Diario re vivir

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DIARIO re-VIVIR Gustavo Riffo

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DIARIO re-VIVIR

Gustavo Riffo

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Bulnes. Segundo semestre de 2012 y primer semestre de 2013, aprox.

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Cada poema entrampado en su respectivo capítulo puede ser concebido como, según su contenido e interpretación, inapropiado para el título que, junto a otros, lo pretenda recluir. El orden y distribución de los poemas precede estrictamente a cualquier ánimo o pretensión conceptual inserto, de manera definitiva, en cada redil, y responde sólo al juicio transitorio de quien los escribió. Los trueques y sustituciones de éstos, con el fin posterior de mejorar cualquiera de sus cuatro límites erigidos para ser rebasados, quedan a criterio del lector. Los penúltimo y último capítulos figuran, por razones obvias, exentos de esta aclaración. ¿O no?...

G. R.

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Índice 1. Pensamientos, pesares o solamente estás vivo……………………………………………6 2. La imposible soledad (soy quien la interrumpe)………………………………………...27 3. El aliento insensible……………………………………………………………………..46 4. El amor huele a engaño; pero quiero pensar, feliz por un segundo, que no (sí, solamente estás vivo…)…………………………………………………………………………..........57 5. Poemas que ya no quise “ordenar”………………………………………………………73

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Dame más vino, porque la vida es nada.

Fernando Pessoa

Me voy porque ni el llanto se ha dignado pedir que me quedara.

César Calvo

Cómo puede

llevar tanto dolor un hombre

y pasar sin ser visto.

Vladimir García Morales

Estamos todos en el fondo de un infierno, cada instante del cual es un milagro.

E. M. Cioran

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1. Pensamientos,

pesares

o solamente estás vivo

Desde que tenemos muerta el alma no hay litigio ninguno entre nuestros sentidos

no hay disputa fijada por valores dudosos...

Nuestras mentes crean sueños sin cesar sueños sin peso rodeados de sombras

cuyos vuelos no proceden ni de noche ni de día de los templos del aire del poder de los dioses sino de las heridas de los más desgraciados...

Aunque ha habido verdad en nuestros hechos todo lo percibimos como una gran mentira...

Desde que tenemos muerta el alma

somos capaces de engendrar sin embargo esperanza en las urbes miserables

porque en nosotros alienta el trágico espíritu de los héroes antiguos: ni verdaderamente vivo

ni verdaderamente muerto.

Ezequías Blanco

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Poema I Significa por lo tanto que estoy vivo cuando respiro el vaho matinal y compelo a mis pulmones para contraerse invictos. Vivir dices tú, también es escribir esta mierda de poema, aunque aquí se trata de inhalar la espesura del viento, añades, -que no te desplome- y tomar los resguardos necesarios cuando te enfrentas con la pasividad en vilo originada en los recodos imprevisibles del tiempo. Pero, ¿y qué haré con lo inminente? ¿por qué no dices nada aquí sobre la inminencia?... ¡Lo que necesito es tiempo, mucho tiempo de ángulos rectos para descubrir las mediciones ocultas bajo una mirada perpleja! Está bien, lo reconozco, no hay para qué ofuscarse; estoy vivo de todas formas, y no hay mucho que pueda hacer por esta oscura revelación salvo custodiar que las velas del panteón donde reposa la vida no se apaguen por causa del último soplo colado desde el pórtico. Tampoco nada puedo hacer con esos gestos transmutados cuando despierta, los malditos gestos desaliñados que muy pronto uno por uno endurecen todas las indiferencias comprometiéndome hasta con el paso de una mosca; gestos increpantes, bombardeados hasta de las zonas más infértiles exigiendo la irrenunciable participación del espectáculo representado.

Cada vez que me entrego a mis pensamientos, dispuesto a un litigio sin presencia de algún asistente, aquéllos terminan coronándose triunfantes sobre mí: acabo humillado.

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SI, NADA PUEDO HACER. AL MENOS EN VIDA. Mientras tanto el peso de existir parece insoportable cuando le clavamos la mirada desde abajo, como hormigas revoloteando a la sombra de la suela, de lo contrario no viviríamos con el soterrado temor segundo a segundo de ser aplastados por sus sucesivos destellos. Supieras cómo se aprieta el pecho cuando sospechas contener sus retazos dentro del vaso de cerveza o quemándose en la punta del cigarro que yace prendido, en las miradas displicentes del almacén de barrio fundido en la comisura de los últimos labios que recuerdas debatiéndose ágilmente entre los cuerpos exudados, tras el alba el ocaso, mojándose con la lluvia siendo la noche, en la tierra adherida a mis zapatillas y apilada en mi boca suplantando mi enlutado atuendo en las paginas tipografiadas al reverso de cada letra en la música que más que nada es vida y a la vez su dopaje ¡en todo y nada! Porque la ves tan límpida cuando más aterra su aparición y no sabes cómo describir el encuentro con otra cosa que no sea este insoluble estupor.

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Poema VII

Cuesta asumirlo, pero toda la culpa mía, sabes, Yo consentí adherirme a ustedes con el primer esbozo e inventar en conjunto excusas para nacer. Además, no quedándome satisfecho, poblé con mi cuerpo avenidas repletas de exequias sólo para despedir a mi reflejo. De todas formas, tranquilidad señores, no busco indulgencia alguna puesto que pude presentir el primer escalofrío y así todo –empecinado– reinventé un sentido para abrigarme de nada mientras sudaba; permití que los conceptos el amor la verdad y las palabras se apropiaran del vacío sólo para rebautizarlo con el mismo nombre desgastado de siempre. ¿Respiras también? Participas conmigo del espectáculo deteriorado entre marca-pasos rudimentarios. Y lo que es todavía peor, no alcanza ni para reproches pues estoy –estamos– contagiado –contagiados– de sensaciones humanas, por sobre todo el temor. El temor a no sufrir más. A no vivir más.

