El Centro de La Telaraña

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El centro de la telaraña Christian X. Ferdinandus [CHRISTIAN X. FERDINANDUS es el seudónimo conjunto de los escritores argentinos FERNANDO SORRENTINO y CRISTIAN MITELMAN] Un sábado por medio, a la mañana, recorro a pie, ida y vuelta, cuarenta y cuatro cuadras. Es la distancia que media entre mi casa y la esquina de Olazábal y Estomba. Allí viven mi hija, Silvina, y mi yerno, Alejandro Di Paolo. No congenio ni con ella ni con él: los visito por el placer de juguetear con mi —hasta ahora— único nieto: Juan Francisco. En cambio, dedico las otras mañanas del sábado a practicar puntería en el Tiro Federal Argentino con diversas armas de mi propiedad. Ese día abandoné el polígono antes de las doce. Vivo en Libertador, entre Matienzo y Newbery. Apenas puse un pie en la vereda, encendí un cigarrillo y eché a caminar, sin prestar atención al mundo exterior y dejando vagar el pensamiento. Me considero un hombre razonablemente feliz. Alguien (un pelafustán que se las daba de artista y de bohemio) me dijo una vez que yo era un individuo vulgarmente feliz: si quiso ofenderme, no lo logró. También tuve sombras: la inesperada muerte de mi mujer me golpeó con dureza y trastornó mi vida de muchas maneras. No soy sentimental y, mucho menos, sensiblero. No faltó quien me tildase de despiadado. En general, logro mantener la calma aparente ante situaciones irritantes, mientras domino una invisible cólera interior. Creo ser eficaz y expeditivo. Alcancé una holgada posición económica y lo que suele denominarse éxito. Mis empresas cotizan en la Bolsa de Comercio; no sé si soy del todo honesto, pero, dentro del mundo de los negocios, tengo fama de tal; presido la Fundación Santa Inés, que hace donaciones a hospitales y escuelas. Quiérase o no, soy un hombre de virtudes cívicas: dos veces fui seleccionado entre los personajes del año por una revista de actualidad. De mi mujer heredé —cuando ya no las necesitaba— acciones de Dowland & Grandinetti. Nunca quise volver a casarme, pero tuve —y tengo— amoríos circunstanciales. Me encantan el barrio, el edificio y el piso en que vivo. Tras la puerta me aguardaba la correspondencia: facturas de servicios, resumen de cuentas de bancos, invitaciones a conferencias o a exposiciones, una postal de algún amigo que andaba por Europa… También un sobre ocre, con acolchado interno, de los que se usan cuando se envía material que no debe doblarse. Sólo contenía una foto. Mi mujer y yo, ambos en remera y pantalón corto. El lugar y la fecha, inconfundibles: aparecemos caminando por la rambla de Copacabana, y eso fue exactamente en 1982, durante nuestra luna de miel. Inés tenía veintitrés años, y yo, veintiséis. Estamos distraídos y ajenos a la cámara: esa foto, evidentemente, nos fue tomada sin que lo advirtiéramos.

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Cuento policial

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El centro de la telaraaChristian X. Ferdinandus

[CHRISTIAN X. FERDINANDUS es el seudnimo conjunto de los escritores argentinos FERNANDO SORRENTINO y CRISTIAN MITELMAN]

Un sbado por medio, a la maana, recorro a pie, ida y vuelta, cuarenta y cuatro cuadras. Es la distancia que media entre mi casa y la esquina de Olazbal y Estomba. All viven mi hija, Silvina, y mi yerno, Alejandro Di Paolo. No congenio ni con ella ni con l: los visito por el placer de juguetear con mi hasta ahora nico nieto: Juan Francisco.En cambio, dedico las otras maanas del sbado a practicar puntera en el Tiro Federal Argentino con diversas armas de mi propiedad.Ese da abandon el polgono antes de las doce. Vivo en Libertador, entre Matienzo y Newbery. Apenas puse un pie en la vereda, encend un cigarrillo y ech a caminar, sin prestar atencin al mundo exterior y dejando vagar el pensamiento.Me considero un hombre razonablemente feliz. Alguien (un pelafustn que se las daba de artista y de bohemio) me dijo una vez que yo era un individuo vulgarmente feliz: si quiso ofenderme, no lo logr.Tambin tuve sombras: la inesperada muerte de mi mujer me golpe con dureza y trastorn mi vida de muchas maneras. No soy sentimental y, mucho menos, sensiblero. No falt quien me tildase de despiadado. En general, logro mantener la calma aparente ante situaciones irritantes, mientras domino una invisible clera interior.Creo ser eficaz y expeditivo. Alcanc una holgada posicin econmica y lo que suele denominarse xito. Mis empresas cotizan en la Bolsa de Comercio; no s si soy del todo honesto, pero, dentro del mundo de los negocios, tengo fama de tal; presido la Fundacin Santa Ins, que hace donaciones a hospitales y escuelas. Quirase o no, soy un hombre de virtudes cvicas: dos veces fui seleccionado entre los personajes del ao por una revista de actualidad.De mi mujer hered cuando ya no las necesitaba acciones de Dowland & Grandinetti. Nunca quise volver a casarme, pero tuve y tengo amoros circunstanciales.Me encantan el barrio, el edificio y el piso en que vivo.Tras la puerta me aguardaba la correspondencia: facturas de servicios, resumen de cuentas de bancos, invitaciones a conferencias o a exposiciones, una postal de algn amigo que andaba por Europa Tambin un sobre ocre, con acolchado interno, de los que se usan cuando se enva material que no debe doblarse.Slo contena una foto. Mi mujer y yo, ambos en remera y pantaln corto. El lugar y la fecha, inconfundibles: aparecemos caminando por la rambla de Copacabana, y eso fue exactamente en 1982, durante nuestra luna de miel. Ins tena veintitrs aos, y yo, veintisis. Estamos distrados y ajenos a la cmara: esa foto, evidentemente, nos fue tomada sin que lo advirtiramos.Sent un inexplicable asco y solt la foto sobre la mesa, como desprendindome de las pinzas de un escorpin. Por unos instantes no supe qu hacer. Luego, mecnicamente, tom el paquete de cigarrillos y encend uno.En el reverso de la foto haba una leyenda, recuadrada como un cartel de publicidad:

