Duby - Arte y Sociedad en La Edad Media

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    Georges Duby. Arte y Sociedad en la Edad Media . Madrid, Gru- po Santillana de Ediciones, 1998, pp. 9-23.

    Europa se form a lo largo de los diez si-glos de que trata este libro. Se fortaleci, seenriqueci, y fue entonces cuando naci y sedesarroll un arte propiamente europeo.Admiramos lo que queda de ese arte. Sinembargo, no vemos sus formas con los mis-mos ojos con los que se vieron por primeravez. Para nosotros son obras de arte, y noesperamos de ellas, como tampoco de las ac-tuales, ms que un placer esttico. Para loshombres de la poca, esos monumentos, esosobjetos, esas imgenes eran ante todo fun-cionales. Servan para algo. En una sociedadmuy jerarquizada, que atribua a lo invisiblela misma realidad que a lo visible, y unafuerza an mayor, y que no conceba que lamuerte pusiera fin al destino individual,desempeaban tres funciones principales.

    Eran en su mayor parte presentes que seofrecan a Dios en alabanza y accin de gra-cias, y para obtener como contrapartida suindulgencia y sus favores. Podan ser tam- bin ofrendas a los santos protectores, a losdifuntos. Lo esencial de la creacin artsticase desarroll en esa poca en torno al altar,al oratorio, al sepulcro. Esa funcin de sacri-ficio justificaba que se dedicara al ornamen-

    to de tales lugares una gran parte de las riquezas producidas por el trabajo humano. Nadie lo pona en duda, ni siquiera los cristianos que se despojaban de todo para vivir en la pobrezade los discpulos de Jess: Francisco de Ass deca que las iglesias deban estar excelente-mente decoradas, pues albergaban el cuerpo de Cristo; las quera gloriosas, engalanadas. Deesa funcin de sacrificio emana, por tanto, lo que hoy nos llega de esas formas, su belleza. Nada era demasiado bello cuando se iba a colocar bajo la mirada del Todopoderoso. Y para

    agradarle haba que emplear los materiales ms puros, los ms suntuosos, y trabajarlos conlo mejor de la inteligencia, la sensibilidad y la habilidad humanas.

    Tambin para la mayora, esos monumentos, esos objetos y esas imgenes eran mediadoresque favorecan la comunicacin con el ms all. Queran ser un reflejo de ese otro mundo,una aproximacin a l. Su propsito era hacerlo presente aqu abajo, hacerlo visible, ya fue-ra la persona de Cristo, las de los ngeles o la de la Jerusaln celestial. Estaban all para fijarel desarrollo de los ritos litrgicos en una correspondencia ms estrecha con las perfeccionesdel ms all, para ayudar a los eruditos a discernir, bajo el velo de las apariencias, las inten-ciones divinas, para guiar la meditacin de los devotos, para conducir su espritu per visibi-lia ad invisibilia , como dice san Pablo. Condescendientes, los estudiosos les atribuan, ade-

    ms, una funcin pedaggica ms vulgar. Deban mostrar a los iletrados lo que stos tenan

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    que creer. En 1025, el snodo de Arrs autoriz a que se pintaran imgenes para instruccinde los ignorantes. Cien aos despus, Bernardo de Claraval (que sin embargo no era unhombre predominantemente visual: invitaba ms bien a sus hermanos a que, en las tinieblasde la noche, se mantuvieran a la escucha de lo incognoscible: Por qu esforzarnos por ver?Hay que prestar odos) les instaba a los obispos a excitar mediante imgenes sensibles ladevocin carnal del pueblo, pues no pueden hacerlo mediante imgenes espirituales.

