El Hombre y Lo Divino

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    PRLOGO A LA SEGUNDA EDICIN

    Los es c r it o s que constituyen las secciones cuartay quinta de este libro, agregados en esta edicin,han nacido a tantos aos de distancia dentro delmismo recinto que lo anterior y es que quizsquien esto escribe no tenga ningn otro mbito.

    El libro de Job y el pjaro viene del ao de1970; los captulos de la segunda parte, todos refe-rentes a la antigua religin griega, han sido escritoscon posterioridad. Y as el contenido de El hombre

    y lo divino, en sus dos primeras impresiones, viene aadquirir, se me figura, un carcter introductivo enla mayor parte de sus argumentos. Un carcter deintroduccin a lo que ahora aparece y, quizs ma-yormente todava, a todo lo que conservado en lascarpetas aguarda el momento propicio de ser entre-gado a la atencin del posible lector, por muy ale-lado y aun extrao que pudiera parecer. Y a todotambin lo que se presenta indefinidamente en mipensamieto. No est en este pensamiento hacer deEl hombre y lo divino el ttulo general de los li-bros por m dados a la imprenta, ni de los queestn camin de ella. Mas no creo que haya otroque mejor les conviniera. Aunque en verdad, quienescribe lo hace desde adentro y no puede ver el

    resultado desde afuera. Y no habiendo lucha, nimenos an esa tan nombrada angustia de la crea-cin en quien esto escribe, no deja de haber algoque impide el ver aun desde adentro, que, por lodems, sera el nico modo de visin apetecida entodo caso.

    Pues que el ver desde adentro, si se cumpliera,no sera una visin subjetiva, sino una visin pro-ducto de una mirada que unifica, trascendiendo lointerior y la exterioridad. Objeto y sujeto, pues,quedaran abolidos en su oposicin y aun en susiempre andar separados, sin conocerse mutuamen

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    10 PRLOGO A I.A SEGUNDA EDICIN PRLOGO A LA SEGUNDA EDICIN li

    te. Y como esta visin no llega, algunos tenemosque escribir lo que por lo pronto vemos, en lo queentra inevitablemente el pensar. Inevitablemente,ya que el ver es lo que se apetece de la maneraapuntada, lo que se da desde su origen mismo ha-cia la comunicacin.

    Y el individuo se libera al dar a ver lo que lve, dando lo que se le da. Pues que dado es siem-pre, aunque mucho se pene para que aparezca. Que

    no haya lucha ni asomo tan siquiera de angustiade la creacin en quien escribe, no quiere decirque no le suceda algo, algo que se querra hacersaber al lector para que perdone, y no ya las mu-chas faltas, sino esa especie de sombra de una fal-ta original que empaa todo lo que se escribe pen-sando que ser publicado. Muchas de las pginasde este libro, en verdad fueron escritas sin pen-samiento alguno acerca de su publicacin; casitodas las que ahora doy, ms que darlas yo, pareceque sean ellas mismas las que se vayan como hu-yendo de la quema. Seguramente dentro de estaspginas habr algunos prrafos en que la concien-cia de estar eso que se llama escribiendo, hayavenido a interferirse, cuando se cree que hay que

    explicar algo, que hay que sostenerlo con una cier-ta argumentacin; cuando se lo quiere hacer ve-rdico sin conformarse con que sea simplementeverdadero. Momentos de exteriorizacin en que elcristal se empaa o se rompe. Mas no es esto, estecliscurrir como aadido o sobrepuesto al curso es-pontneo del pensamiento, el ntimo suceso cuandose escribe. El verdadero suceso ha de buscarse enel escribir sin sombra de temor ni de esperan-zade que vaya a ser publicado. Y creo que se daen. . iba a decir mas por qu no?los abismosdel tiempo. Del tiempo, que habra que escribir conmayscula, total; de la inmensidad ael tiempo queparadjicamente nos apresa y limita, del tiempo

    que no nos deja. Pues que el tiempo es, tan diver-samente de lo que con tanta insistencia se ha dicho,lo que no nos abandona. Nos sostiene, nos envuel-ve. Y en tanto que sostiene, el tiempo alza y elevaal ser humano sobre la muerte que siempre est,ella antes que nada, ella y no la nada, ah. Y eltiempo media entre la muerte y el ser que todavatiene que vivir y ver, que recibir y que ofrecer, queconsumir y consumirse. De la muerte el tiempo

    algo tiene y algo trae. El aviso de la finitud, sedira, mas ello se sabe por reflexin. Y el tiempo,aun antes de que permita reflexionar, reflexionar-se diramos, sobre el sujeto humano, muestra ya suparentesco con la muerte. No de sustancia, cierta-mente.

    El tiempo es el horizonte que presenta la muer-te perdindose en ella. Con lo que se dice queas la muerte deja de estar yacente en el fondo paralos conscientes mortales y se va ms all, ms allc'el ocano del tiempo, tal como una flor inimagi-nable que se abriera desde el cliz del tiempo.

    Ya que el tiempo se nos da a beber, su inmen-sidad ocenica se recoge y se da a beber en unvaso minsculo; instantes que no pasan, instantesque se van, vislumbres, entrevisiones, pensamientosinasibles, y otro aire y aun otro modo de respira-cin. Y el cliz del tiempo inexorablemente ofreceel presente. Siempre es ahora. Y si no es ahora, noes nunca, es otra vez sin el tiempo, la muerte queno es un ms all del tiempo.

    Y el escribir a solas, sin finalidad, sin proyectoporque s, porque es as, puede ofrecer el carcterde una accin trascendental, que slo porque setrata de una humansima accin no podemos lla-marla sagrada. Mas algo tiene de rito, de conjuroy, ms an, de ofrenda, de aceptacin del ineludi-ble presente temporal, y de transitar en el tiempo,de salirle al encuentro, como l hace, que no nos

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    12 PRLOGO A LA SEGUNDA EDICIN INTRODUCCINabandona. Y como al fin el tiempo se mueve, hacemoverse al ser humano; moverse es hacer algo, ha-cer algo de verdad, tan slo. Hacer una verdad,aunque sea encribiendo.

