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El régimen jurídico de las tierras con vocación agraria en Venezuela: Aproximación crítica a la situación actual, desde una perspectiva liberal Luis Alfonso Herrera Orellana * Sumario: Introducción 1. Bienes del dominio público, bienes del dominio privado y bienes afectados por causa de interés general. 2. Afectación de tierras públicas y tierras privadas en la Ley de Reforma Agraria de 1960. 3. Afectación de Tierras públicas y tierras privadas en la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario de 2005. Conclusiones *Universidad Central de Venezuela, Licenciado en Filosofía, Abogado suma cum laude y Especialista en Derecho Administrativo, Escuela de Filosofía, Profesor. Universidad Cató- lica Andrés Bello, Escuela de Derecho, Profesor, Programa de Estudios Avanzados en Derecho Constitucional, Cursante, [email protected]

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El régimen jurídico de las tierras con vocación agraria en Venezuela:

Aproximación crítica a la situación actual, desde una perspectiva liberal

Luis Alfonso Herrera Orellana*

Sumario:

Introducción1. Bienes del dominio público, bienes del dominio privado y

bienes afectados por causa de interés general.2 . Afectación de tierras públicas y tierras privadas en la Ley

de Reforma Agraria de 1960.3 . Afectación de Tierras públicas y tierras privadas en la Ley

de Tierras y Desarrollo Agrario de 2005.Conclusiones

* Universidad Central de Venezuela, Licenciado en Filosofía, Abogado suma cum laude y Especialista en Derecho Administrativo, Escuela de Filosofía, Profesor. Universidad Cató­lica Andrés Bello, Escuela de Derecho, Profesor, Programa de Estudios Avanzados en Derecho Constitucional, Cursante, [email protected]

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Introducción

En la entrada “Reforma agraria” del Diccionario de Historia de Vene­zuela se indica lo siguiente:

De acuerdo con los estudios de la comisión que elaboró el proyecto de la ley (de 1960), la reforma agraria se justifica por la necesidad de eliminar definitivamente el sistema latifundista que, secularmente, imperaba en el país. Heredado de las instituciones coloniales y tras­ladado sin mayores cambios a las Repúblicas, este sistema se carac­teriza por: a) acaparamiento en muy pocas manos de las tierras cultivables mientras la mayoría de los productores y habitantes del campo no tenían ninguna o sólo la tenían en cantidades muy peque­ñas, por lo cual para trabajar y vivir tenían que alquilarlas o arrendar­las al propietario y obligarse a servir como ‘peones’ en la hacienda del mismo; b) fijación unilateral de las condiciones de trabajo por parte del dueño de la tierra, tanto en lo que se refiere al tipo de jornada como el salario que, en rmrgfíos casos, era pagado en ‘fichas’ (de cartón, de madera o de metal, según la importancia de la hacien­da) y que, por supuesto, sólo tenía valor en los abastos, tiendas de raya o pulperías del propietario donde el peón comparaba las mer­cancías y los víveres-qtíe necesitaba, a los precios que también fijaba el propietario; c) pago ordinariamente excesivo y siempre sin control de los cánones de arrendamiento o alquiler de la tierra, por lo cual (...) también era unilateralmente fijado por el dueño (...); d) inseguridad en la tenencia de tierra para el trabajador pues estaba siempre ex­puesto al desalojo por parte del propietario (...)'.

El feudalismo descrito por la comisión redactora del proyecto de Ley de Reforma Agraria, promulgada finalmente en 1960, y contra el que se diseñó el régimen jurídico contenido en el referido instrumento legal, ha estado efectivamente presente en Venezuela desde el período colonial y no fue eliminado con posterioridad a la revolución de independencia iniciada en 1810 por los proceres de la Nación por razones que nos explican con nitidez los estudiosos de la historia patria:

Son las ideas liberales las que van a darle cuerpo al valor máximo de occidente: la libertad, sobre la base de una constatación e§canda-

1 Víctor Giménez Landínez, Voz: “Reforma Agraria”, en Diccionario de Historia de Vene­zuela, Tomo III, 2da edición, Fundación Polar, Caracas, 1997, pp. 833 y 834.

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losa para la monarquía: la inadmisibilidad de la condición de súbdi­to, la deseable e insustituible de ciudadano (...) Va a ser la exclusión una de las causas principales que condujeron a los criollos a abra­zar la idea independentista (...) Ese nosotros al que alude Bolívar es el caso de su familia y su clase social: los criollos que siendo due­ños de la tierra, y en algunos casos inmensamente ricos como los Bolívar, y súbditos del rey de España, son excluidos por el monarca de los asuntos políticos de la provincia (...) Si los criollos estaban fuera de la cúspide del poder político local, y constituían el punto más álgido de la pirámide para los nacidos en América, con más razón los de los niveles estamentales más bajos estaban fuera del lugar donde se batía el cobre2.

Fueron los blancos criollos, sin el concurso inicial de otros sectores sociales como los pardos, quienes imaginan, impulsan, dirigen y libran la guerra por la independencia contra la corona española, y sólo ellos pueden tener alguna semejanza con la clase emergente -burguesía- que llevó adelante la Revolución Francesa, pues sólo ellos disponían de los medios culturales y económicos para asumir tamaña empresa. Pero los criollos no constituían el grupo social más extenso a comienzos del siglo XIX, y si bien recibieron durante la guerra el apoyo decisivo de miembros de las clases sociales menos favorecidas, lo cierto es que una gran porción de la población de la futura República permaneció al margen de las ideas liberales y sin lograr beneficios sociales y eco­nómicos luego de constituido el Estado-Nación, lo cual, unido a las pérdidas humanas y económicas del conflicto armado, al que se une el saldo de la Guerra Federal, obró en perjuicio de las posibilidades tempranas de desarrollo del país:

No existió a todo lo largo del período (1830-1935) una burguesía, industrial o comercial, capaz de imprimir a la acción del Estado una orientación que correspondiera a sus intereses. Desde el punto de vista de la composición de los grupos dirigentes, la vida republicana se abrió en 1830 con el siguiente abanico: un conjunto de hombres privilegiados, constituidos por los jefes militares de la guerra de in­

2 Rafael Arráiz Lucca, “Inclusión-Exclusión: los extremos de un dilema”, en María Ramírez Ribes (compilador), ¿Cabemos Todos?, los desafíos de la inclusión, Informe del Capí­tulo Venezolano del Club de Roma, Editorial Arte, Caracas, 2004, p. 34.

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dependencia; un grupo de propietarios agrícolas con graves dificul­tades financieras (...); un grupo de comerciantes y prestamistas que dirigían el comercio de importación y exportación y que controlaban buena parte del escaso circulante del que se disponía; un grupo de intelectuales y políticos liberales, muchos de los cuales -aunque no todos- estaban incluidos en los dos grupos anteriores (...) Los gru­pos dominados estaban en condición de esclavitud, de peonaje o de asalariado, según el sector productivo, la región y la época3.

Un indiscutible actor de la política democrática venezolana, al referirse al cuadro social de la independencia y a las relaciones existentes entre sus diferentes componentes ha señalado:

Dentro del cuadro de lo universal, nuestra revolución de indepen­dencia se corresponde con la Revolución Francesa. Se distingue de ella, como ha sido observado por más de un historiador, en que su comando no estuvo en manos de la burguesía, de un Tercer Estado (...), sino en las del ala más radical y jacobina de las clases terrate­nientes (...) En Francia el pueblo se sintió representado por aquella burguesía iconoclasta, que hablaba un lenguaje violento contra to­dos los dogmas, que se burlaba implacablemente de la aristocracia, y la siguió sin vacilación. En la América nuestra, y en Venezuela de manera muy visible, el pueblo se mostró receloso ante el llamado de los corifeos de la revolución. No le resultaba fácil convencerse de que los amos esclavistas, dueños de vidas y haciendas, ‘mantua- nos’, encastillados en los más puntillosos prejuicios de sangre, pu­dieran hablar sinceramente de libertad y de igualdad”4.

En tal sentido, Betancourt señala que fue José Antonio Páez, “hombre salido del pueblo y consustanciado con sus anhelos recónditos”, quien, después de muerto Boves, logró incorporar a los llaneros a la lucha por la independencia con base, entre otras razones, en un ofrecimiento decisivo: las tierras confiscadas a los españoles latifundistas5.

3 Diego Bautista Urbaneja, “Introducción Histórica al Sistema Político Venezolano”, en la obra colectiva 12 Textos Fundamentales de la Ciencia Política Venezolana, IEP, UCV, Caracas, 1999. pp. 321 y 323.4 Rómulo Betancourt, Venezuela Política y Petróleo, Editorial Seix Barral, Barcelona, 1978, pp. 412 y 413.s Ibidem, p. 413

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Quizá fue Bolívar uno de los pocos patriotas que comprendió temprana­mente la importancia que una distribución de tierras justa tendría para el futuro de la nueva República, y tal vez por ello fue quien mayor interés y decisión mostró al momento de honrar el ofrecimiento de tierras he­cho a los grupos más desfavorecidos que se unieron a la guerra contra la corona española, siendo prueba de ello el Decreto-Ley llamado de Reparos y el dictado por él en Chuquisaca, Bolivia, en 1824, con el propósito de otorgar tierras al campesinado en armas que hacía la revo­lución. Sin embargo, ninguno de los mencionados instrumentos legales llegó a ser realmente ejecutado6, pues, como sabemos, las tierras que­daron en poder de pocas manos, las de los militares terratenientes (oli­garquía goda) que gobernaron hegemónicamente el país desde su separación definitiva de la Gran Colombia en 1830, hasta la culminación de la Guerra Federal (1859-1863)7, cuando una nueva casta política (oli­garquía liberal) ocupará la posición dominante en lo político y lo econó­mico hasta que los militares andinos tomen el poder en las postrimerías del siglo XIX, quienes mantendrán el feudalismo en el agro venezolano inalterado, que sólo experimentará modificaciones sustanciales con la instauración de la democracia a partir del 23 de enero de 1958 y la promulgación de la Ley de Reforma Agraria de 1960.

Ahora bien, de las múltiples opciones políticas, económicas y sociales que pudieron ser adoptadas por la dirigencia encargada de consolidar el sistema democrático en Venezuela, gracias a la generosa amplitud que

6 Rómulo Betancourt, Op. Cit., pp. 414 y ss.7 “Se ha pretendido que la acción de Zamora era la de un reformador agrario, un hombre que quería repartir la tierra; pero aparte de que eso no aparece en ninguna de sus proclamas, los llaneros no eran agricultores hambrientos de tierras, sino pastores. Con todo, la conflictividad social era atizada por las terribles desigualdades, porque el poder económico y el dominio social habían pasado casi sin modificación de la Colonia a la nueva República independiente, o sea, de manos de los antiguos blancos ‘criollos’ a las de los nuevos ‘libertadores’, mientras que los soldados llaneros, indios y negros esclavos no habían visto mejorar nada su condición. Por otra parte, había el temor siempre presente de que los ‘oligarcas’ querían regresarlos a la esclavitud, y eso los hacía presa fácil de la demagogia y del odio sociales. Más que una clara guerra entre clases opuestas y bien delimitadas, lo que se desató a partir de 1859 fue una permanente por la igualdad, por una igualación imprecisa pero no por eso menos real, aunque siempre recubierta de consignas políticas”. Manuel Caballero, De la “Pequeña Venecia” a la “Gran Venezuela”, Monte Ávila Latinoamericana, Caracas, 1999, pp. 53 y 54.

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en materia económica y social daba la Constitución de 1961 a los go­biernos democráticamente electos, no sólo los partidos políticos, sino la sociedad en general, acordaron tácita o explícitamente asumir el discur­so y la acción populista, inicialmente de vocación democrática, como fórmula efectiva y eficiente de romper con la marginación y discrimina­ción sufrida a lo largo de nuestra historia republicana por la mayor parte de la población y de incorporarlos a la vida política y al desarrollo de la Nación, debido sobre todo a los excelentes dividendos electorales que la exaltación permanente de las ansias de justicia e igualdad social conte­nidas en esa población suponía para los grupos políticos y económicos que coparon las instituciones desde la caída de la última dictadura mili­tar. Por supuesto, el problema del latifundio y de la tenencia de la tierra, también pretendió -y todavía, con más énfasis, se pretende- resolver con base en medidas populistas, las cuales terminan, según muestra la experiencia latinoamericana, con un reforzamiento cuando no aumento desmedido de los poderes del Estado en la vida de los ciudadanos, con la consecuencia pérdida de libertades para éstos.

El gran problema, es que la comprensión populista de la política, de la sociedad y de la economía, no se fundamenta en una cultura de la solu­ción de los problemas públicos a través de la razón (con auxilio en las ciencias sociales, en las formales y en la técnica), con estímulo del tra­bajo, la participación política, el sacrificio, la tolerancia y la integración de todos los grupos y miembros de la comunidad política (de la Nación), en un contexto en el que interactúen Estado y sociedad teniendo a la libertad de los individuos como valor fundamental para el desarrollo, sino en un cúmulo de mitos y dogmas históricos, religiosos y hasta bioló­gicos, vinculados con resentimientos y pasiones revanchistas de los sec­tores más excluidos por múltiples causas, y por eso concibe el poder del Estado no como un medio para garantizar la gobernabilidad y conviven­cia pacífica de los ciudadanos mediante el respeto y protección de las libertades básicas, sino como una organización que debe limitar al máxi­mo la esfera de libertades económicas debido a la maldad que inspira la acción de los incluidos, y concentrar el mayor poder posible en manos de pocos funcionarios (en nuestro sistema presidencialista, lo usual es que el Jefe del Ejecutivo lleve la voz cantante) para remediar la injusti-

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eia y castigar a los responsables de la injusticia social8. Es por ello que el populismo, producto original de los gobiernos de la América Latina, ha merecido la siguiente consideración:

( . . .) tanto en su ideología como en sus formas organizativas y en sus metas políticas, dichos movimientos (populistas) no son el pro­ducto de la constitución autónoma de las masas en sujetos políti­cos sino que conllevan la subordinación de estas últimas a la élite, y por lo general al líder carismàtico, que dirige y controla la m ovili­zación popular9.

Partiendo de esa premisa, han sido señalados como rasgos más comu­nes del populismo las siguientes10: la organización de verdaderos pa­triotas, contra aquellos que defienden intereses antinacionales; unidad emocional frente a un enemigo común (oligarquías imperialismo, opo­sición) a quien no se considera como adversarios políticos, en el con­

8 “En Venezuela, el populismo ha significado la implantación de un conjunto de ideas econó­micas y la diseminación de una concepción de la política y de un estilo de hacer política profundamente dañinos al interés nacional. Tanto la mayor parte de los líderes de AD y COPEI, así como gran número de intelectuales y analistas dentro y fuera de los partidos, han sucumbido por mucho tiempo a los mitos socializantes que sedujeron, desde de la Segunda Guerra Mundial, a sectores importantes de la socialdemocracia y el socialcristianismo a nivel internacional. Se trata de los mitos que atribuyen una especie de omnipotencia a la interven­ción del Estado en la vida económica, que rechazan -casi como si fuesen pecaminosos- la viabilidad de los mecanismos de mercado y la competencia; que proclaman a ultranza que las empresas públicas constituyen una afirmación del ‘nacionalismo’; que hostilizan, persiguen, o contribuyen a corromper a los que se dedican por sus propios medios a la actividad de producir riquezas, que desconfían de la iniciativa individual y usan las aspiraciones de igual­dad y justicia para castigar el mérito y eliminar la competencia; y que, para redondear este cuadro de supersticiones que tanto daño hacen a las naciones que las acogen, tales mitos, repito, en lugar de buscar la causa de nuestros problemas y equivocaciones en nuestras propias acciones, le atribuyen el origen de nuestras desventuras a otros países, al ‘orden económico internacional’, o a cualquier otro fantasma, pero pocas veces a los propios des­aciertos del liderazgo nacional”. Aníbal Romero, La Miseria del Populismo. Mitos y reali­dades de la democracia venezolana, Ediciones Centauro, Caracas, 1986, pp. 35 y 36.9 N. Bobbio, Nicola Matteucci y Gianfranco Pasquino, Voz: “Populismo Latinoamericano”, en Diccionario de Política, a-z, Siglo veintiuno editores, México, 2002, p. 1254.10 Cfr. Juan Carlos Rey, Ideología y Cultura Política: El Caso del Populismo Latinoamericano, en Problemas Sociopolíticos de América Latina, IEP, UCV, Caracas, 1998, pp. 103 y ss. También Raúl Mora Nava, Reflexiones sobre el Carácter Populista en el Manejo de las Tierras y del Sector Agrario Venezolano, mimeografiado, 2003, p. 6. Sobre el populismo en general, ver Ruth Capriles, La Etica Pública de la Democracia Venezolana (El Don Populista), en Graciela Soriano de García-Pelayo y Humberto Njaim (Editores), Lo Público y lo Privado. Redefinición de los ámbitos del Estado y de la Sociedad, Tomo II, Funda­ción Manuel García-Pelayo, Caracas, 1996, pp. 203 y ss.

