El Complejo Carcelario‐Industrial o El Infierno en Los Campos, (Davis, Mike)

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Mike Davis: El complejo carcelario-industrial o el infierno en los campos El complejo carcelarioindustrial o el infierno en los campos Mike Davis. Nacido en Fontana, California (EE.UU.), 1946. Teórico social y urbano. Especialmente reconocido por sus investigaciones sobre poder y clase en su área. A los 16 años dejó los estudios para ganarse la vida como trabajador de los mataderos. En 1967 se afilió al partido comunista, pero denunció la invasión soviética a Checoslovaquia y afirmaba: “mis héroes son los bolcheviques que fueron asesinados por Stalin”. En los años 70 organizó visitas al underground de Los Ángeles conociendo a los autores que preservan la memoria de la lucha obrera. Tras una huelga en 1973, se inscribió en la UCLA (Universidad de California en Los Ángeles), con una beca en historia y economía del sindicato de los trabajadores del alcantarillado. Formó parte del conocido SDS (Students for a Democratic Society). Después de algunos años en Londres, pasó a enseñar Teoría Urbana en el Southern California Institute of Architecture. Es profesor del Departamento de Historia de la Universidad de California y editor de la New Left Review. Es articulista habitual del periódico estadounidense The Nation y el británico New Statesman. Las obras de Mike Davis: Más allá de Blade Runner. Control urbano: la ecología del miedo (1992); Prisoners of the American Dream: Politics and Economy in the History of the U.S. Working Class (1986, 1999); Ciudad de Cuarzo. Arqueología del futuro en Los Ángeles (1990, 2006); Ecology of Fear: Los Angeles and the Imagination of Disaster (2000); Magical Urbanism: Latinos Reinvent the US City (2000); Los holocaustos en la era victoriana tardía (2001); The Grit Beneath the Giltter: Tales from the Real Las Vegas (2002); Ciudades muertas. Ecología, catástrofe y revuelta (2003); Under the Perfect Sun: The San Diego Tourists Never See (2003); El monstruo llama a nuestra puerta: La amenaza global de la gripe aviar (2005); Planeta de ciudades miseria (2006); No one is illegal: Fighting racism and state violence on the U.S.Mexico Border (2006); Buda’s Wagon: A brief History of the Car Bomb (2007); In Praise of Barbarians: Essays against Empire (2007); Evil Paradises: Dreamworlds of Neoliberalism (2007). Artículo publicado en The Nation el 20 de febrero de 1995 Título original: “Hell factories in the field: a prisonindustrial complex” Fuente: DAVIS, Mike. Más allá de Blade Runner. Control Urbano: la ecología del miedo. Virus editorial. Barcelona, 2001. La carretera que viene de Mecca sigue la vía férrea de la Southern Pacific y atraviesa Bombay Beach en dirección a Niland; después tuerce hacia el sur para hundirse en un dédalo de marismas y de cultivos de regadío. El negro futuro de California se perfila de repente, sin avisar, a medio camino entre los raquíticos restos de la última cosecha de algodón y el campo de tiro del ejército del aire en los montes Chocolate. Vistas de lejos, las construcciones gris pizarra recuerdan a las de un almacén o tal vez una fábrica. Un discreto cartel anuncia: Prisión del Estado de Calipatria. California posee el tercer sistema penitenciario más grande del mundo, detrás de China y de Estados Unidos considerado en su conjunto, con 125.842 presos, según las últimas cifras oficiales. En el curso de los últimos diez años, el estado californiano construyó Calipatria, situada a más de 300 km al sudeste de Los Ángeles, así como quince prisiones más –por un total de diez mil millones de dólares (intereses incluidos). Este programa de construcción creó un verdadero “complejo carcelarioindustrial” que mantiene una creciente rivalidad con el agroalimentario por convertirse en la primera fuerza de la California rural, y a la vez compite con los promotores inmobiliarios por ganarse el 1

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Mike Davis en una reflexión acerca a las cárceles y las industrias.

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Mike Davis: El complejo carcelario-industrial o el infierno en los campos    

El complejo carcelario‐industrial o el infierno en los campos 

 

 