    Ma r a Za mb r a n o

    Hace muy poco tiempo que el hombre cuenta subotona, examina su presente y proyecta su futurosin contar con los dioses, con Dios, con alguna for-ma de manifestacin de lo divino. Y, sin embargo,se ha hecho tan habitual esta actitud que, aun pa-ra comprender la historia de los tiempos en quehaba dioses, necesitamos hacernos una cierta vio-lencia. Pues la mirada con que contemplamos nues-tra vida y nuestra historia se ha extendido sin msa toda vida y a toda historia. Y, as, solamente to-mamos en cuenta el hecho de que en otro tiempolo divino ha formado parte ntimamente de la vidahumana Mas claro est que esta intimidad nopuede ser percibida desde la conciencia actual.Aceptamos la creencia el hecho de la creencia,pero se hace difcil revivir la vida en que la creen-cia era no frmula cristalizada, sino viviente hlitoque en mltiples formas indefinibles, incaptablesante la razn, levantaba la vida humana, la incen-diaba o la adorma llevndola por secretos lugares,engendrando vivencias, cuyo eco encontramos enlas artes y en la poesa, y cuya rplica, tal vez, hadado nacimiento a actividades de la mente tanesenciales como la filosofa y la ciencia misma. S-

    lo los arriesgados "novelistas o los ambiguos pen-sadores se han adentrado, imaginndola desde suparticular perspectiva, en aquella vida vivida bajola luz y la sombra de dioses ya idos. Y en cuanto alnuestro a nuestro Dios, se le deja estar. Se letolera.

    Y as pasamos de largo, confinndolos en unnombre, ante fenmenos de la ms honda significa-cin, considerndolos como un hecho y cuando ms,buscando su explicacin en las causas que nuestramente actual estima como las nicas reales, las ni-cas capaces de producir cambios; causas econmi

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    cas o especficamente histricas. Pero qu es lo his-trico? tendramos, ante todo, que preguntarnos.Y eso es justamente lo que hoy nos preguntamoscon ms ansia que ninguna otra cuestin. Qu eslo histrico? Qu es lo que a travs de la his-toria se hace y se deshace, se despierta y seaduerme, aparece para desaparecer? Es algo siem-

    pre otro, o algo siempre lo mismo bajo todo acon-tecimiento?

    Ha sido Hegel quien precis antes que la pre-gunta, la respuesta. Pues descubri la historia co-mo una vicisitud necesaria, inexorable del espritu.Y no fue el filsofo racionalista, sino el cristianoanhelan te de razones filosficas de ver desplegadaen razn su fe inicial quien le llev a su ideade que es el "espritu quien se despliega en lahistoria, quien se manifiesta, se niega y se supera,realizndose; el cristiano exigente de que toda larealidad viniera a estar justificada por el espritucreador. La realidad no poda ser la naturalezacreada y hecha de una vez para siempre, sinoesa otra de la que el hombre es portador, de la queel individuo es la mscara que la expresa y al parla contiene; mscara que se sacrifica recitando supa rte para caer despus. Tuv o que concluir, as,su cristianismo en esta idea tan poco cristiana, tanpagana de que el ind ividuo es la mscara del logos.Pues, para evitarla slo tena el camino de la orto-doxia cristiana: el de transferir el ltimo y decisi-vo acontecer, el sentido ltimo del suceso, a otravida. Y al no ser as, no se ofrece a la mente otrocamino que el de la descalificacin del individuoen mscara, actor de la historia, y que sea ella, lahistoria, la depositara de sentido.

    Esta situacin que Hegel llev a su extremo esla ms clara expresin de la tragedia humana,de la tragedia de lo humano: no poder vivir sindioses. Tomemos ahora este trmino, dioses, en el

    sentido elemental de una realidad distinta y supeor a lo humano.

    El cristianismo haba transferido a otro inun-d le ! sentido ltimo de la vida individual. ElTtno de Dios esperado como algo inminente einmediato entre los primeros cristianos, tuvo que r transferido a otro mundo y la Ciudad deD ok establecida en lo invisible. La ciudad de loshombres se seguira edificando en el valle de l-grimas. Y hasta el Csar haba de ser aceptadocomo prncipe de este mundo," en tan to que notocara a la comunidad de los sbditos de la invi-sible y divina ciudad. Naturalmente que esta situa-cin hubo de cambiar, cuando advino el triunfodd cristianismo, y sufrir modificaciones en cuantosu* pretensiones frente a este mundo.

    1 cristianismo filosfico, totalizado por la filo-sofa racionalista, en Hegel ya en el otro extremodel arco, se abism en el gigantesco intento de ab-sorber dentro de s el acontecer y la ciudad de estemundo. Y, as, vino a divinizar la historia que pa-ra el hegeliano ocupa el lugar de lo divino; eselogar cualitativamente distinto de la realidad hu-mana y de la natural, ya que en el momento hist-rico en que vivi Hegel lo natural ya haba sido

    desentraado de lo humano, objetivado.El intento de Hegel en el momento en que apa-

    reci, ofrece una gravedad extrema, que nada pue-de borrar. La vida europea no admita lmites yse crea el propio Hegel ms que nadie haberllegado a la madurez de los tiempos, al momentoen que todos los enigmas han sido descifrados y elcamino aparece libre; slo falta recorrerlo y, pordio, la accin necesaria la nica ser mostrarloy descubrirlo. La filosofa volva a ser arquitec-tura. Y para los no creyentes en la filosofa, el ca-mino estara sealado por la ciencia con un simplegesto indicador. Era el camino del progreso indefi-

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    nido, ya que el hombre haba vencido definitivamente los viejos obstculos. Y estos viejos obstcu-los no eran otros, no podan ser otros, que los le-vantados por la creencia en la divinidad. 1 hom-

    bre se haba emancipado.De ah que las rplicas a Hegel tuvieran en de-

    finitiva una idntica significacin, como suele suce-der con todas las rplicas que slo difieren en elcmo, pues creyendo diferir en el qu, dan por su-

    puesto ese qu y lo que lo rodea y aun el horizonteque lo hace visible. En este caso, el horizonte queHegel haba hecho visible al hombre. Era la co-mn visin, presente a los adversarios de Hegel,de acuerdo con el sentir formulado o informuladode la mayora de los hombres de aquel tiempo.

    Se vivan los momentos sagrados de una revela-cin. Aunque esta revelacin fuese la de la eman-cipacin de lo sagrado, no dejaban por ello de sersagrados aquellos instantes.

