El camino a Alyanna

11
Melina Vázquez Delgado www.edelweissdenume.blogspot.com [email protected] Página 1

description

A simple vista, Aadam es un anciano solitario y huraño, recluido tras su propiedad y escondido del mundo. Pero en realidad, su autentica vida está tras cruzar los sinuosos senderos de su mente; aquel camino mágico que le lleva a su amada tierra de Alyana, donde no es un triste anciano amargado, sino un joven y valiente caballero.

Transcript of El camino a Alyanna

Melina Vázquez Delgado

www.edelweissdenume.blogspot.com [email protected] Página 1

Melina Vázquez Delgado

www.edelweissdenume.blogspot.com [email protected] Página 2

El camino a Alyanna.

Hacía mucho tiempo que no encontraba el camino. Cada día era más duro, pero él lo

compensaba intentándolo con más fervor.

Aadam era un anciano solitario, tanto que se pasaba la vida guarecido tras los

muros de su propiedad. Su mente cabalgaba a lomos del corcel de los tiempos pasados,

por lo que a veces pastaba sobre verdes prados de genialidad, y otras hollaba los áridos

desiertos de locura. Poeta y escritor, músico y pintor: todas las artes eran sus propias

amantes, puesto que habían permanecido fieles a su lado a lo largo de su entera vida.

Era al caer la noche, cuando resguardado en la soledad de su fortín de piedra, se daba

cuenta de que su dolor de pecho no era simplemente debido a su vieja herida de guerra,

sino a un agujero que el propio vacío de la soledad había ido cavando sigilosamente en

su alma.

Sus escritos así lo reflejaban, a veces narrando viejas pérdidas pasadas,

recreándose en cómo sería ahora su vida de haber seguido decisiones nunca tomadas Su

poesía describía penumbras, la turbiedad de su propia alma. Por más que se esforzaba

por pintar colores vivos en sus lienzos, o por componer melodías de notas festivas, los

trazos que mezclaba en su paleta siempre tendían a tonos plomizos, y la música que

escuchaba en su cabeza, llegaba a la escala transformada en sonoros lamentos de

profunda tristeza.

Y así transcurría su vida; encerrado en sí mismo, tras su cuerpo amurallado, su

mente apuntalada, y su vieja casa vedada.

Aadam, en realidad, aún en medio de su profunda soledad, estaba rodeado de

gente. Su casa, situada en el centro de la aldea, poseía una finca contigua, amurallada

por una gran verja y arropada por numerosos árboles frutales, de modo que ejercía de

aislamiento entre su propio reino, y aquel que él mismo había trazado hacia el exterior.

A veces llegaban repartidores, que simplemente se limitaban a dejar sus pedidos a la par

que se llevaban los envíos que el artista exportaba. Tenía su sistema tan bien trazado,

que en ningún momento precisaba de cualquier tipo de contacto con el resto de su

especie.

Su única amiga era una cánida; una vieja loba desdentada de mirada

melancólica. Había pasado sus quince años de vida junto a Aadam, desde que este la

había rescatado de las garras de unos cazadores furtivos cuando aún era una tan pequeña

que cabía en su mano vacía. Cuando el animal le miraba, sus oscurecidas pupilas aún

mostraban gratitud por su hazaña pasada. Su espíritu, leal a la vez que salvaje, era una

de las pocas cosas que impresionaban al viejo artista a esas alturas de su vida.

Melina Vázquez Delgado

www.edelweissdenume.blogspot.com [email protected] Página 3

Aquella mañana, Aadam dormitaba frente a la chimenea para combatir el frío, a

la par que las llamas consumían la leña. En sus adormilados dedos yacía abierto un

grueso libro, y en el suelo, a sus pies, dormitaba la loba Zaafira, su viejísima amiga.

La estampa bien podría pasar por simple a ojos sencillos. En cambio, había una

realidad alternativa anexa a la monotonía de un anciano durmiendo la siesta en pleno

día: y es que en la adormilada mente de Aadam, se extendía un laberinto cada vez que

cerraba los ojos.