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texto de un régimen democrático, sino enemigos a los que debe des­truirse; defensa de una ideología vaga y confusa, a veces contradicto­ria, que a través de la manipulación de los signos y del discurso, termina por imponer la oscuridad en la acción política a grupos y sectores distintos y adversos; rechazo al modelo moderno y liberal de burocra­cia de corte Severiano, sujeta a normas y procedimientos, a favor de métodos de gobierno marcados por la fidelidad política, por el perso­nalismo y el liderazgo carismàtico en busca de adhesiones al movi­miento; y un abuso manifiesto de las medidas utilitarias y pragmáticas cortoplacistas, que se prodigan en las etapas de ‘consolidación’ y ‘re­conciliación’ en pro del clientelismo y la corrupción, que tiene un se­millero sinpar en el contexto de una economía rentista como la venezolana, donde el gran detentador del más importante medio de producción (la industria petrolera) es el Estado.

Sin embargo, a pesar del balance claramente negativo que dejó la adop­ción del populismo por los gobiernos democráticos en Venezuela como receta mágica y patética para enfrentar y solucionar nuestro mayor pro­blema social, la pobreza, y de la ineficacia y perversión de leyes dicta­das bajo tal comprensión - a veces premoderna- de la Política, como ocurrió con la Ley de Reforma Agraria de 1960, desde 1999, y con mayor énfasis desde 2001, este antimétodo de gobierno se ha profundi­zado y exacerbado, al punto que muchas de las normas contenidas en las nuevas leyes sociales y económicas, como el Decreto con Fuerza de Ley de Tierras y Desarrollo Agrario, reformado por Ley publicada en Gaceta Oficial N° 5.771, Extraordinario, del 18 de mayo de 2005, que será examinada en este trabajo, tienen su origen en los dogmas y senti­mientos de la comprensión populista del Estado y de la sociedad.

Ello explica por qué en la vigente Ley de Tierras abundan las normas de derecho administrativo que han aumentado la intervención y el con­trol del Estado en el sector agrario, y que han disminuido en forma alarmante el ámbito de acción de los particulares en este ámbito de la economía. Dado el discurso que ha mantenido la actual dirigencia des­de antes de su llegada al poder en 1998, tal situación no merece mayor sorpresa, como sí la merece el que reconocidos profesores e investi­gadores, supuestamente conocedores de las causas históricas de núes-

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tra conflictividad actual, se aventuren con suma imprudencia en la exaltación de la lucha de ‘clases’ y de ‘razas’, para apoyar y justificar el uso del discurso y la acción populista para ‘enfrentar’ la grave cri­sis social y económica, con altos índices de pobreza y exclusión, que afecta a nuestro país, y luego prediquen la necesidad de diálogo y concertación11. Como si el populismo, dada su carga de fundamenta- lismo democrático, en nuestro caso unido al historicismo bolivariano, no contiene el germen de la negación de todos cuantos no se plieguen a los designios de quien controla el Estado.

Resulta preocupante advertir que los intentos por resolver la incerti- dumbre y las injusticias que campean en el sector agrario venezolano como motivo del mantenimiento del latifundio -principalmente estatal, más que privado-, hayan considerado que la mera atribución a entes públicos de amplias potestades de ordenación, control y estímulo del sector, incluso a título de propietarios y empresarios, es suficiente para eliminar progresivamente la inequidad y la marginalidad del medio rural venezolano, cuando algunas de las causas de dicha situación tienen un

"N os referimos a la posición expresada por Margarita López May a en su trabajo “Populismo e inclusión en el proyecto político bolivariano”, publicado en María Ramírez Ribes (Comp.) ¿Cabemos Todos?, los desafíos de la inclusión, Informe del Capítulo Venezolano del Club de Roma, Editorial Arte, Caracas, 2004, pp. 129 y ss. A llí se lee: “El populismo no puede ni debe reducirse a juicios de valor negativos centrados en sus potenciales atributos demagógicos o de manipulación de los intereses de las masas, pues si bien éstos pueden darse -muchas experiencias populistas lo constatan- es un concepto mucho más rico que eso, que ha proba­do capacidad explicativa para un fenómeno que ocurre en América Latina en momentos de crisis hegemónica y que facilitó la inclusión política de los sectores populares en el siglo XX. La exclusión social y cultural severa que padecen significativas mayorías latinoamericanas (...) ha creado las condiciones propicias para el resurgimiento del fenómeno populista como vehículo de inclusión de demandas e intereses (p. 132)”. Esta misma autora, el 19-08-04, en su Exposición con motivo de la Ratificación del Presidente de la República, además de insistir en la idoneidad del discurso populista como instrumento útil para tratar -y no para resolver- el tema de la pobreza, hizo sorprendentes afirmaciones como la siguiente: “Somos una sociedad fragmentada en dos pedazos, cuyos límites económicos, sociales, espaciales, cultu­rales y políticos se trazan desde una lógica de clase (...) Venezuela está escindida entre una mitad blanca o culturalmente blanca, como dicen los sociólogos bolivianos, y otra mitad, formada por las castas y colores que gira entorno a ancestros mestizos y mulatos, pleno de diversidad cultural y de pobreza”. Algunas críticas a este lamentable panegírico al culto a la raza como arma política, que denota superficialidad en el análisis de nuestra historia republi­cana, en Oswaldo Barreto, El mito de la Venezuela polarizada, en el diario “Tal Cual”, ediciones del 03-09, 06-09, 07-09 y 08-09 de 2004.

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trasfondo histórico y hasta psicológico que exigen un tratamiento más inteligente y creativo por parte de las autoridades y de los sujetos que intervienen o participan en la actividad agraria.

Al respecto se ha indicado:El latifundio es un lastre casi mortal, o mortal cuando tiene su origen en una sociedad esclavista, como sucedió en el Imperio Español de América, por las consecuencias que ello tiene en la formación de actitudes y comportamientos tanto en los amos como en los escla­vos, y en sus descendientes. El campesino sucesor sobre la tierra, de abuelos esclavos, hereda el hábito de ser objeto de decisiones de otros, y no va a cambiar mágicamente por recibir una parcela en propiedad. Sigue esperando ser objeto de un control paternalista, y si antes fue peón de un señor feudal, ahora será peón (y elector) de un partido político, de un gobierno, representando en el cantón por cacique. El espíritu feudal sigue vigente, las formas de producción siguen siendo primitivas, los resultados decepcionantes. Y puesto que no hay hacendado a quien culpar, el fracaso de la reforma agraria se achaca a (...); es decir, a todo menos a lo esencial: que la estructu­ra social creada en el siglo XVI sigue lastrando la sociedad latinoa­mericana del siglo XX; que el campesino sigue tendiendo ánimo de siervo, sigue esperando ser objeto de decisiones de otros ( ...)12.

Sin duda el Derecho puede contribuir en mucho a romper con esos há­bitos y con esa estructura antimoderna, injusta, del agro venezolano, pero nada podrá hacer si esa ruptura no comienza por la raíz del proble­ma, que es el pesimismo respecto de la capacidad de las personas para actuar como seres con capacidad de habla y acción, el cual se pretende justificar en la ausencia de educación y cultura ciudadana de la pobla­ción que habita las zonas rurales del país. Por ello, la superación de esa supuesta imposibilidad de asumir el reto de vivir como personas libres e independientes, pasa por fomentar y estimular la capacidad de los ciu­dadanos que conviven en los sectores rurales del país de afrontar res­

12 Carlos Rangel, Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario, Monte Ávila Editores, Caracas, 1992, p. 253.

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ponsablemente, con su inteligencia y creatividad -sin perjuicio del apo­yo público y privado que haya de recibir- la empresa de trabajar y ha­cer productivas tierras que sean de su propiedad, individual o colectivamente, y puedan así integrarse a la vida moderna y disfrutar de todos sus derechos humanos. En otras palabras, hay que educar a las personas involucradas con el aprovechamiento de las tierras con voca­ción agraria para la razón13.

Dicho lo anterior, y teniendo claro que tal y como ocurre con el derecho petrolero, el régimen jurídico de las tierras agrarias en Venezuela posee un fuerte contenido político que es imprescindible considerar para eva­luar la constitucionalidad y racionalidad de sus normas y principios, pro­pósito del presente trabajo es (i) examinar, en forma general, las nociones de dominio público, de dominio privado y de afectación de bienes por causa de interés general, para, a partir de dicho marco teórico, (ii) estu­diar, también en forma genérica, qué influencia tuvieron dichas nocio­nes en las normas contenidas en la Ley de Reforma Agraria de 1960 dirigidas a transformar la estructura agraria en Venezuela e incorporar a la población rural al desarrollo económico, social y político de la Na­ción, y, asimismo, (iii) cómo han sido incorporadas dichas instituciones jurídicas, propias del derecho público, a la vigente Ley de Tierras y Desarrollo Agrario de 2005 (Ley que reformó parcialmente el Decreto con Fuerza de Ley de Tierras y Desarrollo Agrario, publicado en G ace­ta Oficial N° 37.323, del 13-11-01), en la que además de estatizar defi­n itivam en te las tie rras con vocación ag raria , se produjo un desconocimiento de la competencia atribuida a los Estados por la Cons­titución en materia de administración de tierras baldías. Por último, (iv) se dan algunas conclusiones acerca de los temas analizados.

13 “Una de las características de la razón es que sirve para ser autónomo, es decir, los seres racionales son más autónomos que las personas que no han desarrollado su capa­cidad racional. Por supuesto, autonomía no quiere decir aislamiento, insolidaridad, solipsism o, pero al menos sirve para autocontrolarse, autodirigirse, optar entre opcio­nes diferentes, proteger las cosas que uno considera importantes, emprender empresas, etc.”. Fernando Savater, “Potenciar la Razón”, en Francisco Delgado (compilador), Curso Introductorio 2000-2001, p. 120.

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1. Bienes del dominio público, bienes del dominio privado y bienes afectados por causa de interés general

Según lo dispuesto por los artículos 539, 540 y 543 del vigente Código Civil, en Venezuela son bienes del dominio público los caminos, los la­gos, los ríos, las murallas, los fosos, los puentes de las plazas de guerra y los demás bienes semejantes; tales bienes, a los que se unen los así calificados por la Constitución de la República de 1999 (entre otros, los yacimientos mineros y de hidrocarburos, las costas marinas -artículo 12-, las aguas marítimas y fluviales -artículo 304-, etc.), poseen un régimen jurídico particular, exorbitante del derecho civil, pues no sólo son inalienables (están fuera del tráfico comercial), sino también están libres de gravámenes o cargas, contra ellos no opera la prescripción adquisitiva (usucapión), su utilización por los particulares, dependiendo si son de uso público (por todos las personas) o de uso privado (sólo por determinados funcionarios u órganos del Estado), puede estar o no suje­to al cumplimiento de ciertas formalidades legales, o excluido en forma definitiva cuando de ello depende el fin de utilidad general por el cual el bien es considerado demanial14, y cuentan con un conjunto de garantías administrativas y judiciales con las que en modo alguno cuentan los bie­nes del dominio privado o los bienes privados de los particulares15.

En atención a ese régimen especial que rige a los bienes del dominio público, que se distingue del aplicable no sólo a la propiedad de los par­ticulares sino a la propiedad de los mismos entes públicos (dominio pri­vado), se ha sostenido que la característica resaltante de la categoría de bienes examinada es su incomerciabilidad, pues ésta les impide -hasta que opere un cambio en el ordenamiento jurídico vigente- ingresar al

14 “Las voces dominio, dominium, dóm am e, significan propiedad, con lo cual dominio público y propiedad pública son términos equivalentes. Si se quiere aludir al dominio público se utiliza el calificativo dom inial o demanial. Este último término —demonio— es un término del bajo latín y ha sido incorporado a la terminología legal de habla española”. Ana María Ruggeri, “Notas sobre la Propiedad Pública y la Propiedad Privada”, en Graciela Soriano de García-Pelayo y Humberto Njaim (Editores), Lo Público y lo Privado. Redefinición de los ámbitos del Estado y de la Sociedad, Tomo II, Fundación Manuel García-Pelayo, Caracas, 1996, p. 38.15 Cfr. José Luis Aguilar Gorrondona, Derecho Civil II. Cosas, Bienes y Derechos Reales, UCAB, 5a edición, Caracas, 1996, pp. 80 a 83.

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tráfico comercial típico de la propiedad privada, exento de formalidades y requisitos especiales, e inclusive ser objeto de procedimientos admi­nistrativos tendentes a su transferencia del sector público al sector pri­vado16; tal apreciación es importante en la medida que, vistas las consecuencias jurídicas de tales impedimentos, el constituyente y el le­gislador han de ser cuidadosos al momento de calificar a un determina­do conjunto de bienes como demaniales, ya que tal calificación incide en forma directa sobre uno de los derechos protegidos por la Constitución, como es la propiedad privada, cuya función social, como se verá, no implica ni su eliminación ni su sustracción del tráfico comercial.

También es importante tener en cuenta la distinción entre los términos soberanía y dominio al momento de retirar del comercio a una catego­ría específica de bienes al considerarlos como formando parte del do­minio público, pues a diferencia de lo que ocurría en el Estado absoluto, donde el soberano sostenía la existencia de un derecho absoluto, so- berano sobre todo su territorio (dominio eminente), y junto a él, de un inferior derecho de uso y goce, precario y revocable, conferido a al­gunos sus súbditos mediante concesiones en parte del territorio some­tido a la autoridad real, en el Estado constitucional y democrático de Derecho, de indudable inspiración liberal, está reconocido el derecho a la propiedad privada como un derecho humano fundamental17, sobre el que el Poder Público puede y debe incidir por razones de interés público o social, pero en ejercicio de potestades públicas, a través de la legislación y de medidas administrativas de ordenación y de policía, y no a título de amo y señor de los bienes que se hallen en el territorio del Estado, pues la soberanía -a s í como los derechos protegidos por la Constitución y los Tratados Internacionales de Derechos Humanos- residen en el pueblo y no en los gobernantes (artículos 2, 5 y 19 de la Constitución de Venezuela).

Respecto de la naturaleza jurídica del dominio público, esto es, si equi­vale a una categoría de propiedad o a algún otro derecho real, la dogmá­

16 Cfr. Ana María Ruggeri, Op. Cit., p. 40.17 Ibídem, pp. 40 y 41.

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tica iuscivilista advierte que entre las dos posiciones tradicionalmente defendidas por la doctrina especializada (la que sostiene que los entes públicos no ejercen ningún tipo de propiedad sobre los bienes demania- les, sino un derecho de mera policía o vigilancia de naturaleza pública, y la que estima, por el contrario, que los entes públicos sí ejercen un ver­dadero y auténtico derecho de propiedad sobre dicha categoría de bie­nes, que sólo difiere del derecho de propiedad común en que el ejercicio de los atributos de aquél se encuentra determinado por la destinación del bien considerado del dominio público), debe aceptarse una posición intermedia, que admite una doble naturaleza del dominio público, con­forme a la cual será un derecho de policía o vigilancia lo que ejerce el ente público sobre el bien respectivo, cuando éste no es susceptible de apropiación por ningún sujeto (como el aire), mientras que será un efec­tivo derecho de propiedad, aunque paralizado por la destinación del bien, cuando el mismo se ejerza sobre bienes susceptibles de apropiación por un sujeto de derecho18.

La dogmática iusadministrativa, en cambio, señala, frente a las debilida­des apuntadas en el pasado contra la condición de propiedad del Estado del dominio público (existencia de una relación de imperio y no de pro­piedad sobre estos bienes, que se traducía a su vez en una relación de policía y no de dominio sobre los mismos, imposibilidad de apropiación privada de esta clase de bienes, falta de exhibición por parte del Estado del actuar típico de un propietario, en cuanto al uso, el disfrute y la disposición sobre estos bienes), que en el estado actual del Derecho se admite la inexistencia de unicidad en cuanto a la definición de la propie­dad, lo cual permite calificar al dominio público como una propiedad administrativa19, pues las cosas y bienes que antes eran consideradas en forma genérica del público, hoy son del Estado por disposición ex­

18 Cfr. José Luis Aguilar Gorrondona, Op. Cit., pp. 80 y 81. Una exposición de la noción de dominio público que maneja la actual Sala Politicoadministrativa, puede verse en su sentencia N° 1.410, del 22-06-00, caso: Trino Juvenal Pérez Solano, en el que se acoge, entre otros, el concepto desarrollado por Bielsa en Argentina.19 Cfr. Eduardo García De Enterría, Apuntes de Derecho Administrativo II, Tomo I, Facul­tad de Derecho, Universidad Complutense de Madrid, España, 1971-1972, pp. 18 a 22.

