El bautismo cristiano en los Padres (Expel'iencia espit·itual … · 2017. 10. 26. · labras de...

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( El bautismo cristiano en los Padres (Expel'iencia espit·itual y compromiso) JESÚS CASTELLANO Roma Una atenta lectura de los Padres de la Iglesia nos revela la importancia fundamental del bautismo, o mejor, de la iniciación cristiana que comprende el bautismo, la confirmación y la eu- caristía, como síntesis de la vida cristiana, en su aspecto misté- rico de don y gracia por parte de Dios y en sus consecuencias éticas por parte del cristiano que vive su vida como un continuo bautismo. Se puede afirmar que la antigüedad cristiana no co- noce otra espiritualidad específica. Lo fundamental es la vida en Cristo, que supone también la comunión con la Iglesia. La es- piritualidad cristiana es esencialmente espiritualidad bautismal 1 Esta concentración en torno al bautismo supone la experien- cia de la iniciación cristiana en los primeros siglos, hecha de opciones claras de fe en un mundo hostil, de catequesis pro- gresivas y de larga duración con las que los cristianos entraban en el entramado total de la historia de la salvación. Suponía la gran preparación al bautismo del tiempo cuaresmal, en el que se intensificaban las celebraciones, las catequesis, con un ritmo pedagógico acelerado y una fuerte experiencia de comunión por parte de los hermanos en la fe que hacían real la «maternidad» 1 Cfr. nuestra síntesis «Iniciación cristiana», en Nuevo Diccionario de- Espiritualidad, Madrid, Ed. Paulinas, 1983, pp. 706-721, con bibliografía .. REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 46 (1987), 343-367.

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    El bautismo cristiano en los Padres (Expel'iencia espit·itual y compromiso)

    JESÚS CASTELLANO

    Roma

    Una atenta lectura de los Padres de la Iglesia nos revela la importancia fundamental del bautismo, o mejor, de la iniciación cristiana que comprende el bautismo, la confirmación y la eu-caristía, como síntesis de la vida cristiana, en su aspecto misté-rico de don y gracia por parte de Dios y en sus consecuencias éticas por parte del cristiano que vive su vida como un continuo bautismo. Se puede afirmar que la antigüedad cristiana no co-noce otra espiritualidad específica. Lo fundamental es la vida en Cristo, que supone también la comunión con la Iglesia. La es-piritualidad cristiana es esencialmente espiritualidad bautismal 1 •

    Esta concentración en torno al bautismo supone la experien-cia de la iniciación cristiana en los primeros siglos, hecha de opciones claras de fe en un mundo hostil, de catequesis pro-gresivas y de larga duración con las que los cristianos entraban en el entramado total de la historia de la salvación. Suponía la gran preparación al bautismo del tiempo cuaresmal, en el que se intensificaban las celebraciones, las catequesis, con un ritmo pedagógico acelerado y una fuerte experiencia de comunión por parte de los hermanos en la fe que hacían real la «maternidad»

    1 Cfr. nuestra síntesis «Iniciación cristiana», en Nuevo Diccionario de-Espiritualidad, Madrid, Ed. Paulinas, 1983, pp. 706-721, con bibliografía ..

    REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 46 (1987), 343-367.

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    de una Iglesia-comunidad que gestaba y daba a luz a sus nuevos hijos en los gozosos sufrimientos de una fuerte comunión de oración y de vida. Culminaba en la experiencia, la sorpresa, de aquella mistagogía, casi dramática, de los ritos de la iniciación cristiana en la noche de pascua, en la que el neófito pasaba con estupor de un rito a otro, en una inolvidable vivencia mistérica que lo marcaba para toda la vida. Y todavía en los días que seguían al bautismo, en una especie de luna de miel que los Padres llamaban el tiempo de la mistagogía, con certera pedago-gía evocadora, los recién bautizados revivían la experiencia del bautismo con las catequesis mistagógicas, reservadas a ellos y a los fieles, en las que se les recordaba 10 que habían experimen-tado y se les abría el profundo significado de gracia y de res-ponsabilidad de cada uno de los ritos sacramentales 2.

    Esta evocación de la experiencia sacramental de los ritos del bautismo en la antigüedad cristiana podría parecer romántica si no poseyéramos los textos evocadores de esta experiencia. Textos nacidos de la celebración ritual y que conservan todavía hoy la fuerza de una vida.

    La peregrina española Egeria, que asistió a las catequesis mistagógicas sobre el bautismo que se hacían durante la octava de Pascua en la Iglesia de la Anástasis, en Jerusalén, confirman-do cuanto sabemos por las catequesis mistagógicas de Cirilo, nos ofrece este cuadro vivo del fervor y del entusiasmo que suscita el recuerdo de la iniciación bautismal:

    «Cuando llegan los días de Pascua, durante aquellos ocho días, es decir, desde Pascua hasta su octava, una vez hecha la despedida de la iglesia, se va con himnos a la Anástasis; luego se hace oración, son bendecidos los fieles, y el obispo, de pie, apoyándose en el cancel interior que está en la gruta de la Anástasis, va exponiendo todo 10 que se hace en el bautismo. Durante ese tiempo ningún catecúmeno se acerca a la Anástasis; sólo los neófitos y los fieles que quieren oír los misterios entran en la Anástasis. Ciérranse las puertas, para que ningún catecúmeno vaya allí. Mientras el obispo expone y narra cada cosa, son tales los gritos de los que aclaman, que sus voces se oyen aun fuera de la iglesia. Porque en verdad,

    2 Son ejemplares las últimas catequesis de Cirilo de Jerusalén (19-23), llamadas mistagógicas por ser una iniciación a los misterios del bautismo, ,de la unción y de la eucaristía; cfr. CIRlLO DE JERUSALÉN, Catequesis, Madrid, PPC, 1985.

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    expone todos los misterios de tal manera que nadie puede menos de conmoverse al oír lo que tan bien expone» 3.

    Podemos decir que lo que caracteriza los textos bautismales de la antigüedad cristiana es precisamente el lirismo, la riqueza teológica, el entusiasmo de la vivencia, esa mistagogía que su-pone la iniciación catequética correspondiente, la experiencia de los misterios con ritos apropiados, cuajados de simbolismo, la conciencia de vida que se crea en los cristianos para dar testi-monio del propio bautismo incluso con el martirio.

    Quisiéramos trasladar a estas páginas de síntesis acerca del bautismo en los Padres algo de la fuerza viva de los textos pa-trísticos, recoger los ecos de experiencia de tantas páginas vivas, vibrantes de fe y de compromiso cristiano, capaces de contagiar en los cristianos de hoy el amor por el propio bautismo, en su doble acepción de gracia y de compromiso.

    Los textos que vamos a citar en abundancia son páginas na-cidas de la vida, experiencias personales o palabras dichas en voz alta en medio de la asamblea cristiana para cantar las ala-banzas del bautismo.

    Nos tendremos que ceñir a una antología selectiva de textos y de temas en un campo donde abundan los escritos patrísticos y las síntesis litúrgicas y doctrinales 4.

