El Carretero de La Muerte - Lagerlöf, Selma

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  • Annotation

    En el carretero de la muerte. un joven se encuentra moribundo luego de ser agredido por dosvagabundos que solo minutos antes eran sus compaeros de borracheras. Tiene una hemorragia interna.No hay prcticamente esperanzas de ser salvado. Es de noche, se encuentra oculto en el jardn de laiglesia, y a pesar de que hay mucha gente en la calle por ser la noche de San Silvestre y estar sonando lascampanas que dejan atrs el ao viejo, nadie penetra en el jardn.

    Apenas el reloj ha lanzado la ltima campanada de la media noche, un rechinamiento se deja or,como provocado por una rueda mal engrasada. No tard mucho en darse cuenta que el sonido no es otroque la carreta de la muerte, la cual esta dirigida por el carretero, y aqu lo invade el miedo al recordarque el conductor no es siempre el mismo, sino el ltimo hombre que muere en el ao, aquel que entregasu alma al sonar la ltima campanada de las 12 de la noche. El reloj lanza la ltima campanada.

  • SELMA LAGERLF

    El Carretero De La Muerte

    Editorial Universitaria Centroamericana

  • Sinopsis

    En el carretero de la muerte. un joven se encuentra moribundo luego de ser agredido pordos vagabundos que solo minutos antes eran sus compaeros de borracheras. Tiene unahemorragia interna. No hay prcticamente esperanzas de ser salvado. Es de noche, se encuentraoculto en el jardn de la iglesia, y a pesar de que hay mucha gente en la calle por ser la nochede San Silvestre y estar sonando las campanas que dejan atrs el ao viejo, nadie penetra en eljardn.

    Apenas el reloj ha lanzado la ltima campanada de la media noche, un rechinamiento sedeja or, como provocado por una rueda mal engrasada. No tard mucho en darse cuenta que elsonido no es otro que la carreta de la muerte, la cual esta dirigida por el carretero, y aqu loinvade el miedo al recordar que el conductor no es siempre el mismo, sino el ltimo hombreque muere en el ao, aquel que entrega su alma al sonar la ltima campanada de las 12 de lanoche. El reloj lanza la ltima campanada.

    Autor: Selma LagerlfEditorial: Editorial Universitaria CentroamericanaISBN: 9789977301945Generado con: QualityEbook v0.60

  • EL CARRETERO DE LA MUERTE SELMA LAGERLF

  • I

    UNA pobre muchachita del Ejrcito de Salvacin agonizaba enferma de tuberculosis, de esas rpidas ybrutales que no se resisten ms de un ao.

    Mientras pudo, haba continuado sus guardias y cumplido sus deberes; pero cuando le faltaron lasfuerzas, fue enviada a un sanatorio. All haba sido cuidada durante algunos meses, sin experimentarmejora alguna; y comprendiendo que estaba perdida, volvi al lado de su madre, que viva en una casitapropia en una calle de las afueras. All, postrada en cama, en una alcoba msera, en la que haba pasadosu infancia y su primera juventud, esperaba la muerte.

    Su madre se haba instalado junto a su lecho. La pena le haba partido el corazn, pero estaba tanabsorta en sus cuidados de enfermera, que apenas le quedaba tiempo para llorar. Una salutista1 que, comola enferma, perteneca a la clase de las visitadoras se hallaba al pie del lecho y verta silenciosaslgrimas. Sus miradas se detenan con la mayor devocin sobre el rostro de la moribunda, y, cuando lasobscurecan las lgrimas, se secaba los ojos con un rpido gesto. Sobre una sillita baja muy incmoda,que la enferma haba tenido siempre en gran estima y que la haba llevado consigo en todas sus mudanzas,yaca sentada una mujer recia, con la S de las salutistas bordada en el cuello de su corpio. Le habanofrecido un lugar ms cmodo, pero ella deseaba continuar en aquel sitio, poco confortable, como siquisiera con ello, en cierto modo, honrar a la moribunda.

    Aquel da no se pareca a los dems. Era el de San Silvestre. Estaba el cielo pesado y plomizo. Enlas casas se notaba el fro y el mal tiempo; pero, afuera, el aire era asombrosamente tibio y dulce. Elcielo permaneca negro, sin nieve. Algunos copos desperdigados caan lentamente, fundindose en cuantotocaban la tierra. Era inminente una gran nevazn; pero an no se produca. Se hubiera dicho que elviento y la nieve juzgaban intil comenzar ya nada el ltimo da del ao, y se reservaban para el nuevo,tan prximo ya.

    El mismo influjo pareca dominar a los hombres. No tomaban decisin alguna. Las calles no estabananimadas; no se trabajaba en las casas. Frente a la morada de la agonizante, se extenda un terreno en elque se haba comenzado a echar los cimientos para una edificacin. Algunos obreros se habanpresentado por la maana, haban alzado sus gruesos martillos, cantando, como de costumbre; despuslos haban dejado caer; pero no continuaron hacindolo mucho tiempo, y pronto el solar qued desiertocon sus piedras.

    Haban pasado algunas mujeres, cesta al brazo, dirigindose al mercado, pero esto slo habadurado unos instantes. Se haba recogido a los chiquillos que jugaban en la calle, pues era precisovestirlos para aquella tarde de fiesta, y luego no volvieron ya a salir. Los caballos arrastraban carrosvacos y se suman en las lejanas del arrabal a disfrutar de un reposo de veinticuatro horas. La calma ibaextendindose ms y ms, a medida que la hora del medioda se acercaba.

    Es bueno para ella morir la vspera de una fiesta dijo la madre. Muy pronto no oir ya nadadel exterior que pueda turbar sus postreros momentos.

    La enferma haba perdido el conocimiento desde la maana, y las tres mujeres, reunidas en torno allecho, podan hablar lo que quisieran sin temor de que ella lo entendiese. Ni siquiera se daban cuenta deque la muchacha estuviese ya, en el perodo comatoso. Su rostro haba cambiado de expresin variasveces durante el transcurso del da, haba expresado asombro e inquietud; haba adquirido un aspecto tanpronto implorante como torturado; desde un momento antes se hallaba impregnado de un tinte deindignacin potente que pareca engrandecerlo y que lo embelleca.

    La hermanita de los pobres estaba tan transfigurada, que su compaera, que se mantena al pie dellecho, se inclin hacia la salutista y murmur:

  • Mire usted, capitana, cun hermosa se vuelve sor Edit... tiene el aspecto de una reina...!La recia mujer se levant de su sillita baja para contemplar mejor a la moribunda. Seguramente no

    haba vista ella jams a la visitadorcita sin aquel aire de alegre humildad, que haba conservado hasta elfin, por muy enferma y muy cansada que estuviese. De tal modo le impresion el cambio, que no volvi aocupar su asiento y permaneci de pie.

    Con un movimiento brusco, casi impaciente, la hermanita se haba incorporado sobre la almohada, ycerca estuvo de quedar sentada en la cama. Un rasgo de indescriptible nobleza daba a su frente unaextraa majestad, y, aunque cerrados, sus labios parecan pronunciar palabras de censura y de desprecio.

    La madre alz los ojos hacia las dos salutistas asombradas.Los das pasados dijo ha estado tambin como ahora. No era sta la hora en que sola hacer

    sus visitas?La ms joven de las salutistas lanz una ojeado sobre el relojito de la enferma, colocado all, cerca

    del lecho.S contest. Esta es la hora en que ella se acercaba a los desgraciados.Se interrumpi y se llev el pauelo a los ojos. Cuando intentaba hablar, los sollozos le opriman la

    garganta.La madre tom entre las suyas una de las manecitas rgidas de su hija, y la acarici tiernamente.Lo ha pasado muy mal cuando los ayudaba a limpiar sus tugurios y cuando les sermoneaba por sus

    vicios dijo, y su voz revelaba un sordo rencor. Cuando se ha desempeado un trabajo demasiadofatigoso, se llega a no poder separar de l el pensamiento... Ella cree hallarse ahora entre, ellos...

    Lo mismo ocurre acot la capitana con dulce voz cuando se trata de un trabajo que se haamado mucho.

    Las mujeres vieron que las cejas de la enferma se fruncan y que entre ellas se formaba un pliegueque se henda ms y ms, en tanto que su labio superior se desplegaba.

    Parece el ngel del Juicio Final! dijo la capitana con acento de exaltacin.Qu podr ocurrir hoy en el asilo? pregunt su compaera, que separ a las dos mujeres para

    pasar suavemente su mano por la frente de la agonizante.No se inquiete, sor Edit aadi acaricindola. Usted, sor Edit, ha hecho bastante por los

    desventurados.Estas palabras parecieron haber tenido el don de libertar a la moribunda de las visiones que la

    atormentaban. La tensin, la clera, borraron sus rasgos. La expresin dulce y dolorida que haba sidocasi invariable en ella durante toda su enfermedad, reapareci en su rostro. Entreabri los ojos, y viendoa su camarada inclinada sobre ella, le coloc la mano sobre su brazo e intent atraerla a s.

    La salutista adivin ms que comprendi el sentido de este ligero contacto. Tradujo la muda splicade los ojos y se inclin hasta los labios de la enferma.

    David Holm articul la moribunda.La salutista movi, negando, su cabeza. Crey no haber comprendido bien. La enferma realizaba

    supremos esfuerzos para lograr expresarse, y repiti, detenindose en cada slaba:Da-vid Holm!... En-viad a bus-car a Da-vid Holm..!Y al mismo tiempo su mirada penetr en los ojos de su antigua camarada, hasta que sta por fin la

    hubo comprendido. Entonces se dej caer en el amodorramiento, y al cabo de algunos minutos estaba denuevo muy lejos, en medio de alguna escena atroz, que hencha su alma de irritacin y de congoja.

    Su compaera se irgui, No lloraba ya. Se hallaba presa de una emocin que haba secado suslgrimas.

    Quiere que enviemos a buscar a David Holm.Pareca que con ello la moribunda haba pedido algo terrible. La recia y fuerte capitana no sufri

    menor alarma que su compaera.

  • Holm! grit. No es posible! Cmo podramos dejar que David Holm llegase hasta el lechode una moribunda?

    La madre de la enferma, que haba seguido los cambios de la fisonoma de su hija, cuyo rostro habavuelto a adquirir su aspecto de juez enfurecido, dirigi una muda pregunta a las dos mujeres.

    Sor Edit dijo la capitana del Ejrcito de Salvacin, quiere que enviemos a buscar a DavidHolm; pero verdaderamente no sabemos si esto se puede hacer.

    David Holm? interrog la madre, perpleja. Quin es David Holm?Es uno de los que ms dao han causado a sor Edit, uno de aquellos sobre los cuales no ha

    permitido el Seor que sor Edit tuviera potestad.Pero acaso Dios haya querido, capitana se arriesg a decir la joven salutista, que sor Edit lo

    domine en sus ltimos momentos.La madre de la enferma lanz una amarga mirada:Ustedes han tenido a mi hija a su disposicin hasta mientras la anim una chispa de vida.

    Djenmela, ahora que va a morir.La peticin pareci no ser escuchada. La joven salutista recuper su asiento al pie del lecho. La

    capitana torn a sentarse en la sillita baja, cerr los ojos, y se sumi en una oracin a media voz. Lasdems comprendieron, por algunas palabras sueltas que hasta ellas llegaron, que estaba, pidiendo a Diospor el alma de la joven hermana, para que pudiese en paz dejar la vida, sin ser preocupada niatormentada por deberes y cuidados propios de este mundo de prueba.

    Ella fue arrancada de su xtasis por la joven salutista, que le puso dulcemente la mano sobre elhombro.

