El Carrusel de Las Almas Perdidas

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“El carrusel de las almas perdidas” Fco. Sánchez ¿Quién no se ha sentido perdido alguna vez? Somos como náufragos a la deriva en un mundo hostil que resulta demasiado grande y misterioso para nuestra limitada comprensión y que amenaza el bote salvavidas de nuestros sentimientos...

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Una joven con un raro tipo de amnesia es ingresada en un centro psiquiátrico. Allí conocerá a otros personajes con problemas psicológicos a los que ayudará gracias a su "don", pero estos también le ayudarán a conocerse a sí misma.

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“El carrusel de las almas perdidas”

Fco. Sánchez

¿Quién no se ha sentido perdido alguna vez? Somos como náufragos a la deriva en un mundo hostil que resulta demasiado grande y misterioso para nuestra limitada comprensión y que amenaza el bote salvavidas de nuestros sentimientos...

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En esta vida nada resulta blanco o negro. Hay cosas que parecen estar destinadas de antemano y sin embargo otras no pueden ser otra cosa que el fruto de la más absoluta casualidad. Tal vez el destino, después de todo, exista; un destino lleno de matices e imprevistos. O tal vez no, puede que todo esté absolutamente en nuestras manos y de las circunstancias que nos rodean, aunque bajo la supervisión sutil de una fuerza incierta que nos empuja amablemente en una u otra dirección, una fuerza tan extraña y poderosa como la gravedad, por ejemplo. Yo aún no lo he decidido. Si fuera cierto que todo está señalado por una especie de voluntad cósmica que marca el principio y el fin de las cosas, que propone de antemano nuestros triunfos y nuestras derrotas, que guía de forma inexorable nuestros pasos, ¿Qué clase de autoritaria fuerza es esa y quién la sustenta? ¿En base a qué? Y sobre todo, ¿Por qué decidió que este fuera mi camino? Resulta demasiado cruel por su parte, cruel para mí y cruel para los millones de personas que sufren de una manera u otra. Cruel por los que no tienen la oportunidad de mirar al futuro con esperanza, por los que sufren un día a día atroz y doloroso o uno lento y agónico, por los que piensan que en esta vida están pagando pecados anteriores. Pero, si no fuera así, si fuera todo lo contrario, ¿Qué fuerza aleatoria hace que un gran número de pequeños accidentes marquen tu rumbo, tus pasos? También se me ocurre preguntar qué desgraciada circunstancia fortuita decidió mi vida. Tal vez las desgracias fluyan en el aire como los ácaros y simplemente te toca. Resultaría casi cómico, excepto que cuando sientes que el mundo se te viene encima y que estás sola y perdida no tienes ganas de reir en absoluto. Al menos me gustaría saber por qué. Probablemente no serviría de nada, pero al menos puede que le diera un poco de sentido a las cosas. Laura, ese es mi nombre. Al menos eso no lo he olvidado. Padezco un extraño e insolito tipo de amnesia que los médicos han dado en llamar “Amnesia Restrictiva”. Por decirlo de alguna forma, un tipo de amnesia diferente a la que suele sufrir la mayoría de los amnésicos. Lo mío fue algo repentino y extraño, nada que ver con accidentes ni traumas ni nada parecido. Para empezar por el principio decir que nací de forma prematura. El parto se complicó y la matrona tuvo que trabajar mucho para hacerme salir. Mi madre murió. Eso lo sé por que mi padre me lo ha contado en más de una ocasión y además lo tengo apuntado. Además, no creo que olvide un suceso como ese tan fácilmente, por que lo mío se trata de perder las cosas de forma gradual e insospechada. Mi mente es una grabadora en mal estado que retiene un limitado y a veces aleatorio número de cosas; solo cosas intensas, reiteradas, o que pertenecen a la memoria mecánica como el hablar o el leer. Lo demás va desapareciendo poco a poco. Generalmente recuerdo sensaciones, como si mi cerebro fuera un procesador de emociones que retiene los sentimientos que provocan las acciones de los demás sobre mí pero no esas acciones. Así que puedo recordar, por ejemplo, que alguien me ha hecho daño o me ha hecho feliz pero no el cómo o el por qué. Y es algo que me resulta muy frustrante. A veces he sentido un sabor amargo en el alma, y no he sabido a qué se debía, y entonces una frustración fría y envolvente me ha hecho estremecerme y maldecir mi nacimiento, por que eso supuso acabar con la vida de mi madre e hizo de mí un ser marcado y maldito. A veces resulta muy duro, y siento que me faltan las fuerzas para continuar, por que no logro acostumbrarme a ello. El terror es un compañero ciertamente ingrato. Supongo que esto me ha hecho sufrir

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mucho en el transcurso de mi vida. Esa sensación merodea mi corazón pero no recuerdo cosas específicas, solo me queda lo que escribo en mis diarios. Resulta cuanto menos contraproducente y frustrante, pero supongo también que no tengo otro remedio que acostumbrarme a ello, por que nunca me ha gustado demasiado la sensiblería barata ni el sentimentalismo trágico, pero es como tener una herida perpetua que nunca cicatriza. No sé si es una ventaja o una maldición. Tal vez ambas cosas a la vez. Un día me levanté y todo estaba lleno de lagunas. Me sentí perdida en un lugar desconocido y oscuro, un mundo de gigantes donde yo solo era algo diminuto y frágil. Esa fue la primera vez que tuve la necesidad de conservar fragmentos de mi existencia para no perderlos para siempre. Fue la primera vez que sentí la verdadera necesidad de crear un vínculo entre mi pasado y yo, un puente entre mis sentimientos y mis experiencias. Después de coger un cuaderno y un bolígrafo y escribir lo que sentía y pensaba sobre mí intenté quitarme la vida. Esa fue también mi primera vez. Sentí tal vértigo ante la lejana perspectiva de lo que era y podía ser mi vida que no tuve deseos de continuar con esa incesante y despiadada lucha. El olvido duele en el alma. Te tambalea, te hace temblar, y solo deseas dejar de sentirlo. La única manera que se te ocurre es haciendo una tontería absurda como esa, pero supongo que no soy inmune al desaliento, como cualquiera persona normal y corriente, y que tan solo necesitaba algo a lo que aferrarme, algo que no encontré. El puñado de pastillas no consiguió acabar conmigo. Milagros de la medicina, o tal vez ese destino del cual dudo. Después decidí seguir escribiendo, y cuando siento que lo estoy olvidando me lo repito para que eso siempre se mantenga fresco en mi mente. Ahora siento que esos cuadernos llenos de letras son el único vínculo entre mi pasado y yo, o tal vez el único parapeto que me refugia de la locura. Es como luchar por tratar de huir de un lugar terrible, para no quedarme estancada en un universo gris y vacío. Los recuerdos son cosas insignificantes que modelan y decoran el alma, nos dice quiénes somos y nos hace sentir satisfechos, o tal vez tristes, pero completos al fin de al cabo, plenos. Desde entonces no he tratado de hacerlo de nuevo, me refiero a quitarme la vida, aunque tengo que reconocer que la idea ha rondado mi cabeza en más de una ocasión, como un depredador que permanece agazapado esperando el momento oportuno para saltar sobre mí y despedazarme, pero desde ese día he obtenido la suficiente fuerza y entereza para enfrentarlo. A cambio de eso tengo que reconocer que me volví impredecible, inestable, tal vez incluso estúpida, en ocasiones. Eso fue lo que terminó de convencer a mi padre para que me metiera en este centro de salud mental, en esta especie de manicomio de lujo o algo así. Mi padre conoció a otra mujer. Eso me hizo sentir que se estaba alejando definitivamente de mí. En realidad nunca hemos tenido una buena relación. Siempre hemos sido como dos guerreros con la necesidad de medir fuerzas a toda costa. Cientos de detalles han deteriorado nuestra relación. ¿Cómo pueden quererse dos personas tan antagonistas? ¿Cómo evitar que se hagan daño? Mi abuela intentó evitarlo hablándome sobre mi madre, sobre cuanto me quería, incluso antes de nacer. Me habló mucho de ella. Supongo que antes también lo había hecho, pero nunca lo recordaba, hasta que comencé a escribirlo y a leerlo una y otra vez. Me contaba cosas sobre ella, me dio fotos antiguas, creó un hermoso vínculo entre ambas, aún sin conocernos. Mi padre también me ha hablado de ella. Por ejemplo, dice que soy tan terca como ella. Pero lo cierto es que nunca ha pasado demasiado tiempo conmigo, por eso siempre he tenido una sensación de vacío con respecto a eso, y con el tiempo me di cuenta del motivo. Los negocios lo absorbían demasiado. Tal vez fuera una especie de mecanismo para escapar de esa tremenda soledad que siempre ha sentido, aunque nunca me lo ha confesado. Tengo una percepción sobre él como alguien distante y encerrado en sí mismo. Es vicepresidente de una empresa muy importante y supongo que eso siempre le ha consumido mucho tiempo. Sobre todo le ha impedido conocerse por dentro y tratar de curar sus heridas. Tiene demasiadas cosas de las cuales ocuparse y supongo que no soy una de ellas. Cuando conoció a Julia las cosas empeoraron, unos años atrás. Creo que no nos llevábamos nada bien. Tengo muchas

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anécdotas escritas sobre eso. Tal vez la culpa fue mía. Julia era una viuda con un niño unos cinco años menor que yo. Tal vez supuse que venían a usurpar un lugar que no les correspondía, por eso no hubo conexión desde el principio. Tuvimos momentos de tensión, discusiones, palabras cargadas de veneno, por ambos lados. Como una guerra encubierta, con ella y con su pequeño. Es gracioso, hasta contraproducente, por que no había nada que usurpar, yo siempre me he sentido más un estorbo que otra cosa para mi padre, esa sensación sí la recuerdo, pero tal vez, en el fondo, solo tuviera miedo de ser relegada por una extraña a una condición de abandono y olvido, y que esta me apartara a un rincón de penumbras de mi propio hogar, y eso siempre me ha asustado. Nunca he sido demasiado sociable, pero siempre he temido esta soledad que me acompaña como una sombra, como una maldición extraña y agotadora. Ella no entró en mi vida de forma gradual, suave, sino que lo hizo como un torbellino, con una fuerza y una energía exasperante. Puso mi mundo patas arriba. Trató de imponer normas, de fijar reglas, cosas a las cuales nunca he soportado de parte de mi padre. Siempre he sabido tratarle, minarle en lo más profundo sin que apenas se diera cuenta de ello. Siempre he sabido vencerle en cualquier terreno, sacar lo mejor y lo peor de él, y ella, era diferente, era opaca e inaccesible para mí. Eso supuso un reto demasiado complicado para asumir, y eso provocó el miedo que ocasiona la agresividad, la aspereza. Está todo escrito en mis diarios. Recuerdo el invernadero. No sé por qué, pero es una de las pocas cosas que recuerdo. Allí solía refugiarme cuando todo iba mal, cuando me sentía atacada por un mundo hostil e inhumano. En aquel lugar existía una quietud mágica, envolvente. Tras los hermosos pétalos de las flores y su agradable aroma, tras el hermoso arco iris de las orquídeas sentía una presencia que flotaba de acá para allá en un baile eterno y divino, que me observaba, que me acompañaba, que me sonreía. Aquel era un lugar sagrado para mi madre, y, después de tantos años, mi abuela ha seguido cuidándolo con esmero, tal vez por que también siente la presencia de ella, o por que cree, como a veces he creido yo, que su alma habita en cada una de las flores que nacen y crecen allí adentro, en esa burbuja de universo solitario y armonioso. Allí mi abuela me ha contado multitud de veces las mismas historias sobre ella y me ha enseñado fotos de ella y de mi madre, siempre como si fuera la primera vez, y descubriendo en mi madre una sonrisa angelical, y una fuerza que traspasaba la fotografía y me inundaba. Pero la bruja, Julia, convenció a mi padre para que convirtiera aquel lugar en una maldita piscina. Él ni siquiera respetó su recuerdo, su voluntad. La abandonó de la forma más dolorosa y cruel, la fue olvidando poco a poco. Esa es la muerte más penosa que puede tener cualquier ser humano, el ser olvidado tan gradualmente que los demás ni siquiera lo sepan hasta que llegue un momento en que tu nombre no sea más que unas letras engarzadas que carecen de sentido. Así me siento yo. Cuando Julia quedó embarazada le convenció de que era necesario que me internara en algún lugar para evitar mis tendencias “autodestructivas”. Mi padre estaba demasiado ensimismado en sus negocios como para siquiera discutirlo, así que aceptó, y aquí sigo, en este manicomio, en este maldito hotel de lujo, perdida en sus rincones, inmersa en un gran laberinto imposible de descifrar. Parece, visto desde el exterior, un lugar bonito, casi agradable, pero es una trampa. Cuando te encierras en tu habitación te sientes alejada del mundo, en un lugar desierto y apartado donde el tiempo no transcurre y en donde tus heridas se exponen a gente que no te conoce ni sabe nada de ti, solo tienen un título académico que les otorga una especie de infalibilidad y sapiencia infinita, y jugando a ser dioses o algo así, tratan de indagar en el fondo de tu alma y tu mente en busca de aquella supuesta herida que daña lo más profundo de tus tus entrañas. Lo curioso es que mi padre cree de verdad que ellos pueden ayudarme. Tal vez sea la forma de apartarme de su vida y acallar su conciencia, de silenciar esa vocecita recóndita y tenue que repite: “solo quieres quitarte a Laura de encima, es un estorbo para ti.” No me importa, en serio, no me importa...

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Es sábado por la noche. Exactamente dieciocho de abril. El día amaneció denso de nubes grises como presagiando una posible tormenta, pero a medida que el crepúsculo ha ido alzando su cortina el sol ha vencido a las tinieblas y se ha quedado una mañana espléndida, cálida, amable. Me he levantado de buen humor. Supongo que no como el resto de los días. He abierto los ojos y apenas unos minutos más tarde he comenzado a aclarar mis pensamientos para notar las lagunas que han hecho de mí alguien incompleto y desamparado. Pero después he reparado en la nota: “eres Laura Pérez, sufres amnesia restrictiva, naciste en 1986, estás en el manicomio y si tienes valor para querer averiguar algo más sobre ti coge uno de tus estúpidos diarios y dale una ojeada”. Han sido tantos días leyendo esa nota que es lo primero que suelo recordar cuando me despierto e intento hacer un esfuerzo por recuperar el resto de mis recuerdos. Como un corredor de fondo que ha sufrido más deshidratación de la pertinente me siento yo cuando lo intento. Intento concentrarme esperando que esas cosas perdidas vuelvan a mí y entonces el vacío se hace más evidente, más insondable. Hago mayor esfuerzo, como si dependiera de ello, y termino frustrada y exhausta, y vuelvo a hacer un intento más, como si a ese corredor solo le quedaran doscientos metros para llegar a la meta, pero cuando no puedo más desisto, y me enfado, y tengo la sensación de que no he sido lo suficientemente fuerte y valiente para soportar esos últimos doscientos metros, y me castigo por ello, me digo que soy una estúpida y que tengo que aprender a ser más fuerte, y pienso que habrá otra nueva oportunidad que no desaprovecharé, aunque sé que la meta está mucho más lejos, en realidad. Sé que es absurdo, pero siempre pienso que por la mañana, después de descansar durante toda la noche, mi cerebro será capaz de trabajar a plenitud, cuando no esté contaminado por las inquietudes y los temores ocultos, ocupado con los sinsabores diarios, y será capaz de funcionar con normalidad y logrará recordarlo todo y ya no volveré a perder mi pasado. Pero eso nunca ocurre. Y me he puesto a leer al azar: Siento que nada vale la pena. Soy una especie de monstruo al que todo el mundo le tiene lástima pero al que la gente teme acercarse. Cuando paso al lado de ellos siento que cuchichean y dicen: “pobrecita” o “ahí va la loca”, ese tipo de cosas. Quisiera saber para qué los profesores particulares, para qué los médicos, para qué los psicólogos... para colmo me siento como extranjera en mi casa. Esos rincones que antes me eran como un refugio ahora los siento como lugares fríos y extraños. Julia y yo volvimos a discutir. Ella pretende ser tan refinada y educada que es como si me diera una patada en el estómago, por que no es más que un disfraz que guarda una persona retorcida y maligna. Me he enfadado con ella y con su estúpido hijo. Él me hace sentir como una malvada, cuando lo cierto es que la malvada es su madre. Después de que mi padre me castigara me ha mirado de forma perversa y cínica. Su mirada escondía resentimiento y desprecio. Pero yo he respondido a eso quemando su colección de cromos de coches deportivos. Así tendrá un verdadero motivo para odiarme. Todo es una mentira. Tal vez el no tener memoria no sea ninguna maldición. Quizás sea un regalo. Cuando comprenda eso es posible que pueda llegar a sentirme bien.

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No he continuado leyendo. ¿Para qué? Hay demasiada desazón en mi pasado. Eso lo recuerdo sin necesidad de leerlo. Todavía no alcanzo a comprenderlo, así que no puedo impedir que ese temor no desaparezca. Como una noche interminable. Es posible que tenga que convertirme en un vampiro para ser feliz. Bueno, me gustan las historias de monstruos y ese tipo de cosas, es como si sintiera que comparto algo con alguien y que yo pertenezco a otra dimensión, la dimensión de los malditos. Bueno, tal vez me esté poniendo demasiado trágica, pero así es, en cierta forma. Sé que solo soy una chica atormentada por un insólito problema al cual no se acostumbra, pero, ¿Acaso puede alguien acostumbrarse a una enfermedad, sea la que sea? Esta mañana vino mi padre a visitarme. Cruzó el salón con pasos firmes y se detuvo a escaso medio metro de mí. No sé por que, pero creo que la forma en que la gente camina dice mucho de cómo son. Hay gente que camina como de puntillas y de forma algo torpe y apresurada. Son personas que intentan esconderse tras la multitud, pasar desapercibidos, como fantasmas, como si les diera miedo que los demás pudieran indagar en sus almas. Se sienten peores que los demás, como si no fueran suficientemente buenos. Otros caminan a pasos cortos, forzadamente, como si una fuerza invisible les obligaran a dar el siguiente paso, demostrando así la poca iniciativa que existe en sus almas estancadas, la inactividad de sus espíritus, la pereza de sus mentes. Otros miran cada paso que dan, atentos a cada zancada, a cada avance, denotando así un miedo ilógico e irremisible a tropezar, a ser rechazados, a ser considerados como actores secundarios en la película de sus propias vidas. Aún otros caminan a grandes zancadas, como si tuvieran prisa por llegar, con fuerza, ajenos adonde pisan sus zapatos, intentando demostrar una confianza ciega y desmedida en sí mismos, adoptando una posición de superioridad encubierta en todas sus acciones, aunque, en el fondo, sienten una inequívoca frustración que no saben a qué responde y les hace ser ciegos ante los demás, ante sus sentimientos, y les hace ser presumidos e incluso arrogantes, pues eso refuerza de forma estúpida la autoestima que sienten por ellos mismos. Bueno, pues mi padre se detuvo a mi lado y me observó con expresión difusa, mientras yo permanecía sentada junto a una de las mesas redondas del salón de visitas y le respondía a su mirada con otra de incertidumbre e ignorancia. Se mantuvo a la expectativa, como indeciso. Haciendo un esfuerzo por reaccionar, se sentó junto a mí y, después de darme un beso, me dijo: “hola, cariño, ¿Cómo estás?” Y yo le contesté con incredulidad: “¿Quién es usted señor?” Se quedó perplejo, como si la sangre se le hubiese helado dentro de las venas. Su mirada quedó como petrificada y su boca medio abierta, en un ademán de inquietud. Entonces comencé a reirme y le dije que era broma y él se quedó muy fastidiado y se enfureció, pero se tragó la rabia, no siendo capaz de darle rienda suelta a esta, intentando reaccionar con serenidad y naturalidad, pero no había nada de eso en sus ojos, solo irritación e indignación y yo, para aliviar la tensión le pedí que me perdonara, que solo trataba de gastarle una broma, que no era mi intención molestarle. No hizo ningún comentario al respecto, masticó y digerió su malestar y alguno de los dos cruzó nuevamente un par de palabras, y a los diez minutos pareció como que nunca había pasado. En cuanto a eso tengo que reconocer que fue un poco cruel de mi parte, quizás mi sentido del humor sea demasiado cruel para él, pero supongo que no puedo evitar ser así. Tal vez no es la primera vez que le gasto alguna broma de ese tipo. Lo cierto es que no lo recuerdo, ni siquiera de haberlo anotado y releido, como suelo hacer. Pero, si soy sincera, no me hubiera importado que se hubiera enojado, que se hubiera puesto hecho una fiera o algo así, no sé, que hubiera tratado de imponer su autoridad paternal y me hubiera echado un sermón o algo, lo hubiera preferido a esa reacción fría y cordial, muy calculada y distante, esa eterna actitud de estar por encima de todo y ser autosuficiente. Al menos, en lo que recuerdo, he tenido esa percepción de él, o quizás sea que soy demasiado visceral. Después de que el ambiente se volviera de nuevo forzadamente distendido, hemos charlado de cosas vanales: “¿qué tal estás?”, “espero que el tratamiento vaya bien, estoy seguro de que te ayudará”, “ahora estamos tratando de expandir el negocio” “te echamos de menos”... Cuando hablamos noto que nos cuesta conectar. Es como si estuviéramos en planos

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diferentes. Todo resulta muy forzado. Nada parece surgir de forma espontánea, por sí solo. Papá propone temas que a mí no me suelen interesar y yo no suelo proponer demasiados temas, y a veces, sus ganas de agradarme o su intento por no abrir más el vacío que existe entre ambos hace que sus palabras fluyan como un sonido monótono e insustancial en mis oídos, sobre todo cuando me quedo mirándole sin saber qué decir y él se siente incómodo en ese silencio indeterminado y abstracto. Sé que soy culpable de ello, y siempre me digo que voy a tratar de remediarlo, pero nunca lo hago. Pasamos todo el día juntos. Julia y Pedro también se nos unieron, por supuesto. Entre Julia y yo existe cierta tirantez, eso resulta evidente. Al principio era un contrasentido. Mi padre siempre me hablaba de ella como si fuese la primera vez. Me costó cerca de un año recordar quién era. Supongo que resultaba frustrante para él tratar de explicarme de continuo las cosas. Su mirada de compasión y consternación siempre acababa siendo como un disparo directo al corazón. Poco a poco, esa primera impresión fue transformándose en una sensación desagradable y recíproca, hasta que mi cerebro llegó a asimilar de forma permanente quién era ella y lo que provocaba en mí. Eso supuso un incremento entre nuestras diferencias y rencillas. Ella opinaba que yo, por mi condición de “persona enferma” estaba demasiado mal educada por parte de mi padre y yo siempre opiné que era una persona con escasa sensibilidad y entrometida, por si fuera poco. Con esas referencias, nada cordial y amable podía surgir entre ambas. Después comencé a darme cuenta que mi influencia sobre mi padre había disminuido en beneficio de la suya. Eso me enfureció mucho y tuvimos roces y discusiones, lo tengo todo anotado, pero con el tiempo me di cuenta que era mejor disimular y tratar de no hacer las cosas de manera demasiado frontal. No solo no servía para nada si no que además me hacía sentirme torpe y tonta. Por eso esta mañana nos hemos saludado amigablemente, aunque en el fondo sentía unas ganas locas de tirarle de los pelos. Me ha parecido creer que ella trataba de limar asperezas, sobre todo por su actitud. Es como si viniera con la lección aprendida. Su obligada cordialidad me ha hecho sentir un ambiente enrarecido y extraño, pero, como dejándome llevar por la inercia de sus acciones, le he seguido la corriente. Ella cree que es la figura madura y que yo soy una “niñata” caprichosa y estúpida. Esa sensación de inaccesibilidad me irrita. Pero no he querido estropear el momento. El solo hecho de poder abandonar esta cárcel de cristal por un solo día es para mí motivo suficiente de enterrar el hacha de guerra. Mi padre nos llevó a un hermoso parque. El día era soleado y corría una agradable brisa. Los lagartos se tendían al sol y yo hacía lo mismo en un banco, mientras ellos paseaban por los alrededores y Pedro jugaba con una de esas consolas pequeñas. Cerré los ojos y vi primero el espacio infinito y después un amanecer que fue haciéndose más claro a medida que mis párpados iban cediendo a la claridad, y después me dediqué a oír el canto del viento y a mirar como jugueteaba este con las ramas de los árboles. Después hemos ido a un buen restaurante. El chico que nos servía no me ha quitado el ojo de encima. Era guapo pero parecía un tipo simple y pretencioso. Como si detrás de esa sonrisa agradable no hubiese nada más, solo sentimientos difusos y demasiado ego. No recuerdo si ha habido alguien importante de verdad en mi vida. Supongo que algunos habrán intentado conquistarme, pero no creo que nadie, en su sano juicio, trate de mantener una relación seria conmigo o algo parecido. Eso resulta imposible en mi caso. Es posible que hayan sentido miedo después de conocerme. Sé que he escrito sobre chicos que han sido algo más que amigos. Solo fueron sombras pasajeras. También sé que he hecho el amor en un par de ocasiones con un par de chicos diferentes pero, según he leído en mis propios diarios, no fue nada serio. Sé, por ejemplo, que lo hice con un tal Juan José, hace unos tres años, en un coche, pero no debió de ser gran cosa, por que no le dediqué al hecho un gran número de líneas, y, sin embargo, lo que sí escribí fue que la diferencia de edad era solo de un par de años pero que a pesar de eso yo era aún una niña pero él era algo más que un niño. Su recuerdo se fue diluyendo como la niebla igual que él, que desapareció de mi vida sin dejar el menor rastro. Supongo que consiguió lo que buscaba y se largó, sin más. El otro fue Fran. Creo que

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llegamos a ser buenos amigos. Al menos tengo esa sensación, y así lo he dejado escrito. Lo he leído un millón de veces. No me gustaría que esa parte de mi vida desapareciera. Creo que solíamos hablar de muchas cosas. Supongo que yo era la confidente perfecta, siempre atenta a sus confesiones y siempre “dispuesta” a olvidarlo todo. Tengo la sensación de que llegué a gustarle de verdad. Por lo que deduzco de mi propio puño y letra, es posible que se sintiera fascinado por mi locura, por mi personalidad inestable. Hay gente que se siente harta de tanta pulcritud, de tanta seguridad, y busca algún elemento que revolucione e inestabilice su existencia, que le de un toque de imprevisibilidad e insensatez. Es posible que fuera su caso, pero no recuerdo cuales eran las razones que lo empujaban a ello. Odio con toda mi alma esta maldita enfermedad. También hicimos el amor, y fue grato, bonito. También he leído ese episodio de mi vida un millón de veces; no fue una especie de furtiva aventura en busca de lo prohibido, de lo nuevo, o para satisfacer instintos. Fue más bien como un romance, algo que se hace con calma y sin temor, con complicidad, en donde se busca tanto la parte espiritual como la terrenal. Aunque personalmente no guardo el recuerdo exacto de cómo pasó, sí tengo, aparte de mi diario, una sensación dulce y placentera en mi alma cuando leo esas palabras o escribo sobre ellas. Pero, al final, también acabó diluyéndose. Supongo que al final me convertí en un lastre para él y sus sueños. Según tengo apuntado en mi diario, se largó a otra ciudad y la distancia puso la excusa perfecta para el olvido. No siento tanto el que, después de eso, fuera olvidándome de él poco a poco, porque eso era del todo inevitable, sino que, probablemente, él también lo habrá hecho de mí. Nos sentamos a comer como si fuésemos una feliz y tradicional familia. Hablamos de cosas estúpidas en tono amable y distendido. Por ejemplo, mi padre decía cosas sobre lo bien que iba la empresa, comentaba los nuevos mercados y los índices de expansión y ese tipo de cosas, y, cuando se le agotaban los temas me hacía preguntas sobre el supuesto tratamiento y sobre mí que me hacían sentir incómoda. Julia le oía con atención, como quién escucha algo muy interesante y yo no hacía otra cosa que preguntarme cómo hacía ella para aparentar que no se cansaba nunca de oír lo mismo y, de vez en cuando, para poner una nota anecdótica, o cambiar el curso de la conversación, comentaba algo sobre algún personaje popular o sobre algún cotilleo estúpido, o aparentaba interesarse por mí, pero cuando lo hacía asomaba un àpice de duda en sus palabras por que no sabía con exactitud si era oportuno o no lo que me preguntaba, y no estaba segura si debía decirlo o no, o si me molestaría lo que me decía o no me importaría. A veces me entraban ganas de dar un golpe en la mesa y gritar: “dejad de decir estupideces de una puñetera vez”, pero logré contenerme. Lo cierto es que hablaban pero sin decir nada, como hace la mayoría de la gente, hablar sin comunicar, por que piensan que por el hecho de decir muchas cosas o hablar mucho están diciendo algo, y no es así. El estúpido de Pedro solo se limitaba a beber refrescos y a comer. Apenas hablaba, salvo para responder las insidiosas preguntas; que cómo van los estudios, que qué te gustaría ser de mayor, que qué deportes y programas de televisión te gustan y ese tipo de chorradas. Lo mejor fue que de postre comimos helado. Después fuimos al cine, a ver una película de risa, una supuesta película de risa, con personajes demasiados simples y chistes facilones y absurdos. En fin, ha sido un día fantástico, lleno de emociones y de significado. Se que mañana lo habré olvidado, y eso es un consuelo.

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Roland es un hombre maduro pero parece no tener una edad concreta. Su rostro se ha forjado con la dureza de una vida intrépida y esforzada. Su espíritu parece indómito pero sus ojos son serenos como un lago donde el viento amaina el vaivén de las hojas en el plateado de sus reflejos infinitos. Su piel es dura y correosa, como la piel de un lagarto, pero su corazón rezuma melancolía y soledad. Se maneja de forma singular. Parece un loco solitario pero su porte resulta distinguido, hasta interesante. Sus palabras surgen con amabilidad y descaro a la vez. Cuando te observa sientes que sus ojos trascienden tu alma y te escruta por dentro, adivinando lo más íntimo, lo más oculto y desconocido de ti. Se percató de que yo lo observaba, en la sala común, y se acercó a mí y me dijo: “es agradable ver como una dama tan hermosa te observa con mirada benevolente y sincera”. Sí, perdona, le dije, no quería molestarte. Él sonrió con cierto encanto. “En absoluto”, me contestó. ¿Puedo hacerte una pregunta? Asintió. ¿Por qué estás aquí? “¿Dónde podía estar si no?” respondió. “Dicen que este es el lugar donde meten a los locos y a los soñadores, y yo soy un poco ambas cosas. Pero déjame decirte una cosa, desde que llegué no he podido dejar de sentirme desconcertado, perdido. No me refiero a este lugar en concreto, me refiero a este mundo. Es un sitio demasiado confuso para mí. Aquí no existen el honor ni la dignidad. Extraño mundo este. ¿Cómo podría adaptarme a él? Los curanderos y sanadores quieren que me adapte, que ceda, pero ¿Cómo podría hacerlo? Cuando estás en la batalla sabes que necesitas corazón y acero para sobrevivir. Tu enemigo te respeta y tu a él. Si me vencía sabía que era un honor morir en el campo con valentía. Solo existía Dios y el acero, nada más. Lo demás dejaba de ser importante. Pero este es un mundo de hipócritas y cobardes. Todos se empeñan en tratar de ser lo que no son, en tratar de engañarse a sí mismos. La gente vive tratando de conseguir cosas que sabe que no necesita, cosas efímeras y estúpidas. No saben cual es su camino, y por eso están tan ofuscados. "No puedo acostumbrarme a eso.” Yo me quedé un poco sorprendida por lo que había oído. Por una parte sonaba como un chiflado pero mirando más allá de la apariencia de sus palabras había una cordura y sinceridad brutales. Resultaba contradictorio. “Vengo de un lugar lejano y de una época perdida. Un día abrí los ojos y estaba aquí, en un largo camino donde los veloces dragones de acero cruzaban como corceles raudos y enloquecidos en ambas direcciones. Me asusté, mucho. No tenía mi espada, la había perdido. De todas formas ¿Qué podría hacer frente a bestias tan feroces? Solo morir con valor. Pero me di cuenta que esas frenéticas bestias me ignoraban por completo. Cuando quise cruzar hacia el otro lado una de ellas me embistió furiosamente y, entonces estuve algún tiempo en la tierra de los sueños, divagando entre mundos reales y fantásticos, hasta que vine a despertarme en esta extraña realidad, en un lugar donde había enfermos con extrañas enfermedades, pero ninguno herido por el ímpetu de la batalla, todos poseídos por extraños males, tal vez producto de algún encantador malvado. Con el tiempo me trajeron a este lugar, por que después de sanar mi cuerpo querían sanar mi alma, pero eso resulta más difícil.” ¿No recuerdas nada? ¿Qué es lo último que recuerdas? “Lo último que recuerdo es un olor a flores impregnando una preciosa tarde soleada bajo los muros del castillo de Meriot. Allí mi hermosa y amada Galatea y yo solíamos encontrarnos para pasear a caballo o simplemente para acariciarnos con el dulce néctar del amor. A veces

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simplemente observábamos las nubes o nos contentábamos con oír el canto gracioso de los pájaros. El mundo se detenía a nuestros pies, aunque no ese último y fatídico día. Ella faltó a la cita, cosa que me extrañó. Resultó una trampa por que en su lugar me encontré con un grupo de soldados de Meriot, y trataron de darme cuartel, pero luché con ellos con todo el arrojo que pude alcanzar y derribé a dos. Uno de ellos me embistió con su caballo y otro me hizo este corte”, y, remangándose me enseñó una larga y vieja cicatriz. “No pude hacer otra cosa que huir para conservar mi vida, más no por cobardía, sino porque el combate con esos cobardes bellacos me había dejado exhausto y, en caso de perecer en el campo de batalla quisiera haberlo hecho bajo el acero de un contrincante valiente y digno. Bueno, en la ciudad tenía algunos amigos y logré ocultarme de los hombres de Meriot. Meriot era uno de los cinco gobernadores del rey Kroner, demasiado ocupado en los menesteres de la guerra como para ocuparse de su vasto reino. Rey cruel y arrogante. Estuve así durante un tiempo, intentando que las cosas se calmasen. Después traté de llevarme a mi princesa a un lugar lejano donde escapar de esa injusticia y donde poder tener hijos sanos y fuertes que pudiesen ser libres y felices. Y estuvimos a punto de conseguirlo, pero Meriot fue muy inteligente y se adelantó a nuestros planes. Al parecer, los oráculos le habían vaticinado que nunca podría pasarme por la espada porque, debido a que mi sentimiento era puro y poderoso, si lo hacía una gran desgracia caería sobre él y su casa, y a fe que era cierto, porque lo había intentado en más de una ocasión sin éxito, por suerte para mí, y, en vez de eso, optó por pagar a Gaurón, el poderoso, afamado y malvado mago, para que acabara conmigo, y este lanzó sobre mí un oscuro conjuro contra el cual espada no puede ni lanza se sostiene, y me envió a este extraño lugar y a este lejana época, lejos de mi amada y de mi tierra. A veces me he preguntado si no estoy, en realidad, en una especie de macabra pesadilla de la cual no puedo salir, pero no sé, pesadilla o realidad, esta es una maldita cárcel que me retiene y me detiene y me hace sentir como una pobre hormiga de la cual no depende su propio destino ni su camino.” Te aseguro que esto no es una pesadilla ni un sueño, le contesté yo. Las pesadillas no son tan dolorosas como esta realidad. El sonrió resignado. ¿Por qué se oponía Meriot a vuestro romance? “Por su arrogancia y orgullo”, me contestó tajantemente. “Meriot tenía dos hijas. Galatea era la mayor, pero era ilegítima. Fue fruto de un romance con la hija de uno de sus capitanes. Él estaba ansioso por un varón que perpetuara su estirpe, pero después de tres años de matrimonio con la altiva Claudia, esta no lograba engendrar criatura alguna, lo cual desesperó al gobernador. Entonces ella se enteró de que esta mujer estaba esperando un hijo de su esposo y, por miedo a ser repudiada, por que esta mujer también ambicionaba ocupar su lugar, acudió a las hechiceras y logró quedar embarazada con oscuras pócimas y hechizos. Cuando Meriot se enteró no supo lo que hacer al respecto, así que acudió a los videntes, que sobornados por la inteligente y ambiciosa Claudia, afirmaron que lo que la hija del capitán llevaba en su vientre era una niña pero no así el fruto de su esposa, que sería varón, un varón sano y fuerte, así que Meriot hizo que retuvieran a la hija del capitán hasta que diera a luz y, cuando comprobó que el bebé en efecto, era niña, creyó el resto del vaticinio y estuvo a punto de desterrar a ambas, por petición de su esposa, aunque esta en realidad, lo que quería era que las pasaran a espada, pero el parto de Claudia se adelantó, como si fuera una señal de los dioses, y esta dio a luz a Dania y Meriot montó en cólera y mandó a pasar por el acero a todos lo videntes, aunque nunca se enteró de que, en realidad, había sido engañado por su esposa. Ella continuó intentando que las matara a ambas, porque estaba muy celosa, pero Meriot decidió quedarse con ambas hijas y dejar en paz a la hija del capitán, que se marchó lejos de allí por temor a su vida. Ambas niñas se criaron juntas en palacio, pero mientras Dania se crio como una princesa, Galatea, mi amada, sufrió la hosquedad y la crueldad de Claudia, y aunque respetó la voluntad de su esposo de no tocar ni un solo pelo de su cabeza, fue víctima de toda su hostilidad emocional y de la dureza de su corazón. Un tiempo después de conocerla traté de cortejarla y, en principio, Claudia no se opuso, por que la odiaba y solo quería que ella se marchase de palacio, pero Meriot aspiraba a algo más para ella, sobre todo después de

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que el hijo del gobernador de la zona de Lindberg ofreciera una cuantiosa dote. Y, a partir de ahí todo se puso en contra de nosotros.” Roland se quedó pensativo por unos instantes. “Ella es lo único que me inquieta. Sé que es fuerte y muy inteligente. Pero temo qué pueda ocurrirle algo. Me habla a través de sueños. Por ejemplo, no hace mucho soñé que flotaba en un lugar lleno de flores y que amanecía pero, de súbito, un viento poderoso se levantó y me alzó hacia el infinito. Podría ser un mensaje de Meriot o del hijo de Lindberg, pues los sueños son mensajes no solo de la gente que te ama sino también de la que te odia. De repente comencé a caer pero justo antes de llegar al suelo me hice ligero como una pluma y me posé sobre él de forma suave. Esta última parte no logro entenderla. En otra ocasión soñé que mi amada era perseguida por una hambrienta manada de lobos y que, cuando iban a atraparla para devorarla apareció un hermoso caballo alado y la llevó lejos de allí. Eso puede significar que los dioses velan por ella, o quizás que ha logrado eludir el casorio que los padres le pretenden, por el momento. Solo espero encontrar la forma de poder contrarrestar ese maldito conjuro que me lleve de nuevo junto a ella porque, de lo contrario, creo que voy a enloquecer. Pertenezco a un lugar muy lejano, a una edad distinta, donde los hombres adoraban lo desconocido, lo que temían, en la cual aún creíamos que la muerte era una especie de río que te llevaba a otro lugar, y que, dependiendo de tu forma de vivir y de morir, sobre todo si lo hacías con valentía en el campo de batalla, irías a un mejor o peor destino, al que los dioses, jueces imparciales, decidieran para ti...”

