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El patrimonio rural Pascual Rubio Terrado Dpto. de Geografía y Ordenación del Territorio. Universidad de Zaragoza A la memoria de Ángel, mi padre (†11.05.2010), quien sólo con su trabajo y su actitud me hizo comprender qué es la multifuncionalidad y la postmodernidad y cómo se crea y conserva el paisaje. 1.- Introducción. Tradicionalmente considerado como un tema de estudio histórico- científico, el patrimonio, en un contexto postmoderno socialmente caracterizado por cambios en los hábitos de consumo, de ocio y de entretenimiento, ha ido derivando durante los últimos veinte años en elemento de comunicación e identidad, de calidad de vida y en factor de desarrollo. Su valía, pues, se considera múltiple. Sirve de refuerzo identitario para una comunidad, cohesionando a sus habitantes mediante la memoria colectiva que aporta y desde la conciencia de que pertenecen a un territorio que reconocen como propio. Es también un instrumento formativo para las generaciones más jóvenes. Despierta la cognición social sobre la importancia de su protección y conservación. Se usa como materia prima para el desarrollo de una política cultural que va más allá de lo puramente lúdico y consumista. Interesa por su capacidad para influir sobre la calidad de vida. Y vale como recurso de aprovechamiento económico, porque facilita la función turística del territorio y el desarrollo de una compleja industria cultural en la que participan desde bibliotecas a medios de comunicación y asociaciones, hasta escuelas y grupos de acción local; su utilidad para este fin es tanto mayor cuanto más específicos, raros y únicos son los productos derivados del proceso de interpretación patrimonial y más viable la oferta que se genera. La promoción del turismo ligado a las nuevas modas vinculadas con el tiempo libre, de una parte, y los afanes por dinamizar y revalorizar la cultura local, por otra, son los responsables de que el patrimonio se considere un objeto de consumo que suscita un interés académico, social y político creciente.

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El patrimonio rural Pascual Rubio Terrado

Dpto. de Geografía y Ordenación del Territorio. Universidad de Zaragoza

A la memoria de Ángel, mi padre (†11.05.2010), quien sólo con su trabajo y su actitud me hizo comprender qué es la multifuncionalidad y la postmodernidad y cómo se crea y conserva el paisaje.

1.- Introducción. Tradicionalmente considerado como un tema de estudio histórico-

científico, el patrimonio, en un contexto postmoderno socialmente caracterizado

por cambios en los hábitos de consumo, de ocio y de entretenimiento, ha ido

derivando durante los últimos veinte años en elemento de comunicación e

identidad, de calidad de vida y en factor de desarrollo. Su valía, pues, se

considera múltiple. Sirve de refuerzo identitario para una comunidad,

cohesionando a sus habitantes mediante la memoria colectiva que aporta y

desde la conciencia de que pertenecen a un territorio que reconocen como

propio. Es también un instrumento formativo para las generaciones más

jóvenes. Despierta la cognición social sobre la importancia de su protección y

conservación. Se usa como materia prima para el desarrollo de una política

cultural que va más allá de lo puramente lúdico y consumista. Interesa por su

capacidad para influir sobre la calidad de vida. Y vale como recurso de

aprovechamiento económico, porque facilita la función turística del territorio y el

desarrollo de una compleja industria cultural en la que participan desde

bibliotecas a medios de comunicación y asociaciones, hasta escuelas y grupos

de acción local; su utilidad para este fin es tanto mayor cuanto más específicos,

raros y únicos son los productos derivados del proceso de interpretación

patrimonial y más viable la oferta que se genera.

La promoción del turismo ligado a las nuevas modas vinculadas con el

tiempo libre, de una parte, y los afanes por dinamizar y revalorizar la cultura

local, por otra, son los responsables de que el patrimonio se considere un

objeto de consumo que suscita un interés académico, social y político

creciente.

P. Rubio Terrado

Ya en los años 80, el concepto de patrimonio empezó a adoptar una

perspectiva integral, superadora de su distinción inicial entre patrimonio cultural

y patrimonio natural, y se ha convertido en la estrella de los discursos teóricos

sobre bienes culturales. Esta ampliación del concepto ha tenido lugar tomando

en consideración el marco territorial del que forma parte y al que en modo

alguno es ajeno. Así, los elementos patrimoniales se entienden como

componentes del territorio y el territorio y su patrimonio se han convertido en el

contenido de los procesos de patrimonialización.

El patrimonio, pues, es territorial, conforma un capital diversificado y

sirve a la revalorización del territorio, teniendo en cuenta tres apartados

posibles de interacción (Castells, 2001):

- patrimonio e identidad: el patrimonio como generador de imagen y de

identidad territorial;

- patrimonio y sociedad: el patrimonio al servicio de la mejoría de la calidad de

vida de la población;

- patrimonio y economía: las inversiones en patrimonio orientadas a generar

beneficios económicos.

En realidad, la interpretación del patrimonio ha superado los muros de

los museos tradicionales y ha empezado a abarcar también la gestión y

dinamización social del patrimonio territorial, lo que facilita una visión global de

la realidad natural, social y económica y de la evolución de la identidad del

territorio, incluyendo a la población que lo habita (Duch, 1995). No debe

olvidarse que el grupo humano participa en su génesis, pero, asimismo,

tampoco debe dejarse de lado que su contribución es fundamental como

bisagra en la interacción entre la oferta de patrimonio y los servicios de ocio y

cultura que la rodean; el patrimonio debe estar abierto a la iniciativa de todos

los agentes con capacidad para tomar decisiones en el territorio y aplicarlas.

Pero cuando se alude a patrimonio territorial no se hace como si se

tratara del ADN de un territorio, en el sentido de rasgo diferencial y único del

mismo. Más bien, estamos pensando en elementos patrimoniales heredados,

que tienen un valor específico por su relación con otros elementos en el

espacio y que se funden con la tradición y la memoria. Es decir, cada unidad

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El patrimonio rural

patrimonial tiene un valor histórico, artístico, semántico, etnográfico y/o

ambiental intrínseco que no es ajeno a su valor posicional, referencial y/o

relacional con respecto a otros componentes del territorio y a los territorios que

lo rodean; en último término, no se debe olvidar que el patrimonio territorial es

un reflejo de las condiciones culturales y ambientales de un territorio en el

pasado, de las técnicas que sus habitantes fueron capaces de desarrollar y de

la estructura social que mantuvieron. Este capital territorial lo asimilamos a una

especie de “foto de familia”, tomada por sorpresa, en la que figuran diferentes

sujetos, cada uno con un rostro, en el que se identifican qué rasgos lo

caracterizan, incluso es posible atisbar los de sus padres y abuelos, y cada

quien expresa unas actitudes y aptitudes personales.

Pese a lo prolífico de la producción escrita -de la que nosotros sólo

recogemos una pequeña parte en la bibliografía utilizada- sobre cultura y

patrimonio desde ámbitos científicos tan variados como antropología, historia,

arte, sociología y geografía, incluso desde la economía, a priori tan

aparentemente apartada de este tema, derivan aportaciones muy significativas,

sigue siendo un campo de reflexión cargado de interés académico y de

oportunidad social. Su pertinencia social está ligada a ese interés general, ya

enunciado, que suscitan la cultura y el patrimonio como factores de calidad de

vida y de desarrollo territorial. Su congruencia académica procede de observar

cómo al reflexionar sobre esos asuntos existen demasiadas verdades que unos

autores arrastran de lo señalado por otros, que han alcanzado la categoría de

absolutas e inamovibles, pero que siguen sin dar respuesta a numerosas

interrogantes relativas al proceso de patrimonialización, con independencia de

los objetivos que la animen; incluso, emana también de la cantidad y variedad

de ejes de reflexión distintos e interconectados que figuran en su trasfondo,

entre los que destacamos:

- el dinamismo del concepto de patrimonio, el valor de uso que actualmente se

le adjudica, el combinado formado por los objetivos de protección versus

valorización-gestión y el riesgo de que la valorización patrimonial acabe

elaborando un patrimonio que no existía anteriormente;

- las políticas públicas de desarrollo cultural y socioeconómico basadas en el

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P. Rubio Terrado

aprovechamiento del patrimonio, su utilidad, su oportunidad, su capacidad de

arrastre intersectorial y sus límites;

- la diversidad de finalidades posibles inherentes al aprovechamiento de los

recursos patrimoniales, con especial referencia al turismo rural y su

compatibilidad con otros usos y funciones territoriales;

- los impactos ambientales, económicos, culturales y sociales y externalidades

de ese aprovechamiento, al que pretendidamente se le adjudica un carácter

sostenible;

- la diversidad de figuras de patrimonialización, la variedad de legislación sobre

el patrimonio, su compartimentación excesiva según los elementos del capital

patrimonial considerados en cada momento y el déficit de coordinación entre

comunidades autónomas en lo relativo a su acción sobre el patrimonio;

- el valor y potencialidades dispares de cada tipo de recurso patrimonial y el

impacto de las características del territorio en la elaboración y uso de los

productos patrimoniales;

- por último, las características y cambios experimentados por el medio rural, su

impacto sobre la cultura rural y la modificación en la percepción urbana sobre

los valores de la ruralidad.

Y así un largo etcétera que no hace sino reforzar el mensaje de

transversalidad que rodea a la cultura modelada y visualizable en forma de

patrimonio y paisaje territoriales.

Celebramos que en este Coloquio de Geografía Rural el patrimonio rural

sea objeto de una ponencia específica, que para nosotros está resultando

extraordinariamente gratificante. Prepararla nos ha hecho reflexionar, incluso

nos hemos deshecho de algunos prejuicios previos. En su redacción hemos

optado por un tono razonablemente crítico, de ahí las numerosas interrogantes

que aparecen en la síntesis final. La estructura de la ponencia es simple.

Puesto que el tema: ¿QUÉ?: el patrimonio, nos viene propuesto por la

organización del coloquio, de la misma manera que ocurre con su referente

territorial: ¿DÓNDE?: el ámbito rural; a partir de ahí el hilo discusivo responde a

tres grandes interrogantes que son, paralelamente, nuestros objetivos de

investigación.

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El patrimonio rural

¿POR QUÉ ES IMPORANTE EL PATRIMONIO?, cuya respuesta ya se

ha avanzado, al considerar su capacidad para desempeñar la labor de factor y

elemento de desarrollo.

¿CÓMO CONSEGUIR QUE ESA CAPACIDAD SE ELEVE A LA

CATEGORÍA DE REALIDAD?, de nuevo la contestación es lógica, mediante

procesos de patrimonialización, entre los que centraremos brevemente nuestro

interés en una figura muy concreta de valorización-gestión, los Parques

Culturales.

Finalmente, ¿PARA QUÉ? o ¿CON QUÉ FINALIDAD Y OBJETIVOS? A

diferencia de los casos anteriores, las respuestas posibles son variadas, pero

entre ellas cabe citar la recuperación de la memoria, la potenciación de la

identidad, la cohesión social, la génesis de redes sociales y de liderazgo, el

aumento de la calidad de vida, la conservación del capital patrimonial y, nada

más y nada menos, el desarrollo socioeconómico y territorial. No todas

podemos tratarlas en este trabajo, por eso, de entre esas posibilidades, todas

ellas muy seductoras y objeto potencial de atención desde nuestro ámbito

científico, optamos por la última, aquella que conecta con la función turística, es

decir, mediante un turismo rural que presenta, a la vez, rasgos de turismo

cultural y ambiental. No lo hacemos tanto por su novedad, lo reconocemos,

cuanto porque pese a los esfuerzos habidos en esta dirección, con aciertos y

fallos, con luz cegadora y claroscuros, la promoción del turismo sigue

constituyendo una oportunidad real para numerosos territorios rurales

necesitados de alternativas que complementen una acción agraria sobre el

espacio que es, no lo olvidemos, la seña de identidad básica de su ruralidad;

unos espacios en numerosas ocasiones desvitalizados, humana y

funcionalmente, y en los que la función agraria, por sí sola, constituye una vía

de agonía lenta y crítica, si pensamos en su condición de espacios con

hombres; en estos ámbitos, el patrimonio se convierte en un capital valioso.

Insistimos, ha sido nuestra opción y deseamos que sea útil.

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P. Rubio Terrado

2.- El patrimonio territorial. 2.1.- Concepto.

El patrimonio se puede definir como aquel conjunto de bienes y

derechos que posee una persona o institución y que ha heredado de sus

ascendientes; implícitamente, existe una cierta idea de propiedad sobre algo,

aunque hoy no siempre se entienda de forma directa, al asumir que también

puede ser de tipo social, al estilo de un derecho público. Mientras, la palabra

cultura especifica un agregado de comportamientos, creencias, costumbres,

valores, símbolos e ideas compartidos por los miembros de una sociedad, que

sirven para regular sus conductas y que son transmitidos de una generación a

otra. Así pues, la expresión patrimonio cultural alude al cúmulo de aspectos de

una cultura (históricos, monumentales, artísticos, literarios, musicales,

mitológicos, costumbristas, artesanales y otros, combinando, pues, elementos

de la alta cultura y la cultura tradicional), que por sus valores de significación e

identidad y por su fragilidad es necesario cuidar y rescatar. Por supuesto, no

existe ningún límite temporal sobre la antigüedad que deben tener esas

manifestaciones, de la misma manera que tampoco hay ninguna referencia

implícita a qué características y valor mínimo deben tener esos aspectos que

forman parte del patrimonio cultural.

Pero, como decíamos en la introducción, la materialización del

patrimonio cultural no es ajena al entorno ambiental en el que se encuentra, en

especial, roquedo, vegetación natural, formas de modelado y topografía. Éste

influye de forma determinante sobre aquel, a la vez que con los diversos

elementos culturales presentes configura un entramado sistémico que

calificamos como patrimonio territorial (o patrimonio geográfico, tal y como

indica Martín -2002-). Tal denominación, también empleada por Ortega (1998),

considera la interacción grupo humano-naturaleza-cultura en un espacio

delimitado y es una concepción más holística, y a nuestro juicio correcta, que la

de patrimonio cultural, precisamente por los equívocos que suscita esta

denominación, claramente escorada en la bibliografía hacia el patrimonio

histórico, arquitectónico y etnológico, dejando de lado otros elementos que hoy

se consideran parte del patrimonio, como aquellos derivados de los

aprovechamientos y usos del espacio; este planteamiento llega a tener traslado

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El patrimonio rural

en muchas políticas públicas que hablan separadamente de patrimonio cultural

y patrimonio natural. Evidentemente, cuando utilizamos la expresión patrimonio

territorial estamos pensando más en el territorio rural que en el urbano, porque

la influencia de la naturaleza es mayor en aquel. Paralelamente, dicha

denominación no niega la utilidad de la de patrimonio cultural, cuando se aplica

al tipo concreto de bienes para los que está pensada; creemos, simplemente,

que la expresión que empleamos es más clara cuando se trata de combinar

aspectos propios de la naturaleza con los de la cultura, que forman un todo tal

que unos no son ajenos a los otros.

El patrimonio territorial pasa a expresar el conjunto de bienes (naturales,

históricos, culturales y etnológicos) correspondientes a un espacio/sociedad

particular que, por las características de sus componentes, por sus usos

efectivos y potenciales, por el carácter y la impronta histórica que rodea su

origen, por su singularidad y/o rareza y por lo que representan, poseen un valor

y significación especial. Deberá interpretarse, además, como una totalidad que

se modela en forma de paisaje, en cuanto que manifestación visible de aquel;

es decir, síntesis de los patrimonios natural y cultural, que el observador

percibe, interpreta y valora respecto al territorio sobre el que proyecta su

mirada, lo que proporciona una vivencia y le genera una imagen. Así pues, el

paisaje, que es al tiempo natural y cultural y que, como el patrimonio, también

es territorial, constituye el producto más elaborado sobre cómo un grupo

humano ha proyectado su cultura en un espacio y se considera también

patrimonio (Martínez, 2006). Entender el patrimonio como territorio y paisaje, a

la vez, fortalece su participación en la ordenación del mismo y facilita -en la

dirección de lo señalado por Ortega (1998) y Troitiño (1996)- que, desde el

reconocimiento social de esa condición, puede alcanzar, en primer término, la

de recurso cultural y convertirse, más tarde, en recurso económico.

En suma, es el resultado de la acción antropizadora sobre los

componentes de un medio natural que figura como soporte de cualquier

actividad y acción humana, por lo que el paisaje cultural, en cuanto que ámbito

geográfico asociado a un evento, a una actividad o a un personaje, que

contiene valores estéticos y culturales (Sabaté, 2004), acaba derivando de la

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P. Rubio Terrado

percepción que suscitan los elementos culturales localizados en un entorno

natural, del que, según Zouain, (2007), no son independientes, ni en su

significación -identidad a la que dan lugar o excepcionalidad que los caracteriza

-, ni en su aprovechamiento -valores de uso y estético que les corresponde-, ni

en su valor total -como suma de los de aprovechamiento y significación. En

este sentido, aunque el patrimonio cultural, considerado en su formulación

habitual, es una construcción social, la idea de patrimonio territorial va más allá,

puesto que, si bien el grupo humano ha sido el artífice del mismo, las

condiciones impuestas por el medio (tanto en términos de potencialidades

como de limitaciones a la acción humana) han influido decisivamente en su

elaboración. Ello permite señalar la existencia de una cultura territorial, según

Zoido (2004), muy relacionada con el paisaje donde ocurre.

