El Abra - aristidespalacios.com · ¡Felicitaciones!, Aristides es mi deseo que estas pequeñas...

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El Abra

Aristides Ulises Palacios

© Aristides Ulises Palacios, 2020© El Abra, Aristides U. Palacios, 2020

www.aristidespalacios.com

Rosario, Santa Fe, República Argentina

ISBN: 978-987-86-4145-4

Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcialde esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisiónen cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia,grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares delcopyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delitocontra la propiedad intelectual.

Diseño y composición: Celina M. SavinoDiseño de cubierta: Aristides U. PalaciosCorrecciones y Prólogo: Dr. Carlos H. Savino

Dedicatoria

Dedico esta obra a las personas que logran sentir aquello quesiento cuando escribo; porque nos extendemos uno en el otro.

Especialmente a Celina y Sofía.

Prólogo

YO: ¿Qué te impulsó para comenzar a escribir?

ARISTIDES: Sentí que mi interior estaba abarrotado desensaciones, de observaciones, de pensamientos cruzados yhasta rebeldes, y que era imperioso compartirlos.YO: ¿Fue difícil comenzar?

A: Sí, bastante. La literatura es una herramienta difícil de usar.Por momentos tuve la tentación de abandonar y sustituirla porla transmisión directa de todo lo que quería expresar.YO: ¿Y qué sucedió?

A: Dios me ayudó, me dio fuerzas para insistir con mipropósito, por intermedio de mis amores, mis amigos, misrecuerdos.Yo: Ahora que pudiste transmitir tus sensaciones, ¿cómo tesientes?

A: Aliviado, como se sentiría alguien al confesar un secretoíntimo que le estaba quitando el sueño. Seré muy feliz si esassensaciones que intenté compartir despiertan o se ramifican ennuevas sensaciones entre los lectores.YO: Transmitir lo que sientes respecto del mundo que nosrodea para que otros se animen a compartir, a interesarse en losdemás.

A: Exacto. Miremos a nuestro alrededor, nos detengamos uninstante a observar a los demás, a imaginarnos cómo es elmundo de ellos, qué los aflige o los hace felices y si es posiblenos comuniquemos para compartir pensamientos yexperiencias.YO: Que abra un Abra entre las personas.

A: ¡Ja! Si, exacto.

¿Un sueño? ¿El diálogo con Aristides fue un sueño? Tal vez.Como diría J. L. Borges: Tal vez alguien nos está soñando ynosotros somos parte de ese sueño.

¡Felicitaciones!, Aristides es mi deseo que estas pequeñashistorias, pero a la vez inmensas y profundas, dejen de sertuyas y pasen a propiedad de los lectores y en ellos inspirensentimientos generosos. Entonces habrás conseguido tu loablepropósito.EL ABRA ocupó gran parte de mis pensamiento apenas nació.Lo acompañé desde sus primeros pasos hasta su madurez.Ahora es libre para volar y llevar, a donde sea su horizonte,toda su carga de estímulos de libertad espiritual.

Dr. Carlos Héctor Savino

Del autor

Querido lector ten en cuenta que el valor principal de estaobra lo descubrirás con una lectura analítica. Considero quelos hechos pueden ser descritos, pero las sensaciones sólopueden conocerse por medio de las experiencias. Y no herelatado lo que he visto, sino de lo que he sentido.

***

En estas historias cotidianas y callejeras, con pocas palabras ymucho sentido, podrías descubrir quién eres detrás de lassensaciones. En estos relatos que no inventan lo que ya guardasen tu inconsciente, leerás sin duda lo que no digo.Cuando logres el vínculo en El Abra, serán tuyas mis letras ytus intenciones justificarán el motivo de haberlas escrito.Abandona el introvertido personaje que la sociedad te impuso,para volver a ser quien fuimos cuando éramos niños.

***

El Abra

Un niño seguía los pasos del sol, en el sendero del atardecer ala vera de un arroyo. La soledad y el silencio eran sensacionesa flor de piel.Su rumbo se extravió entre la maleza, confundiendo entreverdes matices su destino.

Descubrió un camino sin huellas en aquel momento sin tiempo.Al abrirse paso entre la vegetación un grito quebró la paz desu exilio mortal. Paralizado se detuvo y murió despreocupado,pero al instante renació temeroso, impensado.

El desafiante grito nuevamente lo estremeció. Frente a él unacriatura abrió sus alas enseñando el esplendor de suexistencia. Miró el cielo y se elevó.Al pie de su trono una montaña de huesos eran resultados demuertes sin venganzas ni injusticias.

El conocimiento se hizo en aquel niño y la vida le fue revelada.Al dar el paso para regresar al mundo, los hechos dejaron laexperiencia tatuada en su alma: el Abra.

“¿Qué sucede cuando lo que no esperas te está esperando?Simplemente no sucede y, miles de cosas no suceden, sontantas que si buscas con la mínima intención seguroencontrarás algo. Siempre lo pensé, o bien, sólo desde que eraun niño.

La sorpresa es algo entre lo maravilloso y lo natural pero,generalmente no se busca y aparece fuera de nuestro control.”

Jorge tenía más o menos veinticuatro años de edad, trabajabaen un comercio, a primera vista era un joven ordenado y muyaplicado, totalmente de acuerdo con las reglas impuestas;seguía las normas sociales muy a gusto y vivía en la libertadque sus padres le otorgaron paulatinamente mientras sedesarrollaba en su vida, tal vez como muchos, yo diría.

Pero sus padres total libertad no tenían, la obligación que sehabían impuesto justificaba los frutos obtenidos, no midieron laresignación e indiferentes optaron por ser propietarios de unpedacito de la isla de la avaricia; pretendían ser dueños de lavida en vez de inquilinos.Jorge sintió que era la hora de comprar su parcela, poner subandera en ella era parte de su razón de ser. Habíacomprendido aquello de no quitar la vista del camino y tambiénsabía que debía perfeccionar todo lo aprendido. Lo propio eralo importante para ganar mucho más “míos”.

