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e EDUCAR PARA UNA CULTURA MEDIOAMBIENTAL PEDRO ORTEGA RUIZ (*) RAMÓN MÍNGUEZ VALLEJOS (*) RESUMEN. Hasta ahora, el problema medioambiental ha sido tratado desde pers- pectivas ecológicas, económicas, biológicas, políticas, etc. La perspectiva moral del problema medioambiental ha sido insuficientemente tratada. El presente trabajo postula un cambio de paradigma en el trato con la naturaleza que nos sitúe a los hu- manos y no humanos como miembros o sujetos de una misma comunidad biótica. En tal sentido, el paradigma antropocéntrico, predominante durante muchos años en el trato con la naturaleza debe ser sustituido por otro paradigma que responda mejor a la real situación del hombre en el planeta Tierra. Defendemos el paradigma biocéntrico como el modelo más adecuado para abordar las difíciles relaciones del hombre con la naturaleza. Entendemos que el problema medioambiental, en su raíz, es un problema moral, y desde esta perspectiva, debe abordarse la crisis medioam- biental a la que la sociedad actual se enfrenta. ABSTRACT. To date, the environmental problem has been dealt with from ecolog- ical, economic, biological and political standpoints, among others. The moral view of the environmental problem has not been sufficiently developed. This paper vouches for a change of paradigm when dealing with nature—one that sets humans and non-humans as members or subjects of one same biotic community. In this re- spect, the anthropocentric paradigm, dominant for many years when dealing with nature, should be replaced by another paradigm that can better respond to the actual situation of man on the planet Earth. We defend die biocentric paradigm as the most appropriate model for assessing the difficult relations between man and nature. We understand that the root of the environmental problem is of a moral nature, and chis is the viewpoint from which the environmental crisis that present-day society is facing must be assessed. ( S ) Universidad de Murcia. Revista de Educación, núm. extraordinario (2003), pp. 271-294 271 Fecha de entrada: 01-10-2003 Fecha de aceptación: 03-11-2003

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eEDUCAR PARA UNA CULTURA MEDIOAMBIENTAL

PEDRO ORTEGA RUIZ (*)RAMÓN MÍNGUEZ VALLEJOS (*)

RESUMEN. Hasta ahora, el problema medioambiental ha sido tratado desde pers-pectivas ecológicas, económicas, biológicas, políticas, etc. La perspectiva moral delproblema medioambiental ha sido insuficientemente tratada. El presente trabajopostula un cambio de paradigma en el trato con la naturaleza que nos sitúe a los hu-manos y no humanos como miembros o sujetos de una misma comunidad biótica.En tal sentido, el paradigma antropocéntrico, predominante durante muchos añosen el trato con la naturaleza debe ser sustituido por otro paradigma que respondamejor a la real situación del hombre en el planeta Tierra. Defendemos el paradigmabiocéntrico como el modelo más adecuado para abordar las difíciles relaciones delhombre con la naturaleza. Entendemos que el problema medioambiental, en su raíz,es un problema moral, y desde esta perspectiva, debe abordarse la crisis medioam-biental a la que la sociedad actual se enfrenta.

ABSTRACT. To date, the environmental problem has been dealt with from ecolog-ical, economic, biological and political standpoints, among others. The moral viewof the environmental problem has not been sufficiently developed. This papervouches for a change of paradigm when dealing with nature—one that sets humansand non-humans as members or subjects of one same biotic community. In this re-spect, the anthropocentric paradigm, dominant for many years when dealing withnature, should be replaced by another paradigm that can better respond to the actualsituation of man on the planet Earth. We defend die biocentric paradigm as themost appropriate model for assessing the difficult relations between man and nature.We understand that the root of the environmental problem is of a moral nature, andchis is the viewpoint from which the environmental crisis that present-day society isfacing must be assessed.

(S) Universidad de Murcia.

Revista de Educación, núm. extraordinario (2003), pp. 271-294 271Fecha de entrada: 01-10-2003 Fecha de aceptación: 03-11-2003

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LAS DIFÍCILES RELACIONES DELHOMBRE CON LA NATURALEZA.

NUEVO PARADIGMA?

Una de las características que mejor definena la crisis medioambiental es su enormecomplejidad. De una u otra manera todaslas actividades humanas están afectadas porella. No se trata, por tanto, de un problemasólo ecológico que haya de ser tratado en elámbito exclusivo de la ecología. En la era dela globalización ya no es posible sustraer unproblema a la influencia de otros proble-mas. Todo aparece interrelacionado. Y estaes la clave para entender esta crisis, si sabe-mos ubicarla «en el marco de una crisis demayor amplitud que afecta a los pilares delproyecto civilizador de la modernidad» (Ca-ride y Meira, 2001, p. 36). La relación entreel hombre y la biosfera ha sido todo menospacífica. Se ha caracterizado por el aumentode desequilibrios o disfuncionalidades oca-sionados por el singular comportamientohumano. La capacidad tecnológica de la so-ciedad actual en el uso y transformación dela energía, la facilidad del transporte de mer-cancías, la sobreexplotación de los recursosnaturales y la superproducción y la manipu-lación genética de alimentos, el uso intensi-vo de productos químicos en la agriculturacon sus posibles consecuencias en la altera-ción del genoma y comportamiento huma-nos ha llevado al extremo el proyecto de lamodernidad de dominio de la naturaleza.Tal grado de desequilibrios ha sobrepasadola capacidad de «acogida» o asimilación porparte de la biosfera, y la reacción se ha hechoinevitable (Díaz Pineda, 1996). Para Mar-cuse (1972, p. 193), este estado de cosas, deabierta hostilidad entre el hombre y la natu-raleza, no es ajeno a la ciencia que «gracias asu propio método y sus conceptos, ha pro-yectado y promovido un universo en el quela dominación de la naturaleza ha permane-cido ligada a la dominación del hombre: unlazo que tiende a ser fatal para el universocomo totalidad». Hasta el punto que lo quedebió ser instrumento de liberación de la

propia naturaleza, en el proyecto ilustrado,se convierte, con la ciencia, en herramientade dominación. «La naturaleza, comprendi-da y dominada por la ciencia, reaparece enel aparato técnico de producción y de des-trucción, que sostiene y mejora la vida de losindividuos al tiempo que los subordina a losdueños del aparato» (pp. 193-94). Y másadelante llega a afirmar: «La civilización...ha tratado a la naturaleza como ha tratado alhombre: como un instrumento de la pro-ductividad destructora» (pp. 268-69).

En las últimas décadas se ha empezadoa tomar conciencia de que economía y de-sarrollo ya no pueden ir por caminos sepa-rados y menos aún enfrentados con el cui-dado de la naturaleza; que el bienestar de lahumanidad está indisolublemente vincula-do al desarrollo con la naturaleza; que sehace inaplazable un contrato natural basadoen la alianza de la ciencia, el desarrollo y lapreservación del medio ambiente (MayorZaragoza, 2001). Si en las décadas pasadasse nos había enseriado a pensar y vivir enun mundo de recursos naturales inagota-bles, los informes del Club de Roma LosLimites del crecimiento (1975), Factor 4(1997) y Nuestro futuro común (1992) nosadvierten que los recursos naturales son li-mitados y que los residuos producidos porel consumo cada vez mayor de energía ymaterias primas ponen en peligro la capa-cidad de «acogida» del ecosistema. Hastaahora, la respuesta a esta situación de«emergencia ambiental» se ha limitado a larestauración de los daños producidos y a laprevención de los fenómenos de degrada-ción del medio ambiente. Pero esta res-puesta, aun siendo necesaria, está siendodel todo insuficiente porque deja intactaslas causas que producen el problema am-biental: 1) una concepción de las relacioneshombre-naturaleza fundada en el dominioy explotación; y 2) el sistema económico deproducción y distribución de las riquezasque está generando la sobreexplotación delos recursos naturales en los países pobres ysu inevitable degradación. Son estos dos

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factores los que se han de modificar paracambiar las «condiciones ambientales» yafrontar adecuadamente la crisis ambientalque nos afecta. Es indispensable descubrirlas relaciones estrechas, sistérnicas que exis-ten entre 1) la degradación del medio am-biente, y 2) las actitudes, valores y estilos devida que se mantienen y el sistema econó-mico dominante que gobierna las relacio-nes de producción y distribución de las ri-quezas. La cultura, traducida en estilo devida, y sistema económico están en la raízde la crisis ambiental que padecemos.

Hasta hace pocas décadas, el proble-ma medioambiental se ha percibido comoalgo local limitado en sus efectos a lasfronteras de un país o región. Ahora se haasumido que el medio y su alteración oprotección tiene consecuencias globales.Las fotografías de la Tierra, tomadas desdeel espacio en las expediciones del Apolo,nos mostraron un planeta unido por siste-mas ecológicos, ignorando las fronteraspolíticas actualmente existentes. «Antes,cuando los pueblos vivían aislados, traspa-sar los umbrales de la sostenibilidad sólotenía consecuencias reducidas al ámbitode lo local. Hoy, en cambio, en la era de laglobalización de la economía, la técnica yla información, traspasar un umbral en unpaís puede suponer añadir dificultades yproblemas en otros países» (Ortega yMínguez, 2001, p. 162). La tierra se nosha quedado demasiado pequeña, y nues-tro horizonte visual y moral ya no acabaen la inmediatez de las fronteras o límitesde nuestra región o país, sino que se ex-tiende a cualquier lugar del planeta queantes sólo lo contemplábamos en nuestrafantasía. El problema ambiental tambiénse ha globalizado, ha pasado a ser un signode nuestro tiempo.

