EL Hacedor de Lunas

download EL Hacedor de Lunas

of 36

Transcript of EL Hacedor de Lunas

aa1

123


----------------------- Page 1----------------------El hacedor de lunas. Robert Chambers. He escuchado lo que los Conversadores conversaban: la conversacin Del principio y el fin; Pero yo no converso del pnncipio y el fin. Respecto a Yue-Laou y el Xin no s ms que lo que sabrn ustedes. Si ento una tremenda ansiedad por aclarar el asunto. Quiz lo que escriba salve el dinero y la s vidas del Gobierno de los Estados Unidos, quizs impulse al mundo cientfico a la accin; de cualquier modo pondr fin a la terrible incertidumbre que sufren dos personas. La certeza es mejor que la incertidumbre. Si el Gobierno se atreve a no tener en cuenta esta advertencia y se niega a envi ar sin demora, una expedicin bien equipada, el pueblo del Estado se vengar sin vacilar de toda la regin y dejar un desvastado yermo ennegrecido donde ahora arboledas y prados florecidos bordean el lago de los Bosques del Cardenal. Ustedes conocen ya parte de la historia; los peridicos de Nueva York publicaron abundantes y supuestos detalles. Esto s es cierto: Barris atrap al "Abrillantador" con las manos rojas o, ms bien amarillas, porque sus bolsillos, sus botas y sus sucio s puos estaban llenos de piezas de oro. Yo digo oro con conocimiento de causa. Ustedes llmenlo como quieran. Saben tambin cmo Barris fue... pero a no ser que empiece por el principio de mis propias experiencias, no estarn ustedes despus de todo mejor enterados. El tres de agosto de este ao estaba yo en Tiffany's conversando con George Godfre y del departamento de diseo. Sobre el mostrador de cristal que nos separaba haba una serpiente enrollada, una exquisita pieza de oro cincelado. -No -replic Godfrey a mi pregunta-, no es obra ma; me gustara que lo fuera. Vaya, hombre, es una obra maestra! -De quin? -pregunt. -Tambin a m me gustara saberlo -dijo Godfrey-. Se la compramos a un viejo charlatn que dice que vive en el campo no lejos de los bosques del Cardenal. O se a cerca del lago Luz de Estrellas, segn creo... -El lago de las Estrellas? -suger. -Algunos lo llaman lago Luz de Estrellas... es igual. Pues bien, mi rstico Reuben dice que l representa al escultor de esta serpiente para todo fin prctico y comercial. Obtuvo su precio, por lo dems. Esperamos que traiga alguna otra pieza. Ya hemos vendido s ta al museo Metropolitan. Yo me inclinaba ocioso sobre la caja de cristal, observando los ojos penetrantes del artista que parecan preciosos metales mientras observaban de cerca la serpiente d

e oro. ----------------------- Page 2-----------------------Una obra maestra! -musit para s mientras acariciaba la ondulante figura . Mire la textura! Vaya! Pero yo no estaba mirando la serpiente. Algo se mova, sala arrastrndose del bolsill o de la americana de Godfrey, el bolsillo que tena ms cerca de mi, algo blando y amarillo con patas de cangrejo, cubierto de spero vello amarillo. -Por Dios! -exclam-. Qu tiene usted en el bolsillo? Est saliendo... Est tratando de subir por su americana, Godfrey! l se volvi rpidamente y cogi a la criatura con la mano izquierda. Yo me ech atrs mientras sostena al repulsivo bicho colgando delante de m; ri y lo puso sobre el mostrador. -Vio alguna vez algo parecido? -pregunt. -No -dije con sinceridad-, y espero no volver a verlo nunca. Qu es? -No lo s. Pregntaselo al museo de Historia Natural... ellos pueden decrtelo. Es, cr eo, el eslabn perdido, entre el erizo de mar, la araa y el diablo. Parece venenoso, pe ro no le encuentro colmillo ni boca. Es ciego? Puede que estos sean sus ojos, pero pare cen pintados. Un escultor japons podra haber creado una bestia as de inverosmil, pero es difcil creer que sea obra de Dios. Adems, parece sin terminar. Se me ocurre la loc a idea de que esta criatura es slo una parte de un organismo ms grande y todava ms grotesco... parece tan solitaria, tan desesperadamente dependiente, tan desdicha damente inacabada. La utilizar como modelo. Si no sobrepaso a los japoneses en japonesida d, no me llamo Godfrey. La criatura avanzaba lentamente por el cristal hacia m. Me ech hacia atrs. -Godfrey -dije-, asesinara al hombre que realizala obra que usted se propone. Con qu fin quiere perpetuar semejante reptil? Puedo soportar los grotescos japoneses, p ero no puedo soportar... esa... araa. -Es un cangrejo. -Cangrejo o araa o gusano ciego... ajj! Para qu quiere hacerlo? Es una pesadilla... Es inmundo! Odiaba al bicho. Era la primera criatura viviente por la que haba sentido odio. Haca un tiempo que vena notando en el aire un hmedo olor acre, y Godlrey dijo que provena del reptil. -Pues entonces, mtelo y sepltelo -dije-. Adems de dnde ha salido? -Tampoco eso lo s -dijo Godfrey riendo-; lo vi adherido a la caja en que fue trada esta serpiente de oro. Supongo que mi viejo Reuben es el responsable. -Si en los bosques del Cardenal acechan criaturas de esta laya -dije ,siento ir all. -Ir usted de caza? pregunt Godfrey. -S, con Barris y Pierpont. Por qu no mata a esa criatura? -Vaya usted a esa expedicin de caza y djeme a m en paz -dijo Godfrey riendo. Yo me estremec ante el "cangrejo" y me desped de Godfrey hasta diciembre. Esa noche Pierpont, Barris y yo estbamos sentados charlando en el vagn de fumar de l Expreso de Quebec cuando el largo tren abandon la estacin del Gran Central. El vie jo

David se haba adelantado con los perros; pobres animales, detestaban viajar en el vagn de equipajes, pero el ferrocarril de Quebec no dispone de comodidades para deportistas, de modo que David y los tres perdigueros deberan pasar una mala noch e. Con excepcin de Pierpont, Barris y yo, el vagn estaba vaco. arris, apuesto, corpulento, rojizo y bronceado, tamborileaba sobre el antepecho de la ventanilla mientras fumaba una corta y fragante pipa. La funda de su rifle estaba en el sue lo junto a l. ----------------------- Page 3-----------------------Cuando tenga el pelo cano y aos de discrecin -dijo Pierpont con languidez- no flirtear con las doncellas bonitas Y t, Roy? -No -contest mirando a Barris. -Te refieres a la doncella de la cofia en el vagn pullman? -pregunt Barris. -S-dijo Pierpont. Me sonre porque tambin yo la haba visto. Barris se retorci el rizado bigote grisceo y bostez. -Es mejor que vostros, chicos, os vayis a la cama -dijo-. La doncella de esa seora es miembro del Servicio Secreto. -Oh-dijo Pierpont- una de tus colegas? -Podras presentrnosla, sabes -dije-; el viaje resulta montono. Barris extrajo un telegrama de su bolsillo, y mientras se estaba all sentado dndol e vueltas entre sus dedos, se sonrea. Al cabo de un instante o dos, se lo alcanz a Pierpont que lo ley con las cejas ligeramente arqueadas. -Es un chasco... supongo que est cifrado -dijo-. Veo que lo firma el general Drummond... -Drummond, jefe del Servicio Secreto del Gobierno -dijo Barris. -Se trata de algo interesante? -pregunt yo encendiendo un cigarrillo. -Algo tan interesante -respondi Barris-, que yo mismo me ocupar de ello... -Y estropears as nuestro tro de caza... -No. Quieres saber de qu se trata? T quieres, Billy Pierpont? -S-respondi ese inmaculado joven. Barris frot la boquilla de mbar de su pipa con el pauelo, despej el can con un trocito de alambre, inhal una o dos veces y apoy las espaldas en el asiento. -Pierpont -dijo- recuerdas esa velada en el Club de los Estados Unidos, cuando el general Miles, el general Drummond y yo estbamos examinando esa pepita de oro que tena el capitn Mahan? Tambin t la examinaste, creo. -Lo hice -dijo Pierpont. -Era oro? -pregunt Barris tamborileando sobre la ventana. -Lo era -replic Pierpont. -Tambin yo la vi-dije-; por supuesto, era oro. -El profesor La Grange la vio tambin -dijo Barris-; dijo que era oro. -Pues bien? -dijo Pierpont. -Pues bien -dijo Barris, no era oro. Al cabo de un momento de silencio, Pierpont pregunt qu pruebas se haban hecho. -Las pruebas habituales -contest Barris-. La Casa de Moneda de los Estados Unidos est convencida de que es oro; tambin lo estn todos los joyeros que la han visto. Pe ro no es oro y, sin embargo... s es oro.

B

Pierpont y yo nos miramos. -Ahora, para que Barris d su acostumbrado efecto teatral -dije-: de qu era la pepit a? -Prcticamente era de oro puro; pero -dijo Barris disfrutando intensamente la situ acin-, en verdad no era de oro. Pierpont qu es el oro? -El oro es un elemento, un metal... -Equivocado, Billy Pierpont! -dijo Barris con tranquilidad. -El oro era un elemento cuando yo iba a la escuela -dije. -Hace dos semanas que ya no lo es -dijo Barris-; y con e xcepcin del general Drummond, el profesor La Grange y yo, vosotros dos, jvenes, sois las dos nicas personas, salvo una, que lo sabis... o lo habis sabido. -Quieres decir que el oro es un metal compuesto? -pregunt Pierpont lentamente. ----------------------- Page 4-----------------------Exactamente. La Grange lo ha logrado. Anteayer hizo una hoja de oro puro. La pe pita era de oro manufacturado. Era posible que Barris bromeara? Era esto un engao colosal? Mir a Pierpont. Murmur algo acerca de solucionar la cuestin de la plata y volvi la cara hacia Barri s, pero algo haba en la expresin de ste que prohiba las burlas, y Pierpont y yo nos quedamos pensativos. -No me preguntis cmo se hace -dijo Barris tranquilamente-; no lo s. Pero si s que en cierto sitio de la regin de los bosques del Cardenal hay una banda de gente que s sabe cmo se hace el oro y que lo hace. Sabis el peligro que esto constituye para todas las naciones civilizadas. Hay que ponerle fin, por supuesto. Drummon d y yo hemos decidido que yo soy el hombre indicado para hacerlo. Dondequiera est esta gente y sea quien fuere... estos hacedores de oro... deben ser atrapados, cada uno de ellos... atrapados o muertos. -O muertos -repiti Pierpont, que era propietario de la mina de oro de Traviesa y sus ingresos le parecan demasiado escasos-; el profesor La Grange ser p or supuesto prudente; no es preciso que la ciencia conozca cosas que alteraran el mundo. -Pequeo Billy -dijo Barris riendo-, tus ingresos no corren peligro. -Supongo -dije- que alguna falla de la pepita puso a La Grange sobre aviso. -Exactamente. Quit la falla antes de que la pepita fuera puesta a prueba. Trabaj e n la falla y separ los tres elementos del oro. -Es un gran hombre -dijo Pierpont-, pero ser el hombre ms grande del mundo si se guarda el descubrimiento para s. -Quin? -pregunt Barris. -El profesor La Grange. -Al profesor La Grange le dispararon un tiro en el corazn hace dos horas -dijo Ba rris lentamente. Haca cinco das que estbamos de caza en los bosques del Carden al cuando un mensajero montado llev un telegrama a Barris de la estacin telegrfica ms prxima, en Fuentes del Cardenal, un villorrio junto al ferrocarril de transporte de made