Ins Dowland de Aguirre (1959-1997) y su marido, quien la asesin. Tarde o temprano la verdad se revela.(Mensaje 1 de 3)

La letra, en birome azul, era crispada y nerviosa, con muchos ngulos agudos y temblores y casi sin redondeces.Sent un hueco en el estmago y un incendio en el rostro. Qu objetivo persegua esa annima bofetada?Calma, me dije. Hay un hecho incontrovertible: yo s que la acusacin es falsa.El hbito de razonar fue tranquilizndome. Trat de ponerme en la piel de mi acusador. Se acercaban las elecciones legislativas; yo iba a hacer mi ingreso en la poltica: era candidato a diputado por el Partido Integrista. El enigmtico envo deba ser una estratagema poltica, algo que procuraba desestabilizarme emocionalmente.Con el correr de los das, fui olvidndome del asunto. Recobr mi aplomo habitual. El exceso de actividades me ved ocuparme de ese despreciable bicho que se ocultaba en las sombras.Por otra parte, sobrevino para mis negocios una semana difcil. Una fusin entre dos empresas me tuvo a mal traer. Varios accionistas que no confiaban en esa unin comenzaron a vender los papeles en la Bolsa. Mis acciones fueron bajando. El mircoles retom la iniciativa: reun un crculo de financistas importantes y expliqu los alcances positivos de la medida. Se trataba de generar confianza. En ese campo, tengo valiosa experiencia.Habl sin apuro, con cierta displicencia campechana; ensay un par de bromas sobre el humor burstil e invent una cita graciosa atribuyndosela a Woody Allen. Tal como haba pasado tantas veces, termin convenciendo a la mayora. El jueves la gente recuper la serenidad y, horas antes de que cerrara la semana burstil, la nueva compaa y sus acciones mostraron fuertes ganancias.Se produjo un desencadenamiento de hechos favorables. En una entrevista publicada, ese mismo domingo, en el suplemento econmico de La Nacin, expliqu que la misin de la poltica era beneficiar a la sociedad toda: yo slo era un instrumento para lograr el bienestar del pueblo.En el Partido Integrista todos aprobaron mis palabras. El lunes, el patriarca del Partido, el anciano y astuto Antonio Dufour, me cit en su quinta de San Isidro.Quera conocerme personalmente. No habl ms de lo necesario:Se trata de mostrar que somos dinmicos, con sangre joven me dijo.Ese hombre mustio, que pareca dbil, acababa de cumplir ochenta y dos aos y manejaba las riendas del Partido desde siempre.Usted ha trabajado muy bien y agreg: Hasta ahora. Le auguro una extraordinaria carrera poltica.Aquellas palabras, por provenir de quien provenan, me hicieron sentir serenamente confiado.Volv a Buenos Aires pasadas las 14, y almorc solo, muy tarde y sin ninguna prisa, en un restaurn de la calle Viamonte. Entr en mis oficinas casi al atardecer.Flavia haba dejado la correspondencia encima de mi escritorio. Me puse en guardia. Ah estaba el sobre ocre, gemelo del que haba recibido en casa. Tambin careca de remitente.En esta foto Ins y yo aparecamos acodados en una mesa con platos, vasos y bebidas. A ambos lados tenamos otras personas. Pude advertir detalles reveladores y logr reconstruir lugar, fecha y circunstancias.Ins tendra en ese momento unos treinta y ocho aos. Era la sobremesa de una comida con mucha gente; mi mujer y yo exhibimos sonrisas de oreja a oreja, como si le estuviramos festejando una broma a mi vecino de la derecha, que no es otro que el abogado Schiaritti. Como de costumbre, yo estoy con un cigarrillo entre los dedos.Reconoc la casa y record el hecho. Fue un asado criollo en casa de Guillermo Hughes; exactamente en 1997, unos meses antes del fallecimiento de Ins.Me sent vulnerable. Sin que yo lo supiera, una persona haba tomado esas dos fotos. Al menos, esas dos fotos.Un temor supersticioso, que nunca haba experimentado, me impidi en ese momento mirar el reverso. Examin el sobre.El matasellos se hallaba un poco borroneado. Mediante una lupa, pude ver que haba sido despachado desde la sucursal 31. Por Internet averig que era la de Villa Urquiza, en la calle Monroe al 5200.Qu leyenda ira a agredirme ahora desde el reverso de la imagen? Sin mirarla, guard la foto en el sobre, y el sobre, en mi portafolio.Flavia llam por el intercomunicador, por favor, traeme un whisky.Flavia not el temblor de mi mano cuando levant el vaso:Te sents bien, Lucho? Te noto plido, nerviosoFlavia tiene la edad de mi hija, est casada con un infeliz, un marido complaciente, y, adems de mi secretaria, es el consuelo de mi edad madura.Con el ndice dibuj un crculo sobre mi nariz:Ests nervioso repiti.S admit. Fue una semana de mucha tensin. Necesito ir a la calle, tomar aire. Por hoy ya no vuelvo.De un solo trago vaci el vaso. Bes a Flavia en la mejilla, me puse el sobretodo, tom el portafolio y sal.En la avenida Leandro Alem era de noche y soplaban los aires del invierno, con el olor del ro cercano.Nunca quise tener chofer ni custodios. Este rasgo de sencillez y de confianza en m mismo increment mi popularidad en las encuestas de opinin. Pero los encuestadores y el pblico ignoraban, y siguen ignorando, que, en la sisa, llevo una pistola Bersa Thunder Compact 45. No es la nica con que practico en el Tiro Federal Argentino, pero s la que siempre me acompaa. Soy mi mejor chofer y mi mejor custodio.No retir el auto de las cocheras de la empresa. Tena ganas de caminar, de estar solo. Con la mente confusa descend por la barranca de la plaza San Martn; una rfaga helada oblig a levantarme el cuello del sobretodo.Luego entr en el restaurn y bar de la estacin Retiro del ex Ferrocarril Mitre. Ese sitio, con su estilo anacrnico, una especie de reliquia de dcadas antiguas, me agrada mucho.Ped un caf, maldije la nueva ley que prohbe fumar en lugares pblicos y extraje la fotografa. Tema darla vuelta; encontrar esa letra crispada, vejatoria, que desde alguna lejana de mi historia me acusaba ante un tribunal fantasma.Cuando el mozo se alej, me atrev a leer el texto. Otra vez el mensaje, encuadrado como en un cartel de publicidad. Era una continuacin del anterior. Evidentemente, el autor de los annimos haba decidido desarrollar un juego progresivo:

