba en su testamento, sola-mente vivían cinco para el año de 1871, digamos que Ramón Martín fue el esposo de Antonia Mauricia Pérez y que falleció en esta ciudad, a la edad de 56 años, el día 7 de junio del año 1877;131 Cristóbal Marcos, quien residía para el 1865 en el para-je cercano a esta ciudad que llaman Los Rincones, celebró ma-trimonio con Filomena Sánchez, hija de don Gregorio Sánchez y de Ana Pérez;132 Trinidad ya hemos visto que fue la esposa

enfermera para que sea quien le asista y con este motivo, después del fallecimiento del señor Felipe Castillo (rico vecino de Peladeros) presentó el señor Moya a esa mujer como acreedora a dos mil pesos nacionales que tuvo que pagarlos». (Archivo notarial del licenciado Álvarez, declaración prestada en 1860).

130 En esta misma obra fray Cipriano nos presenta a Cristóbal José de Moya, de veintiún años de edad, como estudiante en Santo Tomás de Derecho Civil y Canónico de 1816 a 1817. Este, como hemos visto, era hijo de don Cristóbal y de doña Carlota, su esposa.

131 Archivo del Oficialato Civil. Rafael Dionisio de Moya, hijo de Ramón Mar-tín de Moya y Portes y de Antonia Mauricia Pérez, fue esposo de Enriqueta Valverde, y murió a los treinta y ocho años de edad en 1884.

132 Véase, sobre la ascendencia de los Sánchez, el trabajo dedicado en esta obra a los De Velasco. En esta ciudad de La Vega residió, para el 1862, otro Cristóbal Moya y Portes, quien vivía en la calle del Sol y testó ante Garrido el 20 de febrero de dicho año antes citado, cuando contaba 70 años de edad. Según consta en el referido testamento, era natural de Santiago e hijo legítimo de don Juan de Moya y de doña Luisa de Portes, ambos naturales de aquella ciudad.

Este Cristóbal Moya y Portes se casó primeramente con doña Ramona Peguero, con quien no tuvo hijos, y después con doña Luisa Mella, quien vivía para el 1862 y con quien tampoco procreó descendencia.

En su testamento decía: «Jamás he tenido hijos naturales ni menos he adoptado ninguno». Tenía reses, caballos y una casa «contigua al esta-blecimiento de destilación de don Pedro Viloria». Crió un muchacho

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de don Joaquín Robiou; Casimiro, quien ejerció por muchos años el comercio, procreó sus hijos con doña Margarita Robles y Joaquín con doña Isidora Rivera.

Sobre los hijos de don Cristóbal ya muertos en el 1871, Cristó-bal José, estudiante de Derecho Civil y Canónico en Santo Tomás de Aquino de 1816 a 1817, murió el día 5 de mayo de 1855;133 María del Carmen fue la esposa de don Manuel Joaquín Gómez Grateraux, y Dionisio Valerio, nuestro ilustre y renombrado pa-dre Moya, ocupará nuestra atención preferente en el siguiente capítulo de esta obra.

El tronco más antiguo de los De Moya en esta ciudad de La Vega fue don Dionisio Valerio de Moya y Guillén, padre de don Cristóbal, y quien fue alcalde ordinario de esta ciudad en 1786 y en 1798. De Moya y Guillén, elemento prestante y distinguido de nuestro pasado colonial, residía en Cuba para el año de 1815. No sabemos si rindió la jornada de la vida en aquella hermana Antilla.

Como hemos podido deducir, los De Moya y Guillén, en tiempos de la Colonia, fijaron residencia en esta ciudad de Concepción de La Vega y los De Moya Peláez en la de Santia-go de los Caballeros: como aquel don José Joaquín de Moya y Peláez, quien residía en aquella invicta villa para el 1811 y quien fue padre de José Dolores Moya, residente en La Jagua, de esta jurisdicción, para el año de 1863.134

Qué grado de parentesco uniera a los De Moya y Guillén y a los De Moya y Peláez nos ha sido hasta ahora imposible averiguarlo.

De muy antiguo está establecido este apellido De Moya en estas regiones de La Vega. Para el 1775 eran vecinos del Rancho del Naranjal don Manuel y don Agustín de Moya; y vecinos en

llamado José Celedonio Rodríguez Cefí, a quien dejó «un potrico rusillo y una novilla en manos de Eustaquio Mella». Dejó a su esposa, «tan fiel y tan buena», los dos bohíos que poseía, y los hijos de sus finados hermanos fueron sus herederos, además de su esposa. Estos hermanos suyos fueron Francisco y Benedicta Moya y sus albaceas testamentarios don Basilio Gil y Gregorio de la Cruz. (Archivo notarial del licenciado Álvarez).

133 Archivo parroquial.134 Archivo notarial del licenciado Álvarez.

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esta ciudad del Camú fueron en 1805 don Clemente de Moya,135 en 1814 don Miguel de Moya, esposo de Gregoria Texada,136 y don Francisco de Moya, quien tuvo una esclava llamada Juana, cuya hija, al ser bautizada, fue apellidada Moya. Y en 1820 murió en esta ciudad, a la avanzada edad de 80 años, don Lucas Ortega del Hierro, legítimo marido de doña Rita de Moya.137

Apéndice.Descendientes directos de don Cristóbal José de Moya y Padrón:

Hijos de don Martín de Moya y Portes y de doña Antonia Pérez: Dimas de Moya y Pérez, Rafael Dionisio de Moya y Pérez, Manuel de Moya y Pérez, Samuel de Moya y Pérez, Teresa de Moya y Pérez viuda Gómez, Trinidad de Moya y Pérez viuda Vás-quez, y Claudina de Moya y Pérez de Grieser.

Hijos de don Casimiro de Moya y Portes y de doña Margari-ta Robles: Dionisio Valerio de Moya y Robles, Antonia de Moya y Robles, Mercedes de Moya y Robles de Berrido, Cristóbal de Moya y Robles, Felipe Octavio de Moya y Robles, Casimira de Moya y Robles de Benliza, y Ana Josefa de Moya y Robles de García.

***

Hijos de don Cristóbal de Moya y Portes y de doña Filomena Sánchez: Teófilo de Moya y Sánchez, Miguel Casimiro de Moya y Sánchez, José de Moya y Sánchez, Juana de Moya y Sánchez de Franco, Trinidad de Moya y Sánchez viuda De Moya, Julia

135 Ibídem.136 Archivo parroquial.137 Ibídem. Fray Cripriano de Utrera, en su historia de nuestras universidades,

cita entre los profesores de la de Santo Tomás de Aquino a Manuel de Moya, lector y doctor, dominico, en 1751.

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de Moya y Sánchez de Peralta, y Carmen de Moya y Sánchez de Piña.

***

Hijos de doña Carmen de Moya y Portes y del licenciado don Manuel Joaquín Gómez y Grateraux: licenciado don Manuel Ub-aldo Gómez y Moya, licenciado don Francisco Antonio Gómez y Moya, y don Cristóbal Joaquín Gómez y Moya.

***

Hijos de doña Trinidad de Moya y Portes y de don Joaquín Robiou: don Arismendy Robiou y Moya, don Arístides Robiou y Moya, don Angelicario Robiou y Moya, don Virgilio Robiou y Moya, y señorita Rosa Robiou y Moya.

***

Hijos de don Joaquín de Moya y Portes y de doña Isidora Ri-vera: Teresa de Moya y Rivera de Basilis, María de Jesús de Moya y Rivera de Félix, Juana de Moya y Rivera de Muñoz, Casimiro de Moya y Rivera, Dionisio de Moya y Rivera, y Cristóbal de Moya y Rivera.

***

Don Cristóbal José de Moya y Padrón murió en la ciudad de La Vega el 9 de abril del año 1873, siendo enterrado por su propia voluntad en la ermita de La Torre, la cual había hecho construir a sus expensas hacía muchos años. Fue abogado de-fensor del mártir y patriota Francisco del Rosario Sánchez.

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Doña Juana Carlota de Portes e Infante viuda De Moya (la Doña), murió en el Santo Cerro el 10 de marzo del año 1888. Recibió sepultura en la iglesia de ese venerado santuario.

Presbítero Dionisio Valerio de Moya y Portes

Fue ministro del Señor, soldado de la Patria y un heraldo del progreso en su ciudad de origen. Político y hombre emprendedor y activo, lució como virtud que delineara con trazos más fuertes su carácter el no permitir que la estrecha disciplina de su hábito ahogara inútilmente la robusta expresión de su virilidad a toda prueba.

En un medio más amplio pudo haber alcanzado la influencia y el poder de un Richelieu, y si la conturbada vida pública de su época no se hubiera opuesto a ello con sus bajas ruindades y fatales desaciertos, él hubiera escalado el primer puesto en el gobierno de la Iglesia dominicana, por la entereza de su carácter, la profun-didad de sus convicciones y la vehemencia con que se entregaba al cumplimiento de su deber y a la realización de los proyectos de bien, de progreso y de cultura que nacían constantemente en su mente de ser singular y hermosamente privilegiado.

Nació Dionisio Valerio de Moya y Portes en esta ciudad de La Vega el día 30 de enero de 1825 y de manos del padre Isidoro Ximinián de Peña y Espinal recibió las aguas del bautismo el día 1º de marzo del mismo año, siendo su padrino el activo y celoso gobernador haitiano general de división Placide Le Brun.138

En un documento, instrumentado el día 18 de octubre del año 1847, se lee lo siguiente:

«En La Vega, el día 18 de octubre de 1847, compare-cieron ante Toribio Ramírez, alcalde constitucional de segunda elección, a defecto de notario público titular, Cristóbal José de Moya, procurador fiscal cerca del

138 Ibídem.

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Tribunal de Justicia Mayor de la provincia de Santia-go, y su legítima esposa Juana Carlota de Portes, nos han dicho que por cuanto su legítimo hijo Dionisio Valerio les ha manifestado la inclinación que tiene para el mejor servicio de Dios de seguir la carrera ecle-siástica y pasar a la ciudad de Caracas, Costa Firme, en la República de Venezuela a recibir órdenes sagradas mediante las direcciones que le sean conferidas por el señor vicario general y delegado apostólico de esta diócesis y no teniendo beneficio eclesiástico ni cape-llanías ni podérselas fundar por estar prohibidas por las actuales leyes de esta República y como quiera que para cumplir con las disposiciones de los sagrados cánones y llenar sus justos deseos le sea indispensable el tener un patrimonio que le sirva de congrua sus-tentación para el interesante servicio de su ministerio, por estos motivos ambos en mancomún et in solidum otorgaban como por la presente otorgan que erigen en la mejor forma que por derecho haya lugar como patrimonio de su referido hijo con el cual pueda sus-tentarse y alimentar en el ejercicio de su ministerio a saber, la habitación llamada La Torre cuyo valor es de mil quinientos pesos, dos casas, sitas en la calle de la Independencia, justipreciadas en la suma de dos mil quinientos cincuenta pesos; declarando además que tienen otros cuantiosos bienes con que alimentar a sus demás hijos. Con la condición de que de ellos podrá alimentarse y gozarlos hasta tanto que pueda obtener un beneficio eclesiástico o patrimonio que le pueda producir el modo de subsistencia, pues desde entonces se suspenderá este y se terminará entrando dichas propiedades en la masa general de todos. De-clarando al mismo tiempo que por si algún accidente, o inopinado acontecimiento, estas propiedades aquí expresadas no le pudieran suministrar lo necesario para su subsistencia obligaban además todos sus bie-

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nes presentes y futuros habidos y por haber. Testigos: ciudadanos Florencio Beles y Félix Candelario, juez del Tribunal de Justicia Mayor de esta provincia».139

No hemos podido determinar con exactitud la fecha en la cual cantara su primera misa el presbítero Dionisio Valerio de Moya y Portes; para don Ubaldo Gómez Moya, quien tampoco ha podido obtener nada preciso a este respecto, fue probablemente en Santo Domingo de Guzmán y en la catedral primada de 1848 a 1849.

A partir del año 1853 hasta principios del mes de noviembre de 1857 sirvió ininterrumpidamente como cura y vicario foráneo de esta parroquia el padre Moya, pero en esta fecha, y en medio de las más airadas protestas de él, vino a ejercer la vicaría el cura español don Manuel Palet, quien en abril del 1858 fue requerido de Santo Domingo para que volviera a tomar el padre Moya la dirección espiritual de esta feligresía.140

139 Archivo notarial del licenciado Álvarez.140 Véase el capítulo de esta obra dedicado a nuestra iglesia parroquial. El

padre Moya era un furibundo santanista, y por ello su papel no fue muy diáfano en las guerras de Restauración. Mientras Santana estuviera en el poder, el padre Moya sería el cura párroco de La Vega, y para confirmar esta aseveración de nuestra parte nos permitimos publicar la siguiente comunicación:

«Dios, Patria y Libertad. República Dominicana Pedro Santana, general en jefe de los ejércitos, libertador de la Patria y presidente de la RepúblicaSeñor Dionisio de Moya, cura de La VegaSeñor cura:He recibido la carta de V. del 1º de noviembre corriente por la que me participa que el 30 del mes pasado tuvo lugar la colocación de la primera piedra que servirá de principio a la obra piadosa que practica V. a la cabeza de los fieles de esa parroquia.Esta plausible noticia me es enteramente satisfactoria, mucho más cuando me dice los grandes esfuerzos que V. ha hecho y los prodi-giosos adelantos que ha logrado: así lo esperaba del conocido fervor de V. y de su adhesión a un pueblo que le vio nacer y por el cual no dudo que agotará V. sus recursos y su actividad.Me encarga V. de que no se le aparte de su curato mientras no con-cluya este trabajo: de mi parte puedo ofrecerle que mientras con-

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Enérgico, progresista, entusiasta y dinámico, muchas fueron las obras que realizó en este pueblo, a golpes de brío y de sa-crificio, el padre Moya. El día 30 de octubre de 1853 plantó la primera piedra de nuestra iglesia parroquial, la cual ya para el 1867 estaba casi terminada; el día 26 de enero de 1854 celebró con el Ayuntamiento de esta común un contrato para construir el cementerio, y no conforme con darle realce al ornato de su pueblo, extiende su actividad constructora a otras regiones de esta provincia, y así restauró por completo la venerada iglesia del Santo Cerro y levantó en el fresco paraje de Jarabacoa en el 1854 una ermita, la cual fue el punto de partida para el nacimiento de ese poblado que es centro agradable de veraneo.

La industria de los aserraderos, que tuvo su nacimiento en la República en estas regiones de La Vega, puede legítimamente presentar como su precursor al padre Moya quien, en los tiempos de la Anexión y en compañía de su hermano don Casimiro de Moya y Portes, introdujo en el país por el puerto de Montecristi, la primera máquina de aserrar movida por vapor que hubiera en él.

La conducción de esta pesada estructura, a través de regiones montañosas y por caminos primitivos y casi intransitables, desde las costas noroestanas hasta este centro cibaeño de La Vega, fue una labor ciclópea que solamente un espíritu fuerte y ardiente como el que animaba la recia personalidad del padre Moya pudo haber emprendido y llevar a feliz término. En las alturas de El Coco, fren-te a la sabana que se extendía hacia el suroeste de esta población, instaló el padre Moya su aserradero. Para montarlo él hizo venir de

serve en mis manos la riendas del gobierno no se le distraerá de ese pueblo, conservando su vida normal y arreglada.No deje V., en este concepto, de continuar sus trabajos con asidui-dad en favor de sus parroquiales, excitándolos a que vivan en buena armonía como el único medio de llegar a la paz apetecida que en vano buscarían por otros medios.Deseo a V. constancia en su obra para llevarla a cabo felizmente.Dios guarde a V. ms. as.Santana.Sto. Domgo. Nbre. 14 de 1853».

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los Estados Unidos al ingeniero Arthur Lancaster, quien en los días gloriosos de la Restauración, cuando el memorable sitio de Santia-go, prestó valiosos servicios a la causa sacrosanta de la redención de la Patria.

Por muy poco tiempo rindió sus servicios este primer aserra-dero de vapor establecido en nuestra República. Transcribimos aquí las palabras que ante su destrucción y abandono escribiera en 1873 Samuel Hazard en su obra Santo Domingo, past and pre-sent; with a glance at Hayti.

Dice Hazard:

«Uno de los objetos más notables a considerar eran los restos de una máquina de vapor, según se nos dijo la única que se había instalado en la isla y ciertamente la única que vi o de que oyera hablar en mi viaje. Esta la encontramos tumbada en las orillas del río, totalmente en desuso y rota. Fue traída de los Estados Unidos por el cura de la villa, padre Moya, quien la instaló [Dio-nisio Moya]; y un americano llamado, yo creo, Jordan Lancaster, de New Jersey, fue empleado para manejar-la. Los troncos eran cortados en las montañas vecinas, y después traídos por la corriente del río Camú; pero los españoles dejaron el aserradero arruinado, como hicieron con todo, cuando abandonaron la isla; y allí la caldera permanece todavía, como un apropiado emblema de la muerte del progreso en una isla donde hay amplio campo para el trabajo remunerativo de miles de aserraderos y de máquinas».141

141 El padre Moya sintió siempre predilección por la industria de la madera. Cuando era cura de la catedral y del pueblo de San Carlos estableció unos cortes de madera por Las Najas, jurisdicción de la entonces común de San Carlos. Después estableció esta misma industria en las costas de Puerto Plata, y después para la construcción de nuestra iglesia, en las cercanías de esta ciudad. (Véase el trabajo de Ubaldo Gómez Moya, «Veganos ilustres: el padre Moya», en Renovación, La Vega, 15 de mayo de 1937).

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Violento, pasional e inquieto, su vida no podía limitarse a servirle santa, callada y humildemente al Señor. Y así, en nuestras guerras de Independencia, fue soldado heroico en Talanquera, y después de instaurada la República, cuando la incultura y el egoísmo dividieron en bandos en perpetua pugna a la ciuda-danía, él abrazó su bandera política y militó por ella como un hombre real y completo, con sus momentos felices de luz y sus horas tristes de penumbra.

