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  • El Hombre sin atributos

    ROBERT MUSIL

  • Sinopsis

    El hombre sin atributos fue escrita entre 1930 y 1942 y qued interrumpida por la

    muerte del autor. Los actores principales de esta tragicomedia monumental son: Ulrich, el

    hombre sin atributos, el matemtico idealista, el sarcstico espectador; Leona y Bonadea, las

    dos amadas del matemtico, desbancadas por Diotima, cerebro dirigente de la Accin

    Paralela y mujer cuya estupidez slo es comparable a su hermosura; y Arnheim, el

    hombre con atributos, un millonario prusiano cuya conversacin flucta entre las

    modernas tcnicas de la inseminacin artificial y las tallas medievales blgaras. Alrededor

    de ellos se mueve, como en un esperpntico vodevil, la digna, honrada, aristocrtica

    sociedad de Kakania (el imperio austro-hngaro), que vive los ltimos momentos de su

    vaca decadencia antes de sucumbir a la hecatombe de la Gran Guerra. Esta cspide de la

    novela de nuestro tiempo abre ante el lector de lengua castellana nuevas y an ms vastas

    regiones del mundo narrativo del siglo XX. La presente edicin en dos volmenes incluye

    todo el material publicado en espaol de esta ambiciosa tragicomedia que trasciende el

    marco geogrfico y temporal minuciosamente descrito, para convertirse en una alegora

    universal.

  • ROBERT MUSIL

    El Hombre sin atributos

    Traduccin de de Jos M. Senz

    Traductor: de Jos M. Senz

    Autor: Musil, Robert

    ISBN: 9788432248122

    Generado con: QualityEbook v0.62

    EL HOMBRE SIN ATRIBUTOS

    Robert Musil

  • Volumen I Libro primero

    TRADUCCIN de Jos M. Senz

    Edicin definitiva y completa revisada por Pedro Madrigal segn la edicin

    establecida por Adolf Fris en 1978

    El papel utilizado para la impresin de este libro es cien por cien libre de cloro y est

    calificado como papel ecolgico.

    No se permite la reproduccin total o parcial de este libro, ni su incorporacin a un

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    www.conllcencia.com o por telfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Ttulo original: Der Mann ohne Eigenschaften

    Editado por Adolf Fris: Rowohlt Verlag GmbH, 1978 Reinbeck bei Hamburg

    por la traduccin, Jos M. Senz

    Derechos exclusivos de edicin en castellano reservados para todo el mundo:

    Editorial Seix Barral, S. A 1969,1970, 2001, 2004, 2008, 2010, 2012 Avenida Diagonal, 662-

    664, 7ma planta. 08034 Barcelona (Espaa) www.seix-barral.es www.planetadelibros.com

    Diseo de la coleccin: Compaa

    Ilustracin de la cubierta: pera Imperial de Viena (vista parcial) Primera edicin en

    Austral: abril de 2010 Segunda impresin: junio de 2012

    Depsito legal: M. 9.414-2010 ISBN: 978-84-3224812-2 Impreso y encuadernado en

    Barcelona por: Printed in Spain - Impreso en Espaa A CPI COMPAN*

    www.conllcencia.comwww.seix-barral.eswww.planetadelibros.com
  • Biografa

    ROBERT Musil naci en Klagenfurth, Austria, en 1880. A los diez aos y siguiendo

    la costumbre de la burguesa aristocratizante austraca, entr en una escuela de cadetes y

    posteriormente en la academia militar; no lleg, sin embargo, a terminar sus estudios, pues

    un repentino inters por la matemtica le llev al Politcnico, donde se licenci en

    ingeniera. Ampli luego su formacin en Berln, donde en 1908 se doctor en psicologa

    experimental. De esta primera poca surgi su libro Las tributaciones del estudiante Trless

    (1906; Seix Barral, 1970 y 2001). La psicologa de la mujer le interesa cada da ms y publica

    Uniones (1991; Seix Barral, 1982 y 1995), libro con el que empieza a tropezar con un pblico

    indiferente, e incluso hostil. En la misma lnea de anlisis e introspeccin del carcter

    femenino public Tres mujeres (1924; Seix Barral, 1968 y 1992). Sin embargo desde 1920 ya

    estaba trabajando en su obra cumbre, a la que dedicara toda su vida, El hombre sin

    atributos (Seix Barral, 1968-1982, 2001 y 2004). Cuando en 1938 Hitler anexiona Austria al

    III Reich, Musil se exila a Ginebra, donde muere subidamente en 1942.

  • PARTE PRIMERA A MODO DE INTRODUCCIN

    1 - Accidente sin trascendencia

    SOBRE el Atlntico avanzaba un mnimo baromtrico en direccin este, frente a un

    mximo estacionado sobre Rusia; de momento no mostraba tendencia a esquivarlo

    desplazndose hacia el norte. Las isotermas y las isteras cumplan su deber. La

    temperatura del aire estaba en relacin con la temperatura media anual, tanto con la del

    mes ms caluroso como con la del mes ms fro y con la oscilacin mensual aperidica. La

    salida y puesta del sol y de la luna, las fases de la luna, de Venus, del anillo de Saturno y

    muchos otros fenmenos importantes se sucedan conforme a los pronsticos de los

    anuarios astronmicos. El vapor de agua alcanzaba su mayor tensin y la humedad

    atmosfrica era escasa. En pocas palabras, que describen fielmente la realidad, aunque

    estn algo pasadas de moda: era un hermoso da de agosto del ao 1913.

    Automviles salan disparados de calles largas y estrechas al espacio libre de

    luminosas plazas. Hileras de peatones, surcando zigzagueantes la multitud confusa,

    formaban esteras movedizas de nubes entretejidas. A veces se separaban algunas hebras,

    cuando caminantes ms presurosos se abran paso por entre otros, a quienes no corra tanta

    prisa, se alejaban ensanchando curvas y volvan, tras breves serpenteos, a su curso normal.

    Centenares de sonidos se sucedan uno a otro, confundindose en un prolongado ruido

    metlico del que destacaban diversos sones, unos agudos claros, otros roncos, que

    discordaban la armona pero que la restablecan al desaparecer. De este ruido hubiera

    deducido cualquiera, despus de largos aos de ausencia, sin previa descripcin y con los

    ojos cerrados, que se encontraba en la capital del Imperio, en la ciudad residencial de Viena.

    A las ciudades se las conoce, como a las personas, en el andar. Mirando de lejos y sin fijarse

    en pormenores, lo podan haber revelado igualmente el movimiento de las calles. Pero

    tampoco es de trascendencia siquiera el que, para averiguarlo, se lo hubiera tenido uno que

    imaginar. La excesiva estimacin de la pregunta de dnde nos encontramos procede del

    tiempo de las hordas, nmadas que deban tener conocimiento cabal y plena posesin de

    sus pastos. Sera interesante saber por qu al ver una nariz amoratada se da uno por

    satisfecho con reparar simplemente y de manera imprecisa en el color, y nunca se pregunta

    qu clase de tonalidad tiene, aunque, sin ms, se lo podra expresar la medida de las

    vibraciones moleculares. Por el contrario, en asunto tan complejo como es una ciudad en la

    que se vive, se quisiera conocer todas sus peculiaridades. Esto nos desva de lo ms

    importante.

    No se debe rendir tributo especial al simple nombre de la ciudad. Como toda

    metrpoli, estaba sometida a riesgos y contingencias, a progresos, avances y retrocesos, a

    inmensos letargos, a colisin de cosas y asuntos, a grandes movimientos rtmicos y al

  • eterno desequilibrio y dislocacin de todo ritmo, y semejaba una burbuja que bulle en un

    recipiente con edificios, leyes, decretos y tradiciones histricas. Las dos personas que

    suban por una calle ancha y animada no caan en la cuenta. Pertenecan, como saltaba a la

    vista, a una elevada clase social, en el estilo y en el hablar lo reflejaban; iban noblemente

    vestidos y traan las iniciales de sus nombres bordadas en las ropas (en las exteriores y

    tambin, aunque de modo invisible, en las ultrafinas interiores de la subconsciencia),

    sabiendo muy bien quines eran y conscientes de que la capital en que se encontraban era

    su propia ciudad residencial. Aceptando la hiptesis de que se llamasen Arnheim y

    Ermelinda Tuzzi, lo cual no puede ser cierto porque la seora Tuzzi se hallaba por agosto

    en compaa de su esposo en Bad Aussee y el doctor Arnheim estaba todava en

    Constantinopla, se presenta el enigma de su identidad. Problemas como ste se crean

    algunas personas de viva imaginacin muy a menudo en las calles. Pero los solucionan en

    seguida, tan pronto como los olvidan en los cincuenta pasos siguientes. De repente, se

    detuvieron los dos ante una aglomeracin imprevista. Algo inslito haba ocurrido, algo se

    haba resbalado y desviado bruscamente a un lado; un camin enorme, frenado de golpe,

    haba rebasado la acera con una rueda. Igual que las abejas concentradas a la entrada de su

    colmena, se agolpaba la gente alrededor de un crculo que nadie se atreva a franquear. En

    l estaba el conductor del camin, descolorido como un papel de envolver, explicando con

    burdos ademanes el accidente. Los circundantes tenan sus miradas fijas en l y las bajaban

    temerosamente al suelo donde un hombre, recostado en el bordillo de la calzada, yaca

    como muerto. l mismo haba sido causante del dao por su negligencia, segn la opinin

    general. Turnndose se arrodillaban frente a l por hacer algo; alguien le abri la chaqueta

    y se la cerr; unos le incorporaban, otros volvan a acostarlo; en definitiva, nadie pretenda

    otra cosa que cubrir el expediente hasta que el servicio de ambulancia se hiciera cargo de l

    y le prestara ayuda eficaz.

    Tambin la seora y su acompaante se haban acercado y observaban al

    desafortunado por encima de las cabezas y de las espaldas encorvadas. Luego

    retrocedieron y vacilaron. La seora se sinti indispuesta con algo desagradable en la

    regin cardioepigstrica que bien pudiera haber sido considerado efecto de su

    conmiseracin; era una sensacin vaga y paralizante. El caballero, tras unos momentos de

    silencio, le dijo: -Estos camiones tan pesados disponen de un sistema de frenos con una

    distancia de aplicacin demasiado diferida. Al or esto, la seora se sinti aliviada, y se lo

    agradeci al seor con una mirada atenta. Ya le sonaba aquella expresin de los frenos,

    pero no llegaba a comprender lo que significaba, ni le interesaba; se conformaba con saber

    que haba posibilidad de reparar de alguna manera aquel siniestro tan deplorable, y que se

    trataba de un problema tcnico que no era de su incumbencia. Empez entonces a orse la

    sirena de la ambulancia; todos respiraron hondo, experimentando la satisfaccin de sentirse

    tan diligentemente auxiliados. Estas instituciones sociales son admirables. Hombres en

    uniforme corrieron hacia el herido, lo tendieron en una camilla y lo acomodaron

    cuidadosamente en el interior del vehculo, tan bien provisto y arreglado como una sala de

    hospital. Todos se llevaron de all la casi justificada impresin de haber presenciado un

    acontecimiento legal y reglamentado. Segn las estadsticas americanas -sugiri el

  • caballero-se registran cada ao en Estados Unidos 190.000 muertos y 450.000 heridos en

    accidentes de circulacin.