Después de muchos intentos fallidos, los pasos mentales del anciano finalmente

tuvieron éxito, y esta vez sí, hallaron el camino hacia la claridad, donde un sonido

familiar acudió a darle la bienvenida.

—Habéis tardado demasiado tiempo en regresar —Exclamó una voz femenina—. Es

como si cada vez os costase más encontrar el camino.

—¡No es cierto! Simplemente me retuvieron mis asuntos.

La mujer rió, divertida.

—¿No fue esa la excusa que empleasteis en vuestra última visita?

La oscuridad tras los párpados de Aadam lentamente fue tornándose claridad. El

sonido de las brasas consumiendo la leña, desapareció hasta volverse el arrullo de un río

de agitadas aguas. Su mecedora se transformó en su nuevo asiento: el tronco de un

amputado árbol hueco. Y el grueso libro que sostenía en sus manos, era ahora una

espada de reluciente hoja perlada, y empuñadura dorada con diamantes engastados.

Ante él aguardaba una mujer, esbelta y de bella figura, con largos cabellos

rojizos y piel morena cual corteza de árbol, de pupilas esmeralda y alegre sonrisa

iluminada por el sol que se colaba en el claro. Sus vestiduras eran verdes, como el

bosque en que se encontraban.

Aadam se estremeció con tan solo contemplar a Gaada. Cada vez que encontraba

en la nada el camino para regresar a aquel claro, ella estaba allí esperándolo. Así había

sido desde hacía mucho tiempo.

Las manos del longevo artista se cerraron alrededor de su espada, que hasta

entonces yacía inerte sobre su palma. Pero no eran manos arrugadas las que tomaron la

fuerza de Isaura, sino las jóvenes extremidades de un vigoroso cuerpo treintañero.

Aadam ya no era aquel viejo amargado que se guarecía en su fortaleza. Allí era de

nuevo Aslam, el salvador de la indómita tierra de Alyanna.

La primera vez que había pisado ese lugar había sido en su infancia, y desde

entonces había regresado fielmente a ella para así ofrecer su espada. Pero conforme el

tiempo transformaba su mente y su cuerpo, también aumentaba la dificultad de

encontrar el camino, por lo que la idea de algún día verse alejado para siempre de aquel

lugar tan querido, deprimía su mente y enturbiaba su arte.

Melina Vázquez Delgado

www.edelweissdenume.blogspot.com [email protected] Página 4

Poco a poco, aquellos viajes le habían apegado a Alyanna, de forma que este

había pasado a ser su autentico mundo, mientras que repudiaba la tierra donde había

nacido. Allí tan solo había conocido una triste infancia en la pobreza, una juventud

arrebatada por la guerra, y una madurez vacía y sin sentido. Todo cuanto necesitaba se

hallaba en Alyanna, no en la vida real en la que él se consumía día a día, como la cera

de una vela que ya ha brillado demasiado.

—Gaada, amiga mía. Te lo he prometido ya al menos un centenar de veces: siempre

encontraré el camino a Alyanna. Ha sido aquí donde en realidad he vivido, y será

también aquí donde me llegue la muerte.

—No hables de muerte conmigo, Aslam —Le recriminó la muchacha—. Eres joven y

fuerte, y aún te quedan muchos años libres de pagar ese elevado precio.

Aslam rió para sus adentros, y no solo por volver a oír el nombre que recibía en

Alyanna, sino por la dulce ingenuidad y el cálido tono de voz de su querida Gaada.

Ambos recorrieron el bosque ascendiendo a la par del río, y contra su corriente,

hasta llegar a las montañas. Allí se erigía una fortificada muralla, y en su interior

aguardaba una ciudad de estructura pétrea, con casas y calles ascendentes esculpidas

hacia la más alta cima, donde se erigía majestuoso el Castillo del Tiempo.

Aunque la alegría lo embriagaba por su regreso, el caballero comprobó con pesar

que el ambiente tras las murallas no pintaba precisamente festivo. Aslam recordó con

añoranza su última visita a la ciudad: la plaza engalanada, la música en las calles y las

fiestas y bailes; juglares danzando y artistas maleando el fuego. En cambio, en su

ausencia parecían haber acontecido tiempos sobrios; podía preverlo en el ambiente, en

la agitación de centenares de hombres armados, y en la ausencia de juegos infantiles en

las calles.