Este punto de vista contempla una idea de dinamismo, ya que los

elementos que lo conforman se han construido progresivamente a partir de la

base de otro patrimonio preexistente que se visualizaba mediante un paisaje

previo que ha sido modificado. El patrimonio será catalogado de natural, si los

componentes de ese medio están poco o nada modificados por la acción

humana, en cuyo caso se hablará de paisaje natural; o podrá catalogarse de

cultural, cuando los elementos nucleares deriven de la acción humana y se

aludirá entonces a paisaje cultural. Por supuesto, ambos tipos de patrimonio y

paisaje constituyen los extremos de una única realidad que avanza en la

dirección del uno hacia el otro y en la que el patrimonio territorial da lugar a un

estado temporal de equilibrio hombre-medio-cultura.

Cuando el dinamismo es sostenible, la construcción deriva hacia valores

positivos que originan un equilibrio frágil e inestable y cualquier intervención

ulterior sobre alguno de sus componentes -lo que cabe asimilar a alterar el

patrimonio territorial- da lugar a un paisaje nuevo. También es inestable su

valor de uso, porque depende de la capacidad de los elementos patrimoniales

para soportar un aprovechamiento diferente al inicial, sin deterioro y/o

transformación significativos del valor de cambio motivado por el hecho de

modificar el uso y función que recibe y cumple. El valor que hoy día se le

adjudica como elemento potencial de desarrollo territorial deriva de esos

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El patrimonio rural

valores de uso (actual y futuro) y de significación.

En definitiva, el patrimonio se ha construido de forma acumulativa y

diacrónica a lo largo de la historia y tiene un carácter de legado que justifica en

sí mismo las acciones orientadas a su protección y salvaguarda; aunque, no

por ello es menos cierto que esas acciones cortan de raíz la creatividad

patrimonial territorial, es decir, la reelaboración constante del patrimonio. Es

uno de los elementos que componen el territorio e inequívocamente el territorio

es patrimonio; por su parte, el paisaje es una percepción derivada de los

caracteres del territorio, también se considera patrimonio y el patrimonio

elabora un paisaje. Igualmente, la cultura es clave en la construcción del

patrimonio y del paisaje y en la regulación de las interacciones entre grupo

humano y medio natural, todo ello porque explica cómo los comportamientos

del grupo humano se proyectan sobre el territorio mediante los

aprovechamientos y usos de los recursos que ofrece el medio.

Asignar al patrimonio la capacidad de servir como materia prima para el

disfrute cultural y/o de ocio de las sociedades modernas, como se ha indicado,

lo convierte en un recurso potencial de desarrollo, fundamentalmente turístico,

cuando el uso y disfrute del mismo se oferta a visitantes ajenos al territorio, y

también social-cultural, si el consumo lo realiza prioritariamente la población

local y le sirve para reforzar su identidad como grupo.

2.2.- Su valía como factor de desarrollo.

La interpretación, conservación, mercantilización y el consumo de

patrimonio mediante el turismo son temas que vienen siendo objeto de intensa

reflexión, aunque desgraciadamente no siempre de debate, en las sociedades

occidentales durante los últimos decenios. El patrimonio figura en la literatura

académica como actividad dinamizadora de las economías a través de su

utilización como reclamo turístico, por sus efectos positivos sobre la generación

de empleo, por su incidencia favorable sobre las dotaciones de servicios

competitivos y de equipamientos públicos y por las posibilidades que ofrece en

materias de aprovechamiento y valorización de recursos patrimoniales

previamente ociosos (Francés, 2006) y de protección y conservación de los

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P. Rubio Terrado

mismos. Y es que, parafraseando a Graham et alii (2000), el patrimonio, que es

cultura, otorga poder y genera actividad económica, lo segundo porque, como

apunta Espeitx (2001) -citando a Sánchez-Palencia y Fernández-Pose-, existe

una derivación desde el concepto de cultura al de entretenimiento, lo que

permite llegar a esa consideración como recurso económico.

Se ha pasado de entenderlo como un conjunto de bienes que por sus

valores se situaba en el ámbito de la protección y no de la explotación, a

convertirse en lugar común el reivindicar el valor y la capacidad del patrimonio

como instrumento de desarrollo dado su carácter de bien por cuyo disfrute el

consumidor está dispuesto a pagar; por lo tanto, capaz de generar nuevo tejido

económico y de dinamizar y diversificar el ya existente. Hasta tal extremo

ocurre eso que el valor de su significado simbólico se ha sustituido por el valor

y atractivo de la imagen que proyecta y la competitividad que inducen los

recursos patrimoniales explotados turísticamente; por otra parte, también es

cierto que ese uso, con componentes público y social, facilita la justificación

general de la inversión que suponen su rehabilitación y conservación, que es

creciente en relación directa a la progresión de los procesos de

patrimonialización y mayoritariamente dependiente de la financiación pública.

Este valor se ha explicado, principalmente, al amparo de las teoría del

desarrollo endógeno, desarrollo local y desarrollo integrado, teniendo en cuenta

la necesidad de buscar alternativas, dado el grado de deterioro socio-territorial

que caracteriza a numerosos territorios de nuestro país, en el caso de los

rurales causado por la crisis de la agricultura productivista y la no siempre

factible articulación de actividades productivas distintas a ella y con capacidad

para iniciar procesos de crecimiento más sostenibles, eficaces, eficientes y

fundamentados en los recursos disponibles y con mayor capacidad para

modificar las tendencias.

Dichas teorías ponen el énfasis en el progreso atendiendo a las

condiciones y dinámicas territoriales internas, es decir mediante la valorización

del capital territorial propio. Inicialmente, el proceso se benefició de la

descentralización flexible que desde la década de los ochenta del siglo pasado

empezó a caracterizar a numerosas actividades productivas. En los noventa, el

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El patrimonio rural

acento, aun sin perder de vista el fuerte peso de los factores de localización

clásicos y de las oportunidades macroeconómicas, se desplazó hacia otros

apartados del capital territorial, como el social, el institucional y el cultural,

capaces de inducir nuevas potencialidades y dinámicas de desarrollo,

vertebración y articulación social y económica, y cohesión y sostenibilidad en el

uso de los recursos. Desde ese momento ha adquirido importancia renovada la

ineludible consideración de las condiciones ambientales, políticas, históricas y

socioculturales del espacio, es decir, se razona el territorio como la principal

potencialidad para el desarrollo local; de esos factores tiende a depender la

aptitud previa para un desarrollo socioeconómico cuysos objetivos generales

de actuación se colocan cada vez más próximos a la teoría del desarrollo

integrado, entendido por Caravaca et alii (2005) como aquel capaz de

compatibilizar la competitividad económica (desarrollo económico), el bienestar

social (desarrollo social), la sostenibilidad ambiental (desarrollo sostenible) y la

reducción de los desequilibrios territoriales (cohesión social).

Pero las teorías del desarrollo endógeno y local son las que mantienen

una vigencia más dilatada como referente para el diseño de políticas de

desarrollo rural. La primera se puede concretar como un modelo orientado al

incremento del nivel de bienestar de la población local mediante la promoción

de actividades económicas, sociales y culturales desde el aprovechamiento del

capital territorial de la propia comunidad, es decir, por razón del empleo de los

recursos y potencialidades internas del territorio.

En el caso de la segunda, puesto que a cada unidad territorial

corresponde una identidad derivada de sus características naturales,

económicas, humanas, sociales, institucionales y culturales, la apuesta de

futuro se centra en la reorganización de los recursos locales con la finalidad de

generar economías de diversificación y pluriactividad y de disminuir la

dependencia y vulnerabilidad local frente a las coyunturas procedentes de los

contextos macroregional y global. Ambas asumen que las estrategias de

desarrollo deben responder a un diseño ascendente, con implicación de todos

los agentes locales (económicos, sociales, culturales e institucionales) y

basado en el fomento de la participación de la población local en su diseño.

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P. Rubio Terrado

En definitiva, desde objetivos tales como crear directa e indirectamente

empleo y riqueza (rentas salariales, beneficios empresariales e ingresos

tributarios) en el mismo medio donde se desarrolla la actividad productiva,

favorecer un uso sostenible del espacio, asentar población, generar rentas

complementarias al sector primario, fomentar la constitución de nuevas

empresas locales de iniciativa autóctona, difundir la cultura propia, generar

efectos de arrastre sobre el resto del tejido productivo, incentivar la creación de

redes sociales, aumentar la disponibilidad de equipamientos, infraestructuras y

servicios, y aprovechar, recuperar y mantener el patrimonio territorial existente,

la aplicación de los principios de desarrollo integrado, endógeno y local al

territorio rural se resume en forma de una oportunidad para fomentar un tejido

económico intersectorial que concede valor a la agricultura pluriactiva, a la

industrialización difusa, a la artesanía y a la terciarización de la actividad

económica. De todo ello deriva un modelo capaz de diversificar funcionalmente

esta categoría territorial teniendo en cuenta tres dimensiones básicas de la

misma (Maya e Hidalgo, 2009), la productiva, mediante el fomento de nuevos

sectores y funciones, la conectiva, desde la potenciación de las relaciones

entre sectores y territorios, y la operativa, en razón a la participación de la

población local en la gestión de los procesos que le afectan.

Por otra parte, cuando se considera el patrimonio territorial como un

recurso de desarrollo, el concepto de territorio adquiere plenitud renovada, ya

que la combinación de elementos que lo conforman, de orden cultural-

ambiental, y la forma en la que se visibilizan, dan lugar a un hecho geográfico

individualizado con respecto a otros. Ha alcanzado categoría de doctrina la

afirmación de que en términos de avance territorial, desde una posición

utilitarista (Rubio y Hernándo, 2007 y Rubio, 2008), el patrimonio es un agente

y bien económico (con valor de uso directo, en el sentido de generar ingresos

económicos) y de identidad social que hay que proteger (Domínguez y Cuenca,

2005) para garantizar un uso equilibrado y sostenible del mismo. Teniendo en

cuenta estas afirmaciones, ha calado en las prácticas de política territorial, en

los discursos sociales y en la opinión pública en general. Pero, en el fondo,

esta opinión se mueve entre los clichés que imprimen los medios de

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El patrimonio rural

comunicación y los más universales y propios de la etapa de postmodernidad

que vivimos, caracterizada por la importancia que se otorga a valores como lo

tradicional, lo natural, lo cultural y lo sano, ello, por supuesto, sin renunciar a

aquellos avances técnico-científicos que aseguran la calidad de vida y la

seguridad ante las crisis y los estadios de estrés natural.

El patrimonio de los pueblos se ha revalorizado con el paso del tiempo,

en Europa especialmente desde la década de los sesenta del siglo XX,

coincidiendo con un periodo de crecimiento de la renta, de aumento del nivel y

calidad de vida, de desarrollo de los medios de transporte y comunicación, de

seguridad alimentaria, de demanda de tiempo para el ocio y de desarrollo y

consolidación de un turismo de masas consumidor de una cultura que ha

acabado siendo, asimismo, de masas (Rubio, 2008). Todo eso ha dado lugar al

nacimiento y consolidación de un potente sector de gestión cultural, tanto

público como privado, que, por una parte, ha convertido a los ciudadanos en

espectadores y consumidores de patrimonio (hay quien habla de vulgarización

de la cultura, a la que ha conducido la masiva promoción de algunos de sus

componentes –García, 2001-) y, por otra, ha impulsado la consolidación del la

cultura como una alternativa interesante para ocupar el tiempo libre de las

personas.

Paralelamente, la gestión cultural ha pasado a ser un nicho laboral cada

vez más importante. La conjunción de ese carácter de yacimiento de empleo,

unido al movimiento de personas ligado a la secuencia uso-consumo-disfrute

(en definitiva, su aprovechamiento como recurso económico) y a su condición

de recurso endógeno siempre presente (pero con frecuencia insuficientemente

valorizado y con valores y potencialidades diferentes en los distintos puntos del

territorio), son las razones que hacen que sea un elemento cada vez más

presente en las políticas de planificación, tanto de carácter rural como urbano,

utilizando más en este segundo caso el patrimonio monumental-histórico (que

ha originado un tipo de paisaje cultural más puro), mientras que en el primero el

peso descansa sobre todo en el patrimonio territorial, tal y como lo entendemos

en esta ponencia. Ese carácter transversal de la cultura puesto de manifiesto

en la declaración institucional de la Conferencia de Berlín sobre Política

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P. Rubio Terrado

Cultural Europea de 26 y 27 de noviembre de 2004, hoy es una realidad.

En esta trama, el patrimonio, el medio natural y el paisaje rural juegan un

rol fundamental en muchos lugares en los que ha sido posible convertirlos en

reclamo o componente de una oferta turística y recreativa que les ha dado

salida comercial, en otras palabras, lo que para Merino y Migens (2003) es una

marca de cultura rural específica que ha sido exitosa, lo que Santamaría (2003)

califica de turismo alternativo al de masas o lo que para Troitiño (1996) es la

dimensión territorial del turismo y sus potencialidades cara al desarrollo local.

Una de las pocas voces discordantes es la del mismo Troitiño et alii (2005),

quien refiriéndose en particular al potencial de los espacios naturales

protegidos para desempeñar la tarea de instrumentos dinamizadores y

promotores de desarrollo sostenible en zonas regresivas, concluye que son

bastante escasas, porque la reducida operatividad de los instrumentos de

protección y gestión de los recursos ambientales no alcanza a compatibilizar

los objetivos de protección y desarrollo, como así demanda la sociedad, lo que

en el fondo no es sino un reflejo del barullo en la gestión territorial que se

observa en España y de la ausencia de coordinación entre las políticas

proteccionistas, las de desarrollo y las de ordenación del territorio.

En otras palabras, la cultura, que se materializa en una primera

aproximación en forma de patrimonio y en otra más general y global de paisaje,

ha adquirido el valor añadido de su rentabilidad económica potencial. Esto

explica su participación en casi todos los proyectos implementados en el medio

rural en los últimos dos decenios, para dinamizarlo. En ellos se observa, a la

par, una conciencia creciente sobre la necesidad de desarrollar acciones

capaces de preservar los bienes patrimoniales para las generaciones futuras y

de facilitar y garantizar su uso por las presentes, lo que los convierte en

instrumento y agente catalizador de estrategias de desarrollo sostenible

(Vicente, 2008 y Martínez, 2006). Así se entiende el enorme crecimiento

experimentado por las políticas patrimonialistas y el importante peso que

corresponde al fomento del patrimonio y de las actividades turísticas ligadas a

él en los programas de desarrollo rural por antonomasia, las iniciativas

LEADER y PRODER. Estos programas han facilitado que el patrimonio

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El patrimonio rural

territorial se haya integrado en el mercado y forme parte del repertorio que el

turista encuentra en el medio rural. También por influencia de ambos, ese

turismo ha pasado a ser percibido en numerosos lugares como una

oportunidad de progreso y revitalización económica a la que, aunque se le

adjudican aspectos positivos y negativos, a los primeros corresponde un peso

mayor (ver cuadro adjunto); incluso, el turismo basado en la cultura y la

naturaleza local constituye un uso del territorio rural que en algunas ocasiones

ha llegado a sustituir a los tradicionales.

CUADRO RESUMEN DE LOS IMPACTOS DEL TURISMO SOBRE EL TERRITORIO. ECONÓMICOS SOCIOLÓGICOS AMBIENTALES

POSITIVOS: − Generación de renta − Creación de empleo − Estímulo a la inversión − Diversificación económica − Mayor dotación de

infraestructuras

− Estímulo a la valoración de la identidad propia

− Estímulo a la valoración del patrimonio local

− Estímulo a la tolerancia y aceptación de otras culturas

− Interacción turista-comunidad − Incremento de la calidad de vida

de la comunidad

− Mayor valoración del patrimonio ambiental

− Estímulo a la preservación del medio ambiente

− Inducción a la planificación, ordenación y gestión territorial

NEGATIVOS: − Costes de oportunidad: uso

excluyente de recursos − Inflación − Distorsiones en la economía

local: polarización territorial, dualidad territorial y succión-drenaje de recursos

− Excesiva dependencia del turismo

− Dualidad y tensiones sociales − Pseudocolonialismo − Pérdida de las señas de

identidad − Difusión de estereotipos

− Degradación del entorno: contaminación ambiental, aguas fecales, producción de basura, polución visual y acústica, erosión e incendios

− Antropización: presión urbanizadora sobre el espacio natural

− Contracción y pérdida de biodiversidad

FUENTE: Elaboración propia. Adaptado de Calderón (2005)

Entre los valores positivos destacan los siguientes. Se le otorga carácter

de revulsivo frente a la crisis de estructuras (demográficas, culturales,

económicas) que afecta a numerosos territorios rurales, por su capacidad para

actuar como motor de dinamización económico-social y por su aptitud para

promover la recuperación y conservación de unos bienes patrimoniales locales

que en muchos casos, al haber perdido el valor de uso tradicional, estaban

abocados a su degradación y eventual desaparición como tales. Por otra parte,

el uso del patrimonio territorial con fines turísticos también colabora para

garantizar la transición desde sociedades productivistas en crisis hacia

sociedades terciarias y evitar o sustituir la etapa de barbecho espacial (Bielza,

1999) derivada de la readaptación de aquellos territorios rurales que no pasan

125

P. Rubio Terrado

por la fase de adaptación progresiva intermedia. Se considera su capacidad

para generar una gama diversificada de puestos de trabajo y rentas alternativas

a la agricultura o complementarias a ella, para emplear proporcionalmente más

a mujeres y jóvenes, para generar un auténtico tejido empresarial

complementario al agrario, para garantizar la disponibilidad de muchos

servicios competitivos y no competitivos y de equipamientos que de no haber

una demanda turística no existirían en muchos territorios rurales despoblados,

así como su intervención a la hora de producir una “imagen de marca” que

proporciona atractividad al territorio.