Puso todas sus influencias al servicio de la revolución del 7 de julio de 1857 y a «fines de 1865, después de la caída del gobierno del Protectorado, fue llamado a la capital por el gobernador ecle-siástico, y estando allí, fue hecho preso y conducido a la Torre del Homenaje el 13 de diciembre». Sobre esta prisión del padre Moya ha expresado don Ubaldo Gómez Moya lo siguiente:

«El 9 de abril del año 1866, desde la Torre del Ho-menaje, se dirigió al Congreso Nacional haciéndole presente que hacía varios meses se encontraba preso sin saber el motivo, pues hasta la fecha no había sido interrogado. En ese documento hace constar que él había prestado importantes servicios a la Patria, pues había sido el único sacerdote que había ido con las tropas dominicanas, para prestar su ayuda religiosa a los moribundos. (Es un hecho conocido por todos los de aquellos tiempos su presencia en Jácuba y en Saba-na Larga hasta Dabajón, y por el sur hasta Las Matas de Farfán, como capellán de las tropas).

El 20 de abril, el Congreso, presidido por el pa-triota Ricardo Curiel, le contestó al pie de la misma exposición: que según los informes de la comisión correspondientes y los del ejecutivo, su causa se estaba sustanciando, pero según parece, esto no era verdad, porque la libertad la obtuvo al triunfar la revolución del triunvirato».142

142 Ibídem.

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Varias extensiones de terreno poseyó el padre Moya en esta provincia. A los Suárez del Santo Cerro compró «los terrenos que van de Camú hasta Yamí»; a la sucesión de don Buenaven-tura Gómez y de doña Marta García, para el 1863, compró los terrenos del Guabal, los cuales fueron antes de su abuelo don Dionisio Valerio de Moya y Guillén; a Marcos Concepción Tave-ra compró un terreno en Los Ejenardos; a los hijos de Manuel de Luna, en 1865, los terrenos que en épocas pasadas había poseído en El Coco el padre Isidoro Ximinián de Peña y en este mismo año del 65 obtuvo de Antonio Clisante unos terrenos en Sabana Rey.143

Y para terminar de presentar la lista de los bienes que de él hemos conocido, digamos que construyó en esta ciudad una casa, «sita frente a la iglesia, construida de madera, cubierta en parte de tablitas y de yaguas». A su muerte esta casa la heredó su madre doña Juana Carlota de Portes, quien la vendió, ya en mal estado, en 1872, al padre Juan Francisco Cristinace, teniente cura de esta parroquia en aquella época. Cristinace, en 1874, y cuando ya era cura y vicario foráneo de La Vega, vendió la casa, muy mejorada por cierto, a don José Galán.144

El licenciado don Manuel Ubaldo Gómez Moya, en el valioso trabajo que dedicara a la memoria del grande y singular vega-no a quien hemos dedicado este capítulo, dice que en el mes de agosto de 1863 fue llamado el padre Moya por el arzobispo don Bienvenido Monzón y Martín, y por ello que «le cogió en la capital la revolución restauradora». Aceptamos la llamada del ar-zobispo Monzón y Martín, pero con perdón de nuestro venerado

143 En el archivo notarial del licenciado Álvarez reposan los documentos de estas diversas compras practicadas por el padre Moya.

144 Ibídem. El documento notarial de esta venta dice así: «El presbítero don Juan Francisco Cristinace, cura y vicario foráneo de esta parroquia, vende a don José Galán una casa de su propiedad, de madera con los costados de mampostería y cubierta de zinc en buen estado, sita en esta ciudad frente a la iglesia parroquial. Esta casa se la compró Cristinace, en 1872, a doña Juana Carlota de Portes, quien la heredó de su hijo difunto presbítero Dio-nisio Valerio de Moya, que fue quien la construyó». (Ibídem, documento ante Morilla, 9 de septiembre de 1874).

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y respetado historiador Gómez Moya, creemos que esta llamada fue después del pronunciamiento de La Vega a favor de la revo-lución gloriosa nacida en Capotillo.

Ya para fines del año 1864 estaba el padre Moya de nuevo al frente de su curato de esta ciudad de La Vega, para volverlo a abandonar, por su prisión en El Homenaje, apenas transcurrido un año. Hasta mediados del 1867 no regresó a esta ciudad a hacer-se cargo nuevamente de su ministerio eclesiástico el padre Moya.

Basta examinar con detenimiento en los libros de nuestro archivo parroquial las actas correspondientes a los años durante los cuales ejerció la vicaría el padre Moya, para darnos cuenta de lo hondamente que perturbó el curso de su vida el haberse entregado tan apasionadamente a la política.

De espíritu vehemente e inquieto, su sacerdocio no tuvo la virtud jesu-cristiana de la paciencia humilde y temperante. No vamos a decir que no fue fiel al Señor, pero sí que no se consagró todo entero para servirle. Así, hay actas levantadas por el padre Moya en estos libros parroquiales que son ininteligibles: parece que escritas con ansiosa premura, como si alguien lo acechara o algo le golpeara muy fuertemente en el cerebro. En el largo tiempo de su curato, y como consecuencia de esta agitación que arruinaría su existencia tan útil para el progreso de su pueblo, los libros parroquiales fueron llevados de un modo bastante des-ordenado, hasta el extremo de que a partir del 26 de diciembre de 1863 hasta el 1º de mayo de 1873, cuando se hace cargo de la vicaría el padre Cristinace, no hay ni una sola acta levantada… Diez años preciosos de la historia de nuestro pueblo que se que-dan sin información en este sentido.

La política lo absorbía, y al ser «considerado enemigo polí-tico» del general Buenaventura Báez, el padre Moya, al volver una vez más este caudillo a escalar la primera magistratura del Estado, se vio precisado a tomar el camino del exilio el día 31 de enero de 1868. A bordo de la goleta Dos Hermanas salió rumbo a la hospitalaria República de Venezuela, y frente a Puerto Ca-bello, el día 5 de febrero de 1868, murió víctima de una terrible epidemia de cólera. Y con esta muerte inesperada se plasmó de

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modo más elocuente el sentido de su conturbado destino: el mar le sirvió de tumba… Y bien se merecía una tumba tan inquieta y tan amplia su alma batalladora, que a fuer de realizaciones y de entusiasmo, abrió un inmenso paréntesis de actividad y de adelanto en ese eglógico descansar que absorbe inútilmente la vida prometedora de este pueblo de Concepción de La Vega.

Don Francisco Mariano de la Mota y Amézquita

Fue un protegido de la fortuna y un celoso mantenedor de sus fueros y tradiciones. Orgulloso, tenaz, y dominante, poseyó las características de un rico señor feudal, pues no en balde corría por sus venas sangre de nobles de la Francia y de recios señores españoles.

Heredero de bienes inmensísimos, que lo hacían casi el due-ño y señor de todas estas comarcas del Valle Real, se mostraba iracundo ante quienes querían ser sus rivales, y en sus actos y ejecutorias se adivinaba al poderoso que desde las almenas de su castillo se encontraba a mil codos de sus vasallos.

Fue su padre don Domingo de la Motta (sic), «teniente de Voluntarios retirado y regidor del Ayuntamiento de esta ciudad de La Vega» por el año de 1790,145 y su madre doña Beatriz de Amézquita y de Lara, hermana del ilustre presbítero don Pablo Francisco de Amézquita y de Lara. Frente a la antigua Plaza de Armas tenía su hogar este rico y noble matrimonio: una hermo-sa casa de pared con puertas y ventanas de hierro, como debía corresponder a tan linajudos señores de la Colonia.146

145 Archivo notarial del licenciado Álvarez. En este año de 1790 don Domingo de la Motta compró a Manuel González y Montes la mitad del sitio de Las Brujas, por Jumunucú y Pontón, terrenos que compró González y Montes al riquísimo don Baltasar Núñez de Lozada.

146 La casa de don Domingo y de doña Beatriz estaba en la antigua calle de la Igualdad, hoy Sánchez, en donde estuvo por mucho tiempo el Casino Central. Las puertas de hierro que hoy tiene nuestro cementerio viejo pertenecían a esta casa.

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Por el mes de diciembre del año 1792 nació en esta ciudad de Concepción de La Vega don Francisco Mariano de la Mota y Amézquita. Fue hijo único y su padre murió antes de que él naciera.147

Cuenta la tradición que siendo don Pancho Mariano un niño, y cuando hacía un viaje hacia Venezuela, la embarcación en don-de iba fue asaltada por el célebre pirata Cofresí y que este valiente bandido que tan terriblemente azotó las inquietas aguas del Cari-be tomó al niño bajo su protección y lo llevó a su destino. Esto no es más que pura ficción. Es cierto que don Pancho Mariano fue a Venezuela en compañía de su madre doña Beatriz, pero fue a raíz de la invasión haitiana del 1805, cuando contaba diez o doce años de edad. Allí permaneció por un espacio de catorce años, y al despertar su adolescencia, con una hermosa hija de la patria de Bolívar llamada Ana Luisa, su ardoroso amor juvenil le dio un hijo que extendió su sangre por aquella tierra indómita y hospitalaria.

Muy joven celebró matrimonio don Pancho Mariano de la Mota con doña Ignes Núñez y Fernández, hija del rico terrate-niente don Baltasar Núñez de Lozada y de doña Ana Fernández, y quien nació en Mayagüez, Puerto Rico, el día 28 de enero del año 1806.148 Y por medio de este matrimonio, el cual se celebró pomposamente en esta ciudad el 5 de julio de 1820, vinieron a ser una las grandes fortunas de los De Amézquita, los De la Motta y los Núñez de Lozada.

No por haber nacido en la abundancia y haber, además, acrecentado sus riquezas al unirse en matrimonio a la rica doña

147 Esta fecha de 1792 como año del nacimiento de don Pancho Mariano nos fue suministrada por su nieto don Panchito de la Mota. Pero debemos señalar que cuando en el año 1839 se tomó declaración a don Pancho Ma-riano para justificar el incendio que en 1805 devastara esta ciudad de La Vega, don Pancho Mariano declaró que tenía en ese año de 1839 cuarenta y cinco años de edad, y en tal caso no nació en 1792 sino en 1794. (Archivo notarial del licenciado Álvarez, declaración ante el juez de paz Casimiro Cordero, 1839).

148 Ante la invasión vandálica de Dessalines, don Baltasar Núñez y su esposa emigraron a Puerto Rico. En Mayagüez nació doña Ignes, quien fue bauti-zada por el padre don Juan Pichardo el día 15 de febrero de 1806.

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Ignes, dejó don Pancho Mariano de hacer ir en aumento su in-mensa fortuna; máxime cuando como consecuencia del terrible incendio del 1805 y su abandono forzado de esta isla por más de catorce años, sus bienes se perjudicaron grandemente. Compró nuevos terrenos, explotó varios negocios, especialmente el de alambique, y sus crianzas de reses y cerdos alcanzaron propor-ciones colosales.149

Poseído, autoritario, influyente y tenaz, era una obligación de propia defensa para las otras personas que poseyeran tierras y reses en cantidad apreciable en estas regiones de La Vega, obrar de común acuerdo, y casi «al gusto y al placer» del poderoso don Pancho Mariano. Así, ya hemos visto cómo por una discusión de límites hizo mermar grandemente los bienes de la rica sabanete-ra Gervasia Ventura. Pero más curioso aún fue lo sucedido entre él y el fuerte terrateniente de Santa Cruz de Sabana Guaco don José Galán.

Tal como lo refiere la tradición, el rico José Galán cuantas veces iba con sus recuas numerosas para Santo Domingo, se detenía en Pontón donde don Pancho Mariano para ver si este tenía que enviarle algo a un influyente familiar suyo que residía en la antigua ciudad del Ozama. En una de estas ocasiones don Pancho Mariano le pidió al servicial don José que llevara a este familiar, quien al parecer tenía afición por las maderas preciosas, un pequeño trozo de ébano que uno de sus peones encontró al realizar una montería. Galán, campesino rústico, consideró que no valía la pena molestarse para llevar semejante palito a un personaje tan importante como era el dicho familiar de don Pancho Mariano, y rehusó prestarle este servicio. Y esto bastó para que el poderoso descendiente de los De la Motta y de los De Amézquita se enojara con el meritorio criador de Sabana

149 En los llanos de San Juan de la Maguana aparecían reses con la estampa del poderoso don Pancho Mariano. Y en cuanto a terrenos baste decir que heredó la mayor parte de los del padre Amézquita y los de su padre don Domingo, los cuales, junto con los que a su esposa dejó don Baltasar, cubrían una extensión que difícilmente puede poseer en nuestros días ningún terrateniente de este país.

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Guaco; y así, cuando este regresó de su viaje a Santo Domingo se encontró con que don Pancho Mariano había dado la orden de que sacaran de sus tierras todas las reses, que eran numerosas, de Galán, que pastaban en ellas. Esta medida lesionó en mucho los intereses de don José Galán, y cuenta la tradición que desde las orillas del Camú hasta las sierras de Jarabacoa el viajero veía estupefacto una ininterrumpida cantidad de osamentas de las reses pertenecientes al criador de Sabana Guaco, que por esta drástica medida, habían muerto de sed y de hambre.

Otro caso viene a demostrar lo obstinado e intransitable que era el carácter de don Pancho Mariano. Doña Ana Fernández, esposa de don Baltasar Núñez de Lozada, y madre de doña Ignes, la esposa de don Pancho Mariano, celebró segundas nupcias con don Manuel Fernández Polanco, influyente hacendado residente en Blas Martín. Según consta en un documento notarial fechado en 1853 don Manuel, después de la muerte de su esposa doña Ana Fernández, «procedió a inventariar los bienes que existían de nuestro mancomún matrimonio»; y de acuerdo con los demás herederos de los bienes de doña Ana, y deseando que cada uno de ellos entrara en posesión de su parte, envió dicho inventario al poderoso don Pancho Mariano para que lo firmase como repre-sentante de su esposa doña Ignes. Don Pancho Mariano devolvió el inventario a don Manuel y se negó a firmarlo, dando esto lugar a una enconada discusión entre ambos que duró varios años, has-ta que por fin dieron plenos poderes al presbítero don Manuel María Valencia para que hiciera la división de los bienes entre los diversos herederos.150

Amparado por los cuantiosos bienes que habían heredado él y su esposa de sus acaudalados antepasados, don Pancho Mariano se sentía el «dueño y señor» de todas estas comarcas. Y así, cuando la civilización y el progreso al correr del tiempo

150 Archivo notarial del licenciado Álvarez. Fueron los herederos de los bienes de doña Ana Fernández, su segundo esposo don Manuel Fernández Polan-co, doña Ignes, esposa de don Pancho Mariano, Federico Peralta, viudo de Marcelina Fernández, y Catalina Fernández. Estas dos últimas eran hijas de don Manuel y de doña Ana.

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daban ciertos aires de ciudad a esta hospitalaria novia del Camú, el Ayuntamiento comunal dictó una ordenanza por medio de la cual prohibía que las vacas y cerdos vagaran libremente por plazas y calles. Esta medida irritó enormemente al poderoso don Pancho Mariano, quien indignado protestó de ella diciendo: «No pueden prohibirlo, porque de la “cara de piedra” [que estaba en El Higüero] en línea recta hacia abajo, hasta llegar a la calle del campanario, todo eso es mío». Su linaje y sus riquezas lo hacían sentirse con el legítimo derecho de que las calles de nuestro pueblo en progreso fueran lugar donde pastaran holgadamente sus reses, y la antigua Plaza de Armas, corazón de la ciudad, la pocilga amplia y placentera de sus cebados cerdos.151

Era don Pancho Mariano un fiel observador de los fenómenos naturales y de los acontecimientos humanos. Según refieren sus fami-liares llevaba apuntadas muy cuidadosamente en una libreta sus útiles curiosidades. Casimiro Nemesio de Moya, en su novela inédita intitu-lada «Episodios dominicanos» y en el capítulo dedicado a reseñar la trágica historia del Comegente, expresa que la versión más exacta de los crímenes perpetrados por este sanguinario personaje la extrajo «de un antiguo libro de memorias llevado en la familia del finado don Francisco Mariano de la Mota». Lástima que estos apuntes se hayan extraviado, pues por ellos seguramente se hubieran aclarado muchos puntos oscuros de nuestra historia vegana.152

151 Este sentimiento de poder y de posesión parece que lo transmitiera don Pancho Mariano a algunos de sus descendientes, pues cuando uno de nuestros ayuntamientos proyectaba la construcción de un mercado públi-co en esta ciudad, alguien propuso construirlo con la condición de que se le diera su concesión por cien años. Varios regidores se opusieron a esto, alegando que La Vega iba cada vez más en progreso, y llegando uno de ellos hasta a decir que esta ciudad, por ley de la historia, estaba llamada a heredar las grandezas y la prestancia que en tiempos de la Colonia al-canzó la antigua Concepción de La Vega. No obstante esta oposición tan noblemente inspirada de la mayoría de los regidores, un descendiente del poderoso don Pancho Mariano, quien era también regidor, opinó que sí debía darse la concesión, pues «La Vega no era más que un hato, y no pasaría de ser un hato».

152 Interesantísima es esta historia del Comegente o el Negro Incógnito. Este sanguinario personaje cometió sus horrorosos crímenes en los campos de La Vega y de Santiago. Como lo refiere en su novela aún inédita don

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Del matrimonio del potentado don Pancho Mariano con la rica doña Ignes Núñez y Fernández fueron hijos que llegaron a la edad adulta, pues muchos otros murieron en la más tierna infan-cia, Domingo, Pablo, Rafael, José, Francisco, Silvestre y Mariana.

Domingo Baltasar de la Mota y Núñez, quien nació en esta ciudad el día 27 de diciembre del año 1824, abrazó la carrera eclesiástica. Fue cura y vicario foráneo de esta parroquia de La Vega hacia el 1849 153 y como lo hace constar el licenciado Alcides García en una nota de su trabajo dedicado a «La Concepción de La Vega», se ordenó en Curazao el 2 de febrero de 1843 y estuvo encargado varias veces del gobierno de la Iglesia dominicana. Murió el presbítero Domingo de la Mota y Núñez, siendo deán honorario de nuestra catedral primada, el día 14 de diciembre de 1889 en la antigua ciudad de Santo Domingo de Guzmán y recibió cristiana sepultura en el convento dominico.

Casimiro Nemesio de Moya, este extraño personaje nació en Jocagua o en Guazumal, secciones del partido de Santiago, y cometió sus principales crímenes, los cuales espantaban por su salvajismo, de 1790 a junio de 1792. Después de duras persecuciones fue aprehendido este monstruo, el cual decían que estaba armado de maleficios, en la sección de Cercado Alto, inmediaciones de La Vega, y fue ahorcado en Santo Domingo.