Mike  Davis.  Nacido  en  Fontana,  California  (EE.UU.),  1946.  Teórico  social  y  urbano.  Especialmente reconocido por sus investigaciones sobre poder y clase en su área. A los 16 años dejó los estudios para ganarse la vida como trabajador de los mataderos. En 1967 se afilió al partido comunista, pero denunció la  invasión  soviética  a  Checoslovaquia  y  afirmaba:  “mis  héroes  son  los  bolcheviques  que  fueron asesinados por Stalin”. En los años 70 organizó visitas al underground de Los Ángeles conociendo a los autores que preservan la memoria de la lucha obrera. Tras una huelga en 1973, se inscribió en la UCLA (Universidad de California en  Los Ángeles),  con una beca en historia y economía del  sindicato de  los trabajadores  del  alcantarillado.  Formó  parte  del  conocido  SDS  (Students  for  a  Democratic  Society). Después de algunos años en Londres, pasó a enseñar Teoría Urbana en el Southern California Institute of Architecture. Es profesor del Departamento de Historia de la Universidad de California y editor de la New  Left Review.  Es  articulista habitual  del periódico  estadounidense  The Nation  y  el británico New Statesman. Las obras de Mike Davis: Más allá de Blade Runner. Control urbano:  la ecología del miedo (1992); Prisoners of the American Dream: Politics and Economy in the History of the U.S. Working Class (1986, 1999); Ciudad de Cuarzo. Arqueología del futuro en Los Ángeles (1990, 2006); Ecology of Fear: Los Angeles and the Imagination of Disaster (2000); Magical Urbanism: Latinos Reinvent the US City (2000); Los holocaustos en la era victoriana tardía (2001); The Grit Beneath the Giltter: Tales from the Real Las Vegas (2002); Ciudades muertas. Ecología, catástrofe y revuelta (2003); Under the Perfect Sun: The San Diego Tourists Never  See  (2003); El monstruo  llama a nuestra puerta:  La amenaza global de  la gripe aviar (2005); Planeta de ciudades miseria (2006); No one is illegal: Fighting racism and state violence on the U.S.‐Mexico  Border  (2006);  Buda’s Wagon:  A  brief  History  of  the  Car  Bomb  (2007);  In  Praise  of Barbarians: Essays against Empire (2007); Evil Paradises: Dreamworlds of Neoliberalism (2007). 

Artículo publicado en The Nation el 20 de febrero de 1995 

Título original: “Hell factories in the field: a prison‐industrial complex” 

Fuente: DAVIS, Mike. Más allá de Blade Runner. Control Urbano:  la ecología del miedo. Virus editorial. Barcelona, 2001. 

 

 

La  carretera  que  viene  de Mecca  sigue  la vía férrea de la Southern Pacific y atraviesa Bombay  Beach  en  dirección  a  Niland; después  tuerce hacia el  sur para hundirse en un dédalo de marismas y de cultivos de regadío.  El  negro  futuro  de  California  se perfila  de  repente,  sin  avisar,  a  medio camino  entre  los  raquíticos  restos  de  la última  cosecha de  algodón  y el  campo de tiro  del  ejército  del  aire  en  los  montes Chocolate.  Vistas  de  lejos,  las construcciones gris pizarra recuerdan a  las de  un  almacén  o  tal  vez  una  fábrica.  Un discreto  cartel  anuncia:  Prisión del  Estado de Calipatria. 

California  posee  el  tercer  sistema penitenciario  más  grande  del  mundo, 

detrás  de  China  y  de  Estados  Unidos considerado  en  su  conjunto,  con  125.842 presos, según las últimas cifras oficiales. En el curso de los últimos diez años, el estado californiano construyó Calipatria, situada a más de 300 km al sudeste de Los Ángeles, así  como  quince  prisiones  más  –por  un total  de  diez  mil  millones  de  dólares (intereses  incluidos).  Este  programa  de construcción creó un verdadero “complejo carcelario‐industrial”  que  mantiene  una creciente  rivalidad  con  el  agroalimentario por  convertirse en  la primera  fuerza de  la California  rural, y a  la vez compite con  los promotores  inmobiliarios  por  ganarse  el 

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Mike Davis: El complejo carcelario-industrial o el infierno en los campos    

favor  de  los  legisladores  de  Sacramento1. Este  complejo  se  ha  convertido  en  un monstruo  que  amenaza  con  aplastar  y devorar  a  sus  propios  creadores.  Su crecimiento  incontrolable  debería conmover  la  conciencia  nacional,  a  partir de  ahora  familiarizada  con  la  idea de que pueda  existir  una  clase  presidiario permanente. 

La versión californiana, promulgada el año pasado,  de  la  legislación  federal  de  los “tres  golpes”2  –variante  todavía  más draconiana  que  la  de  Clinton–  corre  el riesgo  de  engordar  un  sistema penitenciario,  ya  grotescamente superpoblado y hiperviolento, con 300.000 nuevos  detenidos.  Para  mantener  los grilletes,  aunque  sean  rudimentarios,  de esa  inmensa  población,  el  Estado  tendrá que  sacrificar  su  presupuesto  para enseñanza  superior  a  fin  de  construir decenas  de  nuevas  cárceles.  Además,  se ejercerá  una  presión  política  irresistible sobre el Estado para que  reduzca el  coste de ese almacenamiento de seres humanos utilizando  toda  una  panoplia  de innovaciones  técnicas  y  comerciales.  En este  sentido,  Calipatria,  que  empezó  a funcionar  en  1992,  ofrece  un  ejemplo particularmente  elocuente  de  la  manera como  la  Administración  penitenciaria3  se esfuerza  por  resolver  las  contradicciones nacidas  del  clamoroso  éxito  de  su proyecto. 