ra que se une al de Quebec y del Norte en la confluencia de los Tres Ros, a treinta millas al sur. Pierpont y yo estbamos sentados bajo los rboles, cargando como experimento ciertas cpsulas especiales; Barris estaba de pie junto a nosotros, bron ceado, erecto, sosteniendo la pipa con cuidado para que ninguna chispa fuera a caer en la caja de plvora. El ruido de cascos sobre la hierba llam nuestra atencin y cuando el delgado mensajero detuvo su cabalgadura frente a la casa, Barris avanz y cogi el telegrama sellado. Cuando lo hubo abierto, entr en la casa y reapareci en seguida leyendo al go que haba escrito. -Esto debe partir sin demora -dijo mirando al mensajero de lleno en la cara. -Inmediatamente, coronel Barris -contest el andrajoso campesino. Pierpont levant la cabeza y yo le sonre al mensajero que coga las riendas y se aprestaba a usar las espuelas. Barris le alcanz la respuesta escrita y movi la cab eza en beal de despedida: hubo un sonido apagado de cascos en la hierba, un resonar de herraduras en la grava, y el mensajero desapareci. A Barris se le apag la pipa y l fue a barlovento para reencenderla. -Es raro -dije- que tu mensajero, un rstico nativo, hablara como alguien educado en Harvard. -Se ha educado en Harvard -dijo Barris. ----------------------- Page 5-----------------------La trama se complica -dijo Pierpont-. Estn los bosques del Ca rdenal llenos de hombres del Servicio Secreto, Barris? -No -replic Barris-, pero las estaciones telegrficas, s. Cuntas onzas de perdign utilizas, Roy? Se lo dije alcanzndole el vaso de medicin ajustable de acero. Hizo una seal de aprobacin. Al cabo de un instante o dos se sent en un asiento de campamento junto a nosotros y cogi unas tenazas para detonador. -El telegrama era de Drummond -dijo-; el mensajero era uno de mis hombres como vosotros dos brillantes muchachos lo habis adivinado. Bah! Si hubiera hablado el dialecto del condado del Cardenal, no os habrais dado cuenta. -Su maquillaje era bueno -dijo Pierpont. Barris hizo girar las tenazas para detonador y mir la pila de cpsulas cargadas. Lu ego cogi una y dobl hacia adentro su borde. -Djalas -dijo Pierpont-, t aprietas demasiado. -Recula tu pequeo rifle cuando los cartuchos estn demasiado apretados? -pregunt Barris con ternura-; bien, que doble l sus propios cartuchos entonces. Dnde est tu hombrecito? "Su hombrecito" era una extravagante importacin de In glaterra, rgido, escrupulosamente limpio, que se embrollaba en la aspiracin de las haches, de nomb re Howlett. Como valet, transportador de equipos, portador del rifl e y doblador de cartuchos, ayudaba a Pierpont a soportar el ennui de la existencia hacindolo todo por l

excepto respirar. Ultimamente, sin embargo, los escarnios de Barris haban logrado que Pierpont hiciera unas pocas cosas por s mismo. Para su asombro, descubri que limpi ar el propio rifle no era una lata, de modo que tmidamente carg una cpsula o dos, sintindose muy contento de s mismo, carg unas pocas ms, las pleg y se fue a desayunar con gran apetito. De modo que cuando Barris pregunt dnde estaba "su hombrecito", Pierpont no contest, sino que sac un vaso de perdigones de la bolsa y los volc solemnemente en la cpsula llenada a medias. El viejo David vino con los perros y, por supuesto hubo toda una fiesta cuando V oyou, mi perdiguero Gordon, mene su esplndida cola sobre la mesa de cargar y arroj por tierra una docena de cartuchos abiertos que vomitaron plvora y perdigones. -Llvate a los perros a una milla o dos de distancia -dije-; estaremos en el refug io de caza de los Helechos Dulces aproximadamente a las cuatro, David. -Dos rifles, David -agreg Barris. -No irs? -pregunt Pierpont mirndolo mientras David desapareca con los perros. -Me espera una caza mayor -dijo Barris lacnico. Cogi un vaso de cerveza de la bandeja que Howlett acababa de dejarnos y bebi un largo trago. Nosotros hicimos l o mismo en silencio. Pierpont puso su vaso en el csped a su lado y reanud la tarea d e cargar cartuchos. Hablamos del asesinato del profesor La Grange, de cmo las autoridades de Nueva York no lo haban hecho pblico por pedido de Drummond, de la certeza de que era uno de los miembros de la banda de los hacedores de oro el que lo haba cometido y del posible estado de alerta de la banda. -Oh, saben que Drummond los perseguir tarde o temprano -dijo Barris-, pero no sab en que los molinos de Dios ya han empezado la molienda. Esos listos peridicos de Nue va York hicieron algo mejor de lo que crean cuando uno de sus reporteros con ojos de hurn meti sus rojas narices en la casa de la calle Cincuenta y ocho y se desliz fue ra de ella con una columna escrita en los puos acerca del "suicidio" del profesor La Grange. Billy Pierpont, mi revlver est colgado en tu habitacin; me llevar el tuyo tambin... ----------------------- Page 6-----------------------Srvete a tu gusto -dijo Pierpont. -Pasar la noche afuera -continu Barris-; todo lo que llevar ser mi poncho y algo de pan y de carne, con excepcin de los "ladradores". -Ladrarn esta noche? -pregunt. -No, confo en que durante varias semanas. Slo olfatear un poco. Roy nunca te pareci extrao que esta maravillosa regin estuviera deshabitada? -Es como esos magnficos rpidos y extensiones de estanques que se encuentran en los ros donde abundan las truchas y en los que jams se ve un pez -sugiri Pierpont. -Exacto, y slo Dios sabe por qu -dijo Barris-; creo que los seres humanos esquivan esta regin por las mismas misteriosas razones. -En consecuencia, la caza es ms abundante -observ.

-La caza no est mal -dijo Barris-. No has visto las agachadizas en el prado junto al lago? Todo teido de pardo, tal es su abundancia. Ese es un magnfico prado. -Es natural -dijo Pierpont-; jams un ser humano despej nunca esa tierra. -Entonces es sobrenatural -dijo Barris-.; Pierpont, quieres venir conmigo? El bello rostro de Pierpont se arrebol mientras contestaba lentamente: -Es muy amable de tu parte... Si puedo... -Bosh -dije yo picado porque haba invitado a Pierpont- de qu sirve un pequeo Willy sin su hombre? -Es cierto -dijo Barris gravemente-, puedes llevar a Howlett, ya sabes. Pierpont musit algo que terminaba en "diccin". -Entonces -dije- habr un solo rifle esta tarde en el refugio del Dulce Helecho. M uy bien, espero que disfrutis de vuestra cena fra y de vuestro lecho ms fro an. Llvate el camisn, Willy, y no duermas sobre la tierra hmeda. -Deja a Pierpont tranquilo -replic Barris-; t irs la prxima vez, Roy. -Oh, muy bien... Quieres decir cuando haya tiroteo? - Y yo? pregunt Pierpont afligido. -T tambin, hijo mo. Dejad de pelear! Quieres pedirle a Howlett que prepare nuestro equipo? Muy livianos, tenlo en cuenta... y nada de botellas, hacen ruido. -Mi frasco no -dijo Pierpont y se fue a aprontarse para una noche de encuentros con merodeadores peligrosos. -Es raro -dije- que nunca nadie se asiente en esta regin. Cunta gente habita en Fuentes del Cardenal, Barris? -Veinte contando al telegrafista y sin contar a los leadores; stos estn siempre cambiando y mudndose. Tengo a seis hombres entre ellos. -Dnde no tienes hombres? En los Cuatro Cientos? -Tengo hombres all tambin... camaradas de Willy, slo que l no lo sabe. David me dijo que hubo una gran desbandada de becadas anoche. Quiz caces algunas esta tard e. Entonces charlamos de refugios de alisos y de pantanos hasta que Pierpont lleg de la casa y fue hora de partir. -Au revoir -dijo Barris, sujetando con hebilla su equipo-, ven Pierpont y no and es por la hierba hmeda. -Si no estis de vuelta maana al medioda -dije-, llevar a Howlett y a David conmigo y os buscaremos. Dijiste que ibais hacia el norte? -Hacia el norte -respondi Barris consultando su brjula. -Hay un sendero de dos millas y luego una huella sealada de otras dos-dijo Pierpo nt. -Que no utilizaremos por varias razones -agreg Barris con amabi lidad-; no te preocupes, Roy, y no te entrometas con tu maldita expedicin; no hay peligro algun o. Saba, por supuesto, de qu estaba hablando y yo me tranquilic. ----------------------- Page 7----------------------Cuando el extremo de la chaqueta de caza de Pierpont hubo desaparecido en la espesura, me encontr solo con Howlett. Me sostuvo la mirada por un instante y lue go, cortsmente, baj la suya. -Howlett -dije-, lleva estos cartuchos e implementos a la sala de armas y no dej es caer nada. Le sucedi algo a Voyou esta maana entre las zarzas? -No le sucedi nada malo, seor Cardenhe -dijo Howlett.

-Entonces, ten cuidado de no dejar caer nada ms -dije y me alej dejndolo decorosamente desconcertado. Porque no haba dejado caer ningn cartucho. Pobre Howlett! A las cuatro, poco ms o menos, de aquella tarde, encontr a David y los perros en e l soto desde donde se va al refugio del Dulce Helecho. Los tres perdigueros, Voyou , Gamin y Mioche, estaban cubiertos de plumas -David haba matado a una becada y un par de gallos del bosque sobre ellos esa maana- y correteaban cerca por el soto c uando yo aparec con el rifle bajo el brazo y la pipa encendida. -Cules son las perspectivas, David? -pregunt tratando de mantener tranquilos a los perros que agitaban la cola y gimoteaban-. Hola! qu le sucede a Mioche? -Una zarza en la pata, seor; se la quit y le cubr la herida, pero le debe de haber entrado pedregullo. Si no tiene inconveniente, seor, podra regresar conmigo. -Sera menos riesgoso -dije-; llvate tambin a Gamin, Slo necesito un perro esta tarde . Cul es la situacin? -Bastante buena, seor; los gallos del bosque estn a un cuarto de milla del segundo robledal. Las becadas estn en su mayora en los alisos. Vi gran cantidad de becadas en los prados. Haba algo ms junto al lago... no s qu, pero los patos silvestres saliero n en desbandada con gran estruendo cuando yo estaba en la espesura como si una doc ena de zorros les mordiera las plumas de la cola. -Probablemente un zorro -dije-; ata a esos perros, deben aprender a soportarlo. Estar de regreso para la cena. -Hay algo ms, seor -dijo David demorndose con su rifle bajo el brazo. -Y bien? -dije yo. -Vi a un hombre en los bosques junto al refugio del Roble... al menos me pareci. -Un leador? -Creo que no, seor... a menos... hay un chino entre ellos? -Un chino? No. Quieres decir que viste a un chino en el bosque? -Yo... creo que s, seor. No puedo asegurarlo. Cuando corr al refugio haba desaparecido. -Los perros lo advirtieron? -No puedo decirlo con exactitud. Actuaron de modo algo raro. Gamin se ech a tierr a y gimi... pudo haber sido un clico... y Mioche aull, quiz fuera el brezo. -Y Voyou? -Voyou fue el ms notable, seor: se le eriz el pelo del lomo. Vi a una marmota que s e diriga a un rbol en la cercana. -No es raro entonces que a Voyou se le erizara el pelo. David, tu chino era un t ronco o un montecillo de hierbas. Ahora llvate a los perros. -Supongo que as fue seor; buenas tardes, seor -dijo David y se alej con los Gordon dejndome solo con Voyou en el soto. Mir al perro y l me mir a mi. -Voyou!

