Edelweiss. Reina del hielo

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EDELWEISSReina del hielo

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EDELWEISS, Dona Ter.Diseño portada: Dona Ter.©Mayo 2016. Todos los derechos reservados.

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Sinopsis

Violette, conocida en el mundo del

alpinismo como Edelweiss, se ha criadoen un refugio en las montañas de losÉcrins, en los Alpes franceses. Contrece años, tras la muerte de su abuelo,se ve obligada a abandonar el únicohogar que ha conocido.

Años después, por fin, la vida lesonríe. Ha conseguido ser la guardesa enel refugio que la vio crecer. Unaconocida marca de tiendas se hainteresado por sus joyas y han creadouna colección especial.

Solo hay una persona capaz de

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hacer temblar la tranquilidad que tantosaños le ha costado conseguir, él, Julien.

Descubre la historia de esta Heidimoderna.

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Para todos esos corazonesque esconden más vidas que años

tienen

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Nota de la autora

El refugio en el que me he inspiradoes el Refugio de Adele Planchard (3169metros), pero me he tomado algunaslicencias literarias, entre ellas decir queestá habitado todo el año. La habitacióndel guarda también es pura invención yaque, como curiosidad, en la vida real losguardeses duermen en el exterior en unatienda de campaña durante el verano.

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Prólogo

Le encantaban las noches como esa,

cuando el caer de la nieve resonabafuertemente en silencio. Todo parecíaestar en paz pero por alguna razón, ellano se sentía así. Estaba inquieta. Miróuna y otra vez hacia el otro lado de lacama, contempló detenidamente a suscompañeros que dormían plácidamenteacurrucados, los dos, bajo las mantas.Sonrió al ver la estampa; la calidez dela felicidad le encogió el corazón.

Un olor conocido, antiguo, y quealbergaba junto a él miles de recuerdosde un glorioso pasado, le inundó la

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nariz. Se incorporó de golpeexaminando las sombras en laoscuridad, el ritmo de su corazón laensordecía. Intentó autoconvencerse deque había sido un sueño, no podía serreal…

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Seis años antes. Finales de Junio. Estaba tan concentrada acabando de

pulir el anillo que el ladrido de su perrola asustó levantando la cabezacompletamente distraída.

—Sam, eres mejor que cualquieralarma —dijo sonriendo mientrasacariciaba el hocico de su labrador.

Con el perro siguiendo sus pasos,salió del cuarto que utilizaba comotaller. Al llegar a la entrada del refugiomiró por inercia el termómetro quehabía colgado al lado de la puerta: diezgrados. Aunque estuvieran a finales de

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junio y el sol brillara en el cielo, unabrisa fresca le acarició el rostro, lo queera normal teniendo en cuenta que seencontraban en los Alpes franceses,concretamente en los Écrins y rodeadosde montañas de casi cuatro mil metros.

Sam ladraba, saltaba frente a ella ymiraba hacia el valle esperando veraparecer el helicóptero. No solo era lailusión que le producía ver al piloto,Sébastien, sino el saber que siempre quelos visitaba les traía alguna golosina;para ella sus pastas favoritas: unoséclaires de café que hacía su madre lacual tenía la mejor pastelería del valle.Y para el labrador unas galletas caninas.Ella aún no lo oía, pero sabía que susamigos estaban al llegar. Pocos minutos

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después, el sonido de las aspas rugióentre las montañas y una pequeña motaroja apareció en el horizonte.

Sébastien aterrizó el aparato y ella

se acercó sin poder parar de sonreír. Elpiloto venía acompañado por su novia,Mariette que amaba el alpinismo tantocomo ella. Se conocieron seis años atrásal coincidir en el refugio Carrel parasubir al Cervino. Coronaron la cimajuntas y desde entonces habíanmantenido la amistad. Pocos díasdespués de que Violette consiguiera sumayor sueño, ser la guardesa del refugioque la vio crecer, Mariette fue avisitarla y así fue como se conocieronella y el piloto. Sébastien cayó rendido

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a sus pies solo con verla, y no es unaforma de hablar, se pegó tal batacazoque se dejó media barbilla en el suelo.

Sam se acercó a la recién llegada

buscando su atención y pronto consiguiólas carantoñas de la recién llegada. Unavez satisfecho, se fue en busca delpiloto.

—¡Feliz primer año de guardesa!—chilló su amiga. Se abrazaron comodos niñas pequeñas saltando y riendo almismo tiempo. Se separaron al oír comoSeb carraspeaba detrás de ellas,Mariette estiró las manos cogiéndole loque llevaba en brazos su compañero.

—¡Felicidades Violette! —lasaludó el piloto dándole tres besos.

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—¡Tu regalo! —exclamó Mariette.Cuando la guardesa fue a cogerlo

se dio cuenta de lo que era. Una pequeñacabeza peluda blanca y marrón apareciófrente a sus ojos y se removió en susbrazos. Era un cachorro de SanBernardo.

—Oh es… ¿en serio? Pero… —Retiró la manta para poder verlo bien ycon las dos manos alzó al perro,enamorándose de él nada más verlo—.Es una monada.

—Es del mismo criador al quefuimos a ver, solo que le pedimos que teengañara un poco…

Deseaba tener un perro de esa razatípica de los Alpes desde que se habíainstalado en el refugio. Se lo comentó al

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piloto y él le habló de un amigo suyo, unpastor que hacía crianza de SanBernardos. Un día fueron hasta la granjay quedaron que le guardaría un macho enla siguiente cría.

—Pero era algo que yo queríacomprar. No puedo aceptarlo…

—Ni se te ocurra, ¡pronto tendráscon qué compensárnoslo! —afirmómisteriosa Mariette.

—Gracias de verdad, es perfecto.—Los abrazó a los dos como pudoporque fue incapaz de despegarse delperrito.

—¿Ya tienes nombre para estechiquitín? —preguntó la recién llegadaacariciando al cachorro.

—No, habrá que encontrarle uno.

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—Bajó la vista y se encontró a Sam asus pies pendiente de todos susmovimientos. Se agachó para enseñarlea la pequeña bola de pelo—. Mira Sam,este es nuestro nuevo compañero, ¿quéte parece? —Por toda respuesta ellabrador dio vueltas sobre sí mismoladrando. Estaba acostumbrado aconvivir con otros perros, y aunquenunca habían sido tan pequeños, Violetteesperaba que se llevaran bien.

—Voy a descargar —anunció Seb,acercándose a su mujer para besarla enlos labios y susurrándole—: Ni se teocurra contárselo sin estar yo presente.

—Espera, deja que te ayudemos,entre los tres lo hacemos en un momento—dijo la guardesa, pero su amiga

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empujó a su novio hacia el helicópteroriendo.

—Me muero de hambre —declaróMariette cambiando de tema y tirando desu amiga hacia el interior.

El refugio estaba situado en una

ladera agreste a tres mil ciento sesenta ynueve metros, el más alto accesible porsendero del macizo de los Écrins. Suorientación sur-oeste permitíaaprovechar al máximo el sol de losAlpes. El pueblo más cercano eraVillar-d'Arêne que estaba a unas seishoras a pie con paso obligado por elrefugio de Alpe, a medio camino.

Era una pequeña casa de formabásica, de piedra, con el techo

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pronunciado. La fachada sur estabacubierta por placas solares. Al entrar loprimero que había era un hall concasilleros en el que dejar las botas ychaquetas. Había zapatillas Crocs parapoder cambiarse de calzado al llegar. Elinterior era una sala grande con lachimenea como centro de atención;frente a ella había un viejo sofá alargadode piel marrón. El resto de la estancia laocupaban mesas y bancos de madera.Las paredes estaban cubiertas de fotosde montañeros y de paisajes de la zona;del techo colgaban algún que otro esquíy botas de principios de siglo. En lapared sur había tres ventanas. La cocinase había tenido que adaptar a las normasde hoy en día y era toda de aluminio,

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chocaba un poco verla tan reluciente enun lugar tan sacado de otro tiempo. Y unpequeño baño. La parte de arriba sedividía en cuatro habitaciones, contandola del guarda, más un baño con tresduchas. Tenía capacidad para cincuentay tres personas. Era bastante grandedada su situación, tan alejado de todo, ysobre todo lo que más le gustaba a laguardesa, que siguiera conservando lacalidez de los viejos refugios demontaña. Según Violette, estaba bastanteigual que cuando vivía con su abuelo.

Entraron en la cocina y empezaron a

preparar la comida mientras Mariette lecontaba cómo había ido la últimasemana de clases. Era profesora de

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primaria, y los últimos seis meses loshabía pasado en la escuela La Grave,donde vivía Sébastien. Ella era deEmbrun, un pueblo situado a una hora ymedia. Al principio de la relación solose veían los fines de semana, perocuando la madre de Seb le dijo que en laescuela había un puesto vacante porenfermedad no se lo pensó dos veces ehizo la solicitud. De un día para el otrose fueron a vivir juntos y parecíanrealmente felices.

Hicieron una ensalada y quinua converduras. Las comidas eran bastantebásicas, no porque a ella no le gustaracocinar, se trataba de adaptarse a lasituación y a los recursos que había. Seconsumía mucha legumbre, pasta, no

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solo porque eran productos noperecederos, sino porque el cuerpo aesas alturas requiere más hidratos.Cuando Seb le subía los suministros conel helicóptero aprovechaba para hacerconservas con verduras y hortalizasfrescas. Ahora, con las placas, habíaelectricidad, pero seguía sin haber másnevera que la alacena que estaba situadaen el subterráneo y que la misma tierraconseguía mantener fresca. Eso y elagua, que era un bien escaso. Eninvierno, solo tenían que derretir lanieve; el resto del año, utilizaban la quese almacenaba por la lluvia. Paraalgunos era un atraso, para Violette eralo que había conocido toda su vida, sehabía criado de esa forma y cuando tuvo

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que marcharse a la “civilización” loechó mucho de menos.

Cuando terminaron decidieron tomar

el café en las mesas del exterior. Aninguno de los tres les molestaba labrisa fresca que hacía, apreciaban cadarayo de sol.

Sin perder la costumbre, Seb habíatraído una gran bandeja de la pasteleríade su madre. Había los éclairs de caféfavoritos de Violette, los normalesrellenos de chocolate y una “tarte demyrtille”, la típica tarta de arándanosmuy conocida en el valle. Parecía queSam estaba contento con su nuevoamigo, el cachorro estaba en una caja allado de la chimenea y el labrador no se

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había movido de su lado.—Bueno ha llegado el momento —

anunció Seb levantándose y alzando lataza de café—, aparte de verte, hemosvenido a decirte…

—¡Estoy embarazada! —lointerrumpió Mariette poniéndose en pietambién.

—¡Eh, pero si el sorteo me tocó amí!

Violette aplaudió feliz la noticia.Soltó una carcajada al ver la cara deSeb fingiendo estar enfadado con suchica por haberle robado la noticia.

—Edel, nos gustaría que fueras lamadrina —le pidió su amiga.

Aunque su nombre verdadero eraViolette, desde siempre, empezando por

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su abuelo, la habían llamado Edel deEdelweiss. Solía decirle que era tanhermosa y especial como esa plantasímbolo de los Alpes.

—¡Será un placer!Que la guardesa ni se planteara

tener hijos no quería decir que no legustaran. Simplemente tenía claro que nodeseaba lo que la mayoría de la genteespera al llegar a los treinta. Pareja,hijos, una casa, hipoteca… Susaspiraciones, su modo de vida quedabaa años luz de lo común.

—Ahora entiendes mejor porque noquería que me ayudaras a descargar yporque te hemos regalado el cachorro,¡pronto serás tú a la que le toque hacerregalos!

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—Oh Seb calla, parece que… —lerecriminó avergonzada su novia por loque estaba insinuando.

—Nos conocemos bien —replicóEdel, quitando importancia alcomentario—. ¿Y cómo te encuentras,de cuánto estás?

—De poco más de tres meses,hemos esperado a dar la noticia hastasaber que todo iba bien. Aparte deparecer una marmota, del resto no meentero. Aunque haya llegado, así, sinesperarlo. Ha sido una sorpresa, peroestamos...

—Felices y acojonados, la verdad.—Esta vez fue él quien la interrumpió.

—Aprovechando que ya estoy devacaciones y que Seb vuelve en dos días

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para traer todo el material para elanuncio he pensado en quedarme, ¿quéte parece?

—¡Perfecto! Y no me hables de lacampaña que me entran los nervios.

En dos días el refugio seconvertiría en el centro neurálgico deuna sesión de fotos muy especial paraViolette. Aunque la ilusión y la alegríaganaban la partida, los nervios por todolo que significaba la tenían al borde deun ataque de pánico cada vez que lopensaba. Nunca pensó que algo asípudiera llegar, lo que empezó como unsimple hobby para llenar las horasmuertas estaba creciendo a pasosagigantados.

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Llegó la hora de que el piloto sefuera; aún tenía trabajo por hacer antesde que la puesta de sol le impidieravolar. Ellas, una vez recogieron ylavaron los platos, salieron a pasear unpoco.

—Ven, chiquitín, vamos aenseñarte todo esto —dijo Edel,cogiendo al cachorro y Sam los siguió.Hablando tranquilamente de la sorpresaque había supuesto el embarazo llegaronal lago helado y lo rodearon. Siguieronla ruta trazada ya de tantos años y detantos excursionistas que subían hasta elrefugio. Edel solía hacerla a menudocorriendo a primera hora de la mañana.

Hacía casi un año que estabanjuntos como pareja, se conocieron allí

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arriba. Sébastien estaba bajando delhelicóptero cuando vio a la pelirroja,puso mal el pie y cayó de morros.Mariette se asustó al ver tanta sangre, ysintiéndose culpable, se fue con él devuelta para acompañarlo al dispensariodonde le pusieron algunos puntos en elmentón. Aunque la barba rubia ledisimulaba un poco, aún se le veía lacicatriz. Ese mismo día empezaron surelación.

—Necesito parar cinco minutos,solo estoy de tres meses y ya me pesa —dijo la alpinista sentándose en unapiedra; la guardesa lo hizo igual a sulado—. Este lugar es realmenteimpresionante, por mucho que loconozca cada vez que vengo me

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maravilla como la primera vez.—A mí me pasa igual y me he

criado en estas montañas. —Las dostenían la mirada fijada en una pareja deáguilas reales que volaba sobre ellas—.Nadie, nunca más, conseguirá alejarmede aquí.

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Dos días después.

Estaban las dos tumbadas en una delas hamacas que había en el exterior.Habían acabado de comer y estabanleyendo aprovechando los rayos de solque les calentaba el rostro. Los dosperros descansaban entre las dos,parecía que se habían entendido bien.Sam se puso en alerta y salió disparadohacia la explanada ladrando.

—Seb está al llegar —dijoMariette contenta como una niñapequeña.

—¡Solo hace dos días que no le

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ves! —se mofó la guardesa al verlaponerse nerviosa y no atinar ni paraponerse los calcetines.

Su amiga solo sonrió, porque laverdad era que sí estaba nerviosa y síestaba impaciente por ver a sucompañero. Solo habían sido dos días,pero sentía el mismo cosquilleo quecuando empezaron y solo se veían deviernes a domingo. Con el tiempo,fueron añadiendo algún día entresemana. Se escapaban y se encontrabana medio camino porque les podían lasganas. Por eso no dudó cuando lepropusieron el trabajo y Seb le pidióque se fuera a vivir con él. Fue unadecisión precipitada pero cada díaestaba más segura y más orgullosa de

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haberla tomado.La noticia del embarazo los había

pillado por sorpresa. Cuando Mariettevio las dos rayas la sombra de la dudaempezó a nublarla, pero la reacción deél fue tan contundente, tan espontáneaque convirtió en humo cualquier duda.Verlo tan feliz hizo que se enamorara unpoco más de él, saber que, sin buscarlo,habían dado un paso más que los ataba.Ese pequeño ser que empezaba a notaren su interior había hecho que la sonrisade Seb brillara más.

Violette se fue a esperar el

helicóptero y Mariette acabó de calzarsey salió en busca de su mochila que yatenía lista desde que se levantó. Era una

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amante de la montaña desde pequeña yestar en el refugio le encantaba, pero esavez la visita había tenido otro motivo:hacer compañía a la guardesa y estarcon ella esos días de tantos nervios.Edel era incapaz de pedir ayuda y dehablar de sus sentimientos, pero tenía lasuerte de tener a su alrededor gente quela quería, la conocía y estaba con ellaofreciéndole lo que la guardesa eraincapaz de pronunciar.

Cuando el helicóptero aterrizó,

Violette hizo una mueca de sorpresa alver que el piloto llegaba acompañado,para ser más exactos por una mujer.Solo con verla bajar la guardesa yaintuyó de quien se trataba. Era la

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modelo. Su apariencia, la forma deandar… todo en ella derrochabaglamour, aunque estuvieran perdidos enlas montañas y lejos de cualquierpasarela.

No la esperaba, solo sabía quehabía cuatro personas subiendo a piedesde el Col de Lautaret, una pequeñaexcursión de unas seis horas hasta elrefugio. Se suponía que el resto delequipo llegaría al día siguiente por lamañana.

—Hola, soy Violette, la guardesa.—Se presentó acercándose a la reciénllegada.

—Hola, Clare Lemonde, la modelo—dijo alargando la mano que laguardesa estrechó. Le pareció un gesto

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muy frío, pero no se sorprendió; era unaforma de mantener las distancias.

—¿Eres de Foix?—Mis padres. Yo nací y vivo en

París, ¿nos conocemos? —Dudó lamodelo.

—No, pero es que la forma en quehas dicho tu nombre me ha recordado aEsclarmonde... —no sabía porque sucerebro había hecho aquella relación,pero si algo tenía la guardesa era quetodo lo que pasaba por su cabeza solíasoltarlo sin filtro alguno.

—¿La conoces?—Particularmente no, teniendo en

cuenta que vivió en la Edad Media —respondió sonriendo—, pero la historiade los cátaros me apasiona.

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La frase no sentó nada bien a lamodelo, primero por el tono irónico ysegundo porque realmente se llamabaEsclarmonde en honor a esa nobletambién conocida como la dama blancay una de las máximas figuras de laiglesia cátara durante los siglos XII yXIII. Un nombre horroroso que siemprehabía intentado olvidar y esconder. Porsuerte, nadie conocía ese dato y ahorallegaba a una cabaña perdida en mediode la montaña y una sabelotodo letocaba las narices… «Empezamosbien», murmuró para sí…

Sam revoloteaba alrededor de lasdos y acabó lamiendo la mano de lamodelo.

—Sam, quieto —ordenó la

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guardesa acariciando el lomo del perroal verla arrugar la nariz—. Perdona,sabe que a las mujeres les gusta quebabeen por ellas y solo busca tuatención.

Clare se secó la mano en elpantalón y lo miró sin saber qué decir.No era que no le gustaran los perros,pero le daban un poco de miedo cuandoeran tan grandes.

—Hola Sam —lo saludó sintocarlo.

—Te está pidiendo perdón —lainformó Violette al verlo con la cabezabaja esperando que la modelo le tocarala cabeza—. Si es que es más seductorque Humphrey Bogart.

Al final lo rozó un poco y al ver

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que él ni se movía, cogió algo deconfianza y le acarició un poco lacabeza. Los dejó solos para que sefueran conociendo y la guardesa se fuehacia la parte trasera para encontrarsecon su amigo.

—Voy a ayudar a Seb.Con el piloto se conocían desde

pequeños porque antes era su padre elque pilotaba el helicóptero y seencargaba de subir el material paraabastecer a los refugios de la zona ySébastien lo acompañaba siempre quepodía. Era cinco años mayor que ella ysu relación siempre había sido más dehermanos que de amigos.

—Hola ¿qué hace ésta aquí? —preguntó plantándose ante él.

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—¿Ésta?... —Seb dejó la caja dealuminio en el suelo y la miró serio—Intenta comportarte. Ya sé qué opinas dela gente como ella, pero recuerda quiénes y por qué está aquí. —No pudo evitarsonreír porque sabía que no le haríacaso, la guardesa lo miraba con cara deinterrogación y la ceja alzada. Se acercóun poco más para susurrarle en el oído—: Ha venido ahora porque así mañanano tiene que madrugar. Ellos pagan,recuérdalo.

Violette iba a decir algo, pero larisa se lo impidió, él al ver que Clare seacercaba, le puso un dedo en los labiospara silenciarla y advirtiéndola denuevo ahora con la mirada.

—¿Os ayudo?

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—Gracias —dijo Seb tendiéndoledos mochilas que Clare cogió y luego sedirigió al refugio. El piloto agarró denuevo la caja y se fue tras de ella, pero amedio camino se volvió hacia Violette—: Ves, no es tan diva si quiere ayudar.

Edel reconoció para sí que a lomejor había juzgado demasiado rápido ala modelo. Era una mala costumbre quetenía, pero había vivido bastante y entresus experiencias estaba la de sermodelo; eso hacía que conociera deprimera mano ese mundo y el tipo depersonas que se movían en él.

Descargó una caja del helicópteroy los siguió hasta el interior. De caminose fijó más detenidamente en ella. Eramuy guapa, alta, rubia, con los ojos

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azules, cara perfecta, labios sensuales,toda ella lo era. «Al menos va vestidaacorde a la situación y no con tacones yfalda», pensó al ver que calzaba botasde montaña, pantalones estrechos decolor verde oliva y una camisa decuadros en tonos del mismo color aconjunto.

Cuando llegó al interior vio que su

amiga y la modelo ya se habíanpresentado y que Clare tenía en brazosal cachorro. La entendía, esa bola depelo solo pedía achuchones.

—¿Cómo se llama? —preguntóClare sin apartar la vista del perro.

—Aún no lo he decidido, solo hacedos días que llegó —se justificó

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Violette. La verdad era que no habíatenido mucho tiempo para pensarlo, losnervios no habían ayudado a encontrarleun nombre, todo lo que se le ocurría eraeliminado dos segundos después.Cogiendo las mochilas que habíandejado sobre la mesa se fue hacia laescalera. —Ven, te enseño lashabitaciones —al llegar arriba se paróen el pasillo—. Hay tres, puedesescoger, son casi idénticas.

Las estancias eran grandes. A loslaterales estaban las literas que eranpoco convencionales. Para ganarespacio, eran dos estructuras compactasy alargadas que reseguían la pared a lolargo. Era como una cama muy ancha; loúnico que hacía de divisor eran los

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cojines y los colchones individualescolocados uno al lado del otro. La partesuperior era igual. Bajo la ventana,había un viejo arcón donde se guardabanlas mantas.

—Es un refugio de montaña, no elRitz —señaló cuando se giró y vio lacara de circunstancia que tenía lamodelo.

—No te preocupes, sabía que novenía a un cinco estrellas; pero estabapensando que casi voy a dejar que ellosescojan. De momento, si no te molesta,podemos dejar las mochilas aquí, en elpasillo.

La verdad era que a Clare no lehacía mucha gracia el sitio, preferíaesperar a que llegaran para saber cómo

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repartirse. Estaba deseando que letocara “dormir” cerca del modelo. «Ah,Julien…» suspiró. Estaba deseandoconocerlo por fin. Hacía años que leseguía la pista, pero por esas cosas deldestino aún no habían coincidido enningún trabajo, y eso que los dos semovían en las altas esferas delmodelaje. Él, era el único motivo quehizo que firmara el contrato sin dudarloni un momento. Había llegado suoportunidad e iba a hacer lo posiblepara que entre ellos hubiera algo másque un trabajo juntos…

—Como quieras —asintió Edel,dándose la vuelta yendo hacia laescalera.

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—¡Ay, como voy a echar de menos aMiss Dior! —gimoteó entre dientesClare al llegar de nuevo al comedor. Alver que el cachorro estaba entre suspies, lo cogió y lo volvió a achuchar.

—¿Es tu perra? —cuestionó laguardesa torciendo la boca por elnombre.

—Sí, es una chihuahua preciosa ytan cariñosa —respondió con esa vozque algunas personas utilizan parahablar con bebés y animales.

—Eso no es un perro —expresóViolette—, es una rata modificadagenéticamente para tener un tamañoperfecto para el bolso.

—No se lo tengas en cuenta, ya irásconociendo su humor —intervino

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Mariette, regañándola con la mirada.—Eso, no me lo tengas en cuenta.

—Edel salió en busca de Seb para ver siaún quedaba material por descargar y seencontró con que el labrador lasobservaba esperando en el quicio de lapuerta—. Sam, lo siento chaval, pero esde las que prefieren los tamañospequeños. —Aunque todas sonrieron,Clare la miró recelosa.

No lo había dicho para ofenderla,Edel era así. No filtraba lo que decía, ypor eso en la época que tuvo que viviren la “civilización” como decía suabuelo, se llevó más de una decepción.

Sus amigos se fueron al terminar; las

dos amigas se despidieron con la

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promesa de llamarse al día siguientepara que la informara sobre la sesión defotos. Por fuera parecía que le hacía másilusión a Mariette por su forma de sertan expresiva y alegre, pero, aunque nolo parecía, Edel estaba feliz por elmomento que vivía. Desde hacía un añoparecía que por fin las cosas empezabana salir bien, incluso mejor de lo queimaginó.

—Voy a ir colocando la comida. Si

quieres puedes acompañarme a lacocina y mientras te tomas algo —invitóViolette a la modelo.

—Me encantaría tomarme un té, enalgún sitio tiene que haber una caja deRoiboos para mí.

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Edel había avisado de que sialguien quería algo especial que se lotrajera. Allí arriba había loindispensable. Era imposible tener detodo para satisfacer a todo el mundo, ymás con tanta comida de moda, alergiase intolerancias. Clare le ayudó a vaciarlas cajas y a dejar todos los alimentossobre la mesa que había en la cocina.

—¿Te apetece algo a ti? —Lapregunta de la modelo cogió a Edel porsorpresa. No sabía qué le pasaba conella, hasta el momento la modelo habíasido un encanto, al contrario que ella;pero había algo en su interior que lehacía desconfiar.

—Probaré tu infusión, gracias —agradeció el detalle y se propuso ser

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más amable.Mientras Violette guardaba las

provisiones, Clare cogió un cazo dealuminio que colgaba de la pared y lollenó de agua embotellada como le habíadicho la guardesa.

—Mejor ponlo aquí en la cocina deleña. La encendí de buena mañana parair preparando la comida y la cena.

—Es raro, es como viajar en eltiempo. Creo que nunca he visto a nadiecocinar en una de estas, pareceprehistórico ahora con tanto aparatocomo microondas, Thermomix…

—Yo me he criado aquí, así queesas modernidades son las que mesuenan a naves espaciales.

—¿Te has criado aquí? —preguntó

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sorprendida.—Sí, bueno… a los cinco años me

quedé huérfana y hasta los trece, quemurió mi abuelo, viví aquí con él.

—¿Fuiste a la escuela? —lapregunta no le molestó, estabaacostumbrada a ellas. Su vida no dejabade ser curiosa vista desde fuera; desdedentro era bastante menos sorprendentey muy dura.

—Hasta los trece años, no. Él meenseñó todo lo que sé. Pero en aquellaépoca esto estaba siempre lleno demontañeros, así que hablo francés,inglés, alemán e italiano. Cuando élmurió me llevaron a Grenoble a unorfanato y bueno… digamos que mecostó adaptarme, pero en la escuela

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seguí los cursos perfectamente.—¡Eres así como una Heidi

moderna! —exclamó Clare—. Oh,perdona, no quería ofenderte.

—No pasa nada, durante un tiempofui esa Heidi para los periodistas queme convirtieron en noticia. No entendíanqué hacía viviendo en un refugio a tresmil metros en medio de los Écrins.

Perder a sus padres siendo tan

pequeña fue muy duro porque noentendía nada, pero con trece años yaera capaz de entender muchas cosas,como que se había quedado sola en elmundo y que la obligaran a abandonar elúnico lugar que había conocido comohogar para llevársela a la ciudad de

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Grenoble, a un sitio «lleno de niñosllorosos y ruidosos» como decía ella.Un mundo completamente lejano ydiferente a lo que estaba acostumbrada.Un orfanato con sus costumbres ynormas, una escuela, una sociedad conunos principios que nunca entendió.Pero pronto aprendió a aprovechar suspeculiaridades en su propio interés.Pronto despuntó como escaladora y porsus dotes para los deportes de invierno.Aprovechó los premios para hacerse unhueco en el sector. Estudió y se preparódurante años para poder conseguir susueño de ser guardesa. Tuvo queesperar, pero hacía un año habíaconseguido tener el contrato indefinidoque la convertía en la guardesa de ese

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refugio que durante años fue su hogar.

