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Qué es un dybbuk La palabra ‘dibbuk’ significa “espíritu atado” en yiddish[1] y designa un concepto judío que expresa una de las posibles situaciones del alma tras la muerte. Concretamente un dybbuk es el alma —en la que predomina el mal sobre el bien o simplemente es espiritualmente poco evolucionada— de alguien que, tras morir, no ha podido continuar con el ciclo natural de encarnaciones necesarias para llegar a cumplir el fin espiritual individual que Dios le ha dado y, en consecuencia, se ha quedado en el mundo y busca poseer el cuerpo de alguien que, por su naturaleza y situación de vida, resulte propicio para cumplir aquellos fines y deseos que no fueron satisfechos mientras el dybbuk vivía. Sea cual sea el caso, todo dybbuk ha sufrido el “karet”; esto es, la situación de separación que, como consecuencia natural de las malas acciones efectuadas en vida, experimenta un alma con respecto a Dios. A pesar de eso el grado de oscuridad espiritual de un dybbuk puede variar, dándose el caso de quienes en vida fueron auténticamente malvados (violadores, asesinos, torturadores, etc) y el de quienes

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Qué es un dybbuk 

La palabra ‘dibbuk’ significa “espíritu atado” en yiddish[1] y designa un concepto judío que expresa una de las posibles situaciones del alma tras la muerte. Concretamente un dybbuk es el alma —en la que predomina el mal sobre el bien o simplemente es espiritualmente poco evolucionada— de alguien que, tras morir, no ha podido continuar con el ciclo natural de encarnaciones necesarias para llegar a cumplir el fin espiritual individual que Dios le ha dado y, en consecuencia, se ha quedado en el mundo y busca poseer el cuerpo de alguien que, por su naturaleza y situación de vida, resulte propicio para cumplir aquellos fines y deseos que no fueron satisfechos mientras el dybbuk vivía. 

Sea cual sea el caso, todo dybbuk ha sufrido el “karet”; esto es, la situación de separación que, como consecuencia natural de las malas acciones efectuadas en vida, experimenta un alma con respecto a Dios. A pesar de eso el grado de oscuridad espiritual de un dybbuk puede variar, dándose el caso de quienes en vida fueron auténticamente malvados (violadores, asesinos, torturadores, etc) y el de quienes simplemente tomaron caminos equivocados (drogadicción, dedicación completa de la voluntad a conseguir dinero y cosas mundanas, etc) o muy alejados de Dios pero no por ello propios de ser encasillados en la esfera de la maldad. Por ello la finalidad principal que un dybbuk busca con la posesión puede variar; siendo, por ejemplo, huir del castigo divino en un caso extremo o el acabar ciertos asuntos pendientes en el caso de un dybbuk que, por haber pecado menos, tiene menos que temer. 

Origen teológico del dybbuk 

En el Talmud se habla de espíritus desencarnados y de exorcismo pero sin embargo no se destaca el concepto de la transmigración (reencarnación), necesario para la

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concepción del dybbuk propiamente dicho. Y es que la idea del dybbuk aborda el judaísmo con la introducción de la creencia en la reencarnación, hecho éste vinculado a la presencia de su raíz conceptual en fuentes griegas, indias, gnósticas, cristianas (del cristianismo primitivo) e islámicas (de la escuela Mu’tazili principalmente), fuentes todas ellas que en alguna u otra forma y medida no estuvieron del todo desvinculadas al misticismo judío que abrazó la teoría de la reencarnación otorgándole, desde luego, un fundamento teológico en el corpus de la revelación judía y de la teología desarrollada en torno a aquel. 