    Marx y Comte presentaron su demanda ante lahazaa de Hegel. Cabra interpretar la rplica deComte y la de Marx como simples interpretacionesde la tesis fundamental hegeliana, si la miramosdesde esa su honda significacin que es, al par, susuprema audacia: la revelacin de lo humano. Bienes verdad que, dicho as, recuerda demasiado a larevelacin cristiana, pero la diferencia estriba enque ahora la revelacin de lo humano se cumpleemancipndose de lo divino. En Hegel, porque lahistoria hecha por los hombres, no lo olvidemosera el desarrollo mismo del espritu, del divino Logos motor mvil, qu e acta y padece a la vez,l, el mismo siempre. El hombre cristiano en Hegelcumpla el proceso por el cual su Dios se le habadado en alimento: ya se haba alimentado por ente-ro de l; lo llevaba en su interior. Y su interior, porello mismo, se haba vaciado. "El hombre interior"de San Pablo y San Agustn, el protagonista del Cris-

    tiitwim, al haber absorbido a su Dios, se haca ine-xorablemente exterior a s mismo, se haba desensimmmado.El cristianismo al nacer haba ensimisma-do al hombre volvindolo hacia dentro, ya que end interior del hombre habita la verdad. Ahora, lardad habitaba tambin en el interior del hom-bre; mas solamente en ese interior. Y no en cada

    no por entero, sino en el interior de algo hechoentre todos estaba la verdad.

    Vemos as que lo ocurrido en Hegel, y a tra-vs de su pensamiento en nuestra alma, es un camb oen la relacin entre lo divino y lo hum ano . Uncarioso, extrasimo cambio que afecta gravementeal hombre, a su relacin con la divinidad.

    Era la revelacin del hombre. Y al verificarseota revelacin del hombre en el horizonte de la di-vinidad, el hombre que haba absorbido lo divino* crea aun no querindolo divino. Se deifica-ba. Mas, al deificarse, perda de vista su condicinle individuo. No era cada uno, ese cada uno queel cristianismo haba revelado como sede de la ver-dad. sino el hombre en su historia, y aun ms qued hombre, lo humano. Y as, vino a surgir esta di-vinidad extraa, humana y divina a la vez: la his-toria divina, mas hecha, al fin, por el hombre consos acciones y padecimientos. La interioridad se habfa transferido a la historia y el hombre individuose haba hecho exterior a s mismo. Su mismidadfondada en la verdad que lo habitaba quedabaahora transferida a esa semideidad: la historia. Dei-dad entera como depositara del espritu absoluto,deidad a medias porque, como los dioses paganos,estaba creada, configurada por el hombre.

    Y. as, la relacin entre lo divino y lo humanovenia a situarse en un plano anlogo a aquel habi-do en el mundo antiguo griego entre los diosesde la mitologa y el hombre. Mas, con una diferen-cia: en los dioses mitolgicos no haba interioridad.

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    Analoga tan slo por la relacin subordinada enel hombre a algo al fin hecho por l, mas de esen-cia divina; a una esencia divina que dependa del, de su actividad, cuya revelacin estaba, por de-cirlo as, librada a su suerte.

    Mas el problema se presentaba en trminos in-ditos por lo que hace a la unidad, a la unidad quereferida a un ser viviente y personal cristianoaparece ms clara, si es llamaaa mismidad. Pues s-

    lo la persona puede ser s misma.Los dioses mitolgicos no eran s mismo, por lasimple razn que la unidad, la esencia idntica fuedescubierta por la filosofa y aun frente a ellos. Laesencia idntica signific en su da una emancipa-cin de los dioses entre los cuales el hombre an-daba enajenado, sin poder encontrarse. Se encon-tr por virtud del pensamiento, no enteramentedentro de s, ni enteramente fuera, en la esenciainteligible e inteligente, universal, cuya entroniza-cin en la individual sustancia quedaba siempreun tanto problemtica.

    Bajo el cristianismo, la unidad en el hombre ha-ba llegado a ser suya propia; en el infie rno o enel cielo, sobre la tierra, era y ser siempre l mis-mo, aunque poda olvidarse de ello. Y el olvido denada le valdra. Lo divino fuera de l reposaba ensu misteriosa unidad desplegada en tres personas.'uno y mltiple. Lo divino era de tal condicin,que poda entrar en todos y cada uno de los hom-bres, sin dejar de estar en s. Pues estaba en todaspartes, como el dios de Platn y de Aristteles, masdentro del hombre en modo bien distinto. Y, as,no tendra que desprenderse de lo que en su serera no divino, no inteligente, sino que todo ellovuelto en unidad serla eternamente uno y sin diso-lucin, en una unidad propia, indestructible.

    El cristianismo descubre en el hombre una uni-dad propia, no adventicia, ni fugitiva. Unidad en-

    gendrada ms all del comienzo visible de su vida,de la actualidad de su ser. La idea de sustanciaheredada de la filosofa griega pareci convenira este gnero de unidad subsistente.

    La emancipacin de lo divino, que aparece enel pensamiento de Hegel, lleva al ser humano auna extraa situacin pues se ha emancipado delo divino heredndolo. Mas de un modo tal, quecomo individuo slo ser efmero portador de un

    momento, obrero cosa que tal vez percibieseMarx, obrero de la historia, ante la cual, a la ma-nera del siervo antiguo, no puede alzar la frente.

    T al sumersin del ser humano, de su unidad, enel devenir fue formulada no con resignacin, sinocon entusiasmo. El entusiasmo venido por dejarsepenetral' la intim idad por un dios nuevo, o poruna nueva versin de lo divino.

    Entusiasmo tambin por exteriorizarse; por sol-tar la carga de la intimidad, y hacerse exterior a smismo. Mientras la historia se interiorizaba, ad-quira intimidad al ser expiesin del espritu, elindividuo se exteriorizaba llevado por el entusias-mo de sentirse participar de un dios en devenir, enuna divinidad que se est haciendo.

    Tal entusiasmo dice que el suceso que,lo des-pierta es de ndole religiosa. Un cambio habid o enla relacin del hombre con la divinidad que le haacercado a lo divino de un modo indito. Y esteentusiasmo no quel abolido en las rplicas anti

    begelianas, excepto en Kierkegaard. Como un a on-da fue ganando en amplitud hasta llegar al mismocorazn de la masa annima.

    Comte es portador de este mismo entusiasmo, untanto ms mesurado. Su filosofa slo comienza des-pus de esa destruccin de la an tigu a situacinreligiosa. Su accin es igualmente emancipadora ypor ella la revelacin del hombre qu eda an msnetamente dibujada. Se trata de una nueva religin

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    sin Dios, de la religin de lo humano. Y lo huma-no ha ascendido as a ocupar el puesto de lo di-vino. Al abolirse lo divino como tal, es decir, co-mo trascendente al hombre, l vino a ocupar susede vacante.