Como siempre, fueron los ladridosde Sam desde el exterior lo que lasalertó de que alguien llegaba. La ventanade la cocina daba hacia el camino y lasdos miraron hacia allí. Violette sonrío alver el perro saltar sobre el primerhombre. Era Luc, el guía y amigo íntimode su familia, para ella era como un tío.Detrás estaba Didier, un fotógraforeconocido en el mundo del alpinismo ycon el cual había trabajado años atrás;el siguiente era Laurent, el dueño de lafirma que había comprado la colecciónde joyas y… la saliva se le atragantó enla garganta y las piernas le flaquearon alver quién era el último excursionista. A

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él no lo esperaba para nada.—¿Él es el modelo? —balbuceó

incrédula la guardesa.—Es normal reaccionar así delante

de un hombre como Julien, pero verásque es muy simpático con las fans;seguro que no le molesta hacerse unafoto contigo —fanfarroneó Clare, ufanaal verla tan estupefacta. Lo que no sabía,era lo confundida que estaba.

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La modelo salió en busca de losrecién llegados mientras se atusaba elpelo y se desabrochaba dos botones dela camisa con solo una intención.Mientras Violette, totalmente ajena a esapreparación se apartó lentamente de laventana apoyando la espalda en la pareddejándose caer hasta tocar con el culoen el suelo. «Oh…merde…», se resignóasimilando lo que significaba volver averlo, saber que él era el modelo de lacampaña publicitaria.

—Julien —murmuró casi sinseparar los labios y el nombre de él sefundió en su boca. Miles de recuerdos le

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invadieron la mente haciéndola cerrarlos ojos y que su piel se estremeciera, lasacudió un frío glaciar.

El cachorro se acercó a ellaolisqueándole la mano y lamiéndolapara llamar su atención. Edel lo cogió ylo estrechó contra su pecho, ese quesubía y bajaba a gran velocidad, elmismo que sentía que se habíaestrechado y que no dejaba sitio alcorazón para bombear. «Un minuto ysalgo», se prometió.

Los recién llegados se habíanquitado las mochilas y se sentaron en lasmesas del exterior para recuperarse unpoco después de la ascensión. Clare delo más coqueta, saludó a Laurent, y sepresentó con mucho afecto a Julien y

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solo con un apretón de manos al guía yal fotógrafo.

—¡Allô[1]! —El saludo del guíadesde la puerta de la entrada hizoreaccionar a la guardesa que se puso enpie de un salto.

—¡Voy! —gritó escañada comouna gallina.

Apartó el agua que ya hervía, juntólas manos como si fuera a hacer unaplegaria y se mordió los nudillosmientras sacaba el aire por la boca.Sacudió la cabeza para intentar apartartodas las imágenes que le estabanimpidiendo pensar fríamente. Habíahecho la mitad del camino cuando oyó larisa de él por encima de las demásdifuminada por el sonido de su propio

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latido. Resopló, inhaló y exhaló, cerrólos ojos, cogió aire de nuevo y dio elúltimo paso para salir.

Al verla, los cuatro hombres sepusieron en pie. Al primero que saludófue a Luc, el guía. Era lo más parecido auna familia que tenía junto con Seb yMariette. Hacía casi un mes que no seveían.

—Ma cherie[2] te he echado demenos. —Ese abrazo de oso lareconfortó un poco, aunque, cuando seapartó y vio la sonrisa con la que laobservaba divertido el guía, se cabreóal ser consciente que él sabía deantemano quien sería el modelo y quenadie se lo había comunicado. «¿Por quéno pregunté quiénes serían los

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modelos?», se reprochó.Iba a decirle algo, pero una mano

tiró de la suya y al darse la vuelta sechocó de cara con el fotógrafo.

—Eh, ahora me toca a mí —sequejó irónico Didier abrazándolatambién contento de verla después detantos años—. ¡Qué ganas tenía devolver a verte!

—Yo también. Me alegro de queestés aquí. —Se separó y dio dos pasoshacia el otro hombre—. A ti sí teesperaba. Ha llegado el momento…

—Sí, es otro paso más hacia lacumbre —dijo Laurent dándole dosbesos. En ese caso, no se refería almontañismo, sino a la cumbre del éxitoque sabía que obtendrían con la

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colección.Cerró un momento los ojos y

suspiró antes de dar el último paso.Todos los demás, excepto Clare,esperaban ansiosos el momento delreencuentro, sobre todo Julien. Llevabacasi ocho años sin verla, pero parecíaque su cuerpo no la había olvidado: elmismo hormigueo. El mismo calor. Elmismo aturullamiento de sensaciones ysentimientos.

Por fin se volvió hacia él. «Sigueimpresionante», pensó Edel. «Alto,metro noventa y cinco, hombrosanchos… un cuerpo de infarto. Con lamisma elegancia felina que hechiza yasea andando sobre una pasarela,escalando una montaña o peleando

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contra un gladiador. Las facciones se lehan endurecido, aumentando suatractivo. Lleva el pelo un poco máscorto, pero sigue siendo del mismocolor castaño claro, sus ojos azul zafiro,esa mirada magnética que lo ha hechofamoso y que siempre consigue que mequede embobada observándole. No esde extrañar que sea uno de los modelosmás codiciados.»

—Hola Julien —pronunció casi sinvoz poniéndose de puntillas yacercándose para darle dos besos.

—Edel... —Él, envidioso de losdemás, aunque dudó un instante, al finalsucumbió a la necesidad que tenía devolver a sentirla pegada a él y la abrazó.Violette se quedó paralizada por la

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sorpresa, pero la calidez y el recuerdohicieron mella en ella que se acurrucócontra su pecho y le rodeó la cintura conlos brazos. Los recuerdos los invadierona los dos llevándoselos lejos,perdiéndose.

—¿Edel, no era Violette? —espetóClare cuando se dio cuenta de que esesaludo era muy distinto a los anterioresy desde luego no era uno entre dospersonas que no se conocieran. El tonobrujil utilizado los hizo volver a larealidad y se apartaron bruscamente.

—Me llamo Violette pero muchosme llaman por este apodo.

—¿Así que todos os conocéis? —insistió la modelo sorprendida por cómose comportaban todos con la guardesa.

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«Y parecía una mosquita muerta estaHeidi…»

La mente de Julien iba a mil. «¿Quési…? Conozco su risa, su lengua mordazy directa. Antes sabía lo que pensabasolo por la forma de mirarme. Sé suplato favorito y que es vegetariana. Quele gusta el champán y detesta el vinotinto. Sé que me es imposible no pensaren ella las noches de tormenta porque séque le encanta hacer el amor en ellas, yeso me recuerda oírla gemir, lasensación de sentir su cuerpo bajo elmío… Me sé de memoria cada peca desu cuerpo… Sí creo que podemos decirque nos conocemos… Piensa en otracosa, ¡ya!» se recriminó al ver haciadonde habían ido sus pensamientos y,

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sobre todo, cómo reaccionaba su cuerpoante los recuerdos. Sin ser conscientelevantó la vista hacia el cielo. El sol yaiba menguando pero lo que ledecepcionó fue no ver ni una nube queanunciara que se acercaba una tormenta.

—Sí, todos somos amantes delalpinismo —contestó Edel, sabiendomuy bien qué palabras utilizaba y eldoble juego que seguro que la modelocaptaría.

*

Violette se excusó rápido diciendo

que tenía que volver a la cocina y

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preparar la cena, cuando la verdad eraque lo tenía todo listo y solo le quedabaterminar de ordenar lo que Seb habíasubido. Necesitaba un momento a solaspara recuperarse del shock de ver denuevo a Julien. Habían pasadodemasiados años, pero sintió como sisolo hubieran pasado unas horas cuandose abrazaron. Sentía aún su olorimpregnado en la nariz y la pielrevolucionada. Temblaba sutilmente,solo había dejado de hacerlo cuandoestuvo en sus brazos; por mucho que lonegara, no era la primera vez que leocurría.

Clare sin saber muy bien qué hacer,

optó por sentarse frente a la chimenea y

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ojear una revista que había traídocuando oyó a Luc retar a los chicos parairse a refrescar a la poza. Cerca delrefugio, el río hacía un meandro y enverano con el deshielo aprovechabanpara bañarse. Más que de valientes,remojarse en ese agua, a esatemperatura, era una cuestión deadaptación, de costumbre. Edel porejemplo, lo llevaba haciendo desdepequeña y muchas veces al volver decorrer se refrescaba en ella.

Costó un poco relajar el ambiente,aunque poco a poco lo lograron. Edelestaba furiosa con todos, sobre todo conella misma por no haberse molestado nien saber quiénes serían los modelos,cuando al fin y al cabo serían las caras

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visibles de sus joyas. Pero le pareció undato sin importancia. No formaba partede su trabajo por eso se despreocupó.Ahora se maldecía entre dientes.

Laurent, advertido por Luc, le diotiempo a la guardesa para que se hicieraa la idea. El guía la conocía bien y sabíaque necesitaba su espacio para asimilarla situación. Igual que Julien quetambién procuró no quedarse solo conella, aunque las ganas le pudieran.

Y Clare…, aunque parecíacompletamente interesada en la revistallevaba rato sin pasar la página porquetenía la mente en pleno funcionamiento.Había sido toda una sorpresa descubrirque la guardesa y el modelo se conocíany que entre ellos había algo. La

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tranquilizaba ver que desde el abrazo nose habían vuelto a acercar. No sabíamuy bien cual sería su estrategia, loúnico claro era que no pensabarenunciar a él. Utilizaría todas sus armaspara poder conquistarlo.

Luc hizo sonar sus nudillos sobre la

madera de la puerta entreabierta de lacocina y Violette se giró al oírlo.

—Venga, deja de esconderte que séde sobras que ya está todo listo desdehace horas. —Ella iba a responderlepero no la dejó—. Hay que celebrar tuaño de guardesa ¿o crees que alguno denosotros lo ha olvidado? —le preguntóenseñándole la botella que llevabaescondida en la espalda. Era un Veuve

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Clicquot, uno de los champán másselectos—. Coge vasos y algo de frutossecos.

Edel aceptando que ya no podíaesconderse más, suspiró y dejando ir elaire entre los dientes hizo lo que lehabía pedido. Al llegar al comedor dejólos cuencos con almendras, nueces, y lastazas de acero esmaltado —únicosvasos en todo el refugio— en la mesamás cercana a la chimenea. Luc abrió labotella y Laurent las repartió. Todos sepusieron en pie haciendo un círculo. Allado de la guardesa estaban ellos dos yal frente un Julien que no apartaba lavista de ella.

—Por el refugio —brindó Lucalzando su taza y todos copiaron su

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gesto.—Por la sesión de mañana y el

éxito —añadió Laurent.—Por conseguir hacer realidad los

sueños —dijo Julien con vozaterciopelada. Su mirada se cruzó con lade Edel y se encadenaron como era tannormal en ellos. Esa unión que hacía quesobraran las palabras, el mundo.

El frío de la bebida junto a sus

burbujas ayudó a relajar el ambiente.Cada uno ocupó un sitio alrededor de lachimenea, Clare volvió a su rincón en elsofá junto a Laurent y Didier; Luc yJulien lo hicieron en los bancos de lamesa más cercana y Edel se situó en unaesquina sentándose en el suelo sobre

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unos cojines, con Sam a su lado y elcachorro en su regazo. Se pusieron aorganizar el día siguiente para la sesiónde fotos, pero una vez terminado elplanning, como alpinistas que eran, sepusieron al día de las gestas de suscompañeros. Pronto Clare vio cómo suprotagonismo se perdía.

Siguiendo los horarios que para

muchos era una locura, pero en unrefugio eran de lo más habitual, visto losmadrugones que hacían para salir a lamontaña, a las ocho estaban todoscenando. Había caldo para quienquisiera algo caliente, ensaladas yquiches, una de verduras ychampiñones, y otra con jamón y queso,

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la tradicional Lorraine.Clare estaba cada vez más

incómoda y callada, no le gustabademasiado dejar de ser el centro deatención. No había hecho alpinismo ensu vida, ni era aficionada a la montaña,pero sí al esquí. Había intentado variasveces meterse en el medio contandoalguna anécdota, pero fracasaba porqueesquiar en pista distaba mucho de lo queellos hacían. Intentaba intervenirsiempre que podía, buscar su atención yllevárselos a su terreno pero fracasabaen cada intento.

De postre, Edel sacó un bizcochode chocolate —el favorito de Luc, elguía— que había preparado esa mismamañana con Mariette y una cesta de

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fruta. La guardesa se fijó en que Clarerebuscó en ella hasta encontrar la máspequeña.

—Ves cómo eres de tamaño mini—dijo sin pensar Edel—, que si unchihuahua, me has pedido el huevo máspequeño para hacerte una tortilla porqueno querías quiche para no comerhidratos de noche, lo mismo ahora conla mandarina… no pasa nada, cada cualsus gustos. —La modelo sonrió, pero lamirada que le dedicó dejaba claro lopoco que le había gustado el comentario.

Entre todos recogieron la mesacomo era normal en un refugio, cuandoViolette entró en la cocina vio queJulien se ponía a lavar los platos.

—Fuera de ahí, eso forma parte de

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mi trabajo —le ordenó.—Déjame ayudarte —repuso él

con una sonrisa ladina, guiñándole unojo. Edel se dio la vuelta para noquedarse embobada mirándolo, estabaguapísimo—. Es un momento, mientraspreparas los cafés.

Una Clare de lo más colaboradorase situó a su lado para ayudarlo.Cualquier excusa le parecía buena contal de acercarse un poco más a él yconseguir que la guardesa se pusieraalgo celosa, pero no pareció afectarleporque Edel se puso a preparar lacafetera y a calentar agua para lasinfusiones. Un recuerdo, una idea le vinoa la mente y buscó entre las cajas deespecias hasta que encontró lo que

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andaba buscando, con una sonrisa en loslabios le echó una pizca en una taza.

Al llegar al comedor, Julien seacercó a ella por detrás y le cogió labandeja para ayudarla. Edel dejó elazúcar sobre la mesa y repartió lasbebidas.

—Gracias —dijo girándose haciaél. Con una mano cogió la bandeja y conla otra la única taza que quedaba, seacercó un poco para susurrarle—: estees el tuyo, un especial de la casa.

Él al cogerla, intencionadamente, lerozó los dedos con los suyos y susmiradas se buscaron de nuevoenlazándose un instante; suficiente comopara hacerla vibrar, suficiente comopara apartar la vista de sus ojos; aunque

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al cabo de un minuto volvieran asucumbir al deseo de retarse otra vez.

Se sentaron como si no hubierapasado nada, pero a Julien le llegó unolor conocido. La intuición hizo quesonriera de lado al tiempo que sellevaba la taza a los labios paraconfirmarlo. La esencia se intensificó, ellíquido le calentó la boca y el gusto delcafé mezclado con canela le sedujo elpaladar. Se sentía observado ysiguiéndole el juego se mordió un pocoel labio inferior y lo lamió a concienciaviendo que los ojos de Edel no perdíandetalle de sus gestos. Le encantó saberque ella recordada cómo le gustaba elcafé. Violette alzó un poco la vista,pasando de su boca a sus ojos, que se

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encontraron con los suyos. Al final, laguardesa le regaló su sonrisacautivadora, la misma que muchasnoches aparecía en los sueños delmodelo durante esos años y sin serconsciente hasta ese momento de cuántola había añorado.

«¿Es la sorpresa por volver a verloo de verdad sigue todo igual como siestos años solo hubieran sido unapausa?» se preguntó Edel incapaz dereaccionar normalmente. Con Julien esejuego era normal, era lo que hacían cadavez que se veían, seducirse, provocarsemutuamente hasta que sus cuerpos ardíany se volvían locos de deseo.

Laurent y Didier fueron los primeros

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en irse a la cama; entre el madrugón y eltrayecto hasta el refugio estabanagotados.

—No tardéis, no quiero rastro deojeras mañana —les recordó Laurentantes de subir, pero Clare parecía noquerer moverse del lado de Julien. Cadavez que podía le acariciaba elantebrazo, apoyaba la cabeza en suhombro para reír, intentaba hablarle ensusurros… No tenía muy claro si estabaconsiguiendo seducir al modelo, de loque sí estaba convencida era que estabaconsiguiendo poner celosa a laguardesa, las miradas furtivas que lededicaba se lo gritaban en silencio.

Edel, al principio lo ignoraba,estaba como absorta recordando el

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pasado; embobada por volver a verlo ysentir como su cuerpo lo reclamaba,pero poco a poco se fue dando cuentadel comportamiento de la modelo. Cadanuevo roce que Clare le prodigaba aJulien la ponía más nerviosa, «¡Menudalapa, me está entrando hasta urticaria!»gruñó para sí.

—Voy a regar el quinto pino yluego todos a la cama —dijo Luc desdela entrada poniéndose las botas antes decoger el frontal y la chaqueta.

—¿Va a hacer sus necesidadesfuera? —inquirió la modelo sorprendiday con cara de asco.

—Es normal, aquí el servicio dealcantarillado funciona bastante mal —bromeó Julien copiando al guía.

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«Basta por hoy, tengo que pensar elplan para mañana», meditó Clare y sepuso en pie para irse a la cama. Nopensaba rendirse, pero tenía que dar unpaso más y no sabía muy bien cómo.Cuando parecía que lo estabaconsiguiendo, Julien le mostraba quesolo tenía ojos para la Heidi…

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Edel se fue a la cocina para terminarde recoger, lavar las tazas y dejar lomáximo que pudiera listo para losdesayunos. ¿Para qué engañarnos? Loúnico que quería era tomarse algo detiempo. Prefería no saber cómo habíanrepartido las habitaciones. Cerró lapuerta, se fue hasta el equipo y le dio alplay, la voz de Joe Cocker empezó asonar bajito. No querían que la oyeran, ymucho menos oír nada de lo que fueraque ocurriese en la parte de arriba. Noera mucho de escuchar música pero legustaba cuando estaba en la cocina.

Estaba histérica. Decidió

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prepararse una infusión triple de tilapara intentar relajarse y poder conseguirdormir un poco. A los nervios y a lailusión por la sesión de fotos, queaumentaban con el paso de las horas, sele sumó Julien. Él, que ya de por sí teníael don de poner su mundo patas arribacada vez que se veían… Él, que habíaaparecido más guapo que nunca. Él…

El abrazo al saludarse habíaactivado todas sus terminaciones, estabarealmente atractivo y ella hacía muchotiempo que no disfrutaba de unhombre…; pero sentía que había algodistinto. Normalmente verlo era señal decoqueteo, de sensualidad, de disfrutardel buen sexo… Todo parecía estarigual, y al mismo tiempo, lo veía

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distante; igual que ella. Algo losacercaba y los alejaba sin que se dierancuenta. Al final, llegó a la conclusiónque a lo mejor sí se comportaban comolo que eran, viejos amantes. La llamaseguía viva, muy viva, pero el pasado,las peleas, marcaban un espacio.

Recordó la caja de la pastelería que

Seb le había subido y fue en su busca.Aunque se había comido dos trozos detarta de chocolate, los nervios le pedíanmás dulce, sobre todo cuando vio doséclairs de café. «Seb, te adoro»,murmuró sin parar de bailar suavementey cogiendo con un dedo un poco delrelleno y llevándoselo a la boca.

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Julien abrió la puerta de la cocinamuy despacio buscando sorprenderla,pero fue él quien se quedó fascinadoviéndola. Estaba bailando de espaldas aél, preciosa, sensual. Cuando la viohacer el gesto y relamerse el dedo porpoco no se le cae la botella que llevabaen la mano. Reaccionó a tiempo.

—Golosa y sexi, buena mezcla —declaró cuando fue capaz de hablar.

Vio como Edel pegaba un respingosorprendida al oír su voz. Sonrío comoun ganador y se acercó. Ella se giróquedándose embobada viéndolo acercarcon ese paso tan característico: seguro,felino, atractivo al tiempo que abría unabotella, el tapón salió disparado y losperros salieron a su caza.

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—¿Más brindis? —bromeónerviosa por sentirlo tan cercaseñalando la botella negra con lapegatina rosa. Ahogó un gemido cuandoleyó la etiqueta. Era de la misma casadel de antes, un Veuve Clicquot, peroaquel era un La grande Dame rose, deldos mil cuatro. La botella costaba másde tres cientos euros.

Julien alargó una mano y rozando elhombro de ella como una pluma con susnudillos cogió dos tazas. Bajó un pocola cabeza y sintió como ella seestremecía por la cercanía.

—Quería celebrarlo contigo asolas y la ocasión es de altura —murmuró el modelo jugando con eldoble sentido de la palabra en su oído.

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Sirvió un poco y le entregó una.Brindaron de nuevo sin dejar de mirarsea los ojos. De repente a la guardesa lainvadió el deseo, el mismo que dilatabalas pupilas de él.

—Delicioso… —dijo Edelcerrando los ojos disfrutando del sabor.

Julien se quedó absorto mirando suboca tan irresistible, el deseo porbesarla se intensificó cuando ella sacóla lengua y saboreó el resto del líquidode sus labios. Él quiso imitar el gestopara buscar los matices de la bebidamezclados con los propios de ella. Lacogió por la cintura y la obligó a seguirbailando, sus cuerpos se acoplaron a laperfección. Violette terminó el champánde un sorbo para poder tener las manos

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libres y acariciarlo a su antojo.—Estoy muy orgulloso de ti. —El

aliento de Julien alabó su oído—. Porfin has conseguido tu sueño, me alegromucho por ti, sé lo que te ha costado.Estaba deseando venir y verte por fin entu hogar.

El modelo se separó lo mínimopara poder observarla con detenimiento.Aún le costaba creer que la tenía denuevo en sus brazos. Aunque podríadescribirla con los ojos cerrados, lamiró como si fuera la primera vez. Eramás baja que él, debía rondar el metrosetenta y con un cuerpo esculpido por eldeporte que era pura lujuria. De cabellooscuro, lacio, brillante; tenía los ojosgrandes, de un verde agua con un anillo

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más oscuro alrededor que le daban conuna profundidad hipnótica, que seintensificaban por el tono tostado de supiel; unos labios jugosos que daban untoque sensual a una cara ya de por síbonita, de muñeca de porcelana.

—Sí, por fin estoy en casa. —Seacurrucó reposando la cabeza en supecho y se dejó mecer por él. Habíaleído en algún relato que Guerlain dijoque el perfume era la forma máspoderosa del recuerdo y Violette, en esemomento, no pudo hacer más quereconocerlo. El olor de él la sedujohaciendo que su mente rebobinara ypasara a cámara lenta los instantes quehabían compartido.

Dejaron pasar los minutos en

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silencio, el baile había terminado siendoun sutil vaivén sin moverse del sitio.Imágenes del pasado les nublaba lamente, recuerdos que favorecíansuspiros ahogados.

—Creo que al cachorro le gustaCocker tanto como a ti —dijo Julien alsentir como el perro estaba sobre suspies. Ella se separó yendo hacia elequipo, paró la música y el perro ladró,le volvió a dar al play y calló siguiendosu propio baile dando vueltas a sualrededor—. Debería llamarse Joe —afirmó el modelo sonriendo.

—¿Joe? Es bonito. —Edel seagachó para coger al cachorro—. ¿Quéte parece, te gusta? —Por respuesta soloobtuvo un ladrido y babas por toda la

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cara.—Eso creo que es un sí —afirmó

Julien cogiendo papel de cocina ydándoselo para que se limpiara. Sirvióun poco más de champán— Por Joe.

Dos días pensando en nombres, —vale que tampoco era que hubierainvertido muchas horas en la tarea—,pero entonces llegaba él y en menos decuatro horas ya se lo había encontrado.Lo más curioso era que le gustaba. Eraperfecto para el San Bernardo.

Brindaron de nuevo, la distanciaentre ellos se fue haciendo cada vez másestrecha, el calor del cuerpo de Julien lellegaba a Edel como vibraciones que lehacían hormiguear su piel, como unasúplica silenciosa aclamando sus

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caricias.—Deberías irte a la cama y yo

terminar esto —aseveró ella alejándose.La música, el champán, decidir elnombre del perro, él, los recuerdos…,era demasiado.

—Si recogemos entre los dosterminamos antes, además así ganotiempo.

—¿Tiempo para…?—Subir y que todos duerman —él

no especificó más, pero ella creyóentender o esperaba que fuera lo queimaginaba. «¡Clare hoy duermes sola, oal menos, no con él!»

Edel apagó el fuego y apartó elcazo con el agua, ya no había infusión, lahabía cambiado por algo tan glamuroso

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como un champán rosado que estababuenísimo, sobre todo, frío, ideal paraenfriar su garganta, a ella entera…Quería ganar algo de tiempo; necesitabaespacio para pensar fríamente. Elsilencio se instaló entre ellos mientrasterminaban de recoger y de montar lasmesas para los desayunos, cada unoconcentrado en sus propiospensamientos. Pero lejos de diluirse, esapausa solo hizo que la tensión queflotaba en el aire aumentara a cadainstante. Por el rabillo del ojo vio queJulien repartía lo que quedaba en labotella en las dos tazas y cortaba loséclairs.

—Eso era para mí… —se quejóella acercándosele.

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—¿No quieres compartirlosconmigo? —preguntó fingiéndosedecepcionado enarcando las cejas, peroa Edel ese gesto solo le provocó ganasde borrárselo a besos.

—Eres modelo, has comido tarta…¿no deberías mantener la línea? —murmuró poniendo sus manos en elpecho masculino y bajando hasta suestómago donde se intuían losabdominales bajo la camiseta negra. Unaprenda básica en la montaña pero que aEdel le parecía de lo más sensual. Sobretodo, porque llevaba la cremallera delcuello bajada y dejaba a la vista esazona que sabía que a él le volvía tanloco que besara.

—He subido hasta aquí, eso

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implica quemar las calorías suficientescomo para comerme una docena de estos—contestó copiando el gesto de ella deantes y cogiendo con el dedo un pocodel relleno, pero Violette fue más rápiday le agarró la mano para llevársela a suboca. Sentir los labios de ella, el calorde su boca, hizo reaccionar a todo sucuerpo—. Te empeñas en ser la reinadel hielo —masculló con voz ronca— yeres absolutamente lo más sensual quehe visto en mi vida. Haces arder consolo mirarte.

Reina del hielo, era el título que lepusieron años atrás los periodistascuando ganó los campeonatos europeosde esquí de montaña. Además, eraconocida entre los alpinistas como una

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de las mejores en escalada en hielo.Aunque Julien lo había utilizado paradecir que era una persona fría y distante,a ella no le molestaba. La vida no lahabía tratado muy bien y eso habíahecho que se encerrase en sí misma.Violette apartó los viejos fantasmascuando acudieron a su mente y se centróen él.

—¿Te apetece recordar viejostiempos? —le invitó Edel con vozmelosa poniéndose de puntillas ysubiendo sus manos hasta el pechomasculino donde el corazón masculinolatía veloz.

—Recordar viejos tiempos… ¿Terefieres a días de montaña, noches depasión y mañanas de olvido? —Julien

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tenía las pupilas dilatadas y el azul de suiris parecía solo un minúsculo círculode brillo, pero el tono en que formuló lapregunta la hizo dudar.

—¿No me deseas? —balbuceódesconcertada la guardesa al ver que élse apartaba un poco.

—¿Cómo puedes preguntar eso?Sabes lo que produces en mí. —Leacunó la cara con las dos manos y laatrajo hacia él. Al bajar la cabeza a laaltura de la de Edel, la dureza de sucuerpo chocó con la calidez del de ella—. Es… da igual, ya intenté entenderteaños atrás y no lo conseguí, no sé porqué tendría que ser distinto ahora. —Susalientos se mezclaron y Violette cerrólos ojos ansiando el esperado beso, pero

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lo único que sintió fue frío, al abrirlosvio que Julien había dado un paso atrás.Tragó saliva.

Julien se había prometido que no

volvería a caer en su juego, que no sedejaría seducir otra vez porque sabía loque le esperaba. Él volviéndose locopor ella y encaprichándose como unjoven en plena erupción hormonal. Él,hablaba de amor, ella, solo de sexo. Élquería una relación, ella solo un amantede turno. Siempre había estadopendiente de ella, Luc era suinformador, porque había decidido novolver a llamarla. Otra promesa que sehizo hacía ya ocho años.

Cuando supo donde se grabaría la

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sesión de fotos casi no podía creérselo.Tenía una excusa perfecta para volver averla sin aparecer en el refugio como unmendigo pidiendo más de sus caricias.Había sido un necio al pensar que habíasuperado su adicción a ella, olvidandoel don natural de hechizarlo y hacerleperder la cabeza. Por suerte se frenótiempo.