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Poema VII

Cuesta asumirlo, cuesta mucho asumirlo pero toda la culpa mía, sabes, Yo consentí adherirme a ustedes con el primer esbozo e inventar en conjunto excusas para nacer. Además, no quedándome satisfecho, poblé con mi cuerpo avenidas repletas de exequias sólo para despedir a mi reflejo. De todas formas, tranquilidad señores, no busco indulgencia alguna puesto que pude presentir el primer escalofrío y así todo –empecinado– reinventé un sentido para abrigarme de nada mientras sudaba; permití que los conceptos el amor la verdad y las palabras se apropiaran del vacío sólo para rebautizarlo con el mismo nombre desgastado de siempre. ¿Respiras también? Participas conmigo del espectáculo deteriorado entre marca-pasos rudimentarios. Y lo que es todavía peor, no alcanza ni para reproches pues estoy –estamos– contagiado –contagiados– de sensaciones humanas, por sobre todo el temor. El temor a no sufrir más. A no vivir más.

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Poema III Pasto seco agazapado entre barro húmedo incrustado sobre el rastro de la suela abierta de mi zapato, y mi pie desnudo un metro más atrás notando temeroso cuántos surcos y grietas se pueden ir dejando tras un metro de emplear tan sólo un pie para iniciar el paso por este camino.

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Poema IV

En el íntimo vacío

donde nos encontramos

existe demasiado

contenido

para que nunca más

pueda ser llenado.

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Poema V Todos odiamos la gracia de la vida mientras sea basada en un formato remunerado. Le cuesta a nuestra sonrisa soltar una mueca apropiada cuando se anuncia en la irresoluble premura del ocaso en cuyo “demasiado tarde” sentimos acabarse una tregua y comenzar nuevamente un inconveniente por adelantado. Y pues, si alguien no sabe cómo llorar, tiene, al menos, los braceos encolerizados sobre las sábanas en el mismo lugar plegado que ocupan para morir los amantes resecos de añorar el último día, es decir, el nuevo día que nunca aparece cercado por el ocaso el nuevo día que nunca irrumpió sobre un presente inerte.

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Poema VI Sólo buscamos escapar, caminar fuera de nuestra propia sombra porque nos viene siguiendo los pasos como un espía altamente calificado, mientras de noche, cuando más nítida nos parece en el asfalto, insiste en quedarse quieta en medio de las rayas blancas que aparecen invisibles para los semáforos en rojo. (Sólo tendría sentido si la sombra fuese yo) En cuanto al escape, ignorándose, la huida no es más que transitoria pues un día nos encontraremos sin saberlo esperando los dos -mi sombra y yo- la nula oferta presentada por cualquier espacio del mundo en cuyas paredes escurre nuestra hedionda orina roja la cual de ves en cuando revive en los recodos la mierda reseca por el sol; porque las noches de sopor narcótico repletando el aire desde comienzos del día –el mismo de las corporaciones las instituciones de los centros comerciales “adornando” las avenidas de los juicios almidonados en trajes de seda y atascados en prendas de cótele y jeans moteadas– resultan suficientes para generar esta deleznable sonrisa de adicto y entregarnos al adocenado orgullo de cimentar en conjunto un vertedero agazapado en la engreída aparición del alma. Procura quedarte inmóvil, no hay dónde correr en el lugar que te encuentras de cara al ayer de los años; la ilusión ha cesado y comienza a señalarse en tan amplio espacio: la soledad, sea donde sea implacable, nos hallará en la intima memoria, nos vestirá con harpados y recuerdos, recuerdos hechos de harapos y presionará con su puño cerrado sobre el único cerebro que tenemos aquel oculto de la psiquiatría reeditada en torpes locuciones para amasar los pensamientos con la hiel impiadosa de la abyección.

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Poema VII

"El hombre deja grandes huellas, después las pavimenta." Joaquín Piqueras Atrás, hacia el portón debe retornar la mirada cuando el sol y la lluvia cayendo sobre su tiempo reseco hayan despuntado los francos con decreciente vigor. Sabemos que ya no sirve para mantener dividas las distancias; descuida entonces, pronto caerá de nuevo y podremos cruzar al otro lado, mas nunca situarnos del otro lado. Pues aunque un soplo asmático consiga derribar su estreno, siempre dejamos bifurcados los primeros pasos entre el origen y la última incógnita para detener la pretensión de otredad, revelándose que sólo aprendimos cómo estar aquí pero nunca más allá… ¡Asno el que fui y asno que seremos atravesando descalzo pilares derruidos sin advertir que aún quedarán astillas!

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Poema VIII

Hay muchas lágrimas sin llorarse sobre un humedal oculto al borde del espíritu y alimentado con las lluvias de un corazón permeable. El mundo no cita en sus atributos las maravillas eclipsadas que llevamos soterradamente acumulándose entre las uñas ni en las aguas que filtra nuestra laringe. Somos el único pilar turístico del inconveniente atractivo que suponemos y solamente la vida nos espera al fondo para colmarnos de un hospitalario desahucio que agasaje nuestras reservas de pudicia solapada. Al final siempre nos encargamos de volver al mismo lugar, justamente en medio de la misma temporada, que comprende la irrupción de la conciencia hasta su abandono indefinido. Son millones de humedales tras un paraíso arcano en donde su agitada savia brota del silencio de todas las cosas que viven. Incluso del hombre.

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Poema IX

Diario re-vivir Esa horrorosa esencia de un día normal en donde nada pasa, por delante de los ojos, pues todo ha de ocurrir, detrás de ellos. La lluvia espera agazapada en la otra mitad del sol semienterrado en la tierra, cuyos campos ignotos y desiertos inunda para ahogarse junto a los corazones agitados, mientras tanto nosotros, aquí, recorriendo con el agua de los grifos las alcantarillas oxidadas, vivimos la plenitud marchita de otro día normal. La lluvia es una venganza implacable cuando se resienten las miradas viéndose en la primera lagrima de las Pentas; pero en este rincón no hay nada que ver, salvo la sudoración de pecho y brazos refrescándose gracias a la brisa de un ventilador impasible ante el horror acallado por la incertidumbre intempestiva recuperando invisible su perversa labor (y oculta bajo nuestras narices) para volver todavía más sedienta por quemarnos con el reverso de las gotas.