En el periódico El Esfuerzo, publicado en esta ciudad en la imprenta de Bobea Hermanos, en la edición correspondiente al 30 de noviembre de 1881, está publicada la lista de los muertos, heridos y contusos que causó la saña inhumana del histórico Comegente. Como lo expresa don Pedro A. Bobea a don Ubaldo Gómez Moya, en carta del 20 de octubre de 1911, esta lista fue escrita por el ilustre presbítero vegano don Pablo Francisco de Amézquita.

Don Casimiro Nemesio de Moya, en la introducción a su «Historia del Comegente», hace constar que existen otras dos versiones sobre la fecha en la cual realizó sus fechorías este negro sanguinario: «Una procedente de San Francisco de Macorís, que lo hace figurar de 1803 a 1804 y capturar en las inmediaciones del Cotuí por gente encabezada por el cura de la parroquia, y otra que lo establece como existiendo de 1815 a 1818 sin indicación del día ni del lugar en que fue aprehendido». Pero como muy bien observa nuestro distinguido y prestante escritor, «de esta disparidad en las épocas, ¿no podría verse inducido a creer en la existencia de dos in-dividuos de perniciosa índole, cuyas fechorías se confunden?». (Casimiro Nemesio de Moya, «Episodios dominicanos», novela inédita. Archivo del licenciado Manuel Ubaldo Gómez Moya).

153 Archivo parroquial.

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Pablo Francisco de la Mota y Núñez, quien nació el día 4 de octubre de 1822, fue esposo de doña Clemencia Suárez y tuvo como hijos a Pablo, Francisco, José, Rosa, Inés, Beatriz y Ana, esta última esposa de don Emiliano Espaillat, nuestro no muy bien recordado filántropo.

Francisco Trinidad de la Mota y Núñez, quien nació en abril del 1837, celebró matrimonio con Leocadia Lebrón y fueron sus hijas Francisca, María y Antigua. José María de la Mota y Núñez fue el padre de Altagracia, Justa, Antonio, José Joaquín, Inocen-cio y María. Nació el 25 de febrero de 1830.

Mariana Josefa de la Mota y Núñez se unió en matrimonio con don Felipe Paxot, y su padre don Pancho Mariano le dio como regalo de bodas una casa situada en la antigua calle de la Reunión.154 Hijos de doña Mariana y de don Felipe fueron Rosa, Virginia, Beatriz, Felipe, Fernando, José, Juan Pablo, Pedro y Natalia. Doña Mariana Josefa era la primogénita y nació el día 24 de mayo de 1821.155

Ya de edad bastante avanzada el rico don Pancho Mariano abandonó esta ciudad y se fue a fijar residencia en el paraje cer-cano de Pontón, en donde tenía su hato principal. Antes de su partida donó su hermosa casa solariega de frente de la antigua Plaza de Armas a la Iglesia.156

154 Archivo notarial del licenciado Álvarez.155 Natalia Paxot y de la Mota se casó en 1872 con Prudencio Paxot, hijo de

Narciso Paxot y de Rosa Casellas, naturales de Caldas, provincia de Cata-luña. Natalia murió a la edad de 22 años en marzo del 1875. (Archivo del Oficialato Civil).

156 Probablemente don Pancho Mariano fijó residencia en Pontón de 1873 a 1874, cuando era ya un octogenario.

Poco después de recibir la Iglesia en donación la casa solariega de don Pancho Mariano la vendió a Rafael Dionisio de Moya y Pérez, Chucho, hijo de don Martín de Moya y de doña Antonia Pérez. Don Chucho Moya, como cariñosamente le llamaban sus contemporáneos, es uno de los ve-ganos más caritativos de todos los tiempos. Fue un perfecto filántropo. Bondadoso, sociable, cariñoso, era el áncora de salvación de los pobres y de los afligidos, y en una fiesta de la Cruz, en el Santo Cerro, recibió trá-gica muerte al intentar, siempre impulsado por sus sentimientos de amor y de ayuda al prójimo, separar a dos hombres que reñían. Su entierro ha

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Como consta en el archivo de nuestro Oficialato Civil, el día 14 de septiembre, a las cuatro de la tarde, del año 1877, murió a los 71 años de edad doña Ignes Núñez de la Mota. El poderoso don Pancho Mariano murió el 25 de abril de 1883, a la avanzada edad de noventa y un años. Los restos mortales de ambos espo-sos reposan en el cementerio familiar de Pontón, cabe a la verde sabana que hollaron febrilmente sus ricos antepasados.

Don José Galán

Es hijo de su propio esfuerzo. Detrás de él, en la línea difu-sa de sus antepasados, no había más que honradez, humildad, esfuerzo y pobreza. Armado de su ambición y de su vitalidad vi-gorosa, amasó una fortuna solamente superada en estas regiones por la del poderoso don Pancho Mariano de la Mota.

Sin instrucción, pues no sabía ni siquiera firmar, y de edu-cación adquirida en el ambiente natural y sencillo del campo, don José Galán y de la Cruz nació en esta común de La Vega a comienzos del siglo de 1800. Su padre, extranjero, «no sabe de dónde, pues no lo conoció», fue Casimiro Galán, y su madre, na-tural de estas regiones, llevó por nombre Estebanía de la Cruz.

En su testamento, hecho primeramente en esta ciudad el 24 de abril de 1860 cuando contaba sesenta años de edad, declaró que era casado in facie ecclesiae con Victoria Ortiz, natural de esta común, y que eran los hijos de este primer matrimonio Hilario, María, Ramón, Marcelino, Petronila, Francisco, Manuel y Lucas. Para esta época del 1860 hacía treinta y tres años que había con-traído matrimonio, y como él lo expresa: «En la mayor infelicidad, en cuyo estado estábamos ambos, pero después con la ayuda de Dios y nuestras diligencias adquirimos los bienes que existen».157

sido uno de los más concurridos que se han celebrado en esta ciudad de La Vega, y como refieren los que lo vieron, cuando las gentes que concu-rrieron a él estaban en la Plaza de Armas, aún venían más por el paraje de Arenoso, distante dos kilómetros de esta población.

157 Archivo notarial del licenciado Álvarez, testamento de don José Galán.

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En este testamento demostraba don José Galán, el rico y ha-cendoso criador de Santa Cruz de Sabana Guaco, ser un hombre de vasta experiencia y un gran conocedor de las íntimas incli-naciones del corazón humano. En él decía que «sus hijos eran dóciles, obedientes, unidos, activos y eficaces en el trabajo», pero agregaba, temiendo los reveses del porvenir:

«Como la experiencia me ha enseñado que cuando en una sucesión larga quedan los herederos dueños todos en un solo objeto como casa u otro sujeto a dete-rioro, entonces siempre se están el uno por el otro por repararlo mientras a más y más se pierde aquel objeto, se le deja a Marcelino este fundo cuanto a la casa y sus dependencias».

Galán, en este testamento, deja cincuenta mil pesos en pape-letas nacionales para que se repartieran como limosna entre los pobres, «con la recomendación de que rueguen por mi alma y por la de mi esposa», quien había ya muerto en febrero de este año del 1860.

Por segunda vez formuló su testamento don José Galán y de la Cruz en junio del 1869. En esta ocasión estaba enfermo y se había casado en segundas nupcias con Evangelista Quiró (sic), vecina de la ciudad de La Vega, con quien había procreado dos hijos para aquella fecha, José Gertrudis y Manuel Domingo, am-bos aún pequeños para este año de 1869.158

Los bienes de don José Galán llegaron a ser numerosísimos: poseyó terrenos en Sabana Guaco, en donde tenía su fundo y un ingenio, en Monte Grande, en Constanza, en La Mata del Espi-no, en Regalado, en La Cana, en San Miguel, en Sierra Prieta, en Río Verde y en Jarabacoa. Sus reses y cerdos alcanzaron pro-porciones colosales y poseía, además, mucho dinero en efectivo,

Cuando se casó Galán con la Ortiz, poseía solamente cuatro bestias y su esposa una potranca, tres reses y siete marranos. Galán entonces fue a vivir a Sabana Guaco como arrendatario.

158 Ibídem.

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hasta el extremo de que era prestamista de varias personas en Santo Domingo, Santiago y La Vega.

En esta ciudad compró don José Galán y de la Cruz varias casas. En 1849 obtuvo de José Rosario Bernal dos bohíos situados en la calle de la Igualdad, los cuales vendió más tarde, en 1851, a don Félix Morilla, defensor público; a Valentín Ramos compró un bohío en la calle del fuerte, «frente al norte, colindante al este con bohío del Ayuntamiento y al oeste con otro de Tomás de Islas»; al padre Cristinace, en 1874, compró una casa situada frente a la iglesia parroquial, la cual donó Galán, junto con ciento veinticinco onzas españolas, y otras cosas, a sus hijos con la Quiró,159 y de Manuel Nicasio Mella obtuvo un alambique, «situado en su hacienda de La Sigua, con la casa donde está dicho alambique, nueva, sostenida por pilares de mampostería, techada de lo mismo a manera de azotea».160

Aunque para él no hubo escuelas, a menos que no fuera la del trabajo frente al libro inmenso de la naturaleza y de la vida de los hombres, don José Galán y de la Cruz se preocupó de que sus hijos recibieran el salvador mensaje de la instrucción. Así hemos visto un documento notarial, levantado en el año del 1851, en el cual queda expresado lo siguiente:

«José Galán contrata a Pedro Llepes (sic) de profesión zapatero, para que se fuera a vivir a la casa de él a en-señarle a dos hijos de lo que él supiera de letras, y a más de zapatería por el espacio de tres años, y Galán le facilita a Llepes la suma de quinientos y ochenta pesos calidad de empréstito a pagarse Llepes en el espacio de seis meses y Galán se compromete para con él de darle materiales de zapatería para que él trabaje a medias, como así mismo de mantenerle durante este tiempo a su mujer en las necesidades de la manutención».161

159 Archivo notarial del licenciado Álvarez.160 Ibídem, documento ante Morilla. 161 Archivo notarial del licenciado Álvarez.

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A fuerza de dedicación, de trabajo y de actividad siempre fueron en aumento los diversos bienes de don José Galán, y aun-que, como ya hemos visto, la drástica medida del poderoso don Pancho Mariano de la Mota perjudicó en mucho sus intereses, no por esto dejó de ser el meritorio criador de Santa Cruz de Sabana Guaco hasta la hora de su muerte, uno de los personajes más ricos y emprendedores de estas comarcas de La Vega.

A las seis de la tarde del día siete de octubre del año de 1877, en su fundo de Sabana Guaco, dejó de existir, a los ochenta y cin-co (sic) años de edad, don José Galán y de la Cruz.162 Y como una prueba categórica de esa sorprendente vitalidad que hizo de él de un hombre pobre y desconocido un acaudalado e influyente criador y terrateniente, sépase que en 1874, cuando ya tenía la avanzada edad de ochenta y dos años y cuando el asma minaba profundamente su recio organismo, nació Josefa de Jesús, último fruto legítimo de él y de su joven esposa Evangelista Quiró.163

El comandante Ramón Suárez

En el archivo notarial a cargo del licenciado Francisco José Álvarez, en el tomo No. 44 de Documentos, reposa el testamento del comandante Ramón Suárez, padre de nuestra abuela paterna Desideria Suárez, el cual dice así:

«En nombre de Dios amén. Sépase cómo yo Ramón Suárez, hijo legítimo de Manuel Suárez y María Encar-nación, natural de Norteamérica, y actual en esta ciu-dad. Bautizado en Santo Domingo, de estado casado,

162 Archivo del Oficialato Civil.163 Ibídem, acta de nacimiento de Josefa de Jesús Galán y Quiró. De las hijas

de don José Galán y de Victoria Ortiz, Francisca celebró matrimonio con el general don Joaquín Méndez, muerto trágicamente de 1889 a 1890, y Petronila se casó, el 20 de agosto de 1872, con Dorvil Isac, natural de Saint Thomas, hijo de Nisac Isac y Margarita Gaspar. (Archivo del Oficialato Civil).

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de profesión comerciante, estando en su entero juicio, memoria y entendimiento, creyendo como firmemente cree en el soberano misterio de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo son tres personas distintas, y un solo Dios verdadero y en todo lo demás que cree, y confiesa nuestra santa madre Iglesia católica, apostólica y romana, bajo cuya fe y creencia he vivido, y protesto vivir y morir, y estando enfermo en cama temiendo de la muerte que es natural, y deseando salvar mi alma, otorgo mi testamento en la forma siguiente:

Primeramente: encomiendo mi alma a Dios que la creó y redimió con el precio infinito de su sangre, pasión y muerte suplicando se sirva perdonar mis pecados. Or-deno que mi cuerpo sea sepultado en el cementerio.

Ítem: declaro por mis herederos a mi legítima esposa y mis hijos de ella procreados, y a mi hija Desi-deria en igual grado de herencia.

Ítem: declaro que el señor Casimiro de Moya es mi voluntad que arregle mi casa y mis haberes.

Ítem: declaro tener una casita en el Santo Cerro.Ítem: declaro tener una casa en la esquina de la plaza

y otra contigua, las que vive, con algunas mercancías.Ítem: declaro tener un alambique en la sabana

que va para La Cigua (sic). Ítem, en poder de Lucas López quince reses hace como dos años, más al señor Anselmo Ramírez le entregué una novilla de crianza hace trece años.

Ítem: declaro tener en Peladeros un establecimien-to, un bohío y labranzas, con cafetal y cañas, fundado en veinte y dos pesos de terreno.

Ítem: en Jima Llaco (sic) veinticinco pesos en un fundo. Ítem, en La Sigua veinte pesos de terreno.

Ítem: en Jima cuarenta y seis cuatro reales y una mata de coco.

Ítem: declaro dejarle a Telesfora y sus hijos la casa que está al lado de mi alambique.

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Declaro que de mis bienes le den al señor cura cincuenta pesos fuertes para la iglesia y tres mil nacio-nales para promesas que debo.

Ítem: nombro por mis albaceas a mi legítima es-posa y los señores Tomás Ramón Castillo y el general Mejía.

Ítem: declaro que mis deudas constan por obligacio-nes y mis libros.

Ítem: declaro que este mi testamento sea cumpli-do y que es mi última voluntad, cuyo testimonio firmo. ramón suárez».

Este testamento del comandante Ramón Suárez fue levantado el día 24 de diciembre del año 1856, ante don Juan Reinoso, «su-plente en funciones de alcalde».

De las regiones algodoneras del sur de los Estados Unidos de América era oriundo el comandante Ramón Suárez, y según nos lo ha relatado un octogenario hijo suyo que aún vive, lanza-do por las furias de un naufragio, cuando realizaba un viaje de exploración en compañía de su padre y hermanos, fue a parar, después de varios días de lucha en las aguas del Caribe, a las costas de Santo Domingo.

Siendo apenas un jovencito de quince años residió algunos meses en la histórica ciudad de los Colones; pasó después al Co-tuí, en donde dio muestra de su gran habilidad al hacer para la iglesia de aquella Mejorada Villa una hermosa araña de hojalata, y meses más tarde, impulsado por su espíritu de lucha y de aven-tura, vino a residir a esta ciudad de La Vega.

Era robusto, fuerte, trabajador y acucioso. Estableció prime-ramente en este pueblo un taller de zapatería, de hojalatería y de carpintería. Y poco después, ansioso de mejorar y de adquirir, se trasladó a la sección vecina del Mamey, en donde después de dura lucha y de fuertes sacrificios, obtuvo una pequeña porción de terreno en donde levantó útiles sembrados y formó un orde-nado y productivo apiario.

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Y allí en El Mamey se unió en matrimonio con Dolores Gó-mez, hija de Simón Gómez y de una señora a quien llamaban sus conocidos Mamá Guabeña; y transcurrido un tiempo, ya en po-sesión de un apreciable capital, volvió a esta ciudad de La Vega, en donde se dedicó al comercio.

La tienda del comandante Ramón Suárez, una de las más sur-tidas de su tiempo, estaba situada enfrente de la Plaza de Armas, en el cruce de las antiguas calles Igualdad e Independencia, y en casa que comprara para el 1851 a Ildefonso Mella. El alambique del comandante Ramón Suárez estaba situado «a la parte sur de esta ciudad, para la sabana, próximo al río que circunda esta dicha ciudad, Camú, con su frente al norte, colindante al este con otra casita, la legada a Telesfora Galán, con dos puertas y dos ventanas».164 Las barricas que en él se usaban, las cuales tenían cabida para trescientas cargas, eran fabricadas por el mismo don Ramón, y de fama gozaban entre los expertos bebedores del pue-blo sus rones Duque Tiburón y Sebastopol.

Bastante amplios parece que fueron los conocimientos que en milicia poseyera el comandante Ramón Suárez. En 1848 era «teniente adjunto de esta Plaza de Armas», en 1850 capitán del Batallón Vegano165 y un poco más tarde alcanzó el título de co-mandante. Grados estos que obtuvo poniendo sus conocimientos al servicio de la Patria, pues él era el instructor de las tropas nu-merosas que enviaba esta ciudad del Camú a batirse, en la Línea Noroeste, por la causa sacrosanta iniciada en el épico Baluarte.

Este hombre, fuerte y luchador, tenía un alma exquisita de artista. Y así, en la prima noche, cuando lo rudo de la faena diaria lo incitaba al descanso, hacía vibrar los bordones de su guitarra, de esa guitarra quejumbrosa que seguramente lo llevaba en alas

164 Archivo notarial del licenciado Álvarez. Según consta en el inventario de sus bienes, Suárez poseía dos casas contiguas frente a la Plaza de Armas. Una, de esquina, «frente al norte, colindante al oeste con propiedad o casa del señor José Portes»; la otra, su residencia familiar, «frente al este, colindante al sur con casa de Francisco Mariano de la Mota».

165 Ibídem.

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del recuerdo a la inmensidad estrellada de esa tierra lejana en donde habían quedado sus antepasados.

Parco, retraído, de carácter seco, amaba con delirio la lec-tura y se ocupaba personalmente de la educación de sus hijos. Todos sus contemporáneos le guardaban admiración y respeto, y por ser un cristiano fervoroso le tocó la alta distinción de ser el padrino de la piedra de ara de nuestra iglesia parroquial.