A solas su obsesión ensayaba inventarios detrás de los silenciossobre la almohada y recorría de memoria un pésimo catálogo:mi moto, mi novia, mis pertenencias, mi cariño, mis padres, mihermana y mis sobrinos; mi trabajo, mis amigos, misexamantes, mis borracheras, mis historias, mi capital invertido;mis dolores y mis aptitudes, mis anhelos y mi futuro. Y tantosmás míos tenía para vanagloriarse por haberlos conseguido.Orgulloso encajaba en su modelo social que desde siemprehabía construido.Un día su novia Adriana tenía la necesidad de algo más en sucompromiso, Jorge respondiendo urgente compró una parcelaen la isla y los materiales para edificar en ella su castillo. Lahora había llegado, estaba preparado. Pero todo aquello aAdriana no le alcanzaba, meses después, que se hicieron unaño, nuevamente algo más le exigió en su compromiso. Jorgese dispuso a pagar con vida las circunstancias de un desdichadodestino; las anteojeras las aprendió a usar de niño, de grande le

llamó carácter, personalidad o simplemente su guía en elcamino.

Los billetes hacían confortable el nido y con los incómodossilencios a la hora de la cena se atragantaba.Una noche cuando Jorge salía de su triple turno laboral, laindiferencia por el valor de su vida le pagó con la triste noticiaque le llevó un amigo, Adriana había encontrado los besos queesperaba de Jorge, pero muy lejos de donde él la quería. Laindiferencia le cobró con indiferencia, los besos que llegan alalma no son los que enseña el diccionario.

Jorge fue enterrado y olvidado en su parcela, lejos en su isla, enun castillo confortable.

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La Biblia del basurero

***Abriéndonos a las realidades inquietantes

serenamos el pasado.

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En una mañana comenzando el otoño, Jorge despertaba en elcanto de gorriones cuando el sol entraba por la horqueta de unplátano.

Contenido en la rigidez del frío, el alba lo encontró a laintemperie dormido. De pronto una voz se coló en el silencioiniciando su conciencia.—Discúlpeme no quería despertarlo, es por culpa de los añosque no alcanzo a dar la vuelta a la plaza y obligan a tomar undescanso a este cuerpo que aún me aguanta.

Jorge se incorporó de su posición fetal en el banco de listonesde madera y en el otro extremo un anciano acomodaba su gorrarecargando su vejez sobre un bastón que traía.—Por cierto, sé que el banco de esta plaza es cómodo, pero¿qué te hace dormir aquí?, le pregunto el anciano Carlos aljoven.

—Me he quedado dormido simplemente, y se me pasó lanoche. Carlos lo miró sonriente y retirando la mirada le dijo querecordaba una historia. Le propuso contársela mientras tomabaun descanso.

El joven asintió con un gesto y acomodando su abrigo se ubicópara escucharlo.—Te voy a contar la historia de la Biblia del basurero.

Carlos con una mirada, como leyendo letras invisibles colgadasen el aire, inspiró la bocanada necesaria de ánimo y sin gestoscomenzó el relato.

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Todo converge en un punto. Faltaban diez minutos paracomenzar su horario de trabajo.

En una calle peatonal vacía era el único que caminaba yobservaba las persianas bajas de las tiendas donde todonegocio, en su tiempo ocioso, esperaban comenzar lajornada. Pequeños árboles que escondían todo lo público ledaban vida al cemento de aquella peatonal dormida. Entrelos verdes esperanzados, revistas almacenadas abarrotabanlos quioscos de lata.Al bajar del autobús, vivió tres cuadras pensando en su día,veía dormir hombres envueltos en públicas ironías.

En su camino dos guardias interrogaban a un anciano de nomás de quince años. La discusión eran las pertenencias quehabía dejado un vagabundo; puntualmente esos papeles quesacaron de las las manos rígidas sin vida del “N.N.”.Al ver al joven se detuvo y escuchó sus palabras entrellantos:

—Miren, para ustedes no es nada, pero yo las seguiréguardando. ¡Miren, saben leer o sólo me joden! Eran lashojas de su Biblia. ¡pero por favor miren! para ustedes noes nada, como el viejo que se llevaron y sus trapos. Me dijoque cuando muriera la siguiera en mis manos guardando.Secando sus lágrimas continuó diciendo:

—Anoche el viejo me leyó cada una de estas hojas, eran suBiblia del basurero, decía. Me dormí escuchando y despertémás humano, me dijo que las iba a guardar hasta despuésde muerto en mis manos, no entendía hasta hoy, cuando selo llevaron.Los dos guardias, detrás de sus lentes oscuros, observabanlas hojas sucias, escritas y gastadas y, frente al testigo

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casual, se la regresaron al muchacho.

Ante la mirada compasiva de aquel extraño, el jovenconmovido se apoyó en la pared deslizándose hasta sentarseen el desconsuelo. Apretando el puñado de hojas, detrás deun cristalino lagrimear que resbalaba húmedas tristezasentre los surcos de su rostro, pidió al extraño que se las lea.Aquel que había presenciado lo ocurrido se ubicó junto aljoven y leyó las siguientes hojas:

(Primera hoja) CallejeroComo los cansados días voy sangrando mi fortuna, ni unduro en el agujero de mi bolsillo, ni un momento paraotro egoísmo.Como los dados de Claudio que rebotaban en el tablero alazar, mis pasos en la ciudad iban a tal suerte, pero sinuno ni seis al frente.

Me salvan del acoso de mi sombra los reflejos queatrapan mis pupilas derramadas y cansadas.Acepto las realidades para salir empatado, certificado porel árbitro oscuro que pita el final del desencuentro moral.

Pasa así todo por todos lados, pero al dormir mi día, unángel lame las heridas de mi costado.

