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Paul Henry Dietrich - El cristianismo desvelado - pág. 1 El Cristianismo Desvelado Paul Henry Dietrich (Thiry) barón d’Holbach 1723 -1789

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Paul Henry Dietrich - El cristianismo desvelado - pág. 1

El CristianismoDesvelado

Paul Henry Dietrich (Thiry)barón d’Holbach

1723 -1789

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©Traducción de Eliseo R. Pérez

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INDICE

A manera de prólogo 04PREFACIO 06

1.- De la necesidad de examinar la religión y de losobstáculos que se encuentra en este examen 19

2.- Historia abreviada del pueblo judío 263.- Historia abreviada del cristianismo 304.- De la mitología cristiana, o sobre las ideas que

los cristianos tienen acerca de Dios y de su conducta 375.- Sobre la revelación 436.- Sobre las pruebas de la religión cristiana,

de los milagros, de las profecías y de los martirios 487.- Sobre los misterios de la religión cristiana 628.- Otros misterios y dogmas del cristianismo 689.- Sobre los rituales o ceremonias misteriosas o

sobre la teúrgia de los cristianos 7410.- Sobre los libros sagrados de los cristianos 7811.- Sobre la moral cristiana 8412.- Sobre las virtudes cristianas 9513.- Sobre las prácticas y deberes de la religión cristiana 11514.- Sobre los efectos políticos de la religión cristiana 12415.-Sobre la Iglesia, o sobre el sacerdocio de los cristianos 13416.- Conclusión 151

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A manera de prólogo

Los escritos del barón d’Holbach son prácticamente inencon-trables en España, de ahí que surgiera en los foros en que par-ticipo la necesidad de conseguir alguno de los escritos de esteescritor famoso pero prácticamente desconocido. Para misamigos de Cyberateos, los de la Federación Internacional deAteos (FIDA) etc. he traducido el capítulo I de la II parte de“Sistema de la naturaleza –su obra cumbre- y esta breve obra.Yo aconsejo para aquellos que sepan y puedan leer el valen-ciano la magnífica introducción de Josep Lluis Teodoro a laedición de El cristianismo sense vels editado por la Universidadde Valencia. Como brevísimo resumen de la biografía delbarón, baste decir que poseedor de cuantiosos bienes fue me-cenas de otros escritores a los que ayudó a publicar sus obras,Helvetius, Bufón, Rouseau, etc. fueron habituales de su casa.

Sus obras: Theologie portative (Londres, 1768), La contagionsacrée (Londres, 1768), L’esprit du judaïsme (Londres, 1770),Essai sur les préjugés (Londres, 1770), Histoire critique de Je-sus Christ (sin fecha). Un dato interesante es que en 1768 edi-ta “De rerum natura” de Lucrecio en traducción francesa de LaGrange.

Durante los años setenta escribe el Système de la Nature(Londres 1770, bajo el seudónimo de M. Mirabaud). Durantela década se publicarán sus grandes obras: Le Bon Sens (1772),Politique Naturelle (1773), Système Social (1773), Ethocracie(1776), La moral universelle (1776).

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Hombre de poderoso intelecto su pensamiento era mejor quesu pluma, su estilo resulta reiterativo pero eso no le restaméritos

Espero sinceramente haber contribuido un poco a la difusiónde su obra. Y como escribían nuestra viejos sainetistas

Perdonad sus muchas faltas

Eliseo R. Pérez

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EL CRISTIANISMO DESVELADOO EXAMEN DE LOS PRINCIPIOS Y DE LOS EFECTOS

DE LA RELIGIÓN CRISTIANA

Por el difunto Sr. Boulanger

La superstición es un error de locos: tiene miedo dequienes debería estimar, ofende a quienes honra;¿Qué diferencia hay, pues, entre negar los dioses odeshonrarlos?

Sen. Ep. 125, 16

PREFACIO

Carta del autor

Acepto, señor, con reconocimiento, las observaciones que meenvía sobre mi obra. Si bien soy sensible a los elogios que sedigna hacerme, estimo demasiado la verdad para sorpren-derme de la franqueza con que me expone sus objeciones; lasencuentro muy graves para merecer toda vuestra atención.Sería mostrarse mal filósofo no tener el valor de ver que con-tradicen mis opiniones. No somos teólogos, nuestras peleasson del estilo de las que acaban amigablemente, no debemosparecernos a los apóstoles de la superstición, que solo buscansorprenderse mutuamente con argumentos capciosos y que, aexpensas de la buena fe, no luchan sino para defender la cau-

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sa de la vanidad y de su terquedad. Deseamos los dos el biendel género humano, busquemos la verdad, no podemos, unavez admitido eso estar faltos de acuerdo.

Comencemos por admitir la necesidad de examinar la religióny de someter sus opiniones al tribunal de la razón; estaréis deacuerdo en el hecho del que el cristianismo puede soportareste examen, y que a los ojos del sentido común no parecesino un conglomerado de absurdos, de fábulas alocadas, dedogmas insensatos, de ceremonias pueriles, de dogmas usur-pados a los caldeos, a los egipcios, a los fenicios, a los griegosy a los romanos. En una palabra, confesad que este sistemareligioso no es mas que el producto informe de casi todas lasantiguas supersticiones engendradas por el fanatismo orientaly, debidamente modificadas por las circunstancias, el tiempo,los intereses, los caprichos o los prejuicios de aquellos quemas tarde han presumido de inspirados, de enviados de Dios ode intérpretes de sus nuevas voluntades.

Temblad por los horrores que el espíritu intolerante de loscristianos les ha hecho cometer cada vez que han tenido elpoder, ved que una religión fundada sobre un Dios sanguina-rio no puede ser sino una religión de sangre, gemid por estedelirio que se apodera desde la niñez del espíritu de lospríncipes y de los pueblos y los vuelve igualmente esclavos dela superstición y de sus sacerdotes, les impide conocer susverdaderos intereses, los torna sordos a la razón y los separade los grandes objetivos que les habrían de ocupar.

Reconoced que una religión basada en el capricho o en la im-postura no puede tener principios seguros, ha de ser unafuente constante de disturbios, persecuciones, devastaciones,sobre todo cuando el poder político se crea indispensable-mente obligado a entrar en sus querellas.

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En definitiva estaréis de acuerdo que un buen cristiano quesigue literalmente la doctrina que le prescribe el evangeliocomo la mas perfecta, no conoce en este mundo nada de lasrelaciones sobre las que se fundamenta la verdadera moral ysolamente puede ser un misántropo inútil, si está falto deenergía, o no es sino un fanático turbulento si tiene el ánimoinflamado.

Después de esta confesión ¿Cómo podría ser que juzgaseis miobra peligrosa? Me he dicho que el sabio debe pensar por élmismo, que es necesaria una religión, buena o dolorosa, parael pueblo, que ésta es un freno necesario para los espíritussimples y groseros que sin ella no tendrían motivo para abste-nerse del crimen y del vicio. Considerad la reforma de los pre-juicios religiosos como cosa imposible, juzgad a los príncipesque son los únicos que la podrían realizar; están demasiadointeresados en mantener a sus súbditos en la ceguera de lacual se aprovechan. Estas son –si no me equivoco- las obje-ciones más fuertes que me he hecho, voy a tratar de contes-tarlas.

En primer lugar, yo no creo que un libro pueda ser peligrosopara el pueblo. El pueblo no lee más que razona, no tiene elhábito ni la capacidad; por otro lado no es la religión sino laley la que contiene a la gente del pueblo, y si un insensato lesdijera de robar o de asesinar, el cadalso les advertiría de nohacerlo. Además, si por casualidad hubiese entre el pueblo unhombre con capacidad para leer una obra filosófica, es seguroque este hombre no sería –por regla general- un criminal te-mible.

Los libros solo están hechos para aquella parte de una naciónen que las circunstancias, la educación y los sentimientos laponen por encima del crimen. Esta porción ilustrada de la so-

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ciedad, que gobierna a la otra, lee y juzga las obras: si contie-nen máximas falsas o perjudiciales son prontamente conde-nados al olvido o libradas a la execración pública; si contienenverdades no han de correr ese peligro. Son los fanáticos, lossacerdotes y los ignorantes los que hacen las revueltas, laspersonas ilustradas son siempre amigas del reposo.

Vos no giráis, señor, entre aquellos pensadores pusilánimesque creen que la verdad sea capaz de perjudicar: ésta no per-judica sino a quienes engañan a los hombres y será siempreútil al resto de la humanidad. Todo os habrá llevado, desdehace largo tiempo, a la convicción de que todos los males conque nuestra especie es afligida solo provienen de nuestroserrores, de nuestros intereses mal entendidos, de nuestrosprejuicios, de las ideas falsas que aplicamos a los objetos.

En efecto, por poco tiempo que perdamos es fácil ver que sonlos prejuicios religiosos los que han corrompido la política y lamoral. ¿No son las ideas religiosas y sobrenaturales las quehicieron que nuestros reyes y gobernantes fueran contempla-dos como dioses? Es la religión la culpable de que brotarandéspotas y tiranos, estos hicieron leyes dolorosas,1 su ejemplocorrompió a la nobleza, los nobles corrompieron a los pue-blos, los pueblos viciados resultaron esclavos infortunados,ocupados en perjudicarse por complacer a la nobleza y porsalir de la miseria. Los reyes fueron tenidos por imágenes deDios y fueron absolutistas como él, determinaron lo que erajusto e injusto, sus voluntades santificaron seguidamente laopresión, la violencia, la rapiña; y fue por la bajeza, por vicio ypor crímenes como se obtuvo el favor. Es así como las nacio-nes se han llenado de ciudadanos perversos que bajo unos

1 He expuesto esta verdad con toda claridad en mis Investigaciones sobreel origen del despotismo Oriental

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dirigentes corrompidos por las nociones religiosas se hanhecho continuamente una guerra abierta o clandestina y nohan tenido motivos para practicar la virtud. En sociedades asíconstituidas ¿qué puede hacer la religión? Sus terrores leja-nos, sus promesas inefables ¿han impedido nunca a los hom-bres librarse a sus pasiones o buscar la felicidad por vías másfáciles? ¿Esta religión ha influido sobre las costumbres de losreyes que le debe su poder divino? ¿No vemos a los príncipes,llenos de fe, emprender a cada momento las más injustas gue-rras, prodigar inútilmente la sangre y los bienes de sus súbdi-tos, arrancar el pan de la mano del pobre para aumentar lostesoros del rico insaciable, permitir, cuando no ordenar, elrobo o las injusticias?

Esta religión, que tantos soberanos consideran el soporte desu trono, ¿les hace más humanos más regulados, más tempe-rados, más castos, más fieles a sus juramentos? ¡Ah! Por pocoque se consulte la historia veremos soberanos ortodoxos, lle-nos de celo y religiosos casi hasta el escrúpulo que son a la vezperjuros, ladrones, usurpadores, adúlteros, asesinos, hombresque actúan como si no tuviesen ningún temor del Dios quehonran solo con la boca. Entre los cortesanos que los rodeanveremos una alianza continua entre el cristianismo y el cri-men, entre devoción e iniquidad, entre fe y vejaciones, entrereligión y traición.

Entre los sacerdotes de un Dios pobre y crucificado que fun-damentan su creencia en la religión, que pretenden que sinella no puede haber nada moral, no vemos reinar el orgullo, laavaricia, la lubricidad, el espíritu de la dominación y la ven-ganza? 2 Sus continuas predicaciones, reiteradas después de

2 Cuando nos quejamos de los desordenes del clero nos cierran la bocadiciéndonos “No hay que hacer caso a lo que hacen sino a lo que dicen”

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tantos siglos ¿Son verdaderamente útiles? ¿Cambian el co-razón de los pueblos que las escuchan? Según lo que admitenestos mismos doctores, estas conversiones son muy raras,viven siempre del depósito de siglos, la perversidad humanaaumenta cada día y cada día declaman contra los vicios ycrímenes que la costumbre autoriza, que el gobierno enca-rece, que la opinión favorece, que el poder recompensa y quecada uno está interesado en cometer so pena de ser aislado.

Así, según lo que confiesan los mismos ministros de la religión,cuyos preceptos han inculcado desde la niñez y repiten sinpausa, no pueden nada contra la depravación de las costum-bres. Los hombres dejan siempre a un lado a la religión desdeel momento en que se opone a sus deseos, no la escuchansino cuando favorece sus pasiones, cuando concuerda con sutemperamento y con las ideas que se hacen de la felicidad. Ellibertino se burla cuando ésta condena sus excesos, la ambi-ción la menosprecia cuando pone límite a sus deseos, el ta-caño no la escucha cuando le habla de repartir sus favores, elcortesano ríe de su simplicidad cuando le ordena ser franco ysincero. De otra parte, el soberano es dócil a sus alianzascuando dice que él es la imagen de la divinidad, que ha de serabsoluto como ella, que es el propietario de la vida y los bie-nes de cada uno de sus súbditos, que ha de exterminarloscuando no piensen como él.

El bilioso escucha ávidamente a su capellán cuando éste leordena odiar, el vengativo lo obedece cuando le permite ven-garse, so pretexto de vengar a su Dios. La religión no cambialas pasiones de los hombres que solo la escuchan cuando

¿Que confianza podemos tener en unos médicos que cuando padecenlos mismos males que nosotros, no se quieren tomar las medicinas queellos mismos nos aconsejan?

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habla al unísono de sus deseos; sólo los cambia en el lecho demuerte, entonces el cambio es inútil para la sociedad, y elperdón del cielo, que se promete al arrepentimiento infruc-tuoso de los moribundos, encoraja a los vivos a persistir en eldesorden hasta el último momento.

A veces la religión predica la virtud, cuando esta virtud resultacontraria a los intereses de los hombres o no conduce a nin-guna parte. No se pueden dar leyes a unas nación cuando supropio soberano no sigue las leyes ni la virtud, donde los no-bles consideran esta virtud como una debilidad, donde lossacerdotes la degradan con su conducta, donde el hombre delpueblo, a pesar de las arengas de los predicadores piensa quepara salir de la pobreza debe prestarse a los vicios de los po-derosos.

En las sociedades constituidas así la moral no es más que unapreocupación estéril, adecuada a ejercitar el espíritu pero sininfluir en la conducta de nadie, salvo un pequeño número dehombres cuyo temperamento los ha hecho moderados y con-tentos de su suerte.

Todos los que quieren hacer fortuna o tornar más dulce sudestino, se dejarán arrastrar por la corriente general que lesobligará a salvar los obstáculos que oponga su conciencia. Noes, pues, el sacerdote, es el soberano quien puede establecerlas costumbres de un Estado. Ha de predicar con el ejemplo,ha de espantar el crimen con castigos, ha de invitar a la virtudcon recompensas, ha de velar sobre todo por la educaciónpública, para que solo se siembren en el corazón de sus súbdi-tos las pasiones útiles para la sociedad. Entre nosotros, laeducación no preocupa a la política que muestra la mayor in-diferencia sobre el objeto más esencial para la felicidad de susestados. En casi todos los pueblos modernos la educación

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pública se limita a enseñar lenguas inútiles para la mayor par-te de quienes aprenden; en lugar de moral, se inculca a loscristianos fábulas maravillosas y dogmas inconcebibles de unareligión opuesta a la recta razón; desde el primer paso delniño en los estudios se le enseña que debe renunciar al testi-monio de sus sentidos, someter su razón –que se le describecomo una guía infiel-y remitirse ciegamente a la autoridad desus maestros. ¿Pero, quienes son sus maestros? Son sacerdo-tes interesados en mantener el universo en unas opinionescuyos frutos sólo ellos pueden recoger. Estos pedagogos mer-cenarios, llenos de ignorancia y de prejuicios, están raramentea nivel de la sociedad. Sus almas abyectas y encogidas ¿soncapaces de instruir a sus alumnos de aquello que ignoran?Unos pedantes, envilecidos a los mismos ojos de quienes lesconfían sus hijos ¿están en situación de inspirar a sus alumnosel deseo de gloria, de la noble emulación, los sentimientosgenerosos que son la fuente de todas las cualidades útiles a larepública? ¿Les enseñarán a estimar el bien público, a servir ala patria, a conocer los deberes del hombre y del ciudadano,del padre de familia y de los infantes, de los errores y de losservidores? No, sin duda, de las manos de estos guías ineptosy despreciables solo vemos salir ignorantes supersticiosos, loscuales si han aprovechado las lecciones que han recibido, nosaben nada de las cosas necesarias para la sociedad de la cualse convertirán en miembros inútiles. A cualquier lugar quedirijamos nuestras miradas veremos el estudio de las cuestio-nes más importantes para el hombre totalmente abandonado.

La moral, bajo la cual incluyo también la política, no cuentapara nada en la educación europea: la única moral que se en-seña a los cristianos es esta moral exaltada, impracticable,contradictoria, incierta, que vemos contenida en el evangelio,que solo sirve –creo que ya lo he dicho- para degradar el espí-

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ritu, para volver a la virtud odiosa, para formar esclavos ab-yectos, para destruir la energía del alma: o bien si se siembraen espíritus ardientes, solo engendra fanáticos turbulentoscapaces de destruir los fundamentos de la sociedad. A pesarde la inutilidad y de la perversidad de la moral que el cristia-nismo enseña a los hombres, sus partidarios se atreven a decirque sin religión no podemos tener buenas costumbres. Pero¿qué es tener buenas costumbres en el lenguaje de los cristia-nos? Es rezar sin fin, es frecuentar los templos, es hacer peni-tencia, es abstenerse de los placeres, es vivir recogido y reti-rado. ¿Qué bien resulta para la sociedad de estas prácticasque se pueden observar sin tener una sombra de virtud? Sicostumbres de este estilo conducen al cielo, son bien inútilesen la tierra. Si eso son virtudes, hay que reconocer que sinreligión no hay virtudes. Pero, por otro lado se puede observarfielmente todo lo que recomienda el cristianismo sin tener encuenta las virtudes que la razón nos muestra como necesariaspara el sostenimiento de las sociedades políticas. Hay puesque distinguir la moral religiosa de la moral política: la primerahace santos, la otra ciudadanos; la una hace hombres inútileso hasta perjudiciales para todo el mundo, la otra ha de tenerpor objeto formar miembros útiles para la sociedad, activos,capaces de servirla, que cumplan los deberes de esposos, depadres, de amigos, de asociados, independientemente de cua-les sean sus opiniones metafísicas, las cuales –por mas quediga la teología- son mucho menos seguras que las reglas inva-riables del buen sentido.

De hecho es cierto que el hombre es un ser social, que en to-das las cosas busca la felicidad, que hace el bien cuando loencuentra de su interés, que solo es malo cuando de no serlose vería obligado a renunciar a su bienestar. Admitido eso,que la educación enseña a los hombres a conocer las relacio-

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nes que existen entre ellos y los deberes que derivan de estasrelaciones; que el gobierno; que el gobierno con ayuda de lasleyes, de las recompensas y de las penas, confirma las leccio-nes dadas por la educación; que la felicidad acompaña las ac-ciones útiles y virtuosas; que la vergüenza, el menosprecio ylas penas castigan el vicio y el crimen: entonces los hombrestendrían una moral humana, fundamentada en su propia na-turaleza, en las necesidades de las naciones, el interés de lospueblos y de aquellos que gobiernan. Esta moral, indepen-diente de las nociones sublimes de la teología, puede que notenga nada en común con la moral religiosa, pero la sociedadno perderá nada olvidando esta última moral, que como se haprobado, se opone a cada momento a la felicidad de los esta-dos, al reposo de las familias y a la unión de los ciudadanos.

Un soberano, a quien la sociedad ha confiado la autoridad su-prema, tiene en sus manos los grandes móviles que actúansobre los hombres; tiene más poder que los dioses para esta-blecer y reformar las costumbres. Su sola presencia, sus re-compensas, sus amenazas… ¿que digo? Una sola mirada suyaes mucho más poderosa que todos los sermones de los cape-llanes. Los honores de este mundo, las dignidades, las rique-zas, actúan mucho más fuertemente sobre los más religiososde los hombres que todas las esperanzas pomposas de la reli-gión. El ciudadano más devoto teme más a su rey que a suDios, es pues el soberano quien ha de predicar, es a él a quiencorresponde reformar las costumbres: serán buenas cuando elmismo rey sea bueno y virtuoso, cuando los ciudadanos reci-ben una educación honesta, que inspirando unos principiosvirtuosos les habitúe a honrar la virtud, a detestar el crimen, adespreciar el crimen y a temer la infamia. Esta educación noserá infructuosa, desde el momento que continuos ejemplosprueben a los ciudadanos que gracias a los talentos y a las

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virtudes cuando se logran los honores, el bienestar, las distin-ciones, la consideración, el favor y que el vicio solo conduce aldesprecio y a la ignominia. Sólo después de una nación criadaen estos principios ilustrados el soberano podrá ser considera-do grande, poderoso y respetado. Sus predicaciones seránefectivas y no las de los sacerdotes que, desde hace tantossiglos, declaman inútilmente contra la corrupción pública. 3

Si los sacerdotes han usurpado al poder soberano el derechode instruir a los pueblos, que éste retome el poder, o al menosque no tolere que gocen de manera exclusiva de la libertad dereglamentar las costumbres nacionales y de hablarles de lamoral; que la monarquía reprima a estos mismos sacerdotesque enseñan máximas visiblemente perjudiciales para le biende la sociedad. Que enseñen, si les agrada, que su Dios setransforma en pan, pero que no enseñen a odiar o destruir aaquellos que rehúsan creer ese misterio inefable. Que en lasociedad ningún inspirado tenga la facultad de alzar a lossúbditos contra la autoridad, de sembrar la discordia, de rom-per los lazos que unen a los ciudadanos, de turbar la pazpública por sus opiniones. El soberano, cuando quiera, podrácontener al sacerdocio.

El fanatismo es vergonzoso cuando se ve falto de soporte, losmismos sacerdotes esperan que el soberano respalde sus de-seos y la mayoría están siempre dispuestos a sacrificarle lospretendidos intereses de la religión y de la conciencia cuandoconsideran que este sacrificio es conveniente para su fortuna.

Si me dicen que los príncipes se creerán siempre interesadosen mantener la religión y controlar a sus ministros aunque

3 Quintiliano dice: Quiquid princpes faciunt, praecipere videtur. Los prín-cipes parece que ordenan hacer todo aquello que ellos mismos hacen.

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solo sea por política, estando interiormente desengañados, lesresponderé que es fácil convencer al soberano con un montónde ejemplos de que la religión cristiana ha sido cien veces per-judicial a otros semejantes a ellos, que el sacerdocio ha sido yserá siempre el rival de la realeza, que los sacerdotes cristia-nos son en esencia los súbditos menos sumisos; responderéque es fácil hacer notar al príncipe ilustrado su verdadero in-terés en mandar sobre un pueblo feliz., que del bienestar queél les procura es de donde dependerá su seguridad y su gran-deza; que su felicidad está ligada a la de su pueblo y que elfuturo de una nación compuesta de ciudadanos honestos yvirtuosos será mucho mejor que el futuro de una cuadrilla deesclavos ignorantes y corrompidos a los cuales es obligadoengañar para poderlos contener, y a los que hay que llenar dementiras para llegar donde se pretende.

Así pues, no perdamos la esperanza de que algún día la verdadse abrirá paso hasta el trono. Si las luces de la razón y de laciencia encuentran tantas dificultades para llegar a los prínci-pes es porque los sacerdotes interesados y los cortesanosfamélicos intentan retenerlos en una permanente niñez, lesmuestran el poder y la grandeza en quimeras y los desvían delos objetivos necesarios para su verdadera felicidad. Todo so-berano que tenga el valor por pensar por sí mismo, verá quesu poder será siempre inestable y precario mientras única-mente encuentre soporte entre los fantasmas de la religión,los errores de los pueblos y los caprichos del sacerdocio. Verálos inconvenientes de una administración fanática que hastaaquí sólo ha formado ignorantes presuntuosos, cristianos obs-tinados y también turbulentos, ciudadanos incapaces de serviral estado, pueblos imbéciles, dispuestos a recibir los estímulosde unos guías que los pierden; verá los recursos inmensos quepondrían en sus manos los bienes largamente usurpados por

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hombres inútiles, que, bajo el pretexto de instruirla, la enga-ñan y la devoran. 4

En cuenta de estas instituciones religiosas de las cuales el sen-tido común se avergüenza, que solo han servido para recom-pensar la pereza, para mantener la insolencia y el lujo, parafavorecer el orgullo sacerdotal, un príncipe firme y sabio esta-blecerá unas instituciones útiles al Estado, adecuadas parahacer brotar los talentos, para formar la juventud, recompen-sar los servicios y las virtudes, para consolar a los pueblos ypara crear ciudadanos.

Presumo, señor, que estas reflexiones me disculparán a vues-tros ojos. Únicamente pretendo la atención de aquellos que secreen interesados en los males de sus conciudadanos, no es aaquellos a los que busco convencer, no es posible probar nadaa unos hombres viciosos y sin razón. Tengo la osadía de espe-rar que dejéis de considerar peligroso mi libro y quiméricasmis esperanzas. Muchos hombres sin moral han atacado lareligión porque contrariaba sus inclinaciones, muchos sabiosla han despreciado porque les parecía ridícula, muchas perso-nas la han contemplado con indiferencia porque no han ad-vertido sus verdaderos inconvenientes: como ciudadano yo laataco porque me parece perjudicial para la felicidad del Es-tado, enemiga de los progresos del esp íritu humano, opuestaa la sana moral, de la que los intereses de la política no pue-den separarse. Solo me queda deciros con un poeta enemigo,como yo, de la superstición:

4 Algunas personas han creído que el clero podía a veces servir de freno aldespotismo, pero la experiencia nos prueba que este cuerpo ha veladosiempre si mismo. Los intereses de las naciones y de los soberanos en-cuentran que este cuerpo no es bueno realmente para nada.

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Si tibi vera videntur, Dede manus, et si falsa est, accingere con-tra Lucrecio (De rerum naturaII)

Soy, señor...etc

París 4 de mayo de 1758

1.De la necesidad de examinar la religión

y de los obstáculos que se encuentra en este examen

Un ser razonable debería proponerse en todas sus acciones lapropia felicidad y la de sus semejantes.

La religión, que todo concurre a mostrarnos como el objetomás importante para nuestra felicidad temporal y eterna, sólopresenta ventajas para nosotros en la medida en que hacenuestra existencia feliz en este mundo y que nos asegura quecumplirá las promesas engañosas que nos hace para la otravida. Nuestros deberes hacia el Dios que consideramos señorde nuestros destinos solo pueden fundamentarse sobre losbienes que esperamos o sobre los males que tememos de suparte; es necesario pues que el hombre examine los motivosde sus esperanzas y de sus temores; ha de consultar a dichoefecto la experiencia y la razón, las únicas que pueden guiarloaquí abajo; para las ventajas que la religión en el mundo visi-ble que habita podrá juzgar sobre la realidad de aquellos quele hace esperar en el mundo invisible, hacia la que le obliga adirigir la mirada.

Los hombres, la gran mayoría, solo mantienen la religión porla costumbre, nunca han examinado seriamente las razones

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que le ligan, los motivos de su conducta, los fundamentos desus opiniones: así, lo que todos consideran como lo más im-portante, ha sido siempre lo que mas han temido profundizar;siguen así los pasos que sus padres les han trazado, creenporque ellos les han dicho en su niñez que debían creer; espe-ran, porque les han dicho que debían esperar; tiemblan, por-que sus antepasados han temblado; casi nunca se han moles-tado en pensar en los motivos de su creencia.

Poquísimos hombres tienen la oportunidad de examinar o lacapacidad de considerar los objetos de su veneración habitual,de su afección poco razonada, de sus miedos tradicionales; lasnaciones siempre se ven por el torrente de la costumbre, delejemplo, del prejuicio: la educación habitúa al espíritu a lasopiniones mas monstruosas, como el cuerpo a las actitudesmas incómodas; todo lo que ha durado mucho tiempo parecesagrado a los hombres, se creerían culpables si levantasen susmiradas temerarias a cosas revestidas por el sello de la anti-güedad; prevenidos a favor de la sabiduría de sus padres notienen la presunción de examinar después de ellos; no venque el hombre ha estado siempre engañado por sus prejui-cios, por sus esperanzas y por sus temores, y que las mismasrazones le han hecho siempre imposible su examen.

El hombre corriente, ocupado en trabajos necesarios para susubsistencia, otorga una confianza ciega a aquellos que pre-tenden guiarlo, deja descansar sobre estos la preocupación depensar por él, suscribe sin dificultades todo aquello que lemandan; creería ofender a Dios si dudase un solo instante dela buena fe de los que le hablan en su nombre. Los grandes,los ricos, la gente de mundo, aunque mas ilustrados que lagente del pueblo, están interesados en conformarse a los pre-juicios recibidos, y hasta en mantenerlos; o bien, librados a la

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molicie, a la disipación y a los placeres, son totalmente inca-paces de ocuparse de una religión a la que hacen ceder de-lante de sus pasiones, de sus inclinaciones y al deseo de diver-tirse.

Durante la niñez recibimos todas las impresiones que quierendarnos, no tenemos ni capacidad ni experiencia, ni el valornecesario para dudar de lo que nos enseñan aquellos bajo ladependencia de los cuales nos pone nuestra debilidad. Du-rante la adolescencia, las pasiones fogosas, la embriaguezcontinua de nuestros sentidos nos impiden pensar en una reli-gión demasiado espinosa o demasiado triste para ocuparnosagradablemente: si por casualidad un hombre joven la ex-amina, es sin continuidad o con parcialidad; una ojeada su-perficial le quita el gusto por un objeto tan poco placentero.En la edad madura, preocupaciones diferentes, nuevas pasio-nes, ideas de ambición, de grandeza, de poder, deseo de ri-quezas, de ocupaciones continuadas, acaparan toda la aten-ción del hombre hecho o no le dejan sino breves momentospara pensar en esa religión en la cual no tiene nunca el deseode profundizar. En la vejez, las facultades entumecidas, lascostumbres identificadas con el pensamiento, los órganos de-bilitados por la edad o por la enfermedad ya no nos permitenremontarnos a las fuentes de nuestras viejas opiniones; elmiedo a la muerte que tenemos delante de los ojos tornaríapor otra parte sospechoso el examen normalmente presididopor el terror.

Así es como las opiniones religiosas, una vez admitidas, semantienen durante una larga serie de siglos; es así cómo deuna época a otra las naciones se transmiten ideas que no hanexaminado; creen que su felicidad está ligada a institucionesen las cuales un examen más maduro mostraría la fuente de la

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mayor parte de sus males. La autoridad todavía da soporte alos prejuicios de los hombres, les prohíbe el análisis, les fuerzaa la ignorancia, está siempre dispuesta a castigar a todo aquelque intente sacarles de su error.

Que no nos sorprenda, pues, si veíamos siempre el error iden-tificado con la raza humana; todo parece concurrir para eter-nizar su ceguera, todas las fuerzas se reunían para esconderlela verdad, los tiranos la detestan y le oprimen porque osa dis-cutir sus derechos injustos y quiméricos, el sacerdote la prohí-be porque reduce a nada sus pretensiones fastuosas; la igno-rancia, la inercia y las pasiones de los pueblos los tornancómplices de quienes están interesados en tenerlos bajo elyugo y en sacar partido de sus desgracias: por eso las nacionesgimen bajo males hereditarios a los cuales no piensan ponerremedio, sea por que no conocen su origen, sea porque lacostumbre les habitúa a la desgracia y les quita todo deseo dealejarla.

Si la religión es el objeto mas importante para nosotros, siinfluye necesariamente en toda la conducta de una vida, si susinfluencias se extienden no solamente a nuestra existencia eneste mundo, sino también a aquella que se promete el hom-bre a continuación, no hay sin duda nada que demande unexamen más serio de nuestra parte, asimismo, de todas lascosas, ésta es en la que los hombres muestran más creduli-dad; el mismo hombre que podría aportar el examen más se-rio en la cosa que menos toca a su bienestar, no se toma nin-guna molestia para asegurarse de los motivos que le determi-nan a creer o a hacer una de las cosas de las cuales –según supropia confesión- depende su felicidad temporal y eterna; seremite ciegamente a aquellos que la casualidad le ha dadocomo guías, descarga sobre ellos la preocupación de pensar

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por sí mismo, y llega a considerar un mérito su propia pereza ysu propia credulidad: en materia de religión, los hombres pre-sumen de mantenerse siempre en la infancia y en la barbarie.

Asimismo ha habido en todos los siglos hombres que, habién-dose librado de los prejuicios de sus conciudadanos osaronmostrarles la verdad. Pero ¿qué podía hacer su débil voz con-tra los errores mamados con la leche, confirmados por la cos-tumbre, autorizados por el ejemplo, reforzados por una polí-tica siempre cómplice de su ruina?

Los gritos imponentes de la impostura redujeron pronto alsilencio a aquellos que querían reclamar a favor de la razón.Hubo veces que mientras el filósofo intentaba inspirar valor,sus sacerdotes y sus reyes le obligaban a temblar.

El medio mas seguro de engañar a los hombres y de perpetuarsus prejuicios es engañarlos desde la infancia, entre casi todoslos pueblos modernos la educación parece tener como únicoobjetivo formar fanáticos, devotos, monjes, es decir hombresperjudiciales o inútiles para la sociedad; los príncipes mismos,comúnmente víctimas de la educación supersticiosa que se lesda, se mantienen toda la vida en la ignorancia mas grande desus deberes y de los verdaderos intereses de sus estados,imaginan que lo han hecho todo por sus súbditos si les hanllenado su espíritu de ideas religiosas, que hacen el papel debuenas leyes y dispensan a sus señores de la molesta preocu-pación de gobernarlos bien. La religión parece imaginada so-lamente para hacer a los soberanos y al pueblo igualmenteesclavos del sacerdocio; este nada mas se ocupa en ponerobstáculos continuados a la felicidad de las naciones; alládonde reina, el soberano solo tiene un poder precario y lossúbditos están desprovistos de actividad, de ciencia, de gran-

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deza de alma, de laboriosidad, en una palabra de las cualida-des indispensables para el sostenimiento de una sociedad.

Si en un estado cristiano se ve una poca actividad, si se en-cuentra alguna ciencia, si se pueden encontrar costumbressociales, es porque, a despecho de sus opiniones religiosas, lanaturaleza, siempre que puede, reconduce a los hombres a larazón y les obliga a trabajar para su propia felicidad.

Todas las naciones cristianas, si fueran consecuentes con susprincipios, deberían estar sumergidas en la más profundainercia, nuestros alrededores estarían habitados por un pu-ñado de piadosos salvajes que solo se encontrarían para per-judicarse. En efecto, ¿Por qué hay que preocuparse de unmundo que la religión nos muestra como un simple lugar depaso? ¿Cuál puede ser la laboriosidad de un pueblo al que serepite cada día que su Dios quiere que ruegue, que se aflija,que viva en el temor, que gima sin parar? ¿Cómo podría sub-sistir una sociedad compuesta de hombres a los que se hapersuadido que hay que tener fervor por la religión y que hayque odiar y destruir a sus semejantes por sus opiniones? Endefinitiva ¿Cómo se puede esperar humanidad, justicia o vir-tud de una cuadrilla de fanáticos a los que el hombre proponecomo modelo a un Dios cruel, disimulado, malvado, que secomplace en ver como brotan las lágrimas de sus desafortu-nadas criaturas, que les pone trampas y que les castiga porcaer en ellas, que ordena el robo, el crimen y la carnicería?Estos son simplemente los trazos con los que el cristianismonos pinta al Dios heredado de los judíos. Este Dios ha sido unSoldán, un déspota, un tirano al que todo le había estadopermitido; con todo, el hombre ha hecho de este Dios un mo-delo de perfección, se han perpetrado en su nombre loscrímenes mas horribles y los mas grandes desafueros han es-

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tado siempre justificados, desde el momento que se han co-metido para sostener su causa o para merecer su favor.