    Tal acontecimiento, el ms grave de cuantospueden haber conmovido los tiempos actuales, seha expresado con toda claridad en la filosofa: idea-lismo alemn, positivismo francs, marxismo, has-

    ta llegar al materialismo inclusive. Entremezcladocon la poesa, aparece fulgurante en Nietzsche. Yen l se verifica el ms trgico acontecimiento queal hombre le haya acaecido: que es, en su soledademancipada, soar con dar nacimiento a un diosnacido de s mismo. En la desolacin de lo dema-siado humano, suea con engendrar un dios. Elfuturo en el cual este superhombre tendr reali-dad, llena el vaco de el otro mundo, de esasupravida o vida divina desaparecida y de la cuallo humano se haba emancipado.

    Es el futuro el trmino en el cual el pensamien-to situar esa otra vida abandonada, esa vida: divi-na que la esperanza humana encuentra irrenunciable. Y as, no hace sino transferirla en realidad,

    cuando cree haberla anulado.El futuro es el lugar hacia el cual se ha vividoa partir del momento en que Descartes encontrla frmula ms adecuada a la situacin del hom-bre ipoderno. Ortega y Gasset ha denunciado a par-tir de Descartes el futurismo" consustancial de lafilosofa europea. No podramos ver en esa pro-yeccin hacia el futuro, la transferencia de este an-helo de una vida divina, de este contar con Dios?Pues Descartes, que recoge cristalinamente las prue-bas clsicas de la existencia de Dios, ha realizadoen su filosofa un sutil cambio: Dios sigue siendola clave del edificio metafsico, la garanta de laexistencia de la realidad, mas el horizonte queda-

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    ba despejado de su presencia. La conciencia haballenado este espacio. Dios sera el garante de laexistencia del ser que existe en y por la conciencia.Mas la conciencia es, por definicin misma, aut-noma.

    La conciencia, dominio netamente humano,donde lo divino no interviene, ni se refleja; la con-ciencia que busca y necesita de la soledad. Al defi-nir el ser del hombre, la conciencia lo define como

    solitario, instaurando un reino, un dominio inape-lable. El hombre, ser de conciencia, es radicalmentedistinto del hombre ser de alma y cuerpo, unidadsustancial de cuerpo y de alma. Con respecto al al-ma, la conciencia es una mayor desnudez, como siel ser humano por haber renunciado extendiese sudominio. Su vida contenida, envuelta por la con-ciencia, se lanza as hacia el futuro. Y es en elfuturo en el que vive anticipadamente. Vivir ser,

    bajo el reciente idealismo, previvir, lanzarse haciael futuro como hace el conocimiento. Obligar a lavida, a toda la vida, a que siga el destino del cono-cimiento.

    La vida instalada en el lugar del conocimientoresulta al propio tiempo sometida a l y deificada.El primer aspecto fue denunciado por Ortega yGasset en su crtica del idealismo desde su Tesismetafsica acerca de la razn vital, en las leccio-nes que tuve la fortuna de escucharle, cuando estoera posible, en la Facultad de Filosofa y Letras deMadrid. De aquellos aos, ya lejanos, a ac, la si-tuacin denunciada por Ortega no ha hecho sinoextremarse, aunque el idealismo no aparezca comoun pensamiento vigente hoy. Mas, una situacinvital puede subsistir y aun extremarse ms all delpensamiento que la recogiera y que la provocara.Pues en esto, sin duda que el idealismo no slo forjideas, sino que se nutri de creencias"; de creen-cias nacidas de los ms ntimos anhelos de la po-

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    ca en que alcanzara su esplendor. Anhelo de dei-ficacin, pues en el idealismo el sujeto del cono-cimiento llega a reproducir la situacin de laInteligencia pura en Aristteles; es decir, de Dios.

    Y, as, el Dios del pensamiento absorba lavida, a toda la vida. Mas la vida le infunda su pa-sin; la pasin que el hombre ha padecido por lodivino, su persecucin sin tregua en todos los ve-ricuetos de su historia. En el idealismo alemn esta

    pasin de lo divino en el hombre est volcada enel conocimiento; la vida vena a ser subyugada pors misma, por su propio anhelo. El idealismo ha si-do una especie de "entusiasmo.

    El conocimiento depuraba al hombre de cuantoen la vida es pasividad. No de las pasiones, quesegn Hegel sirven a la historia como su materia,como su motor; ms bien como su alimento necesa-rio; tal como se desprende de las primeras pgi-nas de lasLecciones de filosofa de la historia.Aqu,el hombre lo humanovena a servir de alimen-to a lo divino a travs de la historia o en la histo-ria. Como si el antiguo sacrificio humano de ciertasreligiones tal la azteca reapareciese bajo otraforma; la accin vendra a ser la misma: ofrecer

    el corazn y la sangre metfora usual de las pa-siones a un dios ahora llamado la historia. T alera al menos la verificacin histrica del pensa-miento hegeliano, simplificado hasta el esquema-tismo''como sucede siempre que de una filosofase extrae una ideologa para las masas.

    Y as el crculo ha parecido cerrarse para elhombre occidental; reaparece su prehistoria, su pa-sado hundido en la noche de los sueos, rechazadodel campo de la memoria, an inconsciente. Yaquello que el hombre no se atreva ni a soar, hasido sigue siendorealidad.

    La liberacin de lo humano" ha encontradoeste escollo, teta resistencia insospechada salin

    dole al paso. Lo divino eliminado como tal, bo-rrado bajo el nombre familiar y conocido de Dios,aparece, mltiple, irreductible, vido, hecho do-lo, en suma, en la historia. Pues la historia parecedevorarnos con la misma insaciable e indiferenteavidez de los dolos ms remotos. Avidez insacia-

    ble porque es indiferente. El hombre est siendoreducido, allanado en su condicin a simple nme-ro, degradado bajo la categora de la cantidad.

    No existe pues el hombre en la hora actual?Existir es resistir, ser frente a, enfrentarse. Elhombre ha existido cuando, frente a sus dioses,ha ofrecido una resistencia. Job es el ms antiguoexistente de nuestra tradicin occidental. Por-que frente al Dios que dijo: s o y el que es , re-sisti en la forma ms humana, ms claramentehumana de resistencia; llamndole a razones. Seatreve el hombre de hoy a pedir razones a la his-toria? Aunque ella sea su dolo, el hacerlo llevaconsigo pedirse razones a s mismo. Confesarse, ha-cer memoria para liberarse.

