El Multiculturalismo y La Politica Del Reconocimiento. Cap V.

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Traducción de ' IU^T MULTICULTURALISMO MÓNICA UTRILLA DE NEIRA ' -lU-. IVHJl-jA AV^U , :A Y "LA POLÍTICA DEL RECONOCIMIENTO" Ensayo de CHARLES TAYLOR Comentarios de AMY GUTMANN STEVEN G. ROCKEFELLER MICHAEL WALZER SUSAN WOLF POPULAR FONDO DE CULTURA ECONÓMICA MÉXICO \

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El multiculturalismo y la pólitica del reconocimiento. Charles Taylor. cap. V "La sociedad multicultural"

Transcript of El Multiculturalismo y La Politica Del Reconocimiento. Cap V.

  • Traduccin de ' IU^T MULTICULTURALISMOMNICA UTRILLA DE NEIRA ' -lU-. IVHJl-jA AV^U ,

    : A Y "LA POLTICADEL RECONOCIMIENTO"

    Ensayo deCHARLES TAYLOR

    Comentarios deAMY GUTMANN

    STEVEN G. ROCKEFELLERMICHAEL WALZER

    SUSAN WOLF

    POPULAR

    FONDO DE CULTURA ECONMICAMXICO

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  • V. LA SOCIEDAD MULTICULTURAL

    QUIENES SITAN POR encima de la sociedad un principio rector se preocupanpor mostrar sus efectos en el detalle de la organizacin social y en las concien-cias individuales. En el umbral de la segunda parte de este libro, nos encontra-mos ante un problema inverso, ya que en los captulos precedentes iluminamosla vida social no desde arriba sino desde abajo, y no a la luz de un principiouniversal o un mensaje divino sino a la de la voluntad personal de individua-cin que nos impulsa a combinar nuestra personalidad individual y nuestra he-rencia cultural con la participacin en el mundo de las tcnicas de la economay la gestin de la vida colectiva, para construir nuestra experiencia de vida per-sonal. Cmo puedo remontarme, a partir de lo que algunos considerarnerrneamente una posicin tan individualista, al problema de la vida social, suorganizacin y sus instituciones?

    La respuesta a esta pregunta es, desde luego, que el Sujeto no se confundecon el individuo, que^ no es el conjunto constantemente cambiante de stnrrstados de conciencia o sus determinantes sociales i'smcTri 'trabajo, siempre ame-nazado e inconcluso, de defensa del actor desgarrado por las presiones opues-tas de su actividad instrumental y sus identidades culturales. Nuestro anlisisno parti del individuo y el Yo, sino de la desmodernizacin, la dislocacin cre-ciente de las sociedades modernas. De modo que en lugar de pasar del indivi-duo a la sociedad, nnrstrn raira rnnsirt'M^"" "rLf.xplicitar por qu la i

    democrticas, a nuestra pregunta inicial."~ Mientras el continente de los mercados se aleja cada vez ms del de las iden-

    tidades culturales y se nos incita de manera creciente a vivir al mismo tiempoen una economa globalizada y comunidades obsesionadas por la pureza, ni-camente la idea de Sujeto puede crear no slo un campo de accin personal si-no, sobre todo, un espacio de libertad pblica.JSIg lograremos vivir juntos msque si reconocemos que nuestrjLLajgaJ^JnJMlsis^

    ya,^ ^ demanda de vivir como Sujetosdejiuestra-propia-existencia, Sin ese principio^oen^r^HH^o^l'cJrrbiii-"cin de las dos caras de nuestra existencia es tan imposible de realizar como lacuadratura del crculo.

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    No hay ninguna discontinuidad entreja idejyejkijtojf ja de sociedad mu-ticultural, y ms precisamente de cScacin interculturaT, porque slojgg^^ Idejmosjjvirjuntos con nuestras^liferjna^^ 1como Sujetos. tmlT^TToTtra^^eJajd^rnocjr^ Iitica del Sujeto, como el rgimenaue.b.JCnda_airrnayQr^nrriero de personas la

    ....,^ .^,.^ -,^ J-w^ _m%.^ ,M.l.MMfc, ,,.,.Y^-*^,******-"-**"^^ ' ^~~*r..,f-^ ., ,*^ *-T*iMa,*.*.>,^ _ v^.fcrv.j,.i:,'^ t,

    mayor cantidad posible de oportunidades de alcanzar su individuacin, de vi-v*fc,.ai-~ v,-.i*-+-.-^v*'-'- v .. mj*y.> '^u**iii-'*^nj^ rtM -^t~-w**Ki > -f-i--- i.-.- i I~L_-LjMunjiTMl -wl'^ iCtf'Sa^* -^-^ ^**1'1***^6**^1^^vir como SujetosTLo que nosllevara biefriqoTae la imagen antigua de la de-mocracia directa, expresin de la voluntad general, y ms lejos an de la iden-tificacin, tantas veces proclamada en Francia y otros pases, de la nacin y elEstado.

    Estos anlisis deberan desembocar en algunas proposiciones en los dos do-minios institucionales donde se elaboran y aplican las normas ms importan-tes: el derecho y la educacin. El primero de esos mbitos est an fuera de mialcance, y espero que los juristas me precedan para llevar a buen puerto estatarea indispensable; sobre el segundo, la educacin, tan asombrosamente des-cuidada en beneficio de proyectos que se limitan a adaptar la escuela a lo quecon una expresin oscura se denominan las necesidades de la economa, for-mular en cambio unas proposiciones. De tal modo, los cuatro captulos de es-ta segunda parte tienen los mismos objetivos: combatir constantemente en dosfrentes, por un lado contra las ideologas y las polticas comunitaristas, y porel otro contra la ideologa neoliberal que disuelve las sociedades reales en losmercados y las redes globalizadas; pero tambin, y ms all de esos tratamien-tos crticos, colocar en el centro del anlisis y la accin no la sociedad, sus ne-cesidades, sus funciones y su conciencia, sino el Sujeto personal, su resistencia,sus esperanzas y sus fracasos.

    LOS LMITES DE LA TOLERANCIA

    Los poderes autoritarios tienen la voluntad de unificar culturalmente la so-ciedad para imponer un control absoluto a unos individuos y grupos cuyosintereses, opiniones y creencias son siempre diversos. Cuanto ms se identi-fican esos poderes con un principjojcuj&nijjmjj^zr^CttXtf^teT^^fiemo totalitario a la sociedad que dirigen. Pero tambin existen tentativasml?TriwkKkw-elHTOrn^^ que recurren menos al poderde coaccin del Estado: las ms pacficas estuvieron animadas por la convic-cin de que las luces de la razn tenan que disipar las brumas de la supers-ticin, y confiaron ms en la educacin y los efectos benficos de la cienciaque en una racionalizacin autoritaria. A medio camino entre los despotis-

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    mos que se crean ilustrados y ese racionalismo laico, la racionalizacin in-dustrial identific el progreso de la razn con el influjo creciente y necesariode los organizadores del trabajo sobre una clase obrera estimada naturalmen-te rutinaria y perezosa, conviccin que llev a F. W. Taylor a asociar el ga-rrote y la zanahoria para lograr la aceptacin de los mtodos de organizacinlaboral que juzgaba cientficos y sometan a los trabajadores a la dominacinde los amos de la industria.

    Entre quienes anhelan la unificacin de su poblacin mediante creencias yprcticas religiosas, existen tambin grandes diferencias entre los que se re-miten a la predicacin y el ejemplo (y que son tan poco peligrosos como losracionalistas que creen en los buenos efectos de la educacin) y los que im-ponen una religin con las armas en la mano y son tan represivos como quie-nes quieren establecer la dictadura de la razn. Igualmente peligrosos de ma-nera virtual, pero inofensivos en la prctica, estn por ltimo aquellos que,como Diderot, aspiran a la unificacin del mundo por la destruccin de lasmorales y las leyes artificiales y el triunfo de la naturaleza. Peligrosos, por-que la moral natural ambicionada por Diderot conducira a fundar una so-ciedad tan jerarquizada como una sociedad animal; una sociedad en la que,por ejemplo, como lo deca el mismo Diderot en el Supplment, sera normalque la mujer estuviera sometida al hombre, porque la naturaleza hizo msfuerte y violento a ste. Naturalismo y utilitarismo extremos que Rousseaucritic vigorosamente.

    Separemos vida pblica y vida privada, respetemos todos las mismas leyes ydejemos que cada uno sea libre en sus opiniones y creencias, dicen algunos.Por qu, aaden, interrogarnos sobre un multiculturalismo demasiado vaga-mente definido y que no puede llevar ms que al choque de las comunidades,y por consiguiente al fortalecimiento de los estados autoritarios o totalitarios,cuando en realidad ejercemos un multiculturalismo bien moderado al que lla-mamos tolerancia y laicismo? Cuando tenemos la suerte, agregan, de vivir enGran Bretaa, Francia o Estados Unidos, por qu hacer correr a nuestros pa-ses, cuya integracin es antigua, riesgos que condujeron al Lbano, Yugoslaviay hasta la India a conflictos sangrientos? Durante mucho tiempo, el aislamien-to de la vida local haba protegido la diversidad cultural contra las ambicionesde un poder central cuya capacidad de intervencin, en realidad, era muy limi-tada; cuando la integracin nacional y el poder administrativo se fortalecieron,al mismo tiempo que se desarrollaba la movilizacin industrial, el espritu de-mocrtico asumi la forma de leyes que protegan el pluralismo cultural. Escierto que en Francia, como en otros pases, el enfrentamiento entre clericalesy laicos fue violento, pero se trata de una violencia que retrospectivamente nosparece ms ideolgica que real. Y hoy son poco numerosos y escasamente in-fluyentes quienes dan al laicismo un cariz antirreligioso militante, cuando casitodos esperamos de l que favorezca la coexistencia pacfica y hasta las buenas

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    re/aciones entre una cultura cristiana y una cultura racionalista, pero tambinque asegure el respeto por las religiones, las creencias, las opiniones y las cos-tumbres minoritarias, en una poblacin en la que las prcticas y las creenciasreligiosas o ideolgicas se han visto debilitadas. No hay un paralelismo evi-dente entre este fin de las guerras de religin y el debilitamiento de las luchasde clases, que fueron reemplazadas por una conciencia creciente de la interde-pendencia entre inversiones, crecimiento y nivel de vida?

    Decid presentar en primer lugar este punto de vista moderado porque escri-bo en una regin del mundo en la que la tolerancia, e incluso el relativismo cul-tural, no dejan de ganar terreno. Sin embargo, ese punto de vista, que niega ca-si toda su importancia al tema del multiculturalismo, no podra satisfacernosdurante mucho tiempo.