Ins manejaba muy bien. Cmo es que fall el mecanismo de frenos de un auto nuevo, regalo que usted le hizo en el decimoquinto aniversario de su matrimonio? La verdad vuelve siempre, seor Aguirre. Falta el ltimo paso antes de que su asesinato salga a la luz.(Mensaje 2 de 3)

Era algo tarde. No obstante, y sin vacilar, extraje el celular y llam a Antonio Dufour. Tema que mi llamada lo incomodara, pero la tom con total tranquilidad.Necesito hablar con usted, don Antonio. Lo antes posible.Vngase a casa ahora mismo, si eso lo tranquiliza.Tena mi auto a unas pocas cuadras, pero el tren a unos metros: cuando llegu a San Isidro, me met en un taxi e indiqu la direccin de la quinta del patriarca. El auto subi y baj por calles muy arboladas y oscuras, y al cabo de unos quince minutos se detuvo.De nuevo la verja negra y el inmenso jardn que haba visitado unas horas antes, bajo el sol. Me abri la puerta otro empleado de la agencia de seguridad.Tras el jardn, la mansin de Dufour.El viejo me recibi con una bata prpura algo ridcula. Al sentarse, exhibi sus pantorrillas, muy flacas y cubiertas por un ligero vello blanco; me dije que, bajo la bata, estara en calzoncillos.Ya me estaba por acostar dijo. Le sirvo algo?No, gracias. Tratar de ser muy breve. Quera preguntarle si alguna vez lo han presionado por su trabajo en poltica.Presionado? sonri. Ya veo cul es su problema. He soportado cosas ms graves que presiones.Ms graves? repet, un poco tontamente.Sufr cinco causas por corrupcin administrativa, qu le parece?Pero tengo entendido que en todas fue sobresedo por la justicia.El viejo no pudo reprimir la risa:Alguna vez vio que la justicia no sobreseyera a un poltico?Tuve que sonrer.Para m continu Dufour, que me crean inocente es ms ofensivo que una sentencia condenatoria. El no corrupto es considerado un idiota. En poltica todo se perdona; en poltica todo pasa, todo se olvida Slo de una cosa no se vuelveDel ridculo?sa slo es una frase. Tambin del ridculo se vuelve perfectamente. La corrupcin, el soborno, el robo contra el Estado molestan poco y nada a nuestra sociedad; hasta se los considera con simpata. De lo nico que hay que cuidarse es de meter la pata en la vida privada. No importa cunto se haya robado de las sagradas arcas de la nacin; lo que importa conservar intangible es la imagen de un digno pater familias. La gente slo condena las trastadas de la vida privada. Acurdese de ese candidato que ya estaba por ganar las elecciones: el tipo era un modelo de eficiencia y honestidad, pero alguien, oculto, le tom una foto con una bella seorita, que no era su esposa, y se fue el fin de su carrera.La palabra foto me angusti por un instante.Seguro que ahora continu nuestros adversarios van a tratar de encontrar algo turbio en su vida empresarial.Pens simultneamente en los sobres annimos y en mi relacin con Flavia.Y, si no lo encuentran, lo inventarn. No tiene la menor importancia. Los periodistas escribirn pavadas y la gente no les har caso. Sin duda, usted me consulta por algo as, no es cierto?Hizo un esfuerzo para no bostezar. Se lo vea muy cansado.Qudese tranquilo, Aguirre. Que digan lo que quieran sobre sus negocios. Mientras nadie pueda meterse en su vida privada, en secretos de su familia, usted es invulnerable.Su tono paternal no dej de molestarme. Es verdad: yo no tena ninguna experiencia poltica, pero tampoco era un ingenuo. Haba decidido ocultarle el motivo verdadero de mi visita, pero, para mi humillacin, not que no le importaba, o, peor an, que ya lo saba.Cuando dijo Voy a pedirle un auto y tom el telfono, comprend dos cosas: no ignoraba que yo haba llegado en taxi; la entrevista haba concluido.Esa noche tuve sueos entrecortados. Las imgenes de Ins se mezclaban en lugares ilgicos; aparecan personas de otros mbitos y decan frases que nunca podran haber dicho. El accidente, el auto estrellado contra la columna del alumbrado, el olor de las flores fnebres, los empresarios en el velorio Ins sonrea y hablaba, pero envuelta en un olor pegajoso de flores en descomposicin, un olor que yo slo perciba ahora y que a lo largo de tantos aos no se haba manifestado.Apenas despert, fui a buscar el primer sobre para examinar el matasellos: tambin haba sido despachado desde la sucursal de la calle Monroe. No pude no preguntarme qu enemigo podra tener yo en el barrio de Villa Urquiza.Los siguientes tres das fueron mezcla de remanso y ansiedad. Por una parte, me tranquilizaba no recibir el tercer sobre que, en teora, sera el ltimo, y, por la otra, de algn modo deseaba su llegada.El trabajo fue intenso. Cuando quedaba solo, me distraa tratando de descifrar la identidad de mi enemigo. Puesto que tena esas fotos de Ins, fotos tomadas a lo largo de un lapso de quince aos, entre 1982 y 1997, debera ser una persona ajena al perodo en que se produjo mi vertiginoso ascenso econmico: alguien que estuviera ms lejos en el tiempo, alguien inexistente (o, al menos, inadvertido) en la marea de rostros que haba conocido en la ltima dcada.El jueves recib, ahora en casa, la tercera misiva. Vena, tambin, de Villa Urquiza.En la primera foto, Ins tendra veintitrs aos; en la segunda, treinta y ocho; en sta, apenas diecisiete o dieciocho. Sera ms o menos el ao 1977. Ella viste pantaln vaquero y remera. A su lado estoy yo: muy delgado y con camisa de mangas cortas. Es pleno da y brilla el sol; en el fondo de la foto se asoma el edificio redondo del Planetario de Palermo. Por aquella poca haba empezado nuestro romance.Me sent un pobre estpido. Los quince aos de fotos secretas se haban extendido, hacia el pasado, a veinte. Durante dos dcadas alguien nos haba estado fotografiando a mi mujer y a m. Y yo, siempre tan sagaz, jams me haba dado cuenta.