    Y liberarse humanamente es reducirse; ganarespacio, el "espacio vital, lleno por la inflacinde su propio ser. Uno de los efectos de la deifica-cin es la toma de posesin de ms espacio delque realmente podemos enseorearnos; desbordarlos lmites que lo humano tiene; de lo que es guay ejemplo la limitacin que nos impone el tenerun cuerpo y estar en l. Reducir lo humano llevarconsigo, inexorablemente, dejar sitio a lo divino,en esa forma en que se hace posible que lo divinose insine y aparezca como presencia y aun comoausencia que nos devora. La deificacin que arras-tra por fuerza la limitacin humana la impoten-cia de ser Dios provoca, hace que lo divino seconfigure en dolo insaciable, a travs del cual elhombre sin saberlodevora su propia vida; des-truye l mismo su existencia. Ante lo divino ver

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    24 INTRODUCCION

    dadero, el hombre se detiene, espera, inquiere,razona. Ante lo divino extrado de su propia sus-tancia, queda inerme. Porque es su propia impo-tencia de ser Dios la que se le presenta y repre-senta, objetivada bajo un nombre que designa tanslo la realidad que l no puede eludir. Viene acaer as en un juego sin escape de fatalidades, delas que en su obstinacin no encuentra salida. Re-ducirse, entrar en razn, es tambin recobrarse. Y

    puesto que ha cado bajo la historia hecha dolo,quizs haya de recobrarse adentrndose sin temoren ella, como el criminal vencido suele hacer vol.viendo al lugar de su crimen; como el hombre queha perdido la felicidad hace tambin, si encuentrael valor: volver la vista atrs, revivir su pasado aver si sorprende el instante en que se rompi sudicha. El que no sabe lo que le pasa, hace memo-ria para salvar la interrupcin de su cuento, puesno es enteramente desdichado el que puede con-tarse a s mismo su propia historia.

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    DEL NACIMIENTO DE LOS DIOSES

    OH* cultura depende de la calidad de sus dioses,de h configuracin que lo divino haya tomadof c a e a l hombre, de la relacin declarada y de lamnbierta, de todo lo que permite se haga en suw ih ic y, an ms, de la contienda posible entred hombre, su adorador, y esa realidad; de la exi

    rn a y de la gracia que el alma humana a travsla Imagen divina se otorga a s misma.Cmo han nacido los dioses y por qu? Po-

    dra el hombre haberse pasado sin ellos? O es laecedad humana, la que insaciable les hace surgr, mantenindose escondida, para aceptarlos des-pus como algo que ha encontrado sobre y an ena n tr a de s misma? Los dioses persiguen al hombreero su gracia y su rencor; es su primera caracters-tica. Slo en esa madurez en la que se insina ladecadencia de una era, los dioses aparecen impasiUe, indiferentes al hombre. En el caso de quehaya dioses, no se ocupan para nada de los homh t s , deca Lucrecio en la desolacin de la culturapecorom ana. Para esta conciencia vigilante, losdioses estaban ya muertos. Mas, cuando los diosesafoxccen, se hacen sentir, ante todo, porque seocupan mucho, tal vez demasiado, de los hombres.

    Es como un delirio de persecucin que los homin s padecen.En lo ms hondo de la relacin del hombre con

    ios dioses anida la persecucin: se est perseguidos tregua por ellos y quien no sienta esta perse-cucin implacable sobre y alrededor de s, enredadaen sus pasos, mezclada en los ms sencillos aconte-cimientos, decidiendo y aun dictando los sucesosque cambian su vida, torciendo sus caminos, latien-do enigmticamente en el fondo secreto de su vida5 de la realidad toda, ha dejado en verdad dea mi en ellos. Y sabido es cun fcilmente se tras

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    28 EL HOMBRE Y LO DIVINO EL NACIMIENTO DE LOS DIOSES 29

    muta la actitud persecutoria de un hombre haciaun dios en su adoracin ms ferviente. Y es quela relacin inicial, primaria, del hombre con lo di-vino no se da en la razn, sino en el delirio. Larazn encauzar el delirio en amor.

    Un delirio de persecucin. La medicina mo-derna psicolgica tanto ms que fisiolgicahun-de su mirada en este delirio que hoy vuelve a aso-lar el mundo. Y lo cierto es que cualquiera que sea

    su configuracin, su motivacin aparente, la luchacon lo divino no anda lejos. 1 dominio de la psi-quiatra coincide con el dominio de lo sagrado,lo divino no revelado an.

    Y a la luz de este delirio, el ms implacablede todos, podramos ver cmo lo que ms tardeva a ser nombrado Dios se hace sentir al hombre.Y qu declara y qu denuncia acerca de la condi-cin de la vida humana. Que se d vida, es eso?Qu alguien es se, cuya vida se siente oprimidapor los dioses?

    Cuando no los hay todava a qu crearlos? Sise les ha creado, debe de ser por algo ineludible.Es, sin duda, el aspecto primario, original de la tra-gedia que es vivir humanamente. Pues antes queentrar en lucha con otro hombre y ms all de esalucha, aparece la lucha con ese algo que mstarde, despus de un largo y fatigoso trabajo, sellamarn dioses.

    . En su situacin inicial el hombre no se sientesolo. A su alrededor no hay un espacio vital, li-bre, en cuyo vaco puede moverse, sino todo locontrario. Lo que le rodea est lleno. Lleno y no sa-

    be de qu. Mas, podra no necesitar saber de qu es-t lleno eso que le rodea. Y si lo necesita es porquese siente diferente, extrao. No se lo pregunta tam-poco; hasta llegar el momento en que pueda pre-guntar por lo que le rodea, an le queda largocamino que recorrer; pues la realidad le desborda,

    le sobrepasa y no le basta. No es realidad, es visin1 que le falta. Su necesidad inmediata es ver.Quee n realidad desigual se dibuje en entidades, queIb continuo se dibuje en formas separadas, identificabks. Al perseguir lo que le persigue, lo primeroqae necesita es identificarlo.

    Pues quiz no sea necesario decir que el deliriode persecucin obliga a perseguir y quien lo padeceo sabe, no puede discernir si persigue o es perse-guido. Su conducta observada desde afuera es la de

    r'en persigue, pero l va arrastrado, inocentesu accin. Y as, cuando el delirio culmine enla demanda Permteme Seor que vea tu cara, la

    har en el mximo de la exasperacin, en el lmitede su resistencia tras de una agotadora lucha.

    Y cuando poticamente los defina creer tras-cribir lo que ha sido, se ha mostrado siempre as.Entonces habr finalizado el delirio de persecu-cin; ha alcanzado por fin el pacto.

