Domingo XXVIII Tiempo Ordinariohomiletica.iveargentina.org/wp-content/uploads/2016/10/... ·...
Transcript of Domingo XXVIII Tiempo Ordinariohomiletica.iveargentina.org/wp-content/uploads/2016/10/... ·...
Texto Litúrgico
Exégesis
Comentario
Teológico
Santos Padres
09octubre
Domingo XXVIII Tiempo Ordinario (Ciclo C) – 2016
Aplicación
Directorio
Homilético
Información
Textos Litúrgicos· Lecturas de la Santa Misa· Guión para la Santa Misa
Domingo XXVIII Tiempo Ordinario (C)
(Domingo 9 de Octubre de 2016)
LECTURAS
Volvió Naamán adonde estaba el hombre de Dios
y alabó al Señor
Lectura del segundo libro de los Reyes 5, 10. 14-17
El profeta Eliseo mandó un mensajero para que dijera a Naamán, el leproso: «Ve a
bañarte siete veces en el Jordán; tu carne se restablecerá y quedarás limpio».
Naamán bajó y se sumergió siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del
hombre de Dios; así su carne se volvió como la de un muchacho joven y quedó limpio.
Luego volvió con toda su comitiva adonde estaba el hombre de Dios. Al llegar, se
presentó delante de él y le dijo: «Ahora reconozco que no hay Dios en toda la tierra, a
no ser en Israel. Acepta, te lo ruego, un presente de tu servidor». Pero Eliseo replicó:
«Por la vida del Señor, a quien sirvo, no aceptaré nada». Naamán le insistió para que
aceptara, pero él se negó. Naamán dijo entonces: «De acuerdo; pero permite al
menos que le den a tu servidor un poco de esta tierra, la carga de dos mulas, porque
tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses, fuera del Señor».
Palabra de Dios.
SALMO Sal 97, 1-4 (R.: cf. 2b)
R. El Señor manifestó su victoria.
Canten al Señor un canto nuevo,
porque Él hizo maravillas:
su mano derecha y su santo brazo
le obtuvieron la victoria. R.
El Señor manifestó su victoria,
reveló su justicia a los ojos de las naciones:
se acordó de su amor y su fidelidad
en favor del pueblo de Israel. R.
Los confines de la tierra han contemplado
el triunfo de nuestro Dios.
Aclame al Señor toda la tierra,
prorrumpan en cantos jubilosos. R.
Si somos constantes, reinaremos con Cristo
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 2, 8-13
Querido hermano:
Acuérdate de Jesucristo, que resucitó de entre los muertos y es descendiente de
David. Ésta es la Buena Noticia que yo predico, por la cual sufro y estoy encadenado
como un malhechor. Pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso soporto
estas pruebas por amor a los elegidos, a fin de que ellos también alcancen la
salvación que está en Cristo Jesús y participen de la gloria eterna.
Esta doctrina es digna de fe:
Si hemos muerto con Él, viviremos con Él.
Si somos constantes, reinaremos con Él.
Si renegamos de Él, Él también renegará de nosotros.
Si somos infieles, Él es fiel,
porque no puede renegar de sí mismo.
Palabra de Dios.
ALELUIA 1Tes 5, 18
Aleluia.
Den gracias a Dios en toda ocasión:
esto es lo que Dios quiere de todos ustedes,
en Cristo Jesús.
Aleluia.
EVANGELIO
Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 17, 11-19
Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al
entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a
distancia y empezaron a gritarle: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!»
Al verlos, Jesús les dijo: «Vayan a presentarse a los sacerdotes». Y en el camino
quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz
alta y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un
samaritano.
Jesús le dijo entonces: «¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros
nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?» Y
agregó: «Levántate y vete, tu fe te ha salvado».
Palabra del Señor.
Volver Textos Litúrgicos
GUION PARA LA MISA
Domingo XXVIII- TIEMPO ORDINARIO
CICLO C
Entrada:
En esta Eucaristía dominical, acción de gracias por excelencia, unámonos al sacrificio
redentor de Cristo con espíritu agradecido por todos los bienes con que el Padre nos
bendice en cada momento, y vivamos en alabanza continua a la Santísima Trinidad.
1º Lectura:
2 Reyes 5,10.14-17
La lepra del cuerpo, en el Antiguo Testamento, era símbolo del pecado del alma. Así
como el profeta Eliseo limpia de la lepra al sirio Naamán, Dios limpia del pecado al
que se arrepiente.
2º Lectura:
2 Tim. 2,8-13
La Palabra de Dios goza de libertad y nos exhorta continuamente a la fidelidad.
Evangelio:
Lc. 17,11-19
Jesucristo cura a diez leprosos y así manifiesta su divinidad. De esta manera también
manifiesta su misericordia para con las miserias del cuerpo y la miseria del alma, el
pecado.
Preces:
Reunidos, hermanos para recordar los beneficios de nuestro Dios, pidámosle
que inspire nuestras plegarias, para que merezcan ser atendidas.
A cada intención respondemos:
-Por el Santo Padre, los obispos y los presbíteros para que fieles al mandato del
Señor conduzcan al rebaño, confiado a su solicitud pastoral, hacia el único Señor que
tiene Palabras de vida eterna. Oremos.
-Por nuestros hermanos afligidos por la falta de trabajo, la soledad, la guerra y
violencia, para que confiando en la Providencia divina, su tristeza se convierta en
gozo. Oremos.
-Por los cristianos que fieles a la escucha de la Palabra de Dios sean sembradores
infatigables de la Buena Noticia y que en medio del mundo sean faros que
resplandezcan en santidad de vida. Oremos.
-Por la unidad en las familias, especialmente por los matrimonios que están pasando
dificultades, para que la mutua comprensión sea lo que los empuje a vivir según el
Evangelio del amor y del perdón. Oremos.
-Por nosotros que estamos reunidos en torno al altar, en la fe y la caridad nos
reunamos un día en el reino eterno. Oremos.
Que te sean gratos, Señor, los deseos de tu Iglesia suplicante, para que tu
misericordia nos conceda lo que no podemos esperar por nuestros méritos. Por
Jesucristo nuestro Señor.
Ofertorio:
-Ofrecemos incienso como oración de alabanza al Dios Santo, Uno y Trino.
-Juntamente con el pan y el vino ofrecidos para el sacrificio, unimos todo nuestro ser
para participar plenamente en la inmolación del Señor.
Comunión:
-Acerquémonos a recibir a Jesús sacramentado diciendo las palabras del apóstol S.
Pedro: “Señor a dónde iremos sólo Tú tienes palabras de vida eterna”.
Salida:
Que como María Santísima, ejemplo de alma agradecida, cantemos el Magníficat en
medio de nuestras actividades diarias.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _
Argentina)
Volver Textos Litúrgicos
Inicio
Exégesis
· Alois Stöger
El samaritano agradecido
(Lc.17,11-19)
11 Y mientras él iba de camino a Jerusalén, atravesaba por Samaria y Galilea.
Jesús va de camino; una vez más vuelve a recordarse la marcha (Rom_9:51;
Rom_13:22). La meta de la marcha es Jerusalén. El camino va por Samaría y Galilea.
Jesús venía de Galilea, pasaba por Samaría y continuaba hacia Jerusalén. Sólo
quien, como Lucas, mira hacia atrás al camino, puede escribir así: Por Samaría y
Galilea. La marcha y la acción están tan dominadas por Jerusalén, que sólo desde
aquí se puede ver el camino. Sólo en función de Jerusalén, donde aguarda la
elevación de Jesús, puede comprenderse su camino, su marcha y su acción.
El relato había comenzado con un hecho acontecido en Samaría; otro hecho que trae
a la memoria a Samaría inicia la última parte de la marcha. Samaría es el puente por
el que la palabra de Dios va de Galilea a Jerusalén, y por el que va de Jerusalén a los
gentiles. El encargo del Resucitado era de este tenor: «Seréis testigos míos en
Jerusalén, y en toda Judea y Samaría, y hasta en los confines de la tierra» (Hec_1:8).
En el camino de Jesús está diseñado el camino de su Iglesia; su camino es fruto de
los caminos de Jesús.
12 Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron
a distancia, 13 y levantaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten compasión de
nosotros! 14 Cuando él los vio, les dijo: Id a presentaros a los sacerdotes. Y sucedió
que, mientras iban, quedaron limpios.
