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CUADERNOS DE LA REALIDAD NACIONAL DIALECTICA DEL DESARROLLO DESIGUAL EL CASO LATINOAMERICANO FRAiNZ IHNRELAMÍVfERT PILAR VERCARA HUCO PERRET PATRICIO BIEDMA N- 6 DICIEMBRE 1970 • ESPECIAL UNIVERSIDAD CATOLICA DE CHILE CENTRO DE ESTUDIOS DE LA REALIDAD NACIONAL CEREN

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CUADERNOS DE LA REALIDAD NACIONAL

DIALECTICA DEL DESARROLLO DESIGUAL

EL CASO LATINOAMERICANO

FRAiNZ IHNRELAMÍVfERT PILAR VERCARA

HUCO PERRET PATRICIO BIEDMA

N- 6 DICIEMBRE 1970 • ESPECIAL

UNIVERSIDAD CATOLICA DE CHILE

CENTRO DE ESTUDIOS DE LA REALIDAD NACIONAL CEREN

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CUADERNOS DE LA REALIDAD NACIONAL

DIALECTICA DEL DESARROLLO DESIGUAL

EL CASO LATINOAMERICANO

Franz HINKELAMMERT

Teoría de la dialéctica del desarrollo desigual6

Pilar VERGARA

Algunas consideraciones acerca del cambio de la estructura de valores en la Sociedad Socialista China y Soviética

Hugo PERRET

El Proyecto Chino

Patricio BIEDMA

El Socialismo en Cuba

N’ 6 DICIEMBRE 1970 - ESPECIAL

UNIVERSIDAD CATOLICA DE CHILE

CENTRO DE ESTUDIOS DE LA REALIDAD NACIONAL CEREN

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Indice

A.— Prefacio ............................................................ ...................................................................' . 7

B.— Prólogo ............................................................................. ................... ..... ...... ..... 11

I. PRIMERA PARTE:

T E O R IA DE LA D IA LECTICA D EL DESA RRO LLO D ESIG U A L 15Franz Hinkelammert

A. LA INDUSTRIALIZACION CAPITALISTA Y SUS ETAPAS HISTORICAS .... 17

I. La conceptualización del desarrollo y del subdesarrollo ..................................... 17Algunos malentendidos comunes: sociedad tradicional y atraso ........... ...... ...... 17El concepto de desarrollo .................................................................... ........................... 21El concepto economista .................................................................................................. 21El desarrollo económico autosustentado ............................. ...... ............. ...... ...... 22El desarrollo social y los factores sociales del desarrollo económico .................... 23El materialismo histórico: el criterio económico como última instancia ............. 25El estructuralismo marxista: el criterio de la racionalidad económica ............. 27El cálculo económico, la estructura de clases y el subdesarrollo ............................ 30El propósito del presente trabajo .................................................................................. 33

II. La propagación del capitalismo en el siglo XIX: el desequilibrio de la relacióncentro / periferia ............................................................................................................ • 36La necesidad de una teoría del espacio económico ........................................... ..... 36La teoría del espacio económico .................................................. .......... ................. . 39El espacio económico homogéneo .................................................................. !............ 40El ordenamiento de la división del trabajo en el espacio homogéneo ..................... 41Espacio homogéneo y espacio natural ................................................. ..................... 44La renta de emplazamiento ........................................................................................... 44La renta relativa sobre la tierra en el espacio natural ............................................ 45Equilibrio y tecnología ................................................................................................... 47El desequilibrio en el espacio (el desarrollo desigual) .................................... ..... 49El contenido ideológico de la teoría de las ventajas comparativas ....................... 51La utilización conciente de la ley del valor ..................................................... ...... 53Los mecanismos del desarrollo desigual ............................................ ........ ............. 54

III. Los orígenes del subdesarrollo....................................................................................... 59Industrialización y destrucción de las producciones tradicionales .............................. 61

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Las alternativas frente a la destrucción de las producciones tradicionales ...... 63Las condiciones de la industrialización y las periferias en el siglo XIX .............. 66La especificidad de la transformación de América Latina en el siglo XIX .... 69

Comercio libre y condiciones naturales de la transformación en periferia ............. 71La estructura económica de la periferia .................................................................... 73La estructura de clases en las periferias .................................................................... 74Las causas de la transformación en periferia ............................................................ 78Intereses de clases y situación histórica ................ .................................................... 82

IV. La revolución de las condiciones de la industrialización en el siglo XX ............. 83La teoría clásica del imperialismo .............................................................................. 83Algunas tesis de Lenín ................................................................................................... 88La revolución de las condiciones de la industrialización ...................................... 89La deformación de los proyectos capitalistas de industrialización ..................... 93La etapa de la sustitución de importaciones ............................................................. 94La transformación de la industria en enclave industrial ...................................... 96La estructura de inversión con relaciones capitalistas de producción .................... 99El equilibrio en el espacio y su mistificación .................................................. ...... 105Los desniveles tecnológicos ............................................................................................ 108

IV. La crisis de la industrialización en el siglo XX ......................................... 109El concepto de la complementariedad en la política del gran empuje ............ 111Las razones de la no-factibilidad del gran empuje ................................................. 114La ausencia de mecanismos de entrega de ayudas externas .................................. 115El circuito propiedad extranjera / aporte de capital extranjero ......................... 117Las razones de la dependencia .................................................................................... 119

V. La estructura dualista de las sociedades subdesarrolladas ..................................... 122La situación de clases en la estructura subdesarrollada del siglo XX .................... 125

VI. Algunas mitologías burguesas y sus instrumentarios .................................................. 131El poder sobre los medios de comunicación ............................................................. 132La teoría de la nwginalidad .................................. ................................................... 134Dependencia tecnológica y capital extranjero ............................. ............................. 138

B. LA ACUMULACION SOCIALISTA Y LAS ETAPAS HISTORICAS DEL DE­SARROLLO DE LA SOCIEDAD SOCIALISTA 141El criterio socialista de la racionalidad económica ................................................... 142Las etapas de la acumulación socialista ..................................................................... 149El proyecto soviético ....................................................................................................... 151Los socialismos posteriores al socialismo soviético ................................................... 156La acumulación socialista y la producción con medios tradicionales de producción 156La acumulación socialista en espacios económicos pequeños .................................. 159Resumen de las etapas de la acumulación socialista .............................................. 163Socialismo y subdesarrollo: el significado de las etapas .......................................... 164El momento histórico actual .......................................................................................... 166

C. ESTRUCTURA DE CLASES Y ESTRUCTURA DE VALORES ........................ 171

I. El cálculo del interés inmediato .......................................... ..................................... 174Acumulación y consumo capitalista ............. .................... ...................................... 175El ascetismo ultramundano ............................................................................................ 177Ideologías y motivaciones individuales ....................................................................... 180La función ideológica ..................... ......................................................................... 183

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II. El principio de la racionalidad capitalista en el subdesarrollo .............................. 185El dualismo estructural y .la estructura de valores ............. .......................... ......... 188La estructura de valores como estructura de participación: análisis de un ejemplo 192La anticipación del estrangulamiento económico por la actitud capitalista ...... 186

III. La acumulación socialista, el cálculo de intereses indirecto y el proyecto latino­americano del socialismo .................................... ............................................ . .............. 200El concepto de la estructura de clases .......................... .......................... ............. 200El cálculo de intereses en la acumulación socialista ...... ..................... ............. 202El caso soviético ............................................................................ ............................. 204Los nuevos socialismos .................................... ............................. ........ .................... 206El caso chino y el caso cubano .................................................................................. 208La contradicción de clases en el socialismo y su ideologización .............................. 209El socialismo latinoamericano: la libertad socialista .................................... .......... 214

II. SEGUNDA PARTE

AN A LISIS ESPECIFICO S: LOS PRO Y ECTO S SO CIALISTAS 221Pilar Vergara Hugo Perret Patricio Biedma

Capítulo IALGUNAS CONSIDERACIONES ACERCA DEL CAMBIO DE LA ESTRUC­TURA DE VALORES EN LA SOCIEDAD SOCIALISTA CHINA Y SOVIETICA 223

Pilar Vergara

INTRODUCCION

El Proyecto Socialista Soviético .................................................................................... 227

1.— La concepción Teórica de las Relaciones entre la estructura de Funcio-miento de la Sociedad Socialista y la Estructura de Valores y Actitudes ..... 227

2.— El Problema de Estructuras de Valores y Actitudes Antitéticas ..................... 2323.— El Cambio en la Estructura de Valores y Actitudes: .................................... 239

a) La política de Reformas y de incentivos materiales .............................. 239b) El adoctrinamiento ideológico de las masas ................................................. 241c) El Régimen de Terror .................................................................................... 244

—Características que asume el Terror en la URSS ................................... 249—Significación del Terror en la Sociedad Soviética ............................... 250

4.— El Cambio de las Actitudes y los valores a través de la Interiorizacióndel Terror .................................................................................................................. 254

5.— La nueva Estructura de Valores y Actitudes .................................................... 257

La Revolución Cultural China ..................................................................................... 2631.— La Estructura de Valores y Actitudes: Concepción Teórica ............................ 263

—La Gran Revolución Cultural Proletaria .............................................. . 2662.— El Cambio en la Estructura de Valores y Actitudes ..................................... 269

—Condiciones favorables al cambio de Valores y Actitudes ..................... 271—Los métodos utilizados para cambiar la estructura de Valores ............. 274

a) Las Reformas del Sistema Educacional ......................................................... 276b) Adoctrinamiento Ideológico ............................................................................ 277c) El papel del Cóntrol Social ............................................................................. 278

3.— La Nueva Estructura de Valores y Actitudes ................................................... 287

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Capítulo II

EL PROYECTO CHINO ......... ........................ ............................................... . 293

Hugo Perret

1.— El sistema de cálculo económico en China ............. ...................................... 293a) Las comunas populares ..... ........ . ...... ............. ..................................... 298b) El campo industrial ............. ........................................................................... 302

2.— El objetivo y el camino de la dictadura del proletariado en el proyecto chino 311

Capítulo III

EL SOCIALISMO EN CUBA ..................................................................................... 327

Patricio Biedma

1.— Introducción .............................................................................................................. 3272.— Esbozo de la Revolución Cubana ....................................................................... 3313.— La ley del valor en Cuba: antecedentes de una disputa ............................. 342

A.—La posición de Guevara ........ ....................................................................... 343B.—La posición de Bettelheim ................................................................... ..... 350C.—La respuesta de Guevara a Bettelheim ...................................................... 356D.—La posición de Ernst Mandel .................................................................. 359

4.— Consideraciones Generales sobre la Ley del Valor en Cuba ...................... 3695.— Notas sobre el Concepto de Igualdad y Comunismo en Cuba ..................... 3836.— Consideraciones finales sobre el proyecto de desarrollo cubano ...... ...... ...... 387

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Prefacio

El trabajo que presentamos consta de dos partes: una primera denominada "Teoría de la Dialéctica del Desarrollo Desigual”, cuyo autor es Franz Hinkelammert; una segunda que se titula “Análisis específicos: los proyectos socialistas”, cuyos autores son Pilar Vergara, Hugo Perret y Patricio Biedma.

Este trabajo fue realizado en conjunto. El grupo de investigadores se reunió para delinear el marco general del trabajo y especificar los contenidos concretos de cada capítulo. Cada uno de sus componentes, luego de esta tarea, se abocó a la realización del capítulo correspondien­te. Y es por eso que el trabajo total va encabezado por los cuatro y cada capítulo por quien fue su autor material.

La segunda parte, a su vez, consta de tres capítulos: el primero, se refiere al socialismo soviético y está desarrollado por Pilar Vergara. El segundo al Proyecto Chino y fue hecho por Hugo Perret y, el último, al Socialismo en Cuba y su autor es Patricio Biedma.

La idea básica de este trabajo es estudiar desde un punto dé vista dialéctico, el problema del subdesarrollo latinoamericano. En realidad representa el primer esfuerzo serio para acometer tal tarea dentro de este tema. Quienes sustentan el método dialéctico como un método cien­tífico, se han preocupado escasamente del subdesarrollo de América La­tina. Por otra parte, los estudios de este Continente contienen elemen­tos de análisis que propiamente no se los podría denominar dialécticos. La teoría que en este trabajo se presenta, luego de dos años de elabora­ción, es notablemente original respecto de los trabajos existentes sobre el tema.

El interés principal de los autores es poder aclarar las formas dé superación del subdesarrollo de la sociedad latinoamericana. Para'eso estudian, en la primera parte, todo su funcionamiento económico, to­mado desde un punto de vista totalizante, es decir, considerando la estructura económica como el límite de funcionamiento de las estructu­ras sociales, culturales, políticas, etc. Esta visión del funcionamiento económico los lleva a considerar el carácter definitivo del subdesarrollo

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latinoamericano actual por la formación de enclaves industriales que no pueden expandirse sobre toda la estructura. Este carácter definitivo tiene sus raíces, lógicamente, en la forma que va adquiriendo histórica­mente el mercado mundial, dentro del cual latinoamérica se va convir­tiendo en una sociedad dominada.

El carácter definitivo del subdesarrollo, sin embargo, se debe a la dominación que ejercen sobre él los países capitalistas centrales y a las formas capitalistas de producción que existen en su interior. Para comenzar una etapa de construcción del desarrollo es necesario superar las relaciones de producción capitalistas y comenzar una acumulación de capital que haga posible la producción de tecnología moderna en el interior mismo de la sociedad subdesarrollada. Tal sistema de acumula­ción exigiría, por supuesto, nuevas formas de relación entre los hombres en la producción; exigiría una estructura de clases diferente. Por eso se llega a la conceptualización de la acumulación socialista.

Lo que une este punto con el próximo de los proyectos socialistas, es precisamente el concepto de estructura de clases que está subyacente en la idea de la acumulación. Se puede definir esta estructura desde dos ángulos: la estructura de clases como estructura de poder económi­co, primero, es decir la estructura de clases es el campo de la toma de decisiones. Esta estructura de clases refleja la estructura económica y decide a la vez sobre la estructura económica del mañana. Tiene el sen­tido del presente ya hecho, y también el sentido de algo futuro, de un proyecto.

El segundo, ángulo de definición de la estructura de clases está dado por la presencia de una estructura de funcionamiento que per­mite al individuo realizar su situación de clase en relación a la estructu­ra económica y que, además, posibilita la existencia de un tipo dado de relaciones entre las clases. Se tra ta de un conjunto de normas que tienen una partencia no-clasista (normas de propiedad, de organización, etc.). También los autores analizan una estructura de valores que representan orientaciones frente a la sociedad capitalista y que adquieren otro sen­tido cuando se tra ta de una sociedad socialista.

La sociedad capitalista afirman se orienta por la satisfacción de intereses inmediatos o materiales y la sociedad socialista se orienta por intereses no materiales. Esto les permite llegar al análisis específico de los proyectos socialistas chino y cubano que se acercan a la definición dada por los autores: orientación por intereses no materiales. El aná­lisis de estos proyectos, entonces, se relaciona con la intención de cons­tru ir un proyecto histórico de superación del subdesarrollo en América Latina.

La necesidad de realizar un análisis de los casos cubano y chino se debe, a que, habiendo concluido en la necesidad de una acumulación socialista para superar el subdesarrollo, los autores argumentan que esa misma acumulación debe especificarse de acuerdo a un plano de­

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terminado de valores y normas, de acuerdo a una estructura dada de la sociedad socialista. En otras palabras no es cualquier socialismo quien supera el subdesarrollo latinoamericano. Y de allí que haya estudiado el caso soviético para hacer ver los contrastes existentes.

La argumentación del proyecto chino gira en torno al concepto de revolución cultural como cambio de la estructura de valores de la sociedad. El proyecto cubano se discute en torno a la idea del "hombre nuevo” impuesta por el Ché Guevara y a la existencia de relaciones mer­cantiles y capitalistas en el interior mismo de esa sociedad.

El período staliniano del socialismo soviético sirve a los autores para argumentar alternativas frente a la política central burocrática, al­ternativas tales como la misma revolución cultural y el desarrollo de la conciencia en China y Cuba.

Este trabajo de investigación y reflexión, que como decíamos en un comienzo ha tardado dos años en realizarse y ha constituido junto con el de los medios de comunicación de masas una de las primeras in­vestigaciones iniciadas por el CEREN, representa a nuestro juicio un aporte extraordinariamente valioso para analizar, en un nuevo contexto de los que tradicionalmente se conocen, la problemática del subdesa­rrollo latinoamericano. Es por esto que le consagramos por entero este número especial de los Cuadernos de la Realidad Nacional.

Jacques Chonchol Director de CEREN

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Prólogo

El presente trabajo comenzó a ser realizado en marzo de 1969. Desde entonces hasta los días actuales ha pasado, como suele decirse, "mucha agua bajo los puentes”. Pero, el curso de los acontecimientos, felizmente, no ha restado vigencia a nuestros planteamientos en el mo­mento actual. Cualquiera inadecuación, en este sentido, habría invalida­do nuestro deseo de publicarlo. Justamente, por el contrario, con am­plia satisfacción, comprobamos que él puede significar un aporte en la explicación y dinamización de los nuevos rumbos que los hechos actua­les hacen previsibles para algunos países de América Latina.

Al decir esto nos referimos principalmente a las nuevas condicio­nes creadas en Chile —centro geográfico de nuestra discusión— y a los acontecimientos predecibles a partir del triunfo electoral de los sectores populares del país. Con un poco más de perspectiva, también podemos apreciar la intensidad que han tomado los movimientos revolucionarios en el resto de Latinoamérica, lo cual, en el momento de comenzar este trabajo, n i siquiera podíamos prever. Para decirlo de manera directa: iniciamos este trabajo ante la presencia ya siniestra, ya indiferente, de dictaduras militares y gobiernos desarrollistas en América Latina y lo concluimos con los augurios de perspectivas distintas. Nuestras tesis sobre el imperialismo, sobre la estructura de clases y sobre el proyecto histórico de Latinoamérica adquieren hoy, a nuestro juicio, una signifi­cación especial. Y él hecho de que no hayamos tenido necesidad de modificar mayormente nuestros planteamientos —ante las nuevas con­diciones políticas— nos demuestra, por lo menos a sus autores, él carác­ter significativo que nuestra obra ha tenido desde su principio. Sin em­bargo, ante estas nuevas condiciones, no pretendemos particularizar el significado teórico que desde el comienzo tuvo nuestro trabajo: su sen­tido signe vigente y en esa forma lo entregamos a la reflexión de los lectores. Ahora bien, al plantear la necesidad del socialismo como única vía de superación de la situación crítica actual, no podemos sustraernos al hecho de que es justamente Chile quien comienza una ardua y difícil etapa de construcción de la sociedad socialista. Nuestro trabajo no se

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refiere explícitamente a este fenómeno específico, pero, sin duda, lo im­plica. Por ello, pensamos que, esencialmente, no somos indiferentes a él.

Hay algo que se hace necesario recalcar con respecto a esta situa­ción: nuestro trabajo exige la discusión de sus planteamientos y admite las críticas más profundas que puedan serle formuladas, pero, sobre la base de que estamos fundamentando una estrategia para él socialismo latinoamericano. Y es por ello que consideramos su divulgación de im­portancia para la coyuntura actual que estamos viviendo. No hacemos referencia al socialismo ruso, chino y cubano de una manera gratuita: queremos demostrar que el socialismo tiene una especificidad propia según el contexto histórico en el cual se construye y que, por supuesto, exige no entender cualquier cosa por socialismo y obliga a dar a éste un carácter concreto, de acuerdo a las particularidades del momento y del lugar donde se lo pretende construir. Si no consideráramos que esto es así, nos habríamos referido al proyecto socialista concibiéndolo co­mo una totalidad, de aplicación indiferente, y habríamos eludido hacer mención de los casos históricos más significativos.

Nuestro trabajo postula que el desarrollo de las fuerzas produc­tivas compromete el desarrollo de una totalidad, y que éste no puede ser reducido al mero economicismo; el proyecto socialista que hemos desarrollado en referencia a América Latina, por lo tanto, no es una “so­lución economicista” que disimula sus postulados políticos. El proyecto socialista es, para nosotros, el producto de una concepción global, que no se basa exclusivamente en las necesidades de redistribuir el ingreso, de ampliar la acumulación de capital y de abrir en el exterior los merca­dos que estaban cerrados hasta el momento. Es más que eso lo que pen­samos: al afirmar que el socialismo es la superación del subdesarrollo, estamos proponiendo, al mismo tiempo, que es la superación del total de la vida social que denominamos subdesarrollo, y esto implica tanto el cambio de las características capitalistas y de los efectos dependien­tes de sus estructuras, como del conjunto de valores y actitudes sociales que dichas estructuras reproducen. El proyecto socialista no es un reem­plazo, sino principalmente una superación, una transformación. Para ser consecuentes con esta posición, debemos sostener que no cualquier socialismo puede superar las características del subdesarrollo latinoame­ricana, en el momento histórico actual, sino sólo aquel que hemos dado en llamar democracia socialista. Nuestra tesis expresa que la especifi­cidad del fenómeno del subdesarrollo latinoamericano origina un pro­yecto socialista que tiene también características específicas. No asu­mimos la posición de proporcionar recetas para la construcción del so­cialismo; el socialismo no admite recetas, eso es evidente, tanto como lo es su independencia de la arbitrariedad y el azar. Creemos que com­prendiendo y asimilando los errores y los aciertos del socialismo en su proceso histórico, se puede construir, en América Latina, una sociedad isocialista en que se liberé tanto al obrero de la opresión capitalista,

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como a las fuerzas productivas y creativas del continuo estancamiento en que se encuentran hoy en día.

Si la acción del subdesarrollo es, entonces, un fenómeno totali­zante, la superación de este subdesarrollo, con mayor razón, debe ser total. No basta constituir un gobierno anti-imperialista que decrete ex­clusivamente la nacionalización de las empresas básicas de la economía. Una de las condiciones principales de esta acción indica que la libera­ción del imperialismo, así como la superación de todo el sistema capi­talista, se realizan sólo cuando él sistema sübdesarrollado comienza a superar su propia condición, cuando se ha comenzado uña vía de désa- rrollo socialista. El resultado de esta vía no puede ser predeterminado : no podemos prever el desarrollo de la sociedad socialista, dado que las células que animarán y orientarán esta sociedad, los hombres, no serán los mismos hombres que están dentro del marco de la sociedad capita­lista que actualmente conocemos. El proceso de desarrollo de la sociedad socialista es para nosotros una construcción cuya forma y funcionalidad no pueden mostrarse terminados de antemano.

La historia nos ha demostrado hasta el momento que el socia­lismo no es un acto que produzca la liberación inmediata. Pero, tam­bién nos ha demostrado que no existe otra alternativa para la liberación. Los centros de desarrollo capitalista todavía no han podido convertirse en centros de expansión del socialismo para las periferias subdesarro- lladas. Por lo tanto, es el socialismo autóctono de éstas el que debe im­pulsar las fuerzas productivas que el capitalismo fue incapaz de desa­rrollar. La liberación, para gran parte del mundo, comienza hoy con el desarrollo de estas fuerzas, que representan la expresión más objetiva de un rebeldía total del hombre frente al capitalismo. La historia, por su parte, comienza a reivindicar a los países desarrollados: la historia co­mienza a pasar por el subdesarrollo. Y aquí se demuestra uno de los errores del desarrollismo capitalista: al postular el desarrollo económico, él capitalismo ha creado las bases de una nueva sociedad que solamente podrá desenvolverse en condiciones socialistas. El desarrollismo capita­lista no se ha dado cuenta de este hecho.

Había una vez, hace siglos, en China, un sujeto que adoraba a los dragones. Casi sin salir de su casa, se pasaba él día pintándolos y repro­duciéndolos en pequeños muñecos, fascinado por sus características. Has­ta que un buen día apareció ante él un dragón de verdad y este sujeto escapó despavorido. El dragón miró por dentro de su casa, y d ijo : “Bah, éste que se pasaba el tiempo pintando e imitando mis formas, admirán­dome e invocándome diariamente, ahora que me tiene aquí, de carne y hueso, en su presencia, escapa". Es posible que ese “había una vez” sea hoy día y que el lugar no sea la China milenaria, sino él presente latinoamericano. Por ello, por las circunstancias excepcionales de este presente, creemos que nuestro trabajo, más que nunca, adquiere una dimensión especial que no tenía en aquel marzo de 1969.

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El estudio ha sido realizado en el Centro de Estudios de la Rea­lidad Nacional (CEREN) de la Universidad Católica de Chile, con él apoyo del Instituto de Sociología y del Fondo de Investigaciones de dicha universidad. Queremos aprovechar la ocasión para manifestar nuestro agradecimiento a las personas responsables de estas institucio­nes, que nos kan proporcionado el apoyo necesario.

Por último, conviene aclarar que este trabajo fue elaborado en común por nosotros, en base a discusiones que hemos realizado desde su comienzo, aun cuando cada capitulo aparece bajo la responsabilidad in­dividual. Bajo la actual presentación, rendimos tributo a la especificidad de cada temática.

Los Autores

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PRIMERA PARTE

TEORIA DE LA DIALECTICA

DEL DESARROLLO DESIGUAL

FRANZ HINKELAMMERT

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A. La industrialización capitalista y sus etapas históricas

I. La conceptualización del desarrollo y del subdesarrollo

Hablar del subdesarrollo significa, siempre y necesariamente, hablar del desarrollo. La misma palabra lo indica. El subdesarrollo co­mo falta de desarrollo no tiene definición por sí mismo. Sin referirse a la falta de desarrollo no se puede decir lo que es subdesarrollo. Pero esta ausencia es algo notable, presente, y conforma un problema cuya solución o insolución impregna la actualidad del país subdesarrollado. Este experimenta a la vez la necesidad y la imposibilidad de desarro­llarse.

Esta ausencia-presencia del desarrollo en el subdesarrollo explica porqué la teoría del subdesarrollo es necesariamente una teoría del de­sarrollo y del condicionamiento del subdesarrollo por el desarrollo. La consecuencia es clara. No se puede concebir una sociedad subdesarro-' liada sin concebir a la vez una sociedad desarrollada. Esto no vale al revés. Se puede concebir una sociedad desarrollada sin concebir nece­sariamente una sociedad subdesarrollada. El subdesarrollo es una con­tradicción en el propio desarrollo, no una categoría aparte.

La teoría del subdesarrollo es, por lo tanto, una teoría del desarro­lló, que trata de explicar las posibles contradicciones en el interior de la sociedad desarrollada, cuya acción produce el subdesarrollo en otras par­tes. Si bien se puede hablar de países desarrollados al lado de países subdesarrollados, hay que insistir siempre en que estos últimos se sub- desarrollan formando partes o apéndices de los países desarrollados. La teoría del subdesarrollo tendría que explicar las razones de la exis­tencia y del surgimiento de zonas subdesarrolladas en un mundo im­pregnado por la dinámica del desarrollo de sus centros.

Algunos malentendidos comunes: variedad tradicional y atrasos

Hace falta eliminar algunos malentendidos muy comunes en re­lación a la categoría del subdesarrollo. Nos interesa considerar especial­mente dos. Por un lado, la confusión que se hace de sociedad tradicional

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o sociedad precapitalista con sociedad subdesarrollada. Por otro lado, la interpretación que se da del subdesarrollo como atraso, o como falta de modernidad. Las dos confusiones llevan al mismo resultado, pero analíticamente son diferenciables.

Hablando de la sociedad tradicional, uno se refiere también a una ausencia del desarrollo. La sociedad tradicional es una sociedad no de­sarrollada. Pero, en este caso, el término tiene un significado específico. Se refiere más bien al proceso histórico. El desarrollo como categoría propia surge con la revolución industrial. Antes de la revolución indus­trial no tiene sentido hablar del desarrollo. El concepto apropiado para designar estas épocas precapitalistas puede ser por lo tanto el concepto de sociedad tradicional.

Sin embargo, este concepto de la sociedad tradicional se origina en la sociedad ya desarrollada. La sociedad tradicional jamás se inter­pretó a sí misma —y no podría hacerlo— como sociedad tradicional. Su carácter tradicional se revela solamente en el análisis retrospectivo. Situándose en la sociedad desarrollada, el analista puede concebir el carácter tradicional de las sociedades anteriores. Todas ellas parecen ser ahora subtipos de sociedades repetitivas.

Por lo tanto, el concepto de sociedad tradicional se forma también a partir del concepto de una ausencia de desarrollo. Pero hay que tener bien en claro que se trata de una ausencia en el sentido histórico, defi­nida a partir de una misión del proceso de la historia humana. Como el desarrollo surge en determinado momento histórico, su ausencia pue­de servir para conceptualizar todas las sociedades anteriores. Pero esta ausencia que es real, no tiene la contrapartida de una presencia que la demuestre. No se trata de una ausencia perceptible. La sociedad tradi­cional no sabe que es tradicional, en tanto que la sociedad desarrollada sabe que es desarrollada y sabe también por lo tanto, que las sociedades anteriores a la revolución industrial son sociedades tradicionales. Pero hace falta afirmar el hecho de que se trata de una categoría conceptual y analítica pura.

En el caso del subdesarrollo, sin embargo, se trata de una ausen­cia de otro tipo. Subdesarrollo no es una simple categoría conceptual formulada a partir del desarrollo, sino una forma de integración en el centro desarrollado. Siendo siempre una categoría conceptual, es a la vez una categoría real. El subdesarrollo existe en forma de determinadas relaciones estructurales con los centros desarrollados. Se trata tanto de relaciones económicas, como de relaciones políticas, sociales, ideológicas, etc. Por lo tanto, la sociedad subdesarrollada sabe que es subdesarro­llada. La sociedad tradicional termina y desaparece en cuanto sabe que es tradicional. Tomando conciencia de su estado, el subdesarrollo no desaparece de ninguna manera. Sin embargo, la toma de conciencia de su carácter tradicional deja a la sociedad tradicional solamente las al-

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tentativas de desarrollarse o de subdesarrollarse. Desarrollo y subdesa­rrollo entonces tampoco son categorías de un simple proceso histórico. Entre sociedad tradicional y sociedad desarrollada no se intercala ne­cesariamente la fase del subdesarrollo, Al contrario, subdesarrollo y de­sarrollo son formas de sociedad que conviven y se refuerzan mutuamente.

La sociedad subdesarrollada se sitúa entonces históricamente des­pués de la revolución industrial. Antes de la primera revolución indus­trial podemos hablar únicamente de sociedades tradicionales. Después, durante todo el siglo XIX, se forma el mundo capitalista a partir de determinados centros, que se desarrollan rápidamente y que empiezana. polarizar el mundo, subdesarrollando la mayor parte de éste. Esta po­larización que se hace definitiva en el siglo XX, caracteriza el mundo de hoy. ■ -.

j Llegamos así al análisis de la interpretación del subdesarrollo como atraso. Este concepto es tan simple como simplista; consiste en la negación de una diferencia cualitativa entre desarrollo y subdesarro­llo. Se encuentra en todas las teorías sociales que reciben su condicio­namiento teórico del siglo XIX, y por lo tanto igualmente aen la teoría liberal-capitalista del tipo de Rostow, etc., como en lo ortodoxia marxista. Esta conservación de marcos teóricos en la tradición liberal-capitalista no nos puede sorprender. Para los ideólogos del sistema liberal-capitalista es esencial negar la existencia del subdesarrollo que éste origina o impedir que se vincule la existencia del subdesarrollo con lá propia existencia del sistema capitalista; El ideólogo de este sistema se da cuenta de este peligro e interpreta, por consiguiente, el subdesarrollo como atraso cuan­titativo. . ....... .v.

La aceptación de la interpretación del subdesarrollo como atraso nos sorprende más en la ortodoxia marxista. Sin embargo, no nos puede sorprender demasiado que Marx haya interpretado el subdesarrollo na­ciente como atraso. En el siglo XIX era muy difícil prever el .verdadero significado de la postergación industrial en los países dependientes; Pero Marx no es un marxista ortodoxo. La ortodoxia marxista que se configu­ra en el siglo XX, se dedicó desde el primer momento-a lá negación de la existencia de una categoría específica, que se podía llamar subdesa­rrollo. ... -

Marx niega repetidas veces la especificidad del desarrollo de los países dependientes. “El país más desarrollado industrialmente sólo muestra al país menos desarrollado la imagen de su propio futuro” ’. Más fuertemente se expresa de la siguiente manera: la interpretación que se da a diversas fases del desarrollo sucesivo en un mismo país, también puede aplicarse a fases de desarrollo diferentes que existen paralela y simúltáneamente en países diferentes2.

1 Marx, Kart: Das Kapltal. Berlín 1956 I. Tomo. Píg. 6.2 Balibar en: Althusser/Balibar: Para leer el Capital. México, 1969. Pág. 326.

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Una interpretación del subdesarrollo en esta línea tiene dos puntos claves, que menciona Balibar. Por un lado, hay que interpretar el süb- desarrollo como sobrevivencia de estructuras precapitalistas mezcladas con estructuras capitalistas. El subdesarrollo llega a ser un término me­dio entre sociedad tradicional precapitalista y sociedad desarrollada. Por otro lado, hay que negar al país subdesarrollado el carácter de un país moderno que vive en el presente histórico. Balibar es muy mecani- cista a este respecto, pero se podría citar a muchos autores que coinci­den con él. “En segundo lugar —dice— la edad de la producción de que hablamos aquí, como se ve, no tiene el carácter de uña cronología, no indica una antigüedad de la producción capitalista; puesto que se trata de una edad comparada entre varias áreas (o escalones) económicas so­metidas al modo de producción capitalista, cuya importancia proviene de la desigualdad de composición del capital y de los efectos que esto de­termina en una región o en un sector con respecto a los otros. Según la , sutileza del análisis, puede tratarse de una composición orgánica media o de una condición diferenciada de la composición orgánica del capital por ramas de producción; entonces se aborda el estudio de los efectos de dominación y de desarrollo desigual, lo que implica la desigualdad de composición orgánica entre capitales concurrentes” 3.

Es la reducción de la diferencia entre desarrollo y subdesarrollo a una escala puramente cuantitativa. En verdad, esta diferencia de la composición orgánica del capital no indica nada interesante. Tomemos un ejemplo. Probablemente la relación comparativa entre Italia y EE. UU., medida por la composición orgánica del capital, puede ser muy parecida a la que existe entre Chile e Italia. Según el criterio cuantitativo, la sig­nificación en los dos casos tendría que ser igual. Sin embargo, en el caso de la relación entre Italia y EE. UU. se trataría de una diferencia cuan­titativa, mientras que en el caso de la relación entre Chile e Italia tendría que tratarse de una diferencia cualitativa, de desarrollo y subdesarrollo. El índice cuantitativo puede damos algunas indicaciones sobre la dife­rencia cualitativa, pero jamás podrá representarla y explicarla.

Además, esta interpretación cuantitativa de la diferencia nos deja perplejos en relación a un punto esencial. Si realmente se puede ^-si­guiendo a Marx— aplicar a fases del desarrollo simultáneas el análisis que se puede aplicar a fases del desarrollo sucesivo, llegaríamos a cons­tru ir las disfases más insensatas. El país subdesarrollado estaría vivien­do todavía en el siglo XIX. Solamente el país más desarrollado del mun­do de hoy —según la medida de la composición orgánica del capital— viviría realmente en la década actual. Eso significa, naturalmente, una pérdida total del emplazamiento histórico de los fenómenos. El subde­sarrollo de hoy es un subdesarrollo totalmente específico del momento, totalmente impregnado por el desarrollo de hoy. El país subdesarrollado

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de hoy sufre el desarrollo de los centros dé hoy en la xnismá medida en que estos centros gozan de él. Las técnicas, las aspiraciones, la organiza­ción social, la organización política del mundo subdesarrollado de hoy vienen de los centros de hoy e imposibilitan el desarrolló de este mundo subdesarrollado de hoy. No existe ningún atraso sino una contradicción, que se amplifica en sus dos partes. El desarrollo aumenta al mismo ritmo que el subdesarrollo y ambos no son sino la cara de una sola medalla.

El concepto del desarrollo

Rechazando así la identificación de sociedad tradicional con so­ciedad subdesarrollada y del atraso con subdesarrollo, podemos proceder a la definición propiamente dicha del desarrollo y de la sociedad desarro­llada. Esta definición debe servir después como guía para el análisis del subdesarrollo en sus distintas etapas, teniendo siempre en cuenta que el subdesarrollo es la presencia estructural de la ausencia del desarrollo.

Tal definición no puede ser arbitraria. Tiene valor solamente si representa en forma concentrada una teoría del desarrollo. La historia de las definiciones, por consiguiente, es siempre la historia de las teorías sobre este fenómeno. Por eso se justifica considerar algunos puntos de vista teóricos para acercamos así a una definición operable del desarrollo.

Lo que tiene que preocupamos, primero, es la relación existente entre desarrollo como tal y desarrollo económico. Para una interpreta­ción de las diversas estimaciones del desarrollo, esta relación parece ser la más importante.

El concepto economista

La solución más simple consiste en la definición del desarrollo económico sirviéndose de términos económicos estáticos y utilizando la política del desarrollo como una política predominantemente económica. Interpretaciones de este tipo tienden hoy a desaparecer, a pesar de que primaron cuando por primera vez dentro del mundo capitalista, se plan­teó una política del desarrollo. Ellas tuvieron su aüge inmediatamente después de la II guerra mundial. La definición mecánica-economicista va en general íntimamente ligada con la concepción del subdesarrollo como atraso: "Una nación subdesarrollada es .simplemente aquella cuya renta real por habitante es baja en relación a la renta por cabeza en naciones como Canadá, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la Europa occi­dental en general. Se consideró nación subdesarrollada aquella capaz de mejorar notablemente su nivel de renta” 4. Prosigue el autor. "Por supues­to, todo país está subdesarrollado en el sentido de que no es aun per­fecto, y, por tanto, es susceptible de mejorar aún más; e incluso los países llamados avanzados estuvieron en otro tiempo subdesarrollados, según‘ Samuelson, P. A.: Curso de Economía Moderna, Madrid, 1965. Pág. 817.

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nuestra definición, y fueron desarrollándose gradualmente” 5. Una visión de este: tipo es muy propicia a una política preponderantemente econó­mica, que concibe los problemas no-económicos del desarrollo como de­rivados de la "inseguridad, delincuencia y desorganización”.

Toda una concepción economicista de este tipo lleva rápidamente al fracaso de las políticas correspondientes. Para ella el problema parece reducirse a la aplicación de unas medidas de seguridad interior y al fo­mento de la capitalización, de la educación técnica y de la importanción de tecnologías modernas, del ahorro alto y del consumo bajo;

El carácter ahistórico de esta concepción mecanicista es demasia­do claro. Debe mucho a una representación de la teoría económica co­mo un gran almacén provisto de recetas y modelitos que explican cual­quier fenómeno en el mundo y qüe pueden ser aplicados simplemente. Hay que léer solamente la frase introductoria del capítulo de Samuelson sobre los problemas del desarrollo económico: “Podemos aplicar ahora todos los principios económicos que hemos aprendido a uno de los más retadores problemas de los próximos veinticinco años: el problema de las economías subdesarrolladas” 6. Samuelson podría aplicar sus princi­pios igualmente al imperio romano o a alguna tribu salvaje. No tiene la más mínima duda de que ellos explican la economía como la ley de la caída libre puede explicar la caída de una piedra en todos los tiempos. Pero este simplismo de los principios le cuesta caro. Forzosamente tiene que renunciar a entender algo. La renuncia a la historia es a la vez la renuncia a la razón.

Si bien estos conceptos sirvieron mucho como justificaciones ideo­lógicas de la dependencia creciente y del rol positivo del imperialismo económico y político, no sirvieron de nada para él desarrollo de los paí­ses subdesarrollados. Por todas estas razones todavía pueden sobrevivir, pero al lado de ellas surgieron interpretaciones que superaron conside­rablemente su mecanicismo económico. La definición del desarrollo eco­nómico por indicadores estáticos, por lo tanto, tiende a desaparecer.

El desarrollo económico autosustentado _

Nos interesan sobre todo dos nuevas líneas de la interpretaeióti de desarrollo, que se elaboraron durante los años 50 y que permiten pasar a una concepción más bien histórica del problema. Nos referimos, por una parte, a las definiciones de desarrollo que dan autores de la CÉPAL a partir del concepto del crecimiento económico autosustentado y, por otra parte, a la consideración creciente de factores sociales, po­líticos y valorativos del desarrollo económico. Aunque suscitan nuevos problemas, no solucionados, permiten un acceso diferente a la teoría del desarrollo y del subdesarrollo.5 Samuelson, op. cit. Pág. 817/818.6 S&muelson, op. cit. Pág. 817. '

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La consideración del desarrollo como crecimiento económico au- tosustentado rompe los marcos de una concepción estática a partir del producto per cápita. La concepción estática pretende explicarlo todo, simplemente en razón de que cualquier sociedad humana tiene un pro­ducto per cápita y puede ser comparada con otra en cuanto a este pro­ducto. Pero el crecimiento autosustentado es un concepto específico. Hay crecimiento autosustentado y acumulativo solamente a partir de la revo­lución industrial, que por primera vez institucionaliza un proceso de este tipo. Marx describe este acontecimiento en El Capital. Señala allí que la técnica en la sociedad precapitalista se mueve como dentro de los límites orgánicos del cuerpo humano. La herramienta es una prolonga­ción de los miembros del cuerpo. Recién la máquina rompe esta limi» tación, sustituyendo la mano del hombre y permitiendo así un aumento ilimitado de las fuerzas productivas. Es evidente que se puede hablar de, un crecimiento autosustentado y acumulativo solamente a partir de este acontecimiento. Además, debería ser claro que una teoría económica del crecimiento autosustentado no puede explicar una sociedad preca­pitalista, que no conoce este fenómeno. Pero sí que puede servir para explicar una sociedad subdesarrollada, que sufre la ausencia de este tipo de crecimiento.

Este concepto del crecimiento autosustentado, como lo elaboran la CEPAL y teóricos cercanos a ella (Pinto, Furtado, Sunkel) tiene tam­bién sus debilidades. La debilidad más grande parece consistir en su di­ficultad de distinguir entre crecimiento autosustentado y crecimiento reflejado. A nuestro entender esta dificultad surge porque esta teoría no se inserta en una teoría del espacio económico. Probablemente, ella viene a reflejar otra, que existe en los esquemas de la CEPAL, es decir, la dificultad de determinar el tamaño equilibrado de la periferia econó­mica en relación a los centros. Eso lleva fácilmente a ía identificación de la situación periférica con el subdesarrollo, lo que económicamente no tiene ningún sentido.

El desarrollo social y los factores sociales del desarrollo económico

Sin preocuparnos todavía de la problemática económica del pen­samiento de CEPAL, podemos apreciar de todas maneras el cambio de comprensión, que significa definir el desarrdllo a partir del crecimiento autosustentado. Podemos pasar más bien a considerar los factores so­ciales, políticos y valorativos del desarrollo económico, que son tomados en cuenta sobre todo, durante la década del 60. Para el concepto estático estos factores se revelaban en forma muy limitada. Como el concepto estático se interesa principalmente de definir lo qué tienen las produc­ciones humanas en común, no puede descubrir lo que las distingue. Se expresa, sólo cuantitativamente en mayor o menor grado, y eso es todo.

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Factores sociales, políticos, etc., no pueden contar mucho, porque para este concepto cualquier sociedad, tiene que cumplir con las normas bá­sicas de la economía, que, según él parecen agotarse en normas de segu­ridad: supresión de la delincuencia, adiestramiento para la guerra anti­subversiva, etc.

En cuanto se determina la especificidad del desarrollo, es mucho más comprensible la tesis de que la seguridad de la propiedad y la guerra antisubversiva no bastan para solucionar el subdesarrollo. Si la econo­mía moderna es cualitativamente distinta que la economía tradicional, parece normal suponer que las estructuras social, política, de valores, etc., también lo son. El salto hacia el desarrollo de repente se vislumbra como un problema radical, que compromete todas las estructuras so­ciales. El simplismo economicista tiende a desaparecer y la atención se vuelve hacia un concepto de cambio de todas las estructuras.

Pero la CEPAL había hablado más de los factores sociales de desa­rrollo económico, y menos de la relación de toda la estructura social con la estructura económica. Fue el aporte del Instituto DESAL el que con­siguió ampliar la idea de los factores sociales del desarrollo económico hacia un concepto de estructura social autónoma, sin la cual el desa­rrollo económico no podía existir. Esta diferencia entre el concepto de DESAL y el de CEPAL de la estructura social en el desarrollo, refleja hasta cierto grado la diferencia entre el capitalismo europeo y el norte­americano. El capitalismo europeo ha aplicado una política sistemática en relación a las estructuras sociales, en tanto que el capitalismo norte­americano aplica tal política solamente en casos particulares.

La argumentación de DESAL coincidía con la tesis de que un desa­rrollo capitalista hoy no puede ser factible sin una política social siste­mática. La razón está en el hecho de que, sin tal política, las masas popu­lares no aguantarían un desarrollo capitalistá. Habría que canalizar la rebelión de las masas, por Consiguiente, en la línea de un cambio de es­tructuras sociales, políticas y valorativas (una especie de mutación cul­tural) en la dirección que había descubierto el capitalismo europeo.

Insistiendo en lá autonomía de la estructura social con respecto a la estructura económica, DESAL se encontró después en la dificultad de vincular la una con la otra, un problema que CEPAL no se había plan­teado, porque pensaba solamente en los factores sociales del desarrollo económico. DESAL tuvo entonces que insistir en que este desarrollo so­cial sería una condición del desarrollo económico, sosteniendo a la vez que la estructura social no se agota en esta sola función. Pero todo eso no puede disimular que su evaluación del desarrollo económico es ex­tremadamente deficiente,

Pero toda esta insistencia en la autonomía de la estructura social en relación a la estructura económica acerca en seguida el pensamiento de DESAL a las teorías de la modernización, que introdujo sobre todo

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Germani en América Latina. Según esta teoría las estructuras son total­mente recíprocas. La estructura social, es condición de la estructura económica y la estructura económica condición de la estructura sor cial. Y eso vale igualmente para todas las otras estructuras, que son siempre interdependientes. Cada estructura está condicionada en cada momento por todas las otras. Surgen entonces los más diversos tipos de desarrollo, el desarrollo económico, el desarrollo social, el desarrollo po­lítico y tantos más, como le gusta el analista. Esta tautología, en la que todo es la causa de todo y, por lo tanto, nada la causa de nada, se en­frenta ahora a cualquier pensamiento que busca un criterio unitario, para entender la causa que origina estos diversos desarrollos.

El materialismo histórico: el criterio económico como última instancia

Tradicionalmente, se ha buscado este criterio unitario en los cri­terios económicos. Su gran expresión es el materialismo histórico. La teoría de la modernización, por consiguiente, tiene que enfrentar este tipo de pensamiento. La teoría de la modernización reprocha al materia­lismo histórico el ser un simple reduccionismo. Según su punto de vista, este pensamiento reduce todo pensamiento humano y toda la estructura social y política a los fenómenos de la estructura económica.

Pero, en verdad, no es esa la tesis del materialismo histórico. Quizás se la podría formular al revés: éste, a su vez, acusa al sistema ca­pitalista por su continua reducción de todo lo humano a lo económico y por la conversión de todo en mercancía, buscando una liberación de este sometimiento.

Sin entrar todavía detalladamente en esta discusión, podemos cons­tatar en este momento la existencia de un determinado pensamiento so­bre el desarrollo, refiriéndonos a las ideologías vigentes en el sistema actual. Por un lado está el Concepto de la teoría de la modernización, que parte del hecho de una interdependencia de las estructuras écohó- micas.sociales, políticas, valorativas, etc. Por otro lado está el concepto de CEPAL, que define el desarrollo económico como crecimiento auto- sustentado y que considera más especialmente factores sociales, polí­ticos, etc., del desarrollo económico.

Para superar ambos pensamientos, tendríamos que analizar más detalladamente la relación entre desarrollo económico y desarrollo so­cial y político. Según la teoría de la modernización, hay interdependen­cia entre ellos. Pero basta investigar un poco los diversos intentos de formular lo que es un desarrollo político o social, para darse cuenta de que las definiciones llegan a ser totalmente arbitrarias. El único tipo de desarrollo que se ha logrado definir es el desarrollo económico a través del crecimiento autosustentado. Pero ¿es suficiente precisar la pregunta para tener la contestación? ¿Es posible un desarrollo económico sin fo­

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mentar a la vez valores modernos, estructuras políticas extendidas, de­sarrollo social? No hay duda, no es posible. El desarrollo económico im­plica el desarrollo en todos estos campos. Pero ¿se puede cumplir con las definiciones dadas del desarrollo social o político sin desarrollo eco­nómico? Sin duda, se puede. Se puede organizar las masas populares, alfabetizar, instaurar regímenes parlamentarios o dictatoriales, sin pro­vocar desarrollo económico. Cumpliendo con cualquier índice del lla­mado desarrollo social, político, etc., se logra únicamente un mejoramien­to superficial si no se persigue a la vez el desarrollo económico. El índice, en última instancia, es exclusivamente el índice económico. Si hay de­sarrollo económico, se puede hablar de otros tipos de desarrollo. En su ausencia, los índices del desarrollo en otros planos son aparentes y des­criben solamente nuevas maneras del subdesarrollo.

Cualquier otra definición es insensata. Una estructura social que intenta el desarrollo económico, presenta desarrollo social y conduce al desarrollo político. Ciertamente, el desarrollo político o social no es ya un desarrollo logrado simplemente porque haya provenido de un desa­rrollo económico. Pero tiene en última instancia allí, y solamente a partir del desarrollo económico y en sus marcos se puede profilar con criterios propios. Pero estos criterios propios solamente pueden servir en el grado en que están unilateralmente mediatizados por el criterio del desarrollo económico.

En el pensamiento de CEPAL muchas veces parece existir cierta percepción de esta función del desarrollo económico como última ins­tancia. Pero no se encuentra ninguna reflexión racional de este hecho. Se suele hablar de desarrollo económico y otras veces sencillamente de desarrollo, sin aclarar suficientemente la relación mutua de estos con­ceptos. Evitando la confrontación con las ideologías existentes de la teo­ría de la modernización, los autores respectivos tienden más bien a cir­cunscribirse a la discusión del desarrollo económico y de sus factores sociales, políticos, etc. En Furtado, p. e., es muy visible esta retirada. Empezando con títulos sobre La dialéctica del desarrollo o Desarrollo y subdesarrollo pasa a títulos como Teoría y Política del desarrollo eco­nómico.

Pero, destacar el desarrollo económico como última instancia del desarrollo, no es ningún reduccionismo. Es el análisis del desarrollo a partir de un criterio unitario de la racionalidad de la sociedad moderna. Es el criterio de la funcionalización de todos los planos de la sociedad hacia el progreso técnico-económico, que tiene su índice y medida en el crecimiento de la producciqn de bienes materiales. Es el criterio superior, que da las pautas a todas las estructuras. Una estructura —sea econó­mica, social, política— es entonces desarrollada en el grado en el que se forma dentro de los límites impuestos por este criterio general. Es el criterio de la racionalidad de la sociedad moderna.

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Esta teoría de la funcionalización por el criterio económico no sostiene —como se ve— una reducción de todas las estructuras a la es­tructura económica. Tampoco sostiene que la estructuración económica determina las otras estructuras. Este reduccionismo sería una tautología tal como lo es el concepto de la interdependencia, que explica todo por todo y nada por nada. El reduccionismo tendría que sostener que la eco­nomía produce todas las estructuras, sin poder decir quién produce la economía. En cambio, la tesis d e 'la funcionalización establece un cri­terio de racionalidad, a partir del cual se forma la propia estructura eco­nómica así como todas las otras estructuras. Lo que pasa solamente es que este criterio de la racionalidad es económico, üíi criterio que afirma la necesidad de la producción de bienes materiales en aumento continuo.

Con eso no salimos totalmente del concepto de la interdependen­cia de las estructuras. Le damos solamente un punto d e ' referencia, a partir del cual se puede considerar toda la estructura social conio una unidad total o como totalidad. Dentro de esta totalidad las estructuras se pueden determinar mutuamente, limitándose siempre a lo que esta totalidad les impone.

El estructuralismo marxista: el criterio de la racionalidad económica

Antes de avanzar, será conveniente referirnos también a otra teo­ría vigente en el momento. Nos referimos en especial al estructuralismo marxista. Esta teoría hizo un intento de superar el concepto tautológico de la interdependencia de las estructuras y de constituir un concepto de totalidad. En la línea de Althusser se buscaba esta superación a través de la definición de la totalidad como un todo conjunto, que sobredeter- mina las partes. Se trata de una sobredeterminación, en la cual se impo­ne la economía como última instancia. Pero como Althusser no da a esta sobredeterminación una significación operacional -—que puede consistir solamente en el crecimiento cuantitativo de bienes materiales— todos sus conceptos caen en este mismo "vacío epistemológico” que él constata con tanto gusto en las teorías que critica.

Más cerca a la posición expuesta por nosotros se encuentra Go- delier, que conserva, a diferencia de Althusser, un concepto operacional del desarrollo de las fuerzas productivas. Godelier concibe dos contra­dicciones en la sociedad, la contradicción interna a la estructura y la contradicción externa. "Lo que nos muestra la contradicción entre rela­ciones de producción y fuerzas productivas, es el límite del funciona- miento de las relaciones de producción dentro del marco de un cierto desarrollo de las fuerzas productivas. La contradicción entre estructuras es razón de la contradicción en el interior de una estructura. Cuando el capitalismo está en el sano sistema feudal, las nuevas fuerzas produc­tivas que se desarrollan no están en contradicción con las nuevas rela-

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dones capitalistas de producción; al contrario, son las relaciones capi­talistas de producción las que impulsan esos desarrollos: corresponden­cia entre estructuras. Pero al mismo tiempo se produce una no-correspon­dencia entre esas nuevas fuerzas productivas y las relaciones feudales de producción; contradicción fundamental que es la razón del conflicto interno de la estructura social entre feudales y burgueses. Más tarde, en la evolución del sistema capitalista, se darán las crisis periódicas que marcarán el aspecto contradictorio del funcionamiento del sistema” 7.

Pero a Godelier se le escapa totalmente la especificidad de la so­ciedad moderna —capitalista y post-capitalista— con el resultado de que el concepto de la determinación por las fuerzas productivas no se traduce en un criterio de la racionalidad. Esto se hace todavía más claro cuando critica a Oscar Lange. Sostiene que en los trabajos de Lange se concibe una vinculación estrecha entre capitalismo y surgimiento de la raciona­lidad económica organizada y dice que eso “es pretender implícitamente que todos los progresos técnicos logrados por la humanidad antes del surgimiento del capitalismo no eran el producto de una actividad que buscaba conscientemente inventar y ajustar medios para obtener fines. En consecuencia la humanidad habría esperado al capitalismo para apren­der a economizar sus esfuerzos y para sacar el mejor partido de los medios de que disponía” 8. De hecho, toda la información etnológica e histórica nos muestra que todas las sociedades, individuos y grupos, tra­tan de lograr al máximo finalidades determinadas cuyo contenido y je­rarquía expresan el predominio de ciertas relaciones sociales (parentesco, religión, etc.) sobre otras fundamentándose la estructura misma de cada tipo de sociedad".

Pero Godelier no impugna el problema planteado por Lange. Se limita a comprobar que la racionalidad específica de la sociedad moder­na no se puede expresar como una racionalidad entre medio y fin, y tampoco como complejidad creciente. Para él, toda sociedad humana tie­ne una racionalidad medio-fin de caracteres parecidos; solamente los fi­nes y los medios son diferentes. Mirando las sociedades humanas bajo el aspecto de la racionalidad medio-fin, todas ellas resultan iguales y no se puede entender nada de ninguna. Pero, tal concepto de racionalidad no es otra cosa que una nueva expresión de la interdependencia de las estructuras. Como siempre son interdependientes, la relación medio-fin es siempre racional. En el fondo, no hace falta citar a la etnología para saber eso. El resultado es solamente una consecuencia de la manera de m irar tales sociedades.

Así, según Godelier, solamente la especificidad de la relación me­dio-fin permite entender una determinada sociedad. Pero, en seguida sur­gen dos reparos:

1?— Si la racionalidad de cada sociedad es específica, se pierde7 Godelier, Maurice en: Aproximación al Estructurallsmo. Buenos Aires 1967. Pág. 34.‘ Godelier, Maurice: Racionalidad e Irracionalidad en la Economía. México 1967. Pág. 20/21.

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el concepto de la historia y las distintas sociedades dejan de tener co­nexión entre sí. Este tipo de explicación fracasa entonces en el momento en que trata de formular una teoría del tránsito de una sociedad a otra. Pero Godelier sitúa su concepto del tránsito en la contradicción funda­mental entre relaciones de producción y fuerzas productivas. Ello con­duce, sin duda, a una concepción histórica que Godelier rechaza. Hay una contradicción en el propio pensamiento de Godelier: no es posible afirmar que las fuerzas productivas unifican la historia y al mismo tiempo sustraerse a un concepto histórico con respecto a la superficia­lidad de la racionalidad. Godelier no proporciona la vinculación que aquí se hace necesaria.

2.— Este segundo reparo está íntimamente conectado con lo anterior.

Habría que determinar la racionalidad específica de la sociedad moderna después de la revolución industrial. Pero en esto Godelier se escapa totalmente del problema. Define el principio de la racionalidad de sociedad capitalista por la maximización de las ganancias. Eso signi­fica quedarse en la pura apariencia. Lo específico del capitalismo, al contrario, consiste en mediátizar el crecimiento de la producción de bie­nes materiales por la maximización de la tasa de ganancia. Esta media­tización es lo decisivo. Para citar solamente a Marx: "La premisa de lá reproducción simple es incompatible con la producción capitalista” 9. Sin esta mediatización, el capitalismo se derrumba. He ahí un concepto de la conquista del mundo por la técnica, que usa la ganancia como su vehículo.

Quedándose solamente en la apariencia de la racionalidad capita­lista, Godelier no puede expresar ni una teoría del tránsito, ni una teoría del capitalismo. Exponiendo esta teoría a partir de una concepción de las fuerzas productivas que responden al criterio de la racionalidad como aumento de la producción de bienes materiales; Godelier se habría dado cuenta de que realmente la humanidad ha esperado al capitalismo para aprender a economizar sus esfuerzos. Como no lo hace, su pensamiento desemboca en una no-historicidad igual a toda visión estructuralista del problema y se acerca de una manera curiosa a la no-historicidad de la teoría de la modernización. Pero, de hecho, la sociedad capitalista insti­tucionaliza, por primera vez en la historia, la mediatización de la ra­cionalidad de la sociedad por el crecimiento económico, y cualquier so­ciedad socialista que la reemplace podrá cambiar solamente la forma de institucionalizarla. En el fondo, también es éste el sentido del argu­mento de Lange, aunque Lange no define suficientemente la diferencia entre un concepto medio-fin de la racionalidad y un concepto de aumen­to continuo de la producción de bienes materiales.

En cuanto al concepto de la historia, eso tiene una consecuencia9 Marx, op. cit., tomo II, Pág. 462.

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muy clara, lina nueva sociedad se impone solamente en la medida en que puede imponer a todas las otras la necesidad de asimilar sus elemen­tos específicos. En el caso del capitalismo esto es muy evidente. Lo que no se convierte en sociedad capitalista moderna, o en una sociedad que esté más allá del capitalismo, simplemente no sobrevive. En eso consiste el mayor grado de racionalidad de una sociedad sobre la otra. Se trata siempre de nuevas maneras de disponer las fuerzas productivas. Quien no lo logra hoy, sencillamente se subdesarrolla y siente entonces la ne­cesidad de ser asimilado en una nueva racionalidad que está implícita en la ausencia-presencia del desarrollo.

Tenemos ahora un concepto de funcionalización de la sociedad a través del criterio económico, que nos permite apreciar la sociedad de­sarrollada como sociedad que se ha convertido en el apéndice del desa­rrollo económico acumulativo. Eufemísticamente, se puede hablar de una sociedad del logro y, en términos menos eufemísticas, del terrorismo del logro al cual nos sometió el régimen del criterio económico cuantitativo. Por supuesto, la ideología de esta sociedad nos dice otra cosa. Habla de la introducción de nuevos valores a partir deí temprano capitalismo y hasta la constitución de la sociedad del bienestar. Pero parece suficiente­mente claro que lo que cambia son más bien las formas de la funciona­lización hacia los criterios económicos. Al comienzo, la funcionalización de la clase obrera es más bien violenta y opresiva, pero en las generacio­nes siguientes puede manifestarse en forma indirecta, basándose en el control social, la propaganda, las técnicas, la ciencia del control, etc. El mismo sistema aprende y desarrolla continuamente nuevas técnicas de la funcionalización de todos los planos de la vida humana y las aplica a los criterios cuantitativos del desarrollo económico. Es lo que Marcuse llama la sociedad tecnológica.

El cálculo económico, la estructura de clases y el subdesarrollo

Todo este concepto de la funcionalización todavía ho es suficiente para entrar en la discusión del subdesarrollo. Así como hemos expuesto hasta ahora, no sería más que una redefinición de la teoría de la moder­nización a partir del criterio económico. Hace falta penetrar algo más en una consideración que hicimos ya anteriormente y que no analizamos, para llegar a la definición de la estructura de clases en el proceso de lá funcionalización.

Dijimos que el criterio de racionalidad de la sociedad moderna —sea capitalista o no— es un criterio del cálculo del crecimiento de la producción de bienes materiales. Pero este crecimiento no es calculable a secas. Tiene que expresarse como valor cuantitativo para poder ser objeto del cálculo. Esté cálculo, por lo tanto, presupone la existencia de un sistema monetario mercantil. No nos preocupará en el momento, por qué este sistema monetario es necesario más allá de las estructuras capitalis­

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tas, a pesar de todos los intentos de lograr su abolición por parte de las sociedades socialistas. Es suficiente saber que sobrevive y asegura el cálculo económico tanto en la sociedad socialista como en la capitalista, aunque sea en formas muy diferentes.

La vigencia de un sistema monetario para el cálculo y, por lo tanto, para la mediatización del intercambio de bienes, presupone a la vez la existencia de un sistema de propiedad, sea cual sea. Supone, a la vez, la existencia de un poder que lleva a cabo la funcionalización de la sociedad y que se constituye como clase dominante. Esta clase domi­nante ejerce su dominio a través del sistema de propiedad, que le permite dirigir el intercambio de bienes dentro del marco de cálculo económico que da el sistema monetario. Para poder existir, esta clase dominante necesita, además, un poder político acorde con la forma de vivir que ella impone a la sociedad. La autonomía del poder político tiene que desa­rrollarse exclusivamente dentro de este límite, para que un determinado sistema pueda sobrevivir.

Pero la forma de la propiedad y, por lo tanto, el sistema de clases, determinan a la vez el cálculo de los intereses de la clase dominante. En el sistema capitalista este cálculo de intereses se dirige hacia la ganancia, y solamente la ganancia da los indicadores para la dirección del intercam­bio de los bienes. Cuando surge el sistema capitalista, esta ganancia se convierte en el mediador entre el crecimiento económico y la sociedad y a través de esta mediación la ganancia capitalista dirige la primera revolución industrial.

La persecución de la ganancia no tiene de por sí esta propiedad de asegurar el crecimiento económico. La historia humana está llena de ejemplos de tipos de persecución de la ganancia, que no tienen este resultado. La ganancia se convierte en el mediador del crecimiento eco­nómico solamente bajo circunstancias bien determinadas. Tiene que ser ganancia capitalista, es decir, una ganancia que se obtiene dentro del marco de relaciones sociales capitalistas y sobre la base de la existencia del trabajo asalariado. Lo último es la condición qüe posibilita la trans­formación de la ganancia en mediador entre sociedad y crecimiento económico.

Tenemos ahora una vinculación entre estructura de clase, orien­tación de la actuación social frente al intercambio de bienes y crecimien­to económico. La funcionalización de la sociedad modqrna hacia el creci­miento económico se lleva a cabo dentro de esta mediación por una estructura de clases y sus orientaciones correspondientes de la actua­ción social. Podemos ahora recién abordar el problema del subdesarro­llo como condicionado por una ausencia-presencia del desarrollo. Por supuesto, no podemos dar todavía una idea más completa. Eso se va a desarrollar en los capítulos posteriores. Pero podemos dar algunas in­dicaciones.

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Si bien la existencia de relaciones sociales capitalistas de produc­ción es condición necesaria para que la ganancia se constituya en me­diador del crecimiento económico esto no quiere decir que sea condición suficiente. Y la situación del subdesarrollo es, a nuestro entender, una situación en la cual esta mediación fracasa. El sistema capitalista no cumple y no puede cumplir con la tarea que se ha asignado a sí mismo. En vez de funcionalizar las sociedades capitalistas periféricas hacia el crecimiento económico, las funcionaliza hacia el estrangulamiento. Surge un tipo de racionalidad perversa. Orientádose esta sociedad sobre la base del criterio de la ganancia, provoca el estrangulamiento del subdesarrollo. El capitalismo no tiene salida de esta situación, dado que es su propio criterio de la ganancia el que la origina.

Esta tesis sobre el subdesarrollo conformará el análisis de los ca­pítulos posteriores. Este planteamiento nos obliga a concebir el desarro­llo de los países subdesarrollados en términos socialistas. Hace falta en­tonces exponer en el plano de la estructura económica el concepto de la acumulación socialista como contrario al de la acumulación capitalista y plantear en el plano de las orientaciones de la actuación el concepto de los incentivos no materiales. Se verá que los dos conceptos se condicio­nan mutuamente.

El concepto de los motivos no materiales tiene alcances ante los cuales la visión primordialmente desarrollista —de la cual partimos— se quiebra. Si la condición del desarrollo es la renuncia al criterio de la ganancia —en el sentido más amplio de los estímulos materiales— y la creación de una nueva estructura que no origine el subdesarrollo, entonces el incentivo individual de la colaboración al desarrollo no puede ser prag­mático. De esto se desprendería que una ideología desarrollista no sirve para motivar una colaboración eficaz al desarrollo. El desarrollo no puede ser estimado suficiente para el desarrollo. Solamente un concepto que vaya más allá del desarrollo puede servir para el desarrollo en tales cir­cunstancias. El desarrollo no es un fin directo de la acción humana. No se produce como salchichas. Es un producto indirecto del proyecto de una sociedad, cuya definición no se agota en los términos desarrollistas.

En todos los proyectos socialistas abundan las ideas a este res­pecto. Pero una comprensión más acabada de este problema existe sola­mente en los socialismos más reciente: el socialismo cubano y el chino. Las siguientes frases lo pueden confirmar: "Hacer riqueza con la con­ciencia y no hacer conciencia con la riqueza” (Fidel Castro). “Nosotros afirmamos que en un tiempo relativamente corto el desarrollo de la con­ciencia hace más por el desarrollo de la producción que el estímulo ma­terial” (Guevara).

Este más allá del desarrollo, que es condición de desarrollarse, constituye necesariamente un concepto de la liberación. Liberarse del sometimiento ilimitado a la economía es entonces dominar lo económico,

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tener poder sobre las máquinas y a la vez una forma de echar a andar,las máquinas. En este punto los conceptos de liberación de los proyectos socialistas modernos y el concepto de liberación de la oposición radical en los países capitalistas desarrollados se encuentran y a la vez se distin­guen. La dominación sobre la economía en vez del sometimiento ciego a los criterios económicos es una idea común a los dos sistemas. Pero en los primeros prima más bien la esperanza de que esta dominación vaya a permitir el desarrollo, mientras en los segundos prima la idea de regular una velocidad del crecimiento económico que está absorbiéndolo todo.

Como nos vamos a interesar más bien en los proyectos socialistas que informan los procesos de desarrollo de países subdesarrollados, ha­ce falta evaluar su concepto implícito y explícito de la sociedad desa­rrollada.

Intentaremos una crítica de su contenido ideológico, analizando hasta qué grado se tra ta realmente de proyectos eficaces de liberación o hasta qué grado son o podrían ser vehículos ilusorios, capaces de desa­rrollar los países correspondientes, pero sin perspectivas reales de cum­plirse como proyectos de liberación. O, para decirlo en otras palabras, intentaremos demostrar que el hecho de partir hacia la liberación no asegura automáticamente el éxito de la liberación.

El propósito del presente trabajo

Para analizar toda esta temática, el siguiente trabajo va á ser di­vidido en dos partes principales.

Lo que une estas dos partes es el concepto de la estructura de clases, que va a ser considerado desde dos ángulos:

1?— Desde el ángulo de la estructura económica. Definiendo la estructura de clases como la estructura del poder económico, es claro que la estructura económica es una de las caras de la estructura de cla­ses. Lo es por definición, y está basada en la producción y el intercam- bio de bienes materiales, que se forman a partir de la relación entre trabajo humano y naturaleza. Esta estructura económica, por lo tanto es necesariamente, a la vez, la estructura de los intereses materiales. Cuan­do estos intereses materiales se organizan, se forma la estructura social de los intereses materiales, que vendrán a ser la estructura de clases propiamente dicha. Empresas, organizaciones de empresarios, de obreros, campesinos, etc., forman esta estructura de clase, que se puede distinguir de la estructura económica. Esta estructura de clases es el propio campo de la toma de decisiones, no la estructura económica. La estructura eco­nómica es el campo de posibilidades hacia el cual estas decisiones— que nacen de la estructura de clases— se proyectan.

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Por supuesto esta estructura de clases también configura el poder político, que está íntimamente relacionado con la estructura de los in­tereses materiales o estructura económica. Una determinada estructura de clases puede sobrevivir solamente en el grado en que logra imponer al poder político sus condiciones. La existencia de determinada estructu­ra de clases atestigua por tanto necesariamente la existencia de una es­tructura política correspondiente, que actúa en función de tal estructura de clases.

Podemos tra tar entonces la estructura económica como una es­tructura de intereses materiales objetivizados, que refleja una determi­nada estructura de clase y del poder político, sin identificar ni la estruc­tura de clases ni el poder político con la estructura económica. La estruc­tura de clases refleja la estructura económica y decide a la vez sobre la estructura económica de mañana, en la cual también van a producirse siempre las estructuras de clases de mañana. Pero estas decisiones, que se toman en el plano de la estructura de clases, no son arbitrarias. Tienen tanto su límite como sus perspectivas en las posibilidades de una estruc­tura económica futura'.

Definiéndola en este sentido, la estructura económica no es lo mis­mo que en la tradición marxista se denominan fuerzas productivas. Para nosotros las fuerzas productivas tienen un aspecto doble, y solamente uno de sus constituyentes entra en el concepto de la estructura econó­mica. En términos generales, las fuerzas productivas, según nuestro pun­to de vista, son la organización del trabajo humano en relación a la na­turaleza y en función de los intereses materiales de la sociedad. Definidas así, tienen tanto el aspecto de algo presente, ya hecho, como de un pro­yecto, de un futuro posible. En la estructura económica ellas están pre­sentes como algo realizado, como demostración del arreglo entre orga­nización del trabajo e intereses materiales, que ha podido imponerse en él juego de la estructura de clase. Pero las fuerzas productivas tienen a la vez el carácter de proyecto. En este sentido, son fuerzas productivas no aprovechadas, y por lo tanto constituyen una potencialidad de au­sencia-presencia. Si ahora las clases sociales toman conciencia de esta ausencia-presencia de nuevas fuerzas productivas, estas mismas fuerzas pueden llevar a la destrucción de una determinada estructura económica y, por consiguiente al desaparecimiento de una determinada estructura de clases.

Dentro de estos términos, entonces, va a ser desarrollada la pri­mera parte del estudio que sigue. Estructura económica, estructura de clases y del poder político correspondiente. Fuerzas productivas como proyecto y cambio de la estructura de clases y del poder político en función de este proyecto-, que conduciría a otra estructura económica. Vamos a partir analizando la estructura económica capitalista, su estruc­tura de clases, etc., correspondiente, la ausencia-presencia del subdesa-

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rrollo como ausencia-presencia de un proyecto de aplicación de fuerzas productivas, y el cambio de la estructura de clases por una nueva estruc­tura económica, la de la acumulación socialista.

2?— Pero, la problemática del proyecto no se agota con estos tér­minos. No es suficiente relacionar la estructura de clases con la estruc­tura económica. Hay que considerar también los arreglos de intereses materiales, que se concertan en el plano de la estructura de clases, y que se realizan entre grupos. Sin duda, la acción es siempre una acción de individuos, que debe insertarse en estos arreglos de clases. Los arreglos de intereses y la consiguiente estructura económica pasan siempre por este procedimiento individual, que los convierte en normas jurídicas. Normas de propiedad, de organización, de salubridad, de seguridad so­cial, etc. Toda una estructura de funcionamiento permite al individuo definir su situación de clase en relación a la estructura económica. Todo este mundo de normas tiene una apariencia no-clasista, igualitaria en la medida en que las normas son formales de validez general. Pero, sin estás normas, la estructura de clases existiría en el vacío. La apariencia igua­litaria de esta estructura de funcionamiento es condición necesaria para que la desigualdad de la estructura de clases pueda ser mantenida en las sociedades modernas.

Pero este sinnúmero de normas representa solamente el sinnúmero de condiciones del arreglo de intereses entre las clases. No representa los valores centrales que informan el surgimiento de esta estructura de fun­cionamiento. Estos valores pueden ser considerados como orientaciones de la actuación frente al intercambio de los bienes, observando estas orientaciones, podemos distinguir entre lá estructura de funcionamiento y la estructura de valores y actitudes. Ellas reflejan, en el plano de los valores, la estructura de clase.

Esta estructura de valores nos permite introducir una dicotomía de valores que equivale a la dicotomía sociedad de clases/sociedad sin clases y que va más allá de la tradicional distinción entre capitalismo y socialismo a partir de la dicotomía mercado/planificación. Se trata de la dicotomía entre orientación hacia intereses inmediatos/orientación hacia intereses no-materiales. La orientación hacia intereses inmediatos (o materiales) será entonces el punto de partida de una definición del capitalismo y de la propiedad privada. La orientación hacia intereses no-materiales, en cambio, va a definir una estructura de valores del tipo socialista. La estructura socialista, por lo tanto, tampoco se define por la propiedad social, puesto que considera la propiedad social solamente como condición necesaria, pero no suficiente.

Una definición de este tipo nos permite pasar en seguida del pro­blema de la estructura de valores a la discusión de la estructura ideoló­gica y del marco categorial teórico, dentro del cual las sociedades mo­

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dernas existen y se transforman. Se trata de ideologizaciones y teori­zaciones de interés inmediatos o no inmediatos.

Toda esta posición nos acerca mucho a los conceptos de los nuevos socialismos (el chino y el cubano). Ambos tienden a definir al socialismo a partir de la estructura de valores. Su lema es más bien el de ía revolu­ción cultural, para la cual la estructura económica es solamente punto de partida y de llegada, sin que deba transformarse en determinante úni­co unilateral y mecánico de la conciencia. Ya hemos visto, que en el momento histórico de hoy un sistema de valores e ideologías correspon­dientes de intereses no-materiales —un concepto que proponga un más allá del desarrollo—, es la verdadera condición de la posibilidad de desarrollo.

Una evaluación de las ideologías de estos socialismos nuevos tiene que analizar, entonces, si ellas realmente proponen un más allá del de­sarrollo que tenga validez para la misma sociedad socialista después de haberse desarrollado. Como estos nuevos conceptos ideológicos no-desa- rrollistas tienen una evidente, función desarrollista, hace falta preguntar hasta qué medida reflejan solamente esta última función y en qué medida tienen la suficiente consistencia para poder guiar una futura sociedad socialista desarrollada hacia la humanización. O, para decirlo en otras palabras: es necesario considerar que el hecho de partir hacia el comu­nismo no asegura automáticamente la llegada al comunismo.

II. La propagación del capitalismo en el siglo XI X: el desequilibrio de la relación centro/periferia

La necesidad de una teoría del espacio económico

Hablamos aquí del capitalismo moderno en un sentido más limi­tado que el usual. En el lenguaje científico común el capitalismo comien­za ya con el capitalismo mercantil, a partir del siglo XVI, que se trans­forma posteriormente en el capitalismo industrial. A nosotros nos inte­resa considerar solamente el capitalismo industrial, que parte con la re­volución industrial y que consagra definitivamente un principio nuevo para el trabajo humano: el trabajo orientado por el interés del creci­miento acumulativo de la productividad del trabajo.

Este nuevo principio naCe en forma capitalista y determina así el carácter de la primera revolución industrial. El trabajo se cpnvierte en trabajo asalariado y la ganancia sobre el capital en una ganancia calcu­lada a partir de los costos de salarios y en función de los precios del producto. Consecuentemente, los métodos de producción, por primera, vez en la historia, pueden ser objeto de un cálculo metódico, con el re­sultado de que la economía asimila sistemáticamente el conocimiento de

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las ciencias naturales, estimulando, además, el posterior desarrollo de estos conocimientos. Con esto surge el capitalismo moderno, íntimamen­te relacionado con el crecimiento económico continuo.

Este capitalismo moderno nace en Un lugar determinado de la tierra, en Inglaterra, a fines del siglo XVIII.. Posteriormente arrolla una fuerza expansiva propia, que no se limita al país de origen. El nuevo modo de producción ejerce rápidamente influencia en otros países y conquista hasta fines del siglo XIX, el mundo entero.

El medio de penetración es el comercio, que busca mercados de compra y venta. Para penetrar en nuevos mercados se sirve de los proce­dimientos más diversos, ideológicos, políticos, etc. En la lógica de este primer capitalismo moderno estos mercados significan venta de bienes elaborados y compra de materias primas. Esa es la base de la posibilidad de una expansión cada vez mayor. Estas dos líneas de la búsqueda de nuevos mercados representan el interés más inmediato de Inglaterra, cen­tro de este nuevo capitalismo. Como consecuencia se define una tenden­cia del capitalismo inglés por convertir a todos los países a que tiene acceso en periferia de su propia industrialización, esto es, de convertir­los en compradores de bienes manufacturados y vendedores (y produc­tores) de materias primas.

Toda esta tendencia corresponde a la lógica de este sistema capi­talista, que busca las bases de su propia expansión tanto en el interior de su país como en todos los otros países del mundo. En este sentido, es una tendencia fatal.

Ella tiene su origen en el hecho de que fuera de Inglaterra existen materias primas que permiten un aprovechamiento de la producción in­dustrial mayor que el que pueden ofrecer los recursos naturales ingleses, y a precios más bajos que en el mercado interno. Además, ella se explica porque solamente sobre la base de la obtención de estas materias primas es posible la venta de bienes manufacturados en el exterior, donde son comprados a cuenta de lo obtenido por la venta de las materias primas.

Esta conversión de otros países en periferia determina un nuevo tipo de penetración. Sin duda, el capitalismo mercantil había iniciado ya la penetración del mundo entero, convirtiendo gran parte de él en dependencia colonial de sus centros. Pero esta dependencia es totalmente distinta de la dependencia moderna. Principalmente en razón de los altos costos del transporte ella puede ser referida solamente a productos con una relación valor/peso extremadamente alta. Concierne, por lo tan­to, más bien al oro, a otros metales preciosos, a las especies, seda, etc. En esta penetración no está comprendida la producción masiva de bie­nes, cuya base sigue siendo regional. Es el consumo sofisticado de las clases altas el que se ve afectado por este intercambio, puesto que su acción sobre sectores sociales más amplios alcanza sólo a regiones rela­tivamente limitadas.

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El nuevo tipo de penetración, que parte ahora de Inglaterra, es distinto. Llega a tener su impactó masivo con el abaratamiento de los costos de transporte durante el siglo XIX; que tiene su expresión más significativa en la aplicación de la máquina de vapor al transporte marí­timo y al ferrocarril. Con eso, prácticamente todas las materias primas del mundo y todos los mercados consumidores de bienes manufactura­dos están al alcance de la expansión industrial capitalista. Se da una inmensa posibilidad de aprovechar la riqueza de la tierra entera en fa­vor de la expansión de los nuevos centros industriales del mundo capi­talista. Y estos países ño tardan en aprovechar esta posibilidad.

Cabe hacer aquí una aclaración. Se ha hablado mucho de que el capitalismo necesita las materias primas de las periferias dependientes. Pero esta expresión es muy ambigua. En cierto sentido no las necesita. No se puede sostener que el capitalismo no habría podido desarrollarse en el caso de no haber tenido acceso a las materias primas del mundo entero. Hacer depender el surgimiento del capitalismo de hechos geográ­ficos reflejaría un concepto totalmente mecánico, que con el mismo mé­todo también podría sostener que el capitalismo no habría podido existir si en todo el mundo no hubiera habido materias primas diferentes de las que hay, por ejemplo, en Inglaterra. Un planteamiento semejante podría igualmente llegar a una conclusión tan absurda como ésta: si el mundo no fuera más grande que Inglaterra no habría podido existir el capita­lismo moderno. Todo eso es evidentemente falso. El capitalismo no ne­cesita las materias primas existentes fuera de los países céntricos como condición de la posibilidad de su existencia. Sin este acceso a las mate­rias primas de las periferias, el desarrollo tecnológico posiblemente ha­bría buscado otro rumbo y quizás habría sido más lento. No puede apre­ciarse que exista una dependencia mecánica.

Lo que sí existe es la necesidad del sistema capitalista de aprove­char las posibilidades que le da una transformación del mundo en peri­feria de los centros desarrollados. Se trata entonces de una necesidad que nace del sistema social/capitalista y no de una necesidad tecnoló­gica. .

Pero no basta constatar el hecho de esta penetración y la existen­cia de esta tendencia a transformar el mundo en periferia. Tampoco basta llegar a concluir que tal tendencia es un resultado necesario de relaciones sociales de producción del tipo capitalista. El verdadero pro­blema consiste más bien en explicar porqué esta tendencia tiene éxito y logra realmente transformar la mayor parte del mundo en periferia de los centros desarrollados y, cuando no lo consigue, consiste en analizar por qué a veces logra sus fines y pór qué a veces fracasa.

Parece evidente que -esta tendencia a transformar el mundo en periferia tiene que ver con el surgimiento del subdesarrollo. Pero tampo­co es eso. No se puede confundir sin mayor examen desarrollo e indus­

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trialización. Un país periférico puede ser un país desarrollado, pero di­fícilmente un país industrializado puede ser un país subdesarrollado. Necesitamos por lo tanto herramientas, más refinadas para poder dis­cutir la relación entre industrialización, periferia y subdesarrollo.

La teoría económica del espacio

Tenemos que dedicarnos por consiguiente a la discusión de algunos conceptos básicos del comercio internacional y de la teoría económica del espacio. El significado de la relación entre industrialización, surgi­miento de una periferia económica y del subdesarrollo no puede ser com­prendida sino dentro de su marco teórico más amplio.

Primero debemos entrar a analizar la base, y el origen de la divi­sión internacional del trabajo y del consiguiente comercio internacional. La visión más tradicional del problema parte de la teoría de los costos comparativos. Según ésta, la posibilidad del intercambio internacional descansa sobre el hecho de que en distintos países se dan distintos costos en la producción de bienes. Siendo así, sería siempre provechosa una especialización de la producción de los países según sus costos más fa­vorables. Esto tampoco excluiría el intercambio en el caso de que un determinado país tenga costos desfavorables en relación a cualquier pro­ducto con respecto a otro país. También en este caso sería económica­mente provechosa una especialización y un consiguiente intercambio que tendría que guiarse ahora por las ventajas comparativas en la produc­ción de bienes. Este último punto fue primeramente elaborado por David Ricardo, y domina desde entonces la teoría económica del comercio in­ternacional. "Siempre que dentro de un mismo país existan diferencias de productividad, la especialización y el comercio resultan ventajosos. Lo mismo ocurre con países distintos: el comercio internacional es una forma eficiente de transformar un bien en otro, más eficiente que la ex­clusiva producción interior” 10. "El primer eslabón en la cadena de los ra­zonamientos del costo comparativo es la diversidad de condiciones de producción entre países distintos” u.

Para que la teoría de costos comparativos pueda ser punto de partida de la reflexión sobre el comercio internacional, la diversidad ie las condiciones de producción entre países y regiones tiene que ser la razón exclusiva de la existencia del comercio internacional. Esto tam­bién podríamos formularlo al revés. Si no hubiera diversidad de condi­ciones de producción entre países o regiones, no podría haber comercio internacional. Vamos a discutir el problema de acuerdo a esta última formulación. Supongamos la existencia de un espacio económico homo­géneo con iguales condiciones de producción en todos los puntos de este

10 Samuelson, op. cit. Pág. 761.11 Samuelson, op. cit. Pág. 755.

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espacio para ver si en una situación tal se produce también una división internacional del trabajo y un comercio internacional. Si la respuesta es afirmativa, la teoría :de los costos comparativos trata solamente un casó específico de la división internacional del trabajo y tendría que basarse en una teoría del espacio económico mucho más amplia. En este razo­namiento sobre la teoría del espacio económico vamos a considerar la opinión de autores, como Heinrich von Thünen, Adolf Weber y Predóhl.

El espacio económico homogéneo

Primero vamos a suponer que el espacio económico es homogéneo. Tenemos que definir, esta homogeneidad del espacio en términos más amplios que los usados por von Thünen. Suponemos que en cada lugar la tierra tiene la misma fertilidad pajra cualquier tipo de producción. Eso incluye, en especial el supuesto de que en cada lugar se puede producir, bajo condiciones iguales, cualquier materia prima que sea necesaria. A este supuesto básico vamos a añadir algunos supuestos adicionales que después nos servirán para elaborar nuestra tesis sobre el equilibrio en el espacio económico homogéneo:

1.— Supongamos úna movilidad absoluta de la fuerza de trabajo y, por lo tanto, su disposición a desplazarse a los lugares donde su tra­bajo significa la rñaximizaciótt del producto económico total. Este su­puesto se opone al supuesto básico de la teoría de los costos compara­tivos que se formula precisamente a partir de la imposibilidad de tal movilidad de las fuerzas de trabajo. Con este supuesto la teoría de los costos comparativos tiende implícitamente a suponer de que tal movili­dad eliminaría la posibilidad del comercio internacional.

2.^- Suponemos además que en el mismo lugar se puede producir solamente un bien ó por lo menos un número limitado dé bienes á la vez. Este Supuesto explica solamente lo que es un espacio. Allí donde se cultiva trigo no puede existir a la vez una producción metalúrgica, etc. El espacio excluye la posibilidad de una coexistencia productiva de un número arbitrario de bienes en el mismo lugar.

3.— Suponemos además que el transporte de bienes significa cos­tos. Si no significara costos el supuesto anterior no tendría sentido. La diversificacioa de la producción en el espacio tendría el mismo signifi­cado económico que la producción de un número arbitrario de bienes en un mismo lugar.

4.-— Suponemos la distribución igual del conocimiento técnico. Esto no equivale a un estancamiento de la técnica. Más bien suponemos que cada nueva técnica, en. él momento de su surgimiento se halle si­multáneamente al alcance de todos. Podemos formular este supuesto en términos de un nivel homogéneo de la técnica.

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5.— Suponemos igualmente una distribución igual de la habilidad en el trabajo.

6.— Como consecuencia de todos los supuestos anteriores tenemos que suponer a la vez que todos los factores de producción tengan un pago igual en todos los lugares. Esto no excluye la posibilidad que el pago de un determinado factor sea igual a cero.

EF conjunto de estos supuestos nos da la descripción completa de lo que entendemos por un espacio económico homogéneo. Se trata de supuestos que eliminan cualquier posibilidad de existencia dé ven­tajas relativas, de factores en el espacio. Habría que ver ahora cómo se ordenaría en este caso la producción en el espacio.

El ordenamiento de la división del trabajo en el espació homogéneo

Si supusiéramos ahora que la escala de producción no tuviese ningún efecto sobre los costos de la producción, no se podría desarrollar jamás una división internacional del trabajo. En este caso podría surgir un número arbitrario o de entidades autosuficientes que podrían elabo­rar sus productos a costos iguales tanto con, intercambio como sin inter­cambio. Como no habría ninguna ventaja de escala productiva la en­tidad límite de la producción autosuficiente sería la persona individual, que podría producir todos los bienes deseados al mismo costo que cual­quier grupo humano.

Para que pueda existir una división del trabajo en el espacio ho­mogéneo deben existir por consiguiente ventajas de escala de producción. Vamos a suponer entonces la existencia de ventajas de escala en tal sen­tido. Suponemos que según la escala de producción haya costos decre­cientes que disminuyan hasta que la producción alcanza Una determi­nada magnitud, con un mínimo de costos posible, más allá de la cual los costos no bajan más. Vamos a considerar estas ventajas de escala desde dos puntos de vista:

1.— La ventaja de escala referente a la producción de un deter­minado bien en unidades de producción más o menos grandes. Este tipo de ventajas nuevamente pueden ser consideradas desde dos ángulos di­ferentes, es decir desde el punto de vista de la unidad de producción misma y desde el punto de vista de la ventaja de la presencia de otras producciones en lugares cercanos. Se trata de la ventaja de escala de producción propiamente dicha y de la ventaja de la aglomeración de la producción de diversos bienes (internas y externas). "

2.— La ventaja de escala con respecto a la extensión de una de­terminada producción en el espacio. Suponemos entonces que los costos de producción bajan en relación a la extensión que una determinada escala de producción puede ocupar en el espacio. Ocupando más espacio decrecen los costos.

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Con estos dos supuestos adicionales se produce automáticamente un ordenamiento del espacio económico con una división internacional del trabajo en el cual no interfiere ningún tipo de ventajas relativas. Se­gún las diversas ventajas de escala tendrían que formarse las diversas producciones en el espacio con la consiguiente necesidad de intercambio entre ellas. Para que haya maximización del producto en el espacio se formarían necesariamente redes de división del trabajo, que serían siste­mas de la división internacional del trabajo, siempre y cuando no inter­fieran con fronteras políticas.

Para acercarnos a la descripción de este equilibrio en el espacio, podemos distinguir ahora los bienes en dos grandes grupos. Por una parte, tendríamos los bienes. . . para los cuales cuyo efecto sobre los costos del espacio aumentado por una determinada escala de pro­ducción, es muy pequeño y prácticamente de un valor igual a cero. Estos serían los bienes que se ordenan en el espacio primordialmente según sus ventajas de escala, tanto del tipo externo (ventajas de aglomerados) como del tipo interno (ventajas de la escala de una unidad de produc­ción). Podemos hablar, en relación con estos bienes, de bienes de alta elasticidad de escala y de poca elasticidad de espacio. Se incluirían en estos bienes principalmente los bienes manufacturados y determinados tipos de materia prima, especialmente la materia prima del tipo minero. De estos bienes podemos distinguir otros sobre cuyos costos tiene un alto significado la extensión del espacio que se usa para determinada escala de producción. Estos serían bienes de una baja elasticidad de escala y de una alta elasticidad de espacio. Se trataría principalmente de los bienes de la producción agrícola, tanto alimenticia como de determinados tipos de materia prima.

Como no tenemos porqué suponer que todos los bienes tienen siempre la misma elasticidad de escala como de espacio, las diferencias de tales elasticidades implican el ordenamiento del espacio económico en una forma dualística. Los bienes cuya elasticidad de escala es más grande que su elasticidad de espacio se concentrarán en aglomerados de producción, mientras que los bienes con una elasticidad de espacio mayor que la elasticidad de escala formarán periferias que rodean tales aglomerados. Si suponemos que el espacio económico es finito, tal for­mación dual podría imaginarse como la relación en un solo aglomerado de producción, siendo todo el resto periferia. Para analizar tal proposi­ción hace falta introducir los costos del transporte. Entre aglomerado y periferia tiene que existir necesariamente un intercambio continuo de bienes. Este intercambio implica determinados costos de transporte que van subiendo sobreproporcionalmente con la extensión de la periferia. Si la producción en el aglomerado ha llegado al máximo de sus ventajas de escala y si a la vez el espacio económico es suficientemente grande, este aumento sobreproporcional de los costos de transporte impone el

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surgimiento de otros aglomerados de producción en otros lugares. Para que esto ocurra, cada aglomerado no tiene necesariamente que haber alcanzado el máximo de las ventajas de escala en todas sus producciones. Es suficiente que haya llegado a tal máximo en un número significativo de producciones, con el efecto de que un aumento adicional de las ven­tajas de escala no puede compensar el aumento de los costos de trans­porte debidos a la ampliación de la periferia.

Llegamos así a postular para el espacio económico. homogéneo una red de aglomerados de producción, estando cada uno de ellos ro­deado por su periferia correspondiente. Así se equilibraría el intercambio entre periferias y centros. De todas maneras en cada caso existiría un intercambio continuo entre periferia y centro. Pero esto no significa­ría necesariamente un intercambio ni una división del trabajo entre los diversos centros o aglomerados. Este intercambio no podría existir sino en el caso de que con este ordenamiento del espacio se produjera una situación tal que permitiera que todas las producciones en todos los aglomerados llegaran a una extensión tal, que pudieran aprovechar todas sus ventajas de escala. Aun cuando eso no ocurriera, tendría que surgir de todos modos una división del trabajo entre los diversos aglomerados, con el propósito de llegar, con respecto a determinadas producciones, a un aprovechamiento tal de sus ventajas de escala que fuera igual a los costos adicionales de transporte del intercambio de los aglomerados entre sí.

El equilibrio en el espacio homogéneo económico se constituye por consiguiente en dos líneas fundamentales:

1.— Una relación de intercambio entre diversos centros (aglome­rados) y sus periferias correspondientes. Ella se equilibra según la re­lación que existe entre la elasticidad/escala y la elasticidad/espacio de los costos de producción.

2.— El equilibrio entre los diversos centros, que se determina se­gún la proporcionalidad de la producción de diversos bienes. Bienes que llegan al mínimo de sus costos de escala a un nivel inferior de lo que en la proporcionalidad de todos los productos del aglomerado sería po­sible intercambiar, tienen que entrar en un intercambio entre los diver­sos centros. En el grado en que existe este fenómeno, los diversos cen­tros se especializan en función de tales productos.

Establecido este equilibrio, todos los factores del espacio econó­mico en su totalidad püeden tener precios iguales en todos los lugares. Como puede haber rentas diferenciales sobre el suelo, desde el punto de vista del equilibrio económico el precio del suelo será igual a cero. El producto entero se puede dividir sin residuos entre trabajo y capital, teniendo los dos precios iguales en todos los usos, sin computar ningún valor del terreno dentro del valor del capital.

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Este equilibrio es teóricamente posible. Pero no hay que confun­dirlo con alguna tendencia del mecanismo de los precios. De ninguna manera sostenemos que bajo condiciones del espacio homogéneo el auto­matismo de los precios lleve a tal equilibrio. Al contrario, queremos decir que el mecanismo de los precios parece ser totalmente incapaz para conducir una economía hacia tal equilibrio. El concepto del equi­librio no es más que un punto de referencia para medir los desequili­brios que'produce la orientación por el mecanismo de los precios y que constituyen su característica.

Lo que especifica el concepto del espáció homogéneo es que la naturaleza no condiciona de por sí los lugares en los cuales se sitúan los centros productivos. Pueden surgir en cualquier lugar. Pero, una vez determinado el lugar de una sola producción, el principio de la maximi- zación económica determiria los lugares principales dé las otras produc­ciones. Lo que especialmente nos interesa señalar es que esta determina­ción no conduce a una distribución homogénea de todas las produccio­nes en el espacio, sino más bien a una red de centros rodeados por sus periferias correspondientes, especializados entre sí.

Espacio homogéneo y espacio natural

Á partir de este concepto del equilibrio, podemos comenzar ahora a disolver los supuestos rígidos del espacio económico homogéneo para acercamos al análisis del espacio natural. Ya mencionamos que en el equilibrio del espacio homogéneo todo el producto se puede repartir entre los factores trabajo y capital sin que quede ningún residuo. Ten­dríamos que analizar ahora cómo se originan los residuos atribuibles al emplazamiento de producción de los espacios.

La renta dé emplazamiento

Manteniendo primeramente todos los otros supuestos del espacio homogéneo, analizaremos qué influencia tendrá una fálta de movilidad dél factor trabajo sobre los ingresos. Si tal movilidad en un determi­nado lugar no existe (las fronteras de Ricardo), en dicho lugar n a se puede producir con los mismos Costos como podría ocurrir en el casó de existir una movilidad del trabajo. Los ingresos de los factores de producción serán por lo tanto más bajos que en otros lugares, i. En este caso surgiría un residuo de valor que sería el reflejo de

Ufa emplazamiento no equilibrado de determinadas producciones y que debe ser considerado como una de las rentas sobre la tierra. Pero esta renta de ninguna manera mide un aporte del factor tierra sino qué re­fleja un desequilibrio en el aprovechamiento del espacio económico. Es

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la consecuencia de un bien no producido (un producto perdido) y no de la productividad de los factores. / ■

Esta renta de emplazamiento de la producción tendría que surgir también en el espacio homogéneo dado que el desplazamiento de un lu­gar de producción significa costos. Tal movimiento significa costos siem­pre y cuando esté condicionado por un movimiento correspondiente de las instalaciones técnicas. Si suponemos que el progreso técnico cakibia continuamente la elasticidad/escala y la elásticidad/espacio de los pro­ductos y la relación que existe entre'ellas, veremos que un aprovecha­miento equilibrado del espacio significaría á la vez un reemplazamiento continuo de los lugares de producción en función de tal técnica. Si las instalaciones no tienen tal movilidad o si está movilidad tiene costos tan altos que no se compensan con las ventajas que significa el reemplaza­miento de las producciones, tienen que surgir continuamente tales ren­tas de emplazamiento o diferencias en los ingresos de los factores en los distintos lugares. 1

Recién con el surgimiento dé tales residuos, pueden surgir igual­mente ventajas absolutas de la producción. Cuanto más cerca está un determinado emplazamiento en el espacio de los sitios de equilibrio, más alta será la renta de emplazamiento^ Cuanto más desequilibrada sea el: emplazamiento general de la producción en el espacio tanto más alta será la renta de emplazamiento, en los lugares más favorables.

Para argumentar la existencia de esta renta de emplazamiento no hace falta por consiguiente que haya limitación de la movilidad por fron­teras políticas. La movilidad se limita por el hecho mismo de que las instalaciones técnicas sólo pueden ser movidas con cóstok altos, lo que significa la imposibilidad de realizar en cada momento el equilibrio en el espacio. Fronteras políticas que limitan la movilidad del trabajo pue­den reforzar este fenómeno, pero no lo constituyen dé por sí.

La renta relativa sobre la tierra en el espacio natural

Ahora podemos discutir los fenómenos propios del espacio natural. En el espacio natural la fertilidad de la tierra es distinta en distintos lugares y las materias primas se encuentran repartidas al azar. Seguimos suponiendo que la tecnológíá y la habilidad en el trabajo son igualmente disponibles en todos los lugares del espacio, (homogeneidad del nivel tecnológico). Pero ahora se da el fenómeno adicional de qué un mismo nivel tecnológico y una misma habilidad en él para el trabajo tienen dis­tintos rendimientos de acuerdo a las condiciones específicas de la natu­raleza en lugares específicos. Esta es la situación típica pkra la existen­cia de residuos de valor atribuibles al condicionamiento natural que, tradicionalmente, se consideran como las rentas correspondientes a la tierra. Cambia ahora el condicionamiento del; emplazamiento d e l a pro­

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ducción en el espacio. En el caso del espacio homogéneo, una primera opción para algún lugar de producción determina la distribución de la producción en el espacio en sus líneas fundamentales. En el caso del espacio natural, la diversidad de las condiciones del espacio significa una determinación adicional según las diferencias de las condiciones de la naturaleza. Determinados lugares de producción poseen pues, ventajas absolutas de costos, con respecto a otros lugares de producción.

No'nos interesa por el momento el problema de la propiedad co­mo fuente de acceso a tales ventajas absolutas que da el emplazamiento en el espacio natural. Nos interesa más bien ver cómo se situarían en tal caso los centros y las periferias si rige el criterio de la maximización total, sin restricciones de la movilidad del trabajo debido a fronteras políticas. Se puede constatar dos tendencias que determinan las materias primas sobre el emplazamiento de los centros de producción. Estas ten­dencias surgen en relación a los costos de transporte entre centro y lugar de producción de tal materia prima. Hay materias primas cuyo peso fí­sico no varía con respecto al peso físico del bien final que se produce a partir de ellas, o cuyp peso físico desaparece solamente en el acto del consumo final. ¿Esto es válido, por ejemplo, en el caso del petróleo. En el caso de tilles materias primas es relativamente de poca importancia en lugar en que son elaboradas. El gasto de transporte es el mismo con elaboración en el lugar de destino. Desde el punto de vista del destina­tario no hay ventaja ninguna en trasladar los medios de elaboración al lugar de origen de la materia prima. Tales materias primas tienen nece­sariamente muy poca influencia sobre el cambio de centros de produc­ción industrial. Hay otras materias primas, en cambio, que pierden su peso físico durante el proceso de la elaboración. Esto es aplicable para el carbón en el proceso de la producción de acero; mientras que el mi­neral de hierro solamente pierde una parte de su peso físico, el carbón lo pierde totalmente. La tendencia se manifestará, por lo tanto, hacia una producción siderúrgica en el lugar donde se encuentra el carbón y no donde se encuentra el mineral de hierro. Pero también en este segundo caso la influencia de los costos de transporte sobre el emplazamiento de los centros no es necesariamente determinante, puesto que las ven­tajas de la producción aglomerada en centros establecidos pueden com­pensar con creces la desventaja de los costos de transporte. Esto explica porqué, los lugares de producción de las materias primas tienen una importancia muy relativa en la determinación de los lugares de los cen­tros de elaboración. De hecho, el emplazamiento de los centros de elabo­ración en el espacio se determina por los lugares de producción de la materia prima solamente en casos extremos.

Para la determinación del emplazamiento de la producción de los centros nos queda por investigar ahora cuatro factores principales:

1.— La relación del peso físico de la materia prima con el peso

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físico del producto elaborado. Este coeficiente de materia prima será igual a cero cuando el peso se pierde totalmente e igual a uno cuando el peso se mantiene totalmente en el producto elaborado. En el último caso, los gastos de transporte tienen una influencia mínima sobre el em­plazamiento de los centros de elaboración y, en el caso* de un coeficiente igual a cero, una influencia máxima. En este último caso se puede mini­mizar el emplazamiento de los centros de la elaboración en el lugar de origen de la materia prima, limitando su capacidad hasta que el coefi­ciente de la materia prima ascienda en forma significativa. Uno de los ejemplos posibles es el caso del cobre chileno: entre mineral de cobre y cobre concentrado existe una pérdida tan desfavorable, que parece for­zoso llevar a cabo una determinada elaboración (refinación) del mine­ral en los lugares de producción, de modo que la concentración alcan­zada haga que los gastos de transporte ya no puedan influir más con respecto al lugar de la elaboración.

Uno de los ejemplos posibles es el caso del cobre chileno, que tiene una relación tan desfavorable entre mineral y cobre concentrado que parece forzoso llevar a cabo una determinada elaboración del cobre en el lugar de su producción antes de alcanzar una concentración tal que los gastos de transporte ya no pueden influir más sobre el lugar de su elaboración final.

2 — Las ventajas de la aglomeración de los centros establecidos. Para que estas ventajas puedan ser mantenidas en estos centros estable­cidos tienen que ser superiores a las desventajas que significan los cos­tos de transporte de la materia prima.

3.— La tecnología existente y disponible.4.— La habilidad laboral.

Equilibrio y tecnología

En cuanto a los últimos dos puntos hasta ahora habíamos supuesto que la tecnología y habilidad laboral están igualmente disponibles en el espacio económico. Analizando este supuesto podemos ya anunciar un posible desequilibrio entre tecnología disponible y materia prima dispo­nible, lo que puede conducir a la imposibilidad de lograr un equilibrio en el espacio. Toda producción de bienes es de por sí elaboración de materia prima y toda tecnología es tecnología de tal elaboración. Una tecnología jamás existe en el aire, sino que es una posibilidad de elabo­rar materias primas para transformarlas en bienes. Hay entonces un problema evidente entre la disponibilidad de determinada tecnología y la disponibilidad de las materias primas correspondientés a tal tecnolo­gía. Si el equilibrio en el espacio depende de una aplicación igual de la tecnología en el espacio entero, igualmente depende del supuesto de que

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las condiciones naturales permiten una producción de materias primas proporcional a esta aplicación de la tecnología. Al no existir substitutos, no-'hay porqué pensar que necesariamente la naturaleza permita una aplicación equilibrada de un determinado conocimiento tecnológico en el espacio económico entero. Hay una relación funcional entre tecnolo­gía disponible y producción adecuada de materias primas. Las conse­cuencias de esta relación funcional se pueden ejemplificar fácilmente: Hoy en día la tecnología se ha desarrollado en función de aproximada­mente la quinta parte de la humanidad, que vive en los países desarro­llados. Un equilibrio en el espacio exigiría una extensión de esta tecno­logía sobre el mundo entero. La condición de tal posibilidad sería pro­ducir aproximadamente cinco veces más materias primas de lo que se produce actualmente. No hay ninguna seguridad a priori de que esto sea físicamente posible. Ello podría ocasionar desequilibrio entre materia prima, tecnología y las aplicaciones de esta tecnología en el espacio eco­nómico,entero. Si se produjera tal desequilibrio éste no demostraría de ninguna manera una escasez de las posibilidades que da la naturaleza; simplemente pondría de manifiesto el hecho de que, la tecnología hoy disponible se lia desarrollado en función , de las necesidades de una pe­queña minoría de los habitantes de nuestro mundo y jamás en función de la posibilidad de un equilibrio económico en el espacio económico entero. No se trata de ninguna manera de plantear la tesis de una es­casez absoluta de materia prima, sino de exponer la necesidad de orien­tar un proceso tecnológico en función de la posibilidad de su aprovecha­miento dentro de un equilibrio del espacio económico entero.

Por consiguiente, suponiendo que en cada momento es posible una tecnología que permite un equilibrio económico en el espacio global, podemos definir tal equilibrio en los siguientes términos: en el espacio económico homogéneo —bajo el supuesto de una disponibilidad igual de la tecnología y dé la habilidad laboral— se define por la relación entre elasticidad-escala y elasticidad-espacio de los productos. En el espacio natural aparecen como .factores: adicionales del equilibrio los costos de transporte resultantes de la distribución casual de las materias primas en el espacio y las condiciones generales naturales que influyen sobré los costos de la producción. En el equilibrio del espacio homogé­neo la renta sobre la tierrá existía únicamente a raíz de los costos de la movilidad de los aglomerados de producción y constituía una renta de el emplazamiento en el espacio. En el equilibrio del espacio natural existe además una renta relativa sobre el suelo que es resultante de la distribución casual de las condiciones naturales del proceso de la pro­ducción En ambos casos el equilibrio en el espacio es posible y necesa­riamente significa el: empleo de toda fuerza de trabajo disponible al mismo nivel tecnológico,, pero con diferenciación de su rendimiento Se­gún las condiciones naturales de los lugares de producción.

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En ambos casos de rentas sobre la tierra —la renta del emplaza­miento y la renta relativa— su existencia está condicionada por el sur­gimiento de ventajas comparativas de la producción. Pero estas venta­jas comparativas no explican de ninguna manera el emplazamiento de la producción en el espacio. No son más que un elemento adicional en la determinación de tal emplazamiento. Ya en el caso del espacio homogé­neo vimos que de la división internacional del trabajo nace todo un sistema entre centro y periferia y entre centros mismos. La existencia de ventajas comparativas determina mejor estas especializaciones, que ahora no son resultado de opciones arbitrarias con la condición de una correspondencia entre sí, puesto que incluso llegan a ser influidas por la existencia de tales ventajas comparativas o —lo que es lo mismo— de las rentas relativas sobre el suelo. Pero también tal orientación de la especialización productiva de los centros, debida a las ventajas compa­radas, tiene un límite determinado. Las ventajas de la especialización compiten con las ventajas de la aglomeración y la especialización tiene necesariamente su límite en el punto en el que se compensan las ventajas de la especialización y las ventajas de la aglomeración.

El desequilibrio en el espacio (desarrollo desigual)

Un equilibrio del espacio natural descrito en estos términos sitúa las ventajas comparativas en una situación relativamente marginal. Ta­les ventajas no pueden explicar ni el surgimiento ni la desaparición ni el desplazamiento de los centros de producción. Son elementos adicio­nales en el cálculo de las decisiones sobre tales fenómenos. Si no se les toma en cuenta las decisiones pueden ser igualmente tomadas, aunque tengan un grado de eficiencia económica menor. De ninguna manera podrían llevar a desequilibrios en el empleo de la fuerza de trabajo y en el uso de la tecnología que está disponible. Las ventajas comparativas explican solamente las diferencias de la participación de los factores en los distintos lugares del espacio global y un determinado mecanismo para minimizar tales diferencias. Con respecto a la existencia de dese­quilibrios en el ordenamiento del espacio económico natural no tienen relación alguna.

Los desequilibrios en el espacio natural tienen más bien los si­guientes indicadores:

1,— El subempleo en determinados lugares. Este subempleo indi­ca un desequilibrio en el espacio solamente en el caso de que se trate de un fenómeno a largo plazo. En el subempleo a corto plazo existe una falta de coordinación entre capacidades técnicas instaladas y mano de obra disponible. En el caso del subempleo a largo plazo no le corres­ponde a la mano de obra disponible realizar instalaciones técnicas para emplearse. Si la proporción de tal subempleo es pequeña, el equilibrio

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en el espacio puede ser restablecido con una simple migración. Pero si en cambio es numérica significativa, se excluye la posibilidad de la mi­gración y el subempleo indica la falta de existencia de centros indus­triales de producción. Si este desarrollo industrial tiene que ser llevado a cabo bajo condiciones desfavorables de costos en todos los rubros, este hecho no puede justificar un impedimento de tal desarrollo indus­trial. Podría llevar única y exclusivamente al resultado de que en tal lu­gar el misrtio nivel tecnológico y de habilidad laboral conduciría a ren­dimientos más bajos de los factores de producción que en otros lugares más privilegiados. La teoría de las ventajas comparativas sólo puede indicar el mecanismo para minimizar tales diferencias.

2.— El empleo de una tecnología atrasada o, en casos extremos —que muchas veces son los casos mayoritarios— de una tecnología tra­dicional. Al introducir este indicador, estamos abandonando el supuesto de una disponibilidad equilibrada de la tecnología en todo el espacio global. La existencia de desniveles tecnológicos o la falta total de una tecnología industrial indican siempre de por sí un desequilibrio en el espacio.

3.— La falta de un nivel de habilidad de la mano de obra, adecua­do al empleo de una tecnología moderna. Este indicador del desequili­brio en el espacio corresponde al factor anterior. La habilidad de la mano de obra se desarrolla en función de una tecnología y una tecnolo­gía se desarrolla en función a una habilidad laboral.

Podríamos, por lo tanto, resumir estos tres indicadores en dos: el subempleo estructural y la tecnología atrasada o tradicional. Pero nuevamente podemos sintetizar estos dos indicadores en uno solo: la existencia de una tecnología atrasada y tradicional que como consecuen­cia trae consigo el subempleo estructural (la no-homogeneidad del nivel tecnológico).

Este indicador principal del desequilibrio en el espacio econó­mico natural tiene la característica de denunciar un fenómeno que es perfectamente atribuible a la praxis humana. La responsabilidad por su existencia incumbe únicamente a los hombres, y de ninguna manera puede ser asignada a un resultado de las características de la naturaleza. Hace falta, por lo tanto, explicar estos desequilibrios como resultado de una determinada acción humana. La explicación de tal acción será necesariamente también la explicación del subdesarrollo, y el análisis de una praxis humana hacia el equilibrio en el espacio será el análisis de las posibles vías de desarrollo del mundo subdesarrollado.

De esta manera podemos ahora definir lo que entendemos por periferia equilibrada, distinguiéndola de la periferia desequilibrada. Una periferia equilibrada lo será con respecto al equilibrio del espacio eco­nómico. Como tal equilibrio no excluye la existencia de periferias, estas periferias serán a la vez periferias desarrolladas. En cambio, cuando el

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carácter económico de periferia se une con las características de un desequilibrio en el espacio económico, lá periferia será desequilibrada. Esta viene a ser por lo tanto, una periferia subdesarrollada. Esta distin­ción entre estos dos tipos de periferia nos permite ir más allá de la simple identificación de periferia y subdesarrollo, que hacen la CEPAL y muchos otros autores. Por otra parte Andre Gunder Frank partiendo de la distinción entre metrópoli y satélite identifica la situación de los satélites en la del subdesarrollo. Esta simple identificación excluye la posibilidad de una teoría del subdesarrollo.

El contenido ideológico de la teoría de las ventajas comparativas

A partir de esta tesis, podemos volver sobre el carácter ideológico de la teoría de las ventajas comparativas. En esta teoría nos interesa, por una parte, la explicación de la división internacional del trabajo a través de las ventajas comparativas como causantes del fenómeno, mien­tras no elabore un concepto del equilibrio del espacio económico homo­géneo. Por otra parte, nos interesa el hecho de que trata como base de las ventajas comparativas no solamente el carácter casual del espacio natural, sino igualmente la desigualdad del nivel tecnológico y el des­nivel de la habilidad de la mano de obra. El prim er punto mencionado —la declaración de las ventajas comparativas como causantes de la di­visión internacional del trabajo—, muestra su importancia por cuanto hace posible el tratamiento análogo de los desniveles del espacio natu­ral y de los desniveles de la tecnología y de la habilidad de la mano de obra. Solamente de esta manera logra tra tar los fenómenos accesibles a la praxis humana. De esto resulta que los fenómenos de responsabili­dad humana son considerados como fenómenos naturales, quitándoles, por consiguiente, su carácter propiamente humano. Es el procedimien­to típico de toda ideología liberal.

Con este procedimiento el concepto de las ventajas comparativas se tautologiza. En la teoría del intercambio internacional liberal las ven­tajas comparativas llegan a desempeñar el mismo papel, que en la teoría del equilibiro general liberal desempeña el concepto del equilibrio de los mercados por la competencia. En la teoría general del equilibrio se parte de un hecho inmediatamente visible: esto es, que en los mercados de bienes oferta y demanda tienden continuamente a coincidir como conse­cuencia bastante obvia de que el ser humano prefiere comprar barato a comprar caro. Como esta teoría parte de esta evidencia particular, tiene que argumentar consecuentemente que tales movimientos de los merca­dos de bienes tienden a producir el equilibrio general, lo que.compro­baría que los mercados de los factores de producción son mercados cualitativamente equivalentes a los mercados de bienes. Después de la revolución keynesiana esta tesis se derrumbó, conservándose solamente

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en determinadas escuelas teóricas. La antigua tesis de la coincidencia de los mercados de los bienes y de los mercados de los factores fue reemplazada por la tesis de la no correspondencia entre la tendencia del automatismo de los precios y la producción del equilibrio macro- ecOnómico. Un paso semejante está preparándose en la teoría del inter­cambio internacional. La teoría de las ventajas comparativas, con su tratamiento análogo de las diferencias naturales y de los desniveles tec­nológicos de responsabilidad humana, parte igualmente de un hecho muy obvio, en la misma forma que la teoría general del equilibrio: el ser huma­no prefiere intercambiar también internacionalmente los bienes que le dan mayor ventaja económica que bienes que le ofrecen una ventaja menor. Un país como Chile, por ejemplo, tiene muchas materias primas, entre ellas tanto cobre como carbón. Por supuesto exporta cobre y no carbón porque le da mayores ventajas. Esto es válido tanto para el caso de las ventajas absolutas como para el de las ventajas comparativas. Lo que tendría que explicar esta teoría sería una supuesta tendencia de tal orien­tación de las ventajas comparativas para producir un equilibrio econó­mico en el espacio natural. Pero, si el subeinpleo estructural, como con­secuencia de la tecnología atrasada o tradicional es el indicador del de­sequilibrio en el espacio la inclusión de los desniveles tecnológicos en el criterio de las ventajas comparativas hace imposible la discusión del equilibrio en el espacio. En este caso la teoría de las ventajas compara­tivas solamente nos indica cuáles de las técnicas atrasadas son relativa­mente más provechosas en la situación del atraso y jamás la posibilidad de superar tal desequilibrio. Incluyendo los desniveles técnicos dentro del criterio de las ventajas comparativas, esta teoría nos explica sola­mente cómo aprovechar mejor el desequilibrio. Y esto es exactamente lo que esta sociedad hace. Por esta razón la clase dominante de esta sociedad también se siente interpretada por tal teoría.

Todo este carácter de la teoría de las ventajas comparativas nos demuestra una incapacidad ideológicamente arraigada del pensamiento liberal. Este pensamiento rechaza de antemano una distinción tajante entre el concepto del equ ilib rio—ya sea éste el equilibrio general de los precios o el equilibrio en el espacio— y las tendencias del meca­nismo de los precios. Confunde continuamente tendencias de los pre­cios y tendenciás al equilibrio y jamás llega a utilizar el concepto del equilibrio como un marco de referencia para juzgar sobre la base de desequilibrios provocados por la tendencia de los precios. El pensa­miento liberal jamás transa en este punto. Para él, el concepto del equi­librio es el resultado del análisis de las tendencias del mecanismo de los precios. Pero como los precios no tienen ninguna tendencia al equilibrio, sino más bien al desequilibrio, este axioma a priori del pensamiento li­beral se convierte en el constituyente de su carácter ideológico. Una crí­tica de este núcleo ideológico lleva necesariamente a un concepto de

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equilibrio que jamás se da y jamás se puede dar, pero que es el ins­trumento teórico para detectar los indicadores de los desequilibrios pro­ducidos en la realidad y para pensar teóricamente las medidas adecua­das para superar tales desequilibrios. Para el pensamiento liberal, por el contrario, la definición ideológica del concepto del equilibrio sirve para analizar teóricamente la posibilidad de soportar mejor los dese­quilibrios sin superarlos.

La utilización consciente de la ley del valor

De la crítica del contenido ideológico de la teoría del intercam­bio internacional se desprende, por lo tanto, una separación radical en­tre el concepto del equilibrio del que derivan los indicadores de los desequilibrios en el espacio y las tendencias de los precios que continua­mente producen tales desequilibrios en el espacio. En la terminología marxista se enfrenta el del problema de la utilización consciente de la ley del valor. Este es un concepto que existe en todos los sistemas so­cialistas actuales. Pero, a la vez, se trata de un concepto que no es com­pletamente ajeno a la teoría económica burguesa. Si bien las corrien­tes liberales y neo-liberales de esta teoría económica mantienen la iden­tificación entre el concepto del equilibrio y la tendencia dé los precios, la corriente keynesiana y post-keynesiana tiende a separar los dos niveles, aunque adolezca totalmente de una reflexión de las consecuencias me­todológicas y por lo tanto, ideológicas. Pero de todas maneras, esta co­rriente estipula la necesidad de una política específica con respecto al marco general de la economía para que las tendencias de los precios puedan ser compatibles con el logro del equilibrio.

Si bien existen estas paralelas entre el concepto keynesiano del equilibrio y de las tendencias de los precios y el concepto socialista dé la utilización consciente del valor, hace falta ver las profundas dife­rencias entre ambos. El concepto keynesiano se refiere más bien al equi­librio en el tiempo, ya sea a corto plazo (en los post-keynesianos) o a largo plazo. El concepto de la utilización consciente de la ley del valor, en cambio, si bien se refiere igualmente al problema del equilibrio en el espacio y del desarrollo desigual, considera el equilibrio en el tiémpo solamente como una parte del análisis. Utilizar conscientemente la ley del valor significa asegurar el equilibrio en el tiempo, extendiéndolo continuamente al desarrollo equilibrado del espacio económico. Estos diferentes visiones seguramente también están relacionados con los lu­gares de referencia. La teoría keynesiana nace dentro de una sociedad desarrollada cuyo problema consistía en asegurar un equilibrio entre factores existentes. Las teorías socialistas, en cambio, nacen más bien en sociedades subdesarrolladas que sufrían de un desarrollo desigual de sus factores de producción. Pero juegan un rol también otros factores.

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La política keynesiana ha tenido un éxito relativo en su intento de ase­gurar cierto equilibrio económico dentro de los países desarrollados. Pero todas las políticas de desarrollo de países subdesarrollados inspi­radas en los conceptos keynesianos tendieron continuamente al fracaso. En cambio, la política socialista de desarrollo de países subdesarrolla­dos —inspirada por su concepto de la utilización consciente de la ley del valor— ha marcado los procesos de industrialización más llamati­vos del siglo XX. De hecho, la sociedad capitalista no ha encontrado maneras ni de analizar los problemas de subdesarrollo ni de solucio­narlos.

Los distintos sistemas socialistas, por supuesto, dan distintas. in­terpretaciones a esta utilización consciente de la ley del vapor. La con­cepción soviética, en la actualidad, está mucho más cercana a la concep­ción keynesiana que de los conceptos cubanos o chinos. La explicación pa­rece provenir de que, con el aumento del grado del desarrollo, los pro­blemas del equilibrio en el tiempo tienden a predominar sobre los pro­blemas del equilibrio en el espacio. Para la Unión Soviética, hoy día se trata más bien de asegurar la dinámica del desarrollo lograda, mientras que los otros sistemas socialistas mencionados todavía están en una etapa del esfuerzo para alcanzar en sus respectivos países tal dinámica de desarrollo. Para ellos priman, por lo tanto, los esfuerzos para ase­gurarse una situación equilibrada en el espacio económico y en rela­ción a los centros desarrollados del mundo.

Los mecanismos del desarrollo desigual

A partir de lo dicho, podemos formular en una forma más pre­cisa la intención de los capítulos que siguen. Hay que discutir, por un lado, las razones genéticas y estructurales del desarrollo desigual en el espacio económico, que han conducido al subdesarrollo en el mundo actual. Por otro lado, hace falta analizar las posibilidades de un desa­rrollo igual y equilibrado del mundo.

Todo el análisis se sustenta en la constatación del desarrollo eco­nómico desequilibrado y en el examen de la forma de aprovechamiento de tales desequilibrios en el espacio por parte de los centros desarro­llados. Del análisis teórico anterior se desprenden algunas tesis posibles que pueden servir como guía en los capítulos siguientes:

1.— El indicador principal de un desarrollo desigual en el espa­cio es el subempleo del factor trabajo, o su empleo con medios de pro­ducción extremadamente atrasados y de tipo más bien tradicional. El indicador correspondiente del desarrollo es el empleo de la fuerza de trabajo con medios de producción modernos de alta tecnología o —en el caso de que no haya pleno empleo— la existencia suficiente de tales

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medios de producción con la consiguiente posibilidad de un pleno em­pleo de la fuerza de trabajo.

2.— Fuera del indicador del desarrollo económico desigual ne­cesitamos indicadores del aprovechamiento del desequilibrio económico en el espacio por parte de los centros desarrollados. Encontramos estos indicadores al considerar la compra de materia prima por parte de los países desarrollados y su venta por parte de los países subdesarrollados. Esta extracción de materia prima es un indicador aproximado de una explotación económica, siempre y cuando existe subempleo estructural en los lugares de venta de la materia prima. Como una industria manu­facturera se define como centro de elaboración de materias primas, la compra de tales materias primas por parte de los centros indica nece­sariamente que las periferias subdesarrolladas ofrecen una ventaja abso­luta en la producción de ellas. Si no existiera tal ventaja los centros pro­ducirían esta materia prima en su propia región. Esta ventaja absoluta necesariamente tiene que compensar los gastos de transporte de dicha materia prima hacia los centros. En el caso de un desarrollo de las re­giones subdesarrolladas, estas materias primas deberían dar la pauta de la especialización de los nuevos aglomerados industriales que surgieran.

Dijimos que esta venta de materia prima es solamente un índice aproximado de la explotación económica. La razón de esto consiste en que la dotación de un determinado subespacio económico con alguna materia prima obtenida con costos relativamente ventajosos, en deter­minados casos no es suficiente para permitir una industrialización es­pecializada de los productos elaborados con tal materia prima. Pero esto es diferente si se toma en cuenta subespacios económicos suficien­temente grandes para tener una dotación de materia prima suficiente­mente diferenciada que pueda alimentar una producción manufacturera en las ramas principales de una industria moderna. Para dar solamente un ejemplo: En el caso de la exportación del cobre chileno, no se puede afirmar unívocamente un hecho de explotación económica que signifi­que el traslado de las posibles ventajas de una industrialización chilena hacia los centros desarrollados. Por esto cambia radicalmente si se toma en cuenta el continente latinoamericano en su totalidad. Este tiene una do­tación de materia prima tan múltiple que podría industrializarse sin pro­blema sobre la base de ella. La exportación de este conjunto de materia prima hacia los centros y la compra en ellos de bienes manufacturados es, por lo tanto, un indicador unívoco y no solamente aproximado de una ex­plotación económica. Para dar un ejemplo más simplificado: si un país exporta mineral de hierro, ello no significa necesariamente una explota­ción económica. Pero si tal país tiene mineral de hierro, carbón y todos los ingredientes de una posible industria metalúrgica, y si además tiene un subempleo estructural y una población suficientemente grande para servir como posible mercado a tal industria, entonces la exportación

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de mineral de hierro, sin el surgimiento de una propia industria side­rúrgica, es un índice unívoco de una explotación económica y de una transferencia de ventajas reales de una posible industrialización hacia centros desarrollados. En tal sentido y de una manera análoga, todos los subespacios económicos con subempleo estructural y dotación múl­tiple de materias primas están sujetos a una explotación económica por parte de los centros desarrollados.