Mientras me hablabas he visto tus ojos, Roland. Eres un ser puro, libre, cargado de vida. Tu alma se abrió a mí desde que tus ojos se clavaron en los míos, como una puerta. He pasado a tu interior y he visto la virtud de tu corazón, la nobleza de tu alma, la honestidad que guardas dentro de ti. Bendita locura la tuya. Tu locura es tu defensa, la forma en que tu mente te guarda de tanta mediocridad, de tanta maldad, de tanto egoísmo. Esa mujer a la que tanto quisiste, a la que entregaste tu amor, a la que le diste todo, a la que te entregaste en cuerpo y alma, a la que hiciste más importante que a ti, no supo darse cuenta del don que había recibido, de lo afortunada que era, porque encontrar a alguien que te ame más que a su propia vida es el mayor regalo que puede darnos la vida. Esa mujer te rompió el corazón. Te engañó, te engañó en lo más profundo, despreció tu bondad, no fue honesta, no fue leal, no fue franca, valiente, como lo eres tú. Te sentiste traicionado y tu corazón se partió en millones de pedazos. La explosión que soportó tu alma dejó tus entrañas al borde del colapso. Todo tu interior sufrió un cataclismo, como un terremoto. Te dejó sumido en una realidad vacía, confusa, dolorosa, perturbadora. Creaste otra realidad, una realidad de guerreros, de batallas y dragones, de princesas y villanos, una bendita realidad más auténtica y genuina que la propia “realidad” que habías llegado a padecer. Bendita realidad la tuya, una realidad mejor que la del que se levanta temprano por la mañana con el único afán de conseguir todo el dinero posible para poder obtener todo aquello que anhela y no necesita, o la de aquel que solo piensa en seducir su cuerpo con extraños compuestos que le harán flotar en un mundo oscuro y plácido pero que en realidad hacen de él un monstruo perverso y cruel, o la de aquel cuya única existencia se basa en ser más que los demás y en obtener lo que no es suyo a base de robar y engañar, o la de aquel cuyo corazón tan tenebroso no le deja diferenciar la verdad de la mentira, el bien del mal. Ojalá todos fuéramos tan honestos como lo eres tú, ojalá enloqueciéramos de amor y no por el índice de la bolsa o la subida del crudo. Tu no estás loco, Roland, no estás loco, solo sufres por el amor de alguien, pero algún día esa herida se cerrará y podrás ser tan feliz como quieras, y encontrarás a la verdadera Galatea y vivirás en una tierra lejana donde las personas sean bondadosas y francas, un lugar más allá de tus sueños...

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Héctor es un niño extraño. Hay mucha desazón dentro de él, como si mantuviera un conflicto eterno consigo mismo. Cuando salgo a la zona de recreo mixta lo veo en un rincón, solitario, divagando, horas y horas, absorto en algún misterio que no le deja vivir. A veces creo que se ha convertido en una estatua, o que se ha quedado en estado catatónico para el resto de sus días. Se mantiene ausente de la realidad, como si quisiera huir de ella. Es así generalmente pero a veces, de repente, algo se agita dentro de su extraña mente y alcanza un estado tal de ebullición que se pone a hablar solo y comienza a apuntar sobre algún papel o donde primero le pille, largas fórmulas ininteligibles, complicados logaritmos que solo él sabe interpretar. Es como si viviera atormentado por descubrir algo muy importante y que se resiste a ser descifrado. Tal vez todo eso sea debido, de forma directa o tal vez circunstancial, por el tremendo potencial que almacena su mente. Decir que es muy, muy inteligente, en su caso, sería quedarse corto. Quizás eso sea una maldición más que una ventaja. Eso me suena familiar. Suponía que había secretos tristes detrás de sus ojos distraídos, y él mismo me lo confirmó. Quiero escribir su historia por que no quiero olvidarla. Él nació siendo un niño prodigio. Su padre era un inminente matemático y, según sus propias palabras, con el tiempo, llegó a sentir tanta admiración como miedo hacia él. Cuando la mayoría de los niños aún no han aprendido a leer él ya se dedicaba a resolver complicadas ecuaciones. Su progreso, en cualquier campo que afrontara, era portentoso. En primera instancia, su padre pensó que aquello era una especie de regalo divino, de premio gordo del destino o algo así, porque enseguida supo reconocer su singularidad. Por el brillo de sus ojos y el tono de sus palabras deduzco que conserva recuerdos agridulces en una mezcla confusa y frustrante, recuerdos que en un principio resultan gratos pero que a medida que avanzan en el tiempo se hacen desagradables y dolorosos. Aún podía decir que era feliz, que se sentía simplemente un niño. Era la época en que el mundo le ofrecía cosas nuevas, retos que alcanzar, cimas que conquistar, y él disfrutaba con eso. Era como un juego, y le hacía feliz. A veces entablaba duelos de inteligencia y rapidez mental con su padre y se divertía compitiendo, jugando con él. Siendo un niño de tan solo doce años ya hablaba seis idiomas, había conseguido varias licenciaturas, conocido a personajes importantes, colaborado en programas culturales y esa clase de cosas. Pero, a medida que fue creciendo la cosa fue cambiando. Su padre quedó desfasado por su potencial y esto supuso que los juegos comenzaran a perder su atractivo, a la vez que este cada vez se mantenía más distante y cauto hacia él porque era como si tuviera miedo de quedar en evidencia o algo así. Héctor se hizo engreído. Se alejó de lo cotidiano, de sus antiguos amigos, y estos de él por que, además de sentir una especie de reverente miedo no pudieron soportar su carácter vanidoso y consentido. A nadie le gusta que le hagan sentir torpe y tonto aunque uno mismo sepa que no es ninguna lumbrera. Y él, frecuentemente, hacía sentir así a los demás, aunque no lo dijera abiertamente, sobre todo si no lo decía abiertamente, pues su mordacidad a veces era cruel y frívola. Su padre dejó de tratarle igual. Héctor percibía en él una mezcla de envidia y admiración, y que siempre intentaba llevarle al límite, cosa que en un principio resultaba inquietante y hasta estimulante, pero, con el tiempo, se convirtió en una práctica cruel y extenuante que le fue minando poco a poco, por que, al fin de al cabo, un ser humano, por muy inteligente que sea es solo eso, un simple ser humano,

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con debilidades y necesidades intrínsecas y comunes al resto de los mortales. Ya había dejado de sentirse como ese niño al que él mimaba y quería y había comenzado a sentirse como un instrumento al cual había que sacarle el máximo partido. Ya no jugaban, ya no conversaban. Su padre no sabía evitarlo, pero además se enfurecía por ser como era por que sabía que su padre se había alejado de él por eso, por que le veía como una especie de monstruo y a veces se sentía ridículo, aunque él no quería producirle esa sensación, pero no sabía cómo evitarlo. Su relación pasó a convertirse en una especie de rivalidad encubierta, una continua pugna que a ambos destrozaba. Si al menos hubiera estado su madre para equilibrar ese desigual binomio, pero ella había muerto en un accidente el día que él cumplió un año. Cuando quiso darse cuenta era como un náufrago a la deriva. Su inmensa inteligencia no le servía de nada en ese mundo hostil y desolado que él mismo se había construido. Cada vez más aislado, cada vez más preso de sus frustraciones, trataba de engañarse pensando que estaba por encima de todo, diciéndose a sí mismo que era autosuficiente emocionalmente y que no necesitaba a nadie, ni siquiera a su padre. A falta de referentes válidos y de retos atrayentes trató de racionalizarlo todo de tal forma que se embarcó en una especie de búsqueda metafísica sobre el por qué de las cosas y las razones que había tras el comportamiento en general del universo tal y como él lo concebía, y se dedicó a investigar, a teorizar, a contrastar, a experimentar, pero, cuánto más lo hacía, más lejos se sentía de todo y más incomprensible y misterioso le resultaba. Desde esa posición cerrada, inalcanzable, desde su terrible incomunicación, le dio un repaso a su antigua vida, a sus antiguos amigos, a sus anteriores inquietudes, y comenzó a comprender que los pequeños, cotidianos y estúpidos detalles de la vida eran los que le daban sentido a esta, y que a veces, resolver los insignificantes dilemas del día a día podía llegar a ser más gratificante y por supuesto menos frustrante que tratar de resolver los grandes enigmas del universo. Buena parte de culpa de ello tuvo su encuentro con un chico problemático, por decirlo de alguna forma. Tuvo un fortuito y desagradable encontronazo con él a la entrada de la facultad y, como acostumbraba a hacer, trató de atacar la autoestima de este con uno de sus mordaces e irónicos comentarios, y bueno, el chico reaccionó de forma primitiva y desmesurada al propinarle un puñetazo que lo derribó como a un pelele. Generalmente, en la facultad todos le evitaba y algunos incluso le odiaban, por que lograba dejarlos “fuera de combate” con sus ingeniosos comentarios, por lo cual nunca había ningún problema más allá de unas miradas recelosas, cuando él hacía ver a los demás que su cerebro estaba a años luz del de los demás. Eso era algo que él percibía pero que daba por sentado e incluso que le gustaba, de una forma morbosa que no acertaba a explicar. Pero, en este caso, fue distinto. Todo fue tan rápido que apenas pudo entender lo que había ocurrido, y de repente se encontró en el suelo protegiéndose de los golpes del efusivo agresor. Cuando el muchacho le dejó estaba casi conmocionado y cuando, a duras penas pudo levantarse, después de reponerse un poco, se dio cuenta de lo machacado que le había dejado y de la sangre que le manaba de la nariz y de la boca, pero también comprobó como los demás le observaban con ojos complacidos y con cierto regusto, como pensando que se lo tenía bien merecido. Lo había apaleado en sus narices y nadie había sido capaz de mover un solo dedo por ayudarle, gente que le conocía y que le solía ver a diario. Se sintió como un ser ridículo ante sus miradas afiladas. Y entonces cayó en la cuenta de lo solo que se encontraba y lo estúpido que había sido. A partir de ahí, algo cambió dentro de él. La tristeza y el vacío marchitaron su universo particular, tanto así que todo, paulatinamente, fue perdiendo interés, las fórmulas, los retos, el conocimiento... Cayó en una intransigente indiferencia que lo hizo sentirse esclavo de la desesperación y la apatía. Pero dio la fortuita y tal vez desgraciada circunstancia que esa etapa correspondió a la fase final del concurso mundial de pequeños genios que, en esa edición iba a celebrarse en Nueva York. Los futuros sabios del planeta se desafiarían mutuamente para dilucidar cual de ellos era el más inteligente, el más rápido, el que más conocimientos poseía. Héctor había pasado las preliminares sin ningún tipo de problemas, venciendo en la fase nacional y quedando entre los tres mejores de la fase europea. Eso le

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daba el billete a lo que había sido el mayor reto de su vida desde entonces, no solo estar entre los mejores sino ser el número uno de ellos. Era como para un boxeador ganar el título mundial o para un atleta ganar la medalla de oro en unas olimpiadas. Había trabajado muy duro para llegar hasta allí y había sido muy ambicioso. Confiaba en sí mismo y en sus posibilidades, y era ágil y aguerrido, no dando nunca lugar para ningún resquicio la cual los contrarios pudieran aprovechar. Era el gran día, el día en que aseguraría su futuro, en que saldría a la luz pública y la gente llegaría a conocer que era el número uno. Ese gran día que tanto había anhelado por fin había llegado. Pero ese día su corazón ya no palpitaba al mismo ritmo. El significado de las cosas había cambiado. ¿Es posible que de repente las cosas dejen de tener el significado que un instante antes tenían, que dejen de importarte como antes te importaban? A veces ocurre. Pasó a duras penas las primeras rondas de pruebas hasta clasificarse para las semifinales, y, cuando se hallaba justo en esta etapa del concurso con otros tres chicos, se paró en seco y miró alrededor. Respiró hondo y notó que su corazón comenzaba a latir a una velocidad desorbitada mientras el mundo, a su alrededor, se ralentizó incompresiblemente. De súbito se vio inmerso en una vorágine de cuestiones y se preguntó para qué servía todo aquello. Una sensación de vértigo le hizo tambalear. Miró a sus contrincantes y pudo sentir la tensión que había en ellos, la rigidez de sus músculos, la inquietud de sus mentes, y entonces miró a su padre de una forma como antes no había hecho. No fue una mirada de soslayo o un rápido vistazo superficial, se detuvo en sus ojos, en su expresión, en lo que bullía desde el fondo de su alma, lo escruto en una milésima de segundo y pudo sentir algo negativo que provenía de alguna parte de su corazón, y sintió hacia él incomprensión, aislamiento, resentimiento, decepción… sensaciones que le aturdieron bastante. Recordó ese mismo rostro algunos años atrás, un rostro cordial, afable, feliz, dichoso. Y fue como si el resto del mundo desapareciera. Empujado, en parte por un sentimiento de rebeldía, y en parte por que se sentía harto de todo, comenzó a responder a propósito erróneamente a todas las cuestiones, para sorpresa de sus contrincantes, del público en general, y, sobre todo, de su padre, que le miraba con cara incrédula y apretaba los dientes como tratando de despertar de una terrible pesadilla. Empujado por una especie de insolencia visceral incluso se permitió la licencia de dar respuestas ingeniosas y cómicas, y la gente, algo confusa y descolocada, reía pero sin divertirse, consciente de que algo extraño ocurría. Aquello fue demasiado para su padre. Y no pudo hacer otra cosa que levantarse con resignación y salir de allí con seriedad, intentando demostrar una entereza y una hermeticidad estoica que en realidad destapaba un alma frágil y un orgullo herido. Estaba consternado, se sentía ridículo, traicionado, y así lo vio irse Héctor, y sintió ganas de llorar, pero no lo hizo, tuvo fuerzas para contenerse. Cuando todo hubo terminado enfrentaron sus miradas en la intimidad de una solitaria habitación. Miradas opacas que ocultaban huidizos sentimientos de dolor y disgusto. Su padre le reprochó su actuación con palabras que sonaban a crítica amarga y confusión. “¡Estarás contento!”- le recriminó con tono resignado,- “Has echado por tierra todo tu futuro. Era tu oportunidad de triunfar, de entrar por la puerta grande. Lo tenías en tu mano, el premio, el reconocimiento, la posibilidad de elegir... Pero no, tuviste que reírte de mí, tuviste que hacerme sentir este inmenso ridículo... ¿Qué clase de broma ha sido esta? ¿Te has vuelto loco? ¿Por qué? ¿Querías castigarme? ¿Reírte de mí? ¿Qué pretendías? ¿Por qué? Vamos, ¿Por qué?”. Las palabras salían de su voz como una explosión de emociones incontroladas, y denotaban la ofuscación que bullía dentro de su alma. Su voz estaba cargada de indignación. Pero Héctor no supo decir nada. Solo agachó la cabeza y se sumergió en un mundo desierto y lejano mientras descubrió horrorizado que su padre ya no era su padre, como si se hubiera convertido en otra persona, o algo inexplicable le hubiera poseído, convirtiéndolo en un ser extraño y distante. Un silencio tenso y reflexivo les envolvió por unos instantes y acto seguido, la voz de su padre volvió a irrumpir de nuevo en sus oídos como un furioso golpe: “¿Por qué Héctor? ¿Por qué?” Esta vez era la voz de un hombre derrotado y agotado, un hombre que luchaba por sobrevivir en un mar de dudas y dolor. Y

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entonces el alma de Héctor se quebró en un segundo de lucidez y comenzó a llorar como nunca antes lo había hecho, no de forma profusa y abundante, sino con lágrimas que causaban un profundo e intenso dolor en su corazón como si de girones de piel arrancados se tratara. Su padre se quedó con la amarga sensación de no haber recibido respuesta o explicación alguna a su comportamiento, pero no era así, en sus lágrimas había cientos de respuestas que él no había sabido percibir. Esta es su triste e intensa historia resumida en unas cuantas líneas, cómo él me la contó y tal como yo la escribí en mi libro de los recuerdos perdidos. Después de eso tuve ganas de abrazarle por que era como si un náufrago encuentra a otro, pero no tuve valor para hacerlo. Se encuentra en un lugar lejano e inaccesible y no tuve valor de tratar de llegar hasta él. Me llevó a su habitación. Estaba todo pintado con largas fórmulas, garabateadas en las paredes, el suelo, el techo, a veces con bolígrafo, otras con lápiz e incluso con pintura de labios. Aquello era como un laberinto de signos y números. Mirabas todo ese galimatías de signos y números era como si hubiera algo maligno en aquella habitación. Cómo si la escritura fuera una criatura malvada que le atrapaba y le enloquecía. Entonces decidí hacer algo. No sé por qué lo hice, simplemente vino a mí un deseo, y así lo hice. Hablé con el señor López y le expliqué el caso. Él mismo lo vio con sus propios ojos, así que nos dio varios tarros de pintura verde y ahogamos todas las fórmulas y todas las ecuaciones tras el color de la esperanza. Limpiamos el suelo con una fregona, agua y jabón. La criatura malvada gemía y aullaba a medida que íbamos completándolo todo y, cuando le robamos el último rincón de su dominio la criatura se diluía y el silencio envolvió la habitación con serenidad y gratitud, y nos sentimos acogidos por su luz. Y entonces tuve la idea de hacer un gran dibujo en una de las paredes, un dibujo sencillo pero significativo. Busqué un par de pinturas más y dibuje un hombre pequeño que miraba un cielo estrellado tras el cual había un universo inmenso y enigmático dónde las estrellas titilaban desde los confines de las galaxias y un cometa lo cruzaba formando una estela preciosa e imperecedera. A Héctor le encantó por que sabía que esa silueta era él disfrutando de la belleza y la magia del cosmos sin intentar comprenderlo o conocerlo a plenitud por que resultaba una labor demasiado inmensa e interminable incluso para él. Te sientes demasiado solo, le dije. Existe un sentimiento de melancolía dentro de ti que es como un desagradable dolor de estómago que no te deja disfrutar de las cosas. Descubriste de forma muy súbita y contundente que en tu privilegiado cerebro no estaban todas las respuestas. Descubriste también que había más interrogantes que respuestas. Para llegar a dos puntos distintos necesitas distintos vehículos. Desarrollaste tu intelecto pero tu corazón era inexperto e inmaduro. Descubriste, para tu asombro, lo pequeño que eres, lo insignificante y lo frágil. Tu padre llegó a ser una especie de espejo en el cual te mirabas. Pero esa imagen se fue deteriorando, se fue transformando poco a poco en algo que te asustó. Esa imagen se hizo confusa, nebulosa, hasta convertirse en una especie de imagen distorsionada que te asustaba y te agobiaba. Intentaste romper esas cadenas para sentirte libre, y escogiste la vía de la soledad, y crees haberlo hecho, pero aún te sientes encadenado y esclavo de esa imagen que te persigue y ahora, en vez de sentirte libre te sientes culpable, culpable de ser más inteligente que él, de haberle hecho daño y de haberle odiado, de haberle hecho sentir ridículo y de haberte distanciado de él. La peor distancia no es la física, es la distancia que siente el alma cuando se hace inaccesible, inabordable. Vuestra relación sufrió un golpe mortal, la de convertirse en un mero intercambio de responsabilidades y objetivos, carente de complicidad y cooperación. Tu, por tu parte, sentías que tu padre trataba de exprimirte más allá de tu límite y por encima de ti, y él, sin embargo, sentía que tratabas de echarle una especie de pulso por que querías hacerte con las riendas y qué, después de todo y a pesar de no tener tu potencial, era tu padre. Creías que él estaba furioso contigo y solo estaba aturdido, confuso. Te alejaste de él por que sentías que él se había alejado de ti, y en vez de caminar en su dirección saliste huyendo de su vida, por que ese pulso entre ambos no hacía más que destruiros. Os alejasteis mutuamente cuando más os necesitabais. Tú optaste por la solución más estúpida y más sencilla, te

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encerraste en ti mismo y te hiciste engreído. Tu propio ego te traicionó. Creíste que no necesitabas a nadie, y pensaste que tu fuerza radicaba en tu cerebro, dejando de lado al corazón. Te mantuviste en esa rocosa y dolorosa posición por algún tiempo, pero los golpes de la realidad, las carencias que experimentabas, fueron minándote por dentro de tal forma que en tu alma se abrió un flanco por donde penetraron la desazón y la desaliento. Ese muro que habías construido a tu alrededor cayó estrepitosamente y fue como si la intensidad de las emociones dolorosas y crueles que genera la soledad se clavasen en un corazón de por sí sensible y dañado. Entonces las cosas dejaron de tener sentido, y tu alma sufrió una especie de sacudida y los mecanismos de tu mente quedaron inconexos, aturdidos, y desde entonces no has logrado superar ese sentimiento de fragilidad y frustración, y le das vueltas y vueltas a todo intentando descubrir el por qué, e intentando descubrir el significado de todo lo que te ha ocurrido, pero no consigues reunir el puzle porque es como si faltaran algunas de las piezas más importantes. Estás perdido en un mundo de ecuaciones y fórmulas y te sientes como un niño que se ha extraviado en un bosque de gigantescos árboles y criaturas extrañas. Es como si trataras ver tu propia vida desde fuera, desde una perspectiva inaccesible y protegida cuando en realidad lo que debes hacer es sentirla desde tu posición, desde tu lugar, desde adentro, y experimentarla sin miedo a reconocer tus propias limitaciones. A veces es mejor pedir perdón que decir adiós. Confía más en tus sentidos, en tu intuición, en tu corazón, y no tanto en tu mente, en tu capacidad de análisis. Dejas algunas cosas al azar. Recuerda que la vida no es una ecuación fácil de resolver...

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¿Quién soy y por qué? Cuando miro dentro de mí solo observo un lugar oscuro y profundo en el que solo advierto borrosos espejismos que aparecen y desaparecen creando una confusión total y desesperante. Es como un enigma que no acierto a descifrar. Como si tuviera la sensación de haber recibido un mensaje defectuoso que en cualquier momento se va a completar y se va a materializar en algo que tenga sentido y sea preciso, pero eso nunca ocurre, llenándome de frustración y rabia. Sé que tengo una especie de don o algo así, no sé cómo llamarlo. Nadie me lo ha dicho, pero es como si siempre lo hubiera sabido. Resulta extraño que no pueda recordar otras cosas y eso sí. Todo es tan absurdo. Tal vez ambas cosas estén relacionadas, pero tampoco me explico cómo ni hasta qué punto. Tal vez ese don tenga que ver con la pérdida de recuerdos o quizá sea al revés, tal vez lo que me hace perder esos recuerdos sea la causa, de una forma que no logro explicarme, de esa facultad. Puedo sentir el interior de las personas, cómo si estas me abrieran su alma. A veces tan solo reconozco fragmentos de sus temores y sentimientos más profundos. Puedo penetrar en lo más recóndito de sus corazones, como si diera un paseo, por decirlo así, dentro de sus corazones. Les miro a los ojos y recibo sensaciones y visiones. Nunca ocurre igual, pueden ser ambas cosas o alguna de ellas. Siempre se manifiesta de forma diferente. Incluso a veces veo cosas extrañas que no sé interpretar. Otras tan solo percibo sentimientos que se mantienen impenetrables incluso para ellos mismos. Es algo innato, y resulta frustrante. Me refiero a tener una vista tan nítida y personal de otros y, sin embargo, sentirme tan confusa y anulada en cuanto a lo que ocurre dentro de mí. Quisiera poder comprenderlo. Siempre he pensado que debe existir una razón, pero tal vez nunca llegue a conocerla, lo que no deja de ser fastidioso. Quisiera poder aceptarlo, asumirlo, controlarlo, pero resulta demasiado grande para mí, me sobrepasa por completo. Es como una tormenta, incontrolable y caprichosa. Como un caballo salvaje que nunca aceptará someterse. Mi alma está en continua ebullición y no sé cómo aplacarla, cómo superar esa sensación de estar incompleta, de no saber exactamente quién soy o qué hago yo aquí. Supongo que será cuestión de resignarse, de no pensar demasiado en ello, de aceptarlo. Pero no sé cómo hacerlo.”. Preferiría despertarme un día y no recordar nada, olvidarlo todo, sentirme un ser puro, libre, capaz de afrontar el futuro y de olvidar el pasado. Pero siento que no puedo… A veces siento un pellizco en el estómago y se me pone la carne de gallina, porque me siento demasiado sola para soportarlo. Quisiera encontrar algo a lo cual aferrarme, pero no lo consigo, y entonces vuelve a rondarme la idea de acabar mi absurda existencia. Supongo que me siento como el soldado que está a punto de entrar en batalla. Sola, con mucho miedo y preguntándome: ¿Por qué? ¿Por qué me siento así? ¿Por qué estoy aquí? ¿Por qué todo es así, de esta forma tan dolorosa y cruel? ¿Por qué puedo penetrar en el corazón de la gente y a veces incluso ayudarles pero no puedo penetrar ni en mi corazón ni en mis recuerdos? Y entonces ya no soy ese soldado que va a enfrentarse con lo inevitable, soy ese náufrago que se pierde y que se debate entre su deseo de sobrevivir y su agonía. Algún día tendrá que ocurrir algo que lo cambie todo, que cambe mi vida, que me ayude a ser fuerte, que me haga saber

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qué sentido tiene todo, que me convenza que soy capaz de superarlo… No sé si lograré aguantar hasta ese día.