—Será mejor que me vaya a lacama, buenas noches, Violette.

Ella se quedó perpleja sin entenderdel todo lo que acababa de ocurrirviéndolo marchar. Julien se fue,escondiendo las manos en los bolsillos,buscando un lugar donde encerrarlasporque le ardían poseídas por la lujuria.

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Edel, de un manotazo, apagó lamúsica y se acercó con las dos tazas alfregadero, pero en el último minutocambió de opinión.

—Por vosotros —brindó cerrandolos ojos, en su mente vio a sus padres ysu abuelo, se llevó una a los labios y sela bebió de un trago.

Se mordió el labio inferior ysuspiró. Sabía que había metido la patay lo peor, que le había hecho daño,aunque fuera lo último que quería.Siempre había sabido cuales eran lossentimientos de Julien por ella, igual queél conocía los de Edel. Nunca semintieron. «Entonces, ¿por qué mesiento mal?»

Lo que faltaba para ponerse más

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nerviosa, preocuparse por él y sentirseculpable. Volver a verlo había sido ungolpe que había derribado sus muros;habían vuelto los recuerdos, los buenosy los que no lo eran tanto. Volvía asentir… Sentir… algo que Edel evitabasiempre que podía. Demasiado dolorhabía tenido a lo largo de su vida. Puedeque no fuera la solución, pero con lamuerte de su abuelo cerró la puerta acualquier cosa que pudiera perder, «sino tienes nada, no puedes perderlo».Con la mirada perdida más allá de laventana, en la oscuridad de la noche yde los recuerdos, se comió el pastel.

Le era imposible dejar de pensaren él. El paisaje la llevó a años atrás,cuando, con diecinueve años, la marca

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de ropa de alpinismo, Ekrins, le ofrecióser la modelo de la campaña de sulanzamiento. Violette era de la zona ymuy conocida en el sector. Así fue comose conocieron, hacía diez años. Julienfue el modelo y Didier el fotógrafo.Grabaron los spots y las sesiones defotos en la cima de la Barre desÉcrins[3] que era la imagen de la marca.

Lo suyo fue como un amor aprimera vista. Desde el minuto uno laschispas saltaron entre ellos y notardaron en sucumbir a sus deseos.Aprovecharon los días de fiesta quetenían y, con Luc como guía, hicieronvarias ascensiones a los picos de lazona. Incluso pasaron una noche en elrefugio que regentaba la pareja que

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reemplazó a su abuelo. Les hizo muchailusión conocerla, muchos excursionistaspreguntaban por ella y su abuelo alllegar.

Fueron días de disfrutar al máximode su pasión por la montaña y la nieve.Por las noches se rendían a los placeresmás primitivos. Pero llegó la despediday los dos supieron que su momento habíaterminado y cada uno siguió con sucamino. Ella hizo los cursos de guardade Refugio, se sacó título de Guía demontaña, el de Manipulador dealimentos… Él, mientras tanto, ibahaciéndose un nombre en el mundo delmodelaje hasta llegar a ser uno de losmodelos más bien pagados y codiciadosdel sector. Sus encuentros durante los

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siguientes dos años fueron en aumento,siempre había una nueva campaña, unnuevo evento al que acudir…, se unían yse distanciaban sin más. Pasaban juntostodas las noches como una pareja más.Solo las noches, como él le habíarecriminado, porque durante el día eranpocos los roces que se profesaban. ParaEdel era una manera de mantener ladistancia, muy lejos de las intencionesque tenía él. Julien siempre quiso más, yViolette no quería ni oír hablar derelación.

Resignada subió sin hacer ruido a su

habitación; Sam y Joe la siguieron. Yaera costumbre que durmieran arriba conella. Ya no había mochilas en el pasillo

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y las puertas estaban entornadas. Aunquela curiosidad le pedía ver como sehabían distribuido, fue incapaz. «Mejorno saberlo…». Fue yendo hacia sucuarto cuando se fijó en algo: habíandejado los Crocs en la puerta. «Luc eresun genio», se dijo, porque no tenía dudasde quien había tenido la idea y así, mástranquila, se fue a la cama.

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No durmió casi nada. Edel se habíapasado toda la noche dando más vueltasque un calcetín solo en una lavadora amil revoluciones. Al amanecer se habíaprometido dos cosas:

1. Disfrutar al máximo del día yno dejar que nadie leestropeara el momento.

2. Intentar comportarse conJulien. Dejaría la coquetería yse comportaría solo como unaamiga. No quería hacerledaño.

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Cansada ya de estar tumbadadecidió levantarse, estaba vistiéndosecuando un ruido de cacharros lasorprendió. Miró la hora, eran poco másde las siete de la mañana. Imaginó quesería el madrugador de Luc. Seguida delos perros bajó sin hacer ruido.

—¿Qué haces? —preguntósorprendida al ver que era Julien el queestaba en la cocina.

—Preparar los desayunos —respondió, seco, mirándola por encimadel hombro.

—Eso es obvio, me refiero a quéhaces levantado tan pronto.

—No podía dormir, así que heaprovechado para ir adelantando algo detrabajo.

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El silencio se instaló entre ellos.Edel no necesitó más que esas dosfrases para ver que él quería marcardistancia. Los dos habían llegado atomar misma decisión. La noche nohabía sido como las de antes, pero lamañana sí, aunque parecía que habíanintercambiado los papeles. Julien apagóel fuego, retiró la cafetera y rellenó losdos termos mientras la guardesa echabaun vistazo en el comedor.

—Ya que has hecho todas mistareas ¿te vienes? —preguntó desde elquicio de la puerta.

—¿Adónde? —él por fin se dio lavuelta, cruzándose de brazos yobservándola. El gesto y su carareflejaban seriedad, distancia, pero sus

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ojos la miraban embobado comosiempre. «Dios, está preciosa».

—Por cierto, buenos días —ella sele acercó y, aunque dudó, le dio un besoen la mejilla muy inocente y lejos, muylejos de lo que su cuerpo reclamaba—.A correr un poco, dar la vuelta al lago ypoco más, nos da tiempo hasta que selevanten.

—Claro, me irá bien gastar un pocode energía.

—Si hubieras invertido mejor lanoche, ahora estarías de lo más relajado—se burló la guardesa.

—Edel… —«No me tientes, bruja»estuvo a punto de añadir Julien.

Los dos subieron sin hacer ruido,cinco minutos después estaban en la

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puerta. Iban vestidos casi iguales, conunas mallas pirata y camiseta de mangalarga. Los ojos de Julien se quedaronabsortos en los pechos de ella, sobretodo, en los pezones que se intuían bajola tela. Carraspeó y apartó la vistacuando Violette lo pilló.

A esas horas el aire aún era fresco,

la oscuridad se desvanecía minuto aminuto, nacían las sombras y el color.De tanto en tanto se miraban de reojo,pero sin decir ni una palabra.

Julien estaba cabreado. Se notabacansado porque no había podido dormiry, para qué negarlo, muy excitado. Habíapasado la noche maldiciéndose por nohaber sabido mantener el corazón a un

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lado y la cabeza fría. Debería haberseaprovechado de ella, de su cuerpo,como se lo ofrecía. Aumentó lavelocidad esperando que el esfuerzo y elaire frío le calmaran la necesidad detomarla allí mismo. Violette estabaacostumbrada al ejercicio y sobre todo ala altura así que lo siguió sin problemasajena a sus pensamientos.

—No juegas limpio y lo sabes —exclamó con los dientes apretados Juliendespués de dar la vuelta al lago eincapaz de resistirse más.

—¿Cómo? —preguntó Edelfrenando en seco.

—Eres una manipuladora —Juliense dio la vuelta acercándose a ella muydespacio—, una chantajista. Sabes que

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eres mi debilidad y ¿qué haces tú?Provocarme una y otra vez…

El modelo tenía la respiraciónagitada por el esfuerzo que suponíacorrer a esas alturas, pero sobre todopor el sacrificio autoimpuesto queestaba haciendo por no arrancarle laropa y hacerla suya allí mismo. Odiabasentirse así, esa locura de amor-odio.Desearla hasta perder la cabeza yodiarla porque ella no sentía lo mismo.

—No he hecho nada, solo he sidoyo misma —«¿A qué viene ahora estecabreo?» Le puso una mano en el pechopara empujarlo y seguir corriendo, peroél no se movió, al contrario, dio el pasoque les separaba hasta que sus pechos setocaron y Edel tuvo que alzar la cabeza

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para poder mirarlo.—¿Y te parece poco? Eres terca,

cabezota, cuando quieres algo vas a porello sin que nada ni nadie puedadetenerte. Es lo que más me gusta de ti ylo que más detesto. Lo que me vuelveloco eres “solo tú”.

Sus caras estaban a centímetros, sedesafiaban con la mirada retándose unoal otro. Violette apretó sus dedosaferrando con más fuerza la camiseta ytiró de ella al tiempo que se ponía depuntillas. Se rindieron en el mismoinstante que sus alientos se mezclaron.Sus labios se fundieron en un beso duroy desesperado por la necesidad que leshabía consumido toda la noche. Julien laagarró de las nalgas y ella enroscó las

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piernas a su cintura sin despegarse de suboca. La mano de él se escondió bajo lacamiseta y la piel de la espalda de Edelardió con el roce. Los recuerdos jugaronsu baza facilitando que las cariciasfueran las idóneas para satisfacer alotro, el eco de los jadeos pasados serefrescó con los del momento.

—Ojalá yo fuera tu objetivo —masculló Julien con voz suplicante ycandente sobre sus labios. Se separó lomínimo y la buscó con la mirada.

El modelo estuvo a punto desuplicarle una nueva oportunidad, perodesistió, sabía cuál sería la respuesta.Lentamente la bajó y ella, temblorosa,puso los pies en el suelo. Se apartó y,suspirando para armarse de valor, se dio

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la vuelta y volvió corriendo. Edel, esavez, ni se preocupó por alcanzarlo,necesitaba un momento para asimilar loocurrido. Las piernas aún le temblaban.

—Por cierto, esto sí es un beso debuenos días —gritó él desde lo lejos.No sabía si era la respuesta queesperaba, pero ella solo pudo soltar unacarcajada. Ese era Julien.

Violette se tomó el tiempo para

volver, le encantaban esas horas de lamañana, sobre todo en esa época. Elsonido del deshielo volviendo a los ríosy cascadas ruidosos, los pájaros, losgritos de las marmotas… era la melodíade la vida que con la llegada de laprimavera devoraba el silencio del

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invierno.Cuando Violette llegó al refugio

oyó gritos en la parte de arriba y subiólos peldaños de dos en dos.

—¿Qué pasa? —preguntó al verlosa todos en el pasillo.

—La princesa, que ha gastado todael agua —explicó Didier, que ya de porsí era un gruñón de buena mañana ynecesitaba como mínimo tres cafés paraempezar a ser humano como solíabromear él—. La ducha, ¡era lo únicoque tenía que ser mini!

Había dos grandes problemas a losque se enfrentaba el refugio, uno era laelectricidad, aunque las placas lo habíanmitigado algo, y el otro era el agua,sobre todo la caliente.

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—¿Cómo coño esperáis que estéperfecta para las fotos? —intentódefenderse Clare vestida con unalbornoz blanco muy corto y una toallacomo turbante en el pelo. Para estarperfecta, como decía ella, había agotadoel depósito.

—Venga, no seáis gallinas e ir a lapoza como ayer —dijo Edel sin ganasde peleas.

—Vaya panda de cromañones mehan tocado —murmuró la modelo, perosuficientemente alto como para que laoyeran.

—Va de pija, pero tiene peorlengua que un leñador —ironizó Lucbajando la escalera.

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Estaban terminando de desayunar

cuando llegó Seb con una chica, laestilista. Tardaron muy poco enacondicionar la sala y convertirla en uncamerino. Carros cargados de ropacolgada, cajas, y sobre las mesas todotipo de productos de peluquería ymaquillaje. La estilista era una chicajoven, con pintas algo estrambóticas,con el pelo corto de punta y teñido derosa. Tenía piercings en la nariz, labio yceja que iban a juego con los de lasorejas. Era bajita, pero era como unciclón. Mientras tenía a Clare sentadacon una mascarilla en la cara y con rulosen el pelo, preparó a Julien. Cada vezque la mirada del modelo se cruzaba con

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la de la guardesa, el aire ardía. «Comosigamos así, el deshielo de los glaciaresde la zona será culpa nuestra y no delcambio climático», se abanicódisimuladamente Violette.

Edel necesitaba aire, ya no solo por

el efecto “Julien” sino porque ver esejaleo la estaba poniendo de los nervios.Salió fuera y se acercó a la mesasentándose en el banco junto a Luc. Esteal verla en ese estado le pasó un brazopor los hombros y la abrazó dándole unbeso en el pelo. Violette cerró los ojosporque el guía tenía el don de hacerlasentir mejor solo con estar cerca de ella.Al abrirlo se dio cuenta que Laurentestaba delante de ella y la observaba

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con el ceño fruncido.—¿No te estarás arrepintiendo? —

le preguntó el propietario de la marcacon la boca torcida.

—No, no es eso… —y sonrió parahacer énfasis en sus palabras—, esque… nunca pensé llegar hasta aquí.

Empezó a hacer joyas como una

distracción, algo con que ocupar lamente y llenar las horas que tenía libres.Fue Seb quien la animó a empezar avenderlas visto el éxito que había tenidola pulsera que le regaló a su madre porsus cincuenta años y que todas susamigas y clientes alabaron. Fue asícomo llegó a la web de Etsy, dedicada aproductos hechos a mano, artesanos y

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únicos. Poco a poco los pedidos fueronllegando.

Hacía unos diez meses, los mismosdos hombres que estaban ahora a sulado, subieron al refugio para ascenderla Grande Ruine, el pico más alto de lazona. Habían acabado de cenar y ellaestaba sentada en el sofá con uncuaderno en el regazo diseñando unasalianzas que un astronauta le habíapedido utilizando una piedra demeteorito, que él mismo se encargó dehacerle llegar, y un jade. Siempre habíasido muy cuidadosa y había mantenidoen secreto su trabajo como joyera. Noquería que nadie supiera que en unrefugio podía haber piedras de granvalor. Cuando oyó que carraspeaban a

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su espalda escondió el dibujo, pero erademasiado tarde, Laurent ya lo habíavisto.

«—¿Podrías enseñarme lo queestabas dibujando ayer? —fue loprimero que le dijo Laurent a la mañanasiguiente al llegar al comedor. Ella,sabiendo que era el dueño de una de lascadenas de boutiques más prestigiosasde París, aceptó—. Me gustaría quecrearas una colección especial paraNavidad. Acabo de ocupar lapresidencia que ha dejado mi padre yañadir una línea de joyas tan exclusivasería un plus. ¿Te atreves?»

Al principio se negó; no se veíacreando nada sofisticado y del nivel querequería para unas boutiques de ese

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calibre, pero la idea fue desarrollándoseen su mente. Conseguir crear unas joyasque recordaran el deshielo y seimpregnaran de la esencia de ese lugar.Durante días diseñó collares,pendientes, anillos, pulseras… Hacía ydeshacía hasta que por fin ibaconsiguiendo algo que la satisfacía. Selo mandó y como respuesta, Laurentapareció al cabo de quince días en unhelicóptero con todo el materialnecesario y un contrato de lo mássustancioso.

A media mañana, incapaz de resistir

un minuto más y llevada por lacuriosidad, Edel se llegó hasta lacascada donde estaban haciendo la

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sesión. Había dejado un walkie-talkiecolgado con un mosquetón en la puertadel refugio y ella se llevó el otro. Desdeel refugio de Alpe, el único que había enel camino y el más cercano, la habíanavisado que dos excursionistas sedirigían hacia allí, no creía que llegaranantes de mediodía, pero prefirió dejaruna nota y avisarlos.

Se acercó a Laurent y se quedó ensilencio viendo trabajar a Didier. Elfotógrafo era un hippie y no solo por lasrastas y su forma de vestir. Era unespíritu libre. Si no estaba en la montañavivía en una vieja furgoneta adaptada.Un nómada moderno, como solíanominarse. Era un excelente fotógrafo yun amante del alpinismo. Esas dos

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pasiones hacían que fuera conocido enlas revistas del sector. Eran muchas lasexpediciones que contaban con él parahacer ese tipo de trabajos, tanto enfotografía como en vídeo.

Luc, como siempre, aprovechaba

para ir también haciendo fotos, él enplan amateur, pero siempre conseguíaque fueran curiosas porque él plasmabalo que se cocía entre bambalinas.Mientras unos retratan el paisaje y lacumbre, él inmortalizaba ese momentode vestirse dentro del saco. Detalles yanécdotas que en el momento pasandesapercibidas pero que después, alverlas, se disfrutaba más ya que por lavida misma antes no lo no habías sabido

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apreciar.—Es normal que tengas curiosidad

—dijo Clare prepotente al verla allí,pero solo consiguió que todos secarcajearan, algunos más ruidosos yotros más comedidos como Luc y ella.

Edel estuvo a punto de contestar,pero al final recordó a qué había ido yla promesa que se había hecho aquellamañana. Una ya se la había saltado conese beso que aún le hacía apretar losmuslos, pero no pensaba dejar que unamodelo le estropeara la emoción al versus creaciones. «¡Son mis joyas!». Díasatrás había hablado con Didier y lecontó la idea que tenía al diseñarlasinspirándose en las cascadas heladas, enlas estalactitas de hielo colgando de las

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rocas, en las gotas del rocío al amanecerpara así poder integrarlo en la imagen.

—Ya ha visto y hecho alguna,¿verdad Edel? —afirmó el fotógrafo sindejar de reír.

La guardesa se fue a ver a Gina,estaba sentada en una roca aparatadatomando el sol y observándolo todo. Laestilista, al verla, le alargó un trozo demanta con la que se estaba tapando laspiernas.

—No hace falta, estoy más queaclimatada.

—Esto es impresionante, estoyflipando —dijo con una voz de niñapequeña entusiasmada—. Sé que voy aparecer de ciudad, pero ¿hay osos?

—No es Yoguilandia —contestó

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riendo.—¿Y Alces?—Tampoco, lo siento. Rebecos,

los que más. También hay cabrasmontesas, marmotas, armiños, ardillas,zorros, lobos, linces…

—¿Y ese ruido que no cesa?—Son marmotas.—Mola —exclamó buscándolas a

su alrededor, pero se dio cuenta de queEdel no dejaba de mirar hacia losmodelos—. Tranquila, él solo tiene ojospara ti.

—Pausa —ordenó Didier—.Cambiaros de ropa.

—Es mi turno —dijo Gina yendohacia la zona donde habían previsto paraque ella hiciera su trabajo.

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La mente de Violette viajó diez años

atrás recordando sus sesiones de fotos.En ese caso no eran joyas, sino ropadeportiva, pero se le parecía bastante.No se dio cuenta de que Julien sesentaba a su lado hasta que oyó su vozmuy cerca.

—¿En qué piensas?Violette ladeó la cabeza y lo

observó. Se había cambiado de ropa.Llevaba un traje negro, con camisablanca y pajarita; y aunque vestido asídesentonaba en un paraje como aquel,estaba impresionante, pero su rostro lemostró algo que no esperaba.

—Pareces cansado —respondióella sin contestar a su pregunta.

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—Lo estoy —suspiró Juliencerrando los ojos y levantando la cabezabuscando que el sol le tocara en la cara;necesitaba relajarse un segundo.Desconectar de todo.

Edel levantó la mano paraacariciarle la mejilla, pero al final, sinsaber muy bien porqué, no lo hizo. Seperdió observándole, recorriendo con sumirada cada ángulo de su rostro, seentretuvo a conciencia en reseguir suslabios…, tragó saliva por la necesidadloca y urgente que la invadió. Ansiabamás besos como los de hacía unas horas.

Didier se acercó a ellos ycarraspeó para hacerles saber de supresencia, parecía que los dos estabanmuy lejos de allí. Se sentó al lado

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derecho de Edel y se puso con la cámaraa revisar las fotos. Le dio un codazo a laguardesa y ésta desvió la vista aregañadientes, pero cuando vio lo que leenseñaba, sonrió.

—¿Era lo qué imaginabas? —dijoen doble sentido. Para los demás erasolo una pregunta sobre su curiosidadcuando lo que realmente le estabapidiendo era su opinión sobre las fotos.

—Sí —asintió y sonrío dándole unbeso en la mejilla. Le pareció oír algoparecido a un gruñido masculinoprocedente de su lado izquierdo, pero loignoró.

—Me alegro —y guiñándole unojo, el fotógrafo se levantó—. Todo elmundo a sus puestos.

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Julien puso una mano en la rodillade Edel para darse impulso paralevantarse, pero lo hizo despacio,encorvándose sobre ella, hasta que suscaras quedaron a centímetros… la viomojarse los labios… Se separólentamente, las ganas de besarla, decogerla de la mano y de marcharse deallí lo estaban quemando por dentro.«Venga, es la última vez» se recordó elmodelo. Una vez de pie, sin dejar demirarla, su rostro se transformó. El gestono pasó desapercibo por Violette que sepreguntó qué le ocurría mientras lo veíaalejarse y empezar a trabajar. Como unautómata el modelo se puso la máscarade frialdad, desconectó el cerebro yactuó como un maniquí. Su cuerpo

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respondía a las órdenes de Didier sinpensar. Estaba harto.

De nuevo la urticaria de la nocheanterior le quemaba la piel a laguardesa. Se negaba a llamarlo celos,pero le hervía la sangre al ver comoClare se contoneaba delante de Julien yse pegaba a él. Se mordió el carrillo pordentro para no ir a separarlos. «¡Sonanuncios de joyas, no de ropa interior!»

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6

Prefirió marcharse. Violette volvióal refugio contenta por el resultado delas fotos, pero con las uñas clavadas enlas palmas de la mano de la rabia que leproducía Clare.

Se encerró en la cocina y buscó lalista de reproducción que tenía paraesos momentos que necesitaba cantar avoz en grito para no oír suspensamientos y le dio al play. La voz deZaz cantando Si j’aime j’oublie [4]llenó la estancia. Sonrió al ver que a Joetambién le gustaba. Empezó a prepararel menú. No sabía si los excursionistasllegarían para comer, pero prefirió

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contarlos, entre ellos y el equipo eran untotal de nueve personas. Hizo pasta converduras y pollo al curry, arroz blanco yensalada.

La sesión se alargó hasta las dos de

la tarde; estaba saliendo muy bien y másrápida de lo que esperaban, por eso eldescanso para comer se alargó hasta laúltima hora de la tarde para retomarloaprovechando luz del crepúsculo.

Edel estaba recogiendo un poco la

sala para dejar dos mesas libres paracomer cuando llegaron los dosalpinistas, Blanche y Étienne. Les pidiólos datos y los acompañó a la habitaciónque estaba libre. Cuando bajaron, se

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habían cambiado de ropa y empezaron acomer, mientras hablaban con laguardesa del camino hasta el refugio ydel maravilloso entorno.

—¿De vuelta? —preguntó Edel alver a Laurent entrar por la puerta.

—Quería aprovechar para hacerunas llamadas, por cierto, ¿tienes unmomento?

—Claro —se apartaron y se fueronjunto a la escalera

—¿Ya has terminado tu collar? —ella sonrió y asintió con la cabeza—Estoy deseando verlo.

Laurent le había regalado unapiedra de unos cinco centímetros delargo de color transparente y con unashebras en azul. Era una moissanita, una

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gema muy parecida al diamante eincluso más brillante. La primera vezque se descubrió fue en los fragmentosde un meteorito. Desde entonces, elmundo de la joyería la utilizaba para serel sustituto perfecto del diamante. Edel,solo con verla ya se imaginó la joya.

—Espera, voy a buscarlo.Violette subió a su habitación y del

primer cajón de la cómoda sacó una cajaalargada de madera oscura con elgrabado de una edelweiss en el centro.Bajó de dos en dos los escalones yLaurent subió algunos para encontrarseen medio de la escalera y quedar fuerade la vista de los excursionistas. Fue unvisto y no visto porque las voces delresto del equipo se oyeron en la entrada

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y la guardesa subió con prisas paraguardarlo; iba tan nerviosa que ni se diocuenta de que Joe la había seguido y quelo dejó encerrado allí al cerrar la puertatras de sí.

El equipo se puso a comer y Violette

se sentó con ellos. A Clare al ver tantacomida se le revolvió el estómago. Ellaera de comer poco y allí arriba parecíaque todos comían por veinte.

—Yo solo un poco de ensalada; notengo hambre y me duele la cabeza.

—Será mal de altura, no estásacostumbrada —afirmó la guardesa convoz neutra—. Necesitas comer bien,algo de hidratos y mucha agua para lahidratación. Tómate un paracetamol y

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duerme un poco.—No es para tanto —se resistió la

modelo. Edel contó hasta diez antes decontestar, pero se le adelantaron.

—Estamos casi a cuatro milmetros, en medio de la nada; la carreteramás próxima está a seis horas a pie. Enla montaña no existe el “no es paratanto”; si no mejoras, toca bajar —intervino Luc muy serio. Había conocidoa demasiada gente que le costabaentender que nada era simple allí arribacuando se trataba de salud.

—¿Te importa si nos hacemos una

foto? —preguntó la alpinista al verpasar a Edel por su lado yendo hacia lacocina a por los postres.

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—Claro que no —contestó Clare,volviéndose hacia ellos y cambiando elrostro por una sonrisa forzada que nohabían visto desde la sesión de fotos.

—Eh… perdona, se lo decíamos aella… —advirtió cortada Blanche.

—La costumbre —se defendió.—A mí me gustaría una contigo,

con una chica portada GQ —dijoÉtienne consiguiendo una sonrisaembaucadora de Clare, pero también uncodazo en las costillas de su compañera.

Al final acabaron tomando todosjuntos el café y los postres. Se hicieronvarias fotos y le pidieron a Edel que lesdedicara el libro “Paraíso de hielo enÉcrins” que sacó años atrás con la ayudade Didier. Al saber que en la misma

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mesa también estaba el fotógrafo, lepidieron también su firma.

—¿Así que intestaste ser modelo?—preguntó Clare con un deje burlón queno pasó desapercibido por nadie. Cadavez eran más evidentes las diferenciasentre las dos mujeres.

—No lo intentó, fue modelo —larectificó el fotógrafo remarcando las dosúltimas palabras.

—Fui campeona europea, publiquéeste libro —dijo señalando el ejemplar—, Ekrins se puso en contacto conmigoy me gustó la propuesta.

—Así nos conocimos —dijo Julienmirando fijamente a la guardesamientras se mordisqueaba el labioinferior y lo soltaba lentamente. El aire

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se cargó de una energía electrizante queles hacía vibrar la piel, una que lesremovía las entrañas. Violette ahogó ungemido.

—¿Demasiado glamour para unaHeidi como tú? —insistió de nuevoClare cada vez más molesta.

—He tenido la suerte de vivirmuchas cosas y muy variadas; sé lo quequiero y la fama no me seduce lo másmínimo y menos las pasarelas. Solo fueun trabajo.

Edel no sabía por qué le estabacontando su vida, por qué le hablaba desu currículum, si era para impresionarlao para que acallara. Cuanto más laconocía más fantasma la veía; seguíahabiendo algo en ella que la hacía

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desconfiar.—Me voy a acostar un rato, a ver

si se me pasa el dolor —anunció Clarecansada.

—Será lo mejor —afirmó el guía.Luc también estaba incómodo con

ella. Tenía ganas de coger a esaprincesa y hacerla espabilar, quereaccionara. Como Violette, eran gentede montaña, básicos en muchos aspectosy tanta hipocresía y falsedad lesenfurecía.

La montaña vuelve a la genteprimitiva en conceptos, bien o mal. Nohay matices, ni tiempo de dudas, nidobles caras. No hay nada como poner aalguien en situaciones difíciles parasaber cómo es realmente. No hay donde

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esconderse cuando las cosas se ponenfeas. Siempre llega el momento en elque el ser que llevamos dentro, sale.

*

Clare subió la escalera

refunfuñando. Solo pensaba enmarcharse de allí; nada estaba saliendocomo quería. Ellos insistían en que eramal de altura, pero ella estaba seguraque su dolor era de la rabia que sentíapor tantas miraditas y jueguecitos que setraía Julien con la guardesa. «Sabía queera mala idea este trabajo, Julien fue loúnico que me decidió y ¿para qué?, paraverlo babear por esa maldita Heidi. ¡Nola soporto!»