Si excluimos por el momento la discusión de por qué razones estas periferias inmensas se déjan explotar y por qué no se industriali­zan, podemos constatar, de todas maneras, que este subdesarrollo brin­da determinadas ventajas a los centros desarrollados. Debido al acceso a las máterias primas más favorables del mundo, los centros desarro­llados pueden alcanzar, en un proceso de desarrollo desigual, niveles de productividad del trabajo con un determinado nivel tecnológico que no sería posible si hubiera un desarrollo equilibrado en el espacio. Existe, por lo tanto, junto con el desarrollo desequilibrado, una polarización de las ventajas y de las desventajas de tal desarrollo:

a) Los centros desarrollados tienen en cada nivel tecnológico de­terminado, una productividad de trabajo más alta que en el caso de un desarrollo equilibrado. En cuanto a este producto adicional podemos hablar de una explotación económica y de un aprovechamiento del de­sequilibrio en el espacio. Naturalmente, no nos interesa saber si esta explotación es consciente o no consciente, intencional o no intencional. Constatamos solamente que existe.

b) Debido a que el mismo nivel tecnológico de los centros rige en la periferia desequilibrada. J a ausencia de la industrialización significa la renuncia a una productividad del trabajo objetivamente posible. A la explotación económica efectiva, mencionada en el punto anterior, co­rresponde una explotación económica negativa que consiste en la au­sencia del producto posible.

La comparación de las ventajas y de las desventajas del desarrollo igual nos permite una afirmación adicional sobre la relación de éstas. En el caso del desarrollo desigual, el producto económico total del es­pacio económico entero siempre es más pequeño que en el caso del desarrollo equilibrado. Pero, a la vez, en los subespacios desarrollados, el producto per cápita es más alto que en el caso del desarrollo equili­brador Por lo tanto > el producto adicional que gana el subespacio desa­rrollado, a consecuencias del desarrollo desigual, es relativamente más pequeño que el producto no producido en las periferias desequilibradas del espacio económico global. Podemos suponer, además, que esta po­larización de las ventajas y de las desventajas es tanto más fuerte cuan­to más rígido sea el desequilibrio en el espacio.

El carácter de esta explotación económica depende en gran parte del análisis de las razones de la transformación de partes significantes

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del espacio económico global en periferias desequilibradas. Pero, hasta ahora, sólo nos interesaron los indicadores del desequilibrio en el espa­cio y no sus causas. Las causas serán objeto del análisis de los siguientes capítulos.

3.— De este indicador principal de la explotación económica sur­gida de problemas de desequilibrio en el espacio se derivan otros indica­dores parciales de esta explotación. Para darles un nombre suficiente­mente amplio, podemos clasificarlos bajo el concepto de la extracción de superávits. En toda la tradición marxista la discusión de estos indi­cadores ha jugado siempre el papel principal, dándose en cambio muy poca importancia al análisis propio del desequilibrio del espacio. Esto explica una cierta superficialidad de los análisis marxistas a este respec­to. La extracción de superávit de ninguna manera define la situación de la explotación económica. Aunque no haya ninguna extracción de superá­vits, tal situación de explotación existe siempre y cuando los impedimen­tos de la industrialización provoquen la existencia de periferias desequi­libradas y establecen el intercambio materias primas-bienes manufactu­rados entre los centros y estas periferias. La extracción de superávits es un elemento adicional de esta situación básica de explotación.

Esta extracción de superávits puede tener principalmente dós fuen­tes. Por un lado, los superávits que extrae la industria incipiente exis­tente en las periferias desequilibradas y, por otro lado, los superávits obtenidos a partir del ingreso que produce la diferencia entre los costos de producción de materias primas y sus precios en el mercado mundial. Este ingreso refleja la renta relativa de la tierra y es producto de la necesidades de unificar hasta cierto grado los precios de las materias pri­mas en el mercado mundial. Si los costos de la producción de la materia prima están determinados por el nivel tecnológico, el ingreso depende de las fluctuaciones de los precios en el mercado mundial. El superávit que se extrae siempre una parte de este ingreso y objeto de disputa entre los intereses del centro y el de los países periféricos. Una visión superficial Considera este superávit como un indicador de la explotación económica, cuando en realidad éste es solamente una apariencia de la explotación económica, que esconde las verdaderas raíces del desequili­brio en el espacio. La verdadera raíz del problema reside en las razones del impedimento de la industrialización. El indicador principal sigue siendo, por lo tanto, el monto del producto no producido de las perife­rias desequilibradas. El indicador de los superávits mide solamente la parte extraída del producto realmente producido.

Esto no significa que la extracción de superávits no sea un indica­dor importante. Lo es en dos sentidos:

a) La obtención de superávits indica una explotación más profun­da que el simple aprovechamiento del desequilibrio económico en el es­pacio propio de la situación desequilibrada de la periferia. Su indicador

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real es la diferencia entre exportación e importación de bienes y servicios. Solamente esta diferencia es la que cuenta y de ninguna manera la suma de las ganancias que empresas extranjeras sacan del país. La suma de ganancias puede ser —y en general lo es— más grande que la diferencia entre exportaciones e importaciones. La suma de las ganancias que salen del país juegan en los análisis* marxistas tradicionales el papel principal de la medida de la extracción de superávits, lo que los convierte en aná­lisis de las apariencias.

b ) La suma de ganancias, intereses, amortizaciones, etc., que sa­len del país no indica la extracción de superávits; es, más bien, un indi­cador de otro elemento importante para un análisis de la relación entre centro y periferia desequilibrada. Indica más bien el monto del capital extranjero qué existe en el país. Por lo tanto, tiene una relación con la dependencia. La relación entre estos servicios de capital y las nuevas entradas de capital constituye la apariencia cuantitativa de la situación de la dependencia. Solamente en el caso de que no entren nuevos capi­tales al país, el total de los servicios de capital hacia el exterior afuera mide la extracción de superávits. Pero de todas maneras el interés prin­cipal que tienen todos estos indicadores (diferencia entre exportaciones e importaciones y relación entre servicios de capital y entrada de nuevos capitales) consiste en el hecho de poder dar una medida aproximativa de la dependencia.

Pero se trata solamente de una medida aproximativa, porque el grado de la dependencia no se puede expresar jamás como una función directa de estos indicadores. La dependencia como tal emana del dese­quilibrio en el espacio, de la situación de periferia desequilibrada y del carácter de los impedimentos de la industrialización. Tal desequilibrio conduce inevitablemente a la dependencia. Y los indicadores mencionados anteriormente no son sino consecuencias de esta dependencia funda­mental y constituyen su apariencia. En resumen, si no hubiera ninguna extracción de superávits ni flujo alguno de capital extranjero hacia el país, éste seguirá siendo dependiente, dada su situación de periferia de­sequilibrada. Pero es poco probable que una dependencia básica de tal tipo no conduzca a la extracción de superávit y a la penetración de ca­pital extranjero.

4.—■ La extracción de superávits de los países subdesarrollados no significa necesariamente una entrada neta de superávits en los centros desarrollados. Siempre y cuando los costos de mantención del sistema de extracción por parte de los centros desarrollados sean más altos que las entradas brutas de superávits, corresponde a la extracción de los su­perávits de los países subdesarrollados una salida de superávits de los centros desarrollados. (Por ejemplo, en gastos militares, en función de la estabilidad del sistema). En esta posibilidad mencionada se manifiesta la irracionalidad del imperialismo (considerado en términos económicos)

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y la conversión de la racionalidad capitalista en la irracionalidad del desperdicio. Habría que considerar dos grados posibles de esta irracio­nalidad :

a) La posibilidad de que los costos de estabilidad del sistema ge­neral por parte de los centros desarrollados pueden ser más altos que la salida de superávits de los países subdesarrollados. Esta relación tiene todavía indicadores cuantitativos. La parte del producto extraído en las periferias desequilibradas y que pasa al centro, es más pequeña que la parte del producto desperdiciado por los centros desarrollados en fun­ción de la estabilidad del mecanismo de extracción. Parece bastante obvio que el capitalismo moderno ya ha pásado más allá dé este grado dé irracionalidad.

b) La posibilidad de que los costos de estabilidad del sistema de extracción de materias primas sean más grandes que las ventajas que da el aprovechamiento del desequilibrio en el espacio. En este caso el pro­ducto desperdiciado de los centros desarrollados no solamente supera con creces la obtención de superávits de los países subdesarróllados, sino que a la vez supera también las ventajas de la explotación económica básica analizada en el punto (2). En este caso, la estabilidad del me­canismo entero de explotación tiene costos más altos que los beneficios totales de la explotación. El imperialismo se vuelve irracional desde el punto de vista económico. No hay indicadores cuantitativos exactos para este grado de irracionalidad, pero es muy probable que el imperialismo capitalista, por lo menos en el siglo XX, haya alcanzado este grado má­ximo posible.

Sin embargo, se trata de una irracionalidad en términos del sis­tema entéro. Si bien los costos de estabilización del mecanismo de ex­plotación por parte de los centros desarrollados tienden a ser mayores que el producto de la explotación, hay que distinguir en el interior de los centros desarrollados entre los grupos que reciben el producto de la explotación y los grupos que pagan la estabilización del sistema de la explotación. Como son grupos distintos, los unos salen ganando, mientras que los otros salen perdiendo. Pero los que salen perdiendo pierden más de lo que ganan los que salen ganando. En cuanto sistema social este sistema es irracional. Pero es altamente racional para los grupos que sa­len ganando. Se trata de la irracionalidad de lo racionalizado, y de la racionalidad de lo irracional.

III. Los orígenes del subdesarrollo

El esbozo anterior de una teoría del espacio económico nos da los conceptos básicos para analizar el surgimiento del subdesarrollo duran­te el siglo XIX. Se trata, por un ládo, del concepto del equilibrio eco­nómico en el espacio, que describe una relación equilibrada entre aglo­

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merados industriales y, periferias. Por otra parte, se trata del concepto del desequilibrio en el espacio como resultado de un desarrollo desigual, que describe una triple relación entre aglomerados industriales, perife­rias equilibradas en relación a tales centros y periferias desequilibradas. El concepto de las periferias, por lo tanto, no implica necesariamente una situación de desequilibrio. Solamente en el caso del desequilibrio de la periferia existe la tendencia hacia el subdesarrollo. Por eso la pregun­ta referente a los orígenes del subdesarrollo es a la vez una pregunta referente a los orígenes de las periferias desequilibradas.

El surgimiento de estas periferias desequilibradas presupone ya la existencia de un desarrollo económico del tipo moderno en alguna parte del mundo. Pero esa no es condición suficiente. Presupone a la vez la existencia de un mercado mundial con medios de transporte ade­cuados para un intercambio masivo de bienes manufacturados y mate­ria prima alrededor del mundo. Sin estas dos condiciones el concepto del subdesarrollo no tiene ningún sentido. La condición de la existencia del desarrollo en alguna parte del mundo es necesaria para que la au­sencia del desarrollo pueda ser un problema percibido, y la existencia de un mercádo mundial es la condición para que las consecuencias del de­sarrollo en una parte del munde puedan impactar realmente en las con­diciones de vida del mundo entero. La percepción del desarrollo y su im­pacto en las estructuras de todo el mundo forman el punto de partida tanto del proceso del subdesarrollo como del surgimiento de periferias desequilibradas.

Si se considera el subdesarrollo desde este ángulo, el punto de partida del análisis corresponde necesariamente a la primera revolución industrial que tiene lugar en Inglaterra a fines del siglo XVIII. En este período se configuran las bases del desarrollo moderno con el surgimien­to de la primera sociedad capitalista moderna. Por primera vez en la his­toria una sociedad se forma en función del criterio de crecimiento eco­nómico continuo. La revolución industrial, por lo tanto, no es simplemen­te una revolución de la estructura económica sino de todas las estruc­turas sociales hacia este criterio del desarrollo económico. En conse­cuencia, esta revolución industrial es una revolución de la estructura económica, de la estructura de clases, de la estructura política y de toda la estructura ideológica y de valores. Es la revolución de una sociedad en su totalidad en función de la revolución industrial. Se introduce una tecnología sistemáticamente desarrollada, el concepto de una propiedad privada ilimitada sobre la tierra y todos los bienes, un intercambio mo­netario referente a todos los productos, la igualdad formal de las perso­nas con la consecuencia del trabajo asalariado, la democracia represen­tativa sobre la base del voto general, y valores de maximización de las ganancias sobre el capital que se convierten en los rectores del progreso tecnológico sistemático que está iniciándose. A toda esta revolución del

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sistema social corresponde el surgimiento de toda una nueva interpre­tación ideológica de la sociedad, que tiene como elemento central el concepto del progreso y el de la coincidencia del interés general y del interés particular, como resultado de la aplicación de los valores de la maximización de la ganancia que guían la nueva división del trabajo producida por el progreso técnico.

Aunque se perciba a primera vista la revolución industrial como un fenómeno primordialmente económico, en realidad ella representa el surgimiento de todo un nuevo sistema socio-cultural. La extraordinaria expansión económica se explica únicamente como el producto de este nuevo sistema socio-cultural global. Sin embargo, el desarrollo económi­co es el producto más visible y más impactante a partir del cual se llega a penetrar el mundo entero. Pero este impacto de la revolución industrial fuera de Inglaterra se encuentra con situaciones socio-culturales muy diversas, según los países y las regiones del mundo.

No nos interesa especialmente explicar por qué circunstancias his­tóricas se produjo la revolución industrial y por qué precisamente fue Inglaterra el lugar en que nació. Nos interesa más bien lo que significaba la revolución industrial en el plano de las estructuras económicas, so­ciales, políticas e ideológicas. Su significación no estaba a la vista inme­diatamente en los comienzos de la revolución industrial, sino que comen­zó a revelarse más bien durante la expansión del sistema industrial a través del mundo entero. Por lo tanto, dejando de lado la explicación de los orígenes históricos, nos ocupamos de las consecuencias estructu­rales e históricas que ella produjo.

Industrialización y destrucción de las producciones tradicionales

El carácter más destacado que tuvo la revolución industrial en el plano de la estructura económica fue su capacidad de destruir la in­dustria tradicional y artesanal. Esta destrucción ocurrió tanto en los nuevos centros industriales que surgieron en Inglaterra, como en las otras regiones del mundo, siempre y cuando participaban en un inter­cambio mercantil de los bienes manufacturados pór los centros indus­triales. La capacidad de destrucción de producciones tradicionales es una mera consecuencia del aumento de la productividad del trabajo y de la baja de los niveles de vida de las masas obreras. Pero el elemento prin­cipal que la hace posible reside en el aumento de la productividad del trabajo. Es el elemento que explica por qué las producciones tradicio­nales no pueden resistir este enfrentamiento. A pesar de que en las pro­ducciones tradicionales los niveles de vida bajan, tanto como ocurre en la producción industrial, tampoco así pueden resistir al impacto de la com­petencia productiva. Aun en estas condiciones resultan tener costos de producción más altos de los que tiene la producción industrial. El pri­

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mer efecto del impacto de la industrialización es, por lo tanto, la prepa­ración de la miseria por todo el sistema. La pauta de esta miseria la dan los salarios industriales en combinación con la productividad del trabajo de la nueva industria, cuyos efectos las producciones tradicionales tratan de resistir, deduciendo los niveles de vida a un punto inferior de lo que permiten los salarios industriales.

Pero ése no es el único efecto. La nueva industria resulta tener una capacidad de destrucción de las fuentes de trabajo que supera su posi­bilidad de creación de nuevos trabajos. Lo que hasta ahora produjeron muchos obreros, de repente puede ser producido por uno solo. Si bien la diferencia de rendimiento entre producciones tradicionales y produc­ción industrial es muy grande, la posible acumulación de capital no al­canza a suplir los puestos de trabajo destruidos por la nueva oferta de productos baratos. Si bien teóricamente siempre se puede concebir una acumulación de capital suficiente, de hecho la necesaria para una absor­ción del trabajo sobrante de las producciones tradicionales supera la acumulación disponible.

Un ejemplo construido podría aclarar estas tesis: Si suponemos que la productividad del trabajo de la industria moderna es 10 veces más grande que la de la industria tradicional, un nuevo puesto del tra­bajo en la industria entonces tiene la capacidad de suplir 10 trabajadores de la producción tradicional, suponiendo además que de los dos tipos de producción resultan bienes competitivos y comparables. Si ahora la acu­mulación posible no alcanza el nivel necesario para la integración de este trabajo sustituido (en este caso de 9 trabajadores) la industria pro­duce un desempleo masivo en las producciones tradicionales. Un movi­miento correspondiente se da en el plano de los ingresos y de los mer­cados. Si se paga el trabajó con un salario correspondiente a la subsis­tencia física, se crea un sobre-producto que no puede ser absorbido por el trabajo sustituido en la producción tradicional, que está precisamente pisoteando sus ingresos. Tiene que convertirse, por lo tanto, en plusvalía consumida por los propietarios de los medios de producción, siempre que no se convierta en nueva acumulación.

Al trabajo sustituido y no absorbido por la nueva industria corres­ponde entonces un sobre-producto no acumulado que tiene que conver­tirse en plusvalía consumida de una clase propietaria. La diferencia de productividad, junto con los salarios de la industria, determinan la po­sibilidad de resistencia de las producciones tradicionales, y la necesidad de expansión de los mercados de la industria determinan un nivel de salarios suficientemente bajos de la industria para que las producciones tradicionales no puedan mantenerse mediante compensación de la dife­rencia de productividad por salarios más bajos de los que se pagan en la industria: Cuanto más bajos son los salarios de la industria, tanto más alta.es la. posible expansión de los mercados de bienes industriales, y

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cuanto más rápida es esta expansión, tanto más alta resulta la plusvalía acumulada y la plusvalía consumida.

Esta destrucción de las producciones tradicionales tiene lugar pri­mero en el propio centro industrial. Pero muy pronto tiende a impactar sobre las otras regiones fuera del centro industrializado. A fines del siglo XVIII la industria inglesa ya amenaza toda la producción tradicional del continente europeo y uno de los objetivos de las guerras napoleóni­cas consiste en defenderse de esta amenaza económica. Sin embargo, la confrontación económica en el continente europeo lleva muy pronto a la industrialización de los países de Europa Occidental y de Europa cen­tral. La destrucción de las producciones tradicionales ocurrió efectiva­mente, pero estas fueron reemplazadas por la industria inglesa sino por industrias autóctonas de los países afectados. Esos países que lograron mantener su soberanía política, se encontraron en una situación socio- cultural análoga a la sufrida por Inglaterra antes de su revolución in­dustrial. Existían ya movimientos sociales e ideológicos que podían ser­vir como punto de partida de la revolución de todas las estructuras de la sociedad en función de esta industrialización. El enfrentamiento con la industria inglesa parece más bien precipitar un proceso que ya estaba gestándose en el interior de estas sociedades. De esta manera, Francia y Alemania, y a la vez Estados Unidos, comienzan sus propios procesos de desarrollo. Las bases de estos procesos se.formaron durante la primera mitad del siglo XIX, resultando de ello la industrialización propiamente dicha de la segunda mitad del mismo siglo.

Pero, durante esta confrontación, en los países afectados ya se perciben la posibilidad y el peligro de la sustitución de la propia produc­ción tradicional por la industria inglesa, y la amenaza al desarrollo de cualquiera industria autóctona. Se discute este problema en referencia al papel de la protección aduanera y del comercio libre. Federico List, en Alemania, hace toda una campaña en favor de la protección aduanera, mientras que en Inglaterra las corrientes libre cambistas suben al poder.

Sin embargo, la protección aduanera en aquel tiempo tenía dos caras: Por un lado significaba protección de las producciones tradicio­nales y, por otro lado, hacía más factible a la industrialización autóctona entregando la posibilidad de la destrucción de las industrias trádicio- nales al capital nacional. Esta mezcla de objetivos de la protección adua­nera explica la mezcla ideológica de los movimientos defensores porta­dores de la protección. Son movimientos conservadores con mística tra- dicionalista vinculados a intereses industriales.

Las alternativas frente a la destrucción de las producciones tradicionales

El problema de la destrucción de las producciones tradicionales llega a tener otro aspecto cuando se lo considera a través de estas con­frontaciones que se producen ahora en el espacio económico. Industriali­

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zación y desarrollo significan de por sí la destrucción de la producción tradicional. Pero esta destrucción tiene alternativas decisivas cuando se la mira dentro del espacio económico. Estas alternativas no salen a la luz en la primera revolución industrial. Solamente en este caso —el caso de Inglaterra—, la producción tradicional inglesa puede ser sustituida y destruida únicamente por una industria inglesa. Esto es evidente por el hecho de que la industria inglesa es la primera y única industria exis­tente en este momento. Pero, una vez transformado la sociedad inglesa, se produce la confrontación con otras regiones del mundo, que ahora tienen otra alternativa. Pueden buscar su desarrollo mediante la des­trucción de sus producciones tradicionales tanto por la industria de cen­tros ya industrializados como por una industria autóctona. Por lo tanto, están frente a la disyuntiva de convertirse en nuevos centros industrialeso en periferias. Si se toma en cuenta como tercera posibilidad una polí­tica de no integración en el mercado mundial, podemos distinguir los siguientes tipos de política frente al desafío que significaba durante el siglo.XIX la primera revolución industrial y su expansión por el mundo:

1.— La destrucción de la producción tradicional por una industria autóctona; eso significa necesariamente la confrontación con la industria inglesa y un cambio de todas las estructuras de la sociedad en función de la industrialización propia. Implica el surgimiento de un propio na­cionalismo burgués. En este caso, se trata de una integración emancipa- toria en el mercado capitalista naciente. Surgen nuevos centros indus­triales y la misma industrialización se expande hacia otros países. Si se da esta alternativa, surgen nuevos poderes al lado de Inglaterra, frente a los cuales los países todavía no desarrollados nuevamente tienen las mismas alternativas que estos países tuvieron frente a Ingleterra: admi­tir la destrucción de sus producciones tradicionales por la industria de estos nuevos centros o buscar una industrialización autóctona.

2.— La aceptación de la destrucción de la producción tradicional por la industria inglesa o por la de los nuevos centros autóctonos que surgen posteriormente a la industrialización inglesa. En este caso los paí­ses se convierten en periferia de los centros industriales. Esta transfor­mación en periferia no excluye principalmente el desarrollo de estos paí­ses. En determinados casos ciertos países logran desarrollarse como pe­riferias equilibradas, por ejemplo, Holanda, Dinamarca, Australia, Nueva Zelandia, etc. En estos casos, tiene lugar también una revolución de to­das las estructuras de la sociedad en función del desarrollo económico. Ocurre principalmente en países de una situación socio-cultural parecida a la de Inglaterra antes de su revolución industrial. Presupone una de­terminada riqueza natural para la producción de materias primas y gene­ralmente una baja densidad de población. Sin embargo, la transforma­ción en periferia, en la mayoría de los casos, produce periferias desequi­libradas que pronto dan origen al subdesarrollo. Pero en los dos casos de

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periferia, la destrucción de la producción tradicional lleva a un modelo de integración en el mercado capitalista mundial, que se basa en el in­tercambio de productos primarios por bienes manufacturados de lós centros industriales.

3.— La estrategia defensiva de la producción tradicional y la ne­gativa a la integración en el mercado capitalista mundial. Durante él siglo XIX se da esta alternativa sobre todo en países fuera del ámbito socio-cultural europeo, siempre y cuando estos logran conservar su so­beranía política. Esta estrategia presupone cerrarse herméticamente al intercambio mercantil con los centros industriales, negándose a la vez a cambios de las estructuras de la sociedad en cualquier plano. China el más grande de los países que intentaron una solución de éste tipo, pero durante la guerra del opio, Inglaterra la obligó a transformarse en periferia del mundo capitalista. La misma estrategia escogió el Japón hasta el surgimiento de la dinastía de los Meiji. El Japón tuvo más éxito que China, porque su falta de riqueza natural fue la causa de la falta de interés de los centros industriales por conquistarlo como mercado. Después de tomar el Japón el camino de la industrialización y de la in­tegración autóctona en el mercado capitalista mundial, quedaron muy pocos países para intentar la defensa del carácter tradicional de su so­ciedad, por ejemplo El Tibet y Nepal. De hecho, toda esta alternativa demostró ser completamente incapaz para asegurar la independencia de ningún país. Es la defensa de una sociedad que históricamente ya no tiene posibilidad de vivir. Pero su importancia en el caso del Japón es evidente. Gracias a esta política, el Japón no se transformó en periferia desequilibrada. Cuando se hizo evidente la imposibilidad de perseverar en esta política, para el Japón fue mucho más fácil hacer una política de provocación de la industrialización y de integración autóctona en el mercado capitalista mundial.

Para nuestro análisis tienen interés sobre todo los casos de trans­formación de países en periferias desequilibradas y también las estra­tegias de defensa de la sociedad tradicional. La posterior polarización desarrollo-subdesarrollo se origina principalmente en esta problemática. Si consideramos además la política de estabilización de estructuras tra­dicionales como una política pasajera, sin posibilidades de consolida­ción, prácticamente podemos concentrar nuestro análisis en el caso del surgimiento de las periferias desequilibradas.

Anteriormente ya vimos los rasgos específicos del desequilibrio de una periferia. Una periferia es desequilibrada siempre y cuando en ella la producción de materias primas no puede asegurar el pleno empleo de la fuerza de trabajo a un nivel tecnológico comparable al nivel de los centros, y, por lo tanto, con salarios comparables a los que rigen en estos centros. Si en esta situación de desequilibrio no se produce una industria­lización y si hay impedimentos para tal industrialización, la periferia

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continúa en su situación desequilibrada y ajusta las estructuras de la sociedad entera hacia la sobrevivencia dentro de esa situación de dese­quilibrio. La sociedad se subdesarrolla.

Las condiciones de la industrialización y las periferias en el siglo X IX

Hay que ver entonces cuáles son los impedimentos de la industria­lización que hacen necesaria una estructuración de la sociedad funcional hacia la sobrevivencia en el desequilibrio y hacia el subdesarrollo. Para hacer esto, podemos partir de un análisis de las condiciones que posibi­litaban una industrialización autónoma durante el siglo XIX y con pos­terioridad a la industrialización inglesa. Básicamente se trata de dos condiciones:

1.— La protección hacia afuera. Habíamos visto ya, en el caso inglés, que la destrucción de la producción tradicional se lleva a cabo debido a una diferencia del rendimiento el trabajo entre producción industrial moderna y producción tradicional. Esa diferencia hace impo­sible la sobrevivencia competitiva de la producción tradicional y explica su destrucción final. Pero esa diferencia de productividad no existe sola­mente en el interior de Inglaterra sino también entre Inglaterra y todas las regiones que la rodean. Además, esta diferencia de productividad no existe solamente entre producción tradicional y producción moderna inglesa, sino igualmente entre producción industrial inglesa y produc­ciones industriales incipientes que empiezan a desarrollarse en otras re­giones. La ventaja de productividad —que siempre es una ventaja tec­nológica— existe también por consiguiente, en el plano de la producción moderna y tiende a suprimir la oposición de nuevos centros industriales, a la vez que destruye las producciones tradicionales. Bajo estas circuns­tancias, es difícil el surgimiento de nuevos centros sin alguna protección que sirva para compensar la diferencia de productividad en los distintos niveles. Esta protección puede tener las formas más diversas. Puede ser un producto directo de las condiciones naturales. Altos gastos de trans­porte, por ejemplo, pueden compensar las diferencias de productividad.

Con anterioridad al descubrimiento de los medios de transporte baratos el radio de competencia de la industria moderna es extremada­mente pequeño. A principios del siglo XIX, por ejemplo, una industria siderúrgica tenía que proveerse de sus materias primas en un radio de más o menos 50 kms. Y si bien el radio de ventas era más grande, tam­poco alcanzó distancias muy significativas. Recién con el descubrimiento de la máquina de vapor y con su aplicación a los medios de transporte, estas condiciones de la naturaleza pierden su importancia. Se hacen más notorias la posibilidad y la necesidad de compensar la diferencia de pro­ductividad por una protección aduanera adecuada.

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2.—: Si bien la protección natural o la protección aduanera son condiciones necesarias de una industrialización autóctona durante el siglo XIX, de ninguna manera son condiciones suficientes. Se necesita además, en el interior de los países afectados, una penetración radical por relaciones capitalistas de producción. Hace falta una revolución bur­guesa de las relaciones de propiedad y de clase y de la constitución del poder político. En función de esta revolución tiene que nacer un nacio­nalismo burgués junto con una ideología de interpretación de todos estos cambios estructurales exigidos. Esta penetración por relaciones capitalis­tas de producción no es un resultado automático de la inserción de una región en el mercado capitalista mundial. Es un acto de soberanía, que en determinados casos no es posible por razones de una dependencia política m ilitar determinada y que, en otros casos, no se lleva a cabo porque: las clases dominantes tradicionales logran imponer a la sociedad una inserción periférica en tal mercado. En el primer caso se trata del colonialismo y en el segundo caso de la formación de alianzas de clases que determinan una relación periférica con los centros industriales del mundo. En este último caso no se produce una revolución burguesa autóctona, sino una simple reformulación de relaciones tradicionales —en general se trata de relaciones feudales— de producción, en función de esta integración periférica en el mercado mundial.

El conjunto dé estas condiciones, ésto és, la protección hacia afue­ra y la penetración por relaciones capitalistas de producción hacia aden­tro, determinan la posibilidad de una inserción autóctona en el mercado capitalista mundial. Pero lo que importa más en este análisis es el hecho de que la expansión del mercado mundial desde los centros industriali­zados no tiene la más mínima tendencia automática a producir estas condiciones. O para decir lo mismo en otras palabras: la inercia de la expansión capitalista no produce nuevos centros de expansión. Para que surjan tales centros hace falta un acto de soberanía, que se oponga en contra de la inercia de la expansión capitalista vigente en el siglo XIX. En realidad la inercia de la expansión capitalista se orienta a impedir el surgimiento de nuevos centros en las dos líneas mencionadas : por un lado las fuerzas que manejan la dependencia colonial y el concepto del comercio libre tienden a hacer efectiva la diferencia de productividad existente entre centros establecidos y regiones aun no desarrolladas y, por otro lado, las alianzas entre clases capitalistas de los centros y clases tradicionalistas de las regiones periféricas, tienden a impedir una revo­lución burguesa autóctona, reforzando la resistencia de las clases tradi­cionales a tal revolución.

La expansión del mercado capitalista mundial impone todos los cambios necesarios y suficientes tendientes a establecer una integración periférica de los países afectados en el mercado capitalista mundial. El tipo de integración se define por la venta de materia prima hacia los cen­

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tros y por la compra de bienes manufacturados producidos én los cen­tros. Se trata, efectivamente de establecer una adaptación. Los países periféricos tienen que constituirse en una garantía de la propiedad pri­vada nacional e internacional y tienen que dejarse penetrar por relacio­nes monetarias en el grado necesario para que se puedan producir y ven­der materias primas y comprar y distribuir los bienes manufacturados comprados con las divisas que resultan de la venta de las materias pri­mas. Pero, con estas condiciones, ya está descrito el ámbito necesario para la transformación de las relaciones de producción tradicionales en relaciones de producción capitalista. Lo notable es que estas condiciones puedan ser cumplidas sin que se lleve a cabo una revolución burguesa en el interior del país periférico, a pesar de que de ahora en adelante la supervivencia de elementos tradicionales de la sociedad anterior se de­cide única y exclusivamente en función de la integración periférica en el mercado capitalista mundial: En este sentido, estos países periféricos se convierten a la vez en países capitalistas y en países dependientes. Son capitalistas porque todas sus relaciones de producción se determinan en función de su integración en el mercado capitalista mundial. Incluso la sobrevivencia de estructuras feudales se debe al hecho de la estabilidad de esta inserción en el mercado mundial. Estos países igualmente son dependientes porque deben determinar el grado de transformación de sus relaciones de producción de acuerdo a relaciones capitalistas por su situación periférica de integración en el mercado capitalista mundial.

Esta transformación en periferia de la mayor parte del mundo se lleva a cabo durante todo el siglo XIX. Este proceso no debe ser con­fundido con la colonización. La colonización es un fenómeno mucho más antiguo y existe en casi toda la historia humana. También Inglaterra ya tenía un imperio colonial con anterioridad a su revolución industrial. Pero recién durante el siglo XIX este imperio colonial se convierte en una periferia y la caracterización de colonia, desde este momento, no es sino una forma que permite obligar a tales regiones a constituirse y man­tenerse como periferias.

Este tipo de colonia permitía una extracción mayor de superávits. Por otro lado, permitía la supresión de una revolución burguesa autóc­tona por la imposición político-militar directa.

Pero, con respecto a la mayor parte de América Latina, la forma colonial de constitución de periferias, no tiene de ninguna manera una expresión típica. En América Latina se encuentra con países formalmen­te soberanos. Los países céntricos no pueden impedir directamente ni la revolución burguesa ni un nacionalismo burgués, que se expresaría en una protección de la industrialización hacia afuera. La efectiva trans­formación en periferia por consiguiente, se lleva a cabo a través de me­dios esencialmente distintos que en el caso de las colonias o de las semi- colonias.

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La especificidad de las transformaciones de América Latina en el siglo X IX

América Latina tradicionalmente fue colonia de los países ibéricos. Cuando la revolución industrial tuvo lugar, estos países ibéricos —Es­paña y Portugal— no se convirtieron en nuevos centros, sino que al con­trario, perdieron el carácter de centro del mundo mercantil capitalista anterior a la revolución industrial. Los nuevos centros —Inglaterra— se ocuparon ahora de la destrucción del imperio colonial de los países ibéricos, fomentando la independencia de América Latina. Económica­mente esta independencia de América Latina les significaba comercio libre. Pero el comercio libre se entendió de una manera específica: sig­nificaba liberarse de la monopolización de todo el comercio de América Latina por los países ibéricos y la posibilidad de comercializar con todos los países del mundo. Por supuesto, concretamente no se trataba de co­mercializar con todos los países, sino más bien con Inglaterra, el nuevo centro del capitalismo industrial. Pero en aquel tiempo el concepto del comercio libre aún no tenía el significado de un comercio sin protección aduanera.

Sin embargo, la independencia de América Latina tuvo lugar en un momento histórico en el cual la transformación en periferia de los nue­vos centros industriales aún no era posible. Los nuevos países soberanos desarrollan un cierto nacionalismo burgués, y una política proteccio­nista de fomento de las industrias. Empiezan a surgir clases capitalistas industriales con una burguesía nacional que actúa con la perspectiva de llevar a sus respectivos países a una revolución burguesa autóctona. Tales proyectos son especialmente notables en los casos de Brasil, Para­guay y Chile. Se sostienen hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando chocan con la tendencia de los nuevos centros industriales de convertir a los países de América Latina en sus respectivas periferias.

El caso más trágico de estos proyectos autóctonos es sin duda, el de Paraguay. Antes de la guerra de 1870, la política proteccionista y de fomento industrial del dictador López permitió la constitución de una importante producción metalúrgica y naviera que convertía al Pa­raguay en un potencial centro industrial en el mercado latinoamericano en expansión. La guerra de la Triple Alianza llevó a la destrucción total de la economía paraguaya y al exterminio de la mayor parte de su po­blación activa.

Pero en el caso del Paraguay todavía se trata de una intervención extranjera de determinados países latinoamericanos aliados con Ingla­terra. Los casos del Brasil y Chile ni siquiera se explican por interven­ciones extranjeras directas.

En Brasil se decreta, a partir de 1844, una regulación de la tarifa aduanera que la eleva de un 30 a un 60% para la manufactura extran­

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jera, y que permite un inmediato surgimiento de la industria básica, de los transportes, de las comunicaciones y de la energía. Pero esta indus­tria naciente se destruye totalmente y a corto plazo en los años que si­guen a 1864, cuando se decreta la liberación de derechos para la impor­tación de navios, maquinaria y producción metalúrgica. Se introduce un nuevo concepto de comerdió líbre que es propagado por la política inglesa y que define ahora al comercio libre por la ausencia de la pro­tección aduanera.

Una situación parecida se produce en Chile, que antes de la gue­rra del Pacífico tenía un auge de la producción industrial. Este auge es más visible por la existencia de una marina mercante nacional impor­tante. La política libre cambista, después de la guerra del Pacífico, llevó a la destrucción de estas prodücciones nacientes y desembocó en la ena­jenación de la producción nacional de materia prima —el salitre— en favor de manos inglesas. El gobierno de Balmaceda puede ser interpre­tado como un último esfuerzo de recuperación de la revolución burguesa. Es un gobierno que intenta una política nacionalista y de redistribución del ingreso en favor del sector industrial, lo que habría significado el reemplazo de las clases dominantes tradicionalistas por una clase capita­lista e industrial. Pero el fracaso de este intento demuestra que la bur­guesía nacional ya no tiene el poder para enfrentarse a la alianza de clase establecida entre las clases capitalistas inglesas y las clases tradi­cionalistas chilenas.

Estos casos —y en especial los de Brasil y de Chile— demuestran un cambio de las posibilidades de una revolución burguesa que tuvo lugar durante el siglo XIX ,y que dá diferentes características a la pri­mera y segunda mitad de este siglo. En la primera mitad del siglo XIX la revolución burguesa de América Latina está preparándose y encuentra todas las condiciones necesarias para su posterior desarrollo. En la se­gunda mitad del siglo XIX, en cambio, estas revoluciones burguesas se frustran y son reemplazadas por una nueva configuración de la sociedad íatinoamericaná, que ahora se transforma en periferia de los centros industriales del mundo capitalista. Es imposible explicar este aborto de la revolución burguesa en el siglo XIX mediante la intervención ex­tranjera directa. Si bien tienen lugar intervenciones directas, éstas siem­pre pueden apoyarse en fuerzas internas suficientemente grandes como para que sus autores no sientan nunca la necesidad de transformar a América Latina en parte del imperio colonial de los centros industriales. La intervención extranjera directa tiene una importancia más bien secun­daria o complementaria para lograr la transformación de estos países en periferias.

En lugar de la intervención directa, el camino de la transformación en periferia se define más bien por dos líneas principales: La política librecambista y la alianza de clases entre la clase capitalista inglesa y

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las clases tradicionalistas de América Latina. Las dos se corresponden mutuamente y se refuerzan. El libre intercambio impide ver obstaculi­zado el surgimiento de una industrialización autónoma, y elimina, por lo tanto, la amenaza a las clases tradicionalistas por una burguesía nacional e industrial, permitiéndoles que puedan aprovechar las ventajas que para ellas significa la transformación de la región en periferia.

Comercio libre y condiciones naturales de la transformación en periferia

En nuestra argumentación partiremos de la tesis de que en la se­gunda mitad del siglo XIX el libre comercio llega a ser el vehículo de transformación de la estructura económica en periferia de los centros industriales. Está claro que eso no significa que en cualquier circuns­tancia y en cualquier lugar del mundo el libre intercambio tenga este efecto. Pero lo tiene en las condiciones históricas de América Latina de la segunda mitad del siglo XIX y puede explicamos los rasgos princi­pales de esta periferia. Como vehículo de transformación en periferia, el libre comercio entrega la destrucción de las producciones tradicio­nales manufactureras a los centros industriales modernos, fuera de Amé­rica Latina. Esas producciones no se sustituyen por una industria au­tóctona sino por una industria orientada hacia el exterior. El libre inter­cambio logra este resultado porque hace efectiva la diferencia de rendi­miento entre la producción tradicional en América Latina y de los cen­tros desarrollados del mundo capitalista. Las industrias tradicionales no pueden subsistir ni tampoco pueden hacer surgir industrias nuevas. La condición de la industrialización habría consistido en este momento his­tórico en una protección aduanera afectiva para las nuevas industrias, lo que la política de libre comercio impidió. Otros elementos que pu­dieran compensar la diferencia de productividad no existían. Los costos de transporte de productos manufacturados en los centros llegaron a ser en esta etapa histórica lo suficientemente bajos como para impedir que se diera una protección adecuada de industrias nacientes. Por otro lado, faltaba la posibilidad de compensar la diferencia de productividad por una alta diferencia del nivel de subsistencia física de la masa obrera. Este último caso se daba más bien en otros continentes, como en la India, donde a pesar de la falta de protección aduanera pudo surgir,, a fines del siglo XIX, una determinada industria textil que podría haber sido el primer paso de la industrialización de la India. El elemento decisivo parece haber sido aquí la compensación de la diferencia de pro­ductividad por los bajísimos niveles de vida del obrero hindú. En este caso el comercio libre no servía como vehículo de transformación en periferia, pero la dependencia colonial permitió intervenir directamente para impedir la industrialización.

En América Latina el libre comercio era suficientemente capaz

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para impedir el surgimiento de una industria autóctona. Por lo tanto, la transformación en periferia se hacía posible en el marco de países formalmente soberanos y políticamente independientes. Este fenómeno es totalmente particular de América Latina y tiene pocos paralelos en otros continentes, donde más bien la dependencia colonial fue el vehícu­lo de su transformación en periferia. Esto último vale también para el caso de China, cuya independencia formal, a partir de la guerra del opio füe únicamente aparente, puesto que sólo disimulaba una dependencia netamente colonial en relación al conjunto de los centros industriales del mundo capitalista. La única excepción está representada por el caso de Rusia, que a pesar de su soberanía formal también fue llevada du­rante el período anterior a la primera guerra mundial, a transformarse en periferia de los centros industriales europeos.

Pero la transformación de América Latina en periferia tampoco puede ser explicada simplemente por su aceptación del libre comercio. Un comercio se puede ejercer solamente si hay bienes o servicios para comercializar. Si el comercio de exportación comprende bienes manu­facturados, un comercio de importación solamente es concebible si hay la posibilidad de exportar bienes no manufacturados, esto es, materia prima y productos agrícolas. La posibilidad de tales exportaciones define exactamente el límite de la importación de bienes manufacturados a lar­go plazo. La riqueza natural es, por lo tanto, la condición adicional para que el comercio libre pueda convertir una determinada región en peri­feria. Si esta condición está dada, el comercio libre obtiene dos. conse­cuencias: la transformación de la región en periferia y el impedimento dé la industrialización autóctona de tal región. Ambas consecuencias ya contienen el germen de un futuro desequilibrio de esta periferia y, por lo tanto, del subdesarrollo de estas regiones. El comercio libre obtendrá este resultado siempre y cuando los mercados de materia prima de los centros no sean suficientemente grandes para permitir en la periferia una productividad con pleno empleo y niveles comparables a los del centro.

Esta condición de la riqueza natural es extremadamente impor­tante. Demuestra que la existencia de periferias desequilibradas puede producirse solamente en regiones con dotación naturales muy ricas. Esto es lo contrario de lo que supone el sentido común. Un país solamente puede subdesarrollarse si tiene la suficiente riqueza natural para tal proceso. El sentido común se sorprende frente al hecho de que América Latina sea tan pobre a pesar de tener una riqueza natural tan grande. La verdad es al revés. América Latina es tan pobre justamente porque la riqueza natural de que dispone permitió su transformación en peri­feria desequilibrada y, por lo tanto, en región subdesarrollada. Eviden­temente, la riqueza natural no es la causa del subdesarrollo, pero es, sin duda, su condición necesaria. Sin materia prima ningún país se pue­

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de subdesarrollar. Lo que tampoco significa que la falta de materia pri­ma sea una causa del desarrollo. Una región sin materia prima tiene más bien una alta probabilidad de poder estabilizar sus producciones tradiciones. Como el mercado mundial, por supuesto no tiene interés en tales regiones, no se ocupa de penetrarlas mayormente y las deja vivir una vida marginal. Si bien en estos cásos se puede hablar también de subdesarrollo, el concepto del subdesarrollo deja de ser completamente idéntico al concepto válido para la periferia desequilibrada y define más bien regiones no desarrolladas.

La situación de las periferias desequilibradas presupone, por lo tanto, la existencia de centros industriales significativos en el mundo y de ventajas absolutas en la producción de materia prima por las regiones no céntricas. Estas condiciones se dan precisamente en la segunda mitad del siglo XIX, lo que explica la posibilidad de transformar la mayor parte del mundo en periferia desequilibrada. (Hay que insistir: se trata de la posibilidad del surgimiento de tales periferias y no de la causa de este surgimiento).

Pero cuando el proceso de transformación de la mayor parte del mundo en periferia avanza, la posibilidad de nuevas industrializaciones se restringe más y más en países sin riqueza natural propia. El último caso significativo de una industrialización capitalista tiene lugar en el Japón, país pobre en materia prima por excelencia, el cual quedó fuera del ámbito de interés de los centros industriales capitalistas durante el siglo XIX. En todos los otros países los nuevos intentos de indus­trialización se frustraron y el eje del tiempo de esta frustración parece encontrarse alrededor de las postrimerías del siglo XIX- Esto lo atesti­guan los fracasos de Balmaceda en Chile, casos análogos en Argentina, Brasil, la India y los resultados de las reformas de Stolypin en Rusia. En todos los casos, las luchas sociales paralelas a la frustración de las revoluciones burguesas intentadas por estos reformistas, son ganadas por las clases tradicionalistas, representantes de la producción de ma­teria prima en sus respectivos países. Solamente en el caso del Japón ocurre lo contrario. Allí las clases tradicionalistas no pueden integrarse al mercado capitalista mundial mediante la venta de materia prima, lo cual tiene como resultado su necesidad de buscar la integración a través de la industrialización. No existiendo una posibilidad de integración peri­férica el aislamiento tradicionalista no puede ser roto sino mediante la industrialización del país. Resulta, por lo tanto, una cierta coincidencia entre los intereses de la oligarquía y los intereses del país entero.

La estructura económica de la periferia ’

La estructura económica que resulta de la transformación en pe­riferia es triangular. Los tres polos de este triángulo se podrían definir de la siguiente manera : un primer polo, del cual parte todo el proceso

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de la transformación, está constituido por la producción de materias primas en función de las necesidades de los centros industriales. Puede tratarse de producciones mineras o agrícolas. Un segundo polo lo cons­tituye el capital comercial tanto de exportación de las materias primas como de importación de bienes manufacturados desde los centros. Este polo va unido a la organización bancaria y financiera de la comerciali­zación y a ciertas producciones determinadas en pequeña escala. El ter­cer polo lo constituye la producción agrícola para el mercado interno. El prim er polo, es decir la producción de materia prima, determina el límite dé la importación posible de bienes manufacturados. El segundo polo, correspondiente al capital comercial, distribuye los bienes manu­facturados sobre el conjunto de la estructura económica. El tercer y último póló determina el límite de abastecimiento con productos agríco­las —abstrayendo por el momento la posibilidad de importación de productos agrícolas— del mercado interno, lo que da a la vez la pauta de la participación de este tercer polo en las importaciones de bienes manufacturados.

Esta estructura triangular de la economía es típica de todas las periferias y en los distintos casos se da en diferentes formas. A fines del siglo XIX se ha implantado en la mayoría de los países del mundo que tienen la suficiente riqueza natural y que no pudieron pasar una etapa de industrialización en la segunda mitad de dicho siglo.

Ld estructura de clases en las periferias

Pero el análisis de esta estructura económica producida durante el siglo XIX todavía no nos permite una comprensión de las causas de dicho proceso. Toda la transformación de las sociedades tradicionales en periferias desequilibradas es resultado de una serie de decisiones que hacen posible el desarrollo de la estructura económica en la línea indi­cada. Hacer este análisis de las causas es relativamente fácil en el caso de las colonias. Estas no tienen participación en las decisiones, que se toman unilateralmente por parte del centro dominante. Esa es la razón por la cual el análisis de la dependencia colonial no aporta mucho al conocimiento de las causas profundas de la aceptación de dependencia por parte de las periferias.

El caso de América Latina es esencialmente distinto. Ahí las deci­siones se toman a través de una serie de luchas sociales internas, en las cuales, sin excepción, salen ganando los grupos que tienden a llevar la estructura económica hacia una estructura periférica. Todo ello tiene lugar en un ambiente de soberanía nacional formal, es decir, en una situación tal que —con excepción de América Central— decisiones con­trarias a esta transformación siempre habrían sido posibles, debido a que la presencia del poder extranjero en ningún momento fue suficiente-

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mente grande como para haber impedido por una intervención directa, el surgimiento de una burguesía nacional. Las propias luchas sociales internas transforman estos países en dependientes, siendo la presencia extranjera únicamente el elemento adicional, que influye en la inclinación de la balanza.

Estas luchas sociales que acompañan la transformación de la es­tructura económica son luchas que corresponde a los elementos princi­pales de la estructura económica. Si bien con posterioridad hace falta ampliar este concepto de clases, en el momento nos puede servir para analizar las decisiones principales que se tomaron en la segunda mitad del siglo XIX y que determinaron la estructura económica periférica.

La base de esta estructura de clase está constituida por el esquema triangular de la estructura económica anteriormente descrito. La clase dominante y la clase dominada se subdividen según los tres polos de tal estructura: La clase productora de materia prima, la clase capitalista comercial y la clase terrateniente con sus correspondientes facciones de _ clase dominadas. A partir de estos elementos se puede establecer toda una combinación de las estructuras de clases posibles. En esta combi­nación habría que tomar en cuenta los siguientes factores para cada polo del triángulo de la estructura económica:

1.— La producción de materia prima: esta puede ser de propie­dad extranjera o de propiedad nacional. Como producen para el Aerea­do externo estas empresas necesariamente trabajan con relaciones capi­talistas de producción hacia afuera. Pero en el interior de estas empre­sas otra vez hay distintas posibilidades. Pueden regir relaciones cápita- listas internas, en cuyo caso se produce a la vez un clase obrera en el sentido moderno (relación de asalariados). Pero también pueden traba­ja r con relaciones internas de producción de tipo más bien precapi- talista, es decir, semifeudales o esclavistas.

2.—: El capital comercial: Puede ser capital comercial de impor­tación, de propiedad extranjera o nacional. Siempre tiene relaciones de producción de tipo capitalista hacia afuera de las empresas y en el in­terior de las empresas. Le corresponde por lo tanto siempre determinar la existencia de clase de asalariados en la clase dominada.

3.—‘ La producción agrícola para el mercado interno: Puede ser latifundista o minifundista, de propiedad extranjera o nacional. La clase dominada correspondiente puede estar sometida a un régimen semifeu- dal, esclavista o de trabajo libre. Solamente en este polo del triángulo se da la posibilidad de entidades económicas autosuficientes; en este caso no hay relaciones capitalistas de producción ni hacia afuera de la entidad productiva ni en su interior.

Del conjunto de estos factores —cuya lista no es completa— Se forma la combinación determinada que especifica la estructura de cla­ses de los países dependientes. Como la combinación de los distintos

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factores no es arbitraria, se puede señalar las combinaciones probables de la estructura de clases de la periferia. El punto de partida de estas combinaciones probables es la forma que toma el polo de la producción de materia prima. Si esta producción es de tipo minero tendrá una alta concentración en el espacio con un uso limitado de mano de obra en relación a la mano de obra total de la sociedad. Tiende a establecer re­laciones capitalistas de producción en el interior de las empresas y pro­duce, por lo tanto, una clase obrera asalariada. Por su tendencia a altas inversiones de capital y a las aplicaciones tecnológicas, es probablemente de propiedad extranjera. A la vez, tiende a efectuar la comercialización de la materia prima producida bajo la propia responsabilidad del pro­ductor. El capital comercial de exportación será, por lo tanto, también capital extranjero y tenderá a no distinguirse de la misma empresa pro­ductora de la materia prima. En este caso, el capital nacional se limita a la comercialización de las importaciones y es, por consiguiente, rela­tivamente débil. La producción agrícola para el mercado interno se con­figura con relaciones de producción del tipo precapitalista. La clase do­minante: es semifeudal y de tipo latifundista y la clase dominada repre­senta las diversas formas correspondientes, desde el inquilinaje, y el minifundismo hasta la propiedad campesina comunal. En este caso ten­dremos, por lo tanto, una clase dominante que tiene su polo más pode­roso en una facción de propiedad extranjera, con un capital comercial muy débil y una clase tradicionalista de propiedad sobre la tierra rela­tivamente fuerte. En una situación tal, el Estado necesariamente canaliza la parte del valor correspondiente a la exportación de materia prima que queda en el país y las facciones políticas se disputan este excedente del cual dispone el Estado. El poder político, en cambio, tiende a ser in­tervencionista y todos los grupos políticos tratan de buscar una inter­vención en su favor.

Haciendo el mismo racionamiento, se puede llegar a un tipo de economía que parte más bien de una producción de materia prima de alta capacidad de expansión en el espacio y de mucho requerimiento de mano de obra. A este tipo corresponde la producción mediante plan­taciones. Si bien hay una alta probabilidad de que estas plantaciones sean de propiedad extranjeras, lo son menos frecuentemente que las producciones mineras: Además, a diferencia de las producciones mineras, la plantación tiende a desarrollar relaciones capitalistas de producción solamente en los mercados externos, mientras que en su interior con­serva relaciones semifeudales o relaciones semi-esclavistas. Este tipo de plantación margina el poder terrateniente que abastece los mercados internos de productos agrícolas. El capital comercial de exportación naturalmente estará en manos extranjeras si la misma plantación lo es; será nacional en el caso de que la plantación sea de propiedad nacional. El capital comercial de importación por el contrario, tiende a ser gene-

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raímente un capital comercial nacional. A diferencia del tipo de produc­ción minera, la producción en las plantaciones, por su intensiva demanda de mano de obra, se transforma necesariamente en un poder político en el interior del país. El enclave minero es marginal para la vida interna del país. Se suele dar por satisfecho si tiene las garantías suficientes para la propiedad privada extranjera y si se ha fijado la parte del excedente que paga al país del cual extrae el producto minero. La plantación, en cambio, no forma un enclave en el mismo sentido, sino que tiende a dominar zonas y países enteros en su vida cotidiana. Los gobiernos res­pectivos, por consiguiente, tendrán una flexibilidad política mucho me­nor en este caso que en el del enclave minero.

Otro tipo de combinación podría constituirse a partir del supuesto de que la materia prima se produce en los mismos latifundios tradicio­nales que a la vez abastecen el mercado interno con productos agrícolas. En este caso la producción de materia prima será preferentemente de propiedad nacional y también todo el capital comercial puede serlo, aun­que no necesariamente. La flexibilidad política del gobierno será más grande que en el caso de la plantación porque hay una multiplicidad muy grande de productores de materia prima. Además la comercializa­ción, en estas circunstancias, tiende a crear centros urbanos más signi­ficativos que en el caso de la plantación. La situación de clase será de relaciones semifeudales en el interior de las entidades de producción de materia prima; y habrá un surgimiento de clases asalariadas en los centros urbanos respondiendo a las necesidades del capital comercial. Se da entonces el caso en que el excedente que queda en el país será relativamente más grande, permitiendo una mayor flexibilidad del go­bierno.

Una combinación de este tipo, por consiguiente, permite fijar las categorías de un análisis de la estructura de clase, si se define las clases por su relación con el dominio sobre medios de producción. Los distin­tos tipos se constituyen a partir de la necesidad de comprender en tanto qué categorías determinan situaciones de clase en determinados países. De esta manera, el primer tipo que mencionamos puede servir para un análisis de países como Chile o Venezuela, el segundo tipo para países como la mayor parte de los que forman América Central, Ecuador y de­terminadas regiones de Perú y Brasil. El tercer tipo se acercaría más bien a la situación de países como Argentina y Uruguay. Pero todos estos ti­pos remiten siempre al modelo triangular de la estructura económica mencionado con anterioridad y reflejan en el plano de la estructura de clase de una manera parecida al análisis de Cardoso y Faletto12.

Pero estos tipos derivados de una combinatoria basada en el es­quema triangular de una estructura económica periférica sólo nos pue­den indicar el hecho de que a ésta corresponde necesariamente una es­

12 Cardoso/Faletto: Dependencia y desarrollo en América Latina. México 1969.

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fractura de clases que reproduce las condiciones de la periferia. No nos indican realmente las razones por las cuales las luchas de clases con­dujeron a una estructura económica y social periférica. Demuestran que que la situación de dependencia de la periferia está presente tanto en la estructura de clases como en la estructura económica, pero de ningu­na manera nos indican las razones que llevaron a determinada sociedad a aceptar su situación periférica, a pesar de conocer los efectos negativos de la periferia desequilibrada o sociedad subdesarrollada. La misma estructura de clases tal cual es no puede explicar este hecho. Es ya el producto de la aceptación del subdesarrollo y por lo tanto no su causa sino su consecuencia. Si no se considera esto se está explicando la po­breza por la pobreza.

Las causas de la transformación en periferia

En un análisis de las causas hace falta ir más allá de la simple com­binación para encontrar la lógica de intereses que guió el surgimiento de tal estructura de clases dada. Esta lógica de los intereses no es total­mente obvia y no está al alcance de una simple mirada superficial de toda la diversidad de las causas históricas. La diversidad de las causas históricas en el fondo es infinita. Nos remite al regreso al infinito y siem­pre nos permite destácar una de las múltiples causas para declararla la causa principal. Se ha mencionado muchas causas determinadas de este modo. Por ejemplo, se puede mencionar toda la tradición colonial del continente latinoamericano que lo habría hecho aceptar su nueva de­pendencia durante el siglo XIX por falta de una tradición de indepen­dencia. Otra explicación se justificaría en el hecho de una tradición cul­tural muy poco propicia al surgimiento de la racionalidad capitalista móderna. Además otras interpretaciones destacarían la particularidad de que nunca se ha producido ima cultura latinoamericana homogénea, sinó más bien sobreposiciones de diversas culturas que nunca lograron formar una sola unidad. A la cultura precolombiana se sobrepuso una cultura ibérica católica en la cual a SU vez Se sobrepuso Una cultura li­beral anticlerical y todas ellas continúan existiendo yuxtapuestas hásta nuestros días.

En todos estos análisis hay un inconveniente que hace falta des­tacar: pueden explicar las razones de una crisis del desarrollo y las dificultades especiales para Superarla, pero no sirven para explicar la prolongación continua de esta crisis. Tiene lugar un choque cultural en­tre la nueva cultura capitalista y la cultura tradicional de las sociedades precapitalisías que explica las crisis específicas en estos países. Pero el reconocimiento de este choque cultural no explica el hecho de que la crisis no se solucione. Eso vale sobre todo en el caso en que hay una toma de conciencia de la existencia de esta crisis y una suficiente independen­

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cia para actuar según criterios propios en contra de los intereses de los centros dominantes del mundo capitalista. En tal situación» la misma tradición cultural jamás puede explicar por qué no se rompe con esta tradición. En este caso, el pasado no explica por qué el presente no rompe con el pasado.

El problema de la causalidad áhora se presenta bajo otros térmi­nos. Hay que explicar por qué la crisis de la conciencia tradicional no llevó a una conciencia moderna y por qué los muertos mandan aun cuan­do el presente sabe que han muerto. Habrá que analizar ahora qué po­deres y qué intereses se oponen a la solución de esta crisis y con qué medidas sustentan la prolongación continua de la crisis. Si hay concien­cia de la existencia de la crisis, existen también las condiciones para enfrentarla. Pero si existen condiciones para enfrentarla, debe haber grupos de intereses que se oponen a la solución de la crisis.

Esto nos permite preguntar por qué las. clases dominantes de Amé­rica Latina lograron, durante el siglo XIX la imposición de una estruc­tura de clases tal que mediante ella la crisis se ha prolongado hasta al­canzar su climax. Se trata entonces de saber cómo lograron este fin y no qué motivaciones subjetivas las movieron. La diferencia de estás cues­tiones es obvia. En la primera se pregunta por las condiciones que hi­cieron factible la solución impuesta y la segunda hay una referencia a los vehículos motivacionales mediante los cuales se realizó la imposición. La primera se interesa por el condicionamiento histórico de las estruc­turas de la sociedad y la segunda menciona las formas históricas de motivar y pensar las alternativas surgidas.

Las condiciones que posibilitaron la formación de la estructura periférica de América Latina en la segunda mitad del siglo XIX están dadas por la configuración del sistema capitalista mundial en ese mo­mento histórico. El mercado capitalista mundial está constituyéndose y el desarrollo industrial de los países céntricos se hace presente en el mundo entero. Exige la integración en este mercado mundial de todos los países e impone relaciones capitalistas de producción eh todo el mun- do en el grado necesario para que se efectúe tal integración. E n este período terminan los intentos significativos de conservación consciente de la sociedad tradicional y todas las sociedades todavía no desarrolla­das se someten a las necesidades de la integración én el mercado capita­lista mundial. Pero todas estas sociedades son sociedades de clase y, por consiguiente, su integración en el mercado mundial significa más bien la integración de sus clases dominantes existentes o por surgir. Como las clases dominadas aun juegan un papel esencialmente pasivo, las decisiones que se toman responden casi exclusivamente a los intere­ses de las clases dominantes, tanto en el plano nacional como interna­cional. En el plano internacional se trata de los intereses de las clases dominantes de los centros por el acceso a las materias primas, y para

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las clases dominantes nacionales de las periferias nacientes se trata de la integración en el proceso de desarrollo de los centros. Pero esta inte­gración se logra más fácilmente por la transformación de los países res­pectivos en periferias. Todo lo que el desarrollo industrial puede ofrecer a las clases dominantes de estos países, puede ser conseguido por ellas a través de la venta de materia prima y de la compra de bienes manu­facturados de los centros. Estas clases no tienen ningún interés material en concreto para resistirse a la transformación de sus países en periferia.

La situación de intereses entre centro y periferia es por lo tanto totalmente complementaria. Las clases dominantes de la periferia se in­tegran perfectamente al proceso de desarrollo industrial, evitando cons­tituirse como burguesía nacional y no efectuando una revolución na­cional burguesa, mientras los intereses de los centros industriales están perfectamente satisfechos por la transformación de las relaciones de producción en relaciones capitalistas, en función de su posibilidad de acceso a las materias primas de la periferia. La misma dinámicá de los centros tiende a reforzar la limitación de nuevas revoluciones burguesas y las clases dominantes de la periferia no sufren ningún daño por esta limitación sino al contrario, consiguen su integración en el desarrollo industrial por el menor esfuerzo. Se da una especie de inversión de la lógica del sistema capitalista y de sus principios de racionalidad. En los centros, la integración al desarrollo industrial significa y sigue signi­ficando un empeño de la clase dominante en favor del desarrollo. Tiene que desarrollar más sus países para tener mayor participación en los frutos del desarrollo. Por lo tanto, sigue vigente la coincidencia entre los criterios capitalistas de la racionalidad económica y la expansión económica. Maximizar ganancias y minimizar los esfuerzos sigue signi­ficando aumentar el desarrollo. En las nuevas periferias sucede ahora lo contrario. Dejarse guiar por la ganancia inmediata y por un concepto de integración al desarrollo con menor esfuerzo significa aceptar la si­tuación de periferia. Desde el punto de vista de las clases dominantes en el poder el esfuerzo en favor de un desarrollo autóctono no tiene ningún sentido. Pero la diferencia reside en el hecho de que el camino de esta integración de las clases dominantes periféricas al desarrolló in­dustrial de los centros solamente es viable para las clases dominantes mismas y no tiene ninguna perspectiva en el sentido de una integración de las sociedades periféricas enteráis al desarrollo industrial.

En el interior de los países periféricos se da, por lo tanto, una coincidencia que caracteriza toda la transformación de estas sociedades en periferias desequilibradas. La situación histórica es tal: un criterio capitalista de racionalidad orienta hacia la transformación de los países en periferia y estimula la sobrevivencia de relaciones de producción tra­dicionales subordinadas a las relaciones de producción capitalistas que dominan el mercado capitalista mundial. La racionalidad capitalista de

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por sí ya no se opone a la sobrevivencia de los elementos tradicionalistas de la sociedad. Al contrario, tiende a fomentarlos. Esta situación tiende a coincidir a la vez con la existencia de masas populares pasivas.

Nos parece que esta situación de intereses condiciona la posibili­dad de transformación de los países políticamente soberanos de América Latina en periferias desequilibradas. Sin duda, existían también intere­ses opuestos, que empujaron hacia una revolución nacional burguesa. Pero, sin excepción, estos intereses opuestos perdieron fuerza durante la segunda mitad del siglo XIX y las altas ventajas de la transformación en periferia para un grupo reducido, superaron todos los escollos repre­sentados por la burguesía nacional incipiente. La victoria de los grupos tradicionalistas atestigua solamente la nueva irracionalidad de la estruc­tura capitalista, aplicando el propio criterio capitalista a los intereses de las clases dominantes de América Latina, estas clases renuncian a la transformación radical de sus relaciones de producción en relaciones de tipo capitalistas. Lo importante es comprender que esta renuncia co­incide con lo que exige en tal situación histórica la aplicación del cri­terio de racionalidad capitalista.

Solamente sobre la base de estas condiciones generales se explica el hecho de que las relaciones tradicionales de producción puedan so­brevivir. No sobreviven oponiéndose a las relaciones capitalistas de pro­ducción, sino, al contrario, sobreviven porque las relaciones capitalistas de producción orientan los intereses de una manera tal, que los elementos tradicionales de las sociedades periféricas puedan sobrevivir. Lo que po­demos constatar es solamente que las clases dominantes de América Latina se avinieron a esta lógica de las propias relaciones capitalistas de producción. Está lógica les ofreció la dependencia como alternativa más provechosa de integración en el mercado capitalista mundial y su orgullo tradicionalista no les impidió en lo más mínimo someterse sobe­ranamente a esta dependencia ofrecida tan generosamente. Su orgullo tradicionalista fue reservado más bien para sus relaciones con las clases dominadas y para expresar rencores nacionalistas dentro de ellas mismas.

A nuestro entender, no hay manera de comprender las luchas so­ciales del siglo XIX y la subsiguiente transformación de la estructura económica en estructura periférica, sin esta situación dé intereses. Pero, si bien esta situación de intereses es condición necesaria de la transfor­mación de América Latina en periferia, de ningún modo es razón sufi­ciente. Si bien hay mucha probabilidad de que una clase dominanté se decida en favor de la alternativa de evolución económica más provecho­sa, no existe para ello ninguna necesidad mecánica. Por lo menos ima­ginariamente se puede concebir la posibilidad de una decisión contraria a sus intereses inmediatos en favor de una revolución nacional burguesa independiente. Sin duda que es difícil encontrar un ejemplo para esta posibilidad teórica. Como ya vimos, el caso tan citado del Japón no sirve

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para demostrarla. La clase dominante japonesa nunca tuvo la alterna­tiva de una integración periférica en el desarrollo industrial de los cen­tros por falta de una riqueza natural suficiente para sustentar tal pro­ceso. La situación de intereses del Japón es, por lo tanto, totalmente distinta a la situación de América Latina. Pero, si bien no se puede citar ejemplos de una revolución nacional burguesa contraria a la transfor­mación en periferia, sigue en pie la pregunta de por qué estas clases do­minantes no fueron capaces de sobreponerse a sus intereses inmediatos en favor de una independencia nacional o continental a un plazo más largo.

Intereses de clases y situación histórica

Éste problema nos lleva a reflexionar sobre una limitación más bien general de la visión que tenía el siglo XIX del proceso del desa­rrollo y que volveremos a encontrar igualmente en las ideologías socio­económicas de todas las corrientes políticas del siglo XIX, desde las corrientes liberales hasta las corrientes marxistas y hasta en el interior de la propia teoría del imperialismo. Para estas clases dominantes sen­cillamente no existía una alternativa histórica entre dependencia e inde­pendencia o entre desarrollo y subdesarrollo. No se les ocurrió interpre­tar la postergación de la industrialización y la transformación en peri­feria como una determinación que comprometía el futuro de sus países a largo plazo. Para toda la conciencia del siglo XIX la transformación en periferia es el primer paso hacia el desarrollo, el cual habrían de se­guir paulatinamente los pasos de la industrialización. No se concibe la posibilidad de que el resultado de la transformación en periferia será el subdesarrollo a largo plazo.

Tomando en cuenta este hecho, la transformación en periferia parece una necesidad fatal de las sociedades que se integran al mercado capitalista mundial durante la segunda mitad del siglo XIX, con la única condición de que necesitan tener la suficiente riqueza natural para cons­tituirse como periferia. Estos países son atrasados y experimentan su atraso en el encuentro con el mercado mundial e intepretan su posibili­dad de desarrollo a partir de su transformación en periferia como el primer paso de su desarrollo. En una situación histórica general de éste tipo parece prácticamente inevitable la aceptación de transformarse en periferia y la aceptación de intereses inmediatos por parte de los países interesados. Por lo tanto, la posibilidad abstracta de una actuación en contra de estos intereses inmediatos, es decir, prever que la transforma­ción en periféria significaría futuro subdesarrollo, fue prácticamente ine­xistente o por lo menos altamente improbable.

El verdadero significado de la transformación en periferia se re­vela reciéiL en el siglo XX, cuando estas sociedades sienten la necesidad

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de su industrialización y descubren que la situación histórica otra vez ha cambiado y que ahora las condiciones para emprenderla son totalmen­te distintas de lo que fueron incluso en el siglo XIX. Se había interpre­tado la transformación en periferia como el primer paso del desarrollo, pero en el siglo XX se revela que fue el primer paso hacia el subdesa­rrollo. Lo que fue atraso en el siglo XIX se transforma en subdesarrollo definitivo en el siglo XX y llega a deformar en sus raíces los futuros, proyectos capitalistas de desarrollo.

En todo este proceso se hace evidente que el desarrollo futuro tiene que ser un desarrollo basado en la industrialización autóctona de estos países. La situación de la periferia desequilibrada sale ahora a luz. En el siglo XIX esto aún no sucede porque las masas populares siguen todavía fuertemente arraigadas en las estructuras tradicionales i Pero ahora crecen las clases obreras y clases medias, resultados de las rela­ciones capitalistas de producción en lo que respecta a la materia prima y de las actividades vinculadas al capital comercial, y el desequilibrio de la periferia se revela en toda su magnitud. Estas nuevas masas popu­lares tienden a crecer con la migración desde los sectores más tradicio­nales y forman ahora un ejército de reserva que amenaza la estabilidad del país periférico. De ahora en adelante las propias clases dominantes comienzan a sentir la necesidad de la industrialización. Pero las nuevas condiciones históricas de la industrialización las hacen impotentes y co­mienza ahora el período de las luchas sociales abiertas entre clases do­minadas que dan lugar a los proyectos populistas de industrialización, cuyo intento consiste en recuperar las oportunidades perdidas en la se­gunda mitad del siglo XIX.

Para comprender bien este proceso hace falta analizar más a fon­do la nueva situación histórica y la transformación de las condiciones de la industrialización en el siglo XX, que explican por qué fracasan estos proyectos capitalistas de industrialización en los países de América La­tina, enfrentándonos con las alternativas históricas que hoy en día se presentan. Pero, antes de entrar en esta discusión, puede sernos útil intentar un breve análisis de la teoría marxista del imperialismo, que surge precisamente en el momento que el mercado mundial capitalista se ha establecido definitivamente, logrando la polarización definitiva del mundo entero en centros y periferias.

VI. La revolución de las condiciones de la industrialización en el siglo X X

La teoría clásica del imperialismo

La teoría clásica del imperialismo surge a fines del siglo XIX y trasciende el pensamiento marxista durante las primeras décadas del siglo XX. Sus principales autores son Hobson, Bucharin, Rosa Luxem-

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burg, Hilferding, Lenin, etc. Sí bien todos estos autores tienen visiones propias, se puede constatar una cierta^ base común cuyo análisis nos puede demostrar tanto los méritos como las limitaciones de sus teorías.

El primer rasgo común notable de todos estos autores es su exa­men del sistema capitalista desde el punto de vista del centro desarro­llado. Se trata de autores que viven la fuerza expansiva del capitalismo en los centros, viven las crisis económicas de los centros y se dan cuenta de la vinculación que estos fenómenos tienen con la periferia dependien­te y explotada por los centros. Ellos sitúan sus teorías en este contexto. La necesidad de mercados en la periferia, la necesidad de inversiones de capital, etc., llegan a ser elementos claves de teorías que pretenden más bien entender la problemática del propio mundo capitalista desa­rrollado.

Todas estas teorías dan muy poca importancia al análisis de lo que ocurre en el propio mundo dependiente. La nueva estructura eco­nómica periférica no llega á constituir un elemento principal de tales teorías. El concepto de la relación entre centro y periferia parte más bien de uh análisis del efecto de explotación, observando a partir de la dependencia colonial. Si bien rio puede haber duda sobre la existencia de tal explotación, la limitación del análisis impide ver la creación de las nuevas estructuras periféricas con una perspectiva que determina el futuro estancamiento y subdesarrollo de estos países. La teoría clásica del imperialismo no puede percibir estos fenómenos, y ello determina hasta hoy, en cierto grado el carácter de todos los análisis marxistas de la problemática del subdesarrollo. Existe hasta hoy una fuerte resisten­cia a hablar del subdesarrollo y a considerar el subdesarrollo como un problema especificó. Eso llega hasta los extremos de negar carácter cien­tífico al concepto del subdesarrollo, denunciándolo como un concepto más bien ideológico.

El examen de la relación centro-periferia a partir del efecto de explotación tiene una concecuencia importante en cuanto a la concep- tualización del sistema capitalista entero.

Podríamos hablar de un concepto del sistema capitalista mundial como una totalidad homogénea, entendiendo por homogeneidad la inter­pretación de este sistema a partir de una sola contradicción principál, que será la contradicción de clases, sin admitir polarizaciones de otra índole. Por lo tanto, el sistema capitalista se percibe a sí mismo como una gran unidad homogénea. Dentro de esta unidad ciertamente se reco­noce desniveles de desarrollo, pero se da a estos desniveles una impor­tancia muy relativa, de significado puramente cuantitativo; Para deno­minarlos se usa la categoría del atraso. Los países menos desarrollados son interpretados como países atrasados en el sentido de que pasan to­davía por etapas que las sociedades más desarrolladas ya superaron y que a su vez irán superando. Pero el hecho de qué existan países más

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desarrollados en la teoría marxista rio define, la especificidad del proble­ma del desarrollo en los países atrasados. El propio" Marx ya expresa esta concepción en un prólogo a El Capital, cuando dice qué los países atrasados tienen la imagen de su propio futuro en los países más adelan­tados. La problemática de esta concepción del atraso ya fue considerada anteriormente, en la Introducción en este estudio. Pero esta problemática puede ser ahora ampliada considerando lá propia revolución socialista mundial.

En la teoría clásica del imperialismo el atraso es también un punto de referencia para determinar el lugar estratégico de la revolución socialista mundial en los centros desarrollados del mundo capitalista. Cuanto más desarrollado es un país, tanto más preparado está para la revolución socialista. Por consiguiente, hasta en la propia concepción de la revolución mundial sigue reflejándose el carácter centrista de ésta teoría. Dado su atraso, estos países ni siquiera aspiran a la revolución socialista; sólo pueden estimarse como acoplados a procesos de los cen­tros, que dan las pautas de su propia acción. Dé hecho, no se les concede a estos últimos un papel propio en la historia. Se trata dé la concepción de una dialéctica histórica curiosa, que avanza únicamente por su lado positivo.

Todas estas deficiencias mencionadas culminan y se hacen visibles en ausencia de una distinción clave, necesaria para el análisis de la diná­mica del sistema capitalista mundial. Se trata de la distinción entre la dinámica expansiva de los centros desarrollados y la dinámica indus- trializadora hacia la periferia. O, en otras palabras, entre la dinámica continuada y acumulativa de los centros industrializados del sistema capitalista establecido, y la posibilidad del sistema capitalista de servir como guía de industrialización de nuevas regiones todavía no industria­lizadas. En último término, la ausencia de esta distinción atestigua un concepto homogéneo del sistema capitalista mundial.

En este punto precisamente se hace más evidente la vinculación de la teoría clásica del imperialismo con la conciencia histórica del siglo XIX. Comparte una estructura de interpretación del sistema capitalista que es esencialmente idéntica a estructuras conceptuales de teorías bur­guesas de este siglo. En general, para la conciencia histórica del siglo XIX, la sociedad capitalista es fundamentalmente desarrollista e indus- trializadora. En el capítulo anterior ya mencionamos este hecho en re­lación a las teorías burguesas de la dinámica del sistema capitalista. Esas teorías interpretan la transformación en periferia que tiene lugar en la segunda mitad del siglo XIX como el primer paso hacia la industriali­zación. En la teoría clásica del imperialismo podemos constatar una apreciación esencialmente similar. Los países atrasados sé convierten en periferia como dando un paso hacia su integración en el sistema mun­dial, al cual seguiré automáticamente el paso de la industrialización. No

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hay-duda de que sigue vigente la idea de Marx de que el sistema capita­lista es por excelencia la sociedad del desarrollo. El capitalismo tiene esta función histórica y el socialismo le sigue como etapa posterior por­qué el sistema capitalista no es capaz de dominar las fuerzas productivas desencadenadas por él. En esta visión, la sociedad socialista es la socie­dad de la madurez del desarrollo, mientras que la sociedad capitalista es intrínsicamente industrializadora y tiene su razón histórica de ser en el cumplimiento de ésta su función. La ortodoxia marxista todavía man­tiene restos de esta convicción original, cuando cree que la revolución socialista es legítima solamente después de haber tenido lugar la revo­lución burguesa.

De esta manera, la teoría clásica del imperialismo establece una vinculación estrecha entre dinámica del sistema en los centros desarro­llados y en la periferia. En el fondo, la dinámica del sistema capitalista mundial es una sola: avanzando el centro, la periferia avanza. Aparen­temente, la realidad del desarrollo del sistema capitalista mundial du­rante el siglo XIX, da razón a esta concepción. Durante el siglo XIX, una industrialización capitalista sucede a la otra. A la industrialización inglesa sigue la industralización de Francia, Alemania, EE. UU., Japón, etc. Hay una dinámica en los centros y a la vez existe una dinámica ex­pansiva que provoca siempre más industrializaciones de regiones nuevas. Aparentemente, por lo tanto, no hay razón alguna en dudar del carácter homogéneo del sistema capitalista mundial, y así la categoría del atraso parece ser suficiente para entender la historia económica del siglo XIX-

La renuncia de la teoría clásica del imperialismo a un análisis profundizado de la estructura económica periférica,, a la vez la hace in­terpretar la dependencia a partir de un tipo ideal que se forma en el análisis de la dependencia colonial. A ésta teoría no le preocupa mayor­mente el problema de la libre aceptación de estructuras periféricas de­pendientes por parte de los países soberanos de la periferia. Escoge más bien como caso típico el de la dependencia colonial. En este caso se pue­de demostrar una dominación abierta y directa y una explotación muy visible que puede ser interpretada como un cobro de tributos. Usando este-tipo ideal de la dependencia colonial, se puede interpretar los im­pedimentos de la industrialización durante el siglo XIX como acciones conscientes y: arbitrarias de los centros sobre las periferias. El impedi­mento típico: será la prohibición premeditada de ciertas industrias en las colonias, por miedo de perder los mercados correspondientes para la-industria del centro. En esta línea, se da mucha importancia a un ejemplo como el de la prohibición del desarrollo de una industria textil propia en la India, que fue una medida aplicada por los ingleses a fines del siglo XIX, para impedir una compétencia en este campo. La teoría clásica del imperialismo no tiene duda alguna de que se trata de barreras artificiales de la industrialización. No percibe el hecho de que en esta

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misma época histórica otros países soberanos aceptan espontáneamente tales impedimentos de su industrialización, y que, por lo tanto, el fenó­meno va más allá de lo que puede explicar un tipo de dependencia colo­nialista. Sin embargo, la teoría clásica trata a todos estos otros casos como semi-colonias, insistiendo de esta manera en la validez del concepto de colonización como concepto central de la interpretación del impe­rialismo.

De ello resultan algunas tesis importantes que aún hoy, en la co­rriente marxista, tienen cierta influencia. Por una parte se trata de la tesis de que el derrocamiento de la dominación colonial da paso libre a la revolución burguesa y, por lo tanto, a la industrialización autóctona de los países dependientes. Sin dependencia colonial la burguesía sería esencialmente nacional y desarrollaría, en términos capitalistas, sus países respectivos. La otra tesis dice que, a pesar de determinados im­pedimentos arbitrarios de la industrialización, tiene lugar un desarrollo de las zonas dependientes en provecho de los centros desarrollados. Se destaca en especial la exportación de capital hacia las periferias durante la segunda mitad del siglo XIX, suponiendo que esta exportación define a la vez los primeros pasos de la industrialización de tales países en pro­vecho de los centros desarrollados del mundo capitalista. No se da im­portancia alguna al hecho de que en todo este período la exportación de capital tiene como objeto únicamente desarrollar producciones de materias primas para los centros, y que, por lo tanto, financia la trans­formación de estos países en periferia de los centros.

Esta visión del efecto desarrollista de la exportación de capitales es presentada por el capitalismo burgués en imágenes fantásticas del mundo desarrollado del futuro. Encuentra su expresión extrema en la imaginación de un mundo que se industrializa sobre la base de los ca­pitales del centro, permitiendo al centro convertirse en un gigantesco pensionado que vive de las rentas recibidas por sus capitales invertidos en la periferia industrializada. Por supuesto, la teoría clásica del impe­rialismo no comparte estas imaginaciones. Sin embargo, su forma de criticar estas imaginaciones es reveladora. Las critica con el argumento de que tal industrialización llevaría automáticamente a una redifinición de la situación de poder real que provocaría la revolución nacional de estos nuevos centros industrializados en contra de los centros anteriores. No percibe, por lo tanto, el hecho de que la propia fuerza industrializa- dora del sistema capitalista autóctono de las periferias está llegando a su fin.

Pero hace falta aún especificar un poco más este concepto homo­géneo del sistema capitalista en la teoría clásica del imperialismo. Hay algunos autores que tienen una concepción esencialmente pesimista en cuanto a la posibilidad expansiva del sistema capitalista mundial. Se trata en especial de Bucharin y Lenin.

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Algunas tesis de LeninEn este contexto será interesante comentar dos tesis de Lenin

que señalan una apertura hacia los problemas propios de la periferia y que precisamente por este hecho demuestran a la vez las limitaciones de la teoría clásica del imperialismo. La apertura específica de Lenin hacia los problemas de la periferia es comprensible. Como ruso, él ha vivido estos problemas y no puede dejar de reflexionar en ellos. Pero, por otro lado, se hace notar el impacto de toda una tradición en la forma de pensar, de la cual incluso él mismo no puede todavía desprenderse.

Se trata, en primer lugar, de su tesis del pudrimiento del capita­lismo en su etapa monopólica. Ya en su libro sobre el capitalismo en Rusia, él había constatado el estancamiento de las fuerzas expansivas del capitalismo en su país. En su tesis del pudrimiento del sistema ca­pitalista total, él generaliza esta experiencia para todo el capitalismo en general. No percibe que, de hecho, está surgiendo una polarización dentro del sistema capitalista, en la cual la fuerza dinámica se concentra en los centros ya desarrollados, mientras que los países aun no desarro­llados se convierten definitivamente en países subdesárrollados, y que el sistema capitalista está perdiendo su capacidad de servir Como una vía de desarrollo e industrialización. Lo que en realidad ocurre, es que en el mismo momento en que Lenin propaga su tesis del pudrimiento, tiene lugar un cambio en la eficiencia del sistema capitalista. Este sis­tema se polariza entre un mundo desarrollado y un mundo subdesarro- llado. Una gran parte de los esquemas explicativos del siglo XIX pierden su validez en este momento, pero la teoría del imperialismo todavía de­muestra ser incapaz de reflexionar sobre este cambio.

De hecho se trata de un cambio, que permite que los países capi­talistas ya desarrollados pueden seguir su vía de desarrollo a pesar de todas las crisis con que se enfrentan. Los países subdesarrollados, al contrario, comienzan a experimentar un estancamiento que no pueden superar y que la misma mantención del sistema capitalista les impone. Las revoluciones burguesas que después tienen lugar en estos países llegan, por lo tanto, demasiado tarde. Llegan en un momento en que la estructura capitalista ha perdido su capacidad de industrializar y no logran efectuar, en relación a ellas, un cambio parecido al que lograron las revoluciones burguesas del siglo XIX. Frente a esta situación, todo el movimiento de liberación nacional se frustra en cuanto desemboca en estructuras capitalistas. Éstas estructuras mismas impiden ahora el desarrollo. Si bien desaparecieron los impedimentos intencionales del desarrollo, Surgen ahora impedimentos y obstáculos que frustran todos los esfuerzos de desarrollo.

La tesis de Lenin no registra este cambio. Después, cuando surge la primera industrialización socialista, acompañada por la tesis del socia­lismo en un solo país, tampoco la teoría marxista-soviética comprende

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el verdadero significado de su experiencia. Entiende la industrialización socialista de la Unión Soviética que fue necesaria por razones más bien políticas de la sobrevivencia del sistema socialista —más bien como un sustituto de la industrialización capitalista—. Todavía hoy, el movimien­to marxista de la línea soviética sigue fiel a esta interpretación. Se con­cibe la existencia de una alternativa real entre vía capitalista y vía socia­lista de desarrollo, frente a la cual existe la posibilidad de una sola opción. La política de los frentes populares es la última expresión de esta convicción.

Se mantiene siempre la tesis de que una clase capitalista progre­sista puede echar las bases del desarrollo capitalista en los países sub- desarrollados. La revolución socialista no es considerada como la única alternativa del desarrollo del mundo subdesarrollado. Este puede espe­rar, por lo tanto, para que la revolución tenga lugar posteriormente. No hay conciencia de que en el siglo XX la vía capitalista de desarrollo se convirtió definitivamente en una vía de subdesarrollo y que la opción real y eficaz para el desarrollo ahora es la opción socialista.

La otra tesis de Lenin que interesa en este contexto es la del eslabón más débil. Se trata de un replanteamiento de la teoría de la revolución mundial, que tradicionalmente se había concebido como una revolución que se origina en los países más altamente desarrollados del mundo capitalista. Lenin cambia ahora esta concepción, dándose cuenta de que el sistema capitalista en el mundo capitalista desarrollado había logrado un nivel bastante alto de estabilidad. Pero no se aparta realmente de la teoría tradicional, Compara ahora el sistema capitalista mundial con una cadena que tiene eslabones de diferente consistencia. En la revolución mundial se trata, según él, de romper esta cadena. Si se rompe en tina parte, toda la cadena se rompe. Hay que romperla, por lo tanto, en sus eslabones más débiles, que son precisamente los países menos desarrollados.

Lenin concede en esta teoría cierto papel histórico a los países de la periferia. Pero en el fondo todo eso es aparente.-Pueden lanzar la primera chispa de la revolución mundial, pero la revolución socialista misma se decide en los centros desarrollados.

Es notable cómo Lenin también en esta tesis mantiene su con­cepto de la homogeneidad del sistema capitalista mundial, a pesar de todos los cambios que él introduce en las concepciones tradicionales pensamiento marxista. También para él, los países más atrasados tienen la imagen de su futuro en los países más adelantados, y la historia avan­za por su lado positivo.

La revolución de las condiciones de la industrialización

La concepción de las periferias atrasadas y del sistema capitalista homogéneo corresponde, durante el siglo XIX, a la imagen de una fuerza

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expansiva e industrializadora del sistema capitalista mundial. Nos inte­resa, por lo tanto, analizar cómo los fenómenos que durante el siglo XIX se perciben como atraso se convierten definitivamente en subdesarrollo. Hace falta discutir las causas de la desaparición del atraso y del surgi­miento de una categoría totalmente nueva que es el subdesarrollo defi­nitivo.

Una verdadera revolución de las condiciones tecnológicas de la industrialización tiene lugar cuando la industria del centro logra siem­pre nuevos niveles de complejidad y diversificación tecnológica, la dis­tancia entre tecnología moderna y tecnología heredada tradicional se hace siempre más grande. En los centros se desarrolla un proceso con­tinuo de aumento de complejidad tecnológica, pero con respecto a la periferia se prepará una ruptura que cambia todas sus condiciones de industrialización. Si es cierto que también en los centros se habla de una segunda revolución industrial, esta revolución se hace sentir más bien en las periferias como un corte entre el pasado y el futuro. La nueva complejidad de la: tecnología determina una relación esencialmente nue­va entre técnicas tradicionales heredadas y técnicas modernas, que otra vez hace cambiar la situación histórica dentro de la cual se insertan las relaciones capitalistas de producción.

Podemos partir estableciendo una discusión de lo que significa durante el siglo XIX la relación entre tecnología tradicional y tecnología industrial para el mismo procesó de la industrialización. De todas mane­ras, tanto en el siglo XIX como en el siglo XX, esta tecnología tradicional llega a ser destruida y queda obsoleta a consecuencia de la introducción de la tecnología moderna. Pero, durante las industrializaciones del siglo XIX, ios medios de producción tradicional podían cumplir una función que en el siglo XX ya no pueden realizar. En aquel siglo formaron el trampolín para la creación de los medios de producción modernos e industriales. Si bien los medios de producción tradicionales resultan ob­soletos, solamente lo son después de haber posibilitado los rñedios de producción modernos. Por lo tanto, son reemplazados por sus propios productos. Son obsoletos en relación a estos productos, pero no lo Son en cuanto a su posibilidad de crear los medios de producción modernos que los reemplazan. La primera máquina de vapor es construida por medios de producción tradicionales, a pesar de que constituye un punto de partida decisivo para reemplazar estos medios de producción tradi- cionales en todos los usos. Esto no es sólo válido para Inglaterra, sino igualmente para las otras industrializaciones qué sé llevan a cabo du­rante el siglo XIX. La nueva tecnología se expande más bien a través de la información y divulgación de sus experiencias, y el equipo técnico para su aplicación sé construye con los medios de producción tradicio­nales existentes —o fácilménte constituibles— en este momento histórico.

Para él caso de la primera industrialización —el caso de Inglate-

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rra— eso es evidente. Como por primera vez en la historia surgen tecno­logías industriales éstas tienen que partir de medios de producción no industriales. Como los nuevos medios de producción no caen del cielo, la tecnología tradicional tiene qüe ser reorganizada en función de una tecnología moderna. Sin duda, para las industrializaciones dé Francia, Alemania, EE. UU. y hasta del Japón, vale todavía esta situación. Las nuevas industrias que se forman no tienen por qué importar sus equipos desde Inglaterra. Lo que importan son conocimientos técnicos y ejem­plares únicos dé la maquinaria inglesa para copiarlos y para inducir un proceso tecnológico propio. Pero lo que cuenta en este contexto es el hecho de que los medios de producción tradicionales permiten copiar maquinaria. Estos países son técnicamente capaces para hacerlo a partir de los medios de producción tradicionales que ya tienen. Si bien los me­dios modernos reemplazan rápidamente los medios tradicionales, lo ha­cen solamente después de que los medios tradicionales han sümistrado los equipos modernos. En este sentido se mantiene durante el siglo XIX una vinculación estrecha entre medios tradicionales y medios modernos de producción. Los medios tradicionales de producción son obsoletos en el interior del centro industrializado, pero de ninguna manera como punto de partida del despegue de la industrialización.

Esta es la razón por la cual los proyectos capitalistas de indus­trialización durante el siglo XIX pueden funcionar de una manera relati­vamente fácil. En este período es suficiente que exista en el interior del país en vías de emancipación una revolución nacional burguesa con un gobierno pro-capitalista y, que se fije hacia el exterior una protección de la producción nacional, que permita la transformación de los medios tradicionales de producción en medios modernos, mediante una indus­trialización autóctona. Esta protección —en general uná protección adua­nera— era necesaria, pues en esta época la nueva industria trabajaba con costos considerablemente más altos qüe los de Inglaterra de modo tal que neo habría podido sobrevivir este período de transición bajo con­diciones de comercio libre. Por lo tanto, la condición que posibilita este tipo de industrializaciones consiste en que los medios de producción tradicionales no sean obsoletos como punto de partida del despegue de la industrialización. ■

Pero, lo esencial de los medios modernos de producción es el pro­ceso acumulativo continuo dél aumento de la productividad del trab a jo ,, que se basa en un perfeccionamiento también continuo de la tecnología y dé su complejidad. Sus formas cada vez más refinadas, exigen un grado de elaboración técnica siempre más alto. Sin embargo, los medios tra­dicionales de producción por definición no experimentan un proceso parecido. El progreso de la industrialización introduce consecuentemen­te una distancia cada vez más grande entre los medios tradicionales de producción y los medios modernos. La vinculación entre los dos se hace

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cada vez más débil. En el caso de la industrialización de Alemania y EE. UU., todavía es suficiente la protección aduanera para poder inducir la transformación de medios tradicionales en medios modernos. A fines del siglo XIX y sobre todo en el siglo XX, éste proceso de la transfor­mación se complica siempre más hasta llegar al punto en el que ya no es posible. En el caso alemán todavía la combinación de protección adua­nera e inducción de relaciones capitalistas de producción hace posible la industrialización sin mayor ingerencia gubernamental. Pero la situa­ción ya es muy diferente en el caso de la última industrialización capi­talista históricamente importante —el caso del Japón— que necesita me­didas mucho más radicales. En este caso ya nos encontramos con una política de fomento industrial directo por parte del Estado con exclu­sión consciente del capital extranjero y apoyo estatal directo para de­terminadas industrias nacientes. Con estas medidas aun puede lograrse, en ese entonces, la transformación de medios tradicionales en medios modernos de producción. Ya en la última década del siglo XIX encon­tramos en el Japón una producción de generadores y motores eléctricos, cuyo equipamiento es realizado en su gran mayoría dentro del mismo Japón. La simple introducción del conocimiento técnico correspondiente en aquellos tiempos era aun suficiente para fomentar la producción respectiva, a pesar de que se trataba de la producción más moderna de la época.

A fines del siglo XIX y a comienzos del siglo XX esta vinculación entre medios tradicionales y medios modernos de producción parece te­ner un corte radical. Como la brecha existente entre ambos va ensan­chándose más y más durante todo el siglo XIX, se produce luego la se­paración definitiva. Recién ahora los medios de producción tradiciona­les llegan a ser obsoletos en todo sentido. De ahora en adelante los me­dios de producción modernos de nuevas industrializaciones no pueden provenir de la transformación de una estructura tradicional básica en una estructura de producción moderna e industrial. De ahora en adelan­te ya no es suficiente tener los conocimientos técnicos y la voluntad de producir para conseguir la producción de nuevos bienes industriales. Más y más los medios de producción modernos pueden crearse sola­mente a partir de medios modernos existentes con anterioridad. La consecuencia de este proceso es muy clara: La industrialización ya no pue­de ser la consecuencia del propio esfuerzo productivo de los países no industrializados. No es suficiente importar conocimientos técnicos, sino que a la vez es necesario importar la maquinaria apta para utilizar estos conocimientos técnicos.

Todo eso significa una revolución en las condiciones de la indus­trialización y un salto cualitativo de las vías de industrialización. Este corte radical explica, por consiguiente, por qué la postergación de la industrialización de las periferias en la segunda mitad del siglo XIX

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yá no es reversible. Cambiaron definitivamente las condiciones del des­pegue. Si bien el Japón puede aun, a fines del siglo XIX, copiar las técnicas más modernas de su tiempo mediante una nueva combinación de sus medios tradicionales de producción, una actuación semejante sería absurda, hoy. La electrónica moderna y la técnica atómica, por ejem­plo, no tienen nada que ver con medios tradicionales de producción. Si no hay instalaciones modernas para levantar producciones de este tipo y si no se las importa, el país periférico simplemente tiene que renun­ciar a tales producciones. No tiene otra alternativa sino importar los equipos correspondientes. Esta situación salta a la vista si se analiza el intento de industrialización chino, eri el año 1959, tendiente a suplir la falta de altos hornos modernos por hornos de técnicas tradicionales. El hierro de los hornos tradicionales resultó ser de una calidad tan inferior que no pudo ser usado en la industria moderna. Demostró el corte defi­nitivo entre medios tradicionales y medios modernos de producción. Hace 100 años, sin embargo, este tipo de hierro habría servido perfecta­mente para la industria moderna de aquel tiempo, lo que hoy en día es totalmente im posible13.

La deformación de tos proyectos capitalistas de industrialización

Después de este corte definitivo entre medios tradicionales y mo­dernos de producción, la industrialización de países no industrializados tiene que basarse en la importación casi completa del equipo necesario. Eso define la diferencia básica entre las industrializaciones del siglo XIX y las del siglo XX. Por lo tanto, cambia totalmente el significado de la capacidad de importar en el proceso de industrialización. La importación de medios de producción, que antes era algo suplementario, se convierte ahora en la base misma del proceso. En Un primer momento, la parte importada de las inversiones industriales tiende a subir hacia el 100%. Por consiguiente, el proceso de la industrialización ya no puede arrastrar a la sociedad entera. Puede hacerlo solamente en el grado que lo permite la capacidad de importar. Ahora hay un límite externo del posible vo­lumen de las inversiones industriales, debido a que la capacidad de im­portar inevitablemente queda rezagada en relación a las necesidades de un proceso rápido de transformación de la sociedad en términos de la tecnología moderna. Aunque no negamos las dificultades adicionales que surgen de la necesidad de una mano de obra cada vez más especializada y de técnicos de alta especialización y experiencia para absorber la tec­nología moderna, creemos que el problema de la capacidad de importar es el más importante. La mano de obra puede ser especializada a través de un esfuerzo propio del país e igualmente pueden ser formados téc­nicos, pero el cuello de botella se produce siempre con la necesidad de importar los equipos.13 En relación a este problema, ver Bairoch, Paul: Revolución industrial y subdesarrollo. México, 1967.

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Este corte definitivo coincide a la vez con un momento en el que la transformación en periferia, lograda en el período anterior, ha destruido suficientemente las relaciones sociales /tradicionales anterio­res, produciendo una gran masa subempleada que fomenta crisis socia­les que, sin industrialización, no pueden tener solución. Se hace evidente el hecho de que la periferia creada es una periferia desequilibrada, mien­tras que a la vez existe esta limitación externa del volumen de la indus­trialización por la incapacidad de importar. El desequilibrio social, por lo tanto, no tiene solución, y las políticas de industrialización heredadas del siglo XIX pierden su eficiencia. La protección aduanera pierde gran parte de su significado y ya no tiene la misma importancia como me­dida de fomento industrial que tuvo en el siglo XIX. Igualmente, el fo­mento gubernamental de relaciones capitalistas de producción en el in­terior dé los países no industrializados, pierde la capacidad de promover clases capitalistas dinámicas que puedan conducir .un proceso autóctono de industrialización. Por lo tanto, la revolución nacional burguesa pierde vigencia histórica. La situación se invierte totalmente. Las crisis sociales necesitan soluciones y los gobiernos con apoyo de los centros industria­lizados tratan de inducir relaciones capitalistas de producción, sin lo­garlo. La dependencia se ha convertido en un fenómeno introducido por la misma estructura económica y la política de independencia avanza de fracaso en fracaso. De este modo, los gobiernos vacilan continuamen­te entre la aceptación de la dependencia y la afirmación de la indepen­dencia, sin lograr en ninguno de los dos casos la inducción de procesos acumulativos de industrialización.

Los problemas de las balanzas de pago no son más que una apa­riencia de esta revolución de las condiciones de la industrialización. En el fondo del fenómeno existé un choque continuo entre la determina­ción externa del tamaño posible de la industria naciente, condicionada por la capacidad de importar, y la necesidad de capitales suficientes que podrían permitir el surgimiento de una burguesía expansiva con sentido de independencia nacional. A raíz del hecho de que no hay ma­nera posible de aumentar la capacidad de importar en las proporciones necesarias, los proyectos capitalistas de industrialización se deforman.

Es interesante anotar que esta industrialización deformada de los países subdesarrollados conserva en el fondo la estructura económica triangular creada como resultado de la imposición del comercio libre én el siglo XIX. Se agregan nuevos elementos, pero, básicamente, esta estructura no cambia; solamente pasa por diferentes etapas de desa­rrollo.

La etapa de la sustitución de importaciones

La primera etapa del desarrollo de estructura triangular conserva en forma muy visible el antiguo esquema de intercambio. Además, man­

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tiene la imagen aparente de una fuerza dinamizadora e industriálizadorá de la estructura capitalista de las relaciones de producción. Esta etapa describe más bien la primera mitad del siglo XX y, sobre todo, el perío­do comprendido desde la primera guerra mundial hasta los años 50. Es la etapa de la sustitución de las importaciones por una industrialización específica en el marco triangular tradicional de la estructura económica. Dentro de este marco, se conserva la estructura de clases correspon­diente, pero ahora aumenta la importancia del polo que representa la importación de bienes manufacturados desde los centros hacia la peri­feria. En la segunda mitad del siglo XIX se importa bienes finales ma­nufacturados o bienes de capital usados para la producción y expor­tación de materias primas. Este último elemento incluye las importa­ciones para los medios de transporte, redes frigoríficas, etc. El nuevo tipo de industrialización cambia nuevamente el cuadro de las importa­ciones. Se sigue importando bienes de capital para la producción de materia prima. Sin embargo, ahora cambia el carácter de las importa­ciones de los bienes finales. Hasta este momento —aproximadamente hasta la primera guerra mundial—■ se importa los bienes finales termi­nados. El nuevo tipo de industrialización tiende a reemplazar esta im­portación de bienes finales terminados por los medios de producción' para elaborar bienes finales. En vez de importar textiles, Se importa ahora la maquinaria para producir textiles en el país periférico. Péró el carácter mismo de la importación no Cambia; Sigue siendo una impor­tación de bienes finales, pero en forma indirecta. Al capital Comercial de importación se le agrega un capital industrial que da a las importa­ciones un efecto multiplicador. La capacidad de importar sigue condi­cionada por la exportación de materia prima, pero aumenta en términos de bienes finales disponibles mediante este efecto multiplicador que da a la importación un significado distinto en términos de bienes finales. Una parte del valor agregado contenido en el bien final ahora se crea en el país periférico y con eso puede aumentar el ingreso per cápita.

Este proceso de sustitución de las importaciones, por supuesto, comienza con las producciones de tecnología más fácil, de intensidad de capital más baja y de mayor uso de mano de obra. Se trata de pro­ducciones que en el interior de los centros desarrollados tienen menos importancia relativa para el proceso actual del desarrollo. Desde este punto de vista, son producciones más bien marginales, o atrasadas. Pero este proceso permite la apariencia de un dinámica económica muy fuerte en la cual surge una nueva clase capitalista industrial y echa las bases de la industrialización de los países periféricos.

Sin embargo, se trata de una industrialización totalmente aislada del proceso de desarrollo de los centros. Su base de sustentación es otra. La vinculación de los países periféricos con los centros sigue siendo determinada por la venta de materia prima y la división del trabajo

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en el interior de la industria manufacturera no va más allá de las zonas dentro de las cuales el proceso de industrialización se lleva a cabo. Man­teniendo la estructura triangular básica, el nuevo capital industrial se acopla al capital comercial y su significado se agota en facilitar a la im­portación el efecto multiplicador mencionado.

Pero este efecto multiplicador se desarrolla de una manera muy específica. En el comienzo es muy alto, porque se escoge las producciones más propicias para sustituir ciertas importaciones que son, a la vez, las producciones son técnicas relativamente atrasadas. Pero cuando este proceso avanza, forzosamente tiene que incluir bienes de una tecnología siempre más compleja y, por lo tanto, más moderna, y tiene que proceder además a renovar la importación de la misma maquinaria. Complejidad tecnológica y creación de medios de producción necesariamente se con­vierten en los nuevos objetivos de la política de industrialización, que des­criben a la vez el momento en el cual todo el método de la sustitución de importaciones hace crisis.

Esta crisis se manifiesta en un declive del efecto multiplicador de tal sustitución, en un aumento de la intensidad de capital de las nue­vas instalaciones productivas, a la vez, en Una baja de la necesidad de mano de obra para seguir sustituyendo importaciones. Baja, por con­siguiente, el valor agregado a las importaciones en el país periférico. El proceso expansivo de la sustitución de importaciones termina cuando en los principales países de América Latina, en la década del 60, la in­dustria se convierte en un gran enclave industrial cuya exigencia de ma­no de obra, en relación a la mano de obra disponible en el país, ya no aumenta.

La transformación de la industria en enclave industrial

Se trata de un momento muy específico. El nuevo estancamiento que se produce no es necesariamente un estancamiento de la dinámica industrial como tal. La industria puede seguir con altas tasas de creci­miento. Pero esta dinámica se produce ahora en el interior del enclave industrial, sin un efecto expansivo sobré el sistema económico global. Tal estancamiento finaliza en términos relativos a la economía entera, pero sigue en términos absolutos en el interior de este nuevo enclave industrial. Se trata de la segunda etapa de la industrialización latino­americana, que se hace evidente en los países de más alto grado de in­dustrialización, a pesar de que muchos otros países todavía no han lle­gado al mismo nivel en este proceso. Es la etapa del estancamiento diná­mico, en la cual el esquema triangular básico otra vez llega a imponerse. La apariencia optimista del primer período de la industrialización se ha esfumado. En el primer período todavía se podía interpretar la es­tructura económica triangular como un paso a la industrialización ca­

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pitalista del continente. En esta segunda etapa termina la dinámica aparente y, muy visiblemente, el esquema triangular básico de la estruc­tura económica aparece como obstáculo directo de una continuación del proceso de la industrialización. Recién en este momento se presenta la duda acerca de si el propio sistema capitalista todavía es capaz —en el momento histórico actual— de servir como marco institucional para romper tal esquema básico.

Pero la mantención del esquema triangular básico en el segundo período de la industrialización latinoamericana, es mucho menos factible que durante el primer período de sustitución fácil de las importaciones. De todas maneras, en ambos casos se trata de una estructura económica que determina su capacidad de importar según la exportación de ma­teria prima y no por la inserción de su produccióft manufacturera en una división internacional del trabajo en el plano de la elaboración de productos manufactureros. Aunque la sustitución de las importaciones signifique un avance hacia los bienes de tecnología compleja y medios de producción, la vinculación con el mercado internacional se sostiene por la importación de productos-insumos para tales producciones y no entra en el plano de la exportación de sus bienes.

En una situación tal, el tamaño posible de la industria está deter­minado por razones externas a la dinámica industrial misma, siempre y cuando no exista una autarquía completa de distribución de todos los productos en mercados suficientemente grandes para aprovechar las ventajas de escala posibles. Como esta condición no se da nunca en América Latina, en todos los casos la mantención del esquema triangu­lar básico, en el cual la industrialización no significa más que facilitar a la importación un efecto de multiplicación, lleva al estrangulamiento externo del tamaño de la industria. Tal estrangulamiento puede ser de distintos tipos. Siempre transforma la industria entera en un enclave industrial. En un primer caso concebible, esta transformación en en­clave se nota por la estabilización del número absoluto de mano de obra empleada en la industria manufacturera. El segundo caso conce­bible estabiliza también la mano de obra empleada industrialmente, pero no en términos absolutos, sino más bien en términos relativos a la mano de obra existente en el país. En este segundo caso el empleo in­dustrial se expande de acuerdo al ritmo de crecimiento demográfico.

Cuando se da el primer caso —enclave industrial con estabiliza­ción de la mano de obra en térm inos'absolutos— toda la inversión industrial se transforma en reposición de capital. El estrangulamiento es producto del hecho de que en un determinado momento, la capacidad de importar medios de producción está copada enteramente por la ne­cesidad de importación de bienes de capital para la reposición de me­dios de producción industriales. La dinámica industrial en tal caso se transforma en un simple desarrollo de la productividad del trabajo en

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7.—

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el interior del enclave industrial. Para entender este efecto dinámico de la reposición de capital hace falta evitar el concepto estático de tal reposición. La concepción estática concibe la reposición de capital como la parte de la inversión bruta que asegura un nivel de productividad dado. Por lo tanto, la reposición de capital asegura solamente una pro­ducción al mismo nivel alcanzado antes de efectuar la reposición. Este concepto presupone que se reemplace medios de producción gastados por medios nuevos, pero que física y económicamente son iguales. Se trata de una de las tantas ficciones de la teoría estática del capital. De hecho, solamente en casos muy contados se reemplaza un medio de pro­ducción gastado por uno físicamente idéntico. Normalmente, la reposi­ción se hace por medios de producción más modernos que los anteriores, con una productividad de trabajo también mayor. Hay miles de ejem­plos. Un alto horno construido hace 30 años y que hoy se reemplaza por uno nuevo jamás será reemplazado por uno que sea física, técnicao económicamente igual al anterior. Un mercado de altos hornos idén­ticos a los construidos hace 30 años ya no existe y además su existencia no tendría ningún sentido. La reposición de medios de producción de ayer se efectúa mediante maquinaria actual. Como esta maquinaria tiene una productividad de trabajo muy superior a la anterior, de la simple repo­sición resulta un efecto dinámico. Por lo tanto, el enclave industrial que por estrangulamientos externos se restringe a la simple reposición de capital puede mantener a la vez su dinámica interior de crecimiento.

Este primer caso del enclave industrial mencionado es el caso teóricamente más claro. Puede surgir siempre y cuando la capacidad de importar es determinada por un elemento externo a la dinámica propia de la expansión industrial. En el caso del modelo triangular de la estruc­tura económica, este elemento externo lo da la producción de materia prima y su venta en los mercados de los centros. El nivel en el que se produce el estrangulamiento se determina por dos factores: 1) la capa­cidad de importar medios de producción y 2) el efecto multiplicador facilitado por una extensión tal de la industrialización en que la capa­cidad de reponer los medios de producción llega a ser igual a la capaci­dad de importarlos.

Pero en América Latina el enclave industrial no se formó de esta manera teóricamente pura. Existiendo un determinado aumento de la capacidad de importar, el estrangulamiento no se produjo con un estan­camiento del empleo industrial en términos absolutos, sino más bien en términos relativos. Por lo tanto, se mantenía una cierta dinámica del empleo industrial sin que llegara a sobrepasar los niveles de la tasa de crecimiento demográfico. Si se toma en cuenta este hecho, se puede cons­tatar que durante la década del 60 la industria de los países más indus­trializados de América Latina tendió a transformarse en enclaves indus­triales. Eso vale para Brasil, Argentina, México, Chile, etc.

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Llegado el momento de la transformación de la industria en en­clave industrial, todo el problema de la industrialización se presenta bajo un nuevo aspecto. La política de industrialización tiene que orien­tarse ahora a tomar medidas capaces de evitar la transformación de la industria en enclave. Las posibles medidas a tomar se derivan del aná­lisis teórico de las causas estructurales del proceso de transformación de la industria en enclave. Por un lado se puede buscar la salida dentro del marco triangular de la estructura económica. Estas medidas tratan de aumentar la capacidad de importación en un grado tal que ésta sea capaz de alimentar la industrialización del país entero. Se postula en­tonces disposiciones que se refieren a la mejora de los términos de in­tercambio y al aumento de la ayuda exterior. Por otro lado, se, puede buscar la salida rompiendo el marco triangular de la estructura econó­mica, con el intento de insertar la producción manufacturera del país subdesarrollado en la división del trabajo internacional. En esta línea resultan medidas que se refieren a la sustitución de la exportación de productos manufacturados, lo que podría establecer-un vínculo directo entre la dinámica industrial interna y la capacidad de importar. Las medidas a tomar en este caso se refieren tanto a la obtención de facili­dades de los centros industriales para el acceso a sus mercados, como a modificaciones de la estructura de producción en el interior del país subdesarrollado, tendientes a que se elaboren productos manufacturados cuyo nivel sea competitivo en los mismos centros.

La estructura de inversiones con relaciones capitalistas de producción

Para poder evaluar la factibilidad de tales medidas y su posibili­dad de éxito, hace falta intercalar un breve análisis de la estructura de inversiones que surge en una economía orientada por un equilibrio entre empresas con determinación autónoma de la producción. Se tra ta de la estructura de inversiones que tiende a producirse en cada economía de tipo capitalista, aunque en determinados casos puede también pro­ducirse en economías socialistas. Lo que nos interesa es que se trata de la estructura de inversiones producida por relaciones capitalistas de intercambio entre empresas autónomas, es decir en una economía de mercados.

Para lograr esto hay que introducir algunos conceptos de análisis. Vamos a tomarlos de los esquemas de reproducción de Marx, pero en una forma más ampliada. Podemos distinguir, entonces, en el proceso de la inversión industrial, tres secciones, que serían B, A, A-l, La sección B sería la sección de la producción de bienes materiales finales de con­sumo. Esta sección no incluye los servicios, sino únicamente los bienes materiales finales, sin tomar en cuenta si pasan directamente al consu­midor o si se entregan a través de una producción adicional de servicios.

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La sección A sería la sección en la cual se elaboran los medios de pro­ducción que se invierten en la sección B. Es la sección de la producción de bienes para la elaboración de bienes materiales finales. La sección A-l sería el lugar de la producción de las inversiones que se hacen en la sección A, como asimismo el lugar de la reproducción del capital de la misma sección. A-l. Es la sección de la producción de medios para crear medios productivos. Para la dinámica económica, evidentemente este sector de la economía es el más importante. Constituye una sección circular, es decir un subcírculo dentro del círculo general entre produc­ción y consumo. En esta sección se crean medios de producción nuevos sobre la base de medios de producción antiguos en una escala cada vez más amplia. En cambio, esto no es válido para la sección A. Esta crea bienes de producción pero éstos no sirven para la multiplicación de bienes de producción. Para dar solamente algunos ejemplos: En sec­ción B se situaría la producción de textiles, automóviles, viviendas, de artefactos domésticos, etc. En la sección A se situaría la producción de las máquinas de tejer, del equipamiento de las fábricas de automóviles, etc. En la sección A-l finalmente, se sitúa la producción de la misma maquinaria que elabora estos equipamientos de la sección A. Pero como la sección B y A están creciendo continuamente, también la sección Á-l tiene que crecer. Produce su propio crecimiento, que por lo menos tiene que alcanzar siempre tasas de crecimiento suficientes para poder ali­mentar la necesidad de equipos para el aumento de las secciones B y A. La posibilidad de crecimiento de la sección A-l en esta forma limita la posibilidad de crecimiento de las secciones B y A. Un ejemplo para po­der imaginarse el funcionamiento de este círculo reproductivo en la sección A-l sería la integración de un círculo entre la producción de hierro y la producción’de maquinaria para producir el hierro. Circuitos de este tipo constituyen la producción de la sección A-l y alimentan a la vez la inversión que se lleva a cabo en la sección A.

Si se supone una estructura capitalista basada en el equilibrio de mercados, la orientación hacia tal equilibrio impone una determinada relación entre' estas tres secciones. Estas no pueden desarrollarse cada cual en forma autónoma sino solamente en función del desarrollo de todas las otras secciones. Esto se hace más evidente aun en el caso de la sección B. Su desarrollo presupone que las secciones A y A-l suminis­tran los equipos necesarios para eí aumento de la producción de la sec­ción B. Pero, al revés, es igualmente válido. La sección A solamente puede producir sus medios de producción respectivos si al cabo del período técnico de elaboración éstos entran como bienes de capital en la produc­ción de la sección B. En el caso contrario, la producción de la sección A rio tiene sentido. Pero, incluso en el caso de la sección A-l, existe una interdependencia de este tipo, aunque sea más compleja que en el caso de la relación entre las secciones A y B. La sección A-l, por un lado, crea

: l’oó -

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los medios de producción usados en la sección A. Estos medios de pro­ducción, naturalmente, sólo tienen sentido si al cabo del período técnico de producción entran como bienes de capital en el proceso productivo de la sección A. Pero la sección A-l además crea los medios de produc­ción que posibilitan la propia multiplicación de A-l. Sin embargo, tam­bién esta parte de la producción de A-l está determinada por el ritmo de crecimiento futuro de las secciones A y B. Su tamaño está determi­nado por los futuros suministros de medios de producción a la secciónA, y tampoco se determina en forma autónoma.

La interdependencia entre las secciones por lo tanto es total y la estructura de inversión tiene que surgir necesariamente dentro de un equilibrio de inversiones entre las tres secciones. Esto es necesario para que a su vez, pueda existir un equilibrio en los mercados de compra y venta.

Para acercarnos a la formulación teórica de este equilibrio de las inversiones, podemos considerar como condicionantes de la relación en­tre las secciones los siguientes indicadores:

1.— La tasa de crecimiento de la producción de bienes finales (c). La posibilidad de una determinada tasa de crecimiento depende de un crecimiento correspondiente de la producción de las secciones A y A-l. Si suponemos constante el coeficiente de capital y la vida útil del equipo, tenemos que la tasa de crecimiento de la sección B exige una

ctasa de crecimiento igual de las secciones A y A-l. Definimos r =¿------—.

1002.— La vida útil del equipo. Esta determina el momento de la

reposición del capital. Vamos a definir la reposición de capital como la parte de la inversión bruta que reemplaza los medios renovables. Se la puede calcular como coeficiente del valor de capital de cada sección y de la vida útil. Vamos a suponer una vida útil contaste e igual en todas las secciones. (v«).

3.— El coeficiente de capital definido como relación entre inver­sión bruta y producto adicional (a). Vamos a suponer un coeficiente de capital también constante e igual en todas las secciones.

A partir de esos indicadores podemos formular el equilibrio entre las secciones B, A y A-l. La producción en B determina, mediante su tasa de crecimiento c, el coeficiente de capital y la vida útil de su equipo, la inversión necesaria en B. El valor I se compone de una parte atri-

Bbuible a la inversión neta. La inversión neta será B . r . a y la reposi-

B x ación de capital s e r á ----------- . De eso resulta

V“I = B . r . a + B . a

B -------- = A.v-

— .: i o i

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I = a . B i r + — ) (1)B v»

De manera parecida resulta

1I = a I i r -1------ )A B vu

Introduciendo el valor (1) en esta ecuación, el valor de la inver­sión en la sección A es:

I = a2 . B (r + —)2 (2)A v«

Para el valor de la producción de sección A-l resulta:

A = I + I + II A A-ln RA-1

IA significa la inversión en la sección A producida en la sección A-l.

IA-ln significa la inversión neta efectuada en la sección A-l produ­

cida en esta misma sección I significa la reposición del capitalRA-1

en A-l producida en esta misma sección. Esta descripción ya hace evi­dente que dentro de la sección A-l el valor de I I describe

A-ln + RA-1un círculo de inversiones en el cual se reproducen medios de produc­ción. Se trata de un fenómeno que no surge ni en la sección A ni en la sección B.

Si se especifica más este valor de A-l resulta

A-l . a

1

A-l = I + A-l . r . a +A v«

O: 1A-l = I

A 1 — a ( r + —)v»

Reemplazando el valor de I por (2):A

a2 . B . ( r + — )2v» (3)

A-l = --------------------------1 — a ( r + — )

v«Se dan ahora los valores de I y I :

A-ln RA-1

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I = A-l . r . a (3a)A-ln

A-l . aI = ----------- (3b)

RA-1 v«

De esta manera el valor de las secciones A y A-l resulta ser una simple función de la tasa de crecimiento de la sección B, del coeficiente del capital único y de la vida útil media única de la economía entera. Con estos datos la estructura de inversión está completamente determi­nada. El tamaño de las secciones A y A-l no puede ser otro que el indi­cado. En caso contrario, necesariamente se producen desequilibrios del mercado. No puede haber ningún movimiento autónomo de las secciones anteriores a la sección B. Sobre todo hace falta insistir en que la tasa de interés no puede tener una influencia directa sobre la estructura de las inversiones. Si hubiera alguna influencia tendría que efectuarse a través de la determinación de la tasa de crecimiento de la sección B, del coeficiente de capital o de la vida útil de los medios de producción. Otra influencia no cabe aquí. La estructura es completamente rígida.

Esta rigidez de la estructura de inversiones en el equilibrio de mercado describe a la vez una determinada situación optimal de la es­tructura de inversiones. Si el valor de todos los productos intermedios se deriva del valor de los bienes finales, necesariamente la posible pro­ducción de medios de producción se puede expresar en cada momento como costo del crecimiento de la producción de bienes finales. La mi- nimización de tales costos lleva necesariamente a la estructura de in­versiones indicada. Describe el mínimo necesario de la producción de medios de producción para que sea posible un determinado crecimien­to de los bienes finales.

Esta rigidez de ninguna manera depende de supuestos análogos a los del modelo de competencia perfecta. Es un exigencia del equilibrio de mercados y de la minimización de los costos del crecimiento de bie­nes finales y no depende de ninguna manera del grado de monopoliza­ción de una economía determinada. Expresada en términos tan genera­les, cada economía —ya sea capitalista o socialista— tiene que realizar tal estructura de inversiones para minimizar los costos.

En esta situación del equilibrio general de inversiones se puede expresar un coeficiente que será de sumo interés para el posterior aná­lisis de la situación de economías subdesarrolladas y para la formulación de las condiciones que posibilitan una acumulación socialista. Este co­eficiente indicaría la relación entre el círculo reproductivo del capital en la sección A-l y el círculo producción-consumo de la sociedad entera. La primera formulación de este coeficiente de la reproducción de capital puede partir de la relación que existe entre la inversión bruta en la sec-

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cióñ A-l y la inversión bruta que se da en el conjunto de las seccionesB, A y A-l:

IA-l

s “ I + 1 + 1B A A-l

Esta misma fórmula puede transformarse mediante las ecuacio­nes anteriores (1), (2) y (3):

~ . . a -i.;

S .. B - A + A-lEste coeficiente describe el tamaño del núcleo dinámico de cada

economía moderna. Indica mucho más que la tasa de inversiones. La tasa de inversiones considera las inversiones de distintas secciones como de igual importancia, mientras que urt coeficiente de reproducción del capital destaca la fuerza reproductiva de un aparato productivo entero. Algunos ejemplos numéricos pueden sübrayar la significación de este coe­ficiente:

Primer ejemplo:

Suponemos: B = 100, c = 5%, por lo tanto r = 0,05, a == 2, v» = 20. Se dan los siguientes valores para las diferentes secciones:

B = . 100 I = 20B

-■ ’ A - 20 : . I V a=:. 4A

A-l : 5 IA-l = 1

La inversión total és A + A-l = 25. La tasa dé inversión es del 20%. Él coeficiente del capital reproductivo es: s ■-== 0,04, es decir, el 4% de las inversiones vuelve a entrar en el círculo del capital productivo.

Segundó ejemplo : >

Suponemos: B = 100, c = 10%, por lo tanto r = 0,1, á = 2, v» •= 20. Se dan los siguientes valores para las diferentes secciones:

B = 100 ' IA = 30 I

......... ■■■:" . ■ A 'A-l : 12.85 .’ I

: A-l

La inversión total es A + A-l = 42,85. La tasa de inversión es del 30%. El coeficiente del capital reproductivo es: s == 0,09 es decir el 9%

= 30 = 9

= 3.85

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de las inversiones vuelve a entrar en el círculo del capital productivo.En general, se puede afirmar que el coeficiente del capital produc­

tivo se mueve proporcionalmente de acuerdo al tamaño de los indica­dores de la tasa de crecimiento de la sección B, del coeficiente del capi­tal y dé la vida útil del equipo.

Dentro de esta descripción del equilibrio, se puede mirar el cre­cimiento económico principalmente desde dos ángulos. Desde el ángulo de la producción de bienes finales, se puede constatar la tasa de creci­miento de tales bienes, alimentada por toda la estructura de inversión. Por otro lado, se puede m irar tal proceso desde el punto de vista del circuito reproductivo del capital, cuyo tamaño lo determina la posible tasa de crecimiento de los bienes finales. Pero, sin lugar a dudas, el últi­mo punto de vista es decisivo. La disposición de la demanda a exigir altas tasas de crecimiento de bienes finales de ninguna manera produce tales tasas. Se refiere más bien a la disposición subjetiva de los consu­midores. En cambio, el circuito reproductivo del capital, da la posibili­dad real de las tasas de crecimiento. Él equilibrio de los mercados vin­cula las dos condiciones. El circuito reproductivo del capital aumenta al ritmo de las tasas de crecimiento de bienes finales y viceversa.

Volviendo al concepto del equilibrio en el espacio, con su división del espacio en centros y periferias, se puede afirmar que esta estruc­tura de inversión no se repite necesariamente en cada región específica y en cada país. Un determinado país puede estar más bien produciendo en la línea de la sección B (por ej. países agrícolas) y otro país más bien en la línea de la sección A ó A-l. Pero necesariamente tiene que formar parte de un engranaje total, dentro del cual se da esta estructura de inversión. En caso contrario el equilibrio en. el espacio no se da. Pero siempre y cuando un país no está produciendo en la línea de ninguna de las tres secciones, necesariamente tiene que suplir la ausencia de determinadas producciones por el-intercambio internacional. El sistema de la división internacional del trabajo, entonces, se transforma en un sistema de comercio internacional. .