También ahora va el camino de ciudad en ciudad y de aldea en aldea (Mat_13:22). La
enfermedad y la miseria reúnen a los hombres y hacen olvidar los odios nacionales
entre judíos y samaritanos (Mat_9:53; Jua_4:4-9). A los leprosos les estaba permitido
entrar en aldeas, pero no en ciudades amuralladas, no digamos en la santa ciudad de
Jerusalén. «El leproso, manchado de lepra, llevará rasgadas sus vestiduras, desnuda
la cabeza, y cubrirá su barba, e irá clamando: ¡Inmundo, inmundo! Todo el tiempo que
le dure la lepra será inmundo. Es inmundo y habitará solo; fuera del campamento
tendrá su morada» (Lev_13:45 s).
Jesús es llamado Maestro. Hasta ahora sólo le habían hablado así los apóstoles,
subyugados por su poder (Lc_5:5; Lc_9:49), llenos de asombro por su gloria
(Lc_9:33), o cuando esperaban ayuda en su desamparo (Lc_8:24). A esta
interpelación añaden los leprosos una invocación implorando misericordia.
Jesús es maestro de la ley, lleno de poder y de misericordia. En él ha amanecido el
reino de Dios, que se revela en poder y misericordia a todos los hombres.
A los leprosos dirige Jesús la instrucción de cumplir la ley relativa a la purificación de
la lepra, todavía antes de que hayan quedado limpios. «Esta será la ley del leproso
para el día de su purificación» (Lev_14:2). En la obediencia a la ley, que les indica
Jesús, hallarán salvación los leprosos. El que oye a Moisés y a los profetas, se salva
(Lc_16:29). También el samaritano, que es un extraño para los judíos, halla la
salvación por este camino. Por Jesús viene de los judíos al samaritano la salud
(Jua_4:22).
15 Entonces uno de ellos, al verse curado, volvió atrás, glorificando a Dios a grandes
voces, 16 y se postró ante los pies de Jesús, para darle las gracias. Precisamente
éste era samaritano.
Probablemente se efectúa la curación mientras los leprosos estaban todavía en
camino hacia el sacerdote. Uno de los curados regresa de inmediato. Glorifica a Dios
alabándolo y dándole gracias. Dios actúa por Jesús. El curado pronuncia su alabanza
de Dios delante de Jesús, postrándose a sus pies. Dios causa la salvación por Jesús.
La gracia de Dios apareció en él. Esto se reconoce mediante la acción de gracias.
La proximidad de Dios causa profunda emoción. Quien experimenta la proximidad de
Dios clama a grandes voces: los demonios (Jua_4:33; Jua_8:28), el pueblo a la
entrada de Jesús en Jerusalén (Jua_19:37), Jesús mismo al morir (Jua_23:23; cf.
Hec_7:60). Igualmente se postra de hinojos ante Jesús quien rinde homenaje a Dios
presente en él: el padre de la hija moribunda (Lc_8:41); el leproso que implora su
curación (Lc_5:12). En Jesús se hace visible el poder y la misericordia de Dios. Jesús
es la epifanía de Dios. En él está presente el reino de Dios.
El curado que vuelve a Jesús es un samaritano. Como el samaritano compasivo
estaba en el camino del Evangelio y del reino de Dios con sus buenos servicios llenos
de compasión, así también lo está este samaritano por medio de su gratitud. La
sencillez y los nobles sentimientos humanos son un camino hacia la salvación si van
unidos a la fe en la palabra de Jesús, en la que se encierran la ley y los profetas. La
palabra da fruto si se acoge en un «corazón noble y generoso» (Lc_8:15). En el
samaritano se diseña el camino del Evangelio hacia los paganos.
17 Y Jesús replicó: ¿Pues no han quedado limpios los diez? ¿Dónde están los otros
nueve? 18 ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino sólo este extranjero?
9 Luego le dijo: Levántate y vete; tu fe te ha salvado.
Jesús había esperado que volvieran todos y dieran gloria a Dios, por él. Por él vienen
las gracias de Dios, por él se da gloria a Dios. «No hay salvación en otro hombre»
(Hec_4:12). Sólo el extranjero regresa. El samaritano, que, como extranjero, no
cuenta entre los hijos de Israel, no osa formular exigencias a Dios. Lo que recibe lo
toma como presente de la gracia de Dios y da gracias. Los judíos no dan gracias
porque son judíos y consideran como debidos los dones de Dios. Reciben del enviado
de Dios lo que, según ellos, les corresponde. Les falta la actitud fundamental
necesaria para recibir la salvación. En el extranjero se hallan actitudes que facilitan el
acceso a ella: gratitud, alabanza, confesión de la propia pobreza delante de Dios. El
camino de la salvación está abierto a todos, incluso a los extranjeros, a los
pecadores, a los gentiles. Lo que salva es la fe, la decisión y entrega a la palabra de
Jesús y a la acción salvífica de Dios a través de él.
(Stöger, Alois, El Evangelio según San Lucas, en El Nuevo Testamento y su
Mensaje, Editorial Herder, Madrid, 1969)
_________________________________________________
Las palabras «por Samaria y Galilea» crean desde antiguo dificultades para su
explicación, como lo muestran la tradición manuscrita y las tentativas de explicación.
«Por Samaria y Galilea» se explica con frecuencia: «entre Samaria y Galilea», por la
zona limítrofe de estas dos fajas de tierra (cf. Mar_10:1; Mat_19:1). Hay quien,
haciendo historia, lo explica así: «Jesús, viniendo del oeste, caminaría algún tiempo
siguiendo la línea divisoria entre Galilea y Samaría, para llegar al Jordán; río abajo iba
el camino directo hacia Jerusalén» (F. ZEHRER).
Volver Exégesis
Inicio
Comentario Teológico· P. Leonardo Castellani
El paso augusto de Dios
El evangelio de este Domingo relata la curación de diez leprosos, y se podría
llamar “el Evangelio de la Ingratitud”, tomando ese título de un gran sermón de San
Bernardo, el XLIII. Aparentemente no hay nada que comentar en él: el Salvador o
Salud-Dador -que esto significa Salvador- curó a los leprosos, uno de ellos dio la
vuelta a darle las gracias y el Salvador reprendió la ingratitud de los otros nueve. El
gran exégeta Maldonado dice: “el que quiera interpretaciones alegóricas, que lea San
Agustín, Teofilacto o San Bernardo”; la interpretación literal no tiene dificultad ninguna,
es un relato simple, uno de tantos entre los milagros que hizo Nuestro Señor... La
gratitud y la ingratitud todos saben lo que son: al Samaritano curado que volvió a
agradecer, Jesucristo le dijo: “Tu fe te ha sanado”, como lo hubiera dicho a los otros
nueve judíos si hubieran venido; porque fe aquí (pistis en griego) significa
simplemente confianza, fiarse de alguno, que es el significado primitivo de esa
palabra, dice Maldonado. Y ellos tuvieron confianza en Cristo que les dijo: “Vayan a
mostrarse a los sacerdotes”, que era lo que el Levítico, capítulo XIV, mandaba a los
leprosos ya curados; ellos se pusieron en camino confiadamente: y en la mitad del
camino se sintieron sanos...
No hay nada que comentar. No hay enseñanzas profundas... Listo.
En cualquier trozo del Evangelio hay una enseñanza profunda: sucede sin
embargo que no la vemos: no somos capaces de desentrañarla a veces.
Lástima que Maldonado murió hace casi cuatro siglos: me gustaría hablar con
él.
–¡Che, andaluz! –le diría–. ¿No te parece que Cristo hizo aquí una
andaluzada? ¿Te parece tan sencillo lo que dijo Cristo? Dime un poco, gachó: los
leprosos curados ¿fueron todos al sacerdote, recibieron su certificado que los restituía
a la vida social, y entonces el Samaritano volvió a dar gracias a Cristo, y los demás se
fueron a sus casas? ¿No es así?
–¡No! De ninguna manera. El Evangelio no dice eso...
–¡Qué lástima! Porque si lo dijera tendrías razón tú: no habría nada que
comentar: menos trabajo para mí.
–El Evangelio dice expresamente que apenas se sintió curado, el Samaritano
volvió grupas y vino a “magnificar a Dios con grandes voces”; de los demás no dice
dónde fueron; pero es más que probable que fueron a presentarse a los Sacerdotes,
como la Ley se los mandaba, y como a ellos les convenía tremendamente; porque
has de saber que –diría Maldonado con su gran erudición– por la ley de Moisés –y
muy prudente ley higiénicamente hablando– los leprosos eran separados (que es
como todavía se dice “leproso” en lengua alemana Aussaetzige), eran denominados
impuros y debían gritar esa palabra y agitar unas campanillas o castañetas cuando
alguien se les acercaba; no podían vivir en los pueblos, y solían juntarse en grupitos
para ayudarse unos a otros los pobres –cosas todas que se ven en este evangelio– y
para ser liberados de estas imposiciones legales en caso de curarse –pues la lepra es
curable en sus primeros pasos, y además existe la falsa lepra– debían ser
reconocidos y testificados por los sacerdotes... De modo que es claro lo que pasó:
uno volvió a Cristo y los demás siguieron su camino adonde debían y adonde además
los había mandado el mismo Cristo..., me diría Maldonado.
