El Hombre y la Religión

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El Hombre Y la Religión Francisco Umpiérrez Sánchez

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Francisco Umpiérrez Sánchez

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Me he visto obligado a reflexionar de nuevo sobre el hombre y la religión

debido a un debate celebrado en el foro Filosofía y Pensamiento, donde su

moderador, Luís Ledo, está transitando el camino del extremismo. Los

extremistas cometen el error de simplificar las cosas en exceso, de no

observar y evaluar todos los lados que constituyen el fenómeno sobre el que

se polemiza, y reducir el debate a un sí o a un no. Es propio del pensamiento

metafísico no sólo considerar las cosas en la forma del ser en exclusividad,

sino también no considerar que entre los contrarios haya transición. Así no

son capaces de contemplar comportamientos religiosos entre las personas

presuntamente ateas y comportamientos materialistas entre las personas

religiosas.

Se parte de la idea de que las personas creyentes, las personas que creen

en Dios, son personas que creen en seres imaginarios. Y quien cree en

seres imaginarios es una persona irracional. El ateo extremista no piensa ni

por un instante que eso que él cataloga como ser imaginario, para el

creyente no lo es. No sólo incurre en este error el extremista, sino que no

evalúa y sopesa el papel que ha desempeñado la religión en toda la historia

de la humanidad y la consideración de que muchas personas de enorme

genio han sido y son creyentes. Pero el extremista esto no lo ve. Lo único

que ve es este sencillo razonamiento: Dios es una ser imaginario; luego

quien cree en Dios es un ser irracional. No ve que esto que presenta como

un razonamiento no es más que un acto de desprecio hacia el creyente y

una falta de respeto por las razones ajenas.

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Cuando desde la religión cristiana se afirma que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, hay más verdad en esta afirmación que en la del extremista ateo que dice que Dios es un ser imaginario. Un espejo puede estar hecho de tal forma que deforme muchísimo la apariencia de una persona y nos sea difícil reconocerla, pero con paciencia y esfuerzo siempre podremos reconocer en la imagen a la persona reflejada. La afirmación del ateo extremista, Dios es un puro ser de la imaginación, contiene el error de romper la relación entre objeto reflejado e imagen, presenta las cosas de tal modo que Dios aparece como un invento, como algo ideado por una mente calenturienta en los marcos estrechos de su cuarto de estudio. Dios se presenta como una obra intelectual.

Decía Marx que a los pensamientos Hegel sólo había que ponerlos boca

abajo para que adquirieran un sentido materialista. Lo mismo tendríamos que

hacer con la afirmación fundamental de la teología cristiana: Dios hizo al

hombre a su imagen y semejanza. Invirtámosla: El hombre hizo a Dios a su

imagen y semejanza. Dios no es un puro ser imaginario sino una imagen del

hombre. Sin duda que ese hombre está dotado de un poderes que no los

posee el hombre en la medida en que los posee Dios. Pero si pensamos en

el conjunto de los hombres, veremos que poseen los poderes en la medida

en que se encuentran en Dios: la omnisciencia, la omnipresencia y la

omnipotencia. Dios es la imagen del hombre. De este modo acercamos,

unimos, la imagen con el objeto reflejado.

¿Debemos considerar a la religión sólo bajo el punto de vista de si se cree o

no se cree en Dios o debemos considerar otros lados tan o más importantes

que este? Les relato sucintamente mi propia experiencia. Milité a la edad de

14 años en las Juventudes de Acción Católica. ¿Qué me proporcionó esa

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experiencia? Un lugar donde ir –por cierto un magnífico edificio-, un lugar

donde jugar al ping pong, al baloncesto y al ajedrez. Un lugar donde hacer

amigos dedicados a intercambiar opiniones, consejos y valoraciones sobre

los múltiples aspectos de la vida. Un lugar donde cultivarme, hacerme con

valores y divertirme. Y también un lugar donde confesarme y comulgar. Los

debates sobre la existencia de Dios, los debates sobre las pruebas de la

existencia de Dios, desempeñaron en esa experiencia un papel muy poco

importante. A ese debate apenas le dedicábamos tiempo. Es este lado social

y psicológico, de construcción de la personalidad y de participación en el

mundo, lo que no observa el ateo extremista. Y como no observa estos

lados, su comprensión del fenómeno religioso es muy unilateral. De ahí que

sus ideas no sirvan ni para comprender mejor el fenómeno religioso ni para

combatir la ideología religiosa.

La pregunta que debemos hacernos ahora es cómo ha llegado el ateo

extremista a esta representación del fenómeno religioso. ¿De dónde ha

brotado esta representación de la religión? De su propia actividad, de su

propia actividad unilateral, de pensar en un hombre idéntico a sí mismo. El

ateo extremista está encerrado en su cuarto de estudio, sólo tiene libros ante

sí y sólo tiene razones en su mente. Piensa que el hombre es así: un hombre

dotado sólo de razón. No ve que el hombre que debería representarse es el

conjunto de los hombres, con su historia, sus necesidades, sufrimientos,

alegrías, intereses y un largo etcétera. No se representa un hombre

omnilateral. Se representa un hombre abstracto, un hombre sólo dotado de

razón y enfrentado al dilema de si Dios existe o no existe. Se representa a sí

mismo. Tacha de ser imaginario al Dios que se representa el hombre

religioso, y no se da cuenta que el hombre que él supone cuando cuestiona

la religión es también un ser imaginario, un ser dotado sólo de razón. Pero el

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hombre, el mundo de los hombres, está dotado de muchísimas más

potencias y fuerzas esenciales, tanto subjetivas como objetivas, que sólo la

abstracta razón. Porque una razón considerada aislada del resto de las

fuerzas esenciales humanas es una razón abstracta.

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