    Tomamos como punto de referencia el factor experiencial que ofrecemos en una síntesis ordenada de testimonios persona-les (1), de síntesis de una catequesis mistagógica (11), de textos evocadores de la gracia y del compromiso del bautismo (IH).

    3 A. ARCE, Itinerario de la Virgen Egeria, Madrid, BAC, 1980, pp. 317· 319; su descripción corresponde a cuanto nos propone Cirilo en sus catequesis. Los dos escritos son contemporáneos, de finales del siglo IV.

    4 Cfr. TH. CAMELOT, Espiritualidad del Bautismo, Madrid, Marova, 1963; J. DANIELOU, Bible et liturgie, Paris, Cerf, 1958; A. HAMMAN, Le bapteme d'apres les peres de l'Église, Paris, Grasset, 1962; ídem, L'initia-tion chrétienne, Desclée de Brouwer, 1980. Una síntesis de espiritualidad patrística en nuestro artículo: «La mistica dei sacramenti dell'iniziazione cristiana», en AA.VV., La mistica. Fenomenologie e riflessione teologica, I1, Roma, Citta Nuova, 1984, pp. 77-111, con abundantes 'textos patrísticos.

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    I. LA EXPERIENCIA DEL BAUTISMO A TRAVÉS DE ALGUNOS TESTIMONIOS PERSONALES

    En la antigüedad cristiana el bautismo supone un camino de conversión. Se llega a las aguas bautismales después de un largo recorrido de búsqueda de la verdad. Por eso no es de extrañar que en muchas de las experiencias que vamos a relatar, con pa-labras de los mismos protagonistas, se ponga de relieve el cam-bio, la novedad, el estupor de la iluminación con que se con-templa la vida y se entra en los misterios, o tal vez las lágrimas de penitencia y de gozo que acompañan la iniciación bautismal.

    1. Justino, el filósofo cristiano

    Figura noble de laico cristiano, culto y valiente, nos ha de-jado unos testimonios preciosos de su camino hacia la fe. Ori-ginario de Neápolis Flavia, el Nablus actual de la Samaría, es testigo de la fe que ha abrazado con entusiasmo y nos ha trans-mitido datos preciosos acerca de los ritos litúrgicos de la comu-nidad cristiana del siglo 11.

    En su Apología, dirigida al emperador romano, se presenta con estas palabras, que rezuman sinceridad y nobleza:

    «En favor de los hombres de toda raza, injustamente odiados y vejados, yo, fitstino, uno de ellos, hijo de Prisco ... , natural de Flavia Neápolis en la Siria Palestina, he compuesto este discurso y esta súplica» 5.

    En el Diálogo con Trifón, el hebreo, Justino nos desvela el momento en que la gracia empezó a abrir una brecha en su corazón, ansioso de la verdadera filosofía; nos habla del anciano con el que había dialogado acerca de las palabras de la Escri-tura, y nos cuenta:

    «Inmediatamente sentí que se encendía un fuego en mi alma y se apoderaba de mí el amor a los profetas y a aquellos hombres que son amigos de Cristo, y reflexionando conmigo mismo 'Sobre los razonamientos del anciano, hallé que ésta sólo es la filosofía segura

    5 Apología 1, n. 1 [Padres apologistas griegos (s. u). Introducciones, texto griego, versión española y notas de DANIEL RUIZ BUENO, Madrid, BAC, 1954, p. 182].

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    «Este baño se llama 'iluminación' (photismós) para dar a enten-der que son iluminados los que aprenden estas cosas» 9.

    Justino concluye esta breve explicación de la litmgia bautis-mal en la que se recibe el baño de la iluminación con la des-cripción de la celebración eucarística que sigue, en medio de los hermanos, donde es conducido «el iluminado». Allí se ele-van con fervor oraciones y súplicas, se intercambia el beso de paz y se celebra la Eucaristía, con una gran oración del presi-dente de la asamblea, que todos ratifican con el solemne Amen. y se participa del pan «eucaristizado» y del vino del cáliz, carne y sangre del Verbo Encarnado con los que «se nutre nues-tra carne y nuestra sangre» 10.

    De esta forma, con los trazos esenciales de una conversión provocada por la verdad y por medio de una iniciación misté-rica en la comunidad cristiana, Justino nos ha dejado constan-cia de su experiencia bautismal y de la experiencia de muchos otros cristianos por allá por la mitad del siglo II, cuando seguir a Cristo era una osadía y hombres como Justino sentían que este paso abría el camino hacia la libertad: «para que no siga-mos siendo hijos de la necesidad y de la ignorancia, sino de la libertad y del conocimiento» 11.

    2. Cipriano, el pastor convertido

    Cipriano de Cartago es figura señera del cristianismo afri-cano del siglo III. Son' célebres sus tratados y sus cartas, sus exhortaciones a la unidad de la Iglesia y al heroísmo del mar-tirio cristiano. Fue fogoso y polémico, como 10 demuestra la controversia que mantuvo con el Papa Esteban acerca del bau-tismo de los herejes, que él creía inválido.

    En su tratado dirigido A Donato, este orador africano nos ha dejado una página hermosa acerca de su conversión. Des-cribe su vida anterior al bautismo como una experiencia de ti-nieblas y de esclavitud y nos hace comprender, con trazos vigo-rosos, el cambio operado en su vida moral por la gracia rege-neradora del bautismo. En el contraste entre los dos momentos

    9 lb., 61,12, p. 251. 10 lb., 65-66, pp. 256-257. 11 lb., 61,10, p. 251.

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    de su experiencia aparece claramente la gracia del bautismo como un verdadero milagro de renovación interior:

    «Cuando estaba postrado en las ,tinieblas de la noche, cuando iba zozobrando en medio de las aguas de este mundo borrascoso y se-guía en la incertidumbre el camino del error, sin saber qué sería de mi vida, desviado de la luz de la verdad, me imaginaba cosa difícil y, sin duda alguna, dura, según eran entonces mis aficiones, 10 que me prometía la divina misericordia: que uno pudiera renacer y que, animado de nueva vida por el baño del agua de salvación, dejara lo que había sido y cambiara el hombre viejo de espíritu y mente, aunque permaneciera la misma estructura de su cuerpo. ¿Cómo es posible, me decía, tal transformación que de la noche a la mañana, tan de repente, se despoje uno de lo que es congénito a la propia naturaleza, o se ha endurecido por hábitos inveterados?» !2.

    Lo que parecía imposible se realizó de una manera prodi-giosa con la gracia del santo bautismo, cuyo recuerdo queda para siempre, hasta el martirio, en el corazón de Cipriano:

    «Después que quedaron borradas con el agua de la regeneración las manchas de la vida pasada y se infundió la luz en mi espíritu transformado y purificado, después que me cambió en un hombre nuevo por un segundo nacimiento la infusión del Espíritu celestial, al instante se aclararon las dudas de modo maravilloso, se abrió lo que estaba cerrado, se disiparon las tinieblas, se volvió fácil lo que antes parecía difícil, se hizo posible lo que se creía imposible, de modo que pude reconocer que provenía de la tierra mi anterior vida carnal sujeta a los pecados, que era cosa de Dios lo que ahora estaba animado por el Espíritu Santo» 13.