    -Piensa usted que ha muerto? -pregunt su compaera todava bajo la influencia

    del sobresalto. -Yo creo que no -contest l-. Cuando fue conducido al coche pareca dar

    seales de vida.

  • 2 - Vivienda del hombre sin atributos

    LA calle en que haba tenido lugar aquel leve accidente era una de esas largas y

    sinuosas vas urbanas que, a manera de estrella, irradian el trfico desde el centro hasta los

    arrabales, cruzando toda la ciudad. Si nuestra elegante pareja hubiera seguido andando,

    hubiera visto algo que ciertamente les habra gustado. Era un jardn del siglo XVIII, o acaso

    del XVII, bien conservado en parte. Al pasar por delante, junto a la reja de forja, se divisaba

    entre rboles, sobre una pradera esmeradamente tundida, algo as como un pequeo

    palacete, un pabelln de caza o un castillito encantado de tiempos pasados. Exactamente, la

    parte baja databa del siglo XVII, el parque y el piso superior parecan pertenecer al siglo

    XVIII, la fachada haba sido restaurada en el siglo XIX y otra vez se haba deslucido; el

    conjunto total produca el efecto extravagante de varias impresiones fotogrficas

    superpuestas en una misma lmina; pero de todos modos llamaba la atencin. Si alguna

    vez la claridad, la ciencia, la belleza abran sus ventanas, era permitido gozar, entre muros

    de libros, la exquisita paz de la mansin de un letrado.

    Esta mansin y esta casa pertenecan al hombre sin atributos.

    l se ocultaba detrs de una de las ventanas y miraba hacia el otro lado del jardn,

    como a travs de un filtro de aire de verdes delicados; contemplaba la calle borrosa, y

    cronometraba reloj en mano, haca ya diez minutos, los autos, los carruajes, los tranvas y

    las siluetas de los transentes difuminadas por la distancia, todo lo que alcanzaba la red de

    la mirada girada en derredor. Meda las velocidades, los ngulos, las fuerzas magnticas de

    las masas fugitivas que atraen hacia s al ojo fulminantemente, lo sujetan, lo sueltan; las

    que, durante un tiempo para el que no hay medida, obligan a la atencin a fijarse en ellas, a

    perseguirlas, apresarlas, a saltar a la siguiente. En resumen, despus de haber hecho

    cuentas mentalmente unos instantes, meti el reloj en el bolsillo riendo y reconoci haberse

    ocupado en una estupidez.

    Si se pudieran medir los saltos de la atencin, el rendimiento de los msculos de los

    ojos, los movimientos pendulares del alma y todos los esfuerzos que tiene que hacer un

    hombre para conseguir abrir brecha a travs de la afluencia de una calle, es de presumir

    que resultara -l as lo haba imaginado al jugar a investigar lo imposible-una dimensin

    frente a la cual sera ridcula la fuerza que necesita Atlante para sostener el mundo. De ah

    se podra deducir qu esfuerzo tan titnico supone el de un individuo moderno que no

    hace nada.

    El hombre sin atributos era en la actualidad uno de ellos.

    -De esto se pueden sacar dos conclusiones -se dijo para s.

    El rendimiento de los msculos de un ciudadano, que cumple tranquilamente con

    sus deberes ordinarios durante toda la jornada, es mayor que el de un atleta que tiene que

    levantar una vez al da pesos enormes; esto est fisiolgicamente demostrado. Es, pues,

  • lgico que las pequeas obras cotidianas, en su importe social y en cuanto interesan para

    esta suma, presten mucha ms energa al mundo que las acciones heroicas. Una heroicidad

    aparece tan diminuta como un grano de arena echado ilusionadamente sobre un monte.

    Este pensamiento le agrad.

    Hay que aadir, sin embargo, que le agrad no porque amara la vida burguesa; o al

    contrario, le gust porque se complaca en combatir sus inclinaciones. No es precisamente

    el burgus refinado quien presiente el comienzo de un nuevo herosmo colosal, colectivo e

    inquietante? Se le llama herosmo racionalizado y se le encuentra as muy bonito. Quin lo

    puede saber ya hoy? En tiempos pasados se hacan centenares de preguntas semejantes,

    que no por haber quedado sin contestar han disminuido en importancia. Flotaban en el

    aire, abrasaban bajo los pies. El tiempo corra. Gente que no vivi en aquella poca no

    querr creerlo, pero tambin entonces se mova el tiempo, y no slo ahora, con la rapidez

    de un camello de carreras. No se saba hacia dnde. No se poda tampoco distinguir entre

    lo que cabalgaba arriba y abajo, entre lo que avanzaba y retroceda. Se puede hacer lo que

    se quiera -se dijo a s mismo el hombre sin atributos-; nada tiene que ver el amasijo de

    fuerzas con lo especfico de la accin. Se retir como una persona que ha aprendido a

    renunciar, casi como un enfermo que evita todo esfuerzo violento; y cuando pas junto al

    baln de boxeo que colgaba en la habitacin contigua, le solt un golpe tan rpido y fuerte

    como no es comn en espritus sumisos ni en estados de debilidad.

  • 3 - Tambin un hombre sin atributos puede tener un padre dotado de atributos

    EL hombre sin atributos haba arrendado este palacete al volver del extranjero, no

    porque lo necesitara, sino slo por hacer ostentacin y porque aborreca las viviendas

    vulgares. Haba sido en un principio una residencia de verano, enclavada fuera del recinto

    de la ciudad. Con el tiempo fue perdiendo esta prerrogativa al ensancharse la poblacin; al

    final no era otra cosa que una finca de barbecho deshabitada, en espera de la subida de

    precios de los terrenos. La renta resultaba relativamente baja, pero las mejoras y la

    acomodacin, del todo conforme con las exigencias de la moda, le haban costado sumas de

    dinero con las que no haba antes contado. La aventura le oblig a solicitar ayuda de su

    padre; tales medidas no eran de su agrado, pues amaba ante todo la independencia. A la

    sazn contaba treinta y dos aos de edad, y su padre sesenta y nueve.

    El venerable anciano estaba horrorizado. No tanto por la osada de su hijo (aunque

    tambin por ella, puesto que detestaba la irreflexin), tampoco debido a la contribucin que

    tena que pagar, pues en el fondo vea bien que su hijo manifestara inclinacin a la vida del

    hogar y al orden. La adquisicin de un edificio considerado como un palacio, aunque slo

    fuera en diminutivo, era lo que hera su sensibilidad y le amedrentaba como una

    abominable presuncin.

    l, siendo estudiante y ms tarde pasante de abogado, se haba empleado en casas

    seoriales como preceptor, en realidad sin necesitarlo, pues ya su padre haba sido un

    hombre hacendado. Cuando le nombraron posteriormente docente universitario y profesor,

    se sinti recompensado. Cultivando con esmero estas relaciones se haba hecho poco a poco

    acreedor a dignidades como la de procurador de casi toda la nobleza feudal de su patria;

    una segunda actividad le era ya supererogatoria. En efecto, an despus de que la fortuna

    as adquirida hubiera corrido parejas con la dote de una familia renana de industriales, que

    la madre de su hijo, prematuramente fallecida, haba aportado al matrimonio, no se haban

    adormecido todava estas relaciones granjeadas en la juventud y estrechadas en la edad

    adulta. Aunque el benemrito letrado se haba retirado de la jurisprudencia y slo

    ocasionalmente prestaba su consejo de experto a muy elevado precio, haca dejar todava

    constancia exacta en su libro de notas de todos los acontecimientos relacionados con el

    crculo de sus antiguos patrocinadores, los haca transmitir de padres a hijos y nietos, y no

    dejaba pasar promocin, boda ni onomstica sin unas letras con las que cumplimentaba al

    destinatario en una delicada mezcla de respeto, homenaje y mutuos recuerdos. Igualmente

    puntuales eran las breves contestaciones de agradecimiento que reciba siempre el caro

    amigo y apreciado jurisconsulto. Su hijo conoci as desde joven este talento aristocrtico de

    una arrogancia semiinconsciente, pero sin duda jactante, que revela exactamente lo que es

    cortesa; siempre le haba indignado la subordinacin de una persona no perteneciente a la

    nobleza ante propietarios de caballos, campos y tradiciones. No era, sin embargo, clculo

    servil lo que haba hecho a su padre poco susceptible; instigado nicamente por su

  • naturaleza lleg a dejar tras de s una brillante carrera. No slo fue profesor, miembro de

    academias y de muchas sociedades cientficas y estatales, sino tambin caballero,

    comendador e incluso gran cruz de una magna Orden; Su Majestad le elev al fin al rango

    de la nobleza hereditaria, despus de haberle nombrado miembro de la Cmara Alta. All

    se agreg primero al ala liberal burguesa (sta se presentaba a veces en contraposicin con

    la aristocracia), sin embargo, ninguno de sus rivales del bando contrario tomaban a mal

    ninguna de sus determinaciones, a lo ms se maravillaban de ellas. Nunca se vio en l otra

    cosa que el espritu de un burgus de altos vuelos. El anciano seor participaba

    diligentemente en el trabajo de la legislacin; cuando una campaa electoral le sorprenda

    al lado de la burguesa, no se adverta en la otra parte animadversin alguna, antes bien se

    tena la impresin de no haberle invitado. En la poltica desempeaba su misin como lo

    haba hecho en su oficio: uniendo un saber concienzudo y, en ocasiones, benignamente

    corrector, con la impresin que despertaba de que, pese a todo, uno poda fiarse de la

    lealtad de su persona; as se transform, sin profundos cambios en su esencia, segn deca

    su hijo, de simple maestro en preceptor de la nobleza.

    Cuando lleg a sus odos la historia del palacio, le pareci la transgresin de un

    lmite legal, bien que no promulgado, pero no por eso menos digno de atencin y respeto, e

    hizo a su hijo reproches tan duros como no los haba hecho en su vida entera; sonaron a

    profeca de un mal fin ya comenzado. El sentimiento sobre el que haba construido su

    existencia acababa de ser transverberado. Como sucede a muchos hombres que han

    alcanzado un puesto distinguido, esto proceda, en l, no precisamente de la codicia, sino

    de un profundo amor a la utilidad, por as decirlo, universal, ms all del inters privado;

    en otras palabras, de una sincera veneracin a aquello con lo que uno procura su propio

    provecho, no por procurrselo, sino en armona y concomitancia con l y por motivos

    generales. Es una cosa importantsima, incluso un perro de raza busca su lugar debajo de la

    mesa sin intimidarle los golpes, no por humildad canina, sino por afecto y fidelidad; los

    calculadores fros no consiguen en la vida la mitad del xito de los de naturaleza mixta y

    equilibrada, siendo stos los verdaderamente capacitados para entender a los hombres y las

    relaciones que les pueden procurar ventajas.