–Por lo tanto –habría de decirle yo– si es así, aquí Cristo estuvo un poco mal,
pues reprendió a los nueve judíos que no hacían sino lo que él les había dicho; y los
reprendió antes de saberse si iban a volver o no después, a darle las gracias. Su
conducta es bastante inexplicable. Parecería que pecó de apresurado en condenar de
ingratos a los nueve judíos; y de presuntuoso en pretender le diesen las gracias a Él
antes de cumplir con la Ley. Los que estaban allí debieron de haberse asombrado; y
uno de ellos podía haberle dicho: “No te apresures, Maestro, en reprender a los otros;
al contrario, éste es el que parece merecer reproche, porque ha obrado
impulsivamente, irrefrenablemente...”.
–Yo soy un teólogo de gran fama, conocido en toda Europa, por lo menos en
los dominios de la Sacra Cesárea Real Majestad de nuestro Amo y Señor Carlos V de
Alemania y Primero de España; he enseñado en la Universidad de París, donde
desbordaban mis aulas de alumnos, y de donde tuve que salir por la malquerencia y
envidia de los profesores franceses, y retirarme a Bourges a componer mi Comentario
a los Evangelios, que es lo mejor que ha producido la ciencia de la Contrarreforma; y
a mi se me ha aparecido dos veces en sueños el Apóstol San Juan, como cuenta el
Menologio de Varones Ilustres de la Compañía de Jesús. Tú eres un pobre cura, que
no se sabe bien si pertenece al clero regular o irregular, de una nación ignorante y
chabacana, sin educación, sin tradición y sin solera. De modo que es mejor que ni
hablemos más –me figuro me diría Maldonado si estuviera vivo: que era bastante vivo
de genio.
Por suerte está muerto. Si él ha visto en sueños al Apóstol San Juan, yo he
visto al demonio innumerables veces; y si él tiene el derecho de no asombrarse del
Evangelio, yo tengo el derecho de asombrarme todo cuanto puedo. No es exacto que
Jesucristo es profundo, como dije arriba, me equivoqué. Platón es profundo, San
Agustín es profundo; Jesucristo no dice nada más que lo que dice el seminarista
Sánchez o el peor profesor de Teología; pero lo que dice es infinito, y hasta el fin del
mundo encontrarán los hombres allí cosas nuevas. Platón tiene una teoría profunda
sobre la inmortalidad del alma; Jesucristo no hace más que afirmar la inmortalidad del
alma. Pero ...
La conducta con el Leproso Samaritano significa simplemente que, según
Cristo, las cosas de Dios están primero y por encima de todos los mandatos de los
hombres; una nota que resuena en todo el Evangelio continuamente; y que en
realidad define al Cristianismo.
Dios está inmensamente por encima de todas las cosas. Delante de Él todo lo
demás desaparece; la relación con Él invalida todas las otras relaciones. El leproso
samaritano que en el momento de sentirse curado sintió el paso augusto de Dios y se
olvidó de todo lo demás, hizo bien; los demás hicieron mal. Y la palabra con que
Cristo cerró este episodio: “Levántate, tu fe te ha hecho salvo”, no se refiere
solamente a la confianza común que tuvo al principio en Él –la cual no fue la que lo
sanó, a no ser a modo de condicionamiento– sino también a otra divina confianza que
nació en su alma al ser limpiado; y que limpió su alma con ocasión de ser limpiado su
cuerpo; y que importa mucho más que la salud del cuerpo. Porque lo que hizo este
forastero al volver a Cristo, no fue gritarle como antes desde lejos “¡Maestro!”, sino
tirarse en el suelo con el rostro ante sus pies, postrarse panza a tierra, que es el gesto
que en Oriente significa la adoración de la Divinidad. Por lo tanto: “levanta y vete
tranquilo, tu Fe te ha salvado”, cuerpo y alma.
Dios está inmensamente por encima de todas las cosas. ¿Eso lo ensenó
Cristo? Eso lo dijo mucho antes el Bhuda, Sidyarta Gautama. Sí, pero en Cristo hay
una palabrita diferente, una palabrita terrible. “Por Dios debes dejarlo todo”, dijo el
Bhuda. Cristo dijo lo mismo: “Por “Mí” debes dejarlo todo”.
Esa palabrita diferente resuena en todo el Evangelio:
“El que ama a su padre y a su madre más que a Mi, no es digno de mí”.
“El que deja por Mi, padre, madre, esposa, hijos y todos sus bienes”...
“Os perseguirán por Mi nombre”...
“Os darán la muerte por causa Mía”...
“Deja todo lo que tienes y sígueme”...
“Deja a los muertos que entierren a los muertos”...
“La vida eterna es conocerme a Mi”... Y así sucesivamente.
De manera que en este evangelio hay también una paradoja, que no vio
Maldonado –lo cual no le quita nada al buen Maldonado– que es la eterna paradoja
de la fe; y en la manera de obrar de Cristo con el leproso Samaritano está afirmada –
como en cada una de las páginas de cada uno de estos cuatro folletos– lo que
constituye la originalidad y por decirlo así la monstruosidad del cristianismo; que es
una cosa sumamente simple por otro lado: “Dieu premier serví”, como decía Juana de
Arco: Dios es el Absolutamente Primero; Dios es el Excluyente, el Celoso; y... Cristo
es Dios.
Mas si pide de nosotros gratitud –o si quieren llamarla correspondencia–, no
es porque El la necesite sino porque nosotros la necesitamos. La ingratitud seca la
fuente de las mercedes, y hace imposible a veces los beneficios; como podemos
constatar a veces en nuestra pequeña experiencia que a pesar de desearlo no
podemos hacer bien a alguna persona; porque por su falta de disposición, no recibirá
bien el bien; de modo que lo convertirá en mal.
–¿Por qué no viene usted más a visitarme?
–Porque no le puedo hacer ningún bien.
–¿Y por qué no me puede hacer ningún bien?
–Porque una vez le hice un bien... y usted me tomó por sonso.
Dios a veces no nos hace nuevos beneficios, porque no le hemos agradecido
bastante los beneficios pasados. No los hemos tomado como beneficios de Dios, sino
como cosas que nos son debidas; lo cual es tomarlo a Dios por sonso.
(Castellani, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, p.
144-150)
Volver Comentario Teológico
Inicio
Santos Padres· San Agustín
Jesús viene a salvar y a curar a los leprosos
(1 Tim 1,15-16; Lc 17,12-19)
1. Escuchad con atención, hermanos, lo que el Señor se digne advertirnos a través de
las divinas lecturas. Quien da es él; yo sólo sirvo. Acabamos de escuchar la primera
lectura, tomada del Apóstol: Es palabra fiel y digna de todo crédito que Jesucristo
vino al mundo para salvar a los pecadores, el primero de los cuales soy yo. Pero he
conseguido misericordia para que Cristo mostrase en mí toda su longanimidad para
enseñanza de quienes han de creer en él para la vida eterna. Esto lo hemos
escuchado en la lectura del Apóstol. Luego hemos cantado el salmo y nos hemos
exhortado mutuamente al decir a una sola voz y con corazón unánime: Venid,
adorémosle, postrémonos en su presencia y lloremos ante el Señor que nos hizo, y
allí acerquémonos a su rostro con alabanzas y aclamémosle con salmos. A
continuación, la lectura del Evangelio nos mostró a los diez leprosos que habían sido
curados y al único de ellos, un extranjero, que se volvió a dar las gracias a quien lo
había limpiado. En la medida que el tiempo nos lo permita, comentemos estas tres
lecturas diciendo un poco de cada una, esforzándonos, dentro de nuestras
posibilidades y con la ayuda de Dios, en no detenernos en ninguna de ellas tanto que
impida considerar las otras dos.