    Los dioses griegos homricoshan sufrido lainterpretacin de ser la expresin personificada delas fuerzas naturales. Mas, para que as fuese hu-

    biera sido necesario que estas fuerzas hubieran sidosentidas como tales. Lo contrario ha sido msbien lo cierto: las fuerzas naturales, la na tural^

    za" ha sido vista tan slo despus de que los diosesen su perfecta figuracin la dejaron visible; des-pus de haberla despejado de ese algo de que sonportadores; despus tambin, de que el pacto condkis haba desilusionado al hombre, dejndolo enlibertad, pacificado ya de su primer delirio. Y, portanto, victorioso.1

    Pues en el principio era el delirio; el delirio vi-sionario del Caos y de la ciega noche. La realidadagobia y no se sabe su nombre. Es continua ya que

    l En la lucha con los dioses, el hombre interpreta la pazcomo victoria. De ah que los dioses vuelvan a perseguirle.

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    30 EL HOMBRE Y LO DIVINO EL NACIMIENTO DE LOS DIOSES 31

    todo lo llena y no ha aparecido todava el espa-cio, conquista lenta y trabajosa. Tanto o ms quela del tiempo. Lo primero que se precisa para laaparicin de un espacio libre, dentro del cual elhombre no tropiece con algo, es concretar la rea-lidad, en la forma de irla identificando; de ir des-cubriendo en ella entidades, unidades cualitativas.Es el discernimiento primero, muy anterior al l-gico, a la especificacin de la realidad en gneros

    y especies, y que la prepara. No hay cosas ni se-res todava en esta situacin; solamente quedarnvisibles despus de que los dioses han aparecido ytienen nombre y figura.

    Los dioses parecen ser, pues, una forma de tratocon la realidad, aplacatoria del terror primero, ele-mental, de la que el hombre se siente preso al sen-tirse distinto, al ocupar una situacin impar. Nosiente todava la extraeza que se presenta sloen la conciencia y lo que le ocurre es el vivir inme-diato sin conciencia, sin visin de su situacin "ex-traa, fuente del delirio de persecucin.

    Los dioses, identificaciones primeras, que elhombre descubre en la realidad, tienen dos gran-des funciones ele las cuales algo quedar siempreen las ideas, en los conceptos mucho ms tardeliberadoras que en ellos tienen su raz.

    Y esta primera forma de trato con la realidadtena que darse en una imagen. La necesidad de te-ner una idea de los dioses slo puede aparecercuando ya hay ideas, ms todava, cuando ya hayideas de casi todas las cosas, pues los dioses son losltimos en atraer esa mirada propia de la libera-cin humana; el conocimiento. Y entonces ya handejado de ser propiamente dioses. Su forma ade-cuada, su envoltura es una imagen; la imagen pri-mera que el hombre es capaz de formarse, esto es,una imagen sagrada, que reaparecer siempre enel delirio del amor.

    Pero antes de ver qu sea la imagen sagrada y lai n p n , se nos presenta esta cuestin entre todas:

    Squ esta primera forma de trato con la realiestas identificaciones que el alma humana ope-es en la plenitud de la realidad, han de ser diose

    ftar qu ha habido siempre dioses, de diversopo. ciertamente, pero, al fin, dioses?

    La situacin a la que ha llegado el hombre occi-dental de un declarado o enmascarado laicismo, esb qu e puede sugerir esta pregunta. En la necesi-dad de justificarlo todo lo que padecemos hemos deMirificar ya esa necesidad abismal, defin toria dela condicin humana.

    Pues dondequiera que volvamos la vista, descutarimos dioses aunque de distintas especies. No to-dos han cumplido la funcin de los dioses griegos,a i han sido revelados de la misma manera. Perolodo atestigua que la vida humana ha sentido siem

    pte estar ante algo,bajo algo, ms bien.En el principio era el delirio; quiere decir que

    el hombre se senta mirado sin ver. Que tal es elcomienzo del delirio persecutorio: la presencia ine-xorable de una estancia superior a nuestra vida queencubre la realidad y que no nos es visible. Es sen-tirse mirado no pudiendo ver a quien nos mira. Y

    as, en lugar de ser fuente de luz, esa mirada essombra.2 Mas, como en todos los delirios humanos,la esperanza est presente, y ms quiz que en nin-guno, por ser el primero. La esperanza est prisio-nera en el terror; la angustia de sentirse miradoenvuelve la apetencia de serlo, y toda la esperanzaque se despierta, que acude ante esa presencia quese manifiesta ocultndose.

    La forma primaria en que la realidad se presen-ta al hombre es la de una completa ocultacin,

    2 La sombra qu e au n en el cristianismo visitara a lacriatura elegida.

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    ocultacin radical; pues la primera realidad que alhombre se le oculta es l mismo. El hombre serescondidoanhela salir de s y lo teme, aunque larealidad toda no envolviera ningn alguien, nadieque pudiese mirarlo, l proyectara esta mirada; lamirada de que l est dotado y que apenas puedeejercitar. Y as, l mismo, que no puede an mi-rarse, se mira desde lo que le rodea. Y todo, losrboles y las piedras, le mira y, sobre todo, aque-llo que est sobre su cabeza y permanece fijo sobresus pasos, como una bveda ae la que no puedeescapar: el firmamento y sus huspedes resplande-cientes. Y de aquello de que no puede escapar, es-

    pera.La esperanza se dirige hacia esta estancia supe-

    rior que envuelve al hombre, nohumana. Estanciarealidad que l no inventa: la ha encontradocon su vida. De ah que siempre haya habido diosesen una u otra forma. Los dioses han sido, puedenhaber sido inventados, pero no la matriz de dondehan surgido un da, no ese fondo ltimo de la rea-lidad, que ha sido pensado despus, y traducidoen el mundo del pensamiento como ens realissimus.La suma realidad de la cual emana el carcter detodo lo que es real.

    La realidad no se le ha ofrecido al hombre co-mo una cualidad de las cosas, segn se ha llegado aformular al plantear el problema del conocimien-to,, Es posible el conocimiento de objetos reales?La realidad hecha problema en la filosofa poste-rior a Kant, ha hecho que se llegue a creer la rea-lidad como una condicin, modo de ser de algunascosas. Mas, la realidad como se presenta en el hom-bre que no ha dudado, en el hombre que no ha en-trado todava en conciencia y aun mucho antes enel hombre en el estado ms original posible, en elque crea e inventa los dioses, la realidad no es atri-buto ni cualidad que les conviene a unas cosas s y

    3 EL HOMBR E Y LO DIVINO

    a otras no: es algo anterior a las cosas, es una irrafiadn de la vida que emana de un fondo de mis*rio; es la realidad oculta, escondida; correspon-de; en suma, a lo que hoy llamamos "sagrado.

