Diferencias ideológicasy aumento del narcotrá co:la posición ambivalentede Venezuela

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Diferencias ideológicas y aumento del narcotráfico: la posición ambivalente de Venezuela Diego Fernando Tarapués Sandino* Narcotráfico y guerra en Colombia: repercusiones internacionales El problema estructural del narcotráfico en Colombia presenta un “plus” frente a los demás países productores de sustancias adictivas. En primer lugar, Colombia se torna en el mayor productor a nivel mundial de drogas psicotrópicas, lo cual repercute fuertemente en diversos escenarios mundia- les, regionales y locales. Esto trae consigo una desacreditación internacional de la imagen colombiana en el mundo entero, dificultando la plena efecti- vidad de sus relaciones exteriores y complejizando las aspiraciones de una mayor cooperación e inversión en éste y otros asuntos. Pues bien, Colombia es reconocida internacionalmente como el principal productor de cocaína en el mundo, lo cual se ha ratificado una vez más con el último informe que presentó la Oficina contra la Droga y el Delito de las Naciones Unidas, en junio de 2008, al afirmar que en el 2007 el área cultivada con coca se aumentó en un 27% con respecto al año 2006, es decir, 99.000 hectáreas de cultivos ilícitos. Sin embargo, pese al considerable aumento de plantaciones de coca, la producción de cocaína ha conservado un promedio de 600 toneladas, lo cual si bien representa una ligera disminución de 10 toneladas (2% mundial) frente a las estadísticas de 2006, ello no ha sido suficiente para retirar aquel * Profesor del CEIDE de la Universidad Santiago de Cali y del Departamento de Ciencia Jurí- dica y Política de la Pontificia Universidad Javeriana de Cali. Profesional en Estudios Políticos y Resolución de Conflictos de la Universidad del Valle. Abogado de la Universidad Santiago de Cali – USC, con estudios de magíster en Derecho Público de la Universidad Santo Tomás y la Universidad de Konstanz (Alemania). Investigador del Grupo de Investigación en Ciencia Política, Derecho y Relaciones Internacionales – GICPODERI, reconocido en categoría A por Colciencias

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El artículo brinda una mirada analítica a la relación: Colombia-Venezuela-Guerrillas-USA a partir de una revisión ideológica y a las posiciones que toman estos cuatro agentes en la lógica del narcotráfico actual en la región.

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Diferencias ideológicas y aumento del narcotrá�co:

la posición ambivalente de Venezuela

Diego Fernando Tarapués Sandino*

Narcotrá�co y guerra en Colombia: repercusiones internacionales

El problema estructural del narcotrá�co en Colombia presenta un “plus” frente a los demás países productores de sustancias adictivas. En primer lugar, Colombia se torna en el mayor productor a nivel mundial de drogas psicotrópicas, lo cual repercute fuertemente en diversos escenarios mundia-les, regionales y locales. Esto trae consigo una desacreditación internacional de la imagen colombiana en el mundo entero, di�cultando la plena efecti-vidad de sus relaciones exteriores y complejizando las aspiraciones de una mayor cooperación e inversión en éste y otros asuntos. Pues bien, Colombia es reconocida internacionalmente como el principal productor de cocaína en el mundo, lo cual se ha rati�cado una vez más con el último informe que presentó la O�cina contra la Droga y el Delito de las Naciones Unidas, en junio de 2008, al a�rmar que en el 2007 el área cultivada con coca se aumentó en un 27% con respecto al año 2006, es decir, 99.000 hectáreas de cultivos ilícitos. Sin embargo, pese al considerable aumento de plantaciones de coca, la producción de cocaína ha conservado un promedio de 600 toneladas, lo cual si bien representa una ligera disminución de 10 toneladas (2% mundial) frente a las estadísticas de 2006, ello no ha sido su�ciente para retirar aquel

* Profesor del CEIDE de la Universidad Santiago de Cali y del Departamento de Ciencia Jurí-

dica y Política de la Ponti�cia Universidad Javeriana de Cali. Profesional en Estudios Políticos

y Resolución de Con!ictos de la Universidad del Valle. Abogado de la Universidad Santiago de

Cali – USC, con estudios de magíster en Derecho Público de la Universidad Santo Tomás y la

Universidad de Konstanz (Alemania). Investigador del Grupo de Investigación en Ciencia Política,

Derecho y Relaciones Internacionales – GICPODERI, reconocido en categoría A por Colciencias

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deshonroso primer lugar a nivel mundial. En efecto, en el 2006 las 610 tone-ladas de cocaína elaborada en territorio colombiano representaron el 62% en el mundo, lo cual ha superado la producción conjunta de Perú y Bolivia que son los países (también andinos), que le siguen a Colombia en este mer-cado. Estas dos naciones en el año 2007 produjeron 20 nuevas toneladas con respecto a las cifras de 2006, lo cual hizo que Colombia siguiera ocupando el primer puesto, aunque ahora con un 60% a nivel global1. Además, la industria colombiana de las drogas ilegales se caracteriza por ser la

más diversa y desarrollada que en los demás países andinos, y la parti-

cipación de colombianos en ella es más compleja. En efecto, Colombia

es el único país del mundo donde se producen cantidades considerables

de las tres drogas ilegales más importantes basadas en plantas: la mari-

huana, la cocaína y la heroína. ("oumi, 2002, p. 108)

En segundo lugar, y como explicación de lo anterior, el narcotrá�co se encuentra enérgicamente ligado al con!icto armado interno, bien sea que se le quiera tomar como método de �nanciación del terrorismo, como fuente patrocinadora de una guerra de guerrillas para –según estos grupos– con-solidar un modelo ideológico revolucionario2, e incluso se a�rma que es el único medio para combatir aquel proyecto subversivo, o �nalmente como un simple negocio lucrativo en torno al cual giran los objetivos centrales de los grupos armados contrainstitucionales y parainstitucionales3.

1 Véase el resumen ejecutivo y los resultados del Censo de cultivos de coca - 2007 en Colombia,

realizado de forma conjunta por las Naciones Unidas, a través de la O�cina contra la Droga y el

Delito, y el Gobierno de Colombia (2008, pp. 7-44).

2 Claro está que el secuestro, la extorsión, el asalto a establecimientos comerciales, a bancos en

zonas rurales y a transportadores son también fuentes que �nancian células de los distintos grupos

armados ilegales que han visto en el narcotrá�co una lucrativa fuente de ingresos.

3 Sobre esta dicotomía en la relación: grupos armados irregulares-narcotrá�co, autores como

Eduardo Pizarro Leongómez han profundizado en si verdaderamente este último constituye só-

lo un medio para solventar los gastos de la guerra, o si, por el contrario, constituye el �n último

de la existencia de la guerra en Colombia. De hecho, dedica todo un capítulo al tema (Pizarro,

2004, pp. 167-201): “El narcotrá�co: ¿combustible o motivación de la guerra?”, en el cual esbo-

za rápidamente las posiciones que internamente e internacionalmente se tienen de la relación

existente entre la guerrilla y el narcotrá�co: “En el debate público en Colombia, así como en la

discusión sobre el caso colombiano en el exterior, no es raro encontrar analistas que de�enden la

irremediable degradación delincuencial de los grupos armados (tanto de extrema derecha como

de extrema izquierda), para los cuales la aprobación de recursos provenientes de la cocaína, el

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Pese a que cada visión plantea presupuestos y proyecciones disímiles, lo cierto es que el !agelo colombiano del trá�co ilegal de narcóticos está intrín-secamente relacionado con la guerra. De esta forma, nos encontramos frente a un contexto político donde el narcotrá�co juega un papel clave a partir de la posición que se le dé: 1°- Si se adopta aquella visión que ve en este comercio ilegal un verdadero objeto de lucha racional de los agentes armados en Colombia, pre-sentándose políticamente y judicialmente como un negocio bastante lucrativo por el cual se disputan territorios, rutas, contactos y pistas aéreas los diversos grupos armados irregulares, con el propósito central de acumular riquezas, en éste que pareciera ser el sector económico ilegal más rentable; o 2°- Si la per-cepción o�cial reconoce que los grupos armados revolucionarios, y también aquellos reaccionarios, toman partida de esta actividad ilícita al ser el único instrumento que les permite sostener una guerra ideológica armada, frente a la demanda de recursos que implica toda guerra, y más una tan prolongada4.

secuestro o la extorsión han extinguido toda motivación de orden público. La polémica noción

de ‘narco-guerrilla’ se inscribe en esta forma de raciocinio. Otros, por el contrario, sostienen el

carácter puramente instrumental de esas formas de �nanciamiento. Alfredo Rangel, por ejemplo,

a�rma que esas cantidades ingentes de recursos que hoy maneja la guerrilla han ocasionado la

distorsión de su imagen y naturaleza en muchos sectores que ven equivocadamente en los grupos

insurgentes sólo un negocio. Nada más errado y peligroso que esta interpretación. La guerrilla ha

hecho del dinero no un �n en sí mismo sino un medio, uno de sus principales recursos políticos

y, obviamente, el sostén e impulsor de su capacidad bélica” (p. 176). Incluso existen interpre-

taciones económicas según las cuales el narcotrá�co constituye en la guerra misma un sector

económicamente rentable, y a partir de modelos económicos propios de la teoría de los juegos

explican el con!icto armado colombiano a través de los agentes involucrados: “Es obvio que las

motivaciones iniciales del con!icto colombiano no fueron económicas. Ni el sentido obvio de ser

un con!icto por la apropiación de bienes y recursos, ni el sentido estructural de búsqueda de una

retribución de la propiedad y de los bienes económicos. Pero su prolongación temporal llevó a que

la apropiación de bienes y recursos económicos fuera cada vez más fundamental para garantizar

el mantenimiento de la capacidad bélica de los contendientes y, por tanto, de su supervivencia

como parte en el con!icto” (Salazar, 2001, p. 164).

4 “La guerrilla colombiana, a diferencia de otras experiencias similares en América Latina tales

como la salvadoreña o nicaragüense, jamás dependió de recursos externos provenientes del campo

socialista. Ni siquiera en los periodos de mayor tensión durante la guerra fría. Sin embargo, para

poder alcanzar el número actual de hombres y armas, tuvo que incursionar en el terreno minado

de la criminalidad común, incluyendo la utilización de los recursos provenientes del trá�co de

drogas. Éste fue el caso, sobre todo, de las FARC, aun cuando múltiples indicios recientes muestran

que existe un involucramiento creciente también del ELN. En el caso de las AUC la dependencia

con respecto a los recursos de narcotrá�co alcanzó el 70% de sus ingresos, de acuerdo con las

palabras de su propio líder, Carlos Castaño. El narcotrá�co ha sido, por tanto, un formidable

nutriente de la guerra interna. ¿Se está transformando de manera lenta e imperceptible en una

motivación de la guerra? En el caso de algunos grupos paramilitares la respuesta sería a�rma-

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Los dos últimos gobiernos de Colombia han manifestado una lucha donde combatir al narcotrá�co signi�ca debilitar a los grupos subversivos y viceversa. Esto ha permitido cristalizar un discurso político y comuni-cativo de “narcoguerrillas” y “narcoparamilitarismo”, con un consecuente compromiso institucional de combatirlas por ser empresas generadoras de guerra y narcotrá�co.

Lo primero que vale la pena resaltar es el hecho de que en diversos ca-sos del mundo entero se evidencian estos inevitables vínculos entre grupos armados irregulares y la explotación en el comercio ilegal de algún bien apre-ciado, más aún cuando se trata de recursos naturales, frente a la cada vez más utópica �nanciación de estos grupos por medio de subvenciones de un país aliado5. En el caso colombiano, la guerra de guerrillas, que década tras década ha conducido a un con!icto armado más agudo y con diversos escenarios

tiva: algunos líderes regionales, se han convertido en verdaderos “señores de la guerra”, para

quienes la guerra de contrainsurgencia es una simple máscara para ocultar su total inmersión

en el negocio del narcotrá�co. En el caso de la guerrilla, creemos que los recursos del narcotrá-

�co continúan siendo un medio y no una motivación, por ello caracterizar a estos grupos como

narco-guerrilleros es a todas luces inadecuado. Pero, como hemos señalado la apropiación de

estos recursos de manera descentralizada por parte de frentes y líderes guerrilleros con distintos

niveles de politización y convicciones ideológicas, es una fuente potencial de desmoralización

y corrupción interna. En todo caso, la dinámica actual del con!icto armado en Colombia debe

separar de manera rígida los componentes contrainsurgente y antinarcóticos, lo cual es simple y

llanamente imposible e indeseable. Ambos fenómenos se retroalimentan: la guerrilla y los para-

militares crean un entorno regional favorable para la expansión del narcotrá�co y, a su turno, el

narcotrá�co alimenta las �nanzas de los grupos armados. Desde esta perspectiva, la lucha contra

la producción, el procesamiento y el trá�co de drogas ilícitas tiene un efecto devastador contra

los grupos armados ilegales y, por tanto, puede coadyuvar a la disminución de la intensidad del

con!icto” (Pizarro, 2004, pp. 200-201).