Así, la religión cristiana, que presume de prestar un soporteinfrangible a la moral y de presentar a los hombres los máspoderosos motivos para excitarlos a la virtud, ha sido paraellos una fuente de divisiones, de peleas y de crímenes; bajo elpretexto de buscar la paz solo les ha traído furor, odio, discor-dia y guerra; les ha proporcionado mil medios engañosos paraatormentarse, ha derramado sobre ellos plagas desconocidaspara sus padres, y el cristiano –si hubiese tenido un poco deentendimiento- habría añorado mil veces la pacífica ignoran-cia de sus antecesores idólatras.

Si las costumbres de los pueblos no han tenido ninguna ga-nancia con la religión cristiana, el poder de los reyes, de loscuales ésta se pretende el soporte, no ha tenido mayores ven-tajas; se establecieron en cada Estado dos poderes distintos,el de la religión, fundamentado sobre el mismo Dios, superócasi siempre al del soberano; este se veía forzado a conver-tirse en servidor de los sacerdotes, y cada vez que rehusabadoblegar la rodilla delante de ellos era proscrito, despojado desus derechos, exterminado por unos súbditos excitados a larevuelta por la religión o por fanáticos en las manos de loscuales ésta ponía la daga.

Antes del cristianismo, el estado era generalmente soberanodel sacerdote; desde que el mundo es cristiano, el soberanono es mas que el primer esclavo del sacerdocio, el ejecutor desus venganzas y de sus decretos.

Concluimos, pues, que la religión cristiana no tiene ningúntítulo para presumir de las ventajas que procura a la moral o ala política. Arranquémosle el velo que la cubre, remontémo-nos a sus fuentes, analicemos sus principios, sigámosla en su

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camino y encontraremos que, fundamentada en la impostura,la ignorancia y la credulidad, no ha sido ni será jamás útil sinoa los hombres que se creen interesados en engañar al génerohumano, que no parará jamás de causar los mayores males alas naciones, y que, en cuenta de facilitar la felicidad que leshabía prometido, solo sirve para embriagarles de furor, parasumirlos en el delirio y el crimen, para hacerles ignorar susverdaderos intereses y sus deseos mas santos.

2.

Historia abreviada del pueblo judío

En una pequeña comarca, casi ignorada de los otros pueblos,vivía una nación los fundadores de la cual, durante muchotiempo esclavos de los egipcios, fueron librados de su servi-dumbre por un sacerdote de Heliópolis, que por su ingenio ysus conocimientos superiores logró tener un gran ascendientesobre ellos.5

5 Maneton y Queremó, historiadores egipcios de los cuales el judío Josefonos ha trasmitido su testimonio, nos comunican que una multitud de le-prosos fueron antiguamente expulsados por el faraón Amenofis, y queestos exiliados eligieron como jefe a un sacerdote de Heliópolis de nom-bre Moisés, que les compuso una religión y les dio leyes. Véase Josefo,Contra Apión 1, 9-11, 12. Diodoro nos reporta la historia de Moisés tomo7 de la traducción del abate Tessaron. De cualquier manera, según eltestimonio de la Biblia, Moisés comenzó por asesinar a un egipcio que sehabía peleado con un hebreo, después de eso, se refugió en Arabia,donde se casó con la hija de un sacerdote idólatra que le recriminó sucrueldad De ahí, este santo hombre volvió a Egipto para sublevar su na-ción descontenta contra el rey. Reinó muy tiránicamente: el ejemplo deCoré, de Datan o de Abiron prueban que los espíritus fuertes no tenían

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Este hombre, conocido bajo el nombre de Moisés, alimentadopor la ciencia de esta región fértil en prodigios y madre de lassupersticiones, se puso a la cabeza de un tropel de fugitivos alos que persuadió de que él era el intérprete de la voluntad deDios, que conversaba con él y que recibía directamente susórdenes. Apuntaló su misión, dicen, con obras que parecieronsobrenaturales a unos hombres ignorantes de las vías de lanaturaleza y de los recursos del arte. La primera orden que lesdio de parte de su Dios fue la de robar a sus señores, a loscuales estaban a punto de abandonar. Cuando ellos se enri-quecieron de esta manera con los despojos de Egipto y seaseguró su confianza, los condujo a un desierto donde du-rante cuarenta años les avezó a la mas ciega obediencia; lesdio a conocer la voluntad del cielo, la fábula maravillosa de susantecesores, las extrañas ceremonias de las cuales el Altísimohacía depender sus favores; les inspiró, sobretodo, el odiomas venenoso contra los dioses de las otras naciones y lacrueldad mas estudiada contra aquellos los adoraban: a fuerzade mortandades y de severidad hizo de ellos unos esclavosdóciles a su voluntad, dispuestos a secundar sus pasiones,dispuestos a sacrificarse para satisfacer sus proyectos ambi-ciosos; es decir, creó los hebreos, unos monstruos de exalta-ción y ferocidad. Después de haberlos animado con este espí-ritu destructor, les mostró las tierras y las posesiones de susvecinos como la herencia que Dios mismo les había asignado.Envanecidos de la protección de Jehová,6 los hebreos marcha-

nada que hacer con él. Desapareció, como Rómulo, sin que su cuerpopudiera ser encontrado, ni le lugar de su sepultura.

6 6 Este era el nombre inefable del Dios de los judíos, que no osaban pro-nunciar. Su nombre vulgar era Adonai, que se asemeja curiosamente alAdonis fenicio. Véanse mis investigaciones acerca del despotismo orien-tal.

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ron a la victoria; el cielo autorizó para ellos la trapacería y lacrueldad; la religión, unida a la avidez ahogó en ellos los gritosde la naturaleza, y bajo la guía de sus jefes inhumanos, des-truyeron las naciones cananeas con una barbarie que repu-diaría cualquier hombre al que la superstición no haya anu-lado totalmente la razón. Su furor, dictado por el mismo cielo,no salvó ni a las criaturas de pecho, ni a los viejos débiles, ni alas mujeres encintas, en los poblados en que estos monstruospasearon sus armas victoriosas. Por orden de Dios o de susprofetas, la buena fe fue violada, la justicia ultrajada y lacrueldad ejercida.7 Bandoleros, usurpadores y asesinos, loshebreos consiguieron finalmente establecerse en un lugarpoco fértil pero que encontraron delicioso a la salida del de-sierto. Allí, bajo la autoridad de sus sacerdotes, representan-tes visibles del Dios oculto, fundaron un estado despreciadopor sus vecinos y que fue constantemente objeto de su odio.El sacerdocio, bajo el nombre de “teocracia” gobernó durantemucho tiempo este pueblo ofuscado y feroz, lograron conven-cerles de que obedeciendo a sus sacerdotes obedecían a suDios.

A pesar de la superstición, forzado por las circunstancias, elpueblo hebreo quiso finalmente tener sus reyes según el

7 Para hacernos una idea de la ferocidad judaica, leed la conducta deMoisés y las órdenes que el Dios de los ejércitos da a Samuel en el pri-mer libro de los Reyes 15, 23-24, donde este Dios da orden de extermi-nar todas las personas, sin exceptuar ni mujeres ni niños. Saúl fue remo-vido por haber ahorrado la sangre del rey de los amalecitas. David se-cundó las iras de su Dios y mantuvo hacia los amonitas una conducta querepugna a la naturaleza. Véase el libro de los Reyes 12, 31. Es este Davidel que se propones como modelo de reyes. A pesar de la revuelta contraSaúl, los bandidajes, los adulterios, la cruel perfidia contra Urías, es cali-ficado como “el hombre según el corazón de Dios”. Véase el Diccionariode Bayle, artículo “David”.

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ejemplo de otras naciones, pero en la elección de un monarcase creyó obligado a dirigirse a un profeta. Así comenzó la mo-narquía de los hebreos, los principios de ella fueron conti-nuamente mediatizados en sus empresas por sacerdotes, ins-pirados y profetas ambiciosos que crearon obstáculos sin fin aunos soberanos que no consideraban bastante sometidos asus voluntades. La historia de los judíos no nos muestra, entodos sus periodos, sino reyes ciegamente sometidos al sacer-docio o perpetuamente en guerra contra él y forzados a morirpor sus golpes.

La superstición feroz –o ridícula- del pueblo judío lo volvióenemigo del género humano y lo hizo objeto de indignación ymenosprecio: fue siempre rebelde, y siempre fue maltratadopor los conquistadores de su mezquino país. Esclavos sucesi-vamente de los egipcios, de los babilonios, de los griegos, ex-perimentó sin descanso los más duros tratos y los más mere-cidos; siempre infiel a su Dios, por la crueldad del cual, junta-mente con la tiranía de sus sacerdotes lo aborrecieron fre-cuentemente, nunca estuvo sometido a sus príncipes; estos loaplastaron inútilmente bajo un cetro de hierro, jamás consi-guieron hacerle un súbdito leal, el judío fue siempre la víctimay el sujeto del engaño de los inspirados y en sus mayores des-gracias su fanatismo tozudo, sus esperanzas insensatas y sucredulidad infatigable lo sostuvieron contra los golpes de lafortuna. Finalmente conquistada como el resto del mundo,Judea soportó el yugo de los romanos.

Objeto del menosprecio de los nuevos dominadores, el judíofue tratado duramente y con altivez por unos hombres que suley les hacía detestar de todo corazón, agraviado por la for-tuna solo se hizo más sedicioso, más fanático, más ofuscado.

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Orgullosa de las promesas de su Dios, plena de confianza porlos oráculos que en todo momento le anunciaban un bienestarque jamás tuvo, encorajinada por los exaltados o los imposto-res, que sucesivamente se burlaron de su credulidad, la naciónjudía esperó siempre un Mesías, un monarca, un libertadorque la librara del yugo bajo el cual gemía, y que la hiciera rei-nar sobre todas las otras naciones del universo.

3.

Historia abreviada del cristianismo

Fue en medio de esta nación dispuesta a hacerse alimentarcon esperanzas y quimeras donde se mostró un nuevo inspi-rado, los seguidores del cual han llegado a cambiar la faz de latierra. Un pobre judío que pretendía haber salido de la sangrede David,8 ignorado durante mucho tiempo en su país, salió desúbito de la oscuridad para hacer prosélitos. Los encuentraentre los plebeyos más ignorantes, ahí predicó su doctrina ylos convenció de que era hijo de Dios, el liberador de su na-ción oprimida, el Mesías anunciado por los profetas. Sus discí-pulos, impostores o seducidos, dieron un testimonio brillante

8 Los judíos dicen que Jesús era hijo de un soldado llamado Pandora oPantera, que sedujo a María que era una peinadora casada con un tal Jo-chanan; según otros Pandora gozó varias veces de María cuando estapensaba que mantenía relaciones con su esposo. Por ese medio quedóencinta y su marido, disgustado, se retiró a Babilonia. Otros pretendenque Jesús aprendió la magia en Egipto desde donde se trasladó paraejercer su arte a Galilea, donde murió. Véase Pfeiffer, Theol Judaicae etMahomedicae et. principia . Leipzig 1687. Otros aseguran que Jesús eraun bandolero que terminó encabezando una banda de ladrones. Véasela Gemara .

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de su poder, pretendieron que su misión había sido provocadapor milagros sin número. El único prodigio del cual no fue ca-paz, fue el de convencer a los judíos, los cuales lejos de verseafectados por sus obras benefactoras y maravillosas, lo hicie-ron morir con un suplicio infamante.

Así, el hijo de Dios murió a la vista de todo Jerusalén, pero susseguidores aseguraron que había resucitado secretamentetres días después de morir. Visible solo para ellos, invisiblepara la nación a la que había venido a iluminar y a conducir asu doctrina, Jesús resucitado conversó –dicen-algún tiempocon sus discípulos y después se volvió a subir al cielo donde,convertido en Dios como su padre, comparte con él la adora-ción y los homenajes de los seguidores de su ley. Estos, a fuer-za de acumular supersticiones y de imaginar imposturas, deforjar dogmas y de amontonar misterios, han formado poco apoco un sistema religioso, informe y desmadejado, que sellama cristianismo a partir del nombre de Cristo, su fundador.

Las diferentes naciones a las cuales los judíos estuvieron so-metidos, les habían transmitido una serie de dogmas del pa-ganismo: así la religión judía, egipcia en su origen, se adaptó alos ritos, las nociones y una serie de ideas de los pueblos conlos que los judíos estuvieron en contacto.

No hemos de sorprendernos si vemos a los judíos, y a sus su-cesores cristianos, imbuidos de nociones tomadas de los feni-cios, de los caldeos o persas, de los griegos y de los romanos.Los errores de los hombres en materia de religión tienen mu-chas semejanzas, solo parecen diferentes por sus combina-ciones. El trato de los cristianos y judíos con los griegos les dioa conocer la filosofía de Platón, tan análoga al espíritu nove-lesco de los orientales y tan conforme al espíritu de una reli-

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gión que se tomó como un deber el hacerse inaccesible a larazón.9

Pablo, el mas ambicioso y el mas exaltado de los discípulos deJesús llevó su doctrina, sazonada de lo sublime y maravilloso,a los pueblos de Grecia, de Asia y hasta a los habitantes deRoma; tuvo seguidores porque todo hombre que habla a laimaginación de unos hombres toscos, les hace compartir susintereses, y este apóstol activo puede pasar , con toda justicia,por el fundador de una religión que sin él no habría podidoextenderse por la falta conocimientos de sus ignorantes cole-gas, de los que no se separó para acabar siendo el jefe de lasecta.10

De cualquier manera que fuera el cristianismo, desde su naci-miento, se vio obligado a limitarse al común de los pueblos,solo fue abrazado por hombres de baja condición entre losjudíos y entre los paganos, gente capaz de aceptar con facili-dad las maravillas contadas.11 Un dios infortunado, víctima

9 Orígenes afirma que Celso acusaba a Cristo de haber robado muchas desus máximas a Platón. Véase Orígenes, Contra Celso 1, 6. San Agustínconfiesa que ha encontrado en Platón el comienzo del Evangelio de SanJuan. Véase San Agustín, Confesiones, libro 8 cap. 9, 10,20. Las nocionesdel Verbo son claramente platónicas; la Iglesia ha sabido sacar gran par-tido de éste filósofo, como se probará a continuación.

10 Los ebionitas o primeros cristianos consideraban a Pablo un apóstata oun hereje, porque se separaba completamente de la ley de Moisés quelos otros apóstoles solo querían transformar

11 Los primeros cristianos fueron llamados despectivamente ebionitas,palabra que significa miserables. Véase Orígenes, Contra Celso , I, II y Eu-sebio, Historia Eclesiástica, III, 37. Después se ha querido dignificar la pa-labra ebion y se le ha dado el significado de hereje. De cualquier manera,la religión cristiana debía agradar a los esclavos, excluidos de las cosassagradas o que a duras penas eran considerados personas; la religión los

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inocente de la maldad, enemigo de los ricos y de los grandesdebía ser motivo de consuelo para los desgraciados. Las cos-tumbres austeras, el menosprecio de las riquezas, la solicituddesinteresada en apariencia de los primeros predicadores delevangelio cuya ambición se limitaba a gobernar las almas, laigualdad que la religión establecía entre los hombres, la co-munidad de bienes y las ayudas mutuas que se prestaban losmiembros de esta secta, fueron cosas muy a propósito paraexcitar el deseo de los pobres y para multiplicar los cristianos.

La unión, la concordia, el afecto recíproco recomendados con-tinuamente a los primeros cristianos, debían seducir a las al-mas honestas; la sumisión al poder, la paciencia ante los pa-decimientos, la indigencia y la rudeza hicieron que esta sectanaciente no fuera considerada peligrosa por los gobernantesacostumbrados a una política de tolerancia religiosa.

Así, los fundadores del cristianismo tuvieron muchos adeptosentre el pueblo y no tuvieron por rivales, contrarios o enemi-gos sino algunos sacerdotes idólatras o judíos interesados enmantener las religiones establecidas. Poco a poco, el nuevoculto, cubierto por la tosquedad de sus adherentes y por lassombras del misterio arraigó profundamente y resultó dema-siado fuerte para ser suprimido. El gobierno romano se diocuenta demasiado tarde de los progresos de una organizaciónmenospreciada; los cristianos, ya numerosos, osaron desafiarlos dioses del paganismo hasta en sus propios templos. Losemperadores y magistrados, inquietos, quisieron acabar conuna secta que les hacía sombra; hicieron perseguir a unoshombres a los que no pudieron reconducir con dulzura y a losque el fanatismo daba tenacidad; los suplicios crearon interés

persuadió que llegaría algún día su turno y que en la otra vida serían masfelices que sus señores.

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a su favor, la persecución sirvió para ampliar su número, endefinitiva, su constancia ante los tormentos pareció sobrena-tural y divina a aquellos que fueron sus testigos. El entusiasmoles dio alas, y la tiranía solo sirvió para proporcionar nuevosdefensores a la secta que se pretendía ahogar.

Así pues que no nos alaben los maravillosos progresos del cris-tianismo; fue la religión de los pobres, anunciada por un diospobre, predicada por pobres a otros pobres ignorantes, losconsoló de su situación, sus lúgubres ideas fueron análogas alestado de ánimo de unos hombres desgraciados e indigentes.La unión y la concordia, que tanto se admira entre los prime-ros cristianos no es menos maravillosa, una secta naciente yoprimida permanece unida. Y teme separar sus intereses ¿Dequé manera en estos primeros tiempos, estando sus mismossacerdotes perseguidos y tratados como perturbadores,hubieran osado predicar la intolerancia y la persecución? Losrigores ejercidos contra los primeros cristianos, no pudieronhacerlos cambiar los sentimientos porque la tiranía irrita y elespíritu del hombre es indomable cuando se trata de opinio-nes ligadas a lo que cree su salvación. Este es el efecto indis-cutible de la persecución, Pero los cristianos a los que elejemplo de su propia secta habría podido desengañar, al finno han podido, hasta el momento presente, escapar a la lo-cura de perseguir.

Los emperadores romanos, hechos cristianos ellos mismos, esdecir, arrastrados por una corriente hecha general que lesobligó a servirse de una secta pujante, hicieron subir la reli-gión al trono, protegieron a la Iglesia y a sus ministros, quisie-ron que sus cortesanos adaptasen sus ideas, y miraron conmalos ojos a los que permanecieron fieles a la antigua reli-gión; poco a poco llegaron a prohibir su ejercicio que acabó

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por estar vedado bajo pena de muerte. Se persiguió sin consi-deraciones a los que mantuvieron el culto de sus padres, loscristianos devolvieron con usura a los paganos los males quede ellos habían recibido. El Imperio Romano se llenó de sedi-ciones causadas por el celo desmedido de los soberanos y deaquellos sacerdotes pacíficos que poco antes solo hablaban dedulzura e indulgencia. Los emperadores, políticos o supersti-ciosos, cubrieron al sacerdocio de liberalidades y beneficiosque muy pronto esa institución no agradeció; estableció suautoridad, seguidamente respetaron como divino el poderque ellos mismos habían creado. Los sacerdotes fueron des-cargados de otras funciones civiles para que estas no les dis-trajeran de su ministerio. 12

Así, los pontífices de una secta antaño humillada y oprimida sehicieron independientes; al final acabaron siendo más podero-sos que los reyes, se arrogaron incluso el derecho de man-darlos. Estos sacerdotes de un Dios de paz, casi siempre endiscordia entre ellos, transmitieron sus rencores y sus pasio-nes a sus pueblos, el universo vio sorprendido como, bajo laley de la gracia, nacían las querellas y los discordias que nohabían experimentado bajo las divinidades pacíficas que an-taño se habían repartido, sin disputa, el homenaje de los mor-tales. Tal fue el camino de una superstición, inocente en susorígenes, pero que mas tarde, lejos de procurar la felicidad alos hombres, fue para ellos manzana de discordia y germenfecundo de calamidades “Paz en la Tierra a los hombres debuena voluntad”, es así como se anuncia este evangelio, queha costado al género humano mas sangre que las otras reli-giones del mundo tomadas colectivamente. “Ama a Dios sobre

12 Véase Tillemont, la vida de Constantino, Historia de emperadores yotros príncipes, tomo IV, art, 32, pág 148

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todas las cosas, y al prójimo como ti mismo”, he aquí según ellegislador el resumen de sus deberes y a continuación vemos alos cristianos en la imposibilidad de amar a este Dios feroz,severo y caprichoso al que rinden culto, y de otro lado los ve-mos atormentar, perseguir y destruir a su prójimo y a sushermanos. ¿Por que manera de retroversión una religión quesolo respira dulzura, concordia, perdón de las injurias y sumi-sión a los soberanos, se ha convertido en una y mil veces enmotivo de discordia, de furor, de revuelta, de guerra y de loscrímenes mas negros? ¿Cómo los sacerdotes del Dios de la pazhan podido hacer servir su nombre de pretexto para perturbarla sociedad, para separar la sociedad, para autorizar los desa-fueros mas inauditos, para enfrentar a los ciudadanos o paraasesinar a los soberanos?

Para explicar todas estas contradicciones es suficiente echaruna mirada al dios que los cristianos han heredado de los ju-díos. No contentos con los colores horrorosos con que lo pintóMoisés, los cristianos todavía han desfigurado el cuadro. Loscastigos pasajeros de esta vida son los únicos de los que noshabla el legislador hebreo; el cristiano ve a su dios vengán-dose con rabia y sin mesura toda la eternidad. En una palabra,el fanatismo de los cristianos se nutre de la fastidiosa idea deun infierno, donde su dios, transformado en verdugo tan justocomo implacable saciará su sed con las lágrimas de sus criatu-ras desafortunadas y perpetuará su existencia para continuarhaciéndola eternamente desgraciada. Allá ocupado en su ven-ganza gozará con los tormentos del pecador, escuchará conplacer los gritos inútiles con los que hará resonar su mazmorrallena de brasas. La esperanza de ver acabar las penas no per-mitirá ningún descanso en los suplicios.

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En una palabra, al adoptar el dios terrible de los judíos, el cris-tianismo ha dado más valor a su crueldad, lo representa comoal tirano mas insensato, el mas falso, el mas cruel que el espí-ritu humano pueda concebir; supone que trata a sus súbditoscon una injusticia, con una barbarie verdaderamente dignasde un demonio. Por tal de convencer de esta verdad, exponenel cuadro de la mitología judía, adoptada y convertida por loscristianos en algo más extravagante

4.De la mitología cristiana, o sobre las ideas

que los cristianos tienen acerca de Dios y de su conducta

Dios, por un acto ininteligible de su poder total, hizo surgir eluniverso de la nada;13 crea el mundo para servir de morada alhombre; apenas este hombre que ha hecho a su propia ima-gen único objeto de los trabajos de su Dios ha visto la luz, elcreador lo pone en una trampa a la cual sabía que había desucumbir sin remedio. Una serpiente -que habla- seduce a lamujer que no se sorprende de este fenómeno: la mujer per-suadida por la serpiente convence a su marido para comer unfruto prohibido por el mismo Dios. Adán, padre del génerohumano, por esta falta leve hace recaer sobre él y sobre todasu posteridad inocente una multitud de males, a los que siguela muerte, sin que empero, esta sea el final de ellos. Por la

13 Los antiguos científicos consideraban como un axioma que de la nada nosale nada. La creación, tal como los cristianos la admiten hoy, es decir,salida de la nada, es una invención teológica bastante moderna. La pala-bra barah que utiliza el Génesis significa “hacer, ordenar, disponer unamateria preexistente”.

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ofensa de uno solo hombre la raza humana entera se con-vierte en objeto de la ira celestial; es castigada por su ceguerainvoluntaria con el Diluvio Universal. Dios se arrepiente dehaber creado este mundo y encuentra mas fácil ahogar y des-truir la especie humana que cambiar sus sentimientos. Unpequeño numero de justos, a pesar de todo, se libra de estacalamidad, pero la tierra sumergida y el género humano des-truido no son suficientes para su venganza implacable Unaraza nueva aparece y, aunque salida de los amigos de Dios,que él ha salvado del naufragio del mundo, esta raza comienzaa irritarlo nuevamente con otros desaguisados; jamás el To-dopoderoso consigue que su criatura se vuelva tal como éldesea. Una nueva corrupción se adueña de las naciones, nue-va cólera por parte Jehová. Finalmente, parcial en su ternura yen su preferencia pone sus ojos en un asirio idólatra, hace unaalianza con él, le promete que su descendencia, multiplicadacomo las estrellas del cielo o las arenas del mar, gozará siem-pre del favor de su Dios. A esta raza escogida le revela sus vo-luntades, para ella se rompe cien veces el orden que habíaestablecido para la Naturaleza; es por ella que es injusto, quedestruye naciones enteras. Aun así esta raza favorita no esmas feliz ni mas ligada a su Dios, acude constantemente a Dio-ses extranjeros, de los cuales espera unos socorros que el su-yo le rehúsa; ofende a este Dios que la puede exterminar.

Tan pronto este Dios la castiga como la consuela, tan pronto ladetesta sin motivos como la ama sin mas razón. En definitiva,viéndose incapaz de reconducir hacia él a este pueblo per-verso, al que quiere obstinadamente, le envía a su propio hijo.Este hijo no es escuchado en absoluto. ¿Qué digo? Este hijoestimado, igual a Dios, su padre, es conducido a la muerte porun pueblo objeto de la ternura obstinada de su padre que seve incapaz de salvar al género humano sin sacrificar su hijo.

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Así, un Dios inocente se convierte en la víctima inocente de unDios justo al que ama, los dos consienten en extraño sacrificio,juzgado necesario por un Dios que sabe que será inútil parauna nación endurecida que no cambiará. ¿La muerte de unDios, inútil para Israel servirá al menos para expiar los pecadosdel género humano?

A pesar de la eternidad de la alianza, jurada solemnementepor el Altísimo, y tantas veces renovada con sus descendien-tes, la nación predilecta se encuentra finalmente abandonadapor su Dios que no ha podido reconducirla hacia él. Los méri-tos de los padecimientos y de la muerte de su hijo se aplican aunas naciones que antes estaban excluidas de sus favores;estas se reconcilian con el cielo que se vuelve de ahora enadelante mas justo con ellas, el género humano se encuentranuevamente en estado de gracia. También y a pesar de losesfuerzos de la divinidad sus favores son inútiles y los hom-bres continúan pecando, no cesan de encender la cólera di-vina y de hacerse acreedores de los castigos eternos destina-dos al mayor número de ellos.

Esta es la historia fiel sobre la cual descansa el cristianismo.Después de una conducta tan extraña, tan cruel, tan contrariaa toda razón, ¿es por ventura sorprendente ver que los ado-radores de este Dios no tienen ni idea de sus deberes, quedesconocen la justicia, que pasan por encima de los senti-mientos de humanidad, que se esfuerzan en su entusiasmopor asimilarse a la divinidad bárbara que adoran y que tomanpor modelo? ¿Qué indulgencia tiene derecho a esperar elhombre de un Dios que no ha ahorrado dolores a su hijo?¿Qué indulgencia tendrá el hombre cristiano, persuadido deesta fábula, para su semejante? ¿Quizás no pueda imaginar

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que la manera más segura de complacerle es siendo tan ferozcomo él? 14

Al menos es evidente que los seguidores de un Dios semejantehan de tener una moral incierta, con unos principios sin fir-meza. En efecto, este Dios no es siempre injusto o cruel, suconducta varía, tan pronto crea la naturaleza entera para elhombre, como parece que ha creado a este mismo hombresolo para ejercer sus furores; tan pronto la ama a pesar de susfaltas como condena a la especie humana a la desgracia poruna manzana. En definitiva, este Dios inmutable se ve alterna-tivamente agitado por el amor y por la cólera, por la venganzay por la piedad, por la benevolencia y por el rencor; jamásvemos en su conducta la uniformidad que caracteriza la sabi-duría. Parcial en su afecto por una nación menospreciable ycruel sin razón para el resto del género humano, ordena elengaño, el robo, el asesinato y hace que su pueblo queridoconsidere un deber cometer, sin vacilar, los más horripilantescrímenes, violar la buena fe y menospreciar el derecho degentes.

Le vemos, en otras ocasiones, prohibir estos mismos críme-nes, ordenar la justicia y prescribir a los hombres que se abs-tengan de lo que perturba el orden de la sociedad. Este Dios,que se dice a veces Dios de la venganza, Dios de la misericor-dia, Dios de los ejércitos y Dios de la paz, tan pronto tiene fríocomo calor; en consecuencia hace a cada uno de sus adorado-res señor de la conducta que ha de tener y por eso su moral

14 Nos ponen la muerte del hijo de Dios como prueba indudable de su bon-dad, pero ¿no es una prueba de su ferocidad, de su venganza implacable,de su crueldad? Un buen cristiano, a la hora de morir decía “que él nohabía podido concebir nunca que un Dios bueno hubiera hecho morir aun Dios inocente para aplacar a un Dios justo”.

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deviene arbitraria. ¿Es sorprendente, después de eso, que loscristianos no hayan podido ponerse de acuerdo entre ellossobre si era más conforme a los ojos de Dios mostrar indul-gencia a los hombres o exterminarlos por su opinión? En unapalabra, para ellos es un problema saber si es mas convenien-te degollar o asesinar a los que no piensan como ellos o biendejarlos en paz y mostrarles su humanidad. Los cristianos nocesan de justificar a su Dios de la extraña conducta y tantasveces injusta, que vemos escrita en sus libros sagrados. EsteDios, nos dicen, señor absoluto de sus criaturas, puede dispo-ner a su antojo sin que el hombre pueda, por eso, acusarlo deinjusticia ni pedirle cuenta de sus acciones: su justicia no es ladel hombre, este no tiene el derecho de criticar. Es fácil ver lainsuficiencia de esta respuesta. En efecto, los hombres, atri-buyendo la justicia a su Dios no pueden hacerse la idea deesta virtud sino suponiéndole semejanza por sus efectos, a lajusticia de sus congéneres. Si Dios no es justo como los hom-bres ya no podemos saber de que manera lo puede ser, y leatribuimos una cualidad de la que no tenemos la menor idea.Si se nos dice que Dios no debe nada a sus criaturas, lo supo-nemos un tirano que no tiene más regla que sus caprichos.Que no puede ser desde ese momento el modelo de nuestrajusticia, que no tiene más relación con nosotros, visto quetodas las relaciones deben ser recíprocas. Si Dios no debe na-da a sus criaturas ¿cómo le podemos nosotros deber cualquiercosa? Si como nos repiten sin descanso, los hombres no sonsino “arcilla en las manos del alfarero” no puede haber rela-ción moral entre los unos y el otro. Ahora bien, sobre estasrelaciones se fundamenta cualquier religión que suponga queDios ha de recompensar a los hombres por el bien y casti-garlos por el mal que hagan. No paran de decirnos que es enla otra vida donde se mostrará la justicia de Dios; admitido eso

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no podemos decirle justo en esta vida, donde vemos tan con-tinuamente la virtud oprimida y el vicio recompensado. Mien-tras este estado de cosas no cambie, no estaremos en dispo-sición de atribuir justicia a un Dios que se permite, al menosdurante esta vida –la única sobre la que podemos juzgar- in-justicias pasajeras que supuestamente reparará algún día.Pero ¿esta suposición no es, por fuerza, gratuita por sí misma?Y si este Dios ha podido consentir así una injusticia en unaocasión ¿por qué habríamos de suponer que no lo hará tam-bién más tarde?

¿Cómo –por otro lado- se puede conciliar una justicia tan pro-pensa a desmentirse con la inmutabilidad de este Dios? Loque se acaba de decir sobre la justicia de Dios también sepuede aplicar a la bondad que le atribuyen y sobre la que loshombres fundamentan los deberes que tienen en relación conél. En efecto, si este Dios es todopoderoso, si es el autor detodas las cosas, si no se hace nada sin su permiso ¿Cómo po-demos atribuirle bondad en un mundo en el que sus criaturasestán expuestas a males continuados, a enfermedades crue-les, a revoluciones físicas y morales y en definitiva a la muer-te? Los hombres solo pueden atribuir bondad a Dios sobre losbienes que reciben, desde el momento que padecen el mal,este Dios no puede ser bueno para ellos. Los teólogos ponen acubierto la bondad de Dios, negando que él sea el autor de losmales, que atribuyen a un genio maléfico, copiado del zoroas-trismo, que está continuamente ocupado en perjudicar algénero humano y a frustrar las intenciones favorables de laprovidencia sobre él.

Dios, nos dicen estos autores, no es el autor del mal, solo lopermite. ¿No ven que para nosotros es lo mismo cometer elmal que tolerarlo un Dios que podría evitarlo? De otro lado, si

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la bondad de Dios ha podido contradecirse un instante, no sevolverá a contradecir siempre?. Para acabar, en el sistemacristiano ¿Cómo se puede conciliar con la bondad de Dios ocon su sabiduría, la conducta muchas veces bárbara o lasórdenes sanguinarias que los libros santos le atribuyen?¿Cómo puede un cristiano atribuir la bondad a un Dios que hacreado a la mayoría de los hombres para la condenación eter-na? Se nos dirá sin duda, que la conducta de Dios es para no-sotros un misterio impenetrable, que no tenemos derecho aexaminarla, que nuestra débil razón se perdería cada vez quequisiésemos sondear las razones de la sabiduría divina, quehay que adorarlo en silencio sometiéndonos temblando a losoráculos de un Dios que no da a conocer sus voluntades sino asi mismo: nos cierran la boca diciendo que la divinidad se harevelado a los hombres

5.

Sobre la revelación

¿Cómo sin el recurso de la razón, podemos saber si es verdadque la divinidad ha hablado? Pero, por otro lado ¿No ha pros-crito la religión cristiana la razón? ¿No nos prohíbe su uso enel examen de los maravillosos dogmas que nos presenta? ¿Noclama continuamente contra una razón profana, a la que acu-sa de insuficiencia, y que siempre contempla como una formade revuelta contra el cielo? Antes de poder juzgar sobre larevelación divina, sería necesario tener una idea justa de ladivinidad. Pero ¿de dónde sacar una idea si no es de la mismaRevelación, teniendo en cuenta que nuestra razón es dema-siado débil para elevarse al conocimiento del Ser Supremo?

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Así, la revelación misma nos probará la autoridad de la revela-ción. A pesar de este círculo vicioso, abrimos los libros quehan de iluminar-nos y a los cuales debemos someter nuestrarazón. ¿Allí encontramos ideas precisas sobre este Dios quenos anuncian los oráculos? Sabremos a que atenernos res-pecto de sus atributos? ¿Este Dios no es un manojo de cuali-dades contradictorias que forman un enigma inexplicable? Sicomo se supone ésta revelación proviene de Dios mismo,¿cómo confiarse al dios de los cristianos, al que se pinta comoinjusto, falso, disimulado, que pone trampas a los humanos,que se complace en seducirlos, en cegarlos, en volverlos in-sensibles, que da señales engañosas, que extiende sobre ellosun espíritu de vértigos y de error?15

Así, desde los primeros pasos, el hombre que quiere asegu-rarse sobre la revelación divina, cae en la desconfianza y en laperplejidad; no sabe si el Dios que le ha hablado tiene la in-tención de engañarlo, como ha hecho con tantos otros segúnsu propia confesión; por otro lado ¿No le es obligado pensarlocuando ve las disputas interminables de sus guías sagrados,que nunca han podido ponerse de acuerdo sobre la manerade entender los precisos oráculos con los que la divinidad seha explicado?

