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REVISTA DE ESPIRITUALIDAD 75 (2016), 519-546 - ISSN: 0034 - 8147 El bienaventurado P. María-Eugenio del Niño Jesús, apóstol del Espíritu P. FRANÇOIS-RÉGIS WILHÉLEM Saint-Didier - France RESUMEN: Toda la vida del bienaventurado P. María-Eugenio del Niño Jesús, ocd, estuvo profundamente marcada por la presencia y la acción poderosa del Espíritu. Ponerlo de relieve es el intento que llevamos, puesto que su santidad, es decir su vida bienaventurada tendrá una misión, al igual que Teresa de Li- sieux o Isabel de la Trinidad, hacer creer la presencia del Espíritu y entregar- nos a su dominio. Su vida será pues mostrar y enseñar el camino del Espíritu, es decir hacer viva la espiritualidad en la iglesia. Presentamos primero la reali- dad del Espíritu en la vida del hombre, en un segundo momento la expe- riencia viva del mismo en el desarrollo de la vida mística. PALABRAS CLAVE: Espíritu, Cristo, Mística, Moradas. Teresa de Jesús, Juan de la Cruz. Blessed Fr. Marie Eugene of the Child Jesus, Apostle of the Holy Spirit SUMMARY: The whole life of Blessed Fr. Marie Eugene of the Child Jesus, OCD, was deeply marked by the presence and the powerful action of the Holy Spirit. This fact will be emphasized in this article, since his holiness (i.e., his life of blessedness) had a single mission, just as in the case of Thérèse of Lisieux or Elizabeth of the Trinity, which was to help others to believe in the Spirit’s presence and surrender to its power. Fr. Marie Eugene’s life was dedicated to revealing and teaching the Way of the Holy Spirit, thereby reviving the spiritual life of the Church. We will first present the reality of the Spirit in the life of human beings, and then the living experience of the Spirit in the development of the mystical life KEY WORDS: Spirit, Christ, mysticism, Mansions, Teresa of Jesus, John of the Cross.

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El bienaventurado P. María-Eugenio del Niño Jesús, apóstol del Espíritu

P. FRANÇOIS-RÉGIS WILHÉLEM Saint-Didier - France

RESUMEN: Toda la vida del bienaventurado P. María-Eugenio del Niño Jesús, ocd, estuvo profundamente marcada por la presencia y la acción poderosa del Espíritu. Ponerlo de relieve es el intento que llevamos, puesto que su santidad, es decir su vida bienaventurada tendrá una misión, al igual que Teresa de Li-sieux o Isabel de la Trinidad, hacer creer la presencia del Espíritu y entregar-nos a su dominio. Su vida será pues mostrar y enseñar el camino del Espíritu, es decir hacer viva la espiritualidad en la iglesia. Presentamos primero la reali-dad del Espíritu en la vida del hombre, en un segundo momento la expe-riencia viva del mismo en el desarrollo de la vida mística.

PALABRAS CLAVE: Espíritu, Cristo, Mística, Moradas. Teresa de Jesús, Juan de la Cruz.

Blessed Fr. Marie Eugene of the Child Jesus, Apostle of the Holy Spirit

SUMMARY: The whole life of Blessed Fr. Marie Eugene of the Child Jesus,

OCD, was deeply marked by the presence and the powerful action of the Holy Spirit. This fact will be emphasized in this article, since his holiness (i.e., his life of blessedness) had a single mission, just as in the case of Thérèse of Lisieux or Elizabeth of the Trinity, which was to help others to believe in the Spirit’s presence and surrender to its power. Fr. Marie Eugene’s life was dedicated to revealing and teaching the Way of the Holy Spirit, thereby reviving the spiritual life of the Church. We will first present the reality of the Spirit in the life of human beings, and then the living experience of the Spirit in the development of the mystical life

KEY WORDS: Spirit, Christ, mysticism, Mansions, Teresa of Jesus, John of the Cross.

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Toda la vida del bienaventurado P. María-Eugenio del Niño Jesús, ocd1, estuvo profundamente marcada por la presencia y la acción po-derosa del Espíritu. Una íntima tiene esta confidencia: «Está vivo el Espíritu de amor que vive en mí y que ha tomado posesión de mí des-de hace tanto tiempo. Mi santidad consistirá en creer en su presencia, en entregarme a su dominio»2.

Maria Pila, cofundadora, con el P. María-Eugenio, del Instituto seglar carmelita «Notre-Dame de Vie», pudo testificar: «Con el Espí-ritu Santo, se toca, parece, el misterio del P. María-Eugenio»3. Este rasgo característico de su fisonomía espiritual le condujo a acoger con un gran gozo el concilio Vaticano II, porque percibía la marca del Espíritu, la realización de este «nuevo Pentecostés» que san Juan XXIII había llamado de su oración y de sus votos4. En efecto, la dinámica conciliar unía la orientación que el P. María-Eugenio había dado a su Instituto desde los primeros años de su fundación. Decía entonces a los primeros miembros: «Que haya en vuestras almas un verdadero Pentecostés, no brillante como el de los apóstoles, pero continuado y perpetuo»5. Este mensaje lo retomaba sin cesar. Así, en los últimos años de su vida, cuando el concilio estaba en pleno desa-rrollo: «El Instituto está orientado hacia este nuevo Pentecostés. Pen-tecostés de todos los días, continuo»6.

1 El P. María-Eugenio murió el 27 de marzo de 1967, un lunes de Pascua,

fiesta de Notre-Dame de Vie. 2 R. DEGLAIRE y J. GUICHARD, 15 días con el Padre María-Eugenio del

Niño Jesús, Ed. Ciudad Nueva, Madrid, 2006, p. 64. 3 «Le fondateur», dans : Un maître spirituel, le P. Marie-Eugène, Carmel

n°51, 1988/3-4, p. 243. 4 A la muerte del Papa, el P. María-Eugenio dirá : «Hemos visto raras ve-

ces a Pontífices tan visiblemente, tan manifiestamente inspirados por el Espí-ritu Santo. El Santo Padre obedecía al Espíritu Santo. Todo lo que ha hecho, lo ha hecho bajo la inspiración del Espíritu Santo», Mgr G. GAUCHER, La vi-da del Padre María-Eugenio del Niño Jesús. “ Quiero ver a Dios” , Ed. Monte Carmelo, Burgos, 2015, p. 244.

5 Conferencia de 24 de julio de 1934 (inédita - Para todos los escritos inéditos: © L’Olivier, 84210, Venasque - Francia).

6 Conferencia de 2 de junio de 1963.

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Sin entrar en detalles de la rica personalidad humana del P. María-Eugenio7, nos contentaremos con presentar algunos rasgos señalados de su espiritualidad.

El Espíritu Santo «como testamento»

En febrero de 1965, dos años antes de su muerte, el P. María-

Eugenio, debilitado por la enfermedad, se había visto obligado a en-tregar una especie de «testamento espiritual» que revela una intimi-dad extraordinaria con el Espíritu. He aquí algunos extractos signifi-cativos:

«Todo el mundo ha observado probablemente que, cuando hablo del Espíritu Santo, habitualmente me inflamo con bastante facili-dad… Le llamo “ mi Amigo” y creo que tengo razones para ello. To-da mi vida ha estado basada un poco en esto: en el conocimiento, en el descubrimiento del Espíritu Santo. Lo que os puedo decir es que, evidentemente, al principio de mi vida religiosa, creo haber sido “ atrapado” por el Espíritu Santo, y después también, en varias cir-cunstancias, de un modo enérgico y absolutamente cierto […]. Lo que quisiera dejaros como testamento es el Espíritu Santo […]. Y a to-dos… quisiera daros como característica, quisiera daros como tesoro, como vida, quisiera daros el Espíritu Santo […]. Eso es el testa-mento que os dejo : … que el Espíritu Santo descienda sobre voso-tros, que podáis decir lo más pronto posible que el Espíritu Santo es vuestro amigo, que el Espíritu Santo es vuestra luz, que el Espíritu Santo es vuestro maestro»8.