En su camino hacia el palacio, que recorrió escoltado por la bella Gaada, Aslam

se topó con toda clase de conocidos y aliados, antiguos compañeros de batalla que lo

habían extrañado desde su última estancia: todos concluían que esta había sido

demasiado larga. A la par que se saludaban, y resonaba su pecho contra las armaduras

de sus aliados, Aslam rememoraba en su mente vivencias felices en su amada Alyanna.

Pero la felicidad era relativa, ya que por lo visto se preparaba una guerra. A

Aslam no le sorprendió la noticia; en realidad era como si ya la esperase. Como si su

cuerpo añejo, aquel que en dos años reales no había podido encontrar el camino a su

patria, hubiese intuido todo el tiempo las contiendas que se tejían en aquella que en

realidad sentía su tierra.

«Lord Azmat había regresado». Así se lo confirmó Gaada cuando ya se hallaban

a las puertas del palacio. Él era un viejo conocido de Aslam, así como el más temido

enemigo de toda Alyanna. Aunque en su juventud ambos habían sido buenos amigos —

Aslam mentor y el villano alumno—, el corazón de Azmat acabó corrompiéndose

consumido por la codicia y el poder, actitudes opuestas que los había enfrentado en

Melina Vázquez Delgado

www.edelweissdenume.blogspot.com [email protected] Página 5

numerosas batallas a lo largo del tiempo. Misteriosamente, cada vez que el villano era

expulsado, encontraba la forma de regresar de sus cenizas y hacerse con nuevos aliados.

Como siempre, su motor era la más anhelante venganza, así como el más ciego deseo de

poder. Su máxima era adueñarse de la ciudadela y el castillo del Tiempo, puesto que

con el poder de la fortaleza, solo un pequeño paso lo separaría de poseer Alyanna por

completo.

El rey recibió a Aslam con gran regocijo. No hubo llegado el guerrero al trono

cuando su majestad Imaam se levantó de un salto para correr a su encuentro. Ambos

también eran antiguos conocidos, compañeros de armas en numerosas batallas antes de

que el más longevo, al menos en Alyanna, fuese nombrado monarca. Aunque Aslam

había sido propuesto por el pueblo, este se había negado a causa de sus continuas

pérdidas en el tiempo. Con aquellos viajes entre su mundo y el de Gaada, que no podía

ni deseaba explicar, sabía que no conseguiría proteger la ciudad como esta lo

necesitaba; aunque sí podría hacerlo así su leal Imaam. Finalmente, el noble Aslam se

había conformado felizmente con aportar su espada cuando su presencia así se lo

permitiese. Alyanna le tenía por un aventurero inquieto, incapaz de residir mucho

tiempo en un solo sitio, y necesitado de la libertad de ir a donde le llevase el viento. Sin

embargo, Gaada siempre sabía por dónde regresaba, aun cuando él jamás le había

explicado a nadie de donde procedía.

—¡Viejo amigo! —Rió el rey mientras se fundía con su hermano de armas en un

nostálgico abrazo—. Os hemos extrañado terriblemente. Por suerte, habéis llegado en el

momento más oportuno. Vuestra espada una vez más será imprescindible para defender

Alyanna.

—Siento la tardanza.

—No os disculpéis, Aslam. El tiempo apremia como para detenernos en palabras

innecesarias. Ahora id a capitanear vuestra guardia, y a preparaos para la batalla.

La visita fue principalmente breve, pues no era sensato rememorar la nostalgia a

las puertas de una batalla. Por suerte, Aslam, viejo león de guerra, recordaba bien el

protocolo a seguir, y su soltura capitaneando hombres a la batalla no había mermado

con los años de falta de práctica. Tenía mucho trabajo por delante, pero estaba resuelto a

poner la ciudad a salvo una vez más.

La noche sin estrellas irrumpió sobre la fortaleza. Las murallas se hallaban

delimitadas por antorchas, y solo el fuego daba algo de claridad en medio de la densa

negrura.

