El Estado de La Sociedad Industrial-Forsthoff

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ERNST FORSTHOFF EL ESTADO DÉLA SOCIEDAD INDUSTRIAL^) Traducción de Luis López Guerra y Jaime Nicolás Muñiz INSTITUTO DE ESTUDIOS POLÍTICOS MADRID, 1975

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constitucionalismo

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  • ERNST FORSTHOFF

    EL ESTADO DLA SOCIEDAD INDUSTRIAL^)

    Traduccin de Luis Lpez Guerra y Jaime Nicols Muiz

    INSTITUTO DE ESTUDIOS POLTICOS M A D R I D , 1 9 7 5

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    (El modelo de la Repblica Federal de Alemania)

    Traduccin de Luis Lpez Guerra y Jaime Nicols Muiz

    INSTITUTO DE ESTUDIOS POLTICOS M A D R I D 1975

    OCT. 81

  • Ttulo original: tDer Staat der Industriegesellschaft von Ernst Forsthoff Copyright 1971. Todos los derechos reservados. Traducido y publicado por acuerdo con C. H. Beck'sche Verlagsbuchhandlung, de Muncheu (Alemania)

    Depsito Legal: M. 32.903-197; I. S. B. N. 84-259-0575-3

    S.A.E,,GfcJEapejo.-C. Herrera Oria, 3.-Madrid-34.-l975

    PROLOGO

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    La Repblica Federal de Alemania ha surgido bajo unas circunstancias que la exponen a las repercusiones de la socie-dad industrial en mayor medida que a la mayora de los Estados contemporneos. Esto justifica considerar a la Repblica Federal de Alemania como el paradigma del Estado de la sociedad industrial.

    Las conclusiones de este escrito se ba-san en anlisis limitados al mbito en el que el autor, como constitucionalista, se siente competente merced a una serie de estudios y observaciones que abarcan ya ms de cuatro decenios. No es su inten-cin adentrarse en discusiones ideolgi-cas como las que dominan la actual esce-na publicstica, lo que se explica dado que se pueden llevar a cabo sin necesidad

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  • de conocimientos y experiencias empri-cas.

    Al captulo dedicado a la Jurispruden-cia habra que aadir que en el nterin se ha introducido el "dissenting vote" me-diante la IV Ley de reforma de la Ley sobre el Tribunal Constitucional Federal (Ley de 21 de diciembre de 1970, BGBl. I, pg. 1765), que no ha modificado las premisas bsicas del captulo correspon-diente.

    Heidelberg, enero 1971. E. F.

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    EVOCACIN DEL ESTADO

    La investigacin moderna ha acabado con el librrimo uso del concepto Esta do, propio de la ciencia hasta bien en-trado el presente siglo. Hoy ya no es po-sible hablar de un Estado de los egipcios, aztecas, griegos y romanos, como ocurra con cierta frecuencia en los trabajos his-tricos del siglo xix: Mommsen pudo, por ejemplo, escribir un Derecho del Es-tado Romano.

    El Estado ha aparecido como una nue-va y especfica forma de organizacin, en las concretas circunstancias que caracte-rizaron el fin de la Edad Media y el prin-cipio de la Edad Moderna, y pertenece a aquellas realizaciones a las que se alude justificadamente cuando se quiere carac-terizar la cesura que separa la Edad Me-dia de la Edad Moderna. Aun cuando ello suponga repetir algo ya bien conocido, es

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  • necesario delimitar el concepto de Esta-do en sus caractersticas esenciales. Pues es preciso, ante todo, aclarar suficiente-mente el concepto central, de la presente investigacin. Sin tal aclaracin, las pre-cisiones que siguen seran de difcil, si no imposible, comprensin. ,

    j El Estado moderno es una creacin de la^poca de las guerras de religin y fue el instrumento para su superacin. Para

    ' ello, el medio especfico fue la soberana, tal como la definiera el monarca francs, la summa perpetuaque potestas. Los Seis libros de la Repblica, de Bodino,

    comienzan con la frase: Respublica est familiarum rerumque

    inter ipsas communium summa potestate i ac ratione moderata multitudo.

    Tal frase es digna de atencin, pues, junto a la soberana coloca su justifica-

    cin. En su poca, significaba la retirada del campo de la poltica de las pretendi-das verdades reveladas defendidas por los partidos religiosos en pugna. Pero

    E aparte de ello, la unin de soberana y ra-

    zn tena un significado an vlido. La racionalidad, que Weber consideraba al-

    p go especficamente distintivo del Estado

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    burgus de derecho, se encontraba vin-culada al Estado moderno* caracterizado por la soberana, desde su mismo naci-miento.

    Los cambios estructurales que deriva-ron de la transformacin en la soberana territorial de las relaciones jurdicas se-oriales propias del feudalismo, han sido ya descritas ampliamente por Otto Brun-ner, y no es necesaria su repeticin en es-tas pginas. Pero las consideraciones que siguen son necesarias con respecto a_Ja posterior historia del concepto de Estado y otras precisiones que haremos.

    La soberana es una facultad territorial, ligada a un titular concreto. La represen-tacin abstracta del Estado, al que se atri-buyen las funciones supremas, es slo una creacin del siglo xix: sobre este punto volveremos ms tarde. La soberana con-fiere a su titular no slo el monopolio de la violencia legtima, sino tambin la ca-pacidad incompartida de definir lo legal y lo ilegal, y ello sin sanciones en caso de abuso de poder. Bodino reconoca que la admisin de tales sanciones llevara a la negacin de la soberana: y tal negacin

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  • supona la guerra civil. Pascal ha refleja-do insuperablemente tal concepcin:

    Es peligroso ensear al pueblo que las leyes no son justas, pues l las acata so-lamente porque por tal las considera. Por ello al pueblo hay que decirle que se debe acatar la ley por ser ley, del mismo mo-do que se obedece al poder, no por ser justo, sino por ser poder. Con ello, si se puede conseguir que todos lo compren-dan as, se puede evitar todo tipo de se-dicin, y sta y no otra es la verdadera definicin del Derecho. (1).

    No puede asombrar, por tanto, que es-ta acepcin de la soberana se debilitase durante los siglos siguientes a las guerras de religin, en la medida en que el peli-gro de guerra civil perda actualidad. Y es tambin lgico el que, en este siglo de guerras civiles mundiales, la soberana fuese descubierta de nuevo.

    La cesura ms importante en la recien-te teora alemana del Estado fue la recep-cin generalizada en el segundo tercio del siglo pasado de la idea de que el Estado debe ser considerado una persona jurdi-

    (1) Penses, nm. 323.

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    ca, y que la soberana reside en el Estado como tal persona jurdica-. Tal teora par-te de una recensin publicada en 1837 en el Gelehrten Anzeigen, de Gtingen, por el historiador Albrecht. Y la teora en cues-tin ha dado, con razn, mucho que hacer a toda la publicstica moderna. Pues la consideracin del Estado como persona jurdica fue el ms relevante ataque inte-lectual contra la constitucin monrquica del Estado. El monarca, con cuya perso-na se identificaba el Estado, se convirti en un rgano del Estado como persona jurdica, con el que ya no poda identifi-carse. Sus derechos seoriales se convir-tieron en facultades orgnicas, definidas y limitadas por la constitucin.

    No puede afirmarse sin ms que la teo-ra del Estado como persona jurdica fue-se concebida desde el primer momento como un ataque al principio monrquico. La rpida difusin de la teora se expli-ca teniendo en cuenta cul era el princi-pal objetivo perseguido por la Ciencia del Derecho Pblico al comienzo del consti-tucionalismo, vencedor por medio de la Constitucin prusiana de 1850. Tal obje-tivo era la juridificacin del Estado, la

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  • conversin de las relaciones de domina-cin entre Estado e individuo en relacio-nes jurdicas, lo ms recprocas que fue-ra posible. Los servicios que poda pres-tar la teora del Estado como persona ju-rdica a la realizacin concreta de tal in-tencin fueron extraordinarios: la teora trajo consigo una concepcin especfica del Estado de derecho.

    A cambio de ello se pag un alto pre-cio: de hecho, se abandon el concepto de soberana. La concepcin de que la so-berana corresponda al Estado como persona jurdica o al Estado en cuanto tal no poda entender por soberana lo mismo que Bodino haba considerado co-mo tal: una capacidad efectiva atribuida a un portador concreto, y nombrable. A partir de este momento, hasta la primera guerra mundial, fue objeto de las ms di-versas construcciones. En el Estado fede-ral, la soberana sera la competencia so-bre la competencia (Laband), o se perde-ra en el proceso democrtico-corporati-vo de formacin de la voluntad del Esta-do (Hugo Preuss) o, segn la teora de la soberana del derecho, debera residir no en el Estado, sino en el ordenamiento ju-

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    rdico (Hermann Krabbe) o, considerado como un concepto falso, -debera ser eli-minada del concepto del Estado en senti-do jurdico, y ser remitido a la sociologa poltica (como sostiene la teora pura del derecho de Hans Kelsen).

    Un concepto que resulta arrojado de tai forma a un estado de imprecisin se ve, naturalmente, separado de sus verdade-ras races. Y el fundamento de tal desa-rraigo reside en que el Estado, concebido jurdicamente, se confunde con la reali-dad de poder que el Estado constituye. As, por medio del concepto de sobera-na, el Estado fue vinculado a la persona del monarca. Cuando se separ el con-cepto de soberana de las relaciones de poder, se le despoj de toda fuerza y se le convirti en un mero juguete terminol-gico. Los descubridores y primeros repre-sentantes de la teora del Estado como persona jurdica fueron de la opinin correcta de que con ella haban cons-truido una va para la consecucin de de-terminados objetivos jurdicos y constitu-cionales. Pero apenas fueron conscientes de hasta qu punto se hallaban subordi-nados al espritu de la poca. El ltimo

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  • objetivo de la mentalidad creada por la revolucin francesa consista en la movi-lidad de todas las fuerzas polticas y so- * cales. De forma insuperable lo ha expues-to Jacobo Burckhardt:

    El principal fenmeno de nuestra po-ca es la sensacin de provisionalidad. A la incertidumbre de cada individuo respec-to a su destino viene a unirse una colosal cuestin vital, cuyos elementos han de considerarse propiamente como conse-cuencias y tendencias nacidas de la Revo-lucin. (Fragmentos Histricos, 1942, 114).

    La teora del Estado como persona ju-rdica situ a la Constitucin dentro de la movilidad general, e imprimi sobre ella, en palabras de Buckhardt, el sello de lo provisional. Por ello, tal teora responda ms que nada a su poca.

    Naturalmente, no es posible crear un concepto tan ligado a la realidad como el de soberana a partir de la negacin de lo existente, ni es fcil modificarlo por me-dio de sutiles artes interpretativas. De ello fue un ejemplo clsico y poco apro-vechado el conflicto constitucional pru-siano de 1862-66, tal como lo prueba la fa-

    lo

    mosa frmula de Gerhard Anschtz. Aqu desaparece el derecho pblico. Tal fue la decisin, consecuente, del positivis-mo jurdico que, al intentar tratar jurdi-camente el conflicto constitucional esta-bleci sus propios lmites.

