El Archivista y Los Empleos Imaginarios

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Nota del diario LA NACIÓN, del 06 de diciembre de 2008, pág. 37. Autor original: Mario Vargas Llosa.

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  • I 37Sbado 6 de diciembre de 2008

    MILITANTES DE LA ILUSION CONTRA LA MISERIA EN EL CONGO

    A ms no poder Racista yo?

    EL poder es siempre maligno e infeccioso, y las infeccio-nes que genera suelen ser devastadoras. Y no hace falta ser un crata diplomado y ni siquiera un anarquista vocacional para arribar al convencimiento de que el poder poltico, el poder eco-nomicista y el poder pirateril de los mercados son psquicamente traumticos, a extremos de pertur-bar y adulterar la conducta de las personas.

    La codicia y otros pecados capitales no son sino infames excrecencias de la seduccin que irradia el poder, opina el profesor emrito Catalejo Peribez, autor de Introduccin a la hiptesis de que la avidez de poder es condicin fenomenolgica, dirase que inna-ta, del comportamiento humano, un libro que los estudiantes de sociologa de la Universidad de Cambridge tienen obligacin de leer. Para su satisfaccin, Peribez ha observado la persis-tente tracalada de artculos apare-cidos en este diario y que metan el dedo en tan fea llaga, puesto que aludan a las calamidades que apareja la exacerbacin del poder, o sea, la tendencia a detentar su-perpoderes.

    Vean, si no: LA NACION del 4 de octubre public una nota de Cristina Mucci titulada Los escri-tores y el poder; al da siguiente, noms, el editorial que presida la pgina de aqu enfrente se titulaba Los intelectuales y el poder, y apenas tres das despus, esta mis-

    ma seccin daba sitio al artculo El poder y la prensa, de Silvana Giudici. Entendido el poder como vido auspiciante de conflictivi-dades, la machacona persistencia del tema reconoca un esplndido precedente: el 30 de septiembre, un reportaje de Raquel San Martn al artista plstico Hermenegildo Sbat haba sido encabezado con palabras brotadas de su sapiencia: Lo fundamental en este trabajo es no mezclarse con el poder.

    Peribez integra el sobrio squito de intelectuales que creen que el poder omnmodo suele volverse en contra de quien lo ejerce, y est de acuerdo con Honorato de Balzac, para quien tal desmesura es producto de la destilacin de mdicas conspira-ciones. Como nadie, John Emerich Acton (1834-1902) dio en el clavo cuando concibi una sentencia a la que Peribez recurre cuantas veces preside el aula magna de la Sociedad Unin y Malevolencia, un club de cratas nostlgicos: El poder corrompe, y el poder absolu-to corrompe absolutamente, supo sintetizar ese lcido historiador britnico, convencido de que los mandamases mediocres, siempre golosos de ms poder, insatisfe-chos con el que poseen, acaban siendo autoritarios. Peribez aporta esta moraleja: Una demo-cracia berreta es campo frtil para el cultivo de individuos de esa ca-tadura, empeados en manipular sartenes por el mango sin soltarlas jams. LA NACION

    TAL vez se hayan calmado ahora las dis-cusiones en el nivel nacional, pero no en el orden internacional. Sigo recibiendo todava e-mails de amigos de varios pases, que preguntan cmo es posible que el presidente Berlusconi haya podido cometer la histrica metida de pata de hacer un chiste diciendo que el nuevo presidente de los Estados Unidos, adems de ser joven y apuesto, tambin luca un buen bronceado.

    Numerosas personas intentaron dar ex-plicaciones por la expresin empleada por Berlusconi. Para los malvolos, se trataba de una interpretacin catastrfica (Berlusconi quiso insultar al presidente electo) o de una interpretacin de formato trash: Berlusconi saba perfectamente que se trataba de un error espantoso, pero tambin saba que su electorado adora esa clase de barbaridad y lo encuentra simptico precisamente por ser capaz de cometerla.

    En cuanto a las interpretaciones benvolas, oscilaban entre las ridculamente absoluto-rias (Berlusconi, devoto de las camas solares, quera elogiar a Obama), y las meramente indulgentes (hizo un chiste inocente, no exageremos).

    Lo que los extranjeros no entienden es por qu Berlusconi, en vez de defenderse diciendo que se equivoc y que quera decir otra cosa (algo que, adems, constituye su tcnica ha-bitual), ha insistido en que su expresin fue completamente lcita. As, la nica respuesta verdadera es que Berlusconi lo dijo de buena fe, pensando que era algo perfectamente nor-mal, y no ve en ello nada malo.