El desequilibrio en el espacio y su mistificación

Todo este racionamiento tiene como supuesto la existencia de un equilibrio en el espacio. Anteriormente ya vimos que el indicador del equilibrio en el espacio es la igualdad aproximada de la productividad del trabajo derivada de un nivel homogéneo de la tecñología. En esta situación de equilibrio, los posibles desniveles de la productividad del trabajo pueden tener su causa únicamente en la diversidad del espacio económico natural. Pero también en cuanto a estos desniveles se puede hacer algunas afirmaciones para aclarar el significado del indicador de la productividad del trabajo. Parece evidente que desniveles en la pro-

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ductividad debidos a la diversidad del espacio económico natural serán tanto mayores cuanto menores sean los subespacios que estamos com­parando. Si comparamos subespacios grandes —digamos del tipo con­tinental— la diversidad de las condiciones naturales tenderá a desapa­recer aunque nunca podrá desaparecer totalmente. De esto podemos concluir que desniveles de la productividad del trabajo que se presen­tan en una comparación entre espacios económicos grandes se deben probablemente a una no homogeneidad del nivel tecnológico que emplea la mano de obra. Eso nos conduce a un análisis de los factores de la no homogeneidad de la tecnología en el espacio económico global y del significado del concepto del equilibrio espacial.

Evidentemente, el concepto del equilibrio en el espacio económico no puede ser un concepto descriptivo. El indicador de la productividad del trabajo nos indica con demasiada evidencia que la distribución de la producción en el espacio en el presente es totalmente desequilibrada a raíz de una no homogeneidad del nivel tecnológico, que emplea la mano de obra. Pero, igualmente, la discusión de los capítulos anteriores demuestra que el concepto del equilibrio tampoco tiene un significado real en el sentido de ser una tendencia automática y espontánea de los mecanismos institucionalizados de la coordinación internacional del trabajo, es decir, de la espontaneidad de los mercados de bienes y servicios en el plano internacional. Lo que se puede constatar en re­lación a esos mecanismos es más bien una tendencia hacia la pro­ducción continua de desequilibrios en el espacio. En el análisis del sis­tema capitalista mundial vimos tales tendencias al desequilibrio en el espacio actuando en sus distintas fases. En la primera mital del sigloXIX se puede constatar una cierta tendencia al equilibrio, que desapa­rece en su segunda mitad con la constitución del mercado capitalista mundial y la transformación en periferia de los países todavía no indus­trializados, lo que se expresa, en el siglo XX, en el surgimiento de las periferias definitivamente desequilibradas que se transforman a su vez en zonas subdesarrolladas del espacio económico global. Se trata de tres etapas en las cuales la lógica del sistema capitalista y sus criterios de racionalidad están continuamente transformándose, como consecuencia del desarrollo progresivo del sistema capitalista mismo. En la medida de un desarrollo, este sistema tiende a invertir su racionalidad. Encon­tramos el punto más indicativo de esta inversión de la racionalidad en el análisis de las sobrevivencias de elementos de las sociedades preca- pitalistas. La lógica del sistema ya no busca a la penetración maximal del mundo entero por las relaciones capitalistas de producción, sino que sufre un corte a partir del cual los criterios capitalistas de la racionali­dad económica actúan en favor de la conservación de relaciones preca- pitalistas de producción subordinadas al desarrollo de las relaciones capitalistas de producción de los centros. El burgués llega a ser el ene­

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migo principal de la revolución burguesa y los efectos de la racionalidad capitalista llegan a ser irracionales en términos de su propia formula­ción. El sistema entra en Una contradicción interna.

Hasta este momento, sólo hemos discutido la génesis general de esta contradicción interna del sistema capitalista mundial. Ahora pode­mos entrar en una discusión de esta estructura contradictoria en el pre­sente y de sus consiguientes relaciones entre centros y periferias sub- desarrollados, para ver cómo el criterio de racionalidad capitalista está en la base de la polarización entre países desarrollados y países subde- sarrollados, cuyo conjunto constituye un solo sistema capitalista mun­dial. Aun cuando esta tesis es clara, la ideología capitalista la rechaza. No acepta una definición del sistema capitalista que comprenda la to­talidad del sistema capitalista mundial. Más bien elude el problema, definiendo el ámbito capitalista de las sociedades modernas por la pre­sencia inmediata de relaciones capitalistas de producción. Ideológica­mente, esto es extremadamente importante para este sistema. Elude concebir una contradicción desarrollo-subdesarrollo en el interior del sistema capitalista mundial y trata de hacer creer que esto constituye más bien un dualismo inocente entre países capitalistas y países sub- desarrollados con relaciones de producción predominantemente preca- pitalista. El resultado es obvio. Los países subdesarrollados, en esta visión, son tales precisamente porque no han sido penetrados suficien­temente por relaciones capitalistas de producción, lo cual es tautológico si se toma en cuenta que esta no penetración por relaciones capitalistas de producción es un resultado directo de la aplicación de los criterios de racionalidad de las relaciones capitalistas de producción en el mo­mento histórico de hoy. A partir de un racionamiento ideológico tal, el sistema capitalista es industrializador y dinamizador en relación a las fuerzas productivas por definición. Si en alguna región no lo es, la ideo­logía capitalista define a tal país como no capitalista. A juzgar por las apariencias, tiene toda la razón, porque en el interior de los países sub­desarrollados predominan elementos de relaciones de producción preca- pitalistas, aunque están subordinadas a relaciones capitalistas predo­minantes en el mercado mundial.

De esta manera la ideología capitalista es ambivalente para expli­carse a sí misma. El sistema capitalista es siempre dinamizador porque un país capitalista siempre se define como un país o una región en el cual hay dinámica de las fuerzas productivas. Si tal dinámica de las fuer­zas productivas no se da, se trata de países precapitalistas, cuyo estan­camiento se explica por la simple inercia de sus estructurad tradicionales.

Para el uso de los indicadores económicos que miden la eficiencia de sistemas económicos, tales definiciones son esenciales. Si el ideólogo burgués compara el mundo capitalista con el mundo socialista, jamás se le va a ocurrir incluir en sus indicadores del nivel económico del

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mundo capitalista a los países asiáticos, africanos o de América Latina. El compara el conjunto de los países céntricos—EE. UU. y Europa Oc­cidental— con el conjunto de los países socialistas. El resto del mundo capitalista es también una especie de tercer mundo en la visión del ideó­logo capitalista. No se le pasa por la mente que este tercer mundo es un producto y un integrante del sistema capitalista mundial, que hace es­fuerzos desesperados para salir del éstrangulamiento provocado por los centros del mundo capitalista. Tomando en cuenta esto, las cifras apro­ximadas son las siguientes: el mundo socialista abarca el 35% de la po­blación mundial y produce aproximadamente el 25% del producto mun­dial, mientras que el mundo capitalista abarca el 65% de la población mundial, creando aproximadamente el 75% de la producción mundial. Esta situación se da a pesar de la producción gigantesca en los centros capitalistas de EE. UU. y Europa. El ideólogo capitalista ve estas mismas cifras de otra manera. El vé un mundo capitalista que no abarca más que 20% de la población mundial, con una extraordinaria productividad de trabajo, sitúa entre el mundo capitalista y el mundo socialista, un mundo pobre y no definido, olvidándose que este mundo es precisa­mente producto suyo por excelencia.

Los desniveles tecnológicos

Tomando én cuenta esta unidad del sistema capitalista mundial, podemós ahora analizar cómo la lógica del sistema Capitalista y la "apli­cación de sus criterios de racionalidad económica crean mundos tan di­versos según situaciones históricas y geográficas en el interior del sis­tema mundial. Habría qué considerar estas subdivisiones del mundo ca­pitalista precisamente a partir dé la no homogeneidad del nivel tecno¡- lógico y de los desniveles de ingresos que se derivan de esto. En reali­dad, la técnica moderna surge en forma desigual a partir de los niveles tecnológicos ya alcalizados en los centros industrializados del mundo capitalista. La superioridad tecnológica se transforma en seguida, y au­tomáticamente, en una superioridad de la posición en el mercado. El nivel tecnológico determina a la vez el poder correspondiente en el mer­cado. Una tecnología superior comienza en seguida a jugar en favor de la venta de los equipos que usan tal tecnología. Como nunca se puede alcanzar en seguida ventajas tecnológicas que existen en un lugar de la tierra, éstas tecnologías se expanden mediante la venta dé equipos que la usan. Si ahora en los países que compran tal tecnología no surgen tecnologías igualmente valiosas én otras ramas de la producción, que puedan compensar tal compra de tecnología en el exterior, estos países pasan automáticamente a un segundo plano dentro de la división del trabajo? global. Surge una tendencia a formar polos de tecnología más avanzada, en relación a los cuales funcionan otros polos subsidiarios.

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Pero tal situación de desnivel tecnológico no explica por sí mismo el surgimiento de la categoría del subdesarrollo. Explica por qué centros de alta tecnología pueden ser rodeados por otros centros de mediana tecnología, con los correspondientes desniveles de productividad del tra­bajo y del valor medio de los ingresos. El centro de alta tecnología ten­derá a especializarse en otras producciones que desde los centros de baja tecnología, y entre ellos puede llegar a darse un intercambio, sobre la base de la producción de bienes manufacturados. No necesariamente se establecen relaciones de intercambio del tipo materia prima —bienes manufacturados, sino más bien del tipo alta tecnología— mediana tec­nología. Los países de mediana tecnología pueden constituir igualmente centros desarrollados, a pesar de que se transforman en centros subsi­diarios de los centros con tecnología más compleja.

No nos interesa desarrollar aquí la teoría de este tipo de desequi­librio en el espacio. Una teoría tal tendría que explicar más bien rela­ciones como las que existen entre EE. UU. y Europa, que, hipotéticamen­te, constituyen relaciones de atraso económico. En casos extremos, los fenómenos del atraso de los centros de mediana tecnología con .respecto a los que tienen una alta, pueden ser parecidos a lo que ocurre en los países subdesarrollados. Esto sucede siempre y cuando la producción de mediana tecnología pierde la capacidad de competir en cualquier ramo industrial en el interior del centro de la alta tecnología. También en este caso se puede dar la necesidad de un tipo de acumulación socia­lista. Pero nosotros vamos a desarrollar la concepción de la acumula­ción socialista solamente en relación a la situación de subdesarrollo pro­piamente dicha.

IV La crisis de la industrialización en el siglo X X

La situación del subdesarrollo se da siempre y cuando una región se inserta en la división internacional dél trabajo por el intercambio materia prima-bienes manufacturados, y con la condición adicional de que la mantención de esta estructura económica hace imposible el em­pleo de toda mano de obra a nivel de la tecnología moderna. Esta es la situación de la periferia desequilibrada, en la cual subsiste la estructura económica triangular anteriormente analizada y aparece una m asa siem­pre creciente de mano de obra sobrante. En América Latina, esté carácter de desequilibrio de la periferia sale a luz a fines del sigla XIX y se acentúa progresivamente durante el siglo XX. La estructura económica triangular se mantiene y la masa sobrante comienza a amenazar la es­tabilidad interna del sistema económico social entero. En esta situación se revela la calidad específica del subdesarrollo por el hecho de que estos países no logran una integración en la división internacional del trabajo que reemplace las exportaciones de materia prima por exportaciones

— « .W

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de bienes manufacturados, ya sea de nivel tecnológico alto o mediano. La estructura económica triangular se impone a la vía de industrializa­ción, con el resultado de que la industrialización obtenida se limita a facilitar un efecto multiplicador para las importaciones de bienes ma­nufacturados mediante la sustitución de importaciones. Ya vimos con anterioridad cómo este camino de la industrialización hace crisis en el momento en que la sustitución de importaciones ha alcanzado un nivel tal que tiene que pasar a la sustitución de bienes de alta tecnología y de medios de producción.

Esta crisis de la industrialización capitalista aparentemente es una crisis de los mercados. Como los países subdesarrollados no se han insertado en la división internacional del trabajo a través de los bienes manufacturados, se produce una discrepancia entre la alta escala de producción necesaria para la elaboración de estos bienes y el tamaño de los mercados internos de los respectivos países. Esta limitación apa­rece en dos formas principales:

1.— La sustitución de las importaciones determinó estructuras de producción industrial paralelas en los diversos países de América Latina. Como el tipo de importación era relativamente parejo, lo eran también las líneas de la sustitución de importaciones. Los distintos paí­ses desarrollaron, por lo tanto, producciones parecidas en sustitución de las importaciones sin que ninguna de estas producciones pudiera al­canzar una escala de rendimiento suficiente para alcanzar un nivel ade­cuado con respecto a sus costos de producción, ni consiguiera una am­pliación de su base productiva con elementos de alta tecnología y medios de fabricación adecuados. Pero esto no sólo es válido entre los diferentes países, sino que también lo es en el interior de cada país. Existe un sin­número de producciones paralelas, ninguna de las cuales puede alcanzar una escala de producción racional.

2.— Aunque en determinada rama industrial se podría llegar a una escala de producción racional y competitiva, la realización de este paso exige muchas veces una racionalidad de la producción parecida en todas las producciones complementarias. La alta escala de producción de un determinado bien parece entonces sólo alcanzable si se la logra a la vez en todos los bienes complementarios. La racionalización de la estructura económica aparece así como un salto, con proyectos industria­les grandes y complementarios que no pueden ser realizados paulatina­mente ni paso a paso (el concepto del gran empuje).

Mientras que el prim er punto mencionado se refiere a un proble­ma más bien político, el segundo nos lleva a la discusión de la misma estructura de las inversiones. Si bien el primer problema parece de todas maneras solucionable en el caso de existir gobiernos resueltos a imponer una división del trabajo dentro de un conjunto de países subdesarrolla­dos integrados, y una política de concentración de producciones en el

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interior del país subdesarrollado, el segundo problema se refiere a difi­cultades adicionales que no se resuelve automáticamente a través de dicha política.

El concepto de la complementariedad en la política del gran empuje

Si bien no dudamos de la necesidad de efectuar la industrializa­ción de los países subdesarrollados a través de un salto con proyectos industriales grandes y complementarios, hace falta discutir esta pro­posición, para saber lo que significa realmente tal complementariedad de la producción industrial. Precisamente en este punto podemos volver sobre el análisis de la estructura de inversiones que se da en el caso de una coordinación económica por mercados competitivos. Bajo tales con­diciones, la complementariedad necesaria de los proyectos de inversión es extremadamente amplia. En la ocasión mencionada analizamos dos circuitos económicos completos que se penetran dentro del equilibrio del mercado. Por una parte, se trataba del circuito entre consumo global e inversión global. Este es el circuito de la economía entera. Pero en el interior de la inversión global analizamos otro circuito, mucho más li­mitado, que determinamos por el coeficiente de la inversión reproductiva y que se refiere a la parte de la creación de medios de producción desti­nada a ampliar sus funciones. Este circuito es el núcleo dinámico de la economía moderna y tiene un determinado tamaño en relación al cir­cuito económico entero, siempre y cuando la coordinación se efectúe a través de un sistema de mercados competitivos.

Ahora bien, la complementariedad se puede entender a partir de cada uno de los dos circuitos mencionados. El salto de desarrollo con proyectos industriales grandes y complementarios puede referirse al cir­cuito entero, comprendidos consumo e inversión, o puede ser entendido en relación a una complementariedad del circuito de la inversión repro­ductiva. En ambos casos surgen circuitos económicos complementarios. Pero el significado de cada uno de ellos es esencialmente distinto.

La mantención del sistema capitalista no tiene otra alternativa que concebir la complementariedad de los proyectos industriales com­plementarios y de gran escala a partir del circuito económico global. Puede asegurar su equilibrio solamente si la producción de bienes finales aumenta al mismo ritmo que la producción de bienes de inversión. No puede escoger el camino de una concentración del esfuerzo de industria­lización sobre el circuito de inversiones reproductivas. Este último caso describe más bien la alternativa de la acumulación socialista, que reem­plaza la coordinación de mercados por un nuevo tipo de coordinación de la división del trabajo, la cual relega el criterio del equilibrio de mer­cados y, por lo tanto la tasa de ganancias, a un segundo plano.

Pero, por el momento, nos interesa más bien lo que ocurre en la

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estructura capitalista subdesarrollada cuando se amarra a la vigencia de las relaciones capitalistas de producción y trata de fomentar una estructura complementaria de proyectos industriales de gran escala. For­zosamente, tiene que dinamizar la estructura de inversión por un aumen­to continuo de la demanda de bienes finales. Tiene que lanzarse en la linea de una constitución de la estructura de inversión sobre la base de una relación equilibrada entre las secciones B, A y A-l. Habría que in­terpretar esta necesidad tomando en cuenta el hecho anteriormente ana­lizado, esto es, que durante el siglo XX ha tenido lugar un corte defini­tivo entre medios tradicionales y medios modernos de producción. A raíz de este hecho, el fomento de la demanda de bienes manufacturados del tipo moderno, no puede dinamizar la economía entera. No puede ir más allá de la disponibilidad de equipos modernos de producción de tales bienes. Guando la limitación para obtener estos equipos se hace notoria, la posibilidad dinamizadora de la demanda final sencillamente se termina, dejando fuera de la dinámica económica toda la parte de la sociedad que todavía se mueve con medios de producción tradicionales o que se compone de una masa sobrante de mano de obra. En esta si­tuación, precisamente, se produce la transformación de la industria del país subdesarrollado en enclave industrial. Comienza la creación de me­dios de producción y de bienes de alta tecnología, pero, en seguida, tiene que derramarse a lo largo de toda la estructura de inversión, para desem­bocar en un aumento inmediato de producción de bienes finales. Debido a las relaciones capitalistas de producción, las capacidades incipientes de la creación de medios de producción y de bienes de alta tecnología tienen que volcarse continuamente hacia la elaboración de bienes finales. Estas no pueden autorreproducirse sino en el grado en que la dinámica de la demanda final las induce a dicha autorreproducción.

Por esta razón, el gran empuje referente a la sección A-l sola­mente es posible si a la vez se efectúa un empuje igual de la producción de las secciones A y B. Siguiendo los ejemplos citados anteriormente, el coeficiente de la reproducción del capital obliga a invertir en la estruc­tura entera. Si, por ejemplo, tal coeficiente es s = 0,04, entonces las relaciones capitalistas de producción pueden invertir un monto de 4 en la sección A-l solamente si a la vez invierten un monto de 96 en las sec­ciones A y B. Si el coeficiente del capital reproductivo es s = 0,9 las rela­ciones capitalistas de producción permiten una inversión de 9 en la sec- cióffi A-l, siempre y cuando; se canalice hacia las secciones A y B un monto de 91.

En las industrializaciones del siglo XIX este fenómeno no salió a la luz simplemente debido al hecho de que no impedía la fuerza ex­pansiva de la estructura económica moderna entera. Siempre había la posibilidad de aumentar las secciones A-l y A en función de la demanda final por la transformación de medios de producción tradicionales en

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medios de producción modernos. Pero, después del corte entre ambos tipos de medios de producción, tal transformación ya no es posible. La capacidad dinamizadora de la demanda final está limitada ahora por el acceso a equipos modernos que solamente pueden ser producidos a partir de equipos modernos en otras partes del mundo. Por lo tanto, la capacidad de importar impone un límite rígido a esta posibilidad dina­mizadora a partir de la demanda final. Tomando en cuenta esta capaci­dad para importar, se puede determinar a la vez el tamaño posible de la industria moderna en el interior del país subdesarrollado. La limitación de esta capacidad, junto con la necesidad de realizar inversiones en toda la estructura de inversión, nos explica entonces que este nuevo tipo de enclave industrial puede funcionar solamente sobre la base de empresas de escala limitada y con costos extremadamente altos.

Bajo estas condiciones generales, la idea del gran empuje revela Sus limitaciones, que descansan, en úlitmo término, en el hecho de que se la concibe en términos de relaciones capitalistas de producción. Eviden­temente, la capacidad de importar no es suficiente para realizar esta idea, que significa el trasplante rápido y a corto plazo de toda una es­tructura industrial moderna hacia una región subdesarrollada. Solamen­te sería concebible sobre la base de una ayuda económica externa fabu­losa y totalmente distante de cualquier factibilidad. Tal absurdo salta a la vista si citamos un resumen que Furtado hace de unos cálculos de Kaldor” :

"Las dificultades con que se enfrentarán los países subdesarro­llados para asegurarse un flujo adecuado de importaciones serán, con toda seguridad, muy grandes en las próximas décadas. Si se admite, por ejemplo, que las exportaciones de productos primarios hacia los merca­dos tradicionales crecen a la tasa anual de 3% y que las exportaciones hacia los países socialistas aumentan a una tasa tan alta como un 90%, y que las exportaciones de manufacturas de los países subdesarrollados alcanzan la extraordinaria tasa acumulativa anual de 10%; suponiendo todavía estables los términos de intercambio, y aun más, tomando como base de cálculo una tasa de interés de apenas 3% anual para los finan- ciamientos externos, aún reuniendo todos estos supuestos nada fáciles de concretar, para que el conjunto de los países subdesarrollados pueda mantener un nivel de importaciones que crezca al 6%, el déficit acumu­lado de sus balanzas de pagos arrojaría la inimaginable cifra de un billón trescientos sesenta y seis millones de dólares entre los años 1960- 2000. Tal suposición exigiría que la participación de los países subdesa­rrollados en el comercio mundial de manufacturas aumentase del 6,2% (dato real para 1960) al 30,8% en el año 2000” 14.

14 Furtado, Celso: Teoría y política del desarrollo económico. México, 1968, pág. 317, nota.

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Las razones de la no-factibilidad del gran empuje

A pesar de que salta a la vista la no-factibilidad de una política de gran empuje dentro de relaciones capitalistas de producción, podemos pasar revista a las principales razones que constituyen tal no-factibilidad.

1.— La dificultad de la sustitución de la exportación de materia prima por exportaciones de productos manufacturados. Si se efectuara esta sustitución, la dinámica propia de la industrialización de los países subdesarrollados crearía las bases de su fuerza expansiva. Pero esta po­sibilidad se da solamente en casos muy aislados. Cuando la tecnología es muy fácil, y los salarios extremadamente bajos, ciertos países subde­sarrollados lograron entrar en los mercados del centro con la venta de bienes finales. Así, ciertos países de Asia lograron conquistar mercados para su industria textil. Pero cuando la sustitución de importaciones avanza y, por lo tanto, el nivel general de salarios en el enclave industrial aumenta, esta posibilidad prácticamente deja de existir. Eso vale en general para todos los países importantes de América Latina. El propio avance de su industrialización ha destruido su posibilidad de la "susti­tución fácil” de la exportación de materia prima por bienes manufac­turados. Estos países, hoy día, ya están en la etapa de la sustitución dela importación de medios de producción de alta tecnología. Es muchomás difícil entrar en los centros desarrollados con productos de este tipo. Las razones son diversas. Vamos a mencionar solamente dos:

a) La dependencia tecnológica hace necesario recurrir en esteplano a una tecnología extranjera de difícil manejo. Hace falta colabo- ción técnica y —lo que cuenta más— licencias, etc., para la aplicación de esta tecnología. Estas licencias no son solamente caras, sino que son otorgadas casi exclusivamente bajo la condición de la no-exportación de los bienes producidos hacia los mercados de los centros desarrolla­dos. Aunque el producto de alta tecnología se elabore en el país subde- sarrollado, y aunque sea de una calidad competitiva para los mercados del centro, no se lo puede reexportar.

b ) Pero esta no es la única razón y quizás tampoco es la másimportante. Más importante todavía parece ser el hecho de que la pro­ducción de alta tecnología en los países subdesarrollados no alcanza casi nunca la calidad suficiente para ser reexportada a los mercados del centro. En la industria moderna una producción puede lograr una alta calidad solamente si todas las otras producciones que suministran los insumos de su fabricación tienen también esta alta calidad. Hay una interdependencia económica tanto en relación a la calidad de producción como la hay para la determinación de su cantidad. Hay muchas razones que impiden alcanzar esta calidad suficiente: falta de ventajas de aglo­meración, falta de especialización del trabajo, tamaño de los mercados, la situación institucional en general en lo que se refiere a la situación

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legal, la irracionalidad de la burocracia, la falta de una ética de trabajo, falta de estandarización, etc.

Por todas estas razones es difícil pensar que un gran empuje, que necesita las fabulosas sumas mencionadas, se pueda apoyar mayormente en una sustitución de la exportación de materia prima por exportacio­nes de bienes manufacturados.

2.— La determinación de la capacidad de importar por la venta de materia prima hacia los centros desarrollados. Tampoco el gran em­puje podrá basarse mayormente en una expansión de esta venta. Los países desarrollados no compran materia prima en cualquier cantidad. Al contrario. Se puede suponer que el consumo de materia prima es una función de la técnica aplicada en los centros desarrollados, muy poco sensible a los precios. Esta técnica determina un tope máximo del po­sible consumo de materia prima. Una oferta de materia prima que se acerca a este tope máximo, va a producir más bien una tendencia a bajar sus precios en vez de subir la venta. En este punto, la elasticidad de con­sumo de materia prima en los centros se acerca a cero.

Si tomamos en cuenta que después del corte definitivo entre me­dios tradicionales de producción y medios modernos, la industrializa­ción del mundo subdesarrollado depende exclusivamente de sus impor­taciones de equipos, veremos que este tope máximo determina a la vez el tamaño máximo de la industria en el mundo subdesarrollado. Este tamaño máximo de la industria entonces puede variar solamente con el efecto multiplicador que los países subdesarrollados pueden dar a la importación de equipos. Según las etapas de su industrialización, será distinto. Será más pequeño en la etapa de la sustitución de la importa­ción de bienes finales y más alto en la etapa de la sustitución de medios de producción.

3.— La inversión extranjera y la ayuda económica para el desa­rrollo. Tomando en cuenta las limitaciones de los factores mencionados hasta ahora, la factibilidad del gran empuje podría buscarse, de hecho, únicamente, en la inversión extranjera y en la ayuda económica para el desarrollo. Parte, por lo tanto, de una paradoja curiosa: el mundo sub­desarrollado tendría que someterse a una dependencia económica total e ilimitada para alcanzar con posterioridad su independencia. El capital extranjero tendría que transformarse en la misma base del desarrollo económico.

La ausencia de mecanismos de entrega de ayudas externas

Pero, aún aceptando la dependencia total que este camino signi­fica, otra vez se puede señalar razones de su no-factibilidad. No se pue­de suponer si la disposición subjetiva para facilitar las sumas fabulosas necesarias, ni la existencia de estructuras para el transplante de sumas tales del centro hacia las periferias subdesarrolladas.

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La falta de mecanismos adecuados para la canalización de ayudas externas se hizo más y más evidente durante los años de la década del 60. Pero, para hablar de la ayuda económica, habría que aclarar primero lo que se va a entender por este concepto. No se puede fundamentar este concepto sencillamente basándose en esto que los países desarrolla­dos llaman ayuda y en lo que se designa en sus presupuestos estatales bajo el nombre de ayuda. Tenemos que formar el concepto a partir de la tarea de desarrollo de los países subdesarrollados. Ayuda es, entonces, un traspaso de fondos que permiten superar la situación de estancamien­to dinámico, que se produce por la transformación de la industria en enclave industrial. A la vez se podría llamar ayuda a un traspaso de fondos que permita mantener un cierto tamaño del enclave industrial en el caso de que fallen las exportaciones de materia prima, o declinen de una manera tal, que no permitan la mantención del tamaño de la in­dustria, una vez logrado. Pero, una ayuda económica que cumple con estos objetivos tiene como rasgo más específico el de permitir un déficit en la balanza comercial del comercio exterior. Solamente en este caso el aporte económico al desarrollo es efectivo y real.

Pero, de hecho, el aporte de capital extranjero al desarrollo lati­noamericano muy raras veces tiene este carácter. La entrada de capital —sea capital privado o aportes de gobiernos— llega más bien a com­pensar déficits de la balanza de pagos originados por la salida de su­perávits del capital privado o por servicios de capital de otra índole. En la actualidad, las balanzas comerciales de los diversos países latino­americanos en muchos casos son positivos, y existen balanzas comercia­les negativas de poca significación. Recién observando la situación de las balanzas de pago los déficits llegan a tener importancia. En términos aproximados, se puede muy bien afirmar de que estos déficits de la ba­lanza de pagos son productos de la salida de superávits de América La­tina, compensados por la entrada de aportes de capital extranjero. Por lo tanto, hay dos puntos de vista para considerar este aporte del capital extranjero:

1.— Bajo el punto de vista del desarrollo nacional la importancia del aporte de estas sociedades tiende a ser nula. A través del capital ex­tranjero efectivamente no entra nada, sino una compensación parcial de las divisas originadas por la misma presencia del capital extranjero. En última instancia, se trata por lo tanto, de pagos de transferencia en el interior de los países desarrollados. El aporte de capital extranjero permite a la sociedad latinoamericana pagar sus deudas hacia el extran­jero. Los gobiernos latinoamericanos, por lo tanto, son el intermediario de un pago de transferencia entre el exportador de capital en el país desarrollado y el propietario de productores latinoamericanas con sede en los mismos centros desarrollados.

2.— Bajo el punto de vista del sistema capitalista mundial, el

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aporte de capital extranjero es esencial. Sin este aporte, el país subde- sarrollado puede solventar sus pagos al capital extranjero solamente en casos muy extremos, y a través de una restricción severa de sus impor­taciones que, políticamente, siempre parece imposible. Por lo tanto, es­tará siempre a punto de salirse definitivamente del sistema capitalista mundial. El aporte de capital extranjero, en esta perspectiva, tiene su significado en el hecho de hacerle posible al país subdesarrollado mante­nerse en el marco del sistema capitalista mundial. En último término, el aporte de capital extranjero al mundo subdesarrollado en el momento de hoy no tiene otro significado que éste. Es la manifestación de la pre­sencia de la propiedad extranjera en los países subdesarrollados, y del esfuerzo del sistema capitalista mundial para estabilizarse e impedir la salida de algún país del límite de este sistema.

El circuito propiedad extranjera/aporte de capital extranjero

De hecho, cabe afirmar que en la situación actual de América Latina se podría mantener el nivel de producción tal cual es prescin­diendo conjuntamente de la propiedad extranjera en el interior de los países subdesarrollados y del aporte de capital extranjero hacia estos países. El aporte efectivo de capital extranjero de hecho es mínimo y de ninguna manera puede considerarse como medio significativo de la in­dustrialización latinoamericana en los términos hoy vigentes. Esta situa­ción se ha acentuado durante la década del 60. Se ha creado un circuito relativamente cerrado entre propiedad extranjera y aporte de capital extranjero que para el mundo desarrollado no tiene ningún costo y que va ampliándose a través de la movilización de recursos internos de los países desarrollados. Una vez constituido el núcleo de propiedad extran­jera en el país subdesarrollado puede ir aumentándose, sin que se haga necesaria ninguna salida efectiva de capital del mundo desarrollado.

Este tipo de circuito entre propiedad extranjera y aporte de ca­pital extranjero se creó por primera vez en la segunda mitad del sigloXIX, sobre la base de la producción de materias primas. También en este caso el aporte inicial de ayuda extranjera es relativamente pequeño y, muchas veces, inexistente. La propiedad extranjera puede ser cons­tituida por la movilización de recursos internos de la periferia en sur­gimiento. En el siglo XX penetró recién a fines del período de la susti­tución de las importaciones de la producción manufacturera. También en este caso los aportes efectivos iniciales de esta industria extranjera pueden haber sido muy pequeños o inexistentes, aprovechando la posi­bilidad de la movilización de recursos internos de los países subdesa­rrollados. La medida de este aporte efectivo sigue siendo la situación de la balanza comercial. Estas balanzas comerciales tienden a ser ne­gativas en América Latina en la década de los 50, atestiguando así un

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aporte efectivo del capital extranjero. Pero este aporte tiende a desa­parecer nuevamente en la actualidad, y a ser sustituido por el circuito relativamente cerrado entre propiedad extranjera y aportes de capital extranjero, que está expandiéndose gracias a la movilización de los re­cursos internos de los países respectivos de América Latina.

Este circuito propiedad extranjera —aporte extranjero de capi­tal tiene que ser el punto de referencia de un análisis del flujo de los superávits entre centros desarrollados y países subdesarrollados. Sola­mente el saldo entre salidas de divisas por pago de capital y aportes de divisas por capital extranjero puede dar un indicador de esta situación del flujo de los superávits. Sería, por lo tanto, un error, calcular estos superávits únicamente a partir de la salida de divisas a cuenta del capi­tal extranjero. Este circuito es solamente punto de partida de tal aná­lisis y no muestra sino la situación real del flujo de los superávits. Pero es esencial partir de este punto. El saldo de la balanza comercial llega a ser entonces el indicador del saldo del circuito propiedad extranjera— aporte de capital extranjero. Pero las balanzas comerciales publicadas dan este saldo solamente de una manera muy aproximada. Las mismas cifras de las importaciones y exportaciones suelen ser tergiversadas por sobre-facturaciones o sub-facturaciones. La transferencia de las divisas por propiedad extranjera tiene muchos canales no explícitos. Solamente correcciones adecuadas pueden conducir a una presentación de la situa­ción real del saldo de la balanza comercial.

Este circuito no tiene sólo importancia para determinar el flujo de los superávits, sino que sirve a la vez como un punto de partida del análisis de la dependencia del país subdesarrollado en relación al país desarrollado. Aunque no haya superávit alguno que salga hacia los cen­tros, el tamaño de este circuito propiedad extranjera-aporte de capital extranjero indica la penetración de un determinado país subdesarrollado por el centro. Esta dependencia se manifiesta aunque no haya ninguna vinculación automática entre la salida de divisas a cuenta de la propie­dad extranjera y la entrada de aportes de capital extranjero. Si bien los aportes tienen que compensar continuamente las salidas o, por lo menos una gran parte de ellas, estos aportes deben ser negociados en cada oportunidad. Esta negociación de los aportes implica la aceptación por el país subdesarrollado de mantenerse en el marco del sistema capi­talista mundial. Estableciendo este marco, la necesidad de los aportes de capital es inevitable y el centro desarrollado tiene necesariamente un poder de negociación más grande que el país subdesarrollado. Por lo tanto, se condicionan los aportes de capital extranjero. Por otro lado, los aportes de capital extranjero entran por los canales más diversos. La inversión extranjera es solamente una parte de ellos. Fuera de ella viene una multiplicidad inmensa de aportes condicionados a determi­nadas actividades del país subdesarrollado: construcción de carreteras,

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sistemas de enseñanza, intercambios culturales, financiamiento de orga­nizaciones sociales y políticas, etc. Si bien en último término todos estos últimos aportes vienen a compensar las salidas de divisas a cuenta de la propiedad extranjera, ello se hace con la condición de canalizar estos aportes en la penetración de la estructura social en su totalidad.

A la vez, esta penetración de toda la sociedad es una de las condi­ciones básicas para mantener y expandir continuamente el mismo cir­cuito propiedad extranjera-aporte de capital extranjero. Determina la disposición general del país subdesarrollado á aceptar la movilización de los recursos internos en función de este circuito. Pero otro elemento clave para inducir esta movilización está en el dominio sobre el sistema bancario financiero del país subdesarrollado, que sirve concretamente para movilizar los recursos. El capital extranjero tiene que constituirse a la vez como capital financiero para que la penetración general de la sociedad por los centros se pueda realizar mediante una movilización de los recursos internos del país subdesarrollado en función del circuito mencionado.

Dada esta situación general de dependencia, no se puede consi­derar la ayuda extranjera como un posible pilar dé la industrialización latinoamericana. El financiamiento externo, dentro de los términos del sistema capitalista, tiene la tendencia de convertirse en circuito de la dependencia y siempre concluye viviendo en forma parasitaria de la mo­vilización de los recursos internos del país subdesarrollado. El sistema capitalista sencillamente no tiene los mecanismos necesarios para trans­ferir las sumas exigidas por el empuje de la industrialización de los países subdesarrollados que siguen en el marco del sistema capitalista mundial. Sería una pura ilusión pensar en un gran empuje de la indus­trialización sobre base de ayudas tales. Dada la estructura capitalista de inversión, estas ayudas tendrían que ser tan fabulosas que el mismo sistema capitalista no sería capaz de transferirlas aunque existiera una disposición subjetiva por parte de los centros desarrollados para hacer­lo. Desembocarían cada vez en este circuito de la dependencia a través del cual la ayuda económica se transforma en pago de transferencia en el interior mismo del mundo desarrollado.

Las razones de la dependencia

Pero sigue en pie la pregunta: ¿por qué los países subdesarrolla­dos aceptan tal situación de dependencia y por qué no adoptan en el momento actual una posición de independencia nacional, aunque sea sobre la base de su permanencia en el sistema capitalista mundial? Evi­dentemente, hace falta anotar que hoy en día hay corrientes que insisten en la posibilidad de un nuevo nacionalismo latinoamericano, cuya libe­ración de la dependencia se haría sin romper a la vez la integración

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en el sistema capitalista mundial. El análisis del porqué de la acepta­ción de la dependencia, por lo tanto, es vital para formarse un juicio sobre la posibilidad de una salida del subdesarrollo en América Latina. Podemos mencionar algunos puntos que en parte explican el porqué de la aceptación de la dependencia y que en parte hacen ver las dificul­tades de un nacionalismo capitalista del tipo mencionado:

El primer punto se refiere a que la dependencia actualmente es un hecho ya establecido. El nacionalismo capitalista en el momento ac­tual tendría que ser nacionalismo de la reversión de una dependencia existente y no un nacionalismo que se considere enfrentado con la ame­naza de la dependencia. Este hecho describe una diferencia importante con respecto a los nacionalismos capitalistas del tipo japonés o alemán en la segunda mitad del siglo XIX. En los países subdesarrollados de hoy la dependencia está definitivamente instalada y el nacionalismo ca­pitalista tendría que destruir un circuito de dependencia que ha penetra­do ya a los países respeótivos enteramente.

La destrucción de este circuito de la dependencia resulta difícil para una posición del capitalismo nacionalista porque forzosamente ten­dría que considerarla en el marco de las normas del sistema capitalista mundial. Una norma básica es la del respeto a la propiedad privada in­ternacional, donde se deriva la obligación a indemnizar las industrias nacionalizadas. Pero esta indemnización, necesariamente reproduce el mismo circuito de la dependencia que la nacionalización pretendía des­truir. En el caso de la indemnización en divisas ésta conduce, además, a una abierta contradicción: el país tendría que renunciar a la detenta­ción de las divisas que posibilitan su desarrollo a cambio de su inde­pendencia. Por lo tanto, tendría que renunciar al desarrollo para iniciar un desarrollo nacional.

- Esté nacionalismo capitalista podría buscar la salida de esta con­tradicción por otro tipo de política. En este caso, tendría que tra tar de limitar el circuito de la dependencia —el circuito propiedad extranjera- aporte de capital extranjero— al tamaño existente en el momento actual, asegurando solamente un desarrolla nacional para las nuevas industrias por surgir e implantando una cierta planificación económica a la indus­tria extranjera existente. Pero esta variante de la política nacionalista no toma en cuenta que los aportes del capital extranjero llegan por los canales más diversos y tienden a penetrar la sociedad entera obstruyen­do en cada momento una política rígidamente nacionalista. El circuito de la dependencia no es un enclave geográfico que se podría respetar por cierto tiempo —como por ejemplo Cuba respeta el enclave norte­americano de Guantánamo— sino que es una penetración de la sociedad. De todas maneras, una posible política de nacionalismo capitalista ten­dría que buscar su salida en esta línea apoyándose en un estado nacional.

Pero esta discusión de las posibilidades de un nacionalismo ca­

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pitalista nos lleva en seguida hacia otro plano de la discusión, al pro­blema de la dependencia como tal. La posición teórica que sustenta al nacionalismo capitalista tiene que reconocer necesariamente la raíz de la dependencia y del subdesarrollo en los fenómenos de la dependencia. Solamente de esta manera se puede sostener que la limitación o la desa­parición de este circuito propiedad extranjera-aporte de capital extran­jero es condición suficiente para entrar en el momento histórico actual en una vía capitalista de desarrollo. Pero este supuesto básico se puede poner en duda.

Para demostrar eso tenemos que volver sobre la discusión del propio criterio capitalista de racionalidad y su papel en el surgimiento de las estructuras subdesarrolladas. Nuestro examen de la estructura de la inversión, que acompaña al criterio capitalista de racionalidad, indica, al contrario, que el estrangulamiento de la industria subdesarrollada y su transformación en enclave industrial es resultado de la misma apli­cación del criterio de la racionalidad capitalista y de ninguna mañera una consecuencia de la dependencia expresada por el circuito de la de­pendencia mencionada. Si esta tesis es acertada, el resultado de un nacio­nalismo capitalista, en el mejor de los casos, será un subdesarrollo nacio­nal en vez de ser un subdesarrollo dependiente, sin alcanzar una vía de desarrollo capitalista. Esta tesis se basa en la suposición de que, después del corte entre medios de producción tradicionales y medios de produc­ción modernos, el criterio capitalista de la racionalidad necesariamente y de por sí reproduce el subdesarrollo.

La dependencia, por lo tanto, llega a ser algo muy distinto de lo que era antes. Ahora es resultado del subdesarrollo producido por la misma vigencia del criterio capitalista de racionalidad en las periferias desequilibradas del mundo. Las estructuras creadas por este criterio de racionalidad son como tal estructuras tanto subdesarrolladas como de­pendientes, y la política del nacionalismo capitalista considera más bien síntomas del subdesarrollo y no su estructura básica y causante. Por eso puede tener solamente éxitos muy parciales.

Rechazamos, por lo tanto, la explicación del subdesarrollo por la dependencia lo que nos lleva a una posición negativa frente a las teorías que sustenta el nacionalismo capitalista latinoamericano, y rechazamos igualmente la explicación del subdesarrollo por hechos ocurridos en él plano tecnológico. El corte entre medios de producción tradicionales y medios de producción modernos de ninguna manera puede ser tratado como la causa misma del subdesarrollo. Una tesis de este tipo desem­bocaría en un fatalismo total frente al problema del desarrollo; Como el corte tecnológico no es reversible, el mismo subdesarrollo no sería reversible en el caso de que el corte tecnológico fuera la causa misma del subdesarrollo en periferias desequilibradas. La importancia del corte tecnológico reside en otro problema. Cambia más bien la situación his­

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tórica dentro de la cual actúa el criterio capitalista de racionalidad. Así como en la segunda mitad del siglo XIX este criterio lleva a la trans­formación del mundo no industrializado en periferias, ahora en el sigloXX este mismo criterio llega a reproducir el carácter desequilibrado de sus periferias y el estrangulamiento de la industrialización capitalista. El corte tecnológico, por consiguiente, define una nueva situación his­tórica que da un carácter nuevo al criterio capitalista de la racionalidad, llevándolo al camino de la reproducción continua del subdesarrollo. El corte tecnológico ahora explica porqué el criterio capitalista de racio­nalidad, que a comienzos del siglo XIX es un criterio altamente desa- rrollista e industrializador, se transforma durante el siglo XX en un criterio del subdesarrollo que permite a los centros mantener una fuerte dinámica económica, polarizando las periferias desequilibradas como la contrapartida subdesarrollada de estos centros del mundo capitalista. Esto origina el problema que tiene que solucionar la teoría de la acu­mulación socialista. Tiene que demostrar que hay otros criterios de ra­cionalidad, capaces de conducir un proceso de industrialización y desa­rrollo de las periferias desequilibradas, y capaces de sustituir eficaz­mente el criterio capitalista de la racionalidad.

V. La estructura dualista de las sociedades subdesarrolladas

Antes de presentar un esbozo de la teoría de la acumulación so­cialista y de su criterio respectivo de racionalidad, hace falta todavía penetrar más en el análisis de la estructura subdesarrollada misma.

Habíamos visto ya que la estructura subdesarrollada mantiene la estructura económica originaria que surgió en la segunda mitad del siglo XIX, cuando el mundo industrializado se transforma en periferia. El rasgo más destacado de está estructura reside en el hecho de que se inserta en la división internacional del trabajo por la venta de mate­ria prima y la compra de bienes manufacturados. Esta situación básica no cambia Con la industrialización estrangulada de estas periferias. Esta industrialización proporciona a las importaciones de bienes manufactu­rados un multiplicador, sin insertar esta producción industrial en la división internacional del trabajo. La industria dé las regiones o países subdesarrollados surge como industria aislada que alimenta su compra de medios de producción en los centros mediante la venta de materia prim& de sus respectivos países. Desarrollándose sobre la base de una estructura capitalista de inversiones, se estrangula y se transforma en enclave industrial; una situación que llamábamos de estancamiento di­námico. La industria es dinámica en su interior pero no tiene capacidad para arrastrar al país entero en el proceso de la industrialización.

De esta manera resulta un dualismo estructural que divide la

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región subdesarrollada en un centro sostenido en la fuerza productiva del enclave industrial y una periferia interna marginada de este proceso productivo. Aparentemente, se repite en el interior de la sociedad sub­desarrollada la relación centro-periferia existente entre centros indus­trializados y periferias desequilibradas o subdesarrolladas, en el plano del sistema capitalista mundial. Esta apariencia ha dado lugar a teorías que interpretan el enclave industrial del país subdesarrollado como parte desarrollada que se enfrenta con otras partes de esta sociedad todavía subdesarrolladas y que haría falta incorporar en el centro industrial de la región subdesarrollada. Si bien es muy evidente el carácter dualista de la sociedad subdesarrollada, parece muy dudosa la interpretación del enclave industrial como una parte desarrollada del país subdesarrollado y, por consiguiente, la analogía entre la estructura subdesarrollada dua­lista y la polarización desarrollo-subdesarrollo en el conjunto del siste­ma capitalista mundial.

La diferencia esencial salta a la vista si analizamos la relación centro-periferia en el interior del mundo desarrollado. Los países capi­talistas industrializados se enfrentaron a fines del siglo XIX con pro­blemas muy graves referente a sus periferias internas. La destrucción de la producción tradicional y el enfrentamiento entre campo y ciudad había llevado a una situación de miseria tanto en las poblaciones urbanas como en el campo de los países céntricos. Existía, por lo tanto, toda una apariencia de desequilibrio de tales periferias que parecía amenazar la misma existencia del sistema capitalista en los centros. El surgimiento de movimientos de masas y la consiguiente política de tipo populista llevó a programas de incorporación de estas masas marginadas. Las medidas tomadas fueron todas de un carácter distributivo e impusieron un cambio de la estructura de la demanda. En la ciudad se concretaron más bien en aumentos de salarios y en el campo en una redistribución de los créditos y en una política de mejora de los términos de intercam­bio de productos agrícolas por productos manufacturados en favor del campesinado. El éxito de esta política que en muchos casos fue muy rápido, expandió la industrialización hacia las periferias internas de estos centros desarrollados.

Precisamente en el caso de la estructura subdesarrollada, una po­lítica de este tipo parece imposible. Sufriendo los enclaves industriales una limitación externa de su posible dinámica, la propia política de la distribución de ingresos y de la reestructuración de la demanda no puede ser considerada un medio eficiente para la incorporación de las masas marginadas en el proceso de la industrialización. En vez de llevar a una expansión industrial, desemboca en una presión inflacionaria. Se da, por lo tanto, un impedimento estructural para la incorporación de las masas marginadas, que no puede ser superado por las mismas me­didas que permitieron en el interior del mundo desarrollado un deter­

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minado equilibrio entre centros industriales y periferias internas. En consecuencia, se tra ta de una situación cualitativamente distinta.

El estancamiento dinámico en este caso impone una línea de de­sarrollo que hace intrínsecamente imposible un éxito definitivo de la política de la redistribución y de la industrialización mediante la rees­tructuración de la demanda efectiva. Se abre una disyuntiva muy típica que no tiene solución. El avance de la industrialización tiende a crear productos de una tecnología siempre más alta. Pero, como esta tecno­logía tiene que convertir su capacidad en bienes finales para poder ali­mentar las inversiones correspondientes, este avance se expresa en la producción de bienes de consumo de alto nivel tecnológico, artefactos, etc. Sin embargo, en la situación del estrangulamiento dinámico, estos productos se convierten en bienes de lujo en el país subdesarrollado, a pesar de que en los centros desarrollados constituyen bienes de con­sumo masivo. Tal avance de la industria obliga, por lo tanto, en el con­texto subdesarrollado, a la creación de los grupos correspondientes cuyos ingresos les permita comprar los bienes finales resultantes del progreso tecnológico. La propia estructura de inversión presiona de este modo, hacia niveles siempre más altos de los ingresos de estos grupos. Hay muy poca posibilidad de redistribución de estos ingresos, por el simple hecho de que estos bienes de tecnología más alta son complementarios entre sí y porque la demanda se orienta únicamente a ellos toda vez que el consumidor tiene un nivel de ingresos suficiente para adquirir el con­junto de estos bienes complementarios.

Una reestructuración de la demanda en el sentido redistributivo, en cambio, se dirigirá más bien hacia bienes de consumo esencial y, por lo tanto, de tecnología más bien baja. Es muy difícil imaginarse que tal demanda pueda alimentar un desarrollo de producciones de alta tec­nología. Tendería más bien a un estancamiento de este tipo de industrias y a la tecnificación de actividades de alta intensidad del trabajo como son la producción agraria y la construcción, que fácilmente puede de­sembocar en un aumento de los sobrantes del proceso productivo en vez de constituir una solución del problema del subdesarrollo.

Toda esta disyuntiva aclara una situación básica. El enclave indus­trial se desarrolla sobre la base de una redistribución regresiva de los ingresos y determina un dualismo estructural que no puede superar. Acapara la producción de bienes manufacturados y destruye a la vez cualquier posibilidad de producción con medios tradicionales competi­tivos. Dada la situación de estancamiento dinámico, el enclave industrial deja sobrevivir y procura la sobrevivencia solamente de producciones no competitivas del tipo tradicional, en especial de la agricultura. Por otro lado, destruye cualquier tipo de producción con medios tradicio­nales en el campo competitivo de la producción del enclave industrial. No teniendo capacidad expansiva, determina el estancamiento de la so-

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ciedad en general. Hacia su interior produce el estancamiento dinámico con la tendencia regresiva de la distribución de los ingresos, y hacia el exterior estimula la conservación de producciones tradicionales como la agricultura, y al desempleo de los sobrantes que no pueden ser inte­grados al enclave industrial y que tampoco pueden seguir produciendo en términos de medios de producción tradicionales.

Siguiendo este análisis, se puede afirmar qué el enclave industrial, en el interior de la sociedad subdesarrollada no puede ser entendido como un sector desarrollado parcial dentro de un ambiente general de subdesarrollo. La situación es más bien al revés. El enclave industrial determina y reproduce el subdesarrollo y constituye, por lo tanto, el factor central del estancamiento general.

La situación de clases en la estructura, subdesarrollada del siglo X X

Lo expuesto anteriormente nos permite ahora entrar a analizar la estructura de clases impuesta por el criterio capitalista de la raciona­lidad en la sociedad subdesarrollada, y que se expresa en las decisiones políticas y luchas sociales que determinan el surgimiento de la estruc­tura económica subdesarrollada. Habíamos visto con anterioridad que la estructura de clases y del poder político surgen en la segunda mitad del siglo XIX junto con la estructura económica triangular de la peri­feria. Durante el siglo XX, esta estructura de clase va transformándose en el mismo grado en que se transforma la propia estructura económica.

En la segunda mitad del siglo XIX la estructurá de clase puede basar su legitimidad en la apariencia de un desarrollo rápido de las fuer­zas productivas en el plano de la producción de materias primas, que llega a dar la seguridad de ser el primer paso del futuro desarrollo capi­talista de la sociedad entera. Esta legitimidad permite a las clases tra­dicionales, junto con las clases dominantes de los centros, derrotar los movimientos de revolucionarios burgueses e imponer una estructura pe­riférica a sus respectivos países.

Pero esta legitimidad inicial entra por primera vez en crisis en las primeras décadas del siglo XX, cuando sale a luz el carácter desequi­librado de la situación periférica y cuando la estructura económica trian­gular heredada se muestra incapaz para incorporar los sobrantes del proceso productivo en general. Esos sobrantes se hacen ahora presentes por movimientos masivos, cuya represión directa es más y más decisiva. Sin embargo, en este primer período todavía existe una gran capacidad de incorporar nuevas clases medias a través de una cierta redistribución del ingreso, que resulta de las relaciones comerciales con los países céntricos. Se trata del momento en que se crea nuevas burocracias esta­tales y en el cual, a la vez, se dan los primeros pasos de una política populista. Esta situación se produce en Brasil, Argentina y Chile inme-

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diatamente después de la primera guerra mundial. Surgen políticas de seguridad social que logran mantener la legitimidad del sistema de cla­ses mediante la incorporación en él de las personas que ahora constitu­yen estas nuevas burocracias y que representan hacia las masas sobrantes la esperanza de su futura incorporación total. Tiene lugar un rápido cre­cimiento de las clases medias y una reestructuración del poder político que ahora no puede basarse únicamente en el apoyo de las clases altas sino que debe abrirse hacia la incorporación de estas nuevas clases.

Pero la limitación de este esquema de clases se hace rápidamente visible. Con las nuevas clases medias se incorpora solamente una peque­ña parte de las masas sobrantes del sistema económico total, mientras que la redistribución de la ganancia del comercio exterior no permite una política de incorporación de estos sobrantes sin emprender la in­dustrialización de sus países respectivos. La política populista, que co­mienza con la formación de las nuevas clases medias, tiene que trans­formarse rápidamente en una política de industrialización capitalista que permita la incorporación de los sobrantes en el sistema productivo, y que a la vez dé a las importaciones de productos manufacturados un efecto multiplicador que haga posible un aumento rápido y temporal­mente continuo de los niveles de vida. Así, la lógica de la política popu­lista lleva a la política de la industrialización, mediante la sustitución de las importaciones, que determina las industrializaciones del conti­nente latinoamericano hasta la década del cincuenta. Sobre la base de esta sustitución de las importaciones esta política puede mantener la antigua legitimidad del sistema capitalista, que presenta en todo este período una dinámica de incorporación creciente de las masas sobrantes en el sistema productivo y un aumento continuo de sus niveles de vida. En este período, precisamente, surgen, junto a las clases tradicionales heredadas del siglo XIX, una nueva clase capitalista industrial, una nue­va clase media y una clase obrera industrial. Dada la legitimidad de la estructura de clase, sostenida por la aparente dinámica de la estructura económica, el sistema político puede progresar a través de la política populista, aceptando las mismas normas de la democracia de masas que se había producido en los centros desarrollados, y adoptando una actitud positiva hacia las organizaciones de las clases y, sobre todo hacia la sin- dicalización obrera.

Pero, si bien esta estructura de clases que resulta del período po­pulista tiene sus rasgos específicos, sin embargo, se trata de una conti­nuación de la estructura de clase anterior. Así como la estructura eco­nómica triangular periférica logra conservarse durante el siglo XX, tam­bién la estructura de clase heredada determina la nueva estructura de clase de la primera mitad del siglo XX. Si bien surge una nueva clase industrial capitalista, se mantienen las clases dominantes heredadas sin que la clase capitalista industrial puede tomar el liderazgo de la clase

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dominante entera. Si bien se desarrolla rápidamente, no logra el poder suficiente para enfrentarse a las clases tradicionales y, en el mismo momento en que el proceso de industrialización parece permitir un en­frentamiento entre la clase capitalista industrial y las clases tradicio­nales, el propio estrangulamiento de la industrialización y la transfor­mación de la industria en enclave industrial, al terminar el período de la sustitución de las importaciones, quita a la clase industrial capita­lista la posibilidad de penetrar la sociedad entera por relaciones capita­listas de producción. Si en el período del populismo dinámico la clase industrial capitalista necesita la alianza con las clases tradicionales, debido a su debilidad, con posterioridad a la transformación de la indus­tria en enclave necesita la alianza de clases por conveniencias de la esta­bilidad política del país. En este momento el sistema populista entra en crisis.

Esta crisis sale a luz cuando se demuestra la imposibilidad de dar legitimidad al sistema político mediante una clara dinámica de las fuer­zas productivas. El estancamiento dinámico de las industrias ya no per­mite la integración progresiva de los sobrantes en el proceso productivo, mientras que la producción industrial creciente agudiza la diferencia distributiva del ingreso entre las clases obreras y las clases medias.

En lo referente a la estructura de clases y al poder político, se anuncia en este período una nueva etapa que comienza en la década del sesenta. Sigue la alianza de clases entre capital industrial y clases tradicionales, mientras se produce un nuevo fenómeno con la penetra­ción masiva de la producción manufacturera por el capital extranjero. La clase industrial capitalista entra a la vez en alianza con este nuevo capital extranjero que llega a introducirse en la producción industrial precisamente en el momento en que termina el período de la sustitución de las importaciones en los países principales de América Latina y em­pieza la producción de bienes de alta tecnología y de medios de pro­ducción.

Esta alianza con el capital extranjero evidentemente está indu­cida por la experiencia técnica y el conocimiento tecnológico de los gran­des conglomerados industriales de los centros desarrollados, que ahora se expanden rápidamente a través de los países de América Latina. Estos conglomerados toman a su cargo nuevos proyectos industriales que, por lo menos en el primer momento, parecen inaccesibles al capital na­cional. Este se transforma, por lo tanto en socio menor de este capital ex­tranjero. Sin embargo esta nueva orientación de la industrialización sus­tentada por el capital extranjero no termina con la situación del estanca­miento dinámico, sino que confirma, más bien, la existencia de esta situa­ción. Las mismas razones que nos explican el estancamiento dinámico ex­plican igualmente la penetración de la industria manufacturera por este capital extranjero.

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Esta actitud de entrega por parte del capital nacional industrial tiene cierta semejanza con la actitud de entrega de las clases tradicio­nales en la segunda mitad del siglo XIX que en aquel entonces permi­tieron la transformación de las regiones no industrializadas en perife­rias de los centros. Analizando el fenómeno, podemos explicar esta en­trega por la misma vigencia del criterio capitalista de la racionalidad. Siguiendo este criterio, la transformación en periferia permitió a las cla­ses tradicionales dirigentes de estos países integrarse al desarrollo de una manera más fácil y con ganancias más altas que a través de una re­volución nacional burguesa. Una situación análoga se da al terminar el período de la sustitución de las importaciones. Para la clase industrial capitalista aparece ahora como solución más fácil para su integración en la producción industrial de alto nivel tecnológico la alianza con el capital extranjero, al cual se le da ahora la posibilidad de movilizar los recursos internos de los países subdesarrollados en función de este tipo de industrialización. Si bien en el período del populismo la clase indus­trial tuvo cierta orientación nacionalista, ahora deja de tenerla, siguien­do las orientaciones de su propio criterio capitalista de la racionalidad. Acepta ser dependiente y se asegura una posición que le permite gozar de su dependencia.

Hace falta insistir que nuevamente la clase dirigente de las regio­nes subdesarrolladas sigue impecablemente el criterio capitalista de la racionalidad que le abre tal camino, el cual ella no duda en aceptar. Si bien la ideología burguesa interpreta este fracaso del capitalismo nacio­nal como una consecuencia de la sobrevivencia de elementos tradiciona­les de la sociedad, sin embargo, nosotros podemos afirmar que ello solamente es resultado, una vez más de la aplicación fiel de los principios constituyentes del sistema capitalista. Este sigue siendo un sistema lle­vado por un criterio de racionalidad —-la ganancia— que en determi­nados casos produce precisamente el debilitamiento de las relaciones capitalistas de producción propiamente tales.

Vimos cómo con el estancamiento dinámico, a fines de la década del 50, se fortalecen alianzas de clases entre capital industrial nacional y clases tradicionales, por un lado, y capital nacional industrial y capital internacional por otro lado. En esta situación de estancamiento general el movimiento populista tiende a terminar. Ya no puede incorporar acumulativamente nuevas masas en el sistema industrial, de modo que también se estanca la masa de los sobrantes desempleados o de empleo disfrazado. Pero estos sobrantes siguen presionando al sistema, con la intención de poner en duda su legitimidad. Por otro lado, la movilización populista de las masas había estado restringida hasta este momento principalmente a las masas urbanas sobrantes. Ahora también comienzan a incorporarse las masas campesinas, en abierta contradicción con la alianza de clases establecida entre capital industrial y clases tradicio­

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nales. El movimiento populista en los campos puede prosperar solamen­te si llega a quebrar esta alianza de clases, mediante la realización de la reforma agraria.

Estas dos tendencias ahora dan lugar a las más diversas combi­naciones con el poder político. El poder político nunca es un reflejo mecánico de la estructura de clase, a pesar de que el dominio de la clase dominante sobre el poder político es la condición de la estabilidad de una determinada estructura de clases en el tiempo. Pero la clase domi­nante tiene que defender continuamente su dominio sobre el poder po­lítico y muchas veces se ve obligada a aceptar cambios de su poder de clase para poder mantener ese dominio. Precisamente por esta razón se explican las distintas formas que en este momento toma el poder polí­tico. En el período populista esta situación no era muy problemática. El carácter democrático parlamentario del poder político y las medidas populistas de creciente incorporación de las masas urbanas estaban en pleno acuerdo con la capacidad expansiva de la estructura económica. La incorporación social se restringía a las masas urbanas mediante una industrialización masiva, en tanto que las masas campesinas todavía no estaban movilizadas como para amenazar una posible alianza de clases entre capital industrial y clases tradicionales. Pero este carácter unívoco de la relación entre poder político y estabilización de la estructura de clase ahora se rompe.

Podemos distinguir de nuevo distintos tipos de combinación del poder político con la estructura de clases. Por un lado, tenemos el caso más simple, en que se sigue pasivamente las tendencias del criterio ca­pitalista de la racionalidad. En este caso, el poder político se sitúa junto a las alianzas de clase establecida. Se convierte en simple instrumento de estas alianzas y sustituye la pérdida de legitimidad del sistema, frente a las masas de los sobrantes urbanos y frente a la nueva movilización cam­pesina, por la violencia institucionalizada. Este es más bien el caso de determinadas dictaduras militares que surgen en el continente y que buscan una política desarrollista a través del reforzamiento de estas alianzas de clases. Necesariamente son dictaduras antipopulistas, que se definen por la lucha anti-insurreccional.

Pero el poder político en América Latina no sigue automáticamen­te por este camino. Hay otros casos en los cuales el poder político se pone en contra de estas alianzas de clase sin librarse a la vez de su inte­gración en el sistema capitalista mundial. Esta alternativa, por su parte, tiene otra vez dos aspectos diferentes.

Por un lado, surgen gobiernos que se oponen a la alianza de clases entre capital industrial y clases tradicionales. Aceptando esta línea, lle­van la política populista al campo y la reforma agraria llega a ser uno de sus lemas principales. Si bien en muchos de estos casos el poder po­lítico se muestra sumamente débil en su actuación frente a la estructura

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de clase existente, es importante señalar la tendencia general de gobier­nos de este tipo que aparecen con diferente ímpetu en Chile, en Perú antes de 1968, en Colombia y en Venezuela. En parte responden políti­camente a una movilización populista del campesinado y, en parte —eso vale sobre todo para Chile— promueven la movilización campesina en un campo todavía no movilizado con el objetivo de llegar a romper con medios políticos la alianza de clase existente entre capital industrial y clases tradicionales. En todos los casos se trata de proyectos basados en la convicción de que el desarrollo económico de la producción agríco­la no es posible sin romper las relaciones semi-feudales de producción vigentes en el campo, a pesar de que la tendencia automática del sistema capitalista no conduce al choque entre estas relaciones de producción. El poder político se encarga, por lo tanto, de suplir la ausencia de una revolución nacional burguesa, que podría haberse originado en la fuerza expansiva del capital industrial, por la actuación política del Estado destinada a destruir determinadas alianzas de clase. Pero en todos estos casos el poder político se muestra evidentemente débil frente a la tarea que se ha propuesto. La decisión previa de mantenerse en el marco del sistema capitalista mundial limita la posible acción sobre el capital in­dustrial e impone el respeto a determinados privilegios de las clase tra- dicionalistas que permiten, de hecho, la sobrevivencia de la alianza de clase atacada por el poder político. Por otro lado, la circunstancia de que estos gobiernos no ataquen al mismo tiempo la alianza de clase entre capital industrial nacional y capital extranjero, da más fuerza de resis­tencia a la alianza de clase entre capital industrial y clases tradicionales. Si bien estos gobiernos parten con buenas intenciones, terminan con resultados muy incipientes.

Dada esta situación, surgen otras tendencias del poder político para oponerse a las alianzas de clase mencionadas. Esta vez se llega a atacar simultáneamente las dos alianzas de clase. El enfrentamiento con las clases tradicionales, por lo tanto, va acompañado de un enfrenta­miento con el capital extranjero que actúa en el país subdesarrollado. En este sentido se puede entender el actual gobierno del Perú y las tendencias teóricas que en este momento surgen en nombre del nuevo nacionalismo latinoamericano. Los proyectos concretos en esta línea son aun demasiado recientes como para determinar claramente este camino. Pero se puede observar diferencias internas de esta alternativa, que ma­nifiestan sobre todo el problema de si este enfrentamiento del poder político con las alianzas de clase implica una ruptura con el sistema ca­pitalista mundial y un consiguiente tránsito a un sistema socialista o no. La corriente teórica del nuevo nacionalismo latinoamericano sostiene más bien que tal enfrentamiento es posible y que debe ser buscado den­tro del marco del sistema capitalista mundial y de la aceptación de sus normas generales. No hace falta repetir aquí la crítica que hemos ex­

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puesto anteriormente. A nuestro parecer, eso es una ilusión. Existe un evidente peligro de que el poder político, aceptando una integración de su política en el marco del sistema capitalista mundial, corra la mis­ma suerte que los gobiernos que se enfrentaron más bien únicamente con la alianza entre capital industrial y clases tradicionales. En último término, esta crítica se basa en la tesis de que una política nacionalista de este tipo no puede superar el estancamiento dinámico de la industria­lización, cuya consecuencia son estas alianzas de clases. Parece, por lo tanto, inevitable la ruptura con el marco del sistema capitalista mundial y el establecimiento definitivo de una sociedad socialista como única sociedad capaz de destruir estas alianzas de clases.

En el fondo también se trata en este caso de resolver si es posible realizar hoy en día con éxito una revolución nacional burguesa dentro del marco histórico de los países subdesarrollados. Si bien el naciona­lismo latinoamericano tiene conciencia de que la propia burguesía in­dustrial no es capaz de llevar a cabo una revolución nacional burguesa, se compromete con la tesis de que el poder político puede constituirse como agente externo de esta revolución nacional burguesa para impo­nerle a la burguesía una posición de clase que no ha tomado por inicia­tiva propia. Las argumentaciones correspondientes se apoyan en los casos del nacionalismo alemán y japonés, a fines del siglo XIX, para defender la tesis de que es posible realizar un nacionalismo burgués fomentado políticamente. Pero la burguesía no se da cuenta de que estos casos co­rresponden a momentos históricos previos al corte tecnológico entre medios de producción tradicionales y medios de producción modernos.

VI Algunas mitologías burguesas y sus instrumentarios

A fines del período populista, el sistema capitalista latinoamerica­no ya no puede legitimarse por una eficiencia económica que permita una creciente incorporación de las masas en el sistema industrial pro­ductivo. Perdiendo esta legitimidad, el sistema tiene que buscar otras bases para sustentarse ideológicamente. Si bien puede cumplir su falta de legitimidad con la violencia institucionalizada creciente, necesita a la vez una penetración de las conciencias que le permita imponer el miedo a la violencia y el terror institucionalizado como determinantes para la aceptación del sistema. La violencia como tal en ningún caso promueve automáticamente un sometimiento pasivo al dominador. Puede igualmente provocar la rebelión, que lleva al derrocamiento del poder violento. Faltando una legitimidad por la eficiencia económica expansiva, la violencia tiene que buscar nuevos caminos para lograr suplir esta fal­ta de legitimidad. Este hecho explica en este período del estancamiento dinámico del enclave industrial, la nueva función que les compete a las mitologías burguesas. Si bien la sociedad capitalista jamás ha podido

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vivir sin estas mitologías, éstas ahora llegan a tener una importancia nueva e inusitada. Su función es muy clara. Tienen que preparar la con­ciencia de las masas de una manera tal que transforme el miedo a la violencia institucionalizada en disposición subjetiva a aceptar el sistema a pesar de su fracaso económico. Surge una nueva batalla ideológica, en la cual ideologías fascistas y neocapitalistas de los tipos más diversos cumplen esta función de una manera siempre más clara, estableciendo canales de manejo del miedo frente al terror institucionado.

Estas mitologías burguesas a la vez determinan y justifican deter­minadas políticas. Pero, en parte, la función misma de estas políticas llega a consistir más bien en la penetración ideológica de la conciencia de las masas. En otros casos, la política burguesa se orienta directamen­te hacia una interpretación mistificadora de los efectos anti-desarro- llistas de las alianzas de clases, en contra de las cuales la política de desarrollo tiene que definirse. En relación a la primera alternativa po­demos analizar brevemente la teoría de la márginalidad que ha estado detrás de ciertas políticas de la promoción popular y, en relación a la segunda, podemos considerar la mistificación que se ha hecho de la pre­sencia del capital extranjero en los países subdesarrollados y de la alian­za de clases entre capital industrial nacional y extranjéro, en la cual el capital nacional acepta la posición del socio menor.

El poder sobre los medios de comunicación

Pero, antes de entrar en la propia discusión de estas dos mitolo­gías —junto a las cuales existe un sinnúmero de otras— hace falta men­cionar una condición institucional sin la cual la clase dominante latino­americana no podría cumplir con su propósito de mistificar las mentes de las masas que sienten cada vez más la pérdida de legitimidad del sistema. Nos referimos al dominio sobre los principales medios de co­municación de masas. Con el aumento de importancia de las mitologías aumenta igualmente la importancia del dominio sobre estos medios de comunicación. Si bien este dominio nunca es completo, sin embargo llega a copar los medios de comunicación más poderosos y su manten­ción es una cuestión de vida o muerte para el sistema dominante, que económicamente ya no es capaz de legitimarse. En el caso de que a la burguesía dominante se le escape este dominio, la discusión libre de las alternativas del desarrollo sería suficientes para derrumbar el sis­tema. Eso explica porqué los poderes políticos que llegan a enfrentarse con las alianzas de clases existentes se enfrentan a la vez —con una con­ciencia cada vez más clara— con la estructura dominante de los medios de comunicación de masas. Partiendo de esta motivación se nota en Amé­rica Latina el surgimiento de un nuevo proyecto de la libertad de opi­niones. Tiene como objetivo una transformación de los medios de comu­nicación, de manera que puedan servir para la crítica de las mitologías

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de las clases dominantes existentes o por existir. Se trataría de medios de comunicación convertidos en detectores de mentiras frente a las mi­tologías creadas por las clases dominantes.

Este nuevo proyecto de la libertad de opinión es una novedad hasta para la misma izquierda. La izquierda socialista surgió en un momento histórico en que la lucha ideológica no tenía instrumento alguno com­parable a los que se poseen hoy en día. Recién en el siglo XX se crearon estos instrumentos, que colocaron las luchas ideológicas en el primer plano de las luchas sociales. Eso explica el hecho de que los primeros movimientos socialistas que llegaron al poder se encontraran relativa­mente desorientados frente a los peligros del aprovechamiento del mo­nopolio sobre los medios de comunicación de masas por parte del Estado socialista. Estos proyectos socialistas se desarrollaron, por lo tanto, en una forma que solamente fue posible sobre la base de un dominio mo- nopólico sobre los medios de comunicación de masas.

En esta situación, se explica que la nueva lucha ideológica en América Latina dé tanta importancia a la discusión de los proyectos de la libertad de opiniones .En la situación actual, la destrucción de los mo­nopolios sobre los medios de comunicación llega a ser la condición para que se produzca una decisión libre sobre la reestructuración del poder mediante la crítica de las mitologías de la clase dominante. Pero la clase dominante de América Latina sabe, a su vez, que no tiene posibilidad de sobrevivencia frente a una opinión pública formada libre e independien­temente. Admitir la libertad de opinión, para ella, es admitir el derroca­miento del mismo sistema capitalista vigente en el continente. El en­frentamiento con la clase dominante en América Latina llega a ser for­mulado como una reivindicación de la libertad de opinión frente al do­minio monopólico sobre los medios de comunicación de masas. Sola­mente desde esta perspectiva se puede comprender la importancia y la dureza de la campaña del terror, que hoy día forma el núcleo de la ideo­logía dominante en América Latina.

Esta campaña del terror tiene una tarea determinada, que está por encima de todas las mitologías burguesas: forma el ambiente ge­neral en el cual estas mitologías específicas pueden únicamente pros­perar. Este ambiente general de la campaña del terror protege el sistema entero, pero, muy en especial permite el dominio monopólico de la clase dominante sobre los medios de comunicación. De este modo, les es po­sible conducir las reacciones de miedo frente a la violencia institucio­nalizada hacia una conducta de integración en el sistema existente. Esta es la función que cumple la ideología de la libertad burguesa institu­cionalizada en este dominio, sobre los medios de comunicación.

Tiene interés especial analizar la manera cómo se cumple esta ta­rea. La campaña del terror usa la imagen de la propia violencia insti­tucionalizada, pero la proyecta hacia otra sociedad, ajena al ambiente

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en que actúa. Encarna así la imagen de la violencia presente en el propio país, pero desenfrena el miedo y el odio auténticos en contra de esta violencia institucionalizada hacia un objetivo externo, con el propósito de desviar la atención de la propia realidad violenta del sistema y de lograr su aceptación. Esta ideología burguesa presenta la imagen de tan­ques soviéticos en Praga, aunque esta imagen no es nada más que una inversión de los tanques americanos en Santo Domingo. Pero esta pro­yección invierte el miedo real frente a los tanques americanos y el odio en contra de un sistema opresor hacia un afuera imaginario. Así se crea un vacuo sicológico, en el que ahora prospera un humanismo perverso, que sirve para presentar la realidad violenta como la presencia de la li­bertad. En el contexto de esta campaña no cuenta si realmente ha habido tanques soviéticos en Praga o por qué razones los hubo. Como son una simple inversión imaginaria de otros tanques que amenazan a América La­tina, el análisis de la situación checa concreta podría solamente dañar el efecto de la campaña del terror. Además, la burguesía no se interesa por la situación del pueblo checo, de igual manera como no se interesa por la situación de Vietnam, Indonesia o del pueblo brasileño. Lo que interesa a la campaña del terror es encontrar algún hecho aislado en un sistema social extraño al propio sistema, que puede servir para desviar el miedo y el odio frente a la propia sociedad a fin de canalizarlo en favor de la estabilización de la sociedad, que ha originado este miedo. La cam­paña del terror utiliza así un mundo desconocido, que no tiene nada que ver con lo que aparentemente describe, y que viene a ser la repre­sentación invertida del propio mundo, en el cual la campaña del terror se origina.

Eso no significa que los hechos usados por la campaña del terror para sus proyecciones de inversión emocional, no tengan importancia. Estos mismos hechos provocan y atestiguan un desarrollo continuo de la conciencia y de los proyectos socialistas y tienen que ser considerados cuando se trata de estudiar su secuencia. También los proyectos socia­listas pasan por distintas etapas de desarrollo. Pero la discusión de estas etapas presupone un análisis del principio socialista de la racionalidad económica, que vamos a intentar recién en el capítulo siguiente.

Dado este análisis del ámbito general, dentro del cual la mitología burguesa se presenta y en el cual da una importancia preferente al do­minio monopólico sobre los medios de comunicación, podemos proceder al estudio más específico de algunas mitologías claves para comprender la orientación actual de la clase dominante en América Latina.

La teoría de la marginalidad

Vamos a interesamos al comienzo por el concepto de la margina­lidad. Este concepto ha jugado un papel principal en la década del se­

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senta para interpretar la situación de las masas sobrantes del proceso productivo y las relaciones tradicionales de producción en el campo. En él se basó toda una política de participación popular, tanto de gobiernos entreguistas, que usaron el poder político para fortalecer las alianzas de clase formadas, como para gobiernos que se enfrentaron con la alian­za de clases entre capital industrial y clases tradicionales. A la vez, toda­vía hoy tiende a influir en las discusiones relacionadas con el enfren­tamiento del poder político y de las alianzas de clases existentes en el presente.

Esta teoría nace en el mismo momento en que aparece clara­mente el estancamiento dinámico de la industrialización de los países subdesarrollados de América Latina. Con anterioridad a este aconteci­miento los fenómenos que ahora empezaron a ser comprendidos en el concepto de la marginalidad se interpretaron como fenómenos transi­torios de la sociedad capitalista en desarrollo, lo que había permitido la legitimación de la sociedad capitalista por su aparente fuerza de ex­pansión económica. Desapareciendo esta base de legitimación, el fenó­meno deja de percibirse como transitorio. Las masas sobrantes aparecen ahora como un polo de la sociedad, opuesto al centro y basado en la fuerza productiva del enclave industrial. La palabra marginalidad llega a describir esta condición propia de los sectores desempleados, subem- pleados o empleados en medios de producción tradicionales, dentro de relaciones tradicionales de producción. La teoría de la marginalidad —elaborada sobre todo en el Instituto DESAL, en Santiago— reflexiona sobre esta situación del estancamiento de la incorporación de las masas sobrantes en la sociedad global. Constata el carácter radical y global de la marginalidad, pero concibe el problema de la incorporación, evi­tando cualquier crítica de los orígenes profundos del fenómeno a partir del criterio capitalista de la racionalidad. En este sentido se orienta, según los postulados del modelo neo-capitalista europeo que durante el siglo XX había logrado la incorporación de las periferias internas a los centros urbanos industriales en expansión. Pero a DESAL se le escapa totalmente la especificidad de la marginalidad bajo las condicio­nes del subdesarrollo. En este sentido, no llega a concebir la margina­lidad como producto de una estructura capitalista de clases que conduce a una estructura económica estancada, sino que más bien lo considera como un problema de la organización y presión popular en el interior de la estructura de clase existente.

El concepto de la incorporación llega a tener así un significado muy específico. Los grupos incorporados son los que constituyen el en­clave industrial junto con todos los grupos —en especial las clases tra­dicionales— que han logrado una situación que les permite aprovechar plenamente los frutos de la producción moderna. A partir de la situación de estos que ya están incorporados, se trata —siguiendo la visión de

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DESAL— de incorporar a este núcleo el resto marginado. Pero como el núcleo de los incorporados tiene estructuras que impiden el ingreso de los marginados, DESAL concibe dos líneas de actuación en función de sú incorporación: una línea que se dirige hacia la reestructuración del núcleo de los incorporados. DESAL concibe en esta línea sobre todo, la necesaria ruptura con las clases tradicionales y la apertura general del núcleo de los incorporados hacia la redistribución de su poder. La otra línea de acción que DESAL concibe consistiría en la organización de los marginados y en el ejercicio de un poder de presión por parte de ellos sobre el núcleo de los incorporados. Del encuentro de las dos líneas de acción tiene que resultar la incorporación de los marginados o su parti­cipación. En cuanto a esta participación, distingue nuevamente dos lí­neas: una participación pasiva que se refiere a todo lo que el marginado recibe de la sociedad incorporada. Eso se refiere al trabajo *, prestación de servicios, delegación de agentes de promoción, etc. La segunda se re­fiere a la participación activa que se manifestaría en la red de decisiones de la sociedad global. Es la presión de los marginados la que tendría que exigir tal participación en ambos sentidos, y, en tal caso, la apertura del núcleo social dependería de la buena voluntad de los ya incorpora­dos a dar tal participación.

Lo problemático de esta concepción está en que se prescinde to­talmente del análisis de la estructura de clase en el interior del núcleo de los incorporados y de la influencia que esta situación de clases ejerce sobre la estructura económica entera. Aun prescindiendo de eso, la so­lución de la marginalidad puede presentarse con el simplismo que esta visión implica. La buena disposición subjetiva del núcleo de los incor­porados y la presión en favor de la incorporación aparecen como con­diciones suficientes del logro del objetivo. En último término, la solu­ción se convierte en una solución moralista. Lo que aparentemente se presenta como un cambio de estructura no es en realidad más que un cambio de motivaciones. La organización popular y las estructuras que ésta pretende modificar se conciben como presiones para lograr este cambio de motivaciones. El mismo fenómeno se produce cuando DESAL toma posición frente a la alianza de clase entre capital industrial nacio­nal y extranjero. En relación a este fenómeno DESAL habla hasta del herodianismo de la clase alta, en vez de reconocer la integración de la burguesía nacional en un sistema imperialista de dominación. Otra vez el problema aparece como un asunto de motivaciones y de inclinaciones subjetivas. El pensamiento de DESAL sigue esta misma orientación cuan­do explica todas estas motivaciones e inclinaciones subjetivas como un fenómeno cultural, reduciendo el problema del cambio de estructuras a un problema de mutación cultural. Así, se nos presenta el planteamiento bastante utópico de que el desarrollo social dependería de un cambio de valores efectuados en el plano autónomo cultural. En este punto el

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pensamiento de DESAL desemboca con toda lógica en una explicación de las contradicciones de las estructuras sociales como consecuencia de los valores vigentes, apareciendo así el cambio de las estructuras sociales como producto del cambio de estos últimos.

Una teoría que llega a concebir el cambio de las estructuras como resultado de un cambio autónomo de los valores es de por sí inofensiva para la sociedad. Y específicamente es inofensiva para una sociedad sub- desarrollada, en la cual la estructura de clase es, en el sentido más direc­to, la causa de la marginalidad, y para la cual la apelación al cambio de los valores y a la mutación cultural pura se convierten en un nuevo mito detrás del cual el fenómeno puede seguir existiendo con toda tran­quilidad.

No negamos con ello el valor del concepto de la marginalidad. Describe la situación del estancamiento dinámico y los impedimentos de la incorporación de las masas sobrantes en el centro moderno de la sociedad subdesarrollada. Pero la explicación de esto es distinta a la que da DESAL. No se trata —como DESAL cree— de atacar a determina­das clases sociales ni al herodianismo de las clases altas en general, sino más bien de atacar una estructura de clase capitalista que origina una estructura económica tal que el fenómeno de la marginalidad surge inevitablemente. Pero, aceptando una explicación de la marginalidad en estos términos, automáticamente habría que cambiar también el con­cepto del núcleo de los incorporados de la sociedad subdesarrollada.

Es la transformación de la industria en enclave industrial la que da lugar a la existencia de este foco de modernidad cuya estructura de clase interna de por sí impide la incorporación de las masas sobrantes en el proceso de desarrollo. Tomando en cuenta esto, no es suficiente pedir a este núcleo una apertura a la participación definida en los tér­minos de DESAL, sino que hay que exigirle un cambio estructural que lo convierta en centro dinámico y expansivo de las fuerzas productivas de la sociedad entera. DESAL no puede ver este fenómeno porque pres­cinde deliberadamente del análisis de las exigencias de las estructuras económicas. Pero, en cuanto el análisis pasa a considerar esta estruc­tura económica, se está en condiciones de afirmar que el enclave indus­trial puede convertirse en punto de partida de la industrialización de la sociedad entera solamente si rompe su estructura de clase interna. Esto significa, por un lado, la ruptura de las alianzas de clase entre clases tradicionales, capital industrial nacional y capital extranjero. Pero si­multáneamente significa la reformulación de la estructura de inversiones por un criterio de racionalidad económica no capitalista. Reemplazaría, por lo tanto, como criterio principal, al criterio de la participación mo­tivado por las exigencias de la industrialización y de una expansión pro­gresiva de la técnica moderna. Este último criterio se transformaría en el criterio decisivo para una nueva estructura de clases socialista. De

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todo el razonamiento de DESAL entonces quedaría solamente un ele­mento: esto es, la insistencia para que esta estructura de clases socia­lista se inserte en una democracia socialista. Pero, para la discusión del problema de la democracia socialista, los conceptos elaborados por DESAL ya no sirven.

Dependencia tecnológica y capital extranjero

La teoría de la marginalidad nos presentó un caso de mistifica­ción burguesa de los efectos antidesarrollistas de la estructura de clase en los países subdesarrollados. Podemos tratar ahora otra mistificación burguesa, que defiende más bien directamente el tipo de industrializa­ción existente en los países subdesarrollados de hoy. Nos referimos a la idea de que la industrialización de los países subdesarrollados de­pende de una asimilación de las experiencias técnicas y conocimientos tecnológicos de los países desarrollados y de que, por lo tanto, los países subdesarrollados pueden confiar en el capital extranjero como un fun­damento básico de su dinámica industrializadora. Se trata de una tesis que sirve a burguesía nacional de los países subdesarrollados para jus­tificar su sometimiento al capital extranjero instalado en tales países y para defender el hecho de que estas empresas extranjeras han copado las ramas industriales más dinámicas de la industria subdesarrollada. Todo este argumento parte de una realidad evidente. Los países subdesa­rrollados entran en el proceso de la industrialización en un momento histórico en que ésta ya ha alcanzado niveles muy altos en los centros desarrollados. En el momento en que esta industrialización se hace im­prescindible y, después del corte tecnológico analizado, el país subdesa- rrollado sufre una escasez casi total de mano de obra especializada, de técnicos y de equipos modernos. Todos estos factores no pueden ser provocados por una movilización interna a corto plazo. Por lo tanto, la misma necesidad de industrializarse crea una situación de dependen­cia, en la cual una gran parte de estos factores necesariamente tienen que venir del extranjero. La situación se hace especialmente aguda al termi­nar el período de la sustitución de las importaciones y lleva a la penetra­ción rápida por el capital extranjero.

A nadie se le va ocurrir discutir el hecho de esta dependencia técnica básica. Pero la ideología burguesa dice más. Afirma que en la situación de dependencia técnica la presencia del capital extranjero en el país subdesarrollado es un fenómeno positivo y constituye un aporte a la industrialización del país. De hecho, habría que distinguir dos ele­mentos que de ninguna manera pueden ser considerados como idénticos: por un lado, la dependencia tecnológica como tal, que determina la ne­cesidad del trasplante de tecnologías, de técnicos y de equipos desde los centros. Por otro lado está la organización de la propiedad extranjera,

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que toma a su cargo tal contratación de técnicos e importación de equi­pos. La ideología burguesa identifica ambos tipos de depedencia y los trata como una sola. Consigue esto afirmando que la dependencia técnica se transforma en dependencia financiera, que encuentra su solución en la importación de capital, cuya consecuencia es la constitución de la propiedad extranjera en el país subdesarrollado1S.

Pero esta ideología burguesa no advierte que la dependencia téc­nica no tiene por qué transformarse en dependencia financiera. Un aná­lisis superficial de las balanzas de pago demuestra que la propiedad extranjera surge de una movilización de recursos internos del mundo subdesarrollado y solamente en parte ínfima de aportes reales de fon­dos financieros del exterior. La transformación de la dependencia téc­nica en presencia de la propiedad extranjera en el país subdesarrollado es un resultado del propio sistema capitalista dentro del cual esta de­pendencia técnica actúa.

La situación real todavía es peor. Entregando la asimilación de experiencias técnicas y de conocimientos tecnológicos a la propiedad extranjera, ésta tiende más bien a reproducir continuamente la situación de la dependencia técnica. La propiedad extranjera no está interesada ni en la capacitación rápida de cuadros técnicos nacionales para reem­plazar los cuadros extranjeros ni, tampoco, en el establecimiento de una investigación tecnológica propia para sustituir la dependencia de co­nocimientos técnicos originados en los centros. Tampoco tiene interés en un desarrollo rápido de producciones de equipos modernos para re­emplazar las importaciones de los equipos de los centros. La dependencia técnica inicial que podría superarse a un plazo mediano se convierte en una dependencia a largo plazo.

La ideología burguesa que admite el aporte positivo de la propie­dad extranjera en el país subdesarrollado, esconde, por lo tanto, el he­cho de que el sometimiento del capital industrial nacional al capital extranjero tiene su base en la vigencia de relaciones de producción ca­pitalistas que imponen un criterio de racionalidad según el cual a la burguesía nacional le conviene convertirse en el socio menor del capital extranjero. Encubre, asimismo, que la presencia del capital extranjero ravorece a esta burguesía industrial y de ningún modo al desarrollo de la economía entera del país. La situación para la burguesía se explica porque, en estas circunstancias, un desarrollo nacional puede resultar exclusivamente de una actuación estatal en lo que respecta a la capaci­

15 Si bien la ideología burguesa niega esta diferencia, los propios capitalistas están bien conscientes de que existe. Así presentó "E l Mercurio” del 11-9-1970 una noticia de (AP) en relación al peligro de la nacio­nalización de las minas de cobre chilenas: “ Fuentes comerciales dicen que el hecho de que los gerentes sean norteamericanos no mejorará la posición de la compañía en sus negociaciones. Un ejecutivo comentó que “ resulta bastante fácil contratar a gerentes mercenarios de Europa, la Unión Soviética o aún de la China” ” . Distinguen entre los gerentes mercenarios que el país subdesarrollado contrata por su propia cuenta sin entregarles la propiedad a las compañías extranjeras, y los otros que se dejan contratar por compañías extranjeras para trabajar en el país subdesarrollado. Los mercenarios son los que actúan en nombre del país en el cual trabajan y los otros —los honestos— son los que se meten por parte del extranjero en un país que no es el suyo. Es la misma distinción que hacen en todas partes. El soldado americano en Vietnam del Sur es el Libertador honesto y el campesino vietnamés que lo combate es un mercenario.

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tación de técnicos y al fomento de industrias nacionales, que serán las únicas capaces de resistir a las ventajas aparentes de una alianza de clases con el capital extranjero.

Esta evidente necesidad de un nacionalismo económico como con­dición del desarrollo de países subdesarrollados, nos obliga nuevamente a una crítica de la ilusión de que un nacionalismo de este tipo podría suplir por sí sólo la ausencia de una revolución nacional burguesa, man­teniendo la vigencia de relaciones capitalistas de producción y sin rup­tura con el sistema capitalista mundial. Pero, hemos llevado ahora la discusión a un punto en el que es necesario discutir el mismo concepto de la acumulación socialista y de presentar una definición de lo que en­tendemos por el principio socialista de la nacionalidad económica como único principio capaz para conseguir un desarrollo autónomo y acumu­lativo de países subdesarrollados y, por lo tanto, cuyo destino, es el de reemplazar el propio principio capitalista de la racionalidad económica.

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B. La acumulación socialista y las etapas históricas del desarrollo de la sociedad socialista

La mayor desventaja de las teorías sobre el desarrollo y la indus­trialización parece consistir en su punto de partida. Parten consideran­do un núcleo de industrialización incipiente ya existente en el país sub­desarrollado y conciben el desarrollo como una simple expansión de este núcleo. De esta manera no se discute la estructura económica mis­ma de esta industria incipiente, sino que sobre su base, se deducen las condiciones necesarias para su ampliación. El resultado es siempre el mismo: una dinámica expansiva de la industria incipiente sólo es posible si hay una ayuda económica significativa, estabilización de los términos de intercambio y facilidades para el acceso hacia los mercados de los centros desarrollados. Como hace falta fondos para la industrialización, y como la misma industria incipiente no es capaz de facilitarlos, estos tienen que venir del extranjero. El problema principal es convencer a los países desarrollados que acepten una política de este tipo. Puede haber las más variadas formas sobre el camino de industrialización a seguir. Pero siempre se parte del reconocimiento de esta dependencia total y absoluta.

Es difícil plantear en este ambiente teórico general una teoría de la acumulación socialista. No se puede presentar más que un ensayo. En forma elaborada esta teoría aun no existe. Hay casos de acumu­lación socialista —la Unión Soviética, China, Cuba—, pero no existe una teoría de estos procesos de acumulación y de industrialización. Hay conceptualizaciones que hablan de algún tipo de acumulación primitiva en el socialismo, entendiéndose esta en analogía con la acumulación primitiva que Marx descubrió en la raíz histórica del sistema capitalista. Pero se trata más bien de una manera de hablar, sin entrar en una discu­sión sistemática de lo que significan las estructuras socialistas en este proceso de acumulación. Sin embargo, la discusión del problema del sub- desarrollo necesita de un análisis más profundo de las estructuras so­cialistas en el proceso de la acumulación socialista. Por eso nos parece necesario lanzarnos en dicha tarea, aunque puede ser que el resultado sea muy provisorio.

El fenómeno que llama nuestra atención y que hay que explicar es el siguiente: mientras que en los países subdesarrollados de estruc­turas capitalistas se produce el estrangulamiento de la industrialización y la consiguiente transformación de la industria naciente en enclave in­dustrial, en los países socialistas, en cambio —que también parten de una situación de subdesarrollo— no se producen fenómenos parecidos. Si bien estos países sufren la misma situación en cuanto al corte que ha tenido lugar entre medios de producción tradicionales y medios moder­nos, el proceso de industrialización no muestra en ellos tendencia alguna

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a estancarse. Además, esta industrialización socialista se lleva a cabo con una dependencia mínima de financiamientos y consiguientes impor­taciones de equipos desde el exterior. Eso vale, por lo menos, para paí­ses socialistas con espacios económicos grandes, como la Unión Sovié­tica, y China, mientras que en el caso de Cuba —un país socialista pe­queño— la situación es algo diferente.

Este hecho es evidente, a pesar de que ni en el caso de la Unión Soviética ni de China faltan totalmente los financiamientos externos. En la industrialización soviética éstos son realmente mínimos. Hay al­gunos créditos de parte de Alemania e Inglaterra a fines de los años veinte, pero son créditos a mediano plazo con intereses astronómicos. Existieron créditos alemanes que tenían intereses de más del 30% anual. Si bien estos créditos tenían su importancia, ésta no se debió a su ta­maño absoluto sino a la posibilidad que ofrecían de solucionar cuellos de botella que se produjeron durante las primeras fases de la industria­lización. La industrialización china tuvo una ayuda más importante de parte de la Unión Soviética, pero esta ayuda jamás adquirió las propor­ciones de las importaciones de equipos modernos que hizo por ejemplo, América Latina en el mismo período. Después de un período de aproxi­madamente 10 años esa ayuda terminó, produciéndose una crisis que logró ser superada en el lapso de medio año y a partir de la cual la in­dustrialización china se lleva a cabo sobre la base de su propio esfuerzo. Pero un estrangulamiento de la industrialización parecido al de América Latina no se produjo jamás.

La teoría de la acumulación socialista tendría que explicar porqué las sociedades socialistas son capaces de realizar esto mientras que las sociedades capitalistas subdesarrolladas fracasan continuamente en sus esfuerzos de industrialización. La mayor movilización popular o el mayor entusiasmo en el trabajo como tal no puede traducirse en una mayor industrialización ni en un mayor crecimiento de equipos industriales modernos. La movilización popular como tal no soluciona impasses de la balanza de pagos ni los consiguientes estrangulamientos. Por ello de­bemos buscar las razones más bien en las estructuras económicas que implantan y no en las movilizaciones populares que provocan.

Hace falta, por lo tanto, analizar estos nuevos elementos de la estructura socialista para poder comprender lo que significa en térmi­nos de la estructura económica la acumulación socialista. ■

El criterio socialista de la racionalidad económica

Para discutir este tema tenemos que volver sobre el análisis he­cho con anterioridad de la estructura de inversiones que impone la vigencia de las relaciones capitalistas de producción y su criterio res­pectivo de racionalidad. Demostramos allí que un sistema económico que parte de un equilibrio conseguido a través de juegos de mercados

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autónomos determina la tasa de las inversiones a través de la tasa de crecimiento de la producción de bienes finales. En una economía tal, no existe la posibilidad de una determinación autónoma de la tasa de las inversiones. Los mercados de bienes finales son el instrumento único para influir sobre la tasa de inversiones.

En la situación del subdesarrollo este tipo de estructura de in­versiones lleva el estrangulamiento del sector industrial entero y a su transformación en enclave industrial. Con el condicionamiento externo de la inversión total por la balanza de pagos se determina automática­mente el tamaño máximo del sector industrial y de los bienes finales ofrecidos. Si bien puede haber una industrialización, ésta tiende a estan­carse, porque la inversión total tiene que repartirse siempre equilibrada­mente entre los sectores de producción de bienes finales (B), medios de producción para bienes finales (A), y medios de reproducción de medios de producción (A-l). En estas condiciones, el mismo principio capitalista de la racionalidad tiende a crear estructuras estancadas con dinámica parcial.

El punto de partida del principio socialista de la racionalidad consiste, en cambio, en una determinación autónoma de las inversiones, independiente de la tasa de crecimiento de los bienes finales. Persigue una estructura de decisiones que haga posible tal determinación de las inversiones. La estructura capitalista no permite eso por la simple razón de que fundamenta el equilibrio económico sobre el juego de empresas autónomas en los mercados. El principio socialista de la racionalidad, por lo tanto, no puede entregar la función del equilibrio económico a un juego de mercados ni permitirlo entre empresas socializadas. Pero tampoco puede prescindir de relaciones mercantiles entre las empresas socializadas.

La antigua idea marxista de la abolición de las relaciones mercan­tiles por la socialización de los medios de producción no resultó factible por el hecho de que la complejidad de la economía moderna es demasia­do grande como para permitir el grado de transparencia económica necesario para lograr un objetivo tal. A raíz de este hecho, el principio socialista de la racionalidad tenía que transformarse. Llegó más bien a relegar a un segundo plano las relaciones mercantiles, el criterio de mercados y del rendimiento del capital, imponiéndoles como criterio su­perior la planificación directa del equilibrio económico. Esta planifica­ción no es una anticipación de algún equilibrio, que el mercado también podría realizar por sus propias tendencias —lo que es la planificación en los países capitalistas desarrollados—, sino la concepción de un tipo de equilibrio que está fuera de las posibles tendencias de los mercados. La aspiración a este equilibrio impone de por sí por lo tanto la relega­ción de las relaciones mercantiles a un segundo plano.

Mencionamos ya, que en relación a la estructura de inversiones, el criterio socialista de la racionalidad implica la decisión autónoma so­

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bre la tasa de inversiones —sin mediación por la demanda de bienes finales. Presupone la tesis de que la tendencia intrínseca de las relaciones mercantiles sean la producción y reproducción de desequilibrios econó­micos. Solamente sobre la base de esta tesis tiene sentido hablar de un criterio socialista de racionalidad económica cualitativamente distinto del criterio capitalista correspondiente. Una estructura de decisiones eco­nómicas, guiada por un criterio socialista de racionalidad, persigue el equilibrio económico en contra de las tendencias contrarias de las rela­ciones mercantiles.

No nos proponemos aquí discutir los alcances del criterio socia­lista de racionalidad en todas sus dimensiones. En el contexto de este trabajo, nos interesa su alcance en relación al equilibrio en el espacio económico. Esta es la problemática del desarrollo desigual en el espacio. Expusimos ya el concepto del equilibrio en el espacio —un concepto de homogeneidad del nivel tecnológico y, por lo tanto, de la productividad del trabajo con pleno empleo— y expusimos después las tendencias de las relaciones capitalistas mercantiles hacia la producción de sus desequilibrios respectivos, lo que lleva al desequilibrio polarizado y es­tancado entre desarrollo y subdesarrollo. Toda la relación desarrollo/ subdesarrollo se presentó de esta manera como un fenómeno derivado de las relaciones capitalistas de producción y de clases en el plano del sistema capitalista mundial.

En esta situación, el principio socialista de la racionalidad consis­te en confrontar el concepto del equilibrio en el espacio con el ordena­miento del espacio económico que ha resultado de la aplicación del cri­terio capitalista de la racionalidad. De esta confrontación resulta la po­lítica de la acumulación socialista. Esta política viene a ser la aplicación del criterio socialista de racionalidad al problema del desarrollo dese­quilibrado del espacio económico. En una política de la reversión del desequilibrio en el espacio económico producido por el sistema capi­talista mundial y sus relaciones de producción dominantes. Surge, por lo tanto, como un producto de tales desequilibrios y como alternativa principal ante la continuación del desarrollo desequilibrado del sistema capitalista.

El principio central de esta acumulación socialista consiste en la concentración de las inversiones de equipos modernos en la reproduc­ción de medios de producción, necesidad determinada por el corte tec­nológico ocurrido entre medios tradicionales y modernos de producción. Dado este corte, las relaciones capitalistas de producción crean el estan­camiento dinámico. La manera de superarlo, llega a consistir ahora en la concentración de las inversiones en la reproducción de equipos mo­dernos y en una limitación del uso de equipos modernos para fines no reproductivos. Necesita, por lo tanto, estructuras de decisión para la de­terminación autónoma del circuito reproductivo de las inversiones, y un principio de selección económica que superpone al criterio del rendi­

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miento del capital un criterio de la limitación del uso de equipos moder­nos para fines no reproductivos. Solamente en un ambiente tal se puede promover la acumulación socialista y la consiguiente reversión del sub­desarrollo.

Haciendo eso, se puede multiplicar la capacidad expansiva de las inversiones industriales. En el caso límite existe la posibilidad de aumen­tar el coeficiente de la reproducción del capital hacia un valor de uno, es decir, hacia una concentración de toda la inversión en equipos mo­dernos para reproducir medios de producción (sección A-l). En este caso se puede incluso renunciar a la reposición de los equipos de pro­ducción industrial en la secciones A y B, elaborando bienes finales úni­camente con medios de producción tradicionales.

Una vez asegurada una estructura de acumulación socialista, no hay otro límite para el tamaño del crecimiento del capital sino la ca­pacidad técnica de crear o importar medios de reproducción de medios de producción en la sección A-l. Esta sección, se desarrolla ahora como un circuito cerrado, en el que unos medios de producción elaboran con­tinuamente nuevos medios de producción en una escala siempre más grande. Si el espacio económico organizado en función de la acumula­ción socialista es suficientemente grande, la importación puede limi­tarse a cubrir cuellos de botella y el circuito entero puede dirigirse hacia una autarquía siempre más grande, para disminuir el coeficiente de im­portación de equipos. No es probable un estrangulamiento externo de la fuerza industrial expansiva, porque este circuito cerrado puede siem­pre recurrir a técnicas más primitivas en el caso de no tener acceso a las técnicas más modernas. En el caso límite —que teóricamente se puede construir— de una falta completa de equipos modernos para desenca­denar tal proceso y de una imposibilidad total de importar el equipa­miento moderno inicial, hasta se podría recurrir a todos los pasos de la industrialización del siglo XIX, partiendo de técnicas tradicionales para llegar paulatinamente a las técnicas más modernas. Ni teóricamente se puede formular el caso de un estrangulamiento externo de la acumu- lacidjn socialista, siempre y cuando se argumenta sobre la base de un espacio económico suficientemente grande para permitir la autarquía económica con aprovechamiento de la técnica moderna.

Obviamente, la situación es más difícil en el caso de que la acu­mulación socialista se intente en espacios económicos pequeños. Esta distinción entre espacios grandes y pequeños seguramente es un tanto arbitraria. Se refiere por . un lado a la casualidad de las fronteras polí­ticas. La acumulación socialista para llevarse a cabo necesita de una autoridad política central. El espacio económico en relación al cual surge un sistema de acumulación socialista, está, por lo tanto, determinado por el espacio referente al cual existe tal autoridad central. Pero, por otro lado, la distinción entre espacios grandes y espacios pequeños es neta­mente económica y técnica y resulta de las condiciones de una división

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del trabajo en el espacio. Si bien es difícil cuantificar la distinción, se puede demostrar que tiene un significado evidente, definiendo el espacio económico grande como un espacio en el cual resulta económicamente sensato una política de autarquía, y el espacio económico pequeño como uno en que solamente se puede lograr una posición de desarrollo por la integración de un sistema de división de trabajo, cuya extensión sea mayor que el espacio limitado por las fronteras políticas del país referido. Si, por ejemplo, se puede considerar la Unión Soviética o China como espacios económicos grandes, a la vez parece claro que países como Cuba, la RDA, Polonia, etc. hayan de ser considerados como espacios económicos pequeños.

La acumulación socialista en el espacio económico pequeño no puede proporcionar el mismo grado de autonomía y soberanía nacional como en el caso del espacio económico grande. El país pequeño tiene que integrarse obligadamente en uno o en varios espacios económicos grandes. Eso le impone condicionamientos externos que son inevitables. La política de la acumulación socialista no puede ser la misma que en el caso del espacio grande. No puede concentrarse simplemente en la reproducción de medios de producción —eso solamente es posible en el espacio económico grande— sino que junto con la reproducción de estos medios debe concentrarse en las importaciones y exportaciones. Sigue en pie el principio de la limitación del uso de productos industrialmente producidos para fines del consumo, pero ya no puede existir una con­centración preponderante sobre la sección A-l. Simultáneamente el sec­tor A-l surge necesariamente otro circuito, que es igualmente cerrado y que puede ser descrito como un circuito en el cual las importaciones se hacen preferentemente en función de un aumento de las exportaciones.

Es obvio que un circuito de concentración de las importaciones en función de mayores exportaciones, que a su vez resultan en mayores importaciones, que otra vez se concentran hacia el logro de mayores ex­portaciones, es posible y describe una determinada forma de la acumu­lación socialista. Pero ya la descripción de un circuito de este tipo hace evidente la existencia bajo estas condiciones de un espacio económico pequeño de una determinación exterior, sobre la cual el país socialista no puede influir directamente.

Estas determinaciones externas dan origen a un tipo de dependen­cia, que es propia del espacio económico pequeño en cualquier circuns­tancia. Esta dependencia sin duda puede frenar el desarrollo y las pers­pectivas de la acumulación socialista en el país pequeño, a pesar de que de ninguna manera produce un tipo de estrangulamiento con la consi­guiente transformación de la industria en enclave industrial, como ocu­rre en el país capitalista subdesarrollado.

La reacción más normal del país pequeño es su tendencia de inte­grarse a través de la acumulación socialista en varios espacios económi­cos grandes a la vez. Pero eso no es siempre posible y el grado de tal

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posibilidad determina en último término el grado de dependencia, que el país pequeño tiene que aceptar.

Puede haber diversos tipos de determinación externa, que limitan tal posibilidad de independencia. Por supuesto, existen impedimentos de tipo político. Una determinada región puede rechazar la integración de un país en su división del trabajo por razones políticas inmediatas. Tal caso ocurrió por ejemplo, con el bloqueo de Cuba, cuando EE. UU. y los países latinoamericanos hermanos rechazaron la participación de Cuba en el sistema de división del trabajo constituido por el mundo capitalista.

Pero hay igualmente determinaciones externas por razones técnicas y económicas. Si la acumulación socialista tiene que basarse prepon- derantemente en un circuito exportaciones/importaciones, la situación técnica y económica de los otros países condiciona directamente la po­sibilidad de este circuito. Para poder superar su subdesarrollo, el país pequeño tiene que integrarse económicamente mediante la producción de bienes industrializados. En el caso más probable, se tratará de una in­dustrialización de materias primas que anteriormente se exportaron di­rectamente. Pero esta elaboración industrial tiene que respetar las con­diciones generales que rigen en el mercado al cual se destina esta produc­ción. Eso se refiere en especial a la exigencia de calidad de producción. Los diferentes espacios económicos grandes tienen diferentes exigencias de calidad de producción, que dependen del grado de desarrollo que han alcanzado. Es muy distinto en cada caso, vender un producto en el mer­cado de EE. UU., Europa, Unión Soviética, China, etc. Las exigencias de calidad, refinamiento y presentación serán siempre diferentes.

En estas condiciones, una acumulación socialista tiene que ajus­tarse a tales situaciones. Pero choca con un problema que no existe en las condiciones del espacio económico grande. Es decir, con el problema de la independencia cualitativa de la producción. La acumulación socia­lista concentra la producción industrial sobre determinados bienes, de­jando sobrevivir en otros lugares de la economía producciones del tipo tradicional o sumamente primitivo. Dada esta situación, se hace suma­mente difícil alcanzar un nivel de calidad comparable al que pueden lograr países de un nivel técnico e industrial más bien homogéneo. Sin duda, esta interdependencia afecta los diversos bienes manufacturados en un grado diferente, pero de todas maneras constituye un obstáculo adicional, que no conoce la acumulación socialista en espacios econó­micos grandes.

Todas estas reflexiones sobre la acumulación socialista en espacios económicos grandes y pequeños nos remite a la discusión de lo que ocu­rre con el esquema triangular de la estructura económica, dentro del cual los países en referencia se subdesarrollaron y que todavía sigue vigente en el momento en el que empieza la acumulación socialista. En cuanto

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a esta estructura triangular y su sobrevivencia en el período socialista, se puede notar una clara diferencia entre la acumulación socialista en espacios económicos grandes y pequeños.

Siempre y cuando se trata de espacios económicos grandes, la acu­mulación socialista tiende a mantener su relación con el exterior en los términos materia prima/equipos modernos. La política de la acumula­ción socialista en este caso sirve para lograr un desarrollo industrial expansivo, pero autosuficiente. El hecho de que la importación esté li­mitada por la exportación de materia prima pierde importancia en este caso, porque sirve únicamente para superar cuellos de botella de la in­dustrialización interna. La acumulación socialista no tiene la vocación de integrarse en un sistema de división de trabajo más grande que el espacio circunscrito por las fronteras políticas del país o países direc­tamente integrados. La acumulación socialista puede evitar, de esta ma­nera, obstáculos que analizamos anteriormente con referencia a países pequeños. No está sometida a determinaciones externas en cuanto a la calidad o presentación de sus productos, y la interdependencia de la calidad no puede interferir en su desarrollo normal. Logra, de esta ma­nera un máximo de soberanía.

En el espacio económico pequeño, en cambio, la acumulación socialista tiene que enfrentarse con la necesidad de sustituir rápida­mente el intercambio materia prima/equipos manufacturados por un in­tercambio de bienes manufacturados. No tiene otra salida para su pro­blema de desarrollo. No importa, en este caso, si los bienes manufactu­rados para la exportación son bienes elaborados a partir de materias primas hasta ahora exportadas o no. Lo importante es que se sustituya la exportación de materia prima por exportaciones de bienes elaborados en un grado tal, que sea posible el pleno empleo de la fuerza de trabajo con medios de producción modernos. Por lo tanto, el circuito de acumu­lación entre exportaciones e importaciones tiene que ser en este caso la base de la acumulación socialista.

Toda esta política de la acumulación socialista se traduce en un cri­terio de decisiones económicas esencialmente distinto del criterio capi­talista. El criterio capitalista se basa sobre la tasa de ganancia. Una de­cisión económica es legítima, si maximiza o por lo menos alcanza un determinado nivel de ganancias. La acumulación socialista no puede basarse predominantemente en un criterio de este tipo. Lo reemplaza más bien por un criterio que muy difícilmente puede ser cuantificado y que no es posible formular sólo como un criterio sintético cuantitativo, análogo a la tasa de ganancia en el sistema capitalista. Es un criterio de minimización del uso de equipo moderno o —formulado al revés— de maximización del rendimiento de un determinado equipo moderno por el uso adicional de equipos tradicionales. La tasa de ganancia es secun­daria en relación a este criterio principal, aun cuando también se la usa.

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De un criterio como éste se desprende que una determinada alter­nativa de inversión no es económicamente racional si promete una ga­nancia monetaria adicional. Al contrario, económicamente puede ser mu­cho más racional una alternativa que promete costos más altos que la primera y ganancias más bajas, siempre y cuando signifique un ahorro de equipo moderno, que permite en otros planos un aporte más grande al desarrollo de las fuerzas productivas. Lo que cuenta en esta situación es que ni siquiera teóricamente se puede concebir un sistema de precios dentro del cual la tasa de ganancias pueda expresar ventajas de este tipo. En el caso de un circuito de exportaciones/importaciones por ejemplo, eso significaría usar las posibles importaciones más bien en un sentido en que aportan más al aumento de futuras exportaciones que en un sen­tido de maximización de la ganancia. En casos de este tipo, el hecho del desnivel tecnológico determina que no haya sistemas de precios dentro de los cuales puedan expresarse las ventajas para un desarrollo general de las fuerzas productivas por la tasa de ganarfcia.

Las etapas de la acumulación socialista

Para poder discutir las etapas de la acumulación socialista, hace falta recordar que todas las sociedades socialistas de hoy surgieron de revoluciones sociales que tenían sus orígenes en el problema del desa­rrollo desigual del sistema capitalista mundial. Eso vale también para el caso de algunas sociedades capitalistas desarrolladas que entraron en la órbita de las sociedades socialistas modernas, por ejemplo, Che­coslovaquia y Alemania oriental.

En ningún caso las revoluciones socialistas surgieron directamente a partir de la contradicción de clases, sino de la ruptura de la estructura capitalista de clases después de haberse provocado el subdesarrollo o, más bien, la polarización del desarrollo entre países subdesarrollados y países desarrollados. La estructura capitalista de clases sigue siendo la que da origen, en última instancia, a estas revoluciones socialistas, pero se trata de un fenómeno indirecto. La estructura capitalista de clases crea un sistema capitalista mundial de desarrollo desigual, y la rebelión en contra de esta desigualdad se transforma en una rebelión en contra de tal estructura de clases, que sigue produciendo el subde­sarrollo.

En este sentido, podemos considerar las sociedades socialistas como sociedades de reversión del proceso de subdesarrollo. Eso no sig­nifica que la sociedad socialista de hoy no sea nada más que eso, sino que expresa la afirmación de que estas sociedades tienen su especificidad histórica en el cumplimiento de esta función. Dicho cumplimiento es la condición de su sobrevivencia y, por lo tanto, todas las otras metas po­sibles de la sociedad socialista de hoy tienen que ser tratadas como se­

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cundarias. Eso vale para determinar la acción, tanto como para una in­terpretación teórica de la política socialista actual.

Por lo tanto, es legítimo mirar la sociedad socialista de hoy a par­tir de su manera de solucionar el problema de la reversión del proceso del subdesarrollo, e investigar solamente a partir de él su concepción del sentido más bien finalista de una sociedad posterior a este problemao de una sociedad de liberación. Tenemos, por lo tanto, los conceptos de la sociedad socialista como una sociedad de desarrollo o como una so­ciedad de liberación. Ambos conceptos no son idénticos, pero el análisis posterior va a insistir en que están íntimamente relacionados.

Si consideramos primero la sociedad socialista como una sociedad de reversión del subdesarrollo y, en este sentido, como una sociedad de desarrollo, podemos partir otra vez del análisis de su estructura económica. Posteriormente podemos entrar, entonces, en la dicusión de la relación de esta estructura económica con la estructura de clases y con el principio de la racionalidad socialista.

Ahora bien, cuando hablamos de las etapas de la acumulación socialista, podemos hacerlo en dos sentidos distintos. Por un lado, po­demos hablar de etapas transitorias de la acumulación socialista, refi­riéndonos al proceso de acumulación socialista específico. Así, podemos analizar las etapas transitorias del socialismo soviético específico —la etapa de los años 20, la de Stalin, la Jruschov, etc.— o a las etapas del socialismo chino, o del socialismo cubano. Refiriéndonos en este sentido a las etapas transitorias, estamos hablando, por lo tanto, de las secuen­cias históricas dentro de un determinado proyecto de sociedad socialista.

Pero podemos dar otro significado al concepto de las etapas de la acumulación socialista. En este otro sentido hablamos de etapas his­tóricas de los proyectos socialistas, refiriéndonos a las diferencias entre los tipos de sociedad socialista. Podemos entonces descubrir que los proyectos socialistas mismos tienen una historia. Al proyecto soviético siguen el proyecto chino, el proyecto cubano, e igualmente yugoslavo. Si las etapas transitorias nos describen etapas en el interior de un de­terminado proyecto socialista, que se está desarrollando en el tiempo, las etapas históricas se refieren al surgimiento de nuevos proyectos so­cialistas distintos a los proyectos anteriores. Estos dos tipos de etapas están entrelazados. Por ejemplo, la etapa transitoria en que se encontra­ba el socialismo soviético en los años 50, tiene mucho que ver con los rasgos distintivos de los proyectos socialistas de China, de Cuba o de Yugoslavia. Esta etapa transitoria del socialismo soviético revela limi­taciones del proyecto socialista soviético, que tratan de superar los nue­vos proyectos socialistas que surgen con posterioridad. Además, es claro que estos nuevos socialismos tienen muchos más facilidades para su­perar tales limitaciones, porque no se enfrentan todavía con una estruc­tura socialista totalmente establecida. El desarrollo entero de los pro­yectos socialistas debe ser entendido, entonces, mediante el análisis de

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las etapas transitorias en que se encuentra un determinado proyecto socialista, de las limitaciones del proyecto original que revelan, y de las nuevas superaciones que presentan otros proyectos socialistas posterio­res, lo que da origen a una nueva etapa histórica de los proyectos socia­listas mismos.

Refiriéndonos primero al desarrollo de la estructura económica, tenemos que partir de un breve análisis del proyecto socialista soviético y sus interferencias con la estructura económica soviética. Este es el primer caso histórico de una acumulación socialista realizada y además es el único caso de una sociedad socialista enfrentada con el problema del tránsito de una acumulación socialista hacia una sociedad socialista desarrollada. Los proyectos socialistas posteriores —en especial el chino y el cubano—, se encuentran en la etapa de la acumulación socialista en marcha, sin enfrentarse todavía al problema del tránsito al equilibrio de la sociedad socialista desarrollada.

El proyecto soviético

El proyecto socialista soviético, por lo tanto, es el más completo que puede considerar el análisis. Pero es a la vez el proyecto más limitado, en cierto sentido. Es el único proyecto socialista que no podía usar ex­periencias socialistas anteriores para reflexionar mejor la problemática de la construcción del socialismo. El socialismo soviético no podía apren­der de nadie y tuvo que realizar sus distintas etapas transitorias siempre experimentalmente como primera sociedad socialista. Esto constituyó una desventaja, que este socialismo está sufriendo hasta ahora. Este so­cialismo soviético pasó por su etapa de acumulación socialista cuando no existían otros socialismos. Los otros socialismos surgieron y entra­ron en su etapa de la acumulación socialista cuando el soviético ya había pasado por la etapa del tránsito hacia la sociedad socialista de­sarrollada. Los nuevos socialismos, por lo tanto, buscan una acumula­ción socialista soviética, distanciándose, a la vez, de las tendencias del socialismo soviético, originadas por el hecho de que éste ya entró en la etapa de superación de la propia acumulación socialista. En las dos líneas hay elementos suficientes para explicar las diferencias entre el proyecto socialista soviético y los nuevos proyectos socialistas, y a la vez está contenida la explicación de las diferencias de los nuevos socia­lismos entre sí. Y, en el plano político, estas diferencias a la vez indican los conflictos.

i El socialismo soviético entra en su etapa de acumulación socia-| lista propiamente tal a fines de la década del 20 con el inicio del primer

plan quinquenal. Esta etapa termina en la década del 50 en el período de Jruschov, que señala el tránsito hacia la construcción del socialismo en el marco de una sociedad socialista desarrollada. El lema político que

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interpreta la etapa de la acumulación socialista es el principio que la preferencia a producción de medios para la producción de bienes de consumo, esto es, a la sección A en relación a la sección B de la produc­ción. Stalin expresa este lema junto con el concepto de la utilización consciente de la ley del valor en el período del primer plan quinquenal, y Jruschov lo deroga, manteniendo en pie el principio de la utilización consciente de la ley del valor. Mientras en el tiempo de Stalin se iden­tifica el principio de la utilización consciente de esta ley con el principio de la preferencia de producción de medios de producción, a partir de Jruschov se vincula la utilización consciente de la ley del valor con el desarrollo equilibrado de medios de producción y de bienes finales, o de la sección A y de la sección B.

Desde el primer momento, el concepto de la acumulación socia­lista es plenamente empírico. En la Unión Soviética no había ninguna teoría de tal tipo de acumulación y de su especificidad en relación a la acumulación capitalista original, de la cual Marx había hablado. Si bien en las corrientes trotzkistas había existido una determinada elabora­ción teórica del problema, el oficialismo soviético lo rechazó y prefirió la oscuridad no teoretizada de una acción empírica y no reflexionada. Se puede seguir los pasos de esta acumulación soviética socialista en las transformaciones de la estructura económica.

La estructura económica soviética anterior al primer plan quin­quenal fue análoga a una estructura de inversión del tipo capitalista. Los mercados socialistas se coordinan autónomamente y la planificación económica es más bien de tipo indicativo. El resultado fue la crisis de subdesarrollo de fines de la década del 20, que presenta todos los indi­cios de un subdesarrollo definitivo con el estrangulamiento de la indus­trialización y la transformación de la industria en un enclave industrial. La nueva planificación económica surge en función de la solución de esta crisis de subdesarrollo, y el primer plan quinquenal da origen a estruc­turas de decisión tales que pueden determinar autónomamente la inver­sión en la reproducción de medios de producción.

Si bien la concentración de estos esfuerzos resulta exitosa, lle­vando a un rápido aumento de la producción de tales bienes, por el con­trario resulta notable el fracaso de la acumulación socialista soviética en relación a las producciones más bien tradicionales. Junto con el au­mento de la producción de medios de producción ocurre un derrumba­miento de la producción agraria y de la producción de la pequeña in­dustria o del taller de tipo artesanal. Por lo tanto, la acumulación socialista soviética lleva a un deterioro rápido de los niveles de vida de las masas en algunos rubros, y a un estancamiento de este nivel de vida en los otros. Se deteriora el abastecimiento agrícola, y se estanca total­mente el suministro de viviendas y de bienes industríales manufactura­dos para el consumo de masas, como sucede, por ejemplo, en la produc­ción de textiles.

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Esta situación solamente cambia a fines de la década del 50, cuan­do la producción total de medios de producción modernos ha alcanzado un nivel suficiente para poder alimentar el desarrollo en términos de la técnica moderna de todos los rubros de la producción de bienes finales. La tecnificación de la agricultura, la construcción de viviendas moder­nas, la producción de bienes manufacturados para un nivel de vida más elevado, etc., permite ahora un aumento rápido de los niveles de vida de las masas soviéticas. Con eso surgen problemas muy específicos, que no se conocían en el período de la acumulación socialista. Durante aquel período la estratificación social es muy nivelada, y los grupos de ingre­sos altos son extremadamente pequeños. El abastecimiento con bienes finales es mínimo, y las diferencias se producen más bien entre los que tienen un abastecimiento mínimo y los que no lo tienen. En la etapa posterior este tipo de estratificación cambia. El abastecimiento mínimo existe ahora para todos, pero se producen estratos sociales masivos con niveles económicos superiores al abastecimiento mínimo.

Esta nueva estratificación social refleja un cambio en la estruc­tura económica, que sobre el cual se debe reflexionar más. Se trata de un tipo de desigualdad cuya interpretación como la nueva estructura de clase soviética ha producido muchos malentendidos. Sin entrar todavía en la discusión de la estructura de clases en la sociedad socialista, hay que insistir en algunos elementos específicos de la nueva estructura eco­nómica soviética, que explican esta estratificación sin necesidad de re­currir a una teoría de clases.

Lo primero que hay que anotar es que el tránsito de la acumula­ción socialista a la sociedad socialista desarrollada implica una cierta tendencia a una redistribución regresiva de los ingresos. Mientras la acumulación socialista basa su dinámica económica sobre una prefe­rencia de la producción industrial de medios de producción, en la época del tránsito precisamente se adelanta la producción de bienes finales industriales. Eso implica un cambio del tipo de bienes de consumo dis­ponibles. En la etapa de la acumulación socialista se trata de bienes, que también pueden ser elaborados con medios de producción no indus­triales —o tradicionales—. Estos bienes finales responden a caracterís­ticas correspondientes a un alto grado de igualdad de los ingresos. Una estructura económica que brinda más bien productos agrarios, vestido, viviendas construidas con técnicas sencillas, puede ser conducida fácil­mente a una distribución altamente igualitaria. Eso cambia profunda­mente en el momento en que los productos finales son sobre todo bienes producidos industrialmente. Este tipo de bienes está sujeto a cambios continuos a consecuencia de las técnicas nuevas que siempre modifican el proceso productivo. Un tipo de bien final está continuamente reem­plazando a otro tipo anterior.

En una situación tal, los nuevos productos —los más adelanta­dos— necesariamente presentan en cada momento sólo una pequeña

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fracción del stock general de bienes finales en uso. Si bien cada nuevo producto tiene la perspectiva de convertirse en el curso del tiempo en producto de consumo masivo nunca empieza a introducirse como tal. Se introduce como un producto nuevo, de alcance para pocos, y se convier­te posteriormente en producto de alcance general. Pero una vez llegado este momento, ya hay otros productos nuevos, que solamente pocos pue­den alcanzar, y que otra vez necesitan tiempo para poder convertirse en productos de uso general.

Esta situación es típica para el período del tránsito, y el socialismo soviético la está viviendo en este momento. Si bien la producción de bienes finales crece rápidamente, el mismo mecanismo de crecimiento crea una determinada estratificación social, en la cual existen grupos que son los consumidores de los productos finales más adelantados —y por lo tanto de más alto nivel de vida— y grupos consumidores de bie­nes que ya se convirtieron en productos de consumo general.