  • 4 - Si existe el sentido de la realidad, debe existir tambin el sentido de la posibilidad

    QUIEN quiere pasar despreocupado por puertas abiertas, ha de cerciorarse primero

    de que dinteles y jambas estn bien ajustados. Este principio, vital para el viejo profesor, es

    un postulado del sentido de la realidad. Pero si se da un sentido de la realidad, y nadie

    dudar que tiene su razn de ser, se tiene que dar tambin algo a lo que se pueda llamar

    sentido de la posibilidad.

    El que lo posee no dice, por ejemplo: aqu ha sucedido esto o aquello, suceder, tiene

    que suceder; ms bien imagina: aqu podra, debera o tendra que suceder; y si se le

    demuestra que una cosa es tal como es, entonces piensa: probablemente podra ser tambin

    de otra manera. As cabra definir el sentido de la posibilidad como la facultad de pensar en

    todo aquello que podra igualmente ser, y de no conceder a lo que es ms importancia que

    a lo que no es. Como se ve, las consecuencias de tal disposicin creadora pueden ser

    notables; es as como, por desgracia, aparece no pocas veces falso lo que los hombres

    admiran, y aquello que prohben, lcito, o bien ambas cosas como indiferentes. Tales

    hombres de la posibilidad viven, como se suele decir, en una tesitura ms sutil, etrea,

    ilusoria, fantasmagrica y subjuntiva. Cuando los nios muestran tendencias semejantes se

    procura enrgicamente hacerlas desaparecer, y ante ellos se califica a esos individuos con

    los apelativos de ilusos, visionarios, endebles y pedantes o sofistas.

    Si se les quiere alabar, a estos locos tambin se les llama idealistas, pero

    evidentemente de este modo se alude slo al tipo dbil que no alcanza a ver la realidad o se

    separa lamentablemente de ella, por lo que entonces la ausencia del sentido de la realidad

    aparece como una autntica carencia. Lo posible abarca, sin embargo, no slo los sueos de

    las personas neurastnicas, sino tambin los designios no decretados de Dios. Una

    experiencia posible o una posible verdad no equivale a una experiencia real unida a una

    verdad autntica, menos el valor de la veracidad, sino que tienen, al menos segn la

    opinin de sus defensores, algo muy divino en s, un fuego, un vuelo, un espritu

    constructor y la utopa consciente que no teme la realidad, sino que la trata mejor como

    problema y ficcin. En definitiva, la tierra no es vieja ni mucho menos y, al parecer, nunca

    como ahora se ha hallado en estado de tan buena esperanza. Si se quiere distinguir de un

    modo sencillo entre hombres con sentido de la realidad y hombres con sentido de la

    posibilidad, no se necesita ms que pensar en una determinada cantidad de dinero. Todas

    las posibilidades que implican, por ejemplo, mil marcos estn comprendidas sin duda en

    ellos, se posean o no; el hecho de que los tenga el seor Yo o el seor T les aade tanto

    como a una rosa o a una mujer. Pero un loco se los guarda bajo el colchn, como dicen los

    hombres de la realidad, y un sensato los hace producir; aun a la hermosura de una mujer

    aade o resta algo aquel que la posee. La realidad es la que despierta las posibilidades;

    nada sera tan absurdo como negarlo. No obstante, en el total o en el promedio

    permanecern siempre las mismas posibilidades y se repetirn hasta que venga uno al que

  • las cosas reales no le interesen ms que las imaginarias. ste es el que da a las nuevas

    posibilidades su sentido y su fin y el que las inspira.

    Un individuo semejante no es en modo alguno un asunto muy inequvoco. Dado que

    sus ideas, mientras no degeneren en vanas quimeras, no son otra cosa que realidades

    todava no nacidas, tambin l tiene, como es natural, sentido de la realidad; pero es un

    sentido para la realidad posible y da en el blanco mucho ms tarde que el sentido,

    congnito en la mayor parte de los hombres, para las posibilidades verdaderas. Prefiere,

    por decirlo as, el bosque a los rboles; el bosque es algo difcil de definir, mientras que los

    rboles significan tantos y tantos metros cbicos de madera de determinada calidad. Quiz

    se pueda expresar esto mejor diciendo que el hombre con sentido normal de la realidad se

    asemeja a un pez que muerde el cebo y no ve el sedal, en tanto que el hombre con ese

    sentido de la realidad, al que tambin se puede llamar sentido de la posibilidad, lanza el

    anzuelo al agua sin saber si le ha puesto cebo. Lo que para el pececill que mordera resulta

    de extraordinaria indiferencia es, en cambio, para el otro, peligro de pescar un aburrimiento

    desesperante. Un hombre inepto para la vida prctica -que no solamente lo parece, sino que

    de hecho lo es-no sirve ni se le puede confiar cosa alguna en las relaciones humanas.

    Emprender acciones que significarn para l algo distinto que para los dems, pero pronto

    se dar por satisfecho, en cuanto consiga reducirlo todo a una idea rara. De poseer lgica

    tambin est lejos. Es adems muy posible que un delito con daos a terceras personas lo

    considere como una frustracin social, y no culpe al delincuente, sino a la institucin de la

    sociedad. No est tan claro, por otra parte, si al recibir una bofetada le parecer nada ms

    que una afrenta a la sociedad o, en todo caso, tan impersonal como la dentellada de un

    perro; probablemente devolver primero la bofetada y luego reflexionar para deducir que

    ha cometido una accin indebida. Y cunto menos podr prescindir de la realidad del

    hecho y restablecerse con un sentimiento nuevo y repentizado si a alguien se le ocurre

    raptarle una querida. Este desarrollo est actualmente en gestacin y representa para cada

    uno de los hombres tanto una debilidad como una fuerza.

    Y puesto que el disfrutar de atributos presupone una cierta deleitacin en su

    realidad, es lcito prever que a alguno, que ni para s mismo tiene sentido de la realidad, le

    llegue un da en el que tenga que reconocerse hombre sin atributos.

  • 5 - Ulrich

    EL hombre sin atributos, cuya historia se va a narrar aqu, se llamaba Ulrich; y Ulrich

    -no es agradable mencionar continuamente con el nombre de pila a una persona a la que

    apenas se conoce, pero por deferencia a su padre debe ser omitido el apellido-se haba

    sometido a la primera prueba de idoneidad al tiempo de pasar de la niez a la adolescencia;

    el examen consisti en una composicin cuyo tema era un pensamiento patritico. El

    patriotismo era en Austria una materia completamente peculiar. Los nios alemanes

    aprendan a despreciar las guerras de los nios austracos, y se les enseaba que los nios

    franceses eran descendientes de libertinos enervados, huidizos ante un soldado alemn con

    barba. Otro tanto aprendan, hechas algunas salvedades de cambio de papeles y oportunas

    modificaciones, los nios franceses, rusos e ingleses que igualmente podan vanagloriarse

    de numerosas victorias. Los nios de ahora son fanfarrones, gustan de jugar a guardias y

    ladrones, y estn siempre dispuestos a considerar a la familia Y de la calle X, si por

    casualidad pertenecen a ella, como la ms ilustre familia del mundo. Por eso son fciles de

    ganar para el patriotismo. En Austria, sin embargo, este asunto era ms complicado, ya que

    los austracos haban vencido tambin en todas las guerras de su historia; se sabe, sin

    embargo, que despus de casi todas ellas haban tenido que ceder parte de su territorio.

    Esto da motivos para reflexionar y Ulrich, en su composicin sobre el amor patrio, escribi

    que un patriota verdadero nunca debe considerar su patria como la mejor del mundo;

    iluminado por una idea que le pareci genial, si bien fue mayor la ofuscacin producida

    por su deslumbre que lo que pudo discernir del contenido, haba aadido a esta sospechosa

    frase una segunda parte; en ella afirmaba que probablemente tambin Dios hubiera

    preferido hablar de su mundo en subjuntivo potencial (hic dixerit quispiam...) porque Dios

    crea el mundo y piensa simultneamente que bien podra ser de otra manera. Estaba muy

    orgulloso de esta frase. Pero quiz fuera que no lleg a expresarse con suficiente claridad, el

    caso es que soliviant de tal modo los nimos, que le hubieran echado de la escuela si

    hubieran podido llegar a una decisin, decisin que no se pudo tomar por no saber si su

    atrevida observacin se haba de interpretar como blasfemia contra la patria o contra Dios.

    Fue educado en la Academia Teresiana de la aristocracia; de ella salieron los ms

    aventajados puntales del pas. Su padre, enojado por la vergenza de tener un hijo tan

    degenerado, mand a Ulrich al extranjero, a un modesto colegio belga que, situado en una

    ciudad desconocida y dotado de un prudente sistema de administracin financiera,

    consegua a precios bajos grandes transformaciones en los alumnos descarriados. All

    aprendi Ulrich a dar un alcance internacional a su menosprecio de los ideales ajenos.

    Desde entonces haban pasado diecisis o diecisiete aos, como las nubes que pasan

    altas y no dejan frescura en la tierra. Ulrich ni se arrepenta ni haca gala de ellos,

    simplemente los contemplaba estupefacto desde sus treinta y dos. Entretanto haba estado

    en muchos lugares y las ms de las veces, en su patria. En todas partes haba realizado

    cosas tiles e intiles. Ya se ha hecho alusin a su profesin de matemtico; no es preciso

  • decir ms de esto, pues en toda profesin que se ejerce, no por lucro, sino por ideal, llega un

    momento en que el correr de los aos le parece a uno no conducir a nada. No haca mucho

    que haba llegado ese momento, cuando Ulrich se acord de que a la patria se le atribuye la

    sagrada virtud de enraizar el pensamiento y armonizarlo con el ambiente, y as se

    estableci en ella con la sensacin de un viandante que se sienta en un banco para toda la

    eternidad, aunque barrunta que dentro de poco volver a levantarse.

    Cuando se puso a montar su tienda, en expresin de la Biblia, tuvo una

    experiencia que haba esperado. Se propuso instalar a capricho, ab ovo, su pequea

    propiedad. Contaba con todas las posibilidades, desde la fiel reconstruccin hasta la ms

    anrquica, y afluyeron a su imaginacin todos los estilos, desde el asirio hasta el cubista.

