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1 EL CULTIVO DE LA COCA EN BOLIVIA Alison Spedding Pallet Introducción La coca es una planta de origen amazónica cuyas variedades cultivadas han sido adaptadas a condiciones subtropicales, ocupando una franja de hasta 2.000 metros de altura en la vertiente oriental de los Andes en Bolivia. Los restos más antiguos de hoja de coca, de unos 2.000 mil años antes de Cristo, han sido encontrados en tumbas en la costa desértica del Perú; otras evidencias de su consumo en esta época temprana consisten en estatuas con bolos abultando la mejilla, que si bien no indican exactamente que el bolo consiste en hojas de coca, son asumidos como tales dado que se sigue consumiendo la coca en la misma forma 1 en los Andes desde Colombia hasta el norte argentino en el presente. Debido a la humedad del clima, restos vegetales no se conservan al lado oriental de los Andes, pero dado que las plantas de coca han debido ser trasladados desde allí hasta la costa pacífica al lado occidental de la cordillera, es de suponer que el consumo de coca, y de ahí su cultivo, es igualmente o más antiguo en las fronteras de la Amazonía. A fines del periodo prehispánico, había plantaciones de coca en la vertiente occidental de los Andes (Rostworowski 1977/1989) pero hoy en día casi han desaparecido, aparte de un área mínima cerca de la ciudad de Trujillo que abastece a la empresa Coca-cola. Hablando de cultivos tradicionales andinos (es decir, establecidos antes de la expansión de la industria de la cocaína a partir de los años 1970) la coca es cultivada en la Sierra Nevada de Santa Marta y el Cauca 2 en Colombia, en diversas regiones del Perú siendo entre las más importantes el bajo Huallaga, Huánuco, el bajo Apurímac y Quillabamba (cerca del Cusco), y en los Yungas de La Paz. Es en esta última región que se mantiene las técnicas más elaboradas del cultivo, que se describirá en el siguiente acápite. Aunque los sitios mencionados cubren una ancha franja geográfica, resultan muy restringidos en comparación con las regiones donde se consume la hoja de coca, que como ya se mencionó extienden mucho más al sur que los lugares aptos para el cultivo de la misma, y van hasta alturas de 4.000 msnm y más. Combinado con el auge de la cocaína que ha convertido varias regiones de cultivo en ‘zonas rojas’ donde los investigadores no quieren o no pueden entrar, esto ha concentrado el interés de los estudiosos en el consumo de la hoja sus aspectos culturales, sociales, medicinales y otros: ver por ejemplo Allen 1988 por el sur del Perú o Carter y Mamani 1986 para Bolivia. El tema de su cultivo sólo mereció menciones breves cuando no era ausente. El Estado colonial y sus sucesores republicanos fiscalizaron el comercio de coca y por tanto los archivos conservan registros de impuestos y montos comercializados, que 1 Se selecciona las hojas y se les coloca en la boca entre los dientes y la mejilla hasta formar un bolo, añadiendo una o más pizcas de ‘lejía’ (como se conoce en Bolivia y Perú, una pasta alkalina hecha de las cenizas de una variedad de plantas: más al norte se usa cal viva) que en combinación con la saliva suelta los alkaloides que la hoja contiene, que son chupados y tragados junto con el jugo de las hojas (o se escupa este jugo, según el gusto).. Cuando el bolo ha perdido el sabor (en entre una hora a tres según la calidad de la coca) se lo extrae de la boca y se lo bota. En el norte amazónico, en las tierras bajas, más bien se muele las hojas de coca, se combina su polvo con la ceniza de una enredadera que tiene el mismo rol que la lejía; se forma un bolo de este polvo en la mejilla y se lo chupa y traga poco a poco. 2 Ver Henman (1978/2005) para un estudio sobre la coca en esta región entre los Paéz (ahora Nasa), aunque la descripción de las técnicas de cultivo es muy escueta, concentrándose más en el consumo (mascado).

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EL CULTIVO DE LA COCA EN BOLIVIA Alison Spedding Pallet Introducción La coca es una planta de origen amazónica cuyas variedades cultivadas han sido adaptadas a condiciones subtropicales, ocupando una franja de hasta 2.000 metros de altura en la vertiente oriental de los Andes en Bolivia. Los restos más antiguos de hoja de coca, de unos 2.000 mil años antes de Cristo, han sido encontrados en tumbas en la costa desértica del Perú; otras evidencias de su consumo en esta época temprana consisten en estatuas con bolos abultando la mejilla, que si bien no indican exactamente que el bolo consiste en hojas de coca, son asumidos como tales dado que se sigue consumiendo la coca en la misma forma1 en los Andes desde Colombia hasta el norte argentino en el presente. Debido a la humedad del clima, restos vegetales no se conservan al lado oriental de los Andes, pero dado que las plantas de coca han debido ser trasladados desde allí hasta la costa pacífica al lado occidental de la cordillera, es de suponer que el consumo de coca, y de ahí su cultivo, es igualmente o más antiguo en las fronteras de la Amazonía. A fines del periodo prehispánico, había plantaciones de coca en la vertiente occidental de los Andes (Rostworowski 1977/1989) pero hoy en día casi han desaparecido, aparte de un área mínima cerca de la ciudad de Trujillo que abastece a la empresa Coca-cola. Hablando de cultivos tradicionales andinos (es decir, establecidos antes de la expansión de la industria de la cocaína a partir de los años 1970) la coca es cultivada en la Sierra Nevada de Santa Marta y el Cauca2 en Colombia, en diversas regiones del Perú siendo entre las más importantes el bajo Huallaga, Huánuco, el bajo Apurímac y Quillabamba (cerca del Cusco), y en los Yungas de La Paz. Es en esta última región que se mantiene las técnicas más elaboradas del cultivo, que se describirá en el siguiente acápite. Aunque los sitios mencionados cubren una ancha franja geográfica, resultan muy restringidos en comparación con las regiones donde se consume la hoja de coca, que como ya se mencionó extienden mucho más al sur que los lugares aptos para el cultivo de la misma, y van hasta alturas de 4.000 msnm y más. Combinado con el auge de la cocaína que ha convertido varias regiones de cultivo en ‘zonas rojas’ donde los investigadores no quieren o no pueden entrar, esto ha concentrado el interés de los estudiosos en el consumo de la hoja – sus aspectos culturales, sociales, medicinales y otros: ver por ejemplo Allen 1988 por el sur del Perú o Carter y Mamani 1986 para Bolivia. El tema de su cultivo sólo mereció menciones breves cuando no era ausente. El Estado colonial y sus sucesores republicanos fiscalizaron el comercio de coca y por tanto los archivos conservan registros de impuestos y montos comercializados, que

1 Se selecciona las hojas y se les coloca en la boca entre los dientes y la mejilla hasta formar un bolo, añadiendo una o más pizcas de ‘lejía’ (como se conoce en Bolivia y Perú, una pasta alkalina hecha de las cenizas de una variedad de plantas: más al norte se usa cal viva) que en combinación con la saliva suelta los alkaloides que la hoja contiene, que son chupados y tragados junto con el jugo de las hojas (o se escupa este jugo, según el gusto).. Cuando el bolo ha perdido el sabor (en entre una hora a tres según la calidad de la coca) se lo extrae de la boca y se lo bota. En el norte amazónico, en las tierras bajas, más bien se muele las hojas de coca, se combina su polvo con la ceniza de una enredadera que tiene el mismo rol que la lejía; se forma un bolo de este polvo en la mejilla y se lo chupa y traga poco a poco. 2 Ver Henman (1978/2005) para un estudio sobre la coca en esta región entre los Paéz (ahora Nasa), aunque la descripción de las técnicas de cultivo es muy escueta, concentrándose más en el consumo (mascado).

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permiten indagar sobre el mercado de la hoja, pero tampoco interesaba incluir datos sobre su cultivo. En adición, hasta 1953 (en Bolivia) buena parte de la coca fue cultivada en haciendas. Todo el trabajo fue realizado de manera gratuita por las y los campesinos colonos, a cambio de tierras en usufructo donde cultivaban su propia coca para la venta y otros productos para el autoconsumo. La clase alta propietaria de estas haciendas jamás participaba personalmente en los trabajos agrícolas, ni siquiera supervisándolos (una tarea que era delegada a mayordomos, es decir administradores contratados). Por tanto no les interesaba cómo se cultivaba, siendo lo único importante el dinero obtenido por la venta del producto. En consecuencia, no hay datos que permitan detallar las técnicas de cultivo de la época colonial y mucho menos del periodo incaico, sin hablar de los siglos y milenios previos. Lo que se describe a continuación procede del trabajo de campo de la autora en los Yungas a partir de 1986. Desde ese año hasta la actualidad (2012) las técnicas básicas no han cambiado en absoluto (aparte de unos aditamentos que serán mencionados después) y las y los informantes más viejos no recordaban cambios de fondo desde las primeras décadas del siglo XX (tratando siempre de las técnicas, sí remarcaban grandes cambios en la organización social del trabajo, sobre todo la abolición del trabajo servil impago en las haciendas pero no limitados a eso). Una lista de 1841 casualmente conservada3 en una hacienda cocalera, detallando las herramientas entregadas a los colonos, indica que eran las mismas que ahora. En adición, la topografía accidentada de la zona combinada con la naturaleza del cultivo imposibilita la introducción de maquinaria y obliga a una tecnología puramente manual. Estos factores hacen pensar que las técnicas actuales probablemente no han cambiado significativamente desde la introducción de herramientas de fierro por parte de los españoles en el siglo XVI. En la época prehispánica, con hachas de piedra (que los campesinos actuales siguen encontrando cuando cavan cocales nuevos) y palos de cavar de madera endurecida, tal vez con algún tipo de puntal de piedra, en vez de hachas de acero y picotas, se habría procedido de la misma forma, sólo que las labores habrían requerido mucho más tiempo y esfuerzo. Otras herramientas, hechas de tela, madera o piedra, no habrían cambiado en absoluto. Sin embargo, se debe recordar que las técnicas ‘tradicionales’ aquí descritas sólo han sido comprobadas como válidas para el siglo XX y probablemente para el siglo XIX, y su proyección hacia más atrás en el pasado es especulativo. El cultivo de coca en los Yungas de La Paz El proceso del cultivo se inicia con la limpieza o desbroce del terreno. En lo que se conoce como la ‘zona tradicional’ cocalera (actualmente se tiende a sustituir ‘tradicional’ por ‘ancestral’ y/o ‘originaria’), donde poblaciones de las alturas andinas se asentaron muchos siglos antes de la Conquista española, básicamente no queda monte primaria debajo de los 2.000 msnm (límite de altura de la coca) e incluso los cerros por encima de esa altura en muchos casos han sido deforestados. En todo caso, en el sistema tradicional, si es que se llega a ‘chaquear’ (desmontar) bosque primario, no se procede directamente a poner coca, sino se aprovecha la fertilidad de estas tierras para cultivos de autoconsumo como maíz, maní o walusa, y cuando su fertilidad declina después de unos años recién se introduce la coca. Por lo general, los terrenos habilitados para coca están bajo monte secundario bajo, con arbustos, pajas y árboles menores, 3 Se trata del informe anual del mayordomo al patrón (propietario). Al parecer en las haciendas no se acostumbraba llevar una contabilidad escrita o formal, y si el mayordomo presentaba informes escritos generalmente no eran considerados como algo que merecía ser conservado para el futuro.