 

La cerca de la muerte 

1 Capital administrativa de California. 2  Three  strikes  and  you’re  out  (tres  golpes  y estás eliminado): expresión sacada del béisbol y que  refleja  la  idea  de  que  la  ley  –como  en  el béisbol–  te  da  tres  oportunidades  y,  en consecuencia,  una  tercera  condena, independientemente de  la gravedad del delito, supone  la expulsión de  la sociedad, es decir,  la aplicación directa de cadena perpetua. 3 Department of Corrections. 

Calipatria  es  una  cárcel  de  alta  seguridad de  “nivel  4”  para  hombres  que  aloja actualmente  al  10%  (1.200)  de  los detenidos  condenados  por  asesinato  en California.  Sin  embargo,  el  puesto  de guardia de  la entrada principal está vacío, igual que diez de  los doce que  la  rodean. En palabras de Daniel Paramo, el enérgico “director  de  recursos  comunitarios”  de  la cárcel:  “El  guardián no  confía  en  el  factor error  humano  de  los  puestos  de observación; prefiere ponerse en manos de la compañía eléctrica”. 

Paramo se mantiene de pie delante de una inquietante  cerca  electrificada  de  cuatro metros de altura, metida entre dos cercas metálicas  normales.  Cada  uno  de  los quince cables que forman la cerca principal vibra bajo el efecto de  la  corriente que  lo recorre,  de  5.000  voltios,  200  amperios  –alrededor  de  diez  veces  la  dosis  moral generalmente admitida–,  suministrada por la presa de Parker.  Las  instalaciones de  la cerca  garantizan  una muerte  instantánea. Un  guardián  admirado  dejado  caer  en  un aparte: “Sí, una auténtica parrilla…”. 

La  ley que  autoriza  la  cerca  “a prueba de evasiones”  fue  votada  por  los  diputados electos  del  Estado  casi  sin  un  murmullo. Los  políticos,  tan  preocupados  por  los costes, no pusieron demasiadas objeciones ante  una  factura  de  electricidad  que permitía  ahorrar  dos millones  de  dólares en  salarios  (treinta  tiradores  de  élite  en tres turnos de ocho horas en los puestos de observación).  Y  cuando  uno  de  los guardianes  bajó  tranquilamente  el interruptor  en  octubre  de  1993,  la satisfacción  fue  general:  el  sistema  penal, al  fin  dotado  de  medios  tecnológicos, encaraba  el  futuro.  “Pero”,  añadió entristecido  Paramo,  “olvidamos  el  factor SPA  (Sociedad Protectora de Animales) en nuestros cálculos”. 

La  cárcel  está  situada  al  este  del mar  de Salton  –un  gran  espacio  de  hibernación para  las  aves  acuáticas.  Pero muy  pronto pudo  comprobarse que  el dulce  ronroneo de la cerca de alta tensión era una llamada 

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Mike Davis: El complejo carcelario-industrial o el infierno en los campos    erótica  para  las  aves  de  paso.  Los aficionados  locales  a  la  ornitología constataron  pronto  la  magnitud  de  las pérdidas  (una  gaviota,  dos  búhos,  un pinzón, un papamoscas…)  y  alertaron  a  la sociedad  protectora  de  animales.  A  partir de  enero  del  año  pasado,  la  “cerca  de  la muerte”  se  convirtió  en  un  escándalo ecológico  de  escala  internacional.  Cuando la  Administración  penitenciaria  supo  que un equipo de la CNN había sido visto en los alrededores  de  la  cárcel,  tiró  la  toalla  y contrató  a  un  ornitólogo  para  revisar  la concepción de la cerca. 

El  resultado  fue  la  puesta  a  punto  de  la única  cerca  de  la  muerte  del  mundo completamente  ecológica,  sin  ningún riesgo  para  los  pájaros.  Paramo  tiene algunas  dificultades  para  mantener  la seriedad cuando enumera las innovaciones que  se  hicieron  en  ella  por  el  módico precio de 150.000 dólares: “alarma para los roedores  demasiado  curiosos,  deflectores que  impiden  a  las  aves  posarse  y  pasajes minúsculos  para  los  búhos  excavadores”. Calipatria  construyó  también  un  acogedor estanque para las ocas y los patos en celo. 

Aunque  la  Administración  está  desde entonces  en  paz  con  los  amigos  de  los pajarillos,  el  asunto  incitó  a  la  potente CCPDA  (la  asociación  de  guardias  de prisiones  de  California)  a  cuestionar  la facilidad con la que la dirección emprendió la  “automatización”  de  los  puestos  de tiradores de élite. Para dirigir con éxito su proyecto  de  electrificación  de  todas  las prisiones  de  media  y  alta  seguridad  del Estado  (por  lo menos  veinte  recintos)  en los  próximos  años,  James  Gomez,  el director de  la Administración penitenciaria de  California,  tendrá  que  llegar  a  un acuerdo  para  mantener  más  puestos  de trabajo para los “enchufados” de las torres de vigilancia. 