La visión dialéctica hombre-naturale-za, presente en toda la tradición judeo-cris-tiana, ha impregnado toda la cultura occi-dental y las relaciones del hombre con sumedio. Dominar y explotar la tierra ha sidouna consigna o mandato divino, repetido

durante siglos, que lo ligaba a la supervi-vencia de la especie humana y, más tarde, ala prosperidad y al progreso. Esta culturamilenaria ha conformado nuestra sociedadoccidental y ha configurado una visión deluniverso como un sistema mecánico com-puesto de piezas, el cuerpo humano comouna máquina, la vida en sociedad comouna lucha competitiva por la existencia yha hecho posible la creencia en un progresomaterial ilimitado a través del crecimientoeconómico y tecnológico (Capra, 2002).Esta cosmovisión, sobre la cual nuestra cul-tura ha sistematizado los problemas mora-les, está en la raíz del puesto que nuestratradición filosófica asigna al hombre en elcosmos y del papel que le otorga como ad-ministrador y transformador de la natura-leza. En nuestros días, sin embargo, se em-pieza a ver al ser humano como un vivientemás junto a o con los otros seres vivos, conquienes comparte solidariamente la aven-tura de la vida. El hombre no es ya un servivo contrapuesto a una naturaleza que do-mina y transforma, sino un ser viviente quese realiza en interdependencia con otros.De conquistador de la comunidad terrestreha pasado a ser un simple miembro y ciu-dadano de ella, un miembro más de la co-munidad biótica (Leopold, 2000). Se per-cibe como un elemento vivo del ecosistemaglobal que, para su pervivencia, es necesa-ria también la continuidad de la vida deotros seres. Vive en estrecha interdepen-dencia, en una red de relaciones, en la queel éxito de cada individuo depende del éxi-to de la comunidad como un todo. En lacasa común (oikós), que es la tierra, nadieni nada es extraño o ajeno, todos formanparte de un prodigioso entramado con unmismo destino: hacer posible, ininterrum-pidamente, el espectáculo de la vida. Elloexplica la aparición de una abundante bi-bliografía que reclama la sustitución delparadigma ético heredado por un nuevomodelo en el que las relaciones del hombrecon la naturaleza no se entiendan desde laposición privilegiada o central de aquél en

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el mundo, sino como otro ser vivo másjunto a o con los otros seres vivos en la co-munidad biótica. Se plantea abiertamenteel tránsito de una visión netamente antro-pocéntrica, de raíces kantianas, en la quelas relaciones morales sólo se pueden esta-blecer entre sujetos capaces de razonar, detomar decisiones y de asumir responsabili-dades, dominante en las pasadas décadas, aotra en que se piensa que también el restode los seres vivos puede ser sujeto moral, enel sentido de ser sujetos de derechos, no deresponsabilidades, de los que no se les pue-de despojar impunemente (Ortega y Mín-guez, 2001). Se está produciendo, lenta-mente, el tránsito del paradigma cartesianoa un modelo holista, g, lobalizador en la in-terpretación del hombre en la naturalezaque rompe con el dualismo hombre-natu-raleza hasta ahora existente. Este nuevo en-foque reconoce, por una parte, la interde-pendencia fundamental entre todos losseres y, por otra, el hecho de que, como in-dividuos y como sociedades, estamos todosinmersos en los procesos cíclicos de la na-turaleza. «Cuando esta profunda percep-ción ecológica se vuelve parte de nuestravida cotidiana, emerge un sistema ético ra-dicalmente nuevo» (Capra, 2002, p. 32).

Esta reubicación del hombre en elcosmos implica un cambio radical en lacomprensión de los valores morales e in-troduce un nuevo paradigma en el que loético rompe los límites de la antropologíatradicional, exigiendo pensar al hombredesde una concepción menos unidimen-sional, ampliando el campo de la ética alámbito de las relaciones del hombre conla naturaleza, resaltando la identidad y eldestino común de ambos. «Una ética me-dioambiental, así reconstruida, está ca-pacitada tanto para hacer justicia al pro-tagonismo del hombre en el mundomoral como para rehabilitar a la natura-leza mediante el reconocimiento de susvalores y de su dignidad» (Gómez-Heras,2000, p. 18). A partir de ahora ya no seconsidera al ser humano como el único

ser capaz de establecer relaciones moraleso el único referente moral. También losotros seres, vivos serían, al menos, consi-derados objetos morales, no sometidos,por tanto, al uso abusivo del hombre. Lanaturaleza adquiere con ello valor intrín-seco y es reconocida como sujeto moral.Los imperativos morales ya no son dadosúnicamente por el sujeto transcendental,como en la ética kantiana, sino que sonexplicitaciones de la ley suprema de la na-turaleza: algo es justo cuando tiende aconservar la integridad de la naturaleza;algo es injusto cuando la degrada y des-truye. «Ver únicamente a los seres huma-nos como fines en sí mismos, y a todas lasdemás especies como meros instrumen-tos al servicio de los intereses humanos,constituye un fallo de imaginación mo-ral» (Jacobs, 1997, p. 145).

Aun admitiendo que la comunidad éti-ca sea la comunidad de los seres humanosracionales en tanto que racionales y capacesde comunicación intersubjetiva, se discuteseriamente que los principios y las normasemanados de una ética así construida ten-gan que recluirse, a su vez, en los límites delmundo de los seres vivos racionales. HansJonas (1995), en su ya clásica obra: El prin-cipio de responsabilidad, nos advierte que lanaturaleza de la acción humana ha cambia-do de facto y que a la misma se le ha agregadoun objeto de orden totalmente nuevo: labiosfera del planeta, de la que hemos de res-ponder, ya que tenemos poder sobre ella. Es,sin duda, un novum sobre el cual la teoríaética tiene que reflexionar. Y no se trata deuna «novedad» puramente cuantitativa quepueda ser tratada con los criterios éticos tra-dicionales, sino de un «orden moral» que,por inaugurar horizontes inéditos para la ac-ción humana, exige también principios mo-rales nuevos. Sostiene Jonas que ya no es unsinsentido preguntar si el estado de la natu-raleza extrahumana, ahora sometida a nues-tro poder, puede plantearnos algo así comouna exigencia moral, no sólo en razón denosotros, sino también en razón de ella y

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por su derecho propio. Ello obligaría, afirmaJonas, a un nada desdeñable cambio deideas en los fundamentos de la ética. «Impli-caría que habría de buscarse no sólo el bienhumano, sino también el bien de las cosasextrahumanas, esto es, implicaría ampliar elreconocimiento de "fines en sí mismos" másallá de la esfera humana e incorporar al con-cepto de bien humano el cuidado de ellos»(Jonas, 1995, p. 35). Para Habermas (2002,pp. 62-63) Marcuse defiende la idea de unareconciliación del hombre con la naturaleza,atribuyéndole a ésta la categoría de interlo-cutor moral. «En lugar de tratar a la natura-leza como objeto de una disposición posi-ble, se la podría considerar como elinterlocutor en una posible interacción. Envez de a la naturaleza explotada cabe buscara la naturaleza fraternal». Más aún, atribuyea la naturaleza la capacidad de intercomuni-cación con los seres humanos, estableciendoentre ambos una verdadera intersubjetivi-dad, hasta tal punto que vincula liberaciónde la naturaleza y liberación de la comuni-dad humana. «La subjetividad de la natura-leza, todavía encadenada, no podrá ser libe-rada hasta que la comunicación de loshombres entre sí no se vea libre de dominio.Sólo cuando los hombres comunicaran sincoacciones y cada uno pudiera reconocerseen el otro, podría la especie humana recono-cer a la naturaleza como un sujeto y no sólo,como quería el idealismo alemán, recono-cerla como lo otro de sí, sino reconocerse enella como en otro sujeto» (p. 63). TambiénHorkheimer y Adorno (1994) rechazan lavisión de la naturaleza como mera objetivi-dad que ha impuesto la Ilustración. «Lo quelos hombres quieren aprender de la natura-leza es servirse de ella para dominarla porcompleto, a ella y a los hombres. Ningunaotra cosa cuenta» (p. 60). Y denuncian loque Horkheimer llama la «enfermedad de larazón» que tiene en su propio origen el afándel hombre de dominar la naturaleza. Es de-cir, la Ilustración nace bajo el signo del do-minio e introniza el saber de la ciencia, noya para la felicidad del conocimiento, sino

para la explotación y el dominio sobre la na-turaleza desencantada (Sánchez, 1994). «LaIlustración se relaciona con las cosas como eldictador con los hombres. Este los conoceen la medida en que puede manipularlos. Elhombre de la ciencia conoce las cosas en lamedida en que puede hacerlas. De talmodo, el en sí de las mismas se convierte enpara él» (Horkheimer y Adorno, 1994,pp. 64-65). Esta ampliación del campo mo-ral rompe los límites de la ética hasta ahoraconocida. No sólo debemos cuidar y preser-var la naturaleza porque es un bien del quetenemos que dar cuenta a las generacio-nes futuras, sino porque los seres vivos (lanaturaleza extrahumana, como dice lonas)también son «fines en sí mismos», indepen-dientemente de que nos sean o no útiles ynecesarios, a nosotros y a las generacionessiguientes.

En este trabajo no pretendemos si-tuarnos en una posición éticamente neu-tral. Por el contrario, tomamos partido.Consideramos necesario ensanchar elcampo de nuestras relaciones morales alámbito de todos los seres vivos, más allá delas estrictas relaciones interhumanas, a noser que creamos que lo crucial en morali-dad es la pertenencia a la especie humana;y si no es así, entonces habremos de consi-derar la posibilidad de que los no huma-nos posean características que también lespermitan ser incluidos dentro de la esferade la moralidad (Attfield, 1997). Pero este«ensanchamiento» no puede venir de lamano de la ética discursiva, incapaz de si-tuar una relación moral fiara de una co-munidad de hablantes. Con los otros seresvivos no humanos sólo se podría ejercer labeneficencia y la compasión, pero no ads-cribirles derechos, pues la justicia, comoprincipio regulativo, sólo opera en el ám-bito de la simetría (Guerra, 2001). No rei-vindicamos, sin embargo, una relaciónmoral estrictamente simétrica, atribuyen-do a los seres vivos no humanos deberesmorales hacia los humanos en una relaciónde reciprocidad. Obviamente ésta no es