Ponemos de relieve especialmente este pasaje esencial: «Toda mi vida ha estado basada en el conocimiento, en el descubrimiento del Espíritu Santo», y desde el «inicio de mi vida religiosa». Más tarde, el 12 de enero de 1967, en el lecho de su enfermedad. hará aún esta confidencia: «El año del noviciado fue el año del noviazgo, de las manifestaciones del Espíritu Santo, ¡todo un estallido de llamas, de

7 Cf. R. RÈGUE, Así era el P. María-Eugenio del Niño Jesús, Ed. Monte

Carmelo, Burgos, 1986; Mgr G. GAUCHER, La vida del Padre María-Eugenio del Niño Jesús.

8 En Mgr G. GAUCHER, La vida del Padre María-Eugenio del Niño Jesús, p. 250-251.

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ardores…! Se lo contaba todo a mi maestro de novicios que no enten-día nada: cuando le dije que sentía para mí una misión, me respondió: Sé un buen religioso… Yo estaba loco de amor. No quería más que amor, no pedía más que amor»9 que iban a iluminar su misión de carmelita, de maestro espiritual.

Estas gracias extraordinarias, al igual que otras, ordinarias, están en la base del carisma del P. María-Eugenio: alentar a los bautizados en los caminos de la santidad invitándoles a descubrir la presencia operativa del Espíritu en su vida y a entregarse a él constantemente. «La unión con el Espíritu no es un lujo»

El carmelita insistía en el hecho de que la búsqueda de semejante intimidad no es un «lujo» de las cumbres de la vida espiritual: «La unión con el Espíritu Santo no es un lujo, no. En el trabajo cotidiano, las técnicas humanas tienen su importancia, pero lo primero que te-nemos que hacer es unirnos con el que hace el trabajo. Esta unión se consigue con un acto de fe, pero solamente estos actos repetidos rea-lizan verdaderamente la intimidad, la amistad con él. Para trabajar hay que estar siempre con él, encontrarle cada vez que queremos hacer algo. Que siempre esté él ahí, y que estemos siempre con él»10

El desafío es convencerse de su presencia: «El Espíritu no debe ser para nosotros el gran desconocido, el misterioso. No, debe ser un amigo, una persona viva. Que no sea solamente alguien a quien se encuentra de vez en cuando, que él esté siempre allí, que nosotros es-temos siempre con él…»11. El P. María-Eugenio volvía continua-mente sobre este punto: «No se trata de creer en el Espíritu Santo de una manera imprecisa; es necesario que creamos en él como en una realidad viviente, en una persona viva, inteligente, todopoderosa, en una persona que sabe lo que quiere, que hace lo que quiere y que sabe a dónde se dirige. El cristiano, por consiguiente, y no solo aquellos que en la Iglesia tienen cargos y responsabilidades, sino todo cristia-

9 G. GAUCHER, La vida…, p. 90-91. 10 En: R. DEGLAIRE y J. GUICHARD, 15 días con el Padre María-Eugenio

del Niño Jesús, p. 63. 11 P. MARIE-EUGÈNE DE L’E-J, Assidus à la prière avec Marie. Médita-

tions sur les mystères du Rosaire, Ed. du Carmel, Toulouse, 2010 p. 135.

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no, ha de vivir en contacto con el Espíritu Santo […]. Nuestro aposto-lado deberá inspirarse evidentemente en esta verdad fundamental»12.

Solo una relación de este tipo permite realizar la obra de Dios: «El Espíritu necesita más de nuestra docilidad, de nuestra atención... que de nuestra fuerza. Debemos estar abiertos a él: he ahí la primera con-dición de nuestra vida espiritual... Los hijos de Dios son aquellos que han realizado su filiación divina, su gracia del bautismo... Estos son los verdaderos apóstoles, son los que llevan a cabo la obra de Dios y no los que construyen la obra de Dios siguiendo su pensamiento. No hay nadie que sepa cuál es la obra de Dios y cómo se debe hacer: ese es el Espíritu Santo»13.

Como «embrujado» por la preocupación que los cristianos, muy espe-cialmente los sacerdotes, sean verdaderamente los colaboradores del Espíritu, en sus enseñanzas, el P. María-Eugenio recurría con fre-cuencia al episodio del bautismo de Cristo y al de Pentecostés. «Realizar la presencia viva y operativa del Espíritu»

En febrero de 1965, dos años antes de entregar el «testamento es-piritual» del que ya hemos hablado, se había sentido obligado a dictar a María Pila un mensaje destinado a todos los sacerdotes:

«Cristo Jesús, al inaugurar su vida pública con el bautismo de Juan Bautista, recibió inmediatamente el Espíritu Santo. Cristo Jesús, cuando confirió a sus apóstoles el sacerdocio y su misión, les reco-mendó encarecidamente no abandonar Jerusalén para formarles antes de recibir el Espíritu Santo. El Espíritu Santo, cuando el día de Pente-costés descendió sobre los apóstoles, se convirtió en el alma de la Iglesia y el alma de nuestras almas. El apóstol Pablo, transformado por su conversión en el camino de Damasco, marchó por tres años al desierto para tomar conciencia de su gracia y armonizar su alma con el nuevo Espíritu que había recibido. Todo sacerdote, antes o después

12 P. MARÍA-EUGENIO DEL NIÑO JESÚS, Movidos por el Espíritu. Oración

y acción, EDE, Madrid, 1990, p. 243. 13 Conferencia de 10 de agosto de 1960, citada en F-R WILHÉLEM, «La

grâce de la “ nouvelle Pentecôte” conciliaire, à la lumière des “ réveils” protestants, du renouveau catholique et de l’enseignement du Vénérable P. Marie-Eugène de l’Enfant-Jésus», Teresianum 64, n°2 /2013, p. 270.

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de haber recibido su sacerdocio, necesita un período de soledad para tomar conciencia de la presencia viva y activa del Espíritu Santo en la Iglesia y en su alma, y para aprender a conformar, con docilidad, su acción con la del Espíritu Santo. Después hará todo lo posible para perfeccionar esta docilidad. El Instituto de los Sacerdotes de Notre-Dame de Vie quiere responder a estas necesidades»14.

Subrayemos la idea central: a semejanza de Cristo, los apóstoles y los grandes testigos del Señor, «todo sacerdote» es llamado a «reali-zar la presencia viva y operativa del Espíritu Santo en la Iglesia y en su alma»15. El P. María-Eugenio coloca en el episodio del bautismo de Cristo en el Jordán (cf. Lc 3, 12s) una luz esencial para el ministe-rio sacerdotal y finalmente, para la misión de los bautizados. El evan-gelista presenta a Cristo, al inicio de su vida pública, como «llevado al desierto por el Espíritu» y «lleno de Espíritu Santo» (cf. 4, 1s). Según Lucas, estar «lleno de Espíritu Santo» es una característica esencial y permanente de la persona de Jesús.

Fortalecido con este ejemplo, en un retiro a sacerdotes, el P. Mar-ía-Eugenio comentaba así este episodio: «Hay aquí un verdadero des-censo del Espíritu sobre Nuestro Señor... Dios quiso que al inicio de su vida pública, la humanidad de Jesús fuera asistida de un modo es-pecial por el Espíritu Santo. En efecto, nos cuesta trabajo explicar es-to razonablemente, tenemos como la impresión de que hay que añadir que el Verbo no necesitaba ser completado. Mientras, debemos reco-nocer algo. En esto reconocemos como una ley de Dios»16. A partir de este episodio, como también del del día de Pentecostés, el P. Mar-ía-Eugenio saca una conclusión práctica: «Debemos observarlo, cuando Dios quiere obrar sobre alguien, lo toma por su Espíritu San-to»17.

Al P. María-Eugenio le llama la atención el hecho de que este «descenso» del Espíritu que se manifestó en el momento del bautismo de Cristo y asimismo, de modo espectacular, el día de Pentecostés,

14 GAUCHER, La vida…, p. 250. 15 Esta convicción está ampliamente desarrollada en el capítulo de Quiero

ver a Dios: «Soledad y contemplación» (págs. 451-466). 16 Conferencia de 3 de septiembre de 1964 (inédita). 17 Ibid.