    Fue quizá esta maravillosa experiencia bautismal la que en-dureció sus posiciones doctrinales respecto a la validez del bau-tismo de los herejes. No podía comprender Cipriano que toda esta eficacia sobrenatural pudiera ser transmitida por aquellos que, según su opinión, carecían de la gracia y de la fuerza del Espíritu 14.

    12 A Donato, 3 (Obras de San Cipriano, Madrid, BAC, 1964, p. 108). 13 lb., 4, p. 109. 14 Son célebres las series de cartas dirigidas a los obispos de la región

    y al mismo Papa Esteban; Cartas, 69-74.

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    3. Agustín de Hipona: recuerdo y testimonio

    Agustín, el pecador convertido y el gran pastor de la Iglesia, será uno de los Padres que con mayor entusiasmo nos hablarán del bautismo en la Iglesia de Occidente.

    A nivel autobiográfico nos ha dejado sólo algunos testimo-nios interesantes sobre el momento de su bautismo.

    Vale la pena recordar ante todo cómo Agustín, volviendo la mirada hacia su niñez, tuvo siempre nostalgia de no haber sido bautizado de niño. Su padre se opuso rotundamente y solamente entró en el catecumenado con los ritos iniciales de entonces:

    «Siendo todavía niño, oí ya hablar de la vida eterna, que nos está prometida por la humildad de nuestro Señor Dios que descen-dió hasta nuestra soberbia; y fui signado con el signo de la cruz, y se me dio a gustar su sal, desde el mismo vientre de mi madre que esperó siempre mucho en -ti. .. Tú viste, Dios mío, pues eras ya mi guarda, con qué fervor de espíritu y con qué fe solicité de mi madre y de la madre de todos nosotros, tu Iglesia, el bautismo de tu Cristo, mi Dios y Señor ... » !s.

    El bautismo fue diferido. Era tal el aprecio que entonces se tenía de la gracia bautismal que muchos preferían curiosamente retrasar el bautismo para no tener ocasión de mancharlo con el pecado. Los Padres de Oriente y de Occidente tendrán que lu-char contra esta mentalidad que retrasaba el bautismo hasta el final de la vida. Agustín piensa que la gracia bautismal, recibida desde la niñez, le hubiera evitado la tragedia del pecado:

    «¡Cuánto mejor me hubiera sido recibir pronto la salud y que mis cuidados y los de los míos se hubieran empleado eh poner sobre seguro bajo tu tutela la salud recibida de mi alma, que tú me hu-bieses dado! Mejor fuera sin duda ... » 16.

    La gracia del bautismo, después de la conversión, llegará unos treinta años más tarde, en la vigilia pascual del año 387, 'en Milán, de manos del obispo Ambrosio.

    Para Agustín fue como una nueva creación:

    «En tu nombre fuimos bautizados, Padre, Hijo y Espíritu Santo ... Nos desagradaron nuestras .tinieblas y nos convertimos a .ti, y se

    15 Confesiones, XI, 7 (Obras de San Agustín, Il, Madrid, BAC, 1955, pp. 100-103).

    16 lb.

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    hizo la luz. Y ved cómo fuimos un tiempo tinieblas, mas ahora somos luz en el Señor ... » 17.

    Fue una auténtica conversión espiritual:

    «Vos me perdonasteis mis maldades pasadas, cubriéndolas con vuestra indulgencia para hacerme feliz en vos, transformando mi alma con la fe y con vuestros sacramentos» 1'.

    Fue una pascua gozosa, el tránsito de la muerte a la vida que debería permanecer para siempre en la novedad de su exis~ tencia cristiana:

    «Pues así como la pasión significó nuestra vida vieja, la resurrec-ción es el sacramento de la vida nueva» 19.

    Fue, finalmente, una experiencia de liberación interior:

    «Recibimos el bautismo y huyó de nosotros toda ansiedad de la vida pasada» 20.

    Agustín saboreó en aquellos días toda la dulzura de la nueva vida espiritual en el seno de la Madre Iglesia, profundizando en el sentido del bautismo recibido:

    «No me hartaba en aquellos días, por la dulzura admirable que sentía, de considerar la profundidad de tu consejo sobre la salud del género humano. ¡Cuánto lloré con tus himnos y tus cánticos, fuertemente conmovido con las voces de tu Iglesia, que dulcemente cantaba! Penetraban aquellas voces mis oídos y tu verdad se derre-tía en mi corazón, con lo cual se encendía el afecto de mi piedad y corrían mis lágrimas, y me sentía bien con ellas» 21.

    En el libro de las Confesiones, Agustín relata también otra experiencia bautismal, la del filósofo Victorino, convertido al cristianismo. El detalle conmovedor de esta conversión y del bautismo del filósofo romano está precisamente en la valentía con que pronunció públicamente desde un estrado su profesión de fe y el gozo con que la comunidad participó en su valiente confesión.

    17 lb., XIII, 12,13, p. 681. 18 lb., X, 3,4, p. 471. 19 Sermo Güelf, IX, 3. 20 Confesiones, IX, 6,14, p. 435. 21 lb.

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    Nos recuerda Agustín que Victorino, acompañado del pres-bítero Simpliciano, fue a la Iglesia para ser instruido en la fe y en los sacramentos; dio su nombre en el momento de la elec-ción y su bautizo fue admiración de Roma y alegría para toda la Iglesia. Por su personalidad se le había dispensado de hacer públicamente la profesión de fe, pero Victorino quiso decir en voz alta el Credo cristiano, según la forma que se usaba enton-ces en Roma:

    «Cuando llegó la hora de hacer la profesión de fe ... ofrecieron los sacerdotes a Victorino que la recitase en secreto, como solía concederse a los que juzgaban que habían de tropezar por la ver-güenza. Mas él prefirió confesar su salvación en presencia del pue-blo santo ... Tan pronto como subió para hacer la profesión, todos, unos a otros, cada cual según lo iban conociendo, murmuraban su nombre con un murmullo de congratulación -y ¿quién había allí que no lo conociera?-, y un grito reprimido salió de la boca de todos los que con él se alegraban: 'Victorino, Victorino'. Presto gritaron por la alegría de verle, mas presto callaron por el deseo de oírle. Hizo la profesión de la verdadera fe con gran entereza, y todos querían arrebatarle dentro de sus corazones, y 'realmente le arrebataban amándole y gozándose con él, que éstas eran las manos de los que le arrebataban» 22.