----------------------- Page 8----------------------El perro se sent e hizo danzar las patas delanteras con sus hermosos ojos pardos resplandecientes. -Eres un tramposo -dije-. Dnde iremos, a los alisos o a las tierras altas? A las ti erras altas? Bien! A la busca de gallos del bosque! Sgueme de cerca , amigo mo, y demuestra tu milagroso autodominio. Voyou se me peg a los talones rehusndose noblemente a tener en cuenta las descaradas ardillas y los mil y un olores tentadores e importantes que un perro corriente no habra vacilado un instante en investigar. En los bosques amarillos y pardos del otoo resonaban mviles montones de hojas y la s ramas se quebraban a nuestro paso cuando abandonamos el soto para internarnos en el bosque. Todos los silenciosos arroyuelos, que se precipitaban al lago, lucan aleg res transportando coloreadas hojas flotantes, las escarlatas del arce o las amarilla s del roble. Sobre los estanques haba manchas de luz solar que buscaban las pardas profundidad es e iluminaban el fondo de grava donde escuelas de pececillos nadaban de aqu para a ll y de all para aqu, afanados en los objetivos de sus vidas minsc ulas. Los grillos cantaban entre la larga hierba quebradiza a la vera del bosque, pero los dejamos muy atrs al penetrar el silencio del bosque profundo. -Ahora! -le dije a Voyou. El perro dio un salto adelante, traz una vez un crculo, zigzague entre los helechos que nos gobernaban, todo en un momento, y se qued inmvil, rgido como un bronce esculpido. Avanc dos pasos levantando la escopeta, tres pasos, diez quizs, antes q ue un gran gallo del bosque se agitara en el helechal e irrumpiera entre la maleza en direccin de arbustos ms espesos. Resplandeci mi escopeta, reson el eco en los acantilados boscosos y tras el ligero velo del humo algo oscuro cay desde el aire en medio de una nube de plumas, pardas como eran pardas las hojas debajo. -Busca! Voyou parti de un salto y en un instante volvi al trote con el cuello arqueado, la cola rgida aunque en movimiento, sosteniendo tiernamente en su boca rosa una masa de plumas bronceadas y moteadas. Con suma gravedad, dej el ave a mis pies y se agaza p muy cerca de ella, con sus sedosas orejas sobre las patas y el hocico en el suel o. Dej caer el gallo del bosque en la bolsa, mantuve un moment o de acariciante comunicacin silenciosa con Voyou y me puse la escopeta bajo cl brazo e indiqu al perro que se pusiera en movimiento. Deba de ser las cinco cuando llegu a un pequeo claro del bosque y me sent a respirar. Voyou se acerc y se me sent delante. -Y bien? -pregunt.

Voyou gravemente me ofreci una pata que yo cog. -No podremos estar de vuelta para la cena -dije-, de modo que lo mismo da no preocuparse. Es culpa tuya, lo sabes. Tienes una espina en la pata? Veamos... Ya e st! Sali amigo, y ests en libertad de husmear por ah y lamrtela. Si dejas la lengua fuer a se te llenar de ramitas y musgo. No puedes echarte e intentar no jadear tanto? No, es intil olfatear y mirar ese helechal, porque fumaremos un poco, echarems un sueo y volveremos a casa a la luz de la luna. Piensa en la gran cena que nos haremos! Pie nsa en la desesperacin de Howlett cuando no lleguemos a tiempo! Piensa en todas las historias que podrs contar a Gamin y Mioche! Piensa en lo buen perro que has sido! Vaya, ests cansado, viejo; parpadea cuarenta veces conmigo. Voyou estaba algo fatigado. Se estir sobre las hojas a mis pies, pero si dorma o n o, no lo supe hasta que agit sus patas traseras mientras soaba con grandes proezas. Ahora bien, puede que hubiera parpadeado cuarenta veces. Pero cuando me sent y ab r los ojos el sol no pareca haber descendido. Voyou levant la cabeza, vio en mis ojo s ----------------------- Page 9----------------------que no me dispona a partir todava, dio con la cola media docena de veces contra la s hojas secas y con un suspiro se reacomod. Mir ocioso a mi alrededor y por primera vez me di cuenta cun bello era el sitio qu e haba elegido para dormir una siesta. Era un claro oval en el corazn del bosque, nivelado y cubierto por una alfombra de hierba verde. Los rboles que lo rodeaban eran gigantescos; formaban un alto muro circular de verdor, borrndolo todo excepto el azul turquesa del valo de cielo. Y ahora notaba que en el centro del verdor haba un estanque de aguas cristalinas, que resplandecan como un espejo en la hierba del p rado, junto a una roca de granito. Apenas pareca posible que la simetra de rboles, prado y estanque traslcido pudieran ser uno de los accidentes de la naturaleza. Nunca haba visto antes este prado ni haba odo a Pierpont o a Barris hablar de l. Era una marav illa ese claro cuenco diamantino, regular y gracioso como una fuente romana, engastad o en la gema de las hierbas, Y estos gigantescos rboles... tampoco ellos correspondan a Amrica, sino a algn bosque de Francia habitado de leyendas, do nde marmoles cubiertos de musgo se levantan descuidados en oscuros valles y el crepsculo del bosque cobija hadas y esbeltas figuras de tierras sombras. Yaca y contemplaba la luz del sol que baaba la espesa maleza donde resplandecan flores carmeses o un rayo aislado en el que brillaba el polvo y rozaba el borde d e las hojas flotantes tindolas del ms plido color dorado. Haba pjaros tambin, que irrumpan entre las penumbrosas avenidas de los rboles como lenguas de fuego, el magnfico cardenal vestido de carmes, el pjaro que daba al bosque, a la aldea a quin

ce millas de distancia, al condado todo, el nombre de Cardenal. Me volv de espaldas y contempl el cielo. Qu plido -ms plido que el huevo de un tordo- pareca. Era como si me encontrara en el fondo de un pozo de verdes paredes que se elevaban por todas partes. Y mientras yaca todo el aire a mi alrededor se llen de delicado aroma. Ms y ms dulce, ms y ms penetrante era el perfume y me pregunt qu brisa errante que soplara sobre acres de lirios podra haberlo trado. Pero no sop laba brisa; el aire estaba inmvil. Una mosca dorada se pos en mi mano... una abeja. Pareca tan perturbada como yo ante el perfumado silencio. Entonces, tras de m, mi perro gru. Me sent muy quieto en un principio, respirando apenas, pero mis ojos estaban fijo s en una figura que se trasladaba a lo largo del borde del estanque entre las hierbas del prado. El perro haba dejado de gruir y miraba ahora fijamente, alerta y tembloroso. Por fin me puse en pie y avanc rpidamente hacia el estanque con mi perro pegado a mis talones. La figura de una mujer se volvi lentamente hacia nosotros. IV Estaba inmvil cuando me aproxim al estanque. El bosque a nuestro alrededor estaba tan silencioso, que al hablar el sonido de mi propia voz me sobresalt. -No -dijo ella, y su voz era suave como el fluir del agua-, no me he perdido. Su hermoso perro vendr a m? Antes que pudiera hablar, Voyou se le acerc arrastrando y apoy su sedosa cabeza contra las rodillas de ella. -Por supuesto -le dije- no habr venido usted aqu sola. -Sola? Claro que vine sola. -Pero el establecimiento ms cercano es Cardenal, probablemente a diecinueve milla s desde donde nos encontramos. -No conozco Cardenal -dijo ella. ----------------------- Page 10-----------------------Santa Cruz, en Canad est a cuarenta millas cuando menos. Cmo eg a los bosques del Cardenal? -pregunt asombrado. -A los bosques? -repiti ella con algo de impaciencia. -S. No respondi en un principio, sino que se estuvo acariciando a Voyou con gentileza en las palabras y en los gestos. -Me gusta su hermoso perro, pero no me interroguen -dijo tranquilamente-. Me lla mo Ysonde y vengo a la fuente a ver a su perro. Haba sido puesto en mi lugar. Al cabo de un instante dije que dentro de una hora oscurecera, pero ella no me replic ni me mir. -Este -aventur- es un hermoso estanque... usted lo llama fuente... una deliciosa fuente; nunca la haba visto antes. Es difcil imaginar que la naturaleza hizo todo esto. -L es? -pregunt ella. ll

-No lo cree usted? -pregunt a mi vez. -Nunca lo he pensado; querra cuando se fuera que me dejara su perro. -Mi... mi perro? -Si no tiene inconveniente -dijo ella con dulzura, y por primera vez me mir a la cara. Por un instante nuestras miradas se encontraron, luego asumi un aire grave y adve rt que su mirada estaba fija en mi frente. Sbitamente se puso en pie y se me acerc mirando con suma atencin mi frente. Tena una ligera marca all, un minsculo cuarto creciente sobre la ceja. Era una marca de nacimiento. -Es eso una cicatriz? -pregunt acercndose. -Esa marca con forma de cuarto creciente? No. -No? Est usted seguro? -insisti. -Completamente -respond atnito. -Una... una marca de nacimiento? -S puedo preguntar por qu? Cuando se alej de m, vi que el color le haba abandonado las mejillas. Por un segund o se cubri los ojos con ambas manos como para alejar mi imagen, luego dejando caer las manos, se sent en un largo bloque de piedra que a medias rodeaba el cuenco y sobr e el que, con asombro, vi grabados. Voyou fue a ella nuevamente y hundi la cabeza en s u regazo. -Cmo se llama? -pregunt despus de transcurrido cierto tiempo. -Roy Cerdene. -Yo me llamo Ysonde. Yo grab estas liblulas en la piedra, estos peces y conchas y mariposas que ve. -Usted! Son maravillosamente delicadas... pero esas no son liblulas americanas... -No... son ms hermosas. Mire, tengo el martillo y el cincel conmigo. Sac de un extrao bolsillo que llevaba a un lado un pequeo martillo y un cincel y me los tendi. -Tiene usted mucho talento -dije-.Dnde ha estudiado? -Yo? Nunca estudi. Saba cmo hacerlo. Vea las cosas y las tallaba en piedra. Le gustan? Alguna vez le mostrar otras cosas que he hecho. Si tuviera un gran pedazo de bronce podra hacer a su perro. Es tan hermoso! Se le cay el martillo al agua y yo me inclin y sumerg el brazo en el agua para recuperarlo. -Est all brillando en la arena -dijo ella inclinndose junto conmigo. -Dnde? -inquir mirando el reflejo de nuestros rostros en el agua. Porque slo en el agua hasta entonces me haba atrevido yo a mirarla largo tiempo. ----------------------- Page 11----------------------El estanque espejaba el exquisito valo de su cabeza, los pesados cabellos, los oj os. O el sedoso crujido de su vestido, tuve el atisbo de un brazo blanco y el martillo fue recobrado goteante del agua. La cara preocupada del estanque se seren y una vez ms vi reflejados sus ojos. -Escuche -dijo en voz baja- cree que volver otra vez a mi fuente? -Volver -dije-. Tena la voz opacada; el sonido del agua me llenaba los odos. Entonces una rpida sombra pas sobre el estanque; me frot los ojos. Donde su cara reflejada haba estado inclinada junto a la ma, nada se espejaba salvo el sol rosad o de la tarde donde titilaba una plida estrella. Me puse en pie y me volv. Haba desaparecid

o. Vi la ligera estrella brillar sobre m en el crepsculo, vi los altos rboles inmviles en el tranquilo aire de la tarde, vi mi perro dormido a mis pies. El dulce aroma en el aire se haba desvanecido, dejndome en las narices el pesado o lor de los helechos y el moho del bosque. Un miedo ciego se apoder de m, cog la escopeta y de un salto me intern en los bosques en penumbra. El perro me sigui haciendo crujir las malezas a mi lado. La luz se opacaba ms y ms, pero yo segu avanzando, el sudor me baaba la cara y el pelo, mi cabeza era un caos. Cmo llegu al soto, no lo s. Al girar por el sendero, tuve el atisbo de una cara que me espiaba desde la negra espesura: una horrible cara humana, amarilla y tensa sobre altos pmulos y o jos estrechos. Involuntariamente me detuve; el perro gru a mis tobillos. Entonces avanc de un salt o hacia ella abrindome camino ciegamente en la espesura, pero la noche haba cado de prisa, y me encontr jadeante y luchando en un laberinto de matorrales retorcidos y vias entrelazadas, incapaz de ver siquiera la maleza que me tena atrapado. Fue con una cara plida y llena de rasguos que me hice presente a una tarda cena aquella noche. Howlett me sirvi con mudo reproche en el rostro, pues la sopa haba estado esperando y el gallo del bosque se haba secado. David trajo a los perros despus que hubieron comido y yo acerqu la silla al fuego y puse la cerveza en una mesa junto a m. Los perros se echaron a mis pies pestaeando gravemente ante las chispas que crepitaban y volaban en lluvias remolineantes de sde los pesados leos de abedul. -David -pregunt-, dijiste que hoy viste a un chino? -As es, seor. -Qu piensas de ello ahora? -Debo de haberme equivocado, seor... -Pero no lo crees. Con qu clase de whisky llenaste hoy mi frasco? -El de siempre, seor. -He bebido mucho? -Unos tres tragos, como de costumbre, seor. -No crees que haya podido haber algn error con el whisky... alguna medicina que se haya mezclado con l, por ejemplo? David se sonri y dijo: -No, seor. -Pues bien -dije yo-, he tenido un sueo extraordinario. Cuando dije "sueo", me sent consolado y confiado. Apenas me haba atrevido a decirlo antes, an a m mismo. -Un sueo extraordinario -repet-; me qued dormido en el bosque a las cinco poco ms o menos, en ese bonito claro donde la fuente... quiero decir, donde se encuentra el estanque. Conoces el sitio? -No, seor. Lo describ minuciosamente dos veces, pero David sacudi la cabeza. ----------------------- Page 12-----------------------Piedra tallada dijo usted, seor? Nunca la he visto. No se referir a la Fuente Nuev a...

