El Barril Del Amontillado

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Institución Educativa Promoción Social del Norte Español y Literatura/ 10° 2014 El barril de amontillado (Adaptación del relato de Edgar Alan Poe) Soporté las injurias de Fortunato lo mejor que pude. Pero cuando llegó el insulto, juré vengarme y no pronuncié la menor palabra con respecto a mi propósito. A la larga, yo sería vengado. No solamente tenía que castigar, sino castigar impunemente. Una injuria queda sin reparar cuando su justo castigo perjudica al vengador. Ni de palabra, ni de obra, di a Fortunato motivo para que sospechara de mi buena voluntad hacia él. Continué, como de costumbre, sonriendo en su presencia, y él no podía advertir que mi sonrisa, tenía como origen en mí la de arrebatarle la vida. Aquel Fortunato tenía un punto débil. Se enorgullecía siempre de ser un entendido en vinos. En pintura y piedras preciosas, Fortunato era un verdadero charlatán; pero en cuanto a vinos añejos, era sincero. Una tarde, casi al anochecer, en plena locura del Carnaval, encontré a mi amigo. Me acogió con excesiva cordialidad, porque había bebido mucho. El buen hombre estaba disfrazado de payaso y coronaba su cabeza con un sombrerillo adornado con cascabeles. Me alegré tanto de verle, que creí no haber estrechado jamás su mano como en aquel momento. -Querido Fortunato, éste es un encuentro afortunado. Pero ¡qué buen aspecto tiene usted hoy! El caso es que he recibido un barril de algo que llaman amontillado, y tengo mis dudas. -¿Cómo? ¿Amontillado? ¿Un barril? ¡Imposible! ¡Y en pleno Carnaval! -Por eso mismo le digo que tengo mis dudas, e iba a cometer la tontería de pagarlo como si se tratara de un exquisito amontillado, sin consultarle. No había modo de encontrarle a usted, y temía perder la ocasión. Pero como supuse que estaba usted muy ocupado, iba ahora a buscar a Luchesi. Él es un buen entendido. Y él me dirá... -Luchesi es incapaz de distinguir el amontillado del jerez. Vamos, vamos allá. -No mi querido amigo. No quiero abusar de su amabilidad. Las bodegas son terriblemente húmedas; están materialmente cubiertas de salitre. -A pesar de todo, vamos. No importa el frío. ¡Amontillado! Diciendo esto, Fortunato me cogió del brazo y me dejé conducir por él hasta mi palazzo. Los criados no estaban en la casa. Habían escapado para celebrar el Carnaval. Cogí dos antorchas y le guié a través de distintos aposentos hacia la bodega. Bajé delante de él una larga y tortuosa escalera hasta que, por fin, llegamos al suelo húmedo de las catacumbas de los Montresors. -¿Y el barril? -Está más allá. Pero observe usted esos blancos festones que brillan en las paredes de la cueva. -¿Salitre? -Salitre. ¿Hace mucho tiempo que tiene usted esa tos? -No es nada. -Venga. Volvámonos. Su salud es preciosa, amigo mío. No debe usted malograrse. Volvámonos. Podría usted enfermarse y no quiero cargar con esa responsabilidad. Además, cerca de aquí vive Luchesi... -Basta. Esta tos carece de importancia. No me matará. -Verdad, verdad. Realmente, no era mi intención alarmarle sin motivo, pero debe tomar precauciones. Un trago de este medoc le defenderá de la humedad. Beba. -Bebo a la salud de los enterrados que descansan en torno nuestro. -Y yo, por la larga vida de usted. -Esas cuevas son muy vastas. -Los Montresors era una grande y numerosa familia. -He olvidado cuáles eran sus armas. -Un gran pie de oro en campo de azur. El pie aplasta a una serpiente rampante, cuyos dientes se clavan en el talón.

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Edgar Allan Poe

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  • Institucin Educativa Promocin Social del Norte Espaol y Literatura/ 10 2014