    Es una página clásica en la historia del bautismo cristiano. Revela el gozo de la fe confesada y el orgullo con que los cris-tianos participan en el bautismo de un hombre de prestigio que con humildad y decisión pasa a engrosar las filas del pueblo santo de Dios.

    n. LA EXPERIENCIA BAUTISMAL A TRAVÉS DE LAS CATEQUESIS MISTAGÓGICAS DE TEODORO DE MOPSUESTIA

    Otro capítulo fundamental de la experiencia del bautismo en la antigüedad cristiana es el de las catequesis mistagógicas. Las más célebres son las de Cirilo de Jerusalén. Tienen elementos preciosos algunas de las catequesis bautismales de Juan Cris6s-tomo 23, o algunos sermones de Agustín 24. En Occidente tene-

    22 lb., VIII, 2,5, p. 277. 23 Le catechesi battesimali, Roma, CHota nuova, 1982. 24 Cfr. el sermón a los neófitos: PL 46, 838 y ss.; los sermones 216

    (PL 38, 1076 y ss.) y 259 (PL 38, 1196 y ss.), además del tratado De

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    mos el tratado de San Ambrosio sobre los Misterios para la Iglesia de Milán 25; en España nos ha conservado la noble tra-dición de los tratados sobre el bautismo San ndefonso de To-ledo 26.

    Propiamente catequesis mistagógicas en el mejor sentido de la palabra, es decir, como explicación de los ritos bautismales y no sólo de los artículos de la fe para los catecúmenos, son las de Cirilo de Jerusalén y las de Teodoro de Mopsuestia Z7. Las primeras reflejan la catequesis posbautismal que se hacía en Jerusalén, como hemos dicho, en la semana de Pascua, para re-cordar a los neófitos las vivencias rituales de la noche de Pas-cua y su significado profundo para la vida. Las segundas, que se remontan a finales del siglo IV, nos ofrecen algunas particu-laridades de la liturgia oriental de la ciudad de Mopsuestia, cerca de Tarso, la patria de San Pablo, influenciadas por la doctrina y praxis de Antioquía.

    Conocemos el modo de desarrollar las catequesis mistagógi-cas. Se van explicando cada uno de los ritos y de las palabras del santo bautismo, con una serie de referencias tipológica s al Antiguo o al Nuevo Testamento, ofreciendo a los neófitos la ri-queza de la gracia bautismal y el sentido comprometedor de cada uno de los gestos.

    Por su sencillez, belleza y claridad expresiva cabe proponer como modelo las Catequesis de Cirilo de Jerusalén, accesibles hoy al público en una nueva edición en lengua castellana 28. Por su originalidad y por ser menos accesibles todavía en español, vamos a presentar los ritos bautismales y su significado a partir de las catequesis mistagógicas de Teodoro de Mopsuestia, espe-

    catechizandis rudibus (PL 40, 309 Y ss.) Y el tratado De baptismo contra donatistas (PL 43, 107 Y ss.).

    25 La iniciación cristiana (la explicación del símbolo, los sacramentos, los misterios), Madrid, Rialp, 1977.

    26 «El conocimiento del bautismo», en Obras de San Ildefonso de Toledo Madrid, BAC, 1971, pp. 223 Y ss. A la obra sobre el bautismo sigue eÍ interesante ,tratadillo sobre El camino del desierto.

    27 R. TONNEAu-R. DEVRESSE, Les Homélies Catéchetiques de Théodore de Mopsueste, Roma, Citta del Vaticano, 1949.

    28 Las cinco catequesis mistagógicas nos dan una visión completa de los ritos, la gracia y el compromiso del bautismo (cfr. nota 2).

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    cialmente las dos homilías dedicadas a la explicación de los ritos bautismales 29.

    1. La renuncia a Satanás y la adhesión a Cristo

    El rito bautismal se desarrolla al final de un camino cate-cumenal cuyas últimas etapas han sido la inscripción del nombre en el libro de la vida, los exorcismos contra Satanás, la entrega solemne del Credo y del Padrenuestro, que han supuesto ya una especie de pacto con Dios a través de la mediación de la Iglesia.

    Llega ahora el momento solemne de la celebración del mis-terio del santo bautismo, que tiene como prólogo obligado la re-nuncia a Satanás y la profesión de fe.

    Teodoro de Mopsuestia indica la actitud ritual del catecú-meno: «De nuevo estáis de pie sobre el cilicio, con los pies des-calzos, despojados de vuestro vestido exterior, con las manos levantadas hacia Dios en actitud orante. Primero os arrodilláis con las dos rodillas, pero todo el resto de vuestro cuerpo per-manece erguido» 30.

    Hay en este gesto un sentido penitencial que recuerda la caÍ-da del pecado, pero a la vez el hecho de que el hombre dobla sus rodillas ante el nombre de Jesús y participa así en la eco-nomía de su gracia: «Debéis estar arrodillados para manifestar la antigua caída y adorando a Dios, que es el autor de todo bien. Por eso el cuerpo erguido y las manos extendidas hacia el cielo son la manifestación del deseo que lleva al bautismo. Con esta actitud suplicáis a Dios que os libre de esta antigua caída y os abra la puerta de los bienes celestiales.»

    La renuncia a Satanás se hace con estas solemnes palabras:

    29 De las 16 homilías de Teodoro, las más interesantes para nosotros son las cinco últimas: XII-XVI, dedicadas, respectivamente, las tres pri-meras al bautismo y las dos últimas a la eucaristía. La homilía XII es de índole general y hace una presentación del bautismo y de los ritos preparatorios. Nos interesan, sobre todo, las homilías XIII y XIV sobre los ritos bautismales. Las homilías XV y XVI son muy interesantes por el modo de explicar los .ritos y oraciones de la celebración eucarística, pero no podemos entrar en su explicación. Traducimos los textos con cierta libertad para presentar esta joya de la literatura patrística, citando la homilía y el n. de la edición vaticana, con su paginación.

    30 Hom. XIII, pp. 367 y ss.

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    «Renuncio a Satanás, a todos sus ángeles, a todo su culto, a toda su voluntad y a todo su mundano desvío.»

    El catecúmeno se sitúa en una especie de anti-Edén. Se con-vierte en el antitipo de Adán y confiesa su total desvinculación de Satanás, al que sirvieron los progenitores. Desde ahora, pa-rece decir el catecúmeno, «ya no tenemos nada en común con él». Se trata de una renuncia que es un gesto de liberación y una renovada adhesión a Cristo como único Señor: «Cristo re-vela ahora una gracia inmensa y maravillosa, la que nos arranca de las cadenas del tirano, nos hace escapar de su dominio, nos ofrece una admirable participación en los bienes. Por lo tanto, reconozco desde ahora a mi Bienhechor y Señor. Sí, es El mi Señor; el que me ha creado cuando todavía no existía; el que no ha dejado de manifestarme la benevolencia aun cuando yo le hería. El que nos ha revelado un don maravilloso; no sólo nos ha concedido la abolición del mal, sino que nos ha pro-puesto la esperanza de los bienes inefables.» Renunciar a Sa-tanás es, pues, romper definitivamente con el diablo para en-tregarse a Cristo.

    Las palabras de la renuncia aluden también a los «ángeles» de Satanás, que son todos los que de alguna manera son aliados del mal y del error. El «culto de Satanás» son las expresiones de la religión pagana. Sus «vanidades» son las herejías e imi-taciones de la verdadera religión que el diablo suscita. El «des-vío mundano» son todas aquellas diversiones mund3nas que sir-ven para alejar a los hombres de la auténtica vida cristiana. Con palabras certeras concluye: «Debe abstenerse el que nace del misterio de la nueva Alianza, quien ha sido inscrito como ciu-dadano del cielo, el que es heredero de los bienes futuros y quien con la regeneración del bautismo espera ser miembro de Cristo, nuestro Señor y jefe celestial. Tenemos que comportar-nos, pues, según un espíritu que le sea agradable, porque somos miembros suyos» 31.