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“¿Eres vidente o algo así?” Me preguntó el muchacho de mirada melancólica esta mañana, y yo no pude hacer otra cosa que sonreír con amargura. Puedo ver el interior de las personas, le contesté al notar como no se conformaba con mi sonrisa. “Dime que ves en mi interior”. Fue más un reto que una petición. Eres valiente, le respondí, a la gente suele darle miedo mostrar su interior, todo lo que esconden, lo que les preocupa, lo que sienten. “O tal vez te esté probando”, continuó de forma prudente y serena. No funciona así, le dije, no soy bruja ni nada parecido. Generalmente suelo ver lo que los demás no quieren que vea. Pero, a pesar de lo duro que resulta, a veces tienen consuelo de comprobar que alguien también ve lo que a ellos les atormenta. Cuando se abandonan a sus propios temores suele ocurrir esa extraña conexión en la que todo sucede de forma repentina y espontánea. Puedo percibir sensaciones que navegan dentro de ellos, sentimientos que fluctúan en sus almas causando frustración, tristeza, cosas que mantienen en el baúl del olvido. Franky, como le llaman, no parece encajar en este lugar. En sus venas cabalga un caballo salvaje que lucha por no doblegarse ante el desaliento de los demás, poniendo su coraje a prueba continuamente. Ese ímpetu le hace ser alguien especial que vive sin mirar atrás y sin temer al futuro. Son sus pasiones desmedidas lo que le han hecho acabar aquí, la ansiedad por devorar la vida a bocados lo que le ha hecho perder ese equilibrio interno y le ha empujado hacia el precipicio. Él solo pretende golpear la soledad con el rasgueo de su guitarra, como buen rebelde. Intenta luchar contra las mentiras de una vida polvorienta y una existencia limitada e incompleta. Echa de menos a sus amigos, en sus ojos hay un atisbo de tristeza eterna que cae en su corazón como hojas de árboles en otoño. Echa de menos su grupo, sus sueños, el rugido del público, la sacudida de la percusión y el zumbido de su garganta rasgando la noche. Es una especie de vagabundo sin patria que se resiste a caer en las redes de la mediocridad cotidiana o en la trampa de una sociedad hipócrita que tanto detesta. En tu semblante veo la soledad, le dije atrapando la verdad de sus ojos. Es una soledad hostil y cruel, que no deja que la verdad que llevas dentro aflore al exterior y se libere. “¿Qué verdad?”, me preguntó con gesto serio, meditabundo. Todos llevamos una verdad dentro, tu verdad, la que tú realmente crees. Él hizo un gesto de incomprensión y sorpresa a la vez. “Eso suena demasiado analítico y genérico”. Está bien, continué, en tu alma existen dos fuerzas que luchan por tomar el control. Una es la energía que encierras dentro de ti, una energía que necesita liberarse, de lo contrario, es como un fuego que te consume. Es una energía que quiere explotar, inundarlo todo, cuestionar prejuicios, romper moldes establecidos, derribar muros, evitar que las cosas vuelvan a recomponerse de forma equivocada, desacertada. Es un deseo que permanece dentro de ti, un deseo de buscar nuevas sensaciones, de expresar lo que te entristece, lo que te hace sentir vacío, solo. Pero la otra fuerza frena tu ímpetu de libertad, te hace respirar con dificultad, te agobia, te hace sentir diminuto e insignificante, débil y frágil. Emana de todo lo que te rodea, de un mundo incomprensible y hostil que mutila tu voluntad y te convierte en una criatura esquiva y solitaria. Esa fuerza también emana de la gente que te rodea, de tu familia, principalmente, pues son como agujas clavadas en tu alma, con sus ideas absurdas y sus máscaras hipócritas, como peces que se mueven en una pecera demasiado pequeña y viciada. Son fuerzas antagonistas que luchan por conquistar tu mente y

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que producen diversos estados de ánimo muy cambiantes y dispares. Fomentan tu tristeza, pero también tu creatividad. Provocan tu inquietud pero, a la vez, es el motor de tu rebeldía. “¿Una especie de lucha eterna entre el bien y el mal?” sonreí por que me di cuenta que trataba de burlarse de mí. “Resulta irónico, ¿no crees?” Esta vez sus palabras salían de lo más profundo de sus entrañas. “Todo es tan complicado y absurdo a la vez”. Así es, le repliqué. “Este mundo es absurdo,- me contestó- La gente es absurda. El ser humano es absurdo. A veces es como si sintiera que el cielo me aplasta, que se va haciendo más y más bajo y me comprime. Nada tiene sentido. Cuando eso me ocurre simplemente cojo mi guitarra y me voy a un sitio solitario donde suene el zumbido del viento de fondo y me pongo a tocar. Cuando eso ocurre es como si todo el resto del mundo desapareciera y yo estuviera en una burbuja flotando, en un lugar incierto y lleno de magia. Pero aún así no puedo permanecer tranquilo del todo por que sigo sintiendo que el depredador me acecha.” ¿El depredador?, pregunté sorprendida, ¿Qué depredador? “El mundo es un depredador”, respondió Franky con cierto atisbo de ironía en sus labios, “es una criatura que trata de devorarte, y lo que es peor, trata de robar tu esencia. Es algo que vas inhalando y que ni siquiera percibes. Te hace cada vez más estúpido y más dependiente de otras cosas. Hace de ti un ser sin voluntad ni iniciativa propia, ni sueños, ni nada. Es un depredador incansable que nunca se relaja. Por si fuera poco, el enemigo que llevamos dentro es su fiel colaborador...” Yo sonreí algo desconcertada e hice una especie de mueca de sorpresa; depredadores, enemigos, aquello cada vez se volvía más complicado y profundo. ¿Quién o qué es tu enemigo? Mis palabras sonaron a reto. “No lo sé, dímelo tu”, respondió él tratando de averiguar que veía en sus ojos. Yo diría que es el miedo a la apatía y a la mediocridad. Tienes miedo a ser uno más en el montón. A vivir una vida repetitiva y vacía, a sentir que tu existencia se reduce a un trabajo monótono y a una realidad solitaria e insulsa. Te asusta acomodarte a esa posición estándar que tanto rechazas. También te da miedo que un día cojas tu guitarra y no tengas nada que decir, que la música y las palabras no broten de tu corazón, y también te asusta que tu familia al final pueda tener razón en cuanto a que estás loco y que eres un estúpido con demasiados sueños y poco talento. “Tus enemigos” también son esas malditas pastillas de colores que parecen hacerte escapar de este jodido mundo pero que en realidad solo te hacen más esclavo. En la época que solías consumirla con asiduidad te sentías una especie de vampiro que no podía escapar de esa especie de maldición y que vivía a costa de la vida de los demás. Esas malditas pastillas hacían salir el lado más oscuro de ti, te hacían ser un zombi desesperado que continuamente caía al vacío. Veo el terror en tus ojos. Pero también veo tu fuerza, tu pasión, tus ganas de luchar. Y vencerás, si realmente quieres vencer, vencerás... Franky se quedó mudo por un instante. Me dedicó una mirada perpleja y se quedó callado y desconcertado, como si hubiese perdido el habla, inmerso en una mar de sensaciones contradictorias que no afloraban a su rostro pero que se agitaban de forma desordenada dentro de su corazón. Háblame de ti, le pedí. Él sonrió como si dudara por un instante si era pertinente hacerlo o no, pero acto seguido venció su temor y dijo: “en realidad, no hay mucho que contar. Recuerdo, cuando era pequeño, que solía ir a casa de mis tíos a escuchar viejos discos. Creo que desde siempre me gustó la música. Solía componer canciones en mi mente. A cualquier lugar que iba tarareaba melodías inventadas, siempre fantaseando que estaba ante miles de personas en un concierto y que tocaba con los mejores grupos de rock y esa clase de cosas. Oía canciones y me imaginaba a mí tocándolas y a la gente aplaudiendo a rabiar, vibrando conmigo. Agitaba la guitarra al estilo Pete Townsend y la gente me aclamaba. De niño, mis compañeros querían ser como Michel Jordan o como alguna de las estrellas de fútbol, pero yo soñaba con ser como Robert Plant o Eric Clapton. A medida que fui creciendo las ilusiones fueron caducando, gracias a mis padres, que nunca entendieron mis sueños. Ellos solo querían que yo estudiara algo que me hiciera ganar mucho dinero, o, a lo sumo, que trabajara en el negocio de mi padre. Decían que pensaban en mi futuro, pero era mentira, solo querían hacer

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de mí alguien diferente a quién en realidad era, un calco de ellos mismos, una extensión de sus ambiciones. En sus mentes no había lugar para los sueños. Siempre fueron como torpes enemigos, atentos para cortar mis alas. Solo trataron de limitar mi cielo, y para ello no dudaban en utilizar tácticas psicológicas como menospreciar mis aptitudes o capacidades. En el fondo me dan pena, son gente de mentalidad demasiado simple, de estrechos esquemas y escasa capacidad de comprensión. Para ellos una obra de Mozart no es más que un sonido complicado y raro, un poema de Lord Byron es algo raro y extravagante y un cuadro de Monet algo que se mira y es agradable pero nada más. El caso es que me resultaba difícil compaginar ambas cosas, por un lado mis sueños y por otro sus imposiciones. Pero cuando tenía trece años, uno de mis tíos me regaló una guitarra. Aquel fue el mejor regalo que nunca nadie me ha hecho, te lo aseguro. Después de eso quise entrar en alguna academia para aprender, pero mi padre, utilizando como excusa mis malas notas, no me dejó. Era su forma de tratar que me cansara de ello. En realidad era un mal estudiante, pero ese tipo de cosas lo empeoraba más por que la rabia hacía que me rebelara y que no me importara nada. Así que lo que hacía era ir a la biblioteca pública y pillarme libros de guitarra e ir aprendiendo de ellos poco a poco. Me pasaba horas en mi habitación practicando, o en algún parque. Al principio fue muy duro por que no lograba adaptarme a ella pero al año más o menos comencé a sentir que aquello funcionaba de forma progresiva y lenta. Durante ese periodo, cuanto mayor me hacía más se deterioraba mi relación con mis padres, hasta el punto de hacerse casi nula, una relación limitada y obligatoria. Ellos me veían como un pobre y estúpido loco, como un chico rebelde que estaba desperdiciando su vida. Para mí eran desconocidos que solo disfrutaban jodiéndome, de una forma u otra. Para ese tiempo había comenzado a tontear con las drogas. Más adelante fui conociendo gente que, como yo, estaba desencantada de todo y que su única razón era tocar. Comenzamos a reunirnos para tocar. Hacíamos versiones de grupos como Pink Floyd, Nirvana o The Cure. Tocábamos en fiestas y pequeños locales, ganábamos algo de pasta, lo pasábamos bien, pero nuestro sueño era componer nuestras propias canciones, hacernos un nombre en la música, ser famosos, tocar en todas partes, y ese tipo de cosas. Entonces, harto de mi familia y su mal rollo me largué de casa. Mi vida se hizo intensa, desenfrenada. No tenía dinero en los bolsillos pero me sentía libre, no necesitaba nada más. Comenzamos a mezclar temas originales con las versiones en nuestras actuaciones y funcionaban, a la gente le gustaba. Eso hizo que más tarde comenzáramos a promocionarnos, grabamos una maqueta. Eso nos hizo sentir esperanzas. Ese año fue muy duro, visitamos prácticamente todas las discográficas, las radios, nos apuntábamos en todos los concursos rock, tocábamos en bares de mala muerte, viajábamos constantemente y utilizaba las drogas como sustento. El caso es que, en uno de esos concursos quedamos segundos, pero un tío de una pequeña discográfica independiente nos oyó y nos propuso grabar un mini “EP” con seis temas, y así lo hicimos. Nos distribuyó por emisoras, nos consiguió donde tocar y estuvimos un tiempo cabalgando en la cresta de la ola. Ojalá no hubiera sido así. Es mejor no conocer la cima de la montaña que sentir que estás a punto de subirte al carro para caerte en el último momento. Llegó entonces el momento de hacer nuestro contrato para grabar nuestro primer álbum. Bueno, el caso es que las cosas no fueron como yo había imaginado. La discográfica quería meter un nuevo miembro sacrificando a Richi, uno de los colegas, por que decía que no daba la talla pues su forma de tocar no se ajustaba al perfil de la banda y chorradas de esas, además de querer cambiar sistemáticamente el concepto que teníamos de la música que hacíamos, haciéndola un poco más comercial y ruidosa y, por si fuera poco, el contrato más o menos nos hacía esclavos de ellos, haciéndonos compartir la propiedad de las canciones, dándonos un porcentaje bajo de retribución económica y ese tipo de historias, así que me negué, pero, al margen de Richi, los otros dos miembros aceptaron la proposición. Yo no quise traicionar a mi colega, ese que había pasado tanto como yo para llegar hasta ahí, ni tampoco traicionar mis ideas. Lo cierto es que las cosas no salieron demasiado bien. Pensaba que con la pasión en mi música era suficiente, pero no fue así. Hace falta estar en el lugar

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adecuado, tener dinero o gente que te avale, para colarse en este inaccesible espacio. Eso me hizo hundirme en el mundo de la noche eterna y consumir todo lo que caía en mis manos. En el fondo no éramos tan buenos, ninguno de los cuatro, me refiero a que no éramos músicos de conservatorio ni éramos tan buenos como Clapton tocando la guitarra, pero existía esa magia, entre los cuatro forjábamos esa magia, y la música no es otra cosa si no eso, que se lo pregunten a los Beatles. La verdad es que mi idea nunca había sido convertirme en el tipo de músico millonario, perseguido por sus fans, ahogado en su propia vanidad, por que tal vez, al final, me habría ocurrido como a Kurt Cobain, ya sabes. No buscaba nada de eso. Solo quería tocar, disfrutar de lo que hacía, entregarme a mi sueño, conectar con gente que sintiera cosas como yo. Bueno, todo se fue a la mierda. Los otros dos miembros firmaron el contrato, terminamos a puñetazos, Richi dejó la música frustrado, y yo me vi solo y me hundí. Entonces traté de hacer de las drogas mi tabla de salvación, pero en realidad lo que hacía era caer más al vacío. Mi estado era de rabia y desesperación, me hice desconfiado y agresivo. Eso hizo que terminara mal con mi familia y me vi, al final, solo y enganchado, convertido en un vagabundo. Era como estar en el infierno sin poder hacer nada para escapar de él. Fue muy duro, hasta que en una ocasión, unos hijos de puta me dieron una paliza y casi me mandaron al otro barrio. Estuve dos meses en un hospital recuperándome de las heridas y las fracturas y mi tío me recogió y me ingresó aquí. Desde entonces estoy tratando de superar ese monstruo en el cual me había convertido y, te lo juro, no resulta fácil. A veces me pego las noches sin poder dormir y entonces es como si el tiempo se detuviera y esos viejos fantasmas me visitaran de nuevo y me recordaran mi fracaso, y otras veces no quiero hacer otra cosa que dormir y no despertar jamás. Sé que suena estúpido, pero es como si así consiguiera evadirme de este maldito mundo.” Su voz rasgada se detuvo y pude percibir su corazón triste y dañado, pero en el fondo de todo eso también vi pureza y fuerza, cualidades propias de alguien que es honrado consigo mismo y no rehuye el combate contra sí mismo. Cántame algo, le pedí, algo tuyo, que hayas compuesto tú. Después de ignorar mi petición y estar un buen rato inmerso en un mar de recuerdos aterciopelados me contestó que no tenía su guitarra a mano. No importa, le contesté. “Está bien”, asintió, y, después de acercarse a mí me cantó en un susurro leve pero desgarrado:

A cada minuto descubroel sentido de los amargos besosque la vida dedica al ser errante

que camina un sendero de tinieblasen un espacio infinito que permanecedentro de las fronteras de mi corazón,

donde no hay nada que detengaesta sensación de vacío

que provoca el terror a lo desconocidoque quiere ser conocido para mí,

pero el miedo es un duro enemigoy me vence y me convence,

de que nunca podré huir de mí mismo, porque el miedo es un feroz enemigoque provoca que ese espacio infinito

se haga tan diminutoque quepa en un pedazo de mi corazón.

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Somos la especie más cruel que jamás hayamos pisado este planeta. Miro a mí alrededor y solo veo frustración, egoísmo, envidia, maldad. Pero he aprendido a resistir. Mi alma se ha hecho dura a fuerza de golpes, se ha encallecido y se ha convertido en un escudo que me protege de los proyectiles envenenados de la gente que me rodea. Creo que la vida no es otra cosa sino eso, un continuo combate con la gente que te rodea. Ellos intentan hacerme vulnerable para hacerme daño y yo intento hacerme fuerte, pero no puedo olvidar lo frágil y débil que soy. Todos se atacan unos a otros. Nadie es capaz de unirse para luchar contra lo que intenta destruirnos, al contrario, somos nuestro peor enemigo. Buscan el lado más débil para castigar, para dañar, y nunca están satisfechos. No se dan cuenta de que ese daño que hacen siempre vuelve disfrazado y les daña a ellos. Estamos aislados, nos sentimos muy solos pero seguimos aislándonos. Parece que el reconocerlo es un signo de debilidad o algo así. Hasta ahí llega nuestra estupidez. Somos insignificantes, como hormigas, pero ellos, al menos, tienen un fin común y consiguen sobrevivir. Nosotros, ni eso. Noto a mí alrededor hostilidad. Odio el colegio. Todos me miran como si fuera un bicho raro. La gente viene y va, ninguno se queda. Yo olvido algunas cosas y otras no. No lo entiendo, no es lógico. Es como si hubiera una línea, a un lado ellos y al otro yo. Algunos me miran con lástima, otros me desprecian y aun algunos me tienen miedo. Solo unos pocos se acercan a mí de forma tímida, pero solo lo hacen por que quieren saber cómo es posible vivir sin pasado, sin recuerdos, como si yo fuera un monstruo de feria. Algunos chicos se burlan de mí. Sus crueles ojos me miran con desdén. A veces tienen ganas de diversión y lo hacen a mi costa. Una diversión despiadada. Humillar a los demás es un deporte que demasiados humanos practican. Unos chicos lo intentaron, esta mañana. Me dijeron cosas desagradables, se rieron, a mi costa. Pero no soy ajena a la rabia, a la locura, al dolor, cuando me atacan reacciono como un animal enfurecido. No me importan las hipócritas reglas de comportamiento humano, yo mordí su brazo con rabia y el chico gritó con desesperación. La sangre brotó y sus ojos se volvieron frágiles y asustadizos. Su mirada se clavó en la mía. Entonces vi su alma, un lugar confuso y penumbroso en donde la claridad es ahogada por una sombra gigante que devora todo lo que pueda haber hermoso dentro de él. Vi una vida incompleta y gris, un hogar desordenado, un padre falso y egoísta y una madre paranoica e inestable. Después de todo, el destino y las circunstancias tal vez habían tenido la culpa de hacerle como era. Habían hecho de él ese aprendiz de monstruo. Es posible que lo que nos rodea también nos condicione, pero creo que una debe decidir en cuanto a si quiere ser de esa forma o no y no dejarse arrastrar por la corriente externa por que entonces denotaría falta de individualidad, porque cuando a alguien le ocurre eso es por que no es sino un calco de los demás, de lo que los demás quieren que seas. Tal vez sea un proceso, pero cuando alguien llega a disfrutar de joder al resto de los mortales, cuando se hace una hábito enfermizo, suele ser demasiado tarde, por que ya sea ha convertido en un cabrón despiadado. Después de eso me llamó el director. Me odia. La gente odia lo diferente, lo que no entiende. Es posible que hayamos tenido algún encuentro desafortunado, yo no lo recuerdo, pero lo intuyo. Detrás de su rigidez y sus refinados modales oculta algo que le parece vergonzoso. No sé de qué se trata pero sí sé que él lo sabe, y, no sé de qué forma, pero él

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también sabe que yo lo sé. Eso le hace temerme y odiarme. Me sermoneó y eligió muy bien sus palabras. Sé que lo que a él le gustaría sería expulsarme, pero no se atreve. Dice que soy muy problemática, que no me integro, que debería estar en un centro especial. Sus palabras no me importan en absoluto. Es un ser vacío y atrapado. Después llegó mi padre. Su primera mirada fue suficiente para comprender lo lejos que está de mí. Sus ojos de incomprensión representan un abismo difícil de salvar. Me llevó a casa y apenas habló en el trayecto. Tal vez tenía la mente demasiado ocupada con las tácticas comerciales de su todopoderosa empresa o quizás es que estaba tratando de plantear una estrategia acertada conmigo. Lo cierto es que me hizo sentir como si yo fuera una loca o algo así, cuando las palabras sobran es que se dan las cosas por sentado. Eso me hizo enfadarme mucho cuando llegamos a casa. Se lo recriminé, le grité. Él me dio una bofetada y entonces, entre sollozos le pregunté si acaso no le importaba lo que había ocurrido, si no tenía curiosidad por saber lo que había pasado y cómo estaba yo, pero él me contestó resignado que no era la primera vez, que era poco sociable, que solía hacer salvajadas de ese tipo y pelearme con los demás, que a veces mordía o gritaba o daba patadas, y que ya estaba comenzando a cansarse de mí falta de educación y de modales. Lo cierto es que no lo recordaba, pero le hice saber que los chicos me habían dicho cosas ofensivas y que se habían tratado de burlar de mí y él me replicó que no podía acabar mordiendo a todo aquel que tratara de hacerme daño. “No es normal”, dijo. Sus palabras ni siquiera sonaban a reprimenda, sonaban a renuncia, a resignación. Me había declarado culpable de antemano y esa actitud negativa, dubitativa, pasiva, me enfurecía. Reconozco que volví a perder los estribos y lancé un vaso de agua contra el suelo, y después he roto a llorar, ante la asustada mirada de mi padre, y me he ido corriendo a mi habitación. Entre sollozos he escrito esto, mientras siento que estas cuatro paredes me aplastan y me he preguntado por que reacciono así, por que no puedo ser de otra forma.

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Ana se mantiene en un mundo aparte. Se aísla del resto de los mortales por que su sensible alma está harta de soportar demasiadas pequeñas heridas. Un fuerte y doloroso golpe puede dejarte fuera de combate, conmocionada por mucho tiempo, incluso para siempre, pero docenas de pequeños y certeros golpes pueden hacerte soportar un dolor inhumano e insoportable, como si cientos de insectos te picaran a la vez, alojando en tu cuerpo suficiente veneno para hacerte sufrir lenta y agónicamente, mientras que lo que más deseas es dejar de sentir ese suplicio, aunque sea a costa de tu propia vida. El dolor que se sufre en silencio es el que más se padece, el que más te destroza. Es mejor gritar, rebelarse, llorar. Pero tal como no todos los golpes son iguales, no todos nos enfrentamos de la misma forma a estos. Unos logran sobreponerse, otros se rompen como una madera frágil y algunos se hunden en un dolor intenso y aflictivo. Caer en el sopor de la tristeza es el peor destino, incluso peor que fragmentarse por dentro por que de esa forma el tiempo irá curando poco a poco esas heridas pero de la otra forma el corazón sufre tanto que llega a hacerse insensible y apático. Tal vez ese sea el caso de Ana. “¿No es curioso que ni siquiera me importe el estar aquí?”, me preguntó con ese arrullo suave y sigiloso que nace de su garganta. “Cuando sientes que tu vida es una cárcel te da lo mismo estar aquí que en tu casa”. ¿Por qué estás aquí?, le pregunté con sincero interés, pues me parece alguien con una complejidad emocional significativa. “Mi familia piensa que estoy loca, que algo dentro de mi cabeza anda mal. En realidad me siento desarraigada de todo” ¿Desarraigada?, pregunté algo sorprendida y bastante desorientada. “Sí, ya sabes, como si me sintiera fuera del mundo, que no perteneciera a él, y no me interesa nada. Cuando observo a los demás solo veo pequeños monstruos que deambulan de un lado a otro en busca de algo que no saben que es y compruebo lo estúpidos que son afanándose por cosas que no valen para nada y que son tan vacías y pasajeras. Si miro a mí alrededor solo veo gente malvada con vidas superficiales y eso hace que no me interese nada que venga de ellos...” Yo asentí intrigada y un poco identificada con su visión de las cosas. ¿Realmente no te interesa nada? ¿Te da lo mismo todo?, pregunté intentando sonsacarle sus verdaderos sentimientos. “Así es como ellos me ven, pero por supuesto que me importan cosas, me importa la desigualdad del mundo, me importa que medio mundo tire comida y otro medio se muera de hambre, me importa que los humanos no sepamos apreciar lo que tenemos... Y sí, me interesan cosas, me interesa la belleza, da igual que tipo de belleza, la belleza es una percepción superior que llena tu corazón y te da un motivo para vivir; la belleza de una canción, de un cuadro, de un paisaje, de una idea o de una persona...” Entiendo, corroboré con un gesto de complicidad, pero ella sonrió como dando por sentado que no sabía de qué hablaba. “Tengo dos hermanos varones y desde el principio comprobé que en mi casa no era lo mismo ser hembra que varón...- continuó con voz tenue y afligida.- La educación, los valores, los privilegios y responsabilidades... todo era diferente. Yo debía ser una buena hija y ayudarle a mi madre en sus quehaceres diarios, debía ser obediente y recatada, debía ser discreta y esforzada, ellos, sin embargo, estaban exentos de todo eso. Yo debía llegar temprano a casa y no hacer nada que avergonzara a mis padres, ellos podían dedicarse a sus propios asuntos, tener los amigos que quisieran y hacer lo que les daba la gana. Nunca he visto consideración ni amabilidad por parte de ellos. Una hace lo que aprende y lo que ve. No

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es fácil vivir con la idea de que una es limitada y ha nacido para servir y poco más. Todo eso hizo que creciera siendo retraída y tímida, acomplejada y torpe. Sufrí mucho por lo que los demás pensaban de mí, en mi familia, en el colegio, en cualquier ámbito de mi vida. Mientras el resto de chicas vivían y pensaban de forma liberada y moderna mi mente se había quedado atascada en un concepto retrògrado y anticuado. Mientras ellas vestían con modernas y sexys prendas de marca yo lo hacía con anticuadas ropas que mi madre me compraba. Me comportaba como una niña insegura, yo asumía ese rol tanto como los demás. Eso me hizo apartarme de todo y construirme un mundo propio, aislado y triste. Su sobreprotección y rigurosidad no me ayudó a realizarme. Tuve que aprender a fuerza de golpes a sobreponerme de los demás, a valerme por mí misma. Cuando tuve que salir de debajo de sus alas descubrí que no era capaz de desenvolverme en el mundo real. No lograba adaptarme. De esa forma me fui haciendo inaccesible. Todo eso ocurrió en un marco de circunstancias negativo. Con el paso de los años mis padres comenzaron a reñir con asiduidad. El ambiente se hizo tirante, malo. Yo siempre estaba en medio, soportando el vendaval. Incluso a veces, descargaban sobre mí sus frustraciones. Mis hermanos vivían demasiado ocupados en sus asuntos como para tratar de intervenir o llevar parte de esa carga. Para mí resultaba insoportable. Mi padre entonces comenzó a beber. Aquel hombre enérgico y emprendedor se transformó en alguien de carácter agrio e inestable. Mi madre también tenía un carácter fuerte y dominante, así que los combates verbales eran ensordecedores, y a menudo ambos terminaban haciéndose mucho daño sacando todo tipo de trapos sucios y utilizando todo tipo de escabrosas estrategias para sentirse victoriosos. Ella solía hacer comentarios devastadores dirigidos a minar su autoestima y él bebía más y más cuanto más atacado se sentía. Ambos se volvían desagradables y nerviosos. Se hizo un nefasto círculo vicioso. Mi padre tuvo un accidente por conducir borracho y estuvo a punto de morir, y mi madre se sintió culpable por ello. Eso hizo que ella se cerrara a todo el mundo. Mis hermanos solo aparecieron cuando ocurrió lo del accidente, pero a medida que todo fue normalizándose, desaparecieron de nuevo, y toda la carga se quedó para mí, otra vez. Ya para ese entonces yo tenía diecisiete años y comencé a darme cuenta que el mundo era mucho más grande que mi familia y mi casa. Miré a mí alrededor y lo que vi no me gustó. La gente se afanaba por cosas absurdas. No comprendía nada sobre ellos, sobre su egoísmo y su agresividad, sobre la hipocresía y la doble moral de las cosas. Por otro lado estaban mis padres, tratando de que las cosas se arreglaran entre ambos, intentado reconciliarse en un mundo tan ficticio como frívolo. Todo fue un círculo vicioso, discutían, se distanciaban, se decían cosas hirientes y se volvían a reconciliar en un nuevo y fútil intento. Habían creado un mundo en el que yo no encajaba. Vivían presos de esa monotonía continua, inmersos en una especie de representación perpetua. Ahora miran hacia atrás y se dan cuenta de lo equivocada y superficial que ha sido sus vidas, de lo incompletas que han sido. Estaban demasiado convencidos de que sus posiciones eran las más adecuadas como para ir rectificándolas a medida que iban cometiendo esos errores que todos cometemos gracias a la inexperiencia o la torpeza. A menudo, la gente que piensa que está en posesión de la verdad absoluta y que se cree incapaz de equivocarse, se da cuenta demasiado tarde de lo rígido y equivocado de su enfoque y, por lo tanto, les resulta demasiado tarde para rectificar todos esos errores que su tozudez les ha impedido corregir. Por eso nunca pienses que estás en posesión de la verdad absoluta y que eres infalible, por que esto no existe. Duda de todo, incluso de lo que pienses, y deja siempre algo de tus energías e intenciones para reconocer tus errores, así podrás rectificarlos a tiempo. Nunca, nunca, des nada por sentado... Ana terminó de hablar y no se adivinaba un ápice de locura o conflicto en su mirada aunque le resultaba doloroso todo lo que había contado. Era sufrida y resignada. En vez de eso irradiaba tranquilidad y sensatez. Por eso me sentí impulsada a preguntarle que qué era realmente lo que hacía allí, y a decirle que ese no era su lugar. Le dije que era una persona cuerda, entera, solo que esa forma de crecer y de vivir había hecho de ella un ser inseguro. Durante toda tu vida, continué diciéndole, has sentido que los elementos siempre estaban en

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tu contra y eso te ha convertido en alguien desconfiado y vulnerable. Tu transparencia a hecho que los demás siempre acaben por aprovecharse de ti, y por eso, has crecido llena de complejos y dudas. Tus padres trataron de meterte en una burbuja protectora, aislándote del mundo. Eso no te hizo ningún bien. A veces no basta con tratar de hacer el bien, y eso resulta contraproducente. Cuando esa burbuja explotó te viste superada por todo lo que te rodeaba. Te sentiste rechazada y desfasada. Ese ambiente familiar potenció todo eso que te hizo sentir tan triste y aislada, te hizo sentirte distante de todo. Ahora debes encontrar ese equilibrio que te permita huir de todas esas cosas y a la vez ser feliz. Dentro de ti hay muchas cosas buenas que ofrecer. Hay poder y determinación. Hay bondad y franqueza. Pero no debes dejarte vencer por todas esas mentiras... Ella se quedó sonriendo, con esa expresión de dulzura que brotaba de su hermosa alma, mientras pensaba en todo lo que le acababa de decir. “¿De verdad lo crees?”, me preguntó al rato con esperanza. Estoy segura, le contesté. En una guerra hay docenas de pequeñas batallas… contra tus padres, contra tus hermanos, contra ti misma... También hay alguien que dejó una huella muy honda y dolorosa dentro de ti. Cuando le dije eso, me miró sorprendida. Sabía de quién le hablaba aunque no lograba adivinar cómo lo sabía. Era algo que le había hecho mucho daño, algo que estuvo a punto de hundirla en un mundo penumbras para siempre. “Es cierto”, continuó reconociendo, “tuve un novio”, en sus palabras se adivinaba el dolor que esa dolorosa experiencia había dejado dentro de su alma, como una profunda astilla clavada más allá de la piel. “Era alto, fuerte, apuesto y yo una niña ingenua y sencilla, así que con un par de palabras bonitas logró atraparme. Ni siquiera me resistí, quedé hipnotizada como una boba. Para mí todo aquello era nuevo y excitante. Era la primera vez que un chico se mostraba tan atento y romántico conmigo. Sus gestos, sus palabras, sus acciones, todo le hacía especial. A veces me regalaba flores, o me decías cosas bonitas al oído, o me invitaba a dar paseos por lugares tranquilos, y charlábamos durante el paseo, y ese tipo de cosas, hasta que llegué a enamorarme locamente. Me convertí en alguien ciego y estúpido. Detrás de todo ese disfraz amable y romántico había una persona engreída y egoísta, que solo trataba de satisfacer su propio ego, por eso, cuando consiguió de mí todo lo que quería comenzó poco a poco a perder interés. Mis sentimientos eran puros, intensos, así que para mí resultaban imposibles cosas como la mentira y el coqueteo. Tenía que haberme dado cuenta que yo solo era otra estúpida chica en su lista de conquistas, y nada más. Y él se fue alejando sin dar ninguna explicación. Se volvió esquivo, dejó de ser amable, detallista, al punto de ignorarme. Eso me dolió mucho, me hizo sentir como la mujer más infeliz del mundo. Era tan estúpida que llegué incluso a pensar que la culpa era mía, por que yo buscaba algo más, buscaba cariño, ternura, amor, y él lo reducía todo a encuentros sexuales. Un día fui a su trabajo, dispuesta a aclararlo todo y dispuesta a cualquier cosa por él, a pesar de que me lo había prohibido en más de una ocasión. Cual no fue mi sorpresa cuando lo vi salir con otra chica, una chica guapa, esbelta, segura de sí misma, y era tierno con ella, y sonreía de continuo, y la miraba con un brillo que no tenían sus ojos cuando me miraba a mí. Bueno, el mundo se desplomó a mis pies. En mi cabeza aquella posibilidad era inexistente, inverosímil, y por eso el sufrimiento fue mayor. Fue como sentir que un dolor intenso se había alojado en lo profundo del alma. El caso es que una cosa llevó a otra y eso me hizo abrir los ojos y atar cabos, y además pude conocer más cosas sobre él, pude descubrir su doble vida; en la parte oculta yo, la pobre chica ignorante, la aventura que servía para engordar su ego, y en otra aquella chica, su novia, la que manejaba las riendas y le convertía en un ser normal, incluso vulgar. Me sentí utilizada, traicionada, como si fuera una mierda. Después de eso, tuve una intensa conversación con él y le dije cosas muy duras, derramé toda la frustración y la rabia que tenía en mi alma como un veneno. Pero no fue suficiente, por que él salió de mi vida sin decir nada, como una alimaña, y entré en un periodo oscuro y triste de mi existencia. En el fondo hubiera deseado que llorara o que jurara que no iba a volver a hacerlo y que me pidiera

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de forma desesperada que le perdonara porque yo era la única mujer de su vida o algo así, pero se largó en silencio consciente que había actuado de forma vil y mezquina. A partir de ahí el mundo perdió interés para mí, no quería comer ni salir ni hacer nada, pero la agonía solo duró una semana en esta ocasión, por que él apareció de repente e hizo todo aquello que yo había deseado y me rogó que le perdonara y que le diera otra oportunidad. Cuando le pedí algún tipo de explicación me juró que quería dejar a su novia pero que ella le había dicho que si lo hacía se quitaría la vida y por eso no se atrevía a hacerlo de golpe, y me pidió que le ayudara y que tuviera paciencia, que le diera algo de tiempo pero que no le dejara, y yo, tan ingenua y tonta como siempre, le creí, en el fondo por que era lo que deseaba. Así estuvimos por algunos días, y, en un esfuerzo por tratar de no anteponer mis sentimientos a la cordura y dolida aún por todo, me armé de valor y fui a hablar con ella para saber qué había de verdad en ello. Bueno, tuvimos una amplia y tranquila charla, y ella no resultó ser la chica paranoica y desequilibrada que él me había contado, ni a mí me lo había parecido. Al contrario, era inteligente y lúcida, y ella me aseguró que nada de lo que él me había contado era cierto, sino que solo trataba de conservar su aventura conmigo lo máximo posible y que sabía bien la forma de hacerme caer de nuevo en su red. Incluso me dijo que estaban arreglando las cosas para casarse, y que no era la primera vez, que ella le conocía bien y sabía manejarlo pero que le daba pena de las incautas que resultaban dañadas por su falta de sensibilidad. Eso fue definitivo. Me alejé irreversiblemente de él, y me costó mucho hacerlo por que él me juraba que todo era mentira, pero en sus ojos veía que el que mentía era él y que su novia me había dicho la verdad, y eso hizo más dolorosa la ruptura. No logré recuperarme, la recaída fue peor si cabe. Mis padres me llevaron incluso a un psicólogo, por que la pena me estaba devorando por dentro, y me mandaron un tratamiento para los nervios por que era como si el aire me faltara, y comencé a padecer fobias a cosas como los espacios reducidos, la gente extraña o las aglomeraciones. En realidad, lo que me dolía era vivir. Era como estar muerta en vida, como si fuese una planta o algo así. Nada me hacía reaccionar, ni me alegraba, y no sentía ganas de nada, solo me daba por estar triste y sola...” Cuando acabó de hablar sus ojos estaban empañados por esas lágrimas que salían de su corazón de forma tan espontánea y punzante, así que pensé que lo mejor era callarme y abrazarla, y eso mismo hice. Ella me sujetó con fuerza pero al instante lo hizo con suavidad. “No es necesario que digas nada”, me dijo como adivinando cuales eran mis pensamientos, “nunca se lo he contado a nadie y al contártelo a ti es como si me hubiera liberado de una pesada carga, un peso que necesitaba soltar...”