    Desde hace varias dcadas el positivis-mo jurdico ha sido la autntica vctima propiciatoria de juristas dogmticos y sa-bihondos, papel que no se merece, porque a travs y por encima de l, la cultura ju-rdica alemana se ha elevado a un nivel desde el que no es posible mirar atrs sin vrtigo. En el principio bsico del positi-vismo jurdico, que encomienda al jurista estudiar nicamente el derecho positivo (leyes y costumbres) y rechazar toda diva-gacin iusnaturalista, tica o moral, se re-flejaba la confianza en el Estado tal co-mo se manifestaba en la segunda mitad del siglo xix, sobre todo a partir de la fundacin del Reich. Tal confianza haca aparecer como irreal la posibilidad de que el Estado actuase antijurdicamente en forma voluntaria. Pero era esto tan falso?

    Tal confianza en el Estado y en la es-tabilidad de las circunstancias polticas de-

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  • ba hacer aparecer como anticuado el pro-blema de la soberana. La situacin origi-nal de la que el concepto de soberana ha-ba nacido no tena ya ningn significado en la realidad estatal de la segunda mitad del siglo xix. No haba ningn motivo pa-ra pensar en la guerra civil.

    Puso fin a esta situacin el triste resul-tado de la guerra mundial y la revo-lucin de noviembre de 1918. Una lucha por el poder (con todas las caractersti-cas de la guerra civil) y, consiguientemen-te por la soberana, entre la izquierda radi-cal espartaquista y los revolucionarios moderados, agrupados en el consejo de comisarios del pueblo, acab con la derro-ta de la izquierda. La dictadura del pro-letariado, el estado de excepcin, el es-tado de necesidad haban dejado de ser trminos tericos. El poder firme del Es-tado, actuando dentro de los lmites de ia ley, haba dejado de ser una realidad in-contestada. Haba que acostumbrarse a vivir en un estado de excepcin perma-nente, con diversos grados de intensidad. La Asamblea constituyente de Weimar sancion el estado de excepcin en el ar-tculo 48 de la Constitucin, y en sus tre-

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    ce aos de vigencia hubo pocos das en que no estuviesen en vigor medidas en virtud de este artculo. Estados de excep-cin y transcurso normal de la vida cons-titucional se superponan.

    En tal situacin, bastaba una frase pa-ra situar de nuevo a la soberana en el centro de atencin de la teora del dere-cho y del Estado. Con tal frase se iniciaba la Teologa poltica de Cari Schmitt en 1922.

    Es soberano quien decide sobre el es-tado de excepcin. Si la soberana es el derecho y la efectiva capacidad de decidir en los conflictos existenciales, la cuestin de la soberana puede convertirse en algo anticuado si la vida transcurre normal-mente y libre de conflictos, e incluso pue-de llegar a olvidarse cuando fuerzas pol-ticas antagnicas (como las fuerzas mo-nrquicas y republicanas en el siglo xix) se ponen de acuerdo respecto a una nor-malidad constitucional, y tal normalidad es respetada, como ocurri en el caso de la monarqua constitucional.

    No es exagerado indicar que el malha-dado desarrollo poltico bajo la constitu-cin de Weimar tuvo lugar bajo el signo

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  • del mantenimiento del Estado, que se ha liaba amenazado desde dos puntos. El po-der del Estado haba de proteger su exis-tencia y consolidacin frente a ataques de derecha e izquierda. Tales ataques eran de tal intensidad que no podan ser con-siderados como formas normales de opo-sicin. La consecuencia de esta tensin poltica y filosfica fue el debilitamiento de la estatalidad, debilitamiento que se manifestaba en la creciente autonoma de numerosas entidades semiindependientes, como estados federados, municipios, or-ganizaciones de la seguridad social, ferro-carriles, bancos, etc. Johannes Popitz ha llamado, en acertada frase, a este conjun-to de entidades prcticamente autno-mas policracia.

    Pero ms importante era el peligro que amenazaba desde otro lado al Estado: des-de los intereses organizados de la econo-ma. Con ellos, un nuevo factor apareca en el escenario de la confrontacin pol-tica. Ciertamente, haban existido con an-terioridad organizaciones que haban ejer-cido un efectivo influjo sobre la adopcin estatal de decisiones, como fue el caso de la unin de propietarios agrcolas en la

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    poca de la monarqua. Pero slo eran re-lativamente comparables, a los grupos de inters organizados bajo la constitucin de Weimar, y ello por las siguientes razo-nes. Ya en los aos inmediatamente pos-teriores a la guerra mundial result cla-ro que la relacin entre Estado y econo-ma, tal como exista bajo la monarqua, no volvera a darse en la misma forma. La poca de la autonoma de la economa se haba acabado para siempre. Pronto se mostr como una ilusin la creencia de que la economa de guerra y la injerencia estatal que haba aparecido bajo la I Gue-rra Mundial eran slo fenmenos tempo-rales, causados por las circunstancias b-licas. Aun cuando el Estado, al acabar la guerra renunci progresivamente a sus vnculos con la economa, ello no signifi-c la vuelta al orden liberal, en el que la economa es independiente del Estado y debe afrontar sus propios riesgos. Puesto que ya no se daban en absoluto las con-diciones para un funcionamiento autno-mo de la economa, la Repblica se vio obligada a una poltica, que en mayor me-dida que anteriormente, regulaba legal-mente las condiciones en que se daba la

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  • produccin y el consumo, y ayudaba con subvenciones a empresas industriales de-ficitarias. Era pues lgico que la relacin entre Estado y economa variara sustan-cialmente. De lo que derivaba el que las empresas particulares deban ocuparse de que la legislacin se adecuase a sus inte-reses y, en consecuencia, se desarrollase una apetencia de subvenciones que se con-sideraban necesarias: de ello result evidente que los partidos, que hasta en-tonces haban jugado un papel mediadoi entre economa y Estado, ya no podan representar las crecientes demandas de los intereses ya organizados o en trance de organizarse. Para lo cual haba an ms razones. En primer lugar, la deman-da de proteccin para determinados inte-reses especficos iba en contra de la ten-dencia ideolgica tpica de los partidos (cada partido luchaba, segn propia afir-macin, no en favor de intereses particu-lares, sino en favor del bien comn, con pequeas excepciones, como el partido de la economa, o el efmero partido de la revaluacin).

    Pero aun cuando como se ver ms tarde este autorretrato ideal de los par-

    tidos no estuviese en concordancia con las exigencias de la accin poltica cotidiana, aun as, la mayora de los partidos procu-r evitar la identificacin con un inters particular, dada la amplia composicin de su electorado (fenmeno que se da hoy tambin en la Repblica Federal). Pero precisamente, tal identificacin era lo que daba fuerza a los intereses corporativa-mente organizados, en cuanto que repre-sentaban una fuerza social y saban poner-la en movimiento. De aqu deriv, ade-ms, una situacin que slo hoy puede ser comprendida plenamente. En la medi-da en que la economa, cada vez ms com-plicada y siempre en expansin, se colo-caba en el centro de la poltica, sta deba convertirse fatalmente en dominio de los especialistas. Tales especialistas se agru-paban en la burocracia de los ministerios, y tambin en gran medida en las corpora-ciones industriales (como especialistas li-gados a intereses privados) y en los parti-dos. Con ello apareci un nuevo cauce de

    1 comunicacin entre el Estado y las cor-I poraciones (2).

    (2) El tema ha sido desarrollado en la Repbli-

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  • En estas circunstancias, resulta claro que un Estado como la Repblica de Weimar, que haba de luchar por su con-solidacin, se hallaba en peligro de con-vertirse en dependiente de las grandes agrupaciones econmicas. El Estado, se-parado de la economa, no se hallaba ca-pacitado, en las condiciones de la consti-tucin de Weimar, para dar por medio de sus especialistas, soluciones eficaces. Es-taba, pues, en la naturaleza de las cosas que, en la cooperacin que se derivaba de ello entre Estado y economa, aparecie-sen de nuevo las relaciones de poder. La situacin de la Repblica de Weimar, di-ferente de la situacin de la Repblica Federal, consista en que tal cooperacin deba tener lugar en medio de un profun-do conflicto de fuerzas extremas. Por ello el Gobierno se vio obligado a buscar y aceptar apoyos polticos vinieran de don-de vinieran, lo que aumentaba el peligro de una disolucin del poder del Estado.

    Ciertamente, como muestran los suce-sos de 1932-33, la Repblica de Weimar no se hundi precisamente por estas ra-

    ca Federal bajo diversas condiciones, y hablaremos de l ms tarde.

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    zones. Pero las circunstancias indicadas impidieron a la Repblica convertirse en un Estado lo suficientemente fuerte como para afrontar la crisis que comenz con las elecciones de septiembre de 1930. Cuando la crisis culmin con el estado de excepcin del invierno 1932-33, y la sobe-rana reclam sus derechos, el presidente de la Repblica, en cambio, se decidi por la legalidad, por un gobierno de la mayo-ra bajo el canciller Adolf Hitler. Con ello culmin la decadencia de la Repblica. La historia de la Repblica de Weimar es, por el momento, el ltimo episodio del tema Soberana y poder estatal.

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  • ESTADO Y SOCIEDAD

    La constitucin jurdica liberal empie-za y acaba con la separacin de Estado y sociedad. Pero esta afirmacin ha sido ob-jeto de crecientes -contradicciones. Existe la extendida opinin de que la separacin de Estado y sociedad no corresponde, par-ticularmente, a la situacin del siglo xix, en que tal teora apareci, puesto que el Estado, de forma continua y eficaz, con-verta en propios los intereses sociales, como lo muestran las medidas encamina-das al fomento de la industria, la cons-truccin de ferrocarriles, sistemas de co-rreos, telgrafos y telfonos que aprove-chaban directa y conscientemente a la so-ciedad, an cuando tambin entrasen en juego consideraciones militares. En nues-tro tiempo, en que las funciones del Es-tado se han confundido inextricablemen-te con los procesos sociales, no podra ya

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  • hablarse en modo alguno de una separa-cin de Estado y sociedad.

    Los que as argumentan no han com-prendido el dualismo entre Estado y so-ciedad. Lo entienden como la disociacin de dos campos distintos: pero no se tra-ta de eso. Ms bien significa la ordenacin lgica y necesaria de dos formas del ser social. Hegel, de quien parte el concepto filosfico-jurdico base de tal dualismo, consideraba la sociedad como el sistema de las necesidades(Rechtsphilosophie,118) y el Estado, por el contrario, como la rea lizacin de la idea moral (dem, 257).

    Pero la separacin de Estado y socie-dad no se halla ligada a la filosofa de He-gel. Refleja un elemento fundamental en la estructura del Estado, tal como apare-ci necesariamente en las condiciones de-terminadas por la Revolucin francesa. Puesto que la Revolucin haba excluido nacimiento y oficio como base determi-nante para la aparicin y mantenimiento de clases jurdicamente privilegiadas (1),

    (1) Decreto del 14 de junio de 1791 (Journal de Pars, de 16 de junio de 1791, pg. 671). Art. I: Siendo una de las bases fundamentales de la Cons-titucin Francesa la supresin de toda clase de cor-poraciones de ciudadanos del mismo estado y pro-

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    cre la posibilidad de que se desarrollase un orden social en que se uniesen desi-gualdad y libertad. La desigualdad que ca-racteriza la vida de la sociedad encuentra su contrapartida dialctica en la igualdad ciudadana. La libertad tiene como protec-tor al Estado, cuya principal misin es, segn von Stein, evitar que aparezcan nue-vas clases jurdicamente privilegiadas a partir de- la existente desigualdad social.