    La parte positiva de la adhesión de la fe está marcada por la palabra «Prometo»; se trata de una especie de pacto, de una promesa sincera hecha a Dios y que vale para toda la vida: «Cuando dices 'Prometo' indicas que permanecerás estable y fir-me ante Dios, que jamás te alejarás de El, que para ti vivir y

    31 Hom. XIII, 12, p. 389.

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    estar en comunión con El, obedecer a sus leyes, vale más que cualquier otra cosa.» La profesión de fe diciendo «Creo» es la adhesión a Dios que sólo por fe puede ser conocido. Y la con-fesión de la Trinidad es la glorificación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: «A la Trinidad ofrecemos y profesamos nues-tros justos votos, porque nos ha colmado de bienes inmensos antes y ahora. A la Trinidad hacemos nuestras inefables pro-mesas; en ella creemos, invocándola seremos bautizados. De ella esperamos estos bienes que ahora se nos ofrecen en figura; por ella gozaremos sin fin de los bienes futuros» 32.

    De esta forma, y manteniendo su posición orante, el catecú-meno entra en el misterio por la renuncia a Satanás y la con-fesión de la Trinidad santa.

    2. Las unciones prebautismales 33

    Sigue como primicia de los misterios el gesto de la unción en la frente o consignación que después se hace también en todo el cuerpo de aquel que será bautizado.

    Teodoro explica cada uno de estos gestos mistéricos. Ante todo el hecho de que el catecúmeno se presenta des-

    nudo ante el pontífice para recibir el bautismo: «Te acercas, pues, al santo bautismo despojándote de todo vestido.» Al prin-cipio, Adán estaba desnudo sin ningún sentido de vergüenza; pero después de la transgresión del mandato de Dios y haberse convertido en hombre mortal tuvo necesidad de un vestido. En el momento en que recibes el don del santo bautismo para re-nacer gracias a él y convertirte en inmortal simbólicamente has de despojarte de tu vestido, signo de mortalidad y prueba evi-dente de aquella sentencia que sometió al hombre a la necesidad del vestido.

    El catecúmeno recibe la unción en la frente con las pala-bras: «Recibe la señal [de la cruz] en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.» Explica el Mopsuesteno: «Esta consignación indica que has sido marcado como oveja de Cris-to, como soldado del Rey celestial. De hecho, la oveja recibe a

    32 Hom. XIII, 14-16, pp. 391 Y ss. 33 Teodoro anticipa el tema de la unción en la Hom. XIII, 17-20, Y

    sigue su exposición en la Hom. XIV, 1-2. Hacemos en nuestra exposición una síntesis.

  • ( EL BAUTISMO CRISTIANO EN LOS PADRES 357

    partir de su adquisición la señal de su amo, pace en las mismas praderas y vuelve al mismo aprisco de las que llevan la con-traseña del mismo propietario. Y así pasa también con el sol-dado, asumido en el ejército por su fuerza y su prestancia; una vez que ha sido considerado digno de entrar en el servicio del reino, recibe en seguida en la mano la señal del rey a cuyo servicio ha sido destinado. También tú has sido elegido para el reino de los cielos y examinándote se conoce que perteneces de-finitivamente al Rey celestial.»

    No carece de significado que el catecúmeno reciba la señal con el óleo de la unción en la frente. Es símbolo de nobleza y de libertad: «La frente pertenece a la cabeza, que es la parte más noble del cuerpo. La cabeza está sobre el cuerpo y la frente encima de la cara; ahí se dirigen ordinariamente nuestras mira-das cuando hablamos. El lugar mismo de esa señal revela la grandeza de tu confianza.» Sellados en nuestra frente podemos mirar con confianza a Dios, empezar a gustar la contemplación de la luz que se refleja en el rostro de Cristo: «Sabemos que Dios nos da desde ahora la libertad de mirarlo cara a cara, cuando le hacemos ver el distintivo de ser siervos y soldados de Cristo el Señor.»

    Un rito sencillo y propio de la Iglesia mopsuestena confería este toque de nobleza a la consignación: «En seguida, sin tar-dar, tu 'padrino', que está de pie detrás de ti, extiende un paño de lino sobre tu cabeza, te levanta y te hace estar de pie.» Otro signo de libertad, como se complace en repetir nuestro catequis-ta: «El lino extendido sobre tu frente indica tu propia libertad. Antes estabas desnudo, porque tal es la condición de los pri-sioneros y de los esclavos; pero apenas has recibido la unción se pone sobre tu cabeza un paño de lino, distintivo de tu li-bertad, pues los hombres libres suelen poner en su cabeza una estola de lino que llevan tanto en casa como fuera.»

    El cristiano es un hombre llamado por Dios al servicio de Cristo y a la experiencia de una nueva libertad.

    La unción prebautismal se hace no sólo en la frente me-diante la señal de la cruz o consignación, sino en todo el cuerpo del que va a ser bautizado. También este gesto tiene su signi-ficado misterioso: «Después de haberte despojado del vestido se te unge totalmente con cuidado con el óleo de la unción. Es

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    ésta la señal de que te recubrirás del vestido de la inmortalidad que se te dará en el bautismo. 'Se te unge totalmente.' Como se trata de algo que sirve de vestido, es ocasional y no toca to-das las partes del cuerpo; y aunque tocara todos los miembros externos no llegaría a los miembros interiores. En cambio, en la hora de la resurrección, toda nuestra naturaleza se cubrirá de incorruptibilidad; y todo lo que está en nosotros, tanto al ex-terior como al interior, se convertirá en incorruptible por la ac-ción del Espíritu Santo» 34.

    3. La inmersión en el agua del bautismo

    Llegamos al momento culminante del bautismo, la inmersión en las aguas del bautismo. Se trata del gesto ampliamente evo-cador de la muerte y de la vida, de la regeneración en el nombre de la Trinidad. Sabemos cómo los Padres han evocado el mis-terio de este gesto significativo del sacramentalismo cristiano. La catequesis de Teodoro tiene sus toques de originalidad 35.

    Ante todo, Teodoro evoca el sentido de la bendición de las aguas bautismales y de la fecundidad que en ellas pone el Es-píritu Santo: «No eres bautizado sólo en agua común, sino en el agua de un nuevo nacimiento que sólo puede realizarse me-diante la venida del Espíritu Santo.» Así lo invoca el Pontífice con las oraciones rituales para que sea la fuente bautismal el «seno de un nacimiento misterioso»; se convierte de esta ma-nera en el «seno venerable en el que se prepara un nuevo na-cimiento y la gracia del Espíritu Santo plasma y hace renacer a quien desciende a la fuente bautismal con otra nueva natura-leza humana, eminente» 36.

    Con un toque de originalidad nuestro autor desarrolla dos simbolismos fundamentales: el de la semi1la de inmortalidad y el del alfarero que plasma la imagen.