    La enferma recuper el sentido una vez ms; pero esta vez no se present con su acostumbradoaspecto de humildad y de dulzura. Su frente se obscureca bajo el reflejo de una tempestad interior. Lajoven salutista se inclin con rapidez sobre ella, y oy perfectamente clara esta pregunta expuesta en tonode reproche:

    Por qu usted, sor Mara, no ha enviado a buscar a David Holm?La joven deseaba, sin duda, objetar algo; pero lo que ley en los ojos de la moribunda le hizo

    enmudecer.Yo ir a buscarlo, sor Edit dijo.Y, despus, dirigindose a la madre, como para excusarse, aadi:Jams he podido rehusar nada a sor Edit, y no ser esta tarde cuando comience a hacerlo.La enferma torn a cerrar los ojos con un suspiro de descanso, y, su joven compaera abandon la

    pequea alcoba, en la que volvi a imperar el silencio. La capitana oraba con fervor y acongojada. Elpecho de la enferma se agitaba, y su madre se acerc a ella an ms, como para proteger a su pobre hijacontra la muerte.

    Al cabo de unos momentos, la enferma mir de nuevo en torno de ella, con el mismo aire impacienteque antes; pero cuando vio vaco el sitio de su camarada, comprendi que su ruego iba a ser atendido, yse dulcific su expresin. No intent ya hablar, no volvi a caer en su estado de inconsciencia, ypermaneci despierta.

    De pronto se oy entrar a alguien y luego atravesar la habitacin contigua. La enferma se irgui ensu lecho. Su compaera se present en la puerta.

    No me atrevo a penetrar directamente dijo. Traigo conmigo demasiado fro. CapitanaAndersson, quiere venir un instante?

    La mirada llena de atencin de la enferma se fij sobre ella.No he podido hallarlo agreg, pero he dado con Gustavsson y con algunas otras salutistas y

    me han prometido conducirlo aqu. Gustavsson me lo ha prometido y, si es posible, lo har.No haba terminado de hablar, cuando ya la enferma haba cerrado los ojos y se haba sumido de

  • nuevo en el mundo de visiones que la haba absorbido todo el da.Ella lo ve, sin duda cuchiche la joven salutista.Su voz traicion una especie de despecho que se apresur a corregir.Aleluya! Esto no ser una desgracia, puesto que obedece a la voluntad del Seor.Se retir silenciosamente, y la capitana sali tras ella.Una mujer aguardaba en la primera pieza. Recin haba cumplido los treinta aos, pero tena un

    aspecto tan incoloro, tan arrugado, como si hubiese sido estrujada por una mano ruda; sus cabellos erantan lacios y su cuerpo tan macilento, que muchas viejas habran parecido jvenes al lado suyo. Estaba,adems, tan andrajosa, que podra, en verdad, suponerse que se haba cubierto de harapos para mendigar.

    La capitana del Ejrcito de Salvacin contempl a esta mujer con una brusca mirada angustiosa. Nofueron sus pingajos lamentables ni su vejez prematura, los que la asustaron; fue la rigidez cadavrica desu rostro.

    Ante ella tena un ser humano que iba y vena, que se mova como todo el mundo, pero que aparecaabsolutamente inconsciente. Pareca haber sufrido tanto, que su alma, sorprendida en medio de unaencrucijada, podra de un momento a otro sumirse en la demencia.

    Es la mujer de David Holm explic la hermana joven. La he encontrado as cuando fui a sucasa a buscarlo. El haba salido, estaba ella sola, e incapaz de responder a mis preguntas. No me heatrevido a dejarla y, por esto, la he trado aqu.

    La mujer de David Holm! exclam la capitana. Seguramente la he visto ya, pero no lahubiera conocido. Qu ser lo que habr podido ocurrirle?

    Lo que habr podido ocurrirle?... Ya se ve, me parece respondi la hermanita joven con unmovimiento de impotente clera. Su marido est dispuesto a matarla.

    La capitana segua mirando a la pobre mujer. Los ojos se le salan de las rbitas, sus pupilas tenanuna obstinada fijeza. Entrelazaba sus dedos, y de vez en cuando un leve temblor haca vibrar sus labios.

    Qu es lo que le ha hecho, Dios mo? pregunt:No lo s. No ha podido contestarme. Temblaba como ahora cuando yo llegu. Los nios estaban

    afuera, y no haba nadie para poder informarse. Ay, Dios mo, Dios mo! Ha sido preciso que esto hayaocurrido hoy justamente? Cmo podr yo cuidarla, hoy, que no pienso ms que en sor Edit?

    Probablemente la habr golpeado.No; algo peor que eso debe de haber sido. Yo he visto con frecuencia mujeres apaleadas y no

    ofrecen nunca este aspecto. No, no, seguramente se trata de algo ms grave repeta con creciente terror. Nosotros hemos visto reflejado en el rostro de sor Edit que algo terrible estaba ocurriendo.

    En efecto exclam la capitana. Esto era lo que ella vea. Alabado sea Dios porque sor Editlo haya visto y porque usted haya podido llegar a tiempo, sor Mara! Dios sea alabado y gracias le seandadas! Sin duda ha querido que sea salvada la razn de esta pobre mujer.

    Pero, qu voy a hacer con ella? Cuando se la toma de la mano, sigue, pero no entiende. Suespritu est ausente. Cmo recuperarlo para restiturselo? No tengo ningn poder sobre ella. Acasotenga usted ms xito, capitana.

    La recia y fuerte mujer tom de la mano a la desgraciada y le habl con una voz dulce y severa, peroni el ms leve rasgo de comprensin se reflej sobre el pobre rostro afligido.

    Mientras estaba realizando estos esfuerzos, la madre de la enferma asom su cabeza en la puerta.Edit se muestra inquieta. Quiere usted venir?Las dos salutistas entraron precipitadamente en la alcoba. La enferma se agitaba en la cama. Su

    excitacin pareca originarse ms bien por una inquietud anmica que por un malestar fsico. Cuando vioque sus dos amigas ocupaban su lugar habitual, se calm y cerr los ojos. La capitana hizo una breveseal a su compaera para que continuase all, y se apresur a salir.

    En ese momento se abri la puerta y dio paso a la mujer de David Holm.

  • Se fue directamente al lecho, y se detuvo, inexpresivos los ojos, temblando, como haca pocosinstantes, y enlazando sus dedos con tanta reciedumbre que haca crujir sus articulaciones.

    Durante un largo rato pareci no ver nada, pero poco a poco la fijeza de su mirada se relaj. Seinclin un tanto hacia el rostro de Edit. De pronto adquiri un aspecto amenazador y siniestro; sus dedosse desenlazaron y se encorvaron como garfios. Las dos salutistas se levantaron de un brinco, temiendoque la demente se arrojase sobre la moribunda.

    Entonces la hermanita abri los ojos; vio al pobre ser tremendo, medio loco, se sent en el lecho yle ci los dos brazos al cuello. Atrajo a la mujer hacia s, con toda, la fuerza de que an dispona, y labes en la cara, en la frente, en los ojos, en las mejillas, murmurando:

    Pobre seora Holm!... Pobre seora Holm!. .La desventurada mujer intent separarse de inmediato, pero repentinamente todo su cuerpo se

    estremeci; se deshizo en lgrimas y se postr de rodillas junto al lecho, siempre con la cabeza pegada alrostro de la moribunda.

    Llora, sor Mara; llora! musit extasiada la capitana Est salvada!...La ms joven de las dos salutistas oprimi violentamente el pauelo empapado en llanto que tena

    en la mano y murmur, haciendo un esfuerzo supremo para serenar su voz:No hay nadie ms que ella para realizar prodigios semejantes, capitana! Que ser de nosotras

    cuando no la tengamos ya?En ese momento, ambas tropezaron con la mirada suplicante de la madre.Ya nos vamos dijo la capitana. Por otra parte, no es conveniente que su marido la encuentre

    aqu. Y luego aadi, al ver que la joven salutista se dispona abandonar la habitacin: No, sorMara; usted continuar al lado de su amiga. Yo me encargo de esta pobre mujer.

  • II

    ESA misma tarde de Ao Viejo, entrada ya la noche, tres hombres beben cerveza y aguardiente en eljardn que rodea la iglesia del pueblo. Estn instalados en un campo marchito, bajo unos tilos cuyasnegras ramas brillan de humedad. Han pasado la tarde en un bodegn, a la hora del cierre han venido ainstalarse al raso. No ignoran que sa es la noche de San Silvestre, y, precisamente por esto, se hansentado en el jardn de la Iglesia. Quieren estar cerca del reloj para or las doce campanadas demedianoche y brindar por el Ao Nuevo.

    No permanecen en la obscuridad. Los altos faroles elctricos de las calles vecinas proyectan susrayos luminosos sobre la calle. Dos de los hombres son ya casi ancianos; viejos vagabundosimpenitentes, que se han aventurado en la ciudad durante estos das de fiesta, para beberse en ella lospobres cntimos reunidos mendigando. El tercero es un hombre de treinta y tantos aos. Va vestido tanmiserablemente como sus compaeros, pero es corpulento y bien formado. La vida no parece haberquebrantado su vigor. Tienen miedo de ser descubiertos y atrapados por la polica, se han aproximadoentre s y hablan en voz baja. El ms joven es el que tiene la palabra, y los otros dos escuchan con unaatencin que les ha hecho olvidar sus botellas por un instante.

    S; yo tena tiempo atrs un compinche deca, y su voz resonaba grave, casi misteriosa, en tantoque un relmpago de malicia brillaba en sus ojos; y el ltimo da del ao, este camarada se volvaotro. Y no es que tuviese que ajustar cuentas, ni que tuviese ocasin de lamentarse de los beneficios delao, no. Es que l haba odo decir que en ese da poda acontecernos algo peligroso y siniestro.Permaneca silencioso e inquieto durante todo el da y no se atreva ni aun a mirar su vaso. Habitualmenteno se haca rogar; pero lo que es en una noche de San Silvestre, hubiera sido tan imposible arrastrarlo auna fiestecilla como sta, como imposible les sera, buenos amigos, brindar con el gobernador.

    Ustedes se preguntarn de qu tena miedo. No lo declaraba jams pregonndolo desde los tejados;pero una vez, sin embargo, me lo confes. Pero acaso no les agrade or contar esto, en esta noche. No sehalla uno muy a su gusto en el callejn de una iglesia; en este lugar, en el que, sin duda alguna, huboantiguamente un cementerio; qu les parece?

    Los dos vagabundos dijeron que ellos no conocan el miedo a los aparecidos. Y su compaerocontinu:

    Sus padres eran seores. El mismo haba estudiado durante algn tiempo en la Universidad deUpsala, de suerte que saba muchas ms cosas que nosotros. Pues figrense que si l se mostraba tancomedido la vspera del Ao Nuevo, era solamente por temor a ser arrastrado a alguna pendencia, oexpuesto a algn accidente en el que pudiera perder la vida. Slo miedo de morir, en un da como ste;pues l se imaginaba que, si as fuera, sera condenado a conducir el carromato de la Muerte.

    El carromato de la Muerte? repitieron los dos vagabundos al unsono, con acentoInterrogativo.

    El gran pcaro se refocil despertando su curiosidad, preguntndoles solemnemente si, estabandecididos a escuchar esta historia en el lugar en que estaban. Pero los otros dos le apremiaron para quecontinuase.