Ya es el momento de revelar y difundir la verdad sobre el asesinato que usted cometi, seor Aguirre. En menos de una semana la sociedad sabr quin es usted.(Mensaje 3 de 3)

Mir las tres fotos de Ins. Haba sido una mujer tan hermosa. Quin, por qu y para qu me acusaba de su muerte? Record las apreciaciones de Dufour sobre la vida privada de los polticos. Procur encontrar alguna clave, algo que confiriera lgica a esos fragmentos absurdos. Le cientos de veces las frases; reorden las palabras; busqu una seal oculta, un hilo que me condujera al desciframiento del misterio. Fue intil.En la madrugada del viernes despert sobresaltado y lcido. Comprend que la clave no se hallaba en las frases, sino en las imgenes. Extend las tres fotos sobre mi escritorio y volv a examinarlas, ahora sin miedo, bajo la luz de la lmpara.Ins, tan joven; Ins, con esa sonrisa un poco distante que a m me resultaba un pequeo portal misterioso. La foto de 1982: Ins en la costanera de Ro de Janeiro. Los mecanismos de la memoria son curiosos: de pronto record, de ese viaje de luna de miel, un detalle sin importancia. Haciendo compras en una galera comercial de Ro de Janeiro, nos habamos encontrado, por casualidad, con Jorge Maximiliano Prez Migali, un ex compaero mo del colegio secundario.Aunque nunca sent por l especial simpata (ms bien me desagradaba), el azar nos haba reunido varias veces. Juntos habamos empezado Ciencias Econmicas (yo conclu con xito la carrera; l abandon a poco de empezar). En un baile organizado por compaeros de la Facultad, yo haba conocido a Ins Dowland.Gracias a ella, Prez Migali y yo entramos a trabajar como empleadillos en Dowland & Grandinetti.Luego llegaron mi romance con Ins, el noviazgo oficial, mi ascenso incontenible, mi voluntad de trabajo constante, mi capacidad para enhebrar alianzas ventajosas, mi eficacia sin parangn. En algn momento, perd de vista a Prez; yo haba progresado mucho dentro de la empresa, y l se me volvi remoto e imperceptible, hasta que lo olvid. Cuando fund mi propia empresa y abandon Dowland & Grandinetti, s que Prez an estaba all, y, dentro de sus lmites, no le iba del todo mal.Qu se haba hecho ms tarde de Prez Migali? Ni lo saba ni me importaba. Pero ahora record, con clarividencia absoluta, su presencia en esa galera de Ro de Janeiro y tuve la certeza de que slo l la nica persona que all nos conoca haba podido tomarnos a Ins y a m la foto de 1982.Encend la computadora y me conect a Internet.Busqu la gua de telfonos, escrib PREZ MIGALI, seleccion TODO EL PAS, puls ENTER, le:

PREZ MIGALI JORGE M.valos 15**1431 Buenos Aires(011) 4522-7***

Aj, me dije. Cdigo postal 1431: corresponde a la sucursal 31, calle Monroe, Villa Urquiza.Entonces entr en un plano de Buenos Aires, escrib VALOS 15**, apret ENTER y vi dnde quedaba la casa de Prez Migali.En el corazn del llamado Parque Chas se halla la calle Berln, que tiene la forma de un crculo. A modo de dimetro, la cruzan tres calles rectas Gndara, Victorica y valos que, en ngulo de 60 grados, se encuentran en su centro. All, exactamente all, en ese dibujo de telaraa y en el centro de la telaraa, estaba la guarida de Prez Migali, el hombre que me mandaba annimos acusadores.Llam a mis oficinas y le dije a Flavia que llegara algo ms tarde, cerca del medioda.Me afeit, me ba, me vest con traje y corbata, coloqu la Bersa en la sisa, me puse el sobretodo y retir el auto de la cochera del edificio. Tom Libertador, La Pampa, Jos Hernndez, avenida de los Incas Al 4700 dej el auto; antes de descender, extraje de la sobaquera la pistola, la guard en el bolsillo derecho del sobretodo y me calc los guantes de cuero.Al instante encontr la calle valos, y camin hasta el centro de la telaraa.Oscura, tras yuyos y rboles negros, se hallaba la cueva de Prez Migali. La puertecita de hierro estaba abierta y careca de timbre; entr en el jardn. Un sendero de lajas llevaba desde la vereda hasta la puerta de la casa. En las paredes, la humedad y el deterioro formaban imgenes caprichosas; la madera estaba carcomida y recorrida por insectos casi microscpicos.Toqu el timbre.Esper uno o dos minutos e, impaciente, puls el botn sin soltarlo, oyendo claramente cmo la campanilla resonaba en el interior.Por fin, vacilante, abri la puerta una suerte de fantasma, un hombre horrible que, en medio de olor fnebre, ya era piel y huesos. Vesta un pantaln piyama grisceo y una camiseta de frisa. La respiracin pesada, tumultuosa, auguraba la inminencia del fin.Era Prez Migali.Por fin viniste. Pas.Entr y Prez qued un instante detrs de m, cerrando la puerta, mientras yo examinaba ese living enorme y destartalado.La casa que no era fea estaba en ruinas. Las sucesivas habitaciones semejaban los restos de un naufragio. Prez Migali viva en medio de esa mugre. El olor del moho y de la descomposicin (restos de comidas?, cadveres de roedores?) me hizo sentir nuseas, pero no modific mi determinacin.El piso cruja bajo mis pies. Prez Migali, cojeando, encorvado, casi muerto, me llev a su dormitorio y se tendi en la cama, de espaldas. El tenue destello de un velador sobre la mesita de luz pareca aumentar el opresivo olor a suciedad.Jade unos cuantos minutos, hasta que pudo normalizar un poco la respiracin. Sus ojos miraban el cielo raso, como si all se encontrara alguna verdad oculta. Aunque estaba hecho una piltrafa, no experiment la menor piedad hacia l.En mi bolsillo derecho tena la Bersa. Me quit los guantes y los guard en el bolsillo izquierdo.Le dije:Sos vos el de los sobres, entonces.Pensabas en otro?De a poco se fue incorporando, hasta que, con doloroso esfuerzo, se apoy en el respaldo de la cama. La camiseta, repugnantemente sucia y adherida a la piel, le marcaba la forma de las costillas. El pelo, blancuzco y grasoso; la barba, a medio crecer.Fijate lo que son las cosas; tengo cncer de pulmn y no puedo dejar de fumar. No tengo fuerzas ni ganas de salir a la calle. ltimamente me vi obligado a concurrir demasiadas veces al correo de la calle MonroeRi, festejando su broma, en una carcajada que concluy en toses y flemas.Ni siquiera compro comida; a esta altura es lo mismo. No tens un faso para m?Le alcanc un cigarrillo. De encima de la almohada tom una caja de fsforos y lo encendi.Yo prend otro con mi encendedor.No pareca tener ninguna prisa:Hace das que me qued sin un peso. No sabs cmo se extraa el tabaco Tantas cosas se extraan.Los efluvios de la fetidez me irritaban y me impacientaban ms que el propio Prez. Le dije:Decime qu quers Plata? No tengo ganas de hablar ni de perder tiempo. Si quers plata, te doy plata Lo que quiero es terminarMe interrumpi con otro acceso de tos. Una tos hmeda y estertorosa que me sacaba de quicio.No quiero plata; nunca me import demasiado. No soy como vos. Por otra parte, ya es tarde dijo. Hace mucho tiempo que es tarde. Por eso decid que, antes de irme de este mundo, debas pagar por el crimen de InsSent encendrseme una clera tumultuosa que me naca en el estmago:Hijo de puta, vos sabs que lo de Ins fue un accidente. Yo qued viudo y tuve que arreglrmelas solo para criar a una hija.No pretendas conmoverme. No creo en tu imagen de viudo doliente, respetuoso de la difunta. Vos la mataste. Hiciste deteriorar el sistema de frenos. Te penss que no lo s? El auto que le regalaste a tu esposa era el ms confiable del mercado. Estudi las estadsticas. Yo era bueno para esas minucias, te acords?Con el ndice seal unos papeles que tena sobre la mesita de luz:Quers leerlos? Fijate. Ningn problema mecnico en Brasil, ninguno en Mxico, ninguno en Chile, ninguno en