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Arriba, en el pasillo, oyó un ruidoextraño que parecía venir de lahabitación de la guardesa y se acercósigilosa, abrió un poco la puerta cuandoentendió que sería un perro rascando lamadera. Joe la recibió contento y lesaltó a los pies. Ella, muerta decuriosidad, dio un paso hacia el interior.Se acercó a la pared y empezó a mirarlas fotos. En casi todas salía Edel congente que había ido viendo estos días: elpiloto, su chica, Luc… había algunas decuando era pequeña, imaginó que seríansus padres y su abuelo. Llegó hasta unacómoda antigua «lo único que merece lapena de este lugar» musitó acariciandola madera. Estaba embobada mirandoalgo que le había llamado la atención

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cuando Joe le rozó la pantorrilla con elmorro; eso la hizo reaccionar ymarcharse de allí, no sin antes haceralgo que remató ese fisgoneo pasajero.

*

—Tienes mejor aspecto —señalóLaurent al verla bajar dos horasdespués.

—Me han ido bien vuestrosconsejos, gracias —dijo Clare muyamable—.

La verdad era que fue tumbarse enla cama y el sueño la venció. El dolorde cabeza había disminuido. Decidióolvidarse de Julien estando allí,buscaría la oportunidad en cualquier

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evento, en algún sitio en el que ella sesintiera más a gusto.

—Perfecto, pues sigamos.Clare se fue junto a Gina que le

cambió el peinado y repasó elmaquillaje.

Los alpinistas le pidieron a Edel si

podía acompañarlos al día siguiente a laascensión de la Grande Ruine y ellaaceptó después de preguntarle a Luc sipodía quedarse de guardés hasta suvuelta y él aprovechó para contarle susplanes.

Cuando terminó de limpiar lacocina, Edel cogió el teléfono y se fue adar un paseo, necesitaba alejarse unpoco. Tomar aire. Seguida de Sam, salió

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dando la vuelta al refugio. Sus pasos lallevaron por la parte trasera hacia lazona del precipicio hasta una roca queparecía estar pensada para sentarse allíy contemplar todo el valle. Se sentó conlas piernas flexionadas, abrazándolas ytiró la cabeza hacia atrás. Cerró los ojosbuscando que la brisa fresca ledescongestionara la cabeza. Un zumbidoen su bolsillo la devolvió a la realidad;al ver el nombre en la pantalla, sonrió.

—Iba a llamarte ahora —contestó amodo de saludo.

—¿Ahora? —repitió Mariette—¡Pues yo llevo esperando a que lo hagasdesde ayer!

—¿Tú también sabías que Julienera el modelo?

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Fue Julien quien informó a Luc queél sería el modelo y que por favor no ledijera nada a Violette, quería que fuerauna sorpresa. También le contó quedespués pensaba tomarse un descanso yle propuso quedarse unos días en elrefugio. El guía nada más colgar, llamóa Sébastien.

—Sí. ¿Qué tal el reencuentro? ¿Yla sesión de fotos?

Sí, eran amigas, pero no tenían esetipo de relación de pasarse el díahablando por teléfono y contarseintimidades, sobre todo porque Edel erauna persona muy hermética. Mariette laconocía y le dejaba su espacio, pero aveces, la curiosidad la podía.

—La sesión está yendo muy bien,

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Didier me ha enseñado las fotos y es loque queríamos.

—¿Y Julien? —volvió a insistir.—Off, como siempre. Esa

atracción tan pura, tan enloquecedora…y esta vez es como más fuerte… no sé sies por mi sequía, pero… —empezó acontarle lo sucedido desde su llegada yMariette sorprendida de que se abrierade esa forma, la dejó hablar— Y Lucacaba de decirme que ellos dos sequedan unos días.

—Eso también lo sabíamos —dijoriendo Mariette—. Disfruta.

—Si por mí fuera… Es él quienquiere siempre más, complicarlo,etiquetarlo…

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7

Con lo de respetar el descanso y máshabiendo alpinistas que querían salir aldía siguiente al amanecer, el equipoaprovechó para irse pronto a la cama.La primera en subir fue Clare alegandocansancio. En la cena casi no habló,comió un poco más y, olvidando sudieta, cenó hidratos.

La guardesa, sabiendo quemadrugaría más que ellos y queposiblemente al volver de la ascensiónSeb ya habría venido a buscarlos con elhelicóptero, aprovechó para despedirse.

Edel esperó en la cocina de nuevo

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con la voz de Joe Cocker sonandobajito. Esa noche no había champán poreso estaba calentando el agua para dosinfusiones con la esperanza y el deseode que, como la noche anterior, Julienapareciera. Pero los minutostranscurrieron sin aguardar a nadie,ignorantes de su espera. Decepcionada,media hora más tarde, decidió acostarse.

—Venga chicos, a la cama. —Cogió a Joe en brazos y seguida de Samsubieron la escalera. Oyó los ronquidosde Luc y sonrió sin ganas.

Como cada noche, entró en la

habitación sin encender la luz. Hacíacasi un mes que había quitado el postigocon el que tapaba el gran ventanal. Fue

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una idea de su abuelo que era unauténtico fan del cielo estrellado, poreso hizo construirlo. Iba desde el techohasta el suelo con casi dos metros deancho. La oscuridad quedaba iluminadapor la luna llena. La noche estrellada lasaludó desde el exterior, era unespectáculo ver las curvas de lamontaña insinuarse en el horizonte. Paraella aquello era lo mejor del mundo;nunca se cansaría de verlo.

La habitación en sí no era muygrande. Normalmente la cama de hierroforjado estaba pegada a la pared deenfrente, pero cuando quitó las maderasla acercó hasta el ventanal, así cuandose tumbaba podía observar el exterior.Había dos armarios estrechos a cada

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lado de la puerta, el techo era de maderae inclinado como una buhardilla. Habíaun montón de fotografías que decorabanlas paredes de piedra y una cómoda allado de la chimenea. Se llevó unasorpresa enorme y se emocionó cuandoal llegar por primera vez, ya comoguardesa, vio que seguía habiendo losmismos muebles que habían pertenecidoa su abuelo.

El recuerdo del beso le vino a la

memoria por millonésima vez en lo quellevaba de día y se estremeció de lospies a la cabeza. Había estado con otroshombres, pero solo Julien era capaz dehacerle sentir tanto. Con un solo rocetoda su piel se ponía en alerta

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sucumbiendo a sus caricias. Como unadroga, deseando siempre más. Se llevólas manos a los labios resiguiéndolos,buscando en ellos la huella de los deél…

Los pasos de Joe yendo hacia laentrada de la habitación la alertaron,miró por encima del hombro, pero al nover nada, no le dio importanciavolviendo a perder la vista más allá delcristal. La puerta se abrió de golpeasustándola, pero lo que más lasorprendió fue la visita. Julien. Cerródetrás de él y se apoyó en ella unosinstantes mirándola detenidamente.

Edel se quedó sin aire. Solo vestíaunos boxers negros anchos de tela. Lavista de ella no perdió la oportunidad y

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con la poca luz que se filtraba de laluna, sus ojos golosos se dieron un festínadmirándolo. Sus músculos creaban a laperfección sinuosas curvas, un vallecomo un sendero cubierto por pocovello, hacia abajo. Un cuerpo que se leantojaba el mejor paraíso dondeperderse. Un paraíso que deseabaexplorar con todos sus sentidos. Vista yolfato ya estaban en marcha, estabadeseando ponerse con el tacto, sabor…No le extrañaba nada que fuera uno delos modelos más codiciados.

Julien cerró los ojos, bajó la cabeza

y suspiró. El corazón le aprisionaba elpecho impidiendo respirar con fluidez,pensar… «¿cómo hacerlo con claridad

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si no tengo ni una gota de sangre en lacabeza?»

Se repetía que era un estúpido, undébil por no poder controlarse delantede ella, por no poder ignorarla. Suspiernas, ajenas a sus dudas, dieron unpaso al frente. Levantó la vista. Estabapreciosa, la débil luz de la luna marcabalas curvas femeninas, aquellas dondesolo podía pensar en perderse. Ladeseaba. Punto. No había vuelta atrás.

Terminó de dar los pasos que lefaltaban hasta llegar junto a ella. Sumirada atrapó la de Violette que loobservaba entre sorprendida yfascinada. Puso las manos a cada ladode la cintura femenina y notó como seestremecía. Clavó los pulgares en las

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caderas, arremangándole la camisetamientras se dejaba caer lentamente derodillas frente a ella. Ella,instintivamente le acarició el pelocuando él posó la cabeza en su vientre.

—Me rindo. Ganas tú —susurró élcon los labios pegados a su piel. Elcálido aliento le cosquilleó hasta lasentrañas—. Siempre.

El corazón de la guardesa sesacudió violentamente por el valor y elsignificado de cada palabra. Julienmerecía mucho más de lo que ella podíadarle. No quería hacerle daño, perocuando sintió como la besaba yjugueteaba con la lengua en su ombligose olvidó de todo.

Despacio, él se incorporó dejando

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por el camino un rastro de besos defuego al tiempo que la iba desnudando.Cuando llegó a los pechos, sin serconsciente, las manos de la guardesa seclavaron en sus sienes atrayéndolo máshacia ella, agarrándole fuerte del pelocuando la lengua de él sobornó confrenesí el pezón.

Al fin de pie, ella levantó losbrazos y le facilitó que la dejaradesnuda de cintura para arriba. Laabrazó acercando sus caderas hastachocar con las de ella. Con las palmasabiertas resiguió el pecho de Julien, sindejar de mirarle a los ojos. El olor adeseo se impregnó en el aire, laensordecedora melodía de los latidossedujo al silencio de la noche e hizo más

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palpable la ansiedad en la que estabanconsumidos. Los dedos de ella fueronhasta su nuca, de puntillas se acercó yél, como invitación, dejó caer la cabezahacia atrás ofreciéndole más espacio.Los labios de Violette conquistaron conexperiencia esa zona cautivada por suolor. Besó, mordisqueó, lamió hastallegar al lóbulo. Lo rozó con los dientescomo sabía que a él le gustabaprovocándole un latigazo de placer quele hizo clavar los dedos en las nalgasfemeninas.

—Edel —jadeó. Se apartó lomínimo para acunarle la cara con lasdos manos y conquistó su boca condesesperación. Sus lenguas se buscaronansiosas, famélicas—. Eres mi

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perdición.—Julien yo… —Con la poca

cordura que le quedaba se apartó unpoco para poder mirarlo a los ojos—.No quiero hacerte daño… Nunca… —dijo con la voz cargada de deseo, perotambién de culpabilidad.

—Shhh. —La besó parasilenciarla.

No quería pensar, solo sentir. Suslabios se alejaron de su boca y bajaronhacia los pechos, el ombligo… Ledesbrochó los pantalones y Violette loayudó dando ligeras patadas; una vezdesnuda, lo liberó de los calzoncillos.

—Luchar está sobrevalorado,joder, con lo puñeteramente placenteroque es rendirse —confesó en apenas un

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jadeo cuando ella se agarró con dureza asu nalga mientras con la otra manoseducía su erección y él se adentrabacon dedos hábiles en su feminidad.

—Ohh —gimió demasiado altoViolette.

—No grites, recuerda que somoscapaces de hacerlo por debajo de losdecibelios de los ronquidos de Luc eimpedir que despierte.

Rieron por el recuerdo. El modelola observó fascinado, la sonrisasugerente, los labios henchidos por losbesos, el deseo brillando en sus ojosmarrones y tiñendo sus mejillas. «Estoyperdido» sentenció mentalmente Julienen un suspiro.

Edel, ajena a sus pensamientos,

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volvió a buscar su boca desesperadaenroscándose a su cuerpo como unaserpiente. Los minutos se consumíananhelantes. Las sensaciones, olvidadascon el paso de los años, reviraron. Secomplacían con la facilidad que aportaser viejos amantes y eso los acabócatapultando a un estado de necesidadprimitiva

—Julien —gimió su nombreclavándole los dientes en el hombrocuando sintió que la primera oleada lainvadía dejándola temblando y sinfuerzas. Él la abrazó acariciando suespalda y asiéndola. Piel con piel. Suscuerpos se amoldaron evidenciando laexcitación. El modelo se apoderó denuevo de sus labios apresándolos con

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los suyos, lamiendo, mordiendo,besando.

—Dios, como te necesito… —jadeó llevándola a la cama ytumbándose sobre ella. Violette estiró lamano y abrió la mesita hurgando hasta elfondo. Él, al verla gruñir, se separó unpoco y riendo la ayudó buscando hastaque encontró la caja. Sacó unpreservativo y sin dejar de mirarla se lopuso. Se volvió desesperado, loco porhacerle entender lo que sentía, lo quedespertaba en él. Tenía necesidad dedejar su huella tatuada en la piel, elsabor de sus labios mezclado con elsuyo. Despacio, como sabía que legustaba, buscó el calor de su interior.Cerró los ojos cuando fue engullido

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entero por ella.—Veo que no has olvidado —

jadeó Violette sin aliento.—Es imposible porque a tu sonrisa

se le antoja aparecer de tanto en tanto enmi mente y así no hay quien olvide —admitió Julien antes de aprisionar loslabios de ella con los suyos. Lo que nole reveló fue que a su sonrisa le seguíasu voz y el sabor de sus besos. Eraimposible olvidar cómo le gustaba quela hiciera suya.

El deseo los apremiaba. Teníanprisa, presos de la necesidad másprimitiva del placer; la experiencia lellevaba a ser rápido, profundo, certero.A no dejar que el aire circulara entre suscuerpos, buscando el desesperado

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consuelo. Un orgasmo eterno queadormeció el tiempo para convertir elpresente en pasado los sacudió al mismotiempo. Se derrumbó sobre ella que loacogió y siguió abrazándolo ya sinfuerza. Minutos después la respiraciónvolvió a la calma; la piel fuedespertando y saliendo del trance.

Pocos días después de conocerse,la primera noche que durmieron juntosen una tienda de campaña, Julien habíacomparado el orgasmo con llegar a lacima de una montaña. «Es lo mismo, enesos momentos todo pierde sentido. Yano es solo volar, ya no es solo tocar elcielo… es levitar, dejar de ser uno,dejar de ser dos… es fundirse, es…volverse inmortal. Solo deseas bajar por

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el simple deseo de volver a subir.»—Los recuerdos son inteligentes y

obvian lo que nos puede volver locos,sino no entiendo como había olvidado loincreíble que es estar dentro de ti —musitó Julien incorporándose un poco yapoyando su peso sobre los codos. Labesó despacio, sutil. Sensual.

Violette pronto fue consciente deque seguía siendo el mismo. Esa fuerzaque arrasaba con todo. Esa pasión con laque impregnaba cada palabra, en todo loque hacía. No sabía si era algo bueno omalo, era incapaz de valorarlo, pero losdos se conocían demasiado bien. Élsabía cuál era el futuro de Edel, por elque había luchado y que le contó laprimera vez que durmieron en ese

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mismo refugio, pocos días después deconocerse. Pero la felicidad es tanrelativa y tan personal como cada uno denosotros y la de la guardesa residía enesa casa, entre esas montañas.

—Nunca te he mentido, ni sobrequien soy, ni sobre lo que quería en estavida. Como tampoco en lo que sientopor ti —se excusó Violette resiguiendosus facciones con un dedo, buscando susojos.

—Lo sé, pero siempre he deseadoser más para ti —admitió él con pesar—, pero he aprendido a aceptarlo. Noser ni tu amigo, ni amante, ni pareja…Solo algo así como un esclavo queacepta cualquier migaja que quierasdarle; lo sé. No me engañas, aunque yo

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muchas veces sí me engañe.

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8

Se despertó cuando notó en la manoel saludo baboso de Sam, sin apenasabrir los ojos, Edel buscó a tientas en lacama, pero solo encontró vacío. Seincorporó de inmediato. Los ojos prontose acostumbraron a la luz del amanecer,sobre todo cuando a contraluz vio aJulien desnudo frente al ventanal quedándole la espalda. Tragó saliva por talimpresionante visión. Era un hombreperfecto en todos los sentidos.

Sin apenas hacer ruido se levantó yfue en su busca. Julien estaba tan ausenteque hasta pegó un pequeño respingocuando sintió los labios de ella en su

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espalda. Se volteó y Edel vio que tenía aJoe en brazos. Se agachó un poco paradejar en el suelo al cachorro y después,sin decir, nada la abrazó estrechándolacon fuerza. Violette le rodeó la cintura yescondió la cabeza en su pecho. Elcorazón de Julien galopaba tan fuertebajo el oído de Edel que se apartó unpoco y levantó la vista preocupada. Ahíestaba de nuevo ese cansancio en surostro, sobre todo le faltaba el brilloespecial que tenía su mirada y quesiempre la fascinaba; estaba tan apagadacomo un océano en una noche sin luna.

—¿Qué ocurre? —preguntó laguardesa alzando la mano paraacariciarle la mejilla. Verlo así levantótodas sus alarmas.

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—Nada. —Cerró los ojos al sentirel roce de sus dedos, cuando de nuevolos abrió, ella sintió una punzada en elcorazón, en sus ojos el vacío cada vezera más grande—. Será mejor que tevistas, en nada estarán los excursionistaslistos.

Julien presionó los labios sobre sufrente y permaneció unos instantesquieto antes de separarse en silencio.Edel se quedó temblando viendo cómose ponía los calzoncillos. No sabía siera una forma de venganza, o deautoprotección, pero por las mañanassolía ser ella la esquiva y no al revés.La cabeza de Violette era un herviderode dudas, de culpabilidad. El pequeñocrujido que hizo la puerta al cerrarse

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tras de él la espabiló un poco. No sabíaqué le ocurría, pero sí que le pasabaalgo y el nudo que sentía en la boca delestómago le gritaba que era culpa suya.«¿Cómo ayudar a alguien cuando creesque tú eres el problema?» Sin dejar depensar en ello se vistió y preparó lamochila con lo necesario para hacer laascensión.

Cuando bajó encontró a Julien de

cocinero como el día anterior.—Te he hecho una tortilla de

avena, sé que te gusta desayunarlacuando sales —le dijo él cuando la vioentrar en la cocina.

A la guardesa le encantó saber quese acordaba de ese ínfimo detalle.

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Sonrió al ver que a la mezcla de clarasde huevo y avena le había echado unpoco de chocolate en polvo como a ellale gustaba. Junto al plato había un bolcon fruta ya cortada.

—Gracias, es perfecto —se loagradeció acercándose para darle unbeso, pero él se apartó.

—Están bajando —se justificó elmodelo y se fue con la bandeja deldesayuno hacia el comedor. Ella tardóunos segundos en aceptar el rechazo y ensalir tras él.

Blanche y Étienne dejaron susmochilas en la entrada y se acercaron ala mesa saludándolos en voz baja, perocon entusiasmo; la adrenalina ya corríapor sus venas.

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—¿Os ayudamos en algo? —seofreció el excursionista.

—No hace falta, ¿qué os apetece,dulce, salado? Hay cereales, tostadas…—preguntó Edel.

—El tuyo tiene una pinta estupenda,¿pueden ser dos más iguales? —pidióBlanche.

—Claro —afirmó Edel, pero Julienla interrumpió:

—Tú come, yo aún tengo tiempo.Ahora os lo preparo, en el termo haycafé. —Señaló la mesa antes dedesaparecer en la cocina.

Poco después los cuatrodesayunaban hablando de la ruta y de loque les esperaba hasta la cima de PointeBrevoort en la Grande Ruine. Una hora

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de caminata hasta el collado y luego treshoras de escalada, subirían por la vía"La noche de Refugio" en la cara sur-este.

—No sabéis la envidia que me dais—dijo el modelo con voz queda; esetono volvió a estremecer el interior deEdel aumentando su preocupación—,ahora mismo me marchaba con vosotros.

—Por nosotros no hay problema,vente —le invitó Étienne.

—Hoy no puedo —contestó, «peroa partir de mañana, ¡por fin seré libre!»gritó para sí.

La pareja y la guardesa estaban ya

listos en la puerta para salir cuandoEdel les pidió un minuto. Estaba

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inquieta, no podía marcharse con ellossin al menos intentar hablar antes conJulien. Después de desayunar se habíaencerrado en la cocina diciendo que élse encargaba de todo. Se habíadespedido deseándoles un buen ascenso,pero nada más.

—Nos vamos ya… —murmuróEdel caminando hacia él.

—De acuerdo —respondió sinapartar la vista de los platos que estabalavando.

—¿Hoy no hay beso de buenosdías? —preguntó forzando la voz paraparecer la de siempre, intentadoencontrar eso que parecía haberseesfumado de la noche a la mañana.

Él se dio la vuelta y aún con las

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manos mojadas, la cogió por la nuca y lacintura y la acercó a él besándola en loslabios. Ella cerró los ojos y se dejóllevar por el deseo de volver a sentir susabor y su lengua juguetear con la suya,pero había un matiz de rabia que no pasódesapercibido por ella. Julien la cogióde la coleta y tiró de su pelo paraapartarla un poco, a Edel no le molestóque fuera un poco salvaje, lo que lapreocupó fue la mirada que le dedicó.

—¿Era esto lo que estabasbuscando? Pues ya lo tienes, ya puedesmarcharte —bramó entre dientes y lasoltó dándose la vuelta, pero ella no ledejó porque le cogió del brazo tirandode él para detenerlo.

—Julien, te dije que no quería

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hacerte daño. Lo siento, no quiero que teenfades conmigo —musitó intentadosonar tranquila cuando no lo estaba enabsoluto.

—¿Contigo? ¿Puedes entender quemi mundo no gira solo por ti? Hacetiempo que dejaste de ser un problemapara mí.

Edel se mordió el labio paraacallar y salió de la cocina. No queríacontinuar con esa discusión, primeroporque no entendía qué estaba pasando ysegundo porque no tenía tiempo, laestaban esperando.

Julien oyó el chasquido de lapuerta cerrándose y pegó un puñetazocon el dorso de la mano sobre laencimera de aluminio. Estaba cabreado,

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se sentía un monigote y estaba harto.Solo deseaba que terminara el día parapoder ser por fin libre.

*

No estaba siendo el mejor día para

Edel, la discusión con Julien le dabavueltas y más vueltas en la cabeza hastaque a la segunda vez que puso elmosquetón al revés todas sus alarmas sedispararon. Estaba poniendo en peligrola vida de los tres por estar distraída.Maldijo entre dientes y se esforzó enconcentrarse y olvidarse todo, al menoshasta volver. Poco a poco se fueintegrando; el esfuerzo y la adrenalinahicieron su magia y acabó disfrutando

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como siempre de la montaña. Laascensión acabó pasando en un suspiro,se habían entendido muy bien yavanzaron en la cordada a buen ritmo.

El día de Julien fue bastante

parecido: había empezado mal, pero conel paso de las horas había idomejorando. La mañana había sido comoera de esperar: aburrida y agobiante portener que aguantar a la insoportableClare. Había estado más pendiente demirar hacia la cima —como si pudiera,desde su posición ver donde estaban—que no de la cámara. Hasta Didier lehabía llamado la atención en diferentesocasiones.

Todo mejoró con las palabras

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mágicas del fotógrafo “terminado,gracias chicos” y sobre todo cuando, alvolver al refugio, Luc le dijo que habíarecibido una llamada de trabajo y que semarchaba en el helicóptero con el restodel equipo. No dudó de su palabra, perola mirada de viejo zorro con la que sedespidió lo dejó con dudas y le hizoreaccionar. Por fin sonrió de verdad.«¡Vamos a estar los dos solos!»

Eran pasadas las dos cuando lapareja de excursionistas y la guardesallegaron al refugio.

—¿Estás solo? —preguntó Violetteal entrar y ver que Julien estaba solo,leyendo frente la chimenea y los dosperros a sus pies que ni se molestaron enlevantarse a saludarla como solían

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hacer. Él, al oírlos, se levantó. Edel loencontró muy guapo, no sabía quenecesitara gafas para leer, pero le gustó;le daban un toque muy sexi. Y máscuando se las quitó y les sonrió, parecíamás tranquilo.

—Sí, me han abandonado. HastaLuc, dice que le ha salido trabajo con unequipo para subir a la Meije[5] y no seha podido negar.

—Ah, vale, ¿cómo ha ido? —inquirió la guardesa balbuceando unpoco. Puso las manos en los bolsilloscuando se dio cuenta de que estabanerviosa; no sabía cómo la iba a recibir,podía esperarse cualquier cosa vistocómo se habían despedido.

—Bien, Laurent te ha dejado un

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sobre, está en la cocina. Luc me hadicho que te llamaría y Clare siente nohaber podido despedirse de ti.

—Ejem… claro, y yo.Todos se carcajearon por la

falsedad de su respuesta. Igual que la dela modelo, nadie lo dudaba.

—Y vosotros, ¿qué tal? —solicitóJulien.

—Perfecto, ha sido impresionante—contestó Blanche.

—Deseando volver en agosto conmás tiempo —añadió eufórico Étienne—. Vamos a la ducha y descansaremosun poco.

—¿Queréis tomar algo calienteantes, un café, una infusión? —lesofreció Edel, intentando que no se fueran

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tan pronto y los dejaran solos.—No gracias, a lo mejor más tarde

—le respondió la alpinista cogiendo lamochila y siguiendo los pasos de sucompañero.

Violette se quedó mirando hacia laescalera hasta que oyó cómo Juliencarraspeaba. Parpadeó dos o tres vecesde forma rápida y se armó de valor sinsaber muy bien a qué atenerse. Al darsela vuelta vio que él se había acercado yestaba muy cerca de ella, peromanteniendo cierta distancia.

—Perdóname por lo de antes,estaba de mal humor y lo he pagadocontigo —murmuró con voz cálida.

—Yo también lo siento; Julien si espor mí… —él la silenció poniendo el

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dedo índice sobre sus labios. La cogióde la mano y la llevó hasta el sofá dondese sentó y tiró de ella hasta tenerla en suregazo. La preocupación, la tensión quela había tenido en vilo todo el día pocoa poco fue flaqueando. La culpabilidadseguía ahí, ya no solo por la nocheanterior, sino por el daño que sabía quele había causado años atrás.

—Otro día hablamos… Te heechado de menos —murmuró rozandocon los pulgares sus mejillas yacercándola a su boca, pero ahí sedetuvo. Primero la acarició con sualiento, jugueteando nariz con nariz, lerozó los labios con los suyos pero sinllegar a tocarla haciéndolos vibrar porla cercanía, seduciéndola, aumentado el

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deseo con ese beso sin beso. Hasta queella, a punto de morir de desesperada, loagarró del pelo y lo consumió bajo sused.

—Deja que me duche primero,estoy toda sudada —gimió cuando notólos dientes y la lengua de él besar sucuello y las manos bajo la camisetasubiendo hacia el pecho.

—Será que en el pasado mi lenguano se ha encargado de limpiarte enterael sudor.

*

Una de las cosas que más legustaban a Edel de su trabajo era elcontacto con los alpinistas. Siempre

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disfrutaba compartiendo con ellos unrato de charla, como hicieron cuando lapareja bajó. Se tomaron unos tésmientras comían galletas y frutos secosfrente a la chimenea. Blanche estabatumbada en el suelo boca abajoescribiendo en una libreta la aventuradel día; ellos dos estaban sentados en elsofá y Edel, como siempre, sentada en elsuelo sobre unos cojines con Joe en suregazo y con la espalda contra el sofáentre las piernas de Julien que leacariciaba el pelo distraídamente.

Al final con tanto juego habían

acabado de hacer el amor en ese mismosofá, con Violette cabalgándolo yofreciéndole, a Julien, el espectáculo de

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verla desnuda sobre él. Frotándose.Revolviéndose. Buscando el máximoplacer… Le mordió los dedos cuando élle tapó la boca con la mano en un intentode silenciarla para que no la oyerandesde arriba. Poco después, ella subía aducharse y a cambiarse de ropa. Les diotiempo a echar un pequeño sueñecitocon Edel tumbada con la cabeza en elregazo de él antes no bajaron loshuéspedes.

Étienne se ofreció para preparar

unas pizzas artesanas, estuvo trabajandotodo un verano en un restaurante enCervinia, para poder costearse la subidaal Cervino. Según Blanche, serían lasmejores que probaríamos. Al final ellas

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se quedaron en el comedor y los chicosse pusieron el delantal. La cena fue unéxito y entre porción y porción seterminaron dos botellas de vino blanco.