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Poema X

La espina yace clavada al revés porque cubierta de nuestra sangre espesa consigue exfoliar su propia carne rugosa. Como es entraña de piel reseca que nunca se ahoga ni se hacina ni satura, la espina que aprendió de cadáveres y niveles bajo la tutela de un salmón inmigrante conserva pellejos de sobra y se afirma de un espacio inacabado. La espina de dos puntas –ya nunca de revés– se nos clava día y noche; mediante un apretón de manos inocula su efecto, entre los fluidos interactuando con el beso trasmuta su influjo, y siempre, pero siempre, en la vida se logra moldear de punta a punta para que sólo así –y aquí cause dolor.

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Poema XI Es como la orilla de un amplio mar, la arena acumulando tautologías sobre toda la extensión de la playa, –que es, asimismo, un limite– efervesce suavemente a través de las venas, crispándose con intima prudencia en el corazón. Todo ocurre sin cesar, ¡nunca cesa! como el atardecer rutinario del alma. La melancolía susurrada por el viento desgreña las olas, impidiendo su cometido diario en las huellas, quienes van cubriendo sin ningún resultado los recuerdos de una vida escritos en la impalpable humedad de la arena.

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Poema XII Sonrisas por el tiempo despedazadas como la bruma un gesto revestido con un lodazal reseco y carcomido por la irresoluble continuidad. Una palabra cae a mis pies tambaleándose y su rigidez abre socavones que impiden salvaguardar la estabilidad, descartando otra vez el terreno para una morada. Concentran los rostros la veracidad irrevocable de las obras zambullidas entre las perfectas trizaduras inmutables; Tedio es lo que sobra para asfaltar estas hendiduras, endureciendo definitivamente las únicas razones para tapar un dolor impermeable.

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Poema XIII

Tengo una visión del mundo que sólo puedo arrastrar fuera de los confines del epílogo. Jamás algún paisaje ignoto ha querido apoderarse de los retratos ahogados e intermitentes en el fondo húmedo del sótano y éstos, a su vez, no serán presenciados por la última araña parapetada en el desván de mi templo oculto en la prudencia del ojo conminando al silencio de su homologo. La vida me parece la última escena censurada tras un telón transparente, plegado bajo el áspero rigor contenido en un par de manos resentidas a través del tiempo por reflejar imágenes imposibles de digerir por la boca del rostro que vomita su estupor. Al menos yo presento esta aclaración con desapasionada franqueza y libre de la pomposidad tantas veces conveniente para el asombro de turno: ¡no sé qué mierda quieren decir cuando fatuos, sonrientes y henchidos pronuncian sin ningún esfuerzo la palabra “vida” entre brindis y brindis de copas rebalsadas con impúdica autoridad!, como si esta palabra bastase para olvidar en conjunto que la única ambigüedad capaz de lograr patentar su definición desde que el primer aliento pestífero vino a contaminar el aire es La Nada, y tal vez, sólo tal vez, con vocería inamovible en la Muerte.

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Poema XIV Es tarde incluso para el insomnio, ha ocupado su cuota de vigilia; hoy se dilapida en la vacuidad del pensamiento disecado por esta asimetría cuya verticalidad compone el silencio. Ya es demasiado tarde, así es, para quedarse callado y escuchar del que yace exangüe en nosotros acaso fragmentos de una pretendida clarividencia. El mutismo inexorable corroyendo las ideas irrumpe aquí para saciar resoluciones vagas y el cráneo atestado del fulminante paso de un sonido sepulcral ocupando el alma musita su entrampado acuerdo con el yo que nos resulta ajeno por ubicarse en la imposible intimidad.

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Poema XV

A Beckett, de Godot ¿Cómo es?, dime ¿cómo es? ¿Cómo es esperar a Godot? ¿Y en dónde? ¿En qué lugar? La servicial materia inservible del destino, dices, compone nuestra única estación de espera y, por otro lado, es al mismo tiempo un perímetro subyacente delante y detrás, de un lado y del otro, de aquélla y viceversa; la única manera que tenemos de desplazarnos es volver desde un mismo tiempo, sin tiempo, provisto de un espacio irreconocible –pues en él carecen los objetos accesorios y su estimulante paráfrasis– al punto irreversible de partida. ¿Un espiral en línea recta que de completarse vuelve al principio? No, te equivocas, mi querida contradicción, de lo que estás hablando no es de esperar a alguien. Es, más bien, de esperar Nadia y a Nadie. Repito: ¡nada y nadie!; Es, en palabras vulgares, únicamente vivir: ¡Es esperar vivir y morir de una vez por todas!

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Poema XVI Imposible escribir un poema en tales condiciones; a lo sumo diatribas con débiles rasgos de confesión, tal vez con suerte un resabio. ¿Ascensión de un arrebato sin reportes? Algo debo hacer: todavía queda mucho, mucho, pero muchísimo pensamiento desgraciado inclinándose hacia atrás mientras cuelga de una delgada línea en segura porfía, empecinado en soltar el último dedo para reanudar su marcha en busca de sus regiones ignotas. Te dije que era imposible…

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Poema XVII Piensa en las palabras dales el crédito que merecen; nunca cumplieron su objetivo, sólo capturaron el aburrimiento de atravesarnos con su titilar infatigable saltando de un malentendido a otro sin la menor muestra de remordimiento por empecinarse en contaminar las vertientes ocultas que bifurcan el sí del no la negación del asentimiento el lo sé del creo saberlo.

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Poema XVIII Ladrón que roba a ladrón… Qué alguien nos diga en dónde se oculta la materia infame del alma pues quiero imputarle unos cuantos delitos de grueso calibre sin más castigo ejemplar que no sea otro que apropiarme de su armazón palpable y así torturar hasta machacar todas sus formas hasta descubrir en su desnudez el prontuario de un criminal que insiste en dilatar su impunidad para gozar los privilegios alcanzados por arte y gracia de su circulo de hierro.