    Cul debera elegir? El hombre moderno nace en la clnica y muere en el hospital: debe

    vivir tambin como en una clnica? As precisamente lo exiga un arquitecto vanguardista;

    otro reformador de interiores propona tabiques corredizos para la divisin de las

    viviendas, alegando como razn la de que el hombre debe aprender a confiar en el vecino

    viviendo con l y no aislndose con espritu separatista. Haba empezado entonces un

    tiempo nuevo (esto ocurre a cada instante), y a un tiempo nuevo corresponde un nuevo

    estilo. Para dicha de Ulrich presentaba el palacete tres estilos superpuestos de los que ya se

    haba dado cuenta; no era, pues, posible llevar a cabo todo lo que se peda; no obstante, l

    se sinti violentamente impulsado por la responsabilidad de acomodarse para s una casa,

    y el reto de dime dnde vives y te dir quin eres, que haba ledo repetidas veces en

    revistas de arte, se cerna inquieto sobre su cabeza. Despus de haberlas consultado, pens

    que sera mejor tomar por cuenta propia la reconstruccin de su personalidad, y comenz a

    disear l mismo sus futuros muebles. Pero si ideaba formas corpulentas e impresionantes,

    se le ocurra que tan bien o mejor cuadraran en su lugar formas estilizadas, tcnicas y

    funcionales, y si esbozaba formas raquticas, descarnadas, de hormign, se imaginaba las

    formas esmirriadas de una muchacha de trece aos, y se pona a soar en vez de decidirse.

    Esto era -en un asunto que a fin de cuentas no le afectaba de cerca-la conocida

    incoherencia de las ideas y su expansin sin centro regulador, que es la caracterstica del

    presente y que determina la curiosa aritmtica que se pierde en centsimas y milsimas sin

    encontrar la unidad. Al fin dio en concebir nada ms que habitaciones irrealizables, cuartos

    giratorios, disposiciones calidoscpicas, mecanismos de transposicin del alma, y sus

    ocurrencias fueron cada vez ms insustanciales. Haba llegado al punto hacia el que se

    senta atrado. Su padre lo habra expresado as, poco ms o menos: s se le deja a uno hacer

    lo que quiere terminar perdiendo la cabeza. O tambin as: quien tiene en su mano colmar

    sus deseos llega pronto a no saber qu desear. Ulrich se repeta estas frases regodendose

    en ellas. Semejantes axiomas, de tan inveterada sabidura, le parecan pensamientos

    extraordinariamente nuevos. Al hombre, en sus posibilidades, planes y sentimientos, hay

    que coartarlo mediante prejuicios, tradiciones, dificultades y limitaciones de toda clase,

    como a un demente con una camisa de fuerza; slo entonces tiene aquello de que es capaz,

    quiz valor, audacia, perseverancia -de hecho es casi imposible medir el alcance de este

    pensamiento-. Pues bien, el hombre sin atributos, vuelto ya a su patria, dio tambin el

    segundo paso: instruirse sirvindose del exterior, de las circunstancias de la vida. Al llegar

  • a este punto de su deliberacin, confi el arreglo de su casa al ingenio de sus contratistas,

    firmemente convencido de que ellos se preocuparan de la tradicin, prejuicios y

    limitaciones. l se reserv la renovacin de los viejos motivos ya existentes desde tiempos

    antiguos, de la contrastante cornamenta bajo las bvedas blancas del pequeo vestbulo, o

    del cielo raso del saln, e hizo todo aquello que le pareci til y cmodo.

    Cuando estuvo terminado debi de mover la cabeza y preguntarse: es sta la vida

    en que debe transformarse la ma? Posea un pequeo palacio de ensueo, casi no se le

    poda llamar de otra manera, puesto que corresponda exactamente a la idea que la palabra

    sugiere: suntuosa residencia de un alto dignatario, concebida e instalada por mueblistas,

    tapiceros y decoradores que eran lderes en su ramo. Faltaba que a todo aquel magnfico

    aparato de relojera se le diera cuerda: entonces se hubieran visto subir, calzada arriba,

    carrozas con distinguidos seores y damas; los lacayos hubieran saltado de los estribos y

    preguntado a Ulrich con desconfianza: Buen hombre, dnde est{ tu amo?

    Acababa de bajar de la luna y ya se haba instalado como en la luna.

  • 6 - Leona, o un desliz espectacular

    QUIEN ha resuelto el problema de la vivienda debe buscarse mujer. La amiga de

    Ulrich, la de aquella temporada, se llamaba Leontine y cantaba en un pequeo saln de

    variedades; era alta, de grcil figura, de contornos redondeados, provocativa y aptica; l la

    llamaba Leona.

    Haba atrado su atencin la oscuridad hmeda de sus ojos, la expresin dolorosa y

    apasionada de su rostro alargado, hermoso, proporcionado, y las canciones que cantaba,

    patticas y en absoluto obscenas. Todas estas coplas trasnochadas hablaban de amor, de

    dolor, felicidad, entrega, de murmullos de bosque y de brillo de truchas. Leona apareca en

    el escenario imperiosa, relajada hasta la mdula, y cantaba pacientemente al pblico con

    voz de ama de casa. Si alguna vez se mostraba atrevida, acrecentaba con ello el embrujo de

    su expresin -acompaada de una mmica deficiente-con los sentimientos trgicos o

    graciosos del corazn. A la imaginacin de Ulrich acudan presurosas viejas fotografas y

    retratos de hermosas mujeres que haba contemplado en peridicos alemanes de aos

    olvidados; mientras escrutaba en el rostro de aquella mujer, adverta en l pequeos rasgos

    que no podan ser autnticos y que, sin embargo, lo caracterizaban. Como es natural,

    siempre y en todas partes se dan los ms variados semblantes, pero entre todos ellos se

    elige slo un tipo al que se le destaca conforme al gusto del tiempo; a se nicamente se le

    concede fortuna y hermosura, mientras todos los dems se esfuerzan por semejarse a l.

    Incluso hay mujeres poco agraciadas que logran superar su fealdad gracias al maquillaje y

    al arte de la costura. Las nicas que nunca obtienen feliz resultado son aquellas que evocan

    sin concesiones la regia y aventajada hermosura que fue la ideal en tiempos pasados.

    Semejantes tipos peregrinan como despojos de disipadas veleidades por las geografas

    imaginarias del torbellino del amor. Los hombres, a los que se les caa la baba escuchando

    las aburridas canciones de Leontine, estaban inconscientemente animados de unos

    sentimientos muy complejos que repercutan en sus narices, inflndolas como si estuvieran

    ante una bailarina despechada, con peinado a lo tango. Fue entonces cuando determin

    Ulrich llamarla Leona, y su posesin se le hizo tan apetecible como la de una piel de len

    disecada.

    Al poco de comenzar sus relaciones, Leona revel una intempestiva cualidad: su

    extremada voracidad. Este vicio anacrnico, muy pasado de moda, derivaba de la

    insatisfecha y finalmente liberada nostalgia hacia las golosinas que la haban atormentado

    cuando era una nia sin recursos; posea ahora la fuerza de un ideal que acababa de romper

    su jaula y se haba apoderado de la soberana. Su padre era un modesto y honrado burgus

    que la golpeaba cada vez que sala con sus admiradores; pero ella no lo haca por otros

    motivos que por el placer de sentarse en el dehors de un caf y observar desde all a los

    paseantes con aire distinguido, al tiempo que saboreaba un helado. Sera exagerado afirmar

    que era de naturaleza frgida; se podra, sin embargo, asegurar -si es lcito-que en aquello,

    como en todo, se mostraba perezosa, remolona y no le gustaba trabajar. En su cuerpo

    desmadejado, los estmulos tardaban largo tiempo -resultando maravilloso-en llegar al

  • cerebro, y suceda que al medioda comenzaban a nublrsele los ojos sin motivo alguno,

    siendo as que por la noche los fijaba inmviles en un punto del techo, como si contemplara

    una mosca. Del mismo modo sola prorrumpir inesperadamente en ruidosas carcajadas

    para rerse de un chiste en el que caa entonces, despus de das de haberlo odo sin

    inmutarse ni entenderlo. No teniendo motivos para lo contrario, se comportaba con

    dignidad. Acerca de las circunstancias que la llevaron a este oficio no haba modo de

    hacerle hablar. Por lo visto tampoco ella lo saba con exactitud. Se poda adivinar que

    consideraba esta actividad de cantante como elemento necesario de la vida, y con ello

    relacionaba todo lo grande y hermoso que haba odo del arte y de los artistas, de modo que

    le pareca perfectamente justo, educativo y noble salir todas las noches a un pequeo

    escenario, nublado de humo denso de cigarros puros, y dar una sesin de canto cuyo valor

    emotivo era un hecho indiscutible. Como es natural, no se arredraba ni tema cualquier

    obscenidad que ocasionalmente se le ofreciera, siendo necesaria para espolear los nimos

    decentes, pero estaba convencidsima de que la primera cantante de la pera Imperial no

    haca menos que ella.

    Claro, si se empea uno en calificar de prostitucin la actividad de una mujer que no

    entrega, como es corriente, toda su persona a cambio de dinero, sino slo su cuerpo,

    entonces hay que decir que Leona ejerca la prostitucin cuando se terciaba. Pero si se

    conoce durante nueve largos aos, como ella desde los diecisis, la ridiculez del dinero que

    se paga en esos antros de baja ralea, y se tienen presente los precios de los artculos de

    tocador y de la ropa, las retenciones de sueldo, la avaricia y el despotismo de los dueos,

    los descuentos de comida y bebida que hacen algunos clientes despabilados, y la cuenta de

    la habitacin del hotel vecino; si se piensa que diariamente hay que combatir con todo esto,

    defender la propia causa y saldar cuentas, resulta que aquello, que al profano parece

    divertido libertinaje, es una profesin llena de lgica y objetividad, con un cdigo

    registrado. La prostitucin es precisamente una cuestin que cambia mucho segn se la

    mire desde arriba o desde abajo.