Pero sobre todo ello, en especial, figura su capacidad de arrastre y

dinamización intersectorial. Lo anterior lleva al entendimiento del turismo como

un activador de sinergias con alto impacto sobre la calidad de vida y con unas

necesidades de capitalización relativamente reducidas.

Entre los negativos, subrayamos que puede provocar un proceso de

pérdida de valores culturales en el destino turístico, por el impacto de los

visitantes sobre las actitudes, comportamientos y valores de la población

autóctona, generar un sentimiento de rechazo al uso turístico por parte de la

comunidad visitada, impulsar la mercantilización y banalización de las

tradiciones locales -hasta convertirlas en meros escenarios teatrales-, fomentar

la especulación sobre el suelo y los bienes raíces, encarecer el coste de la

vida, introducir presiones inflacionistas derivadas de la estacionalidad del flujo

de visitantes y propiciar un mercado inmobiliario opaco.

Aunque, en términos territoriales pensamos que el mayor riesgo procede

de los impactos ambientales y la incidencia sobre la cohesión social, ligados a

una eventual masificación del destino turístico; en realidad la sostenibilidad

ambiental y social del uso turístico del patrimonio territorial no siempre está

garantizada (OSE, 2009), porque su capacidad para soportar la presión

humana es limitada y porque en situaciones de alta intensidad de uso adquiere

el carácter de recurso no renovable.

126

El patrimonio rural

Así pues, las posiciones sobre la sostenibilidad de la acción turística

están enfrentadas entre quienes ponen el énfasis en su capacidad

modificadora, igual que cualquier otra actividad económica, y quienes lo hacen

en los beneficios sociales y económicos de dicha actividad y en su capacidad

para activar mecanismos de protección del que es su bien primario, el

patrimonio territorial: eso sí, en términos casi siempre antes reactivos que

proactivos. Con todo, aunque estos impactos se pueden evaluar, no siempre es

posible cuantificarlos de una manera precisa y de acuerdo con la escala a la

que se producen.

En realidad, la idea de sostenibilidad se ha consolidado como un objetivo

nodal de las políticas y acciones de desarrollo turístico-patrimonial diseñadas

en el último decenio. Figura explícitamente citado en las declaraciones

internacionales con mayor impacto sobre el diseño de las mismas, nos

referimos al Convenio Internacional del Paisaje, a la Carta del Turismo

Sostenible (Lanzarote, 1995), a la Declaración de Barcelona de la Conferencia

Euromediterránea (1995), a la Declaración final y resoluciones de la 4ª

Conferencia Europea de Ministros Responsables de Patrimonio Cultural

(Consejo de Europa, Helsinki, 1996), a la Carta Internacional para el Turismo

Cultural (ICOMOS, Méjico, 1999) y a las Recomendaciones finales del

Seminario Internacional sobre El Turismo Cultural: Perspectivas de desarrollo

sustentable y gestión de sitios del Patrimonio Mundial (UNESCO, Damasco,

2001). En todos los casos hay un denominador común que asimilamos con

apuesta de futuro en la que no se trata tanto de buscar la urbanización” del

medio rural, en cuanto que reproducción de las exigencias de comportamiento

urbano, como camino de progreso, cuanto de propiciar una diversificación de

actividades económicas respetando los valores singulares de cada territorio.

Con todo y con ello, no es menos cierto que la sostenibilidad territorial de

la interacción entre el producto patrimonial y la actividad turística rural puede

ser puesta, como mínimo, en cuarentena, en particular porque muchos de los

nuevos productos tienen de rural el espacio en el que se asientan, pero

responden a lógicas claramente urbanas, ya que el capital que requiere su

puesta en marcha pocas veces es local y los beneficios derivados de la

127

P. Rubio Terrado

actividad no revierten en esta escala más allá de la génesis de empleos

terciarios y la existencia de servicios competitivos también utilizables por la

población local. Aún más, el uso turismo de los productos patrimonializados

con frecuencia escapa a la idea de actividad sostenible en los términos

expresados en la ya mencionada Carta del Turismo Sostenible, a saber,

soportable ecológicamente a largo plazo, viable económicamente y equitativo

para las comunidades locales desde una perspectiva ética y social. Podría

pensarse que los binomios patrimonio/turismo y turismo/sostenibilidad son

pares de términos antitéticos, ya que el turismo nunca es una actividad

plenamente inocua, a la vez que el patrimonio es, por definición, un bien no

renovable y su deterioro o destrucción suponen su desaparición definitiva.

ICOMOS ya avisaba de todo ello en 1999, al destacar que la relación entre

turismo y patrimonio es dinámica y puede dar lugar a posiciones encontradas,

lo que hace imprescindible el planteamiento estratégico de criterios de

sostenibilidad en el desarrollo turístico basado en recursos patrimoniales; en su

informe de 2000 volvió a situar el turismo como uno de los principales riesgos

para el patrimonio y ello pese a reconocer los innegables beneficios y

oportunidades que genera en las zonas en las que se desarrolla.

El auténtico valor de la estrategia de desarrollo basada en el combinado

formado por el capital patrimonial y el turismo descansa en que se comporta

como una matriz sistémica con alta capacidad de impacto sobre otros

componentes y procesos territoriales, con los que interacciona, tales como

infraestructuras de conexión, empresas, mercado laboral, organizaciones

públicas y privadas, oferta/demanda turística, actividad económica y recursos

financieros. Pero desde la óptica del uso turístico del patrimonio, tampoco

conviene olvidar aquellas afirmaciones que entienden la actividad turística

como panacea (Millán, 2002) para los males del subdesarrollo y/o deterioro

socio-territorial, opinión muchas veces recogida y amplificada por los

posicionamientos y recetas de distintos organismos nacionales e

internacionales. En definitiva, pensamos que existe un estado de opinión

académico, institucional y social que tiende a valorar en exceso la capacidad

de la actividad turística como alternativa para zonas de escasos recursos

128

El patrimonio rural

económicos, tanto de capital como humanos. Aunque es cierto que estas

actividades pueden actuar, en adecuada combinación con las actividades

agropecuarias y la agroindustria, como una primera etapa para el despegue

económico de un territorio rural, proporcionando la base necesaria para su

incorporación a una economía más competitiva y moderna, sustentada en los

servicios y el terciario, también es seguro que lo hacen con múltiples

claroscuros, por las externalidades que pueden originar, sobre todo si se

desarrollan en forma de enclave o dan lugar a un monocultivo económico, y ello

sin omitir la problemática ambiental y los desencuentros culturales y

actitudinales entre foráneos y población local.

Creemos firmemente que el patrimonio y el turismo no son una panacea

de desarrollo, en el sentido de estrategia con aplicabilidad indiscriminada a

cualquier territorio rural. La competencia entre territorios que causan es muy

alta (de nuevo, el principio de la escala global de competitividad entre los

lugares), porque el valor simbólico de los recursos disponibles es dispar y no

siempre se adecuan al gusto de los consumidores (sólo sirven si atienden

demandas reales y tienen un valor que tienda a específico); y ello abre el

camino a intervenciones que pueden desvirtuar el valor primigenio del

patrimonio territorial, porque su capacidad de absorción de nuevos impactos,

sin que sus valores iniciales se modifiquen, es limitada y porque las

oportunidades particulares de las regiones, sobre las que influyen su ubicación

con respecto a los mercados emisores de consumidores de este tipo de

recursos y las infraestructuras de comunicación y los servicios y equipamientos

disponibles, tampoco son coincidentes. En esta misma línea se pronuncia

Bustos (2006), cuando señala que, si bien no constituye un remedio milagroso

para resolver los graves problemas a los que se enfrenta lo rural, sí que le

ayuda a recuperar una parte del dinamismo perdido durante la larga etapa de

reestructuración ligada a las crisis agraria y rural de las décadas de los

sesenta, setenta y ochenta de la centuria pasada.

Por otra parte, no se debe obviar que, desde la década de los noventa,

la globalización ha llegado a ser el proceso más importante para explicar las

dinámicas actuales de desarrollo, las variaciones experimentadas por la

129

P. Rubio Terrado

competitividad rural y la existencia de tendencias heterogéneas en la ruralidad.

Dicho proceso ha contribuido, asimismo, a generar esa idea de oportunidad

para la economía rural ligada a la potenciación de aquellos recursos capaces

de favorecer la aparición de nuevas iniciativas empresariales, así como de

contribuir a dotar a estos espacios de nuevas funcionalidades compatibles con

las actividades productivas tradicionales e idóneas para diversificar la base

económica local mediante actividades complementarias entre sí; de nuevo

figuran aquí los servicios turísticos, artesanía, producciones agrarias de

calidad, reforestación, producción de medio ambiente y rehabilitación del

patrimonio, entre otros. Y todo ello sin olvidar la premisa de que para que se

supere el estadio de mera oportunidad, la consolidación de esas funciones

debe ir acompañada de dinámicas de aprendizaje social asociadas a un

esfuerzo innovador, empresarial y socio-institucional y de estrategias para la

promoción de redes de cooperación; en ambos casos porque son factores

esenciales para la competitividad del espacio.

En este sentido, el aprovechamiento del patrimonio puede interpretarse,

además, como una acción de valorización de lo local frente a lo global (Goytia,

2001), ya que tiene un alto impacto territorial por la cantidad de agentes

públicos y privados que intervienen en el proceso y a los que sirve, a la par que

facilita la obtención de beneficios económicos, sociales y culturales y, puesto

que activa contenidos para ser germen de una identidad territorial, porque es

idóneo para inyectar nuevas capacidades para competir con otros territorios, al

estilo de una denominación de origen o de una marca comercial.

Por último, somos conscientes de que si bien el avance de la industria

turística basada en el patrimonio territorial puede llegar a adquirir en algunos

casos una función de motor de crecimiento socioeconómico -a nuestro juicio los

menos, salvo en ámbitos prioritariamente urbanos que se benefician de las

externalidades y economías de escala inherentes a esa condición-, en los más,

siendo realistas, tiende a corresponderle una participación complementaria,

aunque eficaz al servicio de objetivos genéricos como el incremento del valor

del capital territorial, el aprovechamiento racional de los recursos, la

valorización de otros nuevos, la génesis de proyectos sociales y culturales

130

El patrimonio rural

comunes, el nacimiento de proyectos empresariales, el inicio de dinámicas de

interacción empresas-organismos-instituciones, la diversificación y el

crecimiento económico, la multifuncionalidad, la complementariedad y la

equidad social en el proceso de redistribución de los beneficios de la actividad

económica al conjunto de la sociedad. Todo ello alimenta el dinamismo y la

sostenibilidad en medios rurales necesitados de alcanzar la condición de

territorios inteligentes en el sentido que a dicha expresión otorgan Caravaca et

alii (2005), aquellos que utilizando sus propios recursos de una forma

económica, social y ambientalmente eficiente, consiguen generar verdaderos

procesos de desarrollo.

Lo anterior sin olvidar, ciertamente, que en los medios con acción

económica polarizada sobre el aprovechamiento del patrimonio territorial, esta

circunstancia puede acabar dando lugar a una nueva categoría de ruralidad si

la función turística se impone y sustituye a otras funciones tradicionales de la

misma -nos referimos a la actividad agroganadera y forestal-, o no tanto, si

hablamos de producción de paisajes agrarios y de energías limpias. En estos

casos difícilmente puede hablarse de auténtico desarrollo, cuando más podrá

hacerse de crecimiento. Insistimos en que sólo desde la planificación es posible

combinar y conciliar los intereses no siempre compatibles -si bien, por

definición, tampoco discordantes-, entre las distintas funciones que pueden

desempeñar los recursos y cada uno de los puntos del sistema territorial.

3.- El marco territorial rural: Evolución del sistema rural y aplicación de políticas públicas de desarrollo.

Durante las últimas décadas, el medio rural español ha experimentado

cambios sociales, económicos, culturales, políticos y ambientales, en definitiva

territoriales, que han transformado su funcionalidad inicial. Desde un punto de

vista socioeconómico, lo esencial ha sido la pérdida de importancia de la

agricultura como actividad productiva, derivada de la reestructuración del

modelo agrario productivista y del éxodo rural; también destaca la emergencia

de actores ligados a nuevas actividades económicas. Desde la perspectiva

cultural, en razón de penetración de claves culturales urbanas, la sociedad rural

131

P. Rubio Terrado

ha acusado el impacto de la transformación de los valores de uso de su

territorio, desde el agrario monofuncional hacia otro más pluriactivo y

multifuncional. Ambientalmente destaca el reconocimiento del medio natural,

rural por definición, como bien común del conjunto de la sociedad, por dos

razones, por los paisajes, patrimonio y tradiciones que atesora y porque

suministra los recursos primarios para la vida, básicamente el agua, el aire y el

suelo agrario. Finalmente, en lo político hay dos dimensiones que interesan, de

una parte, es importante considerar el impacto que ha tenido la organización en

Comunidades Autónomas, por la capacidad creciente de autogobierno y de

control de la acción sobre los recursos locales que les corresponde y, de otra,

la incorporación de España en la Unión Europea, con lo que ello ha supuesto

de aplicación de unas políticas y directrices territoriales comunitarias cada vez

más importantes por su impacto sobre la evolución de la ruralidad.

En este contexto de cambios hay que hablar de coexistencia entre los

objetivos de intensificación y especialización de la agricultura -allá donde las

condiciones lo permiten y esta actividad es calificada de rentable- y la dejación

del uso agrario en aquellos otros ámbitos caracterizados por una agricultura

tradicional y poco competitiva, teniendo en cuenta la necesidad de buscar

complementariedades entre la agricultura y otras actividades económicas para

garantizar el empleo y la renta, es decir, el fomento de la diversificación para

asegurar la pervivencia de esta parte del sistema territorial general.

Es así que los objetivos de la intervención pública aspiran a una

reorganización de los recursos locales rurales, a la búsqueda de economías de

gama o diversificación (Francés i Tudel, 2006), en oposición a las de escala

propias del modelo rural modernizante previo a la década los noventa del siglo

pasado, y a la consecución de un modelo de desarrollo menos dependiente del

sector agrario, menos vulnerable y más equitativo social y territorialmente. En

realidad, como subrayan Moscoso et alii (2005), se ha pergeñado una nueva

estructura de oportunidades en la que, desde nuestro punto de vista, la

agricultura extensiva y/o ecológica, la transformación local de los productos

agrarios y el turismo rural basado en el aprovechamiento de la naturaleza y el

patrimonio local, forman los ejes básicos sobre los que pivotan la mayor parte

132

El patrimonio rural

de las acciones ejecutadas en los planes de desarrollo rural.

En los cambios anteriormente señalados han influido factores como la

modificación de las relaciones campo-ciudad, de las pautas de consumo

urbano de recursos rurales y de los patrones de localización de la actividad

económica, así como los avances en los sistemas e infraestructuras de

transporte y comunicación, que han reducido el valor de la relación distancia-

tiempo entre el territorio rural y su entorno urbano. Todo eso ha impactado

sobre su funcionalidad económica, la cantidad de efectivos humanos, su

distribución espacial y características biológicas, las pautas culturales

dominantes, la percepción concerniente a los valores y oportunidades de este

territorio y la acción pública desarrollada en él.

El análisis de la evolución de las características generales del territorio

rural español (véase figura 1) determina, en una primera fase comprendida

entre mediados del siglo XX y la primera mitad de la década de los años

ochenta, que el cambio básico avanzó en la dirección de una desagrarización

que estimuló la pérdida de valor de un medio que pasó a tener una

participación subsidiaria en el funcionamiento del sistema general; también fue

importante la homogeneización progresiva de las formas de vida y pautas de

comportamiento rurales y urbanas, mayoritariamente en la dirección de las

segundas. Todo ello, en clave territorial, tuvo una consecuencia fundamental, el

modelo de vida rural se perturbó (Tió, 2006), hasta el punto de que para Moltó

y Hernández (2004) el medio urbano ha impuesto sus formas de percibir,

entender y, sobre todo, organizar el espacio.