Edel se asombró del cambió queestaba haciendo Julien a cada instante.Se le veía feliz, con sus bromas y sufacilidad para hablar de cualquier cosa.Parecía tranquilo, y, sobre todo, estabacariñoso. A ella le costó un poco másrelajarse y olvidarse de la discusión dela mañana y de ese hastío que lorodeaba, pero ya no había rastro de él yse dejó mimar. Siguieron con el juego,las miradas cargadas de promesas, losroces intencionados siempre que podían,las palabras susurradas…

Desde pequeña, ese era uno de los

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mejores momentos del día, y eso quecuando vivía allí muchas veces suabuelo la mandaba antes a la cama.Terminar de cenar, sentarse todosalrededor de la chimenea con una tazaen la mano con algo de café o algo másfuerte —como el Whisky que tenían enesos momentos— y contar lasexperiencias de cada uno, de susaventuras alpinas... La siesta habíahecho desparecer un poco el cansanciode la ascensión y saber que al díasiguiente nadie tenía que levantarsepronto alargó la velada hasta bienentrada la madrugada, aunque paraninguno de los cuatro fue el final del día.Encerrada cada pareja en unahabitación, retrasaron un poco más la

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hora de dormirse.

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9

Blanche y Étienne se levantarontarde y desayunaron sin prisas, teníanunas tres horas de caminata hasta llegaral refugio de Alpe donde pasarían lanoche. Estaban encantados y sedespidieron diciendo que en agostovolverían con más días para poderdisfrutar al máximo del entorno.

Edel estaba nerviosa; se quedabansolos, los dos. Nunca habían estado enuna situación así y le preocupaba unpoco. Julien, en cambio, parecíacontento y seguía con el flirteo de ayer.Ella se dejaba, pero sin estar cómodadel todo. Dedicaron el resto de la

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mañana a las tareas propias del refugio:recoger, limpiar las habitaciones…Como habían desayunado por segundavez acompañando a la pareja dealpinistas, al terminar ninguno de losdos tenía aún hambre aunque fuera yamediodía.

—Me quedé con las ganas de subir

ayer con vosotros, ¿vamos por la víanormal? —propuso Julien desde lapuerta del refugio mirando hacia lacolina— En menos de una hora estamosarriba.

—Claro. —A ella siempre leapetecía.

No podía ni contar las veces quehabía ido pero no importaba, siempre se

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quedaba admirando el paisaje desde lacima, viendo a lo lejos el Mont Blanc,toda la sierra de los Écrins, el contrastede azules entre el cielo y los glaciares,el verde de los valles…

La Grande Ruine es una montaña detres mil setecientos sesenta y cincometros, muy agreste, igual que todo elmacizo. Subieron recordando la primeravez que estuvieron hacía ya diez años;entre risas y miradas que renunciaban aesconder la verdad.

Al llegar al pie del glaciar sepusieron los crampones para seguir porla arista hasta la cima. Una vez arribabuscaron un lugar refugiado del viento yse sentaron uno al lado del otro con suscuerpos rozándose. Durante unos

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instantes ninguno dijo nada, hipnotizadospor la naturaleza.

—Nunca dejan de sorprendermelas sensaciones una vez en la cumbre —murmuró Edel—. La vista se pierdehasta el infinito de toda esta inmensidadque te rodea, y al mismo tiempo tú, tanpequeño pero sintiéndote un dios…

Julien ladeó un poco la cabeza paraobservarla, estaba preciosa. Leencantaba cuando se ponía en la cabezaesa vieja banda descolorida por losaños. Sabía que había pertenecido a sumadre y que siempre que salía se laponía como un pequeño homenaje. Erade las cosas que más le gustaban de ella,esos detalles ínfimos que hacía casi sindarse cuenta pero que escondían tanto.

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La brisa le removía la melena morenahaciendo que desprendiera ese olor amiel que él inhaló gustoso. Violetteseguía absorta con la vista en elhorizonte cuando él rompió el silencio.

—Tengo algo que contarte —al oíresas palabras, ella ladeó la cabeza ydescubrió que Julien la estabaobservando de esa forma que hacía quetoda su piel vibrara con las caricias quele profesaba esa mirada. Él carraspeóapartando sus ojos y llevándolos denuevo hacia el horizonte—, realmente noestoy de vacaciones, lo he dejado. Mehe jubilado.

—¿A los treinta? —preguntóburlona apoyando la cabeza en hombrode él, recordando que era un año mayor

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que ella.—Llevo en esto desde los cuatro,

no puedo más —resopló mostrando yano solo cansancio por su profesión, sinomás bien repugnancia.

La mente de Julien viajó al pasado,al primer casting que su madre loapuntó, la sesión de fotos, Fabien, suprimer agente… Durante años disfrutóde estar frente a las cámaras ya fuerahaciendo anuncios para la televisión ocatálogos de juguetes o ropa. Habíansido su lanzadera hasta las pasarelas,para acabar siendo uno de los modelosmejor pagados. Su madre era la mujermás feliz del mundo presumiendo dehijo, y él al ir creciendo fuedescubriendo nuevas motivaciones que

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le empujaban a seguir en ese mundo:dinero, fama, mujeres, viajes… Siemprehabía un nuevo escalón que subir.Mantenerse en la cima de ese mundodonde no había compañeros, solocompetidores. Falsedad, hipocresía…fueron formando parte de su día a díahasta deprimirlo. Ya no importaba quetuviera dinero para caprichos comocomprarse el último Lamborghini. «¿Dequé me sirve tener la mejor casa convistas al Mont Blanc si lo que quiero essubir a la cima de Europa y no verladesde el sofá?» Y la fama, lasmujeres… resultaron ser una decepcióntras otra. Siempre era más de lo mismo.Maniquís obsesionadas por una foto, porla prensa, por un qué dirán…

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Hacía seis meses que tomó ladecisión. «Hasta aquí.» Habló con suagente y aunque la discusión se alargódurante dos semanas, al final consiguióno firmar ningún nuevo contrato. Lacampaña de las joyas era su últimotrabajo. Aún le quedaba participar enalgún evento como la fiesta que Laurenthabía preparado en París para ellanzamiento de la colección de cara aNavidad, pero era algo muy muypuntual.

Otro hueso duro de roer fue sumadre que se negaba a aceptarlo.«¡Cómo si fuera decisión de ella!» Encambio su padre, que siempre se habíamantenido al margen, le dijo que eramayor para vivir la vida que deseaba.

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Siempre había sentido que su hijo habíaperdido parte de su infancia y de lajuventud.

—¿Y ahora? —dijo Edelhaciéndolo volver a la realidad.

—Ni idea. Solo sé que no quieroesa vida, solo quiero ser feliz. Encontraralgo que me llene. Siempre te heenvidiado por tener tan claras tus metas,dónde querías llegar, qué querías,sabiendo cuál era tu lugar. Lo hasconseguido, y yo solo puedo aspirar a lomismo.

—¿Quieres ser guardés de refugio?—bromeó dándole un pequeño codazoen las costillas.

—¿Me quieres a tu lado? —alinstante notó cómo el cuerpo de Edel se

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tensaba a su lado y él maldijo crispandolos puños por todo lo que significabaaquella reacción— Tranquila sé que nonecesitas a nadie.

—No es no necesitar, no es noquerer, es que no puedo perder a másgente —musitó para sí misma aunque élla oyera sin problemas.

La respuesta le salió sin pensarpero una vez dicha, el recuerdo de susseres queridos que como ella, amabaneste lugar, aparecieron en su mente y unalágrima recorrió su mejilla sin serconsciente. La misma brisa que la habíavisto crecer se encargó de secarla.

Aunque sintió unas ganasirrefrenables de abrazarla y hacer loposible para consolarla, no lo hizo.

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Comprendía su dolor y que ello marcarasu carácter y sus decisiones… perootras veces, la impotencia lo podía y eracuando explotaba. Se había prometidono pedirle más de lo que sabía que ellale ofrecía. Para no caer en la tentaciónoptó por cambiar de tema.

—De momento en una semana mevoy a Italia, a escalar a las Dolomitas.Ahora ya no importa si tengo rasguños nicallos en las manos, y en un mes aAlaska para la ascensión del McKinley.

—Espera, ¿me estás diciendo quevas a ir al Denali? —preguntó girándosepara ponerse de lado, mirándolo entresorprendida y con un punto de envidia.Sus piernas se dejaron caer sobre las deél y Julien aprovechó para posar las

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manos en sus muslos y acariciar larodilla sin apartar la vista del horizonte.

Denali es el nombre aborigen quele dan a la montaña más alta de Américadel norte. Aunque no es de los más altosdel mundo, tiene seis mil ciento noventay cuatro metros, su cercanía al Círculopolar ártico dificulta su ascensión. Tienevarias curiosidades que hacen de ellaque sea un reto para cualquier alpinistade nivel. Por ejemplo, tiene laprominencia más grande. Su base estásituada a seis cientos metros de altitudlo que hace que la pared sea de cincomil quinientos metros, cuando la delEverest, es de tres mil setecientosmetros. Además, desde el campo basehasta la cima hay cuatro mil metros de

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desnivel cuando por ejemplo el deltecho del mundo es de unos tres milquinientos.

—Sí, por eso estos días aquí mevan genial para ir aclimatándome, ¿quépensabas? —se giró mirándola a losojos dejando salir algo de la rabia quele aprisionaba cuando la veía alejarsede él.

La respuesta y el tono dejaron conla boca abierta a Edel. No esperaba quele dijera que era por ella pero… «Enfin, supongo que me he buscado yo solitaque esté de mal humor conmigo.»

—Que descansabas unos días —declaró. Apartó la vista de él como si elvuelo de un quebrantahuesos le hubierallamado la atención cuando la verdad

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era que la forma en que los ojos azulzafiro de él la escrutaban y el tono desus palabras se clavaban como garras ensu interior.

—Y eso voy a hacer. El placer deno hacer nada, solo dejar pasar eltiempo. Sin agendas ni compromisos. Dehacer deporte del que me gusta y no solopara marcar unos músculos como partede un decorado…. Sin personas tóxicasalrededor, sin fingir ser quien no soy…,reír cuando me apetezca y no cuandotoca…, no sé…, hay tantas cosas quequiero cambiar… —la presión quehacía con sus dedos sobre la rodilla fuemenguando hasta que llevó la mano a laespalda de ella y la atrajo hacia él. Eltono también fue descendiendo hasta ser

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solo un susurro. Ella se acurrucó en supecho sin saber si estaba buscando elcalor para consolarlo a él o a ellamisma—. Siento que no hago nada de loque realmente me apasiona. Me sientolejos de lo que de verdad me hace sentirvivo… Puede que perderme sea la únicamanera de encontrarme.

—Bueno, el primer paso ya lo hasdado, espero que encuentres tu lugar —dijo Violette con sus labios pegadossobre la piel del cuello masculino.

Las nubes iban haciéndose más

compactas encapotando el cielo ydecidieron bajar. Estaban llegando alrefugio cuando empezaron a caeralgunas gotas lánguidamente. Edel se

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apresuró para entrar pero Julien laretuvo tirando de su mano y llevándolahacia las mesas. La cogió de la cintura yla sentó sobre la madera, abriéndole laspiernas y situándose él en medio. Ellafue a decir algo sorprendida por talarrebato, pero él se lo impidiócogiéndola de la nuca y besándola hastadejarla sin aire, con una pasión nuncavista hasta el momento. Bajó las manoshasta las nalgas y se agarró a ellas paraatraerla lo máximo hacia él, acoplandosus cuerpos. Él le desabrochó y quitó lachaqueta mientras dejaba un rastro debesos húmedos por su cuello. Learrebató la camiseta junto al sujetadorque lanzó sin miramientos hacia atrás,ocupado en saborear, besar, lamer,

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pellizcar sus pezones. Edel gimió anteese Julien tan salvaje y nuevo. Sin ganasde quedarse solo para recibir, leentraron las prisas por verlo desnudo yempezó a quitarle la ropa, a morderle laclavícula y a besar su pecho, bajandolas manos para desatarle los pantalonesy esconder la mano buscando hacerlegritar.

Las gotas de lluvia aumentaron suvelocidad, el cielo se oscurecía porinstantes, los truenos resonaban entre lascatedrales de piedra natural, pero ellosparecían ajenos al tiempo. Julien seapartó empujándola hacia atrás hastadejarla tumbada. Con los dedos delineósus labios, ella abrió la boca y losmordió seductora antes de que los

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arrastrara hacia abajo entre el valle desus pechos hasta llegar a los pantalonesque desabrochó mientras con la lenguale hacía cosquillas en el ombligo. En unabrir y cerrar de ojos, en dos jadeos, latenía completamente desnuda. En unmovimiento de caderas se deshizo desus pantalones.

—¿Sabes lo mejor de estar en esteparaíso? —inquirió el modelo rozandocon las palmas el interior de sus muslospero sin llegar a regalarle las cariciasque ella anhelaba.

—¿Yo? —ironizó casi sin voz laguardesa moviéndose sinuosamente conlas piernas cruzadas en la espalda de él.

—Aparte de lo obvio —afirmómordiéndole el lóbulo de la oreja antes

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de apartarse un poco buscando sus ojos—, que puedo hacer realidad mi sueño.Hacerte el amor bajo la tormenta, oírtepor fin gritar como sé que nunca hashecho.

Entró de un empujón tan salvajeque los dos cerraron los ojos ante talmarea de sensaciones. Fuerte. Salvaje,empezó una cadencia profunda y circularde caderas.

—Julien… —llegó a gemir Edelcompletamente fuera de sí. Buscó suslabios como necesitando el aire que élexpulsaba.

—Grita —jadeó él irguiéndose unpoco para poder observarla—. Luchacomo un titán contra los truenos,naturaleza contra naturaleza, grita, mi

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flor salvaje.

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10

Había llegado el día de irse y Julienera incapaz de hacer la maleta. Sin hacerruido, se levantó de la cama desnudo yse acercó a la cómoda para coger unosde los marcos que había descubiertohacía dos días por casualidad. Se acercóal ventanal buscando la claridad delamanecer. El día se levantaba sin unanube, parecía que ya había pasado laborrasca que durante los dos últimosdías los había obligado a estarencerrados en el refugio. Hasta el vientohabía amainado. Todo estaba en calmamenos él, que se sentía como si unhuracán hubiera entrado en él, arrasando

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con todo. Un huracán con nombre deflor: Violette.

No había podido hacer nada paraevitar volver a sentir, había vuelto a re-enamorarse hasta perder la cabeza.Reafirmándose a cada minuto. Ya notenía dudas, si es que alguna vez lastuvo: ella era la mujer de su vida.

Cerró los ojos y al abrirlos observó

la foto que aferraba fuerte entre las dosmanos. Era una instantánea de ellos dosque sacó Luc cuando vivieron al refugiopor primera vez.

La mandíbula un poco más y se ledesencaja cuando la encontró. Sonriótriunfal al verse en una fotografía en lahabitación de ella acompañando las

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otras instantáneas con sus seres queridosque decoraban la estancia. «¿Qué metenga, es una señal? ¿Por qué noreacciona?»

No había dormido ninguna noche detirón y esa última había sido la peor. Entodas se despertaba y se quedabaobservándola en silencio. Había perdidola cuenta de las veces que había estado apunto de sacudirla hasta despertarla,obligarla a hablar, hacerla reaccionar…,pero le frenaba que ella se sintierapresionada y huyera como siempre. Esacabezonería que admiraba de ella y almismo tiempo detestaba. Tancomplicado. Tan loco. Tan… TODO.

La veía feliz, completamenteentregada, pero… ¿era suficiente?

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«¿No ve lo fácil que es vivirjuntos?, si han pasado cinco días y¡parece que fue anoche cuando le hice elamor bajo la tormenta! Daría lo quefuera por saber lo que piensa, pero… ¿ysi el motivo por el que no habla no esmiedo, sino porque no siente lo mismo ypor eso no tiene nada que decir?»

Apartó ese pensamiento con unmovimiento de cabeza. Apretó fuerte elmarco hasta clavarse los costados en laspalmas. Se mordió el labio evitandogruñir y despertarla.

Se había planteado hasta renunciaral viaje de las Dolomitas y quedarsemás tiempo, alargar un poco más esapaz. Con la excusa de aclimatarse, Edelparecía no sentirse obligada, ni

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presionada, pero al final desistió. A lomejor lo que necesitaba era dejarla conbuenas sensaciones, con la esperanzaque los días vividos hicieran mella enella y como mínimo, lo echara de menos.

Edel se despertó y de nuevo se

encontró sola en la cama, pero sus ojosya sabían dónde tenían que buscarlo.

—¿Vas a estar ahí plantado cadadía al despertar? Reconozco que meencantaría ver esto cada mañana.

—No digas nada que no desees deverdad —se volteó y se acercó a lacama, tiró del nórdico hacia los pies yse tumbó sobre ella.

La piel tibia de Violette —que aúnconservaba el calor de las sábanas— lo

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acogió y sedujo al cuerpo de él que seamoldó al de ella como un perfectoengranaje. Mezclándose. Fundiéndose enuno solo. La besó sensual, rozando suslabios como el aleteo de una mariposa,cautivando cada poro de su piel que,ardiendo, reclamaba su atención. Comoun ciego leyendo braille, sus dedosdibujaron sus curvas, aprendidas ya dememoria, buscando hacerla gemir. Seadentró en su feminidad entre espasmosde deseo.

«¿Cómo puedes ignorar esto?¿Cómo puedes no desear que esto seasiempre así? Es tan fácil imaginar cómosería nuestra vida juntos. Vivirignorando esto es una tortura.» Solo enla mente de Julien resonaban en bucle

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esas preguntas, sin que ella las oyera, ymenos, las contestara.

Se enzarzaron en una batallaexcitante por llevar el control, porofrecer más, por recibir. No habíaperdedores, solo el tiempo que se fundíaentre caricias, solo había ganadores quejadearon victoriosos al llegar al éxtasis.Odiaba al tiempo y a su velocidad.Necesitaba que se detuviera en aquelmomento.

*

Edel se sentía algo extraña; por una

vez no quería despedirse, habíadisfrutado muchísimo de su compañía.

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Lo había pasado de maravilla y lepesaba que ya se acabaran. Que noquisiera una pareja no quería decir queno quisiera más días como aquellos. Semordió la lengua para no expresarlo yque Julien interpretara mal sus palabras.

Con él podía mostrarse tal comoera, no se escondía. Le fascinaba todode ese hombre. Como amante y susansias siempre de conquistarla en cadadetalle. En la pasión que ponía en todolo que hacía. Le encantaba pasar horasdebatiendo sobre libros, escalada,compartir su pasión por el alpinismo,verlo cocinar. Le gustaban todas susfacetas. Le gustaba hasta cuando seenfadaba con ella. Lo que peor llevabaera saber que sus decisiones le

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afectaban a él. Violette solo podíaofrecerle esa especie de amistad; eraincapaz de más. Solo quería que fuerafeliz. Esperaba que con el nuevo rumboque había tomado en su vida, loconsiguiera. Se lo merecía.

Ronronearon en la cama hasta el

último momento, dejando el tiempo justopara desayunar. Eran pasadas las diezcuando Julien estuvo listo para irse, almenos la parte de él que creía en esadespedida como el único método parahacerla reaccionar. El resto se negabauna y otra vez.

—Te acompañamos un trozo —dijoEdel cogiendo una chaqueta y cerrandola puerta tras ella.

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Durante una hora fueron detrás delos pasos de los perros que iban delantesiguiendo el sendero, ellos iban de lamano y en silencio.

—No hace falta que bajes más —suspiró él, incapaz de alargar más ladespedida— Gracias por estos días.

Ella se acercó y se puso depuntillas para rodearle la nuca con losbrazos y abrazarlo. Cerró los ojoscuando notó como él le besaba lacoronilla.

—A ti por venir, ha sido perfecto—murmuró Edel en su oído antes deapartarse—. Te vamos a echar demenos. —Intentó sonreír mientrasacariciaba el lomo de Sam buscandoentre el pelaje del labrador la fuerza que

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la estaba abandonando.—¿Cuándo volveré a verte? —

Esperó hasta el último minuto parahacerle la pregunta que le quemabadesde que llegó, porque siempre era lamisma.

—Yo no me moveré de aquí. Erestú el que se va a Italia, Alaska…

Julien se percató del matiz en suvoz, había intentado sonar comosiempre, despreocupada y segura, peroparecía que la despedida también leestaba afectando. «Si estamos así es porti», quiso gritarle el modelo pero al finaldesistió.

—Violette, sabes que si fuera pormí… —Ella consciente del mensaje queescondían esas palabras, lo interrumpió

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nerviosa.—La próxima vez llevaré un

impresionante vestido de fiesta. —Élhizo una mueca por no entenderla y ellase explicó—: Nos veremos en lapresentación de las joyas en París.

—¿Vendrás? —inquiriósorprendido.

—Laurent me ha invitado comoagradecimiento por las molestiascausadas en el refugio. Ha insistido y alfinal me ha convencido. Seb y Mariette,también vienen.

Era la excusa que habían ideadopara justificar su presencia, porqueLaurent no había aceptado, de ningunamanera, una negativa por parte de ellapara no presentarse.

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Julien asimiló rápido la noticia. Sino recordaba mal la fiesta era enseptiembre, quedaban más de dos meses.Con los viajes esperara que pasaranrápido. Solo deseaba que en ese tiempoalgo cambiara… Sonrió por fin al tenercomo mínimo una fecha clara de cuándovolverían a verse. Edel se quedó absortamirándole los labios, le encantaba verloreír y como sus ojos se achicaban ydejaban ver esas pequeñas arrugas a sualrededor haciéndolo aún más atractivo.

—¿Me reservarás un baile? —preguntó poniendo sus manos en lacintura de ella y atrayéndola.

—¿Solo uno? —señaló coqueta.—Estoy deseando que llegue. —

Bajó la cabeza hasta la altura perfecta

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para besarla. Primero de forma posesivay desesperada, pero poco a poco ladespedida y la duda lo fueroneclipsando para volverlo un besodelicado, frágil.

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11

Septiembre. París.

Violette, junto con Seb y Mariette,llegaron a media mañana a París. Lostres asistirían esa noche a la fiesta depresentación de la colección y Edelestaba abrumada. Ella quería que Luctambién la hubiera acompañado, pero elguía prefirió quedarse en el refugio yella, en parte, le agradeció no tener quecerrar. Había hecho tan buen tiempo quela temporada de verano se estabaalargando y no solo los fines de semana.Los meses de verano habían pasado enun suspiro y, además, al trabajo en el

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refugio se le sumó que Laurent le pidierauna nueva colección para San Valentín.Le había dedicado muchísimas horas aese nuevo encargo, a diseñarlas yfabricarlas. Esa vez eran solo colgantesy se había inspirado en la flora alpina.Para las violetas había escogido elzafiro azul violáceo, para el árnica eltopacio amarillo, para el edelweisshabía jugado con el ágata blanco y elámbar.

Parecía que cada vez que llegaba un

acontecimiento importante en su carreracomo diseñadora de joyas ocurría algoque lo obstaculizaba y eclipsaba elmomento, dificultando su disfrute.

El día de la sesión de fotos con la

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presencia de Julien y ahora… todo eraun caos. Casi no había pegado ojo entoda la noche y siguió en el avión. A losnervios por la fiesta se le sumaba larabia que sentía desde que se puso ahacer la maleta… y encima estaba lacharla con Luc la noche anterior antes demarcharse… sobre él, sobre Julien.

—Pareces feliz y ansiosa —le dijo

Luc mientras cenaban.—Es un gran momento.—¿Solo por las joyas?Luc se había puesto como misión

ser el Celestino de esos dos, sabía loque sentían el uno por el otro; habíaestado presente cuando se conocieron yhabía vivido en primera persona su

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amor. Ese que uno tenía tan claro y laotra no quería ni sentirlo, aunque lequemara el alma cada vez que veía almodelo y, sobre todo, cuando no lo veía.Sonreía para sus adentros cada vez queEdel aprovechaba cualquier oportunidadpara hablar de algún recuerdo, algunaexpedición que habían hecho los tres,recordarlo como una forma de volver avivir esos días junto a él.

—¿Qué quieres decir viejochismoso?

—Que creo que algo de esenerviosismo tiene que ver con un exmodelo.

—Claro que me apetece verlo, a él,a Didier, a Laurent…

—¿Vas a seguir mintiéndote mucho

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tiempo? —le preguntó serio.—¡No me miento!—Pues yo creo que te encierras en

ti, en estas montañas para no volver asentir…

—¿Y si fuera así? Este es midestino.

—¿Crees controlar el destino portomar esa decisión? ¿Crees que serábenévolo contigo para compensar tusacrificio? No, ma chérie.

—¡Nadie te ha pedido tu opinión!—murmuró apretujando con fuerza laservilleta entre sus manos.

—Oh… eso lo sé. Eres incapaz dehablar o pedir consejo, ¿y sabes porqué? Porque eso significaría dejar unapuerta abierta a que te digamos la

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verdad, esa que conoces bien, que teniegas a oír y menos aceptar.

—Es mi vida, mi decisión —afirmó con voz altiva.

—Eso no implica que tengas queestar sola, no creo que ni tus padres ni tuabuelo les gustara…

—¿Qué sabes tú de lo que ellospensarían? —solo con terminar lapregunta, Edel se arrepintió y aunque nopidió perdón, sus ojos hablaron por ella.

—Sé que te querían, y por si porlos nervios lo has olvidado, eres comouna hija para mí. Imagino que, como yo,lo único que querían sería verte feliz.Que no te cierres las puertas. No creoque negarte la felicidad por miedo aperder sea la solución. La vida es

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arriesgar. Haz caso a Confucio:“Recuerda que tenemos dos vidas, lasegunda empieza cuando nos damoscuenta de que solo tenemos una”.

La verdad era que había echado

muchísimo de menos a Julien y eso queno había tenido casi ni tiempo derespirar con tanto trabajo. De día, comosi hubiera dejado su huella en todo elrefugio, su imagen se le aparecía comoflashes. Él en la cocina viéndolo cocinarmientras cantaba, bailando los dos,hablando delante del fuego con una copade vino blanco en la mano, la noche dela tormenta y como habían hecho el amoren cada rincón… Las noches se volvíanuna tortura dando vueltas en la cama,

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removiéndose incómoda al sentir aquelvacío. Cada amanecer se despertaba yde forma inconsciente miraba hacia elventanal buscando su figura a contraluz.

Siempre había sabido que entreellos había más que solo atracciónfísica; le encantaba pasar horas con él,nunca se aburría. Pero esos cinco díasen el refugio, en su hogar, le habíandemostrado que entre ellos había algoespecial. Nunca había querido tener unapareja. En su vida no encajaba, pero laidea de hablar con Julien e intentarlo laseducían, y más, desde la conversacióncon Luc. Sus palabras habían calado enella, lo que desearían sus padres, suabuelo… derribaron algunos muros.Escuchó y aceptó, por primera vez, que

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a lo mejor tenían razón.

Con una sonrisa le mandó unmensaje a su amigo.

«Me has convencido. Deséamesuerte.»

No esperaba respuesta, sabía queel teléfono y Luc eran dos cosas quecostaba que estuvieran sincronizadas.Nunca se acordaba de él y cuando lohacía no tiene batería; eran como el gatoy el ratón.

El coche que había mandado Laurent

a buscarlos al aeropuerto los dejó en elmismo hotel donde se celebraría lafiesta. Nada menos que en el Ritz. Uncambio demasiado brusco, de un refugio

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de montaña con los mismos recursos queen la Edad Media pasó directa al mejorhotel de París, tan dorado y refinado quele recordó al palacio de Versailles y lavista se le fue buscando a MaríaAntonieta. Bueno en algo sí se parecía ala mujer de Luis XVI, estaba deseandover el vestido que Laurent había pedidoque le diseñaran para ella.

«Inhala, exhala…» Las palabras

resonaban en su mente con la voz rayadade ese viejo CD de relajación quecompró años atrás. Decir que estabanerviosa era quedarse corta. Le faltabael aire, tenía la sensación de que elascensor se iba estrechando a medidaque bajaban. De forma inconsciente se

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llevó la mano al cuello palpando solopiel.

—Déjalo ya, lo buscaremos conmás calma a la vuelta —intentótranquilizarla Mariette al ver que volvíaa pensar en el collar.

—Es que soy incapaz de recordardónde lo dejé…

—Ahora no. Relájate y disfruta,recuerda que nadie sabe quién eres —insistió Mariette dándole un medioabrazo al verla en este estado.

—Estáis preciosas, chicas —dijoSeb—. Creo que voy a hacer algunafiesta en casa cuando volvamos solo porel placer veros vestidas así.

—¿Estás diciendo que normalmenteno te gusto? —preguntó su mujer

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haciendo un mohín lastimero.Se habían casado hacía un mes. A

Mariette le entraron las ganas de hacerlas cosas bien y formalizar su estadoantes que llegara la pequeña.

—Nena, me encanta verte vestidacomo normalmente, pero entiende que noes lo mismo. El look montañera no estan sexi.