    Por ltimo -tercera funcin, prxima a la primera-, la obra de arte era una afirmacin deautoridad. Celebraba el poder de Dios, celebraba el de sus servidores, el de los caudillos mi-litares, el de los ricos. Realzaba ese poder. Al mismo tiempo que lo pona de manifiesto, lo justificaba. Por eso los poderosos de este mundo dedicaban a su gl oria personal lo que nosacrificaban a la gloria de Dios: queran erigir en torno a su persona un decorado que les dis-tinguiera de la gente ordinaria, encargaban objetos bellos que distribuan con magnificenciaa su alrededor como signo de su opulencia y para atraerse lealtades. Por eso, en sus formasmayores, y en esta poca como en cualquier otra, la creacin artstica se desarroll en loslugares en que se concentraban el poder y los beneficios del poder.

    Como la obra de arte era en primer lugar un objeto til, aquella sociedad no distingua,hasta llegar casi al siglo XV, entre artista y artesano. En ambos se vea al mero ejecutor deun encargo, al que reciba de un seor, sacerdote o prncipe, el proyecto de la obra. La au-toridad eclesistica insista en que no era al pintor a quien corresponda inventar las imge-nes; la Iglesia las haba construido y transmitido; al pintor le incumba nicamente poner en prctica elars , es decir, los procedimientos tcnicos que permiten fabricarlas correctamente;eran los prelados quienes decidan su ordenacin, o sea, el asunto, las figuras y su dispo-sicin.

    No obstante, durante el milenio que nos ocupa las cosas no cesaron de cambiar en esa Eu-ropa incipiente, y en algunos momentos tan deprisa como lo hacen en la actualidad. Esoscambios, que afectaban a las relaciones sociales y a los diversos componentes de la forma-cin cultural, modificaron las condiciones de la creacin artstica. Los focos de poder sedesplazaron, y al tiempo que volva poco a poco el pensamiento salvaje, al tiempo que sereduca la influencia de los clrigos, iba cobrando ms fuerza la tercera de las funciones dela obra artstica. sa es la razn por la que, en la mentalidad de los contemporneos, se fuereforzando insensiblemente el elemento del edificio, el objeto o la imagen que no era fun-cional sino mera fuente de placer.

    Como es evidente, en las pginas que siguen no se trata de explicar la evolucin de lasformas artsticas mediante la de las estructuras materiales y culturales de la sociedad. Lo que pretendemos es ponerlas en paralelo, para contribuir a una mejor comprensin de una y otra.

    Siglos V-X

    La tradicin sita en el siglo V el paso de la Antigedad a la Edad Media. En esos momen-tos, Europa no existe. Casi todo lo que el historiador puede conocer se sigue ordenando entorno al Mediterrneo, en el marco del Imperio romano. No obstante, iniciado mucho tiempoatrs, un movimiento tiende a desarticular ese marco. La parte griega del Imperio se va apar-tando poco a poco de la parte latina. En el Este se halla efectivamente toda la vitalidad, lariqueza, la fuerza, y la civilizacin antigua prosigue all su historia sin rupturas. Al mismotiempo se disgrega en el Oeste, que ocupa desde siempre una posicin de debilidad y cuyaruina precipitan las migraciones de pueblos germnicos. Se instala en ese flanco el desorden,

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    que se mantiene durante tres siglos en los que se combinan los ingredientes de una civiliza-cin nueva. De un arte nuevo.