    El barril de amontillado (Adaptacin del relato de Edgar Alan Poe) Soport las injurias de Fortunato lo mejor que pude. Pero cuando lleg el insulto, jur vengarme y no pronunci la menor palabra con respecto a mi propsito. A la larga, yo sera vengado. No solamente tena que castigar, sino castigar impunemente. Una injuria queda sin reparar cuando su justo castigo perjudica al vengador. Ni de palabra, ni de obra, di a Fortunato motivo para que sospechara de mi buena voluntad hacia l. Continu, como de costumbre, sonriendo en su presencia, y l no poda advertir que mi sonrisa, tena como origen en m la de arrebatarle la vida. Aquel Fortunato tena un punto dbil. Se enorgulleca siempre de ser un entendido en vinos. En pintura y piedras preciosas, Fortunato era un verdadero charlatn; pero en cuanto a vinos aejos, era sincero. Una tarde, casi al anochecer, en plena locura del Carnaval, encontr a mi amigo. Me acogi con excesiva cordialidad, porque haba bebido mucho. El buen hombre estaba disfrazado de payaso y coronaba su cabeza con un sombrerillo adornado con cascabeles. Me alegr tanto de verle, que cre no haber estrechado jams su mano como en aquel momento. -Querido Fortunato, ste es un encuentro afortunado. Pero qu buen aspecto tiene usted hoy! El caso es que he recibido un barril de algo que llaman amontillado, y tengo mis dudas. -Cmo? Amontillado? Un barril? Imposible! Y en pleno Carnaval! -Por eso mismo le digo que tengo mis dudas, e iba a cometer la tontera de pagarlo como si se tratara de un exquisito amontillado, sin consultarle. No haba modo de encontrarle a usted, y tema perder la ocasin. Pero como supuse que estaba usted muy ocupado, iba ahora a buscar a Luchesi. l es un buen entendido. Y l me dir... -Luchesi es incapaz de distinguir el amontillado del jerez. Vamos, vamos all. -No mi querido amigo. No quiero abusar de su amabilidad. Las bodegas son terriblemente hmedas; estn materialmente cubiertas de salitre. -A pesar de todo, vamos. No importa el fro. Amontillado! Diciendo esto, Fortunato me cogi del brazo y me dej conducir por l hasta mi palazzo. Los criados no estaban en la casa. Haban escapado para celebrar el Carnaval. Cog dos antorchas y le gui a travs de distintos aposentos hacia la bodega. Baj delante de l una larga y tortuosa escalera hasta que, por fin, llegamos al suelo hmedo de las catacumbas de los Montresors. -Y el barril? -Est ms all. Pero observe usted esos blancos festones que brillan en las paredes de la cueva. -Salitre? -Salitre. Hace mucho tiempo que tiene usted esa tos? -No es nada. -Venga. Volvmonos. Su salud es preciosa, amigo mo. No debe usted malograrse. Volvmonos. Podra usted enfermarse y no quiero cargar con esa responsabilidad. Adems, cerca de aqu vive Luchesi... -Basta. Esta tos carece de importancia. No me matar. -Verdad, verdad. Realmente, no era mi intencin alarmarle sin motivo, pero debe tomar precauciones. Un trago de este medoc le defender de la humedad. Beba. -Bebo a la salud de los enterrados que descansan en torno nuestro. -Y yo, por la larga vida de usted. -Esas cuevas son muy vastas. -Los Montresors era una grande y numerosa familia. -He olvidado cules eran sus armas. -Un gran pie de oro en campo de azur. El pie aplasta a una serpiente rampante, cuyos dientes se clavan en el taln.

  • Institucin Educativa Promocin Social del Norte Espaol y Literatura/ 10 2014 -Muy bien! Brillaba el vino en sus ojos y retian los cascabeles. Por entre las murallas formadas por montones de esqueletos, mezclados con barriles y toneles, llegamos a los ms profundos recintos de las catacumbas. -El salitre. Vea usted cmo va aumentando. Como si fuera musgo, cuelga de las bvedas. Ahora estamos bajo el lecho del ro. Las gotas de humedad se filtran por entre los huesos. Venga usted. Volvamos antes de que sea muy tarde. Esa tos... -No es nada. Continuemos. Vamos por el amontillado. -Bien. Seguimos nuestro camino en busca del amontillado. Pasamos por debajo de una serie de bajsimas bvedas, bajamos, avanzamos luego, descendimos despus y llegamos a una profunda cripta.Tres lados de aquella cripta interior estaban adornados con restos humanos alineados como en las grandes catacumbas de Pars. Del cuarto haban sido retirados los huesos y yacan esparcidos por el suelo, formando en un rincn un montn de cierta altura. Dentro de la pared, que haba quedado as descubierta por el desprendimiento de los huesos, vease otro recinto interior. -Adelntese. Ah est el amontillado. En un momento lleg al fondo del nicho, y, al hallar interrumpido su paso por la roca, se detuvo atnito y perplejo. Un momento despus haba yo conseguido encadenarlo al granito. Haba en su superficie dos argollas de hierro. Rode su cintura con los eslabones, para sujetarlo, en cuestin segundos. Estaba demasiado aturdido para ofrecerme resistencia. Saqu la llave y retroced, saliendo del recinto. -Pase usted la mano por la pared y podr sentir el salitre. Permtame que regrese,no? No me queda ms remedio que abandonarlo; pero debo antes prestarle algunos cuidados que estn en mi mano. -El amontillado! -Cierto, el amontillado. No tard en dejar al descubierto cierta cantidad de piedras de construccin y mortero. Con estos materiales y la ayuda de mi paleta, empec a tapar la entrada del nicho. La embriaguez de Fortunato se haba disipado en gran parte. El primer indicio que tuve de ello fue un gemido apagado que sali de la profundidad del recinto. Encima de la primera hilera coloqu la segunda, la tercera y la cuarta. Entonces las furiosas sacudidas de la cadena hicieron que interrumpiera mi tarea y me sent en cuclillas sobre los huesos para deleitarme con su sonido. Cuando se apacigu, por fin, aquel rechinamiento, cog de nuevo la paleta y acab sin interrupcin mi trabajo. Haba terminado casi la totalidad de la oncena, y quedaba tan slo una piedra que colocar y revocar, cuando sali del nicho una risa ahogada, que me puso los pelos de punta. Se emita con una voz tan triste, que con dificultad la identifiqu con la del noble Fortunato. -Ah...! Buena broma, amigo, buena broma! Buena broma! Lo que nos reiremos luego en el palazzo a propsito de nuestro vino! -El amontillado. -Ah, s, el amontillado! Pero, no se nos hace tarde? No estarn esperndonos en el palazzo Lady Fortunato y los dems? Vmonos. -S; vmonos ya. -Por el amor de Dios, Montresor! -S; por el amor de Dios. En vano me esforc en obtener respuesta a aquellas palabras. -Fortunato! Fortunato! Tampoco me contestaron. Introduje una antorcha por el orificio que quedaba y la dej caer en el interior. Me contest slo un cascabeleo. Senta una presin en el corazn, sin duda causada por la humedad de las catacumbas. Me apresur a terminar mi trabajo. Con muchos esfuerzos coloqu en su sitio la ltima piedra y la cubr con argamasa. Volv a levantar la antigua muralla de huesos contra la nueva pared. Durante medio siglo, nadie los ha tocado. Requiescat in pace...