-No, no! El claro se encuentra mucho ms lejos Es posible que alguien habite en el bosque entre este sitio y la frontera con Canad? -Nadie salvo en Santa Cruz; al menos, que yo lo sepa. -Claro -dije-, cuando cre ver a un chino, fue mi imaginacin que me enga. Tu aventura seguramente me haba impresionado ms de lo que crea, claro. T no viste chino alguno, por supuesto, David. -Probablemente no, seor -dijo David dubitativo. Lo mand a dormir dicindole que mantendra a los perros toda la noche conmigo; y cuando. se hubo ido, beb un largo trago de cerveza "slo para avergonzar al diablo" , como sola decir Pierpont, y encend un cigarro. Luego pens en Barris y Pierpont y en el fro lecho en que pasaran la noche, porque saba que no se atreveran a encender un fuego y a pesar de la clida chimenea que arda crepitante en el rincn, me estremec por identificacin de ellos. -Contar a Barris y a Pierpont toda la historia y los llevar a ver la roca tallada y la fuente -me dije-. Qu maravilloso sueo fue... Ysonde! Si fue un sueo. Entonces fui hacia el espejo y me examin la ligera marca blanca por sobre la ceja . V A las ocho de la maana siguiente poco ms o menos yo miraba distradamente la taza de caf que Howlett estaba llenando, Gamin y Mioche empezaron a aullar y al instan te siguiente o los pasos de Barris en el portal. -Hola, Roy -dijo Pierpont entrando ruidoso en el comedor-. Quiero mi desayun o, caramba! Dnde est Howlett...? Nada de caf au lait para m! Quiero una chuleta con huevos. Mira ese perro, se arrancar la bisagra de la cola en cualquier momento... -Pierpont -dije-, esa locuacidad es asombrosa, pero bienvenida. Dnde est Barris? Ests empapado de la cabeza a los pies. Pierpont se sent y se arranc sus tiesas sobrecalzas embarradas. -Barris est telefoneando a Fuentes del Cardenal... Creo que quiere que le enven a algunos de sus hombres. Gamin, idiota!. Howlett, tres huevos escalfados y un poco ms de tostadas... Qu estaba diciendo? Oh, Barris. Dio con una cosa y otra que, espera , le permitira localizar a esos fabricantes de oro. Lo pas muy a gusto... Ya l te conta r. -Willy, Willy! -dije con complacido asombro-. Ests aprendiendo a hablar! Dios! Cargas tus propios cartuchos, llevas tu propia escopeta y la disparas t mismo. Vay a! Aqu est Barris completamente cubierto de barro. Verdaderamente ten drais que cambiaros... Pfui! Qu olor tan espantoso! -Es probablemente esto -dijo Barris arrojando algo al hogar donde se estremeci du rante un momento y luego empez a retorcerse-. Lo encontr en el bosque junto al lago. Sabes qu puede ser, Roy? Con disgusto vi que era otra de esas criaturas con algo de cangrejo, gusano y ar aa que Godfrey tena en Tiffany's. -Me pareci que reconoca ese olor acre -dije-. Por todos los santos, llvatelo de la mesa de desayuno, Barris! -Pero qu es? -insisti mientras se quitaba los prismticos y el revlver.

-Te dir lo que s despus del desayuno -repliqu con firmeza-. Howlett, trae una escoba y barre esa cosa Fuera de aqu. De qu te res, Pierpont? Howlett barri la repulsiva criatura y Barris y Pierpont fueron a cambiar sus ropa s empapadas de roco por otras ms secas. David vino para llevarse a los perros a toma r aire y a los pocos minutos reapareci Barris y ocup su sitio a la cabecera de la me sa. ----------------------- Page 13-----------------------Bien -dije- hay algo que contar? -S, no mucho. Estn cerca del lago al otro lado de los bosques... me refiero a los fabricantes de oro. Pillar a uno de ellos esta tarde. No localic todava con certidu mbre al grueso de la banda... Alcnzame la tostadora quieres, Roy? No, sin certidumbre todava, pero le echar mano a uno de cualquier modo. Pierpont me ayud mucho, en verdad y... Qu te parece, Roy? Quiere formar parte del Servicio Secreto! -El pequeo Willy? -Exactamente. Oh, lo disuadir! Qu clase de reptil es el que tr aje? Lo barri Howlett? -Por m, puede volver a traerlo -dije con indiferencia-. Termin de desayunar. -No -dijo Barris tragndose de prisa el caf-, no tiene importancia; puedes hablarme del animal... -Te mereceras que te lo hubieran servido sobre una tostada -le repliqu. Pierpont entr radiante, refrescado por un bao. -Sigue con tu historia, Ray -dijo; y yo les cont de Godfrey y su mascota reptil. -Ahora bien qu puede encontrar Godfrey de interesante en esa criatura, en nombre d el sentido comn? -termin arrojando el cigarrillo a la chimenea. -Crees que es japonesa? -pregunt Pierpont. -No -dijo Barris-, no es un grotesco artstico, es vulgar y horrible... tiene aspe cto barato y sin terminar... -Sin terminar... Exacto -dije-, como un humorista americano... -S-dijo Pierpont-, barato. Y qu hay de esa serpiente de oro? -Oh, la compr el museo Metropolitan; tienes que verla, es una maravilla. Barris y Pierpont haban encendido sus cigarrillos y, al cabo de un momento, todos nos levantamos y fuimos andando hacia el prado, donde se haban puesto sillas y tendid o hamacas bajo los arces. Pas David con la escopeta bajo brazo y los perros a los talones. -Tres escopetas en los prados a las cuatro de esta tarde -dijo Pierpont. -Roy -dijo Barris mientras David inclinaba la cabeza en seal de asentimiento- qu hiciste ayer? Esta era la pregunta que haba estado esperando. Toda la noche haba soado con Ysonde y el claro en el bosque donde, en el fondo de la fuente cristalina, vea el reflejo de sus ojos. Toda la maana, mientras me duchaba y me vesta me haba estado convenciendo a m mismo que no vala la pena contar el sueo y que buscar el claro y las imaginarias tallas de piedra era ridculo. Pero ahora, cuando Barris form ul la pregunta, me decid a contar toda la historia. -Ea, compaeros! -dije abruptamente-. Os contar algo verdaderamente extrao. Os podis rer tanto como queris tambin, pero antes quiero hacerle a Barris una o dos

preguntas. Has estado en China, Barris? -S -dijo Barris mirndome a los ojos. -Es probable que un chino se hiciera leador? -Has visto a un chino? -pregunt con voz serena. -No lo s; David y yo imaginamos que s lo vimos. Barris y Pierpont se intercambiaron una mirada. -Tambin vosotros lo habis visto? -pregunt, volvindome para incluir a Pierpont en la pregunta. -No -dijo Rarris lentamente-; pero s que hay o ha habido un chino en el bosque. -El diablo! -exclam. -S -dijo Barris gravemente-; el diablo, si quieres... un diablo... un miembro de los Kuen-Yuin. ----------------------- Page 14----------------------Acerqu mi silla a la hamaca donde Pierpont yaca extendido cuan largo era alcanzndome una bola de oro puro. -Y bien? -dije mientras examinaba los grabados que haba en su superficie, que representaban una masa de criaturas entrelazadas, dragones, supuse. -Pues bien -repiti Barris extendiendo la mano para coger la bola de oro-, este gl obo en el que hay grabados reptiles y jeroglficos chinos es el smbolo de los Kuen-Yuin. -Cmo lo obtuviste? -pregunt, con el sentimiento de que oira algo sorprendente. -Pierpont lo encontr esta maana junto al lago al amanacer. Es el smbolo de los Kuen Yuin -repiti-, los terribles Kuen-Yuin, los hechiceros de China, y la ms diablica secta de asesinos que hay sobre la tierra. Fumamos en silencio hasta que Barris se puse en pie y empez a andar de aqu para al l entre los rboles, retorcindose los bigotes grises. -Los Kuen-Yuin son hechiceros -dijo detenindose ante la hamaca donde yaca Pierpont que los observaba-; quiero decir exactamente lo que digo: hechiceros. Los he vis to, los he visto en sus diablicas prcticas, y os repito solemnemente que as como hay ngeles en lo alto, hay una raza de diablos en la tierra, y son hechiceros. Bah -exclam-, habladme de la magia de la India y de yoguis y de todos esos engaabobos! Roy, te aseguro que los Kuen-Yuin tienen absoluto control de un centenar de millones de personas, dominan su mente y su cuerpo, su cuerpo y su alma. Sabes lo que sucede en el interior de la China? Lo sabe Europa? Podra algn ser humano concebir la situacin de esa inmensa fosa del infierno? Leis los peridicos, os cotorreos diplomticos acerca de Li Chang y el Emperador. Veis crnicas de guerras en mar y tierra y sabis que Japn ha iniciado una tempestad de juguete a lo largo del mellad o filo de ese gran desconocido. Pero jams habis odo antes de los Kuen-Yuin; no, ni tampoco ningn europeo, salvo algn misionero aislado o dos, y sin embargo os digo que cuando las llamas de ese foso infernal hayan devorado el continente hasta la costa, la explosin inundar la mitad del mundo... y Dios ayude a la otra mitad. A Pierpont se le apag el cigarrillo; encendi otro y mir fijamente a Barris.

-Pero -agreg-, basta por hoy; sabis, no tena intencin de decir tanto como lo hice; d e nada servira; aun t y Pierpont lo olvidaris;parece algo tan imposible y tan lejano. .. como que se apagara el sol. Lo que quiero discutir es la posibilidad o la probab ilidad de que un chino, un miembro de los Kuen-Yuin se encuentre aqu en este momento, en el bosque. -Si lo est -dijo Pierpont-, es posible que los fabricantes de oro le deban su descubrimiento. -No lo dudo ni por un instante -dijo Barris con seriedad. Cog en la mano el pequeo globo de oro y examin los caracteres que haba grabados en l. -Barris -dijo Pierpont-, no me es posible creer en la hechicera mientras llevo un o de los trajes de caza de Sandford's en uno de cuyos bolsillos hay un volumen de la Duqu esa con las pginas sin cortar todava. -Tampoco yo -dije-, porque leo el Evening Post y s que el s eor Godkin no lo permitira. Vaya! Qu sucede con esta bola de oro? -Qu sucede? -pregunt Barris torvamente. -Pues... pues, est cambiando de color... prpura, carmes... no, quiero decir, verde. .. Dios de los Cielos! Los dragones se retuercen bajo mis dedos... -Imposible! -murmur Pierpont inclinndose sobre m-; esos no son dragones... -No! -exclam excitado- Son imgenes de ese reptil que trajo Barris... Mirad, mirad como se arrastran y se vuelven... ----------------------- Page 15-----------------------Djala caer -orden Barris; y yo arroj la bola por tierra. En un instante todos nos habamos arrodillado en la hierba junto a ella, pero la bola era otra vez de oro, con sus grotescos grabados de dragones y signos extraos. Pierpont, con la cara algo enrojecida, la recogi y se la alcanz a Barris. Este la puso en una silla y se sent a mi lado. -Pfui! -exclam enjugndome el sudor de la cara-. Cmo es el truco, Barris? -Truco? -dijo Barris despectivo. Mir a Pierpont y el corazn me dio un vuelco. Si no era un truco qu era? Pierpont me devolvi la mirada y enojeci, pero todo lo que dijo fue: -Diablicamente extrao. Y Barris respondi: -Diablicamente, s. Entonces Barris me pidi que volviera a contar mi historia, y yo lo hice, empezand o por el instante en que me encontr en el soto con David hasta el momento en que salt a la espesura en sombras desde donde esa mscara amarilla se haba sonredo como una calavera fantasma. -Intentamos encontrar la fuente? -pregunt al cabo de una pausa. -S... y... este... la joven -sugiri Pierpont vagamente. -No seas asno -dije con algo de impaciencia-, no es preciso que vengas, ya lo sa bes. -Oh, ir -dijo Pierpont-, a no ser que me crean indiscreto...