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producto de deforestación para cultivar en épocas pasadas, o sino bajo la mezcla de cultivos perennes – principalmente cítricos, café, varios tipos de banano, y uno que otro árbol de palta o papaya – conocida como ‘huerta’ – siendo la plantación ya muy vieja e improductiva, y en adición con precios bajos de mercado para su producción.4 Se procede a cortar el monte bajo con machete y limpiar sus raíces de la tierra con una laka chonta;5 tratando de una huerta o monte secundario con árboles, éstos son trozados con hacha y llevados para leña. El resto de la vegetación cortada es quemada, preferiblemente al caer la tarde y en un día sin viento, ya que éste puede avivar las llamas y causar que el fuego salte a los chumes (monte bajo, malas yerbas) o cultivos vecinos, aunque se debe amontonar la vegetación seca dejando una buena franja limpia en los bordes de la parcela para evitar este peligro. Esta actividad se realiza en los meses finales de la estación seca (julio, agosto, hasta septiembre) para que los restos sequen pronto. Una vez limpiado el terreno, se inicia la cavada. Esto se hace con las primeras lluvias, que suavizan la tierra endurecida por los meses de sol y sequía: a veces hay unos chubascos suficientes en agosto, pero mayormente se cava desde fines de septiembre. Las herramientas son una picota y una waywa, un rastrillo de tres puntas en ángulo recto respecto a su mango. Empezando al pie del terreno, primero se cava la tierra con la picota hasta una profundidad de unos 50 cm, o más si el lugar es muy pedregoso o tiene un pendiente pronunciado (más de unos 40 grados; de hecho casi ningún terreno en la zona es plano). Luego se cierne esta tierra con la waywa para seleccionar todas las piedras de más de un centímetro o dos de diámetro. También se extrae todas las raíces que han quedado de arbustos y árboles. Los tocones y raíces de los árboles más grandes tienen que ser trozados con hacha. Estos restos son amontonados para su posterior quema y la tierra cernida queda abajo, cubierta por una alfombra de piedras. Esta labor continúa hasta noviembre, pero tiene que suspenderse en tanto que la estación lluviosa se instala de pleno, que en algunos años se retrasa hasta inicios de diciembre. Entonces la tierra se vuelve demasiado barroso y no es posible seleccionar piedras y raíces. Ya es tiempo de iniciar la plantación de coca. Previa a la plantación, hay que preparar el almácigo (llaxi en aymara, el idioma nativo que se habla en los Yungas). La coca florece y luego produce semillas a fines de la estación seca. Estas semillas son recogidas y guardadas en un cuarto fresco y oscuro durante unas dos semanas, hasta que ‘se pudren’ (se llenan de moho). Mientras tanto, se prepara camellones de tierra cernida. En éstos se echa la semilla y se lo cubre con hojas de helecho para protegerlo del sol. En dos semanas más brotan las pequeñas plantas y se levanta un techo o talta de un mecho de altura, cubierto de los mismos helechos, encima de los camellones. En tres meses los plantines están aptos para el trasplante y pueden ser arrancados del almácigo. Se considera que estos plantines chiquitos son los que mejor sobreviven, pero también son propensos a ser

4 Los cítricos yungueños han sido desplazado del mercado a partir de los años 1980 por la producción de zonas de colonización y ya nadie renueva sus plantaciones. El precio del café pasa por altibajos debidos a los vaivenes del mercado internacional; así, a fines de los 1980 cuando la coca era barata y el café tenía un precio relativamente bueno, algunas personas convirtieron sus cocales en cafetales, mientras en los 1990 el café entró en un prolongado colapso de precios y viejos cafetales eran arrancados para plantar coca en su lugar. Por mediados de los 2000 el café ha recuperado en algo su precio pero no tanto como para animar de nuevo a plantarlo en lugar de la coca. Los demás productos de la huerta sólo sirven para el autoconsumo y un mínimo mercado local. 5 Herramienta parecida a una pequeña picota, con un pico a un lado y al otro lado una hoja triangular con su base plana hacia fuera. Se compra en las ferias pueblerinas y se coloca un mango de palo local.

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tapados con barro y morir; plantines de la campaña anterior son más grandes y gruesos y no se tapan, pero sobreviven en menor porcentaje. Para plantar coca, primero se prepara el terreno cavado colocando estacas que marcan las líneas divisorias de los cortes, o filas verticales de wachu (andenes de tierra tapiada). En la zona tradicional cada corte mide unos 4 metros de ancho. El trabajo se inicia de nuevo al pie del terreno. Con la waywa se abra un surco en la tierra, del ancho de un corte. Con la misma herramienta se arrastra al fondo del surco un buen filón de piedras grandes, de la alfombra de piedras seleccionadas encima de la tierra suelta. Estas piedras sirven de cimiento al wachu, de la misma manera que en los cimientos de una casa. Encima de estas piedras se amontona tierra y piedras menudas, pisoteándolo y golpeándolo con el mango de la waywa hasta formar un bloque rectangular alargado, Cuando alcanza suficiente altura y solidez, es golpeado con fuerza con la paleta, una herramienta de madera algo parecido a la que se usa para sacar pan del horno, pero más ancho, corto y grueso, hecho con las más duras maderas locales. De esta manera se forma las caras exteriores (hacia abajo) e interiores (hacia arriba) del wachu, hasta que sean planas y lisas. Finalmente se golpea el ‘lomo’ (cara superior). Luego se tila o enfila los plantines al pie de la cara interior, dejando unos tres dedos (cinco centímetros) entre plantín y plantín. Se los tapa con tierra suelta jalada desde arriba y se lo afirma con los pies (todo este trabajo se realiza descalzo), así formando la umacha donde se desarrollarán las plantas. Entonces se los tapa con un cogollo (trozo del tronco de un árbol de banano) para protegerlos, y al lado de arriba se abre otra zanja para proceder con la construcción del siguiente wachu. Ocasionalmente, cuando la cantidad de piedras es excepcionalmente elevada, se construye un muro de contención de piedra en la cara externa del andén; este tipo de wachu se llama takana (taqana en la provincia Muñecas). Al igual que cavar, plantar es un trabajo propio de hombres adultos. Ambos exigen mucho esfuerzo físico (sólo levantar la pesada paleta requiere fuerza, sin hablar de alzarlo por encima de la cabeza y dejarlo caer una y otra vez). En adición, los wachu deben ajustarse a las curvas de nivel, en base al cálculo ‘de buen cubero’ (se burló de alguien que tuvo que hacerse ayudar con plomada e cuerda para que su wachu sea horizontal) y entre un corte y otro deben intercalarse, todo esto con fines de impedir que el agua de la lluvia pueda correr por el cocal, causando erosión (recordando siempre que casi todo cocal se encuentra en terreno pendiente). Al contrario, el agua tiene que ser retenida en la umacha de cada wachu, en medio de dos paredes de tierra tapiada endurecida por los golpes de la paleta, donde será aprovechada al máximo por las plantas de coca. No es fácil aprender a hacer wachu – sólo hombres que han nacido en la zona o vivido allí durante muchos años lo dominan a la perfección – y la cantidad de tiempo y esfuerzo invertido en hacer un cocal de plantada (que es como se denomina el proceso que acabo de describir; ayruta en aymara) es enorme. De hecho, buena parte de los productores cubren esta inversión con trabajo y plantines propios, pero si se calcula el costo en base a los precios vigentes en el mercado local (comprando los plantines y pagando todo el trabajo en dinero) una hectárea de cocal de plantada puede llegar a representar una inversión de unos diez mil dólares norteamericanos. Los cocaleros de la zona tradicional nunca plantan una hectárea en una sola campaña, sino cada año van aumentando pequeñas extensiones, por lo mucho la cuarta parte de una hectárea y generalmente menos; pero la inversión proporcional es la misma. Hay cierto fondo cultural en realizar tanto gasto – un cocal nuevo de plantada bien hecho provoca la admiración de todos los vecinos y aporta prestigio a su dueño en tanto que lo

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hizo personalmente; de hecho son realmente estéticos e impactan igualmente a personas extrañas – pero hay una base económica también. Un cocal de plantada – en los Yungas tradicionales al menos – seguirá produciendo durante un mínimo de treinta años, y los hay que siguen después de cuarenta años y aún más, claro que rindiendo menos que durante su primera década de producción, pero no son despreciables. Una vez plantada, la labor de mantención se reduce principalmente al desyerbe (ver infra) y los wachu tapiados restringen en gran parte la proliferación de la mala yerba. La coca resiste sequías, plagas y ser despojada de todas sus hojas cada tres meses, pero no resiste la mala yerba. Esto es el motivo para realizar cocales de plantada incluso en terrenos planos donde no hay razones para aplicar técnicas que combaten la erosión. La larga vida de cocales de plantada también se debe a que la cavada previa de la tierra permite que las plantas desarrollen mejores raíces y por tanto viven más tiempo. Tradicionalmente, la primera cosecha de un cocal nuevo, llamada jinchucha, se realiza entre un año y un año y seis meses después de su plantación. Los cocaleros de esta zona repiten públicamente que se cosecha recién después de dos años. Saben que esto es una mentira piadosa, a la vez que mis informantes más viejos insistieron que ‘antes’ sí se cosechaba a los dos años (y por eso, los cocales duraban más). Es posible que en las últimas décadas sí se ha acortado este periodo de esperanza, pero sospecho que los dos años nunca era más que un ideal con que pocos habrían cumplido, ya que los motivos para iniciar la cosecha en tanto que las plantas reúnen el tamaño mínimo adecuado – necesidad de dinero y de empezar a recuperar tan cuantiosa inversión – habrían sido igualmente vigentes entonces como ahora. Durante los primeros meses de vida, el cocal exige un cuidado especial llamado p’itarar – más o menos ‘tejer con palillos’ en aymara – consistente en removar la tierra de la umacha y más que todo alrededor de las plantitas con dos palillos puntiagudos, liberando las plantas del barro, facilitando el drenaje de agua y la aeración del suelo, y de paso sacado cualquier mala yerba que haya. Después de unos seis meses hay que desyerbar regularmente con una pequeña warmi chonta,6 hasta llegar a la primera cosecha. Cosechar coca consiste en quitar a la planta todas sus hojas maduras. Esto suena fácil, pero la práctica es todo un arte. Primero, en lo ideal todas las hojas deben madurar simultáneamente, pero sobre todo en tiempo de lluvia hojas nuevas brotan por encima de las maduras y entonces hay que escoger con cuidado. Mayor cuidado hay que aplicar para quitar sólo las hojas con sus peciolos y no los puntos de brote, o ‘ojos’, que se encuentran al lado de las mismas. Segundo, una planta de coca como objeto natural no tiene en si un principio o un fin, y una persona novata en la cosecha tiende a quitar una hoja aquí y otra allá y está parado una hora tratando de terminar un solo arbusto. Las cosechadoras experimentadas – la cosecha es el trabajo emblemático de las mujeres en los Yungas – aplican una especie de análisis de senda mínima, donde agarran un tallo y sus ramas desde el pie y los iban desnudando de hojas hasta sus puntos superiores con una rapidez increíble. Las hojas frescas, llamadas matu, se acumulan en una tela cuadrada, mit’iña, amarrada a la cintura con los dos puntos de adelante enrollados y enganchados para formar una bolsa que cae sobre las rodillas de la cosechadora. A intervalos regulares la dueña del cocal, quien generalmente está cosechando junto con las

6 Esta herramienta tiene un pico a un lado y al otro lado una hoja acorazonada. Siempre se utiliza para desyerbar el cocal, mientras para desyerbar la huerta y otros cultivos se utiliza la mencionada laka chonta. La razón es que en el cocal hay que desyerbar hasta el último rincón entre y detrás de las plantas, y las puntas de la hoja triangular de la laka chonta podrían dañar sus tallos, no así la hoja redondeada de la warmi chonta.

