El Aniversario-Chejov

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El Aniversario (Anton Chejov)PERSONAJES

ANDRES SCHIPUCHIN: Director de la banca Sociedad Mutual de Crédito. Hombre relativamente joven y muy cachaco.

TATIANA: Mujer de Andrés: de veinticinco años.

CAMILO LONDOÑO: Contador del Banco.

NATALIA Y JOSEFA VELOZA: Señoras como “Tola y Maruja”.

Los directivos del Banco.

Un vigilante.

Los empleados del mismo. La acción tiene lugar en el local de la Mutual de Crédito.

Acto único.( Despacho del director. A la izquierda, una puerta abre sobre las salas de empleados. Hay dos mesas de escritorio. En el aderezo de la estancia se aprecian pretensiones a un lujo refinado: muebles tapizados de terciopelo, flores, estatuas, alfombras, teléfono... Es el mediodía. En la escena, y calzado con unas botas, está solo LONDOÑO.)

LONDOÑO: - (A gritos, y asomando la cabeza por la puerta.) ¡Diga que compren en la farmacia veinte mil pesos de gotas de valeriana y que traigan también al despacho del director agua fresca!... ¡Hay que decírselo cien veces! (Yendo hacia la mesa.) ¡Estoy rendido!... ¡Ya son tres días y tres noches las que llevo escribiendo, y sin pegar los ojos!... ¡Por la mañana y por la tarde me las paso aquí, escribiendo como un loco, y por la noche, tosiendo en casa!... (Tose.) ¡Y ahora, para completar, siento todo el cuerpo congestionado!... ¡Tengo temblor..., calor..., tos..., dolor de piernas y como unas chispas en los ojos!... (Se sienta.) Nuestro director..., ese pelele..., ese inútil..., se dispone a leer hoy en la junta su discurso con este título: «Nuestro Banco en el presente y en el porvenir»... El se muestra ante las directivas como el “gran jefe”, mientras yo tengo que estarme aquí sentado, trabajando para él como un esclavo!... ¡Se la pasa llenando crucigramas y jugando solitario..., y yo mientras..., trabajo como una mula!... ¡No le puedo sufrir!... (Contando.) ¿Entonces era?... uno..., tres..., siete..., dos..., uno..., cero... Prometió recompensarme por mi trabajo... Prometió que si hoy transcurría todo bien y lograba embaucar a las directivas, me daría un reloj de oro y un millón de pesos... Veremos si es verdad... (Escribe.) Eso sí..., si no me cumple..., no te enfades, respira: 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2... Soy un hombre colérico, y cuando me enojo..., no soy yo cuando me enojo, grrrrrrrr... ¡Sí!... (De detrás del escenario llega el sonido de unos aplausos y una ligero algarabía.)

LA VOZ DE SCHIPUCHIN. -«¡Gracias! ¡Muchas gracias! ¡Estoy emocionado!»... (Entra SCHIPUCHIN. Viene vestido con un traje elegante y sostiene entre las manos el álbum que acaba de serle regalado.)

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SCHIPUCHIN. (Deteniéndose en el umbral y dirigiéndose a la sala de empleados.) ¡Este obsequio, queridos subordinados, será conservado por mí hasta la misma muerte y constituirá el recuerdo de los días más felices de mi vida!... ¡Sí..., señores míos!... ¡Una vez más les doy las gracias! (Envía un beso ante sí y se vuelve hacia LONDOÑO .) ¡Mi querido..., mi apreciadísimo Londoño! (Durante algún tiempo, entran empleados con papeles para la firma.)

LONDOÑO. (Levantándose.) Tengo el honor de felicitarle, Doctor Schipuchin, en el decimoquinto aniversario de la fundación de nuestro Banco y de desearle...

SCHIPUCHIN. -(Estrechándole fuertemente la mano.) ¡Gracias... ¡Gracias!... ¡En un día tan célebre como el de hoy, en el día del aniversario, creo que podemos abrazarnos! (Se abrazan.) ¡Estoy muy, muy contento! ¡Gracias por su trabajo! ¡Gracias por todo! ¡Por todo!... ¡Si mientras tuve el honor de ocupar la dirección de este Banco hice algo útil, se lo debo, principalmente, a mis compañeros!... ¡Sí!... ¡Son diez años! ¡Diez años!... (En tono vivo.) Y mi Discurso..., ¿qué tal va? ¿Sigue adelantando?

LONDOÑO. -Sí. Solo faltan ya unas cinco páginas.