El día 24 de diciembre de 1856 murió en esta ciudad, cuan-do contaba cincuenta y cinco años de edad, el comandante Ramón Suárez.166 Y a su muerte su viuda encargó al español Ramón Iglesias de David, secretario de la Gobernación de esta provincia y de la Comandancia de Armas de esta común, para que arreglara y cobrara las cuentas de su difunto esposo.

Hagamos constar aquí, como un dato que demuestra el es-píritu amplio con que dirigía el comandante Ramón Suárez sus múltiples negocios, que a la muerte de este le debían la aprecia-ble suma de 104,632 pesos nacionales, cantidad que equivalía, de acuerdo con el cambio establecido en aquella época, a 3,618 pesos fuertes.

Fueron los hijos del comandante Ramón Suárez y de doña Dolores Gómez, los cuales eran todos menores a la hora de su inesperada muerte, Irene, Toribio, Fabriciana, María Concepción, Ramón Eugenio, Dimas de Jesús y Ramón Dionisio. Desideria, la mayor de todos, y quien siempre vivió a su lado, era su hija natural reconocida, y fue su madre Baltasara Jiménez, oriunda de la Línea Noroeste. Como lo expresa el acta notarial levantada ante Garrido de la repartición de los bienes del comandante Ramón Suárez, Desideria, para el 1857, era «niña y heredera mayor de edad», y estaba colocada en «la categoría de heredera principal y forzosa».167

166 Archivo parroquial.167 Archivo notarial del licenciado Álvarez. En Jimayaco tuvo don Ramón

Suárez dos hijos naturales, Juan Guerra, quien llegó a ser un buen ejecutante de tiple, cuatro y violín, y quien murió hace apenas cuatro años, y Juanica Veloz, quien se casó con José Ramón Fernández, de la

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A la muerte de su esposo, doña Dolores Gómez siguió al frente de sus negocios, pero por muy poco tiempo, pues carecía de preparación y de conocimientos para realizar tarea de esta naturaleza. Como consta en un documento notarial, ya para el 1865 estaba casada siña Dolores Gómez con Gregorio Camilo, y en una situación económica bastante apretada, como lo deja entrever el hecho de que para ese año del 65 le debía hacía tres años una onza que le tomó prestada a Julián Sandoval, viviente en Jima Abajo.168

En 1874 siña Dolores Gómez, de oficio costurera, le cambió a Prudencio Paxot sus dos casas de frente a la antigua Plaza de Armas por otra situada «frente a la misma Plaza de Armas esquina del Cuartel», la cual había comprado Paxot a Manuel María Lara. Como lo expresa siña Dolores en el acto levantado al realizarse este cambio, ella se vio precisada a hacer semejante negociación «por no poder sostener las dos casas que le dejó su primer marido Ramón Suárez». Siña Dolores Gómez aún vivía para el año 1888, época en la cual residía en el paraje cercano de Sabaneta169 y según nos ha sido referido, ya entrada en años vino al pueblo, jinete en andador caballo y vestida con flamantes atavíos, a celebrar terceras nupcias.

Desideria Suárez se unió en matrimonio con Anacleto Des-pradel y Carlos, hijo legítimo de don Juan Luis Despradel y de Catalina Carlos, ambos oriundos de Gonaïves, Haití. Hijos de

sección de Puñal. Aquí en La Vega ya hemos visto por su testamento que tuvo algunos hijos con Telesfora Galán, de los cuales aún vive José Antonio, cargado de años y rodeado de una familia virtuosa y dedicada al trabajo.

Se nos ha dicho que don Ramón Suárez llegó a tener veintiún hijos.168 Julián Sandoval, hijo de Bernabé Sandoval y de Francisca Ulerio, nació

en El Caimito y poseía una casa en esta ciudad, «situada en la calle del fuerte, próximo a este». Julián Sandoval en su testamento, hecho en el 1865, decía, entre otras cosas, lo siguiente: «Que cuando yo fallezca no se me vista con mortaja nueva, sino con lo más pobre que tenga; que no se me entierre en caja sino que mi cuerpo vaya a la tierra, de que fue». (Ibídem).

169 Ibídem.

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este matrimonio han sido: Fidelio, Palmira, Napoleón, Rosa, Teolinda, Lorenzo y Ramón.

De los hijos del comandante Ramón Suárez y de Dolores Gómez, Toribio fue el esposo de María de la Cruz de la Rosa e Irene fue la esposa de Ramón Canela, viviente en El Mamey y ya muerto para el 1876.170

Fabriciana celebró matrimonio con el general Tomás Villa-nueva, natural de Santiago y elemento influyente en la política nuestra de pasados tiempos.171

María Concepción (Concha) se casó con don Rafael Portes, y de los varones, Dimas fue esposo de Victoriana Galán y Eugenio de María Payano, oriunda de Sierra Prieta, Cotuí.

Los Montion*

«Después de escrito este párrafo he encontrado en el archivo de José Gabriel García unas notas biográficas acerca del general Benito Monción, suministradas por él mismo a don Mariano A. Cestero el 12 de marzo de 1887, en Turks Island. Dicha autobio-grafía comienza así: “Nací el año de 1827 en La Vega y allí me

170 Archivo del Oficialato Civil. Teófila Canela, hija de Ramón Canela y de Irene Suárez, se casó con Gregorio Esquea, hijo de Juan Esquea y de María Francisca Ventura.

171 Tomás Villanueva, teniente del Regimiento Vegano en 1848, capitán en 1852, «capitán ayudante mayor del batallón militar de esta plaza y comi-sario de Policía» en 1857, ya para el 1867 figura en un documento con el título de general. Celebró matrimonio con Fabriciana Suárez en 1870 (Ibídem) y para el 1879 residía en San José de Ocoa. Para este año de 1879 su esposa vendió en esta ciudad a Dimas Sánchez, «una casa de esquina, en solar de la común, su frente al este, colindante con la casa de comercio del señor Joaquín C. Gómez; al sur con la casa de Magdalena viuda Espínola; al oeste con Juan Ortiz y al norte con el alambique de Joaquín C. Gómez», y un alambique «sito en las orillas de esta ciudad, su frente al oeste». (Ar-chivo notarial del licenciado Álvarez).

* Se ha mantenido la grafía original de este apellido, tal como la emplea el autor. (N. E.).

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bautizaron, pero estando aún muy pequeño, se fue mi madre conmigo a vivir a jurisdicción de Dajabón”».

Lo anteriormente transcrito lo expresa en una nota, y en su artí-culo histórico sobre la Concepción de La Vega, el culto historiógrafo licenciado Alcides García. Hemos buscado y rebuscado en los escasos libros de nuestro archivo parroquial y no hemos podido encontrar el acta de bautismo del aguerrido general Benito Monción, soldado benemérito de la Restauración y fiel espécimen del guerrero hijo de la América del trópico, que es todo instinto, pasión, ardor y arrojo.

Pero para hacer más rica la progenitura de La Vega en hijos útiles a la libertad y a la Patria, baste la propia declaración del general Monción, el testimonio fiel y desinteresado de algunos ancianos de esta localidad que conocieron al bravo insurrecto de Capotillo y que nos han asegurado que él nació en esta ciudad de La Vega y los documentos que hemos encontrado que hacen referencia a algunos de sus familiares, los cuales dejan demostra-do que los Montion, al verse precisados a abandonar su patria ante la feroz tiranía del rey Cristóbal, tomaron como lugar de residencia a esta ciudad de orillas del Camú.

Don Manuel Ubaldo Gómez Moya nos ha asegurado que el general Benito Monción nació en La Vega y que fueron sus padres Fleury Montion, quien vino desde joven de la vecina Haití, y Ana Durán, oriunda de esta ciudad.

Para el año de 1822, madame Françoise Montion declaró ante el juez de paz de esta ciudad de La Vega, don Casimiro Cordero, que era «habitante de la sección Despins, en el de-partamento del norte», y que se vio forzada a abandonar sus propiedades de Marmoulet Savanne au lait «ante la proscrip-ción del tirano Cristóbal».172 Para este año de 1822 hacía diez años que residía en La Vega madame Françoise Montion, según ella misma lo declarara.

Un documento notarial, de fecha 13 de diciembre de 1825, ex-presa lo siguiente:

172 Archivo notarial del licenciado Álvarez.

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«C’est presenté la citoyen Françoise Monsion habitante et domiciliée en cette ville et propietaire dans la Mar-molet, Savane Olet, et la Cul de pain, Partie du Nord; qui a declaré possedant une quantité des terres aux dit lieux, et ne pouvant presentement en tirer aucun fruit desire la vendre et faire concession a celui qui se presentera; pour cet effet, elle chargé et donne plein pouvoir au citoyen Pierre Monsion son frere, domicilié aussi en cette ville de les vender, alliener et ceder toutes ces pretentions a celui qui s´en presentera pour en fai-re l´acquisition car tel en sa volonte. En presence des citoyen Henry Noel lieutenant et secretaire du Gral. de division Placide Le Brun, Casimiro Cordero habitant de cette commune et Jean Rodriguez cordonnier».173

Pierre Montion, hermano de madame Françoise Montion, parece ser que viniera junto con su otra hermana Catalina, alias Mapuluta. En 1825 el ciudadano Phillippe Thomas, capitán ayu-dante del general Placide Le Brun, le cedió a Pierre Montion por la suma de 750 gourdes «la adjudicación que le había hecho el Consejo de Notables de la carnicería».174

Hijos de madame Françoise Montion fueron María Felicita, quien en 1854 tenía cuarenta años de edad y quien fue esposa de Bernardino Pérez, oriundo del Seibo, con quien no procreó hijos;175 María Josefa, esposa de Matías Meléndez, troncos ambos de una honorable familia de nuestro pueblo, quien murió a los 93 años de edad en 1894, y Carlos Montion, quien nació en esta ciudad en octubre del 1813.176

Carlos Montion, «fourrier de gendarmes en 1840», era zapa-tero de oficio, y llegó a ostentar, para el 1857, el alto grado de

173 Ibídem. Se ha mantenido íntegramente la grafía del texto. (N. E.).174 Ibídem.175 María Felicita Montion hizo su testamento el día 25 de agosto de 1854.

Poseía un bohío frente a la Plaza de Armas, en el cual vivía su esposo Bernardino Pérez, de quien se había separado. (Ibídem).

176 Archivo parroquial.

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coronel de Guardia Nacional.177 Fue la esposa de Carlos Montion Antigua de Lara, y sus hijos, que sepamos, José e Ildefonso, quien murió a la edad de cuarenta años en 1883. José Montion estaba casado, para el 1877, con María de Jesús Reyes.178

Catalina Montion, alias Mapuluta, ejercía en esta ciudad el comercio para el 1848, y fue la madre de Merced Montion. Como primer esposo, tuvo Merced Montion a Manuel Sánchez, quien murió en Salvaleón de Higüey cuando hacía un viaje de prome-sa, y José Agustín Martínez fue su segundo esposo, con quien estaba ya casada para el 1859. Hijo de Merced y de José Agustín fue Antonio María Martínez, albañil de oficio, y quien para el 1888 vendió terrenos en la Gina Mocha a don Zoilo García.179

177 Archivo notarial del licenciado Álvarez.178 Archivo del Oficialato Civil.179 Archivo notarial del licenciado Álvarez. Manuel Sánchez, el primer espo-

so de Merced Montion, era natural del Cotuí. Era descendiente de los Sánchez Ramírez, no de los Sánchez Valverde, como vamos a demostrar a continuación. Según consta en nuestro archivo parroquial para el 1812 Manuel Sánchez estaba casado con Manuela Espínola y para el 1848 figura Manuel Sánchez como capitán del Regimiento Vegano. (Archivo notarial del licenciado Álvarez).

En una reunión celebrada por el Cabildo de Cotuí, el día 3 de marzo de 1813, con el fin de tratar «sobre la asignación de esa parroquia fijada por la Junta Preparatoria», asignación que debía ser pagada en oro o plata, figura como asistente a este acto el señor don Manuel Sánchez Valverde, quien firmó el acta así: Manuel Sánchez. Presidía la reunión don Remigio Sánchez Ramírez, como el alcalde más antiguo. (Documentos del archivo del licenciado Manuel Ubaldo Gómez Moya).

Dámaso Sánchez, en su testamento hecho en el Cotuí el día 12 de noviem-bre de 1798, declara ser hijo de don Manuel Sánchez y de Isabel Mejía, «naturales y vecinos de esta villa, ya difuntos» y ser, además, hermano de Santiago Sánchez. Dámaso Sánchez era «casado y velado en primeras nupcias con doña Francisca Básquez», y fueron sus hijos: María, Mauricio, María Concepción, Petrona, Pedro y Estefanía. (Archivo notarial del licen-ciado Ramos, La Vega).

Es decir, que el don Manuel Sánchez padre de Dámaso no es el don Manuel Sánchez residente en el Cotuí en 1813, así también como este don Manuel Sánchez Valverde no es el don Manuel Sánchez casado con Merced Montion. Pues como esta misma declarara, «don Remigio Sánchez Ramírez tuvo dos hijos, Manuel y María», el primero esposo de Merced Montion y María tuvo una hija llamada Altagracia Sánchez

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Sobre los padres del valiente y aguerrido general Benito Monción no hemos podido encontrar ningún dato en los ar-chivos que hasta ahora hemos revisado. Es seguro que su padre viniera a esta ciudad con sus otros familiares que huían de las persecuciones bárbaras del rey Cristóbal, aunque parece que su permanencia aquí fue corta y que iría a fijar residencia en la Línea Noroeste, en donde se le reunió su esposa con el futuro restaurador aún muy pequeño.180

Monsieur Pierre Deschamps

El 10 de octubre de 1829, como él mismo lo expresara, monsieur Pierre Deschamps entregó su testamento ológrafo al notario público don José Ramón del Orbe. En él declaraba que había nacido en la común de «Essard canton d’Aubierre arrondissment de Barbezieux, royaume de France», y que «forzado por las circunstancias se vio obligado a escoger como esposa, in artículo mortis, a la ciudadana Juana Manuella (sic) Quiró». Decía además que pocos meses después del matri-monio abandonó a su esposa por haberle sido infiel y que cinco años más tarde se fue para Francia, dejándole todos sus bienes.

Cordero. (Archivo notarial del licenciado Álvarez, declaración dada en 1882).

Don Remigio Sánchez, hermano del héroe singular de Palo Hincado, declaró, en 1815, ser el heredero de los bienes de don Miguel Sánchez Ramírez. (Archivo notarial del licenciado Álvarez).

180 No sabemos quiénes fueran los padres de Ana Durán, madre del general Benito [Monción]. Este apellido Durán es muy antiguo en esta ciudad de La Vega y se ha unido a otros apellidos también antiguos y respetables. Así, para el 1814, Juan Ramos estaba casado con Petronila Durán; para el mismo año de 1814 Lorenzo Gómez era el esposo de María Durán, y en 1821 el coronel Toribio Ramírez, soldado ilustre de nuestra Independen-cia, estaba ya casado con doña María Durán. (Archivo parroquial).

Para cerrar esta nota, hagamos mención de que en el año de 1824, según consta en los 7s de nuestro archivo parroquial, murió Gaspar Brito, «viudo de Catarina Montion», hermana de madame Françoise Montion.

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En dicho testamento, monsieur Pierre Deschamps, quien ya había muerto para el año de 1837, dejaba la mitad de sus bienes a la ciudadana Juana de la Cruz, «como recompensa a sus buenos servicios», y la otra mitad a su hijo natural, «reconocido en la ofi-cina del Estado Civil de esta común de La Vega», Pedro Nolasco Deschamps, «así como los bienes que poseo en Francia».181

Hacia 1812, monsieur Pierre Deschamps y su esposa Juana Manuela Quiró residían en esta ciudad de La Vega182 y en 1825 monsieur Deschamps daba amplios poderes a su hijo Pedro Nolas-co Deschamps para que administrara sus bienes.183

Juana Manuela Cabaní, alias Quiró, quien después de sepa-rarse de su esposo residió un tiempo en la ciudad de Santo Do-mingo, se casó con Miguel Portorreal, con quien tuvo una hija llamada Isabel Portorreal, alias Mimí, quien celebró matrimonio con el capitán de Dragones don Blas de Peña. Para el 1862, y según declaró ante Garrido José Pulio Concepción, viviente en Soto, hacía muchos años que la Quiró vivía en esta ciudad, «en la esquina frente a la casa que es hoy de don Casimiro Cordero en la calle que llaman del Toronjo».184

Don Pedro Nolasco Deschamps, caporal de Artillería en 1827 y miembro del Consejo de Notables de esta ciudad para el 1840, había celebrado matrimonio ya para el 1825 con Clara Rodríguez, y fueron sus hijos José, el mayor, Federico, Eugenio y Cristóbal, fallecido en esta ciudad a la edad de 18 años, en el año de 1845.185

De aquí pasó con su familia a residir a la ciudad de Santiago de los Caballeros, y después del terrible incendio que destruyó a esta invicta ciudad en tiempos de la Restauración se fue a vivir a San Antonio del Bonao.186

181 Archivo notarial del licenciado Álvarez.182 Archivo parroquial.183 Archivo notarial del licenciado Álvarez.184 Ibídem.185 Archivo parroquial.186 Un documento notarial expresa que Pedro Nolasco Deschamps residía en

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Eugenio Deschamps, el integérrimo y elocuente tribuno, es el biznieto del monsieur Pierre Deschamps que para los primeros veinticinco años del siglo pasado del 1800 fue un respetado y acomodado vecino de esta ciudad de Concepción de La Vega. Carecemos de datos precisos para señalar cuál de los hijos de don Pedro Nolasco Deschamps fue el padre del insigne repúblico. Tal vez fuera Eugenio, de quien llevó el mismo nombre, y quien pasó los años de su juventud en esta ciudad de La Vega dedicado al trabajo honrado y laborioso y arrancando dulces tonadas a su tiple en los momentos plácidos de ensoñación y de alegría.187

General Placide Le Brun

El día 25 de octubre de 1825 se practicó la escritura de un documento, que traducido del francés dice así:

«En la común de La Vega el 25 de octubre de mil ocho-cientos veinticinco, a los 22 años de la Independencia, ante mí el notario abajo firmado y del testimonio de los demás firmantes, se ha presentado la ciudadana Manuela Espínola, mujer legítima del ciudadano Ramón Espínola habitante de esta común, la cual ha declarado haber contratado (con el permiso por escrito de su esposo) la venta al general de división Placide Le Brun, comandante de esta provincia, a sa-ber, de un asno, por la suma de veinticinco gourdes; el

el Bonao para el año de 1875 y además, que él poseía, por herencia de su padre monsieur Pierre Deschamps, terrenos en Río Seco, y que la escritura de estos terrenos se perdió cuando él residía en Santiago, en el incendio del 1863. (Archivo notarial del licenciado Álvarez).