(Segunda hoja) LustrabotasCon su paso lento iba Tío Paco rumbo a su puestocallejero. Colgando del costado más cansado llevaba uncajón en bandolera con betún, gamuza y cepillos. Nuncale faltaba el ramo de fresias que le recordaban quién loesperaba en casa. Llevaba una gorra que armonizaba lossurcos de su rostro con el brillar de sus ojos, aquellos quemiraban fijo al pasado, acariciando recuerdos con un

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semblante intrínseco y pensativo.

Pedro ya no abría el kiosco de revistas al alba comoantes, se fueron sus fuerzas con los inviernos y otrastantas primaveras. Ni Julio, el mozo del bar, usa camisacon camiseta. Hasta los clientes de la Bolsa de Valoresdejaron sus zapatos por cómodas alpargatas.Todos transitan sin darse cuenta de su labor en aquellacuadra, nada cambia cuando se sienta en la esquina y asípasan los días, algo vacíos como su cartera.

Todo el tiempo para pensar en nada y su viejitaesperándolo adormecida en la soledad ya acostumbrada.Un joven con traje gris, de formal aspecto y haciendogala de su impronta, lo saluda afectuoso y lo devuelve ala vida cual elixir de la eternidad.

Cuando el viento mueve las añejas ramas de aquel árbol,los verdes decoran el universo vacío. Hay segundoseternos que hacen de la vida un hilo, hilo que se hacetrama y se transforma en abrigo.Tío Paco un día no volvió a sentarse en su puesto deaquella cuadra que lo esperaba, prefirió dormir el sueñoeterno junto a su viejita, antes que pensar en nada. Y eluniverso quedó vacío y en aquel árbol sin hojas,quedaron sus ramas.

Pero el viento que sigue soplando, siempre encontrará unTío Paco en alguna esquina o en alguna cuadra.

(Tercera hoja) SordomudoEl invierno jugaba sus últimas cartas aquella mañana. Lasoledad de las calles escondía los pájaros sin sueños.

Rómulo, a contratiempo, sostenía un paso algo inestabley continuo. Sórdida soledad sin palabras en el aire.

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Cruza compañeros de trabajo y se apura para saludar acada uno con un abrazo, a pesar de no tener tiempo yfaltarle sentidos. Unas señas y deja sin palabras lassonrisas tibias de cada uno de aquellos rostros fríos.

Cedió el paso a un automovilista en el instante quegratifica, sin paréntesis y en cuenta regresiva.Muy de prisa, con una mueca preocupada, pidiódisculpas por sólo estrechar la mano de su amigo elbarrendero, sólo de pasada.

Cruza la plaza y llega al trabajo dejando huellas en todaslas personas, pero el reloj biométrico no las reconoce.Tiene las excusas sin palabras para los oídos que nocomprenden su falta.

Rómulo fichó tarde la entrada, en total silencio comosiempre.

(Cuarta hoja) Un secretoLe tocó nacer en quien es al que hasta ayer no era.

Una pequeña parte de Dios se hace una y otra vezpersona; sabe que ya estuvo antes pero no sabe qué es.Los sentidos determinan su tiempo. Mientras tanto odia,se excita, ama, destruye y crea.

Aflora en el arte su intención expresiva con voz sinviento, conteniendo una sinceridad innata para no develarparte de quién es, eludiendo con sagacidad una respuestairracional.Dejó el útero ayer y todos los culpables lo juzganinocente.

A otro fragmento de Dios le ha tocado nacer.Aunque rompas el espejo no te encontrarás con él.

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(Quinta hoja) El linyera y el gorriónUna mañana oí de pasada el dolor en unas lágrimas.

Entre harapos un hombre expresaba con un llanto unlamento tan natural como el agua que corre. Me rescatabade la inconsciencia colectiva.Encunaba en sus manos tiernamente el ya sin vida cuerpode un gorrión solitario. Lo había recogido en unvertedero urbano, ahí, donde asiduamente lo encuentra elhambre por las mañanas y lo ciega habitualmente ladesesperanza tan humana.

Murmuraba en un quebradizo susurro “¡Por qué te hantirado como basura!”, mientras cruzaba la calle sinmirar. Tal vez nada importaba en su amargor.Buscaba entre las sobras qué comer y se encontró a símismo sin alma.

Solitario en el vertedero, lejos de todo lo que creemosque es amor, aquella mañana se acunó un linyera en lasmanos de Dios.

(Sexta hoja) Zapatos rojosDeja una estela al caminar la dama de sus palpitantesdeseos y patrona de sus respetos.

Mirada esquiva que todo lo ve sin mirar en un silencioque todos escuchan por aquella esquina al pasear.La han cruzado cientos de veces por casualidad y en lamejor tarde de otoño, dudó en soltar unas palabras aaquella dama de zapatos rojos.

Justo, en la coincidencia del segundo, sus ojos verdestensaron el mirar de sus pupilas dilatadas secas sinparpadear.

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Frente a la dama empuña una Rosa Friendly en capullo yella un: “Es para mí”, afirmando tan segura dueña delmomento, pluma de acero y señora, tierna arrogante.

Estaba en las mañanas primaverales, justo en la mejor delas tardes de otoño, la razón ensordecía y el silencio seescuchaba casi eterno.Continuó fría, intacta, inalterable: “Si el valor de miszapatos rojos dispones para mí en tu cartera, noaceptaría la flor aunque sincera fuera”.

Dejó caer desde sus manos la intención junto a la RosaFriendly en capullo que cortó el aire rumbo a la acera.Yelina, al levantar la mirada, buscando el alma perdidaen el verde infinito de aquella dama, solamente vio laestela seductora de aquel rojo caminar.

(Séptima hoja) Niño payasoCaminaba el niño payaso entre altos, gordos y vanidosos.Se cruzaba con intelectuales poetas frustrados y conamantes de la economía almorzando ironías en las mesasdel bar de las desesperanzas.Un niño payaso andaba suelto en la ciudad perdida. Letemían y no lo miraban. Solo lleva en su mochila un lápizy algunas hojas de papel.