En el período del tránsito parece inevitable esta tendencia a la redistribución regresiva, aunque existan medidas políticas para amorti­guarla. Para determinar estas medidas, hace falta analizar las causas de estas tendencias más particularmente. Podemos mencionar algunos fac­tores más específicos:

1.— La tendencia regresiva será tanto más fuerte, cuanto más rápida sea la tasa de crecimiento de la producción de bienes finales para el consumo particular. Esta tasa demuestra que hay una rapidez muy grande en la introducción de nuevos bienes de consumo particular. Eso implica una alta tendencia a la concentración del consumo de nuevos bienes en manos de capas sociales superiores y minoritarias.

2.— La tendencia regresiva además será tanto más fuerte, cuanto más largo sea el período de uso de los bienes finales manufacturados. Si bien este período nunca puede ser más largo que la vida útil física de los bienes de consumo a veces podría ser más corto. Si es largo, eso significa que será muy lento el proceso de conversión de bienes manu­facturados de alto nivél de vida en bienes de consumo general. Obvia­mente, este elemento tiene que ver con el factor de la tasa de crecimien­to, mencionado en el punto anterior. No puede haber compatibilidad entre cualquier tasa de crecimiento de la producción de bienes finales y cualquier período de uso de los bienes de consumo producidos.

3.— Otro factor, que habría que mencionar, será la duración de la jom ada de trabajo. Sin analizarlo aquí más detalladamente, podemos constatar que la tendencia regresiva será tanto más grande cuanto más corta sea la jornada del trabajo.

Todas estas tendencias provienen de la propia estructura econó­mica. Esta misma estructura económica determina, por lo tanto, las me­didas políticas posibles para amortiguar las tendencias a la distribución regresiva. Se trata en especial de la disposición para lanzar los bienes nuevos con capacidades de producción iniciales lo más grandes posibles.

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Cuanto más grande sea la capacidad inicial, más limitado será el efecto redistributivo regresivo sobre los ingresos.

La política socialista en el período del tránsito tiene que buscar sus soluciones entre estos elementos. Pero existe un fenómeno adicional, que puede servir mejor para situar estos problemas. Se trata de que en el período del tránsito el crecimiento de bienes finales se concentra en los bienes de consumo párticular. Solamente por esta razón se puede dar la tendencia a la redistribución regresiva. El consumo social no tiene esta tendencia en el mismo grado. Tomando en cuenta eso, pode­mos ampliar nuestro análisis del período del tránsito hacia el socialis­mo desarrollado. En el período de la acumulación socialista predominan productos de consumo particular, que pueden ser distribuidos según un criterio de igualdad. A la vez, en este período toda la política de con­sumo se dirige más bien hacia sectores de consumo social, como son el sistema educacional, salubridad pública, seguridad social, etc. El igua­litarismo de este período se basa, por lo tanto, a la vez sobre el carácter de los bienes de consumo particular como igualmente sobre la tenden­cia a reforzar el consumo social. En el período del tránsito eso sucede al revés. Los bienes de consumo particular provocan una tendencia a la desigualdad de los ingresos, mientras que el consumo social no se ex­pande relativamente con igual fuerza, como en el período de la acumula­ción socialista.

Este aumento relativo del consumo particular y las consiguientes tendencias a la distribución regresiva parecen ser problemas típicos de este período del tránsito. Pero este período no tiene por qué prolongarse en el socialismo desarrollado. Una vez efectuado el tránsito, estas ten­dencias no tienen por qué seguir. El socialismo no se convierte fatal­mente en una economía del desperdicio, en el sentido en que lo son en la actualidad los países capitalistas desarrollados. El capitalismo, por su estructura, tiende a centrar toda su dinámica del desarrollo precisa­mente en los bienes de consumo particular y tiene que seguir presentan­do los bienes de consumo de más alta tecnología como elementos de distinción de niveles de ingresos, a pesar de que su nivel de producti­vidad del trabajo y, por lo tanto, de consumo general, ya no jusitfica estos procedimientos. La propia mantención del sistema obliga a una carrera de consumo particular suntuosa, cuya necesidad no descansa intrínsecamente sobre factores económicos, sino más bien sobre las re­laciones capitalistas de producción, que no pueden sobrevivir sino den­tro de esta carrera de consumo sin fin. La sociedad socialista, en cam­bio —una vez efectuado el tránsito— puede volver a dirigir sus esfuer­zos sobre el consumo social, quitándole su importancia a los desniveles del consumo particular y aumentando las formas sociales de consumó. No es imperioso que lo haga así pero es una posibilidad, que puede aprovechar.

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Los proyectos socialistas que surgen con posterioridad al socialis­mo soviético, ya nacen en un ambiente nuevo. Estos plantean su proyecto sobre la base de las experiencias soviéticas, evaluándolas, para desem­bocar en proyectos que crean etapas históricamente nuevas en relación al socialismo soviético. En lo que se refiere a la estructura económica, surgen dos líneas nuevas, que tienen consecuencias para toda la concep­ción de la sociedad socialista implicada en estos nuevos proyectos. Se trata, por un lado, de la relación entre acumulación socialista y produc­ción con medios tradicionales y, por el otro lado, de la acumulación socialista en espacios económicos pequeños con el consiguiente proble­ma de la dependencia entre países socialistas grandes y pequeños. Las dos líneas son distinguibles, a pesar de que en los nuevos proyectos so­cialistas concretos se mezclan.

La acumulación socialista y la producción con medios tradicionales de producción

La acumulación socialista soviética se basaba sobre el principio de la preferencia de la producción de medios de producción. Si bien al comienzo no se concebía este principio como contradictorio al aumento del consumo de las masas, de hecho la forma de aplicarlo tenía este resultado. La concentración de la producción en los medios de produc­ción llevaba a un estancamiento total del consumo de las masas en lo que se refiere a los usos particulares. La acumulación socialista destruyó la producción tradicional de bienes de consumo y sólo fue capaz de sustituir esta pérdida recién en el período del tránsito a la sociedad so­cialista desarrollada.

Pero no había ninguna razón intrínseca para hacer eso. La acu­mulación socialista solamente margina por una necesidad intrínsica la producción de bienes de.consumo industriales. No tiene porqué destruir a la vez las producciones tradicionales existentes con anterioridad a la acumulación socialista. Estas pueden ser mantenidas intactas sobre la base de la mano de obra sobrante, e incluso pueden ser fomentadas.

Por lo tanto, no hay ninguna incompatibilidad intrínsica entre la acumulación socialista, con su concentración de la producción industrial en la reproducción de medios de producción, y el aumento de los niveles de vida de las masas, basado sobre el fomento de la producción de bie­nes de consumo con medios tradicionales, no-industriales. Al contrario, un fomento de la producción en términos tradicionales puede ser un elemento de apoyo muy fuerte para una acumulación socialista en marcha.

Si bien intrínsicamente no existe tal incompatibilidad, el sistema soviético había fracasado en establecer tal vinculación. Este sistema ha­

Los socialism os posteriores al socialism o soviético

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bía conducido a una marginación del consumo en relación a las inver­siones, en vez de haber marginado solamente la producción industrial de bienes de consumo, fomentando en su lugar la producción en términos tradicionales.

Es evidente que una falla del sistema soviético de este tipo tenía que llevar a una reconsideración de toda su estructura por parte de nue­vos países, que estaban por entrar en su etapa de la acumulación socia­lista. Este elemento por supuesto tenía todavía mucho más importancia en el caso de países como China, donde el proceso de acumulación so­cialista debía ser concebido a un plazo mucho más largo que en el caso de la Unión Soviética. En tal situación, una marginación del consumo en favor de las inversiones, siguiendo al ejemplo soviético, habría sig­nificado un suicidio político del sistema socialista. Tenía que estable­cerse, por lo tanto, una alianza de clases entre obreros urbanos y cam­pesinado, sustentada por un fomento intensivo de las producciones con medios tradicionales. Si es cierto que también'la Unión Soviética había buscado tal alianza en los años 30, al no lograrla debió reemplazarla finalmente, por la imposición administrativa del Estado sobre el campe­sinado. La colectivización soviética, por lo tanto, llevó a un sometimien­to del campesinado, a una especie de guerra civil, de cuyos efectos pudo surgir recién a fines del período de la acumulación socialista. Es notable que en el caso soviético la producción agrícola hasta la segunda guerra mundial apenas haya logrado recuperar el nivel que ya tenía en el año 1929.

En el caso del socialismo chino no ocurrió nada parecido. Desde el comienzo del sistema socialista chino éste se basó tanto en la pro­ducción industrial como en la producción con medios tradicionales. Eso tuvo como resultado una marcha más bien pareja del aumento de la producción industrial y de la producción agrícola. La acumulación so­cialista se hizo compatible con el aumento del nivel de vida de las masas.

Aparentemente una situación tal no parece ser de acumulación socialista. Así lo interpreta Bettelheim, por ejemplo, quien subraya mut cho el hecho de que el socialismo chino nunca aceptó el principio sovié­tico de la preferencia de la producción de medios de producción sobre la producción de medios de consumo. Pero ésta nos parece más bien una visión superficial. El socialismo chino reemplazó el principio soviético por otro, que muy claramente indica la línea de la acumulación socia­lista realizada en China. Se trata del principio del autoabastecimiento máximo de las regiones, comunas, etc., en lo que se refiere a sus medios de producción respectivos. El mismo Bettelheim también menciona este principio, pero sin darse cuenta de que es una nueva formulación de la acumulación socialista, establecida ahora sobre el concepto de la compa­tibilidad de un fomento de la multiplicación de medios de reproducción industriales y un fomento de la producción tradicional.

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El concepto del autoabastecimiento máximo de las regiones con medios de producción establece por un lado un principio de fomento máximo de la producción con medios tradicionales y, por otro lado, un principio que permite a la industria liberarse de una orientación de­masiado inmediatista para satisfacer la demanda de medios para el con­sumo inmediato. De esta manera se crean dos polos, alrededor de los cuales gira toda la dinámica económica del socialismo chino.

El polo de la producción con medios tradicionales está más bien orientado hacia la producción de bienes de consumo, tanto agrícolas como del tipo artesanal. Emplea insumos industriales en lo necesario para una maximización del rendimiento de los medios de producción tradicional, pero no se orienta por un propósito de industrialización de la producción de bienes de consumo. Sin embargo, no es un polo de relaciones tradicionales o precapitalistas de producción. Obedece a un principio de maximización, que las relaciones precapitalistas de pro­ducción no conocen. Pero este principio de maximización no parte de un cálculo del rendimiento del capital, sino de un cálculo del aprovecha­miento máximo de medios tradicionales de producción disponibles. Este cálculo comprende tanto el aprovechamiento máximo de los conocimien­tos técnicos modernos, en lo que es compatible con el uso de estos me­dios tradicionales ,como el uso mínimo de productos industriales en esta maximización de la producción de medios tradicionales. La difi­cultad evidente de un cálculo económico de este tipo consiste en hacer compatibles una conciencia moderna de producción, la orientación por el cálculo de la maximización del producto, y el uso continuo de medios tradicionales de producción, tendiente a recrear una conciencia más bien productiva tradicional. A partir de esta dificultad se produce ne­cesariamente una tensión, que proporciona una de las razones para ex­p licarla crisis del socialismo chino, que desembocó en la revolución cul­tural. El cálculo del aprovechamiento máximo de medios tradicionales de producción puede ser mantenido solamente si existe una fuerte con- cientización de las masas productoras y un trabajo continuo con referen­cia a la estructura de valores vigente.

El otro polo, el de la producción industrial, se define predomi­nantemente por la reproducción de medios de producción industriales. Es el polo de la acumulación socialista propiamente dicho. El cálculo vigente en este polo está necesariamente dirigido a la minización de la entrega de equipos modernos y de productos industriales a la produc­ción de medios de consumo y a la maximización de la reproducción de medios industriales de producción. Pero esta maximización no puede es­tar orientada por un principio de rentabilidad del capital, sino por el principio del uso máximo de medios tradicionales de producción para esta reproducción de medios de producción industriales.

Entre estos dos polos se determina la estructura económica. Exis­

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ten dos extremos posibles. Un extremo sería la concentración total de los equipos modernos en función de la acumulación socialista. En este caso no se entregaría ninguna clase de productos industriales para la pro­ducción de bienes de consumo. Toda la inversión para bienes de con­sumo se haría sobre la base de medios tradicionales. El otro extremo sería la entrega máxima de productos industriales para la producción de bienes de consumo, con el resultado de una renuncia a la acumula­ción socialista propiamente dicha y la determinación de las inversiones industriales por el equilibrio de la estructura de inversión entre las secciones B, A y A-l. Este último caso es posible sin estrangulamiento económico siempre y cuando la producción industrial sea muy pequeña en relación a la producción tradicional, de modo que pueda limitarse simplemente a la producción en las secciones A y A-l, dejando la pro­ducción de bienes finales a los sectores con medios tradicionales de producción.

La estructura económica real se produce entre estos dos extremos. Pero existiendo estos dos polos, el proceso de la acumulación socialista puede ser concebido a un plazo muy largo. Pueden alternarse en él ten­dencias a reforzar la acumulación socialista o a aflojarla según las si­tuaciones políticas contingentes. Así, en el caso chino, el gran salto se vinculó con un fuerte intento de reforzar la acumulación socialista, una política a la que sucedió posteriormente una vuelta hacia la producción de medios de consumo.

La acumulación socialista en espacios económicos pequeños

La reformulación de la experiencia soviética en función de los nuevos proyectos socialistas no se agota en la problemática de las pro­ducciones con medios tradicionales. Cuando el socialismo soviético se expandió sobre Europa oriental, salió a la luz otro problema, que tenía que ver con el trasplante más bien mecánico del modelo soviético de acumulación socialista a los espacios económicos pequeños de tales países.

La experiencia ésta partió de la aplicación del principio de la pre­ferencia de la reproducción de medios de producción a la política eco­nómica de todos los países de Europa oriental. Siguiendo este principió, cada país trató de desarrollar una reproducción propia de medios de producción de la misma manera como lo había hecho la Unión Soviética durante los años 30. Todos, sin excepción, empezaron a desarrollar su producción metalúrgica y de maquinaria de todos los tipos. Pero lo que había sido racional en el espacio económico grande de la Unión Sovié­tica, resultó totalmente insensato en los espacios pequeños del resto de los países socialistas de Europa. A pesar de haber contado con gran apo­yo de la Unión Soviética, todo este modelo hizo crisis durante los años 50.

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Esta crisis comprobó que los países pequeños no podían existir económicamente sino, mediante una división del trabajo internacional que los integrara en un espacio económico grande. Esta necesidad a la vez demostró que el concepto de la independencia, que había estado detrás del modelo soviético, no era aplicable a países socialistas peque­ños. Estos no podían aspirar al mismo grado de independencia y, ade­más, tenían que buscar su independencia por otros tipos de política económica.

En esta situación se presentó en seguida una alternativa, que chocó con la política soviética. Se trata de la alternativa de formar es­pacios económicos grandes autónomos y distintos de la Unión Soviética. Ya a fines de los años 40 hubo el primer intento, que partió de una po­lítica de integración económica entre Bulgaria y Yugoslavia. Este in­tento estaba destinado a crear, con la inclusión de otros países de Eu­ropa oriental, un espacio económico dentro del cual habría sido posible una acumulación socialista autónoma. La negativa soviética a esta po­lítica determinó su fracaso y produjo la salida de Yugoslavia del bloque soviético. Yugoslavia resultó ser, de esta manera, el primer país socia­lista pequeño confrontado con el problema de una integración en la división del trabajo de un espacio económico grande, tratando de defen­der a la vez su propia independencia.

Para los otros países de Europa oriental la crisis de la aplicación mecánica del modelo soviético se agudizó durante los años 50. Forzo­samente había que establecer una integración económica, que vino a institucionalizarse en el COMECON, y que llegó a ser operable recién en la década del 60. Pero esta integración no estableció un nuevo es­pacio económico grande, distinto del de la Unión Soviética, sino una vinculación con el sistema de división del trabajo vigente en la Unión Soviética se reservó el derecho de operar en todos los rubros de la pro­ducción industrial —estipulación que refleja solamente el tipo de in­dependencia que ella habría logrado— mientras los países de Europa oriental debieron especializarse en determinados rubros de esta misma producción. El intercambio comercial que resultó de esta integración fue esencial para los países de Europa oriental y más bien de impor­tancia secundaria para la Unión Soviética.

Este nuevo tipo de dependencia surge precisamente en un mo­mento que la política soviética entra en el período del tránsito de la acumulación socialista desarrollada. Coincide, por lo tanto, con la dero­gación del principio de la preferencia de la reproducción de medios de producción. Con ello se anuncia a la vez la posibilidad de los países pe­queños de interpretar la acumulación socialista sobre la base de un circuito exportaciones/importaciones. También se anuncia una nueva política de independencia por parte de los países socialistas pequeños Como ya no podían confiar en un tipo de independencia análoga a la

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independencia del espacio económico grande, su política en este aspecto ahora se orienta más bien a la integración simultánea en diversos espa­cios económicos grandes. Su poder de negociación ahora dependerá de la posibilidad de manejarse entre los bloques económicos existentes. Yugoslavia había sido el primer país que pudo seguir esta política, pero ahora todos los países de Europa oriental ven su posibilidad de inde­pendencia en una integración simultánea en los distintos bloques, lo que crea tensiones especiales con la Unión Soviética, cuyo desenlace es la crisis checa y la ocupación militar de Praga.

Esta dependencia, y la consiguiente política de independencia que provoca, no son automáticamente lo mismo que el establecimiento de una relación entre polos subdesarrollados. La dependencia del subde­sarrollo se constituye a partir del intercambio de materia prima por bienes manufacturados, con el consiguiente estrangulamiento industrial. Al margen de esa situación el país pequeño de todas maneras tiene que integrarse en espacios grandes, sea desarrollado o subdesarrollado, y esta integración determina cierta dependencia.

El intercambio entre el país grande y el país pequeño de todas maneras es más esencial para el país pequeño que para el grande. Eso determina un relación del poder de negociación. El país grande puede renunciar más fácilmente al intercambio que el pequeño. Eso lleva a un tipo de división del trabajo en el que el país grande produce los bienes más esenciales y el país pequeño los bienes más bien adicionales. Esta tendencia por su parte, refuerza la dependencia.

Pero si bien una política tal no significa política del subdesarrollo, la significación de tal política es muy distinta si se dirige a espacios económicos grandes (o, por supuesto, a un conjunto de países pequeños, que conforman un espacio económico grande). La misma política en ambos casos, resulta tener resultados cualitativamente distintos.

Podemos ver el doble aspecto de esta política con dos ejemplos recientes. Por un lado, el caso de Cuba. Cuba empezó después de la revolución con vina política industrial, que pretendía lograr la indus­trialización del país a partir de un desarrollo de producción de medios industriales, basando la acumulación socialista sobre tal desarrollo in­dustrial y asegurando a la vez una producción adecuada de los sectores más bien tradicionales. Esta política hizo crisis en 1963, y dicha crisis fue muy parecida a la que sufrieron los países de Europa oriental en los años 50, y que resultó de una aplicación mecánica del modelo sovié­tico de la independencia económica. En los años que siguieron a esta crisis, la economía cubana se reorientó sobre la base de una integración en un sistema internacional del trabajo que, frente al bloqueo econó­mico existente podía .estar solamente representado por la economía so­viética. Pero esta integración estaba condicionada a la especialización de la producción en determinados rubros, que eran considerados de in-

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íi.—V

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terés para el espacio económico soviético. En función de eso, la acumu­lación socialista ya no podía concebirse a partir de la reproducción de medios de producción, sino qué debía formularse ahora sobre un cir­cuito exportaciones/importaciones. La propia industrialización, en estas condiciones, llega a ser la consecuencia de la expansión de este circuito, y no su punto de partida. El punto de partida puede ser muy bien una producción con medios tradicionales, como es el caso del azúcar en Cuba. Lo que importa es solamente que se use las importaciones de una manera tal, que la expansión del circuito exportaciones/importaciones llegare a alimentar la industrialización del país entero.

Pero lo que vale para el país pequeño, no tiene igual validez para el país grande. Eso se ve muy claro si se analiza la proposición sovié­tica para la integración de China en el sistema soviético de la división del trabajo. Podemos citar este plan de 1958-59:

“El pacto propuesto por Jruschov había sido presentado de estemodo:

a) China está o estará rodeada completamente por bases nucleares yanquis;

b) China necesita fuerzas de represalia en caso de ataque atómico yanqui;

c) China no está en condiciones de efectuar un rápido desarrollo ató­mico y de cohetes. Por lo tanto, se propone:

1?— Establecer bases nucleares soviéticas en el territorio chino, para tener a China bajo el paraguas nuclear soviético.

2°— Modernizar la marina de guerra china, con material soviético, y mando conjunto.

3?— En reciprocidad, China da énfasis al desarrollo de su agri­cultura y de la industria liviana para la agricultura, para tener sobre­producción de cereales para exportar a la Unión Soviética, como también frutas y carne de cerdo.

4?— La Unión 'Soviética aprovisiona a China de productos ya elaborados de la industria pesada y se hace cargo en forma intensiva de la explotación del petróleo chino” 16.

Este plan aparece en muchas otras partes y parece ser auténtico. Rojas añade "Todo eso en función de la teoría soviética de la ‘división internacional del trabajo', que casi liquidó la economía de Cuba y que, todos sabemos es sólo un impérialismo económico disfrazado de bellas palabras” 17. Aquí sé equivoca Rojas. A Cuba casi la liquidó la ilusión de poder escaparse de esta división internacional de trabajo. Frente a China sin embargo, plañes de este tipo resultan plánes de imposición del subdesarrollo y, por lo tanto de imperialismo económico. Las situaciones históricas son distintas, lo que Rojas no toma en cuenta.16 Rojas, Róbinson: La guardia roja conquista China. Santiago, 1968. Pág. 257-258..17 Rojas, pág. 258.

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Un plan de este tipo indica la línea de la transformación en peri­feria. Sería viable para espacios económicos pequeños, que, además, muchas veces no tienen otra salida para el desarrollo. Pero en el caso de espacios económicos grandes, la transformación en periferia necesa­riamente resulta en la creación de periferias desequilibradas y, por lo tanto, en la perpetuación del subdesarrollo. China jamás podría desa­rrollarse como periferia de la Unión Soviética y, por consiguiente, jamás podría renunciar a la producción de una propia industria pesada como núcleo dinámico de su desarrollo. Haciéndolo, renunciaría automática­mente al desarrollo. Eso explica en gran parte la agudez del conflicto chino-soviético, que surge en la década del 60. China insiste en llevar a cabo su acumulación socialista a partir de la reproducción de medios de producción y, evidentemente, no tiene ninguna otra salida compa­tible con su necesidad de desarrollo.

Resumen de las etapas de la acumulación socialista

Podemos ahora recapitular las etapas de la acumulación socialista, que habíamos distinguido anteriormente.

1.— Hablamos de las etapas transitorias de la acumulación socia­lista en la Unión Soviética, distinguiendo la etapa de la acumulación so­cialista a la sociedad socialista desarrollada, para terminar con una vi­sión de la sociedad socialista desarrollada.

2.— Si bien estas etapas transitorias tienden a reproducirse en los proyectos socialistas posteriores al proyecto soviético, estos proyectos inician la etapa de la acumulación socialista en un momento en que la Unióln Soviética entra en la etapa del tránsito. Este hecho explica, en parte, las tensiones que surgen cuando estos países buscan nuevas for­mas de la acumulación socialista. Por otra parte, surgen tensiones debido a que los países socialistas pequeños tienen que entrar en una relación de dependencia con respecto al sistema soviético de la división interna­cional del trabajo.

Por lo tanto, se sobreponen etapas históricas a las etapas transi­torias mencionadas. Estas etapas históricas determinan:

a) una nueva forma de la relación entre acumulación socialista y fo­mento de la producción de bienes de consumo con medios tradicio­nales de producción;

b) una nueva forma de desarrollo dependiente a través de la integración de países socialistas en un sistema de la división del trabajo. Frente a esta dependencia, hay alternativas de una política de independencia en dos sentidos:

1.— La búsqueda de una integración simultánea en diversos sis­temas de división del trabajo (diversos bloques económicos). Esta es

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la alternativa de los países pequeños. Siguiendo esta línea, se pueden transformar tanto en centros industriales especializados o en periferias equilibradas según las condiciones objetivas de su desarrollo. Los dos caminos son posibles para el desarrollo. La acumulación socialista surge en este caso dentro de un circuito exportaciones/importaciones.

2.— Rechazo de la integración en algún otro sistema de división internacional del trabajo y formación de un sistema propio y relativa­mente autosuficiente de la división del trabajo. Este tipo de indepen­dencia es accesible solamente a espacios económicos grandes, que de por sí forman un nuevo bloque económico. En este caso la acumulación socialista se basa en la reproducción de medios de producción en el interior del país socialista.

Estas distintas alternativas surgen históricamente a través de las crisis internas de los diversos proyectos socialistas. Estas crisis se desa­rrollan en los dos polos de tales sociedades socialistas, en el polo de la acumulación socialista y en el de la producción con medios de produc­ción tradicionales.

Históricamente primero se produce la crisis en el polo de la pro­ducción con medios tradicionales. Se trata de la falla de la colectivización soviética, que ocurre en los años 30, sin lograr el fomento de la produc­ción agraria y artesanal en el período de la acumulación socialista. Cuan­do esta crisis amenazó repetirse en los nuevos proyectos socialistas, éstos efectuaron un cambio de la política en relación a las producciones tra­dicionales de bienes de consumo. De esta política surgieron nuevos tipos del trabajo colectivo (China, Cuba) o la vuelta al trabajo individual. (La disolución de las granjas colectivas en muchas partes de Europa oriental por ejemplo, Polonia y Yugoslavia).

La crisis en el polo de la acumulación socialista ocurre primero con la aplicación del criterio de la preferencia de la reproducción de medios de producción en espacios económicos pequeños y determina el nuevo concepto de una acumulación socialista basada en un circuito exportación/importación. (Cuba) Vuelve a aparecer una crisis de la acumulación socialista con la aplicación del modelo exportación/importa­ción a espacios económicos grandes (China).

Socialismo y subdesarrollo: el significado de las etapas

El análisis de las etapas de la acumulación socialista parte del hecho de que los socialismos modernos nacieron como resultado de la polarización del sistema capitalista mundial entre sectores desarrollados y sectores subdesarrollados. Habiéndose originado en sociedades subde- sarrolladas, el desarrollo de las formas del socialismo se entiende sola­mente si tales sociedades son comprendidas por su función de reversión

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del subdesarrollo. Esta función es la que impregna las estructuras so­ciales y económicas del socialismo moderno.

Por esta razón, el concepto del subdesarrollo explica mucho en relación al sistema capitalista mundial, y muy poco en relación a las sociedades socialistas. Está presente en las sociedades socialistas como un fenómeno cuya superación especifica el carácter de tales sociedades socialistas. Pero no es una categoría pertinente del sistema socialista como tal. La estructura socialista está construida para dominar las fuer­zas productivas y para imponer un equilibrio económico a una estruc­tura económica, que continuamente produce tendencias al desequilibrio. La superación de tales desequilibrios es la razón de ser del sistema so­cialista.

Eso no significa que estas tendencias al desequilibrio desaparecen con la sociedad socialista. Emanan del sistema mismo de la producción de mercadería y de la sobrevivencia del cálculo monetario en todas las sociedades modernas. En términos marxistas, se puede decir que son producto de la sobrevivencia de la ley del valor. Siempre y cuando existe la ley del valor, o la producción de mercadería y el cálculo monetario, también existe la tendencia implícita de la estructura económica a pro­ducir desequilibrios. Y como el subdesarrollo es un desequilibrio en el espacio determinado por las tendencias de la producción de mercadería, también subsisten tendencias al subdesarrollo en las estructuras socia­listas.

Pero por otro lado, la estructura socialista está concebida preci­samente para confrontarse con tales tendencias al desequilibrio. Eso es lo que la distingue de la estructura capitalista, que solamente puede adaptarse a los desequilibrios que se producen. La estructura socialista contiene, por lo tanto, junto con sus tendencias al desequilibrio, los me­canismos necesarios para imponerse a ellos. Debido a eso, las tendencias al desequilibrio ya no alcanzan a realizarse.

Por eso, si bien se puede hablar de tendencias al desequilibrio en el espacio de la sociedad socialista, difícilmente se puede hablar de una categoría de subdesarrollo propiamente tal. Tales tendencias al dese­quilibrio marcan más bien las crisis de las sociedades socialistas y las distintas etapas de la acumulación socialista, que siempre en nueva for­ma responden a las tendencias al desequilibrio. Las etapas de la acu­mulación socialista son, por lo tanto, etapas de las formas de reversión del subdesarrollo. La tendencia al desequilibrio en el espacio se encuentra siempre con una estructura económica y social capaz de buscar las so­luciones adecuadas para contrarrestarla. En este proceso histórico pue­den cambiar los socialistas, pero no la propia estructura socialista de la sociedad. La estructura socialista se adapta a las necesidades que impo­nen estas tendencias al desequilibrio.

Debido a eso, la historia de los proyectos socialistas es una histo­

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ria de sus crisis y de sus superaciones. Estas crisis siempre toman nue­vas formas, porque los desequilibrios se presentan siempre de otra ma­nera, lo que da lugar a un cambio continuo de los proyectos socialistas.

Todo eso demuestra que no hay proyecto socialista definitivo. No se puede definir el sistema socialista a partir de una determinada rea­lización del socialismo. El socialismo tiene su historia, que también es una historia de conflictos entre sociedades socialistas. Negar eso, signi­fica caer en la ahistoricidad del pensamiento sobre la sociedad, que Marx criticó tanto con respecto al pensamiento liberal: “Había una his­toria, pero ya no la hay”. La sociedad socialista no es tampoco el fin de la historia, sino la reproducción continua de nuevos proyectos socialistas en confrontación con las crisis históricas en que desembocaron los pro­yectos anteriores.

El momento histórico actual

A partir de un concepto tal, se puede preguntar cuál es la situa­ción histórica del socialismo en el momento actual y qué significa ha­blar del socialismo latinoamericano y su proyecto propio. Tal pregunta puede ser contestada solamente si se renuncia de antemano a buscar las razones de un camino propio del socialismo latinoamericano en la idio­sincrasia de los latinoamericanos. Tal idiosincrasia en sí misma no ex­plica nada. De igual manera, el socialismo soviético no se explica por la idiosincrasia del pueblo ruso, ni el cubano por la idiosincrasia del pue­blo cubano. Sé trata más bien de situaciones históricas, que antes hicie­ron posible un socialismo soviético, y que después hicieron imposible su repetición. Igualmente fueron situaciones históricas determinadas las que hicieron posible el socialismo cubano, y las que impidieron después su repetición. La idiosincrasia de los pueblos referidos solamente inter­viene en especificaciones adicionales de estas situaciones históricas fun­damentales, que determinan el marco de factibilidad de un determinado proyecto socialista y que excluyen la factibilidad de otro.

Habría que preguntar, por lo tanto, en qué situación histórica específica surgen hoy los proyectos socialistas y cuál es su marco de factibilidad. La respuesta adecuada debe ser buscada en el contexto del sistema capitalista mundial y en las experiencias socialistas existentes y sus repercusiones sobre la lucha de clases, en nuestro momento his­tórico. Se trata de hacer una evaluación general de esta situación, de la cual pueden surgir las líneas generales del proyecto socialista posible.

Nuestro análisis no tendría sentido si no tratara de entrar en esta problemática. A nuestro entender, se trata de una redefinición pro­funda del significado de la estructura socialista, la cual vamos a tratar en los capítulos que siguen. Pero, a manera de introducción, podemos adelantar algunas ideas, que permiten percibir lo nuevo de la situación histórica de América Latina.

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Lo notable del análisis de las etapas de la acumulación socialista resulta ser que todos los proyectos socialistas hasta ahora surgen de una manera simplemente empírica. Sus promotores inspirados, que se ponen a la cabeza de tales procesos, intuyen la necesidad de nuevas soluciones y que las imponen a través de estructuras jerárquicas a la sociedad entera. Hasta en el caso chino, en la movilización consciente de las masas dentro de las estructuras socialistas, se mantiene tal je­rarquía. Es el gran político el que sigue provocando la movilización, identificándose con su contenido.

Este carácter empírico se hace evidente al considerar que las so­ciedades socialistas que realizan la acumulación socialista, jamás han tenido una teoría de las estructuras socialistas, que esa más que una fachada ideológica de una acción teóricamente no reflexionada. Hay una acumulación socialista, pero no hay teoría de tal acumulación. Hay cla­ses socialistas, pero no hay teoría de las clases en el socialismo. Hay relaciones mercantiles socialistas, pero no hay teoría específica de tales relaciones. Las relaciones mercantiles se establecen por necesidad empí­rica, pero no hay reflexión teórica que pueda explicar esta necesidad. De hecho, las verdaderas estructuras socialistas surgen sin comprensión consciente de lo que son.

Eso es más claro en relación al subdesarrollo. Dicícilmente se puede comprender la forma de los proyectos socialistas actuales sin considerarlos como proyectos de reversión del subdesarrollo. Pero los países socialistas actuales no tienen ni una teoría del subdesarrollo, ni tampoco teorías de las condiciones de la industrialización en el sigloXX. Las sociedades que realizaron los procesos de industrialización más espectaculares del siglo XX, jamás han teoretizado este hecho. Y si sur­gen intentos de captación del fentífeneno del subdesarrollo, surgen más bien fuera de los países socialistas actuales.

Lo último vale en un sentido muy general. Si hoy en día hay una búsqueda de teorías del socialismo, esta búsqueda teórica ocurre más bien por parte de teóricos marxistas que viven en el mundo capitalista. Dentro de los países socialistas, con determinadas excepciones, la ela­boración teórica de conceptualizaciones del socialismo es inexistente.

Toda esta situación demuestra que el socialismo moderno nació en la oscuridad de la historia y que ha llegado a ser comprendido re­cién después de haber originado sus crisis históricas correspondientes, que hacen inevitable un análisis teórico adecuado.

Todo eso sale a la luz en un momento en que el análisis teórico del subdesarrollo ha sido llevado más bien por pensadores de origen burgués que se movieron dentro del marco de la vigencia del sistema capitalista. Si bien eso constituye su seria limitación, no puede haber duda de que hasta hace algunos años ellos tenían mucho más que decir sobre el problema del subdesarrollo que los teóricos marxistas. Obliga­

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dos por estos avances de la teoría burguesa del subdesarrollo, tenían que enfrentarse con más seriedad a este problema específico. Pero esta redefinición está recién comenzando.

Igual que toda praxis empírica teóricamente no reflexionada, tam­bién la praxis socialista esconde su verdadera significación detrás de una falsa conciencia de sí. A pesar de que visiblemente los proyectos so­cialistas modernos son proyectos de la acumulación socialista y de la reversióin del subdesarrollo su interpretación, sin embargo, está formu­lada por conceptos totalmente inadecuados. El módulo de estas ideo­logías sigue siendo la explotación económica inherente a la estructura de clase capitalista, que se basa en último término en el trabajo asala­riado y en la producción en forma mercantil. Todo el pensamiento de Marx había sido concebido en función de esta relación de explotación. Marx, por lo tanto, había vinculado estrechamente la existencia del tra­bajo asalariado, de la producción mercantil y de la relación de clases correspondiente con la estructura histórica del capitalismo. Su concepto de dominación sobre las fuerzas productivas fue por consiguiente, un concepto de superación de todas estas categorías simultáneamente con la estructura capitalista.

Este análisis de Marx se convirtió precisamente en la conciencia falsa de los proyectos socialistas. La necesidad empírica impuso sin ma­yor reflexión la conservación de las relaciones mercantiles de producción y del trabajo asalariado. Siempre y cuando los socialismos modernos trataron de abolir el trabajo asalariado, lo convirtieron en trabajo forzoso y no en una nueva relación libre de los hombres entre sí. Dándose cuenta de eso, ni el socialismo chino ni el cubano atacaron en forma terminante el trabajo asalariado. El socialismo cubano, sin embargo, sigue interpre­tando más destacadamente su proyecto socialista como un proyecto de superación del trabajo asalariado. Renunciando al análisis teórico de las razones de la sobrevivencia de las relaciones mercantiles, el socialismo cu­bano hace una política cubana basada de hecho en relaciones mercantiles y desarrolla una conciencia falsa de esta política, representándola como una superación de las relaciones mercantiles.

De hecho, el socialismo no es superación de las relaciones mercan­tiles, y no puede serlo. Es dominación sobre relaciones mercantiles y, en este sentido representa una utilización consciente de la ley del valor. Pero lo es por esencia, y no accidentalmente. Las ideologías socialistas europeas, en cambio, tratan este problema como accidental, impidiendo así un análisis teórico de sus razones.

En esta situación general se anuncia un cambio total de las con­cepciones. Frente a la necesidad de las relaciones mercantiles, el socia­lismo no se puede entender más como una abolición del trabajo asala­riado. No lo es y no lo será, y no ayuda para nada insistir en que even­tualmente podrá serlo en algunos siglos más. Vivimos en este siglo. La

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libertad socialista, por lo tanto, no se definirá más por la abolición del trabajo asalariado. Se la puede definir, más bien, por la posibilidad de utilizar conscientemente la ley del valor, o, para hablar en términos más claros, por la posibilidad de superar los desequilibrios producidos con­tinuamente por las leyes mercantiles mediante reformulaciones dé la estructura socialista. La libertad socialista, como podemos experimentar­la en los socialismos modernos, consiste en esta posibilidad. Én relación al problema del subdesarrollo, ahora se trata de hacer posible la acumu­lación socialista y de desencadenar un proceso del crecimiento acumu­lativo de la producción de bienes materiales. En la situación del desa­rrollo el concepto de la libertad socialista se transforma más bien en un medio de dominación sobre las fuerzas productivas desencadenadas. En tal situación de desarrollo ocurre una conversión de la sociedad en­tera en apéndice de los criterios cuantitativos del desarrollo económico —la sociedad tecnológica, en términos de Marcuse—, que significa un verdadero terror del logro, ejercido sobre la personalidad de cada uno. En este caso, el criterio socialista de la racionalidad llega a tener más bien la significación de un dominio consciente sobre estas fuerzas.

De todas maneras —trátese de la acumulación socialista o de la sociedad socialista desarrollada—, el criterio socialista de la racionalidad es el vehículo de la libertad socialista. Llega a reemplazar el criterio an­terior de la orientación hacia la abolición de las relaciones mercantiles y del trabajo asalariado. A nuestro entender, este hecho corresponde a la nueva situación histórica del momento. El concepto tradicional del socialismo deriva su acción sobre la economía y la capacidad dé supri­mir el trabajo asalariado pero la falla de tal política obliga a plantear la libertad socialista a partir del criterio socialista de la racionalidad. De este criterio, por lo tanto, tienen que derivarse también las normas de actuación sobre la estructura económica y política.

Las consecuencias son obvias. Una política socialista orientada por el criterio de la abolición del trabajo asalariado tiene que atacar la situación del asalariado como tal. Al no lograr abolir este sistema de hecho, desemboca en la simple estatización del trabajo asalariado. Eso obliga a sostener la argumentación falsa de la desaparición de los efec­tos enajenantes del trabajo asalariado como consecuencia de la socia­lización de los medios de producción y lleva a crear una conciencia falsa de lo que realmente ocurre en la sociedad socialista moderna, impidien­do a la vez el análisis teórico necesario de los fundamentos verdaderos de la libertad socialista.

Si, en cambio, se parte del criterio socialista de la racionalidad económica, este simplismo necesariamente tiene que desaparecer.- La reformulación de la estructura económica y política llega a ser una fun­ción de la aplicación de este criterio. Ya no se puede deducir a prior i hasta dónde tiene que llevarse la socialización de los medios de produc­

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ción o el aumento del poder estatal. Todo eso llega a ser una función de la racionalidad socialista de la sociedad, que tales medidas de racio­nalización tiene que asegurar. El criterio mecánico, que parte de la acep­tación del trabajo asalariado, en cambio tiene una medida cuantitativa muy simple del grado de la libertad socialista. Esta medida se basa en el .número de trabajadores empleado en empresas socializadas. Pero, el criterio que parte de la racionalidad socialista es otro. Tiene su medida únicamente en el grado en el que tal racionalidad se logra. Eso no sig­nifica que exija una socialización menor de los medios de producción, sino que significa dar a esta socialización otro sentido.

Ya dijimos que la sociedad socialista moderna nace a partir de la tarea de invertir el subdesarrollo, pero que ideológicamente se for­mula a partir de la superación tanto del trabajo asalariado como de las relaciones mercantiles. Esta falsa conciencia de su acción explica por­qué la acumulación socialista, el instrumento principal de la reversión del subdesarrollo, surge más bien empíricamente y no mediatizada por una reflexión teórica. Eso nos permite determinar las condiciones dife­rentes del socialismo en el momento histórico de hoy. El socialismo la­tinoamericano hoy está perfectamente consciente de que su problema principal será la superación del subdesarrollo. Si bien la teoría de la acumulación socialista todavía está poco desarrollada, existe una teoría burguesa del subdesarrollo, que ha permitido el surgimiento de una re­flexión teórica sobre el problema. Si bien esta reflexión se ha mante­nido estrictamente en los marcos del sistema capitalista mundial, deja muchas herramientas de análisis, que son de suma importancia para for­mular una teoría de la acumulación socialista. Para eso hace falta expli- citar sus supuestos ideológicos y reformulación en la línea de la teoría de la acumulación socialista.

Pero, para poder penetrar más en el problema de esta aplicación consciente de la acumulación socialista, hace falta tocar el tema de la estructura de clases en el socialismo y de toda la estructura ideológica y de valores vinculada a ella. La estructura económica no existe en el aire; es el producto de una estructura de decisiones, que hace falta conocer, para poder tra tar el concepto de la libertad socialista en toda su am­plitud.

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C. Estructura de clases y estructura de valores

Habíamos usado con anterioridad el concepto de clases en el aná­lisis de las estructuras económicas y sociales del capitalismo subdesa­rrollado. Tenía uri contenido determinado por el poder sobre medios de producción en un contexto general capitalista, es decir, en un siste­ma constituido mediante la legitimidad de la ganancia privada. Hicimos hincapié en que toda una conceptualización de las clases sociales, que sigue esta línea, tiene serias limitaciones.

Estas limitaciones salen a la luz en el momento en que buscamos la aplicación de esos conceptos a contextos no-capitalistas. No puede ha­ber ninguna duda de que una estructura de clases tal describe a la vez una estructura de poder y un modo de comportamiento. Hace falta es­tudiar tal vinculación para poder detectar las transformaciones de la estructura de clase en el tránsito al socialismo.

Esta tarea es urgente. De hecho, los estudios de la estructura de clases existentes no establecen una vinculación directa entre estructura económica, estructura de clases y modo de comportamiento o estructura de valores. Los análisis de Cardoso atestiguan esta deficiencia general. El libro de Cardoso/Faletto sobre dependencia y desarrollo en América Latina es quizás el estudio más completo sobre la relación entre estru- tura de clases en América Latina. Los conceptos usados en este libro en buena parte son adecuados al objeto y, por lo tanto, definitivos. Pero incluso en Cardoso, sin embargo, no hay una percepción total de la re­lación entre estructura de clases y modos de comportamiento, con el resultado de que los análisis de la estructura de valores que él hace en otro lugar, parecen totalmente desvinculados del análisis de la estruc­tura de clases y coinciden sin problema con una teoría de la moderni­zación, semejante a la presentada por Eisenstadt.

Nuestro propósito es tra tar la relación indicada mediante una teo­ría de los modos de comportamiento y de la estructura de valores en la sociedad moderna. Eso está justificado por el hecho de que ya existen muchos estudios que nos permiten describir la estructura de valores exis­tente en el capitalismo subdesarrollado de América Latina. Lo que falta es más bien explicar teóricamente tales estructuras. En ausencia de tal explicación, se sigue usando hoy la idea de la sobrevivencia de valores tradicionales. Se trata de una sobrevivencia que tendría su razón de ser en la inercia de las estructuras tradicionales de valores. No vamos a ne­gar la existencia de tal inercia, pero tiene que interesarnos conocer por­qué no surgen acciones adecuadamente fuertes que se impongan y por­qué las acciones que se realizan no son lo suficientemente adecuadas para lograr sus propósitos. Además, tenemos que insistir en el hecho de que estas sobrevivencias de valores tradicionales no son simple conser­vación de los mismos, sino más bien transformaciones de estos valores

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tradicionales interesados en la estructura general del subdesarrollo.Podemos comenzar este análisis con algunos conceptos básicos

de la teoría de Marx. Marx tiene una teoría del valor, que se fundamenta en la distinción entre los valores de uso y los valores de cambio. El valor de uso de un bien consiste en su utilidad para el consumo directo y expresa su finalidad. Valor de uso en este sentido tienen los bienes ma­teriales y el trabajo humano. El trabajo transforma la naturaleza, de­mostrando así su valor de uso, y a su vez, la naturaleza trabajada tiene valor de uso para el consumo humano. Este valor de uso es producto de la apreciación del bien por el hombre, y constituye todo un circuito entre hombre y naturaleza, en el que el hombre transforma la naturaleza, haciéndola propicia para el consumo humano. Este valor de uso no tie­ne otra cuantificación que no sea simplemente física, y que no se exprese por el peso, medida etc., del bien referido.

Marx distingue del valor de uso el valor de cambio. Este cuanti- fica los bienes de una manera distinta, estableciendo un denominador común que sirve para intercambiar diversos valores de usos (bienes). Este valor de cambio tiene como condición de su existencia el valor de uso del bien referido. Pero el valor de uso no se convierte siempre en valor de cambio. Eso ocurre únicamente si un determinado bien puede ser adquirido por el trabajo humano. En este caso, el trabajo humano llega a ser la última instancia del valor de cambio.

La teoría del valor, que Marx basa sobre esta distinción funda­mental, se refiere en primer término a los valores que dirigen los pre­cios de los bienes en el mercado capitalista. Esta es una temática que posteriormente llegó a definir el campo de la teoría económica pro­piamente dicha. Pero en la economía política de Marx el término valor de cambio es mucho más amplio, como ocurrió igualmente en la teoría económica clásica. Implica a la vez el mundo de los valores vigen­tes en una sociedad capitalista moderna. Esta economía política de Marx, por consiguiente, no hace la distinción total entre un mundo de precios, cuyo tratamiento es científico, y un mundo de valores, que son un pro­blema de aceptación personal.

La descripción de esta concepción es difícil, porque el término valor en Marx igual como en los economistas anteriores, cubre un área mucho más amplia que hoy en día, con posterioridad a la aplicación de la metodología posivista en las ciencias sociales. En Marx la teoría de valor es la teoría de una ética y a la vez, de la formación de los precios de bienes materiales y sus factores de producción.

¿Qué describe, entonces, el concepto del valor de intercambio? Describe un conjunto de valores, una ética, que determinan un sistema institucional, dentro del cual se determinan los valores de intercambio a la vez que los valores de uso van a tener. Marx expresa este concepto de la teoría del valor de manera más clara, pero no puede haber duda

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de que toda la teoría económica clásica está penetrada por una con- ceptualización igualmente amplia. El mismo Adam Smith fue científico en el campo de la filosofía moral al descubrir que la ética del capitalis­mo constituye un sistema institucional, dentro del cual se determinan los valores de intercambio de los bienes. Por lo tanto para él un estudio acabado de esta ética tenía que comprender a la vez un análisis de la formación de los precios.

Por consiguiente, la economía política no separa el análisis de la ética capitalista del análisis de los precios en el conjunto de la sociedad capitalista. Esta ética constituye normas, que institucionalizan un de­terminado intercambio, en el cual se forman los valores de cambio y los precios. Sin la ética referida, el intercambio no es imaginable, puesto que también el desarrollo del intercambio y de la producción influyen sobre la ética y sus transformaciones. Dentro de esta interdependencia entre la ética y sus normas, por un lado, y el intercambio y el desarrollo de las fuerzas productivas por el otro, Marx establece como última ins­tancia de las transformaciones de la ética el desarrollo de las fuerzas productivas. La ética y las normas que no conducen al desarrollo y al dominio sobre las fuerzas productivas, caducan. La ética no es la ins­tancia que decide sobre la sobrevivencia de la ética. Lo hacen las fuerzas productivas y las necesidades que surgen de la producción. Pero, sin ella, el mismo desarrollo de las fuerzas productivas no puede existir.

La ética capitalista está en este sentido presente en las normas que dirigen la producción y el intercambio de los bienes materiales. Comienza en su forma pura con la ética formal, como se constituye en los movimientos puritanos y posteriormente en la ideología liberal, vi­gente en la primera mitad del siglo XIX. Es una ética de la igualdad for­mal, del cumplimiento de los contratos de compra-venta y de la seguridad de la propiedad privada. Estas normas fundamentan un tipo de produc­ción y intercambio que Marx tiene en vista, cuando hace sus análisis de la sociedad capitalista. Constituyen lo que podríamos llamar la estruc­tura de funcionamiento de la sociedad capitalista. Describen la estruc­tura institucional manifiesta de esta sociedad y, por lo tanto compren­den todo el sistema jurídico-político.

Si bien al comienzo de la sociedad capitalista esta estructura de funcionamiento es muy sencilla y representa una dictadura muy clara de la burguesía sobre la sociedad entera, posteriormente ella, no renun­cia jamás a la apariencia de la igualdad formal aún cuando llega a com­plicarse a través de las distintas etapas de desarrollo la sociedad capi­talista. Estas normas constituyen la estructura jurídica de las relaciones capitalistas de producción y condicionan el ambiente en que se originan las luchas de clases, las formas de la estructura económica, del inter­cambio de bienes materiales, así como las líneas del desarrollo econó­mico.

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Pero esta ética capitalista, que inspira toda esta red de normas de la estructura de funcionamiento, por su parte obedece a un principio regulador, que puede sintetizar dichas normas en su conjunto. Lo po­dríamos llamar el principio del cálculo según intereses inmediatos, que es, en último término, el principio de racionalidad présente en el sistema capitalista entero. Tiene una especificidad propia, que lo distingue tanto de la ideología de las sociedades tradicionales anteriores, del tipo pre- capitalista, como de las sociedades socialistas posteriores, regidas por otro principio de racionalidad.

I. El cálculo del interés inmediato

En relación a las sociedades precapitalistas, el cálculo del interés inmediato supone la destrucción de todos los reductos mágicos que estas sociedades conservan. El nuevo principio establece que todo se puede reorganizar en función de los intereses inmediatos y que todo el mundo que rodea al hombre debe ser organizado según tales intereses. Es un principio metódico de cálculo, y de ninguna manera un principio moral de egoísmo. Simplemente no admite ningún reducto tabú para la orga­nización y reorganización metódica del mundo. Comprendido en esta forma, es un principio de especificidad histórica, que no está presente en ninguna sociedad precapitalista, en tanto que, el egoísmo es un fenó­meno omnipresente en la historia humana.

El cálculo de los intereses inmediatos anula, por lo tanto, las li­mitaciones tradicionales en cuanto al uso de los factores de producción. Se calculan los métodos de producción, la tierra se convierte en un factor de producción más y llega a ser, por lo tanto, comerciable, y el mismo factor trabajo se convierte en objeto del libre cálculo de los intereses inmediatos. Y esto de un modo en que el trabajo sea comerciable, sin que lo sea el trabajador mismo. Este último punto se refiere a la igual­dad formal, como resultado de este tipo de cálculo. El hombre ya no puede ser simple objeto del cálculo de los intereses por razones intrín- sicas de poder sino que se convierte ya en vendedor de trabajo, ya en comprador de trabajo, según las circunstancias extrínsicas a su perso­nalidad.

A partir de este principio del cálculo de intereses inmediatos se estructuran, en la primera etapa de la sociedad capitalista, las relacio­nes capitalistas de producción. Se establecen las normas de lá estruc­tura de funcionamiento y comienza un proceso económico orientado por la comercialización libre de factores de producción y de productos. En está situación, los intereses inmediatos dejan a los hombres iguales alternativas, a partir de las cuales se forma la nueva estructura de cla­ses. Por un lado, los grupos cuyo interés inmediato se expresa en la ma- ximización de una plusvalía sacada de la combinación de los factores

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de producción, los cuales están a su disposición, y por otro lado, los grupos que constituyen uno de estos factores de producción, el trabajo, y que son objeto del cálculo de los otros. El principio de la igualdad formal establece solamente que ningún hombre se encuentra por razones intrínsicas a su personalidad en uno de estos bandos, Pero de ninguna manera se opone a la existencia de estos grupos enfrentados. Además, la división del trabajo que se establece da origen a este enfrentamiento de clases dominantes y clases dominadas, dado que las entidades de produc­ción llegan a ser suficientemente grandes para que la tarea de combina­ción de los factores de producción se especialice en grupos dominantes minoritarios.

No nos interesa seguir aquí las etapas de este enfrentamiento en la historia de las relaciones capitalistas de produccicb hasta el día de hoy. De hecho, ocurre un desarrollo de estas relaciones. Si bien el factor trabajo al comienzo es puro objeto del cálculo económico de la clase dominante, después llega a integrarse el sistema para buscar sus inte­reses inmediatos en la mejora de sus niveles de vida, aceptando la es­tructura clasista de la sociedad como tal.

Solamente caben algunas anotaciones sobre el significado de este cálculo del interés inmediato para la nueva clase capitalista dominante. Esta nunca admite que su comportamiento esté orientado por intereses inmediatos. Es al revés. Asegura que ella renuncia a sus intereses inme­diatos para asegurar la acumulación y el ahorro necesarios para el pro­greso económico. Sostiene, por lo tanto, que el interés inmediato es un peligro para la sociedad capitalista, porque amenaza sus fuentes de acu­mulación. Toda teoría económica burguesa sigue hasta hoy sosteniendo este punto de vista, hablando de la abstinencia, de la perseverancia del capitalista, que sacrifica una parte de sus ingresos para poder acumular, haciendo así un servicio a la sociedad entera.

Acumulación y consumo capitalista

Pero de hecho, se trata de un interés inmediato de la clase capita­lista. Ella no surge por un proceso de ahorro de ingresos de trabajo que haya convertido posteriormente a sus miembros trabajadores en ca­pitalistas. Surge más bien por la movilización interna de úna plusvalía que es la propia fuente de la acumulación. No surge de ahorros previos, sino por la transformación de una parte de la plusvalía en acümulacióh. Para el cálculo del interés inmediato, por parte de la clase dominante, la plusvalía no es un ingreso neto. Lo es solamente en parte. Es un valor extraído, que está aumentando con el progreso económico de la sociedad. L a parte acumulada de la plusvalía es simplemente el costo que la clase c a p i t a l i s t a tiene para asegurarse este aumento constante y continuo de

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del surgimiento de la propiedad extranjera en los países subdesarrolla- dos. Esta surge por la movilización de una plusvalía interna de los paí­ses subdesarrollados en función de un aumento de tal plusvalía, reali­zada por capitalistas extranjeros. Fuera de casos muy excepcionales no se trata de un trasplante de capitales extranjeros al país subdesarrollado. En el caso del surgimiento de la clase capitalista es igual. Esta tampoco surge por la inversión de ingresos ahorrados, sino por la movilización de una plusvalía existente en función del aumento continuo de esta plus­valía. En este sentido, somete la plusvalía al cálculo de sus intereses in­mediatos mediante la búsqueda de nuevas combinaciones de factores.

Se trata, por lo tanto, de un nuevo tipo de cálculo, y no de una renuncia al consumo en favor del ahorro. Tal renuncia es solamente la apariencia inmediata que presenta el capitalista. Este, como individuo, puede dejar de acumular y consumir la plusvalía entera. Pero la condi­ción de esta posibilidad es que ella no sea entendida por los otros capi­talistas. Si todos tratan de hacer lo mismo, desaparece la propia plusvalía y la economía simplemente se desorganiza. De esta manera, el cálculo de los intereses inmediatos se vincula con el análisis de la estructura de inversiones en el sistema capitalista. Estas inversiones son inducidas por el crecimiento de la producción de bienes materiales y no se deter­minan autónomamente. Por lo tanto, la decisión del capitalista no de­termina su tamaño. Hay un límite superior objetivo, que da la capa­cidad tecnológica para alimentar un cierto ritmo de crecimiento de bie­nes finales. Por otro lado, este crecimiento induce posibilidades de acu­mulación, que son a la vez posibilidades de ganar una plusvalía más grande que la acumulación necesaria. Si bien el capitalista puede dejar de aprovechar estas posibilidades, de ñinguna manera puede escoger entre acumular o consumir. Si no acumula, tampoco puede producir más bienes de consumo y, por lo tanto, los fondos disponibles para ser acumulados no pueden jamás convertirse en consumo adicional. Exclu­sivamente desde el punto de vista individual del capitalista, hay una opción, entre consumo y acumulación. Pero el conjunto de los capitalis­tas no tiene esta alternativa. Los capitalistas en su conjunto pueden so­lamente acumular y consumir, o renunciar a la acumulación y renunciar a la vez al consumo adicional. La sociedad no puede consumir más si acumula menos.

. Por lo tanto, no existe ninguna espera especial del capitalista, sino solamente el cumplimiento de un período técnico de reproducción de los medios de producción que condiciona el consumo adicional. Este período técnico no indica sino que la producción se lleva a cabo en el tiempo. La teoría liberal, en cambio, sitúa el período de espera en el período de vida útil del capital usado, que es un período largo. Pero en realidad desde el punto de vista de la sociedad, el tiempo de espera se reduce simplemente al período técnico de la reproducción o, visto a par­

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tir del efecto de los nuevos medios de producción sobre el producto total, al período de recuperación de una determinada acumulación por el aumento del producto total. Este sería el coeficiente de capital. La sociedad espera que los frutos de la acumulación se den en un período correspondiente al coeficiente de capital, si éste se mide por la relación entre inversión bruta y aumento del producto en un período determinado.

En este sentido, podemos hablar del interés inmediato como del principio guía del cálculo capitalista de racionalidad. Está directamente relacionado con la estructura de inversiones, y corresponde al criterio que origina las industrializaciones capitalistas, y que en ningún momento pueden prescindir de la estructura de inversiones adecuadas. Estas in­dustrializaciones están estimuladas, por lo tanto, por tasas continuas de aumento de la producción de bienes finales.

El ascetismo intramundano

Esta tesis contradice aparentemente a aquella, que sostiene que una de las palancas fundamentales del surgimiento y desarrollo del ca­pitalismo fue el ascetismo intramundano del puritanismo. Pero hay que recordar que se trata de una tesis referente a las motivaciones conscientes que tuvieron los primeros grupos capitalistas para aplicar un criterio de cálculo de intereses como guía para la formulación de la estructura económica y social. De hecho, la nueva forma de actuar nació en un ambiente puritano. Pero, como ya Mar Weber constata, a veces no se trata necesariamente de una actitud de anticonsumo, sino más bien de una negación al goce tradicional del consumo. Por otro lado, no debe olvidarse que la alta inclinación a la acumulación de los primeros gru­pos capitalistas está contrarrestada por la sobrevivencia de clases tra- dicionalistas, que efectúan el consumo necesario al que el capitalista de esta época renuncia. Dada la estructura de inversiones del tipo capita­lista, la actitud escética del capitalista industrial es económicamente posible sólo porque las otras facciones de la clase dominante mantienen una actitud favorable al consumo. Por lo tanto, en el momento en que estas clases tradicionales pierden la capacidad económica suficiente para solventar la demanda necesaria de bienes finales, tiene que aumentar o el consumo capitalista —la parte consumida de la plusvalía— o el consumo de las masas obreras. De hecho el cambio se efectuó en etapas. En una primera etapa aumentó el consumo capitalista pero sólo hacia fines del siglo XIX este aumento fue accesible a la clase obrera.

Ahora se trata ya de un nuevo tipo de consumo. Es un consumo funcionalizado por la necesidad del rendimiento económico y no determi­nado por el goce. Se cierra el circuito en el que se produce para consu­mir y se consume para producir. La expansión del consumo llega a ser un elemento calculado de la expansión de la producción. Pierde el signi­ficado propio. Todo el sistema tiende a interpretarlo en estos términos.

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Consumo es ahora costo de producción y la propia contabilidad capita­lista lo interpreta así, Los gastos de representación nacen por primera vez en la historia. El aristócrata no hizo nunca gastos de representación, puesto que contaba con la hospitalidad. El capitalista, en cambio, no tiene hospitalidad, y debe hacer altos gastos de representación. Sabe que se trata de costos que rinden, y los calcula en estos términos. Este concepto del consumo calculado se expande con respecto al consumo entero. La empresa proporciona a sus ejecutivos alojamiento, confort, movilización y diversiones, y orienta su consumo en situaciones que les permitan no sólo recuperar estos gastos, sino progresar en un trabajo posterior. Este mismo criterio'se amplía hacia el consumo en general. Se sabe de repente, que el trabajador que ha entrado en la carrera del consumo entra igual en la carrera de la producción.

Se trata al comienzo de un ascetismo especial. No de la renuncia al consumo, sino al goce del consumo. Se tiene los objetos como si no se los tuviera, se llega a una perversión de la idea de la pobreza. Ahora se consume como si no se consumiera. Esto nos parece ser, el verdadero sentido de este ascetismo intramundano, al cual apunta Max Weber, y que él tiende a identificar demasiado pronto con un espíritu anti-consu- mo. Weber cae ahí en la trampa de la teoría burguesa del capital, qué considera el ahorro o la acumulación como lo contrario del consumo. Identifica, por lo tanto, una actitud de acumulación racional en función del aumento de la plusvalía, con una actitud de renuncia al consumo, que no es así. Es solamente la renuncia al goce del consumo, mientras cuan­titativamente se consume siempre más. Si bien convence la argumentación de Weber en el sentido de que la actitud metódica del puritano iba uni­da con una cierta renuncia al consumo, ella sólo es válida cuando se re­fiere al período preindustrial. Con el capitalismo industrial se impone más bien definitivamente una tendencia al consumo calculado, sin go­zarlo.

Con una terminología inspirada en la de Marx, se podría hablar del consumo abstracto, análogamente a lo que Marx llama el trabajo abstracto. Este consumo abstracto se relaciona con el valor de uso, así como el trabajo abstracto de Marx se relaciona con el trabajo concreto. Marx nunca elaboró esta categoría del consumo abstracto, a pesar de que describe los fenómenos principales de su existencia. En cambio, ella fue elaborada, en términos netamente ideológicos, por la teoría eco­nómica burguesa a fines del siglo XIX. Esta categoría fue designada con el nombre de utilidad. Muchas veces no se ha entendido bien que la ca­tegoría de la utilidad no describe lo mismo que la categoría marxista del valor de uso. Es una categoría más bien abstracta, que hace compa­rables Iqs valores de uso y que juega un papel en la teoría económica burguesa, en cierto sentido semejante al papel del trabajo abstracto en la teoría de Marx. La diferencia —decisiva— consiste en que la categoría del consumo abstracto o de la utilidad en la teoría económica burguesa

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no se concibe como una simple instancia intermedia del cálculo de los costos e incentivos de la producción, sino que sigue desempeñando la función de última instancia en la determinación del consumo.

Pero, de todas maneras, la categoría del consumo abstracto, igual como la del trabajo abstracto, reflejan una determinada valorización del mundo que rodea al hombre y que se forma con las relaciones capi­talistas de producción. Según este juicio, este mundo —la naturaleza así como los otros hombres— deben y pueden ser calculados en función del interés humano en la conquista del mundo exterior. Este mundo, por lo tanto, pierde su magia y sus tabús, y la ciencia natural, que ha pre­parado este paso teóricamente, ahora puede convertirse en tecnología. Una tecnología sin límites, que tiene la legitimidad de transformar cual­quier ámbito de la vida humana. Pero siempre queda establecido, que cualquier transformación está guiada por el cálculo capitalista de ra­cionalidad.

Eso es el nuevo espíritu del capitalismo. Es un cálculo de intere­ses inmediatos sin limitaciones, que se basa en la acumulación metódica de una parte de la plusvalía en función de una plusvalía futura siempre mayor. Partiendo del cálculo de la plusvalía es, a la vez, un espíritu de la sociedad capitalista de clases. Y también se expresa como ideología del sistema que se construye sobre su base.

Resumiendo todos los pasos de nuestro análisis, podemos ahora sintetizar el concepto general del sistema capitalista desarrollado, y po­demos distinguir diferentes niveles de su aplicación. La estructura eco­nómica se considera como la forma en que se desarrollan las fuerzas productivas dentro del sistema total. Esta estructura económica está relacionada con la estructura de las normas e instituciones, cuyo con­tenido proviene del cálculo capitalista de los intereses inmediatos— y a la cual corresponde una estructura de clases, que dicotomiza esta so­ciedad aparentemente pluralista e igualitaria en grupos que aportan a la creación de la plusvalía —los grupos explotados— y grupos que com­binan los factores en función de la plusvalía. Todo este mundo estruc­tural está sostenido por el espíritu del capitalismo y por sus ideologías de autointerpretación.

Los análisis que se hacen de este sistema capitalista durante el siglo XIX, no destacan una función específica de la estructura ideoló­gica y de la estructura de valores correspondientes al criterio capitalista de racionalidad. Se supone —y eso tiene; validez para el mundo capi­talista del siglo XIX— que una estructura de clase del tipo capitalis­ta impone automáticamente el criterio capitalista de racionalidad y todo un mundo de valores y actitudes correspondientes que institu­cionaliza en el funcionamiento de esta sociedad, empujando a la vez la dinámica de la estructura económica y de las fuerzas productivas. Eso vale igualmente para los análisis de Max Weber, que insiste en la auto­nomía de la estructura de valores únicamente bajo el punto de vista de

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la explicación histórica del surgimiento del capitalismo. Pero lo que más importa, es que ningún análisis concibe un conflicto entre el criterio ca­pitalistas de producción y la dinámica económica.

Lo que ellos constatan, en cambio es el conflicto entre los valores tradicionales precapitalistas y los valores capitalistas nuevos. Hay con­ciencia de que las luchas sociales entre clases tradicionales y clases capitalistas son a la vez luchas de sistemas de valores y de distintas éticas. Pero se analiza este choque más bien bajo el punto de vista de lo viejo y de lo nuevo. Lo nuevo, la racionalidad capitalista, choca con lo viejo, la inercia de las estructuras precapitalistas, y lo supera. Si bien se trata de choques violentos, nadie duda de quién será el ganador. Los grupos capitalistas, a través de su nuevo criterio de racionalidad, tienen una capacidad de acumulación de poder económico y social, que siempre les asegura, a la larga, la victoria. Su criterio de racionalidad se transforma en dinámica económica continua, lo que les permite mar­ginar a todos los otros grupos o, por lo menos, como en el caso alemán, imponerles una tregua favorable. Con esta fuerza en su favor, son capa­ces de transformar la sociedad entera en función de su persecución de una plusvalía en continuo aumento. Existe, por lo tanto, una correspon­dencia general entre el criterio capitalista de la racionalidad, la impo­sición de relaciones capitalistas de producción —con el consiguiente liderazgo de la cláse capitalista industrial—, y la dinámica de las fuer­zas productivas. Existiendo tal correspondencia, el problema de la auto­nomía de la estructura de valores puede pasar desapercibido.

Esta misma correspondencia nos explica que el propio marxismo haya constituido una teoría de valor que se refiere sin más distinciones a la ética capitalista y a la determinación de los precios y de las estruc­turas económicas en general, dentro de la vigencia de tal ética. La ética no parece ofrecer problemas propios.

Ideologías y motivaciones individuales

Para acercarnos a una interpretación del rompimiento de esta correspondencia, tenemos que analizar brevemente cómo la ética capi­talista determina valores aceptados en el plano individual.

Hemos hablado hasta ahora solamente sobre la correspondencia entre ética capitalista y desarrollo de fuerzas productivas en el plano de la sociedad capitalista como un total. Desde allí podemos afirmar que en la situación histórica de la primera mitad del siglo XIX el criterio del cálculo de intereses inmediatos empuja a la vez el desarrollo econó­mico. Pero lo que vale para la sociedad como un total, no vale automá­ticamente para el individuo integrado a tal sociedad.

Para este individuo, que naturalmente tiene que situarse en el plano de este cálculo inmediato, la ética capitalista aparece como una limitación para la maximización de sus intereses. En cuanto a esta maxi-

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mización individual, volvemos a encontrar diferentes niveles, que con­viene distinguir.

Primero, vamos a referirnos a la distinción entre el contenido concreto de las necesidades y la base material para la satisfacción de los intereses individuales. El contenido concreto se refiere a las motivaciones individuales en relación a la satisfacción de determinadas necesidades, y la base material se expresa en el plano individual en su disposición de ingresos en dinero. Las motivaciones se refieren a las. valorizaciones de los objetivos necesarios para satisfacer necesidades, y los ingresos, como base material, determinan el límite en que estas necesidades pue­den satisfacerse.

En el plano individual, por lo tanto, la base material se expresa de otra manera que en el plano de la sociedad entera. En el plano social, la base material que limita y que funcionaliza toda la estructura, consiste en la producción de bienes materiales, y toda la estructura económica, social, política, etc., se entiende como servicio en favor del aumento de esta misma producción material de bienes. En el caso del individuo eso es diferente. Ahora surge como limitación el ingreso en dinero, que de­termina cuáles de las necesidades individuales no pueden ser satisfechas. Las motivaciones, en cambio, especifican las líneas de la satisfacción de necesidades.

Entre ambos factores —ingreso monetario o necesidades— debe haber una continua interrelacio|n, en que el ingreso monetario determina en última instancia, cuáles de las motivaciones -—o necesidades— son ilusorias y cuáles pueden realizarse. Esta interpelación lleva a un cálculo de intereses inmediatos, dentro del cual el individuo concierta su satis­facción de necesidades en coincidencia con la base material dada por sus ingresos.

Toda esta interrelación no ofrece mayores problemas sino en el caso de que consideremos la posibilidad de que las motivaciones se di­rijan a la propia ampliación de la base material o de sus ingresos mo­netarios. En este caso ocurre una determinada mediación de las nece­sidades, que nos describe un rasgo esencial del tipo de individuos que conforman las relaciones capitalistas de producción. Se trata de un individuo que calcula la satisfacción de sus necesidades en función de la ampliación de la base material, y, por lo tanto, de una perfecta repe­tición de la transformación del consumo concreto en consumo abstracto —analizada anteriormente en cuanto al sistema total—- en el plan del individuo. Pero lo importante es que esto corresponde a mediatizaeiones de las necesidades por la base material y en ningún caso a motivaciones económicas directas.

Tradicionalmente se ha hablado mucho de tales motivaciones eco­nómicas, en especial con respecto al afán de lucro del cápitalista, que acumula para acumular, y que encuentra su satisfacción mayor y su estímulo principal en este proceso abstracto de acumulación. Esta in-

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terpretación es muy ambigua, en cierto sentido, porque deia de lado el hecho de que este afán de lucro consiste en el sometimiento del mundo de las necesidades al servicio que esta situación irracional en que se acumula por acumular, es perfectamente compatible con altos niveles de consumo en continuo aumento.

Esta mediatización de la satisfacción de necesidades por el deseo de aumentar la base material de tal satisfacción, nos permite describir mejor lo que significa el cálculo del interés inmediato en el plano del individuo. Significa que el individuo entra en una carrera competitiva en la que naide su éxito por el criterio cuantitativo del ingreso personal, y en la que sus necesidades se satisfacen en función del éxito en tal ca­rrera.

Una relación entre ingreso y necesidades de este tipo no puede definirse usando la categoría moral del egoísmo. El cálculo del interés inmediato en el plano del individuo no es egoísta ni altruista. Se trata de una categoría distinta, totalmente específica de la racionalidad capi­talista. En cuanto a las intenciones personales, no importa nada si el individuo busca la victoria en la carrera competitiva con intenciones egoístas o altruistas. Puede ser que quiera regalar el fruto de su trabajo a los pobres, en el caso del altruismo, o tener todo para sí, en el caso del egoísta. Eso no influye para nada sobre su comportamiento, que en los dos casos mantiene los caracteres del cálculo de sus intereses in­mediatos.

Pero, todo este cálculo del interés inmediato está limitado por una situación que todavía no hemos mencionado y cuyo análisis nos obliga a introducir otra distinción clave. Esta distinción corresponde a las normas de la estructura de funcionamiento en la comprensión del sistema en su totalidad. Estas normas significan limitaciones para el individuo, que lo obligan reaccionar. Existe un problema de la interiori­zación de los valores conformados por estas normas, y de la adopción de actitudes específicas, por este individuo frente a la imposición de ellas. La interiorización de los valores tiene que asegurar el cumplimien­to con las normas, y las actitudes demuestran en qué grado y de qué ~ manera el individuo las respeta. El problema de las limitaciones por las normas es clave. Existiendo un cálculo de intereses inmediatos, la ampliacidn de la base material de satisfacción también es siempre po­sible mediante la infracción de estas normas. Eso distingue el plano individual del plano social. Mientras que la sociedad entera no puede ampliar su base material mediante la infracción de estas normas —ha­ciendo abstracción de las relaciones internacionales—, el individuo sí puede hacerlo. Existe, por lo tanto, una tarea social que consiste en mo­tivar al individuo para que restrinja su cálculo de interés inmediato al ámbito descrito por la estructura de funcionamiento. La interiorización de valores y el fomento de actitudes correspondientes a estos valores precisamente cumple con esta tarea.

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Este breve análisis del plano individual en el cálculo del interés inmediato nos permite hacer ahora algunas afirmaciones sobre la fun­ción ideológica que es cumplida por este sistema. Como cada sistema social emana necesariamente de actuaciones individuales, la función ideo­lógica consiste en determinar el individuo de tal manera, que sus actua­ciones conduzcan al surgimiento y a la mantención del sistema social pretendido. El sistema capitalista, basado en el cálculo del interés in­mediato, produce argumentaciones ideológicas en este sentido.

Esta ideología usa diferentes medios de argumentación. Pero su plano principal, del cual los otros se derivan, aparenta ser un plano científico, cuya función ideológica correspondiente es cumplida por las ciencias sociales, en especial por la ciencia económica. Se tra ta de algu-

' ñas tesis básicas, que se refieren al funcionamiento del sistema capita­lista en general, y que son presentadas como resultados de análisis cien­tíficos objetivos. Básicamente, se trata de la tesis que afirma que las relaciones capitalistas de producción tienen una tendencia innata al equilibrio. Este es el planteamiento ideológico común de toda ciencia económica burguesa sustentado por la mano invisible de Smith, la ley de Say, el equilibrio microeconómico de los neoliberales hasta llegar a la idea de la planificación indicativa basada en el pensamiento Keyne- siano. Si bien estas com entes se distinguen entre sí todas mantienen invariablemente la idea de que el sistema de los mercados puede servir como punto de partida del equilibrio económico tanto en el tiempo como en el espacio.

Esta coincidencia invariable de la ciencia económica burguesa se refleja en su manera de interrogarse sobre cómo debe ser establecido el sistema de mercado para que produzca un equilibrio económico. Fuera de las respuestas que dan estos economistas, la única respuesta posible —que para ellos está excluida por la formulación de su pregunta— sería que el sistema de los mercados de por sí produce desequilibrios. Es a partir de esta respuesta que la teoría económica se transforma en socia­lista. Sin embargo, la teoría económica burguesa excluye esta respuesta por la formulación de un juicio a priori, jamás reflexionado. Los propios economistas burgueses ni siquiera tienen conciencia de esta conducta, que está convirtiendo continuamente su quehacer científico en cumpli­miento de una función ideológica dentro del sistema capitalista.

No hace falta volver a analizar aquí este problema en toda su profundidad. En el capítulo sobre la teoría económica del espacio ya vimos cómo esta ideología burguesa, por las limitaciones implícitas en su forma de examinar, no había conseguido nunca llegar a una teoría del espacio económico. La formulación de tal teoría del espacio siempre y necesariamente señala que el índice de precios no puede servir para asegurar un ordenamiento equilibrado del espacio. Este es un plantea-

La función ideológica

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miento que la ciencia burguesa no puede admitir a priori. Admitiéndolo, dejaría de ser ciencia burguesa.

En estos términos es como la ciencia burguesa cumple su funcióp ideologizadora. Como la sociedad capitalista está constituida sobre prin­cipios racionales de conquista del mundo para el hombre, necesita una base racional para poder inculcar al individuo la ilusión de vivir en un conjunto social que tiene las condiciones principales para coordinar y equilibrar todo el sinnúmero de intereses inmediatos que compiten en la sociedad. Sin esta base ideológica principal a través de tales argumen­taciones, el individuo se convence de que así el cálculo de sus intereses inmediatos está aportando al interés general, lo que le da la buena con­ciencia que sirve de base para el desencadenamiento de la carrera de los intereses.

Pero la ideología burguesa necesita de algunos elementos más para constituirse en sostén de las actuaciones individuales. Estos ele­mentos adicionales hacen explícito lo que está implícito en las ciencias sociales burguesas, que se presentan como neutras.

Se trata, por un lado, de una afirmación relacionada con la situa­ción de intereses individuales y generales. Toda ideología liberal insiste en que la persecución de los intereses inmediatos por los individuos con­duce a una maximización de la satisfacción de sus respectivas necesida­des. Pero la función de una tesis tal consiste especialmente en motivar, por un argumento de intereses, la aceptación de las normas vigentes de la estructura de funcionamiento, que significan determinadas limita­ciones de la maximización del ingreso personal. Las normas del cumpli­miento de contratos, del respeto a la propiedad privada, etc., son tales, que excluyen del cálculo de intereses determinados comportamientos. La tesis de la coincidencia de los intereses motiva la aceptación de tales limitaciones en la actuación individual. Afirma por lo tanto, que la re­nuncia a ciertas transgresiones se recompensan con creces mediante el beneficio generalizado que ello tendrá sobre el ingreso de cada uno. Re­nunciando ganas más; así se podría resumir la argumentación básica de esta ideología. Hay otro lema común, que está intrínsicamente ligado al anterior "No hagas al otro lo que no quieres que el otro te haga a ti”. En todo caso, se trata de principios de integración del individuo a la so­ciedad capitalista, que presentan su actuación de conformidad con ella como la manera de maximizar su ingreso personal. Aquí se constituye un mundo ideológico que hace coincidir los intereses individuales y los del sistema.

Todo eso explica el concepto ideológico de la justicia capitalista y de la libertad vigente en tal sistema. La distribución justa llega a ser la que se da a través de los mecanismos del mercado y resulta en una determinada distribución de los ingresos personales. En este sentido la visióln del ingreso del individuo llega a ser la de su ingreso personal, que se mide por sus entradas recibidas en la carrera competitiva de los

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intereses inmediatos. Así se establece un concepto de justicia —la jus­ticia burguesa—, que vincula el ingreso personal con el rendimiento personal, determinado por el aporte del trabajo o cualquier otro factor de producción. La consiguiente libertad es la posibilidad de perseguir esta maximización de ingresos y de buscar la vinculación entre rendi­mientos de factores e ingresos personales. Las diferentes disponibilida­des de los factores de producción y la diferente situación de los indi­viduos en relación a éstos determinan por lo tanto, la formación de gru­pos en pugna. El pluralismo de estos grupos y la legitimidad de la pugna entre ellos formula,'por consiguiente el concepto de la libertad que esta sociedad propicia.

Por esta razón la estructura de clases del sistema capitalista es tan específica. Es consecuencia de la concepción de la sociedad como una gran competencia entre intereses inmediatos, organizada y limitada por las normas de la estructura de funcionamiento de las relaciones ca­pitalistas de produccióh. A raíz de estas relaciones se forma en seguida una dicotomía de clases entre los que venden su fuerza de trabajo y los que la compran para poder movilizar factores de producción no-huma­nos. Pero esta dicotomía de clases no es algo manifiesto en la estructura de funcionamiento, sino más bien un principio que guía la formación de los grupos pluralistas, que representan los intereses inmediatos orga­nizados. La estructura de clases capitalista tiene, por lo tanto, estos dos aspectos. Por un lado es una estructura de valores, detrás de la cual se esconde una dicotomía de clases y, por otro lado, conforma una estruc­tura a los factores de producción existentes. Existe un principio de ra­cionalidad capitalista, que dicotomiza la sociedad en clases, y hay una relación entre estructura económica y estructura de clases, en que esta dicotomía se transforma en un pluralismo de facciones de clases, que están en una competencia de poderes.

II. El principio de la racionalidad capitalista en el subdesarrollo

En el sistema capitalista de la primera mitad del siglo XIX ha­bíamos constatado una correspondencia tendencial entre el criterio de la racionalidad capitalista, las relaciones capitalistas de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas autóctonos. Esta misma correspon­dencia puede ser obtenida con posterioridad en los centros capitalistas mundiales en relación a los cambios que ocurren en las periferias que surgen a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Con respecto al com­portamiento individual, esta correspondencia se manifiesta en el intento de lograr una interiorización de los valores propios de las normas de la estructura de funcionamiento de estas sociedades, y en una tendencia a integrar ese comportamiento y actitudes individuales en el sistema entero. En el plano individual, así como en el plano de la sociedad capi­talista, ocurre una funcionalizació|n de la estructura por los índices de

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la producción de bienes materiales, y la ideología burguesa resulta capaz para legitimar la continuidad del sistema.

No hay duda de que en la segunda mitad del siglo XIX esta corres­pondencia se rompe y de que en el subdesarrollo del siglo XX este rom­pimiento queda totalmente manifiesto. Si bien en el sistema capitalista mundial las relaciones capitalistas de producción —el enfrentamiento entre trabajo asalariado y capital—, siguen siendo siempre las relacio­nes dominantes, la dinámica de la integración del mundo entero en este sistema no lleva automáticamente a la introducción de relaciones capi­talistas de producción en todos los lugares del mundo. Al contrario, el principio capitalista de la racionalidad muestra una tendencia inversa en las regiones dependientes periféricas. La racionalidad capitalista ya no choca manifiestamente con las relaciones precapitalistas de produc­ción. Ocurre una transformación muy especial de estas relaciones, que indica el cambio ocurrido en el significado de la racionalidad capitalista.

De este cambio resulta una reorientación de los valores implícitos de la racionalidad capitalista. En las relaciones capitalistas de produc­ción que surgieron en la primera mitad del siglo XIX, existía una unión de valores de la eficiencia, del logro y del trabajo productivo, junto con los valores del intercambio capitalista propiamente tal. Ahora los dos tipos de valores se separan, atestiguando que la racionalidad capitalista de producción no implica necesariamente ambas dimensiones de valores a la vez. Los valores del intercambio capitalista se sobreponen a los va­lores de la eficiencia capitalista, y dejan de esta manera sobrevivir rela­ciones de producción semitradicionales o semicapitalistas, cuya man­tención está de acuerdo con los valores de intercambio.

En los análisis de la primera parte de este trabajo habíamos ya visto esté proceso. Ahora lo consideramos solamente desde el punto de vista de los sistemas de valores, que corresponden a estas sobreviven­cias de las estructuras heredadas. Su sobrevivencia corresponde al cálcu­lo de las ganancias capitalistas que también actúa para hacer sobrevivir estructuras tradicionales de valores. Si bien los valores capitalistas del intercambio se interiorizan, éstos no llegan a transformarse en canales para la imposición de los valores de la eficiencia y del logro. El interés inmediato puede ser calculado exactamente —por lo tanto los grupos tradicionales dominantes responsables de este proceso actúan según un criterio capitalista nítido—, pero sin provocar una sociedad capitalista.

Este hecho es conocido y palpable en todas las sociedades subde- sarrolladas. Las clases tradicionales han aceptado el cálculo del interés inmediato capitalista, e igualmente la nueva actitud despiadada de ex­plotación del capitalista moderno, pero sin demostrar jamás la fuerza constructiva de este mismo capitalista. La misma teoría burguesa del sub­desarrollo por lo demás, no tiene mucho problema en reconocer este hecho. Tiene más dificultades ciertamente en conceder que estos fenó­menos sean un producto de la racionalidad capitalista misma, y prefiere

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explicarlos por la inercia de las estructuras tradicionales. Eso no com­promete al sistema capitalista y corresponde además perfectamente a la superficialidad de los análisis burgueses, que interpretan los fenóme­nos por estos mismos fenómenos, la pobreza por la pobreza, la sobre­vivencia de estructuras por esta misma sobrevivencia, y la explotación por el hecho inevitable de que un hombre explota al otro.

Sin embargo, en el caso de estas sobrevivencias, el análisis burgués podría llegar a aceptar la tesis de que ellas se deben a la misma racio­nalidad capitalista, sin necesidad de buscar sus causas en el hecho tauto­lógico de que ya han existido en el pasado. En determinados casos, es cierto, acepta esta tesis. Pero saca una conclusión típica del reformismo burgués. Según éste, el Estado tiene que impulsar ahora la transforma­ción de relaciones precapitalistas de producción en relaciones capitalis­tas de producción para posibilitar el desarrollo posterior de la sociedad subdesarrollada en términos capitalistas. Todo una política populista ha sido formulada sobre la base de esta proposición. Como los valores cam­bian solamente con la estructura, una política de fomento de los valores de eficiencia parece exigir una política de cambio de las estructuras pre­capitalistas al mismo tiempo. En buena parte, los esfuerzos para una re­forma agraria en América Latina se entienden en este sentido. Corres­ponden todavía a un intento de recuperación de la revolución nacional- burguesa que en su tiempo rio se realizó. A la vez, se trata de cambios de la estructura que fundamentalmente no están en contradicción con la sobrevivencia del sistema capitalista mundial y que pueden encon­trar, por lo tanto, el apoyo de los centros de este mundo capitalista.

Sin embargo, las políticas de cambio en este sentido no llegaron nunca muy lejos. Como la automática de la racionalidad capitalista no las ha apoyado, sino al contrario, ha actuado en su contra, estas políticas se enfrentan con un frente casi unido de la clase dominante en su con­junto, que puede amortiguarlas fuertemente. El Estado, que seríá el por­tador de esta política, llega por lo tanto, a una contradicción muy cu­riosa. En nombre de las masas populares, tiene que enfrentarse con la clase capitalista dominante, para imponer a la sociedad entera las rela­ciones capitalistas de producción, que esta misma clase dominante re­chaza. Los capitalistas no quieren ser transformados en capitalistas y, por otro lado, el Estado decididamente no quiere oponerse al carácter capitalista de la sociedad subdesárrollada. El esfuerzo reformista, por consiguiente, se neutraliza. Pero eso nó ocurre a causa de los valores tradicionales de esta clase alta, sino porque esta clase alta calcula en términos muy capitalistas las ventajas e inconvenientes de un cambio de estos valores, llegando a la conclusión de que no le sale a cuenta.

Esta situación es difícil, pero todavía no revela toda la profun­didad del problema. Sobrevivencias de este tipo siempre ha habido tam­bién en el interior de los países capitalistas desarrollados, cuando se formaron alianzas de clases entre capital industrial y clases tradicionales,

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por las razones más diversas. Ocurrió entonces una división de poderes, y el capital industrial siempre tomó el liderazgo del poder económico, accediendo a dividir el liderazgo político con las clases tradicionales. El caso más típico quizás es el de Alemania, antes de la II- Guerra Mun­dial. Había una divisiójn muy clara del país en una parte industrial mo­derna (la parte occidental), y una parte semifeudal con rasgos del sub­desarrollo (la parte oriental). En esta situación de división del país las clases latifundistas mantenían el poder político y, por lo tanto, tenían siempre el poder suficiente para impedir una penetración de Alemania oriental por relaciones capitalistas de producción. Pero jamás tomaron el poder económico, que estaba en manos del capital industrial, y que entró en una alianza de clases por razones de temor a los movimientos socialistas surgientes. Sobrevivencias de un tipo parecido hay también en otros países capitalistas, por ejemplo, en el sur de EE. UU.

En todos estos casos dichas sobrevivencias tienen en el fondo razones extraeconómicas que, sin duda, podían haber sido superadas por una política rígida de introducción de relaciones capitalistas de pro­ducción en las regiones correspondientes. Pero en el caso de los países subdesarrollados aparece otro fenómeno, que indica que las sobreviven­cias tradicionales en este caso son de otro tipo. Por, esta razón es tan importante no limitar el análisis de la estructura de valores exclusiva­mente al caso de las sobrevivencias de relaciones precapitalistas.

En dicho caso, el cuadro resulta totalmente distinto. En los ejem­plos citados de sobrevivencias en los centros capitalistas, se enfrentan relaciones capitalistas de producción y relaciones precapitalistas con sus sistemas de valores correspondientes. La estructura de valores, que acom­paña las relaciones capitalistas, combina valores de eficiencia y de in­tercambio capitalista, mientras que a los sectores de relaciones preca­pitalistas corresponde dentro de la separación entre ambos tipos la adopción de los valores capitalistas de intercambio y la eliminación de los valores capitalistas de la eficiencia.

El dualismo estructural y la estructura de valores

En los países subdesarrollados, en cambio, no se produce tal se­paración del mundo de valores según las relaciones de producción. En los casos anteriores el dualismo de las estructuras corresponde a otra concepción del mundo de los valores. En el caso del subdesarrollo, en lós sectores donde se han impuesto relaciones capitalistas de produc­ción, no se produce una estructura de valores que combine en un conjun­to los valores de la eficiencia y del intercambio capitalista. Los valores de la eficiencia están igualmente ausentes en los núcleos de relaciones capitalistas de produccidtn como en las regiones con relaciones tradicio­nales. Se repite aquí un fenómeno que ya consideramos en el análisis de las estructuras dualistas del país subdesarrollado. Constatamos allí que

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los centros modernos del país subdesarrollado no forman la parte de­sarrollada de una sociedad subdesarrollada en los otros sectores. Insis­timos en el hecho del estrangulamiento de la industrialización y de su conversión en enclave, que transforma este núcleo moderno en la fuente verdadera del subdesarrollo de la sociedad entera. En el análisis de la estructura de valores encontramos ahora un hecho paralelo. Si bien este núcleo moderno de la sociedad subdesarrollada tiene relaciones capita­listas de producción, no produce una estructura de valores nítidamente capitalistas. No logra tampoco desarrollar los valores de la eficiencia capitalista, que en los centros capitalistas se dan junto con los valores capitalistas del intercambio.

Este hecho también es conocido y muchas veces ha sido investi­gado. Todas las investigaciones concuerdan en este punto. Pero nuestro problema consiste en explicarlo. Para todo el reformismo burgués esto constituye un punto crucial. Este reformismo confía en que la transfor­mación de relaciones precapitalistas de producción en relaciones capi­talistas es suficiente para fomentar los valores de eficiencia capitalista. Pero el análisis de los sectores económicos con relaciones capitalistas nos revela otra cosa. Nos hace ver que las mismas relaciones capitalis­tas tampoco tienen la capacidad de producir los valores de eficiencia capitalista. Por lo tanto, el reformismo burgués también en este plano nos presenta una perspectiva adversa;

Todo el problema de la estructura de los valores en el subdesarro­llo se concentra, por lo tanto, en la explicación del porqué las relaciones capitalistas de producción no llegan a crear los valores de eficiencia ca­pitalista que establecieron en los centros capitalistas actuales. Evidente­mente, dichos valores adquieren en cada caso un significado diferente, cuyo análisis es indispensable.

Para efectuar tal análisis, tenemos que profundizar el conocimien­to de la relación entre las normas de la estructura de funcionamiento capitalista, el principio de racionalidad capitalista, los valores implícitos en estas normas y su manifestación en actitudes individuales, que a su vez se expresan en acciones a través de las cuales las normas son aplicadas. Se trata de un circuito completo, que mediatiza la acción de las clases sobre las fuerzas productivas.

En el caso de la correspondencia de estos diversos planos, la clase capitalista dominante dinamiza las fuerzas productivas hacia un creci­miento económico acumulativo. Este proceso está mediatizado por nor­mas capitalistas de la estructura de funcionamiento, derivadas del prin­cipio de la racionalidad capitalista, que implica los valores de la eficien­cia y del intercambio capitalista. En el plano individual, estos valores se interiorizan como convicciones y se exteriorizan en forma de actitudes, que impulsan el carácter capitalista de las normas de la estructura de funcionamiento y las instrumentalizan para lograr la propia dinamiza- ción de las fuerzas productivas. De este proceso complejo resulta un

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acto total, que es la dinámica económica y la correspondiente ética ca­pitalista. Esta ética capitalista se forma inmediatamente en las clases capitalistas que conducen y coordinan este proceso, y en cuyo provecho éste se lleva a cabo. Pero el proceso no se detiene en la clase capitalista. Llega a arrastrar también a las clases dominadas, a través de una lucha de clases, que les impone a la fuerza y mediante la participación eco­nómica creciente, una ética de colaboración con el sistema capitalista, lo que transforma la mayoría de los movimientos revolucionarios en movimientos reformistas de aceptación del sistema.

. Todo este proceso, sin embargo, tiene una condición necesaria, que en el caso del subdesarrollo no se cumple. Se trata de la condición que exige compatibilidad entre estructura capitalista de clases, normas capitalistas de la estructura de funcionamiento (relaciones capitalistas de producción) y dinámica autóctona de las fuerzas productivas. Si bien en el caso del capitalismo de los centros esta condición se cumple, como ya hemos visto, en el caso del subdesarrollo definitivo la industrializa­ción tiende a estrangularse, con su consiguiente transformación en en­clave industrial. Por consiguiente, como las relaciones capitalistas de producción se concentran en este enclave industrial, no pueden com­prometer a la sociedad entera. Pero, incluso en el caso de que también fuera del enclave industrial existieran relaciones capitalistas de produc­ción, el enclave industrial no podría llevar su dinámica econóínica a es­tos sectores. Por lo tanto, la estabilización del sistema capitalista siem­pre estabiliza a la vez el subdesarrollo de la periferia.

Dada esta situación, la falta de dinámica expansiva del núcleo in­dustrial quita al sistema capitalista la fuerza de enfrentamiento con la estructura tradicional de la estructura de valores. Este puede introdu­cir e introduce los valores capitalistas de intercambio, pero no los de eficiencia. Y esto por una razón muy clara: no tiene tal eficiencia. Es bastante obvio que las relaciones capitalistas de producción originan valores de eficiencia solamente en el grado en que son eficientes o tienen, para decirlo así, la vocación de la eficiencia. Pero no la tienen. La situa­ción histórica del subdesarrollo es tal, que las relaciones capitalistas de producción nacen con la perspectiva de su ineficiencia. Son eficientes solamente para suministrar al capitalista altas tasas de ganancias, pero no para estimular la dinámica de las fuerzas productivas en general.

La estructura de valores del país subdesarrollado corresponde a esta situación, y también refleja la situación histórica del modo de producción capitalista. Por lo tanto, no pueden sorprendernos los re­sultados de las tantas encuestas sobre el comportamiento empresarial en América Latina. Sorprendente es solamente la interpretación que la cien­cia burguesa da a tales resultados. Esta constata más bien una irracio­nalidad de tal comportamiento y una discordancia entre estructura ca­pitalista de producción y estructura de valores. Pero nuestro análisis de­muestra que hay una perfecta concordancia. Dada la situación histórica

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de las relaciones de producción capitalistas, sería al contrario suma­mente sorprendente que el empresario capitalista de América Latina tuviera valores de la eficiencia capitalista. No los tiene, porque tal efi­ciencia no existe, y su comportamiento en relación al subdesarrollo corresponde totalmente a la racionalidad específica de la sociedad sub- desarrollada.

La ciencia burguesa no admite esto último. No consigue explicar esta racionalidad del subdesarrollo, que determina que el empresario se comporte subdesarrolladamente. Prefiere construir un sistema idealista de la formación del mundo de valores, que viene a ser un mundo total­mente apartado de la estructura económico-social. Es un mundo en el cual se producen valores de manera uniforme, como una fábrica de cecinas produce salchichas. Esta función productiva es entregada al sis­tema educacional, que de repente llega a tener la tarea de producir va­lores de la eficiencia, que la estructura capitalista en lo económico-social ya no produce. De esta manera pueden ser interpretadas investigaciones como las de McClelland sobre la sociedad del logro, o trabajos semejantes de Lipset. Si bien nadie vá a negar la importancia de la acción educativa sobre el mundo de los valores, hay que decir que ésta no es capaz de revitalizar un sistema capitalista caduco. Por el contrario se convierte en una herramienta clave para impedir una toma de conciencia de esta caducidad y llega a ser una herramienta más para perpetuar el subdesa­rrollo, a menos que responda a una situación de tránsito de la sociedad capitalista a la sociedad socialista.

La estructura de valores que se forma en la situación del subde­sarrollo, merece todavía un estudio más profundo, para aclarar bien el concepto de las sobrevivencias de los así llamados valores tradicionales. Como ya vimos, el enfrentamiento entre valores tradicionales y valores capitalistas se produce solamente de una manera muy parcial. Se pro­duce en todo lo que se refiere a los valores capitalistas de intercambio. En este plano, la estructura capitalista muestra además toda la fuerza necesaria para destruir cualquiér valor tradicional que pudiera oponerse a tales valores capitalistas. Ni siquiera la inercia de tales valores tradi­cionales pudo salvarlos, mientras estaban en contradicción con la in­troducción de valores capitalistas de intercambio. En cambio, tal en­frentamiento no se produjo en el plano de los valores de la eficiencia capitalista. Pero ocurrió también una reformulación. El significado de tal reformulación puede ser aprehendido mediante el análisis de un sis­tema de valores específico, qué no tiene que ver directamnte con el sis­tema econófcnico, pero que puede servirnos de manera analógica. Se trata del sistema del tráfico.

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La estructura de valores como estructura de anticipaciones; análisis de un ejemplo

Este jemplo puede facilitarnos algunos elementos para el análisis de la estructura de valores, determinadas por las relaciones capitalistas de producción en la sociedad subdesarrollada moderna. Específicamente nos interesa la relación entre normas, valores y actitudes individuales, que forman un conjunto que regula la fluidez circular de tránsito como un sistema. Todo tráfico contiene este principio regulador. Logrando tal fluidez, la movilización de personas y bienes llega a alcanzar un grado máximo para todos.

Pero los participantes del sistema de tráfico no pueden orientarse directamente por el principio de la fluidez circular. Hace falta una me­diación entre el principio general y la actuación individual. Esta media­ción es efectuada por las normas del tráfico. Estas normas se constitu­yen autoritariamente, aunque derivan del mismo principio de fluidez y reciben de él el carácter de un conjunto racional. Las normas no son arbitrarias, puesto que constituyen ya en sí un sistema para facilitar la fluidez circular del tráfico. Recién a partir de estas normas, el individuo puede integrarse al sistema. Pero existe un problema específico en rela­ción a esta integración. En el caso en que se logra la fluidez del tráfico, el individuo debe interiorizar el concepto circular y las normas deri­vadas de ello, y desarrollar a la vez actitudes que lo incorporan en la fluidez del sistema.

Estas actitudes forman ahora un mundo especial. No pueden diri­girse a cumplir ciegamente con las normas del tráfico. Tienen que in­terpretar tales normas de acuerdo al concepto de la fluidez circular del tráfico, lo que impone en determinados momentos actuar en contra de estas normas. El sentido mismo de las normas exige infringirlas en determinados momentos anormales, de peligros especiales, etc. Las ac­titudes adecuadas, por lo tanto, no nacen de la disciplina ciega. Pero tampoco de la orientación arbitraria frente a las normas. La disciplina frente a las normas tiene que regir siempre y cuando ésta contribuye a la fluidez del sistema. En este sentido, las normas imponen una limita- cidin a la actuación individual. Cada uno puede actuar maximando su fluidez individual solamente en el grado en que estas normas lo permi­ten. Pero como estas normas se derivan del concepto de la fluidez cir­cular, eso significa, en último término, que cada uno puede maximar su fluidez individual, sólo en el grado en que eso no molesta la fluidez de los otros, o, lo que viene a ser lo mismo, la fluidez del sistema en general. Existe, por lo tanto, una determinada renuncia a la maximización indivi­dual, que es puramente aparente. Infringir las normas en provecho per­sonal significa una ventaja únicamente en el caso de que los otros no hagan lo mismo. Si todos lo hacen, el sistema se derrumba o todos salen perdiendo. Existe, por lo tanto, un problema ideológico de fundamen-

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tación de su sentido, que puede resumirse perfectamente en estos lemas, ya ya hemos recordado: "Renunciando ganas más”; "No hagas al otro lo que no quieres que el otro te haga a ti”. Además, la policía del trá­fico actúa continuamente con racionalizaciones de este tipo.

Si se logra un sistema de actitudes correspondientes al sistema de normas, el concepto de fluidez circular llega a ser la mediación general del sistema; tanto de las normas, como de la interiorización de sus va­lores implícitos, y como de las actitudes de los participantes en el sistema del tráfico. Sin embargo, esta correspondencia tiene sus condiciones ob­jetivas bien definidas. Las normas tienen que ser coherentes sin contra­dicciones internas. Además, toda la infraestructura del tráfico debe ser adecuada para que esta fluidez circular sea posible. Hablando de un modo figurado, debe haber suficientes calles, lo bastante anchas, con semáforos coordinados y con la capacidad objetiva de adaptarse a au­mentos del tráfico total. Si bien el cumplimiento con estas condiciones objetivas necesarias no es suficiente para hacer surgir un sistema de actitudes de acuerdo con la fluidez circular, este sistema de actitudes no puede surgir sin estas condiciones objetivas.

Ahora bien, si estas condiciones no se dan, ocurre un derrumbe del sistema. Pero en este derrumbe se revela esencialmente lo que en realidad es el sistema de las actitudes. O, para decirlo en otras palabras, en este momento sale a luz el hecho de que se trata de un sistema de anticipaciones de la fluidez o no-fluidez del sistema del tráfico en gene­ral y, a la vez, de anticipaciones de las anticipaciones de los otros parti­cipantes del tráfico. En esta red de anticipaciones se forma la actitud de cada uno de los individuos. Pero siempre predeterminada por las anticipaciones de los otros.

Podemos distinguir estas participaciones en dos categorías. Por un lado, la anticipación de la fluidez o no-fluidez del tráfico. Esta tiene una base objetiva-material. Supongamos que existan las condiciones obje­tivas para la fluidez general dadas por la coherencia de las normas y por la infraestructura suficiente. Se puede anticipar entonces razonablemen­te una fluidez del tránsito en general. Pero esta anticipación no es vale­dera para el individuo, solamente por esta razón objetiva. Para que sea realista, tiene que tomar en cuenta otro tipo de anticipaciones, es decir, si los otros están anticipando también la fluidez o la no-fluidez del trán­sito. Si los otros también anticipan la fluidez —dadas las condiciones objetivas para que se cumpla— el sistema general de anticipaciones será coherente y corresponderá a la fluidez general. El sistema se desarrolla­rá entonces por la mediación del concepto de la fluidez general. Pero si los otros —a pesar de las condiciones objetivas de la fluidez, eventual­mente por razones de mala información o simplemente por razones sico­lógicas de pánico—, anticipan la no-fluidez, el individuo, del cual par­timos, se verá obligado a desarrollar también actitudes que correspon­dan a la anticipación de la no-fluidez. El sistema de anticipaciones en

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general rige las anticipaciones de cada uno, y nadie puede salir de él arbitrariamente.

Ahora bien, sin duda se puede dar una contradicción entre condi­ciones objetivas de la fluidez del sistema y el sistema de actitudes que las determina. Pero siempre y cuando existen las condiciones objetivas, el establecimiento de una correspondencia con el sistema de las actitudes impondrá una política específica, que de ninguna manera puede ser des­crita como una política de interiorización de valores. En tal situación el problema no consiste en que estos valores no estén presentes en los in­dividuos, sino más bien en que frente a la totalidad formada por el sis­tema de las actitudes, éste no pueda aplicarlos por su propia cuenta. Para que el sistema de actitudes cambie, todos tienen que cambiar su forma de actuar y sus anticipaciones en relación a la fluidez general, simultáneamente. Eso exige un esfuerzo combinado, en el plano de las racionalizaciones ideológicas, de las anticipaciones de la fluidez futura de cada uno, de la anticipación del cambio de las anticipaciones por cada uno y de una interiorizaciófn de valores correspondientes al cum­plimiento de las normas.

Esta acción específica sobre el sistema de las actitudes se com­plica todavía más si las condiciones objetivas de la fluidez no están dadas. En este caso el esfuerzo combinado del cambio de la estructura de las actitudes (y de los valores) tiene que incluir la misma formulación coherente de las normas y la creación de la infraestructura material correspondiente. El cambio de la estructura de valores resulta ser un esfuerzo total, dentro del cual la educación del tráfico ocupa solamente un papel limitado.

Si este esfuerzo no se hace, la estructura de actitudes no sufre simplemente sino que se ordena de una manera diferente y según un principio de racionalidad que no consiste en la mediación de las actitu­des por el concepto de la fluidez circular. El principio ordenador de este sistema de actitudes será entonces la anticipación de la no-fluidez, que también resulta en una determinada racionalidad de un tipo inverso a la racionalidad de la fluidez.

Podemos describir esta racionalidad inversa como un cálculo de intereses particularistas. En este caso el comportamiento de cada parti­cipante es determinado por su ventaja inmediata en relación al otro. Anticipa la no-fluidez y la establece, pero creando una situación sistemá­tica, en la cual las actitudes tienen también una determinación racional. En estas condiciones —la anticipación general de la no-fluidez— las ac­titudes particularistas y por lo tanto la reproducción de la no-fluidez, maximizan la libertad de desplazamiento de cada miembro de este sis­tema del tráfico. Estas actitudes particularizadas, por lo tanto, represen­tan también un cálculo de maximización. Los valores correspondientes a estas actitudes, así como son valores particularistas, son a la vez pro­ducto de un cálculo de maximización. En relación al sistema de actitu-

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des por la anticipación de la fluidez, podemos hablar de actitudes y va­lores antitéticos, que representan una inversión de las actitudes más bien universalistas de un sistema de correspondencia entre actitudes y normas.

Podemos ahora sintetizar los conceptos básicos que nos ofrece este análisis del sistema del tráfico, a fin de usarlos después con un sen­tido analógico en el análisis de toda la estructura de valores en la situa­ción del subdesarrollo. Podemos resumir las condiciones de correspon­dencia entre actitudes y norm as:

1.— Una infraestructura del tráfico, que da las condiciones obje­tivas de la fluidez del tránsito.

2.— Una coherencia de las normas, que hace posible que los par­ticipantes en el tráfico puedan desarrollar un sistema de actitudes, que anticipa la fluidez del tránsito.

3.— Una función ideológica, que racionaliza en términos de ven­tajas individuales la mediación de las actitudes por el concepto de la fluidez del tránsito (El lema central: “Uno gana, renunciando” ).

Cada una de las tres condiciones es igualmente importante. Sobre todo hay que insistir en la función específica de la ideología, que es condición objetiva y necesaria del logro de un sistema de fluidez general. Eso significa que un determinado sistema puede fracasar por razones ideológicas. Pero no debe confundirse esta función ideológica específica con la función de convencer de la legitimidad del sistema. Evidentemen­te, se necesita un acuerdo de legitimidad del sistema. Pero la función ideoló|gica va más allá de esta función. Echa a andar el sistema.

Si bien es posible que un sistema fracasa por simples razones ideológicas, nos interesa más considerar otro punto de vista. Podríamos decir que el fracaso ideológico del sistema es inevitable toda vez que no existen las condiciones objetivas de la fluidez del sistema del tránsito, del cual estamos hablando. En este caso el sistema de actitudes —que es un sistema de anticipaciones— se invierte y funciona sobre la base de actitudes antitéticas y de valores particularistas.

En el sentido desarrollado tratamos el sistema de las actitudes como un universo en el que se habita, y no como un cielo de valores, que interioriza individualmente. Eso nos permite explicar dos hechos bási­cos, que en relación al sistema del tránsito se experimenta con una gran intensidad:

1.— El sistema de anticipaciones existente en un determinado conjunto urbano, por ejemplo, impone a- cada persona un determinado tipo de actitudes, que está vigente e institucionalizado en tal sistema. Hay racionalidades específicas, a las cuales uno tiene que adaptarse, bajo pena de muerte. Uno puede tener valores interiorizados que no estén de acuerdo con las actitudes específicas exigidas, pero forzosamente tiene que adaptarse a las actitudes vigentes, lo que generalmente trae consigo un cambio de los valores subjetivamente sentidos, o una frus­tración en relación a estos valores. Pero tales valores no pueden deter­

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minar las actitudes. En este sentido, el cambio ambiental de las actitu­des siempre significa para el individuo un cambio de su sistema indi­vidual de actitudes.

2.— La anticipación de la no-fluidez del sistema constituye un tipo de racionalidad específico y cualitativamente distinto de la racionalidad que surge de la anticipación de la fluidez. No se trata de un tipo inter­medio o de una mezcla de valores universalistas con valores particula­ristas. Las actitudes antitéticas fundan una racionalidad particularista, que tiene una consistencia análoga a la racionalidad universalista, pero inversa. Además, es también úna racionalidad de maximización, pero so­lamente sobre la base de otras pautas que se imponen por el otro contexto estructural.

La anitcipación del estrangulamiento económico por la actitud de capitalista

Todo este resultado nos permite ahora pasar de nuevo al análisis de la estructura de valores en la sociedad subdesarrollada entera. Pode­mos usar el ejemplo del tráfico como una analogía, teniendo presente que esta analogía, como todas, tiene sus defectos. Pero, de todas maneras nos permite explicar este hecho tan sorprendente a primera vista, esto es, que en el país subdesarrollado las relaciones capitalistas de producción funcionan sobre la base de una estructura de actitudes y de valores de tipo más bien particularista.

A nuestro entender, la estructura de valores del tipo particularista nace en los países subdesarrollados a partir de la no-correspondencia entre la dinámica de las fuerzas productivas y las normas de la estruc­tura de funcionamiento derivadas de los valores capitalistas del inter­cambio. Dada tal situación, esta no-correspondencia se hace visible en el estrangulamiento general de la industrialización y sus efectos se hacen sentir sobre cada capitalista en especial. Este capitalista, por lo tanto, nota en su vida diaria estos efectos y los anticipa también para el fu­turo. Sus actitudes se forman en esta situación de anticipación del es- trángulamiento. El sistema no es eficiente, y su falta de eficiencia se supone también hacia el futuro.

El punto principal, en que dicha situación llega a hacerse crítica para el capitalista, se determina por las oportunidades de inversión. Se da una situacióta bastante parado jal, que puede explicarse por el hecho de que la oportunidad de inversión en el país subdesarrollado topa con­tinuamente con el límite de la posibilidad de importar. Pero este límite es notable solamente para el lanzamiento de proyectos grandes de in­versión. Estos dependen de sumas altas, que el esfuerzo propio del país no puede suministrar. Por lo tanto estos grandes proyectos se realizan escasamente. Sin embargo, las oportunidades de inversión del capita­lista mediano y pequeño están predeterminadas por la realización de

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proyectos grandes, que exigen siempre un gran número de fabricaciones complementarias a escala pequeña. Si ahora por la limitación de divisas, no se realizan los proyectos grandes, las oportunidades de inversión por parte de capitalistas medianos están limitadas. Para ellos ahora la apa­riencia es muy distinta a la situación real. Tienen mucha facilidad para importar equipos, pero poco mercado para levantar sus industrias. Des­de el punto de vista de ellos, sobran divisas y faltan mercados, mientras que desde el punto de vista del gran capital esto es casi al revés. Sin em­bargo, en los dos casos el resultado es el mismo: hay que aprovechar hasta el máximo oportunidades de mercado, una vez logradas. El gran capital, porque no tiene razones para temer al surgimiento de activida­des competitivas, y el capital mediano por la falta de oportunidades de inversión, que impone la defensa ciega de posiciones obtenidas. Los dos, por lo tanto, concuerdan en la política de cerrar los mercados y de apro­vecharlos en esas condiciones en vez de desarrollarlos. Y eso no ocurre por mala voluntad, sino porque no hay perspectiva para desarrollarlos.

Esta política de cerrar los mercados implica ya la anticipación del estrangulamiento industrial y de la transformación de la industria en enclave. Sin embargo, tal anticipación puede transformarse obvia­mente en un sistema de actitudes, que de por sí es particularista. La ma- ximización de las ganancias en tal situación obliga a desarrollar acti­tudes particularistas, como una respuesta lógica y racional.

Eso nos describe la racionalidad específica del subdesarrollo, que tiene ya implícita la resistencia a la realización nítida de relaciones ca­pitalistas de producción. Parece ahora lógico que la sociedad capitalista subdesarrollada sea tal como es.

Podemos ahora utilizar el modelo del tráfico, presentado ante­riormente, como analogía para explicar la estructura de valores que se da en la sociedad subdesarrollada. Las normas de la estructura de funcio­nam iento—análogas a las normas en el ejemplo del tránsito— resultan ser normas derivadas de los valores capitalistas del intercambio, que por su parte se entienden como interpretaciones de una fluidez de la acumulación capitalista y del cálculo del interés inmediato. En este sen­tido son normas universalistas, que someten todos los factores de pro­ducción a un concepto de igualdad formal y de maximización del rendi­miento. Pero el cálculo de los intereses inmediatos lleva a un sistema de actitudes igualmente universalista solamente si la vigencia de estas nor­mas universalistas es compatible con la fuerza expansiva del aparato productivo. En este caso, el capitalista anticipa los efectos de la posible expansión y anticipa igualmente una anticipación análoga en los otros. De eso resulta una autointerpretación de su actuación, que ideológica­mente puede expresarse por principios análogos a los que encontramos en la función ideológica respecto el sistema de actitudes en el ejemplo del tránsito: "Renunciando se gana más” y "No hagas al otro lo que no quieres que el otro te haga a ti”. El capitalista experimenta en su vida dia­

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ria las ventajas de tales actitudes y, por consiguiente, el cumplimiento metódico de las normas y el perfeccionamiento continuo de ellas se con­vierte en su interés inmediato de clase. El capitalista, por lo tanto, será la fuerza motriz de la expansión de las relaciones capitalistas de pro- duccidn y de la expansión de las fuerzas productivas dentro de estas relaciones.

Pero toda esta situación se invierte, apenas se suscite una contra­dicción entre las normas universalistas del intercambio capitalista y la fuerza expansiva del aparato productivo. En este caso, el capitalista tiene que anticipar el estraftgulamiento de la estructura económica y anticipaciones iguales por parte de los otros. Tendríamos entonces la situación típica, en que el cálculo del interés inmediato, a pesar del ca­rácter universalista de las normas, da lugar al surgimiento de una estruc­tura anticipativa de las actitudes del tipo particularista. Tales actitudes particularistas llegan a ser ahora las actitudes adecuadas a la maximi- zación capitalista. La contradicción entre normas universalistas del in­tercambio capitalista y dinámica de las fuerzas productivas se repite en la contradicción entre estas normas y el sistema de actitudes particu­laristas, y ambas contradicciones no hacen sino expresar la lógica del sistema capitalista en la situación histórica del subdesarrollo.

Todo eso da lugar a un circuito contradictorio entre fuerzas pro­ductivas, normas universalistas y sistema de actitudes. Si se hace el in­tento de dar más coherencia interna al sistema de normas universalis­tas y de asegurar su cumplimiento de un modo metódico y no evasivo, ocurre en seguida una anticipación del estrangulamiento por parte de la clase capitalista. Esta anticipación constituye la base del conflicto y afir­ma la existencia de un sistema de actitudes particularistas, a través de las cuales los capitalistas buscan su maximización. Además esta orien­tación de las actitudes provoca resistencia, por parte de la clase capi­talista, al esfuerzo en favor de una mayor rigidez del sistema de normas universalistas del intercambio capitalista. Esta resistencia está conti­nuamente reproducida por el propio sistema capitalista de las relaciones de producción y emana de ella. Con ello, la ideología capitalista se con­vierte en un esfuerzo puro de legitimación demagógica del sistema, y a la vez pierde la posibilidad de sustentar la constitución y mantención de un sistema preventivo anticipativo de actitudes universalistas.

En una situación tal, el sistema de actitudes resulta inmune a los esfuerzos en favor de una interiorización de los valores universalistas del intercambio y de la eficiencia capitalista, por el simple hecho de que el sistema de actitudes se autosustenta y de que las actitudes de ninguna manera son un producto directo de alguna interiorización de valores correspondientes. Estos nacen, más bien, de una vinculación del indivi­duo con la estructura. El esfuerzo en favor de la interiorización de va­lores universalistas, por lo tanto, no logra sino intensificar más la frus­tración general en la cual el sistema se encuentra.

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Todo este análisis demuestra que las normas universalistas del intercambio capitalista son ambiguas. Pueden llevar tanto a un sistema de actitudes del tipo universalista o particularista, según correspondano no a la expansión de las fuerzas productivas. El sistema de actitudes particularistas es nada más que una determinada forma de calcular los intereses inmediatos a partir de un sistema de normas del tipo universa­lista. Por lo tanto, es completamente innecesario el concepto de las so­brevivencias de valores tradicionales. Solamente existe una determinada coincidencia entre sistemas tradicionales de actitudes y este sistema sub­desarrollado. En los dos casos se trata de actitudes particularistas. Pero en la sociedad tradicional las actitudes particularistas corresponden a una estructura de normas de funcionamiento, que también es del tipo particularista. En el caso de las relaciones capitalistas de producción del subdesarrollo, en cambio, las actitudes particularistas surgen de un interés calculado a partir de un sistema universalista de normas de funcionamiento, que está en contradicción con el desarrollo de las fuer­zas productivas. Las actitudes, en este caso, invierten el sentido que ori­gina las normas.

Este análisis también nos permite hacer algunas afirmaciones con respecto al comportamiento empresarial en la sociedad subdesarrollada, que están ya implícitas en lo dicho con anterioridad:

1. El sistema anticipativo de actitudes es un universo, que se ha­bita. Por lo tanto, el capitalista individual no escoge, a partir de valores individuales, las actitudes que va a tomar. El universo de las actitudes predefine su lugar. Por consiguiente su extracción cultural, nacional o étnica no tienen una influencia decisiva en la formación de sus actitudes. Si eso es acertado, el trasplante de empresarios del centro desarrollado capitalista al país subdesarrollado tampoco puede tener mayor efecto sobre el comportamiento empresarial. El empresario que viene del país desarrollado, en seguida adoptará la racionalidad específica del país sub­desarrollado, convirtiéndose en empresario subdesarrollado, igual como los otros. El comportamiento real de los empresarios extranjeros en países subdesarrollados parece confirmar eso. Se adaptan a la raciona­lidad del subdesarrollo, de igual manera como cualquier empresario nacional. Lo mismo tendría que ocurrir en traslados en el sentido con­trario.

2. Las actitudes resultantes de la anticipación del estrangulamiento llevan a actuaciones que, por su parte, refuerzan esta tendencia al es­trangulamiento. El caso de la fuga de capitales del mundo subdesarro­llado es quizás el caso más llamativo en este sentido. La anticipación del estrangulamiento es siempre también anticipación de la ilegitimidad del sistema capitalista y, por lo tanto, de su inestabilidad. Junto con la escasez de oportunidades, de inversiones, la fuga de capital es la manera más inmediata de contestar a la situación del subdesarrollo. Con esta actitud, el empresario capitalista afirma inequívocamente que no está

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dispuesto a jugarse por la capacidad del sistema capitalista de superar el subdesarrollo y de asegurar su legitimidad a través del desencadena­miento de las fuerzas productivas. Busca su seguridad en los centros ca­pitalistas y, desde su punto de vista, tiene completamente razón. No se trata tampoco de un problema sicológico y, en este sentido, de confianza, sino de una previsióp de las limitaciones del propio sistema capitalista.

3. Todas estas actuaciones resultantes de la anticipación del es- trangulamiento, tienen una influencia colectiva a la cual el capitalista tie­ne que someterse. La fuga de capital, otra vez, es un indicio de este hecho. El capitalista no puede buscar su seguridad en el país subdesa- rrollado, sino solamente su ganancia. Su seguridad tiene que buscarla en los centros desarrollados. Si bien como clase puede buscar esta segu­ridad mediante la intervención extranjera* en caso de peligro de la esta­bilidad de la estructura subdesarrollada, como capitalista individual tiene que buscar su seguridad en una propiedad en los centros a su nombre personal. El sistema capitalista mundial no apoya a personas, sino a capitales y, solamente a través de los capitales, a las personas. Un de­rrumbe del capitalismo subdesarrollado convierte al empresario capita­lista en una simple persona, en la cual el capitalismo mundial no tiene interés. La última instancia de su seguridad es, por lo tanto, la propiedad personal en el extranjero. Pero si esta es la actitud de todos, todos tam­bién pueden jugarse en contra de cambios del sistema con mayor infle- xibilidad. A pesar de que juegan todo en contra del cambio, no arriesgan todo. La tenacidad de las luchas sociales aumenta este riesgo e impone la necesidad de preparar el escape para este caso de perder.

III. La acumulación socialista, el cálculo del interés indirecto y el pro­yecto latinoamericano del socialismo

Hemos analizado hasta ahora todo el sistema del cálculo del in- interés inmediato, mirándolo conjuntamente con el surgimiento de la es­tructura de clase capitalista y con la problemática de las fuerzas pro­ductivas. Eso nos dio un concepto de unidad para discutir la sociedad ca­pitalista como un total. Este total se constituyó de la estructura econó­mica, la estructura de funcionamiento y de normas, la estructura de cla­ses y la estructura ideológica y de valores. Interpretamos el sistema ca­pitalista desde los diferentes aspectos de estas estructuras, y constata­mos a la vez, que el individuo —como cualquier fenómeno social par­cial— se entiende como parte de esta totalidad del sistema.

El concepto de la estructura de clases

En este análisis, la estructura de clases se presentaba en dos aspectos. Por un lado, como propiedad sobre los medios de producción, que define la clase dominante capitalista y que se subdivide en facciones

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según tipos de propiedad capitalista. Por otro lado, como un sistema de actitudes y valores, que nace del cálculo del interés inmediato y que determina el modo de coordinación de la división social del trabajo. Dado este cálculo de interés, esta coordinación lleva a una determinada estruc­tura de inversiones impuesta por el mercado, que da lugar a la polari­zación del sistema capitalista mundial en centros desarrollados y peri­ferias subdesarrollados. Se trata de. una polarización que implica la polarización en clases y que se realiza a través de ella. El cálculo del in­terés inmediato contiene tanto el elemento de la polarización desarrollo/ subdesarrollo, como la dicotomía trabajo asalariado/coordinación de los factores de producción.

Para el sistema capitalista, parece existir una perfecta concor­dancia entre la interpretación de la estructura de clase desde el ángulo de la propiedad sobre medios de producción y desde el del cálculo del interés inmediato. Pero eso vale solamente si el análisis se mantiene estrictamente en los marcos del sistema capitalista. Porque la propiedad privada en los medios de producción no puede existir sin un cálculo del interés inmediato. Con eso está expresada la limitación principal del sistema capitalista.

Sin embargo, lo mismo no es válido al revés. Si bien la propiedad privada no puede existir sin el cálculo del interés inmediato, sí puede existir un cálculo del interés inmediato sin propiedad privada en los me­dios de producción. En este último caso —propiedad socialista con cálculo del interés inmediato— los dos aspectos del análisis de la es­tructura de clase se separan. Desde el punto de vista de la propiedád en los medios de producción, las clases capitalistas desaparecen, pero para el criterio de racionalidad se mantiene la misma estructura de clase junto con la correspondiente estructura de inversiones y sus posi­bilidades de polarización en desarrollo/subdesarrollo. En parte, ya anali­zamos este fenómeno en el caso de la Unión Soviética de los años 20, donde una estructura socialista de la propiedad se combinó con una es­tructura de inversiones correspondiente al cálculo del interés inmediato, cuya consecuencia fue la crisis del subdesarrollo a fines de los años 20. Pero en aquel entonces el fenómeno todavía no tenía su expresión espe­cífica pura, porque se mantenían relaciones capitalistas de producción tanto en el campo como en la mediana y pequeña industria.

Sin embargo, en la disputa entre la Unión Soviética y China du­rante la década del 60, este mismo fenómeno surge de una manera mu­cho más pura. Los chinos empiezan a reprochar al socialismo soviético una predilección por valores capitalistas sobre la base de una estruc­tura socialista de propiedad. Expresado en términos teóricos, nos parece, se trata precisamente del problema mencionado. Se reprocha al socialismo soviético la aplicación de un cálculo de intereses inmediatos sobre la base de relaciones socialistas de producción, con la consiguiente imposición del subdesarrollo a los otros países.

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Seguramente uha combinación de este tipo es posible. En este caso se forma una estructura de actitudes y valores y una estructura de inversiones correspondientes a las que existen en sociedades capitalistas. En cambio, no se forma de igual manera una clase dominante, como en la sociedad capitalista, sino una burocracia socialista ahora que asume la función empresarial en términos análogos a los del empresario capi­talista anterior. Probablemente no se produce el mismo enfrentamiento de clases, sino un tipo de participación obrera confrontada más bien a grupos de intereses y no distintos a los de las clases constituidas del tipo capitalista.