15 Nos ponen la muerte del hijo de Dios como prueba indudable de su bon-dad, pero ¿no es una prueba de su ferocidad, de su venganza implacable,de su crueldad? Un buen cristiano, a la hora de morir decía “que él nohabía podido concebir nunca que un Dios bueno hubiera hecho morir aun Dios inocente para aplacar a un Dios justo”.

En la Escritura y en los Padres de la Iglesia, Dios está siempre representadocomo un seductor. Permite que Eva sea seducida por una serpiente, en-durece el corazón del Faraón, Jesús es un “problema”. Estos son los pun-tos de vista bajo los que se muestra la divinidad.

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Las incertidumbres y los temores de la persona que examinade buena fe la revelación adoptada por los cristianos ¿No seredoblarán cuando vea que su Dios solo ha pretendido darse aconocer a algunos seres predilectos, mientras que ha queridocontinuar oculto para el resto de los mortales, para los cualesesa revelación era asimismo necesaria? ¿Cómo sabrá si noestá él también entre los cuales, el Dios parcial, no ha queridodarse a conocer? ¿Su corazón no se turbará a la vista de unDios que solo consiente en mostrarse y anunciar sus decretosa un número de personas muy reducido si lo comparamos contoda la especie humana? ¿No tendrá la tentación de acusar aeste Dios de una negra malicia, viendo que el hecho de nohaberse manifestado a tantas naciones ha causado, necesa-riamente, su pérdida durante un largo número de siglos?¿Qué idea puede formarse de un Dios que ha castigado a mi-llares de hombres por haber ignorado unas leyes secretas, queél mismo solo ha publicado a escondidas, en un rincón oscuroe ignorado de Asia?

Así, cuando el cristiano consulta al final los libros sagrados,todo debe conspirar para ponerlo en guardia contra el Diosque le habla, todo le inspira desconfianza contra su caráctermoral, todo se vuelve inseguridad acerca de él; su Dios, deacuerdo con los intérpretes de su pretendida voluntad, pareceque ha concebido el proyecto para aumentar las tinieblas desu ignorancia. En efecto, para eliminar sus dudas se le diceque las voluntades reveladas son misterios, es decir cosas in-accesibles para el espíritu humano. En este caso ¿Qué hay quedecir? ¿Se habría manifestado Dios a los hombres para no sercomprendido? ¿No es esta una conducta tan ridícula comoinsensata? Decir que Dios solo se ha revelado para anunciarmisterios, es igual a decir que Dios solo se ha revelado parapermanecer desconocido, para ocultarnos sus caminos, para

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desviar nuestro espíritu, para aumentar nuestra ignorancia ynuestras incertidumbres. Una revelación verdadera, que vi-niese de un Dios justo y bueno y que fuese necesaria para to-dos los hombres, debería ser lo bastante clara para ser escu-chada por todo el género humano. ¿La revelación sobre la cualse fundamentan el judaísmo y el cristianismo está en ese ca-so? Los elementos de Euclides son inteligibles para todosaquellos que quieren entenderlo, su obra no provoca disputasentre los geometras. ¿Es tan clara la Biblia y las verdades re-veladas no originan disputas entre los teólogos que las anun-cian? ¿Porqué fatalidad las Escrituras, reveladas por la divinamisma, necesitan todavía comentarios y demandan luces delcielo para ser creídas una vez escuchadas? ¿No es sorpren-dente que aquello que ha de servir para hacer de guía a loshombres, no sea comprendido por ninguno de ellos? ¿No esuna crueldad que aquello que es lo mas importante para ellos,sea lo menos conocido? Todo son misterios, tinieblas, incerti-dumbres, materia de disputas, en una religión anunciada porel Altísimo para iluminar al género humano.

El Antiguo y el Nuevo Testamento conteniendo verdadesesenciales para los hombres no son comprendidos, cada unolos entiende de manera diferente, y los teólogos no estánjamás de acuerdo en la manera de interpretarlos. Poco con-formes con los misterios contenidos en los libros sagrados, sehan inventado de siglo en siglo otros que sus seguidores estánobligados a creer, siendo que su fundador y su Dios no handicho una palabra al respecto. Ningún cristiano puede dudarde los misterios de la Trinidad o de la Encarnación, ni de laeficacia de los sacramentos aunque Jesucristo no dio ningunaexplicación sobre estas cosas. En la religión cristiana todo pa-rece abandonado a la imaginación, a los caprichos, a las deci-siones arbitrarias de sus ministros, que se arrogan el derecho

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de forjar misterios y artículos de fe, según sus intereses lodemanden.

Es así como esta revelación se perpetúa por medio de la Igle-sia, que se pretende inspirada por la divinidad y que, bien le-jos de iluminar el espíritu de sus hijos, no hace más que con-fundirlos y sumergirlos en un mar de incertidumbres. Estosson los efectos de la revelación que sirve de base al cristia-nismo y sobre cuya realidad no se permite dudar. Dios –nosdicen-ha hablado a los hombres; pero ¿cuándo ha hablado?Ha hablado hace millares de años, a unos hombres escogidosque ha transformado en sus portavoces: pero ¿cómo pode-mos asegurarnos de que es verdad que este Dios ha hablado,si no es acudiendo al testimonio de los mismos que afirmanhaber recibido sus órdenes? Estos intérpretes de las volunta-des divinas son, pues, hombres; pero los hombres ¿no estánsujetos a engañarse ellos mismos y a engañar a otros? ¿Cómo,pues, sabremos si podemos confiar en los testimonios queestos portavoces del cielo dan de ellos mismos? ¿Cómo po-dremos saber si no han sido víctimas de una imaginación de-masiado viva o de alguna ilusión? ¿Cómo podemos descubrirhoy si es verdad que aquel Moisés habló con su Dios y recibióde él la Ley del pueblo judía hace millares de años? ¿Cuál erael temperamento de aquel Moisés? ¿Era flemático o entu-siasta, sincero o falso, ambicioso o desinteresado, verídico oembustero? ¿Podemos fiarnos del testimonio de un hombreque, después de haber hecho tantos milagros, no pudo nuncadesengañar a su pueblo de la idolatría, y que después dehaber hecho pasar cuarenta y siete mil israelitas por el filo dela espada, tiene la osadía de decir que es “el más dulce de loshombres”? Los libros atribuidos a Moisés, que dan cuenta detantos hechos que pasaron en su entorno ¿Son realmenteauténticos? En definitiva ¿qué prueba tenemos de su misión,

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fuera del testimonio de unos miles de israelitas, groseros ysupersticiosos, ignorantes y crédulos, que posiblemente fue-ron las víctimas de un legislador feroz, siempre dispuesto aexterminarlos, o que no tuvo conocimiento de lo que había deescribirse más tarde a cuenta de aquel famoso legislador?¿Qué prueba nos da la religión cristiana de la misión de Jesu-cristo? ¿Conocemos su carácter y su temperamento? ¿Quégrado de confianza podemos otorgar al testimonio de susdiscípulos, que, según su propia confesión, fueron unos hom-bres groseros y faltos de conocimientos, y por lo tanto suscep-tibles de dejarse ilusionar por los artificios de un hábil impos-tor? El testimonio de las personas más instruidas de Jerusalén¿No habría de ser más valorado para nosotros que el de algu-nos ignorantes que son generalmente víctimas de quien lesquiere engañar?

Eso nos conduce ahora a examinar las pruebas sobre las quese fundamenta el cristianismo.

6.Sobre las pruebas de la religión cristiana,

de los milagros, de las profecías y de los martirios

Hemos visto en los capítulos precedentes los motivos legíti-mos que tenemos para dudar de la revelación hecha a los ju-díos y a los cristianos; por otro lado, en este punto del cristia-nismo no tiene ninguna ventaja sobre las otras religiones delmundo, todas las cuales, a pesar de sus desacuerdos, se dicenemanadas de la divinidad y pretenden tener el derecho exclu-sivo de sus favores. El hindú asegura que el mismo Brahma esel autor de su culto. El escandinavo recibía el suyo del temible

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Odin. Si el judío y el cristiano ha recibido el suyo de Yaveh porel ministerio de Moisés y de Jesús, el mahometano asegurahaberlo recibido de su profeta inspirado por el mismísimoDios, así todas las religiones se dicen emanadas del cielo, to-das prohíben la utilización de la razón para examinar sus dere-chos sagrados, todas se pretenden verdaderas excluyendo alas otras, todas amenazan con la ira de los cielos a aquellosque rehúsen someterse a su autoridad; en fin, todas tienen unaire de falsedad por las contradicciones palpables de queestán llenas, por las ideas informes, oscuras y siempre odiosasque dan de la divinidad, por las leyes extrañas que le atribu-yen, por las disputas que provocan entre sus seguidores; endefinitiva, todas las religiones que vemos sobre la tierra nonos muestran sino una madeja de imposturas y de sueños querevuelven por igual la razón. Así, del lado de sus pretensiones,la religión cristiana no tiene ninguna ventaja sobre las otrassupersticiones de que el universo está infestado y su origencelestial se ve contestado por todas las otras con tanta razóncomo ella contesta el de aquellas.

¿Cómo se puede decidir entonces en su favor? ¿Por dónde sepuede probar el valor de sus derechos? ¿Tiene algunos carac-teres distintivos que la hagan merecedora de la preferencia ycuáles son? ¿Nos hace conocer mejor que las otras la esenciay la naturaleza de la divinidad? ¡Helo aquí! No hace sino vol-verla mas inconcebible, solo nos muestra un tirano capri-choso, las fantasías del cual son a veces favorables pero casisiempre desfavorables para los humanos ¿Vuelve mejores alos hombres? ¡Ah! Vemos que andan por todos los lados divi-didos, los enfrenta, los hace intolerantes, les obliga a ser ver-dugos de sus hermanos. ¿Hace más poderosos y pujantes a losimperios? ¿Donde reina no vemos como los pueblos, sojuzga-dos, faltos de vigor, de energía, de actividad, se estancan en

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un vergonzoso letargo y no tienen idea verdadera de la moral?¿Cuales son entonces los signos por los cuales se ve la supe-rioridad del cristianismo sobre otras religiones? Son -nos di-cen- los milagros, las profecías y los mártires. ¡Pero yo veomilagros profecías y mártires en todas las religiones del mun-do! Veo que hay por todo el mundo hombres más instruidos ymás astutos que el pueblo común, que lo engañan con su as-cendiente y lo encandilan con unas obras que cree so-brenaturales porque ignora los secretos de la Naturaleza y losrecursos del arte.

Si el judío me cita los milagros de Moisés yo veo estas preten-didas maravillas operadas a los ojos del pueblo más ignorante,más estúpido, más abyecto y más crédulo, el testimonio delcual no tiene ningún peso para mí. Por otro lado puedo sospe-char que los milagros han sido insertados en el texto sagradode los hebreos mucho tiempo después de la muerte de aque-llos que los hubiesen podido desmentir.

Si el cristiano me cita Jerusalén y el testimonio de todo Galileapara probarme los milagros de Jesucristo, todavía no veo másque una plebe ignorante para darme testimonio, o bien pre-gunto como fue posible que un pueblo entero, testigo de losmilagros del su Mesías consintiera su muerte e incluso la de-mandara con urgencia. ¿El pueblo de Londres, de París, tole-raría que se llevase a la muerte delante de sus ojos, un hom-bre que hubiese resucitado a muertos, devuelto la vista a cie-gos, curado a los cojos, o sanado a los paralíticos? Si los judíospidieron la muerte de Jesús todos esos milagros quedan anu-lados para todos los hombres no predispuestos a desdeñar larazón.

Por otro lado, ¿no es posible oponer a los milagros de Moisés,de la misma manera que a los de Jesús, los que Mahoma rea-

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lizó a los ojos de los pueblos de la Meca y de Arabia reunidos?El efecto de los milagros de Mahoma tuvo la virtud de con-vencer a los árabes de su divinidad. Los milagros de Jesús noconvencieron a nadie de su misión: San Pablo mismo, que re-sultó el más ardiente de sus discípulos, no resultó convencidopor unos milagros que en su tiempo tenían tantos testigos ynecesitó un milagro especial para convencer su espíritu. ¿Conque derecho queremos, pues, hacer creer hoy en unas mara-villas que no eran creídas en el mismo tiempo de los Apósto-les, es decir, poco tiempo después de su realización?

Que no se nos diga que los milagros de Jesús están tan bientestificados como algunos hechos de la vida profana y quedudar de ellos es tan ridículo como dudar de la existencia deEscisión o de Cesar, en las cuales solo creemos por el testimo-nio de los historiadores. La existencia de un hombre, de ungeneral del ejército, de un héroe, no es increíble, no pasa lomismo con los milagros.16 Damos crédito a los hechos verosí-miles relatados por Tito Livio mientras que rechazamos, conmenosprecio, los milagros que nos cuenta. Un hombre reúnesiempre la más estúpida credulidad con los talentos más dis-tinguidos, el cristianismo mismo nos facilita innumerablesejemplos. En materia de religión todos los testimonios sonsospechosos. El hombre con más luces ve malamente cuandoes transportado por el entusiasmo, cegado por el fanatismo oseducido por su imaginación. Un milagro es una cosa imposi-ble. Dios no sería inmutable si cambiase el orden de la natu-raleza. Se nos dirá –puede ser-que sin cambiar el orden de las

16 Un hecho sobrenatural demanda, para ser creído testimonios mas fuer-tes que un hecho que no sea contrario a lo verosímil. Es fácil creer quehaya existido Apolunio de Tiana; mas arriba me he referido a Filostrato,quien decía que Apolonio hacía milagros. Creo sin dificultad que Jesu-cristo haya muerto, pero no puedo creer que haya resucitado.

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cosas, Dios, o sus favoritos, pueden encontrar en la naturalezarecursos desconocidos para los otros hombres, pero entoncessus obras no serían sobrenaturales y no tendrían nada de ma-ravillosas. Un milagro es un efecto contrario a las leyes cons-tantes de la naturaleza, por consiguiente Dios mismo, sin per-judicar su sabiduría, no puede hacer milagros. Un hombresabio que viese un milagro tendría el derecho de dudar si ha-bía visto bien, debería examinar si el efecto extraordinario queno comprende no se debe a alguna causa natural de la cualignorase la manera de actuar. Pero concedamos por un ins-tante que los milagros sean posibles y que los de Jesús seanverdaderos o que, al menos, no han sido insertados en losevangelios demasiado tiempo después del momento que serealizaron. ¿Los testimonios que nos han transmitido los após-toles que los han visto son bien dignos de fe y su testimoniono es recusable? ¿Los testigos estaban suficientemente prepa-rados? Según los mismos cristianos eran hombres de escasasluces, extraídos de los mas bajo del pueblo y en consecuenciacrédulos e incapaces de examinar las cosas. ¿Estos testimo-nios eran desinteresados? No, tenían el interés más grande ensostener los hechos maravillosos que probaban la divinidad desu maestro y la verdad de la religión que deseaban establecer.¿Estos mismos hechos fueron confirmados por los historiado-res contemporáneos? Ninguno de ellos ha hablado ni siquieraen una ciudad tan supersticiosa como Jerusalén, no se ha en-contrado un solo judío ni un solo pagano que hayan oídohablar de los hechos mas extraordinarios y mas divulgados dela historia. Solo son los cristianos los que atestiguan los mila-gros de Cristo. Quieren que creamos que a la muerte del hijode Dios la Tierra tembló, que el Sol se eclipsó, que los muertossalieron de la tumba.

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¿Cómo puede ser que unos sucesos tan extraordinarios solofueran remarcados por algunos cristianos? ¿Fueron ellos losúnicos que se dieron cuenta? Quieren que creamos que Cristoresucitó; se nos cita como testigos a unos apóstoles, unas mu-jeres, unos discípulos. Una aparición solemne, hecha en unaplaza pública ¿no habría sido más decisiva que todas esas apa-riciones clandestinas hechas a hombres interesados en formaruna nueva secta? La fe cristiana está fundamentada, segúnsan Pablo, en la resurrección de Jesús, era necesario, pues,que este hecho fuera probado a las naciones de la maneramás clara e indudable17. ¿No se puede acusar de malicia alsalvador del mundo por no mostrarse más que a sus discípulosy favoritos? ¿Es que no quería que todo el mundo creyese enél? ¿Los judíos –nos preguntamos- por llevar a Jesús a lamuerte, merecieron ser privados? Pero entonces ¿Por qué losapóstoles les predicaron el evangelio? ¿Podían esperar máscredibilidad a sus relatos que a sus propios ojos?

Para el resto los milagros solo parecen inventados para suplirlos buenos razonamientos; la verdad, la evidencia, no tienennecesidad de milagros para hacerse adoptar ¿No es muy sor-prendente que la divinidad encuentre más sencillo alterar elorden de la naturaleza que enseñar a los hombres verdadesclaras, adecuadas para convencer, capaces de arrancarles suasentimiento? Los milagros solo se han inventado para probara los hombres cosas imposibles de creer; no serían necesariosmilagros si se les hablase razonablemente. Así, son cosas in-

17 Los basilianos y los cerintianos, movimientos heréticos de los primerostiempos del cristianismo, sostenían que Jesús no había muerto y queSimón de Cirene fue crucificado en su nombre. Véase Epiphan, haer, Cáp28. He aquí que desde el mismo nacimiento de la Iglesia unos hombrespusieron en duda la muerte y en consecuencia la resurrección de Jesús¿Y nosotros vamos a creerlo ahora?

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creíbles las que sirven para probar otras cosas increíbles. Casitodos los impostores que han traído religiones al pueblo lehan anunciado cosas improbables, seguidamente han hechomilagros para obligarles a creer las cosas que anunciaban. “Nopodéis –les han dicho- comprender lo que os digo, pero ospruebo que lo que digo es cierto haciendo delante de vuestrosojos cosas que no podéis comprender”. Los pueblos se hanconformado con estas razones; La pasión por lo maravillosoles ha impedido siempre razonar, no vieron que los milagrosno podían probar las cosas imposibles ni cambiar la esencia dela verdad. Cualquiera de las maravillas que pueda hacer elhombre, o si se quiere el mismo Dios, jamás probarán que dosy dos no son cuatro y que tres solo hacen uno; o que un serinmaterial y desprovisto de órganos haya hablado a los hom-bres, que un ser justo, bueno y sabio hay podido ordenar lo-curas, injusticias, crueldades etc. Podemos ver así que los mi-lagros no prueban sino la destreza y la impostura de quienesdesean engañar a los hombres para confirmar sus mentirasanunciadas. Y la credulidad estúpida de los seducidos por es-tos impostores. Estos últimos han comenzado por mentir, pordar falsas ideas de la divinidad y por pretender que han tenidocomercio íntimo con ella, y con tal de probar estas maravillasincreíbles hacían obras increíbles que atribuyen a la omnipo-tencia del ser que los enviaba. El hombre que hace milagrosno tiene verdades que probar sino mentiras que apoyar. Laverdad es simple y clara, la maravilla anuncia siempre la false-dad. La naturaleza es siempre es verdadera, actúa por leyesque no se desmienten jamás., Decir que Dios hace milagros esdecir que él mismo se contradice, que desmiente que él mis-mo ha dado a la naturaleza, que vuelve inútil la razón humanade la que él es su autor. Solo los impostores nos pueden pedirque renunciemos a la experiencia y renunciemos a la razón.

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Así, los pretendidos milagros que el cristianismo nos cuentasolo tienen por base –como todas las otras religiones- la cre-dulidad de los pueblos, su entusiasmo, su ignorancia y la des-treza de los impostores.

Lo mismo podemos decir de las profecías. Los hombres handeseado siempre conocer el porvenir; en consecuencia, en-contraron hombres dispuestos a servirlos. Vemos adivinado-res, encantadores, profetas en todos los pueblos de la Tierra.Los judíos no fueron, en este punto, más favorecidos que lostártaros, los negros, los salvajes y todos los otros pueblos de latierra, todos los cuales han poseído sus impostores prepara-dos para engañarlos a cambios de regalos. Estos hombres ma-ravillosos debieron de comprender bien pronto que sus orá-culos debían de ser vagos y ambiguos para no ser desmenti-dos por los efectos. No nos sorprendamos si las profecías jud-ías son oscuras y de naturaleza tal que permitan encontrartodo lo que se busque. Las que los cristianos atribuyen a Jesu-cristo no son vistas de la misma manera por los judíos, quetodavía esperan al mesías que los cristianos creen llegadohace dieciocho siglos.18 Los profetas del judaísmo han anun-ciado siempre a esta nación inquieta y descontenta un libera-dor que era igualmente esperado por los romanos y por todaslas naciones del mundo. Todos los hombres, por una inclina-ción natural esperan el fin de sus infortunios y creen que laprovidencia no puede dejar de hacerlos mas afortunados. Losjudíos, más supersticiosos que los otros pueblos, basándoseen la promesa de su Dios, han debido esperar siempre unconquistador o un monarca que cambiara la suerte de su pue-blo y los sacara del oprobio.

18 Recordemos que Holbach escribía esto en el siglo XVIII (N. del T.)

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¿Cómo puede verse este libertador en la persona de Jesús, eldestructor y no el restaurador de la nación hebrea, la cual,después de él, no gozó más del favor de Dios? No faltará quiendiga que la destrucción del pueblo judío y su dispersión habíansido predichas y que aportan una prueba convincente de lasprofecías cristianas. Contesto que era fácil predecir la disper-sión y la destrucción de un pueblo siempre inquieto, turbu-lento y rebelde a sus dominadores, siempre dividido por lasdisputas internas; por otro lado este pueblo fue siempre con-quistado y dispersado; el templo destruido por Tito lo habíasido antes por Nabucodonosor, que condujo a las tribus cauti-vas a Asiria y las repartió por sus estados. Nos fijamos en ladispersión de los judíos y no en la de los otros pueblos con-quistados porque estos, al cabo de algún tiempo, se han con-fundido siempre con la nación conquistadora, mientras quelos judíos no se mezclan con las naciones entre las que habi-tan y permanecen siempre distintos. ¿No sucede eso con losparsis de Persia y del Indostaní, así como los armenios queviven en países mahometanos? Los judíos permanecen disper-sos porque son insociables, intolerantes y ciegamente ligadosa sus supersticiones.19

Los cristianos no tienen razón para presumir del cumplimientode las profecía contenidas en los mismos libros de los judíos,ni para considerarse superiores a aquellos a los que ven comoconservadores de los derechos de una religión a la que abo-rrecen. Judea estuvo siempre sometida a los sacerdotes quetuvieron una influencia muy grande sobre los asuntos del Es-

19 Las Actas de los Apóstoles prueban evidentemente que ya antes deJesucristo los judíos estaban dispersos en otras naciones; acudían dePersia, Grecia, Arabia, etc. A Jerusalén para la fiesta de Pentecostés.Véase Actas 2, 8. Así después de Jesús solo los habitantes de Judea fue-ron dispersados por los romanos.

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tado, se mezclaron en la política y predijeron los aconteci-mientos favorables o desfavorables que les tocaba esperar.Ningún país contuvo un número tan grande de inspirados,vemos que los profetas tenían escuelas públicas donde inicia-ban en los misterios de sus artes a quienes encontraban dig-nos o que querían engañar un pueblo crédulo, atraerse surespeto y procurarse los medios de subsistencia a su cargo.20

El arte de profetizar era pues un verdadero oficio, o si se pre-fiere, una rama del comercio muy útil y lucrativa en una na-ción miserable y persuadida que su Dios estaba dedicado con-tinuamente a ella. Los grandes beneficios que resultaban deeste tráfico de imposturas debieron de introducir las diferen-cias entre los profetas hebreos; así vemos cómo se despresti-giaban entre ellos, cada uno trataba a su rival de falso profetay pretendía que estaba inspirado por un espíritu maligno.

Hubo siempre querellas entre los impostores para saber aquien le correspondería el privilegio de engañar a sus conciu-dadanos. En efecto, si examinamos la conducta de estos pro-fetas tan elogiados del Antiguo Testamento no encontraremosnada más alejado de unos personajes virtuosos. Vemos sacer-dotes arrogantes, continuamente ocupados es cuestiones deEstado, que siempre supieron ligarlas a los asuntos de religión,vemos sujetos sediciosos, haciendo continuas cábalas contralos soberanos que no estaban sometidos a ellos, poniendotrabas a sus proyectos, sublevando los pueblos contra ellos eincluso destruyéndolos para hacer que así se cumpliesen las

20 San Jerónimo pretende que los saduceos no admitían a los profetas y selimitaban a aceptar los cinco libros del Pentateuco. Dodwell, De iure lai-carum , dice que era bebiendo vino como los profetas se disponían aprofetizar. Véase la página 259. Parece que eran malabaristas, bailado-res, poetas y músicos que aprendían así la forma de ejercer este oficio.

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funestas predicciones que habían hecho. En definitiva, en lamayoría de los profetas que tuvieron un papel en la historiade los judíos, vemos rebeldes ocupados sin descanso en lapreocupación de trastocar el Estado, de suscitar desavenen-cias y combatir la autoridad civil, de la cual los sacerdotessiempre fueron enemigos cuando no la encontraron suficien-temente complaciente y bastante sometida a sus intereses. 21

De cualquier manera que sea, la estudiada oscuridad de lasprofecías permite aplicar las que tenían por objeto el mesías olibertador de Israel a todo hombre singular, a todo exaltado oprofeta aparecido en Jerusalén o en Judea. Los cristianos, quetienen el ánimo excitado por la idea de su Cristo, han creídoverlo por todo y lo han encontrado claramente en los pasajesmás oscuros del Antiguo Testamento. A partir de alegorías, desutilidades, de interpretaciones forzadas, han llegado a cre-arse una ilusión y encontrar predicciones formales en unossueños descabellados, en unos oráculos inconcretos, en eldesorden extraño de los profetas. 22

21 El profeta Samuel, descontento con Saúl porque rehusó prestarse a suscrueldades lo desposeyó de la corona y le suscitó un rival en la personade David. Eliseo parece ser solamente un sedicioso que tuvo éxito en lasquerellas con sus soberanos y que se vio obligado a escapar huyendo deun castigo merecido. Jeremías nos deja entender el mismo que fue untraidor que se entendía con los asirios contra su patria afligida, solo pa-rece ocupado en eliminar de sus conciudadanos la voluntad de defen-derse; compra un campo de sus padre en el momento mismo en queanunciaba a sus compatriotas que están a punto de ser dispersados yllevados en cautividad. El rey de Asiria recomienda este profeta a su ge-neral Nebuzarandan y le recomienda que le tenga a su cuidado. VéaseJeremías

22 Es fácil encontrar en la Biblia cualquier cosa haciendo como San Agustínque encontró todo el Nuevo Testamento en el Antiguo. Según dice, elsacrificio de Abel es la imagen del de Jesucristo, las dos mujeres de

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Los hombres no encuentran dificultades en lo que concuerdacon sus deseos. Cuando queremos considerar sin prevencio-nes las profecías de los hebreos solo vemos unos relatos in-formes que solo son obras del fanatismo y del delirio; encon-traremos estas profecías oscuras y enigmáticas, como los orá-culos de los paganos, todo nos probará que en definitiva estospretendidos oráculos divinos nada mas son delirios e impostu-ras de unos hombres avezados en sacar provecho de la credu-lidad de un pueblo supersticioso, que concede crédito a lossueños, a las visiones, a las apariciones, a los sortilegios y querecibía ávidamente las alucinaciones que se les quería hacertragar por poco que estuviesen adornadas de lo maravilloso.Allá donde los hombres sean ignorantes habrá profetas, inspi-rados, personas que harán milagros, estas ramas del comerciodisminuirán siempre en la misma proporción que las nacionesse ilustren.

Abraham son la sinagoga y la iglesia; un trozo de trapo rojo que mostróla prostituta que traicionó a Jericó significaba la sangre de Jesús, el cor-dero, el chivo y el león son representaciones de Jesús, la serpiente deAram representa el sacrificio de la cruz, los misterios del cristianismo seanuncian en el Antiguo Testamento, el maná anuncia la eucaristía, etc.Véase Serm .7 y Ep.157. ¿Cómo puede un hombre sensato ver en el Em-manuel anunciado por Isaías, el mesías que tiene por nombre Jesús?Véase Isaías c.7 v,14 ¿Cómo puede verse un rey libertador de los judíosen un hombre que bien lejos de liberar a sus ciudadanos llegó para des-truir la ley de los judíos y después de su llegada su territorio fue despo-blado por los romanos? Es necesaria una ceguera total para ver el Mes-ías en estas condiciones. El mismo Jesús no parece haber sido màs afor-tunado en sus profecías. En el evangelio de San Lucas, Cap. 21, anunciaclaramente el juicio final, habla de los ángeles encargados de reunir a loshombres a toque de trompeta para que comparezcan delante de él. Yagrega “En verdad os digo que esta generación no pasará sin que estaspredicciones no sean cumplidas”. Pero el mundo todavía dura y los cris-tianos esperan el día del juicio final desde hace mil ochocientos años.

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Para acabar, el cristianismo cuenta entre el número de prue-bas de la verdad de sus dogmas una gran cantidad de mártiresque han sellado con su sangre la verdad de las opiniones reli-giosas que abrazaron. No hay religión sobre la tierra que notenga sus defensores exaltados, dispuestos a sacrificar su vidapor las ideas que están persuadidos van ligadas a su felicidadeterna. El hombre supersticioso e ignorante es terco en susprejuicios; la credulidad le impide sospechar que sus guíasespirituales hayan podido engañarlo nunca, la vanidad le hacecreer que él mismo no ha podido confundirse si tienen la ima-ginación bastante robusta para ver los cielos abiertos y la divi-nidad dispuesta a recompensar su coraje, no hay suplicio queno desafíe y que no soporte.

En su embriagues menospreciará los tormentos de poca dura-ción, reirá en medio de los verdugos y su espíritu alienado lehará hasta insensible al dolor. La piedad ablandará el corazónde los espectadores que admirarán la firmeza maravillosa delmártir; su entusiasmo les gana, creen justa la causa y su co-raje, que les parece sobrenatural y divino, se vuelve una prue-ba indudable de la verdad de sus opiniones. Es de esta mane-ra, como de una especie de contagio, se comunica el entu-siasmo, el hombre se interesa siempre por aquel que muestrafirmeza y la tiranía atrae partidarios incluso entre aquellos quepersigue. La constancia de los primeros cristianos, por unefecto natural, les debió procurar nuevos prosélitos y losmártires no prueban más que la fuerza de su entusiasmo, desu ceguera o de la obstinación que la superstición puede pro-ducir, y la cruel demencia de todos aquellos que persiguen asus semejantes por sus opiniones religiosas.

Todas las pasiones fuertes tienen a sus mártires, el orgullo, lavanidad, los prejuicios, el amor, el entusiasmo por el bien

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público, el crimen mismo hacen mártires todos los días o bienhacen que aquellos que se embriagan con estos asuntos cie-rren los ojos a los peligros. ¿Es pues, sorprendente, que el en-tusiasmo y el fanatismo, las dos pasiones mas fuertes de loshombres, hayan hecho tan continuamente afrontar la muertea quienes se han embriagado con sus falsas esperanzas? ¿Si elcristianismo tiene sus mártires, de los que se glorifica, el ju-daísmo no tiene los suyos? Los judíos desgraciados que la In-quisición condena a las llamas ¿no son mártires de su religión,la constancia en la cual prueba tanto en su favor como puedeprobar la de los mártires cristianos a favor del cristianismo? Silos mártires probasen la verdad de una religión, no habría re-ligión o secta que no pudiera ser vista como verdadera.

En definitiva, entre el número –quizás exagerado- de mártirescon que se honra el cristianismo hay muchos que fueron másbien víctimas de un celo desconsiderado, de un humor turbu-lento, de un espíritu sedicioso más que víctimas por la reli-gión. La Iglesia no osa justificar a aquellos a los cuales una im-prudente fogosidad ha impulsado a perturbar el orden públi-co, romper los ídolos o derribar los templos del paganismo. Silos hombres de esta especie fuesen vistos como mártires, to-dos los sediciosos, todos los perturbadores de la sociedadtendrían derecho a éste título, mientras que de hecho se lescastiga.

7.

Sobre los misterios de la religión cristiana

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Descubrir cualquier cosa a alguna persona es revelarle secre-tos que ignoraba antes.23 Si preguntamos a los cristianos cua-les son los secretos mas importantes que exigían que el mis-mo Dios se tomase la molestia de revelar nos dirán que el másgrande de los secretos y el más necesario para el génerohumano es el de la unidad de la divinidad, secreto que segúnellos los hombres habrían sido incapaces de descubrir por símismos.

Pero ¿No tenemos el derecho de preguntar si este aserto esverdadero? No podemos dudar que Moisés haya anunciadoun Dios único a los hebreos y que hizo todos los esfuerzospara hacerlos enemigos de la idolatría y del politeísmo de lasotras naciones, el culto y la creencia de las cuales él presentacomo abominables a los ojos del monarca celestial que loshabía sacado de Egipto. Pero ¿un gran número de sabios delpaganismo no ha descubierto, sin ayuda de la revelación judía,un Dios supremo, señor de los otros dioses? Por otro lado, ¿eldestino al cual estaban subordinados todos los grandes diosesdel paganismo, no era un Dios único, del cual la naturalezaentera sufría la ley soberana?

Por lo que hace a los trazos con los que Moisés pintó su divi-nidad, ni los judíos ni los cristianos tienen derecho de glorifi-carse. No lo vemos sino como un extraño déspota, colérico,lleno de crueldad, de injusticia, de parcialidad, de malignidad,la conducta del cual ha de precipitar a cualquier hombre quelo medite a la perplejidad más espantosa. ¿Qué resultará si

23 En las religiones paganas los misterios se revelaban a iniciados; se lesenseñaba alguna cosa que desconocían. En la religión cristiana se les re-vela que han de creer en trinidades, encarnaciones, resurrecciones, etc.Es decir, cosas que comprenden igual que si no se les hubiera revelado, oque los sumergen en una ignorancia mas grande que antes.

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nos atrevemos a suponerle los atributos inconcebibles que lateología cristiana se esfuerza en adjudicarle? Es conocer ladivinidad decir que es un “espíritu”, un ser “inmaterial”, queno se parece a nada de lo que los sentidos nos hacen conocer?¿El espíritu humano no resulta confuso por los atributos nega-tivos de infinidad, de eternidad, de omnipotencia, de omnis-ciencia, etc. con los cuales han adornado a este Dios parahacerlo más inconcebible? ¿Cómo se puede conciliar la sabi-duría, la bondad, la justicia y las otras cualidades morales quese dan a este Dios con la conducta extraña y siempre atrozque los libros de los cristianos y hebreos le atribuyen a cadapágina? ¿No habría valido mas dejar al hombre en la ignoran-cia total de la divinidad antes que revelarle un Dios lleno decontradicciones, que se presta continuamente a la disputa yque le sirve de pretexto para turbar su reposo? Revelar unDios así no es descubrir nada a los hombres sino lanzarlos a lamás grande de las angustias y excitarlos a querellarse, a per-judicarse y a hacerse desgraciados. Sea como sea, ¿ es ciertorealmente que el cristianismo admite solamente un Dios, elmismo que el de Moisés? ¿No vemos a los cristianos adorandouna divinidad triple, bajo el nombre de “trinidad”? El Dios su-premo genera durante toda la eternidad un hijo igual a él, deuno y otro procede un tercero igual a los dos primeros, estostres dioses, iguales en divinidad, en perfección y en poder, noforman sino un solo dios ¿No hay bastante con exponer estesistema para mostrar su absurdo? ¿Es, pues, para revelar unosmisterios semejantes, para lo que la divinidad se ha tomado lamolestia de instruir al género humano? ¿Las naciones másignorantes y mas salvajes han parido opiniones mas mons-truosas para confundir la razón?24

24 El dogma de la Trinidad está sacado de las fantasías de Platón, o quizás

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Pero los escritos de Moisés no contienen nada que haya po-dido dar lugar a este sistema tan extraño; solo a través de ex-plicaciones forzadas se pretende probar el misterio de la trini-dad en la Biblia. Por lo que hace a los judíos, contentos con elDios único que el legislador les había anunciado, nunca hanpensado en triplicarlo.