2. El Apóstol nos presenta la ciencia del agradecimiento. Recordad lo que hemos
oído en la lectura evangélica: cómo el Señor Jesús alaba al agradecido, reprueba a
los ingratos, limpios en la piel, pero leprosos en el corazón. ¿Qué dice el Apóstol? Es
palabra fiel y digna de todo crédito. ¿De qué palabra se trata? Que Jesucristo vino al
mundo. ¿Para qué? Para salvar a los pecadores. ¿Qué dices de ti? El primero de los
cuales soy yo. Quien dice: «No soy pecador» o «No lo fui» es ingrato para con el
Salvador. No hay hombre de esta masa de los mortales que proceden de Adán, no
hay absolutamente ninguno, que no esté enfermo; ninguno está sano sin la gracia de
Cristo. ¿Por qué miras a los niños? También ellos están enfermos en Adán, pues
también son llevados a la Iglesia; y si no pueden correr hacia allí con sus propios
pies, corren con los de otros para ser sanados. La madre Iglesia pone a su
disposición los pies de otros para que lleguen, el corazón de otros para que crean, la
lengua de otros para que hagan la profesión de fe; para que, como están enfermos a
consecuencia del pecado de otros, así también, cuando hay otros sanos, se salven
por la confesión que éstos hacen en su nombre. Que nadie susurre a vuestros oídos
doctrinas extrañas. Así lo pensó y lo mantuvo siempre la Iglesia, así lo recibió de la fe
de los antepasados y así lo conservará con constancia hasta el final. La razón: porque
no tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. ¿Qué necesidad tiene el
niño de Cristo, si no está enfermo? Si está sano, ¿por qué busca al médico mediante
aquellos que lo aman? Si se dice que cuando son llevados a la Iglesia carecen
absolutamente del pecado original y, no obstante, vienen a Cristo, ¿por qué no se les
indica en la Iglesia a quienes lo llevan: «Quitad de aquí a estos inocentes; no tienen
necesidad de médico los sanos, sino los pecadores; Cristo no vino a llamar a los
justos, sino a los pecadores»? Nunca se ha dicho tal cosa y nunca se dirá. Hermanos,
que cada cual hable lo que pueda en favor de quien no puede hablar por sí. Con gran
solicitud se encomienda a los obispos el patrimonio de los huérfanos; ¡cuánto más la
gracia de los niños! El obispo protege al huérfano para que no sea oprimido por los
extraños tras la muerte de sus padres. Grite con mayor vehemencia por el niño al que
teme den muerte sus padres; clame con el Apóstol: Es palabra fiel y digna de todo
crédito que Jesucristo vino al mundo para salvar a los pecadores y no por alguna otra
causa. Quien se acerca a Cristo es porque tiene algo que necesita curación; quien
nada tiene, tampoco tiene razón para ser presentado al médico. Elijan los padres una
de estas dos cosas: o confesar que sus hijos reciben la curación del pecado, o dejar
de presentarlos al médico, pues equivale a querer presentarle una persona sana. «
¿Qué le presentas?» — «Un bautizando». — « ¿Quién es ése?» — «Un niño». — «
¿A quién lo presentas?» — «A Cristo». — « ¿A aquel precisamente que vino al
mundo?» — «Así es», dice. — « ¿A qué vino al mundo?» — «A salvar a los
pecadores». — «Entonces, el que presentas, ¿tiene algo de qué ser sanado?» — «Si
respondes que sí, con tu confesión lo haces desaparecer; si contestas que no, con tu
negación lo mantienes».
3. A salvar a los pecadores, dijo, el primero de los cuales soy yo. ¿No hubo
pecadores antes de Pablo? Es indudable que los hubo; antes que nadie el mismo
Adán; la tierra estaba llena de pecadores cuando fue destruida por el diluvio; y
después ¡cuántos no hubo! ¿Cómo, pues, es cierto que el primero soy yo? Dijo que él
era el primero no por el orden cronológico, sino por la magnitud del pecado. Consideró
la gravedad de su culpa y por ello dijo ser el primer pecador. De idéntica manera se
dice entre los abogados, por ejemplo: «Este es el primero»; no porque haya
comenzado a ejercer la profesión antes que los demás, sino porque ha superado a los
otros en el tiempo que lleva ejerciéndola. Díganos, pues, el Apóstol en otro lugar por
qué es el primero de los pecadores: Yo, dice, soy el último de los apóstoles y no soy
digno de ser llamado así, pues perseguí a la Iglesia de Dios. Ningún perseguidor fue
más cruel; en consecuencia, él es el primero entre los pecadores.
4. Pero, dice, he alcanzado misericordia. Y expone por qué la ha alcanzado: A fin de
que Jesucristo mostrara en mí toda su longanimidad, para instrucción de quienes han
de creer en él para la vida eterna. Cristo, dice, que iba a conceder el perdón a los
pecadores, incluso a sus enemigos, que se convirtieron a él, comenzó eligiéndome a
mí, el enemigo más cruel, para que una vez sanado yo, nadie pierda la esperanza
para los demás. Esto es lo que hacen los médicos: cuando llegan a un lugar en que
nadie los conoce, eligen primero para curar casos desesperados; de esta forma, a la
vez que ejercen en ellos la misericordia, hacen publicidad de su ciencia, para que
unos a otros se digan en aquel lugar: «Vete a tal médico; ten confianza, que te
sanará». Y a la pregunta: « ¡Que me va a sanar! ¿No ves la enfermedad que
padezco?», escuchará esta respuesta: «También yo he conocido una situación
parecida; lo que tú padeces también lo padecí yo». De modo semejante dice Pablo a
todo enfermo que está a punto de perder la esperanza: «Quien me curó a mí, me
envió a ti, diciéndome: 'Acércate a aquella persona sin esperanza y cuéntale lo que
tuviste, lo que curé en ti y la rapidez con que lo hice. Te llamé desde el cielo; con una
palabra te herí y postré en tierra, con otra te levanté y elegí, con una tercera te llené y
te envié y con una cuarta te liberé y te coroné. Ve, dilo a los enfermos, grítalo a los
desesperados: Es palabra fiel y digna de todo crédito que Jesucristo vino al mundo a
salvar a los pecadores'. ¿Por qué teméis? ¿Por qué os asustáis? El primero de los
cuales soy yo. Yo, yo que os hablo; yo sano, a vosotros enfermos; yo, que estoy en
pie, a vosotros caídos; yo ya seguro, a vosotros sin esperanza. Pues he alcanzado
misericordia a fin de que Jesucristo mostrara en mí toda su longanimidad. Soportó
mucho tiempo mi enfermedad y de esta forma la hizo desaparecer; como médico
bueno toleró con paciencia al demente, me soportó aunque le hería a él y me
concedió el ser herido en favor suyo. Mostró, dijo, toda su longanimidad en mí, para
instrucción de quienes han de creer en él para la vida eterna».
5. No perdáis, pues, la esperanza. Si estáis enfermos, acercaos a él y recibid la
curación; si estáis ciegos, acercaos a él y sed iluminados. Los que estáis sanos, dadle
gracias, y los que estáis enfermos corred a él para que os sane; decid todos: Venid,
adorémosle, postrémonos ante él y lloremos en presencia del Señor, que nos hizo no
sólo hombres, sino también hombres salvados. Pues si él nos hizo hombres y la
salvación, en cambio, fue obra nuestra, algo hicimos nosotros mejor que él. En efecto,
mejor es un hombre salvado que un cualquiera. Si, pues, Dios te hizo hombre y tú te
hiciste bueno, tu obra es superior. No te pongas por encima de Dios; sométete a él,
adórale, póstrate ante él, confiesa a quien te hizo, pues nadie re-crea sino quien crea,
ni nadie re-hace sino quien hizo. Esto mismo se dice en otro salmo: Él nos hizo y no
nosotros mismos. Ciertamente, cuando él te hizo nada podías hacer tú; pero ahora
que ya existes, también tú puedes hacer algo: correr hacia el médico, que está en
todas partes, e implorarle. Y para que le implores, ha despertado tu corazón; don
suyo es el que puedas implorarle: Dios es, dice, quien obra en nosotros el querer y el
obrar según la buena voluntad, pues para que tuvieras buena voluntad, te precedió su
llamada. Clama: Dios mío; su misericordia me prevendrá. Su misericordia te previene
para que existas, sientas, escuches y consientas. Te previene en todo; prevén
también tú en algo su ira. « ¿En qué, dices, en qué?» Confiesa que todo el bien que
tienes procede de Dios y de ti todo el mal. No le desprecies alabándote a ti en tus
bienes, ni le acuses en tus males excusándote a ti: en esto consiste la auténtica
confesión. El que con tantos bienes te previene, vendrá a ti e inspeccionará sus
dones y tus males; examinará el uso que has hecho de sus bienes. Por tanto, dado
que él te previene con todos estos dones, ve en qué puedes tú prevenir al que ha de
llegar; escucha el salmo: Prevengamos su rostro con la confesión. Prevengamos su
rostro: antes de que venga, hagámosle propicio; aplaquémosle antes de que se haga
presente. Tienes, en efecto, un sacerdote a través del cual puedes aplacar a tu Dios:
el mismo que con relación a ti es Dios con el Padre, es hombre por ti. Así, previniendo
su rostro en la confesión, exultarás de gozo con los salmos. Exulta con el salmo:
previniendo su rostro con la confesión, acúsate; exultando con las palabras del salmo,
alábale. Acusándote a ti y alabando a quien te hizo, cuando venga quien murió por ti,
te vivificará.