    Pues bien. Mi compinche deca que haba una vieja, viejsima carreta, por el estilo de las queusan los campesinos para llevar sus gneros al mercado; pero tan vieja, tan desvencijada, que jamshabra osado presentarse en los grandes caminos. Estaba tan cubierta de fango y de polvo, que no podadistinguirse de qu estaba hecha. Uno de sus ejes estaba roto y las llantas de las ruedas bailoteaban:ruedas que no haban sido engrasadas jams y que chirriaban espantosamente. La cobertura estabapodrida; el almohadn del asiento reventado. Un viejo mataln, tuerto, cojo, con las crines y la cola

  • blanquecinas, arrastraba este miserable vehculo. La delgadez de sus lomos mostraba su espinazo comola hoja de una sierra y podan contarse todas sus costillas a travs de la piel. Las patas estaban medioanquilosadas, cansinas, y los arneses gastados, desteidos y amarrados con bramantes y varillas dejuncos; no quedaba en ellos el menor adorno de cobre o de plata; nada ms que leves madroos de lanasucia; y las riendas, anudadas y desgastadas, estaban en armona con los arneses.

    Detvose el narrador, y alarg la mano hacia la botella, para dar a sus oyentes tiempo decomprenderle.

    Acaso prosigui no encuentren en esto nada de maravilloso; pero queda an el carretero. Vasentado, sombro y melanclico, en el destartalado pescante. Sus labios son de un azul negruzco; susmejillas, plidas, y sus ojos, vidriosos como espejos desazogados. Lleva una gran manta negra con uncapuchn calado hasta los ojos, y en la mano, una hoz herrumbrosa y mellada, con largo mango. Pues nocrean que este hombre sea un carretero vulgar. Est al servicio de un gran seor, seversimo, que sellama la Muerte. Noche y da camina para cumplir su cometido. Desde el momento en que alguien va amorir, se presenta con su vieja carreta chirriante, tan veloz como lo permite la pobre bestia derrengada.

    Nuevamente se detuvo el narrador y trat de examinar el rostro de los dos vagabundos. Su atencinera profunda. Continu:

    Ustedes, sin duda alguna, han visto grabados representando a la Muerte, y siempre la habrn vistoa pie. Es que el carretero de que yo les hablo no es la propia Muerte, sino solamente su lacayo. Yacomprendern que tan alto personaje no se digna recolectar mas que lo ms florido de la mies; y es a sucarretero a quien confa la tarea de recoger los pobres trocitos de hierba y las ramillas que crecen alborde de las zanjas. Ahora viene lo ms curioso de toda esta historia. Parece ser que aunque se tratasiempre del mismo lamentable carromato, no es siempre su conductor el mismo carretero. Es el ltimohombre que muere en el ao; aquel que entrega su alma precisamente al sonar la ltima campanada de lasdoce de la noche. Ese es el carretero predestinado por la Muerte. Su cuerpo ser enterrado como el delos dems; pero su espritu se ver obligado a ponerse el capuchn, a empuar la hoz y a ir de casa encasa de agonizantes durante todo el ao hasta que otro lo releve el da de San Silvestre.

    El narrador se detuvo y lanz a los dos hombrecillos una mirada de maliciosa espera. Observ quevolvan la cabeza hacia atrs, realizando vanos esfuerzos para ver la hora en el reloj de la torre.

    Acaban de dar las once y tres cuartos dijo. El momento peligroso no ha llegado an. Yacomprenderis ahora de qu era de lo que mi camarada tena miedo. Era de morir precisamente al sonarla campanada postrera de medianoche la vspera de Ao Nuevo y de convertirse, por tanto, en elcarretero de la Muerte. Yo creo que todo el da se imaginaba or chirriar el carricoche y rodar sobre laspiedras de la calle. Pues fjense bien: parece ser que el infeliz ha muerto el ao anterior, justamente, lanoche de San Silvestre.

    Y a la hora de medianoche misma?Slo s que muri esa noche, pero ignoro a qu hora. Por otra parte, yo pudiera haberle

    pronosticado que morira este da, con el que tanto se haba familiarizado. Si llega a apoderarse deustedes una idea semejante, muy bien pudiera ocurrirles lo mismo. Los dos hombrecillos harapososasieron por el gollete sendas botellas y echaron un trago que les infundi nuevo valor.

    Despus de esto, lentamente, tambalendose, procedieron a levantarse.Cmo? Pretenden negarme su compaa antes del toque de medianoche? grit el hombre que

    haba relatado la historia y que ya comenzaba a sentir su efecto. No es posible que concedan tantaimportancia a una vieja paparrucha como sta. El amigo de quien les he hablado era un poco flojo; ya venque no era como nosotros, de buena cepa sueca. Rpido, venga un trago ms! Sintense, pues!...

    Felizmente nos hemos tranquilizado agreg cuando vio que volvan a tumbarse en tierra. Estees el primer lugar en que he podido estar en paz en el da de hoy. Por todas partes me he visto asaltadopor las salutistas que queran llevarme a ver a una de ellas, sor Edit, que est en trance de muerte. Yo les

  • he dado las gracias. No estoy para escuchar sus sermones y sus devociones. A eso hay que ir, ciertamentepor propio impulso.

    Los hombrecillos, por nubladas que estuviesen sus mentes despus de los ltimos tragos, seestremecieron al or nombrar a sor Edit, y preguntaron si no era ella la que presida la casa central desocorros.

    S, s respondi el joven ; varias veces me ha honrado con una particular atencin durantetodo el Invierno.

    Supongo que estar en el nmero de nuestros amigos ntimos, y que no os ser muy pesado el duelo.Quedaba, sin duda, en el fondo del corazn de los dos viejos el recuerdo de algn beneficio de sor

    Edit, pues ambos declararon con firmeza y al unsono que si sor Edit haba llamado a alguien, se debaacudir al punto a su llamada.

    Es sa la opinin de ustedes? inquiri el tercer camarada. Ir si me dicen qu bien puedereportar a sor Edit el verme.

    Ninguno de los dos caminantes trat de contestar a esta pregunta. Se limitaron solamente a porfiarleque fuera; y viendo que el otro rehusaba siempre y se burlaba de ellos, se encolerizaron tanto que leamenazaron con arrastrarlo all si no iba de buen grado. Hasta se levantaron, arremangndose los puos,colocndose en situacin de cumplir su amenaza.

    Su adversario, consciente de ser el hombre ms corpulento y ms fuerte de la ciudad, sinticompasin por aquellos dos pobres andrajos humanos.

    Si es absolutamente preciso pelear dijo, estoy dispuesto. Pero me parece que podramos muybien tratar de entendernos, en atencin, sobre todo, a lo que acabo de contarles.

    Los dos borrachos no saben a punto fijo por qu estn furiosos, pero su espritu batallador estexcitado, y se arrojan sobre el hombre a puetazos. Tan seguro est l de su superioridad, que ni siquierase levanta. Se contenta con sujetarlos del brazo y tirarlos a derecha e izquierda, como si se tratase de dosperritos; pero, como tales perrillos, vuelven al asalto y uno de ellos logra dar al gran mocetn un golpebastante violento en el pecho. Un instante despus el hombrn siente que algo caliente le sube a lagarganta y le llena la boca. Como sabe que tiene un pulmn medio deshecho, comprende que aquello esuna hemorragia. Cesa de luchar y cae al suelo mientras que un largo hilo de sangre brota de sus labios.

    Esto es ya muy grave, pero lo que aumenta la gravedad casi irreparable es que los dos vagabundos,al notar que una sangre caliente les salpica las manos y ver que su adversario se tiende a lo largo, seimaginan que lo han matado, y emprenden la fuga. La hemorragia cesa despus de un momento, es cierto;pero vuelve al menor esfuerzo que realiza para incorporarse.

    No es muy fra la noche; sin embargo, tendido en la tierra, el hombre se siente invadido por el fro yla humedad. Se da cuenta de que est perdido si alguien no acude en su socorro. Como el jardn est casien el centro de la ciudad y es la noche de San Silvestre, mucha gente est en la calle, la escucha pasar porlas calles que rodean la iglesia; pero nadie penetra en el jardn. Cun cruel es or el ruido de sus pasos yescuchar el sonido de sus voces, y morir, acaso, tan cerca de ellos!

    Espera an un momento; pero bajo la mordedura del fro, en la imposibilidad de levantarse, sedecide a lanzar un grito de auxilio.

    Una vez ms le persigue la desgracia, en el momento en que pronuncia su llamada, el reloj de latorre comienza a desgranar las campanadas de la medianoche.

    La pobre voz humana queda ahogada por las ondas del bronce y nadie lo oye. Con el esfuerzo, lahemorragia se repite con violencia tal, que el desventurado teme perder hasta la ltima gota de sangre.

    Voy a morir precisamente cuando la campana da la ltima hora del ao?", se dice y al mismotiempo siente que se desvanece. Y cae en la inconsciencia y se sumerge en las sombras cuando el postrergolpe sonoro anuncia que comienza el nuevo ao.

  • III

    APENAS el reloj ha lanzado la ltima campanada de la medianoche, un rechinamiento discordante yagudo atraviesa el aire. Se deja or a intervalos, como originado por una rueda mal engrasada de uncarro; pero es un chirrido tan penetrante y tan desagradable que no puede producirlo ni el vehculo msdesvencijado. Produce angustia. Evoca como un presentimiento de todas las torturas y de todos lossufrimientos imaginables. Suerte es que este chirrido no sea perceptible para la mayor parte de las gentesque han trasnochado para esperar la llegada de Ao Nuevo. David Holm, despus de su terriblehemorragia, lucha y trata de recuperar el sentido. Le parece que algo le ha despertado; algo como el gritopenetrante de un pjaro que pasase sobre su cabeza. Pero se siente presa de un aturdimiento al cual nopuede substraerse. Bien pronto se da cuenta de que aquello no es un pjaro que chilla. Es la vieja carretade la Muerte, cuya historia ha referido l a los vagabundos, la que se aproxima y que atraviesa gimiendoel jardn de la iglesia. Pero, aunque seminconsciente, descarta la idea del carro de la Muerte. El seimagina escucharlo a fuerza de haber estado pensando en l hace un instante.

    Vuelve a caer en su amodorramiento y de nuevo el terco chirrido corta el aire. Ciertamente es elruido de una carreta. No es ilusin, es la propia realidad. Entonces David Holm sacude su modorra.Comprueba al instante que est an en el mismo sitio y que nadie ha acudido a socorrerlo. Todo estcomo antes, salvo el rechinamiento agudo y persistente. Parece provenir de muy lejos; pero no cabe dudade que es esto lo que le ha despertado.

    Se pregunta despus si habr estado desvanecido largo tiempo. No lo cree l as. Las gentes pasanmuy cerca, hablndose y desendose buen ao, de lo cual deduce que acaba de sonar la medianoche. Elchirrido se produce an, y como David Holm ha sentido siempre horror a los ruidos estridentes, quisieralevantarse y marcharse. Lo intenta. Ahora que est despierto, nadie dira que tuviese en el pulmn unallaga abierta. No padece ya el fro de la noche y ya no siente su cuerpo dolorido... "Me incorporarprimero sobre el codo, muy, despacio piensa; despus me volver y me tender de nuevo."

    Cuando nuestro pensamiento dice: har tal o cual cosa, estamos acostumbrados a ver que esta cosase ejecuta enseguida. Pero esta vez se produce un fenmeno curioso. El cuerpo permanece inmvil, y noobedece a los movimientos ordenados. Podra ser que de tanto estar tendido en la plaza se hubiesehelado? Ms, en tal caso, estara muerto...

    Pero David Holm vive, puesto que oye y ve claramente. Adems, el tiempo no es propicio a lahelada: las gotas de agua que, se desprenden de los rboles caen sobre su cabeza.

