DIECISEIS FAROS Y UNA MEMORIA: PIMIANGO

17
1 DIECISEIS FAROS Y UNA MEMORIA(®) (un recorrido por los faros de Asturias) José Luis Espina Suárez (junio 2013)

description

Este texto es el inicio de una colección de historias relacionadas con el viaje que hice en junio de 2013 a través de los dieciseis faros que se separten por la costa asturiana, desde la población de Pimiango a Tapia de Casariego.

Transcript of DIECISEIS FAROS Y UNA MEMORIA: PIMIANGO

Page 1: DIECISEIS FAROS Y UNA MEMORIA: PIMIANGO

1

DIECISEIS FAROS Y

UNA MEMORIA(®) (un recorrido por los faros de Asturias)

José Luis Espina Suárez

(junio 2013)

Page 2: DIECISEIS FAROS Y UNA MEMORIA: PIMIANGO

2

VIAJAR

En esos viajes en coche, largos y rutinarios, en los que a veces me

embarco, cruzo por lugares que, a fuerza de recorrerlos, acaban por

despertarme un interés singular. Son como hitos en el camino que sirven

de referencia para reconocer el trecho que ha quedado atrás y la ruta

que aun me queda por delante; lugares particulares, rincones que se

anclan en la memoria y se convierten en una acotación única en el

camino. En todos hay alguna forma de belleza que queda retenida tras

el espasmo de tiempo que la velocidad del automóvil me permite.

Muchas veces me he prometido hacer un alto en la carretera,

orillarme en el arcén y capturar la escena con la máquina de fotos, o

simplemente mirar, deleitarme en la contemplación y preguntarme por

qué esa y no otra imagen forma parte del reducido repertorio de

momentos que hacen de la ruta un viaje peculiar. Pero nunca lo hago, ni

aminoro la marcha ni dedico más tiempo a ese momento que el breve

instante que me toma avanzar por los límites del paisaje. Temo que todo

se pierda, que la perspectiva de la mirada detenida altere los motivos

que lo han convertido en excepcional, así que avanzo sin más

concesiones que las de siempre, la imagen fugaz, convencido de que

mientras esos escenarios permanezcan en su sitio, el viaje continuará

siendo la ruta inalterable hacia un destino sorprendente.

Page 3: DIECISEIS FAROS Y UNA MEMORIA: PIMIANGO

3

EL MAR

Siempre sube este mismo viento del mar y sacude la urdimbre

espesa de brezo y pétalos violeta. Abajo el agua, roncando,

sobrevolado por graznidos de gaviotas en un ir y venir interminable.

Transito por estos caminos tan asomado a sus abismos que el vértigo

me obliga a apuntalarme bien en el suelo mientras un vahído, como de

mal sueño, me acerca a esos momentos de pesadilla y desplome

interminable.

Apenas si diviso algún barco esta tarde. Una breve estela blanca

riela en la popa de una nave que se confunde con el agua. Un pescador

de San Martín de Podes me contó que había temporal entrando por el

oeste, tuvo que cancelar los planes, plantarse en tierra y esperar a la

bonanza. Casi un día navegando en una bonitera de ocho metros de

eslora. Ciento cincuenta millas para encontrarse con el cielo reventando

de agua y la mar convertida en una encerrona. Pero saldrá otra vez

cuando repose el tiempo.

En las noches de estrellas reina un silencio espectral apenas roto

por la proa partiendo el agua, iluminados por un crepúsculo de

claroscuros perlados. Más allá de los farallones filosos descanso la vista

sobre el lomo esmeralda de la isla Erbosa. Una cresta erguida frente al

Cabo de Peñas, refugio de gaviotas, rastreada por ese viento incansable

que se crece y frustra el espigueo de los arbustos.

Page 4: DIECISEIS FAROS Y UNA MEMORIA: PIMIANGO

4

EL INICIO IMAGINADO

Cuentan que cuando todo tenía alma y el mundo era uno, las aguas del Cantábrico eran mansas y se recogían en un océano tranquilo sobrevolado por gaviotas y albatros mientras los espumeros remataban las olas del mar.

Se dice también que el día en que una gaviota contó lo

que los raitanes hablaban sobre las tierras del interior la mar se volvió brava y afirman que desde entonces las olas braman buscando alzarse por encima de los acantilados.

