El estadio del espejo como formador de la función del yo

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El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica La teoría lacaniana del estadio del espejo, una cuestión capital dentro de su propuesta, podría ser caracterizada como un intento por poner en operación el estatus imaginario del ego. Una primera aproximación a este tema fue presentado por Lacan en el Decimocuarto Congreso Psicoanalítico Internacional, llevado a cabo en Marienbad en 1936, posteriormente será reescrito y publicado por primera vez en 1949. A continuación pretendo explicar someramente los puntos principales del estadio del espejo y el ámbito imaginario del ego. El psicoanálisis lacaniano, al referirse a la función del yo, pretende ser una filosofía que se opone al cógito cartesiano, ya que para Lacan, toda filosofía que sostenga la autonomía de la conciencia se basa sobre una ilusión. El problema de la autoconciencia es que se somete a la “exigencia de un compromiso en la que se expresa la impotencia de la pura conciencia para superar ninguna situación” (p.92). Para Lacan el yo no está centrado en el “sistema percepción conciencia”, el yo no tiene un trato transparente con el principio de realidad, sino que — como veremos— el ego sólo puede ser descrito como una sedimentación de imágenes idealizadas que terminan siendo internalizadas. En oposición a la filosofía del cógito, Lacan intenta situar la “estructura ontológica del mundo humano” en aquella apertura que se inaugura en la primera identificación del infante con su propia imagen. El niño (entre 6 y 18 meses) expuesto ante la experiencia de su propia imagen reflejada en un espejo reconoce y asume tal imagen como su propia forma realizada, a pesar de que todavía no tiene control sobre su cuerpo y sus movimientos. Antes de esta fase el yo como un todo unificado no existe y es durante este periodo cuando el niño transforma su fragmentación en una unidad corporal que asume como propia por medio de la imagen en el espejo. Aquella imagen exterior es la forma primordial del yo designada por Lacan como yo-ideal, del cual derivará toda la relación social del sujeto: “esta forma sitúa la instancia del yo, aun desde antes de su determinación social, en una línea de ficción, […]

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El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica

La teoría lacaniana del estadio del espejo, una cuestión capital dentro de su propuesta, podría ser caracterizada como un intento por poner en operación el estatus imaginario del ego. Una primera aproximación a este tema fue presentado por Lacan en el Decimocuarto Congreso Psicoanalítico Internacional, llevado a cabo en Marienbad en 1936, posteriormente será reescrito y publicado por primera vez en 1949. A continuación pretendo explicar someramente los puntos principales del estadio del espejo y el ámbito imaginario del ego.

El psicoanálisis lacaniano, al referirse a la función del yo, pretende ser una filosofía que se opone al cógito cartesiano, ya que para Lacan, toda filosofía que sostenga la autonomía de la conciencia se basa sobre una ilusión. El problema de la autoconciencia es que se somete a la “exigencia de un compromiso en la que se expresa la impotencia de la pura conciencia para superar ninguna situación” (p.92). Para Lacan el yo no está centrado en el “sistema percepción conciencia”, el yo no tiene un trato transparente con el principio de realidad, sino que —como veremos— el ego sólo puede ser descrito como una sedimentación de imágenes idealizadas que terminan siendo internalizadas.

En oposición a la filosofía del cógito, Lacan intenta situar la “estructura ontológica del mundo humano” en aquella apertura que se inaugura en la primera identificación del infante con su propia imagen. El niño (entre 6 y 18 meses) expuesto ante la experiencia de su propia imagen reflejada en un espejo reconoce y asume tal imagen como su propia forma realizada, a pesar de que todavía no tiene control sobre su cuerpo y sus movimientos. Antes de esta fase el yo como un todo unificado no existe y es durante este periodo cuando el niño transforma su fragmentación en una unidad corporal que asume como propia por medio de la imagen en el espejo.

Aquella imagen exterior es la forma primordial del yo designada por Lacan como yo-ideal, del cual derivará toda la relación social del sujeto: “esta forma sitúa la instancia del yo, aun desde antes de su determinación social, en una línea de ficción, […] que sólo asintóticamente tocará el devenir del sujeto, cualquiera que sea el éxito de las síntesis dialécticas por medio de las cuales tiene que resolver en cuanto yo su discordancia con respecto a su propia realidad” (p.87).