SCHIPUCHIN. ¡Magnífico! ¿Estará, entonces, preparada a eso de las tres?...

LONDOÑO. -Si no viene nadie a molestar, la terminaré. Lo que queda es ya una minucia.

SCHIPUCHIN. -¡Magnífico! ¡Magnífico!... ¡La junta es a las cuatro, así que, por favor!... ¿A ver?... Déme la primera mitad, que voy a repasarla... Démela pronto... En este Discurso tengo puestas grandes esperanzas. (Cogiéndolo. Se sienta y empieza a leer para sí.) Me siento terriblemente cansado. Anoche me dio un ataque de migraña, y después tuve que pasarme toda la mañana de aquí para allá, ocupado en una cantidad de cosas. Luego, el nerviosismo..., las ovaciones..., la agitación... ¡Estoy fatigado!

LONDOÑO. -Dos..., cero..., cero..., tres..., nueve..., dos..., cero... Esta cantidad de cifras me nubla los ojos. Tres..., uno..., seis..., cuatro..., uno..., cinco... (Hace chasquear la calculadora.)

SCHIPUCHIN. ¡Y otra contrariedad!... Hoy por la mañana vino a verme su señora y volvió a quejarse de usted... Me dijo que ayer, anochecido, estuvo usted persiguiéndola a ella y a su cuñada con un cuchillo... ¡Camilo! ¿Pero qué le está pasando?

LONDOÑO. - (En tono severo.) Me atrevo, Doctor Schipuchin, teniendo en cuenta el aniversario, a dirigirme a usted con un petición. Le pido, que no se mezcle en mi vida familiar. ¡Le quedó claro!

SCHIPUCHIN. (Suspirando.) ¡Qué carácter tan insoportable el suyo, Londoño! ¡Es usted una persona excelente..., respetable..., pero con las mujeres se comporta usted como un «gañan»!... ¡De verdad que si!... ¡No comprendo por qué les tiene usted ese odio!...

LONDOÑO. -¡Y yo no comprendo por qué usted las quiere tanto! (Pausa.)

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SCHIPUCHIN. -Los empleados acaban de obsequiarme un álbum, y la directiva del Banco, según he oído decir, piensa ofrecerme un pergamino y un jarrón de plata... (Jugando con sus lentes.) No está de más... Usted es uno de los nuestros, y es natural que lo sepa todo... Este pergamino ha sido comprado por mí..., como igualmente con el jarrón de plata... También la encuadernación del pergamino costó cien mil pesos; pero, sin embargo, son cosas de las que no se puede prescindir... A ellos no se les hubiera ocurrido... Todos dicen que soy tacaño..., que me basta con que los empleados lleven corbatas a la moda... ¡Pues no, señores míos!... ¡Esas cosas son pequeñeces!... En mi casa puedo ser un modesto burgués. Comer y dormir como un cerdo, emborracharme...

LONDOÑO. -Le ruego que no me eche indirectas.

SCHIPUCHIN. -No estoy diciendo ninguna indirecta... ¡Qué carácter más insoportable tiene usted!... Pues, como le iba diciendo...; en mi casa puedo ser un modesto burgués y obedecer a mis costumbres, pero aquí todo tiene que ser «en grande»... ¡Esto es un Banco!... ¡Aquí el menor detalle se tiene que imponer!... ¡Debe tener un aspecto solemne! Mi mérito está, precisamente, en haber elevado a gran altura el prestigio del Banco...¡Querido mío!... ¡De un momento a otro puede presentarse aquí la Comisión de Directivos, y usted ahí, con las pantuflas puestas, esa bufanda de no se sabe qué color!... ¡Podía haberse vestido de traje o, por lo menos, llevar un abrigo negro!

LONDOÑO. -Mí salud es más preciosa que todos sus dirigentes bancarios. Tengo el cuerpo congestionado.

SCHIPUCHIN. -(Agitado.) Pero ¡convenga que podría tener mejor gusto!

LONDOÑO. -Si viene la Comisión, puedo esconderme... (Escribiendo.) Siete..., uno..., siete..., dos..., uno.., cinco..., cero. Tampoco a mí me gusta mi facha... Siete..., dos..., nueve... (Con la calculadora.) ¡No me gusta este desorden!... ¡Bien haría usted en no invitar al banquete de hoy a las señoras!

SCHIPUCHIN. -¡Qué estupidez!