    El propio Occidente est constituido por dos partes. Una, la meridional, est romanizada.En las provincias en las que la huella de Roma no es tan profunda resurgen ms o menos lascostumbres autctonas, antes sofocadas por la colonizacin imperial. No obstante, por do-quier se mantienen las ciudades. Es verdad que van siendo cada vez menos numerosas a me-dida que nos alejamos del Mediterrneo, pero estn conectadas entre s por una red de vasindestructibles, de un extremo al otro del Imperio, en una estrecha comunidad cultural. Esasciudades se despueblan. Poco a poco, los dirigentes las van abandonando, instalndose en lasresidencias que poseen en el campo. Se conservan, sin embargo, vivas, imponentes, con susmurallas, sus puertas solemnes, sus monumentos ptreos, las estatuas, las fuentes, las ter-mas, el anfiteatro, el foro en el que se tratan los asuntos pblicos, las escuelas en las que seforman los oradores, las colonias de traficantes orientales que manejan la moneda de oro yque saben an cmo obtener el papiro, las especies, las galas importadas de Oriente, y, enlas vastas necrpolis que se extienden extramuros, los mausoleos y los sarcfagos de losacaudalados, cubiertos de esculturas. Todas esas ciudades se vuelven hacia Roma, que es sumodelo. Roma, la urbe inmensa, apostada en el lmite mismo que separa la latinidad del he-lenismo, una Roma en gran parte helenizada pero orgullosa de su pasada grandeza, una Ro-ma que, apoyndose en esa memoria, en el recuerdo de san Pedro, de san Pablo, de todos losmrtires cuyas sepulturas guarda, lucha con todas sus fuerzas para contener los avances deConstantinopla, la nueva Roma.

    En el Norte, en el Oeste, entre las landas y los bosques en los que jams penetraron las le-giones, viven las tribus brbaras. Son poblaciones dispersas, seminmadas, de cazadores,de criadores de cerdos y de guerreros, y tienen unas costumbres muy distintas, unas creen-cias muy distintas. Tambin su arte es diferente: no es el arte de la piedra, sino el del metal,los abalorios de vidrio, el bordado. No hay monumentos, sino objetos que se trasladan, ar-mas, y las joyas, los amuletos con los que se engalanan los jefes en vida y que luego se de- positan junto a su cuerpo en la tumba. No hay relieve, sino labor de cincel. Es una decor a-cin abstracta, signos mgicos entrelazados en los que a veces se insertan las formas estili-zadas del animal y de la figura humana. Como han bordeado en sus desplazamientos los te-rritorios helenizados, algunos de esos pueblos han recibido el Evangelio. Son ellos, conduci-dos por sus reyes, los primeros en abalanzarse sobre el Imperio de Occidente, los primerosen tomar el poder. Les siguen otros pueblos, paganos ahora, los cuales, al adentrarse msall de las antiguas fronteras, borran en los territorios que ocupan las huellas demasiado di s-cretas de la presencia de Roma. Es posible distinguir hasta dnde se impuso la cultura br- bara, en esas horas agitadas, sobre la cultura romana, hasta dnde la aneg: marca los lmi-tes de ese avance la ntida lnea, de extraa estabilidad, que separa en la Europa actual lazona lingstica romance de la de otras lenguas.

    Las dos culturas no tienen el mismo peso. La ms robusta, con mucho, que es la del Sur,recobra an vigor en el siglo VI gracias a las empresas impulsadas desde Oriente por el em- perador Justiniano. ste logra rechazar momentneamente a las monarquas germnicas. Sustropas ocupan de nuevo Italia. En Roma, a lo largo del Adritico, en Rvena, se erigirn ensigno de victoria, como emblemas de una reconquista cultural, majestuosos edificios quemuestran en qu se ha convertido entonces el arte antiguo bajo la influencia del pensamientode Plotino y de una espiritualidad que, negando la sombra como una de las manifestacionesde la materia, condena la profundidad y, en consecuencia, el bulto redondo, invita a aplanar

    las imgenes en el espejo de los mosaicos. Este injerto es oportuno. Sin l, sin la presencia

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    de las formas que entonces se implantan en los bordes orientales de la latinidad, es posibleque las tradiciones clsicas no hubieran resistido con tanta firmeza a la erosin.