    Con la eliminacin de los privilegios de-rivados del oficio y nacimiento, la Revo-lucin francesa trataba de construir una sociedad en la que cada individuo viviese de acuerdo con sus propios intereses. Co-mo muestra el citado Decreto de 14 de junio de 1791, la Asamblea nacional, con-secuentemente, no reconoca ningn lazo entre los intereses personales de los par-ticulares y los intereses pblicos, confia-dos al Estado. El Decreto supona el in-

    fesin, queda prohibido restablecerlas de hecho, ba-jo cualquier pretexto y bajo cualquier forma. Ar-tculo II: Los ciudadanos del mismo estado y pro-fesin, los patronos, los que tienen tienda abierta, los obreros y artesanos de cualquier oficio no po-drn, hallndose reunidos, nombrar presidente, se-cretarios ni sndicos, ni mantener registros, tomar decisiones ni deliberar, ni formular reglamentos so-bre sus pretendidos intereses comunes.

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  • tent, destinado al fracaso, de evitar ia introduccin del poder en el mbito de la sociedad. De hecho, se tena la conviccin de haber acabado con el problema del po-der haciendo que el Estado lo monopoli-zase, y, siguiendo la teora de Montes-quieu, lo distribuyese entre varios deten-tadores.

    Ms tarde, el aumento de poder social provocado por la industrializacin con-dujo al absurdo a la concepcin liberal de una sociedad autoestabilizada, libre de la intervencin del Estado. Los ms sig-nificados tericos del Estado de la mitad del siglo pasado, como von Mohl, von Stein y von Gneist (que ciertamente eran conscientes de los peligros que supona el poder social), no vieron ninguna con-tradiccin en aprobar la intervencin co-laboradora del Estado en los procesos so-ciales, sin renunciar a la separacin Esta-do-sociedad. Estaban de acuerdo en que la desigualdad social encontraba su con-trapartida dialctica en la igualdad ciuda-dana, y que el lugar de la libertad no era la sociedad, sino el Estado.

    Reconocer el dualismo Estado-sociedad no significa adoptar una ideologa. La

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    constitucin jurdico-pblica, monrquica . o democrtico-parlamentaria, aparecida para cumplir las ideas de la Revolucin francesa y la emancipacin de la clase burguesa, no- puede comprenderse en su expresin institucional sin tener en cuen-ta este dualismo, lo que resulta evidente en una perspectiva histrica. Desde lue-go, la constitucin, en las ltimas dcadas ha sido objeto de numerosos cambios: que proceden del llamado entrecruza-miento (Hans Freyer) de sociedad y Es-tado. Los cambios y avatares del parla-mentarismo son un ejemplo de ellos: en el transcurso de tales avatares, los parti-dos, que en un principio eran asociaciones de correligionarios, se convirtieron en or-ganizaciones privilegiadas financiadas por el Estado, que el Tribunal Constitucional Federal ha llegado a definir como rga-nos constitucionales (2).

    Es un error, an muy extendido, opinar que la expansin de la competencia esta-tal en el mbito social comporta necesa riamente una expansin del principio de estatalidad. En realidad, las cosas son mu-

    (2) BVerfGE (Sentencias del Tribunal Constitu-cional Federal), 4, 27; 6, 372 y ss.

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  • cho ms complejas. La expansin de las competencias estatales en el mbito de la sociedad puede ser tanto un sntoma de fuerza como un sntoma de debilidad. Y es un sntoma de debilidad cuando el Estado es llamado y aceptado como un salvador en situaciones que la sociedad no puede resolver con sus propias fuer-zas. Esta ayuda resulta tanto mejor reci-bida cuando ms dominada est por4as fuerzas sociales. Las posibilidades del Es-tado, no compartidas por la sociedad, de disponer de medios y dirigir los procesos econmicos son puestas de tal modo al servicio de los objetivos de la sociedad.

    El Estado moderno no puede liberarse en forma alguna de esta tarea, pues el bienestar de todos depende de la capaci-dad de funcionamiento de la economa. Por ello el Estado se halla ligado a las re-laciones de poder en la sociedad, y se ha-lla mezclado en los confrontamientos po-lticos que versan sobre tales temas.

    Este proceso nos acerca a la cuestin de si no sera ya tiempo de abandonar una caduca concepcin del Estado. Tal cues-tin se ha planteado repetidas veces: en forma radical, afirmando que el Estado

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    est muerto, y en forma ms diferenciada en la propuesta de construir una nueva imagen del Estado, partiendo de la reali-dad actual. Esto es necesario, en todo ca-so, si.no se quiere disociar radicalmente el concepto del Estado de la realidad.

    La cuestin es si un concepto de Estado deducido de las circunstancias actuales tendra algo que ver con el concepto tra-dicional, o bien sera algo distinto toto coelo: una coexistencia organizada que sera llamada Estado por una extendida convencin.

    Aqu hay algo ms en juego de lo que reconoce la discusin pblica sobre el te-ma. Pues si fuera verdad que lo que hoy se llama Estado no tiene nada en comn con todas las imgenes tradicionales del mismo, nos encontraramos en la nece-sidad de preguntar dnde encuentra pro-teccin la libertad de la persona, pregun-ta que necesariamente quedara sin res-puesta.

    Y se trata de algo ms que de la liber-tad: Se trata (ante la expansin de la tc-nica, de que ms adelante hablaremos) de la proteccin del entorno frente a su des-truccin por la industria, e incluso se tra-

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  • ta de la misma integridad del hombre, desde que ste ha sido sometido a la in-vestigacin de la gentica (3). La siguiente observacin muestra cul es la verdadera situacin del Estado frente a las fuerzas organizadas de la sociedad industrial. Ba sndonos en principios democrticos, pa-rece evidente que la probabilidad de que un determinado inters sea satisfecho de* pende de cuan numerosos se?ji los suje-tos de tal inters, y que en consecuencia, un inters de todos debera contar con la absoluta seguridad de verse satisfecho. Pe-ro tal suposicin es contradicha por la rea-lidad. Ejemplo de ello es la exigencia de purificacin del agua y el aire. Desde aos, esta exigencia ha sido continuamen-te formulada y, ciertamente, se trata de un inters de todos. Por ello, se trata de un inters que el Estado debe considerar como suyo, puesto que es responsable del bienestar de todos y en la situacin ac tual en que se encuentra la relacin entre Estado y sociedad debe preocuparse, so-bre todo, por aquellos intereses que no tie-nen ningn patrn socialmente organizado

    (3) Sobre este tema, Menschenzchtung, de Frie-drich Wagner (editor), 2.a ed., 1970.

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    que proteja su satisfaccin. Est en la na-turaleza de las cosas el quejun inters ge-neral choque con intereses particulares. As, todo depende del peso poltico con que los representantes organizados de in-tereses particulares puedan oponerse a la satisfaccin del inters general. As se ex-plican las deficiencias tantas veces men-cionadas en la proteccin de la pureza del aire y las aguas (4).

    En este ejemplo se muestra (y seguire-mos ms tarde con el mismo tema) que las ideas ya superadas sobre el concepto de democracia no se adaptan sin ms al Estado de la sociedad industrial. Pero tampoco se puede afirmar con ello que la moderna sociedad industrial ha supe-rado la democracia. En cambio, debera deducirse la necesidad de comprender la democracia desde las condiciones impe-rante^ en esa sociedad industrial.

    Las reflexiones que siguen se refieren a una incoherencia que se encuentra hoy a menudo en la conciencia poltica. Inclu- so aquellos aficionados a exponer sus sen-timientos antiestatales, coinciden en sus

    (4) Ver el captulo sobre Asociaciones y accin concertada.

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  • quejas sobre la destruccin del entorno ecolgico. Y en tal queja aparece eviden-te el resentimiento contra la sociedad in-dustrial. Pero ni afectos ni resentimien-tos posibilitan el llegar a la decisin que hace falta: un equilibrio razonable entre los intereses de todos y las necesidades de la industria, que no pueden olvidarse con argumentos ideolgicos, pues tales nece-sidades se encuentran en estrecha rela-cin con el equilibrio de la balanza co-mercial, el nivel del producto social y el pleno empleo, todos ellos factores de los que depende el correcto funcionamiento de la sociedad industrial, y, con l, el equi-librio social y estatal. As, se trata de en-contrar una solucin poltica. Pero ello significa que no puede ser resultado de las tensiones internas de la sociedad in-dustrial.

    Es necesario tener en cuenta esta situa-cin. Hay que reconocer que con los avan-ces del desarrollo tcnico industrial los riesgos de los particulares aumentarn, y que, a escala mundial, se habla ya de la contaminacin del ocano. Si la expan-sin tcnico-industrial prosigue incontro-

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    lada, las consecuencias, a juicio de los ex-pertos, seran imprevisibles.

    Este peligro puede ser evitado nica-mente mediante una instancia organizada que sea lo suficientemente fuerte como para poner lmites a la expansin indus-trial. La posibilidad de que la sociedad in-dustrial se imponga a s misma, volunta-riamente, tales limitaciones es incompati-ble con las leyes que regulan su funciona-miento, y, por tanto, se trata de una po-sibilidad utpica.

    Ante tal situacin, la afirmacin de que el Estado est muerto no tiene ninguna utilidad. El conocimiento de la escasa (y evidentemente decreciente) eficiencia del Estado contemporneo deja pocos resqui-cios al optimismo. Ciertamente se han he-cho mltiples esfuerzos para tener bajo control estatal la produccin y expansin industrial: medidas para garantizar me-dios de alimentacin y sanidad, ordena-cin del espacio, proteccin de la naturale-za y el paisaje (medidas que no han impe-dido en modo alguno la contaminacin del aire y de las aguas naturales). Pero es cierto, sin ninguna duda, que no se ha lle-gado a establecer un equilibrio entre los

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  • intereses de todos y los intereses de la industria en su propio desarrollo.

    Esto es cierto, sobre todo en lo que se refiere al mbito actual de la expansin tcnica. Ya somos conscientes de que he-mos de esperar enormes cambios en las condiciones de la existencia humana, de-bido al desarrollo cientfico de las pr-ximas dcadas (5). Valga de ejemplo la inmediata creacin sinttica de un gen hu-mano (6). Con ello se ha dado el primer paso para actuar sobre la vida humana en el prximo futuro. No es ste el lugar pa-ra tomar en cuenta los mltiples proble-mas filosficos, ticos y religiosos que aparecen. Si en el futuro los pueblos no quieren verse convertidos en objeto y pro-ducto de tcnicas de la gentica es nece-saria la posibilidad de tomar decisiones efectivas sobre el tema, y la existencia de una instancia organizada que pueda crear, articular y realizar tal decisin. Esto lle-va al tema Estado versus tcnica, del que hablaremos ms adelante.

    (5) Sobre esto, ver el libro de ARNOU)BUCHHOLZ, Die grosse Transformation, 1968, pg. 56 y ss.

    (6) Aqu, como en otros lugares del libro, deben considerarse las investigaciones genticas y mdicas como incluidas en la tcnica, en sentido amplio.