Puntualmente fue en el siglo octavo, dentro del misticismo desarrollado por ciertos eruditos de las comunidades judías de Europa, cuando y pese a la oposición de muchos teóricos la idea de la reencarnación realmente entró. Ejemplo de la fuerza que obtuvo la vemos en un libro tan clave como el Zohar (s. XIII), en cuyo versículo 186b dice: ‹‹Siempre que una persona fracasa en su propósito en este mundo, Dios, Bendito Sea, la arranca de raíz y la vuelve a plantar una y otra vez, repetidamente››. Ya en el siglo XII ésta idea de la reencarnación pasó a formar parte establecida de la Cábala; y después, en el siglo XVI, algunas escuelas y sobre todo la del Círculo de Safed, tomaron esta teoría en el marco de la cual el místico Isaac Luria (líder del Círculo de Safed) sentó las bases de la creencia judía en el dybbuk, concepto que, junto a los del gilgul y el ibbur, sería clave para la comprensión teológica de las posibilidades situacionales del alma en su dinámica evolutiva orientada a la consecución del propósito divino. 

Finalmente los discípulos de Isaac Luria llevaron la idea un paso más allá con la teoría de la posesión efectuada por el dybbuk y, más adelante en lo que fueron los inicios del s. XX, el folklorista y erudito judío S. Ansky dio un salto a la popularidad del dybbuk cuando en 1916 publicó su obra

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Der Dybbuk, inicialmente escrita en yiddish pero posteriormente traducida a varios idiomas. 

Gilgul, dybbuk e ibbur, tres situaciones distintas del alma tras la muerte 

En la idea judía de reencarnación ocurre que, cuando una persona muere, normalmente su alma experimenta la situación de gilgul (palabra hebrea que literalmente significa “rodar”), lo cual no es otra cosa que el hecho de transmigrar, de pasar de forma natural a encarnarse (al momento de nacer, no en la concepción como creen los católicos) en otro cuerpo, durante un número de años previamente fijado por decreto divino. Así el gilgul es el proceso normal que media entre una vida y otra en el ciclo de reencarnaciones, ciclo que en el judaísmo no es indefinido sino que se detiene cuando el alma ha cumplido el propósito individual que Dios le otorgó. 

Ahora bien, hay veces en que el alma no pasa a encarnarse en su siguiente vida sino que se queda paralizada en el proceso, se queda sin cuerpo dentro del mundo. Es entonces, y en virtud de que las almas presentan una tendencia natural a buscar estar en un cuerpo (al menos eso es lo que se cree en el marco teológico del dybbuk), cuando puede ocurrir uno de los siguientes casos: 

El primer caso, y que corresponde a la segunda forma de transmigración, es el del dybbuk. En este caso y como ya se dijo, el alma corresponde a una persona mala o poco evolucionada. Ésta alma busca entonces poseer el cuerpo de otra persona: sea para evitar el castigo de los ángeles que ayudan a separar el alma del cuerpo, sea para superar (con acciones en el cuerpo a poseer) o evitar castigos relacionados a su vagabundeo por la Tierra, sea para buscar venganza o simplemente para huir de su situación

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de extravío. Así, bien puede ser que la persona viva no sienta que un dybbuk le ha poseído o por el contrario si el dybbuk se manifiesta puede atormentar a su portador. 

El segundo caso, correspondiente a la tercera forma de transmigración, es el del ibbur (palabra hebrea para “impregnación”), un caso que se diferencia del dybbuk en el hecho de que siempre es temporal (solo dura un periodo de la vida del poseído) y siempre se trata de un alma altamente evolucionada en la que despuntan la bondad y la sabiduría, alma ésta que no necesariamente entra en el cuerpo del viviente porque ha estado vagando por la Tierra sino que bien puede darse el caso de que el ibbur haya estado junto a Dios y, por un puro impulso de bondad y amor, haya pedido descender a la Tierra para tomar el cuerpo de una persona y así ayudarle, con su naturaleza superior, a cumplir el plan que Dios le asignó. No obstante también puede ser que el ibbur busque poseer el cuerpo del viviente para cumplir un propósito propio, tal como cumplir una promesa, realizar un mitzvá (deber religioso) o efectuar cualquier otra tarea (siempre moral y espiritualmente buena) que precisa de un cuerpo físico para su cumplimiento; mas, aunque así fuere, la posesión del ibbur resultará igualmente muy positiva para la vida espiritual del viviente. Y es que tal es la luminosidad espiritual del ibbur que, según los cabalistas, puede explicar muchos casos en los que una persona común ha tenido estados místicos o en los que un místico ha sido arrebatado a estados en los que ha oído y/o visto cosas sorprendentes, cosas de una naturaleza tan lejana a las cosas usuales que, en virtud de aquello, no pueden ser explicadas por el discurso racional y precisan del lenguaje de la poesía, las paradojas y otros rodeos de la expresión figurativa e indirecta. Podemos sin embargo preguntarnos a quiénes tienden a ayudar más los ibbur que entran en un cuerpo para cumplir fines propios del plan divino asignado a la persona poseída. La respuesta es clara: a aquellos que

