El pájaro de zinc, 1er capítulo

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Para Agustín.

Y para mis padres, Emilia y Pepe.

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"...Y yo había pasado por la vida

tan sólo de paso, lejana de mí misma."

María Zambrano

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UNO. EN EL SANATORIO.

Soy Pepa Abades Martí, tengo treinta y seis años, vivo recluida por

orden judicial en este apartado, bello y aburrido lugar. Detenida en la trampa

que el destino ha interpuesto ante la libertad. Comparto vida y espacio con

otras personas que, al igual que yo, sufren problemas mentales diversos.

Podríamos decir que se trata de un sanatorio para enfermos de privilegio,

enclaustrados por voluntad ajena en un inmenso caserón de principios del siglo

XX enclavado en la escarpada costa del Empordà.

Sentada en una de las mesas del jardín con el portátil, una jarra de agua

y un paquete de cigarrillos recién empezado, me dispongo a pasar el tiempo de

manera similar a las demás jornadas. Son las ocho de la mañana de uno de los

primeros días del mes de julio. Aunque no hace calor, es fácil adivinar que

necesitaré la sombrilla en cuanto pase algo más de una hora. Una ligera brisa

mueve las hojas de los árboles plantados algunas décadas atrás, incluso los

hay centenarios. La misma brisa me trae el olor de los pinos piñoneros

entrelazado con el de las rosas blancas y amarillas que crecen acomodadas a

los pies del sauce llorón. A pocos metros, el mar rompe contra las rocas y

provoca ese sonido tan especial al que me he acostumbrado, el mismo que

encuentro a faltar cuando la calma lo paraliza todo.

Este sanatorio de lujo tiene más puntos en común con una cárcel que

con un acomodado hotel de costa, aunque en los pocos momentos en que

logro abstraerme del encierro, agradezco que sea éste y no otro el territorio en

el que cumplo condena preventiva. A pesar de los aspectos positivos que

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pudiera destacar, mis casi tres años de permanencia no han hecho sino

aumentar la angustia y el sentimiento claustrofóbico que a veces me invade,

aunque intente contrarrestarlo con la hermosa vista del jardín y el mar. No son

las ganas de sentirme en otra parte lo que me pesa, sino la incertidumbre del

futuro. En el horizonte no aparece el día en que alguien se acerque con una

sonrisa y me diga que estoy lista para salir. Lo sobrellevo como puedo, y si hay

algo que me ayuda a no decaer, a tener esperanza, y a matar las horas

muertas, es la escritura.

Escribo una especie de relato de mi vida, uno de los mejores bálsamos

que haya podido encontrar para superar los días de hastío, angustia, y soledad.

Me encuentro a punto de acometer la parte de la historia en que mi progenitor

pasó a mejor vida y disfruto tanto con el recuerdo, como poniéndolo sobre el

papel.

He decidido que estas hojas sean una parte más de la terapia. Nadie me

lo ha recomendado, pero con ello expulso algunos de los fantasmas y miedos

que me rodean. Debo añadir que no sólo el ordenador y sus teclas me

consuelan. La ayuda de Eduardo, otro residente, con el que he compartido gran

parte de este tiempo, me resulta reconfortante. Es una gran compañía, no sin

provocarme algunos momentos de enfado, cansancio o aburrimiento, pero a

cambio, siempre está cuando lo necesito. Martina, ¿qué decir de ella? Será

suficiente con que sepáis que es mi mejor amiga. Os hablaré también de Javier

Fernández, que se cruzó en mi vida para compensar la balanza en la que se

pesaban dichas y desdichas, una grata persona ¿o algo más? Mi terapeuta,

Pilar Olmo. Espí, el policía que viene a controlar mi existencia, y otras personas

que custodian mi trayectoria de vida en el sanatorio y forman parte del asidero

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que necesito. Por ahora lo dejo aquí, los conoceréis conforme aparezcan en el

transcurso de los días venideros. Sería prolijo y aburrido daros más detalles

ahora y no pretendo cansar vuestra memoria antes de que paséis al siguiente

párrafo.

Para empezar a situaros, debéis saber que dejé atrás una vida llena de

reuniones, viajes de trabajo, responsabilidades y obligaciones. A pesar de eso,

no podía quejarme, era una existencia muy acomodada y en la ciudad que más

quiero del mundo por ser la mía, Barcelona. A ella ansío volver, si este calvario

acaba con final feliz, cosa más que improbable en este momento. Pretendo

contaros el porqué de esta situación y lo mejor es ofrecerle el turno a mi

progenitor, al que me cuesta mucho llamar padre.