187 Parece que aún para el 1851 residían los Deschamps aquí en La Vega, pues en un documento de ese año se hace constar que José Deschamps contrató a Dionisio Díaz, comisario de la sección de Las Maras con su residencia en Joya Cativa, para trabajar en su finca por quinientos pesos anuales. (Ibídem).

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cual asno está marcado en el cuello del lado derecho con R. E. que son las letras iniciales del nombre de su mencionado esposo; y declara también que el dicho asno tiene siete años de edad, y que no tiene ninguna enfermedad […].

Y el general Le Brun presente en este acto declara que acepta y que ya está en condición de servirse del asno a su entera voluntad; y ellos han firmado este acto junto con los testigos aquí presentes, los ciudada-nos Juan Ramón Villa, jefe de escuadrón, Cristóbal de Moya, oficial del Estado Civil, y Juan Rodríguez».188

Aparentemente tal vez no tenga ninguna importancia el docu-mento antes transcrito. Pero si meditamos un poco, nos daremos cuenta de cómo él nos ilustra sobre el estado de orden y de legalidad de toda una época, y además, del carácter humilde y respetuoso de un caballero que fue todo un gobernante ejemplar. Aunque era ley en tiempos de la ocupación haitiana levantar un acto ante la autoridad del juez de paz cuando se realizara cualquier operación comercial, por pequeña que ella fuera, es muy significativo que todo un gobernador y general de división de las fuerzas de ocupa-ción fuera personalmente, y acompañado de una dama ilustre y respetable como lo era doña Manuela Sánchez de Espínola, ante el juez de paz, para realizar la compra de un asno en la insigni-ficante suma de veinticinco gourdes. Basta este acto de sumisión a la autoridad y de respeto a las leyes, para poner de manifies-to la altura de carácter que servía de prenda inapreciable a la personalidad simpática e interesante del «celoso y progresista» gobernador haitiano de La Vega, general Placide Le Brun.

De espíritu liberal y progresista y armado con una voluntad inquieta y emprendedora, el general Placide Le Brun, como ya lo hemos expuesto en páginas anteriores de esta obra, sentó las bases para la organización urbana de esta ciudad de Concepción de La Vega. Hizo empedrar sus calles principales, construir el

188 Ibídem, documento ante Del Orbe.

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palacio de Gobierno y el puente de piedra sobre la zanja que entorpecía el tránsito en tiempo de lluvias por la antigua calle de Colón e interesado por el adelanto tanto económico como inte-lectual de este pueblo, solicitó del instruido presbítero don Pablo Francisco de Amézquita una relación histórica del desarrollo de la ciudad que estaba bajo su sabio y previsor gobierno, para así poder ahondar en las causas de sus males y apreciar justamente sus aspiraciones y necesidades.

Fundó escuelas, organizó talleres de oficio, facilitó el mejor desenvolvimiento del comercio, y llevado de su espíritu abierto y bondadoso se desvivió por que nunca faltaran la paz y el sosiego en el seno del hospitalario vecindario que veía en él a un bene-factor y a un padre.189

Desde el año de 1822 hasta el de 1829 duró su gobierno en esta provincia de La Vega. Y fueron para esta época las demás autoridades haitianas el coronel François Philemon Charlemagne, comandante de la Plaza y de la común de La Vega; el capitán Philippe Thoma (sic), ayudante del general Le Brun; el teniente Henry Noel, secretario del gobernador; Juan Pedro Monpoint, preposé de la administración de esta ciudad para el 1824, cargo que fue desempeñado más tarde por Charles Alexandre Crepin, y Emil Arnaud e Ignacio Pliton, greffier del Juzgado de paz, ante

189 Como una muestra del empeño que se tomaba el general Placide Le Brun por el adelanto de la instrucción en el distrito que estuviera bajo su gobier-no, señalemos que según lo declarara Margarita Gaspar viuda Thevenin, su esposo, Pedro José Thevenin, resolvió venir de Puerto Príncipe a residir a Samaná, pero al llegar a Puerto Plata desistió del viaje y pasó a Santiago por haberlo contratado como profesor de dicha localidad el general Le Brun.

En sus declaraciones la viuda Thevenin hacía constar que había nacido en Puerto Príncipe, «cuando gobernaba Petion», y que allí se había casado, in facie ecclesiae, con Pedro José Thevenin. Sus hijos fueron Trinidad, María, Liboria, Josefa y Pedro José.

Cuando murió el general Placide [Le Brun], los Thevenin vinieron de Santiago a residir a esta ciudad de La Vega. Su esposo murió en Santiago y ella volvió a La Vega, y después, como a los veinte años de residir aquí, se fue para La Jagua con sus hijos Pedro José y Josefa. (Archivo notarial del licenciado Álvarez).

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el cual rindieron sus servicios varios personajes importantes de nuestra sociedad vegana de aquellos tiempos.

Como estos personajes cooperaron en la realización de tan útil obra de gobierno del general Placide [Le Brun], nos vamos a permitir referirnos en particular a algunos de ellos.

El coronel François Philemon Charlemagne, comandante de la Plaza y de la común de La Vega, era natural de la común de Limbé, Haití, y en su testamento, hecho en esta ciudad ante Ca-simiro Cordero el 10 de abril de 1837, año de su muerte, «pidió que su cuerpo fuera enterrado en el camposanto de la iglesia parroquial».190

En un acto levantado en Cap-Henry el 26 de abril de 1815, y cuyo original hemos visto, se hace constar que Charlemagne, empleado en la Secretaría de Estado de su país para ese año de 1815 y a la sazón de veintitrés años de edad, y quien, además, era hijo natural de monsieur François y de Marie Françoise Catherine, ambos residentes en el palacio de Sans-Souci, hizo compromiso de matrimonio con Ame-Rose Dessalines, nativa de Fort-Royal, de diecinueve años de edad, e hija del barón de Dessalines, «ca-ballero de la orden militar de San Enrique, mayor general de la armada del rey, chambelán y ayuda de campo de su majestad, secretario general del Ministerio de Guerra y Marina, miembro del Consejo Privado del rey» y de Marie-Magdaleine.191

Su majestad el rey Cristóbal dio la autorización para que se celebrara el matrimonio de François Philemon y de Ame-Rose, desde su palacio de Sans-Souci, en enero del 1815. Y el día 7 de mayo del mismo año se celebró en Cap-Henry, en medio del boato de la corte cristobaliana, y después de haber hecho las amonestaciones el reverendo Pierre-Jean de Dieu, el matrimo-nio de ambos jóvenes, miembros de la nobleza improvisada de Sans-Souci.192

190 Ibídem.191 Ibídem, original en francés.192 Ibídem, acta de matrimonio de François Philemon Charlemagne, levan-

tada ante Pierre Martin «conseiller général chargé de l’État Civil», en Cap-Henry, 7 de mayo de 1815. Fueron testigos Celestin Michel, teniente

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François Philemon Charlemagne, quien tenía su residencia en esta ciudad en la calle de la Igualdad, no vino aquí con su esposa Ame Rose Dessalines, y dos hijos naturales reconocidos tuvo en esta ciudad, Ana Rosa y Francisco Charlemagne, quienes fueron los herederos legítimos de sus bienes.

Charles Prophille fue quien ocupó el puesto de coronel co-mandante en esta común de La Vega a la murte de Charlemag-ne. Prophille, natural de San Marcos, Haití, hizo su testamento en el Santo Cerro ante Narciso Román el 19 de septiembre de 1838, y en él pidió ser enterrado en la ciudad de Santiago.193

Charles Alexandre Crepin, preposé de la administración de esta ciudad durante muchos años, parece que no procedió con honra-dez y pulcritud en el desempeño de sus funciones administrativas, pues como lo expresa un documento que hemos visto, «vendió fraudulentamente los terrenos de Piralejo, pertenecientes al con-vento de las Mercedes del Santo Cerro».194

No se limitó el bondadoso general Placide Le Brun a ejercer en esta ciudad su papel de celoso y progresista gobernador de la provincia, sino que fue también en ella un activo hombre de negocios. Explotó el negocio de alambiques, y así, para el año de 1829 vendió a don Raimundo Gómez «una casa y un alambique situados en la calle Buena Esperanza, bajo el número 165, que los hubo del señor Isidoro Ximinián de Peña curé por contrato hecho delante del notario público José Vicente el 13 de abril de 1822».195 Este mismo alambique lo había él ya anteriormente arrendado por seis meses a Andrés Sandoval, «teniente ayudante de la Plaza de La Vega».196

Otro alambique, situado en la calle Libertad, poseyó el gene-ral Placide [Le Brun], y como lo expresa una escritura de fecha

coronel; Jean Penet, notario del rey de la capital; Heureaux Aîné, greffier en jefe de la corte; y Toupaint, farmacéutico en la casa militar. (Original en francés).

193 Archivo notarial del licenciado Álvarez.194 Ibídem.195 Ibídem.196 Ibídem, acto ante Del Orbe, 13 de junio de 1828.

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21 de diciembre de 1837 practicada ante el juez de paz Casimiro Cordero:

«Se presentaron ante este tribunal de paz el ciudadano Pedro Juan, sargento mayor de la compañía de Gendar-mería de esta plaza y la ciudadana Juana Enrique de este domicilio y de profesión mercadera apatentado (sic), el primero dijo que su presentación tenía por objeto de celebrar esta escritura de venta a la segunda de la tercia parte del alambique que pertenecía al difunto general Plácido Lebrun (sic), el que en fecha del doce del mes de diciembre de mil ochocientos treinta y cuatro se pregonó y fue rematado por el difunto coronel Carlos Maño y el propuesto (sic) de administración Juan Pedro Monpoint y yo el otorgante amo en tercera parte y es la que vendo a la ciudadana Juana Enrique en el precio y suma de doscien-tos veinticinco pesos en moneda nacional. Veintiuno de diciembre de 1837. Testigos Manuel Jiménez y Gregorio Romero».197

Un establecimiento comercial poseyó también en esta ciudad el diligente general Placide Le Brun, establecimiento que era muy diversamente surtido, pues al leer el inventario de las mercancías en él contenidas, se ve figurar al lado de telas diversas, de collares, de chales, de horquillas, cajas de aceite de oliva, barriles de clavos,

197 Archivo notarial del licenciado Álvarez. Este alambique del general Pla-cide fue después, por compras sucesivas, el que perteneció enteramente a Juana Enrique; la Enrique lo donó después a su hija Francisca Enrique, más tarde perteneció al general Tomás Villanueva y para el 1877 a don Federico Peralta. Una escritura decía que este alambique estaba en la calle Libertad, pero nosotros, apoyados en el testimonio de algunas ancianas personas y en varios documentos, hemos admitido que se encontraba situado en la antigua calle Telégrafo, hoy Duvergé, más o menos enfrente de la casa de don Joaquín Gómez. Un documento del 1877 dice: «Luisa Mella vendió a Encarnación Rojas un bohío en la plaza del mercado con su frente al norte y su fondo al sur, lindando por el este con bohío de la niña Minaya y por la parte oeste con un alambique que fue de Francisca Enrique y hoy de Federico Peralta». (Ibídem).

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damajuanas de ron, andullos, cera, macutos, cuerdas de violín y flautas.198

Al hacerse la repartición de los numerosos bienes pertenecientes al gobernador Le Brun, se nota que en la hora de su muerte estaba cargado de deudas, pues con excepción de Caccus Le Brun, a quien tocó como una tercera parte de ellos, el resto cayó en manos de particulares, muy especialmente de Rafael Rodríguez, del sargento Cristóbal Moya y del oficial civil don Cristóbal José de Moya. Esto no es de extrañarse, pues según cuenta la tradición el general Placide era un hombre desprendido y quien regaba con sumo placer la caridad a manos llenas.

No hemos tenido noticias de que el general Le Brun fuera casado. Y si tuvo hijos, no podemos precisarlo. Al hacer la repar-tición de sus bienes figuran, como personas interesadas en ella, Alexey Le Brun y Caccus Le Brun, residentes en esta ciudad de La Vega para el año 1838. Ya dijimos que a Caccus Le Brun le tocó la tercera parte de los bienes del general Placide, pero ni en el inventario ni en los otros documentos que hemos podido ver a este respecto, no se expresa el grado de parentesco que pudiera haber existido entre el difunto general y los dos sujetos mencionados. Más aún, al hacer las adjudicaciones de los bienes, no se expresa que ellos fueran herederos del general Placide.

198 He aquí el inventario de los bienes del general Placide Le Brun, practicado en esta ciudad en el año 1838:

«38 cuerdas de violín, adjudicadas al representante Rafael Rodríguez; 3 flautas, adjudicadas a Rodríguez; una casa situada en solar propio, con mostrador, adjudicada a Rodríguez; un alambique, adjudicado a Jean Pierre Monpoint; una casita cerca del alambique, adjudicada al oficial del Estado Civil Cristóbal José de Moya; piezas de percal, pañuelos, piezas de indiana, cinturones de mujer, chales, collares, peines, horquillas; nueve paraguas, cajas de aceite de oliva, siete da-majuanas de ron, 50 libras de clavos, adjudicadas estas mercancías al teniente Jean François Guillaume; seis andullos, veinte libras de cera, veinticinco macutos, barriles de café, sacos de sal».

Poseía además nueve caballos y dos burros. Todos los bienes ascendían a 2,791 gourdes. (Ibídem, original en francés).

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Al revisar los libros de nuestro archivo parroquial con el interés de ver si alguna descendencia dejó en esta ciudad el «celoso y progresista» gobernador haitiano Placide Le Brun, solamente hemos encontrado un acta de defunción en la cual se da constancia de que el día 23 de marzo de 1846 murió Simón Le Brun, a los 70 años de edad, quien residía en ese tiempo en la vecina sección de Guaco. En esta acta de defunción no figuran los nombres de los padres del difunto Simón Le Brun, pero por lo avanzado de su edad está claro que no era descendiente del general Placide, sino a lo sumo un cercano familiar de este.

De esta ciudad de La Vega fue trasladado, con el mismo car-go, el general Le Brun, a la vecina ciudad de Santiago de los Caballeros. Y allí murió, y como una muestra del amor que tenía a esta ciudad de orillas del Camú, pidió que su corazón fuera enterrado en el centro de nuestra antigua Plaza de Armas, bajo el altar de la Patria. Y su voluntad fue exactamente cumplida.

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Fuentes

I. Archivo notarial a cargo del licenciado Francisco José Álvarez y Almánzar.

II. Archivo notarial a cargo del licenciado Juan Pablo Ramos.III. Archivo del Oficialato Civil de la común de La Vega.IV. Archivo de la iglesia parroquial de La Vega.V. Archivo de la iglesia de la Mejorada [Villa] del Cotuí.

Bibliografía

Bartolomé de las Casas, Historia de las Indias, Madrid, 1875.Antonio del Monte y Tejada, Historia de Santo Domingo, San-

to Domingo, 1890.José Gabriel García, Compendio de la historia de Santo Domingo,

Santo Domingo, 1893.Carlos Nouel, Historia eclesiástica de la arquidiócesis de Santo

Domingo, Santo Domingo, 1914.Manuel Ubaldo Gómez Moya, La provincia de La Vega. Breves

datos históricos, Santiago, 1927.– Resumen de la historia de Santo Domingo, Santiago, 1937.Cipriano de Utrera, Santo Domingo. Dilucidaciones históricas,

Santo Domingo, 1927.

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– Universidades de Santiago de la Paz y de Santo Tomás de Aquino y Seminario Conciliar de la ciudad de Santo Domingo de la Isla Española, Santo Domingo, 1932.

Pablo Francisco de Amézquita, Fundación de la ciudad de La Vega, publicado por la sociedad La Progresista, La Vega, 1935.

Alcides García, «Concepción de La Vega», en revista La Opi-nión, Santo Domingo, 1924.

Samuel Hazard, Santo Domingo, past and present; with a glance at Hayti, Londres, 1873.

Dorvo Soulastre, Voyage par terre de Santo Domingo, capitale de la partie espagnole de Saint-Domingue, au Cap Français, capitale de la partie française de la même isle, París, 1809.

José Ramón Abad, La República Dominicana, Santo Domingo, 1888.

Clío, órgano de la Academia Dominicana de la Historia, años 1933-1937.

Federico García Godoy, Rufinito: sucedido histórico, Santo Do-mingo, 1908.