    Pero las guerras haban causado tambin grandes daos, y dos accidentes iban a debilitarla cultura meridional frente a la de los brbaros. La peste en primer lugar, que hizo estra-gos brutales durante la segunda mitad del siglo VI y sigui rebrotando peridicamente, connuevas sacudidas, hasta mediados del siglo mil. Propagndose a lo largo de las riberas y loscaminos, la epidemia afect principalmente a las ciudades, es decir, a los puntos de anclajede las tradiciones antiguas. Se libraron en cambio las zonas rurales, y parece que por com- pleto el norte de la Galia y Germania. Por otro lado, en gran parte de las regiones meridion a-les dominaba la civilizacin islmica. Los musulmanes ocuparon el Magreb, casi toda la pe-nnsula Ibrica y la Galia Narbonense; las comunicaciones martimas con Oriente se inte-rrumpieron; a partir del 670, el papiro ya no llegaba a los puertos de Provenza. La peste ylas conquistas rabes se conjugaron as para esbozar la forma de la futura Europa, despla-zando hacia el interior del continente los puntos fuertes del poder poltico y hacia las orillasdel mar del Norte las corrientes de intercambio ms activas. Esos mismos desplazamientos precipitaron la decadencia de las ciudades romanas de Occidente; los vstagos de las grandesfamilias senatoriales coincidan, en el entorno de los reyes, con los jefes de las bandas br- baras; la fuerza de esa aristocracia mixta se dej sentir sobre el pueblo campesino y, en unmundo ruralizado, acentu el ascendiente de las formas germnicas de pensar, de comportar-se y de tratar la imagen.

    La cultura romana conservaba, no obstante, su atractivo. Fascinaba a los invasores. Era pa-ra alzarse al nivel de esa cultura, para participar en esa especie de felicidad que crean com- partida por los ciudadanos romanos, por lo que los germanos haban franqueado las fronte-ras, por lo que sus jefes, ahora con el poder en sus manos, se adornaban con naturalidad conel ttulo de cnsules, por lo que residan en las ciudades, por lo que favorecan, como Teodo-rico, el florecimiento de las letras latinas, por lo que se sumergan con sus compaeros, co-mo Clodoveo, en las aguas del bautismo. No tenan ms que un nico deseo, el de integrarse.Y para integrarse de verdad tenan que hacerse cristianos.

    Efectivamente, lo que de ms duradero haba en la cultura romana -y en el arte antiguo-sobreviva conservado en el seno de la Iglesia cristiana, de la Iglesia latina, la que no habacado en desviaciones herticas y veneraba en el obispo de Roma al sucesor de san Pedro.Cuando, en los umbrales del siglo IV, y por decisin del emperador Constantino, la Iglesiadej de ser una secta clandestina, sospechosa y de tarde en tarde perseguida, cuando se con-virti en una institucin oficial del Imperio, se introdujo enseguida en los altos niveles del poder establecido, adquiriendo una posicin dominante, calcando su jerarqua de la de laadministracin imperial. En cada ciudad, el obispo asumi a partir de ese momento las res- ponsabilidades cvicas esenciales, alzando sus propias ar mas, intelectuales y espirituales,frente a las de los hombres de la guerra. Triunfante, la Iglesia se apropi de todo el legadocultural de la antigua Roma. Ocup la escuela, pilar bsico del sistema educativo en el quese preparaba a la lite ciudadana en el uso de la palabra pblica. Hizo lo posible para prote-ger mal que bien del contagio de las lenguas rsticas al buen latn, el que empleara san Jer-nimo para traducir la Biblia. Como los magistrados evergetes cuyo lugar haban ocupado, losobispos, durante mucho tiempo pertenecientes todos a las grandes familias romanas, se es-forzaban por realzar, mediante la pompa de las liturgias, la msica y las artes visuales, lagloria de su ciudad y la de su magisterio.