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continúa en la vida de la Iglesia de todos los tiempos. Por supuesto, el acontecimiento de Pentecostés permanece y permanecerá único en sí mismo, porque la Iglesia está en perpetua renovación18 y no en un perpetuo o nuevo comienzo. Aún existe el reto, siempre actual, de re-avivar constantemente la fe en la presencia operativa del Espíritu. El P. María-Eugenio sigue la explicación: «¿Por qué el Espíritu Santo descenderá sobre los apóstoles? Para que comiencen a obrar y no serán verdaderamente apóstoles más que el día en que hayan recibido el Espíritu Santo y sean transformados por él...»19. El descenso del Espíritu sobre Jesús y sobre los apóstoles debe, en consecuencia, «convencernos de esta presencia del Espíritu Santo»»20 en nuestras vidas y en la vida de la Iglesia. E insiste el carmelita: «Seremos após-toles en la medida en que seamos tomados por Dios, en que seamos tomados por Dios, en que Dios esté vivo en nuestra alma. Que se nos manifieste no por luces o dulzuras, sino por un poder; nuestros gestos serán entonces los gestos del Espíritu Santo, nuestra alma dócil a Dios se dirigirá a las profundidades de Dios para encontrar allí la luz, la fuerza, la moción y la vida divina que debe conceder a las almas. Ser apóstol, no es otra cosa que esto»21.

La convicción del P. María-Eugenio era que en todos los giros de su historia, la Iglesia necesita «cierto Pentecostés» y que la gracia del sacerdocio ministerial debe ser sostenida y enriquecida por una expe-riencia personal del Espíritu: «Uno se convierte en perfecto apóstol por medio de una acción, que es una toma de posesión del Espíritu Santo. Semejante acción es distinta de la colación de la misión e, in-cluso, de la ordenación sacerdotal. El Espíritu no desciende sino cuando uno está preparado para recibirle. Las leyes para la formación de los apóstoles son para todos los tiempos»22.

18 «La Iglesia se rejuvenece por el poder del Evangelio, y el Espíritu la

renueva, edificándola y guiándola “ gracias a la diversidad de dones jerárqui-cos y carismáticos” [Lumen Gentium, 4]», Carta de la Congregación para la doctrina de la fe: Iunenescit Ecclesia (15/05/2016).

19 Conferencia de 3 de septiembre de 1964 (inédita). 20 Conferencia de 10 de agosto de 1960 (inédita). 21 Conferencia de 23 de agosto de 1953 (inédita). 22 P. MARÍA-EUGENIO DEL N. J., Quiero ver a Dios, EDE, Madrid, 2016,

p. 1200.

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De una manera general y frente a los retos del mundo moderno, el P. María-Eugenio estaba persuadido de que solo «cierta experiencia de Dios» podía mantener firme la fe de los cristianos inmersos en las realidades del mundo. Una necesaria «experiencia de Dios»

El gran teólogo H-U. Von Balthasar señalaba ya que, en un con-texto de secularización, «un momento de experiencia de fe parece ser indispensable para adquirir y conservar la fe cristiana... “ La expe-riencia”... se inscribe en todas partes de nuestros días en letras capita-les»23. Esta convicción se vuelve a encontrar ya en una cantidad de enseñanzas del P. María-Eugenio: esta, por ejemplo: «Actualmente ¿qué es lo que necesita el mundo, ante esta ola de ateísmo que rompe sobre él y amenaza no solamente nuestra civilización sino su alma, que amenaza la vida misma y la aleja de Dios? Le falta el testimonio de Dios. Es necesario que Dios le vuelva vivo por el desbordamiento de su amor. Necesita de cierta experiencia de Dios»24.

En el curso del último retiro predicado a la comunidad de Notre Dame de Vie (agosto de 1966), había afirmado con decisión la nece-sidad para toda vida cristiana que esté enraizada en un encuentro per-sonal con Dios. Al tiempo que elaboraba un panorama realista del mundo de su tiempo, constataba, sin pesimismo pero con la mirada clarividente de profeta, que «la negación de Dios» se afirmaba con fuerza en nuestras sociedades y se afirmaría cada vez más, que la lu-cha se endurecería a medida del desarrollo de la historia humana. An-te este temible reto, planteaba la cuestión esencial: «¿Cómo conso-lidar nuestra fe en Dios?». Su respuesta era clara: «Me parece que no hay más que un medio: el de la experiencia espiritual». He aquí un pasaje significativo:

«En las circunstancias actuales, en las dificultades que nos asal-tan, que vienen de nosotros mismos... de las pasiones que llevamos en nosotros, de este yo exigente, de este yo ambicioso, orgulloso, este yo

23 H-U. VON BALTHASAR, La théologique, tome III: L’Esprit de vérité,

Culture et Vérité, Bruxelles, 1996, p. 371. 24 Homilía de 20 de julio de 1962 citada en : P. MARIE-EUGÈNE, En mar-

che vers Dieu, Salvator, Paris, 2008, p. 123.

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que se apoya en la experiencia de su fuerza; en medio de este mundo también que nos muestra el poder maravilloso de nuestra inteligencia y afirma, al mismo tiempo, su ateísmo... ¿Cómo resistir al poder de estos influjos, a la seducción de estos descubrimientos, al movimiento y a la corriente que arrastra a la mayor parte de las almas, a la huma-nidad hacia el ateísmo y allí la mantiene? Me parece que no hay más que cierta experiencia de Dios que pueda... fortalecer nuestra fe y mantenerla firme en medio de todas estas olas, de estos maremotos que sufrimos todos... Creo que el conjunto de almas, sin exigir tener fenómenos extraordinarios propiamente dichos, necesita esta expe-riencia de Dios por medio de los dones del Espíritu Santo que solo encontramos en la oración y en la contemplación. Lo que en otras ocasiones parecía como algo extraordinario, para las almas privile-giadas, se vuelve ahora necesario para todos los cristianos que quie-ren apoyar a todos sus hermanos»25.

Se puede comprobar esta sorprendente actualidad de esta visión. En nuestro mundo occidental post moderno y poderosamente secu-larizado, los cristianos ¿no son incitados hoy día a volver a las fuen-tes vivas de su fe, a basar su existencia en un encuentro personal con el Señor para ser testigos ante los que le buscan; en otros términos, a vivir «cierta experiencia de Dios» a fin de llegar a ser verdaderos «discípulos misioneros» (¿papa Francisco?). Sin embargo, es necesa-rio que la experiencia de la que se habla aquí no se identifique pura y sencillamente con los fenómenos extraordinarios de la vida espiritual (incluso si no se los niega), no con los múltiples estados interiores pa-sajeros que la atraviesan sin cesar. Se trata solamente del fruto de una mayor docilidad siempre al Espíritu, característica esencial de la vida mística. En Quiero ver a Dios el P. María-Eugenio recuerda, en efec-to, que «la vida contemplativa es la vida de oración caracterizada por la intervención habitual de Dios por medio de los dones del Espíritu Santo»26, que todos recibimos en el bautismo. Recupera, la vida

25 Conferencia de 19 de agosto de 1966 citada por F-R WILHÉLEM,

«L’expérience de Dieu au cœur de la mission d’après l’enseignement du P. Marie-Eugène», dans : E. MICHELIN, (dir.) Témoins dans l’Esprit Saint II», Studium Notre Dame de Vie, Collection Sorgues, Ed. Parole et Silence, Paris, 2009, p. 42s.

26 Quiero ver a Dios, p 486.

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mística, tanto el aspecto contemplativo como el activo de la existen-cia cristiana: «La vida contemplativa es la vida de oración caracteri-zada por la intervención habitual de Dios por medio de los dones con-templativos de ciencia, inteligencia y sabiduría.

La vida mística desborda, pues, la vida contemplativa, que no es sino una forma de ella, la más elevada, por otra parte. Una vida activa propiamente dicha puede llegar a ser mística por la intervención habi-tual de Dios por medio de los dones activos, por ejemplo, los dones de consejo o de fortaleza»27.