Melina Vázquez Delgado

www.edelweissdenume.blogspot.com [email protected] Página 6

Mientras tanto, Aslam oteaba el horizonte desde la torre vigía. Estaba

completamente sumido en sus pensamientos, por lo que cuando Gaada acudió a hacerle

compañía, se sobresaltó inevitablemente.

—Parece como si el propio Azmat hubiese invocado tal oscuridad —Declaró la

guerrera, completamente descorazonada.

—La oscuridad en realidad es neutra: bien puede favorecer a uno… u a otro. La victoria

no depende de ella, sino del acierto de nuestras estrategias. Por eso, mientras la noche

esté en calma, será mejor que durmáis un poco.

—¿Y despertar herida de muerte, con la ciudad bañada en llamas, y los plañidos de los

inocentes repicando en mis oídos? No, gracias. Prefiero aguardar despierta la batalla, no

sea que esta me sorprenda adormilada.

—Siempre habéis sido muy testaruda.

—Y tú muy esquivo —Rió Gaada.

—Es una ventaja en la batalla esquivar los ataques enemigos. Hasta ahora nadie se

había quejado.

—Diciendo esquivo no me refiero a tú habilidad de esquivar las estocadas… pero si a la

de evadir los sentimientos.

Aslam guardó escrupuloso silencio en medio del suspiro de Gaada. Siempre

ocurría de la misma manera entre ambos.

—Seguirás enmudeciendo cada vez que nombre esa palabra: «sentimientos». ¿Cómo

alguien que demuestra tal valor en batalla, puede tener semejante terror a vivir?

—No es el miedo, sino la sensatez, quien me mantiene en silencio cuando esperas que te

corresponda. Querida Gaada; nunca habrá otra mujer a la que mi corazón ame, y es

precisamente por eso que debo alejarte de mi vida fugaz. De mi ser gaseoso, que algún

día bien podría no regresar a estas tierras. ¿No te das cuenta, querida mía, de que en

realidad te has enamorado de una nube cuando está a punto de llover?

Gaada bajó la cabeza, herida por la cruel comparación de Aslam. Una vocecilla

muy lejana, allí en el fondo de su mente, le susurraba que las palabras de su amado eran

ciertas. Pero su corazón gritaba tan fuerte, que no permitía que la joven escuchase a

nadie más.

—Esa idea es la que te ha impedido vivir una vida plena. ¡En ambos lados! En tu

mundo porque tu existencia no te llena, y aquí porque nunca sabes cuánto tiempo podrás

quedarte.

—Mí querida Gaada —Susurró Aslam mientras tomaba cariñosamente las manos de la

joven entre las suyas—. Sería tan fácil para mí corresponderte. En realidad es lo que

pide mi corazón a gritos, y a veces con tal desesperación que parece auto mutilarse para

Melina Vázquez Delgado

www.edelweissdenume.blogspot.com [email protected] Página 7

chantajearme. Pero tú no mereces a alguien que solo pueda amarte a medias —

Sentenció—. Lo que tendrías conmigo sería un breve instante, a penas el soplo de vida

que mantiene prendida la llama de mi ya longeva vida. Solo te diré de mi mundo, que

allí el tiempo es mucho más raudo que en Alyanna.

—Conozco los detalles de tu mundo, incluso aunque tú no me los revelaras.

—¿Cómo es posible? —Exclamó Aslam sin poder creer lo que decía Gaada—. ¿Acaso

hay alguien más, algún otro viajero que haya encontrado el camino a Alyanna?

—No a Alyanna. Pero si a vuestro mundo —Confesó la joven.

Un estruendo sepultó la conversación bajo su sonoridad, seguido después por un

alarmante grito de guerra. Todas las antorchas se apagaron al unísono, y la

incertidumbre se adueñó de la ciudadela armada, cuyos soldados comenzaron a dar

palos de ciego, hiriéndose entre sí a causa de la confusión y la oscuridad. Aquel ruido

constante ensordecía la razón e impedía fluir a todo pensamiento coherente, así como

escuchar y pronunciar órdenes de batalla.