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posible en seres carentes de conciencia y,por tanto, de responsabilidad. Pero sí pue-den y deben ser considerados al menoscomo objetos morales, si no como sujetosrespecto de los cuales cualquier trato nopuede ser neutral o indiferente, carente decualidad moral. Con ello, nos apartamosdel antropocentrismo radical de fuerteimplantación en toda la ética tradicional.Nuestra posición, por el contrario, seaproxima a las tesis propuestas por Naess(1984) quien propugna una ruptura conla ética tradicional y considera que todaslas formas de vida son depositarias de va-lores intrínsecos. A saber: 1) Todas las for-mas de vida, humanas y no humanas, tie-nen un valor intrínseco; 2) la diversidadde formas de vida contribuye a la realiza-ción de los valores y ellas mismas son ex-presión del valor; 3) el ser humano nopuede poner en peligro esta diversidad deformas de vida y disponer de ellas abusiva-mente. Sólo le está permitido usar de ellaspara satisfacer necesidades vitales; 4) hastaahora, la acción del hombre sobre la natu-raleza se ha demostrado excesiva y perni-ciosa; 5) es perfectamente compatible ladisminución de la población y el desarro-llo de la vida y la cultura; 6) un cambio enlos sistemas de producción y distribuciónde la riqueza, es decir, en las estructuraseconómicas y políticas de los países re-dundaría en una mejora de las condicio-nes de vida; 7) habría que optar por unamejora de la «calidad de vida» por encimadel «nivel de vida». Defendemos, por tan-to, una posición que aborde el trato a lanaturaleza desde el respeto y el cuidado detodas las formas de vida que permita unagestión equilibrada del medio ambiente,de modo que se satisfagan, por una parte,las necesidades del hombre actual y las delas generaciones siguientes (sus necesida-des vitales) y, por otra, se haga efectivo elrespeto debido a todas las formas de vidacomo un valor intrínseco. No hablamos,entiéndase bien, de la protección de cadauno de los individuos de las especies no

humanas, sino de los ecosistemas como untodo, de modo que se preserven la integri-dad, la estabilidad y la belleza de la comu-nidad biótica, aunque tal posición susciteotros problemas, entre ellos la evidenteasimetría entre individuos humanos y nohumanos. Para Jacobs (1997, p. 147) talposición «pluralista» tampoco está exentade dificultades y no ve cómo podría usarseen la práctica. «Qué tendría más pesocuando ecosistemas y seres humanos (oincluso miembros de otras especies) entra-ran en conflicto? Este no sería un proble-ma sólo de comparar el valor de diferentesindividuos, sino de diferentes clases de co-sas; concretamente, individuos y ecosiste-mas. Podría el valor intrínseco de un raroecosistema superar al valor intrínseco de lavida de una persona o de una comunidadhumana?».

Es un hecho observable que deteriorodel medio lo ha habido siempre, desde elmomento mismo en que el hombre encon-tró un modo de vida sedentario y con él lanecesidad de transformar su medio, trabajary explotar la tierra para sobrevivir. Es la úni-ca especie animal que tiene el extraño «privi-legio» de alterar el equilibrio ecológico. Lasdemás especies se adaptan a un medio yadado. El ser humano, por el contrario, lo tie-ne que crear, y por lo tanto transformar y, nopocas veces, peligrosamente alterar. Nodefendemos, por tanto, un retorno a unanaturaleza idílica, o instaurar una imagenseráfico del hombre, ello significaría «desna-turalizarlo», negarle su condición inherentede animal cultural, y en tanto que cultural,también transformador del medio y del pai-saje. «Restaurar», «retornar» al seno de unanaturaleza «buena» es, tal vez, lo que hay demás peligroso en los discursos de la educa-ción ambiental. Nos situaría en una casi«teologización» del discurso que inconscien-temente deifica a la Naturaleza. «Cansadode ser el «dominador» de la naturaleza, esesujeto (el ser humano) se coloca ahora «vo-luntariamente» en una posición de servilis-mo a la naturaleza, entregándose al flujo

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«aleatorio» de los acontecimientos políticos»(Grün, 1997, p. 200). No se trata ni de serdioses ni siervos en la relación con la natura-leza, sino de reconocer que la acción trans-formadora del hombre, en las últimas déca-das, ha roto el equilibrio ecológico y que lasalteraciones producidas desbordan ya las ca-pacidades del sistema para «acoger» o asimi-lar el cambio, y que sólo con la llegada de larevolución industrial y el espectacular desa-rrollo científico y tecnológico de los últimosdecenios, la humanidad ha perdido la pazecológica en la que había vivido durante si-glos. En el discurso medioambiental es ne-cesario precisar el sentido de los términosque se utilizan y evitar la «demonización» dealgunos de ellos. Así, la alteración (inevita-ble) del medio no puede seguir siendo vistacomo algo en sí mismo negativo, a no ser quelo que se esté postulando sea la vuelta al pa-raíso perdido, al jardín del Edén, desde unaconcepción mítica de la naturaleza, en laque, al parecer, caen no pocos defensores delmedio ambiente. Sólo los desmanes en laexplotación de la naturaleza, producida conel acelerado desarrollo industrial, han gene-rado los peligros para los ecosistemas, no lainevitable alteración del medio por la accióndel hombre que, desde su sedentarización,se ha estado produciendo.

Nos resulta difícil admitir, por ahora,la reciprocidad de hombre y naturaleza enuna relación moral simétrica. Ésta sólo esplanteable entre iguales desde un igualita-rismo biótico profundo, como sostieneNaess (1984). Pero tampoco es asumible,por nuestra parte, la consideración de losseres vivos como carentes de valor y, por lotanto, de aprecio y estima, de relevanciamoral. Defendemos que son seres que porsí y de sí merecen nuestro reconocimientoo nuestro respeto (que valen), que se tra-duce en actitudes y comportamientos deprotección y cuidado (en inglés, care), in-dependientemente de que nos reportenalgún beneficio o utilidad. Y tienen valor(es decir, valen), no porque nosotros, enun acto de gratuidad, hagamos donación

de este reconocimiento y sólo por estosean dignos o «valgan». Es más bien exigi-do desde su valiosidad intrínseca. Ésta noestá vinculada a la capacidad de comuni-cación en un lenguaje hablado, como laentendemos en los seres racionales. Tam-bién los otros seres animales no racionalesexpresan y suscitan sentimientos, y es«otra» forma de comunicación con losotros. Por ello, nos distanciamos del de-nominado antropocentrismo «débil»,porque enmascara aquello que en el «fuer-te» aparece explícitamente afirmado: lacondición exclusiva del ser humano comoreferente moral. Por otra parte, tampocoestá clara la separación radical y nítida quese pretende establecer entre humanos y nohumanos. «El extrañamiento del hombrecon respecto a otras formas de vida nosólo se tambalea en la esfera del discursomoral o en la esfera epistemológica, sinoque también lo hace en otros frentes delconocimiento. Los estudios de Etologíaestán llegando a una conclusión cada vezmás evidente y verificable: no existe unaseparación radical y nítida entre las expre-siones racionales, culturales, sociales, psí-quicas o emocionales que supuestamentedistinguen al ser humano de las que carac-terizan el «ser» de otras especies» (Cande yMeira, 2001, p. 228), por lo que resultaaconsejable «achicar humos» a un antro-pocentrismo que proclama al ser humanoombligo del universo. Los datos de laciencia nos recuerdan insistentementeque el hombre ocupa un espacio muy bre-ve en el proceso ininterrumpido de evolu-ción de todas las formas de vida en laTierra, que representa un punto muy pe-queño en el macrocosmos y que se reducea un fenómeno de reciente aparición.Esto, cuando menos, nos obliga a «mode-rar» nuestras ansias de dominio o nuestrasituación de privilegio y superioridad enla naturaleza (nuestro puesto en el cos-mos), como corresponde a un recién llega-do a la casa antigua de otros muchos,

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humanos y no humanos, que nos han pre-cedido.

La reflexión actual sobre la ética am-biental no permite, por ahora, ir más allá.Ya es suficiente que, excluyendo todomaximalismo o visión mítica de la natu-raleza, se aborde, desde el rigor, un desa-rrollo sostenible del planeta que permitarestaurar el daño ecológico producido ypreservar, en el futuro, las condiciones devida de todos los ecosistemas, no pensan-do sólo en la supervivencia de la especiehumana, sino en el deber moral de mirary tratar «de otro modo» a los demás seresvivos.

DESARROLLO SOSTENIBLEPARA TODOS

Crisis medioambiental y desarrollo soste-nible son conceptos estrechamente liga-dos en la literatura ecológica. Y es que noes posible seguir pensando en una socie-dad del bienestar para todos sin la protec-ción y conservación de la naturaleza. Na-turaleza y bienestar son indisociables. Elloobliga al conjunto de la sociedad a no tras-pasar los límites de explotación de la natu-raleza, a renunciar a un crecimiento eco-nómico ilimitado que ponga en peligrono sólo la calidad de vida de las generacio-nes presentes, sino también la de las futu-ras. Obliga a un uso racional y moral delos recursos naturales que haga posible undesarrollo sostenible, expresión mágica conla que se ha pretendido dar respuesta a lacrisis medioambiental. Pero la expresión«desarrollo sostenible», como otras tantaspalabras (democracia, libertad, justicia,etc.) tienen significados distintos según elcontexto y la intención de quienes lasusan (Riechmann, 1995). «La cuestióndel desarrollo sostenible, escribe Redclift(2000, p. 17), sigue siendo confusa. Aligual que ocurre con la maternidad y Dios,resulta difícil no verlo como algo bueno.Al mismo tiempo, el desarrollo sostenible

está cargado de contradicciones». Lamen-tablemente, la confusión ha venido de lamano de ciertos informes oficiales quehan identificado desarrollo sostenible concrecimiento económico sostenido. Enconcreto, el Informe Brundtland afirmaque desarrollo sostenible es aquel que sa-tisface las necesidades de la generaciónpresente sin comprometer la capacidad delas generaciones futuras para satisfacer lasnecesidades propias, estableciendo así unasolidaridad o justicia intergeneracional.Pero qué necesidades se trata? Una vezmás Riechmann (1999) distingue dos ti-pos de necesidades: Las contingentes quepersiguen fines contingentes, por tantoprescindibles y las básicas o esenciales cuyosfines son tan fundamentales que sin ellosse extinguiría la vida humana o perderíasu estructura característica; en ciertomodo, lo humano desaparecería. «Las ne-cesidades básicas serían, entonces, los fac-tores objetivos indispensables para la su-pervivencia y la integridad psicofísica delos seres humanos» (Riechmann, 1999,p. 12). En el discurso sobre las necesidadeshumanas básicas el punto de incidencia esla vulnerabilidad humana. En la medida enque somos vulnerables dependemos deotros, tenemos necesidades. Pero hay otrasdependencias, y son aquéllas que se derivande la necesidad del ser humano de interac-cionar con los otros en tanto que es agentesocial y moral. Y entonces las necesidadesya no se circunscriben al ámbito de lo fisio-lógico (necesidad de comer y beber), sino alámbito de lo social, y se traducen en la ne-cesidad del reconocimiento, de ser valora-dos, como necesidad universal y objetiva,sin cuya satisfacción los seres humanos seven gravemente privados de algo impres-cindible para constituirse en agentes socia-les (Doyal y Gough, 1994).