LONDOÑO. -Ya sé que para que resulta más «chic», llenar con ellas el salón... Pero ¡cuidado!... ¡Podrían estropearlo todo!... De ellas no puede esperarse más que daño y desorden.

SCHIPUCHIN. -¡Por el contrario! La presencia de las mujeres eleva el espíritu.

LONDOÑO. -¡Sí!, ¿eh?... Su esposa es una mujer instruida y, sin embargo, el lunes pasado dijo una cosa que me tuvo perplejo dos días... De pronto, y en presencia de extraños, pregunta: «¿Es verdad que mi marido compró muchas de las acciones del Banco Comercial, que bajaron en la Bolsa?... ¡Mi marido, está tan preocupado!»... Y todo delante de extraños... No comprendo por qué se confía usted tanto de ella... ¿Quiere ir a parar a la Fiscalía?

SCHIPUCHIN. -¡Basta ya!... ¡Eso en un día de aniversario, es demasiado sombrío!... A propósito... Me lo ha recordado usted. (Consultando el reloj.) Mi mujer está por llegar. En realidad, debería haber ido a la estación a esperarla, pobrecita; pero no tengo tiempo, y me encuentro cansado. A decir verdad, no me pone muy contento su venida. Quiero decir... Me alegro de que venga; pero

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me sería más agradable que se hubiera quedado con su madre un par de días más. Me pedirá que pase con ella esta tarde. (Estremeciéndose.) ¡Uy!... ¡Ya me empieza el temblor nervioso!... ¡Tengo los nervios tan tensos, que me voy a torcer! (Entra TATIANA cubierta con un saquito de viaje colgado al hombro. ) ¡Mira! ¡Hablando de la reina de Roma!

TATIANA. -¡Pollito! (Corre hacia su esposo. Largo beso.)

SCHIPUCHIN. -Estábamos, precisamente, hablando de ti. (Consulta el reloj.)

TATIANA. -(Con el aliento entrecortado.) ¡Conejito! ¿Triste sin mí? ¿Estas bien de salud? Yo ni siquiera he ido a la casa. Me vine aquí directamente de la estación. ¡Tengo muchas que contarte! ¡No puedo esperar!... No me quito nada, porque vengo sólo por un minuto. (A CAMILO.) ¡Buenos días, Londoño! (A su marido.) ¿Y por la casa, va todo bien?

SCHIPUCHIN. -Todo. En esta semana has engordado... Pero te has puesto más bella. Bueno, ¿y qué tal el viaje?

TATIANA. Magnífico. Mamá y Nadia te mandan saludos... Víctor me encargó te diera un abrazo... (Lo besa.) Mi tía te envía un tarro de mermelada..., y todos están enfadados porque no los llamas. También Lina me encargó que te diera un beso. (Vuelve a besarle.) ¡Ay, si supieras lo que ha pasado!... ¡Lo que ha pasado!... ¡Hasta me da miedo contártelo!... ¡Lo que ha pasado!... Pero ¡bueno, veo en tus ojos que no te alegras de verme!...

SCHIPUCHIN. ¡Todo lo contrario, querida! (La besa. CAMILO tose con enfado.)

TATIANA.- (Suspirando.) ¡Ah! ¡Pobre Nadia! ¡Me da tanta lástima, tanta lástima!

SCHIPUCHIN. -Querida, hoy celebramos aquí el aniversario... La Comisión de la Directiva va a entrar de un momento a otro, y tú estás vestida así...

TATIANA. -¡Es verdad!... ¡El aniversario!... Los felicito, señores... Les deseo... ¿Entonces hoy habrá junta y… comida? ¡Deliiii!... ¿Y el maravilloso Discurso..., que tardaste tanto en escribir para la Directiva del Banco?... ¿Van a leerla hoy? (Camilo tose con enfado.)

SCHIPUCHIN. - (Azarado.) ¡Querida! ¡De eso no hay que hablar!... ¿Verdad?... ¿No sería mejor que te fueras ya para la casa?