5 Collier y Hoe+er (2001), como se cita en Pizarro (2004), diferencian las tres principales fuentes

de �nanciación de los con!ictos armados internos en la actualidad: “La primera de ellas es la

apropiación directa o la extorsión a los productores de recursos naturales, tal como ocurre con los

diamantes en África Occidental (por ejemplo, en Angola y Sierra Leona), la madera en Camboya

y la cocaína, el petróleo, el oro y el carbón en Colombia. La segunda fuente son las donaciones

provenientes de diásporas nacionales, tal como ocurre con el �nanciamiento de los tigres tamiles

de Sri Lanka o del IRA en Irlanda del Norte, por parte de la población tamil e irlandesa residente

en el exterior. Finalmente, una tercera fuente de �nanciamiento consiste en la subvención a los

grupos rebeldes por parte de Estados hostiles hacia los gobiernos que enfrentan rebeliones. La

subvención externa, que constituía la fuente principal de �nanciamiento de los con!ictos de

Tercer Mundo durante el periodo de la guerra fría, persiste en muchas regiones del mundo. Por

ejemplo, en múltiples con!ictos en África, grupos rebeldes son estimulados y �nanciados por

gobiernos vecinos ya sea por razones de solidaridad étnica, religiosa, o, simplemente por disputas

geopolíticas” (pp. 172-173).

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de lucha, ha tomado históricamente como fuente de �nanciación diferentes métodos que van desde donaciones mediante ONGs extranjeras, secuestros extorsivos, hasta extorsiones directas a productores de diversos sectores de la industria. No obstante, sólo hasta la incursión de los grupos armados ilega-les en el ámbito del trá�co de estupefacientes se a�anzó un vínculo estrecho expansionista entre el narcotrá�co y los actores armados irregulares6.

La siguiente tabla ejempli�ca los grados de intromisión de las FARC en el negocio de las drogas psicotrópicas; especí�camente resume su labor como principal grupo armado ilegal en Colombia en la órbita del comercio cocalero, que es el que predomina en la región, y quizás en el mundo.

Tabla 1. Formas de intervención de las Farc en la economía de la coca

Años Formas de intervención de las farc en la coca

1977 Inicio de los cultivos de coca en el Bajo Caguán

1978 - 1979Oposición inicial y posterior aceptación de la siembra. Creación

de las “autodefensas” para el control de los narcotra�cantes.

1979 - 1999Regulación de los cultivos de coca. Exigencia de cultivos de

pancoger.

1982 - 1998Cobro de impuestos a los comerciantes de pasta, a los

laboratorios de producción de cocaína y a los vuelos de carga.

1991 - 1992Regulación policiva del comportamiento de los narcotra�cantes

y miembros de las “cocinas” en el Caguán.

1995 - 1996Organización de las marchas de los cocaleros contra la

fumigación y contra la presencia del ejército.

2000Comercialización de los cultivos de coca por parte de las propias

FARC.

Fuente. Ferro y Uribe, como se cita en Pizarro (2004, p. 195).

6 En un informe de la ONU de 2003 se realizan diversas re!exiones sobre la lucha antidrogas

que está desarrollando Colombia. En un acápite se profundiza en la relación entre la droga y el

con!icto colombiano, y se alude a un estimativo del porcentaje de las �nanzas de los grupos al

margen de la ley, producto de una �nanciación de actividades relacionadas con el narcotrá�co;

señala el documento: “Aunque el 40% de las �nanzas de la guerrilla de las FARC corresponden a

dineros del narcotrá�co y en el caso de las autodefensas ese monto es de 80%, eso no quiere decir

que esas organizaciones existan para el negocio. Ambos grupos tienen proyectos políticos y ejer-

cen poder en las localidades bajo su control. (…) Es simplista suponer que acabar con la droga

trae como consecuencia inmediata el �n del con!icto”. Al respecto véase: http://indh.pnud.org.

co/articulo.plx?id=47&t=informePrensa&lang=EN

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En efecto, diversas fuentes mani�estan que la expansión de los grupos guerrilleros, y también paramilitares, en las dos últimas décadas, se encuen-tra directamente relacionada con el control que ejercen estas organizaciones sobre los territorios y rutas claves para la producción y exportación de estas sustancias (Pizarro, 2004, p. 185). Aquella relación “narco-guerrillera” es una conexión que en sus inicios se presenta como inconcebible e incongruente, en la medida en que las metas de los grupos subversivos resultaban irreconciliables con dicho negocio ilícito. Pues bien, mientras la guerrilla aspiraba, mediante una lucha ideológica comunista, a erradicar cualquier tipo de concentración de capital aberrante, por el contrario el narcotrá�co pasaba a ser una muestra clara de capitalismo crudo y desenfrenado, en términos de Francisco "oumi (1994). El mismo autor señala que la máxima convergencia de narcotra�cantes y guerrilleros consistía en tener al gobierno como enemigo común.

En el recuento histórico sobre la conexión entre guerrillas y el comercio de drogas psicotrópicas ilegales, este importante investigador colombiano en drogas ilícitas, señala que:

la industria de las DPSI [drogas psicoactivas ilegales] y las guerrillas

descubrieron intereses mutuos a comienzos de la década del ochenta,

puesto que estas últimas eran una fuente disponible de protección para

las operaciones de manufacturación y envío de drogas en regiones de la

escasamente poblada mitad oriental del país bajo su control. En 1984,

durante la captura y destrucción del complejo manufacturero de Tran-

quilandia en la selva amazónica, se halló evidencia de que las guerrillas

habían proporcionado tal protección, hecho que condujo al embajador

de los Estados Unidos, Lewis Tambs, a formular una teoría sobre una

conspiración narcoguerrillera. (…) La conexión narcoguerrillera propor-

cionó una clara oportunidad para que Estados Unidos matara dos pája-

ros de un tiro, puesto que le permitió ligar sus políticas antidrogas con

sus políticas anticomunistas en la región. ("oumi, 1994, pp. 163-164)

De este modo, el apoyo o contención a las actividades de los grupos in-surgentes en Colombia pasa por revisar qué posición se asume frente a la per-misividad o rigurosidad en este controlado espacio del narcotrá�co. En otros términos, a partir de la posición que un gobierno asume sobre el tema del narcotrá�co, se elabora un discurso y se establecen los compromisos o�ciales para combatir de forma estricta o !exible esta problemática, la cual, además,

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reviste de un carácter relevante supranacional al desarrollarse multilátera-mente su lucha mundial como una prioridad en el contexto internacional.

Por lo tanto, puede realizarse una lectura sobre las posiciones o�ciales que toman los estados inmersos en esta lucha antinarcóticos colombiana, par-tiendo de una triangulación reciente en la cual Colombia se presenta como un país que lesiona diversos intereses estadounidenses, al contribuir a la degra-dación de la sociedad americana mediante la producción de estas sustancias psicoactivas y generar un escenario económico informal, donde la balanza se inclina en contra del país del norte. En este contexto, Estados Unidos resulta ser un agente preocupado e interesado en invertir y cooperar con Colombia para erradicar o menguar aquel negocio ilícito que le afecta gravemente.

Por su parte, Venezuela se per�la como un Estado tolerante frente al tema antinarcóticos, en la medida en que no establece una lucha prioritaria para controlar y reprender aquel comercio ilícito. Por el contrario, se le tilda de ser el nuevo santuario que facilita la salida de estas sustancias en grandes cantidades, tanto a los Estados Unidos como a África y Europa. Por lo tanto, una posición no radical (en materia antidrogas) del gobierno venezolano y la cercanía ideológica con grupos armados ilegales colombianos que utilizan al narcotrá�co como medio de �nanciación hacen prever que Venezuela es un Estado ambiguo, que histórica e internacionalmente se encuentra compro-metido con la lucha mundial para combatir este comercio ilegal. No obstante, sus convicciones, intereses y discrepancias recientes con los demás agentes (gobierno colombiano, guerrillas colombianas, gobierno de Estados Unidos) no le permiten sostener una posición clara y contundente sobre este tema.

Por último, Colombia �gura como el mayor productor mundial de estas sustancias y se torna en epicentro de las diferencias venezolanas y estadouni-denses sobre el tema. Esto permite visualizar diversas facetas del gobierno colombiano, una de las cuales consiste en ser un agente subordinado de los intereses de Estados Unidos en esta lucha antinarcóticos, expresamente condi-cionado a seguir sus propuestas (Plan Colombia, Plan Patriota, Iniciativa Regio-nal Andina, extradición, etc.), para hacerse merecedora de contraprestaciones (aranceles, inversiones, cooperación, tratados y acuerdos de libre comercio). De igual forma, se puede tomar como un agente con un rol autónomo, que instru-mentaliza apoyos económicos externos para erradicar una amenaza constante, la cual, bien sea en términos terroristas o en propósitos sediciosos, lesiona el statu quo colombiano. Por esta razón, emplea un discurso político racional que ahonda en el rasgo rentístico de estos negocios, para estigmatizar socialmente y judicializar a aquellos grupos vinculados al negocio del narcotrá�co.

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En este complejo escenario de múltiples miradas, de diversidad de re-gulaciones, sucesos, con!ictos y cooperaciones, se esbozarán aproximacio-nes históricas, teóricas y empíricas sobre la actual y delicada relación entre Colombia y Venezuela en asuntos ligados al narcotrá�co. La hipótesis de este artículo presupone la inclusión de Estados Unidos como un tercer agente directamente relacionado con las posiciones y cambios en éstas que tienen y han tenido ambos estados, incluyendo la situación coyuntural que nos atañe.

En un primer momento se busca generalizar sobre el compromiso nacio-nal, internacional, y especialmente estadounidense, para combatir el narco-trá�co, lo cual remite necesariamente a revisar los alcances del Plan Colombia y el Plan Patriota, no sólo en territorio colombiano, sino abiertamente, a tal punto de ser analizado como un proyecto fundacional en la región de un “Estado-pivote”. Incluso algunos analistas (críticos) señalan que se trata de un plan dirigido a controlar, vigilar y cercar al Estado venezolano por tener un gobierno que posiblemente amenaza la estabilidad de la región. En este sentido, se alude rápidamente a aquel papel que ha jugado Estados Unidos en la lucha antinarcóticos colombiana, sin apresurarnos a tomar una u otra posición frente al Plan Colombia.

Seguido a esto, se esboza la posición del gobierno de Hugo Chávez frente a la política antinarcóticos colombiana y la inherente “cooperación” de Es-tados Unidos en este propósito. El punto de vista del gobierno venezolano es desarrollado mediante tres visiones interpretativas que dan cuenta de la posición ambivalente de este país en torno al compromiso internacional de combatir el narcotrá�co. Tal circunstancia puede contrastarse con hechos desarrollados en los últimos cinco años y con la constante tensión originada entre los mandatarios de Colombia y Venezuela en lo corrido de la presente década. Así las cosas, dicho acápite plantea unas consideraciones �nales sobre el tema; los hechos que se describen allí suelen ser tratados desde el punto de vista periodístico, pero, a su vez, se caracterizan por el complejo, o casi nulo, tratamiento o�cial por parte de ambos gobiernos.

Ofensiva nacional e internacional contra el narcotrá�co: el papel activo de los Estados Unidos

La lucha colombiana contra el narcotrá�co no es reciente ni mucho menos aislada. Por el contrario, data de varias décadas atrás y de disposiciones in-ternacionales que se han suscrito en el ámbito del derecho internacional. En un contexto casi global, la prohibición del comercio de drogas alucinógenas

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se expresa en tres convenciones internacionales de las Naciones Unidas sobre producción, trá�co y consumo de drogas, y una sobre crimen organizado: la Convención Única sobre Estupefacientes de 1961, la Convención sobre Drogas Psicotrópicas de 1971, la Convención contra el Trá�co Ilícito en Es-tupefacientes y Sustancias Psicotrópicas de 1988, y el Convenio en contra del Crimen Organizado Transnacional de 2000 ("oumi, 2007, pp. 13-15).

