El Dolor Del César Galeno

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EL DOLOR DE VIENTRE DEL CESAR GALENO 1 Fue realmente notable lo que aconteció en el caso del césar (Marco Aurelio). Tanto él corno los médicos de su acompañamiento que habían salido con él al extranjero, opinaban que se había iniciado algún paroxismo febril. Demostrose que estaban equivocados al segundo y tercer día, por la mañana y en la hora tercia. El César había ingerido un brebaje de aloes amargos el día anterior al de la enfermedad y a la hora prima, y tomado seguidamente una triaca, como solía hacerlo todos los días. Ingirió después algún alimento hacia la hora sexta, se lavó al atardecer e hizo un escaso yantar. Siguiéronse durante la noche toda dolores de cólico y evacuaciones intestinales. Esto le puso en estado febril y, cuando sus médicos lo advirtieron, le ordenaron que guardase reposo, luego recetaron una dieta líquida a la hora nona. Más tarde me enviaron aviso de que acudiese y me quedase a dormir en el palacio. Acababan de encender las antorchas cuando vino un mensajero a llamarme por orden del césar. Desde la hora más o menos del amanecer habían estado observándole tres médicos y dos de ellos tomándole el pulso, los cuales convenían en que aquello era el comienzo de un ataque de fiebre. Yo, sin embargo, permanecí en pie, cerca del lecho y en silencio, por lo que el césar me miró y me preguntó por qué yo sólo no le tomaba el pulso, como habían hecho los otros. Díjele: "Dos de estos caballeros lo tomaron, y probablemente cuando os acompañaron al extranjero conocían ya por práctica las características de vuestro pulso, presumo que podrán mejor que yo juzgar acerca de vuestro actual estado ( diathesis)". Luego que esto le dije, me ordenó que yo también le tomara el pulso. Pareciome que, si se tenían en cuenta su edad y constitución, el pulso estaba lejos de indicar el comienzo de un ataque de fiebre. Manifesté que no había acceso febril, sino que el estómago estaba sobrecargado con los alimentos que había ingerido y que se habían convertido en flema antes de que tuviera lugar la evacuación. Pareció al césar que era aceptable mi diagnóstico, y por tres veces seguidas dijo: “Eso es. Se trata precisamente de lo que dices. Me doy cuenta de que he tomado demasiados alimentos fríos”. Y me preguntó lo que había de hacer. Le contesté lo que sabía diciendo: “Si fuera otro cualquiera el que se hallase en tal estado, seguiría mi costumbre y le daría vino rociado con pimienta; mas en el caso de los reyes como vos, los médicos suelen usar más seguros remedios, por lo cual entiendo que bastaría encima del estómago un poco de lana empapada con ungüento caliente de espinacardo.” Dijo el césar que solía aplicarse ungüento caliente de espicanardo envuelto en lana de púrpura, cuando quiera que se le desarreglaba el estómago. Y así, dio órdenes a Pitolao de que lo hiciera, y de que me marchase. Luego que le hubieron aplicado aquel remedio y le hubieron calentado los pies frotándolos con la mano caliente, pidió un poco de vino de Sabina, lo roció con pimienta y se lo bebió. Declaró entonces a Pitolao que tenía "un médico, y que era un perfecto caballero”. Como sabéis, de allí en adelante no dejó de decir cuando quiera que hablaba de mí que soy “el primero entre los médicos, y único entre los filósofos". Porque ya había tenido ocasión de comprobar que muchos eran, no ya mercenarios, sino también pendencieros, ladinos, egoístas y maliciosos. . . 1 ? Forest Ray Moulton y Justus Schifferes: Autobiografía de la Ciencia, Fondo de Cultura Económica, México, 1947. Cap. I “Nace la Ciencia: en la Antigüedad”, pp 29-30.

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Excelso documento que describe a la perfección el dolor sufrido por César Galeno durante la época de la famosa peste.

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EL DOLOR DE VIENTRE DEL CESAR GALENO1

Fue realmente notable lo que aconteció en el caso del césar (Marco Aurelio). Tanto él corno los médicos de su acompañamiento que habían salido con él al extranjero, opinaban que se había iniciado algún paroxismo febril. Demostrose que estaban equivocados al segundo y tercer día, por la mañana y en la hora tercia. El César había ingerido un brebaje de aloes amargos el día anterior al de la enfermedad y a la hora prima, y tomado seguidamente una triaca, como solía hacerlo todos los días. Ingirió después algún alimento hacia la hora sexta, se lavó al atardecer e hizo un escaso yantar. Siguiéronse durante la noche toda dolores de cólico y evacuaciones intestinales. Esto le puso en estado febril y, cuando sus médicos lo advirtieron, le ordenaron que guardase reposo, luego recetaron una dieta líquida a la hora nona. Más tarde me enviaron aviso de que acudiese y me quedase a dormir en el palacio. Acababan de encender las antorchas cuando vino un mensajero a llamarme por orden del césar. Desde la hora más o menos del amanecer habían estado observándole tres médicos y dos de ellos tomándole el pulso, los cuales convenían en que aquello era el comienzo de un ataque de fiebre. Yo, sin embargo, permanecí en pie, cerca del lecho y en silencio, por lo que el césar me miró y me preguntó por qué yo sólo no le tomaba el pulso, como habían hecho los otros. Díjele: "Dos de estos caballeros lo tomaron, y probablemente cuando os acompañaron al extranjero conocían ya por práctica las características de vuestro pulso, presumo que podrán mejor que yo juzgar acerca de vuestro actual estado (diathesis)". Luego que esto le dije, me ordenó que yo también le tomara el pulso. Pareciome que, si se tenían en cuenta su edad y constitución, el pulso estaba lejos de indicar el comienzo de un ataque de fiebre. Manifesté que no había acceso febril, sino que el estómago estaba sobrecargado con los alimentos que había ingerido y que se habían convertido en flema antes de que tuviera lugar la evacuación. Pareció al césar que era aceptable mi diagnóstico, y por tres veces seguidas dijo: “Eso es. Se trata precisamente de lo que dices. Me doy cuenta de que he tomado demasiados alimentos fríos”. Y me preguntó lo que había de hacer. Le contesté lo que sabía diciendo: “Si fuera otro cualquiera el que se hallase en tal estado, seguiría mi costumbre y le daría vino rociado con pimienta; mas en el caso de los reyes como vos, los médicos suelen usar más seguros remedios, por lo cual entiendo que bastaría encima del estómago un poco de lana empapada con ungüento caliente de espinacardo.” Dijo el césar que solía aplicarse ungüento caliente de espicanardo envuelto en lana de púrpura, cuando quiera que se le desarreglaba el estómago. Y así, dio órdenes a Pitolao de que lo hiciera, y de que me marchase. Luego que le hubieron aplicado aquel remedio y le hubieron calentado los pies frotándolos con la mano caliente, pidió un poco de vino de Sabina, lo roció con pimienta y se lo bebió. Declaró entonces a Pitolao que tenía "un médico, y que era un perfecto caballero”. Como sabéis, de allí en adelante no dejó de decir cuando quiera que hablaba de mí que soy “el primero entre los médicos, y único entre los filósofos". Porque ya había tenido ocasión de comprobar que muchos eran, no ya mercenarios, sino también pendencieros, ladinos, egoístas y maliciosos. . .

1 ? Forest Ray Moulton y Justus Schifferes: Autobiografía de la Ciencia, Fondo de Cultura Económica, México, 1947. Cap. I “Nace la Ciencia: en la Antigüedad”, pp 29-30.