133

P. Rubio Terrado

±2000/2005

±1985/1990

±1960ENTORNO URBANO

SISTEMA RURAL

Espacio alternativo

para la residencia

Industria dispersa

Agriculturas ecológica y productiva

Turismo rural

Producción de energia Consolidación de un

modelo de agricultura postproductivageneradora de externalidades

positivas

TERCIARIZACIÓN

Abandono de una parte del territorio y recomposición del

sistema de poblamiento

DESAGRARIZACIÓN

Pérdida de competitividad

territorial

Politicaspublicas

agraristas

Nueva valoración de lo rural

Competitividad-atractividad

Nueva estructura de oportunidades

MULTIFUNCIONALIDAD AGRARIA Y TERRITORIAL

Dotación de infraestructuras y equipamientos

Inversión de tendencias demográficas

Mantenimiento del tejido agrícola

Formación del capital humano

Fomento de iniciativas de

desarrollo endógeno

Patrimonio

Aplicación de políticas públicas con

componente territorial

COMBINACIÓN DE FUNCIONES

SocialEcológica Económica

… DE UNA P.A.C. AGRARISTA … A OTRA RURALISTA

Modificación de las funciones territoriales

tradicionales

PRIMERA ADAPTACIÓN-“CRISIS DEL

MODELO RURAL”

SEGUNDA ADAPTACIÓN-“(RE)-CONFIGURACIÓN”

NUEVAS DEMANDAS EN MATERIAS DE CALIDAD Y MEDIO

AMBIENTE

INCREMENTO DEL NIVEL DE

RENTA

RECUPERACIÓN DEL VALOR DE

LO LOCAL

CONSOLIDACIÓN DE LA TRANSICIÓN

POSTMODERNA

DESERTIZACIÓN HUMANA Y

FUNCIONAL RURAL

Complejización del sistema rural

CONFIGURACIÓN DE UN NUEVO ESTADO-¿“(RE)-

INVENCIÓN”? ¿“(RE)-DEFINICIÓN” ?

PROCESOS DE INDUSTRIALIZACIÓN, TERCIARIZACIÓN Y URBANIZACIÓN

CAMBIOS EN LAS PAUTAS DE CONSUMO

Figura 1. Evolución del sistema rural español. Adaptado de RUBIO (2008).

Los cambios socioeconómicos y culturales de la última década del siglo

XX, acaecidos en un contexto general de prosperidad socioeconómica, de

generalización de los comportamientos de la denominada sociedad del

consumo y del bienestar y de omnipresencia del proceso de globalización, han

sentado las bases para una ruralidad diferente a la tradicional. Desde entonces,

se han desarrollado nuevas relaciones campo/ciudad -económicas, sociales,

culturales y ambientales- y lo rural cada vez más se considera como un bien

público que forma parte del patrimonio conjunto de la sociedad. Hoy, la idea de

ruralidad no está relacionada sólo con los suministros primarios tradicionales,

sino también con la oferta de medio ambiente (aire puro, agua de calidad,

biodiversidad, etcétera), de tranquilidad, de paisaje, de cultura, de patrimonio y

ocio, de nuevas fuentes de energía renovable e igualmente con su participación

en la articulación y equilibrio del sistema territorial general. En definitiva, la

diversificación, estructural y funcional, es el objetivo nuclear de las políticas de

desarrollo rural y sobre el pivota la interpretación de los cambios de lo rural.

134

El patrimonio rural

En ese contexto nació la iniciativa comunitaria Leader. Constituye el

primer ejemplo serio de actuación multisectorial e integrada en el medio rural

(Esparcia et alii, 2000); pero aunque en las acciones que ha promovido

prevalece la componente territorial sobre la sectorial, en realidad, las medidas

subvencionables que han concentrado la parte más importante de financiación

pública disponible son aquellas encaminadas a promocionar directamente el

turismo, a fomentar pequeñas empresas artesanas y a poner en valor los

productos y recursos naturales y culturales locales. En el Leader I (1991-1994)

las acciones relacionadas con la rehabilitación de viviendas para uso turístico,

la construcción y mejora de hoteles, construcción y ampliación de pensiones,

los campings y el acondicionamiento de parajes naturales, se llevaron casi el

52 % de la inversión total (en 1.603 proyectos según Blanco y Benayas, 1994)

y alrededor de un 30% en la medida de inversión B3 del LEADER II.

El objetivo de diversificación lo asimilamos a apuesta más por lo

territorial-rural y menos por lo agrario. El principal exponente de este tránsito lo

constituye la reforma de la PAC de 2003-2004 y los avances más importantes

en esa dirección proceden de la publicación del Reglamento (CE) n° 1698/2005

del Consejo, relativo a la ayuda al desarrollo rural a través del Fondo Europeo

Agrícola de Desarrollo Rural (FEADER), de la Decisión del Consejo, de 20 de

febrero de 2006, sobre las directrices estratégicas comunitarias de desarrollo

rural y de las prioridades comunitarias para el desarrollo rural en el periodo de

programación 2007-2013 recogidas en esos documentos y en el Plan

Estratégico Rural Europeo, en el Plan Estratégico Nacional español y en los

Planes de Desarrollo Rural autonómicos. En todos los casos se habla de

mejora del medio ambiente y del entorno natural, de progreso en la calidad de

vida en las zonas rurales, de fomento de la diversificación de la economía rural

y de desarrollo de las capacidades locales de creación de empleo y de

sostenibilidad, ideas todas ellas congruentes con el aprovechamiento del

patrimonio territorial como factor y agente de desarrollo rural, turístico y

territorial, tal y como venimos planteándolo en esta ponencia.

Como ejemplo de legislación nacional que enfatiza en esa misma

dirección, es reseñable la Ley 45/2007 para el desarrollo sostenible del medio

135

P. Rubio Terrado

rural. En ella también figuran muchas de las ideas vertidas anteriormente. Parte

de los principales problemas que afectan a los territorios rurales -esencialmente

menor dinamismo económico y social- y las fortalezas y oportunidades que

poseen -desde el medio ambiente, el patrimonio cultural y la calidad de vida,

hasta la agricultura productora de alimentos y materias primas de calidad-.

Asimismo, se enuncian los grandes objetivos sobre los que se articula, entre

ellos destacan el avance de la competitividad y la preservación del medio

ambiente y del entorno rural. Entre las medidas posibles de desarrollo figuran la

diversificación económica, la creación y mantenimiento del empleo, el

incremento de las infraestructuras, equipamientos y servicios básicos y el

apoyo a las energías renovables, a las tecnologías de la información y la

comunicación, a la educación, a la seguridad ciudadana, a la cultura, a la

sanidad, al empleo público, a la protección social, al urbanismo y la vivienda y a

la protección del agua; las ideas generales vuelven a ser reiterativas con

respecto a enumeraciones previas.

En definitiva, tanto en clave de la legislación comunitaria como de la

nacional, el acento de la actual política de desarrollo descansa en lo que se

conoce como paradigma de la multifuncionalidad, que alude a la variedad de

outputs susceptibles de comercialización que generan el medio rural y la

agricultura, eso que Hervieu (2002) califica como capacidades para producir, a

la vez, bienes alimentarios y no alimentarios, ofertar recursos materiales y no

materiales, producir y transformar bienes privados y bienes públicos y bienes

de mercado y no comercializables.

Desde un punto de vista territorial, la multifuncionalidad se refiere a la

diversidad de actividades y funciones que cumple y/o puede cumplir

simultáneamente este territorio, capaces de generar proyecciones externas

positivas en lo referido al medio ambiente, la biodiversidad, el paisaje, el ocio y

el patrimonio cultural (Merino y Migens, 2003); asimismo, se erige en una

fortaleza fundamental que se beneficia de las coyunturas derivadas de la

ampliación y diversificación de la demanda urbana (que conforma un capital

móvil sujeto a modificaciones y ciclos) sobre los componentes del sistema rural

(que constituyen el capital fijo) y del cambio de percepción entre los ciudadanos

136

El patrimonio rural

urbanos sobre los valores inherentes a la ruralidad. En este contexto, lo rural

está dejando de ser algo pasivo en la recepción de los procesos globales, más

bien se está adaptando y respondiendo a ellos, eso sí, no siempre sin

conflictividad social y cultural, porque los intereses rurales y urbanos no

siempre son convergentes, de la misma manera que el territorio está pasando a

considerarse el elemento clave para el progreso, porque puede ofertar

múltiples recursos con demanda real, capaces de proporcionar oportunidades

para satisfacer, entre otras, las relacionadas con el ocio y el turismo, la

educación ambiental, la segunda residencia, la acogida de nuevos habitantes o

la deslocalización de actividades industriales (Cánovas et alii, 2006 y Sancho et

alii 2008).

Pero el principio de la multifuncionalidad tampoco es ajeno a los cambios

socioculturales y económicos de finales de los ochenta, lo que se ha

denominado transición postproductivista (Rubio, 1999). Los principios sobre los

que pivota el postproductivismo nuevamente nos suenan: apuesta por la

calidad más que la cantidad, uso racional de los recursos, cuidado y

mantenimiento del medio ambiente y del patrimonio territorial, y recuperación

del valor de lo local.

En síntesis, la ruralía, primero, ha avanzado desde una funcionalidad

esencialmente agraria hacia otra inicialmente de perfil pluriactivo y más tarde

multifuncional-territorial, caracterizada por combinar estrategias de producción

primaria y no primaria, de oferta de espacio barato, de valorización de sus

externalidades ambientales, sociales y culturales y de soporte para actividades

de esparcimiento, de recreo y culturales. En definitiva, una diversificación

basada en la multiplicidad y variedad de recursos que el medio rural está

preparado para ofertar, de funciones territoriales que es capaz de desempeñar

y la consecuente pluralidad de demandas que puede atender. Segundo,

creemos que se está diseñando una nueva ruralidad en la que una de las

estrategias más significativas de desarrollo se apoya en la promoción del

turismo basado en la activación previa de los bienes patrimoniales disponibles.

Sobre ello influyen factores como la consolidación de un nuevo estilo de vida

en el que lo ambiental ha adquirido una importancia renovada (por la

137

P. Rubio Terrado

configuración de lo “natural” y lo “ecológico” como bienes de consumo) como

reacción frente al estrés provocado por el modo acelerado de la vida urbana y

el paulatino agotamiento del modelo turístico fordista clásico. En este marco, se

considera básica la conexión entre turismo rural, patrimonio mueble e

inmueble, tradiciones y naturaleza (Villarino et alii, 2009) como base de un

desarrollo rural más sostenible que el tradicionalmente centrado en el sector

agrario.

4.- Patrimonialización y territorio.

En las últimas décadas se promueve un interés renovado, la intervención

pública y privada sobre los bienes patrimoniales también es muy importante y

la demanda de otros nuevos está creciendo ininterrumpidamente. Pero en esa

demanda hay que diferenciar entre la “de uso”, basada en la utilidad inmediata

de la explotación de los elementos patrimoniales, y la “de no uso”, ligada a su

carácter de legado del pasado y a sus valores histórico, cultural y simbólico

intrínsecos que, en realidad, son intangibles. Ambas están interconectadas

mediante el binomio conservación de los elementos/garantía de uso sostenible

de los mismos, casi al modo de las dos caras de una moneda.

En todos los territorios existe un stock de elementos patrimoniales

variados -o capital patrimonializable- que han surgido durante el proceso de

adaptación de los grupos humanos a las fortalezas y debilidades derivadas de

las características de su espacio y para satisfacer sus necesidades, teniendo

en cuenta sus gustos cambiantes y las relaciones de intercambio con otros

territorios. Pero dicho stock, para que pueda cobrar valor patrimonial y

constituir un recurso propiamente dicho, debe pasar por un proceso de

adaptación/transformación que asegure su capacidad para satisfacer una serie

necesidades y demandas contemporáneas.

Es así que se habla de valorización de bienes patrimoniales, de

producción patrimonial o, simplemente, de patrimonialización, en alusión a la

modificación de los valores de cambio y de uso de algunos elementos

(Martínez, 2006) y su adaptación para satisfacer demandas de identidad,

culturales y/o económicas.

138

El patrimonio rural

En realidad, la presencia del acervo patrimonial no garantiza en modo

alguno la orientación de esos bienes hacia su uso y disfrute social, salvo que

medie -según Vicente (2008)- la existencia de un modelo de oferta patrimonial

que seleccione qué objetos y lugares, por las especificidades simbólicas y/o de

rareza que presentan y les otorgan valor; es decir competencia, lo que supone

que merecen ser considerados como patrimonio, preservados y aprovechados.

Pero aunque los elementos patrimonializables existen previamente, los

recursos patrimoniales se producen a posteriori y estos podrán convertir a los

territorios en lugares turísticos si son aptos para dicho consumo (Almirón et alii,

2004), si se logra generar una imagen atractiva de la identidad del recurso y del

territorio y si son capaces de satisfacer las demandas de los visitantes. En

definitiva, existe el paso cualitativo desde la condición de recurso potencial a la

de recurso real y de ésta a la de producto patrimonial, en el sentido de producto

turístico cuando, según indican Frutos et alii (2009), se vinculan entre sí uno o

varios recursos, con un equipamiento y una imagen comercial. Todo un cúmulo

de circunstancias que no impiden que los elementos patrimonializados puedan

ejercer cierta función como factores de desarrollo, si bien, la disponibilidad de

una oferta de acogida y de productos turísticos más o menos interesante o

atractiva, tampoco garantiza un desarrollo estable, como lo demuestra que en

Europa haya crecido mucho más la oferta de esos productos que la demanda

de visitantes a los mismos y que, en todo caso, el crecimiento se haya

concentrado -según Bonet (2003)- en aquellos más y mejor promocionados,

más infrecuentes y/o poseedores de mayor valor simbólico.

La patrimonialización, que también puede entenderse como un proceso

de activación de elementos materiales y/o inmateriales de la cultura

(Corchuelo, 2006), es llevada a cabo por determinados agentes sociales -casi

siempre públicos- y, básicamente, consiste en seleccionar elementos, a partir

de criterios en los que intervienen los valores, gustos e intereses

contemporáneos (Prats, 1998, Graham et alii, 2000, y Espeitx, 2004), sobre los

que se interviene. Desde este punto de vista, la condición de patrimonio no

siempre es interpretable como un atributo inherente al objeto clasificado como

tal, en otras palabras, autores como Grande (2001) plantean que el patrimonio

139

P. Rubio Terrado

no existe en sí mismo, ni los elementos alcanzan la categoría de bien

patrimonial por cualidades innatas, sino que ese valor deriva de la

intencionalidad de los grupos que imponen su posición, la cristalizan en el

objeto patrimonializado (Prats, 1998), diseñan la oferta de productos y deciden

los usos y categorías de conservación que les afectan.

Almirón et alii (2005) también esbozan la interesante duda de si el

patrimonio es una herencia del pasado o un objeto del presente para cuya

construcción se recurre al pasado. Cualquiera de los dos planteamientos es

posible, aunque, considerarlo como un mero legado o herencia -por tanto, con

un valor absoluto en sí mismo-, supone una aproximación estática, al tiempo

que implica que la sociedad actual opere como receptora de un patrimonio del

que es heredera, lo que mediatiza las posibilidades de aprovechamiento, a la

vez que el valor que le otorga depende de sus cualidades intrínsecas y del

contexto de su origen. Hacerlo en clave de objeto del presente supone que la

producción patrimonial deriva de los objetivos asignados a la selección de los

elementos y de los intereses sociales, propios y externos, que rodean el

proceso. Posiblemente en ello radiquen las dificultades para cuantificar el valor

del capital patrimonial.

Hoy casi cualquier bien inmueble o mueble, manifestación simbólica,

formación natural y/o paisaje puede acabar considerándose patrimonio y casi

todo puede patrimonializarse. Esto se explica porque el patrimonio territorial es

un recurso ampliamente aceptado por el mercado de consumo. De eso derivan

ciertos riesgos, entre otros que acabe convertido en un objeto de conflicto y

negociación, porque su activación está influenciada también por las políticas

patrimoniales y por la búsqueda de complementariedad entre los diferentes

usos que cabe adjudicar a los elementos del territorio. Por ejemplo, son

frecuentes los conflictos de uso derivados de la imposibilidad de conciliar en un

mismo punto del espacio la diversidad de funciones posibles que pueden

desempeñar; un caso habitual es el de la ganadería intensiva y el turismo, que

aunque no son actividades compatibles y el énfasis actual se inclina hacia la

segunda, con harta frecuencia la primera la antecede en el tiempo como

actividad y función territorial.

140

El patrimonio rural

En cualquier caso, la selección de bienes ha existido siempre, porque

cada generación ha determinado su legado, eligiendo qué ha querido descartar

o atesorar y la manera de tratar lo que ha conservado.

Otorgar valor al patrimonio acaba asimilándose con la acción de convertirlo en

recurso económico a partir de la secuencia formada por las acciones de

protección, acondicionamiento, dinamización y difusión de elementos

patrimoniales. Esto implica organizarlos para que conformen un producto. La

aberración a la que se puede llegar, parafraseando a Boisier, citado por Aranda

y Combariza (2007), es que la activación patrimonial, desde el objetivo de

producir aspectos específicos a cada territorio, origine un mero escenario que

responda más a las expectativas de los consumidores -cuyos gustos

mayoritariamente son de carácter global- y no tenga en cuenta las condiciones

iniciales de identidad del patrimonio local. El equilibrio es inestable, pero es el

objetivo deseado.