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demás, viene a recibir el contenido de cada mit’iña en una bolsa que es llevada inmediatamente a la sombra de un árbol cercano. Como planta, la coca requiere pleno sol para dar una producción de calidad aceptable para el mascado, pero una vez bajadas las hojas su exposición al sol tiene que ser cuidadosamente controlada. Básicamente, el matu nunca debe ser expuesto al sol excepto al realizar el secado (ver infra). Además, aunque ya han sido separadas de la planta, durante estas primeras horas las hojas siguen vivas y por tanto siguen emitiendo dióxido de carbono. Esto se acumula dentro de la bolsa y genera un efecto de invernadero en miniatura, causando que la masa de hojas se caliente notoriamente y si no es manejado adecuadamente (abriendo un hueco en medio de la masa amontonado las hojas a los lados de la bolsa, si es posible colocando la bolsa en posición horizontal para extender las hojas al máximo) llega a ‘cocer’ (putintar), negreándose y perdiendo calidad. Al finalizar la jornada, el matu es llevado a un cuarto llamado matuwasi. De hecho, es la planta baja de la casa. Las casas yungueñas son de adobes o de tierra tapiada. El dormitorio común de la familia, donde también se guarda ropa y valores, y abarrotes secos como azúcar, se encuentra en el primer piso y tiene ventanas y un piso de tablas. La planta baja no tiene ventanas y tiene un piso de tierra. Sirve para guardar herramientas, verduras, cabezas de bananas para ser comidas verdes (peladas y hervidas) o como maduras. Se mantiene fresco hasta en los días más cálidos y es aquí, sobre el piso de tierra, que se tiende el matu. Las casas más acomodadas tienen un cuarto que se dedica exclusivamente para este fin. Aquí el matu ‘duerme’ bajo llave (ya que es un producto valioso y se conoce varios casos de robo de matu) hasta la mañana siguiente, cuando, en lo ideal, será secado. El secado es la etapa más riesgosa de la producción de coca, ya que de ello depende la calidad final del producto. El matu requiere entre tres a cuatro horas de exposición al sol para convertirse en coca propiamente dicho, es decir, hojas plenamente secas. Tradicionalmente esto se realiza en un kachi, un canchón pavimentado con lozas negras (obtenidas de un número reducido de canterías que hay en la región), rodeado por un muro de tierra tapiada de algo más de un metro de altura, para que el viento no desparrame las hojas secas, y con una entrada con puerta para impedir que gallinas o perros entren y ensucien las lozas. Los kachis campesinos pueden medir de ocho hasta diez o doce metros por lado (los kachis de las haciendas eran mucho más grandes, al menos en esta región). Debe tener una leve inclinación, que, aparte de facilitar el barrido para reunir la hoja una vez seca, impide que el sol fuerte del mediodía caiga en plomada y ‘quema’ las hojas (ver infra). Se tiende el matu sobre estas lozas en una alfombra más o menos espesa (phatu) según su cantidad. Después de unas dos horas, cuando ya está k’awirata (las hojas de encima ya se están encorvando al secarse) se lo revuelva (t’ijrar) con una escoba del arbusto silvestre chakatay, para que el sol llegue a las hojas de abajo. A veces es necesario t’ijrar una segunda vez. Si se ha tendido entre las ocho y nueve de la mañana y ha soleado sin interrupción, entre las doce y la una de la tarde estará seca y puede ser barrida en un solo montón, colocado en una saca (bolsa, ahora de tela de naylon, de unos dos metros de largo y un metro de ancho) y guardado en ‘los altos’ (primer piso) de la casa. Eso es el proceso ideal. Sin embargo, hay muchos obstáculos para lograr este secado perfecto que da lugar a hojas verdes que tienen el mejor precio en el mercado. Es que, una vez tendida, no se puede reunir y alzar la coca sino cuando ya está completamente seca. Incluso el t’ijrar tiene que realizarse cuando ha llegado a cierto grado de secadura; si se t’ijra demasiado pronto las hojas salen manchadas (mirq’irata). Y si la lluvia llega a la coca cuando ya ha

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empezado a secar, se mancha y se negrea completamente (ch’uqintar). Aunque se lo reúne y se lo tapa con un plástico o se lo lleva a la casa antes de que llegue la lluvia, igualmente se mancha al manejar y ya no tendrá buen precio. En otras ocasiones, el cielo se nubla a media mañana y luego se destapa de golpe a mediodía; las hojas aún matu, que no han recibido el sol en pleno, se calientan de golpe y se ‘queman’ (ñakharar), adquiriendo manchas de distinto tipo a las que corresponden a mirq’irata o ch’uqita, pero igualmente bajando su precio. Hay otros días cuando se para nublado hasta la tarde, y aunque no ha llovido la coca no seca, hay que alzarlo y volver a guardarlo e inevitable va a salir manchada el día siguiente aunque solee sin interrupciones. Entonces, la decisión de tender el matu es crítico y exige exámenes agudos de todo el cielo y cálculos meteorológicos azarosos, ya que es posible hacerlo ‘cainar’ (quedar en casa) un día sin que merme su calidad de manera apreciable. Si queda en el matuwasi durante dos días después de ser cosechado, aunque seque al tercer día su color y sabor son – según los cognoscienti del mascado y los intermediarios – notablemente inferior a coca secada dentro de 24 horas de ser cosechada. Entonces, cuando el tiempo está incierto – no es evidente que ha de solear bien – hay que jugar entre atreverse a tender (y por ahí arruinar la coca si llueva) o guardarlo esperando mejor tiempo mañana (que por ahí no llega, y al tercer día estará malograda en todo caso). Haya secado bien o no la coca, después de la cosecha es imprescindible masir el cocal, es decir, desyerbar con chonta. Incluso cuando – en cocales de plantada en la época seca – apenas exista yerba, hay que repasar todos los wachu removiendo la tierra de las umacha. En el sistema tradicional, se considera que una cosecha realizada con cuidado y masir inmediatamente después (hasta el mismo día) son todo lo que se necesita para garantizar una buena producción; no se aplica ningún tipo de fertilizante ni se utiliza riego. No obstante, después de unos cuatro años de cosecha trimestral,7 las plantas están gastadas y sus hojas se vuelven muy menudas, mientras sus tallos se llenan de kakawara (líquenes). Entonces se realiza el pillu o poda, cortando el tallo principal en ángulo agudo a una altura de unos tres cm del suelo y quitando los líquenes que quedan. Según costumbre este debe realizarse sólo en los meses de junio, julio y agosto, cuando no suele llover porque si la lluvia llega a los tallos recién cortados puede hacer que se pudren. Las ramas cortadas, llamadas coca chamiza, son llevadas para usarlas para prender fuego en el qhiri (fogón de barro, en el cual la mayoría de la población sigue cocinando a diario con leña). Nuevas ramas brotan de los tocones y después de seis a ocho meses pueden ser cosechadas de nuevo, aunque esta jinchucha de pillu es un cosecha difícil donde la gente no

7 Siempre se dice que la coca se cosecha cada tres meses, o sea, con un intervalo de unos 90 días entre una cosecha y la siguiente. En Yungas tradicional este intervalo puede reducirse a unos 80 días en la temporada de lluvias y extenderse a unos 112 días en la temporada seca y fría, hasta 4 meses en cocales cerca de su límite de altura (2000 msnm). Se puede cosechar en cualquier mes del año siempre que la coca sea madura, aunque es preferible no cosechar en mayo o junio porque el frío del invierno suele retardar y mermar demasiado la cosecha siguiente. Según el cronograma de sus cosechas, un cocal dado puede rendir tres y en casos, cuatro cosechas al año. El intervalo en el Chapare es similar, de 75 a 90 días, sin que se alargue en la época seca, mientras en los Yungas de colonización puede reducirse a dos meses (60 días) y aún menos en tiempo de lluvias, permitiendo cinco cosechas al año. Esto nos sorprendió al recoger datos al respecto en la investigación de Kawsachun coca, ya que el Chapare es la región más baja y se podría pensar que por ese motivo el intervalo más corto ocurriría allí. Posiblemente la diferencia se debe a que los suelos del Chapare son más arenosos y pobres en nutrientes que los de Yungas de colonización.

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quiere acudir: hay que escoger sólo las hojas maduras, ya que en esta etapa no maduran todas de manera pareja, y estas hojas maduras se encuentran en la parte más baja de las ramas, causando dolor de espalda por tener que agacharse demasiado (aunque toda cosecha de coca causa dolor de espalda porque los arbustos en esta región no llegan mucho más alta que las rodillas de una persona). La coca pillu tiene hojas muy gruesas y de un verde mucho más oscuro que lo normal, además no puede guardarse mucho tiempo después de secar porque suele volverse blanquecino (debido a hongos). Por estos motivos tiene bajo precio en el mercado, aunque ciertas fuentes relacionadas con la industria de la cocaína opinaron que la hoja de esta etapa es la que más rindieron al ser procesada para pasta base. Las siguientes tres o cuatro cosechas mantienen hojas grandes pero ya de color y grosor aceptable y la productividad después de este primer pillu es incluso superior a la etapa de wawa coca (en su primer ciclo después de ser plantada). Después se llega al segundo pillu y es a partir de esta época – digamos, a partir de los diez años por arriba contando desde la plantación, no la primera cosecha – que empieza la lenta declinación de la producción, aunque como ya se dijo, el cocal seguirá produciendo durante décadas más. Algunos productores renuevan parcialmente a sus cocales viejos ‘requintando’ (introduciendo plantines nuevos entre las plantas envejecidas). Otros los vuelven a cavar y plantar de nuevo con coca a menos de treinta años de la plantación anterior. En otros casos pasan por una lenta transformación en huerta, en base a los árboles de sikili. Esto es una leguminosa, con frutas parecidas al pacae pero mucho más pequeñas, que es silvestre pero existe en una especie de simbiosis con el sistema productivo de la agricultura yungueña, ya que nadie se empeña en plantar sikilis pero están presentes en casi todos los cocales y todas las huertas. Fijan nitrógeno en el suelo, así manteniendo la fertilidad, y en las huertas, donde crecen más grandes, proporcionan sombra al café, que a diferencia de la coca requiere sombra para producir bien. En todas las huertas que he conocido en las zona tradicional se encuentra cocas awicha (‘abuelas’ en aymara): plantas crecidas que llegan a dos metros o más de altura, porque ya no han sido sujetadas a pillu, con hojas grandes, oscuras debido a que crecen en la sombra, y con muchas manchas y mordeduras de los bichos que proliferan en esa misma sombra. Indican que el sitio alguna vez fue cocal, aunque ya no haya ni rastro de wachu ni si recuerde que fue otra cosa que huerta. Los inicios de esta transformación se encontrarían en los sikili y las plantas de naranja o mandarina – producto de semillas escupidas por cosechadoras chupando fruta en los descansos – que se observa en cocales con un par de décadas de vida. En un trabajo anterior consideré que el culmino de este ‘ciclo largo’ agrícola tardaría más que una generación humana, para explicar el hecho que nunca encontré alguien que dijera que había conocido la tal huerta cuando era cocal, ni referería al proceso de plantación de cítricos y café en el ex cocal, aunque se deduce que esto ha debido ocurrir en algún momento. En la actualidad, el ocaso de los cítricos yungueños y lo poco atractivo del café en comparación con la economía pujante de la coca, combinado con la presión demográfica indudablemente mucho mayor que a principios del siglo XX, hacen que el destino más probable de cocales envejecidos es su reciclaje directo como cocal, algo que ya ocurre en los sectores con mayor escasez de tierra (como Arapata en Nor Yungas). Sin embargo, esto ha dado pobres resultados y conducido a la aplicación excesiva de fertilizantes artificiales como urea, que aumentan la producción en el corto plazo pero pronto empeoran el problema de degeneración de los suelos. Esto a diferencia de lo que ocurre cuando se recicla bajo coca sitios de huerta