Frente a una situación tal, es difícil emplear un concepto de es­tructura de clase elaborado a partir de la experiencia de la sociedad capitalista. Desaparece la confrontación entre dueños de medios de pro­ducción y asalariados, y surge una burocracia que no se presenta como enemigo concreto con nombre y apellido. Ahora bien, esta estructura se interpreta mejor por la relación entre fuerzas productivas, estructura de inversiones y estructura de actitudes —unificada por el concepto del cálculo del interés—, que por una relación institucionalizada entre los que manejan los medios de producción y los asalariados. El cálculo de interés nos define entonces la forma utilizada por los que tienen el poder sobre los medios de producción, para manejar la sociedad entera. Esta sigue siendo un concepto de clases, pero más amplio que el anterior, que está basado en la confrontación directa entre el poder sobre medios de producción y el asalariado.

Definiendo la estructura de clases en estos términos, la estruc­tura capitalista de clases es un determinado tipo del cálculo del interés inmediato, en el cual éste se mediatiza por la propiedad privada en los medios de producción. Mantiene, así, su especificidad. Pero hay que con­siderar otro tipo de sociedad, que también se basa en el cálculo del in­terés inmediato, y que es socialista. En este caso, el poder sobre los medios de producción no se mediatiza por la propiedad privada, sino por la forma burocrática, lo que determina también una especificidad de esta sociedad.

El cálculo de intereses en la acumulación socialista

Pero nuestro interés en este momento no se concentra en los pro­blemas de la sociedad socialista desarrollada con sus propias tendencias a la revalidación del cálculo del interés inmediato. Vamos a considerar más bien el tipo de cálculo de intereses que corresponde al período de la acumulación socialista. Este no es compatible con el cálculo del interés inmediato. Tal cálculo presupone una predominancia de la demanda de bienes para el consumo particular y una estructura de inversiones ori­ginada en la competencia —monopólica o no— de mercados. La acu­mulación socialista, en cambio, realiza otra estructura de inversiones

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y sitúa, por lo tanto, los intereses de individuos y de grupos en otro contexto. Tiene que desvincular forzosamente los intereses particulares de la estructura de inversiones y negar una relacioín inmediata entre rendimiento de trabajo e ingresos individuales. Puede diversificar estos ingresos hasta cierto grado, pero no puede convertirlos en el motor de la economía entera.

Se trata de una necesidad intrínseca de la acumulación socialista, que impone en seguida la exigencia de un cálculo distinto de los intereses particulares y los de grupos. Las mismas sociedades socialistas hablan en este contexto de la oposición entre intereses materiales e intereses no-materiales, o de estímulos materiales y estímulos sociales, etc. No obstante, se trata de la exigencia de otro cálculo de los intereses. Este cálculo divide los aspectos subjetivo y objetivo, que en el cálculo del interés inmediato están unidos. En lo que se refiere al aspecto objetivo, constituye la estructura de inversiones y, por consiguiente, toda la es­tructura productiva, sobre la base de las necesidades de la producción total del país. El cálculo subjetivo, consecuentemente, constituye un criterio indirecto de la participación en el producto generado. El indi­viduo no debe calcular su participación en el proceso productivo en términos de una vinculación de rendimiento y aporte personal con su consumo particular. Como la sociedad, bajo las circunstancias de la acu­mulación socialista, determina la estructura productiva a partir de las necesidades sociales, el individuo tiene que hacer un cálculo personal de un tipo correspondiente. Pero este cálculo parece ser más bien un anti­cálculo. Tiene que estar basado en un estímulo social —de aporte a la sociedad—, que subraya precisamente las partes no directamente cal­culables de la participación individual en el producto entero. Por lo tan­to, el individuo no puede determinar su colaboración en términos de la parte calculable de su ingreso personal, o de su posible consumo indi­vidual, sino en la parte no calculable de su participación en el producto entero, o en su consumo social.

Esta situación desvincula el cálculo de la estructura productiva del cálculo cuantitativo individual. La estructura productiva se basa so­bre necesidades sociales, que no son cuantitativamente calculables en términos individuales. Sin embargo, una estructura socialista de pro­ducción tiene que exigir del individuo un comportamiento de este tipo. Si no llega a lograrlo, no hay posibilidad de acumulación socialista. Esta es la razón de que en todos los casos insista tanto en los estímulos no- materiales, que en sentido estricto también son estímulos materiales. Pero son estímulos materiales —educación, salubridad, locomoción pú­blica, seguridad social—, no calculables en términos del ingreso indivi­dual. Y, sin embargo, tan materiales como los otros. Por esta razón pre­ferimos hablar del cálculo de intereses indirectos.

Todo este análisis aclara desde ya que un cálculo de intereses in­directos no puede dirigir la formulación de la estructura productiva en

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el mismo sentido en que puede hacerlo un cálculo de intereses inmedia­tos. En este caso, el interés personal se convierte en demanda y da como tal las pautas de la estructura productiva. En el caso del interés indirecto, en cambio, el individuo expresa su disposición de colaborar en una es­tructura productiva que no se origina en los impulsos de la demanda efectiva. Hace falta concebir, por lo tanto, otras instancias de especifica­ción de la estructura productiva, que no pueden ser sino de tipo social y no individual. Estas instancias determinan el tamaño del consumo in­dividual en relación al consumo total —inclusive social— de la sociedad y a la vez una disposición individual de colaborar sobre la base de de­cisiones sociales no directamente influidas por cada individuo. La coin­cidencia entre el principio de racionalidad socialista, que rige las decisio­nes sociales, y el cálculo de intereses del individuo se produce siempre que este cálculo corresponda a intereses indirectos.

Se trata aquí de la descripción del problema principal de la es­tructura de valores en el período de la acumulación socialista. Esta pro­blemática surge en todos los proyectos socialistas cuando pasan por el período de la acumulación, y todos buscan alguna manera de solucio­narla. Como no se puede usar el interés inmediato como vehículo para producir los valores de la eficiencia, que también cada sistema socialista necesita, se tiene que buscar algunos mecanismos distintos para inculcar valores de eficiencia en la estructura socialista. Si bien sigue en pie este cálculo, resumido en el “renunciando ganas más”, la renuncia se efectúa en términos calculables del ingreso personal e implica más bien una ganancia en términos sociales de un aumento del nivel general de vida (consumo social). Eso exige una acción específica sobre la estructura de actitudes y valores.

El caso soviético

El primer caso de una acción de este tipo es el del socialista so­viético, donde hay todavía poca conciencia de esta problemática especial. Al instalarse, este socialismo primero esperó un cambio automático de la estructura de valores por el simple hecho de que las relaciones capi­talistas de producción se cambiaron por relaciones socialistas. Pero la sociedad soviética no respondió a la exigencia de un cambio íntegro de su estructura de valores. Por ejemplo, todo el optimismo que Lenin había tenido a este respecto se puede observar en su artículo sobre los subotnikis, un movimiento de trabajadores orientado hacia estímulos indirectos del trabajo. Pero rápidamente Lenin advirtió que tales movi­mientos no lograron fuerza masiva. Su manera de reaccionar se ve en la nueva política económica, que impregnó la década de los años 20 en la Unión Soviética y que tuvo como resultado la crisis del subdesarrollo a fines de esta década. El nuevo sistema de planificación, establecido, si bien superó esta crisis, tampoco logró actuar conscientemente sobre la

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estructura de actitudes y valores. En los escritos de Stalin y de los otros políticos soviéticos, se nota muy poca comprensión del problema, lo que llevó a una acció'n empírica y sumamente administrativa sobre la estruc­tura de valores. El aparato de planificación sencillamente impuso metas de producción, cuyo cumplimiento significaba la obligación a un nuevo espíritu de eficiencia. La presión administrativa impulsó el cumplimien­to de estas metas, subordinando el cambio de la estructura de valores a un sometimiento bastante ciego a tal planificación y a un desarrollo de valores de eficiencia en función del cumplimiento de los planes. Es evidente: la falta de conciencia explica que el cambio se haya hecho por la fuerza administrativa y por el terror, dejándose de lado totalmen­te la posibilidad de una acción concientizadora sobre las masas.

En eso descansa la ambigüedad del sistema stalinismo. Los estí­mulos indirectos forzosamente tienen que ser usados, pero como no hay reflexión de esta necesidad, tampoco hay un método para penetrar las masas soviéticas con un espíritu racional que hubiera podido servir como soporte libre para un cambio de la estructura de valores. La falta de métodos racionales siempre se sustituye por el terror, lo que parece ser una de las leyes claves de la dialéctica de la historia. Sin embargo, el método administrativo fue exitoso en el sentido del desarrollo, a pesar de que resultó sumamente costoso. Así, una de las palancas del incentivo indirecto resultó ser el trabajo forzoso. En otros sectores, el estímulo indirecto se vinculó con una mezcla inorgánica de estímulos indirectos y estímulos materiales. Jamás se tuvo una conciencia del problema ver­dadero y, a fines del período de la acumulación socialista, la política económica soviética tampoco tenía un método desarrollado que le per­mitiera resistirse a la reimposición de los estímulos materiales del inte­rés inmediato. El período stalinista aparecía como una pesadilla his­tórica —un culto de la personalidad históricamente casual—, que se quería superar desarrollando el consumo de las masas, con la consiguien­te posibilidad de relajar la imposición administrativa sobre el pueblo so­viético, reemplazándola por palancas de dirección en términos de inte­reses materiales e inmediatos.

El resultado de este tipo de cambio de la estructura de valores era una nueva ética de la eficiencia, que se llegó a vincular de nuevo con un cálculo del interés inmediato, ahora comprendido en una estructura socialista desarrollada. Pero como con esto no se fomentaba una nueva conciencia crítica de las masas soviéticas frente al propio sistema so­cialista, tal cambio, se agotó en un espíritu de colaboración con el sis­tema, que, como tal, pretendía representar la presencia de la libertad humana en el mundo. Como la acumulación socialista no se hizo sobre la base de una concientización crítica de las masas, la orientación por los estímulos indirectos se perdió después de la acumulación socialista, perdiéndose a la vez la posibilidad de la democracia socialista en una sociedad socialista desarrollada. La colaboración ciega con el sistema.

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legitimada por sus éxitos económicos, dejó aparecer un nuevo establish- ment, que hizo surgir una sociedad extremadamente despolitizada y sin conciencia crítica interna.

Este es solamente uno de los costos del método administrativo. Otro consiste en el impacto que esta forma de actuar ejerció sobre la imagen del socialismo en el mundo capitalista, cuya marginalidad cons­tituyó uno de los obstáculos principales de los movimientos socialistas posteriores a la revolución de octubre.

Los nuevos socialismos

Sin embargo, surgen nuevos socialismos, incluso en el mundo subdesarrollado. Nos interesan sobre todo los casos de China y Cuba, que pueden contar con la suficiente autonomía en relación a la Unión Soviética como para formular sus propios proyectos.

Estos nuevos socialismos tienen en común una orientación metó­dica hacia el cambio de la estructura de actitudes y valores en el pe­ríodo de la acumulación socialista. A pesar de todas las diferencias que los caracterizan, en ambos casos —y quizás también en otros socialismos, como el yugoslavo— es notable la preocupación por una acción cons­ciente sobre el mundo de valores, cuya autonomía ya no se pone en duda.

Este mundo de valores tiene su inercia. Hablamos ya antes sobre este problema, negando que la inercia de esta estructura de valores pue­da explicar su sobrevivencia en el subdesarrollo. Seguimos insistiendo sobre este punto. En el caso de la sobrevivencia hay que explicar la au­sencia de acciones adecuadas para superar la inercia de la estructura de valores anterior. La dificultad de una acción adecuada pará el cambio de estructuras de valores demuestra la fuerza inmensa de esta inercia. Como los valores se objetivan en una estructura anticipativa de actitu­des, se presenta una compleja tarea para romper ésta y para reempla­zarla por otra.

Los nuevos socialismos se proponen ahora a realizar esta tarea metódicamente, y consiguen grandes éxitos a este respecto. Pueden evitar la imposición administrativa del tipo stalinismo, lo que les permite una movilización de fuerzas productivas basadas en métodos tradicionales de producción, que les da una fuerza de desarrollo mayor de la que tenía el sistema soviético.

Esta acción se basa principalmente en la creación de una ideo­logía capaz de sustentar un cálculo de intereses indirectos y de estruc­turas socialistas que permiten la penetración de la sociedad por tal ideología. En el fondo, se trata siempre de la tarea de situar este prin­cipio general del cálculo moderno "renunciando ganas más” en términos de un cálculo de intereses indirectos. Pero cuando se reflexiona ahora sobre los métodos para imponer tal cálculo, en seguida surge la discu- siófa sobre la sociedad hacia la cual se avanza. Aparece una nueva preo­

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cupación, motivada por el hecho de que los métodos que se usan en el período de la acumulación socialista predefinen ya, en cierto grado, la sociedad socialista desarrollada, a la cual se llega.

El socialismo soviético no conoce tal preocupación. En la visión soviética la inercia de la estructura socialista sustenta un proceso au­tomático hacia una liberación humana siempre más grande. Por eso, este socialismo corresponde también a. la inercia de sus estructuras. En el período de la acumulación socialista se basa sencillamente sobre un uso pragmático de intereses no-materiales y, con el tránsito hacia el so­cialismo desarrollado, se inclina a aceptar un cálculo de intereses inme­diatos. Los nuevos socialismos, en cambio, no consideran la inercia de la estructura socialista como garantía suficiente para el carácter socia­lista de la sociedad futura. Los chinos descubren en el modelo soviético una tendencia a volver al capitalismo y quieren asegurarse de que a ellos no les ocurra lo mismo en el futuro. Y los cubanos empiezan a constatar que no se llega al comunismo por el simple hecho de haber partido con este rumbo.

De todas maneras, se empieza ahora a concebir el cálculo de inte­reses indirectos como un principio que está, hasta cierto grado, en con­tradicción con la inercia de la propia estructura socialista. Se vislumbra el concepto de un conflicto permanente entre estos dos componentes de la acción socialista. Pero en ningún caso se elabora este concepto considerando todas sus consecuencias. Sobrevive más bien la idea de que este conflicto puede terminar algún día aún cuando este límite se fija en un futuro bastante lejano.

Hay distintas maneras de expresar este límite, que también per­miten determinar las diferencias específicas entre estos nuevos socialis­mos. La visión del socialismo chino es universalista, en el sentido de que espera una coincidencia entre intereses indirectos e inercia de la estruc­tura socialista para el momento en que el mundo, en su totalidad, haya pasado a ser un mundo socialista. Concibe, por lo tanto, el conflicto —que políticamente se percibe entre Mao y Lio-Shao-Tschi— sobre la base de sobrevivencias que penetran la estructura socialista a partir del mundo burgués, que todavía sobrevive, y del revisionismo socialista, que es simplemente un socialismo que está volviendo al capitalismo. En tal situación surge la nueva burguesía socialista, que se apoya en estas fuerzas externas y en las tendencias que provocan. No es la estructura socialista como tal la que origina continuamente una tendencia hacia la motivación por intereses económicos inmediatos. La revolución con­tinua, que concibe el pensamiento de Mao, parece tener más bien el significado de una lucha en contra de un conflicto, cuya solución vendrá con la transformación de la estructura socialista en estructura del mun­do entero. A partir de ese momento las contradicciones del socialismo ya no tenderían a volverse antagónicas, sino que serían puras contradic­ciones en el seno del pueblo.

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En este sentido, el socialismo chino ve el problema a partir del cálculo de intereses indirectos, que va a regir también en el socialismo desarrollado, pero que está en contradicción con tendencias hacia la restitución de estructuras basadas sobre el interés inmediato. Eso lleva a una definición implícita del socialismo, que se basa mucho más sobre el tipo de cálculo de intereses que sobre la estructura de propiedad. Socialismo llega a ser una forma de comportamiento, que se sustenta en la estructura socialista de la- propiedad, pero que no se identifica con ella. A la vez, el socialismo realizado se considera posible solamente en el mundo entero sobre la base de un desarrollo socialista orientado por un cálculo de intereses indirectos.

En esta concepción china es notable la falta total de un análisis de las razones que podrían producir, en el interior de la sociedad socia­lista —abstrayéndose de las influencias externas a partir del mundo bur­gués o del revisionismo socialista—, una contradicción entre intereses indirectos e inercia de la estructura socialista. En cambio, el análisis de tales razones caracteriza fuertemente el proyecto del socialismo cu­bano. Existe allí una visión totalmente distinta de la estructura socialista y de sus tendencias implícitas, que vuelve a poner en discusión el efecto enajenante de la sobrevivencia de relaciones mercantiles en el socialis­mo. En el proyecto chino la preocupación por las relaciones mercantiles prácticamente no existe y tampoco se pretende encontrar una explica­ción de las contradicciones en el socialismo y de sus tendencias anta­gónicas debido a tales relaciones. En el proyecto soviético tal preocu­pación existe, pero formulada a largo plazo, amparada en la tesis con­siguiente de que la utilización consciente de la ley del valor ya ha logra­do la posibilidad de relaciones mercantiles socialistas, que no sustentan contradicciones antagónicas en la sociedad socialista. La preocupaciótn soviética por la sobrevivencia de las relaciones mercantiles, por lo tanto, no es inmediata, sino a un plazo tan largo que en realidad no tiene nin­gún efecto sobre los hechos presentes. En el proyecto cubano, en cam­bio, la preocupación actual se vuelca sobre tal sobrevivencia y, en con­secuencia el concepto de la libertad socialista se elabora concretamente sobre la marginación de las relaciones mercantiles en el socialismo.

En el proyecto cubano —y especialmente en los escritos de Gue­vara—, el concepto de la libertad socialista es directamente inverso al concepto capitalista de la libertad. En la visión burguesa —y a la vez en toda visión del interés inmediato— la libertad personal se basa en el ingreso personal y en el dominio sobre medios de producción particular. El ingreso calculable determina hasta qué grado el individuo tiene acce­so al mundo y a los bienes producidos la expresión monetaria del ingre­so lo mide. La libertad aparece por lo tanto bajo dos aspectos; por un lado, sustentada por un sistema de cálculo del interés inmediato y por

El caso chino y el caso, cubano

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un pluralismo social basado en este mismo cálculo. Por otra parte, tiene su expresión cuantitativa en el ingreso monetario. Más ingresos, más libertad. El dinero y la relación mercantil de intereses inmediatos son caminos a la libertad. En la visión cubana esto se invierte. El dinero no determina cuánto uno tiene, sino lo que no tiene. Viene a significar la limitación definitiva de ese tipo de libertad. La libertad socialista se convierte en la negación del uso de dinero y de las relaciones mercan­tiles. La libertad del hombre es tanto más grande, cuanto menos necesita el dinero para tener acceso al mundo y a los bienes. No necesitando dinero, todo el mundo está a su disposición y su libertad está verdade­ramente realizada.

Un punto de vista tal, a la vez, explica más fielmente la idea que Marx tenía de la importancia de las relaciones mercantiles para la li­beración humana y para la explicación de las contradicciones en la so­ciedad moderna. Eso nos lleva al verdadero núcleo problemático de los proyectos socialistas en el momento de hoy y en consecuencia, de todo pensamiento marxista. La ideología marxista hasta ahora jamás ha acep­tado que las relaciones mercantiles pueden ser la fuente, en última ins­tancia, de las contradicciones antagónicas en la sociedad moderna y a la vez elementos necesarios para efectuar cualquier tipo de cálculo econó­mico eficiente. En este punto también flaquea el proyecto cubano. De­nuncia en las relaciones mercantiles como fuentes de las contradicciones antagónicas pero, en vez de transformarlas en un instrumento afín a sus intereses, intenta eliminarlas de la conducción efectiva de la economía cubana.

La contradicción de clases en el socialismo y su ideologízación

De hecho, las relaciones mercantiles son a la vez enajenadas y necesarias. Todo proyecto socialista que no acepta esta condición básica, será contradictorio y no podrá formarse una visión verdaderamente ra­cional de la sociedad socialista y de sus condicionantes.

Sin embargo, el proyecto cubano de marginación de las relaciones mercantiles demuestra realmente las causas por las cuales surgen con­tradicciones antagónicas en el socialismo y por las cuales aparece el revisionismo socialista, que vuelve al cálculo de los intereses inmedia­tos : esto se debe al hecho de que en el socialismo las relaciones mercan­tiles sobreviven. El socialismo soviético argumenta en el sentido de que en la estructura socialista las relaciones mercantiles no producen con­tradicciones sociales. El socialismo cubano, en cambio, se da cuenta de que estas relaciones mercantiles siguen siendo las fuentes de tales contradicciones en el socialismo. Desarrolla, por lo tanto, un concepto de liberación socialista correspondiente, pero sin efectuar un análisis adecuado de las razones de la sobrevivencia de estas relaciones mer­

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cantiles. Tal análisis tendría que llevar al reconocimiento de que toda sociedad moderna —sea capitalista o socialista— implica un modo de producción en forma mercantil, y de que no existe la más mínima ten­dencia a una desaparición de estas relaciones.

Llegamos otra vez a un punto, en que tenemos que constatar que los proyectos socialistas se fundamentan en una conciencia falsa de lo que son. En el análisis de la acumulación socialista ya descubrimos un hecho parecido. La acumulación socialista se introdujo utilizando un concepto ideológico, que la presentaba como la desaparición del trabajo asalariado. Mientras en realidad es la utilización consciente de la ley del valor, se la interpreta como etapa hacia la superación de la ley del valor. Algo igual ocurre en el plano del cálculo de los intereses indirec­tos. Aunque en realidad estos corresponden a la acción consciente sobre la estructura de valores y actitudes, que continuamente tiende a caer en el cálculo del interés inmediato, se los presenta como la superación de las contradicciones en el socialismo y en las relaciones mercantiles, y como medios de la realización definitiva de la sociedad sin clases. Pero no es nada de eso. Aquí no hay sino una acción que relega el cálcu­lo de intereses inmediatos a un segundo plano, pero dejándolo sobrevi­vir, en la misma forma en que deja sobrevivir las relaciones mercantiles.

El cálculo de los intereses indirectos, por lo tanto, no es ningún cálculo institucionalizado de una vez por todas. Es un esfuerzo perma­nente para impedir que las relaciones mercantiles en el socialismo lle­guen a determinar preponderantemente el sistema de actitudes y valo­res. Su realización es, por lo tanto, una lucha continua, tan permanente como sean las relaciones mercantiles en el socialismo. A la utilización consciente de la ley del valor corresponde una utilización consciente del cálculo del interés inmediato. En el fondo, el cálculo del interés indi­recto no es otra cosa que una utilización consciente del cálculo del in­terés inmediato, en el mismo sentido en que la acumulación socialista es una utilización consciente de la ley del valor.

La tradición marxista, sin embargo, concibe esto de otra manera, conformando una conciencia falsa de lo que es y puede ser el socialismo. Al formular el socialismo como la abolición del trabajo asalariado y su realización mediatizada exclusivamente por el cálculo de intereses indi­rectos, elabora un concepto de la sociedad sin clases, que comprende el destino humano en el sentido más amplio posible y que pretende que el socialismo sea la solución en definitiva de todo problema humano. Como no le es alcanzable tal meta, ésta se convierte en la conciencia falsa del sistema socialista, y destruye la posibilidad de una comprensión racional de lo que ésta representa. El socialismo no es y no puede ser sociedad sin clases en este sentido total.

En una situación tal, se produce una dialéctica fatal. La orien­tación del socialismo hacia esta meta total, hace que pierda las posibi­lidades de actuación que potencialmente tiene, con respecto a la libera:

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ción humana. Se transforma así en un sistema que tiene la eficiencia dél desarrollo pero que no cumple con su sentido verdadero, que es el de liberar al hombre en una sociedad desarrollada por construir.

Hace falta, por lo tanto, una crítica de la ideología socialista, como base para la construcción de un nuevo socialismo que sea la superación del contenido ideológico de proyectos anteriores. Este socialismo tiene que ser, por lo menos, igualmente capaz de solucionar el problema del desarrollo, y consiguientemente el de la eficiencia económica. Pero la crí­tica ideológica tiene que ir más allá de eso. Tiene que poner en tela de juicio toda la función que en los proyectos socialistas existentes cumple ideológicamente el concepto de la sociedad sin clases como destino de la humanidad, para redefinirlo, y tiene que repensar la estructura so­cialista en función de la utilización consciente de la ley del valor y del cálculo de intereses inmediatos. La sociedad sin clase implica el con­cepto de la abolición de la ley del valor (y del trabajo asalariado) y del cálculo de los intereses inmediatos. En realidad, la sociedad socialista se apoya en la utilización consciente de estos fenómenos. La crítica efi­ciente de la conciencia falsa del socialismo, por lo tanto, tiene que mos­tra r al socialismo —consciente y decididamente— como lo que en rea­lidad es en la actualidad. Pero m ostrar al socialismo de hoy como lo que es, significa la intención de cambiarlo y de desarrollar un proyecto socialista distinto de los existentes.

La función del concepto de la sociedad sin clases (en su sentido total) en la actualidad consiste en legitimar el poder de los grupos do­minantes de la sociedad socialista existente. Esta nos parece la tesis clave en la cual tiene que motivarse la crítica de la ideología del socia­lismo. El concepto de la sociedad sin clases no es un mero epifenómeno de la sociedad socialista, sino que también proporciona la base de legiti­midad que permite a grupos y personas presentarse como ejecutores del destino humano total y transformarse, de esta manera, en intérpretes autoelegidos de la suerte de la sociedad. El culto de la personalidad es solamente la expresión máxima de esta forma de legitimación del poder a través de la ideología, en tanto que el centralismo democrático repre­senta el principio político que sustenta el carácter clasista de esta so­ciedad en términos de poder.

Esta tesis nos obliga a ampliar el concepto de la ideología más allá de lo usado anteriormente. Con anterioridad habíamos dicho que la función que hace posible un sistema de actitudes universalista es aquella que permite una correspondencia entre estas actitudes y normas univer­salistas de la estructura de funcionamiento. Si bien ésta es la función más inmediata de la ideología, ella sólo puede ser cumplida mediante la racionalización general de la situación de intereses materiales. Da una visión del mundo, para luego derivar de ella las tesis específicas que soportan el sistema de actitudes que la ideología imponga. En todo caso, la ideología vincula este cálculo de intereses con el destino humano to­

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tal, presentando la sociedad específica en su relación con alguna pro­yección de este destino.

La sociedad capitalista es la primera en crear una ideología de este tipo. Presenta la imagen de un poseedor de este destino humano, que es el individuo que calcula su interés inmediato; su destino está ideológicamente? racionalizado por la tesis de la identidad de intereses particulares y generales y de la tendencia al equilibrio de tales intereses. Pero como el interés inmediato determina una situación de clases, este destino de hecho refleja la elección de la clase capitalista dom inante para su cumplimiento. Si bien esa es la situación, de hecho, ideológica­mente se trata de presentar al individuo como la persona a cuya capa­cidad debe rendirse culto, lo que permite interpretar la competencia de los intereses inmediatos como una competencia realizada en nombre de la libertad, que llega así a ser el símbolo máximo de tal sociedad.

La fuerza de esta ideología de ninguna manera se rompe cuando su contenido ideológico directo es relegado a determinados medios socia­les de expresión. Cuando la ciencia social efectúa la crítica del positivis­mo y se autointerpreta como ciencia neutral, sigue manteniendo la fun- pión de comprobar en forma científica esta tendencia al equilibrio de la competencia de intereses inmediatos, mientras otros sectores toman expresamente la función de ideologizar tales resultados. Ocurre más bien una división del trabajo ideológica, en la cual la presentación neutra de la ciencia social permite a aquella ideología directa lograr un grado más alto de convencimiento. Aparece ahora como interpretando ideológica­mente resultados científicos no influenciados por esta misma ideología.

Todo eso demuestra un alto grado de autonomía de la' ideología. Pero parece también obvio qué, en última instancia, esta ideología sola­mente puede sostener la legitimidad del sistema si sus promesas se cum­plen en algún grado. Necesita un dominio básico sobre la economía para poder tener éxito a largo plazo. Sin considerar específicamente los dife­rentes matices de esta base económica de la legitimidad del sistema ca­pitalista, podemos sostener que ella está siendo socavada continuamente por el estrangulamiento económico en la situación del subdesarrollo. El desequilibrio producido por el cálculo de intereses inmediatos con­tradice la ideología que sostiene la tendencia de estos al equilibrio. Ade­más la base económica no legitima el sistema de manera inmediata. La ideología lo hace interpretando esta situación de intereses como el desti­no de la humanidad a partir de la estructura de funcionamiento de la sociedad. La economía solamente puede socavar y vaciar la ideología y romper la legitimidad del sistema evidenciando esta contradicción. En el contexto de la ideología, la realidad es solamente uno de los elementos que garantiza la validez ideológica. Sólo la crítica de la ideología esta­blece la realidad como elemento clave de juicio. La ideología niega la rea­lidad de lo real. Evidentemente, puede hacerlo a un plazo infinito, y su

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fracaso se anuncia con un proceso crítico que hace valer una realidad que con demasiada evidencia ha estado revelándose en contra de ella.

Cuando el sistema socialista surge, para llevar a cabo la tarea del desarrollo tiene que romper todo el marco ideológico capitalista. Como en la etapa de la acumulación socialista necesariamente se basa sobre un cálculo de intereses indirectos no puede permitir que el destino humano sea cumplido por un individuo que calcula sus intereses inme­diatos. Un cálculo de intereses indirectos se hace forzoso, y las ideolo­gías socialistas corresponden a esta necesidad y lo hacen de una manera específica. Racionalizan el cálculo de intereses indirectos mediante la promesa de abolir'el cálculo de intereses inmediatos y, por consiguien­te, las relaciones, mercantiles y el trabajo asalariado, que son, de hecho, la base estructural del cálculo de intereses inmediatos. La sociedad so­cialista se presenta como la sociedad sin clases o, por lo menos, como una etapa hacia ella.

Pero no es una sociedad sin clases. Sigue basándose sobre rela­ciones mercantiles, trabajo asalariado y elementos del cálculo de intere­ses inmediatos. El dominio de las clases surge necesariamente sobre la base de estos elementos. El mismo análisis de Marx es totalmente claro al respecto. No puede haber trabajo asalariado sin clase dominante, co­mo tampoco puede haber en la sociedad moderna una clase dominante sin trabajo asalariado. En cambio, la tesis ideológica de la sociedad sin clases permite a la clase dominante reprimir cualquier acción que la controle. Si no hay clase dominante, no hay motivos para controlarla y, el que pretende hacerlo, ofende a la sociedad socialista.

Por otro lado, se trata de una sociedad que tiene que confron­tarse con los intereses inmediatos de los individuos. La acumulación socialista, en el fondo, es eso. La ideología ahora tiene que legitimar tal enfrentamiento. Crea, por lo tanto, una mística en favor de los inte­reses indirectos, que busca sus símbolos específicos. Sin embargo, esta mística no se refiere a la movilización de la sociedad para enfrentarse con sus propias necesidades, sino que es la mística de un poder ejercido sobre la sociedad en función a estas necesidades. A nuestro entender, el culto de la personalidad se origina en eso. El enfrentamiento con los in­tereses inmediatos crea la necesidad ideológica del concepto de la so­ciedad sin clases, y la presentación de la sociedad como sociedad sin cla­ses crea la necesidad de un poder sobre la sociedad para guiarla en fun­ción de lo que necesita. Y este poder externo está capacitado para cum­plir con sus funciones, porque tiene los mecanismos específicos que le permiten asegurar el carácter de la sociedad sin clases en el momento de hoy y conducir un proceso que lleva a la instalación ̂ definitiva de la sociedad sin clases en el mañana. Por esta razón es tan importante para la ideología socialista de este tipo establecer de que un día determinado esta sociedad sin clases, que hoy ya se considera lograda en cierto grado, habrá de ser constituida definitivamente.

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Por todas estas razones, hace falta aclarar el significado racional del concepto de la sociedad sin clases. Según nuestro parecer, este tipo de sociedad no es y no puede ser la meta de la sociedad socialista ni debe servir para que ésta se autointerprete como la que está persiguién­dola, pero sí puede constituir el marco de referencia conceptual para una acción consciente sobre la ley del valor (acumulación socialista o, en general; dominio sobre las fuerzas productivas) y sobre el cálculo de los intereses inmediatos. Interpretada en este sentido, la sociedad socialista permite una acción de este tipo. Pero, si afirma conscientemen­te que cumple esa finalidad y ninguna otra, entonces no es ni será socie­dad sin clases. Esta sociedad lucha permanentemente para lograr do­minar las tendencias permanentes a la institucionalización definitiva de nuevas clases dominantes. Para hacerlo tiene que saber que la tesis ideo­lógica principal de estas nuevas clases es la de la factibilidad de la so­ciedad sin clases. El problema es verdaderamente dialéctico. La sociedad sin clases es posible solamente en el grado de que hay conciencia de que no es posible.

Una conciencia tal excluye, por lo tanto, la posibilidad de entregar las decisiones objetivas a grupos o personas autoelegidas, que pretendan ejecutar el destino humano. Pero si ningún poder externo debe aceptarse, y si la orientación por los intereses inmediatos e individuales eS sola­mente una de las formas que permiten levantar un poder tal, la solución puede encontrarse solamente en una autoconcientización de la sociedad. Tomar conciencia del carácter de sociedad socialista significa, entonces, constituir procesos de autoconcientización, que puedan suplir las fun­ciones de las clases dominantes, o, en otras palabras, facilitar una utiliza­ción consciente de la estructura de clase. En el fondo la aiítoconcienti- zación de la sociedad es eso.

El socialismo latinoamericano: la libertad socialista

Hablando en estos términos, podemos definir el socialismo actual como una sociedad que tiene un uso consciente de la ley del valor y que ha llegado a una utilización consciente del cálculo de intereses inmedia­tos, pero de ninguna manera como una sociedad que haya logrado cons­cientemente la estructura de clases. Al negar la existencia de tal estruc­tura o al tratarla como un fenómeno accidental por désaparecer, jamás se ha planteado el problema de su utilización consciente. Por otro lado, como no hay utilización consciente de la estructura de clase, la utiliza­ción consciente de la ley del valor y del interés inmediato es limitada y no llega a ser reflexionada racionalmente. La razón es clara y reside en el mismo carácter ideológico de estos sistemas. Reflexionar racional­mente la ley del valor en el socialismo no puede conducir a otro resulta­do que no sea la constatación de una contradicción necesaria de clases en el mismo socialismo, que no se debe ni a sobrevivencias ni a irifluen-

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cias externas, sino al carácter mercantil mismo de la producción, que es insuperable.

Pero, esta utilización consciente de la estructura de clases, así co­mo la autoconcientización no pueden tener autoridades directivas. No hay grupos ni individuos que puedan utilizar esta estructura de clase, porque se erigirían como clase. No puede ser sino la sociedad, en la totalidad de sus miembros, la que haga tal utilización. Y no puede ha­cerlo sino con el fin de terminar con la dominación del hombre sobre el hombre, sabiendo que esta dominación, a pesar de su tendencia a se­guir existiendo, pueda ser combatida en sus formas específicas. Su re­ferencia básica con la estructura social no puede ser sino un nuevo con­cepto de la libertad de pensamiento y de expresión.

Este concepto de la libertad de expresión se define negativamente por la destrucción de los medios de control que ejercen entre ella gru­pos o individuos particulares. Pero esta libertad no puede consistir tam­poco en una independencia espléndida de los medios de expresión con respecto a las ingerencias externas. Debe haber un concepto de la auto­nomía de tales medios de expresión siempre qué estén controlados por un pueblo organizado a través de sus organismos representativos.

Eso nos trae de nuevo a visualizar la situación histórica actual de los proyectos socialistas. Sin duda, al fracaso en lograr una utiliza­ción consciente de la estructura de clases, ha llevado a un impasse del socialismo tradicional. El monolitismo socialista en sus distintas facetas ha conducido a tal situación, que el mismo sistema capitalista, en nombre del pluralismo de intereses ha podido presentarse como el mundo libre. De esta manera, la falla del socialismo se ha transformado en el obs­táculo principal de su expansión. El poder de las campañas del terror por parte de las fuerzas conservadoras emana en gran parte en este hecho, y provoca un bloqueo ideológico de los movimientos socialistas. Existiendo tal bloqueo, el problema principal del movimiento socialista llega a ser el de concebir y construir un socialismo no monolítico, que implique una utilización consciente de la estructura de clases. Pero eso incluye también una concepción del sistema educacional y de los medios de expresión correspondiente a la necesidad de una continua autocon­cientización de la sociedad. Implica un nuevo concepto de la libertad socialista, y no simplemente uno de dominación sobre las fuerzas pro­ductivas, sino a la vez sobre las mecanismos de poder creados por las fuerzas productivas.

En el grado en que el socialismo logra esta nueva concepción, llega a ser inmune a los ataques burgueses. Representando un nuevo concepto de la libertad, neutraliza la ideología de la libertad, que e§ simplemente la conciencia falsa de la sociedad capitalista actual. Y hay indicios de que el socialismo latinoamericano está buscando este camino. Junto con el esfuerzo para socializar los medios de producción, existe una clara orientación a transformar los medios dé expresión en conciencia crítica

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de la sociedad, en vez de usarlos como instrumentos manipulables de clases dominantes.

El nuevo concepto de la libertad puede romper el bloqueo ideo­lógico, pero no el subdesarrollo. Para eso tiene que orientar la sociedad hacia una utilización consciente de la ley del valor (acumulación socia­lista) y de los intereses inmediatos. Si la autoconcientización no lleva hacia esta meta, no podrá lograr la eficiencia básica necesaria para salir del subdesarrollo.

Esta eficiencia vuelve a ser un problema de la estructura econó­mica, que a través de la acumulación socialista adquiere la potencialidad del desarrollo económico. Esta potencialidad se convierte en realidad en la medida en que el sistema de actitudes llega a estar en correspon­dencia con la acumulación socialista y con la consiguiente interioriza­ción de los valores de la eficiencia, acompañados por la valorización pre­ponderante de los intereses indirectos. En eso consiste el problema del desarrollo en la sociedad socialista de cualquier tipo. Necesita la colabo­ración de todos los individuos en esta tarea común.

En relación a este conjuntó de actitudes y valores necesarios para el funcionamiento del sistema, podemos hablar de una ética funcional. La ética funcional debe formarse siempre en función de las necesidades del desarrollo. En este sentido podemos decir que es producida por la inercia de la estructura misma. Solamente puede haber desarrollo, si existe una ética funcional. La tarea del desarrollo la exige. En el fondo ella está ya expresada por el mismo principio del cálculo económico. Siempre y cuando el principio del cálculo económico está de acuerdo con la expansión económica, la ética que se constituye sobre su base será una ética funcional.

Ahora bien, en este mismo sentido, la ética socialista de los in­tereses indirectos es una ética funcional, que reemplaza la ética capita­lista, que ha perdido su funcionalidad. Pero se trata de una exigencia que el mismo desarrollo impone. Entrando en su etapa de acumulación socialista, la ética funcional pasa a ser una ética de intereses indirectos.

Sin embargo, esta exigencia de una ética semejante desaparece para el país socialista en el momento del tránsito hacia una sociedad socialista desarrollada. La expansión de las fuerzas productivas ahora puede basarse de nuevo sobre una ética de los intereses inmediatos. Además, hay ya antecedentes históricos para confirmar esta tendencia. La Unión Soviética parece estar precisamente hoy en este período de una reorientación de su ética funcional hacia los intereses inmediatos. El esfuerzo continuo por contrarrestar, en nombre de los intereses in­mediatos, parece estar demás. La inercia de la estructura tiende a re- formular la ética funcional del sistema.

La época del tránsito de la acumulación socialista a la sociedad socialista desarrollada, por lo tanto, es un momento crucial. Es el mo­mento en el que el cálculo del interés inmediato ya no sigue estando

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en contradicción con la expansión de las fuerzas productivas en el in­terior del país desarrollado. La inercia de la estructura presiona hacia la aceptación de una ética basada en los intereses inmediatos. Sin em­bargo, surge ahora una situación, en que la ética de los intereses inme­diatos —si bien está de acuerdo con la expansión de las fuerzas produc­tivas del propio país— entra en contradicción con el desarrollo de otros países. Aplicando ahora esta ética a las relaciones con ellos se los sub- desarrolla.

Este mismo hecho atestigua que el criterio de la funcionalidad de la ética no es de por sí un criterio de liberación. La ética funcional no es automáticamente una ética de la liberación universal. Si se entrega, por lo tanto, la formulación de la ética al criterio de la funcionalidad en la expansión económica del país respectivo, jamás se produce una fun­cionalidad de esta ética con respecto a la liberación de todos los países, esto es, de la humanidad. Surge así una ética de liberación, que entra continuamente en contradicción con la ética funcional producida por países particulares.

Esta ética de liberación comprende los intereses de la humanidad entera y se apoya en la coincidencia de la ética funcional específica con el dominio sobre las fuerzas productivas de esta totalidad. Llega a tener un carácter universalista, que la ética funcional por sí nunca adquiere. Pero ideológicamente, la ética funcional, sin excepción, se presenta co­mo ética de la liberación. No se presenta como la ética de una clase do­minante o de una regióín del mundo dominante sobre otra. En el caso del capitalismo eso es totalmente obvio. Un cálculo del interés inmediato y una estructura económica basada en la competencia —monopólica o no— con sus tendencias intrínsecas a la desigualdad del desarrollo y de la estructura de clases, son interpretados como si representaran una tendencia inmanente al equilibrio y, por lo tanto, a la igualdad de todos. Sin embargo, algo parecido ocurre en el socialismo, cuando autointer- preta la estructura socialista como una tendencia implícita a la realiza­ción definitiva de la sociedad sin clases. Se tiende entonces a entregar la formulación de la ética funcional a la inercia de la estructura, lo que, con el tránsito al socialismo desarrollado, produce la adopción de una ética de intereses inmediatos.

Esta transformación de la ética funcional de la acumulación so­cialista en una ética de intereses inmediatos seguramente es más explí­cita en el caso del socialismo soviético. Tanto el socialismo chino como el socialismo cubano tienen la conciencia de que una ética de intereses inmediatos en el país socialista desarrollado tiende a producir el sub­desarrollo en otros países socialistas, pero el socialismo chino es más consciente a este respecto. Siguiendo estos argumentos, el socialismo puede ser de liberación solamente si logra la vigencia de una ética de in­tereses indirectos incluso en la etapa de la sociedad socialista desarro­llada.

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Tenemos así ya dos elementos claves, que definen la libertad so­cialista. Por un lado, la utilización consciente de la estructura de clases en el interior del país socialista y, por otro lado, la vigencia de una éti­ca de intereses indirectos en relación a la humanidad en su totalidad. Estamos dejando de lado otro problema, que no está en el centro de nues­tro interés, pero que hace falta mencionar, hablando de la libertad so­cialista. Se trata del significado que damos al concepto del dominio sobre las fuerzas productivas.

En la situación del subdesarrollo, naturalmente, el concepto del dominio sobre fuerzas productivas tiende a tener el contenido de una potencialidad para su expansión. Pero eso es solamente una posible expresión del dominio sobre estas fuerzas. Tiene siempre y a la vez el significado de un dominio sobre la expansión misma de las fuerzas pro­ductivas A pesar de que este problema también existe en la situación del subdesarrollo, se hace mucho más visible en la del desarrollo. La insta­lación de la sociedad del logro evidencia el hecho de que la misma fuer­za expansiva de las fuerzas productivas se convierte en una amenaza para la libertad humana. Se trataría de volver a introducir el goce en el consumo, que el ascetismo intramundano había desestimado en fun­ción de la expansión cuantitativa de las fuerzas productivas. El pro­cesó de esta expansión capitalista demostró que la maximización cuanti­tativa de las fuerzas productivas significaba a la vez la minimización del goce y del provecho del bien consumido. Consumiendo más se tiene menos.

Se trata de un aspecto de la sociedad del logro, que ha sido con­siderado muchas veces por la izquierda de los países desarrollados. Pero a la vez se trata de un aspecto que está presente en la política de los países socialistas con diferentes matices. Tomando en cuenta este ele­mento del concepto del dominio sobre fuerzas productivas, el cálculo de los intereses indirectos llega a tener un significado más amplio de que le dimos hasta ahora. El interés directo no puede ser simplemen­te Un interés en el aumento cuantitativo del consumo colectivo (indi­recto), sino que debe ser a la vez un cálculo de la estructuración de este consumo que impida que la sociedad entera sea víctima de un afán de logro desencadenado, que quita sentido a los bienes que ella es capaz de producir en una escala siempre más amplia..: ; Este análisis nos da ahora los elementos básicos para definir lo

que es y puede ser la libertad socialista. Esta libertad, por lo tanto debe ser entendida como utilización consciente de la estructura de clase sobre la base de una utilización consciente de la ley del valor y de los intereses inmediatos, que tenga como punto de referencia la humanidad entera —en contra de clases y naciones dominantes— y que asegure, en esas condiciones,: el dominio sobre las fuerzas productivas. Tal do­minio se refiere tanto a la potencialidad de expandirlas cuantitativa­mente como al dominio sobre su desencadenamiento ilimitado. - ;

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Podemos volver ahora sobre un hecho que ya hemos mencionado varias veces. Se trata de la constatación de que no se llega al comunismo por la simple razón de haber partido con esta meta. Comunismo es so­ciedad sin clases, y la construcción del socialismo significa, por lo tanto, establecer una sociedad sin clases. Pero eso ya nos indica el problema. Una definición racional de la libertad socialista puede concebir la nueva sociedad solamente en términos de una utilización consciente de la estruc­tura de clases, y de ninguna manera como una simple abolición de la contradicción de clases. Se llega solamente a la nueva sociedad si se la concibe en términos racionales y, consiguientemente, factibles. La uti­lización consciente de la estructura de clases es factible, la sociedad sin clases no. Intentar por lo tanto la construcción de una sociedad sin clases en el sentido total, determina de antemano de que no se la va a lograr. La sociedad sin clases se transforma sencillamente en la falsa conciencia de una sociedad clasista. En cambio, si se pretende construir una sociedad de utilización consciente de la estructura de clases, se puede llegar a ella. Además, en cierto sentido, se llega a tal sociedad desde el momento en que se parte a construirla. Siendo el fin, está ya presente en el comienzo. No se puede formar, por lo tanto, una conciencia falsa de esta nueva sociedad, a pesar de que ésta sigue produciendo ideologías en sentido de conciencia falsa.

De eso se desprende lo siguiente: si realmente podemos interpre­tar la orientación de muchos movimientos socialistas de América Latina hacia un nuevo concepto de la libertad de expresión como indicio de todo un nuevo concepto de la libertad socialista en el sentido anterior­mente definido, entonces, se trata en América Latina del surgimiento de un nuevo proyecto socialista esencialmente distinto de los anteriores. Eso nos explicaría a la vez otro fenómeno, que no vale para los pro­yectos socialistas anteriores y que puede indicar algo parecido. Nos re­ferimos al hecho de que este proyecto socialista surge de una alianza estrecha entre grupos ateístas y grupos cristianos.

A primera vista, esta alianza parece ser algo totalmente acciden­tal. Pero, penetrando más en las razones originales del ateísmo marxis- ta, se revela una significación mucho más profunda. Este ateísmo no pro­viene del hecho de que el cristianismo, con el que Marx convivía, fuera enteramente burgués y un acompañante ideológico de la sociedad capi­talista. Si esa hubiese sido la razón, Marx habría exigido una reformu­lación de este cristianismo y la idea del ateísmo no habría, tenido nin­gún sentido. Las razones del ateísmo marxista están en otro lugar. Marx descubre la sociedad sin clases como el sentido de la historia y declara este concepto como una meta posible de la política socialista. Una pre­tensión de este tipo no era compatible con una visión cristiana o cual­quier visión religiosa del mundo, que siempre tienen que relacionar el destino de la historia con alguna intervención proveniente de un poder

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exterior a la humanidad. Las dos posiciones no pueden combinarse y llevan cada una a una praxis distinta frente a la sociedad.

Pero esta incompatibilidad desaparece en el momento en que la libertad socialista se concibe como una utilización consciente de la es­tructura de clases. En este momento el humanismo marxista y cristiano prácticamente se identifican y la praxis de las dos corrientes llega a ser esencialmente la misma. Eso puede explicar el hecho de que en realidad en América Latina se ha producido esta praxis común, no como simple táctica 'ocasional, sino como un entendimiento sobre las raíces de esta praxis.

Esos son los indicios que parecen comprobar el real surgimiento de un nuevo proyecto socialista en América Latina. En este proyecto se considera la estructura de clases socialista como el problema clave; por lo tanto, es un proyecto de democracia socialista y de control obrero.

Este nuevo proyecto, a nuestro entender, significa una nueva eta­pa de los proyectos socialistas que marcan la historia del socialismo mundial. El proyecto latinoamericano es característico por el hecho de que recién hoy el continente está preparándose para la revolución so­cialista, después de haber experimentado el fracaso del desarrollo ca­pitalista. Además, América Latina llega al socialismo en un momento en que la lólgica histórica dél socialismo mundial produce un nuevo proyecto histórico basado en la democracia socialista. El proyecto del socialismo latinoamericano hay que entenderlo como el resultado de este encuentro de ambas tendencias. No es el producto de alguna idio­sincrasia, sino de un momento histórico determinado, que prescribe las condiciones de la posibilidad del socialismo en América Latina.

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SEGUNDA PARTE

ANALISIS ESPECIFICOS:LOS PROYECTOS SOCIALISTAS

PILAR VERGARA HUGO PERRET PATRICIO BIEDMA

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Capítulo I

Algunas consideraciones acerca del cambio de la estructura de valores en la sociedad socialista china y soviética

Pilar Vergara.

I N T R O D U C C I O N

En este trabaja se intentará analizar el problema del cambio en la estructura de valores y actitudes en la construcción del socialismo tal como se planteó en los proyectos socialistas chino y soviético. Para es­te fin, trataremos de dar respuesta a dos interrogantes fundamentales: a) cómo es concebido en el interior de las ideologías china y soviética el problema del cambio de los valores y las actitudes opuestas a la cons­trucción del socialismo y b) de acuerdo con la concepción teórica de ca­da una de las dos ideologías, qué medidas y qué caminos se siguieron en cada uno de los casos para cambiar todas aquellas estructuras ideológi­cas que se convertían en obstáculos a la construcción socialista. Por úl­timo, trataremos de plantearnos algunas preguntas y si es posible for­mular algunas hipótesis, respecto al contenido mismo de la nueva estruc­tura de valores y actitudes que se trató de crear conforme a la nueva sociedad.

Un trabajo de este tipo puede aparecer como pecando o de de­masiado ambicioso dada las limitaciones tanto de espacio como de ma­terial dada la escasez de información con que se cuenta especialmente en el caso chino, o por una excesiva simplificación puesto que la cabal comprensión tanto de la concepción teórica como de las políticas que se han llevado a cabo tanto en la URSS, como en China requeriría un estu­dio minucioso tanto de todo el proyecto de construcción socialista res­pectivo como de cada uno de los determinantes históricos, demográficos, geográficos, etc., que acompañaron a cada una de dichas construcciones socialistas. Sin embargo, pensamos que teniendo presente estas limita­ciones, se puede llegar a formular algunas hipótesis generales que ayu­den a la comprensión del problema y que puedan ser profundizadas en estudios posteriores.

Hemos elegido los casos chino y soviéticos porque permiten un es­tudio comparativo que podría resultar fructífero dadas las diferencias esenciales que parecen caracterizar a ambos proyectos, tanto como pro­yectos de construcción del socialismo como por los diferentes proble-

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mas de toda índole que tuvieron que enfrentar. Esto sin embargo no pue­de dejar de tener en cuenta los elementos comunes de la construcción socialista de ambos países: la existencia de un partido que se constitu­ye en núcleo dirigente del pueblo y garantía de la construcción del socia­lismo ; la transformación de la naturaleza del Estado en un Estado diri­gido por la clase obrera, constituyendo lo que se llama la dictadura del proletariado; una reforma agraria que destruye las relaciones de produc­ción capitalista y da origen a una nueva estructura agraria de relaciones de producción socialista y una expansión del sector público suficiente­mente grande como para dominar la industria, el comercio exterior e in­terior, y el sistema bancario l . Sin embargo, realidades históricas, demo­gráficas y culturales diferentes junto con la concepción muy particular de cada uno del proyecto socialista crearon problemas muy diferentes que cada uno de ellos debió resolver en el proceso de edificación de la nueva sociedad. La China de 1949 difería fundamentalmente de la Rusia de 1917 tanto por su situación histórica, su realidad demográfica como por su cultura oriental cerrada en contraste con la cultura occidental ru ­sa, fenómenos que son suficientemente conocidos y analizados y que re­sultaría banal profundizar aquí. Pero existieron otros factores que resul­ta importante mencionar; en primer lugar, toda la tradición revoluciona- riria de insurrección contra el régimen terrorista impuesto por la clase terrateniente existente en China, unido a las características de una revo­lución fundamentalmente distinta a la revolución soviética. Los bolche­viques llegaron al poder después de una acción militar bastante rápida en la capital, basada en el proletariado urbano; y tuvieron que mantener después una larga y difícil lucha civil para conservar el poder. No tenían, por lo tanto, experiencia en cuanto a dirección política y administración económica antes de octubre de 1917, todo lo cual les significó, junto a las medidas de emergencia que hubo que tomar para enfrentar la guerra ci­vil, la pérdida de gran parte del apoyo popular, especialmente del apoyo campesino. En contraste con esto, el Partido Comunista Chino contaba ya en 1949, con una amplia experiencia, tanto en lo que se refiere a direc­ción política como a gestión económica, que le daban las décadas de go­bierno militar y territorial de distintos territorios en las décadas ante­riores a la toma del poder en 1949. Toda la guerra de liberación basada en el campesinado chino dio tanto al campesinado como a los cuadros dirigentes una amplia experiencia revolucionaria y de gobierno antes de asumir las responsabilidades nacionales con la toma definitiva del poder. Por otra parte, el nivel de desarrollo económico era en China en 1949 muy inferior al existente en Rusia en 1917; unido a ésto se encontraba su ni­vel tecnológico muy inferior tanto en equipos como en personal técnico experimentado. Por último, otro elemento de fundamental importancia lo constituye para China la existencia de la Unión de Repúblicas Socia­

1 Bettelheim, Charles; Charriere, Jacques y Marchisio, Héléne: “ La Construcción del Socialismo en China” , ERA, México, 1966. Pág. 21.

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listas Soviéticas, que le significaban una poderosa fuente de experiencia y ayuda unido a toda la influencia de la ideología bolchevique 2.

Todos estos factores determinaron la existencia de superestruc­turas ideológicas prerrevolucionarias fundamentalmente distintas en am­bos países, todo lo cual creó problemas muy diferentes cuando debió en­frentarse el problema del cambio en los valores y las actitudes. Sin em­bargo, como lo veremos más adelante, el elemento determinante en to­do el problema del cambio en la estructura de valores está dado por las distintas concepciones del proyecto de construcción socialista.

Para analizar este problema del cambio de los valores en ambos proyectos nos centraremos, en el caso de China, en todo el período que culmina con la Revolución Cultural la cual no pensamos que pueda ser considerada como un cambio cualitativo dentro de la política china, sino como la consolidación de todo un proceso que se inicia con la misma re­volución de 1949, pero que tiene sus raíces mucho más atrás durante to­da la guerra de Liberación. En el caso de la URSS, nos concentraremos básicamente en el período staliniano, especialmente durante los años treinta, que es donde se presenta con especial gravedad el problema de la existencia de valores y actitudes antitéticas a la nueva base socialista que se había tratado de establecer a partir de la Revolución de Octubre y que se preséntaban como los principales obstáculos a la realización de las metas de industrialización y de desarrollo de las fuerzas productivas que se habían fijado para construir la "base material del socialismo”.

2 Grossman, Gregory: “ Strategies and Tactics of Economic Developmen: Introduction” en Soviet and Chínese Comunism, Similarities and Differences, Unlverslty of Washington Press, 1968. Págs. 292-293.

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El proyecto socialista soviético

1. La concepción soviética de las relaciones entre la estructura de fun­cionamiento de la sociedad socialista y la estructura de valores y ac­titudes :

Las ideas, los valores y las actitudes son para la ideología soviéti­ca un reflejo de una base económica determinada. La vida material de la sociedad es la realidad objetiva, que existe independientemente de la vo­luntad de los hombres, y la vida espiritual de la sociedad, sus ideas y teo­rías sociales, religiosas, artísticas y filosóficas son el reflejo de la reali­dad objetiva, de la existencia social. " .. .la fuente donde se forma la vi­da espiritual de la sociedad, la fuente de la que emanan las ideas sociales, las concepciones y las instituciones políticas hay que buscarla, no en es­tas mismas teorías, ideas, concepciones e instituciones políticas, sino en las condiciones de la vida material de la sociedad, en el ser social del cual son reflejos estas ideas, teorías, concepciones, etc.” 3. De aquí que las raí­ces de los cambios en la estructura de valores y actitudes deben buscarse en los cambios que se producen en las bases económicas, las cuales regu­lan el cambio y el desarrollo de las ideas. “ .. .la particularidad caracte­rística de la superestructura es la de ser producto de una época en el transcurso de la cual existe y actúa una base económica dada. En virtud de esto, una superestructura no vive mucho tiempo, sólo una época; la superestructura históricamente determinada se liquida y desaparece jun­tamente con la liquidación de la base.

En los cambios de la base económica radica la causa real de los cambios de las condiciones de la vida espiritual de la sociedad, d? las ideas sociales, de los conceptos y teorías políticas, concernientes al dere­cho, religiosos, estéticos y filosóficos, así como de los principios mora­les” 4.

Sin embargo, la estructura ideológica no es concebida como un mero reflejo mecánico de las condiciones de la vida material de la socie­dad ; por el contrario, el mismo Stalin concedía un papel activo a la su­’ Stalin, J. “ Cuestiones del Leninismo” , Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú 1947, pág. 671.4 Konstantinov, F. “ El Papel de las Ideas Avanzadas en el Desarrollo de la Sociedad” , Ediciones en Len­

guas Extranjeras, Moscú, 1954, pág. 26.

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perestructura en relación con el desarrollo de la báse. " .. .al nacer, la superestructura se convierte en una fuerza activa inmensa, coadyuda ac­tivamente a que su base tome cuerpo y se afiance, y adopta todas las me­didas necesarias para ayudar al nuevo régimen a rematar y destruir la vieja base y las viejas clases” 5. Esto va unido al reconocimiento de una cierta autonomía de la estructura de valores y actitudes; Konstantinov, jefe de redacción de Komunist, el principal órgano teórico del Partido Comunista de la URSS, y miembro de la Academia Soviética de Ciencias dice:

"Como es sabido, en su desarrollo, la conciencia se rezaga de los cambios de las condiciones de la vida material de la sociedad; las super­vivencias del capitalismo, los viejos conceptos, las ideas y teorías conti­núan embotando y ensombreciendo la conciencia de los hombres inclu­so después de haber desaparecido las condiciones que engendraron estas ideas, opiniones y teorías. En el socialismo es inevitable la existencia de supervivencias del capitalismo en la conciencia de los hombres, la exis­tencia de máculas innatas de la vieja sociedad en la vida, las costumbres y la psicología y que se mantienen por hábito, por tradición, y que, a ve­ces, incluso se avivan bajo el influjo de las dificultades, las insuficien­cias y las contradicciones del desarrollo de la sociedad socialista” 6. Acer­ca de este problema, Stalin cita a Lenin:

“Bajo la dictadura del proletariado, habrá que reeducar a millones de campesinos y de pequeños propietarios, a centena­res de miles de empleados, de funcionarios, de intelectuales burgueses, subordinándolos a todos al Estado proletario y a la dirección proletaria; habrá que vencer en ellos los hábitos burgueses y las tradiciones burguesas” ; habrá también que “ .. .reeducar... en lucha prolongada, sobre la base de la dicta­dura del proletariado, a los proletarios mismos, que no se de­sembarazan de sus prejuicios pequeños-burgueses de golpe, por un milagro, por obra y gracia del espíritu santo o por el efecto mágico de una consigna, de una resolución o de un de- creto, sino únicamente en una lucha de masas prolongada y difícil contra la influencia de las ideas pequeño-burguesas en­tre las masas” (v. t. XXV, págs. 248 y 247) 7.

“La dictadura del proletariado —dice Lenin— es una lu­cha tenaz, cruenta e incruenta, violenta y pacífica, m ilitar y económica, pedagógica y administrativa, contra las fuerzas y las tradiciones de la vieja sociedad. La fuerza de la costumbre de millones y decenas de millones de hombres es la fuerza más

5 Stalin, J. “ El Marxismo y la Lingüística” , Ediciones en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1955, págs. 6 y 7.6 Konstántinóv, F., op. cit., págs. 85 y 86.7 Stalin, J. “ Fundamentos del Leninismo” , Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, Í966, págs. 46 y 47

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terrible. Sin un partido férreo y templado en la lucha, sin un partido que goce de la confianza de todo lo que haya de hon­rado dentro de la clase, sin un partido que sepa pulsar el esta­do de espíritu de las masas e influir sobre él,,es imposible lle- var a cabo con éxito esta lucha”, (v, t. XXV, pág. 1.90).8. ...

No obstante, todas estas ideologías, valores, ideas y actitudes bur­guesas no son, concebidas como algo propio del socialismo, corno contra­dicciones inmanentes a la estructura socialista y reproducidas permanen­temente por ella sino como residuos, como sobrevivencias de la ajitigua sociedad que son atizadas por las burguesías externas y por las «clases burguesas aún existentes en las primeras etapas de la dictadura del pro­letariado. "El circo imperialista tra ta de atizar las supervivencias nacio­nalistas burguesas en la conciencia. Por ello el Partido Comunista ha lu­chado y sigue luchando implacablemente contra la ideología del naciona­lismo, por la superación completa de las supervivencia nacionalistas en la conciencia de los soviéticos” 9. , .

El carácter de supervivencia, es decir, de una especie de desfase de las ideas y los valores con respecto a la base económica, hace; que éstas puedan ser eliminadas de una vez para siempre a través de la política de uri Partido bien preparado para ello; no es una lucha permanente contra algo que siempre vuelve a resurgir sino una lucha contra algo que es con­tingente a la sociedad socialista misma.

La revolución estructural, que echa los cimientos de la nueva es­tructura socialista no es suficiente para la construcción de una sociedad socialista; es necesario toda una revolución cultural (entendida en un sentido más bien literal, cuyo significado no tiene semejanza con el de la revolución cultural china) que dé lugar al nacimiento de una nueva cul­tura socialista, cuya misión sería la de conservar del pasado todo lo que sea provechoso para la nueva sociedad que se quiere construir y- destruir al mismo tiempo todo lo que sea nocivo. Esta debe ser una cultura que refleja la vida y los ideales, de la nueva sociedad, "que está llena, de su ideología y determinada a servir de ayuda al pueblo en la lucha por el socialismo y más tarde por el comunismo” 10.

La experiencia de la URSS, estaría demostrando precisamente que la lucha revolucionaria, la destrucción del régimen capitalista y su susti­tución por uno socialista son imprescindibles para desarraigar la ideolo­gía y la conciencia burguesa del pueblo, sus costumbres, sus valores y sus actitudes, pero no suficientes para consolidar una nueva estructura de valores y actitudes socialistas, las cuales se han mostrado capaces de sobrevivir a los cambios estructurales. Es aquí donde entra a jugar, para los soviéticos, el papel del Partido Comunista como el responsable

* Stalin, J. “ Fundamentos del Leninismo” , op. cit., pág. 120.’ Konstantinov, op. cit., pág. 84.

w Gnindlagen des Marximus-Leninismus, Lebrbuch, dietz Vorlag, Berlín, 1960, citado por Wetter y Leonard, “ La Ideología Soviética” , Biblioteca Herder Barcelona, 1964, pág. 38.

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de la reeducación del pueblo y de la creación de nueva estructura de va­lores y actitudes adecuadas a la nueva base socialista. “En su labor edu­cativa, el Partido se basa y sigue basándose en el postulado de que la existencia social determina la conciencia social. La existencia social es transformada por los propios hombres de acuerdo con las leyes del de­sarrollo. Al transformar el mundo y la existencia social, al construir la nueva vida, bajo la dirección del Partido Comunista, los soviéticos se transforman a sí mismos, modifican también su naturaleza, su concien­cia, sus hábitos, sus costumbres? La nueva fisonomía espiritual socialista del pueblo soviético se forjó en los combates de la Revolución de Octubre, en' la Guerra Civil, en la lucha por la industrialización socialista del país y la colectivización de la agricultura, en las batallas contra los invasores fascistas en los años de la Gran Guerra Patria. El Partido Comunista se convirtió en el gran educador, en el transformador de las almas de doce­nas de millones de personas. El Partido lleva a cabo la educación comu­nista de las masas no de manera preceptista y abstracta, sino indisolu­blemente vinculada a la realización de las tareas prácticas de la cons­trucción del socialismo y del comunismo" n . De aquí que también la cul­tura, la literatura, la ciencia y el arté así como también todos los me­dios de acción político-ideológica, la prensa y la propaganda tengan co­mo finalidad la preparación ideológica de obreros, campesinos e intelec­tuales.

Esta concepción la confirma Stalin cuando al referirse a los éxitos de la economía rural afirma que éstos no pueden adjudicarse a normas o decretos establecidos explícitamente para ese fin, puesto que éstos por sí solos no son suficientes para crear una nueva actitud hacia el trabajo, hacia la propiedad y hacia el cultivo común de la tierra. Por esto, los éxi­tos se explican para él ante todo” .. .porque el Partido ha aplicado la política leninista de educar a las masas, atrayendo consecuentemente a las masas campesinas a los koljoses a través de la difusión del sistema comparativo. Se explica porque el Partido ha luchado con éxito tanto contra los que intentaban rebasar el movimiento e imponer por decreto el desarrollo de los koljoses (contra los fraseólogos de izquierda) como contra los que intentaban sujetar al Partido y marchar a la zaga del mo­vimiento (contra los chapuceros de derecha).- Sin esta política, el Parti­do no habría podido convertir el movimiento koljosiano en un verdade­ro movimiento de masas de los mismos campesinos” 12.

Todos estos planteamientos nos revelan que existía en la U.R.S.S. un reconocimiento explícito del carácter relativamente autónomo de la superestructura ideológica y de la necesidad de actuar sobre ella a tra­vés de la educación y de la destrucción de elementos burgueses, princi­pales responsables de la sobrevivencia de ideas y valores burgueses en el seno del pueblo. Pero éstas, en su carácter de meras sobrevivencias,

11 Kontantinov. op. ctt., pág. 81.12 Stalin, J. “ Cuestiones del Leninismo” , Ediciones en Lenguas Extranjeras; Moscú 1941, pág. 324. =

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de residuos del pasado desaparecerán definitivamente una vez que se lo­gre aplastar a la burguesía y se haya reeducado a todo el pueblo, y se consolidará una verdadera sociedad socialista con una cultura e ideolo­gía socialista que no dará lugar a contradicciones de clase en su interior. El socialismo como tal no reproduce —para la ideología soviética— va­lores, ideas y actitudes antitéticas así como tampoco pueden existir en él contradicciones de clases que den origen a luchas de clases en el seno mismo del pueblo que podrían dar origen a valores y actitudes antitéti­cos como obstáculos a la construcción de una verdadera sociedad socia­lista. Es cierto que para Stalin la lucha de clases se intensifica en el pe­ríodo de la edificación socialista, teoría que después se desechó como el "error teórico” de Stalin, pero también esta lucha es producto de los in­tentos de la burguesía derrocada que lucha constantemente por la res­tauración del capitalismo, lucha tanto más peligrosa en cuanto la burgue­sía sigue siendo, aun después de su derrocamiento, más fuerte que el proletariado que la derrocó. Esta fuerza de la burguesía derrocada pro­viene de sus vínculos internacionales, de las ventajas efectivas que sigue conservando, tales como bienes valiosos, conocimientos, experiencia, etc., y en la fuerza de la costumbre, en la fuerza de la pequeña producción con la cual hay que convivir puesto que no se les puede expulsar. "Por eso, en la dictadura del proletariado, en el paso del socialismo al comu­nismo, no hay que ver un período efímero, que revista la forma de una serie de actos y decretos "revolucionarios”, sino toda una época históri­ca, cuajada de guerras civiles y de choques exteriores, de una labor tenaz de organización y de edificación económica, de ofensivas y retiradas, de victorias y derrotas” 13.

El problema de los valores y actitudes antitéticos es, en consecuen­cia, producto de un desfase entre la nueva basé económica y la superes­tructura ideológica que se rezaga a los cambios de la base, problema que es superado definitivamente una vez que, a través de un esfuerzo de edu­cación, se logra construir una estructura de valores y actitudes adecua­da a la estructura de la nueva sociedad; esta labor de educación y de cambio de actitudes y valores no puede ser por lo tanto una necesidad que se mantiene como una lucha permanente en una sociedad socialista, sino que desaparece junto con desaparecer todos los residuos de la anti­gua sociedad. De aquí qüe la construcción del socialismo no sea una lu­cha en la cual no se sabe quién será el vencedor, si el socialismo o la res­tauración del capitalismo ya que el reconocimiento de la existencia de •eyes objetivas del desarrollo de la sociedad asegura el triunfo inevitable del socialismo: "El Partido Comunista y todo el pueblo soviético, de ple­no acuerdo con la realidad, con la historia, reconocen la existencia de las leyes objetivas del desarrollo de la sociedad. Estas leyes conducen al triunfo inevitable del comunismo. Las leyes objetivas del desarrollo de

° Stalin, J. “ Fundamentos del Leninismo” , op. cit., pág. 46.

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la sociedad infunden a las fuerzas avanzadas del mundo la seguridad en la victoria indefectible del socialismo en el mundo entero” 14.

La educación que debe realizar el Partido, por lo tanto, no es una educación ideológica tendiente a crear una conciencia política entre las masas, sino que por el contrario, debe ser una educación que cree acti­tudes y valores de conformismo frente al nuevo orden establecido y fun- cionalice las actitudes y los valores hacia la nueva estructura; es decir, a través de la educación se deberá crear nuevos valores y nuevas actitu­des de integración, funcionales al orden establecido dentro de la cual es de vital importancia la educación técnica y profesional y la educación de las masas para el trabajo junto con la creación de cuadros dirigentes ca­paces de vitalizar y desarrollar la nueva estructura.

La comprensión de este enfoque del problema de la estructura de valores y actitudes, esencialmente distinto del que tienen los chinos, re­sulta de gran importancia para comprender el por qué de la instaura­ción de un régimen de terror burocrático como la única herramienta ca­paz de combatir las ideologías y las actitudes que se oponían a la cons­trucción del socialismo a través de un reforzamiento del control burocrá­tico del Estado.

2. El problema de la estructura de valores y actitudes antitéticas:

Todo el problema de la estructura de valores y de actitudes vigen­tes en la U.R.S.S. en todo el período de los años treinta y los problemas que rodearon a las políticas que se llevaron a cabo frente a los proble­mas que ocasionaban la existencia de valores y actitudes antitéticas pa­ra la construcción de una nueva sociedad socialista no pueden ser enten­didos en toda su significación si no se tiene en cuenta el significado de la política staliniana del "socialismo en un solo país”.

Hasta 1924, Stalin pensaba —siguiendo a Lenin— que la revolu­ción rusa estimularía la revolución socialista en los países europeos y que Rusia podría sólo entonces, con la ayuda de los países desarrollados de occidente, adelantar en el camino hacia el socialismo. "Pero derrocar el Poder de la burguesía e instaurar el Poder del proletariado en un solo país —escribía Stalin en 1924-— no significa todavía garantizar el triun­fo completo del socialismo. Después de haber consolidado su poder > arrastrado consigo a los campesinos, el proletariado del país victorioso puede y debe edificar la sociedad socialista. Pero, ¿significa esto que, con ello, el proletariado logrará el triunfo conpleto, definitivo del socialis­mo y garantizar completamente al país contra una intervención y, por lo tanto, contra la restauración? No. Para ello es necesario que la revo­lución triunfe, por lo menos en algunos países. Por eso, desarrollar y apoyar la revolución en otros países es la tarea esencial para la revolu­M Konstantinov, op. cit., págs. 93 y 94.

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ción que ha triunfado ya. Por eso, la revolución del país victorioso no de­be considerarse como una magnitud autónoma, sino como un apoyo, po­mo un medio para acelerar el triunfo del proletariado en los demás países” 15. Posteriormente, dentro del mismo año, obligado por las cir­cunstancias, especialmente pot las relaciones de la U.R.S.S. con el mun­do capitalista, niega lo anterior y afirma lo contrario: Rusia debía de­ja r de ser considerada como una periferia del mundo desarrollado y debía constituirse en el centro de una nueva civilización, superior a la civilización capitalista de occidente; los esfuerzos de Rusia por sí solos debían ser capaces de organizar una completa economía socialista La teoría del socialismo en un sólo país satisfizo los anhelos tanto del Partido como de las masas agotadas y exasperadas por el aisla­miento ruso y cansadas de esperar la revolución internacional. Para el partido significaba además el robustecimiento de su dominación sobre Rusia puesto que así ni la debilidad industrial de la nación, ni su bajo nivel de vida, ni ún campesinado apegado fuertemente a la propiedad privada que se resistía a la colectivización, podrían significar una ame­naza de restauración del antiguo régimen.

Una economía socialista, tal como se la había entendido hasta en­tonces, sólo podía ser una economía de abundancia, es decir, una econo­mía altamente industrializada con altos niveles de vida y un gobierno proletario; aun un país subdesarrollado como era Rusia en esa época, era capaz de lograrlo sosteniéndose en sus propios esfuerzos. Y esta po­lítica que pareció captar las esperanzas y los deseos no explícitos tanto de los miembros del Partido como de las masas, se convirtió en el credo nacional.

La política de Stalin de la construcción del socialismo basada en una industrialización intensiva con prioridad de la industria pesada, en­contró graves obstáculos tanto entre los campesinos como entre los tra­bajadores de la industria. La oposición tanto de campesinos como de obreros a las medidas y a las reformas iniciadas para construir una base económica nueva, puso de manifiesto la resistencia de toda una estruc­tura de valores y de actitudes, básicamente individualistas heredadas del antiguo régimen, a las reformas requeridas por el nuevo sistema que se estaba construyendo. Esto se veía especialmente agravado por la contra­dicción existente entre los intereses a largo plazo de la construcción so­cialista en un país subdesarrollado y los intereses inmediatos del pueblo quién había depositado sus esperanzas en la nueva sociedad.

Las políticas seguidas por Stalin frente a los problemas suscita­dos en la agricultura por la existencia de actitudes y valores individua­listas, antitéticos, no siguieron nunca una misma línea; por el contrario, urgido por las circunstancias, aplicó todo tipo de medidas que iban des­de cambios permanentes en las estructuras de funcionamiento, estable­cimiento de incentivos materiales, hasta la imposición de un régimen de15 Stalin, J. “ Fundamentos dél Leninismo” , op. cit., pág. 41.

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Terror como única forma de enfrentar directamente el cambio de las ac­titudes que ponían obstáculos a los objetivos propuestos.

Las contradicciones en una economía socializada entre una indus­tria aun no desarrollada y una agricultura donde prevalecía la privada se hizo sentir rápidamente; la industria socialista necesitaba de abaste­cimiento de productos alimenticios y materias primas de los agriculto­res individuales, pero éstos se negaban a entregar gran parte de su pro­ducción y exigían a cambio más productos industriales a menor precio y precios más altos para su propia producción. La industria, a su vez, que recién salía de la ruina producía pocas mercaderías y a precios altos. El problema se trató de resolver reduciendo los impuestos agrícolas, el arren­damiento de las tierras y las restricciones sobre la contratación de la ma­no de obra agrícola de tal manera de asegurar así, de parte de los cam­pesinos, un mejor suministro de provisiones a la ciudades. No obstan­te, esto no solucionó el problema, sino que por el contrario, mientras la industrialización se dejaba prácticamente de lado, al cabo de tres años (1928) las ciudades y los pueblos de la U.R.S.S. se encontraron amenaza­dos por el hambre. Frente a esto se aplicaron toda clase de medidas ad­ministrativas, “medidas de emergencia” como las llamó Stalin, que según sus propias palabras se caracterizaron por “ .. .la arbitrariedad adminis­trativa, la violación de la legalidad revolucionaria, las irrupciones en los hogares campesinos, los allanamientos ilegales” 16. La negativa de los campesinos no tenía objetivos ni políticos ni económicos: la frag­mentación de la tierra había dado a los bolcheviques el apoyo del cam­pesinado, pero había deteriorado la productividad; los agricultores gran­des por otra parte exigían precios excesivamente altos por sus productos, todo lo cual suscitaba el antagonismo entre el campesinado y las clases trabajadoras urbanas. Esto condujo a Stalin a iniciar una colectivización tan intensa y tan rápida como ninguno de sus adversarios había imagina­do. Quién unos pocos meses antes afirmaba que la pequeña explotación individual “ .. .desempeña y seguirá desempeñando en el futuro inme­diato un papel predominante para el abastecimiento de la industria de víveres y materias primas”, 17 condenaba drásticamente la pequeña pro­ducción individual, afirmando que de esa manera apartaba a las grandes masas campesinas de la vieja trayectoria capitalista. Con la colectiviza­ción Stalin perseguía además otro objetivo: ofrecer incentivos materia­les a los campesinos pobres para oponerlos contra los agricultores ricos puesto que la administración, aun ayudada por el Partido y la policía, no era capaz de luchar contra la habilidad de éstos para burlar los regla­mentos y los controles impuestos por las administraciones urbanas. El resultado de la colectivización masiva la describe Deutscher en los si­guientes términos: "Al cabo de poco tiempo la Rusia rural se convirtió ¿n un pandemónium. La abrumadora mayoría del campesinado se en­16 Stalin, T- ' 'O bras” , Ed. en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1953, Vol, 11, pág. 10, citado en Duetschér, op.

cit., pág. 293.17 Stalin, J. “ Cuestiones del Leninismo” , op. cit., pág. 290. •

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frentó al gobierno en desesperada oposición. La colectivización degene­ró en una operación militar, en una cruel guerra civil. Las aldeas rebel­des eran rodeadas con ametralladoras y obligadas a rendirse. Masas de kulaks fueron deportados a tierras remotas y deshabitadas en Siberia. Sus casas, graneros e implementos de cultivo fueron entregados a las granjas colectivas: el propio Stalin calculó el valor de sus propiedades así transferidas en más de 400 millones de rublos. La mayoría de los cam­pesinos decidieron traer la menor cantidad posible de sus pertenencias a las granjas colectivas, que se imaginaban eran fábricas de propiedad estatal en las que ellos mismos vendrían a ser operarios. Movidos por la desesperación dieron muerte a su ganado, destruyeron sus implementos y quemaron las cosechas” 18. Cuando por fin Stalin tomó conciencia de los resultados, aplicó un poderoso freno a la colectivización e hizo impor­tantes concesiones al individualismo de los campesinos de manera de crear un mayor equilibrio entre los intereses privados y los colectivos para poder así continuar la colectivización —aunque más lentamente que al principio— sin provocar grandes resistencias.

En la industria encontró problemas similares. La agricultura en gran escala exigía un extraordinario esfuerzo de industrialización, pero las plantas y las fábricas para producir lo necesario no existían como tampoco los hombres técnicamente preparados para manejarlos. "Cuan­do Stalin presentó su programa al pueblo —dice Deutscher— exigiéndo­les esfuerzos y sacrificios, no podía explicarlo simplemente en términos de necesidades económicas inmediatas. Trató de impartirle un atractivo más grato a la imaginación. Por primera vez apeló ahora a los sentimien­tos tanto nacionalistas como socialistas que alentaban en el pueblo. Esta doble apelación, es cierto, había estado implícita en la doctrina del socia­lismo en un solo país, pero hasta ahora Stalin se había abstenido de ex­citar el orgullo o la ambición nacionalista" 19. En su apelación a los sen­timientos nacionalistas, Stalin afirmaba: "Marchábamos 50 a 100 años detrás de los países más adelantados. En diez años, tenemos que ganar este terreno. O lo hacemos o nos aplastan”20. De esta manera inició una revolución industrial que parecía no tener mucha conciencia de los lími­tes de lo que podía exigírsele tanto a los recursos nacionales como á la capacidad de sacrificio del pueblo; sin embargo, su experiencia le demos­traba que era mucho lo que podía lograrse presionando y manteniendo sujetos a la presión de su propia persona a los dirigentes de empresas para que produjeran las cantidades de carbón, acero y maquinaria esti­puladas en los planes. Aunque los resultados fueron considerables, el des­pilfarro de vidas y energías humanas y de materiales fueron inmensos. Como la rápida industrialización produjo una escasez de mano de obra, Stalin terminó con la libertad de trabajo, aplicando una nueva política social. "Las empresas industriales firmaban contratos con las granjas“ Deutscher, op. cit., pág. 303. ------■’ Deutscher, op. cit., pág. 305. i i - . ■a Stalin, J. "Cuestiones del Leninismo” , op. cit., pág. 395. ■ '

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colectivas, mediante los cuales éstas se obligaban a enviar un número es­pecial de hombres y mujeres a las fábricas de las ciudades. Este era el método básico. Es debatible si el término “trabajo forzado” puede apli­cársele con justicia. La compulsión se aplicó con mucha severidad en la fase inicial del proceso, cuando los miembros, de las granjas colectivas que eran declarados superfluos y privados de su condición de miembros se veían en una situación bastante similar a la del desempleado a quién la necesidad económica obliga a alquilarse como operario fabril. Una vez radicado en la ciudad, el campesino proletarizado estaba en libertad de cambiar de empleo. Stalin se propuso asegurar por decreto la reserva de manó de obra para la industria que en la mayoría de los países ha sido creada por el éxodo crónico y espontáneo de los campesinos empobreci­dos a las ciudades” 21. Mientras tanto, en el campo también se aplicaba la nueva política social.

“El trabajo forzado, en su sentido estricto, les fue impuesto a los campesinos que recurrieron a la violencia para resistir la colectivización. Estos fueron tratados como delincuentes y quedaron expuestos al encar­celamiento. Aquí la historia jugó una de sus bromas malévolas y teóricas. Las reformas penitenciarias soviéticas de los años anteriores, inspiradas por motivos humanitarios, contemplaban el encarcelamiento de los de­lincuentes como un medio de reeducarlos, no de castigarlos. Estipulaban el empleo de los delincuentes en labores útiles. Los delincuentes debían estar bajo la protección de los sindicatos, y su trabajo debía remunerarse de acuerdo con las normas de salarios sindicales. A medida que el núme­ro de campc'jir.os rebeldes aumentó, éstos fueron organizados en gigan­tescos campos de trabajo y empleados en la construcción de canales y ferrocarriles, en desmontes y faenas similares. En medio del hambre y la miseria de los primeros años de la década de los treinta, las estipulacio­nes sobre su protección fueron desatendidas completamente. La “reedu­cación" degeneró en trabajo esclavo que constituía un despilfarro terri­ble de vidas humanas, una enorme mancha negra en la imagen de la se­gunda revolución” 22. Todo ésto fue acompañado de un gran despliegue de propaganda que a través de la radio, la prensa, el teatro y el cine en­salzaba a los “héroes del frente de la producción”.

Otro aspecto importante de su política social, que fuera una de sus principales herramientas de lucha contra toda una estructura de ca­tegorías mentales que creaban obstáculos a sus planes, fue su lucha con­tra las tendencias igualitarias. En un discurso pronunciado a los dirigen­tes de la industria en 1931 afirmó: "Pero reclutar obrero no es todo. Pa­ra asegurar mano de obra a nuestra empresa es necesario ligar los obreros a la producción y hacer que el efectivo obrero en la empresa sea más o menos estable. Apenas es necesario demostrar que sin un efectivo perma­nente de obreros, que hayan asimilado en mayor o menor grado la téc­

21 Deutscher, op. cit., pág. 313.22 Deutscher, op. cit., pág. 313.

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nica de la producción y estén acostumbrados a los nuevos mecanismos, es imposible marchar adelante e imposible ejecutar los planes de produc­ción. De otra manera se está obligado a instruir de nuevo a los obreros y malgastar la mitad del tiempo en su aprendizaje, en lugar de utilizarlo en la producción” 23. Y, la causa de la fluctuación de la maño de obra es " , . .la organización defectuosa del sistema de salarios, el sistema defec­tuoso de la escala de tarifas, la nivelación "izquierdista” de los salarios. En una serie de empresas las tarifas de salarios están establecidas de tal manera, que la diferencia entre trabajo calificado y el no calificado, en­tre el trabajo penoso y el trabajo fácil desaparece. La nivelación da por resultado que el obrero no calificado no tiene interés en pasar a la cate­goría de los obreros calificados y de esta manera se encuentra privado de la perspectiva de superación, lo que hace que se sienta como "ave de pa­so” en la producción, en la que no trabaja más que temporalmente para hacerse con un poco de dinero y marchar a otra parte a "buscar fortuna”. La nivelación da por resultado que el obrero calificado se vea obligado a ir de empresa en empresa para encontrar por fin donde se sepa apre­ciar adecuadamente su trabajo calificado.

De aquí el movimiento "general” de empresa en empresa, la fluc­tuación de la mano de obra.

Para hacer desaparecer este mal, es nesario suprimir la nivelación y romper el antiguo sistema de tarifas. Para hacer desaparecer este mal es neseario organizar un sistema de tarifas que tenga en cuenta las di­ficultades entre el trabajo penoso y el trabajo ligero. No se puede tole­rar que un laminador de la siderurgia gane lo mismo que un barrendero. No se puede tolerar que un maquinista de ferrocarriles reciba igual sala­rio que un copista” 24.

Para ligar a estos obreros a la empresa, "es solamente posible me­diante la elevación de los salarios, que permita debidamente la califica­ción del trabajador. Pero, ¿que significa ascenderlos y elevar el nivel de su salario? Además de otras cosas, esto significa abrir horizontes a los obreros no calificados y estimularlos para avanzar, para hacerlos entrar en la categoría de obreros calificados” 25. Pero esto no es todo. "Es ne­cesario comprender que las condiciones de existencia de los obreros han cambiado entre nosotros radicalmente. El obrero de hoy no es el que era antes. El obrero de hoy, nuestro obrero soviético, quiere vivir con sus necesidades materiales y culturales cubiertas, tanto desde el punto de vista de su aprovechamiento de productos alimenticios y desde el de le vivienda, como desde el de la satisfacción de sus necesidades cultura­les y todas las demás. Tiene derecho a esto y nosotros tenemos el deber de proporcionarle estas condiciones. Es verdad que ahora no sufre de la falta de trabajo, que está libre del juego capitalista, que ya ni es un esclavo, sino el dueño de su trabajo. Pero esto no es bastante. El obrero33 Stalin, J. “ Cuestiones del Leninismo” , op. cit., pág. 401.» I b íd „ págs. 402-403.3 Ibfd., pág. 403.

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exige que todas sus necesidades materiales y culturales sean satisfechas y nosotros tenemos el deber de dar satisfacción a tales reinvindicacio- nes. No olvidemos que nosotros tenemos con él ciertas exigencias: le exigimos disciplina en el trabajo, un trabajo intenso, la emulación y el trabajo de choque. No olvidéis que la enorme mayoría de los obreros han aceptado estas exigencias del Poder Soviético con gran entusiasmo y las cumplen heroicamente. Por eso, no os asombréis si, ya que cumplen lás exigencias del poder Soviético, los obreros a su vez exigen de él el cumplimiento de sus compromisos en cuanto al mejoramiento continuo de su situación material y cultural” 26.. Los resultados de éstas y otras medidas no fueron muy distintos de los de la colectivización: “Aquí y allá atacaban e incluso asesinaban a las stajanovistas y destruían las máquinas. Los “muzhiks, recién reclu­tados por la industria a menudo dañaban o rompían sus herramien­tas por no saber usarlas: no era raro que un muzhiks exasperado tra ta­ra de poner a funcionar una m áquina, golpeándola con un martillo o un hacha. Los accidentes industriales eran sumamente numerosos. Este era el “sabotaje” mediante el cual el atraso, el analfabetismo y la deses­peración de Rusia obstruían la revolución industrial forzada” 27.

La política que siguió con los viejos intelectuales y dirigentes de industrias, frente a quienes sentía una gran desconfianza por su men­talidad crítica y sus ideologías que aun no olvidaban los ideales inter- naciorialista e igualitarios de la revolución, no fue esencialmente dis­tinta: se burló de ellos y los humilló. "Se aprovechó de las faltas o los delitos de algunos de ellos para rodearlos a todos de intensa suspicacia. Unos cuantos procesos judiciales de "obstruccionistas” y “Saboteado­res”, . . . bastaron para que los obreros y los capataces miraran con de- confiánza a sus directores y técnicos" 28.

La razón más profunda del triunfo de Stalin radicó, según Deutscher, en que éste le ofrecía a su nación un programa positivo y nuevo de organización social que, aunque significaba privaciones y su­frimientos! para muchos* también creaba oportunidades nunca antes soñadas para muchos o tro s29.. : Para asegurar el cumplimiento de todos estas medidas, especial­

mente en el campo que parece haber sido el foco de los mayores obs­táculos, se organizaron toda una serie de organismos policiales de con­trol, de los cuales los más importantes parecen haber sido los Depar- támentos Políticos Rurales. 30.

Todó ésto fue acompañado de lo que se llamó una "revolución cultural"; se adiestró a millones de campesinos para manejar tracto­res, y casi el mismo: número de mujeres fueron adiestradas en la admi-“ Ibíd., pág. 404.

27 Deutscher, op. cit., págs. 342-343.» Ibíd., pág. 315.» Ib fd ., pág. 353.30 Deutscher, op., pág. 312.

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nistración de las granjas colectivas; se formaron miles de ingenieros y agrónomos en las zonas rurales; el número de analfabetos se redujo a no más de un 10% 31. No resulta difícil entender que todo esto no pude sino dejar profundas huellas en la transformación de las concepciones y los hábitos de la nación.

3. El cambio en la estructura de valores y actitudes:

En la breve descripción de los hechos en lo que se refiere a los problemas relacionados con la existencia de valores, actitudes, costum­bres e ideologías antitéticas tal como se desarrollaron en la U. R. S. S. en la década de los años 30 parece surgir la existencia de tres meca­nismos fundamentales utilizados por Stalin con el fin de lograr el sur­gimiento de toda una estructura de valores y actitudes nuevas, a la nue­va estructura de funcionamiento que se había establecido y que tenía como su objetivo primordial el "construir la base para el cumunismo” ; en primer lugar, nos encontramos con cambios en la estructura de fun­cionamiento destinados principalmente a ofrecer estímulos materiales a aquellos que adecuaran su comportamiento a las exigencias de la nue­va sociedad que se quería construir. En segundo lugar, la existencia de un régimen de terror burocrático como único camino rápido de cam­bio de actitudes contrarias a los objetivos de la construcción socialista. Por último, un fuerte adoctrinamiento que acompaña a la política ad­ministrativa y que le servía de justificación doctrinaria. Hay que tener presente sin embargo, que estos tres métodos no constituyen métodos independientes uno del otro o caminos alternativos sino que forman par­te de una política general ( si bien no puede considerársela como una política coherente consecuente con una teoría respecto al problema puesto que en este caso parece haber sido la prática la que engendraba su propia teoría) que parece corresponder a una concepción general tanto del problema de la relación entre la superestructura ideológica y la ba­se como a la de todo el proyecto soviético de construcción del socialis­mo.

a) La política de reformas y de incentivos materiales:

Tanto en el campo como en la industria, Stalin aplicó medidas tendientes a crear incentivos materiales con el fin de lograr una mejor adecuación entre los intereses reivindicatoríos de los individuos y los objetivos de la construcción socialista y de esa manera crear modelos de actitudes y valores conformes con los objetivos del Estado Soviético.

En el caso de la agricultura, especialmente en la colectivización

31 Fairley, Lincoln: “ El Progreso Económico de la U.R.S.S.” . Monthly Review, Año V, N* 53.

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en gran escala, Stalin parece no haber tenido presente todo el problema que él mismo reconoció en la teoría, del carácter autónomo de los va­lores y las actitudes en relación a la estructura de funcionamiento pues­to que como él mismo lo declara, ésta tenía por finalidad "apartar a las masas de la vieja trayectoria capitalista”, suponiendo así que la propiedad privada sería la responsable de las actitudes individualistas del campesinado. Es claro que esto puede haber sido una justificación ideológica de una política que tenía como objetivo fundamental el crear nuevos estímulos materiales y una organización más racional de la pro­ducción agrícola. Pero es en la industria donde se aplican con mayor énfasis los estímulos materiales cuando se quiere lograr cambios en los modelos de comportamiento. A esto responden claramente las medi­das anti-igualitarias aplicadas en la industria con el fin de promover al máximo los incentivos materiales.

En Una sociedad totalmente despolitizada y con una fuerte cen­tralización como es la sociedad soviética, la concesión de recompensas materiales se convierte en algo indispensable no sólo para lograr una legitimación de la estructura de poder sino también para funcionalizar las actitudes y los comportamientos al desarrollo de las fuerzas produc­tivas, objetivo central de la política soviética. El carácter mismo de es­tos incentivos tal como los entiende Stalin no resulta tan claro como lo parece a simple vista. Desde luego, son radicalmente distintos de los in­centivos materiales de la época de Krushchov donde el logro individual está directamente relacionado con un aumento del consumo individual; en la época a que hacemos referencia, con una acumulación orientada básicamente hacia el desarrollo prioritario de la industria pesada, no existían posibilidades sino muy pequeñas de convertir el salario en la compra de bienes de consumo que la industria no producía, lo que su­giere la posibilidad de un significado distinto de lo que se entiende pos­teriormente por "incentivos materiales”. Incluso cuando Stalin habla de la necesidad de las nuevas tareas para la organización de la industria (en la citadas que aparecen más arriba) distingue como dos tareas rela­tivamente distintas la de suprimir la nivelación de los salarios y la de mejorar las condiciones de existencia de los obreros; la segunda tarea entonces no sería la consecuencia directa de la primera sino un mejora­miento del cual el Poder Soviético debe preocuparse puesto que no es al­go accesible a los obreros aun a través de salarios elevados. Pareciera por lo tanto que estas tendencia anti-igualitarias tendrían como finali­dad, no la creación de privilegios en términos de un mayor consumo in­dividual sino el otorgamiento de posiciones de privilegios a los trabaja­dores de los sectores más productivos de la economía y aquellos traba­jadores individuales que mostraban una especial intensidad en su trabajo de tal manera que el consumo colectivo se consagrara a mejorar a aque­llos aspectos del bienestar general que tenía una mayor importancia pa­ra el esfuerzo colectivo> tales como educación, salud, etc. Incluso podía

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pensarse que estas recompensas materiales se acercan en gran medida a algún tipo de recompensa moral en el sentido de crear una diferencia de posiciones en la escala social de acuerdo a los méritos y a la contri­bución a los objetivos sociales, es decir, una estratificación social regida por criterios de cumplimiento del deber social.

Algunos pensadores, como por ejemplo Sartre, afirman que estas medidas tendían a esconder la contradicción entre los objetivos popula­res y el proceso de construcción de la nueva economía a través de la creación de “héroes del trabajo” que muestra que un aumento de la productividad se traduzca inmediatamente en una mejora material y halle su interés inmediato en la realización del Plan. Sin embargo, estos "héroes del trabajo” que se citan en todas partes como ejemplo tende­rían más bien a crear en las masas aspiraciones de consumo que la eco­nomía no podría satisfacer en lugar de constituirse en un llamado a la renuncia y el esfuerzo que se requería en ese momento. No resulta tan claro por lo tanto la hipótesis de Sartre aunque no se le puede negar un cierto grado de validez. Pero respecto al significado mismo de estos in­centivos materiales sólo se pueden lanzar algunas hipótesis muy provi­sorias que sería importante discutir posteriormente porque parecen im­portantes para comprender el proyecto tal como lo entendía Stalin. Por otra parte, tampoco puede negarse que ellos deben haber sido las raíces de toda la política de incentivos materiales de logro individual que se impuso después de la muerte de Stalin, aunque resulta prematuro inden- tificarlos sin más. También resulta claro que Stalin no apeló a un "hom­bre nuevo” sino más bien al “hombre antiguo” reformulando y reubican- do solamente sus aspiraciones, sus valores y actitudes precapitalistas. Pero resulta difícil pensar que una sociedad que orienta toda su política de inversiones, no de acuerdo a un criterio de ganancias materiales sino hacia una acumulación que da prioridad a la industria de medios de pro­ducción, va a tratar de aumentar al máximo los incentivos materiales que no harían sino aumentar la contradicción existente entre los intere­ses inmediatos de los individuos y los de la sociedad como un todo, ex­presados en el Plan.

b) Adoctrinamiento Ideológico de las masas:

Junto con toda la política de incentivos materiales se realiza toda una campaña de adoctrinamiento que pareciera ir dirigida a tres objeti­vos íntimamente relacionados: conseguir una base de legitimización pa­ra una estructura de poder que llegó a asumir formas de degeneración, justificar la política administrativa y lograr cambios en las actitudes y en los modelos de comportamiento; en último término, toda la política de reeducación ideológica estaba destinada a la reestructuración de las categorías mentales y de las actitudes del pueblo tanto en el sentido de

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su total funcionalización hacia la nueva estructura de funcionamiento como de crear una situación de conformismo y entrega al nuevo orden establecido. El adoctrinamiento ideológico por otra parte permitía dar una expresión ideológica a la contradicción —especialmente aguda en esa época— entre los intereses individuales y el "interés general” repre­sentado en el Estado, y más específicamente en el Plan. Y así el sistema —al tratar de darse una apariencia ideológica de sociedad sin clases, sin contradicciones— refleja en sus superestructuras ideológicas, sus pro­pias contradicciones. " .. .se dice marxista-leninista —dice Sartre—, pe­ro esta cubierta disimula mal un doble juicio de valor sobre el hombre y ía socialización. Por una parte, la propaganda y las novelas rosa del “rea­lismo socialista” apelan a un optimismo bastante repugnante: en un país socialista todo es bueno, no hay más conflicto que entre las fuerzas del pasado y las que construyen el porvenir; éstas deben triunfar necesaria­mente. Los fracasos, el dolor, la muerte, todo es recuperado y salvado por el movimiento de la historia. Incluso parece oportuno durante algún tiempo hacer novelas sin conflictos; en todo caso, el héroe positivo ig­nora los conflictos interiores y las contradicciones; contribuye por su parte, sin desfallecimientos ni errores a la edificación del socialismo, su modelo es el joven estajanovista; soldado, ignora el miedo. Esos poemas pastoriles se dicen marxista; nos pintan la dicha de una sociedad sin clases” 32.

Marcuse hace ver cómo a través de la propagación de la ideología soviética las proposiciones claves del Marxismo dejan de poseer el valor de verdad por sí mismas para enunciar una verdad preestablecida que ha de ser puesta en práctica a través de actitudes y conductas determi­nadas constituyéndose así en directivas pragmáticas para la acción. De esta manera, el marxismo es utilizado ideológicamente, asumiendo una función mágica para convertirse así en un instrumento y en una ideolo­gía de dominación. "Si las proposiciones pierden su valor congnoscitivo en beneficio de su capacidad para producir un efecto deseado —es decir, si han de obtenerse como directivas para una conducta determinada—, en tal caso los elementos mágicos prevalecen en el pensamiento y la ac­ción sobre la comprensión. En el supuesto de que las ilusiones guíen una conducta que modele y cambie a la realidad, la diferencia se hace tan di­fusa como la existente entre verdad y falsedad. En relación con su efec­to real sobre las sociedades primitivas, se ha descrito a la magia como un "cuerpo de actos puramente prácticos ejecutados como medios para al­canzar un fin" que actúa como si la asociación de determinadas ideas produjera realmente un conjunto de hechos vinculados entre sí. Esta descripción es perfectamente aplicable a las proposiciones formalmente teóricas. El propio lenguaje oficial asume, de esta manera, un carácter mágico” 33 y después. "Además, los rasgos mágicos de la teoría soviética

3? Sartre, lean Paul: “ Problemas del Marxismo” , Situations VII, Losada, Buenos Aires, 1966, págs. 172-173.33 MaíCüse, Herbert: “ El Marxismo Soviético” , Alianza Editorial, Madrid, 1958, págs. 92-95.

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se transforman en instrumento para la conservación de la verdad. En tanto que las formas rituales, separadas de su contexto congnoscitivo ori­ginal, sirvan para proporcionar directivas incuestionables para una con­ducta de masas incuestionable, conservan, en forma hipotética, su sus­tancia histórica. La rigidez con que se las solemniza tiene el objetivo de preservar la pureza de esa sustancia frente a una realidad aparentemen­te contradictoria, y de defender su veracidad frente a hechos aparente­mente contradictorios, transformando así la verdad preestablecida en paradoja. Ciertamente, esto constituye un desafío a la razón, un absurdo. Pero la absurdidad del marxismo soviético tiene una base objetiva: re­fleja la absurdidad de una situación histórica en la que la realización de las promesas marxista sólo es sancionada para ser de nuevo diferida, y en la que las fuerzas productivas son utilizadas una vez más como ins­trumento de represión productiva. El lenguaje ritualizado preserva el contenido original de la teoría marxista como una verdad que debe ser creída y ejecutada por encima de toda prueba en sentido contrario: la gente debe actuar, sentir y pensar como si su estado constituyera en la realidad esa razón, libertad y justicia que la ideología proclama y el ri­tual tiene como objetivo asegurar tal conducta. La práctica así dirigida es ciertamente capaz de movilizar grandes masas infraprivilegiadas en todo el mundo. En este proceso, las promesas originales de la teoría marxista desempeñan un papel decisivo. La nueva forma que ahora re­viste la teoría marxista se corresponde con un nuevo agente histórico: una población atrasada que ha de transformarse en lo que realmente e s : una fuerza revolucionaria destinada a cambiar el mundo. La ritualiza- ción ha mantenido a la teoría a salvo de ser impugnada por los hechos, y ha permitido su trasmisión en forma ideológica a una población atrasa­da y oprimida, que debe ser impulsada a la acción política para impug­nar y desafiar a la civilización industrial avanzada. La teoría marxista asume, en su función mágica, una nueva racionalidad” 34. Como resulta­do de toda esta tergiversación, la ideología soviética convierte a la teo­ría marxista en instrumento de dominación: “En su forma osificada, va­ciada de su significado crítico y antagónico frente a la sociedad estable­cida, la ideología se transforma en un instrumento de dominación. Si ideas tales como libertad y razón humanos o autonomía de pensamiento no se conciben ya en su aspecto de reivindicaciones todavía insatisfe­chas, sino como material rutinario para uso de periodistas, políticos, animadores y publicistas que las traicionan a diario en su preocupación por perpetuar el statuquo, los contenidos progresistas de la ideología son despojos de su función trascendental y quedan transformados en es­tereotipos de una conducta deseada” 35. Así, las necesidades y los deseos no satisfechos de los individuos no pueden adquirir una expresión ideo­

« Ibíd ., págs. 94-95.» Ibíd., págs. 96-97.

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lógica y la eliminación , de toda trascendencia ideológica elimina a su vez toda posibilidad de crítica al statuquo.

Por otra parte, a través de la propaganda se supone a la sociedad soviética como una sociedad organizada de tal manera que ha estableci­do. las condiciones previas para la realización del comunismo —y con ello a la realización de la libertad, la justicia y el desarrollo integral del individuo— puesto que la fase actual no es sino la preparación de la se­gunda fase, el comunismo, que se logrará linealmente a través de la ma- ximización del desarrollo de las fuerzas productivas; es decir, el desa­rrollo de la primera fase conducirá a la promesa del comunismo y por lo tanto éste sólo se puede alcanzar si se logra estabilizar al máximo la actual estructura de funcionamiento puesto que sus condiciones de rea­lización están presentes en su interior. Todo comportamiento que se ale­je de las normas impuestas por el orden establecido no hará sino poster­gar la realización de las metas de la sociedad que no son sino las metas de cada uno de los individuos. Esto ofrece una justificación ideológica tanto a una estructura de dominación que es la que asegura la maximiza- ción de las fuerzas productivas como a la política administrativa que es visualizada como la que debe asegurar que los individuos actúen de acuer­do a los intereses de la sociedad que son también sus verdaderos intere­ses. Como lo veremos más adelante, esta herramienta ideológica se man­tiene a través de todo el desarrollo de la ideología soviética ; lo único que cambia es la forma de la represión y que de represión poltíica se trans­forma en una represión por la eficiencia.

Junto con todo ésto también se llevaron a cabo una serie de pro­pagandas que respondían principalmente a coyunturas especiales frente a las cuales se requerían actitudes funcionales a los nuevos objetivos. A esto corresponden todas las campañas de reforzamiento de los sentimien­tos nacionalistas, la utilización de los instintos religiosos del pu,eblo re­primidos bajo la rehabilitación de antigua tradición rusa, etc. Estas me­didas nunca formaron parte de una política continua y general, sino más bien respondieron siempre a las necesidades de ciertas coyunturas muy especiales y muchas veces eran destruidas una vez cumplidos sus obje­tivos.

c) El régimen de Terror:

El Terror según Marcuse es "la aplicación metódica y centraliza­da de una violencia imprevisible (imprevisible no sólo para las víctimas del terror, sino también para los grupos superiores e incluso para los .verdugos); y no sólo en una situación excepcional, sino también en una situación normal” 36.

La política del Terror surge ante la necesidad urgente de lograr

36 Ibíd., págs. 116.

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un cambio rápido de valores que se tradujeran en actitudes funcionales a la construcción del nuevo régimen. La opción de una política de este tipo, es decir de un método directo e internacional de cambio de actitu­des puede comprenderse, desde un punto de vista práctico, si se tiene en cuenta la urgencia con que se presentaba el problema cuando se pre­tendía una colectivización de la agricultura y una nacionalización de la industria de manera rápida e intensiva. Estos objetivos, tal como fueron definidos, no podían esperar métodos tales como la reeducación ideoló­gica, la creación de incentivos morales, etc., que requieren largo tiempo para rendir los frutos deseados. Las exigencias de una prioridad básica al desarrollo de la industria pesada y a la agricultura colectivizada co­mo su requisito básico, no respondía sólo a la necesidad de crear la base material y técnica del comunismo, sino también a implicaciones de tipo internacional.

La necesidad. del terror parece explicarse por tres razones funda­mentales que de alguna manera ya han sido mencionadas más arriba: a) la exigencia de reprimir las necesidades de los individuos en franca contradicción con los objetivos a largo plazo de la construcción del so­cialismo ; b ) la creación de actividades funcionales a la construcción de una base económica y técnica dinámica destruyendo todos los valores y actitudes antitéticos heredados de la antigua sociedad y al mismo tiem­po la supresión de todo tipo de inconformismo con el nuevo sistema yc) la distancia entre dirigentes y dirigidos en una sociedad enteramente despolitizada, razón esta última que se desprende directamente de las an­teriores.

La contradicción entre las necesidades y el Plan, entre los objeti­vos a largo plazo de la sociedad y los intereses inmediatos de las masas, constituyen para Sartre la contradicción fundamental de la sociedad so­viética del período stanilista. “ .. .las reacciones espontáneas de las ma­sas conservan su carácter negativo en relación con las necesidades gene­rales de la economía. En el período deconspostrrevolucionaria, en el mo­mento en que el Estado soviético quiere dotar al país de un equipo in­dustrial, el movimiento reivindicatorío de las masas amenaza con com­prometerlo todo : el obrero puede rechazar un trabajo intensivo, exigir un alza de salarios, vestidos, calzado, una política de viviendas. En una palabra, su interés inmediato le lleva a reclamar el desarrollo de las in­dustrias de consumo en una sociedad que perecerá si no se da prime*ro una industria pesada. Universal en una sociedad burguesa, su reivindi­cación se hace particular en una sociedad post-revolucionaria; sin em­bargo, su situación no ha cambiado; es cierto que ya no se explota, pero la contradicción entre su naturaleza humana y su existencia vital no ha desaparecido: la Revolución, cualquiera que sea, no hace milagros, he­reda la miseria, que ha producido el antiguo Régimen” 37. Sin embargo, esta contradicción no llegó a convertirse en un conflicto abierto y decía-"S artre , op. cit., págs. 162-163.

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rado entre los dirigentes y las masas-puesto que éstas no podían ni que­rían renegar de las promesas de la revolución y eran capaces por lo tan­to de realizar muchas veces enormes sacrificios ya que sabían que sus esfuerzos serían recompensados tarde o temprano. Por eso Sartre afirma que la contradicción que desgarraba a la sociedad soviética " .. .no se li­mita a oponer el Plan, condición necesaria de un progreso hacia el so­cialismo, al trabajador como fuerza de trabajo y sistema de necesida­des. Existe en cada cual; porque el obrero quiere la realización del so­cialismo al mismo tiempo que la satisfacción de sus necesidades. En nom­bre del primero, acepta comprimir las segundas; se le pueden pedir se­rios sacrificios” 38. Por ésto, " .. .la comprensión racional de la situación y de sus necesidades, la voluntad de no comprometer lo adquirido, la fi­delidad a los principios, en fin; todo eso le predispone a comprimir sus necesidades cuanto puede, a considerar su fatiga como un acontecimien­to particular que sólo le concierne a él, cuando veía en ella, en tiempos de la explotación burguesa, la expresión de una fatiga universal de su clase. Ello no impide que sus fines socialistas aparezcan a través de la necesidad vivida que servía de fundamento a sus reivindicaciones; in­cluso aunque quiera trabajar más para librar a sus hijos de la molestia de esas necesidades, une al progreso de la industrialización a las necesi­dades de sus hijos y no a las suyas” 39. Pero muchas veces los esfuerzos que se exigían eran superiores a lo que sus fuerzas eran capaces de dar y aquí sólo la represión podía resultar efectiva.

Este conflicto se expresa claramente por ejemplo en la existencia del dualismo de poderes en las empresas, entre el Comité de Gestión de la empresa que expresa los intereses de la economía y el sindicato que expresa las necesidades inmediatas de los obreros; la oposición entre ambos no hace más que reproducir la contradicción más general y que debe repetirse en todos los sectores de la sociedad. Pero, en todo caso, las necesidades inmediatas tienden a crear frenos a la producción por lo que la armonía entre necesidades humanas y necesidad social, o lo que es lo mismo, entre interés individual e interés general, debe desplazarse hacia el futuro, a través de una trascendencia ideológica que permita hacer más soportable la realidad represiva.

El problema de la persistencia de una estructura de actitudes co­rrespondientes a la sociedad anterior está muy relacionado con el pro­blema anterior puesto que las necesidades inmediatas en muchos casos están relacionadas a comportamientos determinados por actitudes anti­téticas a las exigencias del nuevo sistema económico. Sin embargo, la so­brevivencia de estas actitudes que son generalmente actitudes indivi­dualistas, no pueden explicarse solamente en términos de intereses inme­diatos. La estructura de actitudes como un sistema- anticipativo-interde- pendiente en el cual las actitudes se forman, no como reflejo de los cam­

3S Ib id ., págs. 163.39 Sartre, op. cit., págs. 163-164.

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bios de la base, sino a través de la anticipación de la conducta anticipa- tiva de los demás, conserva una autonomía que constituye un nuevo blo­queo que debe ser destruido junto con el bloqueo estructural; es decir, una revolución que crea una nueva base debe necesariamente ir acompa­ñada de una segunda revolución —sea ésta una revolución cultural en sentido estricto o incluso una política administrativa— que cree una nueva estructura de valores y actitudes adecuadas y funcionalizadas ha­cia la nueva base. La colectivización de la agricultura puede servimos de ejemplo como prueba que la autonomía de la estructura de valores y ac­titudes no puede explicarse solamente en términos de una contradicción entre los intereses inmediatos y los objetivos de la construcción socialis­ta: la colectivización ofrecía mejores oportunidades a los pequeños cam­pesinos cuyas parcelas tan fragmentadas sólo les permitía pi'oducir para alimentar a la familia; sin embargo, la mayoría de los campesinos tenían actitudes fuertemente individualistas y se encontraban muy apegados a la propiedad privada por lo que opusieron una fuerte resistencia a la co­lectivización ; consideraban a las granjas colectivas como algo que no les pertenecía a ellos, sino al Estado por lo que prefirieron quemar sus co­sechas, destruir sus arados y dar muerte a su ganado a aceptar lo que el Estado les imponía como su propio interés y su necesidad.

Una tercera razón que podía explicar la necesidad de esta políti­ca administrativa en la U.R.S.S. es la distancia existente entre los diri­gentes y las masas y la consecuente despolitización de estas últimas. Son ¡os expertos, los técnicos y los administradores, todos sometidos a la au­toridad incondicional de Stalin, quienes definen autoritariamente las necesidades del pueblo, las de las sociedades socialistas, la definición del comunismo y del socialismo y el tránsito del socialismo, al comunismo, por lo que la única manera de asegurar la realización de su Plan es la re­presión ; el único poder que lo puede asegurar es la policía. El pueblo se siente indudablemente dirigido desde fuera donde la identificación auto­ritaria administrativa de sus necesidades con los de la sociedad se reali­za sin consideración de las necesidades de las masas ni de sus demandas. Incluso la posterior desestalinización no viene de una presión de las ma­sas, sino de una decisión administrativa; " .. .el proletariado no es ya su­jeto de la historia, no es todavía el fin concreto de la socialización; se siente el fin concreto de la socialización: se siente el objeto principal de la solicitud administrativa y el medio esencial de la edificación socialis­ta” 40. Por lo tanto, sólo una presión ulterior puede obligarlo a compor­tarse de acuerdo con lo que él no ha deseado ni ha definido como sus necesidades, incluso en lo que se refiere a sus intereses más ajenos a las necesidades de la planificación (como son las normas morales sobre la familia por ejemplo) ya que todo debe sacrificarse a la productividad. Sólo la represión puede solucionar el conficto entre una autoridad em­

• I b íd . , pág. 168

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peñada en moldear a la sociedad exclusivamente desde arriba y una so­ciedad deseosa de tener libertad como para decidir su propio destino.

Esto tiene como una de sus consecuencias una relación autorita­ria que se debe producir a todos los niveles puesto que el comunismo no se ha de construir con el propio esfuerzo del pueblo sino gracias a la di­rección de los cuadros y del Partido. No se apela al pueblo a que constru­ya con sus propios esfuerzos puesto que no confía en su iniciativa ni en su energía creadora; los dirigentes trabajan en un total aislamiento sin un apoyo en las masas, llevados sólo por lo que la autoridad les defi­ne como el camino apropiado, y que por lo tanto, también debe ser cum­plido autoritariamente por medio de la represión siempre que sea nece­sario. El mismo Stalin expresa claramente esta visión pesimista del pue­blo y de desconfianza ante la sociedad. En un discurso pronunciado en 1933 sobre el trabajo en el campo decía: “ .. .el centro de gravedad de la responsabilidad por la dirección de la hacienda se desplaza actualmen­te dé los campesinos aislados a la dirección del koljós, al núcleo dirigen­te del koljós. La preocupación por la hacienda y la dirección sensata no se las exigen ahora los campesinos a ellos mismos, sino a la dirección del koljós. ¿Qué significa ésto? Esto significa que el Partido no puede ya li­mitarse en la actualidad a actos aislados de intervención en el proceso del desarrollo agrícola. Actualmente el Partido debe tomar en sus manos la dirección de los koljoses, debe aceptar la responsabilidad del trabajo y ayudar a los koljoses a llevar adelante su hacienda, sobre la base de los datos suministrados por la ciencia y la técnica” 41. .. .“Por consiguiente, la cuestión no radica en los koljoses mismos, como forma socialista de organización, sino, ante todo, en el contenido que se da a esta form a: la cuestión radica, ante todo, en quién se encuentra a la cabeza de los kol- josos y quién los dirige” 42 y después, "Las causas de las dificultades en los acopios de trigo no deben buscarse en los campesinos, sino en noso­tros mismos, en nuestras propias filas. Pues nosotros nos hallamos en el Poder, nosotros disponemos de los medios del Estado, nosotros estamos llamados a dirigir los koljoses y nosotros debemos cargar con toda la responsabilidad del trabajo en el campo” 43. Es indudable que si no se apela al pueblo, a su entusiasmo y a su energía creadora, sino a una au­toridad externa al pueblo mismo que lo dirija de acuerdo a sus propios criterios sin apoyarse en las masas, se requirirá de mecanismos de repre­sión que aseguren el cumplimiento, de las directivas dadas por los cua­dros dirigentes.

41 Stalin, J.: “ Cuestiones del Leninismo” , op. cit., pág. 482.42 Ib íd ., pág. 485.♦s Ib íd ., pág. 489.

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El Terror tal como se presentó en,la U.R.S.S. parece haber tenido dos características esenciales:

a) consiste en un control burocrático, es un Terror "desde arri­ba” ejercido por un poder monopólico destinado a suprimir cualquier desviación con respecto a las normas mencionadas por el Estado y b) tiene como fin explícito el asegurar la realización del comunismo que, definido como la maximización del crecimiento económico, conduce a la represión de todos los valores y actitudes disfuncionales a dicha me­ta y subordina toda la sociedad al aumento de la productividad; la me­ta, por lo tanto, que identifica medio con f in : maximizar la tasa de cre­cimiento, legitima la represión y le da su justificación. Estas dos tenden­cias de la política soviética podrían coincidir con lo que Marcuse llama "la doble naturaleza del terror en el Estado soviético” : la política y tec­nológica. “Por un lado, se castiga la ineficacia y la falta de rendimiento a nivel técnico y empresarial; y, por otro, se sanciona cualquier clase de inconformismo; actitudes, opiniones y conductas políticamente sospe­chosas y peligrosas. Ambas formas se hallan mutuamente relacionadas hasta el punto que con alguna frecuencia se juzga la eficacia según cri­terios políticos. Sin embargo, con la supresión de toda oposición orga­nizada y con el afianzamiento de la administración totalitaria, el Terror tiende a hacerse predominantemente tecnológico; en la U.R.S.S. de nuestros días el Terror estrictamente político parece constituir la excep­ción más que la regla” 44.

El control social es ejercido desde arriba por el Partido que es el que monopoliza todo el control técnico y político; pero como éste se en­cuentra fusionado con el Estado y el Ejército, el Terror asume la forma de un control centralizado en el cual el pueblo no es más que un objeto pasivo, sin ingerencia alguna. No existe ningún tipo de control "desde abajo” y la eliminación de toda oposición limitada, junto con el fuerte adoctrinamiento, toda posibilidad que éste pudiera surgir aunque sea en forrea no institucionalizada.

Sin embargo, el Plan central, que es el que asegura el acercamien­to paulatino hacia las metas fijadas que definen el acercamiento al co­munismo, pone ciertos límites (al mismo tiempo que justifica a la mo­nopolización del Poder). Aunque obra el Poder Central, se coloca por en­cima de éste neutralizándolo o imponiéndole límites en la medida que representa la exigencias del crecimiento; es decir, el Terror debe ajus­tarse a las exigencias de la construcción de la sociedad socialista, exi­gencias que se encuentran objetivadas en el Plan. Esto no significa sin embargo, un control de las masas sino más bien un control del Poder sobre sí mismo o lo que también podría pensarse, de los diferentes sec-'

Características que asume el Terror en la U.R.S.S..

«M arcuse, op. cit., pág. 116.

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tores que conforman el Poder Central, Partido, Estado, Ejército, Buro­cracia, etc., sobre sus propios intereses particulares puesto que es el Po­der— sin ningún tipo de intervención de las bases— quien fija las me­tas y determina los medios para lograrlas. Esto no quere decir tampo­co que tanto la definición de la sociedad socialista como de los medios apropiados a su realización sean definidos arbitraria y caprichosamente por los órganos centrales de poder; éstos tienen límites bien definidos en el desarrollo de las fuerzas productivas, en la situación internacio­nal, etc.

La autoridad de esa manera moldea a la sociedad exclusivamente desde a rriba ; las masas no tienen ninguna posibilidad de expresar por sí mismas sus necesidades, las que son determinadas por los expertos, quienes movidos por las exigencias del crecimiento económico, se dis­tancian totalmente de la condición de los obreros; el Partido no refleja tampoco ni los intereses inmediatos ni las reivindicaciones de las m asas; por el contrario, actúa sobre ellas desde fuera, por la propaganda, la coacción o la emulación. Al respecto dice Marcuse que “ .. .en tanto que el control sobre los medios de producción y sobre la distribución del producto no sea conferido a los "productores inmediatos”, esto es, mien­tras no haya control e iniciativa "desde abajo”, la nacionalización —lo mismo que la industrialización— constituirá un mero instrumento pa­ra una dominación más efectiva y para el incremento y manipulación de la productividad del trabajo dentro del marco de las sociedades de masas. A este respecto, la sociedad soviética no hace sino seguir la ten­dencia general de la civilización industrial avanzada en su etapa más reciente”45.

Significación del Terror en la sociedad soviética:

El haber aplicado una política administrativa de este tipo como principal recurso para asegurar la existencia de valores, opiniones y ac­titudes apropiadas en la sociedad soviética no puede explicarse única­mente por razones de tipo práctico o por la mera arbitrariedad admi­nistrativa ; la concepción de la ideología soviética, de la sociedad socia­lista, del tránsito al comunismo, de los cambios en la superestructura ideológica, de la lucha de clases y de las contradicciones en la sociedad Socialista, incluso a partir de Lenin en algunos aspectos, nos permiten encontrar explicaciones teóricas de dicha política, aunque algunas de ellas ya fueron insinuadas cuando analizamos las razones que llevaron a la ne­cesidad de una política represiva. Hay que aclarar, sin embargo, que re­sulta muy difícil, especialmente en la época a que hacemos referencia, dis­tinguir lo que es una concepción teórica sobre algún aspecto determinado de lo que puede ser una mera justiñcación ideológica; por otra parte, la45 Ibíd., op. cit., pág. 99.

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teoría cambia continuamente puesto que es la misma práctica la que pare­ce engendrar la teoría y no la teoría quien ilumina la práctica; sin embar­go, hay algunas líneas centrales que permiten sacar conclusiones proviso­rias.

Como vimos en la primera parte, toda la existencia de valores, ideologías y actitudes antitéticas en la sociedad soviética constituían pa­ra Stalin un problema que en ningún caso era inherente a la sociedad socialista misma ni algo permanentemente reproducido por esa sociedad sino algo meramente contingente a ella: residuos de la sociedad ante­rior que aun no han sido superados. Lo mismo sucede con la lucha de clase en el socialismo; aunque Stalin reconoce la existencia de contra­dicciones en el socialismo entre las relaciones de producción y las fuer­zas productivas, esto parece ser propio de la primera fase de la construc­ción socialista cuando aun no existe un desarrollo acelerado de las fuer­zas productivas. "Pero sería una equivocación contentarse con eso y su­poner que no existe contradicción alguna entre nuestras fuerzas produc­tivas y nuestras relaciones de producción. Sin duda alguna, hay y habrá contradicción por cuanto el desarrollo de las relaciones de producción irá a la zaga del desarrollo de las fuerzas productivas. Con una política acertada de los organismos dirigentes, estas contradicciones no pueden convertirse en contradicciones antagónicas, y no puede producirse un conflicto entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas de la sociedad. Otra cosa sucedería si aplicáramos una política desacer­tada. .. En este caso el conflicto sería inevitable y nuestras relaciones de producción podrían convertirse en un fracaso muy serio para él desa­rrollo de las fuerzas productivas” 46. Pero estas contradicciones no son antagónicas por lo que no pueden exigir clases antagónicas en el socia­lismo puesto que existe”. .. "La contradicción posible entre las fuerzas productivas y las formas, de organización del sector socialista, al mismo tiempo que se destaca el carácter no antagónico de esta contradicción puesto que en la sociedad socialista no existe grupo social alguno que disponga de medios suficientes para oponerse a las transformaciones ne­cesarias” 47. Esto lo confirma cuando en la Constitución de 1936 prohibe toda oposición.

“ Varios partidos y, por consecuencia, la libertad de los partidos, sólo pueden existir en una sociedad en la que existen clases antagónicas, cuyos intereses son hostiles e irreconciliables... En la U.R.S.S. sólo hay cabida para un partido único” 48. Pero de esta contradicción entre las relaciones de producción y las fuerzas productivas se desprende el com­promiso por parte del Estado de introducir autoritariamente los cam­bios y las medidas necesarias de acuerdo con el crecimiento de las fuer­zas productivas. Por otra parte, la acentuación de la lucha de clases en

«S talin , I.: “ Problemas Económicos del Socialismo en la U.R.S.S.” , citado en ^Ernesto Che Guevara, “ Es­critos Económicos” , Cuadernos de Pasado y Presente, 5, Argentina 1969, pág. 173. 1Ibíd., pág. 176.