Ciertamente, de una parte, puede aceptarse que la formación de un

producto patrimonial con fines turísticos resignifica al patrimonio, teniendo en

cuenta el enfoque del mismo hacia el nicho de demanda turística que se desea

atender. De otra, también puede pensarse que da pie a una redefinición del

territorio, entre otras razones porque motiva nuevas funciones territoriales y

formas de segmentación del mismo ligadas al estatus identitario que otorga el

patrimonio, a modo de un valor añadido que lo convierte en protagonista de esa

competitividad -en tantas ocasiones mencionada- que se ha erigido en

elemento nodal del paradigma de desarrollo económico endógeno, local e

integrado; a este fin colabora que la patrimonialización pueda considerarse un

proceso de innovación. Al final, lo cierto es que entre el objetivo de uso turístico

y el de valorización patrimonial se establece una relación bidireccional,

dinámica e inestable que aparece claramente explicitada en la carta de Turismo

Cultural de ICOMOS (1999).

Pero de la misma manera que los elementos disponibles para ser

patrimonializados son variados, también la demanda los mismos es cambiante

y heterogénea; en clave turística, eso explica la multiplicación y diferenciación

de los destinos -cada uno con su oferta de productos turísticos-, al tiempo que

141

P. Rubio Terrado

acarrea competencia entre territorios por incorporarse a los circuitos turísticos

más en boga, por disponer de infraestructuras de comunicación que mejoren la

accesibilidad desde el exterior, en el sentido de permitir el acercamiento entre

los turistas y los destinos (Callizo y Lacosta, 1999), y por contar con los

servicios anexos -comerciales, sobre todo- que garantizan el éxito y otorgan

capacidad de atracción al producto turístico. En esencia, la activación

patrimonial también puede interpretarse como respuesta local a los procesos

de globalización.

Siguiendo ese último argumento, localidades y regiones apartadas de las

grandes rutas y centros turísticos, sin los atractivos turísticos clásicos (sol,

playa, monumentos históricos o elementos de atracción simbólica) y casi

siempre de carácter rural, perciben en la revalorización y acondicionamiento de

su patrimonio territorial una oportunidad de calidad de vida, de bienestar social

y de desarrollo económico. Pasar del estadio de oportunidad al de realidad

precisa elegir qué recursos específicos se ofrecen en el mercado, diseñar

productos turísticos, disponer de una oferta de acogida suficiente (alojamiento,

restauración y servicios complementarios) y garantizar los accesos para atraer

al turista. La propia Comisión Europea insiste en la potencialidad del turismo

cultural para reducir la congestión y la estacionalidad características del turismo

masivo de playa, al tiempo que enfatiza su capacidad para expandir, en los

planos territorial y temporal, los efectos positivos del crecimiento turístico

(European Comisión, 1995).

En el mercado patrimonial se encuentran la oferta “de” y la demanda

“sobre” unos bienes que en su mayoría tienen el carácter de bienes públicos, lo

que justifica la necesidad de participación pública en el proceso de

patrimonialización. Aunque no sólo por ello, también influye que la esfera

institucional sea la única que puede intervenir en muchos territorios

desvitalizados y carentes de iniciativa privada, actuando como locomotora de

arrastre y que puede corregir los frecuentes fallos que afectan a ese mercado,

materializados en forma de externalidades negativas provocadas por un uso

inapropiado y/o abusivo del patrimonio territorial. En general, la intervención

pública deriva de políticas cuyo objetivo central es el control cuantitativo y

142

El patrimonio rural

cualitativo del stock patrimonial (Vicente, 2008). El Estado ha sido

históricamente el principal agente, pero en la actualidad, al estar transferidas

las competencias relativas al patrimonio, las Comunidades Autónomas son más

activas y todas disponen de la correspondiente ley de patrimonio cultural; el

problema estriba en que no en todas aparece catalogado de la misma manera,

ni las estrategias de actuación son las mismas.

La respuesta práctica a este proceso contiene múltiples facetas

interrelacionadas, como la interpretación de los bienes patrimoniales-

paisajísticos (entendidos en extenso) y su rehabilitación, y la oferta de nuevos

equipamientos, servicios y alojamientos. Pero, sin duda, el resultado más

visible ha sido la proliferación de figuras orientadas, en unos casos, a la

protección de los patrimonio histórico (tales como monumentos, conjuntos

históricos, zonas arqueológicas, sitios y jardines históricos) y natural (parques,

reservas, monumentos naturales y espacios protegidos), y, en otros a su

valorización-gestión, en unos casos mediante museos (al aire libre, regionales

y locales, ecomuseos, etcétera), centros temáticos relacionados con paisajes,

con determinados productos (vino, agua, artesanía), profesiones y tradiciones,

en otros a través de modelos basados en la fusión de bienes en el territorio

(como los parques culturales y los parques arqueológicos) y, más

recientemente, por razón de las rutas culturales (del Quijote, del vino, del toro,

del aceite y otras muchas); en definitiva, lo que Almirón et alii califican como

tendencia a la inflación patrimonial, refiriéndose al crecimiento de la oferta de

productos con cualidades cada vez más mezcladas, procedentes de un pasado

cada vez más próximo y ubicados en áreas geográficas heterogéneas, a lo que

nosotros añadimos cada vez más elaborados y como respuesta a unas

estratégicas de marketing exógenas y a unas modas cambiantes. En cualquier

caso, hoy el principio de valorización prima sobre el de protección y éste queda

integrado como objetivo consustancial a la gestión sostenible del patrimonio

con el objetivo del desarrollo territorial.

En lo relativo al tamaño de la oferta de bienes patrimonializados en

nuestro país, es una cuestión difícil de evaluar; aunque eso puede justificarse

inicialmente por su carácter de recurso emergente, al final, no deja de producir

143

P. Rubio Terrado

cierta extrañeza. De hecho, ni se conoce la dimensión real de los bienes

utilizables turísticamente, ni existe un catálogo o inventario único que detalle el

número, la ubicación y el valor de uso y calidad de aquellos ya valorizados. Los

datos se encuentran dispersos y carecen de fiabilidad; en lo relacionado con el

pequeño patrimonio, el desconocimiento es casi total. Hay algunos trabajos

recientes que aportan una cartografía de síntesis sobre la distribución de los

bienes, entre ellos el del Observatorio sobre la Sostenibilidad en España

(2009), el de EUROPARC-España (2008) y el Atlas de Turismo Rural (2008),

mientras que la información cuantitativa más precisa, aunque presentada a

escala regional, se encuentra en el Anuario de Estadísticas Culturales 2009,

del Ministerio de Cultura, pero sólo se refiere a aquellos declarados BIC.

En realidad, conocemos más sobre el gran patrimonio que goza de algún

tipo de declaración al amparo bien sea de la ley General de Patrimonio

Histórico, bien de la Ley de Espacios Naturales Protegidos, bien de las leyes

autonómicas sobre patrimonio cultural y natural (que introducen figuras nuevas

respecto a las contempladas en las anteriores) o bien de las declaraciones

como Patrimonio Mundial de la UNESCO. Esas declaraciones y leyes le

otorgan protección y repercusión pública, ya sea mediante declaración como

Patrimonio de la Humanidad (en total 39, de ellos no más de 11 ubicados en el

medio rural), bien como Parque Natural -éstas son, con seguridad, las dos

figuras más importantes y que simbolizan lo más destacado de nuestra

herencia patrimonial-, o como bienes muebles e inmuebles declarados BIC, de

los que hay inscritos 66.284 y 15.849 respectivamente en 2008, con una

distribución territorial caracterizada por un desequilibrio que lejos de reflejar su

distribución real, responde a la diferente sensibilidad de las autoridades

regionales y locales competentes a la hora de promover su declaración como

tales. Respecto a los inmuebles, los que en principio constituyen una referencia

más directa desde el análisis turístico rural, se observa un marcado predominio

de los monumentos frente a otras figuras y por localización destacan Baleares,

Andalucía y Cataluña. Mientras, en lo relacionado con los muebles, Cataluña y

Navarra aportan casi la mitad de los inscritos.

144

El patrimonio rural

Pero más importante que lo anterior resulta reseñar que el proceso no

está agotado, ni mucho menos. En principio, porque aunque esas

declaraciones lo inician, no siempre existe una conversión en recurso

patrimonial. En segundo término, porque la mayor parte de los elementos,

además de carecer de figura de protección legal, tampoco conocen el inicio del

proceso de patrimonialización; nos referimos al pequeño patrimonio (fuentes,

puentes, caminos, aterrazamientos parcelarios, paisajes locales, edificaciones

tradicionales, etcétera) y al patrimonio inmaterial, que se encuentran en una

especie de nebulosa que no garantiza su protección, ni su valorización, ni

tampoco su difusión más allá de una escala estrictamente local. Los esfuerzos,

por ahora, siguen concentrados en el gran patrimonio.

Incluso, hasta fechas recientes no ha existido una línea clara de

formación universitaria para atender la demanda laboral en este campo, salvo

títulos propios que sí han proliferado en casi todas las universidades pero con

contenidos centrados más en los bienes patrimoniales contemplados en la Ley

General de patrimonio histórico, que en planteamientos de orden territorial, lo

que puede explicarse por haber sido los departamentos de Historia y Arte los

agentes más activos en este sentido; sólo donde se da la feliz coincidencia de

que comparten departamento con la Geografía, la orientación territorial es más

explícita. En este sentido, nos es útil la experiencia francesa del Master

Profesional en Valorización del Patrimonio Rural que como titulación oficial se

imparte en la Universidad de Limoges y que sí pivota sobre esa concepción de

patrimonio territorial rural que venimos defendiendo.

En el medio rural, la disponibilidad de un paisaje cultural de cierto valor

ha sido lo que en primera instancia ha dirigido la activación patrimonial con

objetivos turísticos, aunque, creemos que actualmente están tomando el testigo

los gustos expresados por la demanda turística urbana. Un ejemplo de ello lo

conforma las rutas temáticas que han proliferado en los últimos años e implican

que la valorización patrimonial, si bien mayoritariamente sigue centrada en la

escala local, está ampliando la territorialidad considerada como recurso, desde

la localidad propiamente dicha a la comarca, o incluso a un ámbito que integra

parte de varias provincias, como es el caso de la ruta del Cid o pretende serlo

145

P. Rubio Terrado

en de la Celtiberia. La valorización está influyendo en la definición misma del

patrimonio por parte de los agentes presentes en el territorio, lo que asimilamos

al objetivo de tejer una “tela de araña” capaz de atrapar al turista y alargar el

número de días que permanece en él, algo sólo alcanzable ofertando una

combinación atractiva de recursos que promuevan un producto con cierta

extensión espacial; los elementos aislados (por ejemplo un festival o un pueblo

monumental en medio de una comarca agraria) tienen pocas posibilidades de

consolidarse y sobrevivir en el complejo mercado de la oferta turística, por este

motivo es conveniente integrarlos en itinerarios y/o redes, o asociarlos con

otros puntos de atracción turística para mejorar la masa crítica del producto

patrimonial resultante.

Pensamos que la formulación de productos patrimoniales-turísticos está

escapando cada vez más al objetivo de los agentes locales, para inscribirse

plenamente en una lógica económica exógena no siempre sostenible. Ello pese

a que las figuras de valorización y protección planteadas por la legislación

pertinente y también la gestión privada, lucrativa o no, de los procesos

culturales, contemplan, sin excepción, el objetivo de propiciar un

aprovechamiento sostenible del patrimonio (en otras palabras, hacer

compatibles aprovechamiento -conducta humana- y conservación –interés

social-, teniendo en cuenta los activos culturales y ambientales sobre los que

se basa la acción turística) y su capacidad para el desarrollo local. En este

sentido, nos sumamos a la opinión del profesor Troitiño (2007) cuando señala

que en la utilización del patrimonio no todo sirve, porque su capacidad de

acogida es limitada, a la vez que el objetivo de dinamización económica a partir

del turismo no es posible de manera invariable.

5.- Los parques culturales.

De entre todas las figuras de producción-gestión patrimonial a las que se

ha aludido en las páginas precedentes, vamos a centrar nuestra atención en una

conceptualmente basada en la combinación-fusión de elementos variados y

dispersos por un territorio a una escala que se aproxima a la comarcal, que

guardan conexiones entre sí y con el paisaje en el que se encuentran y han

146

El patrimonio rural

ayudado a elaborar, que pueden o no estar previamente protegidos por otras

figuras legales de orden cultural o ambiental, pero que dan lugar a un producto

con características razonablemente homogéneas. En definitiva, se parte de la

consideración de todas las manifestaciones nacidas de la cultura, incluso

aquellas que no siendo directamente producidas por la actividad humana hayan

podido afectar o influir en aquella (paisaje, geología…), con la idea de su

conservación, uso y difusión. Ese carácter de combinación-fusión origina un bien

patrimonial nuevo, que es en realidad el que se valoriza. De todo lo anterior

deriva que, a nuestro juicio, los parques culturales sean uno de los modelos con

costes de oportunidad más ajustados.

El turismo rural es el hilo argumental que justifica una figura concebida, a

la vez, como instrumento de desarrollo territorial en áreas rurales desvitalizadas,

humana y funcionalmente, y de protección patrimonial. Ese objetivo de

desarrollo también explica la vigilancia y salvaguarda del patrimonio territorial,

su conversión en elemento de identidad comunitaria para la población local y,

paralelamente, su orientación a ser consumido por turistas con interés en el

medio rural.

Insistimos en el engarce de los parques culturales aragoneses con los

objetivos de otras figuras asociadas al patrimonio natural, con especial

referencia a los parques naturales y espacios naturales protegidos, y con la

filosofía general que los anima y que entronca con la idea de patrimonialización

de los paisajes propugnada en el Convenio Europeo del Paisaje (Consejo de

Europa, Florencia, 2000). Esto otorga nuevo acento al valor ambiental de cada

parque y asegura ese encaje mediante la yuxtaposición de esta figura, en el

mismo espacio, con otra u otras de protección natural de entre las incluidas en

la Red Natural de Aragón (Parque Natural, Paisaje Protegido, Monumento

Natural, ZEPA y LIC). Así, la territorialidad del mismo queda notablemente

reforzada.

La Ley 12/1997 de Parques Culturales de Aragón concede a esta

Comunidad Autónoma una legislación única en el panorama de la conservación/

ordenación/aprovechamiento/gestión del capital patrimonial territorial. Aunque

ha sido la primera en disponer de ella, en la actualidad también existe en otras

147

P. Rubio Terrado

(Comunidad Valenciana y Castilla–La Mancha). Conceptualmente se relaciona

con otras figuras como ecomuseo, museo integral, museo al aire libre o parque

patrimonial (Rubio y Hernándo, 2007 y Rubio, 2008). Pero un parque cultural no

es exactamente un museo del territorio, en el sentido de presentación estática,

exhibición, muestra o colección que lo caracteriza habitualmente, sino, más

bien, una figura que lo entiende como un sistema y no un mero elenco de bienes

patrimoniales localizados en él. Paralelamente, puede asimilarse a una

propuesta de ordenación territorial-rural basada en el binomio

patrimonio/naturaleza, aunque articulada desde la perspectiva del patrimonio

cultural. Fe de este carácter ordenador la proporciona la elaboración del Plan de

Parque, a manera de plan director del mismo, en el que se expresan los

objetivos de la actuación, se detallan los elementos, espacios, edificios y

paisajes que lo configuran y le dan contenido y especificidad, se prevén los

equipamientos e infraestructuras necesarios y se evalúa su impacto.

DESARROLLO ENDÓGENO

VALOR DE LO LOCAL FRENTE A LO GLOBAL

LEY DE ESPACIOS PROTEGIDOS

USO SOSTENIBLE DEL TERRITORIO

LEY DE PARQUES

CULTURALES

COMPATIBILIDAD DE USO

PROTECCIÓN

GESTIÓN (EFICACIAEFICIENCIA ...

HISTÓRICO-MONUMENTAL-ETNOGRÁFICO

AMBIENTAL

PRODUCTIVAS ...

TERRITORIALES

AMBIENTALES...

USO TURÍSTICO

DEL TERRITORIO

PATRIMONIO TERRITORIAL

NUEVAS DEMANDAS URBANAS

PAISAJE CULTURAL

PRODUCTIVISMO ⇒PLURIACTIVIDAD ⇒

TERCIARIZACIÓN

CAMBIOS/ READAPTACIONES

MERMA DE COMPETITIVIDAD

DETERIORO/CRISIS TERRITORIAL

OBJETO DE OPORTUNIDADES

OFERENTE DE FORTALEZAS

INDUCTOR DE DEBILIDADES

OBJETO DE AMENAZAS

CONSTRUCCIÓN ACUMULATIVA EN

TÉRMINOS DE EFICIENCIA, SEGÚN

NECESIDADES, CULTURA Y

CAPACIDADES TECNOLÓGICAS

CONSTRUCCIÓN HUMANA

TERRITORIO RURAL= ACTOR-PIVOT EN LAS

POLÍTICAS DE DESARROLLO

RED NATURA 2000

PLANIFICACIÓN ESTRATÉGICA DEL USO DE LOS RECURSOS

Figura 2. Territorio rural y parques culturales en Aragón. Adaptado de RUBIO (2008 a).