    En principio, porque en numerosos pases, algunos de los cuales estn muycerca del nuestro, los conflictos sangrientos entre culturas, religiones, naciona-lidades o etnias causan estragos, y el hecho de que se mezclen con ambicioneso conflictos propiamente polticos no impide que su dimensin cultural seadramticamente importante. Adems, porque en los pases ms ricos, pacifica-dos y democrticos, la afirmacin contestataria de las identidades culturales yde los derechos de las minoras tnicas, sociales o morales se manifiesta por do-quier. La pacificacin a la que alud no fue, en realidad, obra del espritu de to-lerancia, sino ms bien el efecto del triunfo de la sociedad nacional como mo-do principal de organizacin social. En ciertos pases, Francia entre ellos, du-rante un breve perodo lleg incluso a imponerse la idea de que, ms all de lasimple tolerancia, slo la integracin nacional poda asegurar la superacin delmodelo capitalista de industrializacin y de identidades culturales demasiadoancladas en lo local. La nacin se presentaba como la forma poltica de la so-ciedad moderna, compleja y cambiante, donde decaen las pertenencias particu-lares locales, tnicas o religiosas y triunfa una racionalidad que se traduce enreglas administrativas, sistemas de comunicacin y programas de educacin.

    Ese modelo nacional democrtico permiti, gracias a las libertades pblicas,combinar el pluralismo (de los intereses y las opiniones) y la unidad poltica.Hizo que triunfara el laicismo. Pero tambin, y de manera complementaria, amenudo impuso, en nombre del progreso y la ley, las mismas reglas y formasde vida a todos. Lo que se etiquetaba como arcaico, marginal o minoritario fueprohibido, inhibido, inferiorizado. En los estados nacionales ms antiguos, es-ta obra de integracin parece hoy haber sido menos violenta que en otros lu-gares, porque se extendi durante un largo perodo. Pero con frecuencia estu-vo acompaada por una negacin, ms radical que en otras partes, de la diver-sidad cultural. Grard Noiriel mostr de qu manera el pensamiento francs, yen particular los estudios histricos y sociolgicos, haban ocultado, durante laTercera Repblica, la realidad de la inmigracin, mientras sealaban su impor-tancia en Estados Unidos. Cuando se multiplicaron los estudios sobre las mi-

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    norias tnicas, nacionales o regionales, se descubri hasta qu punto haban si-do destruidas algunas culturas y sociedades, aun independientemente de lasguerras a travs de las cuales se haban constituido los estados nacionales. Porejemplo, la legislacin canadiense posterior a la Segunda Guerra Mundial, alimponer el empadronamiento de la poblacin y la escolaridad de los nios inu-its, transform, en apenas una generacin, una sociedad en un grupo de perso-nas dependientes de la asistencia social, la mejora de cuyas condiciones de vi-da tuvo como precio una prdida de identidad colectiva y. personal. Ms dra-mtica an es la situacin de muchas reservaciones indias en Estados Unidos,la de los sioux en particular, donde la desorganizacin social y personal se tra-duce en un ndice muy elevado de suicidios.

    La imposicin de un modelo supuestamente progresista y cientfico no con-dujo nicamente a la destruccin de grupos tnicos; tambin hundi a las di-versas minoras en la marginalidad. Esta estigmatizacin, a su vez, hizo que losanlisis cientficos de su situacin fueran imposibles o se demoraran. En Fran-cia> por ejemplo, el reconocimiento de los discapacitados, no slo en cuanto ala ayuda que se les debe brindar sino sobre todo de sus propias posibilidades,fue tardo y todava sigue siendo extremadamente parcial. An estamos lejosdel reconocimiento de las minoras, que hoy se juzga generalizadamente comouna de las principales apuestas de la democracia. Y si no menciono aqu laemancipacin de las mujeres, es porque sera falso -ya lo dije- considerarlascomo una minora, y porque su accin y los cambios que introdujo en nuestrasrepresentaciones sociales tienen una importancia tan central que la examinaraparte.

    La sntesis republicana, la formacin del Sujeto poltico nacional democr-tico, fueron poderosas creaciones, abrieron un espacio pblico y aseguraron lalibertad poltica. Pero tambin impusieron fuertes coacciones sociales y cultu-rales que no pueden aparecer como limitaciones temporarias de la libertad,porque la destruccin de la diversidad cultural y la racionalizacin autoritariase consideraron como las condiciones del triunfo del universalismo poltico. Elagotamiento de ese modelo hace que su imagen actual sea demasiado blanda,e incapaz de dar cuenta de su fuerza pasada. Si nuestro siglo estuvo dominadopor la violencia de los regmenes comunitaristas y, sobre todo despus de 1968,se intensific la puesta en evidencia de la exclusin de las minoras, debe criti-carse, con el mismo vigor que los integrismos tnicos, nacionales o religiosos,la negacin de las identidades culturales en las sociedades democrticas libera-les y principalmente en las que identificaron con ms fuerza la libertad del pue-blo con la omnipotencia del Estado republicano (o imperial).

    As, pues, en la actualidad se debilita ese modelo ideal de la sociedad nacio-nal, con sus cualidades y sus defectos. Por eso hablamos hoy de multicultura-lismo. La declinacin de aqul proviene a la vez de que en ocasiones se trans-form en nacionalismo agresivo para defenderse contra la globalizacin de la

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    economa y de que las identidades particulares resistieron esa globalizacn me-jor que el modelo, que procuraba conservar el control de la modernizacin eco-nmica y las identidades colectivas. Sin duda fue de su debilitamiento que sur-gieron el tema, los problemas y las contradicciones mismas de un multicultu-ralismo que no tiene nada que ver con las reivindicaciones de sociedades y cul-turas locales o minoritarias en unos imperios o estados todava premodernos ymal integrados.

    La adhesin que sentimos hacia la libertad de opinin y la tolerancia cultu-ral no brinda una respuesta suficiente a los problemas originados en el debili-tamiento de ese modelo de la sociedad nacional,' del que ya dije que fue una fi-gura de la modernidad y del Sujeto mismo, porque esta nacin democrticaquiso ser un Sujeto poltico capaz de combinar de manera particular la unidadde la razn y la diversidad de los intereses. As como el elogio de la toleranciaresponde eficazmente a antiguos enfrentamientos que, en efecto, pierden susentido, del mismo modo nuestra marcha acelerada hacia la modernidad for-talece, dcada tras dcada, la oposicin de la racionalidad instrumental y Josliowf ni (Jiin ni, * I i-imflk'H) alricrtt) enw lw mtrwlw mundial** y \M toen'n>l*'fa > Hlmwfa / p/*/W*t/'/// j/W* U.MHf*ni t*n rttfxoa \a tradicindW estado ffadonaMiberaf, est desgarrado entre su necesaria apertura a laeconoma y In cul tura i tnimlir t l iVrtHH y Id t l f fptur t HP mu I t l e i i i U l m l polilla i|iiu,i vci-c i iciulc i cerrarse en una concepcin esencialista de s misma. Ya no po-demos creer que las instituciones polticas son lo bastante fuertes para contro-lar y combinar las fuerzas econmicas, los mecanismos de la personalidad y laspertenencias culturales, aun y sobre todo cuando seguimos convencidos de laabsoluta necesidad de instituciones polticas democrticas para proteger y alen-tar al Sujeto personal en su voluntad de combinar la racionalidad instrumentaly la identidad cultural en una historia de vida personal.

    EL COMUNITARISMO

    Fue el debilitamiento, y en ocasiones incluso el derrumbe del Estado nacional-liberal, a la vez causa y efecto de la disyuncin de la economa y las culturas,el que ocasion el avance del comunitarismo al mismo tiempo que el de lasfuerzas econmicas transnacionales. Esta ideologa reclama la correspondenciacompleta, en un territorio dado, de una organizacin social, orientaciones yprcticas culturales y un poder poltico; quiere crear una sociedad total. Es in-til volver aqu a la oposicin clsica de la comunidad y la sociedad, elaboradapor Tnnies y reinterpretada por Louis Dumont como la oposicin entre socie-dades bolistas e individualistas. Puesto que ya casi no conocemos comunidades

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    "tradicionales". En cambio, puede hablarse de comunitarizacin (Vergemeins-chaftung) cuando un movimiento cultural, o ms corrientemente una fuerzapoltica, crean, de manera voluntarista, una comunidad a travs de la elimina-cin de quienes pertenecen a otra cultura u otra sociedad, o no aceptan el po-der de la lite dirigente.

    Hoy en da, la influencia de la lengua inglesa difundi por todas partesempleos mucho ms dbiles de la palabra comunidad, que designa a la sa-zn colectividades locales, barrios, grupos religiosos o tnicos, incluso gru-pos definidos por costumbres o gustos, con la condicin de que gocen decierta organizacin interna y en particular de la capacidad de estar repre-sentados ante los poderes pblicos. Pero aqu me referir menos a las orga-nizaciones comunitarias que a los regmenes y la reconstruccin comunita-ristas, que dan a la defensa de una identidad colectiva una fuerza polticao militar y una cohesin social que en general se traducen en el rechazo delo extranjero.

    En todos aquellos lugares en que se procur constituir culturas homogneas,cuya pureza estuviera garantizada por un control poltico estricto y la elimina-cin de a$ minoras consideradas desviadas, hubo derramamientos de sangre,desde el exterminio de las razas juzgadas inferiores por los nazis hasta la depu-racin tnica puesta en prctica por lo serbios luego del estallido de la ex Yu-goslavia. Acaso no es normal, dicen, que cada nacin pueda vivir en su len-gua, sus costumbres y sus programas escolares lo mismo que en un territorio ybajo un gobierno que corresponda a la voluntad popular? Pero as como estareivindicacin es legtima, la homogeneizacin y la purificacin forzadas deuna poblacin diversificada destruyen la idea misma de ciudadana. La res-puesta necesaria a estos nacionalismos culturales, cualesquiera sean su forma ysu intensidad, es la separacin de la cultura, la sociedad y el poder. La rupturade la unidad comunitaria es una condicin indispensable de la modernidad, ylas sociedades nacionales o los grupos sociales que intentan recrear un modelocomunitarista se condenan a la vez al fracaso econmico, la represin social yla destruccin de la cultura en nombre de la cual habla el poder comunitario.Un pueblo tiene el derecho de luchar por su independencia nacional, y esta lu-cha es ms fuerte cuando se apoya sobre una identidad cultural, lingstica ehistrica. Pero si la construccin de la soberana nacional entraa el rechazode las minoras y la "preferencia nacional", la catstrofe est cerca, dado quela comunidad ya no es entonces ms que un instrumento al servicio de un po-der absoluto, una dictadura comunitarista o nacionalista que destruye la cul-tura lo mismo que la economa y sustituye la conciencia nacional por el recha-zo de lo extranjero.

    Nada est ms alejado del multiculturalismo que la fragmentacin del mun-do en espacios culturales, nacionales o regionales extraos los unos a los otros,obsesionados por un ideal de homogeneidad y pureza que los asfixia y que, so-

  • bre todo, sustituye la unidad de una cultura por la de un poder comunitario,las instituciones por un mando y una tradicin por un librito de uno u otro co-lor, imperativamente enseado y citado a cada instante.