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Juan Ramón es uno de los encargados de mis sesiones individuales. En la parte superior de mi cabecera hay un panel que explica y detalla toda mi rutina dentro de esta cárcel de cristal. Ahora mismo lo tengo frente a mí: “sesiones individuales con el doctor Díaz Laca o, en su defecto, con la doctora Gutiérrez Vera todos los lunes a las diecisiete horas, y las colectivas los miércoles y los sábados a las diecisiete y a las once respectivamente”. Juan Ramón tiene unos treinta y cinco años, de piel juvenil y ojos traviesos, pelo cargado y canoso y barba muy cuidada y simétrica. Es listo, amigable y observador. Intenta conquistarte a base de preguntas escrutadoras, preguntas que más parecen comentarios fortuitos pero que él formula para conocerte por dentro con tu forma de contestar y con lo que dices. Penetra en tu interior a base de palabras que se deslizan con serenidad, casi con sensualidad, creando un clima cómodo y amistoso que él intenta componer para que te dejes llevar y le cuentes todo lo que pasa dentro de ti. Es un poco un ladrón furtivo de sentimientos y emociones, por que intenta cavar en lo más hondo de tu alma y descubrir qué es lo que te ocurre y por qué. A menudo va como un ciego, palpando aquí allá; descubrir la verdad que ronda nuestras almas es algo arduo e inaccesible para cualquier ser humano. La sesión de hoy ha sido interesante. Ocurrió lo siguiente: cuando pasé a su despacho él estaba tras su mesa, perdido en un revuelo de papeles y formularios. Después de unos segundos de desorientación me recibió con una sonrisa: -Hola Laura, ¿Cómo estás? ¿Que tal va la cosa? Me alegro de verte.- Muy bien, gracias José Ramón.- Siéntate, por favor.- Eso mismo hice, pero no al otro lado de su mesa, sino en un sofá

que había enfrente. Ese rincón de la habitación es una especie de lugar ideado para que tus sentimientos afloren por sí mismos; la luz es tenue, la decoración suave, hasta la temperatura es agradable.- En un momento estoy contigo.- Me dice y trata de ordenar ese caos de papeles. Después se sienta frente a mí y me observa con ojos inocentes. Me sonríe con naturalidad pero me siento incómoda, es como si tratara de averiguar lo que pienso.- Y ¿Bien?- Solo dice eso por que espera que yo encamine la conversación en uno u otro sentido, pero a mí solo se me ocurre encogerme de hombros. Supongo que no debe ser fácil tratar de entablar un diálogo con una paciente como yo.- Bueno, ¿Has notado alguna mejoría, por pequeña que sea? Cualquier cosa puede ser una buena señal, recuerda que el primer paso es el que comienza un largo camino.

- No sé, todo sigue igual.- ¿Qué tal con los medicamentos? Espero no hayan producido ningún tipo de efecto

secundario. Al contrario, espero que cumplan su cometido.- Aparte de estar harta de ellos, lo mismo de siempre.- Bueno,- y continua alongándose hacia mí, como acostumbra cuando va a entrar en

materia,- el tratamiento que estás tomando potencia la conexión sináptica de las neuronas. Sería el principio, la llave para abrir ese “baúl de los recuerdos”, como dice la canción,- sonríe y yo hago lo mismo, aunque lo cierto es que no me resulta gracioso.- Normalmente, las personas que no retienen información de forma sistemática se debe a que esas conexiones sinápticas están deterioradas y es como si perdieran esa información por el camino, como cuando una tubería de agua tiene fisuras. Basta con tapar esas fugas

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para solucionar el problema.- Sé que ellos creen que existe un problema físico que tal vez la ciencia, con el tiempo, pueda resolver, pero yo creo que debe de haber alguna razón de otra índole para ello, aunque no sabría explicarlo, pero tengo esa confusa e interna sensación.- Lo normal es que el tratamiento hubiera dado ya algún tipo de resultado, pero como esto no resulta exacto, tendremos que tener un poco más de paciencia, ¿no crees?

- No sé, es posible.- Contesté sin ningún tipo de convencimiento.- ¿Recuerdas algo de las sesiones pasadas? ¿Algo de la historia que te conté quizás?-

Negué con la cabeza.- No recuerdo nada de lo que me contó.- Continué.- Es curioso, recuerdo nuestros

encuentros, incluso recuerdo el mobiliario de la habitación, me acuerdo de usted, pero no recuerdo nada de lo que hablamos. Imagino que ya estará harto de escucharlo, ¿No?

- No te preocupes por eso Laura, para eso estoy aquí. Bueno, no perdamos la esperanza, así que, como de costumbre, te contaré otra historia, ¿de acuerdo? Escúchame con atención y trata de acordarte de algunos detalles. Pues bien, en esta ocasión se trata de un hombre que vivía solo y tenía un perro al cual quería mucho por que era su única compañía. Este solía esperarle todas las noches a que volviera de la facultad y siempre estaba muy alegre, y le encantaba jugar con él. Existía una especie de conexión entre ambos. A propósito de ello, incluso le llamaba Compi. Un día este chico vino borracho por que había salido con unos compañeros y dejó la puerta de su casa abierta de par en par, así que Compi quizás interpretó que su amo le dejaba salir y lo hizo con la precipitación propia de un animal dinámico que está todo el día encerrado en la casa, con tan mala suerte que cruzó la calle sin cuidado y un vehículo que venía a una velocidad considerable le atropelló. Nuestro amigo oyó el aullido desgarrador desde su casa y se asomó a la ventana, y vio al pobre Compi moribundo, tirado en el asfalto. Bajó a toda prisa y, comprobó destrozado que no había nada que hacer, y que su compañero estaba experimentando un gran sufrimiento, así que no pudo hacer otra cosa que sacrificarlo para que no sufriera más. Eso le hizo sentirse muy mal y se sintió como un miserable, y culpable por la horrorosa muerte de su perro.- El doctor permaneció en silencio por un instante esperando a ver mi reacción. Yo me sacudí al ver esa misma escena en su retina y al sentir como me transmitía todo el dolor y la desazón que había experimentado en ese aciago momento.

- Es una historia muy triste. Debió de ser muy duro para él...- Juan Ramón no dijo nada pero sus ojos asintieron. Todavía existía culpabilidad y tristeza por dentro.

- Así es.- Contestó observando los matices de mi rostro.- ¿Qué piensas? ¿Crees que debería sentirse culpable? ¿Tenía motivos para ello?

- Bueno, es posible que estuviera pasando por una mala racha, un mal momento. Es posible que alguien muy querido hubiese muerto recientemente después de luchar contra alguna enfermedad terminal..- Los ojos del doctor me enfocaron con atención, y su piel se erizó por completo. Ahora era él el que sentía como se agitaba su interior.- Es posible que estuviese saliendo de una relación intensa pero espinosa. Quizás había sentido que su chica había estado saliendo con alguien más a sus espaldas. Y puede que se sintiera furioso cuando se enteró que ese alguien era un íntimo amigo. Esa furia acabó en una trifulca y ambos quedaron heridos y magullados por la fogosa reyerta. Todo eso había hecho de él alguien desesperado y agobiado. Eso le hizo perder las riendas de su vida. La gota que colmó el vaso fue lo de Compi, y eso lo lleva dentro desde hace mucho tiempo. Lo único que pudo hacer es enfrascarse en sus estudios para tratar de superar esa sensación de frustración y desaliento. Al menos, de esa forma, evitaba pensar en ello. Tal vez eso le ayudara a olvidar ese estado de abatimiento que parecía imposible de superar...

Juan Ramón se había quedado atónito. Su boca semi-abierta demostraba el impacto que habían significado mis palabras. Era como si se sintiese tan sorprendido como desnudo. Se

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aferraba a los brazos del sillón como tratando de paliar la sensación de vértigo que había experimentado por unos segundos. Tengo que confesar que fue divertido verle así. Es como si, de repente, descubriera que algún ojo indiscreto había estado espiándole desde un lugar insospechado e increíble.- ¿De dónde has sacado todo eso?- Preguntó después de hacer un gran esfuerzo por

sobreponerse. Tragó saliva.- Bueno, por decirlo de alguna forma, lo he supuesto. Detrás de cada circunstancia

específica hay circunstancias aleatorias que pueden llegar a desencadenar en un punto concreto. La vida es como una gran piedra redonda que va cayendo por una ladera, y cada vez lo hace a mayor velocidad. Cuando era pequeña la piedra rodaba muy lentamente, apenas parecía moverse del lugar, ahora parece que la piedra comienza a coger más velocidad y me parece divertido, cuando tenga más edad supongo que la velocidad se transformará vertiginosa y los años parecerán irse volando, y en la vejez la piedra volverá a ralentizarse aunque lo cierto será que irá tan veloz que no llegaré a apreciarlo hasta que esté apunto de chocar para detenerse de forma abrupta y súbita. Los acontecimientos siempre se suceden de forma continuada y paulatina, y es cuando nos paramos a mirar hacia detrás cuando nos damos cuenta de lo que ha rodado nuestra vida y hacia dónde se ha inclinado nuestra existencia.

- Y tú, ¿Cómo puedes saber todo eso? Eres muy joven aún y con tu problema, resulta un poco sorprendente que hables de esa forma. Además, ¿Cómo puedes suponer la historia que hay detrás del “personaje” que te he narrado? Podría ser una invención mía- El doctor trataba de averiguar de dónde sacaba yo esa verdad que le hacía sentir vulnerable ante mis ojos, una insignificante paciente. Intentaba ahondar en mi mente procurando sacar conclusiones extrañas.

- No lo sé, doctor, se lo prometo. Tal vez sea por el hecho de tener que pensar en ese tipo de cuestiones. No tengo la posibilidad de ocupar mi mente en los asuntos triviales y cotidianos de la gente que sabe quién es y recuerda todo lo que ha hecho, y, en vez de eso, pienso en estúpidas cuestiones que tienen que ver con mi existencia y el por qué de las cosas. Eso me atormenta pero también me ayuda más a conocerme. Estoy como ciega en sentido emocional, y, por eso, debo aguzar y desarrollar otros sentidos que en la mayoría de las personas están dormidos, supongo. Si fuésemos capaces de romper esa barrera que supone todo lo superficial, lo meramente físico, seríamos capaces de navegar dentro de nuestros sentimientos y, a su vez, sentir con mayor intensidad lo que los demás sienten. Eso nos ayudaría a comprendernos y, por ende, también a los demás. También nos ayudaría a romper ese caparazón que intentamos construir para protegernos de los demás y que en realidad nos hace más débiles porque nos aísla de ellos. Como tengo apuntado en mis diarios, aunque no recuerdo quién lo dijo o dónde lo he oído: “si las puertas de la percepción se purificasen, cada cosa parecería al hombre cómo es, infinita, pues el hombre se ha encerrado hasta el punto de no ver sino a través de las grietas estrechas de su caverna...”

- Está bien.- Juan Ramón parecía sentirse incómodo y descolocado por las cosas que estaba oyendo. Carraspeó desconcertado. Era un terreno en el que se sentía inseguro y por eso intentó pasar a otro cosa- Ahora quiero que te pongas en una posición cómoda y que intentes relajarte. Cierra los ojos, cuida que la respiración sea con el abdomen y de forma pausada y acompasada. Muy bien.- Espero tres segundos a que yo me relajara- Ahora intenta recordar algo sobre ti misma. Vamos a tratar de estimular tus mecanismos de recuerdos.

- De acuerdo.- Aflojé mis músculos e hice lo que él me dijo. Trate de concentrarme.- Veo imágenes sueltas que no sé ordenar. Son como espejismos que aparecen y se difuminan en un lugar incierto y confuso. Veo una niña pequeña que llora, pero no sé si soy yo. Un hombre mayor que tropieza y está a punto de caer. Un perro que ladra, una playa con

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muchas olas, unos niños peleándose, un hombre que llora... Recuerdo la cara de mi padre, la de Julia, mi abuela en el pequeño jardín de mi madre. Es curioso, recuerdo a mi abuela enseñándome una foto de mi madre y contándome historias sobre ella pero no recuerdo ni su rostro ni esas historias. Sobre todo recuerdo sensaciones, frustración, soledad, tristeza, miedo, rabia...

- Tal vez esas imágenes inconcretas y esas sensaciones difusas vayan materializándose poco a poco hasta registrar recuerdos nítidos y completos.- El doctor me hablaba intentando transmitirme un poco de optimismo, pero lo cierto era que no había nada que pudiera hacer al respecto, y él lo sabía. Había un extraño guiño de incertidumbre cuando trataba de hacerme creer que mi problema se solucionaría con unas inyecciones o unas pastillas.- Háblame de tu relación con Julia.

- ¿Qué puedo decir? Nunca ha sido demasiado buena. Por lo que sé y lo poco que recuerdo, hubo un tiempo en que la vi como una especie de usurpadora. Ahora reconozco que mi padre tiene derecho a rehacer su vida y que yo no soy nadie para impedírselo, pero supongo que eso me hizo tratarla de forma algo áspera. Aunque lo cierto es que siempre he sentido que no conectábamos, que existía una distancia insalvable entre nosotras. Seguramente la culpa ha sido mía por no darle nunca una oportunidad. Puede que haya sido una celosa. Me enfurece que mi padre me trate como una pobre enferma y loca y, sin embargo, me molestaba mucho que ella pasara a ocupar un lugar tan importante en su vida. Puede que ahí nazca mi mal genio, mis rabietas estúpidas, mi obcecación. Es posible que haya comenzado a entender las cosas y a asimilarlas. Creo que he madurado bastante. Pero ha sido un camino duro, nada fácil.

- Sí, lo supongo.- Generalmente somos tan torpes emocionalmente... Nuestro error es que no somos

capaces de comunicarnos de verdad con las personas que nos rodean. A veces hablamos chorradas pero las cosas importantes e íntimas quedan encerradas. Es un error, ¿No cree?- Juan Ramón asintió de nuevo.- ¿Qué me dice de eso? ¿Le ha ocurrido a usted?- El psicólogo me miró asustado de nuevo por que sospechaba que sabía de qué le hablaba. Se sintió de nuevo transparente y expuesto. No pudo decir nada, sus palabras se atascaron en su garganta, volvió a carraspear.

- ¿Por qué lo dices?- Continuó después de la impresión inicial. Intentaba recuperar el control de la situación.

- A todos nos ocurre. A mí, por ejemplo, me ocurre con mi padre. Es algo que no puedo evitar. Sé que me quiere, por supuesto, pero no es capaz de demostrármelo. No sabe profundizar en mis sentimientos. Me ve con unos ojos que no me gustan, y eso me enfurece. A veces tan solo se trata de eso, de la forma en que vemos a esas personas. Por ejemplo, en su caso no es capaz de olvidarse de todo lo demás que le parece tan trascendental e importante como es su maldita empresa y mantener una conversación conmigo totalmente franca y honesta. A los adultos le da miedo desnudarse, sobre todo ante sus inexpertos e inmaduros hijos. Y yo permanezco en mi posición defensiva, nunca tomo la iniciativa. Siempre espero que él sepa lo que debe decir y hacer y, lo cierto es que, por el hecho de ser un adulto curtido en cientos de batallas cotidianas no le da la condición de infalibilidad absoluta ni la garantía de que no acabará por cometer un error. En el fondo, es tan torpe y se siente tan perdido como cualquiera de nosotros, como usted o como yo.

- ¿Tu crees?- Preguntó el médico tratando de poner en duda mi aseveración.- Sí, lo creo.- Asentí con seguridad.- Usted podría tener, por ejemplo, un hijo, y creer que

es un chico rebelde y testarudo, y sentir que lo está perdiendo. Lo más humano sería tirar la toalla. Pero nunca se le ocurriría pensar que está enfocando mal el problema. Es posible que lo único que su hijo quiera sea llamar su atención por lo lejos que se siente de usted. Tal vez sea la forma de hacerlo. Tal vez espera menos rectitud y más apoyo de

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su parte, que confíe más en él. Quizás espera que se enfrasque menos en los casos de sus extraños pacientes y que le dedique más tiempo y energías a él. Tal vez necesite que le dé una voz más alta y se ponga en su lugar y después se vayan juntos a jugar o al cine o algo así. Cuando una persona no encuentra el camino que necesita busca otros senderos, y esos sí pueden ser peligrosos. Quizás él necesite más un amigo que un padre...

Juan Ramón estuvo a punto de levantarse y preguntarme cómo había llegado a esa serie de conclusiones sobre él. Había agitación en sus ojos. Por otra parte, también tenía el deseo de inquirir más sobre el asunto, sobre lo que sentía su hijo y lo que quería, e incluso lo que sentía y debía hacer él mismo, pero se retuvo pues tuvo miedo de descubrirse de esa manera. Después de todo, yo no soy más que una paciente. Había una tempestad dentro de su alma. Emociones que se encontraban. Reflexiones e intenciones que se perdían en su cabeza. La sonrisa de su hijo tal vez, o algún reciente altercado. Se dejó llevar por su naufragio emocional y no hizo nada de eso. A mí no me hubiera importado seguir hablando de ello, descubriendo lo que él mismo me mostraba con sus ojos, pero no me lo pidió. Simplemente me comunicó que dábamos por terminada la sesión. Al salir de allí me pareció oírle llorar...

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Acabo de tener un extraño sueño. Generalmente, no suelo recordarlos. A veces despierto con la sensación de haber soñado pero cuando intento recordar me resulta imposible, como si se diluyeran de repente de mi cabeza, y solo me quedo con la frustración de saber que soñé algo que se ha perdido en mi cabeza por algún maldito resquicio. Pero este sueño ha resultado muy extraño. No solo por el hecho en sí de poder recordarlo tan nítidamente que incluso me dé tiempo de coger mi diario y un bolígrafo, y tratar de plasmarlo para que no se pierda. Además porque ha sido tan real que es como si lo hubiese vivido, y tal vez sea así, por que tengo la extraña sensación de que pertenece a algún episodio de mi vida, ¿Cómo podría ser de otra forma? Iba en una moto agarrada de un chico. Nos divertíamos bastante, dábamos vueltas de un lado a otro de la ciudad, hacíamos locuras insensatas como adelantar por cualquier lado o burlarnos de los otros vehículos, ausentes de todo sentido de cordura y prudencia. Incluso un par de veces nos subimos a la acera y aullamos con atrevimiento mientras los transeúntes se apartaban asustados y nos insultaban. Después el chico me llevó a un lugar tranquilo. Parecía algunos años mayor que yo, de pelo enmarañado y castaño y gafas negras que escondían unos ojos pequeños y curiosos. Charlamos durante un rato y el chico comenzó a besarme. Al principio le correspondí, todo era tan excitante que me resultaba imposible negarme, pero después él fue aumentando sus intenciones a la vez que se excitaba más y más y no hacía otra cosa que acariciarme por todo el cuerpo intentando llevarme más allá de un simple beso. Sentí miedo, no sé bien de qué o por qué, pero comencé a temblar y, al principio me resistí tímidamente, pero cuando él se puso demasiado pesado e insistente lo hice con mayor determinación. Lo que en un principio fue un magreo adolescente se estaba convirtiendo casi en un forcejeo ardiente, hasta que le arañé la cara la empujarle hacia atrás y separarle de mí, como una gata asustada. A él no le gustó nada que lo hiciera y me lanzó con ímpetu hacia atrás y comenzó a decirme cosas hirientes, se burló de mí y me llamo zorrita y loca y después de despacharse a gusto me dejó allí tirada, mientras lloraba como una niña pequeña. Al cabo de un rato comencé a caminar hacia mi casa, mientras tarareaba melodías que no reconocía pero que sonaban en mi cabeza. Apareció entonces otro chico, uno de ojos dulces y mirada melancólica y se puso a hablar conmigo. Yo aún estaba dolida y actué de forma grosera, áspera, pero el chico no reaccionó, tan solo se calló y me acompañó, pero a un par de metros de distancia. No parecía ofendido, y eso me sorprendió. Al rato me sonrió y comenzó a contarme cosas de su vida, de canciones, de cualquier tema que se le ocurriera. Al final terminé por acercarme a él y hablamos mientras me acompañaba a casa. Estuvimos así por un buen rato, pero ni siquiera me di cuenta del tiempo y entonces llegamos a un parque que estaba muy cerca de casa, y nos sentamos durante un buen rato en un banco, pues me gustaba charlar con él. Resultaba muy agradable y diferente al otro chico. Hablaba con calma y sus palabras sonaban sinceras, espontáneas. No existían intenciones ocultas ni deseo de pavonearse o impresionarme. Justo cuando iba a despedirme apareció Julia por sorpresa. Caminaba de forma inquieta, parecía nerviosa. Sin mediar palabra comenzó a regañarme, mientras su voz salía intranquila y torpemente de su garganta, como si estuviera preocupada o algo así, y no dejaba de decir que mi padre y ella habían estado preocupada por que no sabían dónde me había metido. Lo cierto era que me había fugado del colegio para largarme con ese maldito estúpido pero había estado más tiempo del que había calculado, y habían llamado a mi padre para advertirle de mi falta. Después de todo ¿para qué me servía el colegio? Gran parte de lo que estudiaba se me

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olvidaba con rapidez. El caso es que notó mi lastimoso estado, por que tenía la camiseta manchada de barro, y estaba algo despeinada, y me preguntó si me había pasado algo malo y si me encontraba bien, y yo me enfadé y le dije que me dejara en paz por que ella no era mi madre, y comenzamos a lanzarnos reproches. Entonces la corté diciéndole que no me gustaba que me riñera delante de mis amigos y ella quedó sorprendida y me preguntó a qué amigo me refería, y, cuando quise darme cuenta, él ya no estaba allí, simplemente se había esfumado como por arte de magia, como si se hubiera diluido. Ese es el sueño, un sueño nítido y real. Voy a asomarme a la ventana por que me ha parecido oír un estruendo o algo así. Lo absorta que me había dejado el sueño me ha impedido darme cuenta de la tormenta que afuera se está desatando. Llueve con intensidad, y, de vez en cuando, el horizonte se ilumina con fulgores mágicos que anteceden a los sobrecogedores truenos. Es extraño que el ruido no me haya despertado, o quizá lo haya hecho, pero este sueño, más que un sueño parecía una especie de trance o algo así. Voy a dejar de escribir para asomarme un rato a ver esas serpientes de luz en el cielo. Me gustan por que parecen lanzas furiosas de los dioses que atraviesan el infinito oscuro y húmedo. El agua corre por todas partes. Es un auténtico diluvio.

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11 La sesión de hoy ha sido diferente, muy intensa e interesante. Bueno, lo cierto es que no hubo sesión como tal, pero las cosas que ocurrieron nunca podrían haber pasado en una de las sesiones habituales. Muchos sentimientos salieron a flote. Desde el principio la humedad del ambiente parecía presagiar la tensión que más tarde nos sorprendería a todos. Es como si la furia de los cielos nos hubiera contagiado a nosotros también, tan permeables somos a todo lo que nos rodea. Por lo visto, desde ayer había previsión de tormenta, pero creo que superó las expectativas. Ninguno de los habituales faltó, exceptuando el médico, pero allí estaban Ana, Roland, Héctor, Franky, Víctor y yo, ese es nuestro grupo. Al principio la gente no hizo otra cosa que esperar a que uno de los doctores apareciera mientras contemplaba la majestad de una furiosa tormenta que empapaba a gusto la superficie. Ana, por ejemplo, perdía su mirada en la lejanía y se atisbaba un ápice de miedo en su mirada, como si fuera capaz de intuir todos los destrozos y las desgracias que una tormenta como aquella había realizado o era capaz de originar. Roland, sin embargo, miraba pero no observaba lo que ante sus ojos se exhibía, permanecía absorto en sus recuerdos más recónditos, con una mirada perpleja y contrariada. Héctor miraba al horizonte de forma distinta a como lo hacían Ana y Roland, su percepción se centraba más en el conjunto de las leyes naturales que hacían que todo eso ocurriera de esa forma, trayendo el caos de una manera tan circunstancial como temible. Sus pensamientos no pertenecían al común de los mortales. Franky, sin embargo, se alojaba en un sentimiento de melancolía para enfrascarse en unos acordes que imaginaba en su mente y que decoraban esa gris y acuosa mañana. Tal vez estaba tratando de componer una canción o algo así. Víctor lo observaba todo con mirada opaca, impaciente de estar allí y aburrido por no hacer o decir algo que resultase hiriente o provocador para los demás. Cuando no hacía eso, solía ahogarse en su propia obcecación. De vez en cuando nos observaba de soslayo y se adivinaba claramente su insatisfacción. Me acerqué a Ana y le pregunté si se encontraba bien. Ella asintió poco convencida. “Nunca me han gustado las tormentas”, me dijo, y continuó: “Cuando era niña recuerdo que me moría de miedo cuando había truenos. Recuerdo que toda la habitación se estremecía y pensaba que iba a partirse en dos e iba a inundarse. Lo peor es que los truenos me recordaban a la voz de mi padre cuando estaba borracho y le gritaba a mi madre o nos regañaba a nosotros. Todavía tiemblo, como cuando era pequeña, no puedo evitarlo...” Roland se acercó después a mí: “Quería decirte que...- su voz se quebraba porque le costaba hablar sobre ello,- que, sobre lo que le otro día hablamos, bueno, mejor dicho, sobre lo que me dijiste...- su frase quedó incompleta a la espera, tal vez, de que yo supiera completarla o al menos, intuirla, pero no era así, había sido borrado de mi memoria, aunque es posible que lo hubiera apuntado en mi diario. “No te acuerdas, ¿Verdad?”- yo negué con timidez y él se sintió algo incómodo: “vaya, lo siento, no quería... ya sabes... Bueno, nada en especial, solo darte las gracias” Me miró con ojos intensos. Dudó por un momento pero luego continuó, como si hablara consigo mismo: “ Y ella, ¿es real...?” En sus ojos noté la espontaneidad y la valentía con que había desplegado esa cuestión. En ese momento no sabía de qué me hablaba, y eso me hizo sentir un impotente, aunque sí pude atisbar que esa mujer a la que él se había referido era un recuerdo muy real y doloroso que permanecía intacto en su corazón. Yo asentí y él lo comprendió por que me lo agradeció con su sencilla y serena mirada. Se fue a su rincón. Al momento, apareció una trabajadora del centro y, después de preguntarnos si estábamos bien, nos hizo saber que en diez minutos aparecería José Ramón para empezar la sesión. Se

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marchó y nos quedamos esperando, pero José Ramón no apareció, y todos nos impacientamos, sin saber si permanecer allí por más tiempo o irnos a nuestras habitaciones. Nadie apareció, como si se hubiesen olvidado de nosotros. Víctor estaba como inquieto, pues su carácter nervioso siempre le vence, y propuso algo. Así es como lo recuerdo:- Bueno, joder, me aburro. Ya que el señor Juan “mamón” no aparece ni la señorita

“pésima” tampoco, ¿Por qué no comenzamos nosotros la sesión? Podría ser divertido.- Víctor desplegó su frecuente estilo malicioso y corrosivo.- ¿Qué os parece, pandilla de chalados?- En principio, nos quedamos callados, observándole con desconfianza. Víctor no resultaba simpático a nadie. Todos trataban de mantenerse lo suficientemente alejado de él como para no experimentar en sus propias carnes la frustración interior que le hacía tratar de herir a los demás.- ¡Vamos, joder! ¿Quién se atreve? ¿Quién va a empezar? Se levantó de su silla y comenzó a pasear alrededor de nosotros como si fuera una serpiente a punto de cazar a una presa, con cautela y atención. Se acercó entonces a Héctor- ¿Quién empezará? Vamos, un valiente. Tal vez el gran Héctor.- Víctor le miró con ojos hundidos y él desvió su mirada.- Sí, Héctor, el gran... fracasado.- Sonrió con malicia.- El chico de la mente privilegiada. El superdotado.- Le dio un pequeño manotazo en la cabeza de forma despectiva.- Papaito se enfadó con él por que quiso ser más inteligente y se portó mal. ¿Te gustaba, pequeño idiota, que papaito se sintiera atacado por tu inteligencia? ¿Te hacía sentir superior a él, al resto del mundo? Jódete, ahora estás aquí, entre chalados. ¿Adónde fue a parar todo ese intelecto, esa prodigiosa mente? Yo te lo diré, al cubo de la basura. Tío, pensabas demasiado, como haces ahora, siempre en ecuaciones, en lo infinito, y acabaste con los plomos fundidos. Se te quemaron las neuronas, así de simple.- Víctor le volvió a palmear la cabeza desdeñosamente. Héctor trató de evitarlo de forma tímida y desacertada.- ¡No has aprendido la lección y sigues comiéndote el coco con cosas que a nadie le importa, intentando recuperar la lucidez que perdiste para siempreeee!- Víctor puntualizó esa sílaba con la intención de hacer daño, de castigar donde más dolía. Se le quedó mirando pero Héctor no reaccionó, se queda perdido en su propia desilusión. Víctor caminó un par de pasos en busca de una nueva víctima.- También puede empezar la señorita Ana, la recatada.- Sonríe con malicia.- Ana la ingenua, la inocente. Tus padres nunca quisieron enseñarte un mundo tan cruel y trataron de protegerte demasiado y sin embargo, ellos eran la muestra perfecta de ese mundo cruel. No me extraña, eres demasiado tonta y acomplejada como para darte cuenta de ello. ¿Sabéis? Lo peor no era eso, sino que Ana estaba tan perdidamente enamorada que creía que un príncipe azul vendría a rescatarla de su mediocre vida en un caballo blanco y que la llevaría a un hermoso palacio donde serían felices para siempre. Que bonito...- Uso un tono de voz cursi y burlesco.- Pero él, en vez de eso, solo la llevaba a un escampado donde cepillársela a gusto hasta que ella misma se dio cuenta de que tan solo era una diversión pasajera para él.- Ana lo observó entre torturada e indignada, tratando de contener todo ese dolor en el fondo de su pecho.- Pero Ana, las chicas estúpidas como tu están para eso, para satisfacer la lujuria de los cabrones que andan suelto por este amplio mundo ¿no? Y tú, no haces otra cosa que deshojar margaritas con cara lánguida tratando de averiguar si él aún “te quiere o no te quiere”... Con tu rostro lánguido y tu mirada nostálgica solo tratas de darle lástima al resto de los mortales... Pues, yo me compadezco de ti, sí, me compadezco. Pasa esta noche por mi habitación y te consolaré...

- ¡Cállate! ¡Cállate de una vez!- Ana gritó mientras rompía a llorar afligida y Víctor mostraba su rostro satisfecho.

- También podría empezar Franky, el gran e inigualable músico, el rockero, el poeta maldito de la música... Le dabas tanto la vara a tu familia que al final optaron por enviarte aquí. Creías que eras una especie de John Lennon o algo así pero te falta talento para ello. Joder, si ni siquiera saber tocar. Aporreas las cuerdas haciendo un ruido

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insoportable, pegas cuatro gritos y ya crees que has hecho algo bueno. Tío, ¿Te has parado a oír las letras de tus canciones? ¿Quién coño las entiende? ¿Y tú te crees un poeta? Menudo poeta. ¿Te crees que eres el puto Jim Morrison? No pudiste soportarlo, ¿No es así? No pudiste soportar que no tuvieras talento, que tu familia creyera que estabas loco y que ibas detrás de un sueño imposible, que tus colegas te dejaran en la estacada... Entonces te hiciste un puto drogadicto. Te metías cualquier pastilla que cayera en tus manos y aún sueñas con hacerlo. Ahora por ejemplo, darías cualquier cosa por una de esas pastillitas que te haga volar lejos de aquí... Estás cayendo, tío, estás cayendo al vacío...

- ¡Que te den, gilipollas!- Frank se levantó del sitio exaltado, pero Víctor no dijo nada, tan solo lo miró con sus ojos suspicaces, saboreando maliciosamente el efecto destructivo de sus palabras, y Franky volvió a sentarse y se quedó inmóvil, como una piedra, en su rincón gris.

- También puede empezar nuestro amigo Ronald, Roland, o como coño se llame, el “caballero de la triste figura”.- Dio un par de pasos en su dirección y comenzó a rondarle como un tiburón ronda a su presa sin acercarse lo suficiente pero esperando el momento adecuado para caer sobre él.- El paladín, el salvador, el reencarnado, ¡el lunático...! ¡El tío dice que viene de otra época!, de cuando la gente iba con las espadas por la calle y toda esa mierda, y que era una especie de soldado, caballero o qué sé yo. Miradle bien, ¿Acaso tiene pinta de héroe o algo parecido? Si más bien parece el tonto del barrio, ¿no resulta gracioso? ¿No será que te inventaste todo ese rollo para escapar de tu mediocridad? O tal vez lo hiciste simplemente para hacerte notar. Durante toda tu vida has sido un ser invisible, como un cero a la izquierda, nadie te ha hecho el menor caso. Has pasado inadvertido, y te has inventado ese falso Quijote para hacernos creer que eres alguien valiente y respetado, una especie de justiciero o algo parecido. Ni siquiera esa tía a la que tanto veneras te hizo el menor caso. Vamos, tío, ¿Cómo puede una mujer fijarse en un tipo como tú?- Las miradas de ambos se cruzaron con feroz intensidad. Ese último comentario hizo daño a Roland.- ¿Qué vas a hacer, viejo?- Roland no es viejo ni mucho menos, pero, para un tipo como Víctor, cualquiera que sobrepase los treinta y pico ya es un viejo.- ¿Retarme a un duelo o algo así? ¿Salvar tu honor en un combate a vida o muerte? Vamos tío, despierta, estás en el siglo veintiuno, eso de los duelos a muerte con lanzas y espadas hace mucho que pasó, y tú nunca lo has vivido, es solo una invención de tu disparatada mente.- El silencio dio paso al tamborileo de la lluvia. Todos nos quedamos mudos por un instante. El ambiente podía cortarse. Todos nos sentíamos cuanto menos indignados pero Víctor se lo estaba pasando en grande.- ¿Quién falta? Ah, sí, la dulce Laura, no creas que me había olvidado de ti.- Dio un par de pasos en mi dirección y continuó hablando:- la niña sin recuerdos, la atormentada, la rebelde, la loca que se cree vidente o algo parecido, siempre perdida en su mirada nostálgica y triste.- Se sentó frente a mí sobre una silla al revés, apoyando sus manos y su barbilla sobre el respaldo de esta, mirándome a los ojos fijamente.- Dime, pequeña bruja, ¿Qué ves? Algo verás ¿no? Vamos.- Permanecí en silencio.- ¿Qué pasó con tus poderes? ¿Desaparecieron de repente? Quiero saber cómo puedo solucionar mis problemas. Pero, claro, tal vez es por que primero tienes que aprender a solucionar los tuyos. ¿Qué te crees, una especie de iluminada? Solo eres una amnésica que piensa que todo tiene un sentido cósmico o algo así, una chiflada que piensa que algún día sabrá el motivo de ello y entenderá qué sentido tiene, y entonces podrá encontrar la solución para dejar de ser amnésica. Bueno, de ilusión también se vive, allá tú, pero ya te adelanto que los milagros solo existen en las películas, y que no te curarás como por arte de magia o algo así. Solo eres una maldita niña estúpida y mimada que olvida cosas...- Entonces se levantó casi exhausto como estaba por haber tratado de hacer tanto daño en un solo día. Era como si tuviera algo maligno que luchara por salir y que le envenenaba poco a poco. Su mirada era la de un

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predador que ha cazado a su presa y su gesto era complaciente, lleno de satisfacción. Dio un par de pasos hacia el fondo de la habitación- Nadie dijo nada. Todos quedamos callados pensando que muchas de las cosas que había dicho resultaban ciertas, de una forma u otra. Cada uno tratamos de vernos reflejados en el espejo de sus crueles palabras, pero, de pronto, dije de forma casi instintiva:

- Y ¿Qué hay de ti?- Todos fijaron su atención en mí.- Sí, me refiero a ti, señor perfecto. ¿Por qué estás aquí? No eres tan inteligente como crees. Pongamos por ejemplo en comparación con tu hermano mayor. ¿Qué sentimientos albergas hacia él, hacia ti mismo? Yo te lo diré. La envidia te corroe por dentro. Cuando eras pequeño intentaste formar un pequeño puzzle para impresionar a tu padre y, cuando terminaste y alzaste la cabeza satisfecho viste como él jugaba con tu hermano mayor y lo felicitaba por que había acabado uno igual mucho más rápido que tú. Cuando notaste que tu padre te ignoraba te pusiste tan furioso que tiraste su puzzle al suelo de un manotazo, desarmándolo. Tu padre te abofeteó y te fuiste llorando a tu habitación, furioso. Desde pequeño le has tenido una envidia atroz, le has visto como un rival que intentaba despojarte de tu puesto. Desde el principio querías toda la atención para ti. Eso es lo que te ha hecho ser la persona resentida y ridícula que eres ahora y es lo que te ha hecho comportarte de forma tan irracional y extraña, tanto así que al final tus padres pensaron que no estabas bien de la cabeza y que necesitabas tratamiento psicológico. Intentas liberar esos sentimientos de frustración haciendo daño a los demás, pero no lo consigues, y eso te hace ser cada vez más cruel. Esa frustración la sufrió tu otro hermano, tu hermano pequeño. ¿Te acuerdas de cuando le envenenaste su mascota? ¿O cuándo le tiraste su colección de cromos? ¿Cuántas veces no has tratado de humillarlo? Hasta el día en que tu hermano mayor se hartó y se peleó contigo. Te hizo una herida junto a la ceja y tuvieron que ponerte algunos puntos. Aún conservas la cicatriz, y cada vez que te miras al espejo recuerdas lo miserable que eres. Desde entonces le dejaste en paz pero le odiaste con toda tu alma. A eso te enseñaron tus padres, a ser rencoroso y vil. Cuando fuiste un poco mayor formaste tu propia pandilla, una pandilla de gente indeseable que solo se dedicaba a joder a los demás, sobre todo a los más débiles e indefensos, o a asustar a las viejas y a robar y destrozar la propiedad ajena, amparado en la manada, como una hiena, y siempre estaba ahí papá para sacarte de los líos, pero le odiabas por la forma en que te miraba, en que te trataba, como a un idiota, por que en el fondo no eres más que un maldito cobarde...- En ese momento vi a Víctor venir hacia mí con su rostro inyectado de rabia y con la intención de hacerme daño, pero Roland le interceptó y, después de hacerle una especie de atrape, lo proyectó al suelo y le hizo una llave o algo así al cuello y lo inmovilizó mientras le gritaba al oído: “está bien, gallito, tranquilízate, ¿De acuerdo?” Víctor trató de zafarse pero cuanto más tiraba de su cuello mayor era el estrangulamiento hasta que le vino una especie de desvanecimiento y entonces Roland le soltó, y le dejó en el suelo. Se quedó allí tumbado por un rato, mientras se iba recuperando lentamente.