    Tan preocupado se halla por esta extraa parlisis que atenaza su cuerpo, que por un momento haolvidado el tremendo chirrido, que vuelve a orse de nuevo. Se aproxima. Se distingue el ruido delvehculo que desciende lentamente por la calle mayor. Seguramente se trata de alguna vieja carreta, puesno solamente se oye chirriar las ruedas y crujir las maderas, sino que se escucha tambin cmo el caballoresbala y choca a cada paso que da sobre el desigual pavimento. Ni el mismo carro de la Muerte, a quiensu antiguo camarada tena tanto miedo, podra hacer mayor ruido.

    "Ea, mi buen David Holm! se dijo. T no has sido nunca dbil ante la polica; pero si ahoraquisiera intervenir para hacer cesar este estrpito, le quedaras muy reconocido."

    David Holm se las da de tener ordinariamente buen humor, pero ese chirrido, junto a todo cuanto haocurrido esa noche, est a punto de desesperarle. Tiene un vago temor de ser hallado as, paralizado,como muerto; y, quin sabe?, acaso sera recogido, amortajado, quizs, y enterrado. Oira cuanto sehablase junto a su cadver y esto sera algo ms desagradable que el chirrido.

    Esto le hace pensar en sor Edit, no con remordimientos, sino con un vago despecho, como si encierto modo hubiese ella triunfado sobre l.

  • De pronto se detiene y escucha atentamente un largo minuto. S! El coche ha descendido por la callemayor, hasta su final, pero no ha dado la vuelta hacia la plaza. El caballo no patea ya sobre lospuntiagudos adoquines; ahora sigue una enarenada calle de rboles. Viene por el lado de la iglesia. Haentrado en los jardincillos.

    El mozo, feliz por el socorro que considera prximo, intenta incorporarse de nuevo. Mas elresultado es siempre el mismo. Slo el pensamiento se mueve en l.

    Como compensacin, oye perfectamente que el ruido se aproxima. La caja cruje y alborota, los ejesrechinan. Podr llegar hasta l la destartalada carreta? Y, sin embargo, avanza con una lentitud extremaque exagera an la impaciencia del desventurado... Qu carricoche puede ser este que se aventura por eljardn de la iglesia, en plena noche? Preciso es que el cochero que lo gua est borracho; demasiadoborracho, quizs, para poder prestar algn socorro.

    El coche debe de estar ya a pocos pasos de l. El terrible chirrido acobarda e impresiona a DavidHolm.

    "Tengo mala suerte esta noche se dice. Esto ser una nueva desgracia. Este debe de ser algncarromato muy pesado, o una apisonadora que va a aplastarme."

    Un instante despus David Holm distingue al fin el carruaje tan esperado, y aunque no se trataprecisamente de un rulo apisonador, el terror le hace estremecerse.

    Como tampoco puede mover los ojos, lo mismo que el resto del cuerpo, no ve exactamente qu estfrente a l.

    El quejumbroso vehculo que se presenta de lado, aparece poco a poco. Lo primero es la cabeza deun caballo viejsimo, de blanquecinas crines, ciego o tuerto, que vuelve hacia l su apagada pupila;despus la delantera de un flaco rocn con los arneses amarrados por medio de pedazos de cuerdas;despus toda la enflaquecida acmila; y, por fin, una derrengada carreta montada sobre mal sujetasruedas y su pescante destripado. Sobre l est sentado el carretero. Su aspecto es el mismo que DavidHolm acaba de describir a sus camaradas. En sus manos mueve las dos riendas, que no son ms que unrosario de nudos. Se ha bajado el capuchn hasta los ojos; est encorvado, arqueado, presa de una fatigaque no habr descanso que la mitigue.

    Cuando David Holm haba perdido el conocimiento como consecuencia de la terrible hemorragia,experiment la sensacin de que su alma le abandonaba, como se apaga una llama, de un soplo. No habasido as, puesto que ahora la apreciaba, agitada, sacudida, aturdida. Todo lo que haba precedido a lallegada del vehculo deba de haberle predispuesto a cualquier evento sobrenatural; pero no queraencadenar a l sus pensamientos. Y ahora que tena ante sus ojos cosas propias de un cuento fantsticopermaneca estupefacto.

    "Esto me volver loco se dijo en medio de su desvaro. Me veo perdido no slo de cuerpo,sino de razn."

    Al decir esto, entrev el rostro del carretero y se cree salvado. Se detiene el caballo y el carreterose despereza como despertndose de un sueo. Levanta su capuchn con un gesto de cansancio infinito ypasea su mirada en torno, como buscando algo. David ha contemplado sus ojos y ha reconocido en l a unantiguo amigo.

    "Es Jorge! exclama mentalmente. Est ridculamente ataviado; pero sin duda es l mismo.Dnde demonios habr estado tanto tiempo? Creo que no lo he visto lo menos en un ao. Pero Jorge esun hombre libre que no tiene ni mujer ni hijos. Su aspecto es de venir de muy lejos, quizs del PoloNorte. Est plido, helado...

    Contempla detenidamente el rostro, en el que cree sorprender una expresin extraa. No obstante, nopuede ser otro que su camarada Jorge, su compinche de borracheras. Reconoce su larga nariz, su cabezapuntiaguda. Un hombre cuya cabeza hubiese podido enorgullecer a un sargento, por no decir general,debera estar seguro de ser reconocido de cualquier modo que se vistiese.

  • "Me haban dicho, sin embargo contina David, reanudando su monlogo, que Jorge habamuerto en un hospital de Estocolmo, el ao ltimo, la vspera misma de Ao Nuevo. Evidentemente estoera un error, pues est aqu ahora en carne y hueso. No hay ms que verle erguirse. Es Jorge en persona,con su menudo cuerpecillo que tan mal se apareja con su cabeza de sargento. Y yo he visto perfectamente,cuando ha saltado del pescante y se ha entreabierto su capa, que lleva an su viejo palet desgarrado, quele llega a los talones, y abotonado, como siempre, hasta el cuello. Pobre Jorge! An lleva su corbataroja, flotando bajo la barba, sin rastro alguno de chaleco ni de camisa. Exactamente como antes."

    David Holm se siente reanimado."Si alguna vez recobro mis fuerzas prosigue, Jorge me pagar esta comedia. Le ha fallado la

    idea de meterme miedo con su disfraz. No se le ocurre a nadie ms que a l la idea de procurarse unacarreta semejante y un tal caballo para venir a buscarme as. Nunca hubiera yo discurrido cosa parecida.Este Jorge ha sido siempre mi maestro en todo."

    Mientras tanto, el carretero se ha acercado al hombre tendido en tierra. Se detiene y lo contempla.Su faz es severa e impasible. Seguramente no conoce a este que yace ante sus ojos.

    "Hay algo que yo no acabo de comprender en esta historia contina David Holm.Primeramente, cmo se ha enterado l de que mis dos compinches y yo habamos acampado aqu sobrela hierba? Adems, hasta parece venir a asustarme. Por qu se ha puesto los atavos del carretero de laMuerte, l, precisamente, que le tena tanto miedo?

    El carretero se inclina sobre David, sin dar seales an de haberlo reconocidoNo se pondr muy contento este desventurado dice cuando sepa que va a relevarme en mis

    funciones.Apoyndose en su guadaa, aproxima an ms su rostro al del hombre cado en tierra y, en el acto,

    lo reconoce. Entonces se inclina hacia l, rechaza con un gesto de impaciencia su capuchn y mira alviejo camarada al fondo de los ojos.

    Oh! exclama con terror. Es David Holm! Y yo haba hecho un solo voto: que me fueraevitado este trance!... David! David! Es posible que seas t? dice, arrojando al suelo la guadaa yarrodillndose junto al hombre... Durante todo este ao prosigue con acento de dolor y de ternura hedeseado tener ocasin de decirte una palabra, una sola palabra, antes de que fuera demasiado tarde.Una vez he estado ya a punto de lograrlo; pero t no te has prestado a ello; y no he podido llegar hasta ti.Haba esperado tener ms xito dentro de una hora, cuando hubiera terminado mi servicio y fuera yolibre. Mas hete aqu ya, David! Ya no es tiempo de ponerte sobre aviso...

    David Holm escucha con profundo estupor."Qu significa esto? se pregunta, Jorge habla como si estuviese muerto. Cundo ha estado

    cerca de m sin poder hablarme? Acaso, y esto es lo ms cierto, est actuando de acuerdo con su disfraz."Yo s, David insiste el carretero con voz temblorosa de emocin, que es a m a quien debes el

    hallarte como te hallas. Si t no me hubieses encontrado en tu camino, habras llevado una vida tranquilay honrada; hubieran gozado de bienestar tanto t como tu mujer, pues ambos eran, buenos trabajadores.Puedes estar bien seguro, David, de que no ha transcurrido un solo da durante este ao interminable en elque no me haya confesado con angustia que fui yo quien te hizo abandonar tu vida de trabajo y adquirirmis malas costumbres. Ay! suspir pasando la mano sobre el rostro de su amigo Tengo miedo deque te hayas descarriado an ms de lo que yo estaba. Si as no fuera, no vera en torno a tus ojos y a tuboca estos rasgos terribles tan profundamente grabados.

    El buen humor de David comienza a trocarse en impaciencia."Basta de ridiculeces, Jorge! piensa, sin proferir an una palabra Ve a buscar a alguien que te

    ayude a colocarme en tu carreta; y enseguida, al hospital."Sin duda has comprendido, David, cul ha sido mi oficio este ao contina el carretero. No

    necesito decirte quin va a empuar detrs de m la hoz y las riendas. Pero no he podido evitar

  • encontrarte esta noche, avisndote a tiempo, antes de comenzar a transcurrir estos espantosos doce mesesque te esperan. Ten la seguridad de que habra hecho todo cuanto me fuera posible hacer para evitarte loque yo he debido sufrir, si esto me hubiese sido permitido.

    "Puede ser que Jorge se haya vuelto loco se dijo David Holm. De otra suerte comprendera queva en ello mi vida y que un retraso es mortal.

    Por el momento en que esta idea invade su cerebro, el carretero lo mira con melancola infinita:Es intil pensar en el hospital, David. Cuando yo me acerco a un enfermo, no es tiempo ya de

    llamar a otro mdico."Creo yo que todos los hechiceros y todos los diablos se han echado a la calle esta noche para

    celebrar su aquelarre piensa David Holm. Cuando se presenta, por fin, un hombre que podraprestarme socorro, es ste un loco o un malvado que me deja morir."

    Quisiera recordarte algo que te ocurri el verano pasado, David contina el carretero. Erauna tarde de domingo, y t marchabas a buen paso, en larga caminata, a travs de un extenso valle. Portodas partes haba campos de trigo y hermosas granjas con jardincillos llenos de flores. Era una de esastardes bochornosas de las que abundan en pleno esto; y creo que t pensabas que eras la nica personaque se mova en todo el contorno. Las mismas vacas permanecan inmviles en los prados, sin atreversea abandonar la sombra de los rboles. No se vea alma viviente. Las gentes se haban retirado a suscasas, sin duda alguna, a fin de evitar el calor. No es todo esto verdad, David?

    "Es posible asinti David para sus adentros. Yo me paseaba tantas veces, en medio del calor ydel fro, que no puedo acordarme de todas mis caminatas."

    En el momento en que el silencio era ms profundo, oste, David, un chirrido a tu espalda, en lacarretera. Volviste la cabeza, creyendo que era una carreta; pero no viste nada. Miraste varias veces, yconfesaste que era la cosa ms extraordinaria que jams te haba ocurrido. Oas ruedas que rechinaban, ylo oas claramente; pero de dnde provena aquel ruido? Era pleno da y el silencio era tan completo,que nada poda disimular el ruido. T no comprendas cmo era posible que escuchases un chirrido deejes sin ver coche alguno. Pero es que t no quisiste admitir que hubiese en aquello algo sobrenatural. Sihubieses reparado en ello, habra podido hacerme visible a ti, antes de que fuese demasiado tarde.