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2. La imposible soledad (soy quien la interrumpo)

«Fumo mucho. Demasiado. Fumo para frotar el tiempo y a veces oigo la radio, y oigo pasar la vida como quien pone la radio. Fumo mucho. En el cenicero hay ideas y poemas y voces de amigos que no tengo. Y tengo la boca llena de sangre, y sangre que sale de las grietas de mi cráneo y toda mi alma sabe a sangre, sangre fresca no sé si de cerdo o de hombre que soy» Leopoldo María Panero

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Poema XIX Mi cabeza es un saco repleto de piedras grises y rojas afilándose y reproduciéndose en su intermitencia sobre los bordes del pensamiento ávido de extirpar su irrealidad, en las esquinas y puntas del no sé cómo dónde y cuándo albergo un terreno pedregoso engendrado por un Dios-peñasco-fértil que irrumpe en medio del tiempo irrespirable acontecido antes y después del cambio de posición exigido por cada noche intranquilo y angustiado en la almohada pétrea y febril del insomnio.

No hay más que la soledad y yo; el resto lo compone la ausencia.

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Poema XX Haber si me inspira un poco el silencio y consigo brotar invicto entre los mordiscos ocultos de la flor desojada por la misma espina que sorbe jadeante la entraña del fruto rojo desgranado en la ciénaga. Me comprometo a triplicar mis esfuerzos por culminar de una vez por todas el ambicioso plan de hundirme cada día más en la estepa cuando la varilla amanse la raíz y los charcos supuren cualquier maliciosa hemorragia cuyo ágil escurrimiento amenace el arribo del último alud. Acompáñame a dar jirones perdidos en los arbustos, mientras contemplas cómo decaen las estaciones encima de la sólida extensión succionante. Después recuérdame, porfavor, soltar tu mano cuando retrocedas en el limite de nuestro final.

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Poema XXI Vomitarse en los adentros entre el fuero interno y el yo, vomitar un caudal indómito, incontrolable, de incontables y sucesivos “no sé” bailando con gracia como vírgenes desinhibidas por el alcohol, y que, agitándose solitarios por su consabido origen, alejan de pudor a una posible compañera, mientras prueban de todo arrebatados como cautivos recién liberados del yugo opresor, incluyendo el queso sobre el filo de la trampa. Mas luego, una vez asumido cómo el gustito quema las entrañas, y familiarizado el paladar para deglutir los escrúpulos, una palabra como metralla, una y otra palabra detrás como la munición de apoyo. Toda una artillería en pleno para proteger o protegerse de ese inofensivo “no sé” que reclama inmediato amparo tanto como sorbe el sudor de nuestros miedos desde el dorso protervo que oculta la verdad.

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Poema XXII

Rogar por un pedazo de existencia vaciado desde cualquier botella

que cumpla con adornar

tu soledad.

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Poema XXIII

Me gusta decir las cosas por despecho

y sólo a mis semejantes en estado de ausencia,

porque no soporto la compañía de los átomos

si en lugar de ellos puedo disponer plenamente

de una soledad embrionaria

rasguñado el vientre del hombre que soy.

Tómame por un loco, si gustas, sentado en bancos

de niebla, fumándome las costillas en cada

nueva posición, pero elijo soñar con una soledad tal

que desde la poesía emerja una voz indiferente,

colmada de su más profundo abismo, diciéndole a nadie:

“Siempre estuve contigo; ahora, ya puedes morir”.

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Poema XXIV Un sentimiento Hoy aquí ahora surgiendo ingresando al paroxismo pasando entre estos segundos cómplices que se deslizan a través de mí indolentes después nada apenas escrúpulos, atrición de un pretérito pretexto donde sentimos lo que no es, lo que yace ajeno. Un ápice del mundo contenido en pocas palabras sobre el remanso de la fugaz revelación como si realmente tuviese sentido delatar intimidades admitiendo sinceramente que éstas no podrán hacerse cargo más tarde de algo que ahora aparece delineado en frases fundidas en alguna piedra resaltando firme sobre la corriente. Porque con la memoria manca intentamos cojear un día por la pierna izquierda y al otro por la derecha, desplegando los malabares más insólitos con piernas disfrazadas, sin poder muchas veces golpear

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dentro del tiempo estimado la pierna que debiera trastabillar… (Prueba de todo lo que digo es pensar y sentir un poema y finalmente expulsar otro).

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Poema XXV

Expulsar estelas de humo por las fosas nasales

hacinándose en los bronquios

para enseguida abortar en retazos por la boca,

en pose monótona, como un animal inquieto,

prevenido de su muerte al final de la colilla.

La punta tropieza entre mis dedos

anunciando que ha cesado este placer transitorio

y comienza otra vez la condenación renovada.

Un firmamento de nubes acaba difuminado

por el tedio impaciente

y la butaca apolillada se despedaza rehusando

el hastío de contemplar la transparencia

de un cuerpo desmadejado por su irritante obsesión

de alcanzar los fragmentos de un aire viciado.

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Poema XXVI

23: 58 o apenas en la transición de la media noche; supongo que lo adecuado sería no olvidar tan pronto cuándo mierda irrumpí sobre el único gran instante -o éste irrumpió en mí, vaya a saber uno-, en donde las vidas concesionan una por una sus posturas noctámbulas en colusión intencional a partir del primer sorbo. No sé cuándo entre y no sé cuándo me iré, igual que todos aquí. Es cierto, lo olvidé. Pero ya descubrí cómo hay que actuar: no enterarme sobre nada ocurrido fuera de la puerta de salida y el muro que separa un baño pestilente de otro decorado. Ya es la hora de asumirlo, así como un borracho arrinconado sufre una vez más su patético arranque de honestidad de cara al extraño que le sirva de testigo: “Sí, aquí es donde buscamos –huellas por sobre todo– y después del noveno o décimo sorbo, también buscamos; luego, sólo buscamos –no más huellas– buscamos despistar por un rato los resabios del tiempo para neutralizar su triste e insoportable imprudencia. A fin de cuentas, al entrar, aun sobrios de nada, sobre todo buscamos, y al salir, ebrios de todo, sobre todo olvidamos. Nadie me dice ahora que estamos bien; acomodo mi cuerpo para recuperar la sensación, cualquiera sea ésta, que se haya amotinado en el baño de más atrás (al fondo, al abismo). Todos sabemos que las sonrisas quedaron adulteradas, y que se está acabando el tiempo, llevándome consigo… 4 a.m. Todos bailan en sus limbos;

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bamboleos se entrecruzan ignorando cuándo se perdió el ritmo. ¿Alguien sabrá aquí si yo sé dónde está él? Murmura disimuladamente el descuido en que caímos todos: sí, eso era, esta cerveza ya entibiándose, un vaso servido, tabaco, libreta y lápiz bajo la mesa, conciencia perturbada, qué sé yo, cuando procuro con esto beber menos y escribir más… …buscando.