    Pero si Leona tena un concepto perfectamente objetivo del problema sexual, no por

    eso careca de su romanticismo. Slo que en ella la exuberancia, la vanidad, la prodigalidad,

    los sentimientos de orgullo, de envidia, de voluptuosidad, de ambicin, de entrega, en

    suma: todas las fuerzas instintivas de la personalidad y de la posicin social, estaban

    unidas por un capricho de la naturaleza, no en el llamado corazn sino en el tractus

    abdominalis, en una actividad gstrica. Esta conexin se dio tambin antiguamente, como

    se puede constatar todava hoy en la gente primitiva, en aldeanos licenciosos, los cuales

    manifiestan la educacin y otras varias virtudes sociales que confieren distincin al hombre

    con grandes banquetes, donde, segn un ceremonial solemne, se come hasta hartarse con

    todas sus inevitables consecuencias. En las mesas de la sala, Leona cumpla su deber, pero

    su sueo dorado era un caballero que en sus relaciones le dispensara de un compromiso

    duradero y le permitiera sentarse de manera distinguida en un distinguido restaurante y

    ante una carta con distincin. Ella hubiera querido comer entonces de todos los manjares de

    la lista, y le produca una satisfaccin dolorosa y contradictoria poder demostrar al mismo

    tiempo que saba cmo se debe elegir y de qu se compone un men exquisito. nicamente

  • a la hora de los postres poda dejar vagar su fantasa; en lo que conclua, por lo general, era

    en una segunda comida, desplegada en sucesin inversa. Con un caf y buena cantidad de

    bebidas estimulantes Leona exhiba de nuevo su capacidad receptiva y se excitaba con

    sorpresas hasta tener saciada su pasin. Al final estaba su cuerpo tan lleno de cosas

    estupendas que apenas las poda retener. Miraba alrededor radiante y perezosa, y aunque

    nunca fue muy comunicativa, haca de buena gana consideraciones retrospectivas acerca de

    los manjares que haba ingerido. Cuando deca Polmone a la Torlonia o manzanas a la

    Melville dejaba salir las palabras como aquel que busca y aprovecha la oportunidad para

    mencionar con estudiada negligencia su entrevista con el prncipe o el lord del mismo

    nombre.

    A Ulrich no le agradaba hacerse ver en pblico acompaando a Leona; por eso le

    daba de comer generalmente en su casa, donde bien poda arremeter con la cornamenta y

    los muebles. Pero ella se senta herida en su pundonor social, y cuando el hombre sin

    atributos, mediante las ms exticas pitanzas que puede aderezar un cocinero de cartel,

    consegua inducirla a intemperancia solitaria, ella se consideraba vctima de un abuso, igual

    al de una mujer que se da cuenta de que es amada por su cuerpo y no por su alma. Ella era

    hermosa y cantante. No necesitaba ocultarse. Todas las noches pendan de su figura las

    concupiscencias de docenas de hombres que le hubieran dado la razn. Sin embargo, este

    hombre, que en el fondo deseaba encontrarse a solas con ella, nunca se atrevi a decirle

    siquiera: Leona, tu c... me vuelve loco, ni a lamerse el bigote de apetito al verla, como

    hacan sus cortejadores y a lo cual estaba ella acostumbrada. Leona le despreciaba un

    poquito, aunque se mantena fiel a l. Ulrich lo saba. Conoca bien la manera de

    comportarse en compaa de Leona, pero el tiempo en el que hubiera puesto a flor de labios

    una frase semejante -sus labios llevaban, por lo dems, bigote-, quedaba muy atrs. Cuando

    uno no pone ya en prctica aquello de lo que antes fue capaz, por estpido que sea, es como

    si un ataque apopltico le paralizara una mano o una pierna. A Leona se le haba subido a

    la cabeza la comida y la bebida, y a Ulrich se le bamboleaban los ojos vindola. Era la

    hermosura de la duquesa que Ekkehard de Schefiel llev dentro de los muros del

    monasterio, la hermosura de la doncella con el halcn en el puo, la hermosura legendaria

    de la emperatriz Isabel con sus largas y pesadas trenzas, un encanto para gentes difuntas.

    En descripcin ms exacta, ella le recordaba la divina Juno, pero no la eterna e

    imperecedera, sino la imagen que en un tiempo pasado y lejano se denomin junoniana.

    As, el sueo del ser no se volcaba ms que ligeramente sobre la materia. Sin embargo,

    Leona saba que quien recibe una invitacin distinguida debe corresponder de alguna

    manera, aun cuando el que invita no manifieste su deseo, y que no basta dejarse

    contemplar. Por eso se levantaba en cuanto poda y se pona a cantar con serenidad y a voz

    en grito. Aquellas tardes le parecan a su amigo como hojas desprendidas de un lbum

    ilustrado con toda clase de incidencias y pensamientos, pero momificado (como todo lo

    arrancado de su contexto), y Heno de esa tirana de lo eternamente anquilosado, de donde

    deriva la fatdica fascinacin de cuadros vivientes, como si la vida recibiera de pronto un

    somnfero y se presentara rgida, coherente consigo misma, claramente limitada y, sin

    embargo, sin sentido dentro del todo.

  • 7 - En un estado de debilidad se conquista Ulrich una nueva querida

    UNA maana temprano, Ulrich regres a casa maltrecho. El traje colgaba ajado de su

    cuerpo, sobre su magullada cabeza fue preciso aplicar paos mojados, el reloj y la cartera

    haban desaparecido. No saba si se los haban robado los tres hombres con los que pele la

    noche anterior o haba sido un manso filntropo que aprovech el breve tiempo que

    permaneci en el suelo sin sentido para llevrselos. Se acost en la cama y, mientras

    reposaban sus miembros descoyuntados, reconstruy con el pensamiento su aventura.

    Los tres individuos se haban detenido sbitamente ante l; pudo ser que hubiera

    rozado a alguno de ellos en medio de la oscuridad de la calle desierta, pues iba distrado,

    absorto en sus consideraciones; los rostros aparecieron ya iracundos y contrados cuando

    entraron en el contorno iluminado del farol. Entonces cometi l un error. Tena que haber

    reaccionado rpido y empujar violentamente con la espalda al que le atacaba por detrs, o

    hincarle el codo en el estmago e inmediatamente intentar escapar, pues es intil luchar

    uno solo contra tres forzudos. l, por el contrario, haba titubeado unos instantes. La edad

    tuvo la culpa, sus treinta y dos aos; hostilidad y amor necesitan algo ms de tiempo. No

    quera creer que aquellos tres rostros, que le miraron con tanta ira y desprecio, no buscaban

    otra cosa que su dinero; ms bien se inclinaba a creer que era odio lo que haba tomado

    cuerpo en aquellas sombras nefastas. Mientras los salteadores le insultaban con palabras

    groseras, le halagaba el pensamiento de que quiz no fueran salteadores, sino burgueses

    como l, algo bebidos y privados del freno inhibitorio, los cuales, al sorprenderse de su

    escurridiza aparicin, descargaban sobre l su odio, odio que est siempre latente (contra l

    y contra todo lo extrao), como la tormenta en la atmsfera. l mismo senta algo parecido

    tambin de cuando en cuando. Muchsimos hombres se sienten hoy da en lamentable

    contradiccin con otra infinidad de semejantes. Es un rasgo caracterstico de la cultura la

    arraigada desconfianza que siente el hombre frente a todos los que no entran en su propia

    esfera, o sea, que no solamente un germano considera a un judo como un ser inferior o

    inconcebible, sino que lo mismo piensa un futbolista de un pianista. En definitiva, el objeto

    existe slo merced a sus lmites y gracias a una actitud en cierto modo hostil contra el

    ambiente que lo circunda; sin el Papa no se hubiera dado Lutero, y sin los paganos tampoco

    el Papa; por eso es innegable que el ms profundo apoyo que pueda encontrar el hombre en

    sus semejantes consiste en su rechazo. En esto pens l, aunque, claro est, no tan

    especficamente; sin embargo conoca este estado de incierta hostilidad atmosfrica de que

    est lleno el aire que respira nuestra generacin y si esto quedara concentrado, de repente,

    en tres desconocidos que, como el trueno y el relmpago, estallan para desaparecer

    eternamente, todo ello resultara casi un alivio.

    Poco a poco iba convencindose de haber reflexionado ante los tres bribones con

    demasiada lentitud. Cuando se le abalanz el primero, Ulrich le hizo retroceder

  • adelantndose con un golpe en la barbilla, pero el segundo, al que tena que haber

    liquidado con la misma rapidez y al que tan slo haba rozado con el puo, le encasquet

    un golpe tan fulminante en la cabeza que por poco se la parte. Cay de rodillas, se sinti

    cogido; entonces, con un esfuerzo casi sobrehumano, que suele quedar y sigue

    generalmente al primer derrumbamiento del cuerpo, se levant y acometi contra el

    revuelto de cuerpos extraos, pero stos le molieron a puetazos cada vez ms certeros.

    Reconocido el error cometido, simplemente de carcter deportivo y comparable al

    salto demasiado corto de un acrbata, Ulrich, que no haba perdido la entereza de sus

    nervios, se durmi sumindose en su xtasis delicioso de espirales intermitentes que haba

    acompaado tambin antes a la prdida gradual del conocimiento en el momento del

    derrumbe.

    Al despertarse, se asegur de que sus lesiones no haban sido de consideracin, y

    volvi a meditar en el suceso. Toda reyerta deja mal sabor de boca, de algo as como una

    intempestiva familiaridad. Independientemente del hecho de haber sido l el agredido,

    Ulrich tena la impresin de no haberse comportado como deba. En qu aspecto? Al borde

    de las calles, donde cada trescientos pasos se encuentra un guardia municipal sancionando

    hasta la ms mnima transgresin del orden, hay otras que exigen tanta fuerza y astucia

    como una selva virgen. La humanidad produce biblias y armas, tuberculosos y tuberculina.

    Es democrtica con reyes y nobleza; construye iglesias y contra ellas nuevas universidades;

    transforma los conventos en cuarteles, pero los dota de capellanes castrenses. Naturalmente

    provee tambin a los malhechores con porras de goma rellenas de plomo para golpear el

    cuerpo de un semejante y quebrantar su salud, y despus pone a disposicin de este cuerpo

    ultrajado y desamparado lechos de pluma, como el que acoga en aquel momento a Ulrich y

    que pareca envuelto de respeto y delicadeza. sta es la conocida cuestin de las

    contradicciones, inconsecuencias e imperfeccin de la vida. Aqu se sonre o se suspira.

    Ulrich, sin embargo, no haca as. Odiaba esa conducta, mezcla de renuncia y de amor

    ciego, de algunas vidas, que toleran contradicciones y medias verdades como una ta

    solterona tolera las impertinencias de su sobrino. A la hora de levantarse tampoco se

    mostraba excesivamente diligente, saltando rpido de la cama, sobre todo si comprobaba

    que el permanecer en ella poda ayudarle a sacar provecho del desorden de la humanidad,

    pues en algn sentido viene a ser eso una conciliacin de la conciencia con la cosa a

    expensas de sta, un cortocircuito, una huida al mundo privado, cuando uno evita para s

    lo malo y se procura lo bueno en vez de preocuparse del bien comn. Para Ulrich, despus

    de aquella experiencia involuntaria, apenas tena utilidad el desarme y la destitucin de los

    reyes y el que un progreso mayor o menor hiciera disminuir la estupidez y la maldad;

    porque la medida de los abusos y de la perversidad vuelve de nuevo a completarse, como

    si del mundo un pie resbalara siempre hacia atrs, al tiempo que el otro avanza. Quin

    pudiera conocer las causas y el mecanismo secreto de todo esto! Tendra ms importancia

    que ser buena persona segn principios anticuados; as es que Ulrich se inclinaba en su

    moral ms hacia el servicio de estado mayor que al vulgar herosmo del obrar bien.