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presa de la ley, el cual ejerce sobre ellos todos los atributos de la propie­dad, pues, sin lugar a dudas, usa inmuebles del dominio público para lograr los fines públicos que le están encomendados, goza -aunque no para su interés particular- de los frutos (renta y demás utilidades) ge­nerados por esta clase de bienes, y tiene un poder de disposición -que no absoluto- sobre los mismos, ya que a través de concesiones, puede confiar su aprovechamiento o explotación a particulares. Del mismo modo, afirma esta corriente doctrinaria que el dominio público es una propiedad especial en razón de su titular (entes públicos territoriales y entes públicos descentralizados), que tiene un régimen jurídico de dere­cho público en razón de su afectación por causa de utilidad pública o de un interés social20.

De acuerdo con lo señalado con anterioridad, puede afirmarse que para considerar a un bien (edificios, fuertes, minas, yacimientos, aguas, par­ques, etc.) como integrando el dominio público, esto es, la propiedad pública o del Estado, es menester que una norma, constitucional o legal, en forma expresa lo califique como tal o autorice a una autoridad, en supuestos específicos, a hacerlo (pues el régimen aplicable lo sustrae del comercio y le impide integrar la propiedad privada, con lo que existe limitación de derechos constitucionales), con base en una razón clara y específica, vinculada con una utilidad pública o un interés social previa­mente considerado por la autoridad competente (no puede originarse en un capricho gubernamental o partidista, en un interés particular dirigido a satisfacer injustificadamente a una porción de la población, ni puede responder a medidas proselitistas o demagógicas, como las empleadas por el populismo latinoamericano), el cual, teniendo en cuenta la distin­ción entre soberanía y dominio, no pueda ser satisfecho o alcanzado mediante el protagonismo de los particulares o con el concurso directo de éstos en el uso, goce y disfrute del bien bajo ciertas obligaciones legales derivadas del interés público o social comprometido, sino única­mente mediante la reserva plena al Estado del uso, goce y disposición

20 Cfr. Ana María Ruggeri, “Notas sobre la Propiedad Pública y la Propiedad Privada”..., Op. Cit., pp. 46 y 47.

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del bien y de la sustracción permanente del mismo del tráfico comercial, que bien puede ocurrir sobre bienes del dominio privado, o sobre bienes de propiedad privada, previa expropiación y posterior afectación de los mismos a una utilidad pública21.

Sobre el dominio privado, ha de señalarse que el mismo está integrado por todos aquellos bienes propiedad de los entes públicos, territoriales y descentralizados en sentido funcional, que están sometidos preponde- rantemente a un régimen de derecho privado o común (sin perjuicio de las normas administrativas que regulan su conservación y eventual ena­jenación), por no estar afectados, al menos en forma directa e inmedia­ta, a brindar una utilidad pública o a satisfacer un interés social, ni ser tampoco de uso público, esto es, de aprovechamiento por todas las per­sonas para la obtención de provechos particulares, y que permanecen en poder o dominio de dichos entes públicos, en algunos casos, para que éstos puedan lograr, a través de su uso, el cumplimiento de las obliga­ciones que el ordenamiento jurídico les impone al atribuirles un conjunto de potestades públicas, y, en otros, para que aquéllos obtengan ingresos adicionales dirigidos a financiar sus actividades públicas, gracias a los frutos derivados del arrendamiento o préstamo de uso a título oneroso a que son sometidos dichos bienes del dominio privado22.

Al estar sometidos a un régimen preponderantemente de derecho priva­do, estos bienes, a diferencia de los bienes del dominio público, son aliena­bles por su titular, con plena observancia de los procedimientos establecidos en la ley para ello, pueden ser objeto de ciertos y determi­nados gravámenes o cargas (que no sea ninguna de las señaladas en el artículo 16 de la Ley Orgánica de la Hacienda Pública Nacional, aplica­ble a los Estados, a los Municipios y a los Institutos Autónomos Nacio­nales, por disposición de leyes especiales), y pueden ser adquiridos por

21 José Luis Aguilar Gorrondona aclara, pertinentemente, que la mera expropiación de un bien bajo régimen de propiedad privada no lo convierte en un bien del dominio público, pues se requiere de un acto posterior, expreso, que le dé tal condición, por causa de una utilidad pública o de un interés social. Ver Op. Cit., p. 79.22 Cfr. José Luis Aguilar Gorrondona, Op. Cit., pp. 83 y 84.

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prescripción adquisitiva (artículos 541 y 544 del Código Civil)23. Ahora bien, como el Estado -es decir, quienes laboran en él y materializan las potestades que él tiene atribuidas por el Derecho- no gestiona ni satis­face intereses individuales o particulares, sino colectivos y generales, no debe conservar inútilmente el dominio sobre bienes que, estando en manos de particulares, podrían contribuir en mayor medida al desarrollo económico y social de la población, incluso en el supuesto de estar so­metido su uso, goce y disposición a obligaciones legales o administrati­vas por causa de una utilidad pública o de un interés social, ya que tal conducta no sólo sería contraria a los principios del régimen constitucio­nal de economía social de mercado previsto en los artículos 115, 116 y 299 del Texto Fundamental, sino que instituiría progresivamente una subordinación de lo público sobre lo privado, tan apreciada por el popu­lismo burocrático, que limita las vías de desarrollo al concebir la inicia­tiva privada como expresión inevitable de egoísmo, inequidad y explotación humana.

Así las cosas, siendo indeseable que el Estado concentre en el dominio privado más bienes de los que en realidad necesita para lograr sus fines y cometidos públicos, y más aún que, desconociendo la distinción sobe­ranía-dominio antes apuntada, proceda a sustraer arbitrariamente bie­nes del comercio para convertirlos en propiedad demanial, para así lograr satisfacer las demandas sociales y económicas de la población vincula­das con el uso, goce y disfrute del bien respectivo, se ha consolidado una técnica de intervención del Estado en la economía, intermedia en alguna medida respecto de las categorías antes estudiadas, que al tiem­po que garantiza la propiedad privada de los particulares sobre bienes que reportan un interés público notorio, permite someter o afectar legal­mente dichos bienes a un régimen jurídico especial, cuyo fundamento es la función pública o social que a la propiedad asignan distintos ordena­mientos jurídicos, con el propósito de que los particulares colaboren o contribuyan con el Estado en el logro de fines o intereses públicos que están en cabeza o son compartidos por todos los miembros de la comu­nidad política regida por dicho ordenamiento.

23 Ibidem, p. 84.

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En cuanto a esta modalidad de intervención, denominada afectación de bienes por causa de interés general, se aceptó en determinado momento que la misma constituía en la mayoría de los casos una técnica de incor­poración de bienes públicos a la categoría de bienes del dominio público, gracias a la cual era posible colocar junto a los bienes del dominio públi­co natural (aquellos como el aire que por su naturaleza no pueden sino ser usados por todos) una diversidad de bienes que constituirían, en atención al interés que existe respecto de ellos para lograr un fin del Estado, un dominio público artificial (caso de inmuebles expropiados para destinarse a la prestación de un servicio público24. Sin embargo, luego se aceptó que la técnica examinada no siempre supone la transfe­rencia al Estado de la propiedad del bien considerado como de interés general, pues existen ámbitos como el de la ordenación, distribución y aprovechamiento de tierras rurales de vocación agraria, en el que los firreírqne-el ordenamiento jurídico impone al Estado en sus diversos niveles político-territoriales, pueden lograrse a través de la afectación de bienes de propiedad privada a la obtención de un determinado objeti­vo público o social, sin necesidad de adquirir dominio sobre ellos, con base en el principio de la función social del derecho de propiedad25.

De allí que se haya afirmado, en materia de reforma agraria, que:(. . . ) parece ser, y así lo he sostenido en otras oportunidades, que ‘afectación’ significa que el legislador quiere dar a las ‘tierras afecta­das’ destino preferente para la reforma agraria. Esto implica que no es un destino único, sino sólo que tiene prioridad respecto a otras posibles utilizaciones. En consecuencia, la prioridad determina que no es factible enajenar, gravar ni arrendar las tierras afectadas a la reforma agraria, a menos que el Ejecutivo Nacional lo autorice por ser necesario para otros fines de utilidad pública o social26.

24 Cfr. Gustavo Urdaneta Troconis y Ana María Ruggeri Cova, “Propiedad y Afectación: el Caso de la Propiedad Agraria en Venezuela”, en Libro-Homenaje al Profesor Antonio Moles Caubet, Tomo II, UCV, Caracas, 1981, p. 841.25 Ibidem, p. 842.26 Tomás Polanco Alcántara, “Estructura de la propiedad en la Reforma Agraria Venezolana”, en Libro Homenaje a la Memoria de Lorenzo Herrera Mendoza, IDP, UCV, Caracas, 1970, p. 518.

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En tal sentido, no siendo en todos los casos propósito de la afectación de bienes por causa de interés general la incorporación de determina­dos bienes del dominio privado o de propiedad privada a la categoría demanial, sino el vincular el uso, goce y disfrute de ciertos bienes del dominio privado o de propiedad privada al logro de unos fines públicos específicos, como los indicados en los artículos 305 y 306 constituciona­les, en el entendido que no sólo el Estado sino también los ciudadanos (o particulares) tienen el deber-derecho de contribuir con el desarrollo so­cial y económico de la Nación, se ha definido a la afectación “como una técnica que consiste en vincular ciertos bienes o determinadas catego­rías de bienes a una finalidad calificada por las normas jurídicas como de utilidad pública o interés_§ocial. Este vínculo de afectación o de des­tinación tiene como efecto fundamental el colocar esos bienes o cate­gorías de bienes dentro de un régimen jurídico especial”27. Así las cosas, la afectación como técnica de intervención del Estado en la economía y en las relaciones sociales^en un ámbito específico de la vida pública, no comporta forzosamente la exclusión de la iniciativa privada en el desa­rrollo del sector, ni la supresión del derecho a la propiedad privada, ni la conversión inevitable de los bienes privados a bienes del dominio priva­do o del dominio público, con todas las consecuencias jurídicas que an­tes hemos examinado.

De suma importancia es la precisión hecha por la doctrina especializada sobre la naturaleza y finalidad de la afectación de bienes por causa de utilidad pública en un contexto cultural como el venezolano (tan propen­so al intervencionismo excursionista del Estado en diversas actividades económicas), en la medida que permite tener en cuenta que ella es una técnica que lejos de eliminar la propiedad privada y de excluir la partici­pación privada (individual o colectiva) en el logro del fin público protegi­do por el ordenamiento jurídico, por el contrario, garantiza la existencia

27 Ibídem, p. 843. Sobre el concepto y su evolución, véase José Luis Villar Palasí, Derecho Administrativo, Volumen X, “Dominio Público”, Material Mimeografiado, Universidad Complutense, Madrid, 1961, citado por los autores consultados. Véase también Juan Alfon­so Santamaría Pastor, Principios de Derecho Administrativo, Volumen II, 3a edición, Editorial Centro de Estudios Ramón Areces, Madrid, 2001, pp. 505 y ss.

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del referido derecho y hace posible dicha participación siempre y cuan­do la misma tenga por norte, junto a la obtención del legítimo provecho particular, el cumplimiento de las obligaciones y deberes que a la pro­piedad le están impuestas constitucionalmente, en el marco del Estado social de Derecho que instituye el artículo 2 del Texto Fundamental. En efecto, si bien el artículo 115 de la Constitución vigente no consagra en forma expresa la función social del derecho de propiedad, como sí lo hacía el artículo 99 de la derogada Constitución de 1961, es indudable por la redacción de la misma disposición y por la evolución histórica experimentada por este derecho fundamental, que el mismo no es abso­luto -com o no lo es ningún otro derecho- y que está sujeto a las restric­ciones y limitaciones legales que derivados de la vida en sociedad, de donde surgen los intereses generales o públicos que incumben a toda la colectividad por igual28.

Como se estudiará a continuación, el Estado venezolano, al menos des­de la entrada en vigencia de la Ley de Reforma Agraria del 5 de marzo de 1960, ha venido interviniendo en el ámbito agrario, no mediante la conversión de bienes privados en bienes del dominio público, sino me­diante la técnica administrativa de la afectación de tierras (del dominio privado y de propiedad privada) con vocación agraria (algunos autores emplean el término ‘agroalimentarias’) a los fines de la anteriormente denominada reforma agraria29, y en la actualidad a los fines del proceso

28 Cfr. Gustavo Urdaneta Troconis y Ana María Ruggeri Cova, Op. Cit., pp. 859 y ss. Sobre el fundamento constitucional y filosófico de la falta de absolutidad de los derechos humanos, véase el artículo 20 de la Constitución de 1999 y lo expuesto por E. Kant en Metafísica de las Costumbres, Tecnos, Madrid, 1994, p. 39.29 “Desde un punto de vista económico, porque la reforma agraria es también un proceso fundamentalmente económico a la par que social, y, como veremos también, principal y esencialmente jurídico, la reforma agraria supone, en términos generales, un crecimiento del sector agrícola; es decir, un desarrollo del sector agrícola en dos aspectos principales: a) lograr una mayor producción para resolver el problema de abastecimiento de la población; y b) obtener una mejor productividad que es la otra nota económica que se le ha asignado al proceso de reforma agraria”. José Román Duque Corredor, Instituciones de Derecho Agra­rio, Tomo I, Editorial Jurídica Alva, Caracas, 2001, p. 21.

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de desarrollo rural integral y sustentable previsto en la vigente Ley de Tierras y Desarrollo Agrario30, los cuales, lejos de poder lograrse con el protagonismo y dirigismo de las entidades públicas como grandes pro­pietarios de esta categoría de tierras, requiere en forma ineludible, en vista de la expresa prohibición constitucional del latifundio (artículo 307), del concurso de la mayor cantidad de agentes del sector privado rural (campesinos, cooperativas familiares, pequeños, medianos y grandes empresarios, etc.) para que coadyuven al Estado en el mejoramiento de la calidad de vida de todos los ciudadanos que habitan en las extensas zonas rurales de la geografía nacional, y en la garantía de la seguridad agroalimentaria de la población.

Empero, como también se verá, la técnica examinada, debido a las in­consistencias legislativas y a las políticas populistas que tan buenos di­videndos electorales generan, ha sido desvirtuada en su propósito originario de vincular la propiedad privada agraria a un fin público o social, y ha servido en la práctica para acumular cada vez mayores extensiones de tierras con vocación agraria en manos del Estado (prin­cipalmente de la Administración Pública Descentralizada Nacional), antes de 2001 por medio de la creación de la llamada propiedad dotacional, y desde entonces con la denominada adjudicación de tierras agrarias, pues ni en la Ley de Reforma Agraria y en la actual Ley de Tierras y Desa­rrollo Agrario está contemplada la transferencia de la propiedad del Estado a los particulares, con lo cual la intervención no ha generado tanto desarrollo productivo del sector como concentración de la explo­

30 “El Decreto Ley de Tierras y Desarrollo Agrario viene a prestar ese nuevo marco legal, en el cual se busca profundizar y dar operatividad concreta a los valores constitucionales de desarrollo social a través del sector agrario (...) Para el logro de las finalidades, de rango constitucional, antes aludidas, se establece la afectación de todas las tierras, piíblicas o privadas, con vocación para el desarrollo agroalimentario. Esta afectación no constituye ningún tipo de gravamen, sino que se refiere a la ubicación del uso de tales tierras dentro de un marco jurídico distinto al del derecho común”. Exposición de Motivos del Decreto con Fuerza de Ley de Tierras y Desarrollo Agrario, publicado en Gaceta Oficial N° 37.323, del 13 de noviembre de 2001.

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tación del mismo en pocas manos, todas las cuales están supeditadas a la acción gubernamental de turno31.

2. Afectación de tierras públicas y tierras privadas en la Ley de Reforma Agraria de 1960

Durante la vigencia de la derogada Ley de Reforma Agraria, publicada en Gaceta Oficial N° 610, Extraordinario, del 5 de marzo de 1960, que­daron afectados a los fines de la reforma agraria (previstos en el artícu­lo Io del referido texto legal), tanto bienes del dominio público (aguas), como bienes del dominio privado (tierras propiedad de entes públicos) y bajo régimen de propiedad privada (las tierras con vocación agraria o agroalimentaria ubicadas) ubicados en zonas rurales, pero partiendo de la idea de conciliar la garantía del derecho a la propiedad privada con la transformación de la estructura agraria del país y la incorporación efec­tiva de la población asentada énTas zonas rurales al desarrollo económi­co, político y social de la nación, mediante la sustitución del sistema latifundista por un sistema justo de propiedad, tenencia y explotación de la tierra32. En efecto, mientras el artículo 10 de la referida Ley afectaba en forma directa ciertos y determinados bienes propiedad de los entes públicos al logro de los fines de la reforma agraria, y en ese sentido dichos bienes debían pasar en forma progresiva al dominio y adminis­tración del antiguo Instituto Agrario Nacional (IAN) para su posterior dotación, en el caso de los bienes bajo régimen de propiedad privada

31 “Hace tres años, en el sur del lago de Maracaibo se realizó la primera entrega masiva de títulos de tierras en el país por parte del Presidente de la República. Hoy sus beneficiarios aún esperan los recursos prometidos para poder comenzar el trabajo de labranza. En esa oportunidad, el Ejecutivo Nacional entregó en Santa Bárbara del Zulia 1.164 títulos de propiedad [entiéndase, adjudicaciones] a igual número de campesinos asentados en los Municipios de Jesús María Semprum, Sucre, Catatumbo, Francisco Javier Pulgar y Colón. Las promesas fueron: otorgar créditos a bajo interés, entregar maquinarias e insumos, así como la construcción de vías y puentes que les permitieran ingresar a sus propiedades. Desde entonces, los ofrecimientos del Instituto Nacional de Tierras no han cesado. Sin embargo, ninguno se ha concretado (...) El adjudicatario de la parcela N° 46, de Caño Caimán margen izquierda, Luis Amesty, aseguró: ‘Aún estamos como el primer día’ (...) Manifestó que del grupo total de campesinos con título en mano en los predios de Caño Caimán -2 4 0 en total- han quedado 67 luchando y cifrando sus esperanzas en que los recursos lleguen algún día”. Jorge Luis Paz, Campesinos abandonan propiedades otor­gadas por Chávez, en “El Nacional”, 14-09-04, B/12.32 Gustavo Urdaneta Troconis y Ana María Ruggeri Cova, Op. Cit., pp. 843 y ss.