Estados Unidos, ninguno en Francia; uno solo en la Argentina Oh, las casualidades.Escuchame, imbcil: los peritos explicaron todo en su momento.Es tan fcil comprar una voluntad. Acaso no quisiste comprarme a m hace unos momentos? Con un poco de dinero, algunos peritos son capaces de decir que tu mujer sigue viva.Se hundi en un ahogo prolongado, entrecortado de toses y de abominables ruidos de flemas, que exacerbaron mis deseos de matarlo.Tras una especie de silbido interior que pareca llegarle hasta la nuca, dijo:No importa. Ya hice lo que tena que hacer.Qu es lo que hiciste?Envi una carta a la Divisin Homicidios, con todas estas informaciones y estadsticas, y con pelos y seales sobre vos. Es muy posible que a esos muchachos detectives esta historia les resulte ms que verdica y se pongan a investigar, para ganar reputacin y ascensos.Sacudi la cabeza, como frente a un hecho inexplicable.Nunca pude entender cmo Ins te eligi a vos, que, al fin y al cabo, no sos ms que un vulgar comerciante codicioso. Adems agreg, como en broma, tacao. Sabs que estoy en la miseria: por qu no me regals el paquete de cigarrillos, en lugar de convidarme con uno solo?Quedaran ocho o diez cigarrillos. Me reserv uno para m y le extend el paquete. Pero volvi a toser y, con la mano, me hizo seas de que se lo dejara sobre la mesita de luz.En seguida pas de la tos a la burla:Ah, qu esplendidez, qu gesto de gran seor Ella era magnfica, lo sabas? Mir estoDe entre las sbanas extrajo cartas amarillentas y las exhibi agitndolas. Reconoc la letra de Ins, pero no quise leer siquiera una palabra.Nos escribamos antes de que aparecieras vos, con tu espritu prctico y tus ansias de progreso. Ella tena talento artstico, le gustaba pintar, lea, tocaba un poco el piano Vos la convertiste en una mera esposa, digamos, administrativa; la convertiste en la seora del gerente. Cuando los encontr en Brasil, al parecer tan satisfechos, supe al instante que ella era una muerta en vida. Claro que poseedora de muchas acciones de Dowland & Grandinetti Me dije que tarde o temprano vos la mataras para heredarlaEsa infamia me descontrol del todo. Extraje la pistola y, sin amartillarla an, le apunt a la cabeza. Prez Migali sonri con una displicencia burlona que aument mi rabia. Un tiro sera poco castigo para esa alimaa.Aferr la pistola por el can y, con la culata, le asest el primer golpe en la cabeza. l exclam Aaah!, y cerr los ojos y abri la boca.Luego no pude medirme: uno, cinco, diez, veinte golpes Me detuve al ver que la cabeza de Prez Migali era una sola mancha informe y sanguinolenta. Nunca me hubiera credo capaz de tanta ferocidad y de tanta alegra.Vi sangre en mis manos y en la culata de la pistola. La puerta del bao estaba entornada; la abr, empujndola con las rodillas, y entr. Me recibi un insoportable hedor de mugre antigua y de orina seca. El lavatorio, que haba sido blanco, estaba invadido por un sarro verdoso. Conteniendo las nuseas, me lav las manos. En el arma, pegoteados con la sangre, haba algunos cabellos. Lav la pistola y la canilla. Hice correr abundante agua sobre los grifos y por el lavatorio. Del toallero penda una toalla inmunda; sequ el arma y mis manos con mi pauelo. Revis mis ropas, mis zapatos: ni una salpicadura de sangre.Volv al cuarto de Prez Migali. El cuerpo, con la cabeza sangrante cada hacia atrs, sobre el respaldo de la cama, era un mueco desarticulado. Tena un ojo abierto y otro cerrado.Respir hondo y pude tranquilizarme. Ese acceso de clera irracional no era digno de m, de mi personalidad equilibrada y ecunime. No perd la alegra, pero razon.Salvo la canilla del lavatorio, que ya estaba limpia, no haba tocado nada con mis manos. No haba huellas digitales. Era evidente que nadie entraba en la casa de la calle valos, de modo que el cadver de Prez Migali podra estar meses (o tal vez aos) en esa posicin. Cuando lo descubrieran (si es que lo descubran), slo hallaran descomposicin y huesos.Y, aun en la casi imposible instancia de que alguien entrara diez minutos ms tarde, cul era el peligro? Ninguno. Quin podra culparme? Nadie lograra imaginar jams la mnima relacin entre Prez Migali (un individuo que haba desaparecido de mi vida haca dcadas) y yo.En cuanto a sus acusaciones sobre la muerte de Ins, no revestan ningn asidero. Lo ms probable era que la carta de Prez Migali a la Divisin Homicidios fuese a parar al cesto de basura. Ms an, si se concretara la investigacin: qu se podra averiguar sobre una muerte ocurrida haca diez aos? Y, lo ms importante de todo, haba una verdad, que yo saba muy bien: haba sido un accidente y no un asesinato.Ahora slo restaba abandonar la casa, caminar hasta la avenida de los Incas, subir al auto y asunto concluido.Apoyado verticalmente en el suelo, contra la puerta de salida, haba un sobre similar a los tres que yo haba recibido. Tena un cartel en gruesas letras maysculas: LUIS AGUIRRE. Cuando entr en la casa, Prez lo habra dejado all, con la intencin de que yo lo viera al salir.Lo abr y le:

Aguirre:Todo ha sido un fraude. Las estadsticas son falsas y hubo muchos accidentes como el de Ins. No la asesinaste, ni yo mand ninguna carta sobre ese hecho a la Divisin Homicidios.El asunto es otro.Vos me despojaste de lo que yo ms quera. Yo necesitaba vengarme.Mi plan, seor Idiota Pragmtico, era excelente. Consista en obligarte a matarme, y lo logr.Yo era un enfermo terminal. Mi vida ya no vala nada. La tuya, sin duda, vala en tu propio concepto mucho. Por eso quise que me mataras: para que, durante los aos de mi muerte, tus aos de crcel me vengaran del mal que me inferiste durante los aos de mi vida.No mataste a Ins, es cierto, pero me mataste a m, y yo, exactamente el martes 21 de agosto, desde el correo de la calle Monroe, envi dos sobres: uno, que ya conocs, contena la foto de Ins y vos frente al Planetario; en el segundo, haba una nota ma dirigida a un Juzgado de Instruccin. Le peda al juez de turno que ordenara revisar mi casa y le informaba que la polica me encontrara muerto. Desde luego, puntualic con todas las letras que vos fuiste mi asesino.Di por seguro que vos llegaras antes que nadie: el enigma que yo te haba planteado no era muy arduo para un tipo de tu velocidad mental. En cambio, la justicia tiene sus tiempos y no acostumbra apresurarse demasiado: mi carta todava debe estar recorriendo el circuito burocrtico de las oficinas judiciales, pero indefectiblemente llegar a manos del juez de instruccin.Tal vez maana, tal vez dentro de unos das, tal vez la semana prxima, la polica tocar el timbre de tu fastuoso piso de la avenida del Libertador, o de tus prsperas oficinas de Crdoba y Reconquista. Te arrestarn, te juzgarn y te condenarn a cadena perpetua, por haber asesinado, con premeditacin y alevosa, a un indefenso moribundo en su propia casa y en su lecho de muerte.

