El Mal en la “era del vacío”

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7 El Mal en la “era del vacío” Porque lejos del Mal los seres se marchitan -George Bataille 1. Mal, literatura y frontera La fatalidad, la tragedia, la guerra, la muerte, la traición, el asesinato, la perversidad, el horror y el odio son algunos tópicos de los que se ha valido el arte para crear metáforas y provocar reflexiones que han intentado acercarse a una interpretación sobre la que resulta ser, en ocasiones, la despiadada condición humana 1 . Desde las sanguinarias descripciones de la guerra de Troya en la Iliada de Homero, hasta el diabólico erotismo en la belleza de Lolita de Nabokov, la literatura ha trazado un mapa del Mal. Un mapa que continúa extendiéndose, con renovados bríos, en nuestros días. George Bataille reconoce en su libro de ensayos, La literatura y el mal, a escritores que han indagado el tema que nos reúne desde distintos ángulos y visiones. A partir de Emily Brontë y su novela Cumbres borrascosas, la cual Bataille catalogó como ―La más bella, la más profundamente violenta de las historias de amor‖ (26); el autor de Historia del ojo —otro ejemplo de indagación literaria del Mal— hace una antología de obras y autores cuyos personajes, poéticas y

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El Mal en la “era del vacío”

Porque lejos del Mal los seres se marchitan

-George Bataille

1. Mal, literatura y frontera

La fatalidad, la tragedia, la guerra, la muerte, la

traición, el asesinato, la perversidad, el horror y el odio

son algunos tópicos de los que se ha valido el arte para

crear metáforas y provocar reflexiones que han intentado

acercarse a una interpretación sobre la que resulta ser, en

ocasiones, la despiadada condición humana1. Desde las

sanguinarias descripciones de la guerra de Troya en la Iliada

de Homero, hasta el diabólico erotismo en la belleza de

Lolita de Nabokov, la literatura ha trazado un mapa del Mal.

Un mapa que continúa extendiéndose, con renovados bríos, en

nuestros días.

George Bataille reconoce en su libro de ensayos, La

literatura y el mal, a escritores que han indagado el tema

que nos reúne desde distintos ángulos y visiones. A partir de

Emily Brontë y su novela Cumbres borrascosas, la cual

Bataille catalogó como ―La más bella, la más profundamente

violenta de las historias de amor‖ (26); el autor de Historia

del ojo —otro ejemplo de indagación literaria del Mal— hace

una antología de obras y autores cuyos personajes, poéticas y

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argumentos, apuntan hacia los más escabrosos rincones de la

naturaleza humana. Aquellos escondrijos alejados de la

virtud, la ética y la moral. Jules Michelet, el Marqués de

Sade, Charles Baudelaire, William Blake y Franz Kafka

componen este álbum literario sobre el Mal. Aquí una

reflexión, a propósito de Baudelaire, en la que Bataille cita

a Sartre y reconoce en el tema literario del Mal, además de

su elemento binario, el Bien, una rebelión, una especie de

conjura a la que algunos escritores han entregado su energía

creativa:

Sartre ha definido en términos precisos la posición

moral de Baudelaire. Hacer el Mal por el Mal es

exactamente hacer expresamente lo contrario de aquello

que se continúa considerando el Bien (…). Pero la

creación deliberada del Mal, es decir, la falta (de

mal), es aceptación y reconocimiento del Bien; le rinde

homenaje y, al bautizarse a sí misma como mala, confiesa

que es relativa y derivada, que sin el Bien, no

existiría (el mal). (56)

Personajes como Raskolnikov de la novela Crimen y

castigo de Fiodor Dostoievski, o Juan Pablo Castel de la

novela El túnel de Ernesto Sábato, conducen al lector hacia

una intimidad escabrosa: la que se desarrolla en la psique

turbulenta de sociópatas y asesinos. Un viaje que resulta tan

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sugestivo como inquietante. Meursault, personaje principal de

la novela de Albert Camus, El extranjero, es otro

representante literario alejado de la gracia y la razón;

conceptos medulares de los distintos discursos mediante los

que se afirma el proyecto civilizatorio occidental. Camus

aproxima el Mal del siglo XX en la configuración de

Meursault. La indolencia y amoralismo de este personaje ante

las aflicciones sociales no es más que la consecuencia

implacable de la segunda guerra mundial, ese acto supremo del

Mal. Dicha apatía que muestra Meursault ante los

convencionalismos de Occidente revela también la hipocresía,

el doble discurso y la maquinaria perversa con la que actúa

el Estado sobre los miembros de una comunidad.