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están extraviados en el sendero de la vida, que no encuentran su propósito espiritual, a quienes están atravesando situaciones difíciles que el ibbur ha superado exitosamente cuando estaba vivo; y claro, a quienes sin estar espiritualmente desorientados se hayan intentando superar algún defecto o problema interno (que el ibbur ya superó) o bien se hayan queriendo conseguir una meta (externa) elevada y difícil. Es debido a ese papel de guías e inspiradores espirituales que los ibbur, cuando han cumplido su tarea y se marchan, suelen dejar en quien fue poseído (la palabra técnica es “impregnado”) una sensación de vacío y muchas veces un estado de depresión ligado a la pérdida de un pálido reflejo (el ibbur) de la luz del Creador, estado éste que los rabinos aconsejan superar considerando todo lo bueno que el ibbur hizo por nosotros y teniendo en cuenta que, si se marchó, es que ya hizo lo que tenía que hacer el ibbur. 

Cuándo un dybbuk intenta poseer a una persona 

El dybbuk busca personas en las que se ha abierto cierta separación entre el cuerpo y el espíritu (y tiene una gran capacidad para detectar dichas personas), ya que es a través de esa separación que el dybbuk puede colarse y efectuar la posesión. Es por eso que el dybbuk generalmente prefiere tomar el cuerpo de una mujer, puesto que las mujeres son más propensas a sufrir problemas emocionales y enfermedades psicológicas en las cuales el cuerpo y el espíritu desarrollan una problemática que los desvincula en cierto grado. O al menos eso es lo que en general creen en el judaísmo, una cultura especialmente machista. 

Pero las razones de elección del dybbuk van más allá de eso. Según Gershon Winkler, estudioso con más de 25 años de experiencia[2] en el campo de la investigación sobre folklore judío, espiritualidad judía y raíces

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chamánicas del judaísmo,“el dybbuk elije a alguien que está en el estado donde su alma y su cuerpo no están totalmente conectados entre sí a causa de la melancolía severa, la psicosis y ese tipo de cosas. Entre los no que no están integrados, busca a alguien en particular cuya vida actual esté atravesada por situaciones que el espíritu poseedor tuvo que pasar, por lo cual éste espíritu percibe compatibilidad con alguien que está luchando con lo mismo que él luchó. Digamos que en mi corazón tengo un deseo de robar todas las tiendas que me convenga robar, pero no sigo este deseo porque no tengo agallas. Bien pues, el espíritu de alguien que haya hecho eso se sentirá atraído por mi deseo de hacerlo y me poseerá porque somos compatibles”. Pero las palabras de Winkler no deben dar lugar a la interpretación equívoca de que una persona que cede a sus peores deseos o inclinaciones está siendo víctima de un dybbuk pues, como de otras palabras suyas se desprende claramente, la posesión del dybbuk presenta signos específicos: “Se puede decir que es real si la persona es capaz de hablar las cosas que de otro modo no sería capaz de conocer. Debido a que el alma que hay en el poseído no se integra lo suficiente para ser sujeta al tiempo, espacio y materia, éste sería capaz de decirte cosas que no se conocen normalmente, cosas como lo que soñaste la noche anterior, lo que está pasando en la calle, tal vez incluso pueda hablar un idioma diferente que nunca ha conocido antes”. 