TATIANA. Ay si, ahora mismo me voy... En un momento te lo cuento todo y me marcho... Te lo contaré todo desde el principio hasta el fin. Pues verás... Recordarás que cuando me acompañaste me senté junto a aquella señora gorda y me puse a leer... No me gusta entablar conversaciones en el avión... Ya llevábamos tres horas en el aeropuerto, y yo seguía leyendo sin haber cruzado una palabra con nadie... Sin embargo, empezaron a dar vueltas en mi cabeza unos pensamientos ¡tan sombríos!... Frente estaba sentado un muchacho de buen aspecto... Un moreno bastante guapo... El caso es que nos pusimos a charlar...; después se nos acercó un marino..., luego un estudiante... Yo les dije que no estaba casada..., ¡y qué galantería la de todos ellos!... Estuvimos charla que te charla hasta cuando aterrizamos... El moreno contaba unos chistes graciosísimos, y el marino se pasó todo el tiempo cantando... De

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tanto como reí, llegó a dolerme el pecho... Y cuando el marino se enteró, casualmente... (¡ay, esos marinos!), de que me llamaba Tatiana...,,sabes lo que empezó a cantarme?... ¡Amo a Tatiana!» (Ríe. Londoño tose con enfado.)

SCHIPUCHIN. -Tatis, estamos molestando a Londoño. Vete a casa, cielito. Más tarde me cuentas..

TATIANA. -¡Qué más da! ¡Que lo oiga él también! ¡Ahora mismo acabo!... Pues verás... En el aeropuerto estaba también un muchacho..., parecía ser un inspector... Bastante guapito... Sobre todo, con bonitos ojos...

VOCES DE LOS EMPLEADOS DETRÁS DEL ESCENARIO. -«¡No se puede! ¡No se puede!... ¿Qué desean señoras?»... (Entra MERCHUTKINA.)

LAS VELOZA. -(En el umbral de la puerta y forcejeando con alguien.) ¿Por qué nos sujetan?... ¡Por Dios!... ¡Tenemos que hablarles hoy mismo!... (Entrando y dirigiéndose a SCHIPUCHIN.) Me querido señor, nos presentamos... Natalia y Josefa Veloza..., esposa y cuñada del Secretario Regional del Sindicato.

SCHIPUCHIN. -¿En qué puedo servirlas?

NATALIA VELOZA. Verá usted, excelencia. Mi marido, el Secretario Regional del Sindicato, está hace cinco meses enfermo... Bien, mientras estaba en casa, siguiendo el tratamiento, se lo retiraron, sin motivo alguno... Y cuando yo, padrecito, fui a cobrar su sueldo, van ellos y me descuentan cincuenta y cinco mil quinientos pesos... ¿Por qué razón?, me pregunto yo.

JOSEFA VELOZA. ¡Porque cogía de la caja menor colectiva!

NATALIA VELOZA. ¡Me contestaron, pero si eran los demás compañeros los que tenían que responder por él!... ¿Y cómo puede ser eso?... ¿Cómo iba él a coger nada sin mi consentimiento?...

JOSEFA VELOZA. ¡Eso es imposible, excelencia!

NATALIA VELOZA. ¡Somos unas pobres mujeres! ¡Somos débiles! ¡Estamos indefensas! ¡No recibimos más que ofensas, y no oímos una buena palabra de nadie!

SCHIPUCHIN. -¿Me permiten? (Coge la solicitud y, siempre de pie, la recorre con los ojos.)

TATIANA. - (A Londoño.) Pero es que tengo que contarlo desde el principio. La semana pasada recibo un buen día carta de mamá... En ella me dice que un tal Guarnizo ha pedido la mano de mi hermana Nadia... Parece ser que se trata de un muchacho excelente, modesto, pero carente de medios económicos y sin situación definida... Para mayor desdicha, figúrese que también Nadia se había enamorado de él... ¿Qué hacer en un caso así?... Por eso me escribía mamá..., para que yo, sin pérdida de tiempo, viniera aquí a influir sobre Nadia...

LONDOÑO - (En tono severo.) Perdone, pero me está confundiendo... ¡Su mamá, Nadia y el Guaricho! ¡Me está confundiendo y ya no comprendo nada!

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TATIANA. -¡Guarnizo! Y cuando una señora le habla, debe usted escucharla!... ¿Por qué tiene hoy tan mal humor? ¿Está usted enamorado? (Ríe.)

SCHIPUCHIN. - (A LAS VELOZA.) ¡Mis señoras!... No les entiendo nada.

TATIANA. Aja, ¿conque está enamorado?... ¡Ay..., y se puso todo rojo!

SCHIPUCHIN. ¡Tatis! ¡Conejita!... ¡Sal un momento al pasillo! En seguida voy.

TATIANA. -¡Bueno!... (Sale.)

SCHIPUCHIN. -No entiendo nada de esto... Ustedes, señoras, están equivocadas... Esta solicitud, por lo que se deduce de su contenido, no nos corresponde a nosotros. Tengan la bondad de dirigirse a la institución donde trabajaba su marido o hermano, lo que sea!.