    Segua representndose la aventura nocturna. Cuando recobr el conocimiento,

    despus del infeliz resultado de la lucha, vio pararse un taxi junto a la acera y salir de l al

  • conductor que intent incorporarle, mientras una seora se inclinaba hacia l con una

    expresin angelical en el rostro. Despus de un colapso, al volver uno en s, todo aparece

    como en los libros infantiles; pronto, sin embargo, dej paso el delirio a la realidad

    consciente; la presencia de aquella mujer infundi un soplo suave y estimulante, como de

    agua de colonia; se dio cuenta de no haber padecido daos mayores e intent ponerse en

    pie con garbo. No lo consigui con la agilidad deseada, por lo que la seora se ofreci

    solcita a conducirle a donde pudiera encontrar socorro. Ulrich manifest su deseo de

    volver a casa; dado, pues, que todava no haba salido de su atolondramiento, la seora

    condescendi. En el automvil se recuper en seguida. Sinti una maternal sensualidad

    junto a s, una nube delicada de idealismo altruista en cuyo calor comenzaban a formarse

    pequeos cristales de duda y de temor ante una accin indeliberada al mismo tiempo que

    volva a ser hombre; los cristales llenaban el aire con la suavidad de una nevada. Describi

    el incidente, y la hermosa mujer, que aparentaba ser algo ms joven que l, o sea, quiz

    unos treinta aos, censur con palabras enrgicas la brutalidad de los hombres y se mostr

    profundamente enternecida.

    Ulrich justific vivamente el percance y declar, ante la estupefaccin de la

    hermosura maternal de su costado, que tales experiencias blicas no se deben juzgar

    atendiendo al resultado. Su incentivo est en el hecho de que en un brevsimo espacio de

    tiempo, con una rapidez propia y exclusiva de la vida burguesa y bajo la gua de seales

    apenas perceptibles, tienen que ejecutarse tantos y tan diversos movimientos enrgicos,

    estrechamente coordinados, que resulta imposible controlarlos con plena conciencia. Al

    contrario, todo deportista sabe que debe entrenarse das antes de la competicin con el fin

    nico de que puedan ponerse de acuerdo sus msculos y nervios sin que la voluntad, la

    mente y la conciencia tengan despus que intervenir. En el momento de la accin, repuso

    Ulrich, sucede siempre as: los msculos y los nervios saltan y luchan con el yo; ste, a su

    vez, el cuerpo entero, el alma, la voluntad, la totalidad de la persona, tal como lo define y

    limita el derecho civil, es transportado superficialmente, como Europa a lomos de toro; y si

    alguna vez no ocurre as, si ocurre la desgracia de caer un rayo de reflexin en esta

    oscuridad, entonces fracasa normalmente el intento.

    Ulrich se haba explicado elocuentemente. Asegur todava que este fenmeno

    experimental de un ensimismamiento casi total, o vaciado de la persona consciente, es, en el

    fondo, afn a las malogradas experiencias de los msticos de todas las religiones, y que son,

    por tanto, en cierto modo un sustituto temporal de exigencias eternas; aunque sea

    deficiente, es por lo menos algo. En consecuencia, el boxeo y otros deportes anlogos, que

    componen un sistema racional, son una especie de teologa, aunque no se puede pretender

    que sea reconocida universalmente como tal.

    Ulrich quiso hablar as a su compaera, en parte, para defenderse a s mismo y para

    distraerla del lamentable estado en que le haba encontrado. En tales circunstancias era

    difcil que ella pudiera distinguir si hablaba en serio o en broma. De todos modos, le pudo

    parecer natural que intentara explicar la teologa mediante el deporte, lo que no dejaba de

    ser interesante, pues el deporte es algo temporal, y la teologa, en cambio, una cosa de la

    que nadie sabe nada, si bien encontramos en todas partes muchas iglesias. Como quiera

  • que sea, le pareci una feliz casualidad la que le permiti salvar a un hombre de tanto

    ingenio; al mismo tiempo se preguntaba si no estara todava bajo los efectos de la

    conmocin cerebral.

    Ulrich, queriendo decir algo que fuera inteligible, aprovech la oportunidad para

    hacer la observacin de que tambin el amor pertenece a las experiencias religiosas y

    peligrosas, porque sustrae al hombre de los brazos de la razn y lo traslada a un estado

    inconsciente sobre un abismo sin fondo.

    -S -dijo la seora-; pero el deporte es una cosa burda.

    -Sin duda -contest Ulrich-hay que conceder que el deporte es una cosa burda. Se

    podra afirmar incluso que es el resultado de un odio universal, sagazmente defendido y

    precipitado en un torneo. Generalmente se dice lo contrario, que el deporte une, que

    fomenta el espritu de compaerismo, y cosas parecidas; pero en el fondo, esto slo prueba

    que brutalidad y amor no se hallan ms distanciados entre s que las dos alas de un gran

    p{jaro multicolor y mudo.

    Ulrich acentu la voz sobre las alas y el pjaro mudo: una imagen sin justo sentido,

    pero un poco llena de aquella monstruosa sensualidad con la que la vida satisface en su

    organismo inmenso todos los contrastes rivales; l advirti entonces que su vecina no haba

    comprendido lo ms mnimo; a pesar de todo, la suave nevada que ella derramaba y

    esparca en el coche se haba hecho ms densa. Se volvi hacia ella cara a cara y le pregunt

    si senta acaso aversin a hablar de tales problemas corporales. El ejercicio corporal se est

    poniendo demasiado en boga y naturalmente encierra un sentimiento horrible, porque el

    cuerpo, cuando est muy entrenado, ejerce predominio y responde a todo estmulo sin

    esperar rdenes, con sus autnomos movimientos y con tal seguridad que a su dueo no le

    queda ms que hacer que admirarlo, mientras su carcter hace parejas con cualquier parte

    del cuerpo.

    Pareca que de hecho le haba afectado profundamente este problema a la joven

    seora: se mostr conmovida ante tales palabras, respir hondo y se apart un poco

    cautelosamente. Fue como si un mecanismo semejante al descrito se hubiera puesto en

    movimiento dentro de ella: un resuello, un rubor, palpitaciones aceleradas del corazn, y

    quiz alguna otra cosa ms. Pero precisamente en aquel momento se detuvo el coche ante la

    casa de Ulrich. Sin tiempo que perder, se dirigi sonriente a su salvadora y le rog se

    dignara darle su direccin para hacerle despus una visita de cortesa y agradecimiento;

    para asombro suyo, no le fue otorgado aquel favor. La oscura reja de forja se cerr a

    espaldas del estupefacto Ulrich. Es de suponer que la seora se detendra entonces a

    contemplar el viejo parque, plantado de siluetas altas, negras, interrumpiendo la luz de las

    lmparas elctricas, las ventanas que se inflamaban, los bajos aleros del palacete que

    parecan tenderse sobre el fino csped esmeralda, paredes cubiertas de cuadros y filas de

    libros multicolores; el compaero de viaje, framente despedido, entr en su

    inesperadamente bella casa.

    As haban sucedido las cosas; mientras Ulrich reflexionaba todava en lo

    desagradable que hubiera sido tener que perder otra vez el tiempo en una de aquellas

  • aventuras amorosas de las que estaba harto, le lleg el anuncio de la visita de una seora

    que no quera decir quin era, envuelta en tupidos velos. Era la misma que haba ocultado

    su nombre y su direccin, pero que ahora, romntica y caritativa, con el pretexto de

    informarse sobre la salud de Ulrich, daba curso a la aventura por propia iniciativa.

    Dos semanas despus, Bonadea era su querida desde haca quince das.

  • 8 - Kakania

    EN la edad en que ms aprecio se hace de los servicios del sastre y del barbero,

    cuando ms se mira uno al espejo, muchos suelen soar en un lugar ideal para vivir o, al

    menos, en un modus vivendi que est de moda, aunque no satisfaga al gusto personal. Tal

    idealizacin estereotipada de la sociedad viene atribuyndose desde hace tiempo a un tipo

    de ciudad superamericana donde para todo, para emprender la marcha o para hacer un

    alto en el camino, se echa mano del cronmetro. Tierra y aire construyen un hormiguero

    horadado de calles y pisos. Vehculos areos, terrestres, subterrneos, postales, caravanas

    de automviles se cruzan horizontalmente; ascensores velocsimos absorben en sentido

    vertical masas humanas y las vomitan en los distintos niveles de trfico; en los puntos de

    enlace se salta de un medio de locomocin a otro, y entre dos velocidades rtmicas, por las

    que uno es arrastrado y lanzado sin consideracin, hay una pausa, una sncopa, una

    pequea hendedura de veinte segundos en cuyos intervalos apenas se consigue cambiar

    dos palabras. Preguntas y respuestas engranan como piezas de mquina, cada individuo

    carga con sus obligaciones, las profesiones se agrupan, se toma el alimento mientras se hace

    otra cosa, las diversiones se concentran en zonas especiales, y en otras se alzan torres donde

    uno encuentra mujer, familia, gramfono y alma. Tirantez y laxitud, actividad y amor se

    desmiembran temporalmente y se miden conforme a un estricto sistema de laboratorio. Si

    en el desenvolvimiento de cualquiera de estas funciones surgen dificultades, se desiste de

    ellas: no tardarn en presentarse otras, o bien alguien que tambin haya errado el camino;

    nada de esto perjudica porque el mximo derroche de fuerza es causado por la arrogancia

    de creerse llamado a completar un fin personal predeterminado. En una colectividad todo

    camino conduce a un buen fin, si no se titubea y reflexiona demasiado. La meta est puesta

    a breve distancia, pero tambin la vida es breve; as se obtiene de ella el mximo

    rendimiento; el hombre no necesita ms para ser feliz, pues el xito conseguido da forma al

    alma, mientras que aquello a lo que se aspira sin conseguirlo tan slo la retuerce; la

    felicidad no depende tanto de lo que se desea, sino de lo que se alcanza. Adems, ensea la

    zoologa que de un conjunto de individuos limitados puede resultar una especie genial.

    No es seguro que vaya a suceder as, pero semejantes fantasas recuerdan los sueos

    de los viajes en que se refleja el incesante movimiento que nos arrastra. Son superficiales,

    inquietos y cortos. Sabe Dios en qu acabarn. Se debera creer que en cada momento

    tenemos en nuestra mano los elementos y la posibilidad de ponernos a la obra y de

    planearla para todos. Si no nos satisface el asunto de la velocidad, inventemos otra cosa.