El segundo de estos dioses, o siguiendo el lenguaje de los cris-tianos, la segunda persona de la trinidad, se ha revestido denaturaleza humana, se ha encarnado en el seno de una virgeny renunciando a su propia divinidad, se ha sometido a las de-bilidades ligadas a nuestra especie e incluso ha sufrido unamuerte ignominiosa para expiar los pecados de la Tierra. Heaquí lo que el cristianismo llama misterio de la encarnación.¿No ven que estas nociones absurdas están sacadas de losegipcios, indios y griegos, cuyas ridículas mitologías suponían

de las alegorías bajo las cuales este filósofo novelesco intentaba ocultarsu doctrina. Parece que a él debe el cristianismo la mayor parte de susdogmas. Platón admitía tres “hipóstasis” o maneras de existir la divini-dad. La primera constituye el “Dios Supremo”, la segunda el “Logos”, elVerbo o inteligencia divina engendrada por el primer Dios; la tercera esel “Espíritu” o ánima del mundo. Los primeros doctores del cristianismoparecen haber sido platónicos, su exaltación encontraba en Platón, sinduda, una doctrina análoga a su religión: si hubiesen sido personas agra-decidas deberían haberlo convertido en profeta o en Padre de la Iglesia.Los misioneros jesuitas han encontrado en el Tibet una divinidad pare-cida a la de nuestros países; entre los tártaros Dios se llama Kon-cio -cik,“Dios único” y Kon-cio-sum, “Dios triple”. En sus capillas recitan om, ha,hum (inteligencia, bazo poder, o palabra, corazón, amor) estas tres pala-bras son nombres de la divinidad. Véase Lettres Edif.. tomo.15 El númerode tres siempre fue reverenciado por los antiguos porque en las lenguasorientales salom, que significa trés también quiere decir “sa lud”

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dioses revestidos de forma humana y sujetos como los hom-bres a debilidades? 25

Así, el cristianismo nos ordena creer que un Dios hecho hom-bre, sin perjudicar su divinidad, ha podido padecer, morir, hapodido él mismo ofrecerse en sacrificio, no ha podido aho-rrarse mantener una conducta tan extraña para apaciguar supropia cólera. Es eso lo que los cristianos llaman el misterio dela redención del género humano.

Es cierto que este Dios muerto ha resucitado como el Adonisfenicio, el Osiris egipcio, el Atis frigio, que fueron otrora losemblemas de la naturaleza que periódicamente muere y re-nace; el Dios de los cristianos renace de sus propias cenizas ysale triunfante de su tumba. Estos son los misterios sublimesque la religión cristiana descubre a sus seguidores, estas sonlas ideas a veces grandes, a veces abyectas, pero siempre in-concebibles que se nos da de la divinidad; ¡He aquí las brillan-tes ideas que la revelación da a nuestro espíritu! Parece que laque adoptan los cristianos no se han propuesto sino redoblarlas nubes que velan la esencia de la divinidad a los hombres.

Dios –se nos ha dicho- ha querido volverse ridículo para con-fundir la curiosidad de aquellos de los cuales se asegura porotra parte quería iluminar por una gracia especial. ¿Qué ideapodemos formarnos de una revelación que, lejos de enseñar,se complace en confundir las nociones más claras?

25 Los egipcios parecen ser los primeros que han pretendido que sus diosesestaban dotados de cuerpos. Hoang-Ty, el dios del pueblo chino, nacióde la virgen Ching-Mu fecundada por un rayo de sol. Nadie duda en In-dostán de las encarnaciones de Visnú. Parece que los teólogos de todoslos pueblos, desesperados de no poder elevarse hasta Dios, lo han obli-gado a bajarse hasta ellos.

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Así, a pesar de la revelación tan elogiada por los cristianos, elespíritu de estos no tiene idea sobre el ser que sirve de base atoda la religión; al contrario, esta famosa revelación no sirvesino para oscurecer todas las ideas que el hombre podríahacerse. La escritura santa lo llama un “Dios oculto”. Davidnos dice que “pone su abrigo en las tinieblas, que las aguasturbias forman el pabellón que lo cubre”. En definitiva, loscristianos, iluminados por Dios mismo, solo tienen ideas con-tradictorias, nociones incompatibles que hacen dudosa suexistencia e incluso imposible a los ojos de cualquier personaque consulte su propia razón.26

En efecto, ¿Cómo se puede concebir un Dios que habiendocreado el mundo solo para la felicidad del hombre, permiteque la mayor parte de la raza humana sea desgraciada en estemundo y en el otro? ¿Cómo un Dios que goza de la supremafelicidad podría ofenderse de las acciones de sus criaturas?Este Dios es, pues, sensible al dolor, su ser puede entoncesperturbarse, mantiene por lo tanto dependencia hacia elhombre que puede a voluntad alegrarlo o afligirlo. ¿Cómo unDios poderoso cede a sus criaturas una libertad funesta de lacual puede abusar para ofenderlo y perderse ellas mismas?¿Cómo un Dios se puede hacer hombre y, siendo autor de lavida y de la naturaleza, morir él mismo? ¿Cómo un Dios únicopuede convertirse en triple sin perjudicar su misma unidad?Se nos contesta que todas esas cosas son misterios, pero esosmisterios destruyen la esencia misma de Dios. ¿No sería másrazonable admitir en la naturaleza, como Zoroastro o Manes,dos principios o dos potencias opuestas, antes que admitirque con el cristianismo, un Dios omnipotente que no tiene

26 Un padre de la Iglesia ha dicho: Tunc Deum maxime cognoscimus, cumignorare eum cognoscimos”

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poder para impedir el mal, un Dios justo pero parcial, un Diosclemente pero implacable que castigará durante la eternidadlos crímenes de un momento; un Dios simple que se triplica;un Dios principio de todos los seres, que puede consentir mo-rir, incapaz de satisfacer de otra forma su justicia divina?

Si en un mismo sujeto los contrarios no pueden subsistir, laexistencia del Dios de los judíos y cristianos es imposible, cosaa partir de la cual nos veremos forzados a concluir que losdoctores del cristianismo, por los atributos de que se han ser-vido para adornar, o mejor para desfigurar la divinidad encuenta de darla a conocer no han hecho sino anularla o al me-nos tornarla irreconocible. Es así como a partir de fábulas ymisterios, la revelación no ha hecho sino perturbar la razón delos hombres y volver inciertas las nociones más simples quepueden hacerse del ser necesario que gobierna la naturalezamediante leyes inmutables. Si no se puede negar la existenciade un Dios, al menos es cierto que no se puede admitir el quelos cristianos adoran y del cual su religión pretende revelarnosla conducta, las órdenes y las cualidades. Si es propio de serateo el hecho de no tener ninguna idea de la divinidad, la teo-logía cristiana solo puede ser contemplada como un proyectopara anular la existencia del ser supremo.27

27 Los teólogos cristianos nunca han estado de acuerdo entre ellos sobrelas pruebas de la existencia de Dios. Se tratan entre ellos de ateos, por-que sus demostraciones jamás son las mismas. Muy pocas personas hayentre los cristianos que han escrito sobre la existencia de Dios que nohayan sido atacadas de ateismo. Descartés, Clarke, Pascal, Arnauld o Ni-cole han sido tenidos por ateos; la razón es simple: es totalmente im-posible probar la existencia de un ser tan extraño como es el Dios de loscristianos.

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Otros misterios y dogmas del cristianismo

Poco contentos con las nubes de misterio que el cristianismohe extendido sobre la divinidad, y las fábulas judías que habíaadoptado por su cuenta, parece que los doctores cristianos nose hayan ocupado de otra cosa que de multiplicar los miste-rios y confundir cada vez más la razón de sus seguidores. Lareligión, destinada a iluminar a las naciones, es solamente unatelaraña de enigmas, un laberinto de donde el sentido comúnno puede salir. Todo lo que las supersticiones antiguas consi-deraban mas inconcebible ha tenido que encontrar necesa-riamente su lugar en un sistema religioso que tenía comoprincipio imponer un silencio eterno a la razón. El fatalismo delos griegos, en las manos de los sacerdotes cristianos se haconvertido en predestinación. Siguiendo este dogma tiránico,el Dios de la misericordia destina el mayor número de infortu-nados cristianos a los tormentos eternos; solamente los ponedurante un tiempo en este mundo para que abusen de susfacultades, de su libertad, y se hagan dignos de la cólera im-placable de su creador. Un Dios lleno de providencia y debondad da al hombre un libre arbitrio del cual este Dios sabebien que hará un uso perverso para merecer la condenacióneterna. Así la divinidad sólo da el día al mayor número dehombres, solo les da las inclinaciones necesarias para su feli-cidad, solo les permite actuar para tener el poder de despe-ñarlos en el infierno.

Nada hay más horroroso que las imágenes que el cristianismonos ha ofrecido de este lugar destinado a la mayor parte de laraza humana. Un Dios misericordioso beberá durante toda laeternidad las lágrimas de los infortunados que ha hecho nacer

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solamente para ser desgraciados; el pecador encerrado entenebrosas mazmorras será librado para siempre a las llamasdevoradoras, los alrededores de esta prisión atronarán concrujir de dientes, con lamentos; los tormentos que padecerán,al cabo de millones de siglos no habrán hecho sino comenzar yles faltará la esperanza consoladora de ver cada día acabarestas penas, la misma esperanza será destruida.; Dios, por unacto de omnipotencia hará al hombre susceptible de padecersin interrupción y sin límite, su justicia le permitirá castigarcrímenes cuyos efectos son limitados en el tiempo, mediantesuplicios infinitos de duración eterna.. Esta es la idea que sehace el cristiano del Dios que exigirá su amor. Éste tirano locrea solamente para hacerlo desgraciado, le da la razón sola-mente para engañarlo, las inclinaciones para perderlo, la liber-tad para determinarlo a hacer aquello que lo condenará parasiempre, es decir, solo le da ventajas sobre las bestias paratener ocasión de exponerlo a unos tormentos de los cualesestas bestias, así como las substancias animadas están exen-tas.

El dogma de la predestinación hace la suerte del hombre másenojosa que la de las piedras y las fieras.28 Cierto que el cris-

28 El dogma de la predestinación gratuita es la base de la religión judía. Enlos escritos de Moisés se ve a un Dios parcial hacia el pueblo que ha es-cogido, e injusto para todas las otras naciones. La teología de los griegosnos muestra por todo lugar hombres castigados por los dioses porcrímenes necesarios y predichos por los oráculos, Tenemos por ejemploa Edipo, etc. Los hombres han hecho siempre de Dios el más injusto detodos los seres. Entre nosotros, según los jansenistas, Dios sólo otorga sugracia a quien quiere, sin tener en cuenta el mérito, cosa que es masconforme al fatalismo judío, cristiano o pagano, que la doctrina de losmolinistas, que pretenden que Dios otorga su gracia a todos los que lamerecen y la demandan. Es cierto que los cristianos consecuentes sonverdaderamente fatalistas. Rehuyen la cuestión diciendo que los cami-

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tianismo promete un mañana delicioso a los escogidos por ladivinidad para ser objeto de su amor, pero aquel lugar estáreservado a un número pequeño de elegidos, que sin ningúnmérito por su parte, tendrán asimismo a la bondad de su Dios,parcial para ellos y cruel para el resto de los humanos.

Así es como el Tártaro y el Elíseo de las mitologías paganas, in-ventados por impostores que querían hacer temblar a loshombres o seducirlos, han encontrado lugar en el sistema reli-gioso de los cristianos, que cambian estos nombres por el deInfierno o Paraíso. No paran de decirnos que el dogma de lasrecompensas y de las penas en otra vida es útil y necesario alos hombres, que sin eso se librarían sin temor a los excesosmás grandes. Yo respondo que el legislador de los judíos leshabía escondido cuidadosamente este pretendido misterio, yque el dogma de la vida futura era parte del secreto que en losmisterios de los griegos se revelaba a los iniciados. Este dogmafue ignorado por el pueblo y la sociedad no dejó de existir porese motivo; por otra parte, no son los terrores lejanos –quelas pasiones presentes menosprecian siempre o al menos con-vierten en problemáticos- los que contienen a los hombres,son las buenas leyes, una educación razonable y unos hones-tos principios.

Si los soberanos gobernasen con sabiduría y equidad no ten-drían necesidad del dogma de las recompensas y las penasfuturas para contener a sus pueblos. Los hombres quedansiempre mas impresionados por las ventajas presentes y porlos castigos visibles que por los placeres y suplicios que se lesanuncia para otra vida. El temor al infierno no retendrá a loscriminales más que el temor al menosprecio, a la infamia, o al

nos de Dios son misteriosos, pero, si son misteriosos, ¿por qué noshablan de ellos a cada instante?

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cadalso sea capaz de hacerlo. ¿Las naciones cristianas noestán llenas de malhechores que desafían sin parar el infiernode la existencia del cual no han dudado?

Sea como sea, el dogma de la vida futura supone que el hom-bre sobrevivirá a sí mismo, o al menos que después de lamuerte será susceptible de recompensas y penas que la reli-gión le hace prever. Siguiendo al cristianismo, los muertosretomarán algún día sus cuerpos por un milagro de la omnipo-tencia, las moléculas disueltas y dispersas que componían suscuerpos, se unirán y combinarán nuevamente con sus almasinmortales: estas son las maravillas que nos presenta el dog-ma de la resurrección. Los judíos, cuyo legislador jamás hablóde este extraño fenómeno, parece que tomaron esta doctrinade los magos en su cautividad en Babilonia, aunque su creen-cia no era universalmente aceptada entre ellos. Los fariseosadmitían la resurrección de los muertos, los saduceos la re-chazaban, hoy es el fundamento de la religión cristiana.29

Sus seguidores creen firmemente que resucitarán algún día yque su resurrección será seguida del juicio universal y del findel mundo. Según ellos, Dios que todo la sabe y que conocehasta los pensamientos mas secretos de los hombres, vendrá

29 El autor del Eclesiastés, 3, 19 compara la muerte del hombre con la delos animales y parece como mínimo, que crea problemas con el dogmade la inmortalidad del alma. No vemos en el evangelio que Jesucristoconsidere que los saduceos hagan un crimen cuando niegan la resurrec-ción; asimismo esta cuestión merecería algunas consideraciones de par-te de un Dios que acaba de enseñar tantas singularidades a los hombresy que además había de resucitar él mismo. Es cierto que Jesucristo diceen el evangelio que Dios no es el Dios de los muertos, pero eso no pro-baría la resurrección, eso probaría más bien que Abraham, que Isaac yque Jacob no han muerto, atendiendo a que estos patriarcas no han re-sucitado todavía o, al menos, las escrituras no lo dicen.

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sobre nubes para hacerles rendir cuenta exacta de su con-ducta; los juzgará con el más grande aparato y, después deeste juicio, su suerte será irrevocablemente decidida: los bue-nos serán admitidos en el futuro delicioso que la divinidadreserva a sus elegidos y a los ángeles; los malvados serán pre-cipitados entre las llamas destinadas a los demonios, enemi-gos de Dios y de los hombres.

En efecto, el cristianismo admite seres invisibles de naturalezadiferente a la del hombre, de los cuales unos ejecutan la vo-luntad del Altísimo y los otros están perpetuamente ocupadosen poner trabas a sus designios. Los primeros son conocidoscon el nombre de ángeles o mensajeros subordinados a Dios:se pretende que Dios se hace servir para velar por la adminis-tración del universo y sobre todo por la conservación delhombre. Estos seres benefactores son, según los cristianos,espíritus puros, pero tienen el poder de hacerse sensibles to-mando forma humana. Los libros sagrados están llenos deapariciones de estos seres maravillosos, que la divinidad envíaa los hombres que quiere favorecer para ser sus guías, protec-tores y dioses tutelares. Por eso se ve que los buenos ángelesson en la imaginación de los cristianos lo que las ninfas, loslares y los penates eran para nuestros creadores de historias.

Los seres desconocidos de la segunda especie, se designaroncon el nombre de diablos, demonios o espíritus malignos, seles consideró como enemigos naturales del género humano,engañadores de hombres, seductores perpetuamente ocupa-dos en hacerlos caer en el pecado. Los cristianos les atribuyenun poder extraordinario, la facultad de hacer milagros pareci-dos a los del Altísimo y, sobre todo, una capacidad que con-trasta la de éste y consigue hacer inútiles todos sus proyectos.

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En efecto, aunque la religión cristiana no concede formal-mente al demonio el mismo poder que a Dios, supone queéste espíritu maligno impide a los hombres llegar a la felicidadque la divinidad benefactora les destina y conduce al mayornúmero de ellos a la perdición: según la religión cristiana elimperio del demonio está mas extendido que el del ser su-premo, este último apenas consigue salvar unos cuantos ele-gidos, mientras que el otro lleva a la condenación una multi-tud inmensa que no ha tenido fuerza para resistirse a sus peli-grosas instigaciones. ¿Quién no ve que Satanás, que el demo-nio, que es objeto de temor para los cristianos, está copiadodel dogma de los dos principios, admitido en otro tiempo enEgipto y en todo oriente? Osiris y Tifón de los egipcios, Ormuzy Ahriman de los persas y de los caldeos han hecho sin duda laguerra continua que subsiste entre el Dios de los cristianos ysu temible adversario. Es por este sistema como se ha queridoexplicar el bien y el mal que nos llegan. Un diablo todopode-roso sirve para justificar la divinidad de los infortunios necesa-rios y poco merecidos que afligen al género humano.

Estos son algunos de los dogmas espantosos y misteriosossobre los cuales los cristianos están de acuerdo; hay otros mu-chos que son propios de sectas particulares. Es así como unasecta numerosa del cristianismo admite un sitio intermediobajo el nombre de purgatorio, donde las almas menos crimi-nales que las merecedoras del infierno son retenidas duranteun tiempo a fin de expiar, mediante suplicios rigurosos, lasfaltas cometidas en ésta vida; seguidamente resultan admiti-dos a la felicidad eterna. Este dogma, visiblemente copiado delas ensoñaciones de Platón, es en manos de los sacerdotes dela Iglesia Romana una fuente inacabable de riquezas aten-diendo que se han arrogado el poder de abrir las puertas delpurgatorio y que pretenden que sus poderosas plegarias son

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capaces de moderar el rigor de los decretos divinos y de men-guar los tormentos de las almas que un Dios justo ha conde-nado en este lugar desafortunado.30

- 9 -

Sobre los rituales o ceremonias misteriosas o sobre la teúrgiade los cristianos 31

Si los dogmas enseñados por la religión cristiana son misterio-sos e inaccesibles a la razón, si el Dios que anuncia es un Diosinconcebible, no nos hemos de sorprender al ver que, en susrituales y ceremonias esta religión conserva un carácter inin-teligible y misterioso. Bajo un Dios que se ha revelado única-

30 Es evidente que los católicos romanos deben su purgatorio a Platón,Este filósofo exaltado dividió las almas de los hombres en puras, curablese incurables. Las primeras, que pertenecían a los justos, volvían a fun-dirse con el alma universal del mundo, es decir, con las divinidades de lascuales habían emanado, las segundas iban a los infiernos, donde cadaaño pasaban revistas delante de los jueces de este imperio tenebroso;éstos jueces dejaban volver a la luz a las almas que habían expiado lasfaltas suficientemente. Finalmente las almas incurables se quedaban enel Tártaro, donde eran atormentadas durante la eternidad. Platón, de lamisma manera que los casuistas cristianos, indica los crímenes o faltasque merecen estos diferentes grados de castigo. Los doctores protestan-tes, celosos sin duda de las riquezas del clero católico, tuvieron la impru-dencia de rechazar el dogma del purgatorio, cosa que ha rebajado sucrédito. Pudiera haber sido más sabio eliminar el dogma del infierno, delcual no se pueden sacar sus almas que el purgat orio, que es mucho másfácil y del cual los sacerdotes tienen la facultad de hacer salir las almasmediante dinero.

31 La teúrgia es aquella clase de magia que se hacía con la ayuda de espíri-tus benefactores.

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mente para confundir la razón humana todo ha de ser incom-prensible, todo ha de llamarnos a la sospecha.

La ceremonia mas importante del cristianismo, y sin la cual na-die se puede salvar, es el bautismo, consistente en echar aguasobre la cabeza del niño o del adulto invocando a la trinidad.

Por la virtud misteriosa de esta agua y de las palabras que laacompañan, el hombre es regenerado espiritualmente, quedalibre de sus manchas transmitidas de generación en genera-ción desde el primer padre del género humano, es decir, sevuelve hijo de Dios y susceptible de entrar en su gloria cuandomuera en este mundo. Ahora bien, según los cristianos elhombre muere a consecuencia del pecado de Adán y si, por elbautismo, este pecado es borrado ¿cómo es que los cristianosestán sujetos a la muerte? Se nos dirá, puede ser, que estamuerte de la cual nos ha librado Jesucristo es la muerte espiri-tual, no la del cuerpo, pero esta muerte ¿cómo es pues quelos cristianos continúan pecando, cómo, si habían sido resca-tados y librados del pecado? Por eso vemos que el bautismoes un misterio impenetrable a la razón, del cual la experienciadesmiente la eficacia.32

En algunas sectas cristianas, un obispo o un pontífice, pronun-ciando unas palabras y aplicando un poco de aceite sobre lafrente, hace bajar el Espíritu Santo sobre un hombre o unacriatura, mediante esta ceremonia, el cristiano resulta confir-mado en la fe y recibe invisiblemente una munición de graciasdel Altísimo.

32 La ceremonia del bautismo se practicaba en los misterios de Mitra; losiniciados se regeneraban. Este Mitra era también un mediador. Aunquelos doctores cristianos consideran el bautismo necesario a la salvación,vemos que San Pablo se negó a bautizar a los corintios. También vemosque circuncidó a Timoteo

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Aquellos de entre los cristianos que por la más perfecta re-nuncia a la razón penetren más el espíritu de su inconcebiblereligión, no contentos con los misterios comunes con las otras,admiten uno, sobre todo, capaz de causar la más grande ex-trañeza, es el misterio de la transubstanciación. A la ordentemible de un sacerdote el Dios del universo está obligado abajar del lugar de su gloria para convertirse en pan y este pantransformado en Dios, es objeto de la adoración de un puebloque presume de odiar la idolatría. 33

En las ceremonias pueriles, a las cuales el entusiasmo de loscristianos concede el mayor valor, no es posible dejar de verlos vestigios marcadísimos de los ritos de los pueblos orienta-les. La divinidad, obligada al poder mágico de algunas palabrasacompañadas de ceremonias, obediente a la voz de sus sacer-dotes o de aquellos que conocen el secreto de saberla actuar,y bajo sus ordenes, hace maravillas.

Esta manera de magia es continuamente ejercida por los sa-cerdotes del cristianismo con la que persuaden a sus seguido-res que unas fórmulas seguidas por la tradición, que unos ac-

33 Los brahmanes del Indostaní distribuyen arroz en las pagodas; esta dis-tribución se llama prajadam o eucaristía. Los mexicanos creían en unaforma de transubstanciación. El Padre Acosta nos habla en su libro V,cap. 24 de sus viajes. Así los católicos romanos no son los únicos que hancaído en esa extravagancia, Cicerón creía que el espíritu humano era in-capaz de llevar su delirio hasta el punto de comerse a su Dios. Véase suDe divinatione, II. Los protestantes tienen bastante coraje para no acep-tar ese misterio, aunque sea el más formalmente impuesto por Jesu-cristo que dijo claramente “Tomad y bebed, porque este es mi cuerpo”.Averroes decía «Anima mea sit cum philosophis, non cum Christianis,gente stolidissima, qui deum faciunt comedunt ». Los peruanos teníanuna pascua en la que se inmolaba un cordero, la sangre del cual se mez-claba con harina y se distribuía al pueblo. Véase Alnetanae Quaest. I, IIcap. 20,5

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tos arbitrarios, que unos movimientos de cuerpo, son capacesde obligar a aquel Dios de la Naturaleza a suspender sus leyes,a rendirse a sus deseos o a repartir sus gracias. Así en estareligión, el sacerdote adquiere el derecho de mandar en elmismo Dios. Es este poder que ejerce sobre su Dios, es sobreesta teúrgia y sobre este comercio misterioso de la Tierra conel Cielo en el que se fundan las ceremonias pueriles y ridículasque los cristianos llaman “sacramentos”. Hemos visto ya esateúrgia en el bautismo, en la confirmación, en la eucaristía; laencontraremos todavía en la “penitencia”, es decir, en el po-der que se arrogan los sacerdotes de ciertas sectas para redi-mir, en nombre del cielo, los pecados que se les han confe-sado. La misma teúrgia se ve en la ordenación, es decir, en lasceremonias que imprimen a algunos hombres su carácter sa-grado que les distinguen de los profanos mortales. La mismateúrgia, en las funciones y en los rituales que fatigan los últi-mos instantes de un moribundo. La misma teúrgia en el ma-trimonio, donde el cristiano supone que esta unión natural nosería aprobada en el cielo si las ceremonias de un sacerdoteno la hiciesen válida y no le procurasen la sanción del Omnipo-tente. 34

En una palabra, vemos esta magia blanca o teúrgia en las ple-garias, las fórmulas, la liturgia y en todas las ceremonias de loscristianos; La encontramos en la opinión que tienen unas pa-labras, dispuestas de cierta manera, pueden alterar las volun-tades de su Dios y obligarlo a cambiar sus decretos inmuta-bles. Muestra su eficacia en los exorcismos, es decir en lasceremonias mediante las cuales, con ayuda de agua mágica y

34 Entre los católicos romanos, los sacramentos son siete, número cabalís-tico, mágico y misterioso

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de ciertas palabras, creen haber expulsado los espíritus malig-nos que infestan el género humano.

El agua bendita que entre los cristianos ha ocupado el lugardel agua lustral de los romanos, tiene según ellos las virtudesmás sorprendentes, convierte en sagrados los lugares y lascosas que antes eran profanas. Finalmente la teúrgia cristiana,utilizada por el pontífice en la coronación de un rey, ha contri-buido a hacer a los soberanos de las naciones más respetablesa los ojos de sus pueblos y les imprime un carácter completa-mente divino.

Así, todo es misterioso, todo es magia, todo es incomprensibletanto en dogmas como en el culto de una religión reveladapor la divinidad, que quería arrancar al género humano de suceguera

- 10 -Sobre los libros sagrados de los cristianos

La religión cristiana, para mostrar su origen celestial, funda-menta sus derechos sobre unos libros que considera sagradose inspirados por Dios mismo. Veamos si sus pretensionesestán fundamentadas, examinemos si esas obras llevan real-mente la característica de la sabiduría, de la omnisciencia, dela perfección que atribuimos a la divinidad. La Biblia, que esobjeto de la veneración de los cristianos, en la que no hay pa-labra que no sea inspirada, está formada por la reunión pococompatible de los libros sagrados de los hebreos, conocidoscon el nombre de “Antiguo Testamento” combinados conobras más recientes, parcialmente inspiradas en los fundado-res del cristianismo, conocidas como “Nuevo Testamento”.

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Encabezan este conjunto, que sirve de fundamento y de códi-go a la religión cristiana. Los cinco libros atribuidos a Moisés.El cual escribió solamente –se dice- como secretario de la di-vinidad. Se remonta al origen de las cosas, quiere iniciarnos enel misterio de la creación del mundo mientras que él mismosolo tiene unas ideas vagas y confusas, que denuncian a cadamomento su ignorancia profunda de las leyes de la física. Dioscrea el Sol –que es para nuestro Sistema Planetario la fuentede la luz- muchos días después de crear la luz. Dios, que nopuede ser representado por ninguna imagen, crea al hombre asu imagen, lo crea macho y hembra y, olvidando pronto lo quehabía hecho, crea una mujer de una costilla del hombre; enuna palabra, desde el comienzo de la Biblia no se ve mas queignorancia y contradicciones.35 Todo nos demuestra que lacosmogonía de los hebreos no es más que un conglomeradode fábulas y de alegorías incapaz de darnos idea alguna de lascosas, y que sólo es buena para contentar a un pueblo salvaje,ignorante y grosero, alejado de las ciencias y del razonamien-to.

En el resto de las obras atribuidas a Moisés veremos una co-lección de historias improbables y maravillosas, un montón deleyes ridículas y arbitrarias; para acabar, el autor concluyerelatando su propia muerte. Los libros posteriores a Moisés noestán menos llenos de ignorancia: Josué detiene el Sol, que nogira más; Sansón, el Hércules de los judíos, tiene fuerza paraderrumbar un templo… no pararíamos si quisiéramos contar

35 San Agustín confesó que no había manera de conservar el verdaderosentido de los tres primeros capítulos del Génesis sin vulnerar la piedado sin atribuir a Dios cosas indignas de él y que es necesario recurrir a laalegoría. Véase S. Agustín El Génesis contra maniqueos, l, I cap. 2. Oríge-nes también es del parecer que si se toma la Biblia al pie de la letra lahistoria de la Creación es absurda y contradictoria. Véase Philoc. P.12

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todos los resbalones y fábulas que muestran los pasajes deuna obra que tienen la osadía de atribuir al Espíritu Santo.

Toda la historia de los hebreos se nos presenta como una en-salada de cuentos, indignos de la importancia de la historia yde la majestad de la divinidad; ridícula a los ojos de una per-sona culta, parece inventada solo para despertar la credulidadde un pueblo infantil y estúpido.

Esta compilación informe está mezclada con oráculos oscurosy sin pulir, en los cuales diferentes inspirados o profetas hanalimentado sucesivamente la superstición de los judíos. Enpocas palabras, en el Antiguo Testamento todo respira entu-siasmo, delirio, fanatismo, aunque siempre adornados de unlenguaje pomposo: se encuentra allí cualquier cosa, exceptosentido, buena lógica o razón, que parecen haber sido exclui-dos obstinadamente del libro que sirve de guía a los hebreos ya los cristianos.

Ya hemos hecho notar las ideas abyectas y repetidamenteabsurdas que este libro tiene de la divinidad, ésta parece ridí-cula en toda su conducta, tan pronto dice sí como no, se con-tradice a cada momento, actúa con imprudencia, se duele delo que ha hecho, edifica con una mano para destruir con laotra, se retracta en palabras de un profeta de lo que habíaordenado decir a otro; si castiga con la muerte toda la razahumana por el pecado de un hombre, anuncia mediante Eze-quiel que es justa y que no es responsable el hijo de los peca-dos del padre.

Ordena a los israelitas, en palabras de Moisés, que roben a losegipcios; prohíbe en el decálogo publicado por la ley deMoisés los robos y el asesinato: en una palabra, siempre encontradicción consigo mismo, Jehová, en el libro inspirado porsu espíritu, cambia con las circunstancias, no mantiene nunca

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una conducta uniforme y se pinta siempre con los trazos de untirano que haría enrojecer a los malvados más decididos.

Si ponemos los ojos en el Nuevo Testamento tampoco vere-mos nada que anuncie este espíritu de verdad que supuesta-mente ha dictado la obra. Cuatro historiadores -o fabulistas-han escrito la vida maravillosa del Mesías: poco de acuerdosobre las circunstancias de su vida, se contradicen a veces dela manera mas evidente. La genealogía de Cristo dada por sanMateo no se parece en nada a la que nos da san Lucas; uno delos evangelistas lo hace viajar hasta Egipto, otro no escribenada sobre esta huída; uno hace durar su misión tres años, elotro solamente la supone de tres meses. Tampoco los vemosde acuerdo sobre las circunstancias de los hechos que narran.San Marcos dice que Jesús murió a la hora tercera, o sea a lasnueve de la mañana; San Juan dice que a la hora sexta o sea amediodía. Según San Mateo y San Marcos, las mujeres quefueron a su tumba solamente vieron a un ángel, según SanLucas y San Juan vieron dos. Estos ángeles estaban, segúnunos fuera, según otros dentro de la tumba. Muchos milagrosde Jesús también son diferentemente relatados por estosevangelistas testimoniales o ilusionados. Lo mismo pasa consus apariciones después de la resurrección. Todas estas cosas¿No parece que han de hacer dudar de la infalibilidad de losevangelistas y de la realidad de sus inspiraciones divinas? ¿Yqué podemos decir de las profecías falsas e inexistentes apli-cadas en el Evangelio de Juan? San Mateo pretende que Je-remías había previsto que el Cristo sería traicionado por trein-ta monedas de plata, mientras que esta profecía no se en-cuentra en Jeremías. No hay nada mas extraño que la maneraen que los doctores cristianos salvan estas dificultades. Sussoluciones solo están hechas para hombres que consideren un

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deber permanecer en la ceguera.36 Todo hombre razonable sedará cuenta de que toda la industria de los sofismas no podránunca conciliar unas contradicciones tan evidentes. Y los es-fuerzos de los intérpretes solo probarán la debilidad de sucausa. ¿Es con estos subterfugios, sutilidades y mentiras comose puede servir a la divinidad? Reencontramos las mismascontradicciones, los mismos errores en el pomposo galimatíasatribuido a San Pablo. Este hombre, lleno del espíritu de Dios,solo nos muestra en sus discursos y epístolas el entusiasmo deun delirante. Los comentarios más estudiados no nos puedenponer en condiciones de entender o de conciliar las contradic-ciones, los enigmas, las nociones deslavazadas con que todassus obras están escritas; la incertidumbre de su conducta tanpronto favorable como contraria al judaísmo.37 Imposible sa-

36 Teofilacto dice que: “nada prueba con más seguridad la buena fe de losEvangelios que el hecho de que no estén de acuerdo en todos sus pun-tos, porque eso, podría hacer sospechar que concertaron su escritura”.Véase Teofilacto Prooemium in Matthaeum. San Jerónimo dice que lascitas de San Mateo no están de acuerdo con la versión griega de la Bi-blia: “Quante sit inter Matthaeum et Septuaginta, verborum ordinisquediscordia, sic admiraberis, si Hebraicum videas, sensusque contrariusest” Véase S. Jerónimo De optimo genere interpretationis. Erasmo se veforzado a admitir que el espíritu divino permitiría perder el camino a losapóstoles: “Spíritus ille divinus, mentium apostolicarum moderador, pas-sus est suos ignorare quaedam et labi, etc.” In Matthaeum 2, cáp 6. Engeneral hay que tener una fe robusta –si la lectura de S. Jerónimo no essuficiente- para no quedar decepcionados de la Santa Escritura

37 San Pablo mismo nos hace saber que ha sido transportado al tercercielo. ¿Cómo? ¿Quién lo ha llevado? “Cosas inefables y que el hombre nopuede comprender” ¿Para qué podía servir entonces este viaje maravi-lloso? Pero cómo dirigirse a San Pablo que en las “actas de los apóstoles”se hace culpable de una mentira cuando asegura, delante del Sumo Sa-cerdote que le interroga, que le persiguen porque “es fariseo y a causade la resurrección de los muertos”, cosa que contiene dos falsedades:primero, porque S. Pablo era entonces el apóstol más ardiente del cris-

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car más luz de las obras atribuidas a los apóstoles. Parece co-mo si estos personajes, inspirados por la divinidad, hubiesenvenido a la Tierra solo para impedir a sus seguidores com-prender la doctrina que querían enseñar.