    Estoy acaso abogando, bajo la apariencia de un anlisis sociolgico, porel tipo de rgimen poltico que domina en los pases ms ricos? No. Al con-trario, me parece que la ausencia de combinacin entre la participacin en laeconoma mundial y la integracin social y nacional entraa efectos destruc-tivos, tanto cuando se trata de pases que caen bajo el dominio de un estadocomunitarista como de los que aplican un modelo poltico de economa total-mente volcada hacia el exterior. Fue el fracaso de muchos nacionalismos mo-dernizadores el que ocasion la victoria de regmenes hiperliberales, as comoel de muchas democracias liberales condujo a la victoria de regmenes autori-tarios. Muy lejos de identificarme con las democracias pluralistas de Occiden-te contra los regmenes autoritarios comunitaristas de todo tipo, veo en el li-beralismo econmico "globalizador", al igual que en el comunitarismo polti-co, unas amenazas graves, y hasta mortales, contra la democracia, porque sonlas dos caras de la misma desmodernizacin. El nacionalismo cultural no se-ra tan poderoso si no se presentara desde hace un siglo como una respuestaa la globalizacin.

    En el extremo opuesto de las ilusiones universalistas que imaginan una uni-ficacin del mundo por la racionalizacin, vivimos la disociacin (y la mezcla)de la cultura de masas y la obsesin identitaria. Lo que muestra, en primer lu-gar, que el monoculturalismo, como el multicomunitarismo en sus formas ex-tremas (la de una sociedad mundial o, a la inversa, la de una multiplicidad deuniversos separados unos de otros y slo comunicados por el mercado), sonafirmaciones ideolgicas u operaciones polticas ms que realidades sociales yculturales.

    La primera etapa del anlisis, ms all de la comprobacin de que el mun-dialismo y el nacionalismo cultural se enfrentan en una hostilidad recproca,debe consistir, por lo tanto, en el reconocimiento de la dimensin liberadora delas reivindicaciones multiculturalistas.

    Estamos perfectamente preparados para comprenderla, habida cuenta deque desde hace tiempo hemos desechado la idea de que la palabra "pueblo" re-mite a la vez al conjunto de los dominados, la mayora poltica y el poseedorde la racionalidad. Esa inversin se oper durante la industrializacin. Mien-tras el socialismo conservaba el espritu de la filosofa de las Luces y el Progre-so, el movimiento obrero defenda la autonoma de la clase contra una racio-nalizacin que se pretenda el agente del universalismo y estaba al servicio delos dominadores, clase dirigente o lite poltica. Hoy en da, como el poder, trashaber invadido la vida econmica, hace lo mismo con la vida cultural, las cul-turas amenazadas reivindican su especificidad o su superioridad. Sociedadmundial y culturas locales se oponen; la defensa de lo local (incluida la de nues-

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    tro planeta) se resiste al orgullo industrializador y comunicador de los centrosfinancieros de la produccin y difusin de la cultura de masas.

    Desde los primeros ataques de Frantz Fann, prolongados por Jean-PaulSartre y, difundidos en Oriente por Chariati, se desarroll la ofensiva contra ladominacin cultural del mundo por un capitalismo que desborda el mbito dela economa. Aunque constantemente corra el riesgo de inclinarse hacia el co-munitarismo agresivo, es preciso entenderla. De la misma manera, el movi-miento obrero condujo a la dictadura del proletariado y los regmenes autori-tarios que se proclamaron sus dirigentes, pero con frecuencia extendi el cam-po de la democracia al suscitar la creacin de la democracia industrial. De igualmodo, en el orden cultural estamos en una encrucijada de caminos: entre unademocracia cultural que reconoce el pluralismo cultural (y los derechos de lasminoras) y un integrismo comunitario que identifica un poder con una socie-dad y una cultura.Cultura y comunidad no deben confundirse, porque ninguna sociedad mo-derna, abierta a los cambios y los intercambios, tiene una unidad cultural to-tal y las culturas son construcciones que se transforman constantemente con lareinterpretacin de nuevas experiencias, lo que hace artificial la bsqueda deuna esencia o un alma nacional, y tambin la reduccin de una cultura a un c-digo de conductas. Pero sobre todo porque la idea de una cultura comunitariaimplica la existencia de un poder absoluto, que impone normas jurdicas, elrespeto de reglas de la vida colectiva, un sistema educativo. La ideologa comu-nitarista no es de naturaleza cultural sino poltica.

    Por s misma, una cultura religiosa nunca es comunitaria en el mundo mo-derno, puesto que en toda religin hay una invocacin no social y hasta an-tisocial y antipoltica a imitacin de un modelo divino, transmitido por Dios,el Hijo de Dios o su profeta. Cosa que recuerda Olivier Roy cuando oponeel fundamentalismo de los ulemas, y en particular el pietismo del tabligh alislamismo poltico. ste es ms poltico que religioso, y especialmente en susformas ms extremas. Farhad Khosrokhavar record que Khomeini fue acla-mado antes de 1979, y aun durante un breve perodo luego de la revoluciny hasta el desencadenamiento de la guerra con Irak, en su carcter de hom-bre poltico, y Olivier Roy muestra que el tercermundismo islmico se difun-de en las categoras urbanas y educadas con mayor facilidad que el marxis-mo leninismo, que, por su parte, parece mejor arraigado, paradjicamente,en el mundo rural. Es por eso que la categora de neofundamentalismo, pro-puesta por Roy, parece escasamente convincente. Se comprende, es cierto,que en los pases de emigracin la referencia a una ummah* abstracta reem-place el nacionalismo religioso que domina en los pases musulmanes. Pero,

    Comunidad de los creyentes (n. del t.).

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    como lo subraya el propio Roy, lo que denomina neofundamentalismo, enparticular en Gran Bretaa y tambin en Francia, es de la misma naturalezaque el islamismo poltico: se nutre del rechazo de la sociedad dominante, dela contradiccin vivida entre una voluntad de ingresar en la civilizacin tc-nica y mercantil y la experiencia de un fracaso experimentado como un re-chazo. Por doquier, tanto en los pases dependientes como en los dominan-tes, el islamismo es ante todo poltico y combativo, y se distingue del funda-mentalismo propiamente dicho. ste tampoco es ajeno al mundo moderno,ya que se apoya sobre una concepcin moral, pero sobre todo es la distanciaentre el fundamentalismo y el integrismo poltico la que, en el mundo islmi-co, crea una fisura anloga a la que condujo a la ruptura de la cristiandad yel desarrollo conjunto en Occidente de las luchas sociales y el individualismomoral.

    En conclusin, retengamos la idea de que el multiculturalismo no es ni unafragmentacin sin lmites del espacio cultural ni un melting pot cultural mun-dial: procura combinar la diversidad de las experiencias culturales con la pro-duccin y la difusin masivas de los bienes culturales.

    DEFINICIONES

    Hoy es ms urgente criticar el comunitarismo, presente e invasor en todaspartes, que el sueo de una sociedad racional que provoc desastres igual-mente dramticos pero se disolvi en la abigarrada diversidad de la sociedadde consumo. Pero ms importante an es criticar lo que las dos concepcionestienen en comn: la idea de que la sociedad debe tener una unidad cultural,sea sta la de la razn, la de la religin o la de una etnia. Lo esencial, sobretodo, es rechazar la separacin, que no deja de agravarse, entre la unidad delmercado y la fragmentacin de las comunidades. A la pregunta formuladapor este libro: cmo podemos vivir juntos?, es decir, cmo podemos combi-nar la igualdad y la diversidad, no hay en mi opinin otra respuesta que laasociacin de la democracia poltica y la diversidad cultural fundadas en lalibertad del Sujeto.

    No hay sociedad multicultural posible sin el recurso a un principio uni-versalista que permita la comunicacin entre individuos y grupos social yculturalmente diferentes. Pero tampoco la hay si ese principio universalistagobierna una concepcin de la organizacin social y la vida personal consi-derada normal y superior a las dems. El llamamiento a la libre construc-cin de la vida personal es el nico principio universalista que no imponeninguna forma de organizacin social y prcticas culturales. No se reduce al

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    laisser-faire o la pura tolerancia, en principio porque impone respetar la li-bertad de cada uno y por lo tanto implica el rechazo de la exclusin; ade-ms, porque exige que toda referencia a una identidad cultural se legitimemediante el recurso a la libertad y la igualdad de todos los individuos, y nopor la apelacin a un orden social, una tradicin o las exigencias del ordenpblico.

    Esta concepcin es atacada por los defensores del multiculturalismo radicalen nombr de un relativismo insuperable. Vuestra concepcin, dicen, es mues-tra del liberalismo occidental ms extremo y tan ajena como inaceptable paratodos aquellos que se definen por la pertenencia a un conjunto cultural amena-zado y dominado. Esta crtica est cargada de confusiones. As como la hagoma en la medida en que asume la defensa de las culturas dominadas y destrui-das en nombre de un progreso identificado ingenua o cnicamente con los in-tereses de pases o clases dominantes, la juzgo inadmisible cuando propicia elrelativismo cultural radical. Posicin tan artificial que transforma inevitable-mente la defensa de la independencia en instrumento de fortalecimiento de unpoder autoritario, de la misma manera que la crtica justificada del monopoliodetentado por las agencias mundiales de informacin se revel rpidamente co-mo un instrumento al servicio de dirigentes autoritarios que queran controlartodas las noticias transmitidas sobre sus pases. Por otra parte, ya se habanproducido las mismas desviaciones en el corazn de la sociedad industrial,cuando ciertos militantes obreros intentaron valorar la cultura proletaria con-tra la cultura burguesa; su tentativa no tuvo gran efecto prctico, pero sirviluego de justificacin a la dictadura del proletariado, que emprendi muypronto la tarea de destruir toda accin obrera independiente del poder.

    Estos debates asumieron hace poco un cariz poltico importante. Puede ha-blarse de derechos universales de los seres humanos, o hay que reconocer quela idea misma de derechos del hombre asume formas muy diferentes en las dis-tintas civilizaciones? Es preciso adherir aqu a las proposiciones de la Unesco.Debe criticarse la identificacin de los derechos del hombre con ciertas formasde organizacin social, en particular con el liberalismo econmico, pero es anms importante afirmar el derecho a la libertad y la igualdad de todos los in-dividuos, y por lo tanto los lmites que no debe cruzar ningn gobierno, nin-gn cdigo jurdico, y que conciernen a la vez a los derechos culturales, comolos de las mujeres, y los derechos polticos, como la libertad de expresin y deeleccin. Esta posicin es amenazada tanto por quienes reducen la sociedad almercado como por quienes quieren transformarla en comunidad.

    La concepcin que defiendo aqu no se identifica con las prcticas domi-nantes de los pases ricos, que definen a los seres humanos a la vez por loque hacen y por los marcos sociales y culturales en los cuales se forma supersonalidad. Se inscribe en cambio en la huella de todos los movimientossociales, desde el movimiento obrero al de liberacin nacional y el de las

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    mujeres, que ampliaron la concepcin original de los derechos cvicos, de-fendida victoriosamente por los revolucionarios de los primeros siglos de lamodernidad, a la conquista de derechos sociales y culturales. Reconoce ade-ms que el peligro ms grande, el totalitarismo, se define como la bsquedade la homogeneidad cultural, la ortodoxia cultural o la pureza tnica, y porlo tanto como una recomunitarizacin de la sociedad. Pero tambin consi-dera que la sociedad de masas, regulada nicamente por el mercado, ame-naza de igual modo la existencia del Sujeto al destruir o reducir a la condi-cin de espectculo la diversidad de las culturas. Y afirma que la defensa dela pluralidad social y cultural en los pases liberales, as como la revaloriza-cin de la tecnologa y los nuevos modos de consumo en los pases amena-zados por el comunitarismo, actan en favor de la creacin de sociedadesmulticulturales.