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Índice onomástico

AAbad 112Abad, José Ramón 59, 236Abreu, Gregoria 169Abreu, José María (Estrella) 110,

113-114, 118-119Abreu, Lucía 169Abreu, Pablo 159Abreu, Rosalía 143Acosta, María 122Adames, Esteban 114Adames, Guadalupe 148Adames, Josefa 143Aîné, Heureaux 231Alberto, Bernardino 70Alfau Durán, Vetilio 104Alejandrina (siña) 49Alix, Juan Antonio 118-119Almánzar, Carolina 54Altamira, Rafael 21Alvarado, Ignacio 100Alvarado, Josef 99Álvarez Cartagena, Juan 54, 107,

114, 182Álvarez de Abreu 63Álvarez, Francisco José 10, 24,

32-33, 41-42, 48, 56, 65-66,

69-70, 76-77, 83, 85, 91-92, 98, 111, 120-122, 124, 126, 135-136, 140, 145, 147-148, 150-153, 155-162, 165-168, 170-173, 175, 176, 178-181, 183-187, 189, 190, 192-195, 199, 203, 206, 209, 211,213- 216, 218, 220, 222-227, 230-232

Álvarez, Juana 33-34Álvarez, Justo 99Álvarez, Manuel 97Álvarez, María del Carmen 151Álvarez Travieso, Gregorio 147Álvarez y Almánzar, Francisco José

235Amézquita, Beatriz de 153, 155Amézquita, Francisco Pablo de

(véase Pablo Francisco de Amézquita y de Lara)

Amézquita, José de 75, 91-92, 154-155Amézquita, Mónica de 153Amézq uita, Nicolás 112Amézquita y de Lara, Pablo Francisco de 12, 35-36, 40-

41, 64, 86, 91-92, 153-156, 206-207, 210, 229, 235

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Amézquita, Pedro Pablo de 153Amézquita, Simeón 93Amézquita y de Lara, Beatriz de

206Amézquita y Fajardo, Josef de 153Ana Luisa 206Anastasia (esclava de Petrona Nuñez) 150Ángeles, Esteban de los 104Ángeles, María de los 90Antigua, Sinforiana de la 192Antigua Rodríguez, María de la 139, 184 Antonia (doña) 192Aquino, María Ramona (Monga)

175Aquino, Victoriano 175Arco, Juana de 50, 128Ariza (gobernador) 113Arnaud (los) 134Arnaud, Emil 230Arpé, José 66Arredondo y Pichardo, Gaspar de

158Ayala, Josef Féliz de 154Ayala, Juan de 14Ayala, Juan Marcos de 151Aybar, Antonio Estévez de 99Aybar, Senón de 99Aybar y Aybar, Esteban de los Ángeles 128-129Ayala y García, Juan de Jesús Fabián 36

BBadillo, Domingo 25Báez, Baltasar 139Báez, Baltasara 139Báez, Buenaventura 117, 123, 205Báez, Ramona 139

Baéz, Valentín 123Baldomera 48Ballester, Miguel de 14Barbezieux 135Barquei, María 97Bartolomé, Alejandro 192Basques, Cecilia 126Básquez, Francisca 225Bautista Botier, Juan 173Bautista, Feliciana 42Bautista Jiménez, Juan 170Bautista, Juana 192Bautista Laque, Pedro 25Beles, Florencio 199Beles, Norberta 170Bermúdez, Ana Joaquina 125-126Bernal, Andrea Avelina 167Bernar, Pepe 47Berrido, Pito 110Betances, Rubecindo 105Bidó, Gabriela 184Biondy (doctor) 59Bitrián de Viamonte, Juan 171Blanco, Pedro 112, 113Bobadilla, José María 76Bobadilla, Tomás 157-158Bobea Castro, Pedro A. 54, 210Bocanegra, Mercedes 24, 52, 76Botier, Juan José 173Boyer, Jean Pierre 46, 76, 103,

167-168Brea, Nicolás de 126Brea, Pedro de 126Brito, Gaspar 225Brito, Marcelo 140Brouat, Auguste 103-104

CCabaní, Juana Manuela (Quiró) 226Cáceres (doctor) 23Cáceres, Ignacio de 93

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Historia de la Concepción de La Vega 239

Cáceres, Patricio 186Calín, Mamá 59Camilo, Gregorio 220Candelario, Félix 100, 169, 186, 199Canela, José 121, 169Canela, Ramón 221Canela, Teófila 221Carlos, Catalina 221Carlos I 22Carmen, Anastasia del 57Carmen, María del 194Carrasco y Capellán, Pedro 86Carreño, María 159Carrillo Barrionuevo, Juan 25Cartagena Hinojosa, Felipe 101Casas, Bartolomé de las 11, 13, 16,

18, 23, 235Casellas, Rosa 211Castillo, Dorotea 173Castillo, Felipe 193Castillo, Josef del 97Castillo, Juan Ramón 119Castillo, María 170Castillo, Ramón Dionisio 118Castillo, Tomás Ramón 217Castro, Antonio Adames de 99Catherine, Marie Françoise 230Cecilia (hija de la esclava Juana

García) 138Celestino, Ramón 96Cervantes y Saavedra, Miguel de 53Cestero, Mariano A. 222Charlemagne, François Philemon

230-231Charlevoix, Pierre Xavier de 26Charrier, Pedro Alejandro 156, 164Chestaro, Francisco (Malakoff) 48, 99Cincinato, Lucio Quincio 50, 122Clisante, Antonio 139, 203Clisante, Brígida 139

Cocchía, Roque 105Coiscou Henríquez, Máximo 156Colón, Bartolomé 13Colón, Cristóbal 12-13, 50, 84, 156Colon, Diego 16Colón, Juana 127Concepción, Ambrosia 139Concepción, Gregorio de la 191Concepción, Manuel 94Concepción , María (Concha) 222Concepción, María de la 139Concepción Tabera, José 24, 78Contín, José 117, 127Contreras, Alonso Fernández de 99Contreras, Francisco 92, 166Corcino, Andrés 57Cordero, Andrea 185Cordero, Antigua 184Cordero, Antonia 185Cordero, Basilio 185Cordero, Casimiro 33, 91, 100,

120, 154-155, 177-178, 181, 183-184, 186, 206, 223, 226, 230, 232

Cordero, Domingo 121, 183, 185Cordero, Felipe Neri 184Cordero, J. 70Cordero, Jacinto 120, 183, 185Cordero, José 120-121, 183-185Cordero, José Eugenio 183, 188Cordero, José Ramón 184Cordero, Manuel 185Cordero, María 120-121, 183-185Cordero, Micaela 184Cordero, Petronila 184Cordero, Ramón 95, 177Correa, Josefa 192Corsino, Andrés 143Cosme, Juan José 175Cosme de Botier, Saturnino 182Cosme y Mella, Ramón S. 175

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Cotes, José Vicente 32, 34, 101, 143Crepin, Charles Alexandre 77, 230-231Crisóstomo, Juan José 91Cristinace, Juan Francisco 51, 87,

203, 205, 214Cristóbal, Enrique (véase Christo-

phe, Henri) 31, 136, 158, 222-223, 225, 231

Cruz, Ana de la 175Cruz, Clemente de la 96Cruz, Estebanía de la 213Cruz, Evaristo de la 172, 175Cruz, Ezequiel de la 172Cruz, Gregorio de la 194Cruz, Josef (Pedro Francisco) 140Cruz, Juana de la 226Cruz, Juan de la 34, 36, 45, 107,

139, 172Cruz, María Josef de la 140, 173Cruz, Micaela de la 172Cruz, Teodoro de la 172Cruz, Vicente de la 173Cruz de la Rosa, María de la 221Cruz García, Mónica de la 37Cruz Limardo, José 155Cruz y Luna, Manuel de la 172Curiel, Ricardo 203Cussy, Tarin de 26Custodio Abreu, Miguel 111, 113-114

DDandonis, Carlos 98Delisle 26Delmonte, Ana 189Santos, de los (hermanas) 94Deschamps (los) 134Deschamps, Cristóbal 227Deschamps, Eugenio 135, 227Deschamps, Federico 227

Deschamps, José 227Deschamps, Pedro Nolasco 226-227Deschamps, Pierre 135, 226, 227Despradel, Juan Luis (monsieur

Estin) 48, 114, 127, 180, 221Despradel y Carlos, Anacleto 221Despradel y Carlos, Fidelio 221Despradel y Carlos, Lorenzo 221Despradel y Carlos, Napoleón 221Despradel y Carlos, Palmira 221Despradel y Carlos, Ramón 221Despradel y Carlos, Rosa 221Despradel y Carlos, San Julián 10,

45, 57, 58, 71, 98, 112, 115, 127, 141, 152, 172, 178, 179

Despradel y Carlos, Teolinda 221Dessalines, Ame-Rose 230, 231Dessalines, Jean Jacques 31-33, 35,

39, 91, 136, 207Devaux (general francés) 159Díaz, Bernal 17Díaz, Carlos 165Díaz de Peña, José Santiago 86Díaz, Dionisio 95, 120, 177, 227Díaz, Jacinto 115Dicour, María Salomé 121, 183,

185, 187Diego, María Altagracia 173Dieu, Pierre-Jean de 231Dionisia 182Dios de Lara, Juan de 33, 36, 91,

154Dios, Gregoria de 93Dios, María de los Dolores de 90,

92, 166Dios, Raimunda de 93Dios, Silverio de 33-34, 91Disla, Secundino 113D’Ogeron (monsieur) 26Domingo Antonio 170Douglas (doctor) 59Drapper, Charles E. 99

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Duarte, Juan Pablo 103, 104, 108-110, 116, 157

Durán, Ana 223, 225Durán, Carlos 93Durán, Francisca 33, 91Durán, José 107Durán, María 125, 225Durán, Petronila 225

EEchagoian, Juan de 23Eduardo, Bernardina (Niní) 175Eduardo, Norberto 175Encarnación, María 216Enrique, Francisca 178, 232-233Enrique, Juana (Juana Saltitopa) 46,

50, 95, 108, 123, 126-130, 171, 176-179, 192, 232

Escoto, Isabel de 85Espadas, Juan de 99Espaillat, Emiliano 58-59, 211Espinal, Teresa 165Espínola, Antonio 186Espínola, Eudoxia 187Espínola, Francisco Ramón 188Espínola, Gerónimo 188Espínola, José Antonio 186-187Espínola, José Antonio (hijo) 187Espínola, Jovino A. 128, 187Espínola, Juan 186Espínola, Juana Altagracia 187Espínola, Manuel 186Espínola, Manuela 188, 224, 228Espínola, María Altagracia 121, 186Espínola, María de Jesús 188Espínola, María Ramona 186Espínola, María Rosa 186Espínola, Petronila (Niña) 187Espínola, Raimundo 186Espínola, Ramón Eustacio (Papa

Mon) 121, 185-187, 228

Espínola, Vicente 188Espínola y Sánchez, José Antonio

(Pepe) 186Espino, Miguel 70Espinosa, José Eugenio 86, 104,

107, 165Esquea, Gregorio 93, 221Esquea, José 119Esquea, Juan 221Esqueda, Raimunda 186Esqueda, Thomás 143Estebanía (madre de Brígida Clisante) 139Estévez, Luisa 170Estévez, Manuel 118-119Estin, Sinfor 117Estrella, Manuel 99

FFantino, Francisco 98Febrillet (comisario santanista) 189,

190Felipe II 21-23, 25Félix, José 183Fernández (los) 134Fernández, Ana 150, 152, 159, 207-209Fernández, Beatriz 125Fernández, Casimiro 94Fernández, Catalina 209Fernández, Francisco 166Fernández, Isaías 94, 166Fernández, Isidro 96Fernández, Jacinto 139Fernández, José Ramón 220Fernández, Marcelina 209Fernández, María de los Dolores 148Fernández, Miguel 94, 127, 139, 159Fernández de Navarrete, Domingo

23, 28, 62-63

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Fernández del Orbe, Isidora 159Fernández del Orbe, José Martín

159Fernández del Orbe, Pablo 159Fernández del Orbe, Manuel 159Fernández del Orbe, Ana 159Fernández del Orbe, María 159Fernández Polanco, don Miguel 32-33Fernández Polanco, Manuel 150,

208-209Fernández, Uladislao 58Fernando VII 40Ferrand (general) 31, 40Ferrer, Guillermo 87Florencio 170Florentino, Pedro 95Florentino, Rafaela 99Flores, Bonifacia 122Fontaine (coronel) 72Francisco de Amézquita, Pablo 140Francisco, Julián 140, 173Francisco, Pedro 140, 173Francisco (Tito) 180Franco, Agustín 159Franco, Baldemira 192Franco, Ercilia 192Franco, José 192Franco, Josefa 159Franco, Juan 192Franco, Manuel 110, 159Franco, María Dolores 192Frómeta, José Leandro 159, 162Frómeta, José María 162Frómeta, Manuel María 106, 162Fuente, José Dolores 100

GGalán, Casimiro 213Galán, Francisco 213Galán, Hilario 213

Galán, José 92, 173, 203, 207-208, 212, 214-215

Galán, Lucas 213Galán, Manuel 213Galán, Marcelino 213Galán, María 213Galán, Ramón 213Galán, Telesfora 217-218, 220Galán, Victoriana 222Galán y de la Cruz, José 213Galán Ortiz, Francisca 215Galán Ortiz, Petronila 213, 215Galán y Quiró, Josefa de Jesús 215Galán y Quiró, José Gertrudis 214Galán y Quiró, Manuel Domingo

214García (los) 134García, Alcides 36-37, 39, 106, 123,

159, 162, 183, 211, 222, 236García, Andrés 100García, Antonia 94, 166García, Bernardino 119García Colón, Miguel 99García, Estanislao 99García Godoy, Federico 50, 109,

236García, Josefa 139García, José Gabriel 12, 22, 26, 36,

67, 106-108, 118, 125-126, 145, 157, 163, 184, 222, 235

García, Juan 42García, Juana 138García, Lorenzo 158García, María 158, 166García, Marta 92, 94, 166, 203García, Miguel 138García, Mogeno 59García, Zoilo Hermógenes, (Mogito) 55-56, 58, 179, 224Gardiano, Manuel 114Garrido, José Vicente 57, 67, 70, 95,

101, 150, 171-172, 220

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Historia de la Concepción de La Vega 243

Gaspar, Margarita 216, 229Gavilán, Basilio 114Gavilán, José 155Gavilán, María 183Gerez, Eladio 149Germosén, Pablo 108, 123Gil, Basilio 111-112, 194Gil de la Rosa, Cecilia 112Gil de la Rosa, Cristino Apolinar

112Gil de la Rosa, Dionisio 112Gil de la Rosa, Ercilia 112Gil de la Rosa, Juana Claudina 112Gil de la Rosa, Manuela 112Gil de la Rosa, María del Pilar 112Gil de la Rosa, Matilde 112Gil de la Rosa, Quiterio 112Gil de la Rosa, Telesfora 112Gil, Juan Antonio 127Gil, Juan Evangelista 118Gil, Pedro 57Gómez, Buenaventura 56, 94, 193, 203Gómez, Catarina 94Gómez, Dolores 92, 218, 220, 221Gómez, Francisco Antonio 196Gómez, Joaquín C. 221, 233Gómez, José 107Gómez, Josef 99Gómez, José Rafael 100Gómez, Juana 139Gómez, Juaniquito 115Gómez, Lorenzo 225Gómez, Manuel 48Gómez, Manuel Joaquín 167, 175Gómez, María Dolores 94Gómez, Merced 94Gómez Moya, Francisco Antonio 99Gómez Moya, Manuel Ubaldo 10,

12, 18, 22-23, 44, 51-55, 71-72, 107, 110, 112, 114-115, 118, 126, 147, 163, 175, 179,

196, 199, 202, 204, 210, 222, 225, 235

Gómez, Nicolás 96Gómez, Raimundo 49, 92, 94, 100,

166, 174-175, 232Gómez, Simón 218Gómez, Ventura 100Gómez Grateraux, Manuel Joaquín 194Gómez y Grateraux, Manuel Joa-

quín 196Gómez y Moya, Cristóbal Joaquín

196González del Olmo, Pantaleón 78González, Manuel 33González, Hilario 65González, Ignacio María 73González y Montes, Manuel 206Gordillo, Teresa 178Grateró, Cirilo 69, 78Grimalda, Anna 152Grullón, Rosendo 99Guacanagarix 13Guarionex 12-13, 90Guerra, Juan 220Guillaume, Jean François (Juan

Francisco Guillermo) 76, 96-97, 108, 118-119, 233Guillén, Domingo 152Guillermo, Esteban 97Guridi, Angulo 44Guzmán, Apolinar 154Guzmán, Félix 121Guzmán, Ramón 167Guzmán, Silvestre 49

HHazard, Samuel 50-51, 72-73, 201, 236HédouvilIe 63, 157Heir, Guillermo 98

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244 GuiDo DespraDel Batista

Henríquez Ureña, Pedro 156Hérard Aîné, Charles 104-106Heredia Figueredo, Inés 126Hernández, Agustín 35, 86Hernández, Ana 185Hernández, Francisca 65, 134Hernández, Gaspar 86Hernández, José Ramón 151Hernández, Juan Antonio 66Hernández, Luis 151Hernández, Petrona 170Herrera, Alonso Arias de 23Heureaux, Ulises 55, 58Hidalgo, Tomás 140Hierro, Andrés del 190Hierro, María Ignacia del 190Hierro, Miguel Francisco del 190Hinojosa, Benedicta 96Holguín, Cipriano 186Holguín, Isabel 184Holguín, Melitón 42Hurtado, Antonio 85

IIglesias de David, Ramón 219Illas, J. J. 109Imbert (general) 129Isabel II 21Isaac 120Isac, Dorvil 215Isac, Nisac 215Islas, Antonio de 139Islas, Raimundo 183Islas, Saturnino 183Islas, Tomás de 214

JJáquez, María del Carmen 161Jean, Pierre 98, 177Jesús Sánchez, Magdalena de 187Jesús Valerio, Manuela de 141

Jesús y Luna, María de 151Jiménez, Baltasara 220Jiménez de Lora, Juan 85Jiménez, Felipa 186Jiménez, Juan 109Jiménez, Juan Evangelista 104, 106-107, 162Jiménez, Manuel 158, 232Jiménez, Tomás 87Jiminián, Juliana 167Jiminián, María 167Jolguín, Bonifacio 97Jolguín, Francisca Bernarda 97Jolguín, José 97Jorguín, María Olegaria 186José de Lara, Mariana 153Josefa (hija bastarda de Josef del

Orbe) 156José, Manuel de 170Joseph, Manuel 99José Ramón (alcalde) 30José Ramón (hijo bastardo de Josef

del Orbe) 156Juana (esclava de Rosa y María

López) 139Juan (hijo de José Antonio Espínola

y Sánchez) 187

LLa Bruyère 176Lancaster, Arthur 49, 201Lancaster, Jordan 201Lara, Antigua de 224Lara, Manuel María 221Larpier, Mauricio 78Lavastida, Miguel 189Lebrón, Leocadia 211Le Brun, Alexey 234Le Brun, Caccus 233, 234Le Brun, Placide 12, 35, 41, 43-46,

55, 64, 153, 177, 198, 223, 224, 228-234

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Historia de la Concepción de La Vega 245

Le Brun, Simón 234Ledesma, Antonio de 85Ledesma, Francisco de 85Lendor, Senón 165León, Francisco de 100Leyba, Rafael María 78Llelland, Thas. M. 98Llenas, Alejandro 123Llepes, Pedro 215López Gil, Benito 87, 93, 105López, Lucas 217López, María 139, 157López, María Antonia 57López, Rosa 42, 139López de Medrano, Andrés 155Lora, Antonio de 98Lora García (familia) 98Lora, Manuel de 112-113Lora, Marcos de 98Luca Mejía, María 91Lucario, Juan 57Lucario, Tomás 33, 91Luciano, María 151Lucrecia 160Luna, Francisco Antonio de 78, 94, 99Luna, Manuel de 94, 203Luperón, Gregorio 111, 114Lusher, Silvanus H. 98

