El Primer Borges

2
El Primer Borges Ensayos: Inquisiciones (de 1925), El tamaño de mi esperanza (de 1926) y El idioma de los argentinos (de 1928) Poemarios: Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929) L a etapa juvenil de la obra de Borges está signada por dos lenguajes literarios que constituyen los dos puntos de partida de los que arranca su obra. En la prosa, el barroco y en la poesía, el ultraísmo. Lo que otorga mayor dramatismo a esos inicios es su futura aversión y eventual rechazo de los dos lenguajes en su obra madura El primer Borges admiraba el estilo denso y meándrico del barroco y escribió sus tres primeros libros de ensayos bajo la seducción de ese estilo. Pero aunque Inquisiciones (de 1925), El tamaño de mi esperanza (de 1926) y El idioma de los argentinos (de 1928) están escritos imitando una retórica barroca, el estilo no es uniforme en las tres colecciones y es posible notar diferencias de grado. Se aligera considerablemente en los ensayos del último volumen y ya en el segundo se nota un mayor esfuerzo de claridad y fluidez. Estas gradaciones de prosa barroca alcanzan su máxima tensión en un ensayo de 1926 donde Borges postula el reverso de la estética barroca. Si el manierista busca asombrar, deslumbrar, sacarle brillo a la frase, Borges propone un estilo “cuyas dos perfecciones serían” -como escribe en el ensayo dedicado a Eduardo Wilde de 1926 (IA)- “plena eficiencia y plena invisibilidad” (Borges: 1928, 158). El salto es osado. ¿Cómo pasar de un estilo recargado, exhibicionista y hasta pedante a un lenguaje que por su transparencia desaparece? ¿Cómo sacudirse el lastre barroco, en cuya apuesta Borges jugó todas sus fichas, para entrar en un juego nuevo en el que la condición sine qua non era abandonar todas las armas del artificio barroco para que el lenguaje quedara libre de oropeles, al desnudo, eficacia pura?

description

El primer Borges. Análisis

Transcript of El Primer Borges

El Primer Borges

Ensayos: Inquisiciones (de 1925), El tamaño de mi esperanza (de 1926) y El idioma de los argentinos (de 1928)

Poemarios: Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929)

L a etapa juvenil de la obra de Borges está signada por dos lenguajes literarios que constituyen los dos puntos de partida de los que arranca su obra. En la prosa, el barroco y en la poesía, el ultraísmo. Lo que otorga mayor dramatismo a esos inicios es su futura aversión y eventual rechazo de los dos lenguajes en su obra madura

El primer Borges admiraba el estilo denso y meándrico del barroco y escribió sus tres primeros libros de ensayos bajo la seducción de ese estilo. Pero aunque Inquisiciones (de 1925), El tamaño de mi esperanza (de 1926) y El idioma de los argentinos (de 1928) están escritos imitando una retórica barroca, el estilo no es uniforme en las tres colecciones y es posible notar diferencias de grado. Se aligera considerablemente en los ensayos del último volumen y ya en el segundo se nota un mayor esfuerzo de claridad y fluidez. Estas gradaciones de prosa barroca alcanzan su máxima tensión en un ensayo de 1926 donde Borges postula el reverso de la estética barroca. Si el manierista busca asombrar, deslumbrar, sacarle brillo a la frase, Borges propone un estilo “cuyas dos perfecciones serían” -como escribe en el ensayo dedicado a Eduardo Wilde de 1926 (IA)- “plena eficiencia y plena invisibilidad” (Borges: 1928, 158). El salto es osado. ¿Cómo pasar de un estilo recargado, exhibicionista y hasta pedante a un lenguaje que por su transparencia desaparece? ¿Cómo sacudirse el lastre barroco, en cuya apuesta Borges jugó todas sus fichas, para entrar en un juego nuevo en el que la condición sine qua non era abandonar todas las armas del artificio barroco para que el lenguaje quedara libre de oropeles, al desnudo, eficacia pura?

La primera respuesta es tal vez el reconocimiento, por parte del propio Borges, de la enormidad del error. La segunda, una reacción violenta hacia esos libros (los tres primeros volúmenes de ensayos) que consistió en no permitir su reimpresión -que es una forma de olvidarlos-, en negar que hubieran existido, que es una forma de reprobación, y en proponerse quemar los ejemplares que encontrara y estuvieran a su alcance que equivale al acto de “destruir el cuerpo del delito”. En su Autobiografía, resume este capítulo de su obra: “Ese período de 1921 a 1930 fue de gran actividad, aunque buena parte de esa actividad fue quizá imprudente y hasta inútil. Escribí y publiqué siete libros: cuatro de ensayos y tres de poemas” (el cuarto sería Evaristo Carriego de 1930 y que Borges reeditó en versión aumentada en 1955).

“Nunca autoricé la reedición de tres de esos cuatro libros de ensayos, cuyos nombres prefiero olvidar” (Borges: 1999, 79). Y más adelante comentaba sobre los ensayos de esos volúmenes

olvidados: “Al escribir esos artículos intentaba imitar prolijamente a dos escritores barrocos del siglo XVII, Quevedo y Saavedra Fajardo, que en su español árido y severo creaban el mismo tipo de prosa que sir Thomas Browne en Urne Burriall. Yo hacía todo lo posible por escribir latín en español, y el libro se desmoronaba bajo el peso de sus complejidades y sus juicios sentenciosos” (80-81). Y concluye: “Los gnósticos afirmaban que la única manera de evitar un pecado era cometerlo, y así librarse de él. En mis libros de aquella época creo haber cometido la mayoría de los pecados literarios... Esos pecados eran la afectación, el color local, la búsqueda de lo inesperado y el estilo del siglo XVII. Hoy ya no me siento culpable de esos excesos; esos libros fueron escritos por otra persona. Hasta hace unos años, si el precio no era muy alto, compraba ejemplares y los quemaba” (82).