-Calla, Pierpont -dijo Barris-, esto es serio; jams o de semejante claro o de seme jante fuente, claro que nadie conoce enteramente este bosque. Vale la pena intentarlo; Roy puedes encontrar el camino de regreso hasta all? -Sin dificultad -respond-. Cundo nos ponemos en marcha? -Se echar a perder nuestra partida de caza -dijo Pierpont-, pero cuando uno tiene la oportunidad de encontrar en la realidad una mujer de ensueos... Me puse en pie profundamente ofendido, pero Pierpont no estaba muy compungido y su risa era irresistible. -La joven te pertenece por derecho, pues t la descubriste -di jo-. Prometo no inmiscuirme en tus sueos... O soar con otras mujeres... -Vamos, vamos -dije-, har que Howlett te ponga en cama dentro de un minuto. Barri s, si ests pronto... Podemos volver para la casa. Barris se haba puesto en pie y me miraba con gravedad. -Qu ocurre? -pregunt nervioso, porque vi que su mirada se me clavaba en la frente, y record a Ysonde y la blanca cicatriz en forma de cuarto creciente. -Es eso una marca de nacimiento? pregunt Barris. -S por qu, Barris? -Por nada, es una interesante coincidencia... -Cmo? Por Dios...! -La cicatriz... o ms bien, la marca de nacimiento. Es la huella de la garra del d ragn: el smbolo en forma de cuarto creciente de Yue-Laou. -Y quin demonios es Yue-Laou? -pregunt bastante enfadado. -Yue-Laou, el Hacedor de Lunas, Dzil-Nbu de los Kuen-Yuin; es mitologa china, per o creo que Yue-Laou ha retornado para gobernar a los Kuen-Yuin... -La conversacin -interrumpi Pierpont- sabe a pavos reales, plumas y avispas con pintas amarillas. Las viruelas locas le han dejado su tarjeta de visita a Roy y Barris nos est tomando el pelo. Vamos, compaeros, y visitemos a la mujer de los sueos. Barris, oigo el ruido de galope; aqu vienen tus hombres. Dos jinetes chapalearon salpicando barro hasta la galera y desmontaron ante una s eal de Barris. Not que los dos llevaban rifles de repeticin y pesados revlveres Colt. ----------------------- Page 16----------------------Siguieron a Barris con deferencia al comedor y en seguida omos tintinear de plato s y botellas y el bajo canturreo de la musical voz de Barris. Media hora ms tarde volvieron a salir, saludaron a Pierpont y a m y se alejaron galopando en direccin a la frontera de Canad. Transcurrieron diez minutos y, como Barris no apareca, nos pusimos en pie y entramos en la casa para encontraro. Estab a sentado en silencio frente a la mesa observando el pequeo globo de oro, en el que refulga ahora un fuego escarlata y anaranjado, brillante como un carbn encendido. Howlett, boquiabierto y los rbitas, estaba de pie petrificado detrs de l. ojos que se le saltaban de las

-Vienes? -pregunt Pierpont algo sobresaltado. Barris no respondi. E l globo, lentamente, recobr su color de oro plido... pero la cara con que nos mir Barris est aba blanca como un papel. Luego se puso en pie y se sonri con un esfuerzo que nos res ult penoso a todos. -Dadme un lpiz y un trozo de papel -dijo. Howlett los trajo. Barris se dirigi a la ventana y escribi rpidamente. Dobl el papel , lo puso en el cajn superior de su mesa escritorio, cerr el cajn, me dio la llave y nos hizo seas de que lo precediramos. Cuando estuvimos otra vez bajo los arces, se volvi hacia m c on una expresin impenetrable. -Ya sabrs cundo utilizar esa llave -dijo-. Ven, Pierpont, debemos tratar de encont rar la fuente de Roy. V Esa tarde a las dos, por sugerencia de Barris, abandonamos la bsqueda del claro y atravesamos el bosque hasta el soto donde David y Howlett nos esperaban con nues tras escopetas y los tres perros. Pierpont me tom el pelo implacablemente por la "mujer de ensueo", como la llamaba, y, si no hubiera sido por la significativa coincidencia de las preguntas de Yson de y Barris acerca de la cicatriz blanca que tena en la frente, yo sabra estado perfect amente persuadido que todo no haba sido ms que un sueo. Tal como e l asunto se manifestaba, no tena explicacin alguna. No habamos podido encontrar el claro, aunque cincuenta veces llegu a las seales que me convencieron que estbamos a punto de entrar en l. Durante toda la bsqueda Barris se mantuvo en silencio sin dirigirnos apenas una palabra. Nunca lo haba visto antes con tal depresin de esprit u. No obstante, cuando avistamos el soto donde nos esperaba una pieza de gallo del bosque fra y una botella de Borgoa, Barris pareci -Por la mujer de ensueo! -dijo Pierpont levantando No me gust. Aun cuando no fuera ms que un sueo me Pierpont. Quiz Barris lo comprendi, no lo s, pero recobrar su buen humor habitual. la copa y ponindose de pie. irritaba or la voz burlona de le pidi a Pierpont que se bebiera

su vino sin hacer ms bulla, y el joven obedeci con una confianza infantil que hizo casi sonrer a Barris. -Qu hay de las agachadizas, David? -pregunt-. El prado debe de estar en buenas condiciones. -No hay ni una agachadiza en el prado, seor -dijo David solemnemente. -Imposible -exclam Barris-, no pueden haber partido. -Pues partieron, seor -dijo David con una voz sepulcral que apenas le reconoc. Los tres miramos al hombre con curiosidad a la espera de una explicacin de esta decepcionante aunque asombrosa informacin. David mir a Howlett y Howlett examin el cielo.

----------------------- Page 17-----------------------Yo iba -empez el viejo con la mirada fija en Howlett- yo iba a lo largo del soto con los perros, cuando o un ruido en el refugio y vi a Howlett que marchaba de prisa hacia m. De hecho -continu David-, puedo afirmar que corra. Corra usted, Howlett? Howlett dijo con una tos decorosa: -Les pido perdn -dijo David-, pero preferira que Howlett contara el resto. El vio cosas que yo no vi. -Prosigue Howlett -orden Pierpont sumamente interesado. Howlett tosi otra vez tras su manzana roja. -Lo que dice David es cierto, seor -empez; observ a los perros desde cierta distanc ia, seor, cmo actuaban, y David se detuvo para encender la pipa tras el abedul cuando una cabeza asom por el refugio sosteniendo un palo como si apuntara con l a los perros, seor... -Una cabeza que sostena un palo? -pregunt Pierpont con severidad. -La cabeza y las manos, seor -explic Howlett-, las manos sostenan un palo pintado.. . as, seor. "Howlett" me digo, "esto es bien raro", de modo que salto y corro, pero el miserable me haba visto, y cuando llego a la altura de David, haba desaparecido. "-Vaya, Howlett -me dice David-. Cmo diablos -con su perdn-, seor -cmo lleg aqu? -dice en voz alta. "-Corra! le digo-. E1 chino est azuzando a los perros! "-Por Dios! qu chino? -dice David apuntando con su escopeta a cada arbusto. Entonces me parece que lo veo y los dos corremos y corremos y los perros vienen saltando a nuestros talones, seor, pero no vemos al chino. -Yo contar el resto -dijo David mientras Howlett tosi y se retir modestasmente tras los perros. -Prosigue -dijo Barris con voz extraa. -Pues bien, seor, cuando Howlett y yo abandonamos la persecucin, estbamos en el acantilado que da al prado del sur. Vi que haba centenares de aves all, en su mayo ra zarapitos y frailecillos, y Howlett las vio tambin. Entonces, antes que pudiera d ecirle una sola palabra a Howlett, algo en el lago salpic, una salpicadura como si todo el acantilado hubiera cado en el agua. Me asust tanto que de un salto me ocult tras la maleza y Howlett se sent de prisa, y todas las agachadizas giraron en lo alto, po r centenares, todas chillando de miedo, y los patos silvestres pasaron aturdidos s obre el prado como si los persiguiera el diablo. David hizo una pausa y mir pensativo a los perros. -Prosigue -dijo Barris con la misma tensin en la voz. -Nada ms, seor. Las agachadizas no volvieron. -Pero la salpicadura en el lago? -No s lo que fue, seor. -Un salmn? Un salmn no podra haber asustado de ese modo a las agachadizas y a los patos? -No oh, no, seor! Si cincuenta salmones hubieran saltado, no habran producido

semejante salpicadura. No es cierto, Howlett? -De ningun modo -dijo Howlett. -Roy -dijo Barris por fin-, lo que nos cuenta David interrumpe la caza por hoy. Llevar a Pierpont a la casa. David y Howlett nos seguirn con los perros... Tengo algo qu e decirles. Si quieres, ven; si no, ve a cazar un par de gallos del bosque para la cena y vuelve a las ocho si quieres ver lo que Pierpont y yo descubrimos anoche. David silb para que Mioche y Gamin acudieran y sigui a Howlett cargado de enseres a la casa. Llam a Voyou a mi lado, cog mi escopeta y me volv a Barris. ----------------------- Page 18-----------------------Estar de regreso a las ocho -dije-; esperas atrapar a uno de los fabricantes de oro no es cierto? -S -dtjo Barris distradamente. Pierpont empez a hablar del chino, pero Barris le hizo seas de que lo siguiera y, saludndome con la cabeza, cogi el camino que Howlett y David haban seguido hacia la casa. Cuando desaparecieron, me puse la escopeta bajo el brazo y me volv bruscamente hacia el bosque mientras Voyou me segua trotando a los talones. A pesar de m mismo, la continua aparicin del chino me pona nervioso. Si volva a molestarme, estaba firmemente decidido a pillarlo y averiguar qu estaba haciendo en los bosques del Cardenal. Si no poda dar una explicacin satisfactoria, lo llevara a nte Barris como sospechoso de ser uno de los fabricantes de oro; lo pillara de cualqu ier manera, pens, y librarla al bosque de su fea cara. Me preguntaba qu sera lo que Dav id haba odo en el lago. Debi de haber sido un pez grande, un salmn, pens; probablemente el caso del chino habra exasperado los nervios de David y Howlett. Un gemido del perro rompi el hilo de mis meditaciones y levant la cabeza. Me detuv e en seco. El claro perdido estaba delante de m. El perro haba ya entrado en l de un salto y corrido por el aterciopelado csped haci a la piedra tallada donde estaba sentada una esbelta figura. Vi que mi perro apoyaba su sedosa cabeza cariosamente sobre su tnica de seda; vi la cara de ella inclinada so bre l y sin, respirar apenas, entr lentamente en el claro iluminado por el sol. Casi con timidez me tendi una blanca mano. -Ahora que ha venido -dijo- puedo mostrarle otros trabajos mos. Le dije que poda hacer otras cosas adems de estas liblulas y mariposas en la piedra. Por qu me mira as? Se encuentra enfermo? -Ysonde -farfull. -S-dijo ella con un ligero color bajo los ojos. -Yo... no esperaba volver a verla -dije con dificultad-. T... cre que eras un sueo. .. Pens que haba soado... -Soar conmigo? Quiz soaste. Es eso tan raro? -Raro? -no... pero dnde fuiste cuando... cuando nos inclinbamos juntos sobre la fuente? Vea tu cara... tu cara reflejada junto a la ma y de pronto slo vi el cielo