    David Holm se acord sbitamente de aquella tarde. S, haba mirado con detencin por encima delos cercados y por las zanjas, y haba buscado por todas partes el origen de aquel ruido. De buen o malgrado, y a pesar de su turbacin, penetr en una granja para no escucharlo ms. Cuando sali de ella, elruido haba cesado.

    Fue la nica vez que te vi este ao prosigui el carretero, y esta noche he hecho cuanto me hasido posible para advertirte mi presencia; pero slo he podido hacerte or el ruido de mi carricoche. Allado mo, andabas como un ciego.

    "Verdad es lo que cuenta; por lo menos, es verdad que he odo el chirrido pens David Holm,pero qu puede probar esto? Cmo pretende hacerme creer que estaba detrs de m en la carretera?...Acaso yo mismo he contado esta historia a alguien, que, a su vez, la ha referido a Jorge."

    El carretero, en este momento, se inclina hacia l y le dice con ese acento especial que se empleacuando se quiere hacer entrar en razn a un nio enfermo:

    No te servir de nada defenderte. No es tampoco posible exigir de ti que comprendas lo que te haocurrido esta noche; pero bien sabes que yo, que te hablo, no soy un ser viviente. T has sabido mimuerte y no quieres

    30 creer en ella. Y aunque t no la hubieras conocido, me has visto llegar en este coche, en el que noviaja ningn vivo e indica con el dedo el miserable vehculo detenido en medio de la calle. Nomires solamente el carro, David; mira tambin los rboles que estn detrs de l!

    David Holm obedeci, y por primera vez se vio obligado a reconocer que se hallaba en presenciade algo inexplicable. A travs del carro, como a travs de un velo, se divisaban los rboles.

  • Me has odo, David, muchas veces en otros tiempos dijo el carretero. No es posible que noobserves que hoy te hablo con voz muy distinta a la de entonces.

    David se ve obligado a reconocer que Jorge tiene razn. Su voz era hermosa, y aunque lo seatambin la del carretero, tiene un timbre completamente distinto. Es, a la vez, tenue y clara y, por lo tanto,fcil de comprender.

    El carretero extiende la mano, y David ve que una rama, por encima de su cabeza, atraviesa estamano y cae a estrellarse en el suelo.

    En la enarenada avenida hay una rama. El carretero pasa su guadaa por debajo de ella y la siegasin que la rama se mueva.

    No se trata de embromarte, David dice el carretero. T eres quien debe tratar decomprender. T me ves y me reconoces; pero el cuerpo que t contemplas ahora, slo es visible a losagonizantes y a los muertos. No creas, por lo tanto, que este cuerpo no existe. Como el tuyo y como el delos dems mortales, sirve de morada a un alma; pero carece ya de peso y, de solidez. Viene a ser como laimagen que mil veces has visto en un espejo, y que se hubiese salido de la luna; que pudiese hablar, ver,moverse.

    El pensamiento de David Holm no se rebela contra la evidencia. Mira la realidad cara a cara, y notrata ya de resistirse. Es con el fantasma de un muerto con quien habla, y l mismo es un cadver. Pero, amedida que lo reconoce, una violenta clera se va apoderando de l.

    "No quiero ser un muerto se dice; no quiero ser slo una imagen; nada. Quiero poseer anpuos para defenderme y boca para hablar."

    Creca la rabia en l y se reconcentraba como una tempestad obscura y negra que espera slo unaocasin para descargarse.

    Un ruego tengo que hacerte prosigue el carretero. Antes ramos buenos amigos. T sabes quellega un momento para todos en que, gastado ya el cuerpo, el alma que lo habita est obligada aabandonarlo. El alma duda y tiembla de angustia antes de penetrar en un mundo para ella desconocido.Semejante a un nio que de pie en una playa no se atreve a confiarse a las olas. Para que ella se decida afranquear el ltimo paso, es preciso que oiga la llamada de alguien que more ya en el ms all. Yo hesido para ti esta voz, David, durante todo este ao; y ahora te toca serlo a ti durante el que viene. Lo quequisiera pedirte es que no te opongas a lo que te espera, sino que te sometas a ello de buen grado. De otromodo no logrars otra cosa que atraer grandes sufrimientos sobre ambos.

    El carretero inclina la cabeza para mirar los ojos de David Holm, pero se yergue enseguida,alarmado por su mirada de desafo y de clera.

    De veras te digo, David continu con insistente acento, que no es sta una cosa a la cualpuedas sustraerte. Yo no conozco an, con exactitud, la vida de esta parte de la tumba, pues contino anen la frontera; pero yo s que no hay en ella perdn. Es preciso ejecutar, aquello a lo que se ha sidocondenado a ejecutar. De grado o por fuerza.

    Otra vez busca los ojos de David y de nuevo halla en ellos solamente las sombras de la clera.Convengo, amigo aade, que no hay cargo ms espantoso que el de conducir este carro casa

    por casa. Doquier se presenta el carretero, lgrimas y gemidos le esperan; por todas partes halla males ydestruccin, sangre, heridas, horrores. Y algo peor an que esto es ver cmo el alma se debatearrepentida y angustiada ante la visin de lo que va a venir. El carretero se detiene en las fronteras delms all. Entre los hombres no se ve otra cosa que injusticias y decepciones; un reparto desigual detrabajo intil y de desorden. Sus miradas no penetran en el ms all lo suficiente para descubrir elsentido de la vida terrestre. A veces entrev algo; pero lo ms frecuente es que luche en las tinieblas y enla duda.

    Y ten presente, David, que el ao durante el cual el carretero est condenado a guiar el carro de laMuerte, no se mide en horas y en minutos terrestres para darle tiempo para recorrer todos los lugares que

  • necesita visitar; este ao singular se forma con centenares y miles de aos. Y lo ms terrible, lo msterrible an de todo, es que el carretero encuentra tambin durante toda su carrera las consecuencias delmal que ha realizado en toda su vida. Y cmo podr evitarlo?

    La voz del carretero se convirti casi en un grito, sus manos se enlazaron desesperadamente. Perode pronto sinti como una corriente de desafo, de fro menosprecio y de burla que provena de su antiguocamarada, que le oblig a envolverse en su capa, tiritando.

    David! implor, en tu propio inters y en el mo te suplico que no opongas resistencia. Hevenido a ensearte mi oficio antes de dejarlo. En tus manos est poder retrasarme semanas, meses, s,hasta la prxima noche de San Silvestre, pues yo no recuperar mi libertad hasta que t puedassubstituirme, aprendiendo tu oficio, de buen grado.

    Mientras hablaba se arrodill el carretero al lado de David Holm, y la inmensa ternura piadosa deque sus palabras estaban impregnadas redobl su energa. Permaneci an un momento en la mismapostura, espiando el efecto de ellas. Pero en el antiguo compinche slo se manifest una feroz resolucinde resistir hasta el lmite extremo de sus fuerzas.

    "Bueno se dijo, estoy muerto. Sea as. Contra esto ya no hay nada que hacer; pero jams se mehar aceptar obligacin alguna relacionada con el carro y con el caballo de la Muerte. Ya puedenbuscarme otro castigo.

    En el momento mismo de levantarse, el carretero grit enfurecido:Acurdate, David, de que hasta aqu ha sido tu viejo camarada Jorge quien te ha hablado; tu viejo

    amigo. Ahora tendrs que entenderte con otro. Ya sabes a quin se alude al hablar de aquel que no tienepiedad.

    Un instante despus se le vio, ya de pie, con la guadaa en la mano y levantado el capuchn.Prisionero! grit con voz sonora. Sal de tu prisin!De inmediato David Holm se levant. No se sabe cmo fue aquello. Repentinamente se irgui.

    Vacil. Todo rodaba en torno suyo, pero en un instante, recobr el equilibrio.Mira detrs de ti, David Holm! orden la misma voz enrgica.David obedeci, Tendido en tierra yace un hombre vigoroso, de alta estatura, vestido de sucios

    andrajos. Est salpicado de sangre y de barro, y rodeado de botellas vacas. Tiene el rostro rojo ehinchado, del que apenas se adivinan los rasgos primitivos. Un rayo de luz de los faroles refleja en l undestello de ira y de maldad en la estrecha abertura de los prpados.

    Ante este cuerpo yacente, David, hombre como l de alta estatura, se mantiene en pie. Los mismosharapos sucios y repugnantes que viste el cadver lo envuelven. Es su doble, seguramente. No su doble;porque l no es nada. No es ms que una imagen del otro, en un espejo; imagen que se ha salido delcristal, que se mueve y que vive.

    Se vuelve bruscamente. All est Jorge, y ya ve que Jorge mismo no es otra cosa que la imagen delcuerpo que haba posedo antes.

    Ahora que perdiste el dominio de tu cuerpo al dar las doce de la noche la vspera de Ao Nuevoexclam Jorge, t me relevars de mis funciones. Durante el ao que comienza, t libertars las almas desu terrenal envoltura.

    Ante estas palabras David Holm se rehzo. Loco de clera se lanz sobre el carretero, tratando deasirle la guadaa para quebrarla, su capa para desgarrrsela.

    Entonces se siente apresado por las manos, mientras sus piernas le flaquean. Algo invisible searrolla en torno a sus muecas, ligndolas tan slidamente como sus pies.

    Despus se siente suspendido, arrojado rudamente, como un cuerpo muerto, al fondo del carro y, sinembargo, contina donde estaba tendido.

    En el instante mismo el carricoche comienza a bambolearse.

  • IV

    ES una habitacin estrecha y larga, bastante espaciosa, de una casita situada en un arrabal, que nocontiene ms que esta pieza y otra, no tan grande, destinada a dormitorio. Est alumbrada por unalmpara colgante, y acariciada por esta luz parece alegre y hospitalaria. Sus inquilinos se han esmeradoamueblndola de modo que parezca un verdadero hogar. La puerta de entrada se halla en una de lasfachadas de la casa, y al lado mismo hay un hornillo: es la cocina, en la que se han reunido todos losutensilios necesarios. El centro de la sala est convertido en comedor, con una mesa redonda, dos o tressillas de encina, un gran reloj y un aparadorcito para la vajilla. Encima de la mesa oscila la lmpara,suficiente para alumbrar el saln; es decir, el fondo de la pieza, su sof de caoba, su velador, sualfombrilla floreada, una palmera en un lindo jarrn de cermica y numerosas fotografas. Estadistribucin ha debido de divertir mucho a sus moradores. Pero las gentes que en la sala penetraban lanoche de San Silvestre, un instante despus de haber comenzado el ao, no abrigaban ideas risueas nifrvolas. Eran dos hombres desarrapados y mseros; se les hubiera tomado por dos vagabundos, si uno deellos no llevase sobre sus andrajos una amplia capa negra de capucha y no mostrase una guadaa en lamano. Cosas raras, ambas, para un trotamundos, y ms rara an la forma de penetrar en la casa, sin hacergirar el pomo de la cerradura ni haber abierto la puerta. El segundo no est provisto de emblemasespantosos, pero entra, tambin, a pesar suyo, arrastrado por su compaero, y aun parece ms siniestroque l. Aunque tenga los pies y las manos ligadas, bien porque sea arrojado en tierra como un montn deharapos, del modo ms desdeoso imaginable, infunde pavor por el furor salvaje que flamea en sus ojosy contrae su faz.

    Los dos hombres no han hallado vaca la sala a su entrada. Junto a la mesa estn sentados un jovende rasgos delicados y de mirada infantil y dulce, y una mujer, un poco mayor, menudita y frgil. Talhombre ostenta, cruzando su pecho, una banda roja con la divisa "Ejrcito de Salvacin".