6. Retened esto y perseverad en ello. Que nadie cambie; que nadie sea leproso. La
doctrina inconstante, que cambia de color, simboliza la lepra de la mente; también
ésta la limpia Cristo. Quizá pensaste distintamente en algún punto, reflexionaste y
cambiaste para mejor tu opinión, y de este modo lo que era variado pasó a ser de un
único color. No te lo atribuyas, no sea que te halles entre los nueve que no le dieron
las gracias. Sólo uno se mostró agradecido; los restantes eran judíos; él, extranjero, y
simbolizaba a los pueblos extraños; aquel número entregó a Cristo el diezmo. A él,
por tanto, le debemos la existencia, la vida y la inteligencia; a él debemos el ser
hombres, el haber vivido bien y el haber entendido con rectitud. Nuestro no es nada, a
no ser el pecado que poseemos. Pues ¿qué tienes que no hayas recibido? Así, pues,
vosotros, sobre todo quienes entendéis lo que oís: que es preciso curarse de la
enfermedad, elevad a lo alto vuestro corazón purificado de la variedad y dad gracias
a Dios.
SAN AGUSTÍN, Sermones (3º) (t. XXIII), Sermón 176, 1-6, BAC Madrid 1983, 717-24
Volver Santos Padres
Inicio
Aplicación· P. Alfredo Sáenz, S.J.· S.S. Benedicto XVI· P. Gustavo Pascual, I.V.E.
P. Alfredo Sáenz, SJ..
LA VIRTUD DEL AGRADECIMIENTO
Nos relata el evangelio el milagro que Cristo realizara en favor de diez leprosos
suplicantes. Mientras se dirigían a presentarse a los sacerdotes, como lo prescribía la
Ley y Jesús se los había recordado, se encontraron súbitamente curados. Sólo uno
de ellos, y para colmo un extranjero, volvió sobre sus pasos con el objeto de
agradecerle al Señor su curación. En concordancia con el evangelio, la primera
lectura, tomada del libro de los Reyes, nos trajo el recuerdo de otro milagro
semejante, el del sirio Naamán, también él leproso, también él extranjero, que se vio
libre de su mácula, sumergiéndose en las aguas del Jordán.
Todos nosotros nos sentimos de alguna manera representados en aquellos diez
enfermos del evangelio, enfermos realmente dignos de lástima, todos nosotros
tenemos algo de leprosos, todos nosotros debemos repetir cada día, y lo decimos en
la Santa Misa: "Señor, ten piedad de nosotros".
Los beneficios de Dios
Como aquellos leprosos, también nosotros hemos experimentado los beneficios de
Dios. Él es el único que sabe dar en plenitud; sus dones no presuponen nada previo,
da por pura generosidad. Buena es hoy la ocasión para reavivar el recuerdo, la
memoria de los beneficios de Dios. Beneficios divinos son las maravillas que el Señor
obró ya para nosotros desde las remotas épocas del Antiguo Testamento, liberando a
su pueblo de la servidumbre de Egipto, alimentándolo en su caminar por el desierto,
guiándole en su entrada en la tierra prometida... Beneficios divinos son también para
nosotros las maravillas que Dios obró en el Nuevo Testamento, la Encamación del
Verbo, sobre todo, pero también la enseñanza de su doctrina, la instauración de los
sacramentos para la santificación de los hombres... Beneficios que no por generales
se pierden en las brumas del anonimato, no por universales dejan de atañernos
personalmente.
"Me amó y se entregó por mí", dijo San Pablo. Cristo no hubiera rehusado hacer por
mí solo lo que hizo por todos. Más aún, porque era Dios, se acordó de mí en
particular, me tuvo presente, me curó en los leprosos, cargó mis pecados sobre sus
hombros en Getsemaní, clavado en la cruz se ofreció por mí de manera personal, al
dejar caer agua y sangre de su costado atravesado por la lanza pensó concretamente
en el agua de mi bautismo (así como en el Antiguo Testamento, cuando Naamán se
bañaba en las aguas del Jordán estaba preanunciado el bautismo cristiano), pensó en
el agua de mi bautismo y en la sangre de mi Eucaristía. A ese cúmulo de beneficios
generales que hemos recibido de Dios, agreguemos los intransferiblemente
individuales: la familia que nos dio, esta patria generosa que nos regaló, las
cualidades peculiares con que nos dotó... Es una larga historia de amor, una historia
de generosidad sobreabundante. Lo que pasa es que fácilmente nos acostumbramos
a sus beneficios, nos acostumbramos a ver salir el sol todos los días, perdemos el
sentido de lo original, de la novedad de los dones cotidianamente reiterados, cada uno
de ellos frescos y rozagantes como el rocío de la mañana.
Generosidad suya es que, siendo pecadores, hayamos sido llamados a recibir la
justificación; generosidad suya es que, una vez rehabilitados, nos haya sostenido con
su poder para perseverar hasta el fin; generosidad suya será que este mismo cuerpo
que hoy es tan precario, resucite un día; generosidad suya, que seamos coronados
después de la resurrección; generosidad suya será que en el cielo podamos alabarlo
sin desfallecer. Si queremos practicar la gratitud con Dios, hagamos cada tanto un
recorrido de la lista de los beneficios que de Él hemos recibido, beneficios de
creación, de redención, de dones particulares. Nunca olvidamos, nunca perder la
memoria. Estamos en la casa del Señor, en su santa Iglesia. Recordemos dónde
yacíamos, de dónde se nos ha recobrado, de nuestra lepra original. Dios nos buscaba
aun cuando nosotros le habíamos vuelto las espaldas.
La gratitud
De los diez leprosos, nueve no supieron agradecer. No hay cosa peor que la
ingratitud. Escribe Chesterton que el ateo mide su abismo cuando siente que tiene
que dar gracias por algo y no sabe a quién dirigirse. Nosotros sabemos a quién, pero
con facilidad dejamos de hacerlo. "Se hartaron en sus pastos, dice el Señor por boca
de Oseas, y por eso me olvidaron". Dios nos da el pasto, nosotros lo aprovechamos
pero olvidamos al benefactor. Para pedir somos fáciles; no tanto para dar gracias.
Pero la petición del que no sabe agradecer mueve poco el corazón de Dios. "La
esperanza del ingrato se derrite como el hielo", dice la Escritura. Somos capaces de
organizar grandes actos, aun públicos, para pedir favores. Pocas veces se organizan
actos de agradecimiento. "Los restantes, ¿dónde están?", preguntó Jesús al leproso
agradecido. Qué desproporción: de nueve a uno; es la desproporción misma de
nuestras ingratitudes.
Propio es de corazones nobles, de espíritus magnánimos, saber dar gracias. Cristo
pasó su vida en la tierra dando gracias al Padre. Frecuentemente levantaba sus ojos
al cielo, alababa, bendecía, decía bien. Imitémoslo también en esto. San Pablo nos lo
recomendó de manera reiterada: "Todo cuanto hacéis, de palabra o de obra, hacedlo
todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por él"; "ya comáis,
ya bebáis, o ya hagáis cualquier cosa, hacedlo todo para gloria de Dios"; "porque todo
lo que Dios ha creado es bueno y nada es despreciable si se lo recibe con acción de
gracias". Hagamos de nuestros días una acción de gracias ininterrumpida. Cuando
Dios nos obsequia, cuando nos consuela, cuando nos prueba, e incluso cuando nos
niega lo que le pedimos, aun entonces, digamos con el Apóstol: "Doy continuas
gracias por todas las cosas a Dios nuestro Padre por nuestro Señor Jesucristo".
Dios nos ofrece sus dones. Y nosotros no tenemos otra cosa que devolverle que
nuestras gracias, el reconocimiento de sus propios dones. Con no disimulada ironía
decía San Agustín: "Devuélvele algo de lo tuyo, si puedes; pero no, no lo hagas, no
devuelvas nada tuyo; Dios no lo quiere. Si devolvieses algo de lo tuyo, devolverías
sólo pecados. Todo lo que tienes lo has recibido de Él; lo único tuyo es el pecado. No
quiere que le des nada tuyo, quiere lo que es suyo. Si devuelves al Señor las semillas
de tu tierra le devolverás lo que Él sembró, si le das espinas le ofreces cosa tuya". No
nos queda, pues, sino darle gracias por sus gracias, alabarlo por sus dones. A Dios le
agrada que lo alabemos, no para ensalzarse Él, sino para que aprovechemos
nosotros. Lo que recoge no es para sí, sino para ti. Y además, dando gracias por los
dones que recibes, te harás digno de mayores beneficios.