A partir de esta serie de acuerdos internacionales multilaterales, suscri-tos por el Estado colombiano, existe una diversidad normativa sobre el control y represión del narcotrá�co en Colombia, que a su vez ha ido evolucionando a lo largo de la última mitad del siglo pasado7. La adopción de la Conven-

7 En Colombia existe un marco legal tanto histórico como vigente bastante extenso, el cual suele

formularse por lo menos en tres etapas cronológicamente diferenciables: “La primera etapa parte

de las Leyes 11 y 18 de 1920, mediante las cuales se reguló de manera general la importación y

venta de drogas que generaran ‘hábito pernicioso’ para lo cual se establecieron algunas formas

de control sobre la producción y trá�co de estupefacientes. Con posterioridad, el Decreto 1377

de 1930 trató sobre la prohibición para importar y vender marihuana. El Código Penal de 1936

consagró las conductas penalmente sancionables y especialmente contempló la elaboración, distri-

bución, venta o suministro clandestino o fraudulento de sustancias narcóticas o su conservación

para los mismos �nes; la destinación de local o establecimiento para el uso de drogas heroicas o

estupefacientes o la permisión en ellos de tal uso. Diez años después, mediante la expedición de

la Ley 45 de 1946, se modi�có el Código Penal para cambiar la expresión ‘sustancias narcóticas’

por la de ‘drogas estupefacientes’. El proceso legislativo continuó con la expedición de una serie

de normas que modi�caban, complementaban y adicionaban aquel régimen, entre las que se

pueden citar el Decreto 1858 de 1951, el Decreto 0014 de 1955 y el Decreto 1699 de 1964, expedido

en uso de las facultades otorgadas al Ejecutivo por la Ley 27 de 1963, que adopta el denominado

‘Estatuto de las Conductas Antisociales’; igualmente debe mencionarse el Decreto 1118 de 1970,

expedido en uso de las facultades extraordinarias concedidas al Ejecutivo por la Ley 16 de 1968

y el Decreto 522 de 1971. Antes de discutir las reformas que se introdujeron desde 1974 en la

legislación de estupefacientes, conviene precisar que simultáneamente a la promulgación de las

normas mencionadas se expidió toda una normatividad en materia de salubridad pública, refe-

rida particularmente a las drogas, que parte de la Ley 68 de 1930 y llega hasta el Decreto 1164 de

1950. La segunda etapa se inicia en el año de 1974 a partir de la expedición del primer Estatuto

Nacional de Estupefacientes, Decreto 1178 de 1974, resultante de las facultades extraordinarias

conferidas al Gobierno Nacional por la Ley 17 de 1973. Además se crea el Consejo Nacional de

Estupefacientes por medio del Decreto 1206 de 1973. A los citados Estatutos deben añadirse una

serie de normas complementarias, entre las cuales se pueden citar los Decretos 699, 570, 1041,

1042, 1060, 1061 y 3065 de 1984 el 2689 de 1985, el 3665 de 1986, el 3667 de 1986 y el 3671 de 1986

como los más destacados. La tercera etapa corresponde al momento presente de la legislación en

materia de narcotrá�co existente en Colombia, se puede circunscribir a partir de la expedición

del nuevo Estatuto Nacional de Estupefacientes o Ley 30 de 1986 con las demás normas que lo

complementan, modi�can y adicionan. Con el objeto de estructurar una entidad encargada de

coordinar el desarrollo y ejecución de las políticas adoptadas por el Gobierno Nacional y en espe-

cial por el Consejo Nacional de Estupefacientes en materia de control, prevención, rehabilitación

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ción de Viena del 19 de diciembre de 1988 fue el instrumento internacional que más transformó el ordenamiento jurídico nacional acorde con el modo en que se venía combatiendo el !agelo del narcotrá�co. Esta Convención, además de cristalizar disposiciones sustantivas en torno a la lucha contra el narcotrá�co, funda una supervisión constante por parte de organismos de Naciones Unidas en esta problemática. Es decir, a partir de este momento se torna como obligatorio, para cualquier Estado, la persecución supranacional del comercio ilícito de sustancias psicotrópicas y demás alucinógenos, a tal punto que existen instancias de apoyo y vigilancia de la ONU (la O�cina de las Naciones Unidas para las Drogas y el Crimen – UNODC), que siguen muy de cerca el compromiso de cada país para erradicar esta problemática que pasa a ser un tema prioritario en la agenda internacional8.

y represión, se crea la Dirección Nacional de Estupefacientes como una Unidad Administrativa

Especial adscrita al Ministerio de Justicia. La legislación complementaria que se expidió, fue

adoptada con base en las facultades que corresponden al Presidente de la República durante el

estado de sitio. El conjunto más relevante de estas normas fue convertido en legislación perma-

nente de acuerdo al artículo 6 transitorio de la Constitución Política y luego de su aprobación

por la Comisión Especial, a la cual se le atribuyó en el artículo 8 transitorio ibídem, entre otras

funciones la de aprobar los decretos expedidos en ejercicio de tales facultades. De otra parte, es

pertinente señalar que en virtud de las facultades de control administrativo que ha conferido la

ley al Consejo Nacional de Estupefacientes y a otras entidades del sector central (Ministerio de

Salud) estos órganos han proferido diferentes reglamentaciones tendientes a regular algunas ac-

tividades que eventualmente puedan servir de soporte al narcotrá�co o para prevenir el abuso de

sustancias que producen dependencia” (Consejo Nacional de Estupefacientes, 1995, pp. 63-64).

8 “La citada Convención constituye una verdadera revolución si comparamos su contenido con

todas las anteriores que se han �rmado a partir del Convenio de la Haya de 1911, y especialmente

de la ‘Convención Única de Viena’ de 1961, que fue adicionada por la de Nueva York de 1971,

porque todas las precedentes se habían limitado única y exclusivamente a reprimir las conduc-

tas relacionadas con la siembra, fabricación y comercialización de sustancias estupefacientes y

sicotrópicas En cambio esta nueva convención suministra instrumentos nuevos para combatir

el narcotrá�co extendiéndose incluso a la persecución y decomiso de bienes obtenidos directa e

indirectamente de estas actividades ilícitas a la vez que ahonda en el control y seguimiento de los

demás componentes químicos utilizados para la producción de estas drogas” (Saavedra, 1991, p.

3). En términos de derecho penal especial, esto representó ampliar los tipos penales existentes, al

reconocerse hasta la actualidad un amplio espectro de delitos que, en palabras de Edgar Saavedra

Rojas y Rosa Olmo, se puede recoger en tres grupos: 1°- Conductas relacionadas con el manejo

de sustancias estupefacientes y psicotrópicas (producción, fabricación, extracción, preparación,

oferta, venta, distribución, entrega, corretaje, envío, transporte, importación, exportación, cultivo,

posesión, adquisición); 2°- Fabricación, transporte o distribución de equipos, materiales o sustan-

cias para ser utilizadas en el cultivo, producción o fabricación de estupefacientes o sicotrópicos;

3°- Conductas relacionadas con el producto o lavado de dineros provenientes del narcotrá�co

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Diferencias ideológicas y aumento del narcotráf ico | 147

Ahora bien, Colombia y Estados Unidos han presentado una serie de políticas y programas especí�cos tendientes a combatir la producción, co-mercialización y consumo de drogas psicotrópicas ilegales, tanto en términos multilaterales como en un entorno bilateral. Esto en razón a que Colombia se caracteriza por ser el primer productor mundial de narcóticos (especial-mente cocaína), mientras Estados Unidos se considera el mayor consumidor mundial. Al existir esta inherente relación oferta-demanda, representada en: principal país ofertante y principal nación demandante, se han suscrito políticas conjuntas y programas de cooperación para contrarrestar el pro-blema del narcotrá�co.

Por tal razón, es pertinente realizar un bosquejo de la historia y evolución de las relaciones binacionales para combatir el comercio ilegal de estupefa-cientes. Para Juan Gabriel Tokatlián (1997), en su escrito “Drogas psicoactivas ilícitas y política mundial: la indudable e inestable internacionalización de Colombia”, existe una inconsistencia permanente del Estado colombiano en la armonización y ejecución de las políticas antinarcóticos emprendidas en una lucha binacional que interesa primordialmente a Estados Unidos y a Colombia, pero que tiene un eco en toda la comunidad internacional.

De esta forma, los encuentros y desencuentros de ambos países en esta materia pasan a analizarse desde la década de los setenta, ya que a partir de entonces se acrecienta considerablemente la comercialización de la marihua-na, y especialmente de la cocaína, y se presenta un auge de consumo muy importante en la sociedad estadounidense.

En los inicios de aquella década ambos gobiernos expresaban puntos de vista que si bien no resultaban totalmente contradictorios, si presentaban diferencias en cuanto a las sustancias psicoactivas. El punto de convergencia radicó principalmente en el multilateralismo re!ejado en un aporte mutuo para la materialización del Convenio sobre Sustancias Psicotrópicas de 1971, y del protocolo modi�catorio de Ginebra de 1972 de la Convención Única sobre Estupefacientes de New York, de 1961. Por otra parte, el principal matiz diferenciador consistió en que

mientras Colombia depositaba un acento especial en los compromisos

multinacionales –�rmando en 1973 el Acuerdo Sudamericano sobre

Estupefacientes y Psicotrópicos e incorporando mediante la Ley 13 del

(conversión, transferencia, ocultación, encubrimiento, adquisición, posesión, utilización). Véase

el capítulo 2 de la parte uno del libro: “La Convención de Viena y el narcotrá�co” (1991, pp. 25-43).

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Vecindario agitado Colombia y Venezuela: entre la hermandad y la conf lictividad148 |

29 de noviembre de 1974 la Convención Única sobre Estupefacientes de

1961– Estados Unidos dejaba en claro, en el tratamiento represivo dado

al tópico del opio en Turquía, en la aprobación de la Ley Comprensiva

de Control y de Prevención del Abuso de Drogas de 1970 y la con�gu-

ración de la primera Estrategia Federal para el Abuso de las Drogas y

la Prevención del Trá�co de Drogas de 1973, que ninguna estratagema

multilateral sería un sustituto para una política estadounidense frente

a las drogas, nacional e internacionalmente. (Tokatlián, 1997, p. 181)

Asimismo, a mediados de esta década tanto Estados Unidos como Co-lombia presentaron una !exibilización en lo referente a las drogas, puesto que, de 1973 a 1979, once de los cincuenta estados federados despenalizaron la posesión de la dosis personal de marihuana, mientras en Colombia se levan-taron medidas económicas rigurosas que anteriormente cercaban el ingreso de dineros provenientes del narcotrá�co. Ya a �nales de los 70 se empezaron a evidenciar los primeros cambios drásticos de las políticas antidrogas del gobierno de Washington, y el gobierno colombiano no armonizó efectiva-mente estas directrices, lo que derivó en los primeros endurecimientos por parte de aquel estado norteamericano.

En la primera mitad de los ochenta se amplió la brecha entre los gobier-nos estadounidense y colombiano en la lucha frontal antinarcóticos. Se pasó a la narcotización de la imagen colombiana, no sólo en Estados Unidos, sino también gradualmente a nivel mundial. A �nales de esta década se fueron reconciliando los programas antidrogas de ambos gobiernos, y se coincidió tanto en lo bilateral como en lo multilateral, participando activamente en la concreción de la Convención de las Naciones Unidas contra el Trá�co Ilí-cito de Estupefacientes y Sustancias Psicotrópicas de 1988, y promoviendo la primera Cumbre de Cartagena, que se celebró el 15 de febrero de 1990. Allí se reunieron los presidentes de los principales estados involucrados en el comercio ilegal de drogas psicotrópicas en la región (Virgilio Barco por Colombia, Alan García por Perú, Jaime Paz Zamora por Bolivia y George Bush por Estados Unidos), para concertar y adoptar mecanismos en la lucha contra las drogas en todas sus dimensiones.

Por último, los años 90 se caracterizaron por la descerti�cación estado-unidense al Estado colombiano en la lucha contra el narcotrá�co, a raíz de los estrechos vínculos que salieron a la luz pública entre el gobierno nacional y el cartel de Cali. La presidencia de Ernesto Samper Pizano, entre 1994 y 1998, fue la máxima expresión de deterioro en las relaciones binacionales

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Diferencias ideológicas y aumento del narcotráf ico | 149

en procura de contener el fenómeno criminal del narcotrá�co. Pese a que se dieron importantes golpes a los carteles de la droga de Cali y de Medellín, tanto en el gobierno de César Gaviria como en el del ex Presidente Samper, estos resultados no persuadieron la aguda crítica y estigmatización mundial que el gobierno norteamericano emprendió en contra de Colombia por la polémica intromisión de dineros del narcotrá�co en la campaña electoral de Samper, cuando era candidato a la presidencia en 1994.

Superada esta crisis de múltiples tensiones diplomáticas entre ambos países9, en el gobierno de Andrés Pastrana se establecería la principal propues-ta de “cooperación” estadounidense para combatir el cada vez más grande negocio de drogas ilícitas imperante en Colombia. Es decir, el Plan Colombia y sus programas conexos y derivados.