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Poema XXVII

Si no escribo nada ahora, me voy a matar; y si, por el contrario, logro doblarle la mano al destino, también (es igual) Si llego a la perfección de ésta o aquella palabra, si consigo penetrar con todas ellas el centro de la vida me mataré de todas formas, porque no habrá nada que pueda hacerme creer que apenas he revelado los albores de un laberinto irresoluble y que, por lo tanto, me encuentro impedido, en vida, de alcanzar siquiera la orilla del océano que protege sus entradas (¿o salidas?)

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Poema XXVIII

Las yemas no consignan la angustia purificada por las capas de apremio que

intuyendo del suicidio la única palabra justificada optan por abarcar cualquier aliento comprimido para solicitar una explicación al declive.

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Poema XXIX Qué solo se está siempre vagando por la madrugada dispuesta para que los remordimientos vayan a parar directo al hígado. Y pensar que siempre nos encontramos bajo sus enmarañados velos cuando mis palabras producen tu ausente compañía. Seguramente esto debe ocurrir porque si no te tuviera nunca más me tendría.

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Poema XXX Tantos anhelos de morir solamente hurtados…

Tanto pesar cosmogónico viviendo a expensas de los principios inalterables en la mitad del último segundo

que acompaña el suicidio, lo digo una vez más, de otros…

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Poema XXXI

La honestidad no cabe en la sonrisa un arrebato resulta inservible a tus propios ojos callados pero atentos y ansiosos de contemplar la caída del vomito sobre unos cuantos papeles en blanco. Es una vergüenza prohibir y contraer una mueca de desagrado ante el gusto tiznado en la boca, amargo gusto de entintar las comisuras, llevado como un peso durante días, un desliz publico que buscas difuminar mediante los acontecimientos que sirven de sutura y escarcha. Mañana será otro año, y pasado otra década y la variedad decomisada de índices no encontrará un motivo para apuntar. Cerrados, tímidos, cobardes y pusilánimes con la punta recogida, sin uñas, sin tinta que rescatar en el aire, les atemorizará su nueva presa. Un cenicero hecho fosa común, cuatro vasos de vino, la soledad que entra como un zapato en la piedra y tu dedo buscando otra vez reavivar sus años de esplendor.

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Poema XXXII DESHOJAR LAS PLUMAS EQUIVOCADAS

I Adivina cuál es el último salto al vacío de los treiles cuando reproduce su canto un eco tras el horizonte: es el miedo de ser un abismo arrancado del pecho porque a la muerte se le ha ocurrido suicidarse conmigo dentro. Un llanto agazapado –para ser exacto, apenas gotas de agua salada u oropel– brota del tiempo y apunta en dirección al cielo arrebolado, destinado a fracasar en la orilla de los impulsos en la vulgar sencillez de la emoción caducada, envaneciéndose por imitar una vaga canción del ocaso, un destello inalcanzable para lo que llamamos esencia un breve sonido de lo inherente, tan breve que ya pasó… II Consabido es que mientras te quedas escuchando los latidos de las aves una falsa sensación se apodera de sus corazones para venir a reflejarse en tu mirada, la cual, contemplando su vuelo, cree saber todo lo necesario para recibir la pregunta inicial. ¡Sabios vapores de la muerte que ascienden desde el cielo, hagan de la tristeza un sentimiento extinguido, una alianza fracasada una terminología ilegible y, finalmente, una censura imperativa! No somos la verdad porque aquella palabra comienza con M y termina con A. La culpa es un exceso de llanto proporcionalmente directo a la escasez de lágrimas.

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Poema XXXIII

…Y te quedas solo mirándote desde el punto

en el cual yace fija tu mirada. Esperas de la voz una mirada que escuche tu respiración sienta la ubicación de tu presencia y pueda señalarte mientras te rodea con la ausencia de estos ojos encajados en ti. Exhalar el tiempo sine díe. La dilación rellena el aire y desinflama en cada pulmón la presencia de un ojo dispuesto a reconocer su llanto en la respiración. Dueles tú, compañía. Solo, lo sé. Tanto sigilo en la brisa destinado, en perfecto disimilo, para encontrar de cualquier careta de la soledad un eco predecible en su voz dilatada por el sonido de una hoja replegándose en cuanto se ahoga la respuesta del mar. Pero luego, una vez disponible caído en la tierra, un cuerpo etéreo gira día y noche en torno a su inercia, y fatigado por la voces que lo consumen anuncia el triunfo de su amistad, disoluble, con sí mismo

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con el cielo el espacio lo real el amor su dolor nadie Nada.

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3. El aliento insensible

–Ya que he de morir mejor hacerlo solo

que mal acompañado– susurró el poeta

antes de liberarse definitivamente del peso

de su existencia. Lo suyo fue un suicidio

en legítima defensa.

Joaquín Piqueras

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Poema XXXIV

Y no sé dónde iré a parar con un cuerpo

disipado al infortunio sobre un circulo

despojado de cualquier nombre;

tal vez alguna distancia me lo indique

cuando irrumpa el tajo hundido que todo lo atrae

y sea erradicado de su inútil agitación ambulante.

La principal y única señal para entonces

será que no exista señal alguna.

Bastaría una razón para reconocer que la vida es un completo error: estar en esencia incapacitados para evitar un próximo suicidio.

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Poema XXXV

Un hombre reordena sus escombros para volver a tirarlos al piso. Luego recoge el resto. Defiende a regañadientes su próxima labor consistente en orientar todos sus esfuerzos por resbalar con los pilares derruidos que otrora confundió con el subsuelo intacto. Ya disminuido, ruega del polvo una tregua. Luego, con las manos agrietadas resecas magulladas, cae en la cuenta interminable de un empeño infructuoso; entonces desecho al contemplar un páramo inacabable decide reubicarse en las últimas cavidades libres presentadas por la superficie y ser ruina.