148

El patrimonio rural

Cada parque se conforma a partir de la mayor cantidad posible de

manifestaciones culturales singulares y comunes existentes en su territorio (esto

es, en su ambiente natural, social y cultural), desde las materiales (yacimientos

arqueológicos, monumentos, herramientas, paisajes y formaciones naturales,

entre otras) a las inmateriales (creencias, costumbres, folclore, etcétera). La

participación ciudadana en su puesta en valor, protección y aprovechamiento se

considera fundamental, no sólo en lo relativo a la propuesta de delimitar y

aprobar el parque, también para consolidarlo como proyecto de desarrollo

socioeconómico y de identidad cultural para la comunidad humana que vive en

él, lo que a juicio de Hernando (2001 y 2003) lo convierte en una presentación

viva del patrimonio territorial. Todo lo anterior, sin olvidar que este término alude

al mundo del ocio y del entretenimiento, razón que explica su carácter de

estímulo cultural y económico.

La ley asume en su articulado la mayor parte de los principios genéricos

explicitados en el texto de esta ponencia (ver figura 2). Entre sus objetivos

figuran el diseño de acciones y estrategias para el fomento de la protección del

patrimonio cultural y natural, la conservación y mejora paisajística, el desarrollo

de prácticas agrarias respetuosas con el medio ambiente, la animación

sociocultural, el impulso de programas de formación en la pedagogía del

patrimonio y su divulgación, la recuperación de actividades y manifestaciones

culturales tradicionales, el fomento de la artesanía, el turismo cultural y

ambiental, incluidos los alojamientos característicos de este tipo de turismo, la

construcción y mantenimiento de senderos, recorridos naturales, culturales y

paisajísticos, así como la recuperación y puesta en valor de la vías pecuarias

tradicionales.

Las órdenes de incoación posteriores a la publicación de la ley dieron

origen, durante 1998, a cinco parques culturales: los de San Juan de la Peña1 y

del Río Vero2, en Huesca, y los del Río Martín3, del Maestrazgo4 y de

1 Este parque conjuga en su territorio el monumento del Monasterio de San Juan de la Peña y su entorno natural, tan simbólicos para la Historia del Reino de Aragón. 2 Tiene como principales valores el arte rupestre prehistórico y los monumentos religiosos del Somontano. Desde el punto de vista paisajístico destaca la Sierra de Guara, declarada Parque Natural. http://www.somontano.org/parquecultural/ 3 Destaca por el patrimonio natural relacionado con la actividad antrópica desde época prehistórica (posee una gran concentración de enclaves naturales con arte rupestre) y el patrimonio artístico de época medieval.

149

P. Rubio Terrado

Albarracín5, en Teruel. Si bien el proceso no está cerrado, porque hay nuevas

demandas, como el de Sierra Menera, con nodo en Ojos Negros y centrado

temáticamente en torno al patrimonio industrial minero. De entre todos ellos, el

del Río Vero es aquel en el que, con seguridad, los objetivos señalados por la

ley de Parques Culturales han alcanzado un grado mayor de consolidación y

consecución, tal y como se deduce de lo indicado por Castelló et alii (2007).

A modo de conclusión, insistimos en que el valor más importante de esta

figura reside en considerar al territorio rural, tomado en perspectiva local-

comarcal, como el objeto patrimonializable que, por lo mismo, se convierte en

factor estratégico de cambio territorial, en el sentido de desarrollo

socioeconómico y cultural mediante su consideración como recurso para el

impulso de la función turística y para la génesis y refuerzo de la identidad

comunitaria. También destaca por el planteamiento que se hace en el sentido

de combinar objetivos como la identificación, protección y delimitación territorial

del patrimonio, con la gestión sostenible del mismo (Hernández y Giné, 2002).

6.- El turismo cultural.

Viajar forma parte de nuestra cultura. El ansía de viajar hace que los

hombres busquen lo desconocido, lo nuevo, de ahí -como indica Calderón

(2005)- la fuerza y expansión del fenómeno turístico y su inagotable caudal y

potencial.

El turismo es una actividad económica de primera magnitud que incluye

una variada tipología de segmentos no excluyentes. Los más habituales en los

trabajos científicos son turismo de sol, de interior, urbano, de ocio, cultural,

patrimonial, gastronómico, de naturaleza (también denominado ambiental o

ecológico), de salud, de esquí, deportivo, cinegético, de retorno, agroturismo y

turismo en alojamientos rurales. En realidad, teniendo en cuenta la diversidad

http://www.parqueriomartin.com 4 Es el de mayor extensión de los parques culturales aragoneses. Su creación, en un contexto de territorio de reconquista y repoblación por órdenes militares medievales, recoge cascos urbanos de gran interés, estructuras defensivas, yacimientos arqueológicos, ejemplos únicos de arquitectura gótica levantina, edificios barrocos y renacentistas y yacimientos paleontológicos. http://www.maestrazgo.org/parquecult.htm 5 Como nexo común al territorio-parque destacan las manifestaciones de arte rupestre pictórico y grabado y el paisaje generado por el afloramiento de una arenisca de color rojo que da lugar al Paisaje Protegido de los Pinares de Rodeno. Además, otros valores patrimoniales destacables los aporta: el conjunto histórico, murallas y acueducto de la ciudad de Albarracín.

150

El patrimonio rural

de motivaciones que llevan a disfrutar de manera distinta de los atractivos

turísticos de cada lugar y el uso que propician y considerando también su

localización geográfica y características ambientales, el sustantivo turismo

acepta ir acompañado de numerosos adjetivos. Esto demuestra que se

encuentra muy compartimentado y el calificativo que le sigue tiende a ser

resultado, en unos casos, de la motivación de quien lo practica (la demanda) y,

en otros, del producto concreto que se ofrece (la oferta); lo que se observa en

la realidad son categorías más complejas que las sugeridas por las

denominaciones anteriores.

La clase turismo cultural, en particular, subsume una pléyade de

denominaciones comerciales entre las que Santamaría (2003) destaca

ecoturismo, turismo étnico, turismo histórico y turismo rural. Todos estos

segmentos tienen numerosos puntos en común: se trata de turismos blandos,

en el sentido de razonablemente respetuosos con el medio, son de baja

ocupación, en cuanto al número de visitantes y las infraestructuras necesarias,

concentran su interés en el medioambiente y la cultura, centran su avance en

lugares no congestionados demográficamente y basan sus estrategias de

promoción en conceptos como responsabilidad, exotismo, autenticidad,

tranquilidad, sostenibilidad, pureza ambiental y cultura tradicional.

Su progresión ha tenido lugar durante el último decenio del siglo pasado,

coincidiendo con una etapa de preocupación y de crisis ambiental (Mediano y

Vicente, 2002), de bonanza económica, de mundialización de las modas, de

cultura de masas, de generalización de nuevos patrones de consumo y de

cambios ideológicos que en el contexto turístico, según Galani-Moutafí (2000),

han originado el denominado post-turista, cuya característica fundamental es

que posee gustos sofisticados y busca satisfacer su demanda de ocio y

vacaciones mediante el consumo de recursos con identidad cultural.

Se puede afirmar que turistas culturales los ha habido siempre, incluso

antes de la consolidación del turismo como sector de actividad, porque las

motivaciones paisajísticas, intelectuales y religiosas que impulsaron a los

viajeros clásicos están integradas hoy en el turismo cultural. Pero no ha sido

hasta la segunda mitad del siglo XX cuando se ha desarrollado como

151

P. Rubio Terrado

modalidad turística por el impacto de factores que Bonet resume en: la

necesidad de diversificación de la industria turística fordista; el crecimiento de

las clases medias urbanas, las principales consumidoras de este tipo de

turismo, que con alto nivel educativo hace ya un tiempo que vienen buscando

algo distinto a lo que les ofrece el masivo más tradicional, en especial con

contenido simbólico, espiritual, ambiental e histórico; y la mejora de las

condiciones de movilidad y transporte, la oferta de nuevos destinos con costes

locales más bajos y el aumento del nivel de información disponible gracias a las

nuevas tecnologías de la comunicación. A ellos nosotros sumamos la

concienciación e impulso público a la patrimonialización de determinados

bienes y el interés de numerosos agentes sociales rurales, muchas veces

organizados en Grupos de Acción Local al amparo de los programas Leader y

Proder, que también han contribuido a generar una oferta cada vez más

amplia, diversificada y capaz de introducir un valor añadido de atractivo

territorial con costes adicionales reducidos.

En la actualidad, el turismo cultural, que básicamente consume

patrimonio, está de moda y cuenta con una demanda que sigue creciendo.

Entre el patrimonio y el turismo se ha gestado una alianza estratégica (Grande,

2001) según la cual el primero se ha convertido en materia prima para el

segundo. Pero este turismo ha sufrido una evolución paralela a los cambios

habidos en la forma de entender el patrimonio y a las modificaciones de la

demanda turística. Empezó siendo considerado como aquel cuyo objeto era el

descubrimiento de monumentos y sitios (ICOMOS, 1975); posteriormente se le

añadieron otros elementos como la cultura popular, las motivaciones religiosas

y la naturaleza (OMT, 1985), que se incorporaron como componentes del

patrimonio. Para Bonet (2008), actualmente comprende la oferta y demanda de

servicios asociados a la visita de museos, monumentos, centros históricos,

parques arqueológicos y naturales, fiestas tradicionales, ferias artesanales y de

arte, gastronomía tradicional, festivales, espectáculos y exposiciones, a los que

nosotros añadimos los paisajes.

Progresivamente ha dejado de ser minoritario y pese a que hoy en día

sólo entre un 20 y un 25 % de los turistas europeos declaran una motivación

152

El patrimonio rural

cultural para explicar su viaje (porcentaje que en España se reduce al 14%, en

ambos casos según la encuesta de European Association for Tourism

Education del año 2004), de entre todos los segmentos turísticos es aquel que

para La Parra (2007) cuenta con mayores y más claras expectativas de

crecimiento futuro.

En este contexto, el mercado de productos patrimoniales se ha

convertido en un excelente punto de partida para dar respuesta a la necesidad

de alternativas y diversificación turística. El patrimonio territorial se utiliza como

el reclamo para convencer al turista sobre la conveniencia de escoger una

región determinada para pasar unos días de vacaciones. Aunque ello sin

olvidar el descubrimiento del potencial del turismo cultural como factor

estratégico de consolidación de actividad económica local, por parte de muchos

responsables empresariales.

7.- El turismo rural. 7.1.- Características del modelo.

Como el cultural, también el rural es una actividad compleja, variada,

carente de límites conceptuales precisos y que ha dado lugar a un intenso

debate teórico (Vera, 1997; Ivars, 2000; Mediano et Vicente, 2002; Calderón,

2005; López, 2008, entre otras referencias posibles). Existe un conjunto

bastante disperso de definiciones del fenómeno que van desde las que se

centran en elementos espaciales, a las que lo expresan por negación y se

ajustan en la demanda, hasta otras que lo hacen por el lado de la oferta. Eso

deriva de que el turismo rural, según Calderón (2005), opera como una matriz

que abarca un conjunto de elementos heterogéneos que le otorgan un perfil

marcadamente plural.

En algunas ocasiones, se ha asimilado a turismo de montaña e interior,

como contrapunto al de playa (Bielza, 1999). En otras, se ha identificado con

una actividad basada en el aprovechamiento y disfrute de recursos

íntimamente relacionados con el medio rural (García, 1996). Asimismo, se ha

descrito como una actividad que tiene como principal motivación el

conocimiento del medio y la cultura rural. Incluso, se ha llegado a definir,

153

P. Rubio Terrado

sencillamente, como cualquier actividad turística implantada en el medio rural

(Fuentes, 1995 y Francés, 2006), lo que en este caso significa que el concepto

responde a una percepción reduccionista desde una perspectiva territorial

(López, 2008), frente a otras formas espaciales como el turismo litoral y el

urbano (López, 2009) y de ello deriva que sea factible hablar de turismo en

espacios rurales más que de turismo rural (Solsona, 1999 y Frutos et alii,

2009). Para Sarasa (2000) y Grande (2001), por su parte, es una modalidad

más de turismo cultural.

INVESTIGACIÓN

CONSERVACION Y RESTAURACIÓN

DIFUSIÓN

CENTROS DE INTERPRETACIÓN

PARQUES

CULTURALES

TRANSPORTES

ALOJAMIENTO Y RESTAURACIÓN

INTERMEDIACION

ACTIVIDADES COMPLEMENTARIAS

GESTIÓN

ECOMUSEOS FERIASFESTIVALES

PARQUESRESERVAS

NATURALES

MONUMENTOS NATURALES

PAISAJES PROTEGIDOS

YACIMIENTOS ARQUEÓLOGICOS

CULTURA POPULAR

MEDIO NATURAL

MUSEOSSALAS EXPOSITIVAS

BIBLIOTECASARCHIVOS

MONUMENTOSJARDINES HISTÓRICOS

CONJUNTOS HISTÓRICOS

T. DE SALUD

T. RELIGIOSO

OTROS

T. RURAL

T. VERDE/ECOLÓGICO

AGROTURISMO

T. DE NIEVE

T. ACTIVO

CRECIMIENTO DEL SECTOR TURÍSTICO

CAMBIOS EN LAS PAUTAS DE CONSUMO

P. RURALES

P. AMBIENTALES

P. CULTURALES

PLANES ESTRATEGICOS

SECTOR PRIVADO EMPRESARIAL

CONSUMIDOR FINAL/

TURISTA

POBLACIÓN LOCAL

SECTOR PÚBLICO

T. DE CONGRESOS

T. DE REUNIONES

T. DE ESPECTACULOS

T. NAUTICO

T. DE SOL Y PLAYA

T. CRUCERO

T. CULTURAL

ENTORNO URBANO

TURISMO DE INTERIORTURISMO LITORAL

EMERGENCIA DE LOS VALORES LOCALES

SEGMENTOS TURÍSTICOS

PRODUCTOSPATRIMONIALES

VALORIZACIÓN DEL PATRIMONIO

STOCK DE ELEMENTOS PATRIMONIALIZABLES

ACTIVIDADTURÍSTICA

ENTORNO RURAL

BIENES INMUEBLES

BIENES MUEBLES

ACTORES

Figura 3. Del stock de elementos patrimonializables a la actividad turística rural. Elaboración propia.

Si se atiende a la finalidad que lo motiva, esta categoría se convierte en

síntesis de segmentos tales como de segunda residencia, gastronómico,

deportivo (basado en actividades deportivas especiales, donde el espectáculo y

la sensación de riesgo son fundamentales), de aventura (con empleo del

entorno natural para producir sensaciones de descubrimiento en sus

practicantes), de naturaleza o verde (el paisaje es la variable principal y su

objetivo es la integración del visitante en el medio humano y natural),

154

El patrimonio rural

ecoturismo (que prioriza la conservación del espacio natural donde se

desarrolla, normalmente áreas protegidas), agroturismo (su localización se

produce en granjas activas, posibilitando hacer participe al turista de las

diferentes actividades agropecuarias), turismo activo y otros. En esencia, todos

están relacionados con cuatro grandes categorías de recursos, los culturales,

los naturales, la actividad agraria y el paisaje, que es posible subsumir en la

más genérica de territoriales.

De cualquier forma, tiene en cuenta las características (patrimonio,

historia, clima, geología, cultura, sociedad, naturaleza, paisajes -que

constituyen los ingredientes esenciales del producto turístico rural-) del territorio

en el que se desarrolla (de interior, no urbano y naturalizado) e incluye una

fuerte asociación con el tipo de alojamiento (casas, campings y/o pequeños

hoteles), lo que para Solsona y Rambla (1998) ha originado que sea su imagen

externa de marca más conocida.

Este turismo se produce en un contexto territorial que incide

directamente sobre la actividad e integra tres tipos de elementos, tal y como se

expresa en la figura 4. Los primarios, constituidos por el territorio y los factores

de atracción localizados en el mismo, configuran los recursos a partir de los

cuales se generan los productos turísticos rurales. Los de identidad territorial

tienen su fundamento en el “genius loci” que origina una imagen de territorio y

ésta la marca turística antes mencionada. Los de contexto, por último,

engloban las infraestructuras y los equipamientos territoriales, el nivel de

seguridad, los servicios complementarios, el grado de interacción

público/privado y el de cohesión y articulación sobre la sociedad, la calidad

ambiental, la sostenibilidad y la visibilidad externa de la patrimonialización; en

este nivel son decisivas las sinergias entre el turismo y los otros sectores de

actividad (agrícola, comercial, artesanía, construcción, etcétera).