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    Estas pocas indicaciones y notas deben servir para dejar claro que la relacin l-gica en que reposa la dualidad Estado-so-ciedad no ha sido superada en modo al-guno. La consideracin de que tal dualis-mo se haya vinculado a la sociedad bur-guesa del siglo Xix, y de que, por tanto, se trata de algo caduco est justificada s-lo en cuanto que toma en cuenta que ya no se trata de la sociedad burguesa, sino de la sociedad industrial basada en la tcnica. No se trata ya slo de la liber-tad, sino del entorno humano, y, en lti-mo lugar, del hombre mismo. Una y otro necesitan un garante, y ciertamente un ga-rante ms poderoso que el burgus de otros tiempos, amante de la libertad. An-te lo cual, la insuficiencia general del ac-tual Estado es un peligroso sntoma.

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  • LA REALIZACIN TCNICA

    La cuestin de si el Estado est real-mente muerto debe contestarse a la luz de las reflexiones del captulo anterior, en el sentido de que ya no se puede ha-blar seriamente del Estado si lo general-concreto de que hablbamos ya no dispo-ne de ninguna instancia organizada que sea lo suficientemente fuerte como para convertirlo en asunto propio y represen-tarlo efectivamente. Si en el futuro existe tal instancia organizada, ser de tipo dis-tinto del Estado, tal como lo ha conocido el siglo xix o la etapa del absolutismo. Utilizando como ejemplo el Estado pru-siano, Hintze, en una noble polmica con su maestro Droysen ha mostrado de qu cambios es capaz el Estado, y en qu con-siderable medida las modificaciones so-

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  • cales actan sobre la estructura del mis-mo. Sobre este tema indica en otro lugar:

    En ltimo trmino, son siempre fuer-zas y corrientes espirituales las que ponen en movimiento a los procesos sociales, y los destruyen: todas las influencias del mundo exterior deben actuar a travs del medio psquico, y la nica cuestin es si se debe atribuir a ste una mayor o menor capacidad de refraccin, una especifici-dad y accin ms o menos independientes y eficaces. (1). Las circunstancias con que se configura hoy tal capacidad de re-fraccin son muy distintas de lo que eran en tiempos de Hintze. Su exposicin lleva a complejas cuestiones histricas e inte-lectuales, estrechamente enlazadas las unas a las otras.

    En su obra, Von Hegel zu Nietzs-che, Lwith ha mostrado la direccin que ha tomado el esfuerzo intelectual hu-mano a partir y por causa de la filosofa de Hegel. Lwith ha expresado tal di-reccin por medio de la frmula siguien-te: despus que en la filosofa de Hegel

    (1) Staatenbildung und Verfassungsentwicklung, en Gesamtnelte Abhandlnngen, t. 1, 1941, pg. 24 y ss. y pg. 27.

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    el mundo se ha convertido en algo filos-fico, la filosofa, necesariamente, ha debi-do de convertirse en algo mundanal. Co-mo consecuencia de ello, los esfuerzos del conocimiento han tomado una nueva di-reccin. Todos los esfuerzos tericos e investigadores toman como objeto no el deseo de conocer el Ser, sino la cuestin de qu es lo que hay que hacer. Con ello la filosofa se coloc en una situacin en la que necesariamente el resultado ha si-do que se la exija cumplir lo que predica. As le ocurri a Hegel con los marxistas y los jvenes hegelianos. Desde luego, no fue nicamente Hegel quien motiv tal cambio filosfico: ste se hallaba prede-terminado por las tendencias del progre-so intelectual a comienzos del siglo xix. Pero an as se puede afirmar que Hegel convirti en concepto filosfico la volun-tad de cambio (quintaesencia de todo pen-samiento progresivo) desencadenada por la Aufklrung. En este sentido, Hegel se hallaba en el umbral de una nueva poca.

    Y esta poca es la poca de las realiza-ciones. Ha empezado con la realizacin social, que necesit ms de un siglo desde la formulacin de sus objetivos por Marx

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  • y Engels hasta su efectivo cumplimiento y que ha determinado los ms importan tes acontecimientos polticos del perodo. Como realizacin social deben ser consi-derados todos los esfuerzos dirigidos a modificar la situacin pblica bajo pun-tos de vista sociales. A ella pertenecen no slo el socialismo en todas sus formas, sino tambin el movimiento cristiano so-cial, la actividad del Verein fr Sozial-politik, que ejerci considerable influen-cia a principios de siglo, y la de las igle-sias hasta la doctrina social del II Conci-lio Vaticano (2). Y esta enumeracin es slo a ttulo de ejemplo.

    Mientras que la realizacin social en Rusia fue revolucionaria, y supuso una ruptura con todas las tradiciones, en el Oeste, y sobre todo en Alemania, tuvo lu-gar bajo la forma de un proceso histrico. En el curso de tal proceso le correspon-di al Estado una nueva tarea, cada vez ms amplia. Ya intuy esto Lorenz von Stein, en los mismos comienzos de la ex-

    (2) Sobre el tema, ver HANS BARION, Das konziliare Utopia, Bine Studie zur Soziallehre des II. Vatikanischen Konzils, en Sdkularisation und topie, Ebracher Studien, 1967, pg. 187 y ss.

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    pansin industrial. Solamente un Estado que no fuera idntico (ni identificable) con ningn inters de clase, expona von Stein, podra ser capaz de resolver el pro-blema social. De hecho, la realizacin so-cial pudo hallar su camino slo por enci-ma del Estado. Las fases de su desarrollo son conocidas y su descripcin sobra. Mientras tanto, objetivamente considera-do, la realizacin social ha llegado en Ale-mania a una cierta culminacin. En la se-guridad social, las instituciones de dere-cho del trabajo, y sobre todo las mlti-ples formas de la participacin social su-ponen un cuidado y elaborado instrumen-tal a disposicin de una real actualizacin de objetivos sociales. Tal instrumental puede necesitar ciertas mejoras en esta o aquella direccin, pero en conjunto pue-de considerarse como acabado, porque en las ltimas dcadas no se le han aa-dido novedades esenciales.

    La realizacin social ha originado cam-bios en la configuracin del Estado que, tras la apariencia de una forma constitu-cional inalterable dejada de lado en la poca nacional socialista como Estado de derecho con separacin de poderes, no

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  • han sido percibidos plenamente en mu-chos casos. El Estado social que ha resul-tado de tal desarrollo es un Estado espe-cfico, con su propia lgica. La afirma-cin de que la realizacin social ha llega-do aproximadamente a su culminacin se ve confirmada por la instauracin del Estado social, [que tambin puede consi-derarse como culminadqiSin embargo na-da sera ms falso que considerar que con la culminacin de la realizacin social se producir una situacin ms firme de las circunstancias polticas, opinin sta que, dados los frecuentes ataques al inmovilis-mo del Estado social, podra servir de ba-se a una concepcin incorrecta. Sabemos que estn en marcha cambios extraordi-narios en las relaciones humanas, cam-bios que afectarn hasta la raz incluso a las formas organizadas de convivencia hu-mana.

    El motor de tales cambios no ser, co-mo anteriormente, la realizacin social, sino la realizacin tcnica. Con ello apare-ce una incertidumbre de cara al futuro. Pues, mientras que la realizacin social ha sido comprendida, ordenada en categoras y analizada hasta en sus ltimas consecuen-

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    cias, no ocurre lo mismo con la realiza-cin tcnica. Ello, no se debe a que haya comenzado en nuestros das: ya el siglo pasado fue testigo de su continuo progre-so (ferrocarriles, fusiles de percusin, te-lfonos, telgrafo, etc), y sufri las impli-caciones sociales del mismo. La situacin actual se caracteriza por el hecho de que la realizacin social ha llegado prctica-mente a su culminacin, mientras que la realizacin tcnica, a causa de la enorme aceleracin y aumento de intensidad que ha experimentado en las ltimas dcadas se ha convertido en el fenmeno predomi-nante. Si hace an algunos aos la ten-dencia hacia la realizacin social poda considerarse como la fuerza motriz pol-tica ms importante, hoy su lugar es ocu-pado por la tcnica.

    En este cambio de prioridades se hace evidente una peculiaridad caracterstica de la realizacin tcnica. La tcnica re-suelve slo problemas tcnicos, no socia-les ni polticos. Pero tiene implicaciones polticas y sociales y, a causa de tales im-plicaciones, cambia las condiciones de las que los problemas polticos y sociales de-rivan. Elimina problemas no por su reso-

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  • lucin, sino por superacin, convirtindo-los en obsoletos. Ciertamente sera posible aferrarse a la opinin de que los procesos sociales son irreversibles, que las conquis-tas sociales ya no pueden combatirse. Pe-ro el peso de tal afirmacin es mucho ms dbil que anteriormente, desde que el m-bito tcnico se ha convertido en el esce-nario donde se producen los sucesos ms trascendentales, desplazando al mbito de lo social.

    Otra peculiaridad esencial a la tcnica es su afinidad con el poder. Tal peculia-ridad reside en la participacin de la tc-nica en la produccin de armamentos y la direccin de operaciones militares, evi-dente desde el descubrimiento de la pl-vora hasta la desintegracin del tomo. Pero no se trata slo del poder militar. La realizacin tcnica con diversas peculia-ridades en cada caso, configura diferen-tes relaciones de poder. Y hay que recal-car que el factor operante es la tcnica, y no (como a veces se afirma) el medio econmico por el que se realiza. Pues, en-tre las realizaciones tcnicas de los pases capitalistas y las correspondientes de pa-ses socialistas no hay diferencia alguna.

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    La relacin de los avances tcnicos con el poder se manifiesta en su falta de libera-lidad, como veremos ms adelante. Expre-siones como monopolizacin, dominio de mercados, manipulacin, muestran rela-ciones de poder mediadas por la tcnica. Incluso en los tan trados y llevados im-perativos objetivos est presente el fe-nmeno del poder.

    La comprensin correcta de la tcnica se ve dificultada por dos errores. Por una parte existe la extendida idea de que los nuevos descubrimientos de la tcnica ser-virn para la satisfaccin de necesidades preexistentes, como ocurri en el caso de las herramientas de trabajo, el torno del alfarero, el telar o la imprenta de Gu-tenberg (3). (Naturalmente, esto tambin

    (3) Ver el importante ensayo de KURT HUEBNER, Von der Intentionalitat der modernen Technik, en Sprache im technischen Zeitalter, nm. 25, enero/ marzo 1968, pgs. 27 y ss. Sobre las caractersticas de la tcnica moderna, indica: Esta ya no recibe instrucciones del conjunto de necesidades que estn fuera del mbito estrictamente tcnico. La tcnica, podra decirse, ya no es un sirviente de la cultu-ra, aceptando las tareas que se le confan y satis-faciendo sus necesidades, sino que determina ella misma sus tareas y despierta sus propias necesida-des, necesidades que nadie hubiera sospechado an-teriormente. Se ocupa de la investigacin metdica y sistemtica del inagotable campo que constituyen

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  • se ha dado en tiempos de ms elevado de-sarrollo tcnico, como prueba el descu-brimiento de la cerradura automtica.) Ni el descubrimiento del automvil con mo-tor de explosin, ni el del avin, el cine, la radio o la televisin han venido a satisfa-cer una necesidad preexistente. Por el contrario, estos descubrimientos han des-pertado nuevas necesidades por medio de las cuales han podido aparecer las condi-ciones econmicas previas a su produc-cin en serie. Gran parte del poder modi-fcador de la tcnica reside en su capaci-dad para despertar necesidades que no pueden ser denegadas, lo que por otra par-te constituye otra de las formas del lla-mado imperativo objetivo.