NATALIA VELOZA. -Mire, padrecito... Hemos ido ya a cinco sitios y en ninguno nos la han querido siquiera aceptar. Tenía ya perdida la cabeza cuando Boris, mi primo, nos aconsejó que viniéramos a verle a usted.

JOSEFA VELOZA.«Tienen ustedes -nos dijo- que dirigirse al señor Schipuchin. Es una persona de mucha influencia y podrá arreglarlo todo...» ¡Ayúdenos!

SCHIPUCHIN. -Nosotros, señoras Golosa… perdón Veloza, no podemos hacer nada por ustedes. ¡Compréndanlo!... Su marido, su hermano, por lo que he podido deducir, trabajaba en una institución pública..., mientras que la nuestra es de carácter particular..., comercial... Esto es un Banco... ¿Comprenden?

NATALIA VELOZA. –Doctor, tenemos un certificado del médico que demuestra que mi marido estaba enfermo. Aquí lo tiene. Sírvase leerlo.

SCHIPUCHIN. (Ligeramente irritado.) Magnífico... Les creo, pero les repito que este asunto no tiene la menor relación con nosotros. (Tras el escenario resuena la risa de TATIANA; luego, otra masculina. Con una ojeada a la puerta.) ¡Y la otra ya está molestando a los empleados! (A LAS VELOZA.) ¡Esto es ridículo! ¿Será posible no sepan a quien tienen que dirigirse?

NATALIA VELOZA. ¡Pero si no sabemos nada!... Mi marido no hace más que decirnos:

JOSEFA VELOZA. «¡No se metan en lo que no les importa! ¡Largo de aquí!...» Y se acabó...

SCHIPUCHIN. -Les repito, mis señoras, que su marido y hermano, estaba empleado en una institución pública..., y que esto es un Banco..., una empresa privada..., comercial...

JOSEFA VELOZA. -No digo que no...; no digo que no...

NATALIA VELOZA. Le comprendemos, padrecito faraón... Pero ¡en ese caso, excelencia, mande que nos paguen por lo menos treinta mil pesos!... ¡Nos conformamos con no cobrarlo todo de una vez!

SCHIPUCHIN. -(Suspirando.) ¡Ay Dios mío!...

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LONDOÑO. –Señor Schipuchin... Así no terminaré nunca su Discurso.

SCHIPUCHIN. –Si, ahora mismo las saco. (A LAS VELOZA.) ¡Es imposible hacer que ustedes comprendan!... ¡Entiendan de una vez que dirigirse a nosotros con una solicitud de ese género es tan impropio como, por ejemplo, presentar una demanda de divorcio en una farmacia! (Se oyen unos golpecitos en la puerta, y después la voz de TATIANA diciendo: «¿Se puede entrar?»... SCHIPUCHIN alza la voz.) ¡Espera, amorcito!... (A LAS VELOZA) Ustedes dos, señoras, no les han pagado, pero nosotros celebramos hoy aquí un aniversario y estamos ocupados... De un momento a otro puede entrar las Directivas...

JOSEFA VELOZA. -¡Tenga compasión de nosotras!... ¡Excelencia!...

NATALIA VELOZA. ¡Somos unas mujeres débiles..., indefensas!... ¡Nos faltan las fuerzas!... ¡Todo lo tenemos que hacer: los pleitos con los huéspedes, los asuntos de la casa..., y ahora, para colmo, mi primo está sin trabajo!

SCHIPUCHIN. -Señoras... ¡Yo!... No, perdón... ¡No puedo seguir hablando con ustedes!... ¡Hasta la cabeza me da vueltas!... ¡Nos molestan y están perdiendo el tiempo!... (Suspirando, aparte.) ¡Que viejas tan brutas!... (A LONDOÑO.) ¡LONDOÑO! ¡Explíqueselo, por favor, a la señoras Veloza!... (Hace un gesto de impaciencia y entra en la sala de empleados.)

LONDOÑO. - (En tono severo.) ¿Qué se les ofrece?

NATALIA VELOZA. -¡Somos unas mujeres débiles..., indefensas!... ¡Quizá parezcamos fuertes, pero, si se nos mira detenidamente, se verá que no tenemos ni un tendoncito sano!

JOSEFA VELOZA. Apenas si nos sostienen los pies. ¡Hemos perdido el apetito! ¡Hoy nos tomamos el café sin pizca de ganas!