Cómo se expulsa a un dybbuk 

La Cabalá dice que existe una forma específica para exorcizar al dybbuk. Dicha forma se basa en tocar música ceremonial con un cuerno de carnero (el shofar). Pero no cualquiera debe tocar el cuerno: debe ser un rabino experto en la Cábala. Además, el rabino deberá estar acompañado de 10 personas (reunidas preferentemente en una sinagoga) capaces de soportar la experiencia y de formar

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un círculo santo de protección en torno al poseído, todo esto mientras se repiten textos sagrados. Concretamente todos deben recitar el Salmo 91 mientras el rabino hace sonar el shofar para desorientar a la entidad. El proceso de recitación del Salmo 91 se repetirá tres veces, pues solo así será posible la comunicación con el dybbuk, dentro de la cual se le pedirá que abandone el cuerpo del poseído y se le indicará qué camino seguir para su propia salvación. 

Muchas historias muestran que el rabino, que debe ser siempre un individuo piadoso, está asistido por un maguid (espíritu benéfico) o por un ángel. El rabino Gershon Winkler es alguien que ha llevado a cabo varios exorcismos. Él contó lo siguiente: “Nosotros soplamos el cuerno de carnero de cierta forma, con ciertas notas, en vistas a romper el cuerpo, por así decirlo. Así el alma que está poseyendo será soltada. Después de que se ha soltado nosotros podemos empezar a comunicarnos con ésta y preguntarle por qué está aquí. Podemos orar por dicha alma y hacer una ceremonia para permitir que se sienta segura y así terminar para que pueda dejar el cuerpo de la persona” 

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No obstante en ciertos casos el primer paso del proceso es la entrevista con el dybbuk, cosa que se realiza para determinar por qué el espíritu no ha cambiado, información ésta que será clave para que el rabino convenza al dybbuk de salir. Otra cosa importante es descubrir el nombre del dybbuk, ya que según el folklore judío, es preciso conocer el nombre de una entidad para poder darle órdenes. También, al menos según muchas historias, la entrevista es importante pues son muchos los dybbuk que encuentran gran complacencia en saber que alguien se interesa por ellos y por los problemas que les han llevado a hacer lo que han hecho. 

Para el autor Howard Chajes existen diversas combinaciones de objetos y conjuros empleados para expulsar al dybbuk. Un gran ejemplo es el de la fórmula en la que el exorcista utiliza un frasco vacío y una vela blanca. En esa variante, el exorcista recita un conjuro para ordenar (si aún no se conoce el nombre) al dybbuk a decir su

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nombre, tras lo cual recita un segundo conjuro en el que se ordena al dybbuk que abandone el cuerpo de la persona y llene el frasco. Sorprendentemente y cual si de un videojuego o historia fantástica se tratase, el frasco se iluminará de rojo si el dybbuk cumple la orden.

Un Dybbuk (que significa “aferrarse” en hebreo) es un ser místico nacido en el folclore judío, son originarios de Israel y las primeras historias conocidas sobre ellos tienen fecha en el siglo XVI. Se dice que es un demonio ancestral o el alma de un pecador que deambula entre los dos mundos para escapar del castigo que le espera por sus acciones pero también puede tratarse de la esencia de una persona muerta a la cual le han quedado cosas pendientes que hacer en vida.

Un Dybbuk es sólo energía no posee una forma corpórea y carece de género sexual, lo que hace este personaje es poseer los cuerpos humanos, en su mayoría mujeres, para vivir en ellos ya que él es un espíritu errante que no tiene cabida en el cielo, no puede o no sabe cómo llegar a él.

Este alma errante puede apoderarse de quienes no tienen el espíritu y cuerpo totalmente conectados a raíz de algún problema emocional o psicológico, esa rendija entre lo corpóreo y lo etéreo es espacio suficiente para que el Dybbuk puede ingresar y dominar la entidad de la persona.

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También puede ser razón de posesión que el individuo en cuestión esté atravesando una situación semejante a la que el Dybbuk experimentó en vida y éste vea la oportunidad propicia para terminar lo que le ha quedado pendiente.

La Kabbalah, texto místico del judaísmo, relata sobre los Dybbukyn (Dybbuk en plural) y especifica la forma de exorcizarlos, según estos escritos este demonio puede ser ahuyentado mediante la música ceremonial tocada con un cuerno de carnero, por otro lado alerta que cuando todo objeto que suena con el viento produce alguna melodía es señal que un Dybbuk está merodeando los alrededores.