MMachado, Manuel 105-106Machago 123Magarín, Ana Evangelista 188Magdalena (viuda Espínola) 221Magoyo 112-113Maguiol, Juan 37Mais (los) 134Mais, Antonia 135Mais, Francisco 135Mais, Josef 135

Mais, Pedro 65, 134-135Manuel (esclavo de José del Orbe)

139Manuel Francisco Villa (padre de

Ramón Villa) 161Maño, Carlos 232Marcelino 213Marchena, Eugenio Generoso de 59Marcos, Cristóbal 193María Anselma 111María de los Dolores 167María (esclava de Martín Suárez)

139Marmolejos (coronel) 108, 123Martín, Blas 33, 208Martínez (anciano) 37Martínez (hijo de anciano) 37Martínez, Antonio María 224Martínez Cárceles, José 74, 87Martínez, Jesús 93Martínez, José Agustín 224Martínez, José María 118Martínez, Ramón 123Martínez Valdez, Bernardo 77Martin, Pierre 231Martín, Ramón 193Mártir, José 70Medina, Damián 77-78Medrano 190Medrano, Josefino 98Medrano, José Lino 99Medrano, José Tomás 157Medrano, Juan Tomás 100Mejía, Fernando 121, 186Mejía, Isabel 225Mejía, Manuel 95, 97-98, 107, 109,

112-114, 119-121, 124, 185, 217

Mejías, Melchor 115Meléndez, Calixto 115Meléndez, María Josefa 224Meléndez, Matías 224

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246 GuiDo DespraDel Batista

Melendre, Pablo 143Melgarejo, Antonio 25Melgarejo, Juan 25Mella, Apolinar 175Mella, Eustaquio 194Mella, Ildefonso 218Mella, Juana 175Mella, Luisa 194, 233Mella, Manuel Nicasio 51, 92-94,

167, 214Mella, Ramón 104, 108-109Mena, Calixto Antonio de 100Mena, Pedro Ramón de 106, 157,

163Méndez, Joaquín 215Méndez, Juana 176Menendre, Anica 143Mercenario, Félix 158Meriño, Fernando Arturo de 74, 105Mexía, Rodrigo 17Mexías, Lucas 34Michel, Celestin 231Mieses, Patricio 56, 78, 167Franco, Miguel de los Santos 192Minaya, Brígida (Mamá Billa) 127Minaya, Miguel 33, 48, 233Miranda, Ramón 178Mocha, Gina 57Molina, Francisco 188Monasterio, Catarina 76Monción, Benito 222-223, 225Monción, Carlos 119Monción, María Felícita 179Monción, Merced 192Monción Rodríguez, Carlos 117Monclús, Marcela 177Mónica (esclava de Jacinto Fernández) 139Monpoint, Jean Pierre 230, 232-233Monpoint, Pedro 76Monsion, Françoise (véase Montion,

Françoise) 223

Monsion, Pierre (véase Montion, Pierre) 223

Montaño Lozano, Joseph Clemente 101

Montaño, Ramón 192Monte, José del 171Monte y Tejada, Antonio del 13-14,

235Montion, Carlos 224Montion, Catalina 223-225Montion, Fleury 223Montion, Françoise 136, 223-224,

226Montion, Ildefonso 224Montion, José 224Montion, María Felicita 224Montion, Merced 224-225Montion, Pierre 224Monzón y Martín, Bienvenido 204Morel, Petronila 48Moreno, Carlos 158Moreno del Christo, Gabriel B. 84,

87Morilla, Carmen Domitila 125Morilla, Félix 49, 97, 101, 125, 169,

204, 214Morilla, José María 56Morillo, José María 114Mota, de la (hermanos) 93Mota, Domingo de la 86, 205-206Mota, Pablo Francisco de la 135Mota, Panchito de la 206Mota y Amézquita, Francisco Mariano de la 24, 33, 47, 48,

54, 59, 85, 91, 96, 135, 150, 153, 155, 173, 174, 175, 205-210, 212, 215, 218

Mota y Núñez, Domingo Baltasar de la 211Mota y Núñez, Francisco Trinidad de la 211Mota y Núñez, José María de la 211

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Historia de la Concepción de La Vega 247

Mota y Núñez, Mariana Josefa de la 211

Mota y Núñez, Pablo Francisco de la 211

Mota y Nuñez, Rafael de la 211Mota y Nuñez, Silvestre de la 211Mota y Suárez, Ana de la 211Mota y Suárez, Beatriz de la 211Mota y Suárez, Francisco de la 211Mota y Suárez, Inés de la 211Mota y Suárez, José de la 211Mota y Suárez, Pablo de la 211Mota y Suárez, Rosa de la 211Motte, de la (los) 134Moya, Agustín de 195Moya, Arturo de 99Moya, Benedicta 194 Moya, Casimiro Nemesio de 55, 58,

97, 191, 210, 216Moya, Clemente de 195Moya, Cristóbal 233Moya, Francisco de 194, 195Moya, Joaquín de 117, 191Moya, José Dolores 195Moya, Juana de 195Moya, Juan de 194Moya, Luisa de 191Moya, Manuel de 195Moya, Martín de 191, 212Moya, Miguel de 195Moya, Rafael Dionisio de 193Moya, Rita de 190, 195Moya, Trinidad de 191Moya y Guillén, Dionisio Valerio de

65, 75, 93-94, 99, 191, 203Moya y Padrón, Cristóbal José de

100, 106, 177, 191-193, 195, 197-198, 228, 233

Moya y Peláez, José Joaquín de 194Moya y Pérez, Claudina de 195Moya y Pérez, Dimas de 195Moya y Pérez, Manuel de 195

Moya y Pérez, Rafael Dionisio de 195, 212

Moya y Pérez, Samuel de 195Moya y Pérez, Teresa de 195Moya y Pérez, Trinidad de 195Moya y Portes, Carmen de 196Moya y Portes, Casimiro de 54, 55,

195, 200Moya y Portes, Cristóbal 191, 193-194, 196Moya y Portes, Dionisio Valerio de

(presbítero) 49, 52, 56-58, 67, 69-73, 76, 78, 85, 86, 94, 108, 111, 167, 192, 197, 199-205

Moya y Portes, Joaquín de 196Moya y Portes, Martín de 195Moya y Portes, Ramón Martín de

193Moya y Portes, Trinidad de 196Moya y Rivera, Casimiro de 196Moya y Rivera, Cristóbal de 196Moya y Rivera de Basilis, Teresa

de 196Moya y Rivera de Félix, María de

Jesús de 196Moya y Rivera de Muñoz, Juana de

196Moya y Rivera, Dionisio de 196Moya y Robles, Antonia de 195Moya y Robles, Cristóbal de 195Moya y Robles de Benliza, Casimira de 195Moya y Robles de Berrido, Mercedes de 195Moya y Robles de García, Ana

Josefa de 196Moya y Robles, Dionisio Valerio de 195Moya y Robles, Felipe Octavio de

195

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248 GuiDo DespraDel Batista

Moya y Sánchez de Franco, Juana de 196Moya y Sánchez de Peralta, Julia de 196Moya y Sánchez de Piña, Carmen de 196Moya y Sánchez, José de 196Moya y Sánchez, Miguel Casimiro de 196Moya y Sánchez, Teófilo de 196Moya y Sánchez, Trinidad de 196Muñoz, Domingo 99

NNarciso, Baltasara 140Navarrete, Domingo Fernández de

26-27Noel, Henry 223, 230Nouel, Carlos 15-16, 19, 100, 193,

235Nouel y Bobadilla, Adolfo Alejandro 55-58, 71, 74, 87Núñez (los) 134Núñez, Baltasar 146Núñez, Bartolomé 17Núñez, Bernardina 24, 52, 76, 90-

92, 154, 167Núñez, Antonio 34Núñez, Francisco 155, 173Núñez, Gabriela 139Nuñez, Ignes 150Núñez, Joseph 99Núñez, José Ramón 173Núñez, Juan 75, 155Núñez, Mariana 151-152Núñez, Petrona 150-151Núñez, Ramona 188Núñez, Rita 173Núñez, Santiago 162Nuñez, Silvestre 150, 151Núñez de Lozada, Baltasar 149-152,

206-208

Núñez de Lozada, Domingo 152Núñez de Lozada, Pedro 152Núñez López, Antonio 155Núñez López, José 155Núñez de la Mota, Ignes 212Núñez de Lozada, Baltasar 99Nuñez y Fernández, Ignes 207-210

OOcaña, Clara de 146O Casimiro, María de la 191Ojeda (los) 134Olaya (la vieja) 114Olivo, Bernardo 176, 178Olivo, Manuel 192Orbe, Catarina del 159Orbe, del (alcalde) 135, 157, 177,

192, 228Orbe, del (hermanos) 30Orbe del (notario) 232 Orbe, José Ramón del 31Orbe, Juana del 32Orbe, José del 139, 156Orbe, Josefa del 159, 162Orbe, Josef del 99, 156-159, 161Orbe, José Ramón del 101, 157,

158, 226Orbe, Juana del 159Orbe, Juan del 157, 159Orbe, María de la Antigua del 158-160, 162Orbe, Raimundo del 156, 158-159Orbe, Valentín del 157Orbe, Rosa del 156, 159Orbe y López, Cipriano del 139Orguín, Rosa 187Ortega del Hierro, Lucas 190, 195Ortega, Esteban 155Ortega, Eufemia 151-152Ortega, Margarita 151-152Ortega, María 152Ortiz Bocanegra, Juan Antonio 101

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Historia de la Concepción de La Vega 249

Ortiz, Juan 221Ortiz, Victoria 213, 215Osorio, Antonio 25

PPadrón, Carlota 193Padrón, Rosalía 191Palet, Manuel 67-69, 71, 86, 199Pancho Mariano 208, 209, 212Pantaleón Álvarez de Abreu, Domingo 62Pantaleón Álvarez, Domingo 28, 75Pantanga, Masú 57Paredes, Isabel 178Paredes, Sebastián 178Patiño, Gabriel 42Paxot, Beatriz 211Paxot, Felipe 117, 152, 211Paxot, Fernando 211Paxot, José 211Paxot, Juan Pablo 211Paxot, Narciso 211Paxot, Natalia 211Paxot, Pedro 211Paxot, Prudencio 211, 221Paxot, Rosa 211Paxot, Virginia 211Payano, Eugenio de María 222Paz, Antonia de la 98Paz, Vicente Antonio 33-34Paz y Núñez, José de la 97-98, 152Pedro Juan (sargento mayor) 232Pedro, Mercedes e Irene (hijos de

Gregorio Esquea) 94Peguero, Ramona 194Penet, Jean 231Peña, Blas de 226Peña, Cornelio de 48, 110Peña, Josefa 143Peralta (capitán) 108, 123Peralta, Federico 118, 209, 233

Peralta, Manuela de 65, 140Peralta y Rojas, Isidoro 145Pereira, Carlos 19Pérez, Ana 170, 193Pérez, Antonia Mauricia 193, 195, 212Pérez, Antonio 96Pérez, Bartolo 128Pérez, Bernardino 107, 224Pérez, Eustaquio 78, 184Pérez, Josefa 183Pérez, Juan I. 109Pérez, Manuel 192Pérez, Valentín 192Perico (el sepulturero) 49Persia, José Antonio 115Petion 176, 229Phillipeau 97, 108Piantini, Josefa 152Piantini, Valentín 97, 120, 152Pichardo, Bernardo 87Pichardo, Betancourt 87Pierrot (general) 123, 129Pina, Pedro 109Piñeiro, Carlos 105Pla y Villares, Juan 117Pliton, Ignacio 230Polanco, Gaspar 71Portes, Francisco 191Portes, José 107, 218Portes, Juana 45Portes, Juana Carlota de 191, 197-

198, 203, 204Portes, Luisa de 194Portes, Rafael 117, 222Portes, Tomás de 70Portolatín, Juan 141-142Portolatín, Manuel 52Portorreal, Isabel 226Portorreal, Miguel 226Prophille, Charles 231Puigvert, Juan 104-105

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250 GuiDo DespraDel Batista

Pulio Concepción, Garrido José 226

QQuiró, Evangelista 214, 215

RRamírez (los) 134Ramírez, Anselmo 217Ramírez (coronel) 124Ramírez de Arellano (los) 143Ramírez de Arellano, Juan Antonio

101, 161Ramírez, Francisco 98, 100, 120,

125Ramírez, José 117Ramírez, Remigio 117, 125Ramírez, Teodosio 86Ramírez, Toribio 100, 107, 118,

124-125, 192, 198, 225Ramón, Taita 121Ramos, Fdos. B. 56Ramos, Nicolás 21Ramos, Juan 225Ramos, Juan Pablo 225, 235 Ramos, Valentín 98, 100, 175, 214Regino, José María 48, 96Reinoso, Félix 170Reinoso, Jorge 170Reinoso, Juan 170, 184, 217Reinoso, Juan (hijo) 170Reinoso, Rosa 85Reinoso, Serapio 31Rendón, Diego 63Restituyo, Pedro 70Restituyo, Simona 188Reyes, Eustaquio 178Reyes, Manuel 115Reyes, María de Jesús 224Reyes, Pedro 178Reyes, Ramona 178

Reynoso, José Serapio 157-159Reynoso, Juan 100, 174Rivera, Isidora 194, 196Rivera, Pedro Duque de 21Robiou, Joaquín 69, 192, 194, 196Robiou y Moya, Angelicario 196Robiou y Moya, Arismendy 196Robiou y Moya, Arístides 196Robiou y Moya, Rosa 196Robiou y Moya, Virgilio 196Roble, Francisco 183Robles, Casiano 100Robles, Margarita 194-195Roca, José Esteban 113, 182Rocha, Cabildo De la 134Rocha, Dionisio de la 32, 65, 101,

150-151, 154-155, 157, 170, 173

Rocha, Domingo de la 157Rodríguez, Carlos 151Rodríguez Cefí, José Celedonio 194Rodríguez Cid, José 101Rodríguez Cid, Joseph 99Rodríguez, Clara 227Rodríguez, Clemente 146, 151Rodríguez Demorizi, Emilio 14, 17,

117, 155Rodríguez, Elías 66-67, 86Rodríguez Espínola, Antonio 186Rodríguez, Félix 78Rodriguez, Jean 223Rodríguez, Juan 228Rodríguez, Rafael Servando 104,

105, 233Rodríguez Valverde 67Rodríguez y Ortiz 67Rojas, Encarnación 233Rojas, José Ramón 57, 94-96, 117,

120, 177Roldán 13Román, José 94

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Historia de la Concepción de La Vega 251

Román, Miguel A. 127Román, Narciso 101, 156, 164, 177,

231Romero, Enrique 113Romero, Gregorio 232Roque, Chago 122Rosa, Cándido de la 57Rosa Abreu, Ramona Mauricia de la 112Rosario, Andrea del 188Rosario Bernal, José del 92, 214Rosario, Francisco del 48Rosario, José del 100Rosario, Manuel Romualdo del 96Rosario, Miguel del (Baqueche) 115Rosario, Pablo del 33Rosario, Petronila del 96, 111Rosario, Rosa del 139Rosario, Salvador del 115Rosario, Virgen del 52Rosa, Rufino de la 48, 96, 109, 111Rosa, Severino de la 97Rumualdo, Manuel 70

SSalazar, María 190Salcedo, Francisco Antonio 104Salcedo, José Antonio 108, 129Saltitopa, Mercedes 127Sánchez, Manuel 225Sánchez, María 225Sampayo, Sebastián de 25Samper, José 98Sanabia, Felipe E. 10Sánchez, Altagracia 225Sánchez, Ana Josefa 170Sánchez, Antonio 188Sánchez, Dámaso 225Sánchez, Dimas 221-222Sánchez, Domingo 170Sánchez, Estebanía 180

Sánchez, Evaristo 182Sánchez, Filomena 170, 193, 196Sánchez, Francisco del Rosario 109,

158, 197Sánchez, Gregorio 170, 193Sánchez, Ildefonso 188Sánchez, José Isaías 57Sánchez, Juan 121, 187-188Sánchez, Juana 182Sánchez, Juan Ramón 96Sánchez, León 187Sánchez, Loreta 182Sánchez, Magdaleno 112Sánchez, Manuel 188, 224Sánchez, Manuela 121, 148, 186, 187Sánchez, Manuel (hijo de Remigio

Sánchez Montion) 225Sánchez, María 188Sánchez, María de las Nieves 170Sánchez, María Trinidad 160Sánchez, Paulino 182Sánchez, Pedro 98, 182Sánchez, Petronila 170Sánchez, Ramona 184Sánchez, Santiago 225Sánchez, Sebastián 139, 188Sánchez de Espínola, Magdalena

127Sánchez de Espínola, Manuela 229Sánchez Ramírez, Juan 39-41, 183Sánchez Ramírez, Miguel 225Sánchez Ramírez, Remigio 225Sánchez Valverde (los) 143Sánchez Valverde, Antonio 28-29,

99, 101, 145-147, 151, 188Sánchez Valverde, José 148Sánchez Valverde, Juan 146-147Sánchez Valverde, Manuel 147, 225Sánchez y Básquez, Estefanía 225Sánchez y Básquez, María 225

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252 GuiDo DespraDel Batista

Sánchez y Básquez, María Concepción 225Sánchez y Básquez, Mauricio 225Sánchez y Básquez, Pedro 225Sánchez y Básquez, Petrona 225Sandoval, Andrés 232Sandoval, Bernabé 220Sandoval, Julián 220Sanfranco, Juan Antonio 86Sanó 48Santana, Antonio 71Santana, Julián 182Santana, Pedro 109-110, 117, 125,

129, 148, 158, 199Santiago, Germán de 65, 140, 153Santos, Alexo de los 180Santos, Clara 181Santos, Francisco 181Santos, José Antonio de los 99Santos, Juana de los 192Santos, Juliana de los 193Santos, Justa 181Santos, León 113, 179, 181-182Santos, León (hijo) 181Santos, Luisa de los 120Santos, Manuel de los 181Santos, Marcelino 181Santos, María 181Santos, María del Rosario 181Santos, María José 185Santos, Nazaria 127Santos, Petra de los 126Santos, Tito 108Santos, Vicente de los 183Santos Monclús, Juana de los 192Santos Vincent, Andrea 182Santos Vincent, Dionisia 182Santos Vincent, Juana 182Sardá Carbonell, Francisco 192Saviñón, Clemente 56Sierra, María de la 37Siguier, Antonio 86