Si bien el Plan Colombia surge en 1999 como una iniciativa de Andrés Pastrana para superar el con!icto armado colombiano, a través de un trabajo conjunto y compatible con el proceso de paz que adelantaba paralelamente con el secretariado de las FARC –más no como una imposición o formula-ción directa de los Estados Unidos-, dicho plan terminó desviándose en el rumbo social que mayoritariamente se había planteado y pasó a ser una he-rramienta que se concentraba más en el campo militar. El propósito del ex Presidente Pastrana por medio del primer borrador del Plan Colombia era que la comunidad internacional, en general, cooperara económicamente con el proceso de paz colombiano para el desarrollo de los sub-proyectos sociales explícitos en este macro-proyecto. No obstante, la cooperación internacio-nal europea y de otros países que se había proyectado no se materializó y el principal �nanciador del plan (por no decir el único) fue Estados Unidos, que condicionó sus aportes al escenario militar para combatir abiertamente el vínculo existente entre narcotrá�co y grupos guerrilleros (reconocidos como terroristas por dicho gobierno �nanciador) 10.

9 El ex Ministro de Relaciones Exteriores, Rodrigo Pardo García-Peña, describe en un artículo

sobre las relaciones con!ictivas de Colombia en su política exterior que: “Colombia había sido

certi�cada por interés nacional en 1995 y descerti�cada en 1996 –la primera vez que se tomaba

una decisión de tal naturaleza contra una nación democrática que no es enemiga política de los

Estados Unidos. Además. Estados Unidos le habían retirado la visa de visitante al presidente

Ernesto Samper, al procurador general y al contralor, al exministro de defensa Fernando Botero,

y a un grupo importante de congresistas. Los dos países se habían cruzado duros mensajes en

diversas ocasiones, y ante la opinión pública mundial aparecían como dos naciones enfrentadas

en una guerra fría” (1997, p. 314).

10 De la primera propuesta del Plan Colombia sólo un 6.92% de los $7.500 millones de dólares estaba

dirigido al fortalecimiento de las fuerzas militares, y en total un 32% a combatir el narcotrá�co.

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Vecindario agitado Colombia y Venezuela: entre la hermandad y la conf lictividad150 |

En términos de relaciones internacionales, Colombia poco a poco se fue tornando en un país-problema para la comunidad internacional, espe-cialmente para Estados Unidos. Esto ocurría al tiempo que se superaban las crisis más agudas focalizadas especialmente en las dictaduras del Cono Sur, luego en los diversos procesos de desestabilización regional de Centroamé-rica; ahora la región andina pasaba a ser el epicentro de las eventuales crisis regionales, más aún por ser el terreno más propicio para el cultivo de coca. Las preocupaciones más cercanas a la región habían sido hasta ese entonces Brasil, Panamá y Venezuela.

Eventualmente hubo países que sin llegar a la categoría de naciones-pro-

blema lograron momentáneamente una diferenciación desde Washington:

Brasil, por su tamaño; Panamá, por su canal; y Venezuela, por su petróleo.

Colombia no fue país-problema durante las cuatro décadas y media de la

guerra fría: lo sería después, en los años noventa. (Pardo, 1997, pp. 297-298)

Básicamente la caracterización de Colombia como un país-problema pasa por la revisión del complejo entorno narcotra�cante que rodea a su población. Sin embargo, aquella comercialización de drogas psicotrópicas pasa a ser una problemática constante de los países andinos. Además de que Colombia es el mayor productor regional y mundial, también presenta di�-cultades estructurales que trascienden este !agelo, pues es el

único país de América Latina que no ha logrado resolver el tema más

agudo de la agenda regional durante el período de la guerra fría (el

con!icto contrainsurgente) y que debe enfrentar simultáneamente los

enormes desafíos provenientes de la nueva agenda internacional de los

años noventa (democratización, derechos humanos, criminalidad, co-

La cantidad restante y mayoritaria (más del 50%) se orientaba a políticas sociales. Sin embargo,

el aporte estadounidense se condicionó al tema prioritario binacional de la lucha antinarcóti-

cos, razón por la cual, desde la ayuda inicial, pasando del Plan Colombia a la Iniciativa Regional

Andina, y hasta las siguientes contribuciones en el gobierno de George W. Bush, éstas se ciñeron

primordialmente a la capacitación militar, policial, la compra de armas, equipos y demás medios

que permitieran combatir el narcotrá�co, la subversión y, desde el 11 de septiembre de 2001, aquella

amenaza terrorista regional, al tildarse los grupos irregulares colombianos como organizaciones

terroristas. Frente a la crisis económica nacional y los nulos aportes de gobiernos extranjeros

ajenos a Estados Unidos (Unión Europea y Japón, principalmente), que hacían pequeñas coope-

raciones pero aisladas, los recursos que ofreció Estados Unidos fueron los que verdaderamente

�nanciaron el Plan Colombia, y por ello el campo militar fue presupuestalmente el más relevante.

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Diferencias ideológicas y aumento del narcotráf ico | 151

rrupción, pobreza, medio ambiente, desplazamiento de población, trá-

�co de drogas). Esta superposición de desafíos del pasado y del presente

agudiza al máximo la vulnerabilidad interna e internacional del país.

(Pizarro, 2004, pp. 262-263)

Aquel híbrido de problemas hace que Colombia pase a ser una prio-ridad regional en la política exterior estadounidense. El Plan Colombia ha sido elaborado para asignar recursos �nancieros y brindar entrenamiento a la fuerza pública colombiana, en procura de combatir aquella guerra ambi-gua (narcotrá�co + guerrillas). Esta apuesta antinarcóticos y antisubversiva se centra en el sur del país, donde las incontrolables fronteras con Ecuador, Perú, Brasil y Venezuela se tornan en santuarios del trá�co clandestino de armas, drogas, etc. En estos lugares históricamente han dominado los gru-pos armados irregulares.

Seguido al Plan Colombia, se ha desarrollado una serie de propuestas, tanto estadounidenses para la región, como de ejecución interna en Colom-bia. El Plan Colombia pasó de ser un proyecto principalmente enfocado en el Estado colombiano a ser una estrategia conjunta en los Andes, a lo cual se denominó “Iniciativa Regional Andina”. Aquí, Colombia siguió ocupando el lugar más importante, y por lo tanto fue el país que recibió más ayuda económica:

Tabla 2 Recursos de la Iniciativa Regional Andina (en dólares)

PaísAyuda Militar y

Policial

Ayuda

Económica y

Social

Total

Colombia 275.000.000 164.000.000 439.000.000

Perú 66.000.000 69.000.000 135.000.000

Bolivia 49.000.000 42.000.000 91.000.000

Ecuador 21.000.000 16.000.000 37.000.000

Brasil 12.000.000 - 12.000.000

Venezuela 8.000.000 - 8.000.000

Panamá 9.000.000 - 9.000.000

Total 440.000.000 291.000.000 731.000.000

Fuente. Pizarro (2004, p. 283)

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Vecindario agitado Colombia y Venezuela: entre la hermandad y la conf lictividad152 |

Asimismo, estas contribuciones estadounidenses se han expandido en Colombia a través de diversos programas, como el Plan Patriota11, y el nuevo plan de guerra contra el terrorismo, acorde con la Política de Seguridad De-mocrática Colombiana. A partir de entonces ya no se ataca prioritariamente los cultivos y la producción de cocaína, sino que se hace un cambio de enfo-que, y se prioriza la lucha contra la comercialización de ésta12.

Sin embargo, tanto el Plan Colombia como sus programas derivados han sido objeto de diversas tensiones y críticas, originadas no sólo en el seno de

11 El Plan Patriota se encuentra articulado con el Plan Colombia y demás estrategias que, tanto militar

como socialmente, se han venido ejecutando en Colombia en lo corrido de esta década, en procura de

confrontar a los grupos armados ilegales, considerados como amenazas terroristas y organizaciones

relacionadas con el narcotrá�co. En este sentido, el Plan Patriota es percibido como un importante

proyecto (de defensa y acompañamiento social), desarrollado por el gobierno de Álvaro Uribe desde

2004 hasta 2006, cuyo objetivo central ha radicado en la recuperación y control territorial del sur

de Colombia, frecuentado por los grupos guerrilleros y caracterizado por la existencia de extensos

cultivos de plantaciones ilícitas. A raíz del Plan Patriota, se han desarrollado operaciones como la

“Operation JM” (http://en.wikipedia.org/wiki/Operation_JM), y tareas conjuntas, como la “Fuerza

de Tarea Conjunta OMEGA” (http://en.wikipedia.org/wiki/Joint_Task_Force_OMEGA), a la que

se adapta la estrategia militar vigente, denominada: “Plan de Guerra contra el Terrorismo”. Vale la

pena resaltar que en el Plan Patriota el aspecto social cobra mayor importancia, al lado de la arre-

metida militar para ocupar espacios institucionales del Estado colombiano en zonas marginadas

históricamente por la acción social estatal. Véase, por ejemplo, http://www.presidencia.gov.co/

prensa_new/sne/2005/abril/17/03172005.htm, en donde se citan logros sociales del Plan Patriota,

luego del retorno a la institucionalidad en esta parte del país. En síntesis, la enciclopedia virtual

señala acerca del Plan Patriota lo siguiente: “is military plan developed by the Government of Co-

lombia with the �nancial support and approval of the Government of the United States in an e\ort

to uproot the guerrilla groups in Colombia, more speci�cally the Revolutionary Armed Forces of

Colombia (FARC) and the National Liberation Army (ELN). "e plan is part of the government

of President Álvaro Uribe’s democratic security doctrine. "e plan is also intended to get military

presence to the most remote areas of Colombia, where the guerrilla had enclaves, and enable the

introduction of social programs. Some analysts consider the plan to be a sort of second phase of

Plan Colombia. "e �rst military operation related to the Plan Patriota was launched in 2004 and

was dubbed Operation JM” (http://en.wikipedia.org/wiki/Plan_Patriota).

12 Esta estrategia fue planteada por el Ministro de Defensa Juan Manuel Santos en noviembre de

2006: “El nuevo plan de guerra contra el terrorismo reemplazará y dará continuidad al Plan Pa-

triota, que ya cumplió con buena parte de sus objetivos (…). El nuevo plan de guerra hará énfasis

en el desmonte de las organizaciones del narcotrá�co, tarea en la que las Fuerzas Militares se in-

volucrarán más directamente” (“Nueva campaña militar de guerra remplazará al Plan Patriota,

anuncia Ministro de Defensa”, 2006). En la actualidad se han conseguido capturas y bajas que

elevan la credibilidad nacional e internacional de Colombia en la lucha contra el narcotrá�co y

los actores armados ilegales, a partir de este viraje que sufrió el Plan Patriota. Algunas de ellas

son: la captura de alias “Don Diego”, de Miguel Ángel Mejía Múnera, y la abatida de su hermano

mellizo Víctor Mejía Múnera, además de la baja de alias “Raúl Reyes”, entre otros.

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Diferencias ideológicas y aumento del narcotráf ico | 153

la sociedad colombiana. El resto de países de Latinoamérica, desde distintos puntos de vista, han observado cautelosamente cada fase de esta propuesta estadounidense13, especialmente los vecinos. Ecuador ha sido muy crítico en lo concerniente a las fumigaciones de los cultivos ilícitos con glifosato, y acusa al gobierno colombiano de esparcir estos herbicidas en territorios fronterizos, perjudicando a la población ecuatoriana y a los cultivos lícitos asentados en estas zonas. Asimismo, Venezuela ha manifestado una enorme descon�anza frente a este plan, al verlo como una conspiración deseosa de tumbar el régimen “bolivariano”, e incluso diversos sectores de la izquierda radical venezolana han manifestado la incidencia del Plan Colombia en el golpe de estado del 11 de abril de 2002, y han difundido una serie de prejuicios sobre Colombia y Estados Unidos, tanto por aquel fallido intento de derrocar al gobierno de Hugo Chávez, como por el posterior asilo político brindado por el Estado co-

13 Por ejemplo, la página web del Programa de las Américas del Center for International Policy – CIP,

en un artículo referente a la guerra antinarcóticos mexicana y un eventual “Plan México”, establece

una crítica aguda al Plan Colombia en los siguientes términos: “Desde el año 2000 cuando empezó,

EEUU ha enviado aproximadamente 4.3 mil millones de dólares al gobierno colombiano supuesta-

mente para la lucha contra las drogas; 76% a las fuerzas militares. Ha sido un fracaso rotundo. No

es necesario repetir los resultados –el precio de la cocaína en EEUU ha bajado, tiene mayor pureza,

y según un congresista la super�cie del territorio colombiano cultivado en coca ha incrementado el

42%. Además de su absoluta falta de e�cacia en detener la producción, procesamiento y tránsito de

drogas, el Plan Colombia se ha utilizado para apoyar a la derecha colombiana en su guerra contra la

insurgencia. El analista Frank Smyth señala que en 2001 Colombia ya había superado a El Salvador

como el esfuerzo de contrainsurgencia estadounidense más grande desde Vietnam. Después de

unos años, el Plan Colombia fue ampliado formalmente para autorizar el uso de la ayuda militar en

la guerra interna y en particular en contra de las FARC. Con la llegada de armamento y dinero para

las fuerzas militares, la violación de derechos humanos, el desplazamiento de comunidades enteras

y el asesinato de civiles también han aumentado de manera tan alarmante que hasta el Congreso de

los Estados Unidos está preocupado. En la autorización de nuevos fondos para Plan Colombia, la

Cámara de Representantes aprobó una versión que reduce la ayuda militar por 30 millones (36%),

pone condicionamientos en materia de derechos humanos, y reduce las fumigaciones. El total de

la asistencia al gobierno colombiano sigue siendo enorme -65% militar en este presupuesto com-

parado a 80% antes. Sin embargo, junto con el probable rechazo a aprobar el TLC con Colombia

debido a las violaciones de derechos humanos, marca un mínimo reconocimiento de que la política

antidroga de Plan Colombia no funciona” Carlsen (2007) Pese, a estas miradas críticas sobre el Plan

Colombia, existen también posiciones, como las versiones o�ciales de ambos gobiernos, que siguen

apoyando aquella propuesta. Tales fuentes indican que se han erradicado signi�cativamente plan-

taciones que hubiesen acrecentado las cifras de cultivos de coca y la correspondiente producción de

cocaína, por lo cual la lucha antinarcóticos no ha sido un fracaso, a la vez que este plan ha servido

como estrategia efectiva para neutralizar la amenaza terrorista que representan las FARC, acorde

con los puntos de vista de los gobiernos estadounidense y colombiano.