    Es necesario oponerse con vigor a la colonizacin cultural y la imposicinde un modo de vida dominante al mundo entero, pero tambin hay que tomarnota de que el aislamiento de las culturas ya no existe y que oponer sin msprecauciones culturas dominadas y cultura dominante es la expresin de unproyecto poltico autoritario que en definitiva se preocupa poco por la tradi-cin. Es as como fracasaron los indigenistas que en diversas regiones de laAmrica andina quisieron poner en pie un movimiento poltico de defensa delas culturas indgenas, cuando en realidad es urgente que las poblaciones indiaspuedan manejar, dentro de instituciones democrticas, sus intereses culturalesy econmicos.

    Todo lo que incrementa la distancia entre sociedad y comunidades, entreeconoma globalizada y culturas aisladas, tiene efectos negativos, conduce a ladestruccin de las culturas, la violencia social y las aventuras autoritarias. Alcontrario, en todo el planeta, tanto en los pases ricos como en los pases po-bres, de formas opuestas pero complementarias, se trata de luchar contra lafractura del mundo, las sociedades nacionales y la vida personal, combinandoen todos los niveles la unidad y la diversidad, el intercambio y la identidad, elpresente y el pasado.

    Si nos negamos a internarnos en ese camino, si nos encerramos en el relati-vismo cultural extremo, nos veremos llevados a ambicionar la separacin deculturas definidas por su particularidad, y por lo tanto la construccin de so-ciedades homogneas. Tampoco debemos aceptar ese multiculturalismo carga-do de discriminacin y violencia, del mismo modo que no aceptamos la racio-nalizacin social que conduce a tratar como inferiores a quienes se alejan delmodelo dominante.

    Tales son los principios que definen la idea de sociedad multicultural. s-ta ocupa en la actualidad un lugar tan central como lo fue y sigue sindoloel de las ideas de soberana popular y sociedad justa, que se crearon en eta-pas anteriores de nuestra modernizacin poltica. Esta idea se opone a la de

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    sociedad multicomunitaria con la misma fuerza que a la de sociedad homo-gnea, ya provenga esta homogeneidad del triunfo de reglas uniformes, de laeconoma mercantil o del mantenimiento de una tradicin. Apela a la sepa-racin de las normas tcnicas y econmicas y los valores culturales diversos,pero tambin afirma que, separados, esos dos rdenes slo pueden volver avincularse y combinarse entre s mediante el recurso a la idea no social de lalibertad del Sujeto personal, y por lo tanto a la idea de que todo poder, so-cial, poltico, econmico y cultural, debe estar limitado por el respeto de loque concebimos como los derechos humanos fundamentales. Idea que es tanamenazada por el reino de la mercanca como por la obsesin de la identidadcolectiva. Es por eso que una sociedad multicultural no puede ser una socie-dad fragmentada sino, al contrario, una sociedad jurdica e institucionalmen-te fuerte.

    La comunicacin intercultural slo es posible si el Sujeto logra previamenteapartarse de la comunidad. El Otro no puede ser reconocido como tal ms quesi se lo comprende, acepta y ama como Sujeto, como trabajo de combinacin,en la unidad de una vida y un proyecto vital, de una accin instrumental y unaidentidad cultural que siempre debe disociarse de formas histricamente deter-minadas de organizacin social.

    El reconocimiento del Otro slo es posible a partir del momento en que ca-da uno afirma su derecho a ser un Sujeto. Complementariamente, el Sujeto nopuede afirmarse como tal sin reconocer al Otro en ese mismo carcter, y antetodo si no se libera del temor a l que conduce a su exclusin. "El miedo msgrande -dice Peter Brook (Le Monde del 14 de septiembre de 1996)- es abrir-se al otro, y eso es lo que constituye el cauce de la extrema derecha y el terro-rismo."

    Si cito aqu a un hombre de teatro, es porque el teatro es el lugar por exce-lencia en que el Sujeto se da a ver, de la misma manera que la novela fue la for-ma natural de presentacin de personajes cuya individualidad se inscriba enuna situacin histrica, definida social y polticamente. Sobre el escenario, elactor est tan libre como comprometido se encuentra el personaje de la nove-la. Y lo que nos atrae en el mejor cine es que combina las dos situaciones, cuan-do coloca figuras teatrales, tan liberadas de sus roles sociales como lo estn lospersonajes del western, en situaciones novelescas. Pero la comunicacin inter-cultural no se reduce a unas relaciones interpersonales o a la comunicacin tea-tral, en la que, dice adems Peter Brook, "tenemos la posibilidad de crear conlos espectadores una pequea serie de modelos de lo que podran ser unas re-laciones humanas desembarazadas de todo temor": conduce a construir formasgenerales de vida social y cultural.

    La posicin que acaba de presentarse no se acepta con facilidad. Algunosle oponen una resistencia poltica: la distancia entre ciertas culturas es tangrande, dicen, que no pueden mezclarse y ni siquiera comprenderse; deben

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    distanciarse una de la otra en territorios separados o colocarse en una rela-cin de dominacin-subordinacin claramente afirmada, como ocurri en elsistema colonial. Esta concepcin bolista es la forma que asume hoy el racis-mo, y lleva a juzgar inevitables, y hasta deseables, las guerras entre culturasy religiones, o a organizar la segregacin de las culturas minoritarias. Posi-cin tan contraria a nuestra cultura individualista, y tan directamente ataca-da por la difusin mundial de formas de produccin, consumo y comunica-cin en las que participan personas de culturas muy diferentes, que slo esimportante y peligrosa cuando se muestra como ideologa a la cual'recurrenpoblaciones que se sienten amenazadas en su posicin social o su identidadcultural.

    Mucho ms importante es la crtica individualista liberal, de orientacinexactamente opuesta. Louis Dumont la expres con el mayor vigor (p. 260):"Si los abogados de la diferencia reclaman para ella la igualdad y el reconoci-miento a la vez, reclaman lo imposible". Toda diferencia se asocia a una desi-gualdad, dice ms explcitamente an.

    Mi desacuerdo con esta afirmacin obedece a que yo no defino el Sujeto entrminos universalistas y por lo tanto no sociales (criatura de Dios hecha a suimagen, portador de un derecho natural, ciudadano de una ciudad que se ba-sa en un contrato social y por ende en el imperio de la ley), sino en trminosde combinacin de una actividad racional y una identidad cultural y personal.La sociedad democrtica descansa sobre este esfuerzo de combinacin, y no so-bre la conformidad con principios universales, que son los del conocimientocientfico y que seran tambin los del juicio moral y esttico, cosa menos cla-ra. El Sujeto est en la encrucijada de principios generales y principios particu-lares de conducta. Vuelvo a comprobar aqu, de manera ms central, la distan-cia que me separa de la concepcin del individualismo presentada por LouisDumont, que ste asocia al universalismo gracias a (yo dira al precio de) la eli-minacin de las pertenencias sociales y culturales particulares que, brutalmen-te rechazadas, oponen al igualitarismo abstracto un diferencialismo concreto,demasiado concreto, y cuyas consecuencias son tan peligrosas y aun ms dra-mticamente devastadoras que las del individualismo universalista. Entre losindividuos empricos existe la desigualdad: unos son ms fuertes, otros (o losmismos) tienen tal vez aptitudes de razonamiento o memorizacin ms gran-des; corresponde a la ciencia responder a esos interrogantes, no a la moral o lasociologa. Pero el mundo de la moral no es el de un imperativo categrico, elde los valores; es el de la construccin y proteccin del Sujeto. Es por eso quela diferencia y la igualdad no slo no son contradictorias, sino que son insepa-rables una de la otra. Una sociedad sin diferencias reconocidas por la moral se-ra una dictadura que impondra la homogeneidad a sus miembros, una espe-cie de taylorismo extendido al conjunto de la vida social, y hasta una empresade purificacin tnica; a la inversa, una sociedad sin igualdad nos rebajara al

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    orden jerrquico de las sociedades bolistas que destruimos desde el inicio denuestra modernidad poltica y no tenemos ningn deseo de reconstruir.

    Es evidente de por s nuestro rechazo de una sociedad jerarquizada en "r-denes", como lo era la del Antiguo Rgimen, pues el desarrollo de las activida-des econmicas reemplaz por su cuenta las sociedades de reproduccin por lasde produccin, los estados (Stdnde) por las clases sociales y los grupos de inte-rs. En cambio, la apelacin al reino de la razn, tantas veces presentada co-mo la formulacin terica de esta evolucin prctica, no se asocia claramenteal progreso de la igualdad. Puede decirse, al contrario, que dio su fundamentomoderno a una desigualdad que, como ya no puede ser legitimada por la tra-dicin, procura serlo por la eficacia y la utilidad colectiva.

    La idea republicana se asoci durante mucho tiempo a la existencia e in-cluso el fortalecimiento de barreras sociales que deban separar a la lite delos seres racionales de la masa de quienes no se elevan hasta el dominio de larazn y viven encerrados en sus necesidades, pasiones y creencias tradiciona-les. De tal modo, en Inglaterra, Estados Unidos y Francia, los tericos y di-rigentes de las jvenes democracias del siglo XVIII y principios del XIX, habi-da cuenta de la desigual distribucin de los talentos y obsesionados como es-taban por el miedo a la plebe, fueron partidarios de una democracia limita-da. Hace falta recordar que el establecimiento del sufragio universal enFrancia en 1848 dej a las mujeres al margen de la vida cvica, explcitamen-te y por razones de principio, y que el pas democrtico por excelencia, GranBretaa, recin extendi el sufragio universal masculino a los obreros no ca-lificados en 1884-1885 y sigui siendo una sociedad en la que las distanciasde clase estn fuertemente marcadas? En Francia, el racionalismo de la bur-guesa se moviliz tanto contra el movimiento obrero como contra el clerica-lismo. Quienes no queran hablar de otra cosa que de la igualdad de los ciu-dadanos ante la ley, se decan disgustados por el hecho de que se defendieranno los derechos de todos los seres humanos sino los de algunas categorasprofesionales especficas, obreros panaderos, mineros, marineros e inclusivenios y mujeres; lo estn an ms cuando se dan beneficios particulares a losms desamparados. Ms de una vez, la invocacin de la igualdad de los de-rechos cvicos sirvi ayer para alimentar la resistencia a los derechos socia-les, como se opone hoy al reconocimiento de los derechos culturales. La de-mocracia se redujo en principio a los derechos de una minora de ciudadanosilustrados, pero se extendi cuando reconoci derechos sociales o culturalesa categoras particulares, por lo tanto cuando reconoci y organiz las rela-ciones de la igualdad y la diferencia. As, pues, en lugar de oponerlas es pre-ciso admitir claramente la necesidad de combinarlas para que la democraciase desarrolle. Pero existen, es cierto, muchas maneras de hacerlo. Voy a defi-nir tres, cuyas relaciones y dilogo esbozan el conjunto de las formas deconstruccin de las sociedades multiculturales.