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    Prosiguiendo la empresa de magnificencia inaugurada en la poca constantiniana, cuandoel emperador haba ordenado que se erigiera un suntuoso decorado monumental para las ce-remonias de un culto al que se haba hecho adepto y que l sostena en su propio inters po-ltico, los obispos construan. Ampliaban los edificios que quedaban en pie, levantaban otrosnuevos, a veces en el mismo foro, en el emplazamiento de templos dedicados a falsos dioses,reutilizando sus elementos estructurales con plena fidelidad a las tradiciones clsicas. To-mando por modelo las salas en las que los magistrados impartan justicia en nombre del so- berano, construan baslicas, largas naves que estaban flanqueadas por galeras y que des-embocaban en el bside, con la silla episcopal. A semejanza de los monumentos funerarios,como el que Constantino haba hecho erigir en Jerusaln para albergar el Santo Sepulcro,construan baptisterios de planta centralizada en torno al octgono de la piscina, smbolo dela transicin de lo terrenal a lo celestial, de lo material a lo espiritual. Los prelados ponanespecial inters en adornar esos lugares de conversin, de reproduccin peridica de una so-ciedad nueva, lugares de integracin. El baptisterio era as el emblema resplandeciente de lavictoria del cristianismo.

    Por su propia naturaleza, las religiones monotestas son iconfobas: al Dios nico no se lerepresenta. Su presencia se seala mediante signos. Monotesta, el cristianismo deba libraradems un combate encarnizado para extirpar las religiones rivales; los obispos de la AltaEdad Media, los que destruan las efigies de los dioses antiguos, desconfiaban de las esta-tuas. Y tambin la cultura brbara, que ganaba terreno sin cesar, rechazaba la representa-cin figurativa. La gran escultura monumental se fue as borrando, y durante siglos. No obs-tante, en los monumentos que construan, los dirigentes de la Iglesia cristiana s colocabanfiguras de hombres y mujeres. En efecto, al igual que el Imperio al que haba sustituido, lainstitucin eclesistica no poda dejar de manifestar su autoridad a la plebe ante la que que-ra presentarse, ni de mostrrsela mediante imgenes persuasivas. Deba tambin difundir sudoctrina. Y el papa san Gregorio, en los albores del siglo VII, estaba convencido de que loque se les enseaba a los letrados mediante el texto se les enseaba a los que no saban leermediante la imagen. Por ltimo y sobre todo, el Dios de los cristianos se haba hecho hom- bre, haba tomado un cuerpo de hombre, un rostro de hombre. Por tan to, se le poda repre-sentar. Su imagen ser en adelante mediadora, como lo es el propio Dios encarnado. El signoque es la imagen se convierte, en el sentido primero del trmino, en un sacramento, unmedio de unin entre la persona divina y la persona humana. As se explica que sobrevivieraen Occidente, al igual que la retrica y la arquitectura en piedra, el arte figurativo de la An-tigedad mediterrnea. No obstante, tendi a retirarse a las cercanas de las tumbas. Tal es almenos lo que hoy nos parece: la mayor parte del arte de la Alta Edad Media ha desaparecido;y la impresin sepulcral que suscita lo que queda de l, no se debe acaso a que casi todoslos vestigios han sido exhumados por la arqueologa? En cualquier caso, hay una cosa segu-

    ra: la cultura de las ciudades romanas en su ltima evolucin, las culturas autctonas de basey las culturas brbaras importadas no confluyeron en ningn sitio tanto como en el culto delos muertos, y de unos muertos concretos, los santos. Los restos de aquellos hroes del cris-tianismo victorioso, que seguan viviendo en el otro mundo, descansaban en aquel suelo.Mediante sus reliquias era posible acercarse a ellos, servirles, instarles por ese mismo servi-cio a que ayudaran a sus devotos, a que intercedieran en su favor. El sentimiento religioso,fervoroso, hallaba mejor acogida en los hipogeos que en las fras arquitecturas de las basli-cas, y era all donde se prefera instalar lasimagines , es decir, los espectros, las representa-ciones fantasmales de los poderes tutelares. En esos lugares se observa asimismo la impla-cable retirada de la figuracin ilusionista, proceso acelerado por el desplazamiento de lassedes de poder hacia el Norte, lejos de los orgenes mediterrneos, y tambin por los avances

    de la evangelizacin ms all de los antiguos lmites del Imperio.

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