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Poema XXXVI

A veces sólo recuerdo que voy a morir, sólo eso, y sonrío como una chiquilla virgen a quien le seduce traspasar lo prohibido. Otras cuantas me encuentro hecho un cadáver que dibuja en mi rostro muecas de solapado temor, fingiendo lucir impávido. Y todas las tardes cierran las ventanas, como quien cella los días, para comprender lo necesario que es morir cuando menos lo esperas.

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Poema XXXVII

Estaría muerto de no ser por la muerte,

el labio inferior que suavemente estiras

y muerdes, la baba que recorre

su extensión tullida y deforme, para

conciliar los espasmos, confiriéndole sentido

a un pedazo de carne apática. Estaría muerto,

corrijo, de no ser por mi amor a la muerte.

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Poema XXXVIII

Tengo pensado vivir después de la muerte puesto que la auténtica vida es anterior a la vida y para diferenciarse de éstas es que antes del desenlace sólo dilata un cadáver pestilente con profundas llagas. En hileras veré cómo una seguidilla de vitrinas se esfuerza mediante codazos y adelantamientos por dejar finalmente atrás la respiración que yace fugitiva de la oscuridad primigenia. Mientras tanto lloraré, lloraré como un perro criado en la calle, portando mis parásitos abrigados de un pelaje corroído de sí en cuyas pieles la sangre causada por las uñas imitará, ya reseca, el manantial que nos avizora un paraíso ignoto. Así, ingresando en silencio, para disipar las dudas, la existencia me abrirá sus puertas para consagrar mi sigilo con la mortaja del otro encuentro, el cual impío, revelará decepcionado no sólo ausencia de vida, sino más muerte.

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Poema XXXIX

Ya está hombre, se suicidó, no hay nada más que podamos hacer. Supongo que nuestras peroratas hallarán después una explicación legítima porque al cadáver –todos deben saberlo– le queda estrictamente prohibido emitir intervenciones respecto del porvenir de su pestífera inercia. Quedan proscritas, además, todas las declaraciones solicitadas por el ulular de su cabeza machacada sobre el pavimento y las acotaciones impertinentes esbozándose entre quién sabe qué lagrimas vertidas. Ni los ecos del transeúnte pálido estremecido por el prorrumpir del salto merecen atención alguna. Saca de tu mente la irrupción de la suya está vez y para siempre apagada, ningún alarido insonoro vendrá presumiéndose como antecedente confiable. No hay pistas, convéncete ya, ni secretos transferibles por medio del silencio que gobierna al espíritu; sólo nos queda decir: que pase otro suicidio más que no podrá evitarse.

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Poema XL Es preciso notificar, adelantarse: requerimos más excusas para morir más pretextos para colgar del gatillo y presentar, con nuevas manos, el cráneo al río. Sería óptimo decretar un día nacional del suicidio un remedio celebrado sólo por 24 horas –es suficiente para aliviar a todos los desesperados del mundo y los que en un mañana próximo desesperarán. Es que los hombres son, por lo habitual, inclinados a obedecer y respetar la tradición aunque hayan ido olvidando, en este caso, que la única tradición esencial es morir.

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Poema XLI Lo único valioso de matarse es dejar tras de sí un testamento del olvido. El respaldo de la cama aún se acomoda los pensamientos atrapados en la almohada y en la repisa una mosca desaseada repasa sus líneas para cuando deba consolar la imagen indiferente de la vida ante su mayor desarraigo. Tomate tu tiempo –le aconsejará–, pues no queda nada para que más de alguno vuelva arrepentido a tus brazos.

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Poema XLII

¿Por qué una vez descrito el vacío

–aceptando su indefinible vaguedad–,

no me lanzo sin más reparos a él?

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Poema XLIII

–¿Qué entiende ud. por vida? –«Un punto en medio de la Nada.» (escurridizo)

–¿Y qué entiendes por muerte? –«El mismo punto incapaz de volver a ser advertido

por exagerar su condición de mocoso inquieto

en un terrero exento de barreras divisorias

e ilimitado en su

fini- tud.»

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4. El amor huele a engaño; pero quiero pensar, feliz por un segundo, que no (sí,

solamente estás vivo…)

A P. R.

«Este movimiento sin recuerdo nos acerca, y somos felices de estar aquí, los dos,

y es igual si callamos. Podemos besarnos. Somos jóvenes. No sentimos piedad

por los silencios pasados; de otros son los miedos que nos distraen de los nuestros.

Bajamos por la avenida y a cada árbol de espesa sombra tenemos frío,

y vamos de frío en frío, sin pensar.»

Gabriel Ferrater

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Poema XLIV Sé muy bien que la lengua yace reseca como yo de besar apenas la memoria inestable y estucar de quimeras sus comisuras. Podrías robarte mejores secretos pues ya no es un misterio llorar a través de la pesada noche. Mejor apagas la luz del escaparate cuando se te ocurra sollozar; no conmuevas a la nueva Femme Fatale con los vendavales de julio ni distraigas su mirada con sus raíces apareándose sobre la doble vitrina polarizada. Mañana recoges tu finiquito y desapareces de aquí.

Tus palabras, al final, se las llevó el viento. ¿Conseguiré partir con la primera brisa para comprobar si las mías aún coinciden con las que tú dejaste perdidas tras la inercia de las

hojas?

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Poema XLV

Odio a los hombres y las mujeres odio lo que vale y no la pena, odio éste y el otro mundo; en suma, “Odio esto y lo otro” como lo seguirá siendo volver a elegir: la vida o la muerte, ¡decide! Odio las dos caras de la moneda, y justo al centro de ellas, mediando, la tuya, ¡sobre todo la tuya! apareciendo suspendida en el aire mientras bamboleas entre tantos

“giros”.

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Poema XLVI

Me olvidaría hasta de ti

si no me dejases consentir más tu partida,

sacrificando inclusive

otros cuerpos

para hacerte compañía.

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Poema XLVII

Escucha como yo; s

el fragor de la vida

c u e l a p o r u n e n t r e s i j o d e t u b o c

apenas emites la primera frase. Mañana yo quedaré sordo

y tú muda.