Contaron sobre los paisajes que trazaba el litoral

extendiéndose tierra adentro; de la costa que se prolongaba hacia el este por los rincones de Cantabria, internándose

por el oeste hasta el Finisterre gallego donde el perfil se rompe y vira formando pliegues hasta los límites de Portugal; de las tierras del carbón y las montañas perdidas en el infinito; de los pueblos diseminados en valles con lagos transparentes y bonetes blancos rematando las cimas.

Dicen que cuando la gaviota volvió a la isla Erbosa

abundó en todos esos detalles insistiendo en las palabras de los raitanes dejando saber sobre el macizo de picos con nieves que se acomodaban eternas y donde las montañas eran tan altas y los rincones tan umbríos que no se animaba la hierba; de las vegetaciones de olmedos y avellanos; de los robles y castaños que amparaban fuentes y regatos donde se escondían ninfas y medraban los engendros.

Las palabras se desplomaban sobre el vaivén de las

olas, atentas a la historia de las gaviotas. Y entonces se encrespó el mar, arriando el temporal contra la costa cabalgado por espumeros como aurigas empecinados queriendo remontar los acantilados imposibles y conocer los paisajes que relataban.

Fue desde entonces que la mar no ha cejado en el

empeño de auparse a la barrera terca de los abismos, buscando empapar las montañas desmedidas y conocer los prados donde crecen los bosques y se empantanan las nevadas.

Page 5: DIECISEIS FAROS Y UNA MEMORIA: PIMIANGO

5

LOS MOTIVOS

Podía haber decidido visitar viejos hórreos decorados con

llamativos trisqueles o artesanos fabricantes de madreñas. Podía haber

sentido curiosidad por volver a las montañas, animarme a recorrer de

nuevo el macizo central de los Picos de Europa como hace ya tantos

años. Hay mucho que ver y descubrir en este pequeño espacio de tierra

volcado al Atlántico a través de un abrupto mirador de trescientos

kilómetros de costa. Pero decidí recorrer los faros, lo más parecido a

visitar fantasmas, lo más cercano a los gigantes de Don Quijote.

La primera vez que divisé el mar lo hice desde la base de un faro.

Si la memoria no me engaña, hasta afirmaría que fue desde los

acantilados que se abren a los pies del faro Vidio, en una de aquellas

excursiones familiares de fin de semana.

Es una imagen confusa construida con más voluntad que

recuerdos, pero juraría que si no fue así, fue sin duda algo muy

parecido.

Page 6: DIECISEIS FAROS Y UNA MEMORIA: PIMIANGO

6

PIMIANGO – FARO DE SAN EMETERIO

Domingo dieciséis de junio. Salí de casa a las seis menos cuarto

con el sol clareando el día. Mientras avanzaba veía cómo el resplandor

de los rayos se proyectaba en los espejos de los retrovisores. Había

nubes en el cielo, apenas algunos nimbos moteando la mañana. Las

intensas y prolongadas lluvias del invierno habían dejado un esplendor

verde en los campos y los brotes de retama crecían tupidos en los

márgenes de la carretera. La vegetación de La Rioja acostumbra a

amarillear a esas alturas del año pero a mitad de junio persistía un verde

vivo del que despuntaban chopos y alamedas en los coscojares abiertos

más allá de las lindes de los ríos.

Vi cigüeñas cruzar el cielo, perdices temerarias atravesando el

ancho de la autopista y liebres entretenidas en los arcenes

aprovechando la intimidad de las primeras horas. Sobre los sotos

planeaban rapaces dibujando vuelos que animaban a elevar la vista al

cielo, mientras aferrado al volante y envuelto por las notas de Susan

Tedeschi contemplaba el paisaje que iba quedando atrás.

Viajar al norte es retroceder en el tiempo, desandar años y

enfrentarme a la contradicción de ir allanando los oníricos huecos del

pasado con la firme realidad del presente.

Page 7: DIECISEIS FAROS Y UNA MEMORIA: PIMIANGO

7

Aunque no se precisa cuándo ni hay constancia documentada del

suceso, cuentan que después de la gran galerna ya nada fue lo mismo y

que desaparecidas las embarcaciones y sepultados los marineros bajo

las olas, la gente de Pimiango le dio la espalda al mar. Se dice que fue

ese el motivo por el que los quehaceres de los hombres y su forma de

ganarse la vida cambiaron de pronto, convirtiéndose en zapateros

ambulantes que recorrían las tierras del norte y otras limítrofes

remendando o fabricando zapatos. Y a la par que la profesión avanzaba

crecía con ella la mansolea, una jerga gremial pensada para

comunicarse entre sí evitando ser entendidos por los extraños.

