El Perro y El Vagabundo 14jun

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El perro y el vagabundo El paso de los años ha sido cruel con el viejo perro de este relato: se siente lento, achacoso, cada vez más encogido; además, feoso con su pelambre deshilachada en mechones sueltos y en calvas lunares; nadie lo quiere a su lado porque les parece enfermo contagioso; no lo dejan entrar en la casa, ¡un perro así!, y la comida se la pasan al joven cachorrito de raza; hasta recibe sus buenos puntapiés de los más jóvenes cuando amigablemente se les acerca meneando la cola. - ¡Fuera, chucho asqueroso! Si me tocas te muelo a palos. De esta y otras maneras lo tratan al perro de la casa, al sabueso de toda la vida, al amigo con el que han jugado tantas veces y al guardián en muchas más que ha defendido la propiedad familiar de ladrones y vagabundos. Esos detalles suenan a tiempo pasado: ahora nadie lo quiere entre las cuatro paredes familiares; ni siquiera le permiten refugiarse en la galería delantera. Así, cuando luce el sol tropical se asfixia de calor sofocante, y cuando llueve torrencialmente, el pobre perro se moja sin compasión.

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Pequeño relato con fondo de fábula alrededor de dos personajes enfrentados, pero que al final...

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El perro y el vagabundo

El paso de los años ha sido cruel con el viejo perro de este relato: se siente lento, achacoso, cada vez más encogido; además, feoso con su pelambre deshilachada en mechones sueltos y en calvas lunares; nadie lo quiere a su lado porque les parece enfermo contagioso; no lo dejan entrar en la casa, ¡un perro así!, y la comida se la pasan al joven cachorrito de raza; hasta recibe sus buenos puntapiés de los más jóvenes cuando amigablemente se les acerca meneando la cola.

- ¡Fuera, chucho asqueroso! Si me tocas te muelo a palos.

De esta y otras maneras lo tratan al perro de la casa, al sabueso de toda la vida, al amigo con el que han jugado tantas veces y al guardián en muchas más que ha defendido la propiedad familiar de ladrones y vagabundos. Esos detalles suenan a tiempo pasado: ahora nadie lo quiere entre las cuatro paredes familiares; ni siquiera le permiten refugiarse en la galería delantera. Así, cuando luce el sol tropical se asfixia de calor sofocante, y cuando llueve torrencialmente, el pobre perro se moja sin compasión.

Cada día que pasa está más flaco, hambriento a todas horas y despreciado por sus dueños de siempre; en la casa de toda la vida ya no existe futuro para su quebrantada anatomía perruna.

- ¿Adónde puedo ir en estas condiciones que no sea dejarme morir de hambre o que me aplasten las ruedas de un camión? –preguntas cada vez más frecuentes en su mente animal.

Una tarde, después del almuerzo familiar, se anima a compartir la comida con el nuevo inquilino: restos abundantes y él está acogotado por el hambre. Cuando al pequeño le da por quejarse, dos golpes en las costillas casi le roban la respiración; medio arrastras y aullando con sus pobres fuerzas se aparta del lugar so pena de una mayor sarta de palos sin piedad…

Retirado a un rincón del patio, se expresa con la amargura de la experiencia:

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- ¡Qué razón tienen algunos hombres sabios al hablar sobre nosotros!... “A perro viejo y flaco todo son pulgas… y palos.”

Entonces decide marcharse de aquel hogar hostil a como dé lugar: ni un día más donde nadie le quiere, siquiera por compasión.

Pero ¿cómo, adónde?...

Se acuerda con añoranza de sus años jóvenes y aventureros por los estrechos caminos de la selva cercana. ¡Eso! Allí debe llegar, su tierra prometida; al menos podrá morir con la dignidad de los perros nobles como él.

Como nadie lo echa en falta, se pone a caminar sin ladridos o arrumacos, ni siquiera mira hacia atrás en la revuelta del Barrio Francés. Su objetivo es caminar y perseguir la dirección hacia el bosque protector y solitario.

Misión complicada para un viejo perro como él…

El recorrido no resulta un sendero de rosas, sino de espinas, polvo, calor, persecuciones y mordiscos de los perros caseros; hasta los gatos y las ocas lo persiguen con saña y placer. Un calvario de todo el tamaño, sin cruz pero con palos agresivos a lo largo de las calles civilizadas.

Ni él mismo sabe aún cómo ha podido alcanzar la frontera de selva, lejos de viviendas peligrosas con sabuesos mordedores y mujeres histéricas, libre de automóviles asesinos y hombres a patadas.

