EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS ALOIS-STÖGER
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EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS
ALOIS-STÖGER
LUCAS
INTRODUCCIÓN
1. San Lucas dejó a la humanidad dos libros: el Evangelio y los Hechos de los apóstoles.
En la introducción del segundo se dice: «Escribí mi primer relato, oh Teófilo, acerca de todo
lo que Jesús hizo y enseñó hasta el día en que fue arrebatado a lo alto, después de dar
instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que se había elegido» (Hch 1,1s).
Designa el Evangelio y los Hechos con el término logos. Lo que liga a ambos libros es la
palabra de Dios. Es también lo que enlaza las dos épocas de que tratan los dos escritos: el
tiempo de Jesús y el tiempo subsiguiente de la Iglesia. La obra histórica de Lucas quiere
presentar la palabra de Dios que fue proferida por medio de Jesús y que sigue actuando en
la predicación misionera cristiana. Esta idea está formulada en cierto modo en las siguientes
palabras de los Hechos: «Nosotros, pues, os anunciamos que la promesa hecha a los
padres, Dios la ha cumplido en favor de los hijos, que somos nosotros, suscitando a
Jesús...» (Hch 1 3,32s).
El Evangelio es punto de partida y base para el acontecer que se desarrolla en los
Hechos de los apóstoles. En efecto, la palabra que envió Dios es la acción salvadora de
Jesucristo en Judea (Hch 10,36s). La historia de Jesucristo es, por tanto, la palabra de Dios.
El hecho de Cristo es una palabra que habla en la predicación apostólica. Lucas presentó
en los Hechos de los apóstoles el acontecimiento de Cristo como cumplimiento de
la palabra profética que había sido dirigida a los padres, y como punto de partida de la
predicación misionera. En Jesucristo está ya delineado todo lo que los Hechos refieren
sobre la palabra de Dios. El evangelista diseñó una imagen de Cristo que presenta a Jesús
como la palabra de Dios. La clave para la inteligencia del Evangelio nos la ofrecen los
Hechos de los apóstoles.
Se describe a Jesús como profeta «poderoso en obras y en palabras». Es más que
profeta; es el profeta de los últimos tiempos, el Santo de Dios, el Hijo de Dios. Su palabra
es, por tanto, revelación final, palabra decisiva, definitiva. La fuerza de lo alto, el Espíritu
Santo, es el que sugiere en los últimos tiempos el lenguaje de salvación que abre las bocas
y los corazones de todos (Hch 1,8; 2,4). Con este Espíritu fue ungido Cristo desde el
principio, este Espíritu recibieron los apóstoles de Cristo elevado a la diestra del Padre.
Gracias a él actúan los testigos con gran fuerza y refuerzan la palabra mediante signos y
prodigios que el Señor hace que se produzcan por su mano (Hch 4,33s; 14,8s), así como
anteriormente Jesús, ungido por el Espíritu, había tenido poder sobre las enfermedades, los
demonios, la muerte y el pecado.
La palabra del Señor se propaga por toda la región (Hch 13,49). Crece (Hch 6,7), «crece
y se multiplica» (Hch 19,20) y se muestra poderosa. Los Hechos de los apóstoles no
quieren exponer otra cosa que el cumplimiento de la promesa del Resucitado: «Recibiréis la
fuerza del Espíritu Santo que sobre vosotros vendrá; y seréis testigos míos en Jerusalén,
en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8). El evangelio presenta
ya el comienzo de esta expansión, de esta propagación de la palabra de Dios hasta los
confines de la tierra. La palabra de Dios vino del cielo a una ciudad de Galilea, a Nazaret,
allí comenzó a actuar después del bautismo y llenó toda la región de Palestina. San Lucas
no se cansa de repetir cómo la palabra de Dios tiende a propagarse por todas partes. La
voz de Jesús pasó de Palestina a las regiones limítrofes de los gentiles; las muchedumbres
acuden a Jesús de todas partes.
J/CAMINANTE: Lucas presentó a Jesús como caminante. Es un caminante en la historia
de la infancia, en su actividad en Galilea, en su gran «viaje», incluso como resucitado
(24,13ss). Jesús camina de Galilea a Jerusalén, donde es elevado al cielo, para enviar la
virtud del Espíritu Santo, que arma a los apóstoles como a testigos itinerantes.
La palabra anunciada por Dios por medio de Jesucristo, es la palabra de los apóstoles.
Los servidores de Dios hablan palabra de Dios (Hch 4, 29). Atestiguan lo que han visto y
oído (Hch 1,2.22). El Evangelio habla de estos testigos, refiere cómo fueron ganados y
elegidos en Galilea y cómo acompañaron a Jesús hasta que fue elevado al cielo. Las
secciones en que se habla de la actividad en Galilea se cierran cada vez con otros tantos
llamamientos de discípulos (5,1ss; 5,27ss) y con actividades de los mismos (8,1ss; 9,1ss;
9,49ss). Todos los que han recibido la palabra de Dios se convierten a su vez en apóstoles
y heraldos de la palabra. Así, al extenderse la palabra de Dios se multiplica también el
número de los discípulos.
Según los Hechos de los apóstoles, la palabra de Dios es palabra de salvación (Hch
13,26) y de vida (Hch 14,3; 20,32). Así es también palabra de «conversión a Dios y de fe en
nuestro Señor Jesucristo» (Hch 20, 21) y de perdón de los pecados (Hch 3, 19; 13,38;
26,18). La palabra es llamamiento de Dios, bajo la forma del hecho de Jesús; a este
llamamiento se debe responder con fe y conversión. Este llamamiento debe oírlo, percibirlo,
creerlo (Hch 4,4) cada uno en particular. Si lo hace, experimentará salvación, consolación,
paz. La prehistoria y la cimentación de esta acción de la palabra en la predicación misionera
de los Hechos de los apóstoles la ofrece el Evangelio, que nos habla del poder y fuerza
salvífica de la palabra de Jesús.
2. Los cristianos de la primera generación estaban convencidos de que a la resurrección
de Jesús no tardaría en seguir su segunda venida y la resurrección general de los muertos
(Rom 13,11; lTes 4,15).
Esta esperanza de la próxima venida de Cristo no se realizó. Cuando escribía Lucas su
Evangelio y los Hechos de los Apóstoles había ya hecho estragos la persecución de los
cristianos por Nerón, los romanos habían tomado Jerusalén, el templo había sido destruido
por las llamas, pero la segunda venida de Cristo no había tenido lugar. Los Hechos de los
apóstoles dan que pensar: «No os corresponde a vosotros saber los tiempos o momentos
que el Padre ha fijado por su propia autoridad» (Hch 1,7). Entre la ascensión de Jesús y su
segunda venida se ha de intercalar un período de tiempo más largo de lo que se había
creído en un principio, un período que ha de tener sentido en el transcurso de la historia de
la salvación. Los cristianos no pueden sencillamente cruzarse de brazos y estarse mirando
al cielo: «Hombres de Galilea, ¿qué hacéis ahí parados mirando al cielo? Este mismo Jesús
que os ha sido arrebatado al cielo volverá de la misma manera que le habéis visto irse al
cielo» (Hch 1,11). Hay que cumplir un gran encargo de Jesús: «Recibiréis la fuerza del
Espíritu Santo que sobre vosotros vendrá, y seréis testigos míos en Jerusalén, en toda
Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra» (Hch 1,8). La historia de la salvación
desde el principio del mundo hasta la segunda venida de Cristo transcurre, según esta
concepción de Lucas, en tres épocas. La primera es el tiempo de la promesa, en el que
Dios preparó a su pueblo, mediante la ley y los profetas, para la salvación venidera (16,16).
Esta época terminó con Juan el Bautista. La segunda época es el tiempo de la realización,
la del cumplimiento, el «año de gracia del Señor» (4,19), el tiempo de Cristo, que se
extiende desde el comienzo de su vida en la tierra hasta el momento de su ascensión al
cielo. Puede llamarse también la mitad o punto medio de los tiempos. En este período de
tiempo se realizó, por lo menos incipientemente, en un pequeño espacio y por breve tiempo,
el comprendido entre los emperadores romanos Augusto y Tiberio, lo que se había predicho
en el tiempo de la promesa. Se cumplió con creces lo que Dios había realizado por medio
de los profetas. Los demonios son vencidos, la enfermedad y la muerte superadas, se
anuncia a los pobres la buena nueva, se perdonan los pecados, está presente el amor de
Dios. A este punto medio de los tiempos sigue un tiempo para el que Jesús envió fuerzas e
incluso el Espíritu Santo. En este tiempo se extiende la palabra de Dios hasta los confines
de la tierra. Es el tiempo de la Iglesia, que fue fundada ya en el segundo período, en la
mitad de los tiempos, y que ahora se va desarrollando.
Las tres épocas se hallan en relación mutua. La mitad de los tiempos es realización del
tiempo de la espera; por eso se prepara y se interpreta mediante la Sagrada Escritura
(24,44-47). Lucas cita raras veces la Sagrada Escritura, pero en los pasajes del Evangelio
que son exclusivos de él es con frecuencia su exposición un tejido en el que están
entrelazados numerosos hilos del Antiguo Testamento. Los acontecimientos del tiempo de
Jesús se explican a la luz del Antiguo Testamento. De la palabra de Dios reciben el sentido
que Dios mismo les había prefijado, se hace visible el plan de Dios que él realiza con la
historia de la salvación. Mientras que el tiempo de la espera mira hacia adelante a la mitad
de los tiempos, el tiempo de la Iglesia mira a la misma con una mirada retrospectiva. En este
tiempo medio está contenido todo aquello de que vive el tiempo de la Iglesia. El Espíritu
Santo, que es la fuerza de la Iglesia. era también la fuerza de Jesús, que con él fue ungido,
por él oró, enseñó, obró; movido por él, caminó a través del país. La vida de Jesús es para
la Iglesia el arquetipo de la vida. Sus sufrimientos son también los de los discípulos, sus
experiencias son también las experiencias de la Iglesia. El Evangelio da la clave de la
doctrina y de la vida de la Iglesia. Lucas escribe su Evangelio para que Teófilo pueda
procurarse certeza histórica acerca de aquello sobre lo que ha sido instruido (1,4). Lo que
Jesús vivió y enseñó, hay que realizarlo día tras día (9, 23).
3. Dios es el que actúa a través de todas las épocas de la historia. Lucas quiere narrar
las grandes gestas de Dios en la historia, siendo así historiador y narrador. Jesús tiene que
llevar a cabo el plan salvador de Dios. Lucas insiste más que los otros evangelistas en esta
necesidad. El Resucitado habla así a los discípulos: «¡Oh, torpes y tardos de corazón para
creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Cristo padeciera
esas cosas para entrar en su gloria?» (24,25s). Jesús obra con la autoridad de Dios. Su
obra es manifestación de Dios. Esto fluye del coloquio del Hijo con el Padre, que se lo ha
dado todo: poder y doctrina. De esta unión con Dios recibe Jesús sabiduría, decisión en la
elección de los discípulos, la gloria de la filiación divina en el bautismo, en la transfiguración
y en la resurrección.
Dios quiere mostrarse como el que actúa a través de todas las épocas de la historia de la
salvación. Ésta no viene de los hombres, sino de Dios. «En la tierra paz entre los hombres,
objeto del amor de Dios» (2,14). Lo que el hombre aporta, y debe aportar, es su pobreza.
El programa de la acción salvífica de Jesús está contenido en el pasaje de la Escritura que
se leyó en la sinagoga y del que dijo Jesús que se había cumplido cn aquella hora: «El
espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para anunciar el Evangelio a los pobres;
me envió a proclamar libertad a los cautivos y recuperación de la vista a los ciegos; a poner
en libertad a los oprimidos, a proclamar un año de gracia del Señor» (Is 61,1s; 58,6). De
aquí viene el que el evangelio de Lucas sea el evangelio de los pobres que viven en
pobreza social, de los pecadores, de los adeudados, de las mujeres que están humilladas y
no gozan de plena consideración social, de los que lloran. Jesús mismo forma parte de los
pobres. Viene de Nazaret, nace en un establo, no tiene dónde reclinar la cabeza... El
magnificat de la humilde esclava (1.46-55) es indicación del tiempo de la salud que
comienza con Jesús. Dios sale por los humildes, los desvalidos y los pobres. El que está
pagado de su propio poder cierra su corazón para con Dios, y Dios se cierra al que se le
cierra. A través de todas las épocas de la historia de la salvación exige Dios que sean
pequeños los que quieren recibir su salud.
El hombre se hace pequeño con la conversión. El tiempo de salvación es tiempo de
misericordia con todos. Ahora bien, el presupuesto para recibir la salvación es la
conversión: «No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se
conviertan» (5.32) «Para que se conviertan» es un añadido de Lucas. El hombre se hace
cargo de su situación mediante la palabra de Dios; ésta le informa sobre el juicio venidero y
le descubre que es pecador. La preparación para la venida de Jesús, es conversión,
arrepentimiento y paciencia.
Si Dios es el que obra en el tiempo de la salud, entonces le corresponde la alabanza.
Los relatos de los prodigios realizados por Jesús acaban repetidas veces con la alabanza
de Dios. Las alabanzas más extensas de Dios por sus obras salvíficas son el benedictus y
el magnificat. Pero también el pueblo que se entera del nacimiento de Jesús (2,20), al igual
que Isabel (1,41ss), alaba a Dios. A las obras de Jesús se responde con alabanzas de Dios
(4,15; 13,13; 18,43). Después de la resurrección del hijo de la viuda de Naím, estalla el
pueblo en un canto de alabanza que reza así: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros;
Dios ha visitado a su pueblo» (7,16; cf. 1,68). Jesús juzga conveniente que los sanados
alaben a Dios (17,15.18). Las obras salvíficas de Dios por medio de Jesús apuntan al
reconocimiento de Jesús y en definitiva a la alabanza de Dios. «Cuando el centurión vio lo
sucedido, glorificaba a Dios, diciendo: "Realmente, este hombre era un justo"» (23,47).
También los Hechos de los apóstoles ponen de relieve la asociación entre obra salvadora
de Dios por Cristo, conversión y alabanza: «Si, pues, Dios les otorgó el mismo don que a
nosotros cuando creímos en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poder impedírselo a
Dios? Al oír esto, se tranquilizaron y glorificaron a Dios, diciendo: Según esto, Dios ha dado
también a los gentiles la conversión que conduce a la vida» (Hch 11,17s). En el templo
comienza el Evangelio de Lucas, y en el templo termina. La liturgia de la oblación del
incienso es la introducción del gran hecho salvador, el culto sinagogal en Nazaret inaugura
la actividad pública de Jesús, las asambleas de la Iglesia naciente se efectúan en el templo
de Jerusalén. «Y estaban continuamente en el templo, bendiciendo a Dios» (24,53).
PROPÓSITO DEL EVANGELISTA
Lc/01/01-04
San Lucas comienza con un prólogo que se adapta al uso literario de los escritores de su
épocas (*). En un período amplio y cuidadosamente elaborado se habla de lo que ha dado
pie para escribir la obra, de su contenido, fuentes, método y fin. Con ello se trata de hallar
acceso al mundo del helenismo.
1 En vista de que muchos emprendieron el trabajo de componer un
relato de los sucesos que se han cumplido entre nosotros, 2 según
nos los transmitieron los que fueron testigos oculares y luego
servidores de la palabra, 3 también yo, después de haber investigado
con exactitud todos esos sucesos desde su origen, me he
determinado a escribírtelos ordenadamente, ilustre Teófilo, 4 a fin de
que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido.
El Evangelio de Lucas tiene precedentes y modelos. Ha utilizado el Evangelio de Marcos
y tiene afinidad con el evangelio de san Mateo. Muchos emprendieron el trabajo... es sin
duda una fórmula exigida por la estructura literaria del prólogo. Quien escribe un Evangelio
emprende una gran obra. Lucas sólo se permite afrontar esta empresa porque otros lo han
hecho también ya antes que él.
El autor va a escribir sobre sucesos que Dios había preanunciado y que ahora se están
cumpliendo entre los cristianos a quienes escribe Lucas. «Dios ha enviado el mensaje a los
hijos de Israel y ha anunciado el Evangelio de paz por medio de Jesucristo» (Hch 10,36).
Este mensaje, esta palabra que anuncia y aporta salvación, tuvo comienzo con Jesucristo
(Heb 2,3), que es el punto medio de la historia y la obra salvífica de Dios. Comenzando por
Galilea, se extendió la palabra a toda Judea, es decir, Palestina; después de la ascensión
de Jesús al cielo, la anunciaron en toda Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra
(Hch 1,8), los apóstoles, con la virtud del Espíritu Santo. Desde entonces no se ha detenido
esa palabra, no ha cesado de extenderse anunciando y aportando la salvación que Dios
había prometido.
La fuente de la narración de Lucas y de sus predecesores es la tradición de la Iglesia
que se remonta a testigos oculares. Éstos presenciaron y vivieron los grandes sucesos de
la historia de la salvación. Sólo podía ser heraldo del mensaje de Cristo después de su
ascensión al cielo quien hubiera sido testigo «todo el tiempo en que anduvo el Señor Jesús
entre nosotros, a partir del bautismo de Juan hasta el día en que nos fue arrebatado» (Hch
1,21s). Estos testigos de «todas las cosas que hizo Jesús en la región de los judíos y en
Jerusalén» (Hch 10, 39) fueron también servidores de la palabra. Dios los autorizó y los
equipó para que se pusieran al servicio de la grandeza divina do la palabra. Bajo la palabra
proclamada por los testigos y servidores de la palabra se halla la palabra de Jesús, en la
que Dios nos habla a nosotros.
San Mateo comienza su Evangelio con estas palabras: «Genealogía de Jesucristo», y
Marcos: «Principio del evangelio de Jesucristo». Los autores se mantienen ocultos tras su
obra. San Lucas se declara sin reparos: Me he determinado. Su obra deberá figurar en la
bibliografía, ha de ocupar un puesto en el mundo de los libros. Además, su autor dio a la
tradición un sello más personal que sus predecesores, aun conservando la forma original
de la predicación de Jesús. Escribe como helenista culto, como médico y discípulo de Pablo
(Col 4, 14). Los evangelistas quieren, con el fervor de su fe, encender también en otros un
fervor semejante, pero siempre manteniéndose fieles a lo transmitido por tradición.
Lucas, como investigador de la historia, quiere emprender su obra con exactitud. Sigue
los acontecimientos remontándose hasta el principio e investiga todo lo que está
garantizado por los testigos oculares. Finalmente trata de narrar seguidamente y por orden
todo lo que ha recogido. Ha puesto en todo el mayor empeño. Entre los Evangelios es el de
Lucas el que más se acerca por la forma a una exposición histórica de la vida de Jesús.
Lucas es el «historiador de Dios». Pero tampoco él quiere limitarse a escribir una historia o
una biografía de Jesús, sino que tiene la intención de anunciar una buena nueva que
aproveche para la salvación.
La obra está dedicada al ilustre Teófilo. ¿Quién era este Teófilo, este «amado de
Dios»? ¿Se llamaba así? ¿Le dio Lucas este nombre porque era realmente «amigo de
Dios»? ¿Qué personalidad se oculta bajo este nombre? En todo caso debía de ser un
hombre de influencia, un alto funcionario; de lo contrario no se le daría el calificativo de
«ilustre» (cf. Hch 23,26). Era un hombre acomodado y de prestigio. Se le dedica el
Evangelio para ponerlo bajo su protección, a fin de que alguien corra con los gastos de
copiarlo y propagarlo. Como la palabra hecha hombre se hizo dependiente de hombres, así
también la palabra de Dios en el libro debe contar con servicios humanos.
La predicación de la fe por la Iglesia había despertado en Teófilo la fe. Lucas quiere, con
su Evangelio, dar a esta fe certeza y seguridad histórica. Nuestra fe no se apoya en mitos y
en leyendas inventadas, sino en hechos históricos. Lo que se cree y se vive en la Iglesia
tiene su ultimo fundamento en Jesucristo, que actuó en este mundo en una hora histórica.
...............
* Cf. el prólogo del médico Dioscórides (en tiempo de Nerón) a su libro de medicina: «Dado
que no sólo
muchos antiguos sino también modernos han escrito sobre la preparación y la virtud de los
medicamentos.... querido Ario, yo también voy a intentar ..»
(_MENSAJE/03-1.Págs. 5-22)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 2
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE: EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (2)
·ALOIS-STÖGER
Parte primera
EL COMIENZO DE LA SALVACIÓN
1,5-4,13
El tiempo en que fue preanunciada la salvación llega a su término con Juan Bautista; el
tiempo en quo se realiza lo anunciado y prometido comienza con Jesús. Juan es «el mayor
entre los nacidos de mujer; sin embargo, el más pequeño en el reino de Dios es mayor que
él» (7,28). Jesús está por encima del Bautista.
Tres veces se comienza con Juan y tres veces se continúa con Jesús. Cada comienzo de
Juan sirve a Jesús: la anunciación (1,5-56), el nacimiento y la infancia (1,572,52), la
actividad pública (3,1-4,13). Los relatos transcurren de manera análoga, pero los informes
acerca de Jesús superan a los relatos sobre Juan incluso en su aspecto externo, por lo que
se refiere a su extensión. Jesús tiene que crecer, Juan tiene que disminuir (Jn 3,30).
Jesús fue preparado por el Bautista; el Bautista es heredero de grandes personalidades
de la historia de Israel, de Sansón, de Samuel, de Elías. Palabras del Antiguo Testamento
con que se diseñan estas personalidades sirven también para presentar a Juan y a Jesús.
La historia de la salvación no destruye lo que ella misma ha creado, sino que echa mano de
ello y lo lleva a la perfección. La luz brilla cada vez con mayor claridad hasta que despunta
el día. Dios obra cada vez con mayor poder: «Haré nuevamente con este pueblo
extraordinarios prodigios, ante los que fallará la ciencia de los sabios y será confundida la
prudencia de los prudentes» (Is 29,14). Cristo es la realización de la historia de la salud.
I. LA PROMESA (1,05-56).
El mismo mensajero de Dios, Gabriel, anuncia el nacimiento de Juan (1,5-25) y el de
Jesús (1,26-38); ambos se encuentran al encontrarse las madres (1,39-56).
1. ANUNCIACIÓN DEL BAUTISTA (Lc/01/05-25).
a) De un suelo santo (1,5-7).
5 En tiempos de Herodes, rey de Judea, había un sacerdote
llamado Zacarías, del turno de Abías. Su mujer era de la
descendencia de Aarón y se llamaba Isabel. 6 Ambos eran
auténticamente religiosos ante Dios, llevando una conducta
intachable en conformidad con todos los mandamientos y órdenes del
Señor. 7 Pero no tenían hijos, porque Isabel era estéril; además, eran
ambos de avanzada edad.
JBTA: Las obras salvíficas de Dios se llevan a cabo en la historia de los hombres.
También el libro de Judit comienza en forma análoga a la historia de la infancia de Jesús:
«En los días de Arfaxad» (Jdt 1,1). La historia sagrada requiere un estilo bíblico. Los días
de Herodes caen en el tiempo que va del 40 al 4 a.C. Mientras que el nacimiento de Juan
se asocia al tiempo de Herodes, rey de Judea (Palestina), el nacimiento de Jesús tiene
lugar en el tiempo del emperador Augusto, que reinaba sobre «el mundo entero» (2,1). Juan
está todavía encerrado en la estrechez de Judea, Jesús trae la salvación al mundo entero.
La anunciación de Juan está envuelta en claridades de santidad. El Bautista se halla en
el umbral del tiempo de la salvación y es el presagio de la santificación venidera. Cuando
Dios establezca su reinado en Cristo, santificará su nombre (11,2; Ez 20,41). La
manifestación de la gloria de Dios es también la manifestaci6n de su santidad.
Los padres de Juan cuentan entre los santos del país. El padre es sacerdote del turno de
Abías, y la madre tiene por antepasado al sumo sacerdote Aarón. El matrimonio de ambos
respondía a los imperativos sagrados de la ley sacerdotal: el sacerdote tomaba por esposa
a la hija de un sacerdote. En Israel se propaga el sacerdocio por generaci6n. Juan es
sacerdote, está consagrado al servicio de Dios, es santo. Sin embargo, realizará este
servicio de Dios muy diferentemente que su padre...
ZACARIAS/ISABEL Zacarías («Dios se acordó») e Isabel («Dios juró») son santos,
porque son justos delante de Dios. Observan todos los preceptos de la ley de Dios. La
descendencia y vocación sagrada se vive en la obediencia a la voluntad de Dios. La
santidad es obediencia a Dios.
Grandes figuras de la historia sagrada habían sido hijos de madres estériles, don y
presente de Dios, fruto de la intervención divina en la naturaleza fallida: Isaac (Gén 17,16),
el juez Sansón (Jue 13,2), Samuel (lSam 1-2). También Juan había de ser una de estas
figuras. La exposición de la anunciación de Juan está inspirada en la historia de la
anunciación de estos grandes hombres. Juan fue un hijo otorgado por la gracia de Dios,
consagrado a Dios y santificado de manera nueva.
b) Anunciado en una hora sagrada (1,8-12).
8 Sucedió, pues, que mIentras él estaba de servicio delante de
Dios, según el orden de su turno, 9 le tocó en suerte, conforme a la
costumbre litúrgica, entrar en el santuario del Señor para ofrecer el
incienso, 10 y mientras ofrecía el incienso, todo el concurso del
pueblo estaba orando fuera. 10 Entonces se le apareció un ángel del
Señor, puesto en pie, a la derecha del altar del incienso. 12 Zacarías,
al verlo, se turbó, y lo invadió el miedo.
La historia del precursor de Jesús comienza en el santuario del templo. Sólo los
sacerdotes pueden entrar en él, el pueblo ora fuera. El mismo sacerdote puede entrar
únicamente cuando le toca en suerte desempeñar el ministerio sagrado cerca de Dios.
Dios está cerca de su pueblo en el templo. Sin embargo, sólo está permitido acercarse a
Dios al que es llamado por él: por elección y suerte. El Dios santo es el Dios lejano,
inaccesible.
La anunciación de Juan tiene lugar mientras se está orando solemnemente. El sacrificio
del incienso simboliza la oración que se eleva a Dios. «Séate mi oración como el incienso,
y el alzar a ti mis manos, como oblación vespertina» (Sal 141,2). El sacerdote remueve las
brasas ardientes del incensario de oro y se postra en adoración. Fuera está orando el
pueblo: «Venga el Dios de la misericordia al santuario y acepte con complacencia la
oblación de su pueblo». Grandes momentos de la historia de la salvación, también en la
vida de Jesús, tienen lugar durante la oración: la manifestación en el bautismo, la
transfiguración, la elección de los apóstoles, la aceptación de la pasión en el huerto de los
Olivos, la muerte.
Aparece un ángel del Señor. El comienzo de la buena nueva viene del cielo. El ángel
se deja ver a la derecha del altar del incienso. El lado derecho presagia salvación (Mt
25,33s). Todo lo que allí sucede fuerza a un silencio sagrado, induce a reflexionar, es
antiquísimo lenguaje religioso que indica ya el sentido de lo que se va a realizar.
La aparición produce en Zacarías turbación y miedo. Es el sentimiento numinoso ante lo
divino. Dios es el Otro, el Inaccesible. «¡Ay de mí, perdido soy!, pues he visto a Dios» (Is
6,5). El mensajero de Dios está envuelto en el resplandor de la tremenda gloria y santidad
de Dios. La anunciación de Juan tiene lugar en el recinto inaccesible del templo, en el
orden riguroso del culto divino, atmósfera en que se respira el tremendo poder del Santo,
en el mundo del espíritu del Antiguo Testamento.
c) Un niño santo (1,17).
13 Pero el ángel le dijo: No temas, Zacarías; que tu oración ha sido
escuchada tu esposa lsabel te dará un hijo, al que llamarás Juan. 14
Para ti será motivo de gozo y alegría, y muchos se alegrarán de su
nacimiento.
Cuando una figura o aparición celestial -Dios mismo, un ángel, Cristo- interpela a un
hombre, inicia su alocución con las palabras de aliento: ¡No temas! Dios quiere animar a los
hombres, no deprimirlos.
En este momento se ven cumplidas las oraciones de Zacarías: su ruego de tener
descendencia y su ruego de que se vieran cumplidas las promesas mesiánicas. El tiempo
final es el cumplimiento y la consumación de todas las esperanzas y anhelos de la
humanidad. Las plegarias de los hombres tienen su última realización en el tiempo final.
Dios fija el nombre del niño: con él da su misión y su poder. El nombre que ha de llevar el
niño significa: Dios es misericordioso. El tiempo de la visita de Dios por gracia es inminente,
y Juan ha de proclamar la proximidad del tiempo de la salvación.
Su nacimiento desencadenará una alegría escatológica y un júbilo de salvación. No sólo
los padres se alegrarán, sino también muchos, la gran multitud de las comunidades
creyentes. Juan tiene una misión en la historia de la salud. Cierra el tiempo de las promesas
y anuncia el nuevo tiempo de la salvación, que aporta júbilo y gozo. La comunidad cristiana
primitiva de Jerusalén celebra el culto divino «con alegría y sencillez de corazón, alabando
a Dios» (Act 2,46).
15 Porque será grande a los ojos del Señor, jamás beberá vino ni
bebida embriagante y estará lleno de Espíritu Santo desde el seno de
su madre.
Será grande a los ojos del Señor. Su posición en la historia de la salvación lo hace
descollar por encima de todas las grandes figuras de la historia sagrada. Estas
personalidades vivían en la espera del reino de Dios y de la salvación, Juan la toca ya
como con las manos y proclama su alborada (cf. Lc 7,28).
En su vida no se quedará Juan atrás con respecto a los grandes del pasado. Los
consagrados a Dios no beben bebidas embriagantes: así Sansón (Jue 13,2-5.7), así el
profeta Samuel (cf. lSam 1,15s). De los sacerdotes consagrados a Dios se dice: «No
beberás vino ni bebida alguna inebriante tú ni tus hijos, cuando hayáis de entrar en el
tabernáculo de la reunión, no sea que muráis. Es ley perpetua entre sus descendientes»
(Lev 10,9). La vida de Juan está consagrada a Dios, a Dios que viene a su pueblo.
Como Juan estará lleno de Espíritu Santo, será profeta que anuncie la palabra y la
voluntad de Dios. Otros se vieron equipados como profetas ya en edad madura, cuando
fueron llamados; Juan, en cambio, es profeta ya desde el primer momento de su vida,
«desde el seno de su madre». El tiempo de la salvación se anuncia también mediante la
plenitud del Espíritu Santo. Desde Sansón, pasando por Samuel y hasta Juan se va
avanzando en espiritualización y en profundidad. Sansón no se corta el cabello, Samuel no
bebe bebidas inebriantes. Juan guarda sólo lo segundo, pero su vida entera está llena de
Espíritu Santo.
16 Hará que muchos hijos de Israel vuelvan al Señor, su Dios; 17 e
irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer que el
corazón de los padres vuelva hacia los hijos, y que los rebeldes
vuelvan a la sensatez de los buenos, a fin de preparar al Señor un
pueblo bien dispuesto.
Dios manifiesta su gracia en Juan. Lo envía como predicador de la conversión del tiempo
final. Juan hará que se conviertan, que vuelvan al Señor muchos hijos de Israel, pueblo
elegido de Dios, que se habían alejado de su Señor y Dios. El retorno a Dios apartará del
pecado, cambiará los sentimientos interiores, ordenará la vida según la voluntad de Dios.
Juan será precursor, heraldo del Señor que va a venir. El Antiguo Testamento aguarda la
venida de Dios. Ahora se cumple lo que había predicho el profeta Malaquías: «Ved que yo
mandaré el profeta Elías antes de que venga el día de Yahveh, grande y terrible» (Mal
3,23). El niño que ha de nacer no es Elías que vuelve a aparecer (cf. Jn 1,21), sino que
desempeñará su misión con el espíritu y la eficacia de Elías.
El hijo de Zacarías preparará el camino para la renovación de la alianza. Realizará lo que
predijo Malaquías para el fin de los tiempos: «Pues he aquí que voy a enviar mi mensajero,
que preparará el camino delante de mí... El convertirá el corazón de los padres a los hijos, y
el corazón de los hijos a los padres, no venga yo a dar toda la tierra al anatema» (Mal
3,1.24). Con él serán los hombres reunidos en un pueblo, y este pueblo uno será unido con
Dios. Dios manifiesta su gracia en Juan, puesto que mediante él hará que su venida sea
tiempo de salvación y no juicio riguroso. Por eso envía a Juan, para que prepare al Señor
un pueblo bien dispuesto. La transformación de los israelitas alejados de Dios en auténticos
miembros del pueblo, y la de los injustos en justos, es preparación de un pueblo bien
dispuesto para el Señor.
d) Fidelidad a la promesa (1,18-23).
18 Entonces Zacarías dijo al ángel: ¿En qué conoceré esto?
Porque yo ya soy viejo, y mi mujer, de avanzada edad. 19 El ángel le
contestó: Yo soy Gabriel, el que está en la presencia de Dios, y he
sido enviado para hablar contigo y anunciarte esta buena noticia.
Zacarías exige un signo, al igual que los hombres de los antiguos tiempos de Israel. Así
Abraham, después de la promesa de que recibirá Canaán como herencia, pregunta:
«Señor, Yahveh, ¿en qué conoceré que he de poseerla?» (Gén 15,7s). Gedeón quiere un
signo de que Dios mantendrá su palabra (Jue 6,36ss), y así también el rey Ezequías
cuando le promete Dios que prolongará su vida (2Re 20,8). Los judíos piden señales (lCor
1,22). El hombre teme ser engañado. Dios concede signos, pero quiere que el hombre
aguarde el signo que él le dé, y que esté dispuesto a creer aun sin signos.
«Bienaventurados los que no vieron y creyeron» (Jn 20,29).
De la veracidad de la promesa es garante el mensajero de la anunciación. Se llama
Gabriel, «Dios es poderoso». Puede cumplir lo que promete su palabra. El mensaje
proviene de la más intima proximidad de Dios. Gabriel es uno de los siete ángeles que
están junto al trono, en presencia de Dios (Tob 12,15; Ap 8,2). Este ángel fue el que en la
hora del sacrificio vespertino (Dan 9,21) formuló a Daniel la revelación de las setenta
semanas de años, después de que él le había rogado insistentemente (9,4-19): «Setenta
semanas están prefijadas sobre tu pueblo y sobre tu ciudad santa para acabar las
transgresiones y dar fin al pecado, para expiar la iniquidad y traer la justicia eterna, para
sellar la visión y la profecía y ungir una santidad santísima» (Dan 9,24). Ahora va a
realizarse todo esto. Juan va a introducir el tiempo de la salvación. El poder del pecado se
quiebra, se restablece la voluntad de Dios, se cumplen las promesas, se unge un nuevo
lugar santísimo, que es Cristo mismo.
20 Pero mira: te vas a quedar mudo y sin poder hablar hasta el día
en que se realicen estas cosas, por no haber creído en mis palabras,
las cuales se han de cumplir a su tiempo.
En la repentina pérdida de la palabra y del oído (1,62s) se hace tangible la intervención
divina. Con la falta de fe y la exigencia de un signo, que provoca a Dios, el anuncio de la
salvación se convierte en castigo. Con tal exigencia de signos tropieza la oferta salvífica de
Dios a su pueblo por medio de Jesús y se convierte en juicio (11, 29s). Todas las personas
que en la historia de la infancia aceptaron con fe el mensaje de salvación, saltan de gozo y
se convierten en mensajeros del gozo de este mensaje. La duda con que se exigen signos
mata la alegría y cierra la boca del júbilo y del apostolado.
El signo de castigo se da por terminado cuando se realiza la promesa. La duda de
Zacarías y la exigencia de signos por los judíos faltos de fe no pueden impedir la venida de
la salvación. Cuando nace Juan se extingue la culpa de Zacarías. Cuando vuelva a venir
Cristo al final de los tiempos, también Israel, en su calidad de pueblo de Dios, logrará la
salvación y hablará alabando a Dios, después de haber callado como mudo a lo largo del
tiempo de la Iglesia (Rm 11,25s).
21 Entre tanto, el pueblo estaba esperando a Zacarías, y se
extrañaba de que se entretuviera tanto dentro del santuario. 22
Cuando, por fin, salió, no podía hablarles, y entonces comprendieron
que había tenido en el santuario alguna visión; él intentaba
explicarse por señas, pues seguía mudo.
El Señor había ordenado a Moisés: «Habla a Aarón y a sus hijos, diciendo: De este modo
habréis de bendecir a los hijos de Israel; diréis: Que Yahveh te bendiga y te guarde. Que
haga resplandecer su faz sobre ti y te otorgue su gracia. Que vuelva a ti su rostro y te dé la
paz» (Núm 6,23-26). La bendición es respuesta de Dios a la oración. El pueblo había orado
y aguarda la bendición. Ya no se le bendice. Se alumbra una nueva fuente de bendición: la
salud mesiánica lleva en sí toda bendición (Ef 1,3s). Dios mismo bendice a su pueblo
otorgándole el tiempo de salud.
Los sacerdotes tenían la costumbre de no prolongar las acciones sagradas a fin de que
el pueblo no se inquietase. La proximidad de Dios se les antojaba peligrosa a los hombres
del Antiguo Testamento. De la mudez del sacerdote se concluye que ha habido alguna
aparición de Dios. La manifestación de Dios es salvación y ruina. Para los que dudan es
ruina, para los que creen es salvación. Ahora bien, la manifestación neotestamentaria
comienza con Juan: «Dios es misericordioso.»
El pueblo nota en Zacarías que Dios le ha hablado. No puede captar el sentido de la
revelación, pues Zacarías no podía hablar. Los acontecimientos salvíficos tienen necesidad
de una palabra que los esclarezca y los interprete. Dios otorga la salvación y la palabra
interpretativa: mediante el nacimiento de Jesús, mediante su muerte, mediante sus
sacramentos...
23 Y cuando terminaron los días de su servicio litúrgico, se retiró a
su casa.
No todos los sacerdotes tenían su domicilio en Jerusalén; muchos vivían en las ciudades
de Palestina. Había pasado ya la semana del servicio litúrgico. Zacarías se marchó de la
ciudad santa. Llevaba consigo un gran secreto, la realización de su anhelo, el signo de que
no se había engañado y de que Dios mantendría su palabra. Aunque castigado por Dios,
volvió a casa con confianza: Dios es misericordioso.
La anunciación tuvo lugar durante la liturgia del templo. Dios dio respuesta a las súplicas
de aquel templo, de sus sacerdotes y de su pueblo. Todavía un poco de tiempo, y el templo
experimentará su máximo esplendor. Dios mismo vendrá y lo llenará con su gloria.
¿Anunciarán al pueblo este gozo los sacerdotes del templo? ¿O se quedarán mudos porque
no creen?
e) Cumplimiento (1,24-25).
24 Después de aquellos días, su esposa Isabel concibió, y se
mantenía oculta durante cinco meses, diciéndose: 25 Así lo ha hecho
el Señor conmigo, cuando le ha parecido bien acabar con mi
descrédito ante la gente.
Isabel forma parte de aquella serie de mujeres que eran estériles, pero que por
disposición divina concibieron de manera natural: Sara, que fue madre de Isaac (Gén
17,17), Manué, madre de Sansón (Jue 13,2), Ana, madre de Samuel (lSam 1,2.5). Dios les
abrió el seno materno (Gén 29,31), que antes había estado cerrado (lSam 1,5). María
concibe sin concurso de varón por la virtud del Espíritu Santo. Isabel pertenece todavía al
Antiguo Testamento; con María se inaugura la «nueva creación» de Dios, en la que el
hombre no puede hacer otra cosa que aguardar y recibir confiadamente la salvación.
Dios ordena y combina los hechos de la historia sin privar de libertad al hombre. Isabel se
mantuvo oculta durante cinco meses. Nadie tenía noticia de su estado. En el sexto mes fue
María remitida a Isabel por el mensajero de Dios: «Ya está en el sexto mes la que llamaban
estéril» (1,36). Isabel era para María un signo otorgado por Dios.
¿Por qué se mantuvo oculta Isabel? La madre del consagrado a Dios vive como
consagrada a Dios. Para la madre de Sansón era esto voluntad de Dios: «Ha venido a mí
un hombre de Dios. Tenía el aspecto de un ángel de Dios muy temible... Él me dijo: Vas a
concebir y a parir un hijo. No bebas, pues, vino ni otro licor inebriante y no comas nada
inmundo, porque el niño será nazireo de Dios desde el vientre de su madre hasta el día de
su muerte» (Jue 13,6s). Semejante vida exige retiro. En una hora grande recurre Isabel a un
recuerdo bíblico para conocer la voluntad de Dios.
Los días de esperanza y expectación los llena Isabel con oración. Da gracias a Dios: Así
lo ha hecho el Señor conmigo. Una y otra vez recuerda la acción de Dios: Ha puesto los
ojos en mí. Recuerda su humillación: Me ha quitado el oprobio de la esterilidad. Ella misma
ha experimentado la historia de su pueblo: «Acuérdate de todo el camino que Yahveh, tu
Dios, te ha impuesto estos cuarenta años por el desierto, para castigarte y probarte, para
conocer los sentimientos de tu corazón... Ahora, Yahveh, tu Dios, va a introducirte en una
buena tierra, tierra de torrentes, de fuentes, de aguas profundas, que brotan en los valles y
en los montes» (Dt 8,2-7).
(_MENSAJE/03-1.Págs. 23-35)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 3
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE:EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (3)
·ALOIS-STÖGER
2. ANUNCIACIÓN DE JESÚS
J/ANUNCIACION (Lc/01/26-38).
El relato de la anunciación de Jesús es una obra maestra en la forma, un «Evangelio
áureo» en el contenido. Tres veces habla el ángel, y tres veces responde María. Tres veces
se dice lo que Dios pretende hacer con María, y tres veces se expresa su actitud ante la
oferta de Dios. El ángel entra donde está María (1,26-29). Anuncia el nacimiento del Mesías
(1,30-34) y revela la concepción virginal (1,35-38).
a) Llena de gracia (1,26-29).
26 En el sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado de parte de Dios a
una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, 27 a una virgen, desposada
con un hombre llamado José, de la casa de David. El nombre de la
virgen era María.
La anunciación de Jesús llama la atención hacia la anunciación de Juan. En el sexto
mes... Juan sirve a Jesús. La concepción de la estéril remite a la concepción virginal de
María. Aunque Jesús vendrá más tarde, es, sin embargo, anterior a él (Jn 1,27).
El mensajero de la anunciación es una vez más Gabriel. Viene de la presencia de Dios.
Se inicia un movimiento del cielo a la Tierra. Gabriel fue enviado por Dios. No se limita a
aparecer, como en la anunciación de Juan, sino que viene. Lo que ahora comienza es un
venir de Dios a los hombres en la encarnación.
En la anunciación de Juan termina la misión del ángel en el templo de Dios, en el espacio
sagrado, reservado, inaccesible. En la anunciación de Jesús termina la misión del ángel en
una ciudad de Galilea, en la «Galilea de los gentiles» (Mt 4,15), en la parte de tierra santa
que pasaba por ser no santa, a la que parecía haber descuidado Dios, de la que «no había
salido ningún profeta» (Jn 7,52). En un principio no se menciona el nombre de la ciudad,
como si no quisiera venir a los labios. Finalmente sale a relucir el nombre: Nazaret. La
ciudad no tiene relieve alguno en la historia. La Sagrada Escritura del Antiguo Testamento
no mencionó nunca este nombre, la historiografía de los judíos (Flavio Josefo) no tiene
nada que referir sobre esta ciudad. Un contemporáneo de Jesús dice: «¿Es que de Nazaret
puede salir algo bueno?» (Jn 1,46). Dios elige lo insignificante, lo bajo, lo despreciado por
los hombres. La ley de la encarnación reza así: «Jesús... se despojó a sí mismo» (Flp 2,7).
La historia de Juan comienza con el sacerdote Zacarías y su esposa Isabel, que era de la
estirpe de Aarón; la historia de Jesús comienza con una muchacha, quizá de unos 12 ó 13
años. Estaba desposada, como convenía a una joven de aquella edad. El prometido de
María se llamaba José. Todavía no la había llevado a su casa y todavía no había
comenzado la vida conyugal. La desposada era virgen. José era de la casa de David. Dios
lo dispuso todo de modo que el hijo de María fuera hijo de la virgen, hijo legal de José,
descendiente de la estirpe regia de David. Dios lo dispone todo en su sabiduría.
El nombre de la virgen era María. Así se llamaba también la hermana de Aarón (Ex
15,20). No sabemos lo que significa este nombre: ¿Señora? ¿Amada por Yahveh?... Pero el
nombre adquiere consagración y brillo tan luego resuena por primera vez en la historia de la
salud. La misión del ángel que está en la presencia de Dios termina en María.
28 Y entrando el ángel a donde ella estaba, la saludó: ¡Alégrate,
llena de gracia! El señor está contigo, bendita tú eres entre las
mujeres (*).
...............
* Las palabras «bendita tu entre las mujeres» no son seguras según la crítica textual; pueden
haberse
introducido aquí a partir de 1,42. Razones estilísticas abogan por la autenticidad; ambas
fórmulas de saludo
resultan paralelas.
...............
Para la anunciación de Juan aparece el ángel y está sencillamente ahí, en la anunciación
de Jesús entra el ángel donde está María y la saluda. El nacimiento de Juan se anuncia en
el santuario del templo, el nacimiento de Jesús en la casa de la Virgen. En el Antiguo
Testamento mora Dios en el templo, en el Nuevo Testamento establece su morada entre
los hombres. «La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros» (Jn 1,14).
El ángel saluda a María; a Zacarías no lo saludó. Saluda a esta muchacha de Nazaret,
aunque en Israel un hombre no saluda a una mujer. El saludo se expresa con dos fórmulas.
Cada una consta de saludo y de interpelación. La primera es: «¡Alégrate, llena de gracia!»
Los que hablan griego saludan así: ¡Alégrate! Los que hablan arameo saludan como saludó
Jesús a sus discípulos después de la resurrección: «¡Paz con vosotros!» (Jn 20,19.26).
¿Cuál es la idea de Lucas cuando pone en boca del ángel este saludo: «Alégrate»?
En Lucas, la historia de la infancia (1-2) está llena de palabras y de reminiscencias de la
Biblia veterotestamentaria: es una pintura con colores tomados del Antiguo Testamento.
También Mateo emplea para su historia de la infancia pruebas del Antiguo Testamento.
Introduce los textos con fórmulas solemnes, mientras que Lucas narra con textos
tomados del Antiguo Testamento. No indica sus fuentes, sino que nos deja a nosotros la
satisfacción de descubrirlas y nos invita a reconocer a la luz de la palabra de Dios los
hechos que él ha podido saber por la tradición.
Con esta exclamación: ¡Alégrate!, saluda el profeta Sofonías a la ciudad de Jerusalén
cuando contempla el futuro mesiánico. «¡Canta, hija de Sión! ¡Da voces jubilosas, Israel!
¡Alégrate y regocíjate de todo el corazón, hija de Jerusalén!» (Sof 3,14). Análogamente
Joel: «No temas, tierra, alégrate y gózate, porque son muy grandes las cosas que hace
Yahveh» (J12,21; cf. Zac 9,9). «¡Alégrate!» era una fórmula fija, litúrgica y profética, que se
utilizaba a veces cuando el oráculo profético tenia un desenlace favorable. Ahora saluda el
ángel a María con esta fórmula mesiánica.
El ángel la llama llena de gracia. Los padres de Juan son irreprochables, porque
observan la ley de Dios; María goza de la complacencia de Dios porque está colmada de su
gracia. Dios le ha otorgado su favor, su benevolencia, su gracia. Ella «ha hallado gracia
ante Dios». En la interpelación profética, con cuyas primeras palabras ha saludado el ángel
a María, se desarrolla este favor divino: «El Señor ha descartado a tus adversarios y ha
rechazado a tus enemigos; el Señor está en medio de ti. No verás más el infortunio... No
temas... El Señor, tu Dios, está en medio de ti como poderoso salvador. Se goza en ti con
transportes de alegría, te ama con delirio...» (Sof 3,15-17).
M/CIUDAD-RESTO: María es la ciudad en medio de la cual (en cuyo seno) habita Dios,
el rey, el poderoso salvador. Ella es el resto de Israel, al que Dios cumple sus promesas, es
el germen del nuevo pueblo de Dios, que tiene Dios en medio de ella (cf. Mt 18,20; 28,20).
El segundo versículo de la salutación comienza con las palabras: El Señor está contigo.
Grandes figuras de la historia sagrada habían oído estas mismas palabras, que habían de
sostenerlos y animarlos: Moisés, cuando en el desierto fue llamado por Dios para ser guía y
salvador de su pueblo. El ángel del Señor se le apareció en una llama de fuego, que ardía
de una zarza (Ex 3,2). Cuando se creía incapaz de responder a su vocación, le dijo Dios:
«Yo estaré contigo, y ésta será la señal de que estoy contigo...» (Ex 3,12). Algo parecido
sucedió al juez Gedeón: «Apareciósele el ángel de Yahveh y le dijo: Yahveh está contigo,
valiente héroe... Gedeón le dijo: Si he hallado gracia a tus ojos, dame una señal de que
eres tú quien me habla» (Jue 6,12.15-17). Con este saludo se sitúa María entre las grandes
figuras de salvadores de la historia sagrada. Dios le ha otorgado su gracia especial y su
protección.
Al saludo sigue de nuevo la alocución: Bendita tú entre las mujeres. También estas
palabras son venerandas y están santificadas por una antigua tradición bíblica. La heroína
Jael, que aniquiló al enemigo de su pueblo, es elogiada con estas mismas palabras:
«Bendita Jael entre las mujeres» (Jue 5,24). A Judit, que terminó con el opresor de su
ciudad natal, dice el príncipe del pueblo Ozías: «Bendita tú, hija, sobre todas las mujeres de
la tierra por el Señor, el Dios Altísimo... Hoy ha glorificado tu nombre, de modo que tus
alabanzas estarán siempre en la boca de cuantos tengan memoria del poder de Dios» (Jdt
13, 18s). María cuenta entre las grandes heroínas de su pueblo; ella ha traído al Salvador
que nos librará de todos los enemigos (cf. Lc 1,71).
29 Al oír estas palabras, ella se turbó, preguntándose qué querría
significar este saludo.
El saludo había terminado. María se turbó por la palabra del ángel. Zacarías se turbó por
la aparición del ángel, María se turba por su palabra. La humilde muchacha se turba por la
grandeza del saludo.
Se preguntaba qué podía significar aquel insólito saludo. Dado que oraba y vivía entre
los pensamientos de la Sagrada Escritura, tenía que surgir en ella un barrunto de la
grandeza que se le anunciaba con aquellas palabras.
b) Promesa llena de gracia (1,30-34).
30 Entonces el ángel le dijo: No temas, María; porque has hallado
gracia ante Dios. 31 Mira: concebirás en tu seno y darás a luz un hijo,
a quien pondrás por nombre Jesús.
Moisés (Ex 3,11s) y Gedeón (Jue 6,15s) y Sión (Sof 3,16s) e Israel tenían necesidad de
ser alentados así: Dios quiere salvar. «No temas, pues yo estoy contigo» (Is 43,5). Todos
ellos temían el encargo de Dios, porque se daban cuenta de su flaqueza. No de otra
manera María. La gracia de Dios la asistirá. Por medio de María toma Dios la iniciativa de
llevar a término la historia de la salud. Has hallado gracia ante Dios. Dios es quien hace
lo grande precisamente en los pequeños. «Cuando me siento débil, entonces soy fuerte»
(2Cor 12,10).
El poder de la gracia hará cosas asombrosas: Mira. El ángel anuncia para qué ha elegido
Dios a María. Las palabras de la anunciación evocan la profecía con que el profeta Isaías
anunció al Emmanuel («Dios con nosotros»): «Mira: la virgen concebirá y dará a luz un hijo
y le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7,14; cf. Mt 1,23).
Las palabras de la anunciación que se referían a Juan, fueron dirigidas a Zacarías y
hacían referencia a la mujer. En la anunciación de Jesús se dirige el ángel solamente a
María: ésta concebirá, dará a luz e impondrá el nombre. No se menciona ningún hombre, ni
ningún padre. Se prepara el misterio de la concepción virginal.
Tú concebirás en el seno. ¿Por qué decir esto? Tampoco la Sagrada Escritura habla
así. Sin embargo, el profeta Sofonías había dicho dos veces: El Señor en medio de ti. Esto
se realizará de una manera nunca oída. Dios morará en el interior, en el seno de la virgen.
Estará con ella (Emmanuel). María será el nuevo templo, la nueva ciudad santa, el pueblo
de Dios, en medio del cual mora él.
El niño ha de llamarse Jesús. Dios fija este nombre, María lo impondrá. No se da
explicación del nombre, como tampoco se explicó el nombre de Juan. Todo lo que se dice
de ellos explica sus nombres. Dios quiere ser salvador por medio de Jesús: «El Señor, tu
Dios, está en medio de ti como poderoso salvador» (Sof 3,17).
32 Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor
Dios le dará el trono de David, su padre, 33 reinará por los siglos en
la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin.
Juan será agrande a los ojos del Señor». Jesús es grande sin restricción y sin medida.
Será llamado y será Hijo del Altísimo. El nombre reproduce el ser. El Altísimo es Dios. El
poder del Altísimo envolverá a María en su sombra, por esto, su hijo se llamará Hijo de
Dios.
En el niño que se anuncia se cumple la profecía que el profeta Natán hizo al rey David de
parte de Dios, y que como estrella luminosa acompañó a Israel en su historia: «Cuando se
cumplan tus días y te duermas con tus padres, suscitaré a tu linaje, después de ti, el que
saldrá de tus entrañas, y afirmaré su reino. Él edificará casa a mi nombre, y yo estableceré
su trono para siempre. Yo seré para él un padre, y él será para mí un hijo... Permanente
será tu casa y tu reino para siempre ante mi rostro, y tu trono estable por la eternidad»
(2Sam 7,12-16). Jesús será soberano de la casa de David y a la vez Hijo de Dios. Su
reinado permanecerá para siempre.
Reinará por los siglos en la casa de Jacob. En él se cumplirá lo que se dijo del siervo
de Yahveh: «Poco es para mí que seas tú mi siervo para restablecer las tribus de Jacob y
reconducir a los supervivientes de Israel. Yo haré de ti luz de las naciones para llevar mi
salvación hasta los confines de la tierra» (Is 49,6). Jesús reunirá al pueblo de Dios, e
incluso los gentiles; se le incorporarán. Fundará un reino que abarque el mundo, los
pueblos y los tiempos.
34 Pero María preguntó al ángel: ¿Cómo va a ser esto, puesto que
yo no conozco varón?
La respuesta al mensaje de Dios es una pregunta. Zacarías pregunta (1,18), y también
María. Zacarías pregunta por un signo que le convenza de la verdad del mensaje; María
cree en el mensaje sin preguntar por un signo. Zacarías creerá cuando vea resuelta su
pregunta; María cree y sólo después busca solución a la pregunta que se le ofrece.
La pregunta de María hace caer en la cuenta de la imposibilidad humana de conciliar
maternidad y virginidad. María ha de ser madre, como lo ha comprendido por el mensaje del
ángel: Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo. Pero al mismo tiempo es virgen: No
conozco varón, no tengo relaciones conyugales. La pregunta de María sirve a la vez
también de introducción a la explicación divina que ha de hallar este misterio (1,35). No
vamos a detenernos precisamente a investigar a qué situación externa e interna, a qué
estado de ánimo se debió el que María hiciera esta pregunta. Se ha investigado el
Evangelio en este sentido (*). ¿Y qué se ha logrado? En lugar de una solución clara e
indubitable, nuevos enigmas. La pregunta no debe constituirse en punto de partida de un
análisis psicológico de la virgen desposada, bajo la impresión del anuncio de su
maternidad. También Lucas consignó la pregunta y no le dio ninguna explicación. La
pregunta le parecía importante; en efecto, llama la atención. Nosotros mismos nos hacemos
también esta pregunta: ¿Cómo se puede conciliar virginidad y maternidad?
...............
* En Occidente se ha sostenido con frecuencia desde san Agustín hasta nuestros días la opinión
de que María
había hecho un propósito (voto) de mantenerse perpetuamente virgen, pero que se había
desposado a fin de
tener un protector de su virginidad; que por ello dijo al ángel: «¿Cómo va a ser esto, puesto que
yo no
conozco varón?» Contra esto se objeta: Tal voto (propósito) de virginidad no era conocido en el
AT ni se
consideraba como un ideal; si había esenios que vivían en celibato, no lo hacían por un respeto a
la virginidad
o al celibato basado en motivos religiosos, sino porque se tenía poca estima de la mujer y del
matrimonio y
se veía en éste un impedimento para el estudio y cumplimiento de la ley. Que los desposorios
con José
tengan el significado alegado, es cosa que no se desprende del texto. Por estos reparos afirman
hoy no
pocos: María, con su pregunta, expresó su sorpresa y extrañeza: ¿Cómo era posible que fuera
madre
entonces, ya que todavía no la había llevado su esposo a su casa? En efecto, estaban prohibidas
las
relaciones conyugales entre quienes sólo estaban unidos por esponsales. También esta hipótesis
se basa
en presupuestos nada seguros. El ángel no dijo: La concepción va a tener lugar inmediatamente;
María dijo
sencillamente: «puesto que yo no conozco varón», pero no dijo: «puesto que yo no conozco
todavía varón»
También se ha intentado esta otra solución: María cuenta entre las personas piadosas del país y,
como
Zacarías e Isabel, como Simeón y Ana, esperaría el cumplimiento de las promesas mesiánicas.
Como
virgen que era, pensaría en la que había de ser la madre del Mesías. Así habría meditado
también Is 7,14,
profecía que habla de la madre virgen del Mesías. En esa situación oye el mensaje del ángel y da
como
respuesta: «¿Cómo va a ser esto, pues entonces (en ese caso, en el caso del cumplimiento de la
profecía)
no conozco (no puedo conocer) varón?» También esta hipótesis se basa en presupuestos que no
están
fundados en el texto. y en pretendidas explicaciones filológicas que tampoco autoriza el
contexto.
...............
c) Concepción por gracia (1,35-38).
35 Y el ángel le respondió: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el
poder del Altísimo te envolverá en su sombra; por eso, el que nacerá
será santo, será llamado Hijo de Dios.
La acción de Dios es increíblemente nueva. Hasta aquí se trataba de personas ancianas
y estériles, a las que se otorgó de manera maravillosa lo que la naturaleza sola no había
sido capaz de lograr. Ahora se trata de una virgen que ha de ser madre sin ninguna
cooperación humana. Jesús ha de recibir la vida «no de sangre (de varón y de mujer) ni de
voluntad humana (de los instintos), ni de voluntad de varón, sino de Dios» (Jn 1,13) (*), de
la virgen. En esta concepción y en esta acción de Dios se supera todo lo que hasta ahora
había sucedido a los grandes de la historia sagrada: a Isaac, Sansón, Samuel, Juan
Bautista. ¿Quién es Jesús?
El Espíritu Santo vendrá sobre ti. Fuerza divina, no fuerza humana, será la que active
el seno materno de María. El Espíritu Santo es una fuerza que vivifica y ordena. «La tierra
estaba confusa y vacía..., pero el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las
aguas» (Gén 1,2). «Si mandas tu hálito (tu espíritu) son creados (los vivientes)» (Sal
104,30). El milagro de la concepción virginal y sin padre, de Cristo, es la suprema
revelación de la libertad creadora de Dios. Un nuevo patriarca surge por la libre acción
creadora de Dios, pero con la cooperación de la vieja humanidad, por María. Jesús es Hijo
de Dios como ningún otro (3,38).
El poder del Altísimo te envolverá en su sombra. La nube que oculta al sol, envuelve
en sombras y es a la vez signo de fertilidad, porque encierra en sí la lluvia. Del tabernáculo
en que se manifestaba Dios en el Antiguo Testamento se dice: «La nube cubrió el
tabernáculo, y la gloria de Yahveh llenó la morada» (Ex 40,34). Cuando fue consagrado el
templo en tiempos de Salomón, una nube lo envolvió: «Los sacerdotes no podían oficiar por
causa de la nube, pues la gloria de Dios llenaba la casa» (IRe 8,11). La gloria de Dios es
luz radiante y virtud activa. Dios no está inactivo en el templo, sino que mora en él
desplegando su acción. La gloria de Dios, que es fuerza, llena a María y causa en ella la
vida de Jesús. En Jesús se manifiesta la gloria de Dios mediante la encarnación que se
produce de María. María es el nuevo templo, en el que Dios se manifiesta a su pueblo en
Jesús, María es el tabernáculo de la manifestación en el que habita el Mesías, el signo de
la presencia de Dios entre los hombres.
La concepción virginal por el espíritu y la virtud del Altísimo indica que Jesús, el que
nacerá será santo, Hijo de Dios. A Jesús se le llama santo (Act 2,27), es el Santo de Dios
(4,34). Jesús, en cuanto concebido y dado a luz gracias al Espíritu, es desde el principio,
desde su misma concepción, poseedor del Espíritu. Juan poseyó el Espíritu desde el seno
materno, los profetas y los «espirituales» son penetrados del Espíritu durante algún tiempo.
Jesús supera a todos los portadores de Espíritu. Por el hecho de poseer el Espíritu desde
el principio, puede también comunicar el Espíritu (24,49; Act 2,33).
Jesús es llamado Hijo de Dios, y lo es. Por haber nacido gracias a la virtud del Altísimo,
por eso es Hijo del Altísimo (1,32; 8,28), Hijo de Dios. No es hijo de Dios como Adán es
también hijo de Dios (3,38) mediante creación por Dios, sino por generación, no como los
que aman, que reciben como gran recompensa ser hijos del Altísimo (6,35), sino desde el
principio, desde la concepción.
...............
* Según una antigua lectura reza así /Jn/01/13: «A todos los que lo recibieron, a todos los que
creen en el
nombre de aquel que no de sangre... sino de Dios nacieron, les dio potestad de llegar a ser hijos
de Dios.» A
pesar de los buenos testigos, esta lectura no parece ser genuina; en efecto, siendo la más fácil, no
se
explica cómo, a pesar de su alto valor apologético, no se ha impuesto frente a la otra lectura.
Aun cuando el
Evangelio de san Juan no se puede aducir como testimonio explícito del nacimiento virginal de
Jesús, sin
embargo, la complicada formulación de Jn 1,13 muestra que la filiación divina de los fieles por
gracia tiene su
modelo en el nacimiento virginal de Jesús.
...............
36 Y ahí está tu parienta Isabel: también ella, en su vejez, ha
concebido un hijo; ya está en el sexto mes la que llamaban estéril, 37
porque no hay nada imposible para Dios.
María, contrariamente a Zacarías, no pidió ningún signo que acreditara su mensaje,
todavía más difícil de creer, sino que creyó sin signo alguno; pero Dios le otorgó un signo.
Dios no exige una fe ciega. Apoya con un signo la buena voluntad de creer.
Dios da un signo que se acomoda a María. En aquel momento nada podía afectarle tanto,
para nada tenía tanta comprensión como para la maternidad. También ha concebido Isabel,
que era tenida por estéril. Éste es el sexto mes. Los signos de la maternidad son
manifiestos, son signos de la maravillosa intervención divina.
No hay nada imposible para Dios (literalmente: «La palabra de Dios nunca carece de
fuerza»). Lo que dice el ángel a María, lo dijo ya Dios a Abraham: «¿Por qué se ha reído
Sara, diciéndose: De veras voy a parir, siendo tan vieja? ¿Hay algo imposible para
Yahveh?» (Gén 18,13s). La palabra de Dios está cargada de fuerza, es eficaz. La fe de
María se ve apoyada por el hecho salvífico efectuado en Isabel, por el testimonio de la
Escritura acerca de Abraham. La entera historia de la salvación y la vida de la Iglesia es
signo.
Desde Abraham e Isaac, pasando por Isabel y Juan, se extiende un arco que llega a
María y Jesús. La fuerza que sostiene la historia de la salud y la acción salvadora de Dios,
que comenzó en Abraham, alcanzó en Juan su cumbre veterotestamentaria y halló su
consumación en Jesús, es siempre la palabra de Dios, que nunca carece de fuerza.
Abraham recibe de Sara un hijo porque ha hallado gracia a los ojos de Dios (Gén 18,3).
María recibe su hijo porque ha hallado gracia (1,30). María se reconoce hija de Abraham en
la fe y en la gracia; en su hijo se cumplen todas las promesas, que se habían hecho a
Abraham y a su descendencia (Gál 3,16).
María está emparentada con Isabel. Así también María debe descender de la tribu de
Leví y estar emparentada con el sumo sacerdote Aarón. Jesús pertenece a la tribu de Leví
por su descendencia de María, y por su posición jurídica es tenido por hijo de José y, por
consiguiente, por descendiente de David (y de Judá). En los tiempos de Jesús estaba viva
la esperanza de que vendrían dos Mesías: uno de la tribu de Leví, que sería sacerdote, y
otro de la tribu de Judá, que sería rey (*). Sin embargo, el plan de Dios era que Jesús
reuniera en su persona la dignidad sacerdotal y la regia. ¿Hasta qué punto pensaba Lucas
en esto? En todo caso su imagen de Cristo tiene más rasgos sacerdotales que regios, su
Cristo es salvador de los pobres, de los pecadores, de los afligidos...
38a Dijo entonces María: He aquí la esclava del Señor; hágase en
mí según tu palabra.
El mensaje de Dios ha sido transmitido, la reflexión de María ha cesado, el signo se ha
ofrecido; ahora se aguarda la respuesta. Dios suscita anhelos, atrae, solicita, elimina
resistencias, persuade, pero no fuerza nunca. María ha de dar su consentimiento con libre
decisión.
Por el mensaje comprendió María la voluntad de Dios. Esta voluntad la cumple como
esclava del Señor. La voluntad de Dios lo es para ella todo. La historia de la salvación
comienza con el acto de obediencia de Abraham. El Señor le dijo: «Salta de tu tierra... para
la tierra que yo te indicaré. Yo te haré un gran pueblo... Fuese Abraham conforme le había
dicho Yahveh» (Gén 12,1-4). Según una tradición judía, dijo Dios a Abraham: «¡Abraham!».
Y Abraham dijo: «Aquí está tu siervo». Desde el principio hasta el fin, los preceptos de Dios
exigen obediencia. Cristo entró en el mundo con un acto de obediencia (Heb 10,5-7), y con
un acto de obediencia salió de él (Flp 2,8). El hombre sólo puede lograr la salvación si
obedece: «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el
que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7,21).
En la frase de María no hay ningún «yo». Dios lo es todo para María. El término y la
consumación del tiempo de la salud bajo la soberanía de su Hijo tendrá lugar cuando
Cristo, al que el padre lo ha sometido todo, lo someta todo a aquel que todo se lo ha
sometido, de modo que «Dios lo sea todo en todos» (lCor 15,28).
...............
* La asociación de realeza y sacerdocio en una persona pertenece a los tiempos más antiguos.
Se esperó
también para el futuro. Según Ex 19,6, es Israel un «reino de sacerdotes y un pueblo santo». El
profeta
Zacarías recibe el encargo de coronar al sumo sacerdote Josué (Zac 6,5-14). La coronación del
sumo
sacerdote significa que se le confía el poder civil. En la época de los Macabeos se realiza esta
asociación:
«Los judíos y sacerdotes resolvieron instituir a Simón por príncipe y sumo sacerdote para
siempre, mientras
no aparezca un profeta digno de fe» (1Mac 14,41). Por influjo macabeo se halla esta asociación,
ante todo,
en el Testamento de los doce Patriarcas. En el judaísmo tardío distinguieron además los textos
de Qumrán y
el documento de Damasco, entre un Mesías sacerdotal y un Mesías regio, un Mesías de la tribu
de Leví y
otro de la tribu de Judá, estando el Mesías regio subordinado al Mesías sacerdotal.
...............
38b Y el ángel se retiró de su presencia.
Las palabras se retiró enlazan los dos cuadros de las anunciaciones; en efecto, también
de Zacarías se dice que se retiró a su casa (1,23). Ambos cuadros tienen una estructura
común, ambos invitan a la comparación por su semejanza y sus diferencias. En el
comentario se ha procurado penetrar en ellas. De estas consideraciones resuena siempre
una cosa: Jesús es el mayor.
Una vez que María expresó su obediencia, quedó terminada la misión del ángel. No se
dice cómo se verificó la concepción. Ante lo más grande se recomienda el silencio. Lo que
no expresó Lucas, lo formuló Juan en estas palabras: «Y la Palabra se hizo carne» (Jn
1,14).
(_MENSAJE/03-1.Págs. 35-49)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 4
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE: EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCA (4)
·ALOIS-STÖGER
3. ENCUENTRO
(Lc/01/39-56).
El encuentro entre María e Isabel enlaza las dos narraciones de la anunciación de Juan y
de Jesús, pero también las dos narraciones del nacimiento y de la infancia. Gracias al
encuentro con Isabel adquiere María una inteligencia más profunda del mensaje que le ha
dirigido Dios (1,39-45) y canta un cántico de alabanza a la acción salvífica de Dios
(1,46-55). Con unas breves palabras sobre la permanencia de María junto a Isabel y sobre
su regreso (1,56) se cierra este relato que respira admirable intimidad y calor religioso.
a) Las madres agraciadas (1,39-45).
39 Por aquellos días, María se puso en camino y se fue con
presteza a una ciudad de la región montañosa de Judá. 40 Entró en
casa de Zacarías y saludó a Isabel.
La marcha tuvo lugar por aquellos días, poco después de la anunciación. El camino lleva
a Nazaret a una ciudad de Judá, situada en la región montañosa limitada por el Negeb, el
desierto de Judá y la Sefalá. Según una vieja tradición, estaba situada la ciudad en el
emplazamiento de la actual En-Karim, a unos seis kilómetros y medio al oeste de
Jerusalén. El camino que tuvo que recorrer María desde Nazaret exigía tres o cuatro días
de marcha.
María se fue a la región montañosa con presteza. El viaje era incómodo, y sin embargo
fue María con presteza. Aquí se inicia la gran marcha que llena la obra histórica de Lucas,
el evangelio y los Hechos de los Apóstoles. La Palabra de Dios efectúa una marcha del
cielo a la tierra, de Nazaret a Jerusalén, de Jerusalén a Judea y Samaría y hasta los
confines de la tierra, sin tener en cuenta las dificultades, siempre con presteza.
Al término de la marcha entra María en casa de Zacarías y saluda a Isabel. También
esto se hace con presteza. Sólo saluda a Isabel, a quien Dios la ha remitido. En el camino
no saluda a nadie. Procede como los mensajeros que enviará Jesús y que recibirán el
encargo: «No saludéis a nadie por el camino» (10,4). La historia de la infancia contiene las
líneas fundamentales de la acción de Jesús; la acción de Jesús es modelo para la vida de
la Iglesia.
14 Y apenas oyó ésta el saludo de María, el niño saltó de gozo en
el seno de Isabel, la cual quedó llena de Espíritu Santo.
En el saludo de María, que lleva al Mesías en su seno, la salud mesiánica alcanza a
Isabel y, a través de su madre, a Juan. El niño salta de gozo en el seno materno. El
movimiento natural del niño se convierte en signo del gozo que suscita el encuentro con el
portador de la salud. Este signo tenía un significado más profundo que el movimiento de
los gemelos Esaú y Jacob en el seno de Rebeca. «Chocaban entre sí en el seno materno
los gemelos, lo que le hizo exclamar: Si esto es así, ¿para qué vivir? Y fue a consultar a
Yahveh, que le respondió: Dos pueblos llevas en tu seno. Dos pueblos que al salir de tus
entrañas se separarán. Una nación prevalecerá sobre la otra. Y el mayor servirá al
menor» (Gen 25,22s). Dios dirige la historia de los hombres aun antes de que nazcan. El
profeta Jeremías consigna la palabra de Dios: «Antes que te formara en las entrañas
maternas te conocía; antes que tú salieses del seno materno te consagré y te designé
para profeta de pueblos» (Jer 1,5).
Isabel quedó llena de Espíritu Santo. Cuando María entra en la casa y se oyen sus
palabras de saludo, se inicia la bendición del tiempo de salud. Dios dirá a sus mensajeros:
«Y en cualquier casa en que entréis, decid primero: Paz a esta casa. Y si allí hay alguien
que merece la paz, se posará sobre él vuestra paz» (10,5s). En la casa de Zacarías se
efectúa en el estrecho ámbito de la historia de la infancia lo que se efectuará en Jerusalén
después de la resurrección del Señor: «Y sucederá en los últimos días que derramaré mi
Espíritu sobre toda carne. Y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas» (Act 2,l7: Jl 3,1-5).
La historia de la infancia de la Iglesia es la renovación de la historia de la infancia de
Jesús.
42 Y exclamó a voz en grito: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito
el fruto de tu vientre! 43 ¿Y de dónde a mí esto: que la madre de mi
Señor venga a mí? 44 Porque mira: apenas llegó a mis oídos tu
saludo, el niño saltó de gozo en mi seno. 45 ¡Bienaventurada tú, que
has creído; porque se cumplirán las palabras que se te han
anunciado de parte del Señor!
Isabel, llena del Espíritu Santo, habla en una moción extática, bajo el influjo de Dios, en
forma litúrgica solemne, como cantaban los levitas delante del arca de la alianza (ICró
16,4). Es pregonera de la salud, servidora del Señor que se presenta en su casa. El
Espíritu Santo le da a conocer el misterio de María.
La profetisa recoge la alabanza del ángel y la confirma: Bendita tú entre las mujeres.
Añade la razón de esta bendición: Y bendito el fruto de tu vientre. Se le predica bendición
porque antes ha sido bendecida por Dios con la abundancia de todas las bendiciones que
están compendiadas en Cristo (Ef 1,3).
M/ARCA-ALIANZA:¿De dónde a mí esto? Análogamente habló David cuando había de
llevar el arca de la alianza a Jerusalén: «Habiéndose puesto en marcha, David y todo el
ejército que lo acompañaba partieron en dirección a Baalá de Judá, para subir el arca de
Dios, sobre la cual se invoca el nombre de Yahveh Sebaot, sentado entre los querubines.
Pusieron sobre un carro nuevo el arca de Dios y la sacaron de casa de Abinadab, que está
sobre la colina... David y toda la casa de Israel iban danzando delante de Yahveh con
todas sus fuerzas con arpas, salterios, adufes, flautas y címbalos... Atemorizóse entonces
David de Yahveh y dijo: ¿Cómo voy a llevar a mi casa el arca de Yahveh? Y desistió ya de
llevar a su casa el arca de Yahveh a la ciudad de David, y la hizo llevar a casa de
Obededón de Gat, y Yahveh le bendijo a él y a toda su casa. Dijéronle a David: Yahveh ha
bendecido a la casa de Obededón y a cuanto tiene con él por causa del arca de Dios»
(2Sam 6,2-11). Parece que este texto influyó en la exposición de Lucas. María fue
considerada como el arca de la alianza del Nuevo Testamento. Lleva al Santo en su seno,
la revelación de Dios, la fuente de toda bendición, la causa del gozo de la salvación, el
centro del nuevo culto.
El saludo de María tiene por respuesta los jubilosos saltos del niño. Erumpe el júbilo del
tiempo mesiánico de salvación, que el profeta había descrito con estas palabras: «Saldréis
y saltaréis como terneros que salen del establo (a los que se han soltado las cadenas)»
(Mal 3,20). El tiempo de salvación es tiempo de alegría.
El cántico de alabanza que entona Isabel termina con palabras de felicitación para
María. Bienaventurada tú, que has creído. María es madre de Jesucristo, porque ha dado
el sí en santa obediencia. Cuando aquella mujer del pueblo bendijo a Jesús diciendo:
«Bienaventurado el seno que te llevó y los pechos que te criaron», dijo él:
«Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la guardan» (11 ,27s).
Con un acto de fe comienza la historia de la salvación de Israel: Abraham se marcha con
su mujer a una tierra desconocida, únicamente porque Dios lo ha llamado y le ha
prometido bendecirle con gran descendencia (Gén 12,1-5); con un acto de fe comienza la
historia de la salvación del mundo: María creyó las palabras de Dios: que ella sería la
virgen madre del Mesías.
b) Cántico de María (1,46-55).
MAGNIFICAT
Por el mensaje del Ángel, por las palabras de Isabel llena de Espíritu Santo y por la
Sagrada Escritura, en la que hablaron uno y otro, reconoce María que el Señor ha hecho
en ella grandes cosas. Su responsorio (cántico de respuesta a la Sagrada Escritura) es un
himno a la acción salvífica de Dios con su pueblo, que ha alcanzado ahora su
consumación. Con cánticos semejantes canta también la Iglesia naciente las grandes
gestas de Dios: «Diariamente perseveraban unánimes en el templo, partían el pan por las
casas y tomaban Juntos el alimento con alegría y sencillez de corazón» (Act 2,46s). Pablo
amonesta a los Efesios: «No os embriaguéis con vino, en lo cual hay desenfreno, sino
dejaos llenar de Espíritu, recitando entre vosotros salmos, himnos y cánticos espirituales,
cantando y salmodiando de todo vuestro corazón al Señor» (Ef 5,18s).
El Evangelio hímnico de María comienza con un cántico de alabanza de Dios (1,46-48),
canta al Dios poderoso, santo y misericordioso (1,49s), las leyes fundamentales de su
acción salvadora (1,51-53), y termina con unos versos que ensalzan la fidelidad de Dios a
las promesas (1,54s). Lo que María experimentó fue, es y será el obrar salvífico de Dios.
La historia de la salvación es luz de la vida.
46 Dijo entonces María:
Canta mi alma la grandeza del Señor,
47 y mi espíritu salta de gozo en Dios, mi salvador;
48 porque puso sus ojos en la humilde condición de su esclava.
Y así ahora me llamarán bienaventurada
todas las generaciones.
El Señor, mediante la acción salvadora realizada en María ha venido a ser Dios su
salvador. Resuena el nombre de Jesús (Mt 1,21). Por Jesús ha venido Dios a ser el
salvador. La alabanza de Dios y el gozo mesiánico escatológico penetran las
profundidades de María, su alma y su espíritu. Las gestas salvíficas de Dios suscitan en
ella una jubilosa liturgia de alabanza.
María se cuenta entre los de humilde condición, los pequeños y los pobres, a quienes
profetas y salmos prometen con frecuencia la salvación. «Que no ha de ser dado el pobre
a perpetuo olvido, no ha de ser por siempre fallida la esperanza del mísero» (Sal 9,19).
«Porque así dice el Altísimo, cuya morada es eterna, cuyo nombre es santo: Yo habito en
la altura y en la santidad, pero también con el contrito y humillado, para hacer revivir los
espíritus humildes y reanimar los corazones contritos» (Is 57,15). Jesús recoge estas
promesas en sus bienaventuranzas: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de
ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3). «Tú eres el Dios de los humildes, el amparo de los
pequeños, el defensor de los débiles, el refugio de los desamparados, y el salvador de los
que no tienen esperanza» (Jdt 9,11).
La felicitación de María, que ha comenzado Isabel, no tendrá ya fin. Todas las
generaciones se unirán al coro de alabanzas de María. Como no tendrá fin el reinado del
Rey que es su Hijo, así también la Madre del Rey será alabada por siempre y en todas
partes.
49 Porque grandes cosas hizo en mi favor el Poderoso.
Santo es su nombre,
50 y su misericordia se extiende de generación en generación
para aquellos que le temen.
Poder, santidad y misericordia son los rasgos más luminosos de la imagen de Dios en el
Antiguo Testamento. En Dios hay una fuerza viva, que pugna por exteriorizarse, que quiere
hacer propiedad suya todo lo que hay en el mundo, demostrándose así Dios como el Santo
(Ez 20,41). Como Dios es el Dios santo, es también el Dios misericordioso. Es el salvador y
redentor del resto santo, porque no es hombre, sino Dios. Las obras de poder de Dios son
amor misericordioso.
51 Desplegó el poderío de su brazo,
dispersó a los engreídos en los proyectos de su corazón;
52 a los potentados derribó del trono,
y elevó a los humildes;
53 a los hambrientos los colmó de bienes,
y despidió a los ricos con las manos vacías.
María expresa lo que tiene experimentado su pueblo. «Afligiéronse los egipcios y nos
persiguieron, imponiéndonos rudísimas cargas, y clamamos a Yahveh, Dios de nuestros
padres, que nos oyó y miró nuestra humillación, nuestro trabajo y nuestra angustia, y nos
sacó de Egipto con mano poderosa y brazo tendido, en medio de gran pavor, prodigios y
portentos, y nos introdujo en este lugar, dándonos una tierra que mana leche y miel» (Dt
26,6-9). La historia de la salvación conduce a María, el centro de la Iglesia (cf. Act 1,14).
Los que se creían grandes y ricos, fueron derribados: el faraón cuando la salida de
Egipto, los enemigos de Israel en la época de los jueces, los poderosos soberanos de
Babilonia...
Dios interviene en favor de los humildes, de los débiles y de los pobres. En cambio, debe
temblar quien quiera ser de los grandes y poderosos intelectual, política y socialmente. El
que está pagado de su propio poder cierra su corazón a Dios, y Dios se cierra a los que se
le cierran. El pobre. en cambio. abre su corazón a Dios, su único refugio y seguridad. y
Dios se vuelve hacia él.
Las condiciones para entrar en el reino de los cielos son las bienaventuranzas de los
pobres, de los que lloran y de los que tienen hambre. María cumple lo que se requiere para
poder entrar en el reino de los cielos.
Jesús mismo vivirá también de esta ley de la historia salvadora proclamada por María
después de haberlo concebido. Porque se humilló será ensalzado (Flp 2,5-11).
54 Tomó bajo su amparo a su siervo Israel,
acordándose de su misericordia,
55 como había prometido a nuestros padres,
a Abraham y a su linaje para siempre.
La gran hora de María es también la gran hora de su pueblo. Al comienzo de su cántico
habló María de la salud que Dios le había preparado, al final habla de la salud que alborea
para su pueblo. Lo que sucedió en María se realiza en la Iglesia de Dios. En María está
representado el pueblo de Dios.
El siervo de Dios es el pueblo de Israel. «Pero tú Israel, eres mi siervo; yo te elegí,
Jacob, progenie de Abraham, mi amigo. Yo te traeré de los confines de la tierra y te llamaré
de las regiones lejanas, diciéndote: Tú eres mi siervo, yo te elegí y no te rechazaré» (Is
41,8s). Ahora va a tener cumplimiento la misericordia de Dios y la fidelidad a las promesas.
María se reconoce una con el pueblo de Dios. La historia de su elección termina en la
historia de su pueblo, y la historia de su pueblo llega a la perfección en su propia historia.
La promesa de la salud se hizo a Abraham y a su descendencia (Gén 12,2). Abraham
recibió la promesa, María toma posesión de la realización, el pueblo de Dios recibirá los
frutos. María, con el fruto de su seno, es el corazón de la historia de la salud.
El cántico de alabanza de la madre virgen recoge el cántico de alabanza de la estéril, a
la que Dios ha otorgado descendencia. Ana, madre de Samuel, cantó: «Mi alma salta de
júbilo en Yahveh; Yahveh ha levantado mi frente y ha abierto mi boca contra mis enemigos,
porque esperé de él la salvación. No hay santo como Yahveh, no hay fuerte como nuestro
Dios... Rompióse el arco de los poderosos, ciñéronse los débiles de fortaleza, los hartos
pusiéronse a servir por la comida, y se holgaron los hambrientos... Levanta del polvo al
pobre, de la basura saca al indigente, para hacer que se siente entre los príncipes, darle
parte en su trono de gloria... Él atiende a los pasos de los piadosos, y los malvados
perecerán en las tinieblas. No vence el hombre por su fuerza» (lSam 2,1-lO). El cántico de
María no es imitación del cántico de Ana, pero ambos cantos están alimentados por la
acción de Dios en la historia salvífica.
La formación del niño se ha mirado siempre como obra de Dios. Cuando Eva dio a luz a
Caín, dijo: «He alcanzado de Yahveh un varón» (Gén 4,1). Todavía más fue alabada como
obra de Dios la maternidad de las estériles. La maternidad de María aventaja a todas las
demás. Es la madre virginal del Mesías, en el que son benditos todos los pueblos de la
tierra. En su maternidad se ve coronada toda maternidad, y toda maternidad lleva en sí
algo de esta maternidad.
Las agradecidas meditaciones de María se expresan en el lenguaje de los cánticos del
Antiguo Testamento. Los cantos de su pueblo son su canto, y su canto viene a ser el canto
del pueblo de Dios. La Iglesia incluye el cántico de la Virgen en la oración de vísperas,
cuando mira, meditando, al día transcurrido.
c) Permanencia y regreso (1,56).
56 María se quedó con ella unos tres meses, y luego regresó a su
casa.
Isabel se mantuvo oculta después de la concepción. En el sexto mes llegó María,
entonces era ya patente que había concebido. María permaneció allí unos tres meses.
Probablemente se había marchado ya cuando nació Juan. Este pertenece todavía a los
tiempos viejos, Jesús pertenece a los nuevos. El nacimiento de Juan, que cae todavía en
el tiempo de las promesas, debe estar rodeado de todos los signos de este tiempo.
María permaneció con Isabel unos tres meses. Estuvo en su casa poco más o menos el
mismo tiempo que había estado el arca de la alianza en Guirgat Járim. Sólo poco más o
menos. El historiógrafo no quiere forzar los hechos a fin de que las aserciones religiosas
puedan presentarse como realización o cumplimiento. Las aserciones sobre María no son
invenciones, sino que están basadas en la historia, a la cual da sentido la palabra de Dios.
El regreso a su casa muestra que José todavía no la había tomado consigo. Ahora volvía
a caer sobre ella el velo que ocultaba su misterio. Los rayos de la gloria sólo habían
brillado por breve tiempo. Así va Jesús a través de su infancia y de su acción, así la
Iglesia...
Il. NACIMIENTO E INFANClA (1,57-2,52).
1. JUAN EL BAUTlSTA (1.57-80).
a) Nacimiento e imposición del nombre
(Lc/01/57-66)
JBTA/NACIMIENTO
57 A Isabel le llegó el tiempo del alumbramiento, y dio a luz un
hijo. 58 Cuando sus vecinos y parientes se enteraron de la gran
misericordia con que la había favorecido el Señor, se alegraban con
ella.
El nacimiento de Juan está envuelto en alegría. Isabel se alegra, y con ella los vecinos y
parientes. Es la alegría de haber nacido un niño, y de una madre que era tenida por estéril
y era además de edad avanzada. Esta alegría ignora todavía la hora de la historia de la
salvación que ha sonado con este nacimiento.
La alegría del corazón se desborda en un cántico de alabanza: El Señor la ha
favorecido con gran misericordia. El reconocimiento agradecido de los grandes hechos
misericordiosos de Dios proporciona alegría, no sólo al que ha sido objeto de la
misericordia de Dios, sino también a los que lo reconocen y ensalzan. «Y si, además, soy
derramado en libación sobre la ofrenda y el ministerio litúrgico de vuestra fe, me alegro y
me congratulo con todos vosotros. De igual modo, alegraos también vosotros y
congratulaos conmigo» (Flp 2,17s).
59 A los ocho días fueron a circuncidar al niño y querían ponerle el
nombre de su padre: Zacarías.
La circuncisión se llevaba a cabo al octavo día del nacimiento. Así lo exigía la ley: «Esto
es lo que has de observar tú y tu descendencia después de ti: circuncidad todo varón.
Circuncidaréis la carne de vuestro prepucio, y ésa será la señal del pacto entre mí y
vosotros. A los ocho días de nacido, todo varón será circuncidado» (Gén 17,10ss; cf. Lev
12,3).
A la circuncisión va ligada la imposición del nombre (2,21). El derecho de fijar el nombre
del niño y de imponérselo corresponde al padre y a la madre, pero también los huéspedes
podían tomar parte en la elección del nombre (Rut 4,17). Como el joven Tobías se había
llamado como su padre (Tob 1,1.9), así querían que el niño se llamase Zacarías, como su
padre. En la vida religiosa influye mucho la tradición y el uso. Pero la cuestión decisiva es
ésta: ¿Cuál es la voluntad de Dios? No siempre elige Dios lo tradicional, la vieja usanza, el
camino trillado...
60 Pero su madre intervino diciendo: De ninguna manera; sino que
se ha de llamar Juan. 61 y le replicaron: ¡Pero si nadie hay en tu
familia que lleve ese nombre! 62 Preguntaron, pues, por señas a su
padre cómo quería que se le llamara.
Isabel elige el nombre de Juan porque con espíritu profético conoce la voluntad de Dios
(1,41). Los parientes lo juzgan todo según las usanzas. Ahora alborea un tiempo nuevo.
Isabel ha percibido el aura de lo nuevo. Juzga en forma nueva, y esto se hace extraño a los
que están completamente enraizados en lo antiguo. El espíritu va por nuevos caminos, que
no siempre son fáciles de comprender. En la naciente Iglesia vendrá también sobre los
gentiles: «Se maravillaron los creyentes de origen judío que habían venido con Pedro de
que también sobre los gentiles se hubiera derramado el don del Espíritu Santo» (Act
10,45). El Espíritu no guía siempre conforme a los planes de los hombres, sino también
contra ellos.
63 Él pidió una tablilla y escribió: Juan es su nombre. Y se
quedaron todos admirados. 64 Y en aquel momento se le abrieron
los labios, se le desató la lengua y comenzó a hablar, bendiciendo a
Dios.
Entonces se escribía en tablillas recubiertas de cera. Isabel y Zacarías están de acuerdo
en la elección del nombre. Al pueblo le extraña la decisión y se admira. La voluntad y la
palabra de Dios sitúa a los que ha elegido ante la necesidad de salirse de lo
acostumbrado: a Abraham, a Moisés, a los profetas. ¿Qué experimentará Cristo cuando
sea anunciada su buena nueva? «Nadie que haya probado el vino viejo quiere el nuevo;
porque dice: El viejo es mejor» (5,39).
La imposición del nombre revela el misterio de la misión del niño que acaba de nacer; en
efecto, el nombre del niño significa: Dios es misericordioso. El tiempo del castigo ha
terminado para Zacarías; ya no tiene necesidad de signo. Las graves palabras que
pronuncian los labios abiertos y la lengua suelta, son alabanza de Dios. En el nacimiento
del Precursor se anuncia -todavía en un círculo reducido- el tiempo de salvación, tiempo
para proclamar los grandes hechos de Dios.
65 Y un temor se apoderó de todos sus vecinos, y todas estas
cosas se comentaban por toda la región montañosa de Judea; 66 y
cuantos las oían, las grababan en su corazón preguntándose: ¿Pues
qué llegará a ser este niño? Porque, efectivamente, la mano del
Señor estaba con él.
Del pequeño círculo de los vecinos y parientes de la casa sacerdotal sale y se extiende
por toda la montaña de Judea la noticia de los acontecimientos extraordinarios. La noticia y
el mensaje de salvación pugna por extenderse a espacios cada vez más amplios. Tiene el
destino y la fuerza de conquistar el mundo. El que es alcanzado por ella se convierte
también en su heraldo (8,17).
No basta, sin embargo, con haber experimentado y oído los hechos portadores de la
salud. Deben además grabarse en el corazón. El que los percibe tiene que enfrentarse con
ellos en su interior. En el niño Juan se revela el poder, la guía y la dirección de Dios. Quien
tome esto en serio y lo considere en su interior se asombrará y se preguntará: ¿Por qué
sucede esto? ¿Por qué acompaña a este niño la poderosa mano de Dios? ¿Quién da
solución a estas preguntas? En la historia de la infancia hay hombres llenos de Espíritu
que interpretan los acontecimientos por los pensamientos y palabras de la Escritura.
(_MENSAJE/03-1.Págs. 50-63)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 5
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE:EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (5)
·ALOIS-STÖGER
b) Cántico de Zacarías
ZACARIAS/CANTICO
(Lc/01/67-79).
BENEDICTUS: Zacarías interpreta con su cántico la hora de historia de la salvación
que ha sonado con Juan. El cántico brota del repertorio propio de aquel tiempo. El espíritu
de Dios ilumina a Zacarías sobre la misión de su hijo y sobre el futuro que con él se anuncia.
Alaba a Dios con palabras antiguas, dotadas de nuevo contenido. La primera parte del
cántico es un salmo escatológico que ensalza los grandes hechos de Dios en la historia de
la salvación (1,68-75). La segunda parte es un cántico natalicio que formula parabienes por
el día del nacimiento y anuncia la misión del niño (1,76-79).
67 Entonces Zacarías, su padre, quedó lleno del Espíritu Santo y
habló como profeta diciendo:
68 Bendito el Señor Dios de Israel,
porque ha venido a ver a su pueblo y a traerle el rescate,
69 y nos ha suscitado un cuerno de salvación
en la casa de David, su siervo,
70 como lo había prometido por boca de sus santos profetas
desde tiempos antiguos:...
Cuatro de los cinco libros de los Salmos se cierran con estas palabras: «Bendito el
Señor, Dios de Israel}» (Sal 40,14; 71,18; cf. 88,53; 106,48). Todos los salmos proclaman
las obras de Dios en la creación y en la historia de la salud. La respuesta humana a las
obras divinas no puede ser sino la alabanza de Dios. Lo que se anuncia con el nacimiento
de Juan, es remate y coronamiento de todos los grandes hechos de Dios, que como Dios
de Israel actúa en la historia, se ha escogido a Israel entre todos los pueblos como pueblo
de su propiedad, lo ha guiado en forma especial y lo ha destinado a ser una bendición para
todos los pueblos.
El profeta habla del futuro, como si ya estuviese presente. Dios quiere intervenir en la
historia de su pueblo aportando la salvación por medio del Mesías venidero, quiere enviar
un poderoso salvador (cuerno de salvación) y preparar la obra redentora. Con el nacimiento
de Juan se ha acercado el tiempo de la salud, su venida ha adquirido tal certeza. que se
considera ya presente. Van a cumplirse las promesas proféticas del tiempo pasado, que
anuncian el rey soberano y Mesías de la estirpe de David. «Juró Yahveh a David esta
verdad y no se apartará de ella: Del fruto de tus entrañas pondré sobre tu trono...
Ciertamente eligió Yahveh a Sión, la adoptó por morada suya: Ésta será para siempre mi
mansión; aquí habitaré, porque la he elegido... Aquí haré crecer el poder de David y
prepararé la lámpara a mi ungido» (Sal 132,11ss). Visitación, redención, salud, soberano de
la casa de David: todo da a entender que se cumplen los grandes anhelos y esperanzas.
Juan es el precursor del portador de la salvación.
71 Salvarnos de nuestros enemigos,
y de manos de todos aquellos que nos odian;
72 tener misericordia con nuestros padres,
y acordarse de su santa Alianza,...
El Mesías salva a Israel de la opresión de sus enemigos y de todos los que lo odian. La
salvación que realizó Dios en su pueblo cuando lo liberó de la esclavitud de Egipto, se
cumple ahora de manera mucho más grandiosa. «Gritó (Dios) al mar rojo, y éste se secó, y
los hizo pasar entre las olas como por tierra seca. Los salvó de las manos de los que los
aborrecían y los sustrajo al poder del enemigo» (Sal 106,9s).
Cuando alborea el tiempo mesiánico, también los padres de Israel, los antepasados del
pueblo israelita, experimentan la misericordia; porque todavía viven y se interesan por las
suertes de su pueblo. «Vuestro padre Abraham se llenó de gozo con la idea de ver mi día;
lo vio, y se llenó de júbilo» (Jn 8,56). Ahora se realiza la alianza que concluyó Dios con
Abraham. «He aquí mi pacto contigo: Serás padre de una muchedumbre de pueblos... Te
daré pueblos, y saldrán de ti reyes... Mi pacto lo estableceré con Isaac... Y se gloriarán en
tu descendencia todos los pueblos de la tierra» (Gén 17,4.6.21; 22,18). El Mesías es la
realización de todas las promesas e instituciones, de todas las esperanzas y ansias de la
antigua alianza. Él es aquel a quien miran los que ya murieron y viven en el otro mundo, los
que todavía viven y los que han de venir. Él es el centro de la humanidad.
73 ...de aquel juramento que juró a nuestro padre Abraham,
de concedernos
74 que, liberados de manos de enemigos,
pudiéramos servirle sin temor,
75 en piedad y rectitud, en su presencia, por todos nuestros días.
Dios habla a Abraham: «Por mí mismo juro... que por no haberme negado tu hijo, tu
unigénito, te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del
cielo y como las arenas de las orillas del mar, y se adueñará tu descendencia de las
puertas de sus enemigos» (Gén 22,16s). Todo lo que obliga moralmente a los hombres a
cumplir sus promesas, todo esto se dice de Dios: hizo promesas, contrajo un pacto de
alianza, incluso pronunció un juramento. Con el envío de Cristo cumple Dios aquello a que
se había obligado. Los suspiros y clamores de los hombres no resuenan en el vacío. Dios
los oye y los satisface en Cristo, que no es solamente el centro de todas las esperanzas
humanas, sino también el centro de todos los designios divinos relativos a los hombres.
Cuando Israel es sustraído al poder de sus enemigos, queda libre para dedicarse al
servicio de Dios. Puede servir a Dios en su presencia y con ello cumplir su misión
sacerdotal que tiene que desempeñar entre los pueblos; porque Dios les dijo: «Seréis para
mí un reino de sacerdotes y una nación santa» (Éx 19,6). El Mesías procura al pueblo de
Dios espacio y libertad para celebrar el culto divino. Pero este espacio libre lo rellena
también con la adoración de Dios del final de los tiempos (cf. Jn 4,2-26). «Ante todo,
recomiendo que se hagan peticiones, oraciones, súplicas, acciones de gracias por todos
los hombres: por los reyes y por todos los que ocupan altos puestos, para que podamos
llevar una vida tranquila y pacífica con toda religiosidad y dignidad» (lTim 2,1s).
El servicio y culto divino consiste en santidad y justicia. El alma de la acción litúrgica es la
entrega a la voluntad de Dios, una conducta santa. «Ofrece a Dios sacrificios de alabanza y
cumple tus votos al Altísimo. E invócame en el día de la angustia; yo te libraré, y tú cantarás
mi gloria» (Sal 50,14s).
76 Y tú, niño, has de ser profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor a prepararle sus caminos,
77 para dar a su pueblo conocimiento de la salvación,
mediante el perdón de sus pecados,
78a por las entrañas misericordiosas de nuestro Dios,...
Juan es profeta de Dios y el que prepara el camino al Señor. He aquí que voy a enviar mi
mensajero (Mal 3,1)... Una voz grita: «Abrid una calzada en el desierto» (Is 40,3)... Jesús
sobrepuja a Juan, como el Hijo del Altísimo sobrepuja al profeta del Altísimo, y el Señor al
que le prepara el camino. El que viene es Dios mismo. El judaísmo tardío ve el futuro reino
de Dios en estrecha relación con el reino futuro del Mesías. En Jesús viene Dios...
La preparación del camino se efectúa mediante el don del conocimiento de la salvación.
El pueblo de Dios conoce la salvación porque la experimenta prácticamente. Dios se la da a
conocer al otorgársela (Sal 98,2). Ahora bien, la salvación consiste en el perdón de los
pecados. Aquel a quien se le perdonan los pecados se ve liberado y rescatado de un poder
que ata más que las manos de los enemigos y de los que odian (1,17). El tiempo de
salvación para el que Juan prepara es el tiempo de la misericordia de nuestro Dios. La
acción reveladora de Dios en los últimos tiempos es exuberancia de su corazón
misericordioso. Para el final de los tiempos se aguarda que Dios envíe su misericordia a la
tierra. Ahora se cumple esto. «El Señor es compasivo y de mucha misericordia» (Sant
5,11).
78b...por las cuales vendrá a vernos la aurora de lo alto,
79 para iluminar a los que yacen en tinieblas y sombra de muerte,
para enderezar nuestros pasos por la senda de la paz.
Por la misericordia de Dios viene la «aurora de lo alto», el Mesías. «Yo, Yahveh... te he
puesto para luz de las gentes, para abrir los ojos de los ciegos, para sacar de la cárcel a los
presos, del fondo del calabozo a los que moran en tinieblas» (Is 42,6s). El Mesías, el sol de
la salud, trae a los hombres salvación, trae redención a los oprimidos por el pecado y por la
muerte. «El pueblo que andaba en tinieblas, vio una luz grande; sobre los que habitaban en
la tierra de sombras de muerte resplandeció una brillante luz» (Is 9,1).
La Iglesia reza el cántico de Zacarías cada mañana cuando al salir el sol se disipan la
noche y las tinieblas. Lo reza también junto al sepulcro. En efecto, sobre toda la noche de
la muerte brilla la aurora de lo alto, Cristo, que con su resurrección venció el señorío del
pecado y de la muerte, y trae la restauración de todo en un nuevo universo (Ap 21,3s).
c) Infancia de Juan (Lc/01/80).
80 El niño crecía y se robustecía en espíritu, y moraba en los
desiertos hasta el momento de manifestarse a Israel.
De Sansón se dice: «La mujer dio a luz un hijo y le puso el nombre de Sansón. Creció el
niño, y Yahveh le bendijo, y comenzó a mostrarse en él el espíritu de Yahveh» (Jue 1
3,24s). Con estas palabras de la Biblia se diseña la imagen del joven Juan. No se habla
expresamente de la bendición del Señor. El crecimiento corporal y mental están bajo la
bendición del Señor en Sansón y en Juan, que son hombres de Dios. Van madurando con
vistas a su misión.
En el desierto se prepara Juan para recibir la investidura de su cargo. Lejos de los
hombres, en la proximidad de Dios se va armando para su quehacer futuro. Del desierto era
esperado el Mesías (Cf.Mt 24,26; Hch 21,38). Israel tomó posesión de la tierra prometida
después de su permanencia en el desierto. Juan se fue al desierto de Judá. Qué hizo allí y
a quién se unió, son cosa que ignoramos. Cuando se descubrieron las grutas de Qumrán y
se hizo luz sobre la vida de sus moradores gracias a los escritos que se hallaron, pareció
que también se iba a esclarecer el enigma de la estancia de Juan en el desierto. Sin
embargo, no consta que Juan tuviera relaciones con la secta de Qumrán. Con ellos le une
la ardiente espera del Mesías. Pero se hace difícil creer que el sacerdote Zacarías enviara
a su hijo entre gentes que, como protesta contra el sacerdocio del templo, se habían
retirado a la soledad, para prepararse, sin templo y sin culto, para la venida del Mesías.
La entera vida de Juan está determinada por su ministerio. Desde el seno de su madre
es elegido, vive en el desierto, seguramente bajo el impulso divino: Dios mismo le introduce
en su ministerio. Todo esto tiene lugar delante de Israel; el Mesías y su pueblo llenan su
vida. Dios lo había elegido para estos dos.
2. NACIMIENTO DE JESÚS (2,1-20).
En tiempos del emperador romano Augusto, que reinaba en todo el mundo de entonces,
nace Jesús en Belén, como lo había anunciado el profeta Miqueas (Miq 5, 1; Lc 2,1-7). En
una notificación solemne anuncian ángeles del cielo quién es este niño recién nacido y qué
importancia tiene la hora de este nacimiento en la historia de la salvación (2,8-14). Los
pastores anuncian y propagan la fe que había surgido en ellos gracias al mensaje, a los
signos y lo que habían visto (2,15-20).
Pablo nos transmitió un antiguo himno sobre la encarnación, la muerte y la resurrección
de Jesús, que se cantaba en la celebración litúrgica: «Cristo Jesús, siendo de condición
divina, no hizo alarde de ser igual a Dios, sino que se despojó a sí mismo, tomando
condición de esclavo, haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose en el porte
exterior como hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y
muerte de cruz. Por lo cual Dios, a su vez, lo exaltó y le concedió el nombre que está sobre
todo nombre, para que, en el nombre de Jesús, toda rodilla se doble... y toda lengua
confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2,6-11). La historia de la
infancia de Jesús está sostenida por los mismos pensamientos que este himno. Jesús se
despojó y se humilló cuando nació, pero Dios exaltó a este niño mediante la solemne
notificación de los ángeles, y en el punto culminante de la narración (2,10) resuena la
confesión: «Un Salvador, que es el Mesías, el Señor.» Como a la cruz del despojo de sí y
de la humillación siguió la proclamación de Dios por los ángeles, así al nacimiento en la
pobreza sigue la solemne notificación por mensajeros celestiales de Dios. Ahora bien, la
exaltación del Crucificado fue acompañada de la proclamación del Evangelio por los
apóstoles por todo el mundo; la exaltación del niño recién nacido fue dada a conocer por
los testigos de la proclamación divina; aunque, como corresponde a la historia de la
infancia, no al mundo entero, sino únicamente a un pequeño grupo. La historia de navidad
lleva el sello del Evangelio, del que dice Lucas: «Entonces (antes de la ascensión al cielo)
les abrió la mente para que entendieran las Escrituras; y les dijo: Así está escrito: que el
Mesías tenía que padecer, que al tercer día había de resucitar de entre los muertos, y que,
en su nombre, había de predicarse la conversión para el perdón de los pecados a todas las
naciones, comenzando por Jerusalén. Vosotros sois testigos de esto» (24,45-49).
Lucas, historiógrafo de Dios, tenía el mayor empeño en situar el nacimiento de Jesús,
con la notificación divina, en las circunstancias históricas concretas, en pintarlo con colores
de la época y en referirlo a la historia del mundo. Así como la historia de la pasión y de la
resurrección pertenece, como hecho histórico, a la historia del mundo, así también la
historia del nacimiento. El pesebre y la cruz son los puntos cardinales del hecho salvador
en Cristo; hay correspondencia mutua entre ambos. Lo que allí sucedió cumplió lo que
había preanunciado la Escritura. «Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras,
fue sepultado y al tercer día fue resucitado según las Escrituras» (ICor í5,3). También nació
según la Escritura. Hay detalles en el relato de navidad que dejan algunas cuestiones en
suspenso. Lucas no escribe conforme al exacto método moderno de la ciencia histórica. Su
objetivo principal no era describir el marco histórico en que tuvo lugar el nacimiento de
Jesús; lo que le importaba en primer lugar era el Evangelio, la buena nueva encerrada en
este acontecimiento. Una vez más hay que remitir al punto culminante del relato (2,10). Allí
se dice: Os traigo una buena noticia de gran alegría. También aquí es el relato del
nacimiento una anticipación del anuncio de la pasión y de la resurrección. «Os recuerdo...
el evangelio que os anuncié (como buena nueva).... porque os transmití, en primer lugar, lo
que a mi vez recibí: que Cristo murió...» (ICor 15,1-3). A datos menos claros no queremos
dar más importancia que la que les dio san Lucas. El Evangelio que presenta el nacimiento
histórico de Jesús es también para nosotros el punto decisivo del relato de navidad. De lo
contrario podría suceder que nos contentáramos con un marco vacío.
a) Nacido en Belén (Lc/02/01-07).
1 Sucedió, pues, que por aquellos días salió un edicto de César
Augusto para que se hiciera un censo del mundo entero. 2 Este
primer censo tuvo lugar mientras Quirinio era gobernador de Siria. 3
Y todos iban a empadronarse, cada cual a su propia ciudad.
El historiador Lucas sitúa la historia de la salvación en el transcurso de la historia
universal. El emperador romano Augusto (30a.C.-14 d.C.) reina sobre la tierra entera, sobre
los países comprendidos en el imperio romano. La inscripción de Priene (del año 9 a.C.)
celebra el nacimiento de Augusto. Se dice que Augusto «dio nuevo aspecto al mundo
entero: éste se habría arruinado si en él, que ahora nace, no hubiese brillado una suerte
común. Rectamente juzga quien en este natalicio reconoce el comienzo de la vida y de toda
fuerza vital... La Providencia que gobierna toda vida colmó a este hombre de tales dotes
para bien de los hombres, que nos lo envió como salvador a nosotros y a las generaciones
venideras... En su aparición se han colmado las esperanzas de los antepasados; él no sólo
ha sobrepujado a todos los pasados bienhechores de la humanidad, sino que hasta es
imposible que surja uno mayor. El nacimiento del Dios ha introducido en el mundo la buena
nueva que con él se relaciona. Con su nacimiento debe comenzar un nuevo cómputo del
tiempo». El año 27 a.C. Augusto recibió del senado el título honorífico de Sebastos, es
decir, Augusto, con lo cual fue declarado digno de adoración.
Mediante una disposición suya, el emperador Augusto, que reina sobre el mundo, se
pone, sin tener conciencia de ello y conforme al designio de la divina Providencia, al
servicio del verdadero Salvador del mundo, en quien se cumple lo que los hombres habían
esperado de Augusto y que él pudo dar hasta cierto grado, pero no en toda su plenitud.
Augusto ordenó que se constituyera un censo (*). Éste abarcaba dos cosas: un registro
de la propiedad rústica y urbana (para fines del catastro) y una estimación de sus valores
para el cálculo de los impuestos. La orden del emperador alcanzó a Palestina por medio del
gobernador de Siria, Quirinio. Herodes el Grande, que entonces reinaba todavía en
Palestina, hubo de aceptar aquella disposición, pues era rey por gracia del emperador.
Aquel censo fue el primero que se hacía entre los judíos. Tuvo lugar en tiempo de Quirinio,
gobernador de Siria. ¿Por qué hace notar Lucas todos estos detalles? Quería sin duda
determinar exactamente el tiempo. Pero con ello se pone también de relieve que Palestina
había perdido su libertad. Todos fueron a empadronarse. Según noticias que se hallaron en
Egipto, gentes que estaban fuera del país, tuvieron que ir a inscribirse a su lugar de
residencia; también las mujeres debían comparecer con sus maridos ante los funcionarios
(**). Cada cual se dirigió a su ciudad, en la que tenía alguna propiedad. Así, José tuvo que
ir a Belén.
...............
* Según el Monumentum Ancyranum, Augusto ordenó hacer tres veces el cómputo de los
ciudadanos
romanos. Indicaciones de diversas fuentes históricas permiten deducir que hacia el año 8 a.C. se
hicieron
censos de la población en diversas partes del imperio romano, por ejemplo, en las Galias el año
9 a.C. Aun
prescindiendo de Lc 2,1, de las fuentes históricas resulta más que verosímil un registro de la
población de
todo el imperio romano. El procurador de Judea dependía del gobernador de Siria. Publio
Sulpicio Quirinio,
siendo gobernador de Siria, llevó a cabo el censo de la población hacia el año 6 d.C., lo cual dio
lugar a una
sublevación del pueblo. Fuera de Lc 2,2, nadie informa sobre un censo en Palestina por Quirinio
en tiempo
anterior a.C. Es cosa demostrada que Quirinio actuaba ya en Siria a.C.; no aparece claro si era
gobernador.
Desde allí dirigió un censo en Apamea. Parece que tenía un puesto directivo en todos los
asuntos del
Próximo Oriente en colaboración con las autoridades provinciales romanas. En las palabras de
Lc 2,2 ¿se
ha de ver una «inexactitud cronológica de un escritor distante de los hechos narrados»? Aunque
se pueden
hacer objeciones, la solución del problema parece ser la siguiente: el censo que emprendió
Quirinio el año 6
d.C. parece haber comenzado ya antes de C. (el año 8 a.C.). Los trabajos del censo duraron
bastante
tiempo. En Egipto, donde los censos de la población eran ya práctica antigua, duraban todavía
cuatro años
por los tiempos de Cristo. En Palestina se llevaba a cabo por primera vez, por lo cual se hizo
más
lentamente. La primera etapa consistió en el registro de la propiedad rústica y urbana, la
segunda en la
estimación que fijaba los impuestos que se habían de pagar efectivamente. La primera etapa del
registro
tuvo lugar por el tiempo del nacimiento de Jesús; de ella habla Lc 2,1s; la segunda etapa, que era
mucho
más desagradable para el pueblo y provocó la sublevación por tratarse de la estimación de los
impuestos,
tuvo lugar el año 6 d.C.
** El papiro procede del año 104 d.C. y fue hallado en Fayyum; muestra condiciones análogas a
las que
presupone Lc, y también los mismos términos técnicos. En él se lee: «Gayo Vibio Máximo,
gobernador de
Egipto, dice: Dado que se avecina la tasación de la propiedad, tenemos que ordenar a todos los
que por
alguna razón se hallan fuera de su circunscripción que regresen a su hogar patrio a fin de
efectuar la
tasación de vigor y de aplicarse al debido cultivo del campo».
...............
4 También José, por ser de la casa y familia de David, subió desde
Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que
se llama Belén, 5 para empadronarse con María, su esposa, que
estaba encinta.
José fue con María a Belén. Sin duda tenía allí alguna posesión. En tiempos de
Domiciano había en Belén parientes de Jesús, que eran labradores. Los descendientes de
David habían poseído tierras en Belén. Lucas no hace mención de esto. A él le interesa
más el que María y José tuvieran que ir a Belén. Llama a este lugar la ciudad de David;
José era de la casa y familia de David. Todo esto suscita recuerdos religiosos. El Mesías
tiene que nacer en Belén; procede de la casa de David y poseerá el trono de su padre. El
profeta Miqueas lo había predicho: «Pero tú, Belén de Efrata, pequeña para ser contada
entre las familias de Judá, de ti me saldrá quien señoreará en Israel, cuyos orígenes serán
de antiguo, de días de muy remota antigüedad» (Miq 5,1). Dios pone la historia del mundo
al servicio de la historia de la salvación; subordina a sus eternos designios la orden de
Augusto.
A María se la llama esposa de José; éste la había llevado ya a su casa, pues de lo
contrario, según la usanza galilea, no habría podido viajar sola con José. José convivía con
María, pero sin llevar vida conyugal. Estaba encinta: era virgen y futura madre. Con ello se
expresa lo que el relato de la anunciación había ocultado con el velo del misterio.
6 Y mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del
alumbramiento. 7 Y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en
pañales y lo acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en la
posada.
El relato del nacimiento es introducido solemnemente en el estilo de la Biblia. Mientras
María y José estaban en Belén, llegó el tiempo del alumbramiento. Jesús está sujeto a la
ley de Augusto y a la ley de la naturaleza. Era obediente.
El nacimiento se refiere con sobriedad, con sencillez, objetivamente, en pocas palabras.
Dio a luz a su hijo. María trajo al mundo a su hijo con verdadera maternidad. De Isabel se
dice: Dio a luz un hijo (1,57); de María: Dio a luz a su hijo.
La concepción virginal resuena en todas partes. Dio a luz a su hijo primogénito. ¿Se dice
esto porque fuera Jesús el primero de varios hijos varones? La palabra no exige
necesariamente esta interpretación. Una inscripción funeraria del año 5 d.C. hallada en
Egipto da buena prueba de ello. Una mujer joven difunta, llamada Arsinoe, se expresa así:
«En los dolores de parto del primogénito me condujo el destino al término de la vida». El
hijito único, primogénito, de Arsinoe, era a la vez el unigénito. Lucas elige este título porque
Jesús tenía los deberes y derechos del primogénito (2,23) y porque era el portador de las
promesas.
María presta a su hijo los primeros servicios maternos. Lo envolvió en pañales. Los niños
recién nacidos se envolvían fuertemente en jirones de tela a fin de que no pudieran
moverse; se creía que así crecerían derechas las extremidades. Lo acostó en un pesebre,
como en el que comen los animales. Este detalle de que el niño recién nacido tuviera como
primera cuna un pesebre lo explica el evangelista con estas palabras: Por no haber sitio
para ellos en la posada. María y José, llegados a Belén, habían buscado alojamiento en un
albergue de caravanas (un khan). Era éste un lugar, por lo regular al descubierto, rodeado
de una pared con una sola entrada. En el interior había a veces alrededor un pórtico o
corredor de columnas, que en algún tramo podía estar cerrado con pared, formando un
local algo grande o varios pequeños. En medio, en el patio, estaban los animales; las
personas se cobijaban en el pórtico, estando reservados los espacios cerrados a los que
podían permitirse aquel «lujo». Cuando María sintió que se acercaba su hora, no había allí
lugar para ella. Se fue a un sitio que se utilizaba como establo; en efecto, donde había un
pesebre debía de haber un establo (*)15. El Señor prometido es un niño pequeño, incapaz
de valerse por sí mismo, acostado en un pesebre. Se despojó, se humilló y tomó la forma
de esclavo. «Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo: cómo por nosotros se hizo
pobre, siendo rico, para que vosotros fuerais enriquecidos con su pobreza» (2Cor 8,9). En
el albergue no había sitio para él. «El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza»
(9,58). «Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron» (Jn 1,11).
...............
* Según una antigua tradición (Justino +165; Orígenes +254) nació Cristo en una gruta: «En
Belén se muestra
la gruta; allí nació, y el pesebre en la gruta, allí fue envuelto en pañales.» Esta gruta fue
profanada con el
culto de Tammuz-Adonis, lo cual se debió seguramente al hecho de ser el lugar sagrado para los
cristianos.
Bajo el reinado de Constantino se edificó sobre la gruta la iglesia del Nacimiento. ORÍGENES,
Contra
Celsum 1,51 (PG 11, 756); JUSTINO, Diálogo con Trifón 78,5 (PG 6, 657).
(_MENSAJE/03-1.Págs. 63-77)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 6
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE:EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (6)
·ALOIS-STÖGER
b) Dado a conocer por el cielo
(Lc/02/08-14).
8 Había unos pastores en aquella misma región que pasaban la
noche al aire libre, vigilando por turno su rebaño.
Los pastores eran gentes despreciadas. Tenían la mala fama de no tomar muy a la letra
lo tuyo y lo mío; por esto mismo no se aceptaba su testimonio en los tribunales. Los
pastores, los recaudadores de impuestos y los publicanos eran tenidos por incapaces, entre
otras cosas, de actuar como jueces y como testigos, ya que eran sospechosos en
cuestiones de dinero. Dios elige a los despreciados y a los pequeños; son capaces, aptos
para recibir la revelación y para la salvación.
El ganado menor -contrariamente al ganado mayor- pasaba todo el tiempo, de día y de
noche, en los pastos desde la fiesta de pascua hasta las primeras lluvias de otoño, es decir,
desde marzo hasta noviembre. Por la noche se llevaba a los animales a apriscos o majadas
para que estuvieran protegidos contra los ladrones y contra las bestias feroces. Del cuidado
y protección del ganado se encargan los pastores, que se hacían cabañas con ramas para
protegerse contra la intemperie y para el reposo nocturno. Los pastores, en su
calidad de vigilantes, son de esas personas que observan lo que pasa a su alrededor, que
están preparados a cada hora del día y de la noche. Precisamente esa actitud es decisiva
en el tiempo final. «¡Y aun si llega (el señor) a la segunda o a la tercera vigilia de la noche,
y los encuentra así (en vela), ¡dichosos aquellos!» (12,38).
9 Y un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los
envolvió en claridad. Ellos sintieron un gran temor. 10 Pero el ángel
les dijo: No tengáis miedo. Porque mirad: os traigo una buena noticia
que será de grande alegría para todo el pueblo. 11 Hoy, en la ciudad
de David, os ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. 12 Y
esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y
acostado en un pesebre.
J/NACIMIENTO: Dios mismo da a conocer a los pastores por medio de su ángel lo
grande de la hora del mundo que ha comenzado con el nacimiento de Jesús. De repente e
inesperadamente aparece el ángel en medio de una luz deslumbradora. Con resplandores
de luz se manifiesta la gloria de Dios (Ex 16,10). Los pastores se ven envueltos en ese
resplandor que dimana de los ángeles y que tiene su origen en Dios. En el ángel les está
cercano Dios y su revelación. El temor es la reacción de los hombres ante la proximidad de
Dios.
El ángel anuncia a los pastores un mensaje de alegría y de victoria (evangelium). Juan
Bautista toma a su cargo este anuncio del ángel. «Anunciaba el Evangelio al pueblo»
(3,18). Jesús continuará este anuncio: Tiene que anunciar a otras ciudades el Evangelio
del reino de Dios (cf. 8,1), pues para ello le ha ungido Dios, «para anunciar el evangelio»
(4,18). A Jesús suceden los apóstoles en el encargo de «anunciar el Evangelio de
Jesucristo» (Act 5,42). La hora del nacimiento de Jesús es el comienzo de la buena nueva
de gozo y de victoria, del Evangelio. Es traído al mundo de parte de Dios; en él se
manifiesta la gloria de Dios.
El Evangelio del ángel no produce temor, sino gran alegría. Lo que ha asomado ya
dondequiera que se ha anunciado el tiempo de la salvación (1,14.46s.48.68) se produce
ahora todavía en mayor abundancia. Estalla la alegría. Los pastores son los primeros que
reciben esta gran alegría. Ésta acompañará siempre a la predicación del Evangelio; porque
el Evangelio anuncia y trae la salvación y con ella la alegría. «Volvieron, pues, los setenta
llenos de alegría diciendo: ¡Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre!»
(10,17). Incluso la persecución por este Evangelio desencadenará la alegría: «Y llamando a
los apóstoles (los miembros del sanedrín), después de azotarlos, les ordenaron que no
volvieran a hablar del nombre de Jesús, y los soltaron. Ellos, pues, salían gozosos de la
presencia del sanedrín, porque habían sido dignos de padecer afrentas por el nombre de
Jesús» (Act 5,40s). Esta alegría alcanzará, no sólo a los pastores, sino a todo el pueblo.
Los pastores son las primicias de los que reciben la alegría del tiempo de salvación; su
gozo es fuente de una oleada de alegría que se extenderá a Israel y al mundo entero.
¿Cuál es el objeto de esta buena nueva de gran alegría? Hoy ha nacido... A éste hoy
han mirado todas las promesas; hoy se ven cumplidas. Hoy se ha cumplido la Escritura»
(4,21). El tiempo del cumplimiento y del fin ha comenzado.
El niño que ha nacido es el Salvador, el Mesías, el Señor. El título fundamental es
Salvador. Jesús, después de su exaltación, es anunciado por Pedro como Señor y Mesías.
«Sepa, por tanto, con absoluta seguridad toda la casa de Israel que Dios ha hecho Señor y
Mesías a este Jesús a quien vosotros crucificasteis» (Act 2,36). Jesús («Yahveh es
salvación») es Salvador, el Señor es el Señor divino, el Mesías es el ungido, el rey. El
núcleo de la profesión de fe de la cristiandad: «Jesucristo es Señor» (Flp 2, 11), viene de
Dios por boca de los ángeles. Esta profesión conviene ya a Jesús desde el día mismo de
su nacimiento.
En la ciudad de David. Es significativo que el lugar del nacimiento de Jesús no se
designe con su nombre corriente, Belén, sino con el nombre de dignidad de la historia de la
salvación. Para que naciera Jesús en la ciudad de David, subió José de Galilea, de la
ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén (2,4). Allí tenía David
su patria, y José su ciudad, porque era de la casa y familia de David. Jesús es «hijo de
David», en él se cumplen las promesas de que se había hablado desde la anunciación
(1,32s).
El mensaje del ángel está compuesto de tal forma que trae a la memoria la inscripción de
Priene. Augusto es enviado como salvador. Pone término a todas las querellas. El natalicio
del Dios emperador era para el mundo el comienzo de las buenas nuevas de alegría; las
que siguen son las noticias de la declaración de mayor edad del príncipe heredero y sobre
todo de la subida al trono del emperador. Al mensaje del culto al emperador contrapone el
Nuevo Testamento el solo Evangelio del nacimiento de Jesús.
Habla el lenguaje de su tiempo, pues quiere hablar en forma realista y al alcance de
todos. Conoce la expectación y la esperanza de los hombres, y responde con el Evangelio
del nacimiento del niño en el estado y en el pesebre.
Los pastores reciben signos, por los que podrán reconocer la verdad del mensaje: un
niño pequeño, envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Por estos tres signos
reconocerán al Señor Jesucristo. Todo esto está en contradicción con la expectación judía,
en contradicción con lo que dice el mensaje. ¿Un niño desvalido, Salvador del mundo? ¿El
Mesías, un niño envuelto en pañales? ¿El Señor, acostado en un pesebre? Al recién
nacido se aplica lo que se dijo del Crucificado: Es escándalo para los judíos y necedad
para los gentiles (ICor 1,23). Pero «lo necio de Dios es más sabio que los hombres, y lo
débil de Dios, más poderoso que los hombres» (lCor 1,25).
13 Y de repente, apareció con el ángel una multitud del ejército
celestial que alababa a Dios, diciendo: 14 Gloria a Dios en las
alturas, y en la tierra paz entre los hombres, objeto de su amor.
Al mensaje se añade la alabanza; el anuncio termina en un responsorio hímnico de una
multitud de los ejércitos celestiales. Numerosos ángeles rodean al único que anuncia la
buena nueva. Los ejércitos celestiales son -según la concepción de los antiguos- las
estrellas, ordenadas en gran número en el cielo y trazando sus órbitas, pero también los
ángeles que las mueven. Los ángeles forman la corte de Dios, que es llamado también Dios
Sebaot (Dios de los ejércitos). Al introducir al primogénito en el mundo, dice Dios:
«Adórenlo todos los ángeles de Dios» (Heb 1,6). Los ángeles se interesan vivamente en el
acontecer salvífico. Son «espíritus al servicio de Dios, enviados para servir a los que van a
heredar la salvación» (Heb 1,14).
El canto de los ángeles es una aclamación mesiánica. No es deseo, sino proclamación
de la obra divina, no es ruego, sino solemne homenaje de gratitud. En dos frases paralelas
se expresa lo que el nacimiento de Jesús significa en el cielo y en la tierra, para Dios y para
los hombres. Dado que el cielo y la tierra están afectados por este nacimiento, tiene éste un
significado de alcance universal. Con el mensaje de navidad cobra nuevo giro el universo.
El cielo y la tierra son reunidos por Jesús.
Gloria a Dios en las alturas. «Dios habita en las alturas.» En el nacimiento de Jesús,
Dios mismo se glorifica. En el da a conocer su ser. Jesús es revelación acabada de Dios,
reflejo de su gloria (Heb 1,3); él anuncia la soberanía de Dios, la trae y la lleva a la
perfección; en él se hace visible el amor de Dios (Jn 3, 16). Al final de su vida podrá decir:
«Yo te he glorificado sobre la tierra, llevando a término la obra que me habías
encomendado que hiciera» (Jn 17,4).
PAZ/SALVACION: En la tierra paz a los hombres, objeto de su amor. En la tierra
viven los hombres. Por el recién nacido reciben paz. Jesús es príncipe de la paz. «Porque
nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo, que tiene sobre su hombro la soberanía y
que se llamará maravilloso consejero, Dios fuerte, Padre sempiterno, Príncipe de la paz,
para dilatar el imperio y para una paz ilimitada, sobre el trono de David y sobre su reino,
para afirmarlo y consolidarlo en el derecho y en la justicia desde ahora para siempre. El
celo de Yahveh Sebaot hará esto» (Is 9,5). La paz encierra en sí todos los bienes salvíficos.
La paz es restauración con creces de todo lo que los hombres habían perdido por el
pecado; la paz es fruto de la alianza que había concluido Dios con Israel y que es renovada
por Jesucristo. «La alianza es alianza de paz» (Is 50,10). La fe es reconciliación, gozo
consumado; la predicación de Jesús es «Evangelio de la paz» (Ef 6,15). Él mismo es la
paz.
Los hombres reciben paz porque Dios les ha mostrado su complacencia, su favor, su
amor. Jesús garantiza a los hombres la complacencia y el amor de Dios. Sólo por éste
puede salvarse el hombre. En un salmo de la secta de Qumrán se cantaba: «En tu cólera
están (fundados) todos tus castigos, y en tu bondad la plenitud del perdón y de la
misericordia con todos los hijos de tu complacencia». El himno angélico extiende la
complacencia divina a todos los hombres. Por razón de Jesús puede alcanzar a todos la
voluntad salvífica de Dios, con tal que muestren deseo de salvarse. «Porque así dice el
Altísimo, cuya morada es eterna, cuyo nombre es santo: Yo habito en la altura y en la
santidad, pero también con el contrito y humillado, para hacer revivir los espíritus
humillados y reanimar los corazones contritos... Por la iniquidad de su violencia, me irrité, y
ocultándome, le castigué sañudo. El rebelde seguía por los caminos de su corazón. Sus
caminos los conozco yo, y le sanaré y le conduciré y le consolaré. Yo pondré cantos en los
labios afligidos. Paz, paz al que está lejos y al que está cerca, dice Yahveh; yo le curaré.
Pero los malvados son un mar proceloso, que no puede aquietarse, y cuyas olas arrojan
cieno y lodo. No hay paz, dice Yahveh, para los impíos» (/Is/57/15-21).
El anuncio solemne del ángel exaltó al niño recién nacido como rey Mesías, el canto de
los coros de ángeles lo celebra como príncipe de la paz, Salvador y sacerdote, que
reconcilia y reúne el cielo con la tierra. El niño en el pesebre es sacerdote y rey del tiempo
de la salvación.
NV/RAMOS RAMOS/NV El canto de los ángeles tiene relación con la aclamación del
pueblo, que acompañaba a Jesús en su entrada en Jerusalén al comienzo de la semana de
su pasión; el pueblo clamaba: «¡Bendito d que viene, el rey, en el nombre del Señor! ¡Paz
en el cielo y gloria en las alturas!» (19,38) (*). La paz y la gloria que reinan en el cielo
deben realizarse también en la tierra por Jesús. La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén,
donde le aguardan la muerte y Ia exaltación, se consuma como obra salvífica: se da a los
hombres la paz y la gloria del cielo. Esta aclamación del pueblo se entiende como grito de
oración, así como decía el orante judío: «La paz que reina en sus alturas, nos
proporcionará paz a nosotros y a todo el pueblo de Israel.» Lo que comenzó por el
nacimiento de Jesús, será llevado a término por su muerte. La entrada de Jesús en el
mundo tiene su consumación en la entrada en Jerusalén y en la parusía. Belén, Jerusalén y
mundo son las grandes etapas de la redención. Jerusalén está en medio con la «elevación»
(9,51) en la cruz y la ascensión al cielo...
...............
* La tradición del texto dice: «En el cielo», pero quizá debiera decir: «en la tierra»; la falta se
debe
probablemente a una falsa resolución de abreviaturas.
...............
c) Anunciado por los pastores
(/Lc/02/15-20).
PASTORES/ANUNCIACION
15 Y cuando los ángeles los dejaron y se fueron al cielo, los
pastores se decían unos a otros: Pasemos a Belén, a ver eso que ha
sucedido, lo que el Señor nos ha dado a conocer. 16 Fueron con
presteza y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el
pesebre.
El mensaje que transmitió Dios no es sólo palabra, sino, al mismo tiempo, acontecimiento:
Mensaje que sucedió. Al acontecimiento sigue la palabra notificante. Pablo confiesa: «A mí,
el menor de todo el pueblo santo, se me ha dado esta gracia: la de anunciar a los gentiles
el Evangelio de la insondable riqueza de Cristo y dar luz sobre la economía del misterio
escondido desde los siglos en Dios» (Ef 3,8s). La misma ley vige para Pablo que para los
pastores. «A mí, el menor... el Evangelio de la insondable riqueza de Cristo... la economía
del misterio» (la salvación que se da en Cristo); esto se aplica a todos los mensajeros que
dan a conocer la economía y la realización de los divinos designios salvadores.
Una vez que los pastores hubieron recibido la buena nueva, habían de ser también
testigos de lo que vieron. Creyeron y pudieron luego ver con sus propios ojos lo que habían
creído. «Bienaventurada tú, que has creído...» Van con presteza, como María, a cumplir el
encargo de Dios. La oferta de la salvación no sufre dilaciones. Los hombres comienzan a
volverse hacia el niño en el pesebre. En Jesús está la salvación y la gloria de Dios.
Los pastores encontraron lo que buscaban conforme al signo y mediante la guía de Dios,
que siempre guía de tal manera, que el hombre encuentra. Lo que vieron con los ojos fue a
María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Esto y nada más: nada de la madre
virgen, nada de las grandezas que había expresado acerca de este niño el mensaje del
ángel. Pero vieron a este niño, iluminados por la revelación de Dios. El signo de que la
revelación de Dios se ha hecho realidad histórica, está delante de ellos en María y José, y
en el niño acostado en el pesebre. El esplendor del Evangelio de navidad viene de la
interpretación divina del nacimiento histórico de Jesús, pero el portador de este esplendor
es el niño que ha nacido.
17 Al verlo, refirieron lo que se les había dicho acerca de este
niño. 18 Y todos los que lo oyeron quedaron admirados de lo que les
contaban los pastores. 19 María, por su parte, conservaba todas
estas palabras en su corazón y las meditaba.
¿Qué efecto produce la vista con fe del hecho salvador? Los pastores han visto y
refieren, dan a conocer lo que han visto. El contenido de su anuncio es éste: Lo que se les
había dicho acerca de este niño; el hecho histórico del nacimiento de Jesús y las palabras
que se les habían dicho acerca de este niño. Así se efectúa siempre el anuncio, la
proclamación del Evangelio: «Os doy a conocer... el Evangelio..., que Cristo murió por
nuestros pecados según las Escrituras» (lCor 15,1-5).
No todos pueden ver con sus ojos el acontecimiento: sólo los testigos predestinados por
Dios (Cf. Act 10,40-43). Los otros oyen el mensaje de estos testigos. Como fruto inmediato
del oír se recoge la admiración. Lucas es el evangelista que con más frecuencia hace notar
que los hechos y palabras de Jesús despertaban admiración. El que experimenta la
revelación de lo divino, se admira, sea que con fe y temor reverencial se asombre ante lo
divino, o que admire lleno de presentimientos, o que rechace con crítica y sin comprensión.
El que se asombra cuando se le presenta la revelación divina, todavía no cree: está en el
atrio de la fe: ha recibido un impulso que puede suscitar fe, pero también provocar duda.
¿Puede originar más que asombro la predicación de los mensajeros de la fe? La decisión
de creer es asunto personal de cada uno.
También María recibe de los pastores un mensaje sobre su hijo. Lo que le había dicho al
ángel Gabriel y había sido confirmado por Isabel, es ahora profundizado por los pastores.
No sólo se asombra, sino que conserva todas estas palabras en el corazón. Oyó la palabra
de la manera que Dios quiere. En ella cae la semilla en buena tierra. La semilla que cae en
«la tierra buena son los que oyen la palabra con un corazón noble y generoso, la retienen y
por su constancia dan fruto» (8,15). Constantemente oye María algo nuevo sobre su niño.
¿Quién puede decir de una vez todas las riquezas que encierra este niño, de modo que el
hombre comprenda? La riqueza que está contenida en la revelación de Cristo, sólo puede
comunicarse cada vez por partes. Pero las partes deben compararse y combinarse. La fe
madura combina los diferentes elementos, ordena y encuadra lo nuevo en lo que ya se
posee. Lo que experimentó María en la anunciación, en la visita a Isabel y en el momento
del nacimiento, fue para ella fuente inagotable de meditación, de sus decisiones, de
oración, de alabanza, de gratitud, de gozo y de fidelidad. María es el prototipo de todos los
que perciben la palabra y la acogen como es debido, el prototipo de los creyentes y
consiguientemente el prototipo de la Iglesia, que acoge a Cristo con la fe y lo lleva en sí.
20 Y los pastores se volvieron, glorificando y alabando a Dios por
todo lo que habían visto y oído, tal como se les había anunciado.
Dios había elegido a éstos, los más pobres de todos, que estaban en vela, para que
recibieran el mensaje del nacimiento del Salvador. Los constituyó en testigos del Mesías
recién nacido y los pertrechó para que fueran heraldos de la buena nueva. Ahora los hace
volver a su vida cotidiana. Los pastores se volvieron.
A partir de entonces glorifican y alaban al Señor. Dios actúa mediante la venida y la
acción de Jesús; pues Dios está con él. Realiza prodigios, milagros y signos por medio de
Jesús. El asombro por los grandes hechos de Dios acompaña la entera vida de Jesús, en
quien se reconoce la acción de Dios. Cuando Jesús recorre Palestina erumpe un júbilo de
alabanza de Dios (Lc 5,25s; 7,16; 9,43; 13,13; 17,15; 18,42s). Incluso cuando muere en la
cruz y clama con gran voz: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», glorifica a Dios
el centurión que lo había oído (23,47). Con tal glorificación de Dios comienza y termina el
Evangelio. Después de la ascensión volvieron los discípulos a Jerusalén llenos de alegría y
glorificaban a Dios continuamente en el templo (24,53). Cuando en la primitiva liturgia
cristiana se hacían presentes los hechos de Jesús mediante la palabra y la fracción del
pan, los creyentes terminaban respondiendo con alabanzas a Dios (Act 2,47).
Una vez más se dejan notar los efectos de esta liturgia de la alabanza y de la
glorificación. Lo que habían visto y oído, tal como se les había anunciado. Los hechos
salvíficos y su interpretación divina, que forman el centro del culto cristiano, llevan a la
glorificación y a la alabanza de Dios. Para esto se escribió el Evangelio de Lucas: para que
Teófilo y con él la Iglesia se persuadan de la certeza de aquello sobre lo que se les había
instruido y que en el culto cristiano se hace presente y se celebra: Dios que causa la salud
por Jesús.
3. IMPOSICIÓN DEL NOMBRE Y PRESENTACIÓN DE JESÚS (2,21-40).
Con el niño Jesús se procede conforme a las disposiciones de la ley
(Cf.2,21.22-24.27.39). «Nació de mujer, nació bajo la ley» (Gál 4,4). En la observancia de la
obediencia a la ley se hace patente su gloria en la circuncisión (2,21) y en el templo
(2,22-39).
El camino del niño Jesús en el seno de su madre va de Nazaret, la pequeña e
insignificante ciudad de Galilea, donde fue concebido, a Belén, la ciudad de David, donde
nació -en pobreza y gloria-, y de allí a Jerusalén, a la ciudad de su «elevación» (9,51). Con
esto se llega al punto culminante del relato de la infancia. La actividad pública de Jesús
seguirá el mismo camino: de Galilea a Jerusalén, donde muere y es glorificado.
Como Juan, en el momento de la imposición del nombre, es celebrado en las palabras
proféticas de su padre, así también Jesús adquiere todavía mayor esplendor gracias al
Espíritu Santo, que habla por boca del profeta y de la profetisa. Juan es celebrado en casa
de Zacarías, Jesús, en cambio, en el templo. Jesús es mayor que Juan.
a) Imposición del nombre
(Lc/02/21).
J/NOMBRE
21 Cuando se cumplieron ocho días y hubo que circuncidar al niño,
le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes
de ser concebido en el seno materno.
Con su nacimiento fue introducido Jesús en la existencia humana («lo envolvió en
pañales»), en la estirpe de José, en el pueblo israelita, en la historia de los pobres y de los
pequeños, en la obligación de la ley...
La ley mosaica regula la vida del israelita, por días, semanas y años. Cuando se
cumplieron ocho días y hubo que circuncidar al niño, recayó sobre Jesús por primera vez
la obligación de la ley: Jesús era «obediente» (Flp 2,8).
El Evangelio no dice expresamente que se efectuó en Jesús la circuncisión. El orden de
la ley y su cumplimiento es el marco en que se desarrolla la vida entera de Jesús. Con él se
cumple la ley, se realiza su pleno sentido. Con esta obediencia erumpe lo nuevo y grande.
A la circuncisión está ligada la imposición del nombre. Dios mismo fijó el nombre de este
niño pequeño. Se le llamó como había dicho el ángel. Con el nombre fija Dios también la
misión de Jesús: Dios es Salvador. En Jesús trae Dios la salvación. «Jesús pasó haciendo
bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Act
10,38).
(_MENSAJE/03-1.Págs. 77-90)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 7
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE:EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (7)
·ALOIS-STÖGER
b) Presentación en el templo
(Lc/02/22-24).
J/PRESENTACION
22 Cuando se cumplieron los días de la purificación de ellos según la
ley de Moisés, lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, 23
conforme a lo que está escrito en la ley del Señor: Todo varón
primogénito será consagrado al Señor; 24 y para ofrecer un sacrificio,
como lo dice también la ley del Señor: un par de tórtolas o dos
pichones.
La ley de la purificación establecía: «Cuando dé a luz una mujer y tenga un hijo, será
impura durante siete días (estará excluida de los actos del culto); será impura como en el
tiempo de su menstruación. El octavo día será circuncidado el hijo, pero ella quedará
todavía en casa durante treinta y tres días en la sangre de su purificación; no tocará nada
santo ni irá al santuario hasta que se cumplan los días de su purificación» (Lev 12,1-4).
También con Jesús se practicó la purificación. Se dice, en efecto: Cuando se cumplieron
los días de la purificación de ellos. «Purificación» tal vez signifique aquí consagración. La
ley ordena acerca del primogénito: «Cederás a Yahveh todo ser que sea el primero en salir
del seno materno, así como el primogénito de los animales que tengas; los machos
pertenecen a Yahveh» (Ex 13,12). Esta prescripción de la ley tenía por objeto recordar la
acción salvadora con que Dios sacó maravillosamente a Israel de la miseria de Egipto. «Y
cuando tu hijo te pregunte mañana: ¿Qué significa esto?, le dirás: Con su poderosa mano
nos sacó Yahveh de Egipto, de la casa de la servidumbre. Como el faraón se obstinaba en
no dejarnos salir, Yahveh mató a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los
primogénitos de los hombres hasta los primogénitos de los animales; por eso yo sacrifico a
Yahveh todo primogénito de los animales y redimo todo primogénito de mis hijos» (Éx
13,14s). Los animales debían ofrecerse en sacrificio; el hijo primogénito varón era
rescatado. El precio del rescate era de cinco siclos (*). Este precio podía pagarse en todo
el país a cualquier sacerdote. María hizo la oferta prescrita para la purificación. Esta
consistía en un cordero de un año en holocausto y un pichón o una tórtola como sacrificio
expiatorio. Los que no disponían de medios para ofrecer una cabeza de ganado menor,
ofrecerían un par de tórtolas o dos pichones, uno en holocausto y otro como sacrificio
expiatorio (Cf. Lev.12,6 8). María hizo la oblación de los pobres. Dios había mirado a su
humilde esclava. María, José y Jesús contaban entre los pobres...
En el Evangelio no se dice expresamente que Jesús fue rescatado con la suma prevista.
Fue llevado al templo para ser presentado. Mediante la presentación es consagrado a
Dios y declarado posesión suya. Ana, madre de Samuel, llevó al templo el niño que había
concebido, aunque era estéril, y lo consagró al servicio de Dios. Dijo: «Quiero yo dárselo a
Yahveh, para que todos los días de su vida esté consagrado a Yahveh» (lSam 1,28).
Samuel era un hombre consagrado a Dios, Juan Bautista estaba consagrado a Dios, por lo
cual no bebía nada inebriante. Jesús está todavía más consagrado a Dios. Es santo,
porque nació de la virgen por la virtud del Espíritu Santo (1,35). Es siempre el Santo de
Dios, enteramente consagrado a Dios, entregado al servicio de Dios. La presentación en el
templo pone de manifiesto lo que hasta entonces estaba oculto acerca de él...
...............
* Núm 3,47; 18,16. El siclo es una moneda judía que recibió su nombre del sistema de pesos.
Según el
sistema monetario fenicio, que fue introducido en Israel probablemente en tiempos de Salomón,
un siclo de
plata pesaba 1/15 del siclo de oro (109g/15); esta moneda servía de norma para las
contribuciones que se
pagaban al santuario (cf. Ex 30,13).
...............
c) Testimonio del profeta
(Lc/02/25-35).
SIMEON/ANA
25 Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón; que
era hombre honrado y piadoso, que esperaba el consuelo de Israel;
el Espíritu Santo residía en él; 26 y le había sido revelado por el
Espíritu Santo que no moriría sin ver antes al ungido del Señor.
Como los pastores en Belén, instruidos por el ángel de Dios, publican la grandeza del
niño recién nacido, así también en el templo dos figuras de profetas, Simeón y Ana,
iluminados por el Espíritu Santo, dan testimonio del significado salvífico de este niño. En
Simeón produjo abundantes frutos la piedad veterotestamentaria. Simeón era fiel a la ley y
temeroso de Dios. La ley y la sabiduría, cuyo principio es el temor de Dios habían dado la
impronta a su conducta. Él aguarda el consuelo de Israel, la salud mesiánica, y a aquel que
la ha de traer. Dios anuncia para el futuro: «Cantad, cielos; tierra, salta de gozo; montes,
que resuenen vuestros cánticos, porque ha consolado Yahveh a su pueblo, ha tenido
compasión de sus males» (Is 49,13). Dios consolará a su pueblo consumando la salvación
mesiánica. Simeón es profeta. Dios le ha dado el Espíritu Santo, y así su palabra es
revelación divina. Simeón tiene esta ventaja respecto a los demás profetas: antes de morir
verá todavía al Ungido del Señor, al Mesías. Los otros profetas lo anuncian para un futuro
remoto, él goza ya de su presencia.
27 Movido, pues, por el Espíritu, fue al templo, y cuando entraban
los padres con el niño Jesús para cumplir la disposición de la ley con
respecto a él, 28 Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios.
Simeón, movido y guiado por el Espíritu, fue al templo en el momento en que era
introducido Jesús. Mientras se cumple con la ley antigua, viene Simeón a conocer al
Mesías, y los padres reciben la revelación profética acerca del niño. El templo y la ley, el
culto y la revelación de la antigua alianza apuntan hacia el Mesías y conducen a él.
Allí está Simeón, iluminado por el Espíritu y penetrado de fe; toma al niño en sus brazos y
bendice a Dios. Es la imagen del que ha recibido la salud. Simeón acoge al niño como se
acoge a un huésped amigo, con todo respeto y amor. Así también deben ser acogidos los
enviados de Dios. En los apóstoles viene Jesús mismo, en su palabra está él presente (Mt
10,40). El comienzo de tal acogida respetuosa y amante es la fe, y el fin es la alabanza de
Dios, la bendición de aquel que ha dado toda bendición.
Y dijo:
29 Ahora, Señor, según tu promesa
puedes dejar irse en paz a tu siervo;
30 porque vieron mis ojos tu salvación,
31 la que preparaste a la vista de todos los pueblos:
32 luz para iluminar las naciones
y gloria de tu pueblo Israel.
La alabanza del profeta es el eco que responde a la revelación acerca del niño que tiene
el anciano en sus brazos. Su cántico, el canto vespertino de su vida, está sostenido por las
palabras y el espíritu del libro de Isaías (Cf. acerca del v. 30: Is 40,5; 52,10; acerca del v.
32: Is 42,6; 46,13; 49,6). Los hombres iluminados por el espíritu saben interpretar
rectamente la Escritura y juzgar acerca de los acontecimientos salvíficos.
Dios es Señor, el hombre es siervo. La vida es una dura servidumbre. Quizá hubo de
soportar Simeón cosas duras por razón de sus esperanzas mesiánicas. La muerte acabará
ahora con esta relación de servidumbre. Se ha realizado el anhelo de una vida. Le es dado
ver con los ojos del cuerpo al Salvador y Redentor, sin tener que contentarse con
reconocerlo de lejos en las visiones proféticas. «Dichosos los ojos que ven lo que estáis
viendo» (10,23). Puede partir de la vida en paz, con el corazón satisfecho, agraciado con la
salvación que trae Jesús. Su vida es una vida llena, porque ha visto a Jesús...
Jesús es el Mesías enviado por Dios para la salvación. Es lo que dice su nombre:
Salvador. En él ha preparado Dios la salvación a la vista de todos los pueblos. Ahora se
cumplen las palabras de Isaias: «Yahveh alza su santo brazo a los ojos de todos los
pueblos, y los extremos confines de la tierra ven la salvación de nuestro Dios» (Is 52,10).
Con esto no se dice todavía que todos los pueblos participen en la salvación. Pero cuando
el Señor muestre la salvación a la vista de todos los pueblos, ¿qué sucederá entonces?
El niño que lleva Simeón en brazos es una luz para iluminar las naciones. Ahora se
cumple lo que se había preanunciado: «Levántate y resplandece, que ya se alza tu luz, y la
gloria de Yahveh alborea para ti, mientras está cubierta de sombras la tierra y los pueblos
yacen en tinieblas. Sobre ti viene la aurora de Yahveh y en ti se manifiesta su gloria. Las
gentes andarán a tu luz, y los reyes, a la claridad de tu aurora» (Is 60, 1-3). «Yo te hago luz
de las gentes para llevar mi salvación hasta los confines de la tierra» (Is 49,6; d. 42,6). En
Israel alborea la luz que es Jesús, pero más allá de Israel ilumina también a los pueblos
gentiles. Atraídos por esta luz acuden las naciones al pueblo de Dios iluminado, en el que
habita el Mesías.
Era también inevitable que Israel recibiera gloria por Jesús. De él dimana por Jesús el
resplandor de Dios y los pueblos glorifican a Israel. Lo que ya se había insinuado en el
cántico de María y en el cántico de los ángeles, lo publica ahora el anciano profeta en toda
su amplitud, apoyándose en la predicción de Isaías: Dios otorga en Jesús la salud al mundo
entero. «Todos han de ver la salvación de Dios» (3,6). «Sabed pues, que a los gentiles ha
sido ya transferida esta salvación de Dios, y ellos la escucharán» (Act 28,28).
33 Su padre y su madre estaban maravillados de las cosas que se
decían de él.
También María y José, los más próximos a Jesús entre todos los hombres, tienen
necesidad de la palabra reveladora para poder comprender lo que Dios ha hecho en Jesús
para los hombres, «el Evangelio de la insondable riqueza de Cristo» (Ef 3,8). Por mucho
que sea lo que se perciba de esta riqueza, todavía es más lo que se sustrae a la
comprensión.
También los padres de Jesús se maravillan y se asombran. Sin embargo, no están en el
atrio de la fe, sino que creen. Su fe descubre y reconoce las profundidades de la sabiduría
y del amor divinos. Se maravillan, penetrados de respeto y reverencia. De las
profundidades de su corazón emocionado brota alabanza a Dios y vida religiosa.
34 Simeón los bendijo; luego dijo a María, su madre: Mira: éste
está puesto para caída y resurgimiento de muchos en Israel, y para
señal que será objeto de contradicción, 35 y a ti una espada te
atravesará el alma, para que queden patentes los pensamientos de
muchos corazones.
J/DECISIVO: María y José llevaron bendición a Simeón por medio del niño. «Bendito
Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en
los cielos, en Cristo» (Ef 1,3). El anciano profeta bendice, en cambio, a los padres.
Jesús es una figura en que se cifra la decisión, la división de los campos. «Él será piedra
de tropiezo para las dos casas de Israel, lazo y red para los habitantes de Jerusalén. Y
muchos de ellos tropezarán, caerán y serán quebrantados, y se enredarán en el lazo y
quedarán cogidos» (Is 8,14s). Pero también se aplica a Jesús: «Yo he puesto en Sión por
fundamento una piedra, piedra probada, piedra angular, de precio, sólidamente asentada.
El que en ella se apoye, no titubeará» (Is 28,16). Para esto destinó Dios a Jesús: para que
todo Israel tome en él su decisión. El que es uno con él, se ve levantado, salvado; en
cambio, el que está en contradicción con él, cae en la perdición. No por ser Israel el pueblo
elegido de Dios recibe la salud y logra la salvación, sino porque toma su decisión optando
por Jesús. Lo que salva en el juicio no es la pertenencia a Israel, sino la decisión por el
signo erigido por Dios. Sólo el que se decide por Jesús pertenece verdaderamente al
pueblo de Dios.
J/CONTRADICCION FE/CONTRADICCION Jesús es signo, señal, porque sitúa al
hombre ante la decisión. Es objeto de contradicción. La entera historia de la revelación está
llena de contradicción. San Pablo lo expresa con la frase profética: «Todo el día estuve con
las manos extendidas hacia un pueblo indócil y rebelde» (Rom 10-21; cf. Is 65,2). San
Esteban, después de compendiar la historia de la salud, saca esta conclusión: «¡Gentes de
dura cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos! Siempre estáis resistiendo al Espíritu
Santo. Como vuestros padres, igual vosotros» (/Hch/07/51). Toda contradicción contra
Dios se recoge en la contradicción contra Jesús.
María, madre de Jesús, está incorporada a la suerte de su Hijo. Y a ti... Simeón se dirige
a ella. El oráculo profético, según el cual Jesús es una señal que será objeto de
contradicción, se dirige en primer lugar a María. La contradicción de que será objeto Jesús,
le afectará también a ella. Una espada te atravesará el alma. Por los ataques contra
Jesús, ella misma sentirá dolor en el alma. María es la madre dolorosa que está en pie junto
al Crucificado. Todavía no se habla de la cruz, pero ésta es la última consecuencia de la
contradicción.
La contradicción de que es objeto Jesús y el dolor que experimenta María tiene una
finalidad fijada por Dios: para que queden patentes los pensamientos de muchos
corazones. La decisión que se toma ante la señal que es Jesús, descubre las
profundidades ocultas de los sentimientos humanos. Por Jesús, que está ligado con María,
se formula un juicio contra la humanidad. «Y ésta es la condenación: que la luz vino al
mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque las obras de ellos eran
malas» (/Jn/03/19). El Dios encarnado es señal que sería objeto de contradicción, pero
aún lo será más el Crucificado. María, la madre que lo engendró como hombre sujeto al
sufrimiento, sufre con él de la contradicción. La unión con ella es la señal, objeto de
contradicción; el escándalo es la humanidad de Jesús (Cf. Lc 4,22; 7,23; 23,35).
I/CONTRADICCION:María y Jesús no se deben separar. Esta inseparabilidad continúa
en la Iglesia y en Jesús. Ambos juntos son la señal de la decisión, de la manifestación del
estado interior del hombre, de si uno es hombre de obediencia o de desobediencia, hombre
de contradicción o de entrega.
d) Testimonio de la profetisa
(Lc/02/36-38).
36 También estaba allí una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la
tribu de Aser. Ésta era ya de edad muy avanzada. Casada desde
jovencita, había vivido con su marido siete años; 37 Y era una viuda
que llegaba ya a los ochenta y cuatro. No se apartaba del templo,
sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones.
ANA/SIMEON Al profeta se añade la profetisa. Israel tuvo siempre también mujeres
dotadas de espíritu. La teología rabínica cuenta siete de ellas. Está anunciado que en los
últimos tiempos profetizarán los hijos y las hijas de Israel. «Aun sobre vuestros siervos y
siervas derramaré mi espíritu en aquellos días, y hablarán proféticamente» (Jn 3,2; Act
2,18). A la grave palabra del juicio, de la contradicción y de la espada siguen palabras de
consolación y de aliento. El nombre de la profetisa y los de sus antepasados significan
salvación y bendición. Ana quiere decir: Dios se ha compadecido; Fanuel, Dios es luz; Aser,
felicidad. Los nombres no carecen de significado. Lo que significan estos nombres emana
de las personas y de sus palabras y lo sumerge todo en el resplandor de la alegría, de la
gracia y del favor de Dios. El tiempo mesiánico es un tiempo de profusión de luz.
Ana está, como Simeón, formada por la piedad veterotestamentaria. Su avanzada
ancianidad demuestra la complacencia de Dios que reposa en ella; en el momento del
encuentro con Jesús tenia Ana más de cien años. Su vida era ordenada y casta. Había
casado todavía jovencita, su matrimonio duró siete años, y su casta viudez doce veces
más: ochenta y cuatro años en total (Cf. Jdt 8,4ss.; 16,22s.). Su vida estaba dedicada a la
oración, a las visitas al templo (asistencia al culto) y al ayuno, noche y día. Vivía
completamente para Dios, en la presencia de Dios. Ana es presentada como modelo
luminoso de las viudas cristianas. «La viuda de verdad, la que está desamparada, tiene su
esperanza puesta en Dios y se dedica a las súplicas y oraciones, día y noche» (lTim 5,5).
38 Presentándose en aquel mismo momento, glorificaba a Dios, y
hablaba del niño a todos los que esperaban la liberación de
Jerusalén.
Ana es testigo de la gran hora de gracia del templo. Con la luz del Espíritu Santo
reconoce al Mesías en el niño que llevaba María al templo. Glorificó a Dios, como
alternando en un responsorio con Simeón. Como había reconocido la venida del Mesías y
quedó llena de gozo, se convirtió en apóstol. No cesaba de hablar de él a todos los que
esperaban al Redentor. Su mensaje halla límites en la mayor o menor disposición para
aceptarlo. La palabra de la revelación debe aceptarse, como se acoge a un huésped...
Jesús es la liberación de Jerusalén. Con la aparición de Jesús en el templo se inicia la
liberación de todos los enemigos (1,68.71): mediante la gracia de Dios que perdona. Jesús
mismo es la liberación, la redención (24,21). En él está presente la salvación escatológica.
La historia de la infancia ha llegado a su punto culminante. En el templo de Jerusalén se
revelan dos cosas: la contradicción contra Jesús y la aceptación creyente, condenación y
salvación, caída y resurgimiento. Se cumple lo que había predicho Malaquías: «En seguida
vendrá a su templo el Señor a quien buscáis, y el ángel de la alianza que deseáis. Ved que
viene ya» (Mal 3,1). Este día es día de juicio: «¿Y quién podrá soportar el día de su
venida? ¿Quién podrá mantenerse firme cuando aparezca? Porque será como fuego de
fundidor y como lejía de batanero» (Mal 3,2). El día es también día de salvación. «Entonces
agradará a Yahveh el sacrificio de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados y como
en los años antiguos» (Mal 3,4). De Jerusalén, donde se erige en el templo la señal, irradia
la luz para la iluminación de los gentiles, se pone de manifiesto la gloria de Israel. Esto
sucede ahora que Jesús es llevado al templo, esto sucederá todavía más cuando sea
«elevado» en Jerusalén, es decir, cuando sea exaltado a la gloria. Entonces será reunido el
nuevo pueblo de Dios, y sus mensajeros partirán de Jerusalén al mundo a fin de reunir a
los pueblos en torno a la señal de Cristo.
e) Regreso a Nazaret
(Lc/02/39-40).