Sin poder concretar el inicio, aunque algunos lo sitúan a mediados

del siglo XVII, sí se conoce que la práctica de esta actividad alcanzó

hasta casi el primer tercio del siglo pasado.

A Pimiango se llega por una desviación de la carretera N-634 y tras

unos breves kilómetros de permanente ascenso entre frondas verdes

que se ciñen sobre el camino alcancé la entrada del pueblo, ahogado

por el silencio de un día luminoso en el que sólo se escuchaban el trino

de los pájaros y algún crepitar perdido entre las arboledas.

Desde la iglesia de San Roque, junto al muro de piedra que se

orienta hacia el sur, veía al frente la población de Colombres y más a la

izquierda Unquera, limitada por la ría de Tina Mayor y el rio Deva,

frontera natural entre Cantabria y Asturias. Pero si algo conmueve

cuando se eleva la vista hacia el horizonte es la cadena montañosa de los

Picos de Europa, un festón rocoso que se recorta contra el cielo,

coronadas las cimas por las últimas nieves de un invierno demasiado

Page 8: DIECISEIS FAROS Y UNA MEMORIA: PIMIANGO

8

largo. Entre la barrera de montañas sobresale inconfundible el vértice

del Naranjo de Bulnes, majestuoso y nítido, una desmesura árida que se

agiganta hacia el sur.

No es excepcional una geografía que conjugue el mar con la

montaña, pero sí resulta singular que en poco más de cincuenta

kilómetros, un perfil de simas abocadas al mar se combine con un

paisaje de montañas que se levantan superando los dos mil quinientos

metros de altitud.

Cuando me contestaron desde Pimiango al correo en el que

informaba de mi intención de visitar el faro de San Emeterio lo hicieron

remitiéndome a los escritos de Amando Laso Madrid (1912 – 2011),

quien además de técnico en una empresa química de La Felguera había

trabajado como corresponsal en el semanario «El Oriente de Asturias»

escribiendo unas crónicas impecables que abundaban en información

sobre Pimiango y su entorno y que hoy se pueden consultar en Internet.

Había conducido a lo largo de setecientos kilómetros sin más

descanso que unos minutos en un área de servicio para repostar y tomar

un frugal desayuno, así que en el momento de bajar hasta la rasa del

faro desestimé la posibilidad de hacerlo en coche y me dispuse a

hacerlo a pié. Más tarde, bajo la el calor de un sol inclemente y tras

conocer la distancia que me separaba de la hondonada, me di cuenta de

que la excursión iba a resultar algo más dura de lo previsto.

No me había sido posible contactar con el técnico del faro para

concertar la visita, así que la posibilidad de acceder al interior parecía

bastante remota. No es fácil conseguir permisos para visitar los faros,

acceder a ellos exige de antemano un permiso de la autoridad

portuaria, para lo que es obligado cursar una petición formal

exponiendo el motivo de la visita, de lo que dependerá el importe a

Page 9: DIECISEIS FAROS Y UNA MEMORIA: PIMIANGO

9

abonar si la causa se considera justificada. Ni nostalgia ni estímulo

literario me parecieron motivos convincentes para un funcionario de

Fomento, así que me limité a contactar con amigos y con el servicio de

turismo de algunos ayuntamientos solicitando información y nombres de

personas que tuviesen algo que contarme.

En dirección norte una senda de asfalto conduce hasta el mirador

de El Picu, una balconada construida sobre pilares donde antiguamente

los lugareños dispusieron bancos de madera para poder divisar el mar.

La calzada continúa a la derecha, regateando entre la vegetación y

deslizándose monte abajo. Al frente, aupados al mirador de hormigón

que se encara al mar, vemos los salientes rocosos que abrazan la playa

del Regolgueru, primera playa del litoral oriental asturiano. Y más

abajo, a unos dos kilómetros y asomando entre una inusual espesura de

encinas, se descubre el brillo de la linterna del faro de San Emeterio, el

primero de los dieciséis que se reparten por la costa asturiana.