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antigua con awichas que prueban que también son ex cocales pero en una época perdida para la memoria viviente; aquí la coca produce bien sin necesidad de químicos. Digo esto por tener yo mismo un cocal en un terreno de huerta antigua donde la producción es enteramente adecuada con las simples técnicas de cosecha y masi tradicionales, sin aplicar fertilizantes. Esto y casos similares, además de los hallazgos de herramientas de piedra en terrenos donde se está plantando coca ahora, demuestran que el sistema tradicional de producción de coca es definitivamente sostenible, ya que se ha mantenido en las mismas comunidades durante varios siglos sin llegar a procesos de erosión y desgaste de suelos que harían infactible la agricultura. Cambios recientes en la producción de coca Uno de los cambios es indudablemente el uso de plaguicidas y fertilizantes químicos. El uso de insecticidas fue conocido desde hace varias décadas, pero sólo cuando la infestación de ulu8 era muy aguda. Actualmente se ha hecho rutinaria para gran parte de los productores, así que después de cada cosecha automáticamente proceden a fumigar con plaguicidas, frecuentemente combinadas con fertilizantes foliares. Algunos llegan a fumigar dos veces en cada mita (periodo de cosecha trimestral). Según los promotores del cultivo ecológico, estas plaguicidas eliminan a todos los insectos, incluyendo los predadores naturales del ulu, pero como éste es una mariposa, luego llega volando desde lejos y procede a destrozar la coca sin tener ya otros insectos, menos móviles, que le atacaban. Entonces aumenta la infestación de ulu y se inicia un círculo vicioso de uso cada vez mayor de plaguicidas. Esto no es observado por los productores. En cambio, sí observan las consecuencias negativas del uso de algunos fertilizantes, en particular la urea. Aparte de endurecer el suelo, dicen que aunque apura el ciclo vegetativo de la coca y así acorta el periodo entre cosechas, dando ingresos más rápidos en corto plazo, la hoja misma es más delgada y así pesa menos (la venta es por peso); las plantas envejecen pronto y su producción decae antes de tiempo; y las vendedoras de coca al detalle en la ciudad de La Paz dicen que la coca producida con urea se arruina pronto y por tanto no conviene para la venta. Esto ha conducido a que la coca de Nor Yungas (Coripata y Arapata), antes líder en el mercado, ahora ha perdido precio debido a la amplia aplicación de urea en ese sector. Las plaguicidas no tienen impactos aparentes en la calidad de la hoja misma, sino lo mejoran a la vista por que ya no tiene manchas ni mordeduras de bichos, pero hay varias quejas de consumidores (mascadores) de coca de hoja que les provoca dolores de cabeza, rajaduras en los labios y otros, más un sabor amargo, todos atribuidos al uso de agroquímicos. Los productores intentan evitar fumigar cuando la cosecha ya está próxima, pero en todo caso, a diferencia de – digamos – tomates, no se puede lavar las hojas de coca ya que esto las arruinaría

8 Nombre aymara de una pequeña mariposa blanca. En castellano se llama mariposa malumbia. Su larva o gusano (much’i ulu) come las hojas de coca. Es una plaga antigua, incluso hay referencias del siglo XVIII que lo mencionan, porque un curandero fue procesado por realizar sesiones de espiritismo donde conjuraba al espíritu del ulu y lo ordenaba ababdibdonar los cocales, actividad que en ese entonces era clasificado como idolatría y procesado por la iglesia católica. Hasta mediados del siglo XX estas medidas rituales eran las únicas disponibles para combatir el ulu. En los 1980 fue descubierto por los EE.UU. cuyas autoridades anti narcóticos impulsaron una campaña de distribución de esta mariposa pensando que iba a destruir la producción de coca, al parecer sin saber que hubo esa plaga desde hace siglos y, si bien hay temporadas donde deja a las hojas de todo un cocal ‘como encaje’ y sin valor comercial, esto no destruye las plantas que luego vuelven a producir normalmente, y de ninguna manera acaba con la coca.

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al igual que la lluvia cuando las pesca en el kachi; por tanto sólo se puede esperar que las eventuales lluvias habrían lavado a las plantas en algún grado. No se dispone de estudio alguno sobre las posibles consecuencias para la salud de los consumidores de hoja tratada con estos químicos. Hay un consenso general que la hoja sin fumigar es más dulce y carece de los efectos indeseables mencionados, pero el problema es que sin aplicar químicos el monto de la producción es menor y la apariciencia del producto es defectuosa; por tanto los intermediarios pagan menos. La mayoría de los productores, sobre todo las y los que tienen familias jóvenes, no pueden darse el lujo de renunciar voluntariamente a una parte de sus ingresos potenciales, incluso cuando sospechan que los químicos puedan ser dañinos a largo plazo. Intermediarios que surten al mercado tradicional (mascado) suelen reconocer la calidad de hoja orgánica (sin químicos) y pagan un precio equivalente al mejor vigente para coca convencional (con químicos) en el momento de comprar, pero hasta ahora no se ha logrado un reconocimiento formal de la coca orgánica y menos un precio aumentado que animaría a más productores a dejar de usar químicos. Otro cambio posterior a 2000 es el uso de riego, a través de politubos que suministran el agua y asperjadores. Esto recibió un gran impulso en los años 2005-2006 cuando la estación seca era excepcionalmente severa, llegando a ser considerado como sequía, que normalmente no ocurre en esta zona por ser muy próxima a Amazonía de donde llegan las lluvias. No hay tradición de organización comunal de riego en los Yungas, de hecho nunca se acostumbraba regar la coca ni ningún otro cultivo. Cada usuario, o un pequeño grupo de dos o tres usuarios, instala su toma y sus politubos en base a los riachuelos o fuentes de agua que hay en su comunidad y riegan cuando se les da la gana, causando por ejemplo que más abajo ya no hay agua en el riachuelo. Surgen conflictos sobre las tomas que uno y otro ha instalado sin consultar con los demás, como también por el robo de tubos. Hay comunidades que han instituido un pago para el uso de fuentes para riego mientras otras persisten en una situación anárquica al respecto. Algunos productores aseveran que ‘sin riego ya no hay mita’ mientras en otras comunidades simplemente no hay fuentes de donde extraer agua para riego (por lo general se prohíbe utilizar los sistemas de agua potable para este fin). Al igual que los agroquímicos, el riego ha sido introducido en base a iniciativas campesinas, sin asesoramiento técnico alguno. Los agrónomos argumentan que los productores, para ahorrar tiempo, mezclan dos productos en una sola fumigadora, cuando estos productos tienen efectos contradictorios y deberían aplicarse por separado, y puedo constatar que no siempre miden con exactitud las cantidades de un químico que aplican (‘¿Cuánto usas para una mochila?’ – ‘Un chorro’, ‘Una tapita’). Igualmente, suelen colocar sus asperjadores y dejarlos regando día y noche, yendo quizás cada veinticuatro horas a remover el aparato a otra parte del cocal, mientras los agrónomos dicen que regar así en un día de sol es inútil porque el agua se ha de evaporar apenas llegado al suelo. El cocal está lejos de su casa, así que llega la lluvia y sigue regando, o sino regando con otros fines, como por ejemplo cuando la coca está floreciendo, para que la aspersión haga que ‘se pasman’ las flores y no llegan a producir semilla, esto porque cuando la planta produce harta semilla la cantidad de hojas, de donde procede el ingreso del productor, se reduce. Aparte de los conflictos sociales y políticos sobre el uso de fuentes para riego, y sobre el paso de los tubos por terrenos de terceras personas, se desconoce las posibles consecuencias futuras para el sistema hidrográfico de la región, para los suelos y para las mismas plantas de coca de estas aplicaciones de riego.

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Hay cambios en el secado de coca. Construir un kachi nuevo es costoso (alrededor de mil dólares para lozas para un kachi de once metros por lado en 2010, sin incluir la mano de obra). La mayoría acceden a kachis por herencia, o aprovechando de la venta de lozas por crisis, como cuando los hacendados vendían sus lozas a los campesinos después de la Reforma Agraria de 1953, y esto sólo era y es una opción para campesinos ricos. Los demás tenían que prestarse un kachi, a cambio de una jornada de una mujer en la cosecha (aunque en otras comunidades, quizás más solidarias, se presta el kachi a cambio de nada más que una o dos libras de la coca allí secada). A partir de los años 1990 ha aparecido la alternativa de secar en redes o sakanchu, que se tienden en caminos, canchas de fútbol o cualquier otro sitio suficientemente amplio. Aparte de ser mucho menos costosas que un kachi, tienen la ventaja de facilitar el recojo apurado de la coca (en la red misma) cuando se acerca la lluvia. Una desventaja es, tendida sobre la tierra desnuda, más aún si ésta está húmeda, la red se mantiene fría y la coca tarda en secar, en contraste con las lozas del kachi que se calientan hasta con un sol débil y producen un secado rápido, importante en época de lluvias cuando el aguacero suele bajar con frecuencia por las tardes. Además, las redes se tienden de uno y otro lado (no tienen anverso y reverso distinguibles) y sobre sitios donde autos, gente y animales transitan y dejan toda clase de desperdicios. Por tanto, se ensucian, a veces notoriamente; los mencionados promotores de coca orgánica han estipulado secado en kachi por ser más higiénico. Pero como no hay control formal del manejo higiénico de la coca, el uso de redes es cada vez más difundido y es universal en las zonas de colonización donde no existen los kachi hereditarios (cuyas lozas hayan circulado de generación en generación) y parece que nadie se ha animado a realizar los gastos y esfuerzos de traer lozas de las ya lejanas canterías de la zona tradicional. Aquí hay significados sociales involucrados. El esfuerzo excepcional de hacer un kachi nuevo es una declaración de independencia de las generaciones anteriores (padres, suegros) cuyo kachi se utilizaba, a la vez que representa una inversión dirigida hacia generaciones futuras, ya que se sabe que esas lozas serán utilizadas mucho después de la muerte de las personas que las han traído e instalado. Señala la permanencia no sólo de los descendientes de los individuos en cuestión, sino de productores de coca en general en ese sitio. En contraste, comprar una red proporciona una independencia inmediata y barata, menos duradera por cierto pero también libre de ataduras a un lugar concreto, porque la red se lleva a donde sea y además tiene otros usos (por ejemplo, la misma red sirve para transportar fruta en cantidad dentro de un camión). Esto corresponde al poco enraizamiento de los colonizadores, elemento frecuentemente comentado por los productores de coca de la zona tradicional, quienes aseveran que van a quedar allí y suponen que al menos algunos de sus hijos van a hacer lo mismo, siempre produciendo coca, mientras consideran que muchos llegan a las zonas de colonización directamente a poner coca para sacar un ingreso pronto en dinero e invertirlo en cualquier otra actividad, sin intención particular de quedar allí. El kachi y la técnica de plantada son elementos de la producción tradicional de coca, que –se argumenta- tiene derecho de persistir libre de cualquier tipo de restricción sobre las extensiones cultivadas y no debe ser sujetada a la erradicación, o ‘racionalización’ como actualmente se llama, de sus plantaciones. Los debates sobre las zonas que deben ser incluidas en lo tradicional, en tanto que han propuesto criterios explícitos, se han limitado a referencias históricas, a veces difíciles de relacionar con sitios actuales, o con implicaciones contradictorias, como cuando cocaleros yungueños actuales han querido validar parte de la sección de La