azul en que brillaba una estrella. -Fue porque te quedaste dormido -dijo- no fue as? -Yo... dormido? -Te dormiste,.. Pens que estaras muy fatigado y regres... -Regresaste? A dnde? -A mi casa, donde tallo mis hermosas imgenes; mira, aqu hay una que traje para mostrarte. Cog el animal esculpido que me ofreca, un lagarto de oro macizo con frgiles alas desplegadas de oro tan delgado que el sol arda a travs de l y tea el suelo de flamgeras manchas doradas. -Dios de los cielos! -exclam . Esto es asombroso! Dnde aprendiste a hacer un trabajo semejante? Ysonde, esto no tiene precio! -Oh, as lo espero -dijo ella con seriedad-. No me gusta vender mi obra, pero mi padrastro la coge y se la lleva. Esto es lo segundo que hago y ayer me dijo que debo drselo. Supongo que es pobre. -No me explico cmo puede ser pobre si te da oro para esculpir -dije asombrado. -Oro! -exclam-. Oro! Tiene una habitacin llena! l lo fabrica. Me sent en la hierba a sus pies enteramente amilanado. ----------------------- Page 19-----------------------Por qu me miras as? -pregunt ella algo perturbada. -Dnde vive tu padrastro? -Aqu. -Aqu! -En los bosques cerca del lago. Nunca podras encontrar su casa. -Una casa! -Pues claro. Creas que vive en un rbol? Qu tontera. Vivo con mi padrastro en una hermosa casa... una casa pequea, pero muy hermosa. l fabrica el oro all, pero los hombres que se lo llevan jams van a la casa porque no saben dnde se encuentra y, s i lo supieran, no podran entrar en ella. Mi padrastro lleva el oro a un saco de lon a. Cuando el saco est lleno, lo lleva a los bosques donde viven los hombres y no s qu hacen con l. Me gustara que vendiera el oro y se enriqueciera, pues entonces podra regresar a, Yian donde todos los jardines son dulces y el ro fluye bajo los mil p uentes. -Dnde est esa ciudad? -pude musitar apenas. -Yian? No lo s. El perfume y el sonido de las campanas de plata la llenan de dulzu ra todo el da. Ayer llevaba una flor de loto seca de Yian en el pecho y todos los bo sques se llenaron de fragancia. No la oliste? -Me preguntaba anoche si la habras sentido. Qu hermoso es tu perro! Lo amo. Ayer pensaba ms en tu perro, pero anoche... -Anoche -repet por debajo de mi aliento. -Pens en ti. Por qu lleyas la garra del dragn? Llev la mano impulsivamente a la frente ocultando la cicatriz. -Qu sabes de la garra del dragn? -musit. -Es el smbolo de Yue-Laou y Yue-Laou gobierna a los Kuen-Yuin, dice mi padrastro. Mi padrastro me dice todo lo que s. Vivimos en Yian hasta que tuve dieciseis aos. Ahora tengo dieciocho; hace dos aos que vivimos en el bosque. Mira esos pjaros de color escarlata! Qu son? Hay pjaros del mismo color en Yian. -Dnde est Yian, Ysonde? -pregunt con calma mortal.

-Yian? No lo s. -Pero t has vivido all. -S, mucho tiempo. -Est ms all del ocano, Ysonde? -Est ms all de siete ocanos y el gran ro, ms largo que la distancia de la tierra a la luna. -Quin te dijo eso? -Quin? Mi padrastro. l me lo dice todo. -Quieres decirme su nombre Ysonde? -No lo s, l es mi padrastro, eso es todo. -Y cul es tu nombre? -Lo sabes, Ysonde. -S, pero el otro, el apellido. -Eso es todo, Ysonde. T tienes dos nombres? Por qu me miras con tanta impaciencia? -Tu padrastro fabrica oro? Lo has visto hacerlo alguna vez? -Oh, s. Lo fabricaba tambin en Yian, y me encantaba ver las chispas en la noche, revoloteando como abejas doradas. Yian es hermosa... es como nuestro jardn y los jardines de alrededor. Desde mi jardn puedo ver los mil puentes y la montaa blanca ms all... -Y la gente? Hblame de gente, Ysonde! -la inst con gentileza. ----------------------- Page 20-----------------------La gente de Yian? Poda verla en enjambres, como hormigas, muchos millones que cruzaban y recruzaban los mil puentes. -Pero qu aspecto tenan? Vestan como yo? -No lo s Estaban muy lejos, eran como manchas mviles sobre los mil puentes. Durante diecisis aos los vi cada da desde mi jardn, pero nunca sal de mi jardn a las calles de Yian porque mi padrastro me lo haba prohibido por completo. -Nunca viste de cerca en Yian a un ser viviente? -le pregunt exasperado. -Mis pjaros, oh, pjaros de aspecto tan sabio, de color gris y rosado. Se inclin sobre el agua y roz la superficie con su tersa mano. -Por qu me haces estas preguntas? -musit-. Ests disgustado? -Hblame de tu padrastro -insist-. Tiene aspecto semejante al mo? Viste, habla como yo? Es americano? -Americano? No lo s. No viste como t, ni tampoco tiene tu aspecto. Es viejo, muy, muy viejo. A veces habla como t, otras como lo hacen en Yian. Tambin yo hablo de las dos maneras. -Entonces habla como lo hacen en Yian -la inst con impaciencia-, habla como... Vay a! Ysonde! Por qu lloras? Te he ofendido? No era mi intencin... Ni soaba que te molestara! Vamos, Ysonde, perdname... Mira, te lo pido de rodillas a tus pies. Me interrump, mi mirada fija en una pequea bola de oro que le colgaba de la cintur a por una cadena dorada. La vi temblando sobre su muslo, la vi cambiar de color, o ra carmes, ora prpura, ora llameante escarlata. Era el smbolo de los Kuen-Yuin. Ella se inclin sobre m y puso sus dedos suavemente en mi brazo. -Por qu me preguntas esas cosas? -inquiri, y las lgrimas le br illaban en las pestaas-. Me hace doler aqu -se presion el pecho con la mano-, me duele. No s por qu. Ah, tienes los ojos duros y fros otra vez! Miras la bola de oro que me cuelga d e la cintura. Deseas saber qu es?

-S -murmur con la mirada fija en el infernal color flameante que empalideci mientra s hablaba cobrando otra vez un claro color dorado. -Es el smbolo de los Kuen-Yuin -dijo con voz temblorosa-. Por qu lo preguntas? -Es tuyo? -S-s. -Cmo lo obtuviste? -grit con aspereza. -Mi... mi padras... Luego me apart de s con toda la fuerza de sus delgadas muecas y se cubri la cara. Si la rode con el brazo y la atraje hacia m, si borr con mis besos las lgrimas que s e escurran lentamente entre sus dedos, si le dije cunto la amaba -cmo me daaba el corazn verla desdichada!-, despus de todo eso era cuestin ma. Cuando se sonri a travs de las lgrimas, el puro amor y la dulzura que haba en sus ojos elev mi alma ms alto que la vaga luna que luca en el cielo azul iluminado por el sol. Mi felici dad fue tan sbita, tan aguda y abrumadora que slo pude quedarme all de rodillas, con su s dedos entrelazados con los mos, con la mirada alzada hacia la bveda azul y la plida luna. Entonces algo entre las largas hierbas junto a m se movi cerca de mis rodill as y un hmedo hedor acre invadi mis narices. -Ysonde! -grit, pero el tacto de su mano ya haba desaparecido y mis dos puos cerrados estaban fros y hmedos de roco. -Ysonde! -volv a llamar, con la lengua rgida de miedo; pero llam como alguien que despierta de un sueo, de un horrible sueo, porque las ventanas de la nariz se me estremecan por el hmedo olor acre del cangrejo-reptil que se me pegaba a la rodill a. Por qu la noche haba cado tan pronto...? Y dnde me encontraba? Dnde? Rgido, helado, desgarrado y sangrante, tendido como un cadver en mi propio umbral mientr as ----------------------- Page 21----------------------Voyou me lama la cara y Barris se inclinaba sobre m a la luz de una lmpara que resplandeca y humeaba en la brisa de la noche como una antorcha. Ajjj! El olor asfixiante de la lmpara me despert y grit: -Ysonde! -Qu diablos pasa? -murmur Pierpont levantndome en sus brazos como a un nio-. Has sido apualado, Barris? V En unos pocos minutos fui capaz de mantenerme en pie e ir con rigidez a mi dormi torio donde Howlett me tena preparado un bao caliente y un vaso de whisky escocs ms caliente todava. Pierpont, con una esponja, me limpiaba la sangre que se me haba coagulado en la garganta. El corte era poco profundo, el mero pinchazo de una es pina. Un lavado de cabeza me despej la mente y una inmersin en agua fra y una friccin con alcohol hicieron el resto. -Ahora -dijo Pierpont-, trgate el whisky caliente y acustate. Quieres algo de gallo del bosque al horno? Muy bien, creo que te ests recuperando. Barris y Pierpont me observaban mientras yo, sentado en el borde de la cama, mas ticaba solemnemente el huesecillo de los deseos del gallo y sorba mi Bordeaux con suma complaciencia. Pierpont suspir de alivio.

-De modo -dijo con agrado- que no haba sido nada. Cre que te haban apualado... -No estaba intoxicado -repliqu cogiendo serenamente un trocito de apio. -Slo un pinchazo? -pregunt Pierpont pleno de carioso inters. -Tonteras! -dijo Barris-. Djalo en paz. Quieres algo ms de apio, Roy? Te har dormir. -No quiero dormir -respond-. Cundo atraparis a vuestro fabricante de oro t y Pierpont? Barris consult su reloj y lo cerr bruscamente. -Dentro de una hora. No te propondrs venir con nosotros? -Pues, s. Alcnzame una taza de caf, Pierpont quieres? Eso eso que me propongo hacer. Howlett, treme la nueva caja de Panatella's.. La importada suave; y deja l a jarra. Ahora Barris, voy a vestirme, y t y Pierpont quedaos quietos y escuchad lo que te ngo que decir. Est esa puerta bien cerrada? Barris le ech cerrojo y se sent. -Gracias -dije-. Barris dnde se encuentra la ciudad de Yian? Una expresin emparentada con la del terror resplandeci en los ojos de Barris y vi que por un momento dejaba de respirar. -No existe tal ciudad -dijo por ltimo-. He estado hablando en sueos? -Es una ciudad -continu con calma- en la que el ro serpentea bajo los mil puentes, donde los jardines tienen dulce fragancia y en el aire resuena la msica de las ca mpanas de plata... -Basta! -dijo Barris jadeante, y se puso en pie tembloroso. Haba envejecido diez ao s. -Roy -intervino Pierpont severo- por qu diablos atormentas a Barris? Mir a Barris y l me mir a m. Al cabo de un segundo o dos volvi a sentarse. -Prosigue, Roy -dijo. -Debo hacerlo -respond-, porque ahora estoy seguro de que no he soado. Les dije todo; pero aun mientras lo contaba, todo pareca tan vago, tan irreal, qu e a veces me interrumpa con la sangre caliente que me resonaba en los odos, pues pareca ----------------------- Page 22----------------------imposible que hombres juiciosos pudieran hablar seriamente de tales cosas en el ao 1896 despus de Cristo. Tuve miedo por Pierpont, pero ste ni siquiera sonrea. Hundida sobre el pecho y la pipa apagada asida fuertemente con ambas manos. Cuando hube terminado, Pierpont se volvi lentamente y mir a Barris. Dos veces movi los labios como si fuera a preguntar algo y luego permaneci mudo. -Yian es una ciudad -dijo Barris como si hablara en sueos-. Es eso lo que queras saber, Pierpont? Los dos asentimos con la cabeza en silencio. -Yian es una ciudad -repiti Barris- donde el gran ro serpentea bajo mil puentes... donde los jardines tienen dulce aroma y el aire se llena de la msica de las campa nas de plata. Mis labios formaron la pregunta: -Dnde est la ciudad? -Se extiende -dijo Barris casi quejumbroso- ms all de los siete ocanos y el ro que e s ms largo que la distancia que separa la tierra de la luna.