Aprendamos entonces a dar gracias. No siempre es fácil, ya que supone salir de
nuestro egoísmo, de nuestra oración interesada. Pongámonos para ello en la escuela
de la liturgia. Allí se nos enseñará a orar como la Santísima Virgen: "Mi alma
engrandece al Señor"; allí se nos enseñará a aclamar con desinterés: "Gloria al Padre
y al Hijo y al Espíritu Santo"; allí se nos enseñará a decir: "Por tu inmensa gloria te
damos gracias"; no sólo por tus favores, sino por lo que eres en ti mismo, porque eres
grande, porque eres glorioso. El entero Sacrificio de la Misa es una sublime acción de
gracias, una elevada contemplación admirativa. Uno de los textos que como
sacerdote más me conmovían cuando celebraba mis primeras Misas es el que se
decía antes de comulgar la Sangre de Cristo: "¿Qué devolveré al Señor por todo lo
que me ha dado? Tomaré el cáliz de salvación e invocaré el nombre del Señor".
Pronto nos acercaremos a recibir esa Sangre de Jesús. Recordémosle entonces
aquello que Dios profetizara por boca de Isaías: "Los que hagan la cosecha comerán,
alabando al Señor; los que hagan la vendimia beberán el vino en los atrios de mi
santuario". Hoy se cumple esa promesa en la cosecha del Cuerpo de Cristo y en la
vendimia de su Sangre. Que nunca olvidemos sus favores. Que permanezcamos
siempre en acción de gracias para que toda nuestra vida no sea sino un permanente
himno de alabanza, una eucaristía duradera. Él ha venido a la tierra para glorificar a
su Padre en nombre de toda la humanidad; que continúe en nuestro interior esa
eucaristía, para que cada vez nos hagamos dignos de mayores dones, y así,
debidamente ejercitados durante nuestra vida terrena en la alabanza, podamos un día
incorporarnos al coro de los ángeles en el ininterrumpido Sanctus de la eternidad. Allí
descansaremos y veremos, veremos y amaremos, amaremos y alabaremos. Tal será
el fin sin fin.
(SAENZ, A., Palabra y Vida, Ciclo C, Ediciones Gladius, Buenos Aires, 1994, p. 275-
279)
Volver Aplicación
Benedicto XVI Queridos hermanos y hermanas:
El evangelio de este domingo presenta a Jesús que cura a diez leprosos, de los
cuales sólo uno, samaritano y por tanto extranjero, vuelve a darle las gracias (cf. Lc
17, 11-19). El Señor le dice: "Levántate, vete: tu fe te ha salvado" (Lc 17, 19). Esta
página evangélica nos invita a una doble reflexión.
Ante todo, nos permite pensar en dos grados de curación: uno, más superficial,
concierne al cuerpo; el otro, más profundo, afecta a lo más íntimo de la persona, a lo
que la Biblia llama el "corazón", y desde allí se irradia a toda la existencia. La curación
completa y radical es la "salvación". Incluso el lenguaje común, distinguiendo entre
"salud" y "salvación", nos ayuda a comprender que la salvación es mucho más que la
salud; en efecto, es una vida nueva, plena, definitiva.
Además, aquí, como en otras circunstancias, Jesús pronuncia la expresión: "Tu fe te
ha salvado". Es la fe la que salva al hombre, restableciendo su relación profunda con
Dios, consigo mismo y con los demás; y la fe se manifiesta en el agradecimiento.
Quien sabe agradecer, como el samaritano curado, demuestra que no considera todo
como algo debido, sino como un don que, incluso cuando llega a través de los
hombres o de la naturaleza, proviene en definitiva de Dios. Así pues, la fe requiere
que el hombre se abra a la gracia del Señor; que reconozca que todo es don, todo es
gracia. ¡Qué tesoro se esconde en una pequeña palabra: "gracias"!
Jesús cura a los diez enfermos de lepra, enfermedad en aquel tiempo considerada
una "impureza contagiosa" que exigía una purificación ritual (cf. Lv 14, 1-37). En
verdad, la lepra que realmente desfigura al hombre y a la sociedad es el pecado; son
el orgullo y el egoísmo los que engendran en el corazón humano indiferencia, odio y
violencia. Esta lepra del espíritu, que desfigura el rostro de la humanidad, nadie
puede curarla sino Dios, que es Amor. Abriendo el corazón a Dios, la persona que se
convierte es curada interiormente del mal.
"Convertíos y creed en el Evangelio" (Mc 1, 15). Jesús inició su vida pública con esta
invitación, que sigue resonando en la Iglesia, hasta el punto de que también la
santísima Virgen, especialmente en sus apariciones de los últimos tiempos, ha
renovado siempre esta exhortación. Hoy pensamos, de modo particular, en Fátima
donde, exactamente hace 90 años, desde el 13 de mayo hasta el 13 de octubre de
1917, la Virgen se apareció a los tres pastorcillos: Lucía, Jacinta y Francisco.
Pidamos a la Virgen para todos los cristianos el don de una verdadera conversión, a
fin de que se anuncie y se testimonie con coherencia y fidelidad el perenne mensaje
evangélico, que indica a la humanidad el camino de la auténtica paz.
(Ángelus, Plaza San Pedro, domingo 14 de octubre de 2007)
Volver Aplicación
P. Gustavo Pascual, I.V.E.
El agradecimiento
Lc 17, 11-19
El leproso que vuelve a agradecer a Jesús la curación venía por el camino
glorificando a Dios.
Debemos glorificar a Dios por sí mismo y por todos los medios que nos da
para alcanzar la salud. Especialmente hay que glorificar a Dios por su enviado Jesús,
autor de nuestra Salud.
En la primera lectura se nos narra que Naamán, el sirio, glorificó al Dios
verdadero por causa de su enviado Eliseo que le dio el remedio a su lepra.
En el Evangelio el samaritano glorifica a Dios por Jesús.
Glorifican a Dios por su bondad. Están agradecidos ambos por la bondad de
Dios que los ha curado.
La curación de la enfermedad es un beneficio que procede de la bondad de
Dios y hay que agradecerlo. ¿Cómo agradecerlo? Viviendo en adelante como Dios
quiere y cuidándonos para no caer nuevamente en la enfermedad.
La salud física es un don que hay que agradecer y mucho más la salud espiritual.
¡Qué poco agradecemos la misericordia de Dios en nuestra vida! ¡Qué poco gozamos
su gracia! Nos acostumbramos a la gracia y recién nos damos cuenta de su valor
cuando la perdemos.
Si valoramos la gracia y la felicidad que ella nos trae necesariamente la vamos a
valorar en los demás y agradeceremos las gracias que nuestros hermanos reciben de
Dios.
El agradecimiento dispone nuestra alma para nuevas gracias porque el Señor se
complace en los agradecidos como escuchamos en el Evangelio. El leproso vino a
agradecer su salud física y Jesús le concedió la salud espiritual también.
El agradecimiento es un signo de humildad. Van juntas en el Evangelio la glorificación
de Dios, la postración y la acción de gracias. La glorificación de Dios es un deber que
tenemos si somos siervos veraces. Es el reconocimiento externo de los beneficios
que nos ha dado y principalmente el de nuestra existencia.
Los judíos por ser hijos, por ser del pueblo elegido, se creían con el derecho a recibir
los beneficios de Dios y por eso no los agradecían. Es cierto que sobre los elegidos
Dios tiene una providencia especial pero de allí a creerse con derechos ante Dios es
tergiversar la realidad.
Dios es infinitamente libre y da sus dones a los que quiere. Bendice al que quiere. Él
es infinitamente soberano para elegir al que quiera y nosotros no tenemos derecho de
reclamar nada. ¿Cuándo se ha visto que la arcilla diga al alfarero cómo la debe
formar? Dios es el Señor. Nosotros somos creaturas. Dios no necesita nada ni
necesita de nadie porque Él es “el que es”, lo es todo. Dios no se ve obligado a actuar
por ningún condicionamiento.
Lo que paso con Naamán, lo que pasó con los leprosos pasó contrariamente en
Nazaret cuando Jesús visitó su patria. Se creían con derecho a reclamarle signos. Y
Jesús no los hizo. ¿Por qué? Por su incredulidad. De hecho en aquella ocasión puso
como ejemplo de beneficiarios de su bondad a Naamán, sirio, y a la viuda de Sarepta.
Dos extranjeros, dos paganos.