Tras unos instantes de incertidumbre, la claridad volvió al lugar como si alguien

hubiese convocado al propio día. Pero no fue el sol, sino las llamas de un gigantesco

dragón rojo, quienes volvieron a encender las almenaras, dejando ver en la ciudadela

una escena totalmente dantesca.

Los ejércitos allí hermanados se habían quitado la vida entre sí. Ellos mismos se

habían bastado para derrotarse, confundidos por aquel grito de aterradora sintonía.

Aslam contempló la escena en absoluto pasmo, con Gaada inconsciente entre sus

brazos. La mitad de los hombres habían perdido la vida en la confusión de la noche. Y

los que aún quedaban en pie, más que humanos parecían dementes, trastornadas almas

en pena. La única explicación a que él continuase cuerdo, era la singularidad de su

procedencia, menos ligada a aquel mundo que la vida de todos los demás.

—¡Azmat! —Bramó Aslam con toda su furia, depositando a Gaada en sitio seguro para

luego asomarse al borde de la muralla.

La respuesta de su enemigo no se hizo esperar: el dragón rojo surcó el cielo a su

encuentro, y Aslam le recibió espada en mano. Pero a pesar de su valor, la furiosa

embestida del monstruo alado no pudo ser contenida por su arma dorada, por lo que

Aslam salió impulsado muy lejos, hasta batir su cuerpo contra uno de los muros de

piedra. Azmat se asomó sobre la cabeza del dragón mientras este aún se mantenía en el

aire, ordenándole posarse sobre la muralla, muy próximo a su enemigo abatido.

Entonces, el guerrero se colocó de un salto sobre el suelo, donde a pesar de haber

abandonado su temible montura, su altura y complexión eran apabullantes: además, su

armadura estaba llena de afilados salientes metálicos, que aún le otorgaban un aspecto

más feroz.

Melina Vázquez Delgado

www.edelweissdenume.blogspot.com [email protected] Página 8

El gigante alargó su espada hacia el cuello de Aslam, que permanecía

semiinconsciente en el suelo. Su sonrisa era la mejor muestra de su profunda alegría; tal

era su autosuficiencia, que estaba decidido a prolongar la agonía de su eterno enemigo,

para así divertir su ahora elevada autoestima.

—Aslam… Aslam —Rió—. Yo te hubiese dado gloria y poder; en cambio decidiste

oponerte a mí. Y hoy, finalmente, he aquí mi gloria: ha llegado en tan pocos minutos

que hasta casi me parece un dulce sueño.

—Todo sueño tiene su despertar —Sentenció Aslam mientras trataba inútilmente de

levantarse.

—Entiendo muy bien a lo que te refieres —Rió Azmat aún con más fuerza—. Tu

mundo también es interesante. Quizás cuando esté bien establecido como el gobernante

de este, con el castillo del Tiempo y su poder a mis pies, me decida a conquistar

también tu patria. Aquella a la que siempre regresas, aun contra tu voluntad.

—Si por mí fuera podrías quedarte con ella. Pero jamás permitiré que sometas Alyanna.

—¿Por qué reniegas así de un lugar con tantos misterios? ¿Quizás porque el heroico

Aslam allí tan solo es un pobre viejo? ¿Quién te admiraría aquí, amigo, si observasen tu

cuerpo arrugado vencido por el tiempo, y recluido del mundo tras muros que tú mismo

has erigido? ¿Dónde está el valiente Aslam en tu mundo, Aadam?

El guerrero se estremeció al oír su autentico nombre pronunciado por los labios

de su enemigo. Entonces acudieron a su mente las últimas palabras de Gaada: Alguien

había encontrado el camino para llegar desde allí a su mundo. ¿Sería ese alguien

Azmat?

—He comprobado personalmente que tu transformación no es algo tan raro, pues

quienes pertenecemos a Alyanna tampoco llegamos a tu mundo con nuestro aspecto

original. Parece que en la transición nuestra forma es guiada por una serie de pautas que

desconozco. Espero que te guste la forma que me ha escogido, viejo amigo, puesto que

pronto te hará una visita.