39 Y después de cumplirlo todo según lo que mandaba la ley del
Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret.
Jesús fue manifestado en Jerusalén a la sazón en que cumplía obedientemente con la
ley. «Nacido bajo la ley» (Gál 4,4), Dios lo glorificó por los profetas. La obediencia lo
exaltará y lo glorificará de tal modo que el universo confiese que Jesucristo es Señor (Flp
2,11).
Pasada la gran hora de Jerusalén, es llevado Jesús de nuevo a Galilea, a su ciudad. De
la gloria de Dios vuelve otra vez a la ciudad que había pasado sin pena ni gloria por la
historia de Israel. Nazaret era su ciudad, la ciudad de María y de José. Jesús sigue a su
madre, y ésta a José, su esposo. Una vez más está Jesús bajo la obediencia. «Nacido de
mujer» (Gál 4,4), su vida es un despojarse de la gloria de Dios mediante la vida de
obediencia.
40 EI niño crecía y se robustecía, llenándose de sabiduría, y la
gracia de Dios residía en él.
El hombre completo necesita fuerzas corporales y espirituales, la sabiduría y la gracia de
Dios. Pablo desea a los Tesalonicenses: «Vuestro espíritu, vuestra alma y vuestro cuerpo
sea custodiado irreprochablemente para la parusía de nuestro Señor Jesucristo» (lTes
5,23). Jesús iba creciendo en fuerzas físicas y se robustecía en el espíritu. Está colmado de
sabiduría a fin de poder vivir conforme a la voluntad de Dios.
La dinámica del crecimiento y del desarrollo mental es también un signo en la infancia de
Jesús. Sobre su vida reposa la gracia, el favor de Dios, que es el sol que brilla sobre todo
crecimiento, la fuerza que origina toda dinámica. También del niño Juan se dijo que crecía
corporal y espiritualmente (1,80), pero no se habló de sabiduría y gracia de Dios. Jesús es
más grande que Juan ya desde la infancia.
(_MENSAJE/03-1.Págs. 90-102)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 8
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE:EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (8)
·ALOIS-STÖGER
4. EL NIÑO DE DOCE AÑOS (2,41-52).
a) Jesús en el templo
(Lc/02/41-52).
J/PERDIDO-TEMPLO
41 Iban sus padres todos los años a Jerusalén por la fiesta de
pascua.
El clima religioso en que creció Jesús era el de la piedad veterotestamentaria. Parte
importante de ésta eran las peregrinaciones al templo. «Tres veces cada año celebraréis
fiesta solemne en mi honor. Guarda la fiesta de los ácimos... También la solemnidad de la
recolección, de las primicias de tu trabajo, de cuanto hayas sembrado en tus campos...
También la solemnidad del fin del año y de la recolección, cuando hubieres recogido del
campo todos sus frutos. Tres veces en el año comparecerá todo varón ante Yahveh, tu
Dios» (ÉX 23,14-17). La sagrada familia hacía más de lo que exigía la ley. En efecto,
también María hacía la peregrinación, aunque ésta no obligaba a las mujeres. El niño los
acompañaba para irse acostumbrando al cumplimiento de la ley. Según la prescripción de
los doctores de la ley, el muchacho que había cumplido los trece años estaba obligado a
cumplir con todos los preceptos de la ley.
42 Y cuando cumplió los doce años, subieron a la fiesta, según la
costumbre, 43 Y, terminados aquellos días, al regresar ellos, el niño
Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo notaran sus padres. 44
Creyendo ellos que estaría en la caravana, hicieron una jornada de
camino. Luego se pusieron a buscarlo entre los parientes y
conocidos; 45 pero, como no lo encontraron, se volvieron a Jerusalén
en busca de él.
La fiesta pascual de los ácimos duraba siete días. La vuelta sólo se podía emprender
pasado el segundo día de la fiesta; la sagrada familia se quedó allí la semana entera. Al
final emprendieron la vuelta María y José. Se viajaba en una caravana. La fila no era
compacta: iba dividida en grupos de parientes y conocidos. Esta manera de peregrinar
juntos aumentaba la seguridad y daba a la vez cierta libertad de movimientos. El niño Jesús
se desprendió de la guía y solicitud materna, con que María lo rodeaba durante la infancia.
Se quedó en Jerusalén.
Había terminado la primera jornada de viaje. Las familias se reunieron. Se echó de
menos a Jesús. Comenzó la búsqueda. La decisión de Jesús es un enigma...
46 Y resultó que a los tres días lo encontraron en el templo,
sentado ante los doctores, escuchándolos y haciéndoles preguntas.
47 Todos los que le oían, se quedaban asombrados de su talento y
de sus respuestas.
Los pórticos del atrio exterior del templo eran utilizados por los doctores de la ley para dar
lecciones. El método didáctico de los rabinos era la discusión. Según un dicho judío, se
llega al conocimiento de la ley mediante la investigación de los colegas, mediante la
discusión de los discípulos. Se pregunta y se responde, se escucha y se añade algo. Jesús
está probablemente sentado en el suelo en medio de los doctores. El asombro de los
doctores de la ley confirma el conocimiento de la misma que tiene Jesús. Más tarde se le
interpelará como a maestro y por tal se le tendrá (10,25). Entonces se admirará el pueblo
de su doctrina y asegurará que enseña con autoridad y no como los doctores de la ley (Mt
7,28s). Sus adversarios preguntarán extrañados: «¿Cómo sabe éste de letras, sin haber
estudiado?» (Jn 7,15). Él proclama la voluntad de Dios en forma nueva y directa; reivindica
ser el único maestro de la voluntad divina. «Uno sólo es vuestro maestro» (Mt 23,8), a
saber, Cristo. Algo de esta vocación docente asoma ya en el templo en Jerusalén.
48 Al verlo, se quedaron profundamente impresionados; entonces
su madre le dijo: Pero, hijo: ¿Por qué lo has hecho así con nosotros?
Mira que tu padre y yo, llenos de angustia, te estábamos buscando.
Las palabras de María son expresión espontánea del dolor y de la angustia durante las
largas horas de la búsqueda. María es una verdadera madre. La exposición tan sencilla y
tan natural en nada disimula los sentimientos humanos.
Jesús ha obrado por su cuenta. María le habla como a niño, aunque ya es un muchacho.
Hasta ahora no había hecho nada a espaldas de su padre y de su madre; por eso lo
buscan ahora con tanta aflicción. En él hay enigmas. ¿Por qué lo has hecho así con
nosotros? La relación del niño con su padre y su madre parece ser como la de todos los
niños. Cuando el niño se va haciendo mayor, surgen enigmas. La seguridad de sí con que
se expresa Jesús es algo que consterna a los padres. Jesús los sitúa constantemente ante
nuevos misterios, más que los otros niños. Es que la conciencia que tiene de sí supera a la
de cualquier ser humano.
49 Pero él les contestó ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que
tenía que estar en las cosas de mi Padre? 50 Ellos, sin embargo, no
comprendieron lo que les había dicho.
Las primeras palabras que los Evangelios ponen en boca de Jesús nos muestran una
profunda conciencia de sí mismo; son unas palabras que desligan a Jesús de toda
dependencia humana y lo ponen por encima de toda inteligencia limitada, unas palabras
que indican ya el rumbo de su vida. También en esto supera Jesús a Juan. Mientras que
éste es ya hombre cuando siente su vocación (1,80), Jesús conoce ya la suya en los
umbrales de la juventud. No sin razón se sitúa la narración entre las dos menciones de la
sabiduría de Jesús (2,40.52); Jesús tiene sabiduría porque es Hijo de Dios. «El justo
pretende tener la ciencia de Dios y llamarse hijo del Señor» (Sab 2,13).
Jesús tiene que estar en las cosas de su Padre. Con esta expresión se refiere Jesús al
templo. El templo está consagrado a Dios, en él está Dios presente. Jesús llama Padre a
Dios, en su lengua materna Abba. Así llaman los niños pequeños a su padre carnal.
También más tarde conservará Jesús esta designación de Dios. De esta expresión filial
hace el fundamento de sus relaciones, y de las de los suyos, con Dios (Cf. Rom 8,15; Ga
4,6). Sobre la vida de Jesús se cierne una necesidad que rige su actuación (4,43), que lo
lleva al sufrimiento y a la muerte y por tanto a su gloria (9,22; 17,25). Esta necesidad tiene
de ser en la voluntad de Dios consignada en la Sagrada Escritura, voluntad que él sigue
incondicionalmente.
Jesús debe estar en las cosas de su Padre. Se refiere al templo, pero no lo menciona.
Con su venida, el antiguo templo pierde su posición en la historia de la salud. Un nuevo
templo viene a ocupar su lugar; el templo está allí donde se realiza la comunión de Padre e
Hijo. En la vida de Jesús ocupa Jerusalén un puesto destacado. En Jerusalén ha puesto él
la mira. Allí se cumple la voluntad del Padre en su muerte y en su exaltación. Así se edifica
una nueva Jerusalén con un nuevo templo. «Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que
bajaba del cielo de parte de Dios... y oí una gran voz que procedía del trono, la cual decía:
Aquí está la morada de Dios con los hombres, y morará con ellos, y ellos serán su pueblo, y
Dios mismo con ellos estará» (Ap 21,2s).
Tampoco María y José entendieron estas palabras. A lo largo de la historia de la
infancia recibe María revelación sobre su hijo por ángeles, profetas y por la Sagrada
Escritura. Las palabras que se le dirigen las combina ella para formar una imagen cada vez
más completa. Aun después de la revelación y de la meditación quedan enigmas. Sólo
gradualmente se levantan los velos que encubren los abismos del amor de Dios y de su
ungido. A cada descubrimiento sigue un nuevo enigma: El nacimiento en el establo, su
infancia, su vida con los parientes y con el pueblo, sus fracasos, su muerte en cruz...
Nosotros tenemos constantemente necesidad de la palabra revelada y de la meditación
sobre Jesús y sobre el acontecer salvífico. Por muy familiar que se nos hiciera Jesús, aun
entonces nos quedarían obscuridades y enigmas. El acceso a Jesús será siempre en la
tierra la fe. Ahora bien, la fe no es todavía visión.
b) De nuevo en Nazaret (2,51-52).
51 Bajó con ellos y regresó a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Pero
su madre conservaba todas estas palabras en su corazón.
La gran vivencia había pasado; él estaba en lo que es de su Padre, de este mundo de su
comunión con el Padre se proyecta un rayo de luz sobre sus palabras de revelación. Ahora
comienza un nuevo descenso. Nazaret es la ciudad a la que tiene que bajar: en la
predicación, ahora al comienzo de su actividad...
Estaba sujeto a ellos: a José y a María. Guardaba la verdad de su filiación divina
mostrándose obediente. Con la obediencia se prepara para su glorificación después del
bautismo. «Testigos de estas cosas somos nosotros y el Espíritu Santo que Dios ha
concedido a los que le obedecen» (Act 5,32).
Los acontecimientos de la historia de la infancia tienen carácter de revelación; son
hechos y palabras. María los conservaba en su corazón (cf. 2,19). Llenaban su espíritu y se
convertían en luz de su vida. Nadie, fuera de su madre, podía ser testigo de la historia de la
infancia. Ella era el testigo fidedigno, pues conservaba en el corazón todo lo sucedido.
Lucas menciona estos hechos porque lo investigó todo comenzando desde el principio.
52 Y Jesús iba progresando en sabiduría, estatura y gracia ante
Dios y los hombres.
Lo que se dice con las palabras lo confirma también la elección de los términos: según el
texto original, Jesús pasa de infante (2,12.16) a niño (2,17.27.40) y a muchacho (2,43).
Ahora ocupa el primer puesto el crecimiento en sabiduría. No sólo Dios le otorga gracia,
sino también los hombres. Jesús crece en el sentido de la comunión con los hombres.
Del joven Samuel se dice que iba creciendo y se hacía grato tanto a Yahveh como a los
hombres» (lSam 2,26). Lucas habla de Jesús con palabras de la historia de Samuel. Con
este hombre comienza la serie de los profetas: «Y todos los profetas, desde Samuel en
adelante, cuantos hablaron, anunciaron también estos días (de Jesucristo)» (Act 3,24; cf.
13,30). Jesús tiene que esperar hasta que llegue la hora en la que el crecimiento alcance la
meta; entonces se presentará como profeta que superará a todos los profetas por la
sabiduría de su conocimiento de Dios.
III. PREPARACIÓN A LA ACTIVIDAD PUBLICA DE JESÚS (3,1-4,13)
Una vez más se ven contrapuestos Juan y Jesús. Juan lleva a cabo su misión (3,1-20);
se muestra la preparación de Jesús para su obra (3,21-4,13); Jesús es hijo de Dios, nuevo
Adán, que opta decididamente por la voluntad de Dios.
Aquí, como en la historia de la infancia, se muestra que Jesús sobrepuja a Juan, pero
ahora se añade algo nuevo. Juan lleva a cabo la última preparación para el tiempo de la
salud, que está en puertas, pero él no pertenece todavía a este tiempo. Jesús está
equipado para realizar el tiempo de la salud. Juan concluye su obra, Jesús comienza la
suya. La actividad de Juan se cierra según la exposición de Lucas antes del relato del
bautismo de Jesús, con el que comienza la actividad pública de Jesús. Lucas preferirá
volver una vez más sobre lo narrado, antes que ligar la actividad de Jesús y la de su
precursor. Con Juan termina el tiempo del preanuncio y de la promesa, y con Jesús
comienza el tiempo del cumplimiento.
1. EL BAUTlSTA (3,1-20).
a) El comienzo
(Lc/03/01-06).
En una hora bien determinada de la historia del mundo, en una situación que reclama
liberación, en una zona del gran imperio romano (3,1-2), comienza la preparación para el
tiempo de la salud por Juan (3,3-6).
1 En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo
Poncio Pilato procurador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea, su
hermano Filipo tetrarca de Iturea y de la Traconítide, y Lisanias
tetrarca de Abilene, 2a durante el sumo sacerdocio de Anás y de Caifás...
La historia de la salvación transcurre dentro del ámbito y del acontecer de este mundo,
pero sin identificarse con lo que nosotros llamamos historia del mundo o historia universal.
La aparición y actuación de Juan es el preludio inmediato del acontecimiento salvífico que
se inicia con la venida del Mesías. Las indicaciones cronológicas se hacen en el estilo de la
Biblia. Ahora comienza historia sagrada. Análogamente indica Oseas el tiempo en que
recibió la palabra del Señor: «Palabra de Yahveh dirigida a Oseas, hijo de Beri, en tiempos
de Ozías...» (Os 1,1).
El tiempo de la salvación comienza el año 15 del reinado del emperador romano Tiberio
(14-37 d.C.), es decir, el año 28/29 de nuestra era. Entonces era Poncio Pilato procurador
de Judea (26-36); Herodes Antipas, tetrarca de Galilea (4 a.C. 39 d.C.); su hermano Elipo,
tetrarca de Iturea y de la Traconítide, que están situadas al norte y al este del lago de
Genesaret (4 a.C. 34 d.C.). Lisanias era tetrarca de Abilene al noroeste de Damasco, en el
Antilíbano (Lisanias murió entre el 28 y el 37 d.C.). Las indicaciones de Lucas se han visto
confirmadas por inscripciones y por historiadores antiguos. Además de las autoridades
civiles se indican también las religiosas: el sumo sacerdote en funciones José Caifás (18-36
d.C.), junto al que gozaba de gran prestigio su suegro Anás, que le había precedido en el cargo.
Si Lucas hubiese querido únicamente fijar el tiempo, un dato hubiera sido más que
suficiente. El primero, que es el más claro y más determinado. ¿Por qué, pues, añade los
otros? Con ellos se trata de presentar las condiciones políticas y religiosas, el ambiente
espiritual en que se cumplen las promesas de Dios. Palestina está bajo dominio extranjero.
El soberano del país es el emperador Tiberio, del que los historiadores romanos trazaron
-con razón o sin ella- el retrato de un soberano desconfiado, cruel, amigo del placer (Cf.
TÁCITO, Anales Vl, 51). La parte meridional del país, Judea y Samaria, es desde el año 6
a.C. provincia romana. El gobierno del procurador Poncio Pilato era, según el parecer de
los judíos, inflexible y sin consideraciones; se le achaca venalidad, violencia, rapiña, malos
tratos, vejaciones, continuadas ejecuciones sin sentencia judicial y una crueldad sin limites
e intolerable (FLAVIO JOSEFO, Bellum Iudaicum II, 169-177; FILON, Leg. ad Gaium
299-305). Los soberanos de la casa de Herodes eran idumeos, soberanos por la gracia de
Roma. Los dos sumos sacerdotes se dieron maña para conservar largos años su posición
mediante ardides diplomáticos. Se comprende que se suspire por el rey de la casa de
David. También Zacarías aguardaba la liberación de las manos de todos los que nos odian
(1,71).
El ámbito geográfico que delimita Lucas con sus indicaciones es el campo de acción de
Jesús. En éste se desarrolla la historia sagrada: en Galilea y en Judea, al norte del lago de
Genesaret. El imperio romano se había anexionado más o menos rigurosamente estas
regiones. Por su parte, Jesús no traspasará sino muy raras veces los límites de Palestina,
pero su mensaje conquistará toda la gran extensión sujeta a la soberanía del emperador
romano Tiberio. Los Hechos de los apóstoles describen la carrera victoriosa de la palabra
de Dios que había comenzado en Palestina.
2b...la palabra de Dios fue dirigida a Juan, hijo de Zacarías, que
estaba en el desierto. 3 Y él fue por toda la región del Jordán,
predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados.
La palabra de Dios fue dirigida a Juan, como sucedía a los profetas del Antiguo
Testamento. El Bautista reanuda la acción de los grandes enviados de Dios del tiempo
anterior y enlaza con la tradición profética, no con la literatura apocalíptica soñadora y
fantástica, con la sabiduría humanística, con los rigorismos legalistas farisaicos, con
tradiciones teológicas rabínicas ni con esperanzas de reinados propias de ambientes
zelotas. La palabra de Dios lo llama, le confiere su ministerio y es la fuerza que domina su
vida. «Llegóme la palabra de Yahveh, que decía: Antes que te formara en las entrañas
maternas te conocía... irás a donde yo te envíe y dirás lo que yo te mande... Mira que
pongo en tu boca mis palabras. Hoy te doy sobre pueblos y reinos poder de destruir,
arrancar, arruinar y asolar; de levantar, edificar y plantar» (Jer 1,4-10).
El campo de acción del Bautista es toda la zona del Jordán, la región de la depresión
meridional del Jordán. En esta región es predicador itinerante. Su campo de acción es
reducido; Jesús, en cambio, actuará en toda la región de Palestina. Los apóstoles llevarán
más allá de este espacio, al mundo entero, la palabra de Dios. El ámbito de la palabra
crece; ésta tiende a llenarlo todo...
Juan es pregonero; va por delante de su Señor y anuncia lo que va a suceder. El
mensaje que él anuncia es el bautismo de conversión y perdón de los pecados. La
conversión es el prerrequisito; con ella se vuelve el hombre hacia Dios, reconoce su
realidad y su voluntad, se aparta de sus pecados y los reprueba; en esto consiste
esencialmente la conversión y el arrepentimiento.
El bautismo, la inmersión en el Jordán, acompañada de una confesión de los pecados
(Mc 1,5), sellará esta voluntad de conversión y al mismo tiempo otorgará el perdón de los
pecados por Dios. Al que se convierte le da la certeza de que su conversión es valedera y
es reconocida por Dios y consiguientemente tiene capacidad para salvar del juicio venidero.
El que ha recibido el bautismo se halla pertrechado y preparado para formar parte del
nuevo pueblo de Dios de los últimos tiempos. Desde luego, una cosa se requiere: que la
conversión sea sincera y vaya acompañada de un cambio de vida. Lo que así anuncia Juan
es algo nuevo y grande. Va a iniciarse lo que tanto se había esperado: Dios cumple sus
promesas.
4 Como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:
Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor,
haced rectas sus sendas. 5 Todo barranco será rellenado, y todo
montículo y colina serán rebajados; los caminos tortuosos se
enderezarán y los escabrosos se nivelarán. 6 Porque toda carne ha
de ver la salvación de Dios.
El profeta Isaías ve en una visión una espléndida procesión a través del desierto. Dios, el
Señor, va en cabeza de su pueblo, que retorna en caravana de Babilonia a la patria. Una
voz se levanta en el desierto por el que avanza la comitiva e invita a preparar un camino
real. Esta palabra dirigida a los que regresan a la patria se entiende ahora en forma nueva.
La voz del que clama en el desierto es Juan. El Señor -el Mesías- viene, y con él su pueblo.
La preparación del camino se entiende en sentido religioso-moral; se llama a penitencia,
conversión y retorno a Dios, bautismo de penitencia para el perdón de los pecados. Obra
verdaderamente gigantesca: trazar un camino por el desierto; transformar los corazones.
Toda carne ha de ver la salvación de Dios. El tiempo de la salvación está alboreando.
Dios lo prepara para «toda carne», para todos los hombres. Va a cumplirse el anuncio
profético de Simeón: Una «luz para iluminar las naciones» (2,32). El predicador de
penitencia y conversión, el precursor Juan tiene una misión para todos los tiempos. Hay
que preparar con penitencia un camino a la salvación del Señor.
(_MENSAJE/03-1.Págs. 102-113)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 9
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE:EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (9)
·ALOIS-STÖGER
b) Predicación del Bautista
(Lc/03/07-17)
JBTA/PREDICACION
Juan predica. Como predicador de penitencia exhorta a la conversión (3,7-9): como
predicador moral invita apremiantemente a la renovación de la vida (3,10-14), y como
profeta anuncia al que va a venir (3,15-17). Su mensaje echa mano de los temas de los
profetas: la conversión, la amenaza con la cólera de Dios, la urgencia de hacer obras y de
llevar frutos de penitencia, la exhortación al comportamiento social, la destrucción de la
seguridad de la salvación de Israel como pueblo y como nación, el anuncio del Mesías.
Predicación de penitencia (3,7-9).
7 Decía, pues, a las muchedumbres que acudían para que las
bautizara: Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir del
inminente castigo? 8a A ver si dais frutos propios de conversión.
CV/PRACTICAS PRACTICAS/CV Al hombre se le hace difícil cambiar verdaderamente de
vida. Para poder evitarlo recurre a ritos y ceremonias sagradas, se pone bajo la
protección de una comunidad que pasa por santa, difiriendo la conversión para más tarde.
A todas estas posibilidades cierra Juan la puerta. ¿Qué quedará, pues?
El recurso a ritos sagrados. Las gentes se dirigen en masa al desierto, quieren
bautizarse, se dejan sumergir en las aguas, pero la cosa no pasa de ahí. Nada de pensar
en cambiar de vida. Juan los increpa: ¡Raza de víboras, engendro del demonio! Su vida
pone al descubierto que hacen las obras del demonio, el pecado; como le imitan, son sus
hijos, su engendro.
Cosa buena es el bautismo, pero debe inducir a reformar la vida. Juan formula normas
conocidas, fáciles de entender, pero difíciles de reducir a la práctica: «No puede pasar por
justo el que encubre la obstinación de su vida y, siendo hijo de las tinieblas, (sólo) mira
hacia el camino de la luz», como se dice en Qumrán (1QS III, 3). «La conversión y las
buenas obras son como un escudo que protege de los castigos», dicen los rabinos (Aboth
IV, 11).
Nadie puede escapar a la sentencia de condenación. «Es como quien huyendo del león
diera con el oso; como quien al refugiarse en casa y poner su mano sobre la pared fuera
mordido por la serpiente» (Am 5,19). Lo único que salva es la reforma de la vida, la nueva
vida con nuevas obras.
8b No comencéis a decir en vuestro interior: Tenemos por pudre a
Abraham. Os aseguro que poderoso es Dios para sacar de estas
piedras hijos de Abraham.
Refugiarse en la seguridad nacional de la salvación, «en la santa comunidad de los
elegidos»... El judío rehuye la reforma personal de la vida, fiándose de su descendencia de
Abraham. Dice: «Un circunciso no va al infierno.» Aunque sea pecador, incrédulo y rebelde
contra los mandamientos de Dios, se le dará el reino eterno, porque tiene por padre a
Abraham. Al fin y al cabo, Dios no puede dejar de cumplir sus promesas a Abraham y a su
descendencia... Cierto que Dios es fiel a sus promesas, pero ahora surge una nueva
filiación de Abraham, que no depende de la comunidad de sangre, sino que es suscitada y
creada por Dios. Dios puede sacar de las piedras del desierto hijos de Abraham. Estos
tendrán los sentimientos que se esperan de los hijos de Abraham, éstos harán las obras
que quiere Dios.
9 Ya está aplicada el hacha a la raíz de los árboles. Y todo árbol
que no da fruto bueno será cortado y arrojado al fuego.
CV/HOY: ¡La conversión para más tarde! El tiempo apremia. La conversión no sufre
dilación. El hacha ya está aplicada a la raíz del árbol, que va a ser cortado. De un momento
a otro se levanta en el aire, se deja caer de golpe y... el árbol se derrumba. Juan anuncia
que ya son inminentes la venida del Señor y el juicio.
El juicio es tiempo de recolección. En la recolección se recogen los frutos. El tiempo de
recolección es tiempo de decisión. El árbol que no da frutos buenos se corta y se echa al
fuego. El próximo juicio de Dios recogerá los frutos de la vida. El que no pueda aportar
nada, incurrirá en sentencia de condenación, caerá en el fuego del infierno.
Predicación a las diferentes clases sociales (3,10-14).
10 Entonces la gente le preguntaba: Pues ¿qué tenemos que
hacer? 11 Él les respondía: El que tenga dos túnicas dé una al que
no la tiene; y el que tenga alimentos, haga otro tanto.
La verdadera conversión mueve siempre a hacer esta pregunta: Pues ¿qué tenemos
que hacer? La predicación de san Pedro tocó los corazones de los oyentes, que decían:
«¿Qué tenemos que hacer, hermanos?» (Act 2,37). La pregunta por las obras es la que
pone el sello al valor de la conversión.
Las obras en que se manifiesta la reforma de vida y la verdad de la conversión son las
obras de sincero amor al prójimo, la partición con los demás de lo que se tiene. «El que
tiene dos túnicas dé una al que no la tiene...» Juan no exige que se dé la única que se
tiene. No exige a las multitudes que realicen sublimes actos de heroísmo, sino misericordia
y amor al prójimo con obras, sentimientos sociales.
12 Llegaron también unos publicanos para bautizarse y le
preguntaron: Maestro, ¿qué tenemos que hacer? 13 Él les contestó:
No exijáis más de lo que tenéis señalado.
Los publicanos (*) encarnan codicia y avidez de poseer, falta de honradez, traición al
propio pueblo, estando como estaban con frecuencia al servicio de un régimen extranjero.
Tampoco ellos están excluidos del camino de la salvación, no están borrados. Toman en
serio la invitación a la penitencia y están dispuestos a cambiar de vida. Con esto se ha
logrado lo principal.
Juan no les exige que renuncien a la profesión de publicanos. Deben renunciar a
enriquecerse fraudulentamente. El derecho les permite exigir un determinado suplemento
sobre el tipo de impuestos prescrito por el Estado. Por eso les dice Juan: «No exijáis más
de lo que tenéis señalado.» Jesús procederá más tarde de manera análoga con el
publicano Zaqueo. A pesar de las murmuraciones de los judíos entró en casa de éste rico
jefe de publicanos. Zaqueo mismo quiere restituir lo que ha adquirido con fraude y quiere
repartir sus bienes con los pobres. Jesús le dice: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa;
pues también éste es hijo de Abraham» (19,1-10).
...............
* Los publicanos o cobradores de tributos, pero no eran funcionarios del Estado, sino
simples particulares
a quienes se cedía en arrendamiento este servicio o empleados de éstos. Nota del traductor.
...............
14 También unos soldados le preguntaron: Y nosotros, ¿qué
tenemos que hacer? Y les respondió: No hagáis extorsión a nadie ni
lo denunciéis falsamente; sino contentaos con vuestra paga.
Los soldados son probablemente mercenarios del ejército de Herodes Antipas. A los
judíos les estaba prohibido el servicio militar. Por eso estos mercenarios serían gentiles. La
eficacia de la predicación del Precursor va más allá de los límites del judaísmo... La
pregunta de los soldados presupone extrañeza. Y nosotros ¿qué...? Pero toda estrechez se
ha superado. «Toda carne ha de ver la salvación de Dios.»
Los pecados propios de la profesión de los soldados son robo con violencia, extorsión
con falsas denuncias, abuso de la fuerza. La raíz de tal proceder está en la codicia. Hay
que dar de mano a los excesos. En lugar del ansia de enriquecerse hay que contentarse
con la paga.
A pesar de la inminencia del severo juicio, no se exige nada extraordinario. No hay que
cambiar la profesión: ni siquiera la profesión de soldado o de publicano. También Pablo
proclama a pesar de la proximidad del tiempo final: «Por lo demás, que cada uno viva
según la condición que el Señor le asignó, cada cual como era cuando Dios le llamó. Esto
es lo que prescribo en todas las Iglesias» (1Cor 7,17). Tampoco se exigen especiales
prácticas ascéticas: no se exige entrar en la secta de Qumrán, ni formar parte de la
comunidad de los fariseos, ni adoptar la rigurosa ascética del Bautista (Mc 1,6). Juan sigue
la predicación profética: «¿Con qué me presentaré yo ante Yahveh y me postraré ante el
Dios de lo alto? ¿Vendré a él con holocaustos, con becerros primales? ¿Se agradará
Yahveh de los miles de carneros y de las miríadas de arroyos de aceite? ¿Daré mis
primogénitos por mis prevaricaciones, y el fruto de mis entrañas por los pecados de mi
alma? ¡Oh hombre! Bien te ha sido declarado lo que es bueno y lo que de ti pide Yahveh:
hacer justicia, amar el bien, humillarte en la presencia de tu Dios» (Miq 6,6-8).
Proclamación mesiánica (3,15-17).
15 Como el pueblo estaba en expectación, porque todos pensaban
en su corazón acerca de Juan si no sería el Mesías...
La predicación del Bautista hace crecer en el pueblo la expectación de la próxima venida
del Mesías. Se va extendiendo la idea de si Juan será el Mesías. En ciertos ambientes se
presentaba al Bautista como el salvador enviado por Dios (Cf. Jn 1,6-8.15.19ss). La historia
de la infancia ha puesto ya deliberadamente a Juan y a Jesús en la debida relación querida
por Dios. Juan es grande, pero Jesús es el mayor, Juan es profeta y preparador del
camino, pero Jesús es el Hijo de Dios y el que reina en el trono de David para siempre.
16 Juan declaró ante todos: Yo os bautizo con agua; pero viene el
que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy digno de desatarle
la correa de las sandalias; él os bautizará con Espíritu Santo y
fuego.
Jesús es el más fuerte. Juan se reconoce indigno de prestar a Jesús el más humilde
servicio de esclavos. Los esclavos debían soltar al amo las correas de las sandalias; una
persona libre tenía esto por indigno de su condición. ¿Quién es Juan al lado de Jesús? El
gran Bautista reconoce la grandeza de Jesús.
La fuerza de Jesús se manifiesta en su obra. Juan bautiza sólo con agua; Jesús, en
cambio, con Espíritu Santo y fuego. El Mesías da el Espíritu Santo prometido para los
últimos tiempos, y lo da con la mayor profusión a los que están prontos a convertirse; en
cambio, a los que no quieren convertirse les aporta el fuego, el fuego del juicio. Jesús
ejecuta la sentencia de salvación o de condenación.
Juan bautiza solamente con agua. Su obra es preparación para los acontecimientos
escatológicos; ella misma no es acontecimiento escatológico.
17 Tiene el bieldo en la mano para limpiar su era y para recoger el
trigo en su granero; pero la paja la quemará en fuego que no se
apaga.
Jesús es el juez del fin de los tiempos. El labrador de Palestina lanza con una pala contra
el viento el trigo que después de trillado está mezclado con la paja en la era. El grano, que
pesa más, cae al suelo, mientras que la paja es llevada por el viento. Así limpia la era,
separando el trigo de la paja para recogerlo después en el granero. La paja se quema. El
Mesías viene a juzgar, separa a los buenos y a los malos, lleva los buenos al reino de Dios
y entrega los malos al fuego inextinguible de la condenación. Tiene ya el bieldo en la mano.
Este «ahora» del tiempo final hace que el anuncio de Juan descuelle por encima de todos
los anuncios de los profetas.
c) Fin del Bautista
(Lc/03/18-20)
JBTA/MUERTE.
18 Con estas y otras exhortaciones anunciaba el Evangelio al
pueblo.
El relato de la actividad de Juan contiene sólo una parte de ésta. Las exhortaciones de
Juan son buena nueva, Evangelio. Juan es mensajero de gozo, que anuncia la suspirada
salvación de los últimos tiempos. Por esto es su mensaje de gozo. Lo que Jesús anuncia y
trae no es perdición, sino salvación. También la predicación de penitencia de Juan está al
servicio de la salvación, y por esto es Evangelio, buena nueva. La historia de Juan es
comienzo del Evangelio (Cf. Mc 1,1; Hch 10,36s).
19 Pero Herodes, el tetrarca, a quien Juan reprendía por lo de
Herodías, la mujer de su hermano, y por todas las maldades que
había cometido, 20 a todas ellas añadió también ésta: que encerró a
Juan en la cárcel.
Juan no silenció la palabra de juicio de Dios ni siquiera ante el poderoso señor de la
región. Herodes Antigas no observa las leyes del matrimonio, comete crímenes y es
asesino de profetas (cf. Mc 6,17s).
El Bautista recapitula en su obra y en su suerte lo que hicieron y sufrieron los profetas, y
lo sobrepasa. Está situado en la inmediata proximidad del gran día del juicio y de la
salvación.
Con su cautiverio queda suspendida la acción del Bautista. La voz que clama en el
desierto enmudece en la fortaleza de Maqueronte. La época de las predicciones y de las
promesas llega a su fin, y comienza la época de la realización. Entre el Bautista y Jesús hay
una profunda fisura en la historia de la salvación: «La ley y los profetas llegan hasta Juan;
desde entonces se anuncia el Evangelio del reino de Dios» (16,16). «Juan bautizó con
agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo» (Act 1,5; 11,16). En la Iglesia no
debe enmudecer la voz de Juan, puesto que prepara la venida de Jesús, que todavía ha de
manifestarse al fin de los tiempos.
2. PREPARACIÓN DE JESÚS PARA SU MISIÓN (3,21-4,13).
a) Bautismo de Jesús
(Lc/03/21-22)
J/BAU
21 Mientras se bautizaba todo el pueblo y Jesús, ya bautizado,
estaba en oración, se abrió el cielo, 22 y el Espíritu Santo descendió
sobre él en forma corporal, como una paloma, y vino una voz del
cielo: Tú eres mi hijo; hoy te he engendrado (*).
...............
* En Lc es doble la tradición del texto de la voz del cielo; 1) como en Mc y Mt: «Tú eres mi
Hijo amado; en ti
me he complacido»; o bien: «Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido» (Mt 3,17; cf.
Is 42,1); 2) v.
supra, conforme a Sal 2,7. Parece ser que se ha acomodado el texto de Lc a Mt-Mc.
...............
El bautismo de Jesús sólo se menciona de paso; se halla en segundo término. La
proclamación divina que glorifica a Jesús ocupa el primer plano del relato. Dios se
manifiesta después del bautismo, pero este hecho va precedido de una triple humillación.
Jesús es uno del pueblo, uno de tantos que acude a bautizarse; se ha convertido en uno
cualquiera. Jesús recibe el bautismo de conversión y penitencia para el perdón de los
pecados como uno de tantos pecadores. Ora como oran los hombres que tienen necesidad
de ayuda. El bautismo de penitencia y la plegaria preparan para la recepción del Espíritu.
Pedro dice: «Convertíos, y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de Jesucristo
para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Act 2,38). El
padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan (Lc 11,13). El Espíritu Santo es
enviado y opera mientras se ora.
La triple humillación va seguida de una triple exaltación. El cielo se abre sobre Jesús.
Se espera que en el tiempo final se abra el cielo que hasta ahora estaba cerrado: «¡Oh si
rasgaras los cielos y bajaras, haciendo estremecer las montañas!» (Is 64,1). Jesús es, el
Mesías. En él viene Dios. Él mismo es el lugar de la manifestación de Dios en la tierra, el
Betel neotestamentario (cf. Jn l,51), donde se abrió la puerta del cielo y Dios se hizo
presente a Jacob (Gén 28,17).
El Espíritu Santo descendió sobre Jesús. PALOMA/ES ES/PALOMA Vino en forma
corporal, en forma de paloma. Según Lucas, el acontecimiento del Jordán es un hecho que
se puede observar. La paloma desempeña gran papel en el pensamiento religioso. El
Espíritu de Dios se cernía sobre las aguas cuando comenzó la obra de la creación. La
imagen de esta representación la ofrecía la paloma que se posa sobre sus crías. La voz de
Dios se comparaba con el arrullo de la paloma. Si se buscaba un símbolo del alma,
elemento vivificante del hombre, se recurría a la imagen de la paloma, considerada también
como símbolo de la sabiduría. De ahora en adelante, el Espíritu de Dios hace en Jesús la
obra mesiánica, que causa nueva creación, revelación, vida y sabiduría.
Jesús, como engendrado por el Espíritu, posee el Espíritu (1,35). Lo recibirá del Padre
cuando sea elevado a la diestra de Dios (Act 2,33), y ahora lo recibe también. El Espíritu no
se da a Jesús gradualmente, pero las diferentes etapas de su vida desarrollan cada vez
más la posesión del Espíritu. Dios es quien determina este desarrollo.
La voz de Dios declara a Jesús, Hijo de Dios. Como es engendrado por Dios, por eso es
ya su Hijo (1,32.35). Después de su resurrección se le proclama solemnemente como tal:
«Dios ha resucitado a Jesús, como ya estaba escrito en el salmo segundo: Hijo mío eres tú;
hoy te he engendrado» (Act 13,33). La voz del cielo clama aplicando a Jesús este mismo
salmo que canta al Mesías como rey y sacerdote. En el «hoy» de la hora de la salvación lo
da Dios a la humanidad como rey y sacerdote mesiánico. A esta hora miraban los tiempos
pasados, a ella volvemos nosotros los ojos.
b) El nuevo Adán
(Lc/03/23-28)
J/ADAN
23 Tenía Jesús, al comenzar, como unos treinta años y era, según
se creía, hijo de José...
Jesús estaba equipado mesiánicamente desde lo alto, pero también desde abajo estaba
pertrechado con todo lo que humanamente lo capacitaba para su misión. Al comienzo de su
actividad pública tenía unos treinta años. A los treinta años estaba el sacerdote capacitado
para el ministerio (Núm 4,3); a esa edad fue elegido José en Egipto para su alta misión
(Gén 41,46); David fue elevado al trono (2Sam 5,4), Ezequiel recibió la vocación profética
(Ez 1,1). Cuando comenzó Jesús su ministerio, que abarca la realeza, el sacerdocio y el
profetismo, había alcanzado la plenitud de la edad requerida. Había pasado ya el tiempo
del crecimiento y del fortalecimiento.
Para el alto ministerio que asume Jesús se requiere un origen legítimo y un auténtico
árbol genealógico. Esto lo recibe de José, su padre legal. José no es el padre natural, sino
que como tal era tenido por la opinión pública. El misterio de la concepción virginal
permanecía oculto. Dios da a Jesús todo lo que necesita para que los hombres no puedan
hallar en él motivo justificado de escándalo.
24 ...hijo de Elí, hijo de Matat, hijo de Leví, hijo de Melquí, hijo de
Janay, hijo de José, 25 hijo de Matatías, hijo de Amós, hijo de Naúm,
hijo de Eslí, hijo de Nagay, 26 hijo de Maat, hijo de Matatías, hijo de
Seméin, hijo de Josec, hijo de Yodá. 27 hijo de Joanán, hijo de Resá,
hijo de Zorobabel, hijo de Salatiel, hijo de Nerí, 28 hijo de Melquí,
hijo de Adí, hijo de Cosam, hijo de Elmadam, hijo de Er, hijo de
Jesús, hijo de Eliezer, hijo de Jorim, hijo de Matat, hijo de Leví, 30
hijo de Simeón, hijo de Judá, hijo de José, hijo de Jonam, hijo de
Eliaquím, 31 hijo de Meltá, hijo de Mená, hijo de Matatá, hijo de
Natam, hijo de David, 32 hijo de Jesé, hijo de Jobed, hijo de Booz,
hijo de Sala, hijo de Naasón, 33 hijo de Aminabad, hijo de Admín,
hijo de Arní, hijo de Esrom, hijo de Farés, hijo de Judá, 34 hijo de
Jacob, hijo de Isaac, hijo de Abraham, hijo de Taré, hijo de Nacor, 35
hijo de Seruc, hijo de Ragáu, hijo de Falek, hijo de Éber, hijo de Sala,
36 hijo de Cainam, hijo de Arfaxad, hijo de Sem, hijo de Noé, hijo de
Lamec, 37 hijo de Matusalém, hijo de Henoc, hijo de Jéret, hijo de
Maleleel, hijo de Cainam, 38 hijo de Enós, hijo de Set, hijo de Adán,
hijo de Dios.
Lucas no dio la clave para la mejor inteligencia de la tabla genealógica, como lo había
hecho Mateo con su observación de las tres series de catorce generaciones cada una
(1,16), pero él también la utiliza para formular aserciones soteriológicas sobre Cristo. El
árbol genealógico de Lucas no se remonta sólo hasta Abraham, como en Mateo, sino que
continúa hasta Adán y su creaci6n por Dios. Jesús es el Mesías de los judíos, pero también
el Salvador del mundo. Está en relación, no sólo con David y Abraham, sino también con
Adán. Por él se cumplen las promesas hechas a Abraham y a David; en él son bendecidos
todos los pueblos. Él es el rey Mesías, cuyo reino no tiene fin, pero también el padre y
patriarca de la nueva humanidad (Cf. Rm 5,14-21; 1Cor 15,22.45-49).
J/GENEALOGIA GENEALOGIA/LC El árbol genealógico de Lucas es incompleto, como
lo es también el de Mateo. Ahora bien, ¿por qué se hizo precisamente esta selección que
se registra en el árbol genealógico? La tabla genealógica de Lucas contiene once veces
siete miembros: tres veces siete van de Jesús a Zorobabel; tres veces siete, de Salatiel a
David; dos veces siete, de David a Isaac, y tres veces siete, de Abraham hasta Adán. Los
períodos están separados por etapas importantes de la historia de la salvación: la
cautividad de Babilonia, la monarquía, la elección, la creación. Jesús es cumplimiento y
meta de la historia de nuestra salud.
Los jefes de los once grupos son: Dios, Henoc, Sala, Abraham, Admin, David, José,
Jesús, Salatiel, Matatías, José. Según el esquema del apocalipsis de las «doce semanas»
(*), el tiempo final comienza con la duodécima semana del mundo. Jesús comienza el
tiempo final. Aunque estas explicaciones puedan parecernos a nosotros un juego ocioso,
los antiguos veían expresadas en ellas verdades profundas. A nosotros nos importa el
enunciado de la verdad no el camino por el que se llegó a él.
...............
* Desde el siglo II a.C. se comenzó en algunos ambientes a calcular el «fin», es decir, la fecha
del comienzo
de la época mesiánica. A este objeto algunos dividieron en períodos el curso de la historia. 4Esd
(que fue
escrito después de la destrucción de Jerusalén el año 70): «EI mundo ha perdido ciertamente su
juventud;
los tiempos se aproximan a la vejez. La historia del mundo esta ciertamente dividida en doce
partes; ha
llegado hasta la décima y hasta la mitad de esta décima. Quedan todavía dos después de la mitad
de esta
décima parte».
(_MENSAJE/03-1.Págs. 1126)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 10
c) Tentación de Jesús (Lc/04/01-13)
1 Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó del Jordán y, en el Espíritu,
era guiado por el desierto 2a durante cuarenta días, siendo tentado
por el diablo.
Jesús está lleno del Espíritu. Posee el Espíritu, no «con medida» (Jn 3,34), como los
profetas, sino en toda su plenitud. Por eso está también plenamente bajo la guía de Dios
(4,14). Lleva a cabo su peregrinación y su acción en armonía con el Espíritu que actúa en
él, y con la virtud del mismo. El bautismo remite a la tentación y viceversa.
Jesús es guiado por el desierto en el Espíritu. En la extensión del desierto, vacía de
hombres, nada le separa de Dios. Allí busca el silencio de la oración (5,16) y el trato a solas
con el Padre. Como Hijo de Dios se deja guiar en el Espíritu. «Todos los que se dejan guiar
por el Espíritu de Dios, éstos son hijos suyos» (Rom 8,14).
Jesús no es impelido al desierto por el Espíritu (Mc 1,12), sino que él mismo va. No es
conducido por el Espíritu, sino que se deja guiar en el Espíritu. El Espíritu no actúa en él a
la manera, digamos, como actuó en los jueces, en un Otoniel (Jue 3,10), en un Gedeón
(6,34), en un Jefté (11,29). Sobre ellos vino el Espíritu, los pertrechó para una gran obra y
volvió a abandonarlos cuando ésta se vio cumplida. En Jesús actúa de otra manera. No es
arrastrado por el Espíritu, sino que él mismo dispone del Espíritu. Jesús no posee sólo un
don transitorio del Espíritu, sino que lo posee establemente, siempre, como nacido que es
del Espíritu; por esto obra siempre en él y puede también comunicarlo a su Iglesia (Lc.
24,49; Act 2,33).
La permanencia en el desierto duró cuarenta días. Durante este tiempo fue tentado por
el diablo. Las tres tentaciones que se relatan hacen el efecto de ilustraciones de la
constante lucha secreta con los adversarios. Jesús anuncia la soberanía de Dios y la
aporta; con ello se ve también llamado a desplegar su mayor energía el adversario de la
soberanía de Dios. Juntamente con el reino de los demonios se subleva contra la obra de
Jesús que es causa de su destrucción.
2b No comió nada en aquellos días, pasados los cuales, tuvo
hambre. Díjole entonces el diablo: Si eres Hijo de Dios, di a esta
piedra que se convierta en pan. 4 Pero Jesús le contestó: Escrito
está: No de sólo pan vivirá el hombre.
Jesús, lleno y penetrado del Espíritu, vive sin comida ni bebida. Pasados los días del
ayuno, tiene hambre. E1 diablo se sirve del hambre como tentación. Como diablo, como
detractor que es, quiere trastornar las buenas relaciones entre Dios y Jesús, Éste es
siempre su plan. El tentador toma pie de la voz de Dios en el bautismo: Al fin y al cabo eres
Hijo de Dios. Tú tienes poder ilimitado, con una palabra de autoridad puedes saciar tu
hambre.
La réplica de Jesús pone de manifiesto en qué está la tentación: No de sólo pan vivirá
el hombre. No se trata sólo de guardar y conservar lo terreno. Las palabras de la Escritura
que cita Jesús están tomadas del libro del Deuteronomio (8,3). Con estas palabras hace
Moisés presente a su pueblo su maravilloso mantenimiento por Dios en el desierto: «Él te
afligió, te hizo pasar hambre, y te alimentó con el maná, que no conocieron tus padres, para
que aprendieses que no sólo de pan vivirá el hombre, sino de cuanto procede de la boca de
Yahveh» (de lo que proviene de la palabra del Señor). Mediante el hambre hubo de ser
educado el pueblo de Dios en la confianza en Dios y en la obediencia.
Jesús es Hijo de Dios; tiene plenos poderes. Si ahora su Padre le deja sufrir hambre,
quiere llevarlo a la confianza y a la obediencia, pero no quiere que haga uso para su
ventaja personal del poder que tiene como Hijo de Dios. Jesús es Hijo de Dios, pero en
abatimiento, en humillación y en obediencia, es Mesías, pero a la vez siervo de Dios. El
camino que conduce a la gloria mesiánica no es el del despliegue de poder, sino el de
obedecer y de servir, el de escuchar y aguardar toda palabra que salga de la boca de
Dios.
5 Y llevándole hacia una altura, le mostró en un momento todos los
reinos del mundo. 6 Y le dijo el diablo: Te daré todo este poderío y el
esplendor de estos reinos, porque me ha sido entregado, y se lo doy
a quien yo quiera. 7 Si te postras, pues, delante de mí, todo eso será
tuyo. 8 Pero Jesús le respondió: Escrito está: Adorarás al Señor tu
Dios y a él solo darás culto.
El diablo aparece aquí como príncipe de este mundo (Jn 12, 31), como «dios de este
mundo» (2Cor 4,4), como antidiós pero en su soberbia debe al mismo tiempo confesar su
dependencia. Todo esto me ha sido entregado... por Dios. No tiene plenos poderes
propios, sino un poder que le ha sido transmitido, no es Dios, sino «mona de Dios».
Conforme a la revelación, no hay otro Dios, Dios no tiene igual, él es el único: a él solo
adorarás, a él solo darás culto.
En un abrir y cerrar de ojos presenta el tentador, como por encantamiento, ante los ojos
de Jesús todos los reinos del mundo y su esplendor. ¡Un espejismo! Lo lleva a lo alto.
¿Dónde? ¿Lo eleva en éxtasis? Satán hace la misma oferta que Dios: «Tú eres mi Hijo, hoy
te he engendrado yo. Pídeme y haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión los
confines de la tierra» (Sal 2,8; cf. Lc 3,22). También aquí resuena veladamente: Si eres Hijo
de Dios.
Con el esplendor y la gloria que pone Satán ante los ojos de Jesús, pero que de hecho
sólo es engaño y apariencia, quiere apartarle de Dios, hacerle abandonar a Dios, inducirle
a negar la profesión fundamental de fe y la raíz de la vida religiosa de su pueblo. Al tentador
opone Jesús la palabra de la Escritura: «Adorarás al Señor tu Dios y a él solo darás culto»
(Dt 6,13). Jesús mantiene en pie la soberanía de Dios. Él es siervo de Dios, no siervo de
Satán.
9 Lo llevó luego a Jerusalén, lo puso sobre el alero del templo y le
dijo: Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo; 10 pues escrito esta.
Mandará en tu favor a los ángeles para que te guarden
cuidadosamente; 11 y también: Te tomarán en sus manos, no sea
que tropiece tu pie con una piedra. 12 Pero Jesús le respondió: Está
dicho: No tentarás al Señor tu Dios.
El alero del templo es quizá un mirador que sobre el muro exterior del templo sobresalía
sobre la calle. Allá es conducido Jesús. Se le invita a arrojarse abajo para hacer prueba de
la protección de Dios que le está asegurada por la palabra misma de Dios (Sal 91,11), para
cerciorarse de su elección, de su filiación divina, del poder que tiene de Dios y cerca de
Dios.
Jesús descubre lo que significa tal requerimiento: tentar a Dios. Se trata de abusar de la
protección prometida y así tentar a Dios, forzarle a intervenir en su favor. Jesús quiere
servir a Dios, no servirse de él, disponer de él, quiere obedecerle, no sometérselo...
La tentación en el alero del templo de Jerusalén es la última según Lucas. Los caminos
de Jesús llevan a Jerusalén; él tiene la mira puesta en Jerusalén (9,51). Allí muere y allí es
glorificado, allí se humillará como siervo de Dios, será obediente hasta la muerte. Allí
experimentará la protección de Dios en la forma más acabada, pues Dios le resucitará y
exaltará. Él no provoca esta exaltación protectora de Dios, sino que la aguarda.
Las tentaciones de Jesús son tentaciones mesiánicas. El adversario de la soberanía de
Dios quiere hacer caer al Hijo de Dios, que ha sido ungido por Dios y es ahora armado para
su obra mesiánica. Con todos los medios diabólicos: con compasión hipócrita, con artilugios
y magia, trastocando la Sagrada Escritura quiere inducirlo a desobedecer a Dios. Las tres
tentaciones repiten tres veces que Jesús se mantuvo obediente. En su calidad de segundo
Adán es tentado como lo fue el primero. El primero falló, el segundo sale victorioso. «AI
igual que por la desobediencia de un solo hombre la humanidad quedó constituida
pecadora, así también por la obediencia de uno solo la humanidad quedará constituida
justa» (Rom 5,19).
Las tentaciones de Jesús continúan en sus discípulos (cf. 22,28ss). También la Iglesia
vive en medio de estas tentaciones. Jesús levanta los ánimos cuando son tentados los
discípulos, pues él también fue tentado. Él muestra cómo hay que vencer las tentaciones:
mediante la Sagrada Escritura, que es profesión de fe, oración y fuerza, la «espada del
Espíritu» (Ef 6,17).
13 Y acabadas todas las tentaciones, el diablo se alejó hasta un
tiempo señalado.
La acción de Jesús comienza con la victoria sobre el demonio. El tiempo de la salud, que
es inaugurado por Jesús, es un tiempo en que se ve encadenado el demonio. Jesús dice:
«Yo estaba viendo a Satán caer del cielo como un rayo» (10,18). No tiene ya poder hasta
un tiempo señalado. El tiempo de Jesús es un tiempo exento de Satán. Donde actúa Jesús,
tiene que retirarse el demonio; la victoria sobre el tentador se obtiene mediante la fiel
adhesión a Jesús.
Pero sólo hasta un tiempo señalado suspende Satán las tentaciones de Jesús. Al
comienzo de la historia de la pasión se lee: «Satán entró en Judas» (22,3). Los enemigos
de Jesús tienen poder sobre él, porque se inicia el poder de las tinieblas (22,53). En tanto
no había llegado su hora, era intangible para sus adversarios (Lc 4, 30; Jn 7,30.45; 8,59).
Jesús es clavado en la cruz por los príncipes de este mundo, pero precisamente con esta
muerte que él acepta obediente como siervo de Dios que es, vence la soberanía de Satán
(Cf. 1Co 2.6; Jn 12,31).
14 Por la fuerza del espíritu, volvió Jesús a Galilea.
La actividad mesiánica debía comenzar en Galilea, según el designio de Dios. En Galilea
recibió Jesús la vida. En Galilea comienza el camino de su preparación mesiánica, en
Galilea comienza también su obra mesiánica. El Espíritu Santo le ha dado la existencia, el
Espíritu le dirige al Jordán y por el desierto; también el Espíritu le guía cuando lleva a cabo
su obra mesiánica. Una obediencia humilde y la virtud del Espíritu Santo nos revelan el
misterio de la acción de Jesús.
Parte segunda
ACTIVIDAD DE JESÚS EN GALILEA
4,14-8,50
I. COMIENZOS DE LA PREDICACIÓN (4,14-6,16).
Pedro dijo al centurión Cornelio: «Vosotros conocéis lo que ha venido a ser un
acontecimiento en toda Judea, a partir de Galilea después del bautismo que Juan predicó:
Jesús de Nazaret, cómo Dios lo ungió con Espíritu Santo y poder, y pasó haciendo el bien y
sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Nosotros somos
testigos de todas las cosas que hizo en la región de los judíos...» (Act 10,37). Lo que aquí
se resume en pocas frases acerca de la actividad de Jesús, es ilustrado en el evangelio.
Tres veces comienza Lucas (4,14; 5,12; 6,1) y tres veces cierra la actividad de Jesús con
llamamientos de testigos 5,1ss; 5,27ss; 6,12ss).
1. PRESENTACIÓN (4,14-5,11).
a) Epígrafe
(Lc/04/14-15)
14 Por la fuerza del espíritu, volvió Jesús a Galilea, y las noticias
sobre él se difundieron por toda la región.
En el Jordán es Jesús «ungido con Espíritu Santo y con poder»; por la fuerza de este
Espíritu comienza su acción, como había comenzado su vida por la virtud del Espíritu. El
Espíritu lo dirige a Galilea; allí había comenzado su vida. El ángel había sido enviado por
Dios a una ciudad de Galilea (1,26). En Galilea comienza también su acción. En la
despreciada «Galilea de los gentiles» brota la salvación por la virtud del Espíritu.
La acción en virtud del Espíritu causa admiración y fama, que se extiende por toda la
región circundante. El Espíritu extiende ampliamente su acción; su virtud quiere transformar
el mundo, santificarlo, ponerlo bajo la soberanía de Dios. La acción que comienza en
Galilea se extenderá hasta los confines de la tierra. Cuando Jesús haya alcanzado en
Jerusalén la meta de su actividad que comienza en Galilea, partirán los discípulos en la
virtud del Espíritu, y la noticia de Jesús llenará el mundo entero.
15 Enseñaba en las sinagogas de ellos, con gran aplauso por parte
de todos.
La primera actividad de Jesús consiste según Lucas en enseñar, según Marcos en
proclamar al modo de un pregonero: «Se ha cumplido el tiempo; el reino de Dios está cerca;
convertíos y creed en la buena nueva» (Mc 1,14s). Lucas piensa: con la venida de Jesús
está ya presente el tiempo de la salvación: Jesús no lo proclama como pregonero, sino que
enseña lo que es y lo que aporta este tiempo de salvación.
Las sinagogas con su liturgia semanal de la palabra y de oración son el sitio indicado
para la actividad docente de Jesús. Su doctrina es también exposición de la Escritura;
ahora se cumplen las predicciones y promesas proféticas. Los apóstoles procederán como
Jesús cuando lleven al mundo la palabra de Dios, comenzando por las sinagogas
proclamarán el cumplimiento de las promesas (cf. Act 13,16-41).
En todas partes adonde llega la fama de Jesús, comienza su glorificación; su fama tiene
por eco sus alabanzas. El espacio adonde se extenderá su fama será el mundo entero;
todos, todos literalmente, le glorificarán. El Espíritu de Dios no descansa hasta que «toda
lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre» (Flp 2,11). La palabra
de Dios se lanza a la carrera para la glorificación de Dios.
b) En Nazaret
(Lc/04/16-30)
16 Llegó a Nazaret, donde se había criado, y según lo tenía por
costumbre entró en la sinagoga el día de sábado y se levantó a leer.
17 Le entregaron el libro del profeta Isaías; lo abrió y encontró el
pasaje en que estaba escrito: ...
En una ciudad de Galilea llamada Nazaret (1,26) fue concebido Jesús, fue criado, llegó a
ser hombre y hubo de comenzar su obra según la voluntad del Espíritu. Sus comienzos
recibieron la impronta de esta ciudad, que carecía de importancia y era incrédula, que se
escandalizó de su mensaje y trató de quitarle la vida. Sus comienzos son comienzos de la
nada, de la incredulidad, del pecado, de la repulsa... Y sin embargo comenzó.
Jesús comenzó por lo que era usanza consagrada en la liturgia de la sinagoga, el
sábado, en el orden del rito observado en el culto. «Nació bajo la ley» (Gál 4,4), como lo ha
mostrado el relato de la infancia. Su tiempo es tiempo del cumplimiento de todas las
predicciones y promesas. La historia de la salvación no destruye lo comenzado, sino que lo
lleva a su perfección última.
En la liturgia del sábado se recitaban oraciones y se leía la Sagrada Escritura. Los libros
de la ley (los cinco libros de Moisés) se leían en forma continuada, los libros proféticos
estaban dejados a la libre elección. Todo israelita varón tenía el derecho de ejecutar esta
lectura y de añadirle una exposición, unas palabras de exhortación. Como señal de que
quería hacer uso de tal derecho se levantaba de su asiento. Jesús se puso en pie. Con
esto comienza el ritual de la lectura de la Escritura, que la rodea como un marco, como el
engaste rodea a la piedra preciosa. Lucas describe hasta los últimos detalles del
ceremonial: le fue entregado el libro del profeta Isaías; él lo abrió. Acaba la lectura, enrolló
el libro, lo entregó al ayudante y se sentó. Jesús se amolda al ritual. La Escritura contiene
la palabra de Dios; por eso merece respeto y se debe tratar santamente.
El pasaje que leyó estaba tomado del libro del profeta Isaías. Jesús lo halló, no
casualmente, sino bajo la guía del Espíritu Santo, con el que estaba ungido y en cuya virtud
obraba. Isaías era el profeta de los que aguardaban en tiempos de Jesús. María lo oyó en
la anunciación, Simeón se inspiró en él, el Bautista reconoce por él su misión, con él
reanimaban las gentes de Qumrán. También Jesús expresa su misión por medio de él.
18 El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para
anunciar la buena nueva a los pobres; me envió a proclamar libertad
u los cautivos y recuperación de la vista a los ciegos; a poner en
libertad a los oprimidos, 19 a proclamar un año de gracia del Señor.
Las palabras son de Isaías 61,1s. Sólo se ha cambiado una línea. «A poner en libertad a
los oprimidos» (Is 58,6) está en lugar de «para sanar a los de corazón quebrantado». Con
esta modificación queda muy bien articulado todo el pasaje. La primera y la segunda línea
hablan de dotación con el Espíritu y de encargo recibido de Dios; las otras cuatro líneas
hablan de la obra del portador de la salvación. La primera y la última línea y las dos del
medio se corresponden; la primera y la última hablan del anuncio y del mensaje, las del
medio, de la actividad salvífica del Señor. El portador de salvación actúa de palabra y de
obra, es salvador y mensajero de victoria.
La salvación se dirige a los pobres. El tiempo de salvación que anuncia el profeta es un
año de gracia, como el año del jubileo, del que se dice: «Santificaréis el año cincuenta, y
pregonaréis la libertad por toda la tierra para todos los habitantes de ella. Será para
vosotros jubileo, y cada uno de vosotros recobrará su propiedad, que volverá a su familia»
(Lv 25,10. Restauración del orden divino).
20 Enrolló luego el libro, lo entregó al ayudante y se sentó. En la
sinagoga, todos tenían los ojos clavados en él. 21 Entonces comenzó
a decirles: Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura escuchado por vosotros.
A la lectura de la Escritura sigue la instrucción (Act 13,15). Está comprendida en una
frase lapidaria de gran fuerza y énfasis. Hoy se ha cumplido este pasaje de la
Escritura. En cabeza de la frase está el «hoy» (Cf. Lc 2,11; 19,5.9; 23,43; 2Cor 3,14; Hb
4,7), al que habían mirado los profetas, en el que se cifraban los grandes anhelos: ahora
está presente. Mientras pronuncia Jesús estas palabras, se inicia el suspirado año de
gracia. El tiempo de salvación es proclamado y traído por Jesús. Es lo increíblemente
nuevo de esta hora. Las piadosas usanzas y las palabras de la Escritura, que eran promesa
tienen ahora cumplimiento.
Escuchado por vosotros. Que ha comenzado el tiempo de salvación y que ya está
presente el portador de ella, es algo que sólo se puede saber mediante la audición de este
mensaje; no se ve ni se experimenta. El mensaje exige la fe, la fe viene de oír, es respuesta
a una interpelación.
La predicción que ahora se cumple es el programa de Jesús, que no lo ha elegido él
mismo, sino que le ha sido prefijado por Dios. Él es enviado por Dios; por medio de él visita
Dios mismo a los hombres. Hoy ha tenido lugar la visita salvadora, que no se debe
desperdiciar.
Jesús actúa de palabra y de obra, enseñando y sanando. El tiempo de gracia ha
alboreado para los pobres, los cautivos y los oprimidos. Precisamente el Jesús del
Evangelio de san Lucas es el salvador de estos oprimidos. El gran presente que hace
Jesús es la libertad: liberación de la ceguera del cuerpo y del espíritu, liberación de la
pobreza y de la servidumbre, liberación del pecado.
En tanto mora Jesús en la tierra, dura el apacible y suspirado «año de gracia del Señor».
En él tenían puestos los ojos las gentes antes de Jesús, hacia él vuelve la Iglesia los ojos.
Es el centro de la historia, la más grande de las grandes gestas de Dios. En el gozo y en el
esplendor de este año queda sumergido lo que Isaías había dicho también sobre este año:
«Para publicar el año de perdón de Yahveh y el día de la venganza de nuestro Dios» (Is
61,2). El Mesías es ante todo y por encima de todo el que imparte la salvación, y no el juez
que condena.
22 Y todos se manifestaban en su favor y se maravillaban de las
palabras llenas de gracia salidas de su boca, y decían: ¿Pero no es
éste el hijo de José?
Jesús había crecido en gracia ante Dios y ante los hombres (2,52). Ahora se hallaba en
pie ante ellos el que, venido al final del tiempo de la preparación, había sido ungido con el
Espíritu y había comenzado a cumplir su misión. La gracia de Dios había llegado a su plena
eclosión. Todos se manifestaban en su favor, testimoniando que sus palabras expresaban
la gracia de Dios y suscitaban la gracia de los hombres. «La gracia salvadora de Dios se ha
manifestado a todos los hombres» (Tit 2,11). «Dios estaba con él» (Act 10,38). Esta es la
primera impresión y la primera vivencia de quien conoce a Jesús. Así lo experimentaron
Nazaret y Galilea, como lo experimentan todavía hoy los niños, los que están exentos de
prejuicios o los que ansían la salvación, cuando se acercan al Evangelio de Jesús.
Sin embargo, en el momento siguiente, surge el escándalo: ¿Pero no es éste el hijo de
José? Lo humano de su existencia es ocasión de escándalo, su palabra, que era
estimulante se hace irritante. Se acoge con aplauso el mensaje, pero se recusa al portador
de la salvación contenida en el mensaje. De lo humano, en que se revela la gracia de Dios,
nace la repulsa. El hombre se exaspera porque un hombre pretende que se le escuche
como a enviado de Dios.
La patria de Jesús lo recusa, porque es un compatriota y no acredita su pretensión de ser
salvador enviado por Dios. Mucho más escándalo suscitará su muerte. El mismo escándalo
suscitan los apóstoles, la Iglesia y quienquiera que siendo hombre proclama el mensaje de
Dios.
23 Entonces él les dijo: Seguramente me diréis este proverbio:
Médico, cúrate a ti mismo; haz también aquí, en tu tierra, todo lo que
hemos oído que hiciste en Cafarnaúm. 24 Y añadió: Os lo aseguro:
Ningún profeta es bien acogido en su tierra.
Los nazarenos quieren una señal de que Jesús es el salvador prometido. Una vez más
asoma la exigencia de signos. El hombre se sitúa ante Dios formulando exigencias: exige
que Dios acredite la misión de su profeta en la forma que agrada al hombre. Ahora bien,
¿se ha de inclinar Dios ante el hombre? Dios da la salud, pero sólo al que se le inclina con
obediencia de fe y aguarda en silencio. Dios exige la fe, el sí con que se reconozcan sus
disposiciones. Pero los nazarenos no creían, no tenían fe (Mc 6,6).
Es que Jesús, según el modo de ver humano, debía acreditarse también en su patria con
milagros, como los había hecho en Cafarnaum. El médico que no puede curarse a sí mismo
se juega su prestigio y destruye la confianza y la fe que se había depositado en él. ¿De qué
le sirve su capacidad si ni siquiera se la sabe aplicar a sí mismo? Los nazarenos
desconocen a Jesús porque juzgan con criterios puramente humanos. Jesús es profeta y
obra por encargo de Dios. Su modo de obrar no está pendiente de lo que exijan los
nazarenos; él no emprende lo que le aprovecha personalmente, sino únicamente lo que
Dios quiere que haga.
Las sugerencias de los nazarenos eran las sugerencias del tentador. Los nazarenos
desconocen a Jesús porque no reconocen su misión divina.
25 Os digo de verdad: Muchas viudas había en lsrael en tiempos
de Elías, cuando el cielo se cerró a la lluvia durante tres años y seis
meses, de suerte que sobrevino una gran hambre por toda la región:
26 pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a Sarepta de
Sidón, a una mujer viuda. 27 Y muchos leprosos había en Israel en
tiempos del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue curado. sino
Naamán, el sirio.
El profeta no obra por propia decisión, sino conforme a la disposición de Dios que lo ha
enviado. Acerca de los dos profetas Elías y Eliseo dispuso que no prestaran su ayuda
maravillosa a sus paisanos, sino a gentiles extranjeros. Jesús no debe llevar a cabo los
hechos salvíficos en su patria, sino que debe dirigirse a país extraño. Dios conserva su
libertad en la distribución de sus bienes.
Los nazarenos no tienen el menor derecho a formular exigencias de salvación por ser
compatriotas del portador de la misma y por tener parentesco con él. Israel no tiene
derecho a la salvación por el hecho de que el Mesías es de su raza. La soberanía de Dios,
que Jesús proclama y aporta, salva a los hombres objeto de su complacencia. La salvación
es gracia.
Elías (*) y Eliseo hacen en favor de extranjeros los milagros de resucitar muertos y de
curar de la lepra. Jesús resucitará a un muerto en Naím (7,11ss) y librará de la lepra a un
samaritano (17,12ss). Lo que decide no son los vínculos nacionales, sino la gracia de Dios
y el ansia de salvación, acompañada de fe. Jesús comienza por anunciar el mensaje de
salvación a sus paisanos, pero una vez que éstos lo rechazan, se dirige a los extraños.
Pablo y Bernabé dicen a los judíos: «A vosotros teníamos que dirigir primero la palabra de
Dios; pero en vista de que la rechazáis y no os juzgáis dignos de la vida eterna, nos
dirigimos a los gentiles» (Act 13,46s).
Jesús reanuda la acción de los grandes profetas. La impresión que dejó Jesús en el
pueblo se expresa así: «Fue un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo
el pueblo» (24.19). Por medio de Jesús visita Dios misericordiosamente a su pueblo, como
lo había hecho por medio de los profetas. Pero la suerte de los profetas es también la
suerte de Jesús.
...............
* Según IRe 18,1 no llegó la sequía a los tres años; de tres años y medio habla también St 5,17.
Se redondean
los números como en la literatura judía.
...............
28 Cuando lo oyeron, todos los que estaban en la sinagoga se
llenaron de indignación; 29 se levantaron y lo sacaron fuera de la
ciudad, y lo llevaron hasta un precipicio de la colina sobre la que
estaba edificada su ciudad, con intención de despeñarlo. 30 Pero él,
pasando en medio de ellos, se fue.
El que se presenta como profeta debe acreditarse con signos y milagros (Dt 13,2s).
Jesús no se acredita. Por esto se creen los nazarenos obligados a condenarlo y a lapidarlo
como a blasfemo. El castigo por blasfemia se iniciaba de esta manera: el culpable era
empujado por la espalda desde una altura por el primer testigo. La entera asamblea se
constituye aquí en juez de Jesús, lo condena y quiere ejecutar inmediatamente la
sentencia. Se anuncia ya el fracaso de Jesús en su pueblo. Es expulsado de la comunidad
de su pueblo, condenado como blasfemo y entregado a la muerte.
En este caso, sin embargo, Jesús escapa al furor de sus paisanos. No hace milagro
alguno, pero nadie pone las manos sobre él. No ha llegado todavía la hora de su muerte.
Dios es quien dispone de su vida y de su muerte. Ni siquiera la muerte de Jesús puede
impedir que sea resucitado, que vaya al Padre, que viva y ejerza su acción para siempre.
Jesús abandona definitivamente a Nazaret y emprende el camino hacia los extraños. No
los paisanos, sino extraños serán los testigos de las grandes obras de Dios por Jesús. Dios
puede sacar de las piedras del desierto hijos de Abraham.
Lo sucedido en Nazaret fue puesto por Lucas en cabeza de la actividad de Jesús. Es la
obertura de la acción de Jesús. Se insinúan en ella numerosos motivos, que luego se
registran y se desarrollan en el Evangelio y en los Hechos de los Apóstoles...
(_MENSAJE/03-1.Págs. 126-143)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 11
c) En CAFARNAÚN
(Lc/04/31-44)
31 Bajó a Cafarnaún, ciudad de Galilea. Y los sábados se ponía a enseñarles. 32 Y se
quedaban atónitos de su manera de enseñar, porque su palabra iba revestida de autoridad.
Nazaret está situada sobre una colina, CAFARNAÚN a la orilla del lago. Jesús bajó. Una
vez que ha sido repudiado por su ciudad natal, en la que se había criado, elige una ciudad
extraña, CAFARNAÚN, como su nueva patria (Mt 4,13). La palabra de Dios parte de
Galilea. No sin razón se llama a CAFARNAÚN ciudad de Galilea. En Galilea se reúnen los
primeros discípulos, los testigos de la Iglesia; se los llama también «galileos» (Act 2,7). Los
planes salvíficos de Dios alcanzan lo que quieren, aun a pesar del repudio de los
hombres.
En CAFARNAÚN actúa Jesús de la misma manera que en Nazaret. Enseña el sábado en
la sinagoga durante la liturgia e interpreta la Escritura en el nuevo sentido del cumplimiento
actual de las promesas. Su enseñanza impone y causa asombro. La palabra de Jesús tiene
poder, autoridad, pues Jesús habla en la virtud del Espíritu. La palabra de Dios es fuerza
creadora. «La palabra de Dios es viva y operante» (Heb 4,12).
33 Había en la sinagoga un hombre que tenía espíritu de demonio impuro y que
comenzó a gritar a grandes voces: 34 ¡Eh!. ¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús
Nazareno? Yo sé bien quién eres: el santo de Dios.
A la palabra llena de autoridad se añade la acción poderosa. El
espíritu que dominaba al poseso era un espíritu maligno, un demonio que vuelve impuros a
los que domina. La imagen de los posesos que trazan los evangelistas no responde
exactamente a la de enfermos mentales. Los malos espíritus ejercen influjo en los hombres.
En los posesos se manifiesta a fin de cuentas cuál es el estado de] hombre sin redención.
El demonio no puede soportar la presencia de Jesús. El poseso, impelido por el mal
espíritu, grita a grandes voces. Jesús de Nazaret, el «santo de Dios», y los espíritus
impuros forman un contraste inconciliable. El tiempo de la salud que ahora se anuncia trae
la ruina de los malos espíritus.
El mal espíritu hace una profesión de fe acabada: Jesús de Nazaret, el santo de Dios
(Jn 6,69). El santo de Dios es el Mesías. «El que nacerá de ti será santo, será llamado Hijo
de Dios» (1,35).
Jesús de Nazaret es llamado «el santo de Dios» por los ángeles del cielo y por los
demonios del infierno. ¿Y por los hombres? «Dios lo exaltó, y le concedió el nombre que
está sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo,
en la tierra y en el abismo, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de
Dios Padre» (Flp 2,9ss). ¡Qué camino para que los hombres le confiesen!
35 Pero Jesús le increpó: Enmudece y sal de este hombre. Entonces el demonio,
echándolo por tierra delante de ellos, salió de él, sin haberle causado ningún daño.
Las amenazas de Jesús tienen fuerza divina. «Las columnas del cielo tiemblan y se
estremecen a una amenaza suya» (Job 26, 11). También los demonios tienen que
inclinarse ante Jesús, que pronuncia contra ellos la amenaza de Dios.
La profesión de fe del demonio es rechazada. «La fe, si no tiene obras, está muerta en sí
misma. Más aún, alguno dirá: Tú tienes fe, yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin las obras, y
yo te mostraré por las obras mi fe. ¿Tú crees que hay un solo Dios? Haces bien. También
los demonios creen y tiemblan» (Sant 2,17-20). La profesión de fe debe ir acompañada de
obras que agraden a Dios y de la alabanza de Dios.
El demonio se resiste, pero de nada le sirve su arrebato. No puede causar ningún daño.
Lucas usa una expresión médica. Aprecia el alcance de lo que ha hecho Jesús. Jesús tiene
fuerza sobrehumana. Una fuerza que sobrepuja incluso las fuerzas demoníacas. Dios obra
por él, el santo de Dios, por el cual Dios se demuestra como el santo, el completamente
otro, el poderoso.
36 Todos quedaron llenos de estupor y lo comentaban unos con otros diciendo: ¿Qué
palabra es esta, que manda con autoridad y fuerza a los espíritus impuros, y salen? 37 Y
su fama se extendía por todos los lugares de la comarca.
La acción poderosa de Jesús infunde asombro y respeto. Las gentes hablan sólo entre
sí, «unos con otros». La emoción les impide hablar alto. La admiración, el asombro, el
sobrecogimiento, el silencio respetuoso son pasos preparatorios para la fe, son el camino
del reconocimiento de Dios y de su revelación.
Lo que se admira es la palabra. La palabra de Jesús tiene fuerza y autoridad, tiene poder
divino. ¿Qué clase de palabra es ésta? Preguntar con asombro es el camino que lleva al
conocimiento de Jesús.
La palabra poderosa halla eco. Su fama se extiende por todos los lugares de la comarca.
La palabra tiende a extenderse, quiere llenar espacios cada vez mayores. El eco de la
palabra de Jesús es la alabanza de Jesús por los hombres.
38 Salió de la sinagoga y entró en casa de Simón. La suegra de Simón se encontraba
atacada de fiebre grande y le suplicaron por ella. 39 E inclinándose sobre ella, increpó a
la fiebre, y ésta se le quitó. Inmediatamente ella se levantó y les servía.
La enferma está acostada en una estera. Jesús se acerca como un
médico a su cabecera. Se inclinó sobre ella. La misma palabra conminatoria que al demonio
se dirige también a la fiebre. La palabra produce efecto. Inmediatamente sobreviene la
curación. Nada puede oponerse a la palabra de Dios, pronunciada por Jesús.
La suegra de Simón, una vez curada, sirve a la mesa. Se organiza una comida, y la que
ha sido curada la sirve. La enfermedad había desaparecido al instante y totalmente. En
CAFARNAÚN, en casa de Simón, halla Jesús un nuevo hogar. «Mi madre y mis hermanos
son aquellos que oyen la palabra de Dios y la ponen en práctica» (8,21). La casa de Simón
se equipara a la sinagoga. Aquí, como allí, lleva a cabo la palabra de Dios las obras
salvíficas. La palabra sale de la sinagoga y pasa a las casas de los hombres.
40 Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos de diversas dolencias se los
llevaron a él; entonces él les iba imponiendo las manos a cada uno y los curaba. 41
También los demonios salían de muchos, gritando así: Tú eres el Hijo de Dios. Pero él les
increpaba y no les permitía decir eso, porque sabían que él era el Mesías.
Expresamente se dice que Jesús es el Salvador de todos en todas las cosas. «Todos
han de ver la salvación de Dios»: así lo había anunciado el Bautista. La gracia de Dios
desborda en Jesús. A cada uno de ellos les iba imponiendo las manos. La curación se
efectúa por la virtud del Espíritu al que Jesús poseía. La imposición de manos es
comunicación de la fuerza que hay en él y que sana. A cada uno imponía las manos. Con
esto se expresa la bondad de Jesús: se interesa por todos al interesarse por cada uno.
Los demonios se resisten a Jesús. Gritando su nombre quieren desvirtuarlo. En la
antigüedad se creía que se podía expulsar al demonio pronunciando su nombre. La magia
del nombre que los hombres emplean contra los demonios, dirigen éstos contra Jesús. En
la lucha que se desencadena entre Jesús y los demonios una vez que se ha iniciado el
tiempo de salvación, sale Cristo triunfante, pese a todas las intentonas de los poderes
diabólicos.
La grandeza de Jesús se muestra en el título de Hijo de Dios; se le da este título porque
él es el Mesías (el Ungido). Cristo fue desde un principio ungido con el Espíritu, por lo cual
se llama también Hijo de Dios (1,35). Pero Jesús no los dejó hablar. No quiere recibir la
confesión de demonios. La confesión de que Jesús es el Hijo de Dios, el Mesías, el santo
de Dios, se alcanzará por el camino de la muerte de Cristo (Flp 2,8ss). La imposición de las
manos y la palabra son las manifestaciones de poder del Espíritu que obra en Cristo.
42 Cuando amaneció, salió y se fue a un lugar desierto. Las multitudes lo andaban
buscando; llegaron hasta él e intentaban retenerlo, para que no se alejara de ellos. 43
Pero él les dijo: También a otras ciudades tengo que anunciar la buena nueva del reino de
Dios, pues para esto he sido enviado. 44 E iba predicando por las sinagogas de Judea.
Jesús no deja que le retengan en CAFARNAÚN. Su vida es una peregrinación. Dos
veces se expresa esto. Marcos habla de la oración de Jesús en la montaña (Mc 1,35),
Lucas gusta de referirse a la oración solitaria de Jesús; pero en esta ocasión renuncia
Lucas a hablar de ello. Jesús camina sin demora. La palabra necesita extenderse. Jesús no
permite que nadie ni nada le detenga.
Jesús no puede atarse a una ciudad. Tiene que caminar. Esta es su misión, tal es la
necesidad que impone el designio divino. La palabra de Dios es para él un encargo que le
impele a buscar amplios horizontes. Ni las ventajas personales ni las muchedumbres del
pueblo deciden de su vida, sino únicamente la palabra, en último término Dios.
La acción de Jesús consiste en proclamar la buena nueva de que el reino de Dios está
presente. Esta nueva debe llenar la tierra entera de los judíos. El campo de acción se
extiende: de Nazaret a CAFARNAÚN y a la región circundante, de aquí a Judea, nombre
con que se designa la tierra entera de Palestina. En todas las sinagogas resuena su
mensaje, pero sólo en las sinagogas, en el pueblo de Israel. Sólo cuando sea exaltado, se
verá enteramente libre de limites su proclamación.
d) Los primeros discípulos
(Lc/05/01-11).
1 Sucedió, pues, que mientras él estaba de pie junto al lago de Genesaret, el pueblo se
fue agolpando en torno a él, para oír la palabra de Dios. 2 En esto vio dos barcas
atracadas a la orilla del lago; pues los pescadores habían salido de ellas y estaban
lavando las redes. 3 Subió a una de estas barcas, que era de Simón, y le rogó que la
apartara un poco de la orilla; se sentó y enseñaba a las multitudes desde la barca.
MIGRO/PESCA Es por la mañana, junto al lago de Genesaret. Jesús está de pie en la
orilla y anuncia la palabra de Dios. El pueblo se agolpa en su derredor, lo asedia. Entonces
sube a una barca de las que estaban atracadas allí, se sienta en la barca como maestro y
enseña a las masas del pueblo que escuchaban desde la orilla. La palabra de Dios atrae a
los hombres, y los atrae en grandes masas.
La barca a que sube Jesús era de Simón. Jesús lo había conocido ya, había estado en
su casa, había curado a su suegra y había sido su huésped. Ahora aprovecha sus
servicios, para sí y para el pueblo. También Simón conoce a Jesús, su poder de curar y el
poder de su palabra. El que se adhiera a Jesús tan pronto como se siente llamado por él,
es algo que ha sido bien preparado y resulta comprensible. La palabra poderosa de Dios se
posesiona del hombre humanamente.
4 Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: Navega mar adentro y echad vuestras redes
para pescar. 5 Y respondió Simón: Maestro, toda la noche hemos estado bregando, pero
no hemos pescado nada; sin embargo, en virtud de tu palabra, echaré las redes. 6 Lo
hicieron así, y recogieron tan grande cantidad de peces, que las redes estaban a punto de
romperse. 7 Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca para
que vinieran a ayudarlos; acudieron y llenaron tanto las dos harcas, que casi se hundían.
Jesús dirige una palabra imperiosa a Simón. La orden lo destaca de las muchedumbres
del pueblo incluso de los que están con él en la barca. Le da la preferencia y lo distingue
entre todos. Las largas redes (de 400 a 500 metros) formadas por un sistema de tres redes,
han de arrojarse al lago, allí donde hay profundidad. Para ello hacen falta por lo menos
cuatro hombres. La orden representa una prueba para la fe de Pedro. Según cálculos
humanos basados en una larga experiencia de los pescadores, es inútil echar ahora las
redes. (Si no se ha capturado nada durante la noche, que es el tiempo de la pesca, ahora
-por la mañana- se pescará mucho menos. La elección y la vocación exigen fe, aunque no
se comprenda, exigen «esperanza contra toda esperanza» (Rom 4,18). Así creyó y esperó
María, así también Abraham (Rm 4,18-21; Gén 15,5).
Simón reconoce que la palabra de Jesús ordena con autoridad y que es capaz de realizar
lo que no se puede lograr con fuerzas humanas. Maestro, en virtud de tu palabra... La
interpelación «Maestro» es característica del Evangelio de Lucas. Con ella se reproduce el
título de doctor o de rabí. Con ello quería evidentemente indicar Lucas que Jesús enseña
con autoridad y con fuerza imperativa.
La fe en la palabra imperiosa del Maestro no se ve frustrada. Las redes estaban a punto
de romperse debido al peso de los peces. Como Pedro no exige ningún signo, recibe el
signo que se amolda a su vida, a su inteligencia y a su vocación. Dios procede con él como
con María. Así procede Dios con su pueblo. La salvación exige fe, pero Dios apoya la fe
con sus signos.
8 Cuando Simón Pedro lo vio, se echó a los pies de Jesús, diciéndole: Apártate de mí,
Señor, que soy hombre pecador. 9 Es que un enorme estupor se había apoderado de él y
de los que con él estaban, ante la redada de peces que habían pescado. 10a Igualmente
les sucedió a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que estaban asociados con Simón.
Simón ve en Jesús una manifestación (epifanía) de Dios (*). Ha visto y vivido el milagro,
el poder divino que actúa en Jesús. La manifestación de Dios suscita en él la conciencia de
su condición de pecador, de su indignidad, el temor del Dios completamente otro, del Dios
santo. La manifestación del Dios santo a Isaías remata en esta confesión del profeta: «¡Ay
de mí, perdido soy!, pues siendo hombre de impuros labios..., he visto con mis ojos al Rey,
Yahveh Sebaot» (Is 6,5). La admiración por Jesús atrae a Simón hacia él, la conciencia de
su pecado le aleja de él. En la palabra «Señor» expresa la grandeza de aquel al que ha
reconocido en su milagro.
Lucas no emplea ya sólo el nombre de Simón, sino que añade también el de Pedro.
Simón Pedro: Simón, la roca. En esta hora en que Simón opta por creer en la palabra de
Jesús, se sientan las bases para la promesa futura: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia», como también para la vocación de Pedro, de fortalecer a los
hermanos: «Tú, en cambio, confirma a tus hermanos» (22,32), y para la transmisi6n del
cargo pastoral (Jn 21,15ss). Con la fe se prepara Pedro para ser roca.
El estupor y sobrecogimiento por la pesca inesperada se había apoderado no sólo de
Pedro, sino también de los dos hijos de Zebedeo, Santiago y Juan. Lucas se fija sólo en
estos tres, aunque seguramente había también un cuarto para manejar la red. Simón,
Santiago y Juan son los tres apóstoles preferidos, los testigos de las íntimas revelaciones
de Jesús, de la resurrección de la hija de Jairo, de la transfiguración y de la agonía en el
huerto de los Olivos. Santiago y Juan estaban ya unidos con Simón en el oficio de la pesca,
eran sus asociados y colegas. Sobre la vieja comunidad edifica Jesús una nueva.
...............
* En la epifanía se hace Dios de repente visible o audible en el mundo, de modo que la persona
que la
experimenta puede responderle. De los materiales de tradición que utiliza Lucas para su
Evangelio y para los
Hechos elige descripciones de epifanías (por ejemplo: Lc 3,21ss; Act 5, 19; 12, 17), porque sus
destinatarios
procedentes de Ia gentilidad eran especialmente sensibles a éstas.
...............
10b Pero Jesús dijo a Simón: No tengas miedo. Desde ahora serás pescador de
hombres. 11 Y cuando atracaron las barcas a la orilla, dejándolo todo, le siguieron.
Jesús quita el temor a Pedro y le da su encargo. Lo mismo sucedió cuando el ángel
transmitió a María el encargo de Dios. El temor reverencial del Dios santo es fundamento
de la vocación, en la que Dios quiere mostrarse el Santo y el Grande.
Así como Pedro hasta ahora había cogido en la red peces del lago, en adelante pescará
hombres para el reino de D¿os. Los encerrará como con una llave. ¿Se insinúan aquí las
palabras acerca de la llave del reino de los cielos, que un día recibirá Pedro? La palabra
promete, llama y va acompañada de poderes.
El llamamiento de Jesús obra con autoridad. Jesús llama a los que quiere y los constituye
en lo que él quiere. Así procedió Dios también con los profetas. Simón, juntamente con
Santiago y Juan arrastraron las barcas a la orilla y abandonaron el oficio de pescador, lo
dejaron todo: barca, redes, padre, casa. La vida comienza a adquirir nuevo contenido.
Siguieron a Jesús como discípulos, como los discípulos de los rabinos seguían a su
maestro para apropiarse su palabra, su doctrina y su forma de vida. Lo que desde ahora
llena su vida es Jesús, el reino de Dios, la pesca de hombres. Simón vivió en Jesús la
epifanía de Dios, se reconoció pecador y recibió la vocación para la obra salvadora. El
tiempo de salvación ha comenzado: conocimiento de la salvación mediante el perdón de los
pecados (1,77). La soberanía de Dios se revela en la acogida de los pecadores.
El comienzo de la actividad en Galilea está consagrado a Simón Pedro. Jesús se ha visto
repudiado por la ciudad de sus padres, pero en los límites de la tierra de Galilea lo acoge
Pedro y se le adhiere. La expulsión del demonio en la sinagoga, la curación de la suegra,
los numerosos milagros al atardecer delante de su casa tienen remate y coronamiento en la
pesca milagrosa. Los lugares de su vida pasada, en los que había orado, había vivido con
su familia, había trabajado, son ahora, mediante los hechos salvíficos de Dios, liberados de
su miseria, de la influencia del diablo, de la enfermedad y de la pena, del fracaso. Ahora se
ve Pedro segregado de todo lo anterior y en adelante será pescador de hombres para el
reino de Dios, al servicio de Jesús y de su palabra poderosa.
2. OBRAS VE PODER (5,12-5,39).
a) Curación del leproso
(Lc/05/12-16)
12 Estaba él en una ciudad y había allí un hombre cubierto de lepra. Al ver éste a Jesús,
se postró ante él y le suplicó: Señor, si quieres, puedes dejarme limpio. 13 Y extendiendo
él la mano, lo tocó, diciéndole: Quiero, queda limpio. E inmediatamente la lepra
desapareció de él.
Jesús actúa en una de las ciudades que visita en su viaje de misión (4,44). El leproso se
le presenta en una ciudad. Los leprosos no debían acercarse a las ciudades. «El leproso,
manchado de lepra, llevará rasgadas sus vestiduras, desnuda la cabeza, y cubrirá su
barba, e irá clamando: ¡Inmundo, Inmundo! Todo el tiempo que le dure la lepra será
inmundo. Es impuro y habitará solo; fuera del campamento tendrá su morada» (Lev
13,45S). Estaba cubierto de lepra así lo hace constar Lucas, el médico. La lepra era
incurable. El que se veía atacado por la enfermedad, era tenido por muerto.
El pobre hombre, en medio de su aflicción, no se cuida de la ley, del ostracismo a que
está condenado ni de la amarga experiencia de la incurabilidad. El poder de Jesús significa
para él más que la ley y que la muerte. Postrándose confiesa su miseria, con su súplica
expresa su confianza. Hace su profesión de fe: cree que en Jesús actúa la fuerza de Dios.
Puedes dejarme limpio. Implora la compasión de Jesús: Si quieres... Jesús es la esperanza
de su vida. De su voluntad depende su existencia: en comunión con Dios, con los hombres,
en la vida...
Jesús obra con compasión. Extiende la mano y lo toca, con lo cual pasa por encima de la
ley, pero practica la misericordia. Tocándolo lo introduce en su comunión, en la comunión
con los hombres, en la comunión con Dios. Se apropia las palabras de la súplica y se
identifica con la solicitud del leproso. Su voluntad lo limpia de la lepra y con ello lo restituye
a la comunión con Dios y al culto.
Por la palabra de Jesús queda limpio el leproso y es declarado tal. Jesús posee el poder
del profeta Eliseo, que curó al leproso Naamán; posee también la autoridad de los
sacerdotes de Israel que declaran limpios a los leprosos. Jesús les es superior, puesto que
su sola palabra limpia y declara limpio.
14 Entonces le mandó que a nadie lo dijera, sino: Ve a presentarte al sacerdote y a
ofrecer por tu purificación, según lo mandó Moisés, para que les sirva de testimonio. 15
Pero su fama se extendía cada día más, y numerosas multitudes acudían para oírlo y para
ser curadas de sus enfermedades. 16 ÉI, sin embargo, se quedaba retirado en los
desiertos y oraba.
Jesús no hace los milagros con fines lucrativos ni buscando la propia gloria. «Pasó
haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo. porque Dios estaba con él»
(Act 10,38).
Según prescribía la ley, el leproso sanado debía presentarse al sacerdote para ser
declarado limpio (Lev 13,49) y ofrecer el sacrificio por la purificación (Lev 14,1-32). Jesús
quiere que se cumpla la ley; él mismo era obediente a la ley. Los sacerdotes tenían que
recibir un testimonio de que se había iniciado el tiempo de la salvación, puesto que el
profeta había anunciado que el tiempo de la salud aportaría curación de las enfermedades
(Is 35, 5; [cf. 61,1]).
La fama de Jesús y de su acción salvífica se va extendiendo cada vez más. Jesús
prohibió hablar al leproso, lo cual no impidió que se propagara la noticia. La palabra lleva
en sí una fuerza que la mueve a extenderse progresivamente. Atrae a multitudes de pueblo
cada vez mayores, que quieren participar de la palabra y de la obra salvadora de Jesús.
Jesús se retira a la soledad, a orar. Su acción procede de la comunión con su Padre en
la oración. Jesús actúa porque Dios está con él (Act 10.38). Su comunión en la oración
remite a una comunión más profunda.
b) Perdón de los pecados
(/Lc/05/17-26)
17 Un día, mientras él enseñaba, estaban allí sentados unos fariseos y doctores de la
ley, que habían venido de todas las aldeas de Galilea y de Judea, y de Jerusalén. Y una
fuerza del Señor le asistía para curar.
Enseñar y curar es actividad de Jesús que proviene de la fuerza de Dios. La fama de la
enseñanza y de las curaciones se propagó por toda Palestina, llegando a todas y cada una
de las aldeas; los fariseos y los doctores de la ley, que se hallan por todo el país, polemizan
con él. Antes de que Jesús en persona haga este camino: Galilea, Judea, Jerusalén, le ha
precedido ya su fama. Ha alarmado ya a los que al término de este camino lo condenarán.
18 Entonces unos hombres, que traían en una camilla a uno que estaba paralítico,
trataban de introducirlo y ponerlo delante de él. 19 Y no encontrando por dónde
introducirlo por causa de la multitud, subieron al terrado y, por entre las tejas, lo pusieron,
con su camilla, allí en medio, delante de Jesús. 20 Cuando él vio la fe de aquellos
hombres, dijo: Hombre, perdonados te son tus pecados.
Jesús ejerce su actividad en una casa. La multitud está tan apiñada, que no es posible
pasar por la puerta para llegar a Jesús. Se descubre el terrado y por la abertura se
introduce a un enfermo. Las casas de Palestina tenían un techo plano, un terrado que se
podía perforar (Mc 2,4). Lucas habla de tejas. Piensa en una casa griega.
Jesús está presente en su Iglesia como Señor que fue exaltado y vive como tal. Pero al
mismo tiempo vive también en el recuerdo de la Iglesia la imagen del Jesús que vivió en la
tierra. ¿Cómo podemos pensar al Cristo que vive cerca del Padre? ¿Cómo podemos
imaginárnoslo? Desde luego, tal como vivía y obraba en la tierra. La imagen de Jesús se
nos hace más accesible si él se nos presenta en un mundo que nosotros comprendemos,
en el que nosotros vivimos: Lucas lo situó en el mundo griego...
Al paralítico le son perdonados los pecados. La palabra con que se declaraba el perdón
lo causaba también, puesto que en Jesús obra la fuerza del Señor. Jesús le perdona
cuando ve su fe. Los hombres habían puesto toda su esperanza en Jesús; creían que su
proximidad causaría Ia curación del paralítico. Los particulares son incorporados a la
comunidad; la comunidad los sostiene. Se aguardaba la curación del cuerpo, y se recibió la
curación de los pecados. Según las ideas judías, la curación del cuerpo dependía de la
purificación de la culpa. ¿Acaso pensaba Lucas en esto? Jesús cura todos los males del
hombre. La enfermedad y los pecados.
21 Y los escribas y los fariseos comenzaron a pensar: Pero ¿quién es éste, que está
diciendo blasfemias? ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios solo? Quien se arroga
derechos de Dios, blasfema contra Dios.
Sólo Dios tiene el derecho y el poder de perdonar los pecados. El pecado se comete
contra Dios; así también sólo el puede perdonarlo. El razonamiento era correcto. ¿Pero no
habrían debido también considerar si Dios no puede conferir este poder a aquel a quien ha
de conferir todo poder?
¿Quién es éste? La pregunta encierra ya la negativa. Es una pregunta despectiva. Este
Jesús no puede tener el poder de perdonar pecados. No se plantea la cuestión de la misión
de Jesús, y ni siquiera se piensa en la posibilidad de que Dios hubiera podido transmitir
este poder a Jesús. La posición de los nazarenos reaparece en los fariseos y en los
doctores de la ley. Sólo la fe en la misión divina puede reconocer a Jesús el poder de
perdonar los pecados. La apariencia humana no debe ser obstáculo para esta fe.
22 Pero, conociendo Jesús los pensamientos de aquéllos, les respondió: ¿Qué es lo
que estáis pensando en vuestro corazón? 23 ¿Qué es más fácil decir: Perdonados te son
tus pecados, o decir: Levántate y anda? 24 Pues para que sepáis que el Hijo del hombre
tiene poder en la tierra para perdonar pecados -dijo al paralítico-: Yo te lo mando;
levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.
Jesús tiene poder para perdonar los pecados. Dios le ha dado participación en su poder.
Dios tiene el poder de conocer los corazones. Conoce las reflexiones de sus adversarios.
Esto es poder divino. Tiene el poder de curar a los enfermos, que en este caso es lo más
difícil, puesto que la curación puede comprobarse. El que puede lo más difícil, mejor podrá
lo más fácil. Él tiene el poder de perdonar los pecados, porque es Hijo del hombre, al que
Dios ha comunicado todo poder (Cf. Dan 7,13; Lc 10,22.). Jesús es profeta que tiene
conocimiento de los corazones y poder para curar a los enfermos; pero es más que profeta,
porque posee el poder de perdonar los pecados, porque es Hijo del hombre, al que se ha
dado todo poder.
25 E inmediatamente se levantó delante de ellos, tomó el lecho en que había estado
rendido y se marchó a su casa, glorificando a Dios. 26 Todos quedaron como fuera de sí y
glorificaban a Dios, y llenos de temor exclamaban: ¡Hoy hemos visto cosas increíbles!
En las acciones del que ha sido curado se demuestra su alegría por la curación. Todo lo
que hace va acompañado de la glorificación de Dios. La acción de Jesús se inspira siempre
en la glorificación de su padre. «Yo te he glorificado sobre la tierra, llevando a término la
obra que me habías encomendado que hiciera» (Jn 17,4).
Todos los testigos del milagro están impresionados hasta lo más hondo de su alma.
Están fuera de sí, penetrados de temor, de asombro. También la emoción del alma suscita
glorificación de Dios. Los grandes hechos de Dios en la historia de la salud van a parar en
la glorificación de Dios. Dios se glorifica en ellos.
El día en que sucedió lo increíble, que rebasa todas las expectativas, aparece aquí como
algo singular. ¿Qué día es este hoy? «Hoy ha experimentado la salvación todo el pueblo.»
Hoy se ha realizado el pasaje de la Escritura relativo al salvador que está ungido con el
Espíritu. Hoy ha sucedido algo increíble, inaudito. Se ha iniciado el tiempo de salvación.
¿Pero ve esto el pueblo?
(Págs. 143-159)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 12
c) Vocación de un publicano
(/Lc/05/27-39)
27 Después de esto, salió y vio a un publicano, llamado Leví, en su despacho de cobrador
de impuestos, y le dijo: Sígueme. 28 Y éste, dejándolo todo, se levantó y lo siguió.
La narración de nuevos actos de poder vuelve a cerrarse con la vocación de un discípulo.
Esta vez es el llamado un publicano. Estos eran odiados por su trato con los gentiles, por su
arbitrariedad y su codicia. Se los tenía por pecadores públicos, a los que se debía evitar. Sin
embargo, Jesús llama para discípulo suyo a uno de esos publicanos; lo llama a seguirle
de su despacho, del ejercicio de su ocupación impura. Al paralítico pecador da Jesús la
curación, al publicano pecador le da la vocación como discípulo. El pecado no es ya una
barrera que se oponga a la salvación. El que aporta la salvación perdona los pecados a fin
de que ésta pueda recibirse.
La mirada de Jesús y la palabra que llama son tan poderosas que el publicano
abandona todo lo que posee, a lo que había servido hasta ahora y a lo que había
sucumbido, y se hace discípulo de Jesús. El cambio radical de vida es consecuencia del
llamamiento de Jesús.
29 Entonces Leví le dio un gran banquete en su casa; y asistía gran
número de publicanos y otros más, que estaban a la mesa con ellos.
30 Los fariseos y sus escribas murmuraban y decían a los discípulos:
¿Por qué coméis y bebéis con los publicanos y pecadores? 31 Y
Jesús les contestó: No necesitan médico los sanos, sino los
enfermos; 32 no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores,
para que se conviertan.
¿De qué espíritu deben estar penetrados los discípulos de Jesús? ¿Qué debe notarse en
los apóstoles? ¿Qué en los cristianos que han percibido el llamamiento de Jesús? La
mirada retrospectiva al tiempo de salvación que ocupa el punto medio de los tiempos, da a
la Iglesia la orientación en su camino. En la divisoria entre la vida antigua y la nueva da Leví
una gran recepción. El banquete se celebra en honor de Jesús. Están invitados Jesús, sus
discípulos y los amigos de Leví: sus colegas y otros que tienen igualmente trato con
publicanos. En las conversaciones que se tienen durante el banquete se ve cómo se ha de
entender la condición de discípulo de Jesús. Lucas gusta de presentar a Jesús como
invitado en el banquete (Lc 7,36ss; 13,38ss; 14,1ss; 19,1ss; 24,29ss). En la literatura griega
se designan como symposion (conversación durante la comida) diálogos de profundo
sentido. A Jesús se le sitúa en el mundo griego. Los Evangelios son historia, pero a la vez
historia «deshistoricizada». En ellos habla a su comunidad el Señor exaltado. A través de lo
único e irrepetible que tiene lugar en el tiempo reconoce la Iglesia lo que tiene vigencia para
siempre y en todas partes.
Los fariseos y los escribas de espíritu farisaico murmuran. Sentarse a la mesa con
pecadores, con gentes nada honorables, con transgresores de la ley es, a juicio de los
fariseos, algo que viola el orden legal. Los fariseos, los íntegros querían conservar santo al
pueblo apartándolo de todo lo que no es santo. Para esto les servía la rigurosa aplicación
de las leyes de pureza. Lo que en la ley sólo obligaba a los sacerdotes en funciones, se
extendió al pueblo entero. La misma finalidad persiguen los fariseos manteniéndose
alejados de los pecadores públicos. Jesús sigue un camino diferente: no la exclusión y el
alejamiento, sino la curación de lo que es pecaminoso. Por esto es necesario el trato en
común con los pecadores. Jesús no excluye de la salvación a los pecadores, sino que va
en su busca, no les impide que reciban la salvación, sino que se la ofrece y trata de
ganarlos.
Jesús sigue el método del médico. Si un médico quisiera ocuparse de los sanos y
apartarse de los enfermos, entonces no habría entendido su profesión. Lo mismo puede
decirse de Jesús. Su misión es la de salvar, la curación de las dolencias del cuerpo, pero
todavía más la salud mediante el perdón de los pecados. El tiempo de la salud es el tiempo
de la misericordia con todos los pobres, los que están lastimados y abatidos. Ahora bien, el
presupuesto para salvarse es la conversión. Jesús vino a llamar los pecadores a
conversión.
La santificación de los discípulos no consiste en que se aparten de los pecadores, sino
en ofrecer la salvación a todos, sean justos o pecadores, no en la preocupación llena de
inquietud por la propia salvación, sino en el amor que se atreve a todo.
La murmuración de los fariseos somete a crítica humana la acción de Dios en Jesús. Sus
adversarios estiman el proceder de Jesús conforme a sus propios criterios. Desconocen
que Jesús ha sido enviado por Dios, que ha venido a buscar y llamar a los pecadores, no a
los justos. Sólo la fe en que Dios habla y obra en Jesús puede suprimir el escándalo.
Porque Jesús obra en forma nueva, increíblemente paradójica. Los fariseos no pueden
comprenderlo, porque no reconocen que con él se ha iniciado el tiempo de salvación.
33 Entonces le dijeron: Los discípulos de Juan ayunan con
frecuencia y hacen oración; igualmente también los de los fariseos.
Pero los tuyos se lo pasan comiendo y bebiendo. 34 Entonces Jesús
les respondió: ¿Acaso podéis obligar a que ayunen los invitados a
bodas mientras el esposo está con ellos? 35 Tiempo llegará en que
les será arrebatado el esposo, y entonces, en aquellos días,
ayunarán.
Jesús y sus discípulos toman parte en banquetes. Los fariseos y los escribas ejercen
crítica. Esta va en primer lugar contra los discípulos, pero en último término contra Jesús
mismo. Los que se sienten responsables de la santidad del pueblo, Juan Bautista y los
fariseos, ayunan con frecuencia y hacen oración. Estas dos cosas van de la mano. Los días
de fiesta son días de oración; en efecto, el ayuno sirve de base a la oración. El ayuno
empequeñece; Dios escucha a los menesterosos y a los pequeños. ¿Por qué no ayunan los
discípulos de Jesús? ¿Por qué no se atiene Jesús a nuevos ayunos y a nuevas
oraciones?
Los fariseos desconocen la importancia de la hora que acaba de sonar. Aquí hay algo
nuevo. Esto nuevo vive conforme a reglas nuevas. Estamos en tiempo de boda: no va a
convertirse en tiempo de ayuno... A nadie se le ocurre obligar a ayunar a los invitados a
bodas... El tiempo de salvación que se ha iniciado, lo compara Jesús con tiempo de bodas y
tiempo de alegría. Ha llegado el suspirado y apacible año del Señor. En este tiempo son
más propios los banquetes que los ayunos.
Así pues, ¿no está en contradicción con este tiempo de alegría que ayunen los discípulos
de Cristo y los cristianos? En aquellos días ayunarán. Los discípulos ayunan en memoria
de la muerte del Señor. Cuando se les quite violentamente el esposo, entonces ayunarán
en señal de luto. Cristo alude a su muerte violenta. En su calidad de Mesías es el esposo.
En aquellos días ayunarán los discípulos, no sólo el día en que se les sea arrebatado
Jesús, sino durante todo el tiempo en que ya no habite visiblemente entre ellos, en el
tiempo que se extenderá desde la «elevación» de Jesús hasta su segunda manifestación.
Este tiempo está marcado por la alegría, porque la salvación ha llegado ya. Pero al mismo
tiempo está marcado por la tristeza, porque Jesús ya no está visiblemente presente, sino
que es esperado.
En el comportamiento de los adversarios se deja notar ya que Jesús será arrebatado con
violencia a sus discípulos. En un principio sus adversarios piensan desfavorablemente de
él, luego lo critican abiertamente porque -dicen- está minando la devoción y la disciplina; en
cuanto al futuro, aparece ya claro que Jesús será descartado con violencia. La repulsa
comienza con pensamientos, luego pasa a las palabras para terminar en obras...
36 Les decía también una parábola: Nadie corta un trozo de un
vestido nuevo para echar un remiendo en un vestido viejo: en tal
caso, rompería el nuevo, y al viejo no le iría bien el remiendo sacado
del nuevo. 37 Tampoco echa nadie vino nuevo en odres viejos; en tal
caso, el vino nuevo reventaría los odres y se derramaría, y los odres
se echarían a perder. 38 Hay que echar el vino nuevo en odres
nuevos. 39 Y nadie que haya probado el vino viejo quiere el nuevo;
porque dice: El viejo es mejor.
¿Qué es lo que distingue a los discípulos de Jesús? Los fariseos y sus escribas
pensaban que la renovación religiosa consistía en separarse rigurosamente de todo lo que
es impuro, en nuevas prácticas religiosas: ayunos y oraciones. A las antiguas prácticas
religiosas había que añadir otras nuevas. Jesús piensa de otra manera. Tales métodos no
tienen valor. Esto se muestra gráficamente en la parábola del remiendo y del vino en los
odres. Deben renovarse las actitudes interiores, no sólo las prácticas religiosas externas.
Lo nuevo que anuncia Jesús no consiste simplemente en verter o en echar un remiendo de
algo nuevo en lo viejo. Los tiempos mesiánicos son algo nuevo, nunca oído son un nuevo
nacimiento, presuponen en el hombre vuelta atrás, conversión, modificación total del modo
de pensar. Por ello no puede tratarse simplemente de añadir a lo antiguo algunas
prescripciones y prácticas nuevas.
Los judíos están acostumbrados a lo antiguo, Jesús trae algo nuevo. Nadie que haya
probado el vino viejo quiere el nuevo. La palabra de Jesús encierra una cierta melancolía.
Nada es tan difícil como la verdadera conversión, la transformación interior. Lo antiguo es
más cómodo. Jesús exige desprendimiento de uno mismo. Los discípulos lo abandonaron
todo: éste es el distintivo de la verdadera condición de discípulo. El publicano lo hizo. El
banquete que se celebra es ciertamente cosa más grande que el ayuno de los fariseos. Es
despedida de lo antiguo y comienzo de lo absolutamente nuevo.
3. PALABRA DE AUTORIDAD (6,1-19).
a) Arrancar espigas en sábado
(Lc/06/01-05)
SABADO/ESPIGAS
ESPIGAS/SABADO
1 Un sábado iba él atravesando un campo de mieses, y sus
discípulos arrancaban espigas y, desgranándolas entre las manos, se
las comían. 2 Algunos fariseos les dijeron: ¿Por qué hacéis lo que no
está permitido en sábado?
Los pobres podían coger espigas de los campos si tenían hambre. «Si entras en la mies
de tu prójimo, podrás coger unas espigas con la mano» (Dt 23,25). Las espigas se frotan y
se desgranan con las manos, y luego se comen los granos que quedan. Algunos fariseos
vieron esto y llamaron la atención a los discípulos. Según su interpretación de la ley, era
esto infringir el reposo sabático. Coger espigas se contaba entre las faenas de la
recolección, y éstas se incluían entre los veintinueve trabajos principales, que a su vez se
subdividían en trabajos subalternos, todos los cuales infringían el reposo sabático. Si se
trabaja en sábado inadvertidamente, entonces hay que advertir al transgresor que debe
o£recer un sacrificio de expiación. En cambio, si el reposo sabático se infringe, pese a la
presencia de testigos y a aviso previo, entonces la transgresión se paga con lapidación. En
nuestro caso se dirige el aviso inmediatamente a los discípulos, pero en realidad se aplica a
Jesús.
3 Entonces Jesús les respondió; ¿Es que ni siquiera habéis leído
lo que hizo David, cuando tuvo hambre él y los que estaban con él: 4
que entró en la casa de Dios y, tomando los panes ofrecidos a Dios,
los que sólo a los sacerdotes es lícito comer, comió de ellos y los
repartió también entre sus compañeros?
La tradición de los conflictos sabáticos tenía la máxima importancia para las comunidades
cristianas que comenzaban a celebrar el domingo como día de descanso en lugar del
sábado. Esta transformación se había consumado ya cuando san Lucas escribía su
Evangelio. Para él eran importantes los motivos en que se fundaba la nueva idea de la ley
del sábado. Estos motivos muestran la autoridad de Jesús que con su palabra proclama la
voluntad de Dios.
Jesús conoce el método dialéctico de las disputas en las escuelas judías y responde con
una contrapregunta. Al hacerlo se remite a la Escritura (lSam 21,1-7), autoridad reconocida
y suprema. Los panes «de la proposición», los panes ofrecidos a Dios, eran en número de
doce y permanecían durante una semana sobre una mesa en el santuario del templo como
oferta presentada a Dios. Nadie podía comerlos fuera de los sacerdotes, una vez terminada
la semana. Sin embargo, David y sus compañeros los comieron una vez que tenían hambre
y no había otro pan a su alcance. Con todo, nadie reprochó esto a David, ni el sacerdote
Abimelec, que dio el pan a David, ni los escribas y doctores de la ley. Por consiguiente, la
necesidad excusa la transgresión de la ley. Los discípulos no violan, por tanto, la ley al
frotar y desgranar espigas el sábado porque tienen hambre. En la interpretación de la ley
no se ha de atender sólo a la letra de la ley, sino a la voluntad de Dios. Ahora bien, Dios no
dio la ley del culto para afligir a los hombres. La compasión con los hombres le importa más
que la observancia de la ley cultual. El sábado no ha de impedir que se preste ayuda al
necesitado. Dios quiere misericordia, no sacrificios (Mt 12,5-7).
5 Y añadió: Señor del sábado es el Hijo del hombre.
Jesús, en su calidad de Hijo del hombre, al que ha sido dado por Dios todo poder, tiene
también el poder de disponer del reposo sabático y de su interpretación. Interviene en la
esfera más sagrada de Dios, en el derecho de Dios a perdonar pecados, en el reposo
sabático, que es figura del descanso de Dios después de la creación (Gén 2,2s), en el
ámbito de su glorificación, en el culto divino... Hace uso de su autoridad para librar a los
hombres de su aflicción. Dios deja que por medio de Jesús se intervenga en su esfera más
sagrada, porque se ha iniciado el tiempo de salvación, que es tiempo de misericordia para
los hombres. «En la tierra paz entre los hombres, objeto de su amor.»
b) Curación en sábado
(Lc/06/06-11)
MIGRO/MANO-SECA
6 Otro sábado entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Y había
allí un hombre cuya mano derecha estaba seca. 7 Los escribas y los
fariseos lo espiaban para ver si lo curaba en sábado y encontrar de
qué acusarlo.
:Lucas procura dar datos exactos: era otro sábado; Jesús enseñaba en la sinagoga; la
mano derecha estaba seca; los que lo observaban eran los fariseos y los escribas. Jesús
actúa en una hora única en la historia de la salvación, en tiempo y lugar determinados, en
circunstancias concretas. La mirada retrospectiva al punto medio de la historia de la
salvación es decisiva para la vida cristiana. La vida de Jesús y su palabra histórica ordenan
la vida y el tiempo de la Iglesia hasta su segunda manifestación.
La interpretaci6n farisea de la ley sólo permitía curar en sábado cuando había peligro
inminente de muerte. La mano seca no representa un peligro inminente de muerte. ¿Qué
hará Jesús al ver la aflicción de este hombre? Sus adversarios intensifican la hostilidad del
comportamiento. En el primer conflicto sabático observan sólo como casualmente que los
discípulos infringen la ley, ahora espían a Jesús para ver si pueden cogerle en infracción
para llevarlo ante los tribunales. ¿Qué decisión tomará Jesús en esta situación en que se
ve amenazado?
8 Pero él, que les conocía los pensamientos, dijo al hombre que
tenia la mano seca. Levántate y ponte ahí en medio, y éste se levantó
y se puso allí.
H/LEY/NO-CENTRO LEY/H-CENTRO El enfermo está ahora en medio de ellos, como un
acusado ante el tribunal, en espera de sentencia de absolución o de condenación. Aquí
aparecerá un nuevo principio de interpretación de la ley: lo que ha de decidir no es ya la
ley, sino el hombre afectado por la ley. Se sitúa en el centro al hombre, no la letra de la ley.
En la cuestión del sábado se trata del hombre. de su salvación o de su ruina.
9 Entonces les dijo Jesús: Yo os voy a preguntar: ¿Es lícito en
sábado hacer bien o hacer mal; salvar una vida o dejarla perder?
La cuestión se plantea en presencia del hombre que está en medio de todos con su
dolencia y su ansia de curación. El caso particular es subordinado a una cuestión de
principio: ¿Es lícito en sábado hacer bien o es necesario hacer mal? La omisión del bien es
un mal.
¿Quién querrá decir que la ley del sábado prohíba que se haga el bien y exija que se
haga el mal? El sábado es para los judíos, no sólo día de reposo, sino también día
destinado a hacer bien y día de alegría. La comida de día de fiesta, el estudio de la ley y la
práctica del bien lo convierten en día de fiesta y de alegría. Para viajeros necesitados había
que tener comida preparada. ¿Habría que olvidar todo esto? Jesús vuelve a restablecer el
verdadero sentido del sábado. Ha de ser un día en el que se disfrute y se proporcione
alegría a los demás. Se realiza el sentido del sábado haciendo bien a personas que sufren,
usando misericordia. «Misericordia quiero y no sacrificios» (Os 6,6).
SABADO-DO/SENSU DO-SABADO/SENSU Jesús sitúa a sus adversarios ante esta
alternativa: ¿Se ha de salvar una vida en sábado, o se ha de dejar que se pierda? El texto
griego no habla de la vida, sino del alma, que es vida y algo más: vida consciente. El
hombre que está en medio quiere vivir, vivir sano, no sólo vegetar, quiere sentir gozo de
vivir. ¿Es esto posible a un hombre que tiene seca la mano derecha, que no puede trabajar
y tiene que vivir de la ayuda ajena? El reposo sabático se explica por la comparación con el
reposo de Dios una vez terminada la obra de la creación: «Acuérdate del día del sábado
para santificarlo. Seis días trabajarás y harás tus obras, pero el séptimo día es día de
descanso, consagrado a Yahveh, tu Dios, y no harás en él trabajo alguno» (Éx 20,8ss).
Pero el descanso de Dios no consiste en no hacer nada, sino en vivir la obra, en gozar de
ella. -«Dios se gozó en su obra» (/Sal/104/31). El sábado es día en que se vive la vida, en
que se goza de la obra, día de glorificación de Dios. ¿No se ha de restablecer mediante la
curación este sentido más profundo del sábado? ¿En vez de la vida habría que elegir la
ruina?
10 Y mirando en derredor a todos ellos, dijo al hombre: Extiende tu
mano. Él lo hizo, y la mano se le quedó sana. 11 Pero ellos, llenos
de furia, discutían entre sí qué podrían hacer contra Jesús.
La mirada de Jesús gira en su derredor. Alcanza a todos y a cada uno. Ni uno siquiera
responde. No querían reconocer su error y su sinrazón ni podían sustraerse a la sabiduría
de Jesús. La idea que tenían de Dios les dictaba la autoridad de la letra de la ley, mientras
que Jesús proclamaba la voluntad de Dios. Jesús tiene una idea de Dios distinta de la
suya. Su Dios es el Dios de la misericordia, el Dios que se acerca a los hombres; el Dios de
ellos es el inaccesible, que está sencillamente por encima de los hombres. Se ha iniciado
ya el apetecido y apacible año del Señor, y Dios visita a su pueblo por medio de Jesús.
SABADO-DO/ESCA: La mano volvió a quedar sana. La restauración del universo forma
parte del cuadro de los tiempos mesiánicos. Lo que ahora comienza será llevado a
perfección. «El cielo debe retener (a Jesús) hasta los tiempos de la restauración de todas
las cosas de que habló Dios por boca de sus santos profetas desde antiguo» (Act 3,21).
Mediante la curación muestra Jesús que le está permitido restaurar el sentido del sábado
según la mente de Dios, ya que él mismo aporta la restauración de todas las cosas. El
sábado es figura del gran reposo sabático de Dios (Heb 4,8ss), que se iniciará cuando
sean restauradas todas las cosas y todo haya alcanzado su acabada perfección.
El odio impide pensar y reflexionar con lucidez. Los adversarios, ciegos de furia, quieren
impedir la acción de Jesús. Discuten entre sí qué pueden hacer para acabar con Jesús.
¿Quién puede levantarse contra el poder y la fuerza del espíritu de Dios? Los adversarios,
por no creer, caen en ceguera.
c) Vocación de los doce
(Lc/06/12-19)
APOSTOL/ELECCION
12 Por aquellos días, salió él hacia el monte para orar y pasó la
noche en oración ante Dios.
El relato de las obras de poder de Jesús se cierra de nuevo con un llamamiento. Los
adversarios quieren acabar con Jesús. Sin embargo, su obra ha de perdurar. Él mismo se
cuida en estos días de que no perezca su obra, para lo cual elige a los doce apóstoles.
Prepara la gran hora con oración a Dios. Ora en el monte, separado de los hombres,
solitario, cerca de Dios. Su oración se prolonga toda la noche. Las tinieblas cubren el
mundo, todo desaparece ante la grandeza de Dios. Dios ocupa el centro de su oración.
13 Cuando se hizo de día, llamó junto a sí a sus discípulos y
escogió de entre ellos a doce, a los cuales dio el nombre de
apóstoles:...
La oración lo ha unido con Dios. La voluntad de Dios es su voluntad. La elección con los
apóstoles la lleva a cabo conforme a la voluntad de Dios. Entre el grupo de discípulos que
le han seguido, elige a doce. El número de doce responde al número de los patriarcas del
pueblo de la alianza del Antiguo Testamento. Aparece un nuevo pueblo de Dios.
Jesús los llama apóstoles, enviados. A ellos se les aplica el principio jurídico judío: El
enviado de una persona es como ella misma (Jn 13,16). Los doce han de ser los
representantes jurídicos y personales de Jesús.
La organización de la primitiva Iglesia cristiana se remonta a Jesús. Los miembros de la
comunidad son los discípulos. Sobre ellos están los doce. El primer cuadro de la Iglesia lo
traza Lucas con las palabras siguientes: «Entraron (en Jerusalén) y subieron a la habitación
donde solían parar Pedro y Juan (sigue la lista de los apóstoles)... Todos ellos
perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús,
y con los hermanos de éste» (Act 1,13s).
14 Simón, al que también llamó Pedro, Andrés, su hermano,
Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, 15 Mateo, Tomás, Santiago de
Alfeo, Simón llamado el Zelota, 16 Judas de Santiago y Judas
Iscariote, el que fue traidor.
Las listas de los apóstoles (Mt 10,2-4; Mc 3,16-19; Hch 1,13) tienen rasgos comunes.
Siempre va en cabeza Pedro, y Judas Iscariote, al fin. El primero, quinto y noveno lugar lo
ocupan siempre los mismos nombres; Simón, Felipe y Santiago de Alfeo. Dentro de los
grupos así formados se repiten siempre los mismos nombres, aunque en distinto orden.
Parece ser que las listas quieren indicar cierta organización en el colegio apostólico; tres
secciones, cada una de cuatro apóstoles.
La lista de Lucas está marcada por rasgos especiales. Pone en cabeza el grupo de los
tres discípulos cuya elección ha narrado antes (5,1-11). Presenta a Andrés como hermano
de Simón (Mt 10,2). Al otro Simón se le da el apelativo de Zelota, seguramente porque
pertenecía al partido de los Zelotas, que profesaban un fanático nacionalismo judío y
querían establecer por la fuerza el reino de Dios. En el tercer grupo se designa a Santiago
como hijo de Alfeo. A Judas Iscariote (el hombre de Cariot) se le llama traidor. Poco se nos
dice de la procedencia, carácter y precedentes de estos hombres. Lo más importante no
son los datos biográficos, sino la elección y llamamiento por Jesús y su destino de ser los
patriarcas del nuevo pueblo de Dios y los representantes de Jesús.
17 Cuando bajó con ellos, se detuvo en una explanada, donde
había un grupo numeroso de discípulos suyos, y una gran multitud
de pueblo, de toda Judea y Jerusalén, y del litoral de Tiro y de Sidón,
18 los cuales habían llegado allí para oírlo y quedar sanos de sus
enfermedades; igualmente los atormentados por espíritus impuros
quedaban curados. 19 Todo el pueblo quería tocarlo, porque salía de
él una fuerza que daba la salud a todos.
Como Moisés, también Jesús baja del monte, de la comunión con Dios, al pueblo. Dios
está con él. En torno a Jesús están reunidos los apóstoles, los discípulos, el pueblo, tres
círculos que se forman alrededor de Jesús. El centro lo forma Jesús, de él irradia fuerza, él
está ungido con el Espíritu. Quien está en contacto con estos círculos, y por ellos con
Jesús, recibe las bendiciones del tiempo de salvación.
El territorio del que acuden a Jesús las muchedumbres abarca toda la tierra de Judea,
con Jerusalén por capital, y la zona costera de Tiro y Sidón. Estas regiones no se designan
como zonas de misión en los Hechos de los apóstoles. Las comunidades cristianas de
estas regiones las hace remontar Lucas a Jesús mismo. La noticia de la actividad de Jesús
ha alcanzado ya a todo el país e influye más allá de los límites de Palestina.
En las profecías del Antiguo Testamento late la convicción de que Israel, Jerusalén y
Sión son el soporte de la salud, al que todos los pueblos acuden para recibir ley e
instrucción, luz y gloria de Dios. En Jesús se cumple la promesa. Él está ahí, y de él dimana
poder de curación y de instrucción. En torno a él se reúnen los padres del nuevo pueblo,
provistos del poder y del espíritu de Cristo; en torno a ellos los discípulos, tocados y
llamados por la palabra de Jesús, finalmente las muchedumbres, que son curadas y reciben
la salud si lo tocan. El Espíritu que lo ha ungido opera en todos los que se reúnen en su
derredor. Es la imagen de la Iglesia.
(Págs. 160-174)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 13
II. PROFETA PODEROSO EN OBRAS Y PALABRAS (6,20-8,3)
La impresión que dejó Jesús la expresan los dos discípulos que se encuentran con el
Resucitado en el camino de Emaús: «Jesús Nazareno... un hombre que fue profeta
poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo» (24,19).
1. LA NUEVA DOCTRINA (6,20-49).
También Lucas incorporó a su Evangelio, como Mateo, un discurso que se designa como
sermón de la montaña (*). La redacción de Lucas contiene apenas la tercera parte de la
redacción de Mateo; del análisis literario se desprende que la redacción de Lucas no es sólo
un extracto del sermón de la montaña de Mateo. Ambas se remontan a una fuente común,
ambos la pusieron al servicio de su presentación del Evangelio. Aunque Mateo refiere
cuidadosamente las palabras del Maestro, sin embargo, asimila la palabra profética al
discurso de un legislador. Lucas conservó más pura la proclamación profética de Jesús. El
curso de las ideas es más sencillo en Lucas y presenta más cohesión. En general conserva
la forma originaria y así nos ofrece un fragmento precioso de la más antigua tradición.
...............
* En la composición de su sermón de la montaña (/Mt/05/17-48) muestra Mateo que la
«justicia mayor» que
se pide a los discípulos consiste esencialmente en el amor, que halla su más acabada expresión
en el amor
de los enemigos. En seis antítesis se hace resaltar la nueva predicación de Jesús frente a la ley
del Antiguo
Testamento. Lc no habla ya de diferencia entre la justicia causada por la ley y la justicia creada
por Cristo; al
discípulo no se le dice ya que tiene que sobrepasar lo que se había dicho a los antiguos y que su
cumplimiento de la voluntad de Dios ha de ser más elevado que la justicia de los fariseos. En la
Iglesia
emancipada de la ley judaica se presenta el precepto del amor de Jesús como la ley de los
discípulos sin
más, sin la menor polémica contra la ley del Antiguo Testamento. La pieza principal del sermón
de la
montaña en Lc habla sólo del amor. Ahora bien, el precepto del amor se presenta como amor de
los
enemigos. En esto se distingue la esencia del amor, tal como lo entiende Jesús. Es posible que
en esto
quedara todavía algún resto de la polémica; en efecto, en Mt se formula el imperativo del amor a
los
enemigos como antítesis frente a la frase: «Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y
odiarás a tu
enemigo» (/Mt/05/43).
...............
a) Bienaventuranzas y conminaciones
(Lc/06/20-26)
BIENAVENTURANZAS
MALDICIONES
Jesús abarca a sus discípulos con su mirada. El discurso que va a dirigirles se aplica a
los discípulos, a todos los que le siguen. Una hora solemne comienza, en la que se emite
un anuncio profético. La salud se anuncia a los pobres, las conminaciones van dirigidas a
los ricos. Cada una de estas dos estrofas se cierra con una bienaventuranza, que se aplica
a los discípulos, o una conminación.
20 Y él, levantando los ojos hacia sus discípulos decía:
Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino. de Dios. 21
Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque seréis
saciados. Bienaventurados los que ahora lloráis, porque reiréis.
Los pobres, los hambrientos y los que lloran son los mismos: los pobres y los que sufren
necesidad, que en la tierra son tenidos por los últimos. En efecto, el que es pobre no tiene
nada con que saciar su hambre; el que es pobre, es impotente y ve cómo se halla
indefenso y sin protección. Los pobres, los hambrientos y los que lloran, de quienes habla
Jesús, no poseen bienes materiales y sufren miseria, pero esperan en Dios, confían a Dios
su miseria y la reciben como la suerte que les es asignada por Dios.
Jesús les levanta los ánimos y les da su palabra de consuelo. Israel ha experimentado en
su historia que Dios toma bajo su protección a los oprimidos y a los pobres, si ellos ponen
en él su esperanza. En el tiempo de la opresión en Egipto y en la cautividad de Babilonia
era Israel pobre y oprimido, y Dios se encargó de su pueblo. «Yahveh ha consolado a su
pueblo, ha tenido compasión de sus males» (Is 49,13). Dios vuelve los ojos precisamente a
los que son pobres y miserables. «Inclina, Yahveh, tus oídos y óyeme, porque estoy afligido
y soy un menesteroso» (Sal 86,1). Este proceder de Dios continúa también en el tiempo de
salvación anunciado por Jesús. A los pobres se anuncia y se trae la buena nueva (4,18).
Pobreza, hambre, lágrimas por la miseria es un estado agobiante, y sin embargo, Jesús
llama bienaventurados a los pobres: Bienaventurados vosotros. Los felicita, y con toda
seriedad. En efecto, Dios les da lo más grande que él mismo ha prometido y que conoce la
historia de la salvación: el reino de Dios. Cuando Dios tome posesión de su reino, todo
estará en orden. Entonces serán saciados los hambrientos, no con manjares de la tierra,
sino con una comida que aventajará a toda comida de la tierra. «Serán saciados con la
contemplación de su gloria» (Sal 17,15). Los que lloran reirán, pues Dios consolará a todos
los afligidos (Is 61,2). «Cuando restaure Yahveh la suerte de Sión, estaremos como quien
sueña. Se llenará entonces de risas nuestra boca y de alegres cantares nuestra lengua.
Dirán entonces las gentes: ¡Magníficamente ha obrado con estos Yahveh! ...Los que en
llanto siembran, en júbilo cosechan» (Sal 126,1-6).
El reino de Dios se promete a los pobres, porque los pobres están abiertos a Dios, han
puesto su esperanza en la hora en que Dios tomará posesión de su reino, porque pueden
dirigir libremente la mirada a Dios, ya que no han sucumbido a la ilusión de los que piensan
que con la propiedad y el bienestar todo está asegurado.
22 Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien y cuando
os excluyan, os insulten y proscriban vuestro nombre como maldito
por causa del Hijo del hombre. 23 Alegraos en aquel día y saltad de
gozo; porque mirad: vuestra recompensa será grande en el cielo.
Porque de la misma manera trataban los padres de ellos a los
profetas.
La cuarta bienaventuranza va dirigida a los discípulos perseguidos. La comunidad de los
discípulos se considera, al igual que Israel, como la comunidad de los pobres, es un
pequeño rebaño (12,32), impotente, expuesto a la contradicción y a la persecución. Los
discípulos confiesan que Jesús es el Hijo del hombre, al que Dios ha dado todo poder: el de
perdonar los pecados, el de interpretar en forma nueva el reposo sabático contra la
interpretación de los fariseos. Todo esto acarrea odio, exclusión de la comunidad de la
sinagoga, ultrajes, ser borrados de la lista de la sinagoga (excomunión)... Odio,
persecución, exclusión, muerte como un criminal: todo esto recae sobre Jesús, y por Jesús
lo sufren también todos sus discípulos.
¿Es motivo de tristeza esta suerte de los discípulos? No. También a estos pobres, a
estos que tienen hambre y lloran les grita Jesús: ¡Bienaventurados vosotros! Alegraos y
saltad de gozo. Tal suerte de los discípulos es motivo de alegría. Vuestra recompensa es
grande en el cielo. Al discípulo de Jesús, que experimenta la pobreza de los perseguidos,
se le dará el reino de Dios con todos sus bienes.
El reino de Dios es un presente que depende de la libre disposición de Dios, es gracia.
Pero es también gran recompensa. Dios pone condiciones para la admisión en su reino: fe
en Jesús, adhesión a él, perseverancia y firmeza en la persecución, aceptación de la suerte
que acompaña a la condición de discípulo. Sólo el que cumpla estas condiciones será
agraciado por Dios con su reino.
Los discípulos siguen las huellas de los profetas. Como estos fueron perseguidos
-porque como boca de Dios pronunciaban su palabra y la realizaban en la vida-, aunque
también tienen participación en el reino de Dios (13,28), así también sufrirán persecución
los discípulos. Si los discípulos que siguen a Jesús lo representan y son como su boca, son
comparados con los profetas, entonces ¿quién es Jesús?
24 En cambio: ¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro
consuelo! 25 ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis repletos, porque
habéis de tener hambre! ¡Ay de los que ahora reís, porque habéis de
gemir y llorar!
Al anuncio de la salud, a las bienaventuranzas, siguen las conminaciones. Jesús echa
mano de la proclamación profética (Is 5,8-23). Las conminaciones no son todavía
condenación definitiva, del tiempo final, sino un aviso que quiere poner en guardia y llamar
a la conversión y a la reflexión.
RIQUEZA/PELIGRO: Los ricos, los que están repletos y los que ríen, son los que poseen
los bienes de la tierra y pueden disfrutar de ellos. El que es rico puede saciar su hambre,
tiene lo que desea con avidez, puede reír y estar alegre. Es que nada le falta. Sin embargo,
Jesús les dirige la conminación ¡Ay de vosotros! Ante Jesús y su palabra, todas las cosas
se invierten. El rico está en peligro por el hecho de ser rico. Cae en un estado de seguridad
falaz y no busca el apoyo de su vida donde verdaderamente está, en Dios, sino donde no
está, en la posesión de bienes de la tierra. «Guardaos muy bien de toda avidez: pues no
por estar uno en la abundancia depende su vida de los bienes que posee» (12,15). Los
pobres están abiertos a la buena nueva, al Evangelio del reino de Dios y hallan la
salvación. Los ricos están sordos, cerrados a Dios y se encaminan a la ruina; porque, ¿qué
es lo que les falta?
Los ricos no tienen nada más que esperar, puesto que ya se les ha pagado y liquidado lo
que proporciona el reino de Dios: tienen consuelo, están repletos y ríen, porque sus deseos
están satisfechos. Los pobres carecen de consuelo, tienen hambre y lloran; a ellos se les
dará la recompensa cuando venga el reino de Dios. La cuenta entre Dios y los ricos está
saldada, la cuenta entre Dios y los pobres está todavía abierta.
Abraham dice el rico epulón: «Hijo, acuérdate de que ya recibiste tus bienes en vida,
mientras Lázaro, en cambio, los males; ahora, pues, él tiene aquí el consuelo, mientras tú el
tormento» (/Lc/16/25). El ahora de la existencia presente se acerca a su fin; lo decisivo es
lo que ha de venir, lo que Dios trae con poder y se inicia ya en la proclamación de Jesús. El
ahora es fugaz e insignificante, el después es la magnitud que todo lo sobrepasa. ¿De qué
aprovechará ser ricos cuando sobrevenga esta inversión de todas las cosas? La carta de
Santiago explica la amonestación dirigida a los ricos: «Y ahora vosotros, los ricos, llorad a
gritos por las calamidades que os van a sobrevenir. Vuestra riqueza está podrida; vuestros
vestidos, consumidos por la polilla. Vuestro oro y vuestra plata, enmohecidos, y su moho
servirá de testimonio contra vosotros, y como fuego consumirá vuestras carnes. Habéis
atesorado para los días últimos. Mirad: el jornal de los obreros que segaron vuestros
campos, y que les habéis escamoteado, está clamando, y los clamores de los segadores
han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos. Habéis disfrutado en la tierra, os habéis
entregado al placer; habéis cebado vuestros corazones para el día de la matanza»
(/St/05/01-05).
26 ¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! Porque
de la misma manera trataban los padres de ellos a los falsos
profetas.
El último «¡ay!» se aplica de nuevo a los discípulos, pero a los discípulos que escapan a
la persecución y son acogidos por los hombres con hermosas palabras, con palabras de
reconocimiento y de halago. Estos discípulos son ricos, no con riquezas y posesiones
materiales, sino ricos de espíritu. Están asegurados humanamente, no están en peligro de
perder la honra, el bienestar, la vida. Están, en cambio, en peligro de no poder ya, en cada
momento, esperar de Dios su existencia. Tales discípulos están amenazados como los
ricos.
Los verdaderos discípulos caminan sobre las huellas de los profetas y están expuestos al
repudio y a la persecución por parte de los hombres. Los discípulos que no experimentan
contradicción alguna tienen que ponerse en guardia. Están en peligro de seguir los pasos
de los falsos profetas, que no suscitaban contradicción, que decían palabras halagüeñas y
dejaban a los hombres en paz sin mencionarles el Santo de Israel (Cf. Is 30,9ss; Jer 23,
17ss.). ¿Pero cómo acabaron los falsos profetas?
Aunque uno sea discípulo, aunque crea y aunque viva en la Iglesia, debe tomar como
llamadas dirigidas a él mismo las bienaventuranzas y las conminaciones, debe preguntarse
si teme el «¡ay!» porque es de los que poseen, si oye con satisfacción el
«bienaventurados» porque no posee, y debe constantemente efectuar la inversión que
expresan estas breves exclamaciones. Son inversión de todos los valores, derrumbamiento
de todas las fortalezas que el hombre se construye, «ocaso de los dioses», de todos los
poderes en que confiamos y en que nos apoyamos. Las bienaventuranzas y los ayes
conminatorios abren de un empujón la puerta del reino de Dios, en el que se halla lo que no
pueden proporcionar los bienes del mundo y que sólo Dios dará cuando se posesione de
su reino.
b) Amor a los enemigos
(Lc/06/27-36)
A/ENEMIGOS
La pieza principal del sermón de la montaña habla únicamente del amor. Éste no paga el
mal con mal, sino el mal con bien (6,27-31), no es amor que espera ser correspondido
(6,32-34), sino que es benéfico, está pronto a perdonar y da con alegría (6,35-38).
27 Pero yo os digo a vosotros, los que me estáis escuchando:
Amad a vuestros enemigos; haced bien a los que os odian; 28
bendecid a los que os maldicen; orad por los que os calumnian.
Los ricos a quienes van dirigidos los ayes y las amonestaciones no están presentes.
Jesús se dirige de nuevo a los discípulos que le escuchan. A éstos habla con autoridad: Yo
os digo a vosotros. Su palabra es anuncio de Dios, él habla como quien tiene autoridad, no
como los escribas y los fariseos (Mt 7,28).
Jesús redujo la ley al cumplimiento de la voluntad de Dios, al precepto del amor: «Amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu
mente, y a tu prójimo como a ti mismo» (10,27). El camino hacia el amor de Dios con todo el
corazón ha quedado despejado con las bienaventuranzas y las conminaciones. Pero ahora
se habla del amor al prójimo.
También el Antiguo Testamento conoce el precepto del amor al prójimo: «Ama a tu
pr6jimo como a ti mismo» (Lev 19,18). Jesús destaca este precepto de entre todos los
demás y le da una importancia capital. Lo interpreta en forma nueva. El prójimo son todos,
hasta los enemigos. De esta interpretación radical del amor del prójimo incluso como amor
de los enemigos arranca en Lucas la ética del sermón de la montaña.
Por vuestros enemigos se entiende aquí los enemigos del grupo de los discípulos, los
calumniadores, perseguidores, enemigos de cada uno de los discípulos. En éstos se piensa
en particular. Jesús exige amor. ¿Puede haber un precepto del amor? ¿Puede imponerse la
simpatía, pueden adquirirse sentimientos y afectos? El amor que prescribe Jesús consiste
en hacer bien, en bendecir, en orar por los otros. Amor es vivir para otro, incluso para el
que odia, maldice y maltrata.
El amor a los enemigos no consiste únicamente en perdonar el mal que se nos ha hecho.
Aquí no se habla de perdonar; se da por supuesto. Los discípulos de Jesús hacen
francamente todo lo que aprovecha al enemigo. El discípulo responde al odio con el bien, a
la maldición con bendición, a los malos tratos con oración por el que maltrata. El que ama al
enemigo, haciéndole bien no sólo se pone a sí mismo a su servicio, sino también a Dios, del
cual implora lo que él mismo no es capaz de hacer. En el discípulo no debe haber ningún
rincón de su ser que no esté penetrado del amor a su enemigo: la acción exterior, los
deseos y las palabras, el corazón, en el que tiene su asiento la oración.
29 Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra, y a
quien intenta quitarte el manto, no le impidas llevarse también la
túnica. 30 Dale a todo el que te pida, y no reclames nada de quien
intenta quitarte lo tuyo.
VENGANZA/PERDON PERDON/VENGANZA El amor al prójimo se hace difícil.
Nosotros nos rebelamos contra la injusticia, queremos tomar venganza cuando se nos hace
alguna injusticia, queremos tener a raya el mal pagando en la misma moneda: Como tú a
mí, yo a ti, «ojo por ojo, y diente por diente» (cf. /Mt/05/38). Jesús exige que no se
responda al mal con mal, sino que no se oponga resistencia al mal y se venza el mal con el
bien. Estos principios se aplican al mal que se nos hace en la persona: al que te pegue en
una mejilla..., y también a los perjuicios que se nos ocasionan en los bienes: a quien intenta
quitarte el manto...
La generosidad del discípulo de Jesús no ha de conocer límites: Dale a todo el que te
pida, sin consideración de nacionalidad, de comunidad de creencias, de posición personal,
de dignidad: no te canses de dar. Jesús va todavía más lejos: No se ha de reclamar la
propiedad que se nos quita con astucia y violencia. Quien sufre tales daños no ha de
defenderse, no ha de tratar de recobrar lo propio. ¿Ha de convertirse la injusticia en
derecho?
¿Podemos oir con calma esta exigencia de Jesús? ¿No se rebela algo en nuestro
interior? ¿No se suscita en nosotros la resistencia porque la cosa nos inquieta? ¿No se
sacrifica la personalidad con sus derechos? ¿No se abren de par en par las puertas a la
irrupción del mal? ¿No se deja el campo libre al desarrollo de los bajos instintos de los
hombres malvados?
Los ejemplos de Jesús nos suenan como algo tan sorprendente, tan paradójico, tan
chocante, porque los hombres se atienen en sus relaciones a normas completamente
diferentes. Ponen de manifiesto cuán contrario a Dios es el comportamiento del hombre
cuando el reino de Dios no se ha posesionado de él y lo ha transformado. Nosotros
creemos que el mal se desarraiga si le oponemos resistencia, si pagamos mal con mal.
Jesús, en cambio, anuncia que el mal se vence con el bien; él trae el reino de Dios, y con la
suma de todo el bien que en él se despliega se logra el triunfo del bien sobre el mal.
La manera como se expresa Jesús es gráfica, está llevada al extremo; es que quiere
suscitar en nosotros inquietud, despertarnos, espolearnos, transformarnos. Los ejemplos
son meros ejemplos: lo que importa es el comportamiento a que nos invita. No da lecciones
acerca de deberes morales en las que se analicen todas las condiciones y todos los
reparos, todo «si» y todo «pero». Con su palabra no quiere promulgar un nuevo código
compuesto de cuatro artículos: Primero: Al que te pegue en tu mejilla... Segundo: A quien
intente quitarte el manto....etcétera. Esto sería desconocer el sentido de las palabras de
Jesús. Los ejemplos son realizaciones ejemplares de un comportamiento. Lo que él quiere
es este comportamiento, quiere que el discípulo trate de realizarlo y de ponerlo en práctica
en las múltiples circunstancias de la vida.
31 Y de la misma manera que queréis que os traten los hombres,
tratadlos también vosotros a ellos.
¿Cómo se ha de poner en práctica el amor de los enemigos, qué debo hacer a mi
prójimo? ¿Y también a mi enemigo? Maestros de sabiduría y maestros de la ley entre los
judíos y entre los paganos formularon sobre este particular la regla áurea. El viejo Tobías
da a su hijo esta instrucción: «Lo que no quieras para ti, no lo hagas a nadie» (/Tb/04/15).
El doctor judío Hilel se expresa en términos parecidos: «Lo que no te agrada a ti, no lo
hagas a tu prójimo; esto es toda la ley, todo lo demás es explicación.» En la sabiduría
griega se conocía esta regla desde muy antiguo. Los estoicos la expresaron en esta forma:
«Lo que no quieras que te hagan a ti, no lo hagas tú a nadie.» El hombre lleva
constantemente consigo el código y la pauta de su comportamiento con los semejantes. Lo
que uno desea y lo que uno necesita le enseña lo que ha de hacer. Jesús enuncia en
nueva forma esta regla áurea: De la misma manera que queréis que os traten los hombres,
tratadlos también vosotros a ellos. Los otros dan como regla que no se ha de hacer al
prójimo nada que sea desagradable; Jesús da como regla que se ha de hacer el bien al
prójimo, incluso al enemigo. Ahí está la gran diferencia: no sólo no hacer mal, sino hacer
bien. El discípulo de Jesús no se ha de contentar con no hacer mal, sino que ha de hacer
bien, todo el bien que él mismo desea para sí. El amor de nosotros mismos se hace ley y
medida de nuestro amor al prójimo, amor que debe estar pronto a amar incluso al enemigo.
«Amarás a tu prójimo como a ti mismo.»
32 Y si amáis a los que os aman, ¿qué gracia tenéis? Porque
también los pecadores aman a quienes los aman. 33 Y si hacéis bien
a los que bien os hacen, ¿qué gracia tenéis? También los pecadores
hacen lo mismo. 34 Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis
cobrar, ¿qué gracia tenéis? También los pecadores prestan a los
pecadores, para recibir de ellos lo correspondiente.
Los discípulos de Jesús deben cumplir la voluntad de Dios más radicalmente que todos
los demás. No deben llevar ya una vida como la que llevan los pecadores. Son sal de la
tierra, luz, ciudad sobre la montaña (Mt 5,13ss).
Su amor no debe por tanto ser únicamente un amor que espera ser correspondido. Si
sólo amaran a aquellos de quienes reciben muestras de amor, no harían ventaja a los
pecadores. Deben amar incluso cuando no se ven compensados y correspondidos por los
hombres. Deben amar porque tal es la voluntad de Dios. «Cuando vayas a dar una limosna,
que no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna quede en secreto, y
tu Padre, que ve en lo secreto, te dará la recompensa» (Mt 6,3s).
El amor se manifiesta haciendo bien, prestando... Donde surge una necesidad, allí está el
que ama. El amor que exige Cristo es amor de obras: «Hijitos, no amemos de palabra ni con
la lengua, sino de obra y de verdad» (lJn 3,18). El amor puede ser un precepto, porque es
amor de obras. Puede desarrollarse en aquel que se mantiene abierto al otro y a su
necesidad. Quien piensa en el otro, tiene fuerza para amar.
Jesús promete recompensa al amor. ¿Qué gracia tenéis? Dios reconoce las obras del
hombre, da su gracia a aquel cuyas obras le son agradables.
35 Vosotros, en cambio, amad a vuestros enemigos, haced el bien
y prestad sin esperar nada. Entonces será grande vuestra
recompensa, y seréis hijos del Altísimo; que él es bueno aun con los
desagradecidos y malvados.
Sin esperar nada. Éste es el distintivo del amor de los discípulos. Ni reconocimiento por
parte de los hombres, ni alabanza, ni compensación. El amor no es cálculo. Brota de lo más
íntimo de uno y se desarrolla. Incluso cuando el discípulo da prestado, no da para volver a
recibir, sino sólo por deseo de ayudar. Dado que en el amor a los enemigos hay que
renunciar a toda esperanza de correspondencia y de amor, por eso tal amor es el que mejor
y más genuinamente representa el amor del discípulo de Jesús. Lo que mueve al discípulo
a amar es sólo la voluntad de Dios, su reino, Jesús, el Maestro, y su palabra.
El discípulo que cumple el precepto de amar a los enemigos, recibe gran recompensa. Es
llamado hijo del Altísimo. Este título recibió Jesús en la anunciación del ángel. «Éste será
grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre»
(1,32). El que cumple el precepto de amar a los enemigos, tiene participación en la filiación
y en el reino de Jesús.
La filiación divina no es sólo una esperanza para el fin de los tiempos; se da ya cuando
se vive el amor a los enemigos. Con el amor desinteresado, que no se contenta con
corresponder al amor, el discípulo se hace semejante a Dios mismo, porque Dios es bueno
aun con los desagradecidos y malvados. Es hijo del Altísimo que con su amor infinito está
por encima de toda la agitación de los hombres.
36 Sed misericordiosos, como misericordioso es vuestro Padre.
MDA/QUE-ES Es misericordioso quien se deja afectar por la miseria del hombre, el que
está abierto a la necesidad ajena y presta ayuda donde halla a alguien oprimido por la
carga.
Jesús anuncia que Dios es Padre misericordioso. El reino de Dios comienza con el
anuncio del Evangelio a los pobres, de la liberación a los cautivos, de la vista a los ciegos,
del alivio y libertad a los que están agobiados. Jesús, al que Dios envió para proclamar y
aportar el tiempo de salvación, va por el país derramando beneficios. Perdona los pecados
y se interesa por los pecadores, habla de la alegría del Padre celestial por los pecadores
que en este tiempo de gracia vuelven a él (5,11-32) (*).
La misericordia del Padre enseña al discípulo lo que él mismo ha de hacer; Jesús exige lo
que los judíos llamaban «imitación de Dios». «Como Dios viste a desnudos (Gén 3,21),
viste tú también a desnudos. Como Dios visita a enfermos (Gén 18,1), visita tú también a
enfermos... Como Dios es llamado misericordioso y clemente, sé tú también misericordioso
y clemente y da a todos sin compensación... Como Dios es llamado bondadoso... sé tú
también bondadoso».
El amor tiene dos normas conforme a las cuales se puede apreciar y comprobar el amor.
El deseo del propio corazón (ama a tu prójimo como a ti mismo) y la misericordia del Padre
celestial. Las dos normas son una; en efecto, el discípulo es hijo del Altísimo, imagen de
Dios. Jesús vuelve a restaurar en el hombre la imagen de Dios, porque anuncia el reinado
del Altísimo, que es nuestro Padre lleno de misericordia.
...............
* Cf. Lc 15,4-10; 7,36-47; 18,10-14; 19,1-10. En la invitación de Jesús a los pecadores y en su
trato con ellos
se expresa fundamentalmente la misión de Jesús.
(MENSAJE/03-1.Págs. 175-189)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 14
c) No juzguéis
(Lc/06/37-38)
37a No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis
condenados.
JUICIO/A: El comienzo del amor y de la misericordia con los hombres está en que no nos
constituyamos en sus jueces. El que investiga si el otro merece misericordia y amor, si es o
no «digno», peca ya contra el precepto del amor; en efecto, el amor da porque se
compadece de la necesidad del otro.
La función del juez se desarrolla en dos actos: en juzgar y en condenar. De uno y otro nos
disuade Jesús. Aquí no se trata del ejercicio de la potestad judicial en un complejo social,
sino de juzgar con el pensamiento y con palabras cuando no se ha recibido tal encargo. Las
palabras de Jesús no vedan el enjuiciamiento moral de la acción; lo que prohíben es que se
declare culpable al que ha puesto la acción.
Jesús formuló el imperativo de la misericordia y del amor al prójimo. «Amad a vuestros
enemigos.» «Sed misericordiosos.» De esto se pedirá cuenta en el juicio de Dios. El que se
constituye en juez de los otros, provoca el juicio de Dios sobre sí mismo. Mi comportamiento
con los otros será la norma del comportamiento de Dios conmigo.
37b Perdonad y seréis perdonados; 38a dad y se os dará; una
buena medida apretada, bien rellena, rebosante, echarán en vuestro
regazo.
La culpa y la transgresión que ha cometido el otro contra nosotros podría ser un
obstáculo para el amor y la misericordia. Jesús indica dos maneras de superar el obstáculo:
perdonar y dar. Cuando se perdona se derriban las barreras que se levantan entre el yo y
el tú. Cuando se da, se tienden puentes.
Una vez más se formula el imperativo bajo la amenaza del juicio. Y seréis
perdonados;... y se os dará. Dios adaptará su proceder judicial a nuestro
comportamiento. El resultado del juicio se pone en nuestras manos. «Perdónanos nuestros
pecados, pues también nosotros perdonamos a todo el que nos debe» (11,4).
Vendrá el día de la paga. Para el que haya dado será un día de abundantísima
recolección. Dios es como un labrador que asigna magnánimamente la paga a sus
trabajadores. Se medirá con la fanega. El labrador avaro llena la medida y pasa luego el
rasero por encima para no dar más de lo que se había ajustado. El labrador magnánimo
aprieta el trigo en la medida, la sacude, para que se llenen los huecos y se pueda echar
todavía más y hasta añade algo hasta que rebose la medida. Dios se asemeja al labrador
magnánimo. Es el más generoso pagador. Su recompensa no es el salario merecido, sino
regalo de su generosidad. La idea de recompensa o de salario no debe inducir a rebajar lo
infinito del amor de Dios. Lo que da Dios es infinitamente superior a la prestación.
«Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.»
38b Pues con la medida con que midáis seréis medidos.
Dios no tiene medida en dar, pero sólo da al que a su vez ha dado. Podemos también
decir que Dios perdona sin medida ni tasa, pero sólo al que a su vez ha perdonado.
Las palabras sobre el amor de los enemigos se pronuncian con vistas al juicio final. Pero
no rematan en la justicia vindicativa de Dios, sino en lo desmesurado de su bondad. Todas
las sentencias se pronuncian con el mismo ritmo, pero cuando se habla de dar, se encarece
la promesa: Y se os dará una medida colmada. Así el centro de gravedad se desplaza de la
severidad a la bondad de Dios, del juicio a la bendición, de la amenaza a la promesa, del
temor a la esperanza.
En la conclusión vuelve a insinuarse la amonestación: medida por medida. El que da
poco, recibirá poco; el que da con abundancia -todavía se percibe la imagen de la
magnanimidad divina-, recibirá con abundancia. La misericordia infinita de Dios en el juicio
no es una misericordia sin condiciones. El que dé y perdone a los hombres, recibirá
abundantemente el don y el perdón de Dios; el que no dé ni perdone a los hombres, no
puede esperar don ni perdón de Dios.
d) La verdadera religiosidad
(Lc/06/39-49).
39a Les propuso también una parábola.
Con esta breve observación se introduce una nueva sección del discurso. Parábola es el
título exacto, pues se refieren cinco breves parábolas. Con ellas se quiere hacer reflexionar.
A lo que ya se ha dicho -al discurso profético (6,20-26) y al de exhortación (6,27-38)- se
añade la predicación en parábolas. Los discípulos deben ser personas que aman, deben
vivir para los otros. En el sermón de la montaña de san Mateo se caracteriza la misión de
los discípulos con las imágenes: sal de la tierra, luz que ilumina a todos, ciudad sobre la
montaña (Mt 5,16).
Allí aparece como algo innatural y reprobable que no se brille delante de los hombres a
fin de que éstos vean las buenas obras y glorifiquen al Padre. También en el sermón de la
montaña del Evangelio de Lucas se presupone tal fuerza luminosa de la vida de los
discípulos. ¿Pero cómo han de estar pertrechados los discípulos para llevar a cabo esta
obra apostólica? Deben ser buenos maestros (6,39-42), el ser y la palabra deben ser uno
(6,43-45), la acción debe acompañar los sentimientos (6,46-49).
39b ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos
en el hoyo? 40 No hay discípulo que esté por encima del maestro;
pues el perfectamente instruido será, a lo más, como su maestro.
GUIAS-CIEGOS Las palabras de Jesús sobre el guía ciego iban dirigidas contra los
fariseos. Estos se presentaban como guías del pueblo en materia de religiosidad. Con
cuidado meticuloso estudiaban la ley y trataban de observarla. Sin embargo, eran guías
ciegos, pues estaban cerrados a la más grande revelación de Dios y se hacían inaccesibles
a la palabra de Dios proclamada por Jesús. Los discípulos de Jesús vienen ahora a ocupar
el puesto de estos guías ciegos. Las palabras de Jesús que se referían a los fariseos y a
los escribas, se aplican también a los discípulos, si ellos mismos son ciegos.
El discípulo de Jesús ha de ser consciente de su responsabilidad. No puede ser ciego.
¿Cuándo, pues, no es ciego? Cuando está instruido como su maestro. El Maestro es
Jesús. Es un maestro que no es superado por ningún discípulo: maestro singular y único.
No hay discípulo que esté por encima del maestro. Este dicho se verifica en la
escuela de los doctores de la ley, puesto que el maestro transmite lo que ha recibido, y el
discípulo no tiene nada que hacer sino aceptar lo transmitido. El discípulo de Jesús
transmite lo que ha recibido de Jesús. ¿Cómo estaría a la altura de la responsabilidad que
tiene de los otros si no estuviera armado con la palabra de Jesús, si no se la hubiera
apropiado?
41 ¿Por qué te pones a mirar la paja en el ojo de tu hermano, y no
te fijas en la viga que en tu propio ojo tienes? 42 ¿Cómo puedes
decirle a tu hermano: Hermano, déjame que te saque la paja del ojo,
cuando tú mismo no ves la viga que tienes en el tuyo. ¡Hipócrita
Sácate primero la viga del ojo, y entonces verás claro para sacar la
paja del ojo de tu hermano.