    El segundo error es el marxista: el in-tento de comprender la tcnica desde el punto de vista de las relaciones de pro-duccin. Est claro que tal opinin se aproximaba a la realidad del desarrollo

    el dominio de la naturaleza y los objetivos tcnicos: se ha dado la regla de investigar y probar todo lo hasta ahora intocado. Ya no queda nada del esp-ritu de la tcnica de otros tiempos. Hbner indi-ca al respecto: que hoy en los Estados Unidos la mitad de la fuerza de trabajo produce y vende ob-jetos que eran completamente desconocidos a prin-cipios de siglo.

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    tcnico durante el siglo xix. Las creacio-nes de la tcnica en esta poca se dirigan fundamentalmente al desarrollo de m-quinas e instrumentos de produccin ms efectivos. Su relacin con el trabajo era ms estrecha de lo que es actualmen-te. As, para Marx los conceptos funda-mentales de su sistema fueron los de tra-bajo, divisin del trabajo y alienacin, por un lado, y capital, explotacin y plusvala, por otro. La tcnica en s no era su tema. Esto es hoy claramente visible despus de que la tcnica se ha liberado de su vincu-lacin a los medios de produccin (4). Por ello hay que coincidir con la afirma-cin de George Friedrich Jnger en el sentido de que Marx no haba comprendi-do la esencia de la tcnica (5).

    De tales consideraciones se deriva una nueva luz sobre un pensador francs, que hasta ahora ha permanecido a la sombra de Karl Marx, y al que quiz equivoca-

    (4) Es evidente, sobre todo, que la tcnica ha tomado como objeto al mismo hombre en forma progresiva. Sera absurdo seguir queriendo expli-car esto por medio de las relaciones de produc-cin.

    (5) Die Perfektion der Technik, 5.a ed., 1968, pgi-nas 208 y ss.

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  • mente se le ha atribuido el papel de precursor: Claude-Henri de Saint Simn. No faltan indicios que muestran que Saint Simn se hallaba en la correcta direccin cientfica en mayor medida que sus pre-decesores. Nada menos que Raymond Aron (6) ha planteado la cuestin de si la historia no ha emitido ya su veredicto, y si ha condenado al marxismo y ha dado la razn a Saint Simn. Raymond Aron ha dejado la pregunta incontestada, pero es caracterstico de la situacin el que se ha-ya formulado de tal modo.

    Saint Simn, por debajo de Marx en el plano intelectual, sin duda alguna, tena una idea bsica, idea que reflej en su ac-tividad literaria y que expuso en repeti-ciones interminables, casi idnticas, en la forma de cartas abiertas a la Corona, los miembros del Parlamento y aquellos a quienes l llamaba industriales. Se tra-taba de una forma de comprender la tc-nica y su futuro papel en el ordenamien-to poltico francs. Tal comprensin cul-minaba en la propuesta de que los asun-tos polticos se confiasen a los industria-

    (6) Fortschritt ohne Ende?, 1970, pg. 32.

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    les y a los inventores, a los representan-tes de las sciences de l'observation. Propona a la Corona que se vinculase a los representantes de la tcnica, porque tena la conviccin de que los intereses de los Borbones coincidan con los de tales representantes, y de que solamente en tal forma los Borbones estaran en condicio-nes de defenderse del feudalismo napole-nico (7).

    Actualmente es imposible alcanzar tal objetivo, porque no hay ya industria-les inventores, tal como Saint Simn los conceba, y han sido sustituidos por di-recciones de empresas y laboratorios en que un sinnmero de cientficos se ocu-pan del progreso tcnico. Los que son dig-nos de atencin hoy son no los fines pro-puestos por Saint Simn, sino sus argu-mentos.

    Mientras que Marx consideraba la divi-sin social que sucedi a la cada del feu-dalismo como una divisin de clases, ba-jo las condiciones creadas por el capita-lismo, Saint Simn vea el desarrollo de la tcnica como la iniciacin de una si-

    (7) Oeuvres de Claude Henri de Saint Simn, Pa-rs, 1869, vol. 3, pg. 25.

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  • tuacin social nueva y definitiva. Su su-perioridad sobre Marx reside en que con-sideraba a la tcnica como algo nuevo y sin precedentes. La natural consecuencia de esto fue el relativamente escaso inte-rs de Saint Simn y sus seguidores por los problemas sociales.

    Los saintsimonistas han previsto el de-sarrollo de la economa mundial, pero no el desarrollo de la lucha de clases. Junto a su participacin en empresas comercia-les e industriales a mediados de siglo, se encuentra su desvinculacin de las cues-tiones que ataen al proletariado (8).

    La obra de Saint Simn que refleja ms apretadamente su pensamiento lleva el t-tulo: Considratons sur les mesures prende pour terminer la rvolution, y se halla expuesto en forma de cartas di-rigidas a messieurs les agriculteurs, ne-gociants, manufacturiers et autres indus-triis qui sont membres de la Chambre de Deputs. Consideraba que la revolu-cin estaba inacabada, porque no haba cumplido plenamente su misin histri-

    (8) Walter Benjamn, Pars, die Hauptstadt des XIX. Jahrhunderts, in Illuminationen, Gessamele Schriften, 1961, pg. 185 y ss.

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    ca: completar (en el marco de la ley de los tres estadios) el paso de la poca me-tafsica a la poca positiva. Haban cam-biado los detentadores de poder y las for-mas de denominacin, pero el Estado, el sistema de dominacin, sobreviva. Cul-pables de ello eran los revolucionarios que haban dejado, como anteriormente, los asuntos de estado a los juristas, ase-sorados por los metafsicos. Su polmica, incansable y spera, se dirige contra legis-tas y metafsicos. Reprocha a los juristas el que slo entiendan de formas y proce-dimientos, sin comprender nada de la rea-lidad de las cosas. Tant que ce seront les lgistes et les metaphysiciens qui dirige-ront les affaires publiques, la rvolution n'atteindra point son terme. (9).

    En la tcnica, en la actuacin de los in-dustriales o de los sabios (como l llama-ba a los representantes de las sciences de l'observation) vio l surgir algo nuevo, una comprensin de la realidad que haba dejado atrs toda la teologa y la metafsi-

    (9) Mientras los legistas y metafsicos sean quie-nes dirijan los asuntos pblicos, la revolucin no habr alcanzado su objetivo, Oeuvres, t. III, p-gina 36.

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  • ca, y cuya superioridad quera transplan-tar a la vida pblica (10).

    No es necesario referirnos ms amplia-mente a las teoras de Saint Simn. Su significado reside en que en ellas apare-cen por primera vez concepciones de gran importancia para la comprensin de la tcnica. En primer lugar, el reconocimien-to de la especificidad y falta de prece-dentes histricos de la tcnica moderna. Adems, la concepcin de que en la po-ca tcnica culmina la historia supone el pensamiento eminentemente moderno del fin de la historia. Y, finalmente, la per-cepcin de la incompatibilidad de tcnica y Estado en su forma ya superada, repre-sentada en aquel tiempo por los juristas.

    En suelo alemn tambin se dio la per-cepcin de que con la tcnica se iniciaba una nueva poca. Esto ocurra unido a la

    (10) Es caracterstica su nota sobre el derecho al voto: Por qu no se proclama que los france-ses que pagan mil francos de contribucin directa son los ms aptos para hacer descubrimientos en qumica, mientras que se establece, en el fondo, un principio absolutamente parecido para la pol-tica, que es, sin embargo, mucho ms difcil y ms importante que la qumica? Por qu? Por-que las condiciones necesarias para ocuparse de la qumica son claras, y las relativas a la poltica no lo son.

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    conviccin de que con Hegel la filosofa y la metafsica haban acabado. De tal conviccin es representante^ Bruno Bauer, que estaba seguro del fin de la metafsi-ca: La catstrofe de la metafsica es in-negable (11). Si Europa se ha liberado de la metafsica para siempre, la meta-fsica se ha destruido a s misma median-te la crtica, y ya nunca habr de nuevo un sistema metafsico es decir, uno qu sea digno de ocupar un lugar en la histo-ria de la cultura de la misma forma que nadie, tras Beethoven, compondr una sinfona, es decir, una sinfona con conte-nido artstico y significacin histrica. Las siguientes palabras podran haber si-do escritas por Saint Simn:

    Los pueblos que finalmente quieren ponerse en pie, dominando la naturaleza, necesitan nicamente del ingeniero, que asienta empresas industriales sobre nue-vos y eficaces principios, o domina difi-cultades temidas hasta el presente, gra-cias al desarrollo de los medios de comu-nicacin: en este hombre los pueblos de-

    (11) Russland und das Germanenthum, 1859. Es-tas y las siguientes citas estn tomadas del cap-tulo Das Ende der Philosophie, pgs. 44 y ss.

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  • positan su confianza, en su prctica lu-cha contra el tiempo y el espacio: pero no tienen ni tiempo ni ganas para escu-char las discusiones de los filsofos so-bre el concepto de espacio y tiempo, o para interesarse sobre el talento con que saben elaborar el paso de la Idea a la Naturaleza.

    Esto responde a la lgica de la realiza-cin tcnica, y por otra parte est en con-cordancia con una mentalidad muy exten-dida a mediados del siglo pasado. El con-flicto entre la realizacin tcnica y el concepto de Estado, de que Saint Simn se ocup perseverantemente, no era cono-cido an.

    No es la intencin de estas reflexiones previas el intentar siquiera dar una vi-sin creadora sobre la esencia de la tc-nica. Cuestiones propias de la crtica de la cultura, como las que han formulado F. Jnger (12) y Otto Veit (13) sobre la tcnica, estn tan fuera de su intencin como la teologizacin de la tcnica inten-

    (12) Die Perfektion der Technik, passim. (13) Die Tragik des technischen Zeitalters.

    Mensch und Maschine im 19. Jahrhundert, 1935.

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    tada por Friedrich Dessauer (14). Aqu se trata solamente de mostrar aquellas ca-ractersticas de la tcnica relevantes para la comprensin del Estado de la sociedad industrial. Finalmente, indicaremos lo que sigue. El optimismo progresista, agen-te originario del progreso tcnico, no ha sobrevivido al siglo xix. A pesar de ello, la realizacin tcnica ha reanudado su ca-mino con redoblada fuerza. Si se acepta actualmente que la tcnica no puede com-prenderse desde el punto de vista de la satisfaccin de las necesidades, se mantie-ne la cuestin sobre el sentido y telos del proceso tcnico. A tal cuestin hay so-lo una respuesta: el proceso tcnico se produce por su propia voluntad. Tal afir-macin es vlida en el mbito socio-pol-tico. Aclaraciones antropolgicas, psicol-gicas, fisiolgicas o similares de tal hecho, cuya legitimacin desde luego no puede ponerse en duda, no tienen inters en re-lacin con las reflexiones hechas aqu.