    La realidad es lo sagrado y slo lo sagrado latiene y la otorga. Lo dems le pertenece. Somos

    propiedad de los dioses deca todava en el siglow Teognis de Mgara. Y es preciso recordar cmoen las viejas culturas, cuyos rastros se conservan hoya i la mente de algunos pueblos al margen de lacivilizacin, todo color, todo ser viviente, animalo [danta, las piedras, lo que nosotros civilizadosllamamos cualidades, colores, perfumes, pertenece aim dios. Saber, para estas gentes, es conocer a qudios pertenecen las diferentes clases de seres, de co-a s y de cualidades: todo tiene un dueo.

    Y es preciso imaginar que tal creencia no se hafannado posteriormente al descubrimiento de losdioses sus dueos sino que la ha precedido. Seha debido sentir detrs de cada especie de cosas

    que no han de coincidir precisamente con lasnuestras, dibujadas por la mente que aludan aalguien, a un dueo, a un seor. Tambin el hom-bre, lejos de sentirse libre, se senta posedo, esclaTO, sin saber de quien. Porque se senta mirado y

    perseguido. Detrs de lo sagrado, se prefigura unalguien, dueo y posesor.Max Scheler en El puesto del hombre en el cos

    mos describe la situacin del hambre como la dealguien que no tiene un espacio propio, un medio,una casa. Y bien, al vagar entre todo sin tener unfaueco que le est preparado, proyecta en su alrede-dor lo que necesitara para que su vida estuvieraencajada en el medio. Y al no encontrar la verifica-cin, la adecuada respuesta, siente esta ausenciacomo algo positivo; se siente rechazado porque nose siente amado; perseguido, porque nadie le abrela puerta de su casa, de ese lugar que necesita. Y

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    ?A F.L HOMBRE Y LO DIVINO EL NACIMIENTO DE LOS DIOSES 35

    acecha cualquier acontecimiento, por pequeo quesea, para sorprender algo de la atencin y del cui-dado que espera.

    Pues la si (nacin de la vida humana es negativainicialmenle. La necesidad y la esperanza no en-cuentran su pasto. Libres, con la libertad del ham-bre, se hunden sobre todo para encontrar su ali-mento y si no lo encuentran, el ser indigente quelo padece lo interpreta ingenuamente como contra-

    rio, como agresor. Pues el hombre ha de estar muyadentrado en la edad de la razn para aceptar el va-co y el silencio en torno suyo.

    Mas, la demanda de la esperanza sufre tambinsu delirio en el que se despliega la vida. El deliriose convierte entonces en exaltacin que llega a laembriaguez. Entonces, esta instancia superior y des-conocida se hace sentir dentro del hombre mismo.Es dentro de s, donde siente esa realidad supre-ma que le impulsa y le lleva sobre todo obstculo.La realidad en torno no se le presenta como ene-miga y la pesadilla del terror ha desaparecido. Esel reverso de la persecucin; es la gracia, que sedir ms tarde; es el aspecto benfico, positivo. Por-que la vida humana se da inicialmente en estas dossituaciones que corresponden a las dos manifesta-ciones de lo sagrado: la doble persecucin del te-nor y de la gracia.

    La aparicin de un dios representa el final de unlargo periodo de oscuridad y padecimientos. Y esel suceso ms tranquilizador de todos los que pue-den ocurrir en una cultura; seal de que el pacto,la alianza, est concluido. Ha cesado el delirio depersecucin, al menos en su fase inicial; en adelan-te, el perseguido lo ser por un dios a quien podrdemandarse una explicacin. Y ser la primera pre-gunta que el hombre se ha atrevido a formular,pues ya tiene a quien dirigirse.

    l a aparicin de los dioses significa la posibiliA d d e la pregunta, de una pregunta ciertamente a filosfica, todava, pero sin la cual, la filosfica aa o d tla haberse formulado. La actitud que en

    la pregunta slo puede surgir frente a alqoe haya aparecido; frente a una fuerza que

    fa.dado la cara y tenga un nombre. As Job en el^~bo Testamento; as las consultas a Apolo a

    de sus orculos.

    La aparicin de dioses como Apolo, y la revelade Jehov, sealan as la aparicin de lo msano del hombre: el preguntar, el hacerse ates-

    ar de las cosas. Mas, no son ciertamente las comanimadas las que sugieren la pregunta. A lo

    e abemos, nunca se han presentado ante nin dios cuestiones de conocimiento. El ansia deT no se ha dirigido nunca en demanda a los

    t dime dios, qu son las cosas? . . . La predirigida a la divinidad revelada o develada

    pariii mientelia sido la angustiada pregunta sofcre la propia vida humana. Entre las dos pregun-t a slo hay de comn el hecho de preguntar, elTibio de actitud, la revolucin que lleva consigo.

    La actitud de preguntar supone la aparicin dela conciencia; de la conciencia, ese desgajamientod d alma. Una ro tu ra ... es lo primero que se ima

    hava dado origen a la conciencia siguiendo* hilo de esa nostalgia del Paraso perdido y deb Edad de Oro. Mas, este Paraso perdido y laId a d de Oro no han existido jams en la histona, ni en su largo preludio, la prehistoria. Ninguaa edad de oro real ha precedido al camino de laiewentura en el Valle de lgrimas. Y as, estedesgajamiento del alma, la prdida de la inocenciaea que surge la actitud consciente no es sino laomiulacin, la concrecin de una larga angustia,le este delirio persecutorio.

    El delirio persecutorio no pregunta, pues no tie-

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    ne a quin dirigirse, y ms bien se aplaca, cuandopuede preguntar. La pregunta solamente puede na-cer dentro de una situacin de una cierta seguri-dad; el ser humano se ha afirmado a s mismo a tra-vs del padecer y el trabajo en ese saber trgicoque declara Esquilo en su Prometeo: el aprenderpadeciendo. Una honda experiencia de este g-nero debe de haber precedido a toda pregunta diri-gida a los dioses, cosa que se hace patente en el

    relato del Libro de Job. En los mitos griegos esteinstante aparece sin tanta claridad, pues la clari-dad en Grecia parece haber irrumpicfo de repentey deja un tanto en la sombra la lenta y angustiosapreparacin. No en la Edad de Oro, sino en unaedad de desdichas, hay que buscar la prehistoria dela actitud humana que se atreve a dirigirse a lo di-vino requirindolo en pregunta.