    Por ejemplo, una cosa lenta, con una felicidad fluctuante como un velo, misteriosa como un

    caracol marino y con una profunda mirada de vaca que ya los griegos fantasearon. Pero

    esto no es as ni mucho menos. La cosa nos tiene dominados. Da y noche viajamos dentro

    de ella, y en ella desarrollamos toda nuestra actividad; all se afeita uno, come, ama, lee,

    ejerce el propio oficio, como si las cuatro paredes estuvieran fijas y lo inquietante es que las

    paredes viajen sin que lo advirtamos, y los rales se proyecten como largos hilos tangibles y

  • curvados hacia adelante, pero sin saber hasta dnde. Por encima de todo se pretende tomar

    parte de las fuerzas que guan el tren del tiempo. ste es un papel muy confuso: cuando se

    mira afuera, despus de algn tiempo, se ve que el paisaje ha cambiado; lo que aqu pasa de

    largo, pas; no puede ser de otra manera, pero, pese a todo sentimiento de entrega, cada

    vez adquiere ms fuerza un sentimiento desagradable, como de haberse pasado del lugar

    de destino o haber ido a parar a una falsa desviacin. Un buen da aparece la frentica

    necesidad; apearse!, saltar! Un deseo de ser impedido, de no seguir desarrollndose, de

    parar, de retroceder al punto que precede a un falso empalme! En aquellos buenos tiempos

    del pasado, cuando an exista el Imperio austraco, se poda abandonar el tren del tiempo

    en un caso as, tomar un tren corriente de una va frrea comn y volver a la patria.

    All, en Kakania, aquella nacin incomprensible y ya desaparecida, que en tantas

    cosas fue modelo no suficientemente reconocido, all haba tambin velocidad, pero no

    excesiva. Cuantas veces se pensaba desde el extranjero en este pas, se soaba en los

    caminos blancos, anchos y cmodos del tiempo de los viajes a pie y de las diligencias, con

    bifurcaciones en todas direcciones semejando canales regulados y galones de claro cut en

    los uniformes, estrechando las provincias con el abrazo del papeleo administrativo. Y qu

    comarcas! Mares y glaciares, el Carso, Bohemia con sus campos de grano, las costas

    adriticas con el chirrido de inquietos grillos, aldeas eslovacas donde el humo sala de las

    chimeneas como de los aleros de una nariz respingona, y el pueblecito agazapado entre dos

    colinas como si hubiera abierto la tierra sus labios para calentar entre ellos a su criatura. Por

    estas carreteras, naturalmente, tambin rodaban automviles, pero no demasiados. Aqu se

    preparaba, como en otras partes, la conquista del aire, pero sin excesivo entusiasmo. De

    cuando en cuando se enviaba algn barco a Sudamrica o al Asia oriental, pero no muchas

    veces; se tena asiento en el centro de Europa donde se intersecaban los antiguos ejes del

    continente; las palabras colonia y ultramar sonaban como algo lejano y desconocido. El lujo

    creca, pero muy por debajo del refinamiento francs. Se cultivaba el deporte, pero no tan

    apasionadamente como en Inglaterra. Se concedan sumas enormes al ejrcito, pero slo

    cuanto necesitaba para figurar como la segunda ms dbil de las grandes potencias.

    Tambin la capital era un poco ms pequea que todas las otras metrpolis del mundo,

    pero algo ms grande de lo que suele constituir una gran ciudad. El pas estaba

    administrado por un sistema de circunspeccin, discrecin y habilidad, reconocido como

    uno de los sistemas burocrticos mejores de Europa, al que slo se poda reprochar un

    defecto: para l genio y espritu de iniciativa en personas privadas, sin privilegio de noble

    ascendencia o de cargo oficial, era incompetencia y presuncin. Pero a quin le gustara

    dejarse guiar por desautorizados? En Kakania el genio era un majadero, pero nunca, como

    suceda en otras partes, se tuvo a un majadero por genio.

    Cuntas cosas interesantes se podran decir de este Estado hundido de Kakania. Era,

    por ejemplo, imperial-real, y fue imperial y real; todo objeto, institucin y persona llevaba

    alguno de los signos k.k. o bien k.u.k., pero se necesitaba una ciencia especial para poder

    adivinar a qu clase, corporacin o persona corresponda uno u otro ttulo. En las escrituras

    se llama Monarqua austro-hngara; de palabra se deca Austria, con un trmino, pues, que

    se usaba en los juramentos de Estado, pero se conservaba en las cuestiones sentimentales,

  • como prueba de que los sentimientos son tan importantes como el derecho pblico, y de

    que los decretos no son la nica cosa del mundo verdaderamente seria. Segn la

    Constitucin, el Estado era liberal, pero tena un gobierno clerical. El gobierno era clerical,

    pero el espritu liberal reinaba en el pas. Ante la ley, todos los ciudadanos eran iguales,

    pero no todos eran igualmente ciudadanos. Exista un Parlamento que haca uso tan

    excesivo de su libertad que casi siempre estaba cerrado; pero haba una ley para los estados

    de emergencia con cuya ayuda se sala de apuros sin Parlamento, y cada vez que volva de

    nuevo a reinar la conformidad con el absolutismo, ordenaba la Corona que se continuara

    gobernando democrticamente. De tales vicisitudes se dieron muchas en este Estado, entre

    otras, aquellas luchas nacionales que con razn atrajeron la curiosidad de Europa, y que

    hoy se evocan tan equivocadamente. Fueron vehementes hasta el punto de trabarse por su

    causa y de paralizarse varias veces al ao la mquina del Estado; no obstante, en los

    perodos intermedios y en las pausas de gobierno la armona era admirable y se haca como

    si nada hubiera ocurrido. En realidad no haba pasado nada, tnicamente la aversin que

    unos hombres sienten contra las aspiraciones de los otros (en la que hoy estados todos de

    acuerdo), se haba presentado temprano en este Estado, se haba transformado y

    perfeccionado en un refinado ceremonial que habra podido tener grandes consecuencias, si

    su desarrollo no se hubiera interrumpido antes de tiempo por una catstrofe.

    En efecto, no solamente haba aumentado la aversin contra el conciudadano hasta

    ser un sentimiento colectivo; incluso la desconfianza frente a s mismo y al propio destino

    haba adquirido un carcter de profunda certidumbre. Se proceda en este pas -y hasta los

    ltimos grados de la pasin y sus consecuencias-siempre de distinto modo de como se

    pensaba, o se pensaba de un modo y se obraba de otro. Observadores desconocedores de la

    realidad calificaron este fenmeno de cortesa o de debilidad, atribuidas siempre al carcter

    austraco. Pero eso era falso, como falso es definir las manifestaciones de un pas

    simplemente por el carcter de sus habitantes. Un paisano tiene por lo menos nueve

    caracteres: carcter profesional, nacional, estatal, de clase, geogrfico, sexual, consciente,

    inconsciente y quiz todava otro carcter privado; l los une todos en s, pero ellos le

    descomponen, y l no es sino una pequea artesa lavada por todos estos arroyuelos que

    convergen en ella, y de la que otra vez se alejan para llenar con otro arroyuelo otra artesa

    ms. Por eso tiene todo habitante de la tierra un dcimo carcter y ste es la fantasa pasiva

    de espacios vacos; este dcimo carcter permite al hombre todo, a excepcin de una cosa:

    tomar en serio lo que hacen sus nueve caracteres y lo que acontece con ellos; o sea, en otras

    palabras, prohbe precisamente aquello que le podra llenar. Este espacio, reconocido como

    difcil de describir, tiene en Italia colores y forma distintos que en Inglaterra, porque eso

    que se destaca en l tiene all otra forma y otro color, y es en una y otra parte el mismo

    espacio vaco e invisible en cuyo interior est la realidad, como una pequea ciudad de

    piedra de un juego de construcciones infantil, abandonada por la fantasa.

    S hay alguien que tenga buena vista podr ver que lo sucedido en Kakania fue

    precisamente eso, y en eso era Kakania, sin que lo supiera el mundo, el Estado ms

    adelantado; era el Estado que se limitaba a seguir igual, donde se disfrutaba de una libertad

    negativa, siempre con la sensacin de no tener la propia existencia suficiente razn de ser;

  • all se fantaseaba sobre lo no realizado o, al menos, sobre lo no irrevocablemente realizado,

    bandolo todo como con el soplo hmedo de los ocanos de donde ha surgido la

    humanidad.

    Ha pasado esto o aquello, se deca en Kakania, mientras otros, en alguna otra

    parte, crean que se haba producido un fenmeno milagroso; era una expresin privativa

    que no se daba ni en alemn ni en ningn otro idioma; al pronunciarla, las realidades y los

    reveses del destino se hacan tan ligeros como plumas y pensamientos. S, a pesar de todo

    lo que se diga en contra, Kakania era quiz un pas de genios, y probablemente fue sta la

    causa de su ruina.

  • 9 - La primera de tres tentativas para llegar a ser un hombre distinguido

    ESTE hombre no poda acordarse, despus de volver del extranjero, de un solo

    instante de su vida en que no hubiera estado animado del deseo de llegar a ser una persona

    distinguida; apareca en l como una cualidad innata. Es cierto que semejantes pretensiones

    pueden denunciar vanidad y estupidez; sin embargo, no es menos cierto que se trata de

    una aspiracin muy bella y justa, sin la cual se hubieran dado probablemente pocas

    personas de relieve.

    La fatalidad del caso estaba en que l no saba siquiera qu es ser un hombre

    distinguido ni cmo se consigue. De estudiante crey que Napolen lo era; pero esta

    apreciacin provena de la natural admiracin que en la juventud causa la delincuencia, y

    en parte tambin porque los maestros presentaban a este tirano, que intent devastar

    Europa, como el malhechor ms facineroso de la historia. La consecuencia fue que Ulrich,

    en cuanto pudo evadirse de la escuela, se incorpor como alfrez en un regimiento de

    caballera. Si le hubieran preguntado entonces por los motivos de su determinacin,

    probablemente no hubiera respondido: adiestrarme en el oficio de la tirana; tales deseos

    son jesuticos: el genio de Napolen comenz a revelarse al ser nombrado general. Qu

    medios habra de usar, pues, Ulrich, simple alfrez, para convencer a su coronel de la

    necesidad de tal requisito? Ya en tiempos de su instruccin militar qued claro que el

    coronel no comparta esta opinin. Sin embargo, Ulrich, de no haber sido tan ambicioso, se

    hubiera abstenido de maldecir el pacfico campo de instruccin en el que no es posible

    distinguir la presuncin de la vocacin. A eslganes pacifistas como iniciacin del pueblo

    en las armas no conceda el menor valor; se dejaba apoderar ms bien del recuerdo

    apasionado de pocas heroicas de despotismo, podero y soberbia. Tomaba parte en

    competiciones hpicas, se bata en duelos y distingua slo tres clases de personas: oficiales,

    mujeres y civiles; esta ltima estaba constituida por un grupo de hombres corporalmente

    subdesarrollados e intelectualmente despreciables, cuyas esposas e hijas eran presa de los

    oficiales. l se entregaba a un sublime pesimismo: le pareca que, siendo el oficio de

    soldado un instrumento cortante e incandescente, era preciso emplearlo para partir y

    cauterizar el mundo, en bien suyo.