Sin embargo, conviene advertir quetodas las necesidades, incluso las básicas,están formuladas e interpretadas desde lacultura, están construidas social y cultu-ralmente, son históricas. «Las necesidades

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humanas no son fijas, como en los demásanimales, sino histórico-sociales. Varían enfunción de las modalidades del metabolis-mo hombre-naturaleza y de ciertas varia-bles sociales. El ser humano se enfrenta almedio ambiente con sus técnicas, y ellasmodulan las necesidades... Esto significaque «lo necesario» es objeto de una defini-ción social en un momento históricodado» (Sempere, 1999, p. 280). Por lotanto, no se puede partir, en el discursosobre las necesidades, de patrones ya defi-nitivamente establecidos y universaliza-bles. Es evidente que el ser humano, encuanto animal, tiene unas necesidades bá-sicas que satisfacer. Pero en cuanto huma-no también tiene unas necesidades psicoso-ciales y de su satisfacción depende quellegue a convertirse en humano. Ahorabien, este espacio o contexto de interac-ción o comunicación interpersonal y gru-pa! de los humanos no es el mismo paratodos, está construido socialmente. Y asípodemos hablar de necesidades en fun-ción del espacio, tiempo y contexto cultu-ral, a partir de las condiciones de igualdadexigibles para cualquier grupo humanoque aseguren la perdurabilidad de la hu-manidad. Entonces, las necesidades sepodrían definir como «aquellas carenciasque es indispensable satisfacer para quesea posible un nivel de salud y de bienes-tar fisiológico y psicosocial razonable encada contexto social, de tal manera quetodas las personas puedan acceder a estenivel sin poner en peligro la perdurabili-dad de las bases ecológicas de la vida hu-mana» (Sempere, 1999, p. 276). Estoobligaría a una reconsideración en pro-fundidad del concepto de crecimiento yde lo que entendemos por «desarrollosostenible», en un sistema que legitima ladesigual distribución de la riqueza y quevuelve la espalda a la progresiva destruc-ción del medio ambiente.

Q_Lié hay detrás de la expresión: desa-rrollo sostenible? Para Jacobs (1997) enel concepto de desarrollo sostenible hay

tres elementos que lo identifican sustan-cialmente: 1) La integración de lasconsideraciones medioambientales en latoma de decisiones de la política econó-mica. No cabe una política económicaadecuada que desconozca o vaya en contrade la protección y conservación del medioambiente. Ni crecimiento cero en una ac-titud «teológica» hacia la naturaleza, nidepredación indiscriminada de los recur-sos naturales; 2) compromiso ineludiblecon la equidad. El desarrollo sostenibleimplica no sólo la creación de riqueza y laconservación de los recursos naturales,sino también su justa distribución. Y nosólo a las generaciones actuales, sino tam-bién a las futuras. «Sostenibilidad expresauna preocupación porque, de alguna ma-nera, se conserve el medio ambiente parauso y disfrute de las generaciones futuras,lo mismo que para la presente» (Jacobs,1997, p. 126); y 3) el desarrollo no signifi-ca simplemente crecimiento, comprendenecesariamente elementos no monetarios.Así la salud de la gente, su nivel de educa-ción, la calidad del trabajo, la intensidadde la vida cultural, la cohesión de los gru-pos y comunidades, las expectativas devida no miden tasas de crecimiento eco-nómico, pero son índices fiables de un au-téntico desarrollo humano.

El Informe Brundtland, en su intentode situarse en una posición «neutra» y ob-tener el consenso de todas las partes en li-tigio, aun admitiendo que ha supuesto unpaso importante en el discurso medioam-biental, mantiene un concepto de desa-rrollo sostenible todavía ligado al creci-miento económico, lo que ha generadoabundantes críticas de autores y colectivosque apuestan por planteamientos más fir-mes en defensa del medio natural. Enefecto, dicho Informe no dice nada sobreel tipo de estructuras económicas y socia-les que serían indispensables para un desa-rrollo sostenible, como si éste fuese posiblecon un cambio ideológico o la «buena vo-luntad». Un cambio en la ideología sin un

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cambio en el sistema económico sería ine-ficaz. Pero también es verdad que resultadifícil imaginar un cambio en el sistemaeconómico si a la vez no cambian la cultu-ra y los valores que dan forma a los dife-rentes modos y estilos de vida de una co-munidad. Para Daly (1996, p. 76) eldesarrollo sostenible es el desarrollo sincrecimiento, es decir, «sin aumento de laproducción más allá de las capacidades delos recursos medioambientales, ni de des-perdicios que regenerar y absorber». Dalyestablece una «escala sostenible» configu-rada por los siguientes indicadores: 1) elque produce desperdicios a una velocidadmenor de la que necesita el ecosistemapara su reciclaje; 2) extrae los elementosde los recursos renovables a una velocidadmenor a la de la regeneración natural; y 3)usa los no renovables a una velocidad me-nor de la que hace falta para encontrar ele-mentos sustitutivos renovables. «El bie-nestar humano puede seguir mejorandocomo resultado de los avances del conoci-miento, eficiencia, aclaración de priorida-des y reestructuración institucionales,pero no ya como resultado de un creci-miento de la producción» (Daly, 1996,p. 77). Posición rebatida por Margalef(1994) para quien el crecimiento cero oestacionario es imposible en un sistemaque recupera en forma de complejidad,entiéndase información, una parte delequivalente de la entropía producida, loque hace muy difícil predecir lo que va aocurrir en un futuro.

No ya sólo desde un punto de vista in-telectual, también en la práctica conflu-yen interpretaciones enfrentadas sobre elconcepto de desarrollo. Para no pocos, elcrecimiento económico está estrechamen-te vinculado a la idea del desarrollo, delbienestar para todos. La expansión econó-mica sería la mejor forma de responder ala situación de pobreza, subdesarrollocientífico y técnico en que se encuentranlos países del Tercer Mundo y el modomás eficaz de acabar con la degradación

ecológica. El progreso científico generadosustituiría los limitados recursos izle la na-turaleza por capital tecnológico y finan-ciero. Ésta es una conclusión a la que llegala «Declaración final de la Segunda Con-ferencia Mundial de la Industria sobreGestión Medioambiental», de 1991. En lamisma se afirma: «El desarrollo sostenibleconstituye un objetivo internacional claveque exige crecimiento económico real,porque sólo este crecimiento hace posibleresolver los problemas del medio ambien-te aliviando o eliminando la pobreza y almismo tiempo reduciendo el crecimientodemográfico». Ésta sigue siendo, todavía,la opinión generalizada en la mayoría delos países occidentales y el modelo que seexporta a los países en desarrollo. El Infor-me Brundtland incide también en losvínculos entre pobreza y degradación am-biental. En el origen de ésta se halla, sinduda, la sobreexplotación de los recursosnaturales a la que se ven abocados los paí-ses pobres como medio de supervivencia.El crecimiento económico sería la mejorrespuesta al alcance de estos países paramejorar sus condiciones de vida y ponerfreno a la degradación ambiental. Másaún, sería además la respuesta más ade-cuada en los países ricos por su papel delocomotora de la economía y el desarrollocientífico y tecnológico, que llevaría aldescubrimiento de nuevas tecnologíasmenos agresivas y más compatibles con laprotección del medio ambiente (Mas-Co-lell, 1994).

La consideración de si el desarrolloeconómico de los países pobres es o nouna nueva forma de imperialismo porparte de los países ricos, y si los proyectosde desarrollo son eficaces, es hoy unacuestión sometida a intenso debate. Algu-nos sostienen que es una nueva forma deejercer un poder político, un control sobrelas economías de los países pobres, impi-diendo su verdadero desarrollo e indepen-dencia. Otros estiman que es la única víaposible de salir de la pobreza e iniciar el

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camino de la prosperidad; la ayuda nopuede ser vista exclusivamente como unaforma de explotación. Las críticas se cen-tran en el carácter de «arriba-abajo» quehan tenido los proyectos de desarrollo, 'di-señados y realizados por expertos extran-jeros, con escaso conocimiento de las ne-cesidades y capacidades de la poblaciónautóctona. Se argumenta que la participa-ción local de la población, con la incorpo-ración del conocimiento social y culturalde las poblaciones sobre el medio en quese actúa, puede resultar del todo positivapara un crecimiento y desarrollo no sóloeconómico, sino también humano (Gi-meno y Monreal, 1999). Si ya el conceptomismo de «desarrollo» es bastante confu-so, las formas de llevarlo a cabo en los paí-ses pobres presentan no pocas dificulta-des. El ámbito, camino y los métodos porlos cuales se llevan a cabo generan no po-cas sospechas y fundadas críticas. estosuficiente para cambiar la situación de de-pendencia y explotación de los países po-bres? /\/o se estarían perpetuando las mis-mas estructuras que generan la pobreza yla dependencia económica y política deunos (los pobres) respecto de otros (los ri-cos)? 1-labríamos dado, con estas medidasde ayuda al desarrollo económico de lospueblos pobres, una respuesta adecuada yurgente al problema medioambiental?Desde una opinión mayoritariamentecompartida, no. El problema no está enencontrar medios eficaces para abordar lacrisis medioambiental. Es más bien unacuestión de principios, y afecta a la estruc-tura misma del funcionamiento del siste-ma. Y entonces la decisión se hace más di-fícil. Lleva implícita toda una revolucióncultural de consecuencias imprevisibles.Por ello, resulta comprensible que la res-puesta que, desde hace tiempo, demandael estado de nuestro planeta se esté demo-rando en exceso y se relegue para las gene-raciones futuras.