El exorcismo judío para ahuyentar al Dybbuk debe realizarse por un rabino experto en la Kabbalah junto a 10 personas capaces de soportar la experiencia y que puedan formar un círculo santo de protección en derredor del poseído mientras repiten los textos sagrados.

Todos deben recitar el Salmo 91 tres veces mientras el rabino hace sonar el shofar (cuerno de carnero), este sonido desorientará a la entidad y será posible la comunicación en donde se le pedirá que abandone el cuerpo que no le pertenece y se le indicará el camino a seguir para su propia

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salvación.

A pesar de que la mayoría de las veces un Dybbuk es maligno, hay circunstancias que entidades benévolas acuden en el auxilio de alguien que está pasando una situación difícil, a este fenómeno le llaman Ibbur o misterio de

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02/11/12 Dybbuk, el demonio que quiere vivir

impregnación, es una posesión por un espíritu positivo capaz de guiar a la persona extraviada en el sendero de la vida.

Una entidad que cuando encarnada ha luchado y salido airosa de las vicisitudes asiste a quienes necesitan un empujoncito y cuando la persona logra salir del pozo o consigue lo que busca, el espíritu salvador abandona el cuerpo. Puede pasar que en ese momento quien ha recibido el auxilio se sienta vacío, con una ausencia en su interior pero no deben ponerse mal por ello sino alegrarse de que una energía guía los haya socorrido y es señal de que a partir de entonces son capaces de luchar con sus propios medios.

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Dybbuk

En el folclore judío, un dybbuk es un espíritu maligno capaz de poseer otras criaturas, se cree que es el alma en pena de un muerto.

Se dice que los dybbuks escaparon del Gehena, término hebreo traducido algunas veces como "infierno", o que fueron expulsados

de éste por cometer transgresiones tales, que el alma no podía ser admitida ahí, como el suicidio.

La palabra dibbuk se deriva del hebreo דיבוק que significa "adhesión", el Dybbuk se adhiere al cuerpo de una persona viva y lo

habita. De acuerdo con la creencia, un alma que no pudo cumplir su misión durante su vida, tiene una segunda oportunidad de

hacerlo en la forma de un Dybbuk.

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hijo en la evacuación del ghetto de Varsovia. Luego volvió a casarse y tuvo otro hijo, el protagonista, que vive en Estados Unidos. El dybbuk es el hijo perdido en Varsovia, eternamente seis años. “El dybbuk me hablaba en polaco, así que tuve que aprender polaco para entender lo que me decía”. El protagonista experimenta súbitos ataques de furia o de llanto.

En el momento en que experimenta la posibilidad de removerlo, elige, sin embargo, conservarlo. Cuando tiene su propio hijo, teme que el dybbuk elija reencarnar en él, pero no, permanece en su cuerpo.

Textos sobre textos sobre textos sobre textos. La obra pide, reclama, exige que el espectador trabaje (lo que es un tour de force, pensando además que es una obra de cerca de 2:30hs). Mi primera sensación, al salir de la sala, oscilaba entre el desconcierto, el fastidio, el no estar de acuerdo con el timing y la resolución dramatúrgica… Pero dejé pasar las horas y volví, busqué, sobre todo porque me intrigaba la decisión de ubicar una pieza entera en el centro de otra que la incorporaba como discurso.

¿Era necesario traerla entera, explícitamente ponerla en escena, extendiendo la duración de la obra en una hora? No termino de estar convencido, pero también entiendo que hay una conexión con la idea de lo que implica un relato, más allá de contar el cuentito. ¿Dificulta la necesidad de leer las referencias por fuera de la obra para conseguir un mejor entendimiento? Sí. Pero, es cierto, también, para quien quiera tomarse el trabajo, enriquece. Los personajes, a lo largo de todo el espectáculo, vuelven sobre la pérdida de la tradición, entendiendo a esta no como una burbuja cristalizada, sino como un set de experiencias y vivencias. “Hablar” de “El Dybbuk”, no es lo mismo que traerlo, que es lo que hace Leah, y lo que hace el otro protagonista con su hermano. “El Dybbuk”, versión siglo XXI envuelve a “El Dybbuk” de la década del ´10 del siglo XX; la resignifica y es resignificada por ella.