Para acabar, la recopilación que comprende el Nuevo Testa-mento acaba con un libro místico conocido como Apocalipsisde San Juan, obra ininteligible en que el autor ha querido in-sistir en todas las ideas lúgubres y funestas contenidas en laBiblia. Se muestra al afligido género humano las perspectivaspróximas de un mundo dispuesto a sucumbir; llena la imagi-nación de los cristianos de ideas horribles, muy adecuadaspara hacerlos temblar, para imbuirles el gusto por la muerte,para hacerlos inútiles o perjudiciales para la sociedad. Es asícomo el fanatismo pone fin a una recopilación, reverenciadapor los cristianos, pero ridícula y menospreciable para elhombre sensato, indigna de un Dios lleno de sabiduría y debondad, detestable para cualquiera que considere el mal queha hecho sobre la Tierra. Para acabar, los cristianos, despuésde haber aceptado como regla de conducta un libro como laBiblia, es decir, una obra de fábulas espantosas, de ideashorribles sobre la divinidad, de contradicciones sorprenden-tes, no han sabido nunca a qué carta quedarse, no han podido

tianismo y, por consiguiente, cristiano; segundo, porque no lo acusabanpor la resurrección. Véase Actas de los Apóstoles, cap. 23 v.6. Si los mis-mos apóstoles mentían, ¿cómo se pueden tomar como referencia suspalabras? Por otra parte vemos que este apóstol cambiaba constante-mente de parecer o de conducta. En el concilio de Jerusalén es contrarioa la opinión de S. Pedro, que era favorable al judaísmo, mientras que acontinuación se mantiene dentro del ritual de los judíos. En definitiva,que se pliega continuamente a las circunstancias y da gusto a todos. Pa-rece que ha dado ejemplo a los jesuitas de la conducta que se les acusahaber tenido en las Indias delante de los idólatras, cuyo culto ligan conJesucristo.

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nunca ponerse de acuerdo en la manera de entender las vo-luntades de un Dios cambiante y caprichoso en lo que esteDios quería de ellos: de ésta manera aquel libro oscuro fuepara ellos la manzana de la discordia, una fuente inexorablede querellas, un arsenal en donde las partes más opuestas seproveyeron igualmente de armas.

Los geómetras no tienen disputa alguna sobre los principiosfundamentales de su ciencia, pero ¿Por qué fatalidad el librorevelado a los cristianos, que contiene los principios de su re-ligión divina, de los cuales depende la felicidad eterna, es in-comprensible y sujeto de disputas que tantas veces han en-sangrentado la Tierra? ¿ Si juzgamos por los efectos, un librotal no debería de ser considerado más bien como la obra deun genio malhechor, de un espíritu de mentiras y tinieblas,más que por la obra de Dios que se interesa por la conserva-ción y la felicidad de los hombres y que quiere iluminarlos?

11Sobre la moral cristiana

Si nos remitimos a los doctores cristianos, parecería que antesde la venida del fundador de su secta no había habido verda-dera moral sobre la tierra; ellos nos pintan el mundo enterosumergido en las tinieblas y en el crimen; no obstante la moralsiempre ha sido necesaria para los hombres, una sociedad nopuede subsistir sin moral.

Vemos antes de Jesucristo naciones florecientes, filósofos lle-nos de luces que han gritado continuamente a los hombressus deberes, encontramos en Sócrates, en Confucio, en losgimnosofistas indios unas máximas que no desmerecen nadade las del mesías de los cristianos. Encontramos en el paga-

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nismo ejemplos de equidad, de humanidad, de patriotismo,de temperancia, de desinterés, de paciencia y de dulzura quedesmienten profundamente las pretensiones del cristianismoy le prueban que antes de su fundador existían virtudes mu-cho más reales que las que él vino a enseñarnos.

¿Era necesaria una revelación sobrenatural para enseñar a loshombres que la justicia es necesaria para nuestra sociedad,que la injusticia no haría sino enfrentar unos enemigos dis-puestos a perjudicarse entre sí? ¿Era necesario que un Diosdijera a los hombres que los seres que conviven tienen nece-sidad de amarse y de prestarse ayuda mutua? ¿Eran necesa-rios los socorros del cielo para descubrir que la venganza es unmal, que es un ultraje a las leyes de un país que, cuando sonjustas, se encargan de vengar a los ciudadanos? ¿El perdón delas injurias, no es una consecuencia de este principio? Y ¿Nose eternizan los odios cuando se quiere ejercer una venganzaimplacable? ¿Perdonar a los enemigos no es efecto de unagrandeza de alma que nos da ventaja sobre aquel que nosofende? ¿Hacer el bien a nuestros enemigos no nos da supe-rioridad sobre ellos? ¿No es esta la conducta más adecuadapara hacernos amigos? Todo hombre que quiere conservarse¿no ve que los vicios, la intemperancia y la voluptuosidad po-nen sus días en peligro? Para acabar, ¿la experiencia no haprobado a todo ser pensante que el crimen es objeto del odiode sus semejantes, que el vicio es perjudicial para aquellosmismos que no están infectados, que la virtud atrae el amor yla estima a aquellos que la practican?

Por poco que los hombres reflexionen sobre lo que son, lo queson sus verdaderos intereses, sobre el propósito de la socie-dad, verán que se deben unos a otros. Unas buenas leyes lesobligaran a ser buenos y no será necesario bajar del cielo las

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reglas necesarias para su conservación y felicidad. La razón essuficiente para enseñarnos los deberes hacia los seres denuestra especie ¿Qué ayuda puede traer la religión que sinparar la contradice y la degrada? Se nos dirá –sin duda- que lareligión lejos de contradecir la moral, le sirve de soporte yvuelve sus obligaciones más sagradas pues les da la sanción dela divinidad. Yo contesto que la religión cristiana lejos de darsoporte a la moral la torna más vacilante e incierta. Es imposi-ble fundamentarla sólidamente sobre las voluntades positivasde un Dios cambiante, parcial, caprichoso, que con la mismaboca ordena la justicia y la injusticia, la concordia y el encarni-zamiento, la tolerancia y la persecución. Afirmo que es impo-sible seguir sus preceptos de una moral razonable bajo el im-perio de una religión que hace mérito del celo, del entusiasmoy del fanatismo más destructor. Afirmo que una religión quenos ordena imitar a un déspota que se complace en ponertrampas a sus súbditos, que es implacable en las venganzas,que quiere que sean exterminados todos aquellos que tienenla desgracia de desagradarle, es incompatible con cualquiermoral. Los crímenes con que el cristianismo se ha manchado –mas que todas las otras religiones- han tenido como únicopretexto complacer al Dios feroz que ha recibido de los judíos.El carácter moral de este Dios ha de regular por necesidad laconducta de sus adoradores.38 Si este Dios es cambiante, susadoradores cambiaran, su moral será flotante, su conductaarbitraria seguirá a su temperamento.

38 El buen rey San Luis decía a su amigo Joinville que cuando un laico sentíamalparada la religión cristiana, era necesario que la defendiese no sola-mente con palabras, sino “con un tajo de espada”, que se había de ente-rrar en el cuerpo de los difamadores y de los descreídos “tanto comopudiese entrar”. Véase Joinville, publicado por Ducange, p.2

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Eso nos puede mostrar la fuente de la incertidumbre en quese encuentran los cristianos cuando se trata de examinar si esmás conforme al espíritu de la religión tolerar o perseguiraquellos que disienten de sus opiniones. Los dos partidos en-cuentran igualmente en la Biblia órdenes precisas de la divini-dad que autorizan una conducta tan opuesta. Ahora Jehovádeclara que odia a los pueblos idólatras y que se les ha de ex-terminar, ahora Moisés prohíbe maldecir al “Dios de las na-ciones”, ahora el hijo de Dios prohíbe la persecución despuésde haber dicho él mismo que hay que obligar a los hombres a“entrar en su reino”, Asimismo, como la idea de un Dios se-vero y cruel causa impresiones mas hondas y mas fuertes en elespíritu que las de un Dios bondadoso, los verdaderos cristia-nos se han creído siempre obligados a mostrar su celo contraaquellos que suponen enemigos de su Dios. Han imaginadoque no se le podía ofender poniendo demasiado ardor en sucausa; además fuesen las que fuesen las órdenes, han encon-trado casi siempre más seguro para ellos perseguir, atormen-tar y exterminar aquellos que consideraban objetos de la iracelestial. La tolerancia solo ha estado admitida entre los cris-tianos cobardes y poco celosos, con un temperamento pocoanálogo al Dios que sirven.

¿Un verdadero cristiano, no ha de sentir necesidad de ser fe-roz y sanguinario, cuado se le proponen ejemplos de los san-tos y de los héroes del Antiguo Testamento? ¿No encuentramotivos para ser cruel en la conducta de Moisés, aquel legis-lador que ha derramado tantas veces la sangre de los israelitasy que ha hecho inmolar a su Dios más de cuarenta mil vícti-mas? ¿No encuentra en la pérfida voluntad de Fineas, de Jaelo de Judit, elementos con que justificar la suya? ¿No ven enDavid, este modelo acabado de reyes, un monstruo de barba-rie, de infamias, de adulterios y de revueltas, que no le impi-

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den nada ser un hombre según el corazón de Dios? En unapalabra, en la Biblia todo parece mostrar al cristiano que esmediante un entusiasmo furioso como se puede complacer ala divinidad y que este entusiasmo es suficiente para cubrirtodos los crímenes a sus ojos. No nos sorprendamos pues sivemos a los cristianos perseguirse los unos a los otros sin des-canso; si fueron tolerantes lo fueron cuando ellos mismoseran perseguidos o demasiado débiles para perseguir a otros;desde que tuvieron el poder lo hicieron sentir sobre los queno tenían las mismas opiniones que ellos sobre los apartadosde su religión. Desde la fundación del cristianismo, vemos lasdiferentes sectas perseguirse, vemos a los cristianos odiarse,dividirse, perjudicarse y tratarse recíprocamente con la cruel-dad mas rebuscada, vemos cómo los soberanos, imitadores deDavid, se prestan al furor de los sacerdotes en discordia y sir-ven a la divinidad con hierro y fuego, vemos a los mismos re-yes convertirse en víctimas de un fanatismo religioso que pre-sumía de llevar la concordia y la paz, y que después de diecio-cho siglos ha causado más estragos y ha hecho verter mássangre que todas las supersticiones del paganismo. Se elevóun muro de separación entre los ciudadanos de un mismoEstado, la unión y la ternura fueron expulsados de las familias,se creyó un deber ser cruel e inhumano. Bajo un Dios injustopor ofender de los errores de los hombres, todos los hombresse tornaron injustos; bajo un Dios celoso y vengador todos secreyeron obligados a entrar en querellas y a vengar las inju-rias; bajo un Dios sanguinario, finalmente, todos consideranun mérito verter la sangre humana.

Estos son los importantes servicios que la religión cristiana aprestado a la moral. Que no se nos diga que es por un abusovergonzoso de esta religión por los que han llegado esoshorrores; el espíritu de persecución y de intolerancia están en

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el espíritu de una religión que se cree emanada de un Diosceloso de su poder, que ha ordenado formalmente el asesi-nato, que tiene por amigos unos perseguidores inhumanos,que en el exceso de su cólera no ha ahorrado el dolor a supropio hijo. Cuando se sirve a un Dios con este carácter espan-toso se está mas seguro de complacerle exterminando a losenemigos que no dejarlos que ofendan a su creador en paz.Una divinidad semejante debe servir de pretexto a los excesosmas perjudiciales; el entusiasmo de servir a su gloria será unvelo que ocultará las pasiones de todos los impostores o faná-ticos que pretendan ser intérpretes de la voluntad del cielo,un soberano creerá que se puede librar a los mayores críme-nes cuando crea que los podrá rentabilizar con la sangre de losenemigos de sus Dios.

Por una consecuencia natural de los mismos principios, unareligión intolerante solo puede estar sometida condicional-mente a la autoridad de soberanos temporales. Un judío, uncristiano, solo pueden obedecer a los dirigentes de la sociedadcuando las órdenes de estos sean de acuerdo con las volunta-des arbitrarias y casi siempre insensatas de este Dios. Pero¿quién decidirá si las órdenes de los soberanos, las mas ven-tajosas para la sociedad, serán conformes a la voluntad deDios? Serán sin duda los ministros de la divinidad -sin duda-los intérpretes de sus oráculos, los confidentes de sus secre-tos. Así, en un estado cristiano, los ciudadanos deben estarmás sometidos a los sacerdotes que a los soberanos.39 Aún

39 No hay cristiano al que no le hayan enseñado desde la niñez que “valemas obedecer a Dios que a los hombres”. P ero obedecer a Dios significasiempre obedecer a los sacerdotes, Dios no habla por si mismo, la Iglesiahabla por él y la iglesia es un cuerpo de sacerdotes que siempre encuen-tra -en la Biblia-que los soberanos se equivocan, que las leyes son crimi-

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más si un soberano ofende al señor, si olvida sus deberes consu culto, si rehúsa admitir sus dogmas, si no se somete a sussacerdotes, ha de perder el derecho a gobernar un pueblocuya religión pone en peligro. ¿Qué digo? Si la vida de un so-berano parece ser un obstáculo para la salvación de sus súbdi-tos, para el reino de Dios, para la prosperidad de la Iglesia,debe ser eliminado del número de los vivos cuando los sacer-dotes lo ordenen. Un montón de ejemplos nos prueba que loscristianos han seguido continuamente unas máximas detesta-bles; cien veces el fanatismo ha puesto las armas en manos desus súbditos en contra de su soberano legítimo y ha provo-cado alteraciones en la sociedad. Bajo el cristianismo los sa-cerdotes fueron siempre los árbitros de la suerte de los reyes,poco importaba a estos sacerdotes que todo fuera mal sobrela tierra mientras la religión fuera respetada; los pueblos fue-ron rebeldes a sus soberanos cada vez que se les persuadióque los soberanos habían sido rebeldes a su Dios. La sedición,el regicidio están hechos para parecer legítimos a los cristia-nos celosos que han de obedecer a Dios pero no a los hom-bres, y que pueden –sin arriesgar su salvación eterna- oscilarentre la monarquía eterna y los reyes de la tierra.40

nales, que las instit uciones mas sensatas son impías o que la toleranciaes un crimen.

40 Los enemigos de los jesuitas han invocado contra ellos el hecho queestos han imaginado que asesinar un tirano sería una acción loable ylegítima; una pequeña reflexión sería suficiente para ver que si Aod hahecho un beneficio, Jacques Climent no ha sido un criminal, y Ravaillacno ha hecho sino seguir su propia conciencia. Santo Tomás de Aquinopredicó de manera formal el regicidio. Véase El golpe de estado tomo IIp.33 Los príncipes cristianos deberían de temblar si reflexionasen sobrelas consecuencias de los principios de su religión.

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Como consecuencia de estas máximas funestas que emanande los principios del cristianismo no nos hemos de sorprendersi vemos a los pueblos tan continuamente revueltos, los go-bernantes tan vergonzosamente envilecidos bajo la autoridadsacerdotal, los monarcas depuestos por los sacerotes, losfanáticos armados contra el poder temporal y, finalmente, lospríncipes degollados. Los sacerdotes cristianos ¿no encuen-tran en el Antiguo Testamento autorización para sus discursossediciosos? Los rebeldes contra los reyes ¿no fueron autoriza-dos con el ejemplo de David? Las usurpaciones, las violencias,las perfidias, las más violentas manifestaciones de los dere-chos de la Naturaleza y de los pueblos ¿No se legitiman con elejemplo del pueblo de Dios y de sus jefes? He, pues, aquí elsoporte que da a la moral una religión cuyo primer principioes admitir el Dios de los judíos, es decir un tirano, las volunta-des peregrinas del cual destruyen a cada instante las reglasnecesarias para el mantenimiento de las sociedades. Este Dioscrea lo que es justo e injusto, su suprema voluntad cambia elmal en bien, el crimen en virtud, su capricho trastorna la natu-raleza, destruye cuanto le viene de gusto las relaciones entrelos hombres y, dispensado el mismo de todo deber hacia suscriaturas, parece que las autoriza a no seguir ninguna ley cier-ta excepto aquella que prescribe en diferentes circunstanciasa través de sus intérpretes e inspirados, estos, cuando sondominadores solo predican la sumisión; cuando se creen per-judicados solo predican la revuelta.

¿Que son muy débiles? Predican la tolerancia, la paciencia y ladulzura. ¿Que son más fuertes?: predican la persecución lavenganza, la rapiña, la crueldad. Siempre encuentran en suslibros sagrados cualquier cosa para autorizar las máximas con-tradictorias que pronuncian; encuentran en los oráculos de unDios poco moral y cambiante órdenes directamente opuestas

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las unas a las otras. Fundamentar la moral sobre un Dios pare-cido, o sobre unos libros que contienen leyes tan contradicto-rias, es darle una base incierta, es fundamentarla en el capri-cho de aquellos que hablan en nombre de Dios, es fundamen-tarla sobre el temperamento de cada uno de sus adoradores.

La moral ha de estar basada en reglas invariables; un Dios quedestruye estas reglas, destruye su propia obra. Si este Diosfuese el creador del hombre, si quisiese la felicidad de suscriaturas, si se preocupara por la conservación de la especie,habría querido que el hombre fuera justo, humano, benefac-tor; nunca hubiera querido que fuese injusto, fanático o cruel.

Lo que acabamos de decir nos permite conocer lo que debe-mos de pensar de estos doctores que pretenden que sin lamoral cristiana no se puede tener ni moral ni virtud. La propo-sición contraria sería, de hecho, más verdadera y bien podría-mos avanzar que todo cristiano que se propone imitar a suDios y poner en práctica las órdenes siempre injustas y des-tructoras emanadas de su boca, ha de ser necesariamente unmalvado. Si se nos dice que estas órdenes no son siempre in-justas y que continuamente los libros sagrados respiran bon-dad, unión, equidad, diré que el cristiano debe tener una mo-ral inconstante, que será buena o mala siguiendo su interés ysus disposiciones particulares. Por eso se ve que el cristiano,consecuente con sus ideas religiosas, no puede tener una ver-dadera moral y ha de estar fluctuando constantemente entreel crimen y la virtud. Por otra parte ¿No es peligroso ligar lamoral con la religión? ¿En cuenta de apuntalar a la moral noes darle un soporte débil ruinoso querer fundamentarla en lareligión? La religión no aguanta el examen y cualquiera quedescubra la debilidad o la falsedad de las pruebas con que seestablece la religión sobre la que se dice está fundamentada la

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moral, estará tentado de creer que esta moral es una qui-mera, tanto como la moral que le sirve de base. Por eso cuan-do los hombres perversos logran desembarazarse del yugo dela religión se libran al desenfreno, a la intolerancia, a la intem-perancia y al crimen. Al salir de la esclavitud de la supersticióncaen en una anarquía completa y creen que todo está permi-tido porque creen que la religión es una fábula y por eso des-graciadamente las palabras incrédulo y libertino han acabadopor ser sinónimos. No tendríamos estos inconvenientes si enlugar de una moral religiosa se enseñara una moral natural.

En lugar de prohibir el libertinaje, el crimen y los vicios porqueDios y la religión prohíben esas faltas, habría que decir quetodo exceso perjudica la conservación del hombre, le vuelvedespreciable a los ojos de la sociedad y es desaconsejado porla razón que desea que el hombre se conserve; está prohibidopor la naturaleza que desea para él una felicidad duradera.Sean como sean las voluntades de dios, independientementede las recompensas y de los castigos que la religión anunciapara la otra vida, es fácil probar a todos que su interés en estemundo es mantener la salud, respetar las costumbres y ga-narse la estimación de sus congéneres siendo casto, tempe-rado y virtuoso. Aquellos a los cuales sus pasiones les impidanescuchar unos principios tan claros, no serán mas dóciles a lavoz de la religión en la cual dejarán de creer en cuanto seoponga a sus inclinaciones desordenadas.

Que dejen pues de loarnos las pretendidas ventajas de la reli-gión cristiana para procurar la moral, los principios que extraede sus libros sagrados tienden a destruirla, su alianza con ellasolo sirve para debilitarla. Por otro lado la experiencia nosmuestra que las naciones cristianas tienen costumbres a me-nudo mas corruptas que las calificadas de infieles y salvajes; al

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menos las primeras están más sometidas al fanatismo de lareligión, una pasión adecuada para apartar de la sociedad lajusticia y las virtudes sociales.

Por cada mortal crédulo que la religión cristiana retiene im-pulsa a millares al crimen; por cada hombre que hace casto,hace cien fanáticos, cien perseguidores, cien intolerantes queson mas perjudiciales a la sociedad que los libertinos másimpúdicos que solo se perjudican a si mismos. Al menos escierto que las naciones mas cristianas de Europa no son aque-llas que mejor conocen y observan la moral. En España, Portu-gal o Italia, donde la secta más supersticiosa del cristianismoha fijado su morada, los pueblos viven en la ignorancia másvergonzosa de sus deberes; el robo, el asesinato, la persecu-ción y el libertinaje son llevados al grado máximo, todo estálleno de supersticiosos, se encuentran pocos hombres virtuo-sas y la religión misma, cómplice del crimen, proporciona asiloa los criminales y les procura medios para reconciliarse fácil-mente con la divinidad. Oraciones, prácticas, ceremonias, pa-rece que dispensan al hombre de mostrar sus virtudes. En lospaíses que presumen de poseer el cristianismo en toda su pu-reza la religión ha absorbido hasta tal punto la atención de susseguidores que desconocen enteramente la moral y creen quehan cumplido todos sus deberes desde el momento quemuestran una vinculación escrupulosa con minucias religiosastotalmente extrañas a la sociedad

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Sobre las virtudes cristianas

Lo que acabamos de decir ya nos muestra lo que debemospensar sobre la moral cristiana. Si examinamos las virtudesque el cristianismo recomienda veremos la impronta del entu-siasmo, veremos que están poco hechas para el hombre, quese elevan por encima de su esfera, que son inútiles a la socie-dad, que continuamente tienen para él las más funestas con-secuencias; en conclusión, en los preceptos que Jesucristovino a darnos no encontraremos sino máximas exageradascuya práctica es imposible; reglas que, seguidas al pie de laletra, perjudicarían a la sociedad; en aquellos preceptos quepodemos practicar no encontraríamos nada que fuera desco-nocido para los sabios de la antigüedad sin ayuda de la revela-ción. Siguiendo al Mesías, toda su ley consiste en “amar a Diospor encima de todo y al prójimo como a sí mismo” Pero ¿esposible este precepto? ¡Amar a un Dios colérico, caprichoso,injusto, amar al Dios de los judíos! ¡Amar a un Dios injusto,implacable, que es lo bastante cruel para condenar eterna-mente a sus criaturas! ¡Amar el objeto más temible que jamáshaya podido crear el espíritu humano!

Un ser semejante ¿está hecho para excitar en el corazónhumano un sentimiento de amor? ¿Cómo se puede amar loque da miedo? ¿Cómo hemos de estimar un Dios bajo la varaque nos hace temblar? ¿No es mentirse a si mismo persua-dirse de amar a un ser tan terrible e indignante? 41

41 Séneca dice, con razón, que un hombre sensato no puede temer a losdioses desde el momento que ninguno puede querer aquello que teme:“Deos nemo sanus timet, furor enim est meture salutaria, nec quisquemamar quos timet” De benefic. 4. La Biblia nos dice”Initium sapientiae, ti-mor Domini” ¿eso no debe ser sino el principio de una locura?

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¿Amar al prójimo como a uno mismo es por ventura posible?Cada persona por su naturaleza se estima por encima de to-dos los otros y no estima a los otros sino en razón de lo quecontribuyen a su propia felicidad, tiene virtud desde el mo-mento en que ha hecho un favor al prójimo, tiene generosidadcuando le sacrifica el amor que tiene por ella misma, perojamás la estima sino por las cualidades útiles que le encuen-tra; no puede amar sino después de haberlo conocido y suamor por el prójimo se ve forzado a regularse por las ventajasque recibe.

Amar a los enemigos es pues un precepto imposible. Podemosabstenernos de hacer el mal a aquellos que nos perjudican,pero el amor es un movimiento del corazón que solamente seexcita al objeto que juzgamos favorable para nosotros. Lasleyes justas, en los pueblos ordenados, han prohibido siemprela venganza o hacerse justicia uno mismo; un sentimiento degenerosidad, de grandeza de alma, de valor, nos puede llevara hacer el bien a aquellos que nos ofenden; nos volvemos asímás grandes que ellos y así y todo podemos cambiar la dispo-sición de su corazón.

Por tanto, sin recurrir a una moral sobrenatural, vemos denuestro interés que ahoguemos en nuestro corazón el afán devenganza. Que los cristianos dejen pues de loarnos el perdónde las injurias como un precepto que solo Dios puede dar yque prueba la divinidad de su moral; Pitágoras, mucho tiempoantes del Mesías, había dicho que el hombre solo se venga delos enemigos esforzándose en hacerlo amigos” y Sócrates diceen Critón: “No es permitido al hombre que ha recibido unainjuria vengarse con otra injuria”. Jesús olvidaba que hablabaa hombres cuando, para conducirlos a la perfección les dijoque abandonaran sus posesiones a la avidez del primer rapi-

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ñador, poner la otra mejilla para recibir otro nuevo ultraje, noresistirse a la violencia más injusta, renunciar a las riquezasperecederas de este mundo, prohibirse los placeres más ino-centes.

¿Quien no ve en estos consejos sublimes el lenguaje del entu-siasmo, de la hipérbole? ¿Estos consejos maravillosos no estánhechos para desanimar al hombre lanzándolo a la desespera-ción? ¿La práctica literal de estas cosas nos sería destructivapara la sociedad?

¿Qué diremos de esta moral, que ordena que el corazón sesepare de los objetos que la razón le ordena amar? ¿Rechazarel bienestar que la Naturaleza nos ofrece no es despreciar losbeneficios de la divinidad?

¿Qué bien real puede resultar para la sociedad de estas virtu-des feroces y melancólicas que los cristianos ven como per-fecciones?

¿Resulta un hombre útil para la sociedad cuando su corazónestá perturbado por terrores imaginarios, por ideas lúgubres,por negras inquietudes que le impiden ocuparse de lo necesa-rio para su familia, a su país, a los que le rodean? Si es conse-cuente con estos tristes principios ¿no se volverá insoportabletanto para él como para los otros?

Se puede decir en general que el fanatismo y el entusiasmoson la base de la moral de Cristo; las virtudes que recomiendatienden a aislar a los hombres, a sumirlos en un humor som-brío y a hacerlo perjudiciales para semejante.

Aquí abajo se necesitan las virtudes humanes, el cristianosiempre ve las suyas mas lejos de lo que es verdadero; a lasociedad son necesarias virtudes reales, que la mantengan,que len energía actividad; las familias necesitan atención,

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afecto, trabajo; a todos los seres de la especie humana les esnecesario el deseo de procurarse placeres legítimos y de au-mentar el caudal de su felicidad. El cristianismo está perpe-tuamente ocupado, bien a degradar al los hombres con terro-res angustiosos o bien en embriagarlos con esperanzas frívo-las, sentimientos igualmente buenos para desviarlos de susverdaderos deberes. Si el cristiano sigue a pie de la letra losprincipios de su legislador, siempre será un hombre inútil operjudicial para la sociedad.42

¿Qué ventajas, en efecto, puede obtener el género humanode estas virtudes ideales, que los cristianos denominanevangélicas, divinas, teologales, que prefieren a las virtudessociales, humanas y reales y sin las cuales piensan que no sepuede agradar a Dios ni entrar en su gloria? Examinemos endetalle estas virtudes tan elogiadas, veamos de qué utilidadpueden ser para la sociedad y si merecen de verdad la prefe-rencia que se les da sobre las que la razón nos inspira comonecesarias para el bienestar del género humano.

La primera de las virtudes cristianas, la que sirve de base atodas las otras, es la fe; la fe consiste en una convicción impo-

42 A pesar de los elogios que los cristianos hacen de los preceptos de sumaestro divino encontramos algunos que son totalmente contrarios a laequidad y a la recta razón. En efecto, cuando Jesús dice “Haceros amigosen el cielo con las riquezas adquiridas injustamente” ¿no insinúa clara-mente que es correcto robar con tal de dar limosna a los pobres? Losintérpretes nos dirán sin duda que habla en parábolas, pero es fácil pe-netrar su sentido. Por otra parte los cristianos practican continuamenteel consejo de su dios; muchos de ellos roban durante toda su vida paratener el placer de hacer donaciones cuando se mueren a monasterios yhospitales. El Mesías, en otro lugar trata con despego a su madre que lobuscaba. Ordena a los discípulos apoderarse de un asno, ahoga una piarade cerdos, etc. A decir verdad esas cosas no están muy de acuerdo con labuena moral

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sible de dogmas revelados, de fábulas absurdas, que el cristia-nismo ordena creer a sus seguidores. Por eso podemos verque esta virtud exige una renuncia total, un asentimiento im-posible a hechos improbables, una sumisión ciega a la autori-dad de los sacerdotes, únicos garantes de la verdad de losdogmas y de las maravillas que todo cristiano ha de creer bajopena de ser condenado.

Esta virtud, aunque necesaria a todos los hombres, es asi-mismo un don del cielo y el efecto de una gracia especial;prohíbe la duda y el examen, priva al hombre de la facultad deejercer la razón, de la libertad de pensar, le reduce al embru-tecimiento de las bestias sobre materias de las cuales se le hapersuadido de que son las mas importantes para su felicidadeterna. De eso se desprende que la fe es una virtud inventadapor hombres que temían las luces de la razón, que queríanengañar a sus semejantes para someterlos a su propia autori-dad, que buscaban degradarlos con tal de ejercer su imperiosobre ellos.43 Si la fe es una virtud solo es útil, a buen seguro,a los guías espirituales del cristianismo, los únicos que recogensus frutos. Esta virtud solo puede ser funesta para el resto delos hombres a quienes enseña a menospreciar la razón, la cuallos distingue de las bestias y es la única que puede guiarloscon seguridad en este mundo. En efecto, el cristianismo nospresenta esta razón como pervertida, como una guía infiel,como algo que parece no hecho para seres racionales.

43 San Pablo dice: “Fides ex auditu”, que quiere decir que las gentes creenúnicamente sobre cosas que han oído. La fe solo es la adhesión a las opi-niones del sacerdote. La fe viva es una piadosa obstinación que hace queno sean capaces de imaginar que aquellos sacerdotes pueden engañarseellos mismos o quieran engañar a otros. La fe puede estar fundada sobrela buena opinión que tenemos de las luces de los sacerdotes

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¿No podríamos preguntar a los doctores cristianos dónde noslleva esta renuncia a la razón? ¿No hacen ellos mismos uso deella en algunos casos? ¿No es a la razón a la que apelan cuan-do tratan de probar la existencia de Dios? ¿Si la razón estápervertida ¿Cómo se remiten a ella en una cuestión tan im-portante como es la existencia de Dios? Sea como sea, decirque se cree aquello que no se puede concebir es mentir evi-dentemente. Creer sin saber en qué se cree es un absurdo.Hay, pues, que valorar los elementos de la creencia, pero¿cuáles son los motivos del cristiano? Son la confianza quetiene en los guías que le instruyen, pero ¿sobre qué se basaesta confianza? Sobre la revelación; pero ¿Sobre qué se basala revelación? Sobre la autoridad de los guías espirituales. Estaes la manera que tienen los cristianos de razonar. Sus argu-mentos a favor de la fe se reducen a decir: “Para creer en lareligión hay que tener fe, y para tener fe, hay que creer en lareligión”, o bien: “Hay que tener de antemano fe para creeren la necesidad de la fe”.44 La fe desaparece desde el mo-mento que se razona, esa virtud no soporta un examen dete-nido, eso es lo que hace a los sacerdotes tan enemigos de laciencia.

El fundador de su religión declaró él mismo que su ley era so-lamente para los simples y para los niños. La fe es el efecto deuna gracia que dios no concede casi a personas ilustradas y

44 44 Muchos teólogos han sostenido que la fe, sin obras, es suficientepara la salvación. En general es la virtud más querida por los sacerdotes.Es sin duda la más necesaria para su existencia: no es extraño que hayanintentado establecerla a sangre y fuego. Con tal de mantener la fe, lossacerdotes desencadenaron persecuciones. Por convencer con toda se-guridad a aquellos que no tenían fe, los cristianos los exterminaron. ¡Oh,virtud maravillosa y digna del Dios de bondad! Sus ministros castigan alos hombres cuando estos rehúsan sus gracias.

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avezadas a consultar el entendimiento, está hecha para hom-bres que son incapaces de reflexión o ánimas embriagadas deentusiasmo o para ser invenciblemente ligados a los prejuiciosde la infancia.

La ciencia ha sido siempre objeto del odio de los doctores cris-tianos, serían enemigos de ellos mismos si amasen a los sa-bios.

Una segunda virtud cristiana que se deriva de la primera es laesperanza, basada en promesas aduladores que el cristia-nismo hace a los desgraciados en esta vida, nutridos por elentusiasmo le hace perder de vista la felicidad presente, loshace inútiles para la sociedad, les hace creer firmemente queDios les recompensará en el cielo su inutilidad, su humor ne-gro, su odio a los placeres, sus insensatas mortificaciones, susplegarias, su pereza. ¿Cómo puede un hombre, embriagadopor estas pomposas esperanzas, ocuparse del bienestar actualde los que le rodean, si es indiferente a su propio bienestar?¿Por ventura no sabe que es volviéndose miserable en estemundo como puede esperar complacer a su Dios? En efecto,por poco que sean las ideas que un cristiano se hace sobre elporvenir , su religión las envenena con los terrores de un Diosceloso, que quiere que la salvación se haga con temor y tem-blor, que castigará su presunción y la condenaría implacable-mente si tuviera la debilidad de ser hombre un instante en suvida.