No  es  necesario  precisar  que  los  3.844 detenidos  de  Calipatria  no  derramaron  ni una  lágrima  ni  por  los  búhos  ni  por  los tiradores  de  élite.  Su  energía  está completamente  absorbida  por  la  lucha 

cotidiana  que  deben  mantener  para sobrevivir.  Como  el  resto  de  las  prisiones del Estado, Calipatria funciona casi al doble de  su capacidad. En  las pequeñas cárceles locales y en  las  instalaciones de  seguridad media, los auditorios y  las salas de día han sido  transformadas  para  instalar  filas estrechas  de  sórdidos  somieres.  En  las instituciones  “de  gama  alta”  como Calipatria  han metido  a  otro  detenido  en cada celda, en habitaciones exiguas de dos metros por tres. 

Este  “doblaje”  de  las  celdas,  que  empezó hace  una  década,  provocó  una  nueva  ola de  violencia  y  de  suicidios  entre  los detenidos. Los defensores de las libertades civiles  denunciaron  este  “castigo  cruel  y anormal”;  pero  un  tribunal  federal consideró  la medida  constitucional. Desde entonces, los detenidos tienen que hacerse a la idea de ver pasar décadas, incluso toda su  vida  (el  34%  de  los  detenidos  de Calipatria  están  condenados  a  cadena perpetua), encerrados con alguien en unas condiciones  de  promiscuidad  a  menudo insoportables.  La  tensión  psicológica  se agrava  todavía  por  la  insuficiencia dramática de  trabajo para  los presos, que condena  a  cerca  de  la  mitad  de  la población carcelaria a purgar su pena en el aburrimiento  de  una  celda  mirando  la televisión  sin  parar.  Según  afirmaron  los psicólogos  llamados  a  testificar  ante  los tribunales,  las  ratas  que  son  sometidas  a condiciones  análogas  se  vuelven  agresivas y se devoran entre ellas. 

 

Es la guerra 

La  supresión  radial de  cualquier  intimidad es  uno  de  los  objetivos  explícitos  en  esas cárceles  llamadas  de  nueva  generación como  Calipatria.  Cada  una  de  las  veinte unidades  de  detención  está  diseñada  en forma  de  herradura  de  dos  niveles encarada hacia un puesto de guardia. Este “plan  270”  (así  llamado  por  el  campo  de visión  de  que  disponen  los  guardias),  una nueva  variante  del  famoso  “panóptico” puesto a punto por Jeremy Bentham en el 

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Mike Davis: El complejo carcelario-industrial o el infierno en los campos    siglo  XIX,  está  concebido  para  garantizar una  vigilancia  continua  de  todos  los movimientos  de  los  detenidos.  Los  textos oficiales  elogian  este  sistema  de “encarcelamiento  más  seguro  y  más humano”  y  anuncian  el  fin  del  “síndrome miedo‐odio”,  ligado  a  las  cárceles  que toleran  zonas  de  interacción  no  vigilada entre detenidos. 

Aunque  eso  fuera  cierto,  ocurre  que  el sistema  de  panóptico  ha  sido modificado por  razones  económicas  y  su  eficacia  se resiente de  la  falta  crónica de personal. A pesar de que los wáteres abiertos llaman la atención  en  medio  del  patio  de  paseo como  símbolos  de  la  omnipresencia  de  la institución, existen aún numerosos ángulos muertos  –debajo  de  las  escaleras  o  en  la zona  de  las  cocinas–  donde  los  presos pueden  llevar a cambo sus represalias con el personal o con sus compañeros. Por otra parte, advierte Paramo en el momento en que  los  visitantes  firman  la  lúgubre descarga  de  responsabilidad  por  la  que aceptan  la política del Estado de California de  rechazar cualquier negociación en caso de una toma de rehenes: “es la guerra”. 

En  veinticinco  años,  las  cárceles californianas  han  institucionalizado  la violencia  episódica  entre  las  diferentes bandas armadas que se enfrentan allí como verdaderas  guerrillas.  Actualmente,  las bandas  son  más  numerosas  –con  las facciones  ascendentes  de  asiáticos  e inmigrantes  centroamericanos–,  pero  la carnicería proviene de  la  implacable  lucha por  el  poder  entre  los  negros  y  la mafia mexicana del este de Los Ángeles, conocida con las siglas EME. 

Esta  situación  refleja  parcialmente  la transformación  de  la  composición  étnica de  las  cárceles  californianas.  En  el  año 1988,  el  35%  de  los  recién  llegados  eran negros y el 30% latinos; cinco años después la proporción era de 41% de  latinos y 25% de  negros.  De  ahí  que  la  población penitenciaria  del  Estado  en  su  conjunto presente  una  ligera mayoría  de  latinos  (a pesar de que  los negros  continúan  siendo 

los más  numerosos  en  Calipatria).  El  EME había  aprovechado  esa nueva distribución para minar el monopolio negro de la venta de  crack  tanto  dentro  como  fuera  de  las cárceles.  El  responsable  de  obtener información sobre  las bandas de Calipatria afirma  que  la  muerte  reciente  de  Joe Morgan,  fundador  legendario  del  EME  y durante un tiempo jefe de la cárcel, habría dejado vía  libre a  jefes más  jóvenes y más brutales. 