155

P. Rubio Terrado

Protección-rehabilitación

-uso

ELEMENTOS DE IDENTIDAD

ELEMENTOS PRIMARIOS

Calidad ambiental

Servicios complementarios

Cohesión y articulación social Interacción

público-privada

Seguridad ciudadana

Visibilidad de la patrimonialización

“Genius loci”

Factor de atracción

TERRITORIODesarrollo territorial sostenible Productos

turísticos

Marca turística Recursos

patrimoniales

Sinergias con otros sectores

ELEMENTOS DECONTEXTO

Infraestructuras y equipamientos

Figura 4. Elementos del territorio, recursos patrimoniales y desarrollo. Elaboración propia.

En su origen, se ideó como un modelo caracterizado -según Grande

(2006)- por objetivos entre los que destacan los siguientes. Plantearse como

una propuesta de diversificación de la actividad turística española. Cimentar su

desarrollo en la cultura y el paisaje, ello desde el entendimiento de que lo

diferencia de otros productos existentes en el mercado. Asimilarlo a

tranquilidad, amigabilidad, calidad, trato familiar, uso renovable de los recursos,

etcétera, y a una oferta de alojamiento en la que las casas de turismo, aun sin

excluir otras fórmulas, han jugado un papel preponderante. Presuponer que

ese elemento diferencial iba a mejorar con una oferta complementaria de

actividades lúdicas y culturales a desarrollar en el territorio.

Formar parte de un sistema de diversificación de las rentas como

estrategia de supervivencia del medio rural (Cals, 1995), principalmente en

aquellos ámbitos con menores posibilidades agrarias y desde la premisa inicial

de que la renta procedente de la actividad turística debe ser complementaria a

la agraria. Vincular la revalorización de las producciones locales y de la

artesanía al ansia de consumo de los turistas. Y ser capaz de facilitar la

conservación del patrimonio territorial rural y, en especial, la recuperación de su

capital arquitectónico tradicional.

156

El patrimonio rural

A los anteriores, Francés (2006) añade otros como tratarse de una

modalidad poco intensiva en la utilización de los elementos naturales (porque la

demanda no está masificada y busca el contacto con lo autóctono, con las

especificidades del medio natural, del hábitat y la cultura local) y favorecer la

valorización de los recursos humanos, físicos y ambientales locales

(particularidad que incide positivamente en la dinamización de los territorios

rurales). Es lo que podemos calificar como carácter endógeno de la actividad

turística y carácter exclusivo del turista postfordista.

Para nosotros, de entre las consideraciones anteriores, con las que

coincidimos, destaca por encima de todo su carácter local. En general, es una

forma de turismo de iniciativa local, de gestión local, con efectos locales de

arrastre sobre el empleo y el sistema económico y que aprovecha el patrimonio

local. En definitiva, pensamos que ha colaborado para que el patrimonio

territorial sea un recurso de dinamización económica a escala micro (el turista

es un gran consumidor de bienes y servicios y su presencia moviliza diversos

sectores de actividad) y de activación de complementariedades en las fuentes

de renta de la población rural (CEE, 1996); en clave espacial, las

consecuencias son variadas, porque induce modalidades de uso de los bienes

distintas a las tradicionales. Y es que a esta escala, la intensidad, capacidad de

impacto y resonancia de los efectos socioeconómicos del turismo rural se

hacen mucho mas evidentes; en definitiva, resultan particularmente visible su

transversalidad y su capacidad para generar rentas intersectoriales

complementarias a las tradicionales, revitalizar territorios deprimidos,

desarrollar el sector terciario, estimular la mejora en las dotaciones de

equipamientos e infraestructuras, mejorar el capital humano, generar canales

de salida y promoción de los productos autóctonos, revalorizar, conservar y

usar sosteniblemente el patrimonio territorial y para promocionar hacia el

exterior una imagen atractiva del territorio.

Teniendo en cuenta todo lo anterior, una definición aproximativa a la

realidad actual de este turismo permite entenderlo como el conjunto de

actividades que se llevan a cabo en el medio rural, están articuladas en torno a

una oferta patrimonial y donde los proveedores básicos suelen ser pequeñas

157

P. Rubio Terrado

empresas endógenas. Esta forma de concebirlo agrupa, estructura e integra

seis dimensiones básicas de la territorialidad: la espacial (medio rural),

funcional (relación oferta y demanda), operativa (sujeto prestador de servicios),

socio-territorial (rol activo de la población local), de desarrollo (estrategia de

desarrollo local), así como de sostenibilidad (usos ecocompatibles del

territorio).

7.2.- El turismo rural en España.

Es lugar común estacar por su aptitud para generar ocupación de forma

rápida, barata y destinada a mujeres y población joven, lo que induce

oportunidades de actividad económica en regiones poco desarrolladas o con

fuertes limitaciones para la existencia de una actividad agraria competitiva, a la

vez que ayuda a fijar población. Con todo, tampoco se debe olvidar que es una

pequeña parte del turismo nacional en números absolutos; le corresponde poco

más del 3% del total de viajes turísticos y de los empleos directos generados

por el sector turístico español, por lo tanto, su impacto absoluto sobre el

mercado laboral es limitado, aunque el relativo sí que puede llegar a ser

importante en muchos pequeños pueblos.

En lo referido a las empresas, para Toledano y Gessa (2002), resalta la

importancia de los subsectores “alojamiento” y “restauración” como

protagonistas casi indiscutibles del panorama empresarial turístico rural, casi el

80% del total. Por tamaño domina el carácter de pequeña empresa, incluso

microempresa; este perfil microempresarial deriva tanto del número de plazas

de alojamiento o restauración ofertadas, como del volumen medio anual de

negocio que mueven estas iniciativas, de los puestos de autoempleo creados y

del número de trabajadores contratados, en todos los casos muy reducido.

Desde el punto de vista del género, es significativa la presencia femenina, ya

sea como trabajadoras ya como empresarias; por edad destaca la juventud de

los empresarios; por su origen es característico el signo nativo de los

empresarios respecto al área donde se emplaza la actividad; y por el nivel de

formación predomina el medio-bajo. Finalmente, en lo relativo a los canales de

comercialización, destaca el empleo de aquellos calificables de informales, es

158

El patrimonio rural

decir, amigos, parientes o el boca-oído, y únicamente las centrales de reservas,

de carácter casi siempre cooperativo, tienen una cierta significación, más para

canalizar la demanda que para publicitar la oferta. Las grandes distribuidoras

de paquetes turísticos apenas comercializan este producto, tampoco existen

grandes complejos turísticos rurales y cuando los hay, normalmente ligados a

la nieve, difícilmente se pueden catalogar como producto de turismo rural, por

parecerse más a un tipo de turismo masivo que, aunque utiliza el medio rural,

no participa de las características generales de este modelo.

Aunque el referente primero se encuentra en el retorno estival de

antiguos emigrantes rurales, los antecedentes directos hay que buscarlos en el

programa de casas de labranza del Ministerio de Agricultura (1967), en algunos

proyectos diseñados durante los ochenta por la Secretaría General de Turismo

en Aragón, Asturias, Galicia y Extremadura y en los incentivos regionales de

promoción económica para proyectos de turismo rural y de recuperación del

patrimonio. De acuerdo con Chicharro y Galve (2009), a finales de los ochenta

ya existían diversas formas de turismo en los espacios rurales, tales como los

llamados núcleos de turismo rural -basados en la rehabilitación del patrimonio

arquitectónico-, el agroturismo y el turismo en casas rurales, y a mediados los

noventa se encontraba plenamente asentado. Desde entonces, el número de

establecimientos (13.061 en 2008), de plazas (117.007, ese mismo año) y de

pernoctaciones en alojamientos rurales (7.969.361, en 2007) ha crecido sin

parar. Si bien, el ritmo mantenido por los establecimientos (por diez) y las

plazas (por doce) es superior al de las pernoctaciones (por ocho), lo que hace

sospechar que la oferta está sobredimensionada en relación a la demanda. El

grado de ocupación, consecuentemente, ha disminuido desde casi el 30% a

principios de la década hasta el 21% actual. Así pues, el crecimiento de la

oferta no se está ajustando al ritmo del mercado, probablemente porque el

efecto curiosidad que al principio llevó a muchos turistas al medio rural se está

agotando, a la vez que algunos productos turísticos rurales, tal y como se han

formulado hasta ahora, tienen consumido su margen de crecimiento.

La variedad de recursos patrimoniales potenciales y su presencia en

prácticamente cualquier punto del sistema territorial hacen que todos sus

159

P. Rubio Terrado

puntos posean cierta fortaleza para la implantación del turismo rural. Las

diferencias entre unos y otros se relacionan, más bien, con su estado de

conservación, la escasez y/o calidad de las infraestructuras de acceso, la

capacidad de innovación de la población local, la disponibilidad de un producto

atractivo y con demanda, la existencia de acciones de marketing que lo

promocionen y con la localización y/o facilidad de acceso desde los centros

emisores de turistas.

El mapa de los alojamientos denota una fuerte concentración en áreas

de montaña (en especial cordillera Cantábrica-Pirineos, Sistema Central y

montaña litoral mediterránea), lo que relacionamos con la existencia de un

amplio patrimonio natural frecuentemente protegido por alguna de las figuras

existentes (Parque Nacional, Reserva de la Biosfera, Parque Natural, Parque

Regional y ZEPA) y con la existencia de un inmenso abanico de paisajes. En la

mitad septentrional y los valles del Duero y del Ebro, la presencia de núcleos

históricos o de paisajes agrarios tradicionales figuran como los factores más

importante. Por regiones, la de Castilla y León concentra más del 17% de los

establecimientos y de las plazas de alojamiento, seguida de Cataluña y

Comunidad Valenciana.

Hoy por hoy es un producto de moda. En su expansión ha influido el

mimo especial con el que numerosos programas públicos de desarrollo (no sólo

los ya mencionados LEADER y PRODER, también otros como los Planes de

Dinamización Turística del Ministerio de Turismo) han tratado la actividad. Las

inversiones realizadas han dado lugar a un efecto demostración que ha

despertado enormes expectativas y ha transmitido una impresión de desarrollo

que Francés (2007) califica como de por encima de la realidad, dado ese

crecimiento de la oferta poco o nada planificado, por una parte, y la emergencia

de inversiones no siempre relacionadas con el interés de la población rural y

procedentes de propietarios urbanos de bienes rurales que han conseguido

revalorizar sus propiedades inmobiliarias, por otra. El objetivo de diversificar las

fuentes de renta de la población activa agraria que figura en el diseño inicial de

esta estrategia de progreso basada en el turismo, no siempre se ha

conseguido. Al final, da la impresión de que casi todo ha valido para su

160

El patrimonio rural

desarrollo. Ese mismo autor también pone en duda el carácter de modelo de

desarrollo que se adjudica al turismo rural; a su juicio, más bien, debería

hablarse de estrategia útil pero que no puede solucionar por sí sola todos los

males de lo rural y que cuando da lugar a una “industrialización turística”, en el

sentido de concentración excesiva de la oferta de alojamientos, tiende a activar

externalidades negativas para el territorio.

Como cualquier otra actividad económica, las relaciones entre la

demanda, que es elástica y cambiante, y la oferta, claramente más rígida,

están afectadas por la alternancia de ciclos económicos expansivos y

recesivos. No obstante, parece que es uno de los segmentos menos

perturbados, debido a su característica inicial de actividad complementaria y al

tipo de demanda (Chicharro y Galve, 2009), formada básicamente por turistas

españoles (aunque en Canarias y Baleares el grupo de usuarios

internacionales es importante en verano), con residencia en el medio urbano,

interesados más por el disfrute de los recursos naturales que ofrece el territorio

que por razones estrictamente culturales, en una franja de edad entre los 30 y

49 años, que viajan en familia, prioritariamente durante los fines de semana,

puentes y vacaciones de verano y Semana Santa, lo que permite afirmar que la

estacionalidad de la demanda, aunque significativa, es menor que en otros

tipos de turismo; sólo en verano la estancia media llega a superar cuatro días.

Aun sin haber alcanzado, ni de lejos, los niveles de masificación propios

de otros segmentos turísticos (pese a que en algunos Parques Nacionales la

presión está empezando a ser excesiva), entre otras razones por la dispersión

espacial que caracteriza a la oferta, sí existen ciertas amenazas sobre los

elementos de orden patrimonial territorial, porque en la realidad unos pocos

puntos acaban concentrando una proporción significativa del uso. Así pues, hay

que asumir que sus posibilidades de crecimiento no son infinitas y que es

necesario poner límites y planificar el proceso turístico pivotando sobre ideas

que Troitiño (2007) resume en la determinación de los recursos turísticos y la

evaluación de su potencial, la consideración de la sostenibilidad, en términos

ambientales, sociales y patrimoniales, como principio básico para su

implantación, desarrollo y aprovechamiento de los recursos patrimoniales, la

161

P. Rubio Terrado

determinación de la carga turística, la interconexión entre las planificaciones

turística y empresarial, la coordinación entre todos los agentes implicados en

su desarrollo y la mayor imbricación de la actividad con el resto de sectores

económicos.

7.3.- Carencias y disfunciones socioterritoriales.

Tras casi veinte años de recorrido, aunque a fecha de hoy el turismo

rural sigue figurando en todos los discursos políticos y académicos como

actividad adecuada para ser una alternativa y complemento a la acción agraria

y para inducir oportunidades de desarrollo en el medio rural, no es menos cierto

que, incluso sin nuevos establecimientos, su pervivencia, tal y como hasta hoy

se ha organizado, es incierta (Rivas, 2007), como poco en el marco de

objetivos intensivistas, no así si se concibe como agregación a otras funciones

rurales, es el caso de la agraria, la residencial o la agroindustrial. Así pues,

pese a los innegables logros y a que sigue contando con valores de

potencialidad y de sostenibilidad de uso del espacio, el turismo rural presenta

algunas limitaciones y disfunciones que se deberían conocer mejor para

corregirlas. Entre ellas destacamos las siguientes.

Se ha desdibujado el modelo que a principios de los años noventa

permitió su desarrollo y expansión, hasta el punto de que la realidad del sector

es distinta a aquella que visionaban los objetivos iniciales. Entre otras razones

porque, como señala Grande (2007), existe una presencia cada vez mayor de

propietarios y promotores urbanos; se observa una merma de los objetivos de

diversificación y complementariedad de renta para las poblaciones rurales; se

han perdido una parte de sus señas de identidad y especificidad iniciales,

básicamente en lo referido a la calidad y a su asimilación final con un tipo de

alojamiento dominado por las casas rurales; se ha transformado la tipología de

las casas rurales, habiendo pasado de la preponderancia de un alojamiento por

habitaciones, a un alojamiento de alquiler completo tipo apartamento; se está

alejando con respecto a la cultura y la realidad rurales por carencias en las

relaciones entre los habitantes rurales y los turistas; se ha reconvenido,

realmente, hacia un modelo de signo urbano, según el cual el medio rural es un

162

El patrimonio rural

reservorio de suelo, con penetración de intereses inmobiliarios que repercuten

aumentando los precios de los inmuebles; y, finalmente, la inflación de

normativas de regulación del sector, derivada de que el turismo es competencia

transferida a las comunidades autónomas y de la ausencia de una normativa

general de referencia, induce confusión en la demanda e introduce dificultades

de comercialización.

La acción futura, más que a facilitar la apertura de nuevos

establecimientos o a valorizar nuevos productos patrimoniales, creemos que

debería orientarse a la promoción de los existentes. En realidad, como ya se ha

indicado, poseer productos excelentes no basta para atraer a más turistas,

porque la imagen que les llega sobre cada destino y la actitud hacia el mismo

parecen ser los factores más relevantes para diseñar las estrategias de

marketing (Traverso, 2007). El alto grado de fragmentación alcanzado por el

turismo rural dificulta dicha estrategia.

El turismo rural español parece haber superado las fases de desarrollo y

consolidación como actividad y estar avanzando hacia la de estancamiento de

la demanda ya que, pese a seguir creciendo, lo hace con un ritmo cada vez

más menguado. En este sentido, es necesario seguir impulsando una oferta

complementaria basada en actividades que mejoren la multifuncionalidad del

capital patrimonial o en la combinación temática de dos o más recursos para

generar productos más complejos y capaces de otorgar imagen a un territorio

amplio.

El carácter local y casi siempre disperso de los potenciales recursos

patrimoniales rurales origina obstáculos para el desarrollo pleno de esta

actividad. Igualmente, la atomización de la oferta turística y patrimonial y su

pequeña dimensión son factores que condicionan de forma significativa su

viabilidad y eficiencia económica. Añadido a eso, existen otras divergencias

destacables entre turismo y patrimonio. En primer lugar, el turismo es un

fenómeno social que se concreta en prácticas muy diferentes, entre ellas el uso

y disfrute del patrimonio, pero cuando es demandado con gran intensidad por

un número de turistas cada vez mayor, crecen las posibilidades de

desencuentro entre ambos. En segundo término, el turismo y el patrimonio

163

P. Rubio Terrado

territorial son ámbitos estructurados por marcos conceptuales diferentes y con

criterios también distintos, porque el turismo se desenvuelve en un escenario

protagonizado, básicamente, por el sector privado -cuyo objetivo principal es la

obtención de beneficios económicos-, mientras que el patrimonio existe en otro

en el que el protagonista mayoritario es el sector público -cuyo fin es lograr

beneficios sociales-; también los destinatarios tradicionales de ambos sistemas

responden a perfiles diferenciados y con motivaciones heterogéneas. Así pues,

los recursos patrimoniales turísticos representan para ambos grupos valores

disímiles: para el turismo tienen un valor de uso y para el patrimonio tienen un

valor más bien simbólico; en consecuencia, mientras desde el patrimonio la

tarea básica es la protección y conservación, para el turismo el interés se

centra en el uso.