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Asunta, en su mayor parte de colonización reciente, como ‘tradicional’ argumentando que había haciendas (antes de 1953) en allí, mientras en su discurso político general argumentan que liberarse de la hacienda era una de las bases fundamentales de su potenciamiento político como campesinos y de ninguna manera se ha de permitir el regreso de los terratenientes. El hecho es que sólo en la zona tradicional de los Yungas se practica la técnica de la plantada. En otras regiones, incluyendo el sur del Perú donde, por su conexión con los Incas, habíamos esperado encontrar técnicas similares o incluso más elaboradas, como la construcción de taqana (andenes con muros de contención de piedra) apenas se llega a formas bastante rudimentarias de zanjeo (ver infra). La técnica de plantada es un hecho objetivamente comprobable, no susceptible de dudas o especulaciones sobre la correspondencia entre asentamientos actuales y los sitios nombrados en documentos coloniales sin apoyo de mapas precisas. Además, es una técnica cuyo dominio exige auténtico compromiso con la vida campesina, elemento central en la defensa del derecho de seguir cultivando coca por parte del movimiento cocalero de los Yungas tradicionales. En la parte final de este capítulo se analizará los vínculos entre el cultivo de coca y la condición social de agricultor campesino, vínculos que se enlazan con las características técnicas de este cultivo. Primero se presentará, en forma más escueta, referencias sobre otras técnicas aplicadas en el cultivo de este producto. Otras técnicas de cultivo de coca El zanjeo crudo es una forma de plantación de coca donde se dispensa con la cavada previa del terreno y tampoco se extrae las raíces y tocones. La labor se inicia desde el borde superior del espacio desbrozado y se cava con picota una zanja horizontal que se asemeja a la forma de una cuneta, es decir, su piso se va elevando hacia el borde exterior, estableciendo una especie de plataforma. Se extrae las piedras grandes que puedan aparecer y se corta las raíces que hay con machete, removiendo la tierra en el rincón interior de la plataforma y afirmando el borde exterior con golpes de la paleta. Luego se repite el mismo proceso un medio metro o más debajo del primer wachu, hasta llegar al fondo del terreno. Mientras en la plantada se coloca los plantines en el mismo momento que se hace el wachu, en el zanjeo son transplantados en días posteriores, preferiblemente cuando está lloviendo para que se prendan de inmediato. Esta forma de zanjeo es practicado en la zona tradicional en terrenos muy pendientes donde la cavada no es factible y por parte de productores carentes de recursos económicos, en su mayoría parejas jóvenes, quienes no pueden asumir el costo adicional de la cavada. Hay una variante conocida como zanjeo con paleta donde se realiza una cavada más superficial, denominada sip’iada, y sin escoger todas las piedras, para luego formar los wachus golpeándoles firmemente con las paleta. En la zona de colonización de La Asunta todos los cocales son de zanjeo. Una razón es que en este caso se trata de predios que acaban de ser desbrozado de monte alto y aún tienen una gran cantidad de tocones y raíces de árboles enormes, que harían sumamente difícil la cavada. Otro motivo es que los wachus de plantada requieren de un suelo que contiene muchas piedras y tiende a ser gredoso, mientras los suelos del monte alto son negras, con mucho material vegetal y pocas piedras; algún productor hizo el esfuerzo de cavar y formar wachus de plantada, pero se desmoronaron a poco tiempo por la consistencia del suelo. Aunque más baratos y fáciles de hacer, los cocales de zanjeo rápidamente se llenan de maleza, exigiendo

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más trabajo en el desyerbe, y las plantas de coca no desarrollan raíces tan profundas, por tanto no suelen durar más que unos veinte años. En el Chapare la técnica de plantación es aún más simple. Generalmente se realiza en terrenos que han sido sembrados previamente con arroz. Se limpia la maleza y con un palo puntiagudo con un mango en forma de T se punza la tierra para abrir un hoyo vertical, donde se coloca el plantín de coca y se afirma la tierra a su alrededor. No se requiere más cuidados que unos dos ciclos de desyerbe hasta llegar a la primera cosecha, que en esta zona ocurre a unos ocho meses después de la plantación. En esta cosecha se procede con cierto cuidado bajando las hojas una por una, similar a la manera de la zona yungueña, pero en las siguientes se agarra las ramas con la mano y se jala hacia arriba, arrancándolas todas de cuajo, lo que en los Yungas se llama sik’irar y no es permitido. En consecuencia el monto de hojas cosechadas por una persona en un día es mucho mayor en el Chapare, llegando a 90 o 100 libras de hoja fresca (matu) versus un promedio de 8 a 9 libras de matu por persona por día en la zona tradicional. El poco costo de inversión requerida para establecer un cocal y la productividad mucho mayor de la mano de obra en la cosecha resultan en una rentabilidad mucho más elevada, incluso cuando el precio de la hoja sea menor que la yungueña, lo que no siempre es el caso. Por la baja altura (unos 200 msnm, versus 600 a 800 msnm en Yungas de colonización y 1200 a 1800 msnm en Yungas tradicional, las infestaciones de plagas son mucho mayores y en consecuencia el uso de plaguicidas es intenso. Incluso algunos productores utilizan herbicidas en vez de realizar un desyerbe manual, conocido como carpida en esta zona. El secado se realiza en lonas extendidas sobre el tendal, un espacio de tierra aplanada y pisada en el patio de la casa del productor, no existiendo kachis en esta región. Procesamiento pos-cosecha y venta Las hojas de coca secadas al sol son bastante frágiles y curvadas, así que ocupan un volumen muy elevado en relación con su peso y tienen que ser manejadas con cuidado para no resquebrajarlas. En un lugar seco (generalmente el primer piso de una casa) y mantenidas fuera de la luz directa del sol, pueden ser conservadas durante unas semanas y resisten el clima húmedo subtropical y tropical de las regiones productoras. Sin embargo, si hojas en este estado son trasladadas a las zonas altoandinas, donde se concentraba la población consumidora de la hoja hasta mediados del siglo XX, prontamente se vuelven excesivamente secas y no aptas para el mascado o akulliku (en aymara), aparte de ser inconvenientemente abultadas para el transporte. Por tanto, para empaquetarles para el transporte y el comercio, se las somete a un proceso llamado mat’achar.9 Se extiende las hojas secas en una capa delgada (un espesor de unos 5 centímetros) sobre el suelo de tierra apisonada de la planta baja de la casa, generalmente el mismo cuarto donde también se guarda el matu recién cosechada. Se los revuelve a intervalos durante unas

9 En los últimos años, ha aparecido otra modalidad de empacar coca para la venta: los llamados chorizos: bolsas tubulares largas de plástico grueso, conteniendo hoja seca sin mat’achar. Estos paquetes se destinan exclusivamente al norte tropical de Bolivia, a lugares como Rurrenabaque, Trinidad o Riberalta, donde la hoja mat’achada no aguantaría el calor y la humedad sin perder sabor y calidad para el mascado. Es evidente que los ‘chorizos’ no se dirigen al narcotráfico, para el cual el sabor es irrelevante y los habituales taquis compactos serían más fáciles de transportar y ocultar. Por tanto se evidencia el surgimiento de nuevos polos de demanda ‘tradicional’ (ver nota de pie 14 abajo).

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tres horas, hasta que hayan absorbido la humedad del piso y se vuelven suaves y flexibles (mat’a en aymara). A la vez hay que cuidar que no se humedezcan excesivamente que hace que se negrean y pierden calidad para la venta. Alternativamente, para apurar el proceso, se puede rociar la hoja seca con finas gotas de agua; antes se usaba escobillas de hojas secas de maíz para esto, ahora algunas personas usan incluso pequeñas mochilas fumigadoras. O sino, en la noche se extiende las hojas sobre el kachi o sobre una lona o red en el patio para que se suavicen con la humedad atmosférica. Cuando alcanzan el punto apropiado de humedad, se les coloca en una bolsa y se les taquea (apretar o apisonar con manos y pies y sentándose encima de las hojas amontonadas fuera y dentro de la bolsa) hasta formar un paquete denso y compacto, que luego es amarrado y llevado para la venta. En la actualidad, en los Yungas se empaqueta la coca en una bolsa de plástico dentro de otra bolsa de tela, en unidades de cincuenta libras de peso conocidas como taquis. El plástico protege las hojas de agua y humedad mientras la tela impide que el plástico sufra punzadas o rasguños al ser transportada. El taqui es la unidad de comercio al por mayor de la coca en el interior del país. En el Chapare se habla del paquete de cincuenta libras y la carga de cien libras. En el pasado el envase consistía en un forro interior de cojoro (fibra seca del tronco de árboles de plátano) y tela de tocuyo como forro exterior. El peso de cada paquete, llamado tambor, era de 45 libras. Los paquetes eran preparados en grandes prensas hechas de la madera del árbol nativo qulu, para reducir su volumen al mínimo, muy importante cuando tenían que ser transportados en lomo de mula, el único medio de transporte disponible hasta la década de los 1930 cuando se abrió los primeros caminos carreteros y empezaron a llegar vehículos motorizados. Estas prensas costosas eran propiedad de hacendados o de comerciantes intermediarios en los pueblos, y los pequeños productores campesinos eran obligados a vender su coca a las pocas personas dueñas de prensas. Con la llegada de los camiones ya no era tan importante prensar las hojas al máximo y se podía preparar los paquetes manualmente, que permitió la proliferación de intermediarios de más diverso origen social e hizo posible que los mismos productores llevaran su coca a la ciudad, aunque el control fiscal del comercio de la coca, que exigía licencias costosas para ser mayorista en el interior, limitaba la participación de éstos últimos. Las prensas seguían en operación hasta principios de la década de los 1980, cuando el auge de la coca hizo que personas inescrupulosas incluyeron palos, piedras y otros objetos al interior de los tambores para aumentar su peso. Como los forros de tela eran cosidos, los compradores tenían que confiar en la buena fe del vendedor al respecto de la calidad y composición del contenido, y cuando encontraron estos engaños, rechazaron los tambores a favor del empaquetado manual, que permite desatar el bulto y examinar su contenido antes de comprar. Hoy en día las prensas que quedan en pie no son más que adornos o reliquias históricas. Las y los intermediarios de hoy en muchos casos prefieren comprar la coca de los productores en estado seco sin mat’achar para luego procesarla a su gusto y según el sector específico del mercado a que se dirigen. Aparte de un mat’achado más controlado, pueden realizar un selección manual para eliminar hojas manchadas o dañadas por plagas, para mejorar la apariencia del producto; en otros casos ciernen la hoja en redes de alambre tejido, para separar las hojas más grandes de las medianas y pequeñas. Esto fue más difundido en la década de los 1990, para el mercado de Santa Cruz, en el oriente de Bolivia; al ver hojas grandes, los consumidores de ese departamento sospechaban que la coca no era yungueña sino hubiera