En el pensamiento del P. María-Eugenio, la teología de los dones ocupa un lugar central, como mostraremos más adelante. Pero, antes, conviene establecer algunas precisiones suplementarias sobre esta cuestión de la experiencia espiritual. Algunas precisiones sobre la cuestión de la experiencia espiritual

Hablar «de experiencia cristiana», «de experiencia de Dios», o «de experiencia espiritual», es algo muy delicado hoy día, pues la pa-labra «experiencia» recupera un poco de todo y su contrario. Real-mente, nunca ha sido equívoca. Es preciso poner de relieve en este aspecto un punto esencial: el de la necesaria distinción entre la reali-dad de la comunicación sobrenatural y la experiencia más o menos sensible que la puede acompañar. De hecho, lo que Dios ha comuni-cado efectivamente en la experiencia espiritual difiere de lo que a ve-ces experimenta en el plan de lo «resentido». Por «resentido», se en-tiende las resonancias posibles de la acción misteriosa de la gracia en la complejidad de la psicología humana. Tal distinción no significa por ello la eliminación a priori de lo sensible de la experiencia espiri-tual, sino la voluntad de ponerla en su justo sitio. A este propósito, el P. María-Eugenio subraya el hecho de que puede haber una poderosa infusión de gracia, sin que sea necesaria la experiencia de sentirla. Escribe en este sentido: «Existe la tendencia de identificar vida místi-ca y experiencia mística, acción de Dios por medio de los dones y ex-periencia de esta acción, como si fueran inseparables. Esta confusión es fuente de errores prácticos importantes. Es evidente, en efecto, que la acción de Dios por los dones es claramente distinta de la experien-

27 Quiero ver a Dios, p. 486.

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cia que podemos tener de ellos, dado que puede existir la primera sin la segunda»28.

Explica aún más: «En las comunicaciones divinas, el alma no ex-perimenta ni a Dios ni su acción, sino solamente las vibraciones pro-ducidas en ella por esta acción divina. La experiencia mística no es, pues, una experiencia directa, sino una cuasi-experiencia de Dios a través de la vibración que produce su intervención»29.

Una vez precisado el punto central de la vida mística, queda la cuestión de la apertura a la gracia y a la cooperación con ella. El P. María-Eugenio formula así la problemática:

«Partiendo del hecho de que la perfección está en el reinado per-fecto de Dios en nosotros por el Espíritu Santo, toda la ciencia místi-ca está en la solución de este problema práctico: ¿cómo atraer el so-plo del Espíritu y cómo entregarse después y cooperar a su acción in-vasora?»30.

Presentar de este modo la ciencia mística es poner de relieve el doble aspecto de la dinámica bautismal: el aspecto receptivo y el ac-tivo. El doble aspecto de la dinámica bautismal

La conexión entre las virtudes teologales de fe, esperanza y cari-dad y los dones del Espíritu Santo permite tener en cuenta el doble aspecto de esta dinámica: el aspecto receptivo que es el primero (el primado de gracia) y el activo que es consecuencia. Si esta verdad te-ológica es muy conocida desde el punto de vista teórico, no es seguro que saque siempre todas las consecuencia prácticas sobre el plan de la vida espiritual, a saber, la necesidad de cultivar una docilidad cons-tante al Espíritu en la oración, como también en la acción. Recono-cemos que este último punto, es decir, la intervención del Espíritu en la acción, está bastante menos estudiado aunque representa un reto

28 Quiero ver a Dios, p. 363. 29 Quiero ver a Dios, p. 365. 30 Quiero ver a Dios, p. 371.

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espiritual importante31. Sea lo que sea, profundizar en la conexión en-tre las virtudes y los dones, permite integrar mejor esta dinámica.

La teología, lo sabemos, enseña que las virtudes teologales tienen, por ellas mismas, la capacidad de establecer una relación sobrenatural con Dios porque son sustancialmente divinas y que los dones las ayu-dan a poner por obra esta relación. Los dones no son superiores a las virtudes teologales, sino que se derivan de ellas32 y están a su servi-cio. En efecto, si las virtudes teologales son perfectas en ellas mis-mas, subsisten a pesar de los límites de los hombres imperfectos, in-estables y pecadores que somos. Es por lo que, a fin de perfeccionar el ejercicio, el Espíritu que ya sostenía su actividad, pero dejaba la iniciativa principal a la voluntad humana, va a intervenir de una ma-nera nueva pasando por los dones. Así pues, se puede ver los dones como «capacidades en espera» (como la vela del barco está en espera del soplo del viento), aptas para conducir al bautizado hacia una per-fección mayor de su ser y de su obrar. Como disposiciones permanen-tes en los bautizados-confirmados, los dones son como las llamadas a las libres intervenciones del Espíritu33. Gracias a ellos, el Espíritu tie-ne una especie de «de pie en tierra» garantizado en el alma, haciéndo-la suave y dócil a sus inspiraciones. El término «inspiración» es espe-cialmente conveniente aquí. Sugiere que estos influjos del Espíritu toman la forma de mociones al tener su origen en el exterior del hombre, pero penetran en el interior de su corazón y de su espíritu. Sin negar la acción humana, la moción divina le confiere otra medida que la desborda. Se trata entonces de un modo de funcionamiento y de perfeccionamiento directamente infundidos por Dios. Como ense-ña san Agustín en una fórmula lapidaria: «Los hijos de Dios son con-siderados por su obrar, no por ser reducidos a la nada»34.

31 Sobre esta cuestión, nos permitimos reenviar a nuestra obra: F-R

WILHÉLEM, Dios en la acción. La mística apostólica según santa Teresa de Jesús, BAC Madrid, 2002.

32 Cf. TOMÁS DE AQUINO, Summa theologiae, I-II q. 68 a. 4 sol. 3 : «… estas virtudes están por delante de los dones; son como las raíces de los do-nes. De ahí viene que todos los dones se refieran a estas tres virtudes: son por así decir derivaciones».

33 Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, § 1266 ; 1303 ; 1830-1831. 34 De correptione et gratia, 2/4.

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He aquí cómo el P. María-Eugenio habla de modo sencillo y práctico de estas realidades tan misteriosas:

«Los dones del Espíritu Santo que forman parte de nuestro orga-nismo sobrenatural no son potencias activas como las virtudes, sino órganos receptivos, antenas receptivas, por así decir. Del mismo mo-do que la antena capta las ondas hertzianas, así también los dones del Espíritu Santo, que pertenecen a nuestro organismo sobrenatural, pueden servir y sirven efectivamente para captar lo que muy bien po-demos llamar ondas divinas emitidas por Dios. Estos dones del Espí-ritu Santo no son superiores a las virtudes, que son potencias activas. Las virtudes de fe, esperanza y caridad que alcanzan a tocar a Dios, a penetrar en la misma esencia de Dios, no pueden ser superadas: nada hay por encima de ellas. Pero los dones del Espíritu Santo vienen a perfeccionar el ejercicio de las virtudes»35.

Para caracterizar este misterioso influjo, santo Tomás de Aquino no duda en utilizar la expresión sorprendente, incluso audaz, pero también a nivel humano «de instinto del Espíritu Santo» (instinctus Spiritus Sancti). En este contexto, la palabra «instinto» evoca una es-pontaneidad espiritual, a la vez luz y moción, situándose en la raíz de los movimientos de la inteligencia y la voluntad36. Por supuesto, co-mo toda operación de Dios, su intervención por los dones no fuerza en modo alguno la libertad del hombre que podrá siempre acoger o no el influjo divino.

Además, la teología de los dones invita a no reducir las opera-ciones del Espíritu a gracias más o menos extraordinarias, ocasiona-les en consecuencia. En realidad, los dones «funcionan» desde los inicios de la vida cristiana, incluso aunque ella sea con frecuencia po-co perceptible. En efecto, al principio del camino espiritual, tenemos sobre todo conciencia del hecho que tratamos aquí, nosotros que ejer-

35 P. MARÍA-EUGENIO DEL NIÑO JESÚS, Movidos por el Espíritu, p. 103-

104. Cf. también el capítulo de Quiero ver a Dios titulado «Los dones del Espíritu Santo».

36 Cf. S-Th. PINCKAERS, «L'instinct et l'Esprit au cœur de l'éthique chrétienne», dans : Novitas et veritas vitae. Aux sources du renouveau de la morale chrétienne (Mélanges offerts au professeur Servais Pinckaers), Ed. Univ. Fribourg/Ed. du Cerf, Fribourg/Paris, 1991, p. 213s.