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constituidos por inmuebles con vocación agraria ubicados en zonas ru­rales, conforme a los artículos 19 al 22 del mismo texto legal, éstos permanecerían sometidos al derecho civil y bajo el dominio de los parti­culares, pero sometidos o afectados al cumplimiento de la función social reconocida por la Constitución de 1961 a la propiedad privada, esto es, a la observancia de obligaciones vinculadas con la realización de los fines de la reforma agraria impulsada por la Ley, por lo que dichos bie­nes sólo quedarían directamente afectados a la reforma agraria -y más concretamente, a su transformación en propiedad dotacional-, cuando el propietario particular incumpliera con cualquiera de las obligaciones legales impuestas a la propiedad privada agraria33.

Brevemente puede indicarse que, en el caso de las tierras de propiedad pública (del dominio público y del dominio privado), el cambio operado por la Ley de Reforma Agraria consistió tan sólo en la destinación de esta categoría de bienes -concentrados improductivamente en manos del Es­tado, que devino en el gran latifundista de Venezuela- a unos fines espe­cíficos, los cuales sólo podrían ser logrados mediante la aplicación, entre otras medidas previstas en la Ley, de un adecuado proceso de dotación de tierras a los sujetos beneficiarios de la reforma agraria (artículo 2, literal b), en el que, como se explicará supra, si bien no era transferida plenamente la propiedad de la tierra con vocación agraria dotada al sujeto o grupo familiar beneficiado con la medida, podía afirmarse que se adqui­ría un derecho de propiedad dotacional sobre la porción otorgada. Ahora bien ¿Por qué la Ley de 1960 dispuso la transferencia progresiva de tie­rras públicas con vocación agraria a manos de particulares y, por el con­trario, no ordenó mantener dicha propiedad pública y encomendar únicamente al Estado el logro de la reforma? La respuesta es sencilla:

Ello es así porque esta reforma se basa fundamentalmente en la insti­tución del derecho de propiedad privada. En efecto, ésta no pretende ser abolida sino, al contrario, conservada y hasta garantizada, y éste es el primer postulado básico de nuestra reforma agraria. Pero, al mismo tiempo, existe el propósito de que esa propiedad funcione más

33 “De acuerdo con lo expuesto, propiedad agraria será aquel inmueble que, situado fuera de las áreas urbanas o de las áreas de expansión de las ciudades, está dedicada o es susceptible de ser dedicado a actividades agrarias”. José Román Duque Corredor, Op. Cit., p. 189.

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adecuadamente, en el sentido de que cumpla, por diversas vías, su función social (...)34.

Así las cosas, en vez de destinar la propiedad pública rural a su explota­ción directa por parte del Estado para cumplir con los fines de la reforma agraria, la antigua Ley dispuso destinar dichos bienes a ser transforma­dos en propiedad privada dotacional, para que fueran los particulares be­neficiados por las adjudicaciones -junto a los particulares propietarios de tierras agrarias- y no el Estado, mediante el ejercicio del derecho a la libre iniciativa económica y social y del derecho a la propiedad privada, quienes, sometidos a ciertas y específicas obligaciones legales, protago­nizaran, con el apoyo del sector público, la tan anhelada transformación de la estructura agraria venezolana y se incorporaran, en tanto miembros de la población rural, al desarrollo económico, político y social de la pobla­ción. Conforme al artículo 10 de la Ley de Reforma Agraria, las tierras baldías (cuyo régimen y administración estaban atribuidos en forma ex­clusiva al Poder Nacional, por el artículo 136, numeral 10, de la Constitu­ción de 1961), los fundos rústicos del dominio privado de la Nación, los fundos rústicos pertenecientes a los Institutos Autónomos Nacionales y los inmuebles rurales que pasen al patrimonio nacional, en razón y como consecuencia de enriquecimiento ilícito contra la cosa pública, quedaron afectados a los fines de la reforma agraria; del mismo modo, de acuerdo con el artículo 11 eiusdem, las tierras -con vocación agraria- pertene­cientes a los Estados, a los Municipios y a los establecimientos públicos de estas entidades político-territoriales (entes descentralizados funcional­mente), quedaron afectados a dichos fines35.

34 Gustavo Urdaneta Troconis y Ana María Ruggeri Cova, Op. Cit., p. 846.35 Gustavo Urdaneta Troconis y Ana María Ruggeri Cova, Op. Cit., p. 848. Según estos autores, previo estudio de algunos artículos de la Ley de Reforma Agraria, quedaron excluidos de la afectación examinada los siguientes inmuebles: a) las tierras sin aptitud o vocación agraria; b) tierras las no afectadas por disposición expresa de la Ley de Reforma Agraria (las tierras urbanas o de reserva urbana, las de los parques y bosques nacionales, de las reservas forestales y monumentos naturales y artísticos, etc.); y c) las jurídicamente insusceptibles de ser objeto de adjudicaciones por ser inalienables (las del dominio público, las afectadas a un servicio público, las de los baldíos inalienables por disposición de la Constitución y de leyes especiales -estos autores, a diferencia de Román J. Duque Corredor (ver Op. Cit., p. 193 y ss.) plantean que la Ley de Reforma Agraria no derogó la Ley de Tierras Baldías y Ejidos de 1936, por lo que las tierras calificadas por ésta como inalienables, en principio, no quedaron sujetas a la reforma agraria-, y las de los ejidos reservadas para el ensanche urbano e industrial de las poblaciones. Ver Op. Cit., pp. 849 a 854.

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Tal afectación implicaba, según el artículo 18 del mismo texto legal, que todos los bienes antes mencionados propiedad del ‘Ejecutivo Nacional’, debían ser transferidos en forma gratuita al Instituto Agrario Nacional, sin necesidad de autorización del Congreso de la República u otro órga­no del Poder Nacional, mientras que igual destinación tendrían los bie­nes afectados a los fines de la reforma agraria en propiedad de los Estados y los Municipios, incluidos sus entes descentralizados, una vez celebrados los respectivos convenios de transferencia con el Ejecutivo Nacional, mas dicha transferencia, como ya se advirtió, no era para concentrar más tierras en manos del Estado, sino para que éste las die­ra en propiedad dotacional a los beneficiarios de la reforma prevista en la Ley de 1960, y poder así, en forma progresiva, lograr los fines asumi­dos por el nuevo régimen jurídico agrario nacional.

En el caso de las tierras con vocación agraria sometidas a un régimen de derecho privado, éstas, como ya se indicó, quedaron igualmente afecta­das a los fines de la reforma agraria, pero en forma mediata, pues los propietarios privados - a diferencia de las entidades públicas propietarias de tierras- no estaban en la obligación de transferir sus inmuebles al Ins­tituto Agrario Nacional, sino únicamente debían ajustar sus actividades económicas de producción agraria a las exigencias previstas en el artícu­lo 19 de la Ley de Reforma Agraria, cuyo fundamento era la función social que la derogada Constitución de 1961 atribuía a la propiedad priva­da, así como la evolución experimentada por esta institución jurídica, hija del liberalismo político y económico de la Ilustración de los siglos XVIII y XIX, en el marco de los Estados democráticos y sociales de Derecho, en donde los derechos individuales han de convivir armónicamente con los derechos colectivos o sociales, por ser obligación de los Estados proteger y garantizar el disfrute de ambas categorías de derechos36.

36 Esta distinción entre los derechos humanos tiene un valor puramente histórico y metodológico, pues desde hace tiempo se acepta que entre estos derechos existe una interde­pendencia que plantea la imposibilidad del disfrute de unos si los demás no son garantizados. Al respecto, véase Pedro Nikken, “El Concepto de los Derechos Humanos”, en Estudios de Derechos Humanos, Tomo I, IIDH, San José, 2000, pp. 31 y ss.

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Ahora bien, junto a dichas tierras bajo régimen de propiedad privada preponderantemente civil -pues con motivo de la reforma se le aplica­rían también normas del derecho agrario-, la Ley de Reforma Agraria creó, si cabe la expresión, un nuevo tipo de propiedad privada (para distinguirla de la pública), a saber, la denominada propiedad dotacional, derivada de las adjudicaciones de tierras que tendría que realizar el Ins­tituto Agrario Nacional a favor de los beneficiarios de la reforma, usan­do para ello no sólo las tierras propiedad de entes públicos afectados en forma directa e inmediata a los fines de la reforma agraria, sino también aquellas que fueran expropiadas a particulares por el incumplimiento de las obligaciones legales impuestas a la propiedad privada agraria en ra­zón de su función social37. Según la bibliografía consultada, la modifica­ción que la legislación de la reforma agraria provocó sobre el derecho de propiedad privada, para lograr los fines en ella previstos, se dio por dos vías o formas diferentes entre sí:

(. . . ) la propiedad privada rural ordinaria o ‘de derecho común’ ha sido mantenida, pero a cambio de haber sido modificada en su régi­men; si no cualitativamente, al menos cuantitativamente ha visto acrecer los condicionamientos límites, restricciones y obligaciones que pesan sobre el propietario por el hecho de serlo; además de conservar ese derecho de propiedad, tradicional pero modificado en su régimen, la Ley de Reforma Agraria ha creado una nueva forma de propiedad -que deberá coexistir con aquél- que podría llamarse “pro­piedad reformada” o “propiedad dotacional” (por el mecanismo pre­visto en la ley para su creación: la dotación). Se trata siempre de una propiedad privada, en el sentido de que tanto su significación como

37 Es pertinente señalar que, según aclaran Gustavo Urdaneta Troconis y Ana María Ruggeri Cova, en cierta medida la expropiación de tierras privadas agrarias era una sanción al propie­tario privado por su negativa o negligencia a cumplir con las obligaciones impuestas a dichos inmuebles en virtud de la función social de la propiedad, pero, principalmente, era una forma de garantizar el logro de los fines de la reforma agraria, allende los intereses o pareceres particulares de los agentes del sector. Por ello, al no existir en forma expresa en la Ley de Reforma Agraria una cláusula de inexpropiabilidad a favor de las tierras que sí cumplieran con su función social, dicha medida podía aplicarse, por razones de utilidad pública o interés social, a cualquier tierra con vocación agraria con independencia de si cumplía o no con la función social que le asignaba la misma ley, pues en el artículo 26 de ese instrumento legal, fuente de esta supuesta garantía absoluta, se previeron excepciones a la regla de inexpropiabilidad. Ver Op. Cit., pp. 873 y ss.

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su régimen difieren muchísimo cualitativamente, de lo que se conoce tradicionalmente como propiedad privada38.

En criterio de algunos autores39, al no tener la afectación de tierras otra finalidad que la de permitir el logro de los fines de la reforma agraria, era evidente que las tierras transferidas o expropiadas por el Instituto Agrario Nacional tenían por destino ser dadas en dotación o propiedad a los beneficiarios de la reforma agraria, con lo cual se creó en nuestro país un nuevo tipo de propiedad agraria, desconocida hasta 1960 por la legislación venezolana, llamada a convivir junto con la tradicional pro­piedad privada rural, ahora afectada de manera mediata a los fines de la reforma agraria40. Ahora bien, estas dotaciones -cuyo origen en un acto administrativo permitía considerarlas como auténticas adjudicaciones-, tenían una naturaleza jurídica compleja, que impedía definirla con base en los tradicionales atributos de la propiedad privada:

(. . . ) la dotación es un acto complejo, no es un acto simple, no es un solo acto del Instituto Agrario Nacional; sino un conjunto de actos y por lo tanto supone, no sólo la entrega en propiedad a un individuo o a un grupo de población de determinada parcela o lote de terreno, sino que, además, supone la entrega de otros bienes agrarios, mate­riales o inmateriales, necesarios para la producción, como el crédito, la asistencia técnica y el mercadeo41.

Siendo complejo su acto de creación, la propiedad dotacional creada por la Ley de Reforma Agraria, según esta posición doctrinal, era un derecho subjetivo de origen constitucional, no sujeto a prescripción o caducidad, que revestía la naturaleza de un derecho real patrimonial, no originario sino derivado -pues su fuente era un acto del Estado y no los modos ordinarios de adquisición de la propiedad-, que podía, con la autorización del Estado, ser traspasado por el beneficiario a otro sujeto o grupo de ellos, mas no podía ser adquirido por usucapión

38 Gustavo Urdaneta Troconis y Ana Mana Ruggeri Cova, Op. Cit., pp. 860 y 861.39 Cfr. Román J. Duque Corredor, Op. Cit., pp. 218 y ss.40 Sobre el régimen jurídico especial aplicable a la propiedad privada rural, durante la vigencia de la Ley de Reforma Agraria, véase Gustavo Urdaneta Troconis y Ana María Ruggeri Cova, Op. Cit., pp. 861 y ss.41 Román J. Duque Corredor, Op. Cit., p. 219.

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dado que era imprescriptible; además la dotación era de un derecho obligatorio y condicionado a su ejercicio -pues su respeto y garantía por el Estado puede exigirse en la medida en que es ejercido por su titular-, al punto que su falta de observancia y goce efectivo, permitía su revocación por el Estado, esto es, la recuperación por parte del Instituto Agrario Nacional del dominio sobre la tierra con vocación agraria dada en dotación, de acuerdo con el artículo 83 de la Ley de Reforma Agraria42. Esta última posibilidad, allende el término propie­dad con calificaba la misma ley a la tierra dada en dotación (en su artículo 75), generó dudas en la doctrina y en la jurisprudencia acerca de la verdadera naturaleza del derecho examinado.

En efecto, algunos autores llegaron a considerar que, más que un dere­cho subjetivo, la propiedad dotacional era una institución del derecho agrario, debido a los valores a los que respondió su creación por el le­gislador nacional:

Las dotaciones responden a una forma estructural y a una concep­ción especial sobre la propiedad territorial. Ellas sirven a la prolifera­ción de la pequeña propiedad, de la estabilidad del trabajo campesino y el crecimiento de la producción agrícola. Aunque se asemejen a los contratos de donación y de compraventa en sus clases gratuita y onerosa, cargan implícitos otros valores que las ascienden al rango de instituciones. El titular de propiedad parcelaria, por ejemplo, no ejerce un señorío definitivo, porque el Estado se reserva la facultad de revocar la adjudicación para cuando el dotatario incurra en cual­quiera de estos hechos u omisiones (del artículo 83 de la Ley de Reforma Agraria). La amplitud de los hechos y omisiones prenotados abona nuestra tesis. La dotaciones son un instituto, forjado para asegurarle a la tierra un aprovechamiento racional y los mejores lo­gros individuales y colectivos43.

Finalmente, otros especialistas en la materia, estimaron que, sin per­juicio de la garantía que, como regla general, tendría la tradicional propiedad privada que cumpliera con su función social, la dotacional

42 Ibídem, p. 219.43 Ramón Vicente Casanova, Derecho Agrario, Universidad de Los Andes, Mérida, 2000, pp. 278 y 279

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era la forma de propiedad rural considerada como ideal dentro del sistema reformista de la Ley de 1960 para lograr la transformación económica, política y social del sector agrario venezolano, ya que, su­puestamente, a través de ésta el Estado podría lograr la redistribución de la tierra rural, concentrada en pocas manos como se indicó supra, desde el período colonial:

Esa preferencia por la propiedad dotacional se justifica en que ésta fue configurada por la ley como la forma más adecuada de propiedad dentro de los objetivos de la reforma agraria. Todo su régimen, esta­blecido por la propia ley, está destinado al logro de esos objetivos, lo cual determina la presencia en el mismo de una serie de principios, normas y mecanismos muy particulares, que constituyen otras tan­tas diferencias con el régimen de la propiedad privada ordinaria (...) Este mecanismo consiste en la adjudicación, por parte del Estado, de tierras a los trabajadores agrícolas que no tengan e, igualmente, el suministro de todos aquellos bienes y servicios que se requieran para que la tierra adjudicada sea económicamente productiva44.