- Oye, tío, ¿Dónde aprendiste a hacer eso?- Franky estaba sorprendido.- Soy el mejor soldado del reino, ¿Recuerdas?- Contestó él jocosamente.- Lo cierto es que

estuve varios años en el ejército, primero en la legión y después en distintos cuerpos de asalto de la infantería. Era un joven alocado e impulsivo. Siempre solía meterme en líos. Estaba muy enamorado de una preciosa chica. Ella solo coqueteaba conmigo, bueno, le gustaba coquetear, eso es lo cierto. Una vez tuve una reyerta con otro tipo por causa de ella, estaba muy celoso y perdí la cabeza. Estuve a punto de matarlo. Entonces fue cuando me alisté en la legión, para escapar de todo eso. Por suerte, el tipo estuvo un tiempo ingresado en el hospital y salió como nuevo. Estuve un par de años fuera. Siempre solían mandarme a los lugares más conflictivos. Cuando regresé era un hombre distinto. Viví demasiadas calamidades. Escasez, miedo, dolor... Tuve tiempo para ver las

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miserias humanas, el horror de la muerte, la maldad que devora el corazón del ser humano. Todo eso me hizo ser alguien nuevo. Ella tenía un niño de dos años. Me hubiera gustado que hubiera sido mío, pero resultó ser del otro. Vivía con él. Intentó excusarse, pedirme perdón, explicármelo, incluso me dio a entender que podíamos comenzar de nuevo, pero ¿Cómo podía confiar de nuevo en ella? Hubiera sido en vano, por que ya no la podía ver de la misma forma como antes la veía. Había jugado conmigo y quién sabe con cuantos más. Me había hecho mucho daño, la quise demasiado. La vida me había enseñado a aceptar las cosas y a ser honrado conmigo mismo, así que no traté de engañarme ni a ella tampoco, y le dije adiós. Fue muy duro. A veces resulta duro ver la verdad de forma tan clara, no poder engañarte al respecto. Ese tipo aún estaba resentido conmigo, tenía ansias de venganza, así que traté de arreglar las cosas, hablé con él, le pedí disculpas, le dije que no quería problemas y que no había venido a meterme en su vida, que en poco tiempo volvería a largarme, pero nada de lo que le dije fue suficiente, y, una noche que yo estaba medio borracho, al salir del bar, él y unos amigos me atraparon y me dieron una paliza. Estuve seis días en coma. Por suerte, con el tiempo me recuperé y volví a largarme de allí, pero, a partir de ahí comencé a tener extrañas visiones de otros tiempos, de otra vida. Tenía la sensación de pertenecer a otra época, de haber saltado de forma misteriosa a la actualidad. Cuando salí del coma ya había tenido la conocida sensación de atravesar un túnel y todo eso, ya sabéis, solo que cuando regresé del túnel no volví a mi cuerpo actual ni a mi vida, sino al cuerpo de un soldado de una época incierta de la era medieval. Y ella siempre estaba presente como una distinguida dama que se había enamorado de mí pero resultaba que nuestro amor era imposible. Bueno, en principio el ejército me sirvió de válvula de escape, pero poco a poco mi vida fue cayendo en picado, y comencé a desarrollar un anhelo por el peligro y el riesgo hasta tal punto que mi parte ficticia venció a mi parte real, anulando mi verdadera persona. Mi estado enajenado fue aumentando, y, lo que en principio resultaba beneficioso para el ejército, ya que podían usarme en cualquier tipo de circunstancia y misión, porque no me importaba morir, se hizo peligroso hasta tal punto que tuvieron que desprenderse de mí. Mi inestabilidad emocional era demasiado temeraria y acabaron por mandarme aquí. Bueno, eso unido a que golpeé a un superior que era un cabrón y entonces me diagnosticaron doble personalidad y locura paranoica o algo así. Gracias a ti, Laura,- dijo mirándome con sobriedad,- creo que he comprendido cual es realmente mi lugar, y por eso puedo sacar el valor necesario para enfrentarme a ello. No sé si podré vencerlo. A veces tengo miedo, me siento como prisionero de una época a la que no pertenezco y de un personaje que nunca ha existido. Es como si estuviera entre dos realidades diferentes y a veces hay un punto en que no sé dónde empieza la realidad y dónde termina la fantasía...

Todos oímos en silencio la confesión de Roland. Le mirábamos con el respeto que merece alguien que acepta su sufrimiento y está dispuesto a cualquier cosa para superarlo. Además nos sentimos sorprendidos por que en las sesiones habituales nunca se había mostrado tan sincero y comunicativo. En ese momento dejó de llover con tanta fuerza. A falta del repiqueteo habitual de la lluvia se comenzó a oír el leve zumbido de aguas que corrían en las calles buscando un curso por donde evadirse. Víctor se incorporó con lentitud y se sentó tras un pequeño escritorio que había al otro lado de la habitación. Permaneció en silencio, pero en su interior la tormenta no había cesado. Algo se estaba gestando en su mente. Ana entonces se levantó y se acercó a Roland, y, acariciándole el cabello le dijo:- No te preocupes, todos tenemos nuestras batallas que librar. Antes de vencer hemos de

perder muchas veces, hasta que seamos lo suficientemente fuertes para ello. En el fondo, todos nos sentimos inseguros. Es el aire que respiramos, la gente que nos rodea con su hipocresía, como un virus que nos infecta irremediablemente. Nos hace vulnerables al miedo y la confusión. A veces una se siente sola y perdida, y no ve el final, es algo que

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nos ocurre a todos. Lo fácil es rendirse, quedarse parado, pensar que ya no tienes más fuerzas, pero hay que buscar alguna razón que sea como un combustible milagroso que nos impulse a continuar...

- Desde pequeños nos enseñan a ser envidiosos, egoístas, malvados. Cuando uno crece esa carga se hace insoportable.- Comentó tímidamente Héctor.- Nunca pensamos en lo poca cosa que somos. Cuando miro la inmensidad a veces me pregunto si tiene sentido lo que hacemos, lo que somos, lo que queremos de la vida, la razón de nuestra existencia, siempre sujetos a cosas demasiado triviales y banales para que puedan hacer de nosotros criaturas sólidas y firmes...

- Estamos aquí, y nos tenemos los unos a los otros.- Continuó Ana.- La razón de nuestra existencia... es ayudarnos mutuamente a superar nuestras propias limitaciones. La gente piensa que la vida consiste en tener cosas que no necesitamos, en ser alguien importante, en estar por encima de los demás, pero eso creo que, en la mayoría de los casos resulta insatisfactorio, vacío, como la gente que vive solo para su propio placer, y eso precisamente es lo que hace del ser humano una criatura malvada, insustancial. Para mí, es el simple hecho de sentir el milagro de cada día, de sentir que nos esforzamos por ser mejores personas, por superar nuestros miedos y limitaciones, por tratar de ser útiles a los demás, de aprovechar las pequeñas cosas que damos por sentado, lo que hace que me sienta feliz y enciende esa llama interna que da luz a esta inmensa oscuridad. Así que tú nos tienes a nosotros y nosotros te tenemos a ti, ¿de acuerdo?- Roland asintió satisfecho, sintiendo ese flujo de amistad que flotaba entre ambos y entre todos en general.

La quietud no duró demasiado:- ¡Maldita sea! ¡Todo es una mierda!- Víctor aulló desquiciado.- Bonitas intenciones, eso

es todo. Pero ¡Todo es mentira! ¿Me oís malditos chalados? Todo es mentira... En el fondo somos como carroñeros, estamos esperando que la presa caiga para cebarnos en ella. Nadie va a ayudar a nadie. Cada uno tirará para su rincón, como ocurre siempre. En los momentos difíciles la gente desaparece, como fantasmas, y te encuentras solo. Esperan que caigas para devorarte. Siempre es lo mismo.- Su voz salía rasgada de su garganta, se mostraba afligido, turbado.- Y, ¿Queréis saber algo más? Yo saldré pronto de aquí, sí, saldré pronto, pero vosotros os pudriréis aquí, ¿me oís? ¡Os pudriréis aquí!- Sus ojos estaban inyectados y las venas de su garganta hinchadas, como si quisieran explotar, liberando toda esa rabia. Después de decir eso percibió la forma en que todos le mirábamos, una mirada que mezclaba rechazo y pena, y entonces saltó algún resorte en su cabeza que le hizo perder el control, como un ataque de rabia o algo parecido, y comenzó a destrozarlo todo a su alrededor; tiró la silla contra el armario, lanzó los papeles de la mesa al suelo, le dio patadas a la mesa y después la volteó, y, cuando se disponía a hacer lo mismo con las otras sillas-pupitre, mientras gritaba como un endemoniado que todo era una mierda, Roland y Franky se abalanzaron sobre él y lograron contenerlo a duras penas, y lo tres cayeron violentamente al suelo en un frenético abrazo. Víctor comenzó a llorar fuera de sí durante un rato pero después se fue calmando poco a poco y poco a poco también sus fuerzas y su rabia le abandonaron y se desvaneció en un llanto íntimo y desgarrador y Roland trató de transmitirle tranquilidad.

- Le dije: papá... papá, ¿Por qué prefieres más a Julio que a mí? ¿Por qué todos los privilegios son para él? Siempre le prefieres a él, ¿Por qué? A mí me miras como a un maldito idiota y a él lo tratas de forma diferente.- Víctor sollozaba empapado en sus propias lágrimas.- Él me contestó: “eres un maldito egoísta y un vago estúpido, y, además, odio a tu abuela, y me recuerdas a ella, a esa maldita bruja. Deja de quejarte tanto maldito marica”.- Los tres estuvieron un rato en esa posición hasta que Víctor se calmó y dejó de llorar.- Quería ser como mis otros dos hermanos, pero esa sensación que mi padre me hacía sentir era la que me impulsaba a portarme como un hijo de puta con ellos y con los demás en general. Le odiaba, le odiaba pero me convertí en él, me he

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convertido en mi padre...- Permanecieron durante un rato así hasta que Víctor se enjugó las lágrimas y se levantó. Roland y Franky también lo hicieron. Cada uno se fue a su rincón. Roland y Franky se acercaron al resto de nosotros y Víctor se sentó un poco más apartado. Noté el fresco de la mañana erizando mi piel. Todo el mundo se quedó callado hasta que Héctor habló:

- Mi padre trataba de hacer de mí una especie de máquina perfecta y única. Estaba siempre encima de mí, como si más que un padre fuera un instructor militar o el entrenador de un equipo de fútbol. Quería que siempre fuera el mejor. Se ocupaba demasiado de eso. Me agobiaba. Me hacía sentir como que me faltaba el aire. Sé que él no trataba de hacer eso, pero así es cómo me hacía sentir. En realidad ¿Qué sentido tienen las cosas? ¿Qué sentido tiene la existencia?

- Para mí las cosas solo tienen sentido cuando toco la guitarra.- Contestó Franky en un tono suave y familiar.- No sé qué sentido tiene la vida ni la existencia ni nada por el estilo. ¿Quién lo sabe? No creo que el buscar la respuesta sea una garantía de felicidad ni nada parecido. El tratar de encontrarle sentido a las cosas no va a hacer que seas más feliz, te lo aseguro, por que las cosas no tienen sentido, el ser humano no tiene sentido. No vale la pena comerse el coco con ese tipo de cosas, está por encima de nosotros. Somos demasiado fugaces como para ello. Simplemente disfruta el momento, de lo que te gusta y camina, solo camina. Nunca sabes dónde puede llevarte ese camino.

- A veces me pregunto si hubo un principio cómo tal.- Manifestó Héctor como ensimismado.

- Para mí, el sentido es el que marca tu propia vida, tus propios pasos.- Ahora fue Ana.- Estoy de acuerdo con ambos, contigo Franky y contigo, Héctor. Si tratamos de encontrar el sentido absoluto de nuestra existencia, de la vida en general, podríamos volvernos locos, pero, al menos deberíamos pararnos a pensar solo un poco y de vez en cuando sobre el sentido de nuestro camino, de nosotros mismos, para no convertirnos en algo que nunca querríamos ser. Sé lo que digo, he vivido mucho tiempo sin tener una percepción clara de lo que significaba mi propia existencia y eso solo hizo que me sintiera sola, desgraciada, perdida en un mundo hostil e incompleto.

- Sí, pero ese sentido lo debes poner tú.- Replicó Franky.- El valor que tengas para romper cadenas, para rebelarte contra todo aquello que te aplasta, contra la absurda hipocresía de la gente, contra sus mentes estrechas, para hacer lo que de verdad te gusta, para sentirte un poco más libre... Si no ¿Para qué vivimos? ¿Solo por inercia?

- Me gustaría haberme sentido alguna vez así, como tu dices.- Contestó Héctor.- Siempre me he sentido como maniatado por mi padre, por los demás, por mí mismo. Es como si los demás siempre esperasen algo más de mí. No es fácil vivir así. Todo lo que he hecho siempre lo he hecho intentando mostrar una cordura que rozaba lo absurdo, atento a lo que los demás esperaban de mí. Ha sido como llevar una máscara de la que no podía desembarazarme porque cuanto más la llevaba más se convertía en mi segunda piel, hasta llegar al punto de no saber quién soy realmente. No sé, me hubiera gustado haber hecho algo ilógico, por que me apetecía sencillamente, o haber cometido algún estúpido error, hacer una locura, ese tipo de cosas. Haberme olvidado de todo lo que me rodeaba y haber sido yo mismo.

- Para mí, buscarle sentido a las cosas no tiene mucho sentido.- Continuó esta vez Roland.- Durante toda mi vida... real, quiero decir, he visto tantas cosas incoherentes, tanto sufrimiento, que no puedo tratar de buscarle sentido a nada. No me refiero a cosas frívolas, como las travesuras o gamberradas de unos chicos adolescentes y sus problemas de identidad ni nada por el estilo. Yo también he pasado por eso, aunque no tuve tiempo para deprimirme ni para pensar siquiera en ello. Me refiero a cosas como unos tipos armados asesinando a hombres, mujeres y niños solo por que son de una etnia diferente, a tipos gordos que pueden ayudar a solucionar problemas a gente que padece hambre o

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pobreza pero prefieren negociar con armas y lucrarse a costa de ello, a gente de alto rango que está hasta el cuello de mierda, de chicos que se vuelven locos por sobrepasar el límite de sufrimiento, por gente sin escrúpulos que desprecian la vida de los demás con total impunidad...- Suspiró como reviviendo todo esa angustia que había sentido en todos aquellos momentos de sufrimiento.- He visto a amigos morir, llorar como niños, yo mismo he estado varias veces al borde de la muerte, y, ¿me preguntáis si he pensado que sentido tiene todo esto? – Roland se giró mirando algún punto de incierto en el exterior. Nadie habló por un momento, reflexionando sobre sus palabras.

- Estás muy callada.- Ana se dirigió a mí.- Sí, os estaba oyendo.- Contesté yo.- ¿Qué podría decir? En mi caso todo es distinto. Me

gustaría poder contar cosas sobre mí. Vosotros miráis hacia atrás y podéis reconocer un camino recorrido. Tenéis vivencias, negativas y positivas. El olvido no es buena compañera, os lo aseguro. Yo miro hacia atrás y solo hay una cortina de humo. Vislumbro cosas pero son solo líneas confusas. Solo retengo sensaciones. Mi forma de percibir el exterior es distinta. No puedo aprender de mis errores, por que mañana es posible que los haya olvidado. Tampoco puedo disfrutar de los momentos gratos por que también ocurrirá lo mismo.

- Por tanto, eres un ser puro...- Agregó Franky.- Esta soledad es demasiado cruel. Una soledad que es como una condena. No puedo hacer

nada para huir de ella, y me ha acompañado durante toda mi vida. Supongo que ya he aprendido a acostumbrarme.

- Nunca lo había pensado...- Confesó Ana impregnada de humanidad en sus ojos.- Nunca habría imaginado que pudiera existir una soledad tan abrumadora y absoluta.- Se dirigió hacia mí y me abrazó con intensidad. Al principio me mostré algo renuente. Desde hacía mucho tiempo nadie me había abrazado, con mi padre apenas lo hacía y esos abrazos eran diferentes, más forzados y fugaces. Pero ella me atrajo hacia sí con fuerza y entonces mi piel sintió el calor de su piel y el latido de su corazón y me estremecí de forma espontánea y súbita y la abracé con fuerza y no pude evitar que las lágrimas empañaran mis ojos. Ana se quedó acariciándome la cabeza como una madre y eso fue lo que en ese momento sentí, extrañamente, como si mi madre hubiera entrado en su cuerpo y la utilizara para consolarme y para demostrarme todo ese amor que no había podido regalarme.

Entonces apareció de nuevo alguien del personal del centro:- ¿Todo bien por aquí, chicos?- Dio un vistazo al lugar y nosotros asentimos tímidamente,

pero pronto reparó en la silla y la mesa contra el suelo, los papeles esparcidos y, en general, el ligero desorden sin justificación aparente.- ¿Qué ha... ocurrido?

- Nada, nada.- Respondió de forma apresurada Ana,- la tormenta...- ¿La tormenta?- Repitió como un eco de forma incrédula.- Sí, es que...- Cuando llegamos ya estaba así.- Cortó Héctor, sacándole del embrollo.- Ahora nos

disponíamos a recogerlo. Es posible que alguna manga de viento huracanado entrase de repente provocando todo esto.

- Atención José...- Su walkie nos libró de dar más explicaciones.- Estamos en el sótano. Esto está peor de lo que pensábamos. Será mejor que vengas...

- ¿Qué ha ocurrido?- Preguntó Roland.- Bueno, parece que los desagües del sótano se han tupido y este se ha anegado de agua.

Tenemos que desatascarlo y es posible que tengamos que evacuar cosas. Ha sido una tormenta muy intensa...

- ¿Podemos ayudar?- Sí, claro, por supuesto, bueno, supongo. Venid conmigo.

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Entonces todos nos apuntamos y bajamos con él, todos menos Víctor, que se largó para algún rincón solitario. Aún se adivinaba la tensión en los músculos de su cara. Bueno, estuvimos un par de horas achicando agua y sacando algo de barro, y transportando cosas que no debían mojarse ni deteriorarse como papeles, medicamentos, ordenadores y otras cosas. Terminamos muy cansados pero a todos nos gusto trabajar en ello por que nos dio un sentimiento de equipo que creo hacía mucho tiempo que muchos de nosotros no sentíamos.

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Hoy Desi, la psiquiatra, tuvo una interesante charla conmigo. Se cuadró delante de mí con su aire sencillo e intenso y comenzó a conversar como si de dos buenas amigas se tratara. Lo cierto es que somos amigas, pero no de ese tipo, quiero decir amigas íntimas que hablan con toda naturalidad de sus cosas. Siento cierta cordialidad cuando la miro pero también siento una distancia que no se cierra nunca. Es la distancia entre el médico y su paciente, supongo. Tal vez me sienta más cercana a ella que a Juan Ramón, pero ni la mitad de lo que me siento, por ejemplo, a Ana o Franky. Ella me mira con esos ojos verdes tratando de saber el por qué de las cosas, pero detrás de ese caudal de sincero interés perdura una duda que la hace atemorizarse. A veces, cuando penetro en el alma de alguien es como una carretera de un solo sentido que solo fluctúa hacia mí, pero otras veces es como una camino de ida y vuelta y la otra persona puede percibir que estoy fisgando dentro de su corazón, de sus sentimientos y recuerdos, y puede percibir lo que percibo sobre ella, y eso la suele asustar. Eso ocurrió, extrañamente, con ella. Es un mecanismo que salta de forma sorpresiva y espontánea. Me gustaría poder controlarlo, pero no es así. Es como un resorte, como un interruptor que se acciona de forma accidental e involuntaria. Ella quería saber cosas de mí. Quería saber cuándo fue la primera vez y por qué, pero no lo recuerdo. Sé, por ejemplo, que en una ocasión, mi padre me regañó por algo que tampoco recuerdo y después de que terminó de hacerlo comencé a decirle que se encontraba muy solo, que esa idea que le rondaba de mudarse a un sitio muy lejano no iba a servirle de nada, y también le dije que podía pedir ese traslado o no, pero que sería indiferente, que tenía que ser valiente y afrontar el miedo a no saber encaminar su vida y que no dejara que la empresa y el trabajo se convirtiera en su válvula de escape ni que ocupara el centro de su vida porque después de todo no era más que la forma en que se ganaba el sustento, y por lo tanto, no valía la pena que cerrara sus sentidos a las cosas importantes que le rodeaban por que eso le convertiría en alguien errante durante el resto de su vida, siempre en busca de algo más. Bueno, él se quedó perplejo, no sé que edad tendría yo, pero supongo que menos de catorce años. Él nunca me había dicho, por supuesto, cómo se sentía de verdad, por que siempre era demasiado formal conmigo, y le costaba mostrar su afecto de forma abierta o comunicarse. Era como si quisiera protegerme de algo, y en realidad, era él el que se estaba perjudicando de forma inconsciente. Tampoco me había dicho en ningún momento las dudas que asolaban su mente, como el hecho de pedir el traslado, de sentirse perplejo por su indecisión y el sentimiento de aislamiento que albergaba. Por primera vez vi el miedo en sus ojos, y, tengo que reconocer que la sensación también me atrajo y asustó a la vez. Pero poco después comencé a darme cuenta de que eso me hacía perder fragmentos de mi vida. Cada vez que lo hacía, me ocurría. Tanto así que varios días después mi padre, turbado aún por ello, vino a hablar conmigo y ya no me acordaba de nada. “¿Cómo puedes acordarte ahora, entonces?” Fue la lógica pregunta de Desi. Continué contándole que después, encontré en uno de los bolsillos de mi maleta un par de hojas narrando todo lo ocurrido y contando lo sorprendida que estaba. A medida que lo fui leyendo, lo recordé y lo fui guardando, y es una de las cosas que mi mente ha retenido hasta el día de hoy, así como el enfado que mi padre cogió cuando yo quise hacerle creer que lo había olvidado todo, pues lo tomó como una broma de mal gusto y me castigó, pero lo cierto era que había comenzado a vislumbrar que aquello se convertiría en una especie de infierno para mí. Desi quería saber cómo ocurría el proceso. Le contesté que sobrevenía de repente, sin más. A veces era como una chispa que de pronto lo ilumina todo y entonces tenía una vista más o menos clara pero fugaz, de lo que había en el interior de la persona, de

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lo que en ese momento estaba pasando por su alma. Otras veces se trataba de una visión progresiva que me daba la oportunidad de tener una perspectiva parcial pero más enfocada y minuciosa. Ella me preguntó si creía que leía el subconsciente de la otra persona, y le dije que no lo sabía. Le contesté que simplemente, de repente, ocurría una misteriosa conexión y ella misma me permitía ver lo que sentía, cosas que hasta esa persona misma desconocía, como si fuera una prolongación de sí misma hacia mí. Entonces me explicó que cabía la posibilidad de que yo misma generara esa alucinación, pero que solo existiera dentro de mi cabeza. Tal vez era una proyección que yo hacía de mi propia alma en respuesta a la insatisfacción que me producía el hecho de perder recuerdos. Era el mecanismo de defensa que mi mente había creado, una especie de ilusión. Me dijo que la mente es muy compleja y que suele generar respuestas involuntarias a nuestros temores. Me preguntó entonces qué opinaba al respecto. Le dije, después de un rato de míranos a los ojos: “siento que el tiempo se detiene y entonces todo cobra sentido. La velocidad en la que nos movemos consigue enturbiar todo esa explosión de sentimientos que navegan por nuestro interior como peces en una pecera, solo que no le damos la menor importancia, es como el que oye a un grillo, o un pajarillo cantar, o ve revolotear a una mariposa, pero simplemente no le presta atención, porque sus oídos y sus sentidos se han embotado y permanecen sordos ante el rumor del asfalto o el de nuestros propios corazones ahogados. Lo que realmente quiere saber es otra cosa, pero no se atreve a preguntarlo directamente. Ahora también se está preguntando cómo sé eso. ¿Es fruto de mi imaginación? Es posible, todo es posible, ¿Usted qué cree?”

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Hoy vino alguien a visitarme. Para mí resulta todo un enigma. No sé exactamente quién es, pero me resulta conocido, familiar. Lo que más recuerdo de él son sus ojos tristes y melancólicos. También me acuerdo de su sonrisa afable y la paciencia que demostró cuando nos conocimos. En realidad intuyo que se trata de un alma solitaria, como yo, alguien que se ha apartado del resto de los mortales por que no se siente integrado en ningún grupo, tal vez incluso rechazado por los demás.- Hola.- Me dijo tímidamente. Por supuesto, me quedé sorprendida, no solo de verlo aquí,

sino además, de haber sido capaz de reconocerlo enseguida. Lo cierto es que me resultó muy grato, y él se alegró cuando lo notó.

- Hola...- Me alegro de verte.- Yo también.- Te he echado de menos.- Es agradable saber que alguien te recuerda, que no se olvida de ti. El único que me ha

dicho eso es mi padre, y supongo que eso no cuenta.- ¿Cómo es tu vida aquí?- Me preguntó con esa forma tan íntima y directa que tenía de

hablar, mientras se sentaba a mi lado.- Bueno, supongo que como un paréntesis. A veces esto resulta tan apacible y quieto que

tengo la impresión de que el tiempo se detiene, los sentimientos se congelan y la vida se dispersa. Como si vieras un desfile que pasa ante ti, un gran espectáculo en el cual tu solo eres parte pasiva y nada más. Bueno, supongo que podría ser peor.

- Sí, podría. Las cosas no son a veces como uno espera. Podemos permanecer sentados a ver cómo ocurren o podemos intentar cambiarlas.

- ¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué podría hacer algo por cambiarlo? Estás siendo muy duro, ¿no crees?

- No me refiero a eso. Lo importante es la actitud ante las cosas, la actitud que uno adopta.- Pero, ¿Para qué?- Reconozco que me ofusqué un poco.- Las cosas suelen superarnos con

frecuencia y resulta frustrante cuando pones todo tu empeño en conseguir algo, y, aún así, no consigues nada, a veces incluso lo contrario de lo que buscabas.

- Sí, eso suele ser cierto, pero lo vuelves a intentar, de lo contrario, eso significaría que nos damos por vencido de antemano ¿no crees? Cuando luchas por algo dejas de tener esa sensación de ser una simple espectadora. A veces los resultados no son tan inmediatos como quieres, pero ese esfuerzo da sus frutos tarde o temprano. Las cosas cambian no por lo que hacemos por cambiarlas, sino por la inercia que hemos generado con esa acción. Siempre ocurre, pero no solemos darnos cuenta.

- Sí, es posible.- Tuve que admitir.- Oye, ¿sabes que no hace mucho soñé contigo? Creo que fue cuando nos conocimos, cuando me acompañaste a mi casa.

- Yo también soñé contigo, por eso estoy aquí. Soñé que habías soñado conmigo. Por eso supuse que no te molestaría mi visita.- Sonrió de tal forma que por un momento dudé si estaba hablando en serio o tan solo se burlaba de mí.

- Por supuesto que no, al contrario. Este es ahora mi mundo. Del exterior recuerdo poca cosa. Tú eres la prueba de que pertenecí una vez a él. Recuerdo, en realidad, poca cosa sobre ti. ¿Éramos muy amigos?

- Bueno, no se puede decir de forma exacta. Éramos tan amigos como tú me permitiste. Solíamos vernos accidentalmente, la mayoría de las veces. Solías estar enfadada o

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frustrada por todo. Pagabas tus enfados conmigo, pero a mí no me importaba. Supongo que no tenías con quién hacerlo y eso te fastidiaba. Y, dime, ¿Qué ocurrió cuando nos conocimos? Lo único que recuerdo es que nos sentamos en un banco que había en un parque cercano a mi casa y que, de repente, llegó la mujer de mi padre y me regañó y nos pusimos discutir...

- Tú habías faltado a clase, por lo visto te habías fugado con algún chico o algo así, y los del colegio avisaron a tu padre, que estuvo todo el tiempo buscándote e incluso recurrió a la policía cuando comprobó que no podía localizarte. Fue la mujer de tu padre la que te vio de forma accidental y estaba preocupada. Esa fue la única manera en la que que supo reaccionar. También tienes que ponerte en su lugar. Después creo que tu padre te castigó o algo así. Me lo contaste pero no recuerdo esa parte.

- ¿Qué más cosas te conté de mí?- No demasiado. Eras muy reservada y, en ocasiones, hermética. En realidad, solías

hacerme preguntas sobre las cosas en general. Cuando estabas enfada te desahogabas conmigo. Y, cuando no era así, simplemente charlabas. Dentro de ti había una especie de fiera tratando de salir pero era frenada por otra parte que intentaba reprimir los instintos más primitivos, en un esfuerzo por tratar de ser cuerda y razonable. Eso te hacía daño pero a la vez te hacía fuerte. Recuerdo que siempre me comentabas que tenías una especie de sensación de estar perdida, de ser una especie de vagabunda.

- Sí, eso me suena familiar.- Me gustas, Laura, porque tenemos muchas cosas en común. Esa es la verdadera razón

por la cual estoy aquí. Te estabas preguntando eso, ¿no?- Sus ojos se clavaron en los míos haciéndome sentir transparente.

- Bueno, sí...- tuve que reconocerlo.- Vaya.- Me sentí perpleja. Pensé que ese era el efecto que solía tener yo en los demás. Era fascinante.- Los médicos creen que mi amnesia se debe a razones físicas, pero en el fondo no saben a qué están jugando. Dan palos de ciego por que son demasiado orgullosos para reconocer que no lo saben. Yo no creo que esto vaya a cambiar a base de pastillas. ¿Qué te parece?

- No lo sé, Laura. Tal vez tengas razón. Después de todo, tú te conoces por dentro mejor que ellos. Ellos conocen tu cuerpo, pero tu alma nadie la conoce.- Se quedó callado por un momento y se despidió con su mirada melancólica pero penetrante como una cuchilla. Dio un par de pasos pero se detuvo, se giró hacia mí y dijo: algo ocurrió, y el día que lo sepas tal vez toda esta pesadilla se esfume como la niebla de la mañana...