    La mujer viste de negro, sin insignia alguna, pero junto a ella, sobre la mesa, yace un sombrero deltipo adoptado por las salutistas.

    Ambos estn profundamente tristes. La mujer llora en silencio y enjuga frecuentemente sus ojos conun arrugado pauelo. Muestra un semblante adusto, como si las lgrimas le impidieran cumplir un deber.Los ojos del hombre estn tambin enrojecidos por la emocin, pero no da rienda suelta a su pena,teniendo en cuenta que no est solo.

    De vez en vez cambian entre s algunas palabras, de las que se deduce que ambos tienen puesta suatencin en la pieza inmediata, en la que han dejado una agonizante acompaada por su madre. Pero porabsortos que se hallen en su conversacin, es raro que no presten atencin, ni uno ni otro, a los dosvagabundos que acaban de entrar.

    Verdad es que stos permanecen mudos; uno de ellos de pie, apoyado en el quicio de la puerta; elotro, tendido en tierra, a sus pies.

    Pero cmo se explica que los otros no hayan tenido miedo de estos huspedes, vindolos entrar,en plena noche, a travs de las puertas cerradas?

    Esta misma pregunta se hace el hombre tendido en tierra, tanto ms sorprendido cuanto que l los vedirigir sus miradas hacia donde l yace.

    Jams ha puesto l sus pies en esta habitacin, pero reconoce a las dos personas que estn junto a lamesa; comprende dnde est. Si algo pudiese an excitar su furor, sera esto de verse transportado contrasu voluntad a un lugar al que se haba negado acudir el da antes.

    El salutista retir de pronto su silla:Es medianoche ya dijo. La mujer de David Holm crea que l regresara hacia esta hora. Voy

  • a intentar una postrera tentativa.Se levant lentamente, como por fuerza, y tom su sobretodo, doblado en el respaldo de la silla,Ya se ve bien, Gustavsson, que usted no comprende la utilidad de traerlo aqu dijo la mujer,

    luchando por contener las lgrimas que la ahogaban, pero tenga en cuenta que es ste el ltimo favorque hace a sor Edit.

    El salutista se detuvo en el momento de ponerse su abrigo.Sor Mara dijo; aunque fuese, como usted dice, el ltimo favor que pueda yo prestarle, deseo

    que David no haya llegado, o que se niegue a seguirme. Varias veces lo he buscado hoy, como usted y lacapitana me lo han ordenado, pero me he alegrado siempre de que ni yo ni nadie haya logrado traerloaqu.

    El hombre echado en tierra se estremeci al or pronunciar su nombre y un rictus de maldad torcisu boca.

    Aqu, por lo menos, hay una pizca de sentido comn murmur.La mujer mir al soldado del Ejrcito de Salvacin, y dijo con cierta aspereza y con voz que no

    empaaban ya los sollozos:Es conveniente que esta vez exponga su deseo a David Holm de modo tal, que le haga comprender

    que es preciso que venga.Con gesto de hombre que obedece sin conviccin, el salutista se aproxima a la puerta, llega a ella y

    vuelve bruscamente:Es necesario pregunta traerlo aunque est borracho como un tonel?Trigalo muerto o vivo, Gustavsson. En ltimo caso se le dejar dormir aqu su borrachera. Lo

    importante es hallarlo.El salutista tiene ya la mano sobre la cerradura, cuando, repentinamente, da media vuelta y se

    acerca a la mesa:Yo no puedo tolerar que David Holm venga aqu exclama, y su rostro palidece de emocin.

    Usted sabe, tan bien como yo, sor Mera, qu clase de hombre es ste. Cree que est ah su puesto, sorMara? e indic la otra habitacin.

    S, creo que... murmura la hermanita, pero el salutista no le deja terminar la frase.No sabe, sor Mara, que no har otra cosa que burlarse de nosotros? Ese fanfarrn dir luego

    que una de las salutistas lo amaba tanto, que no ha podido morir sin verlo.Sor Mara levanta la cabeza y mueve los labios como para contestarle vivamente; pero los cierra de

    nuevo y reflexiona.Yo no puedo soportar que l hable de ella; sobre todo, cuando est muerta prosigui con

    vehemencia el joven,Despus de un momento de silencio, la respuesta de sor Mara se hace or severa, y enrgica:Ests bien seguro, Gustavsson, de que David Holm no tenga derecho para hablar as?El hombre amarrado junto a la puerta se estremece con un rpido movimiento de alegra. El mismo

    se sorprende con lo odo, y lanza una furtiva mirada sobre Jorge para ver si ha notado algo. El carreteropermanece inmvil e impasible.

    El salutista se halla tan aturdido por la respuesta de sor Mara, que, vacilando, se apoya en una silla.Las cuatro paredes de la habitacin giran ante sus ojos.

    Por qu me dice una cosa semejante, sor Mara? dice balbuciente. Supongo que nopretender que yo crea.

    Sor Mara est presa de una agitacin extrema. Cierra su puo estrujando su pauelo, mientras laspalabras se agolpan en sus labios. Habla, como deseosa de decirlo todo, antes de que la reflexin vengaa impedirlo.

    A quin amara ella con mayor fuerza? Nosotros, Gustavsson, y todos los que la conocen nos

  • hemos dejado convertir y ganar por ella. Ninguno de nosotros le ha opuesto resistencia extremada. No lahemos puesto en ridculo ni nos hemos mofado de ella. Sor Edit no tiene remordimientos por nuestracausa. Ni usted ni yo, Gustavsson, somos causantes de que se vea en el estado en que se ve.

    El salutista pareci tranquilizarse con este discurso.No haba comprendido yo que hablaba del amor a los pecadores, sor Mara.Es que no hablo de l, Gustavsson.Ante estas palabras tan claras, la misma sensacin de alegra invade a David Holm. Y, por otra

    parte, se apresura y se esfuerza por reprimirla, vagamente consciente de que su firme resolucin deresistirse al carretero de la Muerte corre peligro de zozobrar.

    Sor Mara ha callado un momento, mordindose los labios para dominar su emocin. De pronto,parece haber adoptado una resolucin definitiva.

    Puedo contarle cuanto s, Gustavsson dice. Nada importa ya, ahora que va a morir. Sinteseun momento y le explicar lo que pienso.

    El joven se despoja de su abrigo nuevamente y torna a ocupar su sitio junto a la mesa. Sinpronunciar una palabra, absorto, fija en sor Mara sus hermosos y sinceros ojos.

    Comenzar dice la hermanita por referirle nuestra ltima noche de San Silvestre: la de Edit yma. En el otoo anterior haba decidido el cuartel general establecer aqu, en nuestra ciudad, un puesto.Edit y yo habamos trabajado intensamente para instalar el asilo, auxiliadas, adems, por otros miembros.La vspera de Ao Nuevo estbamos ya bastante adelantadas para poder mudarnos a l. La cocina y losdormitorios estaban listos y habamos esperado que al da siguiente, el da del Ao Nuevo, podramosinaugurarlo; pero no era posible, pues no estaban terminados an ni el lavadero ni la estufa dedesinfeccin.

    Sor Mara al principio tuvo que esforzarse para contener sus lgrimas; pero, a medida que larelacin avanzaba, fue serenndose su voz.

    Usted, Gustavsson, no formaba an parte del Ejrcito de Salvacin por aquel entonces; de otromodo, habra tomado parte en aquella alegre noche de San Silvestre. Varios camaradas vinieron avernos, y les ofrecimos un t, por vez primera, en nuestro nuevo hogar. Si supiese, Gustavsson, cun felizse senta sor Edit por haber logrado instalar este puesto en la ciudad en que ella haba nacido y a cuyospobres conoca uno por uno! ... No cesaba de revisar nuestros colchones y nuestras mantas, nuestrascolchas nuevas y flamantes, nuestras paredes pulidas y la batera de cocina, de cobre, que estaba yacolgada y brillante. No podamos por menos de rernos vindola. Estaba entusiasmada como una criatura.Y bien sabe, Gustavsson, que cuando sor Edit es dichosa, lo son tambin todos cuantos la rodean.

    Aleluya! responde el salutista Ya lo s.Su alegra dur mientras los camaradas estaban all contina sor Mara; pero en cuanto se

    fueron, la asaltaron una opresin y una fuerte congoja, y me suplic que rogase con ella, para que el mal,que por todas partes se agita, no fuese ms fuerte que nosotros. Nos arrodillamos, y pedimos por nuestroasilo y por nosotras mismas, y por todos aquellos a quienes bamos a socorrer. Estando de rodillas an,comienza a tocar la campanilla de la puerta. Los camaradas acababan de marcharse; y pensamos que,acaso, cualquiera de ellos habra olvidado alguna cosa. Las dos bajamos a abrir. No encontramos en lapuerta a ningn camarada, sino a un hombre; uno de esos hombres para quienes haba sido creado el asilode noche. Le juro, Gustavsson, que el hombre que se nos apareci en el umbral de la puerta, alto,andrajoso y borracho hasta el punto de vacilar, me pareci tan espantoso, que hubiese querido rehusarlela entrada, toda vez que el asilo no se haba inaugurado an. Pero sor Edit se alegr de que Dios lehubiese enviado un husped. Estaba convencida de que Dios quera demostrarnos de este modo queaceptaba nuestro trabajo, e hizo entrar al hombre.

    Le ofreci cena, pero l respondi con un juramento: no quera ms que dormir. Se le condujo a undormitorio; se arroj sobre su camastro despus de haberse desembarazado de su capote y se durmi

  • inmediatamente.Anda, anda! Tena miedo de m! dijo David Holm; esperaba que el ser impasible que se

    alzaba a su espalda, comprendiera que l era siempre el mismo David Holm de antes. Lstima es queno pueda verme en el estado en que me hallo ahora. Se desvanecera de terror.

    Sor Edit haba pensado siempre hacer un pequeo obsequio al primer husped que viniese anuestro asilo continu la salutista, y not que se sinti decepcionada cuando vio que el hombre sedurmi tan bruscamente.

    Pero se consol pronto al ver su capote tirado por tierra. Puede creer, Gustavsson, que no he vistojams nada tan desgarrado, tan desagradable, tan nauseabundo. Heda a alcohol y a suciedad. Repugnabatocarlo. Al ver a sor Edit recogerlo y examinarlo, sent miedo y le rogu que lo dejase, pues no tenamosan ni desmanchador ni estufa de desinfeccin. Pero ya comprende, Gustavsson, que aquel hombre erapara sor Edit el husped enviado por Dios; y era para ella un trabajo tan dulce poner en buen estadoaquel capote, que no pude disuadirla de ello. De ningn modo me permiti que la ayudase. Como yomisma le haba dicho que aquello podra ser peligroso, no me consinti ni tocarlo siquiera. Y se puso acoser, a trabajar en aquel capote, durante toda la noche de San Silvestre.

    El salutista, sentado al otro lado de la mesa, alz los brazos en xtasis y exclam juntando lasmanos:

    Aleluya! Sea Dios alabado y bendecido por habernos dado a sor Edit!Amn! Amn! dijo sor Mara, y su rostro se ilumin. Gracias le sean dadas a Dios, en efecto,

    y alabado sea, por habernos dado a sor Edit! Esto es lo que debemos repetir, tanto en la adversidad comoen la ventura, en la pena como en la alegra: Dios sea loado por habernos dado en sor Edit alguien capazde resistir toda una noche inclinada sobre aquellos andrajos asqueantes, tan feliz como si tuviese entrelas manos un manto regio!