LONDOÑO. Les estoy preguntando que qué se les ofrece, señoras.

JOSEFA VELOZA. ¡Padrecito, que nos paguen veinte mil pesos!...

NATALIA VELOZA. ¡El resto, si quieren, pueden dárnoslo dentro de un mes!

LONDOÑO. -Ya se les ha dicho con toda claridad que esto es un Banco.

JOSEFA VELOZA. –Si señor, como no...

NATALIA VELOZA. Pero, si quiere, podemos presentar el certificado médico.

LONDOÑO. -¿Eso que llevan sobre los hombros, no les funciona o qué?

NATALIA VELOZA. -¡Lo que yo le pedimos, querido, es conforme a la ley!

JOSEFA VELOZA. ¡No queremos nada de nadie!

LONDOÑO. –Y yo les pregunto: «Señoras»..., ¿Es que no me entienden o qué?...¡Yo no tengo el tiempo para perderlo hablando con ustedes! ¡Estoy ocupado! (Señalando a la puerta.) ¡Tengan la bondad!...

JOSEFA VELOZA. - (Asombrada.) Y del dinero..., ¿qué?

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LONDOÑO. -¡La cabeza solo les sirve de adorno, ¿cierto? (Dando con el dedo unos golpecitos en la mesa y llevándoselo después a la frente) Usen esto!

NATALIA VELOZA. - (Ofendida.) ¿Cómo?...¡Eso se lo hace, si quiere, a su mujer!... ¡Yo soy la esposa de un Secretario Regional..., así que cuidadito.

LONDOÑO. (Acalorándose y con voz contenida.) ¡Fuera de aquí!

JOSEFA VELOZA. ¡Ojo, cuidadito! ¡Mira bien lo que hace!

LONDOÑO. - (Con voz estrangulada.) ¡Si no salen en este mismo instante, mandaré llamar al vigilante!... ¡Fuera, fuera, FUERA! (Patalea.)

NATALIA VELOZA. ¿Cree que le tenemos miedo?... ¡Valiente mamarracho!

LONDOÑO. -¡Me parece no haber conocido en toda la vida mujeres más insoportables!... ¡Ah!... ¡Hasta se me ha subido la sangre a la cabeza!... (Con respiración fatigosa.) ¡Se los digo por ultima vez!... ¿Me oyen?... ¡Si no se marchan de aquí, viejas chochas..., las haré añicos!... ¡Tengo tal carácter, que podría llegar a dejarlas inválidas de por vida!... ¡Puedo cometer un crimen!

JOSEFA VELOZA. ¡Ay, tan machito el langaruto! ¡Pues no le tenemos miedo!...

LONDOÑO .- (Con desesperación.) ¡No puedo soportarlas más!... ¡Me siento mal!... ¡No puedo!... ¡Ya no hay manera de escribir el discurso!... ¡Es imposible!

NATALIA VELOZA. -¡No le pedimos lo que no nos pertenece!... ¡Lo que pedimos es según la ley!... ¡Valiente mamarracho!... ¡Esta dentro de una oficina y con las pantuflas puestas!... ¡Payaso!... (Entran SCHIPUCHIN y TATIANA.)

TATIANA. Fuimos a la fiesta de Guarnizo... Nadia llevaba un vestido azul celeste, adornado de encaje fino y con el cuellito descubierto. El peinado, yo misma se lo hice. ¡Después de peinada y de vestida, estaba hecha un encanto!

SCHIPUCHIN. ( Ya con jaqueca.) ¡Sí, sí!... ¡Un encanto!... ¡Pueden entrar de un momento a otro!...

JOSEFA VELOZA. -¡Excelencia!...

SCHIPUCHIN. - (Con voz apagada.) ¿Qué es lo que quieren, Dios mío?

NATALIA VELOZA. -¡Excelencia! (Señalando a Londoño con el dedo.) ¡Ese a quien le había mandado usted que arreglara nuestro asunto y lo que hace es burlarse de nosotras!...(A coro) ¡Somos unas mujeres débiles..., indefensas!...

SCHIPUCHIN. -¡Bien, señoras!... ¡Yo resolveré el problema!... ¡Haré las gestiones necesarias; pero váyanse! (Aparte.) Siento venir la migraña.

LONDOÑO. - (A SCHIPUCHIN y bajando la voz.) Señor Schipuchin. Mande a buscar al vigilante y que las eche. ¡Esto es insoportable!