—¿Visita? —Exclamó Aslam cuando por fin reunió las fuerzas y el equilibrio

necesarios como para levantarse.

—No solo descubrí el camino a Alyanna, sino el motivo de tu suerte. Parece que no

morirás mientras sea aquí donde te mate. Pero… ¿Acaso ocurriría lo mismo si

destruyese tu cuerpo original? Vale la pena intentarlo.

Azmat alzó el brazo en el que portaba su espada, una réplica de la de Aslam,

atrayendo el arma de su adversario hacia sí, al mismo tiempo que este le arrojaba su

propia arma. El dragón se interpuso entre ambos guerreros justo cuando Aslam

emprendía un vigoroso ataque contra Azmat, viéndose obligado a luchar contra el

coloso carmesí antes de llegar a su auténtico oponente.

Melina Vázquez Delgado

www.edelweissdenume.blogspot.com [email protected] Página 9

El guerrero de formidable armadura se tumbó despreocupado sobre el suelo,

justo al otro lado de donde su montura libraba una feroz batalla contra el guerrero. Sus

ojos se cerraron a la par que lo hacían sus dedos sobre un reluciente colgante que había

tomado de su cuello. Y entonces este comenzó a brillar fusionándose con la espada,

aquel retazo que necesitaba para encontrar el lugar que deseaba visitar en la otra

dimensión. El resplandor siguió aumentando, y su brillo acabó haciéndose tan intenso

que finalmente ambos desaparecieron.

Tras inquietantes penumbras llegó la claridad de la tarde. Azmat ya no era aquel

gigantesco guerrero de aspecto temible. Continuaba portando su espada, pero no en su

mano, sino en su nueva boca de hiena, ya que el salto entre mundos, tan sabio como las

líneas invisibles del tiempo, había juzgado conveniente transformar a tan vanidoso ser

en una alimaña carroñera.

En el salón, las llamas consumían los escasos restos de la madera, mientras que

en el exterior la nieve cubría la tierra. En el centro había una mecedora, y sobre ella un

anciano que sujetaba un libro medio caído entre sus dedos. A sus pies, una vieja loba

dormía tan profundamente como lo hacía el anciano, y mostrando el mismo aspecto

maltrecho y gastado por el paso del tiempo.

El carroñero se acercó con sigilo, con la espada dorada entre sus dientes. Cuando

hubo apuntado con certeza a su cuello, se dispuso a clavar el metal en la garganta del

viejo. Pero en ese preciso momento, sus fuerzas se extinguieron a la par que recibía un

insoportable dolor en su pecho.

La vieja loba había despertado de su letargo, encontrándose la estampa del

enemigo acechando a su amo. Sus mandíbulas desdentadas habían asido el punzón de

hierro con el que el anciano habitualmente atizaba las llamas, clavando este contra el

cuerpo de la traidora hiena, justo antes de que esta pudiese concluir su propósito.

La alimaña se giró bruscamente, rabiosa por tan tonta derrota, hiriendo con su

espada el costado de la vieja loba, justo antes de caer muerta y esfumarse su aliento cual

cenizas dispersas al viento.

Al otro lado, sobre el Castillo del Tiempo, el dragón rojo emprendió de pronto el

vuelo, dejando a Aslam finalmente camino libre hacia su enemigo. Pero no fue

necesario que emplease su fuerza contra él, puesto que cuando llegó a su lado, Azmat

yacía muerto sobre un charco de sangre, con una profunda herida que le atravesaba el

corazón.

Aslam no entendía lo que había ocurrido. El maleficio de aquel sonido

convocado por el dragón de Azmat desapareció con su muerte, y todos los soldados que

Melina Vázquez Delgado

www.edelweissdenume.blogspot.com [email protected] Página 10

aún quedaban en pie alzaron sus armas victoriosos cuando contemplaron el cuerpo del

villano, al fin muerto bajo los pies de su héroe.

Pero Aslam no era feliz. Desconocía como había sido vencido Azmat, y aunque

se alegraba de lo que eso significaba, a la vez era presa de un mal presentimiento.