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Poema XLVIII

Inundado por esta perra tristeza de no alcanzar a sufrir una sola verdad te disparo cuatro balazos cada uno directo al centro del espacio entre mi cuerpo y el tuyo. Luego me salpicas de tu sangre para devolverte la vida dibujada en cada bala desde la V hasta la A y decido por ambos cumplir nuestro pacto quedándote por fin con mi muerte.

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XLIX

¿Palabras? ¿Qué palabras? Debería cortarte la lengua y lanzarla directo a lo profundo de mi boca, dejándola enredada en mi saliva para emitir yo la próxima oración, siempre. Así ojala tu sola mirada adquiriese la costumbre de hablar por ambos mientras descifro porqué cuando enmudeces el silencio depositado resulta ser lo único hundido tras mi lengua, atragantado con los fluidos de un verbo debutante y custodiado para suspender su estreno, convirtiéndose, después de todo, en la última palabra, siempre.

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Poema L

Abro al azar el primer y último libro exiliado en algún mueble de madera y barnizado con el polvo de mi recuerdo. Su página inicial inaugura el portentoso contenido donde se alienta mi peligrosa atención; las palabras allí inscritas en lápiz pasta azul superan mi estupor y encorvan mi cerebro aunque para otros surjan deslucidas e ilegibles. Estuve muerto, sobre la cama, por algo parecido a un momento, o por los minutos

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que hubo de tomarme leer su batacazo luego de leer…, bueno, sólo leer, mientras trato, ahora mismo, de alcanzar en la memoria la figura imprecisa de una imagen cónica cayendo precipitadamente sobre nada y arrastrando con mi dolor embetunado la punta de tus labios.

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Poema LI No, no vayan a Temuco; Temuco es triste, desolador sobrecogedoramente deleznable. No, no paseen por El Rodoviario, allí sólo deambulan espíritus desahuciados que buscan inconsolables en el piso un amor desfigurado por una maquina repartidora de sueños truncados en el andén 2 (Aquél es un Terminal sólo porque allí “se termina todo”) No, se los digo en serio, no pisen Temuco porque en este lugar, todo el año, no sólo te llueve desde el cielo, también puedes acopiar recuerdos desaguados por un beso humedecido con tu propia sangre estancada. No, no caminen por Av. Alemania, quedan advertidos, si no desean caer desplomados por una estocada directo al corazón de sus calles vaciadas que les propinará cualquier día un fantasma carmesí con residencia en Temuco, formado de estelas preparadas para escindir cuerpos desabrigados por estar compuestos de carne impalpable en medio de meandros intrincados. Y por último, porfavor, no entren a ese maldito Portal Temuco, ahí sólo se recogen desde el piso lustrado las miradas infames que se entrecruzan con aquellos desconocidos caminando, a 5 cmts. del piso, de la mano por su cuerda floja, en cuya primera caída directo al vacío se quedó resonado, hoy, –porque en Temuco sólo puedes venir a amar el dolor de caer– finalmente muerto de ser un cadáver por debajo de mil kilómetros de la vida, esta iterativa exhortación: ¡NO, NO VAYAN A TEMUCO!

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Poema LII Anoche, entre el receso concedido por el insomnio cuando no pude lograr convencerlo de abdicar, encontré tu jabón en mi baño. Apareció en el mismo lugar en donde debía estar uno que hace varios días trajeron para esperarte. Quise desinfectar con él –lavar al menos unas cuantas heridas que aún me siguen sangrando con la misma profusión ostentada en sus estrenos. Fue inútil. Debí preverlo; apenas el alcohol más fuerte ha conseguido exiguos resultados. La suciedad sólo se limpia con tierra. Me atreví sin embargo a un plan B. Llevándome las manos a la cara, en mi nariz, busqué arrancarte de tu inalcanzable sueño para que vinieses a retirarlo. Tal vez tu presencia avive sus propiedades higiénicas. Aun así no me molestaré en pedirte que lavemos juntos la peor de las heridas, aunque sea ésta compartida. Sé muy bien que de proponerlo el aroma de mis manos se disiparía, cambiarían la toalla por una seca y tú abrirías tus ojos bien lejos de aquí,

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partiendo luego directo hacia el tercer baño para quitarte el peso de la noche con tu inamovible jabón de siempre.

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LIII

Que la vida no tiene sentido,

¡eso ya lo sé!

Que tu entrepierna

es el umbral de un jardín

adornado de suave lavanda calada,

eso… creo que lo supe.

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Poema LIX

Las mujeres son para vomitarse con la ayuda de dos dedos ajenos, dedos rotundos delgados largos, capaces de encauzar el llanto de un hombre desahuciado por un amor ausente en sus entrañas. La garganta yace inflamada a causa de los forzados intentos de evacuar el primer mechón de cabello limpio y perfumado; y la sangre, desperdigada sobre un pañuelo sepultado, oficia las señales inexpugnables de aquel cuerpo inalcanzable en la nausea. El amor es una vergüenza, de otra forma no habría explicación para solicitar limosnas e inclinar el íngrimo pudor de nuestro cuello ante los pies de cada prójimo que nos ofrezca sus bríos para extirpar los sollozos alojados detrás de cada torpe palabra esbozándose en esta barra ensangrentada por habérsete derramado tu séptimo vaso. Nunca caerá el amor desde aquella delgada tela que cuelga de tu boca y divide el arrepentimiento consciente del a-rre-pen-ti-mien-to.

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Poema LV

En el camino hay una sombra diminuta

equivalente a la huella

de una herida abierta en la boca.

Como una pila negra

surge hambrienta de sus desechos

y en la sonrisa intransferible que produce

–elemento in-auscultado, huidizo del diagnostico–

se contagia del fervor requerido

para indefinir su limite aéreo.

El amor no sabe muy bien –pero ¡qué sabe el amor!–

si declararse culpable

por dirigir este acopio negativo

y devolver cuanto antes

su cuerpo maltrecho

a la fosa séptica

en donde pueda suplantar

la ingrata función de unos clavos

para sellar con tierra seca de tus bolsillos

un intimo y contumaz fracaso.

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5. Poemas que ya no quise

“ordenar”

Sólo son tuyas –de verdad– la memoria y la muerte,

la memoria que borra y desfigura y la sombra de la muerte que aguarda. Sólo fantasmales recuerdos y la nada se reparten tu herencia sin destino.