« C itado en Deutscher, op. cit., pág. 352. '

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la primera fase de construcción del socialismo no puede ser consecuen­cia, si se piensa en lo anterior, de una intensificación de la lucha de cla­ses dentro del socialismo, es decir, propio de dicho sistema, sino de la antigua burguesía derrotada que hace continuos esfuerzos por restaurar el capitalismo y que por lo tanto debe ser reprimida a través de cual­quier medio puesto que es un obstáculo a la construcción, socialista.

También la supervivencia del capitalismo en la conciencia de los hombres se debe a la existencia de las clases derrocadas del interior”. .. de los restos de grupos hostiles al Poder Soviético, no rematados por el Partido. No hay que olvidar que los enemigos del Estado Soviético in­tentan propagar, atizar y nutrir opiniones insanas de toda índole, des­componen ideológicamente a los elementos poco firmes de nuestra so­ciedad” 49. Incluso refiriéndose a los defectos del trabajo en el campo y a los problemas que han surgido, culpa a los elementos antirrevoluciona- rios que propagan ideologías antisoviéticas. .. el koljós, lejos de estar garantizado contra toda clase de peligros y contra la penetración de to­da clase de elementos contrarrevolucionarios en la dirección del mismo; no se halla garantizado contra el hecho que, en determinadas condicio­nes, los koljoses pueden ser utilizados por elementos antisoviéticos pa­ra sus propios fines” 50. Estas sobrevivencias también surgen por la exis­tencia del “cerco capitalista” que trata continuamente de utilizarlas: "Hay que recordar que mientras exista el cerco capitalista es posible la penetración de conceptos, ideas y estados de ánimo extraños del exte­rior” 51.

Todas estas razones permiten descubrir una justificación a la aplicación de una política administrativa para eliminar las sobreviven­cias capitalistas, los prejuicios y las tradiciones perniciosas de la vieja sociedad que " .. .el Estado es una máquina puesta en manos de la clase dominante para aplastar la resistencia de sus enemigos de clase. En este sentido, la dictadura del proletariado realmente no se distingue en na­da de la dictadura de cualquier clase, pues el Estado proletario es una máquina para aplastar a la burguesía" 52. Por esto hay que mantener y extender la dictadura del proletariado, lo que significa inculcar a las ma­sas de millones y millones de proletarios el espíritu de disciplina y de organización; significa dar a las masas proletarias cohesión, y propor­cionarles un baluarte contra la influencia corrosiva del elemento peque­ño burgués y de los hábitos pequeños burgueses; ayudar a las masas proletarias a forjarse como fuerza capaz de destruir las clases y de pre­parar las condiciones para organizar la producción socialista” 53.

Sin embargo, toda esta lucha contra los elementos pequeñoburgue-

49 Malenkoc, G.: “ Informe ante el XIX Congreso del Partido acerca de la aetividad del C. C. del P. C. de la U .R.S.S.” , Ed. en Lenguas Extranjeras, Moscú, 1952, pág. 123, citado en Konstantinov, op cit., pág. 85.

so Cuestiones del Leninismo, Stalin, J. op. cit., pág. 483.51 Konstantinov, op. cit., pág. 42.5! Stalin, J.: “ Fundamentos del Leninismo” , op. cit., pág. 48.53 Ibíd., pág. 120.

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ses y residuos capitalistas a través de una presión burocrática resultaría altamente irracional o improductivo si se visualizara a los "residuos” no como residuos sino como algo que es reproducido por el socialismo. So­lamente si son meras sobrevivencias resulta eficaz eliminar represiva­mente elementos que una vez eliminados desaparecerán para siempre.

Un segundo elemento que permite comprender la política repre­siva soviética es la definición que la ideología soviética da al socialismo y al comunismo. Para ella, la sociedad socialista debe preparar la base económica y técnica del comunismo y el acercamiento a la sociedad co­munista se logra a través de la maximización de la tasa de crecimiento económico. Por lo tanto, para acercarse al comunismo lo principal no es el desarrollo social y la creación de un "hombre nuevo” que lleve a ca­bo la construcción de la nueva sociedad, sino una orientación de toda la sociedad hacia el crecimiento técnico-económico y una funcionalización de cada uno de sus sectores a dicho desarrollo. El interés general —el comunismo— queda definido en consecuencia en función del constante crecimiento y organización de las fuerzas productivas. Esto crea una se­paración entre los intereses inmediatos del pueblo y lo que el Estado, que es el encargado de desarrollar las fuerzas productivas, define como sus intereses reales, es decir, sus intereses objetivos, históricos. Las ma­sas iletradas sin educación política ni ideológica no pueden ser en conse­cuencia los pilares sobre los cuales pueda apoyarse la contracción de la sociedad socialista; ellas no tienen conciencia de cuáles son sus intere­ses, de cuáles son sus tareas ni cuál es y debe ser su porvenir, por lo que su iniciativa y su creatividad no puede aportar nada, sino por el contra­rio, oponer mejores obstáculos a los objetivos de la sociedad y al interés general. El interés general, al estar definido por el aumento acelerado e incesante de las fuerzas productivas está necesariamente representado por los expertos, los técnicos y los administradores que son los capaces de promover el desarrollo. “La burocracia soviética representa, por con­siguiente, el interés social en una forma hipostasiada, en la que los inte­reses individuales han sido separados y usurpados por el Estado” 54. Pe­ro, a diferencia del Estado clasista, el Estado soviético supone que es capaz de establecer la armonía entre las necesidades individuales y las necesidades sociales sobre la base de un desarrollo generalizado de la productividad53. Pero mientras no exista ese desarrollo de las fuerzas productivas, el Estado tiene la responsabilidad de obligar a los indivi­duos a pensar y a actuar de acuerdo con sus intereses históricos reales, a través de todo un aparato administrativo que es definido como su pro­pio interés. Esta posición revela la confianza bastante pobre en el hom­bre de Stalin y un desprecio del pueblo puesto que se supone que éste no es capaz de definir sus necesidades ni su propio destino. Sólo bajo con­diciones de abundancia se realizará el "hombre nuevo” capaz de ser su­

54 Marcuse, op. cit., pág. 123.55 Ib íd ., pág. 124.

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jeto de la historia y no mero objeto de las decisiones de un puñado de hombres que resuelve autoritariamente cuáles son sus necesidades y sus intereses. El pueblo pasa así a ser un medio de la construcción socialis­ta y no el socialismo un medio que hace que el "hombre nuevo” se convier­ta en una realidad capaz de llevar a cabo por sí mismo la construcción de la nueva sociedad. De no ser así, el Terror y la represión son los únicos medios de lograrlo, ya que el puebo sólo puede ser conducido exterior- mente hacia la realización de sus verdaderos intereses, es decir, hacia la realización del comunismo.

4. El cambio de las actitudes y los valores a través de la interiorización del Terror:

Aquí valdría la pena de discutir el problema de cómo el Terror llega, en un período más corto o más largo según los distintos casos, a cambial las actitudes y los valores de una sociedad ya que resulta imposible pen­sar que una sociedad pueda permanecer eternamente sometida a un ré­gimen de terror político abierto y declarado. La experiencia histórica pa­rece demostrar, especialmente en el caso de la sociedad soviética, que semejante política es capaz de lograr en un período determinado lo que Marcuse llama “una interiorización del terror” de tal manera que las per­sonas sean capaces de reproducir por sí mismo el terror sin que exista un poder externo que no le imponga directamente. Tal como hemos de­finido el proceso de formación de las actitudes, es indudable que cuan­do las personas han estado sometidas durante un largo período a la pre­sión política de los organismos policiales y administrativos, terminarán por dar origen a una nueva estructura de actitudes; mientras todos se encuentren igualmente sometidos a un régimen de terror, las personas anticiparán las actitudes igualmente sometidas al terror de los demás dando origen así a un nuevo sistema de anticipativo-interdependiente en el que se anticipan las actitudes reprimidas de los demás. Esto lleva a la formación de un nuevo universo de actitudes como un universo que se habita y que termina por independizarse de la presión externa para co­brar nuevamente un cierto grado de autonomía.

Es imposible pensar sin embargo que este nuevo universo de acti­tudes que se constituye por una interiorización del terror pueda lograr independizarse de la presión externa solamente gracias al transcurso del tiempo o, lo que es lo mismo, que el terror se logre interiorizar si aun existe una contradicción entre los intereses inmediatos de los individuos y los objetivos a largo plazo de la sociedad socialista; en la medida que no se logre una identificación entre el interés individual y el interés ge­neral en una sociedad despolitizada, un debilitamiento de la represión producirá un nuevo reforzamiento de las actitudes y los valores antitéti­cos. La interiorización del terror parece tener como condición —al me­

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nos en la forma en que se planteó en la U.R.S.S.— un desarrollo de las fuerzas productivas que permita, a través de una reestructuración del sistema productivo, una unificación de los objetivos populares y los ob­jetivos a corto plazo y a largo plazo de la construcción socialista. Esto, como ya lo dijimos, resulta especialmente importante en una sociedad sin conciencia política ni formación ideológica y basada en los incenti­vos privados como es la soviética. Al pasar a este problema ya nos esta­mos refiriendo al período postestalinista puesto que para lograr ese ob­jetivo es necesario terminar con la acumulación intensiva y producir una reorientación de las inversiones del tal manera de conseguir un aumento de la producción de bienes y servicios de consumo logrando así una pa­ralela liberalización del régimen totalitario represivo puesto que la man­tención de la industria pesada no impedía ahora dedicar una mayor par­te del producto a la satisfacción del consumo individual. Esto no signifi­caba por supuesto negar la prioridad dada a la industria pesada puesto que sólo así será posible cumplir con la meta fijada de "alcanzar y sobre­pasar la producción per cápita de los países capitalistas más desarrolla­dos” ; pero, el desarrollo de las fuerzas productivas alcanzado ya no im­pedía una prioridad concedida a la producción de bienes de producción al mismo tiempo que un rápido desarrollo de la industria de bienes de consumo.

Para Marcuse, el terror político es reemplazado por el terror tec­nológico y así el progreso tecnológico se convierte en instrumento de do­minación. "El Estado soviético parece promover los elementos discipli­narios autopropulsores, competitivos y productivistas de ese espíritu en una forma eficaz y políticamente controlada. La “gestión empresarial efi­ciente”, la iniciativa y responsabilidad de los directores, y la racionali­zación científica de los recursos humanos y materiales han sido exigen­cias constantes a lo largo de los períodos stanilista y postestalinista, de las épocas de política “blanda” y de política "dura”, de dirección perso­nal y de dirección colectiva” 56, " .. .la nacionalización y centralización del aparato industrial van acompañados por la servidumbre del trabajo; el progreso de la industrialización, las exigencias de la máquina y la orga­nización científica del trabajo revisten un carácter totalitario e impreg­nan todos los aspectos de la exigencia. La perfección tecnológica del apa­rato productivo domina conjuntamente a los dirigentes y a los dirigidos, si bien mantiene la distinción entre ambos. La autonomía y la esponta­neidad son confinadas al puro nivel de la eficacia y de la ejecución den­tro del modelo establecido. El esfuerzo intelectual se convierte en asun­to de ingenieros, especialistas y agentes. La vida privada y el ocio sirven como descanso del trabajo y como preparación para el mismo, de con­formidad con las exigencias del aparato productivo. Disentir es no sólo realizar un delito político, sino también cometer una estupidez técnica, un sabotaje, dar un mal tratamiento a la máquina. La Razón no es sino“ Ib íd ., págs. 193-194.

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la racionalidad del conjunto: el funcionamiento y el crecimiento inin­terrumpidos del aparato productivo” 57. Los controles económicos y polí­ticos se fusionan junto con los cul turales, en el marco del Estado sin que exista una transformación puesto que . .el conflicto Este-Oeste, en tan­to siga constituyendo un factor económico y político determinante, impi­de la transformación decisiva ya que sirve para justificar —subjetiva y objetivamente— la competición represiva y la movilización competitiva a escala totalitaria” 58. De esto concluye Marcuse que los dominados, que no tienen los instrumentos conceptuales para adoptar una actitud crítica frente al sistema establecido y liberar sus potencialidades repri­midas, “reproducen en ellos mismos la represión”. “En cualquier caso, la sociedad técnica tiene todos los medios para transformar la represión externa en autorrepresión. Este proceso no es exclusivo de la sociedad soviética. Los instrumentos de que dispone la sociedad industrial muy avanzada y las ventajas que concede, las actitudes en el trabajo y en el ocio que su organización de la producción y de la distribución exige, dan lugar a una sociedad global capaz de transformar la libertad en seguridad y de ahogar la lucha por la liberación mediante una servidumbre relati­vamente confortable. Tal resultado impediría, a su vez, el desarrollo de una conciencia política "negativa”, revolucionaría y, por ello, un cambio cualitativo en la política. El sistema de valores, el "espíritu” predomi­nante de la sociedad, asumiría entonces el papel de un factor activo que determinaría la dirección de la evolución social''59. Se logra así la inte­riorización de nuevos valores y nuevas actitudes donde la productividad y el desarrollo de las fuerzas productivas son los valores centrales que deben regir tanto las relaciones sociales como las personales.

Marcuse sin embargo no subraya suficientemente como este cam­bio en la naturaleza del terror, o lo que es lo mismo, esta interiorización de la política represiva sólo es posible cuando el nivel de desarrollo al­canzado por las fuerzas productivas permite una redistribución de las inversiones en favor de la producción de bienes de consumo de tal ma­nera de interesar a las masas en el aumento de la productividad, es de­cir, que las masas tomen conciencia que al trabajar para la nación, tra ­bajan también para sí mismas produciéndose así una identidad de inte­reses en el progreso técnico-económico. Marcuse ve más bien la razón en una pérdida de eficiencia del terror que ya no constituye un sustituto duradero de la coordinación eficaz y racional que una sociedad indus­trial altamente desarrollada exige 60.

Por otra parte, tampoco puede negarse que la existencia de nue­vas generaciones con un nivel de cultura considerablemente más alto y la existencia de grandes cantidades de obreros con una alta preparación técnica y sometidos a un sistema educacional propio del sistema socia­

57 Ibíd., págs. 89-90.» Ib fd ., pág. 198.59 Ib íd ., pág. 199.« Ibid ., pág. 158.

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lista tiene que haber tenido una gran influencia en todo el cambio de ac­titudes y valores de la nueva sociedad aunque también resulta claro que el sistema educacional por sí solo no habría bastado. Pero, en todo caso, debe haber jugado un importante papel en el reforzamiento de la nueva estructura de valores y actitudes que estaba naciendo.

5. La nueva estructura de valores y actitudes:

Para poder comprender las características y la especificidad de las nuevas actitudes y los nuevos valores que surgen en la U.R.S.S. hay que tener presente los elementos esenciales que caracterizan al proyecto soviético de construcción del socialismo a partir de la formulación de la política staliniana del "socialismo en un solo país”. Este problema ya ha sido prácticamente analizado en las tres últimas secciones por lo que esto no es mucho más que una recapitulación de lo ya dicho.

La política del socialismo en un solo país fue reformulada des­pués de la muerte de Stalin en la meta que se proponía "alcanzar y aven­tajar” la producción de los países del capitalismo desarrollado; cuando esta meta fuera alcanzada, ya estaría preparada la base material y técni­ca del comunismo quedando así definida la nueva racionalidad de la so­ciedad soviétiva en tasas de aumento crecientes de la producción. El acercamiento al comunismo y el progreso de la sociedad es, en consecuen­cia, algo que puede ser medido cuantitativamente en cifras de aumento del producto de la sociedad. Como resultado de esta concepción, todos los sectores de la sociedad deben subordinarse al desarrollo de las fuer­zas productivas y no hay ningún sector de la sociedad que pueda tener existencia propia sino como instrumento al servicio de dicho desarrollo.

Si la subordinación al desarrollo de las fuerzas productivas y, por lo tanto, al principio de la eficiencia, garantiza la realización del comu­nismo, será entonces la estructura, entregada a su propia inercia la que conducirá por sí misma, linealmente, al logro de la libertad y a la reali­zación de ia igualdad. De esta manera, la ideología soviética llega a iden­tificar la eficiencia estructural con la liberación de manera tal que efi­ciencia, inercia de la estructura, libertad y realización de la igualdad lle­gan a confundirse61. En consecuencia, el sistema de valores y la estruc­tura de actitudes debe necesariamente subordinar la libertad socialista al esfuerzo y la disciplina, y los criterios no mensurables del desarrollo, especialmente todos los que se refieren al desarrollo social, quedan en­teramente identificados con los progresos económicos. La lógica del sis­tema impone por lo tanto, a través de las necesidades de mecanización y racionalización del progreso técnico-económico infinito, actitudes de conformidad y de sumisión estricta a las exigencias de dicho progreso. La ética soviética es así la única capaz de definir las actitudes, las con­81 Ver Hinkelammert, Franz: “ Metodología Positivista y la Dialéctica’’, Santiago, 1969.

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17.—

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ductas y las prácticas que puedan proporcionar a todos la libertad. "Y esta práctica es tanto individual como social, es decir, ha de unir al in­dividuo con un grupo social sobre la base de una causa común en virtud de la cual los intereses específicos del individuo son asumidos por la to­talidad del grupo” 62.

De todo lo anterior se desprende que las actitudes y los valores que exige la sociedad soviética deben ser actitudes y valores totalmente funcionalizados hacia el progreso y a la eficiencia. Como vimos cuando analizamos la interiorización de las nuevas actitudes, toda la estructura de valores y actitudes se funcionaliza hacia dicho progreso de tal mane­ra que se produce una identificación entre los valores de integración y 'los valores de emancipación; estos últimos se funcionalizan hacia la nue­va estructura de funcionamiento y se identifican así con la inercia de la estructura. Los valores críticos desaparecen y se convierten en una éti­ca funcional. El trabajo productivo se identifica con el contenido de la vida entera del individuo.

Se llega así a una sociedad totalmente despolitizada, donde la po­lítica es un sector especializado de la sociedad. Cuando esto sucede, es imposible que los intereses y las motivaciones del individuo estén orien­tados hacia objetivos que no sean objetivos privados, y que las actitu­des y los valores no coinciden por lo tanto con actitudes y valores de lo­gro individual; los incentivos morales, dirigidos hacia objetivos colecti­vos, pierden su significación. De este modo, necesariamente debe recu- rrirse a estímulos económicos y a los valores propios de una sociedad tecnócrata tales como el beneficio, el espíritu de iniciativa, la diferencia­ción de los salarios, el principio de la rentabilidad, etc. "En estas circuns­tancias los intereses y las motivaciones de individuos y familias están enfocadas naturalmente hacia asuntos privados y en particular hacia ca­rreras individuales y niveles de consumo familiar. Además, puesto que la economía es capaz de proveer amplias posibilidades de carreras y una expansión continua en cuanto a provisión de bienes de consumo, estas motivaciones resultan efectivas para regular la cantidad, calidad, locali­zación y disciplina de la fuerza laboral. Probablemente hoy no hay en el mundo país capitalista, con la posible excepción de Japón, en el cual los mecanismos burgueses clásicos operan tan eficientemente para asegurar las clases y cantidades de trabajo necesario para propulsar la econo­mía” 6J.

Pero no sólo los valores y las actitudes económicas se subordinan al progreso técnico-económico; todos los valores éticos individuales, ta­les como los valores respecto al matrimonio y al divorcio, a las relacio­nes sexuales, sobre la responsabilidad familiar, etc., deben conformarse en una moral rígida y autoritaria que debe ser implantada para impedir que cualquier comportamiento individual, por alejado que esté de la es­62 Marcuse, op. cit., pág. 209.63 Huberraan, Leo y Sweezy, Paul: “ Las lecciones de la experiencia Soviética” , Monthly Review, Año IV,

número 45, Dic. 1967., pág. 6.

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fera de la producción, esté funcionalizado hacia el desarrollo económico de acuerdo a las exigencias de la industrialización. Así, todos los valores éticos son referidos a las exigencias de la sociedad soviética y están va­lidados en último término por una meta política externa: la consecución de la sociedad comunista entendida como una sociedad económica y téc­nicamente desarrollada.

Todos estos hechos ponen de manifiesto lo analizado por Marcuse cuando compara la ética occidental y la soviética de que en al­gunos aspectos significativos, “ .. .los dos sistemas antagónicos mostra­ban una tendencia paralela: la industrialización total parece exigir mo­delos de actitud y organización que limitan las diferencias esenciales, políticas e ideológicas entre ambos sistemas. "La gestión eficiente", alta­mente racionalizada y centralizada, y su actuación sobre un material hu­mano y técnico igualmente racionalizado y coordinado, tienden a fomen­tar la centralización política y cultural. En Occidente, esta tendencia ha llevado a un desgaste de la ética liberal humanística que se centraba en tomo a la idea del individuo autónomo y de sus derechos inalienables. Sin embargo, el sistema de valores que procedía de una etapa anterior ha sido mantenido en su conjunto (después de la liquidación de los Es­tados fascistas y nazi, que lo habían destruido), si bien en contradicción cada vez más patente con la práctica existente. En el Estado soviético, la industrialización total se realizó en condiciones incompatibles con la ética liberal: por tanto, el Estado revolucionario y postrrevolucionario creó su propio sistema de valores y adoctrinó a la población de acuerdo con ellos. Sin embargo, la industrialización total contemporánea y sus métodos y técnicas de trabajo proporcionan un denominador común que hace discutible una contraposición abstracta entre la ética occidental y la ética soviética” 64.

Como ya lo habíamos dicho, esta total funcionalización de la so­ciedad y por lo tanto de los valores y de las actitudes hacia el desarrollo de las fuerzas productivas nos hace ver cómo la misma liberación y sus valores críticos de emancipación se encuentran al servicio de dicho de­sarrollo; incluso la reducción de la jom ada de trabajo que para Marx era un requisito básico para la libertad, en la U.R.S.S. se la subordina al aumento de la productividad puesto que el tiempo libre debe dedicarse a educación complementaria. El programa del Partido en 1961 indicaba que la reducción de la jornada laboral a 5 ó 6 horas en menos de diez años era una de las tareas principales del Partido, puesto que de ese mo­do “el tiempo libre de los trabajadores bajará visiblemente, lo que crea­rá condiciones nuevas para elevar su nivel cultural y técnico" 65. Lo mis­mo sucede con todos los demás sectores de la sociedad.

Representativo de esta total funcionalización resultan las exhor­taciones respecto a la moral del trabajo. Según los soviéticos, no sólo el

** Marcuse, op. cit., págs. 200-201.* Programa de 1961, pág. 579, citado en Marcuse, op. cit., pág. 189.

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trabajo es en sí “un honor y una gloria” y la “emulación socialista” un deber incondicional, sino que todo trabajo posee bajo el socialismo un carácter creador; cualquier forma de desprecio hacia el trabajo manual perjudica a la educación comunista. En la sociedad soviética, “el amor al trabajo” constituye "per se” uno de los principios supremos de la mo­ral comunista, y el trabajo es considerado en sí mismo como uno de los factores más importantes en la formación de las cualidades morales. Da­do el valor moral del trabajo en una sociedad socialista, las diferencias existentes entre el trabajo intelectual y el manual, entre el trabajo ele­vado y el humilde, carecen de importancia y significación” 66. .. “No pue­de existir por definición trabajo enajenado en la sociedad soviética pues­to que la producción está nacionalizada” 67. Al negar así la existencia de trabajo enajenado, se rechaza toda posible crítica en nombre de la reali­zación total del individuo donde el trabajo constituye el libre despliegue de las facultades humanas. Como dice Marcuse, " .. .al negar que la no­ción de enajenación sea aplicable a la sociedad soviética, la ética soviéti­ca priva de fundamento moral a la protesta contra una organización so­cial represiva del trabajo, y ajusta la estructura moral y el carácter del individuo a esta organización. El trabajar al servicio del Estado soviéti­co constituye algo ético “per se”, y es la verdadera vocación del hombre soviético. Las necesidades y aspiraciones individuales son sometidas a disciplina; la remuneración y el esfuerzo constituyen el camino que con­duce a la salvación. La teoría y la práctica que habían de conducir a una nueva vida de libertad, se convierten en instrumentos de preparación de hombres para una forma de trabajo más productiva, más intensa y más racional. Lo que el espíritu de trabajo calvinista logró mediante el refor­zamiento de la ansiedad irracional respecto a las decisiones divinas siem­pre ocultas, se logra en la ética soviética a través de medios más raciona­les : una existencia humana más satisfactoria será la recompensa por la productividad en constante aumento del trabajo" 6S.

Así el concepto mismo de libertad y la negación de toda enajena­ción tienen la función de dar una sanción moral a la necesidad de crear una fuerza laboral disciplinada y bien preparada para producir una can­tidad cada vez mayor de mercancías. Los valores morales de liberación se invierten en una subordinación del placer al deber de poner todo al servicio del Estado, del Partido y de la sociedad, puesto que son estos los que aseguran al individuo la realización de su libertad.

Toda posibilidad de crítica y de toma de conciencia de los valores de liberación del concepto trascendental del comunismo realizado, que­dan eliminadas. Etica funcional y valores de integración son a la vez éti­ca de liberación y la libertad es la integración en el progreso económico. Por otra parte, toda toma de conciencia es toma de conciencia de clase pero en la U.R.S.S. la clase dominante es representante del interés ge­66 Marcuse, op. cit., págs. 40-41.67 Ibld., pág. 244.“ Ib id., pág. 245.

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neral, representa lo “universal” como dice Sartre, en la medida en que es capaz de arrastrar al país entero a la edificación del socialismo y al comunismo, por lo que cualquier crítica es una crítica a la propia reali­zación del comunismo y por lo tanto, a la propia libertad. El principio de la eficiencia como principio fetichista-mistificador constituye el vínculo a través del cual la clase dominante se legitima como representante de lo universal y se impone a la sociedad en teraf9. Al mismo tiempo, es el principio legitimador de toda manipulación y de todo control tanto ideo­lógico como político.

En resumen, podemos decir que el principio de la eficiencia iner­te como constitutivo de todo el proyecto socialista soviético, que iden­tifica la libertad y la igualdad con la inercia de las estructuras, permite la total funcionalización de la sociedad hacia la estructura de funciona­miento socialista, funcionalización que se extiende hasta los mismos va­lores de liberación los cuales son convertidos en instrumentos ideológi­cos, y de esa manera, al servicio de las estructuras y de la clase dominan­te. Este principio unificador impide de esta manera el surgimiento de toda crítica en nombre de los valores del concepto trascendental como negación de todas las estructuras enajenadas.

“ Hinkelammert, op. cit., págs. 43-44.

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La Revolución Cultural China

1. La estructura de valores y actitudes: concepción teórica

Los chinos, siguiendo a Lenin y Stalin, reconocen el carácter au­tónomo de la superestructura de valores y de actitudes en relación a la base, siendo la primera de fundamental importancia llegando en muchos casos a jugar un papel decisivo. Esto implica el reconocimiento de que el nuevo modo de producción socialista no puede progresar, e incluso se encuentra amenazado por transformaciones regresivas, sin la crea­ción de estructuras de valores, actitudes, comportamientos e ideas so­ciales adecuadas. "Cuando las superestructuras, tales como la política, la cultura, etc., impiden el desarrollo de la base económica, las reformas políticas y culturales pasan a ser los factores principales y decisivos. Al manifestar esto, ¿estamos acaso contradiciendo el materialismo? Nó. La razón es que, mientras reconocemos que en el desarrollo de la histo­ria en su conjunto son las cosas materiales en su conjunto las que de­termina la conciencia social, al mismo tiempo reconocemos, y tenemos que hacerlo, la reacción de las cosas espirituales, la reacción de la con­ciencia social en la existencia social y la reacción de la superestructura sobre la base económica” 70.

Esta concepción no se encuentra muy alejada de la concepción soviética acerca del carácter autónomo de la superestructura de valores la cual no sería un mero reflejo de la base sino algo que puede cobrar vida propia e influir sobre la misma base; sin embargo, si profundiza­mos un poco más en el análisis, nos encontramos con una diferencia que resulta de fundamental importancia y que determina toda la concepción china de la sociedad socialista. Esta se refiere al carácter que se le con­fiere a las sobrevivencias capitalistas; éstas no tienen un carácter me­ramente residual que pueda ser eliminado de una vez y para siempre a través de distintos esfuerzos de educación de las masas como la concebía Stalin sino que son algo inherente a la misma estructura socialista, la cual las reproduce continuamente. Si bien es cierto que no pierden el carácter de sobrevivencias puesto que son principalmente las antiguas"•Mao Tse-tung: “ Cuatro Tesis Filosóficas” , Ed. en Lenguas Extranjeras, Pekín; 1966., pág. 65.

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clases, las antiguas tradiciones y costumbres y el capitalismo interna­cional los responsables directos de su permanente reproducción, es la misma estructura socialista la responsable en último término de que estos elementos residuales no puedan ser superados puesto que la so­ciedad socialista aún se encuentra impregnada de contradicciones y, por lo tanto, aun sobreviven estructuras de valores y capaces de vitalizar en cualquier momento las antiguas concepciones e ideologías y con ello, la lucha de clases. "La ley de la lucha de clases en la sociedad socialista nos dice que las clases explotadoras, aunque derrotadas, no dejan ni un momento de soñar con la recuperación de su paraíso perdido. Mantie-

. nen aun considerable influencia en el terreno ideológico y controlan un buen número de posiciones en ese campo. La fuerza espontánea y la fuerza de la costumbre de la pequeña burguesía urbana y rural no de­saparecerán rápida y totalmente debido sólo a la colectivización. Además, surgirán de continuo nuevos elementos burgueses. Al mismo tiempo, las fuerzas capitalistas internacionales tratan, por mil y un medios y a tra­vés de diversos canales, de producir una "evolución pacífica” en los paí­ses socialistas” 71. De aquí que " .. .antes de que la concepción proletaria del mundo tome el mando en la mente de los antiguos intelectuales, la concepcióh burguesa del mundo y la vieja ideología y hábitos de la bur­guesía que aun subsisten, continuarán funcionando, siempre tendientes a manifestarse obstinadamente en la vida política y otros terrenos, y es­forzándose por difundir su influencia. Tratan siempre de transformar el mundo según la concepción que de él tienen la clase terrateniente y la burguesía” 72. "Después de haber sido derrocado el régimen reaccio­nario y abolida la propiedad de la clase terrateniente y la burguesía, los elementos reaccionarios de la clase terrateniente y la burguesía deposi­tan su esperanza de restauración en la lucha en el terreno ideológico. Tratan de conquistar a las masas y de engañarlas con las viejas ideolo­gías y costumbres de las clases explotadoras, con el propósito de rea­lizar la restauración de la clase terrateniente y la burguesía” 73.

De aquí que la lucha de clases continúa en el socialismo y conti­nuará existiendo hasta que no se haya alcanzado la sociedad comunista. Mao insiste en que " .. . la lucha de clases entre el proletariado y la bur­guesía en el terreno ideológico, será aun larga, tortuosa y a veces incluso, muy enconada. El proletariado aspira a transformar el universo según su concepción del mundo y la burguesía según la suya. A este respecto, aún no ha sido resuelta en definitiva la cuestión de quién vencerá: el so­cialismo o el capitalismo” 74. Estas clases en el socialismo no son clases tal como las existentes en la sociedad capitalista que se definen según la propiedad de los medios de producción sino clases funcionales de obre­ros y campesinos, cuadros del Partido, administradores, intelectuales,71 “ ¡Viva la Victoria de la Gran Revolución Cultural bajo la Dictadura del Proletariado” , Ed. en Lenguas

Extranjeras, 1968., págs. 19-20.n "G ran Revolución Cultural Socialista en China” , Ed. en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1966, pág. 3.™ Ibfd., pág. 3.7« "Viva la Gran. . op. cit., pág. 20.

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etc. Por eso, las contradicciones en el seno del pueblo en la sociedad socialista no son contradicciones antagónicas aunque pueden transfor­marse en agudos antagonismos si no se tratan como es debido o "si se pierde el sentido de la vigilancia y se incurre en la negligencia” 7S. En consecuencia, en última instancia, la lucha de clases es una lucha ideo­lógica, una lucha entre la concepción proletaria del mundo y la concep­ción burguesa, es decir, una lucha entre el sistema socialista y todos los sistemas de explotación, una lucha entre el proletariado y la burguesía y una lucha entre los esfuerzos por convertir ésta en una dictadura de la burguesía; por esto, en su conspiración para la restauración del capi­talismo, la burguesía derrocada siempre pone en primer lugar a la ideo­logía, apoderándose de ella y de su superestructura para preparar ideo­lógicamente al pueblo.

De todo lo anterior se desprende que el socialismo no está garan­tizado de por sí, como lo suponen los soviéticos, sino por el contrario, aun no se sabe quién vencerá, si el socialismo o el capitalismo, por lo que para obtener la victoria final, el proletariado tiene que estar pre­parado en todo momento para dar una respuesta a cualquier desafío de la burguesía en el terreno ideológico y mantener una vigilancia revolu­cionaria y una lucha resuelta contra los enemigos de clase. Por esto en China, al contrario de la U.R.S.S. el triunfo final del socialismo se de­cide a nivel de la superestructura y no a nivel de las fuerzas productivas ya que sólo con una ideología y valores realmente proletarios se puede llegar a la meta, es decir, al comunismo. La Gran Revolución Proleta­ria está destinada precisamente a este objetivo, es decir, a resolver la cuestión planteada por Mao acerca de quién vencerá a quién en lo ideo­lógico: el proletariado o la burguesía, apoyándose en la conciencia polí­tica de las masas y en su autoeducación ideológica. Pero las líneas no sólo deciden sobre el triunfo del socialismo o la restauración del capi­talismo sino también son las que determinan el mismo desarrollo de las fuerzas productivas y esto no solamente en cuanto a la necesidad de ha­cer desaparecer las actitudes, los valores y los comportamientos hereda­dos del pasado y sustituirlos por actitudes, comportamientos y valores funcionales a las exigencias mismas del desarrollo de las fuerzas pro­ductivas sino porque es la fuerza de las ideas, el espíritu transformado de la colectividad el único capaz de crear la fuerza material necesaria para la transformación de la sociedad y el desarrollo de las fuerzas pro­ductivas. Aquí nuevamente nos encontramos con una concepción fun­damentalmente distinta a la concepción staliniana según la cual no eran las ideas y la movilización de las masas los instrumentos necesarios para la transformación de la sociedad sino la organización, la raciona­lidad y los factores tecnológicos.

Toda esta concepción de la superestructura de valores y sus con­secuencias se encuentra basada en la concepción de Mao acerca de la75 Mao Tse-Tung, op. cit., pág. 98.

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contradicción, la cual se aplica a todos los aspectos de la realidad y por ser la "esencia misma de las cosas” es también la ley en la cual se basa el pensamiento; es como dice Lenin: “universal y absoluta” 76. La resolu­ción de las contradicciones solamente puede venir de una "toma de con­ciencia” por lo que los métodos que deben seguirse son la crítica y laautocrítica, el estudio y las campañas de educación de las masas, de exhortación y un mínimo de violencia, puesto que solamente es posible corregir las contradicciones a través del racionamiento y la discu­sión 71. Como resultado de la universalidad de la contradicción, surge la necesidad de concebir la sociedad socialista como una sociedad poli­tizada, donde las masas movilizadas deben poseer una alta conciencia política y donde la sociedad tiene la obligación de tener como una desus preocupaciones fundamentales su formación ideológica.

Todo el proceso de formación de una sociedad politizada —en oposición a la sociedad despolitizada soviética— en que las masas tienen una elevada conciencia política y donde la política ocupa un lugar cen­tral en la vida nacional, empieza con la toma del poder en 1949, pero se consolida con la Gran Revolución Cultural Proletaria por lo que para comprender mejor el significado que ella pueda tener para los chinos recurriremos a los mismos documentos de la Revolución Cultural y tra­taremos de buscar en ellos el papel que debe en la construcción del so­cialismo a la revolucionarización ideológica y la movilización política de las masas.

—La Gran Revolución Cultural Proletaria:

La Revolución Cultural, como una nueva etapa de la revolución socialista, se planteaba como objetivo primordial el “ ...ap las ta r, me­diante la lucha, a los que ocupan puestos dirigentes y siguen el camino capitalista, criticar y repudiar la ideología de la burguesía y demás clases explotadoras, y transformar la educación, la literatura y el arte y los demás dominios de la superestructura que no corresponden a la base económica del socialismo, a fin de facilitar la consolidación y el desarrollo del sistema socialista” 7S. Con esto se pretende liberar al Partido Comunista Chino de la influencia de los que siguen el "ca­mino capitalista”, es decir, de todas aquellas personas que utilizan sus posiciones de autoridad para acumular privilegios y dominar despóti­camente al pueblo divorciándose cada vez más de las masas. La lucha contra el "revisionismo” o contra la “evolución pacífica” hacia el co­munismo que no es otra cosa que una evolución hacia la restauración del capitalismo pretende eliminar los elementos del viejo aparato en el Partido, el gobierno y la economía que se estaba convirtiendo en un aparato burocrático de enormes dimensiones y al mismo tiempo76 Mao Tse-Tung, op. cit.77 Han Suyin “ La Chine en l ’an 2001” , London, 1967, págs. 194-195.** “ Decisión del Comité Central dcí Partido Com unial de China sobre la Gran Revolución Cuk-ural Prole­

taria” , Ed. en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1966. Punto 1.

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combatir la ideología burguesa enormemente persistente que pretende restaurar el capitalismo. El blanco principal de la Revolución Cultural fue por lo tanto, todo el grupo de privilegiados que estaban haciendo mal uso de su poder para satisfacer sus propios intereses personales, es decir, según la terminología china, aquellos que estaban siguiendo el camino capitalista. En este sentido podría considerársela más bien como una revolución ideológica y política que cultural en sentido estricto aunque nosotros nos centraremos principalmente en su importancia para el cambio de las estructuras de actitudes y valores. Para ello, el método utilizado no fue el Terror, frente al cual se hacen una serie de adverten­cias para prevenirlo, sino la movilización de los no privilegiados y muy especialmente de la juventud que había sido educada en la revolución y que aún no se encontraba expuesta a las tentaciones de los privilegios y del poder. Con este fin se formaron grupos, comités y congresos cul­turales revolucionarios en las localidades y en los sitios de trabajo tales como escuelas, fábricas, minas y otras empresas, en los barrios y en las aldeas.

La Gran Revolución Cultural Proletaria es, por lo tanto, un intento de crear una sociedad politizada, es decir, una sociedad que se apoya en la permanente movilizacióta política de las masas, basada en la teoría sostenida por Mao acerca de la revolución como un proceso continuado y cuya idea central es " . . . que la situación existente debe ser constante­mente revisada y puesta en discusión, a objeto de prevenir la reemer­gencia de las antiguas clases explotadoras en posiciones de influencia por medio de repetidos movimientos de "lucha de clases” y toda una serie de campañas de “reforma del pensamiento” y "movimientos de rectifi­cación” 19. Como puede observarse claramente, el concepto rector de toda la Revolución Cultural es que los valores humanos fundamentales, al pensamiento y las motivaciones de la gente son el factor crucial en el funcionamiento de la sociedad; aunque se había llevado a cabo una re­volución política a través de la cual se nacionalizó los principales recur­sos productivos, el triunfo del socialismo y el éxito de la revolución sólo puede lograrse gracias a una revolución en la mente de los hombres, una completa reestructuración de los esquemas mentales hasta crear una nueva ética, es decir, un conjunto de normas que guíen la conducta de los hombres en conformidad con la nueva sociedad que se quiere cons­truir. El fenómeno fundamental de esta nueva ética debe ser la exalta­ción del interés social sobre el interés particular inmediato, de los va­lores proletarios sobre los valores burgueses. El Diario del Ejército de Liberación del 3 de noviembre de 1966 resume toda la concepción china acerca de la estructura de valores y actitudes y del papel que en este sen­tido cabe a la Revolución Cultural cuando dice: "Destruir el concepto milenario de la propiedad privada y establecer el concepto socialista de propiedad pública, en un campo ideológico, es fundamentalmente una

™ Schram, Stuart R.: "The Political Thougth of Mao Tse Tung” .

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gran revolución... Las ideas, la cultura, las costumbres, los hábitos, los conceptos políticos, legales, sobre arte y otros, son todas formas ideo­lógicas que en la sociedad caen bajo la denominación de cultura. ¿Por qué deberíamos llevar a cabo una revolución cultural en el período del socialismo? La razón es que la base económica de la sociedad ha sufrido un cambio fundamental. De acuerdo con un principio marxista-leninista y del pensamiento de Mao Tse-Tung, las fuentes intelectuales de la con­ciencia material y social, emergen de la existencia social, de la base socior económica y del sistema social de la propiedad. La conciencia social es secundaria, pero al mismo tiempo tiene un tremendo impacto e influen­cia en el ser social. En China se ha efectuado la transformación socia­lista de la propiedad de los medios de producción y se ha establecido el sistema socio-económico de la propiedad pública. Por haberse cam­biado la base económica, debe también cambiar la superestructura ideo­lógica para marchar al unísono. De otro modo obstruirá la consolidación de la propiedad socialista, impedirá el desarrollo de las nuevas formas sociales de producción, llevará a la pérdida de los frutos de la revolu­ción adquiridos y dará lugar al revisionismo y la restauración del capi­talismo, causando el retroceso de nuestro país hacia el camino del viejo colonialismo feudal o semi-feudal” 80.

El resultado de la Revolución Cultural dependerá de que se logre una real movilización de las masas a través de la revolucionarización ideológica de todo el pueblo de tal modo que pueda dar origen al "nue­vo hombre socialista” quien deberá tener al mismo tiempo conciencia política y ser capaz de promover la producción encarando tanto traba­jos manuales como intelectuales. A esta necesaria movilización se re­fieren los puntos tercero y cuarto de la Decisión del Comité Central del Partido Comunista de China sobre la Gran Revolución Cultural Prole­taria cuando dicen que debe ponerse en primer lugar el "atreverse” y movilizar audazmente a las masas y "dejar que las masas se eduquen a sí mismas en el movimiento” : “Hay que confiar en las masas, apoyarse en ellas y respetar su iniciativa. Hay que desechar el "temor”. No se debe temer que se den casos de desorden. El Presidente Mao nos ha dicho frecuentemente que la Revolución no puede ser tan fina, tan apacible, tan moderada, amable, cortés, restringida y magnánima. Hay que dejar que las masas se eduquen a sí mismas en el movimiento revolucionario y aprender a distinguir entre lo justo y lo erróneo, entre la forma correc­ta de proceder y la incorrecta. Es necesario lograr una plana y franca exposición de opiniones haciendo pleno uso de los "dazibaos” y de los grandes debates, de modo que las masas clarifiquen los puntos de vista correctos, critiquen los errores y desenmascaren a todos los monstruos. De esta manera, las amplias masas podrán, en el curso de la lucha, elevar su conciencia política, incrementar su capacidad, distinguir entre lo

?0 Citado en Wheelwright, E. L.: “ La Revolución Cultural en China” , en Monthly Review - Año IV, N? 40, julio 1967, pág. 30.

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justo y lo injusto y trazar una clara línea de demarcación entre los ene­migos y los propios” 81.

2. El cambio en la estructura de valores y actitudes:

La nueva sociedad socialista que se instaura en China tal como ha sido planteada requiere de un nuevo sistema de valores y de actitudes que están conformes a la nueva base económica de la sociedad y a sus objetivos de construir una verdadera sociedad socialista. Sin embargo, las nuevas actitudes y los nuevos valores requeridos por el nuevo orden social que se quiere construir no tienen como único fin el crear una su­perestructura ideológica adecuada a la base econótnica socialista de tal manera que se orienten al desarrollo de las fuerzas productivas desata­das por la colectivización de la economía como sucedió en el caso sovié­tico; éstos deben tener también como fin explícito la lucha por el triun­fo del socialismo y contra toda forma de revisionismo que pueda llevar a la restauración del capitalismo. Esto está expresado en el Punto 14 de la Decisión del Comité Central donde se hace un llamado a "empe­ñarse en la revolución y promover la producción” : “La Gran Revolución Proletaria tiene por objetivo hacer más revolucionaria la conciencia del hombre, lo que permitirá conseguir más, más rápidos mejores y más económicos resultados en todos los campos de nuestro trabajo. Si las masas populares son plenamente movilizadas y se hacen arreglos apro­piados, es posible llevar a cabo tanto la revolución cultural como la producción sin que sea afectada ni una ni otra, y garantizar una elevada calidad en todo nuestro trabajo.

"La Gran Revolución Cultural Proletaria es una poderosa fuerza motriz para el desarrollo de las fuerzas productivas sociales en nuestro país. Es incorrecto todo punto de vista que contraponga la gran revo­lución cultural al desarrollo de la producción” 82.

Como bien puede desprenderse de estos párrafos, la sociedad so­cialista tiene dos objetivos distintos, que están claramente explicitados y que no deben considerarse como objetivos antagónicos sino como dos metas de mutua complementación: el desarrollo de las fuerzas produc­tivas y el asegurar que este desarrollo conduzca a la sociedad hacia el verdadero socialismo y por lo tanto hacia el comunismo, evitando así 1̂ peligro de la restauración capitalista. La nueva estructura de valores debe tener presente por lo tanto estos dos objetivos, es decir, se debe intentar dar origen a dos tipos de valores y de actitudes distintos pero no con­trarios uno al o tro : por una parte deben existir valores y actitudes orien­tados hacia el desarrollo de la producción y por otra parte, a través de la formación ideológica y de la conciencia política de las masas, se deben crear actitudes de crítica permanente a toda forma de revisionismo y a81 “ Decisión del. . Punto 4.82 Ibíd., Punto 14.

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la ideología burguesa y en general a cualquier acción que pueda poner en peligro la consolidación y el desarrollo del sistema socialista confor­me a los principios del pensamiento de Mao Tse-Tung. Para simplificar diremos que la nueva superestructura ideológica debe cumplir con dos objetivos elementales: desarrollar actitudes y valores funcionales al de­sarrollo de las fuerzas productivas, es decir, una ética funcional y crear valores y actitudes "críticas” frente al camino que va tomando dicho desarrollo, es decir si conduce al triunfo del socialismo o si por el con­trario está siendo encausado de tal manera que pueda conducir hacia la restauración del capitalismo. Aquí es donde juegan un papel esencial los objetivos y los incentivos no materiales; si para aumentar la pro­ducción se recurre a los incentivos materiales, éstos tarde o temprano provocarán la restauración del capitalismo. Stalin, según los chinos, de­jándose llevar por el oportunismo recurrió a los incentivos materiales y echó así las bases de la posterior restauración capitalista de Jruschov. Sólo los objetivos morales pueden asegurar el triunfo del socialismo y prevenir contra la restauración capitalista.

Aun queda en pie la pregunta de si esta dualidad del sistema de actitudes tal como la entienden los chinos que supone una relación de ambos objetivos (desarrollo económico y revolución permanente) en términos de complementación no tiene subyacente una subordinación de la revolución al desarrollo de las fuerzas productivas en la medida en que la revolució|n no es una crítica al mismo desarrollo incontrolado de las fuerzas productivas. Así por ejemplo, el llamado de Mao en la consigna "Hay que combatir el concepto de lo privado y repudiar el revisionismo” cumple al mismo tiempo con los dos objetivos que res­ponden al llamado de "empeñarse en la revolución y promover la pro­ducción” puesto que al mismo tiempo que rompen con los sistemas de valores y de actitudes antitéticos al desarrollo de la nueva base econó­mica colectivizada cumple también con otro objetivo igualmente impor­tante, es decir, fortalece la educación ideológica al transformar toda clase de ideas no proletarias en la mente del pueblo elevando así su conciencia política para evitar toda forma de revisionismo. En todo caso, este punto será desarrollado en la última parte de este trabajo cuando analicemos la nueva estructura de valores a que dio origen la revolución cultural.

De acuerdo a lo dicho más arriba, la idea central que orienta la nueva estructura de valores es la separación entre el trabajo y las recom­pensas materiales; es decir, el primer objetivo de la nueva estructura de valores es limitar al máximo el papel de los estímulos materiales e in­dividuales para conceder preponderancia a los estímulos no económi­cos y colectivos; el interés inmediato debe sacrificarse en nombre del interés social puesto que la orientación de la actuación según valores que reflejan el interés inmediato engendran inevitablemente la "explotación del hombre por el hombre”. Los estímulos no económicos se basan fun­

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damentalmente en el reconocimiento social de las cualidades desplega­das por cada uno en su trabajo y en sus relaciones con los demás. "Como es obvio —dice Bettelheim— tal reconocimiento tiene un carác­ter educativo. Por lo tanto, no se trata de lograr una "recompensa” sino una demostración y una confirmación indiscutibles. En efecto; el ca­rácter educativo de la afirmación pública del valor social de ciertas ac­titudes o cualidades, no puede jugar un papel positivo sino cuando la afirmación representa el reconocimiento colectivo de un valor social vivido subjetivamente y asumido como tal por un buen número de miem­bros de la sociedad” Y, para lograr esto, lo principal parece ser erra­dicar el concepto de lo privado a través de un fortalecimiento de la ideología. Con ello se combaten todas las tendencias espontáneas hacia el capitalismo, tales como el desprecio del trabajo manual, la tendencia a utilizar la educación como medio de proveer una base de poder y de prestigio, la tendencia a "avanzar por su cuenta, la separación de la vida de las masas, etc.

—Condiciones favorables al cambio de valores y actitudes:

En China, los esfuerzos emprendidos para lograr un cambio de la antigua estructura de valores y actitudes en el sentido antes mencionado se encontraron con algunos hechos que favorecían la creación de una es­tructura de valores nueva y que no se encontraron presentes en la U.R.S.S. Estos fueron básicamente dos: por una parte, la existencia de un sis­tema de valores y de actitudes tradicionales que en una serie de aspectos ofrecía condiciones muy favorables a la creación de una nueva super­estructura ideológica adecuada a la nueva estructura socialista y, por otra parte, la especificidad misma del proyecto de desarrollo socialista chino que, a diferencia del soviético, no tendía a crear contradicciones agudas entre las necesidades inmediatas del individuo y las necesidades de la sociedad como un todo, es decir, no tendía a profundizar la con- tradición entre necesidad y Plan presente en la U.R.S.S. que agudizaba el problema de las actitudes antitéticas.

Entre las condiciones favorables con que contaba China para em­prender un cambio de valores y crear una estructura de valores adecua­da a la nueva sociedad socialista se encontraba la alta densidad de pobla­ción del país que obligó siempre al campesino a una agricultura inten­siva, que aprovechaba al máximo los recursos disponibles; esto a su vez k» obligaba a desarrollar un sentido práctico bastante agudo. Todo ésto debe haber jugado un importante papel cuando los cambios en la estruc­tura económica permitieron desarrollar nuevas fuerzas productivas pues­to que ayudaba a una funcionalización de los valores y las actitudes a lá nueva estructura de funcionamiento socialista. Otro elemento impor­tante y relacionado con el anterior se encuentra en toda la tradición de■ Bettelheim, op. cit., 153.

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solidaridad presente en el pueblo chino y especialmente en el campesi­nado debido a la pobreza de los recursos y a la frecuencia de las catás­trofes naturales. "Las condiciones ambientales —dice Bettelheim— ha­cían de la solidaridad y de la ayuda mutua una necesidad objetiva” 84. Por otra parte, la preponderancia de las formas de producción precapi- talistas y la poca fuerza con que entró el capitalismo en China hacían del pueblo chino, según las palabras de Mao Tse-Tung, "una página en blanco sobre la que se podían escribir los más bellos poemas”. Refirién­dose a eso, Bettelheim dice que " . . . La antigüedad de la cultura china, la extensión del país, el desarrollo casi nulo de los medios de transporte, la débil moneterización de la economía campesina y el hecho de que la dominación colonial directa sólo se ejerciera sobre una parte limitada del territorio, originaron otra característica: la poca influencia de los aspectos negativos del desarrollo capitalista sobre la mentalidad del pueblo chino” 85. Por último, la pobreza generalizada del pueblo chino hacían que las diferencias materiales jugaran un papel poco importan­te y por lo tanto no fuera tan difícil erradicarlas cuando se trató de crear actitudes favorables a la persecución de objetivos sociales.

Resulta fácil comprender entonces que todas estas características deben haber jugado un papel importante en el desarrollo de las nuevas actitudes al facilitar ampliamente la limitación de los incentivos ma­teriales individualistas y la actuación que se rige por valores de interés inmediato. Por otra parte, la tradición cultural y filosófica china, según lo señala Han Suyin, no era ajena al pensamiento dialéctico por lo que la conversión de la filosofía marxista en práctica cotidiana de las masas no resultaba algo tan excepcional. El pensamiento dialéctico era cono­cido en China puesto que la dualidad universal estaba implícita en gran parte de su filosofía. “El uno se divide en dos” del Taoísmo y el con­cepto de la oposición Yin-Yang presente en toda la naturaleza, se apro­ximan el principio leninista de la unidad de los contrarios” 86. Además, la noción del hombre como un ser educable, aunque perfectible, con el acento en la reforma del pensamiento a través de la educación es esen­cial en toda la tradición ética china.

Bettelheim señala además otros dos factores que contribuyeron a crear una partida favorable a la construcción de una superestructura socialista: la existencia de una antigua civilización urbana a pesar del predominio numérico de la población rural y, por otra parte ,1a conti­nuidad y la duración de la lucha revolucionaria que tuvo como conse­cuencia la coalición de tres clases (obreros, campesinos y burguesía nacional) que se había formado durante el curso de la revolución de liberación nacional, coalición que se mantuvo a lo largo de la etapa de democracia popular y que sirvió como etapa de transición hacia el so­cialismo. El contacto con la burguesía nacional que no era una burguesía« Ibfd., pág. 17.“ Ibíd., pág. 17.“ Han Suyin, op. cit., pág. 189.

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imperialista, sirvió a los nuevos cuadros surgidos de la clase obrera y del campesinado, para aprender tareas de dirección de lucha de masas, con más de veinte años de lucha militar y de experiencia en la dirección política y en la gestión económica de diferentes regiones del territorio chino

Por otra parte, la política económica china, especialmente a par­tir de 1960, año en que los soviéticos retiran su ayuda y en que se re- formula la política económica china alejándose del modelo soviético para volver a restablecer el equilibrio entre los sectores de la economía, permitió evitar los serios problemas que tuvo que soportar la U.R.S.S. para integrar a las masas a una sociedad desgarrada por una contra­dicción entre los intereses inmediatos de los individuos y los intereses sociales expresados en el Plan Central. Esto, que en la U.R.S.S. parece haber sido uno de los principales responsables de la persistencia de las actitudes antitéticas a la construcción del socialismo y de la necesidad de una política administrativa para obligar a los individuos a adaptar sus comportamientos a las necesidades del Plan, no parece haberse pre­sentado en China como un problema especialmente agudo puesto que las mismas características del plan de desarrollo económico chino permi­tieron evitarlo. El mismo Mao insiste en la necesidad de mantener un cierto equilibrio entre las necesidades de los individuos y las necesida­des de la planificación económica, expresado en el equilibrio entre acu­mulación y consumo: “ .. .las contradicciones entre la producción social y las necesidades sociales, que seguirán existiendo objetivamente durante un largo período, deberán ser reguladas constantemente por medio de los planes del Estado. En nuestro país se elabora anualmente el plan económico y se establecen las adecuadas proporciones entre la acumu­lación y el consumo, a fin de lograr el equilibrio entre la producción y las necesidades de la sociedad. Lo que llamamos equilibrio es la unidad temporal y relativa de los contrarios. Un año después, este equilibrio tomado en su conjunto, es roto por la lucha de los contrarios, la unidad obtenida sufre un cambio, el equilibrio se convierte en desequilibrio, la unidad deja de serlo; y una vez se hace necesario conseguir el equilibrio y la unidad para el año siguiente. En esto precisamente reside la supe­rioridad de nuestra economía planificada” 8S.

La política económica china a partir de 1960 se define por la con­signa de "tomar a la agricultura como base y a la industria como factOT dirigente” y significa una reducción de los esfuerzos de acumulación en la industria pesada, concibiéndose la edificación industrial como algo que debe adaptarse a las necesidades de la agricultura y a la disponibili­dad de mano de obra provenientes del campesinado. Este rechazo del modelo soviético en el cual se otorga un desarrollo prioritario a la in­dustria pesada se puede explicar fácilmente si se tiene en cuenta que

® Bcttelheim, op. cit., págs. 19-20.■M ao Tse-Tung, op. cit., págs. 104-105.

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en China, con su elevada densidad de población y donde la población agrícola representa m¿s del ochenta por ciento de la población total, el sector agrícola es el sector predominante por el volumen de empleo que representa y, en consecuencia, no se le puede marginar. Por otra parte, el bajo nivel de desarrollo económico chino junto con la densidad de su población, hacen que una acumulación industrial como la sovié­tica condenan a gran parte de su población al hambre y la convierten por lo tanto en algo impracticable. De aquí que en China, al contrario de la U.R.S.S. donde se concedió prioridad a una industrialización ba­sada en el rápido crecimiento del empleo urbano dada la cantidad limi­tada de trabajadores que podía desplazarse hacia las ciudades sin afectar la producción agrícola se optó por un desarrollo de la industria pesada llamado a sostener el desarrollo de la agricultura. Para esto, era nece­sario seguir una clara política de enclave industrial, es decir, la industria pesada debía convertirse en un verdadero enclave de tal manera que el aumento de la producción descansa, no sobre un aumento del empleo industrial, sino sobre un aumento de la productividad del trabajo in­dustrial basado en la innovación tecnológica y en el aumento de la cali­dad y eficacia de la producción; de esta manera puede aumentar la pro­ducción industrial sin que por eso deba aumentar el empleo urbano. El carácter de factor dominante dentro de la economía que se le con­fiere a la agricultura hace que el plan nacional deba elaborarse siguien­do el siguiente orden de preferencia: agricultura, industria ligera, in­dustria pesada, y de esta manera se hace imposible la formulación de cualquier plan plurianual, puesto que todo plan debe adaptarse a las condiciones siempre fluctuantes de la agricultura..

Resulta fácil comprender que una política económica formulada en estos términos no cree contradicciones entre el interés inmediato individual y los intereses sociales sino más bien una tendencia a la iden­tificación entre ambos intereses. Esto, unido a la pobreza material del pueblo chino antes de la revolución y los adelantos que en este sentido ha ido experimentando de año en año, debe crear condiciones propicias al cambio en los valores y los modelos de conducta orientados hacia el funcionamiento de la nueva estructura socialista. Creemos que toda la campaña tendiente a disminuir los incentivos materiales para lograr un predominio de los incentivos no materiales no habría dado tan buenos resultados de no encontrarse presente estas condiciones.

—Los métodos utilizados para cambiar la estructura de valores:

Como ya lo hemos mencionado varias veces, las caminos que se eligieron en China para lograr adoptar la estructura de valores y actitu­des antitéticas a la nueva estructura socialista fueron radicalmente distin­tos de los utilizados por Stalin, especialmente en los años treinta. La

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política administrativa stalinista fue reemplazada por la elevación de la conciencia política de las masas, por la educación y la formación ideo­lógica. Esto tiene sus bases en la misma concepción maoista de las con­tradicciones en el socialismo, profundamente distinta de la de Stalin. Según Mao, las contradicciones de clase no desaparecen con el triunfo de la revolución socialista y la instauración del nuevo sistema socialista. En consecuencia, es importante distinguir entre contradicciones antagó­nicas (aquellas que existen entre el pueblo y los elementos contrarrevolu­cionarios) y contridicciones no antagónicas (aquellas que existen en "el seno del pueblo"). Tanto las contradicciones antagónicas como las no antagónicas persisten después del establecimiento de la sociedad socialista puesto que la nueva sociedad nace de la antigua debido a que el hombre conserva consigo todas las ideologías y comportamientos he­redados de la antigua sociedad. Esta distinción no existía en el pensa­miento de Stalin para quien toda contradicción debía ser resuelta por la liquidación física de aquellos que se desviaban de la ideolojgía socia­lista; para Stalin, por lo tanto, todo aquel que se alejaba de las reglas impuestas por él era un "enemigo del pueblo” y en consecuencia debía ser eliminado para así eliminar definitivamente las contradicciones. Lo mismo sucedía con la definición de las actitudes, valores y comporta­mientos antitéticos, estos eran definidos como residuos, como meras sobrevivencias del pasado que debían ser eliminados de una vez para siempre a través de la educación que inculcara a las masas la disciplina y la organización; aquel que no se adaptaba a las exigencias de la socie­dad socialista y no interiorizaba las nuevas normas que inculca la edu­cación socialista era un enemigo de clase y debía ser eliminado repre­sivamente.

Para Mao, en cambio, las contradicciones sólo pueden eliminarse a través de la toma de conciencia por lo que el Terror y la represión se convierten en métodos inútiles e irracionales. Sin embargo, es necesario hacer una estricta distincidin entre los dos diferentes tipos de contra­dicciones entre el pueblo y el enemigo. “Con los enemigos se usa el mé­todo dictatorial: durante todo el tiempo necesario no se les permite participar en actividades políticas, se les obliga a someterse a las leyes del Gobierno Popular, se les obliga a trabajar a transformarse en hom­bres nuevos por medio del trabajo. Por el contrario, con el pueblo no se emplea la coerción sino métodos democráticos. Esto significa que hay que ofrecer al pueblo la posibilidad de participar en actividades polí­ticas; y, en lugar de obligarle a hacer ésto o aquello, usar los métodos democráticos de educación y persuasión. Esta educación es la auto- educáción en el seno del pueblo, y la crítica y la autocrítica son el método fundamental de autoeducación” 89. El Terror resulta ineficaz puesto que con ello se mata el cuerpo, pero no las ideas. Para resolver las contra­dicciones en el seno del pueblo debe recurrirse a la crítica, la autocrí­

19 Mao Tse-Tung, op. cit., págs. 98-100.

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tica y el estudio, a los movimientos de masas y a las campañas de edu­cación de las masas junto a un máximo de exhortación y de elucidación.

Esta divergencia en relación a conceptos básicos respecto a las contradicciones en el socialismo hace que ambas revoluciones sigan ca­minos enteramente distintos y explica el que la violencia física y la po­lítica represiva no juegue un papel importante en la política china frente al problema del cambio ideológico.

De acuerdo con los conceptos recién analizados, creemos encon­trar en China tres caminos utilizados como métodos para lograr cam­biar la antigua estructura de valores y crear una nueva, en conformidad con las necesidades de la construcción socialista y que pueden ser consi­derados como los fundamentales: las reformas del sistema educacional, el adoctrinamiento ideológico y el control social que reemplaza a la po­lítica administrativa soviética.

a) Las reformas del sistema educacional:

El sistema educacional, al mismo tiempo que imparte los cono­cimientos necesarios para el funcionamiento de la sociedad, tiene como finalidad la interiorización de los valores existentes en una sociedad en un momento determinado y, por lo tanto, la aceptación de las estruc­turas existentes. Por ello, en China la educación constituía uno de los principales canales de transmisión de los valores y de la ideología bur­guesa. Los mismos estudiantes denunciaron el viejo sistema educacional como el responsable de inculcar una mentalidad burguesa y revisionista de tal manera que impulsaba a los estudiantes a competir entre ellos por posiciones de élite; los estudiantes tendían a pensar cada vez menos en la revolución y más en su carrera; menos en términos igualitarios y más en categorías elitistas; los problemas prácticos del desarrollo socia­lista de China tendían a ser reemplazados por pensamientos de segu­ridad individual y de prestigio como futuro deseable90. Con esto se estaba extendiendo y prolongando las tres grandes diferencias: entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, entre obreros y campesinos y entre el campo y la ciudad, agudizando así las contradicciones y la lucha de clases.

El nuevo sistema tenía como idea central el que la educación no tenía solamente como objetivo el eliminar el analfabetismo y edificar una sociedad moderna industrial y capaz de asimilar las técnicas más modernas sino también inculcar una visión del mundo, una visión pro­letaria revolucionaria e intemacionalista. Con este fin debía cumplir con dos objetivos:l.— Acelerar la aplicación de un sistema de estudios que consista en

parte estudio y en parte trabajo, parte labranza y parte estudio, "sis­tema que constituye la línea educacional socialista y comunista” y

50 Nee, Víctor y Layman, Don: “ La Revolución Cultural en la Universidad de Pekín” , Monthly Review, Año VI, N? 66. Sept. 1969, págs. 24-25.

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2.— Seleccionar para la admisión a los centros de enseñanza superior a "aquellos estudiantes que, habiéndose graduado recientemente, posean una firme posición proletaria y sean activos en la Gran Revolución Cultural Proletaria” 91.

De esta manera el nuevo sistema educacional ofrecía garantías contra la formación de una clase dominante dejando de constituirse en herramienta de la burguesía para formar sus sucesores y "llevar a cabo la restauración capitalista”. Colocando a la política en el primer lugar y no a las notas escolares como el principal objetivo del estu­diante, se constituía en un arma para erradicar definitivamente las ten­dencias individualistas y la ideología burguesa.

b ) Adoctrinamiento ideológico :

El adoctrinamiento consiste básicamente en un fomento de la au­toeducación ideológica y de la crítica y autocrítica basadas en el estudio y la discusión del pensamiento de Mao Tse-Tung. Con este fin se trata de divulgar su lectura y discusión en centros de enseñanza, unidades de producción y comités del Partido, logrando así, a través de todos los canales posibles, inculcar en las masas los valores, las actitudes y los modelos de conducta que se juzgan como adecuados a la construcción del socialismo.

“Los revolucionarios proletarios deben hacer aún mejor su estu­dio y aplicación de manera viva de las obras del Presidente Mao; for­talecer y perfeccionar el núcleo de dirección y mejorar aun más, asimilar las políticas, prestar atención a los métodos de trabajo, saber exponer los hechos y argumentar, consultar con las masas que sostengan dife­rentes puntos de vista y discutir los problemas con ellas, unirse con las grandes masas. Deben acoger la corrección de errores por parte de aque­llos camaradas que han incurrido en errores de línea. Sólo así seremos capaces de dejar al descubierto y aislar al máximo al puñado de perso­nas que tienen puestos dirigentes y siguen el camino capitalista, orga­nizar el poderoso ejército de la Revolución Cultural Proletaria, conquis­tar nuevas victorias y cumplir la gran tarea histórica que nos ha con­fiado el Presidente Mao” 92. Aquí juegan un importante papel las con­signas que, en la forma de directivas prácticas, simples y claras, son convertidas en práctica cotidiana gracias a los esfuerzos de formación ideológica y de educación política de las masas junto al estrecho con­tacto de los cuadros con las masas que hace de la consigna, no algo im­puesto exteriormente, "desde arriba”, sino algo emanado directamente de los sentimientos, opiniones y deseos de las mismas masas.

La importancia que toma el estudio de las obras de Mao por las91 Citado en Rojas, Róbinson: “ La Guardia Roja conquista China” , Ed. Prensa Latinoamericana, Santiago,

1968.92 Gran Revolución Cultural Proletaria en China, Ed. en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1967,- pág. 28.

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masas solamente puede comprenderse si se tiene en cuenta la significa­ción que tiene el marxismo-leninismo para el proyecto chino. Según la concepción de los chinos, el marxismo-leninismo no puede ser patrimo­nio de una minoría de intelectuales sino que debe ser dominada y apli­cada colectivamente por los obreros, campesinos y soldados en general. La transformación de la dialéctica materialista en acción directa es para ellos la garantía más importante de la victoria mundial del socialismo contra la restauración del capitalismo en los países comunistas y contra el revisionismo del tipo soviético. De ahí los esfuerzos para aplicar la filosofía en forma directa a la solución de problemas prácticos tales como la extinción de incendios, los métodos para combatir las sequías y las inundaciones, la producción de maquinaria, la explicación de las distintas plagas que afectan al arroz, etc.

Para los chinos, por lo tanto, la filosofía no es algo escolástico sino que incluye la práctica cotidiana por lo que el principio supremo de la filosofía marxista es la transformación de la teoría en práctica; la dialéctica se convierte así en un método para investigar y resolver con­flictos sociales. "La filosofía marxista —dice Mao— considera que lo esencial no es que, una vez comprendidas las leyes del mundo objetivo, se pueda explicarlas sino que se utilice el conocimiento de las leyes objetivas para transformar activamente el mundo” 93. En consecuencia, la filosofía marxista no sólo está indirectamente orientada hacia la trans­formación del mundo combatiendo la metafísica a nivel cultural, sino qüe también se preocupa directa y aún inmediatamente del cambio de las estructuras socio-econdlmicas de las sociedades. "La finalidad de la filosofía marxista es lograr resultados inmediatos de lo aprendido por medio de la vinculación del estudio con tareas cotidianas y problemas personales, y una concentración sobre los problemas que necesitan ser resueltos con más urgencia. Desde esta perspectiva, la filosofía se ocu­pa más de cambiar las instituciones sociales que de cambiar las ma­neras de pensar. De acuerdo a la perspectiva china, la tarea más urgente e inmediata de la filosofía es revolucionar el mundo sobre la base de un conocimiento científico, y no sólo propalar la dialéctica como una teoría y una técnica para adoptar decisiones” 94.

c) El papel del control social:

Como ya lo habíamos mencionado anteriormente, el control so­cial parece reemplazar en China a la política de terror aplicada en la U.R.S.S. como un control burocrático, —"desde arriba”— ejercido por un poder monopólico. La forma como se presenta este control social en China permitiría denominarlo como una forma distinta del Terror que no es ejercido, desde arriba por una minoría sobre la mayoría, sino por« Hodges, Donald Clark: “ La División Filosófica Chino-Soviética” en Monthly Review, Ano IV N? 40,

Julio 1967, págs. 42-43.54 Schram, op. cit., pág. 142.

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el contrario, se constituye como una forma de represión que ejerce la mayoría sobre la minoría que se desvía de las normas generales de la construcción del socialismo expresadas en la línea del Partido; es decir, se constituye como un Terror de todos contra cada uno y que tiene como su objetivo el garantizar contra la restauración del capitalismo. De aquí que en China el papel del concepto finalista de la ideología soviética sea reemplazado por el concepto del pasado: toda represión y control se ejerce en nombre de una defensa contra toda posibilidad de retom o al pasado. Resulta importante por lo tanto recordar el significado que tie­ne para los chinos la vuelta al pasado a través de la restauración del capitalismo y, por otra parte, el significado que tiene dentro de la polí­tica china el concepto de la sociedad comunista; sólo así es posible comprender el sentido que toma el control social como un Terror de las masas sobre los cuadros dirigentes y de las masas sobre sí mismas.

Para los chinos, tal como lo define Mao, volver al capitalismo significa volver a un sistema de explotación del hombre por el hombre, es decir, a un sistema donde los privilegios económicos son disfrutados por aquellos que ejercen el control —ya sea como miembros de la buro­cracia o como empresarios— sobre los medios de producción y donde la eficiencia es más importante que los valores m orales95 y, por lo tan­to, donde existe una primacía de las motivaciones materiales sobre los incentivos morales. La discusión parece tener como base fundamental la gran polémica que ha surgido dentro del mundo socialista a raíz de la política soviética la cual constituye para los chinos una restauración del capitalismo; con ello se refieren principalmente al crecimiento de un estrato social privilegiado y con un poder cada vez mayor que controla el aparato político y económico de la sociedad y, junto con eso, al decai­miento del espíritu revolucionario de solidaridad y de sacrificio' por una causa común. A esto se añade la acentuación de los incentivos "privados”, especialmente entre la juventud que tiende a concentrarse cada vez más en el logro personal, descuidando su responsabilidad social y en una creciente admiración por las realizaciones materiales de las sociedades capitalistas abriéndose así un abismo entre el estilo de vida y la manera de pensar del estrato dirigente por un lado y las masas trabajadoras por el otro. Estas tendencias representan, para los chinos, lo que ellos llaman una "restauración del capitalismo”; con esto no entienden una vuelta a la propiedad privada y el surgimiento de una nueva clase empresarial sino más bien a una situación en que aquellos que controlan los medios de producción nacionales se fortalecen en sus posiciones de autoridad hasta que llegue un momento en que en nada se diferenciarán de aque­llos que tienen derechos de propiedad transferibles y hereditarios puesto que los privilegios engendran intereses creados que los privilegiados tra­tarán de defender y aumentar y al mismo tiempo, a fomentar todas las tendencias que los chinos han tratado de eliminar: egoísmo, individua­95 Pekín Informa, junio 30, 1969, pág. 27.

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lismo, separación de la vida de las masas, etc. De aquí que la conquista del poder político, lejos de poner término a la revolución como parecen sostener los soviéticos, signifique sólo el comienzo; la dictadura del pro­letariado abarca un período muy extenso puesto que después de la toma del Poder, el proletariado tiene que seguir luchando contra la burguesía y la fuerza capitalista y hacer grandes esfuerzos para promover la re­volución socialista y llevarla hasta su triunfo definitivo.

De lo anterior se desprende que en la formulación de la política china parece tener una mayor importancia práctica el concepto del pasa­do, es decir, de la posible vuelta al capitalismo y su posible restauración

•que el concepto del comunismo constituyendo el primero un peligro real en cada momento puesto que si no se tiene la suficiente vigilancia, el socialismo pierde su ruta y cede el paso a la restauración capitalista. Como dice Mao Tse-Tung, “ .. . aun no está resuelta en definitiva la cues­tión de quién vencerá: el socialismo o el capitalismo”. Al contrario de la concepción soviética para la cual el concepto de la realización del comunismo es el principio fundamental de donde se derivan todas las normas y los principios rectores de la sociedad socialista en China el comunismo parece constituir un horizonte límite de la acción que no puede tener una significación inmediata en la toma de decisiones frente a los problemas prácticos de la construcción socialista. El concepto de la sociedad comunista sólo puede convertirse en un horizonte límite que permite ubicar los modelos de actuar en la toma de decisiones y que es, por lo tanto, esencial para la formulación de los caminos a seguir para el triunfo del socialismo y la realización del comunismo. No obstante, también se tiene presente que la sociedad socialista no puede ser mirada como una sociedad que conducirá linealmente al comunismo como lo supone la ideología soviética; por el contrario, la esencia misma de la sociedad socialista en su imposibilidad de realizar linealmente el co­munismo y si no se tiene esto en cuenta y se opta por el camino de la evolución pacífica suponiendo que las bases ya están echadas con la toma del poder, se caminará irremediablemente hacia la restauración del capitalismo; la evolución pacífica hacia el comunismo se invierte inevitablemente en una vuelta al capitalismo. Por otra parte, el que el concepto del comunismo sirve como orientación general para su reali­zación, no significa tampoco que de él puedan desprenderse las herra­mientas que deben utilizarse para dicho fin, puesto que este es un proble­ma del momento histórico y de las condiciones específicas de cada so­ciedad socialista. Mao dice: "Hemos conquistado grandes victorias. Pero la clase derrotada seguirá haciendo forcejeos. Esos individuos existen to­davía, también esa clase, por eso, no podemos hablar de victoria final. No podemos hacerlo incluso en los próximos decenios. No debemos per­der la vigilancia. Según el punto de vista leninista, la victoria final de un país socialista no sólo requiere los esfuerzos de su propio proletaria­do y de sus amplias masas populares, sino que depende, además, del

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f tñ n fo de la revolución mundial y de la abolición del sistema de explo- ta ió n del hombre por el hombre en todo el globo terrestre, o sea de la CBMCipación de toda la humanidad. Por lo tanto, es erróneo, contrario f l l l a t i n i s m o , y no corresponde a la realidad hablar a la ligera de la vic­toria íinái de la revolución en nuestro país” 96.

Como ya habíamos mencionado, este concepto del pasado juega un importante papel en todo el control represivo que se ejerce en China bajo la forma generalizada de un control social; es justamente el peli­gro de la restauración del pasado inmediato el que da significación a dicha represión. Incluso se hacen esfuerzos por evitar que este concepto pierda su significación inmediata para cada una de las personas a través del relato sistemático que se hace tanto en el seno de la familia como en centros de enseñanza a todos aquellos que no han vivido la experien­cia de la explotación capitalista, de tal manera que el pasado y el peligro de su restauración tenga una significación para cada uno.

El terror tal como se da en China constituye un control social represivo que parece tener dos sentidos fundamentales: uno vertical, pero de “abajo hacia arriba” que es el que ejercen las masas sobre los miembros de la burocracia y los cuadros del Partido y otro horizontal, que es el que toma más propiamente la forma de un control social y que ejercen las masas sobre sí mismas para reprimir todos los valores, las actitudes y los modelos de comportamiento que no se encuentren orien­tados hacia la construcción del socialismo.

Fuera de la labor que deben realizar los grupos, comités y congre­sos de la revolución cultural, órganos de poder de la revolución cultural, como forma directa y expresa de control sobre las clases explotadoras a través de la crítica masiva y la depuración de los cuadros dirigentes tanto del gobierno como del Partido, tiene especial importancia dentro de la política china como forma de control de “abajo hacia arriba” toda la política de la “línea de masas” propugnada por el Presidente Mao. Todo el proyecto chino de construcción socialista se encuentra domina­do por esta idea de movilización de las masas por lo que la línea de ma­sas constituye uno de los métodos centrales para incorporar a las masas y permitirles un control en la toma de decisiones. El objetivo expreso de la línea de masas es “combinar la dirección y el desarrollo extensivo de los movimientos de masas” 97, y el principio fundamental que orienta toda la política consiste en “partir de las masas para volver a ellas” : “En todo el trabajo de nuestro Partido, toda dirección justa es necesa­riamente "de las masas, a las masas”. Esto significa: recoger las ideas (dispersas y no sistemáticas) de las masas y resumirlas (transformarlas en ideas sintetizadas mediante el estudio) para luego llevarlas a las masas, propagarlas y explicarlas, de modo que las masas se apropien de ellas y las traduzcan en acción; al mismo tiempo, comprobar en la acción96 Pekín Information, 4 de enero de 1965, citado en Bettelheim, op. cit., pág. 31.97 “ Citas del Presidente Mao Tse-Tung, Ed. en Lenguas Extranjeras, 1966, pág. 134.

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la justeza de las ideas, luego volver a resumir las ideas de las masas y llevarlas a las masas para que perseveren en ellas. Esto se repite infini­tamente, y las ideas se tornan cada vez más justas, más vivas y más ri­cas de contenido. Tal es la teoría marxista del conocimiento” 98. Sólo la línea de masas permite distinguir entre una acción correcta y una in­correcta puesto que “ .. .la experiencia de los últimos venticuatro años nos demuestra que toda tarea, política y estilo de trabajo correctos res­ponden a las demandas de las masas en un tiempo y lugar determinados y nos unen con ellas, y que toda tarea, política y estilo de trabajo inco­rrectos van en contra de las demandas de las masas en determinado tiempo y lugar y nos apartan de ellas” ". Esta política debe seguirse en todos los niveles, tanto dentro del Partido como en los lugares de tra­bajo. Así, por ejemplo, en todas las empresas se han establecido organi­zaciones sindicales que desarrollan diferentes actividades con el fin de lograr una movilización de obreros y empleados, de elevar su conciencia política, e ideológica y su nivel cultural y técnico. Se han establecido di­versos regímenes democráticos de administración en las empresas tales como la convocatoria periódica de congresos de los representantes de los obreros y empleados o asambleas de éstos para discutir y resolver los problemas importantes de la empresa e incorporar a las masas a la administración de ellas y al control sobre el trabajo administrativo.

Nuevamente aquí nos encontramos con una concepción radical­mente distinta a la soviética respecto a la participación que cabe a las masas en la construcción de la sociedad socialista y que se apoya en la distinta concepción que se tiene de la iniciativa y capacidad creadora de las masas. La gran desconfianza de Stalin en las masas, para quien eran los cuadros los que debían decidir todo y para quien los tractores eran más útiles para la edificación socialista que los militantes, impedía que se considerara a las propias masas capaces de definir sus propias necesidades y en consecuencia, las necesidades de la sociedad socialista y de la transición al comunismo. Eran los técnicos y los administradores los encargados de definir las necesidades de las masas y de obligarlas a actuar de acuerdo a ellas, llegándose de esa manera a una identifica­ción autoritaria de las necesidades de la sociedad y de cada uno de sus miembros, definición que debía ser aceptada bajo la amenaza de la re­presión. En China, por el contrario, existe una confianza total en la ini­ciativa de las masas, ("las masas son los verdaderos héroes, en tanto que nosotros somos a menudo pueriles y ridículos; sin comprender esto, no podemos adquirir ni los conocimientos más elementales” dice Mao 100), permite entregar a las masas la responsabilidad de la definición y de la construcción de la sociedad socialista y, de esa manera, de sus propias necesidades y de su propio destino puesto que " . . . existe latente en las masas un entusiasmo inagotable por el socialismo. Los que sólo saben» Ib íd ., pág. 129.» Ib íd ., pág. 123.100 Ib íd ., pág. 126-127.

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seguir los caminos rutinarios en un período revolucionario son absolu­tamente incapaces de percibir ese entusiasmo” 101. En consecuencia,

. . para mantenernos vinculados con las masas, debemos actuar de acuerdo con sus necesidades y deseos. En todo trabajo que se realice para las masas se requiere partir de sus necesidades y no del buen de­seo de un individuo. Sucede con frecuencia que, objetivamente las ma­sas necesitan un cambio determinado, pero subjetivamente no tienen todavía conciencia de esa necesidad y no están dispuestas o decididas a realizarlo. En tales circunstancias debemos esperar con paciencia. No debemos realizar el cambio hasta que, por efecto de nuestro trabajo, la mayor parte de las masas haya adquirido conciencia de la necesidad de ese cambio y tenga el deseo y la decisión de hacerlo. De otro modo, nos aislaremos de las masas. Todo trabajo que requiera la participación de las masas resultará ser una mera formalidad y terminará en el fracaso si las masas no están conscientes de la necesidad de ese trabajo ni se demuestran dispuestas a participar en él. He aquí dos principios: uno es las necesidades reales de las masas y no necesidades imaginadas por nosotros y el otro, el deseo de las masas y la decisión que tomen ellas mismas y no la que tomemos nosotros en su lugar” 102. Como resultado de esto, la construcción del socialismo no es y no debe serlo, fruto del esfuerzo y responsabilidad de los cuadros dirigentes sino de los esfuer­zos y del poder creador de todo el pueblo. “La riqueza de la sociedad —dice Mao Tse-Tung— es creada por los obreros, campesinos e intelec­tuales trabajadores. Si ellos toman su destino en sus propias manos, si­guen una línea marxista-leninista, y en vez de eludir los problemas adop­tan una actitud dinámica para resolverlos, no habrá en el mundo difi­cultad insuperable para ellos” 103.

El proletariado se convierte así en sujeto de la historia y en el objetivo principal de la edificación socialista. El terror burocrático cen­tralizado pierde toda eficiencia y razón de existir puesto que junto con la participación de las masas, se logra una identificación entre los ob­jetivos sociales y las necesidades inmediatas de las masas y de esa ma­nera, se supera la contradicción que veíamos que había desgarrado la sociedad soviética y la había obligado a aplicar su política represiva.

La crítica y autocrítica es otro de los mecanismos básicos de control social; juzgada como una de las principales herramientas de la Enea de masas, fue reafirmada en la revolución cultural en la cual se exhorta a los cuadros de diferentes niveles a hacer uso de la audacia antes que nada, a fomentar el uso de los grandes carteles o "dazibaos” 104, la organización de grandes foros; a confiar en las masas, apoyarse en ellas y respetar su iniciativa y a estimularlas a que critiquen las debili­>01 Ib íd ., págs. 130-131.i»2 Ib íd ., pág. 206.103 Sartre, op. cit., pág. 169.104 Dazibao es una forma de expresión creada por el pueblo chino en el movimi^n^o de rectificación rH

estilo para movilizar a las masas y desarrollar la democracia. Sobre grandes hojas de papel la gente realiza, a través de los grandes jeroglíficos, agudas críticas o hace autocríticas. (Gran Revolución Cul­tural Proletaria en China).

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dades y errores de aquellos que ejercen puestos de responsabilidad, puesto que la movilización de las masas es el único camino de liberación siempre y cuando se encuentre combinada con la difusión de la concep­ción proletaria del mundo y del marxismo-leninismo y el pensamiento de Mao Tse-Tung desarrollando así una democracia amplia bajo la dicta­dura del proletariado. El método para esto no es el Terror —la Decisión contiene repetidas advertencias contra el uso de la fuerza o la coerción— sino la movilización de los no privilegiados. El que una persona confíe o no en las masas, se apoye en ellas o no y se atreva o no a movilizarlas es lo que distingue a los auténticos revolucionarios de los falsos, a los 'revolucionarios de los contrarrevolucionarios, así como también permite distinguir entre el Partido verdaderamente proletario (auténtico Partido marxista-leninista) y todos los partidos revisionistas. La línea funda­mental del Partido es por lo tanto, la línea de masas para todo trabajo.

Dentro de la crítica y autocrítica resultan de gran importancia el uso de "dazibaos”, las asambleas, la crítica a través de la prensa que, según lo dice el Punto 11 de la Decisión, debe ser crítica a las personas por su nombre y el paseo con cucuruchos de papel. La cohersión debe evitarse siempre, y cuando una persona cometa errores de línea no se le debe castigar por la fuerza sino obligarlo a realizar una sincera y ho­nesta autocrítica ante las masas y aprender de ellas, ser sus alumnos y criticar y repudiar junto con ellas la línea reaccionaria burguesa y erra­dicar sus influencias.

Todo esto significa, por lo tanto, no solamente un control de abajo hacia arriba sino también un control de las masas entre sí. El paseo con cucuruchos de papel y los carteles o dazibaos con críticas ex­puestas en grandes dimensiones no sólo se realiza contra los cuadros dirigentes sino que cualquiera puede hacer uso de ellos contra el que, en su trabajo o en su conducta en sus asuntos personales, se aleje de la línea del Partido y del pensamiento de Mao. Constituyen de esa ma­nera una forma de control social, al parecer ampliamente difundida y y aplicada a todo nivel.

Esta forma de control social generalizada permite visualizar todo el proceso de formación de las actitudes como un sistema de anticipa­ciones en que cada uno, al desarrollar sus actitudes, anticipa las acti­tudes sometidas a la influencia del Terror de los demás frente a sus propias actitudes dando así origen a un sistema anticipativo-interdepen- diente en el cual cada uno se ve a sí mismo y a los demás como víctima y verdugo al mismo tiempo. Todo el proceso de interiorización de las directivas y valores transmitidos por los procesos de adoctrinamiento se ven sustentados por este sistema de anticipaciones, en que la antici­pación se logra a través del contenido material de la conducta sometida a la influencia del Terror de los demás frente a las propias actitudes. Cabría esperar, por lo tanto, que sin esta forma de control social, se haría imposible lograr la interiorización de nuevos valores y nuevos sis­

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temas de actitudes puesto que, en cuanto sistema de anticipaciones o, como podría llamárselo, como universo que se habita, no es susceptible por sí sólo a los esfuerzos de interiorización de nuevos contenidos. Tal como lo habíamos definido, la estructura de actitudes no puede cambiar gracias a un proceso de interiorización sino a cambios en el contenido de la conducta racional de los demás que debe anticipar el actor en el desarrollo de sus propias actitudes.

El objetivo del Terror es la unidad del grupo sometido al Terror puesto que solamente la conservación de su indisoluble unidad puede ofrecer garantías contra las amenazas del pasado. Aquí creemos que jue­ga un importante papel el culto a la personalidad y el pensamiento de Mao. El pueblo chino sólo puede conservar la seguridad del triunfo del socialismo si realiza antes que nada desde el interior y sobre sí mismo, su propia seguridad llevando su integración hasta el límite. Pero como la integración total en cuanto concepto límite no puede realizarse jamás en la realidad, surge el dominio del Terror: cada persona se convierte en sospechosa a los ojos de cada uno de los demás e incluso a los suyos propios. Así surge entonces el pensamiento de Mao Tse-Tung y el culto a su persona como la única persona capaz de convertirse en el agente y en el símbolo de la unificación. "En el mismo momento en que cada individuo se considera no esencial con relación al grupo tomado en su totalidad, es preciso que esa totalidad constituya un simple signo ope­ratorio o que la multiplicidad de los hombres se supere en la unidad sagrada de un individuo esencial. Así el culto a la personalidad, ante todo, es el culto de la unidad social de una persona” 105. Y nos parece que este es el papel y el significado de Mao y de su pensamiento para los chinos, como vehículos esenciales de la integración de las masas. Mao representa la unidad encarnada y la interiorización de su pensamiento representa la subordinación a la voluntad colectiva simbolizada en su persona. Por eso, " .. .la Gran Revolución Cultural Proletaria es un mo­vimiento en el que el pensamiento de Mao Tse-Tung se integra con las grandes masas populares. Una vez dominado por los centenares de mi­llones de componentes de las masas, el pensamiento de Mao Tse-Tung se convierte en una fuerza material invencible, asegura que la dictadura del proletariado de nuestro país jamás cambie de color y permite que la revolución y la construcción socialista de nuestro país avancen triun­falmente por el camino del pensamiento de Mao Tse-Tung” 106. Las prin­cipales directivas de la autoeducación ideológica hacen un llamado a la subordinación a la voluntad colectiva cuando por ejemplo dicen: “Los comunistas deben comprender el principio de subordinar las necesidades de la parte a las del todo. Si una proposición es factible para una si­tuación parcial pero no para la situación en su conjunto, es necesario subordinar la parte al todo. A la inversa, si la proposición no es factible

ios “ Viva la Victoria. . op. cit., pág. 5.106 “ Citas del Presidente. . .” , op. cit., pág. 254.

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para la situación parcial, pero sí para la situación en su conjunto, es preciso igualmente subordinar la parte al todo. Esto es lo que se entien­de por tomar en consideración los intereses del todo” 107. Y, subordinar todo a la voluntad colectiva es actuar siempre conforme al pensamiento de Mao Tse-Tung puesto que " . . . la historia de estos 18 años muestra que sólo el pensamiento de Mao Tse-Tung puede salvar a China. Preservar en el camino socialista, en la revolución proletaria y en la dictadura del proletariado bajo la gran bandera roja revolucionaria del pensamiento de Mao Tse-Tung: he aquí el camino de combate recorrido por nosotros. Tal es nuestra orientación” 10S. "La teoría del Presidente Mao sobre la continuación de la revolución bajo la dictadura del proletariado es el pensamiento fundamental que nos guía para consolidar la dictadura del proletariado, promover todos los trabajos, fortalecer la gran unidad de todo el Partido y todo el pueblo revolucionario y "unirnos para conquis­tar mayores victorias” 109. Esta total subordinación a la voluntad colec­tiva se caracteriza por lo tanto por la destrucción total de la individua­lidad.

Si esto es así, podría esperarse que el culto a la personalidad solamente pudiera desaparecer cuando la integración social se realice, a través de una pluralidad de reprocidades, con la interiorización del Terror, es decir, con la interiorización perfecta del pensamiento de Mao Tse-Tung, de tal manera que ya la colectividad no necesita ni una unifi- cacióm desde arriba ni una unidad encarnada. Al interiorizarse el pensa­miento de Mao, al igual como en la U.R.S.S. se interioriza el Terror po­lítico y especialmente el Terror tecnológico, la necesidad del control social desaparece porque el Terror se ha interiorizado; junto con esto se consolida un nuevo sistema anticipativo-interdependiente en el proceso de formación de las actitudes. Esto, sin embargo, parece coincidir con un concepto de integración social y normativa perfecta que correspon­dería a un concepto límite y por lo tanto, al comunismo realizado, don­de la integración social perfecta se reproduce automáticamente. Pero, como esta unificación total no se puede dar en la realidad —y el pensa­miento chino está perfectamente consciente de ello— el control repre­sivo no podrá desaparecer; el culto a la persona de Mao podrá desapa­recer cuando su pensamiento se haya interiorizado como una nueva ética que garantice y mantenga la unidad pero el control permanecerá mien­tras exista el peligro de la desintegración. No parece existir dentro del pensamiento chino —fuera de lá concepción bastante vaga de la rea­lización del comunismo en todo el globo terrestre— algún paso dentro de su política que permita una interiorización total de la represión que tienda a reducir la multiplicidad que amenaza al grupo a consecuencia de las influencias y resistencias tanto internas como externas.

107 “ Viva la Victoria. . op. cit., pág. 15.508 “ Viva el Partido Comunista de China” , Ed. en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1966., pág. 3.109 Decisión. . op. cit. Punto 14.

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3. La nueva estructura de valores y actitudes:

Al analizar la nueva estructura de valores y actitudes que surge en China, se nos presentan dos interrogantes fundamentales que trata­remos de dejar planteadas puesto que la escasez del material con que contamos nos impide responderles en toda su significación y se refieren a la relación entre libertad y eficiencia, es decir, al nuevo principio de racionalidad que distingue al proyecto socialista chino y que sustenta ideológicamente a la nueva estructura. Vimos que el proyecto soviético tiende a identificar liberación con desarrollo económico cuantitativo; ahora veremos ciertos conceptos básicos que nos permitan analizar, o por lo menos dejar planteado el problema acerca de dónde ubica el proyecto chino el principio de racionalidad de sus estructuras.

Al analizar el proyecto chino, y por lo tanto la nueva estructura de valores y actitudes a que dio origen la revolución cultural, surgen dos preguntas que exigen contestación: en primer lugar cabe pregun­tarse en qué medida existe actualmente en China una estructura de valor que haga de lo económico la última instancia de la libertad y no la definición misma de la libertad, de tal manera que el crecimiento económico se formule en función de la revolución y no la revolución en función del crecimiento económico; y segundo, en qué medida las nuevas actitudes y valores “revolucionarios” como valores y actitudes críticos de liberación son realmente capaces de sustentar una revolu­ción permanente y por lo tanto la provisionalidad de la estructura o si por el contrario su criticidad basada en la movilización popular, es una crítica que se dirige básicamente sobre las personas y la revocabilidad de los cargos más que sobre las estructuras, las cuales serían las encar­gadas de asegurar la orientación de la sociedad hacia el desarrollo eco­nómico infinito.

El llam am iento de Mao en el punto catorce de la Decisión a “em­peñarse en la revolución y promover la producción” nos señala cuál debe ser el contenido de la nueva superestructura de valores y actitudes que exige la edificación socialista en China, es decir, de una estructura de valores y actitudes que por una parte conduzcan hacia una racionaliza­ción de la nueva estructura de funcionamiento —valores y actitudes de colaboración— junto con valores revolucionarios de tipo emancipatorio que van acompañados de una práctica de control social que se entrega a las bases. Aquí surge inmediatamente la pregunta: ¿es este concepto de emancipación implícito un concepto de liberación del hombre de la economía aunque la deje existir o es, en último término, una concepción que funcionaliza la liberación y la revolución al desarrollo de las fuerzas productivas? Los chinos afirman que el desarrollo de las fuerzas pro­ductivas se ve enormemente favorecido por la conciencia política y la educación ideológica de las masas: “La Gran Revolución Cultural Pro­letaria tiene por objetivo hacer más revolucionaria la conciencia del

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hombre, lo que permitirá conseguir más, más rápidos, mejores y más económicos resultados en todos los campos de nuestro trabajo. Si las masas son movilizadas y se hacen arreglos apropiados, es posible llevar a cabo tanto la revolución cultural como la producción sin que sea afec­tada ni una de la otra, y garantizar una elevada productividad en todo nuestro trabajo. La Gran Revolución Cultural Proletaria es una pode­rosa fuerza motriz para el desarrollo de las fuerzas productivas socia­les en nuestro país. Es incorrecto todo punto de vista que contraponga la Gran Revolución Proletaria al desarrollo de la producción” 110.

Como puede apreciarse en el párrafo anterior, la relación entre liberación y eficiencia, expresada en la relación entre “preocuparse de

• la revolución y promover la producción”, no se formula en términos de identificación sino en términos de complementariedad. Este hecho re­sulta, por otra parte, difícil de rebatir puesto que un cambio en la es­tructura de valores y de actitudes orientado hacia la racionalización de la estructura de funcionamiento sólo parece ser posible gracias a una movilización de las masas; el cambio de actitudes en términos desarro- llistas parece encontrarse condenado al fracaso ya que una movilización de las masas sólo es posible a través de la formulación de proyectos uni­versalistas que presenten un destino humano y no un mero desarrollo económico cuantitativo como su meta última. La revolución cultural por eso tiene un efecto desarrollista aunque se plantee como una inter­pretación no desarrollista, como protesta en contra de la dominación; sólo así parece posible actuar sobre las actitudes antitéticas y lograr su reinversióm en actitudes funcionales al desarrollo de las fuerzas pro­ductivas. Cualquier otro camino más directo parece conducir irremedia­blemente a la política staliniana, política que por otra parte parece haber perdido su vigencia histórica: a pesar de estar orientada por un proyec­to universalista, parece caducar históricamente en cuanto se toma con­ciencia de que un proyecto de ese tipo, es decir, un proyecto que define el camino de la libertad como el desarrollo de las fuerzas productivas, apoyándose en los estímulos materiales, conduce inevitablemente a una sociedad de clases; eso impide la formulación en los mismos términos de un nuevo proyécto de igualdad. Todo proyecto universalista tiende a superar a los anteriores y en esa medida, proyectos que se pueden an­ticipar como futuros proyectos de clase, pierden su vigencia histórica; la anticipación de las consecuencias que llevan implícitas las estructuras que se van creando, muestran la caducidad de los proyectos como pro­yectos de liberación, puesto que no son capaces de lograr una movili­zación popular. En este sentido, la caducidad ideológica llega a conver­tirse en una caducidad estructural y la movilización e integración de las masas debe buscarse por otros caminos; esta es la función que pa­recen cumplir hoy la revolución cultural.

i» Documentos del IX Congreso Nacional del Partido Comunista de China, Ed. en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1969, pág. 64.

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Aunque siempre que los chinos definen los objetivos del socialis­mo subrayan que éstos no pueden limitarse al desarrollo acelerado de las fuerzas productivas y a la organización de las nuevas relaciones de producción, puesto que éstas no bastan para garantizar la construcción de una verdadera sociedad socialista, nunca llegan a formular la rela­ción entre eficiencia y liberación en términos de contradicción, es decir, como una contradicción de la cual se debe tener conciencia y que debe ser institucionalizada para de esa manera, a través de la lucha perma­nente'contra el principio de la eficiencia, convertir a la infraestructura socialista en la base material de la libertad y no caer en el peligro de convertirse en la definición misma de la libertad. En los escritos de Mao así como en los documentos y declaraciones oficiales del Partido nunca se ve planteado el problema en términos de una contradicción sino más bien parece hablarse siempre de una funtionalización de las actitudes críticas y de la movilización hacia la nueva infraestructura socialista y su desarrollo. Esto ya puede verse en la Decisión del Comité Central pero en cada uno de los lugares donde se hace referencia al problema, podría uno hacerse la misma pregunta. “Sin hacer la revolución en la superestructura, dicen los chinos sin movilizar a las grandes masas obre­ras y campesinas, sin criticar la línea revisionista, sin desenmarcarar al puñado de renegados, agentes secretos, dirigentes seguidores del ca­mino capitalista y contrarrevolucionarios y sin consolidar la hegemonía del proletariado, ¿cómo se podría continuar consolidando la base eco­nómica del socialismo y desarrollando las fuerzas productivas socialis­tas?” m . "El trabajo político —dice Mao— es la arteria vital de todo nuestro trabajo económico. Esto es particularmente cierto en el perío­do en que el sistema socio-económico experimenta un cambio funda­mental”. Respecto a la necesidad de evitar el aislamiento de la vida de las masas, dice: "todo trabajo que requiera la participación de las masas resultará ser una mera formalidad y terminará en el fracaso si las masas no están conscientes de la necesidad de ese trabajo ni se mues­tran dispuestas a participar en él” m.

La organización de las nuevas relaciones de producción y las nue­vas formas de organización de la producción parecen tener implícitas de por sí una nueva racionalidad socialista en la cual la preocupación por la eficiencia, si bien está siempre presente, no es la única y ni-si­quiera la fundamental. Huberman y Sweezy citan a Barry M. Richman cuando describe la forma que toma esta nueva racionalidad en las uni­dades de producción: "Los chinos no se sienten tan preocupados como los soviéticos, acerca de la ineficiencia económica a nivel de la fábrica, resultante de los problemas de la planificación estatal y distribución de los recursos. Así, la empresa china no es considerada como una unidad puramente económica en que la capacidad económica tiene clara prio-

111 Citas del Presidente. . . op. cit., págs. 141-142. ” 2 Ib íd ., pág. 130.

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ridad. En el hecho, parece que las fábricas chinas persiguen objetivos que tienen que ver tanto con la educación, política y bienestar, como con resultados económicos. Por lo demás, es un país superpoblado, con muy bajos salarios, el régimen no está muy preocupado con el sub-em- pleo disfrazado, que baja la productividad per cápita en diversas fá­bricas.

“La fábrica china es un lugar donde se imparte adoctrinamiento político tanto a nivel individual como de grupo, con el objeto de desa­rrollar el hombre comunista como lo concibe Mao. Es un lugar donde los obreros analfabetos aprenden a leer y escribir, y donde los emplea­dos pueden mejorar y en verdad mejoran, su habilidad en el trabajo y desarrollan nuevas capacidades a través de la educación y el entrena­miento. Es un lugar donde el alojamiento, las escuelas y las facilidades de recreación, las tiendas y oficinas, son a menudo construidas y me­joradas por los empleados de la fábrica. Es también un lugar donde los empleados salen al campo a ayudar a los campesinos en la cosecha” 1U.

Esta nueva forma de ubicar el principio de la racionalidad pare­ciera rechazar de por sí una posibilidad de funcionalización de la revo­lución al crecimiento econólmico cuantitativo; sin embargo, como ya antes lo habíamos dicho, la no conciencia de la posible contradicción entre ambas metas puede conducir irremediablemente a que, una vez alcanzado el desarrollo de las fuerzas productivas, sea imposible encau­zarlas en términos de humanización. Según piensan los chinos, como eficiencia racional y humanización no se contradicen, el concepto de superación del principio de la eficiencia y a la larga la contradicción que puede surgir entre libertad y eficiencia económica cuantitativa puede resultar en una imposición de las fuerzas productivas sobre la sociedad y en la total sumisión a dicho desarrollo.

Por otra parte, cabría preguntarse también si la instrumentali- zacioln del poder económico a través de la toma de conciencia de la con­tradicción de clases y la consecuente institucionalización de la lucha de clases no sería suficiente como para evitar una total sumisión al prin­cipio de la eficiencia. Aquí solamente pretendemos dejar planteadas to­das estas interrogantes, puesto que no tenemos los elementos de juicio suficientes como para responderlas en este trabajo.

Es justamente en relación a lo anterior, es decir, en relación al problema de la lucha como institucionalización de una revolución per­manente, que nos planteamos la* segunda pregunta: ¿en qué medida es la Revolución Cultural un proceso que tiene como finalidad institucio­nalizar un proceso de revolución permanente y en consecuencia, la crí­tica permanente de las mismas estructuras o la crítica no es más que una crítica dirigida hacia personas donde las estructuras son concebi­das como estructuras de colaboración y la movilización popular sola-

113 Huberman, Leo y Sweezy, Paul: “ Comprendiendo la Revolución Cultural” , en Monthly Review, Año IV N? 40, julio 1967, pág. 15.

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mente condiciona esta colaboración y coincide con una mera revocación de las personas; la pregunta que aquí tenemos que hacernos es: ¿qué entienden los chinos por “hacer la revolución”?

De acuerdo al material de que disponemos, no resulta tan fácil contestar a esta pregunta. En ciertos momentos pareciera que las ac­titudes y valores críticos que se trata de crear estuvieran dirigidos casi solamente hacia aquellas personas que "toman el camino capitalista”. De hecho, en el Punto 5 de la Decisión quedan establecidos explícitamen­te los propósitos de la Revolución Cultural cuando dice: "El blanco prin­cipal del movimiento actual son aquellos elementos en el seno del Par­tido que ocupan puestos dirigentes y siguen caminos capitalistas”, re­afirmando lo que ya se había explicado en el Punto 1: "Nuestro objetivo actual es de luchar contra y derrocar a aquellas personas (el subrayado es nuestro) en la autoridad que están tomando el camino capitalista, criticar y repudiar las autoridades académicas burguesas y reacciona­rias y la ideología de la burguesía y de todas las otras clases explota­doras, y transformar la educación, la literatura, el arte y todas las otras clases, partes de la superestructura que no están en correspondencia con la base económica socialista”. Refiriéndose a la revolución perma­nente o “revolucióin continua” dice Mao: "La sociedad socialista cubre una etapa histórica bastante larga. A todo lo largo de esta etapa, exis­ten clases, contradicciones de clases y lucha de clases, existe la lucha entre el camino socialista y el camino capitalista, existe el peligro de restauración del capitalismo y existe la amenaza de subversión y agre­sión por parte del imperialismo y el revisionismo contemporáneo. Estas contradicciones no pueden resolverse sino mediante la teoría marxista sobre la revolución continua y la práctica guiada por esta teoría. La Gran Revolución Cultural Proletaria de nuestro país es justamente una gran revolución política sostenida por el proletariado, en las condiciones del socialismo, contra la burguesía y todas las demás clases explotado­ras". En ninguna parte se hace referencia explícita a la revolución como un proceso de cambio de estructura sociales; siempre esta se refiere a la lucha de clases continua contra los elementos anti-revolucionarios y a la permanente revocabilidad de los cuadros dirigentes y ello nos per­mitiría comprender cómo la movilización popular permanente puede coincidir con el culto a la personalidad y el respeto al centralismo derño- crático como limitación en la formación de las nuevas estructuras. '

Como ya lo decíamos antes, aquí solamente pretendíamos dejar planteadas estas preguntas que no nos encontramos en condiciones de responder. Creemos que ellas pueden tener gran relevancia tanto para la comprensión del proyecto chino como para el problema del proyecto socialista como tal puesto que nos llevan inmediatamente a preguntar­nos respecto a la posibilidad de institucionalizar un proceso de revolu­ción permanente y, de ser así, a preguntarnos en qué consistiría una re­volución continua o si por el contrario ésta se convierte en un concepto

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límite que pasaría a coincidir con un concepto trascendental del comu­nismo realizado. Pensamos que estas preguntas no pueden estar ausentes en la discusión de la construcción del socialismo, o mejor dicho, del Pro­yecto Socialista.

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Capítulo II

El Proyecto Chino

Hugo Perret

En los documentos oficiales chinos suele encontrarse a menudo el siguiente principio: “El hombre cuenta más que las máquinas, ya que es él quién se vale de ellas”, o sino: “El factor decisivo es el hombre, y no las cosas. Determinan la correlación de fuerzas no sólo el pode­río militar y económico, sino también los recursos humanos y la moral. El poderío militar y económico es manejado por el hombre”. Este prin­cipio que se expresa en cien formas distintas en la ideología china, en su propia manifestación esconde una advertencia, una llamada de aten­ción, al teórico o al político de la sociedad: si el hombre no cuenta más que las máquinas éstas se valen de él, y si la correlación de fuerzas de­pende sólo del poderío material de la sociedad sin pasar por su poderío humano, dicha correlación de fuerzas le será desfavorable. Así, en estas frases, queda sintetizado el carácter humanista, liberador, del proyecto socialista chino. Sin embargo, lejos de contentarnos con ellas, debería­mos lograr en las próximas páginas develar su contenido real, no mí­tico, en el proyecto específico que nos preocupa y sus formas concretas de expresión, pues nadie podría negar que también formaron parte de las premisas básicas de, por ejemplo, el régimen, nazi, sin que por ello podamos calificar este régimen como lo hemos hecho con el chino, de humanista y liberador, más allá incluso del modo de producción espe­cífico que los caracterice. .

No es en la estructura de relaciones económicas de la sociedad china donde encontraremos plasmado su carácter humanista sino en el tipo de relaciones políticas y las orientaciones valóricas que las orientan. Sin embargo nuestra exposición deberá pasar necesariamente por la .es­tructura económica ya que es esta que en su calidad de socialista le ofrece al proyecto en su totalidad la posibilidad de ser humanista. Y es esta posibilidad realizada la que al marcar a su vez objetivos más allá del desarrollo material, en el hombre, garantizará dicho desarrollo.

1. El sistema del cálculo económico en China

La modalidad del cálculo económico como sistema de planifica­ción económica en China rio difiere sustancialmente, en el nivel de la

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organización de la producción, de las experiencias que le precedieron en el campo socialista. Puede en este sentido distinguirse del sistema presu­puestario que define al régimen cubano. No obstante en función del juicio que deseamos hacer sobre la sociedad china, describiremos grue­samente los rasgos específicos que ha asumido su estructura económica no sólo en función del sistema de planificación adoptado, sino también en función del desarrollo del resto de las estructuras que la acompañan. De esta forma podremos ir juzgando el problema fundamental que nos preocupa: ¿orienta a la sociedad china un criterio de maximización de la producción de bienes materiales, o ha logrado en el marco del cálculo económico superar la orientación directa e intencional de toda la socie­dad por este criterio?

Los autores señalan los siguientes años como hitos a partir de los cuales la producción se lleva a cabo en el marco de la planificación socialista: para la industrialización 1956 a partir de la socialización de las empresas, y para la producción agrícola 1958 a partir de la creación de las Comunas Populares. En el período previo y a partir de la toma del poder en 1949, el PCCh tuvo que tener en consideración dos proble­mas a los que debían supeditarse su plan de transformaciones, comunes, por lo demás generalmente a cualquier intento inicial de construcción del socialismo. En el campo industrial tra tar de evitar en un primer pe­ríodo la emigración masiva del empresario y el técnico capitalistas, so­cializando únicamente el "capital burocrático” (la banca y las finanzas), manteniendo la empresa industrial capitalista con el objetivo de no pa­rar la producción y formar en el Ínterin nuevas capas de empresa­rios socialistas y crear empresas estatales. En 1956 culmina el proce­so de "transformación de las empresas privadas en estatal-privadas” al confiscarse todas las industrias y comercios, pero manteniendo a los capitalistas en sus puestos gozando de sueldo y además del 5% anual de su capital congelado. En el campo de la producción agrícola es tam­bién un obstáculo ya tradicional con el que se encuentra la Revolución china: el interés centenario del campesino por la posesión y explotación individual de la tierra. Y es sólo a través de un proceso que va desde la Reforma Agraria de 1949. con la distribución individual de la tierra hasta la creación de las Comunas Populares en 1958, pasando por la for­mación paulatina de los equipos de ayuda mutua y a los distintos grados de cooperativas agrarias, que se llega al estado actual de colectivización de la tierra.

Estos dos problemas nos conducen inmediatamente a considerar las modalidades en el proceso de toma de decisiones en la economía so­cialista en los diferentes niveles como problema sustancial al cual de­bieron, y deben, enfrentarse los dirigentes chinos. Y para ello se hace necesario ubicar, siquiera en términos generales, como problema previo, las limitaciones que impone el grado de desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas antes de la liberación. Si bien con una urbanización

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desarrollada desde muy antiguo la población china se encontraba dis­tribuida entre un 80 y un 85% en las zonas rurales. Se hacía necesaria, entonces, una migración de mano de obra rural hacia las ciudades en vistas a proveer la industrialización a desatarse. Industrialización que, por su lado, producto fundamentalmente de la ocupación japonesa an­terior, se concentraba en el norte y algunas ciudades del litoral, habien­do alcanzado un bajo grado de desarrollo.

Simultáneamente, la elevada densidad de población en las pro­vincias del litoral imponía como condición la explotación agrícola in­tensiva para su abastecimiento, que difícilmente podría suplirse con la producción de las provincias del interior dada la ausencia casi total de vías de comunicación adecuadas. Agrégase a esta circunstancia que la superficie de tierra cultivada por habitante es una de las más reducidas del mundo, agravando de esta forma el'problem a del abastecimiento. Inútil es seguir agregando factores que afectan al problema tales como la inestabilidad en la producción agrícola provocada por calamidades naturales (inundaciones, sequías) relativamente habituales que alcanzan a amplias regiones.

Todos estos factores, rápidamente delineados aquí, llevaron des­pués del primer Plan Quinquenal (1952-57) a una reorientación de la política económica. El Plan Quinquenal, diseñado siguiendo el modelo de los primeros planes quinquenales de la Unión Soviética, establecía como sector prioritario el desarrollo de la industria pesada, suponiendo no sólo grandes inversiones industriales sino que también el desplazamiento masivo de excedentes de mano de obra rural hacia las ciudades mante­niendo o inclusive incrementando la producción agrícola, al mismo tiem­po que se aumenta la fracción comercializable de dicha producción, ase­gurando de esta manera el abastecimiento creciente de una población urbana en rápido aumento.

No obstante, el carácter intensivo de la producción agrícola e intensivo en mano de obra dada la ausencia de tecnología agrícola, frenó las posibilidades de esta política basada en la industria pesada como "eslabón conductor”, al impedir la liberación de contingentes importan­tes de mano de obra rural sin afectar seriamente el abastecimiento. Sin embargo, la reacción no fue inmediata sino condujo a un período de transición conocido como el "Gran Salto Adelante”. Durante este período (1958-60) se crearon las Comunas Populares como intento de raciona­lización de la producción agrícola, entre otros objetivos, y, en base a cálculos prospectivos de cosechas extraordinarias (de manera tal que se iba a conseguir en 1960 sobrepasar todos los índices de desarrollo fijados para 1967), se fijaron nuevas metas para el plan de desarrollo, se separaron 30 millones de campesinos de las tareas agrícolas para re­forzar el frente industrial y se propugnó el gran esfuerzo colectivo. En 1959 el tope de producción agrícola calculado en 400 millones de tone­ladas resultó sólo de 250 millones, sobreviniendo a ello la imposibilidad

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de cumplir con las metas fijadas en el Plan. Chou En-lai, Primer Ministro de la República Popular, habría señalado según lo cita Róbinson Rojas:

"El 26 de agosto de 1959, Chou En-lai se encargó de informar a toda China de la “rectificación” de los índices. Con su clásico estilo de máxima concreción, Chou En-lai dijo que las fallas del plan económico de 1959 eran las siguientes: a) Indices de producción demasiados altos; b) Escala de construcción básica demasiado extensa; c) Crecimento de la cantidad de obreros y empleados demasiado elevado. Lo cual, agregó, provocaba los siguientes problemas: 1) en la distribución de la mano de obra, 2 ) en el reparto de los materiales, 3) en el empleo de los fondos, 4) en el mejoramiento de la calidad de los productos” \

A estos "errores" en la planificación se suman en 1959 las calami­dades naturales que afectaron grandes regiones agrícolas (inundaciones en el centro y sequías en el Sur), y, por último, se suspende en 1960 la ayuda soviética y se retiran sus técnicos, interrumpiéndose una serie de proyectos industriales que rompieron la continuidad del desarrollo industrial previsto anteriormente.

A partir de 1961 se normaliza nuevamente la producción, pero orientada por una nueva política que fija una nueva relación de priori­dad entre los sectores industrial y agrícola, y cuya consigna que domina toda la vida económica es: "Tomar a la agricultura como base y a la industria como factor dirigente”. Esta nueva línea política reconoce que, dadas las condiciones chinas, el nivel de la producción agrícola im­pone límites y presiones sobre el volumen y la proporción posibles de la acumulación que se quiera llevar a cabo a través de la industria pe­sada y los equipos básicos. Quizás sea en Bettelheim donde encontramos mejor sintetizadas las premisas básicas del nuevo planteamiento:

"La edificación industrial se concibe como un proceso que debe adaptarse desde el punto de vista de su ritmo y de sus proporciones in­ternas, a los productos ofrecidos por la agricultura y a las disponibili­dades de mano de obra provenientes del campesinado... En la edifica­ción industrial se toman en cuenta de manera prioritaria las necesidades de la agricultura, concretamente por lo que hace a productos químicos, metalúrgicos, mecánicos, materiales de construcción, e tc ...

Se tra ta de asegurar, a partir de cierto nivel de desarrollo indus­trial, el desarrollo de la producción agrícola y el aumento de la produc­tividad del trabajo en la agricultura, que se conciben ahora como condi­ciones del crecimiento mismo del excedente agrícola comercializable y de la liberación de mano de obra agrícola, ambos necesario para el pro­greso ulterior de la industria” 2.

Nos encontramos así con una nueva orientación económica sin precedentes, que otorga, al nivel del Plan Global, prioridad al desarrollo de la agricultura condicionando el desarrollo industrial al primero. El

1 Rojas, Róbinson. La Guardia Roja conquista China. Ediciones ML, Santiago, 1968, pág. 348.2 Bettelheim, Charles y otros. La construcción del socialismo en China. Ediciones ERA, México 1966, pág. 39.

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problema, no obstante, no es nuevo. Lo vivió, por de pronto, la Unión Soviética a fines de la década del 20, en términos semejantes a los dados en China. Pero la solución fue distinta. La colectivización del campo co­mo forma de racionalización de la producción se logra en China con un mínimo de Costos sociales esperables y, en segundo término, es necesa­rio preguntarse si partían ambas experiencias de niveles de industriali­zación semejantes. Encontramos elementos en el caso chino que nos pue­den hacer suponer que la respuesta a esta pregunta es negativa. Preceden a la nueva orientación diez años de vida económica orientada hacia la industrialización pesada, que le permiten partir en la nueva etapa de un nivel industrial y tecnológico mínimo indispensable. No de otra manera Bettelheim podría afirmar (y así creemos que lo entiende él), como lo hace, lo siguiente al referirse siempre a la nueva política:

"Dentro de este cuadro, es claro qüe el progreso de la producción industrial debe descansar ampliamente, en la actualidad y en los próxi­mos años, no sobre un aumento del empleo en la industria, sino princi­palmente sobre un aumento de la productividad del trabajo industrial, de ahí el papel fundamental que se concede a la renovación técnica y al aumento de la calidad y la eficacia de la producción, etc. Por ejemplo, debemos señalar que a lo largo de los últimos cuatro años la cuarta parte de las inversiones se consagró a la renovación técnica de las em­presas existentes, es decir al progreso tecnológico que permitirá aumen­ta r la producción industrial sin aumentar paralelamente el empleo ur­bano” 3.

Sin embargo, y aclarado este punto, cabe otra pregunta: ¿Se ha­bría atrevido Stalin, a un nivel industrial y tecnológico similar al chino, a dar prioridad al sector agrícola en sus planes económicos? ¿Cómo es posible que en el marco del cálculo económico se otorgue prioridad a un sector como el agrícola que por .diversas razones escapa mucho más al control estatal que el sector industrial? ¿Cómo puede garantizarse cierta complementariedad básica de la economía cuando se toma como base de su orientación un sector compuesto por 74.000 unidades con una relativamente amplia autonomía frente al Estado (nos referimos a las Comunas Populares)?

En fin, sólo introduciéndonos en el análisis de los procesos de to­ma de decisiones en las unidades de producción y el papel que desem­peñen las diversas estructuras internas y externas a la unidad en el con­trol de dicho proceso, podremos ir aproximándonos a una posible res­puesta a dichas preguntas. Y para ello, analizaremos también el caso de las unidades industriales a fin de constatar si, en este nivel más espe­cífico de análisis, no es necesario plantearnos en relación a ellas el mis­mo tipo de preguntas que nos formulamos en el caso del sector agrícola, a pesar de su mayor integración a la política central.

En los procesos de tomas de decisiones dentro de la estructura5 Bettelheim, Charles, op. cit., pág. 39.

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económica de producción y distribución de los bienes materiales, se juega, se organiza, el grado de complementariedad entre los intereses materiales presentes, desde los intereses privados hasta los sociales, pa­sando por los de la unidad productiva y los locales. De ahí nuestro in­terés en este momento por analizar la forma en que se hallan organiza­dos dichos procesos en la República Popular, a fin de tra tar de cons­tatar qué grado de complementariedad podrían garantizar de por sí. Ade­lantémonos a aclarar ya mismo que no pretendemos aquí enjuiciar el sistema del cálculo económico en defensa de cualquier otro. Sería ne­cio de nuestra parte. ¿Qué otro sistema podría imponerse sobre una realidad que comprende 74.000 Comunas Populares y más de 10.000 em­presas industriales y comerciales sólo estas últimas, en la ciudad de Shanghai? Nuestra inquietud aquí sólo se circunscribe a tra tar de comprobar cómo un sistema económico que garantice el desarrollo de las fuerzas productivas en un país socialista, puede no así garantizar la complementariedad de los intereses materiales, o en otros términos, puede provocar la formación permanente de nuevas clases sociales y, por lo tanto, una nueva estructura de clases. Y más que ello, nos in­teresa notar cómo los socialistas chinos percibieron y enfrentaron este problema.

a) Las Comunas Populares

A manera de introducción reproduzcamos sobre las Comunas:"En 1958 había 740.000 cooperativas socialistas, que se fundieron

en 24.000 Comunas. A partir de 1961 se han multiplicado hasta alcanzar hoy el número de 74.000 aproximadamente.. . , reaccionando así contra un cierto gigantismo puramente administrativo.. .” 4. Agreguemos a ésta alguna información proveniente de las siete comunas visitadas por Karol, tomando de entre ellas la mayor y la menor. La mayor de ellas contaba con una extensión de 2.660 Há, y una población de 36.000 miembros que se distribuían en 12 Brigadas de Producción, divididas a su vez éstas en 125 Equipos de Trabajo. La menor contaba con 300 Há. y 1.556 miem­bros, 7 Brigadas y 17 Equipos5.

En cuanto al objetivo económico inmediato de las comunas, bien lo señala un documento del CC del PCCh de diciembre de 1958, año de su surgimiento:

"Aunque las comunas populares rurales fueron establecidas hace muy poco tiempo, las grandes masas campesinas tienen ya conciencia de los beneficios obvios que les han traído. La fuerza de trabajo y los medios de producción pueden ser dispuestos y manejados a mayor es­cala que antes, de un modo unificado que garantice un empleo de ellos más racional y efectivo y, en consecuencia, que facilite más el desarrollo de la producción”6.4 Charriere, Jacques, en Bettelheim, op. cit., pág. 61.5 Karol, Kewes, China: el otro comunismo, México, Editorial Siglo XXI. 1966, pág. 502.6 “ Resolución sobre algunos problemas concernientes a las comunas populares’’, en Rojas, op. cit. pág. 405.

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Luego dicho objetivo es la colectivización de la producción agríco­la en vistas a su maximización. Pero pasemos de inmediato a analizar la estructura de poder económico interna a la comuna, que determina la toma de decisiones sobre la producción y distribución de los bienes. Para ello nos guiaremos por el análisis de Charriere que nos ilumina suficientemente sobre la estructura interna de las comunas, si bien su preocupación diverge de la nuestra. Charriere analiza dicha estructura desde el punto de vista de su funcionalidad económica.

Encontramos un primer nivel de poder dentro de la comuna: su Comité Popular.

"Todos los miembros de la comuna eligen una Conferencia de Representantes. Esta asamblea nombra un Comité que es, a la par, ór­gano de gestión de la comuna y órgano administrativo del subdistrito. Por tanto el director de la comuna es a l mismo tiempo Presidente del Comité Popular del subdistrito"7.

Recordemos que el subdistrito era la división política menor antes de la formación de las comunas que se funde luego con ellas. Por sobre la comuna se encuentra entonces el distrito, luego la provincia y por úl­timo, el poder central. En tanto al papel del Comité como gestor econó­mico, que es el que nos interesa por el instante, se encuentra en los si­guientes niveles:

— De las empresas industriales instaladas a nivel comunal, pro­piedad del Estado, pero entregadas para su gestión a la comuna. Se trata de industrias ligeras destinadas al abastecimiento comunal o a lo sumo distrital. Cada empresa es autónoma desde el punto de vista con­table y financiero. El director es nombrado por el Comité de la Comuna y es responsable frente a él. El director está encargado de la elaboración del plan de producción y de su ejecución.

— Administra todo lo que engloba a los talleres, material agrícola pesado, los medios de transportes, etc.

— Su papel en la discusión y coordinación del Plan de producción. Siguiendo directamente a Charriere en relación al Plan del Estado para la agricultura:

"El carácter imperativo del plan, en el caso de la agricultura, se detiene al nivel del distrito, equivalente a un departamento francés de importancia media. Hay 2.200 distritos. Para pasar del distrito a la co­muna en primer lugar hay reuniones de orientación; posteriormente-la comuna presenta su plan tal como lo ha elaborado después de discu­siones con la brigada y, sobre todo, con los equipos. En caso de desa­cuerdo entre la comuna y el distrito la última palabra se deja a la comu­na; en caso de desacuerdo entre la comuna y la Brigada, la comuna debe ceder; entre la brigada y el equipo es éste último el que impone su opi­nión y conserva la libertad de elegir sus objetivos, sus cultivos y sus métodos” *.7 Charriere, Tacques, op. cit., pág. 61.8 Charriere, Jacques, op. cit., pág. 62.