    (14) Philosophie und Technik, 1927.

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  • REALIZACIN TCNICA Y ORDEN POLTICO

    De esta manera se ve claro el sentido con que hay que plantear la pregunta por la relacin entre realizacin tcnica y or-den poltico (Estado). Cabe imaginar tres posibilidades:

    Primera: El Estado se identifica con la tcnica. Esta identificacin que natu-ralmente es ms que la utilizacin de me-dios tcnicos por el Estado se conside-ra absolutamente posible desde el punto de vista de la tcnica. La tcnica se en-cuentra con su afinidad hacia el poder y, como carece de toda finalidad fuera de si misma, se convierte fcilmente en instru-mentable. Segn sto, identificacin del Estado con la realizacin tcnica signi-ficara que el Estado se hace seor y pro-motor del proceso tcnico.

    Segunda: El Estado, como expresin y

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  • garante de un orden poltico concreto cu-yo origen nada tiene que ver con la tcni-ca, define el marco dentro del que, va a desarrollarse la realizacin tcnica, lo que no excluye el sometimiento del orden poltico a las exigencias tcnicas.

    Tercera: El Estado deja va libre al de-sarrollo tcnico, limitndose a aquellas funciones (como las relaciones exteriores, la proteccin del orden jurdico, la poli-ca, la educacin, la solucin de los con-flictos sociales, etc.) que la sociedad in-dustrial no quiere, no debe o no puede asumir, cumplindolas en consonancia con las necesidades o conveniencias crea-das por la realizacin tcnica. El Estado pasa entonces a ser una funcin comple-mentaria de la sociedad industrial.

    La identificacin del Estado c o n la tcnica es posible de dos maneras: o bien mediante el traspaso de los asuntos del Estado (o cuando menos de su direccin) a los tcnicos^ o bien mediante la inordi-nacin del proceso tcnico en los fines del Estado, como medio de autorrealizacin de ste.

    La primera forma de identificacin se encuentra descrita h a s t a el detalle en

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    Saint Simn. Su carcter utpico salta a la vista. Saint Simn no solamente desco-noca el elemento de poder subyacente a la tcnica, sino que tambin careca de la ms mnima nocin de esa rigurosa premi-sa que es la libertad humana. La liber-tad, siempre relativa, slo se puede con-cretizar en el interior de una ordenacin firmemente establecida y slo all encuen-tra posible salvaguardia. Dentro de un proceso dinmico, tal como Saint Simn entenda la expansin industrial, la liber-tad se convierte por fuerza en un mero ac-cidente de la fortuna.

    Por ello, la identificacin del Estado con la tcnica significara, en cualquiera de las maneras, necesariamente la nega-cin de la libertad individual. Las socie-dades comunistas han realizado, conse-cuentemente y al punto, esta identifica-cin. Con, ello se han apropiado de la tc-nica como elemento de poder, fortalecien-do as su propia capacidad de poder. Pe-ro no slo sto. La historia del bolchevis-mo ofrece un expresivo ejemplo de la sig-nificacin que puede alcanzar la tcnica para la consolidacin de un sistema po-ltico, el bolchevismo en este caso. En su

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  • discurso del 7 de enero de 1933 ante el Comit Central del Partido Comunista de a^ Unin Sovitica sobre los resultados

    del primer plan quinquenal citaba Sta-'in (1) las siguientes frases de Lenin: Y Mientras que vivamos en un pas de pe-queos campesinos, existe en Rusia umi base ms firme para el capitalismo que r>ara el socialismo. Esto no hay que olvi-darlo. Todo aquel que observe la vida en "\ campo y la haya comparado con la vi-da de la ciudad sabe que no hemos arran-cado las races del capitalismo y que no hemos privado al enemigo interno de su base, de su fundamento. Este enemigo lo-gra sostenerse gracias a la pequea ex-plotacin y para arrebatarle su base slo hay un medio: situar la economa de la nacin, y tambin la agricultura, sobre los principios de la moderna produccin en-masa... Slo entonces, cuando el pas es-t electrificado, cuando la industria, loc transportes y la agricultura hayan alcan-zado modernos niveles tcnicos gran-in-dustriales, slo entonces habremos triup

    (1) STALIN, Cuestiones del leninismo, Berln-Es-te, 951, pgs. 439 y ss. El libro contiene, ademn de esta cita, gran cantidad de material oportuno.

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    fado definitivamente. Este es un ejemplo que habla por s mismo sobre la instru-mentalidad de la moderna tcnica.

    De la identificacin con la tcnica ha surgido un nuevo tipo de Estado que, de una parte, ha obtenido nuevas fuerzas en su fusin con la tcnica, ausentes en el Estado de viejo cuo, pero que, de otra parte, se halla tambin expuesto a peli-gros que no acechan a ste.

    Los Estados Unidos se han identificado con la tcnica en dos campos: en el de la energa nuclear y en el de los vuelos es-paciales. El desarrollo de los armamentos nucleares, promovido por el mismo Esta-do, puede quedar al margen de nuestra consideracin, en cuanto que est forza-do por la guerra. De todas maneras, es notorio y, para nuestro conocimiento de las esencias de la tcnica, ilustrativo, el hecho de que sea a un clculo militar a] que le tengamos que agradecer el apro-vechamiento de la energa nuclear, cuyo alcance no podemos an valorar en su justa medida.

    En la aventura espacial la premura de una investigacin de grandes dimensiones ha superado un umbral ms all del que

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  • las potencialidades financieras, de perso-nal y de todo tipo de, incluso, las gran-des empresas privadas no han crecido lo suficiente como para responder a las exi-gencias planteadas por la tcnica, espe-cialmente cuando un adecuado beneficio econmico, si acaso existe, no se dar, con certeza absoluta, en un futuro previsible. Un pensamiento poltico y econmico de cuo liberal obtendra de ello la conclu-sin de que no habra que acometer la ejecucin de semejantes grandes proyec-tos. La insuperable fuerza de la tcnica se muestra precisamente en que, al margen de todo lo anterior, fuerza a su realizacin. Aqu se presenta difanamen-te la afinidad de la tcnica hacia el poder. Los Estados no podran, o no iran a re-nunciar a toda la potencialidad de poder que se encierra en un proyecto tcnico de tan grandes dimensiones. En este sentido, los xitos obtenidos por la investigacin espacial contribuyen de manera esencial al significado mundial de los Estados Unidos, que tampoco escapan, sin embar-go, a las consecuencias que resultan ine-vitablemente de la identificacin con la tcnica. Mediante reglamentaciones q u e

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    descansan en el consenso de los afectados las libertades de las personas que traba-jan en los terrenos de la energa nuclear y de la navegacin espacial se han visto drsticamente recortadas.

    An no se puede apreciar si se trata de casos singulares de una imposicin de ia identificacin con la tcnica, si son casos que se limitan a los Estados con influen-cia mundial o si incluso en Estados pe-queos la tendencia conducir a solucio-nes correspondientes, pero todo parece indicar que la gran investigacin, desa-rrollada en tan enormes proporciones, quedar reservada a unas pocas grandes potencias y que sus resultados fortalece-rn, cuando no cimentarn por completo, la actual estructura mundial del poder.

    Si es cierto, como arriba indicamos, que la tcnica no puede ser entendida desde la perspectiva de la liberacin de las ne-cesidades realmente existentes y que el proceso tcnico slo se desenvuelve en virtud de s mismo, sin atender a ningn otro orden de razones, entonces ha de ser la tcnica por fuerza indiferente ante lo humano. Pues slo en la medida en que la tcnica libera de necesidades presentes,

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  • lo que naturalmente tambin puede ocu-rrir, se pone en relacin con las necesida-des del hombre. Pero en cuanto que la tcnica despierte ella misma necesidades y para ello dispone del enorme aparato de la publicidad ejerce un poder que in-fluye en la adaptacin del hombre a su ambiente, transformado por la tcnica, y que en un futuro previsible a juzgar por los resultados de la investigacin genti-ca, transformar al hombre mismo. Nadie debera arriesgarse a afirmar que la fina-lidad inmanente del proceso tcnico se encuentra en situacin de armona pre-establecida con el bienestar tanto de los individuos como de los pueblos.

    Esta comprensin suscita la pregunta por una instancia que no abandone el pro-ceso tcnico a las condiciones inmanen-tes de su propio desenvolvimiento, sino que le establezca las fronteras que decre-tan las necesidades de una ordenada con-vivencia humana (2). En las actuales cir-cunstancias slo el Estado puede erigirse

    (2) Con esto se dice lo ms importante de la te-cera posibilidad de la relacin del Estado con la tcnica, de manera que sobran otras considera-ciones.

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    en dicha instancia. Con ello aparece aque-lla responsabilidad de la que se trat, an-teriormente, en el captulo^ dedicado a Estado y sociedad. All se evit la certi-ficacin de fallecimiento del Estado, no menos que todo aquello que tambin pu-diera dar pie a previsiones demasiado op-timistas.

    De la satisfaccin de esta tarea depen-dern las oportunidades de supervivencia en la estructura resultante. Esta es la si tuacin que los polticos an no han en-tendido, y que se encuentra ms all de una Ciencia del Derecho del Estado (Staatsrechtswissenschaft) encogida en Ciencia del Estado de Derecho (Rechts-staatswissenschaft) que desarrolla su contenido en estructuras normativas.

    Las dificultades a que se ve expuesta la Repblica Federal en su lucha por el do-minio de esta tarea, suponiendo que la ha aceptado, son de hecho extraordina-rias. La tcnica, como ya se ha resaltado, es un fenmeno de poder. Quien se acer-que a ella intentando ponerle lmites ne-cesita del mismo, cuando no de superior, poder. Dicho de otra manera: se necesita de un Estado que no se agote en ser un

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  • perfecto Estado de Derecho. Tal Estado no tendra que dejar de ser Estado de De-recho, sino que debera entender su con-dicin de tal como el ropaje en que se viste la estatalidad como un poder real, presente y soberano. Que la Repblica Fe-deral no representa un poder real, sobera-no, no ofrece ninguna duda. Que an se pueda regenerar como Estado es algo que resultar decisivo a largo plazo para su propia supervivencia.

    La tcnica, que atrae hacia s a la inte-ligencia superior y la emplea para sus fi-nes, tiene unos efectos transformadores de las mentalidades. Cuando mayor es la intensidad con que se desenvuelve el pro-ceso tcnico, y esta intensidad crece ma-nifiestamente por momentos, tanto ms fuerte es la demolicin de contenidos y tradiciones espirituales. Una mirada al mundo de la educacin o a la situacin in-terna y externa de las Iglesias ensea has-ta qu punto ha avanzado esta demoli-cin. Este desarrollo agita los fundamen-tos del Estado. Pues el orden poltico, que se representa en el Estado, tiene necesi-dad del fundamento espiritual y de su confirmacin por el comn de los ciuda-

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    danos. La inseguridad del Estado es pa-tente.

    Distinto es el caso de la sociedad indus-trial. No necesita sta los fundamentos espirituales inexcusables para el Estado. Funciona bajo la premisa de que se res-peten determinadas reglas que surgen del convencimiento de que cada grupo y ca-da individuo estn encadenados a la prosperidad del todo; no exige virtudes en el viejo sentido, sino sus modernos de-rivados, como lealtad, solidaridad y adap-tacin. Si se dan estos presupuestos, co-mo es (todava) el caso de la Repblica Federal, la sociedad industrial resulta en-tonces extremadamente estable. El Esta-do participa tambin en cierta medida de esta estabilidad. La moderna prctica es-tatal ha elaborado formas que sirven pa-ra hacer til la estabilidad social a los fines del Estado.