La visión optimista del crecimientoeconómico ilimitado como medio de

desarrollo de los países pobres, que sedefiende en el Informe Brundtland,choca con una evidencia: los recursosnaturales son finitos. Otros piensan enuna dirección contraria: el crecimientoeconómico global vendría a agravar aúnmás el deterioro ambiental, por lo quecrecimiento económico y sostenibilidadrazonable de los ecosistemas se percibenhoy como vías contrapuestas. «Existe un"umbral " a partir del cual el crecimientoeconómico, medido convencionalmen-te como crecimiento del PNB, deja decontribuir al bienestar humano, y másbien se torna contraproducente. Losbienes y servicios proporcionados poruna economía en expansión llevan a in-crementos en el bienestar humano hastacierto punto, pero más allá de éste loscostes sociales y ambientales vinculadoscon el crecimiento tienen un impacto talque el nivel de bienestar se reduce. Enlas sociedades sobredesarrolladas delNorte, todo indica que hemos sobrepa-sado con creces este umbral» (Riech-mann, 1999, p. 301). En el fondo detoda esta cuestión late la voluntad deocultar la verdadera raíz del problema:son los procesos económicos ligados alas sociedades industrializadas los au-ténticos responsables de la degradaciónambiental; son los desmanes causados ala naturaleza por una cultura depreda-dora en la sociedad industrializada deoccidente la causa generadora de la crisisambiental con la que nos enfrentamos; yes el incontrolado sistema capitalista,depredador de los recursos naturales, elcausante de la pobreza de los países delSur. Pobreza y degradación ambiental,piensan unos, están generadas por unamisma causa: la injusta distribución dela riqueza; la explotación de unos, en susrecursos naturales, para el beneficio deotros. No es posible, por tanto, abordarel problema medioambiental si no se re-suelve previamente, o a la vez, la situa-ción de injusticia de los países del Sur.

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Abordar o resolver el problema ecológi-co implica resolver el problema de la po-breza y hacer posible una mayor redistri-bución de los recursos ecológicosdisponibles. Plantear, sin más, un mayorcrecimiento económico sin justicia in-trageneracional significa aumentar másla situación de miseria de los países po-bres y obligarlos aún más a una sobreex-plotación de los recursos naturales parapoder sobrevivir (Martínez Alier, 1995).La crisis ambiental que padecemos no esalgo que nos haya sobrevenido por cau-sas «naturales», tiene una explicación so-cio-política ligada al funcionamientoincontrolado de un determinado siste-ma económico de producción y distri-bución de riquezas que no ha encontra-do límites en llevar al sistema hasta susúltimas consecuencias.

EL PROBLEMA MEDIOAMBIENTALES ANTE TODO UN PROBLEMASOCIO-MORAL

Si hasta hace sólo unas décadas podíamosencontrar explicaciones a la crisis ambiental

sfliera del alcance global que la misma estáhoy teniendo, en la actualidad ya no es posi-ble entender el deterioro ambiental al mar-gen de las relaciones existentes entre todoslos elementos que constituyen el sistema na-turaleza. «La Naturaleza funciona como unared de relaciones intrínsecamente dinámi-cas, donde las propiedades de las partes queforman un sistema particular sólo puedenser entendidas a partir de la dinámica detodo el conjunto» (Cuide y Meira, 2001,p. 67). Y no es acertado analizar la crisis am-biental desde categorías exclusiva o predo-minantemente naturales, situando el pro-blema en el ámbito exclusivo del discursoecológico. De este modo, el discurso sobreel problema medioambiental consideraría,involuntariamente, al ser humano sólocomo aparato orgánico, y convertiría la dis-cusión ambiental en un discurso natural sin

el ser humano, sin la cuestión del significa-do social y cultural, argumentando desdeconcepciones tecnocráticas y naturalistas.Éstas «se agotan en el intercambio y la evo-cación de as sustancias nocivas que contie-nen el aire, el agua y los alimentos, de cifrasrelativas de crecimiento demográfico, deconsumo energético, de demanda de ali-mentos, de falta de materias primas, etc.,con un celo y exclusividad como si nuncahubiera habido alguien (por ejemplo, un talMax Weber) que hubiera dedicado su tiem-po a mostrar que si no tomamos en conside-ración las estructuras sociales de poder y dereparto, las burocracias, las normas y racio-nalidades dominantes, todo esto es vacío yabsurdo (probablemente, ambas cosas)»(Beck, 2001, p. 30). La crisis medioambien-tal es ante todo una crisis socia4 un proble-ma político y económico y, en su raíz, unproblema moral. No se puede explicar ade-cuadamente sin referirla al desarrollo cientí-fico y técnico, al crecimiento económico, ala racionalidad instrumental traducida eneficacia, que inspira al sistema capitalista deproducción que convierte la tierra y los re-cursos naturales en mera mercancía (Ber-mejo, 1995). El sometimiento de la natura-leza a los deseos del hombre y de susnecesidades se ha considerado, en la lógicadel mercado, como el signo de una sociedadavanzada, la condición necesaria para el cre-cimiento económico y la garantía del bie-nestar social y del desarrollo. El sistema eco-nómico dominante nos ha hecho ver elprogreso como una conquista de bienestar«a costa» de la naturaleza o «contra» la natu-raleza, en una relación de abierta hostilidad.Entender la raíz social del problema me-dioambiental nos pone en la dirección co-rrecta para poder afrontarlo adecuadamen-te. El discurso estrictamente ecológico, alque estamos acostumbrados, es percibidocomo claramente insuficiente para interpre-tar el problema, justamente porque es so-cioambiental y no autoecológico, hasta elpunto de que se habla ya de una crisis «civi-lizatoria» que está obligando a replantear

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muchas categorías que han venido ocupan-do un lugar central en la concepción delmundo que ha presidido el decurso de nues-tra reciente historia social y política (Sosa,2000). Por ello, «cualquier aproximaciónmínimamente correcta a la problemáticaambiental, realmente integradora, tanto dela exacta naturaleza de la disFunción, comode su etiología y de la terapia prescribible,demanda el enfoque socioecológico»(Folch, 1998, p. 41). Y si esto es así, «losproblemas medioambientales que nos esta-mos planteando, no son problemas quepuedan abordarse con soluciones técnicas ysólo técnicas» (Sosa, 2000, p. 276).

A pesar de las declaraciones solemnesen favor del medio ambiente, se caminaen la dirección contraria a la que señalanlos estudios científicos sobre el impactomedioambiental que producen nuestras«prácticas y políticas» de desarrollo econó-mico. Esta fractura entre políticas econó-micas y prácticas ecológicas quizás hayaque buscarla en la disociación existenteentre discurso político y valores sociales ocultura medioambiental. El problemaecológico no es todavía un «problema so-cial», no ha salido del ámbito de la cienciay de la preocupación de grupos minorita-rios. La progresiva pérdida de la biodiver-sidad, la deforestación, el aumento de lacontaminación del suelo para usos agríco-las, las imprevisibles consecuencias de lamanipulación genética de los alimentos,el progresivo adelgazamiento de la capa deozono, etc., con ser muy graves para lavida de todos, son hechos que no formanparte de la realidad cotidiana e inmediatadel ciudadano de hoy. La preocupaciónsocial que genera la violencia o la droga-dicción no encuentra semejante respuestaen el problema medioambiental. Nos in-quieta la proximidad de una central nu-clear o una planta para el tratamiento delos residuos urbanos, la contaminación de«nuestro» río y «nuestra» ciudad. La inme-diatez del problema es la causa de la preo-cupación social y movilización social,

como si el deterioro del medio, en susefectos, se circunscribiese a los límites deun municipio o región. La contaminaciónambiental todavía está muy vinculada, enla percepción del ciudadano y en sus acti-tudes y valoración que hace de la naturale-za, a lo inmediato del medio. Y sin la con-ciencia social de un bien también socialque hay que proteger y conservar, como esla naturaleza, se hace difícil asumir los«costes» de un cambio en los modos y esti-los de vida que el abandono de un para-digma, basado en el crecimiento ilimita-do, necesariamente nos impone. Cuandopara millones de seres humanos la preocu-pación fundamental es la supervivencia, ysobrevivir a pesar de todo, el mundo desa-rrollado se plantea, en cambio, cómo sos-tener «su» desarrollo. Desarrollo sosteni-ble y crecimiento cero son lujos quesólo los países occidentales industrializa-dos se pueden permitir. El mundo desa-rrollado ha concebido el desarrollo soste-nible en el marco de «su» contextocultural, de «su» visión de la naturaleza, de«su» nivel de desarrollo científico y técni-co, de «su» desarrollo económico. Hemosconstruido una idea de desarrollo sosteni-ble «a nuestra imagen y semejanza», a es-paldas de la mayor parte de nuestro plane-ta. Y ahora nos damos cuenta de que «eldesarrollo sostenible se ha convertido enun proyecto «global», y nuestra capacidadde encontrar soluciones se ha visto seria-mente reducida por nuestra incapacidadde reconocer que somos prisioneros denuestra propia historia» (Redclift, 2000,p. 37).

Desarrollo sostenible, quién? Esun sarcasmo pedir a los países pobres queadapten su economía a los parámetros exi-gidos por «nuestro» desarrollo sustenta-ble, cuando los países ricos les están ex-portando la tecnología contaminante queestos no quieren en sus respectivos países.«Los que más disfrutan de los productosque generan la mayor contaminación yagotamiento de los recursos son los que

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menos cargan con esos costes ambienta-les, que son proyectados hacia los paísesque apenas disfrutan de aquellos bienes»(Bellver, 2000, p. 265). Y constituye, ade-más, un escarnio para aquellos que nadatienen que ver con el daño producido almedio ambiente la pretensión de sociali-zar ahora las responsabilidades. Y por pa-radójico que nos parezca, el desarrollo sus-tentable o es para todos, o no es paranadie. Si todavía podemos dividir el mun-do en dos partes: la de la riqueza y el bie-nestar, y la de la pobreza y el subdesarro-llo, no podemos hacer otro tanto entremundo limpio y mundo contaminado.Las consecuencias del deterioro me-dioambiental nos afectan a todos. Y lo queno hemos sido capaces de hacer movidospor la justicia y equidad, lo tendremosque hacer sólo por motivos de superviven-cia. «Al menos, como escribe Folch (1998,p. 33), por razones prácticas, necesitamosalumbrar una nueva y socioecológicamen-te avanzada moral ambiental». No se pue-den poner fronteras al problema me-dioambiental. Este, por ser «global», yanos afecta a todos, aunque no todos ten-gamos a nuestro alcance las mismas medi-das de autoprotección, ni tengamos tam-poco las mismas responsabilidades. Perohan de empezar a poner los medios parasu solución aquellos que lo han generadocon sus prácticas abusivas sobre el medioambiente. Si no se han repartido equitati-vamente los beneficios del desarrollo,tampoco se pueden distribuir por iguallas responsabilidades en la destrucciónmedioambiental y en su recuperación. Lasostenibilidad global, que ahora se de-manda con urgencia por parte del mundodesarrollado (los pobres sólo aspiran a so-brevivir), exige una indispensable revisiónde las relaciones internacionales que sefundamenten en la equidad y en el accesoa los recursos naturales y tecnológicos quepermitan un comercio justo entre los pue-blos (Rees, 1996). Si hablar, todavía, dedegradación medioambiental es sinónimo

de pobreza, y lo que separa a los países ri-cos de los pobres es su distinta capacidadpara afrontar los riesgos de la crisis am-biental, está claro que no estamos sóloante un problema ecológico, como desdeotros enfoques se nos ha presentado, sino,además, ante un grave problema socio-mo-ral de cuya solución depende la supervi-vencia de la gente más pobre del mundo,«aquella que depende directamente de losrecursos de la biomasa para sobrevivir»(Jacobs, 1997, p. 67). La degradación am-biental inducida en el Sur y la pobreza«causada» es una interacción viciosa, mu-tuamente se alimentan (Brand, 2000). Yla salida de esta espiral no es posible sin uncambio de rumbo, sin una crítica radicalde los agentes que nos han llevado hastaaquí, sin la vuelta atrás de un descontrola-do liberalismo económico que ha vincula-do, erróneamente, el crecimiento econó-mico con la recuperación de la naturalezaperdida (Pérez Adán, 2000).