-Qu quieres decir? -pregunt Pierpont. -Ah -dijo Barris rehacindose con esfuerzo y levantando la mirada que haba mantenid o baja-, estoy usando las alegoras de otra tierra; dejmoslo pasar. No os he hablado d e los Kuen-Yuin? Yian es el centro de los Kuen-Yuin. Se escond e en esa sombra gigantesca llamada China, vaga y vasta como los Cielos de la medianoche... un continente desconocido, impenetrable. -Impenetrable? -repiti Pierpont bajo su aliento. -Lo he visto -dijo Barris como entre sueos-. He visto las llanuras muertas de la negra Catay y he cruzado las montaas de la Muerte, cuyas cimas se elevan por sobre la atmsfera. He visto la sombra de Xangi arrojada sobre Abddon. Es mejor morir a un milln de millas de Yezd y Ater Quedah que haber visto de cerca el loto blanco a l a sombra de Xangi! He dormido entre las ruinas de Xaindu donde los vientos nunca c esan y el Wulwulleh es lamentado por los muertos. -Y Yian? -inst gentilmente. Haba una mirada que no era de este mundo en su cara cuando se volvi hacia m. -Yian... he vivido all... y he amado all. Cuando el aliento de mi cuerpo cese, cua ndo la garra del dragn se desvanezca de mi brazo -se desgarr la manga y vimos un cuarto creciente blanco que le brillaba sobre el codo-, cuando la luz de mis ojos se ha ya apagado para siempre, ni siquiera entonces olvidar la ciudad de Yian. Pues... es m i hogar! El mo! El ro y los mil puentes, el pico blanco ms all, los jardines de dulce aroma, los lirios, el placentero ruido de los vientos del verano, cargado de la msica de las abejas y de la msica de las campanas... todas esas cosas son mas. Creis acaso que porque los Kuen-Yuin teman la garra del dragn en mi brazo he terminado con ellos? Creis que porque Yue-Laou poda dar, yo reconozco su derecho a quitar? Es l Xangi, en cuya sombra el loto blanco no osa levantar la cabeza? No, no! -grit con violencia No fue de Yue-Laou, el hechicero, el Hacedor de Lunas, de quien vino mi felicidad! Era real, no era una sombra para desvanecerse como una pompa de color! Puede un hechicero crear y dar a un hombre la mujer que ama? Es Yuen-Laou tan grande como Xangi entonces? Xangi es Dios. En Su propio tiempo, en Su infinita bondad y clemencia me devolver otra vez la mujer que amo. Y s que ella me espera a los pies de Dios. En el tenso silencio que sigui, pude or el latido redoblado de mi corazn, y vi la c ara de Pierpont, plida y transida de piedad. Barris se sacudi y levant la cabeza. El cambio habido en su cara rojiza me asust. ----------------------- Page 23-----------------------Atencin! -dijo dirigindome una terrible mirada- tienes en la frente la huella de l a garra del dragn, y Yue-Laou lo sabe. Si debes amar, ama como un hombre, porque sufrirs como un alma en el infierno al final. Dime otra vez su nombre. -Ysonde -respond simplemente. V

A las nueve de esa noche atrapamos a uno de los fabricantes de oro. No s cmo Barri s le haba tendido la trampa; todo lo que vi del asunto puede contarse en un minuto o dos. Nos habamos apostado en el camino de Cardenal a una milla de la casa poco ms o menos, Pierpont y yo, con revlveres desenfundados a un lado, bajo el nogal cenici ento, Barris al otro con un Winchester cruzado sobre las rodillas. Acababa de preguntarle a Pierpont la hora, y l tanteaba en busca de su reloj, cua ndo a lo lejos camino arriba omos el galope de un caballo que se acercaba ms y ms con creciente estruendo de cascos hasta pasar a nuestro lado. Entonces el rifle de B arris escupi fuego y la masa oscura, caballo y jinete, se desmoronaron en el polvo. Pie rpont en un segundo tuvo asido por el cuello al jinete a medias atontado; el caballo h aba muerto; cuando encendimos una rama de pino para examinar al individuo, los dos jinetes de Barris se acercaron al galope y tiraron de las riendas junto a nosotr os. -Hm! -dijo Barris frunciendo el ceo- Es el "Abrillantador" o yo soy un contrabandi sta de licores. Nos agrupamos curiosos para ver al "Abrillantador". Era pelirrojo, gordo e inmun do, y sus ojillos rojos le ardan en la cabeza como los de un cerdo airado. Barris le revis los bolsillos metdicamente mientras Pierpont lo sujetaba y yo sost ena la antorcha. El,Abrillantador era una mina de oro; los bolsillos, la camisa, las caas de las botas, el sombrero, aun los puos sucios que mantena apretados y sangrantes, reventaban de plido oro amarillo. Barris dej caer este "oro lunar", como habamos llegado a llamarlo, en los bolsillos de su chaqueta de caza, y se apart para inte rrogar al prisionero. Volvi al cabo de unos pocos minutos e hizo seas a sus hombres montados para que se hicieran cargo del Abrillantador. Los observamos; conducan lentamente a sus caballos con el rifle sobre el muslo, adentrndose lentament e en la oscuridad mientras el Abrillantador, fuertemente atado arrastraba torvo los pies entre ell os. -Quin es el Abrillantador? -pregunt Pierpont deslizndose nuevamente el revlver en el bolsillo. -Un contrabandista de licores, un falsificador y un asaltante de caminos -dijo B arris-, y probablemente un asesino. Drummond se alegrar de verlo, y creo que es probable qu e lo persuada de confesar lo que se neg a confesarme a m. -Se neg a hablar? -pregunt. -No dijo ni una slaba. Pierpont, ya no tienes ms que hacer. -Nada ms que hacer? No regresas con nosotros, Barris? -No -dijo Barris. Caminamos por el camino oscuro en silencio por un rato, mientras me preguntaba q ue intentara hacer Barris, pero l no dijo nada ms hasta que llegamos a nuestra galera. All tendi su mano primero a Pierpont y luego a m despidindose como si estuviera

por emprender un largo viaje. -Cundo estars de regreso? -le pregunt en alta voz cuando ya se acercaba al portaln. Atraves el prado otra vez y otra vez nos tom la mano con un sereno afecto del que no lo crea capaz. -Ir -dijo- a poner fin a la fabricacin de oro esta misma n oche. S que jams sospechasteis lo que me traa entre manos durante mis solitarios paseos no cturnos ----------------------- Page 24----------------------despus de la cena. Os lo dir. Ya he matado sin hacer ruido a cuatro de estos fabricantes de oro. Mis hombres los pusieron bajo tierra junto al mojn cuarto, Qu edan tres con vida: el Abrillantador que atrapamos, otro criminal llamado "Am arillo" o "Yaller" en el hbla vernacular y el tercero... "Al tercero no lo he visto nunca. Pero s quin y qu es... lo s; y si es de carne huma na y de sangre, su sangre ser derramada esta noche. Mientras hablaba, un dbil ruido que vena desde ms all del prado atrajo mi atencin. Un hombre montado avanzaba en silencio a la luz de las estre llas por las tierras esponjosas. Cuando estuve cerca, Barris encendi una cerilla, y vimos que llevaba un cadver cruzado sobre la montura. -Yaller, coronel Barris -dijo el hombre, tocndose el flcido sombrero como saludo. La lgubre aparicin del cadver hizo que me estremeciera y al cabo de un instante de haber examinado el rgido cuerpo de grandes ojos abiertos, retroced. -Identificado -dijo Barris-, llvalo a puesto del mojn cuarto y enva sus efectos a Washington... sellados, Johnstone, tenlo en cuenta. El hombre se alej a medio galope con su carga fantasmal, y Barris nos estrech la mano por ltima vez. Luego se alej alegremente con una broma en los labios, y Pierpont y yo nos volvimos a casa. Durante una hora fumamos ensimismados en la sala ante el fuego, hablando muy poc o, hasta que Pierpont dijo de pronto: -Habra querido que Barris hubiera llevado consigo a uno de nosotros esta noche. El mismo pensamiento me haba estado rondando en la cabeza, pero dije: -Barris sabe lo que hace. Esta conversacin no nos sirvi de consuelo ni abri el camino de la conversacin, y al cabo de unos pocos minutos Pierpont me dio las buenas noches y llam a Howlett par a que le trajera agua caliente. Cuando Howlett lo dej bien arropado en cama, dej encendida slo una lmpara, envi a los perros con David y desped a Howlett por esa noche. No senta deseos de retirarme porque saba que no podra dormir. Haba un libro abierto en la mesa junto al fuego, lo cog y le una pgina o dos, pero tena la mente en otras cosas. La persiana de la ventana estaba abierta y mir el firmamento cuajado de estrellas . No haba luna esa noche, pero el cielo estaba cubierto de estrellas titilantes y una plida

irradiacin, ms brillante an que la de la luna, cubra el prado y el bosque. A lo lejo s oa la voz del viento, un clido viento suave que murmuraba un nombre, Ysonde. -Escucha -suspir la voz del viento, y "escucha" repitieron como un eco las ramas mecidas de los rboles con cada hoja estremecida. Escuch. Donde las largas hierbas temblaban con la cadencia del grillo, oa su nombre, Yson de; lo oa en la susurrante madreselva donde revoloteaban grises mariposas nocturnas; lo oa en el repetido gotear del roco en la galera. El silencioso arroyo del prado murmuraba su nombre, las ondulantes corrientes del bosque lo r epetan, Ysonde, Ysonde, hasta que toda la tierra y el cielo se colmaron del suave tremor, Ysonde , Ysonde, Ysonde. Un tordo nocturno cantaba en la espesura junto al porche, y yo me deslic a la gal era para escuchar. Al cabo de un momento volvi a empezar algo ms lejos. Me aventur por el camino. Otra vez lo o a lo lejos en el bosque, y lo segu, porque saba que cantaba de Ysonde. Cuando llegu al sendero que abandona el camino principal y conduce al refugio del Dulce Helecho en el seto, vacil; pero la belleza de la noche me sedujo y segu adel ante mientras los tordos nocturnos me llamaban desde la espesura. En la irradiacin est elar, ----------------------- Page 25----------------------arbustos, hierbas, flores del campo se destacaban distintos, pues no haba luna qu e arrojara sombras. Prado y arroyo, bosquecillo y ro estaban iluminados por el plido resplandor. Como grandes lmparas encendidas, los planetas colgaban del alto cielo abovedado y a travs de sus rayos misteriosos, las estrellas fijas, calmas, serenas, miraban desde lo alto como ojos. Vade hasta la cintura por campos de varas de oro cubiertas de roco, a travs de trboles tardos y avena silvestre, eglantinas de frutos carmeses, moras y c iruelos salvajes, hasta que el acallado murmullo del arroyo Wier me advirti que el camino haba terminado. Pero no me detuve porque en el aire nocturno pesaba el perfume de los nenfares y a lo lejos, por sobre los acantilados boscosos y el hmedo prado ms all, haba un distante fulgor de plata, y o el murmullo de las adormecidas aves acuticas. El camino estab a despejado, salvo por los densos renuevos de los arbustos y las trampas que tendan las malezas. Los tordos nocturnos haban cesado su canto, pero no tena deseos de la compaa de criaturas vivientes. Esbeltas figuras veloces se me cruzaban como dardos en el c amino por intervalos, delgados visones que huan como sombras a mi p aso, nervudas