Su esquelético cuerpo lleva impresas las rojas y sanguinolentas marcas de todos ellos:

- Tras de viejo, apaleado –se lamenta con tristeza impotente-. ¡Pobre de mí! Perro decrépito sin que nadie me compadezca.

Viejo por años y magullado por la vida, bebe agua de una pequeña quebrada: ¡cómo agradecen sus cansadas patas la caricia del agua fresca!; pero sus fuerzas perrunas no dan para más, por eso decide descansar un rato bajo la sombra agradable del bosque. A pesar del hambre y el escozor de las heridas se queda profundamente dormido como en sus mejores días de juventud.

Cosas de la Naturaleza…

Cuando despierta del sueño, la tarde de ese día está abandonándose poco a poco a las sombras de la noche. No puede quedarse allí, a no ser que la muerte sea su última decisión: las boas constrictoras, los tigres y hasta los cerdos salvajes pueden darse un festín a su cuenta.

Sólo ponerse en pie le cuesta sacrificio: todo su cuerpo es un dolor repartido en muchas direcciones; quedarse donde está es la solución más fácil, pero…

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…Movido por un impulso del corazón, su última esperanza, decide continuar a través del camino abierto en la selva espesa; ¡adelante, siempre adelante… hasta donde aguanten sus patas perrunas, viejas y maltratadas! ¿Quién sabe si el cielo se compadece de su mala suerte?

Al rato de caminar lento pero sin pausa, casi al borde del colapso, sobre un repecho de la senda, en un hermoso claro del bosque divisa una pequeña cabaña: pobre, humilde, desvencijada, pero está de pie y la puerta abierta. ¡Un ranchito habitado en medio de la selva!

Al paso de unos metros por delante, sus viejos ojos contemplan la escena completa: a la puerta de la chabola un viejecito se deja acariciar por los últimos rayos de la jornada.

Despacio, despacio asciende los últimos tramos de la cuesta, cada vez más cerca de la casita rural. De una vez reconoce al hombre sentado a la puerta: ¡es el viejo vagabundo al que ladraba y acosaba en sus años jóvenes cuando por la delantera de su casa. No le perdonaba una: era un vagabundo y no se merecía el paso por la casa de sus dueños, por su casa. Hasta el día que loo mordió en el muslo derecho. Nunca más volvió a saber de él, hasta hoy, hasta ahora: ahí está sentado a la puerta de su casita vagabunda y destartalada; aún puede distinguir la herida mal cicatrizada de la pierna; su fiera mordida contra el pobre vagabundo…

- ¡Estoy perdido! –Se lamentó el pobre chucho- ¡Estoy muerto en cuanto me reconozca!

Con mucha de resignación se dejó caer sobre la hierba. Su vieja cabecita estaba envuelta en la misma obsesión:

- Si me reconoce se va a despachar a gusto conmigo No me queda nada por hacer, pero…

Vivo o muerto, ese viejo vagabundo y esa pobre choza eran su última esperanza. Movido por un nuevo impulso de su viejo corazón perruno se fue acercando de a poquito: tres o cuatro pasos y se echa sobre la senda, espera; dos o tres pasos y vuelve a tumbarse sobre el camino, atento; uno o dos pasos y se recuesta, lo tiene a tiro de piedra, pero mantiene las distancias, por si acaso…

En ese momento el pobre viejo vagabundo lo descubre frente a él, siete u ocho metros de prudencial separación: - ¡Caramba!... –exclama por la sorpresa- Un perro viejo, flaco, hambriento y solitario... “Ese implora algo de compasión” –se dice para sí.

Durante unos minutos lo estudia con la experiencia de la vida callejera y caminera; hasta le trae a la mente algunos malos recuerdos, pero no importa: los dos están a la par y los dos se necesitan para seguir sobreviviendo…

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- ¿Te has perdido, viejo, o estás solo y nadie te quiere? –El vagabundo dándole confianza en la conversación- Entonces ya somos dos. Ven, acércate un poco, no tengas miedo; el pasado, pasado está, los dos somos viejos y los dos estamos solos; al menos seremos dos, ¿no te parece?, tú para mí y yo para ti. Vamos, camina, y comparte conmigo este pequeño palacio.

El pobre perro se dio cuenta que ésa podía ser su nueva casa: la primera de verdad y la última de su vida.

Lentamente se acerca hasta los pies del viejo sentado sobre una caja de madera.

Esa noche el perro no pasará frío ni se mojará con la lluvia y el vagabundo dormirá muy bien acompañado. Los dos juntos:

El perro y el vagabundo.

28 – ekaina – 2014Almirante (Bocas del Toro)Larunbata

Esta historia fue creada en el entorno del Corregimiento de Almirante: existe mucho amor por los animales, pero siempre es posible encontrar una historia como ésta…

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