El llano más cercano a la costa forma una rasa caliza donde crece

una singular flora de olivos silvestres y encinas. El resto del entorno

abunda en castaños, eucaliptos, avellanos y algunos robles. Cuesta

imaginarlo pero la población de Pimiango, con una altitud sobre el mar

de casi 160 metros, estuvo también alguna vez cubierta de agua

formando hoy una rasa a base de cuarcita que permite una vegetación

diferente a la que encontramos junto al litoral.

En el cielo se han ido formando hilachas de nubes pasajeras

creando esos claroscuros intermitentes tan propios del norte. Cuando

alcanzo el último tramo antes de girar en dirección al faro, una senda

breve me conduce a la iglesia de San Emeterio, santuario del siglo XIII

porticado en su lado norte y dedicado a los santos Emeterio y Celedonio

y que destaca por la importancia del suelo original, cubierto por el

techado del pórtico.

Page 10: DIECISEIS FAROS Y UNA MEMORIA: PIMIANGO

10

A los pies de la construcción se arrellana el prado a medio segar

donde todavía descansan algunos miembros de la asociación contra el

cáncer que esta mañana celebran una romería solidaria. Algo más allá,

bajo las copas de una fronda, se escuchan los últimos sones de gaitas y

panderos. La vegetación es profusa y los prados brillan con ese verde

intenso que ensalza la luz del sol cuando logra sortear las nubes. Por un

momento apenas se oye algo más que las voces de los que aun se

reparten entre la hierba. Miro hacia el cielo y cuando vuelvo la vista al

frente me parece que ya he estado aquí, como si toda la vegetación que

se abre ante nosotros, los acantilados escondidos más allá de la

arboleda y el mar que hoy se muestra sereno y benevolente formasen

parte de mi infancia y algo de todo esto fuese también mío.

Insisto por enésima vez en mi intento por conseguir que en el faro

me contesten al teléfono, pero no hay suerte. Me han facilitado un

número antiguo que tal vez esté obsoleto. Hoy es festivo y es poco

probable que haya alguien trabajando en la torre y aunque el faro de

San Emeterio es uno de los pocos que aun están habitados, la

tecnificación de los equipos de señales hace que el control pueda

hacerse de manera programada y sin la presencia constante del torrero.

Tampoco es extraño el recelo de estos hombres hacia los visitantes, el

emplazamiento privilegiado de los faros los convierte en objetivo

frecuente de turistas deseosos de entrometerse en la privacidad de sus

hogares.

Antes de avanzar por la senda que cruza tras los muros de la

iglesia, atravieso la espesura de robles que se extiende más allá del

prado hasta alcanzar las escaleras que conducen a la entrada de la

cueva del Pindal, una gruta del periodo magdaleniense con pinturas y

grabados en sus paredes. Frente a la entrada, amparado por la estacada

que nos separa de un precipicio sobre el mar, la vista se llena del

paisaje quebrado de la costa a través de un costurón abierto en la roca

donde verdea la vegetación bajo la claridad de la mañana.

Page 11: DIECISEIS FAROS Y UNA MEMORIA: PIMIANGO

11

Hoy el mar está tranquilo y el agua remansa casi muda en la cala

rocosa que se oculta bajo nosotros. Un grupo de ancianos desciende las

escaleras en busca de la entrada de la gruta, los acompaña un guía que

va haciendo las habituales observaciones sobre lo que están a punto de

visitar. Poco a poco se van apiñando en la reducida explanada donde se

levanta una caseta de venta de entradas. Es el momento de alejarse.

El camino que conduce al monasterio de Sta. Mª de Tina transita al

abrigo de abedules, madroños y acebos, una senda umbría revestida

por las copas densas de los árboles. Después de cruzar el meandro que

culebrea bajo un puente de madera, me interno en una espesura de

helechos que se extiende por una pradería a cielo abierto.

En un claro repentino se levantan los restos cada vez más

degradados de lo que antaño fue la iglesia de Santa Mª de Tina, una

construcción de estilo románico – gótico que hasta el siglo XVII

perteneció al monasterio palentino de Sta. María de Lebanza. De la

construcción se tiene noticia por primera vez en un documento fechado

en el año 932 aunque sus orígenes pueden ser anteriores a esa fecha.

De la antigua edificación se conserva la cabecera con tres ábsides

cubiertos pero el techado principal ha desaparecido, permaneciendo en

pie el arco central y las impostas que mantienen en pie las paredes.