Para hacerse beneficiario de la bondad de Dios hay que creer que Dios puede
hacernos el beneficio que le pedimos. Dios o su representante. En el Evangelio,
Jesús.
¿Cómo a Yahveh podré pagar
todo el bien que me ha hecho?
La copa de salvación levantaré,
e invocaré el nombre de Yahveh.
Cumpliré mis votos a Yahveh,
¡sí, en presencia de todo su pueblo!
Así lo hizo David, también Naamán que rebosante de salud invocaba únicamente a
Yahvé después de ser curado.
Tengo que agradecer mi Salud glorificando a Dios con las palabras pero sobre todo
con las obras. El leproso glorificaba a Dios por el camino pero también puso por obra
el reconocimiento de sus labios al postrarse ante Jesús y agradecerle.
La mejor manera de agradecer es con las obras porque estas manifiestan el amor al
benefactor. Porque debemos amar a nuestros benefactores. Las palabras son
importantes pero más las obras. Las obras hablan mejor que las palabras y son un
agradecimiento más auténtico. En las palabras pueden resbalar fácilmente otros
intereses que llevan a pronunciar palabras mendaces.
La prontitud en el agradecimiento también tiene sus ventajas.
Primero, que no tenemos por qué dilatar algo bueno y que es una obligación moral,
más bien, un acto de amor.
Segundo, porque dilatar el agradecimiento nos puede llevar a olvidarnos de dar
gracias.
Tercero, porque el amor que no se obra se enfría. Y las obras de amor que nos
proponemos en correspondencia a los beneficios divinos prontamente nos pueden
llevar a no ponerlas nunca por obra y dejar pasar, en consecuencia, una buena
oportunidad para crecer en el amor a Dios.
Y si no somos agradecidos con Dios probablemente no lo seamos con el prójimo.
Porque así como no podemos decir que amamos a Dios sino amamos a nuestros
hermanos lo mismo ocurre con el agradecimiento.
Y ese sentirnos con derecho nos hace olvidar muchas veces el agradecimiento.
Tenemos que agradecer efectivamente a nuestros bienhechores principalmente
rezando por ellos y brindándoles todos los beneficios espirituales y humanos que
estén a nuestro alcance.
San Ignacio de Loyola nos presenta en sus Ejercicios una contemplación “para
alcanzar amor”. Y para hacer brotar el amor en el alma le hace recordar todos los
beneficios que ha recibido de su principal bienhechor que es Dios.
Recordar los beneficios recibidos nos hace reconocerlos, es decir, actualizar las
cosas buenas que nos ha dado Dios y también los hombres.
Hay muchos beneficios que reconocemos haberlos recibido de Dios pero hay otros
que nos ha concedido y que no reconocemos. Algunos porque no nos parecen
beneficios siéndolos: cruces, desolaciones, sufrimientos, molestias; otros que
nosotros no llegamos a alcanzar pero que la providencia de Dios nos hace y que
conoceremos únicamente en el cielo. Algunos de ellos que llegan al corazón por
ejemplo la paciencia que el Señor nos tiene por nuestros pecados, también la
paciencia para esperarnos a que nos volvamos sinceramente a Él y también por lo
tardo que somos para reconocer su amor.
“Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único”. Dios nos ama aunque somos
indignos, nos ama aunque somos pecadores. Y la mayor prueba de su amor la dio
muriendo en la cruz por nosotros siendo aún pecadores. También nos amó
quedándose en la Eucaristía.
Y cuando hemos reconocido cuanto ha manifestado Dios su amor para con nosotros
a través de sus beneficios hay que recompensar de algún modo al bienhechor que es
lo propio de la gratitud. San Ignacio dice que el mejor agradecimiento es dar de lo
poco o mucho que uno tiene al bienhechor.
Dios quiere que le devolvamos amor por amor. Es el mejor agradecimiento. Y el amor
está más en las obras que en las palabras.
Y la mejor manera de manifestar nuestro amor a Dios es cumpliendo su voluntad.
¿Qué implica cumplir su voluntad? Glorificarlo reconociéndolo Señor,
agradecerle por nuestra Salud y humillarse cumpliendo su Palabra. Es lo que hizo el
leproso cuando llegó ante Jesús.
¿Qué le podemos entregar a Dios por sus beneficios? Todo. ¿Podríamos dejar
de entregarle algo y dejarlo para nosotros si todo lo que somos y tenemos nos lo ha
dado Él? San Ignacio pone un hermoso ofrecimiento que es la respuesta agradecida
a tantos bienes recibidos por Dios:
Toma, Señor y recibe, toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y mi voluntad,
todo lo que soy y tengo. Tú me lo diste, a Ti, Señor lo devuelto, todo es tuyo, disponlo
según tu voluntad. Dame tu amor y tu gracia que estas me bastan.
___________________________________________________________
Sal 116, 12-14
Ejercicios Espirituales nº 230-237
Jn 3, 16
Ejercicios Espirituales nº 231
Ibíd.
Ejercicios Espirituales nº 234
Volver Aplicación
Inicio
Directorio Homilético
Vigésimo octavo domingo del Tiempo Ordinario
CEC 1503-1505, 2616: Cristo, el médico
CEC 543-550, 1151: los signos del Reino de Dios
CEC 224, 2637-2638: la acción de gracias
CEC 1010: el sentido cristiano de la muerte
Cristo, médico
1503 La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de
dolientes de toda clase (cf Mt 4,24) son un signo maravilloso de que "Dios ha visitado
a su pueblo" (Lc 7,16) y de que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús
no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los pecados (cf Mc
2,5-12): vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los enfermos
necesitan (Mc 2,17). Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse
con ellos: "Estuve enfermo y me visitasteis" (Mt 25,36). Su amor de predilección para
con los enfermos no ha cesado, a lo largo de los siglos, de suscitar la atención muy
particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo y en su alma. Esta
atención dio origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren.
1504 A menudo Jesús pide a los enfermos que crean (cf Mc 5,34.36; 9,23). Se sirve
de signos para curar: saliva e imposición de manos (cf Mc 7,32-36; 8, 22-25), barro y
ablución (cf Jn 9,6s). Los enfermos tratan de tocarlo (cf Mc 1,41; 3,10; 6,56) "pues
salía de él una fuerza que los curaba a todos" (Lc 6,19). Así, en los sacramentos,
Cristo continúa "tocándonos" para sanarnos.
1505 Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no sólo se deja tocar por los
enfermos, sino que hace suyas sus miserias: "El tomó nuestras flaquezas y cargó con
nuestras enfermedades" (Mt 8,17; cf Is 53,4). No curó a todos los enfermos. Sus
curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación más
radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó
sobre sí todo el peso del mal (cf Is 53,4-6) y quitó el "pecado del mundo" (Jn 1,29),
del que la enfermedad no es sino una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la
Cruz, Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura
con él y nos une a su pasión redentora.
Jesús escucha la oración
2616 La oración a Jesús ya ha sido escuchada por él durante su ministerio, a través
de los signos que anticipan el poder de su muerte y de su resurrección: Jesús
escucha la oración de fe expresada en palabras (el leproso: cf Mc 1, 40-41; Jairo: cf
Mc 5, 36; la cananea: cf Mc 7, 29; el buen ladrón: cf Lc 23, 39-43), o en silencio (los
portadores del paralítico: cf Mc 2, 5; la hemorroísa que toca su vestido: cf Mc 5, 28;
las lágrimas y el perfume de la pecadora: cf Lc 7, 37-38). La petición apremiante de
los ciegos: "¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!" (Mt 9, 27) o "¡Hijo de David, ten
compasión de mí!" (Mc 10, 48) ha sido recogida en la tradición de la Oración a Jesús:
"¡Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Señor, ten piedad de mí, pecador!" Curando
enfermedades o perdonando pecados, Jesús siempre responde a la plegaria que le
suplica con fe: "Ve en paz, ¡tu fe te ha salvado!".
San Agustín resume admirablemente las tres dimensiones de la oración de
Jesús: "Orat pro nobis ut sacerdos noster, orat in nobis ut caput nostrum, oratur a
nobis ut Deus noster. Agnoscamus ergo et in illo voces nostras et voces eius in nobis"
("Ora por nosotros como sacerdote nuestro; ora en nosotros como cabeza nuestra; a
El dirige nuestra oración como a Dios nuestro. Reconozcamos, por tanto, en El
nuestras voces; y la voz de El, en nosotros", Sal 85, 1; cf IGLH 7).