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Día de visitas. Salí con mi padre, Julia y Pedro. Fuimos a un museo. Lo pasé bien. Había muchos aparatos raros y cosas de ese estilo. Era un museo de la ciencia. Después vimos un espectáculo repleto de trucos de luces y electricidad. Fue interesante. Sentí la electricidad recorriendo mi cuerpo y todos los poros de mi piel se erizaron. Por un momento creí que iba a convertirme en un haz de energía. Fue fascinante. El resto del día transcurrió de forma agradable. El sol era suave y cariñoso. Almorzamos en un gran parque solitario. El almuerzo fue pacífico. No surgieron chispas, malentendidos, ni nada por el estilo. Ya habíamos tenido bastantes chispas en el museo. Pedro y yo no nos lanzamos despiadados reproches ni hubo sibilinas indirectas entre Julia y yo. Hubo comunicación, charlamos sin caer en estúpidos e intrascendentes tópicos. Noté a mi padre diferente. Se concentraba más en lo que hablábamos. Sentí que me escuchaba, no solo que me oía. No divagaba. Eso me gustó. Incluso hubo risas, anécdotas, buen rollo. Después jugamos a un divertido juego de cartas durante un buen rato, bajo la placentera sombra de los árboles. A continuación, mi padre y Julia se dejaron dormir bajo al arrullo de la brisa. Pedro y yo fuimos a dar una vuelta juntos. Creo que se encuentra en esa difícil transición de niño a muchacho, en ese lugar incierto dónde todo es nuevo, inexacto y complicado. En sus ojos había dudas. Quiere conocer, quiere saber qué es todo lo que siente y por qué. Es impaciente. Yo le aconsejé que se lo tomara con calma, que todo llega, lo bueno y lo malo. Que siempre hay cosas que otros pueden enseñarle o ayudarle a entender, pero que hay otras, sin embargo, que solo las aprenderá de primera mano y por experiencia propia. Esas son las más dolorosas pero las más profundas e intensas. Me contó que hay una chica que le gusta. ¿Qué edad tendrá ese renacuajo, trece quizás? Debe ser por que cada vez somos más precoces, no lo sé. Es una clase de amor que puede llegar a ser bonito. Supongo que cuanto mayor eres más complicado debe resultar, tal vez por que se pierde la espontaneidad de la inexperiencia. No recuerdo haber estado enamorada, si lo hubiera estado lo sabría. Tal vez, después de todo, no sea tan capullo como creía. También me dijo que a mi padre lo habían despedido del trabajo, pero me pidió que no dijera nada. ¿Por qué no me lo ha dicho él? Primero me enfurecí pero después decidí calmarme, tendrá sus razones supongo. No debo ser tan exigente en un momento como este. Imagino que debe haber sido un duro golpe para él. Sin embargo le he visto más liberado que otra cosa. Me ha sorprendido. Pedro dice que últimamente ha estado un poco raro. Que a veces se sentaba en un rincón, ponía un poco de música y se dedicaba a tomarse algo y a mirar hacia la pared. Es posible que estuviera tratando de reconfigurar su vida o algo así. He decidido no darme por enterada hasta que él me lo diga, y voy a intentar no leer esto de nuevo para no acordarme de ello. Si lo oigo de sus labios, quiero sentirme como si lo oyera por primera vez. Más tarde hemos ido a la playa. Pedro y yo nos hemos bañado, después lo ha hecho mi padre y los tres hemos jugado a tirarnos agua y a hacernos ahogadillas. No tengo sensación de haber jugado con él desde hacía mucho, mucho tiempo. Nos hemos tomado un helado y hemos conversado. Después me ha acompañado durante el paseo al interior del centro y ha estado afable pero melancólico. Intentaba decírmelo pero no ha sido capaz. Al final se ha ido dándome un beso y un pequeño abrazo y, antes de marcharse me ha dicho que ha sido un día estupendo y que siempre pensaba en mí. Eso me ha reconfortado. Sobre todo por la forma en que lo ha hecho. De camino a mi habitación, y aún con ese grato sabor en mi boca, he visto a Roland. Parecía muy triste. “¿Qué ocurre?”, le he tenido que preguntar varias veces para que fuera capaz de hablarme, pues la tristeza no le dejaba articular palabra. Nos hemos sentado en un pequeño banco y he notado lo pesadamente que latía su corazón.

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- Ella vino a visitarme, vino a visitarme.- Me dijo inquieto.- Cuando la vi el corazón se me aceleró y el pecho se me encogió. Al sentarme a su lado las piernas me temblaban. Nunca imaginé que podía ponerme así. Ha sido superior a mí, como si no fuera yo mismo. Está tan diferente a como la recordaba... Más delgada, el pelo negro y más corto, sus ojos, su sonrisa, hasta el tono de su voz, distintos. No he podido articular palabra por un rato. Ella pensó que aún estaba enfadado pero lo cierto es que no era capaz de decir nada, tenía la garganta seca. Después me ha cogido la mano con dulzura y he sentido como mi corazón se sacudía como con una explosión. Me ha preguntado cómo me encontraba, me ha sonreído, hemos recordado cosas casi olvidadas. Me confesó que nunca se ha olvidado de mí, me dijo que sentía el daño que me había hecho y también me dijo que era un buen hombre, y entonces se ha derrumbado, se ha echado a llorar. No he podido soportarlo y dentro de mí he sentido que un rayo me sacudía con una poderosa descarga. Es como si ese muro que trataba de proteger la parte más débil y vulnerable de mí se hubiese desmoronado de pronto, dejando mi corazón al descubierto. He sentido cosas que hacía mucho tiempo no había sentido. Después ella ha luchado por contener ese dolor que se desparramaba por entre sus ojos y se ha limpiado las lágrimas. He sentido como luchaba interiormente por no parecer indefensa o frágil ante mí. Me ha contado cosas sobre ella. Me contó que al final se casó con ese tipo y que sufrió mucho con él. Era un tipo déspota e insensible, la maltrataba. Un lobo con piel de cordero. El infierno en que su vida se había convertido le hizo darse cuenta de sus errores. Me ha echado mucho de menos. También me pidió que dejara que viniera a verme de vez en cuando. Perplejo aún le he contestado que me encantaría. También le dije que no se atormentara por los errores del pasado, por que nadie está exento de cometerlos, y que lo importante era que, de aquí en adelante, juntos íbamos a superar esos malos momentos del pasado. Continuó contándome que tuvo que abandonarle y llevarse a su hijo, por que no podía soportar más esa tensa situación, ni tampoco quería que su hijo viviera en un hogar cargado de violencia e inseguridad. Ha sentido miedo incluso por su propia integridad, y si él la atrapara sería capaz de matarla. Ella quería proteger a su hijo de tal mezquindad. Así que se vino a vivir cerca de aquí, en una pequeña casita de alquiler, y trabaja en un supermercado, oculta de su marido, huyendo de su vida anterior. Tiene miedo, por que sabe que él la buscará, pero también confía en que no la encuentre nunca. Me confesó que había decidido venir hasta aquí por que quería estar cerca de mí por que no tenía a nadie más en el mundo a quién recurrir y por que estaba segura de que con el tiempo sería capaz de perdonarle. El calor de su mano era intenso y sincero y sus ojos penetraban en mi alma. Yo le he dicho que no había nada que perdonar, y que tuviera fe, que todo iba a salir bien.

Después de eso me he ido al comedor y me he tropezado con Franky, así que hemos cenado juntos. Ana se nos ha unido al instante. Franky también estaba raro. Demasiado callado y pensativo, como si su mente estuviera en otro lugar. Cuando le hemos preguntado qué era lo que le ocurría nos ha contado que vino a verle Migue, un antiguo amigo integrante del grupo que formaron. Hacía un par de años que no se veían ni tenían contacto por que no acabaron muy bien, bueno, decir eso sería poco, en realidad él mismo nos contó que terminaron a puñetazos. Pero desde eso ha llovido bastante. Las cosas no marcharon según ellos habían previsto, como suele suceder. Después de eso el grupo se disolvió y los dos que quedaron grabaron un disco con músicos que la discográfica agregó o algo así. Parece ser que el disco no se vendió como esperaban. Además, después de toda la impetuosa y extraordinaria vorágine inicial de la firma del contrato, la grabación, el marketing y algunos conciertos, la cosa se fue deteniendo poco a poco hasta llegar al punto de estancarse en un vacío de originalidad, y la magia se perdió, se esfumó. De repente se encontraron cuatro extraños que formaron dos bandos y comenzaron a tirar cada uno hacia sí hasta que la asociación se quebró. Todo se convirtió en un despropósito, en una anarquía caótica y autodestructiva, y se

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hizo evidente la incompatibilidad. Un bando quería una música ruidosa y pegadiza con letras populares e insustanciales y otro pretendía algo más oscuro y complicado, con letras cargadas de melancolía y desesperación. Al principio supieron lidiar con esas diferencias, pero la convivencia diaria, las continuas discrepancias, la falta de complicidad y amistad terminó por romper la baraja. Migue dejó el grupo, pero Raúl, el otro amigo y miembro original, decidió vender su alma a cambio de su sueño y continuó con ellos como mero títere y nada más. En el fondo, Migue fue a hablar con él y le contó todo eso por que era de la única forma que sabía pedirle disculpas. Bueno, después de eso recordaron viejos tiempos, y recordaron a Richi, que, por lo visto, se había largado a otra ciudad, pero no había dado señales de vida. Contaron anécdotas sobre él, como por ejemplo una vez que, en un concierto, se emborrachó y no atinaba muy bien a seguir al resto del grupo en las canciones y, mosqueado, dejó de tocar y se quedó como media hora inmóvil, en el escenario, mientras ellos continuaban la actuación. Entonces, por lo visto, el público se puso a corear algo así como: “que toque el bajo”, “que toque el bajo” y él, acercándose al micrófono dijo: “estoy tocando, pero mi cuerpo no obedece” y la gente comenzó a aplaudirle y a reírse y todos coreaban: “eo”, “eo”, y él entonces se animó a tocar e improvisó unas notas a lo Pink Floyd y el resto del grupo trató de seguirle y la gente aplaudió a rabiar. Debió de ser muy divertido. También contaron de otra vez que tenían que ir a un festival de esos de veinticuatro horas de música, que empezaba a eso de las seis de un día y acababa a la misma hora del próximo día, y les había tocado actuar a eso de las una del día, de relleno, cuando la mayoría de la gente aún dormía la “mona” de la noche anterior, y él les dijo a los demás que había conseguido que les cambiasen el horario, a eso de las ocho y pico de la noche, en plena ebullición del ambiente, y así fue, comenzaron a tocar a esa hora, pero a eso de la media hora apareció el grupo que en realidad estaba programado para esa hora y saltaron al escenario enfadados y se armó una gran bronca y terminaron poco menos que a tortas, y tuvo que intervenir la gente de la organización para mediar y evitar males mayores, y después resultó que uno de la misma organización le había confundido con el músico del otro grupo, que era más popular que ellos, y él le había seguido el juego, y entonces le había comentado que querían empezar un poco antes, justo cuando el anterior grupo acabara, sin demorar demasiado y ellos habían accedido por una especie de cortesía profesional, pero cuando los de la organización, que estaban liados con tantos grupos y tantos detalles que atar se dieron cuenta de que no eran los que creían, decidieron no intervenir par evitar problemas de cara a la gente, que muchos tal vez ni se habían dado cuenta del cambio. Fue todo un disparate, pero lo cierto es que lograron tocar por unos treinta minutos ante unas diez mil personas, más de lo que nunca antes habían soñado. Franky también nos contó que nunca podría olvidar su cara de resignación cuando, tras haber conseguido el sueño de grabar, los otros le dijeron que la discográfica quería que prescindieran de él por que decían no era lo suficientemente bueno. Para él fue como si de pronto sintiera que sus colegas le apuñalaban por la espalda, pero ni siquiera protestó, tan solo asintió y se largó. Franky no pudo ser partícipe de ello, así que también lo dejó. Ana también recibió la visita de algunos familiares y Héctor pasó todo el día afuera, con su padre. Según me contó, fueron a casa de sus abuelos, después a la universidad y más tarde a un ciber, y se hartaron de jugar. Se le veía contento.

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He tenido otro de esos extraños y reales sueños. El chico de mirada melancólica estaba conmigo en mi habitación. Hablábamos de muchas cosas. Escuchábamos música y tomábamos unos refrescos. Después vimos una película de terror. Trataba de un psicópata que trataba de matar a una chica y esta siempre se escapaba por los pelos, hasta que al final ella logra acabar con él. El psicópata, que llevaba una máscara, resultó ser un medio novio que tenía. Él me ha preguntado, al acabar esta, si me había dado miedo y le he contestado que no, que la película me había resultado en ocasiones cómica y hasta incluso algo patética, que los psicópatas de la realidad resultan mucho más vulgares y normales. Después mi padre ha entrado en mi habitación y me ha preguntado cómo me encontraba. Ha ignorado a mi amigo, lo cual me ha resultado un poco contraproducente, pero no he podido decírselo por que se ha largado rápido. Me he disculpado ante él y ha hecho un gesto ambiguo y resignado. A continuación se ha marchado y yo he salido a la terraza a contemplar la caída de la tarde. Julia ha llegado de la calle. Parecía cansada y agobiada. Me ha saludado y yo le he devuelto el saludo sin demasiado entusiasmo. Pedro ha puesto los dibujos en la televisión. Me he sentado un rato a verlos pero no me han gustado demasiado así que me he puesto el chándal y he hecho un poco de ejercicio en la bicicleta estática. Pedro se ha puesto a protestar por que no le dejaba oír con el ruido del pedaleo y yo me he puesto a pedalear más fuerte. Él ha subido el volumen de la televisión, yo me he reído de forma malévola y él se ha enfadado bastante. Entonces Julia ha venido a tratar de arreglar la situación y nos ha reñido. A él le mandó bajar el volumen y a mí a pedalear más despacio pero yo le he contestado que me dejara en paz por que ella no era mi madre y mi padre, que lo había oído todo, ha aparecido de repente y me ha dado una bofetada. Me ha advertido que no le hablara así a Julia. Yo me he bajado de la bicicleta y he aguantado las lágrimas con orgullo y después he mirado de soslayo a Pedro, que sonreía maliciosamente, y me he ido al baño, tragándome mis propias lágrimas. He estado un buen rato en la bañera, lavando mis penas y mi mal genio, dándome jabón como si este pudiera lograr eliminar toda esa irritabilidad y malhumor que inunda mi piel. Después me he secado y me he vestido y he pasado por el salón. Ellos estaban viendo uno de esos programas de karaoke televisivo pero yo he cogido un viejo álbum de fotos y me he puesto a ojearlo. Había imágenes entrañables. Fotografías de mi padre de niño y de muchacho, de mi made también con edades diversas de su adolescencia, otras más recientes, incluso fotos mías, pero la que me ha llamado más la atención es una fotografía vieja, en blanco y negro, algo deteriorada por el paso del tiempo, en la que se veía el rostro incierto e insondable de una mujer que aparentaba unos setenta años, y me ha parecido reconocer mis ojos, mi mirada perdida, mis propios miedos, en ella. Me he fijado especialmente en la mueca de una sonrisa serena y dulce, pero después he caído en la cuenta de que, en realidad, se trataba de un gesto melancólico que denotaba soledad. He sentido que tenía algo en común con ella, pero no he podido comprender el qué o por qué. Así que le he preguntado a mi padre quién era y él, de forma forzada y esquiva me ha dicho que solo era un viejo familiar que no conocía. “Pero ¿Quién es?”, he insistido, y él me ha confesado, como si le costara hacerlo, que era mi bisabuela por parte de mi madre. He mirado de nuevo su foto y, aunque no la conocí, he vuelto a tener la extraña sensación de que teníamos algo en común.

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Hoy se me acercó una señora mayor, gastada por la vida y castigada por una existencia dura y tenaz, de piel endurecida y cabello lacio, familia de una residente, y me saludó con timidez pero con mucha amabilidad. Al principio comenzó a hablarme de cosas nimias, como si tratara de entablar una conversación amistosa conmigo, pero a la vez buscaba el momento oportuno para pedirme algo a lo cual no se atrevía. Trataba de parecer afable y amistosa, pero yo ya sabía que eso solo era el preámbulo, aunque me gustó que conversara de esa forma conmigo. Así fue. Al momento me contó que era tía de Rosa, una chica que sufría problemas de bulimia. Por sus palabras y por lo que contaba su mirada pude deducir que Rosa es muy frágil emocionalmente, ese tipo de personas a las que cualquier problema o contratiempo la hace naufragar en un mar de ansiedad e incertidumbre, y eso, al parecer, le hacía comer de forma compulsiva y descontrolada. Un claro problema de falta de amor propio sumado a escasez de fuerza para afrontarlo. Una chica cuya naturaleza o cuyas circunstancias ha contribuido a un exagerado sentido del ridículo, y que le ha hecho sentir en más de una ocasión grotesca delante de los demás. Todo eso ha hecho de ella un ser golpeado y resignado. Una chica que, a fuerza de andar de puntillas por la vida se había convertido en una especie de fantasma al que nadie tomaba en serio sino para burlarse. Y eso mismo es lo que ella ha deseado en muchas ocasiones, abandonar esta realidad para así dejar de sentir ese escozor continuo que le hace sufrir y le daña el alma. A fuerza de esconderse de sí misma, ha llegado a un estado de inanición emocional de tal magnitud, que ha sentido incluso repulsión de sí misma, tratando de huir de esa exasperante sensación a través de sus hábitos inmoderados de comida. Aquí los médicos tratan de hacerla bajar de peso pero a la vez tratan de arreglar, en lo posible, ese deteriorado mecanismo de autoestima que la ayude a sobrevivir en un mundo tan inmisericorde y feroz. Bueno, en realidad la señora me habló mucho de su sobrina pero enseguida supe que ella trataba de decirme algo sobre sí misma: -Mira hija, no sé si podrás ayudarme,- continuó con esa dulce forma de hablar que da haber sobrevivido a mil batallas,- tengo dos hijos y mi marido está enfermo. Durante toda la vida he luchado mucho por ellos. Siendo muy niña tuve que abandonar el colegio para trabajar y así traer algo de dinero a casa. Éramos cinco hermanos y ayudaba a mis padres tanto en el campo como en casa. Eran tiempos muy duros. A los diecinueve años me casé y mi marido y yo nos fuimos a la ciudad. De repente me encontré en un lugar desconocido, por primera vez, lejos de mi familia, y eso no resultó fácil, te lo aseguro. Mi marido trabajaba de fontanero y comenzó a ganar el suficiente dinero como para poder mandar a buscar hijos. Con el tiempo, cuando aún los niños eran pequeños, comenzó a tener problemas en los huesos, así que poco a poco tuvo que disminuir su trabajo hasta que lo dejó por completo. Eso le hizo adoptar un carácter irritable y siempre lo pagaba conmigo. Tuve que empezar a trabajar de cualquier cosa, en un supermercado, de costurera, en una fábrica, limpiando... Con todo ese sufrimiento y esfuerzo saqué a mis hijos para adelante. Mi marido empeoró y tuvo que quedarse en casa, por que apenas podía caminar, cuando no lo ingresaban para hacerle pruebas y esas cosas. Ahora la medicina ha adelantado tanto que le están suministrando medicamentos y parece que tiene días mejores que otros, ya sabes, para poder llevar una vida más o menos normal. Mis hijos, a medida que crecieron, se fueron alejando de nosotros, desapareciendo de nuestras vidas. He luchado mucho por ellos, por sacarlos adelante. Siempre me privaba de cosas para que a ellos nunca les faltara nada. El mayor se quedó a nuestro lado, pero ese no ha hecho otra cosa que darnos problemas. Es un irresponsable, y no hace otra cosa que pedirnos dinero y beber. Cuando le necesito para algo nunca está disponible o tiene que hacer algo, como si no supiera

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qué lo único que hace es beber y holgazanear. Se emborracha a menudo y se vuelve insoportable y grosero. Supongo que no me queda más remedio que aguantar hasta que Dios quiera. También tengo una hija que se casó hace unos cuatro años. Casi nunca me trae a mi nieto para que pueda estar con él, verlo, conocerlo. Ella dice que en mi casa flota una especie de aire negativo que no quiere que su hijo respire. Yo sé que todo es por su marido. Desde el primer momento nos miró de mala manera, como si por el hecho de ser gente pobre y sin educación tuviera el derecho de despreciarnos. Él le influye para que nos vea de ese modo y nos trate así, lo sé. A veces me pregunto qué es lo que hemos hecho mal para que se comporten así. Me gustaría que me dijeras que va a ser de nosotros, de mi marido, de mis hijos... Me gustaría que me dijeras si va a mejorarse, y por qué mis hijos nos tratan de esa forma, y qué puedo hacer para que cambien.- Lo siento señora, pero no puedo hacer nada para ayudarla.- Le respondí con tristeza, a mi

pesar. El dolor de su mirada me traspasó el alma. Pensé que allí afuera, en el exterior, había mucha gente buena que carecía de cariño.- De veras que lo siento, no puedo ayudarle.

- Si es por dinero, puedo darte algo, no te preocupes...- Rebuscó nerviosa en su bolso hasta encontrar su monedero, y sacó un par de billetes. Me los enseñó como implorándome ayuda.

- No tiene que nada ver con el dinero, señora.- Le contesté a la vez que le cogía sus manos con las mías y trataba de hacerle llegar lo que había en mi corazón.- Si pudiera ayudarla lo haría, pero no está en mi mano. Puedo ver su tristeza, pero también veo su valentía, su fuerza. Usted ha sido una luchadora durante toda su vida, y, ahora que las fuerzas le abandonan piensa que no va a ser capaz de soportarlo, pero no es cierto, hay mucha fuerza en su corazón. A base de los golpes que ha recibido usted es firme y resistente, y toda esa bondad que usted ha desparramado durante toda su vida no va a caer en saco roto, tarde o temprano va a volver con creces, se lo aseguro. Quisiera poder ayudarla...

- Creí que tú...- protestó con voz quebrada- me habían dicho que podrías... que puedes ver cosas...

- Solo soy una enferma que tratar de luchar contra sí misma. Solo eso.- Pero he oído que ves cosas. Dime, por favor, ¿Qué ves? Dime lo que ves...- Ya se lo he dicho, veo una mujer luchadora que ha sufrido mucho pero también ha

derramado mucho amor y eso le ha sustentado durante todo ese camino duro y cruel. Estoy segura que su marido se mejorará, y que su hijo llegará a un punto en que tendrá que replantearse su vida, pero no sé qué decisión tomará. Hay personas que se quedan colgadas de sus propias desgracias toda su vida. No es fácil. A veces hay que tocar fondo para saber que más abajo no hay nada sino un túnel oscuro y terrorífico. Su hija creo que recapacitará, por que en algún momento tendrá que darse cuenta, como madre que también es, de todo lo que usted ha luchado y se ha sacrificado por ella y volverá a usted tratando de ser no solo su hija, sino una buena hija, y su nieto crecerá conociéndola y queriéndola. Tenga un poco de paciencia, estoy segura de que todo irá bien.- La cara de la mujer cambió radicalmente. Había esperanza en sus ojos, como si la vida hubiese vuelto a ellos. Su cara se suavizó y sus labios sonrieron. En ese momento llegó otra señora y la requirió y ella, antes de irse me dedicó una mirada afable y me dio las gracias.

Después me sentí un poco confusa por que en realidad no sabía si había hecho lo correcto o no, por que no había visto nada de eso con claridad, pero sí había visto que necesitaba ese combustible que alienta el motor de nuestras almas llamado esperanza, y eso fue lo que intenté darle. En realidad había visto la enfermedad de su marido y el dolor que le producía ver a su hijo hecho un desgraciado, ahogado en el alcohol, convertido en un ser errante, y a su hija pedirle con lágrimas en los ojos perdón por haberla tratado de esa forma frente a su

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tumba, pero no podía decirle eso, por que la hubiera matado, y entonces me pregunté si era lícito mentir a alguien para evitar su tristeza. Después de eso traté de localizar a Rosa y estuve observándola durante un buen rato. En ese intervalo me tropecé con Víctor. Tengo que reconocer que me sentí perpleja, porque una especie de chispa se produjo en mi cerebro y puso en funcionamiento el mecanismo de los recuerdos y pude reproducir todo lo que había transcurrido en la habitación de la terapia colectiva el día de la tormenta, pero solo en relación a él, porque lo demás era confuso e indescifrable, pero el recuerdo fue tan nítido que me sentí sorprendida y perturbada.- ¿Qué te pasa, has visto un fantasma o qué?- Me preguntó con un tono brusco e irónico.- Lo recuerdo- dije como si fuera boba,- puedo recordarlo.- Víctor supo a qué me refería y

se quedó estupefacto.- Se supone que no puedes... Bueno, déjame en paz, ¿Vale?- Como si hubiera ocurrido ahora mismo, te recuerdo diciendo cosas horribles...- ¡Está bien!- Cortó con brusquedad, era evidente que la sola mención le hacía sentirse

incómodo.- ¿Cómo lo haces? ¿Cuál es el puto truco?- ¿Qué? No hay ningún truco.- ¿Cómo coño sabías todo eso de mí?- Su pregunta surgió como un manantial

descontrolado. Parecía ofuscado.- Al mirarte, lo supe. No hay más explicación. Sé que tratas de permanecer hermético a los

demás, al mundo en general. Eso es lo que te permite poder ser cruel, pero cuando lo haces es inevitable que lo proyectes, junto con lo que hay dentro de ti. Cuando la frustración te ciega, cuando sacas afuera tu crueldad, estás descargando lo que hay en tu interior, lo que eres. Soy como un receptor que recibe esa señal, nada más.

- ¿Qué más sabes sobre mí?- Víctor me cogió el brazo con brusquedad.- ¿Qué más sabes?- ¡Suéltame!- Traté de zafarme pero no pude, me había agarrado con fuerza y me clavaba

sus dedos.- ¡Suéltame! Creo que vi a Roland por aquí...- La advertencia tuvo efecto por que me soltó, e hizo que clavara su mirada en el suelo.

- Es cierto,- dijo con voz apática y débil,- desde siempre recuerdo que mi padre me trataba diferente a mi hermano mayor. Eso me hizo odiarle. Trataba de sorprenderle, de agradarle, pero nada era suficiente. Cuando llegó mi hermano pequeño pensé que le traspasaría esa especie de maldición a él, pero con el tiempo me di cuenta que para mí, nada había cambiado. Era un peso del cuál no parecía poder desprenderme, así que comencé a sentir una rabia interior hacia ellos y hacia todo el mundo que me empujaba a ser mezquino y cruel. En el fondo, solo me sentía como una mierda, como si no valiera nada, y, el comportarme de esa manera era como tratar de convencerme de que ellos eran los que no valían nada. Recuerdo una ocasión en que le envenené el gato a una vieja y después se lo tiré al patio. Le dio un susto tal que tuvieron que llevarla al hospital. Otra vez recuerdo que cogimos a un compañero de clase y le meamos los zapatos. Tuvo que irse en calcetines a su casa. Siempre que veía alguien acomplejado, solitario, vulnerable, disfrutaba burlándome de él o haciéndole perrerías. Ese soy yo...

- ¿Y tu madre?- ¿Mi madre? ¿Qué ocurre con mi madre?- ¿Qué pensaba de todo eso? ¿No hizo nada al respecto?- Mi madre siempre permaneció a la sombra de mi padre, y, cuando digo eso me refiero no

solo a que estaba totalmente eclipsada y anulada, sino que además, era una especie de sombra distorsionada de él. Para ella todo iba bien si mi padre decía que todo iba bien. No se preocupaba demasiado por nada, excepto por sus vestidos y sus joyas y todas esas cosas.- Aclaró con amargura.

- ¿Y tus hermanos? ¿No mantienes contacto con ellos?- Hace un par de años que no les veo. Desde la pelea dejamos de hablarnos. Y, lo cierto, es

que les echo de menos. Aquí adentro me siento muy solo, bueno, ya sabes...

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- ¿No has intentado ponerte en contacto con ellos?- Inquirí tratando de hacerle pensar.- Puedes llamarles por teléfono, o escribirles. No dejes que esto continúe así, que se haga más grande aún.

- No sé.- Víctor se mostró perplejo, pero por su gesto comprendí que ya había considerado la idea en más de una ocasión, pero era un paso que se le hacía tremendamente difícil.- Seguramente no querrán saber nada de mí.

- Demuéstrales que has cambiado.- ¿He cambiado?- Se preguntó con incredulidad.- No estoy seguro.- Has comenzado a hacerlo.- Víctor se quedó pensativo mientras me observaba con una

mueca de tristeza.- Sí, has comenzado a cambiar, estoy segura.

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Rosa me abordó esta mañana. Por lo visto ayer estuve siguiéndola y ella se dio cuenta. Es una chica que lucha contra sí misma. En sus ojos vi miedo y vi resignación. Dice que se siente poca cosa. Se siente como un fantasma, va de acá para allá tratando de ocultarse del resto del mundo, aunque eso se hace difícil por que es una chica corpulenta. Combate ese miedo comiendo de forma compulsiva. Dice también que tiene la facultad de verse con los ojos de los demás y que eso la atormenta porque la hace sentirse rechazada. A mí me parece que en realidad es que no se gusta a sí misma. Le pregunté: “¿Cómo crees que te veo yo, por ejemplo? Esta fue su respuesta:- Me miras y sientes lástima de mí. Piensas: “pobre gorda”. Sientes lástima por que me ves

acomplejada, fea y fracasada. Intentas ser amable pero en el fondo es compasión.- Bueno, has acertado solo en parte, en una pequeña parte. Siento lástima por ti pero no

por lo que piensas, sino por creer que eres digna de lástima. En realidad eres tú la que te ves fea y gorda y fracasada, cuando te miras al espejo. Te gustaría ser esbelta, atractiva, segura de ti misma, pero te sientes todo lo contrario y entonces te rebelas contra ti misma y tratas de hacerte daño por que piensas que te lo mereces.

Es posible que fuera un poco brusca pues Rosa cedió a las lágrimas de forma silenciosa. Me sentí mal por ello, aunque en realidad trataba de ser franca y hacerla reaccionar.- En realidad te veo atractiva, buena, triunfadora, inteligente...- Se limpió las lágrimas y

me miró confusa,- pero de nada vale si no te lo crees tu misma. Discúlpame, no tengo derecho a ser tan dura contigo, no quise hacerte daño.

- En el fondo tienes razón, no tienes que disculparte por ello. Es un problema mío, que está dentro de mi cabeza. Es tan difícil, todo es tan difícil...

- Eres como un diamante en bruto. Algún día recordarás esta conversación y no podrás evitar sonreír.

- Entonces es verdad que eres vidente...- No, por supuesto que no, ¿qué tontería es esa?- Ahora fui yo quién no pudo evitar

sonreír.- A mi tía le dije que podías ver cosas y que tal vez podías ver el futuro y todo eso. ¿Has

visto algo sobre mí? - No Rosa, siento decirte que no puedo hacer nada de eso. Pero sí he visto que has

comenzado a cambiar, aunque todavía no te has dado cuenta de ello. Pero todo requiere tiempo y esfuerzo. Debes comprender eso, y también debes comprender que debes sacrificar otras cosas.

Ella asintió poco convencida. Creo que es de esa clase de personas que se deja vencer fácilmente y eso le dificulta convencerse siquiera de intentarlo. - La vida no es fácil.- Continué.- Imagínate que estás perdida en un desierto y estás muerta

de sed, pero, de repente, ves a lo lejos una especie de oasis. ¿Qué harías? ¿Rendirte y morir o sacar fuerzas de flaqueza y seguir caminando hasta llegar allí? La decisión es tuya, solo tuya.- Ella asintió resignada.

- Después de todo, a eso se reduce la vida, ¿no?- Así, es.- Afirmé.- Cuando tenía catorce años y estaba con la tontería típica y normal de los chicos y eso,

tenía un grupito de amigas que habíamos estado juntas por unos tres años, pues las había conocido en cursos inferiores. Éramos muy afines y todo lo hacíamos juntas, como un clan o algo así. Para ese entonces yo ya estaba gordita, pero eso para mí no significaba gran cosa, ni siquiera había reparado en ello. Había empezado a mirarme al espejo y a

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comprobar mi talla y esas cosas, pero solo como un juego, como una anécdota. Un día fuimos todas juntas a un cumpleaños. Fue una gran fiesta, con bocadillos, dulces y refrescos, lo normal. Charlamos, bailamos y jugamos, lo estaba pasando muy bien. Recuerdo que en un momento fui al baño y tardé un rato, por que empecé a encontrarme un poco mal. Cuando salí no me incorporé de nuevo, sino que me quedé un rato medio escondida en un rincón, en la parte alta de la escalera del piso superior, hasta que se me pasara. De pronto llegaron un grupo de chicos y chicas a la parte inferior de la escalera y se quedaron allí hablando, entre ellos algunas de mis amigas. No se me percataron de mi presencia. Cuando iba a unirme a ellos oí de repente que alguien pronunció mi nombre, y me quedé agazapada, oyendo lo que decían. Se reían y se burlaban de mí. Hacían comentarios hirientes, crueles. Uno decía que menos mal que se había escabullido de bailar conmigo y otro decía que si le pisaba le aplastaría el pie, y una de las chicas me imitaba de forma grotesca, y todos se reían exageradamente. En ese momento fue como, si de súbito, cayera en la cuenta de lo gorda y ridícula que era. Bueno, tal vez no lo fuera, pero fue así como me sentí, de golpe. Por supuesto, fue algo que no supe encajar. Si al menos mis amigas me hubiesen dado apoyo o algo así, pero no, al contrario, aquellas que eran mis amigas se reían junto con ellos. Bueno, me quedé allí sola, llorando, hasta que ellos se fueron a otra parte de la casa. Entonces me puse de pie y me miré a un espejo que había allí y sentí que no me gustaba en absoluto, y desde ese momento no he dejado de sentirme así. Después, llena de rabia e indignación, me agregué a la fiesta y comencé a comer de forma compulsiva y apresurada y, de pronto, caí en la cuenta de que todo el mundo me miraba. Esa sensación también sigo teniéndola todavía, es como si todo el mundo me observara con desaprobación y asco. Ojalá pudiera pasar de lo que la gente piensa de mí, pero no puedo, no soy muy valiente, y me siento poca cosa, gorda, fea, ridícula, delante de ellos. Cada día me levanto pensando que me pasará como el cuento del patito feo, pero cada vez que me miro al espejo veo que no he cambiado, que sigo siendo la misma.

- Tal vez solo sea cuestión de subir la estima que tienes sobre ti misma.- Le comenté tratando de poner el dedo en la llaga.

- ¿Sí? ¿Y cómo se supone que se hace eso?- Ven aquí,- la cogí de la mano y la llevé a mi habitación, frente a mi espejo.- Mírate,

vamos mírate. ¿Qué ves?- Se giró casi con miedo y se observó con prudencia.- Vamos, ahora quiero que digas: “soy hermosa, soy guapa.”

- Soy guapa, soy guapa.- Sus palabras sonaron frágiles.- ¡No! ¡Así no!- Protesté con firmeza.- Mírate al espejo y di: ¡joder! ¡Soy guapa! ¡Sí, Soy

muy guapa!- No va a servir de nada.- Rezongó con escaso aliento.- He hecho cientos de dietas y los

médicos me han soltado el rollo de la autoestima y todo eso, y nunca ha servido de nada.- ¡Cállate y hazme caso!- Le reprendí como si fuera una madre enojada.- ¡Vamos! Repite

conmigo: ¡soy guapa...!- Soy guapa...- ¡Soy guapa...!- Soy guapa...- Eso es, y ahora dile a esa del espejo: “que guapa eres, tía...”- Que guapa eres, tía...- Repetía ella casi de forma cómica.- Dile: “muñeca, estás preciosa, ¿Quieres salir conmigo?”- Hola muñeca, ¿quieres salir conmigo? Estás preciosa.- De pronto las dos comenzamos a

reírnos y a decirle a la imagen cosas bonitas e insinuantes, y las carcajadas brotaron con espontaneidad.