comadrejas y gordas ratas almizcleras que avanzaban presurosas a una cita o una matanza. Nunca haba visto tantos animalitos del bosque en movimiento. Empec a preguntarme dnde se dirigan con tanta prisa, por qu se precipitaban todos en la misma direccin. Ora me cruzaba una liebre que iba saltando entre las malezas, ora un conejo que se escurra. Al penetrar el segundo bosquecillo de abedules, dos zorros se deslizaron junto a m; algo ms adelante una gama irrumpi desde los arbustos, y de cerca la sigui un lince con ojos brillantes como brasas. No hizo caso de la gama ni de m, sino que se alej de prisa hacia el norte. El lince estaba huyendo. -De qu? -me pregunt asombrado. No haba incendio en el bosque, ni cicln, ni inundacin. Si Barris hubiera pasado por all habra sucitado semejante xodo? Imposible; ni siquiera un regimiento en el bosque haba podido poner en fuga a estas aterr adas criaturas. "Qu demonios -pens, volvindome para contemplar el vuelo decidido de un martn pescador-, qu demonios puede haber espantado a los animales a esta hora de la noc he?" Mir el cielo. El plcido fulgor de las estrellas detenidas me seren y avanc por el estrecho sendero bordeado de abetos que conduce a la orilla del Lago de las Estr ellas. Viburnos silvestres y enredaderas me trataban los pies, ramas cubiertas de rocio me humedecan y las duras agujas de los abetos me araaban la cara mientras me abra camino por sobre troncos cubiertos de musgo y profundos montecillos esponjosos d e hierbas hasta la grava nivelada de las orillas del lago. Aunque no soplaba viento, pequeas ondas se apresuraban en el lago y las o romper sobre el pedregullo. En la plida luz de las estrellas miles de nenfares levantaban hacia el cielo sus clices a medias cerrados. Me tend cuan largo era en la orilla y, con la barbilla apoyada en la mano, contem pl la orilla opuesta del lago. Las ondas del lago avanzaban salpicando a lo largo de la orilla, cada vez ms alta s, cada vez ms cercanas, hasta que una pelcula de agua, delgada y resplandeciente como la hoja de un cuchillo, lleg hasta mis codos. No poda entenderlo; el lago creca, pero no haba llovido. A lo largo de toda la costa el agua creca; o las ondas entre las junc ias; las plantas a mi lado se anegaban. Los nenfares se mecan en las pequeas olas, cada ----------------------- Page 26----------------------uno elevndose, hundindose, elevndose otra vez hasta que todo el lago resplandeci de ondulantes flores. Qu dulce y profunda era la fragancia de los nenfares! Y ahora el agua descenda lentamente, las ondas retrocedan apartndose del borde de la orilla hasta que las blancas piedrecillas aparecieron otra vez, brillantes como la esca rcha de un

vaso lleno hasta el borde. Ningn animal que nadara en la oscuridad a lo largo de la orilla, ningn salmn que emergiera podra haber anegado la entera orilla como si la onda de un gran barco hubiera surcado las aguas. Podra haber sido la inundacin consecuencia de alguna lluvia precipitada a lo lejos en el bosque y llegada aqu por el arroyo de la Pres a? Esta era la nica explicacin que le encontraba, aunque cuando haba cruzado el arroyo de l a Presa no haba notado que estuviera crecido. Y mientras yaca all pensando, sopl una ligera brisa y vi la superf icie del lago blanquear de lirios. A mi alrededor suspiraban los alisos; o que el bosque tras de m se agitaba; las ra mas entrecruzadas se frotaban suavemente corteza contra corteza. Algo -quiz fuer a un bho- sali de la noche, baj, levant vuelo y volvi a perderse y lejos, ms all de las aguas o su ligero grito salir de las sombras: Ysonde. Entonces, por primera vez, porque tena el corazn colmado, me e ch de bruces llamndola por su nombre. Tena los ojos hmedos cuando levant la cabeza -porque el agua creca nuevamente- y mi corazn lata pesadamente: -Ya nunca ms, nunca ms. Pero mi corazn menta porque mientras alzaba la cabeza hacia las serenas estrellas, la vi en pie silenciosa cerca de m; y pronunci su nombre muy quedo, Ysonde. Ella extendi ambas manos. -Me sent sola -dijo y fui al claro, pero el bosque est lleno de animales espantado s que me asustaron a m. Ha sucedido algo en los bosques? Los ciervos huyen hacia las tierras altas. Tena su mano inmvil en la ma mientras avanzbamos a lo largo de la orilla, el golpeteo de las ondas sobre la roca no era ms bajo que nuestras voces. -Por qu me dejaste sin decir palabra all en la fuente del claro? -me pregunt. -Yo,dejarte...! -En verdad lo hiciste, corriste veloz con tu perro internndote entre la maleza y los arbustos... oh, me asustaste. -Te he dejado de ese modo? -S... despus de... -De que me besaste. Entonces nos recostamos juntos y contemplamos las negras aguas en las que haba engarzadas estrellas, como nos habamos inclinado juntos sobre la fuente del claro . -Lo recuerdas? -pregunt. -S. Mira en el agua hay engarzadas estrellas de plata... por todas partes flotan lirios blancos, y las estrellas debajo, en lo profundo. -Qu flor es sa que tienes en la mano? -Un loto acutico blanco. -Cuntame de Yue-Laou, Dzil Nbu de los Kuen-Yuin. -susurr levantndole la cabeza para poder verle los ojos. -Te gustara escucharlo? -S, Ysonde. -Todo lo que s te pertenece ahora, como te pertenezco yo, todo lo que soy. Acrcate . Quieres saber de Yue-Laou? Yue-Laou es Dzil-Nbu de los Kuen Yuin. Vivi en la Luna. Es viejo... muy, muy viejo, y una vez antes que viniera a regir a los Kuen -Yuin,

----------------------- Page 27----------------------era el viejo que une con una cuerda de seda a todas las parejas predestinadas, d e modo tal que nada despus puede prevenir la unin. Pero todo eso ha cambiado desde que vino a regir a los Kuen-Yuin. Ahora ha pervertido a los Xin -los genios bondados os de China- y ha modelado con sus cuerpos retorcidos un monstruo que llama el Xin. Es te monstruo es horrible, porque no slo vive en su propio cuerpo, sino que tiene mile s de espantables satlites, criaturas vivientes sin boca, ciegas, que se mueven cuando el Xin se mueve, como un mandarn y su escolta. Son parte del Xin, aunque no estn unidos con l. No obstante, si se lastima a uno de los satlites, el Xin se retuerce de dol or. Es terrible... ese enorme bulto viviente y esas criaturas esparcidas como dedos arr ancados que se retuercen alrededor de una mano espantosa. -Quin te ha contado eso? -Mi padrastro. - T lo crees? -S. He visto a una de las criaturas del Xin. -Dnde, Ysonde? -Aqu, en estos bosques. -Entonces crees que hay un Xin aqu? -Debe haberlo... quizs en el lago. -Oh! los Xins habitan en los lagos? -S, y en los siete mares. Aqu no tengo miedo. -Por que? -Porque llevo el smbolo de los Kuen-Yuin. -Entonces yo no estoy a salvo -dije sonriendo. -S, lo ests, porque te sostengo entre mis brazos. Te cuento algo ms sobre el Xin? Cuando el Xin est a punto de dar muerte a un hombre los perros de Yeth galopan en la noche... -Qu son los perros de Yeth, Ysonde? -Los perros de Yeth no tienen cabeza. Son los espritus de nios ase sinados, que merodean por los bosques en la noche, emitiendo sonidos plaideros. -Crees en eso? -S, porque he llevado el loto amarillo... -El loto amarillo.. -El amarillo es el smbolo de la fe... -Dnde? -En Yian -dijo dbilmente. Al cabo de un rato, le pregunt: -Ysonde sabes que hay un Dios? -Dios y Xangi son uno. -Has odo alguna vez de Cristo? -No -respondi quedamente. El viento empez a soplar otra vez entre la copa de los rboles. Sent que sus manos s e cerraban en las mas. -Ysonde -volv a preguntar- crees en los hechiceros? -S, los Kuen-Yuin son hechiceros; Yue-Laou es un hechicero. -Has sido testigo de brujeras? -S, el satlite reptil del Xin... -Y algo ms? -Mi hechizo... la bola de oro, el smbolo de los Kuen-Yuin. No la has visto cambiar

...? No has visto los reptiles retorcerse...? ----------------------- Page 28-----------------------S -contest lacnico, y luego permanec en silencio, porque un rep entino estremecimiento de aprensin me haba asido. Tambin Barris haba hablado grave, ominoso de los hechiceros, los Kuen-Yuin, y yo haba visto con mis propios ojos lo s reptiles grabados girar y retorcerse en el globo resplandeciente. -Sin embargo -dije en voz alta-, Dios existe y la hechicera no es ms que un nombre . -Ah -murmur Ysonde, acercndoseme an ms-, en Yian dicen que los Kuen-Yuin existen; Dios no es ms que un nombre. -Mienten -susurr con fiereza. -Ten cuidado -me rog- puede que te oigan. Recuerda que tienes la marca de la garr a del dragn en la frente. -Y qu? pregunt, recordando al mismo tiempo la marca blanca en el brazo de Barris. -Ah! no sabes que los que tienen la marca de la garra del dragn son seguidos por Yue-Laou para bien o para mal y que el mal significa la muerte si lo ofendis? -T crees eso? -pregunt con impaciencia. -Lo s-dijo ella suspirando. -Quin te cont todo esto? Tu padrastro? Qu es l entonces, en nombre del Cielo... un chino? -No lo s; no es como t. -Te ha... te ha dicho algo acerca de m? -Sabe de ti... no, yo no le he dicho nada... Ah! qu es esto...? Mira, una cuerda, u na cuerda de seda en torno a tu cuello... y en torno al mo! -De dnde sali esto? -pregunt asombrado. -Debe de ser... debe de ser Yue-Laou que me ata a ti... es como mi padrastro lo dijo... l dijo que Yue-Laou nos unira... -Tonteras -dije casi con rudeza, y cog la cuerda de seda, pero para mi sorpresa, s e deshizo en mi mano como si fuera humo. -Qu significan todos estos malditos trucos? -murmur irritado, pero mi irritacin se desvaneci al pronunciar las palabras y un estremecimiento convulsivo me sacudi entero. De pie a la orilla del lago, a una pedrada de distancia, se encontraba u na figura retorcida y encorvada... Era un viejecito que despeda chispas de un carbn encendid o que tena en la palma desnuda soplando en l. El carbn resplandeca con creciente intensidad iluminando la cabeza semejante a una calavera del anciano y arrojando un fulgor rojizo en la arena a sus pies. Pero la cara! La espantosa cara china sobre la que la luz titilaba! Y los oblicuos ojos de serpiente que echaban chispas a medida qu e el carbn refulga ms ardiente! Carbn! No era carbn, sino un globo de oro que tea la noche con llamas carmeses... era el smbolo de los Kuen-Yuin. -Mira! Mira! -jade Ysonde temblando violentamente-. Mira la luna que se remonta entre sus dedos! Oh, cre que era mi padrastro y es Yue-Laou, el Hacedor de Lunas. .. No, no! Es mi padrastro... Oh, Dios, son el mismo! Helado de terror, me dej caer de rodillas buscando a tientas mi revlver que abulta ba

en el bolsillo de mi chaqueta; pero algo me detuvo... algo que me cea como una red de fuerte trama sedosa. Me debat y luch, pero la red me ajustaba cada vez ms... nos rodeaba por todas partes atrayndonos, volcndonos el uno en los brazos del otro has ta que yacimos juntos, unidos mano, cuerpo y pie, palpitantes, jadeantes como un pa r de palomas en una red. Y esa criatura all en la orilla! Cun no fue mi horror al ver una luna enorme y plat eada alzarse como una burbuja de entre sus dedos, elevarse ms y ms en el aire inmvil y quedarse suspendida en lo alto en el cielo de medianoche, mientras otra luna se alzaba de entre sus dedos, y otra y otra ms, hasta que la vasta expansin del cielo qued cubierta de lunas y la tierra chisporroteaba como un diamante en el blanco fulgo r. ----------------------- Page 29----------------------Un fuerte viento empez a soplar desde el este y trajo a nuestros odos un prolongad o aullido luctuoso... un grito tan extraterreno, que por un instante nuestros cora zones se detuvieron. -Los perros de Yeth! -dijo Ysonde sollozando-. Los oyes? Corren por el bosque! El Xin est cerca! Entonces todo a nuestro alrededor en las hierbas secas de las juncias se oy un cr ujido como si se arrastraran animales pequeos y un acre hedor hmedo llen el aire. Conoca el olor, vila