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citamos las virtudes. Por el contrario, el papel del Espíritu, sin ser menos real, parece más discreto, más sutil para aprovechar.

Este breve recuerdo de la teología de los dones permite hacer que surja un aspecto esencial de la enseñanza del P. María-Eugenio en re-lación especialmente con los principios de la vida mística, es decir, el momento o la acción de Dios se hace sentir con más fuerza en la exis-tencia cristiana. Entonces se entra progresivamente en lo que se pue-de llamar «la dominante de los dones». Para aclarar este camino, los místicos, particularmente santa Teresa de Jesús, enseñan que hay co-mo dos tiempos, dos etapas esenciales en el progreso espiritual. Re-cordemos brevemente el pensamiento de la Madre antes de descubrir cómo el P. María-Eugenio prolonga todo explicándolo de modo práctico. LA ENTRADA EN LA VIDA MÍSTICA El paso de las «terceras a las cuartas moradas»

En el camino propuesto en el libro de las Moradas, la carmelita distingue dos grandes fases, las cuales reagrupan cada una varias mo-radas. En la fase uncial (tres primeras moradas) Dios obra por lo que Teresa llama en su Autobiografía, el «auxilio general» de la gracia. En la segunda (las cuatros siguientes), interviene el «auxilio particu-lar»37. Al utilizar estas expresiones, Teresa no se detiene en precisar el contenido. Por contra, el P. María-Eugenio explica que el «auxilio general» corresponde a la asistencia ordinaria de la gracia. Bajo este régimen, el cristiano lleva la iniciativa principal de su vida espiritual; un poco como si Dios se pusiera a su paso, contentándose por así de-cir, con apoyar sus proyectos, sus modos de obrar. Por el «auxilio particular», nuevo don de la gracia, el Señor interviene más directa-mente en el alma pasando por los dones del Espíritu Santo, impri-miendo así un nuevo ritmo, que, sin embargo, respeta su libertad38. Durante esta segunda fase, la actividad del cristiano va a consistir esencialmente en ajustarse de una forma más estrecha a la obra del

37. Cf. Vida 14, 6; 3M 1, 2; 5M 2, 3; 7M 4, 3. 38 Cf. Quiero ver a Dios, p. 163.

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Espíritu en él. Es el comienzo de la vida mística propiamente dicha. En términos sencillos, franquear el paso de las terceras moradas sig-nifica, pues, pasar de una «honesta vida cristiana» –que se «gestiona» más o menos por sí misma– a una vida cada vez más efectivamente «conducida por el Espíritu»39. Tal es la dinámica esencial del bautis-mo. En La alegría del Evangelio el papa Francisco la recuerda por otra parte con fuerza: «No hay mayor libertad que la dejarse guiar por el Espíritu, renunciando a querer calcular y controlar todo, y permitir al Espíritu que nos alumbre, nos guíe, nos oriente y nos conduzca allí donde él quiere»40. Se realiza la importancia de esta etapa de transi-ción. El P. María-Eugenio no deja de exponer todo el reto aportando preciosas luces. Dios viene para «gobernar él mismo»

Una teología práctica de los dones del Espíritu Santo permite al P. María-Eugenio aclarar este pasaje delicado. Fundándose en la teolog-ía clásica (san Agustín), explica que, en primer lugar, hay «una ac-ción de Dios por medio de los dones del Espíritu Santo, un influjo que volvemos a encontrar en todos nuestros actos buenos... En este caso, no lo experimentamos directamente. Nosotros experimentamos nuestra actividad, la actividad de nuestras virtudes teologales o de nuestras virtudes morales». Sin embargo, la acción divina va a poder ser experimentada de alguna manera cuando el alma plantea no solo actos simplemente buenos, sino que lleva una vida de oración41.

El influjo del Espíritu será entonces percibido según dos modali-dades: la primera de una manera humana (humano modo; la otra de una manera divina (divino modo). Según la primera, el influjo divino

39 «Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de

Dios» (Rom 8, 14). 40 § 280. 41 Nos apoyamos aquí en una conferencia dada el 13 de julio de 1966 en

Nicolet (Québec) ; cf. F-R WILHÉLEM, «Quand on ne peut plus avancer. La crise du milieu de la vie», Carmel n°157, 2015, p. 24-37. Cf. igualmente L. MENVIELLE, Thérèse Docteur, racontée par le Père Marie-Eugène. T. II : Les clés de la petite voie, Ed. du Carmel/ Parole et Silence, Venasque/Saint-Maur, 1998, p. 379-381.

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viene a perfeccionar nuestra propia actividad. En el curso de la ora-ción, por ejemplo, viene «a ayudar nuestro recogimiento activo. No-sotros nos esforzamos por recogernos, por expulsar las distracciones, por encontrar un círculo; este influjo de Dios nos viene a ayudar en el trabajo de recogimiento». Ayudará también a que nuestros sentidos, nuestra inteligencia se hagan más penetrantes para escrutar las fórmu-las de la fe, para penetrar más en los misterios de Dios. De modo más general, la acción de Dios perfecciona igualmente nuestro obrar, la actividad de nuestras virtudes, como se ha dicho antes, y, en primer lugar, el de la caridad. El P. María-Eugenio explica que, según la primera manera, el influjo de Dios será secundaria; soy yo quien obra y aporta su auxilio. Precisa: «Habitualmente, en la lengua común y cristiana, cuando invocamos al Espíritu Santo... es esta ayuda la que le pedimos... Este influjo por medio de los dones del Espíritu Santo viene a ayudarnos en los momentos difíciles. En este momento el Espíritu Santo suple nuestra debilidad... Desgraciadamente, hay mu-chas personas y a veces incluso teólogos, que limitan esta acción de Dios, este influjo de Dios a esta zona razonable…»42. La expresión «zona razonable» indica una predominancia de nuestra propia activi-dad que la gracia viene a sostener.

Después de esta primera fase, comienza una segunda en la que Dios no viene solamente a auxiliar nuestras facultades, sino a «gober-nar él mismo» según su modo (divino modo). Dios obra entonces en Dios: «Es el Espíritu Santo quien es maestro...¿Qué es ser santo? ¿qué es el reino de Dios en nosotros? Es evidentemente ser goberna-do por Dios; esto no es gobernarnos con la ayuda del Espíritu, es él quien es verdaderamente el maestro, el rey de nuestra alma y el que domina toda nuestra actividad, todas nuestras facultades y el que las utiliza»43. El designio de Dios, nos parece, mantiene toda la oscuridad de su trascendencia: sus pensamientos no son nuestros pensamientos. El reto consiste en aprender a marchar al paso de Dios.

42 Conferencia de 13 de julio de 1966, citada por L. MENVIELLE, Thérèse

Docteur, racontée par le Père Marie-Eugène. T. II: Les clés de la petite voie, p. 379-380.