La que todavía es considerada un subgénero de la novela,

la Novela Negra, se avoca a desentrañar el Mal Puro. Es

decir, desarrolla una narrativa que a través de una trama

detectivesca o policiaca intenta resolver, por medio del

raciocinio y el intelecto, los actos de personajes cuya aguda

perversidad no busca el bien material, sino el gozo

intelectual y/o erótico al momento de realizar un crimen.

Personajes que buscan transgredir la condición vital del Otro

al momento de realizar ―el crimen perfecto‖. Sobre este

respecto Jean Baudrillard comenta en su libro El crimen

perfecto: ―La liquidación del Otro va acompañada de una

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síntesis artificial de la alteridad, cirugía estética radical

(…) Pues el crimen sólo es perfecto cuando hasta las huellas

de la destrucción del Otro han desaparecido‖. (241)

En 2666 no hay solución, por las vías del raciocinio, de

los crímenes representados, como sí sucede en la Novela

Negra. Los asesinos de mujeres en la obra que es motivo de

estudio no desaparecen las huellas de sus actos; por el

contrario, cientos de cuerpos inertes y violentados van

apareciendo en zonas desérticas y marginales como una prueba

del poder criminal que priva en esta parte de la frontera

mexicana. Es por esto que la categorización del Mal Puro

descrita por Bataille resulta la más adecuada para abordar

los crímenes que aparecen en la obra, ya que para sus

perpetradores los asesinatos son, esencialmente, una

experiencia sádica y no una acción que sirve de palanca para

alcanzar bienes materiales. En el Mal Puro descrito por

Bataille los individuos buscan obtener placer, tanto físico

como intelectual, al momento de realizar actos que reflejan

una carencia total de bondad hacia los otros; de allí que

resulte un retroceso social, tanto desde el punto de vista

ético como moral. Para Bataille el Mal Puro toma su forma

cuando ―el asesino, dejando a un lado la ventaja material,

goza con haber matado‖ (30). Sin embargo también podemos

reconocer otras tipificaciones del Mal en la obra de Bolaño;

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uno de ellos el Mal Histórico, donde el escritor retoma

aspectos negativos de la historia, sobre todo guerras,

matanzas y dictaduras, para representarlas narrativamente.

Debido a que los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez2

son parte de la historia negra del México contemporáneo,

partiré de la Teoría posmetafísica del juicio reflexionante

propuesta por la académica María Pía Lara (teoría inspirada

en las aportaciones que Emmanuel Kant y Hannah Arendt

hicieron sobre el tema del Mal), para llegar a posibles

conclusiones sobre la concepción literaria de las distintas

narrativas del Mal, con lo cual se podrá demostrar que en el

estudio de dichas narrativas está implícito un ejercicio, una

reflexión moral develada por el texto mismo, ya que la

comprensión de un texto literario obliga al lector a

confrontar verdades sin importar cuán incómodas éstas sean:

A este tipo de ejercicio lo denomino «juicios

reflexionantes, los cuales constituyen el resultado de

los esfuerzos colectivos realizados para alcanzar la

comprensión histórica del mal» (…) el juicio

reflexionante se centra en la noción de que el lenguaje

posee capacidades develatorias que facilitan la

operación de una apertura reflexiva respecto a los

espacios de aprendizaje moral. (Pía Lara 29)

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En la búsqueda de un enfoque adecuado sobre las

prácticas del Mal que se extienden en la frontera norte de

México, me apegaré a la definición de frontera que reconoce

este concepto como el espacio limítrofe que marca la línea de

separación territorial entre dos o más entidades geográficas,

ya sean estados, municipios o países; reconociendo que la

frontera que separa México de Estados Unidos es una de las

más particulares del mundo, ya que no sólo se trata de un

límite geográfico, sino de un límite cultural, económico y

político3. En este sentido entenderemos las relaciones

culturales entre los habitantes de las ciudades fronterizas,

tanto del lado mexicano como estadounidense, no como una

hibridación de culturas, sino como lo que el escritor

tijuanense Heriberto Yépez ha llamado una fisión de culturas:

La cultura fronteriza no es sintética sino analítica: no

es una cultura que integre otras en un tercer estado

fusivo sino un juego de culturas cuya relación con otras

se caracteriza por evidenciar las partes de la

vinculación, subrayar su derivación, ―origen‖,

pertenencia, apropiación, plagio o recontextualización.

