El Retorno2

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La sala de la casa había resultado pequeña. Ni Andrew ni su esposa imaginaron la cantidad de gente que había venido a despedir a su padre. Tal vez en otros tiempos su madre, la Señora Topus, hubiera previsto la situación, pero ahora, viéndola en el rincón, sentada, acariciando las ruedas de su silla, Andrew no podía evitar preguntarse si su madre alcanzaba a percibir lo que estaba sucediendo. Pronto la sala se llenó por completo, y los que seguían llegando tuvieron que infestar el jardín. Salvo unas cuantas caras gordas, aplanadas por el cristal de la ventana, Andrew no pudo reconocer a nadie. No había venido Nina, que sólo llamó para disculparse y a David no lograron ubicarlo. Si nunca vinieron a verlo vivo, ¿por qué aparecer ahora?, pensó. En realidad no tenía sentido disgustarse por eso. Sólo quedaba esperar a que la ceremonia terminara de una buena vez. Alguien se acercaba a saludar, alguien se servía otra taza de café, alguien contestaba el teléfono. Pero salvo cuando se dirigían a él, nadie mostraba un mínimo de gravedad. Lo mismo podría ser una fiesta, o un día de oficina, le dijo a su esposa, y salió hacia el jardín trasero. Se detuvo junto a la cerca, y encendió un cigarrillo. Aspiró profundamente, como si bebiera un largo sorbo de un agua caliente y amarga. La mantuvo en la boca unos segundos y la dejó salir limpiamente convertida en una larga y delgada columna de humo. La vio ascender y torcerse lentamente, recortada contra el palomar de la casa, hasta

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Cuento

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La sala de la casa había resultado pequeña. Ni Andrew ni su esposa

imaginaron la cantidad de gente que había venido a despedir a su padre. Tal

vez en otros tiempos su madre, la Señora Topus, hubiera previsto la situación,

pero ahora, viéndola en el rincón, sentada, acariciando las ruedas de su silla,

Andrew no podía evitar preguntarse si su madre alcanzaba a percibir lo que

estaba sucediendo.

Pronto la sala se llenó por completo, y los que seguían llegando tuvieron que

infestar el jardín. Salvo unas cuantas caras gordas, aplanadas por el cristal de

la ventana, Andrew no pudo reconocer a nadie. No había venido Nina, que sólo

llamó para disculparse y a David no lograron ubicarlo. Si nunca vinieron a verlo

vivo, ¿por qué aparecer ahora?, pensó. En realidad no tenía sentido

disgustarse por eso. Sólo quedaba esperar a que la ceremonia terminara de

una buena vez.

Alguien se acercaba a saludar, alguien se servía otra taza de café, alguien

contestaba el teléfono. Pero salvo cuando se dirigían a él, nadie mostraba un

mínimo de gravedad. Lo mismo podría ser una fiesta, o un día de oficina, le dijo

a su esposa, y salió hacia el jardín trasero.

Se detuvo junto a la cerca, y encendió un cigarrillo. Aspiró profundamente,

como si bebiera un largo sorbo de un agua caliente y amarga. La mantuvo en

la boca unos segundos y la dejó salir limpiamente convertida en una larga y

delgada columna de humo. La vio ascender y torcerse lentamente, recortada

contra el palomar de la casa, hasta desvanecerse. Papá odiaba que fume,

pensó, y aplastó la brasa contra la suela de su zapato, y arrojó el cigarrillo casi

nuevo por sobre la cerca, hacia el jardín vecino. Papá hacía eso cada vez que

me sorprendía aquí, recordó y río para sí mismo. El humo es malo para las

palomas, le decía, señalando al palomar. Andrew nunca entendió esa

fascinación por ellas. Siempre le habían parecido unos animalejos tontos. Pero

para su padre era distinto. Pasaba mucho tiempo con ellas. Las alimentaba, las

cuidaba. Les limpiaba la suciedad que dejaban en los techos. . . pero ahora el

palomar estaba vacío.

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