Empero, los autores consultados reconocieron también las dificultades jurídicas existentes para admitir pacíficamente la naturaleza como pro­piedad y no como institución, como una concesión administrativa o como un derecho real limitado sujeto a norma de derecho público, de las dota­ciones otorgadas con fundamento en la Ley de Reforma Agraria, las cuales tuvieron serias repercusiones en la práctica, al punto de producir la negativa de algunos Registros Públicos a protocolizar el título confe­rido por el Instituto Agrario Nacional al adjudicar la tierra con vocación agraria, a pesar de lo dispuesto por el artículo 75 del indicado texto legal45. Sin embargo, con base en los términos ‘propiedad’ y ‘título’ usa­dos por la derogada legislación agraria, y apoyados en criterios judicia­les y doctrinarios46, predominó la tesis según la cual la dotación confería a su beneficiario un verdadero derecho o título de propiedad sobre la porción de tierra dada en adjudicación por el Estado, y que las peculia­

44 Gustavo Urdaneta Troconis y Ana María Ruggeri Cova, Op. Cit., p. 883.45 Ibidem, p. 884.46 Cfr. Tomás Polanco Alcántara, “Estructura de la propiedad en la Reforma...”, en Op. Cit., pp. 521 y ss.

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ridades observadas en cuanto al uso, goce y disfrute de la misma (que suponían el cumplimiento de un cúmulo de deberes y obligaciones pre­vistas en la Ley de Reforma Agraria)47, así como respecto de los pode­res que el Estado conservaba en forma permanente sobre el inmueble adjudicado, no desvirtuaban la condición de propiedad de las dotacio­nes, pues todas estas novedades jurídicas, de cara a la comprensión ortodoxa del derecho de propiedad privada, encontraban su fundamento histórico y jurídico en la evolución de la institución y en la necesidad de hacer coincidir los beneficios que este derecho produce a sus titulares con los fines colectivos y sociales que el Derecho impone a la misma.

Por ello se justificó el poder de revocación -suerte de reivindicación si se quiere- del Estado:

Este es uno de los rasgos que más ha provocado dudas respecto del carácter de propiedad que tiene este derecho, y que ha hecho pensar que se trata más bien de un tipo de derecho real limitado, conservan­do el Estado una especie de titularidad latente, que puede reactuali- zar por incumplimiento del adjudicatario. Sea como fuere, este mecanismo de revocación está totalmente justificado; sería absurdo pensar que el Estado va a realizar las dotaciones, para lograr los objetivos de la reforma agraria, y que luego va a desentenderse de la manera como aquéllas son explotadas48.

En nuestro criterio, la posibilidad dada por la ley a la Administración (Instituto Agrario Nacional) para que, sin requerir la intervención de la autoridad judicial, es decir, en ejercicio de la potestad de autotutela, pudiera revocar el título de ‘propiedad’ conferido al beneficiario de la dotación por incumplimiento de alguna de las obligaciones establecidas en la Ley de Reforma Agraria, sin tener así que acudir a la figura de la expropiación, la condición sui generis de derecho obligatorio y condi­cionado -lo cual parece una contradicción en los términos- de las dota­ciones, y la limitación, en cuanto a la transmisión del derecho ínter

47 Sobre el origen del derecho, los sujetos involucrados y las obligaciones y deberes im­puestas por la ley a los beneficiarios de las dotaciones, véase José Román Duque Corredor, Op. Cit., pp. 241 y ss. También Gustavo Urdaneta Troconis y Ana María Ruggeri Cova, Op. Cit., pp. 885 y ss.48 Ibídem, p. 894.

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vivos, al traspaso de la dotación, previa autorización de la Administra­ción, entre otras características especiales, eran razones más que sufi­cientes para dudar de la calificación como propiedad de las dotaciones agrarias, y para considerar que en este sector de la economía y de la sociedad ocurrió algo similar a lo sucedido en materia de hidrocarburos, donde, en realidad, la Ley de 1975 no nacionalizó ni los yacimientos de este mineral ni la industria dedicada a su explotación y aprovechamien­to (pues la Nación somos el conjunto de los venezolanos, y ninguno de nosotros pudo o puede operar libremente en yacimientos petroleros, ni tuvo o tiene acciones en Petróleos de Venezuela, S.A. o en alguna de sus empresas filíales), sino que, con base en una concepción política dominante en la década de los años 70, los estatizó, pues los primeros pasaron a ser del dominio público, y la segunda propiedad absoluta de la República -ahora por disposición de la Constitución-49.

En efecto, un análisis global del régimen jurídico de la reforma y de la propiedad agraria contenido en la Ley de 1960, así como de la interven­ción ilimitada del Estado en el uso y aprovechamiento de las tierras agrarias dadas en dotación -modelo de propiedad ideal del sistema- permite afirmar que en la práctica, más allá de las declaraciones de principios y de los nobles objetivos fijados en el instrumento normativo, a lo que conduciría dicho régimen sería, como todo parece indicar que ocurrió, a un aumento progresivo y desproporcionado de las tierras con vocación agraria en poder del Estado bajo un régimen de dominio priva­do, por cuanto, de un lado, no se instrumentó un procedimiento sujeto a lapsos específicos que limitaran el tiempo en que dichas tierras debían ser dadas en dotación beneficiarios de la reforma agraria, ni tampoco se destinaron a este fin los recursos necesarios para asegurar la eficiente

49 Sobre la distinción entre nacionalización y estatalización en el ámbito del petróleo, véase Alberto Quiroz Corradi, “Petróleo y Diversificación”, en María de Ribes (Comp.), Vene­zuela. Repeticiones y Rupturas (La reconquista de la convivencia democrática), Infor­me del Capítulo Venezolano del Club de Roma, Editorial Arte, Caracas, 2003, pp. 245 y ss. También Luis A. Herrera Orellana, “Aspectos del Régimen Jurídico del Petróleo en Venezuela (especial referencia al rol actual de Petróleos de Venezuela S.A.)”, en Revista de Derecho Administrativo N° 19, Julio-Diciembre, Editorial Sherwood, Caracas, 2005, pp. 123 y ss. En cuanto a la Constitución vigente, véanse sus artículos 302 y 303.

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explotación por los beneficiarios de las tierras adjudicadas, con lo cual dicho proceso dependía de la entera discrecionalidad -populista y clien- telar- de la burocracia agraria; y de otro lado, la falta de efectiva trans­ferencia a los beneficiarios por parte del Estado de todos los atributos de la propiedad sobre las tierras, así como la reserva de dominio o po­testad de revocación mantenida por éste -supuestamente sometida a supuestos de incumplimiento- sobre dichos inmuebles, con lo cual, la acumulación de tierras agraria en manos del Estado, como dominio pri­vado injustificado, dependía por entero de la voluntad de la Administra­ción50, que de seguro actuó con suma comodidad, entre sectores de la población sumidos en la pobreza y la desinformación, sin recursos para ejercer el control jurisdiccional de las arbitrariedades de la Administra­ción51, y, para colmo, en un país donde hasta los abogados, en términos generales, carecen de una cultura en derechos humanos.

Así las cosas, al no contemplarse en la Ley de Reforma Agraria de 1960 al menos un régimen similar al previsto en la Ley de Creación del Instituto Nacional de la Vivienda (INAVI), en el que la disposición o transmisión entre vivos de inmuebles construidos y enajenados por dicho Instituto Autónomo puede darse, aunque con su intervención, a través de contra­tos de compraventa -lo que supone un verdadero poder de disposición por parte del propietario-beneficiario, y en el que no existe posibilidad alguna que dicho Instituto revoque o reivindique la propiedad sobre el inmueble, en caso de que el propietario se comporte o no de tal o cual manera, a pesar del interés social comprometido en la actividad adminis­trativa de asignación de viviendas urbanas52, podemos señalar que la mis­ma se fundó en una concepción política y económica estatista y antiliberal

50 Gustavo Urdaneta Troconis y Ana María Ruggeri Cova en Op. Cit., p. 885,51 Por eso se ha afirmado “Como la justicia no es gratuita, de hecho sólo puede ocuparse de derechos e intereses patrimoniales individuales de alguna importancia, puesto que en otro caso los gastos del proceso serían superiores a los beneficios económicos litigados. Con lo cual el derecho administrativo que se invoca ante los Tribunales (y no hay que olvidar que para muchos éste es el único Derecho vivo) es un ‘Derecho’ de ricos (y de funcionarios, pero éste es otro tema”. Alejandro Nieto, “De la Vocación del Derecho Administrativo de Nuestro Tiempo”, en Estudios de Derecho y Ciencia de la Administración, CEPC, Madrid, 2001, p. 36.52 Véanse los artículos 14 y siguientes de la todavía vigente Ley de Instituto Nacional de la Vivienda de 1975.

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de la ordenación, dirección y aprovechamiento de las tierras con voca­ción agraria, en la cual las relaciones entre el Estado y la sociedad parten de una cierta desconfianza del primero hacia las aptitudes, virtudes y ca­pacidad de los integrantes de esta última (población rural, empresarios, organizaciones comunitarias, etc.) para lograr, en calidad de protagonis­tas, los fines de la reforma agraria, y en la necesidad patética y, por tanto populista, de que aquél tutele, controle, supervise y dirija la conducta de todos los agentes del sector, a través de severas potestades administrati­vas, dirigidas por las ‘nobles’ y ‘justicieras’ virtudes de los gobernantes socialistas, cristianos o revolucionarios del momento.

A continuación veremos el régimen jurídico en el que desembocó la tradición estatalista y justiciera -populista-53 de la política venezolana en este sector de la economía y la sociedad, el cual, a pesar de reincidir y exacerbar los defectos del régimen anterior, ha sido mercadeado por la actual dirigencia, en términos electorales, como una ‘revolución so­cial’ para el sector, gracias a una evidente pero efectiva manipulación del lenguaje y de hechos correspondientes a lamentables episodios de la historia venezolana del siglo XIX, en los que la guerra, la muerte, el personalismo, la negación del Derecho y el militarismo, fueron los ‘va­lores’ defendidos por sus protagonistas54, y que en opinión de algunos

53 “El populismo reduce el hombre a un sujeto de derechos que ignora sus deberes, y limita la acción del Estado a su aspecto providente y paternalista. El populista actúa con el pueblo como esos padres superprotectores: no dejan crecer a sus hijos y les causan un gran daño, sin que cuente para nada la calidad de sus intenciones (...) El populismo suele estar programáticamente acompañado de la demagogia, la cual reduce el hombre a un ‘ser-votante’, lo cosifica negándole su dignidad y lo considera utilitariamente como una ‘cosa-que-vota’ y degrada a la acción política a mero utilitarismo, desprovisto de toda entidad ética. Esta perspectiva es particularmente adversa a contemplar la realidad del país marginal, porque para los demagogos ese país solamente existe cuando hay elecciones y es ignorado el resto del tiempo” Carlos Zubillaga, ¿Qué es el populismo?, en “El Universal”, 24-09-04, 1-14.54 Sobre los bandos enfrentados en la Guerra Federal se ha indicado: “(...) sostenemos, apoyados en todos los hechos que así lo demuestran, que ninguno de los dos partidos era en sus hombres y en sus ideales más demócratas ni más aristócratas que el otro. En Venezuela jamás han existido sentimientos ni intereses colectivos de clases, sino pasiones de grupos de individualidades, salidas de las más diversas capas y unidas ocasionalmente. Así, pues, ni militares, ni mantuanos, ni cléricos, ni proletarios obedecían a sugestiones de clase para incorporarse a uno u otro bando, liberal u oligarca, al delinearse ellos en nuestra historia. Cada quien obraba según sus simpatías e intereses personalismos”. Pedro M. Arcaya, “Federación y Democracia en Venezuela”, en Germán Carrera Damas (Comp.), Historia de la Historiografía Venezolana, I, UCV, Caracas, 1996, p. 126.

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especialistas, todavía anidan en el ánimo de algunos integrantes de nues­tra comunidad política nacional55.

3. Afectación de tierras públicas y tierras privadas en la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario de 2005

El artículo I o de la vigente Ley de Tierras y Desarrollo Agrario (en adelante Ley de Tierras), que reformó -de manera parcial el Decreto con Fuerza de Ley de Tierras y Desarrollo Agrario de 2001 (en lo que sigue, Decreto con Fuerza de Ley de 2001) con el claro propósito de romper -a l menos nominalmente, que es ‘lo más importante’ en térmi­nos ideológicos y electorales- con el sistema reformista instaurado bajo la vigencia de la derogada Ley de Reforma Agraria, dispone que en él están contenidas las bases del desarrollo rural integral y sustentable, entendido éste como el medio básico, fundamental, para el desarrollo humano y el crecimiento económico del sector agrario dentro de una justa distribución de la riqueza y una planificación estratégica, demo­crática y participativa, cuyos objetivos son eliminar el latifundio por ser un sistema contrario a la justicia, al interés general y a la paz social en el campo, y asegurar la biodiversidad, la seguridad agroalimentaria y la vigencia efectiva de los derechos de protección ambiental y agroali- mentario de la presente y las futuras generaciones56.

Para cumplir con todos los fines indicados, la Ley de Tierras aumenta las entidades administrativas que operarán en el sector, pues crea el Instituto de Nacional de Tierras, como (artículo 116) instituto autónomo adscrito al Ministerio del ramo, con personalidad jurídica y patrimonio propio, con las prerrogativas y los privilegios de la República, el cual

55 Cfr. Manuel Caballero, Maisanta: godo, derrotado y cuatrero, en “El Universal”, Cara­cas, 21-06-04, 1-6. Ver también Elias Pino Iturrieta, El Divino Bolívar. Ensayo sobre una Religión Republicana. Catarata, Madrid, 2003, pp. 203 y ss.56 Sobre los fines de la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario y, en general, sobre el nuevo régimen agrario que ésta contiene (excepto por las modificaciones incluidas en la reforma de mayo de 2005), ver Román José Duque Corredor, “Consideraciones Generales sobre el Decreto con Fuerza de Ley de Tierras y Desarrollo Agrario”, en Estudios de Derecho Civil. Libro Homenaje a José Luis Aguilar Gorrondona, Vol. I, Caracas, TSJ, 2002, p. 411 y ss.

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tendrá por objeto la administración, redistribución de las tierras y la re­gularizaron de la posesión de las mismas; también se crea el Instituto Nacional de Desarrollo Rural (artículo 132), como instituto autónomo adscrito al Ministerio del ramo, con personalidad jurídica y patrimonio propio, con las prerrogativas y los privilegios de la República, cuyo ob­jeto será contribuir con el desarrollo rural integral del sector agrícola en materia de infraestructura, capacitación y extensión; y por último la Corporación Venezolana Agraria (artículo 147), como instituto autóno­mo adscrito al Ministerio del ramo, con personalidad jurídica y patrimo­nio propio, con las prerrogativas y los privilegios de la República, cuyo propósito será el desarrollo, coordinación y supervisión de las activida­des empresariales del Estado para el desarrollo del sector agrario, por lo que queda facultada para crear las empresas y demás entes de ca­rácter privado necesarios para el cabal cumplimiento de su objeto. So­bre esta última institución dice la Exposición de Motivos de la mencionada Ley (publicado con el texto del original Decreto con Fuerza de Ley de 2001): “Se asume, de esta manera, la Figura del holding, similar al caso de Corporación Venezolana de Guayana”, con lo que se reafirma la pretensión del Estado de intervenir como protagonista en la actividad económica agraria.

Así las cosas, se amplía en forma considerable la burocracia en el sector, con base en un optimismo en la actividad estatal en este sector de la economía ajeno a los datos de la conciencia histórica de la Na­ción pero imbuido del fundamentalismo democrático que profesa la actual clase dirigente57, y se disminuye en mucho cuando no se elimi­na, como se verá, la libre participación de los particulares (campesi­

57 “Un fundamental i sta es alguien que se base siempre en certezas, sean éstas científicas o ideológicas, alguien que tiene una concepción cerrada del mundo, una perspectiva única de convivencia, y al que alienta un impulso apostólico tendiente a difundir la verdad de que es portador. Un fundamentalista, en sentido estricto, no puede ser un demócrata, y el fundamentalismo democrático, como he sugerido, define una situación paradójica y contra­dictoria en sí misma (...) El fundamentalista democrático pregona un ideal único y sustancial de la propia democracia, una especie de democracia auténtica, pura e incorrupta, modelo de perfección para cuantos quieran ser buenos ciudadanos”. Juan Luis Cebrián, El Fundamentalismo Democrático, Taurus, Buenos Aires, 2004, pp. 115 y 116.

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nos, en forma individual o colectiva, empresarios pequeños, medianos y grandes) en la actividad económica de explotación y aprovecha­miento de tierras con vocación agraria y la posibilidad de que éstos lleguen a ser verdaderos propietarios de las tierras, no tanto por la férrea sujeción de dicha actividad a las obligaciones y limitaciones establecidas por las normas que están en la Ley de Tierras y en los actos normativos dictados con base en él, en muchos casos necesa­rias y justificadas de cara a los fines previstos en los artículos 306 y 307 constitucionales, sino por el excesivo dirigismo e intervencionis­mo estatal, en la elaboración, desarrollo y explotación de las tierras afectadas por la Ley de Tierras, en todas las etapas de dicho proceso económico, así como por la perpetuación del extenso dominio privado del Estado sobre tierras con vocación agraria, convertidas ahora por obra del Ejecutivo Nacional en bienes del dominio público.