Su voz no se oía en las conciencias mezquinas. Sinfortuna a todos pedía su atención y alguien lo vio.Aquella persona le dio un billete como limosna, sinpalabras, pidiendo nada a cambio.El niño se sentó en la acera, tomando el lápiz y un papelde su mochila, le escribió con claridad:

“Te quiero. Si tendría voz te lo diría”.

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Al terminar de leerle las hojas el joven se había dormidonuevamente entre las historias. En su rostro el llantomostraba su indulgencia a una sociedad que lo mirabaincompasiva, rechazaba todo, demostrado en su abandono,porque hiere más el más dolido. Un hombre joven como de quince años quedó ahí tirado,entre vivo y dormido, aquel que le concedió su deseo, se lollevó en este cuento al infinito.

Un silencio se coló entre el joven y Carlos al concluir suhistoria. Jorge sentado más despierto que nunca, escuchó cadauno de sus relatos y le dijo:

—¡Qué dura es la vida! y a veces uno ni mira qué hay en estecamino. —A veces estamos dentro de nuestro mundo cuandodeberíamos estar fuera disfrutándolo, le contestó Carlos.

***

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El miserable

***No existe nada que frustre el arrepentimiento cuando respiras.

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Sin duda era una particular mañana para Jorge, el encuentrocon el anciano lo había sacado de su realidad; escuchó suhistoria en un pausado relato mientras lo acompañabalentamente en su recorrido por la plaza al ritmo de un bastónque frenaba las agujas del tiempo.

Fueron por un desayuno a un bar muy cerca de aquella plazadonde Jorge sintió la necesidad de enmendar la respuestaindiferente que le había dado sobre el motivo por el cualdurmió aquella noche lejos de su cama: —Terminé la relación con mi novia y no podía contenerme porel veneno del odio y el sufrimiento. Debía salir de todos ladosy me perdí de bar en bar sin encontrar la calma. Llegué a aquelbanco de listones de madera justo antes de la madrugada,estaba rendido en el cansancio de haber agotado todas lasrespuestas y luego de no recordar más nada usted me despertó.

Así se refirió al motivo, mientras observaba girar el café en unhumeante agachando el rostro, con el pesar de un almadesamorada en una mirada entre la bronca y la tristeza.Un silencio se coló montado en la penumbra que entraba enaquel bar. Carlos apoyó su bastón entre la mesa y el marco dela ventana, se acomodó para ponerse frente al muchacho conuna postura más directa y luego de beber el primer sorbo deuna lagrima le dijo:

—Voy a contarte algo que sucedió hace tiempo…

Un hombre se dirigía invicto de contratiempos,formalmente de camino a la obligación cotidiana. Desdeque dejó el sueño en la cama fueron puntuales los sucesos,algo así como el aburrimiento.

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Aunque el sol no estaba en el cielo, el día fanfarroneabaclaridades bien perceptibles, acompañado por el silenciocomo un ángel mudo.

De repente se cruzó un ebrio con aspecto desordenado. Sindudas aquella persona no había descansado en una cama,ni la noche anterior, ni la otra mañana.Había sido blanca su camisa y su saco habría estado sinarrugas, alcohol antes de cada palabra desde su boca salía;tenía los ojos muy abiertos, pero nada veían. Eraimpaciente la mañana. Había perdido una parte del amorjunto con las palabras para poder expresarlo y de su bocasalió como un murmuro atropellado: “¡Estoy desahuciado,ayúdeme por amor de Dios!”.

Se definía antagónico de la realidad. No comprendía quéhabía pasado o no entendía por qué no comprendía.Bien conocía lo ocurrido, pero recién él se daba cuenta.Tantos años de mucho resumidos en nada, sin duda erannada, para él todo era; y reconoció que sólo hoy seconfirmaba. Soltó ante el silencio de aquel extraño unareflexión que lo aturdía: “¡Tarde o temprano iba a ocurrir yse ha marchado!”.

Así de simple era el laberinto de sus lágrimas. Decía serculpable de haberla hecho culpable; fue un veranoenamorado y un invierno acompañado. Eran ellos cuando aél se referían y él le juraba a un desconocido que amaba ala que hoy desconocía.El extraño quiso seguir a su trabajo como bien lo teníaplanificado pero en dos pasos se le puso al frente el amoralcoholizado y disculpándose le pidió ayuda insistentementeya con el ceño tensado: “¡Discúlpeme, estoy desahuciado,ayúdeme con algo!”.

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El extraño lo miró, tomó unas hojas que tenía separadas ensu mochila, se las dio y se fue.

Con las hojas en la mano, apretadas a puño cerrado, eldesconsuelo se transformó en odio y gritó a las espaldas delextraño: “¡He perdido todo y me das unas hojas escritas.Miserable!”.Al día siguiente, el hombre que se había cruzado con aquelextraño, lo estaba esperando en el mismo lugar donde el díaanterior con aquellas hojas lo había matado. No existía iraen sus ojos ni amargor en su labios. Le preguntó al cruzarlopor qué le había regalado esas hojas y escuchó de su voz:“Porque las escribió un miserable desahuciado”.

Olvidadas, junto a un wisky sin terminar, quedaron lashojas manchadas con lagrimas. Las mismas, enmarcadas ycolgadas en un muro de un bar, hoy observan la melancolíade los solitarios.Aquellos cuadros esto decían:

(Primer cuadro) UbicuidadEl sueño que me invita a dejar todo lo que me cansasiempre me devuelve como ebrio en la puerta, despierto yconfundido.He pretendido volar cuando más pesado estaba, cuandoliviano era no tenía los pies en la tierra.

Ha sido siempre igual, casualmente repetida la sensaciónal no besar los labios prohibidos.En la silueta de las mil curvas el freno siempre está amano, menos cuando despisto por la pasión,desenfrenado.

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(Segundo cuadro) Evans y CharisSe enamoró la musa del ingenio, salió la luna con el sol.Los ojos verdes de Charis, las manos fuertes de Evanstodo son.

Ella, libre soledad que todo inspira. Él, un compromisoque todo logra. Pero un día la tomó de la mano y seapagó la sonrisa.Él sintió la felicidad que el corazón acelera, ella sintióque él no sentía.