    Ha dicho (piensa l) que Obama es negro. Y acaso no es negro, y nadie lo niega? Nos recuerda el chiste del conserje milans que se negaba a darle una habitacin a un afri-cano: Racista, yo? Pero si el que es negro es l! Adems del chiste, Berlusconi parece insinuar que es una cosa evidente que Obama

    es negro. Todos los escritores negros de los Estados Unidos han declarado que se sien-ten felices de que un negro llegue a la Casa Blanca, mientras que todos los negros de los Estados Unidos repiten al unsono black is beautiful (negro es hermoso. Negro y bronceado es exactamente lo mismo, por lo que se puede decir perfectamente tanned is beautiful (bronceado es hermoso).

    O no? No. Recordemos que los blancos norteamerica-

    nos llamaban negro (pronunciado nigro) a los originarios de Africa, y que cuando queran expresar su desprecio les decan ni-gger. Despus, los negros lograron que se los llamara black, pero ahora los negros pueden decir, como provocacin o como chiste, que son nigger. Pero pueden decirlo ellos de s

    mismos, porque si lo dice un blanco le parten la cara. As como hay gays que para calificarse provocativamente usan expresiones mucho ms denigratorias, pero si las usa alguien que no es gay, como mnimo se ofenden.

    Ahora bien: decir que un negro ha llegado a la Casa Blanca es una constatacin, y es algo que puede decirse con satisfaccin o con odio, y que cualquiera puede decir. Pero, en cambio, definir a un negro como bronceado es una manera de decir y no decir, de sugerir una diferencia sin atreverse a llamarla por su nombre. Decir que Obama es un negro es una verdad evidente; decir que es negro es una alusin a su color de piel; decir que es bronceado es una burla insidiosa.

    Es cierto que Berlusconi no quera crear un incidente diplomtico con los Estados Unidos. Pero hay maneras de decir o de comportarse que sirven para diferenciar a las personas de diversas extracciones sociales o de diversos niveles culturales.

    Ser esnobismo, pero en ciertos ambientes una persona que dice management inmedia-tamente es connotada negativamente, como los que dicen Universidad de Harvard sin saber que Harvard no es un lugar (y peor los que pronuncian directamente Haruard), y en los ambientes ms exclusivos queda proscripto el que escriba Finnegans Wake con el genitivo sajn. Es un poco similar a los que en una poca individualizaban como personas de baja extraccin a todos aquellos que levantaban el meique al alzar una copa, los que ofrecan un caf diciendo buen pro-vecho y los que en vez de decir mi mujer decan mi seora.

    A veces, el comportamiento delata un am-biente de origen: recuerdo a un personaje p-blico, famoso por su austeridad, que al final de un discurso que pronunci en la inauguracin de una exhibicin, vino a estrecharme cor-dialmente la mano dicindome: Profesor, no sabe cunto me ha hecho gozar. Los presentes esbozaron una sonrisa de incomodidad, pero aquella valerosa persona, que siempre haba frecuentado crculos de gente temerosa de Dios, no saba que esa expresin se usa ahora tan slo en el sentido carnal. En lo referido al espritu, se dice: Ha sido verdaderamente un gozo intelectual. Y no es lo mismo?, dira Berlusconi. No, las maneras de decir algo no dicen lo mismo.

    Simplemente, Berlusconi no frecuenta ciertos ambientes en los que se sabe que se puede nombrar el origen tnico sin aludir al color de la piel, as como no se debe comer pescado con el cuchillo. LA NACION

    (Traduccin: Mirta Rosenberg)

    NORBERTO FIRPOPARA LA NACION

    UMBERTO ECOPARA LA NACION

    Negro y bronceado es exactamente lo mismo, piensa Silvio Berlusconi. Y acaso no

    es lo mismo? No...

    NOTAS

    El archivista y los empleos imaginarios

    EN la ciudad de Boma, capital de este inmenso pas cuando se llamaba el Estado Libre del Congo y era propie-dad privada del rey de los belgas, Leopoldo II, el seor Placide-Clement Mananga est entregado a luchar a favor de la civilizacin y contra la barbarie.

    Esta, para l, no tiene la cara atroz de las violaciones, las matanzas, las epidemias y el hambre que adopta en otras regiones de su pas, sino la del olvido.