La pareja se rio cómplice yViolette acabó sonriendo con ellos. Laverdad era que su amiga, a pesar deestar de casi siete meses, estabapreciosa. El vestido verde agua se ceñíaa su cuerpo delgado, marcando laabultada tripa. El maquillaje era sutil yresaltaba su cara en forma de corazón ysus ojos verdes. Llevaba la melena

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pelirroja medio recogida hacia un lado.Era fácil ver porque Seb tenía esa carade bobo. Edel se había puesto muycontenta cuando había visto a Laurentllegar a su habitación con Gina, laestilista. Las tres se lo habían pasadogenial el rato que habían estadopreparándose.

Dos miembros de seguridad

custodiaban la entrada a la fiesta. Allado izquierdo de la entrada había unamesa de recepción con una mujerpidiendo las acreditaciones. La guardesabuscó la mano de su amiga que se laestrechó y le dio el último empujón paradar el siguiente paso. Uno de guardiasles abrió las puertas y entraron.

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La sala era majestuosa, y a pesarde la cargada decoración que había entodo el hotel, habían sabido darle eltoque perfecto y elegante para no quitarprotagonismo a las joyas que estabanexpuestas sobre unos pilares querecordaban las rocas de la montaña.Había quedado espectacular. Edel jadeóemocionada. En ese momento la imagende sus padres y su abuelo le vino a lamente, el corazón se le encogiólamentando no poder disfrutar de unmomento así con ellos.

En una de las paredes había un grancartel del anuncio. Clare llevaba unospendientes con una gema de agua marinaen forma de gota, y la mano de unespectacular Julien le acariciaba la

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mejilla. Fue verlo y su cuerporeaccionó, y eso que solo era unafotografía. Aunque sabía que era unapose solo para la cámara, gruñó decelos.

—Esto es increíble —afirmóMariette con la boca abierta observandocada detalle.

—Voy a buscar algo de beber, estohay que celebrarlo —les dijo Seb.

—Mariette, gracias de nuevo porvenir, no sé qué hubiera hecho sinvosotros —declaró Violette muyemocionada. Se sentía desplazada; hacíaaños que no estaba en un evento de esecalibre. La última vez había estadoacompañada por Julien que le facilitómuchísimo las cosas.

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—Ni las des, esto es genial. Y nosencanta poder estar en un día tanespecial a tu lado.

Un dedo recorrió la espaldadesnuda que dejaba el vestido al aire.Ese roce activó todas sus terminacionesy en su mente resonó la risa de élvibrando contra su piel… Se volteósabiendo a quién iba a encontrarse.

Laurent le había diseñado unvestido de corte sirena espectacular. Eranegro, de encaje, con un corpiño oscuroque iba desde los pechos hasta lascaderas y la falda era translucida. Lostirantes eran finos, cortados siguiendo elpatrón del intrincado de hojas. Su pelodebería ir recogido en un moño paradejar la nuca al aire, pero por culpa de

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un contratiempo de última hora —y queaún le hervía la sangre cuando lorecordaba— la había obligado amodificarlo y Gina había acabadopeinándola con una cola de caballo conbucles en las puntas. Aunque no era loque tenía en mente, le gustaba elresultado.

La guarda se quedó sin hablacuando quedó frente a él. Durante unossegundos interminables se observaron;sus ojos reseguían de arriba abajo elcuerpo del otro sin ningún tipo devergüenza.

—Violette, estás increíble —balbuceó Julien incapaz de dejar demirarla.

—Tú también estás muy guapo con

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esmoquin.Julien dio un paso acercándose,

puso una mano en la cintura de ella ypegó su mejilla a la de Violette.

—Pensaba que querías vermesiempre desnudo al despertar —lesusurró al oído.

—Sí, pero ahora es de noche. —Sonrío cómplice y le besó casi en lacomisura de los labios.

Durante unos instantes se saludaroncon Mariette, le preguntó por elembarazo y se alegró al saber que seríauna niña. Seb los alcanzó y les entregóuna copa de cava a ellos dos y un zumopara su mujer.

Brindaron y Edel no dejó de sentirla mirada del Julien sobre ella, esa que

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tenía el poder de acariciarla de arribaabajo en la distancia.

—¿Te apetece bailar? —lepreguntó él y la guardesa asintió,ofreciéndole la mano, incapaz de hablar.Mariette alargó la suya para quitarle lacopa y le guiñó un ojo cómplice.

Violette se sorprendió que, en una

situación así, en un día tan especial paraella y rodeados de tanta gente, sesintiera tan cómoda en sus brazos. Porfin después de días de ajetreo y nerviossintió que se relajaba. Poco a poco sehabían ido acercando más, tanto que eracapaz de sentir el calor que emanaba elpecho de Julien, seduciéndola con superfume.

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—Tienes mucho que contarme,¿qué tal el Denali? —preguntó deseosade conocer todos los detalles de laexpedición.

—Impresionante.—¿Eso es todo lo que vas a

decirme? —Se separó un poco parapoder verla la cara.

—Y que te he echado de menos.Todo se resume en eso. —La piel se leerizó al ser consciente hasta qué puntohabía necesitado oír esas palabras.Durante esos dos meses habían sidoincapaces de llamarse aunque los doshubieran cogido el teléfono para hacerloinfinidad de veces. Ninguno queríareconocer frente al otro que existía esaañoranza, los dos querían demostrar que

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aquellos cinco días habían sido solootro episodio más como los vividoshacía ya tantos años.

La mano izquierda de él leacariciaba la espalda sensualmente ycon parsimonia, con los dedos ledibujaba pequeños jeroglíficos sobre supiel rendida por ese contacto. Violettesentía como las defensas que duranteaños había creado poco a poco se ibandesvaneciendo. Las palabras de Lucrecordándole que a sus padres y a suabuelo les gustaría verla feliz volvierona resonar en su mente. Levantó la vistay se chocó con ese mar de zafiro que laobservaba fascinado. En ellos vio elempuje que necesitaba para atreverse.Se sintió capaz, al menos de afrontar el

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momento de hablar con él, de abrirsecomo nunca lo había hecho. Si alguienmerecía esa oportunidad era él. Siemprehabía sido Julien.

—Sabes lo loco que me pone vertey encima con este vestido, me estástorturando.

—¿Así que te gusta? —inquiriócoqueta.

—Gustar no creo que sea lapalabra, porque ya he ideado como unastres formas de cómo arrancártelo. —Sonrió canalla.

Por toda respuesta solo consiguióque Edel contoneara las caderas y que lamano de ella, que le acariciaba la nuca,subiera un poco hasta esconder losdedos en su pelo y tirara de ellos con

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rebeldía.—No me provoques —musitó él,

medio gimiendo y bajando la cabeza losuficiente para mordisquearle el cuello.

Parecía que estuvieran solos; aninguno de los dos parecía molestarleque algún curioso viera ese coqueteoque se llevaban. El ruido de loscuchicheos de la gente, se hizo mayordisminuyendo el de la orquesta, esedetalle los puso sobre aviso, sesepararon lo mínimo y prontoentendieron el motivo.

Acababa de entrar Clare.Los flashes de las cámaras de fotos

empezaron a relampaguear. Oyeron uncarraspeo detrás de Julien, que sevolvió para encontrarse con uno de los

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hombres de seguridad.—Monsieur Duprais, si es tan

amable de acompañarme, le requierenpara unas fotos. —El ex modelo torcióla boca y bajó la vista.

Maldijo en voz baja, sabía que siestaba allí era por trabajo. Era su últimocompromiso en la agenda, pero tenerque alejarse de Edel para ir a sonreírfrente a un cámara, aguantar a Clare ycharlar con gente era lo último que leapetecía.

—Ve, es la última vez; yo te espero—le susurró Edel como si le hubieraleído el pensamiento.

Julien sonrío por esa complicidad,se llevó a los labios las manos que aúntenían agarradas para despedirse de ella

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con un beso en los nudillos y una miradacargada de sensualidad.

Violette lo vio alejarse y tardó unpoco en reaccionar y en salir de la pistade baile. Hizo un rápido barrido con losojos buscando a sus amigos y pronto losdescubrió bailando cerca de ella.

—Será caradura, esos flashesdeberían ser para ti —dijo Mariette.

—No entiendo por qué no quierescontarlo —volvió a insistir Seb.

—No es tan difícil de comprender—le aclaró su mujer porque era un temadel que ya habían hablado muchísimasveces—. No quiere que sepan que hayjoyas ni piedras preciosas en un refugioperdido en la montaña y estando ellasola… ¡Ni siquiera yo estaría tranquila!

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—Dejadlo, al fin y al cabo son losmodelos, la cara visible, para eso lespagan. —Por mucho que dijera no podíaevitar mirar hacia donde estaban Julieny Clare y ponerse de puntillas parapoder verlos, pero no consiguió mucho.

—Vamos a comer algo, Zoe y yoestamos hambrientas. —Era oír elnombre de su hija y para el piloto eracomo una palabra mágica que hacía quese pusiera en alerta y quisiera cubrirtodas sus necesidades.

Dos horas, ciento veinte minutos

hacía que Clare había entrado y habíasecuestrado a su compañero de baile, yno es que ella estuviera contando losminutos…

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«¡Maldita sea, tampoco se tardatanto en hacer cuatro fotos!»

Había bailado con el piloto,probado todos los canapés, se habíabebido dos copas de champán eintentando mil veces ver qué ocurría enel otro lado de la sala. Parecía que lasentrevistas y fotos habían terminadopero seguían rodeados de gente.

La diseñadora necesitaba salir deallí y le pidió a su amiga que laacompañara un momento al baño. Siguiólos pasos de Mariette pero estaba tanconcentrada en sus pensamientos que noera consciente del rodeo que estabandando hasta que al mirar al frente vioque iban a pasar justo por delante deellos.

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Julien le sonrió al verla y le hizo unmovimiento de cabeza para que seacercaran. Como vio que la gente quelos rodeaba no eran periodistas, dio unpaso hacia ellos. Clare al ver que sucompañero la ignoraba, se volteó y seencontró casi de morros con la guardesa.

—¡Qué detalle ha tenido Laurent alinvitarte! —dijo con soberbia la modeloacercándose para darle dos besos amodo de saludo. Algo duro chocó contralos pechos de Violette. Cuando Clare seapartó y se situó mimosa junto a Julienlos ojos de Edel buscaron que era lo quela había rozado y la mandíbula se ledesencajó y una sacudida le estrujó elestómago dejándola helada— Al finaltodo es relacionarse, ¿verdad?

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El corazón empezó a bombear confuerza para asimilar lo que estabaviendo; se concentró en respirar.

—Bonito colgante —consiguiódecir al final pero su voz sonóatronadora atragantada en la garganta.

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12

Esa frase hizo que Mariette se fijaraen detenimiento en ella. Clare llevaba unvestido largo de color rojo burdeos conun escote muy generoso que poco a pocose iba estrechando hasta llegar a lacintura. Lo que más llamaba la atenciónera el colgante.

En las mentes de la guardesa y de su

amiga había el mismo recuerdo. Las dosen la habitación de Edel en el refugio,preparando las maletas.

«—¿Cuándo fue la última vez quelo viste?

—El día de la sesión de fotos al

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mediodía. Laurent me pidió que leenseñara el colgante. Fue solo unmomento, oímos que llegaban ellos y nosé, juraría que subí y lo volví a guardar,pero no sé…

—Estabas muy nerviosa y la visitade Julien no ayudó. A la vuelta lobuscamos con más calma.

—¿Pero cómo me voy a ir sin él?¡Es la pieza clave del vestido! Es… ¡Meha llevado meses crearlo y ahora no voya tener la oportunidad de lucirlo!

—Lo siento, pero no tenemos mástiempo. El avión sale en cuatro horas yaún tenemos que llegar al aeropuerto.Podías haber hecho la maleta hace díasy no ahora, con prisas y diez minutosantes de marcharnos.»

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La gema, que pendía de una cadena

de oro blanco, estaba trabajada para quepareciera una estalactita de hielo. Laidea de Edel era llevarlo a la espalda,con el vestido era de lo más sensual,«¡pero para eso no hace falta irenseñando las tetas!» gritó mentalmenteMariette cada vez más espantada con loque veía. Sobre todo por lo querepresentaba que la modelo lo llevaracolgado del cuello.

—Es un regalo —afirmó Clare ydirigió una mirada coqueta hacia Julienque ni se enteró porque solo tenía ojospara Violette. La conocía bien y sabíaque a su amante le ocurría algo.

Los nervios estaban ganando la

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partida a Edel. Le entraron ganas dearráncaselo del cuello… hasta que sucerebro asimiló lo que le había dicho ohabía dejado entender.

—¿Tú se lo ofreciste? —balbuceóEdel sorprendida dirigiéndose a Julien.

Él reaccionó sonriendo de lado,algo que enfureció más a la guardesaque estaba a punto de explotar.

—¿Estás celosa? —preguntó ufanode ver, por fin, una reacción en ella—¿Y si fuera así?

—Repito, ¿es un regalo tuyo? —laspalabras más que salir de su boca,rugían desde su garganta. Tenía las uñasclavadas en las palmas de las manos.

—¿Y a ti qué te importa quién melo ha regalado? —contestó Clare

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pavoneándose.La mano de Mariette en su brazo

hizo que Violette apartara la vista de lamodelo y la dirigiera a su amiga queestaba bastante pálida, sin decir nadamás, la cogió por los hombros y sefueron.

—Era lo que creo, ¿verdad? —susurró casi sin voz la embarazada.

—Voy a buscar a Laurent, él sabráqué hacer. —Intentó tranquilizarla laguardesa aunque por dentro estabarabiosa. Buscó con la mirada a Seb yvio que seguía en la misma mesa, sedirigieron hacía allí.

—¿Qué ha pasado? —El piloto selevantó de la silla preocupado al verlas.

—Sácala de aquí ahora mismo—le

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pidió la guardesa a su amigo—. ¿Hasvisto a Laurent?

—Sí, hemos estado hablando, meha presentado a su madre y creo que hanido a bailar, pero…

—Ella te lo cuenta —dijo Edeldirigiéndose hacia la pista.

No tardó en verlo, entre los nervios

y la falta de costumbre de andar convestido largo y tacones casi tropezó,refunfuñando se recogió un poco el bajodel vestido para tener más libertad demovimiento.

—Por fin, ¿dónde te habías metido?—empezó a decir Laurent al verla, perola cara de la guardesa reflejaba que algono iba bien— ¿Qué pasa? —Ella se

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acercó y se lo susurró en el oído—¿Estás segura? —preguntó atónito.

—Es mi joya, sin ninguna duda.—Acércate a uno de los chicos de

seguridad y di “alud con pies de barro”.Es la contraseña para estos casos. Dique os espero en la sala de control.

Con el corazón latiendo con fuerza,Edel se fue hacia la entrada y se acercóhasta uno de ellos. Nunca había vistotanta rapidez, ni en las películas deespías. Fue acercarse, decir lacontraseña y movilizarse en segundos.Aparecieron dos hombre más y lepidieron que los acompañara.

—Tranquila, que en nada losolucionamos —le dijo el que parecíaser el cabecilla y que era como un clon

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de Jason Statham en Transporter. Ellafue incapaz de hablar.

Estaban delante de la puerta yViolette pensó en que preferiría estar encualquier otro lugar, y que si pudiera seteletransportaría hasta el refugio; poreso tenía ese nombre, allí se sentíasegura. O lo era antes, en aquel momentola palabra traición le nublaba la mente yle envenenaba cada pensamiento.

Los dos hombres ya habían entradoy la miraban esperando a que pasarapara cerrar la puerta. Resopló y levantóla cabeza con seguridad dando un pasoadelante. Tenía la piel de gallina, estabahelada aunque sabía muy bien que nadatenía que ver con la temperaturaambiente. Sintió unas irrefrenables

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ganas de estampar la cabeza de lamodelo contra la pared cuando la vio tansonriente. Se mordió el labio inferiorpara mantener la calma. Era incapaz demirar hacia Julien. Se situó al lado deLaurent, que la miró cediéndole lapalabra, pero ella la rechazó con unmovimiento casi imperceptible.

—¿Clare, de dónde has sacado elcolgante? —inquirió nervioso el dueñode la marca.

—¿Se puede saber por qué tantointerés? —contestó nerviosa la modelo,reaccionando por fin.

—Avisa a la policía, está visto quepor las buenas no vamos a conseguirnada —ordenó Laurent dirigiéndose aStatham2.

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—¿Policía por qué? —preguntópreocupado Julien que hasta esemomento parecía ausente de lo que lerodeaba.

—¡Porque yo soy Edelweiss! —gritó furiosa Edel sin poder callarlo pormás tiempo— Cada joya la he diseñadoy fabricado yo. Como sé que estecolgante que “luce” no está en laedición. Laurent me regaló la piedrapara hacerme uno especial para estanoche. Así que alguien que ha estado enel refugio, a quien he abierto las puertasde mi casa, me ha robado. Y voy a saberquién es.

«“Edelweiss, reina del hielo”…¿cómo no me he dado cuenta? ¡Era tanevidente!» se recriminó Julien. Una vez

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asimilado, entendió la envergadura delproblema y pronto defendió suinocencia:

—Yo no he sido, no tengo nada quever con esto —Pero Edel ya habíaabierto la puerta y se había marchado.

Violette estaba haciendo un gran

esfuerzo para no ponerse a llorar enmedio del pasillo. Hacía tiempo que noderramaba lágrimas, las había agotadotodas años atrás.

Desde el primer momento tuvo unmal presentimiento con la modelo. «Losabía, maldita rata». Se sentía estúpidapor haber dejado que Luc la convencierasobre Julien, «he estado a punto decaer… suerte que nos han interrumpido

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en el baile. Mejor sola que rodeada degentuza. ¡Para qué luego se preguntenporque odio la civilización!»

—Violette, espera, ¡yo no lo cogí!—La voz de Julien resonó entre lasestrechas paredes, pero ella no frenó elpaso, no quería ni oírlo, ni verlo. Él seapresuró hasta cogerla del brazo—.Solo lo he dicho porque por fin habíavisto una reacción en ti… pensaba…

—¡Dejar de pensar! —rugió ellainterrumpiéndole—. Lo has fastidiadotodo. Tú has hecho tu elección. Te haspuesto de su lado. ¡Olvídame! —vocalizó cada letra con despreciodándose la vuelta pero él de nuevo lafrenó.

—Perdóname, por favor. No quería

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ofenderte —la voz de Julien estabacargada de arrepentimiento, pero ladecepción de Edel era tan grande que nole provocaba nada verlo así—. Pensabaque estabas celosa, que por fin habíadespertado algo en ti ¡Que sentías algo!—Estaba tan nervioso que golpeó con lapalma de la mano la pared haciendotemblar los cuadros que la decoraban—.Pero para variar sigues siendo solo tú,antes el refugio, y ahora las joyas,siempre serás solo tú. No quieresquerer, pero lo siento, quererte esinevitable.

Y por un momento estuvo porconfesarle que había estado a punto dehablarle de un futuro juntos, pero paraEdel lo sucedido fue como una señal que

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le decía que para ella no había un“nosotros”.

—No quiero volver a verte ¡en-mi-vida! —afirmó Violette sin una pizca deduda y se dio la vuelta para marcharse.

—Esta noche me has hecho muyfeliz. Al menos sé que soy capaz dedespertarte un sentimiento, aunque ahoramismo sea odio. La mujer de hielotambién puede sentir.

«Dicen que del amor al odio hay

solo un paso, ¿será cierto también alrevés?» se cuestionó Julien. Esepensamiento hizo que, aunque estabamuy cabreado, una sonrisa escapara desus labios, «¡Habrá que comprobarlo!»

Resopló al verla desaparecer al

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fondo del pasillo. Tenía las manoscerradas como puños y las apretabacontra sí. Estaba furioso. Poco a pocofue reaccionando a todo lo que habíapasado en pocos minutos. Cómo sehabía dejado manipular, cómo se habíadejado engañar por la ilusión y se habíacegado sacando demasiado prontoconclusiones. Los zapatos del modeloresonaron en el sueldo de mármolcuando sus pasos lo llevaron de nuevo ala sala de control.

Laurent estaba hablando porteléfono y Clare lloraba desconsoladasentada en una silla. Julien se acercó aella y la modelo levantó la vista delsuelo. Estuvo tentado de agarrarla porlos hombros y sacudirla, pero en lugar

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de eso, se acuclilló y le quitó elcolgante.

—Lo siento, no sé por qué lo hice,pero estabas tan pendiente de ella, tan—sollozó ella.

—Nada justifica lo que has hecho—le contestó. Ahora mismo la odiabacon todas sus fuerzas—. En lugar deconfesarlo, ¡me has metido a mí enmedio! No te lo perdonaré nunca. Jamás,vuelvas a dirigirme la palabra.

Un pequeño apretón en el hombrodel modelo hizo que se apartara y selevantara, al darse la vuelta y ver aLaurent le preguntó por el siguientepaso.

—Acabo de hablar con Violette yno va a denunciarte por mucho que yo no

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esté de acuerdo —declaró mirando a lamodelo, esperando que entendiera que sifuera por él ya habría llamado a lapolicía—. Pero ten por seguro que paramí no vas a volver a trabajar. Lárgate.

Julien se guardó la joya en elbolsillo interior de la chaqueta y se fue.Buscó la salida al exterior más cercana.Necesitaba aire. En el hall se le pasópor la cabeza preguntar por lahabitación de Violette pero algo le dijoque lo mejor era darle un poco deespacio aunque las manos le hervían porlas ganas que tenía de abrazarla eimplorarle perdón. Al final, abatido,decidió subir a su habitación, la fiestahabía terminado. Con lo bien que habíanempezado la noche… La tarjeta se

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encaprichó en ponerle las cosasdifíciles. Maldiciendo las nuevastecnologías y alabando las antiguasllaves, insistió una y otra vez hasta queal final lo consiguió.

Se quitó los zapatos con dospuntadas de pie, la corbata corrió lamisma suerte. Llevaba demasiadosmeses sin vestir de esa forma y esperabano tener que volver en mucho tiempo.Ahora sí que su trabajo había acabado.Ya no había más fotos, ni compromisos.Nada.

Se quitó la chaqueta con cuidadosacando el teléfono y el colgante. Corrióal baño y mojó una toalla con agua.Frotó la joya con sumo cuidado paraquitar toda huella de Clare. «Dios como

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te odio, maldita» rugió de nuevo.Encendió la lámpara de la mesita y

se acercó para poder observarlo mejor.Era una joya extraordinaria. La acariciólentamente, resiguiendo el contornocomo si con el gesto pudiera sentirsemás cerca de Edel. Se llamó “estúpido”una vez tras otra por no darse cuentaantes.

Era tan evidente.No tenía ni idea de cómo

recuperarla.Miró el teléfono, necesitaba hablar

con ella, pero de nuevo resistió lasganas y acabó buscando otro nombre enla agenda.

—Será un placer ser el padrino —lo saludó Luc que llevaba toda la noche

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con el teléfono cerca esperando esallamada.

—¿De qué hablas? —estaba tannervioso que no le entendió.

—Se te ha declarado y no le haspedido que se case contigo, ¿pero quéclase de caballero eres?

—¿Cómo que… qué? —aúlloponiéndose en pie de un salto— Pero…no… oh merde… no…

—¿Pero qué ha pasado?—La he jodido —murmuró Julien

con los dientes apretados y caminandopor la habitación de arriba abajo comoun león enjaulado.

—¿Metafóricamente hablando?—Ahora sí que la he perdido… —

y sin más le contó todo lo ocurrido—.

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¿De verdad venía a hablar de nosotros?—Lo hablamos antes de que se

fuera y hace un rato he visto que mehabía dejado un mensaje esta mañanadiciendo que la había convencido.Mucho me temo que no voy a podercomprarme un traje, ¡con la ilusión queme hacía llevar pajarita! —se lamentóirónico.

—¿Crees que no va a perdonarme?—preguntó en un hilo de voz apoyandola frente en el cristal de la ventana.

—Solo hay una forma de saberlo.—Ayúdame Luc, lo necesito… la

necesito... Joder, porque tenía queenamorarme de la mujer máscomplicada de todas…

—Eres uno de los hombres más

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deseados del planeta, imagina cuantosmaridos te odian por como babean susmujeres por ti. Esto es algo así como uncastigo divino. Enamorarte de la únicaque no se rinde ante ti.

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13

Hacía quince días que había vueltoal refugio. Día tras día tratando deolvidar aquella noche, aunque aún no lohabía conseguido.

En cuanto se alejó del pasillo y de

Julien, lo primero que hizo fue subir a lahabitación de sus amigos esperando queestuvieran allí. Estaba preocupada porMariette. Cuando Seb le abrió la puertay la vio tumbada en el sofá, se relajó alver que ya había recuperado el color enla cara. Edel se dejó caer a su lado y lescontó lo sucedido.

—¿Y Julien? —se atrevió a

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preguntar el piloto.—Me ha buscado en el pasillo para

pedirme perdón. Pero no hay nada queperdonar porque no quiero volver averle.

Lo que tenía que haber sido una

noche de celebración por todo lo alto,acabó de la peor forma. Hasta se habíaplanteado dejar el diseño de joyas, peroluego se dio cuenta de que no podíaabandonar algo que la hacía feliz poruna bruja amargada.

Estaba muy decepcionada conJulien. Pensar en él, hacía que el pechose le contrajera sin dejarle espacio a lospulmones, como si alguien le agarrara yle estrujara el estómago. Se sentía

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traicionada. Aún no podía entendercómo se puso de su lado, cómo le siguióel juego. Por mucho que todos intentabanjustificar su decisión, ella no podía.

Agradecía que con la llegada delotoño cada vez hubiera menosexcursionistas porque sus ganas dehablar y estar con gente eran mínimas.Se había cerrado en banda, algo habitualen ella y ni sus amigos conseguíanhacerla salir de su caparazón.

Llevaba dos días encontrándosemal; había vomitado y se sentía débil.Primero creyó que serían solo nervios,luego lo achacó algún virus. Por suerteno había huéspedes y se pasaba el díatumbada en la cama, pero cada vez seencontraba peor y cuando vio en el

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termómetro que estaba a treinta y nuevey medio de fiebre, decidió llamar ypedir ayuda.

—Te necesito, ven a buscarme. —La voz y, sobre todo, que Edel lollamara para pedir ayuda, fueron lasalarmas que hicieron que Sebreaccionara al instante.

—En un cuarto de hora estoy ahí.

*

Julien agotó la paciencia.Demasiados días de margen le habíadado y empezaba a no saber qué hacer.Al final cansado de que no le cogiera elteléfono, decidió hacer lo que de buenprincipio le dictaba el corazón. Cargó la

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mochila con todo lo necesario y cerró lapuerta sin dudar de su decisión: ir abuscarla.

El ruido del río caudaloso y de laspequeñas cascadas, que resonaba entrelas montañas, lo acompañaron a lo largodel camino. Hacer la ruta por placer erauna cosa, pero cuando caminar duranteseis horas era la única forma deconseguir verla, se le estaba haciendoeterna, y eso que más que caminar,trotaba. Empezaba a haber algo denieve, las tormentas y las bajastemperaturas anunciaban la llegada delinvierno. Cada paso que daba sentía laadrenalina circulando por su cuerpo agran velocidad. Esa vez no era poralcanzar ninguna cumbre, era por

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conseguir que la mujer que amaba leperdonara. Ardua tarea. Lo tenía claro,pero nada lo iba a detener.

—¡Estoy dispuesto hasta a acampardelante del refugio si hace falta! —gritóal viento a medio camino.

Exhausto porque durante losúltimos kilómetros la ansiedad por verlale habían hecho ir más deprisa, alcanzósu objetivo. Sam y Joe acudieron a suencuentro felices de volver a verlo.Dejó la mochila en uno de los bancos ybuscó el teléfono, algo no cuadraba yempezó a inquietarse.

—Luc, ¿qué pasa? ¿Por qué está elrefugio cerrado? —La respiración aúnno se le había normalizado después delesfuerzo y la preocupación solo la

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empeoraba.—No te asustes, pero estamos en el

hospital —le dijo lo más sereno quepudo, al otro lado de la línea Julien sepuso de pie en un salto—, la han tenidoque operar de urgencia de unaperitonitis.

—¿Está bien? —Las palabras casini le salían y solo pensaba en cómollegar lo antes posible con ella.

—Sí, lo que pasa es que esperódemasiado. En lugar de ser solo unaapendicitis, se le ha perforadocomplicándolo todo. La operación haido bien y ahora toca antibióticos yhospitalización de ocho a quince días.