La imagen de la Virgen de Tina con el niño (S. XII) y el tríptico de

Santa Ana, la Virgen y el Niño (S. XVII) que hoy se exponen en la

parroquia de San Roque, proceden de este monasterio. En la

información recogida antes de iniciar el viaje leo que en los años de la

guerra civil estas obras permanecieron ocultas en la torre del faro con el

fin de preservarlas de los expolios cometidos en las iglesias, y que no

fue hasta acabada la contienda que fueron recuperadas y restauradas

antes de su traslado a la parroquia de San Roque. Lo que no encontré en

Page 12: DIECISEIS FAROS Y UNA MEMORIA: PIMIANGO

12

esa misma fuente de información fue el detalle conocido más tarde de

que, al parecer, quien hizo que las tallas se ocultasen en la torre del faro

fue un pariente directo de la misma persona que había participado en el

incendio del monasterio.

Contactar con el faro se ha convertido en un imposible así que me

limito a acercarme a la entrada, vedada por una cancela de hierro desde

la que solo se aprecia la fachada a unos cien metros adelante. Las

frondas de encinas que crecen a lo largo de la senda no permiten ver

más allá de la puerta principal y un cartel sujeto a la verja disuade a los

visitantes con la advertencia de “perro peligroso”.

Llegar hasta aquí para conformarme con una vista de la entrada me

parece poco triunfo tratándose del primer faro de esta singladura, así

que después de comprobar que los impedimentos para acceder al

recinto no son más que la aspereza de los árboles que transcurre por las

lindes del camino y que la amenaza del perro no parece ser muy cierta,

me animo a vulnerar las advertencias y tras avanzar entre la maraña de

arbustos y encinas llego a la misma base del faro.

El faro de San Emeterio fue construido en el año 1864 y se levanta

encarado al mar sobre un acantilado de setenta metros de altura. Parece

que más allá de sus funciones de orientación a los navegantes tenía

también la misión de orientar las embarcaciones hacia la entrada de la

ría de Tinamayor, límite geográfico con la comunidad de Cantabria.

Page 13: DIECISEIS FAROS Y UNA MEMORIA: PIMIANGO

13

Como tantos otros, por su privilegiada posición costera tuvo

también su protagonismo durante los años de la guerra civil española,

años en los que ejercía de torrero don Ángel Llano Delgado, a quien

hace referencia Amando Laso Madrid en sus “Apuntes históricos” sobre

el faro de San Emeterio (*).

Se respira una calma primaveral, el mar es apenas un arrullo que

se impone como trasfondo a los cantos de los pájaros ocultos en la

arboleda. La costa imponente y sus precipicios hoy son menos

amenazadores, la hierba abunda bajo las suelas de los zapatos y unas

flores de trébol rojo rompen la monotonía de tanto verde. Rodeo la torre

y la casa y me detengo para admirar la vegetación que las envuelve, el

faro parece un detalle minúsculo encarado a un horizonte impecable

que me lleva a envidiar la soledad del torrero y a entender todas las

precauciones para aislarse del mundo.

La furgoneta de los helados “El Ártico” acaba de estacionar frente

a la sidrería “El Mansolea”. Alcanzo la entrada del pueblo después de

entretenerme visitando la cueva de El Pindal para iniciar más tarde la

vuelta bajo un sol de justicia. Sentado a una mesa de madera doy cuenta

de un helado y de una cerveza bien fresca. La tradición de la venta

itinerante se conserva viva desde que tengo memoria, por más que

existen intentos de regularla y hasta de erradicarla.

Page 14: DIECISEIS FAROS Y UNA MEMORIA: PIMIANGO

14

En Tudela de Veguín, donde todavía resiste la casa construida por

mis abuelos maternos, recuerdo los años de infancia y el reparto

ambulante del pan, del pescado, de la leche y hasta del carbón que se

almacenaba en una pequeña carbonera a los pies de la casa y con el que

se abastecía la cocina económica, tan útil para cocinar y calentar las

dependencias principales. Las furgonetas de reparto siguen hoy tan

vigentes como en aquellos años en muchos lugares de la Asturias rural,

poblaciones minúsculas diseminadas y aisladas de las concentraciones

urbanas más importantes y en las que esta forma de comercio resulta la

única manera de acceder con regularidad a determinados productos,

algunos de primera necesidad.