    Monsieur Placide estuvo cuatro aos de joven en un seminario catlico, prepa-rndose para ser cura. Pero el rgimen de vida era muy severo y desisti. Tal vez en aquel perodo de ayunos, privaciones, oraciones y estricta disciplina contrajo el amor por los tiempos idos e intuy que un pas que se rinde a la amnesia histrica se queda tan sin defensas para enfrentar los problemas como esos campesinos de

    las alturas congolesas que, cuando bajan al llano, se hallan indefensos ante los mosquitos.

    El amor de Monsieur Placide por la his-toria no es arqueolgico: est cargado de preocupacin por el presente. Conociendo nuestro pasado dice, entenderemos mejor por qu anda el Congo como anda y ser ms fcil atacar el mal en sus races.

    Es un hombre suave, muy delgado, servicial, tmido, de maneras elegantes. Tiene un puestecillo menor en la alcal-da y desde hace tiempo recolecta todos los papeles viejos, documentos, revistas, recortes de peridicos y cartas, que tienen que ver con Boma.

    Junto a su escritorio, apilados en el sue-lo, estn esos materiales que sern algn da el embrin del Archivo Histrico del lugar. Paso un largo rato, distrado del calor pegajoso y las moscas indolentes, examinando legajos, silabarios y cate-cismos de la poca colonial, manuales de buena conducta para seoritas, partidas de defuncin, ordenanzas donde se cla-sifica a los indgenas por razas, etnias y domicilio, carteles con las prohibiciones que se colgaban en el barrio de los colonos y en el de los nativos en esos aos en que desembarcaron aqu los europeos, con el fin, segn el acuerdo de Berln de 1885, de acabar con la trata de esclavos y civilizar el pas, usando el comercio libre para abrirlo al mundo y hacerlo prosperar.

    Nada de eso hicieron. Cuando, en 1960, el Congo se independiz, no haba un solo profesional congoleo. La esclavitud, aunque encubierta, todava existe. El co-mercio jams fue libre, sino un monopolio de la potencia colonial, que, antes de irse, exprimi sin misericordia sus recursos y a sus gentes.

    Monsieur Placide es un libro de historia viviente, y recorrer Boma con l es ver transformarse este pueblo pobre, abando-nado y triste en la activa y variopinta aldea de sus orgenes, cuando, a fines del siglo

    XIX, los despistados belgas encargaron a constructores alemanes la edificacin de estas casas cuadradas, de dos pisos, de madera de pino trada de Europa y de planchas metlicas, que deban convertir-las en hornos a la hora del sol.

    Todava estn aqu, ruinosas pero en pie, con sus pilotes de piedra, sus largas terrazas, barandas y ventanas enrejadas y sus techos cnicos, formadas en hilera frente al ro. All est tambin la primera iglesia, la del Espritu Santo, diminuta y sofocante, toda de fierro. Pero el cementerio colonial, llamado de los pioneros, ha desaparecido bajo la maleza, aunque, de pronto, asoma entre la verdura, llena de barro, la lpida descolorida de un misio-nero de Lieja, un topgrafo de Amberes o un agente comercial de Bruselas.

    La mansin del gobernador general, rodeada de frondosos y centenarios bao-babs, luce molduras donde, desdibujada, se divisa todava la efigie de la reina de Blgica.

    El panorama del gran ro africano, ancho, ocre, espumoso, salpicado de islas,

    que ha recorrido ya medio continente antes de llegar hasta aqu y avanza hacia el Atlntico, ancho, poderoso, silente, escoltado por bandadas de pjaros, es deslumbrante.

    En el primer piso de esta casa que parece a punto de deshacerse como una momia milenaria, monsieur Placide nos conduce a una habitacin desnuda, en la que hay slo dos mesitas, con dos mujeres senta-das ante ellas. No sin cierto orgullo, nos dice: Esta es la Biblioteca de Boma. Nos presenta a la bibliotecaria y su ayudante. Pero y los libros? No hay uno solo. Nos explican que estn guardados en cajas, en distintos depsitos, pero que algn da se construirn estantes y los libros sern trados aqu y esta habitacin se llenar de lectores.

    Entretanto, la bibliotecaria y su asis-tente vienen puntualmente a sus puestos de trabajo, donde pasan las ocho horas reglamentarias. Tienen un sueldo, sin duda tan fantasmal como los libros que administran.