Se enamoró de Charis un hombre casado, un amor sincorresponder.La libertad no se puede atrapar con una vida por perder.

(Tercer cuadro) DesconocidaEn el peor segundo del siglo se cruzó con la mirada másatenta, tan profunda que sintió estar detrás de aquellaspupilas perdiendo su individualidad. Fue el alivio de nosentir nada la clave que lo conquistó.Seductora, apasionada y retenida. Ubica la actituddesubicada de su respiración excitada. No regalaba lasonrisa, siendo tan correcta de palabras que soltaba a laincorrecta distancia.

Él le pide el nombre de la muerte, ella juega ajedrez conalmas. Él mirándola desde la agonía de su padre le ruegalas palabras para despejar la última incertidumbre delcasi extinto.Aquella doctora con el veredicto, ante el final de undestino, prefiere engañar un espíritu que sincerar loshechos.

En el peor segundo del siglo se cruzó con la mirada más

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atenta perdiendo su individualidad, tan profunda quesintió estar detrás de aquellas pupilas y se retiró de la saladiecisiete.

(Cuarto cuadro) CorrespondenciaSoltó la carta Leandro en el buzón y congeló lossegundos.Una respuesta en la próxima semana o sería un adiós.Europa se encontraría con su juventud enfundando unresignado corazón o bien, vería durante su vida lafelicidad reflejada en unos ojos azules que brillaban másque el sol.

Pero el bolso A376L del correo desapareció sin razón.El cartero acongojado, una lluviosa mañana explicó aljefe el triste infortunio.

La carta no tuvo respuesta, ni sus letras llegaron a losojos que brillaban de amor.Pero el destino se manifestó al día siguiente de soltaraquella esperanza en el buzón, cuando al salir a la calle,una mirada brillante lo iluminó.

La respuesta sin pregunta llegó, porque nada impide aldestino cuando quiere ser amor.

(Quinto cuadro) Esperando el pasadoFue minutos más que puntual la soledad que desbordó eltiempo.

Un solitario ensayaba las palabras conocidas y que nuncase habrían de escuchar. Era público que en su mundodesierto se ocultaba de sí mismo.Desconsolado en aquella noche necesitó abrir los ojos yver otra mentira, justo cuando había que cerrarlos

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apretando la última lágrima retenida.

En la vida, lejos del encuentro furtivo, ella caminaba deotra mano cada vez menos escondida.

(Sexto cuadro) BofetadaA velocidad estándar, aquella palma de la mano atravesólos hechos dejando detrás de su efímera trayectoriacircunstanciales episodios que apasionaron a la dama.

Expresión libre y espontánea provocando el antes y eldespués.Luego del estallido de tal colisión las huellas de la iradejaron un ardor a flor de piel, inventando aquellavictoria escueta del violento acto y con firma de autor.Preferidas a las que se disfrazan de caricias y que duelenmás en temas de amor.

Sin regresar el rostro dejó su perfil evitando su mirarporque dolieron más las lágrimas que no vio.Nadie merece el desamor.

(Séptimo cuadro) AcuariaSe detuvo a pensar aquello que siempre guardó. Unaresignada confusión esconde la contratapa de una vida.Reflejada en una ironía es otra persona en la historia queha creado. Voluntariamente es feliz. Su innata sabiduríala despierta de la realidad.

En nuestros sueños dice ser Acuaria. Todos la conocenpor fantasía.

Aquel hombre juntó los restos que sobrevivían de él ycomprendiendo tan pocas palabras, que fueron suficientes

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para darle la espalda y marcharse, se perdió en la multitudsin gritar y con las manos llenas de nada.

Algo mas distendidos y mas cómodos por cierto en aquellamesa del bar Jorge escuchaba en total silencio al anciano, comoquien escuchaba el primer cuento de su vida.

En aquel momento Carlos tenia un semblante alegre, lejos de lodramático de la vejez, era como un libro tal vez. Y Jorge antesu mirada muy suelto le dice:—Nunca en mi vida alguien me había sorprendido como usted,¿acaso ha vivido el doble de sus años? He dejado el teléfono enel coche, con el que podía haberlo grabado, si el diez por cientode memoria que tiene usted a mí me funcionara, me daríacuenta de todos los errores por los que he pasado.

—No te preocupes por lo que ha pasado, nada existe ahí, hastalo que te he dicho se lo ha llevado. Disfruta el momento vivido,ahí es donde se quiere y se ama, y es tan efímero como elolvido, pero la voluntad de hacerlo se puede transformar eneterna. Y tus preocupaciones pueden así dar un giro.

***

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Alas del aire

***En el instante que nuestra humanidad aflore existiremos en lo

que llamamos eternidad.

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En aquel bar lleno de oficinistas, en su mayoría de formalestilo con celulares en mano, en la mitad de la mañana, Jorge yel anciano conversaban abstraídos del entorno.

A cuatro mesas de distancia, del lado opuesto, una dama decabello castaño, falda y saco color morado le habla con lamirada mas al joven que al anciano.Carlos con una pícara sonrisa de antaño, le daba un consejo aJorge:

—Escuchame muchacho, no quieras entender el pasado, si nopones el corazón en el presente haces de tus actos un pecado.Escuchame, ¿has oído hablar de las Alas del aire?Jorge ya había olvidado tantas cosas hasta ese momento, querealmente no sabía si había escuchado o no hablar de aquello,pero oírlo de aquel anciano hasta su nombre sin duda seríainteresante, pensó. Fue cuando le preguntó con su primerasonrisa de la mañana:

—Por cierto, ¿cuál es su nombre?—Yo no me he interesado por cómo te llamas y sin embargono me hizo falta para conocerte. Invéntame un nombre que sinduda estaré de acuerdo. Le contestó Carlos, con una sonrisapostiza.