El anuncio del Reino de Dios
543 Todos los hombres están llamados a entrar en el Reino. Anunciado en primer
lugar a los hijos de Israel (cf. Mt 10, 5-7), este reino mesiánico está destinado a
acoger a los hombres de todas las naciones (cf. Mt 8, 11; 28, 19). Para entrar en él,
es necesario acoger la palabra de Jesús:
La palabra de Dios se compara a una semilla sembrada en el campo: los que
escuchan con fe y se unen al pequeño rebaño de Cristo han acogido el Reino;
después la semilla, por sí misma, germina y crece hasta el tiempo de la siega (LG 5).
544 El Reino pertenece a los pobres y a los pequeños, es decir a los que lo acogen
con un corazón humilde. Jesús fue enviado para "anunciar la Buena Nueva a los
pobres" (Lc 4, 18; cf. 7, 22). Los declara bienaventurados porque de "ellos es el Reino
de los cielos" (Mt 5, 3); a los "pequeños" es a quienes el Padre se ha dignado revelar
las cosas que ha ocultado a los sabios y prudentes (cf. Mt 11, 25). Jesús, desde el
pesebre hasta la cruz comparte la vida de los pobres; conoce el hambre (cf. Mc 2, 23-
26; Mt 21,18), la sed (cf. Jn 4,6-7; 19,28) y la privación (cf. Lc 9, 58). Aún más: se
identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia ellos la
condición para entrar en su Reino (cf. Mt 25, 31-46).
545 Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: "No he venido a llamar a
justos sino a pecadores" (Mc 2, 17; cf. 1 Tim 1, 15). Les invita a la conversión, sin la
cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra de palabra y con hechos la
misericordia sin límites de su Padre hacia ellos (cf. Lc 15, 11-32) y la inmensa "alegría
en el cielo por un solo pecador que se convierta" (Lc 15, 7). La prueba suprema de
este amor será el sacrificio de su propia vida "para remisión de los pecados" (Mt 26,
28).
546 Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de su
enseñanza (cf. Mc 4, 33-34). Por medio de ellas invita al banquete del Reino(cf. Mt 22,
1-14), pero exige también una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario
darlo todo (cf. Mt 13, 44-45); las palabras no bastan, hacen falta obras (cf. Mt 21, 28-
32). Las parábolas son como un espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un
suelo duro o como una buena tierra (cf. Mt 13, 3-9)? ¿Qué hace con los talentos
recibidos (cf. Mt 25, 14-30)? Jesús y la presencia del Reino en este mundo están
secretamente en el corazón de las parábolas. Es preciso entrar en el Reino, es decir,
hacerse discípulo de Cristo para "conocer los Misterios del Reino de los cielos" (Mt
13, 11). Para los que están "fuera" (Mc 4, 11), la enseñanza de las parábolas es algo
enigmático (cf. Mt 13, 10-15).
Los signos del Reino de Dios
547 Jesús acompaña sus palabras con numerosos "milagros, prodigios y signos"
(Hch 2, 22) que manifiestan que el Reino está presente en El. Ellos atestiguan que
Jesús es el Mesías anunciado (cf, Lc 7, 18-23).
548 Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado (cf.
Jn 5, 36; 10, 25). Invitan a creer en Jesús (cf. Jn 10, 38). Concede lo que le piden a
los que acuden a él con fe (cf. Mc 5, 25-34; 10, 52; etc.). Por tanto, los milagros
fortalecen la fe en Aquél que hace las obras de su Padre: éstas testimonian que él es
Hijo de Dios (cf. Jn 10, 31-38). Pero también pueden ser "ocasión de escándalo" (Mt
11, 6). No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan
evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos (cf. Jn 11, 47-48); incluso se le
acusa de obrar movido por los demonios (cf. Mc 3, 22).
549 Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre (cf. Jn 6, 5-15),
de la injusticia (cf. Lc 19, 8), de la enfermedad y de la muerte (cf. Mt 11,5), Jesús
realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí
abajo (cf. LC 12, 13. 14; Jn 18, 36), sino a liberar a los hombres de la esclavitud más
grave, la del pecado (cf. Jn 8, 34-36), que es el obstáculo en su vocación de hijos de
Dios y causa de todas sus servidumbres humanas.
550 La venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás (cf. Mt 12, 26):
"Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros
el Reino de Dios" (Mt 12, 28). Los exorcismos de Jesús liberan a los hombres del
dominio de los demonios (cf Lc 8, 26-39). Anticipan la gran victoria de Jesús sobre "el
príncipe de este mundo" (Jn 12, 31). Por la Cruz de Cristo será definitivamente
establecido el Reino de Dios: "Regnavit a ligno Deus" ("Dios reinó desde el madero de
la Cruz", himno "Vexilla Regis").
1151 Signos asumidos por Cristo. En su predicación, el Señor Jesús se sirve con
frecuencia de los signos de la Creación para dar a conocer los misterios el Reino de
Dios (cf. Lc 8,10). Realiza sus curaciones o subraya su predicación por medio de
signos materiales o gestos simbólicos (cf Jn 9,6; Mc 7,33-35; 8,22-25). Da un sentido
nuevo a los hechos y a los signos de la Antigua Alianza, sobre todo al Exodo y a la
Pascua (cf Lc 9,31; 22,7-20), porque él mismo es el sentido de todos esos signos.
224 Es vivir en acción de gracias: Si Dios es el Unico, todo lo que somos y todo lo
que poseemos vienen de él: "¿Qué tienes que no hayas recibido?" (1 Co 4,7).
"¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?" (Sal 116,12).
IV LA ORACION DE ACCION DE GRACIAS
2637 La acción de gracias caracteriza la oración de la Iglesia que, al celebrar la
Eucaristía, manifiesta y se convierte más en lo que ella es. En efecto, en la obra de
salvación, Cristo libera a la creación del pecado y de la muerte para consagrarla de
nuevo y devolverla al Padre, para su gloria. La acción de gracias de los miembros del
Cuerpo participa de la de su Cabeza.
2638 Al igual que en la oración de petición, todo acontecimiento y toda necesidad
pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias. Las cartas de San Pablo
comienzan y terminan frecuentemente con una acción de gracias, y el Señor Jesús
siempre está presente en ella. "En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en
Cristo Jesús, quiere de vosotros" (1 Ts 5, 18). "Sed perseverantes en la oración,
velando en ella con acción de gracias" (Col 4, 2).
Volver Direc. Homil.
Inicio
iNFO - Homilética.ive Función de cada sección del Boletín¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética?
Función de cada sección del Boletín
Homilética se compone de 7 Secciones principales:
Textos Litúrgicos: aquí encontrará Las Lecturas del Domingo y los salmos, así
como el Guion para la celebración de la Santa Misa.
Exégesis: presenta un análisis exegético del evangelio del domingo, tomado deespecialistas, licenciados, doctores en exégesis, así como en ocasiones de Papaso sacerdotes que se destacan por su análisis exegético del texto.
Santos Padres: esta sección busca proporcionar la interpretación de los Santos
Padres de la Iglesia, así como los sermones u escritos referentes al texto del
domingo propio del boletín de aquellos santos doctores de la Iglesia.
Aplicación: costa de sermones del domingo ya preparados para la predica, los
cuales pueden facilitar la ilación o alguna idea para que los sacerdotes puedan
aplicar en la predicación.
Ejemplos Predicables: es un recurso que permite al predicador introducir
alguna reflexión u ejemplo que le permite desarrollar algún aspecto del tema
propio de las lecturas del domingo analizado.
Directorio Homilético: es un resumen que busca dar los elementos que
ayudarían a realizar un enfoque adecuado del el evangelio y las lecturas del
domingo para poder brindar una predicación más uniforme, conforme al
DIRECTORIO HOMILÉTICO promulgado por la Congregación para el Culto
Divino y la Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede en el 2014.
¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética? El Instituto del Verbo Encarnado fue fundado el 25 de Marzo de 1984, en SanRafael, Mendoza, Argentina. El 8 de Mayo de 2004 fue aprobado como instituto devida religiosa de derecho Diocesano en Segni, Italia. Siendo su Fundador el SacerdoteCatólico Carlos Miguel Buela. Nuestra familia religiosa tiene como carismala prolongación de la Encarnación del Verbo en todas las manifestaciones delhombre, y como fin específico la evangelización de la cultura; para mejor hacerloproporciona a los misioneros de la familia y a toda la Iglesia este servicio como unaherramienta eficaz enraizada y nutrida en las sagradas escrituras y en la perennetradición y magisterio de la única Iglesia fundada por Jesucristo, la Iglesia CatólicaApostólica Romana.
Volver Información
InicioEste Boletín fue enviado por: [email protected]
Provincia Ntra. Sra. de Lujan - El Chañaral 2699, San Rafael, Mendoza, 5600, Argentina Instituto del Verbo Encarnado