Se va abriendo camino la idea de aso-ciar desarrollo ecológico sostenible condesarrollo socialmente también sostenible.Si hasta ahora la preocupación se ha cen-trado en la preservación o conservación dela salud del planeta como condición paraun desarrollo «sostenible» del primermundo, hoy se asume, al menos en el ám-bito de las formulaciones políticas, que eldesarrollo sostenible del planeta no es po-sible si aquél no es extensible a todos, sisocialmente no es compartido entre todala comunidad humana. El sentido de de-sarrollo sostenible no puede menos quesubrayar la necesaria interrelación entrelos sistemas biológicos, económicos y lossociales. Y si un modelo de política me-dioambiental se limita a «añadir» conside-raciones medioambientales a modelos yaexistentes, no sólo no estará en condicio-nes de responder a los problemas actuales,sino que no estará equipado para respon-der a los retos del futuro (Redclift, 2000).Es evidente que la crisis medioambientalno es ideológicamente neutra, ni ajena a

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los intereses económicos y sociales. Losproblemas ambientales son de naturalezapolítica antes que técnica; son construc-ciones sociales que afectan a la calidad dela vida o a las necesidades sociales de losciudadanos (Cuide y Meira, 2001), porlo que cualquier estrategia que intenteabordar el problema en su raíz necesaria-mente lo debe contemplar en su contextosocio-político, es decir, a partir de las es-tructuras políticas y económicas imperan-tes que «explican» la crisis medioambien-tal. Los intentos de «naturalizar» elproblema, presentándolo como resultadoinevitable de un proceso que por sí mismoes capaz de controlar y asumir las «exter-nalidades» del desarrollo, y que pretendenencontrar la respuesta adecuada en la in-vestigación científica, sólo pueden alargary ahondar aún más las negativas conse-cuencias de un crecimiento económicoque ha olvidado la dimensión socia/ y soste-nible del desarrollo. La crisis medioam-biental es inseparable de la crisis civiliza-toria. Es la civilización de los medios queha hecho del progreso, del desarrollo eco-nómico no la adecuación y respeto delhombre al medio natural, sino la adapta-ción del medio a las necesidades humanascreadas por el crecimiento económico ili-mitado. No asistimos, por tanto, a un pro-blema técnico, de medios, que técnica-mente se haya de resolver, sino a unproblema de fines, de naturaleza social ymoral. «El problema radica en la relaciónexistente entre consumo y calidad de vida,y la diferencia, cada vez mayor, entre losdos mundos marcados por la riqueza y lapobreza» (Azdrate y Mingorance, 2003,p. 217). Por ello es indispensable recono-cer que es imposible establecer unas rela-ciones armónicas (ecológicas) del hombrecon la naturaleza, y abordar adecuada-mente el problema medioambiental, si noexisten al mismo tiempo unas relacionesjustas entre los seres humanos (Bellver,2000). Etica y protección o cuidado delmedio ambiente son indisociables.

QI.JE HACER?

La educación es y se resuelve en la praxis.1:.?,ué hacer? J. Sempere (1999) se hace

esta inquietante pregunta ante la grave si-tuación de degradación medioambiental.Sus respuestas no van sólo en la direcciónque pudiera hacer un ecologista preocu-pado por la conservación de la fauna y dela flora. Su línea de argumentación tieneuna profunda carga social: la crisis me-dioambiental es un problema de fuertedesequilibrio entre Norte y Sur, y en re-solver esta situación está la vía más ade-cuada y eficaz de afrontar el problema am-biental. Propone el autor cinco vías deactuación:

• Desarrollo de tecnologías «blan-das» con energías limpias y renova-bles en el Norte, no sólo para alcan-zar un consumo ecológicamentemás responsable, sino además paraque los paises del Sur cuenten tam-bién con tecnologías aptas y no sevean obligados a recurrir a tecnolo-gías contaminantes.

• Disposición a cambiar poder adqui-sitivo por seguridad. O lo que es lomismo: avanzar hacia una concep-ción más razonable de lo que de-ben ser las necesidades priorizables.Controlar o poner freno a un con-sumo descontrolado que ya no sa-tisface las necesidades de unos (ri-cos) y provoca graves carencias enotros (pobres).

• Defensa del estado asistencial quegarantice aquellos recursos o bienesque son indispensables para unavida digna (educación, salud, sala-rio justo...).

• Relaciones comerciales y económi-cas entre Norte y Sur fundamenta-das en leyes que garanticen un co-mercio justo.

• Promover una cultura que fomentela austeridad y el ahorro. Y no ya

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como actitud de solidaridad, quetambién, sino como estrategia desupervivencia. «Pero todos estos es-fuerzos, —como señala el autor—,deben enmarcarse en una luchacontra las estructuras sociales yeconómicas que, impulsando elcrecimiento económico indefini-do, nos conducen al abismo. La ta-rea es inmensa. Requiere transfor-maciones técnicas, acción políticay una difícil revolución cultural».(Sempere, 1999, p. 290).

En otro lugar (Ortega y Mínguez,2001), hemos defendido que los proble-mas a los que hoy se enfrenta la humani-dad no requieren tanto soluciones tecno-lógicas (que también), cuanto unareorientación ético -mora/ de los principiosque regulan las relaciones entre los hom-bres y las relaciones de éstos con la natura-leza. La primacía de la razón técnico-es-tratégica, tendente a la eficacia, el éxito yel provecho ha monopolizado todas lasformas de la racionalidad. La «razón con-forme a resultados» se ha convertido parael hombre moderno en el criterio princi-pal, cuando no el único, que decide y jus-tifica, en la práctica, los comportamientossociales y las relaciones económicas y polí-ticas entre las naciones. Esta racionalidadestá en el origen de la crisis ambiental quenos afecta. La naturaleza ya no es vistacomo un valor o sujeto de aprecio, sinocomo objeto de dominio. La progresiva«racionalización» de la sociedad, vincula-da a la institucionalización del progresocientífico y tecnológico, no ha ido acom-pañada por un sentido antropológico ori-ginario y gratuito en las relaciones huma-nas. Se Iría que desarrollo humano(humanización) y desarrollo científico ytécnico han seguido caminos divergentes,cuando no enfrentados. Dos concepcio-nes bien diferenciadas del mundo, susten-tadas una sobre la racionalidad axiológicay otra sobre la tecnológica-instrumental,

han entrado en conflicto. «Las propiasideas (en el sentido kantiano) se ven arras-tradas por el remolino de la cosificación;hipostatizadas y convertidas en fines abso-lutos, sólo tienen ya un significado fun-cional para otros fines» (Habermas, 1996,p. 140). Por ello consideramos que esimprescindible urgir un planteamientomoral en la crisis medioambiental que seacapaz de vincular la racionalidad técni-co-científica con la racionalidad axiológi-ca, no sólo en cuanto que ésta es dimen-sión esencial de la acción humana, sinotambién en cuanto que la naturaleza esella misma un valor y sujeto de valores. Esla respuesta más sensata para que la capa-cidad destructiva de los valores morales,inmanente a la racionalidad instrumentaly a su idea de progreso, se desvinculen delservicio a los intereses económicos o estra-tegias políticas que solamente se orientanal provecho y al lucro (Gómez-Heras,1997).

El problema medioambiental, hemosdicho, es en su raíz más profunda un pro-blema moral. Tiene mucho que ver con lacapacidad y actitud de asumir responsabi-lidades frente a los demás, presentes y fu-turos, desde el convencimiento de quehay cosas (recursos naturales) que no sonde uso exclusivo, sino que a todos pertene-cen. Y que hay también formas diversas devida que en sí mismas merecen toda nues-tra estima y nuestro respeto, y son dignasde reconocimiento y valor, indepencien-temente de la utilidad que puedan repor-tar a los seres humanos. Esta nueva éticamedioambiental exige no sólo ampliar lasrelaciones morales con los demás más alláde las relaciones inmediatas yo-tú, sinotambién entenderlas en el inevitable con-texto de las relaciones con, en y a través dela naturaleza o medio. La comunidad delos seres humanos mantenemos una inte-racción mucho más profunda con el restode los seres vivos de lo que a primera vistapudiera parecer.