En  Calipatria,  el  último  enfrentamiento entre  negros  y  latinos,  que  tuvo  lugar  en julio,  se  saldó  con  trece  heridos  de  arma blanca.  En  palabras  de  uno  de  los guardianes  que  asistió  a  la  pelea  –que aparentemente  empezó  en  la  cocina central antes de extenderse a  las galerías– “el  EME  desbordó  a  los  Crips”.  Como consecuencia, la cárcel fue cerrada durante cuatro  meses  y  las  salas  de  día, consideradas demasiado peligrosas a causa de  las  mezclas  de  población,  fueron suprimidas.  Paramo  expone  en  su despacho algunas de las armas confiscadas: entre ellas hay un objeto que  se parece a una  daga  de  obsidiana  pero  que  en realidad es una lámina fabricada con bolsas negras de basura fundidas. 

Para hacer  frente a estallidos de  violencia de este tipo,  las cárceles de alta seguridad californianas adoptaron medidas extremas. Cada  carcelero  tiene  desde  entonces  su propio “SERT” –especie de equipo de GEOs interno, capaz de dominar  los motines con una  potencia  de  fuego  terrible.  Estas unidades  paramilitares  han  recibido innumerables  elogios,  puesto  que  son consideradas  responsables  de  impedir  las matanzas entre detenidos como  la terrible carnicería  que  tuvo  lugar  en  la penitenciaria del Estado de Nuevo México en  1980.  De  esa  forma,  California  tolera niveles extraordinarios de violencia oficial. En  el  curso  de  los  últimos  diez  años,  los guardianes  de  gatillo  fácil  han  matado  a treinta  y  seis  detenidos  (uno  de  ellos  en Calipatria) –es decir, tres veces más que en las  penitenciarias  federales  más  los  seis 

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Mike Davis: El complejo carcelario-industrial o el infierno en los campos    siguientes  Estados  con  más  población reclusa juntos. 

Cuando la fuerza sola no es suficiente para disuadir  a  las  bandas  de  las  cárceles,  la Administración  penitenciaria  dispone  de otro  recurso:  un  gulag  donde  reinan condiciones  extremas,  conocido  con  el nombre  de  Prisión  del  Estado  de  Pelican Bay.  A  pesar  de  que  su  famosa  Unidad Penitenciaria  de  Seguridad  (SHU)  –bloque de  aislamiento  total  descrito  por  el historiador  de  prisiones  Eric  Cummins como  un  “lugar  de  pura  destrucción psicológica”–  fue  recientemente  criticada por  un  juez  federal,  continúa  siendo  un modelo apreciado por el  resto de Estados así  como  por  el  “Alcatraz  de  alta tecnología”  que  la  Administración penitenciaria  federal  ha  construido  en Florence,  Colorado.  “Las  SHU  son  un mal necesario”,  explica  Daniel  Paramo.  “Por primera  vez  conseguimos  realmente  aislar a  los  líderes y a  los agitadores del resto de la  población  penitenciaria”.  Sin  embargo, admite,  meter  a  los  padrinos  en  el congelador  sólo  tiene un  efecto negligible en el crecimiento de  las bandas dentro de las cárceles. En efecto, apunta un vigilante: “Apartar a los viejos jefes sólo permite que los  jóvenes más  feroces  y  violentos  –que carecen  del  sentido  común  de  la  cultura penitenciaria  tradicional–  asuman  la dirección de  las  cosas”. Y predice  siempre más  violencia.  “Nunca  nos  libraremos  de las  bandas  en  las  cárceles.  Forman  parte del  sistema  y,  nos  guste  o  no,  proliferan con él”. 

 

Las moscas blancas 

Margaret  Hatfield  no  se  preocupa demasiado por  la  violencia  en  la  cárcel ni por  los miles de delincuentes que viven en la  salida  del  pueblo.  La  “cerca  de  la muerte” la tranquiliza. Por lo demás, como empleada  municipal  del  pequeño  pueblo de  Calipatria  (3.356  habitantes),  tiene asuntos más  graves  de  que  preocuparse, como la invasión de las moscas blancas. 

Como  una  plaga  del  Antiguo  Testamento, las moscas  blancas  amenazan  los mismos cimientos del orden social  latifundiario del Imperial  Valley.  A  finales  de  verano, espesas  nubes  de  insectos  minúsculos pueden  verse  a  veces  desde  los  aviones que  aterrizan  en  Los Ángeles.  Esos  bichos son omnívoros  y atacan  todos  los  cultivos de  la  región.  Por  culpa  de  las moscas,  en 1993 no se pudieron plantar melones, uno de  los principales recursos de  la economía local.  Los  agricultores  pierden  así  cien millones de dólares al año y al valle está al borde de la ruina. Resultado: despidos que han hecho aumentar  la tasa de desempleo hasta cerca del 40%. 