PAJA-VIGA Para ser fiel a su misión debe el discípulo corregir a los que yerran y faltan,
y ayudarlos a despojarse de sus faltas. Las palabras de Jesús presuponen la solicitud por
los hermanos, por los que tienen la misma fe. San Mateo, al hablar del orden en la Iglesia,
nos conservó unas palabras que prevén el proceso de tal corrección fraterna: «Si tu
hermano comete un pecado, ve y repréndelo a solas tú con él...» (Mt 18, 15ss). La
corrección entraña peligro. Un peligro es el de medir con una falsa medida. El amor propio
desfigura la verdad. La imagen de la paja y la viga es un cuadro de vivos colores. Las más
pequeñas faltas del otro se ven aumentadas, las mayores faltas propias se disminuyen.
Sólo puede haber corrección cuando uno renuncia a tenerse por justo y a querer
imponerse.
El segundo peligro de la corrección está en la hipocresía. El que corrige al otro da a
entender con ello que quiere vencer el mal en el mundo. Pero si ni siquiera lo vence en sí
mismo, entonces surge una lamentable discrepancia entre el interior y el exterior. Se
emprende la lucha contra lo malo en el otro. Pero, ¿y en uno mismo? Sácate primero la viga
del ojo. Comienza primero la corrección por ti mismo, con lo cual se sientan las bases para
la corrección del otro.
En el discípulo de Jesús ha comenzado a influir el reino de Dios. Pero esto presupone
conversión y arrepentimiento. El arrepentimiento reconoce la propia culpa y el propio
pecado, comienza por condenar las deficiencias del propio corazón; así puede uno
acercarse al hermano con paciencia, con perdón y generosidad.
43 Porque no hay árbol bueno que dé fruto podrido; ni tampoco
árbol podrido que dé fruto bueno. 44 Cada árbol se conoce por su
fruto; pues de los espinos no se cosechan higos, ni se vendimian
uvas de un zarzal.
El peligro de la hipocresía sólo se vence si hay armonía entre los sentimientos interiores
y la acción exterior. Las manifestaciones externas, las obras y las palabras, son buenas
cuando es bueno el fondo interior del que provienen. Para los fariseos y los escribas es
buena una acción si está en consonancia con la ley; Jesús, en cambio, la llama buena si
procede de un interior bueno. El corazón, sede de los pensamientos, de los deseos y
sentimientos, es la fuente de los buenos y malos pensamientos, palabras y obras, es el
centro de la decisión moral. «De lo interior, del corazón de los hombres, proceden las malas
intenciones, fornicaciones, robos, homicidios...» (Mc 7, 21ss). Ahora bien, ¿cuándo es
bueno el corazón?
Las palabras y las acciones que proceden del hombre dan a conocer cuál es su estado
interior. Descubren el corazón del hombre, como los frutos dan a conocer la naturaleza y la
calidad de un árbol. Los espinos no producen higos...
45 El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno,
y el malo, de su mal tesoro saca lo malo. Pues del rebosar del
corazón habla su boca.
COR/TESORO Aquí cambia la imagen. El corazón, sede de las decisiones morales y
religiosas del hombre, se puede comparar con un tesoro. Del núcleo de la personalidad,
sede de las decisiones morales y religiosas depende que las palabras y las acciones sean
buenas o malas, de que el hombre mismo sea bueno o malo. El discípulo de Jesús, que ha
de ser luz para los otros, debe poseer un corazón al que rebose todo bien. Este rebosar se
muestra en palabras y acciones. El buen orden de la conciencia es prerrequisito del
cristiano apostólico.
Ahora bien, ¿cuándo es el corazón un arca, un tesoro que sólo contiene bien y del que
sólo sale bien? ¿Cuándo es bueno el interior del hombre? ¿Cuándo está en orden su
conciencia? Según el Evangelio, no por el mero hecho de manifestar el hombre su ser
natural. Sólo cuando el hombre está completamente transformado por Jesús, el Maestro, es
también bueno su corazón. Cuando la palabra de Jesús es asimilada por este corazón,
cuando se han posesionado de él el reino de Dios y su justicia, entonces es el corazón un
arca de la que rebosa el bien. Una vez más se formula como imperativo fundamental de
Jesús el arrepentimiento, el retorno a Dios. El hombre bueno es el que mediante la
conversión se pone en la debida relación con Dios. No es el arrepentimiento en cuanto tal
el que hace al hombre interiormente bueno, sino Dios y su reino; sólo que el reino de Dios
presupone que se retorne a Dios, que se aparte uno de la culpa, que se haga pequeño.
46 ¿Por qué me llamáis: ¡Señor, Señor!, y no hacéis lo que os
digo?
Jesús hace el mayor hincapié en la intención con que se ha de producir la acción. Pero
esto no quiere decir que no dé importancia a la acción exterior. Exige la acción como fruto
de la intención.
Los discípulos lo invocan como Señor. Así llamaban a sus maestros los discípulos de los
doctores de la ley. Para los discípulos que le seguían era Jesús el rabí, el maestro y doctor.
Pero no es su Señor sólo en este sentido; para ellos es más. Por él habla Dios. El pueblo
decía: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros» (7,16). Después de pascua predicó
Pedro: «Dios ha hecho Señor y Mesías a este Jesús a quien vosotros crucificasteis» (Act
2,36). «Señor» expresa lo más alto y más elevado en cuanto a dignidad. Quien leía la
traducción griega del Antiguo Testamento hallaba el nombre de Dios, Yahveh, traducido por
«Señor». Todo esto está implícito cuando se dice: ¡Señor, Señor! El Señor es el que
pronuncia las palabras del sermón de la montaña.
El Señor tiene derecho de libre disposición, él manda, es juez. Su palabra tiene fuerza de
ley divina. Ahora bien, sería la mayor contradicción llamar a Jesús Señor, reconocer su
palabra y su voluntad y, sin embargo, no hacer nada. La pregunta de Jesús quiere
despertar al oyente y hacerle reflexionar.
47 Os voy a decir a quién se parece todo el que viene a mí y oye
mis palabras y las pone en práctica. 48 Se parece a un hombre que,
al ponerse a construir una casa, cavó y ahondó, y puso los cimientos
sobre la roca; cuando llegó la crecida, el torrente se precipitó contra
aquella casa, pero no pudo derribarla, por estar bien construida. 49
En cambio, el que oye pero no practica, se parece a un hombre que
se puso a construir una casa a flor de tierra, sin cimientos; cuando el
torrente se precipitó contra ella, en seguida se derrumbó, y el
desastre de aquella casa fue completo.
ROCA/ARENA Para ser discípulo de veras, que es lo que conduce a la salvación, es
necesario ir a Jesús, reconocer que es él quien decide y ser el discípulo que oye sus
palabras, las acepta y las pone en práctica. En la vida de la Iglesia después de la exaltación
de Cristo quiere esto decir: ser uno con Cristo sacramentalmente, aceptar con fe la palabra
de Cristo, que pervive en la Iglesia, y vivir del sacramento y de la palabra.
Las dos parábolas las coloreó san Lucas conforme a la mentalidad de los griegos.
Describió la construcción de manera diferente que san Mateo (Mt 7,24-27), que se limita a
decir: «Construyó su casa sobre la roca»; «construyó su casa sobre la arena». Según san
Lucas se cava cuidadosa y laboriosamente para echar los cimientos, o bien no se cava en
absoluto y se construye la casa sobre la tierra, sin cimientos. La irrupción de la catástrofe
es en Mateo auténticamente palestina: «Cayó la lluvia, se precipitaron los torrentes,
soplaron los vientos y batieron contra la casa aquella.» Lucas, en cambio, dice: «Cuando el
torrente se precipitó...» También la palabra de Dios continúa encarnándose en la tradición;
se amolda a los hombres, desciende a los hombres, para penetrar completamente en ellos
y en el mundo en que viven.
Las parábolas y las palabras que las preceden no dejan la menor duda de que el sermón
de la montaña debe ponerse en práctica. La salud o la perdición depende de que se
practiquen o no las palabras de este discurso. Las palabras finales: El desastre de
aquella casa fue completo, van más allá de la imagen para pasar a la realidad. El que
oye las palabras, pero no las practica sufre gran catástrofe en el juicio final.
Atendiendo a estas palabras ¿habremos de decir que el sermón de la montaña sólo trata
de hacernos comprender que somos pecadores perdidos? Cierto que se trata de esto, pero
no sólo de esto. ¿Trataba sólo de trazar la imagen del hombre que ha experimentado el
nuevo nacimiento del mundo porque se ha realizado plenamente el reinado de Dios? En el
sermón de la montaña se tiene sin duda presente el reino de Dios. Comienza, en efecto,
con la promesa de este reino y termina con el juicio. Las exigencias del sermón de la
montaña (el hombre del amor, el hijo del Altísimo...) se realizarán plenamente cuando se
realice plenamente el reino de Dios. Pero el sermón de la montaña se proclama como
condición de la entrada en el reino de Dios. Con la venida de Jesús se ha iniciado en el
mundo el reino de Dios, y el que va a Jesús, oye su palabra y la practica, tiene también
participación en sus fuerzas. El que dice a Jesús: «¡Señor, Señor!», está bajo el reinado del
Señor. pero no por ello se le dispensa de obrar.
La constante actitud de retorno a Dios pone los cimientos para una vida regida por las
palabras del sermón de la montaña. Preserva de la hipocresía, que pone simplemente las
palabras en la boca, pero no las realiza en uno mismo, crea el buen corazón del que
pueden proceder las buenas obras, y mueve a poner en juego todas las fuerzas para
cumplir la voluntad de Dios descubierta en la palabra. En un corazón abierto mediante la
conversión a Dios hay lugar para el reino de Dios, se despliega el amor, mediante el cual el
hombre vive para Dios y para los semejantes. La misericordia de Dios que se revela en su
reino, penetra a este hombre, que así viene a ser hijo del Altísimo.
2. LA ACCIÓN SALVADORA DE DlOS (7,1-8,3).
En el sermón de la montaña ha hablado Jesús como maestro que enseña con autoridad y
poder; ahora se nos muestra como salvador poderoso. Su poder de sanar y de salvar tiene
una amplitud ilimitada: otorga su favor a un pagano (7,1-10), resucita a un muerto (7,11-17),
se revela como el salvador prometido de los enfermos y de los pecadores (7,18-35) y
perdona a la pecadora (7,36-SO). El resultado de su actividad se muestra de nuevo en los
discípulos (8,1-3).
a) Curación del criado del centurión
(Lc/07/01-10)
CENTURION-CRIADO
1 Después de terminar todos sus discursos ante el pueblo, entró en
Cafarnaúm. 2 Un centurión tenia enfermo y a punto de morir un
criado al que estimaba mucho. 3 Cuando oyó hablar de Jesús, le
envió unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera a salvar a
su criado. 4 Al llegar éstos ante Jesús, le suplicaban con mucho
interés, diciendo: Merece de verdad que le hagas este favor: 5
porque ama a nuestro pueblo, y él nos ha edificado la sinagoga.
Cafarnaúm, como ciudad fronteriza que era, tenía puesto de aduanas (Mc 2,13s) y
guarnición. Herodes Antipas, al igual que su padre, tiene en su ejército de mercenarios
gentes de todo el mundo: sirios, tracios, germanos, galos. El centurión era pagano. Cuando
enferma de muerte su criado, hace todo lo que está en su mano para curarlo. Siendo
pagano, se cree indigno de presentar personalmente su petición a Jesús y por esto le envía
como mediadores a unos ancianos de los judíos. Con humildad reconoce la disposición de
Dios, según la cual la salud debe llegar a los gentiles a través de los judíos. Su compasión,
su humildad y su obediencia lo predisponen para recibir el mensaje salvífico de Cristo.
EI centurión era uno de aquellos paganos a los que ya no satisfacían los mitos
politeístas, cuya hambre religiosa no se saciaba con la sabiduría de los filósofos y que, por
consiguiente, simpatizaban con el monoteísmo judaico y con la moral que de él derivaba.
Era temeroso de Dios, profesaba la fe en el Dios único, tomaba parte en el culto judío, pero
todavía no había pasado definitivamente al judaísmo. Buscaba la salvación de Dios. Su fe
en el Dios único, su amor y su temor de Dios lo manifestaba en el amor al pueblo de Dios y
en la solicitud por la sinagoga, que él mismo había edificado. Sus sentimientos se
expresaban en obras.
Los ancianos de los judíos, miembros dirigentes de la comunidad, ven en Jesús a un
hombre por el que Dios hace favores a su pueblo. Están convencidos de que Dios sólo
otorga tales favores a su pueblo, pero esperan que haga una excepción con el centurión
por los méritos que se ha granjeado con el pueblo de Dios, y que se muestre también
clemente con el pagano. Sin embargo, estiman que la pertenencia a Israel es condición
necesaria para la salvación (Act 15,5). Las condiciones para entrar en el reino de Dios y
para la salvación están formuladas en las bienaventuranzas. Bienaventurados los pobres,
los que tienen hambre, los que lloran... Ni una palabra sobre la pertenencia a Israel y a la
sinagoga. Jesús es profeta para todos, también para los paganos, como Elías y Eliseo.
6 Entonces Jesús se fue con ellos. Pero, cuando estaba ya cerca
de la casa, el centurión le mandó unos amigos para decirle: Señor,
no te molestes; porque yo no soy digno de que entres bajo mi techo;
7 por eso yo mismo tampoco me sentí digno de presentarme ante ti.
Pero dilo de palabra, y que mi criado se cure. 8 Porque también yo,
aunque no soy más que un subalterno, tengo soldados bajo mis
órdenes, y le digo a uno: Ve, y va, y a otro: Ven, y viene, y a mi
criado: Haz esto, y lo hace.
El centurión cree que Jesús está en relación especial con Dios; él, pagano impuro y
pecador, se tiene por indigno de hallarse en presencia de Jesús. Con parecida emoción
ante la santidad de Dios que se manifiesta en Jesús, no podía soportar Pedro la presencia
de Jesús. Al dirigirse uno al Dios santo, siente su propia falta de santidad. Esto es fruto del
retorno a Dios y de la penitencia, camino de la salvación. «Convertíos; el reino de Dios está
cerca.
Los ancianos de los judíos consideraban necesaria la presencia de Jesús para la
curación del enfermo. En cambio, el centurión atribuye eficacia a la sola palabra de Jesús.
Por su experiencia del mundo militar la considera como orden de mando y acto de
autoridad. Tal palabra causa lo que expresa. Independientemente de la presencia del que
la profiere hace llegar a todas partes el poder salvador. Con esta palabra basta para que se
expulsen los poderes malignos y se reciba la salvación. La palabra, sin embargo, no está
desligada de la actividad general de Cristo. En ella se presenta la palabra y la obra de
Jesús.
La palabra de Dios nos capacita para experimentar, percibir y recibir la revelación de
Dios y su acción salvadora en Jesús. La palabra no es sólo una parte de su acción, sino el
fundamento que todo lo sostiene. Desde que fue exaltado Jesús, su palabra se extiende por
el mundo en la obra apostólica de la Iglesia; en ella obra el Espíritu Santo. Jesús está lejos
de nuestros ojos, pero su palabra está ahí, y en ella causa él nuestra salvación (Cf. Hch
26,18;10,36;1,8).
9 Cuando Jesús oyó estas palabras, quedó admirado de él, y
vuelto hacia la multitud que le seguía, dijo: Os digo que ni en Israel
encontré tanta fe. 10 Entonces los enviados volvieron a la casa y
encontraron al criado ya sano.
Ni en Israel... Estas palabras reproducen lo que escribe san Mateo: «Os lo aseguro: En
Israel, en nadie encontré una fe tan grande (Mt 8,10). Por su larga historia, por la ley y los
profetas estaba Israel preparado para la venida del Mesías; vino el Mesías, pero no halló
fe. El pagano cree, y halla lo que busca, y proporciona la curación a su criado. Las
bienaventuranzas del sermón de la montaña han descubierto la actitud fundamental del
hombre, que es necesaria para la salvación. ¿Qué es lo que se ha mostrado? Las
bienaventuranzas piden una actitud interior, del corazón, una apertura para con Dios, que
es posible a todos, sean judíos o gentiles. La palabra de Jesús tiene virtud para traer a
todos la salvación, con tal que se reciba con fe.
El criado enfermo queda curado y se ve salvado de la muerte, que sólo asoma al
principio y al fin de la narración, pero que está constantemente en el fondo del cuadro. Por
encima de los poderes malignos que empujan al enfermo a la muerte, está la misericordia
de su señor, el amor del centurión a Israel y a su Dios, la mediación del judaísmo, la fe
humilde del centurión, pero sobre todo la potente palabra de Jesús; la Iglesia, en la que
está encarnado lo que vive en el centurión. Con profundo sentido hace la Iglesia que se
recen las palabras del centurión cuando Jesús se acerca a los fieles en la eucaristía
trayendo su salvación.
(_MENSAJE/03-1.Págs. 189-202)
c) No juzguéis
(Lc/06/37-38)
37a No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis
condenados.
JUICIO/A: El comienzo del amor y de la misericordia con los hombres está en que no nos
constituyamos en sus jueces. El que investiga si el otro merece misericordia y amor, si es o
no «digno», peca ya contra el precepto del amor; en efecto, el amor da porque se
compadece de la necesidad del otro.
La función del juez se desarrolla en dos actos: en juzgar y en condenar. De uno y otro nos
disuade Jesús. Aquí no se trata del ejercicio de la potestad judicial en un complejo social,
sino de juzgar con el pensamiento y con palabras cuando no se ha recibido tal encargo. Las
palabras de Jesús no vedan el enjuiciamiento moral de la acción; lo que prohíben es que se
declare culpable al que ha puesto la acción.
Jesús formuló el imperativo de la misericordia y del amor al prójimo. «Amad a vuestros
enemigos.» «Sed misericordiosos.» De esto se pedirá cuenta en el juicio de Dios. El que se
constituye en juez de los otros, provoca el juicio de Dios sobre sí mismo. Mi comportamiento
con los otros será la norma del comportamiento de Dios conmigo.
37b Perdonad y seréis perdonados; 38a dad y se os dará; una
buena medida apretada, bien rellena, rebosante, echarán en vuestro
regazo.
La culpa y la transgresión que ha cometido el otro contra nosotros podría ser un
obstáculo para el amor y la misericordia. Jesús indica dos maneras de superar el obstáculo:
perdonar y dar. Cuando se perdona se derriban las barreras que se levantan entre el yo y
el tú. Cuando se da, se tienden puentes.
Una vez más se formula el imperativo bajo la amenaza del juicio. Y seréis
perdonados;... y se os dará. Dios adaptará su proceder judicial a nuestro
comportamiento. El resultado del juicio se pone en nuestras manos. «Perdónanos nuestros
pecados, pues también nosotros perdonamos a todo el que nos debe» (11,4).
Vendrá el día de la paga. Para el que haya dado será un día de abundantísima
recolección. Dios es como un labrador que asigna magnánimamente la paga a sus
trabajadores. Se medirá con la fanega. El labrador avaro llena la medida y pasa luego el
rasero por encima para no dar más de lo que se había ajustado. El labrador magnánimo
aprieta el trigo en la medida, la sacude, para que se llenen los huecos y se pueda echar
todavía más y hasta añade algo hasta que rebose la medida. Dios se asemeja al labrador
magnánimo. Es el más generoso pagador. Su recompensa no es el salario merecido, sino
regalo de su generosidad. La idea de recompensa o de salario no debe inducir a rebajar lo
infinito del amor de Dios. Lo que da Dios es infinitamente superior a la prestación.
«Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.»
38b Pues con la medida con que midáis seréis medidos.
Dios no tiene medida en dar, pero sólo da al que a su vez ha dado. Podemos también
decir que Dios perdona sin medida ni tasa, pero sólo al que a su vez ha perdonado.
Las palabras sobre el amor de los enemigos se pronuncian con vistas al juicio final. Pero
no rematan en la justicia vindicativa de Dios, sino en lo desmesurado de su bondad. Todas
las sentencias se pronuncian con el mismo ritmo, pero cuando se habla de dar, se encarece
la promesa: Y se os dará una medida colmada. Así el centro de gravedad se desplaza de la
severidad a la bondad de Dios, del juicio a la bendición, de la amenaza a la promesa, del
temor a la esperanza.
En la conclusión vuelve a insinuarse la amonestación: medida por medida. El que da
poco, recibirá poco; el que da con abundancia -todavía se percibe la imagen de la
magnanimidad divina-, recibirá con abundancia. La misericordia infinita de Dios en el juicio
no es una misericordia sin condiciones. El que dé y perdone a los hombres, recibirá
abundantemente el don y el perdón de Dios; el que no dé ni perdone a los hombres, no
puede esperar don ni perdón de Dios.
d) La verdadera religiosidad
(Lc/06/39-49).
39a Les propuso también una parábola.
Con esta breve observación se introduce una nueva sección del discurso. Parábola es el
título exacto, pues se refieren cinco breves parábolas. Con ellas se quiere hacer reflexionar.
A lo que ya se ha dicho -al discurso profético (6,20-26) y al de exhortación (6,27-38)- se
añade la predicación en parábolas. Los discípulos deben ser personas que aman, deben
vivir para los otros. En el sermón de la montaña de san Mateo se caracteriza la misión de
los discípulos con las imágenes: sal de la tierra, luz que ilumina a todos, ciudad sobre la
montaña (Mt 5,16).
Allí aparece como algo innatural y reprobable que no se brille delante de los hombres a
fin de que éstos vean las buenas obras y glorifiquen al Padre. También en el sermón de la
montaña del Evangelio de Lucas se presupone tal fuerza luminosa de la vida de los
discípulos. ¿Pero cómo han de estar pertrechados los discípulos para llevar a cabo esta
obra apostólica? Deben ser buenos maestros (6,39-42), el ser y la palabra deben ser uno
(6,43-45), la acción debe acompañar los sentimientos (6,46-49).
39b ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos
en el hoyo? 40 No hay discípulo que esté por encima del maestro;
pues el perfectamente instruido será, a lo más, como su maestro.
GUIAS-CIEGOS Las palabras de Jesús sobre el guía ciego iban dirigidas contra los
fariseos. Estos se presentaban como guías del pueblo en materia de religiosidad. Con
cuidado meticuloso estudiaban la ley y trataban de observarla. Sin embargo, eran guías
ciegos, pues estaban cerrados a la más grande revelación de Dios y se hacían inaccesibles
a la palabra de Dios proclamada por Jesús. Los discípulos de Jesús vienen ahora a ocupar
el puesto de estos guías ciegos. Las palabras de Jesús que se referían a los fariseos y a
los escribas, se aplican también a los discípulos, si ellos mismos son ciegos.
El discípulo de Jesús ha de ser consciente de su responsabilidad. No puede ser ciego.
¿Cuándo, pues, no es ciego? Cuando está instruido como su maestro. El Maestro es
Jesús. Es un maestro que no es superado por ningún discípulo: maestro singular y único.
No hay discípulo que esté por encima del maestro. Este dicho se verifica en la
escuela de los doctores de la ley, puesto que el maestro transmite lo que ha recibido, y el
discípulo no tiene nada que hacer sino aceptar lo transmitido. El discípulo de Jesús
transmite lo que ha recibido de Jesús. ¿Cómo estaría a la altura de la responsabilidad que
tiene de los otros si no estuviera armado con la palabra de Jesús, si no se la hubiera
apropiado?
41 ¿Por qué te pones a mirar la paja en el ojo de tu hermano, y no
te fijas en la viga que en tu propio ojo tienes? 42 ¿Cómo puedes
decirle a tu hermano: Hermano, déjame que te saque la paja del ojo,
cuando tú mismo no ves la viga que tienes en el tuyo. ¡Hipócrita
Sácate primero la viga del ojo, y entonces verás claro para sacar la
paja del ojo de tu hermano.
PAJA-VIGA Para ser fiel a su misión debe el discípulo corregir a los que yerran y faltan,
y ayudarlos a despojarse de sus faltas. Las palabras de Jesús presuponen la solicitud por
los hermanos, por los que tienen la misma fe. San Mateo, al hablar del orden en la Iglesia,
nos conservó unas palabras que prevén el proceso de tal corrección fraterna: «Si tu
hermano comete un pecado, ve y repréndelo a solas tú con él...» (Mt 18, 15ss). La
corrección entraña peligro. Un peligro es el de medir con una falsa medida. El amor propio
desfigura la verdad. La imagen de la paja y la viga es un cuadro de vivos colores. Las más
pequeñas faltas del otro se ven aumentadas, las mayores faltas propias se disminuyen.
Sólo puede haber corrección cuando uno renuncia a tenerse por justo y a querer
imponerse.
El segundo peligro de la corrección está en la hipocresía. El que corrige al otro da a
entender con ello que quiere vencer el mal en el mundo. Pero si ni siquiera lo vence en sí
mismo, entonces surge una lamentable discrepancia entre el interior y el exterior. Se
emprende la lucha contra lo malo en el otro. Pero, ¿y en uno mismo? Sácate primero la viga
del ojo. Comienza primero la corrección por ti mismo, con lo cual se sientan las bases para
la corrección del otro.
En el discípulo de Jesús ha comenzado a influir el reino de Dios. Pero esto presupone
conversión y arrepentimiento. El arrepentimiento reconoce la propia culpa y el propio
pecado, comienza por condenar las deficiencias del propio corazón; así puede uno
acercarse al hermano con paciencia, con perdón y generosidad.
43 Porque no hay árbol bueno que dé fruto podrido; ni tampoco
árbol podrido que dé fruto bueno. 44 Cada árbol se conoce por su
fruto; pues de los espinos no se cosechan higos, ni se vendimian
uvas de un zarzal.
El peligro de la hipocresía sólo se vence si hay armonía entre los sentimientos interiores
y la acción exterior. Las manifestaciones externas, las obras y las palabras, son buenas
cuando es bueno el fondo interior del que provienen. Para los fariseos y los escribas es
buena una acción si está en consonancia con la ley; Jesús, en cambio, la llama buena si
procede de un interior bueno. El corazón, sede de los pensamientos, de los deseos y
sentimientos, es la fuente de los buenos y malos pensamientos, palabras y obras, es el
centro de la decisión moral. «De lo interior, del corazón de los hombres, proceden las malas
intenciones, fornicaciones, robos, homicidios...» (Mc 7, 21ss). Ahora bien, ¿cuándo es
bueno el corazón?
Las palabras y las acciones que proceden del hombre dan a conocer cuál es su estado
interior. Descubren el corazón del hombre, como los frutos dan a conocer la naturaleza y la
calidad de un árbol. Los espinos no producen higos...
45 El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno,
y el malo, de su mal tesoro saca lo malo. Pues del rebosar del
corazón habla su boca.
COR/TESORO Aquí cambia la imagen. El corazón, sede de las decisiones morales y
religiosas del hombre, se puede comparar con un tesoro. Del núcleo de la personalidad,
sede de las decisiones morales y religiosas depende que las palabras y las acciones sean
buenas o malas, de que el hombre mismo sea bueno o malo. El discípulo de Jesús, que ha
de ser luz para los otros, debe poseer un corazón al que rebose todo bien. Este rebosar se
muestra en palabras y acciones. El buen orden de la conciencia es prerrequisito del
cristiano apostólico.
Ahora bien, ¿cuándo es el corazón un arca, un tesoro que sólo contiene bien y del que
sólo sale bien? ¿Cuándo es bueno el interior del hombre? ¿Cuándo está en orden su
conciencia? Según el Evangelio, no por el mero hecho de manifestar el hombre su ser
natural. Sólo cuando el hombre está completamente transformado por Jesús, el Maestro, es
también bueno su corazón. Cuando la palabra de Jesús es asimilada por este corazón,
cuando se han posesionado de él el reino de Dios y su justicia, entonces es el corazón un
arca de la que rebosa el bien. Una vez más se formula como imperativo fundamental de
Jesús el arrepentimiento, el retorno a Dios. El hombre bueno es el que mediante la
conversión se pone en la debida relación con Dios. No es el arrepentimiento en cuanto tal
el que hace al hombre interiormente bueno, sino Dios y su reino; sólo que el reino de Dios
presupone que se retorne a Dios, que se aparte uno de la culpa, que se haga pequeño.
46 ¿Por qué me llamáis: ¡Señor, Señor!, y no hacéis lo que os
digo?
Jesús hace el mayor hincapié en la intención con que se ha de producir la acción. Pero
esto no quiere decir que no dé importancia a la acción exterior. Exige la acción como fruto
de la intención.
Los discípulos lo invocan como Señor. Así llamaban a sus maestros los discípulos de los
doctores de la ley. Para los discípulos que le seguían era Jesús el rabí, el maestro y doctor.
Pero no es su Señor sólo en este sentido; para ellos es más. Por él habla Dios. El pueblo
decía: «Un gran profeta ha surgido entre nosotros» (7,16). Después de pascua predicó
Pedro: «Dios ha hecho Señor y Mesías a este Jesús a quien vosotros crucificasteis» (Act
2,36). «Señor» expresa lo más alto y más elevado en cuanto a dignidad. Quien leía la
traducción griega del Antiguo Testamento hallaba el nombre de Dios, Yahveh, traducido por
«Señor». Todo esto está implícito cuando se dice: ¡Señor, Señor! El Señor es el que
pronuncia las palabras del sermón de la montaña.
El Señor tiene derecho de libre disposición, él manda, es juez. Su palabra tiene fuerza de
ley divina. Ahora bien, sería la mayor contradicción llamar a Jesús Señor, reconocer su
palabra y su voluntad y, sin embargo, no hacer nada. La pregunta de Jesús quiere
despertar al oyente y hacerle reflexionar.
47 Os voy a decir a quién se parece todo el que viene a mí y oye
mis palabras y las pone en práctica. 48 Se parece a un hombre que,
al ponerse a construir una casa, cavó y ahondó, y puso los cimientos
sobre la roca; cuando llegó la crecida, el torrente se precipitó contra
aquella casa, pero no pudo derribarla, por estar bien construida. 49
En cambio, el que oye pero no practica, se parece a un hombre que
se puso a construir una casa a flor de tierra, sin cimientos; cuando el
torrente se precipitó contra ella, en seguida se derrumbó, y el
desastre de aquella casa fue completo.
ROCA/ARENA Para ser discípulo de veras, que es lo que conduce a la salvación, es
necesario ir a Jesús, reconocer que es él quien decide y ser el discípulo que oye sus
palabras, las acepta y las pone en práctica. En la vida de la Iglesia después de la exaltación
de Cristo quiere esto decir: ser uno con Cristo sacramentalmente, aceptar con fe la palabra
de Cristo, que pervive en la Iglesia, y vivir del sacramento y de la palabra.
Las dos parábolas las coloreó san Lucas conforme a la mentalidad de los griegos.
Describió la construcción de manera diferente que san Mateo (Mt 7,24-27), que se limita a
decir: «Construyó su casa sobre la roca»; «construyó su casa sobre la arena». Según san
Lucas se cava cuidadosa y laboriosamente para echar los cimientos, o bien no se cava en
absoluto y se construye la casa sobre la tierra, sin cimientos. La irrupción de la catástrofe
es en Mateo auténticamente palestina: «Cayó la lluvia, se precipitaron los torrentes,
soplaron los vientos y batieron contra la casa aquella.» Lucas, en cambio, dice: «Cuando el
torrente se precipitó...» También la palabra de Dios continúa encarnándose en la tradición;
se amolda a los hombres, desciende a los hombres, para penetrar completamente en ellos
y en el mundo en que viven.
Las parábolas y las palabras que las preceden no dejan la menor duda de que el sermón
de la montaña debe ponerse en práctica. La salud o la perdición depende de que se
practiquen o no las palabras de este discurso. Las palabras finales: El desastre de
aquella casa fue completo, van más allá de la imagen para pasar a la realidad. El que
oye las palabras, pero no las practica sufre gran catástrofe en el juicio final.
Atendiendo a estas palabras ¿habremos de decir que el sermón de la montaña sólo trata
de hacernos comprender que somos pecadores perdidos? Cierto que se trata de esto, pero
no sólo de esto. ¿Trataba sólo de trazar la imagen del hombre que ha experimentado el
nuevo nacimiento del mundo porque se ha realizado plenamente el reinado de Dios? En el
sermón de la montaña se tiene sin duda presente el reino de Dios. Comienza, en efecto,
con la promesa de este reino y termina con el juicio. Las exigencias del sermón de la
montaña (el hombre del amor, el hijo del Altísimo...) se realizarán plenamente cuando se
realice plenamente el reino de Dios. Pero el sermón de la montaña se proclama como
condición de la entrada en el reino de Dios. Con la venida de Jesús se ha iniciado en el
mundo el reino de Dios, y el que va a Jesús, oye su palabra y la practica, tiene también
participación en sus fuerzas. El que dice a Jesús: «¡Señor, Señor!», está bajo el reinado del
Señor. pero no por ello se le dispensa de obrar.
La constante actitud de retorno a Dios pone los cimientos para una vida regida por las
palabras del sermón de la montaña. Preserva de la hipocresía, que pone simplemente las
palabras en la boca, pero no las realiza en uno mismo, crea el buen corazón del que
pueden proceder las buenas obras, y mueve a poner en juego todas las fuerzas para
cumplir la voluntad de Dios descubierta en la palabra. En un corazón abierto mediante la
conversión a Dios hay lugar para el reino de Dios, se despliega el amor, mediante el cual el
hombre vive para Dios y para los semejantes. La misericordia de Dios que se revela en su
reino, penetra a este hombre, que así viene a ser hijo del Altísimo.
2. LA ACCIÓN SALVADORA DE DlOS (7,1-8,3).
En el sermón de la montaña ha hablado Jesús como maestro que enseña con autoridad y
poder; ahora se nos muestra como salvador poderoso. Su poder de sanar y de salvar tiene
una amplitud ilimitada: otorga su favor a un pagano (7,1-10), resucita a un muerto (7,11-17),
se revela como el salvador prometido de los enfermos y de los pecadores (7,18-35) y
perdona a la pecadora (7,36-SO). El resultado de su actividad se muestra de nuevo en los
discípulos (8,1-3).
a) Curación del criado del centurión
(Lc/07/01-10)
CENTURION-CRIADO
1 Después de terminar todos sus discursos ante el pueblo, entró en
Cafarnaúm. 2 Un centurión tenia enfermo y a punto de morir un
criado al que estimaba mucho. 3 Cuando oyó hablar de Jesús, le
envió unos ancianos de los judíos, para rogarle que viniera a salvar a
su criado. 4 Al llegar éstos ante Jesús, le suplicaban con mucho
interés, diciendo: Merece de verdad que le hagas este favor: 5
porque ama a nuestro pueblo, y él nos ha edificado la sinagoga.
Cafarnaúm, como ciudad fronteriza que era, tenía puesto de aduanas (Mc 2,13s) y
guarnición. Herodes Antipas, al igual que su padre, tiene en su ejército de mercenarios
gentes de todo el mundo: sirios, tracios, germanos, galos. El centurión era pagano. Cuando
enferma de muerte su criado, hace todo lo que está en su mano para curarlo. Siendo
pagano, se cree indigno de presentar personalmente su petición a Jesús y por esto le envía
como mediadores a unos ancianos de los judíos. Con humildad reconoce la disposición de
Dios, según la cual la salud debe llegar a los gentiles a través de los judíos. Su compasión,
su humildad y su obediencia lo predisponen para recibir el mensaje salvífico de Cristo.
EI centurión era uno de aquellos paganos a los que ya no satisfacían los mitos
politeístas, cuya hambre religiosa no se saciaba con la sabiduría de los filósofos y que, por
consiguiente, simpatizaban con el monoteísmo judaico y con la moral que de él derivaba.
Era temeroso de Dios, profesaba la fe en el Dios único, tomaba parte en el culto judío, pero
todavía no había pasado definitivamente al judaísmo. Buscaba la salvación de Dios. Su fe
en el Dios único, su amor y su temor de Dios lo manifestaba en el amor al pueblo de Dios y
en la solicitud por la sinagoga, que él mismo había edificado. Sus sentimientos se
expresaban en obras.
Los ancianos de los judíos, miembros dirigentes de la comunidad, ven en Jesús a un
hombre por el que Dios hace favores a su pueblo. Están convencidos de que Dios sólo
otorga tales favores a su pueblo, pero esperan que haga una excepción con el centurión
por los méritos que se ha granjeado con el pueblo de Dios, y que se muestre también
clemente con el pagano. Sin embargo, estiman que la pertenencia a Israel es condición
necesaria para la salvación (Act 15,5). Las condiciones para entrar en el reino de Dios y
para la salvación están formuladas en las bienaventuranzas. Bienaventurados los pobres,
los que tienen hambre, los que lloran... Ni una palabra sobre la pertenencia a Israel y a la
sinagoga. Jesús es profeta para todos, también para los paganos, como Elías y Eliseo.
6 Entonces Jesús se fue con ellos. Pero, cuando estaba ya cerca
de la casa, el centurión le mandó unos amigos para decirle: Señor,
no te molestes; porque yo no soy digno de que entres bajo mi techo;
7 por eso yo mismo tampoco me sentí digno de presentarme ante ti.
Pero dilo de palabra, y que mi criado se cure. 8 Porque también yo,
aunque no soy más que un subalterno, tengo soldados bajo mis
órdenes, y le digo a uno: Ve, y va, y a otro: Ven, y viene, y a mi
criado: Haz esto, y lo hace.
El centurión cree que Jesús está en relación especial con Dios; él, pagano impuro y
pecador, se tiene por indigno de hallarse en presencia de Jesús. Con parecida emoción
ante la santidad de Dios que se manifiesta en Jesús, no podía soportar Pedro la presencia
de Jesús. Al dirigirse uno al Dios santo, siente su propia falta de santidad. Esto es fruto del
retorno a Dios y de la penitencia, camino de la salvación. «Convertíos; el reino de Dios está
cerca.
Los ancianos de los judíos consideraban necesaria la presencia de Jesús para la
curación del enfermo. En cambio, el centurión atribuye eficacia a la sola palabra de Jesús.
Por su experiencia del mundo militar la considera como orden de mando y acto de
autoridad. Tal palabra causa lo que expresa. Independientemente de la presencia del que
la profiere hace llegar a todas partes el poder salvador. Con esta palabra basta para que se
expulsen los poderes malignos y se reciba la salvación. La palabra, sin embargo, no está
desligada de la actividad general de Cristo. En ella se presenta la palabra y la obra de
Jesús.
La palabra de Dios nos capacita para experimentar, percibir y recibir la revelación de
Dios y su acción salvadora en Jesús. La palabra no es sólo una parte de su acción, sino el
fundamento que todo lo sostiene. Desde que fue exaltado Jesús, su palabra se extiende por
el mundo en la obra apostólica de la Iglesia; en ella obra el Espíritu Santo. Jesús está lejos
de nuestros ojos, pero su palabra está ahí, y en ella causa él nuestra salvación (Cf. Hch
26,18;10,36;1,8).
9 Cuando Jesús oyó estas palabras, quedó admirado de él, y
vuelto hacia la multitud que le seguía, dijo: Os digo que ni en Israel
encontré tanta fe. 10 Entonces los enviados volvieron a la casa y
encontraron al criado ya sano.
Ni en Israel... Estas palabras reproducen lo que escribe san Mateo: «Os lo aseguro: En
Israel, en nadie encontré una fe tan grande (Mt 8,10). Por su larga historia, por la ley y los
profetas estaba Israel preparado para la venida del Mesías; vino el Mesías, pero no halló
fe. El pagano cree, y halla lo que busca, y proporciona la curación a su criado. Las
bienaventuranzas del sermón de la montaña han descubierto la actitud fundamental del
hombre, que es necesaria para la salvación. ¿Qué es lo que se ha mostrado? Las
bienaventuranzas piden una actitud interior, del corazón, una apertura para con Dios, que
es posible a todos, sean judíos o gentiles. La palabra de Jesús tiene virtud para traer a
todos la salvación, con tal que se reciba con fe.
El criado enfermo queda curado y se ve salvado de la muerte, que sólo asoma al
principio y al fin de la narración, pero que está constantemente en el fondo del cuadro. Por
encima de los poderes malignos que empujan al enfermo a la muerte, está la misericordia
de su señor, el amor del centurión a Israel y a su Dios, la mediación del judaísmo, la fe
humilde del centurión, pero sobre todo la potente palabra de Jesús; la Iglesia, en la que
está encarnado lo que vive en el centurión. Con profundo sentido hace la Iglesia que se
recen las palabras del centurión cuando Jesús se acerca a los fieles en la eucaristía
trayendo su salvación.
(_MENSAJE/03-1.Págs. 189-202)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 15
b) Resurrección del hijo de la viuda de Naím
(Lc/07/11-17)
11 A continuación se fue a una ciudad llamada Naím, y con él iban
sus discípulos y una gran multitud. 12 Cuando se acercó a la puerta de
la ciudad, se encontró con que llevaban a enterrar un muerto, hijo
único de su madre, que era viuda, y bastante gente de la ciudad la
acompañaba.
Naím estaba situada en el camino que partiendo del lago de Genesaret y pasando al pie
del Tabor por la llanura de Esdrelón, conducía a Samaría. Naím era sólo una pequeña
aldea, aunque Lucas habla de una ciudad. A la entrada de la ciudad se encuentran dos
comitivas, la que va encabezada por el dispensador de vida, y la comitiva que va precedida
de la muerte. En un sermón después de pentecostés pronunció san Pedro estas palabras:
«Vosotros, pues, negasteis al santo y al justo, y pedisteis que se os hiciera gracia de un
asesino (Barrabás) al paso que disteis muerte al autor de la vida, a quien Dios resucitó de
entre los muertos» (Act 3,14s).
El difunto era hijo único de su madre, la cual era viuda. E1 marido y el hijo habían muerto
prematuramente, y la muerte prematura era considerada como castigo por el pecado. El hijo
facilitaba la vida a la madre. En él tenía protección legal, sustento, consuelo. La magnitud
de la desgracia halla misericordia en la gran multitud de la ciudad que la acompañaba.
Podían consolarla, pero nadie podía socorrerla.
13 Al verla el Señor, sintió compasión de ella y le dijo: No llores
más. 14 Y llegándose al féretro, lo tocó; los que lo llevaban, se
pararon. Entonces dijo: ¡Joven! Yo te lo mando: levántate. 15 Y el
difunto se incorporó y comenzó a hablar, y Jesús lo entregó a su
madre.
Jesús se sintió lleno de compasión. Él mismo predica y trae la misericordia de Dios con
los que se lamentan y lloran. Dios toma posesión de su reino mediante su misericordia con
los oprimidos.
El cadáver yace en el féretro, envuelta en un lienzo. El gesto de tocar el féretro, como
escribe Lucas conforme a la concepción griega, es para los que lo llevan una señal para
que se paren. Jesús llama al joven difunto, como si todavía viviera. Su llamada infunde
vida. «Dios da vida a los muertos, y a la misma nada llama a la existencia» (Rom 4,17). Con
su palabra poderosa es Jesús «autor de la vida» (Act 3,15).
El joven vive, se incorpora y comienza a hablar. Jesús lo entrega a su madre. La
resurrección de los muertos es prueba de su poder y de su misericordia. El poder está al
servicio de la misericordia. Poder y misericordia son signos del tiempo de salvación. Por
sus entrañas misericordiosas visita Dios a su pueblo para iluminar a los que yacen en
tinieblas y sombras de muerte (1,78s).
Lo entregó a su madre. Así se dice también en el libro de los Reyes (IRe 17,23), que
cuenta cómo Elías resucitó al hijo difunto de la viuda de Sarepta. Jesús es profeta, como
Elías, pero aventaja a Elías. Jesús resucita a los muertos con su palabra poderosa; Elías
con oraciones y prolijos esfuerzos.
16 Todos quedaron sobrecogidos de temor y glorificaban a Dios,
diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros; Dios ha visitado
a su pueblo. 17 Y esta fama acerca de él se extendió por toda la
Judea y por toda la región cercana.
En Jesús se hizo patente el poder de Dios. La manifestación de Dios suscita temor. El
temor y asombro por la acción poderosa de Dios es comienzo de la glorificaci6n de Dios.
La glorificación de Dios por los testigos proclama dos acontecimientos salvíficos: a) ha
surgido un gran profeta. Dios interviene decisivamente en la historia; Jesús es, en efecto,
un gran profeta. b) Dios ha visitado benignamente a su pueblo. Ahora se realiza lo que
había anunciado proféticamente en su himno el padre del Bautista: «Bendito el Señor, Dios
de Israel, porque ha venido a ver a su pueblo y a traerle el rescate, y nos ha suscitado una
fuerza salvadora en la casa de David, su siervo» (1,68s). La fama de Jesús se extendió por
toda Palestina y por la región circunvecina. El que ha escuchado la palabra de Dios la
propaga. La palabra acerca de Jesús tiende a llenar el mundo.
c) Mensaje del Bautista a Jesús
(Lc/07/18-35)
Lucas reúne tres fragmentos de tradición para representar la grandeza de Jesús
mediante la grandeza del Bautista. El Bautista pregunta por la misión de Jesús (7,18-23),
Jesús se pronuncia sobre la misión del Bautista y con ello sobre su propia misión (7,24-30),
y habla de la actitud del pueblo frente al Bautista y frente a él mismo (7,31-35).
18 Llevaron a Juan sus discípulos la noticia de todas estas cosas.
Entonces Juan llamó a dos de ellos 19 y los envió a preguntar al
Señor: ¿Eres tú el que tiene que venir, o hemos de esperar a otro? 20
Llegándose a él aquellos hombres, le dijeron: Juan el Bautista nos ha
enviado a ti para preguntarte: ¿Eres tú el que tiene que venir, o
hemos de esperar a otro? Juan está en la cárcel. Por sus discípulos
le llega la noticia de las poderosas obras y de la predicación de
Jesús. Estas noticias inducen a Juan a enviar a dos de sus discípulos
al Señor para preguntarle si es o no el Mesías.
¿Quién es Jesús? Lucas, y sólo Lucas en este lugar, escribe: Los envió
a preguntar al Señor. Aquí se expresa toda la fe de la primitiva Iglesia acerca de Jesús. La
profesión de fe dice, en efecto: «Jesucristo es Señor» (Flp 2,11). Como tal lo constituyó
Dios después que llevó a término su obra en la tierra, después que padeció y murió, y
después que Dios lo resucitó y lo exaltó. A este conocimiento conduce el largo camino que
va desde la predicación del Bautista hasta la resurrección y el envío del Espíritu Santo.
Ahora bien, este Señor nos dice dónde termina y dónde debe terminar este camino.
Por el que tiene que venir entendía el Bautista una figura mesiánica, no a Dios mismo, y
designa a Jesús como el que ha de venir. «Viene el que es más poderoso que yo» (3,16).
«En medio de vosotros hay uno al que no conocéis, el que viene detrás de mí» (Jn 1,26s).
«Un poco, un poco nada más, y el que ha de venir vendrá, y no tardará» (Heb 10,37). El
Bautista describió a este que ha de venir como juez, que tiene ya el bieldo en la mano, que
bautiza con fuego y espíritu, juzga y comunica nueva vida. ¿Qué ha sido de él? El Bautista
manda a preguntar: ¿Eres tú el que tiene que venir o hemos de esperar a otro? A Lucas le
interesa esta pregunta, no precisamente el estado de ánimo del Bautista que late en la
pregunta. ¿Quién es Jesús?
21 En aquel momento curó a muchos de sus enfermedades y
males, y de espíritus malignos, y a muchos ciegos les concedió la
gracia de ver. 22 Y respondiendo les dijo: Id a contar a Juan lo que
habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos
quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y se anuncia
la buena nueva a los pobres, 23 y bienaventurado aquel que en mi no
encuentre ocasión de tropiezo.
Hechos históricos y la palabra proféticamente divina dicen quién es Jesús. El tiempo de
la salud comienza a realizarse. Los enviados son testigos de las curaciones milagrosas que
lleva a cabo Jesús. Libra de muchas enfermedades, quita dolencias, que se conciben como
castigos de Dios (azotes), y salva de los malos espíritus. Se destaca expresamente la
curación de ciegos, pues éstos se consideraban muertos. Jesús aporta la transformación
de las cosas: libra de la enfermedad y de la miseria, trae reconciliación con Dios y
quebranta el dominio de los malos espíritus.
Lo que este acontecer significa en la historia de la salvación, lo dice el encargo que da
Jesús a los mensajeros; está expresado con palabras de la Escritura, tomadas de Isaías, el
profeta de la expectación de la salvación en tiempos de Jesús. «Entonces oirán los sordos
las palabras del libro, y los ciegos verán sin sombras ni tinieblas» (Is 29,18). «Entonces se
abrirán los ojos de los ciegos, se abrirán los oídos de los sordos. Entonces saltará el cojo
como un ciervo, y la lengua de los mudos cantará gozosa» (Is 35,5s). «El espíritu del Señor,
Yahveh, descansa sobre mí, pues Yahveh me ha ungido. Y me ha enviado para anunciar la
buena nueva a los pobres» (Is 61,1). Jesús actúa en vez de Dios en favor de los hombres.
No viene como soberano y juez, sino como siervo de Dios, que quita las enfermedades y la
culpa de los hombres; como mensajero de gozo, que anuncia a los pobres la buena nueva;
como sumo sacerdote, que reconcilia y une con Dios.
La manera de presentarse «el que tiene que venir» produce escándalo. Bienaventurado
aquel que en mí no encuentre ocasión de tropiezo. La idea del que había de venir, tal
como lo entreveían los discípulos de Juan, tal como lo concebían los fariseos, debe
comprobarse mediante la comparación con los hechos que pone Dios, y mediante la
palabra que profiere Dios por los profetas. Bienaventurado aquel que no se cierra a la
acción de Dios en Jesús, aunque ésta no responda a la idea que uno mismo se ha
formado.
24 Cuando los enviados de Juan se fueron, comenzó él a hablar de
Juan a la gente: ¿Qué salisteis a ver en el desierto: una caña agitada
por el viento? 25 Si no, ¿qué salisteis a ver: un hombre vestido con
ropajes refinados? Bien sabéis que los que visten suntuosamente y
viven con lujo habitan en los palacios reales. 26 Pues entonces,
¿qué salisteis a ver: a un profeta? Pues sí, yo os lo digo y mucho
más que a un profeta.
Con una manera de hablar popular, gráfica y sin artificio, con preguntas insistentes invita
Jesús a su auditorio a entrar dentro de sí y a reflexionar sobre la misión del Bautista. El que
la comprende, llega también a comprender lo que significa el modo de presentarse Jesús.
¿Quién es Juan? ¿Por qué acudían a él las multitudes al desierto? ¿Qué es lo que ha
dado lugar a este movimiento? ¿No irán a ver las cañas del Jordán... ni a un hombre que se
pliega y se adapta a todo viento como una caña? Juan era un hombre valiente y firme y
decía delante de grandes y pequeños lo que le ordenaba su misión. ¿Era esa firmeza de
carácter lo que arrastraba a las multitudes hacia él?
¿O era acaso el espectáculo de un príncipe fastuoso lo que llevaba a las gentes al
desierto? Para esto no hacía falta ir al desierto; más bien había que ir a ver las cortes de
los príncipes helenistas. Juan llevaba un vestido de pelo de camello con un ceñidor de
cuero a la cintura; su alimento consistía en langostas y miel silvestre (Mt 3,4s).
¿Quién es Juan? ¿Un asceta? ¿Un profeta? El pueblo ve en él un profeta que pregona la
voluntad de Dios (Mt 21,16). Todos tenían a Juan por profeta (Mc 11,32). Su padre
Zacarías predijo que sería profeta del Altísimo (1,76). Una comisión investigadora enviada
por el sanedrín le había dirigido esta pregunta: «Eres tú el profeta? (Jn 1,21). En su
predicación se repite la predicación de los profetas; Juan anuncia el castigo de Dios, exige
conversión radical y habla de la salud venidera. Como profeta se enfrenta con el señor de
la región (Mc 6,17ss) y procede como Samuel frente a Saúl (1S 15,10ss), como Natán
frente a David (2Sam 12), como Elías frente a Acaz (lRe 21,17ss). Jesús confirma esta
impresión: Sí, es un profeta. Pero con eso no está dicho todo. Consciente de su autoridad
dice Jesús: Yo os digo, mucho mas que un profeta. ¿Quién es Juan?
27 Éste es aquel de quien está escrito: He aquí que envío ante ti
mi mensajero, el cual preparará tu camino delante de ti. 28 Yo os
digo: entre los nacidos de mujer, no hay ninguno mayor que Juan; sin
embargo, el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él.
En Juan se cumple el oráculo del profeta Malaquías: «Pues he aquí que voy a enviar a mi
mensajero, que preparará el camino delante de mí.» Así dice el texto del profeta, pero la
tradición que acepta Lucas adapta el oráculo a la realización. Dios habla a otro, que es
enviado por él, que viene en nombre de Dios y aporta el tiempo final: Envío ante ti mi
mensajero. Juan es el preparador del camino del portador de la salvación de los últimos
tiempos, preparador enviado por Dios. Cierra la serie de los profetas y los supera. Es el
profeta que está situado en el alborear del tiempo mesiánico.
Con conocimiento y autoridad lo llama Jesús el más grande de los hombres. Ve la
grandeza de un hombre en su servicio a la causa de la salvación. Juan prepara la venida
del portador de ella. El relato de la infancia de Juan hablaba ya de esta grandeza: Juan fue
anunciado por el ángel, su nacimiento estuvo rodeado de gozo por la salvación, desde un
principio posee el Espíritu y está consagrado a Dios, sobrepuja a Samuel y viene como otro
Elías. Descuella por encima de todos los hombres, incluso por encima de todas las grandes
figuras de la historia de la salvación.
Sin embargo, la grandeza de Juan tiene sus límites. El más pequeño en el reino de
Dios es mayor que él. El más pequeño es Jesús. Jesús sirve a todos los hombres, se
hace pequeño ante Juan al hacerse bautizar por él, no se presenta como soberano, sino
como humilde siervo de Dios. A juicio de algunos discípulos de Juan, era él el menor en
comparación con Juan. Él aporta el reino de Dios. Con él alborea el tiempo de la realización
y se cierra el tiempo de las esperanzas, en el que todavía vivía Juan. En el
empequeñecimiento es Jesús el más grande. El reino de Dios alborea en los pequeños (*)
...............
* Del 28 se dan diferentes explicaciones. La que hemos dado se halla ya en los padres de la
Iglesia y hoy
vuelve a sostenerse. La otra explicación dice: el más pequeño es un discípulo de Jesús que tiene
participación en el reino de Dios. Éste es mayor que Juan, porque vive ya en el tiempo en que
se inaugura
el reino de Dios, mientras que Juan pertenece todavía al tiempo de la espera.
...............
29 Y al oírlo todo el pueblo, incluso los publicanos reconocieron
los designios de Dios y recibieron el bautismo de Juan. 30 Pero los
fariseos y los doctores de la ley frustraron el plan de Dios respecto
de ellos mismos y no recibieron el bautismo de aquél.
Mediante el bautismo de conversión para el perdón de los pecados prepara Juan el
camino al que tiene que venir. Dios mismo es quien establece el bautismo de penitencia
como camino de salvación para todos. Todo el pueblo lo necesita, y a todo el pueblo se
ofrece.
El pueblo, que era despreciado por los fariseos y los escribas por su ignorancia de la ley,
y los publicanos, que pasaban por pecadores y eran despreciados como parias, daban
razón a Dios y se plegaban a su designio salvífico, se convertían, hacían penitencia e iban
a bautizarse. En cambio, los fariseos y los escribas rechazaban el bautismo de Juan, y así
dejaban sin vigor para ellos el designio salvífico de Dios. Los sin ley y los pecadores
aceptan la oferta de Dios para la conversión, los fariseos y los escribas la recusan. Los que
son segregados por los fariseos son acogidos en la comunidad de salvación; los que se
apartan de los otros considerándose ellos mismos como comunidad de salvación,
desprecian la acogida en la verdadera comunidad mediante la penitencia. La oferta de
salvación que se extiende a todos exige la conversión de todos. El camino lo fija para todos
el designio de Dios, nadie puede fijárselo por su propia cuenta. Juan, con su actividad,
aporta división y juicio; con esto anuncia también la acción de Jesús.
31 ¿A quién, pues, compararé los hombres de esta generación, y a
quien se parecen? 32 Se parecen a los niños sentados en la plaza y
que gritan unos a otros aquello que dice: Os tocamos la flauta y no
habéis bailado; entonamos cantos lúgubres y no habéis llorado.
¿Por qué no se acepta el designio salvífico de Dios? ¿Por qué es rechazado Juan, y en
definitiva también Jesús? La razón de esto la pone al descubierto la parábola de los niños
caprichosos. Algunos niños juegan en la plaza de una ciudad. Los unos quieren jugar a
bodas, los otros a entierros. Los unos tocan la flauta e invitan a la danza; los otros entonan
cantos lúgubres, lloran y sollozan, pero los primeros persisten en querer jugar a bodas.
¿Quién puede aprobar tal terquedad? Así también los hombres quieren algo distinto de lo
fijado por el designio divino. El impedimento para recibir la salvación es el propio yo. La
conversión aparta al hombre de sí mismo y lo vuelve hacia Dios y su voluntad. El camino de
la salvación está en apartarse de sí y volverse a Dios.
33 Porque ha llegado Juan el Bautista, que ni come pan ni bebe
vino, y decís: ¡Está endemoniado! 34 Llegó el Hijo del hombre, que
come y que bebe, y decís: Éste es hombre comilón y bebedor, amigo
de publicanos y pecadores.
La caprichosa terquedad de los contemporáneos de Jesús se muestra en el juicio que
formulan sobre él y Juan. Al Bautista lo tienen por demasiado severo y lo creen loco. A
Jesús lo creen poco santo y lo tienen por un vividor sin religión, que traba amistad con
publicanos y pecadores. Lo llaman «comilón y bebedor», aunque Lucas usa unos términos
más suaves que los de Mateo (Mt 11,19). Juan se presenta como predicador de conversión
y de penitencia, Jesús como dispensador de la salvación para todos, y en particular para
los que pasaban por perdidos y no tenían esperanza alguna en Israel.
En uno y otro se revela el designio salvífico de Dios. Juan el Bautista, profeta de los
últimos tiempos, prepara el camino para el salvador. Jesús, en cambio, es el Hijo del
hombre, que trae los tiempos finales; porque Dios le ha dado todo poder, todo dominio,
dignidad y realeza, dominio imperecedero sobre todos los pueblos, razas y lenguas, realeza
que no será destruida (Dan 7,14).
35 Pero la sabiduría fue reconocida por todos sus hijos.
Por muy enigmáticos que puedan parecernos los caminos de Dios en la historia de la
salvación, no son arbitrarios, son sabiduría de Dios. Jesús vino de distinta manera de como
se lo imaginaban los discípulos de Juan, de como lo enseñaban los fariseos y los doctores
de la ley, de como lo esperaban los diferentes partidos en Israel. El Bautista vino de distinta
manera de como se figuraba Israel al preparador del camino de la salvación venidera;
porque no era Elías que volvía a aparecer, sino otro que se presentaba a la manera de
Elías. «Si así lo queréis», era Elías. La Iglesia es distinta de como quieren muchos; los
santos son distintos de como los hombres los imaginan.
La sabiduría de Dios en sus obras sólo la puede reconocer como sabiduría el que es hijo
de la sabiduría, que, por decirlo así, ha nacido de la sabiduría, el que es transformado y
penetrado por la sabiduría, el que piensa y juzga como la sabiduría.
Que el pueblo sencillo reconociera a Juan como precursor del Mesías y no se
escandalizara de Jesús, no es obra humana, sino don de Dios, comunicación de la
sabiduría por Dios. Por esto dice también Jesús dando gracias: «Te bendigo, Padre, ...
porque has ocultado estas cosas a sabios y entendidos, y las has revelado a la gente
sencilla» (10,21). La sabiduría humana no sirve para el conocimiento y la aceptación de los
planes salvíficos de Dios; es Dios mismo quien tiene que hacernos el don de su sabiduría y
de su revelación.
Las dos afirmaciones: Bienaventurado aquel que en mí no encuentre ocasión de
tropiezo, y: La sabiduría fue reconocida por todos sus hijos, se completan
mutuamente. El juicio puramente humano encuentra tropiezo en los designios salvíficos de
Dios; la sabiduría divina da la razón de ellos. El hombre que haya de reconocer en Juan y
en Jesús el comienzo de la salvación tiene necesidad de la sabiduría divina, tiene que
renunciar al pensar puramente humano. Tiene que dar marcha atrás, tiene que reformar su
modo de pensar, no debe tomarse a sí mismo por medida de las cosas, sino a Dios, tiene
que salir de sí mismo y dejarse iluminar por la palabra de Dios, despojarse de la sabiduría
humana y hacerse niño. Dios, en efecto, hace que se anuncie a los pobres la buena
nueva.
(Págs. 203-214)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 16
d) Conversión de la pecadora
(Lc/07/36-50)
Sólo Lucas refiere que Jesús se sentó a ]a mesa con fariseos. Le gusta de
hablar de conversaciones habidas a la mesa. Durante la comida se trata de lo que separa a
Jesús y a los fariseos: la actitud frente a los pecadores (7,36ss), las leyes de pureza
(11,39s), el reposo sabático (14,1ss). Las disputas se convierten en conversaciones
habidas junto a la mesa (14,7ss).
El clima es distinto que en Mateo, más griego, más humano, más estimulante.
36 Cierto fariseo lo invitó a comer con él. Entró, pues, Jesús en la
casa del fariseo y se puso a la mesa. 37 Y en esto, una mujer
pecadora que había en la ciudad, al saber que él estaba comiendo en
la casa del fariseo, Ilevó consigo un frasco de alabastro lleno de
perfume, 38 y poniéndose detrás de él, a sus pies, y llorando,
comenzó a bañárselos con lágrimas, y con sus propios cabellos se
los iba secando; luego los besaba y los ungía con el perfume.
Jesús se puso a la mesa. Estaba invitado a comer en casa de un fariseo. Aprovecha
también esta oportunidad para enseñar; Simón le da el nombre de maestro. Jesús procede
de distinta manera que el Bautista. Éste vive en el desierto, lejos de los hombres, como
asceta riguroso, quien quiera oírle, tiene que ir a buscarlo al desierto. Jesús despliega su
actividad en las ciudades, donde viven los hombres, en las casas, en invitaciones y fiestas.
Juan cita a los hombres a juicio, Jesús les trae la salvación.
La casa en que se celebraba un banquete estaba abierta aun a los no invitados. Podían
mirar, deleitarse con la vista del espectáculo, participar en las conversaciones de los
comensales. Así pudo entrar también la mujer que era conocida como pecadora en la
ciudad. Parece ser que era una meretriz (*).
La mujer muestra que profesa a Jesús una veneración sin límites. Llora profundamente
conmovida. Besar los pies era señal de la más humilde gratitud, como la que se tiene, por
ejemplo, a uno que salva la vida. La mujer se suelta los cabellos, aunque era ignominioso
para una mujer casada soltarse los cabellos delante de hombres. Con los cabellos
destrenzados seca los pies de Jesús. Se olvida de sí misma, no escatima nada y se entrega
totalmente al sentimiento de gratitud a Dios. ¿Por qué todo esto? Jesús va a aludir a los
antecedentes de esta conmoción interior.
...............
* «Pecadora» puede ser también una mujer que -ella o su marido- ejerce una profesión poco
honrosa, como
la de publicano, vendedor ambulante, curtidor, o que desprecia la ley. Sin embargo, sus
manifestaciones de
dolor hacen pensar más bien en una culpa muy personal.
...............
39 Viendo esto el fariseo que lo había invitado, se decía para sí: Si
éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es ésta que le
está tocando: ¡Es una pecadora! 40 Entonces tomó Jesús la palabra y
le dijo: Simón, tengo que decirte una cosa. Y él contestó: Pues
dímela, Maestro. 41 Cierto prestamista tenía dos deudores: el uno le
debía quinientos denarios, y el otro, cincuenta. 42 Como no podían
pagarle, a los dos les perdonó la deuda. ¿Cuál, pues, de ellos lo
amará más? 43 Simón le respondió: Supongo que aquel a quien más
perdonó. Entonces Jesús le dijo: Bien has juzgado.
Simón ha oído lo que el pueblo dice de Jesús, que es profeta. Ahora ha podido formarse
un juicio por sí mismo. Imposible que sea profeta, puesto que un profeta posee el don de
escudriñar los corazones de los hombres y no tiene trato con los pecadores. Juzga al
profeta según la doctrina de los fariseos, según su propia prudencia y sabiduría, no según
la sabiduría y los pensamientos de Dios.
Sin embargo, Jesús posee el conocimiento de los corazones propio de los profetas, pues
conoció los pensamientos de Simón. El que mantenga relaciones con los pecadores no se
opone a su proximidad con Dios. En efecto, el tiempo de salvación es tiempo de la buena
nueva para los pecadores, tiempo de perdón y de misericordia. Tenemos que remontarnos
a la palabra de Jesús, y por ella a los pensamientos de Dios, para enjuiciar los «dogmas»
que nos hemos fabricado nosotros mismos y conforme a los cuales queremos juzgarlo todo,
incluso los designios de Dios...
Simón desprecia a la mujer como pecadora y se constituye en su juez. ¿Qué pensar de
esto? Jesús es profeta y conoce los corazones de los hombres y el designio de Dios. La
parábola se aplica a la situación. Se compara la culpa o deuda del pecado con la deuda
pecuniaria. ¿Cuál de los dos a quienes se ha perdonado amará más al que ha perdonado?
Más obvio habría sido preguntar: ¿Cuál de los dos estará más agradecido? En arameo no
hay palabra especial para decir «agradecer». La gratitud se manifiesta en el deseo de dar
algo por lo que se ha recibido, en el amor. La pecadora a los pies de Jesús expresa gran
agradecimiento con sus demostraciones de amor.
P-CONCIENCIA/A-DEO ¿No debía Simón quedarse pensativo reflexionando sobre la
segunda parte de la parábola? Al que se han perdonado cinco denarios... Él también es
deudor. Pero no tiene conciencia de su deuda. Por eso ama poco. Aquí asoma el dicho del
sermón de la montaña acerca de la paja y la viga en el ojo.
44 Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: ¿Ves esta mujer?
Cuando entré en tu casa, no me diste agua para los pies: ella, en
cambio, me los ha bañado con lágrimas y me los ha secado con sus
cabellos. 45 No me diste un beso; ella, en cambio, desde que entré,
no ha cesado de besarme los pies. 46 No me ungiste la cabeza con
aceite; ella, en cambio, ha ungido mis pies con perfume. 47 Por lo
cual, yo te lo digo, le quedan perdonados sus pecados, sus muchos
pecados, porque ha amado mucho. Porque aquel a quien poco se le
perdona, es que ama poco.
Las miradas de Jesús se posan en la pecadora arrepentida. También Simón debe de
mirarla. Es un cuadro que va a sensibilizar la enseñanza. La mujer ama mucho. Todas las
demostraciones de hospitalidad: lavar los pies, besarlos, ungir la cabeza, todo esto lo ha
practicado ella en forma personal, con humildad y entrega: lava los pies con sus lágrimas y
sus cabellos, unge, con ungüento precioso que ella misma se había procurado, no la
cabeza, sino los pies; ha amado mucho, personalmente conmovida hasta lo más íntimo. ¿Y
el fariseo? Tú no me diste... No has cumplido conmigo ni siquiera los deberes normales de
la hospitalidad y de la cortesía. El amor de esta mujer, a la que se desprecia como
pecadora, es un amor que desborda de gratitud por la bondad desbordante de Dios. Se
deshace de sí, se olvida de sí, Dios lo es todo para ella.
Le quedan perdonados sus pecados, porque ha amado mucho. Es cierto que son
incompatibles el amor y el pecado. «El amor cubre multitud de pecados» (/1P/04/08).
«Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida, porque amamos a nuestros
hermanos» (IJn 3,14). «Al que me ama, mi Padre lo amará» (Jn 14,21). El amor borra los
pecados. A ella se le perdonan los pecados, los muchos pecados, porque ha amado
mucho.
Después de la parábola parecía que había de sacarse la conclusión: porque se le ha
perdonado mucho, por eso ha amado mucho. ¿Cómo se dice, pues: Quedan perdonados
sus pecados porque ha amado mucho? Los enigmas, las paradojas, hacen reflexionar. El
amor de la pecadora es, al mismo tiempo, motivo y consecuencia del perdón. Porque por
las palabras de Jesús ha comprendido que él anuncia con autoridad el perdón de los
pecados, por eso ama, y porque ama recibe el perdón. La palabra del perdón de los
pecados proferida por Jesús causa lo que expresa. Ahora bien, para ser palabra eficaz
debe al mismo tiempo infundir el amor, ya que sin amor no se perdonan los pecados. Este
amor que se infunde al pecador, hace que él ame, lo convierte en amante. El amor es la
nueva forma de su vida, y con ella se borra su pecado.
JUSTO/PERDON PERDON/JUSTO Aquel a quien poco se le perdona, es que ama
poco. ¿Hay, pues, que tener muchos pecados para que se perdone mucho y se ame
mucho? Esto se parecería a lo que se reprueba como absurdo en la carta a los Romanos:
«Permanezcamos en el pecado para que la gracia se multiplique» (se muestre en toda su
fuerza), Rom 6,1. Ni tampoco se quiere aludir al fariseo Simón; la frase es el reverso de la
precedente, que así queda más iluminada. El que se fía de su justicia y cree que no tiene,
o que apenas tiene necesidad de perdón, se halla en peligro. A este no le induce la
angustia de la culpa a acoger con ansia, con gozo y gratitud la buena nueva de la
misericordia de Dios; a este se le pasa muy fácilmente inadvertido el amor desbordante que
se manifiesta en el reino de Dios. Los pobres son llamados por Jesús bienaventurados, y
los ricos tienen que oir: ¡Ay de vosotros! Simón se halla en peligro si se tiene a sí mismo
por justo y, en cambio, desprecia a la pecadora. Su amor es pequeño, porque... él es
justo...
Jesús no borra la diferencia entre deuda grande y pequeña. Llama pecado al pecado.
Pero entabla su lucha contra el pecado de manera diferente que la de los fariseos. Éstos
excluyen a los pecadores del santo pueblo de Dios y se apartan de ellos; Jesús, en cambio,
anuncia y trae el perdón, hace a los pecadores santos y los introduce en el pueblo de Dios.
Esto se efectúa por cuanto él anuncia el amor, que es don y precepto a la vez: el amor a
Jesús y por él a Dios, como el que tiene la pecadora, el amor al hermano, como se insinúa
en la parábola del siervo despiadado al que se retira el perdón porque no perdona a su
hermano y no lo ama. El amor entraña perdón: el amor de Dios a los pecadores, el amor de
los pecadores a Dios y a los semejantes.
48 Luego dijo a ella: Perdonados te son tus pecados. 49 Y
comenzaron a decir entre sí los comensales: ¿Quién es éste, que
hasta perdona pecados? 50 Pero él dijo a la mujer: Tu fe te ha
salvado; vete en paz.
Jesús formula el perdón del pecado. El perdón se ha producido y permanece. Jesús lo
anuncia y lo efectúa. «El Hijo del hombre tiene poder para perdonar pecados» (5,24). Jesús
es maestro, profeta, y más que profeta. Dios mismo le ha conferido el poder de perdonar
pecados. ¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?
Lo que salvó a la mujer fue la fe. El perdón se promete al amor. «Mucho se le perdona,
porque ha amado mucho.» Ahora bien, la mujer alcanzó el amor porque oyó la palabra de
Jesús, se la aplicó a sí misma y la aceptó con fe. Fe y amor van de la mano. Pero una y
otro van dirigidos en primer lugar a Jesús. A nadie se le ha ocurrido jamás pensar en un
amor a Jesús que lo venere, le dé gracias y lo adore, y a la vez sea capaz de mantenerse
sin fe, en lugar de hacer creyente al hombre ante todo y sobre todo.
Jesús designa el perdón del pecado como salvación y paz. Jesús es el portador de la
salvación y de la paz. En esta sección del Evangelio hay dos mujeres profundamente
afligidas: la viuda de Naím y la pecadora. Las dos son libradas de su aflicción. Jesús es el
salvador de todo sufrimiento agobiante. El consuela a los que lloran, a la mujer que llora por
su hijo difunto, a la mujer que llora por su pecado. Jesús se muestra aquí el salvador de las
mujeres.
3. MUJERES QUE SERVÍAN A JESÚS
(Lc/08/01-03)
1 Posteriormente, él continuaba su camino por ciudades y aldeas,
predicando y anunciando en ellas el Evangelio del reino de Dios; con
él iban los doce.
Jesús es huésped y caminante infatigable. Pasa la vida por los caminos. Recorre las
grandes y pequeñas aglomeraciones, ciudad por ciudad, aldea por aldea. El Evangelio está
llamado a recorrer el mundo. Jesús va clamando la buena nueva, nueva de alegría y de
victoria, como heraldo y pregonero del reino de Dios que se aproxima. Sus actos están al
servicio del mensaje, y son signo y expresión del reino de Dios, que alborea.
En su camino le acompañan los doce. Están con él. La comunión con él les crea la base
para oír y para aprender, para predicar y actuar en el pueblo. Jesús con los doce forma el
núcleo del nuevo pueblo de Dios.
2 Y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus
malignos y de enfermedades: María, la llamada Magdalena, de la
cual habían salido siete demonios; 3 Juana, la mujer de Cuza;
administrador de Herodes; Susana y otras muchas, las cuales los
servían con sus propios bienes.
J/MUJER MUJER/J Entre los que seguían a Jesús se contaban también mujeres. Los
rabinos excluían a las mujeres del círculo de sus discípulos. No las juzgaban aptas para el
estudio de la ley. «EI que enseña a su hija la ley, le enseña el vicio.» El centro del círculo
que rodea a Jesús no lo ocupa la ley, sino él mismo, que vino para salvar a los pobres y
despreciados, a los parias y a los ignorantes de la ley. El séquito de las mujeres da
testimonio de la voluntad y la misión de Jesús, que pone al alcance de las mujeres la
doctrina y la salvación.
El grupo de las mujeres que seguían a Jesús se componía de algunas que habían sido
curadas de malos espíritus y de enfermedades, y de otras muchas. En el centro de la
narración hallamos tres nombres. María Magdalena, de la que habían salido muchos
demonios, Juana, la mujer de Cuza, administrador de Herodes, y Susana. Estas mujeres
son un eco del vasto influjo de la actividad de Jesús en Galilea. Se siente a Jesús como
salvador. No se habla de llamamiento de las mujeres a seguir a Jesús como discípulas. Las
mujeres no reciben encargo de enseñar y de desplegar actividad. Servían a Jesús y a los
doce con sus bienes. Con esto adquiere libertad de acción el núcleo del nuevo pueblo de
Dios, por el que la palabra fue llevada al mundo.
Estas mujeres, sirviendo con sus propios bienes proporcionaron gran ayuda no sólo para
el desarrollo de la palabra de Dios en tiempo de Jesús, sino también para la futura labor
misionera de la Iglesia. Lo que habían comenzado las mujeres galileas se continuó en la
propagación del mensaje de Jesús por el ancho mundo. Aquellas mujeres sirvieron de
ejemplo a otras numerosas que servían con sus bienes a los pregoneros de la palabra:
Lidia (Act 16,14), Príscila (Act 18,2), Síntique y Evodia (Flp 4,2), Cloe (lCor 1,11), Febe
(Rom 16,1s).
En Galilea reúne Jesús los testigos de su actividad. Le siguen en su predicación de una
parte a otra, y estarán junto a él al pie de la cruz (23,49). María de Magdala, Juana y otras
tendrán noticia de la resurrección por el mensaje de los ángeles y serán enviadas a los
apóstoles con este mensaje (24,10).
Por las ordenaciones del judaísmo de la época se echa de ver que la mujer no era
considerada como miembro de la comunidad; podía participar en el culto, pero no estaba
obligada a ello. El culto sólo tenia lugar cuando estaban presentes por lo menos diez
hombres, mientras que no se tenía en cuenta a las mujeres. Las mujeres galileas
pertenecen al núcleo primitivo de la Iglesia. Lucas dejó de ellas como un monumento
conmemorativo: «Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, con algunas mujeres,
con María, la madre de Jesús, y con los hermanos de éste» (Act 1,14).
III. MAS QUE PROFETA (8,4-9,17)
1. EN PALABRAS (8,4-21).
a) Parábola del sembrador
(Lc/08/04-15).
PARA/SEMBRADOR
Se pronuncia la parábola del sembrador (8,4-8), cuya interpretación es don de Dios
(8,9-lO), que se otorga en primer lugar a los discípulos (8,12-15). Según Marcos, la
parábola del sembrador inaugura la predicación en el lago. De ésta no dice nada Lucas. En
Marcos es el lago el centro de la actividad docente de Jesús; en Lucas sólo una vez
aparece Jesús en el lago. La exposición está puesta al servicio de una idea de la historia
de la salvación. Jesús actúa en el interior del país, en el estrecho ámbito de Palestina;
después de recibir el Espíritu Santo abandonarán los apóstoles aquella tierra y se harán a
la mar para llevar la palabra de Dios por el ancho mundo. El tiempo de Cristo en la historia
de la salvación está limitado a Palestina y al período del tiempo de Cristo mismo, mientras
que el tiempo de la Iglesia se extiende al mundo entero y dura hasta la segunda venida de
Cristo. No obstante, el tiempo de Cristo es el punto medio de los tiempos, es cumplimiento y
realización de lo antiguo y raíz y fundamento de lo venidero.
4 Reunida mucha gente, y los que iban acudiendo a él de cada
ciudad, les dijo mediante una parábola: 5 Salió el sembrador a
sembrar su semilla. Y según iba sembrando, parte de la semilla cayó
al borde del camino; fue pisoteada y los pájaros del cielo se la
comieron. 6 Otro poco cayó sobre la piedra; y, después de nacido, se
secó, por no tener humedad. 7 Otro poco cayó en medio de las
zarzas; y cuando las zarzas crecieron juntamente, la ahogaron. 8a Y
otro poco cayó en tierra buena; y, después de nacido, llegó a dar
fruto al ciento por uno.
En la parábola se tiene ante la vista un sembrador típico. Han pasado las lluvias de
otoño: es el período de mediados de noviembre a diciembre. El sembrador lleva la semilla
en un saco colgado del cuello o en el ruedo levantado de su túnica. Sale de casa y va al
campo, que está en barbecho y todavía no se ha arado. Allí paso a paso, según camina, va
lanzando a voleo los granos, con un amplio movimiento del brazo. Después de sembrar se
labra la tierra a fin de que quede envuelta por ella la semilla. Siembra el labrador su
simiente: trigo o cebada; en su simiente está encerrada parte del destino de su vida.
Las suertes de la semilla dependen del terreno. El campo está situado en terreno
montañoso sobre el lago de Genesaret. Por el campo en barbecho se han marcado
caminos. En algunos puntos escasamente cubre el mantillo las rocas calcáreas. Hay cardos
de la altura de una persona. Parte de la semilla cayó al borde del camino. El
sembrador no tiene que preocuparse de dónde cae la semilla, pues también el camino se
revolverá cuando se pase con el arado.
Lucas no se crió en Galilea. Por eso dice que la semilla fue pisoteada. A esto hay que
añadir los pájaros que se comieron parte de la semilla. El evangelista escribe en estilo
bíblico: las aves del cielo (Gén 1,26). Otro poco cayó sobre la piedra. La ligera capa de
mantillo que cubre escasamente las rocas se caldea pronto. La planta brota pujante, pero
no tarda en secarse por falta de humedad. Parte de la semilla cayó también en medio de las
zarzas. También éstos se revuelven después de la siembra. Sin embargo, al germinar el
trigo, crecen también con fuerza y lozanía los cardos y ahogan las tiernas plantas nacidas
de los granos.
Marcos habla de un rendimiento del treinta, sesenta y hasta del ciento por uno. Lucas se
contenta con dar un solo dato. Se atiene al más alto, desatendiendo la imagen en beneficio
de la realidad representada por ella. En efecto, en la tierra de montaña no se suele
cosechar más del siete por uno.
Lucas cambió más de una vez el texto de su fuente y con ello abandonó también el
terreno de la realidad palestina. Pensó que así podía hacer más accesible y comprensible
la parábola a sus destinatarios. Más que la fidelidad a la letra le interesa que se entienda la
verdad significada. Los Evangelios quieren ser, ante todo, proclamación de la fe a
determinadas personas en una situación determinada, y no sólo reproducción literal de lo
que se dijo y sucedió. Sin embargo, Lucas se limitó sólo a retocar un poco. El respeto a la
historia vedaba modificar notablemente el cuadro, pero la proclamación permitía lo que
aprovechaba al fruto del Evangelio. Lucas mira retrospectivamente al tiempo de Jesús, pero
el tiempo de Jesús ha de determinar el tiempo de la Iglesia. El evangelio tiene que tener
vida, no ha de ser algo abstracto y estereotipado.
8b Dicho esto, exclama: El que tenga oídos para oír, que oiga. 9
Entonces sus discípulos le preguntaron qué significaba esta
parábola. 10 Él les contestó: A vosotros se os ha concedido conocer
los misterios del reino de Dios; a los demás, en parábolas, para que
viendo, no vean, y oyendo, no entiendan.
Jesús invita a prestar atención, a recogerse para oír su palabras a reflexionar.
Exclamaba. Es mensajero y heraldo del tiempo de la decisión. Las muchedumbres están
todavía presentes. Los discípulos preguntan por el significado de la parábola. La situación
que pinta Marcos parece haberse abandonado deliberadamente. Los discípulos no están
solos con Jesús. Piden la explicación de la parábola para sí mismos y también para el
pueblo.
El reino de Dios es un misterio, es designio de Dios, que estaba oculto (Mt 13,35), pero
que se revela al final de los tiempos. Jesús trae el reino de Dios, por Jesús se hace
presente el misterio del reino de Dios, se inicia el tiempo de salvación. El que comprende
que Jesús es el portador del acontecimiento final, comprende también los misterios del
reino. Este conocimiento, esta comprensión no es fruto de la penetración personal, sino don
de Dios. A vosotros se os ha concedido... por Dios.
El conocimiento de que con Jesús se ha inaugurado el reino de Dios distingue de los
demás a los discípulos. A los discípulos se ha dado comprender las parábolas que hablan
del reino de Dios. Para los demás las parábolas veladas, de modo que viendo, no vean,
y oyendo, no entiendan. Las parábolas de Jesús dan cierto conocimiento general del
reino de Dios, aunque sin descubrir el misterio de que el reino ha llegado ya en Jesús. Se
ve algo, pero no se ve lo esencial, se oye algo, pero no se oye lo esencial. Lo esencial
consiste en reconocer que está ya presente el reino de Dios y que Jesús es el portador del
tiempo final.
PREDE/RD El profeta Isaías habló de que habrá quienes viendo no vean, y oyendo no
oigan. ¿Por qué conocen los discípulos los misterios del reino y por qué los otros no? El
evangelista no estudia psicología de la fe y de la incredulidad, sino que muestra la última
razón teológica. Así está fijado por el designio de Dios, tal como aparece en la Escritura.
Dios, sin embargo, no condena a nadie a la incredulidad sin culpa por parte del hombre. El
que viendo no ve, y oyendo no oye, se ha endurecido frente a la palabra de Dios.
La brecha que se abre entre los discípulos y los demás no es infranqueable. Los
discípulos preguntan por el sentido de la parábola para sí mismos y para el pueblo, delante
del cual interrogan a Jesús. La explicación que reciban de Jesús la transmitirán también a
los demás. La gracia del conocimiento se da por medio de ellos también a los otros, con tal
que éstos sean receptivos y hayan hecho penitencia. Pedro dice en su sermón después de
la ascensión del Señor: «Sepa, por tanto, con absoluta seguridad toda la casa de Israel que
Dios ha hecho Señor y Mesías a este Jesús a quien vosotros crucificasteis. Al oír esto, se
dolieron de corazón y dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué tenemos que hacer,
hermanos? Pedro les respondió: Convertíos, y que cada uno de vosotros se bautice en el
nombre de Jesucristo para remisión de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu
Santo» (Act 2,36ss).
11 Este es el sentido de la parábola: la semilla es la palabra de
Dios. 12 Los del borde del camino son los que escuchan; pero luego
viene el diablo y se lleva de su corazón la palabra, para que no crean
y se salven. 13 Los de sobre la piedra son los que, al oír, reciben con
alegría la palabra, pero no tienen raíz; son los que creen por algún
tiempo, pero en el momento de la tentación se retiran. 14 Lo que cayó
entre zarzas son los que oyeron; pero con las preocupaciones, las
riquezas y los placeres de la vida, se van ahogando y no llegan a
madurar. 15 Lo de la tierra buena son los que oyen la palabra con un
corazón noble y generoso, la retienen y por su constancia dan fruto.
PD/TRANSFORMA La palabra de Dios es la palabra acerca del reino de Dios, la
palabra acerca de Jesucristo, portador del reino de Dios, el Evangelio. Como palabra que
procede de Dios, tiene fuerza, crece y produce efecto en nosotros. El último fruto de esta
palabra es la salvación. La palabra de Dios es palabra de reconciliación, de salvación. de
gracia, de vida, de verdad... (2 Co 5,19; Hch 13,26; Hch 14,3; 20,32; Flp 2,16; 2Co 6,7).
A fin de que la palabra lleve fruto en el hombre y alcance la meta, debe formar una
comunidad de vida con los hombres. En lugar de las palabras: Los del borde del camino
son los que... habríamos aguardado algo así como: La semilla que cayó en el camino
significa la palabra de Dios... Bajo la fórmula algo extraña late evidentemente la idea: Los
hombres son el campo en que se siembra, y a la vez la semilla que tiene que crecer. La
palabra entra como en combinación con los hombres, transforma al hombre y le da una
nueva configuración. La imagen exacta del hombre no es el terreno, sino lo que en él crece,
que vive a la vez del grano de semilla y de la sustancia de la tierra.
El desarrollo y la fructificación están amenazados de peligros. Los peligros vienen del
demonio, de la inconstancia, de la tentación a desertar, de las preocupaciones cotidianas,
de la riqueza y de los placeres. En las explicaciones están entretejidas amargas
experiencias, por las que había tenido que pasar la Iglesia en la predicación de la palabra y
que todavía son impedimentos que se oponen constantemente al pleno desarrollo de la
palabra de Dios.
Si la palabra ha de llevar fruto, debe predicarse, oírse, recibirse en el corazón y creerse.
«¿Cómo podrán tener fe en aquel de quien no oyeron hablar? ¿Y cómo van a oír sin que
nadie lo proclame? ¿Y cómo podrán proclamarlo, sin haber sido enviados?» (Rom 10,14s).
Para que la palabra logre el mejor desarrollo posible, hay que cumplir tres condiciones: el
corazón ha de ser bello y bueno. Aquí se oye como un eco del ideal moral de vida griego
(kalokagathia: belleza y bondad moral). El hombre de bien se amolda a la voluntad de la
divinidad. El hombre naturalmente bueno lleva en sí la mejor base para la acción de la
palabra de Dios. La palabra debe aceptarse y retenerse, pese a las tentaciones y a las
amenazas. Es necesario fructificar con paciencia, con constancia, día tras día, con
perseverancia y firmeza. Pese a todos los ataques, se realiza y se vive la palabra de Dios.
La palabra de Dios transforma al hombre, pero no sin la cooperación del hombre.
Mientras se proclama y se recibe la palabra, están en acecho los enemigos de la
salvación, tratando de impedir y anular su crecimiento. Quien proclama la palabra de Dios
en el mundo debe contar con estos adversarios, aunque estos tampoco perdonan al que la
recibe. La lucha se desencadena a todos los niveles: mientras se recibe, mientras se
desarrolla y antes del resultado definitivo. No sin razón se pone al fin la palabra
«constancia».
(.Págs. 214-229)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 17
h) Parábola de la lámpara
(Lc/08/16-18)
16 Nadie enciende una lámpara para cubrirla con una vasija o para ponerla debajo de la
cama, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. 17 Porque
nada hay oculto que no haya de quedar manifiesto; ni secreto que no haya de ser conocido
y salir a la luz.
Mediante la explicación de la parábola se ha producido luz, ha brotado conocimiento, se
ha hecho patente algo que estaba oculto. ¿Cómo han de servirse los discípulos de este
conocimiento, de la palabra que les ha descubierto el misterio? A la manera de un hombre
que enciende una luz. No la cubre con una vasija o la pone debajo de la cama, sino que la
pone sobre un candelero, bien alta, para que todos puedan verla. Quien ha recibido la
palabra de Dios con su fuerza de iluminar, debe utilizarla en servicio de los demás. El
iluminado debe a su vez iluminar. Lo oculto pugna por manifestarse, lo secreto quiere ser
conocido. Sería antinatural que los discípulos escondieran y ocultaran lo que se les ha
revelado y lo que ellos han conocido. Lo que han experimentado en el pequeño círculo de
Jesús debe darse a conocer al gran público. La acción apostólica es una «ley natural» del
discípulo de Cristo.
18 Mirad, pues, cómo escucháis, porque al que tenga, se le dará, y
al que no tenga, aun aquello que parece tener se le quitará.
La parábola de la semilla ha puesto de manifiesto cuánto importa la manera cómo se oye.
Los discípulos han de anunciar lo que han oído. Deben llegar a apropiárselo interiormente,
debe ser como un capital con que trabajar. Por lo regular les sucederá como en la vida de
un comerciante. Si tiene capital, lo aumentará, pues le dará posibilidad de multiplicar las
operaciones y las ganancias. El que no tenga nada, no sólo no ganará nada, sino que aun
lo poco que crea tener y que se le va gastando ya, acabará por perderlo.
El conocimiento de la revelación de Dios, que se nos confía, es como un capital con el
que hay que trabajar, es un conocimiento que se debe enseñar, comunicar, sacar a la luz
pública. Si se hace así, entonces Dios acrecienta el conocimiento. Si no se trabaja, quita
Dios incluso lo poco que se poseía en apariencia. El conocimiento religioso que no se da a
conocer, que no se vive y se proclama, es una posesión aparente, que va desapareciendo.
Vivir del conocimiento del Evangelio, propagarlo, hace más ricos en conocimiento y en
posesión de la fe. Dar equivale a adquirir más.
c) La verdadera familia de Jesús
(Lc/08/19-21)
PD/FAMILIA-DE-J
19 Vino a verle su madre y sus hermanos; pero no lograban llegar
a él, por causa de la multitud. 20 Entonces le avisaron: Tu madre y
tus hermanos están ahí fuera y quieren verte. 21 Pero él les contestó:
Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios
y la ponen en práctica.
Jesús está asediado por el pueblo. Su madre y sus hermanos quieren ver sus obras
maravillosas, quieren verle a él. Pero esto no es precisamente lo que importa. Desde que
Jesucristo está sentado a la diestra del Padre, no podemos ya entrar personalmente en
contacto con él, no podemos ya verlo con los ojos, no podemos ya presenciar su acción.
Jesús mismo dice qué es lo que importa: oír y poner en práctica la palabra de Dios.
Nosotros tenemos la palabra de Dios. Los discípulos la siembran todavía en el mundo. Por
Jesús fue traída la palabra de Dios al mundo, hizo una carrera triunfal por el mundo, nos
llegó también a nosotros. En la palabra está la acción salvífica de Jesús, él está presente
como portador de salud. «Bienaventurados los que no vieron y creyeron» (Jn 20,29).
El que escucha y pone en práctica la palabra de Dios, es madre y hermano de Jesús.
No son los lazos de la sangre los que proporcionan la comunión con Jesús, sino el oír y
poner en práctica la palabra de Dios. La Iglesia es edificada por la palabra de Dios. Ésta es
el alma de la Iglesia, y la Iglesia es su fruto. De la palabra de Dios brota siempre Iglesia
viva. Ésta viene a ser familia de Cristo oyendo y guardando la palabra de Dios.
M/PD PD/M En la historia de la infancia se presenta ya a la madre de Jesús como la
tierra buena que oye y hace, pone en práctica la palabra de Dios. Es esclava del Señor,
que oye la palabra de Dios y se pone a su disposición como esclava (1,38). Guarda cada
palabra y la medita en su corazón (2,19). Lleva la palabra a Isabel, y su anuncio la hace tan
rica, que desborda en un cántico (1,46-55). María es el corazón bueno, que retiene la
palabra y lleva fruto con constancia. María es madre de Jesús, no sólo porque le dio la vida
humana, sino también porque oyó y puso en práctica la palabra de Dios.
2. EN OBRAS (8,22-56).
a) La tempestad calmada
(Lc/08/22-25)
MIGRO/TEMPESTAD
22 Un día subió él con sus discípulos a una barca y les dijo: vamos
a pasar a la otra orilla del lago. Y navegaron hacia dentro. 23
Mientras navegaban, él se durmió. De pronto se desencadenó sobre
el lago una fuerte borrasca, y se iban llenando de agua hasta
encontrarse en grave peligro. 24a Acercáronse a él y lo despertaron
diciendo: ¡Maestro, Maestro, que nos hundimos!
Jesús está solo con sus discípulos, como en los dos grandes milagros siguientes. A los
discípulos se les revelan los misterios del reino de Dios. Cuando Dios asume su soberanía,
se manifiesta esto en obras de poder.
Los discípulos se hallan en extrema necesidad. El Señor, único que podría ayudarles,
duerme. La borrasca se precipita con fuerza asoladora de los montes a la cálida depresión
formada por el lago. La barca se llena de agua, el peligro rodea a los discípulos por todos
lados. La doble llamada -¡Maestro, Maestro!- indica lo apurado y urgente de la situación.
Sin embargo, no pronuncian la menor palabra de queja; sencillamente: ¡Que nos
hundimos! A Lucas le gusta la dignidad y la mesura; tiene a raya las excitaciones y
expresiones violentas de la pasión.
24b Entonces él se levantó, increpó al viento y al oleaje del agua, y
se apaciguaron, y sobrevino la calma. 25 Luego les dice: ¿Dónde
está vuestra fe? Ellos, llenos de temor y de admiración, se
preguntaban unos a otros: ¿Pero quién es éste, que hasta manda a
los vientos y al agua, y le obedecen?
El poder de Dios se manifiesta en Jesús. Dios es el que sosiega el alboroto del mar, el
que apacigua las olas, el que calma el furor de los pueblos (Sal 65,8). Lo que las
generaciones pasadas experimentaron de parte de Dios vuelve a reproducirse ahora por
Jesús: «Clamaron a Yahveh en su peligro, y los libró de sus angustias. Tornó el huracán en
céfiro, y las olas se calmaron. Alegráronse porque se habían encalmado, y los guió al
deseado puerto» (Sal 107,28ss).
En Jesús está presente a los discípulos el poder salvífico de Dios. ¿Dónde estaba su fe
cuando casi desesperaban? El los había enviado al lago; él es el dueño que les había
confiado aquel trabajo y él permanecía con ellos. Quieren pasar el lago. Cuando su palabra
lo ordena, deben tener valor, pues el poder de Dios está en él. En este sentido, toda
epifanía de Dios quiere aportar paz y alegría. Jesús es la aparición de Dios en los últimos
tiempos y lleva consigo la plenitud de la salvación.
Los discípulos tienen un presentimiento: se llenan de temor y asombro. Son presa de un
temor reverencial. Sólo se preguntan unos a otros. El viento y las olas le obedecen. Él es
Señor y Maestro. Pero ¡qué Señor! ¿Qué señor de este mundo es capaz de imponer
obediencia a la naturaleza desencadenada? Sólo Dios le manda con autoridad, y ella
obedece. ¿Quién es Jesús?
b) El endemoniado de Gerasa
(Lc/08/26-39)
MIGRO/GERASENO
26 Arribaron a la región de los gerasenos, que está en la ribera
opuesta de Galilea. 27 Y apenas él saltó a tierra, le salió al
encuentro, procedente de la ciudad, un hombre que estaba poseído
por demonios y que desde hacía bastante tiempo no se cubría con
vestido ni vivía en casa alguna, sino en los sepulcros.
El acontecimiento tiene lugar en la ribera situada frente a Galilea, en el país de los
gerasenos, en tierra de gentiles, en la zona que está en poder de los demonios. Allí han de
ser iniciados los discípulos en los misterios del reino de Dios, en el poder de Jesús sobre
los demonios. Jesús no despliega su acción en tierra pagana; se limita a curar a un
endemoniado. En esta excursión tienen que abrirse los ojos de los discípulos, de modo que
comprendan que no puede hacerle resistencia ni siquiera el poder reunido de los demonios,
en su misma zona de influencia de las colonias paganas.
El horror de los poderes demoníacos se hace visible en el poseso. Este tiene
demonios que lo llenan, lo impulsan, lo dominan. En él sofocan todo sentimiento humano
normal. El poseso no lleva vestidos, no vive en casa alguna, no tiene morada; como no
tiene paz ni sosiego, anda por las grutas sepulcrales, rehuye la sociedad humana, la vida;
vive intencionadamente allí donde a otros les invade el terror, donde la muerte está en su
casa.
23 Cuando vio a Jesús, se echó a sus pies y dijo a grandes gritos:
¿Qué tienes tú que ver conmigo, Jesús, Hijo del Dios altísimo? Por
favor te ruego que no me atormentes. 29a Es que Jesús estaba
mandando al espíritu inmundo que saliera de aquel hombre.
Los demonios se rebelan contra Jesús en el poseso, porque saben que tiene poder
sobre ellos. Fuerzan al poseso a echarse a los pies de Jesús. Las reglas mágicas de los
antiguos prescriben que se bajen los ojos al acercarse la divinidad, que se mire al suelo
para poder ejercer contra ella una presión tanto más eficaz. Los demonios lo intentan con la
fórmula de conjuro: ¿Qué tienes tú que ver conmigo? No hay nada entre nosotros, vete por
tus caminos, nosotros vamos por los nuestros. Gritando su nombre practicaban un
exorcismo y tratan de tener a raya el poder de Jesús. Por eso le gritan: Jesús, Hijo del
Dios altísimo, y le ruegan e imploran su misericordia: No me atormentes. Recurren al
poder supremo de Jesús y al mismo tiempo a sus sentimientos humanos. Jesús, visto por
los demonios...
29b Porque en muchas ocasiones lo forzaba de tal manera que,
aunque lo ataban con cadenas y le ponían grillos en los pies para
tenerlo sujeto, él rompía las ataduras, y el demonio lo empujaba
hacia lugares desiertos. 30 Jesús le preguntó: ¿Cuál es tu nombre?
Él contestó: Legión. Porque eran muchos los demonios que habían
entrado en él. 31 Y le rogaban que no les mandara irse al abismo. 32
Había por allí, paciendo en el monte, una gran piara de numerosos
cerdos; los demonios le suplicaron que les permitiera entrar en ellos,
y él se lo permitió. 33 Salieron, pues, de aquel hombre los demonios
y entraron en los cerdos: y la piara se arrojó con gran ímpetu al lago
por un precipicio y se ahogó.
Una vez más vuelve a describirse la triste condición del endemoniado. A Lucas le gustan
los relatos por duplicado. La prepotencia de los demonios se hace visible en el poder y en
la fuerza bruta del poseso. Tiene demonios. Esto parece una cosa anodina. Pero en
muchas ocasiones se han apoderado de él los demonios, lo han arrastrado y lo han
manejado a su antojo como instrumento inerme de su perniciosa inquietud. En accesos de
furor rompe las cadenas que se le habían echado. Va desolado por los desiertos. ¿Qué
logran los hombres con encadenarlo? ¿Qué puede la custodia humana, qué pueden las
tentativas humanas de poner en orden la fuerza desencadenada de un hombre
endemoniado?
El nombre del demonio revela un poder siniestro: Legión. En el ejército romano contaba
la legión unos 6000 hombres. No un demonio solo, sino muchos dominan al poseso. La
legión es una fuerza organizada, compacta, coordinada, dispuesta al ataque. Las legiones
romanas dominan el mundo mediterráneo. Los demonios forman un reino, el reino contrario
a Dios.
Revelando el nombre reconocen los demonios la superioridad de Jesús y abandonan al
poseso. Confiesan que Jesús es su dueño, su juez, el Señor que sella su reprobación
definitiva. Ante él su poder se convierte en impotencia, que sólo es capaz de confesar
suplicante su incapacidad.
Tercera prueba del poder demoníaco: La entera piara, poseída por los demonios, se
precipita montaña abajo y va a acabar ahogada en las aguas del lago. En la antigua
demonología se hace remontar a los demonios la rabia de los animales. Los demonios
tienen poder, pero un poder puesto al servicio del caos y de la destrucción. El reino de Dios
abarca la creación entera. Desde que Satán fue derrotado en la tentación, tiene que
reconocer el señorío de Dios sobre el mundo. Los demonios rogaron a Jesús que les
permitiera entrar en los animales. Reconocen el señorío de Jesús sobre la creación.
34 Cuando los porqueros vieron lo que había sucedido, salieron
huyendo y llevaron la noticia a la ciudad y a los caseríos. 35 Las
gentes acudían a ver lo que había sucedido; llegáronse a Jesús y
encontraron al hombre del que habían salido los demonios, sentado
ya, vestido y en su sano juicio, a los pies de Jesús, y quedaron llenos
de espanto. 36 Los que lo habían presenciado contaban a los demás
cómo el endemoniado había sido curado. 37 Entonces toda la
multitud de la región de los gerasenos le pidió a Jesús que se alejara
de ellos; pues estaban dominados por un miedo enorme. Entró, pues,
en una barca y se volvió.
En el centro de la escena se halla Jesús, y a sus pies, como un niño de escuela, el
poseso sanado, que ahora está vestido y ha recobrado la razón. Gracias a Jesús se ha
vuelto de nuevo verdaderamente humano. Cuando se impone la autoridad a los demonios,
se produce orden y gran calma. Jesús es el Salvador, el Redentor, en el que la creación
trastornada vuelve a restablecerse y a ordenarse. El orden se manifiesta en el hecho de
que el que había estado poseído se sienta a los pies de Jesús y escucha su palabra.
El temor reina en torno a Jesús y al que ha sido curado. Los testigos de lo sucedido
huyen arrastrados por el miedo y lo cuentan por todas partes. Los que oyeron la noticia
salieron de la ciudad y acudieron a ver lo que había sucedido. Toda la gente de la región
circundante se pone en movimiento, va a donde está Jesús y se ve asaltada de gran temor.
La acción de Jesús arrastra oleadas de gente cada vez mayores. Sin embargo, su poder
tiene efectos inquietantes: sólo causa temor, nada de esperanza. El poder de Jesús es
inquietante e infunde temor cuando no se le reconoce como Salvador y Redentor por medio
de la palabra.
La multitud no quiere tener nada que ver con el molesto huésped que se impone como
señor sobre todo lo que hay de inquietante en los demonios. Durante unos momentos se ha
tocado con la mano que bajo el acontecer de este mundo laten otros poderes y otras
fuerzas. Ahora bien, el hombre es arrastrado a esta esfera de lo siniestro y temeroso.
«Revestíos de la armadura de Dios, para que podáis resistir contra las asechanzas del
diablo; porque vuestra lucha no es contra carne y sangre, sino contra... los dominadores de
este mundo de tinieblas, contra los seres espirituales de la maldad que están en las
alturas» (Ef 6,11s). Jesucristo es para nosotros la armadura de Dios.
38 EI hombre de quien habían salido los demonios le rogaba que
le permitiera acompañarlo; pero él lo despidió diciéndole: 39 Vuelve
a tu casa, y refiere todo lo que Dios ha hecho contigo. El hombre se
fue y pregonaba por toda la ciudad lo que Jesús había hecho con él.
El hombre que había sido salvado deseaba ser uno de los apóstoles de Jesús, de los
que se dice : «Constituyó a los doce, para que estuvieran con él y para enviarlos a
predicar, con poder para arrojar a los demonios» (Mc 3,14s). Estar con Jesús es lo
esencial del apostolado, y esto es lo que desea el que ha sido sanado. En vano lo pidió a
Jesús, aunque reiteraba una y otra vez su súplica. La economía de la salvación exigía aún
otra cosa. Jesús lo despidió.
Jesús, sin embargo, no le rehúsa totalmente: Vuelve a tu casa, le dice, y refiere todo lo
que Dios ha hecho contigo. Todo lo que Jesús le permite, se mantiene dentro de los límites
de su actividad personal. Se evita todo lo que pueda hacer suponer misión o encargo de
Jesús. Su campo de acción es su casa, su familia; su proclamación se limita a narrar. No
debe en absoluto hablar de Jesús, sino solamente de Dios. Sin embargo, el hombre lo
convierte todo en mensaje de carácter cristiano: su esfera de acción es la gran ciudad; él
no se limita a referir, sino que anuncia como los apóstoles, como pregonero, habla de lo
que ha hecho Jesús, no de lo que ha hecho Dios. El mensaje cristiano irrumpe con fuerza
incontenible, incluso en quien se ve todavía contenido por Jesús. Nada está oculto que no
se haya de hacer manifiesto. ¿Qué será, pues, cuando Jesús haya resucitado y haya sido
exaltado, cuando se abran las fronteras quo separan de los paganos? ¿Cuando los
paganos se conviertan en apóstoles? Jesús no sólo vence a los poderes demoníacos que
tienen encadenados a los hombres, sino que a los que se ven librados de las cadenas los
convierte en pregoneros del reino de Dios y en testigos de su poder sobre los demonios.
c) Poder sobre la enfermedad y la muerte
(Lc/08/40-56)
MIGRO/HIJA-JAIRO
40 Al volver Jesús, fue bien acogido por la multitud; pues todos lo
estaban esperando. 41 Y entonces llegó un hombre llamado Jairo,
que era jefe de la sinagoga, y echándose a los pies de Jesús, le
suplicaba que fuera a su casa, 42a porque tenía una hija única, de
unos doce años, que se estaba muriendo.
:El pueblo de Israel aguarda a Jesús y lo acoge; la masa de los paganos lo habían
expulsado. A través de la historia de la salvación había preparado Dios a Israel para
esperar al Salvador venidero; los paganos carecían de sentido para ello.
Jairo, jefe de la sinagoga, se siente impotente ante el poder de la muerte. Su profundo
dolor resuena en palabras como éstas: hija única, objeto de todo el cariño del padre, de
doce años, en pleno desarrollo, madura ya para el matrimonio, se estaba muriendo. Aquí no
puede nada el poder humano. Jesús es la última esperanza del padre. La súplica va
acompañada de humilde postración a los pies de Jesús. Le rogó que fuese a su casa,
contrariamente al centuri6n de Cafarnaúm. En Israel está Jesús en su casa.
42b Mientras iba andando, las gentes lo apretujaban. 43 En esto,
una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, y que
no había podido ser curada por nadie, 44 acercándose por detrás, le
tocó la borla del manto, e inmediatamente cesó su flujo de sangre.
MIGRO/HEMORROISA Una vez más comienza el relato recordando la simpatía del
pueblo por Jesús. Las gentes lo «apretujaban». En el original se usa la misma palabra que
cuando se habla de los cardos que ahogan la semilla (8,14). El pueblo había aguardado a
Jesús como al gran protector, ahora lo posee; lo ha recibido cordialmente, ahora lo apretuja
y casi lo ahoga.
Una vez más se destaca de la multitud una persona que sufre, una mujer. La historia de
su enfermedad es triste. Hace doce años que sufre. Padece flujo de sangre, por lo cual es
ritualmente impura y se ve esquivada por las gentes. Ha gastado todos sus bienes en
médicos. Nadie ha podido curarla: Terrible palabra: incurable...
La única esperanza que le había quedado era Jesús. No podía como Jairo salir de entre
la muchedumbre y presentarse a Jesús, echarse a sus pies y hablarle de su aflicción. Era
impura y podía contaminar a otros (Cf. Lv 12,1,s; 15,19ss.), pues padecía flujo de sangre.
Se acercó a Jesús por detrás en medio de aquel gentío y le tocó la borla del manto. Los
judíos debían, conforme a la ley, llevar borlas en el ruedo de sus vestidos, a fin de tener
presentes todos los mandamientos del Señor (Núm 15,38s). Jairo rogó a Jesús que fuera a
su casa. Probablemente pensaba que la curación sólo podía efectuarse mediante
imposición de las manos. La mujer busca el contacto con Jesús, aunque sólo sea tocando
el último extremo de su vestido.
Inmediatamente cesó el flujo de sangre. Así habla el médico. Sin medicamentos, sin
palabras, por el mero contacto alcanza la mujer lo que durante largos años había intentado
en vano el arte de la medicina. Lucas, que era médico, suavizó el juicio tan duro de Marcos
sobre los médicos; suprimió lo que había hallado en esta fuente: a pesar de los médicos, no
había conseguido ninguna mejoría, sino que más bien iba de mal en peor (Mc 5,26).
Aunque también él reconoció que en este caso se había mostrado impotente la ciencia
médica. Como médico que era pronuncia un dictamen pericial: Inmediatamente cesó el flujo
de sangre.
45 Entonces preguntó Jesús: ¿Quién me ha tocado? Como todos
negaban haber sido ellos, Pedro le contestó: Maestro, es la multitud
la que te oprime y te apretuja. 46 Pero Jesús replicó: Me ha tocado
alguien; porque yo me he dado cuenta de que una fuerza ha salido de
mí. 47 Cuando la mujer vio que había sido descubierta. se acercó
toda temblorosa y echándose a sus pies, refirió delante de todo el
pueblo por qué motivo lo había tocado y cómo había quedado curada
repentinamente. 48 Él le dijo: Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz.
Lo que había sucedido ocultamente, lo saca Jesús a la luz pública. Sabe lo que ha tenido
lugar. Me ha tocado alguien. Una fuerza ha salido de mí. No es el contacto físico lo que
produce la curación, sino la fuerza o virtud de que él dispone. Sólo él lo sabe, no el pueblo,
ni tampoco Pedro. Jesús es maestro y Señor en un sentido mucho más profundo de lo que
se figura Pedro. Antes mandó a las olas, ahora manda al flujo de sangre. Los milagros son
manifestaciones del poder y del imperio de Jesús; Jesús es maestro que goza de autoridad
y de poder.
La mujer que ha sido curada y que se mantenía oculta, sale a la luz pública. Reconoce la
proximidad de Dios en Jesús, sabe que no puede seguir oculta, se estremece por temor de
lo divino que se había manifestado y se echa a los pies de Jesús. Proclama como obra
de Dios lo que le había sucedido, y lo hace en presencia de todo el pueblo. Hasta aquella
mujer tímida y retraída, movida por la obra de Dios que había ejecutado Jesús con ella, se
convierte en pregonera de los grandes hechos de Dios delante del pueblo.
La curación de la mujer no fue debida al hecho de tocar el vestido de Jesús, sino a la fe.
Tu fe te ha salvado. La fe es contacto salvífico con Jesús, Salvador y Redentor. La mujer
es hija gracias a la fe: por ella entra en la casa y en la comunidad de Jesús. Ha hallado la
paz, el restablecimiento de su salud. Es que la paz es orden. Pero la fe le ha dado una paz
de la que la curación de la enfermedad sólo es imagen externa.
49 Todavía estaba él hablando, cuando llega uno de casa del jefe
de la sinagoga para avisar a éste: Ya ha muerto tu hija; no molestes
más al Maestro. 50 Pero Jesús, al oírlo, le dijo: No temas; sólo ten fe,
y se salvará. 51 Llegó a la casa y no permitió que nadie entrara con
él, fuera de Pedro, Juan y Santiago, además del padre y la madre de
la niña. 52 Todos lloraban y se lamentaban por ella. Pero él dijo: No
lloréis más; no ha muerto, sino que está durmiendo. 53 Y se burlaban
de él, porque sabían que estaba muerta.
Ni siquiera la muerte pone límites al poder de Jesús, que está dispuesto a resucitar a la
muchacha difunta si el padre está dispuesto a creer. Sólo ten fe, y se salvará. La fe es
condición para salvarse. «Cree en el Señor Jesús, y serás salvo tú y los de tu casa» (Act
16,31).
La resurrección de la difunta quiere reservarla Jesús a un reducido grupo de testigos.
Entre ellos se cuentan tres de los apóstoles: Pedro, el primero de los apóstoles, los dos
hermanos Juan y Santiago, y además los padres de la muchacha. De la misma manera que
el Señor resucitado de entre los muertos no se hizo visible a todo el pueblo, sino
únicamente a los testigos prefijados por Dios (Act 10,41), así también Jesús quiso hacerse
visible como señor de la muerte, no a todos, sino únicamente a testigos especialmente
elegidos. En este misterio del reino de Dios no están iniciados todavía ni siquiera todos los
apóstoles, puesto que es algo que hace referencia a la resurrección, y a la pasión y muerte
de Jesús.
Todos lloraban y se lamentaban. En el entierro aun de los más pobres tenía que haber
por lo menos dos flautistas y una plañidera, que ejecutaran la lamentación por el difunto.
El canto fúnebre se canta alternativamente, acompañado de palmadas al son de
panderetas y matracas. La lamentación comenzaba después de la muerte en la casa
mortuoria y continuaba hasta la inhumación. Todos lloraban y se golpeaban el pecho en
señal de dolor. Jesús hace cesar la lamentación. La niña no ha muerto, sino que está
durmiendo. Ve la muerte con los ojos de Dios y habla como boca de Dios. Ante el poder de
Dios ha perdido la muerte su poder. Se burlaban de él, porque sabían que estaba muerta.
La multitud no paraba mientes en que Jesús pudiese tener poder sobre la muerte. Sabían
que la niña estaba muerta. Según la experiencia humana, la muerte no devuelve su presa.
La multitud reía, se burlaba fundada en su saber humano, pero el padre tenía que creer
contra toda experiencia humana.
54 Pero él, tomándola de la mano, dijo en alta voz: Niña, levántate.
55 Y su espíritu volvió a ella y se levantó inmediatamente; entonces
mandó que le dieran de comer. 56 Sus padres quedaron llenos de
estupor, pero él les encargó que a nadie dijeran lo sucedido.
El retorno de la vida gracias al gesto y a la palabra de Jesús se describe de tres
maneras. El espíritu (el alma) volvió a la niña. En la muerte se separa el espíritu del
cuerpo. Jesús dice antes de morir: «En tus manos encomiendo mi espíritu» (23,46). La niña
se levanta; fuerza vital penetra sus miembros. Tiene que comer. El comer convence de la
realidad de la vida. Con la resurrección de Jesús sucederá lo mismo que se efectúa en esta
niña. Su espíritu retornará, Jesús se levantará y comerá y beberá con sus discípulos.
El precepto del silencio afecta sólo a los padres, evidentemente no a los tres apóstoles
que estaban presentes. En cuanto a éstos, es natural que den a conocer lo que estaba
oculto. Tienen que anunciar el misterio del reino de Dios, del que forma parte la
resurrección de los muertos, la cual tiene su modelo en la resurrección de Jesús.
Jesús ha demostrado su poder frente a poderes ante los cuales se siente impotente el
hombre. Ha calmado la naturaleza alborotada, ha quebrantado el poder de los demonios y
vencido la fuerza de la muerte y de la enfermedad incurable. Esto sucedió porque en él
obraba el poder de Dios; Jesús es la manifestación de Dios en la tierra. Pedro lo llama dos
veces Maestro, los demonios lo invocan como Hijo de Dios. Jesús es Salvador y Redentor.
Con los tres milagros alcanza el punto culminante de su actividad en Galilea. ¿Qué hay
todavía que pueda amedrentar a los hombres, supuesto que crean? Jesús quita el temor a
los poderes hostiles al hombre: a la naturaleza desencadenada, a los demonios
desencadenados, y al poder de la muerte. La salvación viene por Jesús. El que cree, goza
de su poder salvador. Comienzan a hacerse realidad las esperanzas de las bendiciones
propias de los últimos tiempos.
(Págs. 229-245)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 18
3. LA ACCIÓN DE LOS DOCE (9,1-17).
a) La misión
(Lc/09/01-06)
1 Convocó a los doce y les dio poder y potestad sobre todos los demonios y para curar
enfermedades. 2 Y los envió a predicar el reino de Dios y a curar.
Jesús convocó a los doce. Éstos forman juntos una unidad, reunida en torno a él. Jesús
quiere extender su acción por medio de ellos. Por eso les transmite el poder y la potestad
que él mismo posee (4,36). Los envió, como él mismo había sido enviado, a proclamar el
reino de Dios y a curar enfermos, como señal de que el reino está próximo. Los apóstoles
que lo han acompañado hasta ahora deben en adelante efectuar solos lo que él mismo ha
hecho. La actividad de Jesús se amplía y se multiplica. Ahora se inicia ya la separación de
los discípulos de su Maestro. Después de la exaltación de Jesús irán los apóstoles por el
mundo, proclamarán el mensaje de Cristo y realizarán sus poderosas obras salvíficas.
3 Y les dijo: Nada toméis para el camino: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni
tengáis cada uno dos túnicas.
Jesús da órdenes a los apóstoles. Con ellas les retira todo aquello a que no querría
renunciar ningún caminante: bastón, alforja, provisiones, dinero, hasta vestidos para
cambiarse. Dios, a cuyo servicio están, cuidará de ellos; su único pensamiento debe ser el
de su misión. Cuando Jesús, al final de su actividad, los invite a mirar atrás al tiempo de su
misión, reconocerán que no les ha faltado nada (22,35). Todavía no se ha producido la
separación entre Jesús y el pueblo. Los apóstoles participan de la amable acogida que se
dispensa a Jesús mismo (8,40.42).
4 En cualquier casa en que entréis, seguid alojados en ella, y sea de allí vuestra
partida. 5 Y si algunos no os reciben, salid de la ciudad aquella y sacudid el polvo de
vuestros pies, en testimonio contra ella.
Jesús da por supuesto que los apóstoles van por las casas y que en ellas desempeñan
su misión. Una vez que los acogen en una casa, no deben cambiar a otra. El huésped que
cambia con frecuencia de alojamiento perjudica y se perjudica. Jesús no quiere que sus
apóstoles busquen la menor ventaja personal. Sólo debe preocuparles su misión. Ahora
bien, la casa en que se hospeden ha de ser un centro de actividad. La palabra de Dios no
conoce reposo. Ha impulsado a Jesús a llevar a término su obra, y así ha de impulsar
también a los apóstoles.
Los apóstoles no deben perder tiempo con los que no los reciban. Deben abandonar
tales ciudades y tratarlas como tratan los judíos a las ciudades paganas. Hay que romper
toda relación con ellas. Los judíos solían sacudir eI polvo de los pies antes de
abandonar tierra pagana y entrar en la tierra santa. La actividad de los apóstoles es juicio.
Para las ciudades que los desechen han de ser testigos de cargo. Su actividad es inicio del
tiempo final.
6 Partieron, pues, y recorrían todas las aldeas, anunciando el Evangelio y curando par
doquier.
La actividad de los apóstoles consiste en proclamar la buena nueva. Los enfermos son
curados, como señal de que ya se ha iniciado el tiempo de salvación. Lo que Jesús
comenzó programáticamente, lo que obró en Galilea, es ahora llevado lejos por los
apóstoles. De esta acción por el mundo hablará Lucas en particular. Éste es el marco en
que se sitúa la acción salvífica. Los apóstoles recorren todas las aldeas. Jesús ha
actuado en las ciudades, los apóstoles llenan con el mensaje de Jesús todas las aldeas y
las casas. Todas las aldeas: era un trabajo poco menos que sistemático. La frase termina
con la palabra «por doquier». La tierra entera se ve envuelta en la alborada del reino de
Dios, llena de proclamación y de virtud salvífica. Por doquier: tal es el impulso de la palabra
del reino de Dios.
b) Juicio de Herodes acerca de Jesús
(Lc/09/07-09)
7 Oyó hablar de todos estos sucesos el tetrarca Herodes y andaba muy perplejo por
causa de que unos decían: Es Juan, que ha resucitado de entre los muertos. 8 Y otros: Es
Elías, que se ha aparecido. Y otros, en fin: Es algún profeta de los antiguos, que ha
resucitado.
La fama de Jesús llega hasta la corte del tetrarca Herodes Antipas. ¿Quién es Jesús?
Esta pregunta se la hacen el pueblo, los cortesanos y el mismo tetrarca. Esta pregunta deja
perplejo y desconcertado a Herodes.
Los que rodeaban a Herodes obtienen varios informes. Las diferentes opiniones en el
pueblo tienen un fondo común: Jesús es el profeta que se aguarda antes de los últimos
tiempos. Sin embargo, a lo que parece, nadie se atrevía a afirmar que Dios había suscitado
en él un nuevo pro£eta. Ha resucitado y ha vuelto a aparecer alguno de los antiguos
profetas. La creencia popular piensa en un verdadero y maravilloso retorno del profeta con
el mismo cuerpo que había tenido en su vida mortal. Se habla de Juan Bautista, cuya
predicación había reanudado Jesús, se habla de alguno de los profetas de otros tiempos,
finalmente de Elías, que -como se dice- no había muerto, sino únicamente había sido
trasladado del mundo y cuyo retorno se aguarda al final de los tiempos.
9 Pero Herodes decía: A Juan lo decapité yo; entonces, ¿quién es éste, de quien oigo
tales cosas? y andaba deseoso de verlo.
Herodes no creía nada de lo que se decía de resurrección y de reanimación, ni de
reaparición de alguien que hubiese sido trasladado. Los filósofos de Atenas se mofaban
cuando Pablo les hablaba de la resurrección de los muertos: «Te oiremos hablar de esto en
otra ocasión» (Act 17,32), y cuando ante el procurador Festo se defendió invocando la
resurrección de Jesús, oyó esta respuesta: «Tú estás loco, Pablo; las muchas letras te han
sorbido el seso» (Act 26,24). Herodes reflexionaba friamente: A Juan lo decapité yo. Así
que ya no vive. El que ha muerto, muerto está.
Pero la pregunta está ahí: ¿Quién es Jesús? Las cosas inauditas que ha dicho y hecho
reclaman explicación. ¿Cómo hallarla? Única esperanza: Herodes andaba deseoso de
verlo, de presenciar alguno de sus milagros (23,8). Con la experiencia ocular espera poder
formarse un juicio definitivo. Quiere ver sus obras, su persona, quiere hablar con él...
¿Basta todo esto para conocer a Jesús? Herodes quiere formarse un juicio sobre Jesús;
interesarse interiormente por su reivindicación. El camino para llegar al conocimiento de
Jesús no es el de la investigación experimental, sino el de la fe. Conocer los misterios del
reino de Dios, entre los que se cuenta también el portador de salud, es un don de Dios.
c) Regreso de los apóstoles y primera multiplicación de los panes
(Lc/09/10-17)
MIGRO/PANES
10 Regresaron los apóstoles y contaron a Jesús todo lo que habían hecho. Él los tomó
consigo y se retiró a solas hacia una ciudad llamada Betsaida.
:¿Cómo terminó la actividad de Jesús incrementada por los apóstoles? Salió a la luz la
pregunta acerca de Jesús. Produjo inquietud hasta en la corte. Los apóstoles regresan y
refieren lo que han hecho. ¿Qué habían logrado? ¿Cómo terminó la actividad en Galilea?
Jesús se retiró a solas con los apóstoles. Herodes representaba un peligro. Había
mandado decapitar a Juan. La exposición de Lucas apunta hacia adelante, al proceso de
Jesús. El pueblo no alcanzó el verdadero conocimiento de Jesús. La más intensa actividad
no logró el resultado que se habría podido esperar. El fin fue el retiro a la soledad, al borde
más extremo de la tierra de Israel, hacia Betania, ciudad al nordeste del lago de Genesaret.
Jesús tomó consigo sólo a los apóstoles: estos representaban lo único que podía
considerarse como un éxito.
11 Pero al darse cuenta de ello la gente, lo siguieron. Él los acogió y les hablaba del
reino de Dios, al mismo tiempo que devolvía la salud a los que tenían necesidad de
curación.
Hasta entonces había buscado Jesús al pueblo, personalmente o por medio de los
apóstoles; ahora le busca el pueblo a él. Antes se decía que el pueblo le acogía, ahora
acoge él al pueblo. Jesús no interrumpe su actividad. De nuevo habla del reino de Dios y
de nuevo realiza curaciones. Sin embargo, se observa cierta reserva: curaba a los que
tenían necesidad de curación. Pero todo sigue envuelto en la atmósfera luminosa de la
infatigable bondad del Señor. Acogía amablemente al pueblo. Habla y cura sin cesar,
infatigablemente, hasta el caer de la tarde, hasta que va declinando el día. Lo que hacía
Jesús era también la primera instrucción sobre el modo como deben comportarse los
apóstoles con el pueblo al que él busca.
12 Comenzaba ya a declinar el día, cuando se le acercaron los doce y le dijeron:
Despide ya al pueblo, para que vayan a las aldeas y caseríos del contorno, a fin de que
encuentren alojamiento y comida. pues aquí estamos en un lugar despoblado. 13 Él les
respondió: Dadles vosotros de comer. Pero ellos replicaron. No tenemos más que cinco
panes y dos peces; a no ser que vayamos nosotros mismos a comprar alimentos para todo
el pueblo. 14 Pues había unos cinco mil hombres. Dijo entonces a sus discípulos: Haced
que se sienten por grupos de unos cincuenta cada uno. 15 Lo hicieron así y se sentaron
todos.
Se trataba de proporcionar al pueblo en el desierto albergue y alimentos. Como solución
de esta dificultad proponen los apóstoles: Despídelos. Se sienten responsables del
pueblo. ¿Pero era la verdadera solución la que ellos proponían de alejarlos de Jesús? La
verdadera solución sólo puede consistir en que el pueblo vaya a Jesús.
Jesús encarga a los apóstoles que se cuiden del pueblo. Dadles vosotros de comer.
¿Pero cómo? Cinco panes y dos peces para cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los
niños... Había otra posibilidad: la de comprar la comida para aquella muchedumbre. ¿Pero
cómo reunir los medios para ello? Los discípulos se reconocen incapaces de remediar la
necesidad. No pueden hacer nada si no interviene el Señor. Sólo pueden reconocer su
apuro. Pero esto era necesario, pues sólo a los pobres y a los débiles se da el reino de
Dios.
Los discípulos tienen que contribuir a la comida milagrosa. Se les ordena que hagan que
la gente se siente en grupos de a cincuenta. Jesús quiere preparar un banquete. A la
sazón de la salida de Egipto estaba dividido el campamento israelita por miles, por
centenas, por cincuentenas y decenas. «Moisés eligió entre todo el pueblo a hombres
capaces, que puso sobre el pueblo como jefes de millar, de cincuentena y de decena» (Ex
18,25). La Regla de guerra, del mar Muerto, contiene la misma organización de los
destacamentos militares en la guerra santa de los hijos de la luz. El banquete pascual que
se acercaba exigía agrupaciones de comensales. Se despiertan reminiscencias del gran
pasado del pueblo y también esperanzas para el futuro. La gran muchedumbre que se
había puesto en movimiento, debido también a la predicación de los apóstoles, se reúne
ahora y se organiza como comunidad del reino de Dios. Vuelven a repetirse los grandes
tiempos del Éxodo; estamos ante los acontecimientos salvíficos de los últimos tiempos.
16 Tomó, pues, los cinco panes y los dos peces, levantó los ojos al cielo, pronunció la
bendición sobre ellos, los partió y los iba dando a los discípulos para que los sirviesen al
pueblo. 17 Comieron todos hasta quedar saciados, y se recogieron, de lo que les sobró,
doce canastos de pedazos.
Jesús actúa como padre de familia en medio de la gran comunidad que está sentada a la
mesa. Como tal, tomó en sus manos los panes y los peces, los bendijo, y partió el pan. Con
esta comida reúne como comunidad de comensales de los últimos tiempos a la comunidad
aunada según el antiguo orden del campamento. Él mismo designó como banquete la
comunidad en el reino de Dios (22,30). El evangelista pone de relieve los cuatro actos
puestos por Jesús al comienzo de la comida, porque en la comida milagrosa se insinuaba
ya la celebración eucarística de la antigua Iglesia con su ritual. Con la comida en el desierto
se representa anticipadamente el tiempo de la salvación. Viene a ser realidad en el
banquete que celebra el Señor con sus apóstoles y que tiene su consumación en el reino
que se espera.
Jesús bendijo los panes. Según Lucas no pronunció la acción de gracias sobre el pan,
como era costumbre entre los judíos, sino que lo bendijo. Así se atribuye a la bendición de
Jesús la alimentación de los muchos con aquellos pocos panes. Los discípulos repartieron
la comida. Otorgó a los discípulos el que presidieran. Jesús es el dador, los discípulos los
distribuidores. Todo procede de Jesús; los apóstoles son los mediadores enviados por él.
Proclaman la buena nueva, curan enfermos y sacian al pueblo...
Todos quedaron saciados. Los pedazos de pan restantes se recogieron en canastos
como los que llevaban consigo los soldados romanos como ración alimenticia del día. Cada
uno de los doce apóstoles recogió todavía un canasto lleno. La comida no es un alimento
que escasamente sacia, sino un banquete abundantísimo. Se inicia la exuberancia del
tiempo mesiánico. Jesús dio de comer a su pueblo como segundo Moisés -como un Moisés
más grande- en el desierto. Con poder y amor preparó una comida y los apóstoles
colaboraron con sus servicios.
Con esto alcanza su punto culminante la revelación en Galilea. Jesús es el portador de la
salud de los últimos tiempos. ¿Pero fue reconocido como tal?
IV. EL MESÍAS SUFRIENTE (9,18-505.
1. MESÍAS Y SIERVO DE YAHVEH (9,18-27).
a) Confesión de Pedro
(Lc/09/18-20)
PEDRO/CONFESION
18 Estaba él un día haciendo oración en un lugar aparte; y los discípulos estaban con
él. Y les preguntó ¿Quién dicen las gentes que soy yo? 19 Ellos le respondieron: Unos,
que Juan el Bautistas otros, que Elías, y otros, que algún profeta de los antiguos ha
resucitado.
Jesús oraba en la soledad antes de situar a los discípulos ante grandes decisiones. Así
lo hizo cuando la elección de los apóstoles (6,12), así lo hace también ahora que se
dispone a iniciarlos en el misterio de su misión (9,18), así lo hará también antes de que
asistan a la pasión y muerte de Jesús (22,32s). Cada uno de estos momentos tiene un
sentido de formación de Iglesia. La Iglesia está incorporada a la oración de Jesús.
La pregunta de Jesús quiere verificar el resultado de su actividad en Galilea y a la vez
sentar las bases para la acción ulterior. La doctrina sobre el reino se concentra en su
misión y en su posición en la historia salvífica. Los discípulos conocen también las
opiniones del pueblo sobre Jesús, que habían llegado hasta la corte de Herodes. Los
discípulos se las enumeran al Maestro. Jesús es tenido por el profeta de los últimos
tiempos; representa el retorno de uno de los profetas que habían de preparar para el
tiempo final.
20 Él les dijo: Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo? Tomando la palabra Pedro, dijo:
El Mesías de Dios.
La actividad en Galilea dividió al pueblo y a los discípulos. A los discípulos se dieron a
conocer los misterios del reino de Dios. Pudieron presenciar los grandes hechos de Jesús
en los que se manifestaba su dominio sobre la naturaleza desencadenada, sobre los
demonios y la muerte. Les fue dado cooperar en la milagrosa multiplicación de los panes.
Jesús tiene derecho a esperar de ellos un juicio distinto del formulado por el pueblo.
La pregunta que hizo Jesús a los apóstoles, se les había planteado con frecuencia: como
pregunta que a ellos mismos se les había ofrecido ya en el asombro y en el
sobrecogimiento, y en los títulos que le daban: Maestro, Señor, profeta. Hasta aquí han
dejado hablar al pueblo. La pregunta que ahora se les dirige los sitúa ante una respuesta
clara y decisiva. Pero vosotros, ¿quién decís que soy yo?
Pedro responde en nombre de los apóstoles. Su llamamiento representa en Lucas el
comienzo de los llamamientos de discípulos. Pedro ocupa el primer lugar en la lista de los
apóstoles; juntamente con Juan y Santiago, a los que es antepuesto, ha sido testigo de la
resurrección de la hija de Jairo.
La confesión de Pedro designa a Jesús (literalmente) como ungido de Dios, que quiere
decir también Cristo o Mesías. El título empalma con la predicción de Isaías: «El espíritu del
Señor, Yahveh, descansa sobre mí, pues Yahveh me ha ungido. Y me ha enviado para
predicar la buena nueva a los abatidos...» (Is 61,1). Jesús es el portador del tiempo de la
salud, provisto del espíritu de Dios, el que publica el año de perdón del Señor (Is 61,2).
h) Primer anuncio de la pasión
(/Lc/09/21-22)
J/PASION/ANUNCIO
21 Pero él, con severa advertencia, les ordenó que a nadie dijeran esto. 22 EI Hijo del
hombre -añadió- tiene que padecer mucho; será reprobado por los ancianos, por los
sumos sacerdotes y los escribas, y ha de ser llevado a la muerte; pero al tercer día tiene
que resucitar.
Jesús prohíbe severamente a los discípulos que comuniquen a nadie la confesión de
Pedro. Es que ésta reclama todavía un complemento esencial: el Hijo del hombre... ha de
ser llevado a la muerte. Jesús no insiste en el título que le ha otorgado Pedro: ungido de
Dios. Habla más bien del Hijo del hombre, como él mismo se designa. Este Hijo del hombre
tiene que sufrir mucho, tiene que ser reprobado y llevado a la muerte. Aquí se oye el eco de
oráculos proféticos sobre el siervo de Yahveh: «Tomó sobre sí nuestras enfermedades y
cargó con nuestros dolores» (Is 53,4). «Despreciado, desecho de los hombres, varón de
dolores..., ante quien se vuelve el rostro, menospreciado, estimado en nada» (Is 53,3).
«Fue arrebatado por un juicio inicuo, sin que nadie defendiera su causa cuando era
arrancado de la tierra de los vivientes y muerto por las iniquidades de su pueblo» (Is 53,8).
En este someterse a la pasión cumple él los designios de Dios expresados en la Sagrada
Escritura; por esto debía suceder todo así. El profeta da su profundo significado a esta
pasión y a esta muerte: es una pasión y una muerte expiatoria; el Hijo del hombre intercede
por muchos, por todos (cf. Is 53,12). El tercer día resucitará. «Sacado de una vida de
fatigas contempla la luz, sacia a muchísimos con su conocimiento. Por eso yo le daré por
parte suya muchedumbres y recibirá muchedumbres por botín» (cf. Is 53,1 ls).
El comienzo de la actividad de Jesús en Galilea estaba presidido por el pasaje de la
escritura relativo al salvador ungido por el Espíritu (Is 61,1); Pedro vuelve sobre esta
profecía aplicada a Jesús. Pero Jesús la completa con Is 53, que habla del siervo de
Yahveh que sufre y expía por los pecados de los hombres. La acción y la misión de Jesús
se comprende por la palabra de Dios. Como Hijo de Dios es ambas cosas: Salvador de los
últimos tiempos y siervo sufriente de Yahveh.
c) Seguir a Cristo en la pasión
(Lc/09/23-27)
SGTO/LLEVAR-CZ
CZ/LLEVAR
23 Decía luego a todos: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue
cada día con su cruz y sígame. 24 Pues quien quiera poner a salvo su vida, la perderá;
pero quien pierda su vida por mí, la pondrá a salvo. 25 Porque ¿qué provecho saca un
hombre ganando el mundo entero si se echa a perder o se daña a sí mismo?
:El discípulo de Jesús va en pos de Jesús, sigue a Jesús. Puesto que él se somete a la
pasión y a la muerte, también el discípulo tiene que estar dispuesto a seguir por amor de
Jesús el camino de la pasión y de la muerte. Ser discípulo es seguirle en la pasión.
Seguir a Jesús en la pasión consiste en negarse uno a sí mismo y cargar con la
cruz. Dado que los discípulos siguen al Maestro que es entregado a la muerte, deben estar
dispuestos a no conocerse ya a sí mismos, a decir un no a sí mismos y a su vida, a odiar su
propia vida (14,26) y a cargar con la cruz como Jesús (*). Más aún, a dejarse clavar en la
cruz, que entonces se consideraba como la manera más ignominiosa, más cruel y más
horrorosa de morir. El seguimiento en la pasión exige prontitud para sufrir el martirio (6,
22).
Al decir que el discípulo ha de cargar con la cruz añade Lucas: cada día. El martirio es
cosa que sucede una sola vez, mientras que el seguimiento de Jesús en la pasión debe
reanudarse cada día. «Por muchas tribulaciones tenemos que pasar para entrar en el reino
de Dios» (Act 14,22). El que se declara por Jesús, el que vive según su palabra y cumple la
voluntad de Dios tal como él la proclamó, ha de tropezar con oposición desde fuera y desde
dentro. Los hombres odiarán y escarnecerán a los discípulos por causa del Hijo del hombre
(6,22). Hay que dar una negativa decidida a las preocupaciones excesivas, a la riqueza y al
ansia de placeres, a fin de que no se ahogue la palabra de Dios (8,14).
V/SALVAR-PERDER Jesús da fuerzas para negarse a sí mismo y para cargar con la
cruz. Con lo que parece echarse a perder a sí mismo se logra salvar la vida. Por el camino
de la pasión y de la cruz entra Jesús en la gloria de la resurrección. También para los
discípulos, después de seguir a Cristo en la pasión viene la gloria de la vida eterna. Una
paradoja acuñada por Jesús. Quien pone a salvo la vida, la pierde; sacrificándola, se gana.
Quien se aferra desesperadamente a la vida y no quiere perder nada de lo que hace la vida
más bella y más aceptable, el que rechaza todo lo que le resulta desagradable, éste pierde
la vida en el mundo futuro y la segura esperanza de salvación. Se salva, no el que quiere
ponerse en salvo, sino el que practica la entrega; no se pone en salvo el que se apega
nerviosamente al propio yo y a sus propios deseos, sino el que se da. No salva la vida y el
propio yo el que lo protege con ansiedad, sino el que se entrega generosamente.
Con un cálculo muy sobrio, en cierto modo mercantil, invita Jesús a su seguimiento en la
pasión. El que quiera seguir al siervo sufriente de Yahveh, a Jesús, debe estar pronto al
martirio, a muchas tribulaciones, a perjudicarse a sí mismo. Tal seguimiento plantea una
decisión. Por un lado está como ganancia la preservación de la vida terrena y la
satisfacción del ansia de gozar, por el otro lado el logro de la vida eterna, verdadera
satisfacción del ansia de vivir, en el reino de Dios. El que no quiera seguir al Cristo de la
pasión, tampoco podrá entrar en el reino de Dios.
¿Cómo se ha de efectuar la elección? Lo decisivo es la salvación de uno mismo. ¿Qué
provecho saca el hombre ganando el mundo entero, si se echa a perder a sí mismo? Lucas
se sirve de dos expresiones: se echa a perder o se daña a sí mismo. También adapta estas
palabras de Cristo a la vida cristiana de cada día. No todo lo que no puede conciliarse con
seguir a Jesús y con su palabra, destruye la vida eterna; algunas cosas sólo la dañan. Aun
lo que sólo la daña debe descartarse con serena ponderación.
...............
* «Cargar con su cruz» lo entendió seguramente Lc en el sentido de que el discípulo debe estar
dispuesto,
como Jesús, a tomar sobre sí los oprobios, los dolores y la muerte que acompañan a la cruz.
¿Cómo se explica
en labios de Jesús este «cargar con la cruz»? En la predicción de la pasión sólo habló de que le
darían muerte.
¿Quería con las palabras dirigidas a los discípulos determinar más en concreto su muerte
violenta como muerte
en cruz? ¿O acaso no habló todavía de cruz, sino quizá de «yugo» (Mt 11,29), o de una señal de
pertenencia (cf.
Ez 9,4-6: tau, T), mientras que después de la muerte de Jesús, una vez entendidas mejor las
cosas, se puso el
término «cruz»? En todo caso, la antigua literatura judía no tiene ninguna locución que
corresponda a las
palabras de Jesús.
...............
26 Porque si alguno se avergüenza de mí y de mis palabras, el Hijo del hombre se
avergonzará de él cuando venga en su gloria, y la de su Padre, y la de los santos ángeles.
27 Os lo digo de verdad: Hay algunos de los aquí presentes que no experimentarán la
muerte sin que vean el reino de Dios.
El Hijo del hombre vendrá en su gloria, y la de su Padre, y la de los santos ángeles.
Vendrá como juez del universo. Jesús mismo es este Hijo del hombre que viene a juzgar.
Estas palabras de Jesús sobre el Hijo del hombre asocian su anuncio de la pasión y su
venida en la gloria de Dios, su Padre. Entonces, en el juicio, todo dependerá de si uno goza
o no de la aprobación del Hijo del Hombre, de si el Hijo del hombre lo mira como suyo o
más bien se avergüenza de él y lo repudia.
El pensamiento en el Hijo del hombre que ha de venir y que es juez debe dar fuerzas
para seguirlo en su camino con la cruz a cuestas. Ahora es Jesús un crucificado, un
criminal, un paria, uno que se ve abandonado. Un ciudadano romano no podía ser
crucificado; la cruz era el castigo de los infames, de los esclavos, de los desertores (*).
Quien se declara por este Jesús y hace de su palabra el orden de su vida, cae como Jesús
en el oprobio. El hombre se defiende contra la deshonra y la calumnia, por lo cual cae en la
tentación de avergonzarse de Jesús y de sus palabras, de abandonarlo, de apartarse de él.
Jesús quiere, con sus palabras conminatorias, poner en guardia contra la negación y la
apostasía. Seguir a Cristo y reconocerlo cubierto de oprobios es lo que salvará en el
juicio.
A las palabras conminatorias sigue, en discurso profético, una palabra de promesa de
salvación. Jesús es el Hijo del hombre y trae el reino de Dios. El que se declare en favor de
Jesús y de su palabra, verá y experimentará el reino de Dios. Esta promesa es tan cierta,
que algunos de los que aquí están presentes no experimentarán la muerte sin que vean el
reino de Dios. El reino de Dios está ya aquí (17,21). Con la proclamación de Jesús ha
venido el reino. Sin embargo, todavía no es visible. Con todo, algunos de los discípulos
presentes -Pedro, Santiago y Juan- verán en la montaña el reino de Dios en la gloria de
Jesús transfigurado (**). Estos testigos que ven el reino de Dios en Jesús, son para
nosotros garantes de que Jesús vendrá, visible para todos, en la gloria de Dios (Cf. 23,42;
2P 1.16ss).
...............
* Juicio de CICERÓN sobre la crucifixión: «La pena más cruel e ignominiosa»(Verres v,
64,165); «el castigo
más extremo y bajo de la esclavitud» (Verres v, 66,169).
** Esta antigua opinión, sostenida especialmente por los padres de la Iglesia, fue seguramente
también la idea
de los evangelistas, aunque es poco probable que fuera este el sentido primigenio. Lo que con
esto quería decir
Jesús, es cosa que ignoramos.
(_MENSAJE/03-1.Págs. 245-261)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 19
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE: EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (19)
·ALOIS-STÖGER
2. MANIFESTACIÓN DEL MESÍAS SUFRIENTE (9,28-43).
a) Transfiguración de Jesús
(Lc/09/28-36)
J/TRANSFIGURACION
28 Unos ocho días después de estos discursos, tomó consigo a Pedro, a Juan y a
Santiago, y subió al monte para orar.
La transfiguración se pone en relación con la confesión de Pedro y el subsiguiente
anuncio de la pasión: ocho días después de estos discursos. La transfiguración representa
y confirma lo que ha anunciado Jesús. El monte es el lugar de las epifanías de Dios. En el
monte de Dios, Horeb, vio Moisés a Dios en la zarza ardiente (Ex 3). Israel vio el monte
Sinaí completamente cubierto de humo porque el Señor había descendido a él en el fuego
(Ex 19,18).
Para Lucas no tiene importancia dónde está situado el monte de la transfiguración ni
cómo se llama. Lo que en cambio le importaba era decir que Jesús subió al monte para
orar. Antes de recibir de los discípulos la confesión de Mesías y antes de comenzar la
revelación de su pasión y muerte, había orado Jesús en la soledad. Ahora que va a
hacerse visible aquello de que ha hablado, vuelve otra ver a orar. La proclamación y la
manifestación de Jesús supone su oración, la comunión con el Padre. Aquello de que habla
a los hombres lo trata primero con el Padre.
Los tres discípulos a los que toma consigo habían sido también testigos de la
resurrección de la hija de Jairo. También serán testigos de su agonía en el huerto de los
Olivos. Antes de que lo vean en su angustia mortal les hace el presente de contemplarlo
como triunfador del poder de la muerte. Él tiene poder sobre la muerte de la muchacha;
transfigurado, triunfa también de su propia muerte. Sólo elige tres, porque tres testigos son
más que suficientes para la prueba de una verdad (Dt 19,15). Probablemente sólo toma a
tres para que le acompañen al monte, porque la glorificación de Jesús debe ser un misterio
de fe hasta su venida gloriosa, como también el resucitado sólo apareció a los testigos
señalados de antemano por Dios (Act 10,41).
29 Y mientras estaba orando, el aspecto de su rostro se transformó, y su ropaje se
volvió de una blancura deslumbrante.
El mundo divino se muestra en resplandores de luz. «Tú te cubres de luz como con un
manto» (Sal 104,2; lTim 6,16). La gloria de Dios brilla como un relámpago y penetra entera
la persona de Cristo, hasta sus vestiduras. Jesús se manifiesta como el Cristo de Dios,
como ha de venir un día con el poder y el esplendor de un soberano. Lo que confesó Pedro
se hace ahora visible.
Dios manifestó a Jesús, mientras éste oraba. Durante la oración vino el Espíritu sobre él
en el bautismo. Orando muere, y ya comienza a brillar su gloria en la confesión del
centurión. Del bautismo arranca un arco que, pasando por la transfiguración, se extiende
hasta la resurrección. El camino de la gloria es la confesión de la propia nada en la oración,
la cual se experimenta sobre todo en la muerte. En la oración se expresa la prontitud para
la entrega a la voluntad de Dios, se sientan las bases para el don de la glorificación por
Dios.
30 Y he aquí que dos hombres conversaban con él; eran Moisés y Elías, 31 que,
aparecidos en gloria, hablaban de la muerte que había de sufrir él en Jerusalén.
El resplandor de la gloria de Dios envuelve también a los dos hombres que se aparecen y
los muestra como figuras celestiales. Los evangelistas ven en ellos a Moisés y Elías. De los
dos se decían que habían sido trasladados al cielo. Ambos son «profetas, poderosos en
obras y en palabras», ambos fueron puestos en estrecha relación con la venida del Mesías:
Elías fue preparador del camino del Mesías, Moisés fue su imagen y modelo según el dicho
de los doctores de la ley: Como el primer redentor (Moisés), así el segundo (el Mesías).
Ambos son figuras de la pasión. Los Hechos de los apóstoles presentan a Moisés como
siervo de Dios incomprendido y repudiado (Act 7,17-44), Elías se queja ante Dios de que
sus adversarios conspiran contra su vida (lRe 19,10). La imagen de Elías asoma ya en la
resurrección del hijo de la viuda de Naím, la de Moisés en la multiplicación de los panes
para dar de comer al pueblo en el desierto. Las dos grandes figuras del Antiguo
Testamento brillan en el resplandor de la gloria de Dios, pero ambos tuvieron que pasar
antes por el sufrimiento. En ellos se diseña el camino de Jesús: por la pasión a la gloria de
Dios, por el destino del siervo de Dios al divino esplendor del Mesías.
Las dos grandes figuras del Mesías hablaban de la muerte que había de sufrir él en
Jerusalén. Ambos confirman el anuncio de la pasión y de la muerte. El sufrimiento y la
muerte forman parte del designio trazado por Dios mismo, hacía mucho tiempo, en la
Escritura, en la ley y en los profetas. Tenía que cumplirse en Jerusalén (Lc 9,51; 13,22;
17,11; 18,31; 19,11; 24,36-53; Hch 1,4-13): la muerte y la glorificación. Allí termina su
camino y comienza su gloria. La muerte de Cristo en Jerusalén es el punto central de la
historia salvífica. Hacia este punto miran los grandes hombres del tiempo anterior, hacia él
mira también la Iglesia. La muerte de Jesús en Jerusalén es el comienzo del tiempo final;
este, en efecto, lleva a perfección lo que había comenzado en la muerte.
32 Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño. Pero, una vez bien despiertos,
vieron la gloria de Jesús y a los dos hombres que con él estaban. 33 Y cuando éstos se
disponían a separarse de él, dijo Pedro a Jesús: ¡Maestro! ¡Qué bueno sería quedarnos
aquí! Vamos a hacer tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Esto dijo
sin saber lo que decía.
¿Hay que ver conexiones entre el monte de la transfiguración y el monte de los Olivos, en
el que la pasión comenzó? En ambos lugares están dormidos los tres discípulos y testigos
elegidos, mientras Jesús ora. Cuando «se levantó de la oración, fue hacia sus discípulos y
los encontró dormidos por causa de la tristeza» (22,45). En el monte de la transfiguración
despiertan y perciben su gloria; en el monte de los Olivos son despertados por el Señor, y a
continuación aparece ya el traidor (22,47). El camino de la gloria pasa por el sufrimiento,
por la pasión. Sólo los que velan en oración comprenden este camino.
Pedro quiere retener la aparición en tres tiendas. Cuando Dios viene al hombre, habita
en la tienda. Así sucedía en el desierto cuando Dios moraba con su pueblo en el
tabernáculo de la Alianza, y así se dice también en forma figurada con respecto al tiempo
final: «Aquí está la tienda de Dios con los hombres; y morará con ellos: y ellos serán sus
pueblos, y Dios mismo con ellos estará» (Ap 21,3).
Pedro piensa que se ha iniciado ya el reino de Dios, que ha comenzado ya la era
mesiánica, que Dios y sus santos habitan ya en su pueblo, por lo cual es conveniente que
los tres discípulos estén allí. En efecto, ahora podían ellos construir las tiendas. ¡Cómo se
reflejan en las representaciones humanas los grandes hechos salvíficos de Dios!
El apóstol no sabía lo que decía. Con Jesús ha aparecido la gloria mesiánica, pero sólo
por pocos momentos. Todavía no se puede retener. Antes hay que andar el camino hasta
Jerusalén, donde aguarda la muerte. Tampoco los discípulos pueden todavía retener la
gloria, también a ellos les es necesario caminar: tienen que partir a través de la muerte.
Esta ley se aplica, no sólo a los tres, sino a todos los discípulos a través del tiempo de la
Iglesia. Todavía no podemos retener (Jn 20, 17), sino que debemos seguir caminando con
constancia decidiéndonos una y otra vez por la palabra de Dios...
34 Mientras él hablaba así, se formó una nube que los envolvió, y quedaron aterrados
cuando se vieron dentro de ella. 35 Y de la nube salió una voz que decía. Éste es mi Hijo,
el elegido; escuchadlo.
La nube es señal de la presencia de Dios (Cf. 1,35; Ex 16,10; 19,9), que confiere gracia o
que castiga. Acompaña al pueblo de Dios en su peregrinación por el desierto (Ex 14,20),
envuelve al monte Sinaí cuando desciende Dios en la figura del fuego para manifestar su
voluntad (Ex 19,16ss). Una nube llenó el templo cuando fue consagrado; en él se posa la
gloria de Dios (IRe 8,10ss). El comienzo del tiempo final está acompañado de nubes (Sof
1,15; Ez 30,18; 34,12; Jl 2,2). La nube que en el monte de la transfiguración envuelve a
Moisés y a Elías manifiesta la presencia de Dios, la gloria divina de Jesús, la anticipación
del tiempo final. «Entonces aparecerá su gloria, y asimismo la nube, como se manifestó al
tiempo de Moisés y cuando Salomón pidió que el templo fuese gloriosamente santificado»
(2Mac 2,8). A los discípulos se ha dado a conocer el «futuro de Dios».
Sobre el monte de la transfiguración se alza un nuevo santuario. Dios establece en forma
nueva su presencia entre los hombres, erige un nuevo templo. Ya no es el templo de
Jerusalén el lugar de la manifestación y del culto de Dios, sino Jesús, al que apuntaba el
Antiguo Testamento. Cristo, que pasando por la pasión y la muerte ha sido glorificado, es
presencia, manifestación y centro del nuevo culto divino.
Desde esta nueva tienda de Dios entre los hombres da Dios mismo su revelación y con
su palabra declara que Jesús es su Hijo, el elegido. En él se cumple lo que había
profetizado Isaías acerca del siervo de Yahveh: «He aquí a mi siervo, a quien sostengo yo,
mi elegido, en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él, y él dará la ley a
las naciones» (Is 42,1). Los enemigos de Jesús se mofarán de él junto a la cruz diciendo:
«Que se salve a sí mismo, si él es el ungido de Dios, el elegido» (23,35). La voz de los
enemigos recusa la reivindicación mesiánica por causa de la pasión. Cristo es el elegido,
no sólo en la pasión, ni tampoco sólo a pesar de la pasión, sino precisamente por la pasión.
Dios lo ha elegido, lo ha hecho Hijo de Dios y ungido de Dios, porque él va a la gloria a
través de la pasión y la muerte.
Escuchadlo. La voz de Dios repite lo que había dicho Moisés sobre el profeta venidero:
«Un profeta os suscitará Dios, el Señor, de entre vuestros hermanos como a mí; lo
escucharéis en todo lo que os hable. Todo el que no escuche a tal profeta será
exterminado del pueblo» (Act 3,22s; Dt 18,15.19). La ley que promulga Jesús a los tres
apóstoles en el monte de la transfiguración reza así: Por la pasión y la muerte, a la
resurrección y a la gloria. Esta es la ley de Cristo, la ley de sus discípulos, la ley de la
Iglesia, la ley de los sacramentos y de la vida cristiana.
36 Y al acabarse de oir la voz, encontraron a Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por
entonces, a nadie refirieron nada de lo que habían visto.
La epifanía dura poco. Encontró a Jesús solo. Jesús, «siendo de condición divina, no
hizo alarde de ser igual a Dios, sino que se despojó a sí mismo, tomando condición de
esclavo, haciéndose semejante a los hombres» (Flp 2,6s). Descendió del Padre a Nazaret,
después de la epifanía del bautismo se dirigió al desierto, tras la gran revelación en Nazaret
fue a Cafarnaúm... estaba solo, incomprendido...
Los discípulos, mientras estuvo Jesús con ellos, no hablaron a nadie de lo que habían
visto. Ven el reino de Dios y sus misterios. Pero el mayor misterio es éste: que la gloria del
reino se inicia con la muerte de Jesús, que el salvador da la salvación por el camino del
sufrimiento.
¿Quien estaba maduro para soportar este misterio del reino de Dios?
b) Curación de un epiléptico
(Lc/09/37-47a)
MIGRO/ENDEMONIADO
37 Al día siguiente, cuando bajaban del monte, le salió al encuentro una gran multitud.
38 Y de pronto, un hombre que estaba entre la multitud se puso a gritar: ¡Maestro, fíjate en
mi hijo, por favor! Es mi único hijo. 39 Pero un espíritu se apodera de él, y de repente grita
y lo agita con violentas convulsiones, haciéndole echar espumarajos, y cuando a duras
penas se aparta de él, lo deja todo magullado. 40 He rogado a tus discípulos que lo
arrojaran, pero no han sido capaces.
:El monte es el lugar de la manifestación de Dios. Al pie de la montaña se halla la masa
del pueblo. De Moisés se refiere: «Estuvo Moisés con el Señor cuarenta días y cuarenta
noches, sin comer y sin beber, y escribió Yahveh en las tablas los diez mandamientos de la
ley. Cuando bajó Moisés de la montaña del Sinaí traía en sus manos las dos tablas del
testimonio, y no sabía que su faz se había hecho radiante desde que había estado
hablando con Yahveh» (Éx 34,28s). Pero abajo, al pie de la montaña se entregaba a la
idolatría. Jesús, un segundo Moisés.
De en medio de la multitud grita un padre a Jesús. Le llama maestro. Quiere que Jesús
mire a su hijo. Era hijo único, como el hijo de la viuda de Naím (7,12), y como la hija de
Jairo (8,42). Lucas, como médico, describe el estado del muchacho con conocimiento de
causa y con especial interés). Los síntomas de la enfermedad muestran tres fases: El mal
espíritu se apodera del muchacho (primera fase), inmediatamente grita por boca del
muchacho, lo agita de una parte a otra y le hace echar espumarajos (segunda fase),
finalmente lo echa al suelo, y el muchacho, después del ataque, está fatigado y magullado
(tercera fase). Estos síntomas revelan epilepsia. El médico Lucas no cayó en la tentación
de hacer en su evangelio investigaciones de ciencia medica. La enfermedad es atribuida a
demonios. Lucas nos pone en la mano el Evangelio como Evangelio que proclama la
salvación sin cuidarse de investigaciones médicas.
Se ha agravado el desamparo del padre y de su hijo, porque no habían hallado remedio
ni siquiera donde lo habían esperado. Los apóstoles que no habían subido a la montaña,
no habían podido hacer nada a pesar de la fuerza y poder de que estaban investidos. ¿Por
qué?
41 Jesús respondió: ¡Oh generación incrédula y pervertida! ¿Hasta cuándo tendré que
estar con vosotros y soportaros? Trae aquí a tu hijo.
La queja de Jesús reproduce la queja de Moisés: «Si (Dios) es la roca. Sus obras son
perfectas. Todos sus caminos son justísimos. Es fidelísimo y no hay en él iniquidad. Es
justo, es recto. Indignamente se portaron con él sus hijos, generación malvada y perversa»
(Dt 32,4s). «¿Hasta cuándo voy a estar oyendo lo que contra mí murmura esta turba
depravada, las quejas contra mí de los hijos de Israel?» (Núm 14,27). Jesús está bajo la
impresión de la transfiguración. El Padre ha revelado su condición de Mesías, lo ha
destacado entre todos como a Hijo de Dios elegido, ha hecho llamamiento a creer en su
palabra. ¿Y con qué se encuentra ahora? Halla a los demonios con sus estragos, a los
discípulos con su fe flaca, al pueblo incrédulo y torcido (Act 2,40). Jesús, en la gloria y
poder de Dios, tiene en su mano el destino del hombre, y a la vez se queja de la sordera del
pueblo. Él es Hijo y siervo sufriente de Dios. Su camino, al ser incomprendido, podría
causarle «hastío» (Mc 14,33). Sin embargo, está dispuesto a mostrar misericordia. Trae
aquí a tu hijo. Como Hijo elegido y ungido de Dios que es, quiere aportar salvación, quiere
estar siempre disponible para remediar la miseria del pueblo.