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Nuestra propuesta de actuación sobreel problema medioambiental incide, a lavez, en el uso progresivo de energías alter-nativas procedentes de fuentes renovablesy menos agresivas al medio, y en la pro-moción de una cultura fundamentada enla justicia y la solidaridad como valoresmorales. Ambas actuaciones deben ir uni-das, una que propicie la detención y co-rrección de los daños ecológicos, y otra uncambio de cultura a favor de la naturaleza.Las propuestas exclusivamente técnicasbasadas en los estudios científicos sobre eldeterioro del medio, pérdida de la capa deozono, contaminación, degradación delsuelo, deforestación, etc., con ser necesa-rias, son del todo insuficientes para afron-tar el problema en su raíz. «Si no se ponelímites a la carrera de acumulación de pri-vilegios en una parte del planeta a costa dela extrema pobreza de la otra, no será posi-ble detener el deterioro ambiental» (Orte-ga y Mínguez, 2001, p. 167). La injustadistribución de la riqueza y la división delmundo en dos grandes polos: el de la pros-peridad y bienestar y el de la pobreza y ladependencia también tienen mucho quedecir sobre el problema medioambiental.Y esta situación socio-política no encuen-tra respuesta adecuada en soluciones téc-nicas, sino en comportamientos morales.Pero esta solidaridad no habría de enten-derse sobre concepciones encorsetadas endeberes y reciprocidades simétricas. Por elcontrario, habría de hacerse sobre una ra-dical asimetría. Hablamos «de una solida-ridad que abarca a los seres humanos quetienen limitadas sus posibilidades de acce-so a los beneficios de la cultura y de la téc-nica; a las sociedades humanas condena-das a un subdesarrollo que hace posiblemi desarrollo; a las generaciones que habi-tarán este planeta en el futuro y tienen"derecho" a una calidad de vida digna; a labiodiversidad genética, a los flujos vitalesde los ecosistemas de la Tierra, a sus ciclos,su equilibrio y su soporte físico, que es,todo ello, lo que hace posible la vida en

general y la vida humana en particular»(Sosa, 2000, p. 288). Concebimos nues-tro planeta como el espacio de todos, lacasa común de todos. No entendemos alser humanofrente a la naturaleza, sino en ycon la naturaleza de la que forma parte;tampoco pretendemos hacer aquí un re-chazo explícito a las soluciones científi-co-técnicas; tan sólo expresamos la insufi-ciencia de éstas, tan frecuentes, cuando noexclusivas, en el discurso de los ecologis-tas, en las respuestas posibles al problemamedioambiental. Creemos que es necesa-rio revisar la dirección de la investigacióncientífico-técnica y plantear las preguntasdel por qué y el para qué, que son las pre-guntas eticas (Sosa, 2000). «Durante mu-cho tiempo, los seres humanos nos hemosdedicado a conocer al hombre y transfor-mar el mundo; a partir de ahora, es urgen-te también que nos hagamos cargo delhombre y del mundo» (Ortega y Mín-guez, 2001, p. 168).

Reconocemos, no obstante, que unafilosofía de nuevo cuño, como afirma Gó-mez-Heras (1997), que haga justicia alproblema medioambiental es todavía unatarea pendiente. Y coincidimos con él enque esta nueva filosofía, para empezar aandar, debería tener en cuenta los siguien-tes puntos básicos: 1) la imagen científi-co-matemática del cosmos es sólo unaconstrucción humana, por tanto cultural;2) como toda construcción humana essiempre histórica y provisional, por tantorevisable; 3) el hombre no puede seguirconcibiéndose como alguien enfrentado ala naturaleza, como su j eto dominante deun «objeto extraño» a él; 4) el hombre, an-tes que ser científico o técnico, se encuen-tra en un mundo natural y es naturaleza.Con estos presupuestos no habremos en-contrado todavía «la solución» al proble-ma medioambiental, pero sí se habrá dadoun gran paso para despojar a la naturalezade una imagen mecánico-matemáticapromovida por las ciencias naturales, in-capaces de encajar sus hallazgos en una

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naturaleza encorsetada por la ciencia, pri-sionera de su propia historia. Y nos obli-gará a encontrar «otras explicaciones ypropuestas» distintas o complementariasde las aportadas por la racionalidad cientí-fica, «rescatando el mundo natural de sumera condición de objeto y conferirle ladignidad propia de un sujeto moral» (Gó-mez-Heras, 1997, pp. 56-57), requisitoindispensable para un nuevo discurso so-cio-moral del problema ambiental.

y qué moral? Difícilmente nos podráser útil la ética discursiva, de raíz kantiana,que por principio construye la relación éti-ca sobre comunidades de diálogo. No po-dría, por tanto, haber relación moral delhombre con otro medio (otro sujeto) queno sea el humano. Los demás seres vivos yno vivos quedarían fuera del ámbito mora.«Kant jamás legitimaría moralmente (noconsideraría racional) una máxima de con-ducta humana que tendiese a un trato de lanaturaleza y de los animales más allá del usonecesario y obligado de los mismos para larealización de la humanidad» (Hernández,1997, p. 261). No defendemos una rela-ción moral que se establece respecto de undeber absoluto, fuera del tiempo y del es-pacio; ni tampoco un factum de la razónpura práctica al margen de toda experien-cia, como sostiene la ética kantiana, sinouna relación o respuesta a los seres vivos,humanos y no humanos, que se traduce endeferencia, acogida y cuidado, a la vez que re-conocimiento y compasión. Y cuando habla-mos de «compasión», la entendemos comohacerse cargo del hombre y del mundo, entanto que seres vivos inseparables, los huma-nos y no humanos, integrantes de una co-munidad biótica .que se debe proteger.Compasión que debe entenderse comouna denuncia político-social de las estruc-turas de dependencia de los países pobres, yun compromiso también político portransformar las situaciones injustas a lasque estos se ven sometidos que les conde-nan a ser receptores «obligados» de granparte de la contaminación producida por

los países ricos. Ello demanda una justadistribución de las riquens entre todos yun reconocimiento práctico de que el pro-blema medioambiental es, también, unproblema moral, es decir, de justicia socialque no puede ser soslayado.

Aunque Levinas no pensó nunca enque la relación moral podría ampliarse alámbito de las relaciones entre los huma-nos y no humanos, creemos que la éticalevinasiana nos puede ser de gran utilidadpara una orientación moral «distinta» denuestras relaciones con el resto de la natu-raleza, por lo que aquélla tiene de gratui-dad, de reconocimiento no fundado en ar-gumentos de razón, sino en la evidenciade algo que se nos «impone», por la «dig-nidad de su rostro» en el ser humano, y enlos demás seres vivos por la dignidad y be-lleza de la vida en sí, que, en ambos casos,nos dice imperativamente: No matarás.Evidentemente, este principio ha de en-tenderse aplicable al ser humano singulary concreto, y sólo a la existencia y conser-vación, al menos, de un ecosistema parti-cular. En Levinas (1987), la moral no tie-ne un origen en la propia conciencia delindividuo que se siente responsable de undeber «hacia» los demás, sino en la pre-gunta del «otro» que, desde «fuera» inter-pela y pregunta «por lo suyo». Es el «otro»quien desde la autoridad de su menestero-sidad y vulnerabilidad demanda una res-puesta moral. No se trata sólo de respon-der al otro, sino responder del otro. Lamoral tiene, por tanto, en Levinas un ori-gen heterónomo. También los otros seresvivos no humanos tienen derecho a unarespuesta moral, responsable, y ello sólodesde la simple dignidad (valiosidad) desu existencia. Ésta es ya por sí sola unapregunta que no puede quedar sin res-puesta por parte de quien sólo él (el serhumano) tiene capacidad para respondermoralmente. Si el «otro» no me puede serindiferente porque su sola presencia me«afecta» y me hace salir de mí mismo, elespectáculo de la armonía, de la belleza y

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de la bondad de la naturaleza, análoga-mente, «trastoca» al ser humano, generan-do una relación de él con la naturaleza nosólo estética, de admiración, sino de res-ponsabilidad, es decir moral. La vida delplaneta, en su conjunto, es un asunto queme «concierne» y del que no me puedosustraer. Y no tanto porque entre en juegonuestra propia supervivencia o la de lasgeneraciones futuras, sino porque de lanaturaleza misma, en sus casi infinitas for-mas de vida, brota un derecho a una res-puesta moral: afirmar la vida. Este modode relacionarse con la naturaleza haciéndo-se cargo de ella encuentra una primera difi-cultad: la relación moral entre los huma-nos responde a otro modelo (kantiano) alque demandamos con la naturaleza. Lamoral kantiana no es la moral del senti-miento, de la compasión, de la acogida delotro desde su radical alteridad. No res-ponde del otro, sino que alguien es res-ponsable como deber «hacia» otro.

$::?_ué se puede hacer?, se preguntaCommoner (1992, p. 183): «Soy cons-ciente de que hay personas dispuestas apresentarse como abogados de los anima-les, bosques, campos y mares, que de otromodo no tendrían voz, e incluso del pro-pio planeta. No obstante, la realidad siguesiendo que, de todos los seres vivos de laTierra, sólo los humanos tenemos capaci-dad de cambiar conscientemente lo quehacemos. Si ha de haber paz con el plane-ta, nosotros debemos lograrla». Educarpara una cultura medioambiental exigeequipar a los ciudadanos para proteger yconservar los recursos naturales, para ad-mirar y amar todas las formas de vida ensu conjunto. Ello conlleva un profundocambio de actitudes y el aprendizaje denuevos valores, situarse ante el problemamedioambiental «de otro modo». Y estoya supone un nuevo equipaje ético, unanueva ética global que oriente las actua-ciones de los individuos y de los pueblos.Estos cambios de actitudes y nuevos valo-res son requisitos indispensables para la

puesta en práctica de medidas eficaces yde iniciativas sociales. «Son las chispas queencienden los procesos de cambio» (Sosa,2000, p. 282). Es obvio que un cambio enlas relaciones del hombre con su medio nose va a dar sin un cambio en las escalas devalores dominantes en la sociedad, es de-cir, sin un cambio cultural y estilo de vida.Y sin un cambio cultural, todo intento dedar repuesta eficaz a los problemas me-dioambientales acabará por reproducir,más tarde, los mismos problemas queahora se intentan resolver (Ortega y Mín-guez, 2001). Pero a nadie se le ocultaque este cambio en el estilo de vida, ennuestra sociedad desarrollada, comportafuertes tensiones. «Tan sólo los ingenuospensarán que llegaremos a estos cambiossin contradicción, sin dolor. No se pasade una a otra orilla de la historia sin correrel riesgo de naufragar en la corriente»(Novo, 1996, p. 101). A continuación su-gerimos algunas orientaciones que po-drían configurar un itinerario educativo.