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Veamos el segundo nivel de poder de decisión, al que ya hicimos mención recientemente: el Equipo. Como hemos visto el equipo con­serva teóricamente en la línea de su plan de producción, total autono­mía. Veamos cómo se corresponde esto en la línea de la comercializa­ción de su producto. La comercialización el equipo la puede realizar, y lo hace generalmente, directamente, sin pasar a través de la brigada ni de la comuna. Para ello establece, con posterioridad a la elaboración de su plan de producción, un contrato directo con los Depósitos de Ma- yoreo (entes estatales de distribución) en el que se establece la cantidad que le será vendida, así como los productos solicitados por el equipo nece­sarios para su producción (abonos, insecticidas, productos industriales). ¿Cómo se establece el contrato?

"Existe realmente el contrato, ya que tales negociaciones no con­sisten simplemente en reproducir, bajo forma contractual, el plan de producción del equipo aceptado administrativamente. El contrato resulta de la confrontación de dos planes: el plan de producción del equipo y el plan de compra del Depósito de Mayoreo. No obstante, hay un mar­gen gracias a la libertad que tiene el equipo para utilizar a discreció'n los productos previstos en su plan. El equipo puede hacer variar su au­to-consumo, la distribución en especie entre sus miembros, su comer­cialización en el seno de la comuna (a precio libre), tanto más que el plan de compra del Depósito de Mayoreo se le comunica antes de las siembras de primavera” 9.

Encontramos así en la unidad más pequeña de producción, el equipó, contemplado un margen importante de autonomía al menos en la teoría. En la práctica se enfrenta con los órganos superiores de la comuna en el momento de la elaboración de su plan de producción. Sin embargo, más determinante que este momento es la consideración de las posibilidades que tenga de comercializar y distribuir su producción futura y las decisiones que tome al respecto. Como hemos visto su re­lación se establece aquí con los Depósitos de Mayoreo, pero, si bien no interviene en este nivel el Comité de la comuna, si interviene un tercer órgano en el que debemos centrar nuestro interés por su papel en el pro­ceso de toma de decisiones en relación precisamente a la comercializa­ción y distribución de los productos: la Cooperativa dé Venta y de Com­pra, que funciona a nivel comunal.

La Cooperativa es, por un lado, la representante local del Depó­sito de Mayoreo, y en tanto tal es la encargada de celebrar los contratos con los equipos de producción por cuenta del sector estatal. No obs­tante su dirección se gesta en el seno mismo de la comuna. Más antigua que la comuna, existía ya antes como organización intercooperativa. Conserva "gran autonomía” en relación al Comité comunal, si bien su estatuto la considera parte integrante de la Comuna. Es independiente desde el punto de vista contable y financiero y su director es elegido9 Charriere, Jacques, op. cit., pág. 63.

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por los miembros de la Cooperativa. No queda claro en el informe de Charriere quienes son los miembros de la cooperativa, pero no es arriesgado pensar que son los equipos. Ella, la cooperativa, se en­carga de concertar sus contratos con el depósito de mayoreo, les compra sus excedentes y se encarga de comercializarlos dentro de la comuna (para lo cual organiza y administra la red de almacenes de menudeo de la comuna) o fuera de ella, a cualquier otra colectividad exterior, y se encarga de procurarles todo lo necesario para su pro­ducción. La cooperativa es, desde este punto de vista, un eslabón fun­damental no sólo como “puente entre la producción que es “colec­tiva” y la comercialización que es "estatal” ” 10, sino también en el pro­ceso de decisiones sobre el monto y tipo de producción y sus formas de distribución. Visto desde este punto de vista, la cooperativa no es sólo un eslabón que coordina las distintas partes en juego ( productores- Estado), sino también un importante centro de decisiones local, cuyo interés material, tomado casi como lo tomamos, en abstracto, aislado, aparece inmediatamente ligado a los intereses locales, a los intereses de los productores. Y ello no sólo por su orientación de servicio hacia los equipos de producción dadas las funciones que cumple, sino además por su origen de gestación: los propios productores.

Así pues, encontramos eñ la estructura interna de las comunas populares en relación a la vida económica tres centros de poder de decisión que colocamos en orden de menor a mayor poder: 1) El Co­mité de la comuna que, en el orden económico, su poder se restringe a aquél que le devenga de sus funciones de administración de los medios de producción de propiedad colectiva y de coordinador de los planes de producción de los distintos equipos teniendo presente los requeri­mientos (no imperativos) del plan del distrito. 2) Los equipos de traba­jo, como unidades básicas de organización de los productores, cuentan con un amplio margen de autonomía de decisión en la elaboración de su plan de producción, plan que sin embargo se verá condicionado al menos en una parte (la mayor) de su producción, a las posibilidades de su comercialización, debiendo tra tar para ello con los Depósitos de Mayoreo estatales, aunque no directamente con ellos sino a través de organizaciones gestadas y gestionadas por ellos mismos. 3) Estas orga­nizaciones, las Cooperativas de Venta y de Compra, son, al parecer, el centro de decisiones económicas de mayor peso en las comunas al con­centrarse en ellas toda la actividad comercial, guardando incluso auto­nomía en relación al Comité, órgano administrativo superior de la co­muna. (Existen asimismo Cooperativas de Crédito en las comunas a las que Charriere atribuye características semejantes a las de Venta y Com­pra, pero sin especificarlas ni analizarlas).

Ahora bien, es interesante incluir aquí un párrafo de un editorial del Renmin Ribao (principal periódico de la República Popular), apa­10 Charriere, Jacques, op. cit., pág. 66.

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recido en noviembre de 1967 y titulado "La lucha entre los dos caminos en el campo chino”. En este párrafo se hace alusión a los efectos que habrían provocado ciertas medidas de descolectivización (mencionadas ahí como el "san tsi yi pao”) y que habría propugnado Liu Shao-chi (mencionado como el "Jruchov de China” ).

"El san tsi yi pao impulsado por el Jruschov de China satisfacía las necesidades de las fuerzas capitalistas en el campo, estimulaba la tendencia espontánea capitalista de los campesinos acomodados y daba luz verde a los especuladores y nuevos elementos burgueses” n.

Dejando de lado el san> tsi yi pao y volviendo a la estructura eco­nómica interna de las comunas rurales tal como la hemos analizado, no creemos que dicha estructura de por sí pueda garantizar el no surgimien­to de los efectos temidos en el párrafo citado. En este sentido diferimos del optimismo expresado por Charriere cuando escribe refiriéndose a las Cooperativas:

“Ahora bien, su estatuto hace de ella precisamente un organismo doble: por su origen y por su gestión es “colectiva”; por su papel como representante de los Depósitos de Mayoreo es "estatal”. Fórmula elás­tica, susceptible de evolucionar, permite superar en un aspecto capital las contradicciones que pueden producirse en el seno de una sociedad en que las relaciones de producción no son homogéneas” 12.

Complejos problemas estaría enfrentando hoy día el socialismo en China si compartiera la fe que Charriere profesa en los estatutos. Más allá de los ordenamientos jurídicos y de las estructuras económicas es­tablecidos en provecho de la maximización de la producción y su fun­cionalidad en un equilibrio de intereses, existen grupos humanos que los ejecutan y cuyos criterios y valores de orientación en la toma de decisiones, condicionan dicho equilibrio. No estamos aquí apelando úni­camente al "tradicional espíritu individualista o localista del campesi­no”, sino a la presencia de estructuras económicas y su correspondiente representación jurídica que siendo un innegable y necesario avance bajo el punto de vista de la eficacia socialista, dejan, inevitablemente, campo de acción al juego de los intereses de las "fuerzas capitalistas” o, más significativos aún, de los "nuevos elementos burgueses”. No estamos proponiendo tampoco, por ello, idealístamente, la implantación de es­tructuras más "radicales”, sino, repetimos, constatando al nivel de la estructura económica como organización de la producción y distribu­ción de bienes materiales, la presencia de una estructura de poder de apropiación en la que juegan intereses materiales contrapuestos.

b) El campo industrial

El proceso de toma de decisiones en el campo industrial en China es de por sí complejo, y no profundizaremos en sus detalles. Se distin­11 Renmin, Ribao. La lucha entre los dos caminos en el campo chino. Ediciones en Lenguas Exrtanjeras.

Pekín, 1968, pág. 36.12 Charriere, Jacques, op. cit., pág. 66.

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guen tres niveles de decisiones: el del estado con su plan unificado de producción, el de las administraciones provinciales o locales y el de las empresas centralizadas o descentralizadas.

Las empresas centralizadas son aquellas de mayor significación económica y arreglan sus programas de producción directamente con la administración estatal ( representan de un 70 a un 80% de la produc­ción nacional). Las descentralizadas en cambio arreglan sus planes con las administraciones provinciales o locales, quienes a su vez presentan sus propios planes provinciales o locales a la o las administraciones superiores. Dado que gran parte de las empresas locales (las dos terce­ras partes) fabrican productos por contrato con las empresas centrales, con el objeto de complementar su producción, estas últimas se ven for­zadas no sólo de enviar sus planes al ministerio del cual dependen, sino también al Comité del Plan provincial.

Dadas las dificultades que tiene el centro de preveer con riguro­sidad "la vida y las posibilidades de las unidades de producción para enviarles cifras de control científicamente fundadas”, las directivas del centro a las unidades de base como primer paso para la elaboración de sus planes anuales, han sido transformadas en los últimos años. En lugar de "cifras de control” el centro envía directivas de carácter general y cua­litativo, que comprenden ‘‘la línea general, trazada para varios años, y la orientación general, definida para un período más corto” 13.

A partir de ahí: "Cada unidad prepara su proyecto de plan apo­yándose en su propia experiencia. A continuación envía su proyecto hacia arriba; el centro sintetiza y ajusta el conjunto de los proyectos que vienen de la base con el fin de lograr su armonización” 14. Luego Bettel­heim nos anuncia la buena nueva: "De esta síntesis y armonía resulta el plan anual y definitivo, que será enviado a cada unidad y que tendrá, para ellas, el carácter de obligatorio” 1S.

Sin duda lo que es de nuestro interés tra tar de analizar es el paso de la preparación de cada unidad de su proyecto de plan y de los factores que intervienen en ella, siempre desde el punto de vista de la estructura económica. Trataremos de dilucidar para ello algunos as­pectos teóricos y prácticos del planteamiento en torno a la rentabilidad, el precio de los productos, el beneficio y el financiamiento de las empre­sas chinas, guiándonos por algunos párrafos de la exposición de Bettel­heim sobre el problema aunque cambiándoles en cierta medida el ordén de exposición.

"Debemos añadir todavía a propósito de un alcance del cálculo económico y de la significación de la rentabilidad en el sistema de ges­tión y de planificación de la República Popular China, que el papel im­portante que se atribuye a cada unidad de producción en la preparación de su proyecto de plan, no tiene sentido, cuando menos en parte, si ese15 Bettelheim, Charles, op. cit., pág. 24.14 Bettelheim, Charles, op. cit., pág. 24.15 Bettelheim, Charles, op. cit., pág. 24.

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proyecto no se elabora con apoyo en el "principio de economía" y, por tanto en la búsqueda de una rentabilidad más grande en las operaciones corrientes o en las innovaciones técnicas”. “Tal principio (el de econo­mía) no tiene ningún sentido si las economías que se calculan en el marco de los gastos y las cargas de la empresa no tienen un significado económico real, lo que implica que los mismos precios y el margen de beneficios que incluyen, sean determinados con algunas reglas econó­micas objetivas” 16.

Ello sin duda debe redundar en el sistema de formación de los precios de los productos:

"La primera categoría de los precios, es decir los precios de pro­ducción, se calcula en general añadiendo al costo un cierto margen establecido a partir de los propios costos de producción; . . . Por ejem­plo, si los costos son de 100 , y la tasa del margen a la producción es del 10%, el precio de producción será de 110; . . . Desde un punto de vista teórico, se puede afirmar que se trata de "una forma específica de des­viación del precio en relación con el valor”. Tal desviación (en más o en menos) es tanto más grande que la composición orgánica de la produc­ción de una rama se desvía (en más o en menos) de la composición orgánica media de la producción en su conjunto” 17. Y ello ocurre tam­bién con la empresa en relación a su rama, de tal modo que a mayor eficiencia en la composición orgánica de la producción mayor la desvia­ción en relación al precio medio del producto, por lo tanto en la ren­tabilidad de la empresa. De esto se deduce que en el momento de la ela­boración de su proyecto de plan, que incluye un plan financiero además del de producción, "la empresa pueda adoptar, en virtud del principio de economía un proyecto de plan que permita un aumento particularmente alto de la rentabilidad” 18.

No obstante hay que tener presente que "la opción definitiva en­tre los diferentes programas posibles de producción o entre los distintos planes de ampliación o de construcción de base de una empresa, no es definida por ella misma, sino por las instancias superiores, que no se orientan por preocupaciones tipo rentabilidad financiera, sino por la búsqueda de un óptimo económico y social para el conjunto de la so­ciedad” 19. De hecho el financiamiento tanto para la ampliación de la construcción de base como los fondos de amortización y reparación del equipo son otorgados por el erario y controlados por él, según "reglas extremadamente precisas”. Lo mismo ocurre, desde ya, con el financia­miento de los fondos circulantes de la empresa necesarios para su fun­cionamiento, debiendo depositar en la banca aquellos no utilizados in­mediatamente por la empresa. En caso de necesidades excepcionales o de gastos imprevistos, la empresa puede aumentar su circulante recu­

16 Bettelheim, Charles, op. cit., pág. 128-129.17 Bettelheim, Charles, op. cit., pág. 127.18 Bettelheim, Charles, op. cit., pág. 130.19 Bettelheim, Charles, op. cit., pág. 131.

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rriendo a créditos bancarios que deben ser reembolsados a corto plazo.Y esto responde al hecho de que, en relación a la utilización de

los beneficios de la empresa, éstos, en la economía china, se centralizan en su casi totalidad en el sector Estado, distinguiéndose de esta forma de la "Unión Soviética, donde por lo menos una tercera parte de los beneficios se deja a disposición de las empresas, sobre todo para ali­mentar ciertas inversiones y aumentar el fondo de circulación"20. Sin embargo, la empresa puede conservar por un lado una pequeña parte de los beneficios que se sitúan dentro de los límites previstos por el plan (un 2% de la venta neta según Charriere), y, por otro lado, una pro­porción mayor de los beneficios obtenidos fuera del plan, o sea, “aque­llos cuyo monto supera las previsiones del plan”. Sobre el destino de estos fondos Bettelheim y Charriere divergen en la información. Los dos coinciden en uno de los dos destinos que se les atribuyen: el mejoramiento del bienestar colectivo de los trabajadores, destinándose para ello, según Charriere, un treinta por ciento de estos fondos. En cuanto a la segunda manera de utilizar estos beneficios, según Bettelheim son "para el mejo­ramiento de la seguridad del trabajo"21. En cambio para Charriere en un 70% se invierten en la producción, o sea, para “las innovaciones téc­nicas y el mejoramiento del material existente” 22. De todos modos el margen de autonomía financiera que ofrecen estos beneficios rescata- bles por la empresa, es limitado, aunque pueden percibirse en la prác­tica ciertos mecanismos que le permiten aumentar en términos absolutos estos fondos. Estos mecanismos se basan en lograr el aumento en térmi­nos absolutos de los precios aumentando de esta manera también en términos absolutos la rentabilidad y los beneficios recuperables de ella. Se encontrarían dos vías para alcanzar este objetivo: reduciendo loscostos o mejorando la calidad del producto. Para ello hay que tenerpresente lo que ya señalábamos: “parece que una de las reglas de fi­jación de los precios más comúnmente aplicada, es la siguiente: se aña­de a los costos de producción (que también son históricamente dados) un margen que parece ser del 10%”. A partir de esta regla general lo que puede buscarse es o la reducción de los costos manteniendo el pre­cio fijo, o el alza del precio manteniendo o incluso aumentando los cos­tos. Bettelheim nos señala como es posible el prim er camino:

"El precio así establecido se calcula sobre la base de un costó de producción planificado que se determina a un nivel que corresponde al funcionamiento normal de una empresa, o al costo de producción me­dio de la rama de producción a la que pertenece dicha empresa. Como el precio de venta no se revisa constantemente, resulta que a medida que disminuye el costo de producción efectivo y el costo de producción planificado, aumenta el margen efectivo de la rentabilidad. Esta situa­ción puede continuar durante algunos años, hasta el momento en que20 Bettelheim, Charles, op. cit., pág. 135.21 Bettelheim, Charles, op. cit., pág. 134.22 Charriere, Jacques, op. cit., pág. 52.

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parece justificado a las autoridades encargadas de la gestión de lós precios, reducir el precio de venta, a fin de tomar en cuenta con mayor exactitud un'ñüevo Costo de producción considerado normal, al que se añade un margen nuevamente calculado según una norma análoga a la que se ha empleado antes” B.

La segunda vía, por él alza de los precios, se logra a través de la mejor calidad en la producción. En la práctica, los organismos cen­trales no pueden establecer con precisión el precio de todas las varie­dades dé productos, sobre todo, cuando hay marcada diferencia en las especificaciones y en la calidad. “Cuando ello ocurre, los precios deter­minados por dichos organismos constituyen la basé a partir de la cual las administraciones comerciales (empresas comerciales centralizadas con características semejantes a las industriales), estudiarán de ma­nera concreta los precios de compra y venta que deben ser fijados para los distiiitós productos” 24. Este papel de los Depósitos de mayoreo pa­rece tener singular importancia a la luz de las Siguientes observaciones» hechas la primera por Bettelheim y la segunda por Charriere: “En la práctica, a fin de controlar la calidad de los productos, las organiza­ciones comerciales del Estado disponen de un personal especializado, que tlrabaja lá mayor parte del tiempo en las empresas industriales de pro­ducción” 25. "La noción de contrato tiene todavía un papel más impor­tante en la selección y venta de los productos fabricados por la empresa, sobre todo cuando se trata de bienes de consumo. Aquí, nos encontra­mos en un terreno en que los dirigentes Chinos se esfuerzan visiblemen­te por reconsiderar el sistema de producción y distribución planificado centralmente, tal como se ha practicado en los países socialistas de Eu­ropa. Sobre el particular, prefieren una amplia iniciativa de la empresa á las directivas obligatorias. Dentro del marcó de sus posibilidades téc­nicas la empresa elabora en la práctica su Plan en función de los con­tratos qué pretende establecer con los Depósitos de M ayoreo../’26.

Se da así en la práctica un complicado juego de relaciones que otorgá a las empresas un relativo mayor o menor margen de autonomía incontrolable que, ligado al inevitable criterio de maxiittización de la producción traducido en estímulos a la eficacia empresarial, a la reno- vacióin tecnológica y/o al mejoramiento de la calidad de la producción da o puede dar lugar a un juego de intereses materiales particulares.

Cierto es que el máyor beneficio logrado por una empresa no lle­va, en ningún caso, a su distribución individual, y que de por sí es débil el estímulo material que pueda provocar su utilización "para el mejora­miento del bienestar colectivo de los trabajadores” (aunque Bettelheim sugiere que juega algún papel en la gestión y orientación de la produc­ción). Sin embargo, son muchos los caminos que "Conducen a Roma”,

23 Bettelheim, Charles, op. cit., pág. 132.24 Bettelheim, Charles, op. cit., pág. 122-123.25 Bettelheim, Charles, op. cit., pág. 112.26 Charriere, Jacques, op. cit., pág. 53.

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y así, creemos, lo entienden los chinos cuando predican 1¿ alerta contra "la vuelta al Capitalismo”. El desarrollo de las fuerzas productivas bajo estructuras económicas socialistas abre un cúmulo de perspectivas espe­cíficas relativamente imprevisibles a partir de la pura definición de di­chas estructuras. La definición de un proyecto socialista para una so­ciedad determinada no puede circunscribirse a plantearse la pura trans­formación jurídico económica como sustancial al proyecto sin correr el riesgo de cegarse a sí mismo. De la misma manera, no se trata tam­poco de agregar a ello frases "clichés”, tales como "crear el hombre nuevo”, sin una reflexión seria de sus implicancias.

Pero es necesario en este momento volver al tema específico que nos preocupa y, para ello, citar un documento chino recientemente tra­ducido al castellano y, curiosamente, nunca citado en la bibliografía especializada sobre la China moderna, ni siquiera por connotados chi- nófilos como Róbinson Rojas. Se trata de una editorial-respuesta a una Carta Abierta del CC del PCUS, publicada en 1964 en dos de los princi­pales diarios chinos. Es una crítica al sistema socialista soviético actual que se caracteriza, distinguiéndose así de la gran mayoría de los docu­mentos chinos conocidos, por tratar, más allá de la repetición de con­signas políticas, de llevar a cabo un análisis sistemático del problema. Reproduce, en una de sus partes, unos informes extraídos de la prensa soviética sobre la presencia y acción de lo que los chinos llaman “an­tiguos y nuevos elementos burgueses”. Citaremos dos de estos informes:

"El jefe de los talleres afiliados a un dispensario psiconeuroló- gico de Moscú y su pandilla organizaron una "empresa clandestina”, y mediante el soborno "consiguieron 58 máquinas de tejer” y gran can­tidad de materia prima. Establecieron relaciones comerciales con "52 fábricas, cooperativas artesanales y granjas colectivas” y en pocos años ganaron tres millones de rublos. Estos individuos sobornaban a los fun­cionarios del Departamento para Combatir el Robo de la Propiedad So­cialista y la Especulación, a los funcionarios de control, los inspectores, los instructores y otros”, (atribuido a: "Izvestia, 20 de oct. de 1963” ). “El gerente de una fábrica de máquinas de la Federación Rusa, así como el subgerente de otra fábrica de máquinas, y otros funcionarios —en total 43 personas— robaron más de 900 telares y los vendieron a fábricas de Asia central, Kanzajstám, Cáucaso y otros lugares, donde funcioná- rios de elevada jerarquía los utilizaban para organizar la producción ilí­cita”, (atribuido a: "Komsomolskaya Pravda, 9 de agosto de 1963”) n.

Más que un arma de crítica externa, la denuncia de estos hechos, así como el resto del documento, debe ser entendido como la imagen de lo que debe evitarse que ocurra durante el proceso socialista: la llamada “restauración del capitalismo”, el surgimiento de "un puñado de per­sonas que se apropie de los frutos del trabajo de las grandes masas”.

27 Renmin, Ribao. Sobre el falso comunismo de Jruschov y sus lecciones históricas mundiales, en Bamett, Doak. China después de Mao. Edit. Paidós, Buenos Aires, 1967, pág. 117-118.

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En este sentido, esté documento, publicado en 1964, pudo haber repre­sentado además un arma crítica interna como un anticipo más a la Revo­lución Cultural, tomando aquí a ésta como la culminación del conflicto interno. Una de las principales víctimas de la Revolución Cultural, aun­que quizás no la principal, fueron los antiguos capitalistas que conser­varon en un buen número cargos directivos en las empresas o incluso en organismos estatales (el Viceministro de la Industria Textil, por ejem­plo, era un antiguo empresario del ramo). Se reconoce en la bibliografía china que la relación con los capitalistas no fue siempre tranquila, de hecho estos organizaron en dos oportunidades, 1957 y 1960-61-62, movi­mientos de resistencia al régimen estatal de las industrias. Pero el argu­mento más frecuentemente utilizado para atacarlos es el de su influen­cia "corruptora”. Tomemos como ejemplo estas declaraciones de un funcionario chino, "responsable del remodelamiento de los ex-capitalis- tas en Shanghai”, transcritas por Rojas: “Muchos capitalistas trataron de corromper a cuadros comunistas. En sus ex-empresas, su ofensiva corruptora es contra los cuadros y los camaradas en cargos dirigen­tes. Algunos educan a sus hijos con odio a China, como capitalis­tas. . . Otros han ido más allá y hablan con los obreros para enseñarles ideas del capitalismo, como de que la industria marcharía mejor si hu­biera beneficios y mercado libre, y ponen como ejemplo la economía de Estados Unidos” 28.

Pero no sólo a la influencia corruptora de los capitalistas se atri­buye la presencia de “sentimientos burgueses”. Tomemos, por ejemplo, dos testimonios más de los recogidos por Rojas:

De un estudiante: "Tenemos que barrer los viejos hábitos, las viejas costumbres, la vieja ideología, porque todo eso, a nosotros, los jóvenes nos deslumbra y nos hace corromper. Nos provoca sólo el de­seo de ser egoístas y trabajar sólo para nuestro bienestar personal y no el de los demás” ̂

El de un técnico: “Me gradué en la escuela de técnicos mecánicos. Cuando recién entré a la fábrica no sabía que mi trabajo era para la revolución. Sólo quería trabajar para ganar dinero, ganar fama y una buena posición como técnico. Por eso estudiaba técnica incansablemente. Con esto en la mente, no hacía lo mismo que mis demás camaradas obre­ros. Quería ser famoso y me sentía mejor que ellos” 30.

El efecto es siempre el mismo: la orientación de la conducta por los intereses materiales, en los tres casos. En el técnico ello ocurre "es­pontáneamente”, en función de su ascenso individual. El estudiante lo atribuye a "los viejos hábitos, costumbres e ideologías”, que únicamente pueden reproducirse, sin embargo, bajo las nuevas formas específicas de "egoísmo y bienestar personal”. Y, por último, también en el caso del capitalista "corruptor”, su llamado, al interés individual de los cua­28 Rojas, Róbinson, op. cit., pág. 342-345.29 Rojas, Róbinson, op. cit., pág. 194.30 Rojas, Róbinson, op. cit., pág. 204.

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dros directivos o al interés "colectivo” de los obreros, puede tener éxito en la medida en que éstos existan manifiesta o latentemente bajo las estructuras económicas vigentes, o sea, bajo la economía socialista. Cuan­do la ideología maoísta afirma una y mil veces:

"A juzgar por la situación actual, las tareas de la dictadura del proletariado no han sido cumplidas, ni mucho menos, en ninguno de los países socialistas. En todos los países socialistas sin excepción hay cla­ses y lucha de clases, hay lucha entre los caminos socialista y capitalista, y se plantea el problema de la realización consecuente de la revolución socialista y de los esfuerzos para impedir la restauración del capitalis­mo. .. Por consiguiente, es necesario que todos los países socialistas for­talezcan la dictadura del proletariado” 31.

Lo que hacen es reconocer en un primer plano, el de las clases y la lucha entre ellas, la existencia de intereses materiales contrapuestos: por un lado los intereses particulares (de grupo, empresariales, sectoria­les, colectivos) y, por el otro, los intereses sociales. Estos intereses se encuentran en permanente pugna por prim ar los unos sobre los otros dentro de los límites impuestos por la. estructura económica, y de ella, de la pugna, surgen constantes acuerdos. Y en un segundo plano reco­nocen la presencia de ideologías opuestas (capitalismo vs. socialismo) que expresan, racionalizan, orientaciones de valor en el nivel del indivi­duo, también, a su vez, opuestos: orientación por intereses inmediatos (materiales) y orientación por intereses no inmediatos (que niega, por lo tanto, al nivel del grupo, de la clase, todo tipo de interés particular, afirmando los intereses materiales sociales).

Ahora bien, en el plano de las clases el interés social, por las limitaciones que le impone la estructura económica (así como a los in­tereses particulares), siempre debe llegar al acuerdo con los intereses particulares, transa, se niega a sí mismo. Sólo a través de la pugna por la primacía de la orientación por los intereses no inmediatos en la es­tructura de valores que guía la acción individual, sólo a través de esta primacía, el interés social se realiza.

En otras palabras, las del técnico citado más arriba. Si no hubie­ra renunciado a sus intereses inmediatos ligados necesariamente a los intereses materiales de su grupo, su clase, su empresa, su trabajo espe­cializado se hubiera hecho en nombre del interés social: la maximizacióffi de la producción, pero una maximización mutilada, limitada. El ser'fa­moso como técnico le hubiera hecho sentirse trabajando por la eficien­cia y la acumulación socialista sin tomar conciencia que las está limi­tando. En cambio, en el párrafo, hace mención de que no sabía que su "trabajo era para la revolución”, por lo tanto contra la orientación por el interés inmediato, contra el interés particular de las clases capitalis­tas, en última instancia, por la maximización de la producción.

En la última cita, por otro lado, el texto señala la necesidad de31 Sobre el falso comunismo. . op. cit., pág. 114.

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que "todos los países socialistas fortalezcan la dictadura del proleta­riado”. Debemos develar el sentido que esta frase tiene para los chinos. En el marxismo clásico la dictadura del proletariado se establece con la toma del poder político expresado en la toma del poder estatal por el Partido Comunista en nombre de las clases mayoritarias. De ahí én ade­lante el Partido asumirá la orientación y el control del aparato estatal y la dictadura del proletariado, quien ha depositado su confianza en el Partido y no puede cuestionársela, la dictadura del proletariado pasará a ser un apriori, un dogma de fe. A menos que la ideología oficial de­crete que se ha superado la etapa de la dictadura del proletariado, pa­sando a ser a partir de ese momento tanto el Partido como el Estado, apibos "de todo el pueblo”, como ha ocurrido en la Unión Soviética. En China en cambio se ha transformado el concepto, con todas las impli­cancias prácticas que ello tiene. Para los chinos los viejos y nuevos ele­mentos burgueses "se infiltran en los órganos del gobierno las organi­zaciones públicas, los departamentos económicos y las instituciones cul­turales y educacionales, con el fin de resistir o usurpar el liderazgo del proletariado” 32. Es más: "La lucha de clases de la sociedad socialista inevitablemente se refleja en el Partido Comunista... Los antiguos y nuevos burgueses, los antiguos y los nuevos campesinos ricos y los ele­mentos degenerados de toda clase forman la base social del revisionis­mo, y utilizan todos los medios posibles para hallar agentes en el seno del Partido Comunista.. . Durante la etapa del socialismo se libra una lucha inevitable entre el marxismo-leninismo y diversos tipos de opor­tunismo —principalmente el revisionismo— en los partidos comunis­tas. .. La característica de este revisionismo es que, al negar la existen­cia de las clases y de la lucha de clases, se alinea con la burguesía en el ataque al proletariado y convierte a la dictadura del proletariado en dic­tadura de la burguesía” 33.

De este modo abandona su carácter de dogma en la ideología ofi­cial china. La dictadura del proletariado en la sociedad socialista no se realiza automáticamente, pues el Partido Comunista, vanguardia orga­nizada del pueblo y guardián de sus intereses, no se libra necesariamen­te de las condiciones de clases imperantes en el sistema. Lo político y lo ideológico no son sino campos donde se expresa la lucha de clases, y el resultado de ésta puede conducir en dichos campos, a la transformación de la dictadura del proletariado en dictadura de la burguesía. Este plan­teo no es totalmente nuevo en la literatura marxista, sin embargo, lo que sí es nuevo, es su radical vigencia en la vida política e ideológica dé la sociedad china. Su potencialidad cuestionadora de estructuras y gru­pos actuantes lo ha relegado en el resto de las experiencias socialistas conocidas hasta el momento, si no al olvido, al menos a un segundo pía-

38 Sobre el falso comunismo. . op. cit., pág 108.3i Sobre el falso comunismo. . ., pág. 110.

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no inoperante. Intentaremos en el Siguiente punto profundizar sus im­plicancias teóricas y prácticas eii China.

2, El objetivo y el camino de la dictadura del proletariado en el proyecto chino

El principio del centralismo en la planificación y administración de la economía en el socialismo, no responde únicamente a un criterio de optimización del desarrollo de sus fuerzas productivas, sino también a la necesidad de asegurar la regulación de los intereses económicos par­ticulares. Trotsky nos da el siguiente fundamento teórico de la existen­cia de intereses particulares en juego en el socialismo, no haciendo más que seguir a Marx en su "Crítica del programa de Gotha” ; ,

“Es exacto que la lucha de todos contra todos nace dé la ajiarquíá capitalista. Pero la socialización de los medios de producción no supri­me automáticamente la lucha por la existencia individual.., Aun en Nor­teamérica, sobre bases del capitalismo más avanzado, el Estado sociá- listá no podría dar a cada uno todo lo que necesita... y no puede dejar de recurrir, modificándolos y suavizándolos, a los métodos de retribución del trabajo elaborados por el capitalismo” M.

Se refiere aquí a Trotsky a la imposibilidad de aplicar el criterio comunista de “a cada uno según sus necesidades”, resultando inevitable la aplicación del criterio de retribución "a cada uno según su trabajo”, resultando de ello la permanencia en la fase socialista de "la lucha por la existencia individual”. Pero más allá de su fundam entaron teórica es su reconocimiento histórico el que nos interesa. Lenin lo reconoce en los albores del socialismo soviético: ,

“El elemento pequeño burgués, contra el que. deberemos luchar ahora con el mayor tesón, se m anifiesta... en que sigue arraigado el punto de vista del pequeño propietario: sacar la mayor tajada posible, y después ¡que pase lo que Dios quiera!” 35 (el subrayado es del autor).

Sin embargo no vamos a analizar las conclusiones que sacaba de ello. Veamos primero el reconocimiento chino:

"Pero consideremos los hechos. ¿Puede afirmarse que nuestra so­ciedad esta ahora totalmente depurada? No, no lo está. Hay clases y Continúa la lucha de clases/ perduran las actividades de las clases reac­cionarias que conspiran para retom ar, y aún afrontarnos la especula­ción de los viejos y los nuevos elementos burgueses, e intentos deses­perados de los estafadores, lps arribistas y los degenerados” ; .

O, aún en términos más específicos: ;“Esta ideología (la llamada, capitalista), antagónica a la nuestra,

genera la pérdida de ideales, el individualismo burgués, la psicología propia de la propiedad privada, el afán por la riqueza, el nacionalismo,34 Trotsky, León. La Revolución traicionada. Ed.* Proceso; Buenos Aires, 1964, pág. 64v35 Lenin, Vladimir I. Las tareas inmediatas del poder soviético, en Obras Escogidas, Ed. Progreso,-Moscú,

1969, pág. 442.36 Sobre el falso comunismo. . op. cit., pág. 156. •;.» , - :

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el chovinismo, el cosmopolitismo, la moral burguesa, etc. La influencia de esta ideología en nuestros países tiene como resultado la degenera­ción y el aburguesamiento de nuestra gente. Para decirlo en pocas pala­bras en nuestra sociedad y otros países socialistas hay suficientes gentes contagiadas por esta ideología burguesa: los elementos degenerados, los arribistas, los funcionarios "comunistas”, los burócratas, los hombres interesados únicamente en su prosperidad personal, los codiciosos de dinero, y los abiertamente hostiles elementos antisocialistas” 37.

Los chinos califican al problema como de persistencia y repro­ducción de la ideología burguesa dentro de los cánones del sistema so­cialista, sin embargo, no cabe duda que se trata de actitudes y valores orientados burguesamente, materialmente, y que pueden expresarse en el nivel ideológico bajo las diversas formas de "revisionismo”, "oportu­nismo”, etc.

La estructura de clases histórica de la sociedad es la estructura organizada de los intereses materiales (sociales-particulares) en juego en un momento y circunstancias históricas determinadas. Y es por ello, el campo de la toma de las decisiones que afectan el funcionamiento de la sociedad en todos sus "frentes” (económico, político, jurídico, militar, educacional, ideológico, etc.), dentro del marco de las posibilidades his­tóricas dadas por su desarrollo y organización de las fuerzas productivas. Los intereses materiales (con su efecto en el campo de la toma de deci­siones), se orientan naturalmente, por definición, por el criterio de efi­cacia que asegura la maximización del desarrollo de las fuerzas produc­tivas. No obstante, esta orientación de los intereses no se encuentra ais­lada sino en relación directa al tipo de valores y actitudes imperantes en la sociedad. Si los valores y sus actitudes concomitantes se hallan a su vez orientados preponderantemente hacia la satisfacción de las necesidades materiales, ello se traduce, en el nivel de la estructura de clases, en un predominio de íos intereses materiales particulares sobre los intereses sociales, de los intereses inmediatos sobre los intereses no materiales. Sus efectos correlativos son el sometimiento de todos los "frentes” de acción social al criterio .de la eficacia económica; el imperio de la "ética de la colaboración” a las estructuras vigentes, de la inercia estructural; del imperio del trabajo enajenante como negación del tra­bajo como medio de ejercicio y desarrollo libre de las facultades perso­nales. No obstante, estos efectos suponen ya el desarrollo dinámico de las fuerzas productivas y la posibilidad consecuente de satisfacer nece­sidades inmediatas. En una economía subdesarrollada, la revolución so­cialista triunfante se enfrenta a un doble proyecto: el desarrollo de las fuerzas productivas a través de la colectivización y planificación centra­lizada de la producción, distribución y consumo de los bienes materiales (reordenamiento de la estructura económica a partir del criterio de efi­cacia); y, por otro lado, el reordenamiento del resto de los frentes de37 Rojas, Róbinson, op. cit., pág. 146.

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acción en función de la nueva estructura económica. Esto supone desde el inicio, la aplicación consciente de una política que garantice la supera­ción no sólo de los intereses particulares heredados del pasado, sino también su permanente reproducción dentro de los límites de la nueva estructura socialista. Esta política se impone en primera instancia por la necesidad de asegurar la eficacia del plan centralizado (siéndo en este sentido una lucha contra las actitudes antitéticas); pero además y fun­damentalmente, por la necesidad de garantizar el proceso de liberación del sometimiento del hombre a la economía. El procesó no controlado de reproducción de los intereses particulares en la nueva sociedad no co­rre tanto el riesgo de hacerla desbocar, dada la irreversibilidad de las estructuras, en una “restauración del capitalismo" (tal como suele ex­presarse literalmente) entendida como la explotación de una clase por otra. Más bien la conduciría inevitablemente a la deshumanización de las estructuras, a la llamada "sociedad de consumo”, males comunes al capitalismo y socialismo desarrollados, pero con vías y potencialidades de superación divergentes.

Es en el campo de la estructura de clases y su correspondiente estructura política donde se determinará su destino en el proceso de construcción del socialismo. No es característico del socialismo "deshu­manizado" el enriquecimiento ilimitado de un clase privilegiada en base al trabajo de una clase explotada, pero sí lo es el creciente proceso de concentración del poder en la clase político-administrativa, y, encuentra aquí su expresión conflictiva.

Resumiendo. La orientación de toda la sociedad por el puro cri­terio económico, la concentración del poder de decisión en una clase minoritaria, y el imperio de los intereses particulares y el logro indi­vidual, son, todas ellas, características presentes en la sociedad socialista "de consumo”.

El socialismo chino ha comenzado por reconocer el peligro, tal como se vislumbra en la última cita referida, y por intentar enfrentarlo con la formulación de políticas que analizaremos a continuación, cen­trándonos en el análisis de aquellas que fueron asumidas én relación a los intereses particulares y a la transformación de la estructura de Va­lores y actitudes, buscando su orientación hacia los intereses no mate­riales. '

El sistema político chino, como canal de expresión de los arreglos de clases, se basa en el principio del centralismo democrático, no pre­sentando en primera instancia formas distintas de organización a las ya conocidas en otros países socialistas. De esta forma es del partido comunista que parten las principales orientaciones e iniciativas polí- tico-ideológicas, repercutiendo éstas a todo nivel dada su presencia, en la forma de comités, en todas las unidades económicas y sociales de la sociedad. No obstante, en sus modalidades de acción política deberemos

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reconocer, en el análisis que sigue, cambios significativos cuyo hito fun­damental es la Revolución Cultural. 1

La política fundamental del PCCh en su lucha contra la “ideología burguesa”, se resume en la consigna "supeditar la economía a la políti­ca” y se expresa en la permanente dictación de normas de acción y en la realización constante de campañas de educación política tendientes, ambas, al reemplazo de los estímulos materiales de orientación y las actitudes individualistas competitivas por los estímulos morales o polí­ticos y las actitudes de solidaridad. Dos argumentos subyacen en la jus­tificación que hacen los chinos tanto de la consigna como de la política xecién mencionada que de ella se desprende. Veámoslo a través de algu­nos ejemplos citados en los autores. Bettelheim, por ejemplo, nos dice en su análisis de la posición adoptada en China en relación al problema de la ganancia en las empresas:

" . . . en,el caso de la economía china, el papel de la ganancia como estímulo se rechaza expresamente”, (subrayado del autor) y es más:

"En algunas discusiones con los economistas chinos, éstos pü- sieron en duda explícitamente el papel que podría jugar la ganancia como “termómetro” de una buena gestión d e ja empresa, de una buena gestión desde el punto de vista de la economía nacional.. Así, un econo­mista chino subrayó el hecho de que "la empresa no existe aisladamente. ÉS una parte dé la economía nacional y ejerce una acción sobre, las otras empresas''. En consecuencia, según ese economistá, puede ocurrir que una empresa logre aumentar sus ganancias a través de procedimientos que, aún siendo legales, reduzcan el buen funcionamiento de las otras empresas y obstaculicen él desarrollo de conjunto de la economía, que es el objetivo real buscado por la planificación..., si se considera el be­neficio como termómetro del buen funcionamiento de la empresa, se llega fácilmente a la "distribución de beneficios”, eá decir/ a una con­cepción formalmente rechazada por los dirigentes chinos eóino contraria á los principios del socialismo. El mismo economista añade que a partir del momento que el beneficio se considera como termómetro ;-*-y más todavíá, si sé toma como estímulo y es distribuido, cuando menos en parte, entre los trabajadores o los dirigentes de cada empresa—, se llega fácilmente a úna situación en la que cada empresa se abandona a "toda súefte de niáñidbfas” para elevar sus beneficios,' inclusive éñ detrimieri- to de las otras empresas” 38.

En principio en la argumentación presentada por Bettelheim, pa­recería. que el rechazo a la ganancia tomada como estímulo y aún como termómetro, y en la que están en juego los intereses inmediatos de los dirigentes y trabajadores-de la empresa, se remplazaría por el estímulo del "buen funcionamiento de las otras empresas y el desarrollo de con­junto de la economía”, es decir, por otro estímulo de carácter económico. Pero sabemos bien que Bettelheim no concluiría de esta manera. Librado

w ^ttc ih e iih , Charles, ópVcif.V páS- 131. . .

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a este solo nuevo estímulo matérial la operación no tendría éxito y pron­tamente el estímulo del interés general se vería reemplazado nuevamen­te por el estímulo del interés particular. Bettelheim mismo nos da la clave cuando hace el llamado a "los principios (morales y políticos) dél socialismo”. Es en el reemplazo del estímulo material por el estímulo político donde la transformación de las actitudes hacia la ganancia se verifica. No es pasando por un criterio de eficacia del plan nacional que se logra dicha eficacia, pues ello iría ligado necesariamente a una res­tauración del estímulo material particular. Es el mismo argumento que Bettelheim pone en boca del economista chino al referirse a la gananciá como termómetro. El cálculo de la ganancia como termómetro del buen funcionamiento de la empresa, responde a un criterio de maximización de la eficacia en la gestión de la empresa. Sin embargo, el economista chino (con una inteligencia escasa en los hombres de su profesión para este tipo de problemática), prevé que el cálculo del beneficio como ter­mómetro conduciría rápidamente a una situación en que “cada empresa se abandona a toda suerte de maniobras para elevar sus beneficios”. Y el argumento no es caprichoso. La acción librada a una orientación eco­nómica se enfrenta a una realidad en la que, bajo el criterio de retri­bución "a cada uno según su trabajo”, un incremento en la eficacia de la empresa debe ir ligado a un incremento en el beneficio, a pesar de la "suprema voluntad” del plan nacional (descontando además que éste nunca puede tener presente los efectos de la gestión de una empresa sobre el resto del conjunto de la economía). A la inversa, en cambio, el estí­mulo no material, político, hace referencia a una realidad política: 1¿ dictadura del proletariado; y a una realidad moral : los valores de libe­ración. Pero antes de éntrar en detalle sobré esté punto, daremos-aun otro rodeo.

Kewes Karol, al hacer mención a la rapidez con que se realiza el paso de las cooperativas agrícolas a las comunas rurales, dice:

"La relampagueante rapidez de esta reorganización se explica se­gún los chinos, por un empujón irreversible y espontáneo de la base: para algunos comentadores extranjeros demuestra, por lo contraria, que la operación había sido cuidadosamente preparada, y desde hacía tiem­po. Sea como fuere, al cabo de algunas semanas 500 millones de campe­sinos chinos cambiaron radicalmente su modo de existencia:: una trajas- formación revolucionaria de esta amplitud y realizada a este paso, rio tiene precedente en la historia” ,9.

Y luego en el intento de explicar el fenómeno:“En primer lugar no se trataba de agrupar granjas individuales

para crear las comunas (como se había tenido que hacer en Rusia para crear los Koljoses): los campesinos chinos que vivían desde hacía ya cinco años en cooperativas de diferentes modelos, y por lo tanto en colectividad, no tuvieron que renunciar de pronto a los bienes perso­

35 Karol, Kewes, op. cit., pág. 174. : " : ' ■

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nales. Así también, había en el PCCh ocho millones y medio de campe­sinos, perfectamente integrados a su medio y capaces de educar y arras­trar a sus compañeros, mientras que en la URSS eran militantes pro­venientes de las ciudades los que debían encargarse de hacerlo” 40.

Son ciertamente correctas ambas afirmaciones, sin embargo no suficientes. En una movilización de tal magnitud no puede tratarse sim­plemente de "arrastrar compañeros”, se requieren estímulos. Y estos no pueden haber sido estímulos materiales: cinco años de experiencia co­lectiva a partir de un desarrollo primitivo de fuerzas productivas, no son suficientes para que los campesinos hayan experimentado una me­joría sustancial en sus ingresos como para atreverse a dar un nuevo paso adelante en el proceso de colectivización. Fueron necesarios incen­tivos políticos. Tomemos una frase de la Resolución sobre las Comunas Populares ya citada:

"El desarrollo del sistema de comunas populares rurales tiene un significado aún más profundo y de más largos alcances. Ha mostrado al pueblo de nuestro país el camino de la gradual industrialización de las áreas rurales; el camino de la gradual transición de la propiedad de todo el pueblo en la agricultura, el camino de la gradual transicióti del principio socialista "a cada uno según su trabajo” al principio co­munista "a cada uno según sus necesidades”; el camino que gradualmen­te disminuirá y finalmente eliminará las diferencias entre ciudad y cam­po, entre obrero y campesino, y entre el trabajo intelectual y el traba­jo manual; y el camino para disminuir paulatinamente y eliminar al fin las funciones internas del Estado” 41.

En fin, se trataba como bien lo llama Karol, sin darse cuenta de su significado, de un "atajo hacia el comunismo”. Toda la resolución en sí está dedicada al análisis de la organización que toma la comuna a partir de los principios señalados en la cita. Escasamente se mencionan en algunos párrafos los beneficios inmediatos que reportará a los cam­pesinos dicha organización. Es un llamado a los intereses políticos de los campesinos, sólo un estímulo de este tipo pudo conducir a una movili­zación semejante. El mismo Karol hace referencia al problema cuando, pocas páginas antes, también se sorprende de que no haya habido du­rante los años 1959-61 siquiera un comienzo de hambre a pesar de las calamidades naturales. La respuesta que le proporcionó el viceministro de Agricultura sobre el problema fue la que sigue: "Esta nueva organi­zación ha aumentado la producción de la tierra y ha asegurado la alimen­tación de todos. Nada hay que el hombre no pueda vencer: lo que ustedes llaman milagro no es sino el resultado de la instauración de las comu­nas, y nosotros ya lo habíamos previsto”. A lo cual razona Karol: "Este voluntarismo no debió bastar para resolver el problema. Sin embargo, por donde quiera que pasamos, el abastecimiento estaba asegurado. De

40 Karol, Kewes, op. cit., pág. 175.41 Resolución sobre algunas. . ., op. cit., pág. 406.

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hecho la respuesta de nuestros interlocutores chinos nos indica cuál es la pieza sillar de su sistema: una politización intensa, que permite ex­plotar los recursos al máximo, garantiza la subsistencia de todos y favo­rece la acumulación. Esta constante preocupación se convierte al mismo tiempo en un valor —el primero en el escala moral de los chinos— y es un medio de organización social innegablemente eficaz” 42.

Y afirmará más adelante: "Los chinos no tienen ninguna dificul­tad en convencernos de que la sociedad socialista funciona tanto mejor cuanto que es más capaz de suscitar la adhesión consciente de todos los ciudadanos.. . Comprendemos igualmente, muy bien, que en China, don­de las ventajas materiales se distribuyen con mucha sobriedad, la con­ciencia política de los trabajadores tenga que desempeñar un papel de­terminante. Sin ella, el complejo sistema de planificación centralizada (pero en que vastos sectores se dejan a la iniciativa regional o local, y donde todas las decisiones son discutidas por varios comités) no podría funcionar jamás; se vería paralizado por las rivalidádes y cada región, cada ciudad, cada empresa, trataría de obtener el máximo para sí misma, sin preocuparse de los demás” 43.

Así, la transformación económica, el autoabastecimieñto, el desa­rrollo equilibrado, nuevamente vemos, en estas citas de Karol, que re­quiere del estímulo político. Mao lo había advertido:

"El trabajo político es la arteria vital de todo nuestro trabajo eco­nómico. Esto es particularmente cierto en el período en que el sistema socio-económico experimenta un cambio fundamental” 44.

El crecimiento de la producción en un país económicamente atra* sado requiere la movilización masiva de todos sus recursos. Esto se ha logrado en las experiencias socialistas tradicionales a través del estí­mulo económico, el control político monolítico y la llamada política del "Terror". China, a su vez, lo ha logrado a través de una intensa politi­zación. La movilización masiva en la producción tiene, sin duda alguna un objetivo primordial: la funcionalización de las actitudes antitéticas/ y esta preocupación no está evidentemente ausente en China. Mao:

"Debemos reconocer que a menudo algunos tienden a preocuparse de los intereses inmediatos, parciales y personales, y no comprenden o comprenden insuficientemente los intereses futuros nacionales y colec­tivos. . . Por eso es necesario realizar permanentemente entre las masas una educación política viva y eficaz.. ." 4S. '

Y los resultados los hemos podido percibir a través de las últimas citas de Karol. Sin embargo, las implicancias de la política de los estí­mulos morales, a diferencia de la política de los estímulos económicos, van mucho más lejos que la simple funcionalización de las actitudes anti­téticas. El estímulo moral conduce a la creación del que se ha dado en llamar el “hombre nuevo". Veamos en Karol:42 Karol, Kewes, op. cit., pág. 169-170.43 Karol, Kewes, op. cit., pág. 287.M Mao Tse-Tung. Pekín informa N? 5, 1967, pág. 5.45 Mao Tse-Tung. Pekín informa. N? 5, 1967, pág. 6.

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“ si es el equipo el que determina que sus miembros pasen de una categoría de salario a otra, si es él quien decide el ingreso de cada uno, ¿no se corre el riesgo, casi automáticamente, de entrar en conflicto cp n la dirección que paga? Y si un equipo percibe cada mes una suma fija ¿la manera en qué se distribuye no habrá de crear resquemores entre sus miembros? E lse ñ o r Tsung me escuchó sonriendo y, detrás de sus lentes, su mirada me decía con toda claridad que yo no entendía para nada al hombre socialista: "Nuestros obreros no trabajan por di­nero sino por un ideal. Piensan primero en el bien colectivo, en el socia­lismo: esas querellas mezquinas y egoístas que habla usted no pueden t^ner lugar”. En veinticinco fábricas hice las mismas preguntas. Veinti­cinco veces me contestaron las mismas cosas.. .” M.

El "hombre nuevo” existe y responde a los valores socialistas de liberación. No obstante, debemos preguntamos acerca de qué mecanis­mos qué procesos sociales, pueden garantizar su reproducción perma­nente, su "incorruptibilidad". Qué mecanismos pueden garantizar la per­manente vigencia del estímulo moral y la orientación por valores de li­beración. Esta pregunta es totalmente válida en la medida en que preci­samente la necesidad de impulsar el estímulo material parte del recono­cimiento de que el interés material permanece presente en la sociedad socialista, en la medida en que reconoce la presencia de intereses mate­riales divergentes. El "hombre nuevo” no se encuentra aislado, sino sumergido en una estructura de clases. El "hombre nuevo” no por el hecho de serlo deja de vender su fuerza de trabajo. De este reconoci­miento es que surge la conocida afirmación de Mao:

"Nuestro Gobierno Popular es un gobierno que representa real­mente los intereses del pueblo y sirve al pueblo; sin embargo, entre él y las masas populares también existen ciertas contradicciones. Estas contradicciones comprenden las contradicciones entre los intereses es­tatales, los intereses colectivos y los intereses individuales; contradic­ciones entre la democracia y el centralismo, contradicciones entre diri­gentes y dirigidos, contradicciones entre la manera burocrática de pro­ceder de algunos funcionarios públicos y las masas” 47.

Estas contradicciones suponen constantes arreglos entre los inte­reses divergentes en la toma de decisiones, y, si estos arreglos se llevan a cabo en el marco de una intensa politización, tal como ocurre en China, deberán orientarse fundamentalmente por los intereses de la mayoría. Ello a nivel de las masas, de los dirigidos, se logra precisamente a través de la educación política masiva. Sin embargo, el problema se presenta a nivel de los dirigentes. A este nivel aumentan las probabilidades de "autocorrupción”, de orientación por intereses materiales. La paulatina "restauración" de la orientación por los intereses inmediatos transfor­ma a los valores de liberación en consignas huecas( destinadas a legiti­

’* Karol, Kewes, op¡ cit., pág. 280.« M a o Tse-Tung. Cuatro tesis filosóficas. Ediciones en Lenguas extranjera?. Pekín,, 1970, pág. 90.

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mar el poder monolítico creciente que acompaña el proceso de "restau­ración”. El arreglo de clases dirigido por un sector (dirigentes políticos y administrativos) orientados por intereses materiales, exige,-al négár lós valores socialistas, la monopolización y concentración del pode*" econó­mico y político de decisión, y por lo tanto, la despolitizacián (movili­zación por estímulos materiales) de las bases. La necesidad de la divi­sión social del trabajo con centralización de la dirección promueve, en sí, la concentración del poder y la orientación por intereses particulares.

En fin, así lo han entendido los socialistas chinos, y ésí como han encarado desde su inicio la movilización de las bases a través de su politización, asumieron también desde el período del proceso revolucio­nario para la toma del poder la llamada "línea de masas”, como política de relación entre los dirigentes y las bases. En 1948, Mao caracterizaba de la siguiente manera a la línea de masas:

"Durante más de veinte años, nuestro partido ha llevado adelante diariamente el trabajo de masas, y desde hace más de diez años, viene hablando a diario de la línea de masas. Siempre hemos sostenido que la revolución debe apoyarse en las masas populares y contar con la par­ticipación de todos, y nos hemos opuesto en que se confíe en unas cuantas personas que están a cargo de todo. Sin embargo, algunos ca­maradas todavía no aplican a fondo la línea de masas en su trabajo; todavía se apoyan sólo en unas pocas personas y trabajan en un frío y quieto aislamiento” 48. “Debemos ir a las masas, aprender de ellas, sin­tetizar sus experiencias y deducir de éstas principios y 'métodos áúñ mejores y sistemáticos y, luego, explicarlos a las masas (hacer propa­ganda entre ellas) y llamarlas a ponerlas en práctica.. .”. "En nuestros organismos dirigentes de algunos lugares, hay quienes creen que basta con que los dirigentes conozcan la política del Partido y que no hay ne­cesidad de darlo a conocer a las masas. Esta es una de lás razones fun­damentales por la cual parte de nuestra labor no ha podido realizarse bien” 49. - I J.. . ~

Sin embargo, esto ocurría durante un proceso revolucionario, don­de la movilización de las masas exigía métodos adecuados de captación de bases revolucionarias. Esto es lo que hace afirmar Ió siguiente a Karol: "Por regla general, los comunistas predican siempre la democra­cia proletaria antes de la revolución, y se resignan, rápidamente, a no poder practicarla después, hasta el punto de que sus promesas a esté respecto forman parte de una liturgia que ya nadie toma en serio” 50.Pero los socialistas chinos, obsecados en su idea, seguirán planteándolay buscando su realización. Ya en 1964, volvemos a encontrar planteada la necesidad: -

" . . . tanto en la revolución socialista como eri la construcción so­cialista, es necesario adherir a la línea de masas, movilizar audazmente

Mao Tse-Tung. Citás. Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín,' 1966, pág. 127-128;* Mao Tse-Tung. Citas, op. cit., pág. 135. %"K a ro l, Kewes. El modelo chino del socialismo. Ed. Aportes, Montevideo, 1969; páf. 63.

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a las masas y desarrollar movimientos de masa en gran escala. La línea expresada en el lema "de las masas, hacia las masas” es la línea funda­mental de todo el trabajo de nuestro Partido. Es necesario confiar fir­memente en la mayoría del pueblo... Debemos tratar de consultar a las masas en todos los aspectos de nuestro trabajo, y de ningún modo se­pararnos de ellas. Es preciso luchar contra la tendencia a dar órdenes a las masas y contra la actitud típica del dispensador de favores. La ex­presión cabal y franca de las opiniones y los grandes debates son formas importantes de la lucha revolucionaria que han sido creadas por el pue­blo de nuestro p a ís ..., formas de lucha que se apoyan en las masas para resolver las contradicciones existentes en el seno del pueblo y las con­tradicciones entre nosotros mismos y el enemigo” 51.

Y es requisito de todas estas exigencias la vinculación estrecha, el no aislamiento de las masas. Este es el principio fundamental de la línea política china. El aislamiento coloca barreras entre el dirigente y las bases, despolitiza a estas y deja libre al dirigente para que se oriente por intereses inmediatos. En el marco de esta situación, la relación entre el dirigente y el dirigido se lleva a cabo a través de la política del Terror, y la movilización de las bases se logra a partir de estímulos materiales. Dos políticas fundamentales llevaron adelante los socialistas chinos en su afán de impedir el aislamiento de los cuadros políticos y administra­tivos de todos los niveles, antes de la Revolución Cultural: la lucha con­tra el burocratismo y la promoción del trabajo manual de los cuadros en la producción.

Múltiples y permanentes han sido las campañas dentro y fuera del Partido contra la buropratización de los cuadros en todos los secto­res. Quizás la más importante antes de la Revolución Cultural, haya sido la que se llevó a cabo después del VII Congreso del PCCh, en 1956, en el que Deng Siao-ping (paradójicamente expulsado posteriormente del Partido durante la RC) presentó un informe sobre la tendencia a la burocratización en el Partido. He aquí algunos párrafos del Informe:

“__a consecuencia de que nuestro Partido es, en la actualidad,un partido gobernante, ha crecido el peligro de que nos separemos de las m asas.. . Entre muchos funcionarios del Partido y de los organismos del Estado crece la tendencia al burocratismo de distintos colores y matices. No pocos órganos y cuadros dirigentes se colocan por encima de las masas, no se acercan a ellas, no se dignan conocer la situación, ignoran el estado general del trabajo. Al examinar y resolver las cues­tiones de su trabajo parten, a menudo, no de las condiciones objetivas y de la práctica concreta de las masas populares, sino subjetivamente, de informaciones inexactas, de sus suposiciones y deseos... no se acon­sejan de sus camaradas subordinados y de las masas, no tienen en cuenta las condiciones concretas de tiempo y lugar sino que aplican mecánica y ciegamente las indicaciones.. . El burocratismo también toma en al­51 Sobre el falso comunismo. . op. cit., pág. 159.

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gunos cuadros la forma de engreimiento y autosatisfacción. Estos cama- radas exageran el papel del individuo y dan importancia excesiva al pres­tigio personal. Les complace la adulación y las alabanzas, no admiten ninguna crítica ni control, e incluso hay entre ellos personas sin dignidad que ahogan la crítica y toman represalias contra los que los critican. En nuestro partido hay también personas que desfiguran las relaciones entre el Partido y el pueblo: en lugar de servir al pueblo abusan de su auto­ridad y cometen toda clase de contravenciones de las leyes y la disci­plina" B.

Las campañas de "rectificación” dentro y fuera del Partido reedu­cara estos elementos en los principios del socialismo y la línea de masas, poniendo a la preocupación política en el primer lugar:

"Todo esto estaba acompañado, evidentemente, de una intensa propaganda en pro de una conducta colectivista y contra las viejas costumbres originadas en la cultura antigua. La necesidad de ser "rojo y experto" —rojo con prioridad a experto— se subrayaba con tanto énfasis que tuve la impresión de que ningún estudiante egresado de una facultad tecnológica china podría encarar con tranquilidad la perspec­tiva de una carrera puramente tecnocrática. La política dominaba toda la vida en cualquier sector que fuere” B.

Sin embargo debía agregarse a las campañas periódicas de rec­tificación y a la propaganda, una práctica real que rompiera con el ais­lamiento con las bases, sin necesidad de estar controlando si los cuadros tomaban realmente contactos permanentes con ellas. Este medio es el del trabajo manual semanal de los cuadros en la producción. El trabajo manual es considerado por los chinos como un método de educación o reeducación permanente del trabajador intelectual. Ellos mismos nos dan su sentido político exacto:

" . . . es necesario mantener el sistema de participación de los cua­dros en el trabajo productivo de carácter colectivo. Los cuadros de nues­tro partido y del Estado son trabajadores corrientes y no grandes se­ñores que cabalgan sobre las espaldas del pueblo. Al participar en el trabajo productivo de carácter colectivo, los cuadros mantienen víncu­los amplios, constantes y estrechos con el pueblo trabajador. Se trata de una medida de fundamental importancia para el sistema socialista; ayuda a superar los males de la burocracia y a impedir el revisionismo y el dogmatismo” 54.

A esto debe agregarse la aspiración permanente de los socialistas chinos a que las bases participen realmente en la gestión de sus unida- das de trabajo. Pero es nuevamente Karol quien hace dos observaciones importantes:

“Pero en todo eso había, hay que decirlo, cierto olor a paterna-52 Den Siao Pin. Informe sobre las modificaciones en los Estatutos del Partido Comunista de China. Edi­

ciones en Lenguas Extranjeras. Pekín, 1959, pág. 55-56-57.53 Karol, Kewes. El modelo. . op. cit., pág. 78.54 Sobre el falso comunismo. . op. cit., pág, 161.

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lismo. Porque todos esos cuadros y directores, luego de haber hecho sus ejercicios manuales entre las masas, regresaban solos a sus oficinas para tomar decisiones de las que no rendían cuenta más que a sus supe­riores, y no a la base; estaba claro para mí que los funcionarios chinos vi­vían más modestamente que los de otros países comunistas, pero era igual­mente evidente que los Comités de trabajadores en las fábricas, o las asambleas de campesinos en las comunas, desempeñaban un papel pu­ramente figurativo. De acuerdo con el espíritu de sus instituciones, los miembros del partido seguían ejerciendo solos el poder en China, y los métodos igualitarios preconizados por el “movimiento de educación so­cialista” les garantizaban simplemente, una conciencia tranquila en el ejercicio de sus funciones” 55. “Más, a pesar de las medidas muy severas que obligan a los cuadros a hacer trabajos manuales y que vigilen para que no se forme ningún espíritu minoritario, todo país comunista lleva en sí el gérmen de la burocratización... y China no es una excepción de esa reg la .. K.

Efectivamente, China no fue una excepción, y, el error debe atri­buirse principalmente a que las bases al mismo tiempo que, durante diecisiete años, fueron movilizadas en la producción a través de una alta politización, no fueron inducidas a participar activamente en la fisca­lización y control de la educación y conducta política de sus dirigentes. El PCCh mantenía para sí, en la mejor tradición burocrática, el poder monolítico de controlar y educar a sus miembros. En última instancia, el PCCh se controlaba a sí mismo, no pudiendo garantizar así su “in- corruptibilidad”. Las bases, limitadas a su papel de observadoras pasi­vas de la política, irían también paulatinamente desinteresándose de ella.

Hasta 1965, el grupo maoísta en las altas esferas del Partido, sostenedor firme de la "línea de masas”, había enfrentado batallas de importancia en dos frentes, consolidando la "línea” en ellos: las Fuerzas Armadas y el Arte. La más importante fue, sin duda alguna, la primera de ellas. En 1960 logra abatir definitivamente, siempre dentro de los canales del Partido, a la línea "revisionista”, que proponía la profesiona- lización y burocratización del Ejército Popular de Liberación (a más de disolver las milicias populares), rompiendo así su mejor tradición “de masas”. Sin embargo le quedaba aún al PCCh combatir en los dos frentes más amplios y dispersos del país: el frente político (del partido) y el frente de la producción (incluido el aparato estatal). Este enfren­tamiento y las transformaciones que se proponían, no podían hacerse por decreto, tal como había venido realizándose hasta el momento. Pero, en 1965, un primer grupo acusa el impacto de la contradicción y da el impulso decisivo a un proceso que se daría por llamar la Gran Revolu­ción Cultural China, se trata de los estudiantes que comienzan a orga­nizarse y a criticar primero las estructuras burocráticas e ideológicas

55 Karol, Kewes. El modelo. . op. cit., pág. 79.56 Karol, Kewes. China: el otro. . ., op. cit., pág. XVI.

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de los centros de enseñanza, para volcarse posteriormente a la calle, comenzando así una crítica de bases a la sociedad. Ante los hechos el Partido debe asumir una posición: promover o detener el proceso. A proposición de Mao Tse-tung en el Comité Central del PCCh, se decide apoyar el movimiento. Karol hace al respecto dos observaciones de interés:

“Los grandes partidos políticos no suelen hacer la autocrítica colectiva, sino que prefieren echar la responsabilidad de los errores pa­sados sobre los hombros de algunos dirigentes. Sólo así logran conser­var su auréola de sabiduría doctrinal que les permite pregonar su in- fabilidad"57. “Es cierto que habría que tener la autoridad y la audacia de Mao para hacerle al Comité Central, compuesto en su mayoría de hombres del aparato, una proposición que, para ellos, equivalía a un suicidio. En teoría todos creían en la sabiduría de las masas proletarias y en sus discursos se encontrarán tantas citas como en los de Mao, sobre la necesidad de practicar la línea de masas. Pero, en la práctica, tenían todas las razones para desconfiar de la minoría de jóvenes puristas, ya agrupados como guardias rojos, que excitaban la cólera popular sobre ellos, porque eran, necesariamente, responsables de todas las anomalías del viejo sistema. Ahora bien, la multitud, impulsada por los jóvenes rabiosos, está rara vez dispuesta a escuchar explicaciones sobre las ra­zones profundas de ciertas decisiones tomadas, y sobre las desviaciones inevitables entre lo absoluto doctrinal y las realizaciones dadas” 58.

Evidentemente el proceso no era incontrolable. En su momento más álgido, enero de 1967, en el que la crítica a los cuadros políticos y administrativos comienza a ser indiscriminada, la prensa publica un ar­tículo de Mao escrito en 1929 (Acerca de la eliminación de las concep­ciones erróneas en el seno del partido), en el que alerta a sus camaradas contra el peligro del ultrademocratismo y del ultraigualitarismo. Ello basta para frenar la orientación “anarquista” que podría adoptar la Revolución Cultural. A partir de este momento los estudiantes se retiran a sus universidades y liceos, y comienza la movilización de las bases en los centros de producción. Los objetivos centrales, según Rojas, de la RC, habían sido fijados en agosto de 1966 y serían los siguientes:

“—Crear una nueva superestructura adecuada a la nueva realidad económica y política de China. Destruir la costra de burócratas y nuevos burgueses comunistas y teóricos, para evitar caer en el revisionismo so­viético. Formar grupos de choque de las masas populares, para que des­truyera esta costra de nueva clase burócrata y burguesa. Aprovechar estos grupos de choque para que difundan el verdadero pensamiento comunista de formar hombres comunistas, con propósitos morales y políticos comunistas” ®8.

57 Karol, Kewes. El modelo. , op. cit., pág. 99.58 Rojas, Róbinson, op. cit., pág. 256-257.

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De hecho, los objetivos iban simultáneamente dirigidos a derrocar en el nivel más alto del Partido y el Estado, a la cam am ila opositora al grupo maoísta, cuya cabeza visible sería prontamente el Presidente Liu Shao-chi, y a quiénes se acusaba de revisionistas al "estilo Jruschov”. Ya derrocado, en 1969, algunas de las acusaciones que se les haría son siguiendo a Lin Piao:

" . . . continuó difundiendo absurdos reaccionarios tales como la "teoría de la extinción de la lucha de clases”, la "teoría de ser dócil instrumento”, "la teoría de que las masas son atrasadas”, la "teoría de ingresar al partido para ser funcionario”, la "teoría de la paz dentro del partido” y la "teoría de la fusión de los intereses públicos y privados.. . 59.

No se puede saber con presición si efectivamente Liu y su grupo eran sostenedores de estas "teorías” o no, pero lo importante aquí es que todas estas “teorías” juegan el papel de anti-slogans de la RC, siendo simultáneamente, desde el punto de vista de nuestro análisis, precisa­mente anti-valores de liberación, o sea, valores de sometimiento. Pero retomando a nuestro punto anterior, la movilización masiva en contra de los "burócratas” en cada una de las unidades de producción, se or­ganizó formando en ellas los llamados Comités Tripartitos. Estos estaban compuestos por una tercera parte de Guardias Rojas de las bases ele­gidos por las bases, un tercio de miembros del Partido considerados no burocratizados ni revisionistas y elegidos también por las bases. Todos ellos eran revocables. Y, finalmente, el tercer tercio lo formaban miem­bros del Ejército Popular de Liberación (cuya línea ya mencionamos), o en su defecto milicias populares de la zona. La misión de los Comités era llevar a cabo la RC. en su unidad de trabajo, administrando al mis­mo tiempo la gestión de la empresa. Todo ello bajo la supervigilancia de las bases. Tomando algunos testimonios del libro de Rojas sobre los acontecimientos:

“El noventa por ciento de los condenados al escarnio público... son miembros del partido comunista... (hay) ex capitalistas, es decir, ex dueños de fábricas, almacenes, comercios, y ex campesinos ricos, ex terratenientes, etc. Pero lo principal... lo constituyen los cuadros del partido comunista acusados de burócratas o señores burgueses engreídos por sus cargos”, " ...to d o s los (acusados) de la fábrica eran cuadros del partido comunista y técnicos; es decir, personal administrativo y técnico. Todos acusados de burócratas y antipartido o antisocialistas, lo que significa que . . . tratan de administrar la fábrica como si fuera un negocio aislado del país” 60, " . . . lo s obreros de cada taller discuten las denuncia de los dazibaos (afiches acusatorios), juzgan al acusado, si es culpable, hacen el gorro de papel, van donde el culpable que ya ha tenido oportunidad de defenderse y lo sacan a pasear por la fábrica y

59 Lin Piao. Informe, en Documentos del IX Congreso Nacional del Partido Comunista de China. Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1969, pág. 76.

“ Rojas, Róbinson, op. cit. pág. 201-202.

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la calle. Después él debe autocriticarse..., debe trabajar en un taller, . . . y debe estudiar política y ser alumno de los obreros” 61.

Lo importante en este proceso repetido múltiples veces hasta en los últimos rincones de la República Popular China, es que esta vez sí significó la movilización política total de las bases trabajadoras, en un movimiento con características revolucionarias: su objetivo: la depu­ración de las clases; el instrumento de lucha: la palabra, la crítica, el debate ideológico masivo; el castigo de los culpables: la vergüenza pú­blica (en muy raras ocasiones el castigo corporal o el encarcelamiento); la consolidación del proceso: el control de las unidades de producción por los Comités Tripartitos (revocables) y la readaptación de los ele­mentos "capitalistas” a través del trabajo manual y la reeducación “ideo­lógica" en manos de sus compañeros de trabajo.

“El Presidente Mao nos ha enseñado muchas veces: “Hay que ampliar el radio de educación y disminuir el radio de ataque” y "aplicar la enseñanza de Marx de que sólo emancipado a toda la humanidad puede el proletariado alcanzar su propia emancipación final”. Al tratar a los que han cometido errores, se debe poner el énfasis en darles edu­cación y reeducación, realizar un minucioso y paciente trabajo ideoló- gico-político entre ellos y seguir realmente "la orientación de sacar lec­ciones de errores pasados para evitarlos en el futuro, y tra tar la enfer­medad para salvar al paciente, con el fin de lograr los dos objetivos: aclarar en lo ideológico los problemas y unir a los camaradas”.” 62.

Estas son palabras de un discurso de Lin Piao en 1969. Agregamos finalmente una cita de Mao de 1968, sobre el carácter permanente del proceso: "Hemos conquistado grandes victorias. Pero, la clase derrotada seguirá haciendo forcejeos. Esa gente existe todavía, y también esa clase. Por eso, no podemos hablar de victoria final. No podremos hacerlo in­cluso en los próximos decenios. No debemos perder la vigilancia” 63.

Resurgirá el burocratismo, pero la experiencia de la RC para las masas chinas es irreversible, y es previsible el resurgimiento de la Re­volución Cultural como única forma posible de realizar la auténtica dictadura del proletariado en nombre de los valores socialistas de li­beración.

Finalmente señalemos una vez más que, a los estímulos económi­cos de movilización para la producción corresponden la despolitización de las bases y la política del Terror. Y, al estímulo moral de moviliza­ción para la producción, no sólo corresponde la politización de las bases, la toma de conciencia socialista de las bases, sino también y primordial­mente la movilización política de las bases. Politización sin movilización política es apariencia de hombre nuevo. El hombre nuevo no es el hom­bre concientizado, sino el hombre movilizado en nombre de los valores socialistas de liberación.61 Rojas, Róbinson, op. cit. pág. 206.“ Lin Piao, op. cit., pág. 57-58.63 Mao Tse-Tung en Lin Piao, op. cit., pág. 66.

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Capítulo III

El socialismo en Cuba

Patricio Biedma

INTRODUCCION

Cuba, como se sabe, es el único país latinoamericano que vive una experiencia socialista. Objeto de repudio, de discusión y de halago por los restantes países del mundo, la experiencia cubana ha sobrevivido triunfalmente en medio de sangrientas agresiones y severos bloqueos de que ha sido víctima. Si algo ha de simbolizar esta Revolución Cubana, más que cualquiera o tra de sus importantes caracteríticas, esto es preci­samente el espíritu de lucha que ella despierta en su población, la con­ciencia de defender lo que este tremendo cambio le ha significado. En es­te trabajo, que no pretende ser un estudio global de esa Revolución, se van a plantear, de manera teórica, los principales elementos que están presentes y que se han desarrollado a lo largo de los últimos diez años de la historia cubana.

Decimos que nuestro planteamiento será teórico, no porque lo que digamos no posea asidero en la práctica, sino porque referimos nues­tro estudio principalmente a la lógica que brinda nuestra investigación y que ya hemos expuesto. En ese sentido, habremos de considerar siem­pre el caso cubano como un proyecto de desarrollo, de superación del subdesarrollo con respecto a la situación que viven los restantes países de América Latina. Entiéndase desde ahora que cuando nos referimos a la superación del subdesarrollo, no restringimos nuestro estudio a la pu­ra constatación economicista de aumentos en los ingresos per cápita. Nuestra intención es que el criterio de investigación que imponemos pa­ra el estudio del caso cubano comprenda la Revolución como una totali­dad, no limite sus aspectos más importantes y la sitúe dentro de un pro­ceso en el cual habrá de verse el presente como condicionado por el fu­turo y el futuro como lo que hace provisorio constantemente al presen­te. Por lo tanto, cuando decimos que hemos de analizar Cuba como un proyecto de superación del subdesarrollo, no afirmamos en absoluto que lo único que nos interesa es ver en ella el aumento de la producción de bienes materiales; o más bien: afirmamos que la argumentación en

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torno a este aumento de bienes siempre debe pasar por el análisis de la estructura tanto social como de valores y actitudes que antes hemos señalado. No se sorprenda el lector que aquí no demos continuamente cifras acerca de los rubros productivos en Cuba, ni que exhibamos re­gularmente los porcentajes de aumento entre la situación pre-revolu- cionaria y la Revolución; para nosotros eso tiene una importancia se­cundaria frente a los nuevos hechos sociales que cuantitativamente no pueden ser medidos frente a la dinámica desatada por la Revolución, dinámica que sólo se entiende si se concibe que el proceso productivo de bienes materiales es también un proceso continuo de creación de va­lores y que ellos, al mismo tiempo, son la base para que este proceso de valores y que ellos, al mismo tiempo, son la base para que este proceso subsista, tanto en sus formas actuales como futuras.

En la situación actual, la negación al desarrollo es suicida; es sui­cida la situación de los países subdesarrollados.. en tanto ellos se encuen­tran dentro de una dinámica que provoca crisis cada vez mayores; es suicida un proceso de liberación que no contemple una base material su­ficientemente desarrollada. En la situación actual, la lucha por el desa­rrollo es también lucha por la liberación humana, para aquellos países aún atados al peso contradictorio del estrangulamiento de sus fuerzas productivas. Analizar, entonces, la lucha por el desarrollo del pueblo cu­bano, es también estudiar a toda la Revolución Cubana; es estudiar su concepción del hombre, de la sociedad, de la tecnología, etc. La lucha por el desarrollo es también una lucha por una noción trascendental de so­ciedad, es una concepción que guía la dinámica actual y que se encuen­tra continuamente reformulada por ,1a pugna incesante entre lo viejo, aquello que el subdesarrollo pre-revolucionario dejó como herencia, y las nuevas pautas que se están imponiendo. El socialismo no es fácil, como dijera André Gorz. El socialismo es una constante lucha de superación de lo que existía por nuevas formas sociales. El socialismo no es un acci­dente histórico ni puede reducirse a una simple redistribución del ingre­so, en palabras de Guevara. El socialismo es una construcción, que no sólo entra en oposiciones con lo viejo„ sino que genera sus propias contra­dicciones, sus propias problemáticas. Este proceso de construcción es el que permite afirmar que no existe un solo y único socialismo y que él de­pende de los contextos en que se sitúa, de las particularidades de cada uno de ellos, de la intensidad de oposición de las fuerzas contrarias, etc. La especificidad de cada contexto en donde se implanta el socialismo es siempre el mejor argumento para la actuación intemacionalista del so­cialismo : al final, negando esta especificidad, se está negando también, por más que se crea lo contrario, el carácter internacional de cualquier revolución.

La historia de alguna manera ha demostrado que el socialismo no se implanta por decreto, los decretos están dem ás: siempre son meras confirmaciones de lo que está ocurriendo. La prevalencia en el socialis­

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mo de leyes que rigen la dinámica capitalista no puede invalidarse de la noche a la m añana; esta situación necesita de todo un proceso, de un pro­ceso que significa también y principalmente la apropiación por el hombre de su propia vida. Por eso poco nos importan las discusiones bizantinas acerca de si Castro era comunista antes de la Revolución o si no lo e ra ; si Castro, como se dice, fue un traidor a la causa revolucionaria de aquel 26 de Julio o si más bien ha demostrado capacidad y flexibilidad para irse en­frentando con las nuevas situaciones que se le iban planteando. Quien es­té interesado en estos antecedentes puede recoger un número importan­te de bibliografía acerca del tema. Pero cuando se considera todo un con­cepto de construcción de una nueva sociedad, cuando se concibe todo un proceso de totalización, se ha de entender que el socialismo no depende de si Castro era o no comunista, se ha de entender que si bien el rol de Castro es de suma importancia, si bien su papel ha sido y será fundamen­tal en el futuro, la dinámica de la revolución que él mismo ha contribui­do a construir sobrepasa su propia presencia, está más allá de él, sé ha hecho totalmente irreversible. No habrán pasos para atrás (todo parece indicarlo), a Castro le corresponde nada menos que guiar los pasos ade­lante.

De suma importancia es para nosotros el concepto de irreversibili- dad. Nos indica que el cambio social está dentro de la totalidad, es to ta l; irreversibilidad en el cambio significa que la Revolución es más que un nombre, que se ha revolucionado todas las formas sociales existentes. Irreversibilidad es, por tanto, dinámica de desarrollo, es superación de la contra-dinámica del subdesarrollo. En nuestro trabajo trataremos de demostrar esta tesis fundamental: que el socialismo cubano representa un proyecto histórico de superación del subdesarrollo, que por lo tanto contiene explícitamente una concepción trascendental de la sociedad. Es un proyecto histórico de liberación que solamente puede ser concretado con la superación de la situación del subdesarrollo. Hemos de ver, sin embargo, que la situación que adquiere este concepto trascendental en la vida de la Revolución Cubana es muy particular; de muchas maneras tiende a ser diferente a la concepción de otros países socialistas, para los cuales el socialismo es un medio prácticamente directo para la consecu­ción del comunismo.

Se ha dicho de muchas maneras que la Revolución Cubana es vo- luntarista. Hemos de revisar tal afirmación, que parece ser formulada fue­ra de un contexto de análisis más profundo. No sabemos, en realidad, a qué se refiere precisamente este “voluntarismo” : esta revolución es “vo- luntarista” por postular la prioridad de los estímulos morales sobre los estímulos materiales para la producción o si se piensa que Cuba ha lle­gado "demasiado rápido” al socialismo, antes de pasar por el desarrollo de sus fuerzas productivas. De cualquier manera, la posición de los cuba­nos ante tales aserciones está muy bien definida: "Si vamos a fracasar porque creemos en la capacidad del ser humano, en la capacidad de su­

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perarse del ser humano, fracasemos si es necesario, pero no renunciemos jamás a nuestra fe en el ser humano” ’. Para aquellos que ven, entonces, a la Revolución Cubana como un intento barato y pequeñoburgués de humanismo, debe ser inevitable pensar también que ya no existe alterna­tiva alguna para la superación del subdesarrollo, y que, si para construir el socialismo debe hacerse toda clase de acomodaciones que desarrollen pieyiamente las fuerzas productivas, éste difícilmente puede ser alcan­zado, d^da la situación de América Latina, vista a través de un estudio profundo. Por decirlo de alguna m anera: esta es una realización pedagó­gica, nos ha enseñado que en el nivel en que vivimos también podemos pencar prácticamente en la superación del hombre y también podemos postular la construcción del socialismo que tenga como base a un "hom­bre nuevo”, como en el caso cubano. Es m ás: de acuerdo a los anteceden­tes <jue hemos entregado en toda la obra, podemos decir que el socialis­mo se construye conformando a un hombre distinto, o que definitiva­mente no se construye.

• Nuestra argumentación se fundamentará en esta concepción del "hombre nuevo”. Habrá de ver si, esta concepción es solamente un argu­mento ideológico o si se concreta en la práctica; habrá de analizar si to­da esta concepción es la que guía la construcción cubana del socialismo o si ella aparece sólo marginalmente. Finalmente, estudiará las motiva­ciones a que responde este "hombre nuevo”. Para llegar a conclusiones habrá de ser necesaria estudiar toda una serie de fenómenos. A fin de que el lector no se encuentre demasiado desorientado en nuestra discusión he­mos incluido; un primer punto en el que recapitulamos algunos antece­dentes históricos de la Revolución Cubana; y para quien se encuentre in­teresado en profundizar este tema, recordemos que existe una serie bas­tante grande de textos de calidad que prestan, por lo demás, mucha uti­lidad2.

Inmediatamente después de ello, pasaremos a discutir la validez y el nuevo rol que adquiere la ley del valor del socialismo cubano. Nos ba­saremos fundamentalmente en la conocida disputa entre Ernesto Gueva­ra y Charles Bettelheim, que tiene matices y agregados de otras persona­lidades de mucho interés. Esta discusión plantea los problemas más fun­damentales de la revolución socialista; Cuba los resuelve a su manera y hemos de reflexionar sobre esa forma particular de hacerlo, sobre su va- kdte.’;Pera4a actuación de la ley del valor y la función que a ella se ad­judica dentro de las nuevas formas sociales, dentro de la revolución, es el punto de partida, a nuestro entender, de cualquier estudio referente al Socialismo. En las contradicciones que esta ley genera y en la manera de enfrentarlas, que muchas veces produce nuevas contradicciones, está la base de nuestra investigación. A través de este tema, llegaremos final­íB táe! Castro: D iscurse'en Conmemoración del 13 de marzo, 13 de marzo 1968.

-J Para citar sólo algunos textos:. E. Guevara: ‘.‘Obra Revolucionaria” , Ed. ERA, 1968; Josep P. Morray: - - ‘t a Segunda Revolución en Cuba” , Ed. Iguazú, 1965; Paul Baran: “ Reflexiones sobre la Revolución ■ Cubana”-, :,E&-Iorg® -Alvárez,r. 1963; Mario G ilí;-“ Cuba Sí!,. Yanquis No!” , México; Marcos Winocour:

“ Cuba, 'Nacionalismo y Comunismo” , Ed. Hemisferio, 1966, etc.

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mente a la investigación acerca del "hombre nuevo” en Cuba y de todo lo que él pueda significar para nosotros. Analizaremos el papel que le ca­be a este "hombre nuevo” en el desarrollo de las fuerzas productivas cu­banas y veremos también las nuevas contradicciones socialistas que ge­nera el intento de provocar tal tipo de hombre.

A medida que avance la investigación, el lector podrá observar cier­ta complejización en la temática. Es inevitable que ello pase: partimos de condiciones y descripciones bien concretas acerca de la Revolución Cubana, para concluir nuestra argumentación en niveles analíticos más altos.

2.— Esbozo de la Revolución Cubana :

La Revolución tiene claramente dos etapas : la etapa liberal con la que se presenta al mundo en 1959 y la etapa socialista que sale a la luz en 1960. Los cambios entre una y otra no indican en absoluto engaño o traición de los dirigentes revolucionarios para con su pueblo. Por el con­trario, la existencia de dos etapas tan distinguibles demuestra mejor có­mo esta revolución ha podido condensar en un año realizaciones que otros pueblos han necesitado décadas para conseguir. Desde enero de 1959, para Cuba, la historia se hace semana a semana, a veces, día a d ía ; estas etapas son facetas de un único y mismo proceso: el proceso revo­lucionario que comienza en el año 1953. De alguna manera, la Revolución Cubana ha demostrado que la verdadera organización para conseguir los valores con los cuales había partido, los valores de "humanismo'' y dé desarrollo, no puede ser sino una organización socialista. Por decirlo de manera distinta: las metas de la primera etapa “liberal” de la revolución no son diferentes a las metas que ésta se plantea cuando pasa a ser socia­lista; el socialismo es sólo la forma que ella ha encontrado como válida para alcanzarlas. Para ella, el liberalismo no busca los valores del "huma­nismo”, a pesar de que pueda postularlos. El liberalismo encuentra los valores contrarios a ese “humanismo”. Para ser realmente consecuente con la obtención de estos valores es necesario, ahora, ser socialista: ésto es lo que ha demostrado la Revolución. No resulta, entonces, un mero accidente el que la Revolución Cubana haya pasado a ser socialista, sino un resultado consecuente de la búsqueda de esos valores.

El primero de enero de 1959, para muchos terminaba la revolución y para otros recién comenzaba. Ese día asumía en Cuba él Gobierno pro­visional, que estaría encargado de llamar a elecciones presidenciales en un plazo no mayor de dos años. Era un Gobierno en el que no figuraba aún Fidel Castro, y que estaba compuesto por personalidades de una lí­nea conservadora que, en su momento, se había opuesto a los desmanes de Batista. Al parecer, su función se centraba en controlar a los miem­bros radicales del Movimiento, del 26 de Julio y en impedir la influencia de los afiliados al Partido Coimvústá t#n*

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forme a la burguesía cubana y a las empresas norteamericanas, que veían en la Revolución sólo una vuelta al imperio de la Constitución, que Ba­tista había denigrado. La presión de este partido político y la creciente “desnudez" que iba adquiriendo la lucha de clases en el interior de esta sociedad, hacían prever a la burguesía nacional que este Gobierno, in­cluyendo la figura de Fidel Castro, era una fuerte barrera entre ellos y los restantes sectores de la población.

Este entendimiento entre los sectores burgueses y los dirigentes revolucionarios, entendimiento que Estados Unidos se cuidaba muy bien de intensificar, realmente duró poco tiempo. El 16 de febrero de 1959, Miró Cardona, el primer ministro del Gobierno provisional, abandona su puesto silenciosamente, y Fidel Castro pasa a reemplazarlo. La alianza de clases que existía fue rompiéndose de a poco, pero aún falta algún tiempo para que la Revolución tome su signo definitivo. Ya en marzo co­mienzan a tomarse ciertas medidas radicales: la Ley de alquileres redu­cía en un 50% las tarifas de arriendo para todos aquellos que pagaban más de 100 pesos mensuales y en un 40 ó 30% para los arrendatarios que pagaban más que eso3. Esta fue la primera ley que afectaba a un sector bastante importante de la burguesía nacional; ya después de ella viene la de mayor importancia en el período: la Ley de Reforma Agraria. Dic­tada el 17 de mayo de 1959, ordenaba la expropiación de todo latifundio de más de 30 caballerías (402,6 hectáreas). La tierra expropiada, empe­ro, no se repartía entre los campesinos, sino que era establecida como una unidad económica amplia, en donde se organizaban cooperativas de producción, administradas por el I1SIRA (Instituto Nacional de Reforma Agraria). Se evitaba así la multiplicación de la propiedad de la tierra. A partir de ese momento, entonces, la estructura de la propiedad en Cuba pasaba a dividirse en tres grandes sectores: pequeños propietarios a los que no se había expropiado la tierra, los grandes propietarios de hasta 402 has. y el sector expropiado y transformado en cooperativas.

No es arbitrario el hecho de que la primera ley importante de la Revolución se haya referido al sector rural. Las causas son innumera­bles : era el sector más paupérrimo y marginal de Cuba y el que en el fu­turo iba a convertirse en el centro de su economía, etc. Pero lo más de­cisivo es que la Revolución haya sido hecha por ese mismo campesinado y que haya estado orientada ideológicamente por él; la Revolución fue prácticamente campesina. Su situación de extremada explotación lo lle­vó fácilmente por el camino de la rebelión: una cuarta parte de los que trabajaban la tierra estaba formada por agricultores privados de todos los tipos. De ellos, sólo una pequeña parte poseía verdadera propiedad legal de la tierra, el resto eran aparceros o arrendatarios, subarrendata­rios y colonos sin ningún derecho. Las restantes tres cuartas partes de los campesinos estaba compuesta por trabajadores que se desempeñaban3 Se comprenderá que las informaciones que llenan este punto se basan en los textos anteriormente citados

y. en otros que tendremos oportunidad de citar posteriormente, por lo que hemos obviado informar de las fuentes bibliográficas de cada uno de los acontecimientos.

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en las plantaciones de caña de azúcar, tabaco y café; recibían pobrísimos salarios durante los pocos meses activos de cosechas y permanecían de­socupados en el tiempo restante. Sin relaciones con la propiedad de la tierra, no poseían más que su fuerza de trabajo para vender; y, como di­ce Barán, al no tener ni siquiera relaciones de propiedad con la tierra, al depender de las grandes plantaciones, explotados por empresas capita­listas, "no desearon ni lucharon vehementemente por poseer el suelo que cultivaban, sino para lograr metas consideradas esencialmente como pro­pias de la clase obrera: ocupación regular, condiciones de trabajo más humanas y salarios adecuados”.

Esto era lo que se satisfacía parcialmente con la primera Ley de Reforma Agraria. Satisfacía intereses de la clase campesina y, por tanto, dañaba los de la clase terrateniente. La Revolución se iba decantando, iba adquiriendo un perfil propio y un significado dentro de la lucha de clases. Se comenzaron a escuchar las primeras protestas de los grupos dominantes, los mismos que antes habían apoyado la caída de Batista; los pagos por expropiaciones fueron recibidos "con desdén” por los te­rratenientes, consistían en bonos del gobierno revolucionario pagaderos en 20 años, al 4 y medio por ciento de interés. El 9 de junio, seis días des­pués de publicada la ley, fueron arrestados 14 conspiradores en Santiago, luego 12 más en La Habana, etc. Ya en ese entonces, los Estados Unidos se “muestran preocupados” por la situación de los terratenientes expro­piados de nacionalidad norteamericana. Pero este Gobierno provisional se mantenía aun dentro de los márgenes de acción que la burguesía le había otorgado: aún faltaba para que el gobierno de los Estados Unidos echara a andar su maquinaria represiva sistemáticamente y aún los diri­gentes revolucionarios se mantenían dentro de esquemas reformistas: Castro, el propio Castro, en marzo de 1959, afirma su fe en la inversión privada y expresa la negativa del gobierno de hacer nacionalizaciones. Acontecimientos posteriores harían variar fundamentalmente esta posi­ción.

La reacción de la burguesía se manifestó en la exigencia de llamar a elecciones, ya no dentro del plazo de los dos años, sino en el transcurso de los 60 días siguientes. El pueblo comprendió al momento que esto sig­nificaba el restablecimiento de un gobierno parlamentario, comprendió también quiénes eran los que solicitaban tal medida y poco a poco fue clamoreando su desaprobación a estos propósitos. Por eso ese mismo pueblo festejó el hecho de que el 9 de abril Castro anunciara que Jas elec­ciones se llevarían a cabo cuando se hubiera completado la Reforma Agraria, cuando todo el mundo tuviese empleo, “cuando todos pudiesen leer y escribir, cuando todos los niños contaran con escuelas gratuitas y todos tuvieran acceso a los hospitales". Fidel Castro, quizás sin saberlo, determinaba con esto que cuando las elecciones pudieran realizarse ya no harían falta. Cumplidos todos los requisitos que él mencionaba, sin

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duda Jjarían falta muchas cosas más, pero en ningún caso elecciones pre­sidenciales.

Poco a poco la burguesía fue reaccionando contra las medidas de Castro. Se empezó a inflar el "globo” del anticomunismo, inflamiento en el que también colaboraban sectores muy importantes del Gobierno Pro­visional. La presencia de Urrutia como Presidente permitía que este fren­te anticomunista se viera fuertemente apoyado. Por otra parte, los comu­nistas cubanos, como todos los de América Latina, largo tiempo prepara­dos para enfrentar este tipo de situaciones, fueron demostrando al pue­blo y a los dirigentes revolucionarios que ellos podían ser mejores alia­dos suyos que la propia burguesía nacional y su patrón imperialista. Y, en medio de este enfrentamiento de fuerza en que se encontraba la revo­lución, la burguesía va tomando conciencia del proceso en marcha: ya en marzo, Figueres, Presidente de Costa Rica, hace su sensacional anun­cio de influencia comunista en Cuba. "Time”, la influyente revista norte­americana, alerta a la oligarquía internacional de los peligros comunis­tas en la Isla. "El Diario de la Marina”, periódico que representaba los intereses dominantes en Cuba, convence a muchos de sus representantes de que la propiedad privada está en peligro.

El 2 de máyo, Castro anuncia en Buenos Aires que la inversión pri­vada no hace absolutamente nada por el desarrollo de los países de Amé­rica Latina. El 3 de mayo de ese mismo año se informa en los Estados Uni­dos, a través de un programa de CBS, que el gobierno de Castro es tota­litario. En tanto, el pueblo de Cuba va comprendiendo que el anticomu- nismó es contrarrevolucionario; no es necesario ser comunista para ser revolucionario, pero sí es necesario no ser anticomunista. En medio de eStks tensiones provenientes de la burguesía y de las fuerzas comunistas cubanas, el pueblo y el Movimiento 26 de Julio van comprendiendo que la Revolución, para continuar su desarrollo, debe comenzar a aliarse con los grupos progresistas.

Mientras la actitud de los Estados Unidos se hace intransigente, Cuba se encuentra con una Unión Soviética dispuesta a cubrir los défi­cits que ocasionaba la negativa norteamericana a comerciar. El proceso dé independización frente a lós Estados Unidos, sin embargo, no resultó ser un puro accidente diplomático; siguiendo su tradicional política, los Estados Unidos no iban a permitir el establecimiento de un gobierno que no se'cuadrara en la posición occidentalista dentro de la Guerra Fría que enrese momento tenía lugar. La primera reacción de Cuba a las agresio­nes norteamericanas, en materia internacional, no fue la de plegarse a la URSS, ni mucho menos. Quien dirigía la política exterior cubana, Raúl Roa, a pesar de sus contactos con miembros del Partido Comunista, re ­presentaba en ese momento la posición de un "social-demócrata”, que inclusive había escrito varios libros de crítica al comunismo soviético; un individuo que caracterizaba al comunismo como un "cesarismo papal marxista”. Por ello, la aspiración de independencia respecto a los Estados

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Unidos, en 1959, no significaba ningún apoyo cubano al bloque soviético, sino más bien a una intención de unirse en un bloque neutralista con los países de Asia y Africa. Pese a que el vuelco anti-imperialista se produjo sólo en octubre de 1960, ya en enero de ese año el Presidente Eisenhowier pidió al Congreso la autorización para variar las cuotas dé azúcar conve­nidas. El 16 de enero de 1960, Nixon advirtió que la compra de la cuota cubana de azúcar corría peligro, a consecuencia de las confiscaciones ori­ginadas por la Reforma Agraria, cuyos propietarios no habían recibido la compensación adecuada. En febrero, Guevara, en ese momento Presi­dente del Banco Nacional, y Castro, empiezan a manifestar Su desprecio por la inversión extranjera.

Y mientras se firmaba la Ley de Azúcar por el gobierno norteame­ricano, que cortaba el comercio con ese país, en Cuba el comisionado del Primer Ministro de la URSS., Anastas Mikoyan, convenía la compra de un millón de toneladas de azúcar durante cuatro años, al precio mundial del mercado y un crédito por cien millones de pesos para la compra de equipos tecnológicos, materiales, etc. Luego los acontecimientos se apre­suran por la explosión del barco francés “Le Coubre’' en el puerto de La Habana, en marzo de 1960. La explosión de este barco cargado con arma­mentos en Bélgica ocasionó 75 muertos, y determinó el verdadero co­mienzo de la agresión armada; la guerra estaba casi declarada. El 6 de julio, Washington anuncia la prohibición de comprar azúcar cubana; en ese mismo julio, el Consejo de Ministros de Cuba autoriza a su Priníer Ministro y a su Presidente para expropiar los bienes y empresas norte­americanas en el país. Los recursos para pagar la compensación se obten­drían de un supuesto fondo de azúcar, qué se crearía con el 25% de los ingresos percibidos por las adquisiciones norteamericanas de azúcar que excedieran las ventas normales de tres millones de toneladas por año. La medida era prácticamente perfecta: o los norteamericanos compraban azúcar cubana, o las expropiaciones no podían ser pagadas: “A medida que corten nuestra cuota (de azúcar), libra por libra, tomaremos pose­sión de sus molinos, uno por uno”.

Al problema de la caña de azúcar, venía a sumarse la negación de las refinerías norteamericanas de refinar petróleo soviético. Ante esa ac­titud, la Revolución por primera vez usa el término “imperialista” para referirse a los Estados Unidos. El gobierno revolucionario interviene las Compañías petroleras y con ello consigue lo que necesitaba. El 6 de agos­to, la Revolución toma su posición definitiva dentro de la lucha dé cla- ses.que pasaba ahora a ser una lucha internacional: se decide nacionali­zar 36 centrales azucareras que pertenecían a los Estados Unidos, los bie­nes de la Standard Oil, de la Texas Company y Sinclair, de la Power Com- pany, de la Compañía Cubana de Eléctricidad y de la Compañía de Telé­fonos. El golpe brutal a Estados Unidos pasa pronto a convértirse en gol­pe para la burguesía nacional: el 13 de octubre, el gobierno revoluciona­rio promulga dos leyes decisivas. Una, nacionalizaba todos los bancos, la

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otra nacionalizaba 382 empresas comerciales; el Estado ya era dueño de aproximadamente el 80% de la capacidad industrial de la Isla. En tres meses, esta Revolución cumplió un proceso que nadie había cumplido: barrió con la dependencia norteamericana y barrió con la burguesía la cal. Faltaba, ahora, como se analizará más adelante, que esta apropiación se convirtiera en hechos reales, y no sólo nominales, como pudieron ser los decretos impuestos. Poco a poco se fue comprendiendo que, a pesar de que estas medidas debían ser primeramente decretadas, la independen­cia nacional no podía ser solamente declarada mediante una ley, que ha­bía que desarrollar las capacidades existentes, tanto humanas como ma­teriales, para que esa apropiación pudiera considerarse total. Es así có­mo, de una posición anti-imperialista, la Revolución Cubana va pasando a ser una revolución socialista. El 2 de septiembre es el día en que sale a la luz la primera proclama anti-imperialista: La Primera Declaración de La Habana. En ella aún no se menciona al socialismo, ni se analiza la realidad latinoamericana desde un punto de vista marxista.

Los acontecimientos se aceleran: el 25 de octubre de 1960 se na­cionalizan las restantes empresas comerciales e industriales de los Esta­dos Unidos en Cuba. El 14 de noviembre de ese mismo año, Cuba se re­tira de su puesto en el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomen­to. Los sindicatos se movilizan: dentro de sus filas van desapareciendo las tendencias "amarillas” y va lográndose la unión entre los miembros del Movimiento 26 de Julio y los comunistas. Las Universidades van cam­biando su tónica: los grupos pequeño-burgueses se convierten definitiva­mente en revolucionarios, hasta un punto que recientemente lleva a decii a Fidel Castro que en Cuba ya no se trata de autonomía universitaria fren­te a los poderes del Estado, como se ve continuamente en América Latina, sino de autonomía del Estado frente a las Universidades. La prensa oposi­tora se da por vencida a sí misma, sin antes presentar ningún tipo de lu­cha : los diarios cierran porque su público lector ya no está interesado en leer editoriales que atacan a la Revolución. Esta no tuvo necesidad de echar a la burguesía, le bastó permitirle que se fuera a Miami. De repen­te, Cuba encuentra que los contrarrevolucionarios no están en el país, que se le ha brindado una gran ayuda, que los contrarrevolucionarios se han unido al nuevo enemigo de Cuba: el imperialismo norteamericano.

El contenido de la Revolución había pasado a ser socialista. Le fal­taba solamente el nombre. Por lo demás, Dorticós, el nuevo Presidente cubano, había declarado, en julio de 1960: "Si Cuba lo quiere, diremos que sí, que somos comunistas. ¿Y qué mal hay en ello?”. Los viejos pre­juicios contra el comunismo se iban dejando de lado, eran prejuicios que venían ya armados para el consumo desde los Estados Unidos y como ya las relaciones con aquél país estaban rotas, como la URSS prestaba una ayuda considerable a la Revolución ¿qué probabilidades tenían de seguir teniendo vigencia? El pueblo, a su vez, iba comprendiendo la necesidad del socialismo, aún cuando dicha comprensión no era en absoluto inte­

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lectual. Fidel Castro esperó el momento oportuno para dominar de algu­na forma a esta Revolución que había corrido tan de p risa : el 16 de abril de 1961, hablando en un funeral de las víctimas de un ataque aéreo, apli­có por vez primera el término "socialista” a la Revolución Cubana. A la formulación anti-imperialista de la Primera Declaración de La Habana, le sigue la proclamación del socialismo efectuada en la Segunda Decla­ración de La Habana, con fecha del 4 de febrero de 1962.

Comienza así la época de lucha más intensa para lograr un lugar en la historia que recuerde el pueblo cubano. Se instaura la agresión eco­nómica y armada de parte de los Estados Unidos. Cuba debe ir a buscar nuevos mercados; sus dificultades aum entan: la maquinaria que posee en sus industrias es naturalmente norteamericana, y debe ser reemplaza­da enteramente porque este país no le vende repuestos. Son los años di­fíciles en que el pueblo muestra una movilización extraordinaria. La ayu­da recibida por parte de la China Popular y de la Unión Soviética le re­suelven muchos problemas. La producción se combina con la defensa: los trabajadores laboran con sus fusiles cerca. Aún la planificación socialista no está definida, en los primeros años de Revolución la producción de azú­car disminuye y alcanza sólo 3,5 millones de toneladas. En medio de todo este proceso de construcción, se establece la discusión acerca de la planifi­cación socialista y de la forma y prioridad de la producción. Los bandos que discutían estaban, por un lado, encabezados por Charles Bettelheim, que sostenía la necesidad de estímulos materiales a la producción y la conveniencia de basarla en la planificación económica de acuerdo al cálcu­lo, lo que para ellos era conveniente debido al considerable atraso de las fuerzas productivas en Cuba. En el otro bando, se situaba Ernesto Gueva­ra, a la sazón Ministro de Industria, quien era partidario de la prioridad industrial que debía tener en su desarrollo el país, y de los estímulos mo­rales y de la planificación presupuestaria que centraría la actividad pro­ductiva dentro de una sola gran empresa que sería el Estado. Tendremos ocasión más adelante de estudiar esta discusión. Por el momento esto nos parece de interés porque ocurre en un momento de la historia de la Re­volución por lo demás clave.

Todos sabemos, además, las amenazas explícitas realizadas por los Estados Unidos. El fracaso de la invasión de Playa Girón y de todos los intentos que le siguieron y antecedieron es significativo. Demuestra no sólo que las elecciones, aunque no hayan sido practicadas en urnas ni en cuartos oscuros, tuvieron lugar en Cuba; durante toda esta prime­ra etapa, el pueblo cubano tuvo para elegir con respecto a lo que estaba ocurriendo, y que era determinado por su propia acción: Miró Cardona o Fidel Castro, la dependencia de los Estados Unidos o la independencia nacional, Escalante o Castro. No sólo tuvo que elegir; además estas agre­siones dieron nueva fuerza a los cubanos para enfrentarse a situaciones inesperadas y para sacrificar gran parte de sus intereses en pos del inte­rés nacional. Hemos de ver en las páginas siguientes, que la idea de "hom­

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bre nuevo" creado por Ernesto “Che” Guevara, surge precisamente del modelo de hombre cubano que se forjó a lo largo de las luchas para con­tener la agresión extranjera. Lo que Guevara postulaba era que ese espí­ritu tenía que mantenerse, y no solamente cuando la situación lo recla­maba, sino en cualquier circunstancia: el "hombre nuevo” de Guevara es el hombre de la permanente invasión de Playa Girón.

Es evidente que la actitud demostrada por los Estados Unidos y por la burguesía nacional ayudó mucho al desarrollo de esta Revolución. Ante la presencia de una Guerra Fría, los Estados Unidos no podían acep­tar que se les instalara en el corazón de su zona de influencia un régimen comunista. Su actitud, más que impedirla, ayudó notablemente a dicha instalación: a través de la agresividad que mostraba hacia la Revolución Cubana, los cubanos fueron descubriendo sus reales intereses, su impe­rialismo. Y así fue como un gobierno formado por abogados, que a lo su­mo ideológicamente eran social-domócratas, se fue convirtiendo en un gobierno socialista. Lo que asombra, y que tendremos oportunidad de comentar, es la capacidad de estos dirigentes de adaptarse a las nuevas situaciones y de crear otras. Un gobierno que en 1959 auspiciaba y fomen­taba la inversión extranjera, en 1960 había descubierto que ella encubría uno de los principales problemas del subdesarrollo. La actitud de los Es­tados Unidos había tenido su "piedra inaugural" con la primera Reforma Agraria; como se dijo, esta reforma afectaba a algunos propietarios nor­teamericanos, pero también afectaba gravemente a los terratenientes cu­banos, que numéricamente eran más abundantes. Su oposición es un pun­to de partida de nuevas confrontaciones: se veía claramente que lo que preocupaba a Estados Unidos no era tanto el número de afectados norte­americanos como el cariz y perfil ideológico que iba adquiriendo el pro­ceso.

Al mismo tiempo, el gobierno de Washington daba una ayuda muy significativa al recibir a aquellos cubanos que se iban mostrando contra­rios a la Revolución. Esta protección norteamericana eliminaba de Cuba a toda la clase contrarrevolucionaria que podía causar problemas y co­locaba a los enemigos de la Revolución fuera del país, lo cual facilitaba enormemente el proceso de radicalización interno y, también, el propio mecanismo de defensa armada. Por el contrario, la burguesía nacional tuvo una retirada bastante pacífica de Cuba: exceptuando ciertos inten­tos de armados y actos de sabotaje, la burguesía iba dándose por per­dida antes de que el proceso sufriera el vuelco final hacia el socialismo, en abril de 1961. La prensa de la clase dominante, que hasta el momento había gozado de amplia libertad y a la cual por lo demás, se iba a seguir permitiendo tal margen de acción, fue cerrando sus empresas a medida que los propios lectores y trabajadores de ellas se iban oponiendo a las editoriales de carácter reaccionario que publicaban. Los sindicatos obre­ros fueron sacándose de encima, por un proceso de democratización ejemplar, a los seguidores de los antiguos dirigentes de la época de Ba­

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tista. Toda la sociedad, en fin, iba radicalizándose: la Restauración de 1969, como la llama Morray, se convertía en la Revolución de 1961 y los jacobinos de aquella época pasaban a ser los dirigentes revolucionarios. Con razón los cubanos denominan a la etapa de lucha para la consecu­ción del poder "la rebelión armada" y a la etapa siguiente "la revolución”.

Dentro de toda esta temática, existe una cuestión que ha preocu­pado notablemente a los investigadores de la Revolución Cubana, sean estos burgueses o revolucionarios. La pregunta se refiere a los motivos por los cuales la misma Revolución se convirtió en cuestión de pocos me­ses en una revolución socialista. Gran parte de ellos adjudican las prin­cipales causas a la actitud de los Estados Unidos frente al proceso cubano. Nosotros pensamos, por el contrario, que esas causas no pueden ser las únicas y ni siquiera las que tienen mayor importancia; atribuir a Esta­dos Unidos el hecho de que la revolución sea socialista y no democráti- co-burguesa es, para nosotros, un grave error. Primero, porque coloca la problemática cubana fuera de Cuba. Segundo, porque con ello quita a la Revolución Cubana una de sus principales y más honrosas caracterís­ticas : la de ser ella quien ha construido su historia desde el 1? de enero de 1959. Finalmente, tercero, porque la actitud de los Estados Unidos no fue determinada, aunque así parezca, por Washington; provino de los mo­nopolios norteamericanos en Cuba: su presencia condicionaba ya la ac­titud de ese país hacia la Isla. Lo único que hizo Washington fue el ex- plicitar la ideología de dicha instalación imperialista; una actitud dis­tinta de un país que había dominado Cuba desde la época de la guerra con España hubiera sido ilógica. La actitud del Gobierno de los Estados Unidos surge de las condiciones estructurales que se había creado en Cuba a raíz del dominio establecido. Como dijimos en la Introducción: la Revolución Cubana se volvió socialista porque siempre mantuvo inal­teradas las metas por las cuales ella misma llegó al poder: la superación del subdesarrollo, dentro de un contexto en el que el hombre no explo­tara al hom bre; comprometida con ese humanismo, por así llamarlo, te­nía forzosamente que pasar a convertirse en socialista. La Revolución descubrió al marxismo, en palabras del propio Guevara; no lo escogió ni lo adoptó mecánicamente. Porque en realidad todo el proceso fue un gran descubrimiento para los cubanos.

Las medidas adoptadas en el primer momento de la Revolución fueron concebidas con una gran capacidad de adaptabilidad, como pre­viendo que la historia no se detenía allí, y de ese modo, en el sistema creado a partir de la Reforma Agraria, en los fundos expropiados, el sistema de cooperativas, sin ningún inconveniente pudo pasar a consti­tuir lo que se denominó las "Granjas del Pueblo”, unidades económicas del tipo de los sovjós rusos. Y en 1963 permitió promulgar una segunda Reforma Agraria que expropiaba las haciendas de más de 5 caballerías (67 has.), cuando las bases populares ya habían preparado el terreno pa­ra que ella se produjera. El Movimiento 26 de Julio, órgano de la Revo­

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lución, mostró la suficiente flexibilidad para actuar de acuerdo a lo que el pueblo mismo iba necesitando y luchando por conseguir. No queremos decir con esto que en ningún momento se hayan superpuesto medidas a las aspiraciones populares: el sistema de cooperativas creado no tenía una autonomía real frente al INRA y, en alguna ocasión, se procedió en las' distintas organizaciones discriminativamente. Pero lo signifi­cativo de todo el proceso es, sobre todo, que las medidas que llevaron al socialismo no fueran realizadas a espaldas de las bases, sino que resulta­ron de la conciencia de su necesidad que fueron adquiriendo estas bases, de modo que en el momento de ser decididas, tales medidas parecían to­talmente naturales.

Desde el punto de vista económico, la Revolución Cubana podría ser considerada de acuerdo a tres fases bien delimitadas4:

1) La primera es la fase redistributiva, que ocupa todo el primeraño de la Revolución. El gobierno castrista persigue aquí una política que tendía sobre todo al progreso social a través de una distribución del ingreso más igualitaria y a la concentración del esfuerzo productivo en el sector de bienes de consumo. La Reforma Agraria fue una de las medi­das más importantes adoptadas en el plano económico en relación a la política de ampliación del mercado popular. Como se ha visto, se inicia en 1959 con la expropiación de los grandes latifundios y con el estableci­miento de un sistema cooperativo paralelo a la existencia de sectores propietarios de pequeño y mediano tamaño. Cuba aún se encuentra liga­da al mercado mundial a la manera subdesarrollada de toda la Améri­ca Latina, es decir: su ligazón estructural significa también falta de con­ciencia de las condiciones de sí misma, significa una interiorización del aislamiento. t

2) La segunda fase se puede llamar de transición. Primeramente sólo existe un reforzamiento del sector público y “una cauta tentativa de comerciar con los tres mundos”. Las condiciones de rigidez de los Es­tados Unidos, sumadas a los factores que más arriba hemos menciona­do, provocan un cambio en la politicé económica de la Revolución, que, como se vio, adopta una orientación claramente anti-imperialista y rein- vierte su comercio hacia el campo socialista. Esta fase corresponde al año 1960.

3) La tercera etapa es la inspirada en el marxismo-leninismo. Se inicia en 1961; entre las medidas económicas más importantes hay que señalar: a) el paso a una fase más avanzada de reforma agraria a través de la reorganización del INRA, la creación de un sector enteramente so­cialista (las Granjas del Pueblo), al lado del sector cooperativo (que es­tá en vías de desaparición, lo que se produce en 1962), etc.; b ) la inicia­

4 Sergio de Santis: Debate sobre la Gestión Socialista en Cuba, en Cuba, Una revolución en marcha, Ed.Ruedo Ibérico, 1967.

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ción de un proceso de industrialización mediante una política de conti­nuos déficits fiscales; se preveía el desarrollo de los sectores siderúrgi­cos, mecánicos y químicos, de producción de mayor energía y de mayor extracción de níquel y cobalto, todo con vistas a un crecimiento anual de la producción del 19,5%; c) el control estatal sobre el comercio ex­tranjero y sobre la distribución interior de bienes de consumo; d) el en- cuadramiento de toda la actividad económica en un plan socialista, me­diante la creación del JUCEPLAN (Junta Central de Planificación). Este organismo se encargó de la confección de un plan cuatrienal, que hubie­ra debido cubrir el lapso que faltaba hasta 1965, año en que se esperaba poder armonizar la planificación cubana con la de otros países socialistas.

En el año 1963 se comenzaba a presagiar la existencia de una cri­sis económica de cierta intensidad: el bloqueo económico, la actuación de los contrarrevolucionarios desde Miami, así como problemas en la pro­ducción y otros, estaban generando una situación que, de continuar ha­bría llevado a un impasse. Algunas personalidades de renombre que a la sazón se encontraban en Cuba, como Bettelheim, Mandel, Dumont y otros, analizaron la situación, diagnosticando que las dificultades de la situa­ción económica estaban provocadas p o r : 5

1) La prevalencia de lo social sobre lo económico: el gobierno cu­bano, según ellos, no había sabido abandonar a tiempo su primitiva po­lítica redistributiva, al pasar de un sistema mercantil a un sistema so­cialista ;

2) Errores políticos: en vez de adecuar el proceso revolucionario a las exigencias cubanas, el gobierno castrista se ocupó, en los primeros tiempos, de acuerdo a lo que estas personas pensaban, de elaborar un modelo abstracto de desarrollo, basado en algunos supuestos que el tiem­po confirmó como abstractos. Otro error, que ellos consideraban de im­portancia, provenía de haber considerado el gobierno que, en las condi­ciones específicas de Cuba, el proceso de industrialización podría jugar en breve plazo el papel de "motor” exclusivo del desarrollo;

3) Errores técnicos y de organización: Mandel, Dumont y otros economistas veían en la administración del sector público una tendencia a la degeneración burocrática. En este año, Guevara había publicado en Cuba Socialista su artículo Contra el burocratismo, en el que achacaba gran parte de esta situación a la presencia de una escasa conciencia re­volucionaria para superar los problemas. Bettelheim y Dumont, constan­tes críticos de Guevara, sostenían que gran parte de la responsabilidad no cabía tanto a la inexistencia de esa conciencia revolucionaria, sino al propio sistema de planificación sustentado por Guevara. Afirmaba-, por último, que la excesiva centralización que caracterizaba al JUCEPLAN

5 S. de Santis, op. cit.

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no era más que el reflejo de los defectos que presentaba el sistema pre­supuestario que defendía el propio Guevara. Las argumentaciones que salieron a luz en esta discusión serán estudiadas en el próximo punto; por ahora baste esta introducción.

La situación que hacía presumir una crisis económica llevó al go- biérno revolucionario a modificar su política económica. Los cambios significaron volver a la prioridad de la agricultura con respecto a la in­dustria y reorganizar el sector agrozootécnico, mediante la promulgación de una segunda Reforma Agraria y la adopción de medidas que somera­mente hemos mencionado.

Estamos ya en el año 1963, cuando se plantea la discusión que analizaremos en el próximo punto. Hemos querido, en este acápite, dar sólo un breve esquema de las dificultades, de las características que de­finieron a la Revolución Cubana, y de la extraordinaria velocidad que tu­vo su proceso para llegar a su definición socialista. En los próximos te­mas nuestro trabajo tratará con mayor profundidad los elementos que consideramos más estratégicos para entender la dinámica de esta Revo­lución.

3. La Ley del Valor en Cuba: antecedentes de una disputa.

"La Revolución es más grande aue nosotros mismos".

Fidel Castro.

Para estudiar la Revolución Socialista en Cuba, es siempre nece­sario referirse a la discusión que tuvo lugar entre Guevara y Bettelheim acerca de la actuación de la ley del valor. En primer lugar, porque para la misma Cuba esta problemática tuvo gran trascendencia y porque sig­nificó un desarrollo teórico. En este sentido, no creemos apresurado afir­mar que la reflexión sobre la ley del valor y todas sus implicancias!, fue la que dio a Cuba instrumentos para expresar su pensamiento. Una vez que esta problemática fue discutida, la teorización, al menos en las in­formaciones de que disponemos del caso cubano, gira en tomo a ella. En segundo lugar, porque al destacar el significado de la ley del valor en un país como Cuba, estamos al mismo tiempo planteando los problemas con los que se enfrenta la revolución socialista y estamos en condiciones de evaluar la eficacia de las políticas concertadas para la superación de ellos.

Si, tal como lo afirma Sweezy, "lo que Marx llamaba la ley del va­lor resume las fuerzas actuantes en una sociedad productora de mercan­cías, que regula: a) las proporciones de cambio efe mercancías, b ) la cantidad producida de cada una, y c) la asignación de la fuerza de tra ­bajo a la diferentes ramas de producción” 6, se comprenderá, entonces,

4 Paul Sweezy: Teoría Económica del capitalismo, F. C. E., pp. 64, año 1967.

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que la problemática de todo país socialista ha de concentrarse en la su­peración de esta ley y en las formas que adquiere esta superación. En otras palabras: el ataque a la sociedad capitalista que hace un país so­cialista es precisamente el ataque a la actuación e implicancias de esta ley. Por eso es cierto que el socialismo no puede ser considerado sola­mente un accidente histórico, "quedando sólo la distribución del ingre­so de acuerdo al trabajo y la tendencia a liquidar la explotación del hom­bre por el hombre, como fundamentos de la nueva sociedad” 1. Eso es lo que entendieron los cubanos: que para fundar una sociedad socialista es necesario “liquidar lo más vigorosamente posible las categorías anti­guas". Ante esa posición se enfrentan otras tendencias socialistas, y es interesante el análisis de todas ellas.

A. La posición de Guevara

Siguiendo con la argumentación de Paul Sweezy, recordemos que éste dice: "La condición básica para la existencia de una ley del valor es una sociedad de productores privados que satisfagan sus necesidades por el cambio entre ellos” 8. Para Guevara, ahora, la situación consiste en romper con esta particularidad del cambio privado. Su análisis parte de la concepción de un cierto tipo de empresas de producción: "Para no­sotros una empresa es un conglomerado de fábricas o unidades que tie­nen una base tecnológica parecida, un destino común para su producción o, en algún caso, una localización geográfica limitada” 9. En esta concep­ción de la empresa, se "considera al producto como un vasto proceso de flujo interno en el curso de la transferencia que sufre en el interior del sector socialista hasta su transformación en mercancía, lo cual se pro­duce solamente cuando hay un cambio de propiedad” 10. Y continúa: "El pasaje de un producto de una empresa a otra, de un ministerio a otro, debe ser considerado como una parte del proceso de producción que agrega valor al producto, y la banca se convierte en una simple caja con­table que registra los movimientos. La empresa no posee fondos propios y, en consecuencia, sus ingresos son reintegrados al presupuesto nacio­nal” 11. Para Guevara, este sistema, el sistema presupuestario, evade el problema de la mercancía dentro del sector socialista de producción y, como veremos, evadiendo la consideración de mercancía también se eva­de la actuación de una ley que rige los cambios entre ellas: la ley del va­lor : "nosotros consideramos que el paso de un taller a otro, o de una em­

7 Ernesto Guevara: Sobre el sistema presupuestarlo de financiamiento, en Escritos Económicos, Cuadernos del Pasado y Presente, 1969, pp. 55.

* P. Sweezy, op. cit., pp. 64.9 E. Guevara: op. cit., pp. 43.>« E. Guevara: Consideraciones sobre los costos de producción como base del análisis económico de las

empresas sujetas a sistema presupuestarlo, en Escritos Económicos, op. cit., pp. 25.* Ibíd., pp. 25.

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presa a otra en el sistema presupuestario desarrollado, no puede ser con­siderado como un acto de cambio; es simplemente un acto de formación o agregados de nuevos valores mediante el trabajo. Es decir, si mercan­cía es aquél producto que cambia de propiedad por un acto de cambio, al estar dentro de la propiedad estatal de todas las fábricas, en el siste­ma' presupuestario, donde no- se produce este fenómeno, el producto so­lamente adquirirá características de mercancía cuando, llegado al mer­cado, pasa a manos del pueblo consumidor” 12.

Así sintetizada, esta es la posición de Guevara respecto al rol de la mercancía en el sistema presupuestario. ¿Por qué es tan importante pa­ra Guevara aclarar este rol? No sólo es importante para Guevara: el rol de la mercancía en el socialismo es un tema que ha provocado conti­nuas discusiones; si Guevara insiste en que el producto sólo pasa a ser considerado como mercancía cuando llega al consumidor, quiere enfati­zar con ello que en el mismo proceso de producción, los intercambios que realizan las distintas fábricas no son reales actos de cambio y, por tanto, no se guían por la actuación ciega de la ley del valor: los produv- tos intermediarios pasan de una fábrica a otra como si se tratara de un gran monopolio y todas estas fábricas tuvieran un mismo dueño, que aquí es el Estado. Es interesante señalar este aspecto: nuestro estudio se centrará en gran parte en esa temática. Y también vale la pena decir que el sistema presupuestario de Guevara se enfrenta al sistema de cálcu­lo económico que rige en la URSS. ¿Cuáles son las diferencias entre ambos sistemas? Según Guevara se podría afirmar que:

a) "La diferencia más inmediata surge cuando hablamos de la em­presa. Para nosotros una empresa es un conglomerado de fábricas o uni­dades que tienen una base tecnológica parecida, un destino común para su producción o, en algún caso, una localización geográfica limitada; pa­ra el sistema de cálculo económico, una empresa es una unidad de pro­ducción con personalidad jurídica propia”.

b) "Otra diferencia es la forma de utilización del dinero; en nues­tro sistema sólo opera como dinero aritmético, como reflejo, en precios, de la gestión de la empresa, que los organismos centrales analizarán pa­ra efectuar el control de su funcionamiento; en el cálculo económico es no sólo esto, sino también medio de pago que actúa como instrumento indirecto de control, ya que son estos fondos los que permiten operar a la unidad, y sus relaciones con el banco son similares a las de un produc­tor privado en contacto con bancos capitalistas a los que deben explicar exhaustivamente sus planes y demostrar su solvencia".

c) ‘‘Consecuentemente con la forma de utilizar el dinero, nuestras empresas no tienen fondos propios... Las empresas de la mayoría de los

u E. Guevara: Sobre la concepción del valor, en Escritos Económicos, op. cit., pp. 76.