Mi madre no es judía, con lo cual, para la tradición, yo tampoco lo soy. Tampoco jamás practiqué, así que tampoco lo soy por “hábito”. Pero alguna vez me dijeron “judío de mierda” con una carga de odio que excedía el mero insulto, y la sensación fue más allá de mí. El protagonista no se explica por qué su hermano no se va, pero luego no quiere dejarlo ir. El humor es resistencia, no resignación; es también el retrato de un mundo absurdo. Leah moría para reunirse con su amante, pero este otro opera de manera inversa. En su familia, hay una historia de problemas cardíacos; en la última imagen, el protagonista se sube a una cinta y ejercita, para fortalecer su corazón y extender su vida, pero también la del dybbuk. La memoria (esta que vuelve con dificultades para ser “dicha”, expresada con “claridad” – el protagonista tiene que aprender a “traducirla”) no como muerte, sino como experiencia vital, no como presencia destructiva y angustiante, sino como identidad.

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Son los pueblos que olvidan, o que transforman la memoria en una escultura rígida a ser exhibida, o los que eligen renegar de su propia historia, los que suelen estar condenados (a caer en los mismos lugares, a repetir errores, a desaparecer).

 En la vieja sinagoga de la aldea de Brinitz, en Volinia, Sender, un comerciante adinerado, ha salido de viaje para concertar un matrimonio ventajoso para su hija Leah. Janán, el más talentoso de los estudiantes en la yeshiváh (escuela talmúdica) de Brinitz, se ha enamorado de Leah, pero carece de medios. Pretende conseguirlos por medio de las riesgosas prácticas cabalistas en que ha incursionado recientemente, y con ello obtener su mano. Sender regresa de su viaje, y anuncia que ha encontrado al candidato adecuado, y que ha concertado la boda. Al escuchar esta noticia, Janán cae muerto. En el día de su boda, Leah rechaza violentamente a su novio y es poseída por un dybbuk, que no es otro que el alma en pena de Janán, que se ha instalado en su cuerpo. Luego Sender descubrirá que esto se debe a una promesa incumplida con un viejo amigo, padre de Janán. Se realizará un exorcismo, pero los hechos tomarán un cauce inesperado.

El castigo

En una ocasión, una viuda fue poseída por un mal espíritu que la afligía extraordinariamente. Sus gritos de dolor se podían oír a distancia y le valían las simpatías de todos los vecinos que fueron con muchos hombres santos de Tzefat en busca de ayuda, pero en vano. En cuanto un tzadik se acercaba a ella, el espíritu empezaba a gritar enumerando todas las malas acciones que había cometido en su vida. Los tzadikim se sentían muy turbados y terminaban por irse.

Se pidió ayuda a un discípulo del Arizal, Rab Yosef Arzín. Cuando llegó, el espíritu se dirigió a él respetuosamente, “¡Shalom! ¡Que la paz sea con usted, maestro!” Rab Yosef le pidió al espíritu que le dijera quién era.“Soy tal y tal, su propio discípulo de Egipto”, dijo el espíritu. “¿Recuerda cómo solía regañarme por mi mala vida cuando estaba con usted? Pero yo no hice caso de sus sabias palabras y me alejé del buen camino. Pequé y fui castigado. Ahora que estoy muerto, no se me permite la entrada en el Mundo de la Verdad”.

Al oír la historia, Rab Yosef fue a pedir consejo al Arizal. En esa época Rab Itzjak estaba enfermo y no podía ayudar a la viuda, pero mandó llamar a Rab Jaim Vital y le enseñó cómo exorcizar un mal espíritu, enviándolo junto con Rab Yosef a casa de la viuda.En cuanto los dos entraron en la casa, la viuda volvió la cara escondiéndola. Rab Jaim exclamó dirigiéndose al espíritu, “¡Pecador! ¿Por qué vuelves la cara contra la pared?”“No puedo soportar ver unos rostros tan santos porque pequé mucho durante mi vida”.“Te ordeno que te vuelvas y nos mires”, mandó Rab Jaim. La viuda se volvió para mirarlo de frente.