Vemos, pues, que el artículo 2 de la Ley de Tierras dispone la afecta­ción del uso de todas las tierras públicas y privadas con vocación para la producción agroalimentaria; en tal sentido señala (i) que las tierras pertenecientes al Instituto Nacional de Tierras y las tierras propiedad de la República del dominio privado serán sometidas a un patrón de parcelamiento atendiendo a factores indicados en la propia ley; (ii) que las tierras baldías que se encuentran fuera de la jurisdicción de los Es­tados y los Municipios (calificadas por la Constitución como del dominio público) serán objeto de planes especiales de desarrollo socioeconómi­co, dentro del esquema fijado por la misma Ley; (iii) que las tierras baldías ubicadas en la jurisdicción de los Estados y los Municipios debe­rán ser administradas por los entes correspondientes con pleno someti­miento al régimen establecido en dicha Ley de Tierras y a fin de garantizar, entre otros fines, la seguridad agroalimentaria de la pobla­ción asentada en las respectivas jurisdicciones, por lo que de incumplir con tales obligaciones y cometidos, éstos serán asumidos por el Ejecu­tivo Nacional; y (iv) que las tierras bajo régimen de propiedad privada quedan sujetas al cumplimiento de la función social de la seguridad agroa­limentaria, por lo que deben someter su actividad, no ya a las limitacio­nes u obligaciones establecidas en la Ley de Tierras, sino a los planes de seguridad agroalimentaria establecidos por el Ejecutivo Nacional. En todo caso, todas las tierras indicadas quedarán afectadas al desarrollo

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agrario conforme lo establecido en el artículo 20 de la Ley de Tierras, el cual se analiza supra.

El artículo 7, uno de los modificados en la reforma de 2005, lejos de acoger las críticas y recomendaciones hechas por especialistas en tor­no a la definición del término “latifundio”58, limita la propiedad privada al definir el latifundio, en términos aún más inciertos que los del Decre­to con Fuerza de Ley de 2001, como

(. . . ) toda aquella tenencia de tierras ociosas o incultas, en extensio­nes al promedio de ocupación de la región en la cual se encuentran ubicadas, en el marco de un régimen contrario a la solidaridad so­cial (. . .) Se determinará la existencia de un latifundio, cuando seña­lada su vocación de uso, así com o su extensión territorial, se evidencie un rendimiento idóneo menor a 80%. El rendimiento idó­neo se calculará de acuerdo con los parámetros previstos en el Título III de la presente Ley.

En definitiva, tal como ya ocurría con el Decreto con Fuerza de Ley de 2001, con base en el artículo 2 de la Ley de Tierras, las limitaciones a la propiedad privada derivadas de este artículo 7 (intervenciones, expro­piaciones, etc.) se establecerán en actos sub-legales ya que la Ley es excesivamente vaga en la determinación de lo que sea el latifundio, siendo lo más preciso al respecto, lo señalado en el parágrafo primero del artículo 105 del mismo texto legal.

Por su parte, el artículo 8 consagra una doble garantía, por un lado, la incorporación al proceso productivo agrario mediante la estructuración de fundos derivados de la adjudicación de tierras y la destinación por parte del Estado de bienes inmuebles y muebles, incluidos los semovien­tes, y por otro lado, la indivisibilidad y la inembargabilidad de toda uni­dad de producción constituida de acuerdo con los términos de la Ley de Tierras examinada. Esta última circunstancia es atenuada por el artícu­lo 11, ya que esta norma, si bien excluye la posibilidad de imponer hipo­teca u otro gravamen sobre las tierras adjudicadas, permite la constitución

58 Cfr. Román José Duque Corredor, “Aportes para una Ley de Tierras”, en Derecho Agrario. Instituciones, Tomo II, Op. Cit., pp. 83 y ss.

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de prendas sobre las cosechas obtenidas en dichas parcelas, dadas en adjudicación por el Instituto Nacional de Tierras.

En el artículo 12 se consagra la adjudicación de las tierras con vocación agraria propiedad del Instituto Nacional de Tierras como un derecho subjetivo de toda persona apta para el trabajo agrario [el artículo 13 advierte que los beneficiarios de la Ley de Tierras son todos los venezo­lanos que hayan optado por el trabajo rural, y especialmente la produc­ción agraria como oficio u ocupación principal, y el artículo 14 apunta que son sujetos preferenciales de adjudicación, las ciudadanas que sean cabeza de familia y que se comprometan a trabajar una parcela para la manutención de su grupo familiar e incorporación al desarrollo de la Nación], conforme a los casos y formas establecidos en la Ley de Tie­rras bajo estudio; indica esta disposición que dicha adjudicación puede ser permanente, que por medio de ella el Estado le otorga al campesino el derecho de propiedad agraria, el cual le permite a éste usar, gozar y percibir los frutos de la tierra agraria adjudicada, con todas las garan­tías previstas en el artículo 15 eiusdem, y que el derecho de propiedad agraria es transmisible mortis causa, como herencia a los sucesores legales del adjudicatario, mas no puede ser objeto de enajenación algu­na, ni siquiera a través de traspasos sujetos a la autorización de la Ad­ministración agraria, como los contemplados en la derogada Ley de Reforma Agraria59.

59 Debe tenerse presente que la exposición de motivos del Decreto con Fuerza de Ley de Tierras (aplicable a la interpretación de la Ley de 2005) establece lo siguiente: “Las tierras propiedad del Estado o, previa expropiación, las tierras propiedad de particulares que se encuentren improductivas, podrán ser otorgadas en Adjudicación a aquellos sujetos dedica­dos a la actividad agraria rural que demuestren aptitud para transformarlas en fundos produc­tivos. La adjudicación de estas tierras otorgará a los beneficiarios el derecho de trabajar las mismas y percibir sus frutos. Igualmente, el derecho otorgado mediante adjudicación es transmisible a los sucesores del adjudicatario. Se trata, en este caso, de una propiedad sui generis, no encuadrable dentro de las clásicas categorías del Derecho Civil. Así, mientras el adjudicatario no goza del atributo de disposición de la tierra, no pudiendo enajenarla, tampoco puede el Estado, mientras la misma sea productiva, revocar la adjudicación”. Ver Gaceta Oficial N° 37.323, del 13.11.01.

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No obstante lo que históricamente ha representado el conuco en la his­toria agraria de Venezuela60, y que existe una marcada tendencia comu­nitaria o colectivista en la Ley de Tierras que propende a la explotación de las tierras agrarias a través de fundos y otras formas colectivas61, el artículo 19 lo reconoce como fuente histórica de la biodiversidad agra­ria, y establece la obligación del Ejecutivo Nacional de promover en las áreas desarrolladas por conuqueros la investigación y la difusión de las “técnicas ancestrales de cultivo, el control ecológico de las plagas, las técnicas de preservación de los suelos y la conservación de los germo- plasmas en general” ; asimismo, el artículo 20 garantiza a los conuque­ros la permanencia en las tierras por ellos cultivadas y un derecho preferente en la adjudicación de dichas tierras, tal y como el artículo 18 lo contempla para los arrendatarios, medianeros y pisatarios que culti­ven pequeños lotes en tierras privadas denunciadas o señaladas como ociosas o incultas, quienes tienen derecho a permanecer en dichas tie­rras durante la intervención de las mismas o durante el procedimiento de expropiación por parte del Instituto Nacional de Tierras.

Otra de las novedades de la reforma de 2005, es que se suprimió lo establecido en el artículo 21 del Decreto con Fuerza de Ley de 2001, por el que se delegaba en actos del Ejecutivo Nacional la determinación de las tierras afectadas al uso agrario, en los que se establecerían las poligonales rurales regionales, de cuyo enlace resultaría la poligonal ru­ral nacional, con lo cual, una vez más, se permitiría la eventual afecta­ción de la propiedad a través de actos de rango sub-legal62. Sin perjuicio de lo criticable que fuera esta técnica de afectación de la propiedad, esas poligonales rurales constituían una limitación a las potestades ad­ministrativas del Instituto Nacional de Tierras, que sólo podía actuar

60 Cfr. Rómulo Betancourt, Venezuela Política y Petróleo..., p. 422 y 423.61 Sobre esta tendencia colectivista, consúltese el trabajo de Raúl Mora Nava, Reflexiones sobre el Carácter Populista en el Manejo de las Tierras y del Sector Agrario Venezo­lano, inédito, Caracas, 2003, pp. 13 y ss.62 Sobre las poligonales rurales, véase Román José Duque Corredor, “La afectación de tierras privadas según el Decreto con fuerza de Ley de Tierras y Desarrollo Agrario”, en Ensayos de Derecho Administrativo. Libro Homenaje a Nectario Andrade Labarca, Vol. I, Caracas, TSJ, 2004, pp. 523 y ss.

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sobre las tierras incluidas dentro de las poligonales; con la eliminación de éstas, el referido Instituto puede afectar cualquier tierra ubicada en el territorio nacional (esté ubicada en zona rural o urbana, según el ar­tículo 119, numerales 3 y 11, de la ley de Tierras), que haya sido califi­cada por él previamente como de vocación agraria, si estima que está improductiva o constituye un latifundio. En los artículos 35 al 40 de la Ley de Tierras, se regula todo lo concerniente al procedimiento de de­claratoria de tierras ociosas o incultas por parte del Instituto Nacional de Tierras, en el cual, a diferencia de lo contemplado en el artículo 39 del Decreto con Fuerza de Ley de 2001, ya no puede ese ente de la Administración declarar in limine la intervención preventiva de las tie­rras de que se trate, conforme lo dispuesto en el artículo 85 del actual texto legal63. Por el contrario, es posible, si es declarado el carácter ocioso o inculto de las tierras evaluadas, que el procedimiento culmine en la intervención definitiva del inmueble o en su expropiación por parte del referido instituto autónomo.

Asimismo, en el artículo 41 se establece una obligación en cabeza de los propietarios de tierras en producción -en cualquier parte del territorio, pues se eliminaron las poligonales rurales-, a saber, la obtención de la certificación de finca productiva expedida por el Instituto Nacional de Tierras (el trámite para ello está regulado por los artículos 42 al 48), mientras que en el artículo 49 se crea una obligación en cabeza de los propietarios de tierras rurales ociosas o incultas, esto es, la obtención de un certificado de finca mejorable, expedida por el mismo ente, por el que se comprometen a efectuar un mejoramiento y adaptación de su propiedad durante un término perentorio de dos (2) años (el trámite

63 El artículo 89 del Decreto con Fuerza de Ley de 2001, antecedente el vigente artículo 85, fue anulado por la Sala Constitucional en sentencia N° 2855, del 20-11-02, de modo que el Instituto Nacional de Tierras no debería aplicar dicha norma y sujetar su actuación a lo decidido en esta sentencia. En todo caso, el desacato a la sentencia de la Sala comenzó antes de mayo de 2005, pues luego de la sentencia N° 2855, se usó para declarar a tierras agrarias como ociosas o incultas, así como para su intervención, lo previsto en el Decreto N° 2.292, del 04-02-03, el cual, como se explica infra, revivió con mayor discrecionalidad lo previsto en el anulado artículo 89 del Decreto con Fuerza de Ley de 2001, ratificado hoy en el artículo 85 de la Ley de Tierras.

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para ello se encuentra en los artículos 50 al 56). En caso de incumpli­miento, procede la declaratoria de tierra ociosa o inculta y la imposición del tributo sobre esta clase de tierras64, pero el cumplimiento de las mismas obligaciones no elimina la posibilidad de expropiación por parte del Instituto Nacional de Tierras (artículos 57 y 58).

A los procedimientos antes señalados (declaratoria de tierras ociosas o incultas, certificación de finca productiva y certificación de finca mejorable), le siguen el procedimiento de adjudicación de tierras, de expropiación de tierras y de rescate de tierras, este último declarado parcialmente inconstitucional por la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia65, pero reeditado, con el silencio de esa Sala, por la Ley de Tierras de 2005. En cuanto a la adjudicación de tierras, regulado por los artículos 59 al 67 de la Ley de Tierras, éste sustituye al procedimiento de la Ley de Reforma Agraria dirigido a la entrega en dotación de tierras agrarias, y si bien establece con precisión los requisitos que el interesado debe consignar con su solicitud, los ele­mentos con que el Instituto Nacional de Tierras debe conformar el expediente administrativo, el tiempo (30 días) en que éste debe decidir si otorga o no la adjudicación provisional de las tierras y un derecho preferente de los usufructuarios de un fundo estructurado a recibir, luego de tres (3) años de eficiencia productiva, un título de adjudica­ción permanente, no menos cierto es que reedita y agrava aspectos de la legislación derogada, ya que, por un lado, de proceder la adjudica­ción solicitada por un potencial beneficiario de la Ley de Tierras, esa adjudicación, conforme lo establecido en el ‘acta de transferencia’, será provisional, por un lapso de tres (3) años, tiempo en el cual el beneficiario debe mantener la eficiencia productiva sobre la misma,

64 Una propuesta para la aplicación de este tributo en nuestro país, que pudiera resultar más efectivo y menos arbitrario que las intervenciones selectivas de fincas y hatos, puede verse en Rafael José Romero Pirela, Propuesta para la introducción del Impuesto Predial Rural en Venezuela, Revista de Derecho N° 18, Tribunal Supremo de Justicia, Caracas, 2005, pp. 235 y ss.65 Una revisión general y crítica de estos procedimientos en Román José Duque Corredor, “La afectación de tierras privadas según el Decreto...”, en Op. Cit., pp. 536 y ss. Véase nota el pie N° 63.

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so pena de que le sea revocada la adjudicación por el Instituto Nacio­nal de Tierras (las dotaciones eran permanentes desde el inicio); y por otro lado, el título de adjudicación permanente que otorga el Instituto Nacional de Tierras luego de transcurridos los tres (3) años de efi­ciencia productiva, se define como un acto administrativo por el cual se transfiere sólo la ‘posesión legítim a’66 de las tierras productivas ocupadas y trabajadas por el adjudicatario, así como el derecho a trans­ferir por herencia el goce y disfrute de dicha posesión.

A este derecho es el que la exposición de motivos del Decreto con Fuerza de Ley de 2001 denominó derecho de propiedad sui generis, ya que sobre él no puede realizar el Adjudicatario o poseedor legítimo nin­guna negociación con terceros sin autorización del Instituto Agrario Nacional, en tanto que los derechos emanados del título de adjudicación permanente no pueden ser enajenados bajo ninguna forma, tampoco este título puede ser inscrito en ningún Registro subalterno, y el mismo pue­de ser revocado en cualquier momento por el Instituto Nacional de Tie­rras, cuando el adjudicatario no haya cumplido con el compromiso de trabajo de la tierra. En tal sentido, al establecer mayor dificultad para la adjudicación permanente de la tierra, reducir el derecho del adjudicata­rio o grupo de ellos al de un simple poseedor legítimo, sin posibilidad de registrar a su nombre la parcela adjudicada por el Estado o de enajenar en alguna forma dicho inmueble, y al consagrar de nuevo la potestad de la Administración de revocar el acto de adjudicación de la tierra, sin intervención de la autoridad judicial y sin indemnización de ser ella pro­cedente, se mantiene, acaso con mayor intensidad, el régimen provisio­nal e inestable de la tenencia de tierras con vocación agraria, donde el Estado conserva su dominio privado sobre todas las tierras dadas en adjudicación, que lo mantiene como el mayor latifundista -usualmente

66 A sí las cosas, para determinar los atributos de este precario derecho, además de las normas respectivas de la Ley de Tierras, habrá que examinar el Código Civil en lo referido a la posesión legítima, con exclusión de la usucapión y de cualquier otra posibilidad de adquisición, debido, como se verá, al carácter demanial que se ha dado a las tierras adjudi­cadas. Véase al respecto, José Luis Aguilar Gorrondona, Op. Cit., pp. 135 y ss. y Román J. Duque Corredor, Curso sobre juicios de la Posesión y Propiedad, El Guay, Caracas, 2001, pp. 87 y ss.

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improductivo- del país67, y los habitantes de las zonas rurales se man­tienen impedidos de alcanzar el estatus de propietarios, y de desarrollar libremente las actividades económicas de su preferencia.

