El Frente, revista de la juventud (boceto 1)

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-revista de la juventud- EL FRENTE año 1, número 1, marzo 2011

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El Frente busca ser un espacio para el intercambio y la deliberación. Es un espacio novedoso para la exposición de ideas frescas, críticas y jovenes.El Frente acoge a todas y todos los jóvenes peruanos de buena voluntad, más allá de sus vinculaciones, ideas o militancia.

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-revista de la juventud-

EL FRENTE año 1, número 1, marzo 2011

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EL FRENTE, REVISTA DE LA JUVENTUD

EL FRENTEEl Frente busca ser un espacio para el intercambio y la deliberación. Es un espacio novedoso para la exposición de ideas frescas, críticas y jovenes.El Frente acoge a todas y todos los jóvenes peruanos de buena voluntad, más allá de sus vinculaciones, ideas o militancia.Aquí estamos para observar la realidad que transcurre delante de nosotros, y tirar ideas que nos permitan gestar acuerdos y compromisos para construir de modo colectivo una sociedad de contenidos inclusivos e igualitarios.En esta primera edición, de cara a un escenario electoral, compartimos algunas reflexiones sobre la política, la sociedad y la juventud.

Sean todos bienvenidos.

Martín Soto FloriánDirector

Lucas Ghersi MurilloAsistente de Edición

[email protected]

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EL FRENTE, REVISTA DE LA JUVENTUD

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EL FRENTE, REVISTA DE LA JUVENTUD

Este año decidimos el futuro del país. Una vez más, 20 millones de peruanos iremos a votar (¡multa al que no va!). Según el padrón electoral del Jurado Nacional de Elecciones, los jóvenes representan una fuerza importante al momento de definir a los próximos gobernantes, concretamente: 1 de cada 3 votos.

Escribo para decir que formo parte de una generación que sueña por un país diferente, de contenidos inclusivos e igualitarios, y que apuesta por la deliberación y el trabajo duro para la consecución de dicho objetivo.

Mi generación pese a su ímpetu, no ha encontrado espacios para insertarse y aprender. No existen instituciones capaces de convocar, y las que existen se encuentran inmersas en las miasmas de la corrupción y la politiquería, o sencillamente no

han logrado modernizar sus ideas y discursos.

Mi generación aun no logra encontrarse consigo misma, y aun no termina de experimentar. Sin embargo, nos conocemos, nos percibimos. Estamos allí, y somos conscientes que nos corresponde dejar de lado las distancias que creemos nos separan, y comenzar a trabajar juntos.

No es lejano el día en que esto ocurra. Mientras tanto, es importante que tomemos

conciencia de que nuestro voto cuenta, nuestra ciudadanía importa y que es nuestra la responsabilidad de lograr gobernantes que no hagan lo no deben, instituciones que no maltraten a quienes deben cuidar, y normas que no persigan a quienes deben proteger. El nuestro es un compromiso ciudadano con una democracia que no ignore a quienes debe atender y controle a quienes deben servirnos.

JUVENTUD POLÍTICA@msotoflorian. Egresado de la Facultad de Derecho y maestrista en Derecho con mención en Política Jurisdiccional (ambos por la PUCP). Fundó un movimiento estudiantil, fue Presidente de alguna Federación de Estudiantes, miembro de la Clínica Jurídica de Acciones de Interés Público, y también logró alguna experiencia editorial (Derecho PUC y Puntos Suspensivos). Profesor Adjunto en la PUCP, trabaja en la Oficina para los Derechos Humanos de una institución pública que defiende los derechos del pueblo. Es miembro de la Fundación Generación Bicentenario y del Colectivo Conciencia Electiva. Tiene un blog.

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A lo largo de nuestra historia, políticos e intelectuales han procurado de manera sistemática explicar el porqué de la miseria humana. Particularmente en esta pare del mundo, donde la carencia económica y la desigualdad han generado imágenes desgarradoras nos parece conveniente formular explicaciones que permitan racionalizar el sufrimiento de los más pobres.

El problema radica en que algunos intentan hacer esto mediante la enunciación de axiomas simplistas en que se achaca la miseria de un grupo en virtud de las relaciones desiguales que sostiene con otro (que, frecuentemente, es tomado por chivo expiatorio) Por ello es que muchas veces se ha afirmado que “existe la pobreza porque los pobres explotan a los ricos” o que “el Perú es un país pobre porque está vinculada con naciones desarrolladas por vínculos de dependencia.”