    La realizacin tcnica ha creado situa-ciones sociales y ha desatado procesos que ya no se pueden captar con las im-genes y los conceptos de la realizacin so-cial. Los penetrantes intentos de actuali-zar el marxismo cuya adecuacin a su momento histrico no se puede discutii

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  • (sin que esto implique profesin de fe alguna) mediante su enriquecimiento por el pensamiento de Sigmund Freud, o en cualquier otra manera, quedan ms all del umbral que el desarrollo hace tiempo ya que ha superado y son, por consiguien-te, escaramuzas en la retaguardia. Nada se parece menos a la sociedad capitalista, tal y como Marx la describi poco antes de la gran transformacin, que la socie-dad industrial del Occidente al comenzar el ltimo terci del siglo xx (3).

    Valga una indicacin para justificar la insuficiente adecuacin del instrumenta-do lgico del marxismo. El concepto de propiedad, que tiene una significacin pri-mordial en la argumentacin de K a r 1 Marx, hace tiempo que ha dejado de ser aquel derecho absoluto, como Marx de acuerdo con el pensamiento jurdico de su poca lo comprendi. La posibilidad, implcita en la propiedad, de actuar a dis-crecin con la cosa pertenece, en la medi-da que se trata de medios de produccin, hace tiempo a la historia. Para las condi-ciones de la produccin industrial (y ms

    (3) RAYMOND ARON, Fortschritt ohne Ende, 1970, pgina 31.

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    an para las sociedades de capital, aqu dominantes) el concepto de propiedad no tiene ms significacin que la de una, por lo dems necesaria, ordenacin tcnico-jurdica. La produccin industrial, junto con las condiciones del mercado, est su-jeta cada vez ms a amplia regulacin es-tatal. La realizacin tcnica se encuentra en plena marcha y en estado de progresi-va aceleracin. Previsiones de futuro de-jan entrever progresos tcnicos, cuyos efectos sobre la vida individual se esca-pan a cualquier apreciacin (4). La fase actual del desarrollo muestra todas las caractersticas de la transicin En estas circunstancias no puede haber frmulas y conceptos espirituales para una nueva y mejor ordenacin poltica y social que no sean utpicas. Intentos de ofrecerlos no pasan de la negatividad de la mera protesta. Richard Lowenthal (5) ha mos-trado viva y convincentemente el camino de la izquierda hacia la utopa. Este cami-no se caracteriza por el desprendimiento

    (4) Cfr. a ese respecto ARNOLD BUCHHOLZ, Die grosse Transformation, 1968, pg. 56 y ss.

    (5) Der Monat, nm. 251 (Agosto de 1969), p-gina 71 y ss.

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  • de las precondiciones econmicas y so-ciales, sin las que segn Marx no son realizables ni el socialismo ni la sociedad sin clases. La prdida de esta referencia a la realidad tena que hacer, como lo des-cribe Lwenthal, acabar a la izquierda ra-dical moderna en un utpismo absurdo. Esto es absolutamente cierto. Ahora bien, habra que aadir que esta prdida de la realidad es obligada. Puesto que desde la perspectiva de las concepciones marxis-tas, o de otras apresadas en la realizacin social, ya no es posible la intervencin en la realidad poltico-social actual, impreg-nada decisivamente por la realizacin tcnica, toda actividad poltico-espiritual se encuentra en una precaria situacin: mientras el proceso de demolicin de los contenidos espirituales tradicionales a travs de la realizacin tcnica diluye ms y ms los lazos con el pasado, conti-na prohibida la pulsacin del futuro. As se acaba en utopistas. A partir de aqu se puede entender la preocupacin, muy ex-tendida y puesta de moda, de deparar a la utopa un alojamiento cientfico. Pero basta con percatarse de esta situacin pa-ra saber qu hay que pensar de todo ello.

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    En un mundo tan cientificado nada le resulta m s difcil evidentemente a la tcnica que reconocer las fronteras ms all de las cuales debera enmudecer.

    Este es, esbozado en grandes lneas, el ambiente espiritual de la Repblica Fe-deral en cuanto Estado. No es precisa-mente como para despertar optimistas ex-pectativas ante el futuro. De todos modos, al enjuiciar las posibilidades de supervi-vencia del Estado (entendido, en este con-texto, en su forma habitual) no se debe pasar por alto la muy importante fun-cin que ahora y siempre le corresponde al Estado en la esfera pblica. Las re-laciones exteriores, la proteccin del or-den jurdico, las funciones de administra-cin interna anteriomente calificadas de polica, y la administracin de la educa-cin siguen siendo tan indispensables pa-ra la esfera pblica como antao. Co-mo ms tarde desde Max Weber, conoce-mos la importancia de una administra-cin burocrtica actuando normativamen-te, en cuanto vinculada a la legalidad y como necesario complemento de econo-ma y sociedad. La sociedad industrial se-ra incapaz de sobrevivir sin una transfor-

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  • macin social as realizada. La necesidad de regulaciones legal-normativas por par-te de la sociedad es enorme y su continua satisfaccin la cruz permanente del mo-derno procedimiento legislativo.

    No hay as ausencia de una actuacin del Estado para dar vida, y aun imponer, a una voluntad propia, dando por supues-to que tiene una voluntad, encaminada hacia la libertad y el bien comn. El Es-tado est situado bajo la presin combi-nada de la realizacin tcnica y de la so-cial. Objetivo de las siguientes reflexio-nes y anlisis es exponer las transforma-ciones que han experimentado las cons-tituciones democrtico-parlamentarias del Estado de Derecho y cmo ello repercute en la particularidad del Estado de la so-ciedad industrial.

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    LA AUTORREPRESENTACON DEL ESTADO Y SU FINAL

    Tendencia a la educacin, forta-lecimiento de la bsqueda del propio inters, y esto en un Estado que no descansa sobre el inters, sino sobre la obediencia.

    De una carta del Conde de Yorck a Dilthey, de 22 de octubre de 1890.

    El Estado, segn una famosa expresin de Max Weber, vive de la oportunidad de encontrar acatamiento para sus ordenan-zas. Dicho de otra manera: est abocado a la obediencia de los ciudadanos. Los motivos que induzcan al ciudadano a prestar esa obediencia pueden ser de muy diferente naturaleza. Las dictaduras fuer-zan a la obediencia en cuanto que la si-tan bajo la sancin de drsticas penali-zaciones. Cuanto ms liberal es un Esta-

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  • do, ms se ve en la necesidad de obte-nerla del asentimiento condescendiente y cvico de cada individuo. El rendimiento de obediencia se convierte as en un acon-tecimiento tico. La pretensin de obe-diencia por parte del Estado es tambin, pues, una pretensin tica. Para poder elevar una semejante pretensin se pre-cisa de una autorrepresentacin espiri-tual y tica del Estado.

    Se podra pensar que estos son argu-mentos concluyentes. Sin embargo, en el caso de la historia poltica alemana las circunstancias son especiales. A los ale-manes les ha sido ms difcil que a otros pueblos, por ejemplo que a los franceses, imaginar la unin entre Estado, Espritu y Moralidad (Sittlichkeit). Cuando el Espritu, liberado en el Renacimiento y la Ilustracin, emprendi su camino victo-rioso, Francia ya era un Estado fundido en lo ms brillante de su poder, al que le estaban entraablemente unidos el Es-pritu y las Artes. Moliere, Corneille y Ra-cine, los clsicos franceses, eran poetas de la Corte. La Academia Francesa, fun-dada por Mazarino en 1644, reuna a la lite de la vida intelectual francesa. Esta

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    unin de Estado y Espritu no slo ha afectado al Estado, sino que .tambin ha dejado su propio cuo en la vida espiri-tual de Francia.

    En Alemania todo era muy distinto. Cuando en la segunda mitad del si-glo xvin, impulsada principalmente por las capas burguesas, tom auge la vida espiritual, Alemania se encontraba polti-camente quebrada en un sin fin de peque-os dominios. La vida espiritual incipien-te no poda encontrar as ningn apoyo en el Estado, de manera que las ansias, esperanzas y expectativas polticas all en-cerradas corrieron hacia el vaco.

    Oh, alemanes! Formar una nacin, co-mo esperis, es vano. / Realizaros, en su lugar, como Hombres, que est a vuestro alcance, se dice en los Epigramas mo-derados, y Schiller hizo terminar su poe-ma La llegada del nuevo siglo con los versos: Desde el impulso de la vida / hu-ye a los mbitos tranquilos del corazn. / Libertad slo existe en el reino del ensue-o, / y lo bello slo florece en su cntico.

    Estado y Espritu no se encontraron as, como no poda ser de otra manera, en el momento del florecimiento de la vi-

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  • da espiritual alemana. Los dinmicos su-cesos de la poca de Napolen no modifi-caron el panorama en absoluto, y la mis-ma cuestin constitucional, en la primera mitad del siglo xrx, ha contribuido lo su-yo a hacer ms difcil un acercamiento mayor entre Estado y Espritu.

    Apoltica (cuando no antipoltica) en sus comienzos, la vida intelectual alema-na ha tomado un sesgo apoltico en vir-tud de la misma ley con que haba co-menzado. Las estriles anttesis de Esta-do y Espritu, Derecho y Moralidad, a las que con tanta pasin se haba entregado, constituyen un buen ejemplo en este sen-tido. Son tpicos temas de oposicin, sur-gidos al calor de la oposicin en que la burguesa alemana de la primera mitad del siglo xix tuvo que consumir sus mejo-res fuerzas espirituales. El esteticismo se convirti en la segunda mitad del siglo en el terreno abonado de donde surgira el sentimiento antiestatal. Se formaron as tradiciones que continan hasta la actua-lidad. Por eso resulta ms fcil en Alema-nia que en cualquier otro pas despertar una apariencia de talento de escritor a travs de una actividad antiestatal.

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    Este hallazgo, solo descrito en sus l-neas generales, muestra un problema fundamental al que se encuentra enfren-tada la realizacin en suelo alemn de la democracia liberal. Los sucesos despus del ao 1918 dejaron pronto entrever que el sentimiento antiestatal no distingue en-tre monarqua y democracia parlamenta-ria. La reconciliacin no lleg, y la Rep-blica de Weimar, dependiente de su auto-representacin espiritual y moral, se en-contr aislada del Espritu en mayor o menor medida. El intento de los herma-nos Mann y de otros, de salvar la Rep-blica mediante una llamada al Espritu en los ltimos aos de vigencia de la Cons-titucin del Reich de Weimar, fue un fracaso.