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sido mezclada con hoja chapareña. De hecho, hasta esas fechas incluso en la venta al consumidor en la ciudad de La Paz, en los meses más secos (julio a octubre) cuando el precio de la hoja yungueña subía, había comerciantes al detalle que mezclaban la hoja chapareña más barata con la yungueña. Esta práctica desapareció a finales del milenio cuando la política brutal de erradicación de cocales en el Chapare impidió la salida de su producción a los mercados del resto del país. La hoja clasificada como ‘de primera’, para el consumo tradicional, debe tener hojas entre menudas y medianas (de 2 a 3 centímetros de largo), delgadas, de color verde claro, sin manchas negras ni mordeduras o descoloración debido a plagas. Además deben ser intactas, no rotas o resquebrajadas por un manejo torpe. En adición debe tener el olor y sabor que los consumidores llaman ‘dulce’, es decir ser aromática. La hoja yungueña posee estas características. En contraste, las hojas chapareñas son muy grandes (de 5 centímetros de largo por arriba), gruesas (que hace que lastiman la boca del consumidor), de color verde oscuro y sabor amargo, y en su mayor parte manchadas y rotas por el manejo torpe en la cosecha y un mat’achado y taquiado realizado sin cuidado. Es considerado inferior para el mascado, hasta tal punto que los mismos chapareños que tienen suficientes recursos compran hoja yungueña para el consumo en vez de mascar su propia hoja. Sin embargo, desde los años 1970 (cuando empezaba a salir coca en cantidad del Chapare) hasta mediados de los 1990, la hoja chapareña abastecía en parte los mercados de los regiones más pobres del país, donde consumidores sin recursos lo compraron debido a su precio más bajo, aún conscientes de su mala calidad. El mercado no tradicional (narcotráfico) no considera las características mencionadas, ya que las manchas, el tamaño y grosor de la hoja no afectan su contenido de alcaloide que es el único aspecto que les interesa.10 Cuando la represión desatada a partir del fin del siglo hizo que la producción de coca en el Chapare sea virtualmente clandestina, sólo este mercado clandestino seguía en pie, a la vez que la restricción del suministro hizo que el precio al productor subiera hasta igualar el precio de la hoja yungueña.11 A la vez, esto eliminó el mercado tradicional antes existente para hoja chapareña

10 A veces se dice que la coca del Chapare contiene más alcaloide que la yungueña. Esto no fue la opinión de productores de pasta base quienes me hablaron al respecto en los años 1980, quienes dijeron que la yungueña rendía mejor en ese aspecto. Desconozco si existen estudios bioquímicos que han medido estos contenidos con exactitud. Las diferentes cifras de rendimiento de coca de diferentes lugares pueden deberse a variaciones en la forma de procesar las hojas. Ver Spedding (1994:264-5) para algunos datos al respecto. 11 Hay muchos clisés que se repiten sobre la conducta de los compradores de coca para el narcotráfico que no responden a un conocimiento real del mercado de la hoja de coca. Por ejemplo, se dice que ‘el narco paga más’ (que el comprador para consumo legal). En realidad, se trata de un mercado unificado, siendo el vínculo entre productor de la hoja y productor de cocaína los y las comerciantes intermediarios, quienes venden indiferentemente a los que compran para uno u otro fin y les cobran el mismo precio. En la primera mitad de los 1980, la demanda del narcotráfico era tal que llegó a dominar el mercado y los consumidores tradicionales tenían que pagar el mismo precio (si es que podían; muchos no podían, conduciendo a la idea de que el consumo tradicional estaba al punto de desaparecer, pero más bien persistió y hasta se amplió en tanto que el precio volvía a bajar). Desde 1986 la demanda tradicional ha vuelto a dominar el mercado, al menos hasta la fecha, aunque es innegable que a partir de 2005 la demanda del narcotráfico a nivel nacional ha aumentado en comparación con la década anterior. Aunque se sabía que estaban vendiendo para el narcotráfico – aunque, repito, no a los mismos fabricantes de cocaína, sino a intermediarias que iban a vender a ellos – los productores chapareños no podían pedir más que el precio de la hoja yungueña, porque en ese caso los ‘narcos’ se hubieran volcado a abastecerse exclusivamente de yungueña. A la vez, eso hubiera implicado sortear muchos controles para introducir el producto a sus lugares de operación, en vez de utilizar hoja

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fuera de la región, ya que ni los consumidores más pobres iban a pagar lo mismo para un producto que todos saben inferior. Efectivamente, la hoja yungueña ya ha copado todo el mercado público y legal de coca; aunque algunos comentaristas poco informados siguen repitiendo que el Chapare suministra coca para mascadores pobres de áreas rurales, esto ya no es el caso. Coca y campesinado Según el historiador Herbert Klein, en la colonia tardía 55% de la coca producida en Bolivia procedía de las haciendas, frente a 25% de los campesinos colonos residentes en haciendas, y 20% de campesinos libres (datos de 1796, en Klein 1993:78-9). Por 1902, María Luisa Soux encontró que 80% de la coca era de producción campesina (en haciendas o en comunidades libres) versus 20% de los hacendados (Soux 1993:145). Esta transición ocurrió no obstante la influencia política de los hacendados, quienes lograron que la coca de hacienda fuera gravada con un impuesto menor a la llamada ‘coca de rescate’ (producida por campesinos), y además gozaban de mano de obra impaga para sus cultivos. La Reforma Agraria de 1953 culminó este proceso, ya que 100% de la producción de coca pasaba a manos de campesinos con la abolición de la servidumbre en las haciendas. Los ahora ex hacendados quienes intentaron mantener la producción de sus cocales no estaban acostumbrados a trabajar con mano de obra asalariada de jornaleros, y los campesinos rehusaron sus ofertas de pago, prefiriendo trabajar para ellos mismos o en ayni (intercambio recíproco de jornadas de trabajo). Puede haber influenciado la coyuntura de los años siguientes a la Reforma, cuando la desorganización de las redes de mercado antes controladas por los hacendados, y una ola modernizante que, durante una temporada, redujo la demanda tradicional de coca por considerarlo un indicio de atraso, condujeron a una caída en el precio de la coca que habría hecho infactible la producción exclusivamente con mano de obra asalariada. Pero los datos de Klein y Soux sugieren que, más allá de fluctuaciones mercantiles de corto plazo, la campesinización de la producción de coca representa un proceso histórico de larga duración que fue completado, y no impuesto, por la Reforma Agraria. La expansión posterior de los cultivos de coca en Bolivia ha ocurrido enteramente por parte de campesinos, en base a procesos de colonización espontánea en su vasta mayoría, es decir, sin apoyo del Estado (aparte de un número mínimo de programas de colonización planificada en el Chapare: Spedding 2004/2005:92). Una de las razones del fracaso de los intentos de sucesivos gobiernos de turno de reducir sino eliminar los cultivos de coca ha sido el hecho de estar en manos de miles de pequeños productores campesinos independientes. Si se hubiera tratado de un número reducido de grandes productores, hubiera sido relativamente fácil negociar con ellos y ofrecerles compensaciones suficientemente elevadas como para establecerse en otro rubro económico. En la época cuando se pagaba compensaciones en dinero a los campesinos que aceptaron erradicar sus cocales, en casi todos los casos las extensiones que entregaron eran tales que la suma recibida sólo bastó para comprar algunos electrodomésticos u otros artículos de consumo, o sino celebrar un matrimonio u otra fiesta, para luego seguir cultivando coca. Muy pocos recibían lo suficiente para establecerse como

disponible dentro de la región; facilidad que permitió que los productores pudieron elevar el precio de su producto hasta igualar el del suministro alternativo, como pudimos comprobar en 2002-2003.

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transportista, comerciante u otra actividad fuera de la agricultura, y los cultivos sustitutos ofrecidos como ‘desarrollo alternativo’ en ningún caso fueron rentables en el mismo grado de la coca. En realidad, la erradicación compensada sólo eliminó los cultivos de coca que estaban por encima de la capacidad de mantenimiento de la economía propiamente campesina; luego los cultivos se mantenían sin lograr reducciones significativas. Cuando el gobierno de Banzer decidió entonces implementar la erradicación forzosa sin nada a cambio, los productores insistieron en defender un componente insustituible de su economía, y eventualmente lograron, en el caso del Chapare, que se reconozca como derecho legal el cultivo de una extensión mínima (un cato, es decir 1600 metros cuadrados) por parte de cada familia afiliada a un sindicato agrario en la zona. En el caso de la zona tradicional de los Yungas, no se ha impuesto erradicación ni límites al cultivo, a la vez que las extensiones se encuentran limitadas por la topografía muy accidentada y el hecho que efectivamente ya se ha ocupado todos los sitios mínimamente factibles para la agricultura y no hay opciones de expansión de la frontera agrícola. Sí las hay en la zona de colonización (provincias Sud Yungas y Caranavi) y en la segunda ya se ha aceptado la restricción del cultivo a un cato por afiliado, mientras en la primera se está negociando (inicios de 2012) la franja que será sujeta a una restricción de cultivo y la franja donde la coca será prohibida. Por 2011 ya se dio lugar a enfrentamientos entre la Fuerza de Tarea Conjunta (fuerza militar que se dedica a realizar la erradicación manual de cocales en áreas declaradas ilegales para el cultivo) en las secciones de Palos Blancos y Asunta en Sud Yungas. Esta resistencia no está orquestada por el narcotráfico sino es una reacción espontánea del campesinado en defensa de un cultivo que cumple con los requisitos para fomentar el desarrollo rural en base a agricultura campesina:

Debe ser adaptado al medio ambiente, de manera que no provoque la degradación ambiental.

Sus requerimientos técnicos deben ser simples y al alcance de los campesinos.

La infraestructura y mercados existentes deben ser adecuados, sin necesidad de amplias instalaciones nuevas.

La ganancia y la demanda deben ser suficientemente elevadas y constantes para animar a los productores a seguir con el producto.

Se deben ocupar tierras actualmente baldías con el producto, no es necesario desplazar cultivos establecidos.

Debe requerir bastante mano de obra así se puede recibir el sub o desempleo.