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    EL ENCUENTRO DE LAS CULTURAS

    La primera respuesta es la que, segn parece, evoca ms directamente el temamulticulturalista y sus connotaciones, al definirlo como encuentro de culturas.Afirma la existencia de conjuntos culturales fuertemente constituidos cuyaidentidad, especificidad y lgica interna deben reconocerse, pero que, al mismotiempo que son diferentes entre s, no son completamente ajenos unos a otros.Es la concepcin de los etnlogos, interesados en luchar contra el etnocentris-mo que tantas veces llev a su propia sociedad a destruir, ignorar o desfigurarla cultura de las sociedades que domin o domina. Claude Lvi-Strauss sostie-ne que la defensa de la diversidad de las culturas no permite ms que comuni-caciones bastante limitadas entre ellas para protegerlas del peligro mayor de lahegemona de una en particular, autocalificada de nica universalista, sobre lasotras. Lvi-Strauss fund principalmente el reconocimiento de las diferenciasentre las culturas en el rechazo de todo humanismo, toda apelacin a un Suje-to humano universal. Rechazo que es la consecuencia lgica de su bsqueda es-tructuralista del funcionamiento de los sistemas de intercambio y de las crea-ciones culturales, que se inspir en los descubrimientos de la lingstica. Lassubjetividades no se comunican, y por otra parte son cambiantes y poco cohe-rentes; muy lejos de ellas y de toda conciencia es donde hay que descubrir lasleyes generales de funcionamiento del espritu humano y de los sistemas queforman las sociedades.

    En un plano poltico, el reconocimiento de la diversidad de las culturas con-duce a la proteccin de las culturas minoritarias, por ejemplo las culturas in-dias de la Amazonia u otras partes del continente americano que estn a pun-to de ser destruidas, sea debido a la invasin de sus territorios, sea por el ex-terminio de los indgenas, sea, por ltimo, por la creacin de reservacionesdonde se acelera la descomposicin de las sociedades y los individuos. En elmundo europeo, es en Gran Bretaa donde esta concepcin se aplica ms con-cretamente, en particular en la poltica con respecto a los inmigrantes, que daamplia cabida a la autoorganizacin de las comunidades, como lo haba hechoantes, en la India y otras partes, con el indirect rule. Reduce la pertenencia so-cial al reconocimiento de reglas constitucionales de respeto de las libertadesfundamentales y organizacin de los poderes pblicos, lo que deja a la autoor-ganizacin social y cultural, y por ende a la pluralidad de las culturas, un es-pacio inmenso dentro de reglas que, en lo esencial, se contentan con formali-zar el principio kantiano de que hay que dejar que la libertad de cada uno seextienda mientras no constituya un riesgo para la de los dems.

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    Tambin es esta concepcin la que dio al museo un lugar cada vez ms im-portante en nuestras sociedades, contra la opinin de quienes crean que unasociedad moderna deba borrar el pasado y no mirar sino hacia el futuro. Loscomienzos de la revolucin industrial en el siglo XVIII suscitaron la moda de lasruinas, los progresos de la arqueologa y hasta la creacin del modelo de laGrecia clsica. De la misma manera, a nuestra poca le gusta reunir en los mu-seos obras culturales procedentes de civilizaciones diferentes de la nuestra. Engran medida, la evocacin y glorificacin de las antigedades nacionales deja-ron su lugar al deseo de comunicarse con los mundos distantes, reconocer sudiferencia y al mismo tiempo reencontrar en ellos temas o inquietudes comu-nes, mitos fundamentales o, al contrario, elementos de modernidad, como laaparicin del monotesmo en la cultura egipcia en la poca de Akhenatn y Ne-fertiti. Andr Malraux exalt ese papel del arte.

    Esos ejemplos, escogidos ex profeso en mbitos muy diversos de la vida so-cial, muestran que la bsqueda de la comunicacin intercultural es una tenden-cia vigorosa de nuestra sociedad. Esta bsqueda intelectual, sin embargo, no setraduce con la misma evidencia en las prcticas sociales. En primer lugar, por-que en las sociedades en que se imponen las formas de organizacin econmi-ca, social y administrativa que integran individuos y grupos culturales diferen-tes, ya no pueden observarse culturas tan autnomas como las que estudian losetnlogos. A Jean-Frangois Bayart le cuesta poco desarmar la construccin ar-bitraria de identidades por parte de ideologas que son o bien exteriores a lasociedad considerada o bien utilizadas por grupos dirigentes como instrumen-tos de poder. La situacin en las sociedades complejas, que no estn sometidasa un poder comunitarista y homogeneizador, se caracteriza por la aplicacindel principio de laicismo. Nocin que implica el nivel ms dbil de reconoci-miento de la diversidad cultural, porque su lgica profunda consiste en tolerarla diversidad de creencias y costumbres con la esperanza de una asimilacinprogresiva e irreversible de todos los sectores de la poblacin al universalismode la razn y la ciudadana. Lgica muy alejada de la posicin de Claude L-vi-Strauss y de todos aquellos que defienden la diversidad de las culturas, pues-to que detrs de una tolerancia aparente, siempre condujo a destruir las cultu-ras locales o minoritarias, as como mantuvo resueltamente una relacin jerr-quica entre los hombres, dueos de la vida pblica, y las mujeres, encerradasen la vida privada.

    El debilitamiento de las diferencias y la comunicacin intercultural en lassociedades modernas complejas obedece tambin a que en ellas no existe unarelacin social que no entrae una dimensin jerrquica. Ya se hable de em-pleadores y asalariados, ricos y pobres, adultos y nios, instruidos e iletra-dos, siempre se hace referencia a una riqueza, un poder o una influencia de-sigualmente distribuidos. Es posible hablar nicamente en trminos cultura-les de los turcos en Alemania, los argelinos o marroques en Francia, los ja-

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    maiquinos en Gran Bretaa? El ndice muy elevado de desempleo que afectaa los jvenes de origen inmigrante en los pases europeos hace difcil su inte-gracin social, lo que constituye un obstculo para el encuentro de las cultu-ras. Adems, cmo se producira ste en una sociedad de masas, cuando ca-si todos los individuos que la componen participan en la produccin y el con-sumo al mismo tiempo que adhieren a una identidad cultural colectiva y per-sonal? El reconocimiento de la diversidad de las culturas que entraa el elo-gio de la tolerancia slo extrajo su fuerza de la lucha contra el despotismo.Fue Montesquieu, en las Cartas persas, quien lo mostr con ms vigor. Suidea inicial (no se conoce bien sino la sociedad de los otros) no lo arrastrahacia un relativismo absoluto -que sera contrario a su racionalismo-, sinohacia una crtica del despotismo que impone un tipo de sociedad y cultura.La tolerancia est en el origen de la libertad y la crtica del poder absoluto.A la misma conclusin, crtica ms que constructiva, llegan muchos de nues-tros contemporneos, sea que se sientan preocupados por las pretensionesque una sociedad y una cultura tienen de reivindicar el monopolio del uni-versalismo, sea que hayan hecho en su vida personal, como Tzvetan Todo-rov, la experiencia de la diversidad de las sociedades y las culturas, y tam-bin la de la disociacin, en los intelectuales franceses entre los que vive, deconvicciones universalistas proclamadas y prcticas de vida y pensamientomuy diferentes.

    Pero el espritu de tolerancia, tan fuerte cuando combate las empresas hege-mnicas, no brinda una verdadera respuesta a la cuestin planteada sobre lasrelaciones de lo particular y lo universal, o ms bien tiende naturalmente a pri-vilegiar el reconocimiento de las diferencias, y en consecuencia a observar unasociedad desde afuera, como lo hizo Montesquieu, en vez de ubicarse en su in-terior, como deben hacerlo el legislador o el socilogo.

    EL PARENTESCO DE LAS EXPERIENCIAS CULTURALES

    Una segunda concepcin del multiculturalismo es la que resume claramenteMichael Walzer en su artculo reciente en Esprit: "Respetamos las diferentesexpresiones de la regla en la medida en que las reconocemos como reiteracio-nes de nuestro propio esfuerzo moral, efectuadas en ocasiones similares peroen circunstancias histricas diferentes y bajo la influencia de creencias diferen-tes en lo que se refiere al mundo" (p. 132). Es lo que llama un universalismoreiterativo, que opone a la ley "suspendida por encima" que procura impo-nerse directamente a todos. El origen de esta distincin se remonta a Kant. Entanto que el juicio cientfico es un juicio determinante, que desciende de lo

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    universal a lo particular, el del gusto, el juicio esttico, es un juicio reflexio-nante, que asciende de lo particular a lo universal. Como siento en mi expe-riencia particular algo que la supera, creo que los otros tienen la misma sen-sacin, aunque a partir de experiencias diferentes; cosa que, para respetar lanaturaleza de la ma propia, me obliga a postular la existencia de una concep-cin comn de la belleza o el bien. Pero Pierre Hassner observa con razn que,en la concepcin de Walzer, y en trminos ms generales en este ascenso de lasexperiencias particulares hacia lo universal, lo ms real es la diversidad, mien-tras que el punto en que convergen las experiencias particulares est tan dis-tante, tan separado de situaciones y coacciones particulares, que corre el ries-go de reducirse al principio kantiano de tratar a los dems como fines y nocomo medios. No se trata aqu, entonces, de un dilogo, de una comunica-cin, sino ms bien de un reconocimiento del otro, esencial, en efecto, porquelo protege y le deja o le devuelve su dignidad, pero que no permite la integra-cin de las experiencias en un conjunto en que cada uno pueda reconocerse.De hecho, el encuentro de las culturas produce ms a menudo el enfrenta-miento directo que el reconocimiento distante, debido a que cada cultura esun conjunto coherente, diferente de las otras, que se protege de las culturasajenas.

    El anlisis del obrar comunicacional que elabor Jrgen Habermas se ale-ja de este rumbo y su multiculturalismo. "[L]as normas que se aceptan comovlidas son aquellas y solamente aquellas que expresan una voluntad gene-ral; dicho de otra manera -como Kant no dej de sostenerlo-, las que con-vienen a la 'ley universal'. A partir de ello puede comprenderse el imperativocategrico como un principio que exige que las maneras de obrar y las m-ximas -o ms bien los intereses que stas toman en cuenta y se corporizanpor lo tanto en las normas de accin- sean universalizables" (1983, p. 84).Ese principio obliga a cada individuo a no aceptar como normas morales msque aquellas que son aceptadas por todas las personas en cuestin, conclu-sin que conduce a una concepcin cognitivista de la moral, fundada sobrela razn y su principio universalizador. En efecto, el resultado de la discu-sin, cuando es positivo, consiste en definir las normas universales. Sin em-bargo, cul es el contenido de esos valores aceptados por todos como uni-versales, como no sea la idea del universalismo mismo, segn un tratamien-to que en su inicio est cerca del de John Rawls? Este universalismo se fun-da en la razn, como lo quiere el ideal de las Luces. Pero, en qu aspectopuede sernos til ese modelo terico para comprender la posibilidad de la co-municacin en unas sociedades fracturadas por conflictos sociales y fragmen-tadas por la multiplicidad de las culturas? Esta concepcin, que se sita enuna posicin opuesta a la de Claude Lvi-Strauss, recurre, como ella, a unasolucin no sociolgica: el conocimiento de las estructuras inconscientes dellenguaje y la organizacin social en un caso, la invocacin de un universalis-

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    mo de la razn en el otro. Pero tanto una como otra nos dejan sin respuestafrente a la pregunta: cmo pueden comunicarse y, por consiguiente, perte-necer a la misma sociedad individuos y grupos que tienen intereses y cultu-ras diferentes?