Lo que la cultura fronteriza dice son sus polaridades;

no sus sincretismos o terceros resolutivos. (19)

Para crear una imagen real de la actual condición

fronteriza es necesario abordar las principales problemáticas

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sociales, económicas y culturales (donde el narcotráfico es

una de las más substanciales, tomando en cuenta que cubre los

tres aspectos antes señalados) que padece la frontera norte

de México, ya que son las problemáticas que se representan en

la mayoría de obras literarias de autores fronterizos, y

también son la raíz argumental de la novela 2666; donde se

exhibe a la frontera entre México y los Estados Unidos como

una zona violenta cuya inercia se proyecta, principalmente,

sobre el género femenino. Un espacio propicio para la

caracterización del Mal Puro descrito por Bataille.

2. Escritores malditos

El tema del Mal ha tocado no sólo la obra de algunos

escritores, también su existencia. Allí la estirpe de los

denominados escritores malditos, etiqueta acuñada en el siglo

XIX por el poeta francés, Paul Verlaine (1844), para señalar

aquellos escritores seducidos por el Mal, tanto en su estilo

de vida licencioso como por sus búsquedas estéticas; las

cuales parecieran asomarse a la condenación, la oscuridad y

la ignominia del Ser. Tristan Corbiere (1845), Stéphane

Mallarmé (1842), el mismo Verlaine y el entonces adolescente

Arthur Rimbaud (1854), fueron los primeros en ser catalogados

como escritores malditos. Pero mucho antes que ellos podemos

encontrar al ya citado por Bataille, Marqués de Sade (1740).

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A Tomás De Quincey (1785), quien escribió El asesinato como

una de las bellas artes. Al poeta y Lord, George Gordon Byron

(1788). Más atrás al vagabundo, criminal y poeta, François

Villon (1432?). Irís García señala las correspondencias entre

las obras y propuestas estéticas de los escritores malditos

con su forma de vida:

Los escritores malditos reconocieron que el orden

imperante es el ilusorio, y eligieron el caos, en él

puede encontrarse la verdad. Escritores dionisiacos,

diría Nietzsche, impulsados por la pasión y el instinto,

recelosos de los límites, por ello, el primer límite en

romperse es aquel que separa la vida de la obra.

Descubrieron que el mal tiene dos vertientes

particularmente fascinantes y se dejaron seducir por

ellas: la sexualidad y la violencia, la ira y la

lujuria, aderezadas, en algunos casos, por un permanente

estado de embriaguez. (20-21)

Actualmente se considera, más por su estilo de vida que

por su obra, al francés Pierre Michon (1945) como un escritor

maldito; como se consideró en su momento al escritor y ladrón

Jean Genet (1910); así como al narrador y poeta

estadounidense, Charles Bukowsky (1920). Algunos escritores

mexicanos han sido catalogados como malditos debido a sus

búsquedas narrativas en temáticas relacionadas con la

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prostitución, el crimen y las drogas. Podemos mencionar a

Guillermo Fadanelli y Julián Herbert como dos de ellos. El

cubano Pedro Juan Gutiérrez, a quien se le apoda el Bukowsky

de la Habana, es otro de los casos latinoamericanos de

escritores malditos. El oficio de los escritores, que después

de algunas obras publicadas son denominados malditos, está

relacionado intrínsecamente con su forma de vida, de la cual

hacen una especie de experiencia marginal que llevan a la

literatura.

3. Religión

La mayoría de las religiones asumen la creación de la

humanidad y la dotación de un Ser a los individuos que la

conforman, como parte de una instauración realizada por una

energía esencialmente benevolente. Para dicha ―bondad

natural‖ no es comprensible el Mal como parte del Ser. Las

religiones judeocristianas centran su fe, en gran medida, en

los conceptos binarios de Bien y Mal, de cielo e infierno,

creando así una imagen, también binaria, que funciona como

medición moral y racional. Uno de los primeros en estudiar

―el problema del Mal‖ fue el filósofo y teólogo, San Agustín.