Soriano, Lorenzo 147Sosa, Felipa 65Soulastre, Dorvo 29, 63-64, 84, 157,

236Suárez (los) 77Suárez, Clemencia 211Suárez, Desideria 216, 221Suárez, Esteban 139Suárez, Fabriciana 141, 221Suárez, Irene 221Suárez, Manuel 216Suárez, Martín 139Suárez, Petronila 127Suárez, Ramón 47, 71, 92, 216-221Suárez, Sebastián 108, 123Suárez Deza, Pedro 16Suárez y Gómez, Desideria 220Suárez y Gómez, Dimas de Jesús

220Suárez y Gómez, Fabriciana 220Suárez y Gómez, Irene 220Suárez y Gómez, María Concepción 220Suárez y Gómez, Ramón Dionisio 220Suárez y Gómez, Ramón Eugenio

220Suárez y Gómez, Toribio 220Suriel, Bárbara 138Suriel, Francisco 41, 100, 138Suriel, Mae María 33Suriel, Melchor 75, 146, 147Suriel, León 138Susayo, Juan 97

TTabárez, Agustín 34, 86Tabares, Vicente 100Tabera, Juan 190Tabera, Lucrecia Concepción 190Tabera, Manuel Concepción 181,

190

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Historia de la Concepción de La Vega 253

Tabera y del Hierro, José Concep-ción 100, 107, 188-191

Tapia, José 75Tapia, Toribio 192Tati, Juan 152Tatin, Joseph 104Tavárez, Agustín 41Tavárez, Benito Antonio 177Tavera, Marcos Concepción 203Tejera, Apolinar 153, 156Tejera, Emiliano 105Teneri, Juan de 97Texada, Gregoria 195Texada, Petrona 141Thevenin, Josefa 230Thevenin, Liboria 230Thevenin, María 230Thevenin, Pedro José 229-230Thevenin, Ricardo 113Thevenin, Trinidad 230Thomas, Phillippe 223, 230Toledo, María de 16Toribio (esposo de María de la Cruz de la Rosa) 221Torres, Antonio Dionisio de 101Torres, José Rufino (Rufinito) 110-111Torres, Juan Ramón 96Torres Montaño, Manuel Joseph de

99Torres, Vicente de 150Toupaint 231Trinidad, Chicho 115, 127Trinidad, Juan Antonio 122Trinidad, Manuel 122Trinidad, Marcos Trinidad, Pedro Nolasco 122Trinidad y López, Marcos 50, 107,

113-114, 122-124, 126, 180Troncoso, Dionisio 113

UUlerio, Francisca 220Ungría, Juan 188Uribe y Guerrero, Ana Uriarte 158Utrera, Cipriano de 15-16, 21-22,

25, 35-36, 47, 67, 85, 146-147, 149, 158, 171, 193,

195, 235

VValencia, Manuel María 86, 209Valerio, Dionisio 194, 198Valerio, Fernando 118, 123Valerio, Mariana 158Valle, Gregorio del 109Vallejo, Rafael María 77Valois, Félix de 191Valverde, Antonio 100Valverde, Enriqueta 193Valverde, José Desiderio 117-119,

125, 148Valverde, León 148Valverde, Sánchez 22Vasconcelos (maestro) 133Vásquez, Felipe 94, 106, 107Vásquez, Juan Isidro 78, 101, 110, 182Velasco Altamirano, Nicolás 171Velasco, Ana María Magdalena de

170Velasco, Catarina 171Velasco, Francisco 170Velasco, Gregorio de 170Velasco, José de 45, 78, 100, 169,

170Velasco, Joseph Damián de 85, 170Velasco, Luis de 41, 76, 99, 168-170Velasco, Úrsula 171Velazco, Diego de 171Vélez, Domingo 114Vélez, Florencio 91

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254 GuiDo DespraDel Batista

Veloz, Juanica 220Velásquez (los) 134Ventura (capitán) 172Ventura, Gervasia 34, 171, 173, 175,

207Ventura, María Francisca 221Ventura, Petronila 141Vergés Vidal, Pedro L. 163Vicente (el viejo) 49Vicente, José 232Villa, Carmen 161Villa, Juan Ramón 33, 100, 159-160, 161, 228Villa, Manuel 75Villa, Manuela 161-162, 164Villa, Manuel Francisco 161Villa, María del Carmen 162, 164Villa, María Francisca Angustia

161-162, 164Villanuera, Tomás 48Villanueva, Tomás 96, 118, 125,

140-142, 184, 221, 233Villar, Félix del 100Villas (señoritas) 159Villa y Jáquez, Juan Ramón 161Viloria, Ana Rita 178

Viloria, Eduardo 185Viloria, Esteban 115, 178Viloria, Pedro 48, 93, 95-96, 178,

194Vincent, María Petronila 182Viscarrondo, Octavia 54

WWarden, Thomas Beal 99

XXiménez, Joseph 65, 99Ximénez, Juana Paula 161Ximénez, Tomás 65, 161Ximinián de Peña y Espinal, Isidoro

41, 52, 65, 86-87, 92-94, 156, 164-167, 197 203, 232

Ximinián, José 165Ximinián, María 166

ZZarzuela, Juan Antonio 110-111Zorrilla y de San Martín, don Pedro 28

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Contenido

Presentación a la 3ra edición / 7Palabras liminares / 9Primera y segunda fundación / 11El incendio del 1805 / 31La tercera fundación / 39La iglesia parroquial / 61Cofradías, tributos y bienes / 75Cercanías y alrededores / 89Por la Patria / 103Origen, evolución y usurpación de los apellidos / 133Biografías / 145Bibliografía / 235Índice onomástico / 237

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– 257 –

Publicaciones del Archivo General de la Nación

Vol. I Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 1844-1846. Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi. C. T., 1944.

Vol. II Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E. Rodríguez Demorizi, Vol. I. C. T., 1944.

Vol. III Samaná, pasado y porvenir. E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1945.Vol. IV Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E.

Rodríguez Demorizi, Vol. II. C. T., 1945.Vol. V Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección

de E. Rodríguez Demorizi, Vol. II. Santiago, 1947.Vol. VI San Cristóbal de antaño. E. Rodríguez Demorizi, Vol. II. Santiago,

1946.Vol. VII Manuel Rodríguez Objío (poeta, restaurador, historiador, mártir). R.

Lugo Lovatón. C. T., 1951.Vol. VIII Relaciones. Manuel Rodríguez Objío. Introducción, títulos y

notas por R. Lugo Lovatón. C. T., 1951.Vol. IX Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 1846-1850,

Vol. II. Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi. C. T., 1947.Vol. X Índice general del “Boletín” del 1938 al 1944, C. T., 1949.Vol. XI Historia de los aventureros, filibusteros y bucaneros de América. Escrita

en holandés por Alexander O. Exquemelin. Traducida de una famosa edición francesa de La Sirene-París, 1920, por C. A. Rodríguez. Introducción y bosquejo biográfico del traductor R. Lugo Lovatón, C. T., 1953.

Vol. XII Obras de Trujillo. Introducción de R. Lugo Lovatón, C. T., 1956.Vol. XIII Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E.

Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1957.

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258 GuiDo DespraDel Batista

Vol. XIV Cesión de Santo Domingo a Francia. Correspondencia de Godoy, García Roume, Hedouville, Louverture Rigaud y otros. 1795-1802. Edición de E. Rodríguez Demorizi. Vol. III, C. T., 1959.

Vol. XV Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E. Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1959.

Vol. XVI Escritos dispersos (Tomo I: 1896-1908). José Ramón López. Edición de A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2005.

Vol. XVII Escritos dispersos (Tomo II: 1909-1916). José Ramón López. Edición de A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2005.

Vol. XVIII Escritos dispersos (Tomo III: 1917-1922). José Ramón López. Edición de A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2005.

Vol. XIX Máximo Gómez a cien años de su fallecimiento, 1905-2005. Edición de E. Cordero Michel. Santo Domingo, D. N., 2005.

Vol. XX Lilí, el sanguinario machetero dominicano. Juan Vicente Flores. Santo Domingo, D. N., 2006.

Vol. XXI Escritos selectos. Manuel de Jesús de Peña y Reynoso. Edición de A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006.

Vol. XXII Obras escogidas 1. Artículos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006.

Vol. XXIII Obras escogidas 2. Ensayos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006.

Vol. XXIV Obras escogidas 3. Epistolario. Alejandro Angulo Guridi. Edición de A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006.

Vol. XXV La colonización de la frontera dominicana 1680-1796. Manuel Vicente Hernández González. Santo Domingo, D. N., 2006.

Vol. XXVI Fabio Fiallo en La Bandera Libre. Compilación de Rafael Darío Herrera. Santo Domingo, D. N., 2006.

Vol. XXVII Expansión fundacional y crecimiento en el norte dominicano (1680-1795). El Cibao y la bahía de Samaná. Manuel Hernández González. Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XXVIII Documentos inéditos de Fernando A. de Meriño. Compilación de José Luis Sáez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XXIX Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Edición de Dantes Ortiz. Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XXX Iglesia, espacio y poder: Santo Domingo (1498-1521), experiencia fundacional del Nuevo Mundo. Miguel D. Mena. Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XXXI Cedulario de la isla de Santo Domingo, Vol. I: 1492-1501. fray Vicente Rubio, O. P. Edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Español. Santo Domingo, D. N., 2007.

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Historia de la Concepción de La Vega 259

Vol. XXXII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo I: Hechos sobresalientes en la provincia). Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa. Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XXXIII La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo II: Reorganización de la provincia post Restauración). Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa. Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XXXIV Cartas del Cabildo de Santo Domingo en el siglo XVII. Compilación de Genaro Rodríguez Morel. Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XXXV Memorias del Primer Encuentro Nacional de Archivos. Edición de Dantes Ortiz. Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XXXVI Actas de los primeros congresos obreros dominicanos, 1920 y 1922. Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XXXVII Documentos para la historia de la educación moderna en la República Dominicana (1879-1894), (tomo I). Raymundo González. Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XXXVIII Documentos para la historia de la educación moderna en la República Dominicana (1879-1894), (tomo II). Raymundo González. Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XXXIX Una carta a Maritain. Andrés Avelino. (Traducción al castellano e introducción del P. Jesús Hernández). Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XL Manual de indización para archivos, en coedición con el Archivo Nacional de la República de Cuba. Marisol Mesa, Elvira Corbelle Sanjurjo, Alba Gilda Dreke de Alfonso, Miriam Ruiz Meriño, Jorge Macle Cruz. Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XLI Apuntes históricos sobre Santo Domingo. Dr. Alejandro Llenas. Edición de A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XLII Ensayos y apuntes diversos. Dr. Alejandro Llenas. Edición de A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XLIII La educación científica de la mujer. Eugenio María de Hostos. Santo Domingo, D. N., 2007.

Vol. XLIV Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1530-1546). Compilación de Genaro Rodríguez Morel. Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. XLV Américo Lugo en Patria. Selección. Compilación de Rafael Darío Herrera. Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. XLVI Años imborrables. Rafael Alburquerque Zayas-Bazán. Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. XLVII Censos municipales del siglo xix y otras estadísticas de población. Alejandro Paulino Ramos. Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. XLVIII Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel (tomo I). Compilación de José Luis Saez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008.

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260 GuiDo DespraDel Batista

Vol. XLIX Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel (tomo II). Compilación de José Luis Saez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. L Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel (tomo III). Compilación de José Luis Saez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LI Prosas polémicas 1. Primeros escritos, textos marginales, Yanquilinarias. Félix Evaristo Mejía. Edición de A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LII Prosas polémicas 2. Textos educativos y Discursos. Félix Evaristo Mejía. Edición de A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LIII Prosas polémicas 3. Ensayos. Félix Evaristo Mejía. Edición de A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LIV Autoridad para educar. La historia de la escuela católica dominicana. José Luis Sáez, S. J. Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LV Relatos de Rodrigo de Bastidas. Antonio Sánchez Hernández. Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LVI Textos reunidos 1. Escritos políticos iniciales. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LVII Textos reunidos 2. Ensayos. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LVIII Textos reunidos 3. Artículos y Controversia histórica. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LIX Textos reunidos 4. Cartas, Ministerios y misiones diplomáticas. Manuel de J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008.

Vol. LX La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo (1930-1961), tomo I. José Luis Sáez, S.J. Santo Domingo, D.N., 2008.

Vol. LXI La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo (1930-1961), tomo II. José Luis Sáez, S. J. Santo Domingo, D.N., 2008.

Vol. LXII Legislación archivística dominicana, 1847-2007. Archivo General de la Nación. Santo Domingo, D.N., 2008.

Vol. LXIII Libro de bautismos de esclavos (1636-1670). Transcripción de José Luis Sáez, S.J. Santo Domingo, D.N., 2008.

Vol. LXIV Los gavilleros (1904-1916). María Filomena González Canalda. Santo Domingo, D.N., 2008.

Vol. LXV El sur dominicano (1680-1795). Cambios sociales y transformaciones económicas. Manuel Vicente Hernández González. Santo Domingo, D.N., 2008.

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Historia de la Concepción de La Vega 261

Vol. LXVI Cuadros históricos dominicanos. César A. Herrera. Santo Domingo, D.N., 2008.

Vol. LXVII Escritos 1. Cosas, cartas y... otras cosas. Hipólito Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D.N., 2008.

Vol. LXVIII Escritos 2. Ensayos. Hipólito Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D.N., 2008.

Vol. LXIX Memorias, informes y noticias dominicanas. H. Thomasset. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D.N., 2008.

Vol. LXX Manual de procedimientos para el tratamiento documental. Olga Pedierro, et. al. Santo Domingo, D.N., 2008.

Vol. LXXI Escritos desde aquí y desde allá. Juan Vicente Flores. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D.N., 2008.

Vol. LXXII De la calle a los estrados por justicia y libertad. Ramón Antonio Veras –Negro–. Santo Domingo, D.N., 2008.

Vol. LXXIII Escritos y apuntes históricos. Vetilio Alfau Durán. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXIV Almoina, un exiliado gallego contra la dictadura trujillista. Salvador E. Morales Pérez. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXV Escritos. 1. Cartas insurgentes y otras misivas. Mariano A. Cestero. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXVI Escritos. 2. Artículos y ensayos. Mariano A. Cestero. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXVII Más que un eco de la opinión. 1. Ensayos, y memorias ministeriales. Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXVIII Más que un eco de la opinión. 2. Escritos, 1879-1885. Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXIX Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889. Francisco Grego rio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXX Más que un eco de la opinión. 4. Escritos, 1890-1897. Francisco Grego rio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXXI Capitalismo y descampesinización en el Suroeste dominicano. Angel Moreta. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXXIII Perlas de la pluma de los Garrido. Emigdio Osvaldo Garrido, Víctor Garrido y Edna Garrido de Boggs. Edición de Edgar Valenzuela. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXXIV Gestión de riesgos para la prevención y mitigación de desastres en el patrimonio documental. Sofía Borrego, Maritza Dorta, Ana Pérez, Maritza Mirabal. Santo Domingo, D. N., 2009.

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262 GuiDo DespraDel Batista

Vol. LXXXV Obras 1. Guido Despradel Batista. Compilación de Alfredo Rafael Hernández. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXXVI Obras 2. Guido Despradel Batista. Compilación de Alfredo Rafael Hernández. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXXVII Historia de la Concepción de La Vega. Guido Despradel Batista. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. LXXXIX Una pluma en el exilio. Los artículos publicados por Constancio Bernaldo de Quirós en República Dominicana. Compilación de Constancio Cassá Bernaldo de Quirós. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. XC Ideas y doctrinas políticas contemporáneas. Juan Isidro Jimenes Grullón. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. XCI Metodología de la investigación histórica. Hernán Venegas Delgado. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. XCIII Filosofía dominicana: pasado y presente, tomo I. Compilación de Lusitania F. Martínez. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. XCIV Filosofía dominicana: pasado y presente, tomo II. Compilación de Lusitania F. Martínez. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. XCV Filosofía dominicana: pasado y presente, tomo III. Compilación de Lusitania F. Martínez. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. XCVI Los Panfleteros de Santiago: torturas y desaparición, Ramón Antonio, –Negro– Veras. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. XCVII Escritos reunidos. 1. Ensayos, 1887-1907. Rafael Justino Castillo. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. XCVIII Escritos reunidos. 2. Ensayos, 1908-1932. Rafael Justino Castillo. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. XCIX Escritos reunidos. 3. Artículos, 1888-1931. Rafael Justino Castillo. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. C Escritos históricos. Américo Lugo. Edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. CI Vindicaciones y apologías. Bernardo Correa y Cidrón. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. CII Historia, diplomática y archivística. Contribuciones dominicanas. María Ugarte. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. CIII Escritos diversos. Emiliano Tejera. Edición conjunta del Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas. Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CIV Tierra adentro. José María Pichardo. Segunda edición. Santo Domingo, D. N., 2010.

Vol. CV Cuatro aspectos sobre la literatura de Juan Bosch. Diógenes Valdez. Santo Domingo, D. N., 2010.

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colección JuVenil

Vol. I Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Santo Domingo, D. N., 2007Vol. II Heroínas nacionales. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. III Vida y obra de Ercilia Pepín. Alejandro Paulino Ramos. Segunda

edición de Dantes Ortiz. Santo Domingo, D. N., 2007. Vol. IV Dictadores dominicanos del siglo xix. Roberto Cassá. Santo Domingo,

D. N., 2008.Vol. V Padres de la Patria. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008.Vol. VI Pensadores criollos. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008.Vol. VII Héroes restauradores. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2009.

colección cuaDernos populares

Vol. 1 La Ideología revolucionaria de Juan Pablo Duarte. Juan Isidro Jimenes Grullón. Santo Domingo, D. N., 2009.

Vol. 2 Mujeres de la Independencia. Vetilio Alfau Durán. Santo Domingo, D. N., 2009.

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Historia de la Concepción de La Vega, de Guido Despradel Batista, se terminó de imprimir en los talleres gráficos de Editora Búho, en el mes de

abril de 2010 y consta de 1,000 ejemplares.

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