    Ulrich se libr por suerte de todo esto, pero un da hizo una experiencia. Durante un

    acto social tuvo un pequeo choque con un conocido hacendista; quiso resolver el conflicto

    con su mtodo de costumbre, pero aprendi que tambin entre los civiles hay hombres

    defensores de sus mujeres. El financiero recurri al ministro de la Guerra, al que conoca

    personalmente, y el resultado fue que Ulrich hubo de presentarse ante el coronel, quien le

    explic la diferencia que existe entre un archiduque y un simple oficial. Desde aquel da no

    le agrad la vida militar. Haba esperado encontrarse en un escenario de aventuras extraas

    en el que l iba a ser el hroe, y de repente se vio, como un joven borracho, alborotando una

    amplia plaza vaca, sin nadie para contestarle a no ser el eco de las piedras. Cuando lo

    comprendi, dijo adis a aquella ingrata carrera en la que haba ascendido hasta el grado

    de teniente, y abandon el servicio.

  • 10 - Segunda tentativa. El hombre sin atributos da los primeros pasos hara una moral

    propia

    PERO Ulrich cambi solamente de cabalgadura cuando pas de la caballera a la

    tcnica; el nuevo caballo era de acero y corra diez veces ms veloz.

    En el mundo de Goethe el crujido del telar era aborrecido como un ruido ingrato; en

    el tiempo de Ulrich comenzaba a hacerse agradable el canto de las mquinas, el de los

    martillos y el de las sirenas de las fbricas. No se crea que los hombres se dieron en seguida

    cuenta de que un rascacielos era ms alto que un hombre a caballo; al contrario, todava

    hoy, cuando se proponen emprender algo extraordinario, no cabalgan montados en un

    rascacielos sino en un corcel de mucha alzada, corren veloces como el viento y aguzan la

    vista, no como un reflector gigante, sino como un guila. El sentimiento no ha aprendido

    todava a servirse de la razn; entre ambos hay una diversidad de desarrollo casi tan

    grande como entre el apndice del intestino y la corteza del cerebro. Significa, pues, no

    poca suerte, si se consigue caer en la cuenta, como Ulrich al culminar el perodo lgido de

    su vida, de que el hombre, frente a todo lo que precia de digno y noble, adopta una actitud

    menos moderna que las mquinas.

    Al entrar Ulrich en las aulas donde se enseaba la mecnica qued entusiasmado.

    Qu importancia tiene el Apolo de Belvedere, cuando se ponen delante de los ojos las

    formas nuevas de una turbodnamo, o el mecanismo de distribucin de una locomotora? A

    quin puede interesar la milenaria murmuracin sobre las acciones buenas o malas, cuando

    se ha comprobado que no se trata de valores constantes, sino de valores funcionales, de

    modo que la bondad de las obras depende de las circunstancias histricas, y la bondad de

    los hombres de la habilidad psicotcnica con la que se devalan sus aptitudes? El mundo es

    sencillamente cmico, si se le considera desde el punto de vista tcnico, privado de

    practicidad en todas sus relaciones humanas, extremadamente inexacto y antieconmico en

    sus mtodos; y quien est acostumbrado a resolver sus asuntos con la regla de clculo no

    puede tomar en serio una buena mitad de las afirmaciones de los hombres. La regla de

    clculo consta de dos sistemas de nmeros y rayitas, combinados con extraordinaria

    precisin: dos tablillas corredizas, barnizadas en blanco, de seccin trapezoidal plana, con

    cuya ayuda se pueden solucionar en un abrir y cerrar de ojos los problemas ms

    complicados, sin perder intilmente ni un solo pensamiento; es un pequeo smbolo que se

    lleva en el bolsillo del chaleco y se hace sentir como una raya dura y blanca sobre el

    corazn. Cuando se posee una regla de clculo y viene alguien con grandes afirmaciones y

    sentimientos, se dice: Un momento, por favor, calculemos primero los lmites del error y el

    valor probabilstico de todo.

    Esto era sin duda una descripcin viva de la ingeniera. Constitua el marco de un

    futuro fascinador, un autorretrato que representaba un hombre de rasgos enrgicos, con

  • una pipa entre los dientes, una gorra deportiva en la cabeza y esplndidas botas de montar,

    de viaje entre Ciudad del Cabo y Canad, enviado por su casa comercial para realizar

    grandiosos planes. Entre una cosa y otra puede dedicarse un tiempo a sacar del

    pensamiento tcnico alguna idea para organizar y gobernar el mundo, o para formular

    sentencias como aquella de Emerson que debera figurar en todo taller: Los hombres

    vagan por el mundo como profecas del futuro y todas sus obras son tentativas y pruebas;

    pues toda accin puede ser superada por la siguiente. Esta frase, a decir verdad, la

    compuso Ulrich sirvindose de otras similares de Emerson.

    Es difcil decir por qu los ingenieros no son como les corresponde. Por qu llevan,

    por ejemplo, tan frecuentemente un reloj con una cadena que cuelga del bolsillo del chaleco

    y va hasta el botn ms alto describiendo una curva abierta y pendiente, o la dejan

    festonear la barriga en consonancia ascendente y descendente como si se tratara de una

    poesa? Por qu les agrada hincar en la corbata broches con dientes de ciervo o pequeas

    herraduras? Por qu estn construidos sus trajes como los elementos de un automvil?

    Por qu, sobre todo, apenas hablan de otra cosa que de su profesin? Y si hablan de otro

    asunto, por qu lo hacen de un modo tan rgido, raro, externo, sin correlacin, y que no

    penetra a mayores honduras que la epiglotis? Esto no es naturalmente aplicable a todos,

    pero s a muchos, y aquellos a quienes conoci Ulrich cuando prest sus servicios en la

    oficina de una fbrica eran as. Se mostraban hombres pegados a sus tableros, amantes de

    su oficio, poseedores de una habilidad admirable; pero la insinuacin de aplicar la audacia

    de sus pensamientos a s mismos, en lugar de destinarlos a las mquinas, la hubieran

    considerado como la posibilidad de hacer con un martillo una monstruosa arma homicida.

    As termin rpidamente la segunda y ms concienzuda tentativa emprendida por

    Ulrich para llegar por el camino de la tcnica a ser un hombre fuera de lo comn.

  • 11 - La tentativa ms importante

    SIEMPRE que Ulrich reflexionaba sobre lo acaecido hasta entonces, meneaba la

    cabeza, como si se tratara de la transmigracin de su alma; no as cuando pensaba en el

    tercero de sus experimentos. Es comprensible que un ingeniero viva ensimismado en su

    especialidad en vez de desplegar sus actividades en el libre y vasto mundo del

    pensamiento, aunque se enven sus mquinas a todos los confines de la tierra; no se exige

    que sepa trasladar a su alma privada el espritu audaz e innovador del alma de su tcnica,

    as como tampoco se exige que una mquina se aplique a s misma una ecuacin

    infinitesimal. De la matemtica no se puede decir lo mismo; en ella est la nueva lgica y el

    espritu en su misma esencia, en ella estn las fuentes del tiempo y la gnesis de una

    transformacin formidable.

    Si ejecucin de sueos ancestrales es poder volar con los pjaros y navegar con los

    peces, penetrar como la broca en los cuerpos de montaas gigantes, enviar mensajes a

    velocidades divinas, divisar lo invisible y percibir lo remoto, or hablar a los muertos,

    anegarse en salutferos sueos milagrosos, ver con ojos vivos el aspecto que tendremos

    veinte aos despus de muertos, descubrir en noches resplandecientes mil cosas de encima

    y de abajo de este mundo que antes nadie conoca; si luz, calor, fuerza, placer, comodidad

    son los sueos primordiales del hombre, en tal caso las investigaciones actuales no

    solamente son ciencia, sino tambin una magia, un rito de poderossima fuerza sentimental

    e intelectual que induce a Dios a ir abriendo uno tras otro los pliegues de su manto, una

    religin cuya dogmtica est regida y basada en la dura, valiente, gil lgica de la

    matemtica, fra y aguda como la hoja de un cuchillo.

    Por lo dems, es indiscutible que todos estos sueos antiqusimos se realizaron, en

    opinin de los no matemticos, de muy distinta manera de como lo haban imaginado al

    principio. El cuerno del cartero de Mnchhausen era ms bonito que una bocina electrnica

    con el sonido en conserva; las botas de siete leguas, ms bonitas que un automvil; el

    imperio del rey Laurin, ms bonito que un tnel ferroviario, las races curativas de la

    mandrgora ms bonitas que un telegrama ilustrado, comer el corazn de la propia madre

    y entender el lenguaje de las aves, ms bonito que un estudio zoopsicolgico sobre la

    expresin rtmica del gorjeo de los pjaros. Hemos conquistado la realidad y perdido el

    sueo. Ya nadie se tiende bajo un rbol a contemplar el cielo a travs de los dedos del pie,

    sino que todo el mundo trabaja; tampoco debe engaar nadie al estmago con

    idealizaciones, si quiere ser de provecho, ms bien tiene que comer chuletas y moverse. Es

    exactamente como si la vieja e inepta humanidad se hubiera dormido sobre un hormiguero,

    y la nueva se encontrara al despertarse con las hormigas en la sangre; desde entonces se ve,

    por eso, obligada a realizar las extorsiones ms violentas sin conseguir aplacar la frentica

    comezn de la laboriosidad animal. No es necesario dar muchas vueltas a esto; hoy da

    parece evidente a la mayor parte de los hombres que la matemtica se ha mezclado como

  • un demonio en todas las facetas de nuestra vida. No todos creen en la historia del diablo al

    que se puede vender el alma, pero al menos aquellos que entienden algo del asunto, por

    llevar el ttulo de clrigos, historiadores o artistas y perciben, como tales, buenos beneficios,

    atestiguan que la matemtica les ha arruinado y que ella ha sido el origen de una razn

    perniciosa que, a la vez que ha proclamado al hombre seor del mundo, lo ha hecho

    tambin esclavo de la mquina. La aridez interior, el desmesurado rigorismo en las

    minucias junto a la indiferencia en el conjunto, el desamparo desolador del hombre en un

    desierto de individualismos, su inquietud, su maldad, su asombrosa apata del corazn, el

    afn de dinero, la frialdad y la violencia que caracterizan a nuestro tiempo son, segn estos

    juicios, nica y exclusivamente consecuencia del dao que ocasiona al alma el

    razonamiento lgico y severo. De ah que ya entonces, cuando Ulrich se dedic a la

    matemtica, hubo gente que predijo el hundimiento de la cultura europea porque haba

    desaparecido del corazn del hombre la fe, el amor, la sencillez y la bondad; y es

    significativo