Manuel tiene noventa y tres años, me lo cuenta despacio mientras

aspira el humo de un purito a punto de consumirse. Ahora no estoy muy

bien – me dice – tuve una cosa aquí, en la cabeza – y se señala el

temporal derecho con un dedo trémulo y tiznado de nicotina, donde

intuyo que ha debido afectarle un ictus o algo similar- La piel

apergaminada de su mano izquierda tiene un color amoratado donde

probablemente ha llevado ensartada la aguja de un gotero durante el

tiempo de su estancia hospitalaria.

Sólo quedo yo – continúa - Mujeres hay más, algunas hasta con más

de cien años. Pero hombre sólo quedo yo – insiste, como

recriminándose el seguir allí, como culpando al tiempo de una

benevolencia de la que no parece sentirse muy agradecido - Si no fuera

por esta pierna estaría bien – y estira con precaución la pierna derecha -

pero debí de darme un golpe y no puedo con ella. Después me habla de

su servicio militar en África y de los años de la guerra y del ir y venir de

un lugar a otro, sin ninguna emoción, con el cansancio de los años

vividos, transmitiendo esa sensación que me producen los viejos cuando

hablan de la guerra, una impresión de desazón y de tiempo malgastado.

Page 15: DIECISEIS FAROS Y UNA MEMORIA: PIMIANGO

15

El camión de los helados sigue atendiendo algunos clientes, la

mayoría niños. Desde el camino que conduce al centro del pueblo

llegan algunos lugareños acompañados de forasteros. Hoy Pimiango

apenas si llega a los sesenta habitantes, casi todos ancianos, el resto son

personas de paso o familiares que conservan las casas de sus padres o

abuelos. Aquí pasan pocas cosas, las indispensables para seguir

viviendo, lo que no es poco. Si cierras los ojos se oye cantar a los

pájaros y ladrar a los perros, si miras al norte te enfrentas a un cielo que

se pierde tras el perfil de un horizonte inmaculado y si le das la espalda

al mar te reciben una cadena de picos bañada de nieve.

El sol brilla todavía con fuerza sobre nuestras cabezas pero es hora

de continuar la marcha. Me despido de Manuel que sigue en su banco

de madera con el purito entre los dedos prometiéndome a mí mismo

que más tarde o más temprano escribiré algunas páginas sobre

Pimiango y el faro de San Emeterio.

(*).- Nosotros llegamos a conocer de servicio en el faro a dos Torreros: Don

José Ramón Blanco y don Ángel Llano Delgado.

Don José estaba casado con doña Flora Suárez y don Ángel con doña María

Madrid, de Colombres. Por comodidad, suponemos, don José y doña Flora

subieron avivir a Pimiango (casa contigua a la llamada de El

Portalón,mientras que don Ángel y doña María se trasladaban casi

diariamentea su casa de Colombres a pasar el día), aunque ambos Torreros

atendían celosamente su puesto de trabajo. Pasado algún tiempo le llegó el

traslado a don José, quedando definitivamente don Ángel en dicho

puesto.Don Ángel había ocupado plaza en el faro el día 25 de Abril de1913 y

aquí permaneció hasta el 3 de Febrero de 1948 faltando el tiempo en que fue

obligatoriamente relevado el 12 de Agosto de 1936, con motivo de la

contienda civil, por "dos representantes del Comité Provincial de Sama y 12

milicianos armados", argumentando que desde allí se hacían señales al

buque ALMIRANTE CERVERA, que solía hacer noche enfrente de dicho faro a

media altura del mar. Eran muy curiosas las anécdotas que se contaban

Page 16: DIECISEIS FAROS Y UNA MEMORIA: PIMIANGO

16

(terminado aquí el conflicto) sobre los partes que daban los nuevos

servidores del Faro unido a simpáticas "belurdias" graciosamente amañadas.

No obstante hay constancia por oficios de 1 y 19 de Febrero de 1937 en los

que el "Torrero" comunica a su Jefatura haber recibido órdenes para

encender el faro a las ocho de la noche hasta las once de la misma con

intervalos de media hora y un minuto, etc. Trabajo les costó a los

componentes del referido Comité Provincial de Sama, hacer el relevo a don

Ángel por más amenazas que en principio le hicieron, hasta que le

entregaron convenientemente diligenciado un escrito del llamado Gobierno

Regional. Como se contaba por aquí: "se les trabó de "trebínculas" el andalú

y no había manera de echarlo". Esto le valió posteriormente una felicitación

de sus superiores.

Page 17: DIECISEIS FAROS Y UNA MEMORIA: PIMIANGO

17

Mayo de 2014

Textos y fotos de José Luis Espina