43 Ibid., p. 380-381.

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Una «fuerza de Dios mayor que la nuestra»

La acción divina tiene repercusiones concretas en nuestras modos de ser y obrar. En efecto, nosotros hacemos «la experiencia de una invasión de Dios, de una fuerza de Dios, de una luz de Dios que lle-gan a nuestra alma y que se imponen». Sin embargo, hay que abs-tenerse de pensar que semejante experiencia sería únicamente de or-den de lo extraordinario. No, esa experiencia interviene «normal-mente después de este primer período, o por desgracia muchas almas se quedan». No es menos desconcertante, «porque el Espíritu Santo que también entra en nosotros por medio de su luz y por su fuerza, entra evidentemente con su trascendencia, su fuerza infinita». Este predomino de la acción divina puede percibirse con ocasión de una gracia extraordinaria, o bien progresivamente, «pero en un momento dado la fuerza de Dios es mayor que la nuestra y asistimos a un fenómeno inquietante pero muy gozoso: Dios toma la dirección de nuestra alma, Dios nos invade con su luz y su fuerza»44. Sea lo que sea el origen (gracia extraordinaria u ordinaria), esta experiencia se percibe a continuación «por caminos totalmente ordinarios, puesto que los dones del Espíritu Santo forman parte de nuestro organismo espiritual». El P. María-Eugenio aporta preciosas luces sobre los efectos producidos por esta acción de Dios a la que somos llamados a colaborar. Subraya particularmente el carácter paradójico, «antinó-mico». Explica: «Esta fuerza de Dios, más fuerte que la nuestra, po-ner nuestra fuerza por así decirlo en su lugar con debilidad en compa-ración a la que es la fuerza de Dios». De ello resulta una doble expe-riencia concomitante: una, que la llama «negativa» y otra positiva, que corresponde a la acción real de Dios en el alma. Una experiencia paradójica

En Quiero ver a Dios, precisa que hay «una impresión de fondo, dominante la mayor parte de las veces y la más fuerte y, en ocasiones, incluso única y exclusiva de cualquier otra: es la percepción o expe-

44 «L'action de Dieu descend sur le plan psychologique et vient se greffer

sur les facultés», P. MARIE-EUGÈNE, Conferencia de 5 de septiembre de 1966 (inédita).

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riencia de lo contrario de lo que se ha concedido por la comuni-cación divina. Experiencia que podría llamarse negativa.

Efectivamente, al comunicarse directamente al alma, Dios no puede disimular lo que él es en sí mismo, ni la cualidad del don que hace. Su trascendencia se manifiesta. Su presencia impone un profun-do respeto; su luz deslumbrante produce oscuridad en la inteligencia no adaptada para recibirla: su fuerza abruma la debilidad humana, el mismo sabor que llega por el don de sabiduría hace experimentar de-liciosamente la pequeñez. De este modo pone Dios al alma en una ac-titud de verdad al crear en ella la humildad.

Por eso, la experiencia negativa, por desconcertante que sea, es más constante y la señal más auténtica de la acción divina. La expe-riencia positiva del don puede faltar, como hemos dicho»45.

Del hecho de la acción divina, la impresión dominante en el alma es la de un sentimiento de impotencia, de debilidad, acompañada de un descubrimiento más profundo del mal que vive en ella, como de sus tendencias patológicas que afloran más. Es el momento de la puri-ficación del sentido y, desde el punto de vista de la oración, el inicio de la contemplación46. Al mismo tiempo, comienza una experiencia positiva de lo divino. Un sabor sutil (el de la sabiduría), cierto gusto de Dios se expande en el alma y la ata a él47. Teresa habla en este sen-

45 Como consecuencia, por tanto, se puede admitir que una más elevada

contemplación puede no manifestarse habitualmente más que por una impre-sión de oscuridad e impotencia. Esta observación aclara la experiencia con-templativa de santa Teresa del Niño Jesús. (Págs. 365-366 de Quiero ver a Dios).

46 Cf. los signos psicológicos de la acción de Dios propuestos por Juan de la Cruz en Subida del Monte Carmelo y Noche oscura (Subida 2, 11; Noche 1, 9).

47 «A esta experiencia negativa de privación se puede añadir una expe-riencia positiva y deleitable de la acción de Dios por el don. A decir verdad, sólo el don de sabiduría causa la experiencia deleitable del don de Dios. Don supremo que perfecciona todos los demás ; lo mismo que la caridad de la que procede perfecciona todas las virtudes, el don de sabiduría introduce un sa-bor, el suyo, más o menos sutil en todos los demás dones, en todas las almas sometidas a la acción del Espíritu Santo y crea la humildad apacible, que es el signo del contacto de Dios», Quiero ver a Dios, p. 366.

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tido de «oración de quietud». E incluso cuando la impresión de se-quedad espiritual parece dominar, el sabor no está ausente, sino más difuso.

Estas consideraciones llevan a plantear el problema de la «noche espiritual» en el sentido en que san Juan de la Cruz la entiende. No podemos aquí abordar esta temática en toda su amplitud, pero nos contentaremos simplemente con tratarla bajo un más bien inédito, a saber, la «noche» vivida en el círculo de la acción. La «noche mística» vivida en el círculo de la acción

Se trata de un dato habitual para el cristiano ferviente que experi-menta, en el seno mismo de sus diversos compromisos, la impresión de estar en un estado de impotencia espiritual. Consideramos aquí que esta experiencia no se debe solamente a las dificultades inhe-rentes a la acción o a los efectos de una lasitud pasajera, sino que puede también derivarse de un influjo más grande del Espíritu Santo. Es una situación aparentemente paradójica (y ¡qué complicada!) en relación con la que la tradición carmelita proporciona preciosas luces.

Si se define la vida mística como la vida bautismal llevada bajo la guía habitual del Espíritu, se comprende entonces que la vida mística no concierne únicamente a la oración, sino que incluye igualmente toda forma de actividad. En este sentido, se puede hablar de «mística de (o en) la acción», o incluso, del punto de vista más específico de la misión de la Iglesia, de «mística apostólica». La expresión «mística de la acción» no se debe entender como que designa una manera de obrar que saldrá de las vías ordinarias. Designa simplemente el influ-jo preponderante del Espíritu en el interior mismo del obrar del cre-yente. Recordemos lo que escribió a este propósito el P. María-Eugenio: «Una vida activa propiamente dicha puede llegar a ser mís-tica por la intervención habitual de Dios por medio de los dones acti-vos, por ejemplo, los dones de consejo o de fortaleza»48.

Todo como su oración, el obrar del cristiano está llamado a cruzar la prueba de las «noches espirituales». Esta última expresión, tomada del vocabulario de san Juan de la Cruz, se puede entender en sentido

48 Quiero ver a Dios, p. 486.

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amplio de desasimiento, de purificación. Este tipo de prueba al for-mar parte del desarrollo normal de la gracia bautismal, conviene que se detenga un poco, especialmente en razón de su carácter bastante desconcertante. Nosotros la consideramos aquí al comienzo de la vida mística, en esta etapa, donde el control del Espíritu se hace más fuer-te. Volviendo a tomar las expresiones de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, diremos que no nos situamos en el punto de inflexión de las «cuartas moradas», período que corresponde a la «noche del sentido».

Escribe a este propósito el P. María-Eugenio: «Las oscuridades que causa el sufrimiento de la oración están en el plan de la acción. ¿No es necesario, en efecto, que la noche envuelva a la voluntad lo mismo que esta envuelve a la inteligencia? Una y otra han de aban-donar el mundo del sentido; la oscuridad que encuentran en ella y que es una señal de purificación, está providencialmente destinada a orientarlas hacia una luz más elevada y más simple»49.

Así pues, la irrupción de la fuerza de Dios produce en la voluntad orientada hacia la acción cierta forma de impotencia ( una «noche») que «envuelve», todo lo mismo que ella «envuelve a la inteligencia» aplicada a la oración contemplativa. En otro lugar, el mismo autor constata de nuevo: «San Juan de la Cruz ha estudiado solo las purifi-caciones de la vida contemplativa. Las purificaciones apostólicas, ¿son fundamentalmente diferentes? No, ¡no lo son! Se producen de manera diferente, producen reacciones diferentes [...]. El principio es el mismo: la invasión de la luz de Dios actúa sobre las facultades, las reduce a la impotencia, produce pruebas, aparentes desánimos, no-che»50.

Si «el principio es el mismo», los signos psicológicos propuestos por Juan de la caracterizar para los comienzos de la contemplación mística parecen poder ayudar igualmente a discernir un influjo más neto del Espíritu en el seno mismo de las actividades vividas en esta misma etapa. Recordemos muy brevemente estos tres signos51. En el

49 Quiero ver a Dios, p. 697. 50 Texto citado en: F-R WILHÉLEM, Dios en la acción. La mística apostó-

lica según santa Teresa de Jesús, p. 134, nota 46. 51 En Subida del Monte Carmelo se dan de modo distinto (Libro 2, 11);

Noche oscura (Libro 1, 9).

