El bautismo de Cristo - A

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El Bautismo de Cristo 1 domingo Tiempo Ordinario - A

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El Bautismo de Cristo

1 domingo Tiempo Ordinario - A

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En aquel tiempo, fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciendo: “Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?” Jesús le contestó: “Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así lo que Dios quiere”. Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: “Este es mi hijo, el amado, mi predilecto”.Mt 3, 13-17

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Cerramos el ciclo de Navidad con el Bautismo de Cristo. Este momento marca el inicio del ministerio público de Jesús.

Los evangelios apenas relatan nada de la infancia y la adolescencia de Jesús…

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Durante sus primeros treinta años de vida vivió como un judío más. Conocía bien las escrituras y era asiduo a la sinagoga.

San Lucas nos lo presenta en su primera peregrinación a Jerusalén como un joven inquieto que conversa con los doctores de la ley.

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Una vez llegada su adultez, Jesús decide no quedarse en Nazaret. Deja a su familia e inicia su empresa evangelizadora.

El bautismo es el momento en que toma conciencia plena de ser hijo de Dios.

Ha de empezar su misión.

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Esta misión Isaías la define bien: curar a los enfermos, devolver la vista a los ciegos, liberar de las tinieblas a los que viven en mazmorras.

Este es el trabajo de Jesús: revelar una nueva dimensión de la vida a partir de la experiencia íntima que tiene con Dios.

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Tras el bautismo ya está preparado para la gran batalla: revelar las entrañas del corazón de Dios. Un Dios que es un Padre, cercano, que se aproxima a la realidad de los hombres y mujeres de su tiempo; un

Dios que desea que el hombre encuentre el sentido de su existencia.

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Y se lanza a un itinerario que no será fácil, en absoluto. Sufrirá un fuerte rechazo por parte de sus convecinos, sus propios parientes y los poderes religiosos y políticos de su tiempo.

Pero su convicción, firmemente arraigada en el amor que lo une al Padre, no se tambaleará.

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¿Qué significa esto para los cristianos de hoy?

Por nuestro bautismo, como Jesús, también recibimos una misión. En pleno siglo XXI, en la era de la cultura tecnológica, deberíamos ser muy conscientes de que

también estamos aquí para culminar una misión.

Estamos de paso hacia una realidad hermosísima que nos sobrepasa.

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Una primera consecuencia que podemos derivar de

este evangelio es la experiencia de sentirnos

hijos de Dios. ¿Nos sentimos hijos de Dios?

¿Nos sentimos amados del Padre?

Como bautizados y confirmados, asiduos a la

eucaristía, ¿estamos en comunión con Aquel que

siempre nos ha amado, desde el momento en que

nos formó?

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Una segunda pregunta: ¿reconocemos a Dios como nuestro Padre?

Y una tercera: ¿nos abrimos al soplo del Espíritu Santo que reposa también sobre nosotros?

Jesús es la persona adulta que lleva a cabo el cometido de la redención del mundo.

¿Somos conscientes de nuestra misión apostólica?

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Esta fiesta es una llamada a redescubrir nuestra identidad cristiana.

Además de formarnos y alimentarnos con la eucaristía, hemos de salir afuera y testimoniar, anunciar, encarnar ese deseo de Dios para nuestras vidas.

Si nos quedamos en las iglesias seremos como los hijos que no abandonan sus hogares. Ya no somos niños, ni cristianos pusilánimes, ni temerosos… ¿de qué?

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Los cristianos adultos, valientes, hemos de salir al mundo en misión. No es fácil, encontraremos oposición, y rechazo.

Seremos luz para el mundo si nos convertimos en referentes de esperanza. ¿Cómo?

Haciendo de Cristo el centro de nuestra vida. Dejando que nos llene. Somos sus colaboradores. No importan nuestros fallos y defectos, ¡somos hijos amados de Dios!

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Todos nosotros somos hijos predilectos de Dios. Él nos ha amado primero, desde el mismo instante en que fuimos concebidos. Nos ha dado los dones más grandes, la vida natural y también otra vida, que es eterna. Qué menos podemos hacer que devolver con gratitud ese amor y sumarnos a su deseo de salvación para todo el mundo

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Textos: Joaquín Iglesias Aranda

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