- ¡Eres un bombón de mujer!- Sí, eres todo un bombón, amiguita.

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- Ha sido divertido, lo reconozco.- Confesó con su voz trémula, después de decirle varios piropos a la “chica del espejo” y reírnos durante un buen rato, volviendo de nuevo a la realidad.

- Mira, no te digo que tengas que ser una muñeca sin estómago y que debas gustarle a todo el mundo. Que se vayan al carajo los demás. Eres como eres y punto. Nunca vas a gustarle a todo el mundo. Olvídate de ellos y gústate a ti misma, es más que suficiente. ¿Puedes decirte que te gustas? Vamos, contéstame.- Ella negó casi sin querer.- Pues haz algo para evitarlo. Propóntelo y hazlo. Primero tienes que gustarte a ti misma. Si tú, interiormente, piensas que debes bajar unos kilos, hazlo, sin prisas, sin agobio, pero con firmeza, sin obsesionarte. Pero deja de verte como un ogro o algo así, no eres un ogro, eres una chica estupenda. Es el primer paso, tal vez el más difícil de dar.- Rosa agachó la cabeza diciéndome, de forma inequívoca, aunque sin palabras, que no se veía capaz de ello. Entonces, algo ofuscada por su negatividad, la agarré fuertemente de la mano y de una sacudida la hice que se colocara frente al espejo de nuevo y se viera obligada a ver su imagen otra vez. Volvió a verse a sí misma, pero esta vez no con sus ojos, sino con los míos, como si se viera desde dentro de mi cuerpo. No se vio grotesca ni fea ni ridícula. Se vio simpática, amable, singular, y sintió que era capaz de cualquier cosa. Esa sensación le sacudió el corazón con violenta fuerza, y le hizo temblar como a una niña. Me soltó la mano perpleja, todo había sido demasiado intenso para una sola vez. Me miró desconcertada, sorprendida. No dijo nada, tan solo se miró la palma de la mano, que le sudaba más de lo normal y luego me observó como hipnotizada.

- Mírate de nuevo, vamos.- Le dije. Pero no lo hizo, tuvo miedo de verse como antes, con sus ojos. Ya no ocurriría así, al menos de forma inmediata. Yo lo sabía, pero ella no. Lo demás dependía de ella. Salió de mi habitación con pasos lentos, como si hubiera despertado de un largo sueño y aún no supiera distinguir la realidad de la ilusión.

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Un nuevo sueño: estaba en mi casa sola y aburrida. Encendí la tele y estuve mirando canal tras canal por un rato, pero no había nada que me gustara, así que la apagué. Tampoco tenía ganas de oír música. Me dediqué a oír el silencio; me concentré en ello; el crujir de los muebles, los vehículos en la calle, un golpe de viento, un grito lejano, mi respiración... Me tiré en la cama y traté de recordar cosas. Del esfuerzo comenzó a dolerme la cabeza. Lo deseaba de veras pero todo era dolorosamente difuso en mi cabeza. Bajé al sótano. No había luz eléctrica. Percibí un olor a humedad. Subí de nuevo buscando algo que me alumbrara. Por suerte, después de rebuscar en siete u ocho cajones encontré una pequeña linterna. Bajé de nuevo. El sótano parecía misterioso bajo aquel tímido haz de luz. Había trastos viejos, también una lavadora y varias sillas. Cajas con papeles de mi padre, la bicicleta de Pedro y dos estanterías. Comencé a rebuscar, pero no buscaba nada en particular, fue una especie de ciego impulso que seguí al pie de la letra. Encontré un viejo balón pinchado, un libro roto, un secador que parecía averiado y una muñeca sin cabeza, probablemente mía, pero no lo recordaba. Me pregunté por qué sabía que aquello era una muñeca pero no sabía si había sido mía o no. No encontré respuesta alguna en la soledad de la penumbra. Encontré también un viejo cuaderno dentro de una maleta desgastada junto con otros libros sucios y deteriorados. Lo estudié con detenimiento. Estaba escrito a bolígrafo, pero se le veía muy viejo, como de otro tiempo, sin embargo, la escritura no se había borrado, permanecía tenue pero persistente. De pronto oí a Julia llamarme de forma sobresaltada. Probablemente se había asustado un poco al no verme arriba. Le contesté y ella bajó varios escalones del sótano. Me preguntó que hacía allí y yo le contesté que buscaba algo. Me pidió que subiera y así lo hice, pero me llevé el cuaderno a mi habitación. Lo examiné con detenimiento. Tal como había adivinado en la penumbra, era viejo y anticuado, como de otra época, pero sus palabras eran medianamente legibles. De pronto cayó una foto de su interior. Estaba en blanco y negro. Me llamó la atención, a pesar de lo cuarteada y gastada que estaba, por que su cara me sonó familiar, a pesar de que creía que nunca la había visto personalmente. Era mayor, de unos sesenta y cinco o setenta años. Tenía el pelo recogido y blanco, y en sus ojos había tanta fuerza como nostalgia. Con la foto aún en la mano, abrí el cuaderno y traté de leer su contenido. Su caligrafía era hermosa y refinada, lo que me facilitó bastante la labor: “me llamo Nely y tengo sesenta y nueve años. He tenido una vida muy amplia, intensa y difícil. Sé que no me queda demasiada vida, mi reserva está llegando a su fin, pero no tengo miedo, me siento preparada. Ya solo me queda escribir estas palabras para quién las pueda necesitar. Solo quién las pueda necesitar las puede entender igualmente, por que no voy a escribir sobre cosas comunes y cotidianas que suelen ocurrir con frecuencia, al menos en su significado, por lo demás, soy tan corriente y vulgar como cualquier persona, pero lo que me ha tocado en suerte o en destino no, así que intentaré plasmarlo aquí, para que quién lo necesite pueda recurrir a ello y tener una ayuda que yo no tuve pero que me gustaría haber tenido. Lo más hermoso de mi vida ha sido Ana, mi hija. Ella ha sido lo mejor, y lo peor ha sido, quizás, mi propia incapacidad para entender el sentido de las cosas, de mi existencia, de mi facultad. Tal vez si lo hubiera podido descubrir habría sabido cómo encararlo, y así, superarlo. Pero no, el miedo no ha sido buen consejero, un miedo exagerado e infundado, pero terrible y solitario al mismo tiempo...” “Ana...”, repetí en voz baja, fui a uno de mis cuadernos y comprobé que mi abuela se llamaba así, Ana. Cogí de nuevo su foto y la examiné, sobre todo en lo que tenía que ver con sus rasgos personales, y pude adivinar que en efecto, mi madre se parecía mucho a ella, por su sonrisa, sus ojos serenos y profundos, la forma de su pelo, hasta su figura. Probablemente Nely era mi bisabuela. Probablemente...

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Desperté frustrada y el sueño se esfumó. Quería saber más sobre el asunto. Quería conocer todo el contenido del cuaderno. En este momento, cuando me acabo de despertar y el sueño permanece tan intacto en mi mente, tengo la impresión de que ese cuaderno ha sido escrito para mí, lo que me llena más de disgusto, si cabe. Quiero tratar de recordar esa escena para completarla, pero me resulta imposible. A partir de ahí se torna impenetrable y oscura, ininteligible. Intentaré dormir un poco más a ver si puedo retomar el sueño otra vez. Me fue imposible, y en ese momento de frustración entró el chico de mirada lánguida en mi habitación y me dio los buenos días con su peculiar afabilidad.- Trataba de dormir, porque trato de recordar.- Confesé con desilusión.- Me aferro a los

pocos recuerdos de mi vida que poseo o descubro como a un clavo ardiendo. No sé, a veces creo que voy a volverme loca, si no lo estoy ya. Necesito saber sobre mí, recordar.

- No te preocupes, es normal. En nuestro pasado encontramos nuestra identidad, en el presente la vida y en el futuro la esperanza.

- ¿Qué cosas sueles hacer tú? Cuéntame.- Nada fuera de lo normal. No soy buen estudiante, me cuesta relacionarme con los demás,

no me gustan las aglomeraciones y paso la mayoría de mi tiempo intentando aprender a superar los obstáculos que se interponen en mi vida, tanto los grandes como los pequeños. Me gusta saborear la soledad y disfrutar de todo aquello que me parece hermoso. Oír música en silencio y leer cosas que me transporten a otras vidas, a otros lugares. Me gusta proponerme retos e intentar superarlos, aunque no lo consiga, y, sobre todo, me gusta sentirme bien, tranquilo, despejado.

- No es poca cosa.- Aduje fascinada por su forma de hablar tan sencilla y melódica.- Sabes, últimamente me están ocurriendo cosas extrañas. Estoy algo perpleja. Me refiero a los sueños. Soñé contigo de una forma precisa como nunca lo había hecho y apareciste de repente. Y lo más sorprendente es que me acuerdo de ello, con toda nitidez. Gracias a eso conozco algunos fragmentos de mi vida, que, si bien no son gran cosa, al menos es mejor que nada; es algo muy valioso para mí. Por ejemplo, he soñado un par de veces con la foto de un antiguo familiar llamado Nely, una viejecita que parecía adorable. Tengo su imagen incrustada en mi mente, y es como si sintiera que tiene que ver conmigo. Resulta inverosímil, ¿no? Ella escribió un cuaderno, no sé si se trata de un diario o qué, pero es como si tuviera la impresión que lo hizo para mí. El otro día vi a Víctor, otro interno de aquí, y después recordé otras cosas sobre él, recordé de forma exacta y precisa, al menos todo lo que tenía que ver con él, lo que había ocurrido unos días atrás, y permanece intacto en mi cerebro. No sé què significa...

- Es posible que estés empezando a recordar. ¿no te gustaría?- Claro que me gustaría, pero te confieso que me da miedo por que, por una parte, puede

que sea una falsa alarma, y no quiero hacerme falsas ilusiones, y, por otro, si fuera verdad, me aterroriza poder recordarlo todo, lo bueno y lo malo, resulta algo tan nuevo para mí...

- No tengas miedo.- Me tranquilizó con su mirada intensa y sus puntuales y melódicas palabras.- Cuando tengas miedo de algo debes tratar de intentar hacerlo para que ese miedo nunca controle tu alma, de lo contrario serás presa de fantasmas, toda tu vida. Recuerda que es un juego, todo es un juego cargado de ironía y crueldad, y siempre se repite, la vida está compuesta de ciclos que se van repitiendo de forma eterna, infinita. Son las reglas. No se trata de ser fuerte, sino flexible.

- Entiendo.- Bueno, creo que tengo que irme. Hasta la vista.

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Ha sido un día estupendo, aunque comenzó siendo un día aburrido y estúpido. A veces, la rutina de este sitio te ahoga en un mar de hastío y desencanto. Así fue como me sentí esta mañana, al comprobar que no había podido seguir soñando con Nely. ¿Por qué estaré tan intrigada por ello? Supongo que los sueños son caprichosos. Al margen de eso, todo el mundo parecía tener hoy un mal día o andar desanimado. No hacía ni calor ni frío, solo un aire tibio que ni refrescaba ni reconfortaba, sino que te dejaba indiferente. Me tropecé con Frank y estaba como yo. Su sonrisa luchaba por sobreponerse al aburrimiento. A duras penas lo conseguía.- Este es uno de esos días en los que odio estar aquí.- Le dije.- Deberíamos hacer algo diferente. ¿Qué solías hacer cuando te sentías así?- No lo sé, supongo que nada especial, aunque no lo recuerdo.- Yo solía buscar a los colegas para tomarnos unas cervezas y jugar unos billares, unos

futbolines o algo así. A veces, me iba a las tiendas de música y me hartaba de oír cds con los auriculares y todo eso. Después, casi nunca compraba ninguno, pero si alguno de los dependientes se enrollaba, me pasaba mucho rato hablando con él de música. También a veces me llevaba mi guitarra al parque y me ponía tocar y había gente que me decía cosas y me animaba. Cuando alguien se sentaba un rato a escucharme hacía que me sintiera bien. No necesitaba más.

- Que guay. - Hay que hacer algo diferente.- Afirmó con decisión y, después de eso me cogió de la

mano y me arrastró hacia adelante.- ¿Qué te propones?- Vamos a ir a la ciudad.- Pero, pero...- titubeé sin saber si hablaba en serio o bromeaba- ¿Podemos hacer eso?

¿Irnos sin más?- ¡Vamos, no estamos en una cárcel, Laura! Nos iremos de forma discreta, y, cuando

regresemos, nadie se dará cuenta. Venga, atrévete, a veces hay que cruzar la línea. Y eso mismo hicimos. Nos marchamos por una salida lateral con mucho cuidado para que nadie se percatara de ello. La ciudad está a unos quince kilómetros, pero la parada del autobús a menos de uno. El recorrido fue agradable, y se me hizo extraño, era como si hubiera estado toda mi vida encerrada allí. Estuvimos toda la mañana paseando por la ciudad, sobre todo por el mercado, mezclándonos con el bullicio de la gente que iba a la compra, y también fuimos de tiendas, y miramos ropa, y detalles personales y discos y libros y esa clase de cosas. Me encantó encontrarme en medio de ese río humano que iba y venía por todas partes. Encontramos una exposición de cuadros y entramos a verla. La mayoría eran retratos de personas, pero con expresiones cargadas de melancolía y nostalgia, de trazos delicados y profundos colores oscuros y grises. También había pinturas que reflejaban momentos puntuales de la vida de personas, sobre todo de edad avanzada o campesinos y campesinas. Eran intimistas. ¿Quiénes serían? Y ¿Por qué parecían tan nostálgicas, tan tristes? En ellas se veían reflejadas sus almas castigadas por los avatares de la vida y el duro e ingrato trabajo del campo. Me sentí fascinada por ello. Después de eso estuvimos en una concurrida plaza donde había un chico que sacaba algo de dinero tocando la guitarra y cantando. Franky trabó conversación enseguida y al rato se pusieron a tocar juntos, pues el chico tenía otra guitarra más pequeña, pero que sonaba muy bien. Se compenetraban bien. Me gustó y, por lo visto, a los paseantes oyentes también, por

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que dejaron muchas monedas. El chico, que se llamaba Rafa, nos invitó a su casa. Vivía con tres amigos más, pero uno de ellos no estaba. Comimos unos bocadillos, nos tomamos unas cervezas y estuvimos allí un par de horas, oyendo anécdotas y riendo, pasándolo bien. Eran pobres, ni siquiera la casa era suya, en realidad no sabían muy bien de quién era pero parecían felices. Más tarde continuamos paseando por la ciudad y llegamos a una especie de feria. Me encantó el ambiente festivo y distendido que se respiraba. Nos montamos en una especie de toro mecánico donde cabalgaba mucha gente a la vez y había que intentar evitar el caerse, para lo cual tenías que agarrarte muy fuerte de donde pudieras, pero siempre acababas por los suelos. Nos reímos bastante, fue divertido. Observamos a la gente darse porrazos en los coches locos. Había gente que parecía tener cuentas pendientes por que se chocaban de forma reiterativa y violenta, pero, a pesar de eso, parecían divertirse. Después encontramos por casualidad en el suelo un boleto de una tómbola que había por allí. Nos mantuvimos durante un buen rato atentos a los números y al final resultó que salió el nuestro y nos dieron a elegir entre una muñeca y una botella de champán, y elegimos la botella de champán. La tarde ya estaba dando paso a la noche, así que nos sentamos frente a un escenario que había montado en medio de un amplio terraplén a tomarnos unos tragos y un grupo, al rato, se puso a tocar, y estuvimos bebiendo y oyendo la música, porque estábamos cansados y no quisimos meternos en el mogollón a bailar. La gente se lo pasaba genial saltando y bailando. Pero a eso que el grupo se puso a tocar una canción romántica Franky me invitó a bailar, y yo acepté y, durante esos tres minutos y pico fue como si el resto del mundo se hubiese esfumado y solo hubiera existido la música y nosotros. Fue maravilloso. Después decidimos volver. Tuvimos suerte de coger el último autobús, y entramos, igual que salimos, sin ser advertidos. Una vez dentro, un trabajador del centro me encontró y me preguntó qué me había pasado y dónde había estado, por que habían advertido mi ausencia en la comida y en la cena, y yo le contesté que me había sentido mal durante todo el día y había estado en la habitación de otra interna y en la enfermería y que no había tenido ganas de comer. No se quedó muy convencido pero no me dijo nada más.

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Definitivamente, Rosa no es la misma persona. El brillo de sus ojos así lo delata. La veo más segura de sí misma, incluso está empezando a desarrollar la capacidad de controlar su ansiedad, y, lo más sorprendente, está haciendo ejercicio. A menudo nos vamos a nadar a la piscina. A las dos nos gusta bastante, es agotador pero relajante y divertido a la vez. Yo también me siento mucho mejor. Es como si sintiera que todo va a salir bien. Tal vez ella me haya contagiado su aliento, y ahora siento que me está ayudando tanto como yo a ella. Supongo que cuando haces el bien a alguien y ese alguien lo agradece, se convierte en una especie de flujo de energía que va en ambas direcciones, por eso, supongo que creo recordar unas sabias palabras que alguien dijo alguna vez: “hay más felicidad en dar que en recibir”. Entre largo y largo, me confesó que había estado tres días sin mirarse al espejo por temor a verse como antes, pero que al final reunió suficiente valor para hacerlo y ayer por la noche lo hizo y no se vio grotesca ni ridícula ni fea. Para ella es como una inyección de esperanza y la fuerza necesaria para subir esas reservas necesarias y casi agotadas de autoestima. También me habló de su tía. Ella le mandó un saludo para mí. Dice que su marido parece que se va poniendo un poco mejor gracias al nuevo tratamiento y que a su hijo lo han ingresado en un centro de rehabilitación estatal, tratando de desengancharlo del alcohol, por que tuvo un accidente con un coche en estado ebrio y alguien resultó herido de gravedad y el juez lo condenó a seis meses de cárcel o tres en el centro, y él eligió el centro. Espero que eso le pueda ayudar a recapacitar. Le dije a Rosa que su tía era una de esas personas las cuales la vida no ha sabido devolverle todo el bien que ha derramado de forma desinteresada y bondadosa, así que, cundo saliera, tenía que encargarse de ella como si fuera su segunda madre, por que necesitaba su cariño y su apoyo. Ella asintió. Más tarde estuve hablando con Ana. Al rato de estar haciéndolo me sorprendió con estas palabras:- No sé cómo lo haces pero todos están mucho mejor gracias a ti, en parte al menos, por

las cosas que les dices. Sabes poner el dedo en la llaga y alcanzar hasta lo más íntimo. Eres afortunada por eso. Rosa, por ejemplo, se le ve mejor, sonríe, se comunica, hace ejercicio, se controla, parece otra persona. A Roland, bueno, estoy segura que dentro de poco le darán el alta. Está más centrado, con los pies en el suelo, feliz, tranquilo. Franky no es una excepción, y Víctor, ¿Qué me dices de Víctor? Lo de ese chico es un milagro, te lo aseguro. Después de sus palabras en la fiesta... Resulta increíble. Ya no va por ahí despreciando a los demás ni haciendo comentarios hirientes... Se conforma con quedarse al margen, en su rincón, como los boxeadores, aunque a veces veo la bestia en sus ojos tratando de salir de nuevo, que trata de ganarle la batalla, o algo así. No sé, Laura, quisiera que me pudieras decir algo a mí que me ayudara a engancharme a la vida. Quiero salir de esto...

- Bueno, te lo agradezco pero no creo que sea exactamente así. Rosa está luchando contra sí misma. Yo solo le di un empujoncito. Roland está feliz por que esa chica a la que tanto quería ha vuelto a entrar en su vida. Franky, bueno, que voy a decir de él, es un auténtico superviviente al que un sueño no consumado le hizo desviarse de su camino, pero otra vez está recobrando el rumbo. Y Víctor ha tenido el suficiente tiempo para darse cuenta que la maldad, antes o después, tan solo le destruirá, de la misma forma que destruye a los demás cuando él la emplea contra ellos. Tú, sin embargo, debes aprender a decidir por ti misma, por que no tienes ningún problema más allá del que crece dentro de tu mente, y es liberarte de todos los problemas y sinsabores que han acompañado tu infancia, los periodos de calma tensa y de tempestad que ha habido en tu hogar. Eso te ha

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marcado bastante, pero ya es hora de que los saques, que los enfrentes, sin rencor, sin miedo. Solo tú diriges tu vida, no sientas miedo por ello. Te has acostumbrado a no tener iniciativa propia y ahora te cuesta manejar tu propio timón. Debes romper ese círculo vicioso. Debes agarrarte a lo que te gusta, a lo que te hace sentir bien, y desechar lo feo, lo malo, lo que te destruye. Es como si fueras receptiva a todas las malas vibraciones que existen ahí afuera, como si la maldad y el egoísmo de este mundo fuera un grito insondable que no dejara de resonar en tus tímpanos, causando desazón en tu corazón. Esa es la razón por la que te sientes tan desarraigada de todo lo que te rodea, empezando por tu familia. La vida no ha conseguido engancharte lo suficiente, pero no siempre será así, confía en mí, encontrarás el camino...

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Últimamente he recibido más visitas de mi padre que lo que antes acostumbraba a recibir. Viene mucho más a menudo y a diversas horas. Tenemos más comunicación y jugamos con más asiduidad. Nos divertimos. Eso ha conseguido que podamos sentirnos más cerca el uno del otro.- Papá, me encanta que estés aquí.- Le dije en un tono que creo que denotaba complicidad.- Supongo que te extrañarás por ello.- Se quedó callado como tratando de buscar palabras

adecuadas.- Bueno, es que resulta que hace algún tiempo que dejé el trabajo, sí, se puede decir así...- se quedó callado como tratando de sonreír de algo que no le parecía cómico.- Querían trasladarme a otro lugar, pero eso me implicaba alejarme de ti y ya me sentía demasiado lejos. Estar más tiempo ocupado, fuera de casa, viajando, ese tipo de cosas... Tú siempre has sido lo más importante en mi vida...- Me sorprendí de ver a mi padre tan emocionado que no pudo evitar el que los ojos se le rallaran. Aunque no lo recuerdo exactamente, pero no tengo la sensación de que es de esa clase de hombres que suele llorar con facilidad. Eso me sacudió más de lo que hubiera esperado.- Los detalles no importan, el caso es que las cosas fueron en distintas direcciones, en direcciones opuestas en realidad, y decidí romper la baraja. Te pasas casi toda tu vida trabajando para una empresa, le dedicas más tiempo incluso que a tu familia, sacrificas cosas personales y ellos prescinden de ti cuando les da la gana, no toman nada en cuenta, te arrojan al infierno sin siquiera dudarlo. Pero no importa, esto es como desengancharse, cuesta tiempo, pero poco a poco te vas dando cuenta de que estás haciendo algo bueno. Debería habértelo dicho antes pero necesitaba tiempo para pensar y poner las cosas en orden aquí adentro- señaló su cabeza.- Ahora todo parece tan diferente... Me he dado cuenta de muchas cosas. No hay nada como retirarse de la rutina y el estrés de la vida, apartarse un poco, detenerse y coger aire, para poder ver las cosas desde otra perspectiva. Por ejemplo, ahora me doy cuenta que utilizaba mi trabajo como válvula de escape ante mis propios temores. Era como una sabandija que me robaba la vida y me succionaba hasta exprimirme. Estaba demasiado absorto para darme cuenta que me necesitabas, para tratar siquiera de ponerme en tu lugar. Supongo que tú lo percibías. No mucho tiempo después de morir tu madre me ascendieron y convertí en eso toda mi existencia. Desde entonces no he hecho otra cosa. Pero quiero que eso cambie, de ahora en adelante...

No dije nada. Tan solo me ocupé en mirar el brillo de su alma en sus ojos que se comportaba como una lancha que trata de permanecer a flote ante el estallido violento de las olas a su paso.- ¿Qué estás haciendo ahora?- Le pregunté con serenidad.- Nada en especial. Ordenar mi vida. Dedicarle más tiempo a Julia, a Pedro y, por

supuesto, a ti. Trato de desconectarme del pasado. Pera a veces se hace tan extraño que es como si tuviera la sensación de estar viviendo en un sueño frágil como una pompa de jabón que, en cualquier momento, se desintegrará y volveré a despertar en mi antigua vida.

- Papá, me alegro de que me lo hayas dicho.- Le confesé después de una pausa obligada, por que parecía necesitar algunas palabras de apoyo, pues, aunque no quería decírmelo abiertamente, se le hacía duro. Nos miramos de forma afable- Sabes, yo también quería comentarte algo... Últimamente he estado recordando cosas, retazos de aquí y de allá.- Puso cara de sorpresa.

- Estupendo...- Manifestó con alegría.

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- Bueno, eso es importante, por supuesto, pero quería hablarte de un recuerdo en particular. Hay algo que me ha llamado la atención, es el retrato en blanco y negro de una señora mayor en el álbum familiar por el cuál una vez te pregunté, no sé si te acuerdas de eso.

- Debes de referirte...- comentó haciendo un esfuerzo por recuperar la escena.- a Nely. Sí, creo que te refieres a ella.

- Una vez te pregunté por ella pero tengo la sensación de que no quisiste contarme gran cosa...

- Bueno, es que tampoco es que sepa gran cosa sobre ella.- Se defendió con una sonrisa.- Solo lo que le oí a tu madre. Es la madre de tu abuela, es decir, tu bisabuela. Creo que tuvo algunos problemas psicológicos, pero no sé de qué índole. Lo que sí sé es que escribió una especie de diario personal en un cuaderno o algo así, que tu madre guardaba como en oro en paño, pero creo que se debió de perder por que ya hace tiempo que no lo veo. No sé qué fue de él.

- El cuaderno está en mi habitación, entre mis libros del colegio. Lo encontré en el sótano por la más pura casualidad. Sé que empecé a leerlo pero no recuerdo nada más sobre eso. Me gustaría poder hacerlo.

- Es estupendo que puedas recordar esos pequeños detalles.- Me cogió la mano con ternura. Fue algo inesperado y agradable.- Es estupendo.

- Sí, lo es.- Afirmé sintiendo la emoción que existía en cada poro de su piel.- Por favor, ¿podrías buscarlo y traérmelo?

- Claro que sí, lo que tu quieras, cariño... El resto de la tarde hemos estado con los muchachos, viendo una película de aventuras. Después se marchó a recoger a Julia. Me dio saludos de ella y yo se los devolví.

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Es sábado por la mañana. Mi padre ha venido con Julia a pasar el día conmigo. Según tengo apuntado en la hoja de la rutina diaria, hoy y mañana se van a desarrollar unas jornadas culturales en las que internos y trabajadores del centro serán los protagonistas, pues serán ellos los encargados de llevar a cabo los diversos eventos que se han organizado. Mi padre me acaba de traer el cuaderno. Es tal y como yo lo había visto en el sueño. La foto sigue adentro. Ahora que la miro de nuevo observo algo personal e íntimo en su mirada, como si ella hubiera sabido que alguien como yo iba a tenerla entre sus manos y que la miraría con interés y fascinación. Ahora mismo no tengo tiempo de leerlo. No es que sea muy extenso, pero necesito estar aislada y tranquila para hacerlo, y, supongo que estos dos días van a ser intensos y entrañables, así que, si puedo, lo haré esta noche.

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Como imaginaba, el día ha sido muy extenso y divertido, agotador. Por la mañana, después de desayunar, hemos visto una obra de teatro en la que trabajaron nueve internos, entre ellos Ana y Rosa. Se trataba de que cada uno representara personajes muy cercanos a ellos, en lo posible. Fue una obra divertida y triste a la vez. En resumen, se trataba de una madre que había tenido que sacar a tres hijas para adelante por que el padre les había abandonado, y las hijas habían crecido con diversos problemas. Una era bulímica, y la interpretó Rosa, otra le costaba comunicarse con los demás, y la hizo una chica llamada Melinda, y el hermano menor, que tenía problemas con el alcohol y las drogas, lo interpretó un chico llamado Jaime. Ana interpretaba la conciencia de la madre, que charlaba y razonaba con ella como un personaje que formaba parte de sí misma pero que a la vez era independiente. Hubo momentos muy divertidos, pero la obra, al final, trataba de ser reflexiva, hacernos pensar sobre el valor de las cosas que tenemos y la capacidad para superar las dificultades que nos sobrevienen. Me gustó. Después vimos una exposición de obras creadas por los internos. Había cuadros, dibujos, esculturas, maquetas, figuras hechas en diversos materiales, y esa clase de cosas. Fue bonito. A continuación almorzamos, y, después de eso, hemos asistido a un partido de fútbol en un improvisado campo en la parte trasera del centro donde han jugado internos contra trabajadores. Los trabajadores han ganado cinco a cuatro. Por la tarde hemos asistido al salón de actos, donde han tenido lugar diversos actos. Por ejemplo, siete u ocho internos han desarrollado una especie de mini-concierto sinfónico con piezas clásicas y otras contemporáneas. Fue precioso. Otros han recitado alguna poesía, han bailado coreografías o han realizado números cómicos, e incluso algunos han cantado, y Franky ha interpretado varias canciones suyas con la guitarra. Para mí ha sido muy emotivo, por que todo lo que hacía, cada rasgueo de las cuerdas de su guitarra, cada quejido, cada palabra, surgía del fondo de su corazón. He visto el brillo en sus ojos cuando todo el mundo le ha aplaudido a rabiar. Algunas personalidades del centro y de la comunidad han dado breves charlas y discursos entre actuación y actuación, médicos, el director, y todo eso, pero lo que más bonito me ha parecido ha sido cuando Víctor ha decidido pronunciar una palabras en las que ha pedido perdón a la gente que hubiera podido molestar y ha dado gracias por la paciencia y la amistad de todos, por que había aprendido con ellos a superar sus propias barreras. También dijo sentirse diferente y tratar de seguir cambiando en adelante, para no caer en los mismos errores del pasado ni en otros peores. Dijo algo que me llegó mucho: ”los errores que no se reconocen y se reparan, a la larga se convierten en nuestro peor enemigo, un enemigo invencible por que siempre permanecerá dentro de nosotros...” Estoy a punto de acostarme y tengo la tentación de ponerme a leer el diario de Nely. Lo sopeso y compruebo lo ligero y poca cosa que parece, pero estoy segura que hay mucha soledad y sufrimiento entre sus líneas, pero no hay forma de medirlo, y la tinta es fiel a quién la escribe. También tengo la foto junto a mí, y me parece una mujer adorable y llena de fuerza. Pero me siento muy cansada, y no lo suficientemente lúcida como para hacerlo, pues estoy segura que no aguantaría ni una página sin cerrar los ojos y ceder al sueño, así que lo dejaré para mañana o para el lunes.

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Es domingo y me he despertado muy tarde. Supongo que ayer debí de terminar muy cansada, aunque no recuerdo por qué. Tengo la sensación de que fue un día divertido pero no recuerdo qué hice concretamente. En mi tablón tengo apuntado que es el segundo día de la jornada cultural del centro. Mi padre me acaba de llamar. Está abajo esperándome para desayunar. Ahora me voy pero esta noche continuaré. Estoy muy cansada, pero no quiero perder este maravilloso día, así que, a pesar de todo, voy a describirlo, desde el desayuno en adelante. Julia vino con mi padre. Pedro creo que fue a casa de algunos amigos. Después de desayunar, un desayuno algo tardío, eso sí, nos ha dado tiempo a asistir al final de una partida simultánea de ajedrez que Héctor ha mantenido contra otros veinte jugadores, catorce internos, cinco médicos y un empleado de mantenimiento. Ha sido increíble. Mientras a los demás les salía humo de sus cabezas intentando ejecutar mentalmente diversas jugadas, Héctor solo necesitaba darle un vistazo rápido al tablero para saber cuál era la jugada más pertinente. Les ha derrotado a todos. He visto un brillo muy especial en sus ojos. Creo que está volviendo a recuperar la confianza en sí mismo y eso le está permitiendo disfrutar de su privilegiada mente y de su propia existencia, y ha comenzado a dejar de pensar que esta era una especie de castigo, de maldición, o algo así. Ha estado por mucho tiempo bajo una prisión que él mismo se había impuesto de forma involuntaria y subconsciente, pero está comenzando a ver la luz de nuevo, volviendo a coger las riendas de su propia vida. Más tarde hemos asistido a un bingo y ha sido divertido, a pesar de que no hemos cogido nada. También ha habido campeonato de dominó, de mus y de petanca. Héctor ha estado muy ocupado, por que ha dado una charla con diapositivas en el salón de actos sobre la ciencia y el universo en general. Ha sido muy interesante. He visto la tierra desde el espacio, he visto la Luna y otros planetas como Marte o Saturno. También he podido ver nuestra galaxia y he oído cosas que me han dejado perpleja. Realmente interesante. Por la tarde asistimos a la fiesta de despedida en la que ha habido bebida, comida y música. He bailado con mi padre y con Julia y con otros amigos del centro. Después el director del centro ha dicho unas palabras de agradecimiento y han tirado unos hermosos fuegos artificiales que han formado luminosas figuras esculpidas sobre el negro profundo del firmamento en un baile de luz y fantasía. Unas figuras se superponían a otras en un tío vivo mágico y las explosiones eran como truenos que daban la bienvenida a las siluetas que esculpían la noche con belleza efímera pero fascinante. Ha sido precioso.