Luego de reír un rato y pedir otra ronda de café, ya dejando laslágrimas en pocillo doble, Carlos pasó a contarle sobre las“Alas del aire”, diciéndole previamente: —Mira muchacho, esto que te voy a contar no lo entiendendemasiadas personas, solamente las justas.

Movió el pocillo de enfrente suyo y apoyando los codos en lamesa, gesticulando con las manos antes de la primera palabracomo un mago antes de su destreza, acomodó sus recuerdos ycomenzó a contarle:

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Aquella vez, justo como siempre, un hombre pasabacaminando hacia algún lugar.Puntual el ortodoxo. Llevaba zapatos Oxford acordonadosde cuero negro, recientemente lustrados. Pantalón gris conmarcados pliegues, prolijamente planchados, camisablanca, corbata y el saco que acompañaba su elegantesonrisa.

Conducía su apuro a paso rápido, dejando por todos ladoslo que no le importaba.Una mano en el bolsillo, la otra lo mataba con uncigarrillo, la colilla no llegaba a un centímetro y con untoque la quitaba, como un punto y aparte en pensamientossin alma.

Iba por la calle que no le preocupaba. Palomas torcazas tanurbana como el cemento, remontaban vuelo atrayendo sumirada. Fue cuando vio caer unas hojas de papel de una delas ventanas entre abiertas y cerradas.Caían aquellas hojas pero no como siempre, caían bailandoaprovechando el espacio, caían lento y rápido, unas deotras no se alejaban.

No podía contarlas, detuvo su marcha para ver dóndellegaban. Las blancas alas del aire aleteaban en libertad.Huérfanas de sombras volaban livianas como unaconciencia tranquila.No caían como las hojas de los árboles que secas se sueltande la mano, siguiendo el último otoño de su vida.

No caían como una fruta madura para viajar en la vida desus semillas. Ni siquiera caían como un plumón olvidado enla cornisa, que intenta llegar al suelo esquivando el aire

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que lo sostiene.

Aquel hombre no podía dejarlas caer sobre las peatonalmojada por la lluvia. -Debian ser leídas- pensó, no porcurioso, sino porque vienen frente a él cabalgando en unacasualidad tan visible.Aceleró el paso rebasando su apuro en la corrida, a metrosde sus manos debía salvarles la vida. Se las arrebata unviento que lo ataca a traición, agarra las primerassuavemente con amor, las otras apasionadas como unamante.

En sus manos ya acogía las huellas de una inspiración quealguien liberó a su suerte. Eran parte de su destino.Caminó hacia algún lugar, justo aquella vez como siemprelo hacía y al leer lo que contenía en ellas encontró losiguiente:

(Primer hoja) EntendimientoQué suerte la mía saber el gusto de su boca, saber cuándoduerme y conocer su respirar cuando me toca.Pero no todo transcurre en la excitación de mis sentidos,muchas cosas hermosas pasan sin mí.

Ausente estoy en tu sonrisa aunque el recuerdo escondidoque traje te haga cosquillas.El testimonio verídico, público, legal bajo juramento ycomprometido es el silencio a flor de piel que vistenuestra desnudez.

(Segunda hoja) El solCon sus últimas fuerzas el sol intentaba sostenerse de losbordes curvos de un planeta inquieto. La luna era testigo

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del instante y no cómplice del infortunio.

El agónico día aún no oía su réquiem y el colosal astropierde azules, desangrándose en rojos, naranjas yamarillos.Cuando el silencio se hace otra clase de ruido, quienreinaba en el día ya no dejaba huellas en el camino.

En la nocturnal quietud del olvido el universo fecundócon estrellas el horizonte y en un instante el inmortalabrió los ojos a los colores de quienes lo habíanconocido.Nuevamente reinó sobre todo. Era bendición y castigo.Pero nunca sus fuerzas lo sostendrán de los bordes curvosde su destino.

(Tercer hoja) IgnacioIgnacio muy temprano, como todos los días, estaba en laparada del autobús pronto a viajar a su trabajo cuando sedio cuenta que todo había sucedido, la mujer de lapanadería terminaba de cargar la mercadería para elreparto, la empleada de limpieza barriendo la entrada deledificio, el linyera durmiendo en el frente del comercio,un hombre en bicicleta y el autobús llegando.Al subir tomó asiento y al mirar por la ventanilla vio a lamujer de la panadería cuando terminaba de cargar lamercadería para el reparto, a la empleada de limpiezabarriendo la entrada del edificio, al linyera durmiendo enel frente del comercio, a un hombre en bicicleta y elautobús llegando.

Subió, tomó asiento y al mirar por la ventanilla diocuenta que todo había sucedido.Al bajar en su parada, olvidó todo.

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Ignacio, muy temprano, como todos los días estaba en laparada del autobús, pronto a viajar a su trabajo, algo leresultaba familiar al ver la mujer de la panadería.

(Cuarta hoja) El amigoDavid quería entender por qué un amigo decía no serlo.Una mañana mirando su reflejo en el lago se dijo:

—Desde de que naciste te llamaron David, y así de ciertoes.Quería despejar su pesadumbre y fue ante quien lobautizó para preguntarle:

—Mi amigo dice no serlo, ¿cómo debería llamarlo si noes enemigo tampoco, ni desconocido es aquel?El hombre lo miró a David y le dijo:

—Te nombré David para individualizarte y extraerte dela generalidad, eres tu amigo, tu enemigo y aqueldesconocido también, pero muy pocos los saben, por esote puse David para que así te reconozcan.Si tu amigo dice no serlo, no te preocupes, tu tampocoeres David.

(Quinta hoja) El salto de la ballenaUn largo camino cargando vida para dar a luz otrodestino.Un ballenato estrena su espiráculo en la primerabocanada de aire para comenzar otra historia.

De aquí para allá, en la turbulencia de su madre entresueños, ya aprendió a nadar.Y es el día, se sumerge y se impulsa recto ascendente,frente a ella la muralla límite de su hábitat, velocidad y

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empuje, ahí va.

Su primer salto en libertad.