42 Cuando éste se acercaba, el demonio lo tiró por tierra y lo agitó con violentas
convulsiones. Entonces Jesús increpó al espíritu impuro y curó al muchacho; luego se lo
devolvió a su padre. 43a Todos quedaron llenos de asombro ante el poder admirable de
Dios.
El demonio es expulsado, la enfermedad curada, el padre aliviado. En la acción de Jesús
se manifiesta la grandeza de Dios. En la montaña de la transfiguración se ha mostrado
como un relámpago la majestad y la gloria de Dios; en la miseria de los hombres afligidos
se muestra su omnipotencia. Los hombres llaman Maestro a Jesús y confiesan que él pone
de manifiesto, hace visible la grandeza de Dios; el Padre en el cielo lo ha llamado elegido,
Mesías, Hijo de Dios. En la montaña le rodean las grandes figuras de la historia antigua y
los tres apóstoles elegidos; abajo, los discípulos de poca fe, la «generación incrédula y
pervertida» de los hombres, el muchacho epiléptico, poseído por el demonio. Gran obra de
Dios que envía al elegido, para que se interese por la miseria... El camino de la gloria
conduce a Jesús por la miseria y el sufrimiento de los hombres, que él toma sobre sí.
3. LA VÍA DOLOROSA DEL MESÍAS (9,43b-SO)
a) Segundo anuncio de la pasión
(Lc/09/43b-45)
J/PASION/ANUNCIO-2
43b Mientras todos estaban maravillados de todas las cosas que hacía, dijo a sus
discípulos: 44 Grabad bien en vuestros oídos las palabras que os voy a decir: El Hijo del
hombre ha de ser entregado en manos de los hombres.
Todos estaban maravillados de todas las cosas que hacía. Con esto se cierra la actividad
en Galilea. Una vez más se cava una profunda zanja entre todos y los discípulos. Los
discípulos no pueden dejarse arrastrar por las esperanzas del pueblo. No sucederán
hechos todavía mayores, sino que tendrá lugar la entrega del Hijo del hombre en manos de
los hombres; éstos harán con él lo que quieran. ¿Quién es el que lo entrega? Dios. Tal es
su designio. A través de la admiración general mira Jesús a este designio de Dios. En esta
profecía de la pasión no se dice nada de la resurrección.
45 Pero ellos no comprendían tales palabras; y eran tan obscuras para ellos, que no
captaban su sentido, y sin embargo, les daba miedo de preguntarle acerca de ellas.
Las palabras de la profecía son claras, pero lo que quieren decir es misterioso y oscuro.
El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres. El Mesías, que tiene todo
poder, será entregado al capricho de los hombres. Dios lo ha dispuesto así. ¡EI Señor cargó
sobre él (el siervo de Yahveh) la iniquidad de todos nosotros» (Is 53,6). ¿Por qué ha de
pasar por la pasión el camino de Jesús a la gloria? ¿Por qué ha de ser este el camino de
sus discípulos y de su Iglesia? A los discípulos les daba miedo preguntarle acerca de estas
palabras, porque en su interior se rebelaban contra la muerte de Jesús, pero sabían que
Jesús reprobaba tales pensamientos (Mc 8,32).
Lucas inserta una explicación en la fuente de que toma estas palabras. Eran obscuras
para ellos, de modo que no las comprendían. Dios había echado un velo sobre este
misterio, de modo que no podían percatarse de él. Les descubrirá este misterio cuando
resucite Jesús. En la mañana de pascua dirán los mensajeros de Dios: «No está aquí, sino
que ha resucitado. Acordaos de cómo os anunció, cuando estaba todavía en Galilea, que el
Hijo del hombre había de ser entregado en manos de pecadores y había de ser crucificado,
pero que al tercer día había de resucitar. Entonces... recordaron sus palabras» (24,6ss). La
humillación de Jesús sólo se comprende por su glorificación. El gusto del sufrimiento sólo
se halla cuando se ha gustado la glorificación.
b) Seguimiento de Cristo a la luz del anuncio de la pasión
(/Lc/09/46-48)
46 Surgió entre ellos la cuestión acerca de quién sería el mayor de todos. 47 Entonces
Jesús, penetrando los pensamientos de su corazón, tomó a un niño, lo puso junto a sí 48 y
les dijo: Quien acoge a este niño en mi nombre, es a mí a quien acoge, y quien me acoge
a mí, acoge a aquel que me envió, porque el que es más pequeño entre todos vosotros,
ése es grande.
NIÑO/ACOGIDA El ansia de ser el mayor entre los otros, de dominarlos, de disponer de
ellos, responde a una inclinación muy arraigada en el corazón del hombre, también en el de
los discípulos. Estos no expresan lo que les preocupa interiormente; el ansia de dominar se
tiene escondida o se disimula tras una máscara. Los dominadores de los pueblos se hacen
llamar «bienhechores» (22,25). El hombre no quiere ser entregado en manos de los
hombres, no quiere que puedan disponer de él, sino que quiere disponer de los otros y
dominarlos. La suerte de Jesús contradice a los pensamientos del corazón humano, los
discípulos del Hijo del hombre entregado en manos de los hombres tienen que modificar su
modo de pensar y reformarlo conforme al espíritu de Cristo.
Jesús hace que se le acerque un niño pequeño, que recibe a su lado un puesto
honorífico, es antepuesto y preferido a los discípulos. Todas las miradas se fijan en este
niño. Jesús ha acogido con honor a este niño y formula la mayor promesa para el que acoja
a un niño pequeño y le dedique sus servicios. El que quiera ser grande, debe ponerse al
servicio de los más pequeños. Lo que hace grandes no es dominar, sino servir, servir a los
pequeños, a los despreciados.
Al niño se le debe acoger en nombre de Jesús, en atención a él. Esto no es sólo acto de
humanidad, sino también acto propio de quien es discípulo de Jesús. La humillación de uno
mismo y el servicio propio de los discípulos de Jesús se efectúa a imitación de aquel que se
humilló a sí mismo. El discípulo se entrega en manos de los hombres para que dispongan
de él, porque Jesús fue entregado por Dios y él mismo se entregó.
Grandes cosas se prometen a quien sirva. El servicio prestado al niño es servicio
prestado a Jesús, y el servicio prestado a Jesús es servicio prestado a Dios. Los pequeños,
Jesús y Dios se ponen en una misma línea; a través del pequeño se mira a Jesús, a través
de Jesús, a Dios. El servicio insignificante, obscuro, prestado a un niño es como el de quien
acoge y alberga a Dios, y aporta las ventajas que concede Dios a quien le alberga a él
mismo. El servicio a los más pequeños de la comunidad se convierte en servicio, en culto a
Dios. Jesús, por el hecho de entregarse en manos de los hombres, realiza el culto querido
por Dios...
Cuando Jesús es entregado en manos de los hombres, se efectúa esto a fin de que los
pequeños, los débiles y los no redimidos sean acogidos y albergados por Dios. El que se
apropia los sentimientos de Jesús, no sólo se entrega como siervo en manos de los
hombres, sino que logra ser acogido por Jesús y halla albergue y comunidad con Dios.
Ahora bien, la comunidad con Dios en Jesús es la Iglesia. «Él (Cristo) constituyó a unos
apóstoles; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, para el perfeccionamiento
del pueblo santo, para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo» (Ef
4,11s).
El que con su servicio al más humilde se constituye él mismo en el más humilde y bajo,
ése es verdaderamente grande. El más pequeño entre todos vosotros, ése es grande.
Jesús, el más grande, que fue entregado en manos de los hombres a fin de que dispusieran
de él, trastorna todas las normas. Los pequeños vienen a ser los mayores, los humildes se
convierten en señores, los dominadores se hacen esclavos. Esta revolución de los
corazones tiene lugar en nombre de aquel que, siendo Hijo de Dios, fue entregado en
manos de los hombres.
c) Uso del nombre de Jesús
(Lc/09/49-50).
49 Entonces Juan, tomando la palabra, dijo: Maestro, hemos visto a uno que estaba
expulsando demonios en tu nombre y queríamos impedírselo, porque no anda con
nosotros. 50 Pero Jesús le contestó: No se lo impidáis, que quien no está contra vosotros,
en favor vuestro está.
La respuesta de los discípulos a las palabras de Jesús sobre el servicio es la
preocupación ambiciosa por los puestos elevados. Uno de los más allegados a Jesús,
Juan, que con frecuencia es nombrado por Lucas juntamente con Pedro y constantemente
es antepuesto a su hermano, tampoco entiende las palabras de Jesús acerca del hacerse
pequeños. El seguimiento de Jesús, que se entrega en manos de los hombres para
servirlos, hace tropezar con nuevas y nuevas sorpresas causadas por las mociones del
corazón.
Entre los judíos había gentes que con oraciones expulsaban los demonios de los
posesos (exorcistas). Como los discípulos tenían éxito expulsando demonios en nombre de
Jesús, uno de aquellos exorcistas intentó expulsar demonios también en nombre de Jesús,
aunque no pertenecía al grupo de los discípulos. La invocación del nombre de Jesús se
demuestra eficaz aun fuera de la comunidad de los discípulos.
El exorcista extraño causa desazón a los discípulos. Consideran su propia posición como
una elección que los coloca por encima de todos los demás. Lo que hace el extraño lo
consideran como algo que merma su grandeza. Ellos quieren dominar, no servir. Se quejan
al maestro: No anda con nosotros. Quienquiera que trabaje por Jesús y por su obra, no
debe ser impedido, aunque no pertenezca al grupo. La elección no debe servir a la
ambición y al egoísmo, sino a Jesús y al alivio de los afligidos. El que es elegido para
seguir a Jesús, es elegido para servir.
El exorcista extraño no es adversario de los apóstoles, puesto que invoca el nombre de
Jesús. Por eso se le debe considerar como aliado. No ambición, sino objetividad; no celo
por la propia posición, sino promoción de la obra de Jesús: esto es lo que debe inspirar la
actitud de los apóstoles. El servicio promueve la obra, la ambición la entorpece.
Jesús se sirve de un proverbio que se había hecho corriente desde la guerra civil de los
romanos: «Te hemos oído decir que nosotros (los hombres de Pompeyo) tenemos por
adversarios nuestros a todos los que no están con nosotros, y que tú (César) tienes por
tuyos a todos los que no están contra ti.» Jesús da razón al dicho de César. El exorcista
extraño procede como uno de los discípulos: en nombre de Jesús. Amplía el círculo a que
se extiende la acción de los mismos. «En todo caso, como quiera que sea, por hipocresía o
por sinceridad, Cristo es anunciado, y de esto me alegro» (Flp 1,18). ¿Cómo puede todavía
haber aquí lugar para envidias?
Quien no está contra vosotros, en favor vuestro está. Esta frase de Lucas es algo
diferente de la de Marcos: «Quien no está contra nosotros, en favor nuestro está.» Aquí
está Jesús unido con los discípulos, en Lucas está separado. La meditación creyente
acerca de Jesús se ha hecho más consciente de su elevada superioridad (*). ¿No tenemos
necesidad de la doble configuración de la frase? ¿De la unión con Jesús y de la separación
reverente? ¿De la proximidad confiada y de la distancia respetuosa?
La actividad de Jesús en Galilea ha llegado a su término. El breve relato acerca del
exorcista extraño hace que asomen una vez más no pocas cosas de este período. Jesús es
reconocido por el pueblo -incluso por el exorcista judío, que no es su discípulo- como
salvador de los poderes demoníacos. El exorcismo, que se efectúa bajo la invocación de
Dios, se verifica ahora en nombre de Jesús. Jesús actúa como profeta de Dios. Es más que
profeta. Jesús es el Hijo de Dios y el siervo sufriente de Yahveh, que se pone al servicio de
los hombres sin cuidarse de su propia honra. ¿Quién puede creer esto? Los apóstoles lo
han reconocido como ungido de Dios, pero ¿pueden concebir que sea también el siervo
sufriente de Yahveh? Todas las secciones de la actividad en Galilea se han cerrado con la
misión apostólica. Tampoco esta sección se cierra de otra manera. La obra de los
apóstoles es realizada por uno que no es de los de Jesús, pero que obra en su nombre. El
mensaje y la obra de Jesús pugnan por hacer saltar todas las barreras y por poner a todos
a su servicio.
...............
* Se habla de una tendencia pedagógica en el evangelio de Lucas. Éste pasa por alto casi todos
los pasajes
de Mc que parecen perjudicar a la dignidad de Jesús: Mc 3,20s. (Jesús fuera de sí), Mc 13,32
(Jesús ignora el día
de la parusía). También se omiten o se modifican los pasajes en que Jesús hace preguntas o
recibe
informaciones (compárese Mc 1,30 y Lc 4,38; Mc 3,3 y Lc 6,8; Mc 5,30-32 y Lc 8,45s; Mc 6,38
y Lc 9,13; Mc 9,33
y Lc 9,47). Tampoco habla Lucas de fuertes manifestaciones de sentimientos humanos:
compárese Mc 1,41.43
y Lc 5,13; descripción de la agonía en el huerto de los Olivos, Mc 14,32-42 y Lc 22,40-46, etc.
J. SCHMID, El
Evangelio según san Lucas (Comentario de Ratisbona) Herder, Barcelona 1968, p. 30-31.
(_MENSAJE/03-1.Págs. 261-277)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 20
Parte tercera
CAMINO DE JERUSALÉN
9,51-10,27
Jesús abandona Galilea y se pone en marcha hacia Jerusalén, donde sufrirá y será
glorificado. En este camino se muestra Jesús como maestro profético, que a la vista de su
muerte proclama su mensaje, que será confirmado por Dios mediante la resurrección.
En tres pasajes se menciona principalmente el viaje a Jerusalén. Jesús toma la decisión
irrevocable de ir a Jerusalén (9,51). Iba de ciudad en ciudad y de aldea en aldea,
enseñando y encaminándose hacia Jerusalén (13,22). Mientras caminaba hacia Jerusalén,
pasó por Galilea y Samaria (17,11). En Jerusalén se desarrolla la fase decisiva del hecho
salvífico; la pasión y la resurrección están ligadas inseparablemente. Para expresar esta
asociación usa Lucas el término «elevación» (9,51). Con los relatos del viaje (9,51-10,42;
13,22-35; 17,11-l9) van asociadas enseñanzas de Jesús (11,1-13,21; 14,1-17,10;
17,20-19,27), que por tener un marco general sin determinación de lugar ni de tiempo,
poseen un significado permanente. En el camino hacia su meta muestra Jesús a sus
discípulos «caminos de vida» (Act 2,28).
I. EL COMIENZO (9,51-13,21).
1. EL MAESTRO EN MARCHA, Y SUS DlSCíPULOS (9,51-9,62).
a) Recusación de alojamiento
(Lc/09/51-56)
51 Y sucedió que, al cumplirse el tiempo de su elevación, tomó la
decisión irrevocable de ir hacia Jerusalén.
Dios asignó a Jesús una medida determinada de días en la tierra. Esta medida se va
cumpliendo con el flujo del tiempo. La vida de Jesús termina con su elevación (*). La
palabra significa ascensión y muerte; precisamente esta ambigüedad es apropiada para
expresar lo que aguarda a Jesús en Jerusalén: la pasión y la glorificación, sufrimientos y
muerte, resurrección y ascensión. Jerusalén prepara a Jesús la muerte, pero, por designio
de Dios, también la gloria.
Jesús tomó la decisión irrevocable de ir hacia Jerusalén. Nada puede apartarle de
este camino de la muerte. «El Señor, Yahveh, me ha socorrido, y por eso no cedí ante la
ignominia e hice mi rostro como de pedernal, sabiendo que no sería confundido» (Is 50,7).
Jesús va hacia Jerusalén fortalecido con la fuerza de Dios, como fue fortalecido el profeta
cuando le encargó Dios anunciar sus amenazas contra Jerusalén: «Tú, hijo de hombre, no
los temas ni tengas miedo a sus palabras, aunque te sean cardos y zarzas y habites en
medio de escorpiones. No temas sus palabras, no tengas miedo de su cara, porque son
gente rebelde» (Ez 2,6). Jesús sabe también la glorificación que allí le aguarda. Sigue su
camino con confianza.
...............
* El término del original griego significa «elevación al cielo», conforme al verbo transitivo
«elevar» (Act
1,2.11.22; Mc 16,19; 1Tim 3,16; Eclo 48,9; 49,14) y también la muerte (Salmos de Salomón
4,18); el término
es equívoco a la manera de «glorificación» en Jn (cf., por ejemplo, 13,31).
...............
52 Y envió por delante unos mensajeros. Fueron éstos y entraron
en una aldea de samaritanos, con el fin de prepararle alojamiento. 53
Pero no lo quisieron recibir, porque su aspecto era como de ir hacia
Jerusalén.
Jesús va hacia Jerusalén como profeta y Mesías por medio del cual Dios visita
misericordiosamente a su pueblo. Por eso se dice en estilo solemne: Envió por delante
unos mensajeros, detrás de los cuales va él. Su expedición es camino hacia la gloria, el
camino real de la cruz.
El camino más corto de Galilea a Jerusalén pasa por Samaría. Jesús escoge este camino
y pone la mira en Jerusalén.
Los mensajeros tienen que prepararle alojamiento. Jesús va acompañado de un grupo
bastante grande: con él iban los doce, muchas mujeres, cierto número de discípulos, entre
los cuales elige los setenta.
Entre los samaritanos y los judíos existían tensiones religiosas y nacionales. Los
samaritanos son descendientes de tribus asiáticas, que se asentaron allí cuando el reino
del norte, Israel, fue conquistado por los asirios (722 a.C.), y de la población autóctona que
se había quedado en el país. Habían adoptado la religión israelita de Yahveh, pero
edificaron un templo propio sobre el monte Garizim y se distinguen de los judíos también en
otras muchas cosas (cf. 2Re 17,24-41). Los judíos despreciaban a los samaritanos como
pueblo semipagano y evitaban el trato con ellos (Jn 4,9). Entre ambos pueblos hubo
repetidas veces fricciones. Cuando oyeron los samaritanos que Jesús se dirigía hacia
Jerusalén, despertó la oposición y rehusaron el alojamiento a Jesús.
Al comienzo de su camino en este mundo, al comienzo de la actividad galilea en Nazaret,
al comienzo del camino hacia Jerusalén «no había lugar para él en la posada». Los
caminos de Jerusalén en este mundo terminarán cuando tenga que salir de la ciudad de
Jerusalén para ser crucificado, pero esta salida será a la vez el comienzo de su gloria.
54 Cuando vieron esto los discípulos Santiago y Juan, le dijeron:
Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo para que los
consuma? 55 Pero Jesús, volviéndose hacia ellos, los reprendió. 56
Y se fueron a otra aldea.
A Santiago y Juan exaspera la negativa dada a Jesús. Se acuerdan de que Elías pidió
que bajara fuego del cielo sobre los que lo despreciaban y el fuego cayó del cielo y los
consumió (2Re 1,10-14). Jesús es más que Elías (9,19.30). ¿No se debía castigar este
desprecio de Jesús por la aldea samaritana? Están convencidos de que su maldición será
escuchada inmediatamente por Dios, puesto que Jesús les ha conferido poder (9,5).
¿Puede Dios tolerar que el Mesías, el Santo de Dios, se vea expuesto al repudio y a la
arbitrariedad de los hombres? Los discípulos muestran cuánto trabajo les cuesta entender
al Mesías sufriente. De todos modos, preguntan a Jesús si han de formular la maldición. La
oposición humana contra los sufrimientos del Mesías es vencida por la palabra de Jesús.
Sólo ésta puede esclarecer y hacer soportable el misterio del repudio del Santo de Dios por
los hombres.
Jesús reprende a los discípulos. El reproche se explica en algunos manuscritos con estas
palabras añadidas: ¿No sabéis de qué espíritu sois? Los discípulos debían tener los
sentimientos de Jesús. Él ha sido ungido para traer a los pobres la buena nueva, a los
ciegos la vista... (4,18). El Hijo del hombre no ha venido para perder, sino para salvar
(19,10). Los apóstoles son enviados para que salven, no para que destruyan; para que
perdonen, no para que castiguen, para que rueguen por los enemigos en el espíritu de
Jesús, no para que los maldigan (23,34).
Se fueron a otra aldea. No se dice si era una aldea samaritana o galilea. Lo decisivo
no es el camino, sino la meta, no el repudio por parte de los hombres, sino la acogida por
Dios, no el alojamiento en este mundo, sino la patria en Dios.
b) Llamamientos de discípulos
(Lc/09/57-62)
SGTO/EXIGENCIAS
57 Mientras ellos iban siguiendo adelante, uno le dijo por el
camino: Te seguiré a dondequiera que vayas. 58 Y Jesús le contestó:
Las zorras tienen madrigueras, y las aves del cielo nidos, pero el Hijo
del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.
Este desconocido elige por su cuenta su maestro, al igual que los discípulos de los
rabinos. Su decisión de hacerse discípulo de Jesús en el momento en que éste se ve
repudiado en su camino hacia Jerusalén, es incondicional y magnánima. Te seguiré a
dondequiera que vayas. Ha entrevisto el elemento fundamental del seguimiento exigido
por Jesús: la absoluta disponibilidad.
Jesús se encamina hacia su «elevación», hacia su muerte violenta. Es un repudiado,
descartado por los hombres, sin hogar, un caminante que actúa sin reposo. El Hijo del
hombre no tiene donde reclinar la cabeza. La condición de discípulo significa comunión
de suertes con Jesús. Esto merece consideración. Para el hombre es duro carecer de
patria y de hogar, no tener un albergue donde reposar tranquilo. Hasta los animales más
inquietos, las zorras y las aves, tienen donde acogerse y lo buscan. «Ninguna zorra acaba
al borde de su guarida», reza un proverbio judío.
El discípulo de Jesús debe estar dispuesto a peregrinar, a ser expulsado, a renunciar al
abrigo del hogar.
59 A otro le dijo: Sígueme. Éste respondió: Permíteme que vaya
primero a enterrar a mi padre. 60 Pero Jesús le replicó: Deja que los
muertos entierren a sus muertos; pero tú, vete a anunciar el reino de
Dios.
El llamamiento para ser discípulo viene de Jesús mismo. Esto es lo corriente. «Llamaba a
los que quería» (Mc 3,14). «No me habéis elegido vosotros, sino que yo os elegí» (Jn
15,16). El que aquí es llamado está pronto, pero no inmediatamente. Quiere tan sólo acabar
todavía lo que tiene entre manos: enterrar a su padre. Enterrar a los muertos es en Israel
un deber riguroso. Hasta a los sacerdotes y levitas se les impone en el caso de sus
parientes, aunque les estaba severamente prohibido contaminarse con un cadáver. Este
deber dispensa de todos los preceptos que imponía la ley. Parece por tanto plenamente
justificado el permiso que pide este hombre.
Sin embargo, Jesús no permite la dilación. Quiere que se le siga incondicionalmente. La
respuesta parece falta de piedad, completamente ajena a los sentimientos, poco menos que
impía para la religiosidad de los judíos. Jesús explica su negativa con una frase áspera y
penetrante: Deja que los muertos entierren a sus muertos. El llamamiento a seguir a
Jesús como discípulo lleva de la muerte a la vida. El que no es discípulo de Jesús, que no
ha aceptado su mensaje del reino y de la vida eterna, está en la muerte. El que se ha
adherido a Jesús ha pasado a la vida por su palabra del reino de Dios. Dos mundos que no
tienen ya nada que ver entre sí.
El discípulo sólo tiene una cosa que hacer: Anunciar el reino de Dios. Esto está por
encima de todo. La proclamación del reino precede a todo lo demás y no consiente dilación.
Jesús está en camino; su misión de proclamar el reino de Dios no sufre verse postergada.
Él tiene puesta la mira firmemente en la «elevación». La gloria que le espera lo dispensa de
todas las obligaciones de la piedad. Más importante es anunciar la vida y resucitar a los
muertos en el espíritu que enterrar a los muertos corporalmente.
61 También dijo otro: Te seguiré, Señor; pero permíteme que vaya
primero a despedirme de los míos. 62 Pero Jesús le respondió:
Ninguno que ha echado la mano al arado y mira hacia atrás, es apto
para el reino de Dios.
También este tercero, como el primero, se ofrece espontáneamente como discípulo.
Llama Señor a Jesús y se muestra dispuesto a reconocer el pleno derecho de Jesús a
disponer de él; está pronto a seguirle incondicionalmente. El primer discípulo quiere seguir
a Jesús a dondequiera que vaya, el segundo oye el llamamiento de la fuerza que resucita y
reanima, el tercero reconoce a Jesús como Señor. El que quiera ser discípulo de Jesús
debe ir tras él, debe estar poseído por el llamamiento creador de Dios y ponerse
plenamente a disposición de Jesús.
También este tercero que está dispuesto a seguir a Jesús pide que se le haga una
concesión. Quiere despedirse de los suyos. Pide lo que también Eliseo pidió a Elías:
«Déjame ir a abrazar a mi padre y a mi madre, y te seguiré. Elías respondió: Vuélvete, pues
ya ves lo que he hecho contigo. Alejóse de Elías, y cuando volvió cogió el par de bueyes y
los ofreció en sacrificio; con el yugo y el arado de los bueyes coció la carne e invitó a
comer al pueblo, y levantándose, siguió a Elías y se puso a su servicio» (lRe 19,20s). Jesús
no exige más que lo que el profeta exigía a su discípulo. No le permite que vaya a
despedirse. La proclamación de Dios no sufre «si» ni «pero», reclama desprendimiento de
los familiares, despego hasta de lo que exige el corazón.
Al discípulo no sólo se le muestra de qué debe separarse, sino también adónde debe
dirigirse. El discípulo debe entregarse completamente a la obra de Jesús, sin reservarse
nada para sí. Con un proverbio se muestra gráficamente esta plena disponibilidad sin la
menor restricción. El arado palestino es difícil de guiar, y todavía más en la tierra laborable
en los alrededores del lago de Genesaret. La faena de arar exige plena entrega a la tarea.
La proclamación del reino de Dios sólo puede ser confiada a aquel que por razón de la
comunión de vida con Jesús se separa de la propia familia, se desprende de todo aquello a
que antes estaba apegado su corazón y vive enteramente, sin dividirse, la obra de que se
ha encargado. El reino de Dios plantea al hombre la exigencia de la entrega total del pensar
y del querer, sin divisiones.
La plena sumisión al Señor es sumisión a la palabra del reino de Dios. A esta palabra
sirve el Señor, a la misma sirve el discípulo del Señor. La palabra del reino encierra también
la muerte y la gloria de Jesús. Quien vive para esta palabra, debe representarla en su vida
y con ésta dar testimonio de la misma. En las tres sentencias de Jesús se exige una y otra
vez que se renuncie a tener hogar en este mundo. El hogar ofrece dónde reclinar la cabeza,
el hogar está improntado por la piedad con el padre y la madre, el hogar implica abrigo y
protección de los que están en su casa. El discípulo de Cristo debe, como Jesús,
despedirse, caminar, sin dilación ni interrupción, pues Jesús tiene puesta la mira en
Jerusalén, donde le aguarda la muerte, pero también la gloria de Dios, donde uno se halla
verdaderamente en su casa.
La docilidad y disponibilidad incondicional es la base del seguimiento exigido por Jesús.
Ya no se entiende en función de la relación entre maestro y discípulo vigente entre los
doctores de la ley. Aquí llama el Señor con omnímoda autoridad, autoridad que no tiene
igual, autoridad que no poseyó ninguno de los profetas, sino únicamente aquel a quien Dios
ha dado todo poder. En los discípulos ha de hacerse visible este Señor; con su
seguimiento, su obediencia incondicional y su entrega total dan los discípulos testimonio de
que Jesús es el anunciador del reino de Dios en los últimos tiempos. Porque el reino de
Dios viene con Jesús, y Jesús con el reino de Dios. Lo que exige en concreto esta docilidad
y disponibilidad incondicional, lo fija en los tres llamamientos la situación particular y el
llamamiento de Dios.
(Págs. 279-287)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 21
2. MISIÓN DE LOS SETENTA (10,1-24).
a) Designación y misión
(Lc/10/01-16)
1 Después de esto, designó el Señor a otros setenta y los envió por
delante, de dos en dos, a todas las ciudades y lugares adonde él tenía
que ir. 2 Y les decía. Mucha es la mies, pero pocos los obreros; rogad,
pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
La misión de los doce va dirigida a Israel. Jesús designó además públicamente a otros
setenta (*), que fueron enviados también. Para la antigua Iglesia tenía la mayor importancia
saber que además de los doce había otro grupo que tenía encargo misionero. Además de
los doce tienen también otros el nombre de apóstoles y llevan a cabo la misión de Jesús.
La elección del número setenta hace referencia a los setenta pueblos de que se
compone la humanidad según la tabla etnográfica de la Biblia (Gén 10). Jesús y su mensaje
llaman a la humanidad. Los doctores de la ley estaban convencidos de que la ley se había
ofrecido primeramente a todos los pueblos, pero sólo Israel la había aceptado. El tiempo
final realiza y lleva a término el plan primigenio de Dios.
El Señor designó e invistió a los mensajeros, con lo cual les dio encargo oficial y dio a su
misión carácter jurídico. Son enviados de dos en dos, pues tienen que actuar como
testigos. Si dos testigos están de acuerdo sobre una cosa, entonces su testimonio tiene
plena fuerza y validez jurídica (Dt 19,15; Mt 18,16). Los discípulos van delante del Señor;
son sus pregoneros y tienen que preparar su llegada. Van por delante de él a todas las
ciudades y lugares. Se traspasan los límites de Galilea, pero la acción está todavía
restringida a Palestina. Sin embargo, estos límites se borrarán cuando el Señor haya
subido al cielo.
La mies es mucha. Los hombres son comparados con una mies que ha de recogerse
en el reino de Dios. El campo de misión que tiene delante Jesús en Palestina, es el
comienzo de un campo de recolección mucho más vasto, que se extiende al mundo entero.
Jesús conoce a los muchos que tienen buena voluntad. Para el grande y apremiante
trabajo hay sólo pocos obreros. Los llamamientos de discípulos han mostrado que hasta en
hombres llenos de fervor y de buena voluntad se echa de menos la entrega total.
Dios es el dueño de la mies. Dispone de todo lo relativo a la mies. La acogida en el
reino de Dios es obra y gracia suya. Él da también las vocaciones de los discípulos. Por
eso invita Jesús a orar para que despierte Dios en el hombre el espíritu de los discípulos
que con entrega total e indivisa ayuden a introducir a los hombres en el reino de Dios. La
oración por los obreros de la mies mantiene constantemente despierta en los apóstoles y
discípulos la conciencia de haber sido llamados y enviados por la gracia de Dios. «Por la
gracia de Dios soy lo que soy» (lCor 15,10). «Lo que cuenta no es el que planta ni el que
riega, sino el que produce el crecimiento, Dios... Porque somos colaboradores con Dios; y
vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios. Conforme a la gracia que Dios me ha
dado... puse yo los cimientos» (lCor 3>7-10).
...............
* La tradición textual vacila entre 70 y 72; en todo caso es exacta la referencia a la tabla
etnográfica (de que se
habla a continuación), pues también en Gén 10 existe la misma inseguridad: el texto hebreo dice
70 pueblos,
los Setenta leen 72.
...............
3 Id. Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. 4 No
llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; ni saludéis a nadie por el
camino.
Id. Con esto se expresa la misión. Es misión, encargo de partir, caminar y obrar. El
aprovisionamiento es sorprendente. Sencillamente: Id. Lo primero y principal de este
aprovisionamiento es el hecho de ser enviados por Jesús mismo, lo cual implica que el
poder de Dios también los acompañará y armará.
Se retira a los discípulos todo aprovisionamiento y toda defensa humana. Son enviados
indefensos, como corderos en medio de lobos. Israel se conoce como «oveja entre setenta
lobos», pero confía también en que su gran pastor lo salva y lo custodia. Los setenta
enviados por Jesús son el núcleo del nuevo Israel. A los sufridos e inermes se promete el
reino de Dios (Mt 5,3ss). Jesús envía a los discípulos como pobres. Cuando no se tiene
bolsa, alforja ni sandalias, es uno totalmente pobre. La pobreza es condición para entrar en
el reino de Dios (6,20) y distintivo de los que lo anuncian. Los discípulos deben tener
constantemente ante los ojos su misión y no dejarse distraer por nada. No saludéis a
nadie por el camino. La entrega total a la misión no consiente las complicadas y largas
fórmulas de cortesía de Oriente. En Lucas todos los mensajeros tienen prisa: María, los
pastores, Felipe (Act 8,30).
Jesús mismo y los tres llamamientos de discípulos al comienzo del relato del viaje han
mostrado ya lo que caracteriza a los discípulos: desvalimiento y mansedumbre frente a la
hostilidad, falta de hogar y pobreza, entrega total a la misión de anunciar el reino de Dios.
Las figuras primigenias de este anuncio son Jesús, los doce, los setenta discípulos.
5 Y en cualquier casa en que entréis, decid primero: Paz a esta
casa, 6 y si allí hay alguien que merece la paz, se posará sobre él
vuestra paz; pero de lo contrario, retornará a vosotros. 7 Permaneced,
pues, en aquella casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan;
porque el obrero merece su salario. Y no os mudéis de una casa a
otra.
El método de misionar es natural y sencillo. Los misioneros van de casa en casa. La
misión cristiana se extiende de la casa a la ciudad. Paz a esta casa: esto es saludo y don.
El anuncio y la proclamación comienza con deferencia y cortesía. Un consejo rabínico reza:
«Adelántate en saludar a todos.» La paz que aporta el misionero de la salvación no da sólo
salud y bienestar, que es lo que se sobrentiende en el saludo cotidiano «paz», sino el don
de la salvación de los últimos tiempos. Los enviados cumplen la misión de Jesús, de la que
se dice: «Tal es el mensaje que ha enviado (Dios) a los hijos de Israel anunciando el
Evangelio de paz por medio de Jesucristo» (Act 10,36).
Las palabras de saludo producen lo que expresan, si topan con alguien que ha sido
elegido por Dios para la salvación, alguien que «merece la paz». El nacimiento de Jesús
trae la paz a los hombres, objeto del amor de Dios. La paz se posa sobre aquel que la
recibe, como el espíritu sobre los setenta ancianos, a los que lo había comunicado Moisés:
Descendió Yahveh en la nube y habló a Moisés: tomando del espíritu que residía en él, lo
puso sobre los setenta ancianos, y cuando sobre ellos se posó el espíritu, pusiéronse a
profetizar y no cesaban» (Núm 11,26). «Los hijos de los profetas, habiéndole visto (a
Eliseo), dijeron: El espíritu de Elías reposa sobre Eliseo» (2Re 2,15). La paz y el espíritu
son los dos grandes dones saludables de los últimos tiempos. Aun cuando no se encuentre
nadie que se abra a la salvación y se muestre digno de ella, no por eso carece de eficacia
la palabra de saludo; la paz retorna a los mensajeros. «Por mí lo juro: sale la verdad de mi
boca y es irrevocable mi palabra» (Is 45,23). El saludo de paz no es una fórmula vana.
Al don que aportan los predicadores corresponden los hijos de la paz con hospitalidad.
La primera casa en que sean acogidos los discípulos, debe ser para éstos como su propia
casa. Permaneced, pues, en aquella casa. No os mudéis de una casa a otra. El gran
objetivo de los misioneros es el mensaje del reino de Dios. Lo decisivo no debe ser el
bienestar personal, el buen trato y los cuidados de la hospitalidad. El que cambia de
alojamiento muestra que el valor supremo no es para él la palabra de Dios, sino su propia
persona. Perjudica y se perjudica. Desacredita a su huésped y se desacredita él mismo. No
debe violarse la ley sagrada de la hospitalidad.
Los discípulos deben comer y beber de lo que se les ofrezca. No deben preocuparse
pensando que molestan indebidamente a quien les da hospitalidad. El quehacer de los
enviados no debe verse entorpecido por preocupaciones de la tierra. Lo que reciben es
justa compensación por lo que ellos aportan: su don es mayor. «El obrero merece su
salario» (lTim 5,18). «Si nosotros hemos sembrado para vosotros lo espiritual, ¿qué de
extraño tiene que recojamos nosotros vuestros bienes materiales?» (lCor 9,11). Pero los
discípulos deben también contentarse con lo que se les dé.
8 En cualquier ciudad donde entréis y os reciban, comed lo que os
presenten, 9 curad los enfermos que haya en ella, y decidles: Está
cerca de vosotros el reino de Dios. 10 Pero, en cualquier ciudad
donde entréis y no quieran recibiros, salid a la plaza y decid: 11
Hasta el polvo de vuestra ciudad que se nos pegó a los pies, lo
sacudimos sobre vosotros. Sin embargo, sabedlo bien: ¡el reino de
Dios está cerca! 12 Os aseguro que habrá menos rigor para Sodoma
en aquel día que para esa ciudad.
La actividad de los discípulos es misión en las casas y en las ciudades. Una ciudad que
los acoge muestra buena disposición. Los discípulos deben realizar aquello para que han
sido enviados. Comed lo que os presenten. Los discípulos no deben preocuparse de si
los alimentos son cultualmente puros o impuros. Así parece haber entendido Lucas estas
palabras, aunque difícilmente sería esta la intención de Jesús. Para la misión entre los
gentiles era de gran importancia esta libertad de conciencia (Cf.1Co 10,27; Act 15). La
curación de los enfermos que se encargaba a los discípulos debe preparar para la hora de
la historia de la salvación que ellos anuncian, debe demostrar en la práctica su poderoso
alborear. Deben proclamar con la palabra eso a que preparan las obras: Está cerca el
reino de Dios. El acercarse Jesús es acercarse el reino de Dios. Por eso dice Jesús: «Si
yo arrojo los demonios por el dedo de Dios, es que el reino de Dios ha llegado a vosotros»
(11,20). «El reino de Dios está en medio de vosotros» (17,21). Jesús mismo es el reino de
Dios.
¿Y si una ciudad no acoge a los discípulos? Entonces han de expresar públicamente (por
las calles) y solemnemente su separación y su anatema. Los judíos sacuden el polvo de
sus pies cuando vienen de tierra de gentiles y ponen los pies en la tierra santa de
Palestina. Con esto se quiere significar que no existe vínculo alguno entre Israel y los
gentiles. Una ciudad que no acoge a los enviados de Cristo rompe los vínculos que la unen
con el pueblo de Dios, desconoce la gran hora que ha sonado: Habéis de saber que el
reino de Dios está cerca y que con él se acerca el juicio. Los mensajeros no anuncian que
el reino de Dios está presente, sino que se acerca. Todavía es posible dar marcha atrás,
pero ésta es ya la última posibilidad.
El que rechaza el anuncio del reino de Dios y así se cierra a Jesús, se atrae la sentencia
de condenación. El desenlace de este juicio es más terrible que la condenación que se
pronunció contra Sodoma. El juicio sobre esta ciudad nefanda ha venido a ser proverbial.
La culpa de quien rechaza a Jesús y los bienes del reino de Dios es mayor que la culpa de
Sodoma. La proclamación de los mensajeros de Jesús ofrece la gracia más grande y sitúa
ante una decisión de conciencia cuya última consecuencia es la salvación o la sentencia
condenatoria.
13 ¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque, si en Tiro y
Sidón se hubieran realizado los mismos milagros que en vosotras, ya
hace tiempo que, sentados, cubiertos de saco y ceniza, se habrían
convertido. 14 Por eso, en el juicio habrá menos rigor para Tiro y
Sidón que para vosotras. 15 Y tú, Cafarnaúm, ¿es que te vas a
encumbrar hasta el cielo? ¡Hasta el infierno serás precipitada!
Las ciudades de Corozaín, Betsaida y Cafarnaúm formaban al norte del lago de
Genesaret un triángulo, en el que se había desarrollado con la mayor intensidad la
actividad de Jesús. De ella se destacan los milagros en que se manifestó la virtud divina de
Jesús. El centro de gravedad de la acción de Jesús estaba en Cafarnaúm. En esta ciudad
se reproduce lo que se dijo acerca del rey de Babilonia: «Tú, que decías en tu corazón:
Subiré a los cielos; en lo alto, sobre las estrellas de Dios, elevaré mi trono; me instalaré en
el monte santo, en las profundidades del aquilón. Subiré sobre la cumbre de las nubes y
seré igual al Altísimo. Pues bien, al sepulcro has bajado, a las profundidades del abismo»
(Is 14,15). Jesús elevó a Cafarnaúm al rango de «su ciudad» (Mt 9,1). A ella, como a las
otras dos ciudades, ofreció Jesús salvación, poder y gloria. Las exaltó y quería darles
participación en el reino de Dios. Los milagros que se realizaron en ellas estaban
destinados a hacer reflexionar, a hacer reconocer la voluntad de Dios, a situarla en el
centro de su vida, a abrir sus corazones y predisponerlos para la conversión. Pero las tres
ciudades dejaron de cumplir lo que exigía la oferta de gracia por Dios. Jesús las amenaza
con el juicio. Cuanto más grande era la gracia que se les había demostrado, tanto más se
les ha de pedir en el juicio final.
Tiro y Sidón, las dos ciudades paganas, que eran consideradas como completamente
orientadas hacia lo de la tierra (Léase Is 23,1-11; Ez 26-28,), no recibieron esta gracia de
las ciudades galileas. Jesús sabe que sus habitantes habrían hecho penitencia, cubiertos
de saco y de ceniza, si Dios las hubiera visitado con su oferta de gracia. En señal de luto y
de penitencia llevaban las gentes una túnica de crin y se sentaban sobre la ceniza o la
esparcían sobre la cabeza. Precisamente porque sabe Dios que otros habrían usado de la
gracia muy de otra manera, por eso juzgará con una medida inexorablemente justa, a unos
con suavidad, a otros con severidad.
Conforme a este castigo que se anuncia a las ciudades galileas puede calcular cada
ciudad lo que le sucederá si repudia a los enviados de Jesús. Estas palabras las pronunció
Jesús al abandonar Galilea, donde había trabajado en vano. Lo que había de ser salvación
se convierte en sentencia de condenación, porque no se prestó atención al llamamiento a la
conversión. La amenaza de castigo formulada por Jesús y sus enviados es un último
llamamiento de Dios dirigido al duro corazón humano.
16 Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros
desprecia, a mí me desprecia; pero quien me desprecia a mí,
desprecia a aquel que me envió.
El enviado es como el que lo envía. En los enviados viene Jesús, y en Jesús viene Dios.
La palabra que pronuncian los enviados, la pronuncia Jesús, y la palabra de Jesús la
pronuncia Dios. Aceptación o repudio de la palabra de los enviados es aceptación o
repudio de la palabra de Jesús, aceptación o repudio de la palabra de Dios. «Quien a
vosotros recibe, a mí me recibe, y quien a mí me recibe, recibe a aquel que me envió» (Mt
10,40). «El que no honra al Hijo, tampoco honra al Padre que lo envió (Jn 5,23).
Entre los enviados, Jesús y Dios existe una cadena cuyos eslabones no se pueden
separar. Jesús es el mediador. Para su mediación con el pueblo se sirve de los enviados.
El hombre es conducido a la salvación por medio de hombres. Cristo se reveló a Saulo,
que, sin embargo, recibió este encargo: «Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que
has de hacer» (Act 9, 6). También él es enviado al mediador humano, aunque no se
menciona a este por su nombre, pues lo que importa no es el mensajero, sino la palabra
anunciada. Los mensajeros son «servidores de la palabra» (1,2). Entre oír y desoír, o
despreciar, no se da término medio. Nadie puede permanecer indeciso frente a la palabra
de Dios. El que no está en favor de Jesús, está contra él. El que no oye la palabra, no la
acepta y no la obedece, la desprecia.
b) Regreso
(Lc/10/17-20)
17 Volvieron, pues, los setenta llenos de alegría diciendo: ¡Señor,
hasta los demonios se nos someten en tu nombre! 18 Él les dijo: Yo
estaba viendo a Satán caer del cielo como un rayo.
De todo lo que experimentaron los setenta en su viaje de misión, sólo destacan una cosa:
el poder sobre los poderes demoníacos. Hasta los demonios nos obedecen. No sólo las
enfermedades se les sometían, no sólo los hombres obedecían la palabra de Dios; el colmo
era la sumisión de las fuerzas satánicas. Volvieron llenos de alegría, porque habían
experimentado el reino de Dios, que se había iniciado con Jesús. Los discípulos interpelan
a Jesús con el nombre de Señor; al pronunciar su nombre habían recibido señorío sobre los
demonios. Gracias al Señor alcanza el poder de los enviados hasta el mismo reino de los
poderes y potestades que ejercen invisiblemente su influjo pernicioso sobre este mundo. El
poder de Jesús y de sus discípulos domina no sólo sobre lo terreno, sino también sobre la
esfera que influye en la determinación del curso de lo terreno.
En las expulsiones de demonios practicadas por los discípulos se hace visible el triunfo
del reino de Dios sobre los poderes satánicos. Yo estaba viendo a Satán caer del cielo
como un rayo. En las expulsiones de demonios veía constantemente Jesús que había
quebrantado el poder de Satán. ¿Cuándo sucedió esto? De esto no dice nada la palabra.
Pero sí da a entender que es imponente el triunfo sobre Satán. La exposición recuerda las
palabras de Isaías sobre la imponente caída de Nabucodonosor, rey de Babilonia. «Tú...
dominador de las naciones... al sepulcro has bajado, a las profundidades del abismo» (Is
14,12.15). Esta victoria sobre Satán es fruto de la muerte de cruz de Cristo y de su
glorificación: «Este es el momento de la condenación de este mundo; ahora el jefe de este
mundo será arrojado fuera» (Jn 12,31). Es posible que Lucas pensara en las tentaciones
en que fue derrotado el demonio. Con esta victoria de Jesús quedó sacudido para siempre
el poder de Satán, aunque todavía no definitivamente. Definitivamente quedará despojado
de su poder en el tiempo final, pero ya ha comenzado lo que era la gran esperanza del
tiempo final: «Entonces aparecerá su reino en toda su creación, y entonces se acabará con
Satán y se quitará la tristeza».
19 Mirad que os he dado poder para caminar sobre serpientes y
escorpiones, y contra toda la fuerza del enemigo, sin que nada pueda
haceros daño. 20 Sin embargo, no os alegréis de eso: de que los
espíritus se os sometan; sino alegraos más bien de que vuestros
nombres están ya inscritos en los cielos.
También los doce toman parte en el triunfo de Jesús sobre Satán; lo que se aplica a los
doce quiere extenderlo Lucas también a los setenta, a todos los que colaboran en la obra
de Jesús. Tienen poder sobre serpientes y escorpiones. Precisamente estos animales
taimados, que constituyen una amenaza para la vida, se consideran en la Biblia y en el
lenguaje influido por la Biblia, como instrumentos de Satán. El Salvador que se espera
salvará de serpientes y de escorpiones, y de malos espíritus. El Mesías, protegido por el
ángel de Dios, camina sobre víboras y áspides y huella al león y al dragón (Sal 91,13).
Cuando envió Jesús a los doce les dio también participación en este poder; de esta
investidura les queda como resultado permanente el no estar ya a merced del poder de
Satán, sino bajo la soberanía de Dios.
Lo que se dice sobre el poder de caminar sobre serpientes y escorpiones se amplía con
la explicación que sigue: Los doce tienen poder contra toda fuerza del enemigo. Satán
utiliza su fuerza para dañar a los hombres; su hostilidad no puede ya dañar, una vez que
asoma el reino de Dios. Hay aquí un poder más grande y más fuerte. ¿Qué puede, pues, ya
dañar? El canto triunfal de san Pablo tiene aquí su explicación: «Sin embargo, en todas
estas cosas vencemos plenamente por medio de aquel que nos amó. Pues estoy
firmemente convencido de que ni muerte ni vida, ni ángeles ni principados, ni lo presente ni
lo futuro, ni potestades, ni altura ni profundidad, ni ninguna otra cosa podrá separarnos del
amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rom 8,37-39).
La inauguración del reino de Dios es un motivo de gozo todavía más profundo que el
poder sobre los malos espíritus y el quebrantamiento del señorío de Satán. Para los
discípulos, la suprema razón de alegrarse es su elección y predestinación a la vida eterna.
Las ciudades de la antigüedad tienen listas de ciudadanos. El que está inscrito en la lista
goza de todas las ventajas que ofrece la ciudad. También en el cielo, donde se representa
la morada de Dios, se imaginan tales listas de ciudadanos, en las que están inscritos los
elegidos de Dios; seguramente se identifican con lo que se llama el libro de la vida (*). El
motivo de alegría que está por encima de todo es el hecho de poder participar en el reino
de Dios, de alcanzar la vida eterna y de estar en comunión con Dios.
...............
* Sal 69,29: «Sean borrados del libro de la vida, no sean inscritos entre los justos»; cf. Ex
32.52s; Is 4,3; 56,5;
Dn 12,1; Ap 3,5; 13.8, etc.
(Págs. 287-299)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 22
c) Júbilo de Jesús
(Lc/10/21-24)
21 En aquel momento, Jesús se estremeció de gozo en el Espíritu
Santo y exclamó: Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra;
porque has ocultado estas cosas a sabios y entendidos, y las has
revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así lo has querido tú.
Con el retorno de los discípulos y con el relato del mismo están asociadas una acción de
gracias (10,21), unas palabras de revelación (10,22), y una fórmula de felicitación (10,23).
En el mismo momento en que regresaron los discípulos se estremeció de gozo Jesús.
Estaba penetrado del júbilo del tiempo final y del tiempo de salvación que se anunciaba en
la victoria sobre Satán y en la comunicación de la vida eterna. Jesús, portador de la
salvación, fue ungido por el Espíritu, por lo cual salta de gozo y ora en el Espíritu Santo. Su
oración es debida al influjo del Espíritu Santo; así oran Zacarías (1,67), Isabel (1,41) y
María (1,47). La vida de Jesús está sostenida por el Espíritu. «Todos los que se dejan guiar
por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios» (Rom 8,14). En calidad de Hijo de Dios
pronuncia Jesús su acción de gracias, su revelación y su fórmula de felicitación.
La oración de acción de gracias comienza con una interpelación y termina con un
encarecimiento. En el medio se halla el motivo de la acción de gracias.
La interpelación contiene alabanza de Dios y acción de gracias. Jesús alaba a Dios y con
ello le da gracias. Reconoce interiormente la disposición divina y, alabando a Dios, expresa
la unidad que reina entre su voluntad y la divina.
Yo te bendigo: te doy un sí con todo mi corazón. La acción de gracias y la alabanza de
Dios se realiza de la mejor manera en la entrega a la voluntad de Dios.
Todas las oraciones de Jesús que nos han sido transmitidas por la Escritura comienzan
con la invocación: Padre. Esta palabra responde al arameo abba (Mc 14,36), palabra
balbuceada por los niños pequeños cuando se dirigían a su padre. Jesús habla en singular
intimidad con Dios, su Padre, pues regularmente nadie osaba decir abba a Dios, aunque
también se le llama Padre (ab). A la invocación llena de confianza se añade el calificativo
majestuoso de Señor del cielo y de la tierra. Dios creó el universo entero, y así dispone del
universo entero. La confianza y la reverencia son los pilares de la oración.
Dios ha ocultado y ha revelado. El motivo principal de la alabanza no es el haber
ocultado, sino el haber revelado. Pero Dios oculta también por el hecho de no revelar a
todos ¿Qué es lo que ha revelado y ocultado? Los misterios del reino de Dios (8,10), la
inauguración del reino de Dios en Jesús, la victoria sobre Satán, la elección para el reino
de Dios... Dios ha ocultado esto a los sabios y entendidos y lo ha revelado a los menores
sujetos a tutela, a los ignorantes, a los que no son nadie. En tiempos de Jesús eran los
sabios y los entendidos los doctores de la ley, que se designaban como sabios y prudentes;
los menores, sujetos a tutela, eran los que formaban parte del «pueblo maldito», de la hez
de la tierra, que no tenían el menor conocimiento de la ley, eran ignorantes y, por tanto, ni
siquiera se recataban del pecado. Así, un doctor de la ley del tiempo de Jesús decía: «Un
ignorante no teme el pecado, y un am ha arez (uno que no conocía la ley a la manera de
los doctores de la ley) no es piadoso.» La primitiva Iglesia hubo de experimentar que
persistía esta elección de Dios en cuanto a revelar y a ocultar. En Corinto no pertenecían a
la Iglesia muchos ricos, sabios y de alta alcurnia, sino los pobres, los necios, los plebeyos,
los que no eran nada en este mundo (1Cor I ,26ss).
Jesús alaba y bendice a Dios por el plan salvífico según el cual da la revelación del reino
precisamente a los pobres. Por el hecho de que estos aceptan el mensaje de Jesús, se
cumple lo que se le había prefijado como programa de su vida: «Anunciar la buena nueva a
los pobres» (4,18).
La oración de acción de gracias vuelve al comienzo con encarecimiento. Sí, Padre: con
esto se resume gozosamente lo que se había expresado hasta aquí. Jesús no revoca nada,
sino que ratifica el designio de Dios con su voluntad, alabanza y acción de gracias. Así lo
has querido tu.
ORA/VERDADERA: El designio de Dios, que está fundado en su voluntad, en su
beneplácito, decide el querer de Jesús. Toda verdadera oración termina con un sí a la
voluntad de Dios, en la victoria de la voluntad de Dios sobre la voluntad del orante, en la
entrega al beneplácito de Dios. Cuando Jesús da un sí al designio salvífico de Dios, que no
elige a los sabios y entendidos, a los fuertes y poderosos, sino a los ignorantes, débiles y
pequeños, da también un sí a la cruz. Su mira está puesta en Jerusalén, donde le aguarda
su «elevación». No busca nada, sino el beneplácito de Dios.
22 Todo me lo ha confiado mi Padre. Y nadie conoce quién es el
Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien
el Hijo quiere revelárselo.
La oración empalma con las palabras de revelación. Jesús habla de su relación con Dios.
Todo le ha sido confiado por el Padre. Le ha sido confiado lo que él anuncia. Lo que Dios
ha confiado a Jesús, no es sólo la palabra, puesto que con la palabra está asociada la
acción y el poder. Como Hijo del hombre que es, todo le ha sido confiado por Dios: todo
poder, todos los reinos de este mundo, todos los hombres. «Se me ha dado todo poder en
el cielo y en la tierra» (Mt 28,18). Lo que Satán había ofrecido a Jesús en la tentación, se lo
confía el Padre, porque dice sí a su voluntad. El Padre ama al Hijo, y todo lo ha puesto en
sus manos (Jn 3,35). La relación de Jesús con el Padre es la relación de Hijo a Padre.
Como el Hijo lo ha recibido todo del Padre, de la misma manera Jesús lo ha recibido de
Dios.
Jesús y el Padre están en la más estrecha comunión. Nadie conoce quién es el Hijo, sino
el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo. Cuando nosotros conocemos a alguien,
pensamos en él, recibimos su influencia, y él recibe la nuestra: recibimos de él y le damos,
estamos en comunión con él, comunión que marca la existencia por ambos lados. Que el
Padre conozca al Hijo y el Hijo al Padre se debe a que el Padre y el Hijo viven en la más
íntima comunión. Jesús y Dios se conocen recíprocamente: el Padre conoce quién es el
Hijo, y el Hijo, quién es el Padre. La vida consciente del Hijo está marcada por la comunión
con el Padre, como la vida del Padre lo está por la comunión con el Hijo. Dado que nadie
conoce quién es el Hijo, sino el Padre, y nadie conoce quién es el Padre, sino el Hijo, la
comunión entre Padre e Hijo es única y exclusiva. Es una comunión singular, en la que
nadie puede tener participación fuera del Padre y del Hijo. Lo que se dice acerca de esta
comunión recíproca entre Jesús y Dios, se expresa por la relación de Hijo a Padre.
También esta se da entre Jesús y Dios de una forma que no se repite entre otro hombre y
Dios. Lo que expresa esta «perla» de todas las aserciones de Cristo sobre la relación de
Jesús con Dios, se halla con frecuencia formulado en el Evangelio de san Juan: «Yo soy el
buen pastor: yo conozco las mías, y las mías me conocen a mí, como el Padre me conoce a
mi, y yo conozco al Padre» (Jn 10,14s). El Padre conoce al Hijo, y el Hijo conoce al Padre,
porque todo lo que Cristo llama suyo es también del Padre, y lo que es del Padre, es
también suyo: «Todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío, y así soy yo glorificado» (Jn 17,10).
Jesús y el Padre son «uno» (Jn 10,30).
También conoce quién es el Padre aquel a quien el Hijo quiere revelárselo. Jesús tiene
también poder para dar participación en su propio conocimiento del Padre. El Hijo puede
revelar este conocimiento a quien quiere revelárselo. Por sí mismo no puede el hombre
tener este conocimiento. Cuando Jesús revela a una persona que Dios es el Padre de
Jesús, y lo hace en forma singularísima y en la más íntima comunión, entonces le da
también participación en la comunión en que él mismo vive con el Padre, le da participación
en la vida eterna. «Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti y al que tú enviaste» (Jn
17,3). El poder que se ha dado a Jesús lo utiliza él para otorgar el conocimiento del Padre y
con ello dar vida eterna (Jn 17,2). La oración de Jesús es una eflorescencia del
conocimiento mutuo del Padre y del Hijo, diálogo que procede de este conocimiento, júbilo
del alma por esta mutua comunión de conocimiento. Aquel a quien Jesús revela quién es el
Padre, llega a una oración semejante, que es un clamar «abba» (Rom 8,15; Gál 4,6), que
es una exuberancia del conocimiento de fe y proviene del fondo de la comunidad de don
con el Padre y el Hijo. El fondo más íntimo del que brota el diálogo del alma con Dios es la
unión con él según el arquetipo de la unión de Jesús con Dios, del Hijo con el Padre.
23 Y vuelto hacia sus discípulos, les dijo a solas: Dichosos los ojos
que ven lo que estáis viendo. 24 Porque yo os digo: muchos profetas
y reyes quisieron ver lo que vosotros estáis viendo y no lo vieron, y
oír lo que vosotros estáis oyendo, y no lo oyeron.
Sólo a los discípulos reveló el Hijo quién es el Padre. Los inició en su singularísima
relación con el Padre. La entera historia salvífica aguardaba la satisfacción de este anhelo.
Los profetas miraban y escudriñaban sólo desde muy lejos qué nos es aportado por la
salvación y quién es el que nos la trae. La soberanía de los reyes era caduca y perecedera,
imperfecta y limitada; ellos miraban al rey cuya soberanía no tiene límites. Los profetas eran
portadores de la palabra divina, los reyes eran administradores del poder divino. Jesús
reúne en sí a ambas prerrogativas, la palabra y la autoridad, la palabra llena de autoridad.
Dichosos los ojos que ven lo que estáis viendo. Los discípulos deben ser y
permanecer conscientes de la gracia de que Dios les haya revelado el conocimiento del
Mesías y el comienzo del tiempo de salvación. En estas palabras resuena también el júbilo
de la Iglesia primitiva, que transmitió estas palabras, porque ella misma estaba penetrada
del gozo del don de la fe. A los pequeños y a los ignorantes se reveló lo que se negó a los
sabios y a los entendidos. Los discípulos son dichosos porque son pequeños y pobres.
Oir lo que vosotros estáis oyendo. Sólo ver no basta. Al ver debe añadirse el oír. Sólo
se puede ver debidamente a Jesús cuando se oye lo que dice sobre él la revelación. Ver
los acontecimientos históricos y oír lo que la revelación de Dios dice sobre ellos: esto es lo
que da al cristiano el verdadero conocimiento quo proporciona gozo.
3. OBRAS Y PALABRAS (10,25-42).
Jesús va por el país dispensando beneficios y anunciando la palabra de Dios. Los
discípulos sólo están pertrechados con el amor al prójimo, que se extiende al mundo entero
(10,25-37), y en la palabra, que se recibe escuchando a Jesús.
a) Amor al prójimo
(Lc/10/25-37)
PARA/BUEN-SAMARITANO
25 Entonces se levantó un doctor de la ley que, para tentarlo, le
pregunta: Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna? 26
Él le contestó: ¿Qué es lo que está escrito en la ley? ¿Cómo lees tú?
27 Y él le respondió: Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón,
con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu
prójimo como a ti mismo. 28 Jesús le dijo: Bien has respondido; haz
esto y vivirás.
Jesús ha hablado de la victoria sobre Satán, los discípulos mismos han experimentado el
reino de Dios, sus nombres están inscritos en las listas de ciudadanos del cielo, son
llamados dichosos porque están viviendo el tiempo de la salvación: nada más normal que
preguntar qué hay que hacer para entrar en la vida eterna. Asunto serio, cuestión candente,
que el rico planteó a Jesús (/Mc/10/17) y que dirigían a los doctores de la ley sus
discípulos. «Rabí, enséñanos los caminos de la vida, para que por ellos alcancemos la vida
del mundo futuro».
El doctor de la ley preguntó a Jesús para tentarlo. Lo interpela como maestro y doctor, y
quiere probarlo y ver qué puede responder a su pregunta candente. Hace la pregunta como
la hacían los judíos y pregunta por las obras. Las obras exigidas por la ley, salvan; lo que
se tiene en cuenta son las obras, no la actitud interior. ¿Qué obras y qué preceptos son los
que importan? Los doctores de la ley hablaban de seiscientos trece preceptos (doscientos
cuarenta y ocho mandamientos y trescientas sesenta y cinco prohibiciones).
La respuesta a la pregunta del doctor de la ley indica la ley misma, la ley escrita de la
Sagrada Escritura. Jesús halla la respuesta en la ley, en la que se da a conocer la voluntad
de Dios. La ley muestra el camino para la vida eterna. Los doctores de la ley habían tratado
de compendiar los mandamientos y prohibiciones tan numerosos, reduciéndolos a unas
cuantas leyes. Un medio de lograrlo era la «regla áurea»: Lo que a ti no te agrada, no lo
hagas a tu prójimo; esto es toda la ley, todo lo demás es explicación (rabí Hilel, hacia el año
20 a.C.). Otro doctor de la ley indicaba el precepto del amor al prójimo (Lev 19,18). El
doctor de la ley que interrogó a Jesús resumía toda la ley en los mandamientos del amor de
Dios (Dt 6,5) y del amor del prójimo (Lev 19,18), al igual que Jesús (Mc 12,28). Esta
manera de compendiar la ley no debía de ser conocida para el judaísmo del tiempo de
Jesús (*). Jesús da la razón al doctor de la ley por hallar compendiada la ley en estos dos
mandamientos. Las verdades de la revelación necesitan ser compendiadas y presentadas
sistemáticamente a fin de que sirvan para la vida religiosa.
El precepto del amor a Dios (/Dt/06/05) con entrega de todas las potencias del alma a
Dios, con una existencia dedicada a él sin reserva, era formulado diariamente mañana y
tarde por los judíos del tiempo de Jesús en su profesión de monoteísmo. Este precepto liga
al hombre con Dios hasta en lo más profundo de su ser. Con este precepto está asociado el
precepto del amor al prójimo (Lev 19,18). E1 amor a uno mismo se presenta como medida
del amor al prójimo.
Con esto se dice mucho. La actitud fundamental del hombre debe ser el amor. El hombre
que cumple la voluntad de Dios y corresponde a su imagen, no es el que piensa
únicamente en sí sino el que existe para Dios y para el prójimo. Dios es el centro del
hombre, pues lo ama con toda su alma y con todas sus fuerzas. El amor a sí y el amor al
prójimo está absorbido por esta entrega total a Dios. En el amor del prójimo se ha de
expresar el amor a sí mismo y la entrega a Dios.
Todas las leyes dadas por Dios arrancan de este precepto del amor y desembocan en él
como en su meta. El amor es el precepto más importante, el que todo lo abarca y todo lo
anima. El amor es el sentido de la ley. Si se expone la ley de tal manera que se viole el
amor o no se le permita desarrollarse, se comete un error. Toda ley, incluso las
establecidas en la Iglesia, debe servir al amor. Para llegar a la vida no basta el
conocimiento del mandamiento más importante y decisivo. Se requieren también las obras.
Haz esto y vivirás.
...............
* En el Testamento de los doce patriarcas (escrito judío no exento de añadiduras cristianas),
Testamento de
Isacar 5,2, se dice: «Amad sólo al Señor y a vuestro prójimo».
...............
23 Pero él, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: ¿Y quién es
mi prójimo?
Los fariseos cuidaban mucho de su prestigio. Se justificaban. «El fariseo, erguido, oraba
así en su interior: ¡Oh Dios! Gracias te doy, porque no soy como los demás hombres...»
(18,11). Jesús les echa en cara que se justifican delante de los hombres (16,15). ¿Merecía
reproche el doctor de la ley cuando preguntaba, aunque sabía lo que hay que hacer para
alcanzar la vida eterna? ¿No había todavía bastantes preguntas que reclamaban solución,
aunque eran claros los mandamientos más importantes? El doctor de la ley hace una
pregunta que no había hallado todavía una solución clara y decisiva. ¿Quién es mi prójimo?
¿Dónde están los límites del precepto del amor? La ley extiende el amor a los compatriotas
y a los extranjeros que viven en Israel (Lev 19,34). En el judaísmo tardío se restringió el
amor de los extranjeros a los verdaderos prosélitos (gentiles que habían aceptado la fe en
un solo Dios, se circuncidaban y observaban la ley). Los fariseos excluían también del amor
al pueblo ignorante de la ley. Se negaba el amor a los contrarios al partido. La ley de Dios
deja por tanto cuestiones pendientes. Sólo el espíritu de Dios puede resolverlas en la
debida forma.
30 Jesús continuó diciendo: Un hombre bajaba de Jerusalén a
Jericó, y cayó en manos de ladrones, que, además de haberlo
despojado de todo y molido a golpes, se fueron, dejándolo medio
muerto».
Jesús cuenta un relato. El Evangelio de Lucas narra cuatro más de este estilo. Las
parábolas comparan el obrar divino con el humano. La acción de Dios se hace
comprensible a partir de lo que hace el hombre. En cambio, en estos relatos se presenta el
hombre a los hombres para que examinen su comportamiento tomando como norma al
hombre mostrado por Jesús.
Jericó (350 m bajo el nivel del mar) está mil metros más bajo que Jerusalén (740 metros
sobre el nivel del mar). El camino solitario y rocoso (unos 27 kilómetros) va por una región
en que abundan los barrancos. Asaltos de ladrones se refieren desde la antigüedad hasta
la edad moderna. Un hombre bajaba a Jericó. No se menciona su nacionalidad ni su
religión. Era un hombre. Esto basta para el amor. Es posible que los ladrones fueran
guerrilleros celotas fanáticos que se ocultaban en las grutas y escondrijos de aquella región
y vivían de la rapiña, pero que no quitaban a sus compatriotas más que lo que necesitaban
para vivir y, sobre todo, no atentaban contra la vida si ellos mismos no se veían atacados.
Aquí aparece la víctima de los ladrones en un estado lastimoso: despojado de todo, molido
a golpes, medio muerto. El hombre debió sin duda defenderse cuando se vio asaltado por
los ladrones.
31 Casualmente, bajaba un sacerdote por aquel camino, y, al verlo,
cruzó al otro lado y pasó de largo. 32 Igualmente, un levita que iba
por el mismo sitio, al verlo, cruzó al otro lado y pasó de largo. 33
Pero un samaritano que iba de camino, llegó hasta él, y, al verlo, se
compadeció; 34 se acercó a él, le vendó las heridas, ungiéndolas con
aceite y vino, lo montó en su propia cabalgadura, lo llevó a la posada
y se ocupó de cuidarlo. 35 Al día siguiente, sacó dos denarios y se
los dio al posadero, diciéndole: Ten cuidado de él; y lo que gastes de
más, yo te lo pagaré cuando vuelva.
Jericó era una ciudad sacerdotal. Sacerdotes y levitas (servidores del templo, cantores)
habían desempeñado su ministerio en el templo y volvían a casa. Con gran efecto se repite:
Al verlo cruzó al otro lado y pasó de largo. Por qué pasaron de largo sacerdotes y
levitas no se dice en la narración. Quizá porque les pareció que el hombre tan malherido
estaba muerto y no quisieron tocarlo, pues el contacto con un cadáver causaba impureza
legal (Lev 21,1). ¿Quizá porque temían caer también en manos de los ladrones? ¿O porque
no querían detenerse? En todo caso les movía más su propio interés que la compasión por
el miserable, si es que la sentían. En su calidad de sacerdotes y levitas servían a Dios.
eran personas que encarnaban el precepto del amor a Dios. Pero ¿el amor al prójimo? Se
establecía separación entre culto y misericordia
Los samaritanos son enemigos del pueblo judío. No hay contacto entre unos y otros. Se
odia por las dos partes. Una vez más vuelve a decirse: Al verlo. Pero inmediatamente viene
la mutación: Se compadeció. Esta compasión no es estéril. El samaritano obra como se
debe obrar en esta situación. Cuidadosamente se describen los seis actos de amor que se
practican con la mayor sencillez y naturalidad, no sólo en el momento presente, sino hasta
la curación del herido. Los dos denarios dados al posadero era lo que se pagaba a los
jornaleros por dos días de trabajo. No es mucho. En efecto, en Italia, hacia el año 140 a.C.
se pagaba 1,32 denarios al día por la pensión completa. Lo que hace el samaritano no es
precisamente un acto heroico, pero sí todo lo que era necesario para salvar al
desgraciado.
36 ¿Cuál de estos tres te parece que vino a ser prójimo del que
había caído en manos de los ladrones? 37 El doctor de la ley
respondió: El que practicó la misericordia con él. Díjole Jesús: Pues
anda, y haz tú lo mismo.
PROJIMO/QUIEN-ES: La pregunta de Jesús suena como algo inesperado. El doctor de
la ley había preguntado: ¿Quién es mi prójimo? Jesús le pregunta: ¿Cuál de estos tres te
parece que vino a ser prójimo del que había caído en manos de los ladrones? En la
pregunta del doctor de la ley ocupa el centro el que pregunta, en la pregunta de Jesús, el
necesitado de socorro. Según el precepto de la ley, tal como lo interpreta Jesús, es prójimo
todo el que tiene necesidad de ayuda. Nada tienen que ver aquí la nación, la religión, el
partido. Todo hombre es prójimo. Donde la necesidad llama a la misericordia, también llama
a la acción el precepto del amor del prójimo.
A-H/OBRAS: Jesús no dio una respuesta abstracta, teorética. No dijo: El prójimo es
cualquier persona que se halla en estrechez y necesita ayuda. Da más bien una indicación
práctica. La pregunta de Jesús se refiere a la acción, y la acción se rige conforme a las
circunstancias. Al responder el doctor de la ley no pudo menos de confesar: El que practicó
la misericordia con él. Jesús invita a obrar: Haz tú lo mismo. El amor al prójimo es amor de
obrar. «Hijitos, no amemos de palabra ni con la lengua, sino de obra y de verdad»
(/1Jn/03/018). «Si un hermano o hermana se encuentran desnudos y carecen del alimento
diario, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y hartaos, pero no les dais lo
necesario para el cuerpo, ¿de qué servirá esto?» (/St/02/15ss).
Los dos ministros del culto divino solemne sirvieron ciertamente a Dios, pero no al
prójimo que se hallaba en la necesidad. El samaritano los aventaja en el cumplimiento de la
ley... Jesús echa mano de la doctrina profética: «Misericordia quiero, y no sacrificio» (Os 6,6).
La mejor preparación para el cumplimiento del precepto del amor al prójimo es un
corazón accesible a la miseria, el sentir miserIcordia o, como lo expresa la sencilla
psicología de la Biblia: el «conmoverse las entrañas» a la vista de la miseria humana.
Cuando un hombre se siente mal al ver la miseria, está preparado para el amor.
«Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5,7).
El mayor impedimento es el corazón endurecido. La misericordia debe convertirse en
amor de obras, tal como lo exige el momento. El precepto del amor no puede desmenuzarse
en artículos. Lo que la realidad muestra, exige y hace posible, eso debe hacerse. Así obró
el samaritano en su situación. Así se pone en práctica la entrega a la voluntad de Dios. En
efecto, el que ama prácticamente y sabe responder a todo llamamiento de la miseria
humana, ése es obediente a Dios.
(Págs. 299-312)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 23
b) Escuchar la palabra
(/Lc/10/38-42)
38 Siguiendo ellos su camino, entró Jesús en cierta aldea; y una
mujer llamada Marta lo recibió en su casa.
:El comienzo de esta narración tiene semejanza con la primera del relato del viaje. Se
pone de relieve el caminar de Jesús. Aquí halla Jesús lo que no había hallado en la aldea de
Samaría: alojamiento. No se nos dice dónde se hallaba esta aldea ni cómo se llamaba.
Según la tradición de san Juan se trataba de Betania (Jn 11,1), que estaba situada cerca de
Jerusalén. Esto no podía decirlo Lucas, aunque lo supiera. En efecto, Jerusalén es la meta
de la expedición, que sólo se podía alcanzar cuando hubiera llegado la hora de su muerte y
de su ascensión al cielo.
Una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Jesús se hospedó en la casa a fin de
que fuera oída su palabra. Como Marta, también otras mujeres acogieron y alojaron a los
mensajeros del Evangelio: «Escuchaba una de ellas, por nombre Lidia, traficante en
púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios, y a la cual el Señor abrió el corazón
para atender a lo que Pablo decía. Una vez que se hubo bautizado ella y los de su familia,
nos rogó diciendo: Si me habéis juzgado fiel al Señor, entrad y quedaos en mi casa. Y nos
forzó a ello» (Act 16,14s).
39 Tenía ella una hermana llamada María, la cual sentada a los
pies del Señor, escuchaba su palabra. 40 Marta, entre tanto, andaba
muy atareada con los muchos quehaceres del servicio; por fin, se
presentó y dijo: Señor, ¿es que no te importa que mi hermana me
deje sola para servir? Dile, pues, que venga a ayudarme.
María, hermana de Marta, se sentó a los pies de Jesús. Estaba sentada, como Pablo a
los pies de Gamaliel, su maestro (Act 22,3). Jesús es maestro, María su discípula. Los
doctores judíos de la ley no explican la ley a las mujeres. El Maestro, en cambio, que es
también Señor, anuncia su doctrina también a la mujer (8,2). Lucas presenta el hecho con
palabras que procedían de la comunidad primitiva: Jesús es el Señor, María escucha la
palabra. La Iglesia es la comunidad de los que no cesan de oír la palabra del Señor (8,21).
Jesús se ve honrado en su visita de dos maneras. María está sentada, sin hacer nada, a
los pies del Señor y escucha sin pestañear su palabra. María andaba muy atareada,
preocupada por el servicio de la mesa. Jesús es honrado con las obras de un amor que
presta servicios y con el hecho de escuchar su palabra, como lo dijeron los padres de la
Iglesia: con la vida activa y con la vida contemplativa. Marta sirve a Jesús atareada con
muchos quehaceres, María sirve sin atarearse con muchos quehaceres, como dice san
Pablo cuando recomienda la virginidad: «Y esto lo digo mirando a vuestro provecho, no
para tenderos un lazo, sino para una digna y solícita dedicación al Señor» (lCor 7,35).
Marta no comprende que María esté escuchando sin hacer nada, pues hay que preparar
la mesa para los huéspedes. EL servicio de la mesa le importa más que el servicio de la
palabra, que consiste ante todo y sobre todo en escuchar. No comprende que Jesús quiere
ser primeramente el que da, no el que recibe; no comprende que ha sido enviado para
anunciar la salvación y que la mejor manera de servirle consiste en o+r y cumplir su palabra
de salvación. Habla a Jesús con un ligero acento de reproche y quiere que María deje de
escuchar la palabra para dedicarse al servicio de la mesa. Da demasiada importancia a su
servicio y rebaja el hecho de escuchar la palabra de Jesús, antepone las obras al hecho de
oír la palabra.
41 Pero el Señor le contestó: Marta, Marta, por muchas cosas te
afanas y te agitas; sin embargo, una sola cosa es necesaria. María
ha escogido la buena parte, que no se le ha de quitar.
La repetición del nombre: Marta, Marta, proviene de simpatía, de solicitud y de amor.
Jesús no deja de apreciar lo que hace, pero en las palabras con que designa su actividad
muestra también cómo la enjuicia. Su acción es solicitud inquieta e inquietud solícita,
dejando de lado lo principal. «Buscad su reino (el de Dios), y estas cosas se os darán por
añadidura» (12,31). La palabra de Dios no puede llevar fruto si el que oye es retenido por
una inquieta solicitud (8,14).
Una sola cosa es necesaria (*); María ha escogido la buena parte. Jesús presenta la
audición de la palabra como lo único necesario. No dice que Marta habría debido preparar
un solo plato (o pocos) a fin de poder oir la palabra de Dios; más bien no habría debido
preparar nada, pues sólo una cosa es necesaria: oír la palabra que anuncia Jesús. El
primer puesto corresponde a lo divino. «Amarás a tu Dios con todo tu corazón, con todas
tus fuerzas...» También la lucha de Jesús contra el amor a la riqueza proviene de su
preocupación, de su temor de que Dios no sea el único pensamiento que domine la vida del
hombre. Para mostrar a los hombres que sólo una cosa es necesaria envió a sus
mensajeros sin bolsa, sin alforja y sin calzado. Él mismo sólo tiene un manjar: hacer la
voluntad del que le envió (cf. Jn 4,31-34).
Oír la palabra es la buena parte. La palabra toma y da la salvación, la vida eterna. La
buena parte, como tal, no se ha de quitar. La salvación dura siempre. En las palabras de
Jesús a María laten sin duda las palabras del salmo: «La porción de mi herencia y de mi
copa eres tú, Yahveh; tú eres el que cuida de mis suertes. En delicias me cayeron las
medidas y mi herencia me place» (Sal 15,5s). Jesús llama bienaventurados a los que oyen
la palabra de Dios y la guardan (11,28).
Aunque no se puede negar que son también grandes el servicio de la mesa y todas las
obras de caridad, puesto que, según la palabra de Cristo, son servicios prestados a él
mismo (Mt 25,40), sin embargo, no por eso hay que rebajar y descuidar el hecho de
escuchar la palabra. Conforme a esta palabra dejaron los apóstoles de servir a los pobres a
la mesa a fin de quedar libres para la proclamación de la palabra y confiaron a los diáconos
el servicio de los pobres (Act 6,1s). El relato de la acción del buen samaritano tiene su
necesario complemento en el relato de la visita a Marta y a María.
...............
* La tradición ha corregido mucho del versículo 42: 1) (Sólo) poco es necesario = no te
preocupes por
preparar muchos platos; 2) poco o sólo una cosa es necesaria = con poco nos basta; tú te fatigas
demasiado; 3) el pasaje se suprime por completo; 4) la traducción que presentamos en el texto
parece
responder al texto original; cf. Mt 6,33.
...............
4. LA NUEVA ORACIÓN (11, 1-13).
Hasta 13,22 no se vuelve ya a hablar del viaje. En el relato del viaje están intercaladas
enseñanzas de Jesús. Jesús trae el nuevo mensaje del Padre y del Espíritu Santo, y con
ello una nueva oración (11,1-13); se anuncia a sí mismo como nuevo portador de salud,
que es ciertamente otro y enseña de manera distinta de lo que habían imaginado los
dirigentes en Israel (11, 14-54); el seguimiento de este Mesías cobra nueva y propia forma,
de la que se habla en un conjunto de palabras y sentencias de Jesús (12,1-53). El nuevo
tiempo que aporta Jesús exige a todos la conversión (12,54-13,21).
a) La oración de los discípulos
(Lc/11/01-04)
PATER/ORACION
1 Un día estaba él orando en cierto lugar. Cuando terminó, le dijo
uno de sus discípulos: Señor, enséñanos a orar, como también Juan
enseñó a sus discípulos.
Por lo regular ora Jesús en la soledad (Mc 1,35; Lc 5,16; Mt 14,23; Mc 16,46.), en un
monte (6,12; 9,28.29), separado de sus discípulos (9,18). No se nos dice cuándo y dónde
oró Jesús en el caso presente; la mirada no debe distraerse de lo esencial: la doctrina
sobre la oración.
Juan Bautista había enseñado a orar a sus discípulos. La oración había de corresponder
a la novedad de su predicación, había de ser un distintivo que uniera a sus discípulos entre
sí y los separara de los demás. También los discípulos de Jesús quieren poseer una
oración que fluya de la proclamación del reino de Dios y esté marcada por el hecho
salvífico, cuyos testigos han venido a ser ellos. La palabra de Jesús abría nuevas
perspectivas, creaba nuevas esperanzas, anunciaba una nueva ley. ¿No deberá también
transformar la oración? La oración es la expresión de la fe y de la esperanza, de la vida
religiosa.
2 Él les dijo: Cuando vayáis a orar, decid: Padre, santificado sea tu
nombre; venga tu reino.
La oración (*) comienza con la invocación: Padre, abba. Así habló Jesús en la oración a
Dios (Mc 14,36), así podían también hablar a Dios sus discípulos (Gál 4,6; Rom 8,15).
Jesús introduce a sus discípulos en su relación con Dios. La invocación abba, padre
querido, empalma quizá con oraciones de los niños judíos. Un judío no osaba nunca decir
la palabra abba hablando con Dios; caso que llamara a Dios Padre se servía de la palabra
ab o abi (padre mío), que no pertenecía al arameo corriente, sino que estaba tomada del
lenguaje solemne de la oración en la liturgia. La palabra abba ilustra la singularísima
relación de Jesús con Dios. El tiempo de la salvación aporta también esto: «Yo me
preguntaba: ¿Cómo voy a contarte entre mis hijos y a darte una tierra escogida, una
magnífica heredad, preciosa entre las preciosas de todas las gentes? Pensaba yo que me
llamarías «Padre mío» y no volverías a apartarte de mí» (Jer 3,19). «Bienaventurados los
pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).
Santificado sea tu nombre. Estas palabras no son deseo, sino ruego. Se invoca a Dios
rogándole que santifique su nombre. Mediante la fórmula impersonal se atrae la atención
más al obrar de Dios que a la persona del orante. El ruego es expresión de un anhelo
ilimitado de la santificación definitiva del nombre divino. El nombre es Dios, en cuanto él
mismo se revela, Dios en su obrar salvífico, Dios para nosotros. Dios se santifica cuando
mediante la revelación de su poder se manifiesta como el completamente otro. «Yo
santificaré mi nombre grande, profanado entre las gentes, profanado por vosotros en medio
de ellas, y sabrán las gentes que yo soy Yahveh, dice el Señor, Yahveh, cuando yo me
santificare a sus ojos por causa de vosotros» (Ez 36,23). Dios se santifica cuando mediante
la revelación de su misericordia se manifiesta como Padre, cuando se revela a los
pequeños y los convierte en niños pequeños, cuando alborea el reino de Dios.
Venga tu reino. La petición de que sea santificado el nombre es preparación para esta
otra petición. La petición de que venga el reino es la verdadera petición del padrenuestro,
así como la doctrina del reino de Dios ocupa el centro de la predicación de Jesús. El reino
de Dios es el señorío de Dios. Cuando Dios se posesione de su reino, cuando imponga su
señorío, quedará vencido Satán y habrá comenzado el tiempo de salvación. Esta revelación
ha aparecido ya en Jesús. El «año de gracia del Señor» ha llegado ya (4,19). Los
discípulos son llamados dichosos porque están viendo lo que con tanta ansia habían
aguardado los profetas y los reyes (10,23s). Sin embargo, Jesús enseña a orar y a pedir
que venga el reino, el señorío de Dios. Lo que ha traído Jesús es tiempo de salvación pero
a su vez no es sino comienzo de lo que ha de venir. Lo que es el reino se puede ver por lo
que Jesús trajo con su vida; la vida de Jesús es, en efecto, la manifestación de la salud en
un determinado lugar en el transcurso de la historia de la salvación. La magnificencia de lo
que ya se ha descubierto hace que sea tanto más ardiente el ruego de que venga el reino
de Dios. El reino vendrá cuando venga Jesús mismo. El ruego de que venga el reino se
identifica con el ruego de que venga Jesús. «Ven, Señor nuestro», Marana tha (1Cor
16,22).
...............
* La oración que enseña Jesús a sus discípulos se nos ha transmitido en dos formas, en la
forma de Mt
6,9-13, y en la de Lc 11,2-4. Cada uno de los evangelistas la reproduce según la fórmula que en
su tiempo
se usaba en una u otra de las comunidades cristianas que ellos conocían. Ambas formas son
copia fiel,
aunque no literal, de la oración de Jesús. La forma de Mt es más solemne, formalmente más
acompasada,
más litúrgica; la de Lc es más breve y personal. Es de suponer que ésta se aproxima más a la
forma
originaria, pues se propendería más bien a alargar que a acortar el texto venerando.
...............
3 Danos cada día nuestro pan cotidiano; 4 y perdónanos nuestros
pecados, pues también nosotros perdonamos a todo el que nos debe;
y no nos lleves a la tentación.
Los discípulos viven en el período intermedio entre el tiempo de salvación, inaugurado
por Jesús, y su segunda venida. En este tiempo intermedio están todavía oprimidos por la
angustia de la existencia, por la culpa y por la tentación. Cuando se inicie plenamente el
tiempo de salvación con la venida de Jesús, pasará toda angustia y toda aflicción. Así
también estas peticiones de la segunda parte del padrenuestro son, en definitiva, peticiones
de que venga el reino de Dios.
Danos cada día nuestro pan cotidiano. El pan significa todo lo necesario para la vida
en la tierra. Pedimos el pan, porque es un don de Dios. «En gracia, amor y misericordia da
él (Dios) pan a toda carne, porque su gracia permanece eternamente... él da de comer y
provee a todos, y otorga bienes a todos, y prepara manjares para todas sus criaturas. Seas
alabado, Señor, que nos alimentas» (oración judía para antes de las comidas). El discípulo
pide nuestro pan, el pan que tanto necesita el hombre, él y la comunidad; no ora en la
estrechez del yo, sino en la amplitud de los hijos del Padre. El pan cotidiano es el pan
necesario para cada día. El discípulo sólo pide lo necesario. «No me des pobreza ni
riqueza, dame aquello de que he menester» (Prov 30,8). Cada día: El discípulo ha de
confesar cada día ante el Padre su necesidad y pedirle cada día su pan cotidiano. Debe
orar incesantemente (18,1).
Perdónanos nuestros pecados. El discípulo sabe que es pecador. Aun cuando lo haya
hecho todo, no es todavía más que un siervo inútil (17,10). Tiene que confesar: Tenga Dios
misericordia de mí (18,13). E1 pecado es en la Biblia desobediencia contra Dios: «Contra ti
solo he pecado» (Sal 51,6). Por eso también sólo por Dios puede ser perdonado. Dado que
el tiempo de salvación proclamado por Jesús, es tiempo de perdón y de misericordia, por
eso podemos pronunciar con confianza esta petición. Precisamente en el Evangelio de
Lucas, el gozo de Dios en perdonar es rasgo incomparable y sumamente característico de
la proclamación del reino de Dios por Jesús.
Jesús proclamó: Perdonad y seréis perdonados (6,37). Quien perdona a su hermano
puede esperar que también Dios le perdone a él. La voluntad de perdonar al hermano es
condición de la misericordia de Dios en el juicio. Los discípulos son tales si están
penetrados de la misericordia del Padre. «Sed misericordiosos como vuestro Padre es
misericordioso» (6,36). Por eso, cuando el discípulo pide perdón de sus pecados, añade:
pues también nosotros perdonamos a todo el que nos debe. El que peca contra otro se
carga con una deuda que tiene que saldar. Tiene que reparar, restituir. Esto lo hace
perdonando a los que se han hecho culpables contra él.
No nos lleves a la tentación. En la explicación de la parábola del sembrador habla Lucas
de algunos quo durante algún tiempo creen, pero luego decaen en el tiempo de la
tentación, cuando irrumpen tribulaciones y persecuciones por la palabra de Dios (8,13). La
tentación es amenaza para la fe, peligro de apostasía. La petición brota del conocimiento
de la propia debilidad y de la prepotencia del mal. Las tres peticiones de liberación de la
miseria humana son también confesión de esta miseria. El hombre que confiesa su miseria
ante Dios, tiene la promesa de que le alcanzará el reino de Dios. Bienaventurados los
pobres, los hambrientos, los que lloran... El padrenuestro es la oración de aquellos en
quienes ha alboreado y alborea el reino de Dios.
La entera existencia humana se presenta a Dios como una existencia angustiosa. El
presente: danos cada día; el pasado: perdónanos; el futuro: no nos lleves a la tentación. El
reino de Dios produce una gran mutación, y ésta tiene su garantía en Dios, que se santifica
y muestra su poder, que, como abba, es Dios para nosotros.
b) El amigo importuno
(/Lc/11/05-08).
5 Y les añadió: Supongamos que uno de vosotros tiene un amigo y
acude a él a medianoche para decirle: Amigo, préstame tres panes, 6
porque un amigo mío ha llegado de viaje a mi casa, y no tengo qué
ofrecerle; 7 y que el otro desde dentro le responde: No me molestes;
la puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo estamos en la cama; no
puedo levantarme para dártelos. 8 Os digo que, aunque no se levante
a dárselos por ser amigo suyo, se levantará al menos por su
importunidad y le dará cuantos necesita.
En Palestina se viaja con frecuencia de noche, porque durante la noche hace fresco.
Cada día, antes de la salida del sol, la mujer cuece el pan (en forma de delgadas tortas)
para el consumo del día; por eso no hay allí panaderías. Tres panes son la comida para
una persona. En las pequeñas aldeas se sabe quién tiene pan de repuesto. Atender al
huésped es un deber sagrado. El hombre al que se pide el favor se disgusta. Se le llama
«amigo», pero él no responde en los mismos términos. La casa sólo tiene una habitación.
La puerta está atrancada con una gran viga. De lecho sirve una estera que se extiende por
la noche. Los niños duermen con los padres. Abrir por la noche es muy fatigoso y ruidoso:
todos tienen que levantarse. No sin razón se habla varias veces de levantarse. El decir «no
puedo» significa: no tengo gana.
Al fin no tendrá más remedio que levantarse y dar lo que le pide el amigo. Jesús da la
razón de ello: Si ya no por la amistad, al menos por la molestia y la importunidad. No por
amor al vecino, sino por amor al descanso nocturno. Así somos los hombres. Y Dios ¿cómo
es? Si el discípulo reflexiona sobre su propio comportamiento, se le ocurrirá cómo se
comportará Dios con él. Como el amigo, después de todo, acaba por atender al amigo que
le pide con insistencia e importunidad, así Dios también escucha al que le pide sin cejar,
importunamente. Un doctor de la ley dice: «El importuno vence al Maligno, ¡cuánto más al
Dios todo bondad!». Se ha prometido que será escuchada la oración perseverante y
confiada, que no cede aunque no sea escuchada inmediatamente. Dios es bondadoso: no
hay hombre que se le pueda comparar. Da no sólo lo que se le pide, sino todo lo que uno
necesite. De esta manera procedió también Jesús con la mujer cananea (Mt 15,21ss) y con
el ciego de Jericó (18,33ss).
c) Certeza de ser escuchados
(Lc/11/09-13)
9 Pues bien, yo os digo: Pedid y os darán; buscad y encontraréis;
llamad y os abrirán. 10 Porque todo el que pide, recibe, y el que
busca, encuentra, y al que llama, le abren.
Jesús asegura que Dios escucha la oración. Al pedir responde el recibir, al buscar el
encontrar, al llamar el abrir. Dios no se muestra sordo al hombre, no se le esconde. Dios
ama a los hombres.
El que ora pide, busca y llama. El hombre recurre a Dios como pobre, como extraviado,
como sin hogar. El que se sabe y se siente pobre, extraviado, sin hogar, halla el camino de
la oración y de Dios. El bien que, según la predicación de Jesús, puede saciar todas las
ansias del hombre, que ocupa el centro de todas las promesas, es el reino de Dios. La
primera condición para entrar en el reino de Dios es la confesión de la propia pobreza. En
la oración se abre el reino de Dios.
En este pasaje no se dice qué es lo que se pide, qué es lo que se busca, por qué y
dónde se llama. Lo importante es la actitud de pedir, de buscar, de llamar. Todo el que
adopta esta actitud halla lo que pide, lo que busca y lo que desea cuando llama. La oración
pone al hombre en la actitud de conversión, lo hace consciente de la propia insuficiencia, le
hace poner su esperanza en Dios. La oración convierte al hombre en un hombre que, por
razón de su consciente pequeñez, espera ser agraciado con lo mayor.
11 Pues ¿hay entre vosotros algún padre, que, si su hijo le pide un
pescado, en lugar de un pescado le dé una serpiente? 12 O, si pide
un huevo, ¿le dará un escorpión? 13 Y si vosotros, que sois malos,
sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿con cuánta más razón el
Padre que está en el cielo dará Espíritu Santo a los que le piden?
Es inconcebible que un padre no responda con cosas buenas a los ruegos de su hijo.
Tanto más habrá que decir esto de Dios. Los hombres son malos, Dios es bueno. Si un
padre de la tierra es bueno con su hijo que le pide, ¡cuánto más habrá de serlo Dios!
Al fin y al cabo, el padre no se burla de su hijo necesitado, no le hace un mal juego, no
comete con él un atentado criminal. Dar una piedra en lugar de pan es una burla, dar una
serpiente en lugar de un pescado es un mal juego, dar un escorpión en lugar de un huevo
es un atentado criminal. Un padre no abusa del desvalimiento de su hijo pequeño, que no
sabe distinguir todavía (a la vista) entre una piedra y un pan, entre un pescado parecido a
una serpiente (por ejemplo, una anguila) y una serpiente, entre un escorpión apelotonado y
un huevo. Precisamente porque el niño es pequeño e indefenso, le prodiga el padre todo
cuidado y cariño.
El buen don que da el Padre al que le pide, es el Espíritu Santo. Este don lo envía el
Padre desde el cielo. El Espíritu Santo es el presente celestial. Por el actúa Jesús.
Convierte a los discípulos en lo que deben ser. Toma su pensar y su obrar bajo su
dirección. Por él cumplen ellos la voluntad de Dios. Según Mateo, da Dios cosas buenas
(/Mt/07/11), los bienes de salvación; según Lucas el Espíritu Santo. El don que se da a los
discípulos que viven en el período intermedio entre el tiempo de salvación de Jesús y su
venida al fin de los tiempos, es el Espíritu Santo. Éste es el don salvífico en el tiempo de la
Iglesia. Para poder alcanzarlo se necesita la oración.
Hay estrecha conexión entre oración, Padre (abba) y Espíritu Santo. Lo nuevo que
enseña Jesús sobre la oración está relacionado con su proclamación del reino de Dios. Es
Padre de todos los hombres, lo es para todo el que ora. Pero esto nuevo está relacionado
también con el carácter del tiempo de salvación; éste es un tiempo que lleva la impronta del
Espíritu Santo. El portador de la salvación está ungido con el Espíritu Santo, su potente
obra es causada por el Espíritu; su don, que contiene todos los demás dones, es el Espíritu
Santo. La oración está sostenida por el Espíritu Santo, y como oración así influida por el
Espíritu, está marcada por la confianza en el Padre. «El Espíritu viene en ayuda de nuestra
debilidad. Porque no sabemos cómo pedir para orar como es debido; sin embargo, el
Espíritu mismo intercede con gemidos intraducibles en palabras» (Rom 8,26).
Págs. 312-325)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 24
5. EL MESÍAS Y SUS ADVERSARIOS (11,14-54)
a) El más fuerte
(Lc/11/14-28)
14 Estaba él expulsando a un demonio que era mudo; y apenas salió el demonio,
comenzó a hablar el mudo, de suerte que las gentes se admiraron. 15 Pero de entre ellas
algunos dijeron: Es por arte de Beelzebul, príncipe de los demonios, por quien éste arroja
los demonios. 16 Había también otros que, paRa tentarlo, reclamaban de él una señal
venida del cielo.
Nos hallamos ante el hecho escueto de la curación de un poseso. El demonio ha salido
del poseso, y éste, que era mudo, comienza a hablar. Jesús ha expulsado al demonio. A
éste se le llama mudo porque se creía que la enfermedad del poseso respondía a la
naturaleza del demonio que la había causado. La curación por Jesús despierta la
admiración de las gentes. ¿Cómo es esto posible?, se preguntan. ¿Quién es Jesús, que
tiene poder para arrojar a los demonios?
La curación es un hecho incontrovertible. ¿Cómo se ha de explicar? La admiración y
extrañeza del pueblo abre un camino para la fe: Jesús obra con el poder de Dios, es el
Mesías. En Lucas no se formula esto, pero antes de que asomen tales aserciones surge ya
la crítica. Jesús no obra por el poder de Dios, sino por el poder del príncipe de los
demonios, al que se daba el nombre de Beelzebul. Precisaba alejar al pueblo de Jesús.
Contra la fe en el Mesías, que se está fraguando, se formula esta objeción: Jesús no
produce la señal esperada, que lo habría de acreditar como Mesías, la señal del cielo,
como detener el sol o la luna, o una señal de los astros. Las expulsiones de demonios y las
curaciones milagrosas no se valoraban como tales señales. A Jesús se le mide con
patrones humanos preconcebidos, se prescribe a Dios lo que tiene que hacer, cómo ha de
convencer a los hombres.
17 Pero él penetró sus pensamientos y les dijo: Todo reino dividido
en bandos queda devastado, y una casa se derrumba sobre otra. 18
Si, pues, Satán está dividido contra sí mismo, ¿cómo subsistirá su
reino? Porque estáis diciendo que yo arrojo los demonios por arte de
Beelzebul. 19 Pero si yo arrojo los demonios por arte de Beelzebul,
¿por arte de quién los arrojan vuestros hijos? Por eso ellos mismos
serán vuestros jueces.
Jesús posee el don de escudriñar los corazones, y así conoce los pensamientos de sus
críticos. Como se ve, Lucas no pone el menor empeño en conciliar las diferentes
tradiciones que él combina en el texto: los críticos expresan sus opiniones; Jesús conoce
sus pensamientos. Lucas utiliza los fragmentos de tradición para formular enseñanzas
importantes, no para presentarnos cuadros bien ajustados.
Se refutan las críticas formuladas contra las expulsiones de demonios, que constituyen el
punto central de todos los relatos de curaciones. Como los demás milagros de Jesús, no
son magia, no son artilugios practicados con la ayuda del demonio. La primera razón de
esta verdad la toma Jesús de una reflexión sobria y serena. Los demonios constituyen un
reino, la contrapartida del reino de Dios. No es de creer que el príncipe de los demonios
combata contra su propio reino... Esto sería una guerra civil, y las guerras civiles aniquilan
los reinos, acaban con las gentes y destruyen las ciudades.
Jesús toma otra razón de la práctica del exorcismo judaico. Vuestros hijos, hombres del
pueblo, expulsan demonios. Esto lo intentaban con oraciones, palabras y fórmulas de
conjuro que se hacían remontar a Salomón. Hay, pues, otros medios de expulsar los
demonios sin recurrir a la ayuda de Beelzebul. Jesús defiende su propia revelación con
consideraciones tomadas de la experiencia humana y religiosa.
También nosotros tenemos el deber de recurrir a todas las consideraciones que nos
suministra la experiencia humana, la ciencia y la vida religiosa, para tratar de refutar las
críticas contra los hechos de la revelación. La revelación no está en contradicción con la
razón ni con las leyes de la vida humana y del mundo.
20 Pero si yo expulso los demonios por el dedo de Dios, es que el
reino de Dios ha llegado a vosotros.
Jesús expulsa los demonios con la virtud de Dios. El dedo-de-Dios es símbolo de la
fuerza de Dios. Cuando Moisés provocó las plagas de Egipto, decían los adivinos do los
egipcios: «El dedo de Dios está aquí» (/Ex/08/15). A Dios le basta con mover su dedo para
que surjan obras imponentes. El cielo es obra de los dedos de Dios (Sal 8,4). El triunfo
sobre el señorío de Satán con el poder de Dios que actúa en Jesús, muestra que ha
llegado ya el reino de Dios. Este está ya presente, aunque todavía no se ha desarrollado
plenamente. Se ha inaugurado ya el tiempo de la salvación, el reino de Dios ha reportado
ya la victoria sobre el reino de Satán. De ello son señal las expulsiones de demonios.
21 Mientras un hombre fuerte y bien armado está guardando su
palacio, sus bienes están seguros. 22 Pero cuando venga contra él
otro más fuerte y lo venza, le quitará las armas en que confiaba y
repartirá el botín. 23 Quien no está conmigo, está contra mí; y quien
conmigo no recoge, desparrama.
FUERTE/MAS-FUERTE: La acción del Mesías se concibe como una guerra. La lucha se
entabla entre Satán y el Mesías. Se toma de los hechos bélicos una imagen. Hay un
palacio, una fortaleza guardada por un hombre fuerte. Este está armado de pies a cabeza,
con coraza, yelmo, escudo y lanza. Todo está en seguridad. Viene uno más fuerte y ataca.
El fuerte queda vencido. Se le quitan las armas. Todo lo que se encuentra, se toma como
botín y se reparte. La segura posesión ha terminado. La idea fundamental de la parábola
está en el contraste entre los bienes, que están seguros y el botín que se reparte. Esto
tiene también lugar en las expulsiones de demonios. Satán dominaba en paz; ejercía su
señorío sobre los hombres y nadie podía suplantarlo. Ahora ha cambiado todo. Las
expulsiones de demonios muestran que Satán tiene que entregar su botín, los hombres a
quienes dominaba. Está por tanto vencido. Jesús podía decir en tono triunfal: «Yo estaba
viendo a Satán caer del cielo como un rayo» (10,18). Según Lucas, esta victoria tuvo ya
lugar en la lucha entablada en la tentación del desierto (4,13). Las palabras repartirá el
botín traen a la memoria el oráculo de Isaías: «Mi siervo libra a muchos de la culpa y carga
con nuestras iniquidades. Por eso yo le daré por parte suya muchedumbres, y recibirá
muchedumbres por botín; por haberse entregado a la muerte y haber sido contado entre los
pecadores» (Is 53,11s). De todos modos, si se hubiese aludido expresamente a este
pasaje, no se habría omitido la muerte que arrebata aún mejor botín a Satán. El reino de
Dios se inició cuando Jesús comenzó su actividad, se profundizó cuando murió en la cruz y
resucitó, se establecerá plenamente cuando Jesús venga en su gloria. Pero en la medida
en que se va estableciendo el reino de Dios, se va derrumbando el poderío de Satán.
El combate mesiánico fuerza a cada cual a optar por Cristo o contra Cristo. No tolera
neutralidad. La necesidad de tomar partido se expresa en un proverbio que procede de la
guerra civil romana (*). El que no toma partido por Jesús, es contrario suyo. A esto se
añaden unas palabras tomadas de la vida pastoril. El pastor que no recoge las ovejas, las
desparrama. «Y así andaban desparramadas mis ovejas por falta de pastor, siendo presa
de todas las fieras del campo» (Ez 34,5s).
...............
* Cf. el comentario a 9,50.
...............
24 Cuando el espíritu impuro sale del hombre, vaga por los
desiertos buscando reposo, y, al no encontrarlo, dice: Me volveré a la
casa de donde salí. 25 Y al llegar a ella, la encuentra barrida y
arreglada. 26 Entonces va, toma consigo otros siete espíritus peores
que él, entran en la casa y se instalan allí, y resulta que la situación
final de aquel hambre es peor que la de antes.
El demonio expulsado se comporta como un hombre que ha sido echado de su casa.
Jesús no ofrece una psicología de Satán, ni tampoco una exposición de las ideas del
pueblo sobre las maquinaciones de los demonios, si se exceptúa la convicción de que el
desierto es el lugar donde habitan los demonios. El relato tiene carácter de parábola. El que
ha escapado al señorío de Satán, no por ello debe creerse inexpugnable y completamente
seguro.
El estado final de una persona que se ha convertido puede, si no persevera como tal,
ser peor que el estado anterior a la conversión. La antigua Iglesia tomó muy en serio esta
verdad. La carta a los Hebreos pone en guardia contra la apostasía en términos que
podrían ser mal interpretados, pero que el autor se permite usarlos para mostrar la
tremenda gravedad del caso: «Realmente, a los que ya una vez fueron iluminados,
gustaron el don celestial, fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, gustaron la buena
palabra de Dios y los portentos del siglo futuro, pero vinieron después a extraviarse, es
imposible renovarlos otra vez llevándolos al arrepentimiento» (/Hb/06/04-06).
27 Mientras él estaba diciendo estas cosas, una mujer levantó la
voz en medio de la multitud y dijo: Bienaventurado el seno que te
llevó y los pechos que te criaron. 28 Pero él contestó:
Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la
guardan.
PD/BIENAVENTURANZA ¿Qué es lo que salva de la recaída? ¿Qué es lo que preserva
del nuevo señorío de Satán? Bienaventurado el seno que te llevó. La alabanza de la
madre se dirige al Hijo. La felicidad y el honor de una mujer está en los hijos que ha
engendrado y criado. La mujer del pueblo -no llevada de la crítica, como algunas otras- está
sumamente impresionada por la grandeza de Jesús. Jesús vence el poderío de Satán y trae
la salvación. La gloria del hijo se extiende también a su madre.
Sí, bienaventurada. A la madre de Jesús hay que llamarla bienaventurada. Pero esta
alabanza pronunciada por la mujer podría también interpretarse falsamente. La sola
maternidad corporal no es la razón de la bienaventuranza. Más bien hay que llamar
bienaventurado al que escucha la palabra de Dios y la guarda. Oír, guardar y seguir la
palabra de Jesús, la palabra anunciada por él, eso es lo que preserva de recaer bajo el
dominio del demonio.
María escuchó, creyó y guardó la palabra de Dios. Hay que felicitarla porque es madre
de Jesús, vencedor de los demonios y portador de salvación, pero todavía más porque
escuchó la palabra de Dios y la guardó.
b) La señal
(Lc/11/29-36).
GENERACION/PERVERSA
Jesús rechaza las exigencias de signos, de señales (11, 29-30), llama a la conversión
(11,31-32), expone la necesidad de ser iluminados por la fe (11,33-36). Jesús no se da a
conocer por señales del cielo; él mismo es el signo o la señal que presupone iluminación
interna para ser reconocida.
29 Crecía la muchedumbre cada vez más, y él se puso a decir:
Esta generación es una generación perversa; pide una señal, pero no
se le dará más señal que la de Jonás. 30 Porque así como Jonás fue
una señal para los habitantes de Nínive, así también lo será el Hijo
del hombre para esta generación.
SEÑAL/JONAS: Jesús se pronuncia acerca de la exigencia de señales. Ha crecido
todavía la muchedumbre que se apiña en torno a Jesús. La razón más profunda de la
exigencia de señales, el no contentarse con lo que Cristo ha hecho con poder y para
asombro del pueblo, es la desobediencia a la palabra de Dios, que anuncia Jesús. Lo
primero que hay que hacer es convertirse, reformarse interiormente. Sólo el que escucha y
acepta de buena gana la palabra de Jesús, está capacitado y pronto para captar las
señales que hace Dios por Jesús como señales de que se ha inaugurado ya el reino de
Dios. Cuando Jesús explicó las curaciones ante los discípulos de Juan como signos del
tiempo de salvación, dijo, amonestando a los oyentes: «Bienaventurado aquel que en mí no
encuentre ocasión de tropiezo» (7,22s). Jesús no realiza en Nazaret las señales que se le
exigen, porque sus compatriotas no creen (4,23ss). Jesús se ve en la necesidad de decir a
la multitud que pide signos: Esta generación es una generación perversa, porque no
quiere creer.
A esta generación incrédula dará Jesús una señal: la señal de Jonás. Jonás fue tragado
por el pez, que al tercer día lo devolvió de nuevo. Como quien ha sido devuelto a la vida es
presentado por Dios a los ninivitas como señal para que se conviertan. Como lo fue Jonás
para los ninivitas, también Jesús será señal para esta generación perversa e incrédula.
Jesús resucitará y retornará como Hijo del hombre para celebrar juicio. Cuando aparezca
en poder y gloria, nadie podrá dejar de reconocer que Dios le ha dado todo poder. En
realidad, esto no será ya entonces señal o signo que conduzca a la fe y a la salvación, sino
signo que condenará la incredulidad. Con esta señal previno Jesús a sus adversarios en el
juicio ante el sanedrín: «Pues sí, lo soy (el Mesías, el Hijo del Bendito); y veréis al Hijo del
hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo entre las nubes del cielo» (Mc 14,62). El
Hijo del hombre es la señal que aparecerá en el cielo, a cuya aparición se golpearán el
pecho todas las tribus de la tierra (Mt 24,30).
31 La reina del sur comparecerá en el juicio con los hombres de
esta generación y los condenará, porque ella vino desde los
confines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay uno
que es más que Salomón. Los habitantes de Nínive comparecerán en
el juicio con esta generación y la condenarán, porque ellos se
convirtieron ante la predicación de Jonás, y aquí hay uno que es más
que Jonás.
Los contemporáneos de Jesús están endurecidos contra la sabiduría y la llamada de
Dios a la conversión. Por eso sólo se les da la señal que los ha de condenar en el juicio
final. Jesús mismo, que obra con el poder de Dios, sería señal suficiente que podría
conducirlos a la fe; pero no quieren creer en él. Los gentiles, la reina del Sur, los hombres
de Nínive, acusarán a los contemporáneos y compatriotas de Jesús cuando comparezcan
con ellos en el juicio final. La reina de Saba buscó y acogió con avidez la sabiduría de
Salomón (lRe 10,1), los ninivitas tomaron en serio la predicación de penitencia de Jonás
(Jon 3,5). Israel se hizo culpable ante Dios de haber rechazado a Jesús y de haber exigido
señales. Las obras salvíficas que Dios realiza exigen buena voluntad, fe, aceptación.
Repudiarlas es culpa. Lo que el pueblo necesita es la conversión, la imitación de la reina
del sur y de los ninivitas, que aceptaron de buena voluntad la sabiduría y la predicación de
penitencia.
Las palabras de Jesús son también revelación de sí mismo. Jesús es más que el sabio
Salomón, más que Jonás, profeta y predicador de penitencia. Es maestro de sabiduría y
profeta que sobrepuja a los más grandes maestros de sabiduría y profetas; es el maestro
de sabiduría y profeta de los tiempos finales. La sabiduría de la vida que él anuncia es la
última sabiduría de Dios; la voluntad de Dios que proclama, es voluntad de Dios que
decide, de cuya aceptación dependen la salvación y la ruina final.
33 Nadie enciende una lámpara y la pone en un lugar escondido o
debajo del almud, sino sobre el candelero, para que los que entren
vean la luz.
J/LUZ-LAMPARA: Jesús es la señal que ha dado Dios al mundo. Él es la luz del mundo
(Jn 8,12), no escondida por Dios, sino puesta por él a la vista de todos y presentada de tal
forma que ilumine a los hombres. La palabra y la obra de Jesús fueron proclamadas en toda
la tierra de los judíos, con sabiduría y poder fueron el asombro de todos. Mediante la misión
de Jesús y la manera de presentarlo hizo Dios todo lo necesario para que pudiera
reconocerse el resplandor de su luz, su divina misión de maestro de sabiduría y de profeta
de los últimos tiempos. La revelación de Jesús está adaptada al hombre de tal manera que
éste pueda alcanzar el conocimiento de la sabiduría de Dios y venir con ella a convertirse.
34 La lámpara del cuerpo es tu ojo. Cuando tu ojo está sano,
también todo tu cuerpo está iluminado; pero cuando está enfermo,
también tu cuerpo queda en tinieblas. 35 Mira, pues, no sea que la
luz que hay en ti sea tinieblas.
OJO/LAMPARA: ¿A que se debe que los contemporáneos de Jesús no reconozcan la
luz que él es, no crean en él, no acepten y sigan su palabra? Esto no se debe a
deficiencias de la luz, sino a que los contemporáneos son malos. La culpa está en el
hombre, no en Dios o en Jesús.
AUTOSUFICIENCIA: El cuerpo del hombre se concibe aquí como una casa. Los ojos son
las ventanas, que dejan que penetre la luz en la casa, de modo que el cuerpo entero quede
iluminado. Cuando el ojo está enfermo, cuando no ve distintamente o ve doble, todo resulta
oscuro. Del modo de ser del hombre depende el que la luz se reconozca o no como tal.
Jesús sólo es reconocido como el maestro de sabiduría y predicador de conversión en los
últimos tiempos, si el interior del hombre es sencillo, si su corazón y todo su ser está
entregado sencillamente a Dios; entonces puede aceptar la luz que Dios ha encendido en
Jesús. En cambio, el que se constituye a sí mismo en centro, el que no da razón a Dios,
sino que se hace él mismo medida y criterio de todo, no tiene órgano para percibir la
voluntad de Dios que se revela en Jesús.
Mira, no sea que la luz que hay en ti sea tinieblas. El hombre ha sido creado para la
verdad de Dios. Tiene en sí luz, tiene fuerza para reconocer la revelación de Dios como tal.
«La luz de Yahveh es el espíritu del hombre» (Prov 20,27). Se requiere la solicitud del
hombre, para que esta luz no se convierta en tinieblas. El hombre recibe luz porque Jesús
apareció como portador de luz, pero él debe ser receptivo para la luz.
En las bienaventuranzas mostró Jesús cómo se ha de conservar la receptividad.
«Bienaventurados vosotros, los pobres...», «¡Ay de vosotros, los ricos...!»
36 Por consiguiente, si tu cuerpo entero es luminoso, sin que tenga
parte alguna obscura, todo él resplandecerá, igual que cuando la
lámpara te ilumina con su resplandor.
El que en su interior no pone ningún impedimento a la luz que envía Dios por Jesús,
aquel cuyo cuerpo es todo luz, ése es iluminado por Jesús como por un relámpago, ése es
penetrado de luz por la abundancia de su revelación.
Jesús es luz, luz radiante, él comunica la abundancia de la sabiduría divina, él aporta la
revelación del tiempo final, que es la plenitud de todas las revelaciones de los profetas. No
solamente da la revelación, sino también el conocimiento de que Dios se revela en él.
«Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiere revelarlo.» Jesús es
señal que se acredita ella misma como señal, como el relámpago se da á conocer como tal
por su brillo. Estas palabras de Jesús acaban llenas de promesas. Cuando la luz de Jesús
se apodera del hombre, éste se ve penetrado e inundado de luz.
(.Págs. 325-336)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 25
c) El verdadero Maestro de la ley
(Lc/11/37-54).
Los fariseos y los escribas ejercían poderosísimo influjo sobre el pueblo. Se creían ser los
verdaderos sucesores de los profetas y de los maestros de sabiduría. Pero no lo son ellos,
sino Jesús; en efecto, presentan como voluntad de Dios lo que no lo es: así, por ejemplo, en
la cuestión de la pureza (11,37-41). Sobre los fariseos (11,42-44) y los escribas (11,45-52)
respectivamente formula Jesús tres conminaciones amonestadoras. La conjura de los
escribas y de los fariseos contra Jesús muestra cuán faltos están de sabiduría divina y de
sentido para conocer la voluntad de Dios (11,53s). Palabras análogas a las que consigna
Lucas se hallan también en Mateo. Ambos utilizan una tradición común. En Mateo se
presenta el discurso como sentencia judicial y condenación; en Lucas todavía no se ha
consumado la ruptura definitiva, y las palabras son una exhortación apremiante a la
conversión. Mateo dejó el discurso para el final de la actividad pública de Jesús, Lucas la
presentó como tema de conversación junto a la mesa.
37 Apenas terminó de hablar, un fariseo lo invita a comer en su
casa; entró, pues, y se puso a la mesa. 38 El fariseo se extrañó
cuando vio que no se había lavado antes de la comida. 39 Pero el
Señor le dijo: De manera que vosotros los fariseos purificáis por
fuera la copa y el plato, pero vuestro interior está lleno de rapacidad
y malicia. 40 ¡Insensatos! ¿Acaso el que hizo lo exterior no hizo
también lo interior? 41 Dad más bien limosna de lo que tenéis, y todo
lo vuestro quedará purificado.
Durante su camino es invitado Jesús a la mesa. La primera comida era la del mediodía,
que procedía de la usanza romana. Importantes enseñanzas se refieren aquí como
conversaciones habidas junto a la mesa. Los fariseos daban gran importancia a las
prescripciones relativas a la pureza legal. Antes de comer había que lavarse las manos (Mc
7,2). La vajilla de comer y beber se limpiaba con un cuidado escrupuloso. Jesús no se
atiene a la prescripción de lavarse las manos, de lo que se extraña el fariseo que lo había
invitado. El que realmente quería pasar por religioso debía ante todo cumplir con las
prescripciones de los fariseos sobre la pureza. De la crítica del comportamiento de Jesús
toma él pie para hablar de la pureza delante de Dios.
¿Quién es puro delante de Dios? Los fariseos tenían por puro delante de Dios al que
observa las prescripciones rituales de pureza, el que limpia el exterior del vaso y del plato.
A Dios, en cambio, le importa la pureza moral, de la que los fariseos se preocupan muy
poco. Vuestro interior está lleno de rapacidad y malicia. Cuando la conciencia está
limpia de injusticia y de comportamiento inmoral, entonces es el hombre puro delante de
Dios. Dios quiere una conciencia pura.
Por el hecho de preocuparse los fariseos por lo exterior, pero no por lo interior,
descuidando así la conciencia, obran como insensatos, como gentes que no poseen la
verdadera sabiduría, que no reconocen a Dios y lo descuidan. Los fariseos ponen la
religiosidad en exterioridades, no en la conciencia del hombre. Dios no sólo hizo lo exterior,
las cosas visibles, sino también lo interior, el corazón del hombre, la conciencia, por cuya
calidad es como todo viene a ser bueno o malo (*), Por eso es un error y desconocimiento
de la debida actitud para con Dios dar tanta importancia a la limpieza exterior de la vajilla,
en lugar de pensar en la pureza moral del interior de la persona (**). Dios, creador de la
conciencia, dispone también sobre ésta. Exige que el hombre se le entregue totalmente.
La pureza del interior se obtiene con limosnas, con amor que se traduce en obras. Lo que
hay en los vasos y en los platos, eso se debe dar como limosna; entonces será todo puro
en vosotros. Lo que Dios quiere del hombre es un corazón puro; el corazón se purifica
mediante el amor fraterno. La frase: Y todo lo vuestro quedará purificado, es precursora
de la osada frase: Ama y haz lo que quieras. El amor cumple toda la ley.
...............
* Mt 23,25s contrapone el interior y el exterior de las vasijas. Lc, en cambio, el exterior de las
vasijas y el
interior del hombre; Mt ofrece seguramente la forma originaria del texto.
** El versículo 40 es obscuro. Otros lo exponen así: Uno que ha preparado lo exterior, no ha
preparado también
su interior. Dio quiere que se prepare el interior, la conciencia; esto no se obtiene limpiando por
fuera las
vasijas, las manos...
...............
42 Pero ¡ay de vosotros, fariseos, que os preocupáis por el diezmo
de la menta, de la ruda y de toda clase de hortalizas, y faltáis a la
justicia y al amor de Dios! Esto es lo que había que practicar, y
aquello no omitirlo. 43 ¡Ay de vosotros, fariseos, pues deseáis ocupar
el primer asiento en las sinagogas y acaparar los saludos en las
plazas! 44 ¡Ay de vosotros, que sois como sepulcros sin indicación
alguna, sobre los cuales pasan los hombres sin saberlo!
FARISEÍSMO: En forma plástica, con un lenguaje tomado de la vida práctica, se
expresan tres reproches formulados como conminaciones exhortatorias: los fariseos
cumplen la ley con la mayor escrupulosidad en cosas pequeñas, pero la infringen cuando
se trata de imperativos de importancia. Al exterior se muestran irreprochables, pero
interiormente están muy lejos de cumplir verdaderamente la ley. Los reproches tienen un
tenor muy general, y hasta es posible que hubiera fariseos que se guardaran de tales
actitudes. Cuando se exige a una persona algo grande y difícil, como lo exigía sin duda la
observancia de la ley mosaica, y cuando el hombre quiere influir en los otros, entonces se
corre peligro de dar una sensación exterior de irreprochabilidad, aunque sin cumplir lo
último de las prescripciones.
Jesús quiere que la ley se cumpla enteramente, también en lo
pequeño. Es necesario practicarlo. Según Jesús, el cumplimiento de la ley exige tres cosas:
lo que es más importante en la ley debe cumplirse también en la vida como lo más
importante; éste es el precepto de la caridad, del amor (10,27): el derecho del hombre y el
amor a Dios. Estos son los dos mandamientos y los dos imperativos a que apuntan todos
los demás. Lo que mueve al cumplimiento de la ley no ha de ser la vanagloria, sino la
voluntad del Padre que está en el cielo. «Tened cuidado de no hacer vuestras obras
delante de la gente para que os vean; de lo contrario no tendréis recompensa ante vuestro
Padre que está en los cielos» (Mt 6,1). No basta con cumplir exteriormente la ley de manera
irreprochable, sino que se exige la transformación interior del corazón conforme a la
voluntad de Dios. La voluntad de Dios reclama la reforma del corazón. La ley debe
escribirse en el corazón, de modo que el hombre quede penetrado y transformado por la
voluntad de Dios hasta lo más íntimo de su ser. Jesús aporta el nuevo cumplimiento de la
ley, del que habían hablado los profetas (Jer 31,33s; Ez 36,26ss).
Los fariseos buscan su seguridad en observar exteriormente con toda exactitud su propia
interpretación de la ley; en atender a lograr la aprobación de las personas devotas y a
evitar exteriormente con la mayor escrupulosidad todo escándalo. A ellos se les aplica la
amonestación que dirigió Jesús a los discípulos: «¡Ay cuando los hombres hablen bien de
vosotros! Porque de la misma manera trataban los padres de ellos a los falsos profetas»
(6,26).
La salvación para los fariseos es la palabra de Dios pronunciada por Jesús, el profeta de
los últimos tiempos. Si reconocieran a Jesús estarían salvos. Ahora bien, ésta es su
fatalidad, que se justifican ante sí mismos y ante los hombres, pero no aceptan lo que les
dice Jesús. La ley no sirve de nada si no alborea en una persona el reino de Dios mediante
la palabra de Jesús. Como los fariseos no reconocen a Jesús como el verdadero legislador
y maestro de sabiduría, por eso no cumplen tampoco la ley. Pasan por alto precisamente lo
que consideran como el contenido vital de la ley. La verdadera relación para con Dios y el
entero cumplimiento de la voluntad de Dios no puede verificarse sino por Jesús.
45 Un doctor de la ley le dice entonces: Maestro, diciendo tales
cosas, nos ofendes también a nosotros. 46 Pero que echáis sobre los
hombres cargas casi imposibles de llevar, pero vosotros no las tocáis
ni siquiera con uno de vuestros dedos! 47 ¡Ay de vosotros, que
edificáis los sepulcros de los profetas, a quienes mataron vuestros
padres! 48 Con ello, vosotros sois testigos y solidarios de las
acciones de vuestros padres, porque ellos los mataron, pero vosotros
les edificáis sepulcros. 49 Por eso dijo también la sabiduría de Dios:
Yo les voy a enviar profetas y apóstoles, de los cuales matarán a
unos y perseguirán a otros, 50 para que se pida cuenta a esta
generación de la sangre de todos los profetas que ha sido derramada
desde la creación del mundo: 51 desde la sangre de Abel hasta la
sangre de Zacarías, asesinado entre el altar y el santuario. Sí, os
digo que se pedirá cuenta a esta generación. 52 ¡Ay de vosotros,
doctores de la ley, porque os llevasteis la llave del saber. Vosotros
no entrasteis, y a los que estaban para entrar se lo impedisteis (Los
versículos 53 y 54 no son textualmente seguros).
Los fariseos son los discípulos sumisos y crédulos de los doctores de la ley. Lo que estos
enseñan lo ponen ellos en práctica en la vida. Los reproches contra los fariseos recaen
también sobre los doctores de la ley. Estos se equiparan a los profetas y exigen que se los
oiga como a estos, como a Moisés, como a la ley misma. «Están sentados en la cátedra de
Moisés» (Mt 23,2). El doctor de la ley llama Maestro a Jesús, pero al mismo tiempo le
reprocha que ofende a los doctores de la ley, que blasfema contra Dios cuando los critica.
La intangible santidad de la ley le hace increíble que Jesús le ataque.
Al igual que contra los fariseos, también contra los doctores de la ley se formulan tres
conminaciones. De la ley que Dios había dado para el bien y para la salvación de los
hombres, hacen ellos una carga insoportable mediante su doctrina y exposición de la ley y
mediante la cerca que ponen alrededor de la misma, pero ellos mismos saben muy bien
esquivar las obligaciones mediante interpretaciones sutiles. A los profetas, que por razón de
la palabra de Dios fueron asesinados por sus abuelos, les erigen monumentos, con los que
quieren expresar que ellos no tienen nada que ver con aquellos hechos pasados, pero al
mismo tiempo quieren matar al mayor de los maestros y de los profetas, a Jesús. Se
arrogan el derecho exclusivo de explicar la Escritura y la voluntad de Dios, y de esta
manera llevar al conocimiento de Dios y consiguientemente a la vida eterna, pero al mismo
tiempo repudian a Jesús e impiden que otros lo reconozcan y así, mediante su mensaje y
su obra, alcancen el conocimiento y la vida eterna.
Las conminaciones que afectan a los doctores de la ley tienen su razón más profunda en
el repudio de Jesús. Él puede decir de sí mismo: «Mi yugo es llevadero, y mi carga ligera»
(Mt 11,29). Él es el profeta de Dios, que compendia y sobrepasa la palabra de todos los
profetas. Él tiene la llave del conocimiento, porque él da el conocimiento. «Nadie conoce
quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiere revelárselo» (10,22). La culpa
más grave que pesa sobre ellos es que ellos mismos no reconocen a Jesús y además
impiden al pueblo reconocerlo. Es grande la responsabilidad de los que ostentan la
autoridad de Dios.
El segundo de los tres reproches ofrece una breve historia de las suertes de los que
anunciaron la palabra de Dios. Los profetas la anunciaron y fueron asesinados. En la época
de Jesús erigen los doctores de la ley monumentos a los profetas asesinados. Los
sepulcros de Amós y Habacuc eran meta de peregrinación en los días de Jesús.
Aparentemente son indicio de hasta qué punto por aquellos días se apreciaba la palabra de
Dios y a los que la habían anunciado. ¿Pero qué sucedía en realidad? Jesús es más que
profeta, y precisamente los que erigen monumentos a los profetas maquinan contra la vida
de Jesús. Vosotros sois testigos de las acciones de vuestros padres, pero vosotros
edificáis... Los doctores de la ley son testigos de cómo ahora se presenta un profeta de
Dios, pero lo repudian y así se muestran solidarios de los asesinos de los profetas. Y sin
embargo erigen monumentos... Quien no reconoce a Jesús como Mesías no puede
comprender la revelación de Dios y la historia de la salvación.
¿Cómo es posible que sean repudiados los pregoneros de la palabra de Dios, que sea
repudiado Jesús, el más grande de todos los profetas? La Escritura no investiga las
razones psicológicas de los hombres, sino que se contenta con indicar la más profunda
razón teológica: la sabia permisión de Dios. Lo predijo la sabiduría de Dios: la Sagrada
Escritura. Como aconteció a los profetas del pasado, así está aconteciendo también a
Jesús, y así acontecerá a los apóstoles enviados por Jesús. El hombre se rebela contra las
exigencias de Dios. La historia de las revelaciones de Dios desde el principio hasta el fin da
testimonio de que los hombres de Dios son entregados a la muerte. Al comienzo de la Biblia
está la figura de Abel (Gén 1), que fue asesinado por su hermano, al final de la Biblia, que
según el canon véterotestamentario se cierra con el libro de las Crónicas, está el asesinato
de Zacarías (2Cró 24,20s). Los manejos de los homicidas de los hombres de Dios van
creciendo en impiedad y en brutalidad. Abel fue abatido en pleno campo, Zacarías entre el
altar de los holocaustos y el templo, en un lugar de asilo. El punto culminante de esta
historia de la resistencia contra la palabra de Dios será la muerte violenta de Jesús, que le
aguarda al término de su viaje a Jerusalén.
La historia de Israel termina con la destrucción de Jerusalén. Esta catástrofe es explicada
como castigo por el violento repudio de la palabra de Dios. Se pedirá cuenta de la sangre
de todos los profetas. La historia del mundo es la historia de la palabra de Dios entre los
hombres. Todos los desmanes de los doctores de la ley tienen su raíz aquí: en que no
pusieron como centro de todo la palabra de Dios, sino su propia sabiduría.
6. LOS DISCÍPULOS EN EL MUNDO (12,1-53).
Jesús es el más fuerte, la señal, el profeta que anuncia la voluntad de Dios. Reúne
discípulos que sufrirán la misma suerte que le espera en Jerusalén. Lucas, reuniendo
fragmentos de tradición, compone una instrucción de los discípulos. Jesús reclama una
confesión intrépida (12,1-12), libertad frente a los bienes de la tierra y frente a la ansiosa
preocupación por la vida (12,13-34), vigilancia y fidelidad con vistas al Señor que ha de
venir, que obliga a una decisión (12,35-53).
a) Confesión intrépida
(Lc/12/01-12)
Mediante breves observaciones enlaza Lucas las palabras de Jesús, dividiendo el
discurso en tres partes: los discípulos deben estar penetrados de la palabra de Dios hasta
lo más íntimo de su ser (12,1-3); deben hacer su confesión sin el menor temor de los
hombres, pues Dios se cuida de ellos (12,4-7); a los confesores animosos les promete
Jesús los más altos bienes (12,8-12).
1 Y mientras la multitud seguía aumentando por millares, hasta el
punto de atropellarse unos a otros, primero comenzó a decir a sus
discípulos: Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la
hipocresía. 2 Pues nada hay oculto que no se descubra, y nada
secreto que no se conozca. 3 Por lo cual, todo lo que dijisteis en la
obscuridad será oído a plena luz, y todo lo que hablasteis al oído, en
las habitaciones más escondidas, será proclamado desde las
terrazas.
Va en aumento el número de los que se interesan por Jesús y por su palabra. Se cuentan
por millares. Se apiñan hasta atropellarse. Primero habla Jesús a los discípulos antes de
dirigir su palabra a las masas (12,54). Los discípulos han de ser intermediarios entre Jesús
y el pueblo. Cuando los discípulos estén penetrados de la palabra de Dios, podrán también
llevar su mensaje a las masas.
La levadura era considerada como un poder oculto, algo pernicioso y con efectos
perniciosos, algo así como el mal instinto. Este poder es en los fariseos la hipocresía(*): se
muestran al exterior distintos de lo que son. Los discípulos deben guardarse de esta
simulación. Deben ser interiormente lo que enseñan y anuncian al exterior. Además, ¿de
qué les sirve la simulación? Lo oculto se descubre y lo secreto llega a conocerse. Los
sentimientos ocultos pugnan por salir a la luz pública. Lo primero y fundamental que exige
Jesús a sus discípulos es la transformación interior.
Si el discípulo se transforma interiormente por la palabra de Dios, su convicción y sus
sentimientos se abrirán camino para salir a la luz pública. Lo que se ha dicho ocultamente al
pequeño grupo pugna por salir a la luz, a hacerse público. Aunque los discípulos abarquen
un campo de acción aparentemente pequeño y restringido, no deben preocuparse, sin
embargo, temiendo que su acción no llegue a extenderse ampliamente. Si, por ejemplo, en
tiempos de persecución sólo pueden transmitir su mensaje en las horas nocturnas y en
lugares obscuros en voz baja, deben tener, sin embargo, plena seguridad de que la palabra
de Dios tiene poder y propende a salir a la luz sin que ninguna fuerza del mundo pueda
sofocarla. La palabra de Dios está cargada de fuerza.
...............
* La hipocresía se echa en cara a los fariseos especialmente en Mt; cf. Mt 23,13.15.23.27.29.
...............
4 A vosotros os lo digo, amigos míos: No tengáis miedo a los que
matan el cuerpo, pero después de esto no pueden hacer más. 5 Os
voy a indicar a quién habéis de temer: temed a quien, después de
haber matado, tiene poder para arrojar a la gehenna. Sí, os lo repito:
a ése habéis de temer. 6 ¿Acaso no se venden por dos ases cinco
pajarillos? Sin embargo, ni uno de ellos queda olvidado ante Dios.
Más aún, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados.
¡No tengáis miedo! Valéis más que muchos pajarillos.
Los discípulos de Jesús son sus amigos. A ellos ha dedicado su amor, los ha iniciado en
los secretos de su mensaje; ellos participarán también en su suerte. «Vosotros sois mis
amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe qué
hace su señor; os he llamado amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a
conocer» (Jn 15,14s). Jesús quiere decir verdades serias a los suyos. Por eso comienza
por recordarles su amistad. Camina hacia Jerusalén, donde será «elevado». También los
discípulos tendrán adversarios, que los amenazarán con la muerte.
TEMOR-DE-D: Con una serena reflexión se les quitará el temor a la muerte. No hay que
temer a los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden ejercer el menor influjo en la vida
eterna. A Dios hay que temer, a Dios, que puede precipitar en el infierno, que después de
esta vida ha de decidir sobre la salvación y la perdición. Jesús contrapone un temor a otro.
Más hay que temer a Dios que a los hombres.
El temor de Dios no es lo único que ha de fortalecer en las angustias de muerte. Dios
mira a los discípulos y no los olvida. Dios se cuida de lo más pequeño e imperceptible. Se
cuida de los pájaros del campo y de los cabellos de la cabeza. Todo le interesa. Si Dios se
cuida de estas pequeñeces, mucho más se cuidará de los discípulos de Jesús. La
confianza en la amorosa providencia de Dios da valor para soportar hasta lo más difícil,
porque también esto entra en el plan de la amorosa solicitud de Dios.
8 Pero yo os digo: De todo aquel que se declare en mi favor
delante de los hombres, el Hijo del hombre también se
declarará en favor suyo delante de los ángeles de Dios. 9
Pero aquel que me niegue ante los hombres, también él será
negado ante los ángeles de Dios. 10 Y a todo el que diga una
palabra contra el Hijo del hombre, le será perdonada; pero a
aquel que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le
perdonará. 11 Cuando os hagan comparecer ante las
sinagogas, los poderes y las autoridades, no os preocupéis de
cómo os defenderéis o con qué, o de qué habéis de decir. 12
Porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel momento lo
que conviene decir.
A los discípulos se les exige confesar a Jesús, confesión que está amenazada de
persecución. Para quitar a sus discípulos el miedo de los hombres, les recuerda Jesús el
juicio futuro. Por el juez se entiende a Dios, aunque no se menciona expresamente a él,
sino sólo a su corte, los ángeles. No se pronuncia el nombre de Dios. Los ángeles notifican
la presencia del Dios innombrable e inaccesible. En este juicio, el Hijo del hombre es
abogado de los buenos ante el divino juez. Aquel en cuyo favor se declare, será salvado;
aquel en cuyo favor no se declare, estará perdido. Que el Hijo del hombre intervenga en
favor de alguien o no, depende de que uno confiese a Jesús en la tierra. La confesión o la
negación de Jesús en la tierra tendrá su repercusión en el juicio final.
Dios, el Hijo del hombre y Jesús se hallan en la más estrecha relación. Todo el que se
declare en mi favor, también el Hijo del hombre se declarará en favor suyo. Jesús parece
distinguir entre él mismo y el Hijo del hombre. ¿No deben, sin embargo, estar lo más
íntimamente ligados, puesto que se dice: Todo el que se declare en mi favor delante de los
hombres, el Hijo del hombre también se declarará en favor suyo delante de los ángeles de
Dios? Quien mejor explica estas palabras es quien entiende por ellas que Jesús se
reconoce como el llamado por Dios a colaborar como Hijo del hombre en el juicio. Pero
también Dios y el Hijo del hombre están ligados entre sí. Todo el que en el juicio se declare
por el Hijo del hombre delante de Dios, se salvará; el que no lo reconozca, será condenado
por Dios. Así pues, Dios ha dado poder al Hijo del hombre, un poder decisivo sobre los
hombres ante él mismo. Dios, el Hijo del hombre, Jesús: ¿en qué relación se hallan entre
sí?
La acción salvadora de Jesús es hasta tal punto asunto suyo, que si bien Lucas escribe:
«El Hijo del hombre también se declarará en favor suyo delante de los ángeles de Dios», en
cambio no escribe que el Hijo del hombre negará al que no se haya declarado en favor de
Jesús. Se dice impersonalmente. También él será negado. La sentencia de condenación no
se atribuye directamente a Jesús; en efecto, Jesús es, en primer lugar, salvador.
Todavía se dicen otras palabras terribles y estimulantes a la vez, palabra que ha de
fortalecer a los discípulos. El discípulo, para quien Jesús es amigo y abogado, está bajo la
acción del Espíritu Santo, al que enviará Jesús cuando haya sido exaltado. La confesión de
Jesús por el discípulo mediante la palabra y la imitación, es impuesta como un deber por el
Espíritu Santo, pero también es apoyada y sostenida por él. Las palabras, tal como las
reproduce Lucas, se refieren al futuro de los discípulos. Cuando reciban al Espíritu Santo y
por el hecho de recibirlo, se les exigirá una relación con Cristo y una confesión de Cristo
distinta de la de quienes no hayan recibido el Espíritu Santo. A todo el que diga una palabra
contra el Hijo del hombre, le será perdonada. Jesús vive como hombre entre hombres, es
Hijo del hombre en humildad. El que sólo le juzga con sus capacidades puramente
humanas y sólo lo ve como hombre, es posible que no sea consciente de su transgresión al
ultrajar a Jesús, Hijo del hombre. Dios le perdonará. Cuando va a morir Jesús ora: «Padre,
perdónalos, pues no saben lo que hacen» (23,34).
En cambio, no se perdonará al que blasfeme contra el Espíritu Santo.
Un discípulo que ha reconocido a Jesús como el Hijo del hombre (exaltado), blasfema
contra el Espíritu si niega a Jesús o se separa de él. En efecto el Espíritu Santo es el que
ha causado en él la confesión de que Jesús es el Hijo del hombre, al que Dios da todo
poder. El que así armado con el Espíritu dice una palabra contra Jesús, ése ultraja al
Espíritu Santo. Este pecado no se perdona. El perdón de los pecados y la salvación sólo
pueden lograrse mediante la fe en Cristo.
Acerca del Espíritu Santo se dice también una palabra estimulante. Cuando por causa de
su fe comparezcan los discípulos ante los tribunales judíos y paganos, el Espíritu Santo se
encargará de cómo hayan de defenderse. En este caso, el discípulo no dirá nada ofensivo
para Jesús, sino que más bien dará un testimonio en el que resplandezca la gloria de
Cristo. Jesús promete para ese caso la asistencia del Espíritu Santo. Él enseñará a los
discípulos lo que conviene decir (*).
El discípulo confiesa su fe delante del Dios trino: delante de Dios Padre, del Hijo del
hombre y del Espíritu Santo. Lo imponente y tremendo del Dios trino se halla delante de él,
pero también su virtud confortadora. La dignidad del discípulo se hace visible en lo serio de
la responsabilidad que pesa sobre él, pero también en la solicitud de que es objeto por
parte de Dios.
...............
* Hch 4,8ss; 5,29ss; 7,55ss; cf. 2Tim 4, 16s: «En la primera vista de mi causa nadie se
presentó a favor mío,
sino que todos me abandonaron. ¡Que no se les tome en cuenta! Pero el Señor me asistió y me
dio fuerzas,
de tal manera que por medio de mí la proclamación quedó plenamente realizada y llegó a oídos
de todos los
gentiles, y yo mismo fui rescatado de las fauces del león.»
(.Págs. 336-350)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 26
b) Desapego de los bienes
(Lc/12/13-21)
El hombre no deja de ser hombre por el hecho de seguir a Cristo; como hombre, está
amenazado por la preocupación por los bienes de la tierra. Por eso el discípulo de Jesús
debe adoptar la debida posición frente a estos bienes. Jesús se niega a hacer de árbitro en
una cuestión de repartición de herencia (12,14), pone en guardia contra la avidez y la
codicia (12,15) y con una parábola muestra cómo se asegura verdaderamente la vida (12,
16-21).
13 Díjole uno de la multitud: Maestro, dile a mi hermano que
reparta conmigo la herencia. 14 Pero él le contestó: ¡Hombre! ¿Quién
me ha constituido juez o partidor entre vosotros?
El derecho sucesorio judío estaba regulado por la ley mosaica. Se supone una situación
agrícola, en la cual el hermano mayor hereda los bienes raíces y dos tercios de los bienes
muebles (Dt 21,17). En el caso que se propone a Jesús, parece ser que el hijo mayor no
quiere entregar absolutamente nada. Dado que el derecho sucesorio estaba regulado por la
ley, fácilmente se recurriría al dictamen y a la decisión de los doctores de la ley. El hombre
del pueblo acude a Jesús, al que trata como a doctor de la ley, a fin de que en el asunto de
su herencia dé un dictamen y con su autoridad ejerza influjo sobre su hermano injusto.
Jesús es considerado como acreditado doctor de la ley, que se presenta y actúa con
autoridad.
Cuando el pueblo acude a Jesús con sus miserias del cuerpo y del alma, lo halla
dispuesto a socorrerle. En cambio, el hombre que se presenta con su pleito hereditario
tropieza con una repulsa. ¡Hombre! Aquí esta palabra suena áspera y dura. Jesús no
quiere ser juez ni árbitro en los asuntos de los hombres. Las palabras con que lo expresa
traen a la memoria las que fueran respondidas a Moisés cuando quiso dirimir una querella
entre dos hebreos: «¿Y quién te ha puesto a ti como je£e y juez entre nosotros?» (Ex 2,14).
En su obrar se inspira Jesús en las decisiones expresadas por la palabra de Dios en la
Sagrada Escritura. La palabra de la Escritura le muestra también los inconvenientes que
tiene el constituirse árbitro en tales asuntos.
Con su palabra se niega Jesús a intervenir para poner orden en las condiciones
perturbadas de este mundo y a decidir con su autoridad en favor de este o del otro orden
social. Su misión y la conciencia de su vocación que le da la voluntad de Dios, la dejó ya
bien establecida reiteradamente al comienzo de su actividad en Nazaret y todavía antes en
la tentación en el desierto. Ha sido enviado para anunciar a los pobres el Evangelio, para
llamar a los pecadores (5,32), para salvar a los que estaban perdidos (19,10), para dar su
vida en rescate (Mc 10,45), para traer al mundo la vida divina (Jn 10,10).
15 Entonces les dijo: Guardaos muy bien de toda avidez, pues no
por estar uno en la abundancia, depende su vida de los bienes que
posee.
POSESION/ANSIA Toda ansia de aumentar los bienes es enjuiciada como un peligro del
que han de guardarse bien los discípulos. El ansia de poseer descubre la ilusión de creer
que la vida se asegura con los bienes o con la abundancia de los mismos. La vida es un
don de Dios, no es fruto de la posesión o de la abundancia de bienes de la tierra y de la
riqueza. De hecho, no es el hombre el que dispone de la vida, sino Dios.
16 Luego les dijo esta parábola: Un hombre muy rico tenía una
finca que le dio una gran cosecha. 17 Y discurría para sí de esta
forma. ¿Qué voy a hacer si ya no tengo dónde almacenar mis
cosechas? 18 Y añadió: Voy a hacer esto: derribaré mis graneros
para edificar otros mayores; así podré almacenar allí todo mi trigo y
mis bienes. 19 Y diré a mi alma: Alma mía, ya tienes muchos bienes
almacenados para muchos años; ahora descansa, come, bebe y
pásalo bien. 20 Entonces le dijo Dios: ¡Insensato! Esta misma noche
te van a reclamar tu alma, y todo lo que has preparado, ¿para quién
va a ser? 21 Así sucederá con aquel que atesora riquezas para sí,
pero no se hace rico ante Dios.
V/IDEAL-GOZAR: La narración de un ejemplo presenta gráficamente lo que se ha
expresado con la sentencia: la vida no se asegura con los bienes. El rico labrador revela su
ideal de vida en el diálogo que entabla consigo mismo: vivir es disfrutar de la vida: comer,
beber y pasarlo bien; vivir es disponer de una larga vida: para muchos años; vivir es
tener una vida asegurada: ahora descansa ¡Ética del bienestar! ¿Cómo puede alcanzarse
este ideal de vida? Almacenaré: hay que asegurar el porvenir. Varían las formas de esta
seguridad. El labrador edifica graneros. ¿El moderno hombre de negocios...? La economía
de este labrador no tiene otro sentido que el de asegurar la propia vida.
La entera forma humana de proyectar flaquea. El hombre no tiene en su mano la vida
como dueño y señor. No puede contentarse con hablar consigo mismo: Dios interviene
también en el diálogo. Este hombre debería también tratar con otros hombres, pero le
importan tan poco como Dios mismo. El hombre es insensato si piensa así, como si la
seguridad de su vida estuviera en su mano o en sus posesiones. El que no cuenta con
Dios, prácticamente lo niega, y es insensato (/Sal/013/014/01). Que nuestra vida no se
asegura con la propiedad y con los bienes lo pone al descubierto la muerte. Te van a
reclamar tu alma: los ángeles de la muerte, Satán por encargo de Dios. ¡Esta misma
noche! El rico había contado con muchos años...
La riqueza que el hombre acumula para sí, con la que quiere asegurarse la existencia
terrena, no le aprovecha nada. Tiene que dejársela aquí, en manos de otros. «Muévese el
hombre cual un fantasma, por un soplo solamente se afana; amontona sin saber para
quién» (Sal 39,7). Sólo el que se hace rico ante Dios, el que acumula tesoros que Dios
reconoce como verdadera riqueza del hombre, saca provecho. El querer el hombre
asegurar nerviosamente su vida por sí mismo lleva a perder la vida, sólo la entrega a Dios y
a su voluntad la preserva. ¿Cuáles son los tesoros que se acumulan con vistas a Dios?
c) Confianza en Dios
(Lc/12/22-34).
CONFIAR-EN-D
22 Luego dijo a sus discípulos: Por eso os digo: No os afanéis por
la vida: qué vais a comer; ni por vuestro cuerpo: con qué lo vais a
vestir. 23 Porque la vida vale más que el alimento y el cuerpo más
que el vestido. 24 Fijaos en los cuervos: no siembran ni siegan, ni
tienen despensa ni granero; sin embargo, Dios los alimenta. ¡Cuánto
más valéis vosotros que las aves! 25 ¿Quién de vosotros, por mucho
que se afane, puede añadir una hora a su existencia? 26 Pues, si ni
siquiera lo mínimo podéis, ¿por qué afanaros por lo demás? 27
Fijaos en los lirios: cómo ni hilan ni tejen. Pero yo os digo: ni
Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos. 28 Pues
si Dios viste así la hierba que hoy está en el campo y mañana se
echa al horno, ¡cuánto más hará por vosotros, hombres de poca fe!
29 Igualmente, no andéis buscando qué habéis de comer y de beber;
no os inquietéis por eso. 30 Pues todas esas cosas buscan
ansiosamente los paganos del mundo; pero vuestro Padre sabe bien
que tenéis necesidad de ello. 31 En cambio, buscad su reino, y estas
cosas se os darán por añadidura.
El hombre conserva su vida, no gracias a sus posesiones, sino con la ayuda de Dios.
Hasta qué punto esta frase libera y da satisfacción, se expresa por medio de un poema
didáctico en tres estrofas. La primera y la segunda estrofa tratan de librar al hombre de la
preocupación angustiosa, la tercera tiene por objeto orientar hacia el debido fin la
búsqueda y las ansias del hombre.
En esta armazón fundamental se insertan motivos que pueden librar de la preocupación
angustiosa y calmar la búsqueda inquieta. Se habla del cuervo y de las flores del campo
con todo su esplendor. El ojo «sano» y puro de Jesús (cf. 11,34) descubre a Dios en los
pájaros y en las flores y en todo reconoce su solicitud y su amor. En la última estrofa no se
habla ya de Dios, sino del Padre, que sabe lo que nos hace falta.
Para el rico significan los bienes un gran peligro: el de olvidar a Dios y de vivir sola para
conservar y acrecentar la riqueza, en la que ha cifrado su seguridad. Pero también el pobre
está amenazado. Su preocupación es su sustento cotidiano. Uno y otro, el rico y el pobre,
están expuestos al peligro de dejarse absorber por el cuidado de las cosas de la tierra y
dejar a un lado el cuidado más importante, el de buscar el reino de Dios. En estas palabras
habla Jesús de una preocupación que desasosiega, que se apodera completamente del
hombre, que procede de la ilusión de creer que el hombre puede asegurar su vida con los
bienes de la tierra. La frase decisiva, según la cual se ha de entender el poema entero, se
halla en el versículo 10 31: buscad el reino, y estas cosas se os darán por añadidura.
En Mt se dice: «Buscad primeramente el reino.» Esta es la redacción destinada al pueblo.
Lucas, en cambio, suprime el primeramente, pues escribe para los discípulos, que
siguiendo a Cristo deben renunciar a toda posesión, a fin de estar completamente libres
para escuchar la palabra de Jesús y proclamar su mensaje (10,4).
La preocupación por las cosas de la tierra no debe hacer olvidar la búsqueda del reino de
Dios. Por eso Dios mismo se encarga de que el hombre no se deje dominar por la solicitud
por la subsistencia. Jesús proclama la providencia paternal de Dios. Lo que dice Jesús se
comprende fácilmente, pero estas palabras sólo se pueden vivir si se creen. Los hombres
de poca fe no lo comprenden ni se aventuran a ello. En la primera estrofa hay dos razones
que tienen por objeto librar de la preocupación afanosa por la comida, la bebida y el
vestido. Nosotros nos preocupamos por el alimento y por el vestido, pero no tenemos en
nuestra mano la vida a que deben servir estas cosas. Los cuervos, que eran tenidos por
pájaros impuros por los judíos (Lev 11,15; Dt 14,14) y de los que se decía que son los
animales más abandonados de la tierra, pues son descuidados hasta por sus mismos
padres (Sal 147,9; Job 38,41), son alimentados por Dios sin que ellos mismos tomen
medidas preventivas. ¿No se cuidará Dios mucho más del hombre, que al fin y al cabo vale
más que un cuervo?
También la segunda estrofa, que habla dos veces de las preocupaciones afanosas,
quiere inducir al abandono de las preocupaciones y a la confianza en la providencia de
Dios mediante la consideración de la propia vida y de la naturaleza. Por mucho cuidado que
ponga el hombre, no puede prolongar su vida (o aumentar su estatura). Quizá sea la frase
deliberadamente ambigua; en todo caso es una verdad escueta, que todos tenemos que
reconocer. Si nosotros no podemos modificar lo más mínimo la duración de nuestra vida, o
nuestra estatura, ¿por que nos preocupamos tanto por lo demás, por la comida y por el
vestido, que son mucho menos que la duración de la vida o que la estatura? Los
espléndidos lirios en las praderas de Galilea son testigos luminosos de la magnánima
solicitud de Dios. El fasto del «rey sol» de Israel queda muy por debajo del esplendor de las
flores, y sin embargo, las flores del campo no son sino pobres hierbas. El que se preocupa
angustiosamente por su subsistencia, carece de fe; cree en la providencia divina, pero vive
como si la existencia terrena fuera independiente de Dios y sólo el hombre debiera cuidar
de ella.
La tercera estrofa no habla ya de preocupaciones afanosas, sino del buscar, del empeño
desasosegado, de una vida suspendida entre el temor y la esperanza. Lo que ha de buscar
el discípulo de Cristo no debe ser la comida y la bebida. Los paganos tienen esa
preocupación. En ellos se comprende, pues no creen en el Padre, que cuida de los
discípulos, que son sus hijos. Los paganos no tienen conocimiento de las promesas de
Dios, por lo cual se preocupan por la vida de la tierra. El discípulo conoce una
preocupación mayor, la del reino de Dios, que es lo único que busca.
Jesús quiere dar a Dios y a su reino la preferencia ante todas las cosas y librar al hombre
de la preocupación agobiante que atormenta al que piensa que sólo puede y debe asegurar
su existencia humana. Los discípulos de Jesús, que viven del Evangelio, saben que no se
les garantiza una vida sin fatiga, una jauja, si buscan sólo el reino de Dios. También los
santos pasaron hambre y sufrieron fatigas y necesidad (2Cor 11,23ss). Cualquier cosa que
Dios disponga sobre el discípulo, siempre viene del Padre, que quiere darle lo más grande
de todo, el reino, en el que está contenida la plenitud de las bendiciones.
32 No temas, pequeño rebaño: que vuestro Padre ha tenido a bien
daros el reino.
El grupo de los discípulos es un pequeño rebaño. El pueblo de Dios de los últimos
tiempos se compara con un rebaño. A pesar de su pequeño número, de su insignificancia,
de su impotencia y de su pobreza, ha de recibir de Dios el reino, el poder y el señorío sobre
todos los reinos. Porque es el pueblo santo del Altísimo (Dan 7,27). Este pequeño rebaño
vive en el amor de Dios, que es su Padre. Por el designio de Dios, que tiene su más
profunda y única razón en el beneplácito de Dios, este pequeño rebaño está llamado a lo
más grande. Jesús dijo que el reino debe ser la única preocupación del discípulo; pero
tampoco esta preocupación ha de ser angustiosa. No temas. El amor eterno del Padre
asegura el reino a los discípulos. «¿Qué me separará del amor de Dios, manifestado en
Cristo Jesús?» (Rom 8,39). La seguridad de la vida está en manos del Padre, en su
beneplácito, en su amor: Paz a los hombres, objeto del amor de Dios.
33 Vended vuestros bienes para darlos de limosna. Haceos de
bolsas que no se desgastan, de un tesoro inagotable en los cielos,
donde no hay ladrón que se acerque ni polilla que corroa. 34 Porque
donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón.
Ha quedado pendiente la cuestión de cómo han de atesorarse riquezas con vistas a Dios
(12,21). Vended vuestros bienes y con lo que obtengáis dad limosna, con lo cual
acumularéis un tesoro en el cielo. Este tesoro no se pierde. De él no se puede decir: Todo
lo que has preparado, ¿para quién va a ser? El arca no será agujereada ni agrietada, el
tesoro mismo no disminuye, no está expuesto a ladrones y a fuerzas destructoras. Lo que
amenaza los tesoros de la tierra, el dinero, los vestidos preciosos y cosas semejantes, no
puede dañar al tesoro del cielo. Lo que hace el hombre con vistas a Dios, no se pierde; una
vida que se ha vivido con la mira puesta en Dios se convierte en vida eterna.
El hombre tiene el corazón apegado a aquello por lo que ha aventurado mucho. El que ha
vivido con la mira puesta en Dios, tiene el corazón puesto en Dios; el que ha expuesto
mucho por el reino de Dios, piensa en el reino de Dios. El que tiene su tesoro y su riqueza
en el cielo, está en el cielo con su corazón y con sus anhelos. Para quien mediante
limosnas se procura un tesoro en el cielo, el reino de Dios representa el centro de su vida.
(Págs. 350-359)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 27
d) Vigilancia y fidelidad
(Lc/12/35-53)
El discípulo de Jesús tiene la mira puesta en la venida de su Señor. En la época en que
Lucas escribía su Evangelio, no esperaban ya los cristianos la próxima venida de Jesús, sino
que contaban ya con espacios más largos de tiempo. Entre el tiempo de la acción salvífica
de Jesús y su venida gloriosa transcurre el tiempo de la Iglesia. Los cristianos que viven en
este tiempo de la Iglesia miran retrospectivamente a la vida de Jesús en la tierra, y
prospectivamente a su futura manifestación. Las preocupaciones fundamentales del tiempo
final del cristiano que aguarda la pronta venida de Cristo, no deben faltar tampoco al
cristiano que vive en el tiempo de la Iglesia, puesto que nadie sabe cuándo vendrá el Señor.
Lucas habla de algunas de estas actitudes fundamentales: el cristiano debe ser vigilante
(12,35-40); en particular, los dirigentes de la Iglesia son exhortados a la fidelidad (12,41-48).
Como el tiempo de la primera venida de Cristo fue un tiempo de decisión, así también el
cristiano debe concebir su vida como decisión por la voluntad de Dios
(12,49-53).
35 Tened bien ceñida la cintura y encendidas las lámparas 36 y
sed como los que están esperando a que su señor regrese del
banquete de bodas, para abrirle inmediatamente cuando vuelva y
llame. 37 Dichosos aquellos criados a quienes el señor, al volver, los
encuentre velando. Os lo aseguro: él también se ceñirá la cintura, los
hará ponerse a la mesa y se acercará a servirlos. 38 Y aun si llega a
la segunda o a la tercera vigilia de la noche, y los encuentra así,
¡dichosos aquellos! 39 Entended bien esto: si el dueño de casa
supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar su casa.
40 Estad también vosotros preparados, que a la hora en que menos
lo penséis vendrá el Hijo del hombre.
Los discípulos deben estar en vela y preparados para la venida de Jesús, cuya hora
nadie conoce. Una imagen de tales disposiciones se halla en un criado que aguarda a su
señor, que ha de volver de un banquete de bodas a alguna hora de la noche. Cuando llame
el señor, deberá estar ya el criado a la puerta para abrir, dejar pasar y conducir al señor a
su casa. Para esto está allí el criado y lleva la túnica recogida; como cuando se está de
camino, se trabaja o se combate, tiene ceñida la cintura y sostiene en la mano una
lámpara encendida. Si no llevase la túnica recogida no podría ir prontamente a la puerta,
y si tuviera que ir primero a buscar la lámpara y encenderla, pondría de mal humor a su
señor. Esto, aplicado al discípulo, significa que a cada momento debe estar equipado
moralmente de tal forma que pueda inmediatamente acudir a la llamada del Señor cuando
venga a juzgar, que debe ser claro y luminoso como el sol y sin tropiezo moral, cargado de
frutos de justicia por Jesucristo. para gloria y alabanza de Dios (Flp 1,10s).