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Vecindario agitado Colombia y Venezuela: entre la hermandad y la conf lictividad154 |

lombiano a Pedro Francisco Carmona Estanga, quien liderara aquel quiebre democrático y asumiera por dos días la presidencia del hermano país.

En este sentido, han surgido interrogantes que difícilmente se pueden resolver sin acudir a posiciones valorativas sobre el tema. Se trata de re!exio-nes sobre si el narcotrá�co es el fundamento para consolidar a Colombia co-mo un Estado Pivote de Estados Unidos en la región; y, en el mismo sentido, sobre si la posición estadounidense constituye un proyecto de cooperación o intervención en el Estado colombiano y a su vez en la región, entre otras cuestiones fáciles de esbozar en términos ideológicos o especulativos, pero casi que imposibles de revisar o contrastar empíricamente.

Al respecto, en un ejercicio estrictamente académico, es procedente señalar que:

los Estados Pivote son aquellos actores que se sitúan estratégicamente,

no sólo determinando el destino de la región donde se localizan, sino

que ellos mismos son capaces de alterar el nivel internacional con los

alcances de sus problemas, decisiones y/o acciones. Un Estado Pivote se

determina principalmente por el tamaño de su población y el alcance e

impacto de sus problemas o decisiones; de manera secundaria un Estado

Pivote es considerado como tal si llena la condición de tener una econo-

mía con potencial y el tamaño de su territorio es grande. (…) Un Estado

Pivote se bene�cia de la alianza con los Estados Unidos por diferentes

razones. Al ser los Estados Unidos la única hegemonía global del sistema

internacional, el Estado Pivote puede obtener acceso al mercado norte-

americano, ayuda económica, asistencia militar, omisión de sanciones,

apoyo para alguna membrecía en una organización internacional y en

acciones a debatirse en foros internacionales. (Tapia, 2004, pp. 81-83)

En este orden de ideas, se pueden identi�car rasgos que hacen pensar que Colombia, si bien no constituye un Estado Pivote14, sí llega a ser un buen prospecto tendiente a liderar o in!uir en la región, al ser un importante

14 El mismo autor señala que Colombia constituye un Estado aliado para Estados Unidos, pero ello

no lo convierte en un Estado Pivote, ya que pese a que Colombia recibe un paquete económico de

1.6 millones de dólares para combatir el narcotrá�co, y a la vez éste brinda apoyo a las distintas

posiciones de Estados Unidos en el contexto internacional, “las decisiones de las autoridades

colombianas no afectan de ninguna manera el desarrollo o la estabilidad de América del Sur. En

suma, Colombia no llena los requisitos para ser considerado un Estado Pivote. En cambio, Brasil

sí es un Estado Pivote dentro de la región de América Latina” (2004, p. 83).

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Diferencias ideológicas y aumento del narcotráf ico | 155

aliado de los Estados Unidos en esta zona y regirse bajo las dinámicas que, en un caso análogo, hacen prever que Israel es un Estado Pivote. Luego en-tonces, la relevancia de Colombia en la región andina (e incluso en América del Sur) aunque pasa por la trascendencia de sus problemas de narcotrá�co que afectan factualmente a la región, del mismo modo que las decisiones y acciones emprendidas en conjunto con el gobierno de Estados Unidos sobre la materia, no sólo se circunscribe a esta órbita. Pues bien, su apetecida ubi-cación geopolítica y geoestratégica, la presencia en el país de los dos océanos (Pací�co y Atlántico) y el río Amazonas, el hecho de ser la puerta de entrada a América del Sur y tener extensos territorios fronterizos con importantes países del hemisferio sur, también enaltecen la posición de Colombia como un posible Estado Pivote.

Lo cierto es que Estados Unidos ha jugado un papel bastante activo en la política exterior con Colombia, fortaleciendo las relaciones entre Washing-ton y Bogotá, a partir de ayudas económicas, instrucción militar, respaldos diplomáticos, entre otras subvenciones, que de forma inherente han obliga-do a que Colombia siga este mismo hilo conductor que se complementa con tratados de preferencias arancelarias, para permitirle un acceso cada vez mayor al amplio mercado estadounidense, de una forma más libre. Desde esta perspectiva, se puede visualizar una constante e indivisible mirada conjunta de Colombia y Estados Unidos, no sólo en lo que atañe a la lucha antidroga, sino en los problemas de la región.

La posición de Venezuela frente a la política antinarcóticos de Colombia

Lo primero que se debe revisar es la evolución de las relaciones colombo-venezolanas en el tratamiento histórico del narcotrá�co y los respectivos pro-gramas conjuntos de prevención y control del comercio ilegal de sustancias psicotrópicas. En este sentido, se puede a�rmar que los distintos gobiernos venezolanos habían colaborado sustancialmente con Colombia y Estados Unidos en la lucha abierta contra las organizaciones narcotra�cantes. En principio, jugó un papel importante como colaborador, sin ser un país pro-blema en la materia, y posteriormente como una nación donde el narcotrá-�co llegó y se asentó, pero donde igualmente existía un sustancial aporte a la lucha contra el narcotrá�co.

Antes de la década de los 90, Venezuela se había caracterizado por ser un país democrático ejemplar y fortalecido institucionalmente, lo cual deses-

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timulaba el auge del narcotrá�co, que se a�anzaba desde los 70 en sus demás vecinos de la región andina. No obstante, Colombia, como país lindante de Venezuela y mayor comercializador de cocaína y otras drogas psicotrópicas, ha involucrado gradualmente al país vecino en el narcotrá�co. El problema de las drogas en el Estado venezolano no tenía las mismas dimensiones que en Perú, Bolivia, Colombia e incluso Ecuador, sino que tomaba distancia por diversos factores que se pueden resumir en “un fuerte y sostenido crecimiento económico desde los años setenta, acompañado por un sistema democrático consolidado y de un sistema judicial estable, que habían desestimulado la presencia del narcotrá�co” (Zambrano, 1993, p. 141).

Pero al acercarse el �nal de los 80, y en toda la década del 90, Venezuela padeció crisis institucionales y económicas, y diversos ciudadanos y funcio-narios corruptos se dejaron tentar mesuradamente por el lucrativo negocio ilícito de las drogas psicotrópicas. Efectivamente, las condiciones geográ�cas de este país hicieron que poco a poco se volviera una estación de salida con-tinental de las drogas, al ser vecino del mayor productor de narcóticos natu-rales a nivel mundial. También incursionó en el lavado de dinero derivado de estas actividades ilegales, para lo cual aprovechó la economía petrolera, caracterizada por la alta recepción de divisas. De igual forma, el aeropuerto de Maiquetía como una terminal aérea muy relevante en América Latina y una franja amplia de ciudadanos de clase media que vieron en el negocio ilícito de las drogas psicotrópicas una buena fuente de ingresos, fueron ele-mentos que coadyuvaron a esta creciente ola del narcotrá�co en dicho país15.

15 Sobre el paulatino proceso que llevó a cabo Venezuela para adentrarse en el mundo del narco-

trá�co y las posibles causas, Fabio Zambrano, del Centro de Investigación y Educación Popular

– CINEP, mani�esta, en un artículo escrito en 1993, que “prueba de ello es la evolución de las

cifras que demuestran que el narcotrá�co está invadiendo a Venezuela: en 1986 la policía de Ve-

nezuela decomisó 254 kilos de cocaína, 516 kilos en 1988, 2.292 kilos en 1989, mientras que el año

pasado el número aumentó más de veinte veces (a 5.861 kilos). Los organismos encargados de la

represión calculan que se incauta un 10% de lo que circula. A principios del mes de noviembre

se a�rmaba que este país se había convertido en el mayor punto de trá�co de droga después de

Colombia, ya que los narcotra�cantes colombianos están trasladando enormes cantidades de

cocaína y heroína al territorio venezolano. Según expertos, el auge en el trá�co de drogas se debe

tanto a la situación interna de Venezuela como a un endurecimiento de la represión de ese delito

en Colombia. Otra prueba del aumento del trá�co de drogas es el incremento del número de altos

funcionarios del Estado involucrados en escándalos de negocios de cocaína. La lista comienza a

ser enorme, siguiendo un camino similar al de Colombia hace diez o quince años. Por lo menos

dos generales han sido interrogados en relación con ese delito. La prensa constantemente informa

sobre militares de mediano rango que son interrogados por estar involucrados en el ‘negocio’, y a

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En síntesis, son dos las circunstancias que transformaron a Venezuela en un país asediado por el narcotrá�co: 1º- El deterioro del Estado democrático fortalecido institucionalmente; y 2º- La proximidad con Colombia que pasa-ría hipotéticamente a ser el culpable de trasladar el problema del narcotrá�co a Venezuela16. Desde aquel momento, el Estado venezolano ha empezado a ser observado sigilosamente por parte de los estados y organismos interna-cionales comprometidos en combatir el trá�co de estupefacientes. Se critica su poca contundencia en repeler este “problema de salud transnacional”, pese a que ha suscrito diversos compromisos internacionales, tanto bilate-rales como multilaterales, y ha creado una serie de políticas e instituciones encargadas de reprimir este !agelo.

En efecto, Venezuela ha suscrito los principales acuerdos y convenios internacionales para reprender el trá�co de drogas psicotrópicas (especial-mente la Convención de las Naciones Unidas contra el Trá�co Ilícito de Estupefacientes y Sustancias Psicotrópicas de 1988), incluyendo las demás disposiciones conexas que intentan contener el trá�co ilegal de armas, de químicos, y la persecución de organizaciones criminales transnacionales.

mediados de este año un informe o�cial denunció a un exministro de Hacienda por tener vínculos

con la organización tra�cante llamada ‘Conexión Caribe’” (p. 142).

16 La frontera de Colombia con Venezuela es la más importante para ambos países, en la medida

en que comparten extensos territorios, a tal punto de ser el suelo fronterizo más prolongado de

ambos estados, con una extensión de 2.050 kilómetros, y con puestos fronterizos de gran impor-

tancia, como lo son Paraguachón y Villa del Rosario. A partir de esta característica geográ�ca,

los productores de cocaína y demás sustancias psicotrópicas han instrumentalizado el territorio

venezolano para tener mayor seguridad y efectividad en el trá�co, envío y comercialización de

estos narcóticos. Un estudio de Vargas Meza, de 1994, denominado Drogas, poder y región en

Colombia, analiza el cultivo de la coca y demás plantaciones ilegales en las distintas regiones de

Colombia. El departamento del Cesar (entidad territorial colombiana fronteriza con Venezuela)

ostenta unas cifras delicadas. El estudio hace hincapié en la favorabilidad de dicho terreno para

una economía de contrabando, en la cual el trá�co de armas y narcóticos es habitual, gracias a que

“la débil presencia estatal por parte de Colombia y Venezuela genera un ámbito de marginalidad

en donde se incuba la economía ilegal y en general procesos que tienen su propia dinámica y su

propia lógica abarcando una amplia zona binacional: existencia de cultivos de marihuana en la

zona de Venezuela controlados productivamente por colombianos, que a su vez manejan la co-

mercialización, bien hacia centros locales colombianos o hacia rutas que enlazan varias ciudades

de Venezuela”. La situación llega al punto que el territorio venezolano pasa a ser una vía clave para

sacar la droga: “ésta era sobre todo para la producción que de la región de Manaure salía hacia el

norte de la Sierra. La marihuana se encaletaba en centros de acopio de la zona rural de Manaure

y se sacaba por la vía de Casevidrio, utilizando trochas que sirven de entrada de contrabando de

Venezuela. Esta ruta se hacía a pie, en grupos de 10 o 12 hombres que demoraban una semana

haciendo el trayecto” (pp. 134-135).