El modelo con gestos bruscoscolocó la mochila en la mesa y empezó a

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sacar cosas buscando una en particular.No le sonaba haberlo cogido, era unerror de principiante pero las ganas lehabían podido. Maldijo y aporreó tanfuerte el macuto que salió disparadounos metros más allá.

—Bueno, hoy ya no llego, no hecogido ni el frontal ni una malditalinterna y la noche se me echaría encimaa medio camino. Saldré a primera hora.¿Crees que podría hablar con ella?

—Está dormida. Depende de cómola vea al despertar te llamamos, perosigue enfadada y ahora mismo no creoque…

—Lo comprendo. —AbatidoJulien, se dejó caer en el banco denuevo.

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—¿Puedo pedirte un favor? —Lavoz de Luc mostraba la preocupación yel cansancio de las últimas veinticuatrohoras.

—Lo que quieras.—¿Te importa quedarte en el

refugio? No creo que suba nadie, peroestán los perros y desde ayer por latarde que Seb la fue a buscar que no hancomido. Yo quería subir mañana,Mariette dice que ya se queda ella en elhospital pero con el embarazo tanavanzando no quiero que…

—Yo me quedo sin problemas —lointerrumpió seguro.

—Gracias, hay una llave derepuesto en el cobertizo de la leña. Laencontrarás en el agujero del ladrillo

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junto a la bisagra superior. Está envueltaen un plástico.

—Tranquilo ya me apaño. ¿Seguroqué está fuera de peligro?

—Sí, la operación ha sido larga ynecesita antibiótico, pero por lo demásestá bien. Tranquilo, te aviso concualquier cambio.

— Luc…, cuídala por favor…—No sabes lo que me tranquiliza

que estés allí arriba. Te llamo estanoche y hablamos.

Quedarse allí arriba, lejos de ella yno poder estar en un momento así a sulado era lo último que quería, peroentendió que en el refugio era donde sele necesitaba, y saber que de algúnmodo la estaba ayudando lo hizo sentir

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un poco mejor.Se quedó mirando a los dos perros

que estaban entre sus piernas. Cogió aJoe en brazos y acarició a Sam.

—La jefa está bien, así que no ospreocupéis. Y ahora vamos a buscaralgo de comer.

*

Cuando Luc volvió a entrar en la

habitación se encontró que Edel estabadespierta.

—Por fin, Blanca Nieves, ya estababuscando algún candidato a príncipepara intentar despertarte —dijo,intentando sonar lo más sereno posible.

—¿Qué haces aquí? —preguntó

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ella un poco desubicada.—Cuidarte visto que tú no lo haces

—alegó enfadado sentándose en elsillón a su lado.

—¿Hay alguien en el refugio? Samy Joe… —Tenía la boca pastosa y laspalabras se le pegaban en los labiosresecos.

—Lo tengo todo bajo control, hazel favor de descansar.

—Luc, pero… —insistió pero él lainterrumpió.

—¿De verdad tienes ganas dehablar? Porque tú y yo tenemos unaconversación pendiente. Si quieresseguir viviendo sola tendrás quedemostrar que eres una adulta. ¿Sepuede saber por qué esperaste tanto?

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Eres más cabezota que tu abuelo y ¡esoya es mucho decir!

—Por favor ahora no…—Violettecerró los ojos pidiendo tregua. Nadiemejor que ella para saber que esperódemasiado, pero no pensó que fuera tangrave— Estoy cansada.

—Ya me parecía. Descansa. Luc dejó caer la cabeza hacia atrás y

cerró los ojos. Estaba agotado pero porfin, después de horas de muchos nerviosy preocupación, una sonrisa se le dibujóen los labios. Ni en sus mejores planespodía haber pensado algo mejor paraesos dos. El nudo que tenía en el pechose iba disipando. Que Julien estuvieraen el refugio le quitaba un peso de

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encima, saber que iba a cuidar de losperros y que si llegaba algúnexcursionista sería atendido. Además asípodía quedarse en el hospital y mandar aMariette a casa. Temió hasta que sepusiera de parto mientras esperabannoticias de la operación. Ahora soloquedaba la recuperación. Y eso, aunqueparecía fácil, estaba seguro que los díasque les quedaban en el hospital seríantediosos. Si Edel se parecía un poco asu madre o a su abuelo, podríanconvertirse en unos días muy largos. Demomento el cansancio hacía que tenerlaquieta en la cama resultara sencillo.

Decidió salir de nuevo a comeralgo y de paso informar a sus amigos.

—Luc, ¿hay novedades? —

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preguntó Mariette a modo de saludo.—Está bien, descansando. Acabo

de hablar con Julien, el pobre ha subidoa verla y se ha llevado un susto alencontrar todo cerrado. Se va a quedaren el refugio, así que no hace falta quevengas, yo me quedo con ella.

—Violette… ¿lo sabe? —inquiriócuriosa.

—No, le he dicho que está todobajo control. ¿Tú estás bien?

—Sí, Zoe lleva todo el díarevolucionada, parece que se estéentrenando para ser una ninja.

—Necesitas descansar así que noquiero verte por aquí, ¡con una cabezotame llega!

—De acuerdo —aceptó con una

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sonrisa en los labios—, si necesitas algoya sabes. Dale un beso.

El guía colgó y bajó a la cafetería.

Se sentía viejo y cansado. Cuando Seblo llamó el día anterior y le dijo queestaban en el hospital con Edel, casi ledio un infarto. Los años le pasabanfactura, o los recuerdos, no lo sabíadefinir. Con sesenta años aún se sentíafuerte como para escalar y ascender alas cumbres, pero la máscara de losaños lo confundía cuando se miraba enel espejo, no se reconocía en la imagen.

Se sentó en una de las mesas de lacafetería y empezó a comerse unbocadillo que había pedido. Empezó aleer el libro que había comprado antes

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en la librería. Junto a ese, había tres másen la bolsa. Dos para cada uno. Erangente de montaña, de vivir al aire libre yestar encerrados era lo último que lesapetecía, pero a veces no quedaba másremedio, y más en esas circunstancias.La televisión quedaba completamentedescartada, el ruido constante era algoque Luc no soportaba.

Cuando volvió a la habitación,

Violette seguía durmiendo. Por unmomento la mente le jugó una malapasada y la cara de ella se difuminó unpoco y en su mente apareció el recuerdode otra mujer, la única que había amadoen su vida.

Había sido siempre un hombre

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solitario, era algo así como marinero,pero con una mujer en cada montaña.Solo se había enamorado una vez en suvida y aún le quemaba el recuerdo. Peroel destino fue caprichoso, tanto, comopara enamorarse de su mejor amigadesde la infancia, y perderla por elmiedo a declarar sus sentimientos. Ellaera la madre de Edel, Lys.

Vivía en el mismo pueblo que él,en Villar-d’Arêne; con su madre y suabuela. Su padre era el guardés delrefugio. Muchas veces subían a verlo, yacon diez años hacían el viaje ellossolos. La madre de Luc no lo veía muybien, temía por ellos, pero entoncessalía su padre, que era amigo delguardés, diciendo que había menos

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peligro en subir a la montaña que enestar en la ciudad. Eso fue marcando supersonalidad.

Fueron inseparables y la amistadque los acompañó en su infancia poco apoco fue mutando en el corazón del guíahasta darse cuenta de que la amaba, peronunca encontraba el momento paradeclarar su amor hasta que fuedemasiado tarde. Fue en el verano quecumplieron los diecisiete. En el mes dejunio llegó un grupo de niños para uncampamento de verano. Uno de losmonitores era Maël, el padre deViolette. Era dos años mayor que ellos yfue un amor a primera vista. El guíasupo que su momento, si alguna vez tuvoalguno, acababa de esfumarse. Pasaron

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el verano juntos; Maël volvió eninvierno para trabajar en las pistas en LaGrave y ya no se separaron más.Pasaban el mayor tiempo que podían enel refugio con su padre. Luc poco a pocofue quedando apartado pero se resistía amarcharse del todo, le dolía demasiadoestar lejos de Lys. Lo peor llegó con lamuerte de Lys y Maël cuando Violettetenía cinco años. Volvían del Nepal, deuna expedición con la que habíanalcanzado la cima del Ama Dablamcuando sus vidas quedaron truncadas enuna carretera saliendo del aeropuerto.Un borracho se saltó un stop.

Puede que eso también fuera uno delos motivos por los que Edel, y hasta él,odiaban la civilización. Los llamaban

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locos por subir cumbres, escalar hielo…pero la muerte podía estar esperando encualquier esquina. Hasta sentado frenteal televisor.

Juzgamos con demasiada facilidadla vida de los demás, pero lasdecisiones que tomamos se basan ennuestra propia experiencia. Haypersonas que, como Violette, han vividomás vidas que años tienen, pero ahísiguen. Es fácil opinar, lo complicado esponerte en la piel del otro e intentarcomprender el porqué de muchas de susdecisiones.

Luc tenía dos grandes losas que le

impedían dormir tranquilo por lasnoches. Una era no haber tenido el

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coraje de confesarle su amor a Lys, yotra, no haber pedido la custodia deViolette tras el infarto que se llevó lavida de François, el viejo guardés. Searrepentía de haber sido tan egoísta,pero él no estaba preparado para serpadre, ni sabía cómo cuidar de una niñade trece años. Le había pedido milveces perdón a Violette por no sersuficientemente valiente y luchar porella, pero la guardesa nunca se lo habíareprochado. Siempre que insistía en eltema, Violette le decía que no era cosasuya, pero a él le seguía pesando. Yahora estaba allí, sentado cuidando deesa pequeña criatura. Cada vez que lamiraba, el corazón dejaba de latirle porunos instantes, el tiempo que necesitaba

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para recordarle que no era su queridaLys, sino su hija.

—Eres igual que tu madre… —musitó emocionado por los recuerdosacariciándole la mano que reposabasobre la cama.

—Siempre me lo dices —la voz deViolette le devolvió a la realidad,alejando los viejos recuerdos.

—Porque es verdad —afirmó y leregaló una media sonrisa.

—Cuéntame cosas de ella.—Creo que ya te he contado todas

las anécdotas posibles, si las sabeshasta mejor que yo…

—Seguro que hay algo más —insistió Edel girando la cabeza hacia él.

—Puede, pero hoy no es el día. —

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Dudó de si algún día sería capaz decontarle su propia historia.

No era la primera vez que Edelveía esa laguna vacía en los ojosmarrones de Luc. Muchas veces desdeque era pequeña le había pedido que lecontara anécdotas. A ella le encantabaescuchar, le gustaba imaginar esosrecuerdos como si con ello pudieraparticipar en ellos. Pero se había dadocuenta de que, a veces, esos recuerdos aél le producían dolor. Por eso, como esedía, calló y cambió de tema.

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Los ladridos de Sam pusieron enalerta a Julien que rápidamente salió alsaber quién llegaba. Había estadopendiente de cualquier sonido desde queLuc le había mandado el mensaje horasatrás. No saber cómo reaccionaría ellaal verlo allí lo tenía en un estado dehisteria permanente. Nueve días era loque había aguantado Edel en el hospital,ni una hora más. Había prometido a losmédicos tomarse la medicación y hacerlas cosas con calma.

Las ganas de verla hacían mella ensus nervios. Solo podía pensar enpedirle mil veces perdón, en abrazarla,

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en besarla. Esos días que había pasadosolo en el refugio, rodeado de las cosasde la mujer que amaba habían sido comoun bálsamo y una tortura. Las noches selas había pasado despierto, acariciandolas sábanas, imaginándola tumbada a sulado, hablando, haciendo el amor.

No había habido ni un soloexcursionista, pero él había idopreparando las cosas para el invierno.Había colocado los postigos de maderapara proteger el ventanal de lahabitación y asegurado las maderas.Había cortado leña para llenar elcobertizo y dos hileras más en elexterior, había subido cada día a lacumbre de la Grande Ruine… aunque entodo momento solo ha tenido un

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pensamiento, ella.Había recordado la primera vez

que estuvieron en el refugio, pocos díasdespués de conocerse y la sensación quetuvo al llegar: «Este lugar es increíble,dan ganas de quedarse para siempre.»

Esa noche, escondidos bajo lasmantas de una de las habitaciones, Edelle confesó que su abuelo había sido elguardés y que ella se había criado allí.También le contó su sueño de ser laguardesa.

Tener tanto tiempo para pensarsolo le había servido para tener lascosas más claras que nunca y sabercómo le gustaría que fuera su vida. Loque realmente le haría feliz seríaquedarse allí arriba, y no solo por ella.

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Esa vida le gustaba, le hacía sentir bien;la paz de ese lugar era lo que siemprehabía deseado y ella, la mujer quequería a su lado. Lucharía por eseperdón y por esa oportunidad.

El corazón empezó a latirle confuerza. Estaba esperando apoyado en elquicio de la puerta, dudaba de sureacción al verlo allí, ya que Luc nohabía encontrado el momento paracontárselo. Le dolían las piernas por lafuerza que estaba haciendo por estar a laespera y no correr hacia ella. Vio comoLuc la ayudaba a bajar. Parecía cansadapero la sonrisa le iluminó el rostrocuando se agachó para saludar a losperros. «Qué guapa eres, mi vida…»

Julien suspiró, se frotó la cara con

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las manos abiertas y se armó de valorpara afrontar el momento. Edel estabatan distraída con Joe y Sam que no sedio cuenta de su presencia hasta quellegó a su lado. Levantó la cabeza y lasonrisa se le borró de golpe. «Siguecabreada», se maldijo Julien por dentro.

—¿Qué haces aquí? —le espetó.Los perros ladraban rodeándolos a losdos.

—Ha estado cuidando de ellos y detu casa —intervino Luc, acercándose ydándole un abrazo al ex modelo—.Gracias por todo.

—Ha sido un placer —admitióJulien sin dejar de mirar a la guardesa.

El piloto también lo saludó.Violette se puso en pie pero le costaba y

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se tambaleó, él alargó los brazos paraayudarla pero ella lo rechazó gruñendo yesquivando sus manos.

—Ahora que no tienes trabajo,¡¿quieres quitarme el mío?!

—Edel, por favor, ¿podemoshablar? —suplicó, armándose depaciencia.

—Seb, entra y tómate algo mientrasJulien recoge sus cosas —dijo ella sinni siquiera haberle mirado ni una solavez.

—¡Solo te pido cinco minutos! —exclamó él nervioso al ver que no le ibaa dar ninguna oportunidad. Sin contestar,la guardesa le dio la espalda y entró enel refugio.

Subió la escalera con lentitud y al

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ver que él se había instalado en suhabitación, se fue a una de huéspedes yse encerró allí. Se tumbó sinmiramientos y ahogó un grito cuandonotó un pinchazo en la cicatriz. Odiabasentirse tan débil como para estaragotada con solo un viaje y subir losdoce escalones. Los nervios le bullían lasangre desde que había visto a Julien.Algo se temía, eran demasiado ambiguaslas respuestas de Luc sobre quien estabaen el refugio. «Alguien de confianza, nodudes de mí…» le contestaba cada vez.

Se tapó entera con una de lasmantas. Se llevó las manos a las orejas.No quería oír, no quería sentir, noquería pensar. El corazón le latía fuertey le retumba en el oído, la cicatriz le

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dolía… se mordió la lengua y seatragantó con las ganas de gritar, desoplar y que todos se fueran, de estarsola.

Hasta que no despertó y se fijó en la

poca luz que entraba por la ventana nose dio cuenta que había dormido casitoda la tarde. Después de oír como elhelicóptero se iba, se fue relajando yagradeció que Luc respetara suaislamiento.

Más calmada, se atrevió a bajaraunque imaginaba la que le esperabacuando viera a Luc. Por mucho que fueraella la que se sentía enfadada porhaberle ocultado quien se quedó deguardia en el refugio, sabía que él

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también tenía muchas cosas quereprocharle.

Lo encontró sentado en el sofáfrente a la chimenea. Cuando el guía lavio, no esperó ni a que se sentara parahablar.

—Que sepas que si sigo aquí esporque me juré que no volvería a dejartesola y que te cuidaría; pero estoy muydecepcionado. Entiendo que estésenfadada con él, pero ha cuidado deellos —dijo señalando a los perros—, yde tu hogar; como mínimo merecía ungracias.

—Lo siento pero… —intentóexcusarse.

—No, esta vez, decir “ya sabescomo soy” no te sirve.

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Sin añadir nada más el guía volvióa bajar la vista hacia el libro y ella sefue a la cocina para preparar unasinfusiones. Vio que había una olla concaldo de verduras que olía de maravillay unas manzanas hechas al horno. Sesirvió dos en un plato, después de díasparecía que le había vuelto el apetito.

—Parece que tienes hambre —señaló Luc al verla sentarse a su lado enel sofá con el plato.

—Sí, parece que has mejorado tusdotes de chef, gracias están buenísimas.—Le agradeció.

—Será porque no he cocinado yo,estaba todo hecho. —Y la mirófijamente para saber si lo habíaentendido.

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«Julien…»—Claro, el toque de canela —

murmuró cerrando los ojos y buscandoese matiz en su paladar. En silencio setomaron la infusión y miraron el fuegoperdidos cada uno en sus pensamientos.

No fue hasta la cena que Edel

rompió el silencio y preguntó lo quelleva rumiando desde que llegó.

—¿Le pediste tú que viniera?—No. Me llamó desesperado el

día siguiente de que te ingresaran alencontrar esto cerrado. Me pidió hablarcontigo, bajar a verte, pero le dije que siquería ayudar lo mejor era que sequedara aquí. Así yo me estaba en elhospital y Mariette no daba vueltas con

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su barriga de casi ocho meses. —Setomó un tiempo antes de indagar sobrelo que realmente le preocupaba— ¿Porqué eres tan tozuda? ¿Por qué quieresestar sola?

—Él… —empezó a decir Edelsuspirando—, él es de ciudad, necesitaotras cosas, pertenece allí abajo.

—Un mundo que no le llena y queha abandonado. No le has ni preguntado,ni te atreves a saber qué siente él. ¡Hastaahí es ridículo tu miedo! —Se levantóde la mesa y se acercó a la ventanadándole la espalda—. Te dirá que estácansado de ser un muñeco, que donde esfeliz es en la montaña y no por ti, sinoporque lo primero que ha hecho al dejarlas pasarelas ha sido irse a escalar y

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hacer alpinismo. Que te echa de menos,que se preocupa por ti…

—Me siento traicionada, dolida,iba a hablar de un nosotros y él se pusodel lado de esa arpía —se quejó ella,aún con el amargo sabor que le dejóaquella noche.

—Le pudo la ilusión de vertecelosa, después de tanto tiempo. Pobre,si es que me da pena y todo, no sé quéhizo en su anterior vida, pero debió deser muy gordo… —murmuró recordandola conversación con Julien por teléfonocuando le contó lo del robo. Estabaconsiguiendo romper las barreras deella y pensaba llegar hasta el final.

—¿Por qué lo dices? —espetóViolette llevada por los nervios.

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—El mundo está lleno de mujeresdeseando ser su esposa, su amante, y élva y se enamora de la única que no lequiere.

—¡Sí le quiero, joder! —aullólevantándose tan de golpe que la cicatrizle dio un pinchazo tan agudo que ladobló de dolor.

—Por fin te has dado cuenta, machéri —exclamó Luc con los brazosabiertos. Se dio la vuelta y la vio tanblanca que se acercó a ella a toda prisaayudándola a sentarse en el sofá—. Yano sois aquellos jóvenes de diecinueveaños. Habéis madurado, y con ello lohan hecho vuestros sentimientos. Creoque a él vuestro amor le llegó como unhuracán arrasando desde el primer

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momento con todo, volviéndolocompletamente loco por ti. En cambio ati, fue como una brisa, lenta pero que fueerosionando tus murallas, y ahora por finves que ya no hay paredes dondeesconderte por mucho que lo intentes.

Presa del dolor, el cansancio y elagotamiento que le provocaba lasituación, las lágrimas le cubrieron lavista y durante un rato lloró abrazada aél. No lo hacía desde la muerte de suabuelo. Cuando se quedó sin fuerzas,Luc la ayudó a subir hasta su habitación.

Lo primero que le chocó a Edel alpisar su cuarto fue la ligera nota deperfume que había en el ambiente… elolor del jabón de él. Se sintió como unaintrusa en su propia habitación. «¡El

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colmo!»Se desvistió de mala gana, los ojos

iban una y otra vez a la cama, sinresistirlo ni un minuto más, se tumbódesnuda y cerró los ojos. Las manosacariciaron el nórdico, la almohada…,ahí su olor se acentuó y le dio en toda lacara. La piel se le erizó, llegaron losespasmos anhelantes y la respiración sele volvió pesada. Se dio la vueltalentamente hacia el otro lado buscandosu presencia como las noches quedurmió allí hacía ya meses, pero al abrirlos ojos algo llamó su atención. Sequedó sin aliento al ver una hojadoblada y el colgante. Con dedostrémulos cogió la carta, solo había unapalabra escrita: perdóname. Abatida y

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colmada por las sensaciones cogió elcojín y gritó contra él. Volvió asucumbir a las lágrimas. Unos golpes enla puerta la asustaron, con dificultad sesentó y se tapó con las sábanasatrapándolas bajo los brazos.

—¿Puedo pasar? —preguntó Lucabriendo la puerta un mínimo.

—Claro.El guía, con gesto cansado, se sentó

en la cama a su lado y alargó la manohacia la mesita cogiendo el marco con lafoto de sus padres; con el pulgaracarició la cara de la mujer.

—En el hospital me pediste que tecontara algo nuevo sobre tu madre. Hayalgo que no te he dicho nunca —la vozde Luc parecía lejana, como

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transportada en el tiempo. Carraspeó yse tomó el tiempo antes de seguir—,estaba enamorado de Lys.

—Tú, ¿querías a mi madre? —balbuceó incrédula sentándose máserguida.

—Como nunca he querido. Era lamujer de mi vida. Pero nunca se lo dije,primero porque éramos unos críos,después en la juventud por miedo aperderla y luego llegó tu padre... Seenamoraron a primera vista, yo estabaallí; ellos lo sabían y yo también. Enaquel mismo instante me di cuenta deque la había perdido para siempre. Nosé si hubiera tenido alguna oportunidadde haberle dicho lo que sentía, sihubiera cambiado algo, esa duda me

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carcome cada día.—Lo siento, ahora entiendo esa

tristeza cuando hablas de ella —loabrazó y durante unos instantespermanecieron en silencio.

—Es la primera vez que lo digo envoz alta. Aunque creo que tu abuelo losabía, nunca lo hablamos. Te prometoque no volveré a hablar del tema peropiénsalo bien, no cometas el mismoerror que yo. No dejes que el miedo terobe una vida feliz al lado de quienamas. No lo mereces. Que estar sola seatu decisión, no una consecuencia delmiedo, como ha sido mi caso. —Dejó lafoto de nuevo en la mesita y se levantódándole un beso en la frente antes dedejarla sola.

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—Gracias por contármelo. Buenasnoches, Luc.

—Jolis-rêves, ma chérie[6].

La confesión la dejó un pocoaturdida, y daba explicación a muchascosas que durante los años no habíallegado a entender. Por un momentohabía llegado a sentir bajo su piel eldolor que causaba tanto vacío al guía.

Se dio cuenta de que aún sujetabala carta con fuerza en su mano. Volvió aleer esa simple palabra. Tancomplicada. En la fiesta tenía muy claroque quería hablar con Julien, pero… yano sabía si era decepción por sucomportamiento o era de nuevo el miedolo que la estaba bloqueando. Pensar en

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él hacía que sintiera de todo al mismotiempo. Rabia, decepción, deseo,cariño, ilusión… Todo se mezclaba yera incapaz de decidir. Apretó fuerte loslabios dibujando una sola línea detensión, cerrando la boca, impidiendoque saliera cualquier palabra por miedoa su propia reacción.

Cerró los ojos, la esperanzaproyectó luz sobre unos recuerdosespecíficos, sobre aquellos cinco díasque estuvieron juntos. Su risa resonó ensu mente, la imagen de Julien frente alventanal, las sensaciones, ese futurojuntos que le hacía hormiguear los dedosal sentirlo tan cercano…., pero el miedoapareció de nuevo bajando el telón ydejándola a oscuras.

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Días antes de Navidad.

El invierno estaba siendo muy durocon grandes tormentas de nieve. Edel sehabía dado cuenta de que una cosa eraquerer vivir sola y otra, estar rodeadade gente y sentir que el halo de lasoledad campaba a sus anchas a sualrededor. No estaba bien, no acababade encontrase con aquella Violette demeses atrás. Lo achacaba al mes quellevaba viviendo en el pueblo, a ese

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virus llamado depresión que amargaba ala sociedad.

Mariette le insinuó bajar paranavidades y pasarlas juntos ya queserían las primeras para Zoe. Al final seanimó y bajó antes. Se había instaladoen el mismo piso donde se crio sumadre.

Sin haberlo confesado a nadie,reconocía con la boca pequeña que seestaba volviendo loca allí arriba y ladistancia le había ido bien. La imagende Julien la atormentaba en cada rincón,cada minuto del día y de la noche. Eracomo cuando se marchó después de loscinco días juntos, pero llevado alextremo, impidiéndole pensar, disfrutaro dormir.

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Había terminado la colección parasan Valentín, desde entonces, su mayorpasatiempo desde que estaba en Villar-d’Arêne era ir hasta el pueblo de allado, La Grave, y disfrutar de lapequeña Zoe. Era la única que conseguíasacarle una sonrisa.

Esa noche cenaba en casa de sus

amigos y los acompañaba Luc; seestaban viendo poco porque el guíaestaba trabajando en la zona de laMeije. Cuando llegó a casa de Mariette,encontró a Seb y Luc en el comedorpendientes del portátil, pero al verla enla puerta bajaron la pantallarápidamente. Eso despertó todas lasseñales de ella y la pusieron en alerta.

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—¿Qué pasa? Y ni se os ocurradecir que nada —preguntó plantadafrente a ellos quitándose la chaqueta.

—¿De verdad quieres saberlo…sea de quién sea? —le contestó Lucalzando las cejas. Edel captó laindirecta y aunque tardó en decidirse, alfinal asintió.

—Es Julien —contestó el piloto—,está en el Aconcagua. Están pendientesde confirmar una brecha de buen tiempopara esta noche, lo han intentado otrasdos veces, pero han tenido que renunciara causa del viento.

La noticia la pilló desprevenida yse sentó en la silla más cercana. Elcabreo por saberlo tan lejos haciendoalgo que habían hablado de hacer juntos

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empezó a rugirle por dentro. No tardó endarse cuenta de que, si ella no estabacon él, si no sabía nada de laexpedición, era únicamente culpa suya.Era a ella a quien le tocaba dar elsiguiente paso.

Por eso desde la conversación enel refugio, Violette se mordía la lenguacon saña cada vez que hablaba con Lucpara no preguntarle si sabía algo de él.Porque no tenía duda de que ellos síseguían en contacto. Desde la noche quele confesó al guía lo que sentía, habíacogido como mínimo el teléfono dosveces al día con la intención de llamarloy pedirle perdón, pero al final no lohacía. El miedo seguía venciéndola.

—¿En el Aconcagua? —murmuró

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medio sonriendo, feliz por él porquesabía las ganas que le tenía a la montañamás alta del América del Sur y por laenvidia que le corroía por no estar allícon él— ¡Qué suerte!

—Ya sabes lo que dicen,desafortunados en el amor… Pero él enlugar de jugar, gasta el dinero en lo quele gusta y ahora que tiene tiempo hacebien en disfrutar al máximo. —La pullade Luc hizo su efecto y él sonrío parasus adentros al ver como ella se mordíael labio y arrugaba la frente disgustada.

—Bueno, voy a ayudar a Mariette—escapó Violette.

Se fue en busca de su amiga y

durante un rato se entretuvo ayudándola

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a preparar la cena, pero las ganas cadavez le aprisionaban más el pecho y alfinal decidió ser valiente. Con lo fácilque le resultaba afrontar una pared dehielo y para los asuntos del corazón eratan cobarde. Cuando vio entrar a Seb enla cocina lo vio como una oportunidad ysin poder resistirlo más, volvió a la salade estar.

Luc estaba en el sofá con Zoe enbrazos, se sentó a su lado y le hizoalgunas carantoñas a la niña tomándoseel tiempo para encontrar las palabrasadecuadas.

—Me recuerda a ti, también tegustaba jugar con mi barba —musitó elguía sin apartar la vista de la criatura.