    La concepcin que se apoya sobre la-investigacin del parentesco de lasexperiencias culturales se resiste a esas crticas al sociologizarse y limitar suambicin. Procura establecer la comunicacin, ya no entre conjuntos consti-tuidos, diferentes pero animados por la misma bsqueda del sentido univer-sal de normas aceptadas, sino ms bien entre conductas colectivas que' se es-fuerzan por resolver los mismos problemas fundamentales: cmo combinarel orden y el cambio, y sobre todo la socializacin y la individuacin? El di-logo intercultural es sustituido entonces por el parentesco de las experienciasculturales. Para la mayor parte de aquellos a quienes los dems -ms queellos mismos- definen como cristianos o musulmanes, el dilogo entre el cris-tianismo y el Islam sigue siendo algo lejano; resulta ms fecundo, en cambio,interrogarse sobre la historia comparada de la secularizacin de las grandesreligiones. Ms concretamente an, vemos a personas jvenes divididas entresu deseo de independencia y consumo y su apego a una familia y las normasque transmite, tanto en el universo llamado cristiano como en el que se repu-ta de islmico.

    Esta concepcin brinda una respuesta acorde con la hiptesis general plan-teada en la primera parte de este libro: en una sociedad de cambio ms que deorden, el Sujeto emerge en el nivel de la experiencia individual y la voluntad decada uno de dar un sentido a su vida, y no en el ms elevado -demasiado ele-vado, demasiado irreal- de sistemas culturales y sociales fuertemente constitui-dos. Se establece una comunicacin entre culturas diferentes cuando descubri-mos en la madre inmigrante del nio enfermo o herido los mismos sentimien-tos que en las nuestras, cuando vemos en las fotografas de Claude Lvi-Straussjvenes indgenas brasileos entregados a juegos erticos que nos parecen cer-canos a los nuestros, o cuando el mismo antroplogo ve en nuestro bricolajeuna forma de pensamiento salvaje.

    Lo que equivale a decir que, al menos en el mundo moderno en que vivi-mos, las culturas no son entidades separadas y cerradas sobre s mismas, si-no modos de gestin del cambio, as como sistemas de orden que, en parti-cular, no rechazan al extranjero como un enemigo; al contrario, reconocenen l la presencia necesaria de una exterioridad, una diferencia, del mismomodo que la sociedad francesa de los siglos XVI o XVIII se interesaba en elbuen salvaje. As, pues, este segundo enfoque se aleja de la idea de un reco-nocimiento global y respetuoso de la alteridad, porque no reconoce la alte-ridad completa sino ms bien parentescos ms o menos lejanos entre lasculturas.

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    LA RECOMPOSICIN DEL MUNDO

    La endeblez de esta forma dbil de la segunda concepcin se debe a que se con-tenta con un nivel distante y abstracto de dilogo intercultural y se limita al do-minio de. las relaciones entre cultura y medio ambiente o entre individuo y gru-po, sin penetrar en la misma construccin cultural, preocupacin que estabams presente en la primera perspectiva, la del encuentro de las culturas.

    La integracin de las culturas no se puede efectuar si se las considera comomanifestaciones particulares de una cultura universal, reducida a principios de-masiado generales para imponer reglas de conducta particulares. Nuestra his-toria cultural est dominada por el debilitamiento de este universalismo sustan-cial. De la misma manera que la racionalidad real, sustancial, fue reemplazadapor la racionalidad formal, instrumental, la idea de una verdad universal fun-dante de una Humanidad unificada fue sustituida por la separacin kantiana(y luego weberiana) del mundo secularizado y el de los valores. Conclusin quelos nacionalismos modernos sacaron, por su lado, en el plano poltico con unafuerza que domin y ensangrent el siglo que termina.

    En nuestras sociedades postotalitarias y antitotalitarias, el temor a todoprincipio capaz de legitimar un poder absoluto es tan grande que muchos re-tomaron la idea antigua, recordada por Albert Hirschman, de que el comerciosuaviza las costumbres y el supermercado es la expresin ms positiva de unmulticulturalismo reducido a la diversidad de las demandas. Pero esta respues-ta tiene la debilidad de todas las representaciones que reducen la sociedad a unmercado. La libertad de intercambio y compra no impide ni la discriminacinni la segregacin, y este libro se inici con la constatacin de que la sociedadde masas y las identidades culturales se separan cada vez ms, en lugar de quelas segundas se disuelvan en la primera. El problema de la comunicacin inter-cultural no es zanjado por la globalizacin econmica.

    Lo que me incita a dar a los problemas de la comunicacin intercultural lamisma respuesta que, en la primera parte del libro, brind al problema ms ge-neral de la disociacin de la instrumentalidad y la identidad. No hay otro uni-versalismo que el de un Sujeto definido ya no por valores, ya no por la apela-cin a la universalidad de su experiencia, sino nicamente por su trabajo decombinacin de la instrumentalidad y la identidad.

    El tema del Sujeto, aplicado al problema de las relaciones entre las culturas,se convierte en el de la recomposicin del mundo, cuya meta es recuperar yreinterpretar todo lo que la modernidad racionalista y voluntarista haba eli-minado como contrario a la razn, a su universalismo y luego a su instrumen-talismo. Durante los inicios de nuestra modernizacin, acumulamos los recur-

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    sos, intensificamos las luchas entre los dueos del cambio y quienes lo sufran,encerramos a las mujeres en una vida privada tambin mantenida bajo control,colonizamos continentes enteros y por lo tanto aumentamos por doquier la di-ferencia de potencial entre un polo caliente y un polo fro, para crear energa,segn la clebre metfora de Claude Lvi-Strauss. Esta fase heroica y represivade nuestra modernizacin, la de los primeros pases que fueron capaces de des-pegar, lleg a su fin a la vez bajo el efecto de la rebelin de los dominados ydebido al reemplazo, tantas veces mencionado aqu, de una sociedad de pro-duccin por la sociedad de comunicacin. Aprendimos que nuestro objetivo yano deba ser el dominio de la naturaleza sino el dominio de este dominio, quenuestras civilizaciones son mortales, que nuestro planeta puede tornarse invi-vible, que nuestras ciudades pueden arder a causa de la violencia desencadena-da. Emprendimos entonces una obra an ms vasta que la del despegue econ-mico: la recomposicin de un mundo que habamos descompuesto, roto, ma-nipulado, tecnificado durante varios siglos.

    Esa recomposicin consiste en reunir lo que fue separado, reconocer lo in-hibido o reprimido, tratar como una parte de nosotros mismos lo que recha-zamos como ajeno, inferior o tradicional. Mucho ms all de un dilogo delas culturas, se trata aqu de la construccin, por la comunicacin entre ellas,de un Sujeto humano cuyo monumento jams se terminar y del cual, porconsiguiente, nadie (individuo, sociedad o cultura) podr decirse portavoz orepresentante privilegiado. Esta recomposicin del mundo no es la construc-cin de una nueva torre de Babel, porque se trata ante todo de resistencia ala desmodernizacin, a la disociacin del universo de la instrumentalidad yel de la identidad. De la misma manera que la sociedad industrial estuvo do-minada por la oposicin de dos movimientos, la revolucin industrial queconcentr capitales, desarroll tcnicas y desarraig poblaciones, y la demo-cracia social, que procur restablecer unos controles sociales y polticos de laactividad econmica, vivimos hoy el enfrentamiento constante de la desmo-dernizacin y la recomposicin del mundo. El tema del multiculturalismo si-gue siendo demasiado vago si no se lo piensa en el marco ms vasto de estaltima.

    Todas las regiones del planeta participan en ella. Los pases dominantes ocentrales elaboraron la nueva idea del desarrollo durable o sustentable (sustai-nable growth), que va mucho ms lejos que la del desarrollo endgeno (self-sustaining growth), y sufrieron transformaciones por la disminucin de las ba-rreras sociales, la crisis de una educacin autoritariamente racionalista y sobretodo la accin de las mujeres. Los pases dependientes, por su parte, procurancombinar la modernizacin con la defensa de su identidad y la industrializa-cin con la limitacin de las desigualdades sociales. La comunicacin culturalse establece entre actores que son como nadadores a los que las corrientes acer-can y alejan sucesivamente, cuyas voces deforma el viento y que hablan tam-

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    bien lenguas diferentes o dan sentidos diferentes a las palabras de la lengua ve-hicular que todos tratan de emplear para entenderse un poco.

    Estamos todava tan dominados por la imagen arrogante de los imperios co-loniales y las burguesas conquistadoras o la de los hombres que excluyen a lasmujeres del espacio pblico, que tratamos ante todo de hacer estallar esas do-minaciones abusivas, liberar a los dominados, prestar odos a las minoras, yasean nacionales, tnicas, morales, religiosas u otras. Esta ansia de pluralismoes, desde luego, necesaria, y el tema del reconocimiento del otro est an lejosde haber agotado su fuerza de transformacin cultural. Pero hay que agregar-le un principio de unidad que debe ser la bsqueda -siempre inconclusa- de lareconstruccin de los individuos y las sociedades fragmentadas a partir del mo-mento en que se concentraron los recursos materiales, intelectuales y polticoscon vistas a la inversin y grupos colocados bajo la dominacin de los dirigen-tes erigieron lneas de resistencia. El multiculturalismo no podra reducirse a unpluralismo sin lmites; debe ser definido, al contrario, como la bsqueda de unacomunicacin y una integracin parcial entre conjuntos culturales separadosdurante mucho tiempo, como lo estuvieron hombres y mujeres, adultos y ni-os, propietarios y trabajadores dependientes. La vida de una sociedad multi-cultural se organiza alrededor de un doble movimiento de emancipacin y co-municacin. Sin el reconocimiento de la diversidad de las culturas, la idea derecomposicin del mundo correra el riesgo de caer en la trampa de un nuevouniversalismo y hundirse en el sueo de la transparencia. Pero sin esta bsque-da de recomposicin, la diversidad cultural no puede llevar ms que a la gue-rra de las culturas.