En su tratado, Las confesiones, además de intentar explicar

―racionalmente‖ la existencia de Dios, toma conciencia del

Mal como una enorme potencia. La materia se transforma en un

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representante intensamente violento del principio del Mal.

San Agustín llegaría a este razonamiento a través del

filósofo neoplatónico Plotinio, quien escribió en su libro

Eneadas: ―La materia es para el alma causa de debilidad y

causa de maldad. Ya mala en procedencia, ésta es el primer

Mal y, de hecho, cuando el alma se aúna a la materia y se

hace mala, la causa de su maldad es siempre la materia, con

su simple presencia‖ (14).

En el núcleo de la doctrina agustiniana el Mal es una

privación del Bien. San Agustín no niega la existencia del

Mal. El teólogo llega a la conclusión que el Mal no es una

sustancia, pero no por esto es un ente inexistente. Reconoce

en el Mal toda su extensión y dominio, pero considera que el

Mal en sí mismo no puede subsistir y que, por ello, necesita

del bien. El Mal existe, pero sin sustancia. De modo que el

Mal es un no-Ser4. Agustín argumenta que Dios no crea el Mal

porque el Mal no es creable. Si el Mal es no-Ser o privación

del Ser, no puede considerarse como objeto de un acto

creativo de Dios, el cual, cuando crea, otorga

invariablemente un Ser. Entonces el Ser es siempre un bien.

Así Dios es autor del Bien y no del Mal, como lo explica el

mismo Agustín en la obra ya citada: ―Él (Dios) es la causa

misma del ser. Es causa solamente del bien, y por esto, es el

bien supremo. No es autor del mal quien es autor de todas las

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cosas que son, porque en tanto son buenas en cuanto que son‖

(83).

Así pues se entiende que para San Agustín Dios no es

creador del Mal, sin embargo éste lo permite para llegar a un

Bien mayor. Para las religiones cristianas, cuyas bases se

fundamentan en el pensamiento agustiniano, si el Mal no viene

de un principio ni de Dios, entonces viene de la misma

criatura. De su imperfección y de su pulsión de muerte. De

allí la frase que se utiliza cuando una persona comete actos

que se adhieren a la semántica moral del Mal, es decir: Fuera

de la gracia de Dios.

Héctor Diez Castro reconoce dos tipos de males: el físico

y el moral. El primero se refiere a todos aquellos aspectos

que atentan contra la integridad física y sensible del

hombre, como lo son las enfermedades, los sufrimientos y la

muerte. Los segundos son aquellos que van en detrimento de la

virtud; es decir, aquellos males espirituales opuestos al

bien, la verdad y la justicia, conceptos que están dentro de

la gracia de Dios.

Algo que se ha debatido sobre la postura agustiniana

acerca del origen del Mal es que en ella se sobreentiende que

su representación simbólica, el Diablo, antítesis de Dios, es

el verdadero creador de la materia que contiene al Ser.

Argumento que las religiones judeocristianas niegan. Sobre la

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relación que ha mantenido la iglesia con el tema del Mal,

Alain Badiu señala: ―Las iglesias ya hicieron la experiencia

de que es más cómodo construir un consenso sobre lo que es el

Mal que sobre lo que es el Bien: siempre les fue más fácil

indicar lo que no se debía hacer, incluso contentarse con

esas abstinencias, que desenmarañar lo que es necesario

hacer‖ (7).

El poeta y dibujante, William Blake (1757), dedicó su

obra poética y narrativa a trazar una especie de antítesis en

torno a las creencias religiosas encaminadas a definir el

Mal. Para Blake el Bien funciona como un agente pasivo

subordinado a la razón, mientras que el Mal es un activo que

nace de la energía corpórea, la que mana del instante que

dura la existencia. Aquí un párrafo extraído de su libro Las

bodas del cielo y el infierno, mismo que es citado por

Bataille para ilustrar lo anterior.

Nada avanza si no es mediante los Contrarios. La

Atracción y la Repulsión, la Razón y la Energía, el Amor

y el Odio, son necesarios para la existencia humana. De

esos contrarios nace lo que las Religiones llaman el

Bien y el Mal. El bien es lo pasivo subordinado a la

razón. El Mal es lo activo que nace de la Energía. El

Bien es el Cielo. El Mal es el Infierno… Dios

atormentará al hombre durante toda la Eternidad porque

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está sometido a su Energía... La Energía es la única, y

es del Cuerpo, y la Razón es el límite o circunferencia

que envuelve a la Energía. La Energía es Delicia eterna.