La tercera de las virtudes cristianas es la caridad. Consiste enamar a Dios y al prójimo. Ya hemos visto hasta qué punto esdifícil experimentar sentimientos de ternura hacia un ser queinspira temor. Se nos dirá, sin duda, que el temor de los cris-tianos es un temor filial, pero las palabras no cambian la esen-cia de las cosas, el temor es una pasión totalmente opuesta al

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amor. Un hijo que teme a su padre, que no se fía de su cólera,que teme sus caprichos, no lo querrá sinceramente. El amorde un cristiano por su Dios, jamás podrá, pues, ser verdadero.En vano intentará este estimular su ternura hacia un señor tanriguroso que le espanta en su corazón. No lo querrá sino comoa un tirano al que la boca rinde un homenaje que su corazónrehúsa. El devoto no tiene mucha fe en sí mismo cuando in-tenta estimar a su Dios, su ternura es un homenaje simulado,semejante al que se cree obligado a rendir a aquellos déspotasinhumanos que haciendo desgraciados a sus súbditos les exi-gen sin embargo signos exteriores de devoción hacia ellos. Sialgunas almas tiernas, a fuerza de ilusiones, llegan a hacernacer el amor por la divinidad, es en consecuencia una pasiónmística y de novela, producida por un temperamento calentu-riento, por una imaginación ardiente, que hace que solamenteimagine a su Dios por el lado más amable y que cierre los ojosa sus numerables defectos.45 El amor de Dios no es el misteriomás inconcebible de nuestra religión

La caridad, considerada como el amor a nuestros semejantes,es una disposición virtuosa e innecesaria. La caridad no es otracosa que esta tierna humanidad que nos hace preocuparnospor otros seres de nuestra especie, que nos pone en disposi-

45 Es un temperamento ardiente y tierno que produce la devoción mística.Las mujeres histéricas son generalmente las que más aman a Dios, loaman con pasión, como querrían a un hombre. Las santas Teresa, lasMadeleines de Pezzy, las Marie Alacoque y casi todas las religiosas devo-tas están en este caso. Su imaginación las pierde y dan a su dios –quepintan con trazos ardientes- la ternura que no pueden dar a seres denuestra especie. Es necesaria imaginación para enamorarse de un objetodesconocido, todavía es más necesaria para estimar un objeto que notiene nada de estimable, pero hace falta estar loco para estimar un ob-jeto odioso

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ción de prestarles ayuda, que nos liga a ellos. Pero ¿Cómo sepuede conciliar esta preocupación por las criaturas con lasórdenes de un Dios celoso que quiere ser el único amado, queha venido a separar el hijo del padre, el amigo del amigo? Si-guiendo las máximas del evangelio, sería un crimen ofrecer aDios un corazón compartido con cualquier otro ser terrestre,sería una idolatría hacer compartir la criatura con su creador.Por otra parte ¿Cómo podemos estimar a unos seres queofenden continuamente a la divinidad o que son para noso-tros la permanente ocasión para ofenderla? ¿Cómo podemosestimar a los pecadores? La experiencia también nos muestraque los devotos, obligados por principio a odiarse entre ellos,están muy poco dispuestos a tratar mejor a los otros, a hacer-les la vida agradable y a mostrarles indulgencia. Los que secomportan de esta manera no han llegado todavía a la perfec-ción del amor divino. En una palabra, veremos que aquellosque pasan por amar al creador con mas ardor no son los quemuestran mas afecto por sus débiles criaturas, al contrario,generalmente los vemos extender amargura sobre todo aque-llo que les rodea, remarcar agriamente los defectos de sussemejantes y considerar como un crimen el hecho de mostrarindulgencia hacia la fragilidad humana. 46

En efecto, un amor sincero por la divinidad ha de ir acompa-ñado de fervor; un verdadero cristiano se ha de irritar cuando

46 En los países más cristianos, los devotos son vistos generalmente comoun castigo para la sociedad; la buena compañía los tiene como enemigosde la alegría, como unos aburridos. Una mujer devota raramente tiene eltalento de conciliar el amor de su marido, de sus hijos y de la gente. Unareligión lúgubre y melancólica no puede tener seguidores amables. Bajoun Dios triste, hay que estar tristes como él. Los doctores cristianos hanobservado muy juiciosamente que “Jesucristo lloró, pero jamás rió”

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ve que ofenden a su Dios, ha de armarse de una justa y sanacrueldad para reprimir a los culpables, ha de tener un deseoardiente de hacer reinar la religión. Es este fervor, derivadodel amor divino el origen de las persecuciones y del furor delque el cristianismo tantas veces ha resultado culpable; es estefervor el que hace a los verdugos así como a los mártires, eseste fervor el que hace que el intolerante arranque el rayomortal de las manos del Altísimo bajo pretexto de vengarlo dede las injurias, es este fervor el que hace que miembros deuna misma familia y ciudadanos de un mismo Estado se detes-ten, se atormenten por opiniones y también por ceremoniaspueriles que el fanatismo ha considerado como cosas de granimportancia; es este fervor el que ha incendiado mil veces ennuestra Europa aquellas guerras de religión tan notables porsu atrocidad; es, para acabar, este fervor por la religión el quejustifica la calumnia, la traición, la mortandad, los desórdenesmas funestos para la sociedad. Siempre ha estado permitidoutilizar la astucia, el engaño o la mentira cuando era ocasiónde sostener la causa de Dios.47 Los hombres más biliosos, losmás coléricos, los más corrompidos, son generalmente losmás fanáticos; esperan que a favor de su fanatismo el cielo lesperdonará la depravación de sus costumbres y todos sus otrosdesvaríos. Por efecto de este fanatismo vemos a los cristianos

47 El concilio ecuménico de Constanza hizo quemar a Juan Hus y a Jeró-nimo de Praga, a pesar del salvoconducto del emperador. Muchos cris-tianos han enseñado que no se debe mantener la palabra dada a unherético. Los papas han dispensado cien veces de los juramentos y pro-mesas hechas a los heterodoxos. La historia de las guerras de religiónnos muestra traiciones, crueldades y perfidias que no tienen parangónen otras guerras. Todo está justificado cuando se combate por Dios. Novemos en estas guerras más que niños estrellados contra las murallas,mujeres encintas reventadas, doncellas violadas o masacradas. En defini-tiva el celo religioso hace a los hombres más ingeniosos en la barbarie.

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exaltados recorrer las tierras y los mares para ext ender elImperio de su Dios.

Por ese fervor los misioneros se creen obligados a perturbar latranquilidad de otros estados que ellos ven como infieles,mientras que encontrarían cosa muy extraña que otros misio-neros fueran a su país a anunciar otro evangelio.48 Mientrasestos propagandistas de la fe tuvieron el poder en su manoejercitaron en sus conquistas las revueltas más espantosas, oejercieron sobre los pueblos sometidos las violencias másapropiadas para hacer odiosa su divinidad. Creyeron sin dudaque unos hombres para los cuales Dios había sido descono-cido solamente podían ser bestias sobre las cuales era lícitoejercer las mayores crueldades. Para un cristiano un infiel noha sido más que un perro. Es aparentemente como conse-cuencia de las ideas judaicas que las naciones cristianas hanido usurpando las posesiones de los habitantes del NuevoMundo. Los castellanos y los portugueses tenían aparente-mente los mismos derechos de apropiarse de América y deÁfrica, que tenían los hebreos para apoderarse de las tierrascananeas, para exterminar a sus habitantes o para reducirlos ala esclavitud. ¿Un pontífice del Dios de la justicia y de la paz nose arrogó el derecho de distribuir un imperio lejano a los mo-narcas europeos que quería favorecer? Estas violaciones ma-nifiestas del derecho natural y de gentes pareció legítimo a los

48 Un emperador de China preguntó a los jesuitas de misión en Pekín.“¿Que diríais si yo envío misioneros a vuestro país? Sabemos las revuel-tas que los jesuitas han provocado en Japón y en Etiopía que han hechoexpulsar por completo al cristianismo. Un santo misionero decía que :“los misioneros sin fusiles no eran provechosos para hacer prosélitos”

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príncipes cristianos a favor de los cuales la religión santificabala avaricia, la crueldad y la usurpación.49

En fin, el cristianismo, a la humildad como una virtud sublime,le otorga un gran valor. No se necesitaban sin duda luces divi-nas y sobrenaturales para ver que el orgullo hiere a los hom-bres y hace desagradables aquellos que lo muestran a losotros. Por poco que el hombre reflexione se convencerá deque la arrogancia, la presunción y la vanidad son cualidadespoco agradables y menospreciables; pero la humildad del cris-tiano ha de ir mas lejos todavía, debe renunciar a la razón, querehúse hacer justicia a sus buenas acciones, que pierda la es-timación de sí mismo.

De ahí, se ve que esta pretendida virtud solo es buena paradegradar al hombre, para envilecerlo a sus propios ojos, paraahogar en él toda la energía y todo deseo de ser útil a la so-ciedad. Prohibir a los hombres el amor a sí mismos y que me-rezcan la estima de otro es anular el más potente estímuloque les mueve a grandes acciones, al estudio, a la industria.Parece que el cristianismo se propone solamente hacer losesclavos mas abyectos, inútiles para la sociedad, en los cualesla sumisión ciega a sus sacerdotes ocupa el lugar de cualquierade las virtudes.

49 San Agustín nos enseña que “por derecho divino todo pertenece a losjustos”, máxima fundamentada sobre un pasaje de los Salmos que diceque “los justos comerán del fruto del trabajo de los impiedosos”, VéaseAgustín ep. 39. Sabemos que el Papa, por una bula dada a favor de losreyes de Castilla y Aragón y de Portugal, fija la línea de demarcación queregulaba las conquistas que cada uno de había de hacer sobre los infie-les. Según estos principios, ¿No es el Universo presa del bandolerismo delos cristianos?

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No nos sorprendamos, una religión que presume de ser so-brenatural ha de intentar desnaturalizar al hombre. En efecto,en el delirio de su entusiasmo le prohíbe amarse a sí mismo, leordena odiar los placeres y amar el dolor, le presenta como unmérito el mal voluntario que se hace. Por eso aquellas auste-ridades, aquellas penitencias que destruyen su salud, aquellasmortificaciones extravagantes, aquellas prácticas crueles,aquellas prácticas insensatas, aquellos suicidios lentos, extre-mos, con los que los fanáticos cristianos creen merecer el cie-lo. Es cierto que no todos los cristianos se sienten capaces deestas perfecciones maravillosas, pero todos con tal de salvarsese creen más o menos obligados a mortificar sus sentidos, arenunciar a los beneficios que un Dios bueno les presentaporque suponen que este Dios se irritaría si hicieran uso deellos y que solo ofrece estos bienes para que se abstengan deusarlos. ¿Cómo podría aprobar la razón estas prácticas des-tructivas de nosotros mismos? ¿Cómo podría el buen sentidoadmitir un Dios que pretende que el hombre sea desgraciadoy que se complace en contemplar los tormentos que se impo-nen sus criaturas? ¿Qué fruto puede recoger la sociedad deestas virtudes que hacen al hombre sombrío, miserable, inca-paz de ser útil a su patria? ¿La razón y la experiencia, sin ayu-da de la superstición, no son suficientes para probarnos quelas pasiones, los placeres llevados al exceso, se vuelven contranosotros mismos y que el abuso de las mejores cosas devieneen un verdadero mal? ¿Nuestra naturaleza no nos obliga a lamoderación, a la privación de los objetos que pueden perjudi-carnos? En una palabra, un ser que quiere conservarse, ¿no hade moderar sus inclinaciones y huir de aquello que facilita su

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destrucción? 50 Es evidente que el cristianismo autoriza, almenos indirectamente, el suicidio.

Como consecuencia de estas ideas fatídicas, sobre todo en losprimeros tiempos del cristianismo, los desiertos y los bosquesse poblaron de cristianos perfectos que, alejándose del mun-do, privaron a sus familias de soporte económico y a sus pa-trias de ciudadanos con tal de librarse a una vida ociosa y con-templativa. Por eso aquellas legiones de monjes y cenobitasque bajo los estandartes de diferentes exaltados se enrolaronen una milicia inútil o perjudicial para el Estado, creyeron quemerecerían el cielo si soterraban el talento necesario para susconciudadanos, consagrándose a la inacción y al celibato. Enlos países donde los cristianos son más fieles a su religión unagran cantidad de hombres, por piedad, se obligan a perma-necer toda una vida inútiles y miserables. ¡Qué corazón seríatan bárbaro de rehusar las lágrimas a la suerte de esas vícti-mas femeninas, escogidas de un sexo encantador que la natu-

50 Las funestas ideas que los hombres han tenido sobre la divinidad, unidasal deseo de distinguirse de otros con acciones extraordinarias, son lasverdaderas fuentes de las penitencias que vemos practicar en las dife-rentes partes del mundo. Nada hay más sorprendente que las peniten-cias de los yoguis indios tan distintas de las de los penitentes cristianos.Los sacerdotes de Astarté en Siria y de Cibeles en Frigia se hacían eunu-cos, los pitagóricos fueron enemigos de los placeres. Los romanos tuvie-ron vestales parecidas a nuestras monjas. Puede ser que las ideas sobrela necesidad de hacer penitencia para aplacar a la divinidad sean deriva-das de aquellas que anteriormente habían persuadido a los hombres deque Dios quería sangre hum ana. No cabe duda de que el sacrificio deJesucristo tiene ese origen, que fue, hablando en propiedad, un suicidio.La religión cristiana, admitiendo un dios parecido como modelo, anunciaa sus seguidores que han de destruirse ellos mismos con el fin de estarpreparados para la salida de este mundo perverso. Los mártires son ma-yoritariamente verdaderos suicidas. Los monjes de la Trapa son igual-mente culpables.

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raleza destinaba a hacer la felicidad del nuestro! Desgraciadas,engañadas por el entusiasmo de la juventud u obligadas porplanes interesados de una familia autoritaria, desterradas delmundo para siempre; unos juramentos temerarios las ligan aperpetuidad al aburrimiento, a la soledad, a la esclavitud, a lamiseria; unas promesas contrarias a la naturaleza las fuerzan ala virginidad. A veces, un corazón mas maduro protesta anteso después en ellas y las hace gemir bajo unos votos impruden-tes; la sociedad las castiga si olvidan su inutilidad, su este-rilidad voluntaria. Separadas de sus familias pasan en la som-nolencia la amargura y las lágrimas una vida perma-nentemente importunada por carceleras irritantes y despóti-cas, En fin aisladas, sin ayuda y sin ligaduras no les queda másque el espantoso consuelo de seducir otras víctimas para quecomparten con ellas los aburrimientos de su soledad y su su-plicio sin remedio. El cristianismo parece que haya tomadocomo obligación el hecho de combatir sobre todo la natura-leza y la razón; si bien admite algunas virtudes aprobadas porel buen sentido, quiere exagerarlas continuamente; nuncaconserva el justo término medio que es con razón la perfec-ción. La voluptuosidad, la disolución, el adulterio, es decir, losplaceres ilícitos y vergonzosos son evidentemente aquellascosas a las cuales cualquier hombre que quiera conservarse ymerecer la estimación de sus conciudadanos se ha de resistir.Los paganos han comprendido y enseñado esta verdad a pesardel desorden de las costumbres que el cristianismo les acha-ca.51

51 Aristóteles y Epicteto recomendaron la “pureza en la manera de hablar”.Menandro dijo que el hombre de bien no puede consentir la corrupciónde las doncellas ni cometer adulterio. Tíbulo dijo “casta placent superi”.Marco Antonio dio gracias a los dioses por haber conservado su castidaddurante la juventud. Los romanos tenían leyes contra el adulterio. El pa-

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La religión cristiana, poco contenta con estas máximas razona-bles, recomienda el celibato como un estado de perfección. Launión matrimonial, tan legítima, es a sus ojos una imperfec-ción. El padre del Dios de los cristianos había dicho en elGénesis “No es bueno que el hombre esté solo”, había orde-nado a todos los seres “creced y multiplicaos”. Su hijo en elEvangelio, ha anulado estas leyes: pretende que con tal de serperfectos hay que privarse del matrimonio, resistirse a una delas exigencias más imperiosas que la naturaleza inspira alhombre, morir sin posteridad, negar ciudadanos al Estado ypuntales para su vejez.

Si consultamos la razón encontraremos que los placeres delamor perjudican cuando los tomamos en exceso, que soncrímenes cuando perjudican a otros: nos daremos cuenta quecorromper una muchacha es condenarla a la vergüenza y a lainfamia, es anular para ella las ventajas de la sociedad, encon-traremos que el adulterio es una invasión de los derechos deotro, que destruye la unión de los esposos, que como mínimosepara los corazones que estaban hechos para estimarse yconcluiremos que el matrimonio es honestamente el únicomedio de satisfacer legítimamente la exigencia de la naturale-za, de poblar la sociedad y de procurarse vástagos, es un es-tado mucho más respetable y más sagrado que el celibatodestructor, que esta castración voluntaria que el cristianismotiene la osadía de convertir en virtud.

dre Tachard dice que los siameses tienen una moral que les prohíbe nosolamente acciones deshonestas sino también pensamientos impuros,cosa que nos muestra que la castidad y la pureza de costumbres fueronestimadas en todos los pueblos del mundo antes de que oyeran hablardel cristianismo.

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La naturaleza o el autor de la naturaleza invita a los hombres amultiplicarse con el aguijón del placer, ha declarado clara-mente que la mujer era necesaria para el hombre; la expe-riencia ha dado a conocer que entre los dos habían de formarsociedad, no solamente para gozar de placeres pasajeros sinotambién para ayudarse a soportar las amarguras de la vida,para criar a los niños, para convertirlos en ciudadanos, peraencontrar socorro en la vez. Dando al hombre unas fuerzassuperiores a las de su compañera la naturaleza a querido queeste trabajase para mantener a su familia, dando a esta com-pañera órganos más débiles la ha destinado a trabajos menospenosos pero no menos necesarios; dándole un alma mássensible y más dulce ha querido que un tierno sentimiento laligue particularmente a sus tiernos infantes. He aquí las ventu-rosas ligaduras que el cristianismo podría impedir que se for-masen,52 he aquí las ideas que se esfuerza en dificultar propo-

52 Es evidente que en la religión cristiana el matrimonio es considerado unestado imperfecto. Eso prueba que posiblemente Jesucristo fuera de lasecta de los esenios, que de manera semejante a los monjes modernos,renunciaban al matrimonio y se consagraban al celibato. Seguramenteesas ideas fueron aceptadas por los primeros cristianos, que esperaban,según las profecías de Cristo, el fin del mundo de un momento a otro ypor tanto veían inútil tener niños y multiplicar las ligaduras que les vin-culaban en un mundo dispuesto a desaparecer. Sea como sea San Pablodijo que “más vale casarse que abrasarse”. Jesús había hablado él mismocon elogio de los que “se han hecho eunucos por el reino de los cielos”.Orígenes tomó al pie de la letra este precepto y se emasculó voluntaria-mente. San Justo mártir dice que “Dios quiso nacer de una virgen paraabolir la generación ordinaria, que es fruto de un deseo ilegítimo”. Laperfección que el cristianismo otorga al celibato fue uno de los motivospor los que fueron expulsados de China. San Eduardo el Confesor se abs-tuvo de mujer toda la vida. La idea de la perfección ligada a la castidadfue la causa de la extinción de todas las familias reinantes de los sajonesen Inglaterra. El monje San Agustín, apóstol de los ingleses, consultó al

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niendo como un estado de perfección un celibato que des-puebla la sociedad, que contradice la naturaleza, que invita allibertinaje, que aísla a los hombres y solamente puede serventajoso para la política odiosa de los sacerdotes de algunassectas cristianas que hacen su deber de separar sus conciuda-danos para formar un colectivo funesto que se eterniza sinposterioridad Gens aeterna, in qua nemo nascitur.53

Si bien el cristianismo ha tenido la indulgencia de permitir elmatrimonio a aquellos de sus seguidores que no han queridoo no han podido pretender la perfección, parece que los hacastigado a la vista de las incómodas trabas que opone a estaunión; así es como vemos el divorcio prohibido por la religióncristiana, las uniones más mal avenidas resultan indisolubles;

Papa san Gregorio para saber “cuanto tiempo se necesita para que unhombre que ha mantenido relación con su mujer pueda entrar en la igle-sia y sea admitido en la comunión de los fieles”

53 El celibato preferido por los Padres de la Iglesia parece ser el efecto dela más refinada política entre los pontífices defensores de esta ley. Enprimer lugar debió aumentar la veneración de los pueblos que debieroncreer que los sacerdotes no eran hombres como ellos, compuestos decarne y hueso. En segundo lugar, al prohibir el matrimonio a los sacerdo-tes rompieron el vínculo que los unía a sus familias y al Estado para vin-cularlos únicamente a la Iglesia, los bienes de la cual, por este procedi-miento, no iban a ser repartidos y quedaron íntegros. Por el celibato lossacerdotes de la Iglesia romana han devenido tan poderosos y tan malosciudadanos. El celibato los hace, en cierta manera, independientes, no seven obligados a preocuparse de la posteridad. Un hombre que tiene fa-milia tiene unas necesidades desconocidas para un soltero que ve quetodo acaba con él mismo. Los papas más ambiciosos han sido los gran-des promotores del celibato sacerdotal. Gregorio VII fue quien más luchópor establecerlo. Si los sacerdotes pudiesen casarse, los reyes y lospríncipes serían pronto sacerdotes y el Soberano Pontífice no encontra-ría en ellos unos súbditos muy dóciles. Parece que al celibato se deben ladureza, la obstinación y el espíritu inquieto que siempre se ha atribuidoal clero católico.

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las personas una vez casadas se ven obligadas a gemir parasiempre por su imprudencia, cuando al fin y al cabo el matri-monio que solo puede tener el Bienestar, el amor y la ternuracomo base, se convierte para ellos en una fuente de discor-dias, amarguras y penas. Es así como la ley, de acuerdo con lareligión cruel, consiste en impedir que los desafortunadosrompan sus cadenas. Parece que el cristianismo ha puesto enjuego todo su poder para apartarnos del matrimonio y parahacernos preferir un celibato que conduce necesariamente allibertinaje, al adulterio y a la disolución.54 Asimismo, el Dios delos judíos había permitido el divorcio y no vemos con qué de-recho su hijo, que venía a cumplir la Ley de Moisés revocó unpermiso tan sensato. No hablamos aquí de las otras trabasque, según su fundador, la Iglesia ha puesto al matrimonio.55

54 La Naturaleza nunca pierde sus derechos; los célibes sienten sus necesi-dades como los otros hombres, no encuentran más salida que la prosti-tución o el adulterio, o por medios que la decencia no permite nombrar.En España, en Portugal o Italia los monjes son monstruos de la lujuria, ladisolución, la pederastia, los adulterios son extraordinariamente comu-nes es estos países a causa de los célibes. Los vicios de los laicos seríanmenos frecuentes si el matrimonio no fuera indisoluble.

55 55 Los soberanos pontífices de Roma deben reírse bien a gusto cuandoven a los soberanos suplicándoles que les concedan las dispensas ma-trimoniales. Es evidente que en principio, los matrimonios entre parien-tes fueron prohibidos por la ley civil; los príncipes y emperadores, aun-que cristianos, han defendido y permitido esta forma de matrimonio.Véase el código de Teodosio, tít, 12 ley 3 y el mismo código ley 5, títulos8-10 y en el mismo tít.. 8,9 y 37. Los reyes de Francia han ejercido elmismo derecho. M. de Marca dice formalmente: “Pars illa iuris tune eratpene princeps, sine ulla controversia”. Véase su libro De concordia sa-cerdotii et imperii. Poco a poco la iglesia ha usurpado asimismo este de-recho a los príncipes, y los papas se han hecho los amos del vínculo con-yugal hasta tal punto que hubo un tiempo en que era imposible saber sise estaba bien o mal casado; la Iglesia prohibía los matrimonios siempreque se pudiera probar parentesco en cualquier grado. La afinidad se

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Prohibiendo el matrimonio entre parientes ¿no parece que haprohibido que aquellos que querían unirse se conociesen per-fectamente y se amasen tiernamente?

Estas son las perfecciones que el cristianismo propone a sushijos, estas son las virtudes que prefiere sobre aquellas quellama, con menosprecio, “virtudes humanas”. Aun más, repu-dia y desaconseja estas últimas, las califica de falsas, de ilegí-timas porque aquellos que las tienen no poseen la fe. ¡Y aho-ra! ¿Estas virtudes tan estimables, tan heroicas, de Grecia o deRoma, no eran verdaderas virtudes? Si la equidad, la ge-nerosidad, la templanza, la paciencia de un pagano no sonverdaderas virtudes ¿a que podemos dar este nombre. ¿No espor ventura, confundir todas las leyes de la moral el hecho depretender que la justicia de un pagano no es justicia, que subondad no es bondad, que su benevolencia es un crimen? Lasvirtudes reales de un Sócrates, de un Catón, de un Epicteto

convirtió en impedimento; se inventaron las “afinidades espirituales” Lospadrinos no pudieron casarse entre ellos, el papa resultó el árbitro de lasuerte de los reyes y de sus súbditos y, bajo el pretexto de “matrimonioincestuosos”, se perturbó cien veces el orden de los Estados, se exco-mulgó a los soberanos declarando a sus hijos ilegítimos, se decidió el or-den de sucesión de las coronas. Siguiendo la Biblia es indudable que loshijos de Adán se debieron casar con sus hermanas. Los teólogos hanprohibido el matrimonio entre parientes por una razón digna de ellos:estos matrimonios -dicen- son criminales porque en la unión, el cariñoque existe ya entre parientes, podría afectar de manera que el amorconyugal no fuera demasiado grande56 Sabemos que San Cirilo con ayu-da de una banda de frailes intentó asesinar a Orestes, gobernador deAlejandría y consiguió asesinar de la manera más bárbara a la bella, sabiay virtuosa Hipatia. Todos los santos que la Iglesia reverencia han sido obien unos rebeldes que han visto alimentada su autoridad, o bien unosfanáticos que han combatido por la causa de su ambición, o bien unosimbéciles que la han dotado ricamente o unos locos o unos visionariosque se han destruido a si mismos

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¿no son preferibles al ardor de un Cirilo, a la obstinación de unAtanasio, a la inutilidad de un Antonio, a las revueltas de unCrisóstomo, a la ferocidad de un Domingo de Guzmán o alalma abyecta de un Francisco? 56

Todas las virtudes que el cristianismo admira o son excesivas yfanáticas o no pretenden sino hacer al hombre temeroso, ab-yecto y desafortunado: si le dan coraje pronto lo hacen terco,inflado, cruel y nocivo para la sociedad. Es así como debe serpara responder a los propósitos de una religión, que menos-precia la tierra y no tiene embarazo de traer trastornos, si coneso su Dios celoso triunfa de sus enemigos. Ninguna verda-dera moral puede ser compatible con esta religión.

13.

Sobre las prácticas y deberes de la religión cristiana

Si las virtudes del cristianismo no tienen nada sólido o no pro-ducen efectos que la razón pueda aprovechar, esta tampocoverá nada digno de estima en una multitud de prácticas mo-lestas, inútiles y peligrosas que el cristianismo considera undeber para sus devotos y seguidores y que las describe comomedios seguros de aplacar la divinidad, de obtener sus graciasy merecer sus inefables recompensas.

El primero y más esencial de los deberes de cristiano es rezar.Con la plegaria continua el cristianismo vincula la felicidad; suDios que se supone lleno de bondad, es solicitado para quereparta sus gracias solo concedidas con importunidad: sensi-ble a la adulación, como los reyes de la tierra, exige una eti-

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queta, solo escucha favorablemente las peticiones presenta-das según una determinada manera.

¿Qué diríamos de un padre que conociendo las necesidadesde sus hijos no consintiera darles los alimentos necesarioshasta que estos no se los arrancasen con súplicas fervientes ala vez que inútiles? Pero, por otro lado, ¿no es desconfiar de lasabiduría de Dios prescribir reglas a su conducta? ¿No es po-ner en duda su inmutabilidad el hecho de creer que una cria-tura suya puede obligarlo a cambiar sus decretos? Si lo sabetodo ¿Qué necesidad tiene de ser advertido sin parar de lasdisposiciones del corazón de sus súbditos? Si es todopoderoso¿Cómo podría resultar adulado con sus homenajes, con lassumisiones reiteradas, con el aniquilamiento con que se po-nen a sus pies? Digámoslo, la plegaria supone un Dios capri-choso, falto de memoria, que es sensible a los halagos, que secomplace en ver a sus súbditos humillados delante de él, queestá deseoso de ver a cada momento signos reiterados de susumisión. Estas ideas, tomadas de los príncipes de la tierra,pueden aplicarse a un ser omnipotente, que ha creado el uni-verso solamente para el hombre y que solo desea su felicidad?¿Se puede suponer que un ser omnipotente, sin igual y sinrival, esté ansioso de gloria? ¿Hay alguna gloria para un serque no se puede comparar con otros? ¿No ven los cristianosque queriendo exaltar y honrar a Dios no hacen sino rebajarloy envilecerlo?

En el sistema de la religión cristiana también cabe que las ple-garias de unos puedan ser aplicadas para otros; su Dios, par-cial con los favoritos solamente recibe las peticiones de estos,solamente escucha a sus pueblos cuando sus deseos le llegana través de sus ministros. Así, Dios resulta un Soldán accesiblesolo para sus ministros, visires, eunucos y mujeres del serrallo.

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Por eso existen innumerables sacerdotes, cenobitas, frailes ymonjas que no tienen otra función que elevar sus ociosas ma-nos al cielo y rezar noche y día para obtener sus favores parala sociedad. Las naciones pagan bien caro estos importantesservicios y piadosos vagos viven en el esplendor. Mientras queel mérito real, el trabajo y la industria languidecen en la mise-ria.57

Bajo el pretexto de estar libre para la ceremonias del culto, elcristiano, sobre todo en las sectas más supersticiosas, estáobligado a permanecer ocioso y a quedarse brazos cruzadosdurante buena parte del año; se le persuade que honra a Dioscon esta inutilidad; las fiestas, multiplicadas por el interés delos sacerdotes y la credulidad de los pueblos, suspenden lostrabajos necesarios de millones de brazos; el hombre del pue-blo acude a orar al templo en vez de cultivar el campo, allí seharta de ver ceremonias pueriles y de oír fábulas que no pue-de comprender ni mucho ni poco. Esta religión tiránica consi-deraría un criminal al menestral o al labrador que, duranteestas jornadas dedicadas al ocio, osase preocuparse por lasubsistencia de una familia numerosa e indigente, y de acuer-do con la religión, el gobierno castigaría a aquellos que tuvie-sen la audacia de ganarse el pan en cuenta de recitar las ple-garias o de permanecer de brazos cruzados. 58

57 Un emperador –Justiniano, si no me equivoco- pedía perdón a Dios porel tiempo que dedicaba a la administración del Estado quitándolo a lasplegarias.

58 Constantino, como emperador, ordenó el año 321 que todas las funcio-nes de la justicia, los oficios y las ocupaciones ordinarias de la ciudad sesuspendieran los domingos. Las actividades del campo y de la agriculturafueron exceptuadas. Estas disposiciones eran al menos más razonablesque las que existen hoy día, sobre todo para los católicos romanos. Aho-ra el papa y los obispos son los que prescriben las fiestas y obligan al

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¿Puede la razón suscribir esta curiosa obligación de abste-nerse de carne y de algunos alimentos que algunas sectas cris-tianas imponen? El pueblo, que vive de sus trabajo, se forzadocomo consecuencia de esta ley a contentarse durante perio-dos muy largos con una alimentación cara, malsana y pocoadecuada para reparar las fuerzas.

¿Qué ideas ridículas y abyectas deben tener de su Dios unosinsensatos que creen que este se enfada por la calidad de lascomidas que entran en el estómago de sus criaturas?

Y, a base de dinero el cielo se vuelve más accesible. Los sacer-dotes cristianos han estado ocupados en irritar a sus seguido-res con tal de obligarlos a cometer infracciones; todo paratener ocasión de hacerlos expiar estas pretendidas transgre-siones. Todo en el cristianismo, hasta lo pecados, resulta be-neficioso para el clero.59

Ningún culto ha puesto a sus seguidores en una dependenciamás completa y más continuada que el cristianismo, jamás los

pueblo a permanecer inactivo. Véase Tillemont, vida de Constantino,Historia de los emperadores y otros príncipes, art. Q5 pág.180

59 Los griegos y los cristianos orientales observan numerosas cuaresmas yayunan con rigor. En España y Portugal se compra el derecho de comercarne los días prohibidos: se está obligado a pagar la tasa o “bula de lacruzada” si se quiere mantener obediente a los mandamientos de la Igle-sia; sin eso no hay absolución. La costumbre de ayunar y de abstenersede ciertos alimentos pasó de los egipcios a los judíos, de éstos a los cris-tianos y luego a los mahometanos. Las naciones que los cristianos consi-deran heréticas son las únicas que sacan provecho de esas prohibicionesde comer carne: los ingleses les venden bacalao y los holandeses aren-ques. ¿No es curioso que los cristianos se abstengan de carne –cosa queno se ordena en el Nuevo Testamento- y que no se abstengan de sangre,de embutidos y de animales ahogados que están absolutamente prohi-bidos por los apóstoles y tan severamente como la fornicación? Véaselas Actas de los Apóstoles 15, 20.

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sacerdotes han perdido de vista a su presa, han aplicado lasmedidas más adecuadas para esclavizar a los hombres y loshan hecho contribuir a su pujanza, a sus riquezas, a su impe-rio. Mediadores entre el monarca celestial y sus súbditos, es-tos sacerdotes han sido vistos como cortesanos de confianza,como a ministros encargados de ejercer el poder en su nom-bre, como favoritos a quienes la divinidad no podía negar na-da. Así los ministros del altísimo se han convertido en señoresabsolutos de la suerte de los cristianos; se han adueñado depor vida de los esclavos que el temor y los prejuicios han so-metido; han hecho que se liguen a ellos y se han vuelto ne-cesarios para una multitud de prácticas, tan infantiles comoextrañas que han tenido cuidado de hacerlas ver como indis-pensablemente necesarias para su salvación. Los han hechoconsiderar la omisión de estos deberes como un crimen másgrave que la violación manifiesta de las reglas de la moral y dela razón.

No nos sorprendamos si en las sectas cristianas –es decir, mássupersticiosasvemos al hombre perpetuamente infestado desacerdotes. Apenas salido del vientre de la madre, bajo el pre-texto de limpiar una supuesta “mancha original”, el capellán lebautiza por dinero, le reconcilia con un Dios al que todavía noha podido ofender; con ayuda de palabras y de encantamien-tos le arranca del dominio del demonio. Desde la más tiernainfancia, su educación se confía ordinariamente a unos curascuyo objetivo principal es inculcarle lo más pronto posible losprejuicios necesarios para sus pretensiones; le inspiran mie-dos que se multiplican en él durante toda su vida, le instruyenen las fábulas de una religión maravillosa, en sus dogmas másinsensatos, en sus misterios incomprensibles; en una palabra,hacen de él un cristiano supersticioso, pero no un ciudadano

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útil o un hombre ilustrado.60 Solo hay una cosa que le mues-tran como necesaria: mantenerse devotamente sometido a lareligión. Sé devoto –le dicen– sé ciego, menosprecia la razón,preocúpate del cielo y desatiende la tierra; es todo lo que tuDios te pide para llevarte a la bienaventuranza.

Con tal de mantener al cristiano en las ideas abyectas y fanáti-cas con que fue imbuido en la juventud, los sacerdotes, enalgunas sectas, le ordenan depositar en su seno las faltas masescondidas, las acciones más ignoradas, los pensamientos mássecretos; le obligan a humillarse a sus pies y rendir homenajea su poder; espantan al culpable y si lo creen oportuno, le re-concilian enseguida con la divinidad, que a las órdenes de susministros le absuelve de los pecados con los que se había en-suciado. Las sectas cristianas que admiten esta práctica la elo-gian como un freno utilísimo a las costumbres y adecuadísimopara contener las pasiones de los hombres; pero la experien-cia nos prueba que los países en los que esta práctica es ob-servada con mas fidelidad, lejos de tener las costumbres máspuras que los otros, las tienen más corrompidas, Estas expia-ciones tan fáciles no hacen sino provocar al crimen. La vida delos cristianos es un círculo de desordenes y de confesionesperiódicas; solo el sacerdote aprovecha esta práctica que leponen en situación de poder ejercer un imperio absoluto so-bre las conciencias de los hombres. ¡Cuál debe ser el poder deuna clase de hombres que abren y cierran a su agrado laspuertas del cielo, que poseen los secretos de las familias, quepueden a voluntad encender el fanatismo en los espíritus!