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Vecindario agitado Colombia y Venezuela: entre la hermandad y la conf lictividad158 |

Además, ha �rmado acuerdos antinarcóticos binacionales con Alemania, el Reino Unido, Francia, España, los Países Bajos, Portugal, Canadá, Australia, Colombia, Panamá y Brasil. Ha trabajado con la Organización de Naciones Unidas – ONU, a través de la O�cina de las Naciones Unidas contra la Dro-ga y el Delito – UNODC, en el marco del Programa Global de Monitoreo de Cultivos Ilícitos, para extender la vigilancia de aquel Sistema Integrado de Monitoreo de Cultivos Ilícito (SIMCI), que desde 1999 viene operando conjuntamente con el gobierno colombiano. Asimismo, ha participado las actividades que la Organización de Estados Americanos – OEA, y especial-mente la Comisión Interamericana para el Control del Abuso de Drogas – CICAD, han emprendido en la lucha antinarcóticos en todo el hemisferio, sobre todo por medio del Reglamento Modelo para el Control de Sustancias Químicas que se utilizan en la Fabricación Ilícita de Estupefacientes y Sus-tancias Psicotrópicas de la Organización de los Estados Americanos, de 1999.

Incluso el Estado venezolano, cuando era miembro de la Comunidad Andina de Naciones –CAN17, se comprometió con la ejecución del Plan Andi-no de Cooperación para la Lucha contra las Drogas Ilícitas y Delitos Conexos, propiamente con el Reglamento Andino para el Control de Sustancias Quí-micas que se utilizan en la Fabricación Ilícita de Estupefacientes y Sustancias Psicotrópicas, materializado en la Decisión 602 de 2004, del cual se derivó el proyecto PRECAN. En éste, los países miembros de la Unión Europea y de la Comunidad Andina de Naciones plantearon, en el mismo sentido, acciones conjuntas para impedir el desvío de precursores químicos y demás sustancias utilizadas para la fabricación de las distintas drogas ilegales, mediante una estricta veri�cación y control.

En el plano interno, Venezuela tiene y ha tenido diversas normas ten-dientes a contrarrestar el narcotrá�co. Por ejemplo, la Ley Orgánica sobre Sustancias Estupefacientes y Psicotrópicas de 1993, remplazada posterior-mente por las leyes orgánicas de 2005 contra el Trá�co Ilícito y el Consumo de Sustancias Estupefacientes y Psicotrópicas y contra el Crimen Organizado; la Resolución No. 185 de la Superintendencia de Bancos y Otras Instituciones Financieras de 2001 para el lavado de activos; y el Plan Nacional Antidrogas (2008-2013), para cuya formulación se ha recibido asesoría de diveros esta-

17 Venezuela fue miembro de la CAN desde 1973, pese a que no fue Estado fundador del Pacto An-

dino en 1969, hasta el 22 de abril de 2006, cuando formalmente se retiró, luego de que el Presidente

Hugo Chávez anunciara aquella salida del proyecto integracionista tres días antes. Señaló que lo

hacía tras la �rma de los tratados de libre comercio de Estados Unidos con Colombia y Perú, ya que

estos TLC iban en contravía de los programas, normativas e instituciones de aquel grupo andino.

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Diferencias ideológicas y aumento del narcotráf ico | 159

dos, e incluso de la CICAD, de la OEA. En cuanto a los organismos consti-tuidos para tal �n, se destaca la existencia de la O�cina Nacional Antidrogas – ONA, máxima entidad encargada de velar por la política antinarcoticos venezolana, de modo semejante al rol que cumple la Dirección Nacional de Estupefacientes en Colombia. Es preciso señalar que este organismo pasó a remplazar a la reconocida Comisión Nacional contra el Uso Ilícito de las Drogas –CONACUID desde el primer semestre de 200618.

18 En general, los antecedentes y desarrollos de la política antidrogas venezolana parten desde la

constitución de “la Comisión contra el Uso Indebido de las Drogas (CCUID), que fue creada el 25

de agosto de 1971, por Decreto N° 684, Gaceta O�cial N° 29.599, durante el Primer Gobierno del

Dr. Rafael Caldera, por iniciativa del entonces Fiscal General de la República Dr. César Naranjo

Ostty. En virtud de este decreto, la Comisión comenzó sus funciones adscrita a la Presidencia de la

República y presidida con carácter Ad-honorem por el Fiscal General de la República, constituida

por representantes de los Ministerios de Relaciones Interiores, Defensa, Educación, Sanidad y Asis-

tencia Social, Justicia y de la O�cina Central de Coordinación y Plani�cación de la Presidencia de

la República a la cual se le asigna la Secretaría de la Comisión. El 17 de julio de 1984, es promulgada

la Ley Orgánica Sobre Sustancias Estupefacientes y Psicotrópicas. La Comisión cambia de denomi-

nación por Comisión Nacional contra el Uso Ilícito de las Drogas (CONACUID) y con naturaleza

jurídica, incrementándose su espectro funcional y por ende su responsabilidad como ente rector

en materia de drogas. No obstante, en el año 1992, se producen cambios en la Comisión Contra el

Uso Indebido de las Drogas, de allí que se reestructura la misma y se le otorga mayor autoridad,

dinamismo y autonomía, a �n de adaptarla a las necesidades del país. Dentro de las reformas

realizadas se establece que sería Presidida por un Comisionado Especial, se determina el número

de integrantes de la Comisión y los organismos, que en ella estarán representados, como son los

Ministerios de Relaciones Interiores (actualmente Ministerio del Interior y Justicia), Relaciones

Exteriores, Hacienda (actualmente Ministerio de Finanzas), de la Defensa, Educación (actualmente

Ministerio de Educación Cultura y Deporte), Sanidad y Asistencia Social (actualmente Ministerio de

Salud y Desarrollo Social), del Trabajo, Transporte y Comunicaciones (actualmente Ministerio de

Infraestructura), Justicia (actualmente Ministerio del Interior y Justicia), de la Familia (Ministerio

de Salud y Desarrollo Social), O�cina Central de Coordinación y Plani�cación de la Presidencia de

la República, O�cina Central de Estadística e Informática y Ministerio Público. En el año 2006, la

Comisión Nacional contra el Uso Ilícito de las Drogas (CONACUID) cesó en sus funciones dando

paso a la creación de la O�cina Nacional Antidrogas (ONA) de conformidad con el decreto No.

4.220, publicado en Gaceta O�cial No. 38.363 de fecha 23 de enero de 2006, en cumplimiento del

artículo 203 de la Ley Orgánica contra el Trá�co Ilícito y el Consumo de Sustancias Estupefacientes

y Psicotrópicas, ley promulgada el 5 de octubre de 2005, reimpresa por error material en fecha 16 de

diciembre 2005 y publicada en Gaceta O�cial No. 38.337. La O�cina Nacional Antidrogas (ONA)

adscrita al Ministerio del Interior y Justicia, es actualmente el órgano desconcentrado de carácter

técnico especial en materia de drogas con autonomía funcional, administrativa y �nanciera. Se

encarga de ‘ejecutar las políticas públicas y estrategias del Estado contra la producción, trá�co, le-

gitimación de capitales y consumo ilícito de drogas; así como de la organización, dirección, control,

coordinación, �scalización y supervisión en el ámbito nacional en lo relacionado con la inteligencia,

represión, prevención, tratamiento, rehabilitación, readaptación social y relaciones internacionales

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Vecindario agitado Colombia y Venezuela: entre la hermandad y la conf lictividad160 |

Sobre las relaciones colombo-venezolanas en el tratamiento binacional que le han dado al narcotrá�co, se puede manifestar, grosso modo, que Vene-zuela ha cooperado historicamente con Colombia. Incluso, se pueden traer a colación diversos sucesos de los últimos diez años entre los que se destacan: la relevancia dada a los temas de narcotrá�co y trá�co ilegal de armas en el periodo de gobierno de Ernesto Samper y Rafael Caldera, especialmente en 1998, cuando se llegó a la �rma de un acuerdo bilateral sobre el Sistema de Inteligencia Policial Binacional19; de igual manera, entre 1999 y 2000, fecha en la que coincidieron en la presidencia de estos países Andrés Pastrana y Hugo Chávez (en su primer gobierno), se siguió priorizando en la agenda bilateral la preocupación por el agudo comercio ilegal de armas, al cual se le sumó en importancia el tema del desplazamiento de población colombiana hacia territorio venezolano, como consecuencia de “los señores de la guerra” (narcotrá�co y grupos armados irregulares). Al mismo tiempo, se brinda-ba a Venezuela un espacio como observador en los dialógos surtidos con la guerrilla, al punto que este país puso su territorio a disposición del proceso de paz que adelantaba el gobierno colombiano con las FARC. Por último, pueden citarse los hechos que desde 2002 hasta el año pasado han sido rele-vantes en los gobiernos paralelos de Álvaro Uribe y Hugo Chávez, los cuales parten desde el 2003, con la Comisión Mixta para la Prevención, Control y Represión del Trá�co Ilícito de Estupefacientes y Sustancias Psicotrópicas. En este marco, conjuntamente en el contexto andino y también bilateralmente, se han gestado medidas armónicas para contrarrestar el creciente comercio

en materia de producción, trá�co y consumo ilícito de sustancias estupefacientes y psicotrópicas,

sustancias químicas y la legitimación de capitales’ y de las demás atribuciones comprendidas en

el artículo 207 de la mencionada ley y de aquellas contenidas en el artículo 7 del referido decreto

(O�cina Nacional Antidrogas, 2007).

19 Claro está que este acuerdo resultó ser una salida conciliada a una de las múltiples tensiones fron-

terizas que han tenido Colombia y Venezuela, como producto del con!icto armado colombiano y,

obviamente, del fenómeno del narcotrá�co, sobre todo desde el ataque de las guerrillas colombianas

al puesto fronterizo Carabobo en 1995, y de los posteriores hostigamientos, como los perpetrados

en el Estado de Apure. “Después de estos acontecimientos surgieron voces planteando una eventual

salida del con!icto de los cauces bilaterales. En Colombia se esbozó la posibilidad de crear una zona

de seguridad en la frontera, mientras que en Venezuela se propuso presentar el caso de los con!ictos

fronterizos ante la Organización de Estados Americanos y ante las Naciones Unidas. Sin embargo,

a pesar de los con!ictos –o quizás, precisamente por ellos– nuevos mecanismos de coordinación y

diálogo se establecieron entre los gobiernos de ambos países, simultáneamente con la reactivación

de comisiones de trabajo largamente postergadas. En el mismo mes de abril se acordó entre los dos

gobiernos un sistema de inteligencia policial” (Hernández, 2001, p. 43).

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Diferencias ideológicas y aumento del narcotráf ico | 161

de drogas ilegales. Hay un diálogo entre autoridades de uno y otro país (mi-nisterios involucrados y la CONACUID con la Dirección Nacional de Estu-pefacientes), hasta llegar a hechos recientes, como la captura del importante narcotra�cante Farid Feris Domínguez20 en Caracas, el 22 de septiembre de 2006. Se trató de una tarea conjunta que permitió el arresto y la deportación, a través de un intercambio de información entre el Departamento Adminis-trativo de Seguridad – DAS y las autoridades venezolanas.

Sin embargo, pese a la existencia de estas disposiciones nacionales e internacionales, y a la más que bien librada cooperación venezolana al pro-blema de las drogas ilícitas en Colombia, recientemente se puede a�mar que Venezuela está adoptando una nueva posición, la cual es bastante nociva para los intereses colombianos y, de paso, estadounidenses. El rol que últimamente viene desempeñando el gobierno venezolano es muy ambivalente, e incluso pareciera que las diferencias ideológicas de los gobiernos se hubiesen tras-ladado al escenario de las drogas21. Pues bien, para nadie es un secreto que Hugo Chávez Frías y Álvaro Uribe Vélez discrepan radicalmente en muchos

20 Narcotra�cante extraditado, perteneciente al cartel de la costa atlántica, con orden de captura en

Colombia desde marzo de 2005. Fue procesado también por una corte de Washington en octubre de

2004 por el delito de narcotrá�co, ya que se estimaba que desde el 2003 había enviado más de seis to-

neladas de cocaína por vía aérea, por lo cual contaba además con una circular roja de la INTERPOL.