SCHIPUCHIN. -(Asustado.) ¡No, no!...¡Se pondrán a gritar!

JOSEFA VELOZA. -¡Excelencia, doctor!

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LONDOÑO. - (Con voz llorosa.) Pero ¡yo tengo que escribir el Discurso! ¡No me queda mucho tiempo! ¡No puedo más!

NATALIA VELOZA. -¡Excelencia!... ¿Cuándo vamos a cobrar entonces el dinero?... ¡Lo necesitamos para hoy!

SCHIPUCHIN. - (Indignado.) ¡Qué mujer más obtusa! (A ella en tono suave.) Señoras... ¡Ya les he dicho que esto es un Banco..., una institución de carácter privado..., comercial!...

JOSEFA VELOZA. -¡Háganos la merced, excelencia!... ¡Sea un padre para nosotras!... ¡Si no le basta el certificado médico, podemos darle también el de la comisaría!... ¡Mande que nos paguen el dinero!

SCHIPUCHIN. - (Con un fatigoso suspiro.) ¡Me va a dar, me va a dar!

TATIANA. -(A LAS VELOZA.) ¡Señoras!... ¡Les están diciendo que están molestando!... ¡Hagan caso y váyanse!

NATALIA VELOZA. -¡Bonita mía! ¡No tenemos a nadie que pueda ayudarnos en nuestra gestiones!...¡Hoy nos hemos bebido el café sin pizca de ganas!

SCHIPUCHIN. (Agotado, a LAS VELOZA.) ¿Cuánto quieren que les de?

JOSEFA VELOZA. –Cincuenta y cinco mil quinientos pesos.

SCHIPUCHIN. -Bien... (Sacando el dinero de la cartera y entregándoselos.) Aquí tienen, sesenta mil... ¡Cójanlos y márchense! (Londoño tose, enfadado.)

NATALIA VELOZA. -¡Tantas gracias, excelencia! (Se guardan el dinero.)

TATIANA. (Sentándose junto a su marido.) Creo que ya es hora de irme a la casa. (Mirando el reloj.) Sólo que todavía no he terminado. Acabo en un momento y me voy... ¡Ay, lo que pasó!... ¡Lo que pasó!... Fuimos, como te decía, a la fiesta de los Urrea... Estaba bastante bien..., animada..., aunque nada de particular. Naturalmente, uno de los presentes era Guarnizo, el suspirante de Nadia... Pues bien..., yo ya había hablado con ella, habíamos llorado juntas y la había convencido, por lo que, precisamente, en esa fiesta habló con Guarnizo y el la rechazó... Pero, ¡imagínate!... ¡Piensa!... ¡Se había arreglado lo mejor posible!... Tranquilizada mamá y salvada Nadia, yo también podía estar tranquila..., pero, ¿qué crees?... Momentos antes de la cena, cuando me paseaba con Nadia por el jardín..., y de pronto... (Excitándose), oímos un tiro... ¡No!... ¡No puedo hablar de esto con sangre fría!... (Abanicándose con el pañuelo.) ¡No..., no puedo!...

SCHIPUCHIN. -(Suspirando.) ¡Dios mío!

TATIANA. - (Llorando.) ¡Corremos hacia el comedor y allí..., allí..., encontramos al pobre Guarnizo, tendido en el suelo y con una pistola en la mano!...

SCHIPUCHIN. -¡No!... ¡No lo puedo soportar! (A LAS VELOZA.) ¿Qué más quieren ustedes, carajo?

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NATALIA VELOZA. -¿No sería posible, excelencia, que usted gestionase, que mi marido ingresara otra vez en su trabajo?

TATIANA. - (Llorando.) ¡Se había disparado justamente al corazón! ¡Aquí!... ¡El pobre cayó al suelo sin conocimiento!... ¡Nadia se asustó muchísimo!... ¡Estaba allí tendido y pidiendo que llamaran al médico!... Éste vino pronto y salvó al pobre infeliz… ¿No les parece como de película romántica?

NATALIA VELOZA.-¡Excelencia! ¿Puede mi marido volver a ocupar su puesto?

SCHIPUCHIN. -¡No!... ¡No lo puedo soportar!... (Llorando. A Londoño, con gesto desesperado.) ¡Échelas de aquí! ¡Échelas..., se lo suplico!

LONDOÑO. - (Avanzando hacia TATIANA.) ¡Fuera de aquí!