La  señora  Hatfield  y  los  demás responsables  locales  sólo  pueden,  pues, “dar  gracias  a Dios por  la  existencia de  la Administración  penitenciaria  de California”. Además  de  los  1.100  empleos creados  en  Calipatria  en  1993,  ésta  abrió otro  centro  de  detención  de  4.000  plazas en la ciudad de Seeley, convirtiendo así las cárceles  en  la  principal  fuente  de  empleo de Imperial County (con la consecuencia de que ahora uno de cada doce habitantes del condado  es  un  preso).  La  Administración penitenciara habla incluso de construir una tercera cárcel, tal vez para mujeres, en  las mil  hectáreas  de  tierra  que  posee  en Calipatria. 

Calipatria  es  un  fiel  miembro  de  la Asociación  de  Ciudades  de  California Asociadas  a  Cárceles,  y  la  señora Hatfield está  orgullosa  del  pequeño  renacimiento que  la  prisión  ha  aportado  al  municipio. Señala  con  un  gesto  la  nueva  tienda  de comestibles  y  la  de  vídeos  en  la  calle mayor,  pues,  si  no  fuera  por  ellas, parecería  un  decorado  abandonado  de  la película  La  última  estación.  Y  se  pregunta en voz alta si el pueblo habría podido pagar la iluminación del estadio sin el maná fiscal sustraído de la masa salarial sustanciosa de la  prisión.  No  obstante,  admite,  “hemos tenido algunos problemas”. 

A  pesar  de  que  la  Administración penitenciaria  se  comprometió  a  reclutar 

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Mike Davis: El complejo carcelario-industrial o el infierno en los campos    localmente el 40% de su personal, la mayor parte  de  los  trabajos  bien  pagados  de guardián  y  de  jefe  fueron  otorgados  a asalariados  llegados  de  fuera.  A  medida que  esas  personas  se  instalaron  en  la región  (58 casas nuevas construidas desde 1993),  el  precio  del  suelo  aumentó  cerca de  dos  tercios.  Ello  favoreció  a  los propietarios de fincas en detrimento de los autóctonos más  jóvenes y más pobres que no trabajan en la cárcel. Por otra parte, por causa  del  crecimiento  rápido  de  la población,  las  escuelas  están superpobladas.  Y  puesto  que  las  cárceles están  exentas  de  impuestos  locales,  los recursos  fiscales  del  municipio  son insuficientes para financiar el desarrollo de los servicios. 

Sin  embargo,  lo  que  me  molesta  a  la señora  Halfield  son  las  familias  de  los presos  –originarias  en  su mayor  parte  de los guetos de Los Ángeles, a cinco horas de carretera  de  aquí–  que  caen  sobre Calipatria  los fines de semana. Al contrario que  los maridos y  los padres encarcelados, que  sólo  son  abstracciones  para  los habitantes  del  terruño,  las  familias  son  la encarnación tangible del desorden urbano. Su  conducta,  ya  sea dormir en el  coche o fumar hierba en público, alimenta el rumor local  de  nuevas  calamidades.  En  palabras de  la  señora  Hatfield:  “minan  nuestra imagen de seguridad”. 

Es  difícil  saber  hasta  qué  punto  la  señora Hatfield  es  el  fiel  reflejo  del  sentimiento general. Aunque Calipatria esté poblado en un  75%  por  mexicanos,  de  resonancias hispánicas  el  ayuntamiento  sólo  tiene  el nombre.  El  condado  de  Imperial,  donde cinco  administradores  anglosajones gestionan  una  población  de  aplastante mayoría mexicana, es  llamado desde hace mucho  tiempo “el Mississipi de California” por  su política de exclusión y  sus medidas represivas  en  las  empresas.  Un desequilibrio electoral análogo aparece en los demás pueblos agrícolas en crisis de los valles  a  lo  largo  del  río  Colorado  y  de  la California  central,  que  han  acogido también  en  el  curso  de  los  últimos  diez 

años  instalaciones penitenciarias de media y alta seguridad: Avenal, Blythe, Corcoran, Delano y Wasco. 

El  boom  de  las  cárceles  tiene  un  efecto complejo,  y  tal  vez  imprevisible,  sobre  la sociedad agrícola dividida en castas. Por un lado,  las  élites  anglosajonas  locales  están implicadas  en  el  sistema  de  prebendas controlado  por  la  Administración penitenciaria.  Hay  pruebas,  por  ejemplo, de  acuerdos  concernientes  a  compras  de terrenos  o  a  trabajos  de  construcción cerrados  a  golpe  de  talonario.  Por  otro lado, la creación de empleo en las cárceles provoca  el  surgimiento  de  una  nueva “burguesía”  latina  en  las  ciudades  de  los valles. A  fin de cuentas, para muchos esas fortalezas  grises  son  las  primeras  grandes fuentes de empleo sindicado que se hayan visto jamás en la California rural. 