(6)

Mientras que el Mal para la religión hegemónica en

Occidente ha sido considerado como la impureza del cuerpo

humano y la carencia de Razón (de bien), para algunos

creadores, como los citados arriba, el concepto de Mal tiene

que ver con la energía vital del hombre. Con su cuerpo y las

pulsiones del mismo; con la rebeldía del individuo ante lo

establecido.

4. Consideraciones éticas sobre el Mal en el mundo

capitalista

El concepto de Mal, ilustrado no como la antítesis, sino

como la dualidad del Bien, ha servido a la humanidad a través

del tiempo para establecer pautas morales que regulan el

comportamiento de las personas. Emmanuel Kant (1724)

reconoció un cierto tipo de Mal en el comportamiento

aspiracional de los seres humanos, mismo que definió como Mal

Radical. Según Kant el mal radical no busca anteponerse a

leyes morales, sino que se desentiende del Otro para

subordinar los alcances de la ley en miras de lograr

objetivos personales. Una especie de justificación que hace

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el individuo al momento de trazar y realizar sus objetivos,

sean estos catalogados como buenos o malos. Podemos entender

esta tipificación del Mal como una perversión de la voluntad

humana. Por su parte la pensadora alemana, Hannah Arendt

(1906), reconoce que en el bélico contexto histórico del

siglo XX —la evidencia del odio entre seres humanos arrojada

por dos guerras mundiales— hizo de la acción del Mal una

especie de trámite para imponer las posturas totalitaristas

de la época; lo anterior con la intención de llevar a buen

puerto intereses políticos, militares e ideológicos, mismos

que se consumaron con total desapego a la visión que se

tenía, en ese entonces, de conceptos como humanidad, ética y

moral. A esto fue lo que la filósofa llamaría la ―banalidad

del mal‖. Un mal lejano de lo perverso y lo diabólico, y más

cercano a la superficialidad y a la carencia de reflexión

ética causada por algún deber o filiación política e

ideológica.

En una realidad postmoderna, descrita por Jean Baurillard

y Alain Badiu como una simulación maquillada por los

gobiernos capitalistas más influyentes; esto a través de

productos de enajenación global —el entretenimiento y la

tecnología dos de ellos— el Mal se asimila como las prácticas

criminales (que en la mayoría de los casos buscan un Bien

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material) y los actos que atentan contra el estilo de vida

capitalista, el cual se nutre de la imitación y el consumo.

Tanto Baudrillard en su obra La transparencia del Mal,

como Badiu en su Ensayo sobre la conciencia del Mal, señalan

que desde la segunda guerra mundial el individuo se ha

abstraído en la simulación de su realidad social y política;

en una aparente democracia donde las aspiraciones del Ser son

dictadas por medio de un sistema económico profundamente

consumista. Las formas de producción que daban sentido a la

realidad social en otras épocas hoy son dictadas por una

industria económica que impone las necesidades y aspiraciones

del individuo: ―Con la modernidad, entramos en la era de la

producción del otro. Ya no se trata de matarlo, de devorarlo,

de seducirlo, de rivalizar con él, de amarlo o de odiarlo; se

trata fundamentalmente de producirlo‖ (Baudrillard 156). En

los tiempos de la modernidad la reflexión en torno a los

individuos se dirimía en el cómo éste podía intervenir en las

formas de producción que mejor se acomodaban a su realidad

social y política, otorgándole así una importancia mayor al

trabajo y a las relaciones sociales. En los tiempos actuales

los miembros de la comunidad se ven reproducidos por una

maquinaria de capital que ya ha resuelto el papel que deben

jugar las masas. Carlos Oliva Mendoza reconoce este cambio en

las formas productivas que daban sentido a las sociedades del

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―progreso‖, y apunta hacia las estructuras globales que

adopta la producción en nuestros días:

Una nota que nos muestra la trascendental vulgaridad de

la vida moderna, se encuentra en la propia empatía que

se ha generado entre la producción y la circulación.