SCHIPUCHIN. -¡No! ¡A ella no! ¡A … A …

LONDOÑO. - (Sin comprender, a TATIANA.) ¡No oyó, fuera de aquí!

TATIANA. -¿Cómo?... Pero ¿qué le pasa? ¿Se ha vuelto loco?

SCHIPUCHIN. -¡Esto es terrible! ¡Soy un desgraciado!... ¡Échenlas! ¡Échenlas!

LONDOÑO. - (A TATIANA.) ¡No soy yo cuando me enojo! ¡Váyanse!

TATIANA. -(Corriendo a escapar del alcance de Londoño, que la persigue.) ¿Cómo se atreve?... ¡Qué le pasa, LOCO!... (Gritando.) ¡Pollito! ¡Sálvame!

SCHIPUCHIN. -(Corriendo a su vez tras ellos.) ¡Paren! ¡Se lo suplico! ¡Silencio! ¡Tengan compasión de mí!

LONDOÑO. - (Emprendiéndola contra Las Veloza.) ¡Fuera de aquí! ¡Largo!

SCHIPUCHIN. -(Gritando.) ¡Basta ya! ¡Se los ruego! ¡Se los suplico!

JOSEFA VELOZA. -¡Ay Dios mío! ¡Socorro, se enloqueció! (Lanza un grito.)

TATIANA. -(Gritando .) ¡Auxilio! ¡Auxilio!... ¡Ay!... ¡Me desmayo! (De un salto se sube a una silla, cayendo luego en el diván, donde permanece gimiendo, como víctima de un desvanecimiento.)

LONDOÑO. -(Persiguiendo a Las Veloza.) ¡Hay que eliminarlas!...

NATALIA VELOZA. ¡Ay!... ¡Se me nubla la vista!... ¡Ay!... (Caen en brazos de SCHIPUCHIN. Se oyen unos golpecitos dados contra la puerta y una voz que, detrás del escenario, anuncia: «¡La Comisión!»)

SCHIPUCHIN. -¡La Comisión!... ¡La reputación!... ¡Mi liquidación!...

LONDOÑO. - (Pataleando.) ¡Fuera de aquí! ¡No soy cuando me enojo, AHHH! (Entra la Comisión, compuesta por cinco individuos, todos vestidos de traje muy elegante. Uno sostiene en las manos un pergamino y otro un jarrón. Por la puerta de la sala inmediata asoman los empleados. TATIANA está echada sobre una silla. Las VELOZA descansan en los brazos de SCHIPUCHIN. Ambas exhalan ligeros gemidos.)

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UNO DE LOS DIRECTIVOS. - (Comenzando a leer en voz alta.) «¡Estimado y querido Andrés Schipuchin!... ¡Echando una mirada retrospectiva sobre el pasado de nuestra empresa financiera y recorriendo con la mente la historia de su paulatino desarrollo, recogemos una impresión sumamente satisfactoria!... ¡Cierto que en sus primeros tiempos de existencia, la modesta cuantía de su capital básico, la carencia de operaciones de importancia y lo indeterminado de sus logros, ponían sobre el tapete la interrogación de «Hamlet»...«Ser o no ser»!... ¡Hubo un tiempo, inclusive, en el que se alzaron voces en pro del cierre del Banco!... ¡He aquí, sin embargo, que viene usted a colocarse a la cabeza de la empresa!... ¡Sus conocimientos, su energía y su peculiar tacto fueron causa de un éxito extraordinario y de asombroso florecimiento!... ¡La reputación del Banco!... (Tosiendo.) ¡La reputación del Banco!...

LAS VELOZA. (Entre gemidos.) ¡Ay!...

TATIANA. ¡Agua!

EL DIRECTIVO. (Prosiguiendo la lectura.) «¡La reputación!... (Tosiendo.) ¡La reputación del Banco ha sido elevada por usted a tal altura, que hoy en día nuestra empresa está en condiciones de competir con las mejores del todo el mundo!...»

SCHIPUCHIN. La comisión... La reputación... Mi liquidación ... Llamen al hospital psiquiátrico, por favor, díganles que necesito que me reciban...

EL DIRECTIVO. (Prosiguiendo, azarado.) ¡Después!... ¡Fijando en el presente una mirada objetiva..., nosotros..., estimado y querido Andrés Schipuchin!... (Con voz que se apaga.) En ese caso..., volveremos más tarde... Mejor será que volvamos más tarde... (Salen todos, presas de azaramiento. Telón.)

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