    No es sta mi primera experiencia con

    los trabajos imaginarios del Congo. La Biblioteca de Boma no es una excepcin. Se trata tambin de una epidemia, pero, a diferencia del clera o el paludismo, benfica.

    Dos das atrs, en Matadi, a 130 kil-metros ro arriba, visit la estacin del ferrocarril construido por Stanley, slido e imponente edificio amarillo donde una gran placa anuncia que de aqu parti el primer tren hacia Kinshasa (que entonces se llamaba Leopoldville), el 9 de agosto de 1877. El local est muy activo. Un destaca-mento policial cuida las instalaciones y hay un jefe de estacin a quien diviso en su oficina, con una gorrita y un guarda-polvo que deben de ser del uniforme. En las oficinas cont hasta una veintena de personas, hombres y mujeres, sentados en escritorios, abriendo y cerrando cajones, ordenando estantes. Haba, incluso, em-pleados atendiendo en las boleteras. Unos pizarrones indicaban las horas de salida de los trenes y las estaciones en que haca escala el que iba rumbo a Kinshasa. Pero el ltimo tren que parti de aqu lo hizo

    hace ya muchos aos (nadie quiso o supo decirme cundo). Todos vivan una ficcin, ni ms ni menos que los personajes de la novela de Juan Carlos Onetti El astillero. Van a trabajar a diario, llenan formularios, tarjetas, actualizan los informes, descan-san los domingos.

    Unos das despus, en otro pueblo colo-nial del Bajo Congo, Mbanza Ngungu, me encuentro con idntico espectculo. All, la estacin es, en verdad, un enorme taller de reparaciones y un depsito de vagones y locomotoras fuera de servicio. El lugar est lleno de operarios, vigilantes, emplea-dos que ocupan todas las instalaciones y circulan de un lado a otro. Se dira que se hallan atosigados de trabajo. Pero los vagones han sido desguazados hace tiempo y las locomotoras son unos esqueletos herrumbrosos sin ruedas ni timones. Este trfago es una pura representacin,

    una pantomima en la que participa toda la comunidad.

    Poco a poco descubro que el Congo entero est atiborrado de ficciones semejantes. Sin ir ms lejos, el Aeropuerto Internacional de Kinshasa tiene toda un ala cuyas com-paas han desaparecido, y sin embargo los empleados siguen yendo a ocupar sus puestos, maana y tarde, como antao.

    De qu se trata? De un ejercicio colec-tivo de magia simpattica, parecido al de esos pueblos primitivos que, segn cuenta Frazer en La rama dorada, zapatean contra la tierra imitando la cada de las gotas de la lluvia a fin de que as, contagiado, el cielo descargue sus aguas sobre la tierra sedienta.

    Pero no hay nada primitivo, sino una conducta altamente civilizada en este recurso a la ficcin con que millares de congoleos siguen yendo a trabajar, aunque sepan perfectamente que esos trabajos ya no existen. Ellos hacen lo que pueden hacer. No est en sus manos resucitar las loco-motoras destruidas ni comprar libros para la biblioteca ni sobornar a las compaas desertoras para que retornen. Pero seguir yendo a sus puestos, contra todo realismo, es una manifestacin de esperanza, una manera de resistir la desesperacin, de proclamar a los cuatro vientos que hay un futuro, que la vida el trabajo volver a renacer y que el desgraciado pas que es el suyo resucitar de sus cenizas, como un ave fnix.

    Cuando aquello empiece a ocurrir, ellos estarn all, en la primera fila, dando la batalla de la recuperacin. Y entonces, sin duda, recibirn otra vez esos salarios que hace tiempo se esfumaron de sus vidas, al igual que la paz, la seguridad, el sustento y la alegra. Cuando la realidad se vuelve irresistible, la ficcin es un refugio. Por eso existe la literatura, esa escapatoria de los tristes, los nostlgicos y los soadores. Los congoleos no la leen, la viven.

    LA NACION

    Cuando la realidad se vuelve irresistible, la

    ficcin es un refugio. Por eso existe la literatura,

    escapatoria de los tristes

    Con orgullo, nos dice: Esta es la biblioteca de Boma. Presenta a la bibliotecaria

    y a sus ayudantes. Pero dnde estn los libros?

    MARIO VARGAS LLOSAEL PAIS

    RIGUROSAMENTE INCIERTO