Asimismo, a veces se intenta halagar el orgullo del que sufre mediante la presentación de un pasado desmedidamente glorioso (fenómeno que, en el Perú, suele manifestarse mediante la idealización del imperio Incaico). De esta manera, parece que se le dijera al pobre que su condición es un accidente histórico, fruto de la explotación de terceras personas, mientras que la prosperidad es la condición natural que se merece como ser humano. Sin embargo, esta manera de concebir el subdesarrollo es inexacta y da por

ciertas una serie de asunciones fundamentales. Ahora, pasemos revista de algunos hechos para formular una visión alternativa del desarrollo social.

En primer lugar, debe quedar claro que el estado natural del ser humano no es la prosperidad sino la pobreza o, más bien, la indigencia absoluta. Cuando los primeros homo sapiens emergieron de su condición homínida, no existían las ciudades o las casas sino que, al contrario, las personas encontraban refugio en cavernas o en cobertizos improvisados. Asimismo, en esta época, nuestra especie no contaba con los conocimientos médicos más rudimentarios; por lo cual se entendía que la vida era un lapso brevísimo que podía interrumpirse fortuitamente por una infección o, inclusive, por un resfriado común.

Ahora bien, para ilustrar esto tomemos la situación del mundo hace 210 años, es decir en el año 1800. En ese entonces, el país más desarrollado del mundo era Holanda sede de un

Por ello es que muchas veces se ha afirmado que “existe la pobreza porque los pobres explotan a los ricos” o que “el Perú es un país pobre porque está vinculada con naciones desarrolladas por vínculos de dependencia.

Una reflexión sobre el origen de la pobreza.por Lucas Ghersi Murillo

Estudiante de la Pontificia Universidad Caotlica del Perú, Miembro de Perú Futuro, de Unión Estudiantil....

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Es decir, el país más rico en 1800 tenía un nivel de vida muy inferior a aquel de uno que es considerado relativamente pobre en la actualidad. A partir de estos hechos, podemos inferir que la prosperidad es un fenómeno reciente mientras que la pobreza es el estado en el cual el ser humano se ha desenvuelto a lo largo de los últimos 250,000 años.

dinámico imperio comercial. Sin embargo, aún en esta sociedad privilegiada, las condiciones de vida eran precarias según los estándares contemporáneos. En promedio, los holandeses en 1800 vivían solamente por 40 años y, asimismo, podían gastar únicamente el equivalente a 2,659 dólares en un año. (Contrastantemente, los peruanos actuales viven un promedio de 71 años y gastan alrededor de 7,405 dólares cada año). Es decir, el país más rico en 1800 tenía un nivel de vida muy inferior a aquel de uno que es considerado relativamente pobre en la actualidad. A partir de estos hechos, podemos inferir que la prosperidad es un fenómeno reciente mientras que la pobreza es el estado en el cual el ser humano se ha desenvuelto a lo largo de los últimos 250,000 años.

Por ello, lo que requiere una explicación causal no es la pobreza sino el desarrollo rampante y vertiginoso de la calidad de vida que se ha llevado a cabo durante la modernidad. Considero que tener este hecho en cuenta nos permite afrontar con mayor realismo los retos que corresponden al Perú. Si es que alguien intentase

argumentarnos que el Perú es un país pobre por la culpa de los imperialistas norteamericanos o, quizá, por el accionar de los conquistadores españoles sabremos que esto es, indudablemente, una imprecisión. No es cierto que todo tiempo pasado haya sido mejor sino que, por el contrario, el genio creativo del ser humano genera una situación en la cual el progreso tecnológico tiende a generar mejores condiciones de vida a medida avanza el tiempo.

Sin embargo, el progreso no deja de ser un

camino desigual y áspero. Mientras que en algunos lugares del mundo la calidad de vida ha mejorado notablemente en otros lares, y particularmente en el África Subsahariana, continúan viviendo como lo han hecho durante milenios: es decir sumidos en una pobreza casi absoluta. Lo esencial radica en que los países menos desarrollados permitan que la inteligencia creativa de sus ciudadanos genere la riqueza suficiente como para erradicar la tradicional miseria que han venido arrastrando.

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Para que el alimento, el techo o la ropa lleguen a los más pobres es necesario, ante todo, que ese alimento, ese techo o esa ropa sean producidos. Las cosas en el mundo no caen del cielo. Alguien las hace y porque alguien las hace están ahí, a disposición de la gente.

El altruista entrega su trabajo, su tiempo, y a veces hasta su vida a la misión autofijada. Pero, si todos fuésemos altruistas, ¿quién produciría los alimentos, los techos, las ropas que necesitamos?

Un misionero lleva educación a una comunidad abandonada. Pero, ¿de

dónde salen los materiales didácticos, el conocimiento que se transmite, los recursos materiales para la escuela? Si recorremos hacia atrás el camino de cada bien (la tiza, la carpeta, la luz eléctrica, por decir), veremos que esos bienes son posible gracias al sistema de producción y comercio basados en el mercado.