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países hermanos tienen fondos propios en los bancos que refuerzan con créditos de los mismos por los que pagan interés, sin olvidar que estos fondos propios, al igual que los créditos, pertenecen a la sociedad, ex­presando en su movimiento el estado financiero de la empresa”.

d) "En cuanto a las normas de trabajo, las empresas del cálculo económico usan el trabajo normado a tiempo y el trabajo por pieza o por hora (a destajo); nosotros estamos tratando de llevar todas nuestras fá­bricas al trabajo normado a tiempo, con premios de sobrecumplimiento limitados por la tarifa de la escala superior”.

e) “Partiendo de la base de que en ambos sistemas el plan general del Estado es la máxima autoridad acatada obligatoriamente, se pueden sintetizar analogías 3' diferencias operativas, diciendo que la autoges­tión se basa en un control centralizado global y en una descentralización más acusada, se ejerce el control indirecto mediante el rublo, por el ban­co, y el resultado monetario de la gestión sirve como medida para los premios; el interés material es la gran palanca que mueve individual y colectivamente a los trabajadores. El sistema presupuestario de finan- ciamiento se basa en un control centralizado de la actividad de la empre­sa ; su plan y su gestión económica son controlados por organismos cen­trales, en forma directa; no tiene fondos propios ni recibe créditos ban- carios, y usa, en forma individual, el estímulo material, vale decir, los premios y castigos monetarios individuales y, en su momento, usará los colectivos, pero el estímulo material directo está limitado por la forma de pago de la tarifa salarial” n .

Habremos de ver más adelante las razones por las cuales una so­ciedad necesita de estímulos, sean estos materiales o morales, para que sn población trabaje ; en esta necesidad se encuentra presente la actua­ción subyacente de la ley del valor. Las diferencias, entonces, entre ambos sistemas, son bastante radicales: mientras en el cálculo económico cada empresa, cada unidad económica, tiene su autonomía propia de produc­ción, en el sistema de Guevara, sistema presupuestario, las empresas se rigen por el plan estatal y su rendimiento se orienta a reforzar el presu­puesto nacional, sin que ellas puedan usarlo para sus propias necesida­des: la ganancia aquí deja de ser empresarial y pasa a ser nacional y, por tanto, regida dentro de una planificación. Lo que importa señalar, quizás de mayor importancia, es el hecho de que para Guevara la acepta­ción de uno u otro sistema implica la aceptación de uno u otro tipo de sociedad socialista; o mejor: que la adopción de uno de estos sistemas determina de antemano el papel que tienen las restantes estructuras; el sistema presupuestario requiere, como se ha de ver, para su funciona­miento, de hombres distintos, que no se rijan por estímulos materiales,

13 E. Guevara: El sistema presupuestarlo de financiamiento, op. cit., pp. 43, 44 y 45.

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sobre cuya base el mismo Guevara podrá argumentar su concepción del "hombre nuevo”. Veamos esto más a fondo:

“No negamos la necesidad objetiva del estímulo material, sí so­mos renuentes a su uso como palanca impulsora fundamental. Conside­ramos que, en economía, este tipo de palanca adquiere rápidamente ca­tegoría per se y luego impone su propia fuerza en las relaciones entre los hombres. No hay que olvidarse que viene del capitalismo y está destina­da a morir en el socialismo” 14. El mismo Guevara relacionaba el siste­ma de autogestión con la competencia capitalista: mientras la última es "una lucha entre fieras”, la primera es "una lucha entre fieras enjaula­das”. Su ataque al sistema de autogestión financiera es total, en el sen­tido de que abarca todos los planos; respecto a la producción, por ejem­plo :

"Bienes de consumo, esa es la consigna y es la gran formadora, en definitiva, de conciencia para los defensores del otro sistema. Estímulo material directo y conciencia son términos contradictorios, en nuestro concepto... nosotros afirmamos que en un tiempo relativamente corto el desarrollo de la conciencia hace más por el desarrollo de la produc­ción que el estímulo material” 15.

El ejemplo que dimos no es arbitrario. Por el contrario, existe aho­ra una paralelización entre el desarrollo de la conciencia y el desarrollo de la producción. Podrá decirse que esta es una nueva forma de desarro- llismo, desde que todos los sectores, las condiciones superestructurales y las relaciones sociales de producción, se funcionalizan enteramente en torno al desarrollo de las fuerzas productivas. Pero, como hemos de ar­gumentar más adelante, este desarrollo, exigido por la situación anterior de Cuba y el cerco tendido por los países capitalistas, no se basa sólo en índices de crecimiento cuantitativos. Al plantearse la necesidad de un hombre comunista, con todo lo que ello significa, el índice cuantitativo pierde importancia. Y esto por cuanto el sistema de planificación que se acepte y adopte lleva yá implícita una concepción del funcionamiento de la sociedad en tera: cuando Guevara considera la conciencia como im­portante para el crecimiento, de la producción, está estimando también que el sistema presupuestario, sistema que desarrolla esta conciencia, es más eficiente, ahora en todos los planos, que el sistema de cálculo eco­nómico. ¿Qué significa este desarrollo de la conciencia para cada perso­na?

"El no cumplimiento con la norma (de producción) significa el incumplimiento del deber social; la sociedad castiga al infractor con el descuento de una parte de sus haberes. La norma no es un simple hito que marque una medida posible o la convención sobre una medida de trabajo ; es la expresión de una obligación moral del trabajador, ES SU

14 E. Guevara: Ibíd., pp. 46.

ts E. Guevara: Ib íd ., pp. 46.

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DEBER SOCIAL... Aquí es donde deben juntarse la acción del control administrativo con el control ideológico” 16.

El individuo, como trabajador, está ligado inmediatamente al marco de su sociedad, al estar cumpliendo con un deber que rebasa su propia individualidad, que es un deber social. La concepción del deber social del trabajador está relacionada, de esta manera, con la concepción que Guevara tiene del "hombre nuevo”. Hombre nuevo y deber social responden, entonces, también a una planificación de la producción, a una manera determinada de pensar una estructura de funcionamiento social, sobre la base de las condiciones específicas de Cuba y de la con­cepción del socialismo que ellos poseen. Nuestra tesis pretende demos­tra r aquí que la preferencia acerca de uno u otro sistema de planifica­ción socialista, acerca del sistema del cálculo económico o del sistema presupuestario, indica más que una forma determinada de organización que obedece sólo a las características de cada contexto; más que eso: que son dos formas en las que se concibe el socialismo; y que cuando se piensa que una de ellas está errada, se piensa también que ella no es so­cialista. Lo que significa que la forma de planificar el socialismo depende primeramente de la forma de concebir el socialismo y que por tanto, las construcciones de sociedades socialistas no pueden ser universales como muchos pretenden que lo sean. No dudamos, por otra parte, que existan condiciones estructurales que en Cuba imposibiliten la adopción del siste­ma del cálculo económico, sistema que implica la predominancia del es­tímulo material; de hecho existen límites materiales que harían imposi­ble su implantación: si existiera estímulo material para la producción, Cuba debería estar armada de un conjunto apreciable de bienes de con­sumo fabricados en el interior del sistema, ya que su importación pro­vocaría muchas pérdidas de divisas. Eso no existía en Cuba; si lo que había era una escasez relativa de estos bienes, el estímulo material en pa­pel moneda habría producido una inflación acentuada. De hecho se pro­dujo: "En este aspecto, las cifras son serias: en 1962 los pagos por con­ceptos de sueldos, salarios, pensiones, etc., ascendieron aproximadamen­te a unos 2.500 millones de pesos, mientras lo cobrado por venta de mer­caderías no pasó de unos 1.700 millones. Aún descontando el ahorro, res­ta por lo menos una presión inflacionaria que oscila entre los 500 y 600 millones de pesos sin su contrapartida en mercancía" 17.

Pero todos estos límites, los límites que señalan la imposibilidad estructural de que el estímulo material se imponga, aún no explican el hecho de que los cubanos renuncien a él. Ni tampoco lo explica el hecho de que se encuentren a 90 millas de los Estados Unidos, ni de que estén bloqueados, etc. El estímulo moral es, en sí, una concepción particular del socialismo, específica y naturalmente nueva; es una concepción que aparece impuesta por el mismo Guevara, cuyo análisis del sistema pre­

14 E. Guevara: Ibíd., pp. 52.17 Adolfo Gilly: Cuba: Coexistencia o Revolución, Ed. Monthly Review, Bs. As., 1965., pp. 15-

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supuestario por lo demás no es meramente técnico, sino adecuado a ella. La negación de la actuación de la ley del valor en el intercambio de pro­ductos de fábricas de una misma empresa no es arbitraria, ni correspon­de a un capricho: mediante ella se afirma que la producción puede dejar de guiarse por la ganancia privada, por el interés individual y que puede pasar a convertirse en interés social, en deber social. La negación de la ley del valor, en otras palabras, postula que en este nivel los hombres pueden relacionarse entre sí como personas y no como sus productos, y al proponer la necesidad de desarrollar la conciencia, se pretende esta­blecer que en Cuba la realidad pasa por donde los cubanos de avanzada la ven y desean que pase. Esta es condición necesaria de todo proceso revolucionario; admitir lo contrario es suicida: mediante el desarrollo de la conciencia el cubano, según este planteamiento, se apropia de la realidad. Por esto se comprende perfectamente que, de alguna manera, los cubanos nieguen la actuación de leyes que van más allá de sí mismos, que son leyes invisibles.

Una de las citas más claras de Guevara, que resume mejor su po­sición, es la siguiente:

"Entendemos que durante cierto tiempo se mantengan las catego­rías del capitalismo y que ese término no pueda determinarse de antema­no, pero las características del período de transición son las de una so­ciedad que liquida sus viejas ataduras para ingresar rápidamente a la nueva etapa. La tendencia debe ser, en nuestro concepto, a liquidar lo más vigorosamente posible las categorías antiguas entre las que se in­cluye el mercado, el dinero, y por tanto, la palanca del interés material o, por mejor decir, las condiciones que provocan la existencia de las mis­mas. Lo contrario haría suponer que la tarea de construcción del socia­lismo en una sociedad atrasada, es algo así como un accidente histórico y que sus dirigentes, para subsanar el error, deben dedicarse a la conso­lidación de todas las categorías inherentes a la sociedad intermedia, que­dando sólo la distribución del ingreso de acuerdo al trabajo y la tenden­cia a liquidar la explotación del hombre por el hombre como fundamen­tos de la nueva sociedad, lo que luce insuficiente por sí solo como factor de desarrollo del gigantesco cambio de conciencia necesario para poder enfrentar el tránsito, cambio que deberá operarse por la acción multifa- cética de todas las nuevas relaciones, la educación y la moral socialista, con la concepción indivilualista que el estímulo material directo ejerce sobre la conciencia frenando el desarrollo del hombre como ser so­cial” 18.

Aquí se puede apreciar claramente la concepción socialista de Gue­vara : el socialismo es más que un mero accidente y no sólo debe enfren­tarse con la modificación de las estructuras de distribución del ingreso.

1! E. Guevara: Sobre el sistema presupuestario de financiamiento, op. cit., pp. 55.

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Debe ser más que eso : su tendencia, pese a que no se pueda preveer el tiempo necesario para lograrlo, debe orientarse hacia el rompimiento de las estructuras capitalistas. En realidad para Guevara es aceptable la ac­tuación de la ley del valor; lo que él no admite es que el socialismo se organice alrededor de ella y que pueda usarla conscientemente:

“Negamos la posibilidad del uso consciente de la ley del valor, ba­sados en la no existencia de un mercado libre que exprese auténticamen­te la contradicción entre productores” 19.

Se ven, por otra parte, claramente los problemas con que Guevara se enfrenta en la construcción del socialismo en Cuba: son problemas que tienen su origen en el subdesarrollo de las fuerzas productivas, lo que hace que la conciencia revolucionaria deba centrarse primeramente en ellos. Con fuerzas productivas desarrolladas, la conciencia es una con­ciencia de liberación directa; aquí la liberación debe pasar primero por el desarrollo de las fuerzas productivas. Y no es que ninguno de los diri­gentes socialistas cubanos tenga dudas acerca de que el socialismo pue­da superar la condición del subdesarrollo, o que olviden que tanto Rusia como China, etc., llegaron al socialismo en condiciones peores o iguales a las cubanas, que ellos también sufrieron bloqueos, etc. La preocupa­ción aquí consiste principalmente en que tales países ya están desarro­llados y en que el proyecto cubano de desarrollo socialista puede fraca­sar, o verse dificultado, en virtud de esas diferencias:

"Creemos que particularmente en una sociedad de comercio exte­rior muy desarrollado, como la nuestra, la ley del valor en escala inter­nacional debe reconocerse como un hecho que rige las transacciones co­merciales, aún dentro del campo socialista y reconocemos la necesidad de que este comercio pase ya a formas más elevadas en los países de la nueva sociedad, impidiendo que se ahonden las diferencias entre países desarrollados y los más atrasados por la acción de los intercambios” 20.

La concepción del hombre, entonces, y la planificación por el sis­tema presupuestario de Guevara, tienen relaciones estrechas. Ya hemos podido apreciarlo. El sistema presupuestario supone la presencia de un estímulo moral y la comprensión permanente por parte del trabajador de su deber social, porque al rechazar el sistema de autogestión financiera o de cálculo económico, se rechaza con ello también un sistema de compe­tencia entre empresas (una "lucha entre fieras enjauladas” ) y de autono­mía de fondos que, en última instancia, rigen la actuación misma del pro­ductor. Cuando las empresas no tienen ingresos propios, cuando el dinero cumple, según Guevara, la función de dinero aritmético (de control), cuando los ingresos de las empresas pertenecen al Estado, el productor, el trabajador, deja de estar asociado a la marcha competitiva de su em­presa o a los logros individuales que ésta posea, y se introduce en la m ar­

w E. Guevara: Ibfd., pp. 56.

20 E. Guevara: Ibíd., pp. 55, el subrayado es nuestro.

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cha de todo el aparato productivo como totalidad y como un sistema de complementaciones entre los distintos sectores de la economía y de la sociedad; en estas condiciones, el estímulo material deja de tener senti­do, y surge como definitivamente prioritario el estímulo moral a la pro­ducción, el estímulo social, o, dicho de otra m anera: el estímulo a la com- pl'ementariedad que es, en realidad, aquello que significa el deber social.

B. La posición de Bettelheim

La posición de Bettelheim aparece como una respuesta a las con­cepciones de Guevara. Sin duda, Bettelheim tenía una posición adopta­da de antemano en esta materia, y que lo lleva a oponerse a lo afirmado por Guevara. Bettelheim aparece como el principal miembro del grupo opositor a las tesis del sistema presupuestario; no está solo: aún dentro de Cuba su opinión a veces tiene más resonancia que las palabras de Guevara, entre los técnicos que trabajan en esta materia. Bettelheim es un defensor del sistema del cálculo económico y, por lo tanto, de los es­tímulos materiales a la producción; su posición se apoya en un rechazo casi total a lo que él llama "idealismo”, esto es, en la creencia de que los hombres, por la educación, pueden modificar su comportamiento: "el comportamiento es una consecuencia de la inserción concreta de los hombres en la división técnica y en un proceso de producción”. “La edu­cación tiene esencialmente por misión hacer desaparecer actitudes y com­portamientos heredados del pasado y que sobreviven a éste, y asegurar el aprendizaje de nuevas normas de conducta impuestas por el propio desarrollo de las fuerzas productivas” 21.

Por cierto, Bettelheim sostiene rotundamente lo contrario de Gue­vara. La educación, que para Guevara tenía tanta importancia, es reduci­da por Bettelheim al rol de un simple agente que marcha a espaldas del desarrollo; en este sentido, él recoge la tradición stalinista:

“Sin duda alguna, hay y habrá contradicciones, por cuanto el de­sarrollo de las relaciones de producción va e irá a la zaga del desarrollo de las fuerzas productivas” 22.

La educación, en Guevara, es el desarrollo de la conciencia, y este desarrollo, dentro de su concepción, es el principal motor de la nueva so­ciedad. Las sociedades socialistas, que tanto uno como el otro defienden, son radicalmente diferentes. Veamos, por ejemplo, la siguiente cita de Bettelheim:

“Estas formas (de las relaciones sociales de producción) deben ser modificadas progresivamente, a fin de adaptarse al propio desenvol­

21 Charles Bettelheim: Formas y Métodos de la planificación socialista y nivel de desarrollo de las fuerzasproductivas, en Ernesto “ Ché” Guevara: Escritos Económicos, op. cit., pp. 169.

a Citado en Bettelheim, op. cit., pp. 173.

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vimiento de las fuerzas productivas, sin lo cual en vez de ayudar al pro­greso de estas fuerzas, constituyen una traba” 23.

Nosotros queremos postular que estas posiciones, que a primera vista parecen tan diametralmente opuestas, no pueden corresponder a un solo tipo de sociedad que se llame sociedad socialista. Si la sociedad socialista admite ser tanto una sociedad cuyo principal argumento es el desarrollo de la conciencia, como una sociedad en que dicho desarrollo es secundario frente a la expansión de las fuerzas productivas, entonces el socialismo es todo y, por tanto, también es nada. Estamos de acuerdo en que no existe una fórmula universal de socialismo, pero no es lógico que dentro del “socialismo” tengan cabida concepciones opuestas. Y de alguna manera hemos encontrado un indicio de respuesta, pensando en la signifi­cación, en último término, tanto de las posiciones de Guevara como las de Bettelheim. Veamos por ejemplo, a Bettelheim citando a Stalin:

"Así queda puesta la evidencia de la noción de una "contradicción posible entre las fuerzas productivas y las formas de organización del sector socialista, al mismo tiempo que se destaca el carácter no antagó­nico de esta contradicción, puesto que en la sociedad socialista no existe grupo alguno que disponga de medios suficientes para oponerse a las transformaciones necesarias” 24.

¡Grupo alguno, excepto el proletariado!: esto es lo que niega real­mente Stalin y, con él, Bettelheim. Y al negar al proletariado, al cual in­tentarán reivindicar de muchas maneras, al negar la conciencia del prole­tariado como elemento importante en el proceso de construcción del so­cialismo, están afirmando la necesidad de que la planificación socialista se atenga a la más cuidadosa centralización burocrática, que es justa­mente lo que Guevara, a nuestro parecer, no postula. Y con esto, dándo­le importancia a la conciencia del proletariado, no nos ponemos del lado de Guevara forzosamente; nos ponemos, sí, del lado de la concepción del socialismo como una totalidad y como un proceso continuo de reafirma- ción del hombre por su apropiación del producto. Esta diferencia entre el método burocrático y la planificación socialista totalizada, por darle un nombre, habrá de ser vista más adelante. Es lógico, entonces, que aún no estemos capacitados para entender claramente la diferencia.

Negando la acción del proletariado sobre la planificación y adju­dicando un papel pasivo a su conciencia, Bettelheim llega a acudir a un mecanismo que nos asombra, cuando plantea la relación entre el nivel de las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción:

"La naturaleza de las relaciones de producción es, pues, detenni-. nada por las propias fuerzas productivas y por su grado de desarrollo’' 25.

23 Bettelheim: ibíd., pp. 176.24 Bettelheim: Ibíd., pp. 176; la cita es de Stalin: Los problemas económicos del Socialismo en la URSS.25 Ch. Bettelheim: op. cit., pp. 177.

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Nadie pone en duda que eso sea así. Lo que se objeta aquí es que esa relación sea tan mecánica: lo que nos parece válido es que cuando una sociedad se sitúa en el plano de superar las estructuras antiguas, cuando una sociedad percibe como camino el desarrollo de las fuerzas productivas, los elementos de que dispone el socialismo no pueden ser sólo elementos técnicos, como el esquema de acumulación socialista. Por cierto que no queremos caer en un mero 'espontaneísmo”, pero, como di­ría Guevara, hacer del socialismo solamente un esquema de acumulación del capital, es pensar que él es un mero accidente histórico. Hacer de­pender exclusivamente del desarrollo de las relaciones de producción el nivel alcanzado por las fuerzas productivas, y, por tanto, el éxito de la acumulación, es caer en la creencia de que el socialismo es una etapa de pura construcción económica y técnica. Sobre la base de esto, Bettelheim puede afirmar:

"La propiedad de los medios de producción es la expresión jurídi­ca y abstracta de algunas relaciones de producción, expresión que está llamada a modificarse cuando se modifiquen las fuerzas productivas y las relaciones de producción que les corresponden” 26. Y más abajo :

“En realidad, es el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas el que determina la naturaleza de las relaciones que pueden encontrar su expresión jurídica más o menos adecuada en una forma dada de propie­dad de medios de producción” 27.

Para concluir su pensamiento en esta frase:

“Esta organización (interna del sector socialista), en efecto, sólo es eficaz si el poder jurídico, para disponer de ciertos medios de produc­ción o de ciertos productos, coincide con la capacidad de emplear estos medios de producción y productos de manera eficiente” 2S.

Este es el punto culminante en el pensamiento de Bettelheim: la crítica que él hace a la planificación cubana expresa que, dado el bajo ni- vil de desarrollo de las fuerzas productivas, la capacidad de disposición de los medios de producción y de los bienes que ellos pueden proporcio­nar, también es baja; y mientras esa capacidad de disposición sea esca­sa, la propiedad jurídica de los medios de producción del sector socialis­ta en Cuba es puramente nominal. Si se prefiere: que el Estado cubano, por más que se diga propietario de los medios de producción, no es pro­pietario real de ellos, porque dado su subdesarrollo, no tiene la capaci­dad suficiente para emplearlos de manera eficiente. Así, la propiedad del Estado es puramente formal y, por tanto, continúa existiendo una pro­piedad privada, aún cuando los propietarios no se perciban y, como es lógico, también existiría una ganancia privada. Su argumento, entonces, se refiere a la actuación de la ley del valor: Bettelheim afirma que, por26 Ch. Bettelheim: op. cit., pp. 177.27 Ch. Bettelheim: op. cit., pp. 177.28 Ch. Bettelheim: op. cit., pp. 178.

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más que Guevara intente negarla, la ley del valor tiene plena vigencia cuando el nivel de desarrollo es bajo. Para Bettelheim, la propiedad de los medios de producción es real cuando los propietarios tienen capaci­dad de disponer de sus productos; mientras ésa capacidad no exista, la propiedad será de otros, y los nuevos "propietarios” podrán mostrar só­lo su "título de propiedad” legalizado, lo cual puede equivaler a un me­ro "papel”.

En primer lugar, creemos acertado que Bettelheim imponga un criterio de producción que se base en la eficiencia. El socialismo, o se presenta como más eficiente que el capitalismo, o sencillamente se frus­tra; y esto sobre todo cuando se da en un país cuya primera tarea con­siste en el desarrollo de las fuerzas productivas, como es el caso cubano. Pero este criterio no puede regir toda la planificación socialista ni la construcción de una nueva sociedad de manera exclusiva; ateniéndonos solamente a este argumento corremos el riesgo de caer en un “reformis- mo tapado” : imponiendo la eficiencia como único criterio, es decir, lá capacidad de disponer convenientemente la organización económica, afir­mamos implícitamente que, en un país subdesarrollado, la clase trabaja­dora, la clase que toma el poder, no tiene esta capacidad, Continuan­do con este argumento, sin tuna clase trabajadora con capacidad de disposición y con una clase capitalista incapaz de dinamizar la econo­mía, llegamos a un argumento de impotencia: que para poseer esa capacidad de disposición deberíamos pasar a depender de algún país desarrollado, imperialista si acaso no podemos superar el marco de la sociedad capitalista o socialista si lo hacemos, lo cual seguramente le parecerá a Bettelheim una actitud "voluntarista”. En otras palabras: lo que sostiene Bettelheim es que el socialismo sólo puede instalarse allí donde exista dicha capacidad, en una sociedad desarrollada, lo cual nie­ga las experiencias socialistas de China y Rusia.

Se ha de comprender, también, que la capacidad no es exclusiva­mente producto de una división técnica del trabajo; la propiedad de los medios de producción por parte del Estado cubano, es una condición que nunca va sola, sino que exige del trabajador que está ligado a los medios de producción, la maximización de su capacidad y, que cuando se dan las posibilidades materiales (escuelas, universidades, campañas de alfetiza- ción, etc.) para aumentar dicha capacidad, propiedad y capacidad final­mente pueden llegar a indiferenciarse. Que en Cuba no se ha desperdicia­do capacidad alguna, que ella se ha maximizado, pese a las acusaciones de su Primer Ministro en 1970, no nos cabe duda; pero no creemos posi­ble que ése sea el máximo que se pueda lograr, y quizás a eso se refiera Fidel Castro. Pero este argumento termina siendo empírico y no teórico, como Battelheim postula en su discusión.

Creemos que la posición de Bettelheim implica, además, dos erro­res : el primero, es el de creer que en una economía monoproductiva como la cubana hubiera sido necesario mantener un sector importante de la

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producción como sector privado, para de esa manera salvar el "error” que significa socializar medios de producción cuando no existen las ca­pacidades correspondientes. En este sentido, la argumentación que tra­ta de aplicar a Cuba al ejemplo de los koljós soviéticos no tiene cabida. El segundo error, según pensamos, es la futilidad que él atribuye a la ac­tuación de las relaciones sociales de producción sobre el desarrollo de las fuerzas productivas. Muchas veces, y en eso queremos insistir, se ve­rá que esta actuación de las relaciones de producción, al no concordar con el nivel de desarrollo, necesita de una ideologización particular; lo hemos visto con respecto a el “hombre nuevo”. Es lo que no considera Guevara: no pensar que el “hombre nuevo” surge de la necesidad de supe­rar el subdesarrollo, que surge de la problemática del desarrollo ; el “hombre nuevo”, en condiciones sociales desarrolladas, será totalmente diferente de lo que él plantea. Pero Bettelheim no puede dejar de lado esta necesidad de ideologización en una sociedad subdesarrollada que pasa al socialismo. Al pretender que las formas jurídicas son una pura manifestación de las relaciones sociales de producción y que éstas, a su vez, están determinadas por el desarrollo de las fuerzas productivas, ha hecho desaparecer al hombre, particularmente al proletariado revo­lucionario, lo ha declarado incapaz, subdesarrollado, y ha reducido la revolución a un "accidente” en su vida.

Dentro de la posición de Bettelheim hay afirmaciones de mucho valor. Al plantear que la Revolución Cubana se basa en cierto “volunta­rismo”, a pesar de que el término y sus connotaciones no nos parezcan adecuados, creemos que logra un acierto: veremos que si la "voluntad revolucionaria” de Cuba se acabara, se acabaría la Revolución con ella. Pero el problema de la Revolución es mucho más complejo que ése; y ni siquiera esa particularidad, cae en el "voluntarismo”. Sólo se puede afirmar, por el contrario, que la Revolución Cubana es “voluntarista" cuando se postula que el pilar de toda revolución y del socialismo debe reducirse al puro desarrollo de las fuerzas productivas. Desde ese punto de vista, es cierto que la Revolución Cubana es "voluntarista”, pero lo que no aceptamos nosotros es justamente ese punto de vista. Para Guevara, por el contrario, la base del socialismo es la abolición de la explotación del hombre por el hombre.

La posición de Bettelheim se establece claramente:“Así, la teoría y la práctica confirman la necesidad de cierta liber­

tad de intercambios como corolario de la existencia de una producción individual” 29.

Lo cual supone, a su vez:"Pero el proceso de integración de los diferentes procesos elemen­

tales de producción sólo está empezando. Cada uno de estos procesos de­be aún desarrollarse de manera relativamente autónoma” 30.

M Ch. Bettelheim: op. cit., pp. 184.3° Ch. Bettelheim: op. cit., pp. 186.

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Estos argumentos dan pie para que Bettelheim reivindique la ac­tuación de la ley del valor en la sociedad socialista:

"En otras palabras, aunque el plan fija las cantidades de trabajo que deben ser gastadas en las diferentes ramas de la producción, sólo lo hace aproximadamente; sólo se puede saber ex post, en qué medida el trabajo gastado por las diferentes producciones es efectiva y enteramen­te un trabajo socialmente necesario” 31.

Lo cual significa, sin duda, que dentro de la planificación socialis­ta aún subsiste la anarquía de mercado capitalista, es decir: la ley del va­lor. Pero esta argumentación, que aún puede ser discutible, acerca de la actuación de la ley del valor en una sociedad que nace al socialismo, atribuida por Bettelheim, ya contempla y apoya un sistema determinado de planificación socialista: el sistema del cálculo económico. Cualquiera puede estar de acuerdo con las palabras de él, cualquiera puede inclusi­ve desarrollar más su pensamiento y cualquiera puede demostrar más fehacientemente la existencia de una ley del valor en el socialismo. Pero no por eso quien lo haga debe aceptar el hecho de que se imponga, por tanto, el sistema de cálculo económico; la aceptación de la existencia de esta ley del valor capitalista operando en las sociedades socialistas, no implica necesariamente la aceptación del método del cálculo económico:

"Es la combinación del mantenimiento durante un período his­tórico de categorías mercantiles en el interior mismo del sector socialis­ta y de la libertad de acción con que debe ser dotada, hasta ciertos lími­tes, cada unidad de producción, lo que da su sentido a la autonomía con­table en cada uno de estas unidades, al cálculo económico al nivel de ca­da unidad y a las posibilidades de autofinanciamiento de que cada una de ellas debe disponer” 32.

Este sistema aparece, pues, como un presupuesto de Bettelheim, y como Cuba se aparta de él, ella puede ser criticada: todo lo que no sea eso es inmediatamente “voluntarista".

En síntesis, la posición de Bettelheim señala que la propiedad de los medios de producción sólo es real cuando las relaciones sociales de producción concuerdan con ella, para lo cual es necesario que éstas a su vez concuerden con el desarrollo de las fuerzas productivas; por­que, como se vio, la propiedad, para él, es una manifestación de estas re­laciones. La crítica esencial se circunscribe, entonces, a que la propiedad en Cuba es sólo nominal, pues las relaciones de producción no concuer­dan con esta socialización, a causa del atraso de las fuerzas productivas. De allí que en vistas de este escaso desarrollo de las fuerzas productivas, sea necesaria cierta autonomía financiera, cierta libertad de intercam­bios y la presencia indiscutible de categorías mercantiles. Se le reprocha a Bettelheim no que esta presencia que él señala sea falsa, lo que sé dis­

3* Ch. Bettelheim: op. cit., pp. 189.y Ch. Bettelheim: op. cit., pp. 192, subrayado nuestro.

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cutirá más tarde, sino que ella no indica en absoluto, como se pretende, que se deba optar por el sistema de cálculo económico.

C. La respuesta de Guevara a Bettelheim

Guevara critica a Bettelheim refiriéndose a su mecanismo: es me- canicista al expresar las relaciones entre el desarrollo de las fuerzas pro­ductivas y las relaciones de producción. Dice:

"En qué momento las relaciones de producción pudieran no ser fiel reflejo del desarrollo de las fuerzas productivas? En los momentos de ascenso de una sociedad que avanza sobre la anterior para romperla y en los momentos de ruptura de la vieja sociedad, cuando la nueva, cu­yas relaciones de producción serán implantadas, lucha por consolidar­se y destrozar la antigua superestructura” 33.

En efecto, ese momento no existe para Bettelheim, para él, como dijo Guevara, el paso hacia el socialismo es un "accidente” histórico.

Guevara recoge la tesis leninista del “eslabón más débil” para ex­plicarse la Revolución Cubana:

"Al expandirse el capitalismo como sistema mundial y desarrollar­se las relaciones de explotación, no solamente entre los individuos de un pueblo, sino también entre los pueblos, el sistema mundial del capitalis- mo> que ha pasado a ser imperialismo, entra en choques y se puede rom­per por su eslabón más débil” 34.

Y más ta rde :" .. .En el gran marco del sistema mundial del capitalismo en lu­

cha contra el socialismo, uno de sus eslabones débiles, en este caso con­creto Cuba, puede rom perse"35.

Esta es una posición en contra del argumento de Bettelheim sobre la imposibilidad del socialismo en países subdesarrollados. Pensar que las contradicciones no existen al nivel internacional, contradicciones que pueden conducir a países atrasados hacia el socialismo, es sostener que lás revoluciones socialistas pueden realizarse allí donde existe la ca­pacidad de disponer de los bienes de los medios de producción socializa­dos. Guevara intenta demostrar, entonces, que esta capacidad de disposi­ción, que este desarrolló, es uno de los polos de la contradicción a nivel mundial.

Ló fundamental de la respuesta de Guevara se presenta, creemos,aq u í:

"Si el método administrativo es o no el más adecuado, tiene po­ca importancia; en definitiva, porque las diferencias entre un método y

3-' E. Guevara: La planificación socialista. Su significación, en Escritos Económicos, op. cit., pp. 101.34 E. Guevara: Ibíd., pp. 103.V E. Guevara: Ib íd ., pp. 106.

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otro son fundamentalmente cuantitativas. Las esperanzas de nuestro sis­tema van apuntadas hacia el futuro, hacia un desarrollo más acelerado de la conciencia, de las fuerzas productivas” 36.

El método de organización —empresas consolidadas o empresas de autofinanciamiento— como lo ha recalcado Guevara, tiene sólo una importancia cuantitativa; aunque también tiene una importancia que va más allá de esa cuantitatividad: se impone una vez que se han acep­tado o se han rechazado los estímulos'materiales para la producción, se impone luego de haber concebido un tipo dado de construcción del so­cialismo, que se base en el desarrollo de la conciencia o que lo deseche. Pero el problema no está allí. Está en lo que él mismo dice: la base del sistema cubano ha de asentarse o no se asentará nunca, en el desarrollo de la conciencia y, por tanto, en el desarrollo de la producción. Y cuando mencionábamos más atrás aquella cita que ligaba el desarrollo de la con­ciencia con el desarrollo de las fuérzas productivas, cita de Guevara, no teníamos la posibilidad todavía de entender su posición: la posición de ligar dos planos de la í'ealidad, el plano de las condiciones materiales en que viven los hombres, con el plano de su conciencia —que en el capita­lismo aparecen como polos de una misma contradicción— dentro de un mismo concepto, es decir: superando esa contradicción capitalista. Afir­mar la necesidad de que la conciencia del hombre pueda ser el motor del desarrollo de las fuerzas productivas, es afirmar la inexistencia de las condiciones capitalistas de producción, cuyo desarrollo se sustenta en la existencia de una conciencia falsa. Es, por tanto, sostener que la ley del valor puede no tener vigencia; la base de una afirmación de este tipo, entonces, no puede ser puramente "voluntarista”, sino que debe consis­tir en el conocimiento de las condiciones materiales que determinan la conciencia de los hombres y de cómo estas condiciones pueden ser mo­dificadas.

Poco importan, entonces, a estas alturas, las formas de adminis­tración o control del desarrollo de la producción; estas formas serán siempre una pura consecuencia de la afirmación o negación de las pre­misas anteriores. Por eso la discusión de la organización socialista no puede ser nunca una discusión aislada; siempre va a tener que referirse al plano anterior. Guevara, con esto, puede escapar a la argumentación dentro del plano de la eficiencia de los sistemas, que es el plano que Be­ttelheim le impone. Cuantitativamente, para él, la respuesta viene sola­mente luego de la aplicación misma del sistema; y en este sentido tiene razón: los resultados de una racionalidad intencional, en una sociedad que está gobernada por leyes ocultas, aunque exista la intención de supe­rarlas, solamente se pueden conocer ex post. Y Guevara deja esto de la­do, le interesa llevar a Bettelheim al plano de la aceptación o rechazo de la concepción del socialismo que Cuba posee; planteando que el sistema

J6 E. Guevara: Ib íd ., pp, 106.

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impuesto en Cuba obedece de antemano a esta concepción, la argumen­tación de Bettelheim queda fuera de lugar.

El segundo aspecto que critica Guevara es “la insistencia en darle a la estructura jurídica una posibilidad de existencia propia” :

“Pensar que la propiedad jurídica o, por mejor decir, la superes­tructura de un Estado dado, en un momento dado, ha sido impuesta con­tra las realidades de las relaciones de producción, es negar precisamente el determinismo en que él se basaba para expresar que la conciencia es un producto social” 37.

En efecto, mientras se sostiene que la estructura jurídica es una pura manifestación de las relaciones sociales de producción, por otro la­do se argumenta que en Cuba ella se impone sobre estas mismas relacio­nes. Guevara hace caer a Bettelheim en su propia trampa. El problema que quizás Bettelheim no aclara, es que justamente esta estructura no puede imponerse: que cuando las condiciones materiales en que viven los hombres tiene una realidad determinada, la imposición de la super­estructura estatal es nula y puramente nominal; no llega, entonces, a modificar esas condiciones materiales, por más que esta superestructu­ra se esfuerce en darle a ella otro nombre. Eso lo vemos constantemente en América Latina: que el Estado fomenta cooperativas rurales, por ejemplo, bajo la creencia de que con ellas se supera el individualismo existente en las zonas campesinas, cuando en la realidad, por las condi­ciones en que viven los hombres y por las formas de relacionarse entre ellos, lo que realmente se produce es un reforzamiento de este individua­lismo. Este Estado, actuando así, ahora puede afirmar que el sistema ru­ral ha cambiado, que ha adquirido la tónica del cooperativismo, cuando el único cambio en realidad comprobable es la intensificación de sus ca­racterísticas anteriores. Lo que pasa, entonces, es que esta misma reali­dad de las relaciones sociales de producción impide que el Estado sea el que imponga su propia superestructura, quedando sólo en la posibilidad de dar a dicha realidad un carácter puramente formal y nominal. Y aquí se entiende cuál es la forma de determinación de las relaciones sociales de producción para con la superestructura. No es mecánica: ese es el error que comete Bettelheim y que motiva la respuesta de Guevara.

Por último, Guevara afirm a:“No encontramos correcta la explicación del por qué de la necesa­

ria vigencia irrestricta de la Ley del Valor y otras categorías mercantiles durante el período de transición, aunque no negamos la posibilidad de usar elementos de esta Ley para.fines comparativos (costo, rentabilidad expresada en dinero aritmético)” 38.

Volvemos con ello a lo anterior: mientras Guevara sostiene la po­sición de que la tendencia debe conducir a liquidar las categorías anti­

37 E. Guevara: Ib ld ., pp. 107.38 E. Guevara: Ib íd ., pp. 113.

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guas (dinero, mercado, interés material), Bettelheim insiste en que el de­bilitamiento rápido de las categorías mercantiles es prematuro, por lo que muchas veces es necesario dar más cabida a estas categorías, a la autonomía relativa de la empresa socialista, e tc .39.

D. La posición de Ernst Mandel

Mandel no participa activamente en el debate Guevara-Bettelheim; interviene en él solamente como espectador, pero todo su trabajo se orien­ta a criticar la posición de Bettelheim, afirmando, entonces, la concep­ción dé Guevara. Su análisis comienza afirmando el error metodológico de Bettelheim: para Mandel, Bettelheim ha caído en . .la negativa de aplicar algunas categorías a una realidad histórica determinada, so pre­texto de que esas categorías no sé manifiestan de manera pura en uña realidad histórica determinada” 40. Y, sobre esta base, según Mandel, Bettelheim llega a la conclusión de que la propiedad social de los medios de producción en el sector socialista es un fenómeno solamente jurídico 41. Según Mandel, en la sociedad capitalista donde los propietarios de los medios de producción no disponen de todos sus productos, “hasta el último tornillo”, “ .. .el modo de producción corresponde efectivamente a la “forma jurídica” de la propiedad” 42.

La planificación, es decir la capacidad efectiva de la sociedad de contabilizar y distribuir efectivamente sus fuerzas productivas, tiene una realización posible, aunque primeramente se efectúe de manera imper­fecta y parcial, p ero ...

" ...lo que predomina, entonces, no es el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, sino los defectos de organización y la falta de ex­p e r i e n c i a . 43.

Algo de esto hemos afirmado anteriormente: en Cuba, la tenden­cia se orienta a indiferenciar la capacidad de disposición de la propiedad de los medios de producción. Pero dicha capacidad no puede ser adqui­rida de un día para otro, ni hay una medida que separa la incapacidad de la capacidad. Para Mandel, la capacidad de disposición es un proceso de experiencia, que sólo puede ponerse a tono con la propiedad de los medios de producción.

La crítica de Mandel se refiere a la idea de Bettelheim de que so­lamente la propiedad será real y las relaciones de producción estarán acor­des con ella, cuando la sociedad pueda disponer integralmente de todos

3* Ch. Bettelheim: op. cit., pp. 189.10 Ernst Mandel: Las categorías mercantiles en el periodo de tnu u d ó n , en Ernesto “ Ché” Guevara, Escritos

Económicos, op. cit., pp. 197.41 E. Mandel: op. cit., pp. 197.K E. Mandel: op. cit., pp. 200. . ■43 E. Mandel: op. cit., pp. 200.

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los medios de producción socializados y de todos los productos. Ni Esta­dos Unidos ni Rusia tienen ese grado de disposición, y no sólo esto es así, sino que ...

. .él aumento de las fuerzas productivas produce un resultado contradictorio, a saber, la integración de una parte y la diversificación creciente de la otra” 44.

Es necesario comprender que:“La disposición integral de todos los medios de producción hasta

el último clavo es un enfoque un poco mecánico y tecnocrático, y de nin­gún modo la finalidad del socialismo; que la naturaleza de la propiedad social de los medios de producción no reside, en último análisis, en el he­cho de hacer posible semejante "disposición integral”, sino en el hecho de hacer posible una “disposición” de los medios de producción suficien­te para eliminar el juego de las fuerzas matrices del capitalismo y para asegurar un crecimiento económico conforme a las leyes económicas, las de una economía socializada y planificada 45.

Para este caso, creemos que Mandel afirma que la eficiencia de la producción no se basa necesariamente en la capacidad de disposición in­tegral de los productos. El concepto de disposición integral, lleva a Be- ttelheim al reformismo: alcanzar dicha disposición invalidaría la necesi­dad del socialismo; o mejor: las condiciones sociales que permitirían obtener una disposición integral de los productos, no son condiciones socialistas, no son condiciones de una sociedad que lucha contra lo viejo imponiendo lo nuevo, son condiciones de uña sociedad comunista reali­zada. Porque este concepto no tiene en cuenta la existencia de clases aún en lucha en la sociedad socialista: como concepto impone la inexisten­cia de clases, por lo que su realización supone la sociedad comunista. Y una vez que se haya llegado a esta sociedad, se hace inútil toda esta con- ceptualización- Entonces, postular el sistema de cálculo económico para la solución de este problema no es sino un segundo error: que aquél con­cepto, que hemos mostrado como ideológico, no puede legitimar —sin cometer un grave tropiezo— a un sistema determinado de organización de la sociedad socialista. Pára Bettelheim, definitivamente, bajo estas características, la nueva sociedad siempre empieza mañana.

Por otro lado, Mandel le achaca el no haber comprendido suficien­temente el concepto de la determinación de la superestructura por la in­fraestructura, tal como ló expresa Marx en su Contribución a la Crítica de la Economía Política: en ella, la estructura económica es comprendi­da én el sentido del modo de producción, por lo que no serían las fuerzas productivas las que determinan las relaciones sociales de producción y ni éstas la superestructura, tal como esta determinación es entendida por Bettelheim. Incluso la correlación que Marx plantea, es válida para una

44 E. Mandel: op. cit., pp. 201.*5 E. Mandel: op. cit., pp. 202.

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amplia escala histórica, y no para períodos cortos como los que este au­tor defiende. Y en este momento, Mandel adopta, como Guevara, las te­sis leninistas:

"La determinada fase de desarrollo de las fuerzas productivas que choca con el viejo modo de producción capitalista, con la antigua estruc­tura económica capitalista, debe ser comprendida como el desarrollo mundial de las fuerzas productivas alcanzado a partir de la Primera Gue­rra Mundial” 46.

Para Mandel, entonces,"la supervivencia de las categorías mercantiles en el período de

transición está por consiguiente en el grado de desarrolló de las fuerzas productivas, insuficiente para asegurar una distribución de bienes de consumo de acuerdo a las necesidades” 47.

Pero éste no es para él el único determinante:"Sería evidentemente erróneo y mecánico subordinar el proceso

de extinción de las categorías mercantiles al sólo y único progreso de las fuerzas productivas, si bien las fuerzas productivas desempeñan sin du­da el rol principal en toda esta evolución... El proceso de extinción de las categorías mercantiles es un proceso dialéctico condicionado tanto por las transformaciones de las fuerzas productivas de la sociedad como por las transformaciones en la conciencia y en la conducta de los hom­bres” 48.

Las bases del socialismo, para Mandel, no pueden sustentarse sólo en el desarrollo de las fuerzas productivas, ni el socialismo definirse de esa manera exclusivista. Su posición es totalmente favorable a Guevara: el intento de éste de quebrar la ley del valor mediante un amplio desa­rrollo de la conciencia, y además por un sistema de organización parti­cular que responda a ese desarrollo es recogido aquí por Mandel. Al pro­fundizar las posibilidades de esta relación, Mandel especifica la actua­ción de las categorías mercantiles en una sociedad socialista. Según é l :

a) La primera categoría mercantil en la sociedad socialista es la producción privada campesina y artesanal: todo lo que no sea auto-con­sumó en este sector, es producción de mercancías;

b) La segunda está constituida por los medios de producción y de cambio que el sector estatal vende al sector privado'o cooperativo;

c) La tercera categoría sería el conjunto de bienes vendidos por el sector socialista a los consumidores privados; y

d) La cuarta sería la producción que queda en el interior del, sec­tor socialista, que, dado que no existen cambios, ni sustitución de pro­pietarios, no son realmente mercancías.

« E. Mandel: op. cit., pp. 205.47 E. Mandel: op. cit., pp. 207.48 E. Mandel: op. cit., pp. 209.

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De esta especificación, Mandel concluye:

“Él fondo del problema radica en que la fuerza de trabajo es aún propiedad privada, mientras los medios de producción son ya (en lo esencial) propiedad colectiva. Abolir esta propiedad privada de la fuer­za de trabajo, antes de que la sociedad pueda garantizar la satisfacción de las necesidades fundamentales a todos los ciudadanos, sería en reali-

■ dad introducir el trabajo forzado.. 49.Aquí se destruye la argumentación de Bettelheim; más allá que

él mismo, Mandel sitúa el problema en el enfrentamiento de clases, re­presentado en su argumentación por el enfrentamiento de propiedades diferentes y claramente opuestas. La propiedad socializada, cuya capa­cidad de producción implica un proceso dialéctico, se enfrenta ahora con la propiedad privada de los trabajadores; El problema es planteado por Guevara introduciendo en esta relación el elemento de la conciencia de los trabajadores. Ya hemos visto que para Mandel este elemento no es suficiente, aunque sí importante. La posición dé Mandel en esta materia tiene el propósito dé hacer ver que, si se intenta apropiar y socializar la fuerza de trabajó, cuando sus propietarios, los trabajádores, no pueden aún satisfacer todas sus necesidades básicas, porque la sociedad no pue­de asegurar dicha satisfacción, el trabajo socializado sería, en realidad, trabajo forzado. Én esta sociedad en que se construye el socialismo, el verdadero problema de la propiedad no consiste tanto en la capacidad de disponer de los productos, no es el problema de Bettelheim; el ver­dadero problema, Sustentado por el anterior, y más prioritario, plantea la apropiación y socialización de todos los medios de producción, excep­to la fuerza dé trabajo, que es propiedad de los trabajadores. Y en esta estructura hay que contar con ellos para la construcción dé Una nueva sociedad; es totalmente válido, sino necesario, incluir dentro de la rela­ción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones socia­les de producción, la conciencia de los hombres. Ya deja de ser la cón- ciéncia de los hombres, ün factor "voluntarista” dé algunos dirigentes revolucionarios, para convertirse en un elemento de suma importancia, cuya negación ahora sí determina un ¿voluntarismo en quien la realice.

De otra forma, y esto es lo que no dice Mandel, sin asumir la pro­piedad de la fuerza de trabajo, el sector socialista deberá enfrentarse continuamente. a un conflicto de clases. Hay que afirmar la realidad de esta lucha: hay que ver en estas diferencias de propiedad las transfor­maciones ocurridas en la estructura de clases capitalistas. Cuba se ha­brá desprendido de los contrarrevolucionarios cuando estos se fueron a Miami, se habrá, si se quiere, liberado de una clase entera; pero es lógi­co qué no se haya disociado aún de las estructuras en las cuales esta cla­se se movía y que ahora están en contradicción con las nuevas formas que adquiere la sociedad en el proceso de la construcción sociaKstar Afir-

49 E. Mandel: op. cit., pp. 212.

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mar los elementos de esta contradicción, como hace Mandel, sin relacio­narlos con la estructura de clases, sin ver en ellos una lucha de clases, es incompleto, aunque a esta altura represente un importante pa­so adelante. La actitud ante la propiedad privada de la fuerza de tra­bajo es la que marca fundamentalmente el tipo de socialismo que se ins­tala. Este es el conflicto de .clases en el socialismo, que más adelante he­mos de estudiar.

Para Mandel, entonces, la ley del valor se desplaza a la relación entre productores y consumidores, productores del sector socialista y consumidores privados. Entre ellos se da un acto de cambio y, por tan­to, el producto llega al consumidor como mercancía, expresando un va­lor. Y este fenómeno ilustra lo que ha de decir Mandel: que siendo el trabajo propiedad privada, las necesidades del trabajador aún no pue­den ser previstas totalmente, por lo que entre productor y consumidor se establece la misma relación que entre trabajador y medio de produc­ción socializado. Ahora podemos retomar una de las problemáticas plan­teadas con anterioridad: para Guevara no existía la mercancía dentro del acto productivo del sector socialista; él argumentaba que las distin­tas fábricas formaban una misma empresa que era propiedad del Estado y, por tanto, que los productos intermedios de estas fábricas no repre­sentaban actos de cambio entre ellas, sino sólo adiciones de valor. En sus tesis, Guevara olvida el problema de la fuerza de trabajo, planteado por Mandel: en el acto productivo, el Estado tiene que comprar la fuerza de trabajo, por lo que ella se convierte naturalmente en mercancía. El cir­cuito D-M-D’ de Marx se hace de esa manera: la ley del valor deja de te­ner sentido dentro del proceso mismo de aplicación de los medios de producción y de la fuerza de trabajo, pero actúa plenamente cuando se compra la fuerza de trabajo y cuando se le vende los productos que ella ha fabricado. Es claro: poco a poco esta ley va dejando de tener sentido, cuando los productos que reciben los propietarios de la fuerza de traba­jo, los productos básicos, se van distribuyendo gratuitamente, como ocu­rre parcialmente en la actualidad en Cuba.

Pero negar esta compra de la fuerza de trabajo es a su vez negar la presencia de estructuras contradictorias, heredadas del pasado, si se quiere, en Cuba: el desarrollo de la conciencia que busca imponerse en la clase trabajadora es un derivado, aunque no único, de la necesidad de facilitar las condiciones para que ella se venda continuamente. Y aún eso no puede solucionar la necesidad que Cuba siente de estimular esa venta. Lo mismo, quizás expresado de distinta manera, ocurre en la so­ciedad capitalista: el enfrentamiento aquí es entre dos propiedades pri­vadas, los medios de producción y la fuerza de trabajo, entre dos tipos de propietarios, que pertenecen cada cual a una misma división del tra­bajo, en la que el propietario de los medios de producción explota al propietario de la fuerza de trabajo. Y este enfrentamiento tiene varias consecuencias: en primer lugar, la necesidad de ideologizar la venta de

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la fuerza de trabajo, como una venta que el trabajador realiza libremen­te (¿cómo, si no, explotarlo?), etc.

En Cuba ahora acontece que este enfrentamiento ha variado sus expresiones; se produce entre la propiedad socialista del Estado de los medios de producción y, por tanto, de la distribución del producto, y la propiedad privada de la fuerza de trabajo. Y los cubanos han intentado reemplazar este conflicto de clases, por la presencia de una movilización masiva de la fuerza de trabajo, del desarrollo de la conciencia del traba­jador y por la presencia de una moral revolucionaria, que es una moral de "entrega”. Y veremos entonces que, detrás de todos estos elementos, detrás de la consideración del "hombre nuevo” en Cuba, detrás de la in­mensa movilización realizada para la zafra de 1970, detrás de la mística revolucionaria cubana, existe el enfrentamiento entre dos sectores de la sociedad, el sector socialista y el sector privado, enfrentamiento que los cubanos, como dijimos, han canalizado a través de los mecanismos men­cionados. Se podría decir, si se quiere, que esta contradicción no es anta­gónica, en el sentido de que la ruptura no está dentro de su evolución ló­gica. Y aunque el reemplazo de la lucha de clases, lucha de estructuras, por la movilización permanente de la clase trabajadora nunca pueda ser total, aunque siempre aparezcan contradicciones, se podrá ver que el pro blema para los cubanos no se soluciona diciendo que se han abolido las clases, ni siquiera que se ha abolido la relación antagónica entre ellas, si­no que se ha debido actuar por el lado de su canalización ideológica. Por supuesto que no es un reproche lo que hacemos: en el estado actual, en que no se pueden satisfacer las necesidades básicas de toda la población, creer que la ideologización no corresponde es ingenuo; incluso es con­cebible que se podría dar otro carácter a la ideología, distinto al que te­nía para las sociedades capitalistas: ahora podemos decir que ya no se trata sólo de una falsa conciencia, sino —ésta será una tesis a desarrollar posteriormente— de una conciencia de esa falsa conciencia, de una con­ciencia de la situación que impide esa satisfacción de necesidades.

Lo anterior supone que la planificación socialista siempre ha de ser parcial: el Estado no puede planificar si acaso no controla la fuerza de trabajo que él mismo emplea o los gustos de los consumidores. La planificación socialista perfecta sólo se podrá realizar en circunstancias en que ella no haga falta, en condiciones sociales perfectas. De allí que Mandel exprese que el Estado socialista no puede disponer integralmen­te de todos sus productos, porque en realidad se le escapa siempre el elemento más im portante: el productor directo. ¡ Ese es el problema que Bettelheim olvida!: que el Estado no dispone de todos sus productos por­que no dispone de todos sus productores. Y no es cuestión aquí de reem­plazar esa no disposición por el centralismo burocrático que él mismo propone; este tipo de sistema no sólo es innecesario, sino que principal­mente no es socialista; por eso, ante dicha alternativa, el "hombre nue­vo” en Cuba aparece como una medida revolucionaria. Porque si se pen­

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sara que la clase trabajadora es única y pudiera disponer de sí como una unidad, que pudiera apropiarse del Estado y de la fuerza de trabajo de sí misma enteramente, entonces, sería tan perfecta que tendríamos que reconocer que en una sociedad que presente tal clase no existen clases. La disposición integral de Bettelheim solamente se puede dar, como se dijo, cuando el Estado no tenga razón de existir, en la sociedad comunis­ta Y como el Estado ahora no desaparece, y por tanto, no dispone inte­gralmente de su producto, no hay razón para pensar, ni de allí concluir, que las categorías mercantiles, en vez de estar en proceso de extinción, deben reforzarse continuamente: su consecuencia en realidad es causa, su posición aparece así invertida.

Para volver a Mandel, veamos qué base justifica sus tesis de que los medios de producción del sector socialista no son mercancías:

“¿Cómo se manifiesta de manera concreta... el hecho de que es solamente a posteriori (es decir sobre el mercado) que se puede deter­minar si las mercancías no contienen más que trabajo socialmente nece­sario o no? Se manifiesta evidentemente por la posibilidad de la super­producción. Esta particularidad de la mercancía de poder permanecer invendible, es lo que demuestra entonces, en la práctica, que el tiempo de trabajo utilizado para fabricarla ha sido, desde el punto de vista de la necesidad, un tiempo de trabajo desperdiciado”.

Y continúa:“Los bienes de consumo producidos por la industria socialista

¿pueden permanecer invendibles? Sin duda alguna... Los medios de pro­ducción del sector socialista ¿pueden permanecer invendibles? ¿Puede haber una superproducción de los medios de producción en el sector so­cialista? Evidentemente no. Si por desgracia la producción de medios de producción excede a las cifras del plan, o supera a las provisiones tecno­lógicas, nada impide a la industria socialista utilizar este excedente, para pasar a una siguiente etapa de reproducción ampliada, en lo inmediato o en el porvenir. Por consiguiente, los medios de producción socialista, no siendo jamás invendibles, no pueden contener "trabajo socialmente no necesario”. .. Los medios de producción no son, pues, mercancías” 50.

Las tesis de Mandel sirven para afirmar que los medios de produc­ción de los cuales el Estado socialista se apropia son realmente propie­dad socialista y no una propiedad formal como la que supone Bettelheim. Pero aún la argumentación no es completa: tampoco la fuerza de traba­jo es "invendible” : el problema del Estado cubano no es la abundancia de fuerza de trabajo, sino la escazes de la m ism a:

"Hay que decir, caballeros, aunque parezca increíble en estos mo: mentos, que había que hacer cola (antes de la Revolución) para cortar caña en algunos lugares: le racionaban la caña a cortar. No es como aho­ra que le pueden poner una meta a un destacadísimo machetero y dicen:50 E. Mandel: op. cit., pp. 215 y 216.

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Va a cortar 100 mil, 150 mil, toda la que quiera, todo lo que más pueda.Y antes le decían: No, tienes que cortar 70 arrobas hoy. Hay un carro. Cien, 150, 50 ó ninguna arroba. ¡Aquellas eran las condiciones! ¡Y sobra­ban los macheteros! . . . La posibilidad que tenían los hombres de nues­tros campos era únicamente ésa : la de hacerse macheteros en una zafra. Con el triunfo de la Revolución surgieron miles de posibilidades con el incremento de las máquinas, decenas de miles de tractores, el desarrollo general de la agricultura, empleo amplio, masivo, posibilidades de tra­bajo, de estudio. De manera que hoy el problema de nuestro país, en to­dos los frentes, el principal es uno: falta de fuerza de trabajo" 51.

Por lo que en Cuba nadie se ve imposibilitado de vender su fuer­za de trabajo, como ocurría antes en la sociedad capitalista. Y esto es ra­dicalmente distinto al hecho de que la fuerza de trabajo se niegue a ven­derse, como puede anunciar Castro en su discurso del 26 de Julio de 1970. Es más:

"Nadie (en la Revolución) está condenado a trabajar porque esté amenazado a que se va a morir de hambre” 52.

No sólo no existen trabas para la venta de la fuerza de trabajo (que es justamente lo que necesita cualquier revolución socialista), sino que la huelga deja de tener sentido, o m ejor: continúa teniendo sentido económico y político, cuando un régimen lo exige, pero aquí los motivos aparecen totalmente diferentes. Cuando la organización socialista maxi- miza las capacidades y recursos existentes, no existe superproducción de fuerza de trabajo, y la afirmación de Mandel, de que la fuerza de trabajo sería una mercancía, dejaría de tener validez. ¿Cuál es, entonces, el crite­rio para sostener que un producto es mercancía? Aunque la afirmación de Mandel parece ser madura al respecto, su consideración de que un pro­ducto no es mercancía porque no podría permanecer “invendible”, no es fácilmente demostrable, sobre todo tomando en cuenta que la fuerza de trabajo, aun siendo mercancía en Cuba, no podría sustraerse a la venta sin comprometer el éxito de la Revolución.

El principal problema, creenios nosotros, consiste en que estos autores conciben el sector productivo de Cuba como una unidad, con si­milares composiciones de capital y productividad por trabajador. El re­sultado de tal concepción está a nuestra v ista : es el fracaso de los inten­tos de industrialización cubana que partieron de esa premisa, fracaso que merecerá nuestra atención más adelante. Además, la búsqueda de mercados externos para la producción agrícola-ganadera y las diferen­cias de prioridades que se establecen en este mismo sector, se basan so­bre cálculos de esta naturaleza. Los intercambios internos, entonces, en

51 Co. Fidel Castro: Discurso por el inicio de la zafra de los 10 millones en Oriente, Central “ Antonio Gui- teras” , 14 de junio 1969.

k Co. Fidel Castro: Ibld.

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cada sector y entre sectores socializados, que según Guevara y Mandel no son intercambios mercantiles; y, por tanto, no expresan valor por sí solos, debido a estas diferencias en la composición orgánica del capital, tam­poco pueden ser intercambios iguales, sino que tienen que establecer una dependencia de los sectores económicos sobre el sector más. adelantado. El Estado no tiene capacidades iguales de implementación de los medios de producción socializados. El sector industrial del azúcar, por ejemplo:

“Hablábamos de la mecanización en la fertilización, en los herbi­cidas, en el cultivo, pero sin embargo queda una parte que es dura y que emplea el grueso de la mano de obra de este país, que es el corte manual de caña ... Pero en realidad, es muy doloroso que todavía tengamos que estar cortando caña a mano” 53.

Hay entonces, una gran desproporción entre la capacidad tecno­lógica que posee Cuba respecto de su producción azucarera, y .el monto total de ésta, con respecto a la prioridad que se le establece dentro del plan cubano de producción. Esta tesis es refutada por Mandel, refirién­dose a Bettelheim: !

"Como la interdependencia entre las diferentes unidades de pro­ducción (según Bettelheim) corresponde a un grado determinado de de-- sarrollo de las fuerzas productivas, la insuficiencia de integración entre las diferentes unidades reduce el contenido económico real de la produc­ción social de los medios de producción, y los medios de producción son, pues, en cierto sentido, un poco propiedad de cada empresa. De donde resulta entonces que la circulación de los medios de producción entre es­tas empresas del Estado constituye claramente un proceso de cambio, ya que existe un poco el cambio de propietarios”.

Y continúa Mandel:"Aquí el camarada Bettelheim confunde dos nociones, la de inte­

gración técnica del proceso de producción, y la integración social, que no se deriva automáticamente de la primera, sino esencialmente de los ni­veles en los cuales son tomadas las decisiones estratégicas concernientes a las empresas: política de inversiones y política de precios” 54. :

En realidad, el problema sigue siendo el mism o: las diferentes: unidades de producción no sólo corresponden a un grado determinado de desarrollo de las fuerzas productivas, sino que, porque ese grado es bajo, estas unidades de producción presentan entre sí a su vez grados di- ferenciables de desarrollo; por lo que la política de inversiones, fuente de la integración social de Mandel, no puede actuar unitaria y arbitraria­mente, sino dándole prioridad a un sector e, indefectiblemente, dejando de lado a otros, motivo por el cual los intercambios que pueda haber en­tre ellos son intercambios desiguales. Dicha desigualdad no: es ninguna base para postular que sus relaciones son mercantiles ; lo que sí expresa es la presencia del desarrollo desigual entre los sectores de producción

53 Co. Fidel Castro: op. cit.» E . Mandel: op. cit., pp. 216 y 217.

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y demuestra que, en Cuba, la superación del subdesarrollo no significa, ni mucho menos, el desarrollo armónico de los sectores económicos, si* no justamente su desarrollo desequilibrado. Máximo, cuando la capa­cidad de los sectores productivos se funcionaliza hacia el desarrollo ace­lerado de uno de ellos, como es el sector azucarero, perdiendo la capaci­dad de producir por sí solos y haciéndose dependientes de las ganancias de este sector para su propia sobrevivencia. Más que ninguna otra eco­nomía socialista, la economía cubana depende de su capacidad para in­sertarse en el mercado mundial, de manera que los intercambios que pue­dan existir en su interior también se rigen por esta capacidad y por la ley del valor que allí rige. La lucha entre la propiedad privada de la fuer­za de trabajo y la propiedad socialista de los medios de producción se manifiesta también en la oposición entre sectores económicos que p re­sentan niveles diferentes de desarrollo y que, por tanto, actúan de acuer­do al comportamiento de uno de ellos en el mercado mundial. Todo este juego de la ley del valor desvirtúa el límite fijado por Guevara respecto de qué es mercancía y qué no es. La discusión deja el plano de los inter­cambios entre empresas y pasa a ser significativa en el plano de la rela­ción producto-consumidor.

En fin; ésta es la posición de Mandel y, con su exposición, damos por finalizada la importante discusión que se creó en el seno de la Revo­lución en uno de sus momentos más trascendentales. Bueno es decirlo: cuando se suscitó este debate, el sector agrícola cubano, manejado y diri­gido por el INRA, había ya adoptado el sistema de autogestión financie­ra mientras que el sector industrial, dirigido por Ernesto Guevara, se guiaba por el sistema presupuestario, que estaba desarrollándose. En es­ta controversia, entonces, ni Guevara representaba el pensamiento ofi­cial del gobierno castrista, ni sus oponentes se encontraban ajenos a las decisiones sobre el socialismo cubano, ya que fueron prácticamente con­tratados para idear y crear el sistema de planificación. Y ninguno de los dos contrincantes, sin embargo, salió plenamente victorioso: la conclu­sión fue en realidad una planificación que, simultáneamente con el estí­mulo moral, retribuía a cada uno según su trabajo y daba, como veremos más adelante, premios individuales' jpor el sobrecumplimiento. Pero este resultado, por supuesto, no implicaba ni caer en el sistema de "cálculo económico'', ni en el sistema de "empresas consolidadas” de Gueva- ra .S in duda alguna, las tesis dé Guevara tuvieron mucho más repercu­sión política que económica ; los estímulos morales que él establecía in­dicaban más un camino a seguir, una forma determinada de construc­ción del socialismo, que una manera concreta de organización económica:

"Sin desarrolló de esa conciencia no se puede hacer cosas comun- nistas; como si mantenemos los viejos criterios egoístas: más trabajo, ga­no m ás... El Comunismo ciertamente no sé puede establecer... si no se crean las riquezas en abundancia. Pero el cam ino... no es crear conciencia con el dinero o con la riqueza, sino crear riqueza con la conciencia. Y no­

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sotros no debemos traducir el dinero o la riqueza en conciencia. Nosotros debemos traducir la conciencia en riqueza. Estimular a un hombre para que cumpla más con su deber es adquirir conciencia con dinero. Darle a un hombre más riqueza colectivamente porque cumple su deber y produ­ce más y crea más para la sociedad es convertir la conciencia en riqueza”55

4. Consideraciones Generales sobre la Ley del Valor en Cuba

La Cuba de 1959 era un país subdesarrollado; nuestro interés se concentrará en el estudio de los esfuerzos tendientes a la superación de ese estado. Pero, la significación que para nosotros tiene el hecho de que se ha tratado de un país capitalista subdesarrollado, nos puede llevar tam­bién a analizar algunas consecuencias de interés. En primer lugar, pode­mos analizar, aunque parcialmente, la actuación de la ley del valor en este subdesarrollo. Hemos dicho antes que la ley del valor regula: a) las pro­porciones de cambio de mercancías, b ) la cantidad producida de cada mercancía y c) la asignación de la fuerza de trabajo a las diferentes ramas de la producción. Como se ve, y como dirá Sweezy más adelante, el estu­dio de la ley del valor en el capitalismo corresponde exactamente al estu­dio de la planificación en el socialismo. Por lo que al estudiar los efectos de la ley del valor en la sociedad capitalista podemos evaluar, de alguna manera, la efectividad de la planificación de la sociedad socialista. Y se comprenderá, también, que al referirnos a la actuación de la ley del valor, nos referimos igualmente al funcionamiento de la economía y de la socie­dad como un todo. Hay hechos interesantes que surgen del estudio de es­ta ley del valor en el subdesarrollo: el primero, lo expone el mismo Man- d e l:

“Pero ella (la ley del valor) no los regula ya directamente (los tres puntos anteriores) sino indirectamente, por el juego de la concurrencia de los capitalistas y de las desviaciones con relación a la cuota media de ganancia. Los capitales afluyen hacia los sectores donde las ganancias son superiores a la media, y refluyen de los sectores donde las ganancias son inferiores a la media”. Por lo que “Es evidente que en un país subde­sarrollado, la agricultura es en general más rentable que la industria, la industria ligera más rentable que la industria pesada, la pequeña indus­tria más rentable que la gran industria y, sobre todo, la importación de bienes industriales del mercado mundial más rentable que su fabricación en el mismo país. Dejar guiar las inversiones par la ley del valor, s'ería conservar en lo esencial la estructura económica desequilibrada, hereda­da del capitalismo” y si las inversiones se dejan guiar por esta ley del va­lor, se condenaría “a los países subdesarrollados... a conservar duran­te un largo período, sino indefinidamente, éste subdesarrollo” 56.

55 Co. Fidel Castro: Conmemoración del 15? aniversario del 26 de julio, julio 1968.50 E. Mandel: op. cit., pp. 218, 219 y 220.

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De lo cual se puede deducir que la actuación espontánea de la ley del valor en los países subdesarrollados no supera este subdesarrollo, si­no que lo reproduce continuamente. De esta manera la alternativa cuba­na como alternativa de desarrollo, se reduce a superar esta actuación es­pontánea de la ley del valor: bien puede plantearse como radicalmente "voluntarista”, como lo dice Bettelheim, argumentando la ausencia de la ley del valor en el interior del sector socialista, y posiblemente, su vigen­cia en el comercio exterior; este argumento facilita a los cubanos afirmar que todos sus esfuerzos realizados son eficientes para alcanzar el desarro­llo y que no se justifica una crítica como la de Betteheim. O bien pueden adoptar otra alternativa, que es la que nosotros creemos más válida, y es la de afirmar que no se ha declarado caduca por decreto la ley del valor, sino que se modificó (y se ha de modificar aún más, hasta su desaparición) su actuación, dentro de los cauces que la construcción de una sociedad socialista requiere. Sobre esta misma base, también puede reivindicar que el camino seguido es eficiente en cuanto al logro del desarrollo de las fuer­zas productivas y también, entonces, la crítica de Bettelheim respecto de la ineficiencia cubana queda fuera de lugar. Ambas alternativas corres­ponden, como se podrá observar, a una misma finalidad. Sin embargo, el problema subsiste: ¿cómo modificar la actuación de la ley del valor? Acaso planteando que lo que rige la producción ya no es más la ganancia privada, como sucede en una sociedad capitalista, sino las necesidades sociales que se establecen de acuerdo a un plan:

"Porque el límite nuestro no es el mercado, sino la necesidad” 57.Desde luego, lo importante aquí no es declarar que, si la ganada

privada ya no existe, la ley del valor no tiene vigencia. Podemos ahora decir que efectivamente no existe una ganancia apropiable por un sector de la población, sino que existe la privatización del rendimiento de los sectores productivos. Es la ganancia particularizada: es un concepto que hace que los rendimientos de un sector de la economía no se inviertan en otros sectores, sino queden solamente en él; de esta manera, se supri­me la ganancia como concepto capitalista, pero no se llega a sostener un plan socialista de envergadura. Y:este problema no existe en Cuba: la ganancia privada, cuando regía la producción capitalista no fue apropia­da en nombre de la ganacia particularizada, del desarrollo de cada sec­tor por separado, como lo puede suponer el sistema del cálculo económi­co, sino de una ganancia que se rige por las necesidades del plan. Lo que queremos proponer no es sino que, al igual que la ley del valor, la ganan­cia privada no se destierra desterrando a quienes la reciben. En la etapa del salto definitivo hacia el socialismo, las empresas, muy probablemen­te por una cuestión de eficiencia, la misma que exige Bettelheim, deban regirse por la maximización de su rendimiento medido en mercancías, medido de acuerdo al cálculo económico. Pero ese cálculo implica, en­

57 Co. Fidel Castro: Clausura del 1? Congreso del Instituto de Ciencia Animal, 13 mayo 1969.

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tonces, que la condición sine qua non de la superación del subdesarrollo ha de ser la de distorsionar la actuación espontánea de la ley del valor, es decir: la actuación que rige las inversiones de acuerdo a la ganancia; y ése es, por tanto, el sentido que adquiere la planificación socialista. Se ha dicho, por nuestra parte, que este problema tampoco se soluciona con sólo dar ciertas prioridades a determinadas inversiones y a determinados sectores de producción, pues en el interior de la economía, inclusive en el interior de un mismo sector, las diferentes formas que adquiere la pro­ducción ( los sectores de reproducción de medios de producción, los sec­tores de producción media y los de producción de bienes de consumo) tienen, en una economía desequilibrada, distintas magnitudes, a las que el plan debe fijar. ¿Qué pasaría en Cuba si existiera máquinas alzadoras de cañas y si ellas reemplazaran a toda la fuerza de trabajo empleada en el corte de la misma? Aunque eso está previsto y es lo que se quiere ha­cer, hay que imaginarse el inmenso sector de la clase trabajadora que se encontraría libremente dispuesto para aplicar su trabajo en otro sector de la producción. Lo mismo con la cantidad de hectáreas cultivadas: cuan­do los fertilizantes, los canales de riego, los herbicidas, se encuentren in­dustrialmente avanzados, la cantidad de hectáreas que ha de necesitar una zafra de 10 millones de toneladas de azúcar ha de ser mucha más re­ducida que la que actualmente se emplea. ¡ Y el excedente de tierra pue­de ser utilizado de múltiples m aneras! Finalmente, lo afirma Castro:

“Y, sin embargo, el azúcar en 1980 será mucho menos del 30% del valor del Producto Bruto de la agricultura del p a ís ..." 58.

La cuestión es é sta : si la ley del valor, en su actuación espontánea, implica una sub-utilización intensa de los recursos existentes por la pre­sencia de la ganada privada, la planificación socialista, para superar es­ta actuación, debe representar justamente lo contrario a eso; debe ma- ximizar absolutamente los recursos existentes y tal cosa sólo puede ser realizada cuando la política de inversiones atienda más a los requerimien­tos de una política complementaria entre los sectores de producción que a la simple producción para el mercado interno y el externo. En el sentido de esta maximización, encontramos el principal problema cubano, proble­ma que fue planteado por Castro en una reciente entrevista: que a dife­rencia de otros países monoproductivos, la producción de azúcar en Cu­ba, que toma un gran porcentaje del PBN, exige, con un nivel de baja tecnología, una utilización muy intensa de mano de obra, lo que reduce considerablemente la productividad por trabajador. Pongamos el caso de Chile con su producción de cobre: allí un número relativamente pe­queño de trabajadores produce un porcentaje muy alto de PBN, la sub- utilización capitalista no se percibe allí, se percibe más en los sectores productivos que no están relacionados con el cobre, los cuides emplean porcentajes de mano de obra relativamente más altos que ésta y aportan

51 Co. Fidel Castro: Conversación con 244 alumnos graduados de la U. de Occidente, 20 diciembre 1969.

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menos a los ingresos ¡nacionales. Por supuesto, el principal factor de sub- utilización está en la apropiación de los excedentes de cobre por parte de las compañías extranjeras; pero, lo que aquí nos interesa es que el sec­tor más importante de la economía chilena ocupa un porcentaje muy ba­jo de ia mano de obra nacional. En Cuba, por el contrario, sucede exac­tamente al revés: que el sector más importante de la economía cubana corresponde al azúcar, el cual, dado una baja capacidad tecnológica y un muy complejo proceso de producción, exige un porcentaje muy alto de la mano de obra cubana. Mientras países productores de cobre o petróleo utilizan aproximadamente 10.000 personas en una producción que gene­ra entradas inmensas, en Cuba se necesitan cerca de 500.000 para lograr lo mismo.

Esa es la principal contradicción que debe superar la planifica­ción socialista cubana; cercada justamente por los países productores de azúcar, la tecnología de la caña tiene que ser diseñada por el propio país. Y como éste hay muchos más problemas, problemas que se derivan de la actuación de la ley del valor que, en vez de desarrollar la economía, la ha subdesarrollado durante siglos. Mientras la ley del valor traslada las inversiones de un sector de la economía a otro, dependiendo esto de dónde se desarrolle una mayor tasa de beneficio, mientras produce dife­rencias eii la composición orgánica del capital de las empresas económi­cas, mientras fija cuotas de producción que sólo pueden ser conocidas a posteriori y mientras crea, así una masa creciente de desempleados, la planificación socialista debe presentarse como superación de estos fenó­menos, creando formas eficientes de funcionamiento. Sería idealista, por tanto, pensar que la ley del valor desaparece cuando desaparece la clase social que se beneficia con ella; la ley del valor tiene plena vigencia, pe­ro dentro de una economía socialista que se orienta por la necesidad so­cial y no por la ganancia privada y que, por tanto, regula el mercado de acuerdo a la planificación. Ella puede ser usada conscientemente, puede sér desviada de su comportamiento habitual y transformada en un fac­tor de desarrollo. Se entiende, luego, que sólo podrá realizarse ésto cuan­do exista una acumulación socialista de capital bien estructurada y de­finida. ' ’

Habíamos mencionado el hecho de que la fuerza de trabajo, en es­tas condiciones, necesita de estímulos constantes para venderse día a día. En una sociedad que mantenga la ganancia privada como lógica, los estí­mulos a lá venta de trabajo deben a su vez ser constantes, deben entrar en aquella lógica. En la sociedad capitalista conocemos estos estímulos:

a) el contrato de trabajo libre que estipula la libertad y el dere­cho a venderse como fuerza de trabajo;

b ) el salario, como forma de pago de la compra de dicha fuerza de trabajo ,y

c ) la movilidad de cada persona hacia la propiedad de los mediosde producción. ;

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Cada uno de estos tres elementos esconde tras de sí una realidad distinta de la que estipula; sentadas estas bases, el capitalista puede ex­plotar al trabajador:

"El administrador capitalista no necesita (para entusiasmar a sus trabajadores) de mecanismos políticos ni de mecanismos de masa, por­que tiene el mecanismo del desempleo. El administrador comunista ne­cesita garantizar una participación de las masas, porque esas masas son las que están en el poder, son las dueñas de los medios de producción". 59 Detrás de cada uno de estos elementos, entonces, tenemos los méto­dos de presión reales que existen en la sociedad capitalista: al derecho al trabajo, se enfrenta la necesidad de trabajar bajo la presión del hambre; al derecho al salario se sustituye un trabajo apropiado y a la supuesta movilidad corresponde históricamente la explotación de la clase traba­jadora.

El estímulo a la venta de la fuerza de trabajo, pues, responde, en último término, a que la fuerza de trabajo es una mercancía, una “cosa” que se compra y se vende, en manos del trabajador; aquí el estímulo es negativo: si no se trabaja se muere de hambre porque, dentro de esta ló­gica, se trata de conformar una correspondencia trabajo-hambre. Como el trabajador no se vende espontáneamente, como no puede trabajar es­pontáneamente, porque de ello depende su propio sustento, el trabajador se convierte en una mercancía. La necesidad de estimular al trabajador en Cuba responde, pues, a esto : al hecho de que una de las categorías mercantiles, que Mandel no considera, es justamente la fuerza de traba­jo, por más que se diga que en la actualidad el poder pertenece a esta fuerza. Sólo considerando que, lo repetimos, la clase trabajadora es una unidad, que se apropia del Estado y dispone de su fuerza de trabajo se­gún su propia consideración, se puede afirmar que la fuerza dé trabajo no es una mercancía; pero cuando esto ocurra, no habrá necesidad de pensar en la existencia de una clase trabajadora, pues no habrán clases sociales. La necesidad de estimular a la producción surge porque el sec­tor socialista no puede disponer de la fuerza de trabajo existente, ya que esta es propiedad privada, surge porque allí funciona aún la ley del valor. Que los estímulos sean positivos, que no se haga trabajar bajo la presión del hambre, es lo que caracteriza al socialismo. Los estímulos se han in­vertido del capitalismo al socialismo, pero aún siguen existiendo; sigue existiendo la necesidad de ideologizar la relación entre el comprador y el vendedor de la fuerza de trabajo (sea aquél el Estado o el capitalista privado). Y ante esto Cuba determina, como se dijo, la movilización ple­na de los trabajadores y el desarrollo de la conciencia de los mismos:

“Si fuéramos a mover a los hombres hacia la actividad agrícola por factores de tipo material o por estímulos de esa naturaleza, no los

59 Co. Armando Hart Dávalos: Discurso pronunciado en la graduación de la Escuela de Ciencias Políticas de la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Habana, 12 mayo, 1969.

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moveríamos. ¡ No los moveríamos! ” 60. Y aquí se rechazan dos tipos de estímulos: el estímulo del Terror capitalista y el estímulo del burocra­tismo socialista, el estímulo material. ¿Serán los mismos?; es claro que el primero se manifiesta de manera distinta del segundo, y que éste sur­ge de la existencia de aquél y como una manera de superarlo; es a pro­pósito de esta superación que corresponde plantear cualquier discusión al respecto. También:

“Si decimos que los estímulos materiales individuales no funcio­nan o no deben funcionar para el impulso del socialismo, es porque cree mos, firmemente, que lo decisivo en el desarrollo de la producción, es la calificación técnica de los hombres y la utilización de la máquina. Es por eso, no es por ninguna razón idealista” 61. Cuando una sociedad se plantea la vía del socialismo no debe reemplazar mediante un simple cambio de formulación, estímulos del Terror capitalistas por estímulos que ahora se consideran socialistas. El socialismo, en otras palabras, tie­ne la responsabilidad de:

a) representar una maximización de las fuentes de trabajo, al so­cializar los medios de producción, de manera que la tendencia capitalis­ta a formar un ejército industrial de reserva, que presiona sobre la con­cepción ideológica de la "libertad de contrato”, se encuentre en vías de de­saparición. En el socialismo, cuando los medios de producción se en­cuentren dirigidos por una planificación socialista, desaparecerá la con­tradicción entre la tecnología y el trabajador, como elementos extraños entre sí y excluyentes:

"Pero antes el obrero tenía que luchar contra la m áquina,. . . y ahora ... Nadie lucha hoy contra la máquina, todo el mundo la ve con gran alegría. ¿Por qué? Porque hay una identificación entre los intereses del pueblo y los medios de producción, ya los medios de producción no son ajenos al trabajador, para beneficio de una minoría privilegiada en detrimento del trabajador. Hoy la máquina es la gran aliada del trabaja­dor” 62.

O como diría Guevara:"El trabajo es un premio en ciertos casos, un instrumento de edu-

ción en otros, jamás un castigo. Una nueva generación nace" 63.En el socialismo el trabajador tiene un universo de alternativas

en los cuales colocar su fuerza de trabajo; o mejor: ya no priman los métodos del terror convencionales que indicaban trabajo o muerte por hambre. El contrato de trabajo capitalista se declara caduco, lo reempla­za otro elemento, ideológico, movilizador, este elemento es el estímulo moral, el desarrollo de la conciencia:

60 Co. Hart Dávalos: Presentación de los militantes del Partido en la Facultad de Humanidades y el Depar­tamento de Filosofía de la Universidad de La Habana, 2 de agosto 1969.

61 Co. Hart Dávalos: Intervención en la clausura de la reunión sobre educación interna del partido, junio 1969.

tóCo. Fidel Castro: Discurso en el acto central del inicio de la zafra de los 10 millones, julio 1969.63 E. "C hé" Guevara: El socialismo y el hombre en Cuba, en Obra Revolucionaria, op. cit.

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“El trabajo debe adquirir una condición nueva; la mercancía hom­bre cesa de existir y se instala un sistema que otorga una cuota por el cumplimiento del deber social. Los medios de producción pertenecen a la sociedad y la máquina es sólo la trinchera donde se cumple el deber. El hombre comienza a liberar su pensamiento del hecho enojoso que su­ponía la necesidad de satisfacer sus necesidades animales mediante el trabajo. Empieza a verse retratado en su obra y a comprender su magni­tud humana a través del objeto creado, del trabajo realizado. Esto ya no entraña dejar una parte de su ser en forma de fuerza de trabajo vendido, que no le pertenece más, sino que significa una emancipación de sí mis­mo, un aporte a la vida común en que se refleja el cumplimiento de su deber social”. Y continúa: "Hacemos todo lo posible por darle al traba­jo esta nueva categoría y unirlo al desarrollo de la técnica, por un lado, lo que dará condiciones para una mayor libertad, y al trabajo voluntario por otro, basados en la apreciación marxista de que el hombre realmente alcanza su plena realización humana cuando produce sin la compulsión de la necesidad física de venderse como mercancía” 64.

Esta es una visión total del hombre, que guía la política cubana respecto de la fuerza de trabajo. En la condición en que se encuentra Cu­ba, esta concepción del “hombre nuevo", implica una necesidad de par­te de la clase trabajadora de venderse constantemente como mercancía. Es el estímulo moral en acción, que plantea la contradicción de que en nombre de esa apropiación de la naturaleza por el hombre, hoy el traba­jador deba venderse como objeto. No hay otra posibilidad: por aquí ya se encuentra la actuación subyacente de la ley del valor. Claro: al traba­jador cubano se le ofrecen una cantidad de facilidades que en una socie­dad capitalista no existen; su vivienda es prácticamente gratis (en el año 1970 no iban a existir más pagos por arriendos de vivienda), sus hi­jos van a escuelas y universidades totalmente gratuitas, parte de su ves­timenta es recibida a cambio de nada, etc. Se le da instrucción y capaci­dad : la escuela no va al campo, la escuela cubana, según los actuales pla­nes, está en el campo. Y las universidades, de acuerdo a lo planeado, "es­tarán junto a las fábricas, en los planes, en los centros de investigación". De allí que la actuación espontánea de la ley del valor se vea modificada, ya el trabajador no se vende por hambre y coerción, se vende por el de­sarrollo enorme de la movilización de la clase trabajadora, por la concien­cia del deber social: el método del Terror ha sido eliminado. El esfuer­zo educacional de la clase trabajadora es tan rotundo, que Castro debe afirm ar:

"Pero en 1980, los que tengan sexto grado serán analfabetos en este país. La realidad nos impone eso" 6S.

64 E. "C hé” Guevara: El Socialismo y el Hombre en Cuba, op. d t .

m co . Fidel Castro: Discurso en el acto de graduación de los estudiantes de agronomía y de los técnicos de nivel medio de los institutos tecnológicos, octubre 1969.

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Para llegar a esta concepción de trabajo, del hombre y del socia­lismo que eliminara los procedimientos coercitivos de la sociedad capi­talista y de los estímulos materiales, hizo falta una serie de experiencias concretas de aprendizaje. Las ideas al respecto se modificaron abierta­mente, aunque siempre mantuvieron en germen las formas colectivas de estímulos al trabajo. Por ejém plo:

"Un trabajados de Camaguey cortó 120.000 arrobas de caña y otro de la provincia de Oriente, cortó 200.000 arrobas... Yo creo que estos hombres deben ser estimulados y premiados. Entre los premios del pró­ximo año concederemos también 100 automóviles. Es lógico que estos trabajadores puedan elegir entre un viaje a la URSS o una motocicleta con transportín ... ¿No es justo que demos un premio especial a estos trabajadores que han cortado más de 100.000 arrobas? (Gritos: ¡S í! ) . .. Soy partidario de ofrecerles, para que elijan una de las cosas que desean, ¿quieren muebles para la casa? Pues bien, muebles para la casa! Nevera, televisor y tantas otras cosas? Pues bien, que reciban por el momento al­guna cosa como prem io! No se trata de un premio esencialmente mate­rial, sino de un premio moral, porque estamos seguros de que así será interpretado por los obreros. Un premio moral, acompañado de un estí­mulo material, sobre todo para sus familias. Y lo mismo haremos con muchos otros obreros que corten más de 100.000 arrobas al año” 66.

Aquí hay una concepción especial del estímulo material. Es evi­dente que, como dice Castro, no se trata sólo de un estímulo material. No es un estímulo, en este sentido, de complementariedad: quien reciba un automóvil o una motocicleta o un viaje no complementa con ello ni llega a constituir un estilo especial de vida. Puede recibir el auto, pero la uti­lidad de él disminuye en cuanto no posea otros bienes materiales que lo complementen; al lado del auto puede poseer una casa mediocre o malos caminos. El automóvil se queda parado. Estos estímulos materiales ad­quieren sentido cuando ellos parten de una racionalidad de bienes mate­riales que se complementen entre s í : para aquél que tiene pisos de par­quet, un "chancho eléctrico” ; para aquél que tiene automóvil, un vera­neo en la playa, etc. Y por otra parte, nada indica que, recibiendo un re­frigerador, puedan llenarlo con más productos de los que tienen; en las condiciones de racionamiento, el refrigerador pierde utilidad para el al­macenamiento de productos. Y así podríamos seguir enumerando. En otras palabras: los bienes materiales que se reparten no son complemen­tarios entre sí, adquieren la particularidad de estímulos disociados y, por tanto, escapan a la eventualidad de que quienes los posean puedan con ellos incrementar a su vez la cantidad de bienes materiales. Son productos simbólicos, que se materializan irracionalmente. Aparece así que el estí­mulo material no es directo, premia el rendimiento con bienes materia­les que suponen la existencia de una base económica más desarrollada

66 Co. Fidel Castro: Mientras trabajamos para el futuro, no debemos bajar la guardia, en Bohemia, N° 17. 23 de abril 1965.

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que la que Cuba posee. Y, nuevamente, el premiado no se distingue mate­rialmente del resto ; la arbitrariedad del premio convierte a éste en sím­bolo.

b) El socialismo también ha de superar los estímulos capitalistas; ha de paralelizar el interés individual con el interés general de toda la so­ciedad; en otras p a lab rasq u ien crea valores es el trabajador, y para pa­ralelizar su interés con el de toda la sociedad, es necesario que ese valor no se particularice, no se convierta en una ganancia privada, sino que su producto vaya en beneficio de toda la sociedad. En parte ya hemos dis­cutido ésto : todo el problema de la propiedad real o formal de los me­dios de producción por parte del Estado. Si el Estado es sólo su propie­tario formal, porque no consigue dominar todo el ciclo de la producción, como en el caso del reformismo latinoamericano, es evidente que la ten­tación de afirmar que ha desaparecido la ganancia privada es mayor pa­ra los personeros de gobierno, que la de decir la realidad del fenómeno. En cuanto esa propiedad es real, debe haber una tendencia no sólo a .des­truir esta ganancia privada, sino a modificar su manifestación como ga­nancia particularizada.

En la planificación cubana, la ganancia particularizada que pro­viene de la acción de la ley del valor, no queda en poder de un grupo, si­no que es repartida en toda la sociedad, de acuerdo a las prioridades fi­jadas de antemano; aumentando el grado de movilidad de esta ganancia entre los sectores de la economía, se reduce también las formas privati- zadas que ella adquiere en el capitalismo; no hay un grupo, de esta manera, que económicamente pueda reproducir una condición de privi­legio. El problema que se presenta es que esta planificación requiere un grado elevado de conciencia; solamente en estas condiciones pueden te­ner éxito medidas semejantes: al no existir una ganancia privada, sino en su mínima expresión, el productor directo comprende que su esfuerzo sirve a toda la sociedad aunque no directamente a él; necesita ahora de una conciencia nacional desarrollada. Con un rendimiento personal pre­miado simbólicamente y una distribución de bienes de necesidad básica de manera gratuita, el trabajador debe reducir el criterio de evaluación de su trabajo al grado de utilidad que él posee dentro del marco nacional de la construcción del socialismo. Es entonces lógico declarar:

"Ya hemos dicho más de una vez: construir la sociedad socialista, y en el futuro la sociedad comunista, consiste primero de todo en construir y formar al hombre comunista” 67.

El hombre comunista, en último término, es el hombre que puede invertir el fruto de sus esfuerzos en otro sector de la sociedad que no sea el suyo, es el hombre que se guía por la necesidad de toda la sociedad. Es así que, por más estímulos materiales qué se anuncien, y por más "cálcu­lo económico” que rigiera el sector rural, siempre debe dársele prioridad,

67 Co. Hart Dávalos: Industria: homenaje a los mejores, Bohemia, N? 70, mayo J965.

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dentro de esta planificación orientada por necesidades, al desarrollo de la conciencia: el “hombre nuevo” es un hombre que complementa en sí las necesidades de desarrollo de la economía entera.

Si acaso la sociedad socialista no puede decretar legalmente el fin de los confilictos existentes en el capitalismo, aun cuando quienes los sos­tenían ya no están presentes, si no puede erradicar de una vez para siem­pre a la ley del valor y los conflitos de estructuras clasistas que genera, es necesario canalizar esos conflictos, modificarlos y darles otro conteni­do. Hemos hablado de dos alternativas para hacerlo: una es ila vía del cen­tralismo burocrático, que reemplaza ostensiblemente a la vía del Terror capitalista, aunque nunca debe confundírsela con ésta, cuya función es la represión y negación de estas contradicciones, y que aquí son consideradas como meras "supervivencias” de la etapa anterior. En ciertas ocasiones, se puede estimar más eficiente esta vía que las otras, eficiente en el plano de ila maximización de la producción, aunque a la larga constituye más un peso "muerto" que un motor de desarrollo: por cierto hay una gran diferencia entre el trabajo forzado y el trabajo voluntario.

La segunda alternativa es la cubana ( desde luego, existe una alter­nativa casi por cada país socialista en el mundo; a falta de un análisis profundo y serio, es necesario distinguir claramente entre dos de ellas que es lo que aquí hacemos, sin que al dar a la segunda el nombre de "cubana” queramos indicar que Cuba es el exponente resumido de las restantes alternativas). Esta vía responde a la presencia permanente de la movilización popular y el desarrollo de Ja conciencia. El trabajador con conciencia no es es el que se vende al Estado todos los días, ni mu­cho menos; no es el que trata de salvar la contradicción entre la propie­dad privada de la fuerza de trabajo y la propiedad estatal de los medios de producción; el trabajador con conciencia, en este concepto, es el que trabaja por la sociedad, aun cuando sus necesidades básicas ya hayan sido satisfechas, es el que ha abandonado el criterio "más trabajo, más plata gano”. Y una planificación como la cubana, que supone rendimien­tos invertidos fuera del sector que los produce, es posible solamente, por­que existe esta movilización popular y esta conciencia; sin ellas el enfren­tamiento entre ambos tipos de propiedades sería total, y tendría que acudirse al estímulo material, lo que en Cuba sería casi suicida:

“Es necesario garantizar algo mucho más importante que la propia democracia —ya la palabra también es insuficiente y obsoleta. Tenemos que garantizar realmente que el pueblo participe en las tareas de la Re­volución” 68.

Y en otro lado:"Porque repito, nuestra organización no es una organización mo­

ral, sino política, revolucionaria y comunista y, como consecuencia de eso, es una moral comunista. Pero la moral comunista es la lucha con­

68 Co. Hart Dávalos: Graduación de alumnos de Ciencias Políticas, op. cit.

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tra el imperialismo, la firmeza de esa lucha, la fraternidad revoluciona­ria y el trabajo abnegado por la Revolución” "’9.

Por ello, en este sistema, el aumento de salario no se transforma necesariamente en aumento de bienestar, y viceversa. El ingreso, indica­dor principal en una economía capitalista, aquí ha perdido sentido; ha adquirido prioridad sobre él el aumento de bienestar de toda la socie­dad ; sobre ese criterio ninguna evaluación cuantitativa expresa nada. Si se impusiera el régimen burocrático se solucionaría sin ambages esta contradicción, la contradicción entre el trabajo para la sociedad y la si­tuación personal; por supuesto, esta contradicción señala más bien una situación problemática que una oposición antagónica, que ese régimen consigue acallar, pero no por ello eliminar. En ese sistema, basta con de­cir: “Usted se vende como fuerza de trabajo; si no se muere de hambre y de esa manera debe interesarse más por el desarrollo de la sociedad que por su bienestar personal” ; en esta situación, la sociedad construye al hombre como trabajador a fuerza de destruirlo como persona. En la alternativa cubana esto cambia radicalmente: los aumentos de los rendi­mientos personales indican más el interés de todos por la construcción socialista que por la situación personal de cada uno, porque poco pueden obtener de dicho aumento en cuanto beneficio personal inmediato. Al trabajador cubano se le puede ofrecer una disyuntiva tan dramática co­mo ésta : si la propiedad de los bienes materiales no ha de importarme, si mi esfuerzo debe estar despegado de las compensaciones que por él pue­da obtener, si todo eso no ha de interesarme, ¿por qué entonces ha de importarme trabajar? ¿para qué trabajar? Para que esta pregunta no sea formulada en estos términos, es necesario admitir la existencia de una racionalidad en la conducción política y un tremendo desarrollo de la conciencia: una conciencia del sobrecumplimiento y del uso del aumen­to de rendimientos. Por ese motivo, Fidel Castro puede decir:

"Ya no hay su sólo hombre o mujer en nuestros campos que vea al poder como algo distante de ello, a la autoridad como algo distinto de ellos, al Estado como algo aparte de ellos. Porque hoy la autoridad son ellos . . . Hoy el poder son ellos. Pero no de palabras, no con teorías, sino con hechos, con realidades” 70.

Si presentamos, entonces, como alternativa del sistema cubano el sistema del cálculo económico —lo cual sabemos, es irreal, ya que no son los únicos modelos existente, aun cuando nos esforcemos para ampliar su contenido— la presencia del estímulo moral en Cuba, la propiedad del Estado tal como hasta aquí la hemos visto, a nuestro parecer, es el método más eficiente de organización socialista para el caso específico de esta Isla. El estímulo material llevaría a Cuba al caos económico y político: al enfrentamiento y represión del enfrentamiento de clases. So­bre la base de lo cual podamos decir que, en estas condiciones, el Es­

69 Co. H art Dávalos: Clausura del activo provincial de la organización de La Habana, marzo 1969.70 Co. Fidel Castro: citado en Cuba, una revolución en marcha, op. cit.

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tado es el real propietario de los medios de producción cubanos, ya que los implementa dentro de su inexperiencia, en la mejor forma posible, de acuerdo a la planificación que se ha dado. Podemos pos­tular, entonces, que si esta maximización no se llevara a cabo, la desa­parición de la ganancia privada sería puramente un hecho formal, no porque ella siga existiendo en la forma que se la conoce, sino porque la comparación entre las dos eficiencias, eficiencia pre-revolucionaria y efi­ciencia post-revolucionaria, no daría ninguna diferencia para el trabaja­dor: el trabajador recibe lo mismo en uno y otro caso. Mientras sus ne­cesidades no puedan satisfacerse de manera plena, lo que compensa la desaparición de la ganancia individual es el aumento de la producción general de la sociedad, es el hecho de que la planificación tiende a la complementación de los sectores de producción (aunque dé prioridad a uno de ellos), y por ello el trabajo de un hombre, tiene aquí consecuen­cias en los restantes sectores sociales. El trabajador podrá apreciar que su producto no se le indiferencia ni se le superpone, y habrá posibilida­des ahora de hablarle de su deber social. Pero ¿cómo? ¿cómo y con qué fin exigir un deber social cuando la base material sobre la que debe dar­se ese deber social impide que su resultado implique el crecimiento de toda la economía? ¿cómo hablar de deber social si la planificación no es complementaria? Para que Guevara pudiera proponer que el trabajo en Cuba es un premio y que cada trabajador cumple su cuota porque repre­senta su "deber social”, era necesario asegurarle a ese trabajador que su jornada no se desperdicia y que la ganancia es de todos y no se particu­lariza en ciertas personas o en ciertos sectores de la economía; ésa es la condición y, si ella no existe, el “deber social” suena más a palabra hueca que a otra cosa. Solamente desaparece la noción de ganancia pri­vada y adquiere sentido esta otra noción de deber social, no cuando se nacionaliza y socializan los sectores económicos, sino cuando la planifi­cación socialista asegura una complementariedad básica entre toda la sociedad, cuando el trabajador no se siente aislado del resto de la so­ciedad.

c) El tercer elemento del socialismo, tal como se nos presenta en Cuba, es que los sectores de inversión y trabajo, estén planifica­dos de acuerdo a la participación activa, y posiblemente única, de los trabajadores; para este caso, es lógico que las necesidades vitales ya pue­dan ser satisfechas. En parte nos hemos referido a esto en el punto an­terior, pero aquí queremos analizar más la capacidad de planificación sobre los recursos excedentes; éste es en sí un problema de la educa­ción universitaria y técnica: ella permitirá a la gran mayoría del país entrar a planificar los sectores de la producción, como lo están haciendo ahora los que ya poseen tal educación. (Sobre este tema, Fidel Castro recientemente aseguró que en Cuba no había cuestión de la autonomía de la Universidad respecto del Estado, sino que el problema era asegurar

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la autonomía del Estado frente a la Universidad, ya que su dependencia se hacía cada vez más in tensa):

“En años atrás, fue la voluntad lo que prevaleció, el patriotismo. En los próximos años deberá prevalecer, unida a ese patriotismo, y a esa concienciadla inteligencia, la capacidad”. 71.

Mandel también argumenta en este sentido, destacando las limi­taciones de la participación directa:

"Cuanto más subdesarrollada es la economía de un país, menos dispone de cuadros técnicos capaces, experimentados y verdaderamente socialistas, y más prudente nos parece conservar a las instancias centra­les el poder de decisión sobre las inversiones y sobre todos los proble­mas financieros que sobrepasen un cierto límite. Cuando más progresa, se articula y se diversifica la economía, más se multiplica el número de cuadros técnicos capaces y más reducidos se hacen los riesgos, más grandes devienen las ventajas de las médidas sucesivas de descentrali­zación en este dominio. . .”12.

En parte, el gran auge que está teniendo la educación técnica y universitaria favorece el hecho de que esta planificación pueda ser reali­zada activamente por un número cada vez mayor de cubanos. Mientras tanto, las prioridades de producción y consumo pueden —sin decir que de hecho lo son, lo que nos resulta dudoso— ser arbitrariamente im­puestas por un grupo reducido.

d) En esta situación de construcción del socialismo, el estímulo material del salario no debe representar un arma individualista en ma­nos de los trabajadores. En primer lugar, los premios por sobreproduc­ción en Cuba son premios colectivos, justamente para superar este pro­blema. En segundo lugar, entre el salario recibido en Cuba y los bienes de consumo a los que tiene acceso cualquier trabajador, existe un gran abism o: hasta es posible afirmar, lo que hemos hecho antes, que en Cuba existe un proceso inflacionario; el circulante es mayor que la masa de bienes que puede ser comprada, porque evidentemente no le interesa a Cuba gastar sus reservas en bienes de consumo suntuosos. Si bien, en­tonces, el sistema de salario impuesto, el sistema de salario en moneda, admite una desigualdad según la capacidad del trabajador, en la reali­dad, dado que ese mayor ingreso no significa un mayor acceso a los bienes materiales, forzosamente, ese grado de desigualdad es mucho me­nor. Se encuentra así una estructura de desigualdad institucional, for­malmente constituida, que es diferente a la desigualdad real que tienen entre sí los habitantes. Respecto de los bienes a comprar con el salario, Castro dice:

"Hay alguna gente que dice que nosotros exportamos cosas de las cuales hay necesidad aquí. Es verdad. ¡ Es verdad! . . . ¿Nosotros, parte de los incrementos de la producción de carne, por ejemplo, la exportamos.

71 Co. Fidel Castro: Discurso en el acto de graduación de estudiantes de agronomía, etc., op. cit.72 E. Mandel: op. cit., pp. 227.

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Es decir, una parte del incremento va al consumo; otra parte del incre­mento va a la exportación. Acaso hacemos eso para comprar automóvi­les? ¿Acaso hacemos eso para comprar objetos de lujo? No. Una parte de los recursos que se han invertido en la construcción de los 60 centros de acopio han salido de la exportación de esa carne”. "Todas las mercan­cías no pueden tener el mismo valor para la sociedad. Hay cosas que son vitales, y hay cosas que no lo son, y lo son o no en la jerarquización y en la distribución de acuerdo con una escala de valores sociales, no de valores económicos. Porque Uds. no pueden nunca comprar unos tipos de iner­cias con otros. Y, por lo tanto, dentro de una sociedad socialista debe ser otro el factor el que determine los precios; no el costo, sino la fun­ción social de cada una de las mercancías que el hombre sea capaz de producir. Lo otro todavía, en nuestra modesta opinión, tiene mucho de reminiscencia capitalista" 73.

Es posible apreciar aquí la existencia de una acumulación socia­lista, aún cuando los términos de ésta se vean reemplazados: en vez de producir para producir más, como sería el caso de un país con estruc­turas industriales, en Cuba se trata de exportar para exportar aún m ás:

Exportación — Importación e Inversión----- b Exportación

Este caso representa la adaptación de la acumulación socialista a una realidad particular. El proyecto cubano se representa ahora como un proyecto de substitución de importaciones —proyecto que tuvo su fra­caso en el resto de América Latina— y maximización de las exportaciones:

"Pero es la realidad que en nuestro país, por razones tecnológicas —porque ningún país del mundo produce todo— nosotros tenemos una serie de necesidades industriales de distinta índole, sobre todo entre ellas, las que se derivan del desarrollo de la agricultura y en otros cam­pos de la industria, en que necesitamos tecnología del resto del mundo no socialista” 74.

Y en otro lugar:"Un pueblo que tenga que depender de su economía de una agri­

cultura cañera para cortarla a mano es un pueblo cuya economía es una economía de alpargata todo lo m ás... Ahora, para salir del corte de caña a mano hay que tener máquinas y para tener máquinas hay que tener caña, no? Y por lo tanto hay que empezar por algún lugar” 75.

Entonces, primero se aprecia la necesidad de un mercado mundial capitalista para el abastecimiento de maquinaria agrícola, pues no existe en el campo socialista la experiencia industrial de la producción de azú­car, por ejemplo. Segundo, la necesidad de producción para el abasteci­75 Co. Fidel Castro: Discurso al clausurar el XII Congreso Nacional de la Central de Trabajadores de

Cuba Revolucionaria (CTCR), 30 agosto 1966, en Rev. Punto Final, 1? quincena septiembre, 1966.74 Co. Fidel Castro: Conversación con 244 alumnos graduados de la U, de Occidente, diciembre 1969.75 Co. Fidel Castro: Conversación con un grupo de periodistas nacionales y combatientes vietnamitas del

Norte y el Sur de VietNam, 20 diciembre 1969.

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miento de esta tecnología, que es la primera parte del esquema dado más arriba :

Exportación — Importación e Inversión

Y tercero, en la última cita de Castro, la relación caña —máquina— caña que reproduce todo el ciclo citado:

Exportación — Importación e Inversión-----1- Exportación

Estamos, luego, frente al esquema socialista de acumulación adap­tado a las circunstancias de la substitución de importaciones, que necesita un país como Cuba que depende del mercado exterior.

El salario, entonces, cubre las necesidades vitales, pero se adapta a esta acumulación específica, cuando su excedente puede cubrir otras necesidades consideradas no vitales.

5. Notas sobre el concepto de Igualdad y Comunismo en Cuba.

Estrechamente ligado con el concepto de desarrollo, está en Cuba el concepto de igualdad:

" . . . Porque lógicamente que el desarrollo irá ayudando progre­sivamente, de abajo hacia arriba, a los que menos tienen, hasta nivelar­los con los que más reciben” 76. Este concepto de nivelación progre­siva es interesante: es un concepto visto como consecuencia del desarro­llo más que como causa del mismo. Y en la misma medida en que es con­secuencia del desarrollo, se ha de ver ahora que este desarrollo es tam­bién un concepto trascendental, lo mismo que puede serlo la sociedad comunista; no en el sentido de su no-factibilidad, sino en el sentido de que el desarrollo que se propone no es el que conocemos en los países desarrollados, es un desarrollo que ya supera cualitativamente al desa­rrollo de estos países. Adquiere, junto al concepto de comunismo, enton­ces, un carácter trascendental, o por lo menos, que no está contenido en el campo de lo conocible como países desarrollados en la actualidad. Por ello, la consecución del desarrollo no es un puro problema de tecno­logía, aunque este problema sea importante también, sino que ahora ha de verse la necesidad de una ‘‘revolución cultural”, que impida que esa tecnología provoque las mismas situaciones de los actuales países desa­rrollados. La necesidad de una “revolución cultural” se ve clara aqu í:

"Señores, nosotros somos el obstáculo principal hoy al desarrollo de las fuerzas productivas. Porque las condiciones sociales, las condicio­nes políticas, se han creado para que nosotros desarrollemos sin límites esas fuerzas productivas. Esa es una realidad” 77.

Centrando la consecución del desarrollo sobre una “revolución

76 Co. Fidel Castro: Inauguración del Semi-internado de primaria y Policlínico en el Cangre, enero 1969.77 Co. Fidel Castro: Conversación con 244 graduados de la U. de Occidente, 20 diciembre, 1969.

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cultural”, lo que adquiere mayor importancia es la dirección del proceso, que debe estar a la altura de esta meta. Por eso gran parte de los proble­mas recaen más que nada sobre la administración de la Revolución:

"Hay que decir una cosa que es fundamental en este problema de los 10 millones y es que esta batalla de los 10 millones no la ha perdido el pueblo. Nosotros podemos decirlo con absoluta seguridad que el pueblo ha ganado esa batalla; el pueblo no perdió esa ba ta lla . . . Esa batalla la perdimos nosotros. La perdió el aparato administrativo de la Revo­lución” 77.

O b i e n :"Yo diría que el pueblo es mucho mejor que nosotros ampliamen­

te'" 78.Por eso adquiere gran importancia, en esta situación de la admi­

ra istración, el Partido como educador político y como selector de la van­guardia revolucionaria:

"Porque el partido no es una organización de m asas: el partido es una selección, el partido es una vanguardia. Si lo convertimos en ma­sa. . . eso podrá serlo un día, en la sociedad comunista” 79.

El concepto de Partido coincide con el concepto de "los mejores”, el Partido son los dirigentes de una "revolución cultural”. El Partido es una construcción intencional de valores, es una construcción intencional de un hombre distinto; y sobre la base de este valor intencional, se puede ahora hacer la separación entre lo que es la vanguardia del pueblo y el pueblo que no es vanguardia. La vanguardia son aquellos que tienen ei concepto del hombre comunista, del hombre que dispone todo de sí; el resto serían aquellos que no tienen este concepto y que buscan lograrlo ; el Partido y ila administración serían, entonces, la vanguardia revolucio­naria y, por eso, las fallas cubanas y las situaciones difíciles recaen sobre ellos. Su legitimación proviene porque pueden inducir continuamente una racionalidad en el pueblo cubano, una racionalidad de entrega total y despreocupación personal en nombre deil interés general. Son los que hicieron la revolución y los que en todo el proceso han asumido posicio­nes comunistas. En otras palabras: su poder se genera desde la rebelión armada y en la construcción revolucionaria del proceso que sigue; pe­riódicamente van ingresando nuevos hombres postulados por los mis mos compañeros de trabajo, que han demostrado pertenecer a esta van­guardia :

"Esperamos que en los tiempos venideros pocos o ningún hombre tengan la autoridad que los iniciadores de esta revolución hemos tenido, porque es peligroso que los hombres tengan tanta autoridad '80.

Bajo esta concepción de vanguardia del pueblo, queda eliminada

77 Co. Fidel Castro: Discurso sobre la zafra de los 10 millones, op. cit.78 Co. Fidel Castro: Conversación con un grupo de periodistas nacionales, etc., op. cit.79 Co. Fidel Castro: Discurso sobre la zafra de los 10 millones, op. cit.80 Co. Fidel Castro: citado en “ Cuba, una revolución en marcha” , op. cit.

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toda posibilidad del culto a la personalidad, porque este culto queda en posición contradictoria respecto del mismo concepto de vanguardia:

"Aceptar el método y el sistema de las monarquías absolutas en el socialismo es el peor de los absurdos, porque entonces empieza la lu­cha de los aspirantes a monarcas absolutos. Y para qué sirve un partido donde todo gira alrededor- de un hombre? Para qué sirve un Partido si se endiosa a un hombre, y se le endiosa hasta el grado que ni siquiera los nombres de Marx, Engels y Lenin se vuelven a mencionar?” 81.

La referencia, por el contexto donde fue hecha, está claramente di­rigida a Mao Tsé-Tung. Pero eso no es lo importante; lo importante es que esta concepción de vanguardia deja de lado, debe hacerlo, cualquier concepto de culto a la personalidad. Esta vanguardia, entonces, se legi­tima a fuerza de colocar como valor lo que ella representa, la idea de un "hombre nuevo”. Pero, como dijimos, el "hombre nuevo” es un hombre que también necesita de cierta concepción del m undo; que, superando la antinomia entre bienestar social y situación personal, requiere ahora una forma de ideología de los bienes materiales. En tanto esta materialidad se contradiga con el desarrollo de la conciencia, como bien dice Gueva­ra, en tanto que aquélla manifiesta las necesidades inmediatas y la otra expresa la exigencia de su postergación en nombre de la necesidad social de desarrollo, tienen que existir la aceptación de la materialidad dentro de un concepto de colectivización y -de una racionalidad de la acumulación socialista en Cuba. No es que en Cuba no se satisfagan las necesidades básicas, ni mucho menos; lo que ocurre, sin embargo, es que, satisfe­chas estas necesidades básicas, aún quedan por satisfacer necesidades que llamaríamos inmediatas y que se rigen principalmente de acuerdo a la planificación económica que allí tiene lugar. Y esta planificación indi­ca qué necesidades racionalmente deben satisfacerse y cuáles otras son ficticias:

“Desde luego, el racionamiento, como se sabe, sólo indica una co­sa: que los niveles de consumo no están determinados en Cuba por dife­rencias sociales o de riqueza, sino por el establecimiento de la igualdad en materia de distribución de los elementos esenciales de la vida, cada cubano tiene el mismo derecho a recibir los productos de que la socie­dad dispone” 82.

Basta decir, entonces, que el concepto de igualitarismo cubano no es un concepto mecánico y directo, como generalmente se tiende a en­tenderlo en el socialismo. Ni siquiera puede ser totalmente impuesto de manera intencional, porque depende en gran medida de la cantidad de productos materiales de que la sociedad dispone para distribuir. Si la sociedad no logra producir, dentro de su ciclo, bienes para todos los ciu­dadanos, su distribución será naturalmente discriminatoria. Este es un problema al que se enfrentan no sólo los socialismos nuevos, sino los

81 Co. Fidel Castro: citado en “ Cuba, una revolución en marcha” , op. cit.82 Carlos Rafael Rodríguez: La situación económica en Cuba, en Cuba, una revolución en marcha, op. cit.

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países socialistas desarrollados: para producir bienes de consumo dura­bles en el socialismo, es necesario producir tantos como familias haya en la población, para que entre ellas no se produzcan niveles de vida dispa­rejos, y que tienden a reproducirse. Por supuesto, esta es una de las si­tuaciones que debe superar el tipo de acumulación socialista que se im­ponga. Se nos aparece claro,'entonces, que en una sociedad que está aún construyendo el socialismo, el igualitarismo no debe apoyarse exclusiva­mente en un concepto de materialidad, ni tampoco en valores cuantitati­vos, sino, sobre todo, como en Cuba, en el desarrollo de la conciencia. La disociación entre bienestar y salario, que hemos analizado antes, refle­ja esta tendencia a considerar al igualitarismo desde un punto de vista no cuantitativo.

La planificación socialista de Cuba, por otra parte, no está orien­tada a que ella conduzca linealmente al comunismo, ni pretenda justifi­carse ideológicamente como el instrumento adecuado para llegar a él. Hay conciencia de que el camino hacia el comunismo puede no llegar nunca al comunismo (“se puede partir hacia el comunismo y no llegar”) y de que se hace necesario tener otro concepto de planificación que aquél que se legitima como instrumento para alcanzar al comunismo acabado. El plan no es infalible, se basa —por supuesto— en la idea de formar una sociedad desarrollada y comunista, pero que puede fallar en sus objeti­vos (és bueno decirlo ahora: la conciencia de que se puede fallar es una conciencia ya com unista):

“En cierta ocasión, con motivo de la construcción del Comité Cen­tral, dijimos que creíamos que el comunismo podía contruirse enteramen­te independiente de la construcción del socialismo, que comunismo y so­cialismo debían contruirse, en cierto sentido, por separado, y que inven­tar un proceso y decir: hasta aquí construimos el socialismo y decir: aquí construimos el comunismo, puede constituir un error, un gran error... Pero, el comunismo, como fórmula de abundancia absoluta, no puede ser construido en un solo país, en medio de un mundo subdesarrollado, sin el riesgo de que, involuntariamente y sin quererlo, en años futuros, pueblos inmensamente ricos se vean intercambiando y comerciando con pueblos inmensamente pobres. ¡ Pueblos en el comunismo y pueblos en taparrabos!” 83.

Socialismo y comunismo, a pesar de su dependencia de la ley de desarrollo mundial, siguen siendo conceptos que no son sucesivos; no hay una lógica del movimiento entre uno y otro. Por cuanto la construc­ción del socialismo, que asume características específicas, no puede en­contrar su apoyo ni legitimarse én el comunismo. La forma de construir el socialismo, de esta manera, no es infalible en la consecución de una sociedad comunista; ni siquiera es la única forma. Es, en cambio, una forma de construcción que se expresa como proyecto: construyendo el

" Co. Fidel Castro: citado en Cuba, una revolución en marcha, op. cit.

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socialismo se va construyendo también, al mismo tiempo, el comunismo; la sociedad del mañana empieza hoy. El hombre comunista, nuevo, es el real motor de ambas construcciones:

“Y cuando se habla de transformar la sociedad, la ideología impe­rante y todas las condiciones socio-económicas y políticas en el país, en última instancia no se está hablando de otra cosa que de la transforma­ción del hombre mismo, que haga factible la realización de esa sociedad ideal y que precisamente la haga factible en procura de los objetivos esenciales y últimos del nuevo hombre que en el seno de la sociedad se pretende crear” 84.

El “hombre nuevo” es causa y resultado, causa de la transforma­ción y resultado de la mism a; es el hombre comunista que encierra en sí mismo el concepto de las necesidades sociales y que mediatiza la cons­trucción del socialismo transformándola también en una construcción del comunismo. Es el hombre que hace provisoria la historia:

“Si nos acostumbramos a mirar al futuro y aprendemos a mirar hacia el futuro —que es muy importante— aprenderemos también a te­ner una idea de cómo se transforma un país y se transforma una socie­dad” 85.

Es claro: mirando el futuro, el futuro deja de ser futuro.

6. Consideraciones finales sobre el proyecto de desarrollo cubano.

Hasta ahora hemos mantenido nuestra discusión en tomo a la ac­tuación de la ley del valor en Cuba y de las formas que Cuba descubre para superarla. Hemos afirmado que en el subdesarrollo la actuación es­pontánea de la ley del valor reproduce su situación y que ninguna socie­dad socialista puede sostener justificadamente haber superado ya di­cha actuación. De alguna manera, hemos dado a entender que lo que ha­ce que el socialismo sea superior al capitalismo es, en el plano económi­co, su posibilidad de actuar conscientemente sobre esa ley y de planificar el funcionamiento entero de la sociedad; en otras palabras: el socialismo puede reemplazar la anarquía capitalista por la planificación socialista. Está cierto que este plano de superación es económico, pero que él im­plica toda una serie de diferencias en los otros niveles que ya hemos de­tallado. Por otra parte, al hacer la comparación, nos hemos de referir al capitalismo desarrollado; la comparación del socialismo con el capita­lismo subdesarrollado, hijo natural de aquél, muestra lo absurdo de éste último sistema. Para el caso cubano, hemos tratado de demostrar la ac­tuación de esta ley del valor en su proyecto socialista. Argumentamos en el sentido de que las posibilidades de superar el subdesarrollo en Cuba

** Osvaldo Dorticós: Graduación del cuno de medicina, 1968-69, 16 enero 1970.85 Co. Fidel Castro: Discurso en el acto de graduación de los estudiantes de agronomía, etc., op. cit., 1969.

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parten enteramente de-la capacidad de racionalizar la actuación de esta ley, Y hemos demostrado, por último, que su racionalización implicaba un profundo cambio en las relaciones sociales de producción, al tiempo que estas relaciones guiaban la racionalización en marcha.

Mediante la racionalización de la ley del valor, lo que se ha de bus­car es destruir la reprodución continua del subdesarroilo y la lógica de inversiones condicionada por la ganancia privada. Postulamos en este sentido la necesidad de socializar los medios de producción, los cambios producidos en la política de inversiones y de precios, el desarrollo cre­ciente de la conciencia del hombre cubano y los cambios ocurridos en las relaciones entre él y el sector socializado, como formas de destruir este círculo de inversiones sustentado por la ganancia privada, que repro­duce el subdesarroilo. Se puede decir, ahora que, de acuerdo con la con- ceptualización realizada, la información recogida y los antecedentes en­tregados, la economía cubana ha superado a esta altura el problema del subdesarroilo; se ha constituido en un proyecto exitoso de desarrollo. Veamos cómo es esto; podríamos citar indicadores cuantitativos, que, como dijimos en la introducción, no expresan esta superación. De más nos parecen estas citas, aunque para un lector que quiera estar informa­do al respecto resulten de interés. Debe entenderse, por nuestra parte, que cuando decimos que Cuba ha superado el subdesarroilo no tenemos en cuenta la existencia de ciertos límites cuantitativos, más acá de los cuales existe subdesarroilo y más allá desarrollo. Por el contrario, la su­peración del subdesarroilo significa para nosotros haber salvado el es- trangulamiento de las fuerzas productivas, que definía la situación sub- desarrollada. No significa, entonces, haber superado los índices brutos de producción e ingreso de los Estados Unidos o de Europa, URSS, etc. Salvado este estrangulamiento, se puede esperar de Cuba un crecimiento acelerado, pero de ninguna manera predecible, porque lo que hoy suce­de con las fuerzas productivas cubanas no es lo que ha sucedido con esas fuerzas en los países hoy desarrollados y porque los problemas que éstos presentan en la actualidad, son justamente los problemas que desde ya quieren salvar los cubanos: el desarrollo cubano es el comunismo alcan­zado y, por tanto, cuando sea necesario medir cuantitativamente su pro­ducción, habrá de verse que los criterios para hacerlo habrán cambiado con respecto a los que hoy aplicamos a los países desarrollados y por los cuales se han hecho merecedores de tal adjetivo.

Se nos puede reprochar los fracasos industriales de Cuba, como argumento para negar esta superación del subdesarroilo. Sin un proce­so industrial amplio, esta superación puede ser totalmente ficticia; un proceso de industrialización en Cuba requería evidentemente de un mer­cado mayor del que Cuba poseía. Ese mercado debía ser buscado en el resto de América Latina, que estaba bloqueada por la política de los Es­tados Unidos, o en la integración en el mercado de los países socialistas, donde la producción cubana estaría dirigida por una cierta división inter­

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nacional del trabajo. A falta de esta integración, la ausencia de mercados hacía qué la instalación de un aparato industrial en Cuba fuera anti-eco- nómica. Como en ese momento el país se encontraba en los niveles más elementales de sobrevivencia, tampoco podía arriesgarse impensadamen­te en una acumulación socialista en el sector de producción de medios de producción, porque mientras tanto los niveles de vida habrían descendi­do a causa de la falta de ingresos nacionales. Podía también haber pro­ducido para el mercado socialista, dentro de una cierta especialización industrial, lo que habría equivalido a una dependencia económica y po­lítica interna respecto de los países más importantes de esa área.

La línea que se siguió fue la de incrementar el producto agrícola, con Fidel Castro como dirigente de ese sector. El sector agrozootécnico adquiere una importancia extrema, mientras que la industria se reduce a la producción de alimentos y maquinarias agrícolas:

"Se presentaba (por sequías y ciclones) de imprevisto grandes descensos de la producción de un año para otro que afectaban... la eco­nomía de un país que dependía, depende y dependerá todavía muchos años, fundamentalmente de la agricultura” 86.

Y, más tarde, Hart Dávalos:"Todo (el sector educacional) debe estar en función de la agricul­

tura, pero la agricultura no puede absorberlo todo, porque si lo absorbe todo, no se resuelven los problemas de la agricultura” 87.

La diversificación que se consiguió en la agricultura fue realmen­te asombrosa; y mientras ellas se concreta, mientras crecen las cantida­des de producción, la exportación aumenta, lo que facilita la importa­ción de productos industriales y posibilita el crecimiento industrial a partir de este ciclo de importación-exportación. De hecho, Cuba ya ha entrado dentro de cierta División Internacional del Trabajo. Las expor­taciones cubanas tienen destinos bien establecidos y sus importaciones generalmente provienen de las mismas regiones; pero no es la División Internacional del Trabajo que se conoce en América Latina: las condi­ciones de esta División hace que prácticamente no exista una apropia­ción de excedentes por parte de los países desarrollados. Como es lógico, también, se conserva aún la pauta de intercambio típica de los países subdesarrollados: producción y exportación de materias primas a cam­bio de importación de bienes manufacturados; pero la presencia de una acumulación socialista como la cubana mantiene abiertas las posibilida­des industriales y realiza una reproducción mucho mayor que esa misma pauta en los países subdesarrollados. En realidad la pauta no es la que importa, sino el dinamismo que ella adquiere; y si para Cuba otro inter­cambio que éste resulta imposible, no por ello está reproduciendo con-86 Co. Fidel Castro: Discurso con motivo de la fusión del Instituto de Recursos Hidráulicos y Desarrollo

Agropecuario del País (DAP), mayo 1969.87 A. Hart Dávalos: Intervención en la clausura de la reunión sobre educación interna del partido, junio

1969.

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tínuamente el estrangulamiento de las fuerzas productivas, máximo cuando existen nuevos factores que actúan sobre ellas. No podemos es­perar aún, naturalmente, una dinámica de desarrollo autónoma por par­te de Cuba; en 10 años eso es imposible pero, cuando se produzca esta dinámica, no será la dinámica que ahora poseen los países industriali­zados, será distinta porque habrá un hombre diferente que la produzca, un hombre que empieza a comprender hoy lo que es la dinámica revolu­cionaria.

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DIALECTICA DEL DESARROLLO DESIGUAL: EL CASO LATINOAMERICANO.

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