    La historia que entre todas las que nos han lle-gado de las griegas parece ms adecuada a estepropsito, es la de Prometeo, sin duda. l es quienentra en contienda con los dioses y les requiere elprimero. Su pregunta es, como la de Job, na que-ja, que tal es la primera pregunta formulada porel hombre, o por un semidis que le representa.

    Una queja razonada, no el simple ay! perdido enel viento, sin destinatario. Es, pues, la pregunta quesubsigue a una accin; es la expresin de una con-tienda.

    Job yace abrumado por el peso de la ira divina,l nada haba hecho que pudiera atraerla sobresi, que explicase esa sealada persecucin. No eranecesario, porque detrs estaba actuando como su-puesto, como fondo del misterio, el Libro del Gne-sis, la historia de la creacin del hombre y de surebelda, de su salida de la nada. Bastaba, pues,recordarle su condicin.

    Mas, Prometeo no era un hombre; era un titnrebelado a favor del hombre, era un valedor. Su

    y su accin parecen llenar un abismo;i de la injusticia dejado por los dioses en

    M fe tna rin de la vida divina y la de los homDe una parte, el privilegio; de otra, la po

    b b que semeja una desposesin. Frente a los dioi d hombre no era inferior en rango por razones

    (que an no lo haba), sino un desposedo; los dioses, aprovechando una coyuntura fa

    , hubieran tomado todo para s: la inmorIy el presente; o contrariamente, como si en

    ; de descuido, hubieran permitido alzarcriatura a la que no haban de hacer la

    donacin. La razn humana, el hombre nia poda pedirla en su absoluto desvalimien

    l La lucha prometeica hace referencia a una situad f a muy anterior a la del relato de Job, dondei hombre si bien hundido en la miseria puede lle a verla en funcin del ser, en que ya puede

    de su ser o de su falta de ser: Has perque nazca en la iniquidad . . . es un gritoser que se siente y que sabe y que reclama

    e a l le debera de estar conferido; es la. de la larva que tiene ya conciencia para do

    de su ser a medias. El hombre antes de la aci de Prometeo no poda dolerse de s, acuciadola necesidad; el destino, la incertidumbre noi presentarse ante su conciencia sumergida enr desposedo de todo; haban nacido hombresmundo que no les esperaba y, sin la accin

    Prometeo. la existencia misma del hombre nob ie n podido establecerse.

    La historia humana no haba comenzado toda cuando Prometeo realiz su hazaa que formate en realidad de una lucha anterior; la luchaine los dioses y los semidioses. No hay parangni realidad, pues a la posibilidad de la vida humai sobre la tierra, procedi, segn el mito griego yi teogonias rficas y la de Hesodo, una lucha en-

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    tre "ellos, los ms que humanos. Era Zeus quientena que aprender padeciendo, para dejar as hue-co a la vida humana, que viene a ser hija de unpadecer divino, de un abatimiento del orgullo y deuna mella en la divina impasibilidad. Esta expe-riencia divinohumana la recoger despus, sin de-cirlo, la filosofa, cuando lanz al hombre a pre-guntarse a s mismo qu es lo que le rodea, en lu-gar de ir en busca de razones ante una divinidad

    que, a duras penas, condescendi con que fueranentregados a la desvalida criatura los medios mselementales de subsistencia.

    La aparicin de los dioses, su sedimentacin,marcar un periodo de oscuras luchas entre elloso entre los dioses y algunos elementos vencidosChina, India. Significa pues un pacto, o una vic-toria habida en el interior mismo del misterio lti-mo de la realidad; son la expresin de una ley queya nunca ms se ver transgredida, son el signo y lagaranta de que el mundo est formado; se ha sa-lido ya del Caos.

    El Sa c r if ic io

    Mas antes de que pueda surgir pregunta alguna di-rigida a los dioses hay una forma de trato univer-sal, habida siempre ante cualquier forma y fun-cin divina: el sacrificio.

    Mediante el sacrificio el hombre entra a formarparte de la naturaleza, del orden del universo yse reconcilia o se amiga con los dioses. Pero enten-der as el sacrificio no significa abordarlo desdenuestra situacin actual? Como la situacin delhombre moderno es la de la soledad, el aislamiento,consecuencia del vivir segn la conciencia, nos figu-ramos que el sacrificio es una entrada en el ordende la realidad. Pero, el hombre que descubri elritual de cualquier sacrificio, no necesitaba entrar

    an la realidad, sino salir; era soledad, libertad, lo^ne necesitaba ganar. El sentido prctico del safirio debi ser un dar lugar a una especie de Id ^ b c o vital para el hombre; por medio de un m r imbio entregar algo para que se le dejara elW . Entregar algo o alguien es para que el resto e la tribu o del pueblo quedase libre; aplacar elhambre de los dioses para poder poseer alguna coaa por algn tiempo. Pues todo perteneca a los

    dbaes y al hombre nada; al darles algo, se les roga-ba conformidad, aceptacin, limitacin en su d-nmela. Sin el sacrificio, el hombre hubiera perma-necido encadenado por siempre a la realidad ha-bitante en las entidades, divinas.

    La funcin del sacrificio era mltiple, pero te-nia principalmente un fin: suscitar una manifesta-cin. Los dioses estn siempre presentes, pero no seles ve; no se dejan ver. Aun podramos decir que

    na de las caractersticas de las divinidades es nodqarse ver, de lo cual se conserva el rastro en aque

    apasin del almahumana que revive la larga paan prehistrica frente a lo sagrado: el amor. Elamor ha surgido en toda su fuerza frente a lo queno se deja ver, sino en raros y preciosos instantesque alcanzan, as, la categora de manifestacionesdivinas, cuando una realidad deslumbrante apareceen su brevedad, como manifestacin de algo infi-nito.

    La manifestacin de lo divino es siempre ins-tantnea. Y es ms, diramos que la nocin del"Instante viene de lo divino o de su subsecuenciaen la vida ms moderna: la felicidad, los raros ins-tantes de felicidad equivalentes, en la vida mera-mente humana, a los instantes marcados por la apa-ricin de los dioses, cuando al fin, cediendo al sa-crificio, se dejaban ver. De todo ello hay cumplidahuella en la pasin amorosa que en tanto puedeilustrarnos acerca de la prehistoria de la vida hu