Allá donde la función turística rural se ha consolidado, la regresión del

tejido agrario previo resulta casi irreversible y la terciarización de la economía

ha provocado una tendencia a la monoespecialización turística. El peligro de

dejar el peso mayoritario de la economía en manos del turismo entraña una

gran incertidumbre, máxime si, como indica Corchuelo (2006), se trata de

pequeñas localidades que pasan de depender del sector primario a hacerlo del

terciario. La diversificación de fuentes de trabajo basadas en la potenciación

del patrimonio territorial, lejos de conducir a una pérdida de otras formas de

vida, debería marcarse como objetivo el mantenimiento de los valores

originales del territorio, con especial referencia a los paisajísticos, tanto del

paisaje natural como de aquel derivado de la acción humana. En realidad, cada

vez es más evidente que el turismo rural induce una serie de riesgos

territoriales, destacando el que implica el incremento del número de visitantes

que conlleva toda operación de turismo cultural con la amenaza de exponer a

las comunidades, monumentos y territorios de especial sensibilidad paisajística,

cultural y/o ecológica a una presión incompatible con su conservación. No

obstante, conviene no olvidar que el impacto económico de un bien patrimonial

territorial asociado a la explotación turística tiene también como consecuencias

una mayor sensibilización social e incremento de presupuestos, junto a

esfuerzos ciudadanos por conservarlo y mantenerlo.

164

El patrimonio rural

Así pues, es necesario conocer con más precisión los impactos locales

de esta actividad, tanto ambientales como socioeconómicos y culturales; lo que

sólo será posible mediante una planificación y gestión del proceso que vaya

más allá del interés por valorizar nuevos recursos patrimoniales y favorecer la

aparición de instalaciones de alojamiento. Sirven, en este sentido, algunas de

las recomendaciones que señala Troitiño (2007) para los destinos

patrimoniales urbanos: integrar el patrimonio en un proyecto cultural-turístico

donde prime la oferta sobre la demanda (a ello nosotros añadimos que el

patrimonio, definitivamente, debe dejar de ser la excusa, para convertirse en el

objeto), definir un plan de destino, abordar políticas activas de recuperación del

patrimonio territorial, dotarse de infraestructuras y equipamientos adecuados y

propiciar la conexión entre diversos recursos patrimoniales y las actividades

alternativas. También es cierto que se precisa una mayor coordinación entre

las políticas urbanísticas, turísticas, ambientales, culturales y territoriales.

Otra carencia significativa se vincula a la insuficiencia de estudios

concernientes a la percepción de los residentes relativa a los impactos del

turismo rural en su cultura, su ecosistema y su nivel de desarrollo

socioeconómico. En definitiva, el modelo precisa de una planificación para

integrarlo en la economía y sociedad local, y no al contrario; de ser así, los

conflictos entre residentes y turistas, o entre residentes y agentes turísticos, no

tienen por qué existir. Desde luego, eso es más factible en el caso del turismo

cultural centrado en núcleos históricos rurales, porque la concentración

espacial de los bienes y de agentes implicados hace más factible entender el

turismo rural como una actividad transversal que refuerza la multifuncionalidad

del territorio rural.

Finalmente, tampoco se conocen con suficiente precisión los impactos

sobre el patrimonio inmaterial rural, mucho más vulnerable que el material a la

presión de uso, ni sobre el pequeño patrimonio material. Los esfuerzos siguen

centrados en el gran patrimonio, mucho más espectacular que los anteriores y

que continua manteniendo posibilidades para seguir siendo objeto de procesos

continuos de valorización.

165

P. Rubio Terrado

8.- Consideraciones finales. Tras lo expuesto, creemos oportuno sintetizar las principales

conclusiones y sistematizar las dudas e interrogantes a las que nos ha

arrastrado esta ponencia, muchas de las cuales bien pueden constituir

auténticos ejes de investigación sobre el patrimonio territorial y la valorización

del mismo, temas sobre los que no se ha agotado, ni muchísimo menos, la

reflexión académica posible.

En primer lugar, queremos insistir en la reivindicación de la expresión

patrimonio territorial, que sin anular a la de patrimonio cultural, reproduce más

fielmente el contenido actual del concepto de patrimonio y ello con

independencia de objetivos adjudicados al proceso de valorización patrimonial.

Es una expresión globalizadora y omnicomprensiva. Primero, porque otorga

cobijo a los patrimonios natural y cultural. Segundo, porque asume el postulado

de entender el patrimonio como uno de los elementos constitutivos del

territorio. Tercero, porque permite precisar la referencia espacial en la que se

ubica el patrimonio y sus usos actuales y futuros.

Aunque la expresión patrimonio territorial como tal no está contemplada

en la legislación y, por lo tanto, carece de figuras de protección, no ocurre así

en el caso de la patrimonialización, tal y como se ha reseñado. Esta es, con

seguridad la mayor limitación que afecta a esta propuesta, aunque no es

insalvable si esta reivindicación se generaliza; eso sí, entendemos que su

utilidad aumentará si la finalidad que anima la valorización engarza con el

desarrollo socioeconómico.

En segundo término, pensamos que sigue sin estar resuelta la gran

contradicción que rodea al patrimonio territorial, su conservación versus su uso

como recurso económico. En cambio, sí lo está cuando la finalidad engarza con

los objetivos de producción simbólica o de industrialización cultural, entre otras

razones porque los impactos del aprovechamiento de los recursos son más

controlables.

166

El patrimonio rural

Factor de identidad territorial

Factor de calidad de

vida

Eficacia para combatir la

estacionalidad turística

Fusión de recursos en un único producto

patrimonial

Génesis de rentas complementarias

a las agrarias

Revulsivo ante la crisis de estructuras

Facilita la transición desde

sociedades productivistas en

crisis a otras terciarizadas

Alta capacidad de arrastre y de

complementariedad intersectorial

Territorio dinámico, sostenible e inteligente

Margen de crecimiento

futuro

Objetivo “estrella” en las políticas de planificación y desarrollo rural

FORTALEZAS Y OPORTUNIDADES

Movilización del capital territorial

Recuperación y mantenimiento del

patrimonio

Impacto positivo sobre la dotación

de servicios competitivos y equipamientos

públicos

Prestigio del binomio naturaleza/cultura

Patrimonio territorial

como señuelo de publicidad

Oportunidad de progreso

Adaptación a las demandas del turista

postfordista

Imagen de marca territorial

Reducidas necesidades de capitalización

Estrategia de diversificación ligada al carácter

multifuncional de la ruralidad

Fomento de la constitución de

nuevas empresas locales

Nicho de actividad económica y empleo

Recurso susceptible de

aprovechamiento económico

Función turística

Función social-cultural

Bajo coste de los recursos

Estrategia de dinamización

Reconversión hacia un modelo

“urbanizado”

Terciarización excesiva de la economía local

Déficit en las estrategias de

promociónTendencia al estancamiento de la demanda

turística

Falta de actividades turísticas

complementarias

Oferta turística de pequeñas

dimensionesDeterioro de los bienes patrimoniales y de la calidad ambiental

Regresión del tejido agrario

Crisis de los paisajes rurales

tradicionales

Desconexión entre las leyes

patrimoniales, de protección del

medio natural y de planificación

Pérdida del carácter de actividad complementaria

Monoespecialización turística

Riesgo de reinventar el patrimonio

Competencia con otros usos posibles

del mismo recurso recurso

Control público en la producción de patrimonio y su aprovechamiento

Carencias en la planificación y

gestión

Atomización y concentración espacial de la

oferta patrimonial

Improvisación local e intereses espurios en la patrimonialización

Incertidumbres relativas a la sostenibilidad del binomio

patrimonio territorial/aprovechamiento

turístico

Disminución de la pluriactividad local

Falsedad de la premisa de que “todo es patrimonializable”

Cambios en el modelo

inicial

Baja capacidad de innovación

AMENAZAS Y DEBILIDADES

Sobreexplotación de los recursos

Alto impacto sobre las actitudes, valores y comportamientos de la

población localIncidencia

sobre la cohesión local

Carencias en la reflexión sobre las relaciones patrimonio-desarrollo territorial

Insuficiente integración en la economía y sociedad locales

Incoherencia de la consideración del patrimonio como panacea

universal de desarrollo

Riesgos territoriales

Figura 5. Síntesis de las amenazas y debilidades, y oportunidades y fortalezas de la valorización de recursos patrimoniales y su aprovechamiento turístico. Elaboración propia.

167

P. Rubio Terrado

En realidad, pese a lo ingente de la producción científica, existe un

manifiesto déficit de reflexión conceptual en la relación patrimonio/desarrollo

territorial, sobre todo desde el lado crítico. Hay demasiadas verdades

pretendidamente universales que son aplicadas de manera indiscriminada

como soluciones particulares y se detecta una ausencia general de evaluación

previa del valor y capacidad de uso de los distintos bienes patrimoniales.

En tercer lugar, pese a lo antedicho, ese proceso se revela como una

estrategia interesante para la revitalización socioeconómica de territorios

rurales, teniendo en cuenta el valor de uso turístico y cultural de los bienes

patrimoniales. Pero esta finalidad también tiene un talón de Aquiles poliédrico.

Pocas veces existe un plan estratégico que oriente sobre la disponibilidad y

oferta de auténticos productos patrimoniales. La improvisación local-rural tiene

un peso excesivo y en demasiadas ocasiones responde a los deseos

formulados en campañas electorales, pero no suficientemente justipreciados a

posteriori. Con frecuencia excesiva, encontramos que se produce la

patrimonialización, se generan los equipamientos necesarios, por definición

siempre costosos, pero acaban cerrados o con una apertura que queda a la

libre voluntad de algunas personas concretas.

La selección y valorización de elementos patrimoniales está afectada por

intereses espurios que derivan del entendimiento del patrimonio territorial como

panacea universal de desarrollo sostenible, a lo que se añade la falsa premisa

de que todo es patrimonializable, independientemente de sus características y

capacidades reales, porque a todo se le acaba poniendo los adjetivos de

auténtico, autóctono, único, lo que contribuye a se diluya en exceso la

oportunidad derivada de ello. Las acciones de marketing patrimonial son

escasas y pocas veces se fusionan varios recursos en un único producto. La

variedad de figuras y la escasa o nula conexión entre las leyes patrimoniales,

las de protección del medio natural y la ordenación del territorio, reducen la

utilidad real del patrimonio territorial rural como elemento y factor de desarrollo

socioeconómico. Añadido a esto, en el medio rural se entremezclan políticas

sectoriales (agrarias, industriales y turísticas) con otras territoriales, pero entre

unas y otras tampoco existe coordinación, lo que limita su eficacia.

168

El patrimonio rural

El turismo se muestra como un interesante nicho de actividad económica

y social en el medio rural y así se demuestra en numerosos ejemplos; pero no

siempre se sabe muy bien qué hay bajo la expresión turismo rural. Por otra

parte, el “tirón” que ha experimentado esa actividad durante los últimos veinte

años -pocas veces planificada y en ocasiones artificiosamente promocionada

desde algunos programas públicos de desarrollo territorial rural-, se está

agotando, porque su capacidad de innovación es menor que en otros

segmentos turísticos, porque la demanda crece a menor ritmo que la oferta y

porque han penetrado en el medio rural intereses muy diferentes a los que

originalmente figuraban en su promoción. Es decir, más propios de ese turismo

de playa tantas veces denigrado por los impactos que origina. Es imperioso

recapacitar sobre este modelo, sobre sus características, sobre las

externalidades negativas que genera y sobre las amenazas que presenta, para

dotarlo de nuevos atractivos.

Aunque mantiene una prensa excelente, aunque sigue siendo una

estrella de las políticas y acciones de desarrollo rural, aunque, tal y como se ha

señalado, con excesiva frecuencia acaba por recibir el calificativo de remedio

universal de desarrollo, no deja de ser una estrategia posible de diversificación

ligada al carácter multifuncional de la ruralía. Pero, lo más importante creemos

que se desconoce: no se sabe la capacidad precisa que tiene como elemento

de dinamización económica allá donde no hay tradición turística (¿no se estará

confundiendo, acaso, desarrollo con crecimiento, a la vez que se le adjudican

capacidades indiscriminadas e ilimitadas?); la sostenibilidad que se le supone

no siempre está contrastada con hechos; y tampoco se conoce hasta dónde

alcanza la oportunidad que lo caracteriza, sin deteriorar los valores del

patrimonio territorial rural que utiliza como recurso, sin competir con otros usos

posibles de los no patrimonializados y sin dar lugar a una reinvención del

patrimonio que lo aleje de sus valores y características iniciales.

Con todo y con ello, el desarrollo del turismo en el medio rural todavía

parece contar con un margen de crecimiento futuro, por el bajo coste de la

mayor parte de recursos patrimoniales territoriales (que se basan en elementos

que, sencillamente, están ahí), por el prestigio que el binomio naturaleza-

169

P. Rubio Terrado

cultura confiere a los destinos turísticos (a la vez que revaloriza las funciones

ambiental y turística del territorio rural), por la posibilidad de utilizar el

patrimonio como señuelo de publicidad, por la eficacia de la cultura para

combatir la estacionalidad turística y porque el patrimonio territorial es un

recurso que se adapta muy bien a las tendencias del turismo postfordista.

En síntesis, tras más de veinte años de recorrido, se sigue

generalizando en exceso al hablar de turismo y patrimonio rural, porque:

Conceptualmente sigue sin haber una definición clara de patrimonio y el

deslinde entre turismo rural y cultural es impreciso.

No se sabe con certeza dónde está el límite de la oportunidad derivada

de terciarizar las economías rurales mediante el crecimiento del sector turístico,

ello por desconocer a cuántas familias rurales puede proporcionar rentas, hasta

qué punto se puede aspirar a que sea una actividad complementaria

incardinada en un modelo pluriactivo y territorialmente multifuncional sin que

induzca monoespecialización económica y cómo resolver la necesidad de una

adecuada dotación de infraestructuras y servicios para consolidar esta

actividad e inducir un atractivo que haga que el medio rural siga siendo lugar

interesante para la residencia continuada.

Se sigue hablando de él en términos más de estrategia indistinta que de

actividad planificada y muy exigente en lo relativo a la calidad y diversidad de

los recursos a aprovechar, a su concentración en un espacio abarcable, al

tejido económico que puede originar y a su impacto sobre los componentes de

la ruralidad más tradicional. En realidad, nuestras dudas derivan hacia la

interrogante de qué viabilidad tiene este modelo en las áreas donde, a fecha de

hoy, no ha logrado consolidarse.

Si el mercado turístico rural, en lo relativo a la demanda, no crece al

ritmo deseable, se hace necesaria la revisión del modelo, porque está

perdiendo empuje, más por el lado del atractivo de la oferta de patrimonio

cultural estricto, en el que deben incluirse los paisajes de origen antrópico, que

por el del natural, que sigue presentando, a nuestro juicio, potencialidades más

claras. Creemos que se ha olvidado la máxima de que el mercado nacional es

limitado y la internacionalización de la demanda presenta serias dificultades.

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El patrimonio rural

En realidad, es como si el modelo pergeñado hace dos lustros

presentase cierta tendencia a agostarse. Hoy sigue siendo útil como actividad

complementaria para algunas explotaciones agrarias, pero la pluriactividad a la

que conduce supone un incremento adicional de la carga de trabajo para la

unidad agraria y no siempre es posible conciliar la orientación turística con el

mantenimiento de las actividades agrarias. En todo caso, el margen de

crecimiento que se le augura procede más de la penetración de capitales

exógenos, que de alguna manera tienden a emular ciertos principios del

turismo masivo de playa, que del empuje de los capitales endógenos; por otra

parte, también la reinvención del modelo, si lo dota de mayor capacidad de

innovación, puede ser decisiva.

Por último, en este contexto se hace imprescindible, asimismo,

reconsiderar el objetivo de patrimonializar nuevos bienes. Pensamos que al

pequeño patrimonio hay que proporcionarle un empuje del que carece por

ahora; pero, sobre todo, nos preocupa que el énfasis no descanse en la

formulación de figuras que maximicen el objetivo de territorializar una oferta de

recursos patrimoniales interaccionantes unos con otros, al modo de los

Parques Culturales, que se ha demostrado es una fórmula de valorización-

gestión muy interesante, precisamente porque el territorio en su conjunto se

considera patrimonio y hacia el territorio se dirigen los beneficios de la

promoción patrimonial y de la función turística, a la vez que permite un control

público sobre la producción de patrimonio y el uso del patrimonio territorial.

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