(Sexta hoja) AtrapadoUn hombre de la ciudad de Boston, asfixiado por elestrés, decidió alejarse de la prisión y la rutina.

Tomó unos días de vacaciones y viajó a Sudamérica paradisfrutar de su naturaleza.Entre los distintos lugares que recorrió quedó atrapado enla belleza de unas cascadas.

Al regresar de su viaje fue a trabajar como habitualmentelo hacía, era un hombre más, sin el alma en su lugar,lejos.

(Séptima hoja) InquietanteGis caminaba sin sentido, sólo era uno. Sin haber nacidoni la muerte lo esperaba. Un día se topó con Min y susimpleza lo completó.

Min no podía quitárselo de la cabeza, su complejidad loatraía. Funcionaron siempre, el plan para ellos eraperfecto y lo prosiguieron infinitos resultados.Claro que a los veinticuatro era todo simple, naturalcomo lo difícil a los treinta y siete. Se repitieron siempredistintos.

Ella se divide fácilmente para definirse y cumplir, a él lebasta con sumarse a ella para ser más de lo que era.Comenzaron siendo uno y dos.Tú ¿en qué número estás?

Aquel hombre esa mañana caminó sin pensar y pasadas

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diez cuadras de su oficina, seguía leyendo y volaba enaquellas hojas caídas. No llegaba nuca al suelo, nuncallegó donde iba. Partió rumbo a donde debía y se perdió enla mañana entre letras con vida. Nunca supo de dondepartieron, él si donde llegaron aquellas hojas perdidas.

Exultante Jorge y con aplausos agradecía a Carlos aquelcuento.

—¡Bravo, bravo, hombre viejo, vos si que sabes contarhistorias! Es como si me hubieras quitado las sombras, volvistea darme ganas de hacer las cosas que más me gustan en estavida, con tan solo ser atento y contarme estos cuentos. Si bienno me has quitado los problemas, me liberaste del sufrimiento.—Dímelo a mí, que alguna vez también me sirvieron,respondió el viejo.

***

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La paz del viajero

***Llega siempre el momento en el que se ama y no se siente.

Es el regreso.

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Le preguntó Jorge al anciano cómo recordaba tantas cosas,expresándole admiración por su memoria y disposición paracompartirla. Carlos le respondió que él no hacía nada porrecordarlas, que sentía ser un viajero en la vida y las huella quequedan al transitar estos viajes se hacen parte de nosotros ycomo olvidarnos de nosotros no podemos, salvo queabandonemos nuestros cuerpos, recordar no se hace una acción,es simplemente relatar lo vivido.

Jorge le salió al cruce rápidamente, con toda simpatía y conalgo de exigencia, interpelándole informalmente:—¡Seguro tienes alguna historia para contarme al respecto! ¿Ome equivoco?

Carlos, mirando hacia afuera como escapando del sitio le dijo:—Así es muchacho, hace un largo tiempo cuando iba rumbo alas ruinas de Quilmes en la provincia de Tucumán pasaba porel Abra del Infiernillo y me llamó la atención un niño con unrebaño, detuve la marcha para que crucen la ruta y meestacioné. Había algo en su mirada que me llamaba la atención,me saludó y sentí la necesidad de obsequiarle algo, algo que loacompañe en aquella inmensa soledad. Pero no traía nadaconmigo, más que mi libreta, arranqué unas hojas que en sureverso estaban en blanco y junto a mi lápiz se los obsequié.Por el retrovisor, al ver al niño alejarse, me sentí en paz.Siempre lo vuelvo a encontrar en el cuento “La paz delviajero”. Te lo voy a contar aunque no me lo pidas.

Un niño solitario caminaba en el abra; en las profundaspendientes las rocas dormidas parecían sostenidas por elviento que escapaba de la cordillera. Las últimas estrellas

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se marchaban diluyéndose en un cielo falto de nubes juntocon el claro oscuro que todo lo envolvía hacia el poniente.

Sandalias, pantalón y algo así como una camisa vestía.Llevaba colgada una pequeña cartera tejida, muy colorida,con una cuerda entrelazada que lo cruzaba.Sujetaba un puñado de hojas que había dibujado inventandoun obsequio. Con firmeza en su mano las apretaba, pero nocon la fuerza que retiene, sino con la que guarda.

Bajo un chullo color tierra asomaba su cabello negro, desdesus ojos asomaba su alma.Sus huellas silenciosas eran el sendero que despertaban alos pajaritos entre espinosas ramas y cuando el sol entrabapor la cumbre, bajando lentamente en el abra, sus mejillasredondeadas, curtidas por el frio, atraían la luz parailuminar aquella ternura solitaria.

Sus hojas fueron el regalo de un extraño, junto con el lápizque guardaba en su cartera.—Dibujá lo que quieras, que yo te acompañaré en ellas, ledijo el viajero aquel, riéndole con magia.

El changuito había dejado el rebaño por la tarde y aquellamañana volvía bajando la picada; cruzó la ruta empedradahacia la escuela, donde su maestra Lucía lo esperaba enaquel inmenso silencio.A lo lejos, en un foráneo palo erguido, una bandera conesos colores que al niño tanto le gustaban, lo observababajar como el sol en la pendiente esquivando rocas al alba.Para él era un pedazo de cielo atrapado en una tela que conel viento bailaba.

El humo de la cocina y el olor a pan horneado ponían prisaen su marcha, dos mulas en la puerta algo dormidas, algocansadas y cachilo que lo recibe, ladrando de alegría como

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otras tantas mañanas.

Corrió el niño a los brazos de su maestra y le regaló unpuñado de alegrías en hojas dibujadas.Emocionada Lucia, en el reverso de los dibujos lo siguienteleyó:

(Primer dibujo) VínculoNada está perdido, nada lo está,

me encontrarás entre todas mis letras.No soy lo que imaginas, no lo soy,

te amo porque no odio con todo mi ser.Búscame aunque esté acá;

porque falta que leas mi pasión,¡pero búscame por Dios!