Mientras que en el siglo XIX aún se percibía un

despliegue, sin duda ya irrefrenable, pero en el que

todavía se alcanzaban a distinguir las cosas producidas

(…) en el siglo XX la simbiosis entre ambos hechos ha

sido ya apoteósica. Antes del despliegue del capital, la

producción mantenía un principio de referencia central y

primario frente al ejercicio de circulación. Lo

importante era que el ser humano o el sujeto, en su

traducción formal, transformara las formas de

producción, pues en estas se generaba el sentido de la

realidad. Sin embargo, la velocidad que imprime la

Modernidad capitalista a la propia realidad hace que se

fracture esta diferencia entre producción y circulación

y que sólo se genera una metaestructura de

representaciones donde surge, insisto, el público, el

espectador y el propio principio especular de la

realidad. (122)

Es así que la gran aspiración de la ética en las

sociedades postmodernas, aparte de «la coexistencia tranquila

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de las "comunidades" culturales, religiosas, nacionales,

etc., y el rechazo de la "exclusión"» (Badiu, 9), es la

pretensión de conservar la simulación de la realidad ya

descrita en términos pacíficos. Si la ética es la capacidad a

priori para distinguir el Mal o lo negativo, el derecho

contra ese Mal es otorgado por un marco jurídico y un ―Estado

de derecho‖ instituido por los gobiernos. Sin embargo, uno de

los síntomas de la simulación que hace el individuo de su

realidad social es el consumo, cada vez más marcado, de la

violencia. La violencia como un producto más de nuestra

época. Un producto que es usado en tiempo real; véase

noticieros, reality shows, periódicos, páginas electrónicas y

programas destinados a un público consumidor de violencia. A

un público sumido en la cultura de la violencia, en la cual

la resolución de los conflictos sociales se da por las vías

de la violencia misma, donde su representación simbólica está

cada vez más explotada en los medios masivos de información y

entretenimiento.

La ambigüedad de valores y consideraciones morales acerca

de lo humano ha reconfigurado el discurso del Bien, entendido

éste como los aspectos que hacen del hombre un Ser positivo,

único y con la capacidad de relacionarse. Los agentes de lo

que se considera el Mal se han apropiado de los aspectos que

eran característicos del Bien; lo que supone un problema

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ético que se asemeja a lo que Kant llamó el Mal Radical. Los

términos y acciones acuñadas para la determinación de un

bien, en este caso social, se tergiversan para lograr un bien

personal u ideológico. Es así que los males sociales se

transforman en elementos culturales, en prácticas a seguir.

Un ejemplo emblemático de este fenómeno es la llamada

―narcocultura‖ que se vive, principalmente, en los estados

del norte de México, donde la aspiración de no pocos

adolescentes es la de convertirse en narcotraficantes o

sicarios. Hanna Arendt insistió en que ―el lado más oscuro

del Mal yace en la incapacidad para saber qué clase de

acciones no pueden tener perdón‖ (Pía Lara 76). Que

adolecentes ambicionen matar y traficar con droga como una

forma de ganarse la vida se debe, entre otras cosas, a la

falta de oportunidades laborales y que la figura del narco, o

el jefe de algún grupo delictivo (esto principalmente en las

regiones del norte de México), se ha configurado como la

representación de un líder, de un patrón, de un Robin Hood a

la mexicana que hace un Bien para su comunidad.5

Otro ejemplo que ilustra lo anterior fue la apropiación

del discurso del Bien, para hacer el Mal, utilizado en la

segunda guerra mundial por Hitler, quien llevó al pueblo

Alemán a impulsar, aceptar, apoyar y sostener actos de

exterminio en masa cometidos contra el pueblo judío.

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Utilizando un poderoso discurso político bien orientado y una

filosofía purista de la raza aria, Hitler llevó a todo un

país a cometer actos de odio e intolerancia. Un Mal radical

que se convirtió entonces en un bien necesario para miles de

personas. Nelson Arteaga se ha referido en su ensayo

―Violencia y globalización‖, a las particularidades de la

política nazi para señalar que el mal que afecta a las

sociedades está subordinado a la política que éstas elijan

para regirse y sustentarse.

Una de las singularidades de la política nazi ha sido

declarar con precisión la "comunidad" historial a la que

trataba de dotar de una subjetividad conquistadora. Es

esta declaración la que permitió su victoria subjetiva y

puso la exterminación a la orden del día. Más fundado

sería decir, entonces, que en la circunstancia, el lazo

entre política y Mal se introduce justamente por el

sesgo de tomar en consideración tanto al conjunto

[temática de las comunidades], como al ser-con [temática

del consenso, de las normas compartidas]. Pero lo que

importa es que la singularidad del Mal es tributaria, en

último análisis, de la singularidad de una política.