En otras palabras, sin aquellos que sólo buscaban su propio interés, no es posible que los altruistas logren sus objetivos. Lo pueden hacer, gracias a que la economía libre del intercambio ha creado recursos que antes no existían. Ésta es la virtud del egoísta.

La virtud del egoísta

El ser humano es, ante todo, egoísta. Entiende el mundo y mira a los demás a través de los lentes de su propia personalidad, de su propia circunstancia, de su propia formación. No es ni bueno ni malo, sino, simplemente, inevitable.

Las cosas, las personas, los hechos de la vida valen para mí en función de mis intereses, de mis preocupaciones, de mi visión del mundo y de la vida. Aunque es una característica egoísta, es así es todo ser humano, incluso el más altruista.

El misionero, por ejemplo, ve el mundo desde la misión que se ha fijado. Cree que eso es lo más importante del mundo y por eso se dedica a ayudar a los demás. Su altruismo es efecto de su egoísmo, no su negación.

La persona altruista pone en su mente a otros como prioridad, por encima de sus propias satisfacciones materiales, corporales o pecuniarias. Sin nos metemos en su pensamiento y nos instalamos ahí, veremos que su interés es el otro; o sea, el busca atender su interés, no el interés de los otros.

Admiramos, por supuesto, a las personas que pueden posponer sus necesidades inmediatas en favor de las

necesidades de los otros. Sin embargo, no hay una diferencia cualitativa entre esa persona y, por ejemplo, el capitalista más salvaje que sólo busca su ganancia y sus beneficios.

El capitalista cree que es importante ganar dinero, y se satisface al obtener réditos de su actividad. Para él eso es lo que tiene valor y por eso lo hace. Nada esencialmente lo distingue del misionero: él también cree que es importante lo que se ha fijado como principal interés: ayudar a los otros.

La sociedad no podría caminar si no fuéramos libres para establecer, cada uno, lo que vale más la pena; si cada uno no pudiese fijar libremente sus

intereses y valores. Sólo una sociedad libre permite a ambos coexistir y coexistir con ellos a todos los seres humanos cuyas escalas valorativas se encuentran a mitad de camino de estos dos extremos.

Por eso el objetivo de todo orden social es proveer las reglas que permitan la convivencia de los seres humanos y la coexistencia de sus intereses, disímiles y variados. El altruista, además, tiene mucho que agradecer al capitalista, porque gracias a él existen los medios materiales que él podrá ayudar a procurar y hacer llegar a los más necesitados.

El altruista entrega su trabajo, su tiempo, y a veces hasta su vida a la misión autofijada. Pero, si todos fuésemos altruistas, ¿quién produciría los alimentos, los techos, las ropas que necesitamos?

Federico Salazar Bustamante es Periodista. Conductor de un programa noticioso en América Televisión, columnista de La República, con estudios de filosofía en la Universidad Mayor de San Marcos y de periodismo económico en los EE.UU.

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En otras palabras, sin aquellos que sólo buscaban su propio interés, no es posible que los altruistas logren sus objetivos. Lo pueden hacer, gracias a que la economía libre del intercambio ha creado recursos que antes no existían. Ésta es la virtud del egoísta.

No me refiero al egoísta que atenta contra los derechos de los otros. ése, en realidad, no es un egoísta radical. El ladrón, el estafador, el asaltante quieren quitarle a otros lo que es de éstos; atentan contra los intereses ajenos.

Alguien que atenta contra los intereses de los demás, en alguna medida, atenta contra sus propios intereses de largo plazo. Supongamos que en mi comuna producimos, entre todos, 100 dólares al mes. Si yo robo 20, eso quiere decir que el total bajó, porque yo dejé de aportar al total, de manera que el resultado es 100 - "n". Eso me llevará a una sociedad con menos posibilidades de intercambio y, por tanto, con menos posibilidades de desarrollo, lo que finalmente me afectará a mí mismo.

El antisocial, por tanto, no es un buen egoísta, no es un egoísta verdadero; es, simplemente, un depredador. Ser egoísta auténtico, por tanto, no sólo no tiene nada de malo sino que, más bien, resulta favorable a la sociedad y, en esa medida, plenamente virtuoso.

El egoísmo no sólo es una virtud, sino además, la única manera en que tenemos de instalarnos en el mundo. Éste vale, después de todo, lo que cada uno de nosotros cree que vale. Sobre esa base fijamos nuestras metas y hacia aquellas metas lanzamos nuestras vidas, lo que hacemos por nosotros y por los demás.

Quien no aprecie la virtud del egoísta no está viendo lo que ha hecho brillar a la civilización.