21 Otra muestra signi�cativa de esta posición ambigua del gobierno venezolano en el compromiso

internacional y bilateral con Colombia en la lucha antidrogas puede evidenciarse en la reciente Cum-

bre Regional Sobre el Problema Mundial de las Drogas realizado en Cartagena, en el mes de julio de

2008. En un principio, Venezuela comunicó que el Jefe de Estado iría, pero posteriormente; después

del muy anunciado arribo de Chávez a Cartagena se dijo que el mandatario venezolano no asistiría

por razones de seguridad. En este suceso se evidenció un eventual compromiso, al menos formal,

del gobierno venezolano frente a esta problemática mundial. Si bien la declaración de la Cumbre no

aportó estrategias novedosas, sí rati�có el compromiso de los estados asistentes (Álvaro Uribe por

Colombia; de México, Felipe Calderón; de El Salvador, Tony Saca; de Guatemala, Álvaro Colom; de

Panamá, Martín Torrijos, de República Dominicana, Leonel Fernández, así como representantes de

otra veintena de países, desde Nicaragua y Cuba hasta Costa Rica y Honduras) en sostener este tipo

de encuentros de forma anual, a �n de diagnosticar los avances y establecer nuevos métodos para

combatir el narcotrá�co a nivel regional. Con respecto a su ausencia, Hugo Chávez a�rmó que “había

decidido ir, pero en la noche llegaron informaciones preocupantes y serias acerca de movimientos

extraños en torno a la ciudad y a la región donde se desarrolló la cumbre”. No precisó las fuentes y

señaló que por aquel motivo envió a su canciller Nicolás Maduro, a quien le encomendó rati�car

en el encuentro que Venezuela quiere seguir combatiendo el narcotrá�co y que se le debe “exigir la

corresponsabilidad a los grandes países consumidores, empezando por Estados Unidos”. En este

mismo escenario, otra declaración relevante fue la del Canciller venezolano a los medios cuando

se le preguntó sobre “posibles nexos de las FARC con grupos narcotra�cantes”: “en absoluto, no se

puede relacionar lo que no tiene conexión” (“Presidentes �rman Declaración de Cartagena, 2008).

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Vecindario agitado Colombia y Venezuela: entre la hermandad y la conf lictividad162 |

aspectos, incluyendo la política exterior y la idea de integración que han asumido. Colombia se ha ceñido a una política internacional exclusivamente bilateral con Estados Unidos (descuidando las relaciones con los vecinos y, en general, con la región); esto ha acrecentado la alianza entre los dos países y, por consiguiente, el grado de dependencia de Colombia con respecto al país del norte. Ante tal situación, Venezuela se ha mostrado muy cautelosa y crítica, ya que la posición de Washignton frente a un tema, bien sea el nar-cotrá�co o cualquier otro de la agenda internacional, es automáticamente la misma que asume su país vecino de mayor extensión fronteriza.

Otro factor interesante para comprender la lógica con la que actúa la República Bolivariana de Venezuela, en el contexto del narcotrá�co colom-biano, pasa por revisar su posición frente a las FARC. Venezuela ha mostrado internacionalmente proximidades ideológicas, políticas y de otros niveles con esta guerrilla colombiana, tanto en sucesos públicos positivos, como lo han sido las gestiones para la liberación de varios políticos secuestrados por este grupo subversivo, como también en sucesos escandalosos, relacionados bási-camente en el portátil incautado a Raúl Reyes. El gobierno colombiano mani-�esta haber encontrado evidencias que indican que dicho grupo guerrillero le suministró dinero a Hugo Chávez, cuando estaba encarcelado tras el fallido golpe de estado de febrero de 1992. Incluso, se alude a retribucciones econó-micas y lógisticas de Chávez a esta guerrilla desde que asumiera la presidencia.

Tales sucesos tanto positivos como negativos que re!ejan la proximidad entre el gobierno de Caracas y la guerrilla de las FARC son engranajes claves para vislumbrar el cambio gradual que le ha dado Venezuela a su política de cooperación antinarcóticos con Colombia y Estados Unidos. Si bien el go-bierno venezolano no ha descuidado del todo este copromiso internacional, sí ha mostrado una faceta un poco tolerante o descuidada con relación a la que historicamente venía desarrollando. Más aún, en los últimos paulatinamente se ha acrecentado el con!icto Colombia-Venezuela, desde la captura irregu-lar de Rodrigo Granda en territorio venezolano, el 16 de diciembre de 2004.

Vale la pena esbozar tres visiones explicativas sobre la posición que en la actualidad viene desempeñando Venezuela en la lucha colombo-americana en contra del narcotrá�co, en el contexto coyuntural aludido anteriormente, que permite prever unos efectos en materia antinarcóticos producto de la crisis reciente originada por las acusasiones recíprocas entre los gobiernos colombiano y venezolano, situación que ha perjudicado de manera signi�-cativa las relaciones diplomáticas entre ambos países. Esta crisis recoge las múltiples tensiones y con!ictos acaecidos tanto históricamente como en la

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Diferencias ideológicas y aumento del narcotráf ico | 163

actualidad, en los cuales irradia una posición pasional de ambos gobernan-tes. Esto como producto de las exacerbaciones causadas por la revocatoria de Uribe a Chávez en el papel de mediador para el acuerdo humanitario, su-mada a las molestias ocasionadas por la incursión arbitraria de las Fuerzas Militares colombianas en Ecuador, para bombardear el campamento de las FARC, donde se encontraba “Raúl Reyes”. Finalmente, hay que señalar las incontables calumnias entre uno y otro mandatario, a partir de la informa-ción conocida en este último suceso.

Situación actual: ¿falta de compromisos en la contención del trá�co de estupefacientes en Colombia o actuaciones permisivas conscientes por parte de Venezuela?

En la actualidad se viene visualizando una desmesurada participación de actores tanto particulares como o�ciales corruptos en el comercio ilegal de drogas en Venezuela. Tal situación preocupa cada vez más a los países di-rectamente interesados, y a los organismos y organizaciones internacionales comprometidos en la lucha contra el problema trasnacional de la droga22.

22 El reciente informe del International Crisis Group sobre la Droga en América Latina, “Perdiendo

la lucha” (Informe No. 25 del 14 de marzo de 2008), hace hincapié en el nuevo y relevante papel

que está jugando Venezuela en la distribución y transporte de la droga. En el acápite dedicado a

Venezuela, cuando se exploran los actores y las rutas del narcotrá�co en la región andina, se se-

ñala lo siguiente: “Aunque los cultivos de droga en Venezuela todavía se consideran marginales,

los cargamentos de cocaína en tránsito han aumentado notoriamente. Algunas fuentes calculan

que entre 220 y 300 toneladas –entre un tercio y casi la mitad de la producción anual estimada de

Colombia– pasan anualmente por este país. Se cree que los vuelos de droga con destino al norte se

triplicaron entre 2003 y 2006. Venezuela se ha convertido en un importante país de tránsito por varias

razones: su frontera de más de 2.000 km con Colombia di�culta la vigilancia y la interdicción; las

comunidades en algunas zonas de la región fronteriza tienen una larga tradición de contrabando; la

polarización y la volatilidad políticas son caldo de cultivo para la criminalidad y la violencia, como

sucede también con la corrupción generalizada de las Fuerzas Armadas y la Guardia Nacional; y las

menguadas relaciones con Estados Unidos y Colombia han perjudicado la cooperación en el tema

antinarcóticos. Las autoridades venezolanas aseguran que ha habido progresos en la lucha contra

las drogas ilícitas, pero el !ujo de cocaína en el país ha aumentado y las cifras o�ciales denotan

una reducción preocupante en las incautaciones desde 2005. La Comisión Nacional contra el Uso

Ilícito de las Drogas (CONACUID) reportó el decomiso de 32,2 toneladas de cocaína y 443 kilos

de heroína en 2003 y de 31,2 toneladas de cocaína y 658 kilos de heroína el año siguiente. En 2005,

las incautaciones de cocaína alcanzaron un pico de 58,4 toneladas, mientras que los decomisos de

heroína disminuyeron a 394 kilos. La recientemente creada O�cina Nacional Antidrogas (ONA)

anunció la incautación de apenas 39,8 toneladas de cocaína y 271 kilos de heroína en 2006, y de 31,8

toneladas de cocaína y 130,8 kilos de heroína en 2007. (…) Los narcotra�cantes colombianos están

utilizando cada vez más el territorio venezolano para introducir su cocaína en Estados Unidos y

Europa, en especial los Estados de Zulia, Táchira y Apure, en el occidente y suroccidente. Algunas

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Vecindario agitado Colombia y Venezuela: entre la hermandad y la conf lictividad164 |

Particularmente los países europeos y Estados Unidos han asumido con preocupación el nuevo rol que viene desempeñando el territorio venezolano como muelle !uvial de la droga colombiana. Esto en razón de que el 78% del narcotrá�co compromete rutas marítimas en las cuales el Atlántico vene-zolano ha pasado a ser la principal puerta de salida de la droga de Colombia hacia Centroamérica, el Caribe y África.

Asimismo, aquel protagonismo de las nuevas rutas del narcotrá�co en aquella zona norte de la región andina (frontera territorial, !uvial y maríti-ma colombo-venezolana) ha vislumbrado las diversas vinculaciones infor-males que tienen las organizaciones criminales estables colombianas con Venezuela. Si bien es sumamente delicado acusar al gobierno vecino de una ayuda directa y abierta a grupos subversivos e irregulares narcotra�cantes, sí existen críticas y reclamaciones de Colombia y Estados Unidos por funcio-narios corruptos que facilitan el fortalecimiento del narcotrá�co en ese país, a la vez que se arremete contra la falta de cifras que respalden una gestión comprometida con el problema de la droga en este continente. De hecho,

el !ujo creciente de cocaína por el país, los volúmenes relativamente

pequeños de cocaína incautada y los indicios cada vez más claros de

corrupción generalizada en la Guardia Nacional y otras instituciones

estatales llevan a la conclusión de que no se está haciendo lo su�ciente

para afrontar el problema. (International Crisis Group, 2008a, p. 15)

Lo que más genera alarma son los indicios que corroboran una coopera-ción del o�cialismo venezolano al grupo guerrillero de las FARC, y en espe-cial el vínculo que guarda esta organización ilegal con el narcotrá�co como fuente directa de �nanciación23. Esto preocupa seriamente a los gobiernos de Washington y Bogotá, por cuanto las investigaciones demuestran que las

fuentes creen que la reubicación del trá�co por Venezuela se debe tanto a peleas entre narcotra�-

cantes como al mejoramiento en la aplicación coercitiva de la ley en Colombia, sobre todo en los

departamentos de Norte de Santander, Santander y Cesar” (2008a, pp. 12-13).

23 Antonio María Costa, Director Ejecutivo de la O�cina de las Naciones Unidas contra la Droga

y el Delito, reitera en el prefacio del último informe sobre el monitoreo de cultivos de coca en Co-

lombia, que existe una fuerte relación entre dominio de territorios por grupos armados ilegales y

crecimiento de cultivos de coca en estas zonas. Señala expresamente: “La producción de hoja de

coca y de cocaína en 2007 estuvo concentrada en diez municipios (de un total de 195 productores)

que responden por no menos de 288 toneladas métricas de producción potencial de cocaína (48%

del volumen total) y por 35,000 hectáreas de cultivos de coca (36% de la super�cie total). No puede

ser una coincidencia que la mayor parte de las áreas donde existe la mayor cantidad de cultivos de

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Diferencias ideológicas y aumento del narcotráf ico | 165

FARC son uno de los principales actores del narcotrá�co en la región, que además ha instrumentalizado la clandestinidad imperante en la frontera colombo-venezolana para cristalizar rutas seguras que oxigenen sus �nanzas, con el respaldo y tranquilidad que sólo un gobierno aliado le puede brindar.

En efecto, la sumatoria de hechos que evidencian un panorama bipolar donde Venezuela guarda simpatías con las FARC, mientras Estados Unidos y Colombia alinean posturas en diversos tópicos internacionales, entre los cuales el narcotrá�co es el rótulo central de las relaciones binacionales, hace prever un sinfín de interpretaciones válidas sobre acontecimientos concatenados en las actuales relaciones diplomáticas colombo-venezolanas. Discrepancias políticas y diplomáticas de Venezuela con los gobiernos colombiano y estadounidense, contrastadas con la participación y permisividad reciente de los venezolanos en el narcotrá�co, permiten vislumbrar al menos tres lecturas sobre la relación de estos hechos, a partir de distintos niveles de especulación política.