Debe promover la participación de agricultores de base. (Spedding 2004/2005:37, en base a Sanabria 1993:55)

Es falso que, como a veces se asevera, la coca provoca la degradación del medio ambiente. Más bien, tolera suelos gastados y con niveles de aluminio que resultarían tóxicos para la mayoría de los cultivos; un cocal consume en cuarenta años la cantidad de nutrientes que un maizal consume en un año. Es por este motivo que se suele plantar primero cultivos alimenticios como el arroz en el terreno para despuñes sembrar coca. En las zonas de pendientes fuertes se aplica las descritas técnicas de terraceo (formar wachu) que actúan para

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detener el agua de lluvia y evitan la erosión.12 La técnica simple del huanqueo (agujerear la tierra con un palo) es aplicado en el Chapare por tratar de una zona plana. Aunque la plantada en sí es un proceso bastante complicado, sólo requiere de herramientas manuales de bajo costo, accesibles para todos, a la vez que permite aprovechar precisamente las zonas pendientes que no pueden ser cultivadas con maquinaria. La vasta mayoría de los costos corresponden a mano de obra y el único otro insumo relativamente costoso, los plantines, pueden ser producidos por los mismos productores. La condición estructural de la economía campesina – la producción agropecuaria basada en la mano de obra impaga de los miembros de la unidad doméstica – es una escasez de capital y una relativa abundancia de mano de obra.13 Es una posición opuesta a la de una agricultor capitalista, quien posee capital y no posee mano de obra (se supone que va a contratar a personas ajenas para que realicen las labores manuales y él se dedicará principalmente a la gerencia de su empresa). Algunos cultivos promovidos (en este caso en el Chapare) como alternativos a la coca corresponden al modelo de agricultura capitalista: requieren poca mano de obra, que es reemplazado por agroquímicos, y los trabajadores empleados tienen que tener conocimientos especializados (en el corte de los tallos). Se calculó que una hectárea de coca en el Chapare exige unos 336 días de trabajo al año versus 28 días al año para una hectárea de palmito (Spedding 2004/2005:270). Esto conviene a un agricultor capitalista quien no tendrá que ocuparse en contratar muchos trabajadores, pero no conviene a un campesino porque igualmente tendrá que mantener a sus trabajadores familiares para el resto del año y no habrá en qué ocuparles para que generen ingresos. En adición, el corte del palmito y el fumigado con químicos (utilizando una mochila fumigadora) son trabajos pesados aptos para hombres adultos, mientras mujeres, adolescentes y hasta niños trabajan en la cosecha de coca y ayudan en el desyerbe. De esta manera la coca genera empleo para personas de ambos sexos y varias edades y reduce el sub o desempleo rural, no sólo en las zonas productoras sino en otras regiones cuya población migra temporalmente a trabajar en los cultivos de coca. La coca tiene un valor muy elevado por unidad de peso en comparación con otros productos agrícolas. Esto lo hace factible como cultivo de mercado incluso en lugares que no disponen de acceso a una carretera, obligando a transportar todo producto en la espalda y caminar a veces durante horas para llegar a un lugar accesible para motorizados. Vale la pena hacer esto con un bulto de unas cincuenta libras de coca, no así con una cabeza de bananos o una bolsa de mangos o naranjas con similar peso. Los sistemas de comercialización y mercados de la hoja de coca, si bien han pasado por diversos cambios en el curso del tiempo, han sido instalados desde hace siglos y cubren todo el interior del país y ciertas regiones del exterior (en particular el norte argentino). Por tanto, los productores tienen fácil acceso a diferentes opciones de venta. Una de las quejas constantes de los campesinos que aceptaron producir cultivos alternativos es que hay poco acceso a mercados para ellos y los que hay son

12 Para más datos sobre la ecología de la coca en los Yungas, ver Salm y Liberman (1997). Laserna (1996:83-91) incluye información al respecto sobre el Chapare, mencionando que es posible que el mayor daño ecológico no proviene de la coca en sí sino de la práctica de echar al suelo o al agua los precursores químicos encontrados en operativos anti narcóticos. 13 ‘Relativa’, porque la cantidad y composición (por género y edad) de la mano de obra efectiva varía según la etapa en el ciclo de desarrollo del grupo doméstico, principalmente según el número y edad de los hijos e hijas que pueden ser incorporados en el trabajo.

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restringidos y rápidamente se saturan, provocando un colapso del precio (caso, por ejemplo, de la piña en el Chapare). Tanto la provisión de amplias oportunidades de empleo como la apertura de nuevos mercados no han sido tomados en cuenta en los programas dirigidos a sustituir la coca con otros cultivos. Estos factores demuestran que la persistencia del cultivo de coca en Bolivia va mucho más allá que un apego ciego a la ‘hoja milenaria’ y no son simples consecuencias de la demanda ilegal del narcotráfico. Si hay pocos estudios que detallan las técnicas de cultivo y la organización social de la mano de obra, los hay menos que intentan indagar sobre los costos reales de la producción, su variación según diferentes opciones de contratación de mano de obra (principalmente, la proporción de mano de obra impaga versus asalariada, y las relaciones entre los jornales localmente vigentes y el precio puntual de la hoja pagado al productor). La investigación publicada como Spedding (2004/2005) no intenta ser comprensiva pero proporciona unos estudios de caso concretos para los Yungas y el Chapare entre 2002 y 2003. Como ya se mencionó, esto fue un periodo excepcional en el Chapare donde la represión política causó que esos productores que lograron cosechar y vender su coca obtuvieran ingresos superiores por día trabajado a los obtenidos en los Yungas donde no hubo restricciones a la libre circulación de la mano de obra y de la coca producida, pero en todo caso los ingresos de los propios productores nunca cayeron por debajo del nivel vigente del jornal de cosecha en la región. Esto explica porqué los campesinos siempre intentan cubrir un máximo de jornales con mano de obra propia (trabajando personalmente entre miembros de la unidad doméstica y/o en ayni con otros productores, jornadas que luego serán retribuidas con el mismo trabajo). El motivo explícito expresados por los mismos es que, al reducir al mínimo la cantidad de jornadas que tienen que ser pagadas en dinero, se retiene una mayor proporción del ingreso en efectivo recibido al vender la hoja. Aún así, en condiciones productivas normales,14 los ingresos siempre dejaban un superávit incluso cuando se había pagado la mayor parte del trabajo en dinero; pero es cierto que el superávit en tales casos no será suficiente para mantener al productor y su familia si esto fuera su única fuente de ingreso. Los casos actuales de productores que cubren el trabajo con mano de obra asalariado en mayor proporción tratan de personas que tienen otras fuentes de ingreso, porque son intermediarios que comercializan su coca (más la de otros productores) en eslabones superiores de la cadena de comercialización donde las ganancias son mayores, y/o tienen otra actividad paralela fuera de la agricultura (por ejemplo en el transporte, o un empleo asalariado no agrícola). En efecto, están en proceso de descampesinizarse. Las y los productores que persisten con una dedicación a tiempo completo al cultivo de coca son campesinos propiamente dicho que realizan la mayor parte del trabajo con mano de obra propia o recíproca impaga. Sólo durante el periodo excepcional, aproximadamente de 1978 a 1985, del auge de la cocaína, hubo precios tales que fue rentable producir coca con relaciones laborales que salieron del marco de la economía campesina. Aún así, esto ocurrió básicamente en el Chapare, donde hubo suficiente tierra disponible para extender los cultivos mediante el trabajo de partidarios, quienes realizaron todo el trabajo (cosecha, secado y desyerbe) de un cocal y entregaron la

14 Cuando no hay una sequía que reduce la producción por debajo del nivel rentable, y cuando la hoja seca en buenas condiciones y no es dañado por la lluvia que reduce su precio.

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mitad del monto cosechado al dueño. El partidario quedó con el dinero recibido al vender la otra mitad. Con los precios del auge, este ingreso bastaba no sólo para mantenerse sino para ahorrar y comprar un terreno para instalar cultivos propios de coca, pero cuando el precio colapsó a principios de 1986 los partidarios simplemente abandonaron el lugar. Los dueños no pudieron cubrir personalmente el trabajo de los cocales abandonados y el precio tampoco permitía contratar jornaleros para ese fin. Así, las fuerzas del mercado hubieron erradicado esos cocales sin necesidad de intervención estatal, porque dentro de un par de años se hubieron hundido en la maleza y desaparecido por falta de mano de obra. Irónicamente, la presión política internacional condujo a que el gobierno boliviano introdujera la erradicación compensada, una distorsión del mercado que hizo rentable seguir plantando coca para acceder luego al pago para erradicarla, aunque el precio vigente el costo de la mano de obra para mantenerla. En el caso de los Yungas tradicional, la producción nunca rebasó de manera significativa la economía campesina, debido a la ausencia de espacios de expansión y las técnicas más exigentes en mano de obra. Comentarios finales En este capítulo he evitado mencionar datos estadísticos sobre cualquier aspecto del cultivo de coca, desde las extensiones existentes en diferentes fechas hasta los montos de producción y los precios. No existe un catastro o mediciones en el terreno de las plantaciones y las cifras que se ofrece al respecto suelen proceder de fotos satelitales, sin aclarar los márgenes de error en su interpretación. De la misma manera, los datos ofrecidos sobre los montos totales de producción resultan de multiplicar la cantidad de hectáreas obtenida de las proyecciones satelitales por un supuesto promedio de producción anual. No se aclara el origen de este promedio ni los ajustes que se habrían hecho en ello por las variaciones en la edad de las plantaciones y la altura del sitio donde se encuentran, para mencionar sólo los dos factores más importantes en determinar cuánto se cosecha en un cocal dado. En Yungas tradicional hemos podido calcular montos desde poco más que media tonelada métrica por año hasta algo más que dos toneladas, sin poder especular sobre una cifra promedio razonable (Spedding 2004/2005: 173-181). En el Chapare las condiciones geográficas son mucho más uniformes, por tanto es más sorprendente que cifras disponibles sobre la producción varían desde 0,938 hasta 5,85 TM por año (ver tabla en Laserna 1996:194). La elección de un valor promedio parece depender más del resultado a que se quiere llegar que a criterios objetivos y fundamentados. La situación no es mejor en el lado de la demanda. Hasta la fecha no se ha podido realizar un estudio amplio y solvente a nivel nacional del consumo ‘tradicional’ (mascado, mates, rituales, etc.) que daría una idea de la cantidad de coca efectivamente demandada para estos fines, para luego tratar de determinar qué parte de la cantidad de coca legalmente registrada por la institución estatal que fiscaliza su comercio estaría ‘desviada’ hacía el narcotráfico. Estas cantidades registradas son más o menos las únicas cifras relativamente confiables (y digo ‘relativamente’ porque la ineficiencia y descuido en el manejo burocrático en instituciones estatales bolivianas es conocido, aun sin suponer que hay funcionarios que deliberadamente falsifican cifras con fines delincuenciales). Y esta institución sólo se ocupa de cantidades y (supuestos) lugares de destino, no de los precios, que son dejados al juego de la oferta y la demanda. Tablas publicadas de precios, como por ejemplo la de Medinaceli y Zambrana (2000:42), presentan un solo precio ‘promedio’ por año, sin aclarar a qué eslabón de