    A medida que la modernidad se difunde a travs de formas de moderniza-cin muy diversas, se impone la idea de que hay que hacer posible la comuni-cacin entre las culturas y detener la guerra de los dioses. Lo que nos conducemuy lejos del relativismo cultural, que pocas veces va ms all de una curiosi-dad de aficionados y no tiene influencia sobre las relaciones de dominacin, se-gregacin y destruccin de los dbiles por los fuertes que se estiman deposita-rios de lo universal y la modernidad. La comunicacin entre las culturas es im-posible o limitada mientras no se acepta la referencia a un doble trabajo co-mn a todas ellas: la creacin del Sujeto y la reunificacin de los elementos dela experiencia y el pensamiento humano que fueron separados y enfrentadosentre s por la fuerza a la vez conquistadora y discriminadora de la moderniza-cin occidental. sta puso el progreso y la razn al servicio de su propio siste-ma de dominacin social, cultural y psicolgica, lo que provoc la disociacinde lo universal dominante y los particularismos dominados. Ahora se trata dereconciliar la razn y las culturas, la igualdad y las diferencias en cada proyec-to de vida individual y colectiva.

    La recomposicin del mundo se efecta en cada uno de nosotros a travs dedos operaciones complementarias: la rememoracin y el distanciamiento. La

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    primera hace volver al campo de nuestra experiencia lo ausente, expulsado odegradado. En particular, se trata de hacer revivir lo que fue censurado comoinfantil o primitivo a los ojos de la civilizacin tcnica, o lo clasificado comoutpico o dominante por los dominados. La rememoracin transforma en me-moria lo distante en el tiempo o el espacio, de modo que tal o cual mito grie-go o tal o cual catedral gtica, un arrozal o una mina de carbn pasan a for-mar parte de mi experiencia. No se trata aqu de curiosidad, o de extensin delcampo del conocimiento y las emociones, sino de la formacin en cada uno denosotros de un Sujeto que nunca se confunda con el Yo. Como un viaje ritma-do por encuentros a travs de los cuales el viajero toma distancia con respectoa su situacin social.

    A travs de estos dos rumbos, que transforman tanto al viajero como a aque-llos a quienes descubre, se efecta, incluso ms all del encuentro, la recompo-sicin en cuestin. Y quienes viven, hablan y escuchan, pueden hallar en la vi-da y el pensamiento de los desaparecidos correspondencias con sus propias re-flexiones. Todos los personajes del pasado pertenecen tambin a la moderni-dad, y quienes vivan en una sociedad moderna slo sern Sujetos con la con-dicin de recordar las culturas pasadas o distantes y encauzar su simpata ha-cia ellas. La recomposicin del mundo erradica la historia y la transforma enmemoria.

    Ese deseo y ese trabajo de recomposicin del mundo dan su fuerza al Suje-to dbil que describ en la primera parte de este libro, Sujeto que combate envez de afirmar y rechaza todos los garantes metasociales del orden en vez debuscar fuera de s mismo un principio de legitimidad. El Sujeto personal, lejosde definirse por el rechazo de las figuras sociales, polticas o religiosas del Su-jeto que lo precedieron, procura reencontrarse en ellas e incluso a travs de lasnegaciones de s mismo que stas le oponen. Cuanto ms nos alejamos del po-sitivismo y el evolucionismo de la sociedad industrial, ms activamente trata-mos de recuperar la imagen liberadora del ciudadano liberndola del poder ab-soluto del Estado, y ms an se afirma la fe del Sujeto religioso al separarla dela ley de las iglesias y las costumbres que las tradiciones confunden con lacreencia religiosa. Espero que pronto, cuando se hayan disipado los sombrosreflejos de los totalitarismos comunistas, podamos reconocer tambin la figu-ra del Sujeto ms cercana a nosotros, la de la clase obrera y su trabajo sufrien-te y liberador.

    La idea de Sujeto personal sera demasiado frgil para permitirnos salir dela desmodernizacin si, como las otras figuras del Sujeto antes que ella, no pro-curara llegar al punto en que, segn la expresin de Malraux, una experienciahistricamente definida toca lo que la supera. Bsqueda creadora pero que nopuede concluir, porque es ms indudable que la trascendencia destruye al Suje-to personal y no que lo fortalece; la obra del mismo Malraux est dominadapor esta tensin entre la apelacin liberadora al antidestino, la trascendencia y

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    la fe, y la prdida del Sujeto en el discurso de la religin, la revolucin, la na-cin e incluso el arte.

    Mediante la recomposicin del mundo, el Sujeto es no slo un Sujeto hist-rico, sino tambin y sobre todo un Sujeto trgico y, lo mismo que un actor, untestigo, como tantas veces lo seal Malraux.

    As, pues, esta recomposicin del mundo contiene en s unos principios deorganizacin y transformacin de la vida pblica, pero es en primer lugar re-composicin del individuo, creacin del Sujeto corno deseo y capacidad decombinar la accin instrumental y una identidad cultural que incluya tanto lasrelaciones interpersonales y la vida sexual y afectiva como la memoria colecti-va y personal. La sociedad multicultural no se caracteriza por la coexistenciade valores y prcticas culturales diferentes; menos an por el mestizaje genera-lizado. Es aquella donde se construyen la mayor cantidad posible de vidas in-dividuadas, donde el mayor nmero posible de individuos logran combinar, demanera diferente cada vez, lo que los rene (la racionalidad instrumental) y loque los diferencia (la vida del cuerpo y el espritu, el proyecto y el recuerdo).As como en todas partes demostraron su fragilidad y se derrumbaron los im-perios multitnicos y multiculturales, as ser vigorosa una sociedad capaz dereconocer la diversidad de los individuos, los grupos sociales y las culturas, yque sabr hacer a la vez que se comuniquen entre ellos, suscitando en cada unoel deseo de reconocer en el otro el mismo trabajo de construccin que efectaen s mismo.Este lenguaje no es conveniente slo para las sociedades liberales y toleran-tes; se dirige igualmente a las sociedades en que la religin es lo bastante fuer-te para no confundirse con determinadas costumbres o una ley, y tambin aaquellas donde grupos explotados o excluidos luchan para ser reconocidos yhacer or su palabra. A la inversa, esta concepcin de la sociedad multiculturalse opone tanto a la homogeneizacin comunitarista como al orgullo de la ra-zn conquistadora que desgarr tan dolorosamente a quienes fueron arrastra-dos al modelo occidental de modernizacin.

    La resistencia a la idea de sociedad multicultural es ms fuerte en los paseseuropeos que se identificaron con los valores universales de la modernidad, ymuy en particular en Francia. En sta, debido en parte a que la idea republica-na tuvo que luchar contra una concepcin tnica de los orgenes de la nacin,que se mantuvo, dice justamente Jean-Loup Amselle, entre quienes hablan "deuna poblacin hexagonal compuesta de una pluralidad de linajes" (p. 17).* Alcontrario, los pases perifricos y sobre todo los que son arrastrados ms acti-vamente al desarrollo econmico, buscan afanosamente combinar su herencia

    . U -poblad hexagonal' se refiere a la poblacin de Francia, a cuyo rrteio condalse le da familiarmente el nombre de "hexgono" (n. del t.l

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    cultural con la participacin en la economa mundializada. Desde hace tiempo,Mxico es uno de los pases donde ms consciente es esta bsqueda, y OctavioPaz le dio sus formas polticas e intelectuales ms elaboradas, pero es en Japndonde esta voluntad, apoyada sobre un xito econmico excepcional, impreg-n ms profundamente el pensamiento y la vida nacionales. En el mundo en-tero, no slo las lites, a la vez nacionales y cosmopolitas, viven la doble per-tenencia; ocurre lo mismo, y ms an, con las poblaciones ms dominadas, co-mo los indgenas de las dos Amricas que rechazan a la vez su absorcin porla cultura de masas y el comunitarismo sin esperanza, mientras que el bilingis-mo domina en casi todas partes y la mezcla de las culturas, creadora o destruc-tora, alcanza las regiones ms aisladas.

    En un mundo en movimiento, en el que ya ninguna cultura est verdadera-mente aislada, en donde hombres y mujeres llegados de todos los continentes,todas las sociedades y todas las formas y etapas de desarrollo histrico se cru-zan en las calles de las ciudades, en las pantallas de televisin y en los casset-tes de la world music, la defensa de una identidad intemporal se torna irriso-ria y peligrosa. Si se quiere conjurar la explotacin puramente comercial de ladiversidad cultural y evitar el choque de las culturas, cuando la diferencia ali-menta el miedo y el rechazo, hay que dar un valor positivo a esas mezclas y en-cuentros que ayudan a cada uno de nosotros a extender su propia experienciay hacer as ms creadora su propia cultura.

    Los europeos que ven en el multiculturalismo una utopa marginal o una pa-tologa cultural cometen un error del que podran ser las principales vctimas.Puesto que en este libro no esbozo una solucin ideal y an distante: describouna situacin real. Si los europeos se niegan a participar en el debate, ingresa-rn en un proceso desastroso de comunitarizacin, es decir, de confusin deprincipios universalistas con formas particulares, histricamente datadas, deorganizacin social y cultural, hasta sacralizar unas tradiciones o formas depensamiento cuyo particularismo ser cada vez ms molesto. Me preocupa vercmo la resistencia a la mundializacin, llena de peligros, en efecto, pero enmuchos aspectos irreversible, se refugia detrs de principios inmortales, con loque transforma una cultura en cementerio de grandes ideas que fueron, sin du-da, fuente de vida pero hoy estn petrificadas en el culto del recuerdo. Esta re-sistencia de los pases antao dominantes, a decir verdad, no debe sorprender-nos. Es natural que el multiculturalismo sea defendido con ms fuerza por lascategoras dominadas, las que se vieron privadas de su identidad por los dis-cursos dominantes.

    Tenemos que escoger entre el enfrentamiento de las culturas y el trabajo dereinterpretacin y engrandecimiento cultural que cad.i individuo puede cum-plir y las instituciones, la escuela y los medios de comunicacin en particular,deben alentar. La visin orgullosa de una cultura europea, identificada con louniversal y que destruye o mantiene en una situacin marginal e inferior a las

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    otras, consideradas como particularistas, ya no es sino el reflejo ideolgico delperodo, hace tiempo concluido, en que una pequea parte del mundo crea po-seer para siempre el monopolio de la modernidad.

    Pero no basta con criticar el etnocentrismo europeo. Al mismo tiempo hayque reconocer el fin de las comunidades aisladas, la mezcla de los individuos ylas colectividades culturalmente diversas en los espacios abiertos y cambiantesde la modernidad tcnica y econmica. Ahora bien, una situacin semejantepuede conducir a una desculturacin general, a la reduccin de la vida perso-nal y colectiva a unas actividades hetermanas de produccin y consumo. Con-tra esta regresin se movilizan los nacionalismos culturales autoritarios. Paraimpedir esta solucin desastrosa, es preciso que se afirme una voluntad de in-dividualizacin cultural, que se cree un Sujeto cultural, personal y colectivo,que lleve lo ms lejos posible, pero de una forma siempre particular, la granobra de recomposicin del mundo.