—Luc… crees que… bueno…

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yo… me gustaría…—Ma chérie, ¿se te ha comido la

lengua el gato? —se burló.—No, solo que… —resopló por la

nariz y movió las manos estrujándolas,él se carcajeó al verla tan nerviosa ehizo que Edel explotara—, ¿puedesllamarlo y confirmar si será esta noche?

—¿Ahora soy tu secretaria? —semofó contento, tomando sus nervioscomo una señal— Pásame el teléfono yrecuerda que hay que respirar de vez encuando.

Refunfuñando y con una mano quetemblaba por los nervios, le pasó elmóvil que había en la mesa de centrofrente al sofá.

—No me presiones, ¡lo estoy

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intentando! —¿Alguna novedad? —preguntó el

guía cuando Julien respondió— Ajá… síclaro… ya…

Violette, a su lado, alargó el cuellopara acercar la oreja y poder oír lo quedecía, pero Luc se hizo el remolón y sefue apartando. Cuando notó el codazo dela guardesa en las costillas, le entregó elmóvil y salió corriendo con Zoe enbrazos cerrando la puerta tras de sí.Violette no reaccionaba, las manos letemblaban tanto que no sabía ni cómosujetaban el teléfono.

—Luc —oyó la voz de Julien a lolejos, se lo acercó al oído y lo escuchórespirar—, ¿eo?

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—Hola —balbuceó ella casi sinabrir la boca.

—Edel —pronunció con sorpresasaboreando cada letra. El alpinistaapretó con fuerza el teléfono y se loacercó más a los labios, como si fuera lapiel de ella la que rozaban.

La guardesa cerró los ojos deforma instintiva cuando lo oyópronunciar su nombre. Todas las cosasque tenía que decirle se agolpaba en sugarganta, no sabía por dónde empezar, alfinal optó por lo más fácil. Poco a poco.

—¿Vas a intentarlo? —carraspeó eintentó sonar lo más natural posible.

—Sí —Julien dejó ir el aire queestaba reteniendo sin darse cuenta—, seconfirma la brecha, es nuestra última

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oportunidad, pasado mañana cumplimoslos veinte días.

Edel recordó que era el máximo dedías que daban de permiso lasautoridades para acceder al Aconcaguay que costaba unos cinco mil dólares porExpedición. Dependiendo de la montañapodía variar los días y el precio. Si pormala suerte el tiempo no se ponía de suparte no había nada que hacer.

—Primero el Denali, ahora elAconcagua, ya veo que quieres hacerLas Siete Cumbres sin mí. —Estaba tannerviosa que hablar de alpinismoresultaba lo más fácil.

—Solo tienes que decírmelo —afirmó Julien con voz melosa—, sabesque nada me apetece más que

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compartirlo todo contigo.—Te debo una disculpa, yo… —

Violette tragó saliva y se aclaró la vozantes de seguir—, la última vez que nosvimos en lugar de darte las gracias…estaba muy enfadada…, y lo sientomuchísimo.

Por un momento a Julien se le pasópor la cabeza hacerse el difícil peroestaba cansado de esperar. Llevabadías, meses, noches en vela, soñandocon ese instante. Luc le había contadotoda la charla que tuvo con ella. Aunquelos dos lo veían como una señal, faltabaque Violette diera el paso. Pero los díaspasaban y la decepción lo estabavolviendo loco otra vez.

—Está olvidado —admitió

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sonriendo viendo en esas palabras laseñal que esperaba.

—¿Tan fácil? —preguntó Edel enun hilo de voz, dándose cuenta de que larespuesta de él le había aligerado elpeso que sentía sobre sus hombros.Porque con ella desaparecía el miedo ahaber llegado demasiado tarde.

—Nada es fácil y menos contigo…,pero ya es un paso que estemoshablando. Además, llevo 10 añosenamorado de ti; creo que ya he sufridosuficiente así que perdona si te resultafácil, pero me he cansado de amargarme.—Ella fue consciente del matiz areproche que había en la frase y seestremeció.

—Hablamos de hacer este viaje —

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musitó embargada por las emociones.—¿Te acuerdas? —inquirió Julien

sonando más cordial.—Yo tampoco he olvidado nada —

confesó Violette recordando laspalabras de él en el refugio—.Hablamos de bajar a la Patagonia, aTierra del Fuego.

—Te echo de menos —le declaróél cansado de hablar de banalidades—.A veces sueño con que me añoras tantocomo yo a ti, y por un instante, soy felizimaginando que piensas en mí. Me hacesentirme menos solo.

—Yo… Julien… —quería decirleque ella sentía lo mismo, pero de nuevolas palabras murieron ahogadas por elmiedo en su garganta. Él gruñó con los

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dientes apretados por las sensación devolver a chocar con el muro. Suspiróagotado.

—¿Por qué siempre me resulta tandifícil despedirme de ti? —dijo cuándose dio cuenta que no sería esa nochetampoco oiría las palabras que deseaba.

—No lo hagas, solo prométeme quete cuidarás. Si puedes, me gustaría quenos fueras informando, estaré pendientede ti.

—¿Eso quiere decir que si te llamome cogerás el teléfono?

—Sí. —El silencio se instaló entreellos. Los dos sabían que había muchopor decir, pero eran incapaces depronunciar ni una palabra. De momento,los dos se sintieron satisfechos de poder

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oír la respiración del otro a través de lalínea.

—Lo haré, te mantengo informada.

Durante la cena, Edel estuvo máscallada que de costumbre. Todos semordieron la lengua para no preguntarlecómo había ido la conversación, y paravariar, ella ni lo nombró. CuandoMariette volvió de la cocina con lospostres, Violette jadeó al ver la bandejacon los éclairs. Su mente se la llevólejos, al refugio, a meses atrás… Ellalamiendo sensual aquel dedoembadurnado de relleno de café,«maldita memoria y su efecto» gruñóViolette cuando cada rincón de sucuerpo se estremeció.

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Parecía que era la única que aquella

noche no quería irse pronto a la cama.La velada terminó pronto y cuando llegóal piso, se dio cuenta de que irse a lacama era lo último que le apetecía ydecidió dar un paseo con los perros. Lospobres, llevaban tan mal como ella estarencerrados en el pueblo todo el día.Miraba el reloj cada dos por trespreguntándose que estaría haciendo él enaquel instante. Revisó de nuevo el partemeteorológico que daban para elAconcagua a través del teléfono, parecíaque la brecha se mantenía dándolesbastantes horas de margen. Levantó lavista y se quedó observando la nocheoscura. Echaba de menos el cielo del

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refugio, donde no había contaminación ylas estrellas se multiplicaban porinfinito.

—Cuídamelo por favor —susurrómirando a la luna.

Volvió sin prisa a casa y se metió en

la cama con el portátil en el regazo.Buscó información sobre la ascensión,de la expedición, y después se distrajohoras y horas mirando cada foto quehabía de él en internet. Cualquier cosaque la mantuviera unida a Julien.

A las cuatro el corazón le dio unbrinco cuando recibió un mensaje de éljunto a una foto. Sonrió al ver a Julienvestido para salir, pero todavía dentrode la tienda de campaña. Lo encontró

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guapísimo, sobre todo la eclipsó elbrillo de sus ojos y aquella sonrisa quedespertaba tanto en ella.

«Salimos. Estas cumbres, de noche,me recuerdan a tu cuerpo desnudo sobrela cama a la luz de la luna. Estoyenamorado de tus montes, de los vallesde tu cuerpo… Me muero por descubrirnuevos senderos.»

Sonrió y una lágrima resbaló por sumejilla, los miedos estabandesapareciendo.

«Hoy “confórmate” con elAconcagua. Toca el cielo por mí.»

Se pasó todo el día pendiente delteléfono, aunque sabía que como mínimopasarían doce horas antes no tuvieranoticias de él, la ansiedad la podía. Las

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barreras, los pilares en que se apoyabansus miedos se sacudían de formaviolenta hasta quedar completamenteconvertidos en polvo. Lo echaba demenos. Mucho. Envidiaba no estar conél y coronar juntos el techo de Américadel Sur, mucho; pero sobre todo sintiópánico de que le pasara algo.

Sobre las seis de la tarde recibió el

ansiado mensaje. Adjunto le mandó unafoto desde la cima. Se quedó bobaviendo esa cara de felicidad.

«He coronado, ya en campo 2 Nidode Cóndores. Ha ido perfecto. Mepregunto qué hago dando vueltas si elúnico mundo que quiero conquistar erestú, y el resto de la Tierra descubrirla

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contigo.»En la pantalla de Julien apareció

que ella estaba escribiendo. Feliz,esperó ansioso su respuesta. Ella dudó,al principio empezó escribiendo lo quesentía, pero al final lo borró todo yempezó de nuevo.

«Ven.»

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Mediados de enero.

Después de fin de año, Edel le pidióa Seb que la llevara de vuelta.Necesitaba volver a su hogar. Estabanerviosa. Desesperada. No sabía nadade Julien desde el mensaje. No lecontestó, ni siquiera una llamada, nada.Al principio pensó que sería por elviaje, luego navidades, la familia… yluego se quedó sin excusas. Los díaspasaban aumentando la duda. Ni seatrevía a llamarlo por miedo a descubrirque había llegado demasiado tarde. Peroalgo en su interior la animaba a tener

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esperanzas y a esperarle, porque no ibaa hacer nada más que eso, esperar comoél había hecho todos esos años. Era lomínimo que merecía. Era el todo queestaba dispuesta a darle. Pero ahora quepor fin sabía lo que quería la ansiedadla podía.

Los perros empezaron a ladrar ySam tiró de la correa para abrir lapuerta y salir. Su corazón empezó a latircon fuerza solo de imaginar qué podíaocurrir fuera. No se atrevía ni a mirarpor la ventana. Se levantó del sofá sinmirar donde dejaba el libro y se acercóa la puerta corriendo.

Un punto azul eléctrico sobre elmanto blanco. Estaba allí. Saliódisparada y sus piernas se hundieron en

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la nieve, maldiciendo, volvió dentro yse calzó las raquetas de nieve lo másrápido posible y salió en su busca.

Se tiró a sus brazos y él la cogióalzándola. Lo besó en los labios fríosque pronto se enardecieron con elcontacto. Julien se apartó para cogeraire, el camino hasta allí había resultadobastante duro, pero se olvidó del todocuando la vio correr hacia él. La miróembelesado, le acarició el pelo, lasmejillas, sonrió y volvió a besarla. Losperros saltaban a su alrededorlevantando la nieve fresca que habíacaído la pasada noche.

Con dificultad avanzó poco a pocohacia el interior del refugio. Se besaban,reían y se desnudaban a cada paso que

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daban hasta llegar a la cama donde serindieron al placer.

Edel que aún descansaba ahorcajadas sobre él, se incorporó unpoco y besó su pecho, subiendodespacio por la barbilla hasta suslabios. Se quedó embobada mirándolo,incapaz de asimilar que era real. Julienla miraba igual de ensimismado. Élhabía venido, ese era el primer paso,ahora era el turno de ella.

—Tengo mucho miedo a arrastrartehasta aquí para vivir mi sueño y que,aunque estemos rodeados de estainmensidad, te sientas encarcelado —murmuró ella de tirón sin ni siquierarespirar.

—Los días que pasé solo aquí

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arriba fueron como una reafirmación deque no es sólo tu sueño —dijoapartándole un mechón de pelo ycolocándoselo detrás de la oreja—. Nosentí ni un momento la soledad quemuchas veces me engullía viviendo enuna ciudad de diez millones dehabitantes. He conocido demasiadoslugares, demasiada gente para saber quéquiero y, sobre todo, qué no quiero.

—Tendrás que sacarte comomínimo el título de guardés y si tuvierasel de guía ya sería perfecto.

—Eso significa meses estudiando ylejos de aquí ¿estás segura de que mequieres a tu lado? —inquirió jocoso.

Julien no sabía muy bien quéesperar al ir al refugio, pero ni en sus

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mejores sueños esperaba encontrar talrecibimiento. Se estaba arrepintiendo dehaber alargado tanto el momento.

—Es obligatorio, así tendremosque aprovechar más y mejor el tiempo.

—Lo sé, ya estoy apuntado enFoix[7] para el próximo curso —ellasonrió al conocer ese detalle porque leconfirmaba que aquella era su intenciónantes que ella se lo pidiese—. Ademásla soledad de este lugar me permitehacer realidad siempre que quiera misueño de hacerte el amor al aire libre.

—¿Eso es todo lo que se te ocurre?—verlo tan relajado la estaba poniendoaún más nerviosa. Las palabras quenunca había pronunciado le quemaban enla garganta deseosas de salir, pero

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parecía que él no sentía lo mismo.—¿Lo dice la que solo de verme se

me ha tirado a los brazos y me hallevado a la cama? —Julien, que teníalas manos en las caderas femeninas, tiróde ellas para acercarla más y besarla,pero Edel se hizo la remolona. Estabamolesta.

Él se incorporó ofreciéndole susonrisa más rebelde y de un rápidomovimiento la tumbó quedando ahora élencima. Violette se removió y él apresósus manos con las suyas y las llevósobre sus cabezas, reteniéndolas allí.Bajó la cabeza y le mordisqueó el labioinferior, la torturó hasta que un gemidofemenino, suplicando más, resonó comoun eco en la cálida boca masculina. Se

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separó lo mínimo y buscó su mirada.—Voy a fundir todo tu hielo, mi

reina.—Eres el único que puede —

afirmó Edel y una lágrima resbaló por sumejilla, por fin una de felicidad—. Tequiero. Me gusta que me entiendas hastacuando yo no lo hago. Necesito quecuando esté rota me abraces tan fuerteque consigas recomponerme y que meayudes a luchar contra mis miedos.Perdóname por no saber cómodemostrarte lo importante que eres paramí. Enséñame a amarte como mereces,como ni siquiera puedo imaginar.

—Te quiero, el resto loaprenderemos juntos.

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FIN.

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Epílogo

5 años después.

Agosto, calor y eso que no eran nilas diez de la mañana. Edel estabaterminando de hacer los desayunos paraellos, ya no quedaba ningúnexcursionista. Todos se habíanmarchado, unos hacia la montaña; otrosya de vuelta.

En una de las mesas, al lado de laventana y dándole el sol, había una niñapequeña de cinco años pintando con losdos perros a sus pies y cantando por lobajo. Una sombra en la ventana hizo que

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levantara la cabeza. Sonrió y se levantóde golpe para salir fuera. En la puertachocó con un hombre que al verla lacogió en brazos y la lanzó al aire comosabía que le gustaba.

—Bájame que tenemos visita —chilló entre risas intentando zafarse desus brazos.

—¿Humana o animal? —interrogómuy serio bajándola hasta que tocó elsuelo.

—¡Es Erminia! —exclamóilusionada saliendo disparada hacia elexterior seguida por Sam y Joe como susfieles escuderos.

Julien sonrió al oír ese nombre, selo pusieron la primera vez vieron alarmiño. Era una Mustela erminea que

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llevaba todo el verano acercándose y lapequeña estaba loca por verla. Habíahecho varios dibujos que estabancolgados en las paredes del refugio deese mamífero pintado con el pelaje deverano, con el dorso marrón, y otras conel de invierno, con todo blanco, pero entodas tenía la punta de la cola negra. AJulien le sorprendía la capacidad quetenía la niña de querer aprender siemprede todo lo que la rodeaba. Cómoasimilaba rápido y se quedaba con losdetalles más ínfimos de cualquier cosaque le contaran. Hasta él se fascinabadescubriendo algunas cosas con la vistade un niño.

—Ya sabes, no te acerques mucho—le recordó—. Dile de mi parte que se

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asegure que no quede ni un ratón.Edel que había dejado la bandeja

en la mesa, apartó los colores y lashojas hacia un lado, y se apoyó en lamesa quedando embelesada mirándolo.

Estaba cambiado. Lejos quedaba yael hombre más codiciado en el mundo dela moda, tanto como los trajes a mediday los anuncios de perfume. Llevaba elpelo mucho más largo y barba. Ibavestido con unos viejos vaquerosdescoloridos, agujereados, y la camisade cuadros en tonos rojos. Su cuerpotambién había cambiado, seguía siendouna mole de músculo, pero ahora sedebía al propio trabajo del refugio y altiempo que dedicaban a la escalada y alalpinismo. A Edel le seguía pareciendo

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el hombre más atractivo del mundo yestaba segura de que, aun con esaspintas, si se subía a una pasarela, susmiles de fans babearían por él.

Violette también había idocambiando. Pronto comprendió queaquel lugar también formaba parte de él.Poco a poco empezaba a hablar de susmiedos, de sus sentimientos y no seencerraba en ellos. Hacía poco que lehabía confesado que nunca hubieraimaginado ser tan feliz con alguien. Soloesperaba que la vida les sonriera ypudieran seguir disfrutando de su propioparaíso.

En dos zancadas Julien se acercó aella y con fuerza la arrinconó contra lamesa haciendo presión con sus caderas.

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Atrapó sus manos con las suyas y lasllevó detrás de Edel. Le bajó el tirantedel vestido amarillo veraniego con losdientes haciéndola vibrar. Sonrió sobresu piel antes de reseguir con la lengua laclavícula y subir hacia el cuello.

—No me hagas esto ahora, porfavor —jadeó Edel al tiempo que lerodeaba la cintura con la piernaarrimándose más. El ruido de la puertaabriéndose hizo que se separaran degolpe.

—Venga a desayunar —balbuceóJulien, al ver a la pequeña.

Edel se sujetó en la mesa pararecuperar la estabilidad en las piernas yél le ofreció aquella risa canalla quetanto le gustaba mientras se daba la

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vuelta y se sentaba junto a la niña.—Se nos ha escapado —dijo la

cría disgustada y jadeando como sihubiera estado corriendo. Cogió el vasode leche y le dio un buen trago, cuandolo dejó en la mesa un bigote blancoperfilaba sus labios.

—Ya sabes cómo es, volverá —afirmó Julien sonriendo y dándole unbeso en la coronilla.

Desayunaron los tres juntosmientras la pequeña les contaba pordonde había estado buscando al pequeñocarnívoro. Ya no preguntaba si podíaquedárselo como mascota, con una solavez que le dijeron que era un animal quevivía en libertad y que era peligroso, yano lo había vuelto a insinuar. Eso no

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impedía que se pasara el día buscándoloa él, a las marmotas y a cualquier otroanimal que se atreviera a acercarse alrefugio.

—Aún falta un rato para quelleguen y la comida está lista, ¿vamos adarnos un baño? Nos da tiempo.

La niña sonrió encantada con lapropuesta de Julien y se levantó lacamiseta enseñando que ya llevabapuesto un bañador verde con unestampado de fresas.

—Lista.Mientras Edel subía a cambiarse,

los oyó abajo recogiéndolo todo.Observó la habitación, había cambiadomuy poco desde que vivían juntos.Donde más se notaba era en el olor al

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entrar. Seguía habiendo aquel matiz delaroma de él y que la volvía loca. Julienera reacio a utilizar otro jabón que nofuera la pastilla de la misma marca quehabía utilizado siempre, se negaba enrotundo. Decía que los de bote solo eranagua y que no era igual. Hasta paraviajar o en las expediciones, nada habíamás práctico. Había recuerdos y fotosde los viajes que habían realizado portodo el mundo para coronar Las SieteCumbres. En la mesilla vio las gafas deJulien e hizo que a su mente le viniera laimagen de él tumbado en aquella mismacama, con el pecho desnudo, leyendo. Legustaba verlo así, concentrado, con loslabios juntos…

—Date prisa —le gritaron al

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unísono desde abajo y ella se apresuróen ponerse el biquini.

Como cada día que iban hasta la

poza, acabaron haciendo una carrerapara ver quien se metía antes,desnudándose ya por el camino ydejando un rastro de ropa tras ellos. Latemperatura del agua no permitía estardentro chapoteando como patos durantehoras, aunque estuvieran acostumbradosa las bajas temperaturas, pero les erasuficiente. A la vuelta se cambiaron,sentándose luego en las mesas de fueradejando que el sol y el calor les secarael pelo y les templara la piel.

Los ladridos de Joe y Sam hicieronque la pequeña fuera con ellos corriendo

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hasta la explanada. Julien se puso en pieacercándose a la guardesa, la cogió delas axilas y la levantó, ella se enroscó asu cintura escondiendo la cabeza en sucuello y aspirando su olor.

—Te quiero —ronroneó Edelsobre su boca.

—Y yo a ti —contestó él atrapandosus labios con desesperación —. Ahorano seas tú la mala, que ya están aquí.

Del helicóptero bajaron Seb y

Mariette, que de nuevo estabaembarazada de tres meses. La madre seagachó para abrazar a Zoe que se le tiróal cuello y cayeron las dos sobre lahierba. Seb, se acercó a ellas y les hizocosquillas.

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—Hola, papá.—Hola, mi niña, te he echado de

menos.—Y yo a vosotros.Los viejos amigos se saludaron

mientras Zoe les contaba a sus padrestodo lo que había hecho durante lasemana, aunque cada noche habíahablado con ellos por teléfono antes deacostarse. Los guardeses estabancontentos de tenerla allí arriba enverano y vacaciones, mientras Mariettey Seb trabajaban.

A la hora de comer el refugio sellenó de excursionistas que con el buentiempo se animaban a subir. Hasta queno terminaron de servir a todos no sepusieron ellos a comer.

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Las tres mujeres están tumbadas enla hierba y ellos dos estaban sentados enla mesa donde habían comido,observándolas encandilados.

—¿Aún no acepta? —preguntó Sebsin dejar de mirarlas.

—No, se cierra en banda cada vezque saco el tema —dijo Julien conpesar.

—Pero mírala, sería una madremaravillosa.

—Lo sé, es feliz cuando Zoe estáaquí.

—Llegará, dale tiempo, ¡mira loque le costó contigo!

—Ya, pero eso debería ser motivopara arriesgar. Lo peor es que laentiendo. Ese miedo a perder lo que más

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quieres —murmuró, más enamorado quenunca. Cada día entendía mejor esemiedo irracional de ella. Ese pavor. Esaimpotencia a perder lo que más quieresy no poder hacer nada.

—¡Con las ganas que tú tienes decambiar pañales! —bromeó el pilotodándole un palmada en el hombro.

—A Mariette, ¿le ha contado algo?—Solo eso, que sí le gustaría pero

el miedo a que le ocurra algo laparaliza. Le preocupan sus estudios, queenferme.

—Hoy en día es todo más fácil. Nosoy un inconsciente, sé lo que implica,pero tenemos tiempo hasta que vaya a laescuela. Hay formas para aprender,además muchas de las enfermedades se

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contagian en el colegio. Y tendráamigos, Zoe, el que llega…, no sé.Puede que sea demasiado soñador, pero¿a qué padre no le gustaría que sus hijoscrecieran viviendo la naturaleza,conociéndola? Poder apártalos delpeligro, de ese horror de mundo que eshay allí abajo.

La niña se les acercó y Seb lacogió sentándola en su regazo. Pormucho que Mariette dijera, la niña eraigual que su padre. Rubia, con el peloondulado y los ojos azules.

—¿No me puedo quedar más días?—preguntó la pequeña reposando lacabeza en el pecho del piloto.

—Pero si mañana nos vamos a laplaya, ¿dónde están esas ganas de ver

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los peces?—¡Ah sí, es verdad! —dijo

incorporándose de golpe— Pero a lavuelta aún no tengo que ir al cole ¿no?¿Podré volver? —preguntó melosa ycoqueta mirando a Julien, sabiendo yacomo embaucar a esos dos hombres queserían capaces de cualquier cosa que lespidiera.

—Zoe, sabes que puedes venircuando quieras —ella alargó los brazosy Julien la cogió mientras se ponían enpie para despedirse—. ¿Lo has pasadobien?

—Ha sido supermegagenial —dijocopiando la frase que oyó repetidasveces de unos niños que estuvieron consus padres días atrás en el refugio.

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*

Cinco años, día a día compartiendo

veinticuatro horas juntos en ese lugarremoto y a Julien, a veces, le parecíaninsuficientes. Tenía la sensación de irsea dormir y no haber tenido bastante, poreso se quedaba desvelado viéndoladormir hasta que ella despertaba y seponían a hablar o lo que surgiera.

A veces tenía la necesidad deabrazarla, de sentir su piel pegada a lasuya, besarla, olerla, sentir que estabaahí, que no era un sueño. La besó suaveen la frente, un roce como un dulcealeteo que fue bajando despacio haciasus labios que vibraron al sentir el

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cálido aliento de ella.—Me encanta que me despiertes a

besos —murmuró Edel acurrucándosemás cerca de él y descansando la cabezaen su pecho. Se entretuvo jugando con elpoco vello que tenía. El latido de Julienque le susurraba como una dulcemelodía consiguió calmarla y darle elempujón final que necesitaba parahablar.

—Lo siento, sé que quieres serpadre, pero… —balbuceó nerviosaViolette. Quería dárselo todo. Verlofeliz, pero había cosas que aún se leresistían y que solo de pensarlo leoprimían el corazón hasta doler.

—Tranquila —Julien la abrazó,calmándola— tampoco debe de ser tan

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divertido cambiar pañales. Imagina unaZoe2 por aquí, Joe acabaría sin cola conalguno de sus experimentos, sería capazde volver locas a todas las Erminias,lagartijas y marmotas de la zona yexterminarlas.

—¿Te estás burlando? —murmuróella, levantado la cabeza yescudriñándolo con los ojos.

—Nadie mejor que tú para saber loque es criarse aquí arriba —agregó élacariciándole la espalda y la curva desus caderas con una mano mientras leacunaba la cara con la otra—. Estoyseguro de que, si tenemos hijos, amaráneste modo de vida tanto como nosotros.

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Actualidad.

—¿Abuelo? —preguntó Edel,incrédula, sin saber si aquello era unsueño o una realidad algo distorsionada.Se llevó las manos a la cara y serestregó los ojos para asegurarse que loque veía era real. Frente a ella, en lapenumbra, vio a su abuelo sonriéndole.

—Hemos venido a conocer a lapequeña —dijo otra voz detrás de él.Cuando vio los rostros de sus padressalir de detrás de las espaldas del viejoguardés, no pudo evitar gemir y ponersea llorar.

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Julien se removió en la cama y al

darse cuenta que estaba solo, seincorporó y vio a Edel dándole laespalda mirando por el ventanal. Seacercó a ella y la abrazó por detrásapoyando la cabeza en su hombro. Notóque respiraba pesadamente y que teníala piel erizada. Le dio la vueltagirándose él también para poder verle lacara con la poca luz nocturna que secolaba a través del cristal.

—¿Estás bien? —Ella no contestó,solo levantó los ojos hacia él, que sepuso nervioso al ver que estaba llorando— ¿Una pesadilla?

—No, más bien un sueño bonito —murmuró Edel acercándose para que

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volviera a abrazarla—. Han venido aconocer a Lys —dijo dando un dulcebeso en la coronilla de su hija quesostenía en brazos. La pequeña tenía tressemanas de vida y estaba despiertaobservando a sus padres.

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Agradecimientos

Cada libro tiene su propia historia.Edelweiss empezó a ocupar mi mente elpasado verano cuando estuvimos en losAlpes. Aquel rincón de mundo meconquistó y poco a poco la idea fueganando fuerza. La primera vez que lepuse “fin” sabía que había algo que noacababa de convencerme, pero noencontraba qué era hasta que la mandé alos lectores cero y me hicieron ver elproblema. Este es el resultado. Ahora síes la novela que tenía en mente y la quelos personajes se merecen. Por eso esteapartado, hoy más que nunca, tiene todoel significado:

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Mi más sincero agradecimientopara Norma Estrella, por todo. Por susconsejos, por creer en este proyecto y,sobre todo, por esos puntos suspensivos.Eres grande, Blas.

A mis sevillanas: Lorena, MaríaJosé y Tamara, gracias por dar tantoestando tan lejos.

A Beatriz Gant por estar ahí, por suinterés, gracias.

A Patricia Hervías, por encontrarun hueco entre bibe y bibe para mí,gracias nena.

A mi familia, por estar ahíqueriendo formar parte de esta aventura.

A mi marido, por llevarme de lamano a descubrir rincones de estemundo que son pura inspiración y por

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vivir cada libro tan intensamente ydarme alas para huir a ese segundomundo que a veces me absorbe. Tequiero.

Por último, pero el más importante,a ti lector, por dar vida a cada historia yseguir alimentando este sueño. Graciasde corazón.

[1] Hola, en francés.[2] Mi querida, en francés.[3] Cima más alta de los Écrins

(4101m).[4] Si olvido, en francés.[5] Montaña en el mismo macizo de

los Écrins.[6] “Felices sueños, querida” en

francés.

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[7] Pueblo del Pirineo francésdonde se imparten los cursos de guardésde refugio.