En cuanto a la expropiación de tierras con vocación agraria, el artículo 68 dispone (a diferencia de lo indicado en el artículo 71 del Decreto con Fuerza de Ley) que se declaran la utilidad pública o interés social “las tierras con vocación de uso agrario” (antes sólo eran afectadas por la declaratoria, “las tierras aptas para la producción agraria que se en­cuentren dentro de la poligonal rural establecida en el artículo 21” del Decreto con Fuerza de Ley), y que dichas tierras quedan sujetas al cumplimiento de los planes de seguridad agroalimentaria de la pobla­ción. Una importante modificación del Decreto con Fuerza de Ley de 2001 por la reforma de 2005, se aprecia en la supresión del artículo 74 de dicho Decreto, el cual señalaba que serían inexpropiables los fundos que no excedieran de cien hectáreas en tierras de primera clase o sus equivalencias en tierras de otras calidades, y de cinco mil hectáreas en tierras de sexta o séptima clase o sus equivalencias, según lo desarro­llado por el Reglamento; con esa supresión, se eliminó una de las pocas garantías de la propiedad privada del nuevo régimen agrario, que mejo­raba la situación frente a lo que ocurría bajo la vigencia de la Ley de Reforma Agraria, pues se estaba ante una garantía que no admitía ex­

67 Para el Ejecutivo Nacional, autor del Decreto con Fuerza de Ley de 2001, la importancia que las tierras con vocación agraria tienen para la seguridad agroalimentaria y el desarrollo económico y social de la Nación, exige que éstas sean siempre administradas, controladas, supervisadas y susceptibles en cualquier momento de rescate -y eventualmente de expro­piación- por el Estado, con lo cual la desconfianza hacia la capacidad y virtudes de los particulares que integran la sociedad rural en Venezuela y la confianza excesiva en las bondades de los funcionarios públicos (es un eufemismo decir que en el Estado, pues éste es una construcción teórica) y su compromiso con ‘el bien y la justicia social’ mediante el uso de un discurso belicista y populista, han marcado una vez más en la historia de nuestro país las políticas públicas dirigidas a normar las relaciones entre el Estado y los ciudadanos en un sector tan significativo para los venezolanos como el agrario, cuyos problemas, como se indicó en la Introducción, vienen desde la Colonia. Al respecto, véanse las declaraciones del Presidente del INTI, en las que afirmó que “el suelo es del Estado venezolano”, en “El Nacional”, 19-12-05, A/19.

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cepción68. Por otro lado, el artículo 69 eiusdem declara de utilidad públi­ca e interés social la eliminación del latifundio, por lo que el Instituto Nacional de Tierras queda facultado para expropiar aquellas tierras que fueren necesarias para lograr la ordenacióiTsustentable de las tierras con vocación agraria para asegurar su potencial agroalimentario; en tal sentido, puede considerarse que toda extensión de tierra privada que pueda calificarse como latifundio en los oscuróslérminos del artículo 7 de la Ley de Tierras, es susceptible de expropiación, con independencia de si es productiva o no, si ello es necesario para lograr la ordenación sustentable de dichas tierras. En cuanto al procedimiento aplicable, el mismo se halla en los artículos 70 al 81, y en caso de vacío se debe aplicar lo previsto en la Ley de Expropiación por Causa de Utilidad Pública o Interés General69.

Resta por examinar el que, hasta ahora, ha sido el más controversial y debatido de los procedimientos administrativos contenidos en el Decre­to-Ley examinado, y que, en alguna medida, es una respuesta a la con­centración en manos del Estado, bajo un régimen de dominio privado -ahora de dominio público, como se verá-, de una considerable porción de tierras con vocación agraria. Según el artículo 82, el procedimiento de rescate de tierras puede in iciarse^? oficio o a instancia de parte interesada, por el Instituto Nacional de Tierras, al que se le reconoce el derecho de rescatar las tierras de su propiedad o que estén abajo su disposición que se encuentren ocupadas ilegal o ilícitamente, sin perjui­cio de los derechos que reconocen los artículos 17, 18 y 20 del mismo texto legal. En el artículo 84 se establece una garantía relativa a favor de quienes ocupen tierras que se hallen en condiciones óptimas de pro­

68 Román José Duque Corredor opina en contrario: “Al respecto, en mi criterio, por la sujeción de toda tierra privada al cumplimiento de la función social agroalimentaria de la Nación, es decir, su sometimiento a las necesidades de producción de rubros alimentarios de acuerdo con los planes de seguridad agroalimentaria establecidos por el Ejecutivo Nacional (...) tal inexpropiabilidad -la del artículo 7 4 - es relativa”. Véase “La afectación de tierras privadas según el Decreto (...)”, en Op. Cit., p. 536.69 Sobre los supuestos para que proceda la expropiación, véase Román José Duque Corredor, ibídem, pp. 537 y 538. En cuanto a la expropiación en general, ver Alian R. Brewer-Carías y otros, Ley de Expropiación por Causa de Utilidad Pública o Interés Social, EJV, Cara­cas, 2003, pp. 123 y ss.

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ducción con fines agrarios, que se adecúen a los planes establecidos por el Ejecutivo Nacional y que no excedan en dos-(2) unidades del patrón de parcelamiento establecido en la zona por el Instituto Nacional de Tierras, dado que la misma norma advierte que estas tierras, si circuns­tancias excepcionales de interés social o utilidad pública así lo exijan, podrán ser también objeto del procedimiento de rescate.

Al margen de otros aspectos del procedimiento examinado70, es me­nester señalar que los originales los artículos 89 y 90 del Decreto con Fuerza de Ley de 2001, que autorizaban al Instituto Nacional de Tie­rras a, una vez iniciado el rescate, intervenir las tierras presuntamente de su propiedad, que se hallasen ocupadas ilegal o ilícitamente, a dic­tar una serie de medidas ‘preventivas’ dirigidas a hacer cesar la situa­ción irregular detectada (entre otras, decidir si se ocupa con grupos de campesinos de manera colectiva con el fin de establecer cultivos temporales con prohibición de construir bienhechurías permanentes mientras se decide el rescate) y a desconocer el reclamo de indemni­zación de los ocupantes ilegales o ilícitos por concepto de bienhechu­rías o frutos establecidos en las tierras sujetas a rescate, fueron declarados inconstitucionales por la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, en fallo N° 2855, del 20-01-02, con base -entre o tras- en las razones siguientes:

D e la in c o n s ti tu c io n a lid a d d e l a r tíc u lo 89:

(...om issis...)

Sin embargo, también es de indicar que los procedimientos adminis­trativos ablatorios, aquellos que tienen por objeto disminuir la esfera jurídica de los administrados mediante la restricción de un derecho, deben estar dotados de mayores garantías para aquéllos, de forma tal que la potestad administrativa sea ejercida de manera congruente

70 Cuyas características son examinadas en Román José Duque Corredor, “La afectación de tierras privadas según el Decreto...”, en Op. Cit., pp. 564 y ss., y de manera crítica, en su aplicación por parte del INTI, en Luis Alfonso Herrera Orellana, Tierras baldías y pro­piedad privada sobre tierras agrarias: sobre los límites de la potestad de rescate del Instituto Nacional de Tierras, de próxima publicación, trabajos a los que se remite al lector interesado.

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y adecuada a los fines propuestos por el ordenamiento, garantizán­dose así el apego a la ley de la actuación administrativa.

Es así como el test de constitucionalidad de una norma que disponga la posibilidad de que la Administración instaure un procedimiento ablatorio es más estricto, pues con ella se están restringiendo, de manera directa, derechos subjetivos afectándose enormemente la si­tuación jurídica del administrado. En tal sentido, se observa que si bien el título al cual pertenece la norma en referencia trata del rescate de las tierras propiedad del Instituto Nacional de Tierras, el artículo 89 trata de la intervención de esas tierras, rubricadas como ociosas o incultas, de manera preventiva, para hacer cesar esa situación, esto es, el carácter ocioso o inculto.

Como puede desprenderse, la finalidad de la intervención previa no guarda correspondencia con la instauración del procedimiento abla­torio, esto es, la necesidad de recuperación de las tierras propiedad del Instituto Nacional de Tierras ocupadas ilegal o ilícitamente, inexis- tiendo la debida adecuación a los hechos de esa potestad otorgada a la Administración, ya que, en todo caso, esa será una medida que corresponde con la necesidad de solventar el carácter ocioso o in­culto de la tierra y no con la ocupación ilegal o ilícita de la misma, porlo cual, ante esa situación, y no existiendo tampoco una proporcio­nalidad entre la intervención instituida por el artículo y el carácter ocioso o inculto de la tierra, pues una vez finalizado el procedimiento administrativo correspondiente, la Administración, por el principio de ejecutividad y ejecutoriedad de los actos administrativos, podrá entrar en posesión directa del bien, lo cual no justifica una interven­ción momentánea, esta Sala declara la inconstitucionalidad de la nor­ma en referencia porque transgrede el derecho constitucional a la propiedad, dado que no es posible una interpretación que la adecúe al ordenamiento constitucional. Así se decide.

De la inconstitucionalidad del artículo 90:

(...omissis...)

El artículo 90, en definitiva, no se corresponde con la idea sustancial de la Constitución y de la ley misma, pues pretende desconocer la existencia de la propiedad y la utilidad social que dentro del ámbito agrario cumple, con lo cual, de admitirse la tesis que propugna el indicado artículo, se estaría atentando no sólo contra el derecho a la propiedad estatuido en el artículo 115 de la Constitución, sino contra

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todo aquello que ha inspirado durante décadas el Estado Social y de Derecho recogido tanto en el texto constitucional vigente como en la Constitución de 1961.

No reconocer la propiedad de los bienes que existan sobre las tierras del indicado Instituto Nacional de Tierras, atenta contra el derecho a la propiedad, y hace que el Instituto incurra en un enriquecimiento sin causa, pues se subvierte la idea de accesión inmobiliaria en sen­tido vertical, que acarrea la inconstitucionalidad de la norma.

El derecho a la propiedad es un derecho esencialmente limitable, dado su utilidad social, pero dicha limitación no puede suponer un desconocimiento del derecho, por su rango constitucional, una ab­sorción de las facultades del propietario al extremo que llegue a elimi­narlo, pues de ese modo no se estaría garantizando esa protección que la Constitución le otorga. De tal manera que, siendo que con la norma en referencia se desconoce de manera absoluta el derecho a la propiedad sobre las bienhechurías realizadas por los ocupantes de las tierras del Instituto Nacional de Tierras, esta Sala declara la nuli­dad del artículo 90 del Decreto con Fuerza de Ley de Tierras y Desa­rrollo Agrario. Así se decide”71.

No obstante las consideraciones hechas por la referida Sala en la de­cisión parcialmente citada en cuanto a las garantías administrativas que el Instituto Nacional de Tierras debía respetar a todos los particu­lares interesados al momento de rescatar tierras de su propiedad y de autorizar a grupos de ciudadanos dedicados al trabajo rural a ocupar­las en forma temporal, tal decisión de la Sala Constitucional ha sido explícitamente desacatada tanto por el Poder Ejecutivo Nacional, como por el Poder Legislativo Nacional. En primer lugar, y luego de dictada la sentencia parcialmente citada, el Presidente de la República dictó el Decreto N° 2.292, el 4 de febrero de 2003, en cuyo artículo Io, además de establecer la obligación de una serie de entes públicos de enajenar al Instituto Nacional de Tierras todas las tierras con voca­ción agraria bajo su propiedad no requeridas para el cumplimiento de

71 En el dispositivo del fallo se declaró la nulidad por inconstitucionalidad de las normas contenidas en los artículos 89 y 90 del Decreto-Ley de Tierras y Desarrollo Agrario. Véase el fallo íntegro en www.tsj.gov.ve

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sus fines, se creó una modalidad distinta a las adjudicaciones previs­tas en los artículos anulados del Decreto con Fuerza de Ley de 2001, para colocar a los beneficiarios del texto legislativo en posesión de las tierras con vocación agraria propiedad del Instituto Nacional de Tie­rras, denominadas ‘cartas agrarias’, destinadas únicamente a certifi­car la ocupación de aquellas agrupaciones campesinas -no contempla ocupaciones particulares- que manifiesten su voluntad de organizarse con fines productivos y proceder en forma inmediata al cultivo y apro­vechamiento de dichas tierras.

Tan delicado como lo anterior, fue la reedición en el artículo 5 del De­creto 2.292, -pero con mucha mayor discrecionalidad- del anulado por inconstitucional artículo 89 del Decreto con Fuerza de Ley de 2001, el cual ordena al Instituto Nacional de Tierras adoptar, en forma inmedia­ta, todas las medidas que estime necesarias para la transformación de las tierras objeto en unidades económicas productivas y a fomentar y permitir la participación de las comunidades organizadas de campesinos en el cultivo de las tierras de su propiedad y de la República “mientras se realizan los trámites tendientes a determinar la procedencia de la adjudicación permanente de las tierras ocupadas”, por cuanto esta dis­posición de rango sub-legal desacató el pronunciamiento de la jurisdic­ción constitucional en materia de protección de derechos constitucionales, y fue interpretada y aplicada por las autoridades de la Administración agraria, antes de la reforma de mayo de 2005, como una vía jurídica para proceder a intervenir, ocupar y rescatar tierras con vocación agraria, como se realizaban tales actividades antes de la declaratoria de nulidad del artículo 89 del Decreto con Fuerza de Ley de 200172.

12 Sobre la inconstitucionalidad de las cartas agrarias y del procedimiento establecido en el artículo 5 del Decreto N° 2.292, véase Román José Duque Corredor “La afectación de tierras privadas según el Decreto...”, en Op. Cit., pp. 569 y ss. Sobre la problemática deriva de su otorgamiento, se indicó en la prensa nacional lo siguiente: “Ante las dificultades para ordenar la tenencia de la tierra, el Gobierno ideó la entrega de cartas agrarias, especie de documentos que aunque no es un título de propiedad de los predios agrícolas, sirve de aval a los campesi­nos que ocupan zonas propiedad del Estado”. Sobre los conflictos desatados por la aplica­ción de este Decreto y en general por el Decreto-Ley, como la contradictoria proporción existente entre el estímulo a la producción nacional y las importaciones de rubros agrarios, ver Katiuska Hernández, Revolución agraria chavista aumentó importaciones y estimuló invasiones, en “El Nacional”, 06.09.04, Caracas, A /14.

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En segundo lugar, y por si fuera poco el manifiesto desacato en que incurrió el Ejecutivo con el Decreto N° 2.292, la Asamblea Nacional, al sancionar la reforma parcial del Decreto con Fuerza de Ley de 2001, en mayo de 2005, reprodujo en los artículos 85 y 86 de la vigente Ley, casi en forma exacta, el contenido de los dos artículos anulados por la Sala Constitucional, por ser violatorios del derecho a la defensa y del dere­cho a la propiedad privada de los particulares. En efecto, si bien esta­bleció correctamente, tal y como lo ordenó esa Sala, el trámite que debía seguirse para la notificación de los afectados por el procedimiento (no­tificación personal primero y luego por boleta), restituyó la potestad cautelar -ahora más amplia, pues sigue la modalidad “abierta” instaura­da en el Decreto N° 2.292- del Instituto Nacional de Tierras, de adop­tar medidas cautelares de grave incidencia sobre la propiedad privada desde el inicio del trámite, y ratificó la posibilidad de ese ente y de los Tribunales, de desconocer los derechos de indemnización por las bien­hechurías de los ocupantes que se consideren -en sede administrativa- ilegales, con lo cual persiste en la actualidad la vulneración en el ámbito agrario del derecho a la propiedad sobre tierras agrarias, ahora con la incomprensible aquiescencia de la Sala Constitucional, que a instancia de parte, o incluso de oficio, debería ratificar su pronunciamiento.

Sin duda, la incertidumbre que existe sobre la propiedad -pública o pri­vada- de muchas extensiones de tierras con vocación agraria y la pau­latina concentración en manos del Estado de buena parte de las mismas, sea por no haberse dado en dotación con base en la derogada Ley de Reforma Agraria, sea porque se adjudicaron pero sin el título corres­pondiente que certificara dicha transferencia bajo la vigencia de la le­gislación de 1960, o sea porque sencillamente fueron revocadas las adjudicaciones dadas, son parte de las causas que hacen posible la exis­tencia de un Decreto como el comentado y de una reforma inconstitu­cional como la sancionada en mayo de 2005, que lejos de brindar una solución permanente y ajustada a Derecho, aumenta la conflictividad y la inseguridad jurídica en el sector agrario venezolano, al crear un nue­

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vo status transitorio y precario en el uso y aprovechamiento de las tie­rras agrarias bajo régimen de dominio privado73.