“Ahora, cuenta tu historia”, pidió.

“Hace veinticinco años que morí”, dijo el espíritu llorando. “Cuando llegué ante la corte Celestial, se revisaron todas mis malas acciones. Eran tantas, que ni siquiera en el guehinom podía purgarlas y fui sentenciado a deambular sin respiro por el mundo, acompañado de tres ángeles vengadores hasta que encontrara el tikún (correctivo) apropiado para mi alma miserable. Durante los últimos veinticinco años he estado vagabundeando, golpeado por los tres ángeles que me acompañan. Me pegan y gritan: ‘¡Así se hará al que ha multiplicado los pecados en Israel’! Si limpio mi alma, todavía tendré que ir doce meses al guehinom donde se borrarán las manchas que queden y mi alma quedará sin ellas”.

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“¿Cuándo moriste? ¿Y en dónde?”, preguntó Rab Jaim cuando la voz se calló. “¿Confesaste antes de morir?”

“Me ahogué. Estábamos navegando de Alejandría rumbo a El Cairo cuando el barco se estrelló contra unas rocas y se hundió. Todos los pasajeros se ahogaron. Yo estuve un rato luchando en el agua y no me dio tiempo de hacer vidui (confesión). Mi cuerpo fue arrojado a la costa y lo encontraron unos judíos que me dieron sepultura judía. Desde entonces mi alma está deambulando sin tener paz hasta que entré en el cuerpo de esta viuda”.“¿Cuánto tiempo tienes que vagabundear todavía antes de expiar tus pecados?”, preguntó Rab Jaim. “Y ¿por qué has elegido a esta pobre mujer como víctima? ¿Por qué tiene ella que sufrir por tus pecados?”

“Tienen que hacerme sufrir hasta que todo el mal que hice siga todavía teniendo efecto en el mundo. En cuanto a su segunda pregunta, la de por qué he elegido a esta pobre viuda, se lo diré. Cuando llegué a Tzefat, estuve en muchas casas y me di cuenta que la gente se comportaba correctamente, así que no pude entrar en sus cuerpos. Pero una noche vine a esta casa. Por la mañana, la viuda fue a preparar el desayuno. Trató de encender el fuego, pero la llama vacilaba y se extinguía una y otra vez. Se puso tan furiosa que tiró la marmita al suelo y empezó a maldecir. En ese momento, me dieron permiso para poseer su cuerpo”.

Rab Jaim se quedó muy sorprendido. “¿Cómo es posible”, dijo, “que a una persona se la haga sufrir de forma tan horrible sólo por unas cuantas maldiciones dichas en un momento de cólera?”“No es su único pecado. La fe de esta mujer es débil. Niega los milagros que Hashem hizo con Su pueblo, sobre todo los milagros del éxodo de Egipto. En la noche de Pésaj, cuando todas las familias judías están sentadas en torno a la mesa durante el séder contando los milagros maravillosos que se relatan en la Hagadá, ella se ríe diciendo que no ocurrió ningún milagro”.Entonces Rab Jaim se dirigió a la propia viuda: “Dime honestamente, ¿crees que Hashem creó el cielo y la tierra, que es el Rey Todopoderoso que reina sobre el universo entero y lo guía con Su Providencia? ¿Crees que tiene el poder de hacer cuanto desea?”

“Sí, creo”, exclamó la mujer convulsionándose por los sollozos, “declaro que es la fuerza que guía el universo. Él es el poder y la fuerza. Prometo que a partir de hoy, creeré firmemente en todos los milagros que hizo a Su pueblo, que lo sacó de Egipto y abrió el mar para él”.Entonces Rab Jaim hizo uso de lo que su maestro le había enseñado. Dijo las oraciones y los conjuros adecuados para expulsar el mal espíritu del cuerpo de la mujer. En cuanto terminó de hablar, el dedo pulgar de la viuda se hinchó. Poco después volvió a recuperar su tamaño normal y todo el mundo notó que el espíritu se había ido.