Después de sucios tratos y mentiras, de gestos a destiempo y de palabras

-irreales palabras ilusorias-, sólo un testamento de ceniza

que el viento mueve, esparce y desordena.

Juan Luis Panero

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Al final, bien al final, da lo mismo si puedes o no

vivir al día siguiente, da igual si es felicidad o tristeza lo que te espera;

si una sensación aborta, parecerá inútil reavivar su recuerdo un día después.

Todo este sufrimiento en vilo no se detendrá nunca ni tampoco detendrás a nadie para que así lo aprecie.

Ya es demasiado tiempo indeleble sosteniendo los parpados a punto de ceder. Un solo día expectante basta para terminar

con los últimos residuos de ingenua esperanza rasguñando el fondo de la botella vacía.

Y el nacimiento no soluciona mucho; todo lo contrario, permite descubrir

cómo la inminencia promueve los itinerarios que conducen a un paulatino desahucio.

Me duele toda el alma, cuanto voy siendo ahora, apenas respirado este medio minuto.

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He sido engañado por mí mismo ¡me he creído existente! El primer paso al salir de la cama nuevamente vino a satisfacer mi ingenuidad. Ahora divago mientras meo para no ser alcanzado por las lagañas. Estoy comiendo y bebiendo algo que presuntamente quiere nutrirme mientras el cuerpo sólo recibe gárgolas que lo ocupan como asentamiento. Me visto con andrajos públicos y luego constato, solo y aliviado, que estoy bien pero bien muerto bajo este sol erigido como amante del tiempo.

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Supongamos que el problema sea beber cerveza en exceso creyendo luego llorarla por la verga. Esto sólo le hace un favor a los riñones pertrechos de orina y, si nos queda suerte, al tiempo homicida del instante en la impresión de movimiento dispuesto para, por ejemplo,

la taza del baño. Lo demás que se hunda en las alcantarillas, conmigo dentro.

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Los cuentos infantiles son obra del infinito,

ingresan dentro, en la ilusión digerible.

La vida, escritura arrugada sin final feliz,

desciende y asciende por nuestra culpa

o, siendo exacto, la delinea tu lápiz labial;

la sangre nos reserva un corazón jadeante

por ser la fosa común acopiada en la historia.

Termina con el festival de antaño

porque se torna presente y quiero mear.

Al fin, ¡mi cuerpo no es algo que producen mis ojos!

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Cuánto envidio a los poetas, vociferan tan bien la palabra inadecuada de mal-aliento; la que, sin embargo, se pronuncia dotada de vida -¡de tanta vida!, una palabra que en la cohesión idónea de mis labios en los tuyos puede llegar a ser insoportablemente viva porque se torna acuciosa e indefectible cuando surgida siempre del clímax ahogado por el aire espeso atiborra una habitación estrecha y larguirucha que nos husmea para descifrar por qué un ósculo no es capaz de hablar.

Odio cuando me susurra: «tú sólo eres un hombre y no sabes escribirte»

Mas yo terco le contesto evadiéndome a modo de digresión: «¡no quiero nada, ni siquiera de ti!»

Siento –lo asumo– como un negro rencor y a la vez un deseo inasible me corroe por completo. Y todo por culpa de su celebrada facilidad de atrapar las palabras como si fueran balas percutadas en la oscuridad, cuyas direcciones confluyen en sus fúlgidas quimeras; En cambio yo, entregado a un mutismo insolente, reposo sosegado para despertar diluido en la repugnancia de haber olvidado las mías. ¡Es que el mérito faltante lo poseen ellos! Encima de todo no hay evolución, por el contrario, se recogen las mentiras; antes comienzan por cobrar su parte mayoritaria en el reverso del contrato. A fin de cuentas lo merezco, porque no me salen las balas: tiro y tiro del gatillo y parecen haberse amotinado en la mitad del cañón. No sé manipular armas.

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Aviso de utilidad publica Insufrible, locuaz y escaso poeta desposeído

busca con urgencia palabras que consigan acoplarse

sin forzamientos para desnudar una por una

todas las paradojas dolientes del ser

y explicar porqué el silencio entona plegarias

desde que fue concebido. Si la convocatoria resulta todo un éxito también podría intentar desfigurar las constelaciones

que avistan impávidas cómo se ciernen por completo sobre hombres

desesperados.

Interesadas(os) favor de comunicarse “entrelíneas”

después de medianoche cuando interviene la mordaza de la inquietud y la hoguera.

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Para ser poeta –o al menos morir en música– es aconsejable no esperar que ésta pueda solazar. Para ser poeta y más encima todavía ser leído por algo que no seas tú, ósea, permitir que una búsqueda pretensiosa intente ir más allá, donde sólo hay Nada es preciso barajar la opción del suicidio cuando se marchiten los jardines del mundo alguna vez –no sabes cuándo– decorados por tu vida. Ahora, como tercera elección, si franqueas la valla pero rehúsas dar el cuarto paso, –que no es el siguiente– en tanto así puedas vagar discutiendo con la sombra que fatiga tu espalda, ten contabilizadas las contusiones programadas las magulladuras, discapacidades y marcas indelebles, como herencia de un beso incompleto concedido por la muerte. Pero lo más importante es que, de preferencia, si no sólo anhelas ser poeta sino que realmente mereces serlo es necesario fenecer involucrado en un confuso y sombrío incidente ocasionado por ti e indescifrable en tus poemas vueltos ceniza.

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Tragar el mundo

y morir atorado.

Soñar con un beso

y despertar derrostrado.

Matar por más tiempo

y amanecer suicidado.

En suma, ver pasar los años

a través del vaso mugriento

y manoseado

que acabas de soltar

para dejarlo vacío

sobre una mesa torcida

que sostiene los segundos

que has empleado

buscando la saciedad

desvanecida hacia el fondo

de una bocanada de aire.

En detalle, no hay nadie

aquí sentado capaz

de traducir el mensaje

soporífero que portas

dentro tuyo

salvo una respuesta

brotando del lagrimal

que no logra ser envuelto

por un montón

de vidrio despedazado.

Concluyendo, muero de sed.

* * *