El discípulo que está pronto es felicitado, es llamado dichoso por Jesús. Entre dos
bienaventuranzas se expresan los bienes que aguardan al siervo que está siempre en vela,
incansable y fiel. El Señor le servirá a la mesa (22,27). Cambio completo de la situación: el
siervo es señor, y el Señor es siervo. Dios hace participar de su gloria a los que velan. La
gloria del reino de Dios se compara con frecuencia con un banquete de bodas, que Dios
prepara para los que acoge en su reino. Dios honra a los invitados sirviéndolos y les da
participación en su gloria.
Una tercera pareja de sentencias exhorta a estar prontos constantemente. El ladrón cava
un corredor debajo de las paredes de la casa que se levanta sobre la tierra sin cimientos. Si
el dueño de la casa supiera cuándo va a venir el ladrón, impediría la perforación. Si el
discípulo de Cristo supiera exactamente cuándo va a venir el Señor, se prepararía para
salirle al encuentro. Nosotros sabemos con seguridad que el Señor ha de venir, pero no
sabemos cuándo. ¿Qué se sigue de esto?
41 Dijo entonces Pedro: Señor, ¿a quién diriges esta parábola a
nosotros o a todos? 42 El Señor contestó: Quién es, pues, el
administrador fiel y sensato, a quien el Señor pondría al frente de sus
criados, para darles la ración de trigo a su debido tiempo? 43
Dichoso aquel criado a quien su señor, al volver, lo encuentra
haciéndolo así. 44 De verdad os digo: lo pondrá al frente de todos
sus bienes. 45 Pero si aquel criado dijera para sí: Mi señor está
tardando en llegar, y se pusiera a pegar a los criados y a las criadas,
a comer y a beber y a embriagarse, 46 llegará el señor de ese criado
el día que menos lo espera y a la hora en que menos lo piensa, lo
partirá en dos y le asignará la misma suerte que a los desleales. 47
Aquel criado que, habiendo conocido la voluntad de su señor, no
preparó o no actuó conforme a esa voluntad, será castigado muy
severamente. 48 En cambio, el que no la conoció, pero hizo cosas
dignas de castigo, será castigado con menos severidad. Pues a
aquel a quien mucho se le dio, mucho se le ha de exigir, y al que
mucho se le ha confiado, mucho más se le ha de pedir.
Pedro es portavoz del grupo de los discípulos. Como tal lleva también su nombre de
oficio, Pedro, piedra. Con su pregunta distingue entre los discípulos y el pueblo. Los
apóstoles tienen una posición particular en la casa de Jesús, en su comunidad, pero
también tienen una responsabilidad particular. La posición responsable de los jefes en la
Iglesia se considera con vistas a la venida del Señor como juez: «A los presbíteros que
están entre vosotros, exhorto yo, presbítero como ellos, con ellos testigo de los
padecimientos de Cristo y con ellos participante de la gloria que se ha de revelar:
Apacentad el rebaño de Dios que está entre vosotros... Y cuando se manifieste el jefe de
los pastores, conseguiréis la corona inmarchitable de la gloria» (1Pe 5,1-4).
Lo que se exige a los apóstoles se expresa con una parábola. EI Señor de una casa está
ausente, lejos. Durante el tiempo de su ausencia encarga a un capataz que cuide de
atender con justicia y puntualidad a la servidumbre. Para este cargo se requiere fidelidad y
sensatez: fidelidad porque el capataz sólo es administrador, no señor, por lo cual debe
obrar conforme la voluntad del señor; sensatez, porque no debe perder de vista que el
señor puede venir de repente y pedirle cuentas. Si este capataz obra con conciencia, es
felicitado, pues el señor quiere encomendarle la administración de todos sus bienes. Si, en
cambio, obra sin conciencia e indebidamente, maltrata a la servidumbre y explota su
posici6n de manera egoísta para llevar una vida sibarítica, le espera duro castigo. Según la
usanza persa, se le parte el cuerpo con una espada.
La interpretación de la parábola, tal como la entendía Lucas, se desprende ya de la
descripción del cuadro. El criado es administrador. Los apóstoles están al frente de la casa
del Señor y llevan las llaves (11,52). «Que los hombres vean en nosotros servidores de
Cristo y administradores de los misterios de Dios» (lCor 4,1). En el administrador se busca
«que sea fiel» (lCor 4,2). Los apóstoles se comportarán con fidelidad y prudencia si tienen
presente la venida del Señor, si cuentan con que el Señor puede venir a cada momento, si
no olvidan que tienen que rendir cuentas al Señor.
La tentación puede consistir para el administrador en que se diga: El Señor está
tardando, todavía no viene. Los instintos egoístas y los impulsos del capricho le seducen
llevándolo a la infidelidad. Lucas parece haber dado a esta observación sobre la tardanza
del Señor una importancia mayor de la que tenía en la redacción originaria de la parábola.
Es posible que en la época en que vivía Lucas más de una autoridad en la Iglesia dejara
que desear tocante a la fidelidad, a la vigilancia y a la sensatez, diciéndose: el Señor está
tardando. La venida del Señor en un plazo próximo no se había cumplido. Entonces se
pensaba: A lo mejor ni siquiera viene. El hecho de que Jesús ha de venir es cierto. Cuándo
ha de venir, es cosa que se ignora. Con la venida de Jesús está asociado el juicio, en el
que cada cual ha de rendir cuentas de su administración. En comparación con la certeza de
que ha de venir el Señor y de los bienes que aportará su venida, pasa a segundo término el
conocimiento de la fecha exacta de su venida. Al Evangelio no le interesa precisamente la
descripción de los hechos del tiempo final, sino la certeza de que han de tener lugar. Los
dirigentes de la comunidad no deben ceder a la tentación por el retraso de la parusía.
Al siervo fiel y prudente se le pone al frente de todo lo que posee el Señor. La gloria del
tiempo final consiste en una actividad intensificada, en un reinar juntamente con el Señor.
En cambio, el siervo malo es castigado; se le asignará la misma suerte que a los desleales:
será entregado a las penas del infierno.
¿Nos dices esta parábola a nosotros o a todos? Así había preguntado Pedro, porque
pensaba que los apóstoles tenían la promesa segura y que no estaban en peligro. Había
oído lo que había dicho el Maestro sobre el pequeño rebaño, al que Dios se había
complacido en dar el reino. También el apóstol debe dar buena cuenta de sí con fidelidad y
sensatez, si quiere tener participación en el reino. También para él existe la posibilidad de
castigo. La sentencia depende de la medida y gravedad de la culpa, del conocimiento de la
obligación, y de la responsabilidad. Los apóstoles han sido dotados de mayor conocimiento
que los otros, por lo cual también se les exige más y también es mayor su castigo si se
hacen culpables. El que no habiendo conocido la voluntad del Señor hace algo que
merece azotes, recibirá menos golpes. No estaba iniciado en los planes y designios del
Señor, y por ello no será tan severa la sentencia de castigo. Pero será también alcanzado
por el castigo, aunque menos, pues al fin y al cabo conocía cosas que hubiera debido
hacer, pero no las ha hecho. Todo hombre es considerado punible, pues nadie ha obrado
completamente conforme a su saber y a su conciencia. La medida de la exigencia de Dios a
los hombres se regula conforme a la medida de los dones que se han otorgado a cada uno.
Todo lo que recibe el hombre es un capital que se le confía para que trabaje con él.
49 Fuego vine a echar sobre la tierra. ¡Y cuánto desearía que ya
estuviera ardiendo! 50 Tengo un bautismo con que he de ser
bautizado. ¡Y cuánta es mi angustia hasta que esto se cumpla! 51
¿Pensáis que he venido a poner paz en la tierra? Nada de eso -os lo
digo yo-, sino discordia. 52 Porque desde ahora en adelante, en una
casa de cinco personas, estarán en discordia tres contra dos y dos
contra tres: 53 el padre estará en discordia contra el hijo, y el hijo
contra el padre; la madre contra la hija, y la hija contra la madre; la
suegra contra la nuera, y la nuera contra la suegra.
Jesús aportó el tiempo de salvación. ¿Qué se puede percibir de esto? El tiempo de
salvación se anuncia como tiempo de paz; el Mesías es portador de paz. ¿Qué se ha
producido en realidad? Falta de paz, discordia hasta en las mismas familias. Los discípulos
no deben, sin embargo, perder la cabeza. El tiempo que se ha inaugurado con Jesús es en
primer lugar tiempo de decisión. Jesús tiene que cumplir una misión que le ha sido confiada
por Dios. La misión reza así: Echar fuego sobre la tierra, traer el Espíritu Santo con su
fuerza purificadora y renovadora. (*). Jesús tiene ardiente deseo de que se verifique este
envío del Espíritu. Pero antes debe él ser bautizado con un bautismo, debe pasar por
sufrimientos que lo azoten como oleadas de agua. Está penetrado de angustia hasta que se
cumpla la pasión mortal. La agonía de Getsemaní envía ya por delante sus mensajeros. La
salvación del tiempo final no viene sin los trabajos de la pasión. El ansia por salvarse debe
infundir ánimos para soportar las angustias de la pasión. La elevación al cielo se efectúa a
través de la cruz. Jesús está en camino hacia Jerusalén, donde le aguarda la gloria que
seguirá a la muerte.
El Mesías es anunciado y esperado como portador de paz. Es el príncipe de la paz; su
nacimiento trae paz a los hombres en la tierra (Is 9,5s; Zac 9,10; Lc 2,14; Ef 2,14ss.). La
paz es salvación, orden, unidad. Ahora bien, antes de que se inicie el tiempo de paz y de
salvación hay falta de paz, división y discordia, incluso donde la paz debería tener
principalmente su asiento. El profeta Miqueas se expresó con las palabras siguientes
acerca del tiempo de infortunios y discordias que ha de preceder al tiempo de salvación:
«El hijo deshonra al padre, la hija se alza contra la madre, la nuera contra la suegra, y los
enemigos son sus mismos domésticos. Mas yo esperaré en Yahveh, esperaré en el Dios de
mi salvación, y mi Dios me oirá» (Miq 7,6s). Ahora tiene lugar la división. Acerca de Jesús
se dividen las familias, acerca de él deben decidirse los hombres (2,34). Esta división y
separación es señal de que han comenzado los acontecimientos finales, que a cada cual
exigen decisión.
...............
* Se dan muy variadas explicaciones del v. 49.
(_MENSAJE/03-1.Págs. 359-366)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 28
7. LLAMAMIENTO A LA CONVERSIÓN (12,54-13,21).
Jesús se dirige ahora a las multitudes, ya no a los discípulos. Si los discípulos estaban en
peligro de desconocer la importancia y el significado del tiempo (12,52), mucho más lo está
todavía el pueblo. Las señales que acompañan al tiempo de Jesús deben interpretarse
rectamente (12,54-59). Lo que tiene lugar en este tiempo, exige a todos conversión (13,1-9).
Este tiempo es tiempo de salud que comienza sin aparato y ocultamente, pero que en el
futuro tendrá dimensiones arrolladoras (13,10-21).
a) Señales del tiempo (Lc/12/54-59)
54 Decía también a las multitudes: Cuando véis que una nube se levanta por poniente,
enseguida decís: Va a llover, y así sucede. 55 Cuando sopla el viento sur, decís: Va a
hacer calor, y lo hace. 56 ¡Hipócritas! Sabéis apreciar el aspecto de la tierra y del cielo;
¿cómo, pues, no apreciáis el momento presente?
El pueblo, al observar el tiempo, sabe muy bien distinguir las señales. Cuando asoma
una nube por poniente, por donde se halla el mar, se piensa acertadamente que va a llover;
si sopla viento del sur, de la parte del desierto, se concluye que va a hacer calor. El período
de tiempo que ofrece ahora Dios en el transcurso de los tiempos, tiene también sus
señales: el pueblo acude en masa a Jesús, éste habla con autoridad de profeta, se
expulsan demonios, se practican curaciones maravillosas... El pueblo que, acerca del
tiempo y de todo lo que sucede sobre la haz de la tierra y en el firmamento, tiene penetrante
fuerza de observación y se forma un juicio exacto acerca del significado de los
acontecimientos, carece de este juicio cuando se trata de acontecimientos concernientes a
Jesús y a la salvación. Ni siquiera se toma la molestia de verificar el significado del tiempo.
Los hombres son hipócritas. Saben interpretar también estas señales, pero hacen como si
no las entendieran. No quieren interpretar este tiempo como señalado por Dios para la
decisión, precisamente porque rehuyen el tomar decisión, no quieren convertirse, sino
seguir con su vieja forma de vida. La voluntad les impide juzgar.
57 ¿Y por qué no juzgáis también por vosotros mismos lo que es justo? 58 Cuando vas,
pues, a presentarte al magistrado con tu contrario, trata de arreglarte con él por el camino,
no sea que te arrastre hasta el juez, y el juez te entregue al ejecutor, y el ejecutor te meta
en la cárcel. 59 Te digo que no saldrás de allí hasta que pagues el último cuadrante.
Es necesario examinar y enjuiciar rectamente el tiempo; éste es, en efecto, un tiempo de
decisión, del que depende el futuro. Quien no toma la debida decisión se expone a
perderse eternamente. Choca que las gentes no atribuyan por sí mismas, para su propio
bien, toda su importancia al debido enjuiciamiento de la hora presente. ¿Por qué no
juzgáis? ¿Y por qué no obráis conforme al recto juicio? Ahora es todavía posible ponerlo
todo en regla.
Una nueva parábola ayudará a juzgar rectamente del tiempo y a hacer lo que es debido.
Tú vas con tu contrario a un proceso. Todavía existe la posibilidad de negociar con él, de
recurrir a su bondad, de tratar de ganarle la voluntad y así librarte de él. Una vez que ha
comenzado la vista de la causa, el pleito sigue su camino. Todo procede automáticamente.
Ya no tienes manera de influir. Lucas tiene presente el proceso judicial romano; escribe
para los paganos. Nadie ignora lo duro e inexorable del orden jurídico. Del magistrado pasa
el acusado ante el juez, del juez al ejecutor de la sentencia, del ejecutor a la cárcel, y de la
cárcel no sale hasta que haya pagado el último cuadrante (*)91. Lo único indicado en esta
situación es intentar la conciliación antes de llegar al tribunal, y lograr así librarse del
contrario.
...............
* El texto original dice lepton, la moneda más pequeña de aquellos tiempos, equivalente 1/80
de denario. El
denario era el jornal corriente de un peón.
...............
b) Los acontecimientos invitan a la conversión
(Lc/13/01-09)
CV/ACONTECIMIENTOS
1 En aquel tiempo se presentaron unos para anunciarle lo de los galileos, cuya sangre
había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ellos ofrecían. 2 Él les respondió:
¿Pensáis que esos galileos, por haber sufrido semejante suerte, eran mas pecadores que
todos los demás galileos? 3 Nada de eso -os lo digo yo-; pero, si no os convertís, todos
pereceréis igualmente.
Mientras hablaba Jesús del significado de la hora presente como de un tiempo de
decisión fijado por Dios, se presentaron algunos, probablemente galileos, que le refirieron
cómo el procurador romano, Pilato, había mandado degollar a algunos galileos en el atrio
del templo mientras ofrecían sacrificios. Acerca de este hecho no tenemos información
fuera del relato evangélico. Sin embargo, no parece imposible en la historia de la
administración de Pilato. Los galileos propendían a la lucha, sobre todo si estaban afiliados
al partido de los celotas, que querían imponer con la fuerza un cambio político. Pilato era
duro y cruel. La acción era tanto más horrorosa, por cuanto la sangre de los sacrificantes
se había «mezclado» con la sangre de los sacrificios. La cruel ejecución de los galileos tuvo
lugar en una fiesta de pascua; en efecto, debido al gran número de víctimas, los hombres
mismos inmolaban los corderos, cuya sangre derramaban los sacerdotes sobre el altar. Las
gentes estaban horrorizadas al ver derramada sangre humana, profanados los sacrificios, y
a los romanos atentando incluso contra lo que estaba consagrado a Dios.
Las gentes refirieron a Jesús lo sucedido, seguramente porque pensaban que también él
quedaría impresionado y hasta quizá podría intervenir. Se preguntaban por qué Dios había
dejado matar a aquellos galileos mientras sacrificaban y creían que la explicación estaba en
que eran pecadores y habían recibido el castigo que merecían sus pecados. Los judíos
decían: No hay castigo sin culpa; las grandes catástrofes presuponen graves pecados.
Jesús enfoca el acontecimiento referido a la luz de su predicación acerca del sentido del
tiempo presente. Aquí no niega la conexión entre pecado y castigo. Lo que no es correcto
es concluir de este hecho que aquellos galileos castigados hubieran sido más pecadores
que los demás galileos. Todos son pecadores, todos son reos del castigo de Dios. Por eso
todos tienen necesidad de convertirse y de hacer penitencia si quieren librarse de la
condenación que les amenaza.
4 Y de aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis
que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? 5 Nada de eso -os
lo digo yo-; pero, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.
Tampoco de esta desgracia tenemos noticias extraevangélicas. La muralla sur de
Jerusalén corría hacia el este hasta la fuente de Siloé. Probablemente había allí un torreón
de la muralla. Podemos conjeturar que este torreón se había derrumbado durante las obras
de conducción de aguas ejecutadas por Pilato. Todavía se recordaba la catástrofe. En este
suceso se trata de una desgracia que no se debió directamente a intervención humana. En
tal caso era todavía más obvio pensar que se trataba de un castigo de Dios. Jesús no niega
el carácter de castigo del accidente. Sin embargo, lo sucedido es un aviso y un llamamiento
a la conversión. Los dieciocho habitantes de Jerusalén que habían sido víctimas de la
catástrofe no eran más culpables que los demás habitantes de la ciudad.
Los acontecimientos de la época no son interpretados por Jesús políticamente, sino sólo
en sentido religioso. Dado que Jesús está penetrado de la idea de que se ha iniciado el
tiempo final, enjuicia el tiempo con normas propias de los tiempos finales. Lo que sucede en
el tiempo es evocación del tiempo final, las catástrofes políticas y cósmicas son señales de
la catástrofe del tiempo final. El tiempo final exige decisión, conversión, penitencia. Incluso
todas las catástrofes que se producen en el tiempo son una llamada a entrar dentro de
nosotros mismos, anuncian la necesidad de volverse a Dios. Es endurecimiento de los
hombres el no convertirse a pesar de las pruebas. «El resto de la humanidad, los que no
fueron exterminados por estas plagas, no se convirtieron de las obras de sus manos, de
modo que no dejaron de adorar a los demonios y a los ídolos de oro, de plata, de bronce,
de piedra y de madera, que no pueden ver ni oír ni andar. Y no se convirtieron de sus
asesinatos, ni de sus maleficios, ni de su fornicación, ni de sus robos» (Ap 9,20s).
6 Entonces les proponía esta parábola: Un hombre tenía plantada una higuera en su
viña; fue a buscar fruto en ella, pero no lo encontró. 7 Dijo, pues, el viñador: Ya hace tres
años que estoy viniendo a buscar fruto en esta higuera y no lo encuentro. Córtala. ¿Para
qué va a estar ocupado inútilmente el terreno? 8 Dícele el viñador: Señor, déjala todavía
este año; ya cavaré yo en derredor de ella y le echaré estiércol, 9 a ver si da fruto el año
que viene; de lo contrario, entonces la cortarás.
En las viñas de Palestina se suelen plantar también árboles frutales. Su cuidado, al igual
que el de las cepas, está confiado al viñador que está al servicio del dueño de la viña. Las
viñas eran lugar propicio y preferido para las higueras; por eso se explica que el propietario
de la viña espere frutos de la higuera. Sin embargo, tres años había esperado en vano. Hay
que arrancar el árbol que absorbe inútilmente los humores de la tierra. Sin embargo, el
hortelano quiere hacer todavía una última tentativa bondadosa, a su árbol preferido quiere
tratarlo con preferencia. Si esta última prueba resulta inútil, entonces se podrá arrancar ese
árbol que no da fruto.
También esta parábola está destinada a interpretar el tiempo de Jesús. Es el último plazo
de gracia que el Hijo de Dios recaba de su Padre. La elección de la imagen evoca la acción
de Dios en la historia de la salvación. Los profetas habían comparado ya a Israel con una
viña. «La viña de Yahveh Sebaot es la casa de Israel, y los hombres de Judá son su plantío
escogido» (Is 5,7). La historia de la salvación ha alcanzado ahora su meta. El tiempo final
ha alboreado, el juicio amenaza, se ofrece la última posibilidad de conversión, la acción de
Jesús es el último ruego dirigido a Dios para que tenga paciencia, es la última y fatigosa
tentativa de salvación. El tiempo de Jesús es la última posibilidad de tomar decisión
causada por el amor de Jesús. Su obra es intercesión por Israel y juntamente acción
infatigable encaminada a conducir a Israel a la conversión.
Todo lo que tiene lugar en el tiempo de Jesús es iluminado por el hecho salvífico que se
ha iniciado con Jesús; todo: los hechos políticos, las catástrofes históricas, la acción de
Jesús. El tiempo final ha llegado. Es la oferta hecha por Dios para que se tome decisión, es
invitación a la conversión y a la penitencia. Como Juan, también Jesús predica que hay que
hacer penitencia, que no hay que dejarlo para más tarde, que hay que dar fruto con el
cambio de vida y con las obras. Jesús va más lejos que Juan. Aunque sabe que el juicio se
acerca y que va a caer sobre Jerusalén la sentencia de destrucción; sin embargo,
interviene en favor de su pueblo, ofrece amor, sacrificio y vida por Israel, a fin de que
todavía se salve. Jesús es intercesor en favor de Pedro (22,32) y de Israel (23,34).
c) Se inicia la era de salvación
(Lc/13/10-21)
MIGRO/MUJER-ENCORVADA
10 Un sábado, estaba él enseñando en una sinagoga. 11 Y precisamente había una
mujer que desde hacía dieciocho años tenía una enfermedad por causa de un espíritu, y
estaba toda encorvada, sin poder enderezarse en manera alguna. 12 Cuando la vio Jesús,
la llamó junto a sí y le dijo: Mujer, ya estás libre de tu enfermedad; 13 y le impuso las
manos. lnmediatamente se puso derecha, y daba gloria a Dios. 14 El jefe de la sinagoga,
indignado porque Jesús había curado en sábado, dirigiéndose al pueblo, decía: Seis días
hay a la semana para trabajar; venid, pues, en ellos para ser curados, pero no
precisamente en sábado. 15 Pero el Señor le contestó: ¡Hipócritas! ¿Acaso cualquiera de
vosotros, en sábado, no desata del pesebre su buey o su asno, para llevarlo a beber? 16
Pues entonces, a ésta, que es hija de Abraham, a la que Satán tenía atada desde hace
dieciocho años, ¿no había que desatarla de esta atadura, aunque fuera en sábado? 17 Y
mientras él decía esto, todos sus adversarios se sentían avergonzados; pero el pueblo
entero se alegraba de todas las maravillas realizadas por él.
El tiempo de Jesús es un tiempo de decisión otorgado por Dios: comienzo de la eterna
perdición, comienzo de la salvación eterna. La curación de la mujer encorvada es señal del
alborear del tiempo de salvación. En pocos rasgos, pero con profundo sentido, se
representa lo que significa el tiempo de Jesús. Delante de Jesús, la gran miseria: una mujer
que lleva dieciocho años bajo el dominio del mal espíritu, enferma, encorvada, sin
posibilidad de erguirse, completamente inclinada hacia la tierra, sin dirigir la mirada hacia
arriba. Jesús se enfrenta con esta miseria: mira a la mujer lleno de compasión, la llama, le
dirige su palabra, le impone las manos. Con esto se esboza todo lo que Jesús hacía
siempre. La salvación alborea en esta mujer: ella se ve libre de las cadenas de Satán y de
la enfermedad, se yergue y cobra alientos, se ve en libertad para glorificar a Dios. Lo que la
primera aparición en la sinagoga había mostrado en forma programática, se cumplió
también ahora: «Proclamar libertad a los cautivos y recuperación de la vista a los ciegos»
(4,18). La salud está aquí.
Pero el jefe de la sinagoga no conoce las señales del tiempo. Es uno de esos hipócritas
que saben interpretar correctamente las señales en la tierra y en el firmamento, pero se
hacen refractarios al alborear del tiempo de salvación y por eso no interpretan tampoco
debidamente las señales que se producen. Su interpretación de la ley, su aferrarse
encarnizadamente a la tradición humana, su inaccesibilidad al amor y a la misericordia con
una persona afligida le quita la posibilidad de comprender debidamente el tiempo. Los
adversarios de Jesús acaban confundidos: ante el pueblo y todavía más en el juicio de
Dios.
SABADO-DO/SENSU El nuevo sentido que da Jesús al sábado ilumina también el
tiempo de salvación que él anuncia y aporta. La ley del reposo sabático se pone al servicio
del hombre, en él se glorifica Dios mostrando misericordia a los hombres. El hombre vuelve
a recuperar dignidad; no debe posponerse a los animales (al buey y al asno). Ahora se
cumplen las grandes promesas que había hecho Dios a Abraham al comienzo de la historia
de salvación. La mujer es tratada como hija de Abraham. Se quebranta el dominio de Satán,
el hombre se ve libre de las cadenas que le habían echado Satán y su séquito: el pecado,
la enfermedad y la muerte. Jesús redime de la pesada carga que había impuesto a los
hombres la interpretación de la ley. Por eso dice también: Hallaréis descanso para vuestras
almas, porque mi yugo es suave y mi carga ligera (Mt 11,28). El sábado se convierte en día
de gozo para todo el pueblo. Es la fiesta de la conclusión de la obra de la creación, la
glorificación de Dios en la consideración de lo que había sucedido. «Y vio Dios que era muy
bueno todo cuanto había hecho» (Gén 1,31). La obra de la creación halla su consumación
en la obra salvífica del tiempo final; en la acción salvífica de Jesús se ha dado al sábado su
más profundo sentido. El pueblo entero se alegraba de todas las maravillas que se habían
realizado en él. «Aún le queda al pueblo de Dios un reposo sabático. Porque el que entra
en el reposo de Dios, también él descansa de sus obras, como Dios de las suyas propias»
(Heb 4,9-11). Al final no se halla el juicio, sino la redención y salvación definitiva del
hombre, a condición de que quiera hacerse accesible al amor de Dios.
18 Decía, pues: ¿A qué se parece el reino de Dios, y a qué lo compararé? 19 Se parece
a un grano de mostaza que un hombre tomó y echó en su huerto; creció y se convirtió en
árbol, y los pájaros del cielo anidaron en sus ramas. 20 Y nuevamente dijo: ¿A qué
compararé el reino de Dios? 21 Se parece a un poco de levadura que una mujer tomó y
mezcló con tres medidas de harina hasta que fermentó toda la masa.
PARA/GRANO-MOSTAZA PARA/LEVADURA La fórmula introductoria que dice que el
reino de Dios se parece a un grano de mostaza... a un poco de levadura. quiere decir que
con el reino de Dios sucede como con... Lo que se compara es el contraste entre la
pequeñez de los comienzos y el grandioso final. El grano de mostaza es la más pequeña de
todas las semillas en el mundo entero (Mc 4,31), del tamaño de una cabeza de alfiler. Si se
echa en la tierra y crece, se hace como un árbol, tan grande que los pájaros pueden anidar
en sus ramas. En el lago de Genesaret alcanza el arbusto de mostaza una altura de dos
metros y medio a tres. Algo parecido se puede decir de la levadura. La mujer hacía cada
mañana el pan para la familia. La víspera metía la levadura dentro de la masa. Muy poco,
un puñado basta para gran cantidad de harina (3 medidas = 36,44 litros). Durante la noche
fermenta toda la masa gracias a ese poco de levadura. Se compara el comienzo
insignificante y oculto con el grandioso resultado final.
El reino de Dios se ha iniciado con la acción de Jesús. Jesús lo anuncia y lo aporta, lo
promete a los discípulos. También los discípulos lo anuncian. La acción de Jesús muestra
que el reino de Dios está presente: sus curaciones, sus expulsiones de demonios son
señales del alborear del reino de Dios. Pero esto no sucede de modo que cada cual pueda
decir: Aquí está el reino de Dios. Sólo lo descubre el que tiene la sabiduría de Dios. Sólo la
fe es el camino para llegar a este conocimiento. El reino de Dios es todavía un misterio en
el que no son iniciados todos, sino solamente los discípulos. Los discípulos deben todavía
orar para que venga el reino (11,2). Los discípulos que tienen participación en el reino son
todavía un pequeño rebaño (12,32). Como en el caso del grano de mostaza y de la
levadura es pequeño el principio, pero con la seguridad de que el reino vendrá con gloria y
grandeza. Brota de comienzos pequeños. Ahora sólo ha alcanzado a pocos, pero un día lo
penetrará todo.
Jesús, con su predicación y su acción, trajo el reino de Dios. Su tiempo es tiempo de
salud, aunque con un comienzo pequeño e imperceptible. Una día alcanzará el reino de
Dios su gran desarrollo. La parábola no se refiere sólo al comienzo y al fin, sino también al
tiempo intermedio. El grano de mostaza se desarrolla y se convierte en un gran árbol, la
levadura está oculta en la masa hasta que todo llega a fermentar; no está inactiva. El
período que va desde la entrada de Jesús en el cielo hasta su venida en gloria no está
abandonado por la actividad del reino de Dios. El reino de Dios ha venido y todavía tiene
que venir, está visible en la acción de Jesús y todavía está en camino, es real y todavía
tiene que realizarse... Cierto es que la acción de Jesús es presencia del reino de Dios.
Cierto también que la consumación ha de aguardarse todavía; en cambio, sobre el período
intermedio entre el principio y el fin no se ha dicho nada claro, porque Jesús se fija ante
todo en el principio y en el fin. Sin embargo, crece... No hay poder capaz de detenerlo.
(Págs. 366-377)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 29
Parte tercera
CAMINO DE JERUSALÉN
(Continuación)
La vida itinerante de Jesús es renuncia. Así debe ser por disposición divina. Como tal, ha
de ser modelo para los que le sigan, y muy en particular para sus discípulos. La primera
sección del relato del viaje comenzó con el llamamiento a seguir a Jesús en su marcha hacia
Jerusalén (9,51-62), la segunda muestra claramente adónde se va: a Jerusalén, a la ciudad
de la glorificación de Jesús, pero también a la ciudad de su muerte. Quien quiera ser
glorificado con él, debe estar también resuelto a tomar en serio su seguimiento como
discípulo y a elegir. La tercera sección del relato del viaje conducirá cerca de Jerusalén: el
reino de Dios está ya presente, el Hijo del hombre ha de venir. ¿Cuáles son las condiciones
para que la venida no acabe en condenación, sino en salvación (17,11-19,27)? Lo que tiene
lugar durante la marcha de Jesús hacia Jerusalén servirá de enseñanza a la Iglesia, que
entra en la gloria mediante una labor itinerante de misión y pasando por persecuciones y
sufrimientos. Se ponen en claro cuestiones actuales de la realidad de la Iglesia
contemporánea de Lucas, y esto en función de Cristo. No son tratadas sistemáticamente,
sino resueltas en escenas gráficas, para cuya composición posee Lucas un arte especial.
Il. EN EL CAMlNO (13,22-17,10).
1. HACIA JERUSALÉN (13,22-35).
a) La ciudad de la glorificación
(Lc/13/22-30).
22 Y atravesaba ciudades y aldeas, enseñando y siguiendo su
camino a Jerusalén.
Jesús está en camino. Su viaje es viaje de misión, su caminar es acción, su acción es
enseñar (Cf.4,15.31;5,3.17;6,6;13,10;19,47;20,1.21;21,37;23,5). Enseña que las promesas
divinas de salvación, contenidas en la Escritura, se están cumpliendo ahora por medio de él
(4,21); enseña el camino de Dios (20,21), la forma de vida que aguarda Dios de los
hombres; enseña los caminos de salvación (Act 16,17), lo que es necesario para alcanzar la
salvación eterna (cf. 13,23).
Expone su doctrina en ciudades y aldeas; a todos se ofrece la salvación que él
anuncia. Todos son llamados a tomar una decisión, a optar por la voluntad de Dios o contra
ella en este tiempo de salvación, que se inaugura. Los dos escritos de Lucas están llenos
de una dinámica apostólica sin reposo, impuesta por la necesidad de la misión divina
(13,33), la voluntad salvadora de Dios. Jesús, que camina de un lugar a otro, es modelo de
los apóstoles itinerantes, su camino prepara el testimonio apostólico. De los apóstoles se
dice: «Después de dar pleno testimonio y de predicar la palabra del Señor... iban
evangelizando muchas aldeas de samaritanos» (Act 8,25). «Felipe se encontró en Azoto y
de paso iba evangelizando todas las ciudades hasta llegar a Cesarea» (Act 8,40). Sobre
todo Pablo es, según los Hechos de los apóstoles, el viajero infatigable. La aparición de
Jesús en Israel indica la futura misión de la Iglesia y es su presupuesto histórico. La meta
de la marcha de Jesús es Jerusalén (9,51). Allí le aguarda la «elevación»: pasión y
glorificación, muerte y ascensión al cielo. El término de su peregrinación es el cielo; los
apóstoles le miraban mientras «se iba» al cielo (Act 1,10). Lo que Jesús experimenta y
enseña en su marcha indica a los discípulos el camino de la resurrección personal y de la
salvación. Los apóstoles son «siervos del Dios Altísimo, que anuncian el camino de
salvación» (Act 16,17). «Confirman los ánimos de los discípulos, exhortándolos a
permanecer en la fe y diciéndoles que por muchas tribulaciones tenemos que pasar para
entrar en el reino de Dios» (Act 14,22).
23 Uno le preguntó: Señor, ¿son pocos los que se salvan?
¿Quién se salva? ¿Quién va al cielo? ¿Quién entra en el reino de
Dios? Estas son preguntas candentes que se presentan en el camino de la vida. ¿A quién
no le escuece en el alma la cuestión de la salvación y de la salud? Uno le pregunta por el
número de los que se salvan. ¿Son pocos? Aquel hombre se dirige a Jesús como al Señor.
Para él es Jesús una autoridad destacada en cuestiones de la salvación al final de los
tiempos. Le hacían estas preguntas: «¿Qué haría yo para heredar la vida eterna?» (18,18),
«¿Cuándo vendrá el reino de Dios?» (17,20), «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el
reino a Israel?» (Act 1,6). Como Señor que es, dispone del reino, porque el Padre se lo ha
confiado (22,28).
La doctrina de los fariseos dominante en la época de Jesús decía: «Todo Israel tiene
participación en el mundo venidero» (Mishna, Sanhedrín 10,1) En otros círculos se
pensaba en forma más pesimista: «Sólo a pocos traerá alivio el mundo venidero, a
muchísimos, en cambio, fatiga» (4Esd 5,47). ¿Qué decir? Jesús no zanja la cuestión, no
quiere zanjarla. ¿Por qué pregunta el hombre por el número? ¿No busca ocultamente
seguridad en el número? Si todo Israel se ha de salvar, entonces está uno seguro. Si el
número es pequeño, ¿para qué, pues, molestarse? Los números son un impedimento para
lo que quiere Jesús con su predicación. Jesús llama a tomar partido por el actual
ofrecimiento de Dios. Esto es lo que importa, no saber el número...
23b ÉI les contestó: 24 Esforzaos por entrar por la puerta estrecha;
que muchos -os lo digo yo- intentarán entrar, pero no lo conseguirán.
La salvación al final de los tiempos se asemeja a un banquete
que se celebra en una sala cuya puerta es estrecha. Hay que imaginársela muy estrecha.
Con una imagen un tanto atrevida dice Jesús en una ocasión que es más fácil a un camello
pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios (18,25). Delante de la
puerta se produce gran aglomeración. Todos quieren entrar y participar en el banquete.
Sólo el que emplea la fuerza puede abrirse paso entre la multitud apiñada. Sólo el que se
impone las fatigas de una competición puede lograr entrar.
El deportista pone en juego en los últimos minutos todas las fuerzas que han de decidir la
victoria. Para salvarse es necesario emplear todas las fuerzas. Jesús invita: Esforzaos.
Los escritos apocalípticos, que por los días de Jesús hablaban mucho del tiempo final y de
la gloria, contaban entre las mayores satisfacciones de los que iban por los caminos del
Altísimo, «el haber combatido en dura pelea para sofocar la malicia ingénita, de modo que
ésta no los lleve de la vida a la muerte» (4Esd 7,92). Jesús mismo combatió de esta manera
en el huerto de los Olivos y poniendo en tensión todas sus fuerzas tomó en su mano el cáliz
de la pasión y la muerte que le estaba reservada (22,44). Para llegar a su elevación al cielo
tiene que pasar por esta tensión y por este forcejeo. E1 camino de la salvación es el
seguimiento de Jesús por el camino de Getsemaní y del Calvario, por la aceptación de la
muerte y por la muerte misma (9,57-62). De estos esfuerzos y de este combate escribe
Pablo: «Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna, para la que fuiste
llamado y cuya profesión hiciste en una hermosa confesión ante muchos testigos» (ITim
6,12). Y otra vez: «He combatido el buen combate, he realizado plenamente la carrera, he
guardado la fe. Y ahora está ya preparada para mí la corona de justicia, con la que me
retribuirá en aquel día el Señor, el juez justo, y no sólo a mí, sino también a todos los que
hayan mirado con amor su aparición» (/2Tm/04/07s).
La puerta estrecha sólo está abierta por cierto tiempo. Desde que Jesús anunció el
tiempo de salvación, está abierta la puerta (4,21). El plazo vencerá cuando venga el Señor
a juzgar. ¿Cuándo será esta hora? ¿Cuándo se cerrará la puerta? Nadie lo sabe. Aun
cuando el tiempo se «extienda» hasta el fin, permanece incierto el momento en que se ha
de cerrar la puerta. Se ha inaugurado el tiempo de salvación, ahora es el tiempo final. El
llamamiento de Jesús impele a tomar una decisión, que no se puede diferir.
Muchos... no lo conseguirán. Los discípulos, a quienes el Padre ha tenido a bien dar el
reino, son sólo un pequeño rebaño (12,32). «Es estrecha la puerta y angosto el camino que
lleva a la vida, y son pocos los que dan con ella» (/Mt/07/14). Así pues, Jesús, con estas
palabras, ¿indica, con todo, un número y resuelve la cuestión de aquel hombre innominado
con el pesimismo del libro cuarto de Esdras? Jesús no quiere indicar ningún número; lo que
sí quiere es poner en guardia, urgir, estimular a emplear todas las fuerzas, llamar a una
decisión.
25 Después que el amo de casa se haya levantado a cerrar la
puerta, vosotros os quedaréis fuera y comenzaréis a llamar a la
puerta, diciendo: Señor, ábrenos. Pero él os responderá: No sé de
dónde sois vosotros.
La situación ha cambiado. El amo de casa se ha levantado, el banquete comienza, se
cierra la puerta. El que no haya entrado todavía tendrá que quedarse fuera. Los que están
fuera llaman. Por un agujero de la puerta hablan con el amo de casa. Él había enseñado
por sus calles. Ellos eran sus contemporáneos. El amo de casa es Jesús. Todo llamar y
todo rogar (11,9s) resulta inútil. No se utilizó la puerta que estaba abierta. Se ha perdido
definitivamente el «ahora» para entrar. La llamada de Jesús no consiente dilaciones; es la
llamada del profeta que prepara para el tiempo final, es la llamada de última hora. Una vez
que ha pasado el tiempo de salvación, sólo queda el juicio. El que no aceptó la salvación
ofrecida, queda excluido y no es reconocido por Jesús, amo de la casa (cf. 12,9).
26 Entonces os pondréis a decir: Hemos comido y bebido en tu
presencia, y en nuestras plazas enseñaste. 27 Pero él os repetirá:
No sé de dónde sois; alejaos de mí todos los ejecutores de injusticia.
Los que quedan excluidos recuerdan al amo de la casa sus pasadas relaciones con él.
Le recuerdan la comunidad de mesa: Hemos comido y bebido en tu presencia; le
recuerdan la comunidad de maestro y discípulos: en nuestras plazas enseñaste. El Señor
había entrado con ellos en la comunión del dar y recibir. Había vivido en su pueblo, había
ejercido su actividad en medio de ellos. Todas las invocaciones de esta comunidad son
ahora en vano. Su palabra no fue tomada en serio, no se procedió según la voluntad de
Dios por él anunciada. Son ejecutores de injusticia.
Es voluntad de Dios que se oiga y se ponga en práctica el llamamiento de Jesús, que se
siga su doctrina, que se acepte el ofrecimiento hecho por Dios por medio de él. No
aprovecha el haber sido del mismo pueblo que Jesús, y ni siquiera el haber sido discípulo
suyo, si no se pone en práctica lo que él proclama. «No todo el que dice: ¡Señor, Señor!,
entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre, que está en
los cielos» (/Mt/07/21).
No salva la comunidad de mesa con Jesús y el bautismo, ni el haber oído su palabra
como discípulo, si todo esto no va unido con la obediencia de obra a las palabras de Jesús,
con la decisión personal en su favor. Aunque nosotros, cristianos, tengamos comunidad de
mesa con Jesús que mora entre nosotros, aunque oigamos su palabra en la liturgia y
aunque comamos su carne y bebamos su sangre, todo esto no nos salva si no le
obedecemos, si no cumplimos la voluntad de Dios anunciada por él, si no nos decidimos
por él (cf. lCor 10,1-11).
28 Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a
Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios
y vosotros echados fuera. 29 En cambio, habrá quienes vengan de
oriente y de occidente, del norte y del sur, a ponerse a la mesa en el
reino de Dios. 30 Porque mirad que hay últimos que serán primeros,
y hay primeros que serán últimos.
Allí, delante de la puerta cerrada, habrá llanto y rechinar de dientes. Es el conocido dolor
de la desesperación, tantas veces expresado (Mt 8,12; 13,42.50 ;22,13; 24,51; 25,30). Los
que se han quedado fuera, los que han sido excluidos, descubren que rechazaron a la
ligera la gracia de Dios y que ahora están irremisiblemente perdidos. Lloran. El
remordimiento desesperado sacude todo su ser, su alma y su cuerpo, les rechinan los
dientes. Ellos mismos se atormentan pensando que no aprovecharon el momento oportuno
ni pusieron en juego todas sus fuerzas para alcanzar la salvación ofrecida.
Su dolor y los reproches que se hacen son tanto mayores, por cuanto ven en los
patriarcas y profetas la espléndida salvaci6n que también para ellos estaba preparada, que
les estaba destinada especialmente, porque Abraham, Isaac y Jacob eran sus patriarcas e
intercesores, porque ellos tenían la enseñanza de los profetas, que conduce a la salvación.
«Lanzan gritos los pecadores cuando ven cómo resplandecen aquéllos (los justos)» (Henoc
108,15). Les es especialmente doloroso ver la recompensa que está reservada a los que
creyeron en los testimonios del Altísimo (4Esd 7,83). Jesús habla de las suertes
escatológicas en el estilo de la apocalíptica de la época, pero lo nuevo de su predicación
está en que la decisión sobre salvación o perdición se pronuncia en razón del cumplimiento
de su palabra, del seguimiento de Jesús, de la decisión personal en su favor.
Nadie puede culpar a Dios si no logra salvarse, pues hasta los gentiles pueden entrar en
el reino de Dios. Ahora se cumple la predicción profética de la peregrinación escatológica a
la montaña de Dios: «Yahveh Sebaot preparará a todos los pueblos, sobre este monte, un
festín de vinos generosos, de manjares grasos y tiernos, de vinos selectos y clarificados..*
Y destruirá a la muerte para siempre, y enjugará el Señor las lágrimas de todos los rostros,
y alejará el oprobio de su pueblo, lejos de toda la tierra» (Is 25,6-8). Los que se hayan
salvado cantarán el cántico de acción de gracias a que aluden las palabras del texto: De
oriente y de occidente, del norte y del sur: «Alabad a Yahveh, porque es bueno, porque es
eterna su misericordia. Digan así los rescatados de Yahveh, los que él redimió de mano del
enemigo, y los que reunió de entre las tierras de oriente y de occidente, del aquilón y del
austro» (Sal 106,1-3).
Los últimos tiempos invierten las condiciones presentes: Hay últimos que serán primeros,
y hay primeros que serán últimos. Hay paganos que entrarán en el reino de Dios, y judíos
que serán excluidos de él. Los judíos habían sido privilegiados en la historia de la
salvación. Por sus antepasados habían recibido las promesas llenas de bendiciones de
Dios, y por los profetas la palabra y la guía de Dios; pero esta posición privilegiada no
basta para salvarlos. Los gentiles estaban privados de los privilegios del pueblo de Dios,
pero son admitidos en la celebración del banquete que es imagen del reino de Dios. Se
salva el que acepta el mensaje de Jesús, se decide por él y le sigue.
En el tiempo de salvación, que se ha inaugurado con Jesús, ofrece Dios a los judíos
como a los gentiles la salvación, de la que se decide según la posición adoptada frente a
Jesús. Su palabra exige esfuerzo y lucha, seguimiento en el camino de Jerusalén, donde le
aguarda la muerte y la ascensión al cielo. ¿Serán sólo pocos los que se salven? Nadie
puede hacer valer derecho alguno a la salvación, pero en Jesús ha ofrecido Dios la
salvación a todos.
b) La ciudad de la muerte
(Lc/13/31-35).
31 En aquel momento se le acercaron unos fariseos para decirle:
Sal y vete de aquí, que Herodes quiere matarte.
Jesús pasaba por el territorio de Herodes Antipas (4 a.C.-39 d.C.), que comprendía
Galilea y Perea (al este del Jordán). Los fariseos que se dirigen a Jesús parecen actuar por
encargo de Herodes. Al tetrarca le inquieta la actividad de Jesús (9,7ss). Teme a él y teme
el alboroto que puede suscitar en el pueblo. Por eso quiere verlo lejos de su tierra. Si
proyectaba efectivamente matarlo, es cosa de que se puede dudar; en efecto, la ejecución
del Bautista hubo que obtenerla de él con astucia (Mc 6,24-26) y todavía no pudo olvidarlo
durante largo tiempo (9,9). Ni siquiera aprovechó la oportunidad legal de matar a Jesús
(23,15). El mensaje llevado a Jesús parece haber sido solamente una «falsa alarma», un
tiro al aire con el fin de echar del país al hombre molesto e inquietante. Que se tomara en
consideración y se expresara la idea de matar a Jesús, proyecta luz sobre la situación en
que él se halla. Jesús se encamina a Jerusalén, donde le aguarda la muerte.
32 Pero él les contestó: Id y decid a ese zorro: Yo expulso
demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer día tendré
terminada mi obra. 33 Sin embargo, hoy, mañana y pasado tengo que
seguir mi camino, porque no cabe que un profeta pierda la vida fuera
de Jerusalén.
El camino de Jesús no lo determinan los poderes de este mundo. Herodes interpreta la
actividad de Jesús como peligro político y causa de desorden, por lo cual quiere alejarlo de
su territorio sin hacer uso de la fuerza. Es un zorro, astuto y cobarde. Los zorros sólo salen
de noche y secretamente para sus rapiñas; cuando la luz crea peligro, se esconden en sus
madrigueras (Ez 43,4s). Quiere desentenderse de Jesús con ardides, sin tomar partido por
él o contra él. Algunos fariseos están identificados con él. Jesús exige decisión.
Herodes presume de poder disponer de la vida de Jesús. Pero no son hombres los que
determinan su acción, sino Dios. Con poder divino expulsa Jesús demonios y realiza
curaciones. «Dios ungió a Jesús con Espíritu Santo y poder; Jesús pasó haciendo el bien y
sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él» (Act 10,38). Quien
es señor que domina a los malos espíritus y libra de las enfermedades no sucumbe a la
malicia de un zorro, de un homúnculo como era Herodes. La vida y la acción de Jesús sólo
dependen de la voluntad de Dios.
Hoy y mañana realiza Jesús curaciones y al tercer día habrá terminado. Poco tiempo le
queda ya para obrar. Su palabra es una advertencia para los que le advierten a él, pues
también los fariseos contribuirán a su muerte (6,11; 11,53). Jesús sabe que le aguarda la
muerte. No esquiva su muerte, pues ésta es voluntad de Dios que debe cumplirse. Ni su
muerte destruye su trabajo, sino que lo corona y lleva a término su obra (12,50; Jn 19,30).
La Iglesia se propaga, pese a todas las resistencias; Pablo llega a Roma, meta de su
misión, pese a la conspiración de todos los poderes (2Cor 11,23-33).
Con misteriosas palabras dice Jesús: hoy, mañana y al tercer día. En el profeta Oseas
se hallan estas palabras: «Él nos dará vida a los dos días, y al tercero nos levantará y
viviremos ante él» (Os 6,2). Proviene de un cántico de penitencia, que el profeta pone en
boca de los dos pueblos hermanos, Efraím y Judá. En el infortunio nacional que ha pesado
sobre ellos ve el profeta la mano de Dios que castiga, pero tiene también la firme seguridad
de que Dios volverá a reanimar a los dos pueblos. Con sus misteriosas palabras parece
Jesús aludir a este dicho del profeta y anunciar su resurrección (*). Su muerte, a la que sale
al encuentro en Jerusalén, no es su fin; seguirá su revivificación y su glorificación. La
palabra del profeta y la historia del pueblo de Dios aguardan este «tercer día» como día de
la salvación. La marcha de Jesús hacia Jerusalén, donde le aguardan muerte y
resurrección, cumple todas las promesas de la historia de nuestra salvación.
Dado que Jesús se reconoce como profeta, sabe también que le ha de tocar la suerte de
los profetas (**). El profeta no puede perder la vida fuera de Jerusalén. Los judíos no son
sólo «hijos de los profetas» (Ad 3,25), sino también hijos de los asesinos de los profetas
(6,23; 11,47s). «¿A quién de entre los profetas no persiguieron vuestros padres? Hasta
dieron muerte a los que preanunciaban la venida del Justo, de quien vosotros ahora os
habéis hecho traidores y asesinos» (Ad 7,52). Una antigua queja se encierra en estas
palabras de san Esteban. El profeta Jeremías formula contra su pueblo la queja: «La
espada ha devorado a vuestros profetas como devora el león» (Jer 2,30). Nehemías
reprocha a su pueblo: «Mataron a tus profetas, que los reprendían para convertirlos a ti»
(Neh 9,26) (***). En Jerusalén se tocan las gracias de la proximidad de Dios y la obstinada
rebelión contra la voluntad de Dios. El curso de la historia de la salud llega también a su
término en el hecho de marchar Jesús hacia Jerusalén: la máxima gracia de la proximidad
de Dios, la recusación hasta la ejecución de aquel en quien Dios visita a su pueblo (7,16).
...............
* El tercer día es muy significativo en la historia de Israel: Ex 19, 10-11; Jos 1,11; Gén 22,4;
Est 4,15-5,3;
13,8-15,15.
** Especialmente en Lucas aparece Jesús frecuentemente como profeta: 7, 16-39; 24,19; Act
3,22s; 7,37; cf.
Jn 4,19; 6,14; 7,40; 9,17.
*** Cf.también Jer 26,20-23; 2Cró 24,21; 1R 19,10.14.
...............
34 ¡Jerusalén, Jerusalén, la que meta a los profetas y apedrea a
los que fueron enviados a ella! ¡Cuántas veces quise reunir a tus
hijos como la gallina a sus polluelos bajo sus alas! Pero vosotros no
quisisteis. 35 Mirad que vuestra casa se quedará para vosotros. Pero
yo os digo: Ya no me veréis hasta que llegue el momento en que
digáis: ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
El profeta, Jesús mismo, ejecuta la lamentación sobre Jerusalén. Los enviados de Dios
en los tiempos pretéritos ofrecieron de parte de Dios la salvación a esta ciudad, pero
Jerusalén los mató y los apedreó como a blasfemos. La historia del repudio de Dios alcanza
ahora su punto culminante. La palabra de Jesús es la última palabra de Dios, llamamiento a
la decisión de los últimos tiempos.
Todo el amor de la acción salvadora de Dios en la historia está recogida en la misión y
predicación de Jesús. En todo tiempo se había dejado oír ya en el Antiguo Testamento la
palabra relativa al ave que cuida de sus polluelos y los protege, pero nunca con tanta
ternura como en las palabras de Jesús. Dios «halló a su pueblo en tierra desierta, en región
inculta, entre aullidos de soledad; lo rodeó y le enseñó, lo guardó como a la niña de sus
ojos. Como el águila que incita a su nidada, revolotea sobre sus polluelos, así él extendió
sus alas y los cogió, y los llevó sobre sus plumas» (/Dt/32/10s). «Como las aves que
revolotean, así protegerá Yahveh Sebaot a Jerusalén, protegiendo, librando, preservando,
salvando» (Is 31,5). «¡Cuán magnífica es, oh Yahveh, tu misericordia; ampáranse los
hombres a la sombra de tus alas!» (Sal 3,8) (*).
Jesús quería recoger a los hijos de Jerusalén, a todo Israel, ponerlos bajo la protección
de Dios, cobijarlos en su amor, conducirlos a la salvación. Pero la oferta de salvación de
Dios bocha por Jesús fue desechada. Vosotros no quisisteis. Esta ciudad, confiando
soberbiamente en lo que es y tiene, repudia al que quiere traerle una nueva palabra de
Dios. Se siente segura. Dios no tiene ya más que pedirle. La historia del amor de Dios y la
historia del pecado, en el que el hombre se afirma contra Dios, halla su término, que acaba
en catástrofe, en la marcha de Jesús hacia Jerusalén (Mt 21,33-39).
Jerusalén sucumbirá por haberse sustraído al llamamiento y a la guía de los mensajeros
de Dios. La ciudad es grande y espléndida porque Dios la había elegido para su morada
Esto se ha consumado con Jesús, pues con Jesús ha aparecido la gloria de Dios en el
templo (2,21-37). Pero cuando Jesús sea entregado a muerte en esta ciudad, descargará
sobre ella la catástrofe. Se le retirará la protección y el cuidado de Dios, quedará entregada
a sus propias gentes, y su fin será la destrucción. Se cumplen las palabras del profeta
Jeremías: «He desamparado mi casa, he abandonado mi heredad, he entregado lo que
más amaba en manos de enemigos» (/Jr/12/07). Las amenazas de ruina fulminadas por los
profetas son asumidas y llevadas a cumplimiento por Jesús: «Yo exterminaré a Israel de la
tierra que le he dado y echaré lejos de delante de mí esta casa, que he consagrado a mi
nombre, e Israel será el sarcasmo y la burla de todos los pueblos. Y esta casa será una
ruina, y cuantos pasen cerca de ella se quedarán pasmados y silbarán» (/1R/09/07s). El fin
de Jesús en Jerusalén es también el fin de Jerusalén.
La muerte que aguarda a Jesús en Jerusalén no es su fin. Viene un tiempo en que será
saludado con la bendición con que se saluda a los peregrinos al final de su peregrinación
en la montaña del templo: Bendito el que viene en el nombre del Señor (Sal 118,[117],26).
Jesús es el que viene, que viene por encargo de Dios que otorga la salvación, el Mesías.
Jerusalén, la ciudad de la muerte, es también la ciudad de su glorificación. La muerte que
allí se le prepara terminará en su exaltación, en su venida como Hijo del hombre con poder
y gloria (cf. 22,69) (**).
El misterio de esta ciudad es el hecho de morar Dios en ella. Jerusalén ha sido
condenada a la ruina, pero aún brilla un rayo de esperanza. Los habitantes de su ciudad
dirán: Bendito el que viene en el nombre del Señor. Antes de que Jesús venga en gloria,
Israel se convertirá y luego prestará homenaje a Jesús en su venida. «El encallecimiento ha
sobrevenido a Israel parcialmente, hasta que la totalidad de los gentiles haya entrado. Y
entonces todo Israel será salvo» (Rom 11,25s). La Iglesia perseguida no es una Iglesia
amargada; no se retira al ghetto abandonando el mundo a sí mismo y a los poderes
demoníacos, sino que «muriendo» actúa todavía, porque cree en la promesa de triunfo y de
gloria hecha por Dios y en su voluntad salvadora.
...............
* Cf. también Sal 17(16),8; 57(58),2; 61(60),5; 63(62),8; 91(90),4.
** El v. 35b es obscuro; algunos quieren referir la aclamación a la entrada de Jesús en Jerusalén
antes de su
pasión (19,38); pero parece que las palabras «Ya no me veréis hasta que llegue el momento en
que
digáis...» se deben referir a la muerte; en este caso la aclamación habrá de referirse a la segunda
venida.
(Págs. 11-25)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 30
2. COMIDA EN CASA DE UN FARISEO (14,01-24).
El tema «comer» sirve de nexo para reunir cuatro escenas en una unidad de composición:
la historia de una curación en sábado (v. 1-6), dos sentencias relativas a la mesa (w. 7-11,
12-14) y la parábola de la gran cena. Lucas entretejió con arte conforme a un plan literario
estos diferentes fragmentos de tradición. Las dos piezas narrativas en que se enmarca el
relato se mantienen en cohesión mediante el tema mismo de comer. Los dos fragmentos
centrales tienen la misma estructura: introducción, formulación negativa y positiva de las
reglas de la mesa, perspectiva escatológica (logia antitéticos con versículo escatológico de
conclusión). El último fragmento está ligado con las reglas que preceden, mediante la
enumeración de los mismos comensales (v. 13,21). Aunque sólo se da la
palabra a uno de los comensales y, por lo demás, sólo Jesús dirige la conversación, se
tiene la impresión de que todos intervienen en ella, la cual da animación a la escena. En
efecto, en las parábolas hablan el amo de casa, los criados y los invitados. Se interesa a
todos los que toman parte en la comida: invitados, anfitrión, un comensal. Como Platón y
otros pensadores de la antigüedad dejaron consignados en un banquete los más profundos
pensamientos en forma de conversación, así también Lucas reunió en este symposion
diferentes palabras del Señor. Situó en el mundo helenístico el Evangelio transmitido por
tradición, con lo cual, adaptándolo sin falsificarlo, le prestó un importante servicio. Jesús da
impronta y brillo a la comida del sábado; devuelve la salud a un enfermo, para todos tiene
una palabra. La comida hace referencia a la comida de los últimos tiempos, en la que se
representa el reino de Dios. Cuando los cristianos se reúnen el domingo para celebrar la
«cena del señor», hacen memoria de estas comidas en común con él, de su presencia
salvífica y del futuro tiempo de salvación.
a) Curación en sábado
(Lc/14/01-06)
MIGRO/HIDROPICO
J/COMIDAS
COMIDAS/J
1 Un sábado entró él a comer en casa de uno de los jefes de los
fariseos, y éstos lo estaban acechando. 2 Precisamente había un
hidrópico delante de él.
:Jesús va a las ciudades y aldeas, a las sinagogas y a las casas para proclamar su
doctrina. Ni siquiera esquiva las invitaciones de sus contrarios, pues ha venido para ofrecer
a todos la salvación. El anfitrión que lo invita a la mesa, es jefe de los fariseos, un jefe de la
sinagoga del partido de los fariseos (8,41) o quizá incluso miembro del sanedrín en
Jerusalén (23,13.35; Jn 3,1). La casa en que entra Jesús rebosa devoción a la ley y un
estilo de tradición rigurosamente observado.
Era sábado. En este día suelen los judíos comer de fiesta. Los días de la semana se
comía dos veces; los sábados, tres. La comida principal -al mediodía- seguía al culto de la
sinagoga. «Los días de fiesta se debe comer o beber o retirarse a estudiar.» Para celebrar
la fiesta con alegría se tenían invitados, a los que se obsequiaba abundantemente. A
pobres, huérfanos y forasteros se les debía hacer bien y .saciar su hambre.
El sábado era un día en que se conmemoraban los grandes favores de Dios: la creación
(Ex 20,8-11) y la liberación de la servidumbre do Egipto (Dt 5,12-15). Sobre el sábado
flotaba una atmósfera de fiesta que nada de la fe en la elección de Israel por Dios: «El
Señor bendijo el sábado; pero no consagró a ningún pueblo ni a ninguna nación para la
celebración del sábado, sino a Israel; sólo a él le permitió comer y beber y celebrar el
sábado en la tierra. Y el Altísimo bendijo este día, que creó para bendición, consagración y
gloria con preferencia a todos los demás días» (Jubileos 2,31s). El sábado era signo de la
fidelidad de Dios a la alianza. En él debía reconocerse que Dios es su Señor, que lo
santifica (Ex 31,13). La gloria eterna se concebía como un sábado sin fin (Heb 4,9). En la
comida del sábado había un ambiente de recuerdo de las grandes gestas de Dios, de
esperanza del mundo venidero y de la participación en el reposo sabático de Dios. A tal
comida fue invitado Jesús en casa de un fariseo. Jesús quiere llevar a término las grandes
gestas de Dios en la historia de la salvación.
El invitado de honor en la comida era Jesús. Es invitado como doctor de la ley. Era
costumbre hacer que en el culto de la sinagoga hablasen doctores renombrados de la ley e
invitarlos a continuación a comer. La noticia de Jesús se había extendido por todo el país
(7,17). El pueblo lo tenía por un gran profeta (7,16). También los fariseos se planteaban la
cuestión de quién podía ser Jesús (7,39). Lo observaban. Cada vez que Jesús era
huésped de un fariseo, se le observaba y se le examinaba y calibraba conforme a la norma
de la religiosidad farisaica. El fariseo Simón se forma un juicio de él conforme a su trato con
la pecadora; el fariseo innominado (11,37-53), conforme a su descuido de las
prescripciones de pureza legal. Ahora va a ser enjuiciado conforme a su concepto de la
santificación del sábado. El resultado es éste: No puede ser un profeta de Dios. No habla la
palabra de Dios. Los fariseos constituyen su propia exposición de la ley en norma y medida
de la voluntad y palabra de Dios. No creen que Jesús obre y hable por encargo de Dios,
porque no responde a sus expectativas y a su doctrina.
Estaban invitados doctores de la ley, fariseos, hombres del mismo espíritu que el
anfitrión. Jesús también se interesa por ellos. No se ha consumado la ruptura. Las palabras
conminatorias dirigidas contra ellos son en Mateo (cap. 23) una sentencia condenatoria; en
Lucas (11,42-52), son invitación a la penitencia y a la conversión. Al excluir a los pecadores
de la comunidad del pueblo, al observar meticulosamente las prescripciones de pureza
legal y al preocuparse por la santificación del sábado, querían presentar a Dios un pueblo
santo. Consideraban su camino, su exposición de la ley, sus tradiciones, como el camino
querido por Dios. Estaban tan seguros de ello, que ni siquiera se les ocurría pensar que
Dios pudiera seguir un nuevo camino para santificar a su pueblo. Con ello se cierran el
acceso a Jesús, que anuncia y trae un nuevo orden de salvación.
Había todavía un huésped, que no había sido invitado, un «mirón», que sólo había ido
para ver al huésped de honor (d. 7,37; 19,3). Sorprende verlo allí. Mira: es un hidrópico.
Los fariseos y los doctores de la ley creen además saber que toda enfermedad es castigo
de una vida inmoral; más aún, creen poder señalar qué vicio se oculta en cada enfermedad.
La hidropesía es señal de lascivia. Todos los ojos están fijos en Jesús y en el hidrópico.
3 Y tomando Jesús la palabra, dijo a los doctores de la ley y a los
fariseos: ¿Es lícito curar en sábado? 4 Ellos permanecieron callados.
Tomó entonces al hidrópico de la mano, lo curó y lo despidió.
SABADO/DESCANSO Jesús procede como quien tiene autoridad, y toma la palabra. Su
pregunta es una pregunta de escuela de los doctores de la ley. Hacía tiempo que ellos
habían contestado ya a aquella pregunta: Si alguien está enfermo y en peligro de muerte,
se le puede socorrer aunque haya que infringir la ley del sábado. Pero si no hay grave
peligro de muerte, hay que dejar que pase el sábado antes de hacer nada por el enfermo.
El peligro de muerte del hidrópico no era grave. La pregunta de Jesús no puede menos de
ser una provocación. Jesús fuerza a repensar en nueva forma la ley, a no contentarse con
la «tradición de los antepasados» (Mc 7,5).
Jesús reivindica el derecho de interpretar y renovar la ley en su calidad de profeta, en
nombre de Dios (Mt 5,17-48). Los fariseos se callaron; no querían disputar con Jesús,
puesto que la doctrina de ellos era intangible. ¿Quién podía con dlos?
Jesús toma al hidrópico de la mano, lo atrae a su comunión, lo cura y lo despide. La
curación es un signo; en efecto, testimonia que Dios está con él y que él obra con la virtud
y autoridad de Dios (Act 10,38), que él explica también con autoridad divina la ley del
sábado, que se ha inaugurado el tiempo de salvación y el tiempo final, que comienza a
surtir sus efectos el reposo sabático de Dios y que el renovado mundo venidero, «la
restauración de todas las cosas» (Act 3,21), comienza ya a anunciarse.
El reposo sabático cobra el sentido que tiene por voluntad de Dios. Los doctores de la ley
dan la mayor importancia a la discusión sobre el reposo del sábado, pero olvidan la
voluntad divina de salvación y de amor, que da la tónica a este día. Jesús, en cambio,
vuelve a penetrarlo de la misericordia y del amor de Dios. El hidrópico es atraído a Jesús,
es curado por él y despedido por él. Jesús se presenta con autoridad, domina la situación.
Se halla en el centro del sábado y le da su impronta. El sábado se convierte en «día del
Señor» (Ap l,lO). Por él es Dios el Dios de la misericordia y de la bondad para todos los
pobres, el sábado es día de auxilio salvador, día de la consumación del universo.
5 Luego les dijo: ¿Quién de vosotros, si se le cae a un pozo un hijo
o un buey, no lo saca enseguida, aunque sea sábado? 6 y nada
pudieron responderle a esto.
El documento de Damasco de las gentes de Qumrán prescribía: «Si un animal cae en
una cisterna o en un foso, no se lo ha de sacar en día de sábado.» Según la opinión más
severa de los doctores de la ley, a tal animal sólo se lo podía alimentar en sábado, de modo
que pudiera subsistir hasta el día siguiente; según la otra opinión más benigna, aunque no
se podía sacar al animal, se le podía dar la posibilidad de salir por sí mismo echándole
mantas y cojines. Jesús no condena esta interpretación más benigna, sino que la apoya y,
basándose en ella, va todavía más lejos. Al animal -al buey- se lo debe salvar. ¡Cuánto más
al hijo! ¿Se ha de rehusar la salvación a la persona enferma?
Los fariseos interpretan la ley humanamente cuando está en juego su propio interés. Al
hijo, y también al buey, hay que salvarlo, ¡sin el menor escrúpulo! La exposición farisaica de
la ley no otorga al prójimo lo que se otorga a sí misma. Jesús exige: «Amarás a tu prójimo
como a ti mismo» (10,27). Lo que Jesús hubo de reprochar a Simón el fariseo, hay que
reprocharlo también a los fariseos que fueron testigos de la curación del hidrópico en
sábado: Aman poco (7,47). La ley no quiere poner límites al amor, pues tampoco el amor de
Dios conoce límites. El reino de Dios que anuncia Jesús, es el reinado de la misericordia
divina.
Jesús pone el reposo sabático al servicio del hombre (13,15s). Las obras maravillosas
que lleva Jesús a cabo en sábado son señales de que se ha inaugurado el tiempo de la
salud y que ha comenzado el reposo sabático del tiempo final. Dios se glorifica ahora a sí
mismo con su misericordia. El reposo del sábado significa para Jesús la revelación de la
benevolencia divina con sus criaturas: paz y salvación. Ahora se glorifica Dios a sí mismo
en Jesús, que de palabra y obra lo anuncia como Dios de gracia y de amor, como Dios que
da y perdona, como Dios de los pobres y de los afligidos, para los que se proclama un año
de gracia (4,18s). El gozo de que está penetrado el sábado del tiempo final es el júbilo por
las grandes gestas de la misericordia divina. La curación del hidrópico introduce la comida
de sábado en casa del fariseo en la atmósfera gozosa del tiempo de salvación. En el centro
del sábado cristiano se halla de palabra y de obra la acción redentora de Jesucristo, el gran
hecho de la misericordia divina, que por Jesús es perpetuado en el día del Señor: el
sagrado banquete de la eucaristía. Esta debe darnos una nueva impronta para que
representemos el amor de Dios entre los hombres.
Con una reflexión muy llana razona Jesús su proceder en día de sábado: la ley de Dios
no puede exigir que en día de sábado se deje perecer al propio hijo o al propio buey, si
tienen necesidad de salvación. La ley piensa humanitariamente. El reposo sabático fue
establecido por la ley con miras humanitarias y sociales, en consideración de la familia, de
la servidumbre y hasta del ganado del amo (Ex 23,12; Dt 5,14s). Reglas sencillas de vida
se convierten en reglas fundamentales para la entrada en el reino de Dio s (14,7-14). Jesús
proclama la voluntad del Dios creador y legislador sin la menor desfiguración humana. Los
doctores de la ley no sabían qué oponer a las consideraciones de Jesús, que concuerdan
con la prudencia y sabiduría humanas. La sabiduría de la enseñanza de Jesús sobrepasa
la sabiduría de los doctores de la ley. Jesús es el maestro de los hombres enviado por
Dios, y habla como alguien que tiene autoridad, no como los doctores de la ley (Mt 7,29).
Dos veces se ha hablado ya de curaciones en sábado (6,6-11; 13,15s.), y además del
conflicto sabático, cuando se refirió cómo los discípulos cogían y desgranaban las espigas
(6,1-5). Lucas no gusta de tratar dos veces la misma materia, no le gustan los duplicados.
¿Por qué, pues, no temió aquí la repetición? La cuestión del sábado había dejado ya de ser
actual en las comunidades cristianas a las que se dirigía. La comunidad primitiva había
comenzado ya a celebrar el domingo como día del Señor (Act 20,7) con el banquete del
Señor y la fracción del pan. ¿Cómo entendía Jesús el descanso sabático y la celebración
del sábado? Importaba saber esto, pues con aquel nuevo espíritu había que celebrar el día
del Señor. La comida del sábado en casa del fariseo dirigente hace referencia a la comida
de los últimos tiempos en el «reposo sabático... de Dios» (Heb 4,9ss). La comida, en
cambio, que celebran los cristianos el día del Señor se halla en el medio entre la comida de
sábado de los judíos y la comida de los últimos tiempos en el reino de Dios. El Señor está
siempre presente y reparte sus dones salvadores.
b) No ambicionar los primeros puestos
(Lc/14/07-11).
7 Al notar cómo los invitados escogían los primeros puestos, les
proponía una parábola: 8 Cuando seas invitado por alguien a un
banquete de bodas, no te pongas en el primer puesto, no sea que
otro más importante que tú haya sido invitado por él, 9 y cuando
llegue el que te invitó a ti y al otro, te tenga que decir: Déjale el sitio
a éste; y entonces, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el
último lugar. 10 Al contrario, cuando estés invitado, ve a ponerte en
el último lugar, de suerte que, cuando llegue el que te invitó, te tenga
que decir: Amigo, sube más arriba. Entonces quedarás muy honrado
delante de todos los comensales. 11 Porque todo el que se ensalza
será humillado, y todo el que se humilla será ensalzado.
PEQUEÑO-HACERSE La comida de fiesta de los fariseos doctores de la ley está
condimentada con discursos que conducen al debido conocimiento de Dios. Jesús habla
como uno de ellos, no en el estilo de una amonestación profética. Sus palabras son
discursos figurados, con moraleja, son parábolas. En ellos late su objetivo, su mensaje y su
doctrina, el reino de Dios. Lo que él observa le sirve de imagen para exponer su doctrina de
salvación.
Los invitados llegan y se sientan a la mesa. En ello hay que observar rigurosamente las
precedencias. Según antigua usanza, se eligen los puestos no por razón de la edad, sino
conforme a la dignidad y categoría de los invitados. Cada cual elige su puesto conforme a
su rango, que él mismo se asigna. Jesús ve cómo los invitados se precipitan a los primeros
puestos. Los fariseos cuidaban mucho de su honra, gustaban de ocupar los primeros
puestos en las sinagogas y procuraban que se les saludase en las plazas públicas (11,43;
20,46; Mt 23,6; Mc 12,38) Reivindicaban su precedencia, pues estaban convencidos de
tener derecho a los primeros puestos. Con la misma seguridad con que ocupaban los
primeros puestos en la mesa juzgando que les correspondían como propios, creían también
saber cuál es su puesto en la mesa de Dios. Estaban seguros del reino de Dios. ¿Con
derecho?
Lo que en esta circunstancia observa Jesús le da pie para el diálogo. Comienza con una
regla de urbanidad. En ella late un viejo aforismo: «No te alabes en presencia del rey y no
te sientes en la silla de los grandes. Pues mejor es que te digan: Sube acá, que tener que
ceder tu puesto a otro más grande» (Prov 25,6s). También los doctores de la ley conocen
esta regla de prudencia: «Mantente alejado dos o tres asientos del puesto (que te
corresponde), hasta que te digan: ¡Ven más arriba!, en lugar de decirte: ¡Más abajo, más
abajo!» Para los doctores de la ley eran estas palabras no sólo reglas de prudencia con
que librarse del bochorno; describen además una actitud que es fruto de sentimientos
morales.
La regla dada por Jesús no es de pura cortesía y de prudencia mundana, no es una
exhortación moral general a ser modestos, sino una parábola sugerida por la búsqueda
ansiosa de los primeros puestos y que expresa una verdad concerniente al reino de Dios:
quien quiera entrar en el reino de Dios, ha de ser pequeño, ha de hacerse pequeño, no
debe formular falsas pretensiones teniéndose por justo. La sentencia final da la clave: Dios
humillará al que se ensalce. Al que se tiene por justo, que quiere hacer valer sus
derechos delante de Dios, Dios mismo lo excluye de su reino; al pequeño, que no se tiene
por digno de los dones de Dios, le hace Dios entrar en su reino. «Dios revela su secreto a
los pequeños» (Eclo 3,20). Ser pequeño es la primera condición para ser uno admitido en
el reino de Dios (6,20). Con la misma sentencia se cierra también el relato del fariseo y del
publicano en el templo. Allí reivindica el fariseo el primer puesto delante de Dios, como aquí
en la comida; el publicano, en cambio, que no se estima digno del primer puesto, queda
justificado delante de Dios.
El comportamiento en la comida descubre también quién puede participar en el banquete
del reino de Dios. Para los cristianos no hay sólo reglas de pura urbanidad o de
conveniencias cortesanas; para ellos, incluso el comportamiento en una comida corriente
está significativamente envuelto en la sombra del misterio del reino de Dios. El reino de
Dios lo abarca todo: el hombre, su comida, su comportamiento en la mesa, todas las
esferas de su vida y de su ser. Dios lo es todo en todo. Nada se le puede sustraer; el
Evangelio del reino reclama conversión.
Durante la última cena surge una disputa entre los discípulos acerca de las
precedencias. «Surgió entre ellos una discusión sobre cuál de ellos debía ser tenido por
mayor» (22,24). Jesús exige que uno se haga pequeño: «EI mayor entre vosotros pórtese
como el menor; y el que manda, como quien sirve» (22,26). Jesús mismo se convierte en
servidor: «¿Quién es mayor: el que está a la mesa o el que sirve? ¿Acaso no lo es el que
está a la mesa? Sin embargo, yo estoy entre vosotros como quien sirve» (22,27). La
celebración de la eucaristía se efectúa en el marco de servir y ser pequeño. De nuevo se
tiende un arco que va del banquete terreno al banquete de los últimos tiempos, y entre
ambos está el banquete sagrado de la comunidad. El arco que reúne a los tres es la actitud
de ser pequeño: el Señor que se ha hecho servidor, Jesús en camino hacia Jerusalén,
donde él, sirviendo, dará su vida como rescate por los muchos, esperando la exaltación. El
camino de la salvación es el de hacerse pequeños.
c) La elección de invitados
(Lc/14/12-14).
12 Decía también al que lo había invitado: Cuando des una comida
o una cena, no convides a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus
parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que también ellos a su vez te
inviten, y ello te sirva de recompensa. 13 Al contrario, cuando des un
banquete, invita a pobres, tullidos, cojos, ciegos. 14 Dichoso tú
entonces, pues ellos no tienen con qué recompensarte, y así tendrás
tu recompensa en la resurrección de los justos.
COMIDA/FARISEO: También el anfitrión, el que había invitado a la comida es implicado
en el diálogo. Las palabras que se le dirigen no pueden considerarse una parábola. Jesús
formula una verdad de vigencia perpetua mediante un imperativo aplicable a un
determinado caso de la vida. La alocución dirigida al anfitrión quiere ser obligatoria. Jesús
quiere que se cumpla lo que él dice, pero no sólo esto, sino algo más, como apunta él
mismo.
La palabra dirigida al anfitrión está adaptada a él. Invitar es cuidado del anfitrión. Jesús
no habla de esta comida presente, sino de una comida o de una cena, que éstas eran las
dos refecciones del día. A la comida durante la cual está hablando Jesús, están invitados
no sólo amigos, hermanos, parientes y vecinos ricos, sino también Jesús y quizá sus
discípulos. La exhortación profética se expresa con consideraciones y afabilidad.
¿Por qué son invitados amigos, hermanos, parientes, vecinos ricos? Jesús, con sus
palabras, quiere hacer reflexionar. Con amigos se está a gusto; los hermanos y los
parientes pertenecen a la gran familia, y con su invitación «todo queda en casa». De los
vecinos ricos se espera abundante compensación. La invitación está regida por el amor al
propio yo. «Si amáis a los que os aman, ¿Qué gracia tenéis? También los pecadores hacen
lo mismo. Y si hacéis bien a los que bien os hacen, ¿qué gracia tenéis? También los
pecadores hacen lo mismo» (6,32s). El distintivo del amor de los discípulos es: sin esperar
nada a cambio (6,35). Su amor no debe ser sólo un amor que espera ser correspondido.
Jesús no se contenta con un comportamiento basado en conveniencias o en esperanza de
compensación.
Hay que invitar a los más pobres entre los pobres: los tullidos, los cojos, los ciegos. De
ellos no hay nada que esperar. No pueden invitar por su parte, no acarrean
acrecentamiento del honor o de la influencia. Tampoco es un placer comer con ellos. Nadie
los ve a gusto. En la comunidad de Qumrán no se admitían tullidos de pies o manos, cojos,
sordos o mudos. El sordomudo, el ciego y el idiota no podían, en determinados sacrificios
en el templo, poner sus manos sobre la cabeza de la víctima; a estas gentes se las excluía
del culto oficial del templo. Precisamente a éstos es a los que hay que invitar, a fin de que
se borre toda idea de compensación. En el sermón de la Montaña se pide todavía más a los
discípulos: el amor de los enemigos. El amor a los enemigos no supone la menor esperanza
de contracambio y compensación. «Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin
esperar nada» (/Lc/06/35).
Quien está penetrado de tal desinterés y altruismo, tendrá participación en el reino de
Dios. Dios le dará la compensación. El que en sus obras sólo busca a Dios, recibirá de él
gracia, agradecimiento y recompensa. «Tened cuidado de no hacer vuestras buenas obras
delante de la gente para que os vean; de lo contrario, no tendréis recompensa ante vuestro
Padre que está en los cielos» (Mt 6,1).
En la comida que se celebró en casa del fariseo se hizo manifiesta la bondad munífica de
Dios cuando el hidrópico obtuvo la curación en sábado. Dios se glorificó a sí mismo
haciendo bien al más pobre. «Es bueno aun con los desagradecidos y malvados» (6,35).
En la parábola del gran banquete dirige Dios mismo su invitación a los tullidos, a los ciegos
y a los cojos (14,21). El discípulo representa la imagen de Dios. «Sed misericordiosos,
como (y porque) vuestro Padre es misericordioso» (6,36); el discípulo da sin esperar
compensación, su pensamiento está puesto en Dios. Dios se le revela (cf. Mt 5,16).
Las reglas del convite se convierten en reglas del banquete celestial del reino de Dios. La
Iglesia primitiva puso empeño en que la regla de la invitación se viviera también en el
banquete del Señor. ¿Lo logró? Pablo se queja de la comunidad de Corinto que se reúne
para el banquete del Señor, de que cada uno toma anticipadamente su comida, que uno no
tiene hambre y otro está ebrio: «¿Tenéis en tan poco las asambleas de Dios, que
avergonzáis a los que no tienen?» (lCor 11,20-22). En la carta de Santiago se lee:
«Suponed que en vuestra asamblea entra un hombre con anillo de oro y con vestido
elegante, y que entra también un pobre con vestido sucio. Si atendéis al que lleva el vestido
elegante y le decís: Tú siéntate aquí en lugar preferente; y al pobre le decís: Tú quédate
allí de pie, o siéntate bajo mi escabel, ¿no juzgáis con parcialidad en vuestro interior y os
hacéis jueces de pensamientos inicuos?» (Sant 2,2-4). ¿Dónde es más grande la gracia
que se da, que en la mesa de la eucaristía? ¿Dónde es el hombre más mendigo que en
esta mesa, en la que se le da comida y bebida «para perdón de los pecados» (Mt 26,28)?
Como la parábola, también el imperativo termina con una mirada sobre los
acontecimientos del fin de los tiempos, En aquella se prometía la exaltación, aquí la
resurrección de los justos. Allí el camino pasaba por el abajamiento, aquí por el desinterés.
Servir con amor desinteresado, dándolo todo, sin esperar nada: esto constituye al
verdadero discípulo, que sigue a Jesús en el camino hacia Jerusalén, donde le aguarda la
«elevación».
Jesús habla de retribución y recompensa. La idea de la recompensa no es la que
determina la acción del discípulo, sino el Padre que está en los cielos. Quien así proceda,
será recompensado misericordiosamente con la comunión con Dios en el reino de Dios. La
recompensa se dará en la resurrección de los justos. No sólo los justos, sino también los
pecadores han de resucitar (Act 24,15). La suerte de Tiro y de Sidón en el juicio será más
llevadera que la de las ciudades galileas, que rehusaron la fe a Jesús (10,14; 11,31).
Resucitarán para el juicio. «Los que hicieron el bien saldrán para resurrección de vida; los
que hicieron el mal, para resurrección de condena» (Jn 5,29). La resurrección quiere ser
promesa de felicidad, quiere cimentar bienaventuranzas.
(.Págs.25-39)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 31
d) La gran cena
(Lc/14/15-24)
15 Cuando oyó esto uno de los comensales, le dijo: Dichoso el que
participe en el banquete del reino de Dios.
Uno de los comensales toma la palabra y formula lo que se cierne tácitamente sobre estas
conversaciones: el banquete del reino de Dios. El banquete en la tierra es imagen del
banquete futuro, con el que se representa la consumación final, el reino de Dios (13,28). El
comensal llama dichoso al que pueda participar en aquel banquete. La esperanza y el
anhelo de Israel gira en torno a este banquete. Es el banquete de la redención, que no ha
de tener fin. Los escritos apocalípticos lo describieron con los colores más vivos: «En la
última venida sacará (Dios) a Adán y a los patriarcas y los conducirá aquí (al paraíso del
Edén), para que se regocijen, como una persona trae a los que ama para que se sienten a
la mesa con él, y esos que han venido, hablan ante el palacio de ese hombre, esperando
con gozo su banquete, el disfrute del bien y de la riqueza inconmensurable, y gozo y alegría
en la luz y en la vida eterna» (Henoc eslavo 42,5). La antigua Iglesia repite la felicitación del
comensal, cuando piensa en la vida futura: «Bienaventurados los invitados al banquete de
las bodas del Cordero» (/Ap/19/09). Confluyen las imágenes del banquete escatológico y
de las bodas escatológicas. Dejan entrever el gozo que aporta el tiempo final. Cuando la
comunidad primitiva de Jerusalén se reunía para «partir el pan», se sentía penetrada de
gozo por lo que iba a venir y de júbilo por la salvación (Act 2,46). El banquete que se
celebraba orientaba la mirada hacia la salvación consumada. El «partir el pan» del
banquete eucarístico hacía esperar confiadamente el banquete del fin de los tiempos.
Jesús mismo, en la última cena, hizo mención del banquete futuro en el reino de Dios
(22,16.18.29). «Bienaventurado el que coma el pan en el reino de Dios.» La mirada pasa de
la comida del sábado al banquete eucarístico, y de éste al banquete en el reino de Dios.
Al fariseo que pronunció las palabras de parabién no 1e cabía duda de que él participaría
en el banquete de la bienaventuranza. Para tener parte en la vida futura que libra de toda
angustia, lleva él con gusto el peso de la ley y se preocupa ansiosamente por cumplir con
todas sus letras, y edifica con artificio una valla alrededor de la ley para impedir que sufra la
menor violación. Si la obediencia no era fácil y sólo se podía observar con gran renuncia, el
hombre religioso se sentía fortalecer con la mirada a la bienaventuranza con que Dios
recompensaría su servicio. ¡Qué bien les irá a los que estén invitados al banquete que Dios
prepara para los justos, cuando sea revelado su reino! El fariseo está convencido de que él
estará presente, pues se reconoce por «hijo del reino» (Mt 8,12).
16 Entonces él le contestó: Un hombre preparaba un gran
banquete e invitó a mucha gente; 17 y envió a su criado a la hora del
banquete para decir a los invitados: Venid, que ya está preparado.
Jesús no se detiene en la felicitación del comensal, sino que habla del comportamiento
de los invitados. Siempre evitó describir la magnificencia del banquete de los últimos
tiempos; el reino de Dios sobrepuja toda representación humana. Jesús pasa de la
felicitación a la decisión personal que se requiere para tomar parte en el banquete (cf. 13,
23s). Era necesario hacer vacilar la falsa seguridad en sí mismo y debía aceptarse su
llamamiento a la conversión.
Los grandes banquetes tienen lugar por la noche. Aquí se trata de un gran banquete,
pues son muchos los invitados. Primero se hace una invitación previa, con la que se
anuncia el banquete. Todavía no se indica la hora exacta. Poco antes de comenzar envía el
anfitrión a un criado para que los invitados que habían aceptado la invitación se acuerden
de que ya es hora, que todo está preparado. Con esta forma de invitación observa el
anfitrión una práctica de cortesía que se había hecho corriente en los ambientes
distinguidos de Jerusalén. «En Jerusalén no acudía nadie a un banquete si no había sido
invitado dos veces.» Cuando tenía lugar la segunda invitación, la cortesía exigía que se
cumplimentase.
18 Pero todos, sin excepción, comenzaron a excusarse. El primero
le dijo: He comprado un campo y necesariamente tengo que ir a
verlo; te ruego que me dispenses. 19 Otro dijo: He comprado cinco
yuntas de bueyes, y voy a ir a probarlas; te ruego que me dispenses.
20 Y otro contestó: Me acabo de casar, y por eso no puedo ir. 21a Se
presentó, pues, el criado y refirió estas cosas a su señor.
Ser invitado a un banquete es un honor y una alegría. Como si se hubiesen puesto de
acuerdo, todos los invitados se excusan, aunque ya habían aceptado la invitación. Todos
sin excepción: el hecho es grave. Rechazar la invitación, sobre todo en el último momento,
se tiene por una ofensa. La manera como fue rechazada hubo de disgustar al anfitrión (*).
El primero habla todavía de necesidad, de fuerza mayor, y se excusa. El segundo se
contenta ya con decir: Voy..., y también se excusa. E1 tercero ni siquiera se excusa ya. La
propiedad, las ocupaciones, la esposa son los impedimentos para cumplimentar la
invitación, para decidirse a responder al llamamiento: son cosas que hacen perder todo el
interés por la invitación.
...............
* La forma actual de la parábola ve en las palabras de los invitados una negativa total, no sólo
una excusa por
acudir más tarde.
...............
21b Entonces el amo de casa se enfureció y dijo a su criado: Sal
inmediatamente per las plazas y las calles de la ciudad, y trae aquí
los pobres, los tullidos, los ciegos y los cojos. 22 Luego le dijo el
criado: Señor, se ha hecho lo que has mandado, pero todavía queda
sitio. 23 Entonces el señor dijo al criado: Pues sal a los caminos y
cercados, y obliga a la gente a entrar, hasta que mi casa se llene.
El banquete está preparado. El amo de casa no tiene la menor idea de suspenderlo.
Quiere brindar la alegría del banquete. Así pues, hay que buscar a otros que sustituyan a
los primeros invitados. A la primera invitación no halla suficientes comensales como para
llenar la sala. Se envía por segunda vez al criado que hace las invitaciones. El anfitrión es
generoso y magnánimo. La magnanimidad del anfitrión contrasta con la mezquindad de los
primeros invitados. Aquí se diseña la imagen de Dios. Dios es amor que da, que se da, que
se muestra condescendiente.
Primeramente se invita a los pobres que se hallan por las calles y plazas. No tienen casa,
pero por lo menos viven resguardados por los muros de la ciudad. Los tullidos, los ciegos y
los cojos son excluidos de la comunidad cultual por los judíos (14,13). Los nuevos
comensales no han de ser sencillamente invitados: hay que traerlos. No les cabe en la
cabeza que puedan ser invitados a un banquete, ni siquiera se atreven a ir cuando oyen la
invitación; es preciso llevarlos. Hay que darse prisa, pues el tiempo apremia, el banquete
está preparado.
La segunda invitación va dirigida a los que vagan por los caminos en los alrededores de
la ciudad. Los caminos del campo están limitados por cercas. Los extraños que acampan
por allá, que no tienen derecho de ciudadanía en la ciudad, tienen que ser traídos a la
fuerza. Según la cortesía oriental, hasta los más pobres deben resistirse a toda invitación
hasta que tomados de la mano y con suave violencia (24,29) se los introduzca en la casa.
Esas gentes, que andan vagando fuera de la ciudad, ¿podrán ahora ir a la ciudad, a un
«gran banquete»? Les parece increíble. No se creen dignos.
24 Porque os digo que ninguno de aquellos que estaban invitados
ha de probar mi banquete.
Estas últimas palabras de la parábola no las dice ya el amo de casa, sino Jesús. Es como
si saliera al proscenio y hablara al público (*). La parábola va avanzando cada vez más
hacia Jesús. Primero se habla de «un hombre» (v. 16), luego se dice «el amo de casa»
(v21b), y finalmente se lo llama «señor» (v. 23). Jesús mismo pronuncia las palabras
conminatorias de la exclusión de los primeros invitados que habían despreciado su
invitación.
El fariseo que durante la comida había pronunciado su «bienaventuranza», estaba
persuadido de que tomaría parte en el banquete del fin de los tiempos. ¿Puede estar tan
seguro? Desde luego, todo Israel fue invitado por Dios a lo largo de la historia de la
salvación. Ahora tiene lugar el llamamiento último y decisivo, la invitación definitiva: por
Jesús. Se ha iniciado la hora más decisiva de la historia de la salud. «Ahora es el tiempo
favorable; ahora es el día de salvación» (2Cor 6,2; Is 49,8; Lc 4, 21). Ahora hay que
dirigirse a Jesús y hay que escuchar su invitación (13,24.25s). ¿Qué es lo que sucede? Se
rechaza su invitación. El desenlace: «Ninguno de aquellos que estaban invitados ha de
probar mi banquete.» ¿Qué decir ahora de la seguridad del fariseo?
Las razones que dan los invitados para excusarse están desarrolladas tan ampliamente
por Lucas (**) que merecen ser examinadas. La propiedad (un campo), los negocios y las
faenas (los bueyes), la mujer (contraer matrimonio) son los impedimentos para
cumplimentar la invitación. Tres motivos parecidos impiden que se desarrolle y dé fruto la
palabra de Dios: «Lo que cayó entre zarzas son los que oyeron; pero con las
preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, se van ahogando y no llegan a
madurar» (8,14). A la propiedad y al amor de la mujer se opone en san Mateo el
llamamiento a la pobreza y a la virginidad (Mt 19,21.11s), llamamiento que no va dirigido a
todos.
La parábola es una invitación a entrar dentro de sí, a convertirse. Se pone en
contingencia la entrada al banquete del reino de Dios, si no se oye y se pone en práctica la
palabra de Jesús. Los tres invitados rechazan la invitación porque los negocios de la tierra,
los asuntos de la vida, los placeres y su satisfacción tienen para ellos más importancia que
el llamamiento de Jesús y la predicación de la Iglesia, que lleva a los hombres esta
invitación de Jesús. Se animan quizá por un momento -como los invitados a la primera
invitación-, pero no toman una decisión seria y definitiva que se traduce en obras; quieren
alcanzar bienestar y disfrutarlo.
Dos clases de hombres son llevados al banquete y ocupan los puestos de los primeros
invitados. También sobre esto conviene reflexionar. Son precisamente los mismos que son
excluidos del reino de Dios por los fariseos: los pobres (tullidos, cojos, ciegos) y los
gentiles. No pertenecen a la sagrada comunidad de Israel y no pueden esperar gozar de la
comunidad de mesa en el reino de Dios. Jesús juzga diferentemente. Precisamente a los
pobres y a los paganos despeja Jesús el camino del banquete en el reino. En ellos halla
eso que él mismo anuncia como condición fundamental para entrar en el reino. Los pobres
y los paganos que aceptan la invitación no se atreven a creer que se les ha invitado a ellos;
tienen que ser llevados y forzados a entrar. Se reconocen pobres delante de Dios y se
tienen por indignos, como la pecadora en casa del fariseo (7,36), el jefe de publicanos,
Zaqueo (19,1), el publicano en el templo (18,8), el hijo pródigo (15,11), el ladrón crucificado
juntamente con Jesús (23,41).
La parábola del gran banquete cierra el symposion lucano. De ella se proyecta luz sobre
el banquete que celebran las comunidades cristianas el domingo. ¿Quiénes son, pues, los
que allí se congregan? Pablo hace la presentación de la comunidad de Corinto: «Fijaos,
hermanos, quiénes habéis sido llamados: no hay entre vosotros muchos sabios según la
carne, ni muchos poderosos, ni muchos de noble cuna; todo lo contrario: lo que para el
mundo es necio, lo escogió Dios para avergonzar a los sabios, y lo que para el mundo es
débil, lo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte, y lo plebeyo del mundo y lo despreciable,
lo que no cuenta, lo escogió Dios» (lCor 1,26-28). ¿Por qué así? En la comida de un
príncipe de los fariseos -en una comida festiva de sábado- sólo uno halló la salud y
salvación: el pobre hidrópico despreciado...
Sobre el symposion se extiende la luz, el resplandor del amor generoso, misericordioso,
de Dios, que se goza de darlo todo a los que no tienen nada: al hidrópico, a los tullidos,
cojos y ciegos -y a los gentiles que viven fuera del abrigo de la ciudad de Dios-; todos éstos
son saciados porque tienen hambre y no poseen nada. Los que se jactan de poseer, salen
con las manos vacías (1,53). Esta fe, esta convicción de que lo más grande que puede
esperar el hombre es don y gracia, es lo que crea la verdadera comunidad, que congrega a
las gentes en el banquete del Señor. El saber que la adhesión al Señor es lo decisivo en el
camino de la salud, esto es lo que proporciona el verdadero fruto de la eucaristía:
participación en la muerte del Señor hasta que él venga (22,20; lCor 11,25). El symposion
se celebra camino de Jerusalén.
...............
* Análogamente también 11,8; 15,7; 16,9; 18,8.14; 19,26.
** Mateo, en la parábola paralela, aduce sólo dos razones: el campo y el negocio (Mt 22,5);
esta forma más
sucinta parece ser la más original.
...............
3. ABNEGACIÓN CRISTIANA (14,25-35).
Para entrar en el reino de Dios es necesario seguir el llamamiento de Jesús. Ya en la
parábola del gran banquete ha aparecido claro que hay impedimentos para aceptar este
llamamiento. En una nueva unidad literaria, en la que se combinan dichos de Jesús
transmitidos por tradición, se muestran las condiciones del seguimiento más radical de
Jesús: renuncia al abrigo y seguridad en la familia y prontitud para dar la vida (v. 25-27),
serena ponderación y consideración de si se ha de tomar la decisión de seguir a Jesús de
esta forma tan radical (v. 28-32), desapego de toda propiedad (v. 33). Sólo así se logra vivir
el verdadero sentido del seguimiento de Jesús en calidad de discípulo y de la entrega total
a Jesús, y estar a la altura de la responsabilidad que esto implica (v. 34). En la comunidad
hay personas que viven voluntariamente en virginidad y pobreza (ICor 7,8; Act 4,37). ¿Qué
hay que decir sobre esto?
a) Renuncia del discípulo de Cristo
(/Lc/14/25-27)
SGTO/QUE-ES
SGTO/EXIGENCIAS
25 Grandes multitudes iban caminando con él, y volviéndose hacia
ellas, les dijo:...
La gran muchedumbre del pueblo quieren ser discípulos de Jesús. Van tras él. ¿Sabe la
multitud lo que esto significa y lo que exige? Jesús camina hacia Jerusalén, donde le
aguarda la glorificación, pero también la pasión y la muerte... ya se han dejado oír algunas
exigencias formuladas a los discípulos, ya se han mencionado algunas condiciones de la
glorificación: «Esforzaos por entrar por la puerta estrecha» (13,24). Quien quiera entrar al
gran banquete, debe seguir inmediatamente el llamamiento y la invitación y diferir la visita
de su campo, la prueba de las yuntas de bueyes, el tomar esposa (14,18-20). ¿Qué quiere
decir caminar con él? ¿Llegar a la «elevación»?
La multitud del pueblo camina tras Jesús; él tenía que volverse cuando quería dirigirle la
palabra. Se ha dado el primer paso en el seguimiento de Jesús. El pueblo ha tomado
conocimiento de Jesús, se le ha adherido no obstante la contradicción de muchos, le sigue
y oye su palabra. Lo que salva es sólo la adhesión a Jesús. ¿Pero basta con ir tras él?
¿Qué significa seguir a Jesús?
26 Si alguno viene a mí y no odia a su padre y a su madre, a la
mujer y a los hijos, a los hermanos y hermanas, y más aún, incluso a
sí mismo, no puede ser mi discípulo.
El que viene a Jesús para ser su discípulo tiene que poner a Jesús por encima de todo,
poner todo lo demás en segundo lugar. Lo que esto significa, lo formuló Jesús con una
palabra tremendamente dura, extremada, imposible de pasar inadvertida, provocativa:
odiar. Odiar todo lo que amamos y tenemos el deber de amar: las personas que están
unidas con nosotros con los vínculos más fuertes, la familia, que asegura protección y
abrigo -la expresión presupone la gran familia-, la propia vida... Sólo Jesús se propone
como el único objeto de amor, como el único refugio, como dispensador de vida.
Jesús ha predicado el amor, no el odio. Ni tampoco pensó en dejar sin vigor el cuarto
mandamiento (18,19s). Según la manera de hablar semítica, odiar significa poner en
segundo lugar, posponer (Cf. Gn 29,30.31.33; Dt 21.15ss; Jc 14,16). Mateo explica lo que
quiere decir Lucas, con estas palabras: «El que ama a su padre o a su madre más que a
mí» (/Mt/10/37). «Odiarse» a sí mismo significa lo mismo que negarse a sí mismo (9,23).
Padre, madre, mujer, hijos, hermanos, hermanas, la propia vida deben pasar a segundo
término delante de Jesús. La adhesión a Jesús (en algún sentido) es condición ineludible
para alcanzar el reino de Dios, el más alto de todos los valores. Por lo menos en caso de
conflicto hay que poner a Jesús por encima de todo lo demás y desligarse de cualquier otro
vínculo.
De Leví, padre y patriarca de los levitas que sirven en el templo se dice que dijo así
acerca del padre y de la madre: «No los conozco», que no consideró a sus hermanos y
desconoció a sus hijos (Dt 33,9). Levi se siente ligado incondicionalmente al templo, a la
ley, y a la alianza de Dios; por razón de este vínculo deja en segundo lugar todas las
obligaciones con su familia. Para Leví, consagrado a Dios, la ley de Dios y la alianza son
las realidades incondicionales que hay que anteponer a todo lo demás. Para los discípulos
de Jesús es Jesús la realidad incondicional, exclusiva, que no admite comparación. Él es la
ley, el nuevo orden salvífico, la revelación de Dios, la verdad (Jn 14,6) y la realidad, en
cuya comparación todo lo demás no es sino sombra. Sólo en él está la salvación (Act
4,12).
27 Quien no lleva su cruz y viene tras mí, no puede ser mi
discípulo.
CZ/LLEVAR ABNEGACIÓN Estas palabras se pronuncian en camino hacia Jerusalén,
donde aguarda a Jesús la muerte de cruz. Quien quiera seguirle, tiene que estar dispuesto
a llevar su cruz. Jesús va delante en el camino del Calvario. En la antigüedad, el que era
crucificado debía arrastrar hasta el lugar de la ejecución la viga transversal. La palabra de
Jesús es una palabra figurada, una imagen (*). La muerte en cruz es castigo de los infames,
de los desertores y de los esclavos. El que lleva la cruz pierde la vida, la honra, y está
condenado a la destrucción total; se dice: «Maldito el que está colgado de un madero» (cf.
Gál 3,13). El que se resuelve a seguir a Jesús, debe estar pronto a tomar sobre sí todo lo
que está incluido en esta gama, pero que repugna al hombre hasta lo más hondo de su ser.
Jesús, Maestro y Señor, lleva la cruz y es un crucificado; éste es su camino hacia la
«elevación».
¿Qué significa seguir a Jesús? Los muchos que caminan con Jesús hacia Jerusalén
¿están dispuestos a ponerlo por encima de todo, a tomar sobre sí su suerte, a cargar con la
cruz, a exponer su vida si Dios lo exige en el seguimiento de Jesús? Tales exigencias se
fundan en la palabra y llamamiento de Jesús.
...............
* No está resuelto si al hablar Jesús de llevar la cruz hace una predicción de su muerte o bien
emplea un giro
popular. ¿De dónde provendría éste? ¿De Ez 9,4-6: Se salvará el que lleve marcada la T (+)?
¿De Gén 22,6,
donde Isaac lleva su haz de leña para el sacrificio?
b) Decisión deliberada
(Lc/14/28-32).
28 Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se
sienta antes a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? 29
No vaya a ser que, si después de poner los cimientos no puede
acabarla, todos los que la vean empiecen a burlarse de él 30
diciendo: Este hombre comenzó a edificar, pero no pudo terminar.
La parábola empieza en estilo semítico. El que la oye, puede y
debe juzgar por sí mismo. Se pone el caso de uno que quiere edificar una torre. ¿Un
edificio de varias plantas? ¿Una fortaleza? ¿Un gran edificio mercantil? Ahora bien, los
oyentes de Jesús son por lo regular gentes sencillas, labradores, viñadores. A ellos se
dirige Jesús: ¿Quién de vosotros...? En la parábola de los viñadores homicidas se dice:
«Un hombre plantó una viña y la rodeó de una cerca, cavó un lagar y construyó una torre»
(Mc 12,1). Esta torre en una viña tenía una doble finalidad. En temporadas de mucho
trabajo servía de habitación; en todos los casos servía para vigilar, pues desde el terrado
plano se divisaba todo sin dificultad y se podía observar si se acercaban ladrones o
animales. Todo viñador soñaría con poseer, en lugar de una cabaña de follaje, una
verdadera torre en medio de su viña. Aquí comienza la parábola de Jesús. Si uno de
vosotros, que posee una viña, quiere edificar en ella una torre de vigía, no llamará sin más
a los albañiles y aprontará el material de construcción, sino que primero reflexionará para
ver si los medios de que dispone le permiten llevar a cabo la construcción. Se sienta, hace
cálculos con la pluma en la mano, se toma tiempo para reflexionar. Se comparan los gastos
de construcción y el capital disponible. Sólo cuando consta que es suficiente el capital se
comienzan las obras. El que se ahorra estas reflexiones y, un día, cuando le viene la idea,
manda comenzar las obras, se expone a graves riesgos. Podría suceder que viniera a
gastarse todo el capital cuando apenas se hubieran echado los cimientos. ¿Qué hacer
entonces? Habrá que suspender las obras, él habrá despilfarrado su dinero y todos los que
vean la obra sin acabar se le reirán tratándole de charlatán y fanfarrón, de hombre
irreflexivo. Jesús quiere decir, y en ello todos le dan la razón: nadie de vosotros querrá
hacer semejante tentativa, sino que reflexionará y calculará diligentemente y sólo dará la
orden de edificar cuando esté seguro de que tiene medios suficientes para llevar a término
su proyecto. De lo contrario, vale más dejar el asunto.
31 ¿O qué rey, teniendo que salir a campaña contra otro rey, no se
sienta antes a reflexionar si será capaz de enfrentarse con diez mil
hombres al que viene contra él con veinte mil? 32 De lo contrario,
mientras el otro está todavía lejos, le envía una embajada para
pedirle condiciones de paz.
La segunda imagen no está ya tomada de la vida de las gentes sencillas, sino de la alta
política. Por eso no se comienza aquí, como antes, con las palabras «¿Quién de
vosotros?», sino que se dice: «¿Qué rey?» Se pone el caso de un rey que quiere guerrear
contra otro rey. Este otro rey ha emprendido ya la marcha. ¿Qué hará el rey que se ve
agredido? ¿Salir precipitadamente al encuentro del enemigo, con su ejército reclutado de
prisa con trompetas y tambores, sin considerar antes cuál es la proporción de las fuerzas?
Sabe que el rey enemigo avanza contra él con veinte mil hombres y que él mismo sólo
dispone de diez mil hombres en condiciones de combatir. ¿Vale verdaderamente la pena
oponer resistencia? Por lo regular es imposible derrotar a un enemigo que cuenta con doble
contingente de fuerzas. Cuando las circunstancias ayudan, no todo depende del número.
Por ejemplo, Judas Macabeo, el año 165 a.C., derrotó al general sirio Lisias sólo con diez
mil hombres, mientras que el ejército sirio contaba sesenta mil hombres, más 5000 de a
caballo (1M 4,28-35). Hay que considerar y estimar no sólo el número de los soldados, sino
también su armamento, su moral de guerra, la pericia de los oficiales, las cualidades del
general en jefe. El rey se sienta y se pone a considerar. Sólo se lanza al combate si el
resultado de sus reflexiones le permite esperar un desenlace favorable. De lo contrario,
pide condiciones de paz y se rinde sin más.
La doble parábola expresa la misma idea con dos ejemplos diametralmente opuestos:
condiciones grandes y pequeñas, un pequeño labrador, un gran rey ¿Qué idea se trataba
de representar gráficamente? Evidentemente ésta: el que emprende algo grande examina
antes cuidadosamente si tiene medios y fuerzas suficientes para tal empresa En el centro
de ambas parábolas se dice: «no se sienta antes», «a calcular», «a reflexionar». ¿Pero
esto es todo? ¿No se trata en las parábolas de una elección: construir la torre o no
construirla; emprender la guerra o someterse? Si resulta que los medios son insuficientes,
vale más renunciar sencillamente a la empresa. En la parábola del rey que trata de
guerrear, se dice esto expresamente. En la otra parábola se hace referencia a los perjuicios
que acarrea un proceder inconsiderado: en lugar de ventajas, sobrevienen inconvenientes.
Las parábolas dobles ilustran la misma idea, pero no de la misma forma. Con la idea
principal se asocian las dos ideas secundarias mencionadas. La doble parábola quiere
decir: primero pensar, luego osar; mejor no comenzar en absoluto una cosa, que lanzarse a
ella con medios insuficientes para acabar en un fracaso. Con estas ideas no quiere Jesús
dar reglas de prudencia para la vida cotidiana; Lucas encuadra las dos parábolas en la
doctrina de las graves exigencias que implica el seguir a Jesús. La gran empresa es seguir
a Jesús, hacerse su discípulo. Quien se sienta inclinado a seguir a Jesús y a ser su
discípulo debe comenzar por reflexionar y considerar bien si tiene también la voluntad seria
y resuelta y las fuerzas que se requieren, no sólo para hacerse discípulo de Jesús, sino
para serlo de veras y perseverar como tal. Quien no se sienta a la altura de este quehacer,
vale más que lo deje. En efecto, el fracaso pone en peligro la salvación.
Así interpretadas, las dos parábolas plantean una difícil cuestión: ¿Dejó, pues, Jesús al
arbitrio de cada uno el asunto de que habla? Seguir a Cristo ¿no es necesario a todos
para la salvación? ¿Quiere Jesús que los que tratan de seguirle se pregunten si quieren
seguirle de veras y, si no, que lo dejen? Su llamamiento a seguirle ha decidido ya acerca de
este «si». Pues si ello es así, ¿qué quieren decir todavía las parábolas?
El seguimiento de Cristo puede efectuarse de diferentes maneras. Sigue a Jesús
quien oye y pone en práctica su llamamiento a la conversión y a la fe en su mensaje. Pero
los Evangelios conocen también un seguimiento que consiste en la adhesión permanente a
Jesús, abandonando por consiguiente casa, profesión y familia. De esta manera siguieron a
Jesús los apóstoles. No a todos los que le siguen exige Jesús que renuncien al matrimonio,
sino únicamente a aquellos a quienes es dado por Dios comprender esta palabra (Mt
19,12). Ni tampoco exige a todos que renuncien totalmente al dinero y a los bienes. El
publicano Zaqueo no renunció a todos sus bienes después de su conversión (19,1-10). Las
mujeres galileas que seguían a Jesús no se privaron de todo lo que poseían (8,3). Cuando
Jesús habla de las graves exigencias de su seguimiento, se refiere, según este pasaje de
san Lucas, al seguimiento más estricto. Para esto no basta mero entusiasmo, un fervor
momentáneo. Lleva consigo una renuncia radical, incluso a lo que parece ser
imprescindible para la vida. Esto es lo que requiere reflexión madura antes de emprender
tal seguimiento de Cristo (cf. 9,57s). Jesús quería impedir que se le unieran entusiastas que
comienzan con ardor, pero que luego se hastían de la vida fatigosa y acaban incluso por
perder la fe (Jn 6,60-71).
Es posible que la elección de las imágenes de las parábolas se refiera al seguimiento de
Jesús tal como lo practican los apóstoles: edificación de una torre y guerra. Edificación y
combate están encomendados a los apóstoles (Rom 15,20; Flp 2,25). Uno y otro exigen
decisión, reflexión, entrega total. Gloria y paz coronarán estas obras; se verá dominada la
ignominia y la cruel servidumbre. La salvación mesiánica es gloria y paz.
(_MENSAJE/03-2.Págs. 39-54)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 32
c) El verdadero discípulo
(Lc/14/33-35)
33 Igualmente, pues, ninguno de vosotros que no renuncie a todos
sus bienes, puede ser mi discípulo.
Al discípulo se le exige optar «incondicionalmente» por Jesús; las personas queridas, la
propia vida, el honor deben posponerse a Jesús. También la propiedad. Una sentencia
particular exige el abandono de la propiedad por parte de los compañeros y colaboradores
estables de Jesús. Todos sus pensamientos e intenciones deben estar orientados a lo que
concierne al reino de Dios. La propiedad domina al hombre, tiene absorbido su pensar y su
vida, lo somete a su hechizo. «No podéis servir a Dios y a Mamón» (16,13). El llamamiento
de Pedro y de los dos hijos del Zebedeo se cierra con estas palabras: «Dejándolo todo, lo
siguieron» (5,11). Del publicano Leví se refiere: «Dejándolo todo, lo seguía» (5,28). Pero,
como portavoz de los doce, puede decir que lo han dejado todo (18,28). Sin embargo, no a
todos los que en alguna manera quieren seguir a Jesús se les exige que renuncien a todo
lo que poseen. En la primitiva Iglesia de Jerusalén muchos se despojaron de sus bienes
(Act 4,36-5,11), pero se podía pertenecer a la Iglesia sin renunciar a todas las posesiones
(Act 5,4).
34 Buena es ciertamente la sal; pero, si también la sal pierde su
sabor, ¿con qué se le devolverá? 35 Ya no sirve ni para la tierra ni
para el estercolero; la tiran fuera. El que tenga oídos para oír, que
oiga.
CR/SAL La sal es buena y provechosa: para condimentar los alimentos, para conservar
pescados y pieles de animales, hasta para el culto sagrado del sacrificio (Lev 2,13). El
mundo no puede subsistir sin sal. Pero la sal puede perder su virtud de salar. En Palestina
se obtiene del mar Muerto; está mezclada con otras muchas materias, por lo cual puede
«echarse a perder». Entonces pierde su sabor y se vuelve sosa e insípida. ¿Para qué sirve
entonces? Ni siquiera sirve para el campo ni para el estercolero, al que se echa todo lo que
no sirve para nada. La sal quita la fertilidad al suelo. Lo convierte en una tierra desierta y
árida, suelo salino e inhabitable (Jer 17,16). «Todo lugar en que se encuentra sal es estéril
y no produce nada», es una convicción de la antigüedad. La sal es buena mientras
conserva la virtud de salar. El discípulo de Jesús es bueno si tiene el espíritu de verdadero
discípulo, si Jesús es todo para él, si hace pasar a segundo término todo lo que estorba en
su camino hacia Jesús, si se desprende radicalmente de todo para poder entregarse entera
y radicalmente al seguimiento de Jesús, siguiéndole «a dondequiera que vaya» (9,57). Si el
discípulo de Jesús, que se ha decidido a seguirle muy de cerca, no realiza radicalmente
este propósito, entonces se asemeja a la sal que ha perdido su sabor. No es apto para
servir al mundo y se grava con culpa (Mt 5,13). Las palabras relativas a la suerte de la sal
que se ha hecho inservible son tan detalladas, que invitan a recapacitar; son un aviso y una
amenaza.
Lo que dice Jesús sobre la sal tiene un sentido oculto. Para comprenderlo hay que tener
oídos abiertos, hay que reflexionar y estar dispuestos a aceptarlo. El que verdaderamente
oye la palabra y le obedece, recibe fuerza de Dios para salvarse. La palabra es también
invitación. «El que sea capaz de entenderlo, que lo entienda» (Mt 19,12). No todos son
capaces de practicar el seguimiento radical de Jesús. En la Iglesia hay siempre necesidad
de personas que renuncien radicalmente a todo, a fin de que los discípulos de Cristo se
hagan cargo de que por encima de toda posesión de la tierra están el reino de Dios y sus
bienes, y de que todos deben estar de tal manera despegados de la propiedad y de todo lo
demás, que practiquen el desprendimiento incluso materialmente, exteriormente cuando la
decisión lo exija, que ellos mismos entreguen la vida por la causa, cuando tengan que
perder la vida con el martirio por confesar a Jesús. En estos discípulos de Jesús se echa
de ver lo que significa seguir a Jesús en su sentido más profundo. El discurso de Jesús
acerca de las serias exigencias de su seguimiento como discípulos va dirigido a las
multitudes. Éstas deben saber lo que en definitiva significa seguir a Jesús. Estas palabras
no incluyen una exigencia incondicional para todos. «No todos son capaces de aceptar esta
doctrina» (Mt 19,11). Sin embargo, a todos muestra este discurso cuán serio es ser
discípulo de Jesús.
4. ACOGIDA A LOS PECADORES (15,01-32).
Para ser discípulo de Cristo se requiere fundamentalmente la conversión, la fe en la
palabra de Jesús (Mc 1,15) y la adhesión a él. La vida anterior de quien quiere seguir a
Jesús no es impedimento para seguirle y salvarse, con tal que se efectúe la conversión.
Esto se muestra por medio de las parábolas de la oveja perdida, de la dracma perdida (v.
3-10) y del hijo pródigo (v. 11-32). El amor de Dios a los pecadores proclamado en esta
página evangélica tiene la mayor importancia para la predicación misionera entre los
paganos. La tradición que utilizó Lucas refiere que Jesús, en su proclamación del amor
misericordioso de Dios a los pecadores, tuvo que defenderse contra las objeciones de los
fariseos. Es posible que en las comunidades cristianas primitivas afloraran ideas parecidas
a las de los fariseos cuando se acercaban pecadores al bautismo y asistían juntamente con
los «santos» al banquete común.
a) El escándalo
(Lc/15/01-02)
1 Íbanse acercando a él, para escucharlo, todos los publicanos y
pecadores. 2 y tanto los fariseos como los escribas murmuraban,
diciendo: ¡Este hombre acoge a los pecadores y come con ellos!
PUBLICANO/PECADOR: Grandes multitudes del pueblo acompañan a Jesús, pero
también se le acercan todos los publicanos y pecadores. Los publicanos se cuentan entre
la gente más despreciable. Se enumeran juntos: el publicano y el ladrón; el publicano y el
bandido; el publicano y el gentil; cambistas y publicanos; publicanos y meretrices; bandidos,
engañadores, adúlteros y publicanos; asesinos, bandidos y publicanos. Son designados
como pecadores todos aquellos cuya vida inmoral es notoria y los que ejercen una
profesión nada honorable o que induce a faltar a la honradez, como los jugadores de
dados, los usureros, los pastores, arrieros, buhoneros curtidores. También pasa por
pecador el que no conoce la interpretación farisea de la ley, pues si no conoce la
interpretación de la ley, tampoco la observa.
ESCUCHAR/FE: Jesús es profeta, poderoso en obras y palabras (24,19). Los publicanos
y los pecadores han visto sus obras y le han visto a él. Vienen a él para escucharlo. Lo que
han visto se hace comprensible por la palabra. Jesús ofrece la salud y exige conversión,
reforma de las costumbres. Escuchar es el comienzo de la fe, y la fe es el comienzo de la
conversión y del perdón. La coronación del hecho de escuchar es la obediencia que se
cifra en la fe, y la fe que se cifra en obedecer. Los pecadores se acercan a Jesús y por él,
el profeta, a Dios. El profeta es portador del oráculo de Dios. Se acercan para o+r a Dios.
De ellos se puede decir: «Buscadme y me hallaréis. Sí. cuando me busquéis de todo
corazón, yo me mostraré a vosotros... y trocaré vuestra suerte, y os reuniré de entre todos
los pueblos y de todos los lugares a que os arrojé... y os haré volver a este lugar del que os
eché» (Jer 29,12ss).
Los fariseos y los escribas hablan despectivamente de Jesús: Este hombre. Lo
observan en toda ocasión, pues se sienten responsables de la santidad del pueblo.
Descontentos, murmuran: Tolera que se le acerquen los pecadores, los acoge y se sienta
con ellos a la mesa (5,29). Con tal manera de proceder hace vano el empeño que tienen
por la santidad del pueblo escogido.
Su lema es: «El hombre no debe mezclarse con los impíos.» Hay que aislar a los
transgresores de la ley y a los pecadores. Hay que expulsarlos de la comunidad del pueblo
santo de Dios. Así es como se ha de castigar el pecado, estigmatizar el vicio, proscribir al
pecador, restaurar el orden y conservar la santidad. Lo que hace Jesús debe parecer
necesariamente escandaloso. Además él se presenta como profeta que pretende obrar y
hablar en nombre de Dios.
Jesús responde a los fariseos con una trilogía de parábolas. Las dos primeras responden
al reproche de que acoge a los pecadores; la tercera, que culmina en el banquete festivo,
responde al reproche de que Jesús come con ellos. Jesús tiene conciencia de proclamar el
mensaje de Dios y no tiene nada de qué retractarse. Los pobres reciben la buena nueva, el
Evangelio, y entre los pobres se cuentan también los pecadores que están dispuestos a
convertirse.
b) Gozo por hallar al extraviado
(Lc/15/03-10)
3 Entonces les propuso esta parábola: 4 ¿Quién de vosotros,
teniendo cien ovejas y habiendo perdido una de ellas, no abandona
las noventa y nueve en el desierto, y va en busca de la que se le ha
perdido, hasta encontrarla? 5 Y cuando la encuentra, se la pone
sobre los hombros, lleno de alegría, 6 y apenas llega a casa, reúne a
los amigos y vecinos, y les dice: Alegraos conmigo, que ya encontré
la oveja que se me había perdido. 7 Os digo que igualmente habrá
más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierte, que por
noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión.
Palestina es una tierra en que abundan los rebaños de ovejas y de cabras. Todo el
mundo conoce al pastor y su género de vida. Lo que Jesús enfoca e ilustra en el ejemplo
del pastor es su solicitud por el rebaño y su amor a los animales. Desde antiguo, en el
pueblo de Israel, es presentado Dios bajo la imagen del pastor por profetas, poetas y
sabios (Is 40,11; 49,10; Zac 10,8; Sal13,1-4; 78,52; Eclo 18,13.).
La parábola comienza con una pregunta (cf. 14,28.31). El que la oye juzgará por su
propia experiencia. El pastor obra como dice Jesús. Toma sobre sí toda solicitud y fatiga
por cada animal descarriado de su rebaño, como si no tuviera otro, como si no contaran los
otros noventa y nueve. Ninguno le es indiferente, no quiere perder ni uno solo. Que le
queden noventa y nueve no le resarce de la pérdida de uno. El pastor pone sobre sus
hombros la oveja hallada. Esto está observado de la vida misma. Cuando la oveja se
extravía del rebaño, va corriendo sin meta de una parte a otra, se echa al suelo sin fuerzas
y es preciso cargar con ella. El pastor la trata con más delicadeza que a las otras. Sin
embargo, la búsqueda por un terreno montañoso y pedregoso le impone esfuerzos y
fatigas. Pero todo lo olvida cuando recobra la oveja perdida.
Su alegría es tan grande que no puede guardarla para sí. La anuncia a los amigos y
vecinos. Una y otra vez tiene que repetir: Ya encontré la oveja que se me había
perdido.
Como se alegra el pastor por una única oveja que se había perdido y se ha vuelto a
encontrar, así se alegra Dios por uno solo que era pecador y se convierte. Así es Dios. Ni
un solo pecador le es indiferente. No se consuela con los muchos justos. Busca al pecador,
también éste es suyo; nunca lo abandona. Le causa preocupación y dolor, aun cuando va
por caminos extraviados.
Cuando el pecador extraviado se convierte y se deja encontrar, no le aguardan
reproches, recelos ni duras prescripciones. Dios salva, perdona, recibe en casa con alegría
y con toda clase de demostraciones de amor. «Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su
Hijo único, para que el que cree en él no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3,16).
Habrá alegría en el cielo, cerca de Dios. La alegría se pone en futuro. Dios se alegrará en
el juicio final cuando a uno de los más pequeños notifique su sentencia de absolución. Dios
se goza en perdonar, no en condenar. La historia de la salvación hasta el juicio final está
penetrada de la misericordia de Dios.
Más alegría habrá por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos
que no tienen necesidad de conversión. También los doctores judíos contraponen a los
«hombres de la conversión» (que hacen penitencia y se convierten) los «justos perfectos».
Unos y otros pueden decir: «Bien haya el que no ha pecado y aquel a quien se ha
perdonado el pecado.» Jesús dice más. También el Antiguo Testamento sabe que Dios no
se complace en la muerte del pecador, sino más bien en que se convierta y viva (Ez 18,23).
Jesús se esfuerza por hallar palabras cuando quiere describir el amor de Dios que perdona
y que salva. Los hombres hablamos de mayor alegría cuando ésta viene de donde no se
esperaba. El pecador se había perdido y ha sido encontrado. Grande, serio, incomprensible
es el amor de Dios, su voluntad de perdonar. La mayor alegría celebra la omnipotencia
creadora del amor cuando éste pone un nuevo comienzo.
Dado que a Dios causa alegría perdonar a los pecadores y volverlos al hogar, también
Jesús debe cuidarse de los pecadores y sentarse a la mesa con ellos. El tiempo de
salvación que él anuncia es tiempo de misericordia y de alegría. Dios se alegra cuando
perdona, los pecadores se alegran cuando son perdonados; ¿habrán de murmurar los
«buenos»? ¿Repudiarán ellos cuando Dios busca? ¿Se amargarán cuando alborea el
tiempo de júbilo? Jesús justifica su amor a los pecadores al justificar el amor que les tiene
Dios. Defensa paradójica: tener que defender al Dios santo contra los reproches de los
hombres... Sólo el que cree que se ha inaugurado el reino de Dios y que Dios reina por su
misericordia, puede creer que el amor a los pecadores puede santificar al pueblo. Los
fariseos no comprenden que ha llegado la gran mutación de los tiempos, porque no aceptan
el mensaje de Jesús.
8 ¿O qué mujer que tenga diez dracmas, si se le pierde una, no
enciende una lámpara y barre la casa, y la busca cuidadosamente
hasta encontrarla? 9 Y cuando la encuentra, reúne a las amigas y
vecinas y les dice: Alegraos conmigo, que ya encontré la dracma que
se me había perdido. 10 Igualmente -os digo- hay gran alegría entre
los ángeles del cielo por un solo pecador que se convierte.
PARA/MONEDA-PERDIDA Hay un cambio de escena. Al lado del hombre aparece la
mujer, al lado del que posee bienes, la pobre. Así piensa y obra el ser humano, ya sea
hombre o mujer, rico o pobre. Dos testigos confirman la verdad cuando concuerda su
testimonio (Dt 19,15). E1 inaudito amor de Dios a los pecadores es verdad, no es
exageración, no es un error. Lo que se ha dicho se ve ahora confirmado. El que recita dos
veces los mismos versos los graba más hondamente en el oyente, induce a recapacitar.
Las canciones repiten el tema en diferentes estrofas. Dios es con toda seguridad tal como
Jesús lo pinta. No como creen saberlo y lo dicen los piadosos, los doctores de la ley, los
sabios de Israel. Una dracma tiene el valor de un denario de plata, que es el jornal de un
trabajador (Mt 20,2). Diez dracmas no representan un capital, pero para la pobre mujer eran
mucho. La mujer no dispone de dinero para los gastos de la casa, pues el que compra es el
hombre. Quizá tenía cariño a aquella moneda porque formaba parte de las arras de su
boda, que durante largos años llevaba cosidas en una especie de turbante para no
perderlas. Ahora se le ha perdido una dracma.
La mujer busca con gran diligencia. Faena difícil en una casa de Palestina. En una
habitación estaba reunido todo. Había poca luz. La mujer enciende una lámpara, alumbra
todos los rincones, barre la case, busca por todas partes hasta que aparece la moneda.
La alegría es grande y no se puede contener: tiene que comunicarse. Los que han
participado de su aflicción tienen también que conocer su alegría. Una y otra vez repite la
mujer lo que en aquel momento la emociona: «Ya encontré la dracma que se me había
perdido.»
Así se alegra Dios por un pecador que se convierte. La alegría de Dios se hace visible en
la alegría de los ángeles, en el gozo de la corte celestial. Su alegría es el reflejo de la
alegría de Dios. En la primera parábola se decía: Habrá alegría en el cielo; ahora se dice:
Hay alegría entre los ángeles. No se pronuncia el nombre de Dios. Las palabras de Jesús
sobre la alegría de Dios por los pecadores que se convierten, son atrevidas y al mismo
tiempo reservadas, revelan y velan a la vez. El amor misericordioso de Dios no ha de borrar
la soberana santidad de Dios...
En las dos parábolas se dice que Dios se alegra por el pecador que se convierte. No se
suprime la distinción entre pecador y justo, no se pasa expresamente por alto, y menos aún
se trata irónicamente, Jesús no habló nunca como si el pecado no fuera pecado. Si
también, como los profetas, reclama conversión y penitencia. La exige más radicalmente
que cualquier profeta de los que le precedieron. Llamar a la conversión lo considera como
la razón de su misión: «El reino de Dios está cerca, haced penitencia» (Mc 1,15). Todos
deben hacer penitencia, porque todos son pecadores delante de Dios. Al llamar a
penitencia y conversión amenaza con el juicio y la perdición. También la predicación del
amor de Dios a los pecadores es predicación de conversión, predicación de salud y
predicación de penitencia.
Jesús anuncia el alborear del tiempo de salvación: «El reino de Dios está cerca.» De este
reino de Dios que se inicia forma parte la gozosa misericordia de Dios con todos los que se
vuelven a su gracia salvadora. El rasgo más original e incomparable del anuncio del reino
de Dios por Jesús es la revelación del amor que Dios tiene a los pecadores.
Los doctores de la ley pretenden saber que el pecador no era amado por Dios antes de
su conversión. Sólo cuando ha abandonado las malas obras y las ha reparado, le otorga
Dios su amor. «Convertíos, y os acogeré... Si una persona se convierte perfectamente,
entonces le perdona Dios.» Jesús habla de otra manera: La iniciativa parte de Dios. El
pastor va en busca de la oveja perdida, la mujer busca la moneda. La alegría se expresa
así: «Encontré lo que se me había perdido.» «En esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que el nos amó y envió a su Hijo como sacrificio de
purificación por nuestros pecados... Nosotros amamos porque él fue el primero en
amarnos» (/1Jn/04/10/19). El pecador no puede volver por sí mismo, sino que Dios debe
volverlo al hogar (Jer 24,7).
(Págs. 55-65)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 33
c) El hijo pródigo
(Lc/15/11-32)
11 Añadió luego: Un hombre tenía dos hijos. 12 Y el más joven de
ellos dijo al padre: Padre, dame la parte de la hacienda que me
corresponde. Entonces el padre les repartió los bienes. 13 No muchos
días después, el hijo más joven lo reunió todo, se fue a un país lejano y
allí despilfarró su hacienda, viviendo licenciosamente.
Las dos parábolas relativas a la búsqueda de lo que se había perdido han puesto de
manifiesto el proceder de Dios con los pecadores; la parábola del hijo pródigo mostrará
también lo que pasa en el que se ha perdido. Antes se habían perdido una oveja y una
moneda, aquí se ha perdido el hijo... Anteriormente se ha hablado de retorno, de
conversión, pero sin decir lo que ésta significa. Ahora se descubre el sentido de esta
palabra. En ambos casos se trata de defender Jesús el proceder misericordioso de Dios
con los pecadores.
El hombre que tiene dos hijos es un labrador hacendado: tiene muchos jornaleros, a los
que no les falta nada (v. 17) y criados (v. 22); tiene inmediatamente a su disposición un
becerro cebado (v. 23). Los dos hijos son solteros, aún no han cumplido veinte años. El
padre mismo explota su granja. El hijo menor ruega -así habrá que entender el imperativo
después de la cordial interpelación como «padre»- que le sea entregada la parte de la
herencia que le corresponde por la ley. La granja misma, siendo bien inmueble, era
inalienable y debía recaer en el hijo mayor (Lev 25,23ss). De los bienes muebles recibe el
primogénito dos terceras partes, el resto, por partes iguales, los demás (Dt 21,17). En esta
narración el hijo menor pidió la tercera parte de los bienes muebles. Aunque la parte de los
bienes que correspondía a cada uno se transmitía ya en vida del padre, esto no implica, sin
embargo -además del derecho de propiedad-, derecho de disposición y de usufructo. El
padre otorga la petición. Reparte el capital entre los hijos. El mayor es designado como
propietario futuro absoluto (v. 31), pero el padre ejerce el usufructo (v. 22s.29). El hijo
menor pide la propiedad y el derecho de disponer, pues quiere ser independiente. Ambos
derechos le son otorgados. El padre no lo trata ya como menor de edad. Es un riesgo que
se afronta.
La vida en la casa paterna, con sus reglamentos y
obligaciones, ha venido a ser una carga para el hijo, que aspira a la autonomía y quiere
vivir a su arbitrio. Pocos días después el hijo menor lo reúne todo, lo liquida y se va al
extranjero, a la tierra al este del Jordán. Palestina no podía alimentar a sus habitantes.
Quien quisiera prosperar, tenía que abandonar el país. En la diáspora vivían cuatro
millones de judíos, en la patria, en Palestina, medio millón. La patria es una atadura, el
extranjero promete una libertad e independencia que seduce. En el extranjero acaba pronto
por gastarse el capital en una vida de libertinaje y despilfarro. «EI que ama la sabiduría
alegra a su padre, el que frecuenta rameras pierde su hacienda» (Prov 29,3).
14 Después de haberlo malgastado todo, sobrevino un hambre
muy grande por toda aquella región, y él comenzó a sufrir
privaciones. 15 Y fue a ponerse al servicio de uno de los ciudadanos
de aquella región, que lo mandó a sus campos para apacentar
puercos. 16 Y ansiaba llenar su estómago siquiera de algunas
algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba.
En períodos de hambre y de carestía lo pasa mal incluso quien posee capital. ¿Qué decir
del que no tiene nada? ¿Qué haría el hijo que se lo había gastado todo y no le quedaba ya
nada? Los doctores judíos de la ley dirían que debía andar hasta destrozarse los pies para
llegar a la próxima comunidad judía e implorar allí ayuda y trabajo. ¿Qué hace, en cambio,
el «hijo pródigo». Lo más insoportable para un judío piadoso. Se presenta a un ciudadano
de aquel país pagano y se agarra a él como un pordiosero importuno. Quiere trabajar para
poder vivir, quiere hacer todo lo posible para no perecer, quiere sacrificarlo todo para poder
siquiera «ir tirando», y nada más. Se halla en una tierra pagana, en la que no existe el
reposo sabático, no hay comidas rituales, no se observan leyes de pureza. Vive en medio
de pecadores y de gentes sin ley. El trabajo que asume es intolerable para un judío
piadoso: «Maldito el hombre que cría puercos.» Tiene que tratar constantemente con
animales impuros (Lev 11,7), con lo cual reniega de su religión. El hijo pródigo se vuelve
pecador, apóstata, impío. ¿Qué le queda ya?
En el hijo pródigo se demuestra la verdad del proverbio: «El bebedor y el comilón
empobrecerán» (Prov 23,21). Se ve privado de todo lo que necesita el hombre para poder
vivir como hombre. Pasa hambre. La comida que se le da es tan escasa, que suspira por el
pienso de los puercos. Ansiaba llenarse el estómago con las algarrobas a medio madurar
que se daban a los puercos. Él vale menos que los animales; nadie le da de ese pienso; es
un forastero. Tiene que vivir como bajo la maldición de Dios... «El Altísimo aborrece a los
pecadores y les hará experimentar su venganza» (Eclo 12,6). ¿Los odia Dios siempre y
para siempre?
17 Entrando entonces dentro de sí mismo, se dijo. ¡Cuántos
jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, mientras yo estoy aquí
muriéndome de hambre! 18 Ahora mismo iré a casa de mi padre, y le
diré: Padre, pequé contra el cielo y contra ti; 19 ya no soy digno de
llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros.
Los judíos tienen un refrán que dice: «Cuando los israelitas tienen necesidad de
algarrobas, entonces se vuelven (a Dios).» En el hijo pródigo se verifica el refrán. Entra
dentro de sí mismo, recapacita. Todo lo que se arremolinaba en torno a él, se le ha
escapado. Su miseria le trae a la memoria la casa paterna con su abundancia. Las
algarrobas de los puercos le hacen pensar en el pan de los jornaleros, el extranjero tan
poco acogedor le traslada a la casa de su padre. No quiere consumirse, sino vivir. Ni Dios
ni su padre ocupan el centro de sus reflexiones, sino en primer lugar salir con vida del
hambre que padece en país extranjero. «Si el impío entra dentro de sí» -hacen decir a Dios
los doctores judíos de la ley- «le ceñiré una corona a la hora de la muerte (la corona de la
vida eterna)... Si el impío entra dentro de sí, podrá entrar cada vez más (en la proximidad
del Santo).» El camino del que entra dentro de sí conduce a Dios...
El hijo pródigo entra dentro de sí, se vuelve a su padre y va a acabar en Dios. Las
palabras de su conversión están inspiradas en la Sagrada Escritura: «El faraón llamó en
seguida a Moisés y Aarón, y dijo: He pecado contra Yahveh, vuestro Dios, y contra
vosotros» (Ex 10,16). Y en los Salmos se hallan estas palabras: «Contra ti, sólo contra ti he
pecado, he hecho lo malo a tus ojos para que sea reconocida la justicia de tus palabras y
seas vencedor en el juicio» (Sal 51,6). El recuerdo de la casa paterna, de su abundancia,
de su vida religiosa -y el recuerdo del que está por encima de todo, el padre- le hace
acordarse de Dios, despierta en él la conciencia del pecado y le mueve a volverse a Dios.
La imagen del padre amoroso hace nacer en él la seguridad del perdón. De lo contrario,
¿cómo se resolvería a emprender la marcha hacia su padre? A través de la imagen de su
padre se le ofrece la imagen de Dios. «Vuelve, apóstata Israel, palabra de Yahveh, que
quiero dejar de mostrarte rostro airado, porque soy misericordioso..., que no es eterna mi
cólera, siempre que reconozcas tu maldad al pecar contra Yahveh» (Jer 3,12s). El hijo
pródigo se da cuenta de su culpa y reconoce que con su modo de vivir ha perdido sus
derechos de hijo. Sólo quiere ser tratado como uno de los jornaleros.
20 Partió, pues, y volvió a la casa de su padre. Todavía estaba
lejos, cuando su padre lo vio venir y, hondamente conmovido, corrió
a abrazarse a su cuello y lo besó repetidamente. 21 El hijo le dijo
entonces: Padre, pequé contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de
llamarme hijo tuyo.
La reflexión se traduce en acción. La conversión interior reclama «frutos de penitencia»,
ruptura con la vida pasada, retorno a Dios. El padre sale al encuentro a su hijo. El amor y la
nostalgia del hijo aguza su vista. Se siente hondamente conmovido cuando ve su miseria.
Corre a su encuentro, cosa nada corriente e indigna para los antiguos orientales. El padre
olvida su dignidad y le prodiga todas las muestras de su amor paterno. Besándolo en la
mejilla lo acoge como hijo antes de que él haya podido pronunciar sus palabras de
arrepentimiento. Comienza la «frasecita» de confesión, pero no la termina. El padre no
aguarda para perdonar a que se cumplan todos los requisitos de la penitencia. A través de
la imagen de este padre se nos presenta la imagen del Padre celestial, que nos ama
anticipadamente.
22 Pero el padre ordenó a sus criados: Inmediatamente, traed el
vestido más rico y ponédselo; ponedle también un anillo en su mano
y sandalias en sus pies. 23 Luego traed el becerro cebado, matadlo,
y vamos a comer y a celebrar alegremente la fiesta. 24 Porque este
hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido
hallado. Y comenzaron a celebrar la fiesta con alegría.
Hasta aquí había guardado silencio el padre. Ahora comienza él a hablar. Antes había
estado lleno de solicitud vigilante y amorosa, ahora estallan sus palabras rebosantes de
alegría. No pide cuentas, no pone condiciones, no fija período alguno de prueba. No se
pronuncian palabras de perdón, pero más significativas que estas palabras son las obras
de perdón. El padre restituye al hijo pródigo sus derechos de hijo. El vestido mas rico lo
constituye en huésped de honor, el anillo lo capacita de nuevo para proceder como hijo.
Las sandalias lo declaran hombre libre; es otra vez hijo libre de un labrador libre, no uno de
los jornaleros que van con los pies descalzos. Sacrificando el becerro cebado se inicia una
fiesta de alegría; el hijo es admitido de nuevo en la comunidad de mesa de la casa paterna.
La alegría festiva en el corazón del padre no puede contenerse y llena toda la casa.
La alegría de la fiesta desborda de ]as palabras: «Este hijo mío estaba muerto y ha vuelto
a la vida; estaba perdido y ha sido hallado.» Este júbilo festivo es el júbilo del tiempo de
salvación. El Evangelio de la misericordia es el Evangelio de la alegría. Jesús salva de la
perdición y de la muerte, puesto que vino para «iluminar a los que yacen en tinieblas y
sombra de muerte» (1,79). Las palabras cierran como un estribillo la primera y la segunda
parte de la parábola, a saber: la narración de la magnanimidad amorosa del padre y la
narración de la severidad sin piedad y de la estrechez de espíritu del hijo mayor. Dios es
como el primero, el fariseo como el segundo. «Sed misericordiosos, como misericordioso es
vuestro Padre» (6,36).
25 Pero el hijo mayor estaba en el campo. Y al volver, cuando se
acercó a la casa, oyó música y danzas, 26 y llamando a uno de los
criados le preguntó qué significaba aquello. 27 El criado le
respondió: Es que ha vuelto tu hermano, y tu padre, como lo ha
recobrado sano y salvo, ha mandado matar el becerro cebado. 28a
Entonces él se enfadó y no quería entrar.
El hijo mayor es fiel en el servicio, día tras día. Ahora vuelve a casa del trabajo del
campo. El banquete ha terminado, y ha comenzado la alegre danza. Desde fuera se oye la
música y el zapato de la danza. El hijo que se dedica al cumplimiento escrupuloso del deber
se ve envuelto en el júbilo festivo y en la algazara. El criado que le explica la razón del
júbilo, ve sólo lo exterior: el regreso del hermano, el sacrificio del becerro cebado, la salud
del que ha vuelto a casa. Pero ¿cómo podía ver también lo que había sucedido en el
interior del padre y del hijo vuelto al hogar? Este drama del retorno, de la conversión, la
transformación que había tenido lugar, la resurrección del muerto... ¡cuántas cosas habían
sucedido! La penitencia es un comienzo de los acontecimientos escatológicos. Lo que allí
sucede entre el hombre y Dios es imagen del acontecimiento que abarca al mundo entero,
que se había aguardado y que ahora se produce. El tiempo de salvación es tiempo de
alegría.
Lo que siente el hijo mayor tiene también lugar cn los fariseos. Su imagen es la imagen
de los piadosos de Israel. Enfadado se revela contra el proceder de su padre, Protesta
contra el peligro en que se pone el orden moral, murmura contra esta increíble misericordia.
El día de Dios, en el que se erigirá el reino de Dios, es sin embargo «día de ira», en el que
los transgresores de la ley recibirán su castigo. ¿Entrar en la sala del festín? Esto sería
entrar en comunión con un pecador, sentarse a la mesa con uno que se ha contaminado
con meretrices, con paganos y con puercos... El hijo mayor se comporta como los «justos»,
los piadosos, los fariseos... «Este hombre acoge a los pecadores y come con ellos» (15,2).
28b Pero su padre salió para llamarlo. 29 El contestó a su padre:
De modo que hace ya tantos años que te vengo sirviendo, sin haber
quebrantado jamás ninguna orden tuya, y nunca me diste un cabrito
para que yo celebrara alegremente una fiesta con mis amigos; 30
pero, cuando llega ese hijo tuyo que ha devorado tus bienes con
meretrices, has mandado matar para él el becerro cebado.
El padre sale a ver a su hijo mayor; éste no le es indiferente. Le habla con ruegos y
exhortaciones. Sin embargo, del alma del hijo mayor irrumpe como una corriente impetuosa
que ha roto la presa que la contenía. Lo que está sucediendo en casa le parece
provocador: el justo es preterido, el pecador desencadena la alegría. A sus ojos se
contraponen «tantos años» de servicio fiel y «devorar tus bienes»; «no haber quebrantado
jamás ninguna orden» y despilfarrar «con meretrices»; «nunca me diste un cabrito para
celebrar alegremente una fiesta con mis amigos» y «matar para él el becerro cebado».
También la misericordia de Dios y su amor son misterios que no se pueden apreciar con
criterios humanos. Jesús anuncia el reino de Dios que se acerca, que trae perdón y
salvación, y lo anuncia revelando a Dios como Padre misericordioso.
31 Pero el padre le contestó: Hijo, tú siempre estás conmigo, y
todas mis cosas son tuyas; 32 pero había que hacer fiesta y
alegrarse, porque ese hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la
vida, estaba perdido y ha sido hallado.
El padre se justifica. ¿Ha considerado el mayor lo que tiene recibido de su padre? Es
para él un hijo querido -«hijito» se dice en el texto original-, ha gozado siempre del amor del
padre, ha vivido en comunión con él. Él no pierde nada de la parte que le corresponde, se
le ratifica la propiedad de lo que era de su padre. ¿Se le hace acaso injusticia porque el
padre sea bondadoso con el otro hijo? (Mt 20,15) ¿Pierde él acaso algo con esta bondad?
Por los tres bienes que enumera el padre se deja entrever la alianza de Dios con su
pueblo: hijo mío, pueblo mío; yo contigo, tú conmigo; comunidad de bienes. La nueva
economía de la salud que trae Jesús vuelve a restaurar la primera, ahondándola y
perfeccionándola. Su sangre establece la nueva alianza (22,20) que confiere el perdón de
los pecados: «Les perdonaré sus maldades, de las que no me acordaré más» (Jer 31,34).
La voluntad de Dios exige que se celebre la fiesta con júbilo. Se trata del hermano. El
mayor sólo se preocupa por la ley, pero carece de amor fraterno. Ahora bien, según el
mensaje de Jesús, este amor es el núcleo de la ley y de la voluntad de Dios. Una vez más
vuelve a emerger lo que habían descubierto ya los conflictos sabáticos (14,5). Los fariseos
guardan el reposo sabático, pero descuidan el amor fraterno. Dios, en cambio se glorifica
con las obras de misericordia y de amor.
RD/CV/A-FRATERNO Si se perdona demasiado fácilmente el pecado, ¿no se impondrá
éste como una oleada que todo lo inunda? El anuncio del gozo del Señor por la conversión
del pecador ¿no será una catástrofe para la moralidad? ¿No es cierto que la predicación de
Jesús que proclama la misericordia de Dios con los pecadores representa una amenaza
para el orden moral? En las palabras de Jesús se muestran dos poderes de orden: la
conversión y el amor fraterno. El hijo pródigo efectúa la conversión, el retorno al padre;
el hijo mayor es conducido al amor fraterno. En la conversión y en el amor fraterno se
revela el comienzo del reino de Dios y del tiempo de la salud. La predicación de los
apóstoles, bajo el impulso del Espíritu Santo, lleva a la conversión e incorpora a la
comunidad de los que están congregados en el nombre de Jesús y forman un solo corazón
y una sola alma (cf. Act 2,37-47). La conversión a Dios y el amor fraterno son las fuerzas
fundamentales del orden moral.
También la antigua Iglesia hubo de preocuparse por esta cuestión: ¿Cómo hay que tratar
a los pecadores en el santo pueblo de Dios? En el Evangelio de Mateo hay un orden de
este procedimiento, que es de naturaleza jurídica: corrección fraterna en privado,
presentación de testigos, juicio ante la comunidad reunida, exclusión de la comunidad (Mt
18,15-17). Lucas muestra el camino de la misericordia y de la bondad con amor. Ambos
caminos tienen en común que se remontan a Jesús, ambos están arraigados en la
proclamación del alborear del reino de Dios. La realeza de Dios es juicio y misericordia.
En la parábola del hijo pródigo se menciona tres veces el banquete festivo. Cuando la
comunidad se congrega para celebrar el banquete eucarístico hace memoria de la acción
salvadora y perdonadora de Dios por Jesús (22,10; lCor 11,26) en el júbilo de la salvación
(Act 2,46). La comunidad era una vez «no pueblo», ahora en cambio es pueblo de Dios;
una vez estaba sin gracia, ahora en cambio está agraciada (lPe 2,10). En el banquete del
Señor se da la sangre del Señor «para el perdón de los pecados» (Mt 26,28) y con gozosa
acción de gracias se celebra la nueva economía salvadora y la reintegración en la filiación
divina.
La narración de la parábola se interrumpe sin decir lo que piensa hacer el padre con el
hijo mayor. Jesús no celebra juicio, sino que ofrece la salvación. Quiere también salvar a
los fariseos. Todos tienen necesidad de conversión, los pecadores y también los que se
tienen por justos (18,9-14). «Todos estamos bajo pecado» (Rom 3,9).
(_MENSAJE/03-2.Págs. 65-75)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 34
5. HIJOS DE ESTE MUNDO (16,1-17-10).
El pecado no impide salvarse, supuesto que se efectúe la conversión ¿Cuáles son, pues,
los obstáculos para salvarse? Esta sección parece dar la respuesta a esta pregunta. Se
divide en dos subsecciones de análoga estructura: 16,1-18 y 16,19-17,10. Cada subsección
comienza con un relato seguido de aplicaciones. La primera subsección se cierra con
palabras dirigidas a los fariseos, que exigen un cumplimiento radical de la ley (16,14-18); la
segunda termina con palabras dirigidas a los apóstoles relativas a la fe (17,5-10). El primero
de los dos relatos muestra cómo puede el hombre servirse de sus bienes para la salvación,
la segunda muestra cómo con los mismos puede acarrearse la ruina. En cada uno de los
dos aparecen tres figuras. En la primera el terrateniente, el administrador y los deudores; en
la segunda el rico, el pobre y Abraham. En la primera, el administrador da, y de esta manera
se prepara un porvenir; en la segunda, el rico no da, y así se acarrea la ruina.
La propiedad y el hecho de tomar esposa impidieron a los invitados acudir al gran
banquete a la hora señalada. El seguimiento radical de Jesús es renuncia a la propiedad y a
la familia (14,25-34). Sin embargo, no a todos se exige este seguimiento radical. De todos
modos, sin renunciar a algo es imposible ser verdadero discípulo de Cristo. Esta nueva
sección doctrinal puede llevar por título: Hijos de este mundo (16,8), ya que se trata de la
cuestión: ¿Cómo puede el discípulo de Jesús -cuyos pensamientos deben estar en lo alto,
donde reina Cristo (Col 3,1)- defenderse contra los asaltos del mundo, que quiere apararlo
totalmente? «Todo lo que hay en el mundo -los deseos de la carne, los deseos de los ojos
y el alarde de la opulencia (la ilusión de creer que toda salvación depende solamente del
hombre) no proviene del Padre, sino que procede del mundo» (IJn 2,16). A estas tres cosas
se opone el orden en la administración de los propios bienes (los dos relatos con sus
aplicaciones), la nueva ordenación de la ley del matrimonio (16,18), la humildad (17,10).
Una composición análoga se halla también en Mateo (19,2-20). Allí tenemos el mismo
problema, la misma manera de tratarlo y la misma conclusión: La salvación es don de Dios,
al que el hombre no tiene derecho alguno, aun cuando haya cumplido con lo exterior; en
ambos casos se emplea diferente material de tradición.
a) El administrador infiel
(Lc/16/01-13)
1a Decía también a los discípulos:...
En presencia de los fariseos y de los escribas (15,2) se habla del gozo de Dios por el
retorno y conversión de los pecadores. Los publicanos y los pecadores oyen esta buena
nueva. Están presentes también muchos que marchan con Jesús. Ahora se dirige Jesús a
los discípulos. a los que están resueltos a aceptar su palabra y a seguirla. También éstos
tienen necesidad de instrucción que les ponga en claro lo que es necesario para alcanzar la
gloria que se halla al final de la marcha.
1b Había un hombre rico que tenía un administrador, el cual fue
denunciado ante su dueño como malversador de sus bienes. 2 Lo
llamó, pues, y le dijo: ¿Qué es lo que estoy oyendo de ti? Dame
cuenta de tu gestión, porque ya no podrás seguir administrando mis
bienes.
El rico es terrateniente, probablemente extranjero. Explota sus bienes por medio de un
administrador nativo, que está autorizado a obrar con gran margen de autonomía, pero que
tiene que rendir cuentas al dueño. A este administrador lo han denunciado -con razón o sin
ella- ante su señor como malversador de sus bienes. Para el señor es esta denuncia más
que razón suficiente para pedirle cuentas al administrador. Hay que entregar documentos,
recibos, facturas, pues entonces no se conocía una contabilidad en regla. Al mismo tiempo
se notifica su cese al administrador. La pregunta que le dirige el dueño da claramente a
entender que está muy disgustado y que ha decidido despedirlo. Al administrador se le
presenta una situación nada halagüeña.
3 El administrador dijo entonces para sí: ¿Qué voy u hacer, ahora
que mi señor me quita la administración? Para cavar, ya no tengo
fuerzas; pedir limosna, me da vergüenza. 4 Ya sé lo que tengo que
hacer, para que, cuando quede destituido de la administración, las
gentes me reciban en sus casas.
El diálogo que entabla el administrador consigo mismo revela el apuro en que se halla.
Ha perdido el buen nombre. No puede ni pensar en «una buena colocación». Para trabajos
pesados le faltan ya las fuerzas, el decoro no le permite mendigar. Se pone a considerar
como el que quería construir la torre y como el rey amenazado por una guerra. Decide
«perdonar», y así le darán buen trato a él. ¿Qué hay que hacer para asegurarse el
porvenir? La gran cuestión en la peregrinación de la vida.
Al administrador no le atormentan escrúpulos de conciencia. Todavía tiene en la mano la
posibilidad de crearse amigos que le queden obligados, que le ofrezcan albergue. Todavía
es administrador, que puede negociar con lo que se le había confiado. Sólo le preocupa
salvar su existencia futura.
No pierde un minuto; el momento crítico impone una acción rápida. La proclamación del
tiempo final pone el sello a la parábola.
5 Y llamando uno por uno a los deudores de su señor, preguntó al
primero: ¿Cuánto debes a mi señor? 6 Éste contestó: Cien medidas
de aceite. Entonces le dijo él: Pues toma tu recibo, siéntate ahí y
escribe en seguida que son cincuenta. 7 Después preguntó a otro: Y
tú, ¿cuánto debes? Éste contestó: Cien medidas de trigo. Él le dice:
Toma tu recibo y escribe que son ochenta.
Los deudores son mayoristas, que tienen facturas atrasadas. En la parábola sólo se
presenta a dos deudores. El trigo y el aceite eran los principales productos de la tierra en
Palestina. Cien medidas (bat, en el texto original) de aceite eran la cosecha de 140-160
olivos, una cantidad de unos 365 litros. Cien medidas (cor) de trigo se pueden cosechar
poco más o menos en 42 hectáreas de tierra, es decir, unos 360 hectolitros. Al primero le
rebaja el administrador el 50% de la deuda, al segundo el 20%. En cuanto al valor, la suma
es bastante parecida, unos 500 denarios. El denario de plata era el jornal ordinario de un
trabajador del campo (Mt 20,2-13). El estilo narrativo oriental tiene preferencia por los
grandes números. Dado que el administrador quiere asegurarse un largo porvenir, no
puede contentarse con poco, tiene que atreverse a mucho.
8 Y alabó el señor al administrador infiel, por haber obrado con
tanta sensatez. Pues los hijos de este mundo son más sensatos en el
trato con los suyos que los hijos de la luz.
¿Quién es el señor que alaba al administrador? ¿El terrateniente? ¿Será éste tan poco
egoísta, será capaz de tanto humorismo que se permita alabar la sagacidad del
administrador infiel? El señor es Jesús (7,6; 11,39). Ahora bien, ¿cómo puede Jesús alabar
por su sagacidad a este estafador tan redomado y tan ladino? La narración no es una
historia, sino una parábola, ¿Dónde está su quid, su moraleja?
El objeto de la alabanza no es la taimada pillería y la desvergüenza del estafador, sino la
audacia y la resolución con que se saca partido del presente con vistas al futuro; no lo es el
fraude en cuanto tal, sino la ponderada previsión para el futuro, mientras todavía hay
tiempo. Al administrador se le llama administrador «infiel», administrador fraudulento,
injusto, sin conciencia. Las parábolas tratan de despertar la atención, de forzar a plantearse
problemas.
Es sensato el discípulo que cuenta con que el Señor ha de venir y ha de pedir cuentas
(12,42-46), el que no vive sencillamente al día, sino que conoce el imperativo del momento,
el que procede con valor y decisión a fin de poder triunfar al fin, el que perdona a fin de
poderse asegurar el porvenir. La parábola es un llamamiento escatológico: sé prevenido, y
en esta última hora piensa en tu futuro de1 tiempo final.
Como una acusación suenan las palabras de Jesús cuando declara: Los hijos de este
mundo son más sensatos que los hijos de la luz. «Este mundo» está bajo la influencia y el
dominio de Satán, príncipe (Jn 12,31) y dios de este mundo (2Cor 4,4). Los hijos de este
mundo sólo se dejan guiar por los principios y los intereses de los hombres distanciados de
Dios. No se preocupan de Dios y de su voluntad, ni de sus promesas y amenazas para el
futuro. Para ellos la vida no tiene más objeto que este mundo. Se ponen bajo el influjo de
Satán y constituyen su séquito y su reino. En cambio, los hijos de la luz se dejan guiar por
la luz en su modo de pensar y de obrar. «Mientras tenéis luz, creed en la luz, para que
seáis hijos de la luz» (Jn 12,36). Luz es Dios (lJn 1,5), luz es Cristo (Jn 8,12), luz es la gloria
de Dios (Mt 17,2). Los cristianos son hijos de la luz. «Todos vosotros sois hijos de la luz e
hijos del día. No somos de la noche ni de las tinieblas» (lTes 5,5). «En otro tiempo erais
tinieblas; mas ahora, luz en el Señor» (Ef S,8). El administrador infiel es un hijo de este
mundo. Se deja guiar por el cuidado de su existencia terrena. Con valor, con resolución y
sin escrúpulos aprovecha lo que le puede proporcionar ventaja para su vida de la tierra.
Los hijos de la luz tienen ojos que ven lo que es la vida, el hombre, el mundo delante de
Dios. En la fe en la palabra de Dios reconocen el mundo futuro que se descubre tras el
presente, el reino de Dios con todas sus promesas, la vida eterna. En cambio, los hijos de
la luz, comparados con los hijos de este mundo, son irresolutos y flojos en su acción
cuando se trata de cuidar de su espléndido futuro. Jesús tiene razón de quejarse.
No en todos los sentidos son los hijos de este mundo más sensatos que los hijos de la
luz. Son más sensatos... en el trato con los suyos, con la generación que es la suya, en la
esfera de los asuntos de la tierra, en la vida económica y de los negocios, dondequiera que
se trate de procurarse una vida vivible. En una cosa no son sagaces: su mirada no se
extiende más allá de lo de la tierra, no reconocen el mundo futuro. Sagaz, tal como lo
entiende Cristo, sólo es aquel que no se sumerge de tal modo en la existencia terrena que
olvide que se acerca el reino de Dios. Es sagaz «el criado a quien su señor, al volver, lo
encuentra haciendo así» (es decir, dedicado fielmente a su servicio) (12,42ss).