NUEVO ENFOQUEDE LA EDUCACIÓN AMBIENTAL

Se trata de impulsar una competencia mo-ral en los individuos para otra cultura me-dioambiental. Uno de los planteamientosmás habituales en el tratamiento del pro-blema medioambiental ha consistido enponer de relieve el daño producido por laacción humana sobre nuestro ecosistemacon la consiguiente amenaza de trastocarel delicado equilibrio de la vida en el pla-neta Tierra. Los distintos programas deeducación ambiental han acentuado el pa-pel de la información sobre los desastresecológicos producidos por la actividadhumana. Siendo imprescindible, se haconsiderado que la sola información sobrelos problemas medioambientales sería su-ficiente por sí misma para evitar tales ac-ciones rechazables por ser dañinas al me-dio ambiente y por lo tanto actuar de otro

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modo para que no se produzca un mayordaño ecológico. Con esta orientación seha pretendido potenciar la capacidad ra-cional de los educandos para que actúende modo coherente con los conocimien-tos o informaciones que se les han trans-mitido; sin embargo, la constatación delos daños ocasionados no ha permitidoatender lo suficiente a las causas, ni tam-poco a las posibles vías de solución que lle-vase a otro estilo de vida más respetuosocon el medio ambiente. Al insistir tantoen el componente cognitivo del problemamedioambiental, se ha marginado fre-cuentemente una de las claves decisivaspara que el comportamiento humano ac-túe del modo deseado. Se ha olvidado conello el mundo de los significados persona-les a través de los cuales expresamos todanuestra experiencia, es decir, las creenciasy los valores concretos que animan nues-tra existencia. Con ello queremos decirque se hace difícil otra educación ambien-tal si no se atiende, junto a los conoci-mientos, el ámbito afectivo y volitivo delas personas. Por ello, se trata de una nue-va perspectiva que enmarque a la educa-ción ambiental desde la pedagogía de losvalores (Ortega y Mínguez, 2001). Y laorientación básica de esta modalidad deeducación es la preparación de futurosciudadanos para una relación de responsa-bilidad del hombre con la Naturaleza.Esta nueva relación exige una praxis edu-cativa que atienda a:

IMPULSAR UNA NUEVA MENTALIDAD

AMBIENTAL

Se trata de abrir una perspectiva en la re-lación hombre-naturaleza más allá deuna mentalidad científica y tecnológica,en la que las formas de existencia, huma-na y no humana, tienen valor intrínseco.La naturaleza y lo humano son moral-mente relevantes porque son valiosas ensí mismas. Ello implica, de una parte, el

reconocimiento de que todos los indivi-duos comparten una misma biosfera y sudestino está estrechamente interconecta-do por las acciones humanas realizadasen cualquier espacio y tiempo. Lo queconlleva adoptar una perspectiva plane-taria de los problemas medioambientalesy no limitarnos a la sola visión instantá-nea y localista de los mismos. Por otra,otorgar valiosidad intrínseca a los seresno humanos (vivos o no) no demandauna consideración «sagrada» o «mítica»de los mismos (biocentrismo exagerado),como tampoco concederles una entidadestrictamente instrumental (antropocen-trismo exagerado). Exige por tanto el re-conocimiento moral de que no puedenestar sometidos a una explotación ilimi-tada y abuso humano. Por lo que es pre-ciso educar en la competencia moral deindividuos para que sean capaces de res-ponder a un trato respetuoso en la rela-ción hombre-naturaleza (respeto) y a laapropiación de la causa justa del otro y delo otro (justicia y solidaridad).

La competencia moral que aquí pro-ponemos conlleva la revisión de las accio-nes de nuestra vida cotidiana y su repercu-sión en la conservación y promoción delmedio ambiente. En este sentido, esta re-visión comienza con mi vida: ¿qué hago afavor del medio ambiente? ¿Cuáles son lasconsecuencias a corto y largo plazo? Setrata de evaluar las conductas de cuidado yatención hacia el medio ambiente. Las pe-queñas acciones que uno realiza de reci-claje de desperdicios domésticos, aún tra-tándose de un acto aislado y sin granrepercusión en la problemática medioam-biental, contribuye a que uno mismotome mayor conciencia de que los recur-sos de la naturaleza son limitados. La «ces-ta de la compra» es otra oportunidad coti-diana para que los individuos cambien sushábitos de consumo. Los educandos nece-sitan ver y ejecutar pequeñas acciones desolidaridad con el medio ambiente, comoexpresión inmediata del respeto hacia este

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mundo vulnerable (Riechamn, 2000).Con la revisión de las conductas particula-res se pretende que el educando se tomeen serio el problema medioambiental yadopte otras conductas más ecológicas amodo de gestos o signos evidentes deromper las dinámicas contrarias a la justi-cia y la solidaridad ecológicas.

CAMBIAR DE ESTILO DE VIDA

Las acciones individuales que están al al-cance de los educandos constituyen unpunto de partida adecuado para la apropia-ción de la nueva mentalidad hacia el medioambiente; una acción diferente suscitanuevos interrogantes, por lo que se hace deltodo necesario que esté acompañada de unexamen de lo que conocemos y valoramossobre el medio ambiente. Conocer qué sa-bemos y pensamos sobre el medio naturalno implica la necesidad de aumentar másnuestro conocimiento sobre la crisis ecoló-gica. De una mayor información no se des-prende directamente una conducta mejor.Y pensar desde la lógica de lo peor, de losdesastres naturales, induciría a largo plazo aconductas de deserción personal y de inevi-table fatalidad ecológica. Por lo que se pre-tende atenuar el excesivo intelectualismo ocognitivismo de corte catastrofista acercadel problema medioambiental para otorgarun mayor protagonismo a las conductaspositivas que orienten actuaciones en elmedio ambiente. Este protagonismo se en-marca dentro de una relación moral entreel yo y lo otro, una relación de alteridad.Educar a los ciudadanos para que sean res-ponsables de su conducta ante la naturale-za, implica la toma de conciencia de que lootro no puede serme indiferente porque esalgo muy importante para mí. Cuando lootro desaparece del horizonte ético de lasconductas humanas se produce un olvidoy, a la larga, su aniquilación. Por eso, edu-car desde esta perspectiva consiste en el de-sarrollo de la capacidad de apertura y de

respuesta a la demanda que viene de fuera,no de mí mismo, sino de lo otro (lo natu-ral) y los otros (actuales o futuros). Ello im-plica la capacidad de percibir que nuestroentorno es la biosfera como el espacio co-mún de todos. Esta ampliación del espacionatural —de localista a planetario— es supe-radora de una relación del «yo» y la natura-leza a la perspectiva del «nosotros» dentrode la naturaleza. Todos compartimos elmismo espacio natural lo que, de contem-plar la naturaleza como fuente inagotable averla como susceptible de agotamiento,exige aprender a vivir en los límites de ellamisma; y este aprendizaje está referido tan-to a los límites cuantitativos (menos cochescontaminantes, menos plaguicidas, menosplásticos, etc.) como a los límites cualitati-vos (prioridad a la satisfacción de necesida-des básicas humanas, aumento de las op-ciones vitales de sostenibilidad ecológica,etc.). Más que un cambio drástico en laconducta, se pretende que el educandovaya mostrando cómo da respuesta a los re-tos y problemas que el medio ambiente leva planteando. Ello incluye la adquisiciónde conductas de empatía, de ayuda, parti-cipación y cooperación, como también elaprendizaje del- valor de solidaridad y dejusticia desde la experiencia de los mismossi se desea salir del discurso intelectual y ha-cer de éllos un criterio de conducta presen-te en la conducta de los alumnos.

ACTUACIONES QUE LLEVEN AL BIEN COMÚN

Ser persona moral ante los desafíos del me-dio ambiente significa responder de lo otrocomo tarea permanente. Quiere decir que elaprendizaje de la conducta responsable ha-cia el medio natural no se limita a una ac-ción encerrada en un tiempo y en un espa-cio escolar. Siendo la escuela un lugaridóneo, el desarrollo de dicha competenciamoral también se hace experiencia valiosaen otros espacios. Hacerse cargo de lo otroes educar en un compromiso ético y político

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que desborda los muros del aula. Por lo quela familia y el espacio de convivencia pluralse convierten en escenarios para tratar deencontrar respuestas adecuadas a la proble-mática medioambiental.

La familia constituye un lugar de en-cuentro privilegiado por lo que tiene de en-torno social singular en la propuesta de es-tilos de conducta ecológicos. El clima deafecto, de aceptación y comprensión queenvuelven las relaciones padres-hijos con-vierte al espacio familiar en un lugar en elque los educandos pueden verse más direc-tamente implicados en la realización deconductas responsables. Se trataría de lle-var a cabo iniciativas o tareas concretas enlas que se sienta personalmente involucra-do. Más que los resultados de su conducta,cuyo efecto ambiental puede ser escaso, loimportante es la toma de conciencia de queel problema medioambiental es asunto detodos, una cuestión moral colectiva queexige, desde la cordialidad y la gratuidaddel ambiente familiar, una mayor unidadde acción coherente con los valores de soli-daridad y justicia ecológica.

La tarea de dar respuesta moral al pro-blema medioambiental en el ámbito fami-liar y escolar quedaría totalmente truncadasi no se extiende también a la esfera de losocio-político. Y aquí entramos de lleno enun espacio que comporta acciones de de-nuncia y compromiso a largo plazo por elbien común de la naturaleza. Ya no se tratasólo de mostrar unas actitudes personalesmás respetuosas con el medio ambiente,sino que la responsabilidad moral nos llevaa denunciar estructuras económicas y so-ciales que son incompatibles con una so-ciedad justa y una naturaleza sostenible.Por eso, las acciones socio-políticas debe-rían estar encaminadas al menos a:

• Sustituir unas relaciones socialesgobernadas desde la lógica instru-mental y optar por la defensa de va-lores de justicia, solidaridad y res-peto a la naturaleza.

• Otorgar un mayor protagonismoal ciudadano en los problemas me-dioambientales. Y ello exige unacultura democrática más participa-tiva, donde se vea más directamen-te implicado en la gestión me-dioambiental.

• Eliminar barreras ideológicas (sím-bolos, valores etnocéntricos, cos-movisiones, etc.) que dificultan lavisión moral del problema me-dioambiental. Ello implica el com-promiso por el desarrollo de undiálogo abierto entre personas,pueblos y culturas distintas paraque se vaya eliminando un alto cú-mulo de sospechas fundadas en ladesconfianza mutua.

La defensa de una educación en la res-ponsabilidad como respuesta adecuada alos graves problemas medioambientalesno queda limitada exclusivamente a unaactuación escolarizada, sino que se extien-de a la creación de una cultura más demo-crática en la que los ciudadanos asumanuna mayor capacidad de responder con loque hoy hacen y dejan de hacer, porque deellos depende la supervivencia del ecosis-tema, incluidos todos los seres humanosdel presente y del futuro.

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