Se escapó de los gritos de victoria y de alabanzas por una gesta que no había

cumplido. Observó el panorama, y a todos los guerreros caídos, y entonces recordó el

lugar en el que había dejado a Gaada. Pero cuando regresó, estaba vacío.

La ansiedad se adueñó del habitualmente calmado guerrero, especialmente

cuando encontró y siguió un reguero de sangre que se hacía cada vez más espeso, y en

cuya culminación yacía moribunda su compañera.

Aslam se arrodilló velozmente, y acto seguido, tomó a la joven con la delicadeza

de quien roba un pétalo a una flor. Los ojos de Gaada se abrieron al contacto de sus

cuerpos, mientras que dos lágrimas bañaron las pupilas del hombre, cuyos dedos

palparon la herida que atravesaba el vientre de la guerrea, y por la que se le escapaba la

vida.

—Me hubiera bastado un instante —Rió Gaada—. ¿Acaso no es mejor eso… que nada?

—Tendrás tu instante y muchos más —Prometió Aslam entre jadeos, como si fuese su

cuerpo el moribundo a pesar de que solo estaba herida su alma, aunque con tal

profundidad, que bien podría desangrar su espíritu—. Olvidaré todas las restricciones

que me impuse. Olvidaré todos mis vanos intentos de darte algo mejor que yo mismo.

Prometo que olvidaré la condena de regresar a mi mundo, y solo pensaré en disfrutar el

tiempo que pueda estar a tu lado en Alyanna.

—Hace quince años que averigüé las razones por las que jamás te dejaste amar. Y aún

así te quise. No me arrepiento de haber sido tu fiel compañera todo ese tiempo, aun

cuando mi cuerpo allí era gris y triste, como el tuyo. Pero estábamos juntos, y eso era

cuanto siempre he querido.

—¿A qué te refieres? –Exclamó Aslam, aturdido.

Pero Gaada cerró los ojos al tiempo que su pulso se detenía. El corazón del

propio Aslam se paralizó como si así pudiese devolverle su aliento. Las voces alrededor

fueron menguando hasta volverse susurros, y después ecos lejanos que dieron paso al

silencio… y este a las llamas.

Melina Vázquez Delgado

www.edelweissdenume.blogspot.com [email protected] Página 11

Cuando recobró la vista, la chimenea consumía las cenizas. La mecedora sobre

la que se sentaba estaba manchada de sangre, pero no pertenecía a Aadam.

El anciano se puso en pie rápidamente abandonando su asiento. En la habitación,

a sus pies, yacía muerta Zaafira, su fiel loba. Y no había sido herida por su longevidad,

sino por una espada en su vientre.

Consternado, Aadam se arrodilló hasta que sus manos acariciaron el suave pelaje

del animal, mientras que las lágrimas bañaban su rostro compungido, tan dolorosamente

como si de sus ojos se desprendiesen afilados cuchillos.

—Todo este tiempo has permanecido en silencio a mi lado, Gaada. En ambos mundos:

el que odiaba y el que amaba. ¿Y aun sabiendo quien era, me amabas?

Aadam asió el punzón que aún estaba en la boca de la loba. Tras llevar su filo

hacia su corazón, tomó aire con fuerza. Cerró los ojos y frunció su ceño, y con un único

impulso sentenció su último aliento en aquel mundo que detestaba.

Aslam sintió una gran calma, una apacibilidad alejada de todo dolor. La angustia

se había disipado de su mente, igual que el rocío se evapora en respuesta a la calidez de

los rayos del sol.

No sabía cómo, pero de nuevo se hallaba en el castillo del Tiempo, en la más

alta torre, desde donde se visualizaba su amada Alyanna en todo su esplendor. Podía ver

los campos verdes, los caminos, los maizales, los bosques y ríos. Todo era hermoso, y

se extendía más allá de donde la vista alcanzaba.

La calidez le envolvió, y Aslam supo que era Gaada quien le abrazaba aun antes de

girarse hacia ella.

Sin pretenderlo, ambos habían encontrado el camino definitivo a Alyanna: aquel

que solo se recorre al morir por amor. El mundo que tanto amaban les había abierto los

brazos para siempre, y ya nunca tendrían que abandonarlo.