    El hombre que fue en vida David Holm experiment una sensacin extraa de paz y de reposo,figurndose ver a la joven, sola, de noche, trabajando para remendar el capote del miserable vagabundo.Despus de todas sus emociones y de su clera, esta idea obr en l como un blsamo. Si no fuese porqueJorge estaba en pie all, sombro, inmvil, espiando todos sus movimientos, le hubiera gustado detener supensamiento en la contemplacin de esta imagen.

    Dios sea an alabado continu sor Mara por no haber sentido jams sor Edit haber veladoaquella noche para recoser botones y remendar agujeros hasta las cuatro de la maana, sin cuidarse delhedor y del contagio que estaba respirando. S; Dios sea alabado por no haber sentido nunca pesar sorEdit, por haber permanecido en aquella enorme habitacin, mal calefaccionada, en la que el spero frode la noche invernal penetraba y la invada.

    Amn! Amn! contest el joven a su vez.Cuando sor Edit termin, estaba transida. Yo la vea volverse y revolverse en la cama sin poder

    reaccionar. Apenas haba conciliado el sueo, era ya hora de levantarse; pero logr persuadirla de quecontinuase acostada y me dejase ocuparme de nuestro husped, si se hubiese despertado ya.

    Siempre ha sido usted una buena amiga dijo el salutista.Ya saba yo que esto era un sacrificio para ella prosigui sor Mara, sonriendo; lo hizo por

    m; pero no pudo permanecer tranquila mucho tiempo, pues el hombre, al tomar su caf, me pregunt sihaba sido yo quien le haba recosido su abrigo. Ante mi respuesta negativa, me rog que fuese a buscar ala hermana que haba trabajado para l. Estaba tranquilo; su embriaguez se haba disipado y hablaba entrminos ms escogidos de los que por lo general emplean gentes de su especie. Como yo saba que leproducira un placer a sor Edit recibir el agradecimiento del hombre y hablar con l, fui a buscarla.Cuando se present, no tena por cierto el aspecto de una persona que ha velado toda la noche. Florecandos rosas en sus mejillas y estaba tan hermosa en su alegre espera, que el hombre, al verla, pareciquedarse, al instante, pasmado de estupor. El la esperaba cerca de la puerta, siniestro el rostro; pero su

  • expresin se dulcific. No me sorprendi esto. Quin habra podido desearle algn mal?Aleluya! Aleluya! asinti el salutista.Pero su frente se ensombreci de nuevo; y cuando ella se aproxim a l, abri su capote con un

    movimiento brusco que hizo saltar los botones recosidos. Despus hundi violentamente sus manos en losbolsillos remendados que se desgarraron; y, por fin, se puso a arrancar la vuelta, que pronto pendi enjirones, peor an que antes.

    "Vea, seorita dijo: Yo tengo costumbre de vestirme de este modo. Me parece que es mscmodo y ms prctico. Siento mucho que se haya molestado tanto y tan intilmente; pero no lo puedoevitar.

    David Holm ve un rostro centelleante que poco a poco se apaga, y durante un momento reconoce queaquella granujada haba sido cruel e ingrata; pero la presencia de Jorge refrena este buen impulso.

    "Bueno es se dice que sepa Jorge qu clase de hombre soy yo, si ya no lo sabe. David Holmeno se entrega al primer golpe. Es duro y malo, y goza haciendo rabiar a las gentes sensibles.

    Hasta entonces no haba yo mirado al hombre prosigue sor Mara. Pero como se divertadestruyendo cuanto sor Edit haba trabajado con tan tierna solicitud, fij mi vista en l. Vi que era unhombre alto, bien formado, que haca admirar en l la obra del Creador. Mostraba tambin bellosmodales y hablaba con facilidad. Su rostro, entonces rojizo y sucio, deba haber sido hermoso.

    "A pesar de su risa perversa y de la maligna mirada que nos dirigan sus ojos castaos a travs desus prpados enrojecidos, yo creo que sor Edit pensaba habrselas con alguien que, nacido para lagrandeza, estaba a punto de perderse. Vi bien que al principio retrocedi como si la hubiesen abofeteado;pero una lucecita se encendi en el fondo de sus ojos, y dio un paso hacia el hombre. Le dirigisolamente unas palabras. Antes de que se fuese, quera, deseaba rogarle que volviese a aquella mismacasa la siguiente noche de San Silvestre.

    Y como l la mirase sorprendido, aadi:"He suplicado a Dios esta noche que conceda un buen ao al primer husped de nuestro asilo; y

    quisiera volver a verlo para saber si he sido escuchada."Comprendiendo, por fin, lo que se le deca, el hombre profiri un juramento:"Se lo prometo dijo. Volver a demostrarles que Dios no se para a escuchar las gazmoeras

    de ustedes.David Holm, que repentinamente se acuerda de esta olvidada promesa, aunque cumplida, a pesar

    suyo, siente en la mano como un rozamiento con alguien ms fuerte que l."La resistencia frente a frente con el carretero, ser una palabra vana?", se pregunta, pero de

    inmediato reprime esta idea. El no quiere someterse y no se someter. Luchar hasta el Da del Juicio sies menester.

    El salutista, durante el relato de sor Mara, va agitndose ms y ms. No puede ya permanecertranquilo y, levantndose, exclama:

    No me ha dicho el nombre de aquel hombre, sor Mara; pero comprendo que era David Holm.La hermanita asinti inclinando la cabeza.Dios mo! Dios mo! murmur extendiendo las manos como para repeler algo. Cmo

    puede querer que lo traiga aqu? Ha podido observar en l la menor mejora? Desea, pues, que vea sorEdit que ha rogado a Dios en vano? A qu ocasionarle una pena tan grande?

    La salutista le mira con una impaciencia rayana en la clera.An no he terminado dice.Pero el joven la interrumpe:Es preciso precavernos contra las redes que el deseo de venganza, aun inadvertido, puede

    tender en torno a nosotros. En m est el hombre natural cargado de pecados que quisiera traer esta nocheaqu a David Holm, para confundirlo mostrndole la que muere por su culpa.

  • "Yo creo, sor Mara, que trata de impresionar a David Holm. Le dir que fueron sus remendadasropas, rasgadas por l en su ingratitud, las que contagiaron su enfermedad a sor Edit. Varias veces le heodo repetir que la pobrecita no volvi a disfrutar de buena salud ni un solo da desde el San Silvestrepasado. Pero hay que tener cuidado, sor Mara. Nosotros, que al lado de sor Edit hemos triunfado y quela tenemos an ante nuestros ojos, debemos negarnos a obedecer la dureza de nuestros corazones.

    Sor Mara se inclina hacia adelante y habla sin levantar la cabeza, corno si se dirigiese a los dibujosde la mesa.

    La venganza? dice. Es venganza hacer comprender a alguien que ha posedo el ms ricotesoro y que lo ha perdido? Si yo introduzco en el fuego el hierro oxidado para volverlo brillante ypulido de nuevo, es esto venganza?

    Lo dudo, sor Mara! exclama el joven. Ha esperado convertir a David Holm, echando sobresus hombros el fardo de los remordimientos. Pero est bien segura, sor Mara, de que, a pesar de todo, nosea esto nuestro propio deseo de venganza, alimentado por nosotros? En esto hay una red sutil, sor Mara.Se engaa uno fcilmente.

    La hermanita, plida, mira al salutista con ojos en los que brillan el entusiasmo y la abnegacin."Esta noche dice claramente su mirada no busco mi inters personal."Existen, en efecto contesta, marcando mucho las palabras, redes de todas clases.El joven enrojece intensamente. Trata de responder; pero no puede articular una sola silaba. De

    repente se arroja sobre la mesa, ocultando el rostro entre las manos, y estalla en sollozos.Sor Mara le deja llorar, sin decir nada, pero sus labios murmuran una oracin:Seor Dios, nuestro dulce Jess: ayudadme a pasar esta noche terrible! Dadme la fuerza

    necesaria para sostener y consolar a todos mis amigos! A m, que soy la ms dbil y la menos experta!El cautivo, junto a la puerta, no piensa ya en la acusacin de haber contagiado a la pobrecita sor

    Edit; pero cuando el salutista se echa a llorar, tiembla violentamente. Ha hecho un descubrimiento que leimpresiona, y apenas puede ocultar su emocin al carretero. Le agrada que aquella a quien este guapomozo ha amado, le haya preferido a l: a David Holm.

    Cuando los sollozos del joven comienzan, por fin, a apaciguarse, sor Mara le dice con voz tierna ycompasiva:

    Ya comprendo que est usted pensando en lo que acabo de decirle de sor Edit y de David Holm.Un "s" ahogado se escapa del hundido pecho del salutista y un estremecimiento de dolor recorre

    toda su persona.Esta idea le produce un gran sufrimiento, ya lo comprendo dice la hermanita. Conozco a otro

    a quien ama tambin sor Edit de todo corazn; y cuando se percat de ello, no pudo creerlo en uncomienzo. Crea yo que si ella amase a alguien sera ste un hombre que la superara. Nosotros podemosdar nuestra vida por los pobres y por los desventurados; pero nuestro amor lo reservamos para otros.Cuando yo le digo ahora que sor Edit no es como nosotros, usted ve en ella algo que la empequeece, yesto le produce dolor.

    El joven no se mueve. Contina an con el rostro inclinado sobre la mesa. El invisible cautivo queest cerca de la puerta ha intentado un movimiento como para aproximarse, con objeto de escuchar mejor;pero el carretero le ordena speramente que permanezca quieto.

    Aleluya! exclama la joven salutista con exaltacin. Quines somos nosotros parajuzgarla? Cuando un corazn est henchido de orgullo, bien sabe, Gustavsson, que entrega su amor a losgrandes y a los poderosos de este mundo; pero cuando no encierra ms que humildad y caridad, a quindar su ardiente amor sino a aquel que es ms digno de lstima, al ms decado, al ms endurecido, alms extraviado?

    El joven levanta la cabeza y mira a la hermana con cierta insistencia.Hay otra cosa an, sor Mara dice lentamente.

  • S, Gustavsson, ya comprendo lo que quiere decir; pero es menester recordar que al principio sorEdit ignoraba que David Holm estuviese casado. Por otra parte aadi despus de algunos instantesde vacilacin, yo creo, a lo menos me resisto a figurarme las cosas de otro modo, yo creo, que todo suamor tenda a convertirlo. El da en que ella le hubiese odo confesar sus pecados pblicamente se habrasentido feliz.

    El joven ha tomado la mano de la hermana y sus, ojos absorben sus palabras. Un suspiro de alivio seescapa de su pecho.

    Es que no era verdadero amor replica.Sor Mara levanta ligeramente los hombros y suspira:Respecto a eso, yo no he recibido jams confidencias de sor Edit. Acaso est yo equivocada.Si sor Edit no le ha dicho nada respecto a este particular, yo creo, en efecto, que est en un error

    dice el joven gravemente.El ser espectral que est junto a la puerta, se ensombrece. No es de su agrado el rumbo que toma la

    conversacin.No digo yo que sor Edit haya sentido otra cosa que piedad por David Holm, la primera vez que lo

    vio responde la salutista. Y, ciertamente, no tuvo luego ms razones para amarlo, pues loencontraba con frecuencia en su camino y l siempre le mostraba inquina. Varias mujeres de obrerosvenan a quejarse a nosotras de que sus maridos abandonaban el trabajo arrastrados por David Holm. Lasviolencias y los vicios aumentaban. Por doquiera que fusemos, en nuestro trato con los menesterosos,nos dbamos cuenta de ello; y por todas partes podamos apreciar la influencia y las malas artes deDavid Holm. Y dado el carcter de sor Edit, ya comprender que eso no haca ms que acrecentar sucelo ardiente de ganarlo para Dios. Era una especie de alimaa que ella persegua con buenas armas,confiando en la victoria final, porque ella se senta la ms fuerte de las dos.