(28)

Las políticas de intolerancia racial e ideológica, así

como las de conquista de nuevos territorios, suelen ocupar

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los momentos más representativos de lo que Lyotard llamó ―el

gran relato‖, la historia; donde el genocidio y la

persecución han sido instrumentos clave para validar una

filosofía del poder, justificando así actos de horror

cometidos en contra de la humanidad.

5. ¿Una sociedad nihilista? La condición postmoderna o la era

del vacío

La vieja idea moderna de Progreso contemplaba a un

individuo con una visión positiva del entramado social y de

la historia. Un Ser que según los alcances de sus virtudes,

ideales y valores, como el trabajo, la religión y la familia,

era parte armónica de una sociedad organizada por clases y

leyes. La sociedad entendida como un motor colectivo

encaminado a lograr el bienestar común y la utopía de un

futuro prometedor para la raza humana. Este intento por

articular este ―nuevo hombre‖ resultaba contradictorio, ya

que en él se combinan la promesa de la liberación y la

exigencia de la dominación.

La evolución del capitalismo convertiría la promesa de

bonanza colectiva, en todas sus acepciones, en un sistema

económico que privilegia a grandes corporativos e industrias,

así como a la clase alta, lo cual derivó en contrastes

sociales y diferencias económicas abismales entre países,

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siendo los del llamado Tercer Mundo los más afectados.

Asimismo propició el consumismo y la alienación del

individuo, quien se perdió entre las masas, entre los

ejércitos sin rostro dedicados a la monotonía y la frivolidad

que supone el consumo por el consumo y el trabajo, mecánico y

repetitivo, de las sociedades postindustriales. Guy

Hocquenhem y René Schérer ya advertían sobre las nuevas

formas que toma la barbarie en las sociedades contemporáneas:

Los principios y las creencias sobre lo que, hasta un

periodo muy reciente, las sociedades se han edificado y

han vivido, se revelan como habiendo sido, quizá, más

que mitos, mentiras míticas. Lo que se llama la puesta

en cuestión de los valores del Progreso y de las Luces

(Aufklärung) no es ya un asunto de opinión, sino que es

una contestación. Es verdad que el desarrollo de las

ciencias y las técnicas no puede pretender ya más hacer

progresar la humanidad […], que la barbarie no ha cedido

el paso ante una civilización que parece, al contrario,

segregar, a medida que avanza, formas de barbarie

desconocidas y desiguales. Nos encontramos, pues, en la

«era del vacío». (24)

Es en este contexto de frivolidad y vacío existencial

donde se comenzaron a dar fenómenos, como la migración de

multitudes a las grandes urbes de países desarrollados, y la

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globalización, no sólo económica sino también cultural, del

estilo de vida capitalista. Las nuevas generaciones

mostrarían una descarada visión sobre ―el hombre‖ y el futuro

del mismo, así como un total desapego por teorías filosóficas

y de Estado, tanto de los clásicos como de pensadores

modernos; allí el caso del olvido, cada vez más marcado, del

marxismo y el psicoanálisis, como lo señala Baudrillard: ―No

necesitamos el psicoanálisis para saber que el hombre es un

animal ambiguo e irreductible, del que es insensato querer

extirpar el mal para convertirlo en un ser racional. Sobre

esta absurdidad, sin embargo, reposan todas nuestras

ideologías progresistas‖ (199).

El individuo queda resumido en un mero espectador que

justifica su lugar en el mundo por una pasión banal, la del

capital. Carlos Oliva Mendoza reconoce en esa pasión banal y

materialista un ingrediente más para el actual repunte de la

violencia que viven las sociedades globalizadas:

Si partimos entonces del hecho de que la subsunción de

la propia realidad se da como un acto de afirmación o

pasión violenta por lo real, que está encadenado al

despliegue tecnológico de las formas de producción

moderna, en las que tiene un papel central el juego de

la imaginación y el baremo que el entendimiento coloca

para rectificar la propia realidad como una forma

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29

racional —dispuesta a la pasión—, entonces podemos

comprender con mayor profundidad por qué el despliegue

de la experiencia moderna parece inquebrantable pese a

cualquier horror. (119-120)

Dinero, diversión, sexo y tecnología, algunos de los

tópicos que marcan las principales aspiraciones de la vida

moderna. Una coexistencia entre individuos que muestra, cada

vez con mayor energía, una tendencia hacia lo virtual en las

relaciones sociales y afectivas, como lo señala Baudrillard:

―De allí nacen todas las pasiones contemporáneas, pasiones

sin objeto, pasiones negativas, nacidas todas ellas de la

indiferencia, construidas todas ellas sobre otro virtual, en

la ausencia de objeto real, y condenadas por tanto

cristalizar preferentemente sobre cualquier cosa‖ (193).