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Es lunes por la mañana y acabo de desayunar. Ahora estoy en mi habitación. Voy a comenzar a leer el cuaderno. Lo había colocado sobre la mesa por si acaso mi cabeza me jugaba otra mala pasada y me olvidaba de él. Estoy ansiosa por hacerlo. No sé cómo he podido esperar dos días, desde que papá me lo trajo. Es curioso que lo recuerde, pero así es. Tal vez sea por que lo vi en el sueño, y por eso, esos recuerdos permanecen muy vivos en mi mente. Voy a leerlo en la tranquilidad de mi habitación, necesito intimidad para ello. La foto está a mi lado, y, supongo que, de vez en cuando y a medida que vaya leyéndolo le daré un rápido vistazo, tratando de averiguar en el retrato de sus ojos el por qué de las cosas que escribió. Abro el cuaderno y reconozco las primeras palabras. Aún así, las leeré de nuevo para no perder ni un detalle o la esencia de lo que aquí se hallé registrado: “Me llamo Nely y tengo sesenta y nueve años. He tenido una vida muy amplia, intensa y difícil. Sé que ya no me queda demasiada, mi reserva está llegando a su fin, pero no tengo miedo, me siento preparada. Ya solo me queda escribir estas palabras para quién las pueda necesitar. Solo quién las pueda necesitar las puede entender igualmente, por que no voy a escribir sobre cosas comunes y cotidianas que suelen ocurrir con frecuencia, al menos en su significado, por lo demás, soy tan corriente y vulgar como cualquier persona, pero lo que me ha tocado en suerte o en destino no, así que intentaré plasmarlo aquí, para que quién lo necesite pueda recurrir a ello y tener una ayuda que yo no tuve pero que me gustaría haber tenido. Lo más hermoso de mi vida ha sido Ana, mi hija. Ella ha sido lo mejor, y lo peor ha sido, quizás, mi propia incapacidad para entender el sentido de las cosas, de mi existencia, de mi facultad. Tal vez si lo hubiera podido descubrir habría sabido cómo encararlo, y así, superarlo. Pero no, el miedo no ha sido buen consejero, un miedo exagerado e infundado, pero terrible y solitario al mismo tiempo... Pero empezaré por el principio: yo era una niña pequeña e ingenua, por que aún no sabía cómo era el mundo; para mí era un lugar inmenso y misterioso en donde existían hadas y duendes. Yo era una niña preciosa, y esto lo digo en serio; tenía unos regordetes cachetes sonrosados que hacían juego con un abundante cabello rizado y trigueño que caía por mis hombros y con unos ojos grandes y grisáceos, de los cuales, según solía decir mi madre, emanaba un brillo que nacía de la inocencia de mi alma. Recuerdo que también decía que mi mirada era tan diáfana como el reflejo de la luna llena en un lago. A pesar de eso, era muy tímida. Tanto que cuando la gente me hablaba solía esconder mis ojos, agachando la cabecita, y, por ello, siempre me ganaba la reprimenda de mis padres. Por ejemplo, mi madre decía que hacer eso demostraba poca educación y falta de consideración, y mi padre que era síntoma de inseguridad y que parecía como avergonzarme de mí misma. No puedo evitar el sonreír al recordarlo, es como si les estuviera oyendo de nuevo. El caso es que un día, después del reproche de mi padre me atreví a levantar la cabecita y a mirarle directamente a los ojos, y entonces ocurrió algo que marcó para siempre mi vida. Traspasé su mirada, penetré en su corazón, y le vi cuando era niño, sucio y afligido, llorando y protestando por que su hermano mayor le había quitado una galleta... Aquello fue increíble. Había sido como un fogonazo, como un espejismo que ocurrió en mi mente pero que provenía de su alma, del interior de su alma. Como si sus ojos fueran una ventana a su interior y yo hubiera podido asomarme a él sin pedirlo. No sé por qué ocurrió, y aún hoy sigo sin saberlo. Me sentí confusa, por supuesto, yo solo tenía doce años. Lo cierto es que mi padre, además de ser un buen hombre que siempre nos quiso mucho, era indeciso y poco atrevido, y eso le marcó durante toda su vida, no le dejó ser feliz por completo. Tal vez tuviera que ver con ello. Para

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comprobar si continuaba funcionando o había sido algo puntual y fortuito, lo intenté con mi madre, y, de nuevo, ocurrió lo inesperado. Recuerdo que clavé mis ojos en los suyos y el flash fue casi instantáneo. Fue como si una diapositiva se interpusiera a la realidad, y en ella vi a mi madre fregando platos y vasos y cubiertos sin parar, como una autómata, pero estaba distinta, estaba delgada y deteriorada, y su pelo era áspero y sus manos apergaminadas. Me asustó, esa visión me asustó. ¿Qué significaba? ¿Acaso era un mal presagio sobre mi madre? En aquel momento no lo supe. Ahora comprendo que tenía que ver con lo que ella sentía, con la sensación de monotonía que experimentaba, por la vida que llevaba tan dura y gris. Recuerdo que en aquel momento, empujada por mi desconcierto, le pregunté si era feliz, y ella me miró sorprendida, y me contestó al momento “¿A qué te refieres, cariño?, pero me mantuve observándola, esperando su respuesta y ella se quedó en silencio, tratando de digerir si la pregunta había surgido de mi garganta o era la voz de su alma que se manifestaba a través de mí. Entonces sonrió con esa entereza que poseía y contestó: cada vez que te veo sonreír soy feliz, y me dio un abrazo. Noté como su cuerpo se estremecía. Lo intenté igualmente con algunos amiguitos y amiguitas y no funcionó. ¿Es que tal vez solo ocurría con los mayores y no con los niños? Es posible, la inocencia y la pureza de un niño no deja que exista rincones ocultos en su alma. Así que lo intenté con mi maestro, el señor Recoleto. Con él volvió a ocurrir, como si fuera una potente emisora que acabara de sintonizar. Su alma se abrió a mí de par en par y lo vi sentado en un oscuro rincón, solo, triste, mirando el infinito y con un libro cerrado en sus faldas. Fue algo más que una visión, sentí su soledad, su sufrimiento, el frío que erizaba su alma. A partir de ahí nació una bonita amistad, por que él, a pesar de tenernos a nosotros, sufría una pena muy grande, y esta era haberse visto separado de su querida hija por causa de un doloroso divorcio, después del cual, su exmujer se la llevó a un país lejano. La echaba de menos y sufría esa ausencia en el desamparo de su vida.” Creo que eso le hizo sentirse un poco mejor, liberado de ese fuego que le quemaba el corazón, pero a su vez, ese peso del cual él se había liberado recayó, al menos en parte, en mí, por que ya no pude olvidar esa sensación que había sentido de forma tan leve pero intensa. Aquello fue demasiado para mí. No conseguía comprenderlo ni superarlo, y se me hacía inexplicable y hasta incorrecto, por que era como colarme en los lugares más íntimos y ocultos de los demás sin su permiso, como asomarme al fondo de sus almas de manera furtiva y clandestina, y, a la vez, experimentaba esas sensaciones que a ellos les perturbaba y les asustaba. Era como si absorbiese un poco de todo eso. Mi madre me notó rara y lo primero que pensó era que estaba enferma, así que me atiborró de hierbas y vitaminas y después acabó por llevarme al médico. En su consulta, mientras respondía a sus preguntas volvió a ocurrir: vi a ese hombre con un mugriento mono de trabajo enfrascado, entre una agobiante atmósfera de humo y azufre, en la forja de algún utensilio o arma, a la antigua usanza, a golpe de martillo, y parecía sufrir mucho. Sudaba profusamente y golpeaba el acero con incansable monotonía y por un instante fue como si estuviera allí, oliendo el azufre, oyendo los golpes, sintiendo el sufrimiento en mis propias carnes. Nunca supe lo que aquello significó, pues después de eso no volví a verle más, pero me dio la impresión de que había algo que le martirizaba, algo que permanecía oculto en su corazón, pero nunca supe de qué se trataba. ¿Tal vez un secreto inconfesable, algo que le remordía, una enfermedad...? El caso es que el médico se sobrecogió de repente, por que de alguna forma que no pude ni sé explicar, fue como si hubiera sabido que yo había accedido a sus entrañas y hubiera visto aquello que le angustiaba tanto. Vi el miedo en su mirada y él adivinó mi inquisidora percepción, y entonces apartó los ojos, y me sentí muy incómoda, por que era como si hubiera fisgado en sus sentimientos sin su consentimiento. Después de eso estuve mucho tiempo sin utilizar ese don, tratando de evitar las circunstancias propicias para ello, y me encerré en mí misma. Jugaba poco y no solía gustarme estar en presencia de mucha gente. En realidad trataba de responder interrogantes que no tenían respuesta, intentando conocer, comprender, pero en vano. Al principio era

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como un juego, pero después ocurría incluso sin yo desearlo, y me asustó el hecho de no poder controlarlo. Dejó de gustarme el penetrar en los lugares ocultos de las personas sin ser invitada, en lugares que ni ellos mismos sabían que existían, rincones sellados que de vez en cuando emergían en el sótano de sus sentimientos. Esos fantasmas lograban asustarme como a ellos, solo que yo era consciente, y ellos, la mayoría de las veces, no. Después de pensarlo por varios días, decidí intentarlo conmigo. Tenía curiosidad por saber qué ocurriría, y, si así era, podía ser una buena forma de conocerme mejor, y de saber por qué ocurría todo, y eso me atrajo. No tenía miedo por que aún no era lo suficientemente consciente como para sentir miedo por mis propias limitaciones y fantasmas, así que me senté frente al espejo de mi habitación y me observé por unos segundos. Observé esa simétrica imagen de forma diferente, como si no fuera yo misma, como si fuera otra persona. Me fijé en esos ojos y en esa mirada dubitativa e ingenua y, al parpadear, entré en un mundo de sombras mágicas que me hipnotizó por completo, llevándome a una penumbrosa habitación en la que había una señora mayor que yacía en una pequeña cama y que miraba al infinito, derrochando mucha melancolía, como recordando cosas de ella misma y de un tiempo pasado y creo que algo tortuoso. En sus ojos se reflejaba el sabor agridulce de una vida llena de vicisitudes. Parecía enferma por que un suero colgaba de una percha metálica y me fijé en que las gotas caían lentas y acompasadas, tan lentas como los cansados latidos de su corazón. Esa mujer era yo, y parecía triste y solitaria, mientras esperaba el definitivo momento de la despedida... Laura rememoró de repente la escena, pero esta vez en sus propias carnes, como una diapositiva que hubiera surgido de algún insospechado lugar de su subconsciente, como si fuera presa de un desdoblamiento. Allí estaba ella, viéndose a sí misma. Se imaginó tan pequeña, ingenua y asustada como había imaginado a Nely, sentada frente a ese espejo, tratando de conocerse, de saber quién era en realidad y por qué ocurría todo, como la cenicienta, preguntándole a ese trozo de lámina de vidrio cosas sobre sí misma. Entonces se detuvo a escudriñar los ojos del espejo y el trance fue repentino; y vio a una chica joven pero maltratada por la incomprensión y la incertidumbre, en una habitación que no reconocía, silenciosa y sombría, y la chica parecía triste y melancólica. Junto a ella había un tarro de pastillas, una mesa, un cuaderno y una cama, y parecía desconcertada, como si no supiera nada sobre sí misma, y entonces creyó reconocer que esa habitación podría haber sido la suya allí en el centro, por que, aunque no era la misma, guardaba gran similitud. De pronto, en la visión o en el recuerdo de esa visión, (no sabía exactamente qué era aquello), vio entrar a un hombre con bata blanca que parecía ser un médico, y comenzó a preguntarle cómo se encontraba, y entonces se dio cuenta que, en realidad era su padre. Pero, a pesar de que trataba de decirle que era ella, él no la reconocía y la tendió en una camilla. Y la enfermera era su madre, y tampoco la reconocía. Y luchaba desesperada por hacerse reconocer, pero era como si de su garganta no saliera sonido alguno y ellos no le hacían el menor caso. Entonces apareció otro personaje que intuyó era su bisabuela Nely y se puso a su lado y la cogió de la mano y le acarició la cabeza y la tranquilizó. Fue entonces, cuando ella consiguió calmarse y consiguió superar ese irracional miedo que la atormentaba y entonces Laura volvió a la realidad de súbito y contempló de nuevo, muy aturdida, su imagen en el espejo. El agujero negro de su mente se cerró y supo que en ese preciso instante todo había acabado, había recobrado su capacidad para recordar, para retener los recuerdos, para vivir.- Hola.- Era el chico de mirada melancólica- ¿Cómo te sientes?- Perpleja y extraña.- Susurró Laura con voz aterciopelada. Se sentía aturdida aún por todo

ese cúmulo tan repentino y brusco de sensaciones y percepciones.- Tú lo sabías ¿verdad?- Él asintió- ¿Por qué no me lo dijiste?

- No estabas preparada.- Le miró con afecto.- Ahora sí.

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- ¿Fue eso lo que ocurrió? ¿Fue así? Como Nely, miré dentro de mí y me asustó tanto lo que vi... Y la visión no me engañó, me vi como soy ahora mismo, en realidad, me vi aquí, asustada, triste, perdida... Ahora puedo recordarlo, puedo recordarlo...

- Sí, te asustaste mucho, como ella, aunque en realidad no había de qué asustarse. Ha sido precisamente ese terror, ese miedo, el que te ha traído hasta aquí, el que te ha hecho sufrir todos estos años. Cuando te viste en esa visión sentiste tal cúmulo de sensaciones en un solo y súbito instante que no fuiste capaz de asimilarlo, de comprenderlo, y entonces tu mente te jugó una mala pasada, y, por decirlo de alguna forma, se desconectó. En realidad fue una especie de mecanismo de defensa que creaste de forma involuntaria. Lo olvidaste, lo ocultaste por que te resultaba demasiado incierto y aterrador, pero con ello también sacrificaste todos los demás recuerdos, y comenzaste a olvidar otras cosas. Tu mente no sabía elegir lo que debía rechazar y lo que debía retener, y caíste en ese pozo. A partir de ahí todo se fue precipitando hacia el fondo de ese agujero.

- Supongo que, en realidad fue inevitable, ¿no?- Laura estaba exhausta pero a la vez tranquila por que sabía que todo había terminado.

- Creo que ahora puedo irme tranquilo.- Sí, puedes hacerlo, gracias por todo.- Entonces Laura lo contempló, con sus ojos

profundos como el mar y esa sonrisa afable, y se esfumó en algún rincón de su mente o tal vez de su corazón, para quedarse allí para siempre, su morada natural, aunque para Laura había llegado a ser tan real como su padre o Julia, por que había nacido como un mecanismo contra la soledad y el aislamiento que su alma había sufrido, sensaciones demasiado crueles e intensas como para poder soportarlas o tolerarlas sin ningún tipo de apoyo emocional. Su mente lo había creado y hacia allí se había largado.

Laura continuó leyendo el cuaderno con una mente y un corazón distintos: Esa visión me perturbó bastante. Era demasiado joven para entender cómo funcionaba la vida, y, el verme en esa cama, postrada, sola, enferma, vieja, me hizo pensar que el futuro no podía depararme nada bueno y me hizo sentir que no había forma de escapar de mi propio destino y de que nada tenía sentido, que para mí todo resultaba inevitable, y viví toda mi vida con ese temor, con esa desventaja, con esa visión de las cosas, y eso fue lo que me llevó a sufrir, a no encontrar mi camino, a sentirme perdida y maltratada. No supe vencer mis propios miedos, y me di cuenta demasiado tarde que, en realidad, no había nada que temer. Todo fue una especie de efecto dominó. Yo coloqué las piezas y empujé la primera, y toda mi vida se fue desplomando gradualmente. A veces me pregunto qué habría ocurrido si no hubiese tenido esa visión. ¿Tal vez no habría existido toda esa confusión y ese dolor? ¿Tal vez no habría tenido miedo a la vida? ¿Tal vez las cosas habrían sido diferentes? No lo sé, es posible, pero también puede que fuera inevitable. Lo que sí he aprendido es que todo tiene un motivo que, generalmente, escapa a nuestra comprensión. Mi error fue no darme cuenta mucho antes de ello, por que así podría haber utilizado mucho antes mi don y de otra forma, sin temor, por que, en realidad, era un don, no una maldición, como pensé durante mucho tiempo. Mi error fue renunciar a la vida y esta se portó de forma recíproca conmigo. No traté de aceptar las cosas, y me perdí en un mar de preguntas y miedos. Pero ahora quiero dejarlo aquí, en este papel, por si a alguien pudiera servirle de ayuda, que no hay nada que temer, tan solo hay que utilizarlo de forma sincera, para tratar de ayudar a los demás, sin luchar contra él, sin despreciarlo o ignorarlo, como hice yo durante mucho tiempo, y tiene mucho sentido que el motivo no sea otro que el servir de puente para que otros puedan tener el valor suficiente de tirar para adelante, una especie de vehículo para que otros se puedan llegar a conocer mejor y así vencer sus propios temores. La verdad es que he tenido conciencia de esta facultad por más de cincuenta años y aún no sé nada de ello. No sé, por ejemplo, si es hereditario o no, si va en los genes o en qué va, si he sido elegida o ha sido una cuestión del azar, o de algo muy distinto al azar, si soy la primera o no, o tal vez la última, pero tengo la

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intuición de que habrá otros. Tal vez alguien, en mi línea familiar, haya tenido ese don o, después de mí, alguien lo pueda tener. Para esos dejo estas palabras, para que no se sientan desamparados o confusos, para que sean valientes y no tengan miedo, por que no hay nada que temer, y para que no lleguen a conclusiones precipitadas sobre sí mismos, o, de lo contrario esto se convertirá en una losa muy pesada que lastrará sus vidas, sus ilusiones, su felicidad para siempre. No quiero que les ocurra como a mí. Mi vida estuvo llena de altibajos, de momentos aciagos, de soledad, de incomprensión, aunque mi mayor gratificación fue mi hija, Estrella. (Laura sabía que así se llamaba su abuela por parte de madre). Ella fue un consuelo para mí. Con ella, poco antes de escribir estas cuatro hojas, tuve una sincera conversación en la que traté de traspasarle todos estos pensamientos, todas estas ideas. Espero que nunca las olvide y le sean de utilidad en el futuro. Además, traté de ahondar en su alma para saber si ella tenía el don y para saber si podía ayudarla, pero no fui capaz de ello, pero sí pude verme de nuevo cuando era niña, a través de sus ojos, y recuperar lo mejor de mí gracias a ella, y, a la vez, pude conseguir que ella, a través de los míos, me viera y conociera un pedazo muy íntimo de mí para que así nunca me olvide y sepa todo lo que la quiero y no caiga en mis errores. Esa fue la última vez que utilicé mi don y fue maravilloso. Ahora me siento muy cansada, pero estoy preparada para el viaje infinito...

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Ha pasado casi un año desde la última vez que abrí este diario para escribir en él. Después de conocer la razón de por qué mis recuerdos se esfumaban dentro de mi cabeza, y, sobre todo, después de recuperar la capacidad para retenerlos, dejé de hacerlo porque creí que ya no tenía sentido hacerlo, además de que me sentía demasiado aturdida y sorprendida por todo lo que experimenté a partir de ahí, como si hubiera sido la protagonista de un maravilloso milagro y me sintiera sobrepasada y extasiada por ello. Bueno, supongo que fue algo así como un milagro, no puedo negarlo, pero, desde luego, lo que sí fue es un regalo, una nueva oportunidad de nacer y vivir, y como tal, trato de que sea mi vida, cada día de ella, cada segundo, cada soplo de aire, como un regalo que debo aprovechar, apurar, agradecer. Todo ese cúmulo de razones hizo que dejara aparcado ese propósito, antes tan vital pero que, de repente, se había convertido en algo secundario, incluso en algo pesado e inoportuno. Pero, con el tiempo, cuando las cosas se fueron reajustando, cuando todo se fue normalizando y ocupando su lugar, me di cuenta que tampoco debía dejarlo así, inconcluso. Mis diarios nacieron por la necesidad de registrar en ellos detalles de mi vida, de buscar respuestas, de guardar mi alma, y, como todo, tuvo su principio y debe tener su fin. El camino recorrido ha sido duro e intenso, pero he podido encontrar cosas, aparte de algunas de las respuestas deseadas, cosas que me ayudarán, de aquí en adelante, a no perder la esperanza de nuevo, a tratar de saborear el aire que respiro, el paisaje que contemplo, los sonidos que oigo, aquello que degusto o leo, en definitiva, todo lo que, gracias a mis sentidos, puedo experimentar. Pero ha llegado la hora de completar el círculo, de cerrar el ciclo, de acabar lo empezado. Para ello comenzaré diciendo que han ocurrido algunas cosas desde entonces. Después de eso, lo primero que hice fue leer mis anteriores cinco diarios, hoja por hoja, línea a línea. Eso me ayudó a recuperar todos esos fragmentos de mi vida que un día juzgué importantes. Supongo que eso me ha ayudado a tener una visión más amplia de mí misma, de mi vida, de quién soy, y me ayudó a calibrar mis propias emociones, esas que deambulaban por dentro de mi alma sin saber exactamente por qué o a qué se debían. Se me hizo extraño leer cosas que me habían ocurrido y que yo misma había escrito sin acordarme de ellas, como si leyera la historia de alguien ajeno y desconocido. Hubieron momentos amargos y momentos maravillosos, y, aunque no los recordaba específicamente, era como si tuviera su regusto en el paladar, y el conocer los detalles me ha ayudado también a despojarme de esa amarga sensación de incertidumbre y me ha hecho ser una persona nueva, más dispuesta a vivir, más apta para las oportunidades o las adversidades que esta me depare de aquí en adelante. En seis meses me dieron el alta. Los médicos se sorprendieron por mi rápida evolución y ellos lo atribuyeron a los tratamientos y todo eso, aunque yo sé que no tuvo nada que ver con eso, pero, ¿qué más da? Ellos están contentos con su “éxito”, como no podía ser de otra forma, y yo por avanzar de ese punto de mi vida. Pienso mucho en Nely. Me hubiera gustado que hubiera dejado algo más escrito sobre ella, pero supongo que no lo hizo por que en ese momento de su vida le resultaba muy fatigoso tratar de rememorarlo todo desde el principio, abriendo de nuevo esas viejas heridas, y además, supongo también que su estado físico no sería el más óptimo para ello. A pesar de eso sé que debió ser muy valiente para hacerlo, valiente y bondadosa. No puedo hacer otra cosa que darte las gracias por haberlo hecho. Esas pocas líneas me ayudaron a entender muchas cosas, a recobrar las ganas, a comenzar de nuevo a caminar por mi misma, sintiéndome capaz para derribar todos esos muros que antes me parecían tan invulnerables e inaccesibles. Ella, por desgracia, no tuvo esa ayuda, y supongo que lo debió pasar mal, hasta

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que logró entender por sí misma que a veces es una misma la que crea sus propios monstruos. Sé que yo le hubiera gustado. Ella a mí también. En cuanto a mis compañeros, bueno, creo que también sufrieron esa metamorfosis necesaria e inevitable con que la vida, al menos alguna vez, te regala, como en mi caso. Creo que, de alguna forma pude servirles de apoyo para que lo hicieran, como ellos me sirvieron a mí, aunque el mayor mérito recae, por supuesto, en ellos mismos. Por ejemplo, creo que fue a Rosa a la que, en proporción, más ayuda pude brindar. Aquel día en que ella pudo contemplarse de forma diferente fue excepcional, nunca lo ovidaré. Pude conseguir despejar esa deteriorada y ridícula visión que tenía sobre sí misma. Y eso le infundió la confianza necesaria para seguir su camino superando los obstáculos que no la dejaban avanzar. En realidad, somos el espejo de nuestra alma. Como el animal que detecta nuestro miedo, los demás detectan como nos sentimos interiormente y, si nos sentimos vulnerables y ridículos, se proyectará a ellos y el círculo vicioso será interminable. Hay que tener mucha fuerza para poder romper ese círculo. A menudo las personas que se sienten muy vulnerables solo necesitan que les digamos que son fuertes y que podrán vencer cualquier obstáculo, que les demostremos que son realmente valiosas para nosotros; esa es la diferencia entre alguien que sale adelante y alguien que se hunde. Con una palabra amable, un gesto afable o una sonrisa de complicidad podríamos insuflar una voluntad casi divina. Todo lo contrario a lo que puede suponer un comentario destructivo, un gesto despectivo o una mirada de desprecio. Y, para no desviarme demasiado del verdadero asunto, tengo que decir que Rosa fue valiente y pudo despejar esas dudas que atormentaban su corazón. No se detuvo en ese punto incierto y doloroso de su camino, continuó hasta llegar adonde ahora se encuentra. Vive con sus padres y es una atractiva joven, a pesar de seguir teniendo algunos kilitos de más, no tantos como antes, pero ella ahora se mira al espejo y se gusta, y eso lo refleja hacia los demás y es lo que ellos ven al mirarla. Se ha convertido en una chica dicharachera y emprendedora que camina con alegría y honestidad. Creo que también tiene un medio noviete o algo así. No nos vemos asiduamente pero mantenemos contacto por internet, y la veo radiante, arrolladora. Creo que ha empezado a estudiar cocina, es algo que siempre le ha encantado. Héctor también pudo retomar su vida, en cuanto llegó a comprender que su mente podía llegar a ser su mejor aliado o su peor enemigo, dependiendo de cómo él lo viera, de cómo supiera o pudiera coger las riendas de su propia vida. Para llegar a ese estado tuvo que ser capaz de mantener una sincera y profunda conversación con su padre en la que le hizo partícipe de sus propios temores, de sus ideas y de sus más íntimos sentimientos. Tuvo que poner las cartas boca arriba venciendo al temor de que este se sentía un rival vencido, cuando en realidad no era así. Además tuvo que confesar sus propios errores, aprender a ser humilde, y poner en claro cuáles fueron los errores que su padre había cometido. Después de que ambos desnudaron sus sentimientos pudieron retomar esa relación que hacía mucho tiempo se había deteriorado hasta convertirse en algo tortuoso y doloroso. Eso le sirvió de ancla emocional para evitar que los envites de la incertidumbre y el abatimiento le arrastraran al fondo del abismo que es la soledad. Según me comentó la última vez que hablamos, “para ver la belleza del cielo tienes que mirar hacia él, pero para ello debes buscar un lugar despejado donde nada enturbie esa hermosa vista”. Creo que una importante empresa vinculada con la “Agencia Espacial Europea” le ofreció un puesto importante en su plantilla, en Francia. Con Franky también suelo mantener el contacto. Superó su adicción a las drogas y ahora se siente de nuevo capaz de rebelarse al mundo utilizando su guitarra como el guerrero que esgrime su espada en el campo de batalla. De vez en cuando pasa por aquí y recordamos viejos tiempos. Ha formado otro grupo con algunos de los viejos colegas y van tocando su música por pubs y bares, aquí y allá, y eso le hace feliz. Nunca ambicionó la fama, solo ser capaz de demostrarse a sí mismo que lo que hace es bueno. Con respecto a su familia, bueno, hay de todo, algunos le quieren tal y cómo es, y otros siguen sin creer demasiado en él, pero eso ya no le supone un problema por que ha madurado lo suficiente como para creer en sí

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mismo sin necesidad de lo que los demás piensen. Es posible que cualquier día escuche algo suyo en la radio. Con Roland también mantengo una bonita conexión. Desde que ella apareció en su vida todo su universo interior se ha iluminado de nuevo, dándole los matices que antaño se habían perdido por causa del dolor y la tristeza. Nunca había visto a nadie enamorado de esa forma, con esa intensidad, entregándose por completo, sintiéndolo tan adentro, más allá de sus músculos, tendones y huesos, en sus mismas entrañas. Su presencia le ayudó a dejar atrás el camino de la soledad y comenzar una nueva vida con ella y su pequeño. Se trasladaron a otro lugar lejano, se casaron, establecieron juntos un hogar. Él trabaja de taxista y ella limpia en horarios esporádicos para poder sobrevivir. Y su hijo le ha adoptado como un buen amigo, por que, en el fondo, tal vez necesitara una figura paterna que le equilibrara. Una vez vinieron de vacaciones por aquí y me visitaron. Lo pasamos muy bien. Me contó de nuevo esas historias de guerreros y damas que pertenecían a su otra realidad, o, quién sabe, a otra vida, y me encantó. Es un guerrero de la vida, duro, incansable, flexible... Con Víctor también mantengo algún contacto. Tenía una especie de veneno en su corazón que incluso le envenenaba a él mismo, convirtiéndole en alguien mezquino e irritado. El mal ejemplo que sufrió en su desequilibrada infancia, la falta de referentes válidos, la escasez de cariño, todo eso le hizo ser así. La soledad emocional y el aislamiento sembraron una duda corrosiva en su corazón y eso le hizo aprender a odiar a los demás, pero el comprobar que había otro camino en el cual las personas se relacionaban unas con otras de forma honesta y afable y que resultaba más gratificante le hizo pensar en que debía reajustar algunas cosas. Cuando recapacitó entendió que necesitaba a la gente que le rodeaba, en especial a sus hermanos. Pero para recuperarlos debía tratar de arreglar aquello que hacía algún tiempo ya les había separado de esa forma irremediable. Así que les escribió una carta hablándoles de sí mismo, de cómo se sentía, de que había cambiado y de que les echaba de menos. Al principio solo surtió efecto en su hermano menor. Les tomó algún tiempo el acercamiento. Víctor le pidió perdón personalmente. Tal vez eso acabó por convencerle de que era verdad que había cambiado. Lo que sí cambió después de eso fue la cara de Víctor. El liberarse de ese peso le hizo ser mejor, sentirse más a gusto consigo mismo, ser mejor persona, al punto de terminar por convencer a su hermano mayor de ello. Pero eso solo fue el principio. El “más difícil todavía” se traducía en tratar de hacer algo parecido con sus padres. Su madre le recibió con los brazos abiertos; siempre le había querido, pero permanecía bajo la implacable influencia de su padre, y este parecía no haber cambiado, al contrario, los años le habían agriado el carácter aún más y le habían potenciado sus defectos más si cabía, así que Víctor, visto que no podía conseguir nada positivo decidió eso de que “una retirada a tiempo es una victoria”, por que, después de todo, nada había cambiado con respecto a él; seguía siendo la misma persona insensible, egoísta y resentida de siempre y se dio cuenta que eso le seguía haciendo daño, así que simplemente le apartó de su vida, como antes o después, hicieron todos los que le rodeaban. Actualmente, creo que Víctor está trabajando en un taxi o algo así. Solo me queda Ana. Ella estuvo debatiéndose por mucho tiempo entre la indiferencia y el aislamiento hasta que comprendió que no se puede hacer nada para cambiar un mundo hostil y mezquino que se gusta a sí mismo. Esa posibilidad pertenece al corazón de las personas, y el mundo es una semejanza de cómo son estas. Solo puedes tratar de poner remiendos pero, teniendo en cuenta que deben ser muchos los que tiren de la cuerda de la maldad para moverla en favor de la bondad, está consciente que es empresa imposible para una sola persona y que lo único que se puede hacer es adaptarse en el mejor de los casos, y, si tienes la suerte de poseer una buena ración de idealismo, tratar de cambiarlo desde tu humilde posición. Así que, después que le dieron el alta, pensando que la habían ayudado a salir de una depresión que no era tal, volvió a su casa con la misma insatisfacción con la que salió de ella. Comprobó que todo seguía siendo muy superficial y lineal, cíclico. Sus padres vivían vidas mediocres, engullidos en una sociedad que dotaba de un rol hipócrita y vacío a sus componentes. Según

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me contó ella, veía a las personas como hormigas, que por sí sola no pueden hacer nada, más que ser pisoteadas sin compasión. Decía que estas eran víctimas y causantes a la vez. Pero, al menos, consiguió que esto no le afectara hasta tal punto de perder el aliciente necesario para tratar de vivir al margen de ello. Aprendió a aceptarles y a tratar de ayudarles en lo posible. Aún así, siguió sintiendo que le faltaba algo, hasta que surgió lo imprevisto; conoció a alguien y quedó deslumbrada por el brillo de su mirada y la calidez de su corazón. Según me contó ella, desde la primera vez que le vio supo que era diferente, como ver un ángel en medio de un grupo de personas sombrías. Él, por lo visto, forma parte activa de una ONG, así que se la llevó durante una temporada a una delegación de Sudamérica, y allí fue dónde realmente encontró el camino, entre la pobreza y la miseria; fue allí dónde encontró corazones sinceros y transparentes que le dieron calor y gratitud. Eran gentes pobres, sí, necesitadas, desafortunadas, pero, tal vez por permanecer aisladas de un mundo egoísta, consumista y convulso, conservaban esa pureza y esa afabilidad de alma que parece estar en peligro de extinción, sobre todo en los lugares más acomodados y aventajados del planeta. Y allí sigue, con su compañero, trabajando para dar lo mejor de sí a otros, a la vez que estos la recompensan con una calidez y un afecto extraordinario. Abriendo pozos, consiguiendo fondos, enseñando, canalizando tuberías, plantando, recogiendo, quién sabe... Sintiéndose útil, plena, sencilla. Y, para cerrar este diario, debo hablar de mí, aunque supongo que casi todo lo que tenía que decir está dicho ya, o, en este caso, escrito. Solo me resta anotar que papá y yo volvemos a ser buenos amigos, por que, después de haber leído todos mis diarios no pude hacer otra cosa que pedirle perdón por algunos momentos ingratos que le hice pasar. Él también debió de pasarlo muy mal, no solo con lo que a mí me ocurría, con lo de mamá, con mis rabietas, mi incomprensión... Con Julia y Pedro también guardo una buena relación. Bueno, estamos comenzando a tratar de conocernos, casi como si empezáramos de cero. Ella ha tenido mucha paciencia para soportarlo. Le doy gracias por ello, por no abandonar a papá y comprenderlo. Ahora estoy pintando y estudiando psicología. Lo de la pintura es, bueno, una especie de afición, y lo otro es por que creo que esa puede ser mi forma de ayudar a los demás. Ahora todo tiene más sentido para mí. Sé que dentro de mí está ese don, y solo debo usarlo para abrir a otros su propio corazón e indicarles el camino, y nunca utilizarlo de forma egoísta o desmesurada. Eso me lo enseñó Nely. En realidad es un don para los demás, no para mí, y así es como debo usarlo. No he perdido el contacto con el centro, trabajo como suplente de las plantillas de mantenimiento, cocina o limpieza, y eso me permite conseguir algo de dinero para sufragar mis estudios, tener un horario flexible para ello y estar en contacto con la gente de allí, personas con historias individuales que, en muchos casos, solo necesitan sentir que alguien les escucha y cree en ellos. Además, estoy haciendo un retrato del chico de mirada melancólica, por que no quiero olvidarme nunca de él. Quiero colgarlo en mi habitación y que me acompañe siempre, ver esa mirada serena e insondable que siempre me inspiró tanta paz. Mi padre me preguntó el otro día quién era y le dije que un buen amigo, y en el fondo no le mentí. Aparte de eso, lo último que puedo escribir es que resulta maravilloso, casi vertiginoso, despertarse cada mañana sabiendo quién soy, recordando quién soy.

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