    «Como en el nacimiento carnal, el seno de la madre recibe una semilla que la mano divina ha hecho según el orden ori-ginal; así sucede también en el bautismo, en el que el agua es como un seno materno para quien nace, pero en ella es el poder

    34 Hom. XIV, 8, pp. 417-419. 35 Hom. XIV, 9, pp. 419-423. 36 Hom. XIV, 10, p. 425.

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    del Espíritu el que plasma al bautizado para un nacimiento nue-vo, cambiándolo integralmente.» Este bautizado que cae en la fuente bautismal como una semilla recibe del Espíritu la fuerza de una vida inmortal y las primicias de la incorrupción eterna.

    La otra imagen es la del alfarero que con el barro va plas-mando las vasijas a su antojo y con el agua va corrigiendo los defectos de su elaboración: «He aquí por qué este nacimiento se realiza en el agua; al principio fuiste plasmado con tierra y agua, y porque después caíste en el pecado has sido condenado a muerte y has heredado una corrupción total. También los al-fareros tienen la costumbre de volver a plasmar en el agua las vasijas de arcilla que no han salido bien en el momento de mo-delarlas; y así, remodeladas, estas vasijas toman definitivamente la forma deseada.»

    La aplicación al bautismo es lógica. Dios nos vuelve a mo-delar en el agua, por medio de la gracia del Espíritu, en espera que se realice definitivamente en la gloria de la resurrección la remodelación definitiva de nuestra incorruptibilidad. Por eso, prosigue nuestro catequeta: «Una vasija de arcilla puede ser rehecha y remodelada en el agua mientras permanece en su na-turaleza y conserva un barro maleable, antes de pasar por el fuego, ya que una vez cocido el barro no se puede plasmar de nuevo ... Ya que somos de naturaleza mortal, hemos de ser re-novados por el bautismo. Pero cuando éste nos haya remode-lado y hayamos recibido la gracia del Espíritu Santo, que nos solidificará más que cualquier otro fuego, no podremos ser re-novados de nuevo ni esperar un segundo bautismo» 37.

    La invocación de la Trinidad que acompaña al bautismo re-cuerda con la confesión de la fe verdadera que es la Trinidad la que obra el misterio del nuevo nacimiento, la renovación in-terior. El Padre, el Hijo y el Espíritu nos hacen «hombres nue-vos, inmortales e incorruptibles». No es el Pontífice el que te bautiza, indica Teodoro; es la Trinidad la fuente de todos esos bienes espirituales del santo bautismo: «el nuevo nacimiento, la renovación, la inmortalidad, la incorruptibilidad, la impasibili-dad, la inmutabilidad, la liberación de la muerte, de la esclavi-tud y de todos los males, el gozo de la libertad y la participa-

    37 Hom. XIV, 11, pp. 425-427.

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    ción en los bienes futuros y sublimes. Se invoca al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo para que conozcas la fuente de los bienes del bautismo» 38.

    La triple inmersión que acompaña el bautismo, pronunciando en cada una los nombres de las tres personas divinas, son como un gesto de inmersión en la obra de cada persona divina y un gesto de silencio adorante con el que el catecúmeno acepta en 10 más íntimo de su ser la acción divina que 10 renueva.

    Teodoro no resalta el misterio de la muerte-resurrección sig-nificado en el bautismo. Hace alusión a esta participación de la naturaleza divina en la obra de la Trinidad y a la configuración en un solo cuerpo que tiene a Cristo pOl' Cabeza y que está unido en un mismo Espíritu, en la comunión de amor del único principio que es el Padre 39.

    Sin embargo, prosiguiendo su catequesis, recuerda cómo el bautismo de Jesús con la revelación del Padre y el don del Es-píritu es figura de nuestro propio bautismo que se realizó con la revelación y la acción de la Trinidad. Con esta alusión con-cluye el Mopsuesteno, recuperando el simbolismo del bautismo como participación en la muerte-resurrección de Cristo: «Has recibido el bautismo, el nuevo nacimiento. Has observado la norma de la sepultura con tu inmersión en el agua y has sido 'agraciado, al salir, con los signos de la resurrección» 40.

    4. La vestidura blanca y la unción del Espíritu

    Prosiguiendo en la explicación mistagógica de los ritos bau-tismales, Teodoro comenta el significado de la túnica blanca y de la unción del Espíritu:

    «Al salir del agua te cubres con un vestido resplandeciente. Es el signo de ese mundo l'adioso y espléndido y de sus cos-tumbres, en el que ya te han introducido las figuras. Cuando resucites serás revestido de inmortalidad y de incorruptibilidad, y este vestido te será completamente inútil. Pero mientras po-'seas las realidades solamente mediante el sacramento y las fi-

    38 Hom. XIV, 17, pp. 439-441. 39 Hom. XIV, 18-21, pp. 441-447. 40 Hom. XIV, 25, p. 455.

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    guras te será necesario este vestido que te anuncia los bienes deliciosos que ahora te son accesibles sólo en figuras, mientras llegará el tiempo establecido en que los poseerás comple-tamente» 41.

    La unción del Espíritu que el bautizado recibe inmediata-mente es una participación en la gracia de la unción que Jesús recibió por parte del Espíritu en el bautismo, Con la invocación de la Trinidad y la unción «se te da la señal de que el Espíritu ha venido sobre ti, que has sido ungido por El, que lo has reci-bido por medio de la gracia, que 10 posees y que mora ya en ti» 42.

    Como en otras catequesis mistagógicas, el Mopsuesteno pro-sigue con la explicación de los ritos de la celebración eucarís-tica, presentando a los neófitos los misterios del pan de la vida, que será alimento de incorruptibilidad para mantener y hacer crecer la gracia recibida en el bautismo, en espera de la resu-rrección gloriosa, hacia la cual ha ido orientando progresiva-mente todas las consideraciones acerca de la gracia del bau-tismo 43.

    Se trata, como hemos dicho, de un ejemplo de catequesis mistagógica acerca de los ritos del bautismo, caracterizada por una serie de elementos rituales propios y de una orientación teológica original. No abundan en Teodoro las referencias a las figuras del Antiguo Testamento, como se encuentran amplia-mente utilizadas en otros Padres. Hay una visión profundamente trinitaria de toda la iniciación bautismal, con una tendencia a la esperanza de la participación en la naturaleza divina de Cris-to y en la plenitud de la incorrupción que se alcanzará con la resurrección gloriosa. El cristiano queda marcado profundamen-te por el pacto del bautismo y tiene que corresponder con una vida nueva 44.

    Otras catequesis, como las de Cirilo, pondrán el acento con

    41 Hom. XIV, 26, pp. 455-456. 42 Hom. XIV, 27, p. 457. 43 Trata ampliamente de la eucaristía, como hemos dicho en las Hom.

    XV y XVI. Sobre los ritos de comunión, cfr. especialmente Hom. XVI, 27-28, pp. 577-581.