Una sociedad descreída, donde todas las cosmovisiones,

desde la idea de Dios hasta la concepción humanística del

hombre, han fracasado. Donde el relativismo es moneda de

cambio y la violencia y el crimen son síntomas de dicha

relatividad ética-moral y política. Nelson Arteaga Botello en

su ensayo ―Violencia y globalización‖, señala el papel que ha

jugado el capitalismo para el repunte de la apatía entre

seres humanos:

El problema del desarrollo perverso de la vida moderna

tiene que ver, de manera central, con el modo de

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producción del capital. En especial, el problema tiene

una arista fundamental en el despliegue tecnológico de

la producción capitalista y en su capacidad de subsumir,

a través del destino del consumo al que están condenadas

las cosas, la realidad material a un espectro de

representaciones donde no acontece un solo hecho

sustancial. (123)

El tedio y la banalidad en las nuevas generaciones han

propiciado un marco donde la transgresión y la violencia son

consideradas como elementos liberadores. Los actos de odio y

crimen en el mundo capitalista tienen que ver, como lo indica

Arteaga Botello, con el hastío generacional y la falta de

oportunidades en campos laborales y políticos.

6. Violencia, odio

En una sociedad nihilista dedicada a buscar las

distintas caras del placer (Lyotard. La condición

postmoderna), una de esas caras, quizá la más oscura, será la

que analizaremos en el tercer aparatado de la presente tesis:

el rostro de la violencia sádica. El tema de la violencia en

las sociedades contemporáneas ha sido un problema, tanto

desde el punto sociológico como moral, ya que sus

representaciones, en muchos de los casos, siguen un patrón

que dicta la misma forma que ha tomado la civilización

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31

moderna; como lo sugiere Jorge Galindo: ―La sociología ha

tenido dificultades para observar a la violencia porque, en

su sentido más amplio, ésta representa el agotamiento de la

red simbólica que posibilita dicho orden social‖ (201). El

odio, por su parte, es un hecho en el que nos vemos

involucrados como individuos, raza y sociedad, todos los

días. Basta echar una mirada a los periódicos y noticieros

para enterarse del último acto de odio en algún lugar del

mundo. Un odio entre familias antagónicas, entre razas

antagónicas, entre países antagónicos, entre posturas

políticas y económicas antagónicas, entre ideales

antagónicos. Alfred A. Häsler en el libro El odio en el mundo

actual señala:

Todos los días nos vemos, de una forma o de otra,

confrontados con el odio, privado o público. Oímos,

leemos y vemos que los negros matan en Biafra a sus

hermanos con las armas que les entregan los blancos; que

en China los <revisionistas> son perseguidos, humillados

y ejecutados; que en Indonesia miles y miles de

comunistas son cazados y sacrificados en verdaderas

orgías de sangre; que los estudiantes de París, Roma,

Berlín, México, Chicago, Zürich, etc., entablan con la

policía verdaderas batallas campales… Vivimos en

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compañía del miedo. Vivimos en compañía de la violencia,

vivimos en compañía del odio. (178)

El odio colectivo, objeto de cálculo político y la

manipulación, es un hecho con el que directa o indirectamente

nos vemos confrontados como individuos en un entorno

cotidiano. No obstante hay un tipo de odio que en ocasiones

puede ser justificado, ―un odio que nace de la ira provocada

por la injusticia, la crueldad y el abuso de poder. Detrás de

ese odio se encuentra el amor dolorido del prójimo‖ (Häsler

13). Sin embargo el odio representado por Bolaño en ―La parte

de los crímenes‖, es uno alejado de cualquier sentimiento de

justicia y amor por el próximo. Un odio intencional y

puramente negativo que sólo puede producir el Mal total.