9 Y yo os digo: mediante el Mamón injusto procuraos amigos, para
que, cuando éste deje de existir, os reciban en las tiendas eternas.
El administrador infiel se aprovecha de los bienes que administra para hacerse amigos
que se interesen por él cuando ya no pueda ser administrador. El discípulo de Cristo debe
también, como el administrador, procurar, con sus bienes, ganar amigos que intervengan en
su favor a la hora de la muerte, en la cual los bienes de la tierra pierden su valor (12,20).
Gana amigos, con sus bienes, el que los emplea para hacer limosnas. «Vended vuestros
bienes para darlos en limosna. Haceos de bolsas que no se desgastan, de un tesoro
inagotable en los cielos, donde no hay ladrón que se acerque ni polilla que corroa» (12,33).
Las limosnas y las obras de caridad son intercesores cerca de Dios, hacen al hombre digno
de ver la faz de Dios y dan participación en el mundo futuro. Así se pensaba en el pueblo
de Jesús.
La riqueza se llama Mammón («lo que es seguro y da seguridad») (*). Los hombres
creen que con el dinero y los bienes pueden asegurar su existencia (12,15s). Pero la
riqueza no cumple lo que promete. Jesús la llama «Mamón injusto» también (16,11). Con
frecuencia su adquisición y su empleo van acompañados de injusticia. «Entre el comprar y
el vender se hinca el pecado» (Eclo 27,2). Para adquirir las posesiones y para aumentarlas
se perjudica al otro. El que confía en las posesiones se hace su esclavo y no puede ya
servir a Dios (Mt 6,24), incurre en «injusticia», en pecado.
Dios recibe en las tiendas o tabernáculos eternos a los que practican el bien. «En casa
del Padre celestial hay muchas moradas» (Jn 14,2). Cuando habla Jesús de la vida del más
allá se expresa con frecuencia en el lenguaje de su ambiente, en el que también se decía:
«Vi otra visión: las moradas de los justos y los lugares de reposo de los santos. Aquí vi yo
con mis propios ojos sus moradas con sus ángeles justos y sus lugares de reposo con los
santos, y éstos imploraban, intercedían y oraban por los hombres» (Henoc 39,4s).
...............
* Cf. H. HAAG - A. VAN DEN BORN - S. DE AUSEJO, Diccionario de la Biblia Herder,
Barcelona, 4, 1967, col.
1151s. Nota del traductor.
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10 El que es fiel en lo poco, también lo es en lo mucho, y el que es
infiel en lo poco, también lo es en lo mucho. 11 Si, pues, no habéis
sido fieles en el Mamón injusto, ¿quién os confiará el verdadero
bien? 12 Y si no habéis sido fieles en lo ajeno, ¿quién os dará lo
nuestro?
Al administrador se le exige que sea fiel (12,42; lCor 4,2). E1 administrador de la parábola
no era fiel, sino injusto. Despilfarró los bienes que le había confiado su señor y los utilizó
para sus propios fines con perjuicio de su dueño. El Señor no alaba la infidelidad del
administrador, como si tal proceder rufianesco fuera sensato. El que tiene posesiones no es
en todo caso más que administrador, puesto que el propietario de nuestros bienes es Dios.
Los bienes que nos han sido encomendados deben administrarse fielmente, conforme a la
voluntad de Dios.
Los bienes de la tierra no son el don supremo que Dios nos confía. Es solamente lo poco,
no mucho. Mucho es lo auténtico, en lo que podemos basarnos y apoyarnos, lo venidero, la
participación en el reino de Dios, la vida nueva, eterna. Los bienes de la tierra son sólo
poco; no pueden asegurar verdaderamente la vida. No pueden impedir la muerte
(12,22-31), ni siquiera añadir lo más insignificante a la duración de la vida y a la estatura
(12,25). Sólo al que sabe administrar debidamente lo poco, se le confía lo mucho. Si no sois
fieles en lo pequeño, ¿quién os dará lo grande? (cf. Mt 25,21). Dios da los futuros bienes
celestiales sólo al que administra fielmente los bienes de la tierra conforme a su voluntad.
El Mamón es lo ajeno; el reino de Dios, la nueva vida, es lo nuestro (*)17. Nosotros los
hombres, que sólo existimos una vez, no confiamos lo nuestro, a lo que está apegado
nuestro corazón, y lo que nos es caro y precioso, a un hombre que ni siquiera sabe
administrar lo extraño, que no tiene profunda relación con nosotros. Si Dios nos da su reino
y participación en su vida, nos da de lo suyo, en lo que él mismo, para hablar de Dios en
términos humanos, está interesado. El Mamón le es ajeno, no tiene con él ninguna relación
personal. Si nosotros no administramos fielmente lo ajeno, ¿cómo nos confiará Dios lo
nuestro, como él lo llama? Mediante la fidelidad en la administración de los bienes terrenos
se prueba al discípulo, para ver si es apto para recibir los bienes del mundo futuro.
...............
* Hay manuscritos en que se lee «lo mío», otros «lo vuestro»; lo mío es lo que pertenece a
Jesús y lo que él
da, el reino de Dios (22,28s); lo vuestro es también el reino de Dios, la vida eterna, que
verdaderamente nos
pertenece a nosotros, cuando Dios nos la da; estos dones son, en efecto, inamisibles (vida
«eterna»).
...............
13 Ningún criado puede servir a dos señores; porque o aborrecerá
al uno y amará al otro, o se interesará por el primero y
menospreciará al segundo. No podéis servir a Dios y a Mamón.
El discurso sobre el reino y el capital se cierra con una palabra de amonestación. El
servicio de Dios y el culto a la riqueza son dos cosas incompatibles. Dios y las riquezas
reclaman al hombre entero. cada uno por su lado. Dios quiere ser amado «con todo tu
corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente» (10,27). Como
muestra la experiencia, también la riqueza absorbe al hombre entero. Dinero, propiedad,
ganancia encadenan al hombre, absorben sus fuerzas, lo dominan. ¿Cómo se puede
conciliar tal servicio a dos señores, cada uno de los cuales exige entrega completa?
¿Puede un esclavo servir como esclavo a dos amos? Cada uno de los dos amos puede a
cada momento exigir un servicio total. Nadie es capaz de prestar tal servicio simultáneo a
dos señores. Las palabras de Jesús tienen por imposible un compromiso doble: servir a
Dios y servir a Mamón; exigen una decisión; servir a Dios o servir a Mamón.
¿Qué elección se ha de hacer, qué decisión se ha de tomar? Dios es una realidad que no
admite concurrencia. El que se halla ante la alternativa de decidirse por Dios o por el
Mamón, debe decidir entre estas dos cosas: amar a Dios u odiarlo, despreciarlo o adherirse
a él. Ahora bien, ¿quién querrá postergar a Dios, despreciarlo, odiarlo? Las palabras de
Jesús invitan a reflexionar, causan inquietud, quitan la «bienaventuranza» de poseer. En el
poseer hay peligro de que esto quite al hombre la libertad de seguir la llamada y la palabra
de Dios: «Lo que cayó en zarzas son los que oyeron; pero con las preocupaciones y las
riquezas y los placeres de la vida, se van ahogando y no llegan a madurar» (8,14).
Lo que Jesús dijo sobre la administración de los bienes y de las posesiones halla eco y
explicación en las palabras de la primera carta a Timoteo: «A los ricos de este mundo,
recomiéndales que no sean altivos, ni pongan su esperanza en cosa tan insegura como la
riqueza, sino en Dios, que nos provee de todo espléndidamente para nuestra satisfacción;
que practiquen el bien, que se hagan ricos en buenas obras, que sean generosos,
dadivosos, atesorando así para sí mismos un buen capital para el futuro, hasta lograr la
auténtica vida» (ITim 6,17ss).
b) Los fariseos aficionados al dinero
(Lc/16/14-18)
14 Estaban oyendo todo esto los fariseos, que son aficionados al
dinero, y se burlaban de él. 15 Pero él les dijo: Vosotros os
presentáis como justos delante de los hombres, pero Dios conoce
vuestro corazón; porque aquello que es alto entre los hombres, es
abominación ante Dios.
Los fariseos pasaban por aficionados al dinero. Jesús les echa en cara que devoran las
casas de las viudas (20,47). En la secta de Qumrán se los llama «gente embustera, que
tiene puesta la mira en pasarlo bien y vivir en la abundancia». Del doctor de la ley
Jokcanán (* 287) se ha transmitido esta sentencia: «Los miembros dependen del corazón,
el corazón depende de la bolsa.» Entre los fariseos, la pobreza es mirada como una
maldición. La riqueza es premio de la religiosidad, la pobreza es castigo por el pecado.
«Riquezas, honra y (larga) vida son premio de la humildad y del temor de Yahveh» (Prov
22,4). Quien impugna la riqueza de los fariseos, pone también en duda su fidelidad a la ley
y su moralidad. Jesús osa hacerlo y trastorna su doctrina. Él va de una parte a otra como
pobre (8,1), predica la renuncia a las posesiones y declara bienaventurados a los pobres,
mientras que lanza conminaciones -«¡ay de vosotros!»- contra los ricos. En favor de ellos
hay una larga tradición. Se burlan de él y lo desprecian.
Los fariseos, aficionados al dinero, aseguran su vida mediante las riquezas, y su
existencia delante de Dios mediante «obras de justicia»: no olvidan la ley y hacen buenas
obras. Se tienen por justos y están convencidos de que también Dios aprueba este
dictamen. Por sus riquezas reconocen que Dios confirma su parecer. Jesús, en cambio,
desbarata este juicio y este modo de pensar, destruye su seguridad, reduce a escombros
su construcción religiosa, tras la que se atrincheran. Dios mira al corazón, a las intenciones
de que proceden las obras. No buscan a Dios, sino su honra, se buscan a sí mismos (Mt
16,1-18). Al que Dios hace justo, ese es justo en verdad. Ahora bien, Dios sólo hace justo al
que es pequeño ante Dios. Lo que es alto entre los hombres, es abominación ante Dios,
impuro y repugnante como un ídolo. «El hombre será humillado, abatidos los varones, y
bajados los ojos altivos» (Is 15,5). Por Jesús invierte Dios el juicio de los fariseos:
«Gloríese el hermano humilde en su exaltación, y el rico en su humillación, porque pasará
como flor de heno» (Sant 1,9s). La primera bienaventuranza del sermón de la montaña
resuena en estas palabras: «Bienaventurados los pobres» (6,20), «Bienaventurados los
pobres en el espíritu» (Mt 5,3).
16 La ley y los profetas llegan hasta Juan; desde entonces se
anuncia el Evangelio del reino de Dios, y cada uno entra en él a viva
fuerza. 17 Pero es más fácil que pasen el cielo y la tierra, que una
tilde de la ley caiga.
Los fariseos se mofan de la novedad de la predicación de Jesús. No reconocen la hora
de la historia de la salvación que ha sonado con él. El primer período de esta historia, el
tiempo de la ley y de los profetas, el tiempo de la promesa, terminó con Juan Bautista.
Ahora se proclama el reino de Dios como buena nueva y victoria. Ha llegado el tiempo de la
realización; con Jesús está presente la salvación prometida. Jesús saca a la luz la nueva
época (4,16ss).
Todos se esfuerzan por entrar en el reino de Dios y cada cual emplea todas sus fuerzas
para salvarse. Aquí asoma de nuevo la imagen del combate (13,24). En el espíritu de su
obra histórica ve Lucas cómo una gran muchedumbre de gentes aceptan la buena nueva y
se esfuerzan por alcanzar la salvación pese a las angustias y a las persecuciones. Su
evangelio muestra cómo el pueblo, los publicanos y los pecadores se lanzan por este
camino que está abierto a todos, en oposición contra los dirigentes del pueblo. Los Hechos
de los apóstoles estarán precisamente penetrados de la idea de que la hora de salvación
ha sido comprendida y aprovechada por los gentiles, por todos y cada uno. El entusiasmo y
el júbilo que resuena en este «cada uno» muestra que no hay barreras que cierren el
camino de la salvación. Pero, con todo, no se debe silenciar que es necesario esforzarse
por entrar, que sólo a viva fuerza se puede entrar en el reino de Dios. El radicalismo de
Jesús tiene sentido porque se ha iniciado el tiempo decisivo. Nadie puede hurtar el cuerpo
a la decisión por la doctrina de Jesús. Cada uno se ve en la necesidad de imponerse
esfuerzos con resolución. También el fariseo, pese a que él se tiene por justo, debe
obedecer al imperativo de esta sentencia.
Los fariseos se tienen por justos. Están convencidos de que conocen y observan
exactamente la ley. ¿Está justificada esta idea que se forman de sí mismos? Su celo por la
ley ¿no los autoriza a burlarse del radicalismo de Jesús? ¿Qué se les puede reprochar? El
mundo del reino de Dios y su presencia por Jesús no abroga la ley. El cielo y la tierra, lo
más permanente que conoce el hombre, pasarán antes de que cese la ley de Dios y pierda
su vigor la voluntad de Dios contenida en ella. Era necesario repetir esto contra aquellos
que, llenos de entusiasmo por el alborear de los tiempos nuevos, querían deshacerse de
todas las ataduras.
Por el hecho de tomar Dios posesión de su reino, se cumple la voluntad de Dios
contenida y expresada en la ley. Esta se realiza ahora tan radicalmente, que no se
descuida el menor detalle (la tilde es el adorno más pequeño que acompaña a diferentes
letras hebreas). En el reino de Dios se impone plenamente la voluntad de Dios, pero
también se exigen los mayores esfuerzos para que se cumpla completamente. La mutación,
el paso decisivo del tiempo de las promesas al tiempo de la realidad es también la mutación
decisiva en la entrega a la voluntad de Dios. El hombre no puede conservar ni reservarse
para sí la más pequeña parte de su ser: todo, hasta las profundidades de su personalidad
(corazón) debe estar disponible para la voluntad de Dios.
La ley bien entendida se mantiene en vigor, es superada por Jesús y se incorpora a la
gracia del reino de Dios, que actúa omnipotentemente. Por eso puede también decir Jesús:
«Si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los
cielos» (Mt 5,20).
18 Todo el que despide a su mujer y se casa con otra, comete
adulterio, y el que se casa con la despedida por su marido, comete
adulterio.
La ley veterotestamentaria no se suprime, sino que la apremia el alborear del tiempo de
la salud. La voluntad de Dios contenida en ella se hace valer sin concesiones a la flaqueza
humana.
El Antiguo Testamento conoce la posibilidad del divorcio: «Si un hombre toma una mujer
y llega a ser su marido, y ésta luego no le agrada, porque ha notado en ella algo de torpe,
le escribirá el libelo de repudio, y poniéndoselo en la mano, la mandará a su casa» (Dt
24,1). Cuando existía el motivo de divorcio -algo torpe- y se había entregado el libelo de
repudio, quedaban libres ambos, el hombre y la mujer, y ambos podían casarse de nuevo.
Una escuela de doctores de la ley en tiempos de Jesús había interpretado tan ampliamente
el motivo de divorcio, que por aquellos días todo matrimonio podía ser disuelto. En efecto,
«un motivo cualquiera» era suficiente para el divorcio (cf. Mt 19,3).
Jesús, en cambio, proclama la indisolubilidad del matrimonio. Aunque se entregue el
libelo de repudio, éste ha perdido su fuerza jurídica, y el matrimonio sigue existiendo. Por
consiguiente, el nuevo matrimonio de los divorciados se equipara al adulterio. Ambos
hombres incurren en culpa: el que toma una nueva esposa, y el que toma por esposa a la
mujer divorciada. Ambos obran contra la santidad del matrimonio.
Los fariseos se tienen por justos porque observan la ley de Dios. Dios, sin embargo,
exige una justicia que es mayor que la de los escribas y fariseos (Mt 5,20). Jesús les echa
en cara que abandonan el precepto de Dios para conservar tradiciones de los hombres (Mc
7,8). Además, la ley del Antiguo Testamento no es la expresión acabada de la voluntad de
Dios. Jesús es quien, al anunciar el reino de Dios, pone también de manifiesto la voluntad
de la ley. Dado que ha sonado la hora escatológica, interviene Jesús, sin cuidarse de las
condiciones y dificultades de este mundo, sin consideraciones con la flaqueza humana en
relación con la voluntad de Dios, y presenta las exigencias de Dios en toda su integridad,
exentas de todo compromiso.
El mensaje de Jesús va hasta la raíz de las exigencias de la ley. Él eliminó las
concesiones a la flaqueza humana, como en el caso del juramento (Mt 5,33-37), y con más
consecuencias en el caso del divorcio (Mt 5, 31s), y en la forma más tajante cuando se trata
de no tomar represalias (Mt 5. 38-42) y del amor a los enemigos (Mt 5,43-48). De entre
todos estos imperativos destaca Lucas únicamente la indisolubilidad del matrimonio.
¿Qué es lo que le mueve a ello? Los hombres que habían sido invitados al banquete no
acudieron por causa de los bienes y de la mujer (14,20). Debido a la dureza de corazón de
los judíos había tolerado Dios la disolución del matrimonio en el Antiguo Testamento (Mt
19,8). El apego a los bienes y el apego a la mujer son un obstáculo para la docilidad del
corazón humano frente a la llamada de Dios. Esta docilidad se ha de lograr radicalmente
gracias a la pobreza y a la virginidad (Mt 19,12.21). El estadio que precede al
desprendimiento total de la propiedad y del matrimonio por razón del reino de Dios es la fiel
administración de los bienes por medio de limosnas y la observancia de la indisolubilidad
del matrimonio. Ambas cosas, el hacer el bien y el matrimonio indisoluble son distintivos de
los discípulos de Jesús. Así entra el discípulo a viva fuerza en el reino de Dios. De esta
manera debe cada día dar de nuevo prueba de sí mismo y optar por el llamamiento de Dios,
nunca puede decir que lo ha hecho ya todo.
(_MENSAJE/03-2.Págs. 75-90)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 35
c) El rico epulón
(Lc/16/19-31)
19 Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo, y
todos los días celebraba espléndidos banquetes. 20 A su puerta yacía
un pobre, llamado Lázaro, lleno de llagas, 21 el cual deseaba saciarse
con lo que caía de la mesa del rico, y hasta los perros se acercaban
para lamerle las llagas. 22 Sucedió, pues, que el pobre murió, y los
ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Pero murió también el rico, y
fue sepultado. 23 Y en el abismo, estando en medio de tormentos,
levantó los ojos y vio desde lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. 24
Entonces gritó: Padre Abraham, ten compasión de mí, y envía a Lázaro
para que, mojando en agua la punta del dedo, venga a refrescarme la
lengua; que estoy sufriendo horrores en estas llamas. 25 Pero
Abraham le contestó: Hijo,
acuérdate de que ya recibiste tus bienes en tu vida, mientras Lázaro,
en cambio, los males; ahora, pues, él tiene aquí el consuelo,
mientras tú el tormento. 26 Y además de todo esto, entre nosotros y
vosotros ha quedado establecido un inmenso vacío, de suerte que los
que quieren pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni tampoco
atravesar de ahí a nosotros.
EPULON/LAZARO LAZARO/EPULON Se ha alcanzado ya la primera cima de la
narración. Con una imagen de gran dramatismo se representa lo que significan las
conminaciones lanzadas a los ricos que están hartos y que ríen, así como las
bienaventuranzas de los desheredados, de los que tienen hambre y de los que lloran
(6,20ss). Lo que aquí se relata es una amonestación a los ricos y un consuelo para los
pobres. Para el rico cada día es una fiesta regocijada, un espléndido banquete. Todos los
días se viste de fiEsta: la indumentaria exterior es de lana adornada de púrpura fenicia, la
interior, de lino finísimo importado de Egipto a Palestina. Las comidas son de fiesta. Este
rico puede permitirse aquello con que soñaba para el futuro el rico labrador: «Descansa,
come, bebe, y pásalo bien» (12,19).
El reverso de la medalla, la contrapartida, es el pobre. Cubierto de llagas está echado a
la puerta que lleva al palacio del rico; allá es llevado todos los días. El hambre lo atormenta.
En las casas acomodadas se utilizan en la comida las migajas para limpiarse las manos y
luego se tiran debajo de la mesa. El pobre suspira por ellas con avidez, pero nadie se las
da. Los perros medio salvajes que vagan por las calles le lamen las llagas, sin que el pobre
hombre pueda impedirlo. El nombre del pobre es Lázaro, el-azar, que quiere decir: Dios
ayuda. Es uno de esos pobres que llevan su miseria con paciencia y confianza en Dios, que
sólo pueden soportar su existencia porque se fían de Dios; es uno de esos que en los
salmos y en las palabras de los profetas son consolados con las promesas de Dios, de
esos a quienes van dirigidas las bienaventuranzas del sermón de la montaña.
El rico vive como si no existiera Dios. Lo tiene todo. ¿Qué falta le hace Dios? No ve a
Dios, no ve al pobre. Vive a sus anchas, nadando en el placer y en la abundancia. No está
contra Dios, ni tampoco oprime al pobre. Únicamente está ciego para no ver a Dios, al
pobre, «a Moisés y a los profetas».
El relato hace hincapié en lo que viene después de la muerte. Ambos mueren, el rico y el
pobre. Del pobre y del rico se dice la misma palabra: «murió»; esto es común a los dos. En
la muerte son los dos iguales. Sigue el entierro. Todavía una última diferencia. El rico es
sepultado con pompa y fasto. El entierro del pobre no se cuenta, ni se menciona, porque ni
siquiera era digno de mención. Sin embargo, ha comenzado ya la gran mutación. Los
ángeles se lo llevan. «Cuando un justo pasa de este mundo al otro, le salen al encuentro
tres coros de ángeles puestos a su servicio.» Llevan al pobre al banquete celestial. Allí
recibe un puesto honorífico a la derecha del padre de familia, Abraham (Mt 8,11). El rico va
después de su muerte al mundo inferior (el hades), que aquí se entiende como lugar de
castigo y de tormento. Los muertos se hallan en lugares diferentes, según que en su vida
terrena cumplieran o no la voluntad de Dios. La existencia del hombre no se restringe a la
vida de la tierra, sino que perdura todavía después de la muerte. La historia narrada traza
las líneas que van del ahora al entonces, indicando lo que significa lo presente para el
futuro. Hay todavía algo más que el bienestar de la vida de la tierra.
El rico se halla en el lugar del tormento, Lázaro sentado a la mesa del banquete celestial,
en el seno de Abraham (se comía recostado), en el lugar de la felicidad y bienaventuranza.
«Tras el juicio aparece el foso de los tormentos, y enfrente el lugar de refrigerio, se hace
visible el horno del infierno, y enfrente la dicha del Edén (del Paraíso)», así se expresa el
cuarto libro de Esdras (7,36). De un lugar al otro se pueden ver y hablar los unos con los
otros. En el mundo inferior puede el rico levantar los ojos y ver a Abraham desde lejos.
Según el libro mencionado, las almas de los réprobos se ven atormentadas porque
observan cómo hay ángeles que en profundo silencio guardan las moradas de las otras
almas (4Esd 7,85). Lo que dice Jesús en esta narración acerca de la vida de ultratumba se
inspira en las ideas de su ambiente. No quiere decir que el otro mundo sea así en realidad.
La historia del rico epulón no es una «guía de viaje» del más allá. Jesús utiliza las
imágenes tradicionales para anunciar su doctrina de forma más gráfica y penetrante.
El pobre está sentado a la mesa del banquete; el rico, lejos, está atormentado; el pobre
goza del puesto de honor, el rico sufre una sed terrible, el pobre está harto, el rico ansía
poder humedecer su lengua seca con un poco de agua. A los impíos les aguardan «sed y
tormentos» (4Esd 8,59). El que sufrió en su vida terrena es consolado, el que gozó es
atormentado. Esto suena como si en el más allá todo se redujera a un reajuste de las
suertes de la tierra. Ahora bien, ¿por qué es atormentado el rico? ¿Sólo porque fue rico?
¿Por qué es dichoso el pobre? ¿Sólo porque fue pobre? La primera parte de la narración
necesita ser completada. La primera cima reclama la segunda.
La suerte del rico en el más allá es desesperada. Los judíos estaban convencidos de que
su padre Abraham podía con su intercesión librarlos incluso del infierno. «Los que caminan
por el valle de lágrimas son los que en esa hora son juzgados en el Gehinnon (el infierno);
luego viene nuestro padre Abraham, los hace subir y los acoge.» El rico avariento clama en
su tormento a su padre Abraham. ¡En vano! Entre el lugar del tormento y el lugar de la
bienaventuranza hay un foso infranqueable: no hay intercesión que salve, no se puede
esperar cambio de morada. Está desbaratada toda esperanza.
27 El rico respondió: Ruégote siquiera, padre, que lo envíes a casa
de mi padre -28 porque tengo cinco hermanos-, con el fin de
prevenirlos, para que ellos no vengan también a este lugar de
tormento. 29 Pero Abraham le replica: Ya tienen a Moisés y a los
profetas: que los escuchen. 30 Él insistió: No, padre Abraham; si, en
cambio, se presenta a ellos alguno de entre los muertos, se
convertirán. 31 Pero Abraham le dijo: Si no escuchan a Moisés y a
los profetas, ni aunque resucite uno de entre los muertos se dejarán
persuadir.
Ahora aparece claro por qué es atormentado el rico. Disfrutó de la riqueza, se sentía
seguro, no tenía órgano para percibir la constancia y el consuelo que se nos da por la
Escritura (Rom 15,4), era sordo a la palabra de Dios y a su llamamiento. La riqueza y la
vida en la abundancia habían vuelto ciego al rico, ciego para no ver a Dios, ciego para no
ver al pobre, ciego para la otra vida; lo hicieron refractario al otro mundo. A las
bienaventuranzas de los que por su aflicción ponen su esperanza en Dios y por ello tienen
el corazón abierto a Dios, siguen las bienaventuranzas de los que son accesibles a los
hombres y a su miseria (cf. Mt 5,3-6; 5,7-10). Lázaro, que en su aflicción pone su esperanza
en Dios, es admitido en el banquete del reino. La riqueza encierra peligros...
En Moisés y en los profetas, en la Sagrada Escritura, Dios nos dejó consignada su
palabra, que quiere amonestarnos, apercibirnos, iluminarnos y guiarnos para que no
vayamos a dar en el lugar de los tormentos. «Y tenemos así más confirmada la palabra
profética, a la que hacéis bien en prestar atención, como a lámpara que brilla en lugar
oscuro, hasta que despunte el día y salga el lucero de la mañana en vuestro corazón» (2Pe
1,19). Esta palabra lleva a reformar los pensamientos conforme a los pensamientos de
Dios, es el comienzo del retorno a Dios y a la penitencia. El contenido de la Escritura es
Jesucristo, su muerte y su resurrección (24,27.46). El que oye la palabra de Jesús y la
sigue es preservado de la suerte del rico, ya que el fruto del anuncio de la muerte y de la
resurrección de Jesús es la penitencia y la conversión (Act 2,37s).
El que no escucha la Sagrada Escritura, tampoco se deja convencer aunque venga un
mensajero del otro mundo. Incluso el mayor milagro, la resurrección de un muerto, sería en
vano. Lázaro de Betania fue resucitado, y con ello se consumó el endurecimiento de los
judíos hostiles a Cristo (Jn 11,46ss). Dios satisfizo el deseo del rico resucitando a Jesús de
entre los muertos. En él dio a los doctores de la ley y a los fariseos la señal que exigían al
igual que el rico: «Esta generación perversa y adúltera reclama una señal, pero no se le
dará más señal que la del profeta Jonás. Porque así como estuvo Jonás en el vientre del
monstruo marino tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre en las entrañas de la
tierra tres días y tres noches» (Mt 12,39s).
El rico, que está en peligro de apoyarse en su riqueza y de fiarse de ella, tiene que
cambiar de dirección y buscar la voluntad de Dios. Fruto genuino de tal cambio de dirección
y de tal retorno a Dios es el amor al prójimo con obras (3,10s): «¿Sabéis qué ayuno quiero
yo?, dice el Señor, Yahveh: Romper las ataduras de iniquidad, deshacer los haces
opresores, dejar ir libres a los oprimidos y quebrantar todo yugo; partir tu pan con el
hambriento, albergar al pobre sin abrigo, vestir al desnudo y no volver tu rostro ante tu
hermano» (Is 58,6s). La comunidad en la que pensaba ante todo Lucas tenía necesidad de
la amonestación, como la consignó Santiago en una situación semejante: «Escuchad,
hermanos míos queridos: ¿No escogió Dios a los pobres según el mundo, pero ricos en la
fe y herederos del reino que prometió a los que le aman? ¡Y vosotros habéis afrentado al
pobre!... Hablad y actuad como quienes han de ser juzgados por una ley de libertad. Pues
habrá un juicio sin misericordia para quien no practicó misericordia» (Sant 2,5.6.12s).
Lc/17/01-04
1 Luego dijo a sus discípulos: Es imposible que no haya
escándalos. Pero ¡ay de aquel por quien vienen! 2 Más le convendría
que le ataran alrededor del cuello una rueda de molino y lo arrojaran
al mar, que escandalizar a uno solo de estos pequeñuelos. 3a
¡Tened, pues, cuidado de vosotros mismos!
En el Antiguo Testamento se sintió vivamente el problema de que al rico que no se cuida
de la ley de Dios le va bien, mientras que el pobre que pone su esperanza en Dios lleva
una existencia miserable. «Estaban ya deslizándose mis pies, casi me había resbalado.
Porque miré con envidia a los impíos, viendo la prosperidad de los malos. Pues no hay para
ellos dolores; su vientre está sano y pingüe... En vano, pues, he conservado limpio mi
corazón y he lavado mis manos en la inocencia... Púseme a pensar para poder entender
esto, pues era ciertamente cosa ardua a mis ojos; hasta que penetré en el secreto de Dios
y puse atención a las postrimerías de éstos» (Sal 73). Tampoco en la antigua Iglesia fueron
siempre tratados los pobres como los elegidos de Dios, como los alabados en la
predicación del Evangelio (cf. Sant 2,5.12s). Pablo tuvo que escribir a la comunidad de
Corinto: «Así pues, cuando os congregáis en común, eso no es comer la cena del Señor;
pues cada cual se adelanta a comer su propia cena, y hay quien pasa hambre, y hay quien
se embriaga... ¿Tenéis en tan poco las asambleas del Señor, que avergonzáis a los que no
tienen?» (ICor 11,20-22). El rico sin piedad es un escándalo para los pobres. El discípulo
de Jesús, el cristiano, debe ponerse en guardia para no dar escándalo.
El escándalo se siente como un poder personal, que pone obstáculos a la fe e induce a
la apostasía. Los escándalos son hijos del demonio (Mt 13,38.41). El que se atiene
firmemente a la fe en Cristo y cumple la voluntad de Dios proclamada por él, debe para ello
resistir a los escándalos (Mt 7,23). Es imposible que no vengan los escándalos, pues
forman parte del plan de Dios, por lo cual son necesarios (Mt 18,7). La predicación del
Evangelio acarrea también escándalos. Sólo el tiempo de la consumación los desarraigará
(Mt 13,41).
Los escándalos se sirven del hombre para lograr su fin. Vienen por él cuando él se les
ofrece como instrumento. Sobre tal hombre se pronuncia el ¡ay! de conminaciones
proféticas. Su fin es la perdición eterna. El delito de que se hace reo el que se constituye
en instrumento del escándalo, es enormemente grande. Su gravedad se muestra en el
castigo excogitado para el seductor: Debe ser arrojado al mar con una rueda de molino al
cuello. La profundidad tenebrosa y sin fondo es una imagen del infierno. Hay que impedir
que el escándalo se insinúe entre los hombres, hay que cortarle el camino.
Más conviene eliminar al escandaloso, que permitir que se escandalice a uno solo de los
pequeñuelos. La salvación de estos pequeños está en peligro. Estos pequeños no son los
niños, sino los pobres, los desheredados, los despreciados, tal como se los representa en
la figura del pobre Lázaro. Precisamente a éstos ha elegido Dios y les ha preparado su
reino (6,20ss). Ante Dios, cada uno de estos pequeños en particular tiene un valor
supremo, puesto que su voluntad es que no se pierda ninguno de estos pequeños (Mt
18,14).
3b Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente perdónalo. 4
Y si peca contra ti siete veces al día, y siete veces vuelve hacia ti
para decirte: Me arrepiento, lo has de perdonar.
¿Cómo se ha de restablecer y mantener la paz? Los discípulos son una comunidad de
hermanos. Si tu hermano peca... Hermanos se llamaban los compatriotas y correligionarios
judíos; este título pasó a los cristianos. Deben proceder como hermanos que tienen
solicitud por la santificación de los hermanos. La comunidad fraterna de los discípulos no es
una comunidad de santos exenta de faltas. Cuando peca el hermano, cuando peca contra
el hermano, éste no debe permanecer impasible; se trata, en efecto, de la salvación del
hermano. Lo primero que hay que hacer es reprenderlo. El que lo deja obrar a su talante sin
preocuparse de su pecado, se hace culpable: «No odies en tu corazón a tu hermano, pero
repréndelo para no cargarte tú por él con un pecado» (Lev 19,17). La palabra de
amonestación inducirá al hermano a corregirse. Si éste reconoce su culpa y se convierte,
entonces debe el hermano perdonar al hermano.
La comunidad de los discípulos se santifica cuando un hermano perdona al otro, le
perdona una y otra vez a pesar de las recaídas, siete veces al día, siempre que haga falta,
sin límite alguno. Si el discípulo perdona a su hermano, también Dios le perdonará a él su
propia culpa (11,4). Con la solicitud de todos por la salvación del hermano y con el perdón
de todas las ofensas personales y de todos los agravios experimentados viene a ser el
pueblo de Dios un pueblo santo. También aquí, como en el caso del perdón de Dios, el
arrepentimiento y conversión es la base de todo.
d) Bienaventurado el pobre
(/Lc/17/05-10)
5 Los apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe. 6 Respondió el
Señor: Si tenéis una fe del tamaño de un granito de mostaza, podéis
decir a este sicómoro: Desarráigate y plántate en el mar, y os
obedecerá.
¿Quién puede cumplir las exigencias radicales de Jesús? ¿Su exposición y superación
de la ley? ¿La decisión radical en favor de Dios contra el asalto del Mamón? Una vez que
Jesús, en otra ocasión, expuso sus exigencias radicales, dijeron sus oyentes: «¿y quién
podrá salvarse?» Pero él explicó que lo que es imposible al hombre es posible a Dios
(18,26). Ahora hablan los apóstoles. Han comprendido que a su fe hay que añadirle fe si
han de cumplir lo que exige Jesús. Aguardan de Jesús la fuerza de cumplir lo que él les
pide. Jesús anuncia la salvación y también sus condiciones, y da la fuerza para cumplirlas.
Él es poderoso en obras y en palabras.
El don salvífico fundamental es la fe. Con la fe se domina lo más difícil; a la fe se ha
prometido la salvación. El grano de mostaza es la más pequeña de todas las semillas (Mc
4,31). apenas tan grande como una cabeza de alfiler.
La fuerza de las raíces del sicómoro negro es tan grande que este árbol puede estar en
pie en la tierra 600 años, pese a todas las inclemencias del tiempo. sin embargo, una sola
palabra proferida con el mínimo de verdadera confianza en Dios podría hacer que tal árbol
se arrancara y se transplantara al mar. Por mar se entiende aquí el lago de Genesaret. Dios
da fuerza divina para cumplir los imperativos de Jesús, si el que sigue a Jesús cree que con
él se ha inaugurado el tiempo de salvación y si pone toda su confianza en lo que él
anuncia. Jesús anuncia el reino misericordioso de Dios.
Quien reconoce su propia pobreza e incapacidad mediante una confianza sin límites en la
obra salvífica de Dios por Jesús, alcanza algo sobrehumano, la nueva vida. En él se
glorifica Dios. Lázaro, el pobre mendigo que, con su nombre, anuncia la misericordia de
Dios, descansa en el seno de Abraham. La fe da participación en la poderosa vida de Dios
la cual no tiene límites. Si el discípulo ha de perdonar siete veces al días, esto es efecto de
la infinita misericordia de su amor que perdona, representado por las parábolas relativas al
amor de Dios, a los pecadores.
7 ¿Quién de vosotros que tenga un criado arando o guardando el
ganado, le dirá al llegar éste del campo: Anda, ponte en seguida a la
mesa, 8 y no le dirá más bien: Prepárame de cenar, y disponte a
servirme hasta que yo coma y beba; que luego comerás y beberás
tú? 9 ¿Acaso tiene que dar las gracias al criado, por haber hecho
éste lo que se le mandó?
Al igual que este labrador procederían todos aquellos de los que
habla Jesús. El criado trabaja en el campo, contratado por un año. Por ello tiene el labrador
derecho a toda su capacidad de trabajo. El criado tiene que arar, cuidar del ganado y
desempeñar en la casa todos los servicios, ocuparse de la cocina y de la mesa. Las
exigencias del labrador, que por cierto es de los pequeños -sólo tiene un criado para todas
las labores-, son irritantes. El criado ha trabajado en el campo, mientras el labrador se
estaba en casa; el criado vuelve a casa fatigado, y el labrador está a la mesa y se deja
servir por él; el criado tiene hambre tras una jornada de trabajo, pero tiene que aguardar
hasta que haya comido su amo. El labrador no le da las gracias; hace sencillamente valer
sus derechos. En efecto, el criado es eso, criado, y tiene que hacer lo que se le mande.
Jesús no se pronuncia sobre esta situación social, irritante para nuestro modo de sentir; la
toma sencillamente como imagen para una parábola.
10 Pues igualmente vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que se
os ha mandado, decid: Siervos inútiles somos; hemos hecho lo que
teníamos que hacer.
La parábola no trata de ofrecer un retrato de Dios, sino únicamente hablar de la actitud
del hombre ante Dios. El servicio de Dios es un servicio de criados. Dios da el encargo, el
hombre tiene que cumplirlo. El deber pesa sobre el hombre como la responsabilidad civil
sobre el deudor. Dios no le debe nada, él lo debe todo a Dios. Él no tiene exigencias que
formular a Dios; Dios no le debe la menor recompensa, ni siquiera gratitud. Incluso si el
criado ha hecho todo lo que se le había encargado, no ha hecho sino cumplir su deber. El
criado es, en efecto, eso, criado, pobre criado, que no sirve para otra cosa sino para ser su
criado, simple criado y nada más. El discurso profético de Jesús sostiene sin miramientos
los derechos de Dios, aunque se ve rebajado casi hasta la nada aquel a quien afectan
estos derechos. Así, el hombre viene a ser precisamente libre, vaciándose y dilatándose,
para que Dios le otorgue los bienes del reino. Bienaventurados los pobres, pues de ellos es
el reino de Dios.
Los doctores de la ley entre los fariseos conciben la relación entre Dios y el hombre como
una relación contractual: yo doy para que tú des, prestación por prestación. Si se cumple la
ley, si se hace lo que Dios tiene encargado, entonces debe Dios recompensa. La parábola
de Jesús descarta tal mentalidad. Dios no debe nada, ni siquiera las gracias. El hombre no
es sino un simple criado. En Lucas va dirigida la parábola a los apóstoles. Lo han dejado
todo y han seguido a Jesús (5,11), han cumplido con sus exigencias radicales. ¿Pueden
hacer valer su prestación? ¿Pueden invocar derechos ante Dios? Según san Mateo, san
Pedro dirige a Jesús la pregunta: «Mira: nosotros lo hemos dejado todo y te hemos
seguido; ¿qué habrá, pues, para nosotros?» (Mt 19,27). Pedro aguarda su recompensa.
Este pensar en la recompensa se descarta mediante la parábola de los trabajadores de la
viña (Mt 20,1-16). La recompensa de Dios no corresponde a la prestación del hombre. Lo
que nosotros llamamos recompensa es don de la bondad divina. Lucas cierra su
composición relativa a las exigencias radicales de Jesús con esta parábola del pobre
criado. Los apóstoles que lo han dejado todo sólo pueden decir: Sólo hemos hecho lo que
teníamos que hacer. Son criados de Dios que erige su reino, otorga su misericordia
proclamándola, hace visible por ellos su magnificencia. En este servicio no pasan ellos
nunca de ser simples criados, que sólo hacen aquello a que están obligados. Pablo escribe:
«Anunciar el Evangelio no es para mí motivo de gloria; es necesidad que pesa sobre mí. ¡Y
ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (lCor 9,16). El cristiano que cree haberlo hecho todo,
no tiene derecho a formular exigencias a Dios. La actitud que pinta Jesús conserva la paz
en la comunidad, pese a todas las diferencias entre las personas (Rom 15,1-2).
(.Págs. 90-103)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 36
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE:EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (37)
·ALOIS-STÖGER
III. ULTIMAS ETAPAS DEL VlAJE (17,11-19,27).
1. PERSPECTlVA DE LA GLORIFICACIÓN (17,11-18,8).
a) El samaritano agradecido
(Lc/17/11-19)
MIGRO/10-LEPROSOS
11 Y mientras él iba de camino a Jerusalén, atravesaba por Samaria y Galilea.
Jesús va de camino; una vez más vuelve a recordarse la marcha (9,51; 13,22). La meta
de la marcha es Jerusalén. El camino va por Samaría y Galilea. Jesús venía de Galilea,
pasaba por Samaría y continuaba hacia Jerusalén. Sólo quien, como Lucas, mira hacia
atrás al camino, puede escribir así: Por Samaría y Galilea. La marcha y la acción están tan
dominadas por Jerusalén, que sólo desde aquí se puede ver el camino. Sólo en función de
Jerusalén, donde aguarda la elevación de Jesús, puede comprenderse su camino, su
marcha y su acción (*).
El relato había comenzado con un hecho acontecido en Samaría; otro hecho que trae a la
memoria a Samaría inicia la última parte de la marcha. Samaría es el puente por el que la
palabra de Dios va de Galilea a Jerusalén, y por el que va de Jerusalén a los gentiles. El
encargo del Resucitado era de este tenor: «Seréis testigos míos en Jerusalén, y en toda
Judea y Samaría, y hasta en los confines de la tierra» (Act 1,8). En el camino de Jesús está
diseñado el camino de su Iglesia; su camino es fruto de los caminos de Jesús.
...............
* Las palabras «por Samaria y Galilea» crean desde antiguo dificultades para su explicación,
como lo
muestran la tradición manuscrita y las tentativas de explicación. «Por Samaria y Galilea» se
explica con
frecuencia: «entre Samaria y Galilea», por la zona limítrofe de estas dos fajas de tierra (cf. Mc
10,1; Mt 19,1). Hay
quien, haciendo historia, lo explica así: «Jesús, viniendo del oeste, caminaría algún tiempo
siguiendo la línea
divisoria entre Galilea y Samaría, para llegar al Jordán; río abajo iba el camino directo hacia
Jerusalén» (F.
ZEHRER).
...............
12 Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a
distancia, 13 y levantaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!
14 Cuando él los vio, les dijo: Id a presentaros a los sacerdotes. Y sucedió que, mientras
iban, quedaron limpios.
También ahora va el camino de ciudad en ciudad y de aldea en aldea (13,22). La
enfermedad y la miseria reúnen a los hombres y hacen olvidar los odios nacionales entre
judíos y samaritanos (9,53; Jn 4,4-9). A los leprosos les estaba permitido entrar en aldeas,
pero no en ciudades amuralladas, no digamos en la santa ciudad de Jerusalén. «El leproso,
manchado de lepra, llevará rasgadas sus vestiduras, desnuda la cabeza, y cubrirá su
barba, e irá clamando: ¡Inmundo, inmundo! Todo el tiempo que le dure la lepra será
inmundo. Es inmundo y habitará solo; fuera del campamento tendrá su morada» (Lv
13,45s).
Jesús es llamado Maestro. Hasta ahora sólo le habían hablado así los apóstoles,
subyugados por su poder (5,5; 9,49), llenos de asombro por su gloria (9,33), o cuando
esperaban ayuda en su desamparo (8,24). A esta interpelación añaden los leprosos una
invocación implorando misericordia.
Jesús es maestro de la ley, lleno de poder y de misericordia. En él ha amanecido el reino
de Dios, que se revela en poder y misericordia a todos los hombres.
A los leprosos dirige Jesús la instrucción de cumplir la ley relativa a la purificación de la
lepra, todavía antes de que hayan quedado limpios. «Esta será la ley del leproso para el
día de su purificación» (Lv 14,2). En la obediencia a la ley, que les indica Jesús, hallarán
salvación los leprosos. El que oye a Moisés y a los profetas, se salva (16,29). También el
samaritano, que es un extraño para los judíos, halla la salvación por este camino. Por Jesús
viene de los judíos al samaritano la salud (Jn 4,22).
15 Entonces uno de ellos, al verse curado, volvió atrás, glorificando a Dios a grandes
voces, 16 y se postró ante los pies de Jesús, para darle las gracias. Precisamente éste era
samaritano.
Probablemente se efectúa la curación mientras los leprosos estaban todavía en camino
hacia el sacerdote. Uno de los curados regresa de inmediato. Glorifica a Dios alabándolo y
dándole gracias. Dios actúa por Jesús. El curado pronuncia su alabanza de Dios delante de
Jesús, postrándose a sus pies. Dios causa la salvación por Jesús. La gracia de Dios
apareció en él. Esto se reconoce mediante la acción de gracias.
La proximidad de Dios causa profunda emoción. Quien experimenta la proximidad de Dios
clama a grandes voces: los demonios (4,33; 8,28), el pueblo a la entrada de Jesús en
Jerusalén (19,37), Jesús mismo al morir (23,23; cf. Hch 7,60). Igualmente se postra de
hinojos ante Jesús quien rinde homenaje a Dios presente en él: el padre de la hija
moribunda (8,41); el leproso que implora su curación (5,12). En Jesús se hace visible el
poder y la misericordia de Dios. Jesús es la epifanía de Dios. En él está presente el reino
de Dios.
El curado que vuelve a Jesús es un samaritano. Como el samaritano compasivo estaba
en el camino del Evangelio y del reino de Dios con sus buenos servicios llenos de
compasión, así también lo está este samaritano por medio de su gratitud. La sencillez y los
nobles sentimientos humanos son un camino hacia la salvación si van unidos a la fe en la
palabra de Jesús, en la que se encierran la ley y los profetas. La palabra da fruto si se
acoge en un «corazón noble y generoso» (8,15). En el samaritano se diseña el camino del
Evangelio hacia los paganos.
17 Y Jesús replicó: ¿Pues no han quedado limpios los diez? ¿Dónde están los otros
nueve? 18 ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino sólo este extranjero? 9
Luego le dijo: Levántate y vete; tu fe te ha salvado.
Jesús había esperado que volvieran todos y dieran gloria a Dios, por él. Por él vienen las
gracias de Dios, por él se da gloria a Dios. «No hay salvación en otro hombre» (Hch 4,12).
Sólo el extranjero regresa. El samaritano, que, como extranjero, no cuenta entre los hijos de
Israel, no osa formular exigencias a Dios. Lo que recibe lo toma como presente de la gracia
de Dios y da gracias. Los judíos no dan gracias porque son judíos y consideran como
debidos los dones de Dios. Reciben del enviado de Dios lo que, según ellos, les
corresponde. Les falta la actitud fundamental necesaria para recibir la salvación. En el
extranjero se hallan actitudes que facilitan el acceso a ella: gratitud, alabanza, confesión de
la propia pobreza delante de Dios. El camino de la salvación está abierto a todos, incluso a
los extranjeros, a los pecadores, a los gentiles. Lo que salva es la fe, la decisión y entrega
a la palabra de Jesús y a la acción salvífica de Dios a través de él.
b) La venida del reino de Dios y del Hijo del hombre
(Lc/17/20-37)
RD/HOY-AQUI
Cuestiones relativas al tiempo final sirven de introducción a la segunda parte del relato
del viaje (13,22ss). También las hallamos al comienzo de la tercera parte. En el camino
hacia la meta asedian el corazón las preguntas relativas al fin. A los fariseos se les habla de
la venida del reino de Dios (17,20-21), a los discípulos, de la venida del Hijo del hombre. El
reino de Dios está ya presente, el Hijo del hombre tiene todavía que venir. Este discurso
combina una serie de frases de la tradición especial del tercer evangelio con otras que se
hallan también en Mt 24s. El discurso tiene una estructura fácil de reconocer: Introducción
(v. 22), la venida del Hijo del hombre como acontecimiento que no puede pasar inadvertido
(v. 23s), necesidad de que antes padezca el Hijo del hombre (v. 25), la manifestación del
Hijo del hombre, que sorprenderá a la generación sumida en los asuntos terrenos (v. 2S30),
exhortación a estar preparados (v. 31-33), división de los hombres en el momento del
retorno (v. 34ss), conclusión (v. 37).
20 Preguntado por los fariseos cuándo había de llegar el reino de Dios, él contestó: El
reino de Dios no ha de venir aparatosamente; 21 ni se dirá: Míralo aquí, o allí. Porque
mirad: el reino de Dios ya está en medio de vosotros.
En el reino de Dios está reunido en una sola palabra todo lo que Israel aguarda para el
futuro. Cuando Dios tome posesión de su reino, todo estará en regla. La pregunta de
cuándo se verá satisfecha esta gran esperanza y expectación preocupaba a todos los
ambientes: a los fariseos, a los apocalípticos y a los discípulos de Jesús (19,11; 21,7; Act
1,6). Desde los tiempos del profeta Daniel se habían establecido cómputos para escudriñar
este misterioso cuándo. Setenta años hubo de vivir Israel en la cautividad de Babilonia (Jer
25,11; 29,10) antes de verse libre de ella, setenta semanas de años había ahora que
aguardar la aparición del reino de Dios (Dan 9,2ss). Insurrecciones, guerras, pestes,
hambres, carestías, trastornos del orden moral, catástrofes de la naturaleza se
consideraban como señales del tiempo mesiánico; en efecto, el tiempo de salvación irá
precedido de grandes tribulaciones (Dan 12,1); el nuevo tiempo nacerá del antiguo bajo
«dolores de parto» (Mc 13,8). Jesús anuncia el reino de Dios; tiene que responder a la
pregunta de cuándo vendrá. Su respuesta les deja desconcertados. La aproximación del
reino de Dios no puede observarse. Viene de tal forma que nadie puede decir: «Míralo
aquí» o «Míralo allí». Los vaticinios y los cálculos salen fallidos. El reino de Dios ya está en
medio de vosotros, ya esta presente (*).
Que el reino de Dios ha aparecido ya, se muestra en la acción de Jesús. Jesús expulsa
los demonios con el dedo de Dios (11,20). Satán ha quedado sin fuerza (10,18), porque ya
se ha inaugurado la soberanía de Dios. La ley y los profetas llegaban hasta Juan, desde
entonces se anuncia el reino de Dios como buena nueva de victoria (16,16; 4,21). Jesús
satisface las esperanzas de Israel tocante al reino de Dios. Con Jesús se ha iniciado ya el
tiempo de salvación prometido. ¿Qué se veía de él? ¿Cuáles de los grandes
acontecimientos que se esperaban se han producido ya? ¿No son también éstas nuestras
preguntas? Nosotros vivimos en el tiempo de salvación. El reino de Dios presente es
«misterio» (Mc 4,11; Lc 8,10) que sólo se puede captar con la fe en la palabra de Jesús.
Para el creyente está «visible» la presencia del reino de Dios en la acción del Espíritu
Santo (24,49), al que Cristo exaltado envió a su Iglesia (Act 1,4).
La palabra de Jesús habla sólo de la presencia del reino de Dios en medio de sus
contemporáneos, pero no de que él mismo lo trae, de que está presente en él. Jesús
desempeña la función de profeta de la salvación de los últimos tiempos, de pregonero de la
misma, que conoce el misterio del reino de Dios. Sin embargo, él es más que esto. Él
expulsa los demonios con el dedo de Dios (11,20). Dios le ha dado su poder; por él reina
Dios. Los fariseos debían quedarse pensativos al oír las palabras de Jesús...
...............
* De Lc 17,21 se dan principalmente dos traducciones y explicaciones: 1) El reino de Dios está
en vosotros,
en vuestro interior (en el corazón); 2) el reino de Dios está entre vosotros, en medio de vosotros.
La mayoría de
los autores modernos optan con razón por esta segunda explicación, por ser la única conciliable
con las demás
aserciones de Jesús relativas al reino de Dios. Esta traducción se interpreta de dos maneras: a)
Cuando
aparezca el reino de Dios, vendrá de repente (de golpe), sin que anteriormente se note nada de
su venida; b) el
reino de Dios está ahora ya entre vosotros. Esta interpretación parece preferible, pues no se
habla de la venida
repentina y de golpe; la respuesta de Jesús a las preguntas trata de mostrar que no tiene razón de
ser observar
el momento de la aparición del reino de Dios, o calcularlo, y buscar el lugar en que ha de
aparecer.
...............
22 Luego dijo a los discípulos: Tiempo llegará en que desearéis ver siquiera uno de los
días del Hijo del hombre, y no lo veréis.
A los fariseos ha hablado Jesús del reino de Dios que ya está presente; a los discípulos
les habla del Hijo del hombre, que ha de venir. Los discípulos son iniciados en el misterio
que rodea al Hijo del hombre. Los días del Hijo del hombre se iniciarán cuando él aparezca
en su esplendor regio (cf. 23,43), cuando se revele el poder divino que ha sido transmitido
al Hijo del hombre (Dan 7,13), cuando se revele Cristo en su gloria como el elegido de Dios,
cuando se acerque la redención (21,28). El Hijo del hombre es Jesús mismo (12,8s). Con
su acción se ha inaugurado el reino de Dios, pero todavía se aguardan los «días del Hijo
del hombre».
Tiempo llegará... Así hablan los profetas que anuncian ruina (Jr 32; 9,24; 16,14; 19,6;
23,5.7; Am 4,2 y passim). Jesús anuncia días de terror. La tribulación será tan grande que
los discípulos mirarán con gran ansia hacia los días del Hijo del hombre y aguardarán
ardientemente la venida del Mesías. Vivir uno solo de estos días les daría fuerza y
consuelo; pero tienen que aguardar y perseverar con paciencia. El tiempo de la tribulación
se extiende de la ascensión de Jesús a los cielos hasta su segunda manifestación. Los
discípulos de Jesús andan desalentados con la cabeza baja (21,28); son perseguidos y
duramente probados. Lo que en este tiempo de la Iglesia levanta los ánimos es la
esperanza de la manifestación del Hijo del hombre.
La historia sagrada de Israel desemboca en el tiempo final. Este tiempo ha comenzado
con Jesús; por él se ha cumplido el pasado, el fin ha comenzado ya a alborear. Sin
embargo, todavía se aguarda la consumación definitiva. El reino de Dios ha llegado ya,
pero al Hijo del hombre hay todavía que aguardarlo. El discípulo de Jesús vive en tensión
entre lo que ya está presente y lo que todavía no se ha manifestado. Así pues, la vida de la
Iglesia se desenvuelve entre realización y expectativa, entre posesión y esperanza, entre
gozo y temor, «gozosos en la esperanza» (Rom 12,12).
23 Entonces os dirán: Míralo allí, míralo aquí; pero no vayáis ni corráis detrás. 24
Porque, como el relámpago fulgurante brilla de un extremo a otro del horizonte, así
sucederá con el Hijo del hombre en su día.
En un tiempo tan atribulado es fácil prestar oído a todas las voces que anuncian
redención. Surgen profetas e intérpretes de los signos. Anuncian que el Hijo del hombre y
Salvador ya está aquí. Desde la Iglesia primitiva hasta nuestros tiempos no han faltado
tales profetas, que anuncian ya como presente el final victorioso y beatificante que se
acerca. Pero el discípulo de Jesús no debe dejarse engañar. Cuando venga el Hijo del
hombre, el hecho no pasará inadvertido ni dejará lugar a duda. Este imponente
acontecimiento es en sí mismo luz, que no podrá menos de verse. Cuando venga el Señor
en su gloria, no hará falta que nadie se lo haga notar al otro. Todos verán y sabrán: Está
aquí.
25 Sin embargo, primero es necesario que él padezca mucho y sea reprobado por esta
generación.
Jesús camina hacia Jerusalén. Cuando llegue al término de su camino ¿establecerá
poderosamente el reino de Dios y se revelará en gloria como el Hijo del hombre? Así
habían creído los discípulos. «Cuando estaba ya cerca de Jerusalén, pensaban ellos que el
reino de Dios iba a manifestarse inmediatamente» (19,11). Es designio y voluntad de Dios
que Jesús llegue a la gloria pasando por la reprobación y la muerte. Tiene que sufrir mucho
de parte de sus contemporáneos y ser condenado en juicio. El Hijo del hombre experimenta
la suerte del siervo de Dios, que fue despreciado y abandonado por los hombres, varón de
dolores y familiarizado con la enfermedad, como uno ante quien hay que cubrirse el rostro
(Is 53,3ss). En el camino de Jesús se diseña también el camino de sus discípulos, el
camino de la Iglesia. La Iglesia experimenta el sufrimiento y la tribulación, necesarios por
designio divino, antes de alcanzar su gloria.
26 Y como ocurrió en los tiempos de Noé, así sucederá también en los días del Hijo del
hombre: 27 comían y bebían, se casaban ellos y daban a ellas en matrimonio, hasta el día
en que Noé entró en el arca, y llegó el diluvio, y acabó con todos. 28 Igualmente sucedió
en los tiempos de Lot: comían y bebían, compraban y vendían, plantaban y edificaban; 29
pero, el día en que salió Lot de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre y acabó con todos.
30 Lo mismo sucederá el día en que el Hijo del hombre se manifieste.
Los días del Hijo del hombre comenzarán cuando el Hijo del hombre salga de su
ocultamiento en el cielo (Col 3,3), se descubra y se manifieste (Cf. 1Co 1,7; 2Ts 1,7; 1P.
1,7.13). Entonces tendrá lugar la redención y la condenación, pues el Hijo del hombre es
juez (*).
La venida del Hijo del hombre es una promesa confortante (17,22) y una amenaza
inquietante. Todavía no se ve y se hace esperar. Así pues, no se cuenta todavía con ella
en la vida, no hay por qué preocuparse ni molestarse. La vida sigue su curso normal, se
satisfacen las necesidades suscitadas por el hambre, la sed y el instinto sexual, se practica
lo que asegura la existencia: negocios, trabajo, construcción de viviendas. No se concibe lo
serio de la situación que supone la repentina venida del Hijo del hombre; no se toma en
consideración que viene a juzgar; que la vida futura depende de su decisión es cosa que no
entra en los cálculos.
Dos acontecimientos de la historia sagrada descubren lo grave de esta situación: lo que
sucedió a los contemporáneos de Noé y de Lot (Gén 6,11-13; 18,20ss). La generación del
diluvio y los habitantes de Sodoma quedaron excluidos del mundo futuro (Dt 32,32; Is 1,10;
Jr 23,14; Ez 16,45-59; 2P 2, 6s; Jd 7: tipos de los pecadores). No se dejaron mover a creer
en el juicio venidero y a convertirse, por el testimonio de Noé, «predicador de justicia» (2Pe
2,7), y por «el justo Lot, que vivía entre ellos y día tras día se afligía en su alma justa por
las malas obras que veía y oía». La sentencia cayó repentinamente sobre ellos. Un
estribillo preñado de amenazas cierra la exhortación bíblica: «Y acabó con todos.»
La catástrofe sobreviene por medio de fuego y agua. Estos dos elementos enseñan al
hombre cuán poca consistencia tiene todo aquello en que se apoyan, cuán repentinamente
se disipa lo que poseen. En ambos elementos se representa el juicio de Dios. «Al afirmar
esto se les escapa que en otro tiempo hubo cielos y hubo tierra, salida del agua, que en
medio del agua tomó consistencia por la palabra de Dios. Por ella, el mundo de entonces
pereció en el diluvio. Pero los cielos y la tierra de ahora están guardados por la misma
palabra, reservados para el fuego en el día del juicio y de la destrucción de los impíos» 2Pe
3,5-7).
...............
* Mt 25,31-46. «La verdadera función escatológica del Hijo del hombre en su segunda venida
es, como en los
textos judíos tardíos, sobre todo en el Henoc etiópico, la de juzgar... La función de juez, que en
el Nuevo
Testamento se atribuye también con frecuencia a Dios, está directamente relacionada con la
representación del
Hijo del hombre» (O. CULLMANN).
...............
31 En aquel día, el que esté en la terraza y tenga en la casa sus cosas, no baje a
recogerlas; e igualmente, el que esté en el campo, no vuelva hacia atrás. 32 Acordaos de
la mujer de Lot. 33 El que pretenda conservar su vida, la perderá; y el que la pierda, la
conservará.
¿Qué tendrá consistencia y valor aquel día, el día en que el Hijo del hombre aparezca en
la gloria de su reino, en el que se ejecute el juicio sobre los hombres? Aun las cosas más
imprescindibles habrán de abandonarse: los utensilios de la casa, los aperos e
instrumentos para el cultivo del campo. Lo único importante y decisivo será en aquel día la
venida del Señor. Todo se desvaloriza cuando se hace visible el verdadero valor, que
consiste en poder salir airoso del juicio del Señor (21,36). Tal actitud escatológica debe
marcar la vida entera del discípulo de Cristo. Sólo así se puede alcanzar la vida
propiamente dicha, la vida en el reino de Dios, la salvación. Aquel cuyo corazón esté tan
apegado a lo terreno, que no logre desprenderse resueltamente de ello, incurrirá en la
perdición.
La mujer de Lot puede servir de escarmiento. Cierto que salió de la ciudad de Sodoma
cuando sobrevino el castigo de Dios, pero, como seguía aficionada a lo que dejaba detrás,
miró atrás y quedó petrificada, convertida en estatua de sal, como monumento «de un alma
incrédula» (Sab 10,7). Sólo logra la verdadera vida quien está pronto a perder la vida
terrena y el disfrute de esta vida cuando no hay otro medio de cumplir la palabra de Dios.
La muerte engendra la vida. El Hijo del hombre tiene que padecer y ser reprobado antes de
entrar en su gloria.
Aquel para quien la venida del Hijo del hombre haya de ser para su bien, para su
salvación, debe estar animado de los mismos sentimientos que el discípulo que quiere
seguir a Jesús. De éste se dice: «El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,
cargue cada día con su cruz y sígame. Pues quien quiera poner a salvo su vida, la perderá;
pero quien pierda su vida por mí, la pondrá a salvo» (9,23s). Y luego: «Ninguno que ha
echado la mano al arado y mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios.» Seguir a Jesús
en el tiempo de la Iglesia es tener puesta la mira en el Hijo del hombre que ha de venir.
Esta manera de mirar al Hijo del hombre y de aguardarlo se inspira en el modo cómo los
discípulos siguieron al Jesús histórico.
34 Yo os lo digo: en aquella noche, dos estarán a la misma mesa, el uno será tomado y
el otro dejado; 35 dos mujeres estarán moliendo juntas: la una será tomada y la otra
dejada.
Según la creencia judía, el Mesías vendrá en la noche pascual. Esta noche en que ha de
venir aportará el juicio. Este comenzará con la separación de los justos y de los injustos (Mt
25,32). Los justos serán conducidos al Señor (1Tes 4,16s), los otros serán entregados a la
perdición (Mt 13,48). La sentencia se pronuncia sobre todos, sobre hombres y mujeres; los
sorprende en medio de su trabajo cotidiano. Dos hombres estarán sentados a la misma
mesa, dos mujeres estarán moliendo juntas. La sentencia será muy diferente para ambos.
¿Qué es lo que determinará la sentencia? La vida del uno se pasa en comidas y cenas, la
del otro en la espera de la venida del Hijo del hombre. Los unos están dormidos en su
interior, los otros están en vela aguardando la gran promesa. Para unos la vida no va más
allá del tiempo presente, otros tienen puesta la mira en una vida que comienza con la
venida de Cristo. La decisión versa sobre la confesión de Jesús, sobre la obediencia a su
palabra (13,26ss).
37 Entonces le preguntan: ¿Dónde, Señor? El les contestó: Donde esté el cadáver, allí
también se reunirán los buitres.
CADAVER/BUITRES La pregunta por el cuándo abre el discurso sobre el tiempo final, la
pregunta por el dónde, lo cierra. Preguntas curiosas, superficiales, distraen de lo esencial.
El reino de Dios está presente. Viene el Hijo del hombre. La promesa está ya cumplida,
pero todavía no en forma acabada. ¿Qué se desprende de esto?
Los cadáveres atraen a los buitres. Esto lo saben todos. Como los buitres son atraídos
por los cadáveres, así será atraído por los hombres pecadores el juicio que condena. Lo
importante no es la pregunta por el lugar del juicio, sino la cuestión de la liberación del
pecado, la cuestión de la conversión. Cuando Jesús anuncia el tiempo final, exhorta a la
conversión y a la penitencia. Proclama el reino de Dios de la misericordia, a fin de que la
venida del Hijo del hombre no redunde en perdición.
(Págs. 103-116)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 37
c) Orar incesantemente
(Lc/18/01-08)
1 Luego les propuso una parábola sobre la necesidad que tenían de
orar siempre y no cansarse nunca.
La venida del Hijo del hombre se hace esperar. Los aprietos son grandes (17,22), las
persecuciones atormentan, amenaza la tentación de apostasía. En los labios está la
pregunta acuciante: «¿Hasta cuándo, Señor?» (Ap 6,10). Sólo la venida del Hijo del hombre
proporciona la salvación.
Para que Dios cumpla ésta, que es la más grande de todas las promesas, hay que forzarle
con una oración infatigable y perseverante. La venida del día de Dios se acelera mediante
una vida moral (2P 3,12), mediante penitencia (Act 3,19) y mediante la oración
perseverante. Jesús enseñó a sus discípulos a orar, a implorar que venga el reino de Dios
(11,2). Cuando venga el Hijo del hombre en su gloria, alboreará la tan suspirada liberación
(21,28). En todo tiempo, sin cejar, hay que rogar que venga el Hijo del hombre, incluso
cuando parece que la oración no es escuchada y cuando la fatiga y el hastío pueden
inducir a suspenderla.
2 En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni tenía
consideración alguna con los hombres. 3 Había también en aquella
ciudad una viuda, que acudía a él para decirle: Hazme justicia contra
mi adversario. 4 Pero él no quiso durante mucho tiempo. Sin
embargo, luego pensó para sus adentros: Aunque no temo a Dios ni
tengo consideración alguna con los hombres, 5 por estar esta viuda
molestándome le haré justicia, para que no me fastidie más con tanto
venir.
El juez es impío, proverbialmente malo, «no temía a Dios ni tenía consideración alguna
con los hombres». Desempeñaba su función judicial a su arbitrio, como si no hubiera Dios a
quien tuviera que rendir cuentas, y se comporta exactamente como no debe. El encargo de
Dios al juez reza así: «Haced justicia al pobre y al huérfano, tratad justamente al desvalido
y al menesteroso. Librad al pobre y al necesitado, sacadle de las garras del impío» (Sal
82,3s). La vIuda es el tipo de la pobre mujer, sin protección de marido, oprimida e inerme.
La Escritura exhorta con frecuencia a cuidar de las viudas: «Haced justicia al huérfano,
amparad a la viuda» (Is 1,17). «La religión pura y sin mancha delante de Dios y Padre, es
ésta: visitar huérfanos y viudas en su tribulación, y conservarse limpio del contagio del
mundo» (Sant 1,27).
Cuando se trata de un pleito por una deuda o por una herencia, puede intervenir un
perito judicial, reconocido como tal, y juzgar como único juez. El juez no quiere salir por el
derecho de la viuda; es un hombre indiferente, caprichoso, maligno, sordo a la voz de Dios
y de los hombres. La viuda está convencida de que se dará sentencia en su favor, con tal
que se celebre el proceso. Pero ¿cómo inducir a ello a] juez? Ella no tiene para dar regalos
¿Qué otra solución le queda, sino volver una y otra vez, presentar su solicitud
insistentemente y con perseverancia? Así lo hace, hasta que el juez acaba por hastiarse.
El monólogo del juez descubre sus pensamientos. No le importan lo que se dice de él: así
es él y así quiere ser. Lo que le mueve a hacer justicia a la viuda es de lo más bajo que se
puede imaginar: quiere que lo deje en paz, estar tranquilo. Comprende que la mujer no
tiene intención de ceder y al fin se harta de verse molestado continuamente. Al fin me va a
hacer una de las suyas, «me echará los perros a la cara», se dice irónicamente. Lo que le
mueve a obrar no es el temor, sino el deseo de acabar con tanta importunidad y con tanta
molestia.
6 Entonces dijo el Señor: Considerad bien lo que decía este juez
inicuo. 7 Y Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que claman a él día
y noche, aunque les haga esperar? 8a Yo os digo: les hará justicia
prontamente.
La explicación empalma con las palabras del juez inicuo, no con los ruegos
perseverantes de la viuda. El quid, la moraleja de la parábola, no es la perseverancia de la
viuda, sino la certeza de ser escuchados. Si un hombre tan impío y tan sin consideraciones
como este juez, por puro egoísmo, para que lo dejen en paz, se deja mover a hacer justicia
por los ruegos de la viuda, ¿cuánto más escuchará el Señor los gritos de socorro de sus
elegidos? Al fin y al cabo Dios es muy distinto del juez impío.
El evangelista desplaza el acento; se fija ante todo en los ruegos insistentes de la viuda.
Ya en la introducción de la parábola se dejaba oír este motivo: Hay que orar siempre sin
cansarse nunca. Dios hace justicia a sus elegidos que día y noche claman a él. «EI que
sirve al Señor devotamente halla acogida, y su oración subirá hasta las nubes. La oración
del pobre traspasa las nubes y no descansa hasta llegar a Dios, ni se retira hasta que el
Altísimo fija en ella su mirada, y el justo juez le hace justicia» (Eclo 35,20s).
La Iglesia oprimida puede esperar con toda seguridad que su oración será escuchada.
Ella es, en efecto, la comunidad de los elegidos de Dios. Acerca de ellos ha demostrado ya
Dios su misericordia, pues precisamente eligió a los que menos títulos podían invocar para
ello (14,16-24). En ellos ama la imagen de su Hijo, el elegido (9,35), el ungido de Dios,
elegido (23,35). Aunque la oración de los afligidos no sea escuchada inmediatamente y
ellos tengan que perseverar soportando la opresión y el sufrimiento, pueden cobrar nuevos
ánimos pensando en la suerte del elegido, del Hijo y ungido de Dios. Jesús no recibe sin la
cruz el título de elegido. Es manifestado como elegido, cuando en la transfiguración se
proclama su camino de la gloria a través de la cruz; con este título es motejado Cristo en la
cruz, porque a los judíos les parece imposible que el elegido sea un crucificado (23,35).
Jesús es el elegido porque por la pasión va a la gloria. El camino del elegido deben seguirlo
también los elegidos.
La oración perseverante de los elegidos oprimidos no deja de ser escuchada. Dios les
hace justicia prontamente sin dilación; por los elegidos abrevia Dios los días difíciles (Mc
13,20-23). No se demora en prestar ayuda a sus elegidos (*). Llega la acción salvadora de
Dios, la cual consiste en la nueva presencia de Jesús. No carece de sentido el que la
Iglesia ore infinitas veces y sin desfallecer: «Venga a nosotros tu reino», el que cada año
celebre el Adviento, el que se mantenga en vela en la celebración de la eucaristía, hasta
que Él venga (lCor 11,26).
...............
* Los v. 7b y 8 ofrecen dificultades de explicación. ¿Se ha de leer el v. 7b como respuesta a la
pregunta de
7a? En este caso, el párrafo se cerraría con una afirmación («y hasta será magnánimo con ellos»,
es decir,
con los elegidos, difiriendo el juicio solo por compasión con su flaqueza). Si 7b se inserta
todavía en la
pregunta, se podrá traducir: ¿Es que Dios no hará justicia... y mostrará longanimidad con ellos
(los elegidos)
? O bien, como arriba «¿...aunque les haga esperar?» En el v. 8a «prontamente» puede
interpretarse
también «de improviso» (los acontecimientos finales se harán esperar todavía largo tiempo).
...............
8b Sin embargo, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará
acaso la fe sobre la tierra?
La Iglesia, en sus aprietos, invoca la venida del Hijo del hombre. Él vendrá; la oración es
escuchada. Con la venida del Hijo del hombre se aguarda la redención. Que esta venida
sea para salvación o para perdición, dependerá de la fe que el Hijo del hombre halle en los
hombres cuando venga. La gran tentación en el tiempo de la tribulación es la de apostatar
de la fe; esta tentación amenaza también a los elegidos. La elección no comunica una
seguridad perezosa, sino que exige constantemente que se vuelva a tomar partido por el
Dios que elige. Pablo aguarda con segura confianza la muerte y el juicio porque sabe que
ha conservado la fe (2Tim 4,7). La palabra con que se cierra la exposición de la parábola
es una pregunta seria dirigida a nosotros: Por Dios no queda, pero ¿y vosotros? Viene la
salvación, pero no se otorga sin dura lucha (13,24), sin el mayor esfuerzo, sin perseverante
fidelidad.
2. CONDICIONES PARA ENTRAR EN EL REINO (18,9-30).
¿En qué casos será saludable la venida del Hijo del hombre? ¿Quién saldrá triunfante en
el juicio? ¿Quién entrará en el reino definitivo de Dios? La respuesta a estas preguntas se
da en tres relatos: la parábola del fariseo y el publicano (18,9-14), el relato de la amable
acogida dispensada a los niños (18,15-17), y el encuentro con un hombre rico que no tuvo
valor para seguir a Jesús (18,18-30). En el trasfondo de los tres relatos se halla la pobreza
como condición para entrar en el reino de Dios. El publicano se siente pobre en lo religioso
y moral, el rico tiene que hacerse pobre en sentido económico, el niño es pobre en todos
los sentidos, tiene que contar absolutamente con los mayores. Vuelven otra vez las
bienaventuranzas y las condiciones formuladas al comienzo del sermón de la Montaña.
Mateo, que habla de los pobres «en el espíritu», se fija principalmente en la actitud moral y
religiosa. Lucas habla de la pobreza material. «Es posible que Jesús dirigiera su
llamamiento a la salvación a determinados sectores del pueblo, pero no por razón de su
situación inferior, sino por la apertura religiosa y la buena disposición moral que halló en
ellos. Para Mateo, estos sectores encarnan la actitud moral y religiosa que se exige a
todos, también a los futuros creyentes en Cristo; para Lucas, en cambio, son en gran parte
el recuerdo vivo del mensaje salvífico de Jesús dirigido a los pobres, y de las amenazas
dirigidas a los ricos que no quieren convertirse».
a) El fariseo y el publicano
(Lc/18/09-14)
PARA/FARISEO-PUBLICANO
9 Dijo también, para algunos que presumían de ser justos y
menospreciaban a los demás, esta parábola:
Los rasgos con que se caracteriza a «algunos» que confían en sí mismos, están tomados
del retrato de los fariseos. Los fariseos han pasado ya a la historia; no se los menciona; sin
embargo, también en la Iglesia existe la propensión velada a presentar a Dios los propios
méritos en el cumplimiento de la ley, a invocar las propias obras y a afirmar los propios
derechos frente a Dios.
La seguridad con que los fariseos pretenden ser justos, agradar a Dios y dar por
descontada su entrada en el reino de Dios, se basa en el propio rendimiento, en la
confianza en sí mismos. Quien así piensa, menosprecia a los que no pueden invocar tales
méritos. E1 fariseo desprecia al pueblo ordinario, porque no cumple la ley, dado que no
conoce la ley y no tiene idea de su interpretación (Jn 7,49). La propia justicia se constituye
en medida y criterio para examinar a los otros, para exhortarlos, alabarlos, despreciarlos y
reprobarlos. La condena de los otros se convierte en condena de uno mismo (6,37).
10 Dos hombres subieron al templo para orar: el uno era fariseo y
el otro publicano. 11 El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh
Dios! Gracias te doy, porque no soy como los demás hombres:
ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. 12
Ayuno dos veces por semana; doy el diezmo de todas las cosas que
poseo.
Hay un craso contraste entre estos dos hombres que suben al templo. Los dos tienen
una misma meta: el templo; una misma voluntad: la de orar; un mismo deseo profundo: ser
justificados en el juicio de Dios, poder salir airosos del juicio de Dios. Y sin embargo, ¡qué
contraste tan grande!
Los dos oran. Oran en su interior, a media voz (cf.lSam 1,13). Lo que expresan en la
oración, lo dicen con plena convicción. El orante está delante de Dios, que todo lo sabe (Mt
6,8). El fariseo está erguido; en el judaísmo se ora de pie (Mc 11,25). Ora en su interior,
para sí, como cuchicheando, no a grandes voces delante de los hombres, con alguna
exageración. Lo que dice revela su estado de ánimo interior. La oración judía es ante todo
acción de gracias y alabanza; su oración es tal como lo exige su doctrina. El fariseo es
«justo».
En su acción de gracias se hace patente la confianza en su propia justicia y su desprecio
de los otros. Ya no soy como los demás hombres. El fariseo no es ladrón, injusto, adúltero,
observa la ley. Va más allá de la ley y hace buenas obras, obras de supererogación. La ley
impone el ayuno sólo el día de la expiación (Lev 16,29); el fariseo ayuna dos veces por
semana, el lunes y el jueves, a fin de expiar por las transgresiones de la ley por el pueblo.
Ni siquiera viola la «cerca de la ley»; por eso da el diezmo de todo lo que posee (Mt 23,23),
aunque no está obligado a pagar diezmo por la compra de trigo, mosto y aceite; los que
estaban obligados eran los cultivadores (Dt 12,17). Quiere estar seguro de no hacer nada
que le exponga a traspasar los límites de la ley. Hubo también salmistas devotos que
enumeraron en la oración sus buenas obras (Sal 17[16],2-5); pero en la oración del fariseo
pasa pronto Dios a segundo término: el fariseo lo olvida; lo que importa es el yo: Yo no soy
como los demás hombres, yo ayuno, yo pago el diezmo... Los demás hombres son el fondo
oscuro del espléndido autorretrato. En esta oración se revela uno que se tiene por justo y
menosprecia a los otros.
13 En cambio, el publicano, quedándose a distancia, no quería
levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
¡Oh Dios! Ten misericordia de mí, que soy pecador.
Quien se llama fariseo se constituye orgullosamente en un ser aparte: «Yo te doy
gracias, Señor, Dios mío, porque me has dado participación entre los que se sientan en la
casa de la doctrina (en la sinagoga), y no con los que andan por los rincones de las calles...
Yo corro, y ellos corren; yo corro con vistas a la obra del mundo futuro, y ellos corren con
vistas al pozo del foso.» También el publicano es un ser aparte, es un segregado,
esquivado y repudiado como pecador por los buenos. Se queda lejos, pues no merece
presentarse entre las personas religiosas. No osa levantar los ojos a Dios, pues el que no
es santo no soporta la mirada del Dios santo. Se golpea el pecho, donde tiene la sede su
conciencia, pues se lamenta de su propia culpa. Su oración consta de muy pocas palabras,
de la invocación «¡Oh Dios!», de la súplica «Ten misericordia de mí» -que recuerda el
salmo miserere (Sal 51[50],3)- y de la confesión de que es pecador. La situación del
publicano era desesperada. Según las enseñanzas de los fariseos, debía restituir lo que
había adquirido injustamente, y además dar un quinto de la propiedad, si quería esperar
perdón. El publicano sólo podía esperar que Dios aceptara su «corazón contrito» (Sal
51,19) y por su misericordia le perdonara su pecado.
14 Yo os digo que éste descendió a su casa justificado, y aquél no;
porque todo el que se ensalza será humillado, pero el que se humilla
será ensalzado.
¿Quién es justo en el juicio de Dios? El fariseo es de una exactitud escrupulosa en el
cumplimiento de los muchos y difíciles preceptos de la ley, el publicano es colaborador con
los enemigos del pueblo y engañadores. Jesús conoce el juicio de sus oyentes y le
contrapone su juicio sorprendente, desconcertante e inaudito: Yo os digo. Él es profeta de
Dios. Su juicio es juicio de Dios. El publicano es declarado justo delante de Dios, y así,
justificado, se va a su casa.
¿Y el fariseo? El publicano se va a casa, justificado, no como aquél. ¿Es que con esto se
compara la justicia del fariseo y la del publicano y se antepone la justicia del publicano a la
del fariseo? ¿O es que Jesús va más hondo? ¿Rehúsa acaso absolutamente al fariseo la
justicia que atribuye al publicano? Ya el primer juicio sería bastante escandaloso, pues esto
querría decir que Dios se complace más en el pecador arrepentido que en el justo con sus
muchos méritos y su seguridad de sí mismo. Pero si rehúsa la justicia al fariseo, este juicio
sólo puede aterrorizar. ¿De qué sirven entonces los méritos adquiridos? Cristo entendió así
sus palabras. «Aquello que es alto entre los hombres, es abominación ante Dios» (16,15).
El hombre alcanza la justicia no por su propio esfuerzo, sino por un don de Dios. El hambre
y sed de justicia es saciado por el don del reino de Dios (Mt 5,3). ¡Qué frágil es, pues, toda
justicia y santidad humana (Mt 5,20) si no interviene Dios y otorga su justicia! Quien se
hace cargo de esto deja de despreciar a los demás.
La parábola del fariseo y del publicano se cierra con una sentencia que aparece en el
Evangelio una vez aquí, otra vez allá (14,11; Mt 23,12). El hombre que pone su confianza
en sí mismo, se ensalza; el juicio de Cristo, que anticipa el juicio definitivo de Dios, lo
humilla. El que se humilla, reconoce su insuficiencia y se pone por debajo de los demás, es
ensalzado por el juicio de Jesús. Dios mismo lo justifica cuando sobreviene el juicio.
b) Actitud del niño
(Lc/18/15-17)
NIÑO/ACTITUD
15 Le presentaron también unos niños para que los tocara; pero los
discípulos, al verlos, los reprendían.
:Se acercan a Jesús madres, o hermanas mayores, trayéndole niños, niños pequeños.
Los pequeñuelos son seres desvalidos; no pueden hacer nada y dependen de los mayores,
les están entregados sin remisión. Los traen para que los toque Jesús, no superficialmente,
sino para que les imponga las manos, para que les comunique su fuerza y su bendición.
Los niños piden la bendición a los padres, los discípulos piden la bendición al maestro. El
padre de familia bendice el sábado a los niños antes de la cena, para lo cual les impone las
manos. El que pide la bendición, confiesa su insuficiencia, se pone bajo el poder de uno
más fuerte, no se basta él mismo.
Los doctores de la ley no tratan con niños: «El sueño por la mañana, el vino al mediodía,
charlar con niños y acudir a lugares de reunión de gentes del pueblo bajo son cosas que
rebajan.» Los discípulos quieren impedir que se lleven niños a Jesús. Los reprendían, es
decir, estaban tentados de reprenderlos, pero no lo hicieron (no como en Mc 10,13: «los
reprendieron»). Los «santos» apóstoles no reprenden a los niños. La Iglesia de después de
pascua comprendió a Jesús.
16 Entonces Jesús los llamó junto a sí diciendo: Dejad que los
niños vengan a mí, y no se lo impidáis; pues el reino de Dios es de
los que son como ellos. 17 Os aseguro que quien no recibe como un
niño el reino de Dios no entrará en él.
Jesús, sin disgustarse por el proceder de los discípulos (Mc 10,14), llama a los niños
junto a sí. Los aprecia y estima sin idealizarlos, sin exaltar la inocencia infantil, pues
también conoce sus travesuras (Mt 11,16). Su ojo, que está atento para descubrir todo lo
que puede recordar el reino de Dios, ve en los niños rasgos que son condición para que
entre el hombre en el reino de Dios: el ser pequeño y la necesidad de ayuda. El niño es un
símil. No puede hacer valer sus méritos; sólo puede mostrar su indigencia con súplicas. En
el niño se muestra como estado de naturaleza lo que se exige en sentido moral a los que
quieren entrar en el reino de Dios. Quien no lo acepte a la manera de un niño indefenso, no
podrá entrar en el. El que se cree justo, el que invoca sus propios méritos, queda excluido.
El reino de Dios es. en efecto, gracia y don. Dios quiere darlo a los pobres que todo lo
esperan de él y que reconocen su insuficiencia.
(Págs. 116-127)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 38
c) El hombre rico
(Lc/18/18-30)
18 Uno de los jefes le preguntó: Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la vida
eterna? 19 Jesús le contestó: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino uno: Dios.
Este «jefe» sería, sin duda. miembro principal de un consejo, de un
sanedrín, o de una sinagoga, En todo caso, es un hombre destacado, que encarna el
espíritu del judaísmo. Hace la pregunta típica del judío piadoso: ¿Qué debo hacer? ¿Cómo
hay que traducir la ley en la práctica? Quizá pensaba en alguna prestación especial. Quería
alcanzar la vida eterna y asegurarse, incluso con esfuerzo (13,24), aunque tuviera que
hacerse violencia (16,16). El personaje tiene hambre de salvación y muestra buenas
disposiciones.
La pregunta por la vida eterna es acuciante (10,25). Quien recibe la vida eterna posee la
plenitud de lo que tiene prometido Dios. La posesión de la vida eterna es herencia. Dios
prometió la tierra de Canaán como herencia a los padres del pueblo israelita; había de
poseerla perpetuamente, como don de Dios. La tierra prometida de Palestina hace
referencia a una posesión más espléndida: «Los malvados serán exterminados, pero los
que esperan en Yahveh poseerán la tierra. Los humillados poseerán la tierra y gozarán de
gran paz... Conoce Yahveh los días del justo, y su posesión será eterna» (Sal 36,9-18). La
tierra prometida es imagen de la salvación. La herencia es el reino de Dios (Mt 5,5), la vida
eterna (10,25).
La vida en sentido pleno es vida indispensable. Tal vida es propia de Dios. Él es el Dios
viviente (Mt 16,16). Una vida que está sujeta a la muerte no merece llamarse vida. La
verdadera vida es otorgada por Dios como bien del tiempo final. Esta vida es vida eterna. El
que entra en el reino de Dios recibe vida eterna. Cuando Dios tome plenamente posesión
de su reino, quedará vencida la muerte y alboreará la vida eterna.
Jesús se deja llamar maestro, doctor de la ley, pero rechaza la calificación de «bueno».
Los doctores judíos de la ley cuidaban ávidamente de su honor. «El respeto a los doctores
ha de frisar con el temor de Dios», ha de superar el respeto a los padres, puesto que los
padres traen al hombre solamente al mundo, pero el doctor lleva al cielo. Jesús no busca su
honor, sino la gloria de Dios (Jn 8,50). Al negarse Jesús a ser celebrado como bueno,
ensalza la bondad divina. Uno solo es bueno: Dios. Los fariseos se tienen por buenos,
porque observan la ley y practican obras de supererogación. Ahora bien, el hombre sólo es
bueno si Dios lo hace bueno. La nueva alianza prometida contiene la garantía de que Dios
mismo quiere otorgar a su pueblo todo bien (Jer 32,39ss). Sólo el que reconoce que no es
bueno se vuelve bueno y se salva.
20 Ya conoces los mandamientos: No cometerás adulterio, no matarás, no robaras, no
levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre. 21 Él contestó: Todas esas
cosas las he cumplido desde la juventud.
Quien quiera entrar en el reino de Dios y poseer la vida eterna, debe observar la ley
(16,17.29). La ley básica del Antiguo Testamento son los diez mandamientos (Ex 20,1316;
Dt 5,17-20). Conforme a la idea del Antiguo Testamento, los diez mandamientos se reparten
en dos grandes grupos iguales, cada uno de cinco mandamientos. Los cinco primeros se
refieren a Dios, los otros cinco al prójimo. Jesús cita cuatro mandamientos del segundo
grupo, del primero el respeto a los padres. Este mandamiento se cuenta en el primer grupo,
porque el honor testimoniado a los padres es un honor tributado a Dios: Dios es quien da la
vida, los padres sirven a Dios transmitiéndola. El comportamiento con el prójimo se
antepone aquí al comportamiento con Dios, porque con el amor al prójimo se muestra que
se ama verdaderamente a Dios, Jesús se remite a los profetas y pone estas palabras en
boca de Dios: «Misericordia quiero, y no sacrificio» (Os 6,6; Mt 9,13).
El personaje asegura haber cumplido la ley desde la juventud. Está convencido de que
se puede cumplir la ley con todos sus imperativos. Los doctores de la ley lo confirman en su
convicción: «Señor del mundo, he recorrido los 248 miembros que tú formaste en mí y no
he hallado haberte irritado con uno solo de ellos.» Dado que el judío sabe por la ley lo que
tiene que hacer, y puede hacer lo que ha reconocido como justo, por eso sabe también que
ha cumplido la voluntad de Dios y que es justo. El jefe habló por convicción, por lo cual
también Jesús tomó en serio su palabra.
¿No podía el jefe hablar con tanta seguridad sólo por el hecho de haber hallado la
voluntad de Dios fijada en la letra de la ley? Conforme a la exigencia de la letra de la ley
quizá puede el hombre decir todavía: «He hecho todo lo que está mandado.» ¿Puede
también decirlo conforme a la exigencia del Dios viviente, del Dios que es bueno, que es el
único bueno, que toma posesión del reino, que quiere serlo todo en todo? ¿Quién ha
cumplido lo que Jesús anuncia como imperativo de Dios: «Sed misericordiosos, como
misericordioso es vuestro Padre» (6,36)?
22 Cuando Jesús lo oyó, le dijo: Todavía te queda una cosa: vende todo cuanto tienes y
distribúyelo a los pobres, que así tendrás un tesoro en los cielos; ven luego y sígueme. 23
Pero cuando oyó esto, se puso muy triste, pues era extremadamente rico.
Las palabras de Jesús no quieren añadir una nueva prescripción a las ya existentes en la
ley; van mucho más hondo. Dios anuncia al jefe la voluntad del Dios viviente, para aquí y
para ahora, para él personalmente, la exigencia que Dios le formula a él en particular. Debe
separarse de todo lo que posee. El precio de las posesiones vendidas debe emplearlo en
limosnas y en obras de caridad. Y lo que es decisivo: debe ser discípulo de Jesús, seguirle
a él; él revela lo que quiere Dios y lo que conduce a la vida.
Las limosnas y las obras de caridad proporcionan un tesoro en el cielo, cuyos intereses
disfruta el hombre en este mundo, mientras que el capital le queda reservado para el
mundo futuro. Jesús no exige sólo que el jefe dé limosnas, sino que le exige también que
renuncie a todo lo que posee, y con ello, para el futuro, que renuncie incluso a la
posibilidad de dar limosnas y de granjearse un tesoro en el cielo. No es la limosna la razón
por la cual el rico ha de renunciar a lo que posee, sino que Jesús se limita a indicar, para el
hombre, una buena manera de desprenderse de lo que posee.
Jesús exige a su interlocutor el desprendimiento de los bienes, porque se trata de
seguirle a él a dondequiera que vaya. Tal seguimiento radical, al que es llamado el rico, no
se concilia ya con la propiedad, con el Mamón, que reclama el servicio del hombre y hace
imposible la entrega total al servicio de Dios (16,13). La renuncia a los bienes lo deja libre
para seguir a Jesús. Ante todo quiere Dios que se adhiera a Jesús, que le siga. Así se
cumple la ley y los profetas, así se cumple la voluntad de Dios. Con esto queda dada la
respuesta decisiva a la pregunta por la posesión de la vida. La renuncia total a la propiedad
no es una ley valedera para todos (10,38ss). Sin embargo, a todos y a cada uno se exige
tanta renuncia interior y exterior cuanta sea necesaria para que se anteponga Dios a todas
las cosas (12,31) (Ver comentario a 12,22-34). En el caso de este hombre rico, lo que le
afecta es quizá otra exigencia que la de separarse de la propiedad. La tristeza le invade.
Quedó profundamente desilusionado, pues era extremadamente rico. La riqueza lo ata, el
Mamón no lo deja libre. No es capaz de renunciar a la seguridad terrena y de optar
únicamente por Dios en el seguimiento de Jesús. La invitación a renunciar a todo le pone
de manifiesto su situación interior. Había creído cumplir totalmente la voluntad de Dios
porque desde su juventud había observado la ley. Ahora en cambio descubre que rechaza
la voluntad de Dios y se le niega. Había acudido a Jesús para asegurarse la vida y ahora
comprende que sólo estará seguro si se entrega plenamente a Dios: «Si alguno viene a mí
y no aborrece... a sí mismo, no puede ser mi discípulo» (14,26). Sólo el encuentro con
Jesús revela la voluntad de Dios.
24 Al verlo Jesús, dijo: ¡Qué difícilmente entran en el reino de Dios los que tienen
riquezas! 25 Porque es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un rico
entre en el reino de Dios.
Jesús no habla ya a su interlocutor, sino que anuncia a todos su mensaje. El que tiene
posesiones entra difícilmente en el reino de Dios. Se habla del reino en términos de viaje, y
precisamente en el relato del viaje a Jerusalén. La vida es una marcha, un viaje, una
peregrinación, cuyo término es el reino de Dios. Jesús, en su viaje hacia Jerusalén, es
maestro, que enseña el camino de la vida.
Una imagen hiperbólica encarece todavía la dificultad. Todo un camello, con su alta
giba, no puede en modo alguno pasar por el diminuto ojo de una aguja. El rico no puede
entrar en el reino de Dios. Con la imagen no se quiere convertir la dificultad en
imposibilidad, pero sí se quiere subrayar la dificultad. Se trata de despertar a los oyentes,
de forzarlos a reflexionar, de inquietarlos. La riqueza en cuanto tal no es una cosa anodina,
sino una fuerza que pone en peligro la salvación, porque absorbe al hombre y no lo deja
libre para dedicarse a Dios (16,13).
26 Los que lo estaban oyendo dijeron: ¿Y quién podrá salvarse? 27 Él contestó: Lo que
es imposible para los hombres, es posible para Dios.
SV/IMPOSIBLE La salvación, la entrada en el reino de Dios, la vida: he aquí cuestiones
candentes que se plantean en el camino de la vida. El personaje ha fallado ante la
exigencia de Jesús. Entonces, ¿quién podrá todavía esperar salvarse? También los
oyentes se ven asaltados por la desilusión y la tristeza. Jesús no trata de tranquilizarlos,
como hacen los hombres cuando notan que han asustado con sus palabras. Para los
hombres es imposible. No se debería pasarse rápidamente de largo esta palabra, para
consolarse y tranquilizarse con la que sigue. Hay que comenzar por sentirse tambalear, por
perder pie, antes de pasar a esta segunda palabra. Primero tiene el hombre que confesar
que por sí mismo no tiene la menor esperanza de salvarse, tiene que percatarse de que no
hay escapatoria posible, antes de ponerse en el camino que Dios todavía le muestra. Sólo
al borde del abismo podemos echar mano de esta segunda palabra.
Para Dios es posible que el hombre se salve. No se trata de una manera fácil y barata de
levantar los ánimos, no se trata de una referencia explícita a la gracia, que lo arreglará
todo. Jesús ha dejado sentado bien claro que exige los mayores esfuerzos (13,24; 16,16;
14,25ss). No retira nada de lo dicho anteriormente. Ahora bien, cuando el hombre reconoce
y comprende atemorizado que por sí mismo no puede en modo alguno alcanzar la
salvación, ha alcanzado la convicción fundamental en su camino: se ha hecho pobre. Para
Dios es posible. La palabra lo libra del temor y lo levanta a una seguridad confiada. El
reino de Dios es misericordia para quien pone toda su esperanza en Dios.
28 Pedro dijo entonces: Pues mira nosotros hemos dejado nuestras cosas y te hemos
seguido.
Aquello a que no se resolvió aquel personaje, los apóstoles lo hicieron. Dejaron lo que
poseían: las redes y la barca (5,11), el puesto de cobrador de impuestos (5,28), todo lo que
tenían (5,11.28). Según Marcos, dijo Pedro que lo habían dejado «todo», según Lucas, sus
«cosas», la propiedad, aquello a que tenían derecho, de que disponían, lo que podían
considerar como suyo, incluso sus realizaciones, su actividad. Nada consideraban ya como
propio de ellos, de nada podían ya jactarse.
¿Qué quiere decir Pedro? Según Mateo presenta su acción como un título, como un
derecho a la recompensa: «Nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué habrá,
pues, para nosotros?» (Mt 19,27). Vuelve a levantarse una nueva defensa, una nueva
seguridad que no es Dios. En la redacción de Mateo sigue la parábola de los obreros de la
viña (19,30-20,16). Lo que hace entrar en el reino de los cielos no es el derecho que pueda
hacer valer el hombre, sino la bondad divina operante en Jesús. Lucas no escribió la
pregunta de Pedro: «¿Qué habrá, pues, para nosotros?» Jesús añade más bien a la
palabra de Pedro la promesa de vida eterna. Pedro y los apóstoles han realizado la palabra
dirigida por Jesús al personaje rico. Están delante de la Iglesia como los grandes
indicadores en el camino de la salvación.
29 Él les contestó: Os lo aseguro: nadie que haya dejado por el reino de Dios casa, o
mujer, o hermanos, o padres, o hijos, 30 dejará de recibir mucho más en este mundo, y en
el mundo venidero, vida eterna.
Los apóstoles habían dejado la propiedad: dinero, campos, bienes. No sólo esto. Dejaron
también aquello a que está apegado el corazón: el hogar, la familia. ¿Cuándo puede el
hombre decir que lo ha dejado todo? Vuelven aquí de nuevo las exigencias que había
formulado Jesús a los que querían ser sus discípulos, cuando comenzó su marcha hacia
Jerusalén (9,57-62). La tradición textual en Marcos (10,29) no habla de dejar la mujer. En la
parábola de la invitación al gran banquete es también la mujer un impedimento para que el
invitado acuda al banquete (14,20). La pobreza y la vida de celibato de los apóstoles son
constantemente para la Iglesia la llamada de Jesús a desprenderse de todo para poder
responder libremente al llamamiento y a las exigencias de Dios. La propiedad se abandona
por causa del reino de Dios (18,29), por el Evangelio (Mc 10,29) y por el nombre de Jesús
(Mt 19,29). El reino de Dios que está viniendo, Jesús que lo proclama y lo trae, la
predicación del Evangelio, todo esto está en estrecha conexión. Quien se pone al servicio
de la proclamación de la palabra, forma parte de los que siguen a Jesús y se hace
accesible al reino de Dios, debe estar bien convencido de que ya no está apegado a la
propiedad; Jesús camina hacia Jerusalén, donde le aguarda la muerte, pero también la
elevación.
El curso del mundo está dividido en época presente y mundo futuro, tiempo de salvación.
El mundo futuro está penetrando ya en el presente. El reino de Dios está en medio de
vosotros (17,20). En el mundo presente recibe el discípulo mucho más de lo que ha dejado:
en la comunidad de los hermanos y hermanas creyentes (Hch 11,1; Rom 16,1), por razón
de la comunidad de bienes (Act 2,14), de la hospitalidad (l Tim 5,10; I Pe 4,9) y del amor le
están abiertas todas las casas. En el mundo venidero recibirá vida eterna.
3. AL ENCUENTRO DEL REINO DE DIOS (18,31-19,27).
Comienza la última etapa del camino hacia Jerusalén. ¿Qué significa esta marcha en la
historia de la salvación? ¿Qué no significa? El camino de Jerusalén es marcha hacia la
muerte, pero también hacia la resurrección y ascensión a los cielos (9,50), como lo indica el
tercer anuncio de la pasión (18,31-34). Jesús se dirige a Jerusalén como Hijo de David y
como salvador, con la curación del ciego y la salvación de Zaqueo se hace visible al
comienzo de la última etapa del camino lo que significa para la historia de la salud lo que
sucederá en Jerusalén (18,35-43; 19,1-10). La marcha hacia Jerusalén no aporta todavía la
espléndida manifestación de la soberanía regia, la erección del reino; la gloria y esplendor
del reino le aguardan a Jesús para después de su partida; luego vendrá de nuevo en poder
y gloria. El tiempo que va de la ascensión al cielo a su venida con poder es para los
discípulos tiempo de prueba en la labor misionera y en la persecución (19,11- 27). Su
entrada, que para Lucas es entrada en el templo, sienta los fundamentos de la Iglesia, que
se desenvuelve entre el tiempo de salvación, de Jesús, y su segunda venida en gloria.
a) Tercer anuncio de la pasión
(Lc/18/31-34)
J/PASION/ANUNCIO-3
31 Tomando luego consigo a los doce, les dijo: Mirad que subimos a Jerusalén, y se
van a cumplir en el Hijo del hombre todas las cosas que fueron escritas par los profetas.
La muerte de cruz, que aguarda a Jesús en Jerusalén, fue incluso para los creyentes
desilusión y pesada carga, para muchos fue una sentencia de destrucción válida y
definitiva. Sólo a los doce que le habían acompañado en todos sus caminos les impone
Jesús esta carga, a ellos que habían renunciado a todo les confía lo que significa para él la
entrada en Jerusalén, a ellos quiere mostrarles qué rumbo sigue el camino hacia la gloria.
Este camino lo han de seguir y anunciar ellos como camino de la vida.
Jerusalén pasa ahora por su gran hora de la historia de la salvación. El Hijo del hombre
hace su entrada en la ciudad. Allí sufre los dolores del Siervo de Dios, como lo había
profetizado Isaías, allí será elevado al poder de Dios, como lo había anunciado Daniel
acerca del Hijo del hombre (*). En Jerusalén va el siervo de Yahveh, por la pasión y la
muerte, a la gloria. «¿No era necesario que el Mesías padeciera esas cosas para entrar en
su gloria?» (24,26). El sufrimiento es la entrada en la gloria y el fundamento para congregar
la Iglesia.
Ahora se cumple lo que habían escrito los profetas. En la transfiguración hablaban
Moisés y Elías de la muerte que había de sufrir Jesús en Jerusalén (9,31). A lo largo de
todas las Escrituras se presenta el camino de Cristo como camino que por la pasión
conduce a la gloria (24, 25-27; 24,44). Este acontecimiento de la muerte y glorificación de
Cristo es el sentido de la historia de la salud (lPe 1,10s). En Jerusalén se cumple, se lleva a
término el designio salvífico de Dios, se satisface el ansia de Jesús de ver este
cumplimiento (12,50), de ver realizado lo que se le había encargado (13,32; 22,37). Allí
puede pronunciar la palabra registrada por san Juan: «Todo se ha cumplido» (Jn 19,30).
...............
* Acerca del Hijo del hombre se hacen tres grupos de aserciones: 1) Es un ser supramundano,
que ha
venido a la tierra y está dotado de los mayores poderes: 5,24; 6,5; 7,34; 9,56; 12,53; 19,10. 2)
Está sujeto al
sufrimiento y a la muerte: 9,22ss; 9,44; 9,58; 18,31; 22,22; 22,48; 24,7; lleva los rasgos del
siervo de Yahveh (Is
53). 3) Como Hijo del hombre que ha de venir, es soberano, salvador y juez en los últimos
tiempos: 11,30;
12,8.40; 17,22-30; 18,8; 21,27,36; 22,69; Act 7,56; en esto se asemeja al Hijo del hombre de
Daniel (Dan 7).
...............
32 Porque será entregado a los gentiles, y se verá burlado, insultado y escupido, 33 y
después de azotarlo, lo matarán; pero al tercer día resucitará.
Este anuncio lleva el sello de la historia lucana de la pasión. No se habla de una vista de
la causa ante el tribunal judío. Los judíos entregarán el Hijo del hombre a los gentiles.
Pedro les echa más tarde en cara: «Vosotros lo entregasteis y negasteis en presencia de
Pilato» (Act 3,13s). «Vosotros lo entregasteis según el plan definido y el previo designio de
Dios, crucificándolo por manos de infieles» (Act 2,23). En él son culpables judíos e infieles
(Act 4,27-29).
Los gentiles se burlarán de Jesús y le escupirán. Con él se divertirán insolentemente.
Con sentimientos impíos se desmandan con el santo Hijo de Dios, al que Dios mismo había
ungido como rey Mesías (Act 4,27; Is 53; Sal 2; Act 10,38). Esta humillación llega a su límite
en la ejecución en la cruz. Según el derecho penal romano, van asociadas la flagelación y
la pena de muerte en cruz. Jesús es condenado a la muerte más ignominiosa que conoce el
mundo pagano. Es sencillamente aniquilado.
Este aniquilamiento no es el fin, sino el comienzo de su glorificación. Jesús está, sí, en
una misma linea con los mensajeros de Dios del Antiguo Testamento y con su suerte, pero,
como Hijo del hombre que es, marcha a través de la muerte. No «será» meramente
«resucitado» (así Mt 20,19, traducido literalmente), sino que resucitará él mismo. En el
hecho pascual no sólo Dios obra en Jesús, sino que el Hijo del hombre tiene el poder de
levantarse, de resurgir por sí mismo de la muerte. Al hecho de ser entregado y a la
ejecución en la cruz se contrapone la acción soberana del Resucitado.
34 Sin embargo, ellos nada de esto comprendieron; pues estas cosas les resultaban
ininteligibles, y no captaban el sentido de lo que les había dicho.
El camino de Jesús es para los apóstoles desde el principio hasta el fin un misterio
incomprensible. No comprendieron ni captaron que fuera posible lo que expresan estas
palabras. El camino que tiene que seguir Judas es para el pensar humano incomprensible,
inescrutable, «ininteligible», oculto. Ni siquiera la Sagrada Escritura, en cuyo centro está
este misterio, es capaz de esclarecerlo; sólo cuando el Resucitado descubre a los
discípulos el sentido de las Escrituras, cuando él mismo levanta el velo, se hace
comprensible este misterio. La misma fe, el mismo hecho de creer que Jesús entra en la
gloria a través de la muerte, es también fruto de este camino (cf. 24,25-35).
b) Curación de un ciego
(Lc/18/35-43)
MIGRO/CIEGO-JERICO:
35 Al acercarse él a Jericó, había un ciego sentado junto al camino, que estaba
pidiendo limosna. 36 Cuando oyó el ruido de la multitud que pasaba, preguntó qué era
aquello. 37 Le contestaron que estaba pasando por allí Jesús de Nazaret. 38 Entonces el
ciego se puso a gritar: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! 39 Los que iban
delante le reprendían para que callara; pero él gritaba todavía mas fuerte: ¡Hijo de David,
ten compasión de mí!
En tiempos de Jesús estaba situada Jericó al sur de los antiguos límites de Israel.
Herodes el Grande y Arquelao la adornaron con lujosos edificios de estilo romano
helenístico. Jesús se acerca a la ciudad (*). El pueblo le rodea; a lo que parece, camina en
una caravana de peregrinos que se dirigen a Jerusalén para la fiesta de pascua. De nuevo
vemos a Jesús caminando. En Jericó comienza la subida a la ciudad, que es la meta de su
viaje.
Junto a la puerta de la ciudad se hallan los mendigos. Entre ellos hay un ciego. Oye
cómo pasa la gente. ¿Por qué tal alboroto? La respuesta es muy sencilla: Jesús de
Nazaret. Nada más. Sin embargo, este ciego confiesa: Jesús es el Hijo de David, el Mesías
rey, que procede de la estirpe de David y que viene a restablecer el reino de David (1,32s).
El Mesías fue anunciado por los profetas como salvador de los ciegos: «Los ciegos ven» (Is
35,5s); es enviado y ha sido ungido para restituir la vista a los ciegos (4,18; cf. Is 61,1),
para anunciar a los pordioseros la buena nueva (4,18). Jesús es el salvador prometido. El
ciego grita su confesión de fe y pide socorro a los oídos de todos.
El grito del ciego turba el silencio en que marcha el pueblo, en santa peregrinación.
Aunque reprenden al ciego, él grita todavía más fuerte. Su clamor se parece al clamor de
los profetas, que son impulsados por la fuerza del espíritu de Dios (Am 3,8). La fe en la
filiación davídica de Jesús es debida a iluminación de Dios (cf. Mt 16,17), que no puede
quedar oculta. ¡El ciego ve! Muchos vieron las obras de Jesús y, sin embargo,
permanecieron ciegos para no ver lo que es Jesús. Dios dispone esta confesión de Jesús
cuando él se dispone a marchar a la muerte. El ciego, que ha recobrado la vista interior,
introduce y caracteriza la última etapa del camino y la entrada en Jerusalén.
...............
* Cf. Mc 10,46: «Al salir él de Jericó...» (también Mt 20,29). No hay necesidad de sutiles y
rebuscadas
tentativas de armonización; Lucas, por razones literarias, modificó su modelo Marcos: la
historia de Zaqueo
había que incluirla todavía en Jericó; cierto que aún no acaba de explicarse por qué procedió así.
...............
40 Jesús se paró y mandó que se lo trajeran delante. Cuando el ciego se acercó, le
preguntó Jesús: 41 ¿Qué quieres que te haga? Él contestó: ¡Señor, que yo vea!
El título de «Hijo de David» es el que más cargado está de esperanzas políticas
nacionales. Ahora lo soporta Jesús y lo reconoce, aunque antes lo había prohibido (cf. Mt
9,30). Su camino hacia Jerusalén destruye estas esperanzas y manifiesta otra imagen del
Mesías, una imagen que responde al plan salvífico de Dios. El ciego interpela ahora a
Jesús como Señor (Marcos: Rabbuni, Maestro). Señor es el título augusto de Jesús en las
comunidades helenísticas; él es soberano, al que se ha dado poder divino. Jesús de
Nazaret es Hijo de David (Mesías, Cristo) y Señor (Kyrios). Lo que ve el ciego en el camino
de Jerusalén, lo anunciaron los ángeles acerca de Jesús recién nacido: un salvador
(Jesús), que es el Mesías (el Hijo de David), el Señor (2,11). La Iglesia de los creyentes
expresará en un himno esta confesión como fruto del camino hacia Jerusalén: «Se humilló a
sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual, Dios a su
vez lo exaltó y le concedió el nombre que está sobre todo nombre, para que... toda lengua
confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Flp 2,8-11).
42 Y Jesús le respondió: Pues recobra la vista; tu fe te ha salvado. 43 E inmediatamente
recobró la vista y lo seguía, glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, prorrumpió
en alabanzas a Dios.
La curación maravillosa confirma la confesión mesiánica del ciego. Lo que había hecho
Dios en él interiormente, se muestra al exterior. La fe en él salva. Sigue a Jesús. Para
seguir a Jesús como discípulo hay que empezar por la profesión de fe, confesar que Cristo
es el Señor. El camino hacia Jerusalén debe ser recorrido por causa del pueblo ciego.
«Vamos palpando como el ciego a lo largo del muro, y andamos a tientas, como quien no
tiene ojos. Tropezamos en pleno día como si fuera de noche; estamos a oscuras, como
muertos» (Is 59,10). «Vendrá a vernos la aurora de lo alto, para iluminar a los que yacen en
tinieblas y sombra de muerte» (1,79).
El ciego cree, aunque no ve a Jesús, la multitud le amenaza: con sus gritos se trastorna
el orden sagrado de la procesión. En el camino hacia Jerusalén, donde se consumará la
historia de la salud con la muerte y resurrección de Cristo, recibe el ciego la luz de los ojos;
el ciego, que por los judíos era tenido por muerto, es resucitado a la vida, el que era
excluido de la comunidad cultual se convierte en discípulo de Jesús. También Jesús, que
en su camino ha predicho su pasión, en el mismo camino de la pasión halla discípulos.
Las obras de Jesús suscitan las alabanzas de Dios. El ciego sigue a Jesús, glorificando a
Dios. Gracias a él, el pueblo entero da gloria a Dios. El ciego, con su fe, reúne una nueva
comunidad cultual. La imagen de la Iglesia se hace visible. A la elevación de Jesús sigue la
alabanza de Dios por la Iglesia naciente (24,53).
(.Págs. 127-142)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 39
c) Zaqueo
(Lc/19/01-10).
1 Entró en Jericó y atravesaba la ciudad. 2 Y había allí un hombre,
llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos y muy rico, 3 el cual
trataba de ver quién era Jesús, pero no podía por causa de la multitud,
ya que él era pequeño de estatura. 4 Y echó a correr hacia delante y
se subió a un sicómoro para ver a Jesús, pues tenía que pasar por allí.
Jesús va por la ciudad. Hay gran aglomeración. Un hombre de estatura pequeña, al que
nadie hace sitio, se abre paso por entre la multitud. Echa a correr delante de la gente. Trepa
a un sicómoro que se halla junto al camino. El hombrecillo se llama Zaqueo («Dios se ha
acordado» = Zacarías). El hombre era jefe de publicanos. Tiene arrendados los impuestos
de la aduana y del mercado y los recauda por medio de ayudantes. Jericó era ciudad
aduanera lindante con la provincia de Arabia, era ciudad exportadora de bálsamo.
En su calidad de publicano, era Zaqueo, para los judíos, pecador; como rico que era,
presentaba también un «caso difícil» para el mensaje de Jesús (18,24).
En este hombre, que aparentemente sólo vive para el dinero, que ha prostituido su
fidelidad al pueblo de Dios y su honor de pertenecerle, arde el deseo de ver a Jesús. El
ciego quiere oír, el publicano quiere ver. Por la vista y por el oído llega la salvación al
hombre. Los mensajeros del Bautista recibieron de Jesús el encargo: «Id a contar a Juan lo
que habéis visto y oído» (7,22). Como el ciego tiene que superar el obstáculo de la multitud
que acompaña a Jesús, así también el jefe de publicanos. El ciego grita, el publicano trepa
al árbol, que tiene sus ramas extendidas. Zaqueo no se cuida de su dignidad, no teme el
ridículo de su parapeto ni las miradas sarcásticas y hostiles de los que lo conocen. Entrar
en contacto con Jesús le importa ante todo.
5 Cuando llegó Jesús a aquel sitio, miró hacia arriba y le dijo:
Zaqueo, baja de prisa; porque conviene que hoy me quede en tu
casa. 6 Bajó de prisa, y lo recibió en su casa muy contento.
Jesús, como profeta que es, conoce los corazones. Conoce también el deseo de Zaqueo.
Mientras Jesús le mira hacia arriba, alborea para él el gran hoy de historia de la salvación.
Hoy se cumple para él la Escritura que promete la buena nueva a los pobres y a los
indigentes (4,18), hoy se le ha acercado el Salvador (2,11), hoy se encuentra en Jesús con
la acción paradójica de Dios, que obtiene resultado allí donde humanamente no se
esperaba (5,26).
El publicano es llamado por su nombre. Ahora se cumple en él lo que este nombre
significa; Dios se acuerda de él y se compadece. Ha tomado bajo su amparo a su siervo,
acordándose de su misericordia (1,55). En él se realiza lo que conviene, lo que ha sido
decretado por la voluntad salvífica de Dios, que Jesús tiene que cumplir. Todo acontece
con rapidez: la visita de Dios tiene que realizarse a su tiempo (1,39). La prisa, Jesús como
huésped, la buena hospitalidad dispensada en casa del pecador, la alegría, la inesperada
elección de Dios, el hacerse pequeño el grande... todo esto es indicio de lo que ha de
aportar la subida a Jerusalén. Cuando Jesús sea «elevado», exaltado, se multiplicará lo
que ahora tiene lugar en Jericó. Los apóstoles lo experimentarán constantemente en sus
marchas apostólicas.
7 Al ver esto, todos murmuraban, comentando que había ido a
hospedarse en casa de un pecador. 8 Pero Zaqueo se levantó y dijo
al Señor: Mira, Señor; voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes,
y si en algo he defraudado a alguien, le devolveré cuatro veces más.
El judío piadoso no se sienta a la mesa con publicanos y pecadores públicos (15,2).
Todos se escandalizan y murmuran (5,30; 15,2). Israel murmura en el desierto cuando Dios
no responde a sus exigencias. La voluntad salvífica de Dios tropieza con incomprensión y
murmuración. Jesús cumple la voluntad de Dios y pasa por encima de las murmuraciones
de los hombres. «Bienaventurado aquel que en mí no encuentre ocasión de tropiezo»
(7,23); conviene recordarlo, cuando él no procede como se había esperado.
El publicano captó el «hoy» del tiempo de la salvación, con su oferta divina (Dt 30,15-20),
y se convirtió. Su sinceridad se manifiesta en su voluntad de cumplir radicalmente las
prescripciones de la ley. No sólo restituyó el 120 % del valor que ha adquirido injustamente
(Lev 5,20-26), sino que además piensa dar una compensación del cuádruplo (cf. Ex 21,37).
Los doctores de la ley exigen que se dé también una cierta suma de dinero a los pobres si
el arrepentimiento ha de mostrarse sincero. Ellos proponían un quinto del capital como
primera prestación y la misma proporción de los ingresos anuales como prestación sucesiva
(cf. Núm 5,6s). También esto tiene intención de cumplir el publicano. Esto ante todo, pues
no consta si ha perjudicado a alguien con extorsión, que era el pecado de los publicanos.
Como él ha oído interiormente el mensaje de la salvación, pone en práctica lo que exige la
ley y todavía más. Como el amor de Dios le ha alcanzado en Jesús, rebasa él lo que exige
la ley y lo que quiere la exposición de la ley. Dios santifica a su pueblo cuando Jesús se
interesa por los pecadores.
9 Entonces le dijo Jesús: Hoy ha llegado la salvación a esta casa;
pues también éste es hijo de Abraham. 10 Porque el Hijo del hombre
ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.
Hoy ha llegado la salvación a la casa de Zaqueo. Lo que en el nacimiento de Jesús fue
anunciado a los pastores, que entre la gente piadosa eran tenidos por pecadores, se
realiza en el jefe de los publicanos por la palabra de Jesús. En efecto; allí se dijo: «Hoy os
ha nacido un Salvador» (2,11). En el camino hacia Jerusalén se lleva a cabo lo que se
había anunciado en el comienzo del tiempo de salvación. Al publicano no se le reconocía ya
que era hijo de Abraham, pero su fe y su acogida por Jesús lo ha acreditado como
verdadero hijo de Abraham. Él «espera contra toda esperanza» cuando le alcanza la oferta
salvadora de Dios (Rom 4,18ss). La descendencia de Abraham es ampliada, de modo que
tengan participación en las promesas de Abraham incluso los que no son de su sangre.
La misión de Jesús se cumple mediante la acogida de los pecadores. Dios lo envió para
que aportara salvación, no perdición; salud, no condenación; vida, no muerte. «Cristo vino
al mundo para salvar a los pecadores» (lTim 1,15). Por él se cumple lo que el profeta había
anunciado acerca del tiempo de salvación: «Buscaré la oveja perdida, traeré la extraviada,
vendaré la perniquebrada y curaré la enferma; guardaré y apacentaré con justicia las justas
y robustas» (Ez 34,16). En Jesús sale Dios al encuentro a su pueblo como buen pastor:
«Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y las reuniré» (Ez 34,11). Lo que se significó en las
parábolas relativas al amor a los pecadores, se efectúa en la realidad de la vida. Jesús es
el salvador de los que estaban perdidos.
En el relato de la conversión de Zaqueo están reunidas todas las palabras y conceptos
preferidos del Evangelio de los pobres: hoy, salvación; para salvar lo que estaba perdido;
pequeño, pecador, publicano; el «convenía» de la voluntad salvadora de Dios, la prisa, la
acogida en la casa, la alegría. Gracia rebosante de Dios y buena voluntad rebosante del
hombre se manifiestan en Jericó, ciudad sobre la que pesaba una antigua maldición (Jos
6,26), en casa del jefe de los publicanos y pecador, que es rico. Jericó es la ciudad de
donde Jesús emprende la subida a Jerusalén, es como la puerta para la ciudad en la que
aguarda la consumación de la historia de la salud, de la que proviene la salvación.
d) Parábola de las diez minas
(Lc/19/11-27)
PARA/10-MINAS
11 Mientras ellos escuchaban estas cosas, Jesús añadió una
parábola, porque estaba ya cerca de Jerusalén y porque ellos
pensaban que el reino de Dios iba a manifestarse inmediatamente.
Jesús sube a Jerusalén en el tiempo de la fiesta de pascua. Grandes caravanas de
peregrinos afluyen para celebrar juntos en la ciudad santa la salvación de Israel de la
esclavitud de Egipto. Están despiertas todas las grandes esperanzas de restauración del
reino davídico. El ciego ha confesado a Jesús por Hijo de David y Jesús no ha rechazado el
título; ante Zaqueo se ha dado a conocer como el Pastor mesiánico prometido. Después de
la muerte de Jesús confiesan los discípulos que habían esperado que había de redimir a
Israel (24,21) y restablecer el reino (cf. Act 1,6). En esta situación resulta comprensible la
pregunta: ¿Va a manifestarse inmediatamente el reino de Dios? Esta pregunta está viva
también en los primeros tiempos de la Iglesia. En algunos ambientes se espera la pronta
venida del Señor (*). Sin embargo, el Señor se hizo esperar. No faltan burlones que dicen:
«¿Dónde está la promesa de su parusía? Desde que murieron los padres, todo sigue como
desde el principio de la creación» (2Pe 3,4). La parábola de las minas pone freno a la
entusiástica espera de la pronta venida del Señor, y a la vez alimenta la esperanza
escatológica.
...............
* 1Ts 4,15ss; 1Co 7,29ss.; 10, 11; Rm 13, 11s; Flp 4, 5; Ap 1,3; 3, 11, etc. Cf. LÉON-
DUFOUR, Vocabulario de
teología bíblica, Herder, Barcelona 4, 1967, p. 582ss, art. Paz.
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12 Dijo, pues: Un hombre de familia noble se fue a un país lejano,
para recibir la investidura del reino y volver luego. 13 Llamó a diez
criados suyos, les dio diez minas y les dijo: Negociad hasta que yo
vuelva. 14 Pero sus compatriotas lo aborrecían, y enviaron tras él
una embajada que dijera: No queremos que sea éste nuestro rey.
Jericó, donde se cuenta la parábola, es ciudad de Arquelao. Conforme al testamento de
Herodes, se habían de repartir su territorio sus tres hijos, Herodes Antipas, Filipo y
Arquelao. Arquelao había de recibir la región de Judea con el título de rey. Sin embargo,
tuvo que negociar para obtener este título del emperador romano Augusto. A este fin se
dirigió a Roma. Una embajada de cincuenta judíos logró que no se cumpliera el deseo del
soberano. Augusto le otorgó sólo el título de etnarca en espera de que hiciera méritos. La
parábola parece inspirarse en la historia de la época. El hombre de familia noble que va a
un país lejano, es Arquelao. En la parábola, el hombre de familia noble que pretende la
corona hace referencia a Jesús, que está subiendo a Jerusalén. No va a recibir
inmediatamente el reino, sino que primero tiene que ir a un país lejano, al cielo a través de
la muerte; de allí volverá con poder y dignidad regia.
Para el tiempo de la ausencia, el pretendiente a la corona confía dinero a sus «criados»,
para que lo empleen en negocios. El número de diez de estos funcionarios parece que no
tiene otra finalidad sino encarecer la dignidad del aristócrata. La mina que recibe cada uno,
no es una cantidad extraordinaria; un jornalero podía ganarla en un trimestre. Los «criados»
han de demostrar su fidelidad en lo poco (16,10). Mientras Jesús está ausente de los
suyos, confía a sus discípulos la administración de sus bienes. «¿Quién es, pues, el
administrador fiel y sensato, a quien el señor pondrá al frente de sus criados, para darles la
ración de trigo a su debido tiempo?» (12,42). El tiempo que va de la ascensión de Jesús al
cielo a su segunda manifestación en gloria, es tiempo de trabajo, tiempo de misión.
Al pretendiente a la corona le odian sus conciudadanos; no quieren que sea su rey. En el
tiempo de la ausencia de Cristo no descansan sus enemigos. Hacen todo lo posible para
que no sea reconocida la realeza de Cristo. El tiempo de la Iglesia es tiempo de
persecución, en la que se prueba la fidelidad y la perseverancia (17,22; 21,12ss). Jesús
viene en el esplendor de la realeza, pero no viene «inmediatamente».
15 Cuando volvió, investido ya de la dignidad real, mandó llamar a
aquellos criados a quienes había entregado el dinero, para saber
cuánto había ganado cada uno.
El pretendiente tiene éxito en su viaje. Vuelve con el título de rey. Los criados son
llamados para rendir cuentas. Hay que ver quiénes y cómo han negociado. Sólo se le
puede confiar mucho al que ha dado buena prueba en lo poco (16,11). Jesús, a su retorno,
exigirá cuentas de la administración (12,41ss).
16 Se presentó, pues, el primero, diciendo Señor, tu mina ha
producido diez minas. 17 Muy bien, criado bueno, le dijo. Puesto que
has sido fiel en lo poco, tendrás autoridad sobre diez ciudades. 18
Llegó el segundo, que dijo: Tu mina, señor, me ha producido cinco
minas. 19 Díjole también a éste: También tú estarás al frente de
cinco ciudades.
Sólo se presenta a tres de los diez criados. El arte de la narración no consiente que
aparezcan los diez. Las parábolas quieren hacer impacto, no aburrir. Los dos primeros
criados han negociado con éxito. Con modestia no hablan de su propio esfuerzo. Las minas
han proporcionado la ganancia. «Dios es el que produce el crecimiento» (lCor 3,6s). La
aprobación se refiere a la fidelidad en lo poco. Los criados reciben un encargo mayor, son
puestos como gobernadores al frente de algunas ciudades, proporcionalmente a la
ganancia que han reportado. Los discípulos que sean fieles en servir al Señor reinarán
juntamente con Cristo (12,43; 22,30).
20 Llegó luego el otro, que dijo: Señor, aquí está tu mina, que tenía
guardada en un pañuelo; 21 pues tenía miedo de ti, porque eres
hombre severo: te llevas lo que no depositaste y cosechas lo que no
sembraste. 22 Él le contesta: Criado malo, por tus propias palabras
te juzgo. Sabías que yo soy hombre severo: que me llevo lo que no
deposité y cosecho lo que no sembré. 23 ¿Por que, entonces, no
pusiste mi dinero en el banco? Así yo, a mi vuelta, lo habría retirado
con sus intereses.
El tercer criado no había emprendido nada con su dinero, lo había guardado y custodiado
en un pañuelo como los que se llevan al cuello para protegerse contra el ardor del sol. Los
amargos reproches contra su señor vienen de su mala conciencia. Se acusa al señor: se le
trata de déspota cruel, de negociante avaro y rapaz, de egoísta sin consideraciones. Él
tiene la culpa de que le faltaran ánimos al criado y de que el miedo lo paralizara. El criado
quiere estar seguro y por eso no se arriesga. Quizá se trasluce aquí el sentido originario de
la parábola, que quería alcanzar a los fariseos. Éstos sólo conciben a Dios como alguien
que exige sin misericordia. Observan con ansiedad la letra de la ley, levantan una cerca
alrededor de la ley, a fin de que no pueda ser violada; observan, pero no se arriesgan.
Jesús, en cambio, concibe a Dios como el que da y el que ama. Exige más de lo que exige
la ley, pero enseña que la justicia es don de Dios; que su reino lo exige todo, porque lo da
todo
El pretendiente a la corona no se contenta con que le sea simplemente restituido el
dinero confiado. Mantiene su encargo: Negociad. El criado perezoso no lo ha cumplido. Ha
impedido incluso que el dinero mismo, sin trabajo por su parte, reportara ganancia en el
banco. Lo que exige el Señor es fidelidad en la administración, valor para obrar, trabajo
discreto. La auténtica actitud escatológica no es una espera inactiva, llena de temor. La
espera del Señor que ha de venir, que ha de pedir cuentas, no paraliza, sino que estimula a
la acción. Si paraliza, es que se ha entendido mal.
24 Y mandó a los que estaban presentes: Quitadle la mina y
dádsela al que ya tiene diez. 25 Ellos le dijeron: Señor, que ya tiene
diez minas. 26 Yo os digo que a todo el que tiene, se le dará; pero al
que no tiene, aun lo que tiene se le quitará.
Cuando viene el rey, celebra juicio. La mina que todavía tiene en la mano el mal criado,
se le quita. En cambio se da al emprendedor, al animoso que más ha ganado. Esto
sorprende, anima. La seguridad no está en guardar, sino en osar y en ganar. Tampoco en
la vida de los discípulos hay capital en reposo, haberes inactivos. El que quiere conservar
tranquilamente lo poseído, pierde incluso lo que posee.
27 En cuanto a aquellos enemigos míos que no querían que yo
fuera su rey, traedlos aquí y degolladlos en mi presencia.
El rey procede con sus enemigos como un soberano oriental, sin gracia ni misericordia.
Cuando regresó Arquelao -aunque sin la dignidad que había esperado- se vengó
sangrientamente de sus adversarios. Cristo obra a su retorno como juez. Al criado malo se
le quita lo que tiene; los enemigos son aniquilados. El juicio responde al grado de la culpa
(12,46-48). Una sentencia mucho más dura que la de los criados indo]entes se pronuncia
contra los enemigos. La venida de Cristo está por encima de la vida, la acción, la
persecución y las suertes de la Iglesia.
Parte cuarta
EN JERUSALÉN
19,28-21,38
I.ULTIMAS ACTlVIDADES DE JESÚS EN PUBLICO (19,28-48).
Jesús entra en Jerusalén como rey Mesías (19,28-40); pero como la ciudad rechaza la
oferta salvífica de Dios, le predice su ruina (19,41-44). En la ciudad toma Jesús posesión
del templo y lo constituye en centro de su actividad y del nuevo pueblo de Dios (19,45-48).
Se echan los cimientos para la Iglesia primitiva en Jerusalén (cf. Act 2,41-47; 4,32-37).
1. ENTRADA TRIUNFAL
(Lc/19/28-40)
JERUSALEN/ENTRADA
28 Cuando acabó de decir estas cosas, caminaba delante,
subiendo a Jerusalén.
Se disipa el equívoco acerca de lo que iba a suceder: La entrada en Jerusalén no erige
todavía el esplendoroso reinado del Mesías. La marcha continúa. El profeta, «poderoso en
obras y en palabras», camina en medio de sus discípulos, el Hijo de David se dirige a la
fiesta de la redención de Israel. Muchos de los que caminan con él eran testigos de sus
obras y de sus palabras. Todos están convencidos de que se acerca la hora en que se
cumpla lo que se había prometido a Israel. Pero no se comprende cómo ha de suceder esto
(18,34).
29 Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los
Olivos, envió a dos de sus discípulos, 30 diciendo: Id a esa aldea
que está enfrente, y, al entrar en ella, encontraréis atado un pollino,
en el cual no se ha montado nunca nadie; desatadlo y traedlo. 31 Y si
alguien os preguntara: ¿Por qué lo desatáis?, responderéis: Porque
el Señor lo necesita. 32 Fueron, pues, los enviados y encontraron
conforme Jesús les había indicado. 33 Mientras ellos estaban
desatando el pollino, les preguntaron los dueños: ¿Por qué lo
desatáis? 34 Ellos respondieron: Porque el Señor lo necesita.
Betfagé («casa de la higuera») estaba situada en la vertiente occidental del monte de los
Olivos; Betania («casa de la tribulación») está sobre la vertiente sudoeste del mismo.
Quien viaja de Jericó a Jerusalén llega primero a Betania, luego a Betfagé. Una vez más se
mira el camino desde Jerusalén (17,11), el viaje se enjuicia en función de la meta; sólo así
se puede comprender debidamente la marcha.
En Betfagé se someten los peregrinos a los ritos de la purificación, antes de hacer su
entrada en la ciudad santa. Se preparan. También Jesús se prepara para su entrada en
Jerusalén. Envía una pareja de discípulos como había enviado por parejas a sus
precursores (10,1). Esta vez no habían de preparar su llegada con la palabra, sino trayendo
lo que era necesario para su entrada triunfal como rey. E1 oficio de aquellos consiste
siempre en preparar para la venida del Mesías.
Jesús tiene necesidad de una cabalgadura; ésta tiene que ser el pollino de una asna.
Los guerreros montan a caballo; el asno es la cabalgadura de los pobres y de las gentes de
paz. Aquí se cumple lo que había predicho el profeta Zacarías: «Alégrate con alegría
grande, hija de Sión. Salta de júbilo, hija de Jerusalén. Mira que viene a ti tu rey, justo y
salvador, montado en un asno, en un pollino hijo de asna. Extirpará los carros de guerra de
Efraim y los caballos de Jerusalén, y será roto el arco de guerra, y promulgará a las gentes
la paz, y se extenderá de mar a mar su señorío y desde el río hasta los confines de la
tierra» (Zac 9,9s)(Cf. Mt 21,5; Zac 9,9; Jn 12,15; Is 40,9). Se elige un pollino porque todavía
no ha servido a nadie. Como el animal sacrificado no debe usarse para ningún trabajo
corriente, pues está reservado a Dios, así también la cabalgadura de Jesús, el rey Mesías,
ha de ser un pollino en que todavía no haya montado nadie (Dt 21,3; Núm 19,2).
Jesús sabe a ciencia cierta dónde se ha de hallar este pollino y dispone que le sea
entregado por sus dueños. Tiene ciencia sobrehumana y señorío sobre los señores. En él
se manifiestan santidad divina, saber divino y poder divino, y le acompañan en su camino
incomprensible para los hombres.
35 Lo llevaron, pues, ante Jesús y echando encima del pollino sus
mantos, hicieron que Jesús se montara en él. 36 Mientras él
caminaba, las gentes extendían sus mantos por el camino.
Hicieron que se montara. Estas palabras usadas esta vez, y sólo esta, en el Nuevo
Testamento, evocan un hecho memorable del Antiguo Testamento, en el que se usan las
mismas palabras: «Cuando estuvieron en presencia del rey (el sacerdote Sadoc, el profeta
Natán y Banayas, hijo de Joyada), el rey les dijo: Tomad con vosotros a los servidores de
vuestro señor, montad a mi hijo Salomón sobre mi mula y bajadle a Gihón. Allí el sacerdote
Sadoc y Natán, profeta, le ungirán rey de Israel, y tocaréis las trompetas, gritando: ¡Viva el
rey Salomón! Después volveréis a subir tras él y se sentará en mi trono para que reine en
mi lugar, pues a él le instituyo jefe de Israel y de Judá» (lRe 1,33-35). El ciego de Jericó
proclamó a Jesús Hijo de David; como hijo real de David, como príncipe de la paz, entra
Jesús en Jerusalén. También el hecho de extender los vestidos como una alfombra al paso
de Jesús forma parte del ceremonial de la coronación de los reyes. Cuando Jehú fue
aclamado rey «tomaron todos sus mantos y los pusieron debajo de él en las gradas, y,
haciendo sonar las trompetas, gritaron: ¡Jehú, rey!» (2Re 9,13). Lo que hacen los
discípulos responde al plan salvífico de Dios; tributan homenaje a Jesús como a rey
Mesías.
37 Acercándose ya a la bajada del monte de los Olivos, toda la
multitud de los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a
Dios a grandes voces por todos los prodigios que habían visto, 38 y
exclamaban: ¡Bendito el que viene, el rey, en nombre del Señor! ¡Paz
en el cielo y gloria en las alturas!
Quien desde Betania va acercándose a la pendiente del monte de los Olivos ve a
Jerusalén delante de sí. A la vista de la magnificencia del templo y de la ciudad se llena de
fe entusiástica la multitud que acompaña a Jesús. Del lado del monte de los Olivos es
esperada la entrada del Mesías (Zac 14,4). El pueblo se acuerda de las obras de poder que
había visto durante el tiempo de la actividad de Jesús, «cómo Dios lo ungió con Espíritu
Santo y poder, y pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo,
porque Dios estaba con él» (Act 10,38). Dios mismo ha visitado en Jesús a su pueblo,
aportándole la salvación.
En una aclamación de homenaje se condensa todo lo que llena de alegría a la multitud. A
los peregrinos que se dirigen al templo les gritan los sacerdotes desde el interior del
santuario las palabras de bendición: «¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!» (Sal
118,26). Estas palabras de bendición se convierten en aclamación de homenaje a Jesús. Él
es rey, al que Dios ha dado misión y poder. Dios lo ha bendecido, y el pueblo lo bendice, el
pueblo que lo recibe como rey, lo saluda y lo acompaña a la ciudad real, Jerusalén. El rey
Mesías entra en Jerusalén: se cumplen las promesas de Dios.
Ha alboreado una gran hora en la historia de la salvación. El pueblo que acompaña a
Jesús se hace cargo de lo que tal hora entraña en sí. Su grito de aclamación lo expresa:
¡Paz en el cielo y gloria en las alturas! Aquí resuena lo que los ángeles habían anunciado la
noche de navidad (2,14). El rey Mesías, rey de paz, entra en Jerusalén y toma posesión del
reino; esto es señal de que Dios procura la paz a los hombres y se glorifica como Dios. Por
el momento hay paz y gloria en el cielo. Lo que sucede en el cielo tendrá efecto en la tierra.
En efecto, se formula una oración que dice: «La paz reina en las alturas, quieras
procurarnos paz a nosotros y a todo el pueblo de Israel.» La entrada de Jesús, rey de paz,
en Jerusalén, no trae todavía el reino de la paz; primero tiene todavía que morir él y ser
elevado al cielo. Cuando él vuelva a venir, vendrá la paz a la tierra (19,11). Se han reunido
tres jalones de la historia de la salvación: El nacimiento del rey de la paz, su entrada en
Jerusalén para la pasión y la glorificación, y su retorno para la erección definitiva del reino
de Dios.
39 Algunos de los fariseos que estaban entre la multitud le dijeron:
Maestro, reprende a tus discípulos. 40 Pero él contestó: Yo os digo,
que si éstos se callan, gritarán las piedras.
Entre la multitud que rinde homenaje a Jesús se hallan también fariseos. Antes habían
puesto ya a Jesús en guardia contra Herodes (13,31), ahora vuelven a advertirlo. Lo que
aquí se desarrolla es acción de alta política. ¿Qué va a decir la potencia romana de
ocupación? Con mucho retintín lo llaman maestro; maestro con autoridad puede llamarse
si quiere, pero también rey y Mesías. Le insinúan que mande guardar silencio. ¡Cuántas
veces se lo impuso también él a sus discípulos! Pero ahora ha pasado ya el tiempo de
callar. Dios quiere que se deje aclamar como rey Mesías.
Jesús aprueba la aclamación y la confesión por Mesías de sus discípulos, como en
Jericó había aprobado el grito de socorro del ciego que lo aclamaba como Hijo de David. La
confesión tiene que pronunciarse. Un proverbio, que es un eco del profeta Habacuc,
confirma esta necesidad: «Chilla en el muro la piedra y le responde en el enmaderado la
viga» (Hab 2,11). La frase suena a proverbio: Si se hace callar a sus discípulos porque la
realeza de Jesús es rechazada por su pueblo, entonces las ruinas de Jerusalén destruida
gritarán testimoniando que se ha rechazado injustamente la reivindicación mesiánica de
Jesús. Jerusalén se convertirá en un montón de escombros, no porque sea peligrosa la
confesión mesiánica, sino porque Jesús es rechazado como rey, no se reconoce la hora de
la historia de la salvación y no se acepta la oferta salvífica de Dios.
(_MENSAJE/03-2.Págs. 142-157)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 40
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE:EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (40)
·ALOIS-STÖGER
2. LAMENTACIÓN SOBRE JERUSALÉN
(Lc/19/41-44)
J/LLORA-JERUSALEN
41 Cuando se acercó, al contemplar la ciudad, lloró por ella, 42
diciendo ¡Ah, si tú también hubieras comprendido en este día el
mensaje de paz! Pero ¡ay! queda oculto a tus ojos.
Jerusalén se ofrece a los ojos de Jesús en todo su esplendor. Jesús sabe que la ciudad
será reprobada y destruida. Lo que dijo Dios a Jeremías se cumple ahora en Jesús: «Diles,
pues, así (a los falsos profetas): Mis ojos lágrimas derraman día y noche sin cesar, pues la
virgen hija de mi pueblo ha sido quebrantada con gran quebranto, herida con gravísima
plaga» (Jer 14,17). Jesús llora por la ciudad.
LBT-H/DBD-D D/DBD/LBT-H El castigo viene sobre ella. Jesús no lo puede ya desviar. Ya
sólo puede decir: Si hubieras comprendido lo que es para tu paz. Las lágrimas revelan su
impotencia. Ha expulsado demonios, curado enfermos, resucitado muertos, convertido a
publicanos y pecadores. En esta ciudad tropieza su poder con barreras y resistencias. Su
llanto de impotencia encierra un profundo misterio. En la antigua Iglesia pareció a algunos
tan enigmático y escandaloso para la fe en el poder de Cristo, que no querían tenerlo por
verdadero. Dios oculta su poder en el amor y en la debilidad salvadora de Jesús. Toma tan
en serio la libre decisión del hombre, que prefiere llorar de impotencia en Jesús antes que
privar al hombre de su libertad. El llanto de Jesús es el último llamamiento a la conversión
dirigido a la ciudad endurecida.
Este día de la entrada de Jesús como Mesías en Jerusalén pone término a la larga
historia de la oferta de salvación por Dios a la ciudad. Lo que los profetas predijeron para
Jerusalén, la «ciudad de paz». y lo que imploraron las oraciones del pueblo de Dios, había
de ser otorgado ahora: la paz, la suspirada salud mesiánica (*). Pero Jerusalén tenía
únicamente que reconocer que Jesús es el príncipe de la paz de los últimos tiempos
enviado por Dios, como lo expresaron los discípulos en su aclamación, como lo
reconocieron en Jericó el ciego y el jefe de los publicanos, Zaqueo. Jerusalén se niega a
reconocerlo; mató a los profetas y apedreó a los que Dios había enviado (13,34). El pueblo
de Jerusalén se cierra a la palabra de Dios: «Es gente sin consejo, no tienen conocimiento»
(Dt 32,28).
La ciudad no acepta la oferta de paz hecha por Dios. En lugar de rendir tributo a Jesús
como Mesías, lo reprobará y lo llevará a la cruz. Lo que significa esta hora de la entrada en
Jerusalén, está oculta a sus ojos por Dios. La incredulidad de Jerusalén y su empedernido
repudio de Jesús forma parte de lo que debe suceder por designio divino, al igual que su
muerte. Pero esto no impide que la lamentación de Jesús sea auténtica lamentación y que
la culpa de Jerusalén sea auténtica culpa. Jesús, en su llanto por Jerusalén, por la
perdición de la ciudad, reconoce a Dios como Dios y le da razón. Cuando en su actividad
de predicación vio que los sabios se hacían refractarios a sus palabras y que los pequeños
creían, dijo: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas
cosas a sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre; así lo has
querido tú» (10,21).
Jerusalén no reconoció a Jesús como Mesías, y por eso ha sido herida de ceguera
espiritual, que hace irrealizable el deseo de Jesús. La sentencia se ha fallado ya. El plazo
de gracia ha vencido, el castigo está en curso. Jesús sólo puede ya decir: Si hubieras
comprendido. Lo que Dios dijo en otro tiempo a Jeremías se cumple también ahora: «Tú
me dejaste a mí y me volviste la espalda; y yo voy a extender contra ti mi mano y te abatiré
sin duelo» (Jer 15,5).
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* La paz es un concepto central de la predicación profética, en particular en las profecías de
Jeremías y
Ezequiel; es un tema de la promesa salvífica del tiempo mesiánico (Is 57,19; 66,12; Jer 33,6; Ez
34,25;
37,26). El Mesías, con el título de Príncipe de la paz, aporta la paz perfecta y eterna (Is 9,7;
32,17s; Sal 72,7)
El creyente implora la paz como don de Dios (Is 26,]2; Sal 35,27; 85,9ss; 122,6ss). Cf LEON-
DUFOUR, o.c.,
p 465ss art Mesías, NT I.
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43 Porque días llegarán sobre ti, en que tus enemigos te cercarán
de empalizadas, te sitiarán y te oprimirán por todas partes; 44 te
arrasarán a ti y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre
piedra, por no haber conocido el tiempo en que fuiste visitada.
El profeta de infortunio tiene la palabra. Siniestramente se repite «y» hasta que la
opresión se convierte en aniquilamiento. Los enemigos acampan delante de la ciudad,
penetran en ella, los hombres perecen, no queda piedra sobre piedra en la ciudad. La
soberbia ciudad queda extinguida. El tono profético de las palabras conminatorias es
garantía de su irrevocabilidad (Cf.Is 29,3; Os 14,1; Nah 3,10; Sal 137 [136] 9).
Una vez más surge la pregunta sobre la razón de este castigo. Jerusalén no aceptó el
tiempo decisivo de la visita misericordiosa de Dios, no reconoció culpablemente su
desbordante bondad en concederle este tiempo: ni la conoció, ni la reconoció. El tiempo de
salvación de Jesús, fue introducido con estas palabras: «Bendito el Señor, Dios de Israel,
porque ha venido a ver a su pueblo y a traerle el rescate... por las entrañas misericordiosas
de nuestro Dios, por las cuales vendrá a vernos la aurora de lo alto (el Mesías), para
iluminar a los que yacen en tinieblas y sombras de muerte, para enderezar nuestros pasos
por la senda de la paz» (1,68-79). En el punto culminante de la actividad de Jesús en
Galilea confiesa el pueblo que Dios lo ha visitado misericordiosamente (7,16). Jerusalén, en
cambio, se hace refractaria al reconocimiento de esta visita misericordiosa de Dios, que se
le otorgó con la entrada del príncipe de la paz. Jesús es signo y objeto de la decisión.
3. PURIFICACIÓN DEL TEMPLO
(/Lc/19/45-48)
TEMPLO/PURIFICACION
45 Y entrando en el templo, comenzó a expulsar a los vendedores,
46 diciéndoles: Escrito está: Mi casa será casa de oración, pero
vosotros la habéis convertido en guarida de ladrones.
Inmediatamente va Jesús al templo, que es la meta de su entrada en Jerusalén (*). Lo
que es Jerusalén, lo es por el templo de Sión. El templo, a su vez, recibe su esplendor de la
presencia de Dios (1R 8,10s 16). Jesús, con su entrada, le da nuevo sentido. Ahora se
cumple lo que dice el profeta Malaquías: «Luego, en seguida, vendrá a su templo el Señor
a quien buscáis y el ángel de la alianza que deseáis» (Mal 3,1). Este día trae la sentencia:
«Y ¿quién podrá soportar el día de su venida? ¿Quién podrá mantenerse firme cuando
aparezca? Porque será como fuego del fundidor y como lejía del batanero» (Mal 3,2). Pero
el día aporta también la salvación: «Entonces agradará a Yahveh el sacrificio de Judá y de
Jerusalén, como en los días pasados y como en los años antiguos» (Mal 3,4).
La purificación del templo se refiere con muy pocas palabras. No se describe a Jesús con
fuertes sentimientos. La poderosa acción profética resuena también a través de las breves
palabras: «Comenzó a expulsar a los vendedores.» Bastaba con el comienzo... Los
negocios desdicen de la casa de Dios. El templo es casa de oración (Is 56,7); los
vendedores, y tras ellos la autoridad judía, que toleraba aquel tráfico y se lucraba con él, lo
han convertido en una «guarida de ladrones» (Jer 7,11). Jesús continúa la acción de los
profetas, no sólo de palabra, sino todavía más de obra. Se cumple lo que se espera del
tiempo mesiánico: «No habrá aquel día más mercader en la casa de Yahveh Sebaot» (Zac
14,21). El culto de Dios se restaura contra el culto de Mamón. Según Marcos, el templo es
llamado «casa de oración para todas las naciones» (Mc 11,17). Lucas no escribe acerca de
este destino mundial. El templo no será ya lugar de oración para las naciones paganas,
pero la Iglesia naciente de Jerusalén se reunirá allí para la oración (Hch 2,46; 3,1;
5,20.21.25.42; 21,16). Para ella consagra Jesús el templo con su presencia y su acción
mesiánica, antes de que sea destruido. La Iglesia de Jesús está ligada con Israel, el pueblo
de Dios veterotestamentario. La historia de la salvación se realiza en un proceso conducido
por Dios a su término.
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* Mc 11.11.15 son omitidos por Lucas; así, según él, Jesús va al templo, pero no a la ciudad de
Jerusalén.
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47a Todos los días estaba enseñando en el templo.
Jesús, que a los doce años se quedó en Jerusalén, fue hallado en el templo en medio de
los doctores de la ley, oyéndolos y haciéndoles preguntas; todos los que lo oían, se
admiraban de su inteligencia y de sus respuestas (2,46s). Ahora enseña él mismo en el
templo. Entonces se mostró su gran seguridad de sí: «¿No sabíais que tenía que estar en
la casa de mi Padre?» (2,49); ahora actúa con la autoridad del Mesías e Hijo de Dios
(20,44). Lo que Jesús comenzó en el templo, lo continuarán los apóstoles después de su
ascensión al cielo; enseñarán en el templo (Hch 5,12; 5,20.25,42). Se tiende un arco de la
ida del niño Jesús al templo a la entrada de Jesús como rey antes de su pasión y
glorificación, y finalmente a la actividad docente de los apóstoles en el templo después de
la venida del Espíritu Santo. Los grandes momentos de la Iglesia naciente son la
encarnación, la muerte y glorificación, y la venida del Espíritu Santo. La infancia y la venida
del Espíritu Santo deben considerarse en función de la muerte y la glorificación.
Antes de ser destruido el templo, logra su plenitud y su total esplendor. El Mesías enseña
en él y congrega a su pueblo. En tanto el judaísmo no había repudiado definitivamente el
Evangelio, el antiguo lugar del culto no perdió todavía todo enlace con el nuevo culto
fundado por Jesús. Este enlace debía representar el puente entre el antiguo Israel y la
Iglesia de los gentiles. Sin embargo, san Esteban, con su intervención en favor del culto
espiritual, hizo presentir la desaparición del santuario construido por manos de hombres
(Act 7,48ss). Pero sus palabras fueron consideradas como blas£emia, lo que dio lugar a su
ejecución. Algunos años después, la ruina de Jerusalén selló el endurecimiento del
judaísmo. Éste había excluido a los cristianos de sus filas y había roto así con la Iglesia.
47b Pero los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del
pueblo intentaban acabar con él; 48 sin embargo, no encontraban
cómo hacerlo, porque todo el pueblo estaba pendiente de sus
labios.
Con la purificación del templo se acarreó Jesús la hostilidad de las autoridades religiosas
del judaísmo. Los sumos sacerdotes y la aristocracia sacerdotal no estaban al margen del
tráfico que se practicaba en la plaza del templo. El sumo sacerdote en funciones es
presidente del consejo supremo o sanedrín, suprema autoridad del judaísmo. El sanedrín
está constituido por la aristocracia sacerdotal, los doctores de la ley y los seglares
conspicuos. Los dirigentes judíos traman la muerte de Jesús; también después de la venida
del Espíritu Santo sobre los apóstoles continuarán sus manejos para impedir que se vaya
formando la Iglesia (Cf. Hch 4,1; 5,17).
El pueblo, sin embargo, sigue adherido a Jesús, está pendiente de sus labios. La gran
masa («todo el pueblo») está de su lado. Escuchan la palabra de Jesús. Cuando los
apóstoles comiencen a edificar la Iglesia sucederá lo mismo. El pueblo acudía junto a Pedro
y Juan (Act 3,11); éstos hablan al pueblo (4,1); el pueblo tenía en gran estima a la Iglesia
naciente (5,13). En este pueblo se diseña el verdadero pueblo de Dios de Israel, que está
pronto a aceptar el mensaje de Dios anunciado por Jesús. De este pueblo se formará el
nuevo pueblo de Dios de la Iglesia (*). Por temor al pueblo no osa el sanedrín proceder
abiertamente y con violencia contra Jesús (cf. Act 5,26). En Jesús, Señor de la Iglesia
naciente, ve la Iglesia su propio destino.
...............
* El original griego usa la palabra laos. Es característica de los escritos lucanos. En éstos se usa
con
frecuencia para designar a Israel como pueblo de Dios del Antiguo Testamento (por ejemplo: Lc
2,32; Hch
26,17.23; 28,27.28; Lc 19,47; 22,66; Hch 4,8.23; Lc 24,19). De ahí pasa a la Iglesia de Cristo:
en los Hechos
(l5,14; 18,10) y en particular en los escritos paulinos y en la literatura influida por ellos. La
Iglesia «es el
verdadero laos, en medio del cual mora Dios, y que tiene acceso a él, porque es santo en cuanto
santificado
por Cristo». Aquí se expresa con toda concisión una certeza, que a la Iglesia con su patrimonio
religioso, la
liga tan sólidamente con el Pueblo de Dios veterotestamentario, como la distingue de su estadio
precedente
dejado atrás, por razón de la acción salvadora de Cristo. (STRATHMANN).
II. EL SEÑOR DE LA IGLESIA NACIENTE (20,01-26).
Jesús se revela en el templo como Señor de la Iglesia naciente. Tiene de Dios la
autoridad (v. 1-8); la autoridad del consejo supremo llega a su fin (v. 9-19); la autoridad de
Jesús no está en contradicción con el poder del emperador romano (v. 20-26).
1. AUTORIDAD DE JESÚS
(Lc/20/01-08)
J/AUTORIDAD
1 Uno de aquellos días, mientras él estaba enseñando al pueblo en
el templo y anunciándole el Evangelio, se presentaron los sumos
sacerdotes y los escribas, junto con los ancianos, 2 y le preguntaron:
Dinos: ¿Con qué autoridad haces tú esas cosas? o ¿quién es el que
te ha dado esa autoridad?
Jesús llena con su palabra el templo, del que ha tomado posesión. Su doctrina es
anuncio de la buena nueva de la salvación, que ya se ha iniciado. «Hoy ha llegado la
salvación a esta casa» (19.9). Con el anuncio de la buena nueva se da la salvación. Jesús
aventaja a los doctores en Israel, que enseñan, pero no proclaman la salvación; supera a
los profetas, que prometen la salud, pero no la traen ni la dan. ¿Quién es él, que se atreve
a decir que en su predicación trae el cumplimiento de las grandes promesas de Dios?
Cuando la suprema autoridad de los judíos -que está constituida por el sumo sacerdote
en funciones y la aristocracia sacerdotal, los doctores de la ley y los ancianos del pueblo (la
nobleza secular)- plantea a Jesús la pregunta sobre la autoridad, obra legítimamente. De la
misma manera interroga a Juan Bautista (Jn 1,19ss) e interrogará más tarde a los
discípulos de Jesús (Act 4,5ss). Jesús se presenta como doctor y maestro; pero nunca ha
frecuentado la escuela de los doctores de la ley ni ha visto confirmada su formación y su
ciencia mediante la imposición de las manos. Pasa ante el pueblo por profeta, pero formula
reivindicaciones más altas que las de los profetas. En el fondo del problema de la autoridad
late la cuestión de su mesianidad. El consejo supremo soslaya esta cuestión hasta que
llega un momento en que ya no es posible soslayarla (22,70).
3 Él les respondió: Yo también os voy a hacer una pregunta;
contestadme. 4 El bautismo de Juan ¿era del cielo o era de los
hombres?
La disputa, tal como la practican los doctores judíos, está constituida por preguntas y
contrapreguntas. Jesús no esquiva la pregunta del consejo supremo ni le discute el
derecho de plantearle la cuestión de la autoridad. Con su contrapregunta no quiere hurtar
el cuerpo ni forzar a sus adversarios a defenderse. Sólo quiere hacer recapacitar. Juan
llamó a la conversión en el Jordán, bautizó y anunció la proximidad del reino de Dios. Con
él se inauguró algo nuevo en Israel. Jesús reasumió la actividad del Bautista, aunque no
bautizó (Jn 4,2), pero sí llamó a la conversión y proclamó la buena nueva del alborear de la
salud. ¿Cómo enjuicia el consejo supremo la actitud de Juan, su misión y su proclamación?
La respuesta a la pregunta sobre la autoridad del Bautista proyectará luz sobre la autoridad
de Jesús. Al fin y al cabo, Juan preparó los caminos para Jesús.
5 Pero ellos razonaron entre sí, diciendo: Si respondemos: Del
cielo, dirá ¿Por qué no creisteis en él? 6 Pero si respondemos: De
los hombres, todo el pueblo nos va a apedrear, porque está
convencido de que era un profeta. 7 Y respondieron que no sabían de
dónde era.
Los sanedritas no buscan la verdad de Dios, sino que se buscan a sí mismos. Por eso no
toman ninguna decisión. En cualquier decisión que tomaran, estarían perdidos. Si declaran
divino el origen del bautismo de Juan, entonces tienen que creer, y consiguientemente
perderse, entregándose a Dios; si en cambio lo declaran humano, entonces se ve
amenazada su vida por el pueblo, que cree en la misión divina del Bautista y linchará a los
incrédulos sanedritas como blasfemos. Ahora bien, si los sanedritas no están ya por la
verdad de Dios ni la sostienen, ¿cómo pueden guiar al pueblo en nombre de Dios? Así
pues, destruyen su propia autoridad.
8 Entonces Jesús les contestó: Pues tampoco yo os digo con qué
autoridad hago esas cosas.
Jesús les contesta que tampoco él les dirá con qué autoridad obra. La réplica de Jesús
había sido una invitación a la conversión y a la fe en su proclamación de que ya había
alboreado el tiempo de la salud, como lo había sido el bautismo de Juan. Se presenta a la
memoria el camino desde el bautismo de Juan hasta aquí (Act 10.37 39). Este camino
muestra que Dios está con él (Act 10,38). Los hombres del consejo supremo se niegan a
reconocer que el Bautista había sido enviado para preparar el tiempo de salvación que se
inaugura con Jesús; se niegan a reconocer que Dios está con Jesús; por eso no son
tampoco capaces de comprender con qué autoridad enseña Jesús, anuncia la buena nueva
y se presenta en el templo con autoridad. Jesús, sin embargo, da la respuesta al rehusarla.
Pero el modo como la da muestra que no es aceptada por sus adversarios. El testimonio
del Bautista, enviado de Dios, sobre Jesús no pierde en la Iglesia su actualidad. En él se
compendia el testimonio del Antiguo Testamento. En la autoridad de Jesús se funda la
convicción que tiene la Iglesia de ser el nuevo pueblo de Dios.