Qu pelotudez, me dije. Pobre infeliz: fracasado, loco y estpido. Ningn juez, ningn polica, ninguna persona del mundo va a creer esas sandeces.Met el mensaje en el sobre y lo dobl por la mitad. La idea de efectuar una especie de enroque me hizo sonrer: extraje los guantes del bolsillo izquierdo y, en su lugar, guard el sobre. Me calc los guantes y me felicit por haber alcanzado cierto equilibrio simtrico: la pistola en el bolsillo derecho, el sobre en el izquierdo, mis manos dentro de los guantes.Sal al jardn y cerr la puerta de la casa con cuidado, hasta or la clausura del pestillo. Pis laja por laja, alcanc la vereda y cerr tambin la puertecita de hierro. Por la calle pasaba una seora con bolsas de supermercado; un muchacho en bicicleta reparta diarios. Todo normal.Tranquilo, en unos instantes estuve en la avenida de los Incas: sub al auto y me dirig a mis oficinas. Tal como le haba anunciado a Flavia, llegu ms tarde de lo acostumbrado. Tuve varias citas y me dediqu, ya por completo dueo de m mismo, a mis negocios habituales.Como un smbolo de mi triunfo, met los cuatro sobres de Prez Migali, con sus fotos prfidas y sus mensajes de psicpata, en la trituradora de papeles. As transform aquella pesadilla en delgadas tiritas de papeles ilegibles.A la noche invit a cenar a Flavia y luego me la llev a pasar la noche a mi casa.Liberado de tribulaciones, ese fin de semana me result muy agradable.El lunes retom mi fructfera rutina de hombre de negocios. El jueves 30, por la maana, dos oficiales de polica, vestidos de civil, se presentaron en mi empresa. Tenan, segn dijeron con solemnidad, orden escrita del doctor Fulano de Tal, juez de instruccin, de llevarme a su presencia. No interpuse la menor objecin y ni siquiera prest atencin al nombre del juez: haba previsto que algo as podra ocurrir, y saba tambin que esa diligencia rutinaria terminara en un callejn sin salida.Los oficiales me acompaaron hasta el edificio judicial. Sereno y aplomado, entr en el despacho. Adems del juez, haba otros tres hombres, que imagin funcionarios menores y que permanecieron de pie, en un segundo plano.El juez result ser un hombre de unos cincuenta aos, calvo y bien vestido.Me estrech la mano con frialdad. Se sent tras el escritorio y me invit a hacer lo mismo, pero frente a l. Luego dijo, como recitando una leccin:Lamento informarle, doctor Aguirre, que es mi deber hacerlo arrestar, preventivamente, como principal sospechoso por el asesinato en la persona del seor Jorge Maximiliano Prez Migali, ocurrido en su casa de la calle valos 15**, aproximadamente el da viernes 24 de agosto de 2007.Lo mir a los ojos.Imposible dije. Jams estuve en esa casa y agregu, sonriendo: Ni siquiera o hablar nunca de la calle valosEl juez uni sus manos como si se dispusiera a rezar. Dijo:El seor Prez Migali me haba remitido una cartaAh, me dije con displicencia, las cartas de Prez Migali, ese enamorado del gnero epistolar.Una carta? fing sorpresa.Puede leerla dijo el juez. Aqu est la fotocopia.Vi de nuevo la maldita letra crispada y temblorosa. La carta era extensa, un poco enredada y con algunas incoherencias. La mayor parte de su redaccin consista en absurdas fabulaciones sobre los movimientos que segn Prez Migali imaginaba yo habra realizado en su casa, disparates que ni el juez, ni nadie, podra creer jams.Pero terminaba diciendo:

y, si no me creen, y en el caso de que duden de que Luis Aguirre estuvo en mi casa y me asesin, vern sus huellas digitales en el papel celofn del paquete de cigarrillos que encontrarn cerca de mi cadver, muy probablemente sobre la mesita de luz.