Recoge las últimas cenizas de mí para ponerlas en los próximos cuentos;

te hablaré desde donde esté y sí te hablaré.

(Segundo dibujo) EncantadaDesde una laguna al pie del cerro, de la que todoshablaban, una verde ranita decía:

—¡Nadie tiene respeto por mi alma!, ¡ay alma mía!, ¿porqué nadie tiene respeto por mi alma?, ¡mi alma querida!Quien pasaba cerca, al oír, se aproximó y al verla le dijo:

—¡Yo sí respeto tu alma!Aquella luciérnaga con un beso intentó romper el hechizopara liberar el alma encerraba en la rana.

Luciérnaga a la carta fue la cena, en una noche

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encantada.

(Tercer dibujo) Su hijaSolitario y vencido por sus victorias, un amante perdió elcorazón que no sangra en la última batalla.Una celestial propuesta de amor se oyó en el vientocuando el trueno trajo sabiduría al amor en un naturalinvento, su hija.

(Cuarto dibujo) DragonesEmpezaba su día como otros dragones. Con sólo respirarel pecho le ardía. Salió de la cueva pisando flores y abriólas alas para enfrentar el destino.Pero quién le teme espera agazapado, empuñando el finde su dolorosa existencia. Su redentor una caricia leacertó y dio muerte a la furia natural de su día.

Se detuvo el tiempo al fin, una lágrima estalló el cristalde los ojos sin piedad.Cuenta la historia que los dragones buscan corazonesvalientes para renacer en almas de mujer con sangre enlas venas.

(Quinto dibujo) Mi cuentoHabía una “vez” escondida en la imaginación de un niño.Un lobo feroz la buscó en el bosque y una princesa labuscó por todo el castillo.La luna daba vueltas y vueltas sin poder hallarla, hasta elsol iluminaba todo y aun así no la encontraba.

Muy bien escondida, tan despreocupada y tranquilaestaba, que una tarde se deslizó por un bolígrafo y sinquerer se hizo tinta dejando al niño donde feliz vivía.

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Lejos de su hogar creyó estar perdida, pero se hizo otra“vez” en los cuentos del niño que ya escribía.

Nuevamente está donde pertenecía.

Al terminar Lucia de leer todos los reversos de los dibujosle dijo:—¡Qué hermosos dibujos me has regalado!, ¿quién te los haescrito en el reverso?

—Fue el hombre que me regaló las hojas y este lindo lápizque tengo.—¿Y dónde esta es buen hombre que te ha hecho esteobsequio?

—En cada uno de los cuentos que te he dado.

Al terminar el relato, se levantó Jorge y le dio un abrazo, loabrazó cerca del corazón, lejos de quien había sido.—¿Por qué lloras muchacho? le preguntó Carlos.

—Es que estoy muy contento de haberlo conocido. —Pensé que te había pisado con el bastón, ¡gracias a Dios queno te he hecho daño! Por cierto, qué suerte que te he curado detu tristeza y hasta una lágrima me gané de tu alegría.

Los abordó el medio día a aquellos dos distraídos, Carlos lepidió disculpas a Jorge y que lo excuse, debía retirarse aalmorzar, él nunca hace a nadie esperar. —Hasta la muerte tiene su turno, bien sabe ella cuándo tendráque llegar, riendo como un niño hacia reír a todos los queescuchaban en aquel bar.

El joven no menos que agradecido por tal experiencia y luegode despedirlo con un abrazo lo acompañó hasta la puerta de su

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edificio.

Jorge comprendió que con sólo prestar atención al prójimopodría lograr cambiar la peor situación de un necesitado, susufrimiento. Entendió que la indiferencia de la sociedad,establecida como bandera para preservar la posición con elentorno, no hacía más que encerrar al vacío a las personas,mientras consumen lentamente el último centímetro cúbico desu oxígeno.Aprovechó el horario y fue rápidamente a presentarse a sutrabajo, a pesar de que llegaría con tardanza al turno de latarde. Al recibirlo su jefe, lo mira con esa mirada que jefe lodemuestra y le dice por su tardanza:

—A ver, ¿con qué historia me venís hoy?

Fin.

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El recorrido

Como los cansados días voy sangrando mi fortuna, ni un duroen el agujero de mi bolsillo, ni un momento para otro egoísmo.Como los dados de Claudio que rebotaban en el tablero al azar,mis pasos en la ciudad iban a tal suerte, pero sin uno ni seis alfrente.

Me salvan del acoso de mi sombra los reflejos que atrapan mispupilas derramadas y cansadas.Acepto las realidades para salir empatado, certificado por elárbitro oscuro que pita el final del desencuentro moral.

Pasa así todo por todos lados, pero al dormir mi día, un ángellame las heridas de mi costado.El sueño que me invita a dejar todo lo que me cansa siempreme devuelve como ebrio en la puerta, despierto y confundido.

He pretendido volar cuando más pesado estaba, cuando livianoera no tenía los pies en la tierra.Ha sido siempre igual, casualmente repetida la sensación al nobesar los labios prohibidos.

En la silueta de las mil curvas el freno siempre está a mano,menos cuando despisto por la pasión, desenfrenado.Qué suerte la mía saber el gusto de su boca, saber cuándoduerme y conocer su respirar cuando me toca.

Pero no todo transcurre en la excitación de mis sentidos,muchas cosas hermosas pasan sin mí.Ausente estoy en tu sonrisa aunque el recuerdo escondido quetraje te haga cosquillas.

El testimonio verídico, público, legal bajo juramento ycomprometido es el silencio a flor de piel que viste nuestra

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desnudez.

Nada está perdido, nada lo está, me encontrarás entre todas misletras.No soy lo que imaginas, no lo soy, te amo porque no odio contodo mi ser.

Búscame aunque esté acá, porque falta que leas mi pasión,¡pero búscame por Dios!Recoge las últimas cenizas de mí para ponerlas en los próximoscuentos, te hablaré desde donde esté y sí te hablaré.

Aristides Ulises Palacios

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