    Aleluya! exclama el joven salutista S; es fuerte! Se acuerda, sor Mara, de una tarde enque vinieron, ella y usted, a un bodegn a distribuir anuncios de su nuevo asilo? Sor Edit divis a DavidHolm sentado ante una mesa, con un joven que escuchaba sus historias y que se una a l para rerse ymofarse de las salutistas. Pero sor Edit, se haba fijado en el joven y su corazn se sinti conmovido porla piedad. Lo mir dulcemente, se acerc a l y le suplic que no se dejase arrastrar a su perdicin. Elmozo no respondi nada, pero no pudo obligar a su boca a sonrer. Continu en; su sitio y hasta llen denuevo su vaso, pero no pudo decidirse a acercarlo a sus labios. David Holm y los dems bebedores seburlaban de l, dicindole que la salutista le haba metido miedo. No era miedo, sor Mara; era piedad, latierna piedad de su mirada la que lo haba dominado y lo haba vencido hasta tal punto, que un momentodespus abandon la tabernucha para seguirla. Usted sabe que es verdad esto que le digo, y sabe tambinquin era aquel joven, sor Mara.

    Amn! Amn! Verdad que s quin es, y s tambin que desde aquel da l ha sido nuestro mejoramigo y ayudante responde la hermanita con un amistoso movimiento de cabeza. Yo no niego que sorEdit haya triunfado una vez, por casualidad, sobre David Holm; pero la mayor parte de las veces, fue ellala vencida. Aquella noche de fin de ao, sor Edit tom un gran enfriamiento y luchaba con una tospertinaz que no ha cesado desde entonces. Se notaba en ella esa especie de desfallecimiento que da laenfermedad, y acaso por eso no luchaba ya con las mismas probabilidades de victoria.

    Sor Mara objeta el joven, no hay nada en cuanto me dice que indique que ella lo amase.Tiene razn. Al principio, nada haca sospecharlo. Ya le dir lo que me hizo creerlo. Conocamos

    a una pobre costurera tsica, que adoptaba todas las precauciones imaginables para no contagiar a suhijito. Ella nos cont que un da, en la calle, en ocasin de haberla asaltado un violento acceso de tos, seacerc a ella un vagabundo: "Yo tengo la tisis, tambin le dijo, y el doctor me ruega la mayorprudencia. Me burlo yo de ello. Yo toso en las mismas narices de la gente, y escupo en todas partes; yespero que esto dar resultado. Por qu han de ser ellos ms felices que nosotros? Quisiera yo saberlo".

  • "Se alej; pero la pobre mujer qued tan impresionada que estuvo enferma todo el da. Nosdescribi al tal vagabundo como un hombre de alta estatura, arrogante, a pesar de sus andrajos. Norecordaba sus facciones, pero durante varias horas no pudo olvidar sus ojos, que parecan dos surcosamarillentos y malignos, cubiertos por sus prpados hinchados y rojos. Lo que ms la haba asustado deaquel hombre era que no pareca borracho ni completamente abatido, sino que demostraba abrigar unodio feroz hacia sus semejantes.

    "Ni sor Edit ni yo, dudamos mucho en reconocer a David Holm en aquel hombre; pero quedadmirada al ver que sor Edit lo defenda. Trataba de persuadir a aquella pobre mujer de que solamente sehaba divertido, asustndola.

    "Ya comprendern ustedes que un hombre que tiene tal aspecto, de fortaleza como el suyo, nopuede ser tuberculoso deca. Yo lo creo bastante malo como para querer infundirles miedo; pero noira l a extender el contagio adrede si estuviese enfermo... No es precisamente un monstruo.

    "No lo creamos nosotras as; estbamos persuadidas de que no finga ser ms malo de lo que era.Pero lo defendi con un ardor tal, que ella misma termin por criticarse.

    En este momento el carretero da evidencias por segunda vez de que presta atencin a cuanto se dice,pues se inclina sobre su prisionero y mira al fondo de sus ojos:

    Yo creo que la salutista tiene razn, David. Quien se neg a creer tanta cosa mala en ti, ha debidoamarte mucho.

    Acaso esto contina sor Mara no signifique nada, Gustavsson; y lo que he observado dosdas despus puede que signifique menos an. Era una tarde: Sor Edit y, yo regresbamos al asilo. Ellaestaba cansada, descorazonada, por una serie de tribulaciones que haban abrumado a algunos de susprotegidos. En aquel momento, David Holm la asalt: quera solamente anunciarle, dijo, que en adelantepoda quedar tranquila, toda vez que l iba a ausentarse de la ciudad. Yo pens que, en efecto, sor Edit semostrara contenta, pero comprend por su voz que estaba entristecida.

    "Muy bruscamente le dijo que habra preferido que no se marchase, para haber tenido ocasindurante algn tiempo an, de poder luchar con l. David, con su burln acento de siempre, le respondique lo senta mucho, pero que se vea obligado a partir para buscar a travs de Suecia una persona aquien le era absolutamente preciso hallar. Y ya ve, Gustavsson, sor Edit pregunt con tan visibleinquietud quin era aquella persona, que yo estuve a punto de deslizar en su odo una advertencia. lcontest que si llegaba a dar con la persona en cuestin, bien pronto oira hablar de ella. Entonces tendraocasin de alegrarse con l, pues no tendra ya necesidad de recorrer el pas como un andarn o como unvagabundo. Tras estas palabras nos dej, y ciertamente cumpli lo dicho: durante mucho tiempo novolvimos a verlo. Deseaba yo que jams volviramos a or hablar de l, pues pareca llevar consigo ladesgracia por dondequiera que estuviese Pero un da se present a sor Edit una mujer y le pidi noticiasde David Holm. Declar que era su esposa, pero que no haba podido continuar viviendo con l a causade su embriaguez y de su mala vida. Ella lo haba abandonado y se haba puesto a salvo con sus hijos;haba venido a vivir a nuestra ciudad por parecerle suficientemente retirada como para que jams ltuviese la idea de perseguirla aqu. Haba buscado trabajo en una fbrica y ganaba lo suficiente comopara vivir en forma holgada ella y sus hijos. Era una mujer pulcramente vestida, inspiraba confianza. Muypronto lleg a ser maestra en la fbrica y logr amueblar un lindo piso. Antes, cuando viva con sumarido, ella y sus nios se moran de hambre. Haba odo decir que su esposo haba sido visto en laciudad, que viva en ella, y que las salutistas lo conocan. Por eso vena a informarse.

    Si entonces hubiese estado presente, Gustavsson; si hubiese visto y odo hablar a sor Edit, no lohabra olvidado jams. Cuando la mujer declar su estado, sor Edit palideci cual si llegase a punto demorir; pero se rehzo prontamente y sus ojos adquirieron una celestial expresin. Se vio que habalogrado vencerse a s misma, y que no deseaba nada ms en la vida. Y habl a aquella mujer con unadulzura tal, que la emocin lleg hasta el llanto. No le dirigi reproche alguno, pero trat de inspirarle

  • algn remordimiento por haber abandonado a su marido. Creo yo que aquella pobre mujer termin porjuzgarse con dureza.

    Y sor Edit, Gustavsson, supo despertar el antiguo amor; el amor que ella haba sentido por sumarido al casarse con l. Invit a la mujer a hablar de los primeros tiempos de su matrimonio y a deseara su marido. No le ocult el miserable estado en que se encontraba, pero supo comunicarle el mismoanhelo ardiente, que ella misma senta de elevar a David Holm.

    El carretero por tercera vez se inclina hacia su prisionero; pero ahora se yergue de nuevo sindirigirle la palabra. Tantas son las tinieblas que se han condensado sobre el corpachn tendido en tierra,que el carretero se apoya en el muro y se baja el capuchn hasta los ojos para no verlo.

    Existan, sin duda en el corazn de aquella mujer, grmenes de remordimiento agreg sorMara, que se revelaron durante las conversaciones sostenida con sor Edit. En la primera entrevista seconvino, sin embargo, no decir al marido dnde estaba su esposa. Fue mucho ms tarde, despus de otrasentrevistas, cuando se cambi de resolucin. Sor Edit no se lo aconsej directamente, mas yo s quedeseaba que la mujer llamase a su marido; pero me veo obligada a confesar que aquella aproximacin,que habra de perder a la seora Holm, fue obra suya. Mucho he reflexionado y muy segura estoy de quesi sor Edit, no hubiese amado a David Holm, no se habra atrevido a asumir una responsabilidadsemejante.

    Sor Mara pronuncia estas ltimas palabras con tal resolucin, que los dos seres que tan turbados sehallaron cuando, se comenz a tratar del amor de la hermanita, no se mueven. El salutista permaneceinmvil con la mano sobre los ojos, y el hombre tendido junto ala puerta, recobra su primera expresinde odio sombro con que apareci al ser arrastrado all a viva fuerza.

    Nadie saba adnde haba ido David Holm contina sor Mara, pero sor Edit le envi porotros caminantes el mensaje de que poda darle noticias de sus hijos y de su mujer. Y volvi. Sor Edit loreuni con su esposa, no sin antes haberlo vestido convenientemente y haberle buscado trabajo en casa deun contratista de obras. No le pidi promesa alguna de enmienda, ni le exigi compromiso de ningunaespecie. Saba muy bien, que no se ata con promesas a un hombre como l, pero esperaba replantar en labuena tierra el trigo cado entre zarzas, y crea seguro el triunfo. Y acaso hubiera llevado sor Edit a buentrmino su obra si hubiese podido seguir ocupndose de ella. Pero la fatalidad ha querido que cayeseenferma. Al principio fue una congestin pulmonar; despus, curada ya la congestin, en lugar de entraren convalecencia, comenz a perder sangre, y fue necesario llevarla al sanatorio.

    "No es menester que le diga cmo se ha portado David Holm con su mujer. La sola persona quelo ignora, o, por lo menos, a quien hemos tratado de mantener en la ignorancia respecto a esto, es sorEdit, pues hemos tenido compasin de ella. Hemos confiado en que muera sin or hablar de ello: pero nos lo que ocurri. Me temo que lo sepa todo.

    Cmo podr haberlo averiguado?El lazo que la une a David Holm es tan fuerte, que yo creo que ella llega a conocer todo cuanto le

    concierne por medios sutiles que no son los ordinarios. Porque lo sabe todo es por lo que insiste tanto enverlo. Yo, a lo menos, estoy convencida de ello. El ha arrastrado a su mujer y a sus hijos a una miseriaextrema, y sor Edit comprende que slo dispone de unos instantes para reparar el mal que les ha causado.Y es tal nuestra pereza, que no somos capaces de traerlo aqu!

    Pero, sor Mara, a qu traerlo aqu? Ni hablarle podr siquiera. Est tan dbil...!Yo le hablar en su nombre responde la joven salutista, llena de confianza. Y l escuchar

    la palabra que yo le dirija en el lecho de muerte de sor Edit.Y qu le dir usted, sor Mara? Le dir que ella lo ha amado?Sor Mara se levanta, junta las manos sobre el pecho, alza el rostro al cielo y cierra los ojos:Seor, Dios nuestro! implora Haced que David Holm venga antes de que muera sor Edit!

    Seor, hacedle ver y sentir su amor y haced que el fuego de este amor funda su alma! No habis, Seor,

  • inspirado este amor para conquistar su corazn? Seor, dadme valor para no pensar en cuidarme de ella,pero s para atreverme a sumergir el alma de este hombre en la llama de su amor! Permitid, Seor, quel lo sienta como un aire suave y tibio, como el roce de un ala, como la luz rosada que al amanecermuestra la aurora para desgarrar las tinieblas de la noche! No permitis, Seor, q