    MUJERES Y HOMBRES

    Donde la existencia del Sujeto est ms profundamente comprometida es en larelacin entre hombres y mujeres, porque la accin liberadora de stas puso fina la identificacin de una categora particular de seres humanos con lo univer-sal. En lo sucesivo ya no es posible dar una figura central, nica, al Sujeto hu-mano: no hay nada por encima de la dualidad del hombre y la mujer. Al mis-mo tiempo se muestra que el Sujeto es a la vez pertenencia a la racionalidad yexperiencia cultural particular, porque hombres y mujeres son a la vez seme-jantes como seres que piensan, trabajan y obran racionalmente, y diferentesbiolgica y culturalmente, en la formacin de su personalidad, su imagen de smismos y sus relaciones con el Otro. Sin esta accin liberadora, sin la destruc-cin del monopolio del sentido y el poder del que disponan los hombres, nohabra podido constituirse y formularse la idea de Sujeto, tal como la analizoaqu y como me parece que se instala en el centro de las prcticas sociales, losmovimientos sociales y las ideas liberadoras de la actualidad.

    La accin de las mujeres no puede considerarse en modo alguno como la de-fensa de una minora, aun si tomamos este ltimo trmino en el sentido de ca-tegora dominada. Se define mejor por sus debates internos que oponen la prio-ridad otorgada a la igualdad y la afirmacin de la diferencia. Pero es fcil veren ellos una forma particular de la separacin creciente de la instrumentalidady el sentido. Si el movimiento organizado de las mujeres jams conquist el po-der, en especial poltico, que la importancia de las ideas que expresaba tenaque asegurarle, se debi a que se vio desgarrado y debilitado por el movimien-

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    to general de desmodernizacin que condujo a una disociacin verdaderamen-te cultural. Por un lado se afirm una voluntad hiperliberal de borrar el gne-ro como factor de distribucin de los roles sociales o, de manera inversa, unaobsesin de la identidad. La invocacin liberal de la igualdad procur, muyconscientemente en Simone de Beauvoir (o en lisabeth Badinter), la elimina-cin de la identidad sexual en el mayor nmero posible de conductas sociales,por lo tanto la separacin de una vida pblica asexuada y una vida privada se-xuada. Razonamiento del mismo tipo que el de los liberales que queran ase-gurar a todos los individuos, cualquiera fuera su origen social, la igualdad deoportunidades. Por el otro lado, algunas mujeres, al insistir nicamente en sudiferencia, corrieron a la vez el riesgo del encierro que amenaza a todos los mo-vimientos diferencialistas y abandonaron las reivindicaciones ms concretas,cuando en realidad sus conquistas eran puestas en cuestin, en particular porlos fundamentalismos religiosos.

    As como el movimiento obrero se agot, ya fuera en la defensa de la cultu-ra proletaria, ya en un estrecho sindicalismo de mercado, mientras no propu-so una visin global del desarrollo industrial, las mujeres se dividen y debilitancuando no se constituyen en portadoras de una concepcin general de la socie-dad. No con la oposicin de valores femeninos a valores masculinos, lo que se-ra confuso y peligroso, sino, a la inversa, con la afirmacin de la necesidad yla posibilidad de que todas y todos combinen vida profesional y vida personaly lleven una vida doble, es decir, que articulen el universo de la instrumentali-dad con el de la identidad.

    Las investigaciones sociolgicas, en particular la de Simonetta Tabboni enItalia, mostraron que las mujeres, sobre todo las jvenes, ni siquiera conside-ran la posibilidad de escoger entre vida profesional y vida personal, mientrasque los hombres se sienten limitados a su vida profesional y, cuando tambinellos intentan combinar las dos vertientes de su existencia, recurren al xito delas mujeres porque no tienen modelo masculino propio para proponer.

    La afirmacin general de que no es el actor dominante sino el dominadoquien desempea el papel principal en la recomposicin del mundo queda de-mostrada por el hecho de que son las mujeres, ms que los hombres, quieneselaboran un modelo de vida recompuesto. Como la masculinidad se construysobre la dominacin de la femineidad, los hombres tienen grandes dificultadespara inventar una forma particular de recomposicin de su personalidad. Obien tratan de imitar a las mujeres, o bien viven mal sus propias dificultadespara realizar combinaciones de conductas cuyo valor positivo reconocen jperoque no logran concebir con claridad: a tal punto son prisioneros de su antiguaposicin dominante. As como la sociedad industrial fue una sociedad mascu-lina, vale decir, descans, como lo mostraron los historiadores de la vida pol-tica, sobre la oposicin y la jerarquizacin de hombres y mujeres, el mundocontemporneo (y no nicamente en los pases industrializados) construye, pe-

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    se a fuertes resistencias, una cultura a la que se puede llamar feminizada en lamedida en que las mujeres trabajan ms activamente que los hombres en la ar-ticulacin de las dos mitades separadas de la experiencia humana. Y no es porazar que, por primera vez, los nuevos movimientos sociales son animados engran medida por ellas, mientras que el movimiento obrero y hasta los de libe-racin nacional fueron ampliamente dirigidos por hombres.

    Las mujeres no slo quisieron abolir o atenuar las desigualdades que sufrany ganar el derecho de decidir libremente sobre sus vidas, sino que pusieron demanifiesto ante todos unos problemas y un campo de conductas sociales y cul-turales tan nuevo que en la actualidad el pensamiento no puede definir el mun-do contemporneo sin colocar en su centro la reflexin y accin de aqullas.

    En muchos pases, la resistencia a reconocer ese hecho por parte de los go-biernos, los medios de comunicacin y las universidades, y su tendencia a con-ceder a los problemas femeninos una importancia sectorial, tienen consecuen-cias negativas para el conjunto de la sociedad. Cmo no extraer conclusionesgenerales del hecho de que fue el movimiento de las mujeres, por ende un mo-vimiento fundado sobre una identidad particular, y no la invocacin de princi-pios puramente universales, lo que condujo a la modificacin de la legislacinque codificaba la discriminacin de que ellas eran vctimas? Francia, que expe-riment la desigualdad de acceso de las mujeres a todas las funciones de res-ponsabilidad, en particular polticas, descubre que la exigencia de un trata-miento parejo es ms eficaz que la puramente universalista de la igualdad dederechos.As como el debate central de la sociedad industrial se refiri a la represen-tacin y el estatus social de los trabajadores asalariados, el debate cultural cen-tral de la sociedad posindustrial concierne al lugar de las mujeres en la socie-dad. Como siempre se les neg la posibilidad de ser un Sujeto, la clave paraellas es conquistar el derecho de ser un actor social y no las iguales de los hom-bres. Cosa que no pueden hacer ms que al reivindicar a la vez la igualdad pro-fesional y la libertad sexual, en particular en sus funciones de reproduccin.Con eso se evaden doblemente del orden social, obligando al hombre, tanto co-mo a s mismas, a definirse de manera no totalmente social. As, contra un mo-ralismo normalizador, el movimiento de las mujeres, como el de los gays y laslesbianas, puso de manifiesto al Sujeto como un esfuerzo de combinacin an-tagnica entre el placer y la realidad.

    Ese doble trabajo de desbordamiento del orden social, por la independenciaeconmica y la libertad sexual, tan difcil de cumplir, tan pronto a romperse,define el espacio de una cultura femenina diferente de la del hombre pero an-loga e igual a ella. Aquellos a quienes el respeto de las diferencias culturales lle-va a defender costumbres (como la ablacin del cltoris) o reglas de derechoque marcan en el cuerpo y el comportamiento de la mujer su sumisin, no de-fienden una sociedad multiculturalista basada en la libertad de eleccin; encie-

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    rran a las mujeres en el discurso dominante de la sociedad y las costumbres. In-cluso es valedero decir que nuestra cultura occidental puede reivindicarse co-mo la que permiti esta liberacin de la mujer. Con la condicin de agregar quesu desocializacin conduce a menudo a su transformacin en mercanca. Peroeste reino de la mercanca tambin afecta a los hombres y, por otra parte, la li-bertad sexual, el abandono de los cnones tradicionales de moralidad que limi-taban el manejo de la sexualidad a la perennidad de la familia y el patrimonio,favorecen la formacin de un Sujeto que administra libremente las relacionesentre su sexualidad y el mundo instrumental.

    Lo que se denomina liberacin de las mujeres no se reduce (lo mismo, porotra parte, que la de los pases colonizados y las clases explotadas) a destruirun orden social jerarquizado en beneficio de las leyes del mercado. Desembo-ca, antes bien, en el descubrimiento de una cultura femenina y la comunicacinentre sta y la de los hombres. De all la importancia de los trabajos que explo-ran los efectos de ese desfasaje cultural en todos los mbitos de la organizacinsocial, de la enseanza a las atenciones mdicas, de las comunicaciones en laempresa al ejercicio del derecho. La libertad de las mujeres es un elemento cen-tral en la construccin de una sociedad multicultural, porque garantiza a la vezla igualdad de oportunidades profesionales y econmicas entre hombres y mu-jeres y la especificidad de cada uno de los dos espacios culturales en la puestaen vigor de los mismos derechos humanos fundamentales. Somos testigos de lasustitucin de un multiculturalismo basado en la separacin de categoras so-ciales, como lo eran los seores y sus siervos o los clrigos y los laicos, por otroque ya no se basa en la distancia sino en la comunicacin. Hombres y mujeresviven juntos, a menudo cran y educan juntos a sus hijos, tienen relaciones se-xuales y afectivas. La relacin de unos y otras, por lo tanto, ilustra mejor queninguna otra el hecho de que el multiculturalismo es ante todo bsqueda de co-municacin. sta supone lenguajes comunes, pero tambin mensajes diferentes(por el contenido y la forma), expectativas diferentes e interpretaciones igual-mente diferentes del mismo mensaje. La comunicacin entre hombres y muje-res es el elemento central de esta recomposicin del mundo en que veo la for-ma principal del multiculturalismo. ste debe evocar la comunicacin ms quela distancia, la interaccin y no la separacin recelosa.

    Si es cierto que el movimiento gay y de las lesbianas ocupa un lugar centralen la creacin de teora y prcticas erticas separadas de las funciones socialesde la sexualidad que combaten, su importancia no debe ocultar de ninguna ma-nera la de las relaciones entre hombres y mujeres en la reflexin que hay queencarar sobre el Sujeto humano. El movimiento de las mujeres desempe y de-sempea an un papel motor en el cambio cultural que vivimos, y sus efectosdeben conducir en primer lugar a un nuevo anlisis de la condicin y las con-ductas masculinas y sobre todo, como lo mostr Christine Castelain-Meunier,a una reflexin sobre las relaciones entre hombres y mujeres, y por consiguien-

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    te tambin sobre la familia. Contrariamente a un humanismo indeterminado,el reconocimiento de las diferencias entre los sexos es el medio ms conducen-te a la'recomposicin de un mundo en que hombres y mujeres puedan, no dis-tinguirse o confundirse por completo, sino superar la oposicin tradicional delo privado y lo pblico, la autoridad y el afecto.

    LAS POLTICAS DE LA IDENTIDAD

    Pero tambin hay que afirmar que la idea de sociedad multi