60 En casi todo el mundo la educación de los hombres se confía a los sacer-dotes. No hay que sorprenderse, después de eso, si la ignorancia, la su-perst ición y el fanatismo se eternizan. Entre los protestantes, así comoentre los católicos, las universidades son establecimientos puramentesacerdotales. Parece como si los europeos solo quisiesen formar monjes.

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Sin la confesión al sacerdote un cristiano no puede participarde los misterios sagrados, los capellanes tienen derecho a ex-cluirle. Quizás se pudiera consolar de esta pretendida priva-ción, pero los anatemas o excomuniones hacen un mal real alhombre; las penas espirituales producen efectos temporales,y todo ciudadano que cae en desgracia ante la Iglesia, está enpeligro de caer también delante del gobierno y se vuelve unelemento odioso a sus conciudadanos.

Ya hemos visto como los ministros de la religión se han mez-clado en los asuntos del matrimonio; sin su consentimientoningún cristiano puede ser padre, tiene que someterse a lasmaneras capciosas de la religión; sin eso –si la política está deacuerdo con la religión- excluiría a sus hijos del número deciudadanos.61 Durante todo el curso de su vida, el cristiano, sopena de convertirse en culpable, está obligado a asistir a lasceremonias de culto, a las instrucciones del sacerdote; una vezha cumplido fielmente este importante deber, se considera elfavorito de su Dios y se persuade que ya no debe nada a lasociedad. Es así que unas prácticas inútiles ocupan el lugar dela moral, que por todas partes está subordinada a la religión ala cual habría de gobernar.

Cuando llega al final de su vida, extendido en el lecho, el cris-tiano todavía es acechado por los sacerdotes en los últimosinstantes. En algunas sectas cristianas, la religión parece queha estudiado como hacer al hombre la muerte mil veces más

61 Por poco que leamos de historia, veremos que los sacerdotes han que-rido meterse en todo: La Iglesia, como buena madre, se ha inmiscuido enel peinado, en el vestido y en el calzado de sus hijos. En el siglo XVI es-taba empeñada con los zapatos de punta que entonces se llevaban conel nombre de zapatos paulinos. San Pablo ya en sus tiempos había criti-cado rizarse los cabellos.

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amarga. Un cura tranquilo llega para traer la alarma al mori-bundo; bajo el pretexto de reconciliarlo con Dios le hace sabo-rear el espectáculo de su fin.62 Si esta práctica es destructivapara los ciudadanos al menos es lucrativa para el sacerdocioque debe una parte importante de sus riquezas a los saluda-bles temores que inspira en este punto a los cristianos ricos apunto de morir. La moral no da los mismos frutos; la experien-cia nos muestra que la mayoría de los cristianos, que han vi-vido con seguridad en el exceso o en el crimen, dejan para elmomento de morir la preocupación de reconciliarse con suDios. Con ayuda de un arrepentimiento tardío, y de las dona-ciones que dan al sacerdocio, estos expían sus faltas y le per-miten esperar que el cielo olvide sus rapiñas, las injusticias ylos crímenes que ha cometido durante el curso de una vidaperjudicial para sus semejantes.

Ni siquiera la muerte acaba con el imperio del sacerdocio so-bre los cristianos de algunas sectas; los capellanes sacan pro-vecho de su cadáver; mediante dinero se adquiere sobre losdespojos mortales el derecho de ser depositados dentro de untemplo y de escampar por las ciudades las infecciones y lasenfermedades. ¿Qué digo? El poder sacerdotal se extiendemás allá de la muerte. Se compran bien caras las plegarias dela Iglesia para liberar las almas de los muertos de los supliciosque se piensa que están destinados a purificarlos en el otromundo. Afortunados los ricos en una religión en que, con ayu-

62 Nada más bárbaro que las costumbres de la Iglesia Romana relativos alos moribundos; los sacramentos hacen morir más gente que las enfer-medades y los médicos. El miedo puede provocar alteraciones enojosasen un cuerpo debilitado, asimismo, la política está de acuerdo con la re-ligión en mantener estas costumbres crueles. En París, cuando el médicoha hecho tres visitas al enfermo, la ordenanza exige que se le haga ad-ministrar los sacramentos

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da de dinero, se puede hacer que los favoritos de Dios le rue-guen para que perdone las penas que su justicia inmutable leshabía infligido.63

Estos son los principales deberes que el cristianismo propugnacomo necesarios y de cuya observación depende la salvación.Estas son las prácticas arbitrarias, ridículas y perjudiciales queosa imponer en cuenta de deberes sociales. No combatimoslas diferentes prácticas supersticiosas, admitidas respetuosa-mente por algunas sectas y repudiadas por otras, como sonlos honores que se guardan a la memoria de aquellos piadososfanáticos, de aquellos héroes del entusiasmo, de aquellos os-curos visionarios que el pontífice romano incluye en el núme-ro de los santos.64 No hablaremos de los peregrinajes, de loscuales hace tanto caso la superstición del pueblo, ni de aque-llas indulgencias con la ayuda de las cuales los pecados sonabsueltos. Nos contentaremos con decir que estas cosas sonmás importantes en general por los pueblos que las admitenque las reglas de la moral, que continuamente son ignoradas.Cuesta mucho menos a los hombres conformarse con rituales

63 Con la ayuda del dogma del Purgatorio y de la eficacia de las plegariaspara salvar gente, la iglesia romana llega casi siempre a despojar a lasfamilias de las más ricas herencias. Los cristianos llegan a desheredar asus parientes para darlo a la Iglesia; eso se llama hacer heredera al alma.En el concilio de Basilea en 1443 los franciscanos intentaron convertir endogma esta proposición Beatus Franciscus, ex divino privilegio, quot an-nis in Purgatorum descendit, suosque omnes in coelum deducit . Pero estedogma, demasiado favorable a los franciscanos fue rechazado por losobispos. La opinión de la Iglesia católica es que las plegarias para los fa-llecidos se pongan en común, de esta manera, como es de razón, los ri-cos pagan la fiesta.

64 Sabemos que el daishi o papa de los japoneses tiene, como el de losromanos, el derecho de canonizar o hacer santos. A estos santos los lla-man camis en el Japón

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y ceremonias que ser virtuosos. Un buen cristiano es un hom-bre que se conforma exactamente a lo que los sacerdotes es-peran de él; estos, por toda virtud le piden que sea ciego, ge-neroso y sumiso.

14.

Sobre los efectos políticos de la religión cristiana

Después de haber visto la inutilidad –y hasta el peligro de lasperfecciones- de las virtudes y deberes que la religión cristiananos propone, veamos si tiene influencia más afortunada sobrela política, o si procura un bienestar real a las naciones entrelas cuales esta religión se ha establecido y es fielmente obser-vada. Para comenzar encontramos que por todo donde el cris-tianismo es admitido, se establecen dos legislaciones opuestasla una a la otra y que se combaten recíprocamente. La políticaestá hecha para mantener la unión y la concordia entre losciudadanos. La religión cristiana, a pesar que predica que sequieran y que viven en paz, anula rápidamente este preceptocon las divisiones inevitables que han de surgir entre sus se-guidores, que se ven abocados a entender de manera dife-rente los oráculos ambiguos que los libros santos les anuncian.

Desde el comienzo del cristianismo vemos vivísimas discusio-nes entre sus doctores,65 a continuación solo encontramoscismas y herejías, seguidas de persecuciones y de combates

65 Desde la primera vez que los apóstoles se reunieron en el concilio deJerusalén, vemos a San Pablo discutiendo con san Pedro sobre si hay queobservar los rituales judaicos o renunciar a ellos. Los hombres que guar-daban la fe de primera mano jamás pudieron ponerse de acuerdo; tam-poco lo han conseguido después.

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muy adecuados para destruir aquella concordia tan pregonadaque se hace imposible en una religión donde todo es oscuri-dad. En todas las discusiones teológicas los dos partidos creentener a Dios de su lado, en consecuencia, obcecados. ¿Cómopodrían no serlo, si confunden la causa de Dios con su vani-dad? Así, poco dispuestos a ceder una parte y otra, combaten,se atormentan, se destrozan hasta que la fuerza decide enquerellas que nunca son de la incumbencia del sentidocomún. En efecto, en todas las discusiones que se han vistonacer entre cristianos, la autoridad política se ha visto obli-gada a intervenir; los soberanos han tomado partido en lasdisputas frívolas de los sacerdotes, que consideran asuntos degran importancia. En una religión establecida por Dios mismono hay minucias; en consecuencia los príncipes se arman con-tra una parte de sus súbditos: la manera de pensar de la cortedecidirá la creencia de sus súbditos; las opiniones a que dasoporte son las únicas verdaderas; sus satélites son los guar-dianes de la ortodoxia, los otros devienen heréticos y rebeldesque los primeros creen un deber exterminar.66

Los prejuicios o la falsa política de los príncipes les han hechosiempre considerar aquellos súbditos que no tenían la mismaopinión que ellos como malos ciudadanos, peligrosos para elEstado y enemigos de su poder. Si hubiesen dejado a los sa-cerdotes la tarea de dirimir sus impertinentes querellas, sinpersecuciones que les han dado importancia, estas querellasse habrían difuminado ellas mismas o no habrían comprome-tido la tranquilidad pública. Si estos reyes, imparciales, hubie-

66 Un hombre ocurrente decía que en cada estado la religión ortodoxa erala que tenía el verdugo. En efecto, si paramos atención, estaremos deacuerdo que son los reyes y los soldados los que han establecido losdogmas de la religión cristiana. Si Luis XV viviese la constitución Unigeni-tus sería artículo de fe entre nosotros.

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sen recompensado los buenos y castigado los malos sin hacerespeculaciones del culto o de las ceremonias, no habrían obli-gado a gran número de sus ciudadanos a convertirse en ene-migos naturales del poder que les oprimía. A fuerza de injusti-cias, de violencia y de persecuciones los príncipes cristianoshan fallado siempre para reconducir a los heréticos. ¿Nohabría de haberles mostrado el sentido común que ésta con-ducta solo es buena para crear hipócritas, enemigos ocultos yhasta para producir revueltas?67

Pero estas reflexiones no están hechas para unos príncipes alos que el cristianismo intenta llenar desde la infancia de fana-tismo y prejuicios. Les inspira, por toda virtud, una obstinadavinculación a frivolidades, un impetuoso ardor por los dogmasalejados del bien del Estado, una cólera desmesurada contratodos los que rehúsan doblegarse a sus opiniones despóticas.Por eso los soberanos encuentran más fácil destruir que re-conducir con suavidad; su despotismo alterado no se rebaja arazonar. La religión les persuade que la tiranía es legítima, quela crueldad es meritoria cuando se trata de la causa del cielo.

El cristianismo siempre ha vuelto déspotas y tiranos a los so-beranos que lo han favorecido, los representa como divini-dades en la tierra, hace respetar sus caprichos como volunta-des divinas, trata a los pueblos como esclavos de los cualespueden disponer a voluntad. A favor de su celo hacia la reli-gión, el cristianismo perdona continuamente a los monarcasmás perversos las injusticias, las violencias, los crímenes y sopena de enfadar al Altísimo ordena a las naciones gemir sin

67 Luis XIV, después de la revocación del edicto de Nantes, hizo atormentara los hugonotes y les prohibió a la vez salir de Francia. Esta conducta pa-rece tan sensata como la de los niños que atormentan a los pájaros quehan encerrado en una jaula y que lloran después cuando se les mueren.

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replicar bajo la espada que les golpea en cuenta de proteger-los. No nos sorprendamos si, desde el establecimiento de lareligión cristiana, hemos visto tantas naciones padecer bajotiranos devotos, que no tenían otro mérito que un celo obce-cado por la religión y que, por otro lado, se permitían loscrímenes más repugnantes, la tiranía màs espantosa, los exce-sos más vergonzosos y las licencias más desenfrenadas. Fue-sen cuales fuesen las injusticias, las opresiones o rapiñas delos soberanos -más religiosos, más hipócritas- los sacerdoteshan tenido cuidado de contener a sus súbditos. No nos extra-ñemos tampoco de ver tantos príncipes, incapaces o malva-dos, sostener en su entorno los intereses de una religión de laque su falsa política tenía necesidad para sostener su autori-dad. Los reyes no tendrían necesidad de la superstición paragobernar a sus pueblos si tuviesen luces, equidad, y virtudes,si conociesen y practicasen sus verdaderos deberes, si se ocu-pasen realmente de la felicidad de sus súbditos; pero como esmas fácil conformarse con unos rituales que tener talentopara practicar la virtud, el cristianismo ha encontrado conti-nuamente en los príncipes los puntales para sostenerlo e in-cluso el verdugo para servirlo. Los ministros de la religión nohan tenido la misma complacencia para los soberanos que hanrehusado hacer causa común con ellos, abrazar sus querellas oservir a sus pasiones, se han sublevado contra aquellos quehan querido hacerles resistencia, castigar sus excesos, recon-ducirlos a la razón, moderar sus ambiciosas pretensiones otocar sus inmunidades. A veces los sacerdotes han clamadocontra la impiedad, el sacrilegio; han pretendido que el sobe-rano ponía la mano en el incensario, usurpaba unos derechosotorgados por el mismo Dios; en una palabra, han intentadosublevar al pueblo contra la autoridad mas legítima; han ar-

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mado a los fanáticos contra los soberanos acusados de tiranospor no haberse sometido a la Iglesia.

El cielo ha sido siempre dispuesto a vengar las injusticiashechas a sus ministros; estos no han estado nunca sometidosy solo han predicado la sumisión de los otros cuando les haestado permitido compartir la autoridad o cuando han sidomuy débiles para oponer resistencia. He aquí por qué en elnacimiento del cristianismo veíamos a sus apóstoles sin poderpredicar la subordinación; desde que se vio con soportes, elcristianismo predica la persecución; cuando se ve poderosopredica la revuelta, depone reyes y les hace decapitar.

En todas las sociedades políticas donde el cristianismo se haestablecido, subsisten dos potencias rivales que luchan conti-nuamente una contra otra y en esta lucha el Estado resultageneralmente fracturado. Los súbditos se dividen; los unoscombaten por su soberano, los otros combaten o creen com-batir por su Dios. Estos últimos son siempre los que a la largasaldrán vencedores mientras sea permitido al sacerdote enve-nenar los espíritus de los pueblos con el fanatismo y los pre-juicios.

Dando luces al pueblo será como se impedirá librarse al fana-tismo; liberándolos poco a poco del yugo de la superstición,será como se disminuirá el poder sacerdotal, que siempre serásin límites y más fuerte que el de los reyes en un país igno-rante y cubierto de tinieblas.

Pero la mayoría de los soberanos temen dar luces a los hom-bres; cómplices del sacerdocio, se coaligan para ahogar larazón y para perseguir a quienes tienen el valor de decirlo.Obcecados en sus propios intereses, solo buscan gobernarunos esclavos a los que el clero vuelve irracionales a voluntad.También vemos que una vergonzosa ignorancia, una abulia

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tremenda reina sobre los países en los que el cristianismodomina de manera más absoluta: los soberanos, aliados conlos sacerdotes, parece que buscan la ruina de la ciencia, de lasartes, de la industria, que solamente pueden ser hijas de lalibertad de pensamiento.

Entre las naciones cristianas, las menos supersticiosas son lasmás libres, las más poderosas, las más felices. En los países enlos que el despotismo espiritual se entiende con el despo-tismo temporal, los pueblos se empantanan en la inacción, enla pereza, en la ineptitud. Los pueblos de Europa que presu-men de tener la fe más pura, no son seguramente los más flo-recientes y poderosos; los soberanos, esclavos ellos mismosde la religión, solo gobiernan otros esclavos que no tienenbastante energía y valor para enriquecerse ellos mismos ypara trabajar por la felicidad del Estado. En esta clase de paí-ses solo el capellán es opulento, el resto languidece en la másprofunda indigencia. Pero ¿qué importa el poder y la felicidadde las naciones a una religión que quiere que sus seguidoresno se ocupen de su felicidad en este mundo, que consideraperjudiciales las riquezas, que predica un Dios pobre, que re-comienda la pobreza de ánimo y la mortificación de los senti-dos? Es, sin duda, para obligar a los pueblos a practicar estasmáxima por lo que el sacerdocio, en muchos estados cristia-nos, se ha apoderado de la mayor parte de las riquezas y vivecon esplendor, mientras el resto de los ciudadanos consiguesu salvación en la miseria. 68

68 Por poco que se quiera calcular, se puede ver que en Italia, España,Portugal y Alemania los ingresos eclesiásticos deben exceder, no sola-mente a los de los soberanos, sino también a los del resto de los ciuda-danos. Se calcula que sólo en España hay más de cinco mil sacerdotesque gozan de ingresos inmensos. Seguramente el rey de España no tieneni la sexta parte de estos ingresos para defender el Estado. Si los monjes

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Estas son las ventajas que la religión cristiana procura a las so-ciedades políticas; forma un Estado dentro del Estado, con-vierte a los pueblos en esclavos, favorece la tiranía de los so-beranos cuando son complacientes, pero hace a sus súbditosrebeldes y fanáticos cuando los soberanos no son complacien-tes con el clero. Cuando se pone de acuerdo con la política, lareligión aplasta, envilece, empobrece las naciones y las privade ciencia e industria; cuando se separa vuelve a los ciudada-nos insociables, turbulentos, intolerables y rebeldes.

Si examinamos con detalle los preceptos de esta religión y lasmáximas que se desprenden de sus principios veremos queprohíben todo lo que puede hacer floreciente un Estado. Yahemos visto las ideas de imperfección que el cristianismo rela-ciona con el matrimonio y la estima que tiene por el celibato;estas ideas no están hechas para favorecer la población, quees sin contestación la primera fuente de poder de un Estado.69

El comercio no es menos extraño a los propósitos de una reli-gión cuyo fundador pronuncia un anatema contra los ricos ylos excluye del reino de los cielos. Toda industria está igual-mente prohibida a los cristianos perfectos, que llevan una vida

y los sacerdotes son necesarios para un país, hemos de pensar que elcielo le hace pagar bien caras estas plegarias. La expulsión de los moris-cos ha arruinado a España; solo la supresión de los monjes lo podríacompensar. Pero esta operación demanda mucha habilidad, un rey quelo intentara muy bruscamente sería destronado por los pueblos que noverían el bien que les quería hacer. Es necesario que antes el pueblo seainstruido y que esté contento con su señor.

69 (N. del T) Recuerdo una vez más al lector que este libro se escribió amediados del siglo XVIII.

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pasajera en la tierra y que no han de preocuparse nunca por elmañana.70

¿No es necesario, por ventura, que un cristiano sea tan teme-rario como inconsecuente cuando consiente en servir en elejército? ¿Un hombre que no tiene jamás el derecho de pen-sar que es agradable a Dios o que está en estado de gracia, nosería incoherente si se expusiera la condenación eterna? Uncristiano que ejerciese la caridad con el prójimo y que ha deamar a todos sus enemigos ¿No es culpable del crimen másgrande cuando da muerte a otro hombre del cual ignora lasdisposiciones y al cual puede enviar de golpe al infierno?71 Unsoldado es un monstruo, en el cristianismo, salvo que com-bata en nombre de Dios, entonces se convierte en un mártir.

El cristianismo ha declarado siempre la guerra a las ciencias ya los conocimientos humanos, que han sido considerados co-mo un obstáculo para la salvación. La ciencia infla, dijo sanPablo. No se necesitan ni razón ni estudios para unos hombresque han de someter su razón al yugo de la fe. Según confiesanlos cristianos, los fundadores de su religión fueron hombresgroseros e ignorantes; es necesario que sus seguidores nosean más ilustrados que ellos para poder admitir las fábulas ylas vaguedades que estos ignorantes reverenciados les hantransmitido. Siempre se ha hecho notar que los hombres másilustrados son por regla general unos malos cristianos. Inde-

70 San Juan Crisóstomo dijo que un comerciante no puede agradar a Dios,que un cristiano no puede ser comerciante y que es necesario expulsarlode la Iglesia, basándose en un pasaje del salmo 70: No he conocido nego-cio. Si este principio es cierto toda la calle Saint Honore está condenada.

71 Lactancio dijo que un cristiano no puede ser soldado ni acusador, Véasetomo I pág. 137. Los cuaqueros y los menonitas no llevan jamás armas,son más consecuentes que otros cristianos

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pendientemente de la fe, que la ciencia puede remover, tam-bién desvía a los cristianos de la obra de salvación, que es laúnica realmente necesaria. Si la ciencia es útil a la sociedadpolítica, la ignorancia es por fuerza más útil a la religión y a susministros. Los siglos desprovistos de ciencia y de industria fue-ron siglos de oro para la Iglesia de Jesucristo. Los reyes fueronsometidos entonces y sus ministros hicieron llegar a sus ma-nos todas las riquezas de la sociedad. Los sacerdotes de unasecta muy numerosa quieren que los hombres ignoren inclusolos libros sagrados que contienen las reglas que deben seguir.Esta conducta es sin duda muy sabia: la lectura de la Biblia esla más conveniente de todas para desengañar a un cristianode su respeto por la Biblia. 72

72 El papa Gregorio hizo destruir en su época un gran número de librospaganos. Desde el comienzo del cristianismo, vemos que san Pablo sehace llevar libros para quemarlos, método que ha practicado siempre laIglesia. Los fundadores del cristianismo deberían haber prohibido, bajopena de excomunión el aprendizaje de la lectura. La Iglesia romana, muysabiamente, hizo que los libros sagrados no fueran conocidos por elpueblo. Desde que se comenzó a leerlos en el siglo XVI todo se llenó deherejías y de revueltas contra los sacerdotes. Felices tiempos para laIglesia aquellos en que sólo los monjes sabían leer y escribir y hacían underecho de eso. Si se dudase del odio y el desprecio de los Padres de laIglesia por las ciencias, encontrará las pruebas en los siguientes pasajes:San Jerónimo dice Geometría, aritmética, musica, habent in sua scientiaveritetem, sed non est scientia illa, scientia pietatis. Scientia pietatis estnoscere Scripturas et intelligere prophetas, evangelia credere, prophetasnon ignorare. Véase Jerónimo Ep. ad Titum. San Ambrosio dice: Quiatam absurdum quam de astronomia et geometria tractare, et profundaaeris spatia metiri, relinquere causas salutis, errores quaerere. Véase SanAmbrosio, De Officis 1. San Agustín dice: Astrología et geometría et aliaeiusmodi. Ideo despecta sunt a nostris, quia nihil ad salutem pertinentV-ëase San Agustín, De ordinis disciplina. La geometría, por la justeza queda al espíritu habría de estar prohibida en los estados cristianos. Tertu-liano dice: Nihil nostra refert in hoc avo, nisi de eo celeriter recedere. Lac-

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En una palabra, si se siguiesen rigurosamente las máximas delcristianismo, ninguna sociedad política podría existir. Si seduda de esta afirmación que se escuchen las palabras de losprimeros Padres de la Iglesia, se verá que su moral es total-mente incompatible con la conservación y pujanza de un Es-tado. Se verá que según Lactancio ningún hombre puede sersoldado, que según Justino ningún hombre puede casarse,que según Tertuliano nadie puede ser magistrado, que segúnCrisóstomo nadie debe dedicarse al comercio, que segúnmuchísimos más nadie debería estudiar.

En definitiva, uniendo estas máximas con las del salvador delmundo, resultará un cristiano como es debido, prendiendo laperfección será el miembro mas inútil para su país, para sufamilia, para todos los que le rodean; un espectador ociosoque solo piensa en la otra vida, que no tiene nada en comúncon los intereses de este mundo y que no tiene nada mas ur-gente que irse rápidamente.73

Oigamos a Eusebio de Cesárea y veamos si el cristiano no esun verdadero fanático del cual la sociedad no puede extraerningún fruto: El género de vida –dice- de la Iglesia cristianasobrepasa nuestra naturaleza presente y la vida común de loshombres; no buscamos bodas ni hijos, ni riquezas, es en defini-tiva totalmente extranjera a la manera humana de vivir, seconsagra únicamente al culto divino, se libra solamente a unamor inmenso por las cosas del cielo. Los que la siguen así,casi separados de la vida mortal y conservando únicamentelos cuerpos sobre la tierra, siempre están en el cielo en espí-

tancio hace ver que la idea del fin próximo del mundo fue una de lasprincipales causas de la propagación del cristianismo

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ritu y lo habitan ya como inteligencias puras y celestiales, quemenosprecian la vida de los hombres.74

Un hombre muy convencido de las verdades del cristianismono puede, en efecto, ligarse a nada de aquí abajo, todo es pa-ra él ocasión de caída; o al menos de distracción de pensar ensu salvación. Si los cristianos –por suerte- no fuesen incon-secuentes, no se separasen a cualquier hora de sus especula-ciones sublimes y no renunciasen a la perfección fanática, nin-guna sociedad cristiana podría subsistir, y las naciones ilumi-nadas por el evangelio retornarían al estado salvaje. No severían más que seres feroces para los cuales los lazos socialesestarían completamente rotos, que solo harían orar y llorar eneste valle de lágrimas y que se dedicarían a hacerse, ellosmismos y a los otros, desgraciados con tal de merecer el cielo.

En fin, una religión cuyos preceptos tienden a hacer a los hom-bres intolerables, a los soberanos perseguidores, a los súbdi-tos esclavos o rebeldes; una religión cuyos oscuros dogmasson causa eterna de discusiones, una religión, los principios dela cual adormecen a los hombres y los apartan de preocuparsede sus verdaderos intereses; una religión tal –afirmo- es des-tructiva para toda la sociedad.

15.

Sobre la Iglesia, o sobre el sacerdocio de los cristianos

Siempre ha habido hombres que han sabido sacar provechode los errores de la tierra. Los sacerdotes de todas las religio-

74 Véase Eusebio, Demostr. Evang. Tomo II p. 29

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nes han encontrado el medio de fundamentar sus poderes,sus riquezas y su grandeza, sobre los temores del pueblocomún, pero ninguna religión ha tenido tantas razones comoel cristianismo para someter los pueblos al sacerdocio. Losprimeros predicadores del Evangelio, los apóstoles, los prime-ros sacerdotes de los cristianos, le son descritos como unoshombres totalmente divinos, inspirados por el espíritu deDios, compartiendo su omnipotencia. Si bien sus sucesores noposeían las mismas prerrogativas, en la opinión de los cristia-nos, el cuerpo de su sacerdocio o sea la Iglesia está continua-mente iluminada por el Espíritu Santo, que no la abandonajamás, goza colectivamente de la infalibilidad y, en conse-cuencia, sus decisiones devienen tan sagradas como las de ladivinidad misma, o bien no son más que una revelación perpe-tuada. A partir de estas nociones tan grandes que el cristia-nismo se da del sacerdocio, este –en virtud de las leyes que harecibido de Jesucristo en persona- ha de gobernar las nacio-nes, no encontrar ningún obstáculo a sus voluntades, hacerdoblegarse a los reyes bajo su autoridad. No nos sorprenda-mos, pues, del inmenso poder que los sacerdotes cristianoshan ejercido tanto tiempo en el mundo: había de ser ilimitadoporque se fundaba en la autoridad del Omnipotente, había deser despótico porque los hombres no están en situación derestringir el poder divino, había de degenerar en abuso, por-que los sacerdotes que lo ejercieron eran hombres corrompi-dos por la impunidad.

En el origen del cristianismo, los apóstoles, en virtud de la mi-sión de Jesucristo, predicaron el evangelio a judíos y a los gen-tiles; la novedad de la doctrina les atrajo, como hemos visto,prosélitos entre el pueblo; los nuevos cristianos llenos de fer-vor por las nuevas opiniones, formaron en cada ciudad con-gregaciones particulares, que fueron gobernadas por hombres

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establecidos por los apóstoles que habían recibido la fe deprimera mano, conservaron siempre el poder de inspecciónsobre las diferentes asociaciones de cristianos que habíanformado. Este parece ser el origen de los obispos o inspecto-res que se han perpetuado en la iglesia hasta hoy día, origendel cual se envanecen los príncipes del cristianismo mo-derno.75

En esta secta naciente, se sabe que los asociados pusieron losbienes en común, parece que esto era un deber que se exigíacon rigor, porque por orden de Pedro, dos de los nuevos cris-tianos fueron apaleados hasta la muerte por haber retenidouna parte de su patrimonio. Los fondos resultantes de esacomunidad estaban a disposición de los apóstoles, y despuésde ellos, de los obispos o de los sacerdotes que los reemplaza-ron. Como es necesario que el sacerdote viva del altar, sepuede pensar que estos obispos cumplieron sus disposicionesy estuvieron en disposición de disponer del tesoro común. Losque intentaron nuevas conquistas espirituales se vieron obli-gados a contentarse sin duda con las contribuciones volunta-rias de aquellos que convertían. De cualquier manera, los te-soros, reunidos por la crédula piedad de los fieles, se volvióobjeto de la codicia de los sacerdotes e hizo crecer la discordiaentre ellos, cada uno deseaba gobernar y disponer del patri-monio de la comunidad, por eso las peleas tan frecuentes que

75 San Jerónimo desaprobaba fundamentalmente la distinción entre obis-pos y sacerdotes. Pretende que sacerdotes y obispos, siguiendo a SanPablo, eran lo mismo antes –dice- que por instigación de Satanás sehicieran distinciones en la religión. Hoy los obispos que no sirven paranada, gozan de grandes ingresos y un gran número de curas que trabajanse mueren de hambre.

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vemos surgir entre las facciones de la Iglesia de Dios.76 Lossacerdotes han sido siempre los primeros en apartarse delfervor religioso, la ambición y la avaricia bien pronto los iban adesengañar de las máximas desinteresadas que enseñaban alos demás.

Mientras el cristianismo se mantuvo oculto y perseguido losobispos se pelearon sordamente y las querellas no estallaronen público; pero cuando Constantino quiso reforzarse con laayuda de un partido que se había hecho numerosísimo y man-tenido en la oscuridad, todo cambió respecto a la Iglesia; losjefes de los cristianos, seducidos por la autoridad se convirtie-ron en cortesanos, se combatieron abiertamente, mezclaron alos soberanos en sus querellas, persiguieron a sus rivales y,cubiertos poco a poco de honores y de riquezas, ya no fueposible reconocer en ellos a los sucesores de aquellos após-toles o mensajeros que Jesús había enviado para predicar sudoctrina. Se convirtieron en príncipes que, sostenidos por lasarmas de la opinión, estuvieron en disposición de dictar la leya los soberanos mismos y de prender fuego al mundo. El pon-tificado, por una irritante imprudencia había estado separadodel Imperio bajo Constantino, los emperadores pronto tuvie-ron motivos para arrepentirse. El obispo de Roma, ciudad enotro tiempo señora del mundo, cuyo nombre todavía imponíaentre las naciones, se supo aprovechar hábilmente los pro-blemas del imperio, de las invasiones bárbaras, de las dificul-tades del emperador demasiado alejado para vigilar su con-ducta, así a fuerza de contubernios y de intrigas, el obispo deRoma acabó sentándose en el trono de los Césares. Resultóque los Emilios y los Escisiones habían luchado para él….fue

76 Repetidas veces se ha vertido sangre en las elecciones de los obispos.Pretextato decía: Que me hagan obispo de Roma y me hago cristiano.

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considerado en occidente como el obispo universal, como elvicario de Jesucristo sobre la tierra; en definitiva como ins-trumento infalible de la voluntad divina. 77

Si bien estos títulos altivos no han sido aceptados en oriente,el pontífice de los romanos ha reinado sin competencia sobrela mayor parte del mundo cristiano; ha sido un Dios sobre latierra por la debilidad de los soberanos, se ha convertido en elárbitro de sus destinos, ha fundado una teocracia o gobiernodivino del cual ha sido el jefe y los monarcas sus lugartenien-tes. Ha destronado reyes, ha lanzado a los pueblos contraellos cuando han tenido la osadía de resistírsele; sus armasespirituales durante un largo transcurso de siglos han sidomas fuertes que las temporales. Ha estado en situación derepartir coronas, ha sido siempre obedecido por naciones em-brutecidas, ha dividido a los príncipes para poder reinar sobreellos y su poder todavía duraría hasta hoy si el progreso de lasluces – del cual también los soberanos parecen enemigos- noles hubiese liberado poco a poco, o si estos soberanos, incon-

77 Sabemos que la preeminencia de los papas, siempre contestada por lospatriarcas de Alejandría, de Constantinopla y de Jerusalén, está basadaen un equívoco que se encuentra en el Nuevo Testamento. El Papa pre-tende que es el sucesor de San Pedro, a quien Jesús dijo “Tu eres Pedro,y sobre esta piedra fundaré mi Iglesia”. Pero los mejores críticos nieganque San Pedro haya estado jamás en Roma. En relación con la infalibili-dad del papa, aunque muchos cristianos tengan poca fuerza de espíritupara negarla, si recogiésemos opiniones se vería que es una verdad in-contestable en el espíritu de los españoles, italianos, portugueses, ale-manes, flamencos y hasta para la mayoría de los franceses. Belarmninoasegura que el papa tiene derecho a cometer injusticias. “Iure potestcontra ius decernere” (Nota del Traductor.- Cuando Holbach escribe estotodavía faltaban cien años para que se instituyese el dogma de la infali-bilidad, bajo Pío IX, en el Concilio Vaticano I)

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secuentes con los principios de su religión, no hubiesen escu-chado más pronto la ambición que su deber. 78

Si los ministros de la Iglesia han recibido su poder del mismoJesucristo, es volverse contra él si nos oponemos a sus repre-sentantes. Los reyes, como sus súbditos, no podían sustraersea la autoridad de Dios sin hacer un crimen: como la autoridadespiritual viene del monarca celestial, ha de ser superior a latemporal, que viene de los hombres; un príncipe realmentecristiano ha de ser servidor de la Iglesia o el primer esclavo delos sacerdotes.

No nos engañamos si, en los siglos de ignorancia, los sacerdo-tes fueron más fuertes que los reyes y fueron siempre obede-cidos con preferencia por los pueblos, mas ligados a los inter-eses del cielo que a los de la tierra.79

Entre las naciones supersticiosas la voz del Altísimo y la de susintérpretes ha de ser escuchada mucho más que la del deber,de la justicia y de la razón. Un buen cristiano, sometido a laiglesia, ha de ser obcecado e irrazonable cada vez que la igle-sia lo ordene; quien tiene el derecho de volvernos absurdostiene el derecho de mandarnos al crimen. Por otro lado, loshombres, cuyo poder en la tierra viene de Dios, no puedendepender de ningún otro poder. Así la independencia del clero

78 Fue la ambición y el deseo de usurpar tierras lo que dio a los Papas tantainfluencia en Europa. Los soberanos, en lugar de unirse contra ellos co-mo deberían haber hecho, solo buscaban atraerlos a su part ido y con-seguir títulos, para apoderarse de los bienes que excitaban su ambición.

79 Es evidente que en los tiempos de la ignorancia, los cristianos hacíanmás caso de sus capellanes que de sus reyes. En Inglaterra bajo el domi-nio sajón, la multa que se pagaba por el asesinato del arzobispo de Can-terbury era más fuerte que la que se había de pagar por la vida de unmonarca.