    44 Sobre el estilo de las catequesis de los Padres, cfr. M. DIEGO SÁN-CHEZ, «La catequesis y la espiritualidad de los Padres en su expresión simbólica», en Revista de Espiritualidad, 44 (1985), pp. 51-77.

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    mayor vigor en la participación en el misterio pascual de Cristo, en la muerte y en la resurrección. Juan Crisóstomo desarrolla con originalidad el tema de los desposorios místicos entre Cristo y la Iglesia que se realiza en cada bautismo. Cirilo y Ambro-sio, además, ponen de relieve el sentido de la unción posbau-tismal como plena participación del misterio de Cristo, el Un-gido.

    Fundamentalmente nos encontramos ante los ritos comunes de la Iglesia y ante el significado fundamental que a ellos les atribuye la tradición patrística.

    Los ritos bautismales quedan confirmados por la participa-ción en la Eucaristía, donde se lleva al culmen la iniciación en la plenitud cristológica y eclesial del banquete eucarístico. Se pone de relieve el beso de paz, signo de comunión en la nueva fraternidad; la participación en la Eucaristía que los neófitos reciben en sus manos, extendiéndolas hacia el cuerpo del Señor para prepararle un trono, y acercando sus labios al cáliz para sentirse totalmente renovados por la sangre redentora. En algu-nas liturgias occidentales y orientales los neófitos reciben con la Eucaristía una bebida de leche y miel 45 , para recordar con este sabroso símbolo el nuevo nacimiento, su condición de re-cién nacidos a la gracia, su entrada en la tierra de promisión. Un antiguo ritual recuerda el sentido de esta participación con esta oración de ofrenda de la leche y de la miel:

    «Te presentamos. Señor, la leche y la miel que manan de la santa Iglesia, nuestra Madre, que nos ha alimentado. Bendice con tu ben-dición lo que tú has santificado, y santifícalo con tu santificación; para que en ellos reciban este alimento incorruptible, este baño del conocimiento perfecto de ti y una sabiduría perfecta de tu nombre, en el temor y en la paciencia hasta alcanzar la madurez del hombre adulto» 46.

    Otros Padres de la Iglesia pondrán de relieve la participa-ción del neófito en la dignidad sacerdotal, profética y real de Cristo, recibida mediante el bautismo. Valga por todos un her-moso texto atribuido a San Máximo de Turín:

    45 La indicación ritual ya la tenemos en la tradición apostólica de Hipólito al final de los ritos de la iniciación cristiana.

    46 Cfr. el texto en la reconstrucción de un ritual antiguo del bautismo en «Trois antiques Rituels du Bapteme», París, Cerf, 1958, Sources Chrétiennes, n. 59, p. 62.

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    EL BAUTISMO CRISTIANO EN LOS PADRES 363

    «Terminado el bautismo derramamos sobre vuestra cabeza el cris-ma santo, es decir, el óleo de la santificación; y así queda demos-trado que el Señor confiere a los bautizados la dignidad real y sacerdotaL.. Esta unción hecha sobre vosotros os ha otorgado la dignidad de una realeza y de un sacerdocio que una vez comunica-dos no terminarán jamás. Quizá os sorprenda que os diga que por el crisma habéis recibido la realeza, el sacerdocio y la gloria futura. Pero no soy yo quien lo dice, es el Apóstol San Pedro, o mejor todavía, es Cristo quien proclama personalmente que habéis recibido esta dignidad» 47.

    Con todos estos bienes que el cristiano recibe en el santo bautismo, confortado con la posibilidad de renovar continua-mente la conciencia y la gracia de este don en la Eucaristía, seguro de que en la misma oración del Padrenuestro el cris-tiano, como dice Agustín, tiene la oportunidad de sumergirse en un bautismo cotidiano 48, no le queda otro camino que el de permanecer fiel a este don y llevarlo al esplendor de la santidad en la tierra y de la gloria en la patria, hacia la que camina can-tando, como recuerda también el Obispo de Hipona 49. Se abre aquí el misterio de la vivencia bautismal, el compromiso de vi-vir el propio bautismo.

    III. EL COMPROMISO DE LA VIDA BAUTISMAL

    Todos los Padres de la Iglesia al hablar del bautismo, es-pecialmente en sus homilías pascuales, recuerdan las exigencias de la nueva vida en Cristo y en la Iglesia. El cristiano está lla-mado a responder a esta intervención de Dios con la que se ha inaugurado en él la historia de la salvación; de aquí fluyen todas las exigencias de vida moral, de peregrinación, de apos-tolado, de generosidad hasta el martirio.

    Una serie de textos de los Padres nos ofrecen esta lección de vida.

    «Hemos de acordarnos que cuando llamamos Padre a Dios es consecuencia que obremos como hijos de Dios, con el fin de que así como nosotros nos honramos con tenerle por Padre, El pueda honrarse de nosotros. Hemos de portamos como templos de Dios, para que sea una prueba de que habita en nosotros el Señor y no

    47 Cfr. Sermo de unctione capitis: PL 57, pp. 777-779. 48 Serm. Morin, 1,1, citado por CAMELOT, o. c. (nota 4), p. 167. 49 Serm. 256: PL 38, 1191-1193.

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    desdigan nuestros actos del Espkitu recibido, de modo que los que hemos empezado a ser celestiales y espirituales no pensemos y obre-mos más que cosas espirituales y celestiales... Pedimos al Señor que su nombre sea santificado en nosotros ... , y rogamos que los que hemos sido justificados en el bautismo perseveremos en la jus-tificación que comenzamos ... » so.

    Escribe Cipriano en su comentario a la oración del Señor. León Magno recuerda en un célebre texto la dignidad del

    bautizado y su compromiso de respuesta con toda la vida, que debe ser una auténtica existencia bautismal:

    «Reconoce, cristiano, .tu dignidad y, puesto que has sido hecho pal'.tícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un com-portamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y ·trasladado a la luz y al 1'eino de Dios. Gracias al sacramento del bautismo ·te has convertido en ·templo del Espíritu Santo; no se .te ocurra ahuyentar con tus malas accio-nes a ·tan noble huésped, ni volver a someter/ea la servidumbre del demonio: porque tu precio es la sangre de Cristo» st.

    La Iglesia de España tiene también su hermosa tradición bautismal, en la que no faltan textos parenéticos. El obispo Pa-ciano de Barcelona, a finales del siglo IV, exhorta así a los nue-vos bautizados:

    «Libres de nuestras cadenas, cuando por el sacramento del bau-tismo hemos recibido el signo del Señor, hemos renunciado al de- . monio, a sus ángeles, que antes habíamos servido. No volvamos a estar a su servicio, ya que hemos sido liberados por la sangre y el nombre de Cristo... Queridos hermanos, mosotros hemos sido lavados sólo una vez, una vez sólo hemos sido liberados y recibidos en el reino de la inmortalidad... Conservad firmemente el don 1'ecibido, conservad vuestro gozo y no cometáis más el pecado. Conservaos puros e inocentes para el día del Señor ... Y para al· canzar los bienes celestes obrad la justicia y manteneos fieles a vuestras promesas» 52.