Mención aparte merece -po r lo inconstitucional y manifiestamente con­traria a los fines del desarrollo agrario en Venezuela que es- la declara­toria de bienes del dominio público que hace el artículo 95 de la Ley de Tierras respecto de todas las tierras propiedad de la República, los Es­tados, los Municipios y demás entidades, órganos y entes de la Adminis­tración Pública descentralizados funcionalmente, y de la consecuente declaratoria de imprescriptibilidad que hace de los mismos, dado que esta disposición, al convertir a todos los inmuebles con vocación agraria -y también a las demás tierras públicas no agrarias, pues la norma no limita sus efectos a aquella clase- que eran propiedad del Estado (en todos sus entes y niveles político-territoriales) y que se encontraban bajo un régimen de dominio privado, según se ha sostenido a lo largo de este trabajo, en bienes excluidos del comercio y sujetos al régimen exor­bitante de derecho público que se aplica a esta categoría de bienes de propiedad pública, no sólo hace imposible la eliminación definitiva del latifundio -dado que el Estado pasa a ser propietario exclusivo y a per­petuidad de una considerable porción de las tierras agrarias en Vene­zuela, constituida por las tierras bajo dominio privado más todas aquellas que lleguen a ser expropiadas-, sino que también impide llegar a con­vertir a los campesinos y demás productores agropecuarios en propie­tarios de la tierra, pues, como se indicó supra, los bienes del dominio

73 En dos casos, la Sala Constitucional ha conocido de solicitudes de amparo contra el otorga­miento de cartas agrarias, con base en el procedimiento previsto en el artículo 5 del Decreto 2.292. En sus sentencias números 3052, del 04-11-03, caso: Agropecuaria Doble R.C.A. y Agropecuaria Peñitas C.A., y 456, del 25.03.04, caso: Alvaro Rodríguez Sigala, la Sala consideró vulnerado el derecho al debido procedimiento administrativo por actuaciones del Instituto Nacional de Tierras calificadas como vías de hecho, en las que no se había respetado el derecho a la defensa de los particulares afectados por la acción de dicho ente. Igualmente se aclaró que el ejercicio de la potestad de autotutela no puede suponer menoscabo de los derechos humanos protegidos por la Constitución vigente. Véase también el fallo de esa Sala N° 404, del 05.04.04, caso: Agropecuaria Villa del Carmen, C.A., en la que también se determinó la violación de ese derecho constitucional. En: www.tsj.gov.ve Sobre los problemas jurídicos derivados de los procedimientos de rescate de tierras, véase Luis A. Herrera Orellana, “Tierras baldías y propiedad privada de las tierras agrarias: sobre los límites de la potestad de rescate del Instituto Nacional de Tierras”, en Revista de Derecho N° 21, TSJ, Caracas, 2006.

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público no son susceptibles de apropiación por ningún sujeto de dere­cho, siendo tal imposibilidad contraria a lo establecido en el artículo 307 de la actual Constitución. Al mismo tiempo, este exceso del legislador nacional pone de manifiesto que, a diferencia de lo pretendido con la Ley de Reforma Agraria, la transformación del sector agrario en Vene­zuela que se impulsa en la actualidad no se funda en la propiedad priva­da agraria como base para lograr los fines planteados, ni si quiera en la propiedad antigua dotacional o en alguna similar, sino en la propiedad pública -sometida a un régimen de dominio público- respecto de la cual los particulares sólo pueden aspirar a ser poseedores legítimos, si y sólo si obtienen la adjudicación permanente de la porción de tierra respecti­va, que siempre será propiedad del Instituto Nacional de Tierras74.

Al respecto se ha señalado:(. . . ) como puede observarse, el mencionado Decreto parte del error de que todas las tierras antes citadas -en el artículo 9 5 - eran del dominio público e imprescriptibles y que por ello conservan estas condiciones (...) No es cierto, pues, que todas las tierras del Estado eran antes del dominio público, de modo que es un error declarar, como se hace en el artículo 99 en comentarios, que, por tanto, con­servan y seguirán siendo del dominio público. En efecto no lo eran ni son todas, sino únicamente las declaradas así legalmente como del dominio público terrestre y marítimo y los suelos de los otros espa­cios declarados constitucionalmente como tales. Por otro lado, es una contradicción declarar todas las tierras de las entidades del Es­tado como del dominio público, lo que las hace inalienables, y permi­tir, a su vez, por ejemplo, que el Instituto Nacional de Tierras efectúe asignaciones de usufructo sobre sus tierras (...)75.

74 Sobre el a todas luces fracasado príceso de “privatización" de las tierras agrarias en Venezuela, ahora por completo clausurado por la iliberal legislación de tierras en vigor, véase el libro de Olivier Delahaye, La Privatización de la Tierra Agrícola en Venezuela desde Cristóbal Colón: La Titulación (1493-2001), Fondo Editorial Trópicos, Caracas, 2003.75 Román J. Duque Corredor, “La afectación de tierras privadas según el Decreto...”, en Op. Cit., pp. 562 y ss. Sobre la prescriptibilidad de las tierras baldías con vocación agraria antes de la vigencia del Decreto con Fuerza de Ley de 2001, véase José Melich Orsini, La Propie­dad y la Utilización Privada de las Playas, Biblioteca de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales, Caracas, 1986, pp. 48 y ss. También, véase sobre este punto lo expuesto en el trabajo antes aludido, Luis A. Herrera Orellana, “Tierras baldías y propiedad privada en tierras agrarias.. Op. Cit.

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Finalmente, tanto la afectación de las tierras baldías con vocación agra­ria que se hallen en jurisdicción de los Estados por el artículo 2, nume­ral 4, de la Ley de Tierras, como su conversión en bienes del dominio público estadal por disposición de la norma contenida en el artículo 95 eiusdem, si bien pudieran considerarse ajustadas a lo previsto en el artículo 156, numeral 16, de la Constitución y en la Disposición Tran­sitoria Decimoprimera de dicho Texto Fundamental, conforme a los cuales el régimen de las tierras baldías corresponde al Poder Nacio­nal, al igual que su administración -conforme a la legislación vigente- hasta que sea dictada la nueva ley nacional en la materia, parecieran al mismo tiempo entrar en colisión directa con lo contemplado en el artículo 164, numeral 5, de la Carta Magna, el cual consagra como competencia exclusiva de los Estados la administración de las tierras baldías que estén en su jurisdicción. Pareciera que lo conforme a la Constitución, era que el Poder Nacional - la Asamblea Nacional o el Presidente habilitado para ello - dictara una ley de base sobre tierras baldías contentiva de principios, reglas y órganos de coordinación co­munes a todas las entidades federales, que derogara en forma parcial la Ley de Tierras Baldías y Ejidos y estableciera un nuevo régimen general y no reglamentario de dichas tierras, a ser ejecutado por los Estados a través de sus respectivas leyes de desarrollo, de acuerdo con lo preceptuado por el artículo 165 constitucional76.

Si bien la Ley de Tierras que se examina, por tratar la materia agraria, podía contener normas marco en materia de tierras baldías estadales con vocación agraria, que hicieran posible coordinar la acción de los Estados con el Instituto Nacional de Tierras para lograr la destinación de éstas a los fines señalados en el artículo 1° de la referida Ley de Tierras, no podía incluir normas que establecieran una relación de jerarquía entre la Repú­blica y los Estados, ni tampoco una norma como la contenida en el co­

76 Sobre las leyes de base y leyes de desarrollo, véase, entre otros trabajos, Eduardo García De Enterría y Tomás Ramón Fernández, Curso de Derecho Administrativo, Tomo I, Civitas, Madrid, pp. 288 y ss. También nuestro trabajo “Autonomía y Competencias Con­currentes en la Federación Descentralizada Venezolana” (especial referencia a las leyes de base y a las leyes de desarrollo), en Revista de Derecho N° 18, Tribunal Supremo de Justicia, Caracas, 2005, pp. 21 y ss.

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mentado artículo 95, pues la misma es a tal punto reglamentaria, que al convertir las tierras baldías estadales en bienes del dominio público exclu­ye toda posibilidad de administración o disposición autónoma por los Esta­dos de las tierras baldías con vocación agraria que estén en su jurisdicción con el fin de lograr el desarrollo agrario de las mismas, lo cual es contra­rio a lo previsto en los artículos 164, numeral 5,306 y 307 de la Constitu­ción de 1999, que permiten a los Estados que tengan en su jurisdicción tierras con vocación agraria participar con autonomía en el desarrollo integral de la población rural del país.

Conclusiones

1. Los bienes del dominio público tienen como característica básica su incomerciabilidad, que les impide ingresar al tráfico comercial típico de la propiedad privada, para su existencia es menester que una norma, constitucional o legal, en forma expresa califique a determinados bienes con esa denominación o autorice a una órgano, en supuestos específi­cos, hacerlo, con base en una razón clara y específica, vinculada con una utilidad pública o un interés social previamente considerado por la autoridad competente. Los bienes del dominio privado son todos aque­llos que pertenecen a los entes públicos, territoriales y descentralizados en sentido funcional, que están sometidos preponderantemente a un ré­gimen de derecho privado o común (sin perjuicio de las normas adminis­trativas que regulan su conservación y eventual enajenación), por no estar afectados, al menos en forma directa e inmediata, a brindar una utilidad pública o a satisfacer un interés social, ni ser tampoco de uso público, esto es, de aprovechamiento por todas las personas para la obtención de provechos particulares. La afectación de bienes por causa de utilidad pública es una técnica que consiste en vincular ciertos bienes o determinadas categorías de bienes a una finalidad calificada por las normas jurídicas como de utilidad pública o interés social.

2. La Ley de Reforma Agraria de 1960 fue la primera legislación na­cional que se logró promulgar con el propósito de transformar la es­tructura agraria en Venezuela, mediante la erradicación del latifundio y el establecimiento de un sistema de distribución de tierras aptas para la explotación agraria (agricultura y ganadería). Para lograr tales ob­

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jetivos, la referida legislación, con pleno respeto a la propiedad priva­da, estableció una afectación general de todas las tierras, públicas y privadas, con vocación agraria a los fines de la reforma, lo cual im pli­có la sujeción de la tierras privadas a un conjunto de obligaciones derivadas del interés social existente en el desarrollo productivo de dichos bienes, de un lado, y la progresiva transferencia al Instituto Agrario Nacional de todas las tierras del dominio privado de los dife­rentes niveles político territoriales77, para su posterior entrega a los beneficiarios de la reforma mediante una particular institución del de­recho agrario, la propiedad dotacional, suerte de adjudicación que con­fería al particular prácticamente todos los atributos del derecho de propiedad sobre la tierra dada en dotación, excepto la posibilidad de disponer de ella a través de actos como la compra-venta, pues el refe­rido Instituto se reservaba potestades administrativas sobre el inmue­ble. La política populista marcó el diseño, interpretación y malograda aplicación de este importante régimen jurídico.

3. El Decreto con Fuerza de Ley de Tierras y Desarrollo Agrario de 2001, reformado en mayo de 200578, contempla fines similares a los de

77 “(...) el Instituto Agrario Nacional (...) recibió en transferencia por parte de la Nación, 32 millones de hectáreas según un estudio elaborado por Germán Briceño, especialista agrícola. De éstas, 12 millones han sido protocolizadas, por cualquiera de esta vías: adquiridas, expro­piadas, donadas, en ejido o baldías; 8 millones carecen de catastro; 4 millones sí lo tienen y 20 millones de hectáreas están compuestas por baldíos transferidos no protocolizados. Esos 32 millones de hectáreas fueron transferidas dentro de la Reforma Agraria que comenzó en 1960”. Giuliana Chiappe, “Pesadilla Agrícola”, en El Universal, 19-09-04, Exp. 1.78 “Entre los paquetes de leyes que darán forma a la nueva etapa de la ley revolución bolivariana, está la modificación de algunos artículos de la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario (...) ¿Cuáles son esas? Desde luego las que tienen que ver con la expropiación de las llamadas tierras ociosas y el latifundio, las cuales estaban contempladas en el proyecto original y más tarde rechazadas por el propio TS J”. Francisco Olivares, “Se legaliza la ocupación de tierras”, en El Universal, Caracas, 19-09-04, Expediente 2. “La aprobación de la reforma a la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario se pospuso para el día de hoy, luego de que en la sesión plenaria del martes la oposición no aceptara la inclusión de algunos artículos propuestos por el Bloque del Cambio. Entre los cambios más conflictivos que planteaba introducir el Bloque del Cam­bio está el aumentarle las atribuciones al Instituto Nacional de Tierras. En el artículo 119 de la propuesta se plantea que corresponde al ‘Instituto Nacional de Tierras administrar y redistribuir las tierras con vocación de uso agrario, y regularizar la posesión de éstas, aun cuando se encuentren desarrollos urbanos sobre ellas, construcciones y demás edificaciones, para convertirlas en unidades productivas. A estos fines el instituto podrá revisar, en sede administrativa, aquellos actos administrativos que autorizaron la desafectación de dichas

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la legislación de 1960, pero no funda el logro de los mismos en el respe­to, promoción y garantía de la propiedad privada, ni en el estímulo al ejercicio del derecho a la libertad económica, sino en la profundización de la concentración de tierras con vocación agraria en el mayor latifun­dista de la historia contemporánea, el Estado, en la multiplicación de las formas de intervención de éste a título de protagonista en los más varia­dos ámbitos del sector económico examinado, y en la estatización de las tierras antes señaladas -a s í como todas las que sean adquiridas por expropiación- al calificarlas como bienes del dominio público. La hipo­tética transferencia de la tenencia de las tierras el Estado a los particu­lares, ya sea como propiedad colectiva o individual, se verifica supuestamente a través de adjudicaciones, provisionales y permanen­tes, pero ninguna de éstas da el derecho a disponer de la tierra adjudica­da. En definitiva, para esta ley, producto de la nefasta conjunción del populismo con el fundamentalismo democrático, expresiones de un pe­simismo irreversible en la condición humana para innovar y ser genera­dora de riqueza y prosperidad, no vale lo sostenido por el historiador Richard Pipes en su visita a Venezuela: “sin propiedad privada, no pue­de haber libertad verdadera”79, por lo que es urgente, mientras llegan

tierras, pudiendo anularlos o revocarlos, cuando sea procedente, sin perjuicio de los derechos que correspondan a terceros, de conformidad con la ley’. Este concepto no fue aceptado por la bancada de diputados de oposición. Por su parte, el Presidente del órgano legislativo, Nicolás Maduro, señaló que la oposición había previsto una estrategia de sabotaje para impedir que fuera aprobada la reforma a la ley. Señaló que estos diputados se salían del hemiciclo a la hora de realizar la votación, con lo cual se rompía el quorum necesario para aprobar los artículos. En medio de esta discusión y con la disconformidad de algunos diputa­dos del oficialismo, se decidió que la aprobación de la reforma a la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario se pospusiera para la plenaria que se realizará el día de hoy”. Ver diario “El Univer­sal”, edición del 14.04.05.79 Richard Pipes, “Sin propiedad no hay libertad”, en El Universal, Caracas, 26-09-04, 1- 32. Una vez culminada la redacción del presente trabajo monográfico, han sido publicados tres trabajos de obligatoria consulta para las personas interesadas en el tema examinado: Irene de Valera (Coordinadora), Seguridad Jurídica y Propiedad de la Tierra, Academia de Ciencias Políticas y Sociales, Caracas, 2006; Enrique Lagrange, Historia y Actualidad del Régimen Jurídico de la Propiedad Agraria, Academia de Ciencias Políticas y Socia­les, Caracas, 2006; y, por último, Carlos Machado Allison, “Derechos de Propiedad y Poder Político en Venezuela”, en Misión Riqueza. Para rehacer a Venezuela con Etica y Libertad, Tomo III, CEDICE, Conciencia Activa y Universidad Monteávila, Caracas, 2007, p. 155 y ss.

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mejores tiempos que el actual, trabajar en función de la elaboración de una legislación moderna para el agro venezolano, que garantice la segu­ridad jurídica, la propiedad y las libertades de todos los ciudadanos que actúan en ese sector, así como una presencia racional y moderada del Estado (sobre todo para estimular y apoyar con transparencia las inicia­tivas individuales) de quienes depende -o debe depender- en buena medida la seguridad agroalimentaria de la población.

Este libro se terminó de imprimir en las prensas venezolanas de

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Teléfonos: (0212) 239.5619 / (0212) 238.1217 E-mail: [email protected]

CONTENIDO

LA UNIVERSIDAD

El Rector Pizani, N icolás Bianco

DOCTRINA

La intervención de servicios en el marco de ¡a reversión del proceso de descentralización, Tulio Alberto Alvarez

La problem ática del poder constituyente y Ja reforma constitucional, Javier M arcelo Ayala

La oleada de reformas constitucionales en la región andina: ¿Qué cambia y p o r qué?, Jesús María Casal Hernández

Las potestades normativas del Poder Ejecutivo Nacional: Principales p ro ­blemas que origina su ejercicio, José Peña Solís

DECISIONES JUDICIALES

Contratiempos de una Constitución en la Esquina de Dos Pilitas, Antonio Canova González

Breve referencia a la füiación post mortem, María Candelaria Dom ínguez Guillén

La identidad biológica y la filiación: Comentario a la sentencia del Tribu­nal Supremo de Justicia, en Sala Constitucional, N° 1443 de fecha 14 de agosto de 2008, Edison Lucio Varela Cáceres

LEGISLACIÓN

Reflexiones sobre los mecanismos legales para el control de la corrupción en los servicios públicos en Venezuela, José Ignacio Hernández G

Aspectos legales del embrión como resultado de la técnica de fertilización in vitro, Claudia C. Herrán Niño

El régimen jurídico de las tierras con vocación agraria en Venezuela: Aproxi­mación crítica a la situación actual, desde una perspectiva liberal, Luis Alfonso Herrera Orellana

Presentación, Femando Parra Aranguren