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de los cristianos se fundamenta en los principios de su reli-gión, y también de esta manera han sabido hacerse de valer.No nos extrañemos, pues, si los sacerdotes del cristianismo,enriquecidos y dotados con generosidad por los reyes y porlos pueblos, han desconocido la verdadera fuente de su opu-lencia y de sus privilegios. Los hombres pueden tomar lo quehan dado por imprudencia o sorpresa; las naciones desenga-ñadas de los prejuicios podrían un día reclamar esas donacio-nes usurpadas por el temor o arrebatadas por la impostura.Los sacerdotes han visto todos esos inconvenientes, han pre-tendido que poseen solamente en nombre de dios aquelloque los hombres les han otorgado, y por un milagro sorpren-dente su palabra ha sido creída.80

Así los intereses del sacerdocio fueron separados de los de lasociedad; unos hombres consagrados a Dios y elegidos paraser sus ministros, no iban a ser confundidos con los individuosprofanos; las leyes y los tribunales civiles no tuvieron ya máspoder sobre ellos y solo pudieron ser juzgados por miembrosde su corporación. Por eso los mas grandes excesos quedaron

80 Los derechos divinos y las inmunidades eclesiásticas datan de muy lejos.Isis, la diosa egipcia, donó un tercio de su reino a los sacerdotes paracomprometerlos a rendir honores divinos a Osiris, su esposo, después demuerto. Véase Diodoro de Sicilia II cap. I Los sacerdotes de Egipto siem-pre gozaron de los diezmos y estuvieron exentos de los cargas públicas.Moisés, que era egipcio de la tribu de Leví no parece preocupado ms quede hacer subsistir a sus sacerdotes con la ayuda de los sacrificios y de losdiezmos que les asigna. Los sacerdotes cristianos han heredado los dere-chos de los sacerdotes judíos, de aquí que sea un gran pecado no pagardiezmos a la iglesia y quererla someter a los impuestos ordinarios. En elGénesis 47, 26 encontramos que la tierra de los sacerdotes no pagabanada al rey. Según Levítico 27. 21, 18 los bienes de los sacerdotes nopodían ser comprados. Los sacerdotes de los cristianos, como se ve, semantienen en la ley judía para lo que atañe a sus bienes.

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impunes, su persona, sometida a Dios, fue inviolable y sa-grada.81

Los soberanos se vieron precisados a defender sus posesionesy a protegerlos sin que contribuyesen a las cargas públicas, oal menos solo contribuyeron cuando convenía a sus intereses;dicho sea, estos hombres reverenciados fueron siempre im-punemente perjudiciales y solamente vivieron en la sociedadpara devorarla so pretexto de proporcionarle instrucción yrezar por ella.

Al cabo de dieciocho siglos ¿qué beneficio han recogido las na-ciones por sus instrucciones? ¿Estos hombres infalibles, hanpodido ponerse de acuerdo sobre los puntos más esencialesde una religión revelada por la divinidad? ¿Qué extraña reve-lación es esta, que tiene necesidad de comentarios y de inter-pretaciones continuadas? ¿Qué se puede pensar de estas di-vinas escrituras que cada secta entiende de manera distinta?Los pueblos, sostenidos siempre por los preceptos de tantospastores, los pueblos, iluminados con la luz del Evangelio, noson más venturosos, más virtuosos o más instruidos sobre lascuestiones más importantes para ellos. Se les dice que se so-metan a la iglesia pero la iglesia jamás está de acuerdo con-sigo misma; está ocupada todos los siglos en reformar, en ex-plicar, en destruir y reestablecer su celestial doctrina; sus mi-

81 La causa de los conflictos entre Enrique II de Inglaterra con el arzobispode Canterbury, Tomás Becket, fue que el rey quería castigar a los ecle-siásticos por los asesinatos y los crímenes que habían cometido. En últi-mo lugar, el rey de Portugal se ha visto obligado a solicitar varias vecespermiso para hacer juzgar a los jesuitas, acusados de haber caído en elcrimen de lesa majestad, cometido sobre su persona. La Iglesia no sufrede buen grado que se castigue a sus ministros, es entonces cuando abo-rrece la sangre; no es tan difícil empero cuando se trata de verter la deotros.

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nistros crean, según lo que necesitan, nuevos dogmas desco-nocidos por los fundadores de la Iglesia. Cada época ve nacernuevos misterios, nuevas fórmulas, nuevos artículos de fe. Apesar de la inspiración del Espíritu Santo, el cristianismo jamásha podido encontrar la claridad, la simplicidad y la consisten-cia que son las pruebas indudables de un buen sistema. Ni losconcilios ni los cánones, ni la retahíla de decretos y de leyesque forman el código de la Iglesia han podido fijar los objeti-vos de la creencia de la Iglesia. Si un pagano sensato quisieraabrazar el cristianismo, caería ya desde los primeros pasos enla perplejidad más grande a la vista de unas sectas multiplica-das, cada una de las cuales pretende conducir con más seguri-dad a la salvación y estar más de acuerdo con la palabra deDios. ¿Por cual de estas sectas decidirse viendo que se con-templan con horror, y que muchas de ellas condenan sin pie-dad a las otras en vez de tolerarse, se atormentan y se persi-guen y que los que tienen el poder hacen experimentar a losrivales las crueldades más estudiadas y las violencias más con-trarias a la tranquilidad de la sociedad? Porque, no nos enga-ñen, poco satisfecho con violentar a los hombres para some-terlos exteriormente a su culto ha inventado el arte de tirani-zar los pensamientos y de atormentar las conciencias; un artedesconocido para todas las supersticiones paganas. El celo delos ministros de la iglesia no se limita al exterior, investiganhasta las profundidades del corazón, violan de manera inso-lente su impenetrable santuario y justifican sus sacrilegios ysus ingeniosas crueldades por el gran interés que tienen por lasalvación de las almas. Estos son los efectos que resultan ne-cesariamente de una religión que cree que el error es un cri-men digno de la cólera de Dios. A consecuencia de estas ideaslos sacerdotes, con el consentimiento de los soberanos, sonlos encargados en ciertos países de mantener la fe en su pu-

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reza. Jueces en su propia causa, condenan a las llamas aque-llas opiniones que les parecen peligrosas,82 rodeados de dela-tores, espían las acciones y los discursos de los ciudadanos, ysacrifican en aras de la seguridad, todos aquellos que les inspi-ran desconfianza. Sobre estas máximas abominables se fundala Inquisición, esta encontrará culpables, para serlo ya es sufi-ciente haber levantado sospechas.

He aquí los principios de un tribunal sanguinario que perpetuala ignorancia y la postración de los pueblos por todas partesdonde la falsa política de los reyes les permite ejercer susarrebatos, En los países que se creen mas ilustrados y maslibres, vemos obispos que no tienen empacho en hacer firmarfórmulas y profesiones de fe a quien depende de ellos, leshacen preguntas capciosas. ¿Qué digo? ¡Ni las mujeres se venlibres de sus investigaciones, un prelado quiere saber que opi-nan sobre unas sutilidades que no son entendidas ni siquierapor los mismos que las han inventado!

Las disputas entre el clero cristiano hicieron nacer animosida-des, odios, herejías; las encontramos desde el nacimiento dela Iglesia. Un sistema fundado sobre maravillas, fábulas y orá-culos oscuros ha de ser una fuente fecunda de querellas. En

82 Los tribunales civiles, cuando son justos tienen como máxima todoaquello que puede ayudar a la defensa del acusado, el tribunal de la In-quisición hace exactamente lo contrario. Nunca se dice la causa de la de-tención, nunca se le carea con los testigos; si ignora su crimen es como silo confesara. Estas son las máximas de los sacerdotes cristianos. Es ciertoque la Inquisición no condena a nadie a la muerte, los sacerdotes nopueden verter sangre por ellos mismos, y estos capellanes hacen ver queinterceden por el culpable seguros de nos ser escuchados. ¿Qué digo?¡Buen escándalo tendríamos si el magistrado les tomase la palabra! Con-ducta bien digna de estos hombres en los que el interés ahoga la huma-nidad, la sinceridad y el pudor.

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lugar de ocuparse de conocimientos útiles, los teólogos siem-pre se han ocupado de dogmas, en vez de estudiar la verda-dera moral y hacer conocer a los pueblos sus verdaderos de-beres, han procurado hacer seguidores. Los sacerdotes delcristianismo distrajeron su tu ocio con especulaciones inútilesde una ciencia bárbara y enigmática, que bajo el nombre deciencia de Dios o teología, se ganó el respeto del pueblo. Estesistema, de una ignorancia presuntuosa, obstinada y razonada– parecida al Dios de los cristianos- ha sido, como él, incom-prensible. Así, las disputas han hecho nacer nuevas disputas.Continuamente las inteligencias más profundas y necesariasse han ocupado tranquilamente de sutilidades pueriles, decuestiones ociosas, de opiniones arbitrarias que, lejos de serútiles a la sociedad, solamente la han perturbado. Los puebloshan entrado en querellas que jamás han entendido; los prínci-pes han tomado la defensa de los sacerdotes que querían fa-vorecer, han decidido la ortodoxia a filo de espada y el partidoque han elegido ha doblegado a los otros porque los sobera-nos se creyeron obligados a meterse en disputas teológicas sindarse cuenta de que con su decisión les daban importancia ypeso y que los sacerdotes siempre han demandado socorrohumano para sostener unas opiniones cuya duración pensa-ban garantizada por Dios.

Los heroes que encontramos en los anales de la Iglesia soloson fanáticos obstinados, que han sido víctimas de sus turbiasideas, o bien unos furiosos perseguidores que han tratado asus adversarios con la mayor inhumanidad, o bien unos fac-ciosos que han perturbado las naciones. El mundo, desdetiempo de nuestros abuelos, se ha despoblado por defenderextravagancias que hacen reír a una posterioridad que no esmenos insensata que ellos.

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En casi todos los siglos la gente se ha quejado de los abusos dela Iglesia, se ha hablado de reformarla. Pero a pesar de estapretendida reforma de la cabeza a los pies esta Iglesia ha es-tado siempre corrompida. Los sacerdotes ávidos, turbulentos,sediciosos, han hecho sollozar a las naciones bajo el peso desus vicios y los príncipes han sido demasiado débiles parahacerlos entrar en razón.

Sólo las divisiones y las querellas es estos tiranos han dismi-nuido la pesadez de su yugo para los pueblos y los soberanos.El poder del Pontífice Romano, después de perdurar durantesiglos, fue finalmente debilitado por unos fanáticos irritados,unos súbditos rebeldes que osaron examinar los derechos deeste temible déspota; muchos príncipes, cansados de la escla-vitud y de la pobreza, abrazaron unas opiniones que los pusie-ron en situación de apoderarse de los despojos del clero. Así,la unidad de la Iglesia se rompió y las sectas se multiplicaron ycada una combatió para defender su sistema.

Los fundadores de esta nueva secta que el papa trata de reno-vadores, de herejes, de impíos, renunciaron en verdad a algu-nas de sus viejas opiniones, se contentaron con dar algunospasos hacia la razón pero sin osar desembarazarse del yugo dela superstición; continuaron respetando los libros sagrados delos cristianos, los consideran los únicos guías fieles y preten-den encontrar en ellos los principios de sus opiniones, ponenen esos libros confusos –donde cada uno puede encontrar sindificultad todo lo que quiera y donde la divinidad habla cons-tantemente un lenguaje contradictorio- en las manos de susseguidores que, perdidos enseguida en aquel laberinto tortuo-so, hacen nacer nuevas sectas.

Así, los jefes de las sectas. Los pretendidos reformadores, soloentrevieron la verdad o solo se preocuparon de minucias.

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Continuaron respetando los oráculos sagrados de los cristia-nos, reconociendo su Dios cruel y extraño, admiran su mito-logía extravagante y los dogmas opuestos a la razón; en defini-tiva, adoptaron los más incomprensibles misterios poniendo ala vez dificultades para aceptar otros83 No nos sorprendamossi –a pesar de las reformas- el fanatismo, las disputas y lasguerras se han hecho sentir en toda Europa; las fantasías delos novatores no hicieron sino sumirla en nuevas calamidades,la sangre corrió por todo y los pueblos no fueron más razona-bles ni mas felices.

Los sacerdotes de todas las sectas han querido siempre domi-nar y hacer que sus decisiones se tuvieran por infalibles y sa-gradas, han atizado persecuciones siempre que han tenido elpoder, siempre las naciones se han prestado a sus arrebatos ysiempre los estados se han visto agitados por sus fatales opi-niones. La intolerancia y el espíritu de persecución son laesencia de todas las sectas cuya base sea el cristianismo; unDios cruel, parcial, que se irrita de las opiniones de los hom-bres no se compagina con una religión dulce y humana.84

83 ¿Con que derecho los protestantes, que admiten la trinidad, la encarna-ción, el bautismo etc. rechazan el misterio de la transubstanciación?¿Cuándo admiten tantos absurdos, porqué detenerse a medio camino?

84 Calvino hizo quemar a Servet en Ginebra. Aunque los sacerdotes protes-tantes concedieran a sus seguidores el derecho al libre examen ellos locastigan cuando el fruto del examen no es de su agrado. Las iglesias pro-testantes no presumen de infalibles, pero quieren que sus decisiones sesigan como si lo fuesen. Por querellas de religión y falta de tolerancia fueCarlos I decapitado (N. del T. Se refiere a Carlos I de Inglaterra, decapi-tado en 1649). Aunque las naciones protestantes presumen de ser tole-rantes, la diferencia de religión establece una gran diferencia entre losciudadanos; el calvinista, el luterano, el anglicano odian al papista y lodesprecian, de la misma manera que este los condena. Por todas partesla secta dominante hace sentir con crueldad su superioridad a las otras.

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Siempre, en cualquier secta cristiana, el sacerdote ejercerá unpoder que se puede volver funesto para el Estado, formaráexaltados, místicos, fanáticos que provocarán revueltas cadavez que se les diga que la causa de Dios lo demanda, que laIglesia está en peligro, que hay que luchar por la gloria delAltísimo.

De la misma manera vemos, en los países cristianos, el podertemporal sometido servilmente al clero, ocupado en ejecutarlas voluntades, exterminar a los enemigos, trabajar por sugrandeza, mantener sus derechos, las riquezas y los privile-gios. En casi todas las naciones sometidas a los evangelios, loshombres más ociosos, más sediciosos, más inútiles y más peli-grosos son los más honrados y recompensados. La supersti-ción del pueblo les hace creer que no hace bastante por losministros de su Dios. Estos sentimientos son los mismos entodas las sectas.85 Por todos los sitios los sacerdotes se impo-nen a los soberanos, obligan a la política a plegarse a la reli-gión y se oponen a las instituciones más ventajosas para elEstado. Siempre son los mentores de la juventud a la que lle-nan de sus tristes prejuicios.

Es asimismo, en los países sometidos al papado donde el cleroha conseguido los más altos grados de riqueza y de poder. Lacredulidad ha sometido a los mismos reyes, que solamentehan sido los ejecutores de sus deseos, casi siempre crueles,han estado dispuestos a sacar la espada cada vez que el ca-pellán lo ordenaba.86

85 No exceptuo tampoco a los cuaqueros, que tienen suficiente conoci-miento para no querer sacerdotes en su secta.

86 Ad nutum sacerdotis, como dijo el dulce San Bernardo.

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Los monarcas de la secta romana, más obcecados que losotros, han tenido en los ministros de la Iglesia una confianzaimprudente que les ha obligado a prestarse a sus pretensionesinteresadas. Esta secta ha diezmado a todas las otras por susarrebatos de intolerancia y sus atroces persecuciones. Sucarácter turbulento y cruel la ha hecho odiosa a las nacionesmenos irrazonables, o sea, menos cristianas.87

No nos sorprendamos, la religión católica fue inventada única-mente para hacer al sacerdocio omnipotente, sus sacerdotestuvieron el talento de identificarse con la divinidad, la causade estos sacerdotes siempre fue la causa de la divinidad; sugloria, la gloria de Dios; sus decisiones, oráculos divinos; susbienes, parte del reino del cielo: su orgullo, avaricia y crueldadfueron legitimados por los intereses del señor celestial; to-davía más, en esta secta el sacerdote vio al soberano a suspies, haciéndole humilde confesión de sus faltas y rogándolelo reconciliara con Dios. Raramente se ha visto que un sacer-dote haya utilizado su ministerio sagrado para la felicidad delos pueblos; no se ha preocupado tampoco de denunciar a lasmonarquías el abuso injusto de poder, las miserias de lossúbditos o el llanto de los oprimidos. Demasiado tímido o de-masiado buen cortesano para hacer resonar la verdad en lasorejas del príncipe, no le habla de las vejaciones multiplicadas

87 Dios rechaza a los tibios; todo cristiano ha de poseer exaltación, porqueha de querer tiernamente a su Dios. Un rey cristianísimo ha de extermi-nar todo antes de soportar que sus súbditos ofendan a Dios. Felipe II yLuis IV de Francia fueron reyes verdaderamente cristianos. Los ingleses ylos holandeses son cristianos tibios y cobardes que prefieren la prosperi-dad del Estado y del comercio a los intereses de la religión. En el cristia-nismo, tolerancia e indiferencia por la religión han resultado sinónimos.¿Cómo se puede abrazar el partido de la tolerancia en una religión cuyofundador dijo “si nos estás conmigo, estás contra mi”?

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bajo las cuales gimen las naciones, ni de los impuestos onero-sos que los oprimen, ni de las guerras inútiles que les destru-yen, ni de las continuas invasiones del derecho de los ciuda-danos: estos asuntos no interesan a la Iglesia, que al menossería de alguna utilidad si utilizase su poder para hacer frentea los excesos de los tiranos supersticiosos.88

Las mentiras del otro mundo serían perdonables si sirvieranpara hacer temblar a los reyes. Pero estos no han sido el obje-tivo de los ministros de Dios, ellos no han tenido en cuenta losintereses de los pueblos: han ensalzado a los tiranos, hanmostrado indulgencia por sus crímenes reales, les han propor-cionado cómodas expiaciones y les han prometido el perdóndel cielo si entraban con ardor en sus querellas. Así, en la reli-gión romana, el sacerdote ha reinado sobre los reyes y enconsecuencia también sobre sus súbditos. La superstición y eldespotismo han sellado una alianza eterna y han reunido susesfuerzos para hacer sus pueblos esclavos y desgraciados. Elsacerdote ha subyugado los súbditos con terrores religiosospara que el soberano pudiera devorarlos; este en recom-pensa, otorga al clero el libertinaje, la opulencia y se compro-mete a destruir todos sus enemigos.89

88 El mariscal D** decía a Luis XIV “Entiendo que vuestra majestad en-cuentre un confesor que, para gozar de consideración le dé la absolu-ción, pero no entiendo cómo el padre Tellier pueda encontrar a uno quelo absuelva a él”.

89 Las naciones católicas son las más ignorantes y las más esclavas de Euro-pa; la esclavitud religiosa comporta la esclavitud política. Los sacerdotesde la Iglesia romana parece que hacen a los soberanos las mismas pro-puestas que el demonio a Jesucristo cuando lo tentó en el desierto.“Haec omnia tibi dabo, si cadens adoraveris me”. “Nosotros te entrega-remos a tus súbditos ligados de manos y pies, si quieres someterte anuestras fantasías”

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¿Qué diremos de aquellos doctores que los cristianos llamancasuistas, de aquellos moralistas que han querido medir hastaqué punto puede la criatura ofender al creador sin pecar? Es-tos hombres profundos han enriquecido la moral cristiana conuna ridícula escala de pecados, saben el grado de cólera quecada pecado provoca en la bilis del ser supremo. La verdaderamoral solo tiene una medida para juzgar las faltas de los hom-bres; las más graves son las que más perjudican a la sociedad.Si nuestra conducta nos hace daño a nosotros es imprudentee irrazonable; si perjudica a otros es injusta y criminal.

Todo, incluso la ociosidad, es recompensado por los curas delcristianismo. Unas fundaciones ridículas hacen subsistir concomodidad una caterva de gandules, que devoran la sociedadsin prestarle ningún servicio. Los pueblos, doblegados ya porlos impuestos, aun son atormentados por unas sanguijuelasque les hacen comprar cada vez más caras unas plegarias in-útiles o que hacen negligentemente. Mientras el hombre contalento, el sabio, el industrioso, el militar corajoso, languide-cen en la indulgencia y un clero ocioso goza de una abundan-cia vergonzosa para los estados que la toleran.90

En una palabra, el cristianismo hace a las sociedades cómpli-ces de todos los males que les hacen los ministros de la divini-dad; ni la inutilidad de las plegarias, probada por la experien-cia de tantos siglos, ni los efectos sangrantes de las funestasdisputas, ni siquiera los arrebatos y excesos han podido to-davía desengañar a las naciones de unos hombres divinos, la

90 La sátira más fuerte que jamás se ha hecho de los sacerdotes cristianosse encuentra en san Mateo 23. Todo lo que Cristo ha dicho de los escri-bas y de los fariseos se ajusta exactamente a nuestros sacerdotes. En laparábola del samaritano, Jesucristo nos hace entender que los sacerdo-tes son los menos humanos de todos los hombres.

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existencia de los cuales ha tenido la simplicidad de creerlosligada a su salvación.

16.

Conclusión

Todo lo que he dicho hasta aquí prueba, de la manera masclara, que la religión cristiana es contraria a la sana política y albienestar de las naciones. Sólo puede ser ventajosa para lospríncipes faltos de luces y de virtud que se creen obligados areinar sobre esclavos y que, para extorsionarlos y tiranizarlosimpunemente se ligan al sacerdocio, la función del cual essiempre engañarlos en nombre del cielo. Pero estos príncipesimprudentes han de recordar que para realizar sus proyectosno pueden dejar de ser esclavos de los sacerdotes, que vuel-ven infaliblemente sus armas sagradas contra ellos si les nie-gan la sumisión o rehúsan servir sus pasiones. Hemos vistomás arriba que la religión cristiana, por sus virtudes fanáticas,las perfecciones insensatas y su celo es claramente perjudicialpara la sana moral, la derecha razón, la felicidad de los indivi-duos y la unión de las familias. Es fácil ver que un cristiano queproponga un Dios lleno de dolor y padecimientos como mo-delo, ha de afligirse sin descanso y hacerse desgraciado. Sieste mundo es un lugar de paso, si esta vida es solo un pere-grinaje, sería muy insensato ligarse a nada de aquí abajo. Si elDios se siente ofendido, sea por las acciones, sea por las opi-niones de sus semejantes, el cristiano –si tiene el poder- ha decastigarlos con severidad; si no lo hace se consideraría falto decelo de afecto por este Dios. Un buen cristiano, o bien ha de

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huir del mundo, o bien hacerse molesto para el mismo y paralos otros.

Estas reflexiones son suficientes para responder a los que pre-tenden que el cristianismo es útil a la política y a la moral. Yque sin religión un hombre no puede tener virtud ni ser buenciudadano. La inversa a esta proposición es sin duda más ver-dadera, y se puede asegurar que un cristiano perfecto quefuese consecuente con los principios de su religión, que qui-siera imitar fielmente los hombres divinos que ésta le proponecomo modelos, que practique las austeridades, que viva en lasolicitud, que porte la exaltación, el fanatismo y la obstinacióna la sociedad, un hombre tal –afirmo- no tendría ninguna vir-tud real, sería un miembro inútil para el Estado o un ciuda-dano incómodo y peligroso.91

Si hubiéramos de creer a los partidarios del cristianismo, pare-cería que no existe ninguna moral en los países donde estareligión no se ha establecido; una simple ojeada superficialnos probaría que las virtudes lo son por todas partes, sin ellasla sociedad no podría existir. Entre los chinos, los indios, losmahometanos hay sin duda buenos padres, buenos maridos,hijos dóciles y agradecidos, súbditos fieles a su príncipes; y lagente de bien sería mas numerosa –como también entre no-sotros- si estuvieran bien gobernados y si una sabia política,

91 Nuestros sacerdotes no dejan de gritar contra los incrédulos y los filóso-fos, a los que tratan de sujetos peligrosos. Pero si consideramos la histo-ria, nunca vemos que los filósofos hayan causado revoluciones en los Es-tados, al contrario, no encontramos ninguna revolución en la que la gen-te de Iglesia no haya metido sus manos. El dominico que envenenó alemperador Enrique IV con una hostia, Jacques Clement, Ravaillac, noeran unos descreídos. No eran filósofos, eran cristianos fanáticos los queempujaron a Carlos I al cadalso. Fue el ministro Gomara y no Spinoza elque incendió Holanda, etc.

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en cuenta de hacer que se enseñe desde la niñez una religióninsensata, les diese leyes equitativas, les hiciera aprender unamoral pura y no depravada, les invitara a obrar bien medianterecompensas y los desviase del crimen mediante castigos sen-sibles.

En efecto –repito- parece que por todos los lados la religión hasido inventada para ahorrar a los soberanos la preocupaciónde ser justos, de hacer buenas leyes y de gobernar bien. Lareligión es el arte de embriagar a los hombres de exaltaciónpara impedir que se ocupen de los males con que los gobier-nos los oprimen aquí abajo. Con la ayuda de los poderes invi-sibles con que se les amenaza, se les obliga a padecer en si-lencio las miserias con las que los afligen los poderes visibles;les hacen creer que si consienten en ser desgraciados en estemundo, serán más felices en el otro.

Es así como la religión ha resultado el mayor recurso de unapolítica injusta y cobarde, que ha creído necesario engañar alos hombres para gobernarlos más cómodamente. Que unosmedios tan bajos queden lejos de los príncipes ilustrados yvirtuosos, que aprendan sus verdaderos intereses, que sepanque están ligados a los de sus súbditos, que sepan que nopueden ser ellos mismos poderosos si no son servidos por ciu-dadanos valientes, activos, industriosos y virtuosos, ligados ala persona de sus señores; que sepan estos señores para aca-bar, que el vínculo con sus súbditos solo puede fundarse sobrela felicidad que se les procura. Si los reyes estuviesen pene-trados de estas importantes verdades, no les sería necesarianinguna religión ni sacerdotes para gobernar las naciones.Que sean justos, que sean equitativos, que sean exactos a lahora de recompensar los talentos y la virtud, de desanimar lainutilidad, los vicios, el crimen, y pronto sus estados se llena-

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ran de ciudadanos útiles que sentirán que su propio interés lesinvita a servir a la patria, a defenderla, a estimar al soberanoque será el instrumento de su felicidad; no necesitarán revela-ción, ni paraíso, ni infierno para cumplir con sus deberes.

La moral será siempre vana si no tiene el soporte de la autori-dad suprema. Es el soberano quien ha de ser el pontífice sobe-rano de su pueblo, es a él a quien toca enseñar la moral, invi-tar a su virtud, obligar a la justicia, dar buenos ejemplos, re-primir los abusos y los vicios. El príncipe debilita su podercuando permite que se eleve en sus estados otro poder cuyamoral no tiene nada que ver con la moral necesaria para supueblo y con principios directamente contrarios a los útiles ala sociedad.. Por el hecho de haber dejado la educación enmanos de un clero exaltado y fanático, los príncipes cristianossolo tienen en sus estados supersticiones sin otra virtud queuna fe ciega, un celo arrojado, una sumisión poco razonada aceremonias pueriles; nociones extrañas que no influyen sobresu conducta o no la hacen mejor.

A pesar de las fuertes influencias que se atribuyen a la religióncristiana ¿Vemos, por ventura, más virtudes entre quienes laprofesan que entre quienes la ignoran? ¿Los hombres salva-dos por la sangre de un Dios en persona, son más justos, másmoderados, más honestos que los otros? Entre estos cristia-nos tan convencidos de su religión ¿No se ven opresiones,rapiñas, fornicaciones o adulterios? Entre estos cortesanosllenos de fe ¿No se ven intrigas, perfidias o calumnias? Entreestos sacerdotes que anuncian a otros unos dogmas horriblesy unos castigos terribles ¿No podemos encontrar injusticias,vicios y cosas oscuras? ¿Son, en definitiva, incrédulos o fuertesde espíritu aquellos desgraciados a los que los excesos llevancada día al suplicio? Todos estos hombres son cristianos para

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los que la religión no supone ningún freno, que violan conti-nuamente sus deberes, que ofenden conscientemente a unDios que ellos saben irritado, y que presumen, en el momentode su muerte, de poder aplacar al cielo ultrajado durante todasu vida con un arrepentimiento tardío.

No negamos la posibilidad de que la religión cristiana sea unfreno para aquellos ánimos temerosos que no tienen la fogo-sidad ni la energía desventurada que hace cometer los gran-des crímenes, ni el endurecimiento que resulta de la costum-bre del vicio. Pero estas almas temerosas serían honestas cony sin la religión, el miedo de hacerse odiosos a sus semejantes,de caer en el desprecio, de perder su reputación, hubiesenigualmente retenido a estos hombres durante algún tiempo.Aquellos que son bastante obcecados para pasar por encimade estas consideraciones, las menospreciarán igualmente apesar de las amenazas de la religión. Tampoco se puede negarque el temor de un Dios que ve los pensamientos más ocultosde un hombre no sea un freno para un buen número de per-sonas, pero este freno no puede nada sobre las fuertes pasio-nes, que tienen precisamente la propiedad de cegarnos sobrelos elementos perjudiciales para la sociedad. Por otro lado, unhombre habitualmente honesto no necesita que le vean paraactuar bien; tiene miedo de verse obligado a despreciarse a simismo, de verse forzado a odiarse, de experimentar remordi-mientos, sentimientos horribles para cualquiera que no estéendurecido por el crimen.

Que no se nos diga que sin el temor de Dios el hombre nopuede experimentar remordimientos. Cualquier hombre quehaya recibido una educación honesta, se ve forzado a experi-mentar en sí mismo una sensación dolorosa, mezclada de ver-güenza y temor, cada vez que se presta a acciones deshones-

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tas con las que se ha podido envilecer; se juzga siempre másduramente, con más severidad que lo harían los otros; teme lamirada de sus semejantes, querría huir de sí mismo, y eso eslo que constituye el remordimiento.

Está claro que la religión no pone más freno a las pasiones delos hombres que la razón, la educación y la sana moral nopuedan hacerlo con mas eficacia. Si los culpables estuviesenseguros de ser castigados, cada vez que les vinieran los pen-samientos de cometer una mala acción se verían obligados adesistir. En una sociedad bien constituida, el desprecio habríade acompañar al vicio; la educación guiada por los interesespúblicos, habría de enseñar siempre a los hombres a esti-marse ellos mismos, a temer el desprecio de los otros, a tenermás miedo de la infamia que de la muerte. Pero esta moral nopuede ser del gusto de una religión que propone menospre-ciarse, odiarse, huir de la estimación de otro y buscar sola-mente complacer a un Dios cuya conducta es inexplicable.

Si la religión cristiana es un freno para los crímenes ocultos delos hombres, si obra efectos saludables sobre algunos indivi-duos, estas ventajas tan raras, tan débiles, tan dudosas, ¿Pue-den ser comparadas a los males visibles, seguros e inmensosque esta religión ha producido sobre la tierra? ¿Algunos oscu-ros crímenes prevenidos, algunas conversiones inútiles para lasociedad, algunos arrepentimientos estériles y tardíos, algu-nas fútiles restituciones, pueden entrar en la balanza cara acara con las disensiones continuas, con las guerras sangrantes,con las espantosas matanzas, persecuciones y crueldades in-auditas que la religión cristiana ha sido causa y pretexto desdesu fundación?. Por un pensamiento secreto que esta religiónahoga, arma naciones enteras para su destrucción recíproca,lleva el incendio a un millón de fanáticos, perturba las familias

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y los estados, riega la tierra con lágrimas y con sangre. Que elsentido común decida, después de eso, qué ventajas procura alos cristianos la “buena nueva” que su Dios ha venido a anun-ciarles.

Muchas personas honestas y convencidas de los males que elcristianismo hace a los hombres no dejan de considerarlo unmal necesario que no se podría eliminar sin peligro. El hombre–nos dicen- es supersticioso; necesita quimeras, se enfadacuando se las quieren quitar.

Pero yo afirmo que el hombre solamente es supersticiosoporque todo desde su infancia ha contribuido a hacerlo así;espera la felicidad de aquellas quimeras porque su gobierno lerehúsa muy continuamente la realidad; nunca se irritará con-tra sus soberanos cuando le hacen bien, estos serán en conse-cuencia mas fuertes que los sacerdotes y su Dios.

Solo el soberano puede reconducir los pueblos a la razón; ob-tendrá su confianza y su amor haciéndoles le bien, los desen-gañará poco a poco de sus quimeras si él mismo se ha desen-gañado; impedirá que la superstición cause perjuicio nomezclándose jamás en sus fútiles querellas, dividiéndola, au-torizando la tolerancia de las distintas sectas que se comba-tirán, se desenmascararán, se ridiculizarán mutuamente; lasuperstición caerá por sí misma si el príncipe, volviendo la li-bertad a los espíritus, permite a la razón combatir los dispara-tes.

La verdadera tolerancia y la libertad de pensamiento son losverdaderos contravenenos del fanatismo religioso; haciéndo-los servir, un príncipe será siempre el señor de sus estados, nocompartirá el poder con el clero sedicioso que no tiene potes-tad contra un príncipe ilustrado, firme y virtuoso. La impos-tura es tímida, las armas le caen de las manos a la vista de un

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monarca que osa menospreciarla y que se encuentra soste-nido por el amor de sus pueblos y por la fuerza de la verdad.

Si una política criminal e ignorante ha hecho uso casi por to-das partes de la religión como medio de esclavizar a los pue-blos y hacerlos desgraciados, que una política ilustrada y masvirtuosa la debilite poco a poco para hacer felices a las nacio-nes, si hasta ahora la educación solo ha servido para formarexaltados fanáticos, que una educación más sensata formebuenos ciudadanos; si una moral apuntalada por lo maravi-lloso y fundamentada sobre el porvenir no ha sido capaz deponer freno a los hombres, que una moral establecida sobrenecesidades reales y presentes de la especie humana demues-tre que, en una sociedad bien constituida, la felicidad es siem-pre recompensa de la virtud y la vergüenza, el desprecio y loscastigos son el salario del vicio y los compañeros del crimen,

Así, que los soberanos no tengan miedo de ver sus súbditosdesengañados de una superstición que los esclaviza a ellosmismos y que después de tantos siglos se opone a la felicidadde sus estados. Si el error es un mal que lo opongan a la ver-dad; si la exaltación es perjudicial, que la combatan con lasfuerzas de la razón; que confinen en Asia una religión engen-drada por la imaginación ardiente de los orientales, que nues-tra Europa sea razonable, feliz y libre, que se vean reinar lasbuenas costumbres, la actividad, la grandeza de alma, la in-dustria, la sociabilidad, la tranquilidad; que a la sombra de laley el soberano ordene y el súbdito obedezca, que todos go-cen de seguridad. ¿No es permitido a la razón que gozará deun poder largamente usurpado por el error, la ficción y la ma-gia? ¿Las naciones no renunciarán jamás a sus esperanzasquiméricas para preocuparse de sus verdaderos intereses?¿No se desembarazarán nunca del juego de los sacerdotes

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altivos, de aquellos tiranos sagrados que solo se interesan porlos errores de la tierra?

Sí, habremos de creerlo, la verdad ha de triunfar finalmentesobre la mentira; los príncipes y los pueblos, cansados de sucredulidad, recurrirán a ella; la razón romperá sus cadenas, loshierros de la superstición se romperán al sentir su voz sobe-rana, hecha para mandar sin más acompañamiento a unosseres inteligentes.

Amén