    Ildefonso de Toledo concluye su tratado acerca del bautis-mo con una exhortación a la perseverancia, con palabras de Agustín:

    so Del Padrenuestro, 11-12, o. c. (nota 12), pp. 207-208. 51 Serm6n de Navidad, n. 1: PL 54, 193. 52 Serm6n sobre el bautismo: PL 13, 1094.

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    «La exhortación es para vosotros, 1nfantes que acabáis de nacer, párvulos en Cristo, nueva prole de la Iglesia, don del Padre, fe-cundidad de la Madre, retoño pío, enjambre juvenil, fuente de honra paterna y fruto de fatigas; gozo y corona mía ... Habéis sido con-sepultados en la muerte con Cristo por el bautismo, para que, como Cristo resucitó de entre los muertos, así 1ambién vosotros andéis en vida nueva ... Por consiguiente, os ilumine el que os redimió, os guarde el que os iluminó, para que no sólo os defienda con su protección de todo mal en este viaje de la vida, sino también os conceda su gloria en la recompensa futura en presencia de la Tri· nidad gloriosa» 53.

    Al bautizado se le abre un camino de gracia y de gloria en el que debe progresar viviendo en plenitud la vida en Cristo dentro de la comunión eclesial. Un testigo auténtico de los Pa-dres, Nicolás Cabasilas, laico del siglo XIV, resume el sentido que tiene este sacramento y el porqué de la ineficacia que a veces se aprecia en la vida de los cristianos:

    «Esta es la obra del bautismo: borrar los pecados, reconciliar a Dios con el hombre, hacer del hombre un hijo de Dios, abrir los ojos del alma al rayo divino; en una palabra, preparar a la vida futura... Resulta demostrado que el misterio del bautismo es el principio de la vida en Cristo y la causa del ser y del vivir de los hombres, y de su superioridad según la verdadera vida y esencia.

    Si después estos efectos no se realizan en .todos los bautizados, no hemos de acusar de debilidad al sacramento: la fragilidad hay que imputarla más bien a los bautizados mismos, que o no se han preparado bien a la gracia o han dilapidado el ,tesoro. Es más justo atribuir esta discriminación a los bautizados que han hecho uso diverso de su bautismo, que dar la culpa a la iniciación sacramental, que es la única y la misma en todos, de haber producido efectos contrarios» 54.

    El bautismo se presenta así como gracia y compromiso, don y responsabilidad, principio de vida nueva y camino de conti· nua conversión hasta alcanzar la plenitud de la vida. Los Padres no se cansan de narrar las maravillas de este don inmenso para suscitar en los cristianos una digna respuesta al don que han re-cibido.

    Hay un texto de antología que podemos considerar como un himno al bautismo cristiano. Su autor es Gregorio Nacianzeno, en una homilía sobre el bautismo predicada al día siguiente de

    53 Ildefonso se inspira en un sermón de Agustín a los neófitos (PL 46~ 838); cfr. o. c. (nota 26), pp. 377-378.

    54 NICOLÁS CABASILAS, La vida en Cristo, I1, 10: PG 150, 568.

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    la Fiesta de las Luces o Theofanía, en la que se celebra en Oriente el bautismo del Señor y era fecha apropiada para la iniciación bautismal de los cristianos. En este texto Gregorio acumula en hermosa y poética síntesis todos los títulos del bau-tismo y todas sus operaciones sobrenaturales. Es como una sín-tesis de la experiencia y de la mistagogía patrística del bautismo:

    «El bautismo es un resplandor para las almas, un cambio de vida, el obsequio hecho a Dios de una conciencia bondadosa. El bautismo es una ayuda para nuestra debilidad, desprendimiento de la carne, obediencia al Espíritu Santo, comunión con el Verbo, restauración de la criatura, purificación del pecado, participación de la luz, desaparición de las tinieblas. El bautismo es un carro que nos con-duce a Dios, una muerte con Cristo, el apoyo de la fe, la perfección de la inteligencia, la llave del reino de los cielos, la transformación de la vida, el fin de nuestra esclavitud, la liberación de las cadenas, la perfección total de nuestro ser.

    Esta iluminación bautismal es (¿por qué continuar esta enume-ración?) el más hermoso y magnífico de todos los dones de Dios ...

    Como Cristo, que es el que nos lo ha dado, el bautismo recibe muchos nombres diversos y esto por el gozo de haberlo recibido (pues se deleitan las personas saboreando con diversos nombres lo que se ha amado apasionadamente); pero también porque la multi-tud de aspectos del bien que nos hace explica esta variedad de vocablos.

    Lo llamamos don, gracia, bautismo, unción, iluminación, vestido de inmortalidad, agua de regeneración, sello de Dios, y le damos otros nombres, los más honrosos que se puedan encontrar.

    Es don porque nadie lo merece, y gracia porque se confiere in-cluso a los culpables; es baño porque el pecado queda sepultado en el agua, unción porque es sagrada y real, dos títulos que justi-fican este nombre; es iluminación por el resplandor que nos ofrece, vestido porque cubre nuestra vergüenza, baño porque nos lava, sello porque nos protege y manifiesta la soberanía de Dios.

    Los cielos se gozan con él; los ángeles lo glorifican porque nos hace partícipes de su esplendor; es imagen de la felicidad celestial. Quisiéramos poder cantarlo con nuestros himnos, pero no sabemos hacerlo con la dignidad que el bautismo merece» 55.

    CONCLUSIÓN

    Hemos querido saborear con una selección de temas y textos patrísticos acerca del bautismo, la experiencia y la doctrina mis-tagógica de los primeros siglos de la Iglesia, cuando el sacra-mento de la iniciación cristiana era percibido con todo el es-

    55 Or., 40,3-4: PG 36, 361.

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    plendor de la riqueza mistérica y de la responsabilidad per-sonal, con el complejo ritual simbólico y la emoción de una en-trada en posesión de la plenitud de la vida cristiana por medio de la Iglesia Madre.

    j Qué lejos están de esta página de los Padres ciertas visio-nes del bautismo como un sacramento puramente social, un mero remedio para el pecado original, una ceremonia puramente reli-giosa o, como resulta para algunos hoy, un peso insoportable de obligaciones contraídas con un sacramento recibido en la niñez!

    Una vuelta saludable a la teología de los Padres de la Igle-sia confiere al bautismo el sentido de sacramento de la libertad real del cristiano, de gozo por la experiencia de la gracia de la filiación, de compromiso para vivir en una lógica de muerte y de resurrección.

    En un momento en que se recupera la conciencia bautismal de los bautizados y se intensifica la catequesis sobre el bautismo y sus consecuencias, el contacto con los Padres de la Iglesia, apenas esbozado en estas páginas, resulta una bocanada de aire fresco para que el sacramento del bautismo sea acogido y vi-vido como signo de libertad y compromiso de esa nobleza que obliga, delante de Dios y en presencia de la Iglesia 56.

    56 Para una exposición más amplia de los aspectos característicos del bautismo como fundamento de la ascesis cristiana, del apostolado y de la mística, cfr. nuestro artículo ya citado: La mistica dei sacramenti dell'iniziazione cristiana (nota 4).

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