    A esta experiencia sigui la dominacin nacional-socialista, que sobrecarg al m-ximo la frgil relacin entre Estado y Es-pritu con unos resultados que alcanzan a nuestros das. Ciertamente las cosas se presentan de manera muy distinta a un enjuiciamiento diferenciado de lo q u e aparecen ante los ojos de una considera-cin global, frecuentemente enturbiada por las emociones. Pues la idea del Esta-

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  • do total es muy sinuosa, cuando no fal-sa (1). El Estado, ciertamente, ha delimi-tado sus derechos soberanos con mayor o menor amplitud segn las circunstan-cias y los pareceres de aquellos que le regan. Pero el totalitarismo, que es un principio (decidir soberanamente sobre todo aquello que sucede dentro de las fronteras del Estado y confiarlo a una dominacin absoluta), no ha sido cosa del Estado, ni siquiera en la poca del abso-lutismo. Un principio semejante es incon-ciliable con la esencia del Estado como garante de la Ley y el Orden. Total slo puede serlo un partido que se haya en-sanchado en movimiento popular. Al Es-tado total slo se llega cuando un movi-miento total semejante ha conseguido apoderarse del Estado e instrumentali-zarle para sus fines. El Estado total es una corrupcin del Estado que reposa so-bre su abuso.

    La voluntad de evitar el surgimiento de un nuevo totalitarismo est firmemente asentada en la conciencia del pueblo ale-mn, comprensiblemente. Pero la resque-

    (1) Esto tambin es vlido, particularmente, pa-ra mi escrito Der totale Staat, 1933.

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    brajada relacin con la estatalidad se orea en nebulosas ideas sobre el peligro del to-talitarismo. No se ha apercibido que el pe-ligro del totalitarismo no puede estar en el Estado, sino exclusivamente en el pue-blo. As se ve al Estado en los devocio-narios particulares de la pequea burgue-sa intelectual adherido continuamente a la sospecha del totalitarismo, mientras que los arranques polticos en el interior del pueblo son descritos, mientras no se orienten a la derecha, en los rosados co-lores de una democracia llena de v i d a . Profundo desvaro!

    Hay que recordar todo esto cuando se trae a colacin la pregunta por la auto-rrepresentacin espiritual y moral de la Repblica Federal. Para el jurista parece lgico remitir a la Ley Fundamental, que de hecho marca la impronta del Es-tado mejor que lo hacan anteriores Cons-tituciones. Comienza por una profesin por los inalienables derechos humanos (artculo 1.) y la ley moral (artculo 2.), sean lo que sean al tenor de la publicsti-ca de la actualidad. El orden democrti-co-liberal es considerado como el ncleo irreversible de la Constitucin (arts. 18,

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  • 21 y 79). Ms adelante prestaremos nues-tra atencin a lo problemtico que se han vuelto los conceptos aqu empleados, de lo que resulta que la Repblica Fede-ral no se encuentra en condiciones de de-finirse a travs de estos conceptos de una manera concreta y precisa.

    Ahora bien, un Estado es siempre algo ms, por no decir algo distinto, que las declaraciones normativas y concep-tuales contenidas en su Constitucin. Por eso, en la situacin de embarazo que he-mos descrito no se debera excluir una conciencia de Estado espiritualmente ins-pirada. Que una tal conciencia se encuen-tra en proceso de rpida desintegracin y que hoy en da, y en el mejor de los ca-sos, slo se podran apreciar sus restos, es algo que salta a la vista.

    Era difcil esperar que la unin de Espritu y Estado, fracasada en la Rep-blica de Weimar, se realizara bajo la Ley Fundamental. Sin embargo, sigue siendo notable que los representantes de la Re-pblica Federal, con la mirada clavada en el milagro econmico, ni siquiera lo ha-yan intentado.

    La autorrepresentacin espiritual y mo-

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    ral del Estado no es una cuestin de la simple transmisin de un .conocimiento a los ciudadanos. Por eso, no se la puede proporcionar en las clases de formacin social de los centros pblicos de ensean-za, aun prescindiendo del hecho de que se puede poner en duda que esa instruc-cin sea adecuada a la extrema compleji-dad del Estado moderno y que pueda pro-porcionar, en consonancia, conocimientos reales de ste. La autorrepresentacin es-piritual y moral del Estado requiere un oponente, un destinatario que sea sensi-ble a la pretensin all elevada. Esta sen-sibilidad no es innata. Despertarla y afian-zarla en los jvenes ciudadanos fue siem-pre una tarea del sistema escolar y edu-cativo del Estado.

    No es sorprendente que este sistema educativo se pudiera convertir en pocos aos en un campo de ruinas. En este m-bito ni el Estado ni los Lnder, aqu competentes, han sido capaces de ofrecer algo espiritual. En su libro Einsamkeit und Freiheit Helmut Schelsky llama la atencin sobre la circunstancia de que en los aos 1918-1933 se hicieron veinticinco propuestas de reforma universitaria, to-

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  • das ellas procedentes de los Ministerios de Cultura de los Lnder, mientras que los aos 1945-1960 arrojan la misma ci-fra de proposiciones, pero ninguna de un Ministerio de Cultura. Slo las recomen-daciones del Wissenschafsrat (a partir de 1960), expresamente aceptadas y prac-ticadas por los Ministerios de Cultura, dieron un cierto perfil a la poltica uni-versitaria de los Lnder hasta que fue superada por los acontecimientos. En el mbito de la enseanza primaria y media, y en los restantes centros de formacin, la situacin no es distinta.

    Estos hechos muestran que la autorre-presentacin espiritual y moral del Esta-do es cosa del pasado. Ni la Federacin ni los Lnder estn en condiciones de producirla, y, adems, la sensibilidad ha-cia ella se ha apagado en amplias capas de la poblacin, en los jvenes especial-mente. La situacin es la misma en la ma-yora de los pases de Europa Occidental, a diferencia de los del Este de Europa, donde los Estados, en unin con el mar-xismo-leninismo, han conservado un per-fil espiritual.

    A pesar de ello, la Repblica Federal

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    representa un estable sistema estatal. Es-to demuestra que el Estado .de la moder-na sociedad industrial no tiene necesidad de la autorrepresentacin espiritual y que en consecuencia, tampoco la obediencia que se le presta debe ser entendida como un acto de satisfaccin de un deber espi-ritual y moral. La indetenible destruccin de tradiciones espirituales que ha produ-cido la mentalidad de la sociedad indus-trial, ha eliminado tales representaciones de la realidad. La estabilidad del Estado de la sociedad industrial es de naturaleza diferente.

    La mentalidad que gobierna la socie-dad industrial es un complejo fenmeno cuya descripcin no es posible ni necesa-ria en este momento. Basta, ms bien, con destacar el sesgo que define la efectividad de esta mentalidad en el Estado y en la sociedad. Es la racionalidad orientada ha-cia el propio inters. Esta mentalidad es-t en consonancia con su entorno. La so-ciedad industrial es un producto minucio-samente penetrado de racionalidad. La di-ficultad de comprenderlo no estriba en la insuficiente racionalidad, sino en la com-plejidad de su entramado interno y en la

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  • ingente suma de sus interdependencias. Sin embargo, basta la capacidad de jui-cio de un individuo que mediante su pro-fesin ocupa un lugar en la sociedad pa-ra saberse unido vitalmente a la integri-dad del todo social y que esta integridad no es pensable sin un Estado en funciona-miento. Aqu entran en juego tambin los efectos disciplinantes del moderno traba-jo industrial, que condujeron a Ernst Jnger en su libro Der Arbeiter (1923) a comprender al trabajador como la for-ma del siglo xx.

    El Estado no solamente se aprovecha de esta circunstancia, sino que vive de ella. Su estabilidad la recibe de la socie-dad industrial. Decir esto no supone nin-gn desprecio. La estabilidad de la socie-dad industrial apenas si se puede sobre-valorar. Naturalmente, tambin tiene sus peligros. Este destino lo comparte con to-dos los sistemas polticos de la historia. Sin embargo, los riesgos de la sociedad industrial son, primariamente, riesgos es-tatales. Con ello adquiere nuevas dimen-siones la propensin del E s t a d o a la crisis.

    El Estado de la moderna sociedad in-

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    dustrial ya no es el Estado en su sentido tradicional. Indudablemente, las exigen-cias que tiene que satisfacer en los cam-pos, pongamos por caso, de la poltica coyuntural y monetaria y de la redistri-bucin social superan con mucho en co-nocimientos tcnicos y nivel intelectual a lo que anteriores Estados eran capaces de asegurar. De esto hay ejemplos innumera-bles. Por otra parte, las posibilidades de su efectividad se presentan de manera distinta y ms estrecha.

    Estas posibilidades fueron aludidas en nuestro vistazo hacia la poltica cultural y educativa. El Estado de la sociedad in-dustrial no es capaz de un impulso espi-ritual porque ni siquiera se comprende a s mismo ni se puede comprender co-mo un cuerpo de cua espiritual. El que su poltica de educacin no sea ms que una poltica de formacin a la medida de las necesidades de la sociedad industrial es algo absolutamente consecuente, s i n que esto suponga una valoracin de estas necesidades. Cierto es que las exigencias de esta formacin superan con mucho a las que podan satisfacer los antiguos cen-

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  • tros de enseanza, confiados a la tradicio-nal administracin cultural.

    La frontera absoluta del Estado de la sociedad industrial est caracterizada por la situacin-lmite, es decir, por aquella situacin en que se debate el ser o no ser del Estado, su supervivencia. La regula-cin del estado de necesidad en la Ley Fundamental no es, en este sentido, una regulacin de la situacin-lmite, sino de alteraciones de la normalidad que se su-pone que pueden ser dominadas por va normativa. Las fronteras del Estado se encuentran abiertamente en la esfera mi-litar. Desde que la Repblica Federal po-see una fuerza militar la confusin no tie-ne lmite.

    Se decidi as por la frmula del ciu-dadano en uniforme. Se pensaba con ello tender un puente hacia la moderna socie-dad industrial, y en este sentido se ha de-jado notar su efectividad. Ha abierto puertas a travs de las que ha penetra-do la mentalidad de la sociedad industrial y ha tomado posesin del Ejrcito (2). De

    (2) Pruebas sugestivas de lo indicado se encuen-tra en el trabajo de Karst, Das Verhaltnis des

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    esta manera han surgido problemas que no han recibido, hasta la fecha, solucin. Las instrucciones sobre Mando interior, deseadas por el Bundestag y en las que se viene trabajando desde hace tiempo, aun no se han podido determinar. Cerrar el abismo entre situacin-lmite y ser-ciuda-dano equivale en la prctica a la cuadra-tura del crculo.

    No es la intencin de esta exposicin penetrar en esta problemtica ni, en ab-soluto, rastrear sus resultados prcticos. Aqu se trata tan slo de mostrar los l-mites especficos de la capacidad del Es-tado de la sociedad industrial. Por ello, no es este el lugar indicado para seguir las profundas consecuencias que se dedu-cen de las anteriores reflexiones para la estructura del Estado. Por citar slo una de ellas: para el juramento poltico, el juramento del funcionario y del militar, ha surgido una nueva situacin. El jura-mento es un comportamiento religioso, moral cuando menos, para ambas partes, para el que presta el juramento y para el

    Soldaten zur Bundeswehr, en: Die Stellung des Soldaten in Staat und Gesellschaft. Ein Cappen-berger Gesprach, 1970, pg. 35 y ss.

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  • que lo toma. Le pregunta que parece na-tural plantearse a este respecto es la de si el juramento poltico es hoy algo ms que un ritual convencional.

    El Estado sin situacin-lmite?, o sea: el tantas vec