 

La política del superencarcelamiento 

El  personal  penitenciario  de  Calipatria habla  con  admiración  contenida  de  Don Novey, el antiguo guardián de Folsom que, como  presidente  de  la  CCPOA,  convirtió esta  asociación  de  guardianes  en  el sindicato más poderoso del Estado. Bajo su batuta,  la  CCPOA,  antes  un  pequeño sindicato  corporativista  reivindicativo,  se convirtió en uno de  los principales actores de la reestructuración del Derecho Penal y, al mismo tiempo, de la evolución futura del sistema  penal  californiano.  El  éxito  de Novey se basó en parte en su disposición a pagar a buen precio  sus alianzas políticas. En 1990, por ejemplo, Novey gastó casi un millón  de  dólares  para  la  campaña electoral  de  Pete  Wilson  al  cargo  de gobernador.  La  CCPOA  controla  desde entonces  el  segundo  lobby  oficial  más generoso de Sacramento. 

Novey  utilizó  también  el  peso  de  su sindicato  para  sostener  el  “movimiento  a favor  de  los  derechos  de  las  víctimas”. Crime  Victims  United  es  un  lobby  anexo, que  recibe  el  95%  de  sus  subsidios  de  la CCPOA.  Gracias  a  organizaciones  tan 

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Mike Davis: El complejo carcelario-industrial o el infierno en los campos    visibles y a su avocación con  los grupos de presión  favorables  a medidas  de  refuerzo del  orden,  Novey  consiguió  instaurar  en Sacramento  un  estado  de  histeria permanente en cuanto a  la  seguridad. Los diputados de los partidos se pelean por ver quién  inscribe  en  su  activo  medidas “antidelincuencia”  más  innovadoras  y duras, sin preocuparse de sus efectos sobre la superpoblación de las prisiones. 

Esta  cínica  y  agresiva  rivalidad  para prometer  más  que  el  otro  ha  tenido consecuencias  alarmantes.  Joan  Petersilia, investigadora  de  la  Rand  Corporation,  ha inventariado más de mil  leyes nuevas que agravan las penas de sanción de crímenes y delitos  aprobadas  entre  1984  y  1992.  En conjunto,  constituyen  una  política  judicial totalmente  incoherente,  pero  estimulan muy  eficazmente  ese  “keynesianismo” carcelario  que,  desde  1980,  ha  hecho triplicar  al  mismo  tiempo  el  número  de afiliados a  la CCPOA y el sueldo medio del personal  penitenciario.  Desde  el  boom carcelario,  que  empezó  con  el  fin  del mandato  de  gobernador  Jerry  Brown  en 1982,  numerosas  voces  se  han  elevado para  intentar  que  la  asamblea  del  Estado dé  marcha  atrás  en  su  gulaguismo despiadado.  Se  ha  producido  un  estudio tras  otro  demostrando  que  la superencarcelación  tiene muy poco efecto sobre  la  criminalidad global  (que  tampoco ha  aumentado  de manera  significativa),  y que  la  mayoría  de  los  nuevos  detenidos son  o  personas  acusadas  de  delitos  sin violencia  relacionados  con  los estupefacientes  (comprendidas  las personas  en  libertad  condicional  cuyos análisis  de  orina  obligatorios  han  dado positivo)  o  enfermos  mentales  (que representan  la  terrible  cifra  de  28.000 detenidos,  según  una  estimación  oficial). Estas  críticas,  en  fin,  repiten incansablemente que, cuando  llegue el día de  hacer  cuentas,  el  Estado  se  verá obligado  a  vender  a  saldo  los establecimientos  de  enseñanza  superior, literalmente  ladrillo  a  ladrillo,  para  poder continuar construyendo cárceles. 

Pero ese día ya ha  llegado. Al  tiempo que las  grandes  escuelas  y  universidades  de California  suprimían  8.000  empleos  entre 1984  y  1994,  la  Administración penitenciaria  reclutaba  26.000  empleados para vigiar a los 112.000 nuevos detenidos. Pero  en  lugar  de  frenar  ese  proceso,  los legisladores  se  han  lanzado  a  una  huida hacia  adelante.  La  ley  de  la  primavera pasada,  que  instituía  la  regla  de  los  “tres golpes”, dobla  las penas por reincidencia e impone penas de entre  veinticinco años  y cadena  perpetua  para  los  “perdedores  de la tercera falta”. A fin de convertir la ley en constitucionalmente  inatacable  (a  menos que  se  reuniera  la  imposible  mayoría  de dos tercios), fue sometida a referéndum en noviembre  bajo  la  denominación  de Proposición  184.  Los  partidarios  de  la medida  –dirigidos  por  la  CCPOA  y  por Michel Huffington– gastaron 48 veces más que  sus  adversarios  (principalmente  la Asociación de Enseñantes de California) en la  campaña  electoral  (1,2  millones  de dólares  contra  25.000).  Puesto  que  la mayor parte de los candidatos demócratas, como  Katlheen Brown  y Diane  Feeinstein, apoyaron  la  proposición  o  guardaron silencio,  los  electores  no  tuvieron demasiadas  ocasiones  de  oír  argumentos hostiles  ni  de  evaluar  las  consecuencias históricas de la ley. La proposición pasó sin dificultad.  Para  valorar  adecuadamente  la complicidad  de  los  demócratas  en  ese resultado, basta con observar que antes de las  elecciones  rechazaron  llamar  la atención  del  público  sobre  las  alarmantes conclusiones  oficiales  referentes  a  los efectos  de  la  Proposición  184  sobre  la superpoblación  de  las  cárceles,  que  había sido  publicadas  en  marzo  pasado  por  la Dirección  de  Planificación  y  Construcción de  la  Administración  Penitenciaria.  Según estas  conclusiones,  para  albergar simplemente  a  la  población  penitenciaria prevista  para  1999  con  la  tasa  de ocupación  ya  intolerable  del  185%,  el Estado  tendría  que  construir  veintitrés cárceles  nuevas  (además  de  las  doce  ya 