Pero de vez en cuando, el espíritu volvía a molestar a la viuda y a atemorizarla. Sus vecinos volvieron a pedir ayuda al Arizal. En esta ocasión, el Arizal dijo a Rab Jaim que fuera a casa de la viuda y examinara la mezuzá de la entrada. Rab Jaim vio que la mezuzá no estaba en buenas condiciones y la cambió. A partir de entonces, la mujer se vio libre del mal espíritu.El alma del talmid rebelde se vio obligada a salir del cuerpo de la viuda, pero seguía sin poder encontrar el descanso eterno porque todavía no había finalizado su expiación, así que quería vengarse de Rab Jaim Vital. El Arizal, que lo sabía, dijo a su fiel discípulo que no fuera de noche por las calles y los mercados de Tzefat, porque eso haría de él una presa fácil para ese mal espíritu o para otros. Rab Jaim no tenía miedo, pero por obediencia a su maestro, se abstuvo de salir por la noche.

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Una vez, cuando Rab Jaim estaba estudiando con el Arizal, se absorbieron tanto en el tema que estaban tratando, que no se dieron cuenta de que ya había oscurecido. Cuando Rab Jaim se dispuso a salir camino a su casa, el Arizal le ofreció que se quedara a dormir. Pero Rab Jaim le dijo que tenía que estar en casa esa noche. El Arizal lo acompañó a la puerta y lo despidió con un mal presagio en el corazón.Iba Rab Jaim andando por las estrechas callejuelas de Tzefat cuando, de pronto, oyó el ruido de los cascos de una montura. Al volverse vio un asno grande y temible que corría detrás de él. No había dónde huir porque las casas lo cercaban por ambos lados. El burro, enloquecido, lo arrollaría en cuestión de minutos. Rab Jaim se acordó de las advertencias de su maestro y, petrificado de miedo, cayó al suelo. El animal, desenfrenado, se tiró contra él violentamente y lo pisoteó.

Rab Jaim quedó inmóvil en el suelo, herido y lleno de sangre en la estrecha callejuela. Gimiendo de dolor, logró por fin levantarse. Penosamente, se arrastró hacia su casa. Al tratar de tomarse a las ranuras de las piedras que bordeaban la callejuela, se dio cuenta de que tenía la mano derecha herida. El asno la había pisado con todas sus fuerzas y parecía haber aplastado los huesos. A medida que avanzaba lentamente, su dolor aumentaba y estuvo a punto de desmayarse.A la mañana siguiente, temprano, un mensajero llamó a la puerta de Rab Jaim. El Arizal lo había enviado para ver si Rab Jaim había llegado a casa sano y salvo. Rab Jaim alzó los ojos hacia el cielo en acción de gracias: “¡Hashem sea alabado, todavía estoy vivo!”, exclamó y contó al mensajero cuanto había pasado.

Tuvo que quedarse en cama varios días, dolorido de todo el cuerpo. En cuanto se repuso un poco, corrió a visitar a su maestro. El Arizal le saludó y su voz denotaba la preocupación: “La otra noche temí por ti. Sabía que los poderes del mal eran lo suficientemente fuertes como para hacerte daño. Hasta me quedé junto a la puerta viendo cómo te ibas por un buen rato, incluso cuando ya estabas fuera del alcance de mi vista, rezando por tu bienestar. Lamento que no me escucharas cuando te dije que no salieras por la noche. Debiste haberte quedado a dormir aquí”.Rab Jaim agachó la cabeza, reconociendo humildemente que su maestro había tenido razón. Prometió no volver a salir después del anochecer. Y, a partir de entonces, si por casualidad permanecía en casa del Arizal hasta que se hacía oscuro, se quedaba a pasar la noche.

Rab Jaim extendió la mano para que la viera el Arizal. “La mano derecha todavía me duele horriblemente. No puedo utilizarla”. Rab Itzjak puso la palma de su propia mano en el brazo herido de su talmid y desapareció el dolor y la mano herida estaba de nuevo entera. Rab Jaim flexionó la muñeca y los dedos moviéndolos a voluntad como si nada hubiera pasado.