(_MENSAJE/03-2.Págs. 158-168) BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 41
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE:EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (41)
·ALOIS-STÖGER
2. FIN DEL PODER DEL SANEDRÍN
(Lc/20/09-19)
PARA/VIÑADORES-HOMICIDAS
9 Comenzó luego a decir al pueblo esta parábola: Un hombre plantó
una viña, la arrendó a unos viñadores y se fue lejos a su tierra por
largo tiempo.
Se produce la separación entre el pueblo y sus dirigentes, los hombres del consejo
supremo. Jesús habla al pueblo; este pueblo de buena voluntad representa al pueblo de
Dios del Antiguo Testamento; en él se esboza ya también el pueblo de Dios de la nueva
alianza. Jesús asume su dirección. La viña vino a ser imagen de Israel a partir del profeta
Isaías (Is 5,1ss; Jr 12,20; cf. Mt 20,1ss; 21,28ss). El hombre que planta la viña es Dios. El
hombre arrienda la viña a unos viñadores. La tierra de la cuenca superior del Jordán,
probablemente también la de la ribera septentrional y occidental del lago de Genesaret y
gran parte de Galilea estaba formada por latifundios pertenecientes a hombres extraños al
país. Éstos vivían en el extranjero, lejos de sus posesiones. Sus arrendatarios eran
labradores del país. El propietario se va de viaje por largo tiempo y deja que los viñadores
campen por sus respetos, pues les entrega toda su confianza. Los arrendatarios
representan a los dirigentes del pueblo. El relato de la parábola indica la historia de Dios
con su pueblo; ésta es una serie de rebeliones de los dirigentes responsables de Israel
contra las exigencias formuladas por Dios a su pueblo.
10 A su tiempo envió un criado a sus viñadores, para que le dieran
el fruto de la viña que le correspondía; pero los viñadores lo
apalearon y lo despidieron con las manos vacías. 11 Volvió luego a
mandarles otro criado; pero también a éste lo apalearon, lo llenaron
de ultrajes y lo despidieron con las manos vacías. 12 Todavía volvió
a mandar un tercero; pero también a éste lo hirieron y lo arrojaron
fuera.
Según la ley, la renta se cobra el quinto año (Lev 19,25). El fruto de la viña no es sólo
vino, pues en ella se plantan también con frecuencia árboles frutales y a veces también
cereales. Los arrendatarios se comportan cada vez con mayor injusticia y bajeza. Los dos
primeros criados son despedidos, el tercero es arrojado. El primero es apaleado, el
segundo se ve además lleno de ultrajes, al tercero lo hirieron. En Galilea reinaban entre los
arrendatarios sentimientos revolucionarios. El partido de los zelotas y los partisanos
atizaban la resistencia de los labradores contra los propietarios extranjeros, tanto más que
entre los latifundistas se contaban también algunos de los aborrecidos romanos. El
propietario procede con una longanimidad sin límites, inconcebible. ¿Por qué se limita a
enviar continuamente criados? ¿Por qué no recurre a la fuerza? La parábola se aparta de la
realidad de la vida para pintar en forma llamativa la longanimidad de Dios. Los hombres no
son así; Dios, sí. Tan magnánimo, tan deseoso de salvar a los hombres. Los criados
significan los profetas enviados por Dios a los dirigentes del pueblo, las suertes de los
criados significan las suertes de los profetas.
13 El dueño de la viña dijo entonces: ¿Qué voy a hacer? Les voy a
mandar a mi hijo muy querido; quizá lo respetarán. 14 Cuando los
viñadores lo vieron, deliberaron entre sí, diciéndose unos a otros:
Éste es el heredero; vamos a matarlo, para que la heredad sea
nuestra. 15a Y arrojándolo fuera de la viña, lo mataron.
Lo que se va a hacer ahora se prepara mediante una deliberación. Hay que enviar al
propio hijo. Pero es el único, el hijo querido, el heredero... Se siente preocupación y temor...
Sin embargo, la esperanza de que la brutalidad tenga también sus límites vence los
temores. Quizá no se atrevan... En todo caso se trata de un empeño arriesgado. Esta última
tentativa pondrá notablemente al descubierto la villanía de los arrendatarios. Aquí la
parábola sigue apartándose de la realidad de la vida. El propietario, que sólo tiene un hijo,
¿cómo va a exponerlo al fanatismo de los arrendatarios? Aunque hubiera alguna esperanza
de que respetarían a su hijo, no asumiría tal riesgo tras las tristes experiencias anteriores.
Su duda -expresada por el «quizá»- hace pensar que se trata de algo inconcebible. Dios
envió a aquel que es su Hijo (3,22), su Hijo único, el elegido (9,35). Lo que Dios hace por la
salud de su pueblo es algo que rebasa todo obrar humano y capacidad humana de
comprensión.
También los arrendatarios deliberan entre sí sobre lo que han de hacer cuando ven al
hijo. Suponen que ha muerto el propietario y que el hijo viene para tomar posesión de la
herencia. Si lo matan, será la viña un bien sin poseedor. Como ellos son los primeros
ocupantes, podrán posesionarse de ella. Se asocian la legalidad y la bajeza, cosa que
podrá sorprender, pero que también tiene lugar en la muerte de Jesús. Jesús es entregado
a la muerte por los mismos que velan por el cumplimiento de la ley.
El hijo es arrojado fuera de la viña, y allí, fuera de la viña, se le da muerte. Aquí se inserta
ya la interpretación en la parábola misma. A Jesús se le dio muerte fuera de la ciudad de
Jerusalén (Jn 19,17; Heb 13,12ss). Jesús sabe lo que le aguarda. Hasta ahora sólo había
hablado de su muerte a los apóstoles (18,31), ahora la predice, aunque velada bajo la
forma de parábola, también delante del pueblo. Los hombres del consejo supremo serán los
homicidas del Mesías, porque no quieren entregar el fruto de la viña esperado por Dios,
que en la historia de la salvación ha aprovisionado y guiado a su pueblo y espera de él que
reconozca al Mesías que les envía, que es su Hijo. Ellos niegan a Jesús este
reconocimiento porque, egoístas, quieren tener para sí la viña y no quieren someterse al
señorío de Jesús (Mc 15,10).
15b ¿Qué hará, por consiguiente, con ellos el dueño de la viña? 16
Volverá, acabará con aquellos viñadores y arrendará la viña a otros.
Cuando ellos oyeron esto, dijeron: ¡No lo quiera Dios!
La paciencia y la longanimidad del propietario se han agotado. Jesús mismo anuncia la
sentencia de castigo. Dios acabará con los titulares de la autoridad en el pueblo judío (Mt
23,30-33). El pueblo de Dios será traspasado a otros, a los nuevos pastores del pueblo de
Dios renovado.
El pueblo, que oye estas palabras de Jesús, está aterrorizado. Espantado rechaza la
posibilidad de tal juicio de Dios. El consejo supremo gozaba de la estima del pueblo y era
tratado por él con respeto. Todavía hubo de pasar largo tiempo antes de que el pueblo que
seguía a Cristo abandonara las antiguas instituciones. La historia de la primitiva Iglesia da
testimonio de ello (Act 1-15). La Iglesia naciente está todavía estrechamente ligada al orden
social y religioso del judaísmo. Pedro, llevado delante del tribunal, interpela al consejo
supremo con estas palabras: «Jefes del pueblo y ancianos» (Act 4,9).
17 Pero él, fijando en ellos los ojos, les dijo: ¿Qué significa, pues,
aquello que está escrito: La piedra que desecharon los constructores,
ésa vino a ser piedra angular?
Jesús comprende el espanto del pueblo, pero la cosa es como él ha dicho. El designio de
Dios se mantiene. Lo que Jesús ha dicho en la parábola se ve confirmado por la palabra de
la Escritura. El Salmo 118 (117), 22, con cuyo saludo de bendición clamó el pueblo a Jesús
reconociéndolo como Mesías, habla de la piedra que desecharon los constructores, pero
que vino a ser la piedra angular (*) de un nuevo edificio. Los miembros del consejo supremo
se consideraban a sí mismos como los constructores de Jerusalén: «El edificador de
Jerusalén es el gran sanedrín.» Jesús es la piedra. El consejo supremo lo reprueba y lo
desecha como piedra inservible y lo entrega a la muerte. Dios lo resucita y lo exalta. Jesús
es edificador y consumador de un nuevo edificio de Dios, que es la Iglesia (Mc 14,58). Los
edificadores del pueblo de Dios no son los sanedritas, sino Jesús, mediante su muerte y su
resurrección (Act 4,11).
...............
* La interpretación oscila entre «clave de bóveda» y «piedra angular». Sobre la primera
interpretación, cf.
Testamento de Salomón 22,7: «Ahora estaba Jerusalén edificada, el templo acabado. Todavía
había allí una
gran piedra de bóveda; yo quería, al terminar la construcción del templo, utilizarla como remate,
como clave
de bóveda. Entonces se reunieron todos los constructores y todos los demonios que habían
colaborado, y
querían elevar esta piedra al pináculo del templo, pero no pudieron moverla de su sitio.» (J.
JEREMÍAS).
...............
18 Todo el que caiga sobre esta piedra se hará añicos, y aquel
sobre quien ella caiga, quedará aplastado.
PIEDRA/ANGULAR: El profeta dice de Dios: «ÉI será piedra de escándalo y piedra de
tropiezo para las dos casas de Israel, lazo y red para los habitantes de Jerusalén. Y muchos
de ellos tropezarán, caerán y serán quebrantados, y se enredarán en el lazo y quedarán
cogidos» (Is 8,14s). Daniel habla de un reino que hará añicos a todos los demás reinos,
mientras que él permanecerá eternamente (Dan 2,44s); este reino es representado por una
piedra: «Eso es lo que significa la piedra que viste desprenderse del monte sin ayuda de
mano, que desmenuzó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro» (Dan 2,45). La piedra
es Cristo. Cristo es objeto de decisión y de contradicción (2,34). De él parten la ruina y la
salvación. Quien corre contra él, se desmenuza en él. Cuando vuelva como juez lo «hará
añicos». Jesús reivindica la soberanía sobre Israel como Mesías, como Hijo del hombre,
como Hijo de Dios (cf. 22,67ss).
19 Los escribas y los sumos sacerdotes intentaron echarle mano en aquel mismo
momento, porque se habían dado cuenta de que por ellos había dicho esa parábola; pero
tuvieron miedo al pueblo.
Los escribas y los altos dignatarios del sacerdocio -esta vez no se habla de la nobleza
secular- ven en la parábola descubiertos sus manejos inspirados por el odio. Como se han
cerrado herméticamente a la palabra de Jesús, se intensifica su odio. Sólo el miedo al
pueblo les impide llegar al extremo.
Una fisura atraviesa el judaísmo: el pueblo y sus dirigentes están divididos. El primer
tiempo de la Iglesia se hallará bajo el mismo signo (Act 5,24s). ¿Cuánto tiempo podrá
todavía el pueblo impedir que estalle el odio en los sanedritas? El pueblo no se hace cargo
del alcance de lo que está sucediendo. Su respuesta a la parábola lo deja entrever.
3. EL PODER DEL CÉSAR
(Lc/20/20-26)
IMPUESTO/CESAR
20 Luego ellos se pusieron a acecharlo y le enviaron espías que
fingieran ser hombres virtuosos, para sorprenderlo en alguna
palabra, con el fin de entregarlo al poder y autoridad del procurador.
Los escribas y los sumos sacerdotes (20,19) están resueltos a acabar con Jesús. Esto
debía llevarse a cabo a espaldas del pueblo. Hay que implicar a Jesús en un conflicto con
la autoridad romana, representada por el procurador Poncio Pilato (26-36). Los sanedritas
se mantienen ocultos y actúan por medio de espías que simulan querer cumplir
escrupulosamente la ley. Se prepara ya el proceso de Jesús y también las dificultades, en
medio de las cuales habrá de dar prueba de sí la Iglesia naciente.
21 Hiciéronle, pues, esta pregunta: Maestro, sabemos que hablas y
enseñas con rectitud, y no aceptas las apariencias de una persona,
sino que enseñas realmente el camino de Dios. ¿Nos es lícito pagar
el impuesto al César: sí o no?
Los espías simulan hipócritamente un problema de conciencia. Se dirigen a Jesús como
a doctor de la ley: «Maestro.» Encarecen su confianza en él: «Hablas y enseñas con
rectitud.» Reconocen su objetividad insobornable: «No aceptas las apariencias de una
persona», no tienes los menores miramientos con las autoridades políticas, no te dejas
impresionar por temores o favores. Alaban su temor de Dios: Enseñas realmente el camino
de Dios, la conducta moral exigida por Dios. Jesús es un maestro, tal como se describe a sí
mismo el maestro de sabiduría: «Todos mis dichos son conformes a la justicia; nada hay en
ellos de tortuoso y perverso. Todos son rectos para la persona inteligente y razonables
para el que tiene la sabiduría» (Prov 8,8s).
En este terreno así preparado echan los espías su pregunta capciosa. El gobernador de
Siria Quirinio llevó a cabo el año 6 d.C. un censo de la tributación y reorganizó los
impuestos y aduanas en Palestina. Las contribuciones y las tarifas corresponden al
emperador. La reacción en el país fue violenta. El partido ultranacionalista de los zelotas
hizo un llamamiento, invitando a negarse a pagar los impuestos por motivos religiosos. Hay
que oponer resistencia al dominio extranjero, porque Dios sólo está dispuesto a ayudar
cuando los hombres hacen todo lo que está en su mano. Es posible que muchos se
preguntaran incluso si el mero ceder pacientemente a la dominación extranjera no significa
ya apostatar de Dios, si no reconoce la soberanía pagana sobre el pueblo de Dios quien
paga los impuestos al emperador romano. Ahora bien, los que enviaban a los espías eran
políticos realistas y no veían ningún motivo para hacer resistencia, y así pagaban los
impuestos sin escrúpulos de conciencia.
23 Pero él, dándose cuenta de su astucia, les dijo: 24 Enseñadme
un denario. ¿De quién es la figura y la inscripción que tiene? Ellos
respondieran: Del César. 25 ÉI les dijo: Pues, por consiguiente,
pagad lo del César al César. y lo de Dios a Dios.
Los manejos de los espías proceden de astucia, hipocresía (Mc 12,15) y malicia (Mt
22,18). Bajo las apariencias de una crisis de conciencia ponen a Jesús una trampa de la
que creen que no podrá librarse. Precisamente en los días festivos -se acerca la pascua-
se encendían las pasiones políticas. Las multitudes que han aclamado a Jesús, veían en el
Mesías al libertador de la presión política (24,21). Los romanos vigilan lo que sucede.
Comoquiera que responda Jesús a la pregunta que se le plantea como decisiva, su
respuesta tiene que ser para él fatal. Si reconoce que es lícito pagar los impuestos,
entonces está amenazado por el terror de los zelotas y se expone a verse abandonado por
el pueblo; si dice que no es lícito, entonces tomará medidas contra él el gobernador. En
todo caso, los que envían a los espías saldrán ganando.
A la pregunta no se da ninguna respuesta docta. Los adversarios mismos han cooperado
para que se halle una solución. Jesús pide que le enseñen un denario, con lo cual se
descubre ya que los escrupulosos consultantes llevan consigo denarios. La moneda de
plata lleva en el anverso el busto del emperador Tiberio (14-27 d.C.), adornado con una
guirnalda de laurel que indica su dignidad divina, acompañado de la siguiente inscripci6n:
«Tiberio César Augusto, hijo del divino Augusto.» En el reverso aparece el ponfifex
maximus y la imagen de la madre del emperador sentada en un trono de dioses, llevando
en la derecha el cetro olímpico y en la izquierda un ramo de olivo, que la hace aparecer
como encarnación terrena de la paz celestial. El espía, tan celoso de la ley lleva consigo
esta moneda con todos los símbolos de la divinización del poder romano.
En el mundo antiguo grecorromano, como también en el judío, tiene vigor este principio:
la zona de soberanía de un rey se extiende al área de validez de sus monedas. Quien
acepta y utiliza una moneda reconoce la soberanía del que la ha mandado acuñar. Si los
judíos utilizan la moneda del emperador, reconocen también su soberanía, y
consiguientemente su deber de pagar impuestos. Así pues, ellos mismos han resuelto ya de
antemano la cuestión que plantean a Jesús. Jesús saca la conclusión: «Pues, por
consiguiente», pagad al César lo que le corresponde y a lo que tiene derecho, según
como entonces se entendía el derecho. Se somete a la soberanía política del emperador.
Tan pronto como pronuncia Jesús estas palabras, vuelven a quedar en segundo término.
El gran tema de su predicación es la soberanía de Dios, la única preocupación de sus
discípulos se formula así: «Buscad su reino» (12,31). En sus palabras y en sus obras está
presente el reino de Dios. Sus adversarios preguntan con aparente preocupación por el
honor de Dios y por la verdadera justicia: ¿Se puede pagar tributo al César? Pero se
olvidan absolutamente de que Dios mismo está presente en aquel a quien interrogan y
formula una exigencia mucho más importante y apremiante que aquella que de momento les
preocupa. Pagad a Dios lo que es de Dios. Dios formula ahora en medio del mundo la
reivindicación de su soberanía, que restringe también los derechos del Estado y los hace
descender del primer puesto.
26 Y no pudieron sorprenderlo en palabra alguna delante del
puebla, sino que, admirados por su respuesta, se callaron.
La red se había tendido en vano. Los que habían planteado la cuestión enmudecen. La
respuesta es objeto de admiración. Lucas tomó esta discusión de Marcos, pero elaboró
notoriamente el comienzo y el fin. Para él tenía importancia la pregunta, pues la Iglesia
naciente se hallaba situada ante un dilema: confesión de la soberanía de Dios en Cristo o
reconocimiento del Estado romano. Los judíos incrédulos intentan hacer sospechosos
políticamente a los cristianos (Act 17,5; 18,12; 24,1). Los cristianos deben estar
capacitados para instruir a las autoridades romanas sobre el verdadero estado de las
cosas: como Jesús, se comportan con lealtad frente al Estado; su primero y gran objetivo
es religioso.
III. VERDADES FUNDAMENTALES DE LA VIDA CRISTIANA (20,27-21,4)
Jesús, después de haberse manifestado como Señor de la Iglesia naciente, inicia al
pueblo, que le presta su adhesión, en las principales doctrinas que profesa el nuevo pueblo
de Dios: en la verdad de la resurrección de los muertos (v. 27-40), en la confesión de la
realeza de Jesús (v. 41-44), en la entrega a Dios (20,45-21,4).
1. RESURRECCIÓN DE LOS MUERTOS
(/Lc/20/27-40)
SADUCEOS/RS
27 Acercáronse luego algunos de los saduceos -quienes niegan
que haya resurrección-, y le preguntaron: 28 Maestro, Moisés nos
dejó escrito que, si un hermano muere teniendo mujer, pero sin hijos,
otro hermano suyo debe tomar esa mujer, para dar sucesión al
hermano difunto.
Los saduceos eran, más que un partido, un grupo aristocrático, político-religioso; entre
ellos se contaban las ricas familias patricias y la nobleza sacerdotal; nunca pudieron
ganarse al pueblo sencillo. En teología representan la tendencia conservadora, que no
participó en la evolución de la religión judaica iniciada en el siglo II d.C. Sólo reconocen la
Escritura y rechazan la «tradición de los mayores». Se distinguen marcadamente de los
fariseos y demás partidarios de una religiosidad como la de los doctores de la ley, pues
niegan la resurrección (Cf. también Hch 4, 1s; 23,6ss).
Jesús comparte con los fariseos y con el pueblo la convicción de que hay una
resurrección de los muertos. Por eso quieren ponerlo en ridículo algunos de los saduceos.
Quieren demostrar con la Escritura que es absurda la creencia en la resurrección. La ley
del levirato reza así: «Cuando dos hermanos habitan uno junto al otro y uno de los dos
muere sin dejar hijos, la mujer del muerto no se casará fuera con un extraño; su cuñado irá
a ella y la tomará por mujer, y el primogénito que de ella tenga llevará el nombre del
hermano muerto, para que su nombre no desaparezca de Israel» (Dt 25,5s). ¿Qué se
deduce de esta ley respecto a la resurrección de los muertos?
29 Pues bien, eran siete hermanos: el primero tomó mujer y murió
sin hijos. 30 Y el segundo 31 y el tercero la tomaron, y así también
los siete, que no dejaron hijos y murieron. 32 Finalmente, murió
también la mujer. 33 Ahora bien, esta mujer, en la resurrección, ¿de
cuál de ellos será mujer? Porque los siete la tuvieron por mujer.
La ley no cuenta con la resurrección de Ios muertos, pues al fin y al cabo no puede dar
lugar a ese caso grotesco de que hablan los saduceos. Según la ley, en la que habla Dios,
no puede haber resurrección. Pero también se puede entender mal la ley y abusar de ella.
Su clave es Jesús: él y su palabra.
34 Y Jesús les contestó: Las hijos de este mundo se casan ellos, y
ellas son dadas en matrimonio. 35 Pero los que logren ser dignos de
aquel mundo y de la resurrección de los muertos, ni ellos se casarán
ni ellas serán dadas en matrimonio; 36 porque no pueden ya morir,
pues serán semejantes a los ángeles, y son hijos de Dios, pues son
hijos de la resurrección.
La creencia de los judíos en la resurrección suponía que los resucitados continuaban la
vida de la tierra, aunque provista de todo en abundancia, de todo lo que uno puede desear.
Un renombrado doctor de la ley decía: «Entonces (después de la resurrección) dará a luz la
mujer todos los días»; el gozo de tener un niño será colmado con creces. Contra esta idea
de la resurrección se dirige la argumentación de los saduceos. Jesús no comparte con los
judíos esta creencia acerca de la resurrección. Quien resucite de entre los muertos no se
casará ni (la mujer) será tomada por esposa. La vida de los resucitados no continúa la vida
de la tierra.
Los resucitados no pertenecen ya a este mundo terreno, sino al nuevo y venidero. En la
concepción de la historia de los autores apocalípticos se habla de dos eones, mundos o
eras del mundo: de este mundo y del otro. A este mundo de la injusticia, de las
tribulaciones, de la caducidad y de la corrupción del pecado sigue el futuro, sin fin, un
mundo nuevo, del que estará desterrada la corrupción, expulsado el desenfreno, borrada la
incredulidad, mientras que la justicia será practicada y en él tendrá su asiento la verdad.
También el Nuevo Testamento utiliza esta concepción de la historia. Los hijos de este
mundo están sujetos al pecado y a la caducidad; en cambio, los hombres que por elección
de Dios y por su gracia pertenecen al otro mundo, reciben vida eterna y la resurrección de
los muertos (*).
El matrimonio pertenece al mundo presente. En el mundo venidero no será ya
necesario, puesto que en él tienen los hombres la facultad de no morir ya nunca. La
procreación de los hombres es la que da sentido al matrimonio (Gén 1,28). Ahora bien,
cuando los hombres sean inmortales, no habrá ya necesidad del matrimonio. La
argumentación de los saduceos no da en el blanco. El matrimonio se acaba con el mundo
presente.
Los hombres del mundo venidero son inmortales, porque son semejantes a los ángeles.
Tienen el modo de ser de los ángeles. Éstos lo tienen porque son hijos de Dios. Los
ángeles son designados en la Escritura como «hijos de Dios» (por ejemplo: Job 1,6; 2,1).
Tienen participación en la gloria de Dios, en su poder y en su esplendor (Act 12,7). Los
resucitados reciben la filiación divina (IJn 3,2; Rom 8,21), la gloria (Rom 8,18), un «cuerpo
espiritual» (lCor 15,44). «Así también será la resurrección de los muertos: se siembra en
corrupción, se resucita en incorrupción; se siembra en vileza, se resucita en gloria; se
siembra en debilidad, se resucita en fortaleza; se siembra cuerpo puramente humano, se
resucita cuerpo espiritual» (ICor 15,42ss).
Los resucitados tienen el poder de no volver a morir. Lo que los piadosos entre los
griegos paganos de entonces anhelaban y esperaban alcanzar mediante los cultos
mistéricos o mediante el conocimiento (gnosis), era una vida bienaventurada en un estado
de deificación. que no estaba amenazado por la muerte. Pero no veían lo que era deseable
en la resurrección de los cuerpos; en efecto, el cuerpo era sentido como una carga, como
una cárcel y un sepulcro del alma. La resurrección no es sólo inmortalidad; los muertos
resucitarán en un estado de incorruptibilidad, y nosotros «seremos transformados» (ICor
15,52): no sólo vivirá el alma, sino el hombre entero en cuerpo y alma.
El que resucita ha llegado a ser digno del mundo venidero. La resurrección es un don
divino de gracia, inmerecido, como lo es el reino de Dios (2Tes 1.5). Pero no sólo
resucitarán los elegidos y hechos dignos por Dios, sino todos, pecadores y justos. Pablo
conoce esta esperanza de que habrá una resurrección de los justos y de los injustos (Act
24,15). Sólo para los justos redundará la resurrección en gloria (14,14). En la resurrección
de éstos se piensa cuando se dice que son dignos del mundo venidero.
...............
* Cf. Mt 12,32; Lc 16,8; 20,34: «este inundo»; Lc 20,35: «aquel mundo»; Mc 10,30; Lc 18,30:
«mundo
venidero»; Mt 12,32: «mundo futuro». No parece haber utilizado estos conceptos Jesús mismo.
...............
37 Y que los muertos resucitan, ya Moisés lo dio a entender en
aquello de la zarza, cuando llama Señor al Dios de Abraham, Dios de
Isaac y Dios de Jacob; 38 él no es Dios de muertos, sino de vivos.
porque para él todos viven.
También Jesús recurre, como los saduceos, a un texto de la Escritura en la discusión
sobre el problema de la resurrección. En el relato de la zarza ardiente descubre Moisés a
Dios como el que dice: «Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob»
(Ex 3,6). Dios se da a conocer a Moisés en primer lugar como al que habían venerado los
patriarcas. Jesús comprende estas palabras de la Escritura en sentido más profundo. Al
designarse Dios como el Dios de los patriarcas, quiere con ello decir que los patriarcas
siguen venerándolo todavía como Dios. Viven, por tanto. pues de lo contrario no podrían
venerarlo.
Dios es Dios de los vivos, porque para él todos viven, son hijos de la resurrección.
También el que ha muerto, vive; el Dios de los vivos no se rodea de muertos. El hombre
vive para Dios; su ser se cifra en estar destinado a servir y glorificar a Dios. Dado que Dios
lo ha llamado así a la vida, por eso quiere también que viva. Con estas palabras no se da
luz acerca de cómo vive el hombre tras la muerte y a pesar de la muerte, de cómo vive cn el
período intermedio entre la muerte y la resurrección, de qué naturaleza será su
inmortalidad: pervivencia, revivificación del cuerpo... Sólo se dice una cosa fundamental:
para él todos viven; viven porque para él existen. Vive quien vive para Dios...
39 Entonces, algunos escribas le respondieron: Maestro, has
hablado bien. 40 Por lo mismo, ya no se atrevían a preguntarle nada
más.
Jesús es un Maestro que habla bien; los doctores de la ley le dan este testimonio. Los
saduceos no osan ya hacer más preguntas; los doctores de la ley (fariseos) reconocen la
sabiduría de su enseñanza. Jesús es un maestro ante el que se inclinan los maestros más
consumados. Se presenta como el gran maestro ante el pueblo, ante la Iglesia. De él tiene
la Iglesia la doctrina sobre la resurrección de los muertos. Esta doctrina distingue a
cristianos y fariseos, a cristianos y saduceos, a cristianos y gentiles. La predicación
cristiana anuncia el mensaje de «Jesús y la resurrección» (Act 17,18).
(_MENSAJE/03-2.Págs. 168-183
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 42
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE:EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (42)
·ALOIS-STÖGER
2. EL MESÍAS, HIJO DE DAVID
(Lc/20/41-44)
J/HIJO-DE-DAVID
41 Pero Jesús les preguntó: ¿Cómo dicen que el Mesías es hijo de
David? 42 Porque David mismo dice en el libro de los Salmos: Dijo el
Señor a mi Señor: siéntate a mi diestra, 43 hasta que ponga a tus
enemigos por escabel de tus pies. 44 David, pues, lo llama Señor, y
entonces ¿cómo puede ser hijo suyo?
Esta vez Jesús mismo pasa al ataque. El salmo 110, que se atribuye a David y se entiende
del Mesías venidero, entraña un enigma. Las palabras de Dios referidas en el salmo («dijo el
Señor») llama Señor de David al hijo de David (al Mesías). Es cosa que da qué pensar.
El Mesías es hijo de David. Así lo predice y lo promete el Antiguo Testamento: «Brotará
una vara del tronco de Jesé... Sobre él reposará el espíritu de Yahveh» (Is ll,ls). Por él ruega
Israel: «Haz... que vuelva a surgir su rey, el hijo de David» (Salmos de Salomón
17,23). Como Hijo de David lo aclama el ciego de Jericó y lo confiesa por Mesías (18,38).
¿Está encerrado en este título todo lo que es el Mesías?
Las palabras enigmáticas del salmo lo llaman Señor de David. El Mesías aventaja a
David. Es Señor de los señores (Ap 17,14). Dios mismo lo hace sentar a su diestra y le da
participación en su dominio del mundo. Hace de sus enemigos el escabel en que se apoyan
sus pies, le da la victoria y desbarata la contradicción que se le hace.
Pero utiliza esta imagen del Mesías en su predicación y, al mismo tiempo, la interpreta:
«Séame permitido deciros resueltamente acerca del patriarca David que... siendo como era
profeta, y sabiendo que Dios le había asegurado con juramento que un descendiente suyo
se sentaría sobre su trono, previendo el futuro habló de la resurrección de Cristo... A este
Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos de ello. Elevado a la diestra de
Dios y recibida del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado lo que vosotros
estáis viendo y oyendo. Porque David no ascendió a los cielos, y sin embargo dice: Dijo el
Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por escabel de tus
pies. Sepa, por tanto, con absoluta seguridad toda la casa de Israel que Dios ha hecho
Señor y Mesías a este Jesús a quien vosotros crucificasteis» (Act 2,29-36; cf. 4,25ss). Al
comienzo de la carta a los Romanos, Pablo confiesa, según un antiguo himno, que él es
apóstol del Evangelio «que previamente había prometido Dios por medio de sus profetas,
en las Sagradas Escrituras, acerca de su Hijo -nacido del linaje de David según la carne,
constituido Hijo de Dios con poder, según el espíritu santificador, a partir de su resurrección
de entre los muertos-, Jesucristo nuestro Señor» (Rom 1,1-4). La Iglesia se basa en esta
confesión de fe: «Jesucristo (Hijo de David) es Señor» (Flp 2,11).
3. LA VIUDA POBRE
(Lc/20/45-21/04)
Palabras contra los fariseos y un breve relato acerca de una viuda pobre: ambas cosas
forman marcado contraste. Se quiere mostrar en forma negativa y positiva la fundamental
actitud religiosa y moral de la Iglesia naciente.
45 Dijo luego a los discípulos oyéndolo todo el pueblo: 46 Tened
cuidado con los escribas, que se complacen en pasearse con
amplias vestiduras, y les gusta acaparar los saludos en las plazas y
ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los primeros puestos
en los banquetes; 47 que devoran las casas de las viudas mientras
fingen entregarse a largos rezos. Éstos tendrán condenación más
severa.
Los discípulos son interpelados ante el pueblo, el pueblo de Dios. Ellos han de ocupar el
puesto de los doctores de la ley. Se ponen los fundamentos del nuevo pueblo de Dios.
Los escribas son ambiciosos y codiciosos. Todo lo que debe basarse en espíritu religioso
y en temor de Dios -indumentaria de oficio, servicio sinagogal- se utiliza para satisfacer las
ansias ambiciosas de reconocimiento humano. Todo lo que debía practicarse en comunión
de amor -el saludo y la mesa- sirve a la aspiración a ser los primeros. La codicia
emponzoña lo que se hace como servicio y acto religioso. Los escribas, que están versados
en el derecho, ofrecen su asesoramiento jurídico ante el tribunal a viudas, que sin marido
están desamparadas jurídicamente (Ex 22,21); pero para ello aceptan presentes y de esta
manera devoran las casas de esas pobres mujeres. El egoísmo sin freno de los doctores
los extravía, induciéndolos a rechazar a Jesús, cuya existencia es la que da vida a los otros
(Mc 10,45).
Los escribas serán objeto de condenación más severa que los otros hombres. Por su
conocimiento de la ley conocen mejor la voluntad de Dios, y como maestros de justicia que
son, son responsables de los otros. Dios los reprueba. Otros maestros ocuparán su puesto
cuando se edifique el nuevo pueblo de Dios.
21 1 Levantó luego la vista y vio a los ricos que iban echando sus
ofrendas en el tesoro. 2 Vio también a una pobre viuda que echó dos
monedas muy pequeñas.
VIUDA/OFRENDA En el atrio del templo destinado a las mujeres, frente a la galería del
tesoro, que era accesible a todos los que acudían al templo, había trece cepillos en forma
de trompeta. En ellos se recogían las contribuciones impuestas por la ley, y también
aportaciones voluntarias. Allí está sentado también Jesús. Está sentado como maestro que
es. Levanta la vista y ve cómo las gentes echan su óbolo en los cepillos. Estos se entregan
al sacerdote que desempeña el ministerio. Dicho sacerdote pregunta por el montante de la
oferta y por su finalidad, comprueba el dinero y, según la finalidad, indica el lugar en que se
debe depositar. Jesús observa lo que sucede. Ve a ricos que llevan sus ofrendas y también
a una pobre viuda que sólo deposita dos piezas de moneda, de las más pequeñas.
3 Y dijo: Os digo de verdad que esta viuda pobre echó más que
todos. 4 Porque todos ellos echaron para las ofrendas de lo que les
sobraba; pero ésta, de su pobreza, echó todo lo que tenía para vivir.
La viuda que llega a depositar su óbolo era pobre y por consiguiente despreciada, como
aquella pobre mujer de la que se refiere que sólo pudo aportar un puñado de harina para el
sacrificio, por lo cual tuvo que oír palabras de desprecio del sacerdote que desempeñaba
su ministerio. Según el juicio de Jesús, la viuda pobre dio más que los ricos. Su óbolo es
pequeño, pero al mismo tiempo grande. Ha dado todo lo que tenía. Pone su vida en manos
de Dios sin preocuparse ansiosamente (12,22-31). Forma parte de aquellos que son
llamados bienaventurados (6,10) y que viven de las palabras de Jesús: «Buscad su reino
(de Dios), y estas cosas (los medios de subsistencia) se os darán por añadidura» (12,31).
En ella está representado el pueblo de Dios, del que se dice: «No temas, pequeño rebaño;
que ha tenido a bien vuestro Padre daros el reino.» (12,32). El pueblo de Dios es pobre y
carece de apoyo jurídico, pero da lo poco que tiene. No se apoya en los bienes y en el
poder, sino en el Padre. Así vive la Iglesia primitiva en Jerusalén: «Y todos los creyentes a
una tenían todas las cosas en común, y vendían sus posesiones y sus bienes, y las
repartían entre todos según las necesidades de cada cual. Diariamente perseveraban
unánimes en el templo, partían el pan por las casas y tomaban juntos el alimento con
alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y tenían el favor de todo el pueblo» (Act
2,44-47).
De tres verdades fundamentales vive la Iglesia. Jesús se las proporciona en su camino a
través de los tiempos: Hay una resurrección de los muertos, Jesús es Cristo y Señor, la
Iglesia es la comunidad de los pequeños, pobres y despreciados, pero que son grandes
delante de Dios, porque lo dan todo con humildad y ocultamente, y ponen su confianza en
Dios.
IV. DlSCURSO ESCATOLÓGICO (21.5-38)
También Lucas concluye como Marcos (cap. 13) la última actuación de Jesús en
Jerusalén con un discurso escatológico (apocalipsis). Pese a las muchas semejanzas,
ambos discursos acusan con frecuencia notables diferencias. Por esto hay quienes
suponen que Lucas utilizó otras fuentes además del texto de Marcos. Sin embargo, las
diversidades se explican por la labor redaccional de Lucas. Éste pasa por alto algunas
cosas, porque rehuye las repeticiones (comp. Mc 13,21-23 y Lc 21,9 y 17,21); otras, por
reparos teológicos (Mc 13,32): predicciones que ya se habían cumplido son modificadas a
base de los acontecimientos que ya habían tenido lugar (comp. Mc 13,14 y Lc 21.20; Mc
13,19s y Lc 21,23s).
La manera como describe Lucas la destrucción de Jerusalén (19,43s; 21,20.24) se
explica con dificultad si no representaba ya para él un hecho histórico en la fecha en que
escribía el Evangelio. Hoy día aumenta el número de los que suponen que Lucas escribió
su Evangelio después del año 70 d.C. «Marcos mira en su Evangelio al que viene, lo
describe como vino porque el que estaba presente así se lo reveló.» Esta frase se puede
también invertir. «Marcos describe al que ya ha venido como el que viene», y finalmente
así: «Marcos da testimonio del que está presente mirando a su parusía, y emprende su
exposición con medios que tienen su origen en el que ya ha venido».
El evangelista Marcos no conoce una verdadera sucesión en el sentido de un transcurso
histórico. No así Lucas. Mira retrospectivamente al cumplimiento de ciertas predicciones (v.
5-24). Todavía hay que esperar la venida del Hijo del hombre (v. 25-28). En el período que
va de la ascensión a esta venida, en el tiempo de la Iglesia se prepara ésta para la venida
de Jesús (v 29-36). Lucas lee su fuente de Marcos 13 con los ojos de quien está ya
iluminado por los acontecimientos históricos, y la interpreta a base de sus experiencias de
un tiempo posterior. Los hechos pasados le demuestran que Jesús había visto
certeramente y que se han cumplido sus predicciones. Esto ofrece una garantía de que
también se verificará lo que todavía está por venir. En esta esperanza escatológica vive
también la Iglesia de hoy, y así debe vivir.
1. PREDICCIONES CUMPLIDAS (21,5-24).
a) Preguntas acuciantes
(Lc/21/05-09)
5 Mientras algunos iban hablando acerca del templo, de cómo
estaba adornado con hermosas piedras y exvotos, él dijo: De todo
esto que estáis viendo, llegarán días en que no quedará piedra sobre
piedra: todo será demolido.
El templo, en cuya construcción se trabajaba (20/19 a.C.-63 d.C.) todavía en la época de
Jesús, contaba entre las siete maravillas de la antigüedad. Espléndidamente brillan blancos
bloques de mármol; el templo está adornado con magníficos exvotos, sobre todo con la vid
de oro sobre la puerta del santuario. Solía decirse: «Quien no ha visto a Jerusalén en su
magnificencia, no ha experimentado gozo en sus días. Quien no ha visto el santuario con su
ornato, no ha visto una ciudad bella.»
A los que expresan su admiración entre el pueblo responde Jesús con predicciones de
ruina: El templo será destruido (19,43). Dios no mira a las hermosas piedras y a los
preciosos exvotos, sino que busca un pueblo en que se eche de ver que Dios mora en
medio de él. Ahora se repite y se cumple la amenaza de los profetas: «Oíd, pues, cabezas
de la casa de Jacob y jefes de la casa de Israel, que aborrecéis lo justo y torcéis lo
derecho... Sus jueces sentencian por cohecho; sus sacerdotes enseñan por salario; sus
profetas profetizan por dinero y se apoyan sobre Yahveh diciendo: ¿No está entre nosotros
Yahveh? No nos sobrevendrá la desventura. Por eso, por vosotros será Sión arada como
un campo, y Jerusalén será un montón de ruinas, y el monte del templo será un breñal»
(Miq 3,9-12, cf. Jr 7,14; 26, 18; Ez 24,21).
7 Luego le preguntaron: Maestro, ¿cuándo, pues, sucederá esto, y
cuál será la señal de que estas cosas se van a realizar?
Sólo se pregunta por el fin del templo. En Marcos se pregunta cuándo vendrá el fin del
mundo (13,4). Mateo formula más concretamente la pregunta: «¿Cuándo sucederá esto y
cuál será la señal de tu parusía y del final de los tiempos?» (Mt 24,3). La destrucción de
Jerusalén, la venida del Hijo del hombre y el fin de este mundo están enlazados entre sí.
Lucas deshace el enlace. La destrucción de Jerusalén no forma parte de los
acontecimientos del tiempo final. Se ha e£ectuado ya cuando Lucas escribe su Evangelio.
El fin del mundo, en cambio, no ha llegado todavía. Toda predicción es oscura hasta que se
cumple. Nosotros leemos el discurso escatológico como lo leía Lucas. También para
nosotros se ha cumplido una parte de sus predicciones, pero todavía aguardamos el
cumplimiento de la otra parte.
8 Él contestó: Mirad que no os dejéis engañar. Porque muchos
vendrán amparándose en mi nombre, y dirán. Soy yo, y también: El
tiempo está cerca. No vayáis tras ellos. 9 Y cuando oigáis fragores
de guerras y de revoluciones, no os alarméis; porque eso tiene que
suceder primero, pero no llegará tan pronto el fin.
La pregunta por el tiempo y las señales de la ruina de Jerusalén queda sin respuesta. A
los cristianos que aguardan con ansia la venida de Cristo se les dirigen palabras de
instrucción, pues el deseo impaciente de ver satisfecho este anhelo induce a prestar oídos
a falsos rumores. También Pablo tuvo que amonestar y precaver a los cristianos de
Tesalónica: «Y ahora, hermanos, a propósito de la parusía de nuestro Señor Jesucristo y
de nuestra reunión con él, os hacemos un ruego: no os desconcertéis tan pronto perdiendo
el buen sentido, no os alarméis, sea con motivo de una inspiración, o de una declaración, o
de una carta que se nos atribuya, sobre la inminencia del día del Señor. Que nadie os
engañe de ninguna manera» (2Tes 2,1ss).
Vendrán muchos que reivindiquen para sí el nombre de Mesías y digan por su cuenta la
palabra con que solía revelarse: soy yo (Mc 6,50; con frecuencia en Juan; cf. Ex 3,14; Is
43,10s; 52,6). Con ello querrán decir que ellos son el salvador definitivo enviado por Dios,
que prepara la consumación del mundo. En tiempo del procurador romano Cuspio Fado
(44-46 d.C.) surgió Teudas y «se hizo pasar por alguien» (Act 5,36). Después apareció
Judas de Galilea y arrastró a cantidad de gente detrás de sí (Act 5,37). Las palabras de
Jesús desenmascaran a estos falsos redentores. Otros proclaman: El tiempo final ha
llegado ya. También éstos disfrazan su mensaje con palabras de Jesús (Mc 1,15). Hay que
poner freno a una expectativa demasiado entusiástica de la venida de Cristo y del fin de
este mundo: «El Señor tarda en llegar» (12,45). El pretendiente al trono viaja a un país
lejano para recibir la investidura del reino (19,1 1).
No es fácil ver claro en estos mensajes sensacionales. Son numerosos los que los
anuncian; su multitud contagia y sugestiona. Se disfrazan con las palabras de Jesús. Su
mensaje suena como el de él: «Soy yo»; «se acerca el tiempo». Reúnen, como él,
discípulos a su alrededor. Estos discípulos los siguen. En este juego desconcertante del
fraude brilla con su amonestación la palabra del Señor. Estas gentes son impostores y
acaban en apostasía y perdición. Las palabras de Jesús comienzan y terminan con una
gravedad que pone en guardia: No os dejéis engañar, no vayáis tras ellos.
En la literatura apocalíptica de los judíos se predicen para el tiempo final guerras,
revoluciones y rumores desconcertantes a este respecto: «Vienen días, en los que yo, el
Altísimo, quiero rescatar a los que están en la tierra. Entonces serán presa de enorme
excitación los habitantes de la tierra, hasta el punto de tramar guerras unos con otros,
ciudad contra ciudad, lugar contra lugar, pueblo contra pueblo, reino contra reino» (4Esd 11
[13] 29-32). Es posible que los profetas de la próxima venida interpretaran acontecimientos
de la época como tales señales del fin. A la muerte de Nerón siguieron las revueltas
romanas bajo Galba, Otón y Vitelio (68-69 d.C.). La guerra judía comenzó el año 66. Contra
los anunciadores del fin próximo está la palabra de Jesús. Las guerras y revoluciones no
son motivo para angustiarse por razón del fin próximo. Estos terribles azotes de la
humanidad forman también parte del designio divino. Pasarán con el tiempo presente y han
de tener en vela para el venidero e inducir a la conversión (Ap 16,11). Las guerras y
revoluciones no son indicios de que va a llegar en seguida el fin. Con estas palabras se
minan los fundamentos de todas las doctrinas de sectas adventistas.
b) Señales precursoras
(Lc/21/10-11)
FIN-MUNDO/SEÑALES
10 Entonces les añadió: Se levantará nación contra nación y reino
contra reino; 11 habrá grandes terremotos, pestes y hambres en
diversos lugares; se darán fenómenos aterradores y grandes señales
en el cielo.
Se reanuda el discurso. Anuncia señales. Las palabras están envueltas en oscuridad.
Lucas, a lo que parece, las interpreta como señales de la destrucción de Jerusalén y del
templo. Mira retrospectivamente a los acontecimientos y sabe que la catástrofe estuvo
precedida de señales. Se ha cumplido la palabra de Jesús que anunciaba señales.
Las señales afectan a todo lo que rodea al hombre. Todo lo que asegura su vida
comienza a tambalearse. El orden pacífico entre los pueblos se ve destruido por guerras, la
solidez de la tierra se ve sacudida por terremotos, la vida se ve amenazada por hambres y
epidemias, el orden de los cuerpos celestes se ve trastornado por fenómenos terroríficos.
No sabemos en qué acontecimientos de la historia de la época vio Lucas cumplida esta
predicción. ¿Pensaba en las guerras que llevaron consigo las revueltas de Roma? ¿O en la
situación confusa en Palestina antes de que estallara la guerra judía? ¿En temblores de
tierra que, según se narra, tuvieron lugar en Frigia en aquella época? Lucas sabe que reinó
el hambre bajo el emperador Claudio (Act 11,28). Según la tradición judía, el año 66
apareció en el cielo de Jerusalén un meteoro en forma de espada; durante todo el año se
vio un cometa en el cielo. Seis días después de estallar la guerra judía parece como si
cruzaran el cielo carros de guerra. La noche de pentecostés del mismo año oyen los
sacerdotes en el templo una voz que dice: «Marchémonos de aquí.» Marcos vio en estos
presagios «el comienzo de los dolores de parto», precursores de la «regeneración» del
mundo (Mt 19,28). Aunque Lucas leyó esto en su fuente, no lo menciona; él interpretó estas
señales no como comienzo de las tribulaciones del tiempo final, sino como señales
precursoras de la ruina de Jerusalén, y explicó la predicción con los hechos históricos. El
curso de la historia no es determinado únicamente por causas intramundanas, sino por el
designio divino. Aun considerada así, encierra muchos misterios.
c) Persecución de la Iglesia
(Lc/21/12-19)
12 Pero, antes de todo eso, se apoderarán de vosotros y os
perseguirán: os entregarán a las sinagogas y os meterán en las
cárceles; os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa
de mi nombre.
A los acontecimientos que presagian la destrucción de Jerusalén, preceden las
persecuciones de los discípulos. Los acontecimientos se ordenan históricamente:
primeramente es perseguida la Iglesia, de lo cual hablan los Hechos de los apóstoles;
siguen luego los acontecimientos que preceden a la destrucción de Jerusalén, los cuales
son interpretados como signos precursores; finalmente viene la guerra judía y la ruina de
Jerusalén y del templo.
Los discípulos de Jesús son perseguidos por las autoridades judías y paganas.
«Mientras Pedro y Juan estaban hablando al pueblo, se les presentaron los sacerdotes, el
jefe de la guardia del templo y los saduceos... Les echaron mano y los pusieron bajo
custodia hasta el amanecer» (Act 4,1-3; d. 5,18; 8,3; 12,4). Los pretores de Filipos
«despojaron a Pablo y a Silas de sus vestiduras y los mandaron azotar con varas; después
de darles muchos golpes, los metieron en la cárcel» (Act 16,22s). Pablo comparece ante el
tribunal del rey Agripa II (Act 26,1), del procurador Galión en Corinto (Act 18,12), de Felix
(Act 24,1s) y de Festo (Act 25,1) en Cesarea marítima. Las palabras de la predicción son
confirmadas por los hechos de la historia. Lo que la hora histórica aporta al discípulo de
Cristo no debe éste tomarlo como destino oscuro y oprimente; lo que le sucede lo sabía
anticipadamente el Señor y lo inserta en el plan salvador de Dios.
Los discípulos soportan por el nombre de Jesús la persecución, las condenas y los
castigos. En el nombre del Señor Jesús recibieron el bautismo (Act 8,16) después de haber
confesado que Jesús es el Señor. En aquella hora fueron reunidos con «los que invocan el
nombre del Señor» (Act 9,14). Invocando este nombre curó Pedro enfermos (Act 3,6). «No
hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, por el cual hayamos de ser salvos» (Act
4,12). La predicación apostólica anuncia y enseña el nombre de Jesucristo (Act 4,17s: S,28;
8.12). Por razón de esta predicación son vejados los apóstoles, pero «salían gozosos de la
presencia del sanedrín, porque habían sido dignos de padecer afrentas por el nombre de
Jesús» (Act 5,41). El nombre de Jesús representa la presencia activa de Cristo glorificado.
13 Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. 14 Por
consiguiente, fijad bien en vuestro corazón que no debéis
preocuparos de cómo os podréis defender; 15 Porque yo os daré un
lenguaje y una sabiduría que no podrá resistir ni contradecir ninguno
de vuestros adversarios.
La gran preocupación y el empeño acuciante de los discípulos de Jesús es la
proclamación del nombre de Jesús. Mediante la persecución se abren puertas para dar
testimonio en favor de Cristo. Los cristianos de la comunidad primitiva de Jerusalén, que se
ven forzados a abandonar la ciudad para salvar sus vidas, llevan el Evangelio a las zonas
de Judea y Samaría (Act 8,1-4), a Fenicia, Chipre y Antioquía (Act 11,19; 15,3). Pedro, Juan
y Esteban comparecen ante el sanedrín, Pablo ante los procuradores, y llevan el mensaje
de Cristo a lugares donde de otra manera se le habían mostrado refractarias las gentes
(Hch 4,8ss; 7,1ss; 25-26). Pablo comunica a los filipenses que su prisión sirve para el
progreso del Evangelio: «En todo el pretorio y entre todos los demás se ha puesto de
manifiesto que mis cadenas son por Cristo» (Flp 1,12s).
Los discípulos reciben una palabra que deben grabar en su mente y tener presente en el
tiempo de la persecución. No deben preocuparse por lo que han de decir en su propia
defensa ante los tribunales, no tienen necesidad de preparar ningún discurso para no dejar
en mal lugar a Cristo ante el tribunal; Cristo mismo les dará lenguaje y sabiduría. Como
Dios prometió a Moisés que estaría con él y le enseñaría lo que tenía que decir (Éx 4,12),
así también Jesús pertrechará a sus discípulos para la confesión y el testimonio delante de
sus adversarios. No están abandonados a retóricas y sabidurías humanas, sino que sus
palabras estarán dotadas de virtud y sabiduría divina. El Espíritu Santo les enseñará en
aquella hora lo que tienen que decir (12,12). La historia ha demostrado la verdad de esta
promesa. Cuando los miembros del sanedrín observaron el franco y valeroso
comportamiento de Pedro y de Juan y notaron que eran personas sin cultura, se admiraron
(Act 4,13). Los judíos helenistas que disputaban con Esteban se sentían inferiores a la
sabiduría y al espíritu con que hablaba Esteban (Act 6,10). No se logra hacer callar a los
discípulos de Jesús, sino que son sus adversarios los que tienen que enmudecer. Las
palabras de la predicción están penetradas del optimismo que desencadenó la carrera
triunfal del Evangelio.
16 Seréis entregados incluso por padres, hermanos, parientes y
amigos, y darán muerte a algunos de vosotros; 17 y seréis odiados
por todos a causa de mi nombre.
CR/ODIADOS Familiares, parientes y amigos se convierten en traidores contra los
discípulos de Cristo. Ni siquiera los círculos de amigos y la familia les ofrecen protección.
Su confesión tiene que contar únicamente con la fe en Cristo. Lucas reproduce la
predicción: «les darán muerte» (Mc 13,12), iluminada por su cumplimiento: «Darán muerte a
algunos de vosotros.» Cuando él escribe, habían ya dado algunos la vida por su fe:
Esteban (Act 7,54-60) y Santiago (Act 1 2,2).
La fidelidad a Cristo pone a los discípulos en contradicción con judíos y gentiles, con el
Estado romano, con la sociedad y las costumbres. Son odiados por todos. Los cristianos
vinieron a ser objeto de «odio del género humano»; así compendia el historiador romano
Tácito el juicio sobre los cristianos. El odio alcanza a los cristianos por el nombre de Jesús.
El cristiano cree en la predicación «sobre el reino de Dios y el nombre de Jesucristo» (Act
8,12). Por el hecho de ser repudiado Cristo y su palabra, es también repudiado el cristiano.
«Si el mundo os odia, sabed que antes que a vosotros me ha odiado a mí» (/Jn/15/18).
Pero en ]a confesión del discípulo es glorificado Dios (Flp 2,11). El martirio es culto
tributado a Dios (Flp 2,17s).
18 Pero ni siquiera un cabello de vuestra cabeza se perderá. 19 A
fuerza de constancia poseeréis vuestras vidas.
Los discípulos perseguidos no están a merced de sus perseguidores: no están
abandonados a su poder y a su arbitrio. Dios mira por la Iglesia perseguida y extiende
sobre ella su mano. También aquí se aplica lo que dice el refrán: «No se perderá ni un
cabello de vuestra cabeza» (ISam 14,45). Se quita a algunos la vida, pero gracias a la
providencia protectora de Dios, muchos salen ilesos de los casos más difíciles. Pedro es
librado milagrosamente de la cárcel (Act 12,6ss), y Pablo, pese a múltiples hostilidades y
persecuciones, lleva adelante su imponente obra misionera (Act 13ss; 2Cor 11,23-31).
Cuando Esteban fue apedreado, «comenzó una gran persecución contra la iglesia de
Jerusalén, y todos se dispersaron por los lugares de Judea y de Samaría, a excepción de
los apóstoles... Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando el
Evangelio» (Act 8,1-4).
El tiempo de la Iglesia es tiempo de persecución. Este tiempo se prolonga. La redención
total se inicia con la venida del Hijo del hombre, pero esto no tiene lugar inmediatamente.
Se requiere paciencia, constancia y perseverancia, sumisión a lo que impone la
persecución y ha sido decretado por Dios. Lo que aporta la salvación y hace alcanzar la
vida no es una violencia arrolladora y apasionada, ni tampoco la apostasía, sino la
paciencia perseverante. «Quien va destinado a cautividad, a cautividad vaya. Quien mata a
espada, a espada muera. Aquí está la constancia y la fe del pueblo santo» (Ap 13,10). Dios
no permite que nada deje de redundar en bien de los suyos (Rom 8,28).
(_MENSAJE/03-2.Págs. 184-199)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 43
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE:EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (43)
·ALOIS-STÖGER
d) La destrucción de Jerusalén
(Lc/21/20-24)
JERUSALEN/DESTRUCCION
20 Cuando veáis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces
que está cerca su devastación. 21 Entonces, los que estén en Judea,
huyan a los montes; los que estén dentro de la ciudad, aléjense de
ella; los que estén en los campos, no entren en la ciudad; 22 que
éstos son días de venganza, en que ha de cumplirse todo lo que está
escrito.
Lucas había leído en Marcos: «Cuando veáis la abominación de la desolación, que ha
sido instalada donde no debe..., entonces, los que estén en Judea huyan a los montes» (Mc
13,14). Los acontecimientos finales comenzarán a realizarse cuando se instale la
abominación de la desolación. Fuerzas de choque enviadas por Antíoco Epífanes (175-164
a.C.) habían profanado el santuario en Jerusalén y ocupado la ciudadela, habían suprimido
el sacrificio perpetuo y habían instalado la abominación de la desolación (Dan 11,31), una
estatua o un altar del dios Zeus. También antes de que se inicie el tiempo final se instalará
donde no debe una abominación de la desolación. Ignoramos cuál sea tal abominación: es
un enigma. Quien lee, debe hacer uso de su inteligencia. Un texto paulino trata de resolver
así el problema: «Que nadie os engañe de ninguna forma. Porque primero ha de venir la
apostasía y aparecer el hombre de impiedad, el hijo de perdición, el que se rebela y se alza
contra todo lo que lleva nombre de Dios o es objeto de culto, llegando hasta sentarse en el
templo de Dios, exhibiéndose a sí mismo como si fuera Dios...» (/2Ts/02/03s). El
Apocalipsis diseña una análoga previsión escatológica en el símbolo de los dos monstruos.
La primera bestia es un poder político que blasfema de Dios, se hace adorar y persigue a
los verdaderos creyentes (/Ap/13/01-10). La segunda bestia es una realidad religiosa:
lucha contra el cordero (Cristo), realiza milagros capciosos y seduce a los hombres para
que adoren a la primera bestia (Ap 13,11-18). Este poder es el «Anticristo» (cf. lJn 2,22).
También Lucas, que separa la destrucción de Jerusalén y el acontecimiento del final de
los tiempos, trata de escrutar la enigmática abominación de la desolación y la interpreta
basándose en los hechos históricos. El ejército romano que asedia a Jerusalén es la
abominación que lleva a la desolación. Es posible que esto no reproduzca de forma
exhaustiva la misteriosa expresión de Marcos; el Apocalipsis de Juan abre otra perspectiva
en sentido del poderío romano sobre el mundo entero y de sus emperadores, que se ponen
en lugar de Dios. La lucha de las dos bestias contra el Cordero se refiere también con
palabras veladas a la situación en que se hallaba la Iglesia de Juan, que, perseguida por el
imperio romano, estaba sujeta a duro combate.
Cuando el ejército romano cerque la ciudad (19,43s) será esto para los cristianos la señal
divina de que está inminente el juicio de Dios sobre ella. Ya no habrá salvación posible, la
resistencia será inútil, porque la ciudad será entregada a los enemigos. Los cristianos no
deben perecer juntamente con la ciudad, sino que deben salvarse mediante la huida. El que
viva en Jerusalén, que abandone la ciudad al acercarse las huestes. Por lo regular, los que
viven en el campo se refugian en la ciudad fortificada; esto no sirve para nada en el caso
presente, pues Jerusalén ha de caer. También el campo que rodea a la ciudad está
amenazado como la ciudad misma. Lo único que aprovecha es huir a los montes; allí hay
escondrijos, barrancos y grutas inaccesibles. En este derrumbamiento general del pueblo
judío, la palabra de predicción de Jesús salva a los discípulos que creen en él.
El tiempo de la venganza y del castigo descargará sobre la ciudad, el tiempo de gracia
habrá pasado. Los infortunios con que ]os profetas habían amenazado a la ciudad, se
cumplirán entonces (1Re 9,6-8; Mi 3,12; cf.Dn 9,26). Para la Sagrada Escritura, la ruina de
Jerusalén no es sólo acontecimiento político, sino juicio y castigo de Dios.
23 ¡Ay de las que estén encinta y de las que estén criando en
aquellos días! Porque vendrá una gran calamidad sobre la tierra, y la
ira pesará sobre este pueblo. 24 Caerán al filo de la espada y serán
llevados cautivos a todas las naciones; Jerusalén será pisoteada por
los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan.
Gran calamidad descarga sobre la ciudad, se ejecuta el castigo de Dios sobre el pueblo
de esta tierra. Lo que por lo regular se recibe con placer. es ahora amargo infortunio. Las
madres que estén embarazadas o criando. experimentan aflicción y desamparo. Con la
imagen de las mujeres embarazadas y lactantes pinta Jesús los apuros del juicio de
Dios que va a descargar, pero también el dolor que él mismo sufre por esta ciudad
(19,42ss). Ni siquiera como profeta de infortunio es Jesús un celador fanático que haya
perdido todo sentimiento y compasión con los que perecen, sino hermano de las víctimas,
que con obediencia se somete al designio y a la palabra de Dios.
Lo profetizado por Jesús se verifica en la guerra judía (66-70 d.C.). La predicción es
interpretada a base de los acontecimientos históricos y se reproduce completada. Confirma
su cumplimiento el historiador de la guerra judía, Flavio Josefo. Según sus cifras, no
exentas totalmente de exageración, se dio muerte a 1.100.000 judíos, 97.000 fueron
llevados cautivos, la ciudad fue devastada, el templo incendiado, el país ocupado por los
conquistadores. Cuando Lucas escribe su Evangelio. todavía dura la ocupación. Jerusalén
es pisoteada por los pueblos gentiles.
Las palabras de la predicción enlazan con los términos proféticos. Los habitantes de
Jerusalén caerán al filo de la espada. Palabras que son un eco de Jeremías: «Caerán ante
la espada del enemigo... entregaré a todo Judá en manos del rey de Babilonia, adonde los
llevará cautivos y los hará morir a espada» (Jer 20.4). Jerusalén es pisoteada por las
naciones gentiles, como había dicho Daniel: «¿Hasta cuándo va a durar esta visión de la
supresión del sacrificio perpetuo, de la asoladora prevaricación y de la profanación del
santuario?» (Dan 8,13). La palabra del profeta, la caída de Jerusalén en manos de los
babilonios preparan su caída definitiva. Se ha agotado la longanimidad de Dios. Ahora se
cumple lo que se había amenazado en la parábola de los viñadores. La Escritura nos ha
sido dada para consuelo, advertencia y amonestación (lCor 10,11).
La duración del tiempo en que Jerusalén está entregada en manos de los gentiles, es
determinado y limitado por Dios. Cuando se cumplan los tiempos de los gentiles vendrá el
juicio final y la plena soberanía de Dios. Entre la destrucción de Jerusalén y la venida del
Hijo del hombre al final de los tiempos, se insertan los tiempos de las naciones gentiles. El
curso de la historia muestra que durante este tiempo van entrando en la Iglesia las
naciones gentiles. Los tiempos en que Jerusalén es pisoteada por las naciones gentiles son
también los tiempos en que Dios ofrece a los gentiles la salvación que había prometido a
Israel.
Pablo, en su calidad de elegido que tiene especial penetración en el proceso histórico de
la salvación de Dios y en la finalidad de Dios en la historia, escribe: «No quiero, hermanos,
para que no presumáis de vosotros mismos, que ignoréis este misterio: que el
encallecimiento ha sobrevenido a Israel parcialmente, hasta que la totalidad de los gentiles
haya entrado. Y entonces todo Israel será salvo» (Rom 11,25s). A esta esperanza parece
que aluden también las palabras: Jerusalén será pisoteada hasta que se cumplan los
tiempos de los gentiles (cf. 13,35). La fidelidad de Dios se mantiene en vigor aun por
encima de la reprobación.
2. LA VENIDA DEL HIJO DEL HOMBRE (21,25-28).
a) Señales en el universo
(Lc/21/25-26)
PARUSIA/SEÑALES
25 Y habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas. Y en la
tierra, las naciones serán presa de angustia por los bramidos del mar
y el embate de las olas, 26 y quedarán los hombres sin aliento por el
miedo y la ansiedad de lo que están viendo venir sobre la tierra.
Porque el mundo de los astros se desquiciará.
De las predicciones, cuyo cumplimiento se ha experimentado ya, pasa el discurso a los
acontecimientos del tiempo final, que todavía están pendientes de realización. Se distingue
claramente la ruina de Jerusalén y el tiempo final. Pero no se dice nada acerca de lo que
han de durar los tiempos de los gentiles.
El tiempo final se anuncia con grandes acontecimientos cósmicos. Antes de que venga el
Hijo del hombre, se producirá un trastorno en el universo. Se verán sacudidos sus tres
grandes ámbitos, conforme a la idea de la época, que concebía el mundo dividido en tres
pisos. En el firmamento se producen signos en el sol, en la luna y en las estrellas. Como se
ve, Lucas no tiene gran interés en describir detalladamente estas señales, como lo hace
Marcos: el sol se oscurecerá, la luna no dará ya luz, las estrellas caerán del cielo (Mc
13,24). En la tierra se verán las gentes presa de angustia y de desconcierto. El mar, sujeto
por el poder de Dios (Job 38,10s), quedará abandonado a sus impulsos caóticos. Según la
concepción de la antigüedad, el universo es tenido a raya, ordenado y dirigido por
potencias espirituales que tienen su morada en el espacio celeste. Las potencias del cielo
se verán sacudidas, por ello irrumpirá el caos sobre el universo.
Las naciones, los paganos, los hombres serán presa de angustia, quedarán sin aliento y
desconcertados por el miedo y la ansiedad. «Cuando el pánico se apodere de los
habitantes de la tierra, se hallarán en muchos apuros, en enormes aflicciones» (ApBar
25,3). ¿En qué podrá uno todavía apoyarse cuando se tambaleen las leyes más seguras?
El suelo se hunde bajo los pies. Los hombres se preguntan qué significa esto, de qué es
señal. El discípulo de Cristo conoce el significado de estos acontecimientos por la palabra
de Cristo. Son señales del que ha de venir. El horizonte de las palabras se extiende al
mundo entero. La humanidad está dividida en dos grandes campos: el uno -los «hombres»-
se consume de pánico, el otro -los discípulos- afronta esta hora con gozosa expectativa. Sin
Cristo, ansiedad; con Cristo, esperanza inquebrantable.
Las señales se presentan en palabras que tienen una antigua tradición; en una
predicción sobre la ruina de Babilonia se dice: «Ved que se acerca el día de Yahveh,
implacable, cólera y furor ardiente, para hacer de la tierra un desierto y exterminar a los
pecadores. Las estrellas del cielo y sus luceros no darán su luz, el sol se oscurecerá en
naciendo, y la luna no hará brillar su luz» (Is 13,9s). En la sentencia pronunciada sobre
Edom dice el mismo profeta: «La milicia de los cielos se disuelve, se enrollan los cielos
como se enrolla un libro, y todo su ejército cae como caen las hojas de la vid, como caen
las hojas de la higuera. La espada de Yahveh se embriaga en los cielos y va a caer sobre
Edom, sobre el pueblo que ha destinado al exterminio» (ls 34,4s). Y en un oráculo de
infortunio sobre Egipto se dice: «Al apagar tu luz velaré los cielos y oscureceré las estrellas.
Cubriré de nubes el sol, y la luna no resplandecerá; todos los astros que brillan en los
cielos se vestirán de luto por ti, y se extenderán las tinieblas sobre la tierra» (Ez 32,7s). La
intervención primitiva de Dios en la historia de las ciudades y de las naciones se encuadra
en el marco de grandes trastornos cósmicos. Estos parecen ser únicamente una
representación figurada del poder y de la grandeza de Dios que viene a juzgar. Tiembla el
universo cuando se levanta Dios y visita la tierra. El sacudimiento del universo a la venida
del Hijo del hombre sirve seguramente sólo para la representación del Hijo del hombre, al
que Dios ha dado todo poder en el cielo y sobre la tierra. Cuando en su venida atraviese
los espacios del universo, temblarán los poderes del cielo de respeto y sobrecogimiento.
Pero las predicciones son oscuras hasta que se cumplen. ¿Quién se aventurará a darles
una interpretación definitiva?
b) Aparece el Hijo del hombre
(Lc/21/27-28).
27 Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con
poderío y majestad.
El Hijo del hombre se hará visible. Se le podrá contemplar con los ojos. Nadie podrá
sustraerse a este acontecimiento. Además, todos los que lo vean estarán seguros de que
es él.
La manifestación del Hijo del hombre se pinta con imágenes procedentes de la tradición:
«Vi venir en las nubes del cielo a un como hijo de hombre, que se llegó al anciano de
muchos días y fue presentado a éste. Fuele dado el señorío, la gloria y el imperio, y todos
los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron, y su dominio es dominio eterno que no
acabará nunca, y su imperio, imperio que nunca desaparecerá» (Dan 7,13s). El Hijo del
hombre viene sobre una nube; la nube es el carro de Dios. Dios mismo se manifiesta con
poderío y majestad. El Hijo del hombre tiene participación en el señorío de Dios. Las
imágenes transmitidas por tradición tienen por objeto representar la majestad divina de
Cristo. Todas las imágenes son sencillamente un débil balbuceo en comparación con lo
inefable de su grandeza. Jesús no viene ya en la debilidad de su manifestación terrena,
sino en la grandeza y gloria de su exaltación. Pero ¿quién podrá hablar de ella en forma
adecuada?
28 Cuando comience a suceder todo esto, tened ánimo y levantad
la cabeza, porque vuestra liberación se acerca.
PARUSIA/LIBERACION La Iglesia marcha encorvada como un hombre que tiene que
llevar una carga pesada. Va como con la cabeza baja, como un hombre que se ve odiado,
perseguido y sin honra. Cuando se inicie lo que preparará los acontecimientos finales,
entonces podrán tener ánimo los creyentes. Lo que para los otros es amenaza de
destrucción, para ellos significa exaltación. Sólo entonces, cuando aparezca el Hijo del
hombre, cesará la Iglesia de ser una Iglesia oprimida, tentada, encorvada.
La liberación se acerca cuando aparece el Hijo del hombre glorificado. Cesan la
persecución y los peligros. Se ve cumplida la esperanza antes ridiculizada y escarnecida.
La Iglesia sufriente se convierte en Iglesia exultante. Lo que cantó el padre del Bautista
cuando se acercaba el tiempo de salvación, puede cantarse ahora como realizado:
«Bendito el Señor Dios de Israel, porque ha venido a ver a su pueblo y a traerle el rescate»
(1,68).
La venida del Hijo del hombre es el día de la recolección para la Iglesia. Según Marcos,
el Hijo del hombre enviará a los ángeles para que reúnan a sus escogidos desde los cuatro
vientos (Mc 13.27). De ello no dice nada Lucas. El tiempo de la Iglesia entre la ascensión y
la segunda venida era tiempo de misión, tiempo de recogida de los pueblos; ahora es el
tiempo en el que la Iglesia reunida recibe su forma plena y su liberación definitiva.
3. ACTITUDES ESCATOLÓGICAS
(Lc/21/29-36).
a) No dejarse desorientar (21,29-33).
29 Y les propuso una parábola: Fijaos en la higuera y en los demás
árboles: 30 cuando véis que ya retoñan, os dais cuenta de que ya
está cerca el verano. 31 Igualmente vosotros también, cuando veáis
que suceden estas cosas, daos cuenta de que el reino de Dios está
cerca.
Cuando en la última crisis del mundo venga el Hijo del hombre, levantarán la cabeza los
creyentes. Entonces se podrá decir con razón que el reino de Dios está cerca. El que ose
decirlo antes, es un embustero (21,8) y no dice verdad. Entonces no harán ya falta
mensajeros que anuncien la proximidad del reino; todos podrán reconocerlo claramente por
su mismo acercamiento. Una breve parábola ilustra esta idea. Cuando la higuera y los
demás árboles retoñan, nota cualquiera que ha pasado el invierno y se acerca el verano.
En Palestina no hay primavera: el verano sucede al invierno. Nadie que esté en sus
cabales tiene necesidad del testimonio de nadie para ver que se acerca el verano cuando
retoñan los árboles.
La aparición del Hijo del hombre, la liberación y el reino de Dios están entrelazados entre
sí. «Después, será el final: cuando (Cristo) entregue el reino a Dios Padre, y destruya todo
principado y toda potestad y poder (contrario a Dios). Porque él tiene que reinar, hasta que
ponga a todos los enemigos bajo sus pies... En efecto: Todas las cosas las sometió bajo
sus pies... Y cuando se le hayan sometido todas las cosas, entonces también se someterá
el mismo Hijo al que se lo sometió todo; para que Dios lo sea todo en todos»
(/1Co/15/24-28).
32 Os aseguro que no pasará esta generación sin que todo suceda.
33 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras jamás pasarán.
Por mucho que se extienda el período que va de la ascensión a la venida de Jesús, esta
generación, el género humano, experimentará todo lo que entraña la plena realización del
plan divino, la manifestación del Hijo del hombre, la plena liberación y redención y el
perfecto reinado de Dios. Todo se cumplirá sin género de duda. Las palabras tan
encarecidas de Jesús no pretenden fijar un tiempo, sino asegurar el cumplimiento de su
predicción. Cuando se designa a todo el género humano como esta generación, quiere
con ello recordarse que es mala y que no puede sostener el juicio de Dios. Tiene necesidad
de recapacitar sobre la venida de los acontecimientos finales. La proclamación escatológica
es también en todo caso predicación de penitencia y conversión (*).
A veces podría parecer que las promesas de Dios son meras palabras de consuelo. En
todo tiempo se han quejado los creyentes de que Dios hace esperar su ayuda. ¿No habrá
que decir lo mismo de esta promesa, la mayor de todas? Se hace duro perseverar con
paciencia cuando la espera no tiene fin. Contra toda apariencia de inseguridad, de cosa
poco de fiar, está la seguridad de las palabras de promesa de Jesús. El universo, que
parece imperecedero, perecerá, todo pasará; las palabras de Jesús conservan su vigencia.
Vienen los acontecimientos finales. Estos iluminan nuestra vida presente. Es indiferente
cuándo han de venir, pero no lo es el hecho de que han de venir.
...............
* «Esta generación» lleva con frecuencia atributos peyorativos: adúltera (Mt 8,38), perversa
(Mt 12,45; Lc
11,29), perversa y adúltera (Mt 12,39s; 16,4), incrédula y pervertida (Mt 17,17), incrédula (Lc
9,41); «esta
generación... implica siempre un sentido accesorio de condenación» (BUCHSEL).
...............
b) Vigilancia y sobriedad (21.34-36).
34 Tened cuidado de vosotros mismos, no sea que vuestro corazón
se embote por la crápula, la embriaguez y las preocupaciones de la
vida, y caiga de improviso sobre vosotros aquel día 35 como un lazo;
pues ha de llegar para todos los habitantes de la tierra.
El Hijo del hombre ha de venir, aunque su venida no sea próxima y aunque se difiera el
tiempo en que ha de venir. No se puede hacer como el criado infiel que decía para sí: «Mi
señor está tardando en llegar» (12,45). Vendrá de improviso, rápida e inesperadamente,
como un lazo en el que cae un pájaro desprevenido y demasiado confiado. Es necesario
tener cuidado. Aquel día en que vendrá el Señor, es día de juicio (17,31). En él se decide el
destino final. Ese día es a la vez día de liberación y día de condenación. Hay que estar
prevenidos.
La crápula y la embriaguez embotan el corazón del hombre, distrayéndolo de los
acontecimientos venideros; la excesiva preocupación por comer y beber enturbia la vista
para no ver lo que nos aguarda. El corazón, del que provienen las decisiones morales y
religiosas, tiene que mantenerse disponible para los acontecimientos finales. El que sólo se
interesa por la vida terrena y sus placeres, no tiene espacio ni voluntad para pensar en
«aquel día». «La noche está muy avanzada, el día se acerca. Despojémonos, pues, de las
obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Como en pleno día,
caminemos con decencia: no en orgias y borracheras; no en fornicaciones ni lujurias; no en
discordias ni envidias» (Rom 13,12s).
El día del juicio viene para todos. Alcanza a todos los habitantes de la tierra. Las
descripciones pormenorizadas despiertan la atención. Con tales palabras anuncia el profeta
Jeremías la universalidad del juicio: «Si yo, al desatar el mal, he comenzado por la ciudad
en que se invoca mi nombre, ¿ibais a quedar vosotros impunes? No quedaréis, no, puesto
que llamaré a la espada contra todos los moradores de la tierra» (Jer 25,29). El cristiano no
puede decir: Yo soy discípulo de Cristo, ese día no puede perjudicarme. El juicio ejecutado
sobre Jerusalén nos advierte del juicio final y nos pone en guardia.
36 Velad, pues, orando en todo tiempo, para que logréis escapar
de todas estas cosas que han de sobrevenir, y para comparecer
seguros ante el Hijo del hombre.
VICIA/Lc/21/20-24: El Hijo del hombre ha de venir con toda seguridad. Cuando venga
pedirá cuentas a los criados fieles y a los infieles (12,41-48), a los que negociaron con las
minas que les habían sido confiadas y las multiplicaron, y a los que, inactivos, las
guardaron sin hacerlas fructificar (19,12-27).
El cristiano debe velar a fin de estar preparado para la llegada del Señor. El Hijo del
hombre ha de venir, pero nadie sabe el día ni la hora en que vendrá. «Velad, pues, porque
no sabéis en qué día va a llegar vuestro Señor» (/Mt/24/42). El discípulo que tiene
presentes los decisivos acontecimientos finales, no puede adormecerse. Su vida debe estar
caracterizada por la vigilancia en espera del Señor y por la prontitud para recibirlo. La
exhortación a estar prontos y en vela brota de lo más original, característico y decisivo del
mensaje de Jesús.
A la vigilancia se asocia la oración. El que ora, está en vela para Dios, y el que está en
vela religiosamente, ora. «Orad en toda ocasión en el Espíritu, y velad unánimemente con
toda constancia» (Ef 6,18). En todo tiempo es necesario orar, pues nadie conoce el día y la
hora (*) en que vendrá el Señor. La Iglesia primitiva asoció la vigilancia y la oración con la
celebración del banquete eucarístico: «Perseverad en la oración, velando en ella en la
acción de gracias» (Col 4,2). En esta exhortación están reunidas las tres cosas: oración,
vigilancia, banquete eucarístico. En estas vigilias del culto cristiano se realiza la vigilancia
cristiana y se imita lo que Cristo mismo hizo cuando celebró la noche pascual (22,15).
Cristo viene como juez. ¿Podremos escapar de todas estas cosas que han de
sobrevenir? ¿Podremos librarnos de la existencia condenatoria? ¿Podremos comparecer
seguros ante el Hijo del hombre? ¿Lograremos hallar en él un abogado. Mediante la
vigilancia y la oración podremos afrontar el inminente juicio y comparecer seguros ante el
juez.
Termina el último discurso que pronunció Jesús ante el pueblo en el templo. Las últimas
palabras son: el Hijo del hombre. Se dirige a su pasión, pero volverá en calidad de Hijo
del hombre. En las últimas palabras que pronuncie delante del sanedrín dirá: «Pero desde
ahora, el Hijo del hombre estará sentado a la diestra del Poder de Dios» (22,69). La venida
de Jesús como Hijo del hombre, al que Dios ha transmitido todo poder, es señal de que su
reivindicación era justa, su mensaje verdadero, de que están garantizadas sus promesas y
sus amenazas. El camino va del pueblo en el templo y de sus adversarios en el sanedrín a
la pasión y a la muerte, pero ésta conduce a la gloria del Hijo del hombre. El hijo del
hombre tiene la última palabra.
...............
* Orar en todo tiempo: 18,1; 24,53; cf. Rm 1,9s; 1Co 1,4; Ef 5,20; Flp 1,3s; Col 1,3; 4,12; 1Ts
1,2s; 2Ts 1,3.11;
2,13; Flm 4; Hb 7,25; orar sin interrupción: 1Ts 5,17; cf. 1Ts 2,13; 2Tm 1,3; no ceso de orar: Ef
1,16; Col
1,9; noche y día: 1Ts 3,10; 1Tm 5,5; 2Tm 1,3; cf. Lc 2,37; 18,7; Ap 4,8; 7,15.
...............
V. ULTIMAS ACTIVIDADES DE JESÚS
(Lc/21/37-38)
37 Así pues, durante eI día enseñaba en el templo; pero salía a
pasar las noches al aire libre en el monte llamado de los Olivos. 38 y
todo el pueblo madrugaba para acudir a él y escucharlo en el
templo.
La actividad de Jesús en Jerusalén está enmarcada en dos relatos parecidos (cf.
19,47s). Jesús lleva a término lo que ha comenzado. Nada podía retraerle de su actividad.
Todos los días estaba enseñando en el templo. Su actividad consistía en enseñar. Jesús
desplegaba una actividad infatigable. Con su enseñanza hace del templo la sede del Dios
salvador en medio de su pueblo.
Las noches las pasaba Jesús fuera de la ciudad, en el monte de los Olivos. En lugar de
esto se dijo anteriormente: «Los sumos sacerdotes, los escribas y los principales del pueblo
intentaban acabar con él» (19,47). Jesús pernocta fuera de la ciudad para escapar de sus
enemigos. Su acción se lleva a cabo en contradicción con los poderosos y ante el apremio
de las tinieblas. Todavía no ha llegado la hora en que Jesús, conforme a la voluntad de su
Padre, ha de ser entregado a estos poderes.
El pueblo está de parte de Jesús. Todo el pueblo. Nuevamente aparece éste como
pueblo de Dios. En él se delinea la futura Iglesia. «Todo el pueblo estaba pendiente de sus
labios» (19,48). Por la mañana temprano acudía ya a él -y lo hacía con alegría y
perseverancia- para escucharlo. El nuevo pueblo de Dios tiene su centro en Jesús; pende
de él, se deja guiar por su enseñanza, junto a él se reúne y escucha su palabra. Todo esto,
pese a la hostilidad de los poderosos contra Jesús...
(_MENSAJE/03-2.Págs. 199-213)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 44
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE:EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (44)
·ALOIS-STÖGER
Parte quinta
POR LA PASIÓN A LA GLORIA
22,1-24,53
La situación de la Iglesia en el mundo está marcada por la persecución. ¿Cómo es posible
soportarla hasta el fin? En virtud del camino de Jesús hacia la gloria a través de la pasión y
la muerte. Jesús está presente en la Iglesia en el nuevo banquete pascual, que él mismo lo
dejó como legado, como memorial (22,1-38). Ante los tribunales delante de judíos y gentiles,
en su camino doloroso y en su muerte, Jesús es para la Iglesia modelo en el martirio (cap.
23), y está junto a ella como resucitado y glorificado (cap. 24).
I. CENA PASCUAL (22,1-38).
1. LA GRAN HORA SE ACERCA (22,1-13).
a) Traición de Judas
(Lc/22/01-06)
JUDAS/TRAICION
1 Acercábase la fiesta de los ázimos, llamada pascua.
La fiesta de los ázimos -panes sin levadura-, llamada pascua (*), era, juntamente con
pentecostés y la fiesta de los tabernáculos, una de las tres fiestas en que se peregrinaba a
Jerusalén, un punto culminante del año. Recuerda el éxodo de Egipto, el máximo
acontecimiento de la historia de Israel. En aquella ocasión hirió Dios a Egipto y perdonó a
su pueblo (Ex 12,26s). El recuerdo de la liberación de Egipto mantuvo viva la esperanza de
la liberación futura. Por ello, fue frecuente que con motivo de la celebración de la pascua
estallaran movimientos políticos (13,1ss) o se encendieran pasiones religiosas. Se
aguardaba del Mesías la futura liberación; se creía que él vendría en una noche de pascua.
En las etapas más importantes de la historia de Israel se hacía el pueblo cargo del sentido
de esta fiesta, de la liberación y del éxodo, que se actualizaba en la celebración anual de la
pascua: en el tiempo de permanencia en el Sinaí (Núm 9) y de la marcha hacia Canaán
(Jos 5); en tiempos de la re£orma de Ezequías, hacia el 716 (2Cro 30) y de Josías, hacia el
622 (2Re 23, 21ss); cuando la reconstrucción después de la cautividad de Babilonia, hacia
el 515 (Esd 6,19-22). El retorno de la cautividad está descrito como un nuevo éxodo en la
segunda parte del libro de Isaías (cf. Is 63,7-64,11), y la reunión de los dispersos (ls 49,6)
se considera como obra del Siervo de Yahveh (Is 53,7), que, juntamente con el cordero
pascual serviría de representación anticipada del Mesías que había de venir. Ahora se
encamina la historia de la salvación hacia su máximo acontecimiento.
Los acontecimientos que comienza a narrar el evangelista dan nuevo contenido y nuevo
sentido a la antigua fiesta de la pascua. Comienza un nuevo éxodo del país de la esclavitud
y una nueva entrada en la tierra prometida. Cristo mismo es el nuevo Cordero pascual (lCor
5,7). Los bautizados se asemejan al pueblo de Dios redimido por la sangre del Cordero
inmaculado y sin tacha y que, haldas en cinta, se dispone a emprender la marcha. Vuelve a
instituirse la cena pascual bajo la forma de cena eucarística, que apunta al banquete
escatológico. Ha llegado la plenitud de los tiempos.
Desde la era apostólica celebra la Iglesia cada año una pascua cristiana. La celebración
pascual de la Iglesia primitiva comenzaba al mismo tiempo que la judía. El judaísmo había
aguardado ya la venida del Mesías en la noche de pascua; en la pascua cristiana primitiva
ocupaba completamente el centro la parusía o segunda venida de Cristo. La cena pascual
judía fue reemplazada por la vigilia pascual; se ayunaba, se leía el relato del éxodo (Éx 12)
y se interpretaba el Cordero pascual en sentido de Cristo. Al canto del gallo se celebraba la
sagrada Cena, que unía con el Señor. La muerte y la resurrección abarcan el entero
misterio de la redención. La solemnidad pascual era sin duda la forma intensificada y
solemne de la celebración eucarística, que daba su nota al día del Señor, el domingo. El
domingo es una pequeña fiesta pascual... E1 relato de la pasión y de la resurrección hace
remontar al origen de la solemnidad cristiana del domingo y de pascua. La manera cómo
está escrito este relato está influida por la celebración pascual de los cristianos.
«Acercábase la fiesta de los ázimos, llamada pascua»: esta frase proyecta luz sobre todo lo
que se va a narrar; a esta luz debe también entenderse todo.
...............
* El Antiguo Testamento distingue entre la pascua (celebración de la pascua), que tenía lugar
la noche del 14
al 15 de nisán (marzo/abril), y la fiesta de los ázimos (Lv 23,5s; Nm 28,16s), que seguía
inmediatamente a la
primera y duraba una semana; en el judaísmo tardío, en el habla popular se designaron ambas
fiestas
juntamente como fiesta de pascua, designación predominante también en el Nuevo Testamento
(22,1; Mt
26,2, etc.).
...............
2 Los sumos sacerdotes andaban buscando de qué manera
podrían eliminarlo, porque tenían miedo al pueblo.
Comienza el drama de la muerte de Jesús. Las fuerzas que traman su muerte son los
sumos sacerdotes y los escribas. Se ha decidido acabar con Jesús. Lo que impide
eliminarlo por la fuerza es el pueblo, que desde el día de la entrada de Jesús en Jerusalén
ha dado a conocer cada vez más su simpatía por él. La tentativa de introducir una cuña
entre Jesús y el pueblo no ha dado resultado. Hay que deliberar para ver cómo se puede
acabar con Jesús sin inquietar al pueblo.
Desde el comienzo de la actividad de Jesús el pueblo, hambriento de salvación, se
adhiere a su mensaje (6,17), escucha todas sus palabras (7,1), reconoce que Jesús es un
gran profeta y que por medio de él ha visitado Dios misericordiosamente a su pueblo (7,16),
y alaba a Dios cuando Jesús cura al ciego (18,43). Incluso cuando los hombres dirigentes
de Israel se pronunciaron contra Jesús, siguió el pueblo mostrándole su adhesión y
escuchándolo (19,49). El comportamiento del pueblo es tal, que los sanedritas no pueden
en modo alguno atentar abiertamente contra Jesús. Temen al pueblo y los espanta pensar
que en una explosión de furia pueda apedrearlos si se permiten discutir la misión divina del
Bautista (20,6). El pueblo ha comprendido la acción de Jesús. Por eso es tanto más terrible
que sus pastores le quiten a su verdadero pastor y salvador (Mt 9,36).
3 Entonces Satán entró en Judas, el que se llamaba Iscariote, que
era del número de los doce. 4 Éste fue a tratar con los sumos
sacerdotes y los oficiales de la guardia acerca de cómo podría
entregárselo. 5 Ellos se alegraron y convinieron en darle dinero. 6 ÉI
aceptó, y andaba buscando una ocasión oportuna para entregárselo a
escondidas del pueblo.
Después de la tentación en el desierto, el demonio se retiró de Jesús durante el tiempo
que había sido fijado por Dios (4,13). Ahora ha pasado ese tiempo en que Satán estaba
atado, y de nuevo se le ha dado poder. La pasión está bajo la influencia de Satán. El
instrumento de éste es Judas, el hombre de Cariot; por su procedencia se lo distingue de
su homónimo, el apóstol Judas, por sobrenombre Tadeo (Lebeo).
Judas era del número de los doce (6-16); uno de los íntimos de Jesús, que estaba al
corriente de su vida, era utilizable para los planes de sus adversarios; uno del estrecho
círculo de Jesús, al que él había elegido (un enigma); uno que contaba entre los patriarcas
del nuevo pueblo de Dios, que había sido elegido después que Jesús había pasado una
noche entera en oración (6,13): un escándalo para la fe. Lucas se explica este misterio por
la intervención de Satán, seductor de los hombres y rival de Dios (*).
Los que negocian con Judas son los sumos sacerdotes y los oficiales que tienen a sus
órdenes la guardia del templo. Desde que Jesús había entrado en el templo y lo había
limpiado de traficantes indignos, se le habían enemistado los príncipes de los sacerdotes y
se habían convertido en sus adversarios los que ejercían la suprema autoridad entre los
judíos. Los sumos sacerdotes y los jefes de la guardia del templo serán también los que
dirijan la lucha contra la Iglesia naciente en Jerusalén (Act 4,1-5,24).
¿Cómo se puede entregar a Jesús a las autoridades judías a espaldas de las masas? La
solución de este problema forma la materia de las negociaciones. Con la oferta de Judas
queda resuelto el problema, se pone fin a la perplejidad, se puede ejecutar la resolución de
dar muerte a Jesús sin temer ya al pueblo. Se alegraron. Cuando nació Jesús se oyeron
estas palabras: «Os traigo una buena noticia que será de grande alegría para todo el
pueblo. Hoy... os ha nacido un salvador» (2,10s). Cuando va a realizarse el plan de acabar
con Jesús se dice: Se alegraron. La alegría de Dios no es la de los hombres.
Se concluye un pacto con Judas. Convinieron en darle dinero. Judas entrega a Jesús,
a cambio recibe dinero. La avidez de dinero hace a Judas accesible a la traición (Jn 12,6) y
lo lleva hasta la vileza de hacer de la traición un negocio. «La raíz de todos los males es la
afición al dinero, y, por el afán de conseguirlo, algunos se desviaron de la fe y se vieron
sumergidos en muchas preocupaciones angustiosas» (lTim 6,10).
El traidor, al servicio de los que le han dado el encargo, pone manos a la obra con fría
deliberación. Andaba buscando una ocasión oportuna. Judas está bajo el influjo de
Satán, pero obra con deliberación y autonomía. Proyecta el comienzo de la historia de la
pasión de Jesús y de la Iglesia. Su divisa es entregarlo. Judas entrega a Jesús a las
autoridades judías (22,4.6.21s.48), el sanedrín lo entrega a Pilato (24,20; cf. 18,32), Pilato
lo entrega a la masa de los judíos (23,25). Es entregado a los soldados para ser ajusticiado
(Mc 15,15). Como Jesús, también sus discípulos son entregados a los tribunales por sus
más allegados (21,12). Pablo es entregado a los gentiles (Act 21,11; 28,17). En la palabra
está registrada la historia de la pasión y su interpretación. Jesús fue entregado por
nuestros pecados (Rom 4,25). La entrega no es sólo acción de hombres, sino, en último
término, obra del Dios, que proyecta y procura la salvación. En la pasión de Cristo, que es
obra de hombres, tras la que se ocultan los manejos de Satán, se realiza el designio
salvador de Dios.
...............
* La investigación de los motivos humanos no va más allá de conjeturas. ¿Era un zelota
(kariot=sicario) que
quería forzar a Jesús a obrar? ¿Lo traicionó por desilusión y exasperación al ver que no realizaba
las
esperanzas mesiánicas políticas? ¿Lo atrajo únicamente el dinero (Jn 12,6)?.
...............
b) Preparación de la cena
(Lc/22/07-13).
7 Llego el día de los ázimos, en que había que sacrificar el cordero
pascual. 8 Envió a Pedro y a Juan, diciendo: Id a prepararnos la
pascua, para que la comamos. Ellos le preguntaron: ¿Dónde quieres
que la preparemos? 10 Él les respondió: Mirad: al entrar vosotros en
la ciudad, os encontraréis con un hombre que lleva un cántaro de
agua; seguidle hasta la casa en que entre. 11 Y diréis al amo de la
casa: El Maestro pregunta: ¿Dónde está la sala en la que voy a
comer la pascua con mis discípulos? 12 Él os mostrará una gran sala
en el piso de arriba, arregladla ya con almohadones; preparadla allí.
13 Fueron, pues, y hallaron conforme les había dicho él, y prepararon
la pascua.
El orden de la fiesta exigía que el primer día de la fiesta de la pascua se sacrificara el
cordero pascual. Esto se llevaba a cabo en el templo después del sacrificio vespertino
(hacia las dos y media de la tarde). Al anochecer se comía en la solemne cena pascual. La
cena de que se habla aquí forma parte de la celebración de la pascua (*).
Jesús toma la iniciativa (no así en Mc 14,12) y envía a dos discípulos para que preparen
todo lo necesario para la cena pascual. Con autoridad mesiánica hace El posible esta cena
y la organiza. También dará nuevo contenido a la pascua del Antiguo Testamento. Los dos
apóstoles enviados por Jesús son Pedro y Juan. Éstos desplegarán la más intensa
actividad después de pentecostés (Act 3,1s; 4,19; 8,14ss.). Tienen un puesto especial en
los comienzos de la Iglesia, de la proclamación de la palabra y de la celebración de la
cena.
La cena pascual debía comerse dentro de los muros de la ciudad. Las casas de la ciudad
de Jerusalén tenían la obligación de procurar que los peregrinos que acudieran para la
fiesta tuvieran a su disposición el local necesario si querían celebrar allí la cena pascual. El
amo de la casa recibía en compensación la piel del cordero sacrificado. Como el Mesías, a
su entrada en Jerusalén, sabe dónde se halla la cabalgadura que ha de montar y dispone
de ella con autoridad, también ahora sabe dónde está dispuesta la sala para su celebración
de la pascua y la recIama con su autoridad. La cena pascual que se prepara está iluminada
por la autoridad de Jesús y por el conocimiento que tiene de lo que ha de venir.
El recinto destinado a la cena es una sala en el piso de arriba, que estaba destinada a
los huéspedes. Está adornada de fiesta. Los que participaban en la cena solemne estaban
recostados sobre cojines, a la manera de hombres libres, no como esclavos. En esta
solemnidad se muestra la alegría por la liberación. La sala superior con iluminación de
fiesta era también en las comunidades cristianas de la antigua Iglesia el espacio destinado
a la celebración de la nueva pascua (Act 20.6s).
...............
* Todavía se discute si Jesús celebró la cena pascual ritual o únicamente una cena de despedida
con sus
discípulos. Si sólo tuviéramos los Evangelios sinópticos, apenas si podríamos dudar de que la
cena de
despedida de Jesús fuera la cena pascual de los judíos. En efecto, la celebró el mismo día en que
debía
celebrarse la cena pascual. La celebración tuvo lugar en Jerusalén, y no en Betania, donde solía
pernoctar
Jesús. La cena se tuvo por la noche, los comensales estaban recostados en almohadones. La cosa
varía
en san Juan. La mañana del viernes no quisieron los judíos entrar en el pretorio para no
contaminarse y
poder todavía comer la pascua (/Jn/18/28). De aquí resulta claro que el año de la muerte de Jesús
se
celebró la pascua la noche del viernes, y no la del jueves. Se han hecho numerosas tentativas de
resolver
esta contradicción entre los sinópticos y Juan. No faltan quienes han dado la razón a los
sinópticos y han
supuesto que Juan aplazó un día la cena de pascua por razones teológicas, porque Jesús debía
morir como
verdadero Cordero pascual a la hora misma en que se inmolaban en el templo los corderos
pascuales
(/Jn/19/36). Otros han dado la razón a Juan. Según ellos los sinópticos habrían anticipado un día
la fiesta de
la pascua, porque Jesús, con propia autoridad, quería celebrar ya la pascua el jueves por razón
de su
muerte el viernes. Otros han tratado de mostrar que la cena pascual ritual podía en determinados
casos
celebrarse el 13, 14 ó 15 de nisán. Finalmente, basándose en un calendario sacerdotal, que
habría estado
en uso en Qumrán, han propuesto algunos una solución según la cual Jesús celebraría ya la
pascua el
martes por la noche, mientras que la mayoría de los judíos lo hacían el viernes, siguiendo el
calendario
oficial. Sin embargo, también esta solución tiene sus dificultades. En todo caso, la última cena
de Jesús
estuvo sumergida en la atmósfera de la fiesta pascual judía. Fue una cena solamente en memoria
de la
pascua, quizá sin cordero pascual. De manera análoga celebraban la cena pascual las gentes de
Qumran,
los disidentes, los judíos de la diáspora que no podían viajar a Jerusalén, y más tarde los judíos
después de
la destrucción del templo.
(_MENSAJE/03-2.Págs. 214-222)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 45
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE:EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (45)
·ALOIS-STÖGER
2. LA CENA
(Lc/22/14-20).
Lucas nos legó un artístico díptico, en cuya doble imagen se contraponen la cena
cristiana (v. 19-20) y la judía (v. 14-18). El cordero pascual y la copa de vino del viejo rito
ceden el puesto al pan y a la copa del nuevo.,
a) Antigua cena pascual (22,14-18).
14 Cuando llegó la hora, se puso a la mesa, y los apóstoles con él.
La hora fijada por la ley para la cena pascual era poco después de la puesta del sol (Ex
12,8). Ha llegado esta hora. Es también la hora en que, por disposición de la voluntad
divina, ha de comenzar la pasión y la glorificación de Jesús (22,53; con frecuencia en Juan:
así 12,23; 13,1; 17,1). Cristo parte del mundo cuando llega esta hora; obra por libre decisión
y obedeciendo al Padre.
No se tiene ya en cuenta la antigua prescripción según la cual en la cena pascual los
comensales debían estar preparados para marchar y comer de prisa. La cena ha adoptado
la forma de un banquete helenístico solemne. Los doce apóstoles (6,13) son los
comensales de Jesús. En la cena pascual no debe haber menos de diez ni más de veinte
comensales. Jesús actúa en esta comunidad como el padre de familia. El señor está
presente cuando se celebra la cena pascual y forma el centro de la comunidad de los
comensales.
15 Y les dijo: Con ardiente deseo he deseado comer esta pascua
con vosotros antes de padecer; 16 porque os digo que ya no la voy a
comer más hasta que se cumpla en el reino de Dios.
La antigua cena pascual se esboza solamente con unos pocos rasgos; se indica lo
esencial: el cordero pascual y la copa de vino. El cuadro lleva el sello de la futura
celebración eucarística (*).
La cena-pascual según el rito de los judíos, que a juzgar por el relato, celebró también
Jesús, se celebraba siguiendo un orden riguroso. El padre de familia inauguraba la
ceremonia con una acción de gracias por la fiesta. A continuación tomaba una copa con
vino y pronunciaba sobre ella la bendición: «Bendito seas, Yahveh, Dios nuestro, rey del
mundo, que creaste el fruto de la vid.» Entonces se bebía el vino de esta primera copa. Los
presentes se lavaban la mano derecha y consumían el primer plato: una entrada de hierbas
amargas empapada en una salsa muy fuerte y que era masticada mientras se meditaba. Se
mezclaba una segunda copa y se ponía delante, aunque no se bebía inmediatamente de
allá. El hijo preguntaba al padre de familia cómo aquella noche, con las rúbricas especiales
de la cena, se distinguía de las otras noches. Entonces daba el padre una instrucción sobre
el sentido de la solemnidad pascual y el significado de los manjares. Era la haggada de
pascua. En estas palabras de explicación debía por lo menos recordarse la pascua
(«porque Dios pasó de largo las casas de nuestros padres en Egipto»), el pan sin levadura
(«porque fueron liberados tan rápidamente, que su masa de pan no tuvo tiempo de
fermentar») y las hierbas amargas («porque los egipcios habían amargado la vida a
nuestros padres en Egipto»). Tras estas palabras se cantaba la primera parte del hallel
(Sal 113s). Se terminaba con el himno pascual: «Al salir Israel de Egipto, la casa de Jacob
se libró de un pueblo extraño, fue Judá su santuario; Israel, su tierra de dominio»; (Sal
114-1s). Entonces se bebía la segunda copa.
Acto seguido se lavaban los comensales las manos y comenzaba la parte principal de la
cena. El padre de familia tomaba pan sin levadura y pronunciaba sobre él la acción de
gracias: «Bendito seas, Yahveh, Dios nuestro, rey del mundo, que haces brotar pan de la
tierra.» Luego partía el pan en pedazos y lo daba a los comensales, que lo comían con
hierbas amargas y zumo de frutas. Después se comía el cordero pascual. Una vez
terminada la cena, pronunciaba el padre de familia sobre la tercera copa («copa de
bendición») la acción de gracias de la comida; en ella se manifiesta la esperanza
mesiánica: «Señor, Dios nuestro, a ti se dirigen nuestros ojos; pues Dios eres tú, rey de
misericordia y gracia. El misericordioso. Su soberanía sea sobre nosotros siempre y
eternamente. El misericordioso. Envíanos al profeta Elías, que nos traiga el Evangelio,
ayuda y consuelo. El misericordioso. Otórguenos los días del Mesías y la vida del mundo
venidero, él, que magnifica la salvación de su rey y hace gracia a su ungido, a David y a su
descendencia eternamente.» Después de beber esta copa se cantaba la segunda parte del
hallel (Sal 114/5-118). En él se decía: «Prendido me habían los lazos de la muerte,
habíanme sorprendido las ansiedades del sepulcro, todo era angustia y afán para mí, e
invoqué el nombre de Yahveh: Salva, ¡oh Yahveh!, mi alma. Yahveh es misericordioso y
justo; sí, nuestro Dios es piadoso. Protege Yahveh a los desvalidos: yo era un mísero y él
me socorrió... ¡Qué podré yo dar a Yahveh por todos los beneficios que me ha hecho?
Elevaré la copa del socorro invocando el nombre de Yahveh» (Sal 116,3-6.12s).
La cena pascual recibe consagración y sentido. Jesús la había deseado con ardiente
deseo. Lo que durante su actividad estaba siempre presente a sus ojos, ha llegado ahora.
«Fuego vine a echar sobre la tierra. ¡Y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo
un bautismo con que he de ser bautizado. ¡Y cuánta es mi angustia hasta que esto se
cumpla!» (12,49s). «Yo expulso demonios y realizo curaciones hoy y mañana, y al tercer
día tendré terminada mi obra» (13,32). Su obra no quedará terminada hasta que él haya
pasado por la muerte. Con la última cena comienza su pasión y su gloria, se sientan las
bases del bautismo y del envío del Espíritu Santo. Su muerte está envuelta en la claridad
de pascua, de pentecostés y de los acontecimientos escatológicos; su muerte trae la
salvación a los muchos. La antigua Iglesia celebra el banquete eucarístico con profundos
sentimientos escatológicos (Act 2,46). La cena que Jesús se dispone a celebrar con los
suyos, los doce, que están con él, es cena de despedida. Sus palabras remiten a la muerte
próxima: «...antes de padecer». El recuerdo de esta cena de despedida quedará siempre
ligado a la marcha de Jesús hacia la muerte.
La mirada de Jesús se dirige, como siempre, al reino de Dios. Su muerte no es su fin. El
momento presente, con la oscuridad que cae sobre él, es situado ya a la luz del futuro. El
hecho de comer el cordero pascual despierta la esperanza de la venida del Mesías y de la
vida en el mundo venidero. Ahora se cumple una profecía. Primeramente se cumple en la
Iglesia mediante el banquete eucarístico, definitivamente se cumplirá en la participación en
el reino de Dios, que es representado como banquete (22,30).
...............
* Según algunos exégetas (J. Schmid), Lucas en los v. 15-18, utiliza únicamente materiales
contenidos en
Marcos; otros, en cambio (H. Schurmann), creen descubrir un antiguo relato de la institución
como fuente de
estos versículos.
...............
17 Tomó luego una copa, y recitando la acción de gracias, dijo:
Tomad esto y repartidlo entre vosotros; 18 porque os digo que, desde
ahora, ya no beberé del producto de la vid hasta que llegue al reino
de Dios.
Una vez que se ha comido el cordero pascual, se bebe la «copa de la bendición». A ello
va asociada la oración de acción de gracias. Jesús da la copa a los comensales y los invita
a beber. Él mismo no bebe; de lo contrario, habría sido superfluo invitarlos a beber. Cuando
bebía el padre de familia, era señal para que bebieran también los comensales. Con la
copa les da también gozo y bendición.
También la copa de vino remite más allá de la hora presente. Jesús la beberá de nuevo.
A su muerte sigue la gloria en el reino de Dios. En la antigua Iglesia hacían los cristianos
memoria de las palabras de Jesús sobre el cordero pascual y sobre la copa pascual cuando
se reunían para la cena sin la presencia corporal del Señor. Estas palabras mantenían viva
la esperanza de que había de inaugurarse el reino de Dios y de que los que esperaban
participarían en el banquete de que habla el Señor.
A la luz de las palabras de Jesús, pronunciadas sobre la antigua pascua, la nueva
comida y la nueva bebida que él va a dar es regalo de despedida del Señor que va a la
muerte, celebración conmemorativa de nueva redención, comunidad de mesa con el
Resucitado, promesa de nueva comida plena y de nueva vida en el reino de Dios.
b) Cena eucarística (22,19-20).
19 Luego tomó pan y, recitando la acción de gracias, lo partió y lo
dio a ellos diciendo: Esto es mi cuerpo, que es entregado por
vosotros; haced esto en memoria mía. 20 Y lo mismo hizo con la
copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es la nueva
alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros.
EU/CENA-PASCUAL: Se instituye la nueva pascua. El puesto del cordero pascual viene
a ocuparlo el cuerpo de Jesús, el puesto de la copa pascual llena de vino viene a ocuparlo
la sangre de Jesús. No se borran todos los vestigios de la antigua pascua. Como bloques
erráticos de tiempos pasados hallamos las palabras acción de gracias y después de
haber cenado. Después de comer el cordero pascual utilizó Jesús la tercera copa, la
«copa de la bendición» (lCor 10,16), para su nuevo don. Las palabras sobre la acción de
gracias están situadas al comienzo mismo del banquete eucarístico, aunque habrían tenido
su puesto histórico antes de la copa. La acción de gracias es algo así como el título. La
cena pascual, instituida en nueva forma por Jesús, es la gran acción de gracias de la
Iglesia con Cristo, la eucaristía. De todo esto resulta también claro que el relato de la
institución de la cena eucarística no pretende ser un relato escrupulosamente histórico de
lo que entonces tuvo lugar en la última cena. El relato está más bien compuesto y
configurado de tal modo que sirva de instrucción y de norma para la sagrada cena de los
cristianos. Lo que aquí sucede tiene su origen en Jesús (cf. lCor 1 1,23) (*).
El centro de la nueva pascua es Jesús. De él vienen don, acción y palabra. Él toma el
pan en su mano después de haberse levantado del almohadón en que estaba recostado,
pronuncia la bendición, lo parte y lo distribuye entre los comensales. Análogamente
procede con la copa, que contiene vino mezclado con agua. Las palabras que pronuncia
Jesús y que acompañan su acción, hacen comprensible su don, lo presentan como don
salvador, que tiene su razón de ser en su muerte.
El don que entrega Jesús es su cuerpo y su sangre. El cuerpo es su cuerpo vivo, él
mismo; la sangre es sede de la vida, su vida, él mismo. El cuerpo y la sangre están
representados separadamente por estos dos dones. Así hacen referencia a la muerte.
Jesús se da a los suyos como memorial de su muerte. «Cada vez que coméis de este pan y
bebéis de esta copa, estáis anunciando la muerte del Señor, hasta que él venga» (lCor
11,26).
Las palabras con que dio Jesús comienzo a la cena, llenan la noche con el pensamiento
de su fin violento. Los dones que imparte Jesús son su cuerpo, que es entregado, su
sangre, que es derramada. El cuerpo es entregado, la sangre es derramada... en la
muerte. Jesús toma esta muerte sobre sí por los discípulos, a los que imparte sus dones. El
pan es partido y entregado... por vosotros. La sangre es derramada... por vosotros. La
muerte de Jesús redunda en su bien, es para ellos muerte salvadora. Como el mártir con su
muerte procura al pueblo gracia y purificación de los pecados, porque la providencia divina
quiere por esta muerte expiatoria salvar a Israel oprimido (4Mac 6,28s; 17,22), así también
Jesús, con su muerte, proporciona expiación y perdón. Su muerte es martirio expiatorio. Su
sangre da expiación (Lev 17,11) .
J/SIERVO-YAHVE: Por vosotros. Estas palabras van dirigidas a los discípulos, a los que
se dan el cuerpo y la sangre de Jesús. Estas palabras aplican a los discípulos lo que aporta
para muchos la muerte expiatoria del siervo de Yahveh. El siervo de Yahveh es un varón de
dolores, familiarizado con el sufrimiento (Is 53,3). Él lleva nuestro sufrimiento, cargó con
nuestros dolores, fue herido por nuestros pecados, molido por nuestras iniquidades; para
nuestra salud pesa sobre él el castigo; por sus llagas nos viene la curación; el Señor carga
sobre él la deuda de los pecados de todos nosotros (Is 53,4-6). Jesús es el siervo de
Yahveh, que se ofrece en sacrificio en expiación por los hombres (**). Su muerte es muerte
sacrificial expiatoria.
La copa que da Jesús es «la nueva alianza en mi sangre». Contiene la sangre, con cuyo
derramamiento se concluye la nueva alianza. La antigua alianza, que concluyó Dios con su
pueblo en el Sinaí, ha caducado, porque el pueblo de Dios ha faltado a la fidelidad. EL Dios
fiel y misericordioso le prometió perdón y un nuevo orden divino: «Vienen días en que yo
haré una alianza nuEva con la casa de Israel y la casa de Judá; no como la alianza que
hice con sus padres, cuando tomándolos de la mano los saqué de la tierra de Egipto; ellos
quebrantaron mi alianza y yo los rechacé. Esta será la alianza que yo haré con la casa de
Israel en aquellos días: Yo pondré mi ley en ellos y la escribiré en su corazón, y será su
Dios y ellos serán mi pueblo. No tendrán ya que enseñarse unos a otros ni exhortarse unos
a otros, diciendo: Conoced a Yahveh, sino que todos me conocerán, desde los pequeños a
los grandes; porque les perdonaré sus maldades y no me acordaré más de sus pecados»
(Jer 31,31-34). Con su sangre otorga Jesús los bienes del nuevo orden divino, la
anticipación de la salud de los últimos tiempos: íntima comunión con Dios, reconciliación
con él, perdón de la culpa.
Con la copa de salvación se da Jesús como mediador de la nueva alianza. Por él, el
siervo de Yahveh, que interviene expiando por muchos y da su vida, se inaugura el nuevo
orden divino: «Yo, Yahveh, te he llamado en la justicia y te he tomado de la mano. Yo te he
formado y te he puesto por alianza para mi pueblo y para luz de las gentes, para abrir los
ojos de los ciegos, para sacar de la cárcel a los presos, del fondo del calabozo a los que
moran en tinieblas» (Is 42,6s). «Al tiempo de la gracia te escuché, el día de la salvación
vine en tu ayuda. Yo te formé y te puse por alianza de mi pueblo, para restablecer la tierra y
repartir las heredades devastadas. Para decir a los presos: Salid; y a los que moran en
tinieblas: Venid a la luz. En todos los caminos serán apacentados, habrá pastos en todas
las laderas. No padecerán hambre ni sed, calor ni viento solano que los aflija. Porque los
guiará el que de ellos se ha compadecido y los llevará a aguas manantiales. Yo tornaré
todos los montes en caminos y estarán preparadas las vías. Vienen de lejos: éstos, del
norte y del poniente; aquéllos, de la tierra de Sinim. Cantad, cielos; tierra, salta de gozo;
montes, que resuenen vuestros cánticos, porque ha consolado Yahveh a su pueblo, ha
tenido compasión de sus males» (Is 49,8-13). Lo que había anunciado Jesús en Nazaret al
comienzo de su actividad, halla realización y acabamiento en la sagrada cena (4,17-20). Lo
que él anunció de palabra, se realiza en su cuerpo y sangre y se imparte en la cena.
Jesús no se limita a expresar la fuerza salvífica de su muerte, sino que la da como
alimento en su cuerpo y sangre: «Partió el pan y lo dio a ellos.» De la misma manera
también la copa. El fruto de su muerte salvífica no se asimila ya únicamente en la fe, sino
mediante la recepción de la comida y de la bebida en el cuerpo. Por muy grande que sea la
cualidad de signo del pan y del vino, no es suficiente para reproducir el sentido contenido
en la eucaristía. «La insistencia en describir la acción de dar reclama una comprensión
realista.» Jesús efectúa esta acción a la sombra de la cena pascual. Se come el cordero
pascual sacrificado. Al sacrificio sigue la comida sacrificial (Ex 24,11).
A la palabra relativa al pan se añade un encargo de repetir lo hecho: Haced esto en
memoria mía. También se aplica al cáliz (lCor 11,24s). La entera acción de la cena, tal
como la efectuó Jesús sobre el pan y el vino, deben hacerla los discípulos en memoria de
él. Cuandoquiera que hagan esto, estará presente Jesús, que con su muerte pone en vigor
el nuevo orden divino. También la antigua cena pascual es más que mero recuerdo en el
marco de una fiesta familiar. En ella, la pasada acción salvífica del éxodo viene a ser
presencia de gracia para los que participan en la cena; al mismo tiempo se funda en ella la
esperanza de que también tendrán participación en la futura salvación. Jesús debía
sentirse interesado personalmente en la liberación de Israel: «En cada generación está el
hombre obligado a considerarse como si él mismo hubiese salido de Egipto, por esto
tenemos la obligación de dar gracias, de alabar, de bendecir... al que hizo estas maravillas
a nuestros padres y a todos nosotros, al que nos sacó de la esclavitud a la libertad, de la
aflicción a la alegría, del luto a la fiesta, de la oscuridad a la gran luz y de la opresión a la
liberación, y ante él cantaremos Aleluya » Estos sentimientos se experimentaban cuando se
celebraba la fiesta conmemorativa de la pascua. Así piensan los discípulos de Jesús en la
cena de despedida, que el Señor pone a la luz de la cena pascual. La nueva pascua,
dejada por Jesús como institución, no va en zaga a la antigua. Su obra salvífica está
presente cuando se celebra el banquete conmemorativo. El encargo de repetir esta cena,
dado por Jesús a los apóstoles, da a la Iglesia fuerza y vida, y la ley de su obrar. Jesús
realiza la pascua, o tránsito, de la cruz a la resurrección, en su misma persona; en la
eucaristía hace que todos los que toman el pan y el vino con fe, pasen cada vez mas de la
muerte del pecado a su nueva vida.
...............
* Las palabras de la Cena en Lucas tienen afinidad con las palabras de la institución
transmitidas por Pablo
(ICor 11,23). De las palabras introductorias de Pablo y del análisis de historia de las formas
resulta que
estas palabras se remontan a los años 30 del siglo I y son por tanto «piedra fundamental de la
tradición».
Nos muestran la forma en que pronunciaban las palabras de Jesús las comunidades de Antioquia
(y de
Jerusalén). Las relatos de la institución, pese a sus diferentes formas, permiten reconocer cómo
hablaría
Jesús, aunque el tenor de las palabras se reproduce conforme al sentido, no literalmente, sino
adaptado a la
inteligencia de las comunidades. En la tradición de estas palabras tan veneradas ha quedado
también como
sedimento el empeño de la Iglesia por comprender este precioso legado del Señor. Y su solicitud
por la
fecundidad del mismo.
** En la función del siervo de Yahveh, que sufre en forma vicaria por el pecado de Israel, «por
muchos», vio
Jesús el sentido asignado por Dios a su muerte, tanto más que la idea de la representación
vicaria y del
sentido expiatorio de los sufrimientos del justo, era corriente desde la época de los Macabeos.
Cf. 22,37; Mc
8,31; 9,31; 10,33; 10,45; Mt 8,17; 12,18-21.
3. PALABRAS DE DESPEDIDA (22,21-38).
A la cena siguen palabras de despedida, compiladas con material de tradición. La
literatura helenística, la del Antiguo Testamento y la del antiguo judaísmo transmitieron las
últimas palabras de grandes hombres. Platón escribió el testamento espiritual de Sócrates
como palabras de despedida. El libro del Deuteronomio suena como un último legado de
Moisés. En el libro de Tobías se leen exhortaciones del viejo Tobias moribundo a su hijo. A
esta tradición pertenecen las palabras de despedida de Jesús en los evangelios de Lucas y
de Juan.
Nos hallamos ante cuatro fragmentos cuya composición obedece a un orden riguroso: la
predicción relativa al traidor (v. 21-23), exhortación y promesa a los discípulos (v. 24-30), la
predicción de la caída de Pedro (v. 31-34), y una nueva exhortación y promesa a los
discípulos (v. 35-38). Se ha pensado en el primero y en el úItimo de las listas de los
apóstoles y también en los apóstoles mismos. En los doce que toman parte en la última
cena se ve la Iglesia, que se congrega para cumplir el encargo del Señor. El pasado ideal
del tiempo de Jesús ofrece también la norma para el futuro culto de la Iglesia.
a) El traidor
(Lc/22/21-23).
21 Sin embargo, aquí está conmigo sobre la mesa la mano del que
me va a entrega.
Se interrumpe el discurso relativo al gran legado de Jesús («sin embargo»). Se va a
proferir algo inesperado e incomprensible. Uno de los que se sientan a la mesa con Jesús
va a traicionar a Jesús y entregarlo a sus enemigos. Pese a esta infidelidad, el Señor no se
desalienta ni renuncia a confiar a la Iglesia su legado, en él está presente su obra
salvadora. «El Señor Jesús, la noche en que era entregado, tomó pan...» (lCor 11,23). Así
comienza el antiguo relato de la institución, que Pablo trae a la memoria a la comunidad de
Corinto, a fin de que no toleren en la comunidad nada que no sea compatible con el
memorial de la muerte de Jesús.
La comunidad de mesa es comunidad de fidelidad y de amistad. David se queja de su
infiel compañero de mesa: «Aun el que tenía paz conmigo, aquel a quien yo me confiaba y
comía mi pan, alzó contra mí su calcañal» (Sal 41[40]10). En las palabras de Jesús se oye
como un eco de esta queja. Lo que ocurre a Jesús forma parte del designio de Dios, que se
expresa en las palabras de la Escritura. La comunidad de mesa con Jesús, que se realiza
también en la celebración eucarística, obliga a la fidelidad al señor de la mesa, que es
Jesús. Desertar de la Iglesia es cometer infidelidad con el Señor y con su comunidad de
mesa.
22 Porque el Hijo del hombre sigue su camino conforme a lo que
está determinado; pero ¡ay de ese hombre por quien va a ser
entregado!
Jesús conoce al traidor y no se ve sorprendido por la traición. Judas le va a entregar.
Esta traición es sólo el primer plano de su pasión y de su muerte. Dios es quien inscribe
también en la vida de Jesús esta traición perpetrada por uno que está con él y la
predetermina. Ello está conexo con la misión del Hijo del hombre, que por su pasión y
muerte entra en la gloria. Porque fue obediente, por eso está sentado a la diestra del Poder
de Dios (22,69).
El designio divino no suprime la responsabilidad del traidor. ¡Ay de ese hombre! Este
¡ay! amenazador anuncia la reprobación en el juicio. El Hijo del hombre es juez. Las
tentativas de disculpar a Judas no pueden sostenerse ante la palabra de Jesús. La
comunidad de mesa y el pertenecer a la comunidad de discípulos de Jesús no bastan para
garantizar la salvación. Jesús exige decisión personal por su palabra y por su persona
(13,26s). La conmemoración del Señor, la fidelidad y la salvación, la infidelidad y el juicio
condenatorio son cosas que pueden hallarse juntas (lCor 11,23-34). La celebración
eucarística nos sitúa ante decisiones personales.
23 Entonces comenzaron a preguntarse unos a otros quién podía
ser de entre ellos el que había de hacer eso.
El asombro y las preguntas de los discípulos pintan lo reprobable de la traición, su
incomprensibilidad y el espanto de los leales. Los discípulos se examinan con sus
preguntas. El que come de la sagrada mesa debe examinarse a sí mismo. «Que cada uno
se examine a sí mismo, y así coma del pan y beba de la copa; porque el que come y bebe
indignamente, come y bebe su propia condena, por no discernir el cuerpo del Señor
(distinguiéndolo de la comida corriente)» (lCor 11,28s). Lo santo para los santos.
(_MENSAJE/03-2.Págs. 222-234)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 46
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE:EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (46)
·ALOIS-STÖGER
b) Discusión por la primacía
(Lc/22/24-30)
24 Luego surgió también una discusión sobre cuál de ellos debía ser
tenido por mayor. 25 Pero él les dijo. Los reyes de las naciones
dominan sobre ellas, y los que ejercen esta autoridad son llamados
bienhechores. 26 Pero vosotros no habéis de ser así; al contrario, el
mayor entre vosotros pórtese como el menor; y el que manda, como el
que sirve.
La discusión de los discípulos por la primacía tiene lugar en la atmósfera de la última
cena, en la inminencia de la partida del Hijo del hombre, en la perspectiva de su muerte
salvífica. En este marco ha de enjuiciarse. Nuestra vida está en el campo de luz y de fuerzas
de la presencia de Jesús, de su muerte salvadora y de su obra expiatoria, de la última cena
y de la cena venidera del tiempo final (Cf. Mc 10,41-45; Lc 12, 39s;
42-46.47s).
La jerarquía en la comunidad de los discípulos de Jesús tiene otro sentido que la
jerarquía entre los gentiles incrédulos. El que tiene fuerza para despojar del poder, despoja,
a fin de tener él solo el poder y hallarse así en condiciones de dominar sin restricciones. Es
una ironía el que estos dominadores se llamen todavía bienhechores. Los emperadores
romanos desde Augusto llevaban el título de «salvador y bienhechor del orbe de la tierra».
El ansia de dominar se disfraza con la máscara de amistad y beneficencia. La conciencia
descubre lo que exige el orden social.
SERVICIO/C En el grupo de los discípulos, la categoría y la grandeza exige servicio. El
mayor, el menor, el que manda, el que sirve son designaciones que hacen referencia a la
organización de la comunidad, a la escala de dignidad, a la «jerarquía». Jesús no proyecta
una Iglesia sin distinción de grados, sin superiores e inferiores. El que tiene un puesto
elevado en la comunidad, debe saber que no es señor, sino servidor. El reino de Dios está
alboreando; todos los criterios que se basan en medidas humanas son invertidos, todos los
valores cambian de valor.
27 Porque ¿quién es mayor: el que está a la mesa o el que sirve?
¿Acaso no lo es el que está a la mesa? Sin embargo, ya estoy entre
vosotros como quien sirve.
Jesús sirve en la última cena. Como fiel administrador da la comida a los suyos a su
debido tiempo (12,42). Él mismo se da en manjar y bebida, va por los suyos a la muerte y
es «rescate por muchos» (Mc 10,45). Ha prometido que en el banquete venidero del tiempo
final se ceñirá y hará que los discípulos que aguardan vigilantes su venida, se sienten a la
mesa y les servirá (12,37). Jesús, dispensador y Señor del banquete, es, en una extraña
inversión de funciones, también el servidor que sirve a la mesa.
En la Iglesia de Jerusalén hay un período, en el que los doce atienden a la mesa de los
pobres (Act 6,2). Después asumen este servicio de las mesas siete hombres, a los que los
apóstoles les imponen las manos en un rito acompañado de oración (6,6). Los jefes de la
comunidad y presidentes de las mesas atienden en la comida a los pobres y necesitados.
Es posible que en su servicio tengan presente la imagen de Jesús, que cuando da de
comer milagrosamente en el desierto, dice a los apóstoles: «Dadles vosotros de comer»
(Mc 6,37) y hace que ellos preparen y repartan la comida (Mc 6,39-41); que envía a Pedro
y a Juan para que preparen la última cena, y que habla incluso de su servicio a los suyos
que están sentados a la mesa. El servidor de Dios es servidor de los hombres.
El orden en el servicio de Dios es orden en la comunidad y en la vida. La ley de servir,
que afecta a cuantos disponen de poder -saber, talento, bienes, influencia- recibe de la
cena eucarística vigor y obligatoriedad. Esta ley imprime su sello en la vida cristiana
comunitaria: comunidad de mesa, comunidad familiar, comunidad de trabajo, comunidad en
el Estado, comunidad entre las naciones. Pablo hace esta exhortación: «Si hay, pues, algún
estímulo en Cristo, algún aliento de amor, alguna comunicación de Espíritu, algo de
entrañable ternura y compasión (si todo esto significa algo entre vosotros), colmad mi
alegría siendo del mismo sentir, teniendo el mismo amor, una sola alma, un solo sentir. No
hagáis nada por rivalidad ni por vanagloria, sino más bien, con humildad, teniéndoos
recíprocamente unos a otros por superiores; no atendiendo cada uno solamente a lo suyo,
sino también a lo de los otros» (Flp 2,1-5). Luego aduce un antiguo himno de la cena, que
canta cómo Jesús en la encarnación y en la muerte se despojó de sí mismo y asumió la
condición de esclavo (Flp 2,6-11). En Cristo, el poder es servicio.
28 Vosotros sois los que constantemente habéis permanecido
conmigo en mis pruebas; 29 por eso, igual que mi Padre dispuso en
favor mío de un reino, yo también dispongo de él en favor vuestro, 30
a fin de que, en mi reino, comáis y bebáis a mi mesa y estéis
sentados sobre tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.
Jesús, en la cena de despedida, dirige un mirada retrospectiva a su vida. Su actividad va
acompañada de incomprensión por parte de sus discípulos, de incredulidad y equívoco por
parte del pueblo, de odio y persecución por parte de los grandes; ahora le aguarda la
reprobación y la condenación a muerte. Durante toda su vida había sido una «señal...
objeto de contradicción» (2,34). Moisés y Elías, las dos grandes figuras dolorosas del
Antiguo Testamento y libertadores del pueblo de Dios, aparecen con él en la montaña de la
transfiguración (9,30). Con ellos, como con todos los hombres de Dios, comparte él la vida
de prueba en un destino de sufrimiento. ¿Por qué la causa de Dios y su misión no se
acredita con poder, sino con impotencia? ¿Por qué se manifiesta el reino de Dios en el
desvalimiento del que sufre, es perseguido y crucificado? Esto escandaliza a los discípulos
y es causa de la deserción del pueblo. Los doce, en cambio, perseveraron y se le
mantuvieron fieles, aunque ellos también participaron de sus pruebas. Después que
muchos le abandonaron, preguntó Jesús a los doce: «¿Acaso también vosotros queréis
iros? Simón Pedro le respondió: Señor, ¿a quién vamos a ir? ¡Tú tienes palabras de vida
eterna!» (Jn 6,67).
El camino doloroso de Jesús remata en la gloria del reino, que le da el Padre. Jesús
conoce los designios del Padre y sabe por la Escritura que él ha de llegar a la gloria a
través del sufrimiento (24,26), sabe que el Padre le ha destinado y prometido el reino y la
soberanía. A los amargos días de la pasión sigue el banquete de alegría, que es imagen del
reino de Dios (14,15ss); a la reprobación y al aniquilamiento sigue la elevación al trono, que
representa el poder real y judicial (Mt 25,31). Por haber perseverado los apóstoles con él
en sus pruebas, también ellos reciben de él el título jurídico de participar en su gloria. El
«conmigo» determina su vida en la tierra, y también caracterizará su futuro. Jesús es por su
muerte mediador de la alianza (diatheke), él transmite (diatithemai) el fruto de la perfecta y
acabada alianza de Dios. Los apóstoles, por haber permanecido adheridos fielmente al
Crucificado, son comensales de Jesús en la gloria y jueces del pueblo de Dios.
Al celebrar la eucaristía ponemos la mira en la comunidad de mesa y en el reino
venideros, pero al mismo tiempo se nos hace presente que el reino venidero sólo se
otorgará a quien, pese a los asaltos contra la fe, haya seguido fielmente a Cristo en la vida.
La celebración de la eucaristía, el seguimiento en la pasión y la participación en el reino de
Cristo: estas tres cosas están íntimamente enlazadas por el «conmigo». La sagrada cena
nos une con él, la perseverancia en su destino de sufrimiento debe unirnos con él, el
acontecimiento del final de los tiempos nos hará participar con él en el reino de Dios. En un
himno a Cristo de la Iglesia primitiva, que se cantaba quizá también en el banquete
eucarístico, se dice: «Si con él morimos, también con él viviremos; si resistimos, también
con el reinaremos; si de él renegamos, también él renegará de nosotros; si le somos
infieles, el sigue siendo fiel, pues no puede renegar de sí mismo» (2Tim 2,11s).
c) Simón Pedro
(Lc/22/31-34).
31 Simón, Simón, mira que Satán os ha reclamado para
zarandearos como al trigo; 32 pero yo he orado por ti, a fin de que tu
fe no desfallezca. Y tú, cuando luego te hayas vuelto, confirma a tus
hermanos.
La palabra de Jesús es definitiva, es intangible e inalterable. La repetición del nombre de
Pedro da fuerza y seguridad a la palabra, por sorprendente y desconcertante que sea
(«mira») lo que con ella se expresa. La tentación de apostasía no perdona ni a los mismos
apóstoles. ¿Quien podrá, pues, tenerse por seguro?
SAS/PODER Satán se presenta ante Dios como acusador de los hombres. Hace, ante
Dios, las funciones de «fiscal». Acerca de Job, al que Dios reconoce como piadoso y justo,
como temeroso de Dios y alejado del mal, dice el demonio a Dios: «¿Acaso teme Job a Dios
en balde? ¿No le has rodeado de un vallado protector a él, a su casa y a todo cuanto
tiene? Has bendecido el trabajo de sus manos y ha crecido así su hacienda sobre la tierra.
Pero, anda, extiende tu mano y tócalo en lo suyo, a ver si no te vuelve la espalda» (Job
1,9-11). Satán es el adversario del amoroso designio salvífico de Dios con Israel (Zac
3,1-5). Tampoco faltará cuando Jesús quiera realizar su designio amoroso con el nuevo
pueblo de Dios. El poder de Satán está ligado. Tiene que pedir a Dios que le permita
desplegar su poder.
El ataque de Satán va dirigido contra los apóstoles. Hay que hacer que se tambalee su fe
en Jesús. Los discípulos son zarandeados como trigo por el demonio. Para que el grano
sea purificado de la paja, son sacudidos de una parte a otra como en un cedazo, por todas
partes son acosados, presa de la mayor inquietud. Cuando descargue sobre Jesús la
pasión y se dé a Satán poder sobre él y los suyos, se verán los discípulos expuestos por
todos los lados a apremiantes tentaciones de apostasía. Satán aguarda a que fallen los
discípulos para poder acusarlos delante de Dios. Dios no exime a los apóstoles y a la
Iglesia, de las persecuciones y tentaciones. No los saca del «mundo» (Jn 17,15).
Contra las maquinaciones del demonio está la intercesión de Jesús. La voluntad de
Satán se estrella contra el poder de su oración. Jesús es el abogado de sus discípulos.
Jesús ora sólo por Pedro, no por los demás discípulos, aunque todos se ven en el mismo
peligro. Simón se ve destacado de los doce; él es jefe y portavoz de los doce y de la
comunidad primitiva (Act 1-12), y ha de ser el apoyo de su fe. Jesús ora para que no
desfallezca la fe de Pedro. Como no fue «la carne y la sangre», el poder humano, lo que le
reveló que Jesús es el Mesías (Mt 16,17), así tampoco es mantenido en la fe por poder
humano, sino por el don de Dios, que Jesús implora para él. Lo que Jesús pide al Padre
para Pedro no es ni más ni menos que su perseverancia en la fe. La fe en Jesús es lo
decisivo en la obra de salvación. Sobre la fe de Pedro está edificada la fe de la Iglesia.
El privilegio que se otorga a Simón con preferencia a los otros discípulos, se le da, no
para él, sino para los demás, para los hermanos, para la fraternidad de la Iglesia (Mt
18,15-17), para los apóstoles y los fieles. Pedro ha de confirmarse mediante la palabra de
la fe -que procede de la fe y conduce a la fe-, cuando se vean amenazados en su fe, y la
cruz de Jesús, causada y explotada satánicamente, pueda ser para ellos piedra de
escándalo.
También Pedro se desviará del camino recto y negará al Señor. Necesita volverse, pues
ha llegado hasta el borde de la apostasía. Sólo porque la oración de Jesús es escuchada
no ha perdido la fe. La fe lo induce a «volverse», a convertirse, y una vez convertido hará,
amorosa y fielmente que los hermanos vuelvan (2Sam 15,20) a la fe. Los jefes de las
comunidades tienen el deber de confirmar a los hermanos en la fe: «Mirad por vosotros
mismos y por toda la grey, en la cual el Espíritu Santo os ha constituido inspectores, para
pastorear la Iglesia de Dios que él se adquirió con su propia sangre» (Act 20,28) (Cf. 1Ts
4,12; 2Tm 4,2ss; Hb 13,17; 1P 5,1-4). El lugar de estas exhortaciones sería
preferentemente el culto de la Iglesia primitiva. Jesús interviene en favor de la comunidad
como su sumo sacerdote y víctima, pero los rectores de la comunidades deben considerar
como un deber la solicitud por la fe de los hermanos. Las palabras de despedida que
siguen a la última cena, son un ritual para la celebración de la cena en la comunidad. La
eucaristía forma parte de la estructura viva de la Iglesia.
33 Díjole entonces Pedro: Señor, dispuesto estoy a ir contigo
incluso a la cárcel y a la muerte. 34 Pero él contestó: Pedro, yo te
digo que hoy no cantará el gallo sin que hayas negado por tres veces
haberme conocido.
Pedro no puede soportar que se ponga en tela de juicio su fidelidad: «Cuando te hayas
vuelto...» Pedro protesta su veneración por Jesús: Señor, que dispone y debe disponer de
mí. Declara su resolución: Dispuesto estoy... Hace hincapié en su fuerza y su fidelidad y
quiere llegar hasta lo último: cárcel y muerte. En sus palabras resuena la fidelidad del
amor: contigo. Pero no prestó atención a la palabra de Jesús, según la cual sólo la oración
del Señor lo retiene al borde del abismo y lo salva impidiendo que se hunda.
La predicción de Jesús hace patente lo que será de la fidelidad, tan encarecida, en las
próximas horas del día que comienza. Pedro negará tres veces que conoce al Señor.
¿Dónde se quedará, pues, todo lo que ha dicho con tanto encarecimiento: Señor...
contigo... a la muerte? Quien exhorta en la comunidad, sólo puede hacerlo si se hace cargo
de su propia flaqueza. «Hermano, aun en el caso en que alguno fuera sorprendido en
alguna falta, vosotros los espirituales, con espíritu de mansedumbre, procurad que se
levante, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado» (Gál 6,1). «El que crea
estar seguro, mire no caiga» (lCor 10,12). Ni siquiera la sagrada cena nos asegura contra
la infidelidad.
Pedro es el primero en el colegio apostólico. Con dificultad soportamos que sus valores
humanos no respondan a su posición. Lucas retocó y atenuó el retrato de Pedro que halló
en Marcos. Pedro, según Marcos, recalca dos veces su firmeza, a pesar de las palabras de
Jesús; en Lucas sólo una vez. Marcos habla de renegar a Jesús, Lucas dice sólo de negar
«haberme conocido». En Marcos, los otros discípulos se expresan en forma análoga a
Pedro; Lucas silencia esto. Lucas, en cambio -no Marcos- hace decir a Pedro que está
dispuesto a ir con Jesús a la cárcel y a la muerte, porque en realidad lo hizo más tarde (Act
12,3ss). Es una ventaja poseer también el texto de Marcos, por el que sabemos que
también Pedro es muy accesible a la flaqueza, al pecado y a la apostasía, y que lo único
que lo sostiene es la oración de Jesús. Cuando el triunfalismo conoce esta realidad, deja
de ser en serio triunfalismo.
d) Exhortación a los discípulos
(Lc/22/35-38).
35 Después les dijo: Cuando os envié sin bolsa ni alforja ni
sandalias ¿acaso llegó a faltaros algo? Ellos respondieron: Nada. El
les añadió: Pues ahora, el que tenga bolsa, que la lleve consigo, y lo
mismo el que tenga una alforja, y el que no tenga espada, que venda
su manto y la compre.
Pobres y sin recursos envió Jesús a los apóstoles (10,4), pero nada les faltó. El «año de
gracia» del Señor (4,19) les daba abrigo, protección y amor de los hombres (8,2; 10,7);
alegres regresaron entonces de su misión (10,17). Ahora, en cambio, se han mudado los
tiempos. Todo ha cambiado. Ha pasado ya la paz bajo la protección de Dios. La existencia
resguardada de los discípulos llega a su fin. Ellos mismos tienen que mirar por sí y
protegerse. Ya no se abren puertas hospitalarias. Los discípulos y su palabra se ven
repudiados. Ataques hostiles les aguardan. Comienza el tiempo de la Iglesia, tal como se
describe en los Hechos de los apóstoles. Empieza con la pasión de Jesús, en cuya
perspectiva se profieren estas palabras. Ahora se permite a Satán desplegar su hostilidad.
El apóstol se halla en medio de tentaciones y luchas, y estas luchas perdurarán hasta que
venga el Hijo del hombre (21,28).
Los pertrechos de los apóstoles cambian al desaparecer la paz de Jesús. Ahora
necesitan la espada. Les es tan necesaria, que si no tienen espada, han de vender hasta lo
más necesario para poder adquirirla: el manto, que de día sirve de vestido y de noche de
manta. Con esto se diseña el tiempo con una imagen, aunque no se invita a combatir con
las armas ni a la guerra mesiánica de los zelotas. Jesús se opone a que se le defienda con
la espada (22,49ss). La Iglesia que vive en estrechez y combates debe armarse con armas
espirituales: con la perseverancia, la prontitud para morir, la oración (6,22; 11,49; 12,4-12;
14,25ss; 21,12-19,). Estas armas se deben adquirir a cualquier precio.
37 Porque yo os digo que ha de cumplirse en mí esto que está
escrito, a saber: Y fue contado entre los malhechores; pues todo lo
que a mí se refiere, ya está tocando a su fin. 38 Ellos dijeron: Señor,
aquí hay dos espadas. Pero él les contestó: Basta ya.
La hostilidad contra los apóstoles sigue a la reprobación de Cristo. Porque él es
perseguido, también ellos son perseguidos (Jn 15,20). Jesús es declarado criminal, y como
a criminal se le condena. Sobre él pesa el destino del siervo sufriente de Dios (Is 53,10),
que no combate, sino que soporta con paciencia el sufrimiento, y por el sufrimiento triunfa.
La voluntad de Dios, que está revelada en la Sagrada Escritura, debe cumplirse en él. Su
pasión se debe a determinación divina, no a disposición de los hombres. Jesús la toma
sobre sí obedientemente como voluntad de Dios. La predicción abre una perspectiva no
sólo de sufrimientos y de muerte, sino también de victoria, tras dura prueba. La vida de
Jesús llega a su fin; con ello se cumple lo que para él es voluntad y encargo de Dios. Su
vida alcanza su coronamiento, está inminente su elevación al cielo (Jn 19,30).
Los discípulos no entienden las palabras de Jesús. Él habla de persecución y de martirio,
mientras que ellos piensan en un combate en que se lucha con espadas. Los galileos llevan
consigo puñales, pues son amigos de la libertad y les gusta la lucha. Sus frases cortadas
suenan a resolución excitada y a belicosidad. ¿Para qué han de servir ahora las espadas?
La palabra con que Jesús corta el diálogo es enigmática. Está envuelta en la tristeza del
que se siente incomprendido y se halla solo. La palabra suena casi a ironía. Sin embargo,
marca más la melancolía por la incomprensión y por el triste desenlace que se acerca para
los discípulos. Que el camino del Mesías conduce a la gloria a través de la pasión, no deja
de ser un misterio inescrutable. A ello hizo también referencia el profeta en su canto de
siervo de Yahveh doliente: «Como de él se pasmaron muchos -tan desfigurado estaba su
rostro, que no parecía ser de hombre-, así se admirarán de él las gentes, y los reyes
cerrarán ante él su boca al ver lo que jamás vieron, al entender lo que jamás habían oído.
¿Quién creerá lo que hemos oído? ¿A quién fue revelado el brazo de Yahveh?» (Is
52,14-53,1).
Con las palabras sobre las espadas se cierran los discursos de despedida y la última
cena. La institución, el memorial que deja Jesús, armará para el tiempo de lucha que se
inicia. Él se marcha y deja a sus discípulos, pero confía a su Iglesia para todo tiempo el
fruto de su acción: su presencia, la nueva economía de la alianza divina, el perdón de los
pecados... Todo está compendiado en esta cena. Mediante la institución que deja al
despedirse queda él mismo unido a su comunidad de discípulos hasta la realización final de
la comunidad de mesa, y constantemente le aplica el fruto salvífico de su muerte cruenta. El
camino que lleva al reino de Dios es la apropiación de este fruto de la pasión de Jesús.
El manjar eucarístico se da a la Iglesia para un tiempo que está lleno de tentaciones. Con
este banquete dio Cristo a su Iglesia un orden de comunidad y de vida. Él mismo está en
ella presente como el que intercede por quien es cabeza de la Iglesia, a fin de que pueda
confirmar a sus hermanos. En este banquete ofrece él por medio de quienes lo presiden su
palabra de exhortación y de fuerza.
En el tiempo de la Iglesia se concede a Satán desplegar su poder en la medida que lo
quiere y lo permite Dios. Pero Dios contrapone a la presencia de Satán la presencia de
Cristo y el fruto de su obra. Satán se estrella ante el sumo sacerdocio de Jesús. Cristo que
ora y se sacrifica en el hecho de la cena eucarística, no exime de los esfuerzos y de las
tentaciones, ni de la perseverancia en el seguimiento de Jesús, pero garantiza la victoria a
los que combaten perseverantemente con él.
La comunidad de mesa es el centro de la vida religiosa de la Iglesia, refuerzo para el
camino, fuente de su júbilo escatológico y ley de su vida. El banquete eucarístico ofrece el
fruto permanente de la acción de Jesús por los suyos, ahora que él parte y los deja. En el
tiempo de las tentaciones no estarán solos los discípulos. Jesús está sentado como juez a
la derecha del Padre, los discípulos recibirán el Espíritu y tienen la sagrada cena.
(_MENSAJE/03-2.Págs. 235-246)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 47
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE:EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (47)
·ALOIS-STÖGER
II. ENTREGADO A LOS JUDÍOS (22,39-71).
Jesús predice a sus discípulos: «...Se apoderarán de vosotros y os perseguirán: os
entregarán a las sinagogas y os meterán en las cárceles; os harán comparecer ante reyes y
gobernadores por causa de mi nombre» (21-12). Estas palabras se cumplen primeramente
en Jesús. Él es el arquetipo de la Iglesia perseguida. En el testimonio que él da, halla la
Iglesia la forma cómo ha de dar prueba de sí en el martirio. Pablo escribe a Timoteo: «En la
presencia de Dios, que da vida a todos los seres, y de Cristo Jesús, que proclamó su
hermosa confesión ante Poncio Pilato, te encargo solemnemente que guardes el
mandamiento» (1Tm 6,13).
1. ORACIÓN EN EL HUERTO DE LOS OLIVOS
(Lc/22/39-46)
GETSEMANI
39 Salió, pues, y fue, según su costumbre, al monte de los Olivos;
también sus discípulos lo siguieron.
Desde que Jesús entró en Jerusalén, enseña todos los días en el templo, y por la noche
sale de la ciudad para pernoctar en el monte de los Olivos. Esta vez ha celebrado la cena
en la sala superior que le ha sido ofrecida, y ha pronunciado sus palabras de despedida.
En el templo y en las casas se reúne la primera comunidad cristiana de Jerusalén (Act
2,46). La Iglesia halla en la acción de Jesús la ley de su obrar. Jesús no cambia ni siquiera
esta vez su costumbre de pasar la noche en el monte de los Olivos, aunque sabe lo que le
aguarda. No esquiva la hora (22,53) que le ha fijado su Padre para el comienzo de su
camino hacia la muerte, sino que está resuelto a tomar sobre sí la pasión (9,51). La muerte
no viene sobre él como un hado, como una fuerza que descargan los hombres sobre él y de
la que no puede escapar, sino como la voluntad del Padre, que él cumple obedientemente
(Jn 10,18).
También los discípulos le siguen. Todavía dan prueba de ser verdaderos discípulos, que
van tras su maestro a dondequiera que vaya (9,57).
40 Una vez llegado a aquel lugar, les dijo: Orad, para que no
entréis en tentación.
En el huerto de los Olivos busca Jesús el lugar que había buscado siempre en las
noches pasadas, y que también Judas conoce. Entregado a la voluntad de Dios, se
enfrenta con el peligro. Está preocupado por sus discípulos. Ahora se inicia la hora de la
tentación, pues va a ser detenido, y los enemigos van a apoderarse de él. Todo esto los
desconcertará y pondrá en peligro su fe. Satán hará todo lo que esté en su mano para
inducirlos a la deserción. La tentación se abre ante los discípulos como un foso, al que uno
es atraído a la perdición, como un lazo en que se verá uno enredado.
Para que los discípulos no caigan en la tentación se requiere la ayuda de Dios, la cual se
otorga a la oración. Ahora hay que pronunciar lo que Jesús enseñó a pedir en el
padrenuestro: «No nos lleves a la tentación» (11,4).
41 Entonces él, como a la fuerza, se arrancó de su lado como a un
tiro de piedra y, puesto de rodillas, oraba 42 así: ¡Padre, si quieres,
aparta de mí este cáliz! Sin embargo, no se haga mi voluntad, sino la
tuya.
Como impelido por una fuerza, Jesús se arranca de los discípulos. La fuerza es el plan de
Dios, la necesidad que éste le impone. La misma palabra encontramos en el relato en que
se dice que Pablo se arrancó de los presbíteros en Mileto para emprender el camino de
Jerusalén, donde le aguardan sufrimientos y prisión (Act 21,1). Jesús es la pauta para sus
discípulos que se encaminan al martirio.
El Señor ora solo delante del Padre. Se aleja como un tiro de piedra, distancia que se
puede alcanzar con la vista; conviene que los discípulos puedan oírle y verle, y que él
pueda llamarlos. En esta hora de extrema gravedad ora él de rodillas, mientras que por lo
regular se ora de pie (18,11). Como Jesús en el huerto de los Olivos ora también Esteban
durante su lapidación, puesto de rodillas (Act 7,60), Pedro antes de resucitar a Tabita (Act
9,40), Pablo, antes de despedirse de los presbíteros de Efeso, después de haberles dicho
que no volverían ya a ver su rostro (Act 20,36), y de nuevo el mismo apóstol con sus
compañeros en la playa de Tiro, cuando los discípulos, en virtud del Espíritu, dicen a Pablo
que no suba a Jerusalén (Act 21,5). Todos ellos oran de rodillas a la vista del poder de la
muerte; el martirio no se puede superar sino con la oración. Jesús es modelo de los
mártires.
La oración comienza con la invocación Padre. Todas las oraciones de Jesús comienzan
con esta palabra filial, íntima, llena de confianza. Incluso cuando ora Jesús con palabras de
los Salmos (23,46), las acompaña con la invocación del Padre, y esas palabras ajenas las
incorpora a su singular relación con el Padre, que él expresa con la palabra abba (Mc
14,36). El Padre amante lo sitúa ante la pasión y la muerte de martirio.
La oración de Jesús es una oración auténticamente humana. Pide que se aparte de él el
cáliz, símbolo de la pasión y del martirio (*), señal del castigo de Dios. Dios presenta a
Jesús el cáliz, del que debe beber en forma vicaria el castigo de Dios (cf. Is 51,22). Jesús
es el Siervo de Yahveh, mártir que toma sobre sí la pasión y la muerte en forma vicaria y
como expiación por las naciones.
La naturaleza humana tiembla ante la muerte violenta, pero Jesús se somete a la
voluntad del Padre y pide que no se haga sino la voluntad de Dios. La oración está
encuadrada en palabras de entrega. Comienza con palabras de entrega, de conformidad:
«Si quieres». Termina con el ruego de que se cumpla la voluntad de Dios. Una vez más se
oye el eco del padrenuestro, aunque Lucas no halló en su fuente de tradición la petición:
«Hágase tu voluntad» (Mt 6,10). Como Cristo se expresa también el cristiano en su oración:
Padre, abba, hágase tu voluntad, no nos lleves a la tentación. El padrenuestro es oración
de Jesús, oración de los mártires, oración de los discípulos de Jesús, oración en la hora de
la muerte, oración en las grandes decisiones de la vida.
...............
* Cf. Martirio de Isaías 5,13: «Id a la región de Tiro y de Sidón; porque sólo para mí ha
mezclado Dios la copa
(del martirio).
...............
43 Entonces se le apareció un ángel venido del cielo que lo
confortaba. 44 Y en medio de la angustia, seguía orando más
intensamente. Y su sudor era como gruesas gotas de sangre, que
iban cayendo hasta la tierra (*).
...............
* Los versículos faltan en muchos testigos, por cierto muy seguro, del texto, pero el estilo es
lucano y su
ausencia se explica por reparos dogmáticos. Se borraron por falsa escrupulosidad en las luchas
con las
herejías, porque Cristo aparece aquí demasiado humano. No se puede dudar de su autenticidad.
...............
ORA/VD La oración de Jesús es escuchada, pero no de forma que le sea apartado el
cáliz, sino más bien en el sentido de un refuerzo para seguir orando insistentemente y tomar
en la mano el cáliz que se le presenta. Dios escucha nuestra oración en los sufrimientos; la
escucha reforzándonos para que nos apropiemos su voluntad, y preparándonos para
aceptar con fe sus planes salvíficos.
Tres veces en la vida de Jesús se refiere una notificación celestial como respuesta de
Dios a su oración: en el bautismo, en la transfiguración y en el huerto de los Olivos. Estos
tres acontecimientos marcan horas decisivas en la vida de Jesús. Están en conexión con la
pasión y la glorificación. Estas respuestas fortalecen a Jesús, el elegido, el amado de Dios,
para que ejecute su plan salvífico, que contiene la necesidad de la pasión y de la muerte, y
mediante combate y muerte llegue a la gloria.
Los ángeles levantan los ánimos de los mártires y los confortan para el combate de la
muerte. A los jóvenes en el horno de Babilonia los socorre el ángel del Señor: «El ángel del
Señor había descendido al horno con Azarías y sus compañeros y apartaba del horno las
llamas del fuego y hacía que el interior del horno estuviera como si en él soplara un viento
fresco» (/Dn/03/49s). Cuando Daniel aprende por revelación lo que sobrevendrá a su
pueblo en los últimos días, debe ser fortalecido por un ángel: «Entonces me tocó de nuevo
la figura que tenía el aspecto de un hombre y me confortó. Entonces me dijo: No temas,
varón predilecto, sea contigo la paz. ¡Animo, valor! Y en hablándome, recobré mis fuerzas y
dije: Hable mi señor, pues me has fortalecido» (cf. Dn 10,1-19). Jesús debe realizar los
designios de Dios con los hombres; pero sólo puede hacerlo con la fuerza del Padre. Dios
se la da por medio del ángel; ángeles le sirven en su obra (2,19; Act 1,9s).
Jesús, fortalecido, se dirige al combate decisivo. Lo que le oprime no es el temor de la
muerte, sino la ansiedad por la victoria. De este combate decisivo depende la salud del
mundo. El combate es duro. Después de la tentación se retiró Satán por algún tiempo
(4,13). Ahora, en cambio, vuelve a apretarle de nuevo para desviarlo de su camino, que le
ha sido indicado por el Padre.
Recogiendo todas sus fuerzas, derribando todas las resistencias, da Jesús un «sí» a la
voluntad del Padre. El esfuerzo hace que salga el sudor por los poros. Su sudor caía hasta
la tierra como gotas de sangre (*).
...............
* Como gotas de sangre; el «como» puede indicar una comparación pero también puede
significar, sin
comparación, «en forma de». Si se supone que se trata de una comparación, no se ve fácilmente
dónde
pueda estar el punto de comparación. ¿Puede ser éste realmente la cantidad o la magnitud de las
gotas? En
definitiva parece, pues, deberse preferir la interpretación que excluye la comparación: El sudor
caía a la
tierra en forma de gotas de sangre. El sudor de sangre parece poderse explicar incluso sin
milagro.
...............
45 Luego se levantó de la oración, fue hacia los discípulos y los
encontró dormidos por causa de la tristeza, 46 y les dijo: ¿Cómo es
que estáis durmiendo? Levantaos y orad, para que no entréis en
tentación.
Los discípulos son la primera y la última preocupación de Jesús en el huerto de los
Olivos: en su decisión por el cáliz de la pasión, en la hora decisiva en que él obtiene la
salvación para el mundo. Los halla dormidos. Como excusa se añaden estas palabras: por
causa de la tristeza. Se entregan pasivamente a todo lo que va a sobrevenir, y se duermen.
Jesús no los reprende, sino que tiene solicitud por ellos; les sirve. ¿Cómo es que estáis
durmiendo?, ahora, en este momento, en que se acercan la tentación y los aprietos... Jesús
repite la exhortación a la plegaria. Es necesario orar siempre sin desfallecer. La oración
perpetua arma a la Iglesia contra todos los ataques a que está expuesta en el tiempo que
va hasta la parusía de Jesús.
Marcos describió con las expresiones más fuertes la lucha de Jesús en el huerto de los
Olivos. Lucas, en cambio, omite lo tremendo y terrorífico. No habla de temor y hastío, ni de
sus tristezas de muerte. Según Marcos, Jesús cayó en tierra. Lucas lo suaviza: se puso de
rodillas. Su ruego es más tranquilo; sólo pregunta si es posible que se le aparte el cáliz.
Lucas sólo habla de una oración y de una exhortación a los discípulos. Marcos no dice que
la oración fue escuchada, en Lucas se le da respuesta mediante la aparición del ángel. Aun
en esta hora tan difícil conserva Jesús la grandeza humana. El gran solitario cobra fuerzas
de la oración al Padre. A pesar de su angustia se cuida de los discípulos y les muestra la
mayor comprensión humana. Lucas destaca a Jesús en medio de la situación única y sin
segunda del huerto de los Olivos y lo presenta como arquetipo de los mártires y de todos
los que en momentos difíciles deben decidirse por la voluntad de Dios con responsabilidad
por otros.
2. LA CAPTURA
(Lc/22/47-53)
J/APRESADO
47 Todavía estaba él hablando, cuando llegó un tropel de gente, y
al frente de ellos iba el llamado Judas, uno de los doce, que se
acercó a Jesús para besarlo. 48 Jesús le dijo: Judas, ¿con un beso
entregas al Hijo del hombre?
De repente aparece un grupo de gente, no ya una aglomeración abigarrada sin orden ni
concierto, sino un destacamento de los órganos judiciales con encargo del sanedrín y al
mando de los oficiales de la guardia del templo. Están al servicio de las autoridades judías,
practican arrestos, conducen a los acusados ante el tribunal, vigilan a los presos y ejecutan
las sentencias pronunciadas por el tribunal judío. Mientras Jesús está todavía hablando con
los discípulos, cambia totalmente la escena. Los enemigos lo rodean y lo ponen en el mayor
aprieto. Tal será la situación de la Iglesia en el mundo. La hora de las tinieblas está siempre
en acecho aguardando que se le dé poder.
A1 frente del grupo va Judas. ¡Uno de los doce! Está al corriente y conoce a Jesús. La
entrega de Jesús comienza por su círculo más allegado (cf. 21,26). Judas se acerca para
besarlo. Antes de que haya dado el beso, estigmatiza Jesús la ignominiosa tentativa. Con
sus palabras quiere también invitar al traidor a entrar dentro de sí y a convertirse. Lo llama
por su nombre: Judas; por este nombre lo llamó al grupo de sus apóstoles. El beso es señal
del respeto y veneración del discípulo al maestro; Judas lo utiliza como señal de la traición
(Mc 14,44). Judas entrega al Hijo del hombre; aquel a quien traiciona es el que le ha de
juzgar (22,22). Jesús, en su bondad y grandeza, es la figura dominante cuando los
enemigos se echan sobre él.
49 Viendo los que estaban con Jesús lo que iba a suceder, le
preguntaron: Señor, ¿herimos con la espada? 50 Y uno de ellos hirió
a un criado del sumo sacerdote y le quitó la oreja derecha. 51 Pero
Jesús contestó: ¡Dejadlo! ¡Basta ya! Y tocando la oreja, lo curó.
Se oye el eco de las palabras de Jesús acerca de las espadas (22,35-38). Los discípulos
no habían captado su sentido, ni tampoco comprenden lo que está sucediendo ahora. Aun
para su círculo más allegado, para los que estaban con él, es el desarme de Jesús un
misterio y un enigma incomprensible. Hacen profesión de su fidelidad, hacen patente su
veneración y obediencia y lo llaman Señor, pero no pueden comprender que el camino del
Señor lleve a la gloria pasando por la cruz. En la caricatura de su defensa se echa de ver
su buena voluntad, pero también la insuficiencia de su fe. Al discípulo de Jesús se le exige
algo más que fidelidad humana (14,26s).
Se prohíbe utilizar las espadas. Jesús no tiene nada que ver con el movimiento de los
zelotas, que quieren implantar con violencia el reino de Dios, ni con los guerrilleros judíos,
que quieren poner fin con las armas a la dominación extranjera; no tiene nada que ver con
medios políticos y guerreros. Él utiliza su poder para sanar a los abatidos, para hacer bien a
los enemigos. Jesús es Señor y Salvador, Señor aun en esta hora de las tinieblas, Salvador
también de sus adversarios.