En primer lugar, una interpretación de la relación entre las diferencias diplomáticas y el crecimiento de los niveles de narcotrá�co en Venezuela permite sentar la posición menos ignominiosa. Desde este punto de vista no se trataría de un vínculo intencional sino negligente y descuidado, derivado de un diálogo poco !uido entre las naciones interesadas. Es decir, el Estado venezolano se considera en esta perspectiva como un país aún comprometido en la lucha contra las drogas, en tanto esa es la posición o�cial y brinda unos resultados que, sin ser los más deseados, al menos permiten soportar una lucha que estadísticamente viene decreciendo. Sin embargo, el diálogo con Estados Unidos y Colombia para erradicar las rutas que se han establecido en territorio venezolano son muy precarias, pues la arremetida antidrogas es muy super�cial y se caracteriza por la ausencia de políticas coordinadas y estrategias de cooperación. En este sentido, la postura de Venezuela tiene las siguientes características: i) compromisos históricos, jurídicos y multi-nacionales que lo hacen partícipe en la lucha contra el narcotrá�co; y ii) con debilitamiento institucional, problemas de corrupción y enemistad política diplomática, que la desestimula para trabajar con las naciones interesadas en una arremetida antidroga de fondo.

De esta forma, las agudas diferencias venezolanas con el gobierno de Bush, y recientemente las públicas animadversiones contra el presidente Uri-be, se rea�rman también en el contexto antidrogas. Cuando dos o más países

coca se encuentren bajo la in!uencia de grupos ilegales. En el pasado y en otros países hemos obser-

vado la relación simbiótica entre la insurgencia y las drogas ilícitas” (Naciones Unidas, 2008, p. 3).

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Vecindario agitado Colombia y Venezuela: entre la hermandad y la conf lictividad166 |

guardan una buena relación se facilitan las actividades conjuntas para con-trolar y erradicar la problemática concurrente. No obstante, las discrepancias en las relaciones internacionales y diplomáticas entre los gobiernos de Co-lombia y Estados Unidos para con Venezuela han hecho que este último se dé el lujo de truncar las actividades conjuntas, reduciendo la e�ciencia de estos operativos. De tal modo que Colombia y Estados Unidos son parcialmente dependientes del gobierno venezolano para brindar resultados e�caces, y se ven lesionados sus intereses cada vez que se debilitan las relaciones políticas entre estas naciones, ya que el narcotrá�co no es una prioridad para Vene-zuela sino para los gobiernos estadounidense y colombiano.

Muestra de ello son las descripciones y análisis que aseveran un descuido venezolano en detrimento de los intereses colombo-americanos y de las estra-tegias binacionales y multinacionales para combatir el narcotrá�co. Pues bien,

durante muchos años, Venezuela cooperó estrechamente con las autori-

dades antinarcóticos de Estados Unidos. Sin embargo, poco después de

posesionado el presidente Hugo Chávez en 1999, prohibió los vuelos de

interdicción con tripulación mixta sobre el territorio venezolano. Estados

Unidos dice que Venezuela no se ha comprometido plenamente con el

control del narcotrá�co desde 2005, cuando se suspendió el convenio

bilateral de cooperación en la lucha contra la droga, y que hoy en día

es el principal lugar de transbordo de la droga colombiana. Como los

narcotra�cantes explotan todas las rutas a los mercados, la cooperación

internacional es esencial. La animadversión de Chávez hacia el gobierno

de Bush ha impedido esta cooperación. Venezuela ya no forma parte de

la Fuerza de Tarea Conjunta Interagencial Este (Joint Interagency Task

Force-East, JIATF), cuyos radares monitorean vuelos y barcos en el Ca-

ribe y a lo largo de la costa suramericana. Las autoridades venezolanas

parecen no estar ni siquiera dispuestas a recibir inteligencia en tiempo

real. (…) Aseguran que Estados Unidos utiliza la guerra contra las dro-

gas para sus propios �nes políticos y que Venezuela se ha convertido

en uno de los países que más incautaciones de cocaína ha hecho, pese

a carecer de los cuantiosos recursos que Washington aporta a otros.

Dicen que hay cooperación con muchos países, pese al alto costo que

implica la interdicción. Dicha cooperación, sobre todo con Colombia

y los países del Caribe, es vital. Sin embargo, altos funcionarios dicen

que las relaciones con Colombia han ido empeorando progresivamente,

porque a este país se lo percibe como un lacayo que repite las críticas de

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Estados Unidos. Sin embargo, estas críticas no sorprenden cuando es

posible señalar aumentos sustanciales de vuelos rastreados por radar de

Venezuela a La Española. Estados Unidos sostiene que Venezuela no ha

actuado con base en información que le ha suministrado sobre dichos

vuelos. (International Crisis Group, 2008b, p. 27)

De lo anterior se desprende una relativa indiferencia venezolana frente a la política antinarcóticos de Colombia, vista como una actitud o reacción producto de la crisis y las discrepancias con los gobiernos de Colombia y Estados Unidos.

Claro está que los mismos hechos citados en el informe No. 26 del In-ternational Crisis Group dejan entrever también una posición preventiva por parte del gobierno venezolano, que en cierta medida pareciera tomar distan-cia de organismos militares y de inteligencia estadounidenses, en procura de una política de defensa bastante descon�ada. Así las cosas, ésta sería una segunda interpretación del actuar reciente de Venezuela frente a la política antinarcóticos, no sólo en Colombia, sino en toda la región andina, ya que públicamente se han realizado acusaciones desde la presidencia y la canci-llería venezolana dirigidas a los Estados Unidos. Se tilda a esta nación de ser un imperio interesado en desmontar el gobierno vigente en Venezuela, y que para tal �n los instrumentos de lucha contra el narcotrá�co pueden conducir a un objetivo paralelo y conspirador, esto es, derrocar a Chávez, o incluso invadir al Estado venezolano.

Desde este punto de vista, se entrelazaría el crecimiento proporcional del narcotrá�co en Venezuela con el deterioro de las relaciones con Estados Unidos. A su vez, implícitamente estaría vinculado con el fortalecimiento de las relaciones de este último con su país colindante: Colombia. O sea, que la falta de cooperación con Colombia y USA en el combate frontal y constante contra el narcotrá�co deja de verse como una omisión o permisión accidental, y pasa a considerarse como una estrategia defensiva del gobierno venezo-lano. Como una política informal de defensa ante una inminente invasión estadounidense desde Colombia. El retiro de agencias de inteligencia como la DEA, el desconocimiento y el caso omiso a llamados de inteligencia real e hipotética en rutas, cultivos, capos y funcionarios corruptos, además del marginamiento en el adiestramiento militar y operacional de las fuerzas militares y policiales de Venezuela por parte del ejército estadounidense, e incluso los retiros formales de planes conjuntos como la Fuerza de Tarea Con-junta Interagencial del Este, hacen que esta idea deje de ser tan descabellada.

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Por último, un planteamiento más especulativo y disuasivo es aquel que señala al gobierno venezolano como un actor desafecto a la política an-tinarcóticos colombiana. Por ello, gesta actuaciones permisivas, clandestinas pero consientes, pues su a�nidad con la guerrilla de las FARC se ve materia-lizada en cooperaciones tangibles a través de un espacio en el cual el grupo subversivo pueden ejercer, de forma más tranquila, su principal actividad ilegal de la que deriva su �nanciación. Esta tercera interpretación, que busca explicar el reciente descuido de Venezuela en la represión al narcotrá�co, entrelazando las a�nidades y diferencias políticas con los demás actores in-mersos, presupone una postura estratégica a mediano y largo plazo, que aún considera posible el ascenso de la revolución armada al poder en Colombia. De esta forma, se estaría patrocinando en la clandestinidad a un futuro y tentativo “gobierno aliado”, y se estaría administrando un territorio de suma importancia para los intereses geopolíticos del país vecino.

Si bien esta última lectura del con!icto binacional y sus efectos en el plano antinarcóticos carece de información veraz y precisa que sustente una hipótesis de esta envergadura, sí se pueden identi�car insumos em-píricos y análisis con credibilidad. Así se torna verosímil esta idea de un apoyo indirecto a la �nanciación de las FARC, a través de la permisividad y una gestión burocrática (tildada a veces de corrupta). No debe obviarse lo anteriormente a�rmado sobre las relaciones de la guerrilla con el nar-cotrá�co para sostener su lucha armada, y la consecuente reacción guber-namental y estadounidense de luchar contra estructuras narcotra�cantes y guerrilleras. Así, pues, se a�rma que “es probable que el apoyo abierto de Chávez a las FARC, buena parte de cuyas �nanzas provienen del narco-trá�co, limitará la energía que las fuerzas de seguridad dediquen a frenar el trá�co” (International Crisis Group, 2008b, p. 29).

En todo caso, la validez de cualquiera de estas tres revisiones al papel que viene desempeñando el Estado venezolano en la crisis diplomática ac-tual, y los efectos de aquella tensión en la guerra contra el narcotrá�co, deben seguirse con detenimiento. Hay que considerar que los escándalos suscita-dos periódicamente, y transmitidos por los medios de comunicación, cada vez tienen más eco en el discurso político de los gobiernos involucrados en la lucha antidrogas. Si bien la participación en el narcotrá�co y el eventual patrocinio que se le pueda imputar al gobierno de Chávez para que organiza-ciones como las FARC puedan dominar rutas y comercializar cocaína y otros estupefacientes a través de Venezuela, para solventar sus gastos de guerra, son cuestiones muy delicadas que Colombia no puede ventilar ligeramente. Ya se

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empiezan a activar los primeros detonadores que la prensa de ambos países ha avizorado y que los gobiernos han manejado de manera prudente. Muestra de ello es el cubrimiento periodístico que le han dado los medios de comu-nicación colombianos a las denuncias, las cuales van desde investigaciones que involucran claramente a funcionarios públicos y militares venezolanos (de todo nivel) en el suministro de documentación falsa, escolta y cuidado de cargamentos, hasta llegar al reciente escándalo del General Hugo Carvajal, que ilustra una supuesta desfachatez estructural de agencias estatales vene-zolanas (en este caso desde la Dirección General de Inteligencia Militar), que auxilian a narcotra�cantes y guerrilleros colombianos24.

En síntesis, tanto el sostenimiento como los cambios de posición de Venezuela frente a la política binacional de Colombia y Estados Unidos de combatir el narcotrá�co guardan una estrecha relación con las orientacio-nes políticas que toman los gobiernos a partir de las tensiones y diferencias coyunturales y estructurales. Esto permite a�rmar que el narcotrá�co no es un tema aislado de la agenda de aquellos países, y que, por lo tanto, obvia-mente la cooperación en la lucha antidrogas no se encuentra al margen de las consecuencias que arroje una intensi�cación de las malas relaciones. En este contexto, Venezuela ha asumido una posición ambivalente. Su política

24 En la edición No. 1344 de la revista colombiana Semana, la portada centra su atención en “es-

candalosos nexos del general venezolano Hugo Carvajal con las Farc y los narcos”. El artículo

central se titula: “El Montesinos de Chávez”. En esta investigación periodística se traen a colación

diversas fuentes, testimonios y documentos comprometedores para este militar venezolano. Se

a�rma que Carvajal es un hombre de mucha con�anza del presidente Chávez, el cual se desem-

peña como General de División del ejército venezolano, y es un comandante de la inteligencia

de este país. Las acusaciones de este importante medio colombiano señalan que “dos agencias

de inteligencia de países con gran experiencia en materia de espionaje tienen información que

consideran altamente con�able de que Carvajal ha facilitado protección y documentos de iden-

ti�cación a guerrilleros y narcotra�cantes de Colombia en territorio venezolano (…). Y como si

fuera poco, el general está en la mira de estas agencias por su supuesta participación en la tortura

y el asesinato de dos miembros del Ejército colombiano, que según información de Bogotá, per-

seguían a guerrilleros que estaban refugiados en Venezuela. (…) Dicen los testigos que aparte de

sus relaciones con la guerrilla, Carvajal le ha dado gran importancia a la contrainteligencia y ha

cometido excesos que van desde cacerías de brujas injusti�cadas hasta torturas de miembros de

las propias FAN por simples sospechas de deslealtad. (…) Por eso no es extraño que diarios como

El País de España y #e Washington Post de Estados Unidos hayan publicado en los últimos meses

informes sobre los nexos entre uniformados de Venezuela y guerrilleros de las FARC”; lo cual

además se complementa con una serie de testimonios y fotos de documentos que ejempli�can

casos especí�cos donde la DISIP (Dirección General de Servicio de Inteligencia y Prevención) ha

otorgado permisos de porte de armas, carnet de identi�cación de la agencia y demás o�cios que

brindan un fuero a narcotra�cantes y guerrilleros colombianos en ese país” (pp. 30-34).

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antinarcóticos ha estado asediada por intereses de diferentes procedencias. No puede ignorar el tema por la relevancia internacional que ostenta la lucha contra las drogas psicoactivas, pero debe equilibrar la cooperación con actores armados irregulares con las a�nidades ideológicas. Además, tiene que lidiar con la insistencia de Estados Unidos y Colombia, binomio problemático que controla permanentemente su imagen internacional para catalogarlo como un enemigo de la lucha antinarcóticos.

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