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autorizadas).  “Ello  exigirá  la  construcción de más de 4,5 cárceles por año en el curso de  los cinco próximos ejercicios”, escribían los  planificadores,  que  estimaban  que  en diez  años  la  población  penitenciaria aumentaría  un  262%  hasta  alcanzar  los 341.420  reclusos  (contra  los  22.500  de 1980). 

Comentando esas previsiones, un portavoz del  gobernador  Wilson  se  contentó  con levantar  los  hombros  y  declarar:  “Si  es necesario  cubrir  esos  gastos suplementarios,  creo  que  deberemos reducir  otros  servicios.  Habrá  que modificar  nuestras  prioridades”.  La cuestión  de  cuáles  son  esas  prioridades quedó  aclarada  en  octubre,  cuando  los investigadores  de  la  RAND  publicaron  un análisis financiero exhaustivo que llevaba a la  conclusión  siguiente:  “Para  asegurar  la aplicación  de  la  ley,  la  totalidad  de  los gastos destinados a  la enanas superior y a otros  servicios  oficiales  deberá  disminuir un  40%  durante  los  próximos  ocho  años […].  Si  la  regla  de  los  tres  golpes  se mantiene  hasta  el  2002,  el  gobierno  del Estado gastará más dinero en mantener a la gente en  la cárcel que en mandarla a  la universidad”. 

Es  instructivo,  en  este  sentido,  recordar que  la  Administración  penitenciaria  de California,  con  sus  veintinueve  vastos “campus”,  cuesta  ya  más  que  el  sistema universitario californiano, y que los jóvenes negros  de  Los  Ángeles  o  de  Oackland tienen  dos  veces  más  posibilidades  de acabar en  la  cárcel que en  la universidad. Además,  la  Proposición  184  promete  un aumento  radical  de  las  disparidades racionales. En  los seis meses que siguieron a  su  entrada  en  vigor,  los  afroamericanos (10%  de  la  población)  representaban  el 57% de las diligencias iniciadas en virtud de esa  ley  en  el  condado  de  Los  Ángeles. Según  algunos  abogados,  ello  representa 17  veces más  inculpaciones  que  para  los blancos,  a  pesar  de  que  otros  estudios demostraron  que  el  60%  del  conjunto  de violaciones,  ataques  a  mano  armada  y agresiones  cometidas  en  el  Estado  fueron 

llevadas  a  cabo  por  hombres  de  raza blanca. 

Para  el  senador  californiano  Tom Hayden, que  se  opuso  vigorosamente  a  la Proposición 184, California está cayendo en un  “cenagal  moral”  que  recuerda  a Vietnam:  “La política  estatal  se ha dejado atar  de  pies  y manos  por  el  lobby  de  la seguridad.  Los  electores  no  tienen realmente  una  idea  clara  de  lo  que  les espera. No se  les ha dicho  la verdad sobre el  intercambio  que  han  aceptado  –universidades contra prisiones– ni sobre  la catástrofe económica que  inevitablemente implicará.  Deshumanizamos  a  los delincuentes  y  a  los  pobres  exactamente de  la misma manera que  lo hacíamos  con los  llamados  gooks4  en  Vietnam.  Los precipitamos al  infierno simplemente para seguir alimentado sus llamas”. 

Mientras  tanto  en  Calipatria  la Administración empieza ya a saltarse todas las  alarmas.  Daniel  Paramo  reconoce contento  que,  ante  la  expansión  de  la población  penitenciaria  causada  por  la Proposición  184,  la  Administración penitenciaria  proyecta  meter  a  un  tercer preso en cada una de sus celdas para ratas fustigadas. “Meteremos a tantos detenidos como  nos  ordene  el  Estado.  Y  si  los tribunales  acaban  por  imponer  un  límite, me  imagino  que  se  construirán  algunas cárceles más, eso será todo”. 

4  Calificativo  despreciativo  aplicado  a  los soldados asiáticos, ya sean japoneses, coreanos o vietnamitas. 

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