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la cadena de comercialización se refiere (al productor, al mayorista del interior, etc.), cómo han promediado el precio chapareño con el yungueño o si se ha hecho ajustes por las constantes fluctuaciones que ocurren a lo largo del año y a veces de un día a otro y que tienen componentes tanto estacionales como coyunturales.15 En adición, citan un precio en dólares norteamericanos sin especificar los tipos de cambio aplicados (ya que la coca se vende en moneda nacional) y si se ha intentado realizar algún tipo de ajuste a precios constantes de cierto año de referencia. Por todos estos motivos he preferido hablar sólo en términos cualitativos y enfatizar los aspectos técnicos y sociales del cultivo, sin descuidar el inevitable tema político de la lucha anti drogas. Es importante destacar que, no obstante la enorme cantidad de tinta derramada en temas relacionados con la coca en las últimas décadas, aún no disponemos de investigaciones agronómicas que profundizan sobre el impacto tanto de las técnicas tradicionales como de las innovaciones en uso de agroquímicos y riego, y las variaciones en la productividad según edad, altura, formas de manejo, tipo de suelo y los notorios vaivenes del clima andino con respecto a las fechas y la abundancia en que las lluvias llegan (o no llegan) de un año a otro.16 Se suele considerar que el ciclo de sequías es de unos siete años, que quiere decir que al menos un año en cada siete sería excesivamente seco; esto sugiere que, tratando en este caso de un cultivo perenne, se necesitaría series de datos que cubren un mínimo de siete años consecutivos – en adición de controlar los casos de estudio por los otros factores mencionados – para tener una

15 Lo estacional refiere a que la producción, y por tanto la oferta, sube en la temporada de lluvias y se reduce en la época seca. Por tanto, el precio solía ser más bajo entre febrero y marzo y más alto entre julio y octubre, aproximadamente, aunque desde más o menos 2006 la variación se ha reducido mucho, sin que sea claro si esto se debe a menor variación en la oferta debido al uso de riego en meses secos y/o una demanda más urbana y menos ritualizada, frente a una demanda más ritual fuertemente afectada por el calendario agrícola (ingresos mínimos en los meses anteriores a la cosecha, que mayormente empieza en abril en el Occidente del país, no permitieron comprar mucha coca, después la demanda subía hasta que las reservas de dinero se agotaron a principios de noviembre) y el ciclo ritual (la mayoría de las fiestas patronales ocurren entre julio y septiembre y generan mayor demanda de coca para consumo ceremonial, con un último pico en Todos Santos en los primeros días de noviembre). La demanda en el norte tropical mencionada en la nota de pie 8 arriba podría ser un ejemplo de nuevas pautas de población consumidor. También es de suponer que el narcotráfico no es estacional ni ritual, y el impacto de los operativos anti drogas es demasiado puntual y localizado para que la detención de uno u otro grupo de traficantes tenga un impacto significativo sobre la demanda global observable en el precio. Lo coyuntural incluye protestas políticas y bloqueos de caminos, que pueden impedir la llegada de compradores del interior y provocar una caída temporal del precio, o suspender enteramente la venta (cuando hay bloqueo en una región productora), elevando el precio para los que logran sortear el bloqueo o son los primeros en llegar al mercado cuando el bloqueo se levanta. 16 Hay casos donde tesistas que proponían estudiar temas de coca fueron prohibidos de hacerlo por sus docentes por tratar de un tópico políticamente peligroso. En al menos un caso donde investigadores profesionales fueron financiados para investigar el impacto ecológico de la coca, sus financiadores (USAID) rehusó publicar el estudio porque los resultados no comprobaron lo buscado, que era que la coca es destructivo de la ecología. Esto obviamente tiene consecuencias nefastas para la carrera académica de las personas involucradas. Encima de estos obstáculos institucionales, hay que enfrentar la desconfianza de los productores que va desde rehusar dar información o dar datos que saben falsos hasta acciones de rechazo y acusaciones de espionaje o de estar metido en el narcotráfico. No es sorprendente que la mayoría de los investigadores optan entonces para otro tema menos problemático, o sino se limitan a reproducir versiones ‘oficiales’ (sean de gobiernos o de organizaciones campesinas o ambos) sin mayores críticas incluso cuando caen en contradicciones: esto es lo que hace, por ejemplo, Salazar Ortuño (2008).

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base para evaluar la producción promedio.17 Para convertir estas cifras en un promedio regional se requeriría además un perfil bastante completo de las edades de los diferentes cocales, aparte de sus extensiones. Los productores sí conocen las edades de sus plantaciones, y con mayor precisión que sus extensiones, que suelen evaluar en base a medidas tradicionales no siempre muy exactas en términos de metros cuadrados. El hecho es que es muy poco probable que colaborarían en comunicar esta información, incluso si fuera solicitada a través de sus propias organizaciones sociales (los sindicatos agrarios y Federaciones campesinas). Al igual que los demás actores involucrados en los debates sobre la coca (aparte de unos cuantos académicos sin impacto político), tienen intereses políticos determinados que les impulsan a ofrecer –o negarse a comunicar– la información que consideran conveniente, antes que la que fuera acertada. Así, los productores de Yungas de colonización rehúsan informar sobre sus montos de cosecha porque dicen que, al relevar qué tanto más elevados son que lo cosechado en la zona tradicional, los productores de aquella zona van a apoyar las políticas de restricción de cultivos en la colonización, mientras los productores tradicionales se ponen de acuerdo para exagerar las limitaciones ecológicas que reducen sus montos de producción, para argumentar que de ninguna manera ellos podrían vivir si fueran restringidos en la extensión permitida para sus cultivos. Y en todas partes los productores se niegan a la medición exacta de sus parcelas de coca, porque el primer paso en la erradicación es medir el cocal a ser eliminado. A la vez, los resultados de estas mediciones son todo menos confiables, porque se evalúa la labor de los erradicadores según la extensión eliminada, sin tomar en cuenta la densidad de las plantas ni su estado (y por tanto, el monto de producción efectivamente sustraído del mercado por cada parcela arrasada). Entonces ellos estiran sus cuerdas de medición al máximo para incluir cualquier arbusto aislado de coca, sin importar que el espacio que le rodea sea ocupado por otros cultivos o por maleza improductiva. Estamos frente a posiciones políticas atrincheradas cuyas raíces no son la cuestión de ‘las drogas’. De un lado tenemos la utilidad de la retórica moralizante anti droga para justificar intervenciones imperialistas en el exterior, mayor control de las fronteras y la represión de sectores lumpen y marginados en el interior; de otro lado tenemos la persistencia de la economía campesina y la ausencia de políticas de desarrollo rural que atienden a las necesidades de este sector, visto implícitamente por parte de los gobiernos de turno como un grupo social y económico que debería desaparecer para ser reemplazado por una agricultura capitalista cuyo modelo ideal es el agribusiness altamente tecnificado y dirigido a mercados de exportación. La producción de coca ha proporcionado en la práctica un modelo de desarrollo campesino autónomo, con la ventaja adicional de tratar de un producto con profundos raíces culturales y valor simbólico, pero la desventaja de ser un producto que es materia prima para una sustancia internacionalmente prohibida. Aunque se tuviera los datos reales que permitirían determinar qué proporción de la coca producida en Bolivia va al consumo legal y tradicional (o 17 Al parecer, al menos algunos de los datos ofrecidos sobre producción por hectárea, en particular los manejados por la DEA, proceden de cocales (a punto de) ser erradicados, entonces no se hubiera hecho un seguimiento controlado de varias cosechas. Tratando de erradicación voluntaria a cambio de una compensación, el productor habría realizado una última cosecha antes de eliminar las plantas, pero no se sabe si la entidad erradicadora constató el monto de ésta o si se limitó a preguntar al agricultor al respecto; habría la tentación de exagerar el monto para enfatizar el sacrificio que estaba realizando y justificar su derecho a ser compensado. Y aunque habría citado el monto real ¿se hizo ajustes para la variación estacional en las otras dos o tres cosechas que se logra en el curso del año, o simplemente se multiplicó ese monto por tres y listo?

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no tan tradicional) y qué cantidad de hectáreas en qué lugares serían suficientes para satisfacer esta demanda, esto no eliminaría la necesidad de productores fuera del cordón así establecido de seguir con el producto y buscar modos para hacerlo, en la clandestinidad si fuera el caso. En la utópica situación de lograr reducir los cultivos hasta la cantidad correspondiente sólo a la demanda legal, al no lograr también la aún más utópica meta de eliminar totalmente el narcotráfico, éste tendrá que acaparar parte de la producción tradicional y tendrá el resultado contradictorio de privar a los consumidores de menos recursos del acceso a este bien cultural, que la legalización de cultivos tradicionales supuestamente garantiza. Sólo la legalización de la cocaína y otras sustancias actualmente controladas dará una solución duradera a esta maraña de problemas. Mientras tanto, recomiendo a mis lectores a adoptar una posición crítica frente a todas las cifras conocidas sobre la coca, analizarlos desde la posición política de sus fuentes, y si son investigadores del tema de tener la valentía para ingresar en esta ‘zona roja’ en búsqueda de información empírica real que, si bien no podrá resolver los conflictos de base, al menos podrá erradicar del debate los argumentos más infundados. Bibliografía ALLEN Catherine (1988) The hold life has. Coca and cultural identity in an Andean community: Washington y Londres: Smithsonian Institution Press. CARTER William y Mauricio MAMANI (1986) Coca en Bolivia. La Paz: Editorial Juventud. HENMAN Anthony (1978/2005) Mama Coca (un estudio completo de la coca). Lima: Juan Gutemberg. KLEIN Herbert (1993) Haciendas y ayllus. Rural society in the Bolivian Andes in the eighteenth and nineteenth centuries. Stanford: Stanford University Press. LASERNA Roberto (1996) 20 juicios y prejuicios sobre coca-cocaína. La Paz: Clave consultores s.r.l. MEDINACELI Sergio y Jebner ZAMBRANA (2000) Coca-cocaína más allá de las cifras 1985-1999. La Paz: Honorable Cámara de Diputados. ROSTWOROWSKI DE DIEZ CANSECO María (1977/1989) Plantaciones prehispánicas de coca en la vertiente del Pacífico. En Costa peruana prehispánica. Lima: Instituto de Estudios Peruanos. Pp.239-261. SALAZAR ORTUÑO Fernando B. (2008) De la coca al poder. Políticas públicas y sustitución de la economía de la coca y pobreza en Bolivia (1975-2004). Buenos Aires: CLACSO. SALM Hans y Máximo LIBERMAN (1997) Environmental problems of cocal cultivation. En M.B.Leons y H. Sanabria (comps) Coca, cocaine and the Bolivian reality. Albany: State University of New York Press. Pp.211-226. SANABRIA Harry (1993) The coca boom and rural social change in Bolivia. Ann Arbor: University of Michigan Press. SOUX María Luisa (1993) La coca liberal. Producción y circulación a principios del siglo XX. La Paz: Cocayapu/CID. SPEDDING Alison (1994) Wachu wachu. Cultivo de coca e identidad en los Yunkas de La Paz. La Paz: Cocayapu/CIPCA/Hisbol. SPEDDING Alison (2004/2005) Kawsachun coca. Economía campesina cocalera en los Yungas y el Chapare. La Paz: PIEB. Segunda edición.