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ámbito de la oración, el primero es una impotencia para meditar como antes; el segundo, una especie de sinsabor generalizado, incluso con respecto a las «cosas divinas». No obstante, se acompaña de una «preocupación constante» por el servicio de Dios. El tercero, sentido de modo especial aquí, consiste en coger gusto por encontrarse en una «atención y conocimiento general amoroso de Dios», que es la con-templación propiamente dicha. De los tres signos, el último es «el más cierto», afirma Juan de la Cruz. Según el P. María-Eugenio, «los dos primeros signos privativos -impotencia y sinsabor-, anotados por san Juan de la Cruz, acusan el desconcierto de los sentidos y de las facultades intelectuales ante lo sobrenatural que las trasciende y ante la actividad de la Sabiduría divina a la que no están adaptadas. El ter-cer signo, positivo, está constituido por la experiencia misma del amor en las regiones del alma que ya son capaces de recibirla.

Los dos primeros signos ya permiten descubrir la contemplación, bien cuando en el desconcierto de la novedad el alma no ha tomado conciencia de su experiencia del amor, bien cuando esta experiencia es tan pura y tan simple que llega a hacerse imperceptible. [...] Des-pués de haber expuesto el tercer signo, el más importante y el más cierto, san Juan de la Cruz nos advierte reiteradamente que este signo es a veces bastante difícil de descubrir»52.

Este estado paradójico constituye, pues, un progreso real, incluso si es vivido en una atmósfera interior de pobreza espiritual que va a volverse a encontrar en el ámbito de la acción.

En efecto, la impotencia a meditar que, en la oración, produce la sequedad contemplativa, se transformará en una penosa impresión de debilidad, junto al sentimiento de cierta incapacidad, totalmente rela-tiva a obrar. En efecto, totalmente relativa, porque, paradójicamente, el sentimiento de impotencia no comienza en la voluntad capaz de emprender; el vigor personal no ha disminuido en ella misma, sino que se ha purificado en su ejercicio. En esta impresión de debilidad podrá mezclarse un sinsabor difuso, una cierta amargura en la sensi-bilidad con respecto a tareas que hay que hacer, cualesquiera que se-an. A fin de poder aclarar esta situación aparentemente confusa, el P. María-Eugenio precisa que cuando esta pobreza experimentada «es

52 Quiero ver a Dios, p. 481-482.

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consecuencia de la luz de Dios, va acompañada de un movimiento de confianza». Por ello, nunca se dudará «en cumplir con su deber, por muy doloroso, difícil y grande que sea. Esta pobreza no implica timi-dez en la acción»53.

La aprensión ligada al sentimiento de impotencia y de desolación interior podrá ser superada mediante un apoyo más firme sobre el Se-ñor por la virtud de la esperanza. Para completar la descripción, aña-damos que si este sentimiento parece llevar en el plan psicológico, sin embargo, no llega a eliminar totalmente una experiencia concomi-tante de paz de fondo, de ardor, de esperanza confiada y, finalmente, feliz, frutos de la presencia eficaz del Espíritu y del cumplimiento de su voluntad. Y discernimos aquí el tercer signo que será perceptible en el plan de la actividad en general, como en el de la radiación apos-tólica. El P. María-Eugenio subraya, en efecto, que en los comienzos de la vida mística, la actividad apostólica está ciertamente señalada, al menos intermitentemente, por la acción de Dios. De este hecho, en-cuentra ella aquí una eficacia cierta e incluso aparente: el apóstol «tiene pensamientos luminosos y profundos, palabras llenas y sabro-sas, ideas cuya penetración trasciende ciertamente la de una inteligen-cia ordinaria. Es una fiesta para quienes la escuchan, un éxito para quienes siguen sus consejos. El Espíritu de Dios está allí, y su acción es con frecuencia transparente y clara. Por eso el apostolado de esta alma es fructífero»54.

Incluso si los frutos apostólicos no son siempre visibles, «la soli-citud constante» por el servicio del Señor, evocada anteriormente como acompañante del segundo signo, será la señal de un influjo más profundo del Espíritu sobre el cristiano ocupado en el servicio del Señor. En un primer momento, se encontrará ciertamente desconcer-tado y podrá encontrarse más o menos desestabilizado. Pero aclarado por los maestros espirituales, aprenderá entonces el delicado arte -y nunca terminado- que consiste en poner de acuerdo progresivamente su acción con la del Espíritu recuperándose siempre más ante él.

Alguna de estas consideraciones sobre «la noche» vivida en ora-ción y en la acción, nos llevan a profundizar en la paradoja funda-

53 Cf. Dios en la acción, p. 135. 54 Quiero ver a Dios, p. 1201.

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mental de la vida cristiana, a saber, la fuerza de Dios que se despliega en la debilidad del hombre. En su doctrina, el P. María-Eugenio lo ha desarrollado mucho bajo el ángulo de relación entre esperanza y po-breza espiritual. Esperanza y pobreza espiritual

Siguiendo a san Juan de la Cruz, hay que afirmar en primer lugar que esta experiencia paradójica experimentada en el ámbito de una vida mística que comienza, no es algo excepcional, que estará reser-vado a priori a una pequeña cantidad. El P. María-Eugenio subraya, al contrario, la frecuencia: «No creamos que las purificaciones del sen-tido, es decir la impotencia en el ejercicio de la vida espiritual, la se-quedad de ayuda sensible para encontrar a Dios en la oración, la im-potencia que podría extenderse a veces incluso hasta los deberes de estado en cierta medida está reservada a almas particulares, a las al-mas que viven en los claustros o a las almas religiosas. Debe alcan-zar normalmente a todo el mundo55, porque siempre es conforme con el mismo método y los mismos efectos con que la acción de Dios se produce »56.

Las purificaciones vividas en la oración y la acción no son de hecho más que una manifestación de la paradoja fundamental: «muer-te/resurrección». A través de sus cartas, el apóstol Pablo no cesa de volver a lo mismo porque él lo vivió constantemente. Es útil evocarlo con brevedad aquí.

«La esperanza no defrauda nada…»

Las cartas muestran claramente la conciencia del Apóstol de haber

sido «alcanzado» (cf. Flp 3, 12) por Cristo para que llegara a ser «ins-trumento» de su gracia. Pero esta actitud de elección divina es acom-pañada por una experiencia no menos fuerte, vivida hasta «en su car-ne», de «lo que falta a los padecimientos de Cristo, en favor de su

55 Cf. lo que dice san Juan de la Cruz sobre la noche del sentido: «la sen-

sitiva es común y… que acaece a muchos, y estos son los principiantes», No-che oscura, I, 8, 1.

56 P. MARÍA-EUGENIO DEL N.J., Juan de la Cruz. Presencia de luz, EDE, Madrid, 2003, p. 238-239.

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cuerpo que es la Iglesia» (Col 1, 24). Esa es la razón porque, en la carta a los Romanos, no duda de afirmar: «Más aún, nos gloriamos incluso en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce pa-ciencia, la paciencia, virtud probada, la virtud probada, esperanza, y la esperanza no defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado» (Rom 5, 3-5). En la misma carta, afirma de nuevo: «Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a los cuales ha llama-do conforme a su designio» (8, 28). «En todo» es decir, en toda la vi-da del cristiano: no solo su oración, sino también sus actividades, su testimonio, que de este modo se convertirán en la ocasión de un en-cuentro permanente con Cristo y de un desarrollo en el Espíritu. Pero esto será al mismo tiempo el momento de experimentar que la fuerza de Dios se despliegue en su debilidad personal, especialmente durante este período de transición que es la entrada en la vida mística (paso de las tercera a las cuartas moradas).