52 Dijo luego Jesús a los sumos sacerdotes, a los oficiales de la
guardia del templo y a los ancianos, que habían venido contra él:
¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y palos? 53
Mientras día tras día estaba yo entre vosotros en el templo, no
extendisteis las manos contra mí. Pero ésta es vuestra hora: el poder
de las tinieblas.
La cuadrilla que quiere arrestar a Jesús tiene encargo del consejo supremo. Los
miembros de éste son enumerados solemnemente. Constituyen una selección
representativa del pueblo, a la que están confiados los bienes más altos que éste posee: la
ley, el templo, el pueblo de Dios. Todo esto tiene por meta a Cristo, y a Cristo mandan ellos
arrestar. La culpa de la muerte de Jesús recae sobre los dirigentes judíos. Este judaísmo se
priva así de sentido y se destruye a sí mismo (20,8).
Jesús se opone a ser tratado como un ladrón común (*), como un criminal que rehuye la
luz, como un hombre violento al que hay que arrestar con espadas y palos. El objetivo de
Jesús era el mismo que tenían los sanedritas: la verdad de Dios, el cumplimiento de la ley,
el servicio en el templo. Jesús era maestro en cuestiones religiosas. Sus adversarios
podían convencerse en cualquier momento de que él no perseguía otra cosa, puesto que
enseñaba a la vista de todos en el templo. Los sanedritas lo dejaban tranquilo y discutían
con él sobre temas religiosos controvertidos. Esta declaración solemne era importante para
la Iglesia, pues tampoco ella es una asociación secreta que tiene por meta la división
religiosa y la subversión política; no reprueba nada de lo que Dios ha operado en la historia
de la salvación, sino que le da perfección y acabamiento, por Jesús.
Los sanedritas no tendrían poder sobre Jesús, si no se lo hubiese dado Dios. Aquí está
oculta la mano de Dios. Que haya llegado esta hora -su hora-, no depende de ellos, sino de
la permisión divina. Aquí intervienen ellos como instrumentos, no como instrumentos de
Dios, sino como instrumentos del demonio. La hora en que ellos realizan sus planes, es
hora en que puede desplegarse el poder de las tinieblas, el poder de Satán. Las tinieblas
son el reino de Satán. El consejo supremo no cree en Jesús y cae bajo el dominio de
Satán; no entra al servicio de Jesús, y cae en el servicio del diablo.
...............
* El término «ladrón» podría significar también «combatiente por la independencia»; desde
luego, el ser com-
batiente por la independencia no tenía nada de deshonroso a los ojos de los contemporáneos de
Jesús.
...............
3. NEGADO Y ESCARNECIDO
(Lc/22/54-65)
PEDRO/NEGACIONES:
a) Negado por Pedro (22,54-62).
54 Después de prenderlo, lo llevaron e introdujeron en la casa del
sumo sacerdote. Pedro lo iba siguiendo de lejos.
Ya no obra Jesús, sino que se obra con él. Lo prenden, lo llevan, lo introducen. Él ha
tomado en su mano el cáliz, Dios lo ha entregado a él en manos de sus enemigos; el poder
de las tinieblas y sus instrumentos llevan adelante su obra; él obedece, es entregado,
abandonado.
Jesús es introducido en la casa del sumo sacerdote Caifás, en la que celebra su sesión
el consejo supremo (*). El evangelista se contenta con esta indicación imprecisa. Más que
el trasfondo histórico le importa el comportamiento de Jesús, su palabra y su silencio, lo
que se dice del Señor ante las autoridades supremas, y lo que éstas dicen de él.
Cuando Jesús fue al huerto de los Olivos, obraba todavía por su voluntad: él salió, él fue
al huerto de los Olivos, y sus discípulos le seguían. Ahora es conducido, introducido en la
casa de sus enemigos, sólo Pedro lo sigue de lejos. Pedro se mantiene todavía firme en su
resolución, sólo él; él sigue de lejos. La negación se está preparando, ha comenzado ya la
deserción.
...............
* Se ha tratado de conciliar Lc 22,54 y Jn 18,13: Jesús fue conducido a casa de Anás, que había
sido el último
sumo sacerdote, Sin embargo, Lucas no se sirve de una fuente especial que tenga afinidad con
Juan, sino
que sigue a Marcos, según el cual Jesús fue conducido al palacio de Caifás. En la literatura
rabínica no
parece haber pruebas de que el sanedrín tuviera sus sesiones en el palacio del sumo sacerdote;
los datos
de los sinópticos no obligan a suponer que en el proceso de Jesús se hiciera una excepción y que
en este
caso se reuniera el consejo supremo en la casa particular de Caifás (cf. Mc 14,53)
...............
55 Como habían encendido fuego en medio del patio y se habían
sentado alrededor, Pedro se sentó entre ellos.
Las noches de primavera son frías en Palestina. Los guardias que habían llevado a
Jesús se calientan al fuego. Pedro sigue a Jesús hasta el patio del palacio. Está sentado
entre el grupo de gente que sólo saben de Jesús lo que les han referido sus enemigos.
Pedro está entre ellos, en medio del peligro. La tentación lo rodea como la oscuridad rodea
la luz del fuego.
56 Pero una criada, al verlo sentado a la lumbre, fijando en él la
vista, dijo: También éste andaba con él. 57 Pero él lo negó: No lo
conozco, mujer. 58 Poco después dijo otro al verlo. Tú también eres
uno de ellos. Pero Pedro contestó: ¡No, hombre; no lo soy! 59
Transcurrida aproximadamente una hora, insistió otra, diciendo: En
realidad, también éste andaba con él; pues también es galileo. 60a
Pero Pedro contestó: Hombre, no sé lo que estás diciendo.
Del grupo que rodea a Pedro salen tres tentadores: una mujer y dos hombres. Los
asaltos se suceden rápidamente. Hay una hora de tranquilidad, a la que sigue un asalto
tanto más fuerte. Se refuerza la insistencia de los tentadores: «También éste andaba con
él.» «Tú también eres uno de ellos.» «En realidad también éste andaba con él.» Primero se
habla de él, luego se le ataca personalmente, finalmente se moviliza contra él la caterva
entera. Primero se le mira, luego se le habla, finalmente se le reconoce y se le descubre
como galileo. La palabra «galileo» suena como una acusación: zelota, rebelde. La red en
que ha sido cogido Pedro lo envuelve cada vez más. Pedro es un escarmiento para todo
discípulo de la Iglesia.
Tres veces se ve atacado lo que Pedro había protestado apasionadamente en la sala de
la cena: el «contigo» (22,33). Para esto llamó Jesús a Pedro y a los apóstoles, para que
estuvieran con él (Mc 3,14). Este «con él» debe iluminar al apóstol. El seguimiento es una
fe ostentativa, un oír demostrativo; tiene función de signo; de ello sólo es una parte el
trabajo, la colaboración de los discípulos que predican la fe y la confirman (22,28). Todo
discípulo de Cristo tiene participación en este «con él», en este «uno de ellos». En esto se
ve precisamente tentado el discípulo.
La negación va subiendo de tono: No lo conozco; no lo soy; no sé lo que estás diciendo.
Pedro no quiere tener nada que ver con Jesús, ni con sus discípulos, ni con su causa. La
separación se va acentuando. Pedro se aleja cada vez más, cada vez abandona más el
«con él».
60b E inmediatamente, mientras él estaba todavía hablando, cantó
un gallo. 61 Y volviéndose el Señor, dirigió una mirada a Pedro.
Pedro se acordó entonces de las palabras que el Señor le había
dicho: Antes que el gallo cante hoy, tres veces me habrás negado tú.
62 Y saliendo afuera, lloró amargamente.
El día comienza a despuntar mientras Pedro niega al Señor por tercera vez. Y canta el
gallo. Jesús es conducido por el patio; dirige una mirada a Pedro. Pedro «se vuelve» (cf.
22,32), se convierte. Ha sido escuchada la oración de Jesús.
El canto del gallo, que trae a la memoria la predicción de Jesús; la mirada, que da
confianza y seguridad a Pedro; el recuerdo de la palabra de Jesús, que se ha visto
confirmada, mueven a la conversión. Todo lo dirige el Señor. Dos veces se le menciona.
Jesús es el Señor; también en estas tinieblas. Contactos con él; en las señales del cosmos,
en la palabra del Señor, en las obras que se hacen en memoria suya (la sagrada cena, los
sacramentos), todo esto conduce a la luz.
El tiempo de la Iglesia está amenazado por oscuros poderes. Pero la Iglesia debe saber
que el Señor está por encima de todos los peligros y debilidades humanas. Hasta la
segunda venida del Señor será la Iglesia una Iglesia amenazada; por tanto, será siempre
también una Iglesia de pecadores; pero al mismo tiempo ella sabe que el Señor es el sumo
sacerdote que ruega por ella, con tal que tenga consciencia de la presencia del Señor, de
su palabra y del convertido Pedro.
b) Escarnecido por la guardia (22,63-65).
63 Entre tanto, los hombres que tenían preso a Jesús se burlaban
de él y lo golpeaban, 64 y después de taparle la cara, le
preguntaban: Haz de profeta ¿Quién es el que te ha pegado? 65 Y
proferían contra él otros muchos insultos.
Se pone a prueba y se ridiculiza la reivindicación profética de Jesús. Vuelve la tentación
del demonio: «Si eres Hijo de Dios...» (4,3.9).
Lucas no habla de las demás humillaciones de Jesús (Mc 14,6); ama la mesura y vela lo
inhumano. Todo lo que allí sucede lo estigmatiza como insultos. Jesús es más que profeta
(9,20s). Es manifestación de Dios (5,8), en él visita Dios mismo a su pueblo (7,16). La
experiencia de los insultos forma parte del destino doloroso de la Iglesia. «Conozco tu
tribulación: la pobreza -sin embargo, eres rico- y la maledicencia que proviene de los que se
dicen ser judíos y no son sino sinagoga de Satán» (Ap 2,9) (Cf. 1Co 4,13; 1P 4,4; Hch
13,45; 18,16).
(_MENSAJE/03-2.Págs. 247-260)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 48
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE:EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (48)
·ALOIS-STÖGER
4. ANTE EL SANEDRÍN
(Lc/22/66-71)
SANEDRÍN
La exposición de Lucas difiere de la de Marcos, al que sigue también Mateo. Lo más
sorprendente es que Lucas pone la vista de la causa por la mañana, hacia el amanecer, y
que el juicio no tiene la menor apariencia de juicio, pues falta el interrogatorio de los
testigos, la adjuración del sumo sacerdote y la condena. Jesús es interrogado únicamente
sobre su mesianidad. No pocos eruditos quieren deducir de aquí que Lucas se sirvió de una
fuente especial, según la cual no habría habido proceso ante el sanedrín judío ni
condenación por las autoridades judías; añaden que la tradición que siguen Marcos y Mateo
introdujo un proceso ante el sanedrín, porque por razones apologéticas quería cargar
unilateralmente con la responsabilidad de la muerte de Jesús a las autoridades judías, y en
cambio descargar a las romanas, aunque de hecho el sanedrín se limitó a mandar arrestar a
Jesús, a interrogarlo brevemente y a remitirlo luego al procurador para que lo hiciera
ejecutar como reo de alta traición. Esta reconstrucción de la historia falla ya
sencillamente porque no es posible comprobar que Lucas utilizara una fuente particular
divergente de la tradición de Marcos. Su exposición (22,54-71) se explica suficientemente
como trabajo redaccional sobre el texto de Marcos. Lucas quiere referir la fase final del
proceso ante el sanedrín, que sin duda alguna ha de situarse por la mañana, y destacar de
él únicamente la cuestión del Mesías y la confesión mesiánica. Convenía representar a
Jesús como modelo del cristiano, confesor del Mesías y mártir (ITim 6,12s). Para formarse
una idea exacta sobre el proceso de Jesús hay que partir del texto de Marcos y tener en
cuenta que tampoco éste habla de dos sesiones (una nocturna y otra matutina), sino de
una, la cual se ve interrumpida por el relato de la negaci6n de Pedro. Con este artificio
literario quería Marcos poner de relieve la simultaneidad de la confesión de Jesús y de la
negación de Pedro y hacer resaltar más el contraste. Lucas, que tiene interés en dar un
relato seguido, dispuso los hechos diferentemente.
66 Cuando se hizo de día, se reunió el consejo de ancianos del
pueblo: sumos sacerdotes y escribas, y lo condujeron ante su
sanedrín.
El consejo supremo o sanedrín es presentado para los lectores griegos como «consejo
de los ancianos del pueblo». Como el consejo de los ancianos en las ciudades griegas, el
sanedrín se divide en senado y colegio judicial (sumos sacerdotes y escribas). La guardia
conduce a Jesús a la asamblea al despuntar el día. Lo que aquí sucede fortalecerá a la
Iglesia naciente y a sus mensajeros de la fe cuando comparezcan ante el consejo de los
ancianos de las ciudades griegas para ser interrogados por él sobre su predicación y su
profesión de fe (Act 16,20; 17,6).
67 Y le dijeron: Si tú eres el ungido, dínoslo. Él les respondió: Si
os lo digo, no creeréis, 68 y si os pregunto, no responderéis. 69 Pero
desde ahora, el Hijo del hombre estará sentado a la diestra del poder
de Dios.
El consejo de los ancianos formula a Jesús la pregunta decisiva que interesa a todo el
pueblo, al pueblo de Dios: ¿Es Jesús de Nazaret el ungido, el Cristo, el Mesías enviado por
Dios, al que mira la historia de la salvación, del que depende la salvación de Israel y de las
naciones? Él «pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo» (Act
10,38); habló como un profeta poderoso. ¿Cómo se ha de explicar esto? El pueblo lo
aclamó como Hijo de David, lo vitoreó como salvador de los últimos tiempos. ¿Quién es,
pues? ¿Qué dice él de sí mismo? Lo que pregunta el consejo de los ancianos del pueblo es
algo que no puede pasar por alto, que no puede menos de preguntarse Israel, el mundo y
quienquiera que haya tenido noticia del mensaje de Jesús y de la historia de la salvación
quienquiera que crea que Dios no ha dejado al hombre abandonado a sí mismo.
FE/CONDICION Jesús no responde negativamente a la pregunta de los sanedritas, pero
tampoco afirmativamente. No quiere contestar a la pregunta porque los que la formulan no
tienen intención de creer. Si os lo digo, no creeréis. El consejo de los ancianos formula la
pregunta, no por ansia de salvarse, sino porque quiere obtener un motivo de acusación
para un proceso político ante Pilato. El título de ungido (Mesías) tenía resonancias políticas
nacionales: del Mesías se espera que arroje del país a la potencia romana ocupante y que
restablezca la libertad política. ¿Para qué ha de profesarse Jesús ante ellos como el
Mesías. si ellos no quieren creer, sino únicamente utilizar su profesión para entregarlo a las
autoridades romanas? Para poder reconocer a Jesús de Nazaret por Mesías, el salvador
enviado por Dios, es necesario creer en él. Ahora bien, sólo llega a la fe en Cristo el que se
plantea la pregunta acerca de Cristo con un deseo sincero de salvarse. Sin la buena
voluntad de aceptar la palabra de Cristo y de marchar por su camino, no puede tampoco
hallarse un camino para la fe. Al que plantea la cuestión de Cristo para entregarlo y
acusarlo, o únicamente por mero deseo de saber, pero no para seguirlo y dejarse guiar por
El, se le cierra el camino que lleva a la verdadera fe.
Jesús había intentado inducir a los sanedritas a responder a la pregunta que ellos
mismos le plantean. Él había planteado la pregunta acerca de la autoridad del Bautista y
con ello quería llevarlos a comprender su propia misión (20,1-8). Él mismo planteó la
cuestión acerca del sentido de las palabras misteriosas del Salmo: «Dijo el Señor a mi
Señor...» (20,41-44), y trató de introducirlos en el sentido de la filiación davídica y de su
relación con Dios, pero ellos no dieron respuesta aIguna. No porque no pudieran dar
respuesta a la pregunta, sino porque no querían reconocer lo que entrañaba la respuesta a
su pregunta. La cuestión de Cristo se dirige al hombre entero, no sólo a su inteligencia, sino
también a su voluntad. Significa para el hombre un cambio en su vida; es una pregunta
existencial. Quien quiera dar a la pregunta una respuesta como la exige Cristo, tiene que
estar dispuesto a dar marcha atrás, a convertirse, a negarse a sí mismo, a seguir a Cristo.
¿Quién es Jesús, que en calidad de preso comparece ante el consejo supremo? A la
pregunta que se le formula responde con una palabra de la revelación: Desde ahora, el
Hijo del hombre estará sentado a la diestra del poder de Dios. Jesús habla del Hijo del
hombre de la visión de Daniel: «Seguía yo mirando en la visión nocturna, y vi venir en las
nubes del cielo a un como hijo de hombre... Fuele dado el señorío, la gloria y el imperio»
(/Dn/07/13s). Este Hijo del hombre se sentará a la diestra del poder de Dios, a la diestra de
Dios, que viene designado como poder (Mc 14,62). Con las palabras de Daniel sobre el
Hijo del hombre se asocian las del Salmo 110 (109) 1: «Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a
mi diestra.» Desde ahora, el Hijo del hombre tendrá participación en la gloria de Dios. ¿Qué
quieren significar estas palabras misteriosas, reservadas, sobre el Hijo del hombre? ¿Por
qué habla Jesús de él en el momento en que los judíos le plantean la pregunta de si es él el
Mesías? Él mismo se profesa Hijo del hombre. Cuando hablaba de su futura pasión y
muerte, hablaba siempre del Hijo del hombre (Mc 8,31; 9,31; 10,33s (Lc18,32s); Lc 17,25).
Desde ahora, que está él ante el tribunal y va a ser condenado a muerte, entra en la gloria
de Dios. Jesús reivindica la dignidad de Mesías, y Dios mismo legitimará esta reivindicación
cuando lo eleve al rango de Hijo del hombre. Todo escándalo a que dé pie el abatimiento
de Cristo y que hará imposible a los judíos reconocerlo como Mesías, sobre todo el
escándalo que proviene de su pasión y muerte de cruz, es eliminado con esta palabra de la
revelación. Jesús es el Mesías pero no el Mesías como se lo imagina el sanedrín, sino el
Mesías que recibirá poder y gloria divina cuando haya recorrido el camino de la condena y
de la muerte.
Marcos refiere la confesión de Jesús con estas palabras: «Veréis al Hijo del hombre
sentado a la diestra del poder y viniendo entre las nubes del cielo» (Mc 14,62). Lucas omite
«veréis»; los sanedritas no lo verán; el Cristo exaltado no será visible a todos, y la venida
del Exaltado no es ya tan inminente, que la hayan de ver los sanedritas. Lucas omite
también «viniendo entre las nubes del cielo». La Iglesia perseguida y martirizada no sólo
necesita saber que Cristo vendrá, sino sobre todo recapacitar que él, en su calidad de
Exaltado, está dotado del poder de Dios y reina juntamente con Dios. A este Cristo mira
Esteban, el mártir, y de él recibe fuerza para soportar la muerte de mártir: «Veo los cielos
abiertos y al Hijo del hombre que está a la diestra de Dios» (Act 7,56).
70 Todos dijeron: Por consiguiente, ¿tú eres el Hijo de Dios? Él les
respondió: Pues sí, yo lo soy. 71 Ellos exclamaron: ¿Qué necesidad
tenemos ya de testimonio? ¡Nosotros mismos lo hemos oído de su
boca!
Los judíos han comprendido que Jesús habla de sí mismo. Se llama a sí mismo Hijo del
hombre y participa del poder y realeza de Dios. Sus adversarios sacan la conclusión y
preguntan: Por consiguiente, ¿tú eres el Hijo de Dios? Los judíos utilizaban el título de
Hijo de Dios en el sentido de una investidura de un cargo y de una transmisión de
soberanía. Lo que formuló Jesús con palabras de Daniel y del Salmo: «Fuele dado el
señorío, la gloria y el imperio» y «Siéntate a mi diestra», lo compendian los sanedritas en la
palabra «Hijo de Dios» (*).
Antes de responder Jesús a la pregunta recuerda que la convicción de los judíos
proviene de su propia palabra reveladora. Lo que no habían hecho antes en la discusión
con él acerca de su autoridad y de su exposición del Salmo 110(109), lo expresan ahora. La
pregunta sobre la filiación divina sustrae la mesianidad de Jesús a la atmósfera política y la
sitúa en la religiosa. «Cristo» (Mesías o ungido) es expresión que podía tener resonancia
política, puesto que los reyes eran ungidos (**), mientras que el título de «Hijo de Dios»
permanece, incluso para el mundo pagano, dentro de la esfera religiosa. Por esto da Jesús
un testimonio inconcluso: Yo lo soy. La palabra que él profiere era también la fórmula de la
revelación de Dios en la zarza ardiente (Ex 3,13) (Cf. Is 43,10; Jn 8.58s; 13,19). Para la
predicación ante judíos y gentiles tenía importancia quitar al título de Cristo las
implicaciones políticas y nacionales.
Según Marcos, la pregunta del sumo sacerdote rezaba así: «¿Eres tú el ungido, el Hijo
del Bendito?» (Mc 14,61). Lucas deshizo en dos la pregunta única, aunque sin establecer
entre los dos títulos una diferencia esencial, ungido e Hijo metafísico (esencial) de Dios.
Para el sumo sacerdote y también para Lucas, los títulos «ungido» e «Hijo de Dios» son
conceptos equivalentes. Pablo predica en la sinagoga de Damasco sobre Jesús: «Éste es
el Hijo de Dios» (Act 9,20); hablando de esto los Hechos de los apóstoles, pueden decir
también: Afirmaba que «éste era el ungido» (9,22). El título de «Hijo de Dios» explica el de
Cristo, Mesías.
J/HIJO-DE-D:Cuando los hombres del consejo supremo formularon a Jesús la pregunta
de si era Hijo de Dios, no podían todavía darse plena cuenta de las profundidades de este
título. Pensaban que Dios da al Mesías la investidura de cosoberano y la participación en
su poder y soberanía; por eso lo llamaban Hijo de Dios (hijo adoptivo). Antiguos textos de la
Iglesia veían también en primer lugar esta participación de Jesús en la gloria de Dios
cuando lo llamaban Hijo de Dios. «Dios suscitó a Jesús, como ya estaba escrito en el salmo
segundo: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy» (Act 13,33). Dios hizo a Jesús,
después de la resurrección de los muertos, Hijo de Dios. En una confesión de Cristo, que
Pablo puso al comienzo de la carta a los Romanos, se dice: Dios constituyó a Jesús «Hijo
de Dios con poder... a partir de su resurrección de entre los muertos» (Rom 1,4). Pero esto
no era todo. En la antigua Iglesia se reconoció que Jesús era Hijo de Dios también durante
su existencia terrena. La palabra de Dios en el bautismo y en la transfiguración da
testimonio de ello (3,22; 9,35). Jesús, desde el primer momento de su existencia terrena,
desde su concepción en el seno materno por el Espíritu Santo, es Hijo de Dios: «Por eso, el
que nacerá será santo, será llamado Hijo de Dios» (1,35). Dios ha introducido
gradualmente a la Iglesia en el profundo misterio de la filiación divina de Jesús. Con esta
penetración gradual, por tanteos, en la persona de Jesús, ¿no se nos muestra con mayor
claridad la grandeza de su persona y de su misión, que cuando decimos a manera de
fórmula: «Creo en Jesucristo, su único Hijo»? ¡Qué profundidades se encierran en estas
palabras: «Hijo único de Dios»!
Son tres los títulos que Cristo reconoce: ungido, (Cristo o Mesías), Hijo del hombre,
Hijo de Dios. Jesús no se atribuye directamente ni el título de Mesías, ni el de Hijo de
Dios. Sólo se llama Hijo del hombre, y esto sólo veladamente, como si hablara de otro. Con
el título de Hijo del hombre asocia el camino de la pasión a la gloria. Esto es lo más propio y
primigenio de la revelación que nos hace de sí mismo, a saber, que él, a través de la
muerte, se eleva a la gloria de reinar junto a Dios.
La confesión de Cristo ante el sanedrín es un compendio de cristología. Tiene su fuente
en la confesión de Jesús. Lo que dijo Jesús a sus apóstoles en el camino de Jerusalén, lo
que enseñó en el templo delante del pueblo, lo proclama ahora con toda publicidad ante la
representación oficial del pueblo. A los discípulos había dicho en presencia de las
multitudes: «Todo lo que dijisteis en la oscuridad, será oído a plena luz, y todo lo que
hablasteis al oído, en las habitaciones más escondidas, será proclamado desde las
terrazas» (12,3). También en él se cumple esto cuando hace su profesión delante del
sanedrín. Jesús da su testimonio ante el tribunal del consejo supremo. Para siempre será
en la Iglesia el modelo del mártir. «Se apoderarán de vosotros y os perseguirán: os
entregarán a las sinagogas y os meterán en las cárceles... Esto os servirá de ocasión para
dar testimonio» (21,12s).
Les sanedritas confirman que la palabra de Jesús era testimonio para ellos: «¿Qué
necesidad tenemos ya de testimonio?» En la profesión de que Jesús es Hijo de Dios ven
confirmado que él es el Mesías. La profesión de Mesías la toman ellos en sentido político.
Se ha logrado el fin. La entrega a las autoridades romanas está legitimada y promete éxito.
El testimonio sobre Cristo es una espada de dos filos: «Porque aroma de Cristo somos para
Dios, tanto en los que se salvan, como en los que se pierden: en éstos, fragancia que lleva
de muerte a muerte; en aquéllos fragancia que lleva de vida a vida» (2Cor 2,15s).
...............
* El título de «Hijo de Dios; se emplea aquí en el sentido de investidura de cargo y transmisión
de soberanía,
no en el sentido de la naturaleza divina
** Cf. el artículo UNCIÓN en J. Dheilly, Diccionario bíblico Herder. Barcelona 1970, p. 1249.
Nota del traductor.
...............
1. ANTE PILATO
(Lc/23/01-05)
PILATO
1 Se levantó, pues, toda la asamblea en pleno, y lo llevaron ante
Pilato. 2 Y comenzaron a acusarlo: Hemos encontrado a este hombre
pervirtiendo a nuestro pueblo, prohibiendo pagar los tributos al César
y diciendo que él es rey, el Mesías.
Según el estilo judío de Palestina, en los asuntos oficiales aparece siempre ante las
autoridades romanas un contingente masivo de dignatarios. Se quiere hacer presión en
Pilato. Algo análogo sucede a Pablo en Corinto: «Era entonces procónsul de Acaya, Galión.
Y amotinados los judíos contra Pablo, lo condujeron al tribunal, diciendo: Este hombre anda
incitando a todos a dar culto a Dios en forma contraria a la ley» (Act 18,12). La pasión de
Cristo ha de levantar los ánimos de los cristianos: si son perseguidos como Jesús, no les
sucede nada extraño.
En las grandes fiestas, el procurador, que reside en Cesarea marítima, va a Jerusalén y
se aloja en el palacio de Herodes, en el ángulo nordeste de la ciudad (*). Allí parece haber
sido conducido también Jesús. Al tribunal romano no le interesan cuestiones religiosas (Act
18,14s; 23,29; 25,18ss). Por esto, la acusación contra Jesús debe formularse
políticamente, y las reivindicaciones religiosas de Jesús deben interpretarse también
políticamente: su predicación ambulante se explica como subversión del pueblo, su
reivindicación de mesianidad (Mesías, Cristo, ungido), como alta traición. Contra el
emperador romano, que en Oriente es denominado rey. Con estos manejos nacionalistas
que se echan en cara a Jesús, se le hace aparecer marcado con el sello de afiliado al
movimiento de los zelotas. Por esta razón debe también, por motivos religiosos, oponerse a
que se pague el tributo al César, aunque de palabra hubiera respondido en otro sentido a
esta cuestión. Lo que Jesús había evitado constantemente, no se le toma en cuenta; se le
echa en cara aquello a que se había opuesto. La acusación se basa en sofismas y en
embustes. Como ahora «toda la asamblea» de los sanedritas incita al procurador contra
Jesús, así también más tarde los manejos calumniosos de los judíos incrédulos inducirán a
las autoridades a proceder judicialmente contra los cristianos. «Les judíos instigaron a las
mujeres devotas y distinguidas y a los principales de la ciudad, y levantaron una
persecución contra Pablo y Bernabé, arrojándolos de sus confines» (Act 13,50) (Cf.
también Hch 14.19; 17, 5-8; 17,13; 18,12s; 24,1). La Iglesia carga con la suerte de Cristo, y
esto le comunica alientos.
...............
* Varían las opiniones acerca del lugar donde Jesús compareció ante el tribunal romano: en el
palacio de
Herodes o en la torre Antonia (donde comienza tradicionalmente la calle de la amargura).
...............
3 Entonces Pilato le preguntó: ¿Eres tú el rey de los judíos? Él
contestó: Tú lo dices.
El procurador instituye un interrogatorio (23,14); de las tres acusaciones elige la
fundamental: Jesús es rey. Pilato formula la pregunta como corresponde al procurador
romano y como se la han insinuado los acusadores: en sentido político, secularizada. Se
evita la palabra Mesías (ungido, Cristo). ¿Jesús, rey de los judíos ? ¿Rey en sentido
político? ¿Rey en el sentido de los zelotas, que querían sacudir por la fuerza la dominación
romana? Si Jesús formula la pretensión de ser rey político de los judíos, entonces, tarde o
temprano, él y sus adeptos acabarán por rebelarse contra Roma y negarse a pagar los
impuestos. Todos los que después de Jesús formularon pretensiones mesiánicas siguieron
personalmente este camino o indujeron a seguirlo a sus adeptos. ¿Pero la pretensión
mesiánica tiene sólo sentido político? Jesús esquiva dar una respuesta clara: Tú lo dices,
no yo. Estas palabras quieren hacer reflexionar. El procurador romano piensa sólo
políticamente, entiende el título de Cristo sólo en sentido político. En este sentido no es
Jesús rey de los judíos. «Tú lo dices» no quiere negar totalmente el título de rey. Jesús
es el ungido, el Cristo, el Mesías, es el rey, pero... en otro sentido. Entró en Jerusalén como
rey mesiánico, montado sobre un asno. Viene a Jerusalén, pero no ocupa la ciudad, sino el
templo. Ejerce su soberanía con autoridad, pero enseñando. En Lucas está insinuado lo
que la defensa de Jesús formula explícitamente en Juan: «Mi reino no es de este mundo. Si
mi reino fuera de este mundo, mis guardias habrían luchado para que no fuera yo
entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí... Tú dices que yo soy rey. Yo para esto
he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad» (Jn 18,36s).
4 Dijo luego Pilato a los sumos sacerdotes y al pueblo: Yo no
encuentro delito alguno en este hombre. 5 Pero ellos insistían con
más ahinco: Está amotinando al pueblo con la que enseña por toda
judea, desde que comenzó por Galilea hasta llegar aquí.
Los principales acusadores de Jesús son los sumos sacerdotes, los sacerdotes
influyentes del sanedrín; a ellos les siguen las gentes del pueblo, una masa que se había
reunido para asistir al proceso. Pilato declara a Jesús inocente del delito de que se le
acusa. Recela de la fidelidad de los judíos al emperador, y por el interrogatorio de Jesús
comprende que son ajenas a él las miras políticas; se hizo sin duda cargo de la esfera
religiosa, en la que tenía sus raíces la acusación (cf. Jn 18,38). No quiere mezclarse en
asuntos y disputas religiosas (cf. Act 18,14s).
Se intensifica la presión sobre Pilato mediante la masa y con la tenaz repetición de las
acusaciones. Con una técnica semejante se había ya una vez ablandado a Pilato y se le
había forzado a ceder. Ahora se pone en primer término la subversión del pueblo. Se ha
tocado directamente la esfera de poder del procurador y del Estado romano: Judea. Los
intentos comenzaron en el foco de los disturbios políticos, en Galilea. Allí estalló también la
revuelta de Judas el Galileo (6 d.C.). Entonces desempeñó un importante papel el censo de
la población ordenado con vistas al pago de los impuestos (cf. Act 5,37). Jesús no es una
figura anodina. Viene del país de los rebeldes. Fascina a las gentes por toda Palestina,
hasta el territorio de la jurisdicción de Pilato. El éxito religioso de Jesús se presenta, con
todos los medios, como éxito político, a fin de que se acabe con él.
(_MENSAJE/03-2.Págs. 260-274)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 49
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE:EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (49)
·ALOIS-STÖGER
2. ANTE HERODES
(Lc/23/06-12)
HERODES/PILATO
PILATO/HERODES:
6 Al oír esto Pilato, preguntó si aquel hombre era galileo, 7 y cuando
se enteró de que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, lo mandó a
Herodes, que también estaba en Jerusalén por aquellos días.
Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, era príncipe vasallo de Roma y gozaba de autoridad
judicial soberana. Jesús, que procedía de Galilea y que además había iniciado allí, por lo
menos en parte, el «delito» que se le echaba en cara podía ser remitido al tribunal del señor
de su región por el procurador de Judea. Entonces Herodes, por razón de la fiesta de
pascua, se hallaba en Jerusalén. Solía alojarse en el palacio de los Asmoneos, al oeste del
templo. Allá es remitido el acusado. La nueva vista de la causa daría lugar por lo menos a
que se pronunciase un dictamen judicial o a que se fallase una sentencia decisiva (Act
25,13ss). Pilato quería desentenderse de aquel proceso molesto. Quizá esperaba también
con este gesto de reconocimiento de Herodes reparar algunas provocaciones con que
había ofendido al insignificante príncipe semita, que gozaba del favor del emperador. El
Evangelio no investiga las razones políticas y psicológicas de esta medida, limitándose a
señalarla por su significado en la historia de nuestra salvación. En tiempo de persecuciones
oraba así a Dios la Iglesia de Jerusalén: «Señor, tú eres el que hizo el cielo y la tierra, el
mar y todo cuanto en ellos hay. Tú, el que en el Espíritu Santo, por boca de nuestro padre y
siervo tuyo David, dijiste: ¿Por qué se amotinaron las naciones y los pueblos maquinaron
cosas vanas? Se han juntado los reyes de la tierra y los príncipes se han confabulado
contra el Señor y contra su ungido. Porque en verdad se confabularon en esta ciudad
contra tu santo siervo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato con los gentiles y
tribus de Israel, para hacer lo que tu mano y tu designio tenía predeterminado que
sucediera. Ahora, pues, Señor, mira sus amenazas y concede a tus siervos anunciar con
toda entereza tu palabra, alargando tu mano para que se hagan curaciones, señales y
prodigios mediante el nombre de tu santo siervo Jesús» (Act 4,24-30). Herodes y Pilato,
judíos y gentiles son culpables respecto a Jesús, Señor del mundo. Sin embargo, no
pueden eliminar a Jesús, sino que tienen que cooperar para que Dios le dé el señorío del
mundo. La Iglesia amenazada y perseguida cobra fuerzas de la pasión de Jesús. En el
discurso escatológico se predice que los discípulos serán llevados por el nombre de Jesús
ante reyes y gobernadores (21,12); Jesús pasó anteriormente por ello. La Iglesia
perseguida lleva consigo la persecución de Jesús. Su martirio tiene su razón de ser en el
designio de Dios por el que también se hace comprensible el martirio de Jesús. Los
cristianos, los siervos de Dios, están asociados con el santo siervo de Dios, Jesús, el que
Dios ungió; están asociados con él en la persecución y en la gloria.
8 Al ver Herodes a Jesús, se alegró mucho; porque desde hacía
bastante tiempo estaba deseando verlo por lo que había oído acerca
de él, y hasta esperaba verlo hacer algún milagro. 9 Hízole, pues,
muchas preguntas; pero él nada le respondió.
SENSACION/RAZON: El tetrarca de Galilea es caprichoso, condescendiente con
jovialidad, religiosamente indiferente, hombre de mundo, amigo de construcciones
fastuosas y de banquetes opíparos, un hombre que quiere vivir tranquilo, diplomático astuto
que va en busca de sensación, algo así como son caracterizados los atenienses: «Los
atenienses... no se ocupan en otra cosa que en decir u oír la última novedad» (Act 17,21).
Herodes se alegra al ver a Jesús. Espera ver algún milagro del taumaturgo. Los
prestidigitadores entretienen al público de la corte con sus juegos de manos. Jesús
proporcionará a Herodes un cosquilleo divertido... Pablo experimentará algo parecido en el
Areópago por parte de los filósofos epicúreos y estoicos: «Tú traes algo que suena extraño
a nuestros oídos. Nos gustaría saber lo que esto quiere decir» (Act 17,19s). Los más
santos designios de Dios se rebajan al nivel de sensaciones. También esto es
persecución...
Jesús no responde con palabras ni con obras. Sus milagros son signos del reino de Dios
que se inicia. Su palabra es mensaje profético que llama a la decisión de fe y sitúa ante la
alternativa de salvación o ruina, de vida o muerte. El poder de hacer milagros y la palabra
no se han dado a Jesús para su propia utilidad. Contra tal oferta del tentador se decidió
también Jesús al comienzo de su actividad (4,1-13). Tampoco ahora cae en la tentación,
ahora que se halla ante la decisión por la libertad o la condenación. Quien pide signos, por
el mero gusto de ver, se marcha con las manos vacías (9,9; 8,19ss). Quien reclama signos
no recibe otro que la predicación de conversión y penitencia (1 1,29ss).
El silencio de Jesús es señal del siervo de Yahveh «Como cordero llevado al matadero,
como oveja muda ante los trasquiladores» (Is 53,7). El silencio es para los griegos signo de
la divinidad: el silencio, símbolo de Dios. Bajo este silencio no se oculta la impotencia, que
aguarda el día de la venganza, sino la callada obediencia a los designios de Dios.
10 Entre tanto, los sumos sacerdotes y las escribas estaban allí, acusándolo con
vehemencia. 11 Entonces Herodes, con su escolta, después de tratarlo con desprecio y de
burlarse de él, mandó ponerle una vestidura espléndida y lo devolvió a Pilato.
J/RIDICULIZADO: Los sanedritas de Jerusalén podían temer que el príncipe galileo
interviniera en favor del galileo Jesús y desbaratara sus planes de acabar con él. El tetrarca
gustaba ya de oír en otro tiempo al Bautista (Mc 6,20) y se había interesado por Jesús
(9,9). Las acusaciones se hacen violentas. La fuerza persuasiva que falta se suple con
tenacidad y obstinación. También la sesión ante Herodes se cierra con sentencia
absolutoria. Jesús es más ridículo que peligroso, más un soñador ajeno a la realidad, que
un rebelde político; candidato a la corona, pero no rey; un quijote, pero no un
revolucionario. Herodes manda poner a Jesús una vestidura espléndida, una toga cándida.
Jesús lleva ahora la vestidura de pretendiente. Es declarado candidato ridículo al trono, y
como tal es ridiculizado.
La reivindicación de realeza de Jesús, que no se acredita con poder y esplendor regio
(cf. Jn 18,36), como piensan los hombres, no se toma en serio, es ridiculizada,
caricaturizada. Un pobre loco... Un idealista ajeno a la realidad... Escándalo para los judíos,
locura para los gentiles... (/1Co/01/23).
12 Y aquel mismo día, Herodes y Pilato, que antes estaban
enemistados entre sí, se hicieron amigos.
Pilato había hecho colocar escudos votivos en su palacio de Jerusalén. Los judíos veían
en ello una provocadora profanación de la ciudad santa mediante signos paganos. Una
embajada judía se presentó en Roma ante el emperador Tiberio con quejas contra Pilato.
En esta embajada había tomado parte también Herodes Antipas. Esta pudo ser una razón
de la enemistad. Remitiendo a Jesús al tribunal de Herodes reconoce Pilato públicamente
la soberanía de Herodes y entabla así de nuevo relaciones normales con el tetrarca. El
Evangelio ve en esta reconciliación aspectos de historia de la salud. Herodes y Pilato,
judíos y paganos, se reúnen en Jerusalén contra el santo siervo de Yahveh, al que Dios ha
ungido como Mesías. Judíos y paganos declaran su inocencia, pero al mismo tiempo se
hacen culpables contra él. Comienza ya la gran obra de la unión, que se consuma cuando
Jesús es exaltado y glorificado (cf. Is 49,7-13). Jesús «es nuestra paz» (Ef 2,14).
3. CONDENADO
(Lc/23/15).
13 Entonces Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y
al pueblo, 14 y les dijo: Me habéis traído a este hombre como
agitador del pueblo; pero ya véis que yo, tras haber hecho la
investigación delante de vosotros, no encontré en él delito alguno de
esos que le acusáis. 15 Ni tampoco Herodes, por lo cual nos lo ha
devuelto. Por consiguiente, ya véis que no ha hecho nada que
merezca la muerte. 16 Así que le daré un escarmiento y lo pondré en
libertad.
La masa ante la cual celebra el proceso Pilato ha aumentado aún más. Pilato ha
convocado a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo. En un principio estaba la entera
asamblea de los sanedritas (y la guardia, 23-1), luego los sumos sacerdotes y el pueblo
(2,4), ahora los sumos sacerdotes y los jefes (los ancianos o miembros restantes del
sanedrín, descontando sacerdotes y el pueblo -pueblo de Dios-, que hasta ahora estaba
del lado de Jesús. El entero pueblo judío tiene que habérselas con Jesús. Se halla ante su
gran decisión histórica. Herodes y Pilato se confabulan con los gentiles y el pueblo de Israel
para hacer lo que ha prefijado la mano de Dios y su poderoso designio.
J/FLAGELACION: Pilato proclama el resultado del proceso. La acusación se compendia
en un punto: agitación del pueblo contra el Estado romano. La investigación ha conducido a
la conclusión de que la acusación no está justificada. La vista de la causa se ha efectuado
ante el pueblo con plena publicidad. Todos podían convencerse de que Pilato no había
obrado ilegalmente. La sentencia de Pilato se ve confirmada también por la de Herodes. El
veredicto reza así: Jesús no ha cometido ningún delito digno de muerte. La inculpabilidad
política de Jesús indica que la causa que sostiene no va contra los intereses del Estado. La
sentencia era de importancia fundamental para la Iglesia que se iba propagando en el
imperio romano. El Estado romano conoce y reconoce lo inofensivo de la acción y del
mensaje de Jesús. El juez conoce los sentimientos y la voluntad de los sumos sacerdotes y
de la masa que los sigue. Se declara pronto a hacer una concesión. Antes de dejar en
libertad a Jesús, será sometido a la pena de azotes (Mc 15,15). La flagelación se efectúa
de una manera bárbara. Se despoja de los vestidos al reo, se lo ata a un poste o a una
columna, o se lo tendía en el suelo, y luego era azotado por varios verdugos hasta que
estos se cansaban, o colgaba la carne en jirones del cuerpo ensangrentado. Por lo regular
acompañaba la flagelación a la crucifixión (Mc 15,15). Pilatos quiere ordenarla como castigo
separado (Jn 19,1-5). Lucas evita la palabra «azotar», tampoco habla de la ejecución de
este castigo. Tiene consideración con los romanos. Pilato sucumbe a la obstinación de la
masa y se lanza así por un camino fatal. Se convierte en instrumento del sanedrín, que
quiere acabar con Jesús. El sanedrín tiene mayor culpa que Pilato (Jn 19,11).
17 En cada fiesta tenía que soltarles un preso. 18 Pero ellos
comenzaron a gritar todos en masa ¡Fuera con él! ¡Suéltanos a
Barrabás! 19 A éste lo habían metido en la cárcel por un motín
ocurrido en la ciudad y por un homicidio.
El procurador tenía que libertar un preso en la fiesta de la pascua. Esto se debía, sin
duda, a un privilegio que los romanos habían otorgado a los judíos (*). La masa lanza el
nombre de Barrabás en medio del proceso. Este hombre había combatido por la
independencia, había amotinado al pueblo y en una revuelta había cometido un homicidio.
Es culpable precisamente de eso de que los sanedritas acusan a Jesús. Sin embargo se
pide la libertad del revoltoso y homicida y se exige que se elimine violentamente a Jesús.
Después de la resurrección dirá Pedro a los judíos: «El Dios de Abraham, de Isaac y de
Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su siervo Jesús, a quien vosotros
entregasteis y negasteis en presencia de Pilato, mientras éste se inclinaba a dejarlo en
libertad. Vosotros, pues, negasteis al santo y al justo, y pedisteis que se os hiciera gracia
de un asesino» (/Hch/03/13s). Los marcados contrastes son tremendamente trágicos. El
pueblo se decide contra el santo y justo en favor de un revoltoso sin escrúpulos; contra el
autor de la vida que guía a la vida, en favor de uno que destruye la vida.
...............
* Se puede discutir la autenticidad del v. 17; seguramente se tomaría de Mc 15,6, y se
insertaría aquí para
mejor inteligencia del hecho. Diversas indicaciones en el Talmud y en textos jurídicos paralelos
confirman
este uso transmitido en los Evangelios.
...............
20 Pilato, deseoso de poner en libertad a Jesús, les dirigió de
nuevo la palabra. 21 Pero ellos seguían gritando: ¡Crucifícalo,
crucifícalo! 22 Insistió Pilato por tercera vez. ¿Pues qué mal ha
hecho éste? Yo no he encontrado en él ningún delito de muerte; así
que le daré un escarmiento y lo pondré en libertad.
Desde la acusación de alta traición está la pena de muerte en el trasfondo del proceso,
se reclama luego abiertamente (23,18), y al final se determina bajo la forma de crucifixión
(23,21). En el derecho romano se consideraba la alta traición como delito capital y se
castigaba según los casos con la cruz, con la entrega a las fieras en el circo o con la
deportación a una isla. Los miembros dirigentes del consejo supremo de los judíos traman
para Jesús la muerte en cruz. Hay que acabar absolutamente con él. El que muere
crucificado pierde la vida, la honra, la existencia delante de Dios. La Escritura dice: «Es
maldito el que está colgado» (Dt 21,23; cf. Gál 3,13).
Por tercera vez reconoce Pilato la inocencia de Jesús (23,4.13-16.22). Las declaraciones
de inculpabilidad van in crescendo: la primera es el resultado de la investigación de Pilato,
la segunda es además apoyada por Herodes, la tercera tiene lugar en presencia del
rebelde y homicida. Así aparece un hombre que ha perpetrado eso por lo cual es acusado
Jesús... ¿Pues qué mal ha hecho éste, Jesús? Ecce homo (Jn 19,5).
Cada vez que Pilato declara la inocencia e inculpabilidad de Jesús se endurece la actitud
de la muchedumbre. Los sumos sacerdotes y el pueblo persisten en la resistencia (22,5), el
pueblo entero grita (sin interrupción): ¡Crucifícalo! (22,18). Ininterrumpidamente gritan a lo
que dice Pilato: ¡Crucifícalo, crucifícalo! Tres veces intenta Pilato ganarlos para su
sentencia. Lo remite al tribunal de Herodes (22,7); quiere escarmentarlo (22,16); repite esta
cruel solución de compromiso (22,22). No los jueces romanos, sino las multitudes de los
judíos, que acusan a Jesús ante su tribunal, son las que empujan a la muerte a Jesús.
Lucas no sitúa en el campo visual la débil condescendencia, la deficiencia e injusticia de
Pilato, sino la creciente obstinación de los enemigos de Cristo. Ahora se colma la medida
de la oposición a Dios. Dando una mirada retrospectiva a la historia del proceder de Dios
con su pueblo, saca Esteban la siguiente conclusión en su discurso ante el consejo
supremo: «¡Gentes de dura cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos! Siempre estáis
resistiendo al Espíritu Santo. Como vuestros padres, igual vosotros. ¿A quién de entre los
profetas no persiguieron vuestros padres? Hasta dieron muerte a los que preanunciaban la
venida del Justo, de quien vosotros ahora os habéis hecho traidores y asesinos» (Act
7,51s).
23 Pero ellos insistían, pidiendo a grandes voces que fuera
crucificado, y su griterío se hacía cada vez más violento.
Pilato sucumbe ante el griterío fanático de las masas. Los acusadores lo dominaban con
su griterío; él sucumbió a sus fanáticas exigencias. Su griterío se impuso. El furioso gritar
aparece casi despersonalizado. En este griterío confuso actúa el poder de las tinieblas.
Tras la masa del pueblo y sus dirigentes combate el poder de las tinieblas contra el Señor
de la gloria (22,53; cf. lCor 2,6ss).
24 Por fin, Pilato decretó que se ejecutara lo que ellos pedían. 25
Puso, pues, en libertad al que ellos reclamaban, al que había sido
encarcelado por motín y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de
ellos.
Las palabras no contienen una sentencia expresa de muerte del juez Pilato. Indicios no
faltan de que tal sentencia fue fallada de hecho. Pilato se sentó en el tribunal para dictar la
sentencia (Jn 19,13). La tabla en que se notificaba la culpa indica que Jesús fue
condenado por alta traición (23,38). La ejecución de la condena fue llevada a cabo por
soldados romanos (23,47). ¿Por que se expresa Lucas de una manera tan velada: «Pilato
lo entregó al arbitrio de ellos»? La voluntad de los judíos que estaban ante el tribunal de
Pilato era que Jesús fuera crucificado. Pedro declara en su primer sermón el día de
pentecostés: «Hombres de Israel, oíd estas palabras: a Jesús de Nazaret, hombre
acreditado por Dios ante vosotros con milagros, prodigios y señales que por él realizó Dios
entre vosotros, como bien sabéis; a éste, entregado según el plan definido y el previo
designio de Dios, vosotros, crucificándolo por manos de paganos, lo quitasteis de en
medio» (Act 2,22s) (Cf. también Hch 2,36; 3,15; 5,30; 7,52; 13,27s; 1Ts 2,14ss). La culpa
más profunda de la crucifixión de Jesús recae sobre los dirigentes judíos y el pueblo de
Jerusalén, que con su griterío se prestó como instrumento al odio de aquéllos. No se puede
hablar de culpa colectiva de todos los judíos. En la parábola de los viñadores malvados
patentiza Jesús la culpa de los escribas y pontífices en su muerte (20,16.19). A los
habitantes de Jerusalén se predice la destrucción de su ciudad, porque ésta no ha
aceptado y reconocido la misericordiosa visita de Dios por medio de Jesús (19,43ss). La
voluntad de los judíos que estaban delante de Pilato era que Jesús fuera crucificado.
El procurador romano entrega a Jesús. Había hecho todo lo imaginable por establecer la
inculpabilidad política de Jesús. La masa de pueblo judía, bajo la guía de los sanedritas, lo
forzó con todos los medios a condescender. Pilato queda en gran manera descargado. Al
evangelista, al hacer su exposición, no le interesa precisamente investigar la culpa por la
ejecución de Jesús y repartirla equitativamente. Para la misión de la Iglesia era más
importante poner a plena luz el testimonio del juez romano, a saber, que Jesús y su causa
no son sospechosos políticamente ni peligrosos para el Estado. El Estado romano no tiene
motivo alguno para perseguir a la Iglesia, puesto que por razón de su fundador no tiene
veleidades ni aspiraciones de influencia política. Las autoridades romanas no deben
dejarse influenciar y engañar por las calumnias judías contra los apóstoles de Cristo,
propaladas por todas las ciudades del imperio romano, ni deben dar crédito a tales
patrañas.
I/PERSECUCION:PERSECUCION/I Para la Iglesia es siempre el proceso de Jesús un
documento que le muestra cómo debe comportarse frente al Estado. Es también un
documento por el que puede ver el Estado cómo ha de entender debidamente a la Iglesia.
Lo que experimentó Jesús ante el tribunal de Pilato levanta los ánimos de la Iglesia cuando
ésta se ve tratada por los poderosos y jueces de la tierra como Jesús fue tratado por Pilato.
Para no implicarse en dificultades políticas se entrega a Jesús, como más tarde los
procuradores romanos Félix y Festo estarán a punto de sacrificar a Pablo, entregándolo a
sus fanáticos adversarios (Act 24, 25ss; 25,9). El tiempo de la Iglesia es esencialmente
tiempo de pasión, cuyos aprietos y tentaciones sólo cesarán cuando venga el Hijo del
hombre. El Señor conforta a su Iglesia, porque él fue el primero en experimentar el destino
de ser condenado por alta traición y como causante de desórdenes, mientras que se dio
libertad al verdadero reo de alta traición y homicida.
La resolución de condenarle a muerte, adoptada por los sanedritas, puede realizarse. La
historia de cómo se realizó comenzó con la promesa de entregárselo hecha por Judas.
Termina con las palabras «y a Jesús lo entregó (Pilato) al arbitrio de ellos». La palabra
«entregar» caracteriza no sólo al principio y al fin del proceso de Jesús, sino a la pasión
entera; según las actas judías de procesos y de martirios, se entrega al mártir en manos de
los que han de atormentarlo y matarlo (Cf. también Hch 21,11; 28,17). La palabra
«entregar» expresa, juntamente con el acontecimiento histórico, también su interpretación.
La entrega no es sólo obra de hombres, sino en último término obra de Dios. El Señor lo
entregó por nuestros pecados (Is 53,12). En la entrega de Jesús a la voluntad de los judíos
se cumplió la propia voluntad de Dios revelada en la Escritura (24,26s) (Hch 2,23; 3,18;
13,27; 26,23). En el martirio no sólo se desencadena poder humano; se trata también de un
drama salvífico divino.
(_MENSAJE/03-2.Págs. 274-285)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 50
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE:EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (50)
·ALOIS-STÖGER
IV. LA MUERTE DE JESÚS (23,26-56).
El camino de Jesús hacia la muerte y su muerte misma se presentan de tal modo que
Jesús aparece ante la Iglesia como mártir. En el martirio se da conocimiento a la misión y la
vida de Jesús. El triunfo del martirio se manifiesta ya antes de que Jesús haya expirado. La
Iglesia perseguida experimenta con Jesús el poder en la impotencia de la muerte en el
martirio.
1. VÍA DOLOROSA
(Lc/23/26-32).
26 Cuando lo conducían, echaron mano de un tal Simón de Cirene,
que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara
detrás de Jesús.
Por lo regular, la sentencia se ejecutaba inmediatamente después de su promulgación.
De la ejecución se encargaba la guardia del procurador cuando imponía Pilato un castigo
militar. Lo conducían. Lucas no hace mención de los soldados romanos. Tampoco contó
cómo se habían burlado de Jesús (Mc 15,16s). No son los romanos los que cargan con la
culpa de los tormentos y de la ejecución de Jesús, por lo menos no cargan con la culpa
principal (Jn 19,11). El camino del palacio de Herodes hasta el lugar de la ejecución fuera
de las murallas de la ciudad (Mt 28,11; Jn 19,20) era de unos 300 metros. Pasaba por
calles animadas, pues la pena de crucifixión debía servir de escarmiento. Jesús llevaba,
como era corriente, el palo transversal de la cruz. El palo largo, el madero vertical, lo
aguardaba, clavado en tierra, en el lugar de la ejecución. El evangelista no habla de todo lo
que estaba implicado en este sencillo «lo conducían». Sólo pone de relieve lo que sirve
para animar a los mártires cristianos.
CIRINEO: En el camino echan mano de Simón de Cirene para que lleve la cruz de Jesús.
Lucas elige un término civil en lugar del militar empleado por Marcos (15,21): «lo
obligaron». Las tropas romanas de ocupación tienen derecho a enrolar a cualquiera para
servicios públicos. Lucas tiene consideración con los romanos; la ejecución de Jesús no
aparece como obra de los soldados romanos. Simón vuelve del campo, de su terreno que
había comprado quizá para cavar un sepulcro. Era judío de la diáspora, que venía de
Cirene -quizá para prepararse para la vida futura en la proximidad del templo; se creía, en
efecto, que la resurrección de los muertos comenzaría en el monte de Sión. Simón lleva la
cruz detrás de Jesús; con ello cumple lo que exige Jesús a sus discípulos: «El que quiere
venir en pos de mí (ser mi discípulo), niéguese a sí mismo, cargue cada día con su cruz y
sígame» (9,23). «Quien no lleve su cruz y viene tras de mí, no puede ser mi discípulo»
(14,27). El sentido del martirio cristiano consiste en llevar cada uno su propia cruz
juntamente con Cristo que lleva la cruz. También la cruz cotidiana, impuesta por la vida
cristiana con los imperativos del día -la Iglesia es Iglesia perseguida- forma parte del llevar
la cruz de Jesús.
27 Una gran muchedumbre de pueblo lo seguía, y también
mujeres, las cuales iban llorando y lamentándose por él. 28 Vuelto
Jesús hacia ellas, les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí;
llorad, más bien, por vosotras y por vuestros hijos. 29 Porque se
acercan días en que se dirá: ¡Dichosas las estériles!
¡Bienaventurados los senos que no engendraron y los pechos que no
criaron! 30 Entonces se pondrán a decir a los montes: Caed sobre
nosotros; y a los collados: Sepultadnos. 31 Porque, si esto hacen con
el leño verde, ¿qué no se hará con el seco?
El «pueblo», el pueblo de Dios, vuelve a aparecer aquí, y también las mujeres que en los
entierros judíos suelen encargarse de las lamentaciones por el difunto (8,52). El círculo de
las plañideras y de los que se lamentan se amplía hasta convertirse en un duelo del pueblo,
cuando se trata de la muerte de personalidades destacadas. Los judíos no permiten que se
hagan lamentaciones en público por los que mueren en el patíbulo (Dt 21,22s). Jesús, sin
embargo, es objeto de tales lamentaciones -las mujeres se golpeaban el pecho y lloraban-
en el camino hacia el lugar de la ejecución. A él se le hacen como a maestro, profeta y rey
de su pueblo. Las mujeres que se lamentan dan un testimonio valeroso de que Jesús no
era un criminal. Hombres temerosos de Dios guardaron también gran luto por el mártir
Esteban (Act 8,2).
A las mujeres que se lamentan habla Jesús como profeta, lleno de soberanía y de
grandeza. Sus palabras están revestidas del lenguaje de los profetas de infortunio: «Hijas
de Jerusalén» (Is 3,16), «Se acercan días» (Am 4,2), «Dirán a los montes: Caed sobre
nosotros...» (Os 10,8). Jesús había actuado como profeta, y como profeta lleva a término su
obra. Por parte de la ciudad que asesina a los profetas, sufre ahora el destino de muerte de
todos los profetas (13,34). Jesús es fiel hasta el fin. La constancia y perseverancia es su
grandeza, y también la grandeza de los cristianos, porque el tiempo de la Iglesia es tiempo
de persecución (21,19).
El camino, la marcha de Jesús hacia la muerte es más que una lamentable catástrofe
personal. No lloréis por mí. Su ejecución atrae sobre Jerusalén el castigo de Dios. Llorad
por vosotras y por vuestros hijos. La ciudad, que en todo tiempo resistió a los profetas y
les dio muerte, que con lo que ahora sucede colma la medida del empedernimiento, esta
ciudad recibirá su castigo (11,50s; 13,34s; 19,11-27.41-44; 20,9-19; 21,20-24). Le
sobrevendrán cosas intolerables. Lo que regularmente es la mayor felicidad, se convertirá
en infortunio. Entonces se felicitará a las madres que no tengan hijos. La vida será tan
insoportable que será preferida la muerte. El juicio y castigo de Jerusalén es el remate de
una historia milenaria de infidelidad y rebeldía contra Dios. Es al mismo tiempo modelo y
símbolo del juicio universal sobre todo lo malo, sobre todos los repudios de las ofertas de
gracia hechas por Dios y sobre todos los poderes hostiles a Dios.
Jesús piensa, más que en su desgracia, en la triste suerte de Jerusalén y de sus
habitantes. Llorad por vosotras y por vuestros hijos. Su palabra profética exhorta a la
conversión y a la penitencia. La vista de la ciudad (19,41) y el contacto con sus habitantes,
que tienen buenos sentimientos para con él, le impele a revelar el fin de esta ciudad y el
amor que le tiene. Su camino a la cruz realiza todos los planes de Dios. Con la lamentación
sobre Jerusalén entra él en la ciudad de su muerte y de su repudio y reprobación; en
presencia de las mujeres que se lamentan y que deben llorar por la ciudad, la abandona
para sufrir la muerte que ella le tiene preparada. No ha reconocido Jerusalén lo que había
de proporcionarle la paz.
Lo grave de la hora se dibuja en la marcha misma de Jesús hacia la muerte. El juicio
comienza por él, el Justo. Él es el Siervo de Dios, que en forma vicaria sufre por los
muchos, pero con ello no queda sin vigor la sentencia sobre aquellos por quienes él sufre.
Lo que sucede con Jesús es advertencia y llamamiento a la conversión.
Si el juicio de Dios le alcanza en forma tan dura a él, el inocente, ¿qué sucederá a
aquellos que no carecen de culpa? Jesús se sirve de un proverbio: «Si el fuego ataca al
leño verde, ¿qué han de hacer los que están secos?» El mártir que expía por los otros
quiere sacudir los ánimos. De la Iglesia de los mártires dice Pedro: «Porque es ya el tiempo
de que comience el juicio por la casa de Dios. Y si empieza por nosotros, ¿cuál será el final
de los que se rebelan contra el Evangelio de Dios? Y si el justo a duras penas se salva,
¿dónde podrá presentarse el impío y pecador?» (/1P/04/17s).
32 Llevaban también a otros dos, que eran malhechores, para
ejecutarlos con él.
Los romanos solían practicar a la vez diversas ejecuciones, cosa que no hubiera sido
posible según la ley judía. Según Marcos, parece que los dos «malhechores» habían sido
combatientes por la independencia; según Lucas no son criminales políticos, sino
sencillamente malhechores, pecadores. Jesús es computado entre los criminales y los
pecadores. En él se cumple lo que él mismo había dicho a sus discípulos antes de marchar
al huerto de los Olivos, y lo que la Escritura había anunciado anticipadamente como su
suerte fijada por Dios (22,37; Is 53,12). Jesús se encuadra entre los malhechores y carga
con su castigo, como expiación per ellos. Los criminales están «con él», son sus
discípulos...
2. EN EL CALVARIO (23,33-43).
a) Crucificado
(Lc/23/33-34)
J/CRUCIFIXION
33 Cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera, lo crucificaron
allí a él y a los malhechores: uno a la derecha y otro a la izquierda.
34 Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.
Luego se repartieron sus vestidos echando suertes.
El lugar del suplicio lleva el nombre de Calvario, lugar de la Calavera; así se traduce el
nombre hebreo de Gólgota (Jn 19,17). Este nombre caracteriza el lugar, con la designación
de «cabeza» (en árabe ra's), frecuente en Oriente, como un altozano que sobresale
ligeramente (un cabezo). Jesús lleva a término su misión en el patíbulo y allí la consuma.
«Despreciado, desecho de los hombres» (Is 53,3).
:Allí lo crucificaron. Sobre la colina se hallaban algunos postes que llevaban en medio
una tabla que sirviera de asiento, y arriba, sobre el sitio de la cabeza, una muesca para el
palo transversal. Las manos de Jesús fueron clavadas en este palo (24,39; Jn 20,25). Este
se elevó con su carga sobre el poste; luego se sujetaron el palo y los pies. La antigüedad
sintió y calificó la muerte en cruz como «la más cruel y terrible de las penas de muerte»
(Cicerón), como «la muerte más luctuosa de todas» (Flavio Josefo), como la «pena de
muerte propia de esclavos» (Tácito). La cruz coloca a Jesús entre los criminales más
infames. El que había entrado en Jerusalén como príncipe de la paz, termina en el patíbulo
fuera de la ciudad de la paz, como perturbador del orden y de la paz. Es crucificado como el
criminal más vulgar entre dos criminales. Precisamente por el hecho de ser Jesús
computado entre los criminales en su calidad de mártir y Siervo de Dios, surge una
esperanza luminosa: «Por eso yo le daré por parte suya muchedumbres, y recibirá
muchedumbres por botín; por haberse entregado a la muerte y haber sido contado entre los
pecadores» (Is 53,12). La imagen de Cristo levanta los ánimos de los cristianos cuando
también ellos son ejecutados como criminales por el nombre de Jesús.
Jesús ruega por sus enemigos y por los que lo atormentan (*). Los tormentos y la
injusticia no pueden retraerlo del amor. En su derrota sale victorioso. Lo que enseñó, lo
vive. Él mismo predicó el amor a los enemigos: ahora él también ora por sus enemigos,
como lo había exigido (6,35). Se mantiene fiel a su palabra, aun en las horas tenebrosas.
Trata de hacer entrar dentro de sí a Judas en el momento mismo en que lo entrega; sana la
oreja del criado herido, que había acudido para participar en su captura; ora por sus
enemigos mientras lo crucifican. El Crucificado es la ilustración de la predicación de Jesús,
arquetipo de vida cristiana, de oración y de sufrimiento. «Para esto fuisteis llamados.
Porque también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas»
(lPe 2,21).
Con su oración se constituye Jesús en abogado y sumo sacerdote (Heb 7,25; lJn 2,1)
por sus «traidores y asesinos» (Act 7,52). Para obtener lo que va a implorar pone Jesús en
juego toda la intimidad que lo une con Dios y a Dios con él, y que se expresa con la palabra
Padre (abba, más bien «papá»). Además, excusa todavía lo que están haciendo los que lo
atormentan y los que los apoyan, sus adversarios entre los judíos. «No saben lo que
hacen.» Con esto no se niega la culpa. Si no hubiese habido culpa, habría estado de sobra
la intercesión de Jesús. El proceso ha demostrado que sus adversarios no han escatimado
mentiras ni odios, obstinación y presión sobre el juez, con objeto de lograr su intento.
Pero ¿tienen plena conciencia de lo que significa su suplicio? Están crucificando a
Cristo, al Hijo de Dios, al Hijo del hombre (22,66ss). Conocemos las palabras de Pedro, que
censuró a los judíos de Jerusalén primeramente con estas palabras: Vosotros «disteis
muerte al autor de la vida», pero inmediatamente añade: «Ahora bien, hermanos, yo sé que
obrasteis por ignorancia, como asimismo vuestros jefes» (Act 3,15.17). Pablo concuerda
con él en el discurso que pronunció ante los judíos en Antioquía de Pisidia: «Porque los
habitantes de Jerusalén y sus jefes, al condenarlo, cumplieron, sin saberlo, las palabras de
los profetas que se leen cada sábado» (Act 13,27). Tampoco Pedro y Pablo absolvieron a
los judíos de toda culpa; en efecto, la ignorancia y el no reconocer no se limitan a la esfera
del conocimiento, sino que tienen también que ver con la decisión de la voluntad. «EI no
reconocer no es simplemente no estar uno orientado, lo cual, en cuanto tal, se puede
excusar, sino que es también un delito sujeto a la ira de Dios y tiene necesidad de perdón.»
Sin embargo, sólo después de la resurrección de Jesús es inexcusable el no haber creído
en su mesianidad. Hasta entonces no tomó Dios en cuenta los «tiempos de la ignorancia»,
no los castigó como correspondía; ahora, después de la resurrección, se produce una
mutación (Act 17,30). La oración del perdón y del amor a los enemigos ilumina los tiempos
de persecución de la Iglesia. El protomártir Esteban, bajo las pedradas mortíferas, cae de
rodillas y clama con fuerte voz: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado» (Act 7,60). Se
dirige al Cristo glorificado, al que Dios ha transmitido el poder de juzgar, y ora con su
espíritu. Jesús es modelo y fortaleza de los mártires.
Jesús deja muy atrás a los mártires judíos. Sus figuras son veneradas. No puede uno
menos de conmoverse al leer el martirio de los hermanos Macabeos y de su heroica madre
(2Mac 7). ¿Cómo se comportan con sus enemigos? Amenazan al rey que los manda
atormentar: «Pero tú no creas que quedarás impune por haber osado luchar contra Dios»
(2Mac 7,19). Insultan a sus enemigos, los escarnecen y excitan su furor, los anatematizan y
les anuncian terribles castigos (4Mac 9,15). Jesús perdona, excusa, ora por el perdón de
sus adversarios.
Los judíos aguardan de los ajusticiados una confesión de culpabilidad. El ladrón
arrepentido hizo tal confesión (23,41). Jesús es el Santo y Justo, pero carga con la culpa de
todos, y ora por ellos, particularmente y en primer lugar por los que se han desmandado
contra él. Antes de morir cumple toda justicia, la justicia que él mismo exigía; porque es
misericordioso como es misericordioso el Padre que está en los cielos (cf. 6,36).
Los vestidos y los pocos efectos de los ajusticiados, que eran crucificados desnudos,
pertenecen a los verdugos. Para decidir lo que corresponde a cada uno, se echan suertes.
El sorteo de las vestiduras de Jesús se refiere con las palabras del Salmo 22(21),19. El
designio y plan salvífico de Dios quiere que Jesús muera en la mayor pobreza y deshonra.
En el camino hacia su «elevación» habló Jesús con frecuencia e insistentemente de la
pobreza y del hacerse pobre; ahora se le quita todo lo que posee, y el lo da de buena gana,
porque así lo quiere Dios. Cuando entró Jesús en este mundo fue envuelto en pañales por
María; antes de salir de la vida, son repartidos sus vestidos.
Todo lo que tenía se le ha quitado: la libertad con la crucifixión; la honra, al ser contado
entre los criminales; los vestidos, como derecho de sus verdugos. Todo lo entregó para
hacer bien a los que le odian. Sólo una cosa le ha quedado: el Padre, abba. Él quiere
enriquecer a los pobres, como lo anuncia el Salmo de pasión que acaba de insinuarse: «De
ti parten mis loores en la gran asamblea, ante los que te temen cumpliré yo mis promesas.
Los pobres comerán hasta saciarse, los que buscan al Señor le alabarán: su corazón ha de
vivir para siempre. Recordarán y volverán hacia el Señor todos los confines de la tierra:
ante él se postrarán las familias todas de las gentes.
El reino es del Señor y él es el que domina en las naciones. Sólo a él han de adorar los
satisfechos de la tierra, ante él se inclinarán los que bajan al polvo... Su descendencia ha
de servirle, del Señor se cantará por las generaciones. A medida que vengan, dirán de su
justicia, a las gentes que nazcan, lo que ha hecho» (Sal 22[21l,26-31).
...............
* El v. 34 falta en toda una serie de antiguos e importantes manuscritos. La palabra parece
haber resultado
molesta para la polémica contra los judíos y su culpa en la muerte de Jesús (cf. 22,43s).
...............
b) Escarnecido
(Lc/23/35-38)
J/ESCARNIOS
35 El pueblo estaba allí mirando. Y también los jefes arrugaban la
nariz, diciendo: Ha salvado a otros; pues que se salve a sí mismo, si
él es el ungido de Dios, el elegido.
Se hace distinción entre el pueblo (pueblo de Dios) y sus jefes. El pueblo se ha quedado
allí y está mirando. El pueblo lo había escuchado en el templo, nunca aparece activo en el
proceso; ahora está otra vez presente. También el pueblo arrugaba la nariz, como los
jefes. Lo que ve y experimenta bajo la cruz es superior a él. La muerte en cruz de Jesús es
la gran prueba de la fe, que constantemente se debe intentar superar. ¿Puede este
crucificado ser el salvador, el Mesías, si él mismo no se puede salvar? El pueblo no dice
nada ni participa activamente en las burlas de Jesús, pero interiormente no acaba de
vencer el escándalo que le ocasiona la muerte en cruz del Mesías. ¿No intervendrá Dios
cuando se ve aniquilado su ungido, su elegido, cuando perece el mártir miserablemente?
Los jefes del pueblo «arrugan la nariz», tuercen los labios, desprecian a Jesús y se creen
legitimados para ello. Las mofas compendian lo que está contenido en los títulos de Jesús:
salvador, ungido de Dios y Mesías (9,35), elegido, siervo de Dios (9,35; Is 42,1) e Hijo de
Dios. Si Jesús es todo eso que dicen estos títulos y tiene el poder que en ellos se expresa,
ahora es cuando tiene que demostrar este poder y salvarse... Con semejante tentación
comenzó su obra (4,3), la misma se le ofrece en Nazaret, su ciudad paterna (4,23); la
misma concluye también su camino por la tierra y se le plantea como objeto de decisión
antes de ser glorificado. Que la impotencia haya de demostrar el poder de Jesús, es cosa
que no se puede comprender. Este hecho paradójico sólo se comprende por la Escritura, y
resuena en las palabras de la Escritura: «arrugan la nariz». «Pero yo soy un gusano, no un
hombre; el oprobio de los hombres y el desprecio del pueblo. Búrlanse de mí cuantos me
ven, tuercen los labios y mueven la cabeza» (Sal 22 [21],8)
36 También se burlaban de él los soldados, que se acercaban para
ofrecerle vinagre 37 y le decían: Si tú eres el rey de los judíos,
sálvate a ti mismo. 38 Había también sobre él una inscripción: Éste
es el rey de los judíos.
También los soldados romanos -hasta aquí no ha hablado nunca de ellos el evangelista-
se burlan de Jesús. Ofrecen vinagre al sediento. Aquí resuena en lontananza el Salmo: «En
mi sed me abrevaron con vinagre» (Sal 69 [68], 22). Jesús se ve atormentado en su
angustia.
El título de rey de los judíos ocupaba el centro del proceso. Este título es la culpa de
Jesús. ¿Qué clase de rey es éste? Impotente y colgado de la cruz, un auténtico rey de los
judíos, sometidos a los romanos. El rey de los judíos no puede salvarse: menos podrá
salvar a su pueblo. El Mesías rey crucificado es escándalo para los judíos, necedad para
los gentiles (lCor 1,23).
Cuando los delincuentes se dirigen al lugar del suplicio, llevan colgada al cuello una tabla
b]anca o se lleva ésta delante de ellos. En la tabla va escrita la culpa con grandes letras
negras o rojas. También la inscripción en la tabla que se clavará sobre la cruz servirá para
ridiculizar la realeza de Jesús. Ahí está éste, el crucificado... el rey de los judíos... Pilato y
los soldados se burlan de Jesús como el sanedrín se burla de los judíos. Judíos y gentiles
se confabulan para ridiculizar la realeza de Jesús. Las mofas contra Jesús alcanzan
también a su Iglesia, a su pueblo, a sus testigos y mártires.
c) El ladrón arrepentido
(Lc/23/39-43)
BUEN-LADRON
39 Uno de los malhechores crucificados lo insultaba ¿No eres tú el
ungido? Pues sálvate a ti mismo y a nosotros. 40 Pero, respondiendo
el otro, lo reprendía y le decía: ¿Ni siquiera tú temes a Dios, tú que
estás en el mismo suplicio? 41 Para nosotros, al fin y al cabo, esto
es de justicia; pues estamos recibiendo lo merecido por nuestras
fechorías. Pero éste nada malo ha hecho. 42 y añadía: ¡Jesús,
acuérdate de mí cuando llegues a tu reino! 43 Él le contestó: Yo te
aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.
«En aquella noche (de la venida del Señor), dos estarán a la misma mesa: el uno será
tomado, y el otro dejado» (17,34). Junto a la cruz de Jesús se diseña ya esta hora final. Los
dos ladrones, que estaban crucificados con Jesús penden de la cruz como él -junto con
Jesús-, y sin embargo es muy diferente el desenlace de su vida. Ambos están con él, pero
uno sólo exteriormente, el otro también interiormente, con la fe. Ni siquiera el estar con él
aprovecha, si falta la decisión personal en su favor (13,26s).
El uno toma parte en las burlas. Si Jesús fuese el Cristo, el ungido de Dios, el Mesías, se
salvaría y salvaría a sus dos compañeros de suplicio. Exige que Jesús aporte la prueba de
su mesianidad mediante la salvación. Sus palabras son una blasfemia, puesto que hacen
befa de los planes salvíficos de Dios, que se realizan en Jesús. El otro malhechor sigue el
camino de la fe, que comienza con el temor y veneración de Dios, se somete aI designio y a
la sabiduría de Dios, en la que cree, y reconoce también al Crucificado como al Mesías.
El que se convierte, reconoce su culpa y la justicia del castigo con que Dios lo visita. El
ladrón arrepentido considera su crucifixión como castigo que ha merecido con sus
fechorías. Llega a reconocer su culpa gracias a la mirada de Jesús, del que está
convencido de que pende de la cruz injustamente. A él se le perdonan los pecados, porque
da gloria a Dios, renuncia a justificarse, muriendo reconoce por justo el juicio de Dios, y
acepta la muerte con obediencia a la voluntad de Dios y como compañero de Jesús.
Una penitencia y conversión constructiva suponen la confianza y seguridad de que Dios
está dispuesto a perdonar. El ladrón arrepentido cifra su esperanza en Jesús. En el ve al
salvador. Cree que el Padre da el reino a Jesús (*), porque sigue este camino de la cruz
(22,29s). Jesús da el reino a los que hacen suyo su camino (22,29). El ladrón pone su
destino futuro en manos de Jesús. En el Antiguo Testamento, quien se halla en grave
aprieto y tentación invoca a Dios para que se acuerde de su acción salvífica, de su alianza
que él otorga, de los patriarcas, a los que había hecho sus promesas (Gén 9,15; Ex 2,24;
Sal 104,8; 110,5, etc.). El ladrón ora a Jesús pidiéndole que se acuerde de él. La súplica
del ladrón es acogida por Jesús. El hoy con la promesa de salvación empieza en aquel
mismo instante. Jesús, después de su muerte, penetra en el paraíso; el Padre le otorga el
reino, el poder y la gloria (el banquete de 22,30). El ladrón arrepentido está con él. Dios
otorga el paraíso a Jesús, y él lo da a los suyos. La promesa hecha al ladrón creyente y
convertido sienta las bases de la participación en el paraíso de Jesús. Estar con él es el
paraíso mismo. Esteban exclamará: «Señor Jesús, acoge mi espíritu» (Act 5,59), y Pablo:
«Aspiro a irme y estar con Cristo» (Flp 1,23; cf. lTes 4,17).
Jesús es hasta la muerte el libertador y salvador de los pecadores. Como en casa del
fariseo salió en defensa de la pecadora, ahora, cuando se promete al ladrón la salvación en
la última hora, halla remate y coronamiento lo que Jesús contó en las parábolas (oveja
perdida, hijo pródigo, dracma perdida), así como la bondadosa acogida que dispensó al jefe
de los publicanos, Zaqueo. Lo más hondo de la misericordia divina se revela en la cruz de
Cristo, que da la vida en forma vicaria por los muchos. En los relatos de martirios del
judaísmo tardío se repite con frecuencia la observación de que un pagano convertido que
participa en la suerte del mártir, recibe también participación en la recompensa del mártir.
Jesús es Siervo de Dios y mártir.
...............
* En lugar de las palabras «Cuando llegues a tu reino», se dan también otras lecciones
«Cuando llegues (a
reinar) en la gloria del rey», y «El día de tu salvación». Con el pensar de Lucas concuerda mejor
que ninguna
otra la variante que hemos adoptado cn nuestra versión, pues Lucas considera el reino como
realidad
celestial. El paraíso o el mundo venidero es concebido en la teología rabínica como un lugar
supraterrestre
(4Esd 7,11).
(_MENSAJE/03-2.Págs. 286-300)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 51
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE: EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (51)
·ALOIS-STÖGER
3. MUERE JESÚS
(Lc/23/44-49)
J/CRUCIFIXION
a) Señales divinas (23,44-45).
44 Era ya alrededor de la hora sexta, cuando quedó en tinieblas
toda aquella tierra hasta la hora nona, 45 por haberse eclipsado el sol.
Y el velo del templo se rasgó por medio.
El historiador Lucas, que quiere dar cifras exactas (3,23), opina que los datos
tradicionales son imprecisos. La hora sexta es al mediodía, la hora nona es a las tres de la
tarde. Durante estas tres horas quedó toda la tierra en tinieblas. Lucas trata de explicar
esto: por haberse eclipsado el sol (*). Dios interviene en el acontecer del mundo. La
muerte de Jesús es un acontecimiento que afecta a toda la tierra, a los hombres y al cosmos
de los cuerpos celestes. Como el acontecimiento final de la venida del Hijo del
hombre irá precedido de trastornos cósmicos, así también al morir Jesús muestra su
participación el cosmos, representado por el sol, con su brillo y su fuerza vivificadora y
ordenadora. Cuando Dios oscurezca el sol, será esto señal del juicio que se aproxima.
También Jesús recuerda el juicio venidero a las mujeres que lloran y se lamentan (23,27S).
En la muerte de Jesús quiere Dios inducir al mundo a la conversión (**).
El lugar santísimo, el sancta sanctorum del templo, estaba separado y dividido del
santuario, del lugar santo, por un velo. Sólo una vez al año podía entrar allí el sumo
sacerdote cuando celebraba el rito propio del día de la expiación. Por intervención de Dios,
el velo del templo se rasga a la muerte de Jesús; el acceso al lugar santísimo, que estaba
guardado, se abre, el lugar de la manifestación de Dios en el Antiguo Testamento queda
profanado y Dios lo abandona; cesan el antiguo templo y sus instituciones. El mundo
antiguo y la antigua economía de salvación desaparecen con la muerte de Jesús; surge
una nueva economía de la salud y un nuevo orden del mundo.
...............
* Hay manuscritos en que se lee, como en nuestro texto: «Por haberse eclipsado el sol», en
lugar de la
lección más corriente: «El sol se oscureció», o «dejó de brillar»; se trataba de prevenir el reparo
hecho con
frecuencia de que las tinieblas no podían deberse a un eclipse natural de sol.
** Según otra explicación, la creación de Dios se cubre de luto. Con frecuencia se tienen por
legendarias
aquellas tinieblas; también en este caso se da como explicación que se trataba de grabar la
importancia
salvífica de la muerte de Jesús, que la muerte de Jesús tiene dimensiones escatológicas y
cósmicas.
...............
b) La muerte (23,46).
46 Entonces Jesús, clamando con voz potente, dijo: Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu. Y dicho esto, expiró.
Quizá no sea completamente extraordinario el que algunas personas griten todavía fuerte
inmediatamente antes de morir. En todo caso, los crucificados se acaban tras lento
agotamiento y pérdida de la conciencia. La «voz potente» de Jesús en la cruz da qué
pensar. ¿Es señal de que hasta el último momento tiene Jesús a su disposición una fuerza
sobrehumana, de que entrega su vida voluntariamente? (Jn 10,17s).
Jesús concluye su vida con una oración. Jesús ora cuando en su vida se encuentran la
muerte y la glorificación: en el bautismo (3,21), en la transfiguración (9,28), ahora, en el
momento en que por la muerte va a entrar en la gloria. Las palabras de su oración las toma
del gran libro de oraciones dado por Dios a su pueblo: los Salmos (Sal 30[31],6). Como
siempre, introduce también estas palabras del Salmo con la invocación Padre (abba). El
perseguido sin culpa confía su vida al poder de Dios, al amor del Padre. Jesús entrega al
Padre el espíritu, que es portador de vida; se lo entrega totalmente. Éste pasa a la esfera
de poder y de propiedad del Padre. Dios es un Dios fiel, de fiar, Padre; en sus manos y en
su bondad paterna está bien asegurada su alma. Él no la pierde, sino que quiere guardarla
y salvarla. Jesús acaba su vida con entrega, obediencia y confianza. Al poner Jesús su vida
en manos de Dios, alaba a Dios como a quien se la ha dado y de quien de nuevo la ha de
recìbir.
Los judíos recitan estas palabras como oración vespertina. A las tres de la tarde
anuncian las trompetas del templo la hora de la oración vespertina. El Crucificado del
Calvario la pronuncia con su pueblo. La dice con voz potente, como lo exigía la usanza
piadosa. Probablemente pronunciaría Jesús esta oración vespertina desde los días de su
infancia. La oración de la infancia es su oración de la muerte.
La primera palabra de la revelación de sí mismo y de la revelación de Dios fue una
palabra acerca del Padre: «¿No sabíais que tenía que estar en la casa de mi Padre?»
(2,49). La última palabra que pronuncia hace de nuevo mención del Padre, en cuyas manos
encomienda su espíritu, porque él tiene que estar con el Padre.
El mártir san Esteban abandona este mundo con las palabras: «Señor Jesús, recibe mi
espíritu» (Act 7,59). La oración a Dios, al Padre, se ha convertido en él en una oración a
Jesús. El Padre ha dado a Jesús todo poder. En él está la salvación. El mártir Esteban
muere imitando al Señor maestro del martirio. Pedro escribe a los cristianos: «Que ninguno
de vosotros tenga que sufrir por criminal, o por ladrón, o por malhechor, o por entrometido.
Pero si es por cristiano, no se avergüence, sino dé gloria a Dios por este nombre... Así
pues, también los que sufren según la voluntad de Dios, pónganse en manos del Creador
fiel, practicando el bien» (lPe 4,15-19).
Después de la oración exhala Jesús el espíritu: muere. La fuerza vital abandona al
cuerpo en la muerte. El yo propiamente dicho, el alma, sobrevive a la muerte. Las almas de
los justos son guardadas por Dios en el paraíso para el día de la resurrección (23,43) (Cf.
Mt 27,50; Jn 19,30).
c) Manifestación de la gloria
(Lc/23/47-49).
47 Cuando el centurión vio lo sucedido, glorificaba a Dios,
diciendo: Realmente, este hombre era un justo.
El centurión o capitán de la guardia que custodiaba a Jesús fue testigo del gran drama
que se desarrollaba en el Calvario. Gritos de rabia y de dolor de las desgraciadas víctimas,
maldiciones y explosiones de su desesperación dan un aspecto horroroso a la ejecución de
la pena de la crucifixión. Jesús no maldice a sus verdugos, sino que pide perdón por ellos,
no se desespera, sino que se encomienda confiadamente al Dios Padre, no maldice a los
que se le burlan, sino que calla. Lo que aquí sucede supera las fuerzas humanas. El
centurión está convencido de que aquí está actuando Dios. En Jesús obra Dios: el
centurión glorifica a Dios. Cuando nació Jesús, glorificaron a Dios los pastores (2,20). El
pueblo lo glorifica cuando Jesús se muestra poderoso en obras y en palabras (13,13;
17,15; 18,43). Al final de su vida se une también a este coro de glorificación de Dios la voz
del centurión pagano. Se ha cumplido lo que a la entrada de Jesús en este mundo, como
también a su entrada en Jerusalén, es proclamado por ángeles y hombres: Gloria a Dios en
las alturas (2,14; 19,38). Dios se glorifica en Jesús. En su vida, en su acción y en su muerte
se manifiesta el «Dios de la gloria» (Act 6,2), su omnipotencia y grandeza, su santidad y
sabiduría.
J/JUSTO: El drama del Calvario demuestra al centurión que Jesús es inocente. Es un
justo. Así lo llamó también la mujer de Pilato (Mt 27,19); de ello estaba convencido Pilato
cuando decía: «Soy inocente de la sangre de este justo» (Mt 27,24). La antigua Iglesia
percibió en estas palabras del centurión más que un testimonio de inculpabilidad; para ella,
«el Justo» era un título del Mesías. Pablo recibe este encargo: «El Dios de nuestros padres
te ha designado de antemano para conocer su voluntad, y ver al justo, y oír la palabra de
su boca, porque le serás testigo ante todos los hombres de lo que has visto y oído» (Act
22,14s). Los profetas anunciaron la venida del Justo (Act 7,51s). Jeremías dice: «He aquí
que vienen días en que yo suscitaré a David un vástago de justicia, que, como verdadero
rey, reinará prudentemente, y hará derecho y justicia en la tierra» (Jer 23,5). El distintivo del
tiempo mesiánico es la justicia. Es el Mesías quien cumple perfectamente la voluntad de
Dios. Es el santo y justo (Act 3,13). La vista del Crucificado no retrae de la confesión del
Mesías, sino que lleva a ella.
La confesión del centurión pagano es una acusación contra los judíos que no creyeron a
Jesús. Esteban formula este reproche: «¡Gentes de dura cerviz e incircuncisos de corazón
y de oídos! Siempre estáis resistiendo al Espíritu Santo. Como vuestros padres, igual
vosotros. ¿A quién de entre los profetas no persiguieron vuestros padres? Hasta dieron
muerte a los que preanunciaban la venida del Justo, de quien vosotros ahora os habéis
hecho traidores y asesinos» (Act 7,51s).
La muerte del mártir salva al que es condenado con él y hasta a su mismo verdugo. Los
Hechos de los apóstoles asociaron muy estrechamente el nombre de Esteban y el de
Saulo, «que estaba de acuerdo con aquella muerte» (Act 8,1). Ante el sanedrín se
presentan contra Esteban iguales testigos falsos con igual acusación (Act 6,14) que en el
proceso contra el Señor (Mc 14,56s). Palabras acerca de la gloria del Hijo del hombre se
hallan en el relato de la pasión de los sinópticos (Mc 14,62s) igualmente que en el martirio
de san Esteban (Act 7,55s). Esteban es arrojado fuera de la ciudad (Act 7,58), como el
Señor y con el los creyentes (Mt 21,39; Lc 20,15; Jn 19,17; Heb 13,12s). En los mártires
está viva la fuerza del martirio de Jesús, la gloria de Dios.
48 Y toda la multitud que se había reunido allí ante aquel
espectáculo, al ver las cosas que habían pasado, regresaba
golpeándose el pecho. 49 Todos sus conocidos y algunas mujeres
que lo habían seguido desde Galilea estaban allí, mirando estas
cosas desde lejos.
El martirio es un espectáculo. El relato está influido por el estilo de los relatos de
martirios: «La multitud de la ciudad afluyó al triste espectáculo» (3Mac 5,24). Las multitudes
se golpean el pecho en señal de dolor y de arrepentimiento (18,13). Las palabras del
relato recuerdan a Zacarías: «Derramaré sobre la casa de David y sobre los moradores de
Jerusalén un espíritu de gracia y de oración, y alzarán sus ojos a mí; y a aquel a quien
traspasaron, le llorarán como se llora al unigénito, y se lamentarán por él como se lamenta
por el primogénito» (Zac 12,10). Esta figura admirable, a la que se ha llamado «mártir de
Dios», es el arquetipo del buen pastor (Zac 11,4-14); es herido por la espada conforme al
propio designio de Dios (Zac 13,7-9). Mas ahora sucede lo maravilloso: el abatido y
traspasado por el pueblo (Zac 12,10) es ahora llorado por él con la más amarga
lamentación. ¿Por qué esta lamentación fúnebre? Es arrepentimiento por la propia culpa en
la muerte del mártir, y dolor por el infortunio que esta muerte acarreará sobre el pueblo de
Dios (Zac 13,7-9). Esta lamentación fúnebre tiene lugar sobre un fondo luminoso; es fruto
de la recepción de espíritu divino y comienzo de una vida renovada: «Aquel día habrá una
fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para la purificación
del pecado y de la inmundicia» (Zac 13,1). Jesús, el Hijo de David ajusticiado por su pueblo
conforme al designio divino, el buen pastor y rey de Israel, que al mismo tiempo es, en
sentido muy particular, el único amado y el primogénito, es llorado por las multitudes de
Jerusalén, porque se han hecho culpables de la muerte de Cristo. Para la lamentación
fúnebre de las mujeres puso Jesús en el primer plano el juicio que amenaza a Jerusalén
(23,28ss). En esta lamentación fúnebre de las multitudes de Jerusalén se anuncia ya la
efusión del Espíritu. Con la proclamación de la muerte y de la resurrección después del
envío del Espíritu habrá muchos que se convertirán (2,37s).
Todos los conocidos de Jesús se habían alejado de él cuando fue detenido y
condenado... y Dios no salió en su defensa. Se cumple un dicho profético; como lo hace
casi siempre, Lucas se limita a insinuarlo: «Has alejado de mí a mis conocidos, me has
hecho para ellos abominable» (Sal 88 [87], 9). «Mis amigos y mis compañeros se alejan por
mis llagas, y mis vecinos se quedan lejos» (Sal 38 [37], 12). Ahora están todavía lejos, pero
allí se han situado y allí permanecen. Vuelven a hallarse con el Crucificado y gracias a él.
El mártir los anima y los recoge.
También las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, sus discípulos (8,2), se hallan
allí para ver aquellas cosas. También ellas se sitúan allí y permanecen en pie. Los
conocidos y las mujeres son testigos de su muerte, como habían sido testigos de su vida.
Comienza a reunirse la Iglesia, como se lee en el cántico del Siervo doliente de Dios:
«Librada su alma de los tormentos verá, y lo que verá colmará sus deseos. El Justo, mi
siervo, justificará a muchos y cargará con las iniquidades de ellos» (Is 53,11s). El núcleo
inicial de la Iglesia lo forman los once apóstoles, las mujeres (que lo habían seguido desde
Galilea) y María, la madre de Jesús, y sus hermanos (los «conocidos») (Act 1,13s).
4. LA SEPULTURA
(/Lc/23/50-56)
J/SEPULTURA
JOSE-DE-ARIMATEA:
50 Un hombre llamado José, que era miembro del consejo, hombre
bueno y recto 51 -éste no había dado su voto a lo decretado y
ejecutado por los demás-, natural de Arimatea, ciudad de Judea, el
cual esperaba el reino de Dios, 52 se presentó ante Pilato y le pidió
el cuerpo de Jesús; 53 y después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en
una sábana y lo puso en un sepulcro excavado en piedra, donde
nadie había sido puesto todavía.
El que es ajusticiado según el derecho romano, pierde los honores de la sepultura. Su
cuerpo debe permanecer insepulto, hasta que, devorado por los animales y por las aves de
rapiña, sólo queden de él los huesos. El que por su propia cuenta retira el cadáver de un
ajusticiado, se hace punible. El derecho judío, en cambio, no tolera que el ajusticiado quede
por la noche suspendido del leño: «Cuando uno que cometió un crimen digno de muerte
sea muerto colgado de un madero, su cadáver no quedará en el madero durante la noche,
no dejarás de enterrarle el día mismo, porque el ahorcado es maldición de Dios, y no has
de manchar la tierra que Yahveh, tu Dios, te da en heredad» (Dt 21,22s). En estos casos
prohíben los judíos incluso la lamentación fúnebre. Permiten el sepelio. Pero el ajusticiado
se entierra en un terreno especial. Los pecadores no deben reposar al lado de los justos, a
fin de que éstos no se vean afectados de deshonor. Las autoridades judías se encargan de
que Jesús no quede colgado en la cruz (Jn 19,32). ¿Pero había de ser Jesús enterrado
como un criminal en el cementerio de los criminales?
Alguien interviene inesperadamente. Un miembro del consejo, que quizá pertenecía al
grupo de los ancianos (la nobleza laica), se cuida del cadáver de Jesús. A este hombre
erige el Evangelio un monumento egregio. El hombre se llama José. La ciudad en que vive,
o de la que procede, es Arimatea, una ciudad judía en la llanura costera (Ramatain junto a
Lida). Es bueno y justo, un hombre generoso, en el que la palabra de Dios lleva fruto (cf.
8,15). Aguarda el advenimiento del reino de Dios; esta esperanza y este anhelo lo hace
accesible y atento al mensaje de Jesús. No está convencido de la culpabilidad de Jesús
que le achaca el sanedrín, por lo cual no da su aprobación a la resolución y el proceder del
consejo.
De los dos que están crucificados con Jesús, le trae Dios un discípulo que está con él en
el paraíso, de entre los soldados paganos un confesor, que glorifica su justicia como obra
de Dios, del sanedrín que lo condena, un hombre que lo reconoce como portador del reino
de Dios y que, cuando está pasando de la muerte a la gloria, le tributa reconocimiento y fe.
Dios no pregunta por la procedencia de los que él llama. Dondequiera que halla una
persona que con hermoso y buen corazón se abre a Dios, que no se cree justa sino que
pone su confianza en la venida del reino de Dios, la acoge en la comunidad de los
discípulos de Jesús, que es la comunidad de la salvación.
José tiene que procurarse de las autoridades romanas, de Pilato, el permiso para
sepultar a Jesús. El derecho romano ordena que los ajusticiados por los romanos no sean
sepultados sino con permiso de las autoridades competentes. Si José quiere obtener este
permiso para dar sepultura a Jesús, tiene que superar dos dificultades: José no es pariente
de Jesús, Jesús ha sido condenado por delito de lesa majestad. Pilato da el permiso, pues
está convencido de la inocencia de Jesús, tanto más que un hombre del consejo supremo
se presenta como su garante. El Evangelio piensa en sentido de historia de la salvación.
No obstante las dificultades jurídicas, Jesús recibe una sepultura honorable, pues su
glorificación comienza ya después de su muerte. Así se cumple el oráculo del profeta:
«Dispuesta estaba entre los impíos su sepultura, mas con un rico tuvo parte después de su
muerte» (Is 53,9) (*). El mártir es reconocido y glorificado. También a Esteban le dan
sepultura hombres temerosos de Dios (probablemente judíos que admiran a Esteban) y
celebran una gran lamentación fúnebre por él (Act 8,2).
Se cumple todo lo que exige una digna sepultura. El cadáver es descendido de la cruz
(lavado: cf. Act 9,37), envuelto en lienzos y sepultado en un sepulcro cavado en la roca. Allí
yace en una cámara sepulcral sobre un banco de piedra o en una cavidad practicada en la
roca. En el sepulcro de Jesús no había sido puesto todavía nadie. Jesús entra en Jerusalén
en una cabalgadura en la que no había montado nunca nadie (19,30). Al santo le
compete reverencia; está extraído de la esfera profana y segregado de los pecadores (Heb
7,26). En la muerte y en la sepultura se le reconoce como el santo y justo, cosa que le
habían negado los judíos al elegir a Barrabás (Act 3,14).
En la más antigua profesión de fe se halla también el artículo: Jesús fue sepultado.
«Porque os he transmitido, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por
nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y que al tercer día fue resucitado
según las Escrituras» (lCor 15,3s). «Los habitantes de Jerusalén y sus jefes, al condenarlo,
cumplieron, sin saberlo, las palabras de los profetas que se leen cada sábado; y sin
encontrar causa alguna de muerte, pidieron a Pilato que lo quitara de enmedio. Cuando
hubieron realizado todo lo que de él estaba escrito, bajándolo de la cruz, lo pusieron en un
sepulcro» (Act 13,27ss). El sepelio confirma que estaba muerto. El sepulcro es fin y
comienzo, monumento de la muerte y de la resurrección, de la humillación y de la
exaltación.
...............
* Así reza el versículo según el texto hebraico y según diferentes manuscritos griegos; otros
traducen: «Y fue
en la muerte igualado a los malhechores».
...............
54 Era el día de la parasceve y despuntaba ya el sábado. 55 Las
mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea, siguieron
de cerca y observaron el sepulcro y cómo quedaba colocado el
cuerpo de Jesús; 56 luego regresaron para preparar sustancias
aromáticas y perfumes. Pero guardaron el descanso del sábado
según la ley.
El viernes es preparación para el sábado. Cuando se deposita el cadáver en el sepulcro,
está terminando este día de preparación. Ya se anuncia el sábado. El lucero vespertino
comienza a brillar, y en las casas se encienden las antorchas que anuncian el día de
reposo para glorificación de Dios. Comienza a brillar luz sobre las tinieblas del viernes
santo. Sobre el sepulcro de Jesús no se extiende una noche sin esperanza, sino que
comienza a irradiar vida, luz y gloria. El viernes santo, el sábado del reposo en el sepulcro
y el domingo de pascua forman una unidad en la celebración pascual cristiana.
Las mujeres que habían seguido a Jesús desde Galilea (8,2) y son junto a la cruz
testigos de la muerte, son también testigos de la sepultura. Ven el sepulcro y observan
cómo es depositado el cuerpo de Jesús. Serán también las primeras testigos después de la
resurrección de Jesús. Aunque su testimonio sea tenido en menos por algunos, aunque sea
rebajado y calificado de «delirio», de vanas habladurías (24,11; cf. Jn 4,42), sin embargo,
también su testimonio merece toda consideración. Se está preparando la labor misionera de
las mujeres.
Debido al reposo sabático, no se pueden ya tributar al amado difunto los honores del
embalsamamiento. Sin embargo, se prepara ya todo lo necesario, a fin de cumplir el
domingo muy de madrugada lo que antes no ha sido posible. El sábado que separa la
muerte y la resurrección de Jesús es el gran día de reposo. Las mujeres se reposan,
Jerusalén se reposa de su trabajo. El cadáver de Jesús reposa en el sepulcro, el alma de
Jesús en las manos del Padre. «El séptimo día descansó Dios de cuanto había hecho»
(Gén 2,2). Se ha hecho una profunda fisura en la historia de la salvación. Todo contiene la
respiración antes de que comience lo nuevo. Todo está ya dispuesto y preparado para esto
nuevo: las mujeres con sus ungüentos, las testigos del primer mensaje de la resurrección,
el resplandor lleno de esperanza del sábado que no tendrá fin (Heb 4,1ss).
(_MENSAJE/03-2.Págs. 300-312)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 52
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE: EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (52)
·ALOIS-STÖGER
V. LA GLORIFICACION DE JESUS (24,1-53).
Los relatos lucanos de pascua tienen tres características que los distinguen de los demás.
Las apariciones del Resucitado tienen lugar únicamente en Jerusalén y sus alrededores;
ninguna de ellas nos vuelve a trasladar a Galilea. En Mateo aparece Jesús únicanente en
Galilea; Juan refiere apariciones en Jerusalén y en Galilea. Lucas se mantiene fiel al plan de
su obra histórica incluso en el relato de la resurrección. El camino de Jesús conduce, según
la voluntad de Dios, a Jerusalén, donde había de verificarse su partida y se había de llevar a
término todo lo que está escrito de él (cf. relato del viaje, 9,51ss); en Jerusalén reciben
fuerza sus apóstoles elegidos, cuando viene sobre ellos el Espíritu Santo, y desde allí
partirán como testigos hasta los confines de la tierra (Act I ,8).
Todos los acontecimientos del relato lucano de pascua tienen lugar en un día: el domingo
de pascua. Si no tuviéramos, además de los Evangelios, los Hechos de los apóstoles,
apenas si podríamos dudar de esto. A esta exposición parecen haber movido a Lucas
intereses cultuales litúrgicos. La Iglesia primitiva celebra el culto (ICor 16,2; Act 20,7) el
«primer día» de la semana, el «día del Señor» (Ap 1,10). En este día se hace
conmemoración de los acontecimientos pascuales. «Por esto celebramos el día octavo con
alegría, en él resucitó Jesús de entre los muertos y, después de haberse aparecido, subió a
los cielos» (carta de Bernabé 15,9). La celebración cristiana del domingo tiene sus raíces
en los acontecimientos de la vida de Jesús.
Hay tres grupos de testigos que presencian los acontecimientos pascuales: las mujeres
de Galilea (v. 1-12), dos del grupo de los que rodean a los apóstoles (v. 13-35), y los once
(v. 36-53). La Iglesia entera (Act 1,13s) proclama el mensaje pascual; vive y actúa en virtud
del hecho pascual, es Iglesia pascual.
1. EL MENSAJE PASCUAL
(Lc/24/01-12).
Es antiquísima convicción cristiana que Jesús fue resucitado por Dios de entre los
muertos. Esta fe la profesó en símbolos (ICor 15,3-4), la expresó en la predicación
(discursos en los Hechos de los apóstoles), la cantó en himnos (Plp 2,6-11). La seguridad
en que reposa esta fe, la aporta Lucas en la narración del sepulcro vacío, con la que todos
los Evangelios comienzan los relatos pascuales, de modo que tienen que enmudecer los
reparos que se oponen a este hecho. A causa de la segura posesión de la fe pascual se ha
de narrar con una alegría nada disimulada, cómo, a pesar de todos los impedimentos
internos de los hombres, se llegó efectivamente a la fe en el resucitado.
1 El primer día de la semana, muy de madrugada, fueron ellas al
sepulcro, llevando las sustancias aromáticas que habían preparado.
2 Pero encontraron que la piedra había sido retirada ya del sepulcro.
3 Entraron, pues, pero no encontraron el cuerpo del Señor Jesús.
Las testigos de la sepultura vienen a ser testigos del sepulcro vacío. Entre la sepultura
de Jesús y el descubrimiento del sepulcro vacío se halla el día de reposo. El amoroso
servicio del embalsamamiento apremia a las mujeres para ir al sepulcro ya muy de
madrugada. ¿Quien habría podido precederlas? Se descubre algo sorprendente: la gran
piedra que cerraba el sepulcro había sido retirada, el sepulcro está vacío. Ambos hechos,
comprobados por las mujeres, reclaman una explicación. ¿Qué explicación se ofrece? A las
mujeres, por de pronto ninguna. No hallan respuesta a esta pregunta y están
desconcertadas, sin saber qué hacer. No piensan en la resurrección ni en un posible robo
del cadáver, que es como en círculos judíos se quería impugnar la predicación pascual de
los apóstoles (Mt 27,62-66; 28,11-15).
De manera sorprendente se les da la explicación de los dos hechos que han observado.
4 Y mientras ellas estaban desconcertadas por esto, se les
presentaron de pronto dos hombres con vestiduras deslumbrantes. 5
Ellas se asustaron y bajaron la vista hacia el suelo; pero ellos les
dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? 6 No
está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de cómo os anunció,
cuando estaba todavía en Galilea, 7 que el Hijo del hombre había de
ser entregado en manos de hombres pecadores y había de ser
crucificado, pero que al tercer día había de resucitar. 8 Entonces
ellas recordaron sus palabras. 9 Regresaron, pues, del sepulcro y
anunciaron todo esto a los once y a todos los demás.
Las vestiduras resplandecientes, deslumbrantes, designan a las dos figuras como
mensajeros de Dios. El resplandor de la gloria de Dios los envuelve (2,9). Lo que aquí se
anuncia es mensaje de Dios. También la aparición repentina los acredita como enviados
del cielo (2,9; Act 12,7): avanzaron hacia las mujeres desde el fondo de lo invisible (2,9; Act
12,7). Se distinguen como dos hombres; su testimonio es valedero (Dt 19,15). El mensaje
que anuncian es el mensaje pascual de la Iglesia: Dios ha resucitado a Jesús, al que se
había depositado en el sepulcro. Jesús vive. Uno que vive no mora entre los muertos; no
hay que buscarlo en el sepulcro; no está aquí. Una verdad trivial, expresada en forma de
proverbio. El mensaje de la resurrección de Jesús es mensaje de Dios. No se obtiene del
sepulcro vacío, sino por revelación de Dios. Ahora bien, el sepulcro vacío confirma este
mensaje de Dios.
Lo que han dicho los mensajeros venidos de la esfera divina, se ve asegurado por la
palabra profética de Jesús. Cuando todavía moraba en Galilea, predijo su muerte de cruz y
su resurrección al tercer día (9,22.44). La entrega en manos de los pecadores, la crucifixión
y la resurrección radican en la necesidad impuesta por el plan salvífico de Dios. Este plan
salvífico, anunciado por Jesús, el mayor y más poderoso de todos los profetas, se cumple
en su resurrección. La última y más profunda garantía de la seguridad de nuestra fe
pascual, no es el sepulcro vacío, ni la aparición celestial de los mensajeros de Dios, sino la
palabra profética, la palabra de Dios, proferida últimamente y de manera acabada por su
Hijo (Heb 1,2). A esta palabra remite el cielo mismo: las mujeres deben recordar la
predicción de Jesús durante su vida terrestre.
Las mujeres, recordando las palabras proféticas de Jesús, ven confirmado el mensaje
pascual enviado del cielo, y ellas mismas se convierten en pregoneras. Según Marcos
(16,7s) reciben el encargo de anunciar el mensaje pascual a los discípulos y a Pedro, pero
no lo anuncian; según Lucas, son anunciadoras sin tener necesidad de encargo. Quien ha
percibido la buena nueva, se vuelve apóstol de la misma (2,18, 2,38). El temor y el espanto
causado por lo inaudito no cierra a las mujeres la boca (Mc 16,8), sino que la alegría que
lleva consigo el mensaje pascual, las impele a anunciarlo. Comienza el tiempo de la Iglesia
misionera.
10 Eran éstas María Magdalena, Juana y María la de Santiago;
ellas y las demás que las acompañaban referían estas cosas a los
apóstoles. 11 Pero a ellos les parecieron estas palabras como un
delirio: por eso no les daban crédito.
Se menciona por sus nombres a tres de las mujeres. María Magdalena y Juana, «la mujer
de Cuza, administrador do Herodes» (8,3), nos hacen remontar a los tiempos de Galilea:
«Con él iban los doce y algunas mujeres» (8,1s). De suyo no tienen los apóstoles la menor
razón de negarse a creer el relato de estas mujeres; a pesar de ello, no las creen. Lo que
cuentan las mujeres les parece como delirio febril, como un desvarío. La fe pascual sólo
halla en los apostoles resistencia: su origen no se debe precisamente a credulidad...
12 Pedro, sin embargo, salió corriendo hacia el sepulcro; se asomó
a él y no vio más que los lienzos. Entonces se volvió a casa,
maravillado de lo ocurrido (*).
El jefe de los apóstoles se convence de que el sepulcro está vacío. Mira atentamente
dentro de la cámara sepulcral y sólo ve los lienzos en que se había envuelto el cadáver. No
puede explicarse lo que ha pasado allí. Se maravilla, se extraña de lo que ha visto. Ahí
están los lienzos, y el cadáver no está. Le parece que ha debido de haber intervención
divina, y sin embargo abandona el sepulcro sin considerar el mensaje pascual. El que se
maravilla y se asombra, está quiza ya en el umbral de la fe, pero todavía no cree y no está
al abrigo de la duda. El sepulcro vacío y los lienzos vacíos no son un camino para llegar a
la fe en la resurrección de Jesús. Sin embargo, el evangelista está convencido de que
después de la resurrección ya no está en el sepulcro el cadáver de Jesús y quc no hay que
buscarlo allí. Jesús resucita con el cuerpo.
...............
* Se pone en duda la autenticidadi del versículo por su afinidad con Jn 20,4s; sin embargo, tiene
su
peculiaridad y, por razón de 24,34, no se habría interpolado si no hubiera formado parte del
material
tradicional.
(_MENSAJE/03-2.Págs. 312-317)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 53
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE: EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (53)
·ALOIS-STÖGER
2. EL RESUCITADO, RECONOCIDO
(Lc/24/13-35).
EMAÚS: Jesús, después de la resurrección, asegura a su Iglesia: «Mirad: yo estoy con
vosotros todos los días hasta el final de los tiempos» (Mt 28,20). Así corona él la habitación
de Dios con su pueblo de la alianza: «Donde están dos o tres congregados por razón de mi
nombre, allí estoy yo entre ellos» (Mt 18,20). En la resurrección lleva Dios a su término y
acabamiento el hecho de Cristo, sella la proclamación de Cristo y confirma la confesión de
Cristo por los fieles. Cuando la antigua Iglesia celebra el banquete cultual, tiene la
convicción de que el Resucitado está presente. El marana tha (ICor 16,22) que fue
plasmado en el culto de la primitiva comunidad de Palestina y de allí pasó, como fórmula
estereotipada, intraducida, incluso al culto de la cristiandad de habla griega, es una
profesión de fe en el Señor resucitado y que ha de venir: «Señor, ven.» En la celebración de
la cena del Señor está presente Cristo resucitado y exaltado. En el Resucitado tiene la
Iglesia existencia, su predicación tiene confirmación, su culto, contenido. Todos estos
motivos resuenan en «la más bella y más impresionante» de las narraciones pascuales,
que nos legó Lucas en el relato de los dos discípulos que se encuentran en el camino con
el Resucitado. Aquí no narra solamente como historiador, no defiende la fe pascual como
apologeta, no anuncia el mensaje pascual como evangelista, sino que como narrador
religioso quiere abrir el camino al gozo pascual, hacer que los corazones se inflamen por el
Resucitado. Esta narración tiene un equivalente en san Juan: el encuentro del Resucitado
con María Magdalena. En un caso como en el otro está presente el Resucitado, pero no es
reconocido; allí su palabra, «María», abre los ojos; aquí, la fracción del pan que practica el
Resucitado.
13 Aquel mismo día, dos de ellos iban de camino a una aldea
llamada Emaús, que dista de Jerusalén sesenta estadios. 14 Iban
comentando entre sí todos estos sucesos. 15 Y mientras ellos
comentaban e investigaban juntamente. Jesús mismo se le acercó y
caminaba con ellos. 16 Pero sus ojos estaban coma imposibilitados
para reconocerlo.
Los dos hombres, que el día de pascua caminan de Jerusalén a Emaús (el-qubebe, 11
kilómetros al noroeste de Jerusalén), forman parte del grupo que rodea a los once. Su
pensar, sus palabras, sus discusiones giran en torno a Jesús; en esto se muestran ser sus
discípulos. Jesús, que los sigue sin hacerse notar, los alcanza. Camina con ellos. Todo el
evangelio de Lucas ha pintado a Jesús como caminante. La Iglesia es Iglesia en marcha,
Iglesia peregrinante, y Jesús camina con ella.
Los dos discípulos no reconocen a Jesús, como tampoco lo reconoce María Magdalena
cuando se le aparece (Jn 21,14). La fuerza que tiene vendados los ojos de los discípulos es
lo increíble del mensaje pascual: un cadáver no recobra la vida y no sale del sepulcro.
Jesús resucita con la intervención y el poder de Dios. Es un presente de Dios que el
Resucitado aparezca a una persona y se le haga visible: «A éste, Dios lo resucitó al tercer
día y le concedió hacerse públicamente visible, no a todo el pueblo, sino a los testigos
señalados de antemano por Dios, a nosotros que comimos y bebimos con él» (Act 10,40s).
La vida del Resucitado no continúa sin más su vida terrestre. Es también gracia de Dios
que el aparecido y hecho visible sea reconocido como Jesús resucitado. Los hechos de la
historia de la salvación son causados por Dios, y son también explicados, interpretados por
Dios.
17 Él les preguntó: ¿Qué cuestiones son esas que venís
discutiendo entre vosotros por el camino? Ellos se detuvieron con
semblante triste. 18 Y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió:
¿Pero eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo
sucedido allí en estos días? 19 Él les contestó: ¿Qué? Lo de Jesús
Nazareno -le respondieron ellos-, un hombre que fue profeta
poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo; 20 y
cómo nuestros sumos sacerdotes y jefes lo entregaron a la pena de
muerte y lo crucificaron. 21 Nosotros esperábamos que él iba a ser
quien libertara a Israel; pero con toda eso, ya es el tercer día desde
que esto sucedió. 22 Verdad es que algunas mujeres de nuestro
grupo nos han alarmado: fueron muy de madrugada al sepulcro 23 y,
no habiendo encontrado su cuerpo, volvieron diciendo que incluso
habían visto una aparición de ángeles, los cuales aseguran que él
está vivo. 24 También fueron al sepulcro algunos de los nuestros y lo
encontraron todo exactamente como habían dicho las mujeres. Pero
a él no le vieron.
La suerte de Jesús resulta inexplicable para los dos discípulos. Se habla por una parte y
por otra. Con discusiones humanas no se consigue nada. En el semblante triste se pinta la
esperanza decepcionada, el desconcierto agobiante y la tristeza que paraliza. Tal era el
estado de ánimo que había causado el viernes santo en los discípulos estremecidos.
En las palabras del discípulo que lleva la conversación, Cleofás, se diseña la imagen del
Jesús de Nazaret anterior a pascua. Era poderosa en obras y palabras. Su obrar produce
fuerza y se dirige contra los poderes demoníacos del mundo. En sus palabras habla por la
boca de la omnipotencia y domina la esfera de influencia de los poderes del mal, que se
imponen con enfermedades, pecado y muerte. Tras la curación de un poseso dice el
pueblo: «¿Qué palabra es ésta que manda con autoridad y fuerza a los espíritus inmundos,
y salen? (4,36). «Y una fuerza del Señor le asistía para curar» (5,17). Dios lo ungió con
Espíritu Santo y virtud; por eso pasó haciendo el bien y sanando a los que estaban
dominados por el demonio (Act 10,38). Dios lo acreditó con obras de poder, milagros y
prodigios que Dios realizaba por él (Act 2,22). Jesús es profeta como Moisés, que era
«poderoso en sus palabras y obras» (Act 7,22). Como tal fue acreditado por Dios y
reconocido por los hombres (Lc 7,16). Aun después del viernes santo no cabe a Cleofás la
menor duda de que Jesús de Nazaret era profeta.
En Jerusalén ha sucedido algo que ha puesto en conmoción a toda la ciudad (cf. 24,18).
Los sumos sacerdotes y dirigentes del pueblo, del pueblo a que pertenece Cleofás, hicieron
entrega de Jesús a Pilato para que lo condenara a muerte; ellos fueron los que crucificaron
a Jesús. Con este fin de Jesús se puso también fin a la esperanza de los dos discípulos en
Jesús. Jesús les parecía ser más que un profeta dotado de poder; esperaban que él
realizaría la gran esperanza de Israel y lo salvaría de las manos de todos los que lo odian
(1,68.71; 2,38). Lo que se había dicho proféticamente sobre el niño Jesús, parecía
cumplirse con su vida y su acción; las multitudes que habían visto las poderosas obras de
Jesús lo aclamaron como rey Mesías (19,37) y aguardaban que ahora erigiera en Jerusalén
el reino de Dios (19,11). Que el Mesías hubiera de acabar su vida en la cruz sufriendo
miserablemente, que hubiera de morir como un criminal, arrojado fuera de la ciudad santa,
era cosa que contradecía todas las expectativas mesiánicas de los judíos. ¿Cómo iba a
salvar a Israel de las manos de sus enemigos, si él mismo sucumbió a sus manos?
La predicación apostólica sobre Jesús de Nazaret comienza con la acción de Jesús y
habla de su entrega a la muerte, pero luego siguen las frases triunfales: «A éste, Dios lo
resucitó al tercer día y le concedió hacerse públicamente visible... Éste es constituido por
Dios juez de vivos y muertos» (Act 10,40-42). «Sepa, por tanto, con absoluta seguridad
toda la casa de Israel que Dios ha hecho Señor y Cristo (Mesías) a este Jesús a quien
vosotros crucificasteis» (Act 2,36). El colofón de la predicación sobre Cristo es el anuncio
de que ha resucitado: «Si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe; aún estáis en
vuestros pecados» (lCor 15,17).
Los dos discípulos conocen el mensaje de la resurrección de Jesús. Saben, por su
predicción, que al tercer día tiene que resucitar (24,6; 9,22). Han oído el mensaje de las
mujeres. Han visto el sepulcro vacío. Todo esto no basta para convencerlos. A él no le han
visto. Las apariciones del Resucitado confirman el mensaje pascual. ¿Pero son suficientes
las apariciones? Jesús camina con los discípulos, y ellos no lo reconocen. ¿Cómo se llega
a la fe de que Jesús vive? ¿De que está con nosotros?
25 Entonces les dijo él: ¡Oh, torpes y tardos de corazón para creer
todo lo que anunciaron los profetas! 26 ¿Acaso no era necesario que
el Mesías padeciera esas cosas para entrar en su gloria? 27 Y
comenzando por Moisés, y continuando por todos los profetas, les
fue interpretando todos los pasajes de la Escritura referentes a él.
¿Por qué se muestran los discípulos refractarios al mensaje pascual? Su inteligencia está
aherrojada, y su corazón, centro de las decisiones religiosas, está embotado y perezoso.
Dios hizo que sus profetas anunciaran el mensaje pascual. Quien acepta sus oráculos con
fe, no ve ya defraudada por la muerte de Jesús en cruz la esperanza que tenía depositada
en él. La fe requiere también comprensión para con Dios y un corazón abierto a su
mensaje. Como los ojos de los discípulos están impedidos para no ver al Resucitado que
camina con ellos, así también su corazón está totalmente cerrado para que no comprendan
los dichos de los profetas. Para la fe pascual es preciso que se acabe con la cerrazón del
corazón.
Según el designio de Dios, el camino de la glorificación del Mesías pasa por la pasión y
la muerte. «Dios cumplió así lo que ya tenía anunciado por boca de todos los profetas: que
su Mesías había de padecer» (Act 3,18). «Éste fue entregado según el plan definido y el
previo designio de Dios, y crucificado por manos de paganos» (Act 2,23). Este camino del
Mesías hacia la gloria a través del sufrimiento es una necesidad impuesta por el plan de
Dios, que abarca ambas cosas: para esta vida la cruz, para la otra la gloria.
Cristo entró en su gloria a través de la pasión. La gloria es poder divino, esplendor divino,
modo divino de ser. Lo que en la transfiguración se hizo visible por breves momentos
(9,32), lo ha recibido ahora Jesús para siempre por medio de su pasión; en esta gloria se
ha de manifestar visiblemente: «Verán al Hijo del hombre venir en una nube con poderío y
gran majestad» (21,27). La transfiguración es la anticipación del tiempo final; en el tiempo
intermedio está todavía oculta la gloria del Hijo del hombre, aun cuando Jesús la posee ya.
Como Jesús, después de su muerte, entra en su reino (23,42), así entra también en su
gloria. El Padre le ha destinado esta gloria, porque él ha recorrido el camino de las pruebas
y de los sufrimientos (22,29). «Dios ha hecho Señor y Mesías a Jesús, a quien crucificaron
los judíos» (Act 2,36).
El Resucitado interpreta a los discípulos la Sagrada Escritura. En la Escritura se habla
abundantemente de él. En la ley y en los libros proféticos, en todas las Escrituras, en todos
los libros de los profetas. De lo que habla la Sagrada Escritura es de Cristo, de su pasión y
de su glorificación. El Resucitado da a los discípulos, y por ellos a la Iglesia. la más
importante regla hermenéutica para la inteligencia de la Sagrada Escritura. La clave de la
Sagrada Escritura es Cristo resucitado; de él dan testimonio las Escrituras (Jn 5,39-47).
«Los profetas investigaban a qué tiempo y a qué circunstancias se refería el espíritu de
Cristo que estaba en ellos y que testificaba de antemano los padecimientos reservados a
Cristo y la gloria que a estos seguiría» (IPe 1,11). Quien no conoce la Escritura, tampoco
conoce a Cristo; quien no conoce a Cristo, tampoco conoce la Escritura. Sólo quien se ha
«convertido al Señor», quien capta con fe que Jesús de Nazaret es el Mesías e Hijo de
Dios anunciado per Dios, que es el Resucitado y glorificado, capta el sentido de las
Escrituras. «Hasta el día de hoy», dice Pablo, «en la lectura del Antiguo Testamento, sigue
sin descorrerse el mismo velo (de los ojos de los judíos), porque éste sólo en Cristo queda
destruido. Hasta hoy, pues, cuantas veces se lee a Moisés, permanece el velo sobre sus
corazones; pero cuantas veces uno se vuelve al Señor, se quita el velo» (2Cor 3,14-16).
28 Cuando se acercaron a la aldea adonde iban, él hizo ademán
de continuar su camino adelante. 29 Pero ellos lo obligaron a
quedarse, diciendo: Quédate con nosotros; que es tarde y el día se
acabó ya. Entró, pues, para quedarse con ellos. 30 Y estando con
ellos a la mesa, tomó el pan, recitó la bendición, lo partió y se la dio.
31 Por fin se les abrieron los ojos y lo reconocieron; pero él
desapareció de su vista. 32 Entonces se dijeron el uno al otro:
¿Verdad que dentro de nosotros ardía nuestro corazón cuando nos
venía hablando y nos explicaba las Escrituras?
Se ha alcanzado la meta de la marcha: la casa de uno de los dos discípulos. Jesús es
invitado y rogado: quieren que se quede con ellos. El que acepta la invitación debe,
conforme a la usanza oriental, hacerse de rogar y ser forzado amablemente (14,23). El
caminante que explica a los discípulos la Escritura y les descubre el misterio del Mesías
doliente y glorificado, es recibido como huésped con gran ansia y satisfacción. En los
apóstoles itinerantes, que descubren la inteligencia de la Escritura por medio del
Resucitado, viene el Resucitado mismo (Mt 10,40ss).
Jesús se sienta a la mesa con los dos discípulos y asume la función que le corresponde
como a invitado, la fracción del pan, gesto propio del padre de familia. La comida de los
judíos comenzaba con la bendición y fracción del pan. Lo que aquella noche sucedió en
Emaús pudo ser considerado históricamente, una comida corriente. Lucas, sin embargo, lo
sitúa en una perspectiva más alta. Lo pinta con los colores del banquete eucarístico. La
relación de la cena en Emaús en la tarde de Pascua, la percibimos, no de la boca de
Cleofás, sino de las palabras de Lucas. Tal como El entendió esta comida, «partir el pan»
es para él celebrar la eucaristía (Act 2,42.46; 20,7). Las palabras de la celebración de la
eucaristía dan también la impronta a las palabras de la cena en Emaús: «Tomó el pan y,
recitando la acción de gracias, lo partió y se lo dio a ellos» (cf. 22,l9). Al anochecer, cuando
terminaba el día, comió Jesús con los discípulos la última cena, en la que instituyó la cena
pascual en forma de cena eucarística; al anochecer se reunían también los cristianos para
la cena eucarística (Act 20,8s) (*). El relato de los discípulos de Emaús no es sólo una
anécdota edificante, sino que contiene una verdad importante. La Sagrada Escritura da
testimonio del Cristo resucitado, y la eucaristía da al Resucitado mismo vivo y presente. La
eucaristía es el gran signo de la resurrección del Señor, el signo en que se reconoce que el
Señor vive y está presente. La eucaristía no es sólo memorial de la muerte del Señor, sino
también memorial de la resurrección. La muerte y la resurrección están unidas entre sí
inseparablemente. La celebración eucarística hace presente no sólo el sacrificio de la cruz,
sino también la resurrección de aquel que vive. Es signo, por el que reconocemos que
Jesús resucitó verdaderamente. Mediante ella se obtiene la capacidad de reconocer al
Señor.
EU/PRESENCIA-RSD:¿Es acaso accidental, casual, el que tres veces se hable de
permanecer con los discípulos? Estos ruegan a Jesús: «Quédate con nosotros»; él entra en
la casa «para quedarse con ellos»; se sienta con ellos a la mesa. Jesús, en su condición de
resucitado, está con sus discípulos hasta el fin del mundo (Mt 28,20). En la eucaristía se
realiza esta permanencia del Resucitado con su Iglesia. Juan, con quien Lucas coincide no
raras veces, designa como fruto precioso de la eucaristía la permanencia con Jesús: «El
que come mi carne y bebe mi sangre, en mi permanece, y yo en él» (/Jn/06/56). Esta
permanencia del Resucitado no es mera presencia, sino acción salvífica. Parte de esta
acción está constituida por el don del conocimiento del Resucitado. Se les abren los ojos y
reconocen a Jesús.
Tan pronto como los discípulos reconocen a Jesús, desaparece él de su vista. La entera
narración tiene puesta la mira en el reconocimiento del Resucitado. Lo que no logró la
aparición del Resucitado, lo que tampoco consiguió la interpretación de las Escrituras y su
inteligencia, sino que únicamente lo preparó, eso se realiza en la celebración de la
eucaristía. Una vez se logró el objetivo de la aparición, se hizo Jesús invisible. Jesús no
mora ya entre los hombres como en el tiempo anterior a pascua: ha entrado en la gloria de
Dios (cf. 24,26), que «habita en la región inaccesible de la luz, a quien ningún hombre vio ni
pudo ver» (lTim 6,16). A los que Dios designa como testigos del Resucitado, les otorga el
don de serles visible (Act 10,40), aunque normalmente es invisible. A esta invisibilidad
vuelve de nuevo Jesús una vez reconocido.
EU/BI:Ahora comprenden también los discípulos lo que les sucedía cuando Jesús les
explicaba las Escrituras en el camino. Su corazón ardía. Quizá se acuerdan de las
palabras del salmo de lamentación: «Hundido en el silencio, callado ante la suerte, mi dolor
se exacerbaba. Me ardía el corazón dentro del pecho; se encendía el fuego en mi
meditación» (Sal 39[38],3s). Con este corazón abrasado lucha el orante implorando
esperanza y socorro en su vida que le aparece vacía y sin sentido. Con la interpretación de
]a Escritura por el Resucitado despierta de nuevo la esperanza; en la celebración de la
eucaristía adquieren los discípulos la certeza de que Jesús vive y de que el caminante es el
Resucitado. Ambas cosas son necesarias: la Escritura y la eucaristía. La Escritura inflama
el corazón tardo, la eucaristía quita la falta de comprensión (cf. 24,25). Mediante la
Escritura interpretada en sentido pascual y mediante el banquete de la eucaristía aparece
en la conciencia fiel la presencia del Resucitado, hace que el corazón se inflame y
conozca.
...............
* El relato de los discípulos de Emaús tiene la misma estructura que el de Act 8,26 40:
Dos hombres de camino (de Jeru- Un hombre de camino (de Jerusa-
salén a Emaús). lén a Gaza).
Van hablando de los acontecimientos El eunuco va leyendo Is 53, el cán-
de aquellos días: la muerte del profeta tico del Siervo doliente de Dios.
poderoso.
Los discípulos cuentan los hechos que El eunuco dice que no entiende el
los desconcertaban. pasaje que lee.
a la Escritura. ex ca la Escritura.
Jesús explica los sucesos conforma Felipe, iluminado por el Espíritu,
a la Escritura. explica la Escritura.
Jesús parte el Pan. Felipe confiere el bautismo.
Jesús desaparece de repente. Felipe desaparece de repente.
Los discípulos regresan convertidos. El eunuco regresa cristiano.
En ambos relatos, la Escritura prepara para el rito: una vez para la eucaristía, la otra para el
bautismo.
...............
33 Y en aquel mismo momento se levantaron y regresaron a
Jerusalén, donde hallaron reunidos a los once y a los que estaban
con ellos, 34 que decían: ¡Es verdad! El Señor ha resucitado y se ha
aparecido a Simón. 35 Entonces ellos refirieron lo que les había
sucedido en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Después de la gran vivencia en que los discípulos habían reconocido en el Resucitado la
acción salvífica de Dios, regresan a Jerusalén, donde se hallaban reunidos los once y «los
que estaban con ellos». Regresan (*), como todos los que han experimentado la visita
misericordiosa de Dios: los pastores (2,20), Jesús mismo (4,1.14), los apóstoles (9,10), los
setenta discípulos (10,17), el leproso curado (17,15), el pueblo que había sido testigo de la
crucifixión de Jesús (23,48). Regresan «para alabar y glorificar a Dios por todo lo que
habían oído y visto», para referir y para proclamar lo que ha obrado Dios, para reconocer lo
que hasta entonces no habían reconocido. Los dos discípulos regresan en el mismo
momento, porque la alabanza y proclamación de Dios es cosa que urge (1,39; 2,16; 19,5).
El mensaje del Resucitado debe llevarse a Jerusalén, porque de allí ha de partir al mundo
entero (24,47; Act 1,8).
Los once y los que se hallan con ellos están ya convencidos de que Jesús vive, pues el
Resucitado se ha aparecido a Simón Pedro. La primera aparición fue concedida a Pedro
(lCor 15,4s; cf. Jn 20,2). Pedro tiene el encargo de confirmar a sus hermanos (22,32). La
Iglesia se edifica mediante la fe en el Resucitado. Lo que los dos discípulos habían vivido
en el camino de Emaús y en la fracción del pan, concuerda con el mensaje pascual de la
Iglesia primitiva; ésta edifica su fe pascual sobre la fe de los once, y ésta se confirma con la
aparición del Resucitado, que fue otorgada a Simón Pedro.
Lucas se interesa por tradiciones particulares que se hallan al margen de la tradición
apostólica. Habla de la misión de los setenta (10,1ss), refiere recuerdos que le contaron las
mujeres con las que se encontró el Señor (8,1; 7,11ss; 36ss; 10,38ss; 23,27ss), y sabe
también -quizá por Cleofás- de los discípulos a los que el Señor resucitado apareció en el
camino. Los testigos secundarios no dejan de ser tenidos por fidedignos, pero la fe de la
Iglesia no se edifica sobre su testimonio; ésta reposa sobre el fundamento de los apóstoles,
cuya fortaleza es Pedro. Lo que presenciaron los testigos secundarios queda confirmado
por el testimonio de los once.
La Sagrada Escritura, la celebración de la eucaristía y la profesión de fe de la Iglesia son
los pilares sobre los que se apoya la certeza (1,4) de nuestra fe en la resurrección de
Jesús. La narración de los discípulos que se encontraron con el Resucitado en el camino
de Emaús, se cierra en forma significativa con estas palabras: Lo habían reconocido al
partir el pan. En la celebración de la eucaristía se congrega la comunidad creyente para
leer la Sagrada Escritura, para hacer la profesión de fe y para partir el pan. Por medio del
Señor presente en la fracción del pan le comunica Dios el don de reconocer al Resucitado.
Así la fe no sólo produce el efecto de descubrir a los hombres el misterio pascual, sino que
ella misma es ya una irradiación de este misterio. Es un efecto de la acción de Dios en la
resurrección de Cristo. Es causa y efecto a la vez, causando y presuponiendo a la vez el
contacto con la resurrección.
...............
* Una palabra preferida por Lucas: 37 veces en el NT; de ellas, 21 en el evangelio de Lucas,
12 en los Hechos
de los apóstoles.
(_MENSAJE/03-2.Págs. 317-328)
BIBLIA NT EVANGELIOS LUCAS 54
MATERIA: EL N. T. Y SU MENSAJE: EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS (54)
·ALOIS-STÖGER
3. ENCARGO Y DESPEDIDA DEL RESUCITADO (24,36-53).
El día de Pascua de Jesús se cierra con una aparición del Resucitado a todos los
discípulos. En este caso se presenta la realidad del cuerpo resucitado de tal manera que
quede disipada toda duda (v. 36-43), se da una nueva inteligencia de la Escritura y el
encargo de la misión mundial (v. 46-49), y se narra la despedida de Jesús de sus discípulos
(v. 50-53).
a) El cuerpo de Jesús resucitado
(Lc/24/36-43).
La exposición de Lucas hace patente su objetivo apologético. En ciertos círculos no se
quería admitir que Jesús había resucitado con su cuerpo. Contra éstos se trata ahora de
poner de relieve la corporeidad de la resurrección.
36 Mientras estaban comentando estas cosas, él mismo se
presentó en medio de ellos y les dijo: La paz esté con vosotros. 37
Aterrados y llenos de miedo, creían ver un espíritu. 38 Pera él les
dijo: ¿Por qué estáis turbados y por qué surgen dudas en vuestro
corazón? 39 Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y
vedme, porque un espíritu no tiene carne y huesos, como estáis
viendo que los tengo yo. 40 Dicho esto, mostróles las manos y los
pies.
J/RS/DUDAS: Como había desaparecido repentinamente de la vista de los discípulos de
Emaús, también ahora se presenta Jesús repentinamente en medio de los once y de los
que están con ellos. Jesús no está ya sometido a las leyes del espacio y del movimiento en
el espacio. El modo de existir del Resucitado no es ya el modo de existir del Jesús terrestre,
del Jesús del viernes santo. La aparición repentina, inesperada e inexplicable del
Resucitado causa miedo y terror. La resurrección de Jesús y su aparición en figura corporal
es cosa que sobrepasa la capacidad de comprensión humana y la expectativa humana. Ni
siquiera viendo y oyendo su saludo de paz logran los discípulos convencerse de que es él;
sin embargo, habían llegado ya a la fe en la resurrección (24,34).
Los discípulos ven la aparición, pero la interpretan como la de un espíritu sin cuerpo,
como un fantasma; según otra antigua lectura, como producto de la fantasía, como artilugio
del diablo. En las dudas y falsas interpretaciones de los discípulos se anticipan ya dudas e
interpretaciones erróneas de posteriores adversarios del mensaje de la resurrección. En la
exposición de Lucas se reflejan las polémicas de la misión cristiana, Las apariciones del
Resucitado no son producto de la fantasía, no son meras visiones internas.
Lo que ven los discípulos es Jesús mismo. La aparición es idéntica con él. Soy yo
mismo. De ello, dan testimonio las manos y los pies, que llevan las marcas de los clavos
(Jn 20,25.27). Jesús aparece con verdadera corporeidad. Los discípulos pueden tocar el
cuerpo del SeÑor. La aparición tiene carne y huesos, que son la armazón de la carne.
Aunque pudiera engañarse la vista, el sentido del tacto no se engaña, pues es el sentido
más objetivo de todos. Jesús muestra a los discípulos sus manos y sus pies. ¿Tienen ya la
prueba? Tras sus palabras es ya más que suficiente.
41 No acabando ellos de creer aún de pura alegría y llenos de
admiración, les preguntó: ¿Tenéis aquí algo que comer? 42 Ellos le
presentaron un trozo de pescado asado. 41 Él lo tomó y comió
delante de todos.
Al miedo y al terror sigue la alegría. Las palabras y la convincente oferta de Jesús no
conducen todavía a la fe, sino solamente a la admiración. El evangelista los excusa: la
alegría les impide todavía creer. El mensaje de la resurrección de Jesús es demasiado bello
para ser verdadero. Al fin y al cabo, su resurrección y aparición ¿no es producto del ansia
humana, creación de los discípulos, que habían estado con el Señor, habían puesto en él
toda su esperanza y lo consideraban como el gran logro de su vida? Toda la esperanza de
los cristianos se concentra en la verdad de la resurrección de Jesús. Debe, pues,
fundamentarse sólidamente. La alegría de los discípulos tiene su razón de ser. Se ofrece
una nueva prueba de la verdad de la resurrección y de la corporeidad del Resucitado.
Jesús come delante de sus discípulos un trozo de pescado asado. Para prevenir toda
volatización del cuerpo resucitado y toda transformación en algo espiritual, la predicación
de la Iglesia primitiva se remitió a las comidas en común del Resucitado con los discípulos:
«A éste, Dios lo resucitó al tercer día y le concedió hacerse públicamente visible... a
nosotros que comimos y bebimos con él después de haber resucitado él de entre los
muertos» (Act 10,40s). Jesús, en su condición de resucitado, no tiene ya necesidad de
alimento, pues ha entrado ya en la vida eterna (24,26). Se demuestra como el que vive,
asumiendo paradójicamente en sí las señales de quien está sujeto a la muerte. De este
modo de existir del cuerpo resucitado sólo se puede hablar con imágenes menguadas e
insuficientes (lCor 15,35-49).
El crucificado y sepultado, pero resucitado de entre los muertos muestra un modo
característico de existir. Aparece en una corporeidad visible, audible y tangible. No es un
fantasma, sino un ser humano de carne y hueso, que se declara dispuesto a dejarse tocar
para disipar las dudas acerca de su corporeidad, que está delante de los ojos de los que le
sirven la comida. Sin embargo, Jesús es distinto de como era antes de su muerte, se
muestra libre de todo condicionamiento propio de la existencia corporal y dispone
libremente de su forma variable de aparecerse (/Mc/16/12). Con todo lo que se insiste en la
corporeidad del Resucitado, sin embargo, la realidad de ésta suscita dudas, causa terror y
no deja creer por la alegría. El Resucitado aparece y desaparece, sin que se note su
venida y su partida. Para reconocerlo se requieren ojos abiertos por Dios. De la pasión y de
la existencia terrenal, ha pasado ya a la gloria de Dios y, sin embargo, se adapta todavía a
lo terrestre, y en este sentido es imperfecto. El modo de existencia del Resucitado no se
puede describir plenamente; apenas si se puede insinuar en fórmulas llenas de
contradicciones.
b) Testamento del Señor a su partida
(Lc/24/44-49).
En las últimas palabras que el Resucitado dirige a los apóstoles les da nueva inteligencia
de la Escritura (v. 44s), los instruye sobre el universalismo de la voluntad salvífica de Dios
(v. 46s) y les promete el Espíritu Santo (v. 48s).
44 Después les dijo: Éstas son las palabras que yo os dije cuando
todavía estaba con vosotros: tiene que cumplirse todo lo que está
escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los
salmos. 45 Entonces les abrió la mente para que entendieran las
Escrituras.
El Señor dejó a los apóstoles y a la Iglesia sus palabras, que él pronunció en su vida
terrena, así como la tradición de las acciones que realizó. Junto a su presencia personal,
que para la Iglesia es invisible e inaudible, se halla la tradición de su obrar, el recuerdo del
tiempo de Cristo. Este tiempo se caracteriza como el tiempo en que Jesús estaba todavía
con sus apóstoles visible, experimentable. Se acerca el tiempo en que partirá y se alejará
de ellos; entonces también tendrán término las apariciones del Resucitado y la Iglesia
aguardará su venida (17,22). Para este tiempo se nos han dejado como precioso legado las
palabras del Jesús terreno y la vista de sus acciones. La vida de Cristo se ve como hecho
histórico, al que la lglesia mira retrospectivamente y que influye en la fe y en la vida de la
actualidad.
La actividad terrena de Jesús está dominada por la aserción del cumplimiento de las
Escrituras. Al comienzo de su actividad pública se dice: «Hoy se ha cumplido este pasaje
de la Escritura escuchado por vosotros» (4,21). Antes de elevarse al cielo, recuerda que
había dicho: Debe cumplirse todo lo que está escrito. La Escritura entera con todas sus
partes: ley, profetas, salmos (ketubim), habla de Cristo. Jesús trae el cumplimiento de la
Ley (16,17s), la realización de las profecías (4,21), el culto de alabanza por las grandes
obras que Dios llevó a cabo por Jesús. El tiempo de Jesús es el tiempo de la realización de
las promesas.
Aunque Jesús, en su vida terrena explicó la Escritura a los discípulos, cuya inteligencia
siguió cerrada a la comprensión de la Escritura, todavía no creían que Jesús es el Mesías,
todavía les estaba oculta la verdadera imagen del Mesías. La Escritura habla del Mesías,
del Resucitado de entre los muertos. Esto no lo podían ellos comprender (18,31-34). El
Resucitado, al que Dios, mediante la resurrección, acreditó como Mesías, abre la
inteligencia para la comprensión de la Escritura. La fe en Jesús es obra del Resucitado,
como también la nueva inteligencia de la Escritura. Sólo si la Escritura del Antiguo
Testamento se entiende a la luz de pascua, conduce al conocimiento de Jesús, salvador de
Israel y del mundo. Después de la resurrección, la ignorancia de la Escritura se convierte
en culpa (Act 3,17s). Para el judío incrédulo es la Escritura una acusación; para la Iglesia,
que creyendo en la resurrección la entiende rectamente, es salud y salvación.
46 Y les dijo: Así está escrito: que el Mesías tenía que padecer,
que al tercer día había de resucitar de entre los muertos 47 y que en
su nombre había de predicarse la conversión para el perdón de los
pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén.
La Escritura anuncia la salvación para todos los pueblos. Ésta es su sustancia y su
verdadero objetivo. La salud se basa en la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Se
proclama en nombre de Jesús, por encargo suyo, bajo su acción. En este nombre hay
salvación (Act 4,12). El nombre de Jesús es su presencia activa. Cuando los apóstoles
predican en nombre de Jesús, cuentan con la promesa: «Yo estoy con vosotros todos los
días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). A todas las naciones se predica la salvación;
también aquí se cumple la Escritura; la profecía universalista del segundo Isaías se cumple
en la predicación del Bautista: «Todos han de ver la salvación de Dios» (3,6; Is 40,5), en el
cántico de alabanza de Simeón: «Luz para iluminar a las naciones» (2,32; Is 42,6), en la
predicación de Jesús: «Vendrán de oriente y de occidente» (13,28ss; Is 49,12). La
salvación comienza a predicarse en Jerusalén. Viene de los judíos (Jn 4,22). En Abraham
son benditas todas las generaciones de la tierra (Act 3,25; Gén 12,3). Se anuncia
conversión y perdón de los pecados. La conversión (penitencia) es presupuesto para el
perdón de los pecados; a esto sigue la vida. Cristo glorificado es el «autor de la vida» (Act
3,15), pero también de la conversión y del perdón: «A éste ha exaltado Dios a su diestra
como príncipe y salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de los pecados» (Act
5,31). La promesa profética que Jesús cumple en su acción, es hecha por los apóstoles a
todos los pueblos: «...libertad a los cautivos y recuperación de la vista a los ciegos» (4,18;
Is 61,1; 42,7). Según Mateo, el Resucitado da el encargo: Bautizad a todos los pueblos
(28,19). El bautismo presupone penitencia y conversión y sella una y otra.
Se ha realizado la predicción del Antiguo Testamento acerca de la salud para todos los
pueblos y el mensaje de salvación. Los Hechos de los apóstoles dan testimonio de ello. Los
apóstoles anuncian a Jesús de Nazaret como Cristo (Mesías), su muerte salvífica -muerto
por los pecados- y la resurrección; ofrecen penitencia y perdón de los pecados. En uno de
los primeros sermones de san Pedro se dice: «Nosotros somos testigos de todas las cosas
que hizo en la región de los judíos y en Jerusalén, al cual incluso mataron, colgándolo de
un madero. A éste, Dios lo resucitó al tercer día y le concedió hacerse públicamente
visible... Y nos ordenó predicar al pueblo y dar testimonio de que él es el constituido por
Dios en juez de vivos y muertos. Todos los profetas le dan testimonio de que por su nombre
obtiene la remisión de los pecados todo el que cree en él» (Act 10,39-43). La predicación
comienza en Jerusalén, va a Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra (Act 1,8).
Lo que Mateo presenta como manifiesto y encargo del Resucitado (8,18-20), lo propone
Lucas en forma de predicción. La predicación a todas las naciones se pone, como
cumplimiento de la Escritura, en una misma línea con la pasión y la resurrección. Al tiempo
de las promesas sigue el tiempo de Jesús como centro y punto medio del tiempo; después
de la ascensión viene el tiempo de la Iglesia, tiempo del testimonio y de la misión.
48 Vosotros sois testigos de esto. 49 Y mirad: Yo voy a enviar
sobre vosotros lo prometido por mi Padre. Vosotros, pues,
permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de la fuerza de
lo alto.
Se expresa el hecho y el encargo: los apóstoles son testigos de aquello en que se han
cumplido las predicciones, testigos de la muerte y de la resurrección de Jesús, testigos de
su encargo misionero y de la predicación de la salud extendida al mundo entero. Ellos
habían estado con Jesús, desde su bautismo en el Jordán hasta su ascensión al cielo (Act
1,21). Ellos aportan lo que se exige a los testigos. El mensaje de los apóstoles no es
especulación y sabiduría humana -en forma mística, si se quiere- sino hecho histórico, y su
interpretación divina sobre la base de la Escritura.
Cristo por su parte ofrece a los apóstoles el apoyo del Espíritu Santo para su mensaje
salvífico. Sus palabras de promesa van encabezadas por su yo, el yo de quien tiene
autoridad y derecho de libre disposición, como se lee en Mateo: «Se me ha dado todo
poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18). Tan pronto como haya ido al Padre y haya sido
glorificado (Jn 15,26) enviará la promesa del Padre, el Espíritu Santo, al que Dios había
prometido para el tiempo de salvación (Jl 3,1-5; Act 2,16-21). El Espíritu Santo, con el que
Jesús mismo fue ungido para su acción (Act 10,38), se da también a los apóstoles. El
tiempo de la Iglesia es el tiempo del Espíritu Santo. «Elevado a la diestra de Dios y recibida
del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado lo que vosotros estáis viendo y
oyendo» (Act 2,33).
Primeramente tienen los apóstoles que esperar el Espíritu Santo; tienen que establecerse
en la ciudad y permanecer en ella; en estas palabras se da quizá a entender también:
permanecer reflexionando y meditando (10,39). Se refiere que los apóstoles, después de la
ascensión de Jesús a los cielos, perseveraban unánimes en la oración con las mujeres y
con María, la madre de Jesús, y sus hermanos (Act 1,14). La ciudad es Jerusalén; es el
centro de la obra histórica lucana, la ciudad de la muerte de Jesús, la ciudad del
Resucitado, la ciudad de la venida del Espíritu Santo, la ciudad contra la que se cumple el
juicio de Dios porque no ha reconocido sus misericordiosas visitas.
ES/FUERZA:En Jerusalén serán los apóstoles revestidos de la fuerza de lo alto. La
fuerza de lo alto es el Espíritu Santo. La fuerza y el Espíritu están íntimamente ligados entre
sí. En la fuerza del Espíritu regresa Jesús a Galilea después de haber vencido al tentador,
para empezar allí su obra y proclamar el suspirado año de salvación (4,14). La fuerza del
Espíritu se da a los apóstoles después que Jesús ha vencido al tentador en su pasión y
muerte y ha sido elevado al cielo. En la fuerza del Espíritu continúan la obra de Jesús entre
todas las naciones. «Y con gran fortaleza, los apóstoles daban testimonio de la
resurrección del Señor Jesús y gozaban todos ellos de gran estimación» (Act 4,33). No
hacen los milagros con su propia fuerza (Act 3, 10), sino en virtud y en nombre de
Jesucristo (Act 4,7.10). El tiempo de Jesús comienza con la «aurora de lo alto» (1,78); el
tiempo de la Iglesia, con la «fuerza de lo alto». Los apóstoles son revestidos de esta fuerza,
como Jesús fue ungido con el Espíritu Santo y fuerza (Act 10,38). El traje de ceremonia de
los apóstoles es la fuerza de lo alto; Esta les da poderes divinos, como los tenía Jesús.
«Ellos (los apóstoles) fueron a predicar por todas partes, cooperando el Señor con ellos y
confirmando su palabra con las señales que la acompañaban» (Mc 16,20).
ES/FECUNDIDAD:Al comienzo del tiempo de Cristo se halla el mensaje de gracia: «EI
Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te envolverá en su sombra» (1,35). Al
comienzo del tiempo de la Iglesia se halla la promesa de Cristo, de que enviará la promesa
del Padre, el Espíritu Santo, a los apóstoles y a los que están con ellos, y los pertrechará
con la fuerza de lo alto. El Espíritu Santo suscita desde el seno de María al Santo, al Hijo
de Dios (1,35); el Espíritu Santo produce mediante la Iglesia los santos, los hijos de Dios,
como se llama a los cristianos. La fecundidad de María, como la fecundidad de la Iglesia,
viene por la fuerza de lo alto. María es figura de la Iglesia.
e) Ascensión de Jesús
(Lc/24/50-53).
Esta sección discrepa algo de Act 1,3-11. Según los Hechos de los apóstoles, Jesús,
«con numerosas pruebas se les mostró vivo (a los discípulos) después de su pasión,
dejándose ver de ellos por espacio de cuarenta días y hablándoles del reino de Dios» (Act
1,3). Según el Evangelio, parece que todo lo que narra Lucas en el capítulo 24 tuvo lugar el
día de pascua, que el testamento del Señor que partía de este mundo (v. 44-49) y su
ascensión (v. 50-53 se sitúan inmediatamente después de la aparición la noche del día de
pascua. A lo que parece, Lucas, en su exposición del día de pascua, se dejó guiar por
intenciones litúrgicas: cada domingo de la comunidad es un día de pascua. Conforme a su
concepción teológico-literaria, anticipó también el relato de la muerte del Bautista (3,8ss)
sin atenerse a la sucesión histórica de los hechos; así también, el sermón de Jesús en
Nazaret. Io sitúa programáticamenle al comienzo de su actividad (4sí4-30), aunque
históricamente hay que situarlo seguramente más tarde. Numerosas relaciones entre el
Evangelio y los Hechos de los apóstoles muestran que Lucas tenía ya planeada la
concepción de los Hechos cuando escribió el Evangelio; por eso no se puede suponer que
quisiera corregir el Evangelio, por ejemplo, con los datos de los Hechos de los apóstoles
sobre la ascensión. Lucas no se deja guiar por intenciones de biografía histórica.
50 Después los llevó hasta cerca de Betania y, levantando las
manos, los bendijo. 51 Y mientras los bendecía, se apartó de ellos y
era llevado al cielo.
«Hasta cerca de Betania» quiere decir la región sobre el monte de los Olivos próxima a
Jerusalén (19,28s; Act 1,12). Desde allí había avanzado como rey Mesías hacia Jerusalén
(19,28-38). En ningún otro lugar podía comenzar su marcha para entrar en la gloria
después de llevada a cabo su obra. Betania está situada en el camino del desierto a
Jerusalén. El comienzo del tiempo de salvación se anuncia con estas palabras: «Voz del
que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor... y todos han de ver la salvación
de Dios» (3,4ss). En este camino del desierto a Jerusalén se despide Jesús de los
discípulos, y es elevado al cielo; de allí envía el Espíritu Santo; comienza el tiempo de la
Iglesia. Sobre la acción de los apóstoles se dice al final de los Hechos: «Sabed, pues, que
a los gentiles ha sido ya transferida esta salvación de Dios, y ellos escucharán» (Act
28,28).
El que todavía no había bendecido nunca a sus apóstoles, les da ahora solemnemente la
bendición. El acto de levantar las manos muestra a Jesús como sacerdote que bendice.
Quizá debe esta escena traer a la memoria las palabras del Eclesiástico, donde se dice del
sumo sacerdote Simón: «Entonces Simón, bajando, levanta sus manos sobre la
congregación de los hijos de Israel para dar con sus labios la bendición de parte de Dios y
gloriarse en su nombre. De nuevo se postraban en tierra para recibir de él la bendición»
(Eclo 50.22s). Jesús, que se despide para ir al cielo, hace patente la bendición que se da
en él mismo: en él serán benditas todas las naciones de la tierra (Act 3,25). El Evangelio de
Lucas comienza con un sacerdote que, después de ofrecer el sacrificio, no pudo bendecir a
causa de su duda (1,22). El ministerio de Zacarías era una liturgia inacabada. Al final del
Evangelio aparece de nuevo un sacerdote, que da remate a su obra con su bendición.
La liturgia ha llegado a su término. Toda la fuerza de bendición del Crucificado y
glorificado viene sobre los apóstoles.
Mientras les daba la bendición se aparta Jesús de los suyos. Aunque esté lejos de ellos,
su bendición queda con ellos. Se apartó de ellos. ¿Se apartó de ellos como se apartó de
los discípulos de Emaús? ¿Se hizo invisible a los ojos? Lo que aquí se dice quiere significar
otra cosa. La palabra está rodeada por el marco de la despedida. Así, con el fin de disipar
toda duda, hasta en importantes manuscritos se añadió: «Y era llevado al cielo» (cf. Act
1,9). En la ascensión se aparta Jesús de los suyos; lo que aquí se quiere acentuar es la
despedida, no precisamente la ascensión al cielo. Los días de las apariciones del
Resucitado han llegado a su fin. Los benéficos días de Jesús en la tierra han terminado. Se
ha alcanzado la meta de todas las peregrinaciones de Jesús; ahora es elevado (9,51). El
tiempo de Cristo, desde el bautismo hasta la ascensión, ha concluido. Ahora no viene ya
ningún día que se iguale a estos días. El Resucitado vive ahora a una distancia absoluta
hasta que venga de nuevo.
52 Ellos, después de adorarlo, se volvieron a Jerusalén, llenos de
inmenso gozo. 53 Y estaban continuamente en el templo,
bendiciendo a Dios.
Como en la bendición del sumo sacerdote la comunidad se postra en adoración, así
también los apóstoles se postran ante el Señor que se aleja. La ascensión se efectúa en
una liturgia solemne. La Iglesia se congrega en presencia del sumo sacerdote que bendice.
Es posible que estas palabras de adoración pasaran del libro del Sirácida al Evangelio -no
todos los manuscritos contienen esta lectura- y que Lucas escribiera más sencillamente. Lo
que sigue, lo presenta sobriamente y en forma contenida, se limita prácticamente a indicar
lo que hace la comunidad apostólica después de la partida del Señor. Vuelve a Jerusalén,
con lo cual cumple obedientemente el último encargo del Señor.
Llenos de inmenso gozo. ¿Cómo pueden alegrarse los apóstoles cuando se aleja de
ellos Jesús? La ascensión de Jesús al cielo pone fin a su estancia en la tierra, pero da
remate y coronamiento a su resurrección. Se ha dado un paso más adelante, hasta que
lleguen los tiempos del refrigerio y envíe Dios al preelegido Cristo Jesús; en efecto, «el
ciclo debe retenerlo hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas de que habló
Dios por boca de sus santos profetas desde antiguo» (Act 3,20s). La alegría de los testigos
de la ascensión es el comienzo del gran júbilo de la consumación final. Una vez más
vuelven a reunirse el comienzo y el final del Evangelio. Cuando se anunció el nacimiento de
Juan Bautista, se dijo al sacerdote Zacarías: «Para ti será motivo de gozo y de alegría, y
muchos se alegrarán de su nacimiento» (1,14). El nacimiento de Jesús va acompañado de
este mensaje: «Mirad: os traigo una buena noticia que será de grande alegría para todo el
pueblo» (2,10). El Evangelio es buena nueva, desde el principio hasta el fin.
A su entrada en Jerusalén Jesús, con autoridad, tomó posesión del templo para sí y para
su pueblo (19,45ss). Allí echó los cimientos de su Iglesia. El templo fue continuamente, a
las horas de oración, lugar de reunión de la comunidad de la ascensión y por mucho tiempo
fue toda vía lugar de reunión de la comunidad de pentecostés (Act 2,46; 3,1ss; 5,12.20s;
42). Otra vez vuelven a enlazarse el comienzo y el fin del Evangelio. Los dos puntos
culminantes de la historia de la infancia están constituidos por la doble aparición del niño
Jesús en el templo (2,22-38; 2,41-50.); éste es también el lugar de los que «esperan la
liberación de Israel» (2,38).
En el templo resuena la alabanza de Dios por la Iglesia. Dios bendijo a la Iglesia de la
ascensión por medio del sumo sacerdote Cristo; ella bendice a Dios, le tributa alabanza y
acción de gracias en oraciones e himnos. Cuando nació el Bautista, dijo Zacarías alabando
a Dios: «Bendito sea el Señor Dios de Israel» (1,64.68). Simeón toma al niño Jesús en los
brazos y alaba a Dios con el himno: «Mis ojos vieron tu salvación, la que tú preparaste a la
vista de todos los pueblos» (2,28.30). Ahora comienza a realizarse lo que expresó este
himno de alabanza. La salvación está preparada, alabando a Dios se ofrece a los pueblos.
Se inicia la liturgia de la alabanza perpetua de Dios.
(_MENSAJE/03-2.Págs. 329-342)