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El monolito de Coatlinchán (Álvaro Rodríguez Luévano)
En el ojo resplandeciente de un lago cerca del río en la cañada de Santa Bárbara, en
el pueblo de Coatlinchán en Texcoco, Estado de México; la figura de Tláloc o de
Chalchiuhtlicue según como lo interpretó en el siglo XIX, Alfredo Chavero, reposaba
acostado mirando hacia la luna celestial.
A finales del siglo XIX, Alfredo Chavero escribió sobre Tláloc en el primer volumen de
la monumental obra de México a través de los Siglos: “Entre los nahoas fue también
de los primeros el dios Tláloc. Esta divinidad representa el elemento agua. Esta
divinidad viene del Tlalli, tierra y de octli, vino de maguey, llamado hoy pulque, porque
las lluvias son el vino que vivifica y refresca la tierra. Tláloc era el dios de las lluvias y
las tempestades”. (Chavero: 1884:99)
Es en el cielo donde “las piedras truenan sobre el agua”, el Itzápan Nanáxcayan es
donde habita Tláloc, el lugar sagrado en donde sucumbe el día y donde la luna tiene
su lugar llamado Tlalócan. A Tláloc comúnmente se le representaba como un hombre
bien ataviado:
“con diadema de plumas blancas y verdes y adorno de plumas blancas y rojas; el pelo
largo caído sobre la espalda, gargantilla verde; túnica azul adornada de una red con
flores en los extremos de las mayas; los brazos desnudos con pulseras de chalchíhuitl
y desnudas también las piernas con abrazaderas de oro en las pantorrillas y cactli
azules; en la mano siniestra el chimalli azul , profusamente adornado de plumas rojas,
azules verdes y amarillas, y en la diestra una lámina de oro y rojo aguda y ondulante,
que representa el rayo; cuerpo untado con el negro ulli sacramental, y toda la figura
levantándose entre las almenas de un templo. Se ve siempre el rostro de este dios
cubierto con una máscara sagrada que le es especial: tiene los ojos redondos y por
cejas unas curvas azules, que bajan en su extremidad y después se encorvan hacia
arriba, y de su labio salen los dientes largos y agudos. Los ojos simbolizan las nubes y
los dientes expresan las lluvias y los rayos”. (Chavero: 1884:99)
En esta descripción cuya síntesis entendemos que se desprende de los códices, así
como de las crónicas más importantes del siglo XVI y XVII, se advierte que el monolito
de Coatlinchán contiene las formas más significativas de la representación del dios
Tláloc. Asimismo parece también coincidir con la diosa de los mares y los lagos, de
los torrentes y de los ríos, la diosa Chalchiuhtlicue. Chalchiuhtlicue según Alfredo
Chavero es:
“la diosa de la falda azul con gotas de agua, de cuyo centro sale vistosamente una
caña, ácatl; el rostro y las manos son amarillos como de mujer; el traje es azul, color
del agua: los pies amarillos tienen cactli blancos, en la siniestra mano empuña un
huso, malácatl, para hilar el algodón y lleva en la diestra el chóte o chochopaxtli,
instrumento para tejer. Sale de su cuerpo y se extiende por sus pies en forma de
larguísima cauda azul el símbolo del agua, cuya corriente arrastra el itácatl de un
mercader, a un guerrero y a una mujer: manera conceptuosa de significar que el
tiempo, como el agua todo lo arrastra y destruye, riqueza, poder y hermosura”.
(Chavero: 1884:100)
Esta sentencia de Chavero, “el tiempo como el agua todo lo arrastra y destruye,
riqueza, poder y hermosura” pudo ser premonitoria, el monolito de Coatlinchán fue
trasladado de su lugar de origen a la ciudad de México en el mes de abril de 1964 por
ingenieros y arquitectos del gobierno mexicano para convertirse en el emblema del
Museo Nacional de Antropología. Como todo proyecto patrimonial y cultural su
traslado significó un desprendimiento de una pieza relacionada con su entorno y tuvo
que ser re-contextualizada para los fines museísticos de la época. En este proceso de
traslado hay una sola visión gubernamental sobre el patrimonio arqueológico que no
fue compartida por los poseedores de la comunidad.