Semejante experiencia de pobreza espiritual tiende a purificar en el cristiano la tendencia a gozarse en sí mismo y en sus capacidades de realización. En este sentido, santa Teresa de Jesús no duda en afirmar: «Gusta su Majestad de querer que resplandezcan sus obras en gente flaca, porque más lugar de obrar su poder y de cumplir el deseo que tiene de hacernos mercedes»57. De este modo se aprende a recibir toda «obra buena» de la misma mano del Señor que da la ca-pacidad de cumplirla58. Este género de impotencia incita a ejercitar siempre mejor la virtud de la esperanza, es decir, a apoyarse en la fuerza de Dios, a contar con su auxilio en toda circunstancia. Siempre es la misma ley la que se aplica: «Las oscuridades que causa el sufri-miento de la oración están en el plan de la acción»59. Contar con Dios

En una conferencia a los sacerdotes sobre la pobreza espiritual (1966), el P. María-Eugenio subraya que el sentimiento de nuestra

57 Meditaciones sobre los Cantares 3, 6. 58 «Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que

nos dediquemos a las buenas obras, que de antemano dispuso él que practicá-semos» Ef 2, 10.

59 Quiero ver a Dios, p. 697.

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pobreza «es una gracia si se tiene confianza en la misericordia de Dios». Y precisa, como lo hemos visto, que cuando esta pobreza espi-ritual experimentada es el resultado de la acción de Dios, «se añade un movimiento de confianza», de abandono activo, que supone que, de nuestra parte, hacemos todo lo que nos llega para hacer. Es la mis-ma dinámica de la esperanza la que está en juego: «La confianza es la esperanza teologal impregnada totalmente de amor; el abandono es la confianza que no se expresa solamente por actos distintos, sino que ha creado una actitud del alma»60.

Para ilustrar la relación entre esperanza y pobreza, el P. María-Eugenio se apoya en «el pequeño camino» propuesto por santa Teresa del Niño Jesús61. Se podría resumir en dos disposiciones concomi-tantes y complementarias: una pobreza confiada acompañada de tena-cidad en el esfuerzo. Tal actitud del alma llama a la misericordia divi-na que llega entonces en ayuda de la debilidad que la llama. En efec-to, el verdadero hijo de Dios es el que, pobre de sí mismo y rico de Dios, se recibe y recibe todo de él a cada instante (cf. 2 Cor 6, 10): «Procedemos... como necesitados, pero poseyéndolo todo». Ahora bien, es bueno lo que vivió santa Teresa del Niño Jesús que confesaba no tener «provisiones» espirituales. Tenía claramente conciencia de que el Señor le daba «en cada instante» el alimento que necesitaba: «lo encuentro en mí sin saber cómo ha llegado allí»62. Meditando su ejemplo, el P. María-Eugenio enseña «esta dependencia completa de Dios, que se apoya a la vez en una pobreza espiritual absoluta y en el auxilio continuo de Dios constituye la perfección de la gracia filial e indica el reino perfecto de Dios en el alma, pues está escrito: “ Los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios”» (Rom 8, 14)63.

Teresa privilegia, pues, una «ascesis de pequeñez»64, que el car-melita califica de «ascesis mística». «Ascesis mística en el sentido de que, soberanamente respetuosa de la acción de Dios, solo obra -pero

60 Quiero ver a Dios, p. 951. 61 Cf. el capítulo de Quiero ver a Dios titulado: «La conducta del alma:

Pobreza, Esperanza, Infancia espiritual». 62 Cf. Manuscrito A, 76r. 63 Quiero ver a Dios, p. 356. 64 Quiero ver a Dios, p. 967.

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lo hace enérgicamente- para abrirle el alma entera, suprimir lo que pudiera estorbar su desarrollo y asegurar así toda su eficacia» 65.

La colaboración de santa Teresa del Niño Jesús «es de total sumi-sión a la luz de Dios; su fuerza radica en la docilidad bajo las mocio-nes de Dios [...]. No se esfuerza, bajo la moción del Espíritu Santo, sino para hacer triunfar la virtud de Dios en ella. Así es como podrá decir que no tiene virtudes y que Dios le da en cada momento lo que le es necesario»66.

En esta línea de reflexión, el P. María-Eugenio no duda en afirmar que esta impresión concomitante de pobreza y de plenitud es «la gra-cia de los instrumentos de Dios». Explica: «Todos los que han traba-jado en la Iglesia han experimentado esta pobreza [...]. Hay que expe-rimentar su pobreza para llamar a Dios. Cuando se experimenta su fuerza, se trabaja con su fuerza. Cuando se experimenta su pobreza, se está obligado a llamar continuamente a Dios [...]. Esta pobreza, es-ta privación obliga a ir a Dios. Es la formación que Dios impone a las almas con las que él quiere trabajar [...]. Les hace que experimenten su nada, su pobreza, por la que ellas le llaman. Crea en ellas la docili-dad por la pobreza, los hace mediadores para hacerlos dóciles. Dios crea la docilidad por la pobreza espiritual»67. El P. María-Eugenio re-sume su propósito al referirse a santa Teresa del Niño Jesús: «Cuando Dios quiere trabajar y hacer grandes cosas, comienza por poner al al-ma en la impotencia más completa: “Lo que le agrada a Dios en mi alma es mi amor de la pobreza, de la confianza que tengo en su mise-ricordia”, decía Teresa del Niño Jesús»68. Estas consideraciones lle-van al P. María-Eugenio a dar una descripción sorprendente de la san-tidad. En efecto, según él, la santidad «consiste en un estado de tal pobreza que en todo momento se está obligado a pedir todo al Espíri-tu Santo, se está bajo su dependencia, dependiente de su auxilio, con-

65 Quiero ver a Dios, p. 936. 66 Quiero ver a Dios, p. 371, nota 28. 67 Conferencia de 15 de mayo de 1959 citada en: F-R. WILHÉLEM, Agir

dans l'Esprit, Sarment, Ed. du Jubilé, 2007, p. 190. 68 Misma conferencia citada en: L. MENVIELLE, Thérèse Docteur, racon-

tée par le Père Marie-Eugène. T. II: Les clés …, p. 378.

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vencido de que sin su gracia no se puede hacer nada...»69. Se está le-jos de ciertas representaciones más o menos triunfalistas de la santi-dad. Sin embargo, el cuadro no estaría completo si no se añadía el ra-yo poderoso del Espíritu que emana del santo. Las últimas páginas de Quiero ver a Dios, describe justamente el triunfo de la gracia en los santos. Ciertos pasajes nos van a servir de conclusión. CONCLUSIÓN

El Espíritu de Jesús, que ha venido no para ser servido sino para servirnos70, después de haber conquistado a sus apóstoles por el amor, desaparece espontáneamente tras la personalidad y la acción de sus apóstoles. El amor se hace humilde, incluso cuando es todopoderoso, para exaltar a quienes ama.

El apóstol, lo mismo que Cristo, es glorificado por el Espíritu de amor que le posee. Su personalidad humana queda exaltada y engran-decida por la presencia y la acción del Espíritu. Sus sentidos son puri-ficados, su inteligencia se hace más aguda, su voluntad se afianza, se establece todo un equilibrio humano, se vuelve a encontrar cierto don de integridad bajo el influjo misterioso de la presencia divina [...]. De un modo especial en su obra común, el Espíritu Santo glorifica a los instrumentos que ha escogido. El Espíritu Santo se hace humilde con los santos, para glorificarlos. Inspirador de la obra por su luz, agente eficaz por su omnipotencia, se oculta bajo los rasgos humanos del apóstol.

Quien quisiera analizar los caracteres de esta obra podría encon-trar de hecho la razón de ser de cada uno de ellos en la personalidad del santo. Las obras y las múltiples instituciones en las que el Espíritu ha puesto su levadura de inmortalidad y de las que la Iglesia se gloría demuestran admirablemente los dones, las tendencias, el genio diver-so de su fundador. El Espíritu aparece en este mundo bajo mil sem-

69 Misma conferencia citada en: F-R. WILHÉLEM, Agir dans l'Esprit, p.

191. 70 Mt 20, 28.

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blantes humanos, en los que su presencia oculta imprime el reflejo de su poder y de su gracia»71.

71 Quiero ver a Dios, p. 1219.