Lacan enfatiza que la imago del cuerpo propio forma la significación del espacio para el organismo vivo: “La función del estadio del espejo se nos revela entonces como un caso particular de la función de la imago, que es establecer una relación del organismo con su realidad; o, como se ha dicho, del mundo interior (Innenwelt) con el mundo exterior (Unwelt)” (p.89)

El estadio del espejo abre una constante revisión del yo, lo que se traduce en un intento permanente por suturar la distancia que existe entre la fragmentación experimentada del cuerpo y aquella imagen que aparece como totalidad, el yo-ideal. La imagen que aparece como forma realizada del cuerpo propio es cargada libidinalmente, se desea la imagen que aparece y que se confunde con la imagen que “tenemos de nosotros”, este deseo marca un retraso entre este cuerpo que se experimenta como fragmentado y aquel cuerpo que aparece como

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totalidad. Por lo tanto siempre existirá una distancia entre la unidad (que es más constituyente que constituida) y el carácter fragmentario del cuerpo real, lo que marca una relación alienante con esa imagen que aparece como “relieve de estatua”.

Aquella experiencia con el yo-ideal marca la directriz de lo simbólico. A partir del estadio del espejo comienza la identificación con la imago del semejante. El deseo se mediatiza por el deseo del otro y la centralidad del yo se transforma en un obstáculo para los instintos sociales. El paso de la libido narcisista a la libido sexual está marcado por la función enajenadora del yo que posee esta última forma de libido.

En la relación con el otro se muestra una tensión fundamental, la aparición de los instintos de destrucción, esta es una tensión que está a la base de la relación entre la libido narcisista y la libido sexual (p.91). Para Lacan los rasgos de esta relación agresiva para con el otro estarán marcados por:

1. Es una experiencia subjetiva. La experiencia psicoanalítica —modelo privilegiado de toda forma de interacción social— se da en la comunicación verbal, esto es una captura dialéctica del sentido donde se presupone la existencia de un sujeto ya que sólo un sujeto puede comprender el sentido y todo sentido implica o presupone un sujeto.

2. Las imágenes, en tanto fenómenos mentales, parten de su función formadora del sujeto hasta el desarrollo de la intencionalidad social para con el otro donde las imágenes representan la presión intencional agresiva que marca la relación con el otro, Lacan agrupa estas imágenes bajo las imagos del cuerpo fragmentado, una relación del hombre con su cuerpo que se generaliza a distintas practicas sociales (p.97).

3. El psicoanálisis sabe que el dialogo entre dos sujetos y toda actividad filantrópica no queda nunca libre de la agresividad. Es por eso que el analista busca alcanzar una posición de imparcialidad frente a su paciente y así poner en juego la agresividad de este último bajo la forma de la transferencia.

4. El yo se constituye a partir de una fijación erótica con una imagen con la que se identifica, se abre entonces un conflicto interno al sujeto marcado por el deseo del objeto del deseo del otro. Es importante remarcar que “el yo del hombre nunca es reductible a su identidad vivida” (p.106), esta es la frustración primordial. Surge entonces lo que Lacan llama la estructura paranoica del yo.Al parecer Lacan no está de acuerdo en situar al superyó —representante de la conciencia moral— en relación directa con un estrato originario como el que tendría la agresividad. En esa relación narcisista primordial la agresividad produce una enajenación del yo que responde a un movimiento de satisfacción propiamente narcisista, para de esta manera integrar “un desaliento orgánico” constitutivo del hombre. La energía para imponer la represión del superyó —cuestión que en el psicoanálisis es fundamental para tener un buen desempeño con la realidad— tienen como fuente “la pasión narcisista” (p.108).La agresividad y el complejo de Edipo. El complejo de Edipo necesita previamente de la existencia de una identificación primaria que estructura al sujeto como rivalizando consigo mismo. Lacan advierte que debemos dejar de restringir la actividad del yo a la

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actividad subjetiva (de percepción-conciencia) y en cambio debemos asumir que la característica humana esencial es definir lo humano por una identificación. Al decir: “Soy un hombre” no quiere significar otra cosa que: “Soy semejante a aquel a quien, al fundarlo